ciudad y texto

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1 LA CIUDAD Y EL TEXTO TATIANA RUDD & JUAN CARLOS PÉRGOLIS 1 ________________________________________________________ Antecedentes y comentarios previos Cuando la Serie Ciudad y Hábitat, de Barrio Taller propuso el tema referido a ciudad y literatura, intentamos mirar la relación que existe entre esos dos términos más allá de la presencia urbana en los textos literarios. Sin duda, desde los inicios de la modernidad, la ciudad ha ido conquistando y ocupando los territorios de la literatura, al punto en que hoy nos resulta difícil pensar en un texto en el cual el fenómeno urbano no aparezca de una u otra manera. Esa presencia ha producido incontables reflexiones, que se tradujeron en una gran cantidad de escritos, ensayos y análisis críticos, porque sin duda- la ciudad como ente colectivo, es tanto el territorio de la vida cotidiana como el marco para los acontecimientos singulares. En este sentido, se pueden establecer una serie de categorías que identifican la presencia de la ciudad en la literatura 2 : la primera de ellas se refiere a textos que muestran ciudades reales como marco para acontecimientos cotidianos. Es el caso de Londres en la obra de Virginia Woolf o en la de Dickens, Lima en la de Vargas Llosa y de tantas otras ciudades cuya presencia en el texto es detallada cuidadosamente ya que la 1 Arquitecto. Magíster en historia y teoría de la arquitectura y el arte. Profesor titular del postgrado de Historia y Teoría de la Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Profesor y conferencista invitado en universidades de Italia, Alemania y países latinoamericanos. Investigador visitante del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín. Ha publicado libros y artículos sobre la producción e interpretación del sentido en la ciudad. 2 Esta categorización se propuso en el capítulo 1 de Las otras ciudades. J.C.Pérgolis. UN: Bogotá, 1985.

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ciudad y literatura

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LLAA CCIIUUDDAADD YY EELL TTEEXXTTOO

TATIANA RUDD & JUAN CARLOS PÉRGOLIS1 ________________________________________________________

Antecedentes y comentarios

previos Cuando la Serie Ciudad y Hábitat, de Barrio Taller propuso

el tema referido a ciudad y literatura, intentamos mirar la relación

que existe entre esos dos términos más allá de la presencia

urbana en los textos literarios. Sin duda, desde los inicios de la

modernidad, la ciudad ha ido conquistando y ocupando los

territorios de la literatura, al punto en que hoy nos resulta difícil

pensar en un texto en el cual el fenómeno urbano no aparezca de

una u otra manera. Esa presencia ha producido incontables

reflexiones, que se tradujeron en una gran cantidad de escritos,

ensayos y análisis críticos, porque –sin duda- la ciudad como ente

colectivo, es tanto el territorio de la vida cotidiana como el marco

para los acontecimientos singulares.

En este sentido, se pueden establecer una serie de

categorías que identifican la presencia de la ciudad en la

literatura2: la primera de ellas se refiere a textos que muestran

ciudades reales como marco para acontecimientos cotidianos. Es

el caso de Londres en la obra de Virginia Woolf o en la de

Dickens, Lima en la de Vargas Llosa y de tantas otras ciudades

cuya presencia en el texto es detallada cuidadosamente ya que la

1 Arquitecto. Magíster en historia y teoría de la arquitectura y el arte. Profesor titular del postgrado de Historia y Teoría de la Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Profesor y conferencista invitado en universidades de Italia, Alemania y países latinoamericanos. Investigador visitante del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín. Ha publicado libros y artículos sobre la producción e interpretación del sentido en la ciudad. 2 Esta categorización se propuso en el capítulo 1 de Las otras ciudades. J.C.Pérgolis. UN: Bogotá, 1985.

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identidad urbana, en estos casos, está estrechamente vinculada

con los acontecimientos narrados.

Una segunda categoría la encontramos en los textos que

muestran ciudades reales, o tratadas como reales en la narración,

como marco para acontecimientos excepcionales. Es la ciudad de

los cuentos en los que la anécdota sugiere algo fantástico, no por

sí misma sino por contraste con el marco donde se desarrolla;

como en los cuentos de Lord Dunsany (Días de ocio en el país

del Yann) o de Ray Bradbury (Crónicas marcianas).

En la tercera categoría están los textos que muestran

ciudades reales como marco contextual para acontecimientos

fantásticos; ésta se puede ejemplificar con el cuento El Aleph de

Borges, en el que una situación en extremo fantástica, se

desarrolla en el sótano de una casa de un barrio de Buenos Aires.

La última categoría comprende los textos que muestran ciudades

fantásticas como marco para situaciones también fantásticas. Un

excelente ejemplo de esta categoría lo proveen las ciudades de

H.P. Lovecraft (Los mitos de Cthulu).

Sin embargo, más allá de esta innegable presencia de la

ciudad en la literatura, existe algo más que relaciona los dos

términos: tanto al conocimiento de la ciudad como al texto literario

se accede a través de recorridos, ya que el desplazamiento de

un punto a otro en el espacio urbano y la secuencia narrativa en

la literatura conforman itinerarios. Una primera reflexión en este

sentido, nos acerca a la frase de Borges que sugiere que aunque

los acontecimientos y el relato que los narra no se desarrollan en

un determinado orden, el lenguaje que los describe es secuencial.

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3

Hipótesis De esta observación surgió una primera hipótesis que nos

permitió establecer un rasgo común entre la ciudad y la literatura:

el recorrido, como instancia de tensión entre un punto de

origen y otro de destino, articulado sobre hitos significativos

constituye el primer mecanismo de comunicación, tanto en la

literatura como en el espacio urbano. Una segunda hipótesis,

derivada de esa anterior, nos sugiere que: la idea de recorrido

implica la existencia de un canal físico y de una sucesión de

acontecimientos; el primero provee la identidad a través de

sus formas mientras que la narración de los acontecimientos

da sentido al recorrido. Por lo tanto, el texto narrativo (en la

literatura o en el espacio urbano) contiene un mensaje cimentado

por uno o varios códigos que son transmitidos a través de un

canal (la calle que se recorre, el texto que se lee), en un contexto

determinado o código de orden superior que media la relación

entre el emisor (urbano o literario) y el receptor.

. . .

Subieron al Expreso, se sentaron juntos. La Plaza San Martín

estaba llena de gente que salía de los cines de estreno y

caminaba bajo los faroles. Una maraña de automóviles envolvía el

cuadrilátero central...3

Alberto camina por las serenas calles de Barranco, entre casonas

descoloridas de principio de siglo, separadas de la calle por

jardines profundos. Los árboles altos y frondosos, proyectan en el

pavimento sombras que parecen arañas. De vez en cuando, pasa

un tranvía atestado; la gente mira por las ventanillas con aire

aburrido 4.

3 Vargas Llosa, Mario. La ciudad y los perros. Ediciones Seix Barral: Buenos Aires, 1989. 4 Ibid. 2

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4

La ciudad Existen dos categorías de espacios en la ciudad según el

modo como la comunidad los utiliza: los ámbitos que invitan a

permanecer en ellos, es decir, las plazas, denominación que

cubre además, a los parques, plazuelas, bahías, plazoletas y los

espacios que sugieren la dinámica del recorrido: las calles, que

comprenden, entre otros, los senderos, avenidas, paseos y

aceras. Ambos están relacionados con particularidades de cada

comunidad en sus modos de participación y apropiación

psicológica del medio, ya que sus significados surgen del uso que

de ellos hace la comunidad a la vez que del manejo de la

dimensión temporal en la vida de la ciudad.

La calle y la plaza definieron el ámbito del acontecer social

a través de las más diversas actividades. Como espacios

comerciales, la calle conformó el alineamiento de negocios

especializados; la plaza, en cambio, constituyó el lugar del

mercado. Desde la óptica de los acontecimientos políticos, la

plaza es el sitio de encuentro que permite la concentración y la

calle, como ámbito de los recorridos, generó la manifestación.

Como espacios para la recreación, la calle permite el paseo, en

tanto que la plaza es el lugar para los actos y los eventos. Hay

que señalar, por último, la plaza ha sido –y es aún hoy- el ámbito

de los poderes civiles y el sitio que convoca al encuentro de la

sociedad.

Pero mucho más allá de estos aspectos referidos al

funcionamiento de la comunidad, el espacio urbano expresado a

través de recorridos (calles) y lugares (plazas) ha determinado

aspectos de la ciudad que posibilitan la orientación, la

significación y el sentido.

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5

Abajo

el puerto anhela latitudes lejanas

y la honda plaza igualadora de almas

se abre como la muerte, como el sueño5.

La literatura Por su carácter de principal espacio público y sitio de

encuentro, las plazas han tenido un gran protagonismo en la

ciudad; en sus entornos podemos leer los grandes momentos de

la historia o la multitud de relatos cotidianos que hacen a la vida

diaria; no nos extraña, entonces, la relevante significación de

plazas y parques en la literatura. La presencia de las calles, en

cambio, ha sido más silenciosa, tal vez, por la intimidad de sus

vecindarios o por la dinámica de los recorridos que en las

narraciones, muchas veces, importan más como medios para

llegar a un destino que como espacios de relación con la ciudad.

Por ese motivo, esta mirada sobre la ciudad y la literatura, intenta

descubrir la presencia de las calles y de los recorridos urbanos en

las narraciones literarias.

La literatura mostró la plaza a través de sus significados

institucionales y sociales, pero principalmente como ámbito de lo

establecido. La calle, el espacio de los recorridos, es el ámbito de la

multiplicidad y la simultaneidad, que son la esencia de la ciudad y de

la misma manera que las permanencias y estabilidades permiten

significar la ciudad, los recorridos permiten acceder a su sentido.

Así, la imagen de la ciudad y la imagen de la vida en la ciudad se

conforma a través de los itinerarios que hagamos en ella,

escogiendo arbitrariamente entre la variedad de formas y

acontecimientos que ofrece el paisaje urbano, y la lectura que

5 Borges, Jorge Luis. Fervor de Buenos Aires, “ La Plaza San Martín”. Emecé: Buenos Aires, 1999

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hagamos de los silencios o vacíos y las tensiones entre esos

fragmentos.

El Aleph: multiplicidad y

simultaneidad Por lo demás, el problema central es irresoluble: la

enumeración siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese

instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o

atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos

ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia.

Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré,

sucesivo, porque el lenguaje lo es...6

Un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen

todos los puntos. (…) Sí, el lugar donde están, sin confundirse,

todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos7. El

Aleph es, entonces, como la ciudad (¿o la ciudad es el Aleph?),

porque tanto en el mágico lugar de Borges como en la ciudad,

convergen emociones, necesidades, pasiones, sensaciones,

visiones, situaciones y caminos infinitos, donde los humanos

aunque congregados en un mismo lugar y enfocados hacia una

vida en comunidad, experimentan y recorren todos muy diversas

situaciones, creando de tal manera cada uno su propia ciudad, su

propio mapa que los oriente en la infinita multiplicidad del Aleph.

Deseos y procesos

urbanos La ciudad, como desarrollo espacial, toma forma a través

del deseo de sus habitantes, pero ése proceso es cíclico y

recíproco: la relación de los habitantes con el espacio urbano y las

relaciones entre ellos, en ese marco, mantienen vivo el deseo, a

la vez que generan nuevos anhelos, que se traducen en los

constantes cambios físicos del espacio donde habitan.

6 Borges, Jorge Luis. El Aleph, “El Aleph”. Alianza: Madrid, 1999

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7

De tal manera con el pasar del tiempo y el desarrollo

histórico de los sentimientos y de los deseos, los espacios

urbanos se trasforman. Con dichos cambios no solo la

arquitectura debe acomodarse a la nueva manera de ser vivida y

entendida, sino también el resto de las disciplinas, entre las que

se encuentra la literatura, cuya producción está fuertemente

ligada a la mutación de los espacios urbanos a través del tiempo.

Existen muchas formas de vivir la ciudad, además de la

contemplativa y analítica: la del transeúnte, la del vagabundo, la

del vendedor ambulante o simplemente, la de aquellos que

necesitan desplazarse de un sitio concreto a otro. En todo caso,

para ellos la experiencia es la de un recorrido a través del espacio

urbano, que puede transformarse y vivirse de distintas maneras a

medida que pasa el tiempo. La literatura –capaz de crear todo

cuanto desea- ha generado espacios, dentro de los cuales hay

países y desiertos, campos y bosques pero además, hay casas,

calles y ciudades, a través de las cuales realizar recorridos por

espacios físicos que pertenecen al ámbito de una creación

meramente literaria o de una recreación o representación de

espacios reales.

Mapas Vivimos en un territorio que reconocemos a través de

múltiples mapas, que como tales, dejan ver su carácter de

“representaciones” y por lo tanto su condición aleatoria, que

asumimos a través de la aceptación de determinadas

arbitrariedades que cada uno de nosotros hace para configurar su

propia “realidad”. A la ciudad, como territorio sólo podemos

acceder recorriéndola; a través de los mapas que elaboramos en

7 Ibid. 3

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8

esos recorridos entendemos su sentido y el sentido de la vida en

ella.

Cavafis Muchas veces –quizás demasiadas- nos hemos referido a

Itaca, el poema de Cavafis8: Cuando partas hacia Itaca, pide que

tu camino sea largo y rico en aventuras y conocimientos; luego

agrega: A Itaca debes el maravilloso viaje. Sin ella no habrías

emprendido el camino y concluye diciendo: Hoy que eres sabio, y

en experiencia, rico, comprendes lo que significan las Itacas.

Aunque lo hayamos citado infinidad de veces, Itaca es el ejemplo

más adecuado –y más bello- para demostrar que más importante

que el punto de destino es el recorrido que se hace para llegar a

él; porque el recorrido es la experiencia de la vida.

Recorridos Descubrimos el mundo a través de recorridos y lo

asumimos a partir de los mapas que confeccionamos en esos

recorridos, como quien recorre el cuerpo de la persona amada,

porque sólo se recorre con pasión aquello que se ama.

Introducirnos en la ciudad con la pasión con que se recorre

el cuerpo amado es la lección que nos deja la narrativa urbana,

algo que solamente puede lograrse con los medios específicos de

la literatura, porque sólo la precisión del lenguaje, la levedad de

las estructuras narrativas y su capacidad para generar imágenes,

nos permiten acceder a los innumerables acontecimientos y los

múltiples relatos que jalonan un recorrido.

Forradelas y Marchese

y el texto Es importante, entonces, señalar que el texto literario es

un recorrido en sí, ya que lo escrito no puede ser abarcado en su

totalidad por medio de una sola mirada: el texto debe ser “andado”

poco a poco, sobre cada letra, cada párrafo, cada página hasta el

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final de la historia, que contiene en su interior una serie de

andares y desandares físicos. Por otra parte, el discurso narrativo,

donde el narrador, interponiéndose entre el lector y la realidad,

cuenta una historia determinada, una sucesión de

acontecimientos concatenados (aspecto casual) en el tiempo

(aspecto temporal) desde un principio hasta un final9, posee una

estructura que es en sí un recorrido: su punto de partida,

corresponde al inicio, le sigue el desplazamiento, que es fijado por

el nudo, donde se da espacio a las pruebas, el enfrentamiento de

los sentimientos, los obstáculos, etc., para finalmente alcanzar el

objeto del deseo, el punto de llegada, el que nos motivó a realizar

el viaje: el desenlace.

Kristeva

y el texto Julia Kristeva10, haciendo referencia a aquella parte de los

textos que es de carácter cerrado, habla sobre los anillos

textuales y temáticos, que se cierran sobre sí mismos y donde el

principio es el mismo fin y viceversa. Característica que se refleja

en las novelas y cuentos. Así, muchas veces, sabemos desde el

inicio como va a terminar la historia porque hace parte del mismo

punto de partida, sin embargo, lo realmente importante, por lo

general, no es el sitio de salida o el de llegada, sino la forma de

recorrerlo y todo lo que va pasando a lo largo del itinerario.

El Medioevo Desde las novelas de caballería, en las cuales la ciudad

aún no era tema, la literatura se regocija en la estructura del

recorrido y en los acontecimientos que ocurren a lo largo de él: las

pruebas, encuentros y revelaciones que fortalecen a los

caballeros a lo largo de su camino. En El Caballero de la

8 Cavafis, Constantinos. Poemas. “Itaca”. Trad. de Ramón Irigoyen. Seix Barral: Barcelona, 1996 9 Forradelas, Joaquín y Marchese, Angelo. Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Trad.

de Joaquín Forradelas. Ariel: Barcelona, 1998 10 Kristeva, Julia. Semiótica 1, “El texto cerrado”. Trad. de José Martín Arancibia. Espiral: Madrid, 1981

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Carreta11, Lancelot parte de la corte del Rey Arturo con el objetivo

rescatar a la Reina Ginebra, pero son los encuentros que el

destino pone en su camino y la elección del sendero que toma lo

que exalta su valentía ante la reina, destino y objetivo del

recorrido. En La búsqueda del Santo Grial 12 , los caballeros

andantes se concentran más en el alarde de sus facultades y

estrategias que en encontrar el objeto mágico que motivó el viaje.

Al igual que en las novelas de caballería, en las calles de la

ciudad hay luchas, entretenimientos y revelaciones. Los

personajes de los cuentos y de las novelas se pasean sobre las

letras que ha organizado el autor, dando origen a un antes, un

ahora y un después, que marca un trayecto narrativo, del mismo

modo que los transeúntes elaboran sus mapas a partir de

algunas imágenes; y así como cada quien conforma “su” ciudad,

la historia de un cuento o una novela es diferente para cada lector

interesado en encontrar la satisfacción a sus propios intereses y

expectativas. Calles y libros, arquitectura y literatura, convergen

en muchos puntos, pero tal vez en ninguno tanto, como en los

mapas que crean de los sitios donde se encierran los deseos de

aquello que como lectores o transeúntes a través de los

fragmentos (que conforman una ciudad) y las secuencias (que

conforman una narración) anhelamos ver, oír, sentir, leer o

imaginar.

Duplicidades y

ambigüedades De lo anterior podemos concluir entonces, que ni la ciudad,

ni las novelas nos traen mensajes totalmente objetivos, unívocos,

sino que encierran un juego basado en la duplicidad y

ambigüedad; nuestra misión es apoderarnos de ellas para darles

un sentido. Al plurívoco juego del recorrer entre los libros y las

11 Troyes, Chrétien de. El Caballero de la Carreta. Trad. de Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca.

Siruela: Madrid, 2000

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ciudades, se añade un factor, que le concede un espacio aun más

libre a la interpretación: el paso del tiempo, que hace que veamos

y sintamos las cosas desde otros ángulos: así, el Aleph va

tomando forma urbana.

Con los procesos que llevaron al final de la Edad Media,

renace la vida urbana y la literatura cambia. Las ciudades se

consolidan en el texto y, aún en aquellas historias donde no se

ven claramente, se puede develar una creación que no habría

podido ser realizada si el autor no se hubiera visto fuertemente

influenciado por el modo de vida urbano. Tal es el caso de La

Divina Comedia de Dante, empapado de la vida florentina.

Modernidad

y ciudad Después del renacimiento el hombre se afianza como

dueño de su ciudad, al punto que ésta se transforma en el hábitat

necesario –imprescindible- para el desarrollo cotidiano de su

creación. Este desenfrenado gusto por la vida urbana y su

esplendor se hace más evidente en el período romántico, que

abre las puertas a la ciudad moderna. Desde entonces cada quien

tiene una ciudad dentro de sí, para existir, expresar y concebir

todo cuanto le sucede.

Gógol Nicolás Gógol (1809-1852) vivió la Ucrania del hundimiento

decembrista y la transición del reinado de Alejandro I a la tiranía

de Nicolás I, es decir, una época de represión y subdesarrollo

que a pesar de ello, consolidó una de las más notables

producciones literarias de todos los tiempos. Desde su juventud

Gógol se radicó en San Petersburgo, que había sido empezada a

construir por Pedro I en 1703, con la idea de dar a Rusia una

ventana al mundo europeo, occidental y cosmopolita, y una nueva

capital que no se adormilara entre sus antiguas costumbres, tal

12 Anónimo. La búsqueda del Santo Grial. Trad. de Carlos Alvar. Alianza: Madrid, 1999

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como había sucedido con Moscú. Petersburgo en un periodo de

más o menos una década, tuvo la apariencia de una gran ciudad

moderna: plano geométrico y rectilíneo, anchas avenidas que

partían del centro de la ciudad y muy buena iluminación, además

de un gran desarrollo económico y cultural.

La Nevski

Prospekt Gógol en sus Cuentos petersburgueses, reúne las ideas de

literatura, ciudad, recorrido, modernidad y creación de mapas a

través de la fragmentación. Nada hay mejor que la avenida

Nevski, al menos en Petersburgo. Y nada en lo que no influya,

según los propios petersburgueses. Para San Petersburgo lo es

todo. ¡Qué no resplandece en esa avenida, fulgor de nuestra

capital! Yo sé que ni uno solo de sus pálidos funcionarios y demás

habitantes la cambiaría por lo más preciado de este mundo13. La

Nevski Prospekt —una de las tres vías radiales que nacen de la

plaza del Almirantazgo, cuya torre se ve desde gran parte de la

ciudad y sirve como punto de orientación- permite a Gógol y otros

escritores de su época, evadir la Rusia conflictiva, que cerraba

sus puertas a occidente. A los habitantes de San Petersburgo les

gustaba la Nevski, y la mitificaban inagotablemente, porque abría

para ellos, en el corazón de un país subdesarrollado, la

perspectiva de todas las deslumbrantes promesas del mundo

moderno14.

Las narraciones literarias urbanas permiten al lector formar

imágenes de los acontecimientos que ocurren a lo largo de los

recorridos, pero principalmente dan la identidad de los lugares,

que son arquitectura construida con palabras. Así, Gógol nos

transmite todo cuanto ve y siente mientras observa esta calle

13Gógol, Nicolás. Cuentos petersburgueses, “La Avenida Nevski”. Trad. de Henry Luque Muñoz y Sara

González. Norma: Bogotá, 1994

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13

repleta de dinamismo y de paseo, pero también de placer, de

dolor, de comercio, de masas e individuos. Vemos la arquitectura,

pero además la gente que le otorga vida y aunque podría parecer

que en “La Avenida Nevski”, no hubiera recorrido alguno, sólo

descripción, mirando cuidadosamente el texto, podemos ver que

el recorrido, además de tener un espacio físico – la avenida- tiene

también uno temporal, ya que el cuento narra el transcurso de un

día en ese lugar. Hacer un recorrido en el tiempo, conformar un

mapa espacio- temporal es otra de las posibilidades que nos

brinda la literatura tan nítidamente como el recorrido físico en el

espacio urbano

Baudelaire Pero imaginad ahora una ciudad como París (…) imaginad esta

metrópoli del mundo (…) en que la historia se nos presenta en

cada esquina 15 . Para referirnos a la literatura de la ciudad

moderna es imprescindible mirar el París de Napoleón III y las

intervenciones de su prefecto Haussmann en la obra literaria de

Charles Baudelaire (1821-1867), que si bien no estuvo inscrito

dentro del periodo romántico, podría ser considerado uno de sus

más importantes herederos. Baudelaire representa el ápice de la

apertura a la modernidad e hizo más que nadie en el siglo XIX

porque los hombres y las mujeres de su siglo tomaran conciencia

de sí mismos como modernos16. Por medio de sus escritos pinta

la vida cotidiana de esos ciudadanos y a la vez los observa dentro

de las masas en su sensibilidad individual. No todos pueden darse

un baño de multitudes: gozar de las muchedumbres es un arte; y

solo puede darse un festín de vitalidad, a expensas del género

humano, aquel a quien un hada insufló en su cuna el gusto por el

14Marshall, Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire, “San Petersburgo: El modernismo del

subdesarrollo”. Trad. de Andrea Morales Vidal. Siglo Veintiuno: Bogotá, 1982 15 Goethe a Eckermann, 3 de mayo de 1827

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disfraz y la máscara, el odio al domicilio, y pasión por el viaje.

Multitud y soledad, términos iguales y convertibles para el poeta

activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe

estar solo en medio de una atareada muchedumbre17.

Sus personajes ya no son — y desde entonces no volverán

a serlo nunca más en la historia de la literatura- Ulises o Aquiles,

valientes héroes míticos, ni mucho menos el intrépido y noble

Sigfrido del Cantar de los Nibelungos18, pero tampoco doncellas

de la talla de Penélope, Krimilda o Julieta; todos ellos son

remplazados por las prostitutas de los bulevares modernos,

viudas deformadas por el paso del tiempo, bufones grotescos o

malos vidrieros. Tan solo éstos podrían ser los “héroes” y

“heroínas” de un mundo tan real y tan urbano como el moderno,

donde lo que se escribe remite directamente a lo que se ve.

A la montaña he subido, dichoso el corazón.

Desde allí, enteramente, puede verse la ciudad:

Purgatorio, lupanares, infierno, hospitales, prisión.

Toda la desmesura florece allí como una flor (…)

Te quiero, ¡oh infame capital! Vosotras, cortesanas,

Y vosotros, bandidos, a menudo brindáis placeres

Que el vulgo profano no sabe comprender19.

Esta es la gente que recorre la ciudad moderna, que se

diferencia notablemente de aquella intrincada ciudad medieval,

llena de estrechos callejones sucios y oscuros, donde cada cual

16 Ibid. 13, “Baudelaire: el modernismo en la calle”. 17 Baudelaire, Charles. El Spleen de París, “Las multitudes”. Trad. de José Antonio Millán. Cátedra:

Madrid, 1998 18 Anónimo. Cantar de los Nibelungos. Trad. de Emilio Lorenzo Criado. Cátedra: Madrid, 1998 19 Ibid. 16, “A manera de prólogo”.

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circulaba tan solo por donde la necesidad lo obligaba a ir, y ricos y

pobres, no se mezclaban jamás.

El París que camina el hombre de Baudelaire es la ciudad

de los bulevares que abrió Haussmann y permitieron la circulación

a todos los rincones por grandes avenidas llenas de luz, donde se

vio florecer el comercio, la diversión y la mezcla social: la ciudad

para recorrer, la ciudad del flâneur, el paseante.

La nueva construcción echó abajo cientos de edificios,

desplazó a miles de personas, destruyó barrios enteros, que

existían desde hacía siglos. Pero abrió la totalidad de la ciudad,

por primera vez en su historia, a todos su habitantes. Ahora,

finalmente, era posible desplazarse no sólo dentro de los barrios,

sino a través de ellos. Ahora, después de siglos de vivir como una

yuxtaposición de células aisladas, París se estaba convirtiendo en

un espacio físico y humano unificado20.

La copia del modelo parisino dio a otras ciudades una

nueva forma o, al menos, algún gesto –bulevar, alameda, parque-

similar a los de la capital francesa; por consiguiente, la gente de

otras partes del mundo, incluyendo a la de nuestras ciudades

latinoamericanas, experimentó otras maneras de recorrer las

calles, ahora más amplias y llenas de vida propia. Los mapas

físicos de las ciudades y también aquellos emocionales que

trazan mentalmente los transeúntes, cambiaron, a la misma

velocidad que los deseos, la temática y el recorrido narrativo de la

literatura. París de Baudelaire es un mapa de retratos urbanos

muy críticos, que pretenden instaurar al ciudadano en una

20 Ibid. 13

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conciencia moderna, de cambio; por lo tanto sus obras21 a pesar

de tener un hilo conductor argumental y narrativo, son

fragmentadas, como la percepción que se tiene a lo largo de la

calle.

La alternativa

de Cortázar París de Cortázar es diferente: es la ciudad de los

acontecimientos y los sentimientos o es incluso, la que esconde la

nostalgia de Buenos Aires. En Rayuela22 el recorrido puede ser

leído en un orden secuencial, desde el principio hasta el capítulo

46 donde se encuentra un primer final; pero también puede ser

fragmentado, si se toma la elección de recorrer el libro en forma

aparentemente desordenada; sin embargo, cualquiera que sea el

orden en que se haga el recorrido, la lectura y el sentido del texto

siempre tendrán un inicio, un nudo y un desenlace. Entre

Baudelaire y Cortázar media la transformación de la ciudad

moderna; el recorrido en el segundo es aún más fragmentario que

en el primero y está referido a instantes e imágenes. Así como él

muestra que el texto puede ser recorrido de modos arbitrarios, la

ciudad actual también y su sentido resulta de las diferentes

escogencias de hitos simbolizantes que cada uno selecciona.

Borges La ciudad de Jorge Luis Borges (1899-1986) es Buenos

Aires y de ésta selecciona lugares y momentos: la periferia que

recibe al gaucho que se arrima a la ciudad, las calles de Palermo

o algunos puntos estratégicos que se unen sobre sus recorridos.

La ciudad está en mi como un poema (...) ¿Para qué esta porfía

de clavar con dolor un claro verso de pie como una lanza sobre el

tiempo si mi calle, mi casa, desdeñosas de símbolos verbales, me

gritarán su novedad, mañana?23 — dice Borges- quien recrea la

21 No toda su obra, tan solo parte de ella, tal como El Spleen de París, Las flores del mal y El pintor de la

vida moderna. 22 Cortázar, Julio. Rayuela . Cátedra: Madrid. 1997. 23 Ibid. 4, “Vanilocuencia”.

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Buenos Aires de sus más profundos e intensos anhelos, donde

los sentimientos se confunden con los acontecimientos reales y

ficticios y con una arquitectura, que para él se presenta llena de

una carga histórica que lo remite al pasado.

Sus calles hablan, no sólo sobre la tensión entre dos

puntos que se produce durante un recorrido, sino de la tensión

emocional que en él imprimen las imágenes de las casas, las

plazas, los barrios y las calles:

Olorosa como un mate curado

la noche acerca agrestes lejanías

y despeja las calles

que acompañan mi soledad,

hechas de vago miedo y de largas líneas. (…)

Yo soy el único espectador de esta calle;

Si dejara de verla se moriría24.

Cada detalle, forma y acontecimiento que toma lugar

dentro de la ciudad de Borges, no es casual (como en el caso de

la mayoría de los recorridos de los transeúntes desprevenidos que

circulan por la ciudad), todo tiene un sentido dentro de sus

narraciones, cuyas historias remiten directamente a la pasión por

las culturas, al país que anteriormente era habitado por los

gauchos, al dolor causado por las dictaduras o a los laberintos

que ha imaginado o ha soñado.

La literatura es ficción, por lo tanto todo cuanto creó Borges

los es, no obstante, los espacios físicos de los que habla, son

reales: Buenos Aires y los laberintos de sus letras existen en el

imaginario que los libros son capaces de crear como una

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extensión de la realidad. De todos los diversos instrumentos

inventados por el hombre, el más asombrosos es el libro. Todos

los demás son extensiones de su cuerpo... Pero el libro es otra

cosa. El libro es una extensión de la memoria y la imaginación25.

Bogotá de Eugenio Díaz: tradición y

recorridos Eugenio Díaz Castro (1803-1865) publicó la mayor parte de

sus obras por entregas en los periódicos El Bien Social, El

Mosaico, El Bogotano y Biblioteca de Señoritas. Sin embargo,

después de su muerte, se publicó en forma de libro (1873) la

novela Los Aguinaldos en Chapinero, que posteriormente sería

compilado junto a otras de sus obras bajo el título Novelas y

cuadros de costumbres.

Al norte de la ciudad de Bogotá, como a una legua de

distancia, en el punto mismo donde la Sabana se deslinda con las

lomas que sirven de base a los páramos de oriente, está situada

la pequeña aldea de Chapinero.

Una capilla, rodeada de algunas casas de paja, es lo que

constituye la población. Más lejos se encuentran algunas quintas

o haciendas pequeñas sobre bellísimos prados que mantienen

ganados de todas las especies. Allí la vista de un horizonte

infinito, la grama, los arroyos, las flores y los arbustos convidan al

bogotano a disfrutar de una dicha que las ciudades nunca

ofrecen; y sobre todo, del aire libre, del cual nunca disfrutan las

ciudades algún tanto populosas.26

24 Ibid. 4 ,“Caminata” 25 Palabras de Jorge Luis Borges 26 Díaz Castro, Eugenio. Novelas y cuadros de costumbres. “Los Aguinaldos en Chapinero”. Procultura:

Bogotá, 1985.

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19

En el ámbito literario, el arte de narrar —es decir el cómo, o

la forma mediante la cual se enuncia el relato- define el entorno,

las expresiones socioculturales y económicas; es un arte que

permite humanizarnos puesto que por medio de él se fijan las

expectativas, sueños, deseos y hechos históricos de los hombres.

De esta forma, los Aguinaldos en Chapinero muestra, de manera

bastante ingenua, la estampa de esta aldea y de las gentes que la

frecuentaban a mediados de 1800. El ritmo de la narración es

lento, al igual que el de vida de los bogotanos de ese momento,

que disponían del tiempo con la tranquilidad propia de la pequeña

ciudad del altiplano. Asimismo, los recorridos eran lentos: para ir

de Bogotá a Chapinero era necesario disponer de medio día y de

un coche repleto de baúles que contenían el equipaje apenas

necesario…

La narración de Díaz Castro es pausada y así como en la

vida urbana de ese momento había tiempo para reunirse a jugar

en las plazas, celebrar los aguinaldos navideños y cumplir con las

obligaciones sociales con los vecinos de veraneo, había tiempo

también para, a lo largo del relato, detenerse constantemente en

incisivas descripciones. Por otro lado, cada “cuadro” (es decir,

cada secuencia narrativa) hace parte de un todo que a lo largo del

libro logra dar una idea bastante precisa de lo que eran las

costumbres bogotanas.

Bogotá de la segunda mitad del siglo XIX era aún una

ciudad pequeña, con un centro consolidado y algunas vías que se

extendían hacia la Sabana. Chapinero, sobre el camino que

continuaba la Calle Real, era un poblado vecino en el que las

familias de la clase media urbana reproducían, alquilando

pequeñas quintas, los rituales de paseo y veraneo que la clase

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20

alta desarrollaba en sus haciendas, situadas hacia el sur

occidente de la ciudad.

Hay varios elementos en la novela de Díaz Castro que

permiten identificar la mentalidad de aquel Bogotá, los

comportamientos y costumbres que se evidencian a través de las

anécdotas que conforman la novela, pero casi todos esos

elementos son ajenos a la idea de recorrido, a diferencia de lo que

ocurrirá en la novela moderna. La acción transcurre en un entorno

cercano, a partir de la plaza de Chapinero –actual parque de la

carrera Séptima con calle 60- y Bogotá está siempre presente,

como lugar de referencia e identidad de los personajes; pero entre

la ciudad y la aldea de los veraneantes, el recorrido desaparece.

Lejano y

Cercano Bogotá tiene presencia en uno de los relatos paralelos que

acompañan a la narración; como un paréntesis en la novela, la

historia de uno de los personajes muestra la relación entre los

diferentes estratos sociales en la ciudad: desde la madre con su

hija que alquilan los “bajos” en una casa del centro, hasta la

familia de clase alta con su rígido pensamiento tradicional y su

arbitraria moral. Este relato al interior de la novela, permite

mostrar –y criticar- un atisbo de pensamiento moderno, ligado a la

literatura —los libros- en un contexto fuertemente emocional y

romántico.

Quizás, la burguesía bogotana de mediados del 1800 no

reparaba en recorridos porque todo era cercano; su mundo se

movía entre la ciudad y la Sabana, como si la homogeneidad

climática definiera la cercanía. Más allá comenzaba la tierra

caliente: lo lejano, adonde llevaban los recorridos, de donde

venían –y regresaban- los viajeros, los representantes de un

mundo tan diverso que casi, no cabía en el pensamiento. Por eso,

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21

aunque Chapinero era una aldea separada de Bogotá, era parte

del mismo contexto emocional y cultural, el viaje hasta allí no

implicaba un recorrido, era lo cercano, lo propio de la ciudad.

Recorrido y pen- samiento moderno: José Asunción

Silva La capital transformada a golpes de pica y de millones –

como transformó el barón Haussmann a París- recibirá al

extranjero adornada con todas las flores de sus jardines (...) la

grandeza melancólica de los viejos edificios de la época colonial,

el esplendor de teatros, circos y deslumbrantes vitrinas de

almacenes: bibliotecas y librerías...27

La novela De sobremesa de José Asunción Silva (1865-

1896) fue publicada veintinueve años después de su muerte, es

decir en 1925. Si bien en ella no se habla propiamente de una

ciudad, sino de una serie de viajes realizados en Europa por el

protagonista José Fernández —a quien muchos han identificado

como el mismo Silva- se puede ver reflejada la vida y el

pensamiento de un joven de la clase alta colombiana de aquellos

años.

Entre las conversaciones que sostiene Fernández con sus

amigos en Europa —en la mayor parte de origen colombiano- se

observa el afán por insertarse en un mundo moderno y hacer

parte de una cultura cosmopolita. De ahí el interés que se devela

en cada uno de estos personajes por los objetos de lujo, las

construcciones y las costumbres europeas y orientales; por

estudiar el prerrafaelismo, los impresionistas, el simbolismo, etc.

En síntesis, el afán por copiar una serie de modelos estéticos y

culturales que pronto serían impresos en las formas colombianas,

por consiguiente en la literatura y la arquitectura de la ciudad.

27 Silva, José Asunción. De sobremesa. Áncora: Bogotá, 1993.

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22

—No, no soy poeta, dijo con aire de convicción profunda…

Eso es ridículo. ¡Poeta yo! Llamarme a mí con el mismo nombre

con el que los hombres han llamado a Esquilo, a Homero, al

Dante, a Shakespeare, a Shelley, dice Silva en boca de

Fernández; después continua hablando sobre la experiencia que

lo inspiró a escribir: Viví unos meses con la imaginación en la

gracia de Pericles, sentí la belleza noble y sana del arte heleno

con todo el entusiasmo de los veinte años y bajo esas

impresiones escribí los “Poemas paganos”; de un lluvioso otoño

pasado en el campo leyendo a Leopardi y a Antero de Quental,

salió la serie de sonetos que llamé “Las almas muertas”28

En Los aguinaldos en Chapinero, vimos que las

conversaciones que se sostienen, al igual que los paseos, son de

índole rural. Díaz Castro y todos sus personajes se encuentran

sumergidos en una ingenua fascinación por el esplendor de la

naturaleza y, la referencia más lejana a ese horizonte de

montañas que rodea Bogotá, es Ambalema, de donde se

“importaban” los cigarrillos. En De sobremesa, que es un

excelente ejemplo de lo que está sucediendo en las letras

hispanoamericanas, apenas cuarenta años después de la obra de

Díaz Castro, no sólo se encuentra que el ritmo es más acelerado

que el que era usado anteriormente, sino que las conversaciones

hacen referencia a la vida urbana de las grandes ciudades y a los

países lejanos; el horizonte físico y cultural se ha ampliado, o

quizás, la diferencia entre clases sociales definía distintos límites

en la relación entre lo cercano y lo lejano y con ello la idea de

ciudad y de “recorridos”.

28 Ibid. 26

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23

Asimismo, de esta estructura narrativa podría decirse que

por el uso de tiempos paralelos superpuestos, por una

fragmentación bastante moderna y el uso continuo de la analepsis

(que corresponde al flash-back cinematográfico), la narración en

la novela de Silva es cercana a la idea que tenemos del cine, por

lo tanto increíblemente innovadora para su época, ya que rompe

con las estructuras clásicas literarias. Este tipo de narración

coincide con el concepto de recorrido, que si bien se desarrolla en

forma lineal, las imágenes que se perciben en el desplazamiento

son fragmentos de los lugares hacia donde dirigimos la mirada.

Pese a la cercanía temporal, la forma como se presentan

las ciudades en De sobremesa y la Bogotá narrada por Díaz

Castro son mundos diferentes; tal vez, no tanto por las diferencias

edilicias, como el pensamiento que encierran y que se expresa en

particularidades de la vida diaria. Sin embargo, el afán de

emulación a las capitales europeas y en particular el modelo

parisino, incorporan nuevos espacios a la ciudad y con ello

nuevos comportamientos.

Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos

promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de

nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con

destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que

somos.29 Esta frase de Marshall Berman resume el pensamiento

de la ciudad que muestra Silva, sin embargo, el pensamiento

moderno y su expresión en los nuevos espacios urbanos entra

lentamente en la ciudad del altiplano.

29 Ibid. 13

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24

Conforme se acerca el nuevo siglo, se define la nueva

imagen de Bogotá. En los últimos decenios del siglo XIX, el

edificio de Arrubla —las Galerías- frente a la Plaza de Bolívar

constituyó un símbolo del pensamiento y la ciudad moderna; la

parquización de la plaza, la terminación de la fachada del

Capitolio y el reemplazo de las Galerías de Arrubla por el nuevo

edificio Liévano, después del incendio del primero en 1900,

conformaron el marco del principal espacio de la nueva ciudad.

Años más tarde, la canalización del río San Francisco y la

construcción del edificio de la Gobernación en la nueva Avenida

Jiménez, allí donde se cubrió el río, ampliaron el horizonte del

centro de la ciudad. La vida urbana se extendió más allá del

ámbito de la vieja plaza y con ella el concepto de recorrido como

modo de percepción de la ciudad.

La ciudad de

Soto Borda Serían las seis y media cuando empezaron a sonar las seis

en los campanarios30

En 1900, Clímaco Soto Borda escribió Diana Cazadora,

una novela que, desde su publicación en 1917, no ha tenido la

difusión que merece como representante de un momento de la

ciudad y de su narrativa. En el prólogo a la edición de 1988,

Conrado Zuluaga señala que, según los comentaristas de

siempre, un amor frustrado dejó al autor a la deriva entre una

incesante y caótica producción literaria y un culto público a la

bebida.31

Sin embargo, más allá del ambiente de tabernas y

burdeles, Soto Borda retrató en Diana Cazadora los personajes y

la atmósfera de la ciudad que cautelosamente entraba a la

30 Soto Borda, Clímaco. Diana Cazadora. Villegas Editores: Bogotá, 1988. 31 Ibid. 29

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25

modernidad. En un momento, dos personajes hablan de

Fernando, el protagonista de la novela, que había regresado de

París poco tiempo antes, y dicen de él: un mes de Bogotá lo tenía

bogotanizado de nuevo, hecho a la vida Bogotana con todos sus

defectos, con todas las ventajas, con sus placeres fugitivos y su

monotonía de ciudad sin oxígeno. Una frase muy elocuente, que

evidencia y sintetiza el abismo entre la ciudad de Eugenio Díaz

Castro y las ciudades de Silva.

Osorio Lizara- zo y la ciudad

moderna El día del odio32, la novela de Osorio Lizarazo se desarrolla

en torno al 9 de abril de 1948 y en ella, el suceso histórico es

narrado a través del relato acerca de la vida de los personajes,

cuyo protagonismo concurre al acontecimiento de esa fecha. Es

una novela dura, áspera, como lo es la vida de los oprimidos en

ese esquema de clases y esta evidencia es, precisamente, el

signo de modernidad de Bogotá, El único fantasma, señala

Marshall Berman, que realmente recorre la clase dominante

moderna y pone en peligro al mundo que ha creado a su imagen

es aquello que las élites tradicionales (y, ya que estamos, las

masas tradicionales) siempre han anhelado: una sólida y

prolongada estabilidad33.

Bogotá de Soto Borda es notablemente más grande y se

relaciona con un entorno mucho más amplio; la referencia a la

plaza de mercado de Barrios Unidos –a donde lleva mercadería la

madre de la protagonista- muestra que la ciudad, en su

crecimiento, fue mucho más allá de Chapinero, la aldea “cercana”

en la novela de Díaz Castro. Por otra parte, los personajes

provienen de lugares distantes, viajan en ferrocarril y mezclan

rasgos de su mundo campesino con la vida en la ciudad.

32 Osorio Lizarazo, José Antonio. El día del odio. Carlos Valencia editores: Bogotá, 1979. 32 Ibid. 13

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26

El concepto de recorrido está presente en toda la novela en

forma de desplazamientos urbanos y los acontecimientos —

incluyendo la explosión social del 9 de abril- ocurren sobre esos

recorridos; finalmente, la novela urbana bogotana trasladó la

acción a la calle, al movimiento, salió de los interiores y se integró

a la dinámica de la ciudad moderna.

Clemente Airó y la ciudad

moderna Entre el barullo se deslizan los negocios, grandes y amplios

negocios. Por eso, Armando ya no quiere la esclavitud del campo

(...) Los proyectos de ensanche citadino muerden sin compasión

los verdes campos aledaños. Con un billete de lotería se compra

el porvenir. Hay titulares en los periódicos y noticias que viajan

como mareas (...)34 Esta imagen de Bogotá que relata Vicente,

uno de los protagonistas de La ciudad y el viento, la novela que

Clemente Airó escribió a finales de la década de 1950, se acerca

asombrosamente a la idea de inestabilidad que Berman señala

como eje de la Modernidad en el pensamiento de Marx –y que dio

título a su ensayo: Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo

sagrado es profano, y los hombres, al fin se ven forzados a

considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus

relaciones recíprocas.

Porque después del 9 de abril, la modernidad de Bogotá se

hace presente en la reconstrucción y en la redistribución de la

población que comienza a abandonar el centro en función de los

nuevos barrios, cada día más alejados. Esos comentarios de

Clemente Airó, en boca de sus protagonistas, resultarían

imposibles en las ciudades de Díaz Castro, Silva o Soto Borda,

34 Airó, Clemente. La ciudad y el viento . Ediciones Espiral Colombia: Bogotá, 1961

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27

aunque sí los reconocemos en las ciudades de Gógol o

Baudelaire: Pero las calles modernas, nuevas y anchas,

contrastan cortando a capricho la vieja ciudad. Bellas vitrinas,

grandes letreros y soberbios edificios35.

Antonio

Caballero El periodista, caricaturista y escritor Antonio Caballero

(1945) presenta, en su novela Sin remedio, un cuadro de la

sociedad bogotana de inicios de la década de 1980. A lo largo de

todo el relato hace uso de un leitmotiv: huye, que solo el que huye

escapa36, que concuerda con el tono, el tema y el título del libro,

en el cual se muestra una Bogotá inmensa y desordenada, que

parece no tener ninguna relación con la tranquila ciudad que

mostraron Eugenio Díaz y Soto Borda.

En la novela se devela el crecimiento exorbitante de Bogotá

en la segunda mitad del siglo XX, mientras Caballero hace

deambular a sus personajes desde la Macarena hacia los

prostíbulos del sur o por la Séptima a los barrios del norte donde

vive la clase alta y por Chapinero, donde converge la mezcla de

todas las clases. Acá no solo marca el croquis de la gran ciudad,

sino que denuncia los vicios, el agobio y la alienación que produce

en sus habitantes. El recorrido es azaroso y contrarreloj, poco

contemplativo, ya que la gente —acostumbrada a realizar largos

recorridos día tras día- va sumergida en su afán. Esto demuestra

que efectivamente el ritmo de la vida, si comparamos con la que

se plasma en las novelas anteriores es mucho más acelerado.

Dicha velocidad se siente además en el recorrido urbano, en las

nuevas formas que se imprimen en la arquitectura y en la manera

como el escritor concibe la narración.

35 Ibid. 33. 36 Caballero, Antonio. Sin remedio. Seix Barral: Bogotá, 1996

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28

¿Qué es aquello? ¿Esas moles en punta coronadas de un

fleco de eucaliptos? Son los cerros. De izquierda a derecha, de

norte a sur, La Moya, Piedra Ballena, el Loro, Monserrate, con el

milagroso santuario de Nuestro Señor del mismo nombre, y el

boquerón por donde sopla el viento de los páramos de Cruz Verde

y La Viga; y después Guadalupe, también con su santuario, pero

este de Nuestra Señora y menos milagroso37.

La estructura de la novela, si bien es clásica, ya que se

desarrolla en forma lineal, tiene como pretexto la creación de un

poema a Bogotá —la literatura dentro de la literatura, en un

momento en el que, se comenzaba a hablar de “ciudades dentro

de la ciudad”- por parte del personaje principal, Ignacio Escobar,

un bogotano que ha decido negar su origen burgués en la

rebeldía del alcohol, las drogas y la participación en actividades

de la guerrilla. Entonces mientras compone el poema, muestra

una ciudad real, no una Bogotá anónima y ficticia, sino esta

Bogotá que todos queremos y de la cual también nos quejamos;

ciudad de todos y a la vez de nadie, donde a pesar del

descontento y de la manera fragmentaria, arbitraria, como cada

quien la recorre, se encuentra el mapa de nuestros más profundos

recuerdos, pensamientos y anhelos.

Bogotá, Julio 31 de 2001

37 Ibid. 35.