Ciro, El Sol de Persia - Guy Rachet

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Guy Rachet

LA CARAVANAPRIMERA VELADASEGUNDA VELADATERCERA VELADACUARTA VELADAQUINTA VELADASEXTA VELADASÉPTIMA VELADAOCTAVA VELADANOVENA VELADADÉCIMA VELADA

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UNDÉCIMA VELADADUODÉCIMA VELADADECIMOTERCERAVELADADECIMOCUARTAVELADADECIMOQUINTAVELADADECIMOSEXTAVELADADECIMOSÉPTIMAVELADADECIMOCTAVAVELADADECIMONOVENA

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VELADAVIGÉSIMA VELADAVIGÉSIMO PRIMERAVELADAVIGÉSIMO SEGUNDAVELADAVIGÉSIMO TERCERAVELADAVIGÉSIMO CUARTAVELADAVIGÉSIMO QUINTAVELADAVIGÉSIMO SEXTAVELADAVIGÉSIMO SÉPTIMA

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VELADAVIGÉSIMO OCTAVAVELADANOTAS

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Guy Rachet

Ciro, El Sol De Persia

Una caravana recorre lasfabulosas ciudades del imperio persahace casi veinticinco siglos. A travésde las historias que un narradorcuenta a los viajeros al anochecer,después de cada etapa, seguimos lashuellas de Ciro, el Sol de Persia, porlas abigarradas calles deSamarcanda y por las inmensas

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estepas de Oriente; revivimos así lavida y las aventuras de este gran jefeguerrero, fundador del primer granimperio universal: un seductorpersonaje cuyo nacimiento pertenecea lo legendario y cuya dramáticamuerte le sobrevino luchando contralos que antaño habían sido suscamaradas.

Guy Rachet es autor de varioslibros de divulgación histórica, entreellos un “Dictionnaire de lacivilization grecque escrito encolaboración, y “La tragédie

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grecque”. Origine, histoire,développement. Su interés por lascivilizaciones grecorromana y persale ha llevado a profundizar en elconocimiento de algunos temas ypersonajes históricos, como el queprotagoniza esta extraordinarianovela, en la que nos hace compartirel destino de Ciro, el granconquistador.

Para Jasón,esta historia del más

grande de los conquistadores

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y del más generoso de losreyes.

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LA CARAVANA

Al verle caminar a lo largo delPactolo, los lidios reconocieron porsu aspecto que se trataba de unextranjero llegado de lejos, de esasmontañas próximas a la India, deesas estepas en el corazón de Asia,que atraviesan ríos inmensos cuyocaudal discurre apaciblemente haciamares misteriosos. Lleva el peinadode los hombres de Bactriana, que semete hacia dentro en la nuca y cae en

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pequeños bucles sobre la frente. Labarba, peinada sencillamente yrecortada en punta, está unida albigote y le cubre la parte inferior delrostro, cuyas mejillas están curtidaspor el sol. Tiene la nariz fina y rectade los hombres de su raza, y los ojosalargados hacia las sienes. De susorejas descubiertas cuelgan anillosde oro. Lleva sujeto de la brida uncaballo de cuello bajo y cuerpoalargado, a cuyo lomo ha sujetadounos sacos de cuero que constituyentodo su equipaje.

Se ha detenido en la plaza

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central, un amplio terraplénaccidentado que divide el cursoestrecho y encajonado del Pactolo.La plaza está cercada por casasesparcidas de ladrillo crudo,blanqueadas con cal, y con tejadosde terrazas de cañizo. Más allá delas casas bajas que dominan losfrontones de estilo griego de lostemplos, el extranjero puede ver lacima dentada de la colina que sirvede acrópolis y donde reside elsátrapa con su corte y la guarniciónpersa. Pero su mirada no se detieneen esas alturas. Se dirige hacia todo

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cuanto le rodea, curiosa ante elespectáculo que ofrecen estos lidiosataviados con ropas ligeras y llenasde bordados, y cuyos cabelloscuidadosamente rizados cubren conturbantes cínicos de tejidos de vivoscolores. Adornan sus brazos ypiernas con pesadas joyas de oroextraído de las aguas del Pactolo,que brilla bajo el sol primaveral, yse calzan con finos botines de piel,teñidos de púrpura, lo que acentúaaún más la frivolidad de su atavío.

«Los persas son muy hábiles—se dijo-, pues han conseguido

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transformar en mujeres a este pueblo,que en otros tiempos diera arquerostan hábiles y guerreros tanvigorosos.»

Da algunos pasos, hasta el tallerabierto de un orfebre. Este últimoestá sentado delante de una mesa queha colocado afuera, a la sombra deun castaño, y con la ayuda de unpunzón y de un tas cincela unbrazalete de oro. El extranjero lemira durante un instante cómotrabaja, y luego el orfebre levanta lacabeza, le examina entornando losojos, y le pregunta finalmente en

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arameo, que es la lengua utilizadauniversalmente en el inmensoimperio de los persas aqueménidas:

—Extranjero, ¿deseas adquiriralguna joya? Sin duda sabes quenosotros, los lidios, nos hemosconvertido en los mejores orfebresdel mundo.

—No sabría qué hacer con unajoya preciosa —respondió él-, perome gusta verte modelar así el metal,ver cómo se transforma bajo tushábiles dedos.

El orfebre ha reanudado sutrabajo bajo la mirada del viajero.

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Una mujer se ha acercado. Comienzapor dirigir algunas palabras alartesano en su lengua, y luego sevuelve hacia el hombre y le dice, enarameo:

—Extranjero, sé bienvenido aSardes, la voluptuosa. ¿Acabas dellegar aquí?

—He llegado hoy, pero ya heestado antes en vuestra ciudad envarias ocasiones, y conozco bienvuestras costumbres.

—Dime cuál es tu nombre y dequé país vienes.

—Mi nombre es Bagadates, y

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vengo de la lejana Bactriana. Bactriala de los ricos vergeles es mi patria,una patria muy querida de micorazón, pero que abandoné hace yamuchos años para recorrer el mundo.

—Si comprendo tus palabras—replica la mujer-, estás, pues,desprovisto de esposa o deconcubina.

—Un hombre como yo no puedeocuparse de una mujer.

—Sin embargo, es la ocupaciónmás agradable... A menos que noseas como esos jonios que prefierenlos bellos adolescentes a las

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muchachas de cuerpo flexible.—Yo no soy un jonio —declara

sencillamente.—En ese caso puedo conducirte

a los jardines de la diosa Cibeles.Por una pieza acuñada con la figurade un arquero podrás disfrutar todala noche de una adolescente muybella que ayer era todavía virgen.Porque sabes que, entre nosotros, lasmuchachas se entregan de estamanera a los extranjeros de pasopara reunir una dote, que les permitaa continuación encontrar un esposoque les convenga. Porque ninguna

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muchacha puede esperar casarse sino dispone de un montón de oro.

Bagadates saca de una bolsa decuero, plana y ligera, una de esaspiezas de oro grabadas con la figurade un hombre que tensa un arco, yque el rey Darío fue el primero enacuñar para que sirviera de monedamarco en todo el imperio, hace deeso más de un siglo.

—¿Es este arquero barbudo elque quieres a cambio de las cariciasde esa muchacha que a lo mejor es tuhija? —pregunta él.

La mujer extiende la mano para

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cogerla, pero él cierra los dedossobre la moneda y dice con unasonrisa:

—Es la única que me queda.—Razón de más para gastarla

agradablemente —replica la mujer-.Corres el riesgo de perderla o de quete la roben. Mi hija es hermosa, no tearrepentirás, y es fresca como lasfuentes que brotan en el Tmolo dondenace el Pactolo. Como este río cuyocaudal discurre mezclado con polvode oro, mi hija esconde secretostesoros que valen mucho más que unmiserable dárico.

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—Veré a tu hija más tarde.¿Pero supongo que conoces bien tuciudad puesto que eres de aquí?

—He nacido aquí, y mi padre yel padre de mi padre eran de Lidia.Uno de mis antepasados sirvióincluso bajo el rey Creso, quien fueel último en reinar en este país, y hadejado el recuerdo de ser el príncipemás generoso y más opulento deAsia.

—Entonces debes poderdecirme si hay alguna caravana quesalga pronto de aquí para dirigirse aSusa por la ruta real.

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—Puedo decirte que hay enefecto una que debe partir mañanamismo. Y sepas que conozco al jefe.

—Llévame entonces hasta él.—¿Quién me dice que a

continuación no despreciarás a mihija y prefieras quedarte con elarquero del dárico?

Él le coge la mano y deposita enella la pesada moneda.

—Tómala, pero no intentesengañarme luego.

—Los lidios son voluptuosos,muy libertinos, pero no ladrones—asegura la mujer.

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El extranjero la sigue por lascalles tortuosas de la ciudad, hasta elpie de la acrópolis. Allí se levantanlos recintos de caravanas y losdepósitos adonde afluyen lasmercancías del mundo entero, y deallí sale la ruta real que une Sardes,capital de la más occidental de lassatrapías asiáticas del imperio, conSusa, a las puertas de Persia, dondereside el Gran Rey Artajerjes, eltercero de este nombre desde quetres años antes ciñera el cidaris, lacorona de los reyes de los persas.

En las plazas de tierra batida

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que hay delante de los edificios deladrillo se levantan las tiendas de loscaravanistas y de los nómadas, quehan venido a vender su ganado. Loscaballos se mezclan con los asnos ylas mulas, mientras que los camellostumbados desdeñosamente, erguidala cabeza y con la mandíbula enmovimiento, dirigen una miradafatigada a ese mundo de humanos quevan y vienen, parlotean y gesticulanen medio del ladrido de los perros yde los rebuznos de los asnos.

Bagadates sigue a la lidia poreste laberinto animado, hasta una

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gran tienda negra con los lienzosrecogidos, lo que permite ver lasalfombras que cubren el suelopolvoriento. A la entrada, en unaalfombra, se encuentra un hombresentado al estilo árabe y vestido conuna túnica amplia y abigarrada. En suturbante alto y cónico, Bagadatesreconoce a un sirio.

La mujer le saluda y le dice,siempre en arameo, que es en primerlugar, la lengua que se habla en Siria:

—Razon, te traigo a un viajeroque viene de Bactria y que deseapartir contigo mañana para Susa.

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El sirio levanta la mirada haciaBagadates y luego responde, despuésde haberle saludado:

—Si puede pagar, esbienvenido.

—Acabo de dar a esta mujer miúltimo dárico para que me condujerahasta ti y luego hasta su hija, alobjeto de que yo ayude a esta últimaa reunir su dote y alimentar a sufuturo marido, responde el bactrinocon una sonrisa.

—¿Cuál puede ser entonces tuutilidad en mi caravana? —lepregunta Razon sin inmutarse.

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—No conozco la lengua de loslidios, sé hablar la de los jonios, y lade los babilonios, y también la de losmedos y la de los persas, la de losescitas de Asia, la de los corasmiosy la de los sogdianos.

—¿Y de qué me serviría eso?—Te serviré de intérprete y

podré llevarte las cuentas, ya queconozco todas las escrituras.

—Eso está mejor, pero no essuficiente.

—También sé manejar el arco yla lanza.

—Eso no es de gran utilidad.

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Estamos escoltados por una pequeñatropa de arqueros a caballo, bajo elmando de un oficial persa.

—¿Cómo se llama ese persa?—Aspadates.—Creo conocerle y, si en efecto

se trata de él, sé que se enfadaríamucho si niegas a un esclavo fiel delGran Rey un pasaje en tu caravana.

—Que se enfade me importapoco. Porque no será él quien mereembolse el coste de tualimentación.

—Todavía no te he dicho que,sobre todo, sé contar historias. Al

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anochecer de cada etapa, podríaencantarte a ti y a tus compañeroscon mis cuentos. Puesto que lasnoches son largas y que no hayninguna distracción para los hombrescansados después de una jornada demarcha a pleno sol, mis palabrasdestilan miel y hacen olvidar lafatiga del cuerpo con elencantamiento del espíritu.

—¿Sabes cuántas paradas haydesde aquí hasta Susa?

—Hay ciento once. No es laprimera vez que recorro esta ruta.

—Nosotros sólo tardaremos

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noventa días, pues nos saltaremos lasparadas cuando estén demasiadopróximas entre sí. ¿De manera queconoces un número suficiente dehistorias como para mantenernosentretenidos a lo largo de tantasveladas?

—Durante todas las noches ytodos los días de este viaje, aunquefuéramos hasta Bactria o la lejanaSamarcanda.

—En estas condiciones —dijoel sirio, cuyo rostro se habíailuminado-, ven aquí al terminar lanoche. Salimos poco después del

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amanecer. Pero atención, sí no erescapaz de cumplir tu promesa, si tuspalabras en vez de encantarnos sólodestilan aburrimiento, entonces teexpulso de la caravana y te lasarreglas para llegar a Susa por tuspropios medios.

—Extranjero —dijo entonces lalidia-, verdaderamente eres amadopor Cibeles. Ella ha querido que yote encuentre y te haga conocer aRazon, quien va a llevarte hasta laciudad del Gran Rey. Y ahora voy aconducirte yo hasta los brazos de unamuchacha encantadora, apenas núbil,

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que te hará pasar la más agradable delas noches mientras esperas elmomento de abandonar la acogedoraSardes.

—Mujer, has de saber que ladiosa que me ama no es la frigiaCibeles, es la irania Anahita, quevosotros y los griegos llamáisAnaitis, la misma que el Gran Rey enpersona acaba de recibiroficialmente en sus palacios al ladode Ahura Mazda y de Mitra, aquienes nosotros los arios adoramosdesde que crearan el cielo con latierra y los demás astros. Ahora,

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condúceme hasta tu hija.La noche no había cedido

todavía el sitio al día cuandoBagadates, que no había tenido niocasión ni deseo de encontrar elsueño, se presenta ante la tienda deRazon.

Los esclavos del sirio estánocupados en desmontarla, mientrasque otros amarran a los lomos de lasbestias los equipajes y lasmercancías.

Al ver que Bagadates seaproxima, Razon se apresura a salir asu encuentro, le saluda a la manera

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de los persas llevándose la mano a laboca y le dice en un tono respetuoso:

—Bagadates, sé bienvenido. Hehablado de ti ayer tarde a Aspadates.Se trata, en efecto, del oficial que teconoce y me ha contado cosas muybuenas sobre ti. Según parece, fuisterecibido magníficamente en la cortedel Gran Rey Darío el segundo, eldivino padre de nuestro Gran Rey, yque te otorgó todos sus favores. Hadicho que sabes contar de maravillala historia del Gran Ciro, de esehombre divino que fundó el imperiode los aqueménidas, y también la de

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Darío, que es el antepasado denuestros reyes actuales.

—Eso es lo que me ha valido elfavor del rey —reconocemodestamente Bagadates-. Y tambiénes para cantar las proezas de Ciroante el nuevo rey, ese Arsakesprimogénito y heredero del últimoGran Rey, por lo que me dirijo aSusa.

—Llegarás a Susa, sano y salvoy en buena salud. Te lo puedoasegurar, palabra de Razon... Yespero que ante el Gran Rey hablarása favor del miserable Razon. ¡Me

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gustaría tanto obtener el monopoliodel comercio de la pimienta y de lasespecias de la India para lassatrapías del oeste, Jonia y Lidia,Misia y Cilicia, Capadocia yArmenia!

—Si de mí depende, obtendráslo que deseas —asegura Bagadates-.Hablaré al Gran Rey a favor tuyo.

Razon da de nuevo las graciascuando se acerca un hombre que lessaluda. Lleva una túnica jónica,cubre sus hombros con un mantocorto, y su cabellera oscura yondulada con un sombrero de fieltro

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de alas anchas que sujeta sobre lacabeza con una lazada bajo labarbilla. Bagadates, que hareconocido en él a un griego deJonia, le saluda en su lengua. Al oírhablar en griego, el rostro del reciénllegado, que ha saludado en la lenguade los persas, se ilumina con unagran sonrisa:

—Yo también te saludo—responde en griego-. ¿Acaso eresde la sonriente Jonia que hablasnuestra lengua?

—Yo soy de un país áspero, conllanuras y montañas grandiosas, que

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se encuentra al lado opuesto de Jonia—replica Bagadates-. Pero he vividomucho tiempo entre los jonios y entrelos griegos de Europa.

—Os dejo conversar entrevosotros —interviene Razon-. Deboocuparme de nuestra partida.

Cuando se ha alejado,Bagadates dice su nombre, y elgriego le hace saber:

—Mi nombre es Ctesias y mipatria es la ciudad de Cnido, la delos dos puertos. Soy médico. Ocurrióque, arrastrado en una revuelta acombatir a los persas, fui capturado,

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pero mis talentos como médicohicieron que fuera llamado a la cortedel Gran Rey Darío II, el padre deArtajerjes. Allí estuve durante unadecena de años cuidando de lafamilia real. A la muerte del rey,obtuve la autorización para regresara mi patria, pero he aquí que elnuevo rey me reclama, pues necesitamis servicios. Aprovecho lacaravana de Razon para regresar aSusa.

—Viajaremos, pues, juntos.Conozco bien tu patria, donde amé auna sacerdotisa del templo de

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Afrodita. He conservado un recuerdomuy dulce de esa ciudad que serecuesta sobre un mar de violeta.

—Hablas como lo haría uncnidito. Me sentiré feliz al viajar entu compañía.

Terminan de hablar de estamanera cuando un hombre, que sehabía acercado a ellos, les saluda yafirma:

—Creo que viajaré en vuestracompañía. Razon acaba deasegurarme que os dirigís al lado delGran Rey, a Susa.

—Razon no te ha engañado

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—responde Ctesias-. Yo soy elmédico del Gran Rey.

—Y yo soy su narrador—afirma por su parte Bagadates conuna ligera sonrisa-. Yo soy lo que losgriegos llaman en su lengua unrapsoda, porque suelo acompañarmetambién de una cítara para cantarpoemas a la gloria de los dioses o delos reyes.

—Mi gloria es mucho másmodesta —responde el reciénllegado-. Mi nombre es Gaumata, yMedia es mi patria. Os abandonaréantes de Susa para subir las

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montañas hasta Ecbatana. Meconformo con criar caballos, ya queen Media tenemos hermosospastizales y yo tengo el honor deproveer de caballos a la guardia delGran Rey, a esos que llaman losInmortales. He venido a Lidia paraadquirir caballos de este país. Llevoconmigo hermosos sementales ytambién yeguas de Tracia que sonfogosas y vivaces. Quiero cruzarlascon mis caballos sagarditas que sonmás robustos pero menos rápidos.

—Admiro tus conocimientos dehipología —dice Bagadates-. ¿Qué

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piensas de mi caballo?—Ya me he fijado en él. Es un

hermoso animal. Por su cuello ancho,su cabeza fuerte, y sus patas más bienrobustas, yo diría que es un caballosogdiano.

—Has juzgado correctamente.Ha nacido en las estepas herbosasque se extienden entre el Oxus y elYaxarte, hacia la ciudad que nosotrosllamamos Afrasiyab, pero que enOccidente llaman Samarcanda. Esallí donde lo compré cuando no eramás que un potro fogoso.

—Un día iré allí para adquirir

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caballos de Corasmia y de Sogdiana—afirma el medo.

Un esclavo rubio, vestido tansólo con un taparrabo, se dirige haciaellos, y después de inclinarse lescomunica que su amo Razon lesruega se unan a la caravana, pues lastrompetas están a punto de anunciarel momento de la salida. Ctesias semonta sobre un mulo, mientras queGaumata lo hace a lomos de uno desus sementales lidios. Bagadates secontenta con caminar al lado de sumontura. Al frente de la caravana acuya cabeza está el sirio, se

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encuentra con el oficial persaAspadates. Ambos se llevan la manoderecha a la boca para saludarse, yluego se manifiestan recíprocamentela alegría que les produce el volver averse. Entonces Razon les presenta aotro viajero distinguido que sedirige, a su vez, a Babilonia. Sunombre es Naburian, y se ha hechomerecedor de una gran reputacióncomo astrónomo y astrólogo alconfeccionar una tabla lunar dondeha previsto con gran precisión laslunaciones y los eclipses.

La caravana se estira a lo largo

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de la ruta. Los viajeros van encabeza y se entretienen hablando demil cosas, bien en arameo, bien en lalengua persa que todos hablancorrectamente.

Les siguen los camellos y losmulos cargados con pesados fardosde los productos comprados enLidia. Las patas de tantas bestias ylos pies de tantos esclavos que lasconducen levantan nubes de polvo alo largo del camino. Bagadates se dala vuelta, y dirige una mirada a esecuadro: la visión de la acrópolis quese difumina en la lejanía y la cola de

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la caravana que se pierde en un cieloirreal de arena que el propio diosAhura Mazda hubiera podido crear.

La caravana ha pasado cercadel lago Gygues, dominado por lastumbas de los antiguos reyes deLidia; se trata de acúmulos cónicosde tierra que dan la impresión depequeñas montañas, y quetestimonian el antiguo esplendor delos mermnadas. Desde ahí, la ruta sebifurca para dirigirse hacia el este yPessinonte, ciudad santa de la diosafrigia Cibeles.

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PRIMERA VELADA

LA RUTA DE ECBATANA

Después de una larga jornada demarcha, cuando el campamento haquedado instalado cerca de losedificios de la posta, cuando cadauno ha recibido su ración, cuando lasbestias comienzan a dormitar bajo elojo vigilante de los esclavos, los

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viajeros se apresuran a reunirsealrededor de las grandes fogatas, lasmismas donde se han asado lascarnes y que ahora desprenden uncalor acogedor en la frescura de lanoche que cae lentamente de lasestrellas. Cada uno se ha traído sualfombra para sentarse frente aBagadates, cuyo rostro, que se hatornado grave, refleja las llamasbailarinas del fuego. Cerca de él sehan sentado Ctesias, el médico deCnido, y Aspadates, el oficial persa.Enfrente se han instalado Gaumata elmedo, Naburian el babilonio, y

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Oseas de Judea. Este último, cuyafamilia está instalada en Babiloniadesde que los judíos de Jerusalénfueron deportados porNabucodonosor, se ha convertido enuno de los agentes principales de lagran firma bancaria de los Murashou,instalada a su vez en la antiguaciudad sumeria de Nippur; enviado aSardes para establecer allí unasucursal, regresa a Babiloniadespués de haber realizado sumisión. Ha declarado que él tambiénquiere escuchar la historia de eseCiro, el gran conquistador, ya que

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entre la gente de su pueblo goza degran estima; pues, ¿no es quien liberóa los hijos de Judá y de Israel delyugo de los babilonios? Razon es elúltimo en llegar a ocupar un sitio enel circulo, acompañado por el caldeoSimbar, quien se dedica al tráfico delincienso cultivado en el fabulosopaís de Saba, al fondo de losdesiertos misteriosos de Arabia. Elsilencio cae sobre los reunidos. Nose oye más que el crepitar de lamadera devorada por el fuego y, a lolejos, los rumores del campamento yel balido de un camello.

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Después de un momento derecogimiento, Bagadates comienza ahablar con una voz grave yligeramente cantarina, como si enefecto entonase una melopea.

«En ese lejano día de estío,hace de eso mucho tiempo,muchísimo tiempo, antes de quenacieran nuestros padres y los padresde nuestros padres, el sol abrasadorflameaba en lo alto del cielo pálido,como si fuera una hoja de fuego. A lolargo de un camino rocoso, queserpenteaba los campos donde los

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trigos dorados ondulaban lentamentebajo la brisa que llegaba desde lasmontañas, caminaba una largacaravana. Al frente marchaba unapequeña tropa de jinetes. Ibanarmados con arcos y lanzas yllevaban el vestido largo de loslidios, ribeteado de franjas y cerradoen el costado derecho. Les seguíanhombres de a pie, mercenariosgriegos provistos a su vez de corazasde bronce y cascos con penacho, yarmados con escudos de escotadura,lanzas y espadas de hoja ancha. Estosmercenarios rodeaban una litera

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enganchada a cuatro mulos a la queseguían una docena de mujeres alomos de mulas. A continuaciónvenían tres hombres, montado cadauno de ellos sobre un mulo; estabanvestidos con el amplio manto jónicode largos pliegues. Un centenar deasnos y de mulas porteaban el tren deequipajes, y una nutrida tropa dejinetes formaba la retaguardia de estecortejo principesco. Porque, enefecto, era una princesa la queviajaba en la litera, en compañía deuna mujer de edad madura, sunodriza. Esta princesa se llamaba

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Aryenis; era la hija de Alyatte, el reyde Lidia.

»En aquel tiempo, Lidia era unreino independiente. Sus dos últimosreyes, Sadyatte y Alyatte, lo habíanconvertido en un Estado poderosoque se extendía por la mitad de laamplia península. El protectoradoque habían impuesto a las ciudadesgriegas de la costa egea, y laextensión del imperio hacia el este,hasta Halys, pusieron a los lidios encontacto con los griegos de Jonia aloeste y con los medos al este. Porquelos medos también eran

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independientes. Habían expulsado desus montañas a los bárbaros escitas yhabían destruido el poderoso imperiode los asirios. Su rey, Ciaxares,había conquistado a continuaciónnumerosas tierras hacia el poniente,hasta Capadocia. Durante variosaños, los medos habían guerreadocontra los lidios; pero, a pesar de susuperioridad numérica, nunca habíanconseguido extenderse más allá delHalys, incapaces de vencer a losrápidos jinetes lidios que apoyabanlos pesados hoplitas griegos alservicio de Alyatte. Y he aquí que un

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día en el que los dos ejércitosenemigos se enfrentaban una vez más,el sol se oscureció lentamente,devorado por la luna, sembrando elterror divino entre los combatientes.Un dios manifestaba su cólera conesta señal: los dos reyes, Alyatte yCiaxares, se retiraron cada uno a sucapital respectiva después de haberdecidido firmar la paz; el curso delHalys marcaría la frontera entre losdos imperios. Y, a fin de sellar esapaz, se había convenido que el hijode Ciaxares, Astyage, contraeríamatrimonio con la hija del lidio.

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»Habían transcurrido quincemeses desde la firma de dichotratado. Astyage había sucedido en eltrono a Ciaxares, quien acababa demorir. Había sido necesario quepasara todo ese tiempo para que lajoven prometida estuviera en edad dedejar a su familia, y para quepreparase su ajuar. Pues, aunquefuera hija de rey, y como hacían lasmujeres de los griegos y de lospueblos vecinos, había tejido ellamisma sus vestidos y había bordadosus propias telas con la ayuda de sussirvientes.

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En el momento en el que hemossorprendido a la caravanaprincipesca, hacía cuatro meses quehabía salido de Sardes. La rutaatravesaba llanuras sin fin ymontañas cuyas cimas rozaban elcielo; estas regiones estaban bajo elcontrol de los medos, pero en todaspartes pesaba la amenaza sorda deesas tribus saqueadoras que encualquier momento podían descenderde las pendientes rocosas delCáucaso, los urarteos y los armenios.La caravana llega finalmente a lagran llanura de Ecbatana, la capital

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del imperio medo, en ese día de lacanícula estival.

»Alyatte había confiado elmando de la escolta a un oficial devalía, pero había delegado laembajada no en un lidio, sino en ungriego de Jonia. Era oriundo deMileto, una de las ciudadescomerciales más opulentas de esacosta, y también la de los ciudadanosmás emprendedores puesto que hanfundado un número importante defactorías, particularmente alrededordel Ponto Euxino, ese marseptentrional por cuyas orillas

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nomadean las belicosas tribusescitas. Es él, el jonio, quien fustigaa su mula por delante de los otrosdos griegos que le acompañan; unode ellos, Polyas, hacia las veces deintérprete, pues hablaba igual de bienel dialecto jónico, que era su lenguamaterna, como el lidio y el medo.

»El embajador extraordinariodel rey de Lidia estaba consideradocomo uno de los hombres másnotables de su tiempo. De buenaestatura, delgado y enjuto, tenía elrostro curtido por los vientos del mary del desierto, ya que había viajado

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durante mucho tiempo por Egipto ypor toda la península de Anatolia.Había aprendido de los sacerdotes yde los sabios de los países visitadoslas leyes de la tierra y del cielo, lasmatemáticas y la astronomía. Losjonios y los milesios todavía leelogian como a uno de los mayoressabios de todos los tiempos. Lepedían consejo tanto para la políticacomo para el comercio. Porque eratan vasta su ciencia, y su inteligenciatan penetrante, que había demostradoque era capaz de hacerse rico consólo estas cualidades. Habiendo

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previsto que la cosecha de aceitunasde un año seria particularmenteabundante, había comprado todas lasprensas de la región, de manera quehabía tenido el monopolio de laventa del aceite. Su nombre eraTales.

»A medida que avanzaba lacaravana, los hombres y las mujeresque cosechaban en los campos con laayuda de hoces, se precipitabanhacia la carretera para ver pasar elcortejo: sabían que era el de laprometida de su rey y se postraban asu paso.

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»En el horizonte que temblabaen la cálida luz apareció Ecbatana alcobijo de montañas elevadas, elpoderoso macizo del Orontes, comosi fuera una joya en un estuche deoro. Pronto se precisaron loscontornos de la ciudad, que sedespliega por la llanura, y quedomina la fortaleza real. Lashabitaciones de ladrillo crudo,descolorido por el paso del tiempo ypor las intemperies, constituyenmasas oscuras de las que surgenalgunos árboles, el sauce, el avellanoy el plátano oriental. Pero lo que

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atrae sobre todo la mirada son lasimponentes fortificaciones de laciudadela que domina desde un altola ciudad. Esta ciudadela estáprotegida por siete recintoscoronados de almenas y reforzadospor múltiples torres cuadradas que sedesparraman por las murallas. Losrecintos están escalonados, demanera que las torres y las almenasde cada uno de dichos recintosparecen dominar el anterior, elevarseaún más. Y, para realzar con mayorfuerza esta impresión, las almenas decada uno de los recintos están

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pintadas con colores diferentes:blanco para el recinto exterior, negropara las almenas del segundo,púrpura para las del tercero; un azulluminoso señala la cuarta muralla, unrojo flameante adorna las almenasdel quinto; el color plata estáreservado para el sexto recinto, y elúltimo, el que encierra únicamente elpalacio real, brilla con todo elesplendor del color oro. Tales sevolvió entonces hacia Polyas y ledijo:

»—En verdad es un espectáculoasombroso el de estas almenas

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abigarradas que se erizan en el cielo.Tú, amigo mío, que has estudiadocon los babilonios y que has habitadoya en la corte del rey de los medos,quizá sepas tú por qué el fundador deesta ciudad ha impuesto a sussucesores el cuidado de conservarlos colores de todas estas piedras, loque sin duda exige un trabajopermanente de mantenimiento.

»Polyas se llevó la mano a losojos a modo de visera para poderescrutar mejor el horizonte, y al cabode un rato respondió:

»—Los medos aseguran que

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cuando Dejoces, el primero de susjefes que se hizo reconocer el títulode rey y antepasado del actualsoberano, mandó edificar estaciudadela hace ahora más de unsiglo, pidió consejo a los adivinosbabilonios. Debes saber que losbabilonios pretenden que los lugaresde la tierra encuentren su reflejo enlos elementos celestes. Así, afirmanque la constelación que nosotrosllamamos la Osa Mayor representa laciudad mesopotámica de Nippur, yque el templo de Marduk enBabilonia es la imagen del cuadrado

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de Pegaso. Por lo mismo, Dejocesquiso que su ciudad fuera larepresentación de las estrellasmóviles que nosotros llamamosplanetas. Marduk, que es el mismoque nuestro Zeus, es el astro blanco;es el dios supremo de los babilonios,y por ello encierra a todo el resto deluniverso como el primer recintocontiene a los otros seis. El negro esel color de Saturno, cuyo nombresignifica en babilonio el que dura, elque es eterno como el tiempo. Elpúrpura es el color del planetaMarte, que nosotros llamamos Ares;

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para los babilonios es el astro rojo, ylo han asimilado a Nergal, el dios delos mundos infernales. NuestraVenus, estrella de Afrodita, es ladiosa Ishtar, y el azul es su color,mientras que el naranja simboliza aNabú, similar a nuestro Hermes; esel dios de la escritura y de losletrados, y los babilonios consideranque es el primero de los bibbou,término con el que designan a losplanetas. Por último, la plata es elsímbolo de la Luna que es el diosSin, y el oro es Samas, el sol dejusticia.»

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Al escuchar las explicacionesque el narrador pone en boca delgriego, Naburian mueve la cabeza enseñal de satisfacción. Bagadates leha mirado antes de continuar.

«Entonces Tales se sorprendióde lo que le decía Polyas a propósitode Dejotes como fundador deEcbatana.

»—Sin embargo, yo he oídodecir —continuó diciendo-, que fueesa gran reina conquistadora,Semíramis, quien colocó loscimientos de la ciudad y quien le dio

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el nombre de Amadana. A ella se ledeben incluso las fuentes queadornan esta ciudad. ¿No se dice quepara ello aceptó, gracias a uningenioso canal, el agua de un río quebrotaba de un gran lago situado en elcorazón del monte Orontes? ¿No sele atribuye a ella la construcción devarios edificios y de un palaciomagnífico?

»Pero el hábil Polyas lerespondió lo siguiente:

»—No hay ningunacontradicción en ello, ya que yo creoque este Dejoces sólo construyó la

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ciudadela. Un emplazamiento tal eneste gran valle fértil, al pie de estamontaña rica en pastos y en cursos deagua, en la encrucijada de rutas queconducen desde las ricas comarcasdel sur del Zagros hasta las regionesdel norte y del levante de dondellegan tantos productos importantes,es difícil que haya sido descuidadodurante mucho tiempo por loshombres cuando empezaron aagruparse en ciudades. No sólo meparece que Ecbatana data de tiempode Semíramis, sino incluso de antes.

»Se callaron al ver que se

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levantaba sobre la ruta, a la salida dela ciudad, una nube de polvo queenvolvía en su velo irisado a ungrupo de jinetes.

»—Ya era hora de que el reyAstyage delegase una guardia dehonor para recibir a su prometida—observó Tales.

»Seguido de Polyas, hostigó asu mula para ponerse a la cabeza delséquito, cerca del oficial quecomandaba la tropa lidia. Pronto, elcomandante de los jinetes medos,ataviado con el turbante redondo, conla barba y la cabellera rizadas con

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hierros, pantalón amplio y carcajplano atado a la cadera izquierda, separó ante los lidios y les saludó en sulengua. Polyas le contestó en nombrede sus compañeros y se dispusieron aseguir a los medos para llegar hastael palacio real. La ciudad baja estabaabierta, pero después las puertascuadradas, fortificadas y protegidascon torres, que se abrían en lafachada de cada muralla, estabancustodiadas por destacamentos dejinetes y de arqueros. Así cruzaronlas siete puertas, cada una de lascuales estaba unida a la otra por una

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calle larga y rectilínea bordeada decasas y de monumentos públicos. Laúltima daba acceso al palaciopropiamente dicho. Se trataba de unconjunto gigantesco de patios, depórticos columnados y de ampliassalas con suelo de mármol y techo demadera, protegido por tejadosinclinados de tejas de arcilla. Elpalanquín se había detenido; Aryenisdescendió ayudada por sussirvientas. Llevaba un largo vestidolidio completamente bordado quecaía sobre los pies en finos plisados;escondía su cabellera y su rostro en

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un amplio velo, de manera que loúnico que se le veía eran sus ojosnegros. El comandante de la guardialidia la tomó de la mano y encabezócon ella la marcha por delante deTales y Polyas. Un chambelán loscondujo hacia la sala del trono dondeles aguardaba el rey.

»La sala era tan grande que elhábil arquitecto había tenido quemultiplicar las columnas de piedrade fuste liso, coronadas por capitelesde volutas, para sostener el techo.Una alfombra cubría la distanciaentre la puerta y los peldaños del

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trono, y a ambos lados se alineabanlos guardias medos que mantenían lalanza recta delante de ellos. Astyageestaba sentado en un trono conrespaldo, cuyas patas imitaban lasdel león, y cubierto por un gruesocojín adornado a su vez con franjas yflecos en las cuatro esquinas. El reyllevaba un amplio vestido plisado,con mangas anchas, y sostenía en lamano izquierda una flor de loto y enla derecha un largo bastón talladoque apoyaba en el suelo. Sus pies,calzados con finas botas doradas,reposaban en un taburete cubierto de

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púrpura. Delante del trono seencontraban dos pequeños altarescilíndricos parecidos a las columnastorneadas donde ardían fuegosperpetuos. Detrás del asiento estabanvarios dignatarios y guardiasportadores de lanzas.

»Una vez les hubo anunciado elchambelán, los visitantes avanzaronhasta el pie del trono al que seaccedía mediante dos escalones depórfido, y luego, siguiendo lacostumbre de los medos, Polyas sellevó la mano derecha a la boca altiempo que inclinaba ligeramente el

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torso, pues así se adoraba al rey delos medos como luego se haría con elGran Rey de los persas. Elcomandante lidio y Tales le imitaron,y entonces Polyas esperó a que el reyinterrogase para presentarle a suprometida, quien, a su vez, seinclinó. Entonces Astyage se levantó,se acercó a la princesa y le desató elvelo para descubrir su rostro deluminosa tez. Ella bajó púdicamentelos párpados mientras que el reyalababa su belleza, y decía:

»—Tu padre Alyatte es dichoso,y en ti me hace entrega de una prenda

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de eterna amistad: ya queresplandeces como la perla que seoculta en el corazón de la ostranacarada, en el fondo del mar de lasIndias; tus ojos tienen el destellooscuro de los carbúnculos de Etiopíaque arden con un fuego concentrado;y en tu rostro se mezclanarmoniosamente la blancura del liriode Egipto y el tinte de las rosas delpaís de los persas.

»Después de pronunciar estaspalabras, subió de nuevo a su tronomientras que Polyas se las traducía aAryenis, cuyo rostro se arreboló. Por

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mediación de su portavoz, el reyordenó que la princesa fueraconducida a sus apartamentos juntocon las mujeres de su séquito. Pidióentonces noticias de su hermano, elrey de Lidia, y luego dejó que Talesle presentara todos los tesoros queenviaba Alyatte a su futuro yerno, enconcepto de dote de la princesa.

»Cuando concluyeron lasceremonias oficiales, el rey pasó asus apartamentos privados y pidió aTales y a Polyas que leacompañaran. Una vez allí, les invitóa sentarse en sendos taburetes

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mientras que él mismo se instalabaen un alto sitial. Había convocado alos sacerdotes del fuego propios delos medos, y a los que éstos llamanmagos en su lengua.

»Entonces se dirigió al sabio deMileto:

»—Tales —le dijo-, la fama detu ciencia ha llegado hasta nosotros ysé que has sido capaz de predecir esadesaparición del día que tuvo lugarel último año cuando los ejércitos demi padre y los del rey de Lidia seenfrentaron una vez más.

»—Señor —le respondió

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Tales-, los griegos le llamamos a esoun eclipse. Se trata de un fenómenonatural provocado por el paso de laLuna entre la Tierra y el Sol.

»Mientras, el rey Astyage lemiraba moviendo la cabeza.Escuchaba con atención la traducciónque le proporcionaba Polyas de laspalabras de Tales. Al final de lasmismas, su rostro mostrabapreocupación, y exclamósorprendido:

»—¿Pretendes decirme que losplanetas no son dioses como afirmanlos babilonios, y que se mueven no

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por voluntad de las divinidades, sinopor movimientos naturales? Eso esuna gran locura ya que, ¿cómopodrían moverse si no los animaraalguna divinidad?

»—Es posible que haya diosesque mueven los planetas como hay undios que rige el conjunto deluniverso —replicó Tales-. Pero losplanetas en sí mismos son cuerpossólidos, como la Tierra. Y cuando uncuerpo sólido pasa por los rayos delSol, proyecta una sombra. Y estasombra se extiende por toda la faz dela Tierra cuando se produce un

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eclipse del Sol.»Astyage permaneció un

momento meditativo antes de hablarde nuevo:

»—Tales, el más sabio de loshombres, desearía conocer tu opiniónsobre un sueño que he tenido hace yaalgunos meses y que me causa graninquietud.

»Tales le miró y respondió:»—Hay sueños enviados por

los dioses que nos anuncian fortunaso desgracias futuras, pero hay otrosque no son más que invenciones denuestra imaginación que continúa

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trabajando mientras dormimos.»—El sueño del que yo hablo

ha sido enviado por un dios—replicó el rey-; mis magos, aquienes he consultado a propósitodel mismo, me lo han asegurado.Quizá sepas que de la primera mujercon la que contraje matrimoniocuando no era más que el príncipeheredero, tuve una hija. Mandana essu nombre: nació hace ahora catorceaños, y desde hace dos ya es núbil.Pues bien, una noche del inviernoúltimo, mientras yo dormía, vi que seponía en cuclillas a orinar. Y de su

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vientre brotaba tanto líquido queinundaba toda mi capital y seextendía luego por Asia entera. ¿Quédices tú de un sueño tan extraño?

»Tales reflexioné un instante yluego anunció con firmeza:

»—Señor, si este sueño te lo haenviado un dios, significa que delseno de tu hija saldrá un hombre queno sólo te destronará, sino queademás conquistará toda Asia.

»—Eso es lo que me hanasegurado los magos —le confirmóAstyage-. Y tú, ¿qué me aconsejasentonces que haga con mi hija?

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»Tales le miró y dijo:»—Rey, ¿no sabes que no se

puede ir contra la voluntad de losdioses? ¿No sabes que nuestrodestino está trazado en el cielo y quenada puede cambiarlo, y en cualquiercaso, desde luego no la voluntadajena?

»Así habló el griego.»—Podría ordenar que matasen

a mi hija, o incluso que la encerrasenen una torre hasta el fin de sus días—sugirió el rey.

»Tales quiso entonces defendera la muchacha y dijo:

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»—¿Sería ésa una actitud dignade un gran rey? ¿El temor teempujaría a mostrarte hasta ese puntocruel con la carne de tu carne?Piensa que sólo se trata de un sueñoy que podemos interpretarlo mal. Porun sueño, por un error de juicio, ¿teatreverías a condenar a tu hija quemerece vivir y conocer la felicidadentre los brazos de un esposo?

»Al oír estas palabras, el rey seregocijó y respondió:

»—Tales, me alegra escuchar tujuicio ya que rezuma sabiduría. Peroentonces, dime ¿qué debo hacer?

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»Tales no se apuró antesemejante pregunta, y contestó:

»—La sabiduría ordena quedejes que los acontecimientos sedesenvuelvan de acuerdo con lavoluntad de los dioses. Cásala, yaque una joven no debe quedarse sinesposo, y déjala que viva comohubieras hecho de no haber tenidoese desgraciado sueño.

»—Escucha lo que quiero hacer—le dijo entonces el rey-. No la voya casar con un noble medo, pues élno tardaría en querer igualarse a mí,y su hijo tendría desde su nacimiento

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un poderío susceptible de derribar elmío. Tampoco la entregaré a un reypoderoso, ni al rey de Egipto,Apries, ni tampoco a eseNabucodonosor que ha sometido ya asu rudo yugo a los reyes de lasciudades de Fenicia, al de las deJudea, y a los de los árabes y deDamas. Para él seria un pretextodemasiado bueno para reivindicar micorona.

»—Muestras así gran sabiduría—aseguró Tales-. Pero tampocopuedes darla a un simple particular, auno de tus súbditos oscuros, ya que

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debe conservar su rango real.»Se trataba de otro sabio

consejo, al que el rey respondió:»—Eso es lo que he pensado yo

también. Por ello he decidido casarlacon uno de mis vasallos, con elreyezuelo de esas tribus de Persia.Posee algunos bienes, su autoridadreal es más que endeble, y me hacellegar todos los años su tributo enforma de ganado. Tiene costumbresagradables y desciende de unaantigua familia, aunque me parezcaque es de condición inferior a la deun medo noble. De esa manera, mi

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hija llevará el título de reina, pero nocorreré el riesgo de que su esposome cause molestias.

»Tales le recordó entonces queno era el marido, sino el hijo de suhija quien suponía una amenaza parasu corona. Y Astyage le respondió:

»—No lo olvido. Por ello, si sequeda encinta, quiero que venga adar a luz a mi palacio para poderdecidir sobre el destino de su hijo.

»—Rey —declaró entoncesTales-, es un asunto tuyo decidir ensemejantes circunstancias, pero teruego que evites ser cruel, sobre todo

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con tu propia sangre; ya que ese niñono será otra cosa que tu nieto. Y silos dioses quisieran que no tuvierasun hijo varón de tu nueva esposa,sería él entonces el heredero legítimode tu trono. Y a lo mejor eso es loque significa tu sueño.

»—Mis magos se han mostradofirmes —aseguró el rey-. Este sueñono indica una sucesión legítima, sinouna usurpación de mi trono; tú mismolo has reconocido igualmente. Eso eslo que representa la inundación deEcbatana por el torrente que saldrádel vientre de mi hija. Asimismo, yo

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veré la forma más conveniente deactuación para dominar ese torrente ydesviar de mí la cólera divina.

»Así habló el rey de losmedos.»

Bagadates ha levantado lamirada hacia el cielo y luego se hacallado. Entonces interviene Ctesias:

—Bagadates, amigo mío—dice-, si he comprendido bien¿pretendes que el Ciro que va a nacerde Mandana sería, pues, el nieto delrey de los medos?

—Eso es lo que se cuenta.—Por mi parte, también he oído

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decir que en realidad no existíaningún vínculo con ese rey, y que élmismo no le reconocía comoantepasado suyo. Se dice que dichoparentesco es un cuento inventadopor los medos para dar sangre de supueblo a ese rey de quien se haasegurado incluso que no tenía ni unagota de sangre real persa, de ese clande los aqueménidas que ha dado ladinastía establecida por Darío en eltrono.

—¡Eso no son más que mentiraspara rebajar a los medos! —ProtestaGaumata.

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—Que nuestro Ciro no tuvierasangre meda —declara a su vezAspadates- es muy posible, pero yosostengo que ha sido uno de los reyeslegítimos de la familia de losaqueménidas y que era sin duda hijode Cambises, rey de Anzán y de lospersas, como él mismo dejó dicho enuna inscripción real.

—De todo esto sólo sabemos loque cada cual quiere creer —afirmaBagadates en tono sentencioso-. Pormi parte, tengo la impresión de queen las venas de Ciro se mezclabanlas sangres reales de los medos y de

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los persas.Es tarde; las fogatas se han

consumido lentamente, ya no son másque brasas. La luz lunar alumbra lascimas de las montañas que serecortan en el cielo oscuro. Para noromper la magia del cuento o paraprolongar la historia como un sueño,todos los viajeros se retiran sin hacerruido, suavemente.

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SEGUNDA VELADA

EL NIÑO PREDESTINADO

Durante todo el día, los viajeroshan esperado la llegada de la noche,impacientes como niños porrecuperar la atmósfera apacible de lavíspera y la continuación de lahistoria. No obstante, Bagadates seha tomado el tiempo que le ha hecho

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falta antes de reanudar el hilo de surelato. Una vez instalado en sualfombra, se decide por fin a narrar.Y dice:

«El palacio real de Ecbatana sehabía sumido en el silencio, en esesilencio que antecede una esperainquieta. Nadie se atrevía a levantarla voz, nadie se atrevía tampoco apresentarse ante el rey. Astyageestaba postrado en un sillón, con aireausente, absorto en sus pensamientos,desgarrado en su interior por ladecisión que se iba a ver obligado atomar.

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»Habían transcurrido cerca decuatro años desde que Talesestuviera en Ecbatana con laembajada que conducía a la hija deAlyatte. Astyage se había casado conella en medio de unos esponsalesmagníficos, pero ella no le habíadado ningún hijo. Tales habíaregresado a Mileto, y Mandana sehabía casado a su vez con esemediocre soberano del clan de losaqueménidas, Cambises. Reinabaeste último sobre un estado débil ypequeño, pero que había conocidodurante un tiempo su hora de gloria,

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antes de que las distintas tribus arias,los medos y los persas, seenfrentaran en las cimas del Zagros;dicho reino llevaba el nombre de sucapital, una ciudad de montaña cuyoorigen se pierde en la noche de lostiempos: Anzán. El reino se extendíapor regiones montañosas al sudestedel Elam y al noroeste del Parsa.Este último, al que los persas handado su nombre, era el dominio deltío de Cambises; pero Ciaxares habíadepuesto a este rey integrando supequeño estado al imperio medo. Locierto es que antes de que hubiera

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transcurrido un año del matrimoniode su hija. Astyage había tenido denuevo un sueño inquietante: habíavisto salir del vientre de su hija unaviña cuyas ramas se habían extendidolentamente por toda Asia. Habíaordenado de inmediato que acudieranlos magos de la corte, los que lehabían puesto en guardia contra elniño que había de nacer de la unióndel persa y de Mandana. Habíaenviado entonces una fuerte escolta ala residencia de su hija en Anzánpara que la trajeran de vuelta alpalacio de Ecbatana. Mandana se

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había visto obligada a ceder a lasórdenes de su padre, contra suvoluntad. Su esposo, el humildeCambises, se había visto a su vezobligado a dejar que se alejarallevándose la prenda de su amor.Pero el temor no estaba en sucorazón, pues ignoraban lasinquietudes de Astyage.

»Nada más llegar Mandana alpalacio de Ecbatana, Astyage larodeó de numerosas sirvientas, perotambién de guardias de confianzapara que no intentara escaparse unavez llegado el parto. Pero por qué

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hubiera pensado en escapar, ya queen modo alguno podía suponer que supadre alimentase pensamientoscriminales a propósito de su propionieto.

»De modo que, ese día, seaguardaba el nacimiento en cualquiermomento y eran muchos los quetemían que si la reina alumbraba unniño varón, éste estabairremisiblemente condenado. SóloMandana lo ignoraba, pues nadiehabía tenido el valor de hacerlesaber los temores del rey y de sudecisión. Creía que su padre le había

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mandado venir de Anzán para recibiren su palacio al que quizá estuvieradestinado a sucederle en el trono.

»Y Astyage aguardaba mientrasse reafirmaba en su voluntad desuprimir a un ser que un diosenemigo parecía querer suspendersobre su cabeza como una amenaza.Mandana vivía retirada en losapartamentos de las mujeres, demanera que el rey no había oídoningún grito, ni el del recién nacido,ni el de las mujeres que lo recibieroncon exclamación de júbilo por partede las que ignoraban el destino que

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le reservaba su abuelo, y conlamentaciones por parte de las quesabían que apenas tendría tiempo dever la luz del día.

»No obstante, le llevaron al reyel niño después de asearlo y vestirloregiamente, como corresponde aldescendiente de un soberano. Lanodriza encargada de alimentarlo desu pecho se lo presentó a Astyage,quien levantó la cabeza. Contemplóal niño largo rato. Se quitó del cuelloun pectoral, que era una placa fina deoro hábilmente cincelada por losmejores orfebres de la ciudad

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representando una escena de cazareal. Colocó el pectoral sobre elpecho del niño, como un ajuar paraacompañarle al otro mundo, ydepositó encima un magnifico puñalcon mango de marfil, enfundado enun estuche de oro cincelado. Acontinuación tomó al niño de manosde la nodriza, a quien despidió. Peroinmediatamente después, mandóllamar a su más fiel servidor, unhombre de alto linaje, emparentadocon el propio rey, confidente detodos sus pensamientos, y a quienhabía hecho su intendente. Se

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llamaba Harpage. Este último sepresentó ante el rey y se llevó losdedos a los labios, y luego comenzóa felicitarle, como si él fuera elpadre, al tiempo que disimulaba lainquietud que le invadía, ya quesospechaba los proyectos de su realseñor.

»—Harpage —le respondió elrey suspirando-, mejor seria que tecompadecieras de mí que no que mefelicitaras. Si te he mandado venir hasido para poner en tus manos ungrave asunto. Líbrate de traicionarmey de perderte a ti mismo eligiendo a

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otro. He aquí el niño que Mandanaacaba de traer al mundo.

»Al ver al recién nacido condichos adornos, Harpage sintiótemor, ya que comenzaba a sospecharlo que el rey le iba a exigir. Noobstante, Astyage le dirigió unamirada escrutadora, y Harpage se vioobligado a tranquilizar a su señor:

»—Mi rey —le dijo-, ¿algunavez has sospechado, del hombre queahora te habla, algo parecido a laingratitud?

»—Espero que será siempreigual —replicó el rey-, quien

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continuó diciendo:»—Toma este niño, llévatelo a

tu casa y haz que perezca. Meimporta poco de qué manera, pero noquiero volver a verlo delante de mí.

»Harpage se inclinó y declaró,al tiempo que recibía el niño demanos del rey:

»—Si te place que sea así, mideber es obedecerte. Este niño novolverá a aparecer jamás ante tuvista.

»Mientras hablaba, no pudocontener las lágrimas y se llevó conél a su casa al recién nacido

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adornado para la muerte. Al ver a suesposo cargado con el preciosofardo, la mujer de Harpage seenterneció y le escuchó el relato delas palabras del rey.

»—Y ahora —le dijo tomandoentre sus brazos al niño, sacudidopor el llanto, pues tenía hambre-,¿cuál es tu pensamiento? ¿Qué ideatienes hacer? ¿Vas a ensuciarte conla muerte de un recién nacido?Porque es muy cómodo para el reydesembarazarse de semejantemolestia dejando que laresponsabilidad recaiga sobre un fiel

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servidor.»Estas palabras inflamaron de

cólera a Harpage contra el rey, aquien debía dar muestras deobediencia pasiva. Pero, en suintimidad, su corazón se rebeló yhabló a su mujer en los términossiguientes:

»—No, lo que Astyage me haordenado hacer no lo haré jamás,aunque con ello aumente su cólera yaunque ésta recaiga sobre mí. No, nome haré cómplice de su locura,llevando mi sentido de la obedienciaal extremo de asesinar a un niño

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inocente. No lo mataré, en primerlugar porque por encima de nosotrosestá ese gran dios Ahura Mazda quevería con horror semejante crimen; yyo no le mataré porque hace ya tresaños que el rey se ha casado conAryenis y no ha conseguido poner ensu seno un heredero para el trono. Sipor ventura muriese y su hija lesucediera, esa misma hija cuyo hijoquiere hoy que yo haga perecer, ¿enqué situación de peligro mecolocaría esto? Y, además, seriajusto por su parte ordenar a su vezque me mataran por haber cometido

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semejante fechoría. No obstante, ypara mi propia seguridad, esindispensable que el niñodesaparezca y que el rey crea queestá muerto.

»Así habló. Comenzó pormandar llamar a una nodriza para quediera el pecho al niño, y aguardó aldía siguiente para llevárselo ensecreto fuera de su vasta residencia.Se montó en un caballo rápido que lollevó al galope hacia una región delas montañas plagada de fieras, ydonde practicaban el nomadeo losmardos, tribu de raza irania, que

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vivían de sus rebaños y delbandidaje.

»Su idea era confiar el niño aestos hombres que no amaban másque la guerra y las grandescabalgadas. Pero su caballo sefatigó, y antes de haber podidoencontrar a dichos nómadas tuvo quehacer un alto. Harpage tenía en esaregión grandes posesiones ypastizales donde criaba caballossagrados. Una de estas posesiones laadministraba un siervo llamadoMitradates. Fue en casa de estesiervo donde se paró para pasar allí

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la noche. Mitradates recibió a su amocon deferencia y su esposa una medallamada Spaco, lo que significa laperra, se apresuró a prepararle unacomida. Esta Spaco había perdidorecientemente una criatura, muertapoco después de su nacimiento. Paradesprenderse de su abundante leche,daba de mamar a sus cabritos.Mientras que Harpage comía,alimentó con su leche al niño, por elque sintió ternura. Spaco, como lamayoría de las mujeres, hacia buenuso de su lengua, incluso más de lonormal, de manera que se atrevió a

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preguntar a su amo de dónde venía elinfante y por qué lo transportaba élmismo a caballo. Harpage comenzópor amenazar con la muerte a sussiervos si desvelaban lo que les iba aconfiar. Cuando juraron callar por eldios Mitra, les puso en conocimientodel nacimiento del niño, y les hablóde su intención de confiarlo a losmardos o, en caso de noencontrarlos, a una de las otras tribusmedas todavía nómadas: sagardos,drópicos o daenos.

»—Señor —dijo entoncesSpaco-, los mardos se han marchado

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al norte donde hay pastos, y las otrastribus se encuentran a varios días decamino de aquí. Regresa a tu casa ycomunica al rey que el niño estámuerto, que ha sido abandonado a lasbestias salvajes que viven en estasmontañas. Y permite que yo mequede con este niño. Acabo deperder al mío, y de esto nadie sabenada. Yo reemplazaré al mío con éstey todo el mundo del país, lospastores, los vigilantes de caballos, ylas gentes de las aldeas vecinas,creerán que es nuestro hijo, ya quetodos saben que yo estaba encinta y

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que estaba a punto de traer un hijo almundo. Por ello, nadie podráasombrarse al vernos con este niño;todos podrán jurar que es el que hellevado durante nueve meses, porquetodos han podido ver con claridadque tenía el vientre hinchado, y unamujer vino para ayudarnos en elparto.

»Harpage se dejó convencercon facilidad; de esta manera sabríadónde se encontraba el hijo deMandana y siempre podría llevárseloa su lado en el caso de que ella seconvirtiera en reina de los medos.

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Por otro lado, esa solución le evitabasalir en busca de los mardos, quienesa lo mejor le recibían mal, ya que noles gustaba la gente de la ciudad ymenos aún los súbditos del reyAstyage, cuyos soldados lesperseguían cuando habían cometidoalgún acto de bandidaje. Quisoentregar al matrimonio de siervosuna cantidad de oro pararecompensarles por su acto, peroSpaco la rechazó diciendo:

»—Señor, ¿qué haríamos coneste oro? Aquí vivimos de la leche ydel queso de los rebaños que

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cuidamos para ti. Tenemos verdurasen el jardín que mi esposo cultiva, ytú nos permites sacrificar animalespara tener carne. El salario que nosenvías nos permite, por último,subvenir a todas las demásnecesidades. Si repentinamentetuviéramos oro y llevásemos otraclase de vida, las personas que nosfrecuentan podrían sorprenderse delcambio, y conozco a quien nodescansaría hasta dar con el origendel oro que pudiéramos tener. Lo queseria peligroso para ti, para nosotrosy para el niño.

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»Harpage cedió ante estasrazones y admiró la prudencia de lamujer. Spaco había acostado alrecién nacido después de haberlepuesto pañales limpios. Cuando sequedó dormido, preguntó a Harpage:

»—Señor, dinos, ¿qué nombredaremos al niño?

»Harpage la miró y lerespondió:

»—Yo sé que la princesaMandana quería que recibiera elnombre del padre de su padre. Ciroera su nombre y significa "sol" en lalengua de los persas.

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»—Es el nombre que ledaremos —afirmó Spaco.

»Harpage pasó la noche en elmodesto hogar de Mitradates. A laprimera hora del día siguienteregresó a la ciudad. Nada más llegara Ecbatana, encontró en su casa a unemisario del rey, quien le convocabaa la corte. Se dirigió allí sin demora,después de haber confiado la verdada su esposa. Pero al rey que leinterrogaba le dijo que se habíallevado al niño, lejos a las montañascubiertas de bosques, hacia lafrontera de los sáspiros. Bestias

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feroces, lobos, jabalíes y perrossalvajes, habitan esas zonassolitarias y frías; de acuerdo con elrelato de Harpage, el niño habríaquedado abandonado a la voracidadde las fieras, y era casi seguro que aesas horas hubiera servido ya depresa a alguno de esos vagabundoshambrientos.

»Pero el rey se inquietó y lepreguntó:

»—Pero cómo, ¿no le hasmatado tú mismo?

»—Rey —respondió Harpage-,yo no podía ensuciar mi espada con

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esa sangre. Pero te juro, por Mitra,que lo he abandonado al lado de unaperra, quien de inmediato se lo hallevado a su cubil, pues sin duda loha encontrado de su agrado.

»Al expresarse en estostérminos no juraba en vano, pues eracierto que había dado el niño a unamujer que se llamaba perra. Entoncesel rey se sumió en oscurasmeditaciones, al tiempo que sentíaalivio en el corazón pues pensabaque su trono ya no estaba amenazado.Y como si los dioses quisieranbendecirle con nuevos favores, al

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año siguiente Aryenis le comunicóque estaba encinta y que le daría unhijo, sin duda un heredero para sutrono.»

Bagadates se ha callado. Todosesperan que hable de nuevo, peropermanece silencioso.

—Por mi parte —intervieneentonces el persa Aspadates-, heoído decir que el boyero, eseMitradates que recogió al niño, eraun siervo del propio rey, y queHarpage le había ordenado quematara al pequeño Ciro. Al parecer

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fue su esposa Spaco, que acababa dealumbrar a un niño muerto, quienhabría sugerido a Mitradotes elcambio. Y fue el niño muerto, nacidode los siervos, el que entregaron aHarpage como prueba de que sehabían ejecutado sus órdenes.

—Yo también he oído contaresa versión de la historia —reconoceBagadates-, pero me pareceimprobable. Me resulta difícil creerque Harpage se negara a matar alniño para no cargar con esaresponsabilidad ante Mandana,pensando que podría disculparse si

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era otro quien ejecutaba la infametarea; sólo podría salvarseconservando al niño con vida. Porotra parte, aunque mucha genteasegura que todos los recién nacidosse parecen, yo no puedo admitir queHarpage se dejara embaucar cuandole llevaran el cadáver de otro niño, yque pudiera confundirlo con el que élmismo había tenido en sus brazosdurante un rato largo.

Todos abundan con el narradory reconocen que su versión de lahistoria es la que parece másplausible:

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—¿Nos vas a contar ahora cómocreció el joven Ciro en esa familiamiserable? —pregunta entoncesGaumata.

Pero Bagadates se limita asonreír y permanece en silencio.

—Por lo menos —le imploraRazon-, cuéntanos lo que dijoMandana al comprobar que su padreno le devolvía al niño.

—Se cuenta —dice Bagadates-,que Astyage no se atrevió a confesara su hija que había ordenado matar alniño. Se limitó a decirle que,temiendo que un día viniera para

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reivindicar el trono, había confiadoal pequeño Ciro a unos campesinospara que lo criasen en las montañas,sin desvelarle quiénes eran suspadres. Al inventarse esta historia,Astyage ignoraba que decía laverdad. En vano suplicó Mandana asu padre que le revelase el nombredel campesino a quien habíaconfiado el niño, y el lugar dondehabitaba. Astyage se negó adecírselo, pretextando que no queríaque ella intentara recuperarlo,cuando en realidad le hubieraresultado difícil satisfacer su

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curiosidad no obstante ser legítima.De manera que Mandana regresó aAnzán con el corazón dolorido contrasu padre. En cuanto a Cambises, suesposo, era un hombre débil que nose atrevía a enfrentarse a su suegro.Se apresuró a consolar a su mujer y aasegurarle que le daría otro hijo.Pero ella no quiso tener más, ya quetodos sus pensamientos se centrabanen el que había perdido, y al que sesentía más unida por el hecho de quese lo hubieran arrebatado.

La noche es cálida y los oyentesse olvidan de dar caza a los

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mosquitos que revolotean. Instaladosal pie de unos grandes árboles,levantan la mirada hacia las copasque oscilan suavemente, balanceadaspor el viento, ese viento que parecearrastrar sus pensamientos hacia eseniño predestinado.

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TERCERA VELADA

EL HIJO DE LA PERRA

Apenas instalados sus oyentesalrededor del fuego, Bagadatesreanuda su relato:

«Aunque era un siervo,Mitradates no era un hombrecualquiera. Conocía muy bien loscaballos, que sabía montar, y

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manejaba hábilmente el venablo, conel que salía a menudo de caza.Convencido de que Ciro estabadestinado a convertirse un día en reyde Anzán, había decidido, deacuerdo con Spaco, darle unaeducación parecida a la que recibíanlos niños medas de la nobleza.Porque Mitradates esperaba que suabnegación para con ese niño leharía merecedor de grandesrecompensas. Tenía la intención de,el día que muriese el rey Astyage,llevar a Ciro ante Mandana y suesposo Cambises y revelarles la

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verdad.»Pero Astyage no se decidía a

fallecer, quizá porque todavía estabavigoroso y tenía poco más decuarenta años cuando se casó con lahija del rey de Lidia. Así, pues, elhijo de Mandana alcanzó su décimoaño sin que nada hubiera cambiadoen el palacio de Ecbatana. Ya a estaedad, Ciro se había convertido en unmuchacho robusto, más grande quesus compañeros de juego y muchomás robusto que ellos. Mientras quelos hijos de los pastores de lavecindad y de la gente de la aldea

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situada a dos parasanges de lavivienda de Mitradates se dedicabana jugar, a vigilar a los animales enlos pastos, o a ayudar a sus padres enlas faenas agrícolas, Ciro pasaba lamayor parte del día recorriendo lasmontañas y los valles vecinos sobrelos caballos más hermosos de layeguada de Harpage; el resto deltiempo, su padre adoptivo leobligaba a ejercitarse en el manejodel venablo y en la carrera a pie. Aveces también compartía los juegosde los niños del vecindario; pero setrataba siempre de juegos bélicos en

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los que se formaban bandas que seperseguían y se peleaban con, enocasiones, esa furia y esa pasión quelos niños ponen en sus juegos, ya quepara ellos son una representación dela vida.

»Ciro se peleaba con mayorfuror que el resto, que para él era unaocasión de demostrar a suscompañeros una superioridad que seesforzaba por dirigir en todos losámbitos, a modo de justacompensación por su oscuro origen yel nombre de su madre adoptiva. Yaque, por una especie de irrisión

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nacida de la envidia ante suspequeñas hazañas, la mayoría de loschicos le llamaban hijo de la perra, ycuando estaban juntos y se sentíanfuertes, se divertían ladrando a supaso. En esos casos, se arrojabasobre ellos sin temor a verse eninferioridad de condiciones y arecibir una paliza. No obstante,cuando cumplió diez años, cambió deactitud, se mostró más acomodaticio,y, corno se limitaba a reír cuando suscompañeros ladraban, aquéllos secansaron. Este cambio de actitud seprodujo a consecuencia de una

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reprimenda de Mitradates, un día quehabía regresado a casa con el rostroensangrentado después de una peleaviolenta.

»—Hijo mío —le había dichoMitradates-, deja de comportartecomo un lobo rabioso. No quiero quevuelvas a pegarte por tan poca cosa,ya que un día de éstos vas a herir auno de tus compañeros y entoncestendremos problemas con sus padres;o incluso tú mismo puedes rompertealgo como la cabeza misma, lo quenos entristecería más que nada.Cuando esos mocosos ladren a tu

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paso, échate a reír y diles a la caraeste proverbio que se dice enSogdiana: "Los perros ladran pero lacaravana pasa."

»Pero ocurrió que un día,cuando participaba con los otrosniños de la aldea en un juego,decidieron jugar a reyes. Después denumerosas discusiones, los niñosacordaron elegirle a él rey, como sehacía entonces tanto entre los medoscomo entre los persas. Porque estosniños, aunque vivían en montañasretiradas, estaban al corriente de lascosas de palacio gracias a Vidarna,

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hijo de un dignatario medo,Artembares. Este último poseíaigualmente yeguadas en aquellaregión y campos, y hacía que su hijose criara en una de sus posesionespara que tuviera así oportunidad depracticar la caza y los ejerciciosfísicos.

»Desde el momento de suelección, Ciro se tomó el asunto enserio, y comenzó nombrando a uno desus compañeros "el ojo del rey", aotro mensajero real, y a otro capitánde su guardia. Después de crear unaguardia con tres muchachos, ordenó a

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los demás que le construyeran unpalacio en una altura cubierta derocas que adoptaban formas demonumentos levantados por la manodel hombre. A pesar de sunacimiento, Vidarna se encontróentre los obreros encargados detransportar las piedras para laconstrucción del palacio. Ciro habíaquerido que fuera así para rebajar elorgullo del chico que miraba a suscompañeros con ciertacondescendencia a causa de sunacimiento. Y se había burlado másque ninguno de Ciro por ser hijo de

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un siervo y de una "perra'. Vidarna senegó a participar en una tarea queconsideraba vil.

»—¡Que! —exclamó-, ¿yo, hijodel noble Artembares, obligado atransportar piedras como un simpleesclavo? ¿No soy yo quien deberíahaber sido elegido rey? ¿Yo, que soyaquí el único que tiene sangre noble,mientras que vosotros no sois másque hijos de siervos y decampesinos?

»Como es natural, este discursoindispuso a los demás niños contraél, de manera que cuando Ciro dio la

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orden de apoderarse de él, seapresuraron a obedecerle. A pesar desus gritos, ataron entonces al niño aun árbol, le despojaron de su túnica yle azotaron con ramajes losuficientemente fuertes como paradejar marcas. Tan pronto le dejaronlibre, regresó a su casa corriendomientras que los demás seguían consu juego. Sin esperar a que el palacioestuviera construido, ya que enrealidad se había contentado contransportar algunas piedras ycolocarlas en las rocas, Ciro habíadecidido que salía con sus soldados

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a conquistar territorios vecinos.»Los niños se internaron, pues,

por el monte y no regresaron hastamuy tarde, poco antes de que cayerala noche. Al regresar a la casa dequienes consideraba sus padres, Cirose quedó sorprendido al ver a Spacollorando y a Mitradates con el rostrograve, dividido entre la cólera y eltemor.

»—Hijo mío —gimió Spaco-,hijo mío, ¿qué has hecho?

»Ciro se mostró asombrado ypreguntó:

»—¿Qué es lo que he hecho

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mal?»—¿Cómo —se encolerizó

Mitradates- te atreves a preguntarlo?¿No has ordenado azotar a uno de tuscompañeros?

»Al oír este reproche, Ciro seirguió orgullosamente y replicó:

»—He actuado como debía. Yoera su rey, todos los niños me habíanelegido para ese cargo. Ese chico seha negado a obedecerme. Entonceshe mandado azotarle como semerecía, y afirmo que he actuado conjusticia.

»—Hijo mío —respondió

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Mitradates-, sin duda has creídohacer bien, pero la justicia no es lamisma para todos y los poderosospueden desafiarla sin temor.

»—Si yo fuera de verdad rey—replicó Ciro-, dejaría de ser así, yla justicia sería la misma para todos,poderoso o siervo, hombre libre oesclavo.

»—Quizá, pero tú no eres rey, yhas de saber que aunque fueras rey,el poder de los soberanos está muylimitado por la costumbre, la ley y elpoder de los otros grandes de sureino. Además, Artembares, quien

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por desgracia se encontraba de visitaen sus dominios, ha venido a vernoscon su hijo y nos ha enseñado suespalda toda magullada. Estabacompletamente furioso. Desde luegono puede hacer nada contra nosotros,ya que pertenecemos a Harpage, peroha dicho que regresa a Ecbatana yque mañana mismo hablará al rey.

»A lo que Ciro respondió:»—Si se considera como una

falta haber procedido con justicia,estoy dispuesto a sufrir lasconsecuencias. Que el rey me prenday me haga azotar; no lloraré.

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»Mitradates admiró el valor delmuchacho y pensó que era digno desu raza, pero temía que el rey no secontentaría con castigarle.

»Al día siguiente por la mañana,Ciro se había olvidado ya delincidente de la víspera. A primerahora, había equipado un caballo y,aprovechando la circunstancia de queMitradates se había marchado a laaldea, salió él a su vez camino de lamontaña. No iba allí para cazar, nitampoco para huir, sino paraencontrarse con un muchacho de suedad; su nombre era Hyriade y era

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hijo de Tanoajares, un jefe de clan dela tribu de los mardos. Mitradatestenía tratos con estos nómadas, yaque, en nombre de Harpage,comerciaba con ellos, intercambiabacaballos y les compraba ganado. Elpadre de Hyriade venía con su clan,compuesto por un centenar depersonas, a pasar los últimos mesesdel verano y el comienzo del otoñoen los montes vecinos; al llegar elinvierno descendía con los suyoshacia regiones más templadas, haciael golfo de Arabia y Susiana, y luegoen la primavera, regresaba hacia el

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norte del Irán para comprar allícaballos. Ciro había conocido aHyriade dos años antes, cuandoacompañaba a Mitradates en unavisita a los mardos, y se habíanhecho amigos, ya que ambos, a pesarde su corta edad, compartían lamisma pasión por las armas y por loscaballos. En el fondo de su corazón,Ciro incluso envidiaba al hijo deTanoajares, ya que soñaba conrecorrer a caballo los espaciosinmensos del Irán, o con vivir en unatienda o en un carro, sin sentirseatado a una vivienda fija. Además, le

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gustaba mucho convivir con losmardos, y desde el momento en queregresaban a la región buscaba todaslas ocasiones disponibles paraacudir a su lado.

»Cuando Mitradates regresó asu vivienda, encontró allí a Harpageque le aguardaba con impaciencia.Apenas hubo saludado el siervo a suamo, éste le preguntó:

»—Mitradates, tu esposa,Spaco, me ha dicho que Ciro hasalido esta mañana temprano, ypiensa que ha ido a encontrarse conun compañero al que aprecia mucho,

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de la tribu de los mardos.»—Es muy posible, señor.

Todavía estaba en casa cuando yo mehe ido, al despuntar el día.

»—Mitradates, por fortuna seencuentra entre esa gente, pero espreciso que se quede con ellos.

»—Señor —dijo asombradoMitradates-, ¿qué ocurre?

»—Ocurre —respondióHarpage- que Artembares se hapresentado esta mañana a primerahora delante del rey. Le ha contadolo que sucedió ayer entre su hijo yCiro, que Ciro le mandó azotar como

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si fuera un príncipe, y que luego le haexpulsado ignominiosamente.

»—Es cierto que Ciro mandóazotar al niño —reconoceMitradates-, pero no le expulsó. Fueel propio Vidarna quien decidió irse.Pero Ciro ha dicho que estabadispuesto a sufrir el castigo quequisieran imponerle aunque asegurahaber actuado con justicia. Ten encuenta, señor, el hecho de que no eramás que un juego.

»—Si no fuera más que eso, elasunto carecería de gravedad—reconoce Harpage-. Pero el rey se

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ha quedado muy asombrado ante laactitud de este hijo de siervo quelleva el nombre de Ciro. Es entoncescuando me ha llamado a su presenciay me ha preguntado: "Harpage,recuérdame, ¿qué clase de muertediste al niño que te entregué, al hijonacido de mi hija Mandana?" "Señor—le he respondido intentandodisimular mi desazón-, te lo dije, loabandoné en las montañas, cerca deuna perra..." Así le he hablado, peroél ha levantado la mano y me hapreguntado si, por azar, dicha perrano sería la esposa de un perro

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llamado Mitradates. Entonces hecomprendido que sospechaba laverdad, pero, en vez de responderdirectamente, le he dicho que, enefecto, había entre mis siervos unMitradates, cuya esposa se llamabaSpaco. "Y cuyo hijo lleva el nombreque mi hija quería poner a su hijo, unnombre persa", ha replicado el rey.Pero no parecía estar furioso.Entonces me he decidido aconfesarle que no podía ensuciar mismanos con semejante crimen y que oshabía confiado al niño. Entonces lehe suplicado que le dejara vivir, ya

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que, le he asegurado, el niño ignorasu verdadero origen, y es por puroazar por lo que fue elegido rey porsus compañeros. "Y se hacomportado realmente como un rey,como si su sangre no pudiera mentir",ha replicado el rey.

»Este discurso pareciótranquilizar a Spaco, quien dijo aHarpage:

»—Me parece que el rey haolvidado sus temores y que en suánimo no hay cólera contra Ciro.

»Pero Harpage permaneciómeditativo y, después de un silencio,

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dijo:»Me temo que no sea así en el

fondo de su corazón. Mirad, me haenviado a buscar al niño y llevarloante él. Pero me temo que sea paramatarle, aunque los magos a los queha hecho venir y a los que harelatado el suceso le han aseguradoque el sueño se había realizado, queel niño había sido coronado rey yque, a partir de entonces, ya no teníanada que temer. Pero Astyage no estonto y ha señalado que en ese casosólo se habría realizado una parte delsueño. Porque no ha conquistado

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Asia, como parece indicar la viñaque cubre el mundo. Esto es, pues, loque yo he decidido. Yo regreso aEcbatana y le comunico al rey queCiro se ha escapado por temor alcastigo que merecía su acción. A loque añadiré que le hemos buscado envano, pero que tú le llevarás ante éltan pronto regrese a tu casa. Perorespecto a ti, Mitradates, ve deprisaal campamento de los mardos. Lesentregarás este saco lleno de pepitasde oro a condición de que semarchen de aquí y se lleven con ellosa Ciro. Les dirás la verdad, que el

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rey quiere matar al niño. A todos losque te escuchen, tú les harás creerque es por haber hecho azotar al hijode un noble medo, pero a Tanoajaresle cuentas la verdad al oído,rogándole que no desvele el secreto.Sólo podrá revelar su origen real aCiro cuando éste sea losuficientemente grande y fuerte comopara ser capaz de reivindicar sucorona.

»Mientras Harpage sepreparaba a regresar a Ecbatana paraafrontar la cólera del rey, Mitradatessaltó sobre un caballo y se apresuró

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hacia el campamento de los mardos.Al igual que los escitas, los mardosse vestían con pantalones de pielesfinas y llevaban botas de cuerogrueso. En el verano se cubrían eltorso sólo con una túnica ligera, perosegún las estaciones, usaban unchaquetón de cuero que en inviernoforraban de cibelina. Mitradatesencontró en el campamento a Ciro,quien se había puesto el traje mardoque dejaba a estos jinetes granlibertad de movimiento para cazaranimales a lazo, montarlos, y tirar alarco. Había pedido prestado el traje

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a su compañero que tenía su mismatalla. Al ver a su padre, Ciro temióque hubiera venido a castigarle porhaberse marchado de casaaprovechando su ausencia, y queahora mismo quisiera llevárseloinmediatamente de vuelta. Sedisponía ya a pedir que le dejarapasar el resto del día con su amigo.Pero Mitradates, que habíaconversado ya con Tanoajares yhabía sellado su pacto con él,estrechó al muchacho fuertementeentre sus brazos y le dijo:

»—Hijo mío, debes ser fuerte y

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aceptar las consecuencias de tuactuación de ayer. Has de saber queel rey Astyage está furioso por lo quele hiciste al niño de Artembares ytememos que quiera matarte. Porquepara los medos un siervo que golpeaa un noble es como un criminal.Harpage, nuestro señor, ha venido aadvertirme del peligro que corres, yme ha exhortado a alejarte de estepaís por lo menos durante un tiempo.He tenido una conversación conTanoajares. Te tiene en gran amistady te recibirá en su familia como a unhijo, como al hermano de Hyriade.

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Vivirás con los mardos yparticiparás en sus grandesmigraciones anuales. Te recomiendoque te muestres agradecido conTanoajares quien, para salvarte, searriesga a indisponerse con el rey delos medos, y, para librarte de sufuria, ha decidido levantar mañanamismo el campamento paradescender hacia el Parsumash y elParsa, donde a Astyage no se leocurrirá buscarte.

»Aunque hubiera debido sentiruna gran pena por tener queabandonar la casa que a sus ojos era

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la de su padre, sólo sintió alegría, sibien el corazón se le encogía detristeza ante la idea de separarse dela que él creía era su madre. Pensabaque iba a poder conocer la vida enlos grandes espacios de Asia, quepasaría los días domando caballos,disparando el arco y recorriendo lasestepas que se extienden hastaperderse de vista hacia el norte y ellevante, y descubriendo esos mundoslejanos que las leyendas que habíaescuchado durante su infancia habíanadornado con una aureola demisterio.

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»Mitradates se habíapreocupado de llevar el collar de oroy el puñal que habían acompañado alniño en su cuna, y que él habíaocultado hasta la fecha de la vista detodos. Creía que era convenientedecirle parte de la verdad sin porello desvelársela en su totalidad,pues no quería que el muchacho seavergonzara pensando que no eramás que el hijo de un matrimonio desiervos. Le enseñó los dos objetospreciosos y le dijo:

»—Toma esto, hijo mío, tepertenecen. Consérvalos con cuidado

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pues estos objetos te vienen de tusverdaderos padres.

»Al oír estas extrañas palabras,Ciro frunció las cejas y le lanzó unamirada de asombro mientras queMitradates, después de anudarle elcollar a la nuca, le hablaba así:

»—Ya es hora de que sepas queni Spaco ni yo somos tus padres.Nuestro señor Harpage te trajo anuestra casa cuando eras un reciénnacido. Pero tampoco eres su hijo,eres de muy alto linaje, pero todavíano puedo revelarte quiénes son tusverdaderos padres. Lo sabrás un día,

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cuando haya llegado el momento.Pero puedes estar orgulloso de tusorígenes, ya que no son oscuros.

»A pesar de su asombro, Ciroreplicó con orgullo:

»—Mitradates, has de saber queyo no me preocupo de misverdaderos padres si es cierto que seavergonzaron de mí y que por ellome abandonaron. En lo que a mírespecta, no me avergüenza pasar portu hijo y el de Spaco, y te considero yte respeto como a mi padre, y amo aSpaco como a mi madre. Porque soisvosotros los que me habéis criado

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dignamente, enseñándome lo queconviene a las almas nobles, a decirla verdad y a montar a caballo. Noquiero saber quién es el hombre queme ha engendrado ni quién es lamujer que me ha llevado, sólo sé unacosa, que sois vosotros a los que osconsidero como mis padres, y meimporta poco la clase de sangre quecorre por mis venas.

»Estas palabras llenaron dealegría a Mitradates, quien lerespondió:

»—Hijo mío, tus palabras sondignas de un hombre de corazón, y

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me felicito por haberte educado deesa manera. Pero debes sentir amor yrespeto por tus verdaderos padres, yaque si tuvieron que abandonarte, esporque les fue imposible actuar deotro modo. Entérate que ni siquierasaben dónde te encuentras, y que sólotienen un deseo: encontrarte un día.Pero eso no puede ser aún. Ahora,hazte a la idea de que tu nuevo padrees Tanoajares, quien ha aceptadoasumir los mayores riesgosprovocando la cólera del rey, y miraa Hyriade como a tu hermano.

»—Padre mío —replicó Ciro-,

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desde que conozco a Hyriade leconsidero como hermano, y mesentiría orgulloso de poder decir queTanoajares es para mí otro padre.Pero el hombre al que siempreveneraré como mi verdadero padreeres tú, Mitradates, cuya alma es másnoble que la de todos los príncipesde los medos.

»Después de hablar en estostérminos, se dejó abrazar porMitradates, quien no podía contenerlas lágrimas. Luego, bruscamente,para así ocultar su emoción, el siervole rechazó con aspereza exclamando:

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»—Ya basta, no somos mujeres.Ciro, muéstrate siempre grande,orgulloso y generoso, y venera aAhura Mazda, y sobre todo a la diosaAnahita, porque te ama y teconducirá de la mano donde te llevetu destino.

»Se dio la vuelta y se alejó sinañadir una palabra. Hyriade, que sehabía mantenido apartado durantetoda la escena, se acercó a Ciro,tomándole de la mano, le dijo:

»—Ven, hermano, desde ahoracompartiremos la misma tienda yuniremos nuestra sangre para que

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nada nos separe nunca y que sigamossiendo hermanos tanto en la vidacomo en la muerte.»

A las últimas palabraspronunciadas por Bagadates les sigueun largo silencio. Algunos tosen,otros, que han permanecidoinmóviles durante mucho tiempo, seagitan, sacudiendo la cabeza. Noobstante, Gaumata interviene a suvez.

—Bagadates —dice-, entrenosotros se cuenta otra versión de lahistoria. Según ésta, es exacto que

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Artembares fue a quejarse a Astyagedel trato violento de Ciro con su hijo.Pero se cuenta que Astyage llamó asu presencia al muchacho y, almirarle detenidamente, y al escucharsus valientes palabras, tuvo dudasacerca del nacimiento del chico. Alparecer, mandó entonces venir alboyero, a quien, después deinterrogarle, torturó hasta queconfesó la verdad. Entonces mandóde vuelta a su casa a Mitradates, yconvocó a su presencia a Harpage,quien se vio obligado a confirmar laspalabras del boyero. Luego, después

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de considerar que, en efecto, se habíarealizado la profecía, y que ya notenía nada que temer de lasambiciones del joven Ciro,consideración reforzada por lospropios magos, al parecer Astyageenvió a Ciro a Persia al lado de susverdaderos padres. En cuanto aHarpage...

Pero Bagadates levanta la manopara impedirle que siga:

—Gaumata —dice-, también yohe oído contar esa historia, que meparece muy simplista. Porque siresulta difícil imaginar a un rey

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perdiendo el tiempo como juez deuna pelea de niños, resulta ridículocreer que sólo con ver al niño puedareconocer a su propio nieto. Porúltimo, ¿a quién se le ocurre pensarque después de haber ordenadocometer semejante crimen conalguien de su propia sangre, sesintiera satisfecho de que la profecíase hubiera realizado en el transcursode un sencillo juego infantil, y quehubiera enviado sin más a Ciro alado de sus padres? No, toda esaexplicación es perfectamenteinverosímil. Tanto más que ¿supongo

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ibas a hablar de cómo Astyage sevengó de Harpage?

—Me has interrumpido cuandome disponía a hacerlo —confirmaGaumata.

—La contaré yo a continuación.Pero entonces me reconocerás queparece del todo injustificada si el reyse alegra de que el niño hayasobrevivido y se lo devuelve a suspadres. Pues, en ese caso, más bienhabría tenido que dar las gracias aHarpage por no haber ejecutadosemejante crimen, y colmarle debienes.

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—Ahora que pienso en ello—admite el medo-, tienes razón, yme parece que esta versión de loshechos es del todo inverosímil.

—Si no me equivoco—interviene entonces Ctesias-, setrata no obstante de la versión de ungriego de Halicarnaso, llamadoHerodoto, quien la consignó en unestudio realizado sobre los distintospueblos de Oriente y su historia.Pero está claro que ha tomado notasin discernimiento alguno de unahistoria tramada por un narrador demala calidad y que debió oír en las

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calles de Babilonia o de Ecbatana.—Sin duda se trata de eso

—afirma Bagadates.Razon, sentado en su alfombra,

no lejos del fuego, observaba consatisfacción el interés que mostrabanlos viajeros por la historia quecontaba Bagadates. Se felicitaba a simismo por la presencia de esteúltimo, pues daba la impresión deque las largas jornadas de caminopasaban más deprisa. La parada de latarde, cada vez en un lugar diferente,se encantaba gracias al mensajefragante de Bagadates que llegaba de

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otro siglo, como el perfume de lasrosas del Irán.

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CUARTA VELADA

UN BANQUETE REAL

Después de que cada cualhubiera ocupado su lugar alrededordel fuego, y se estableciera elsilencio, Bagadates se vuelve haciaGaumata y le habla de la siguientemanera:

—Gaumata, ayer por la noche

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evocaste la venganza de Astyage. Yaes hora de que hablemos de ella, y decontar de qué extraño modoreaccionó el rey de los medos.

«Harpage hizo, pues, lo quehabía anunciado. Regresó a la corte yaseguró a Astyage que habíamandado buscar a Ciro en vano, yaque, por temor a un castigo, habíahuido a las montañas.

»—Sin duda, regresará pronto acasa de su padre adoptivo —habíaañadido Harpage-. Le he ordenadoque traiga al niño ante ti tan pronto

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regrese, y así podrás interrogarle a tugusto.

»El rey se mostró satisfecho delas explicaciones de Harpage. Perotan pronto se alejó este último,Astyage envió un destacamento deguardias con la orden de detener aMitradates y de conducirle ante él. Eldesgraciado siervo, al verseconducido al palacio real, sentía quese le doblaban las piernas, pero seesforzó por ocultar su miedo. Cayóde rodillas delante de Astyage yesperó a que éste le interrogara.

»—Al parecer —le dijo el rey-,

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tienes un hijo que se llama Ciro.»—Es verdad, señor

—respondió Mitradates-. Es un buenchico, sin malicia. Acaso un pocofogoso, pero si ha hecho azotar aVidarna no hay que condenarle porello, ya que no era más que un juegode niños.

»Intentaba al hablar asídisculpar a Ciro, pero el rey leinterrumpió con un gesto deimpaciencia y le dijo, sin levantar eltono de su voz:

»—No se trata de eso. Dime,Mitradates, ese niño, ¿es el mismo

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que te llevó un día Harpage, cuandoacababa de nacer?

»Mitradates reconoció que sí.»—¿Y conoces el nombre de

sus padres? —preguntó entonces elrey.

»Mitradates pensó con buenjuicio que más valdría aparentarignorancia.

»—Entonces —continuó el rey-,Ciro no sabe quiénes son sus padres—quiso Astyage que le confirmaran.

»—Señor —le aseguróMitradates-, cree firmemente que yosoy su padre y que su madre es mi

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esposa Spaco.»—¿Es cierto que ha huido a las

montañas?»Mitradates juró que era

verdad. Pero el rey continuó en untono amenazador:

»—Boyero, no te creo. ¿Por quéhabría de huir ese niño? ¿De quétenía miedo?

»—Señor —replicóMitradates-, temía que le matasenpor...

»Pero Astyage le interrumpió denuevo, e irguiéndose en su sitial,exclamó:

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»—¡Mientes! ¿Cómo podríatemer semejante castigo por unsimple juego de niños? Eres tú, omás bien Harpage, quien le haincitado a huir, porque temíais que lemandara matar, pero no por esaniñería. Dime dónde se encuentraporque quiero verle ante mí.

»Mitradates cayó de rodillasgimiendo:

»—Dónde se encuentra, señor,no lo sé.

»—Y yo te digo que tú lo sabesy que no quieres decirlo. Pero yosabré obligarte.

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»Dicho esto, Astyage ordenó alos guardias que cogieran aMitradates y le torturasen. A pesarde su valor y del amor que sentía porel niño, el desgraciado no pudosoportar el suplicio al que lesometían, y pensaba que ahora losmardos debían encontrarse lejos. Seresignó entonces a confesar que eraen su tribu donde Ciro habíaencontrado asilo, y que les habíaseguido en su migración estival. Estaconfesión aplacó la cólera deAstyage. Mitradates, quien temía lemantuvieran encarcelado, o le

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empalasen, o por lo menos leagujereasen a flechazos, se quedóasombrado al oír al rey lo siguiente:

»—Ve, regresa a tu casa y nodigas a nadie lo que ha sucedido.Has actuado como convenía alacoger a ese niño y criarlo; no tehago a ti responsable.

»Pero, en realidad, Astyagequería que Ciro muriese. Por elloenvió una tropa de jinetes en buscade la tribu de los mardos. Pero, pormuy poderoso que sea un rey, nopuede cerrar todas las bocas. Elcomandante de la tropa había

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comunicado a sus guerreros lasórdenes reales: debían apoderarsedel joven Ciro evitando matarle.Había que encontrar a los mardos ylimitarse a pedirles que entregaran almuchacho; se emplearía la fuerzasólo si se negaban a colaborar. Perosi, por fortuna el muchacho intentabahuir y perdía la vida en la refriega,tenían órdenes tajantes de llevar sucuerpo de vuelta. Lo cierto es queentre esos hombres se encontraba unprimo de Harpage. Al despedirse desu mujer, le dijo que estaría ausentevarios días, participándole de la

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razón de dicho desplazamiento. Ladiosa Anahita, que protegía a Ciro,quiso que, poco después desepararse de su mujer, ésta recibierala visita de Harpage, quien lepreguntó dónde se encontraba suprimo, pues era a él a quien deseabaver. Ella le respondió que se habíamarchado con su tropa para traer devuelta a palacio a un muchacho jovenllamado Ciro, que los mardos sehabían llevado consigo.

»Al comprender el peligro quecorría el muchacho, Harpage se dijoa si mismo que no podía dejarle

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morir así después de haberconseguido conservar su vida durantediez años. Despachó de inmediato auno de sus sirvientes, en quien teníala mayor confianza, a casa deMitradates para que éste seapresurara a encontrar a los mardos yexhortarles a su vez a que huyeran lomás lejos posible y que noregresaran nunca más a Media. Elmensajero se encontró conMitradates en el camino. Eldesgraciado siervo volvía a su casa alomos de mulo, pero le costabamucho mantenerse erguido a causa de

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lo mucho que había padecido en elsuplicio. Conocía al sirviente deHarpage y le dijo que había tenidoque confesar al rey la verdad bajo latortura. Pero le indicó el lugar dondepodría encontrar al clan deTanoajares. Antes de que se pusierael sol, el mensajero había dadoalcance a los mardos y les habíacomunicado que una tropa de jinetesmedos les perseguía, porque el reymedo quería que le entregasen a Ciropara matarle.

»Sabed que los mardos eran unpueblo orgulloso y desconfiado. Por

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ello, mientras que a otros les hubieraasustado la noticia y se hubieranapresurado a abandonar a suhuésped, la exigencia del rey excitó,por el contrario, su furia. Echaronmano de sus armas, y los principalesguerreros de ese pueblo propusierona Tanoajares preparar unaemboscada en un desfiladero queconocían y acabar a flechazos conlos descarados medos. Pero,haciendo gala de su prudencia, sujefe prefirió evitar entrar en guerraabierta con un rey tan poderoso. Dioorden inmediata de levantar el

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campamento para dirigirse, no haciaParsumash como tenía previsto, yaque era un estado dependiente deMedia, sino hacia las mesetasdesérticas del este donde sabía quelos jinetes no se atreverían aperseguirle.

»Cuando después de varios díasde búsquedas inútiles, la tropa dejinetes regresó a Ecbatana, Astyagedisimuló su descontento. Llamó deinmediato a Harpage y, cuando ésteestuvo ante él, le dijo:

»—Harpage, quiero honrartepor tu fidelidad hacia mí, y además

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quiero poner de nuevo a prueba esafidelidad.

»—Señor —replicó Harpage-,ordena y podrás ver que esafidelidad no te fallará.

»—Me he enterado de que eljoven Ciro ha desaparecido, peroespero que en fechas próximas seencuentre entre nosotros, ya quetengo la intención de enviarlo aAnzán al lado de sus padres.Cambises, mi yerno, no tieneheredero, y dudo que a estas alturasya mi querida hija Mandana le déuno. Además, estoy convencido de

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que recibirán con la mayor de lasalegrías la noticia del regresopróximo de su hijo. Es cierto que, aldarle yo mismo por muerto, estabadispuesto a anunciar a Mandana quesu hijo había muerto durante unacacería en las montañas, ya que cadavez que viene a hacerme una visita enmi capital me pregunta por él y mesuplica que se lo devuelva.

»—Comprendo, señor —lerespondió Harpage-, que las súplicasde la princesa te coloquen en unasituación embarazosa, y es unaalegría que puedas anunciarle una

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buena noticia.»—No te apresures en tus

alegrías —intervino Astyage-. Ciroha desaparecido y si no reaparecenunca más me, enfadaré mucho. Peroel gran dios Ahura Mazda es eldueño de nuestras vidas. Ésta es larazón por la que te he hecho venir.Creo que tu hijo único tiene ahoratrece años de edad. Quiero honrarle:tráemelo para que se eduque entrelos jóvenes de la nobleza destinadosa constituir mi guardia privada. Encuanto a ti, he decididorecompensarte con un gran banquete

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que daré en tu honor mañana por lanoche. Entonces decidiremos juntosla recompensa que merecen tusservicios.

»Harpage, a quien estaspalabras colmaron de alegría,agradeció al rey tantas bondades y leprometió enviar a su hijo ese mismodía. Se apresuró a volver a su casa ycontar a su mujer que el rey semostraba con muy buenapredisposición hacia él, tanto quequería hacer de su hijo uno de suspajes. Para que estuviera a la alturade su rango, la madre hizo que

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bañaran a su hijo, le vistió con unarica túnica y colocó sobre su cabezauna corona de rosas. Luego le besó yle sermoneó para que se comportaracomo convenía ante el rey y en sumesa. A continuación se lo confió aun sirviente encargado deacompañarle al palacio. Su padre lebesó recomendándole que semostrara digno del honor que lehacían, y añadió:

»—Ve, hijo mío. Sin duda nosveremos mañana, ya que Astyageofrece un festín en mi honor. Supongoque asistirás a él junto con los demás

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pajes jóvenes.»El muchacho aseguró a su

padre que estaba muy deseoso porcomplacer al rey, y que tendría entodo momento motivos para estarorgulloso de él.

»Cuando al día siguienteHarpage se preparó para dirigirse ala corte, a su mujer se le entristecióel rostro, ya que la etiqueta de lacorte le impedía participar con suesposo en el banquete; pero la causade su tristeza no era que le agradaranlos banquetes, sino que le hubieragustado ver a su hijo brillar entre los

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demás muchachos de su edad, ydistinguirse a la vista del rey.

»—Mujer —le dijo Harpage-,no te lamentes. Tendrás muchasocasiones de volver a ver a tu hijo yadmirarle. Actualmente está alojadoen el palacio, junto con los demáshijos de los grandes, pero dentro depocos días vendrá a abrazarte.

»Harpage montó en el caballoque le presentaba un palafrenero y,escoltado por varios sirvientes, sedirigió al trote hacia el palacioescondido detrás de sus sieterecintos. Hacia allí se dirigían ya

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otros invitados, todos ellos altosdignatarios y miembros de la noblezade entre los más ricos. Al llegar alpatio del palacio, desmontó y dejó sucabalgadura en manos de un sirvientedel rey. Entró en la sala del festín encompañía de algunos invitados a losque conocía, y con los que se habíaencontrado en las galerías delpalacio. Le dieron muestras de grandeferencia, ya que sabían que elbanquete ofrecido por el rey era parahonrar a Harpage. Todos ellosestaban ataviados con ropas lujosasteñidas con la púrpura de Tiro, y

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habían adornado sus cuellos conpesados collares de oro.

»Sobre las mesas talladas enmaderas preciosas importadas deFenicia, los criados colocaroncuartos de cordero y de buey asado ohervido. Cada cual tomó asiento antela mesa que se le había asignado,cuando el propio rey se hubo sentadoen un sitial más elevado, forrado conun cojín grueso y provisto de unescabel; detrás de él se habíansituado dos sirvientes armados congrandes abanicos de plumas queagitaban lentamente por encima de su

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cabeza. Harpage estaba sentado en unlugar de honor, a la derecha deAstyage. Éste se volvió hacia él y ledijo en un tono afable:

»—Harpage, a fin de honrarte,he mandado que te sirvan la mejorcarne, una pieza de caza fina que miscocineros han sabido aderezarperfectamente. Es cierto que, dadoque este banquete fue preparadoayer, es posible que la carne teparezca un poco demasiado fresca,pero no por ello le falta sabor.

»Al pronunciar estas palabras,el rey dio unas palmadas para que

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los músicos tocaran sus instrumentosy alegrasen a los comensales,mientras que los coperosescanciaban en los ritones de plata,decorados con cabezas de leones ode cabra, los vinos embriagadores deMedia y de Siria.

»Para complacer al rey,Harpage hizo los honores a losmanjares que le servían, aunque losencontró sosos no obstante lashierbas aromáticas con las que loshabían aderezado.

»Mientras comía, Harpagebuscaba con la mirada a su hijo entre

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los demás muchachos jóvenes queayudaban en el servicio yescanciaban los vinos, pero no levio. Al comentárselo al rey, éste letranquilizó:

»—Es demasiado novato paracomparecer en un banquete. Peropodrás verle más tarde, al final delbanquete, te lo juro.

»Como había caído la noche, seencendieron las lámparas mientrasque los sirvientes traían, en grandesfuentes de oro, ciruelas de los vallesbajos del Cáucaso escita, perasjugosas de Media, albaricoques del

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Parsa, avellanas y nueces. Seprolongó así el banquete hasta altashoras de la noche, con la animaciónde domadores de osos, malabaristasde espadas puntiagudas, acróbatasque conseguían realizar contorsionesque parecía que sus cuerpos estabandesprovistos de huesos, y por últimobailarinas babilonias, célebres por lalascivia de sus gestos sabiamenteritmados.

»Cuando el rey vio que Harpageestaba ahíto de viandas, de frutas yde vino, y que disfrutaba de losespectáculos que le ofrecía, se

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inclinó hacia él y le preguntó:»—Harpage, servidor y amigo

fiel, ¿te ha parecido bien estacomida? ¿Has probado esas carnesque tenían un sabor tan particular?

»—Todo cuanto has ordenadoque me sirvan era delicioso, y te doylas gracias por tantas atenciones, mirey —le tranquilizó Harpage-.Ahora, ¿me permitirás ver a mi hijo?

»—Se hará como deseas —leaseguró Astyage.

»Dio unas palmadas para queviniera un sirviente a quien susurróalgunas palabras al oído. El sirviente

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se alejó y regresó portando un grancesto, cubierto con un paño, quecolocó delante de Harpage mientrasel rey le decía:

»—Harpage, destapa ese cestoy sabrás qué clase de alimento hascomido.

»Harpage se asombró antesemejante invitación, y se inquietó.Con un gesto brusco retiró el paño ydescubrió, al fondo del cesto, lacabeza de su hijo rodeada de losdedos de los pies y de las manos.»

Bagadates calla de repente para

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que sus oyentes puedan percatarsedel horror del instante. Un pesadosilencio se apodera de la reunión.Bagadates suspira y reanuda sunarración:

—Perdonadme, amigos míos,por contaros esta historia, pero pordesgracia es demasiado auténtica yno podía escamoteárosla. Sabed, noobstante, que con ese dominioperfecto de si mismo que debe tenertodo buen cortesano, Harpage supoconservar su rostro impasible, sin nisiquiera parpadear.

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«El rey se inclinó a su oído y,entornando los ojos, le preguntó:

»—Bueno, Harpage, ¿reconocesqué clase de animal has comido?

»Sin mirarle, sin desviar lamirada del rostro pálido delmuchacho, cuyos ojos se habíanquedado abiertos, Harpage replicómanteniendo la voz firme:

»—Señor, la reconozco.»—¿Acaso no he cumplido mi

promesa, puesto que te había dichoque volverías a ver a tu hijo?—añadió el rey con voz sorda.

»—Un rey debe cumplir

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siempre sus promesas —dejó caerHarpage-. Y todos sus actos parecenagradables a los miembros de sucorte.

»—Así se debe hablar, Harpage—declaró el rey.

»Y enseguida añadió:»—Pero me parece que estás

cansado. Te doy mi permiso pararetirarte. Puedes llevarte ese cesto,como un regalo de tu soberano yamo.

»Sin añadir una palabra envano, Harpage se levantó, recubrió lacesta que tomó de las manos del

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sirviente y se alejó apresuradamente,con la intención de dar sepultura alos restos miserables de su hijo. Peroen su corazón ya habían nacido unodio inextinguible y el deseo de unavenganza que estaba decidido allevar a cabo un día, aunque paraello tuviera que aguardar conpaciencia todo el tiempo que hicierafalta. »

Esa noche, cuando el narradorse hubo callado, todos permanecentaciturnos y silenciosos, y se marchana dormir sin pronunciar una palabra,

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ya que varios de ellos tienen hijos yse imaginan sin dificultad el dolorque tuvo que sentir el padre en lomás profundo de sus entrañas.

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QUINTA VELADA

A LAS PUERTAS DESAMARCANDA

—Bagadates —dijo Naburian,el astrónomo babilonio, al díasiguiente por la tarde nada másreunirse para la velada, ayer noscontaste una historia horrorosa queme ha costado mucho creer. No

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ignoro que los reyes que gozan deomnipotencia sobre sus súbditosabusen de ella con frecuencia, perosemejante venganza por parte de eseAstyage me parece atroz. Se sabe quealgunos reyes asirios fueron crueles,que arrastraban atados a los reyesvencidos después de haberlesdespojado de sus ropas y de haberlescolgado del cuello su miembro viril,para empalarles a continuación bajolas murallas de Nínive o de Asur,pero eran rebeldes y ni se los comíanni les obligaban a devorar a suspropios hijos.

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—Las acciones de los hombresa menudo son poco comprensibles —reconoce Bagadates-, al igual que lasde las divinidades. Pero la historiaes verídica y sin duda semejantecrimen provocó la cólera de AhuraMazda, nuestro gran dios.

—En nuestra tierra, en Grecia—interviene Ctesias-, se cuenta unahistoria parecida a propósito de loshijos de Pelops y de Hipodamia. Unode ellos, Thyeste, se había acostadocon Aeropea, la esposa de suhermano Atreo, y, para vengarse, esteúltimo le ofreció un banquete donde

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le dio de comer no a uno, sino a dosde sus hijos. Al final de este singularbanquete, Atreo le enseñó de idénticamanera las cabezas y las manos desus hijos. Se cuenta además que elpropio sol retrocedió horrorizado.

—Esta historia —dijo a su vezel persa Aspadates- ha hecho odiosoa Astyage. Por mi parte, estoyansioso por saber lo que le ocurre aCiro, y si es él quien finalmentecastiga al rey de los medos por uncrimen que horroriza a los diosestanto como a los mortales.

—Para que no te impacientes

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—le responde Bagadates-, deboprevenirte de inmediato que Harpageno se vengó de este crimen hastamuchos años después. Después de unsilencio, reanuda el relato así:

«Contentaros con saber quetranscurrieron cerca de ocho años sinque los mardos regresaran a la regiónde Ecbatana. Ciro creció entre estospastores, excelentes jinetes yarqueros. Y Ciro, que quería ser elprimero en todo, se esforzaba porrivalizar con los hombres máshábiles de la tribu. Así, pues, a los

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dieciocho años se había convertidoen un muchacho de una estaturasuperior a la media, particularmenterobusto y resistente, jinete infatigabley un guerrero ya temible, pues teníaen mayor estima la gloria y el honorque su propia vida. Mientras que lamayoría de los jóvenes de su edadhabían contraído ya matrimonio en elseno de la tribu, él ni siquiera mirabaa las muchachas, y sólo pensaba enlas grandes cabalgadas por losespacios inmensos, o en las partidasde caza en los bosques ricos enpiezas y en las montañas al este del

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Irán.»Ya que, para no arriesgarse a

un encuentro fortuito con lossoldados medos, Tanoajares habíaconducido a su tribu hacia lasregiones orientales del Irán, más alláde Ragai y de las puertas Caspianas,hacia Margiana y Bactriana. Enaquellos tiempos, dichas regiones noestaban sometidas a ningún reypoderoso capaz de imponer allí suley. Las tribus practicaban elnomadeo por aquellas estepas ymontañas sin preocuparse de ningúnpoder central. De esta manera, tenían

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mayor libertad de movimiento y nopagaban impuestos a nadie, pero, acambio se encontraban en un estadode guerra permanente, bien porque sepelearan entre ellas por la posesiónde pastizales o simplemente a causade querellas personales entre losjefes, o bien porque tuvieran quedefenderse contra las incursiones delos nómadas llegados a las estepasdel Turang. Las ciudades de ciertaimportancia no eran más que sedesde pequeños principados, cuyossoberanos tenían un radio deactuación limitado al recinto de sus

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murallas.»Dado que Ciro había pasado

ya la adolescencia, Tanoajares seconvenció de que había llegado elmomento de pensar en regresar aMedia. Desde hacia varios meseshabía instalado a su pueblo en elfértil valle del Margus, una región deoasis al borde de las estepas deCorasmia, donde practicaban elnomadeo corasmios y masagetas.Había establecido el campamento desu tribu a las puertas de Merv, lapoderosa y la santa, el tercero de losexcelentes descansos creados por

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Ahura Mazda. Por sus muros detierra marrón pasaban todas las rutasprocedentes de Bactria hacia levante;de Haraeva, rica en ríos, hacia el sur;de Samarcanda hacia el norte, y deMedia hacia el poniente. Por ello,allí se daban cita a todos loshombres de los países arios, todaslas tribus de Irán y de Turang, y allíafluían todas las riquezas llevadas detodos los horizontes, que allí seintercambiaban en las plazas de losmercados fuera de los muros de laciudad.

»Acababa de comenzar la

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primavera. Se iniciaba el deshielo delas nieves, y los ríos y riachueloscrecían con las aguas que descendíande las poderosas cadenasmontañosas de levante, Paropamisosy el Cáucaso indio. Tanoajaresdecidió que la tribu se pondría enmarcha antes de que saliera la lunanueva, al objeto de caminar sinprisas para llegar a Media en otoño.Pero las cosas rara vez ocurren comolas prevén los hombres. Tanoajareshubiera actuado quizá de acuerdo consus deseos si una de esas divinidadesenemigas que nosotros los iranios

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llamamos devas no hubieraalcanzado con su soplo malévolo aeste jefe bueno pero, como tantoshombres, deseoso de enriquecerse.El enemigo se manifestó en la figurade un mercader opulento quecomerciaba entre Hircania, su patria,al norte de Media, y Samarcanda.Llegaba procedente de esta últimaciudad al frente de una caravana decamellos de Bactriana con un grancargamento. Había establecido sucampamento cerca del pozoalrededor del cual se, habíaninstalado los mardos, de manera que,

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al caer la tarde, Tanoajares invitó alhircano a compartir su cena. Elmercader se apresuró a aceptar lainvitación, pues había identificado asus anfitriones como mardos. Nadieignoraba la reputación de los mardosen este sentido; podían convertirse ensalteadores de caravanas, pero comoa todos los pueblos iranios leshorrorizaba la mentira y lahipocresía, y para ellos un huéspedera sagrado. Por ello, desde elmomento en que hubiera compartidosu comida, el mercader de Hircaniasabía que nada tenía que temer por

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parte de sus anfitriones, y que podíaconfiarse a ellos sin temor a excitarsu envidia y verse luego despojado.

»Durante la comida, explicó,pues, que venía de Samarcandadonde había realizado negociosprovechosos con los escitas quehabitaban hacia el septentrión y queacudían a esa opulenta ciudad paravender allí sus productos. Hablóigualmente de los isedones, que sededican al nomadeo en las estepas alnorte del Yaxarte y rinden culto a susmuertos de los que conservan lacabeza después de haberla depilado

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y untado con polvo de oro. A travésde ellos había entrado en contactocon esos hombres monstruosos quesólo tienen un ojo, y que reciben elnombre de rimaspes. Viven cerca deesas montañas misteriosas ricas enminas de oro y custodiadas porgrifos. Según se dice, el oro es allítan corriente que valeincomparablemente menos que elcobre, y sobre todo que el hierro. Porello, es posible obtener de losarimaspes varios sacos de polvo deoro a cambio de una fuente de bronceo de una espada corta de hierro.

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»Durante largo rato, elmercader de Hircania habló de estospueblos que viven lejos hacia elnorte, en unas regiones donde el rigordel frío se deja sentir los dos terciosdel año, donde los ríos son inmensos,las montañas se elevan hacia elcielo, y donde los lagos son tangrandes como mares. Allí, loshombres comen y duermen a la grupade sus caballos, llevan el cráneo aldesnudo —se afeitan cuando no soncalvos por naturaleza-, si bienexhiben largos bigotes, y tienen losojos alargados hacia las sienes,

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como los hombres pequeñitos quehabitan el lejano país de los seres, delos que hablan algunos viajeros peroa los que nunca se encuentra porquesu país queda separado de nuestrascomarcas por unos desiertos tanextensos que no podemos cruzarlos.

»El relato despertó tanto lacuriosidad como la codicia deTanoajares. Al día siguiente,anunciaba su intención de dirigirse aSamarcanda para conocer a algunosde estos traficantes e intercambiarcon ellos armas y objetos diversosde metal por oro. Se dirigiría allí con

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un grupo reducido de compañeros ycaballos, sin mujeres ni niños, nicarros, para poder desplazarse conmayor rapidez. Los ancianos lerecuerdan entonces que el resto de latribu no puede permanecer por mástiempo en Merv. Ya que, a causa delgran número de caravanas y depastores de la ciudad, el gobernadorde Merv sólo permitía a los nómadasque permanecieran allí un tiempolimitado, al objeto de que no seagotaran pronto los pozos y lospastos. Después de largasdiscusiones, se decidió que la tribu

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iría a instalarse a las puertas deBactria donde el campo era más ricoy los nómadas menos numerosos,mientras Tanoajares se dirigía aSamarcanda con su hijo Hyriade,Ciro y dos buenos jinetes de la tribu,junto con una decena de caballos.

»Lo cierto es que, por su parte,Ciro ya no tenía tanta prisa porvolver a Media. Se había encariñadocon esas comarcas de horizontesinmensos, donde el cielo se confundecon la tierra, y no se planteabacambiar la existencia que llevaba enel seno de la tribu, donde los días se

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sucedían sin que ninguno separeciera al otro, y donde no parabade conocer a hombres nuevos bajocielos diferentes. De esta manera,tomaba conciencia profunda de lainmensidad del mundo y de ladiversidad de los pueblos. Por ellono se enfadó por esa visita a dichaciudad legendaria, una de las másantiguas del mundo; su antigüedad yla variedad de las poblaciones que lahabitan se reflejan en la pluralidadde los nombres con los que se laconoce: Afrasiab para los turanios,esos jinetes y pastores que viven

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como nómadas en las estepas másallá de Yaxarte, Maracanda para lasgentes de las ciudades de occidente,y Samarcanda para los iranios, esegran cuerpo de pueblos arya quehablaban una misma lengua desde losvalles soleados del Parsa, al sur delIrán, hasta las montañas nevadas deBactriana cerca de los horizontesmisteriosos por donde sale el sol, yhasta esos nómadas de las estepasescitas que vivían entre el Oxus y elYaxarte, los masagetas y loscorasmios.

»Gracias a sus caballos ligeros

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y rápidos, en pocos días alcanzaronlas orillas del Oxus. Cuando, en laestepa salpicada de ramilletes deárboles a cuya sombra pastabanpequeños rebaños, Ciro descubrió elgran río con su majestuoso curso, sequedó mudo de admiración.

»—Es el río más grande deAsia —le dijo Tanoajares-.Desciende del Hara, el monte de losdioses. Ha nacido de AnahitaArdvizura la Fuerte, la Inmaculada,la señora de las aguas. Esconveniente, hijo mío, honrar a estadiosa, ya que ella accederá a tus

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deseos. Si te ama, hará de ti unhombre feliz, un hombre satisfecho.

»Se habían detenido en unpequeño alto desde el que sedominaba la llanura y el curso lentodel río que centelleaba al sol comouna gigantesca serpiente de plata. Alo lejos, cerca de sus ribazos, podíandistinguir algunas casas de madera ode tierra, y hombres que se afanabanpor allí, como los castores quepueblan esas orillas y construyen enellas viviendas y presas. Algunos delos hombres divisados estaban acaballo y vigilaban sus rebaños

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mientras esperaban que llegaran losbarqueros con sus balsas paratransportarles a la orilla opuesta delrío.

»Tanoajares retomó la palabra ycontinuó diciendo:

»—En la majestuosa grandezade este río, en la belleza de losparajes que inunda con su caudalvivificador, reconoced, hijos míos,la belleza de la diosa Anahita. Semanifiesta con la forma de unahermosa joven, fuerte y majestuosa.Ciñe su fino talle con un cinturón quehace sobresalir su pecho para así

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seducir a los hombres. Su rostro esnoble y luminoso, y de sus orejascuelgan pendientes de oro. Adorna sucuello con una esmeralda y lleva sucabellera estrellada sujeta con unadiadema de oro. Cuando se viste, sepone un gran abrigo confeccionadocon las pieles de trescientoscastores, las más bellas de las detodos los castores que viven bajo elagua como en su seno. Y encima deeste abrigo brillan en abundancia eloro y la plata. Va montada sobre uncaballo blanco, tiene con ella cuatroanimales blancos, caballos y bueyes

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de tiro. A lomos de su cabalgadurade cuello alto aplasta a los malosespíritus, los devas y los yatus, lospairikas y los karapanes. El que esamado por Anahita es bendito entrelos hombres. Hay que honrar aAnahita Ardvizura.

»Tanoajares no se habíaexpresado así nunca delante de Cironi de su propio hijo, y tampoco antesles había hablado de la gran diosa entérminos semejantes. Ciro seasombró de que así lo hiciera,maravillado a un tiempo por ladescripción que acababa de oír.

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»—Tanoajares —le dijoentonces-, ¿cómo sabes que la diosaes tan bella y va tan magníficamenteataviada? ¿Y cómo puede ser que suabrigo esté confeccionado con pielesde castor cuando he oído decir queéste era su animal sagrado, y queentre nosotros, los iranios, estáprohibido matarlos?

»La pregunta pareció asombrara Tanoajares, quien se quedó unmomento en silencio antes dereconocer:

»—En realidad, yo no he vistonunca a la diosa; si la hubiera visto,

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sería un hombre divino, ya que ladiosa no otorga sus favores alprimero que llega. Pero es así comola describen los sacerdotes y losmagos que la han visto. En cuanto alabrigo de pieles de castores, se hadicho que es su vestimenta, pero que,sin duda, estos animales se hansentido muy dichosos de morir por sudiosa, para cubrir su bello cuerpo deaurora, y sus almas han ido acolocarse al lado de ella para formarsu cortejo en las ondas y en las nubesdonde nace la lluvia fecundante.

»Espoleó a su caballo, y los

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demás le siguieron, y luego, mientrasandaban, se dirigió de nuevo a Ciro:

»—Sabe, Ciro, queHaoshyanha, poderoso guerrero de latribu de los paradhata, honraba a estadiosa. Vino al pie del Hara y leofreció en sacrificio cien caballos,mil bueyes y diez mil cabezas deganado menor.

»—Padre —intervino entoncesHyriade, a pesar de la falta deeducación que suponía interrumpirasí el discurso paterno-, padre, esehombre debía ser muy rico parasacrificar semejante fortuna en honor

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de la diosa. Porque, aunquereuniésemos todos los caballos denuestra tribu y todas sus crías,estaríamos aún muy lejos de alcanzaresa cifra.

»—Es cierto, hijo mío, que esehombre era muy rico, pero la diosa ledevolvió mil veces su sacrificio. Lepidió el siguiente favor: permite,santa y vivificante Ardvizura, queconsiga el poder soberano sobre lospaíses, sobre los devas y loshombres. Y Anahita le concediódicho favor, permitió que reinara enesas comarcas, la santa de

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Ardvizura, pues responde a losdeseos de quienes la honran y sabenelevarle sus oraciones. Así es comoHaoshyanha se convirtió en el primerrey del Irán, en el fundador de ladinastía de los paradhata, la primeraen ocupar el trono de Irán antes de ladinastía de los kayánidas.

»—¿Qué? —preguntó a su vezCiro-, ¿acaso ya han estado reunidastodas las comarcas del Irán bajo unsolo rey, como Media y losterritorios adyacentes lo han estadobajo el poder de los medos desdeCiaxares?

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»—No, hijo mío, ningún hombreha sido capaz todavía de reunir atodos los arios bajo un mismo cetro.El país en el que han reinado estossoberanos es el Aryana-Vaejo, esosvastos territorios creados en primerlugar por Ahura Mazda, de dondesalieron los iranios antes dedispersarse hacia el sur. Y ese reinoancestral es en el que entramos, sonlas inmensas llanuras que seextienden por las orillas del Oxus,hasta más allá del Yaxarte. Ahora lasocupan los masagetas, quepertenecen al gran pueblo ario y

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hablan nuestra misma lengua, ytambién otras tribus turanias.

»Mientras Tanoajares hablabade esa manera, se habían acercado ala orilla del gran río. Y Ciropermanecía silencioso, pensando enla diosa Anahita, en la que era losuficientemente poderosa como paraque el propio dios creador, AhuraMazda, se dirigiese a ella y leimplorase que accediera a susdeseos.

»Las balsas que permitían latravesía del río eran almadíasgrandes sólidamente amarradas con

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cordajes de los que tiraban yuntas debueyes desde la orilla opuesta. Erantan numerosos los viajeros y lascaravanas que cruzaban de una orillaa la otra, que hasta el día siguiente elpequeño grupo no pudo encontrarpasaje. Como habían hecho desdeque emprendieran ese viaje, habíandormido envueltos en ampliosabrigos de piel, sobre el suelo, y conlas riendas de los caballos atadasalrededor de la cintura para que nose los robaran mientras dormían.

»Ciro, que hasta entonces nohabía montado en una embarcación,

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sintió cierto temor al encontrarse abordo de esas planchas móviles quelas olas parecían querer engullir encualquier momento. Pero supodominar su miedo y pensó enAnahita, en cuyas manos depositó susuerte invocándola íntimamente.

»Tan pronto desembarcaron enla otra orilla, saltaron sobre suscaballos y reanudaron el camino,sintiéndose todos muy aliviados porhaber dejado atrás esa amenazanteextensión de agua sobre la que seencontraban tan incómodos esosimpávidos jinetes. Pocos días

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después, llegaban a las puertas deSamarcanda.

»Samarcanda despliega suscalles estrechas, sus plazas inmensasy sus jardines a orillas delPolimetos, en una región florecientede campos de trigo y de otroscereales, de viñedos y de vergelesdonde florecen árboles de frutasexquisitas desconocidas en nuestrasregiones. A escasa distancia de losespesos muros de tierra color ocreque guardan los tesoros deSamarcanda, un viejo recinto paracaravanas, compuesto de numerosas

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edificaciones de tierra con tejadoscombados y blanqueados con cal, lesofreció cobijo para las escasasnoches que Tanoajares pensaba estaren dicha ciudad. Era después delmediodía, y el aire era aún fresco apesar de lo avanzado de la estación.Después de dejar a uno de suscompañeros al cuidado de loscaballos, y los equipajes depositadosen el albergue, los viajeros seadentraron bajo la gran puertaabovedada de la ciudad. Dabaacceso inmediato a una plazainmensa bordeada de construcciones

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monumentales medio ruinosas, dondese celebraba el mercado principal.Una multitud abigarrada seapretujaba en medio de los mugidosdel ganado, los rebuznos de losasnos, los ladridos de losnumerosísimos perros, pues, comosabéis, los perros son sagrados paralos iranios, y, por último, los gritosde los mercaderes.

»Ciro e Hyriade seguían delejos a Tanoajares, quien intentabainformarse sobre los traficantes deoro de las tierras lejanas. A los quepreguntaba, le miraban con semblante

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a veces de sorpresa, pero casisiempre irónico o suspicaz, hasta elpunto que Ciro se preguntó si esosarimaspes que comerciaban con oroexistían realmente. Porque algunosde los hombres preguntados se dabanla vuelta levantando los hombros, yotros interrogaban a Tanoajares paraobtener a su vez de él más datossobre esa gente tan misteriosa,mientras que los mercaderes queestaban sentados en polvorientasalfombras, debajo de un toldo paraprotegerse del sol, afirmaban quenada podían decirle sobre los perros

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grifos y los arimaspes, pero que, sinembargo, podían venderle excelentesmercancías a cambio de oro si élmismo tenía suficiente.

»Ciro e Hyriade perdieronenseguida interés en las diligenciasde Tanoajares, y se dedicaron acuriosear. Se dejaron arrastrar, pues,hacia una multitud que rodeaba a unhombre, que se había encaramado aun abrevadero para desde allíarengar a la gente. Se cubría sólo conun hábito oscuro, confeccionado conretales de distintas telas, cosidostodos juntos, como solían llevar los

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magos vagabundos. Era un hombreque se encontraba en lo mejor de susfuerzas; hablaba con una voz grave ypotente, y las palabras quepronunciaba eran poco más o menoslas siguientes:

»"-Ahora quiero anunciar a losque vienen a mí las verdades que lefueron reveladas al hombre sabio, alque descendió de la montaña paraclamar la verdad que le ha enseñadoel dios luminoso, al que le cubre laluz del firmamento, Ahura Mazda. Yel nombre de su profeta, del queviene a anunciar al mundo la buena

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ley, es Zaratustra el santo.»"-Escuchad con vuestros oídos

lo que es perfecto, ved con vuestroespíritu lo que es puro, aprended adiscernir el bien del mal, ya que esuna guerra eterna la que enfrenta aldios de la luz, Ahura Mazda, y alespíritu de las tinieblas, AngraManyu. Yo proclamaré que estos dosespíritus se encontraron en unprincipio para crear la vida y lamuerte, para decidir el destinoúltimo del ser. De estos dosespíritus, el que era maligno escogiólos actos culpables, y los devas le

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apoyaron, actuando de ministrossuyos para ejecutar el mal. Elespíritu santo eligió la pureza, él quehabita los cielos eternos einmutables. Y hacia él vino la sabiaArmaitis, el espíritu del bien y de lapureza.

»"-¡Mortales! Aprended lasenseñanzas que Ahura Mazda hadado a los hombres, las reglas deconducta y la vida correcta, ya queen estas enseñanzas está lasalvación."

»La gente ha escuchado un ratoa este hombre que así hablaba. Pero

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en un lugar próximo se acababa deinstalar un grupo de titiriteros y defunambulistas bailarines. Habíantendido la cuerda entre dos postes yuno de ellos saltó a esta pasarelaestrecha sin dejar de bailar yguiñando un ojo al tiempo que dabavueltas a un bastón. La multitud sevolvió hacia él, y en un instante elprofeta se quedó solo con algunasmujeres y Ciro, ya que inclusoHyriade había preferido marcharse aadmirar al equilibrista. Pero, sininmutarse lo más mínimo, el profetacontinuaba hablando, y decía:

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»”-Ese excelente bien que osquiero dar con la santidad, os lo voya dar a conocer. Es Ahura Mazdaquien os proporciona su enseñanza.El que ha formado en el origen deltiempo la luz resplandeciente paraque pueda desparramarse entre lasestrellas, es también el que ha creadocon su inteligencia la pureza con laque sostiene al espíritu bueno. Él esel principio del mundo creadogracias a su inteligencia. Es él quienformó el ganado y los animalesbuenos. Y es él quien ha dado paso alos pastores y a los que cultivan la

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tierra. Es a ellos a los que dirige supalabra, la misma que revelaZaratustra el santo. Pero no haquerido que el nómada, el adoradorde los espíritus malos, participe desus santas doctrinas. Los que vienena las ciudades y a los pastos parasacrificar el ganado, ésos deben sercondenados a muerte, y caerán en lastinieblas de Angra Manyu."

»El hombre se calló, y dirigiósu mirada a Ciro, que se habíaquedado solo, ya que las mujerestambién se habían alejado pararealizar sus tareas o sus compras.

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»—Tus palabras me parecenhermosas —le dijo entonces Ciro-,¿pero sabemos lo que está bien y loque está mal? Y, además, ¿por quédeseas la muerte de los nómadas?¿Son todos mala gente? ¿Acaso sonmejores los hombres de la ciudad ylos pastores? Yo no lo creo, eincluso conozco reyes que alberganmaldad en el fondo de su corazón.

»El hombre señaló a Ciro conun dedo y le respondió sin descenderdel abrevadero:

»—Joven, tengo la impresión deque podrías venir al buen camino,

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entrar en la luz de Ahura Mazda yconocer la buena ley. Si eres libre,sígueme. Porque siento que teprotege un buen espíritu, aureola tucabeza para conducirte adondequiere Ahura Mazda, quien te destinaa grandes acciones.

»—No soy libre para seguirte.Sólo estoy de paso en esta ciudad ydebo regresar enseguida hacia elmediodía. Pero si así lo quieren losdioses, conducirán mis pasos tras lossuyos y nos encontraremos en elmismo camino.

»—Hablas con sabiduría. Pero

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yo, pienso que no tengo nada quehacer entre estas gentes que prefierenel espectáculo de un titiritero a laspalabras de sabiduría no creada.Pero no creo que exista en miamargura alguna; conozco demasiadobien a los hombres: son vanos y secomplacen en su propia ignorancia.No saben nada o tan poco que esinsignificante, pero este poco essuficiente para que esténconvencidos de que tienen un almagrande y que están por encima de locomún. El mundo está hecho así, porun lado es el reflejo de la belleza de

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Ahura Mazda y de Anahita, pero porotro está corrompido por losartificios del enemigo, por lasmaldades de los hijos de lastinieblas.

«Dicho esto, descendió delabrevadero y se alejó, con la cabezaalta.»

Bagadates se ha callado,permanece en silencio como siquisiera que sus oyentes seimpregnaran de las palabras delprofeta que él acaba de evocar.

—He comprendido bien —dice

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entonces Gaumata el medo- queacabas de evocar la buena doctrinade Zaratustra el santo.

—Es verdad —reconoceBagadates- que es en nuestras tierrasdonde Zaratustra ha enseñado labuena palabra, la que le ha sidorevelada por el propio Ahura Mazda,y que es mi querida ciudad deBactria donde pasó los últimos díasde su vida.

—Bagadates —intervieneentonces Oseas-, ¿cómo puedesafirmar que ese Zaratustra pudorecibir revelación alguna? No hay

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más que un solo dios, el de nuestropueblo, el que nos ha elegido anosotros y el que se ha reveladoúnicamente a nuestros profetas, aAbraham y Moisés. Los demásdioses son falsos, no son más queídolos. Nosotros somos los únicosque no fabricamos imágenes denuestro dios, ya que no se le puederepresentar. Vosotros, por elcontrario, hacéis con vuestros diosesestatuas de madera que luego arrojáisal fuego para calentaros. Lo queprueba que no son más que vilestrozos de madera y que sois unos

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locos por adorar esas cosas carentesde todo poder.

—¡Oh, insensato! —exclamaentonces Razon encolerizado. Eres túel loco que cree que somos tan pococuerdos que adoramos las estatuas delos dioses cuando en realidad es elespíritu que encarnan. Tú, en tuceguera y en tu orgullo, no ves másque la imagen, pero nosotros vemossu espíritu. Y si quemamos lasestatuas cuando están viejas, esporque sabemos que ya nos las habitael espíritu divino.

—Has hablado bien, Razon

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—interviene Simbar el babilonio-.Oseas, creo que eres muy imprudenteal atreverte a afirmar que nuestrosdioses son impotentes cuando el tuyoha resultado incapaz de proteger a supueblo, que se ha visto siemprevencido por los pueblos vecinosconducidos a su vez por sus dioses,egipcios, asirios y por últimobabilonios, que han destruido vuestraciudad de Jerusalén y se han llevadoa vuestro pueblo cautivo.

—¿Acaso los dioses de losasirios —dice entonces Oseas- hanprotegido mejor a Nínive de la

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destrucción, y acaso los persas nohan tomado Babilonia? Creedme, esel brazo de nuestro dios el que haarmado a nuestros enemigos paracastigar a nuestro pueblo por suinfidelidad, de la misma manera quefue él quien protegió finalmente aCiro para que derribara el orgullo delas naciones y venciera a Babilonia.

—No blasfemes, Oseas —diceincomodado Aspadates, el oficialpersa-. Nuestros grandes reyes handevuelto la libertad de tu pueblo y lehan permitido regresar a vuestraciudad y levantar de nuevo las

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murallas y el templo. Pero es porquelos persas, siguiendo la ley que Ciroimpuso en el mundo, respetan todoslos dioses, todos los cultos, todas lascreencias. Da más bien gracias aAhura Mazda por su magnanimidad ytolerancia, y por mirar concomplacencia a los demás dioses,incluido el tuyo, ya que nosotrosconsideramos que, cuando desean elbien, todos los dioses son iguales,que son las mismas manifestacionesde la buena divinidad por excelencia.Y si Ciro ha vencido a todos lospueblos, no tengas la vanidad de

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creer que es gracias a tu dios. ¿Porqué ese dios impotente a la hora deproteger a su pueblo entregaría elmundo a un extranjero? ¿A quiénpretendes hacer creer semejanteabsurdo? Como no sea a tu propiopueblo para dejarle la ilusión de quesu dios tiene algún poder, y queincluso responde a algo de realidad.Si Ciro ha vencido, es porque leamaron Anahita y Ahura Mazda. Yademás pretendes que vosotros, losde Judea, sois los únicos que norepresentáis a vuestro dios. Peronosotros, los adoradores de Mazda,

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jamás representamos los espíritusque vosotros llamáis dioses. Y ennuestros altares no sacrificamosninguna bestia, sólo hacemoslibaciones sagradas al fuego, pero noen monumentos cerrados, sino en eseaugusto templo que es la propianaturaleza, las montañas bajo labóveda inmensa del cielo.

—¿Pero qué estás diciendo?—exclama Oseas-. ¿No fue vuestrorey Jerjes quien mandó esculpirestatuas de esa Anahita que, según tú,amó a Ciro? ¿Y no figura por encimade vuestros reyes vuestro dios Ahura

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Mazda con la forma de un torso entredos alas?

—No digas «vuestros reyes»—replica Aspadates- al hablar delos Reyes de los persas, que tambiénson vuestros reyes. Además, entératede que nuestros reyes adoran a losdioses de los aryas de acuerdo conlas antiguas creencias, ya que noreconocen la revelación deZaratustra, quien prohíbe tanto larepresentación de los espíritus comolevantar tumbas para los muertos,cuando nuestros reyes se han hechoconstruir tumbas magníficas de

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piedra.—Amigos míos —interviene

entonces Ctesias-, dejar de pelearosa cuenta de vuestros respectivosdioses. En realidad, si un pueblovence a otro, no es gracias a losdioses que adora, ya que entoncescabria preguntarse por qué no lehabían dado antes el poder, sinocomo resultado de un conjunto decircunstancias que le han hecho másfuerte que sus vecinos. Los dioses notienen nada que ver en estos asuntosya que, incluso si existieran, tienenotras preocupaciones aparte de estas

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disputas entre humanos y de estostemas de dominio, que, por cierto,resultan bien mezquinas y transitoriascuando nos elevamos por encima dedichas disputas infantiles. Creedlo,los imperios pasan al igual que losdioses. Habéis hablado de losasirios: ¿no tenéis en ellos laprueba? Este pueblo, que dominabael Oriente hace apenas más de dossiglos ha desaparecido de repente, ynadie conoce ya a sus dioses, queentonces parecían haberles otorgadoel dominio de tantos pueblos. Antesde juzgar cualquier cosa, comenzad

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por imbuiros de la siguiente verdad:nosotros, los mortales, con nuestrascreencias, nuestras pasiones ynuestros dioses, somos muy pocacosa ante la infinidad del universo yla inmensidad de los tiempos.Demasiadas glorias han caído en elolvido, demasiados cuerpos se hanconvertido en polvo, y demasiadosdioses se han hundido en la nadacomo para que podamos creernos porencima de los demás hombres y delos demás pueblos, y pretender quenuestros dioses son mejores que losde nuestros vecinos y que vivirán

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más tiempo.Todos se callan, sobrecogidos

de repente por esa verdad. Noobstante, Oseas quiere tener la últimapalabra:

—Ello no impide —murmura-que sólo nuestro dios es eterno, y queél es el único dios verdadero.

Sus vecinos se limitan alanzarle una mirada deconmiseración o a sonreír concondescendencia, y luego se separanpara conciliar el dulce sueño.

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SEXTA VELADA

LA DANZARINA DESAMARCANDA

Esa noche todos están de buenhumor. La ruta ha abandonado esaregión de tierras volcánicas que lossombríos vaciados de lavapetrificada confieren la aparienciadel caparazón de un dragón inmenso.

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Esa región, llamada «tierraquemada», es rica en viñedos queproducen un vino agrio yembriagador. Todos han ordenado alos viñadores de la comarca que lesllenen varios odres de ese vino, quehan reservado para las veladas. A lolargo de todo el día, la ruta no hadejado de ascender por las montañasboscosas, donde los viajeros hanencontrado un agradable frescor a lasombra de los avellanos y de lashayas. Desde el momento en que sehan parado cerca de los edificios depiedra de la posta, los esclavos se

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han apresurado a encender grandeshogueras que son muy apreciadascuando cae el relente de la noche.Una vez se han sentado todosalrededor de la hoguera principal,con un odre de vino al alcance de lamano, Bagadates reanuda su relato.

«Ciro e Hyriade encontraron aTanoajares y a sus dos compañerosen el recinto de caravanas en elmomento en el que se ponía el sol.Tanoajares había interrogado a lagente de la ciudad sin resultado. Perono perdía la esperanza de encontrar a

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alguien que pudiera informarleacerca de esa ruta del oro.

»—Ese mercader de Hircaniano puede habernos engañado, no seha inventado su historia, afirmaconvencido. Tenía la voz alta ysonora de los pastores que tienen lacostumbre de hablarse desde suscaballos, en medio de los mugidos delos animales, de manera que toda lagente que había a su alrededor oíasus palabras.

»Ya que se encontraban en lasala de la taberna donde los viajerosque así lo deseaban podían comer o

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ir a beber el vino pesado deSogdiana, o incluso la lechefermentada de yegua, que a losescitas les gusta particularmente.

»No obstante, a Hyriade leparecía extraño que su padre nohubiera encontrado a nadie que leinformara.

»—Padre mío —se aventuró adecir-, ¿no te parece extraño quenadie haya oído hablar de esostraficantes de oro de los arimaspes?Si vinieran, aunque fuera una solavez al año, hasta las puertas deSamarcanda, ¿cómo es posible que la

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gente de aquí les ignore?»Uno de los mardos, compañero

de Tanoajares, intervino a su vez ydijo, bajando la voz:

»—Toda esta historia meparece una broma. Tanoajares, ¿no tehas dado cuenta de que varios de loshombres a los que te has dirigido tehablaban en tono de burla?

»—Ves mal las cosas —replicóTanoajares-. Es cierto que algunosparecían reírse de mis palabras, perono ha ocurrido así con todos.

»Entonces intervino a su vez elotro compañero.

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»—Yo —dijo- me he dadocuenta de que algunos de los que sehan hecho los asombrados parecíanmás bien inquietos. Tanoajares,mientras que tú hablabas, yopermanecía silencioso y losobservaba. A menudo he visto surostro tensarse y palidecer, mientrasque luces extrañas iluminaban susmiradas.

»—Compañero —le respondióTanoajares-, eres tú quien se imaginacosas que, si no te conociéramos,podrían hacerte pasar por un aldeanomedroso. Yo no veo qué puede haber

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de inquietante en mis preguntas. Peroos aseguro aquí y ahora, con orgullo,que no me marcharé sin saber adóndedebo ir para encontrar a esostraficantes de oro. Estoy decidido, sifuera necesario, a ir hasta el Yaxarte,e incluso más allá, hasta el país delos isedones, es decir, hasta el lugardonde habitan los arimaspes paraencontrar ese oro.

»Acababa de expresarse enestos términos, cuando un hombre sepresentó ante ellos y les saludó.Llevaba la larga túnica sogdiana porencima de pantalones ahuecados,

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ceñido el talle con un cinturón decuero del que pendía una espadacorta enfundada en un estuche de orofinamente cincelado. Llevaba lacabeza descubierta, lo que permitíaver sus espesos cabellos recogidosen varias trenzas finas. Se expresabaen la lengua de Sogdiana, que esvecina de los idiomas de los medos,de los persas y de todas las diversastribus del Irán. Por ello, no tuvomayor dificultad en hacerse entenderde las que habían tenido Tanoajaresy sus compañeros a la hora de hablarcon la gente de Samarcanda.

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Tanoajares le invitó a tomar asientocon ellos después de que eldesconocido les hablara de lasiguiente manera:

»—Os he oído hablar del oro delos arimaspes y he comprendido queestáis aquí de paso para informarossobre ese particular.

»Tanoajares pensó que debía lapresencia de ese hombre a unadivinidad favorable que le permitíaasí hallar lo que había buscado envano durante la mitad de la jornada.Le confirmó que, en efecto, habíavenido desde Merv con sus

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compañeros con ese propósito, ycomo el hombre le preguntara quiénpodía haberle hablado de esecomercio del oro, nombró almercader de Hircania, y le contó loque este último le había dicho. Elhombre le escuchaba sacudiendo lacabeza, y cuando Tanoajares secalló, le preguntó:

»—¿Eso es todo lo que os dijoese mercader?

»—Eso es todo —le aseguróTanoajares.

»—¿No ha mencionado enningún momento a los mairya y a su

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hermandad?»—No, en ningún momento

—afirmó Tanoajares-. ¿Quiénes son?¿Acaso son ellos los que se dedicanal tráfico del oro?

»El hombre no le respondió;poco después le preguntó quémercancías habían llevado paraintercambiar. Cuando Tanoajares selas detalló, le preguntó:

»—¿No tendréis de ese cáñamoque viene de la India y queproporciona visiones divinas?

»Tanoajares se sorprendió de lapregunta y aseguró que ignoraba

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incluso la existencia de esa planta.»—¿No sois mercaderes? —le

preguntó entonces el desconocido.»Tanoajares le dijo que era el

jefe de una tribu de pastores y quehabía venido acompañado solamentede los que estaban con él a la mesa,para llevarse el oro.

»—Amigo —le dijo entonces eldesconocido-, es preferible que sigasmi consejo. El que te ha hablado deese oro te ha inducido a error.Hubieras podido obtener oro acambio de esos granos de cáñamo dela India, pero no creo que tu

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quincalla te sirva.»—Has de saber —le respondió

Tanoajares- que no he venido aquípara tener que regresar con los míoscon las manos vacías. Así se lo hedicho a mis compañeros hace unmomento y te lo repito a ti ahora:estoy dispuesto a ir adonde viven losarimaspes para ofrecerles yo mismomi mercancía. He visto que estaciudad de Samarcanda es rica, y mesentiría muy contrariado si nointentara beneficiarme de esa riquezay regresara al lado de mi tribu tanpobre como vine. Pero tú, me das la

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impresión de que conoces a losarimaspes y la ruta que lleva a esasminas de oro que, según dicen,custodian perros grifos o dragones.Si quisieras conducirme hasta allí, teremuneraría generosamente.

»Pero el desconocido leaseguró que él no conocía esa ruta,que, por otra parte, estaba sembradade obstáculos y de emboscadas, yque nadie que viviera de este ladodel Yaxarte se había aventuradojamás hasta allí.

»—En ese caso —replicóTanoajares-, nosotros iremos a

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explorar esa ruta, nosotrosencontraremos esas minas de oro, yyo iré con todos los hombres de mitribu para traerme de allí montonesde oro. Porque has de saber que anosotros no nos dan miedo esosarimaspes que sólo tienen un ojo, ymucho menos esos dragones quecustodian el acceso a las minas.

»El desconocido le contempló yle dijo a continuación:

»—Veo que estáscompletamente decidido a dirigirte aesas comarcas lejanas. Si aceptasdarme a modo de recompensa un

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caballo, por ejemplo, puedopresentarte mañana a unos hombresque se dedican al tráfico de oro.

»Tanoajares se apresuró aaceptar la propuesta y le prometió uncaballo, el que quisiera escoger entrelos que habían llevado con ellos.

»El desconocido le dijoentonces que elegiría el caballo aldía siguiente, después de que élmismo hubiera cumplido su palabra.Y le citó en la puerta norte de laciudad, a la hora en la que el solalcanza el cenit. Y precisó:

»—Acude con varios caballos y

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con los productos que tú deseascambiar. Delante de la puertaencontrarás a un hombre al quepodrás identificar gracias a suscabellos trenzados, como los llevoyo. Para que te reconozca, a su vez,pronunciarás delante de él estapalabra: aesma. Él te conducirá, a tiy a tus compañeros, a un lugar dondeestaré yo y donde podrás conocer alos que buscas.

»Tanoajares estaba demasiadocontento de haber conseguido por finponerse en contacto con esoshombres, y no se dio cuenta del

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misterio con el que, al parecer, serodeaban.

»Mientras tanto, Ciro sepreocupaba muy poco de ese oro acuya búsqueda le había arrastradoTanoajares. Pensaba más en pasearsepor esa ciudad, de cuyas maravillashabía oído frecuentes elogios, pero,sobre todo, sus pensamientos leconducían hacia ese profeta quehabía hablado con tanta vehemenciadel espíritu del bien, que no era sinoel gran dios Ahura Mazda, el mismoque le habían enseñado a honrardesde su más tierna infancia, y del

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enemigo, del espíritu del mal, AngraManyu. Era la primera vez que oía elnombre de este último, y estabaansioso por saber más cosas de él.Por este motivo, decidió que a partirde la mañana siguiente se pondría abuscar a ese hombre que tanto habíaexcitado su imaginación. Habíahablado de este encuentro aTanoajares, quien, al verle tanpredispuesto a escuchar a un hombreque parecía poder dar buenosconsejos, le animó a que leencontrara de nuevo y le llevara conellos, pues le gustaría charlar con él.

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Había oído decir que en Bactriareinaba un rey sacerdote de nombreVistaspa, que había recibido en sucorte a un hombre inspirado llamadoZaratustra; sabia que este últimopredicaba una religión nueva fundadaen las antiguas creencias, y queVistaspa había hecho de este cultonuevo la religión oficial de su reino.Parecía, pues, que el hombre con elque se habían encontrado Hyriade yCiro era un discípulo del susodichoZaratustra. Tanoajares sentíacuriosidad por la doctrina quepredicaba, pero, sobre todo, pensaba

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que seria bueno trabar conocimientocon un hombre que a lo mejor gozabade cierto poder en esa misma ciudadde Bactria, bajo cuyos muros seencontraba en ese momento instaladasu tribu.

»—Id —les había dicho a suhijo y a Ciro-. No os necesitamospara tratar este asunto con elsogdiano que ha de llevarnos hastaesas gentes que tienen relaciones conlos arimaspes. Id a buscar al magodiscípulo de Zaratustra y traédmelopara que pueda conversar con él.Nos encontraremos aquí mismo antes

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de que termine el día.»Hyriade y Ciro se marcharon,

pues, por su lado, mucho antes deque el sol apareciera en el cenit. Sedirigieron hacia la gran plaza,intramuros, pasada la puerta deMerv, donde habían encontrado lavíspera al profeta. Pero no le vieron.Preguntaron por él a variosmercaderes que, sentados en susalfombras, peroraban con abundantegesticulación. Uno de ellos lesaconsejó que buscaran por losalrededores del mercado de vacuno,que se celebraba cerca de la puerta

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oriental. Allí se dirigieron por lascalles próximas a las murallas; elcamino era más largo, pero por allílas vías eran más anchas y estabanbordeadas de jardines al fondo delos cuales se distinguían a veces losmuros blancos de las casas que seocultaban al fondo de la vegetación.La plaza del mercado era inmensa, yestaba atestada del ganado que lospastores traían de todos los pastosvecinos. Se entretuvieron allí largorato antes de convencerse de que ellugar era demasiado ruidoso comopara que el profeta pensara en

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hacerse oír en medio de semejantealboroto.

»También encontraron muyruidoso el barrio vecino, donde sereunían los artesanos, que a grandesgolpes de martillo moldeaban vasosde cobre o de bronce, y trabajabancon sus punzones el oro y la plata.Ciro se dirigió a uno de estosorfebres y le preguntó por el profeta.El artesano sacudió la cabezanegativamente, pues ni siquiera sabíade quién le hablaban. Un poco máslejos se dirigieron a un grupo dehombres que, a pesar de sus

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venerables barbas blancas, estabanen cuclillas en unas esteras y jugabancon unas tabas.

»—Sin duda te refieres aDjamaspa —le dijo uno de losjugadores-. A esta hora del día loencontrarás en una de las tabernas dela ciudad.

»A Ciro le sorprendió el hechode que ese hombre pudiera frecuentarlas tabernas donde se bebían vinosde Irán o de Sogdiana mientras sejugaban a los dados o a las tabas, ose contemplaba a las danzarinasimportadas del país de los Siete Ríos

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que los indígenas de allí llamabanSindu, o de Bactriana.

»—Aquí —le informó suinterlocutor- la gente escucha a todoslos charlatanes, pero estánsatisfechos con su forma de adorar aAhura Mazda y a los demás diosesaryas, y sobre todo a Anahita que esla diosa de los placeres. Además, laspalabras de ese Djamaspa nopenetran en sus corazones. Peroencuentra más audiencia entre esossacerdotes vagabundos que nosotrosllamamos magos y que van por loscaminos vestidos con oropeles y

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armados con garrotes. Porque estoshombres que se interesan por lascosas divinas también aman labelleza de los cuerpos y los placeresque proporciona dicha belleza.Cuando pasan por las ciudades, lesgusta dilapidar en las tabernas el oroque hayan podido recoger a lo largode sus peregrinaciones. Allí vaDjamaspa a buscarles para hablarlesde lo que él llama la buena ley.

»—¿Pero tú —preguntóentonces asombrado Ciro-, acaso hasacogido favorablemente las palabrasde ese profeta?

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»—Le he oído hablar variasveces y me ha parecido que era unhombre de bien. He tenido el placerde conversar con él, pero no veorazón alguna para creer más en loque enseña su maestro Zaratustra queen lo que nos cuenta la tradiciónsobre los dioses. Y para mi nosupone ningún cambio que vengan adecirme que estos dioses no son másque espíritus malos o buenos, ya quelas divinidades son siempre espíritusinvisibles favorables odesfavorables a los mortales.

»Ciro e Hyriade se internaron

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por las calles que conducían alcorazón de la ciudad, hacia elpromontorio coronado por los murosde ladrillo de la fortaleza donderesidía el príncipe de la ciudad. Encada una de las tabernas en las queentraron probaron el vino que allí seservía, de manera que prontocomenzaron a dar tumbos. El díaestaba avanzando, y el sol descendíadel cenit cuando entraron en unataberna cuya sala se encontraba en unsemisótano y a la que daban accesounos escalones. El aire que allí serespiraba era espeso y caliente,

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empañado por la humareda de unhogar donde se estaban asando unospedazos de carne. Tomaron asientoen unos cojines gruesos colocadossobre alfombras cerca de mesas muybajas, y encargaron una copiosacomida.

»Con la ayuda de la bebida,pronto se encontraron en unagradable estado de euforia que leshizo olvidar incluso la razón de suvisita a la posada. Aunque no vieronaparecer a Djamaspa persistieron enpermanecer en esa tabernaacogedora, donde les ofrecían todos

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los placeres. Como la jornada estabamuy adelantada, los comerciantes,que habían dejado los mercadosdespués de hacer buenos negocios,comenzaban a invadir las tabernaspara gastarse allí parte de susbeneficios. Para entonces, losmúsicos habían hecho su apariciónen la sala para acompañar a losbebedores con su música y suscantos. Se habían colocado al fondode la sala: los que tocaban la cítara ola lira se habían sentado en cojines,mientras que los percutores de loscimbales y los flautistas se habían

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quedado de pie. Su presencia dio aHyriade y a Ciro una razón de máspara rezagarse en aquel lugar, yordenaron que les sirvieran unanueva jarra del vino del país.

»El embotamiento producidopor el vino y el calor les quitaba lasganas de levantarse, y casi no sedaban cuenta de que el tiempotranscurría. Acompañaban la músicay los cantos dando palmas, comohacían la mayoría de losespectadores, al tiempo quebalanceaban suavemente la cabeza.Se encontraban en ese agradable

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estado en el que uno se siente tanligero que tiene la impresión de quebastaría un talonazo para echarse avolar entre los pájaros, y en el que elmundo a nuestro alrededor parecegirar suavemente mientras que lasimágenes se difuminan en unanebulosa inquietante parecida a esasbrumas que se levantan por lamañana sobre la tierra empapada delrocío nocturno.

»Fue entonces cuando aparecióla danzarina.

»Sólo llevaba una falda muyamplia y ligera cuyo tono azafranado

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se confundía con el color de su piel;se mantenía ceñida por debajo de supecho alto gracias a un gruesocinturón de lino púrpura, y caía enpliegues vaporosos por encima delas rodillas. La joven había dejadoque cayera libremente sobre loshombros su abundante cabellera delcolor del fuego, ese color que es tanraro en nuestras tierras pero que esmuy común entre los escitas y sobretodo en Sogdiana. Tenía, además,como tienen las gentes de esta últimaregión, los ojos rasgados hacia lassienes, los pómulos salientes, y las

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piernas largas y bien moldeadas. Sufrente alta estaba ceñida por unadiadema de oro en la que habíancincelado margaritas que enmarcabana su vez representaciones deanimales fantásticos, grifos ydragones. Su cuello estaba encerradoen un collar de oro espeso y rígido abase de torzales granulados yprovistos en cada uno de susextremos con una cabeza de felino.Brazaletes en forma de serpientesadornaban sus brazos y tobillos, ycuando al girar se le levantaba lafalda se podía ver que tenía los

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muslos enfundados en anchas fajas deoro confeccionadas con hilostrenzados.

»Ciro, que hasta entonces habíaprestado muy poca atención a lasmujeres, tanto a las de la tribu, a lasque sólo se podía cortejar si se teníaintención de casarse con ellas, comoa las que había podido entrever porlas calles de las ciudades y quepasaban como sombras fugitivas,descubrió de repente eldeslumbramiento de la belleza.Porque esta danzarina tenía fama deser una de las mujeres más bellas de

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Samarcanda, de hecho, era ladanzarina con mayor gracia, perotambién la cortesana más solicitada.

»Se adelantó casi volando haciael centro de la sala cubierta detapices, y se puso a bailar. Sus piesdesnudos parecían que apenastocaban el suelo mientras que susbrazos se elevaban hacia el techocomo si fueran tallos flexibles de unaflor que ha estallado. A veces cogíadelicadamente entre dos dedos elbajo de la falda y, al separarla, lalevantaba lentamente, y desvelabapoco a poco sus muslos, y luego

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soltaba la prenda justo cuando seesperaba que descubriera sus tesorosmás secretos. La música que leacompañaba y la melopea grave delcantante eran cada vez más lascivas,igual que el baile. En la sala se habíahecho un pesado silencio, pues todostenían su atención en la danzarina. Sucuerpo entero se cimbreaba como sifuera una serpiente que se enderezalentamente, y su cabeza tambiénparecía dislocarse con movimientossecos. Luego agitaba el torso que sedoblaba sobre la cintura y haciaestremecerse el pecho como un gesto

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de ofrenda.»Hyriade estaba tan fascinado

como Ciro, y los dos habían dejadode beber, el gesto absorto, y la vistaprendida en el cuerpo de la danzarinacomo el felino que ha capturado unapresa. Ambos se sentían invadidospor una fuerte emoción, y les parecíaque no tenían los ojos losuficientemente grandes como paraabarcar el conjunto de todos losdetalles de ese cuerpo que parecíanegarse al tiempo que se ofrecía.Pero su emoción aumentó cuando, derepente, se aceleró el ritmo de la

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música y la danzarina comenzó agirar. Entonces la falda parecióhincharse lentamente, erguirse comosi fuera un ser vivo, transformarse enun disco aéreo alrededor del torso,para así desvelar su cintura estrecha,sus caderas redondas, su vientreondulado cuidadosamente depilado,mientras que su cabello se confundíacon su rostro, que parecía quererocultar. Pero giraba con tanta rapidezque apenas si daba tiempo a captarlos detalles de su desnudez, y, derepente, se desmoronó sobre simisma, con los brazos desplegados

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sobre el pecho y la falda cubriendoincluso sus piernas replegadas. Estafigura final estuvo acompañada degritos y de palmas.

»Ni Ciro ni Hyriade habíanprestado atención a un hombre que sehabía sentado a su lado. Era joven, yestaba vestido con una elegantetúnica ricamente bordada que caíasobre un pantalón confeccionado conese tejido flexible y brillanteprocedente del país de los seres, yque traen desde aquellas lejanascomarcas levantinas unas caravanaslentas y, aun entonces, escasas.

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Llevaba el tocado puntiagudo de lossogdianos, que cubría por completosu cabellera, de la que sólosobresalían algunos rizos oscuros. Sevolvió hacia Hyriade, que era suvecino más cercano, y le dijo con unsuspiro:

»—En verdad que esta mujer esla más bella que se pueda ver bajo elcielo en este país. También es ladanzarina más graciosa.

»Hyriade no sabia si estaspalabras estaban dirigidas a él o si eldesconocido las había pronunciadopara sÍ mismo. No por ello las

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aprobó menos, feliz, además, depoder interrogar a alguien acerca deuna mujer que le había causado tantaimpresión.

»—Es verdad —dijo a su vez-que baila maravillosamente. ¿Sabesquién es?

»El hombre le miró con gesto deasombro.

»—Pero cómo, ¿acaso eresforastero aquí? Porque no hay nadieen esta ciudad que no haya vistobailar a Roxana.

»—Tú lo has dicho —leconfirmó Hyriade-, estamos de paso

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en Samarcanda. Venimos de tierraslejanas, de las montañas occidentalesdel Irán.

»—Entonces no habrás venidoaquí en balde, pues podrásvanagloriarte de haber visto bailar aRoxana. Porque has de saber que haygente que viene de muy lejos paraadmirar sus danzas.

»Se calló. La músicacomenzaba a sonar de nuevo mientrasque la joven se enderezabalentamente como una flor que se abreal sol. Cuando estuvo de pie se vioque había dejado que su vestido se

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deslizara sobre las caderas, demanera que caía sobre laspantorrillas pero dejaba aldescubierto el vientre de formassuaves. Mantenía los brazos o bienlevantados o bien abiertos, para asíhacer resaltar mejor el torso queondulaba lentamente, así como elvientre que balanceaba y arqueabacon ímpetu lascivo. Sin dejar debailar así, se desplazaba lentamentepara detenerse delante de cada unode los grupos de espectadores aquienes parecía brindar su danza.Pero cuando se adelantaba alguna

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mano para rozarla, saltabaligeramente hacia atrás y se alejabacon una sonrisa burlona en loslabios.

»En el fondo de su corazón,Ciro albergaba la esperanza de quese acercara a ellos, pero si seaproximaba a un grupo vecino, pocodespués se alejaba sin, al parecer,haberle prestado la menor atención.Tomó a mal esta actitud, como si setratara de una afrenta, y se sincerócon su compañero.

»—Hyriade —le dijo-, estajoven es bella pero altiva. Parece

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que nos desprecia, sin duda porquetenemos aspecto de pobres connuestros vestidos de pieles.

»—Amigo mío —intervinoentonces su vecino-, te equivocasrespecto a Roxana. Mira, yo llevotrajes ricos y joyas de oro; y, sinembargo, no ha venido hacia mí.

»Al ver que ese hombre parecíaconocerla, Ciro intentó sondearlesobre la joven.

»—Mi nombre es Ciro —ledijo-, y mi amigo y yo pertenecemosal pueblo de los mardos. Su padre esel jefe de nuestra tribu y posee

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numerosos rebaños.»—Yo —respondió el

desconocido- me llamo Hardaz, y henacido en esta ciudad de Afrasiab.Sed los dos bienvenidos a nuestracasa.

»—Si tú eres de esta ciudad—prosiguió entonces Hyriade-,debes conocer a esa muchacha. Dehecho, has pronunciado su nombre.

»—Yo he dicho que se llamaRoxana, un nombre que sólo se oyeen Sogdiana y en Bactriana. Esdanzarina y cortesana, y su fama harebasado ampliamente los muros de

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esta ciudad —le aseguró Hardaz.»Esta respuesta asombró aún

más a Hyriade, quien preguntó:»—Dinos entonces por qué se

ha alejado de nosotros al vernos.»—Ella no muestra ni

preferencia ni desprecio por nadie,le respondió. Va a seguir bailandodurante largo rato todavía, y sin dudavendrá ante nosotros. Pero teaconsejo que no intentes tocarla. Yahas visto que huye de todos los quequieren cogerla.

»—Y, sin embargo, ¿no nos hasdicho que es una prostituta?

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—insistió Hyriade.»—Es lo que nosotros llamamos

aquí una djahikâ —le informó suinterlocutor—. No se trata de unasimple prostituta, pues has de saberque sólo se entrega a los que lecomplacen o a los que le indica sumairya.

»Ciro, que se acordaba delencuentro de la víspera entreTanoajares y el desconocido en elrecinto de caravanas, aprovechó laocasión para informarse.

»—He oído pronunciar esenombre de mairya —le dijo-.

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¿Podrías explicarme lo que es unmairya?

»Hardaz le contestó concomplacencia:

»—Son los miembros de unahermandad de jóvenes guerreros.Están bajo la protección del diosMitra, pero a quien veneran enparticular es a un héroe que mató aldragón, y que se llama Thraetaona.Todos los años, con motivo de lagran fiesta del año nuevo, losmiembros de la hermandad imitan asu héroe y matan ritualmente aldragón cornúpeta que mantiene

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cautivas a unas hermosas jóvenes, enlas misteriosas montañas que estánmás allá del gran río, del Yaxarte.

»Ciro comentó entonces que, sieran guerreros que mataban dragonesy adoraban a Mitra, no podían sermás que hombres de estima.

»—Sus amigos les estiman,pero sus enemigos les temen y lesodian. Se les llama asimismo lobos,ya que saben pelear como los lincesy los lobos de la estepa —le hizosaber Hardaz, quien bajó la voz paraañadir-: y también degüellan a susadversarios como harían los lobos.

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Se reconocen entre sí porque llevanel pelo trenzado, y también por suestandarte negro que lleva elemblema del dragón.

»—Ciro —intervino entoncesHyriade-, me parece que eldesconocido que nos abordó ayer enel recinto de caravanas y que hablócon mi padre es uno de esoshombres. ¿Te acuerdas que llevabalos cabellos divididos en multitud detrenzas?

»Ciro frunció el ceño comopara acordarse del hombre, y luegodijo:

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»—Es posible, pero no tieneimportancia. Ya que no veo por quénos habría deseado mal alguno esehombre. Pero dime mejor, Hardaz,¿cómo es posible que estos guerrerostengan relaciones con esas prostitutasque tú llamas djahikâ?

»—Ya te he dicho —prosiguióentonces el hombre- que songuerreros que viven en comunidad.No tienen esposas legítimas, y estasmujeres les hacen el papel. Sonsacerdotisas de la diosa Anahita.Veo que ambos sois de la raza de losaryas, que no pertenecéis al Turan.

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Sin duda, adoráis, pues, a Anahita.»—Es la divinidad por la que

siento más veneración después deAhura Mazda —afirmó Ciro.

»—Debes saber entonces quelas sacerdotisas de Anahitaabandonan su cuerpo en unionessantas a los que pagan por ello —lerespondió Hardaz, quien continuódiciendo-: Roxana también essacerdotisa de Anahita. Danza parala diosa más que para los hombresque vienen a verla. Porque ha sidocautiva del dragón Azi Dahaka, dequien era esclava. La tenía

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encadenada como lo estuvo Daena,en quien se había encarnado la diosaAnahita para que pudiera huir. Peroun héroe de los mairya mató aldragón, agujereándole a flechazos yderribándole con su maza. Roxanaquedó así liberada. Fue entoncescuando se consagró a Anahita y seconvirtió en la djahikâ de susalvador, del que mataba a losdragones.

»Ciro lanzó una mirada desorpresa a su interlocutor ya que eltono de su voz tenía un acento tal vezde verdad que no era posible

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imaginar que se inventara semejantehistoria.

»—Hardaz —le dijo-, ¿esposible que existan dragones y quetengan mujeres cautivas?

»—Existen más allá del gran ríoYaxarte, hacia las montañas del paísde los isedones —le aseguróHardaz-. Existen también por estasmontañas y hacia el monte Imaos, enlas misteriosas regiones donde naceel sol, donde los grifos tienencabezas de águila y cuerpos deleones alados mientras que losdragones se parecen a serpientes

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enormes cuyo cuerpo monstruosoestá cubierto de escamas, que tienenpatas de león y hocicos de poderosamandíbula por los que escupen fuego.

»—¿Qué? —Exclamó entoncesHyriade-. ¿Es posible que semejantesmonstruos tengan mujeres cautivaspara convertirlas en sus esposas?

»Hardaz le miró y precisó conuna mirada irónica:

»—No se sabe si gozan conellas como lo harían los hombres,pero si se sabe con seguridad quesiempre llega el momento en el quelas devoran, a menos que mientras

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tanto no las hayan liberado.»Dicho lo cual se calló, pues

Roxana, que se había retirado,reapareció mientras los músicoshacían vibrar de nuevo susinstrumentos. Y entonces abriómucho los ojos, con todos lossentidos, que hasta entonces habíanestado adormecidos, exaltados por labelleza lujuriosa de la joven.»

Bagadates se ha callado.Levanta la mirada hacia el cielo en elque destaca una luna que baña latierra con su pálida luz, y hace brillar

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las copas de los árboles acunadospor una brisa cálida.

—Ha llegado la hora desepararnos —dice.

Un murmullo de reprobaciónacoge esa interrupción repentina.

—¿Pero cómo —exclamaAspadates-, nos vas a dejar sufrirtoda la noche pensando en semejantebelleza, sin que sepamos si Ciropodrá satisfacer unos deseosdemasiado comprensibles?

—No puede ser de otro modo—afirma Bagadates-. Pero mira esaluna, cuyos rayos son como una

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caricia de mujer. Tiene el resplandorde la belleza de esa Roxana. Piensaen ella al contemplarla, pues la lunaes en el cielo lo que una mujer en unlecho cuajado de perlas.

Todos se levantan en silencio yse alejan titubeando ligeramente,ebrios del vino ingerido durante lavelada, de manera que les resultamás fácil continuar su sueño encompañía de un Ciro, también medioebrio, frente a la danzarina deSamarcanda.

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SÉPTIMA VELADA

LA ELECCIÓN DE ROXANA

El cielo ha estado nublado todoel día, y poco antes de la parada haestallado una tormenta violenta en lanube que se ha abierto para derramaruna lluvia abundante. Loscaravanistas han empujado a susanimales hacia el recinto, mientras

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que los simples viajeros hanfustigado a sus monturas paraalcanzar cuanto antes el refugioansiado. Afortunadamente, es unrefugio amplio y ofrece varias salascubiertas donde los viajeros hanencontrado un abrigo de la lluvia quecae cada vez con mayor violencia.Encienden una hoguera bajo uno delos pórticos que rodean el gran patiocentral. Todos acuden a sentarse consus alfombras cerca de las altasllamas para secarse los vestidosmojados, pero sobre todo paraescuchar a Bagadates.

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—Anahita, que preside lasaguas del cielo y de la tierra,manifiesta su presencia —señalaGaumata, el medo criador decaballos-. ¿Es una señal favorable?

—Anahita fue favorable a susacerdotisa Roxana, y también a Ciro—asegura Bagadates.

E inmediatamente retoma el hilode su relato.

«Roxana se disponía a bailarpor tercera vez. Pero cada una de susdanzas duraba mucho tiempo, comosi sintiera el mayor de los placeres al

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mover su cuerpo al ritmo de lamúsica, y en exhibir su belleza antelos ojos de todos esos hombresdevorados de deseo hacia ella. Locierto es que encontraba en ello unaemoción voluptuosa que la invadíapor completo y la preparaba para eléxtasis amoroso.

»Se había despojado de la falday la había reemplazado tan sólo poruna larga cadena de oro que seenroscaba por su cuerpo como unaserpiente alrededor del pecho, de lacintura, de las caderas y a lo largo deuna pierna para cerrarse en un

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tobillo. Avanzaba con una graciamajestuosa entre los hombres, y,lejos de parecer avergonzada por sudesnudez, la exhibía con orgulloaltivo. Llevaba en la mano derechaun velo cuya trama era tan fina queparecía diáfano, un velo preciosollegado de Egipto, tejido en lostalleres de Menfis y teñido con lapúrpura de Tiro. Dejaba quearrastrara por la alfombra, pero,cuando de repente se puso a bailar,jugó con él como si fuera un adornopara ocultar y desvelar su belleza. Secubría con él el torso, apretándoselo

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para que se le marcara más la curvadel pecho y las redondeces de lascaderas, donde hacia con el velo unmechón largo que se insinuabaalrededor del cuerpo, se deslizabaentre sus piernas, se desplegaba paraenvolverle la cabeza y bailaba a sualrededor como una llama que sehubiera escapado de ese fuego vivoque parecían ser su cuerpo y sucabellera.

»Se había parado delante de ungrupo de cinco hombres sentados encojines que tenían la vista fija enella, pero, aunque ella llegara a

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rozarles con las caderas, o agolpearles suavemente con el velo,ninguno tenía la osadía de intentarsiquiera tocarla.

»—Ved —murmuró Hardaz,inclinándose hacia Hyriade y Ciro-,se dispone a escoger al dichosoelegido que tendrá derecho a pasar lanoche con ella. Si uno de ellos,cediendo a la violencia de su deseo,se atreviera a tocarla, o incluso ahacer un gesto obsceno hacia ella, esseguro que ella se alejaría deinmediato y que lo despreciaría.

»Hyriade, que se consumía en

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ardientes deseos, afirmó queadmiraba el dominio que tenían esoshombres sobre sí mismos para poderpermanecer inmóviles anteprovocaciones tan lascivas. Yañadió:

»—No obstante, me sorprendeque ninguno de estos hombres, queparecen fuertes, no haya intentadonunca tomarla cuando se acerca tantoy violarla a la vista de todos.

»Hardaz entornó los párpados yluego aspiró profundamente el airecargado de perfumes y de humo antesde responder que, en efecto, nadie se

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había atrevido jamás a actuar así.»—Con semejante violencia

—añadió-, se corre el riesgo deperder mucho a cambio de unaganancia exigua y aleatoria.

»Hyriade suspiró diciendo:»—Nosotros, pobres nómadas,

tenemos pocas posibilidades de queuna mujer tan bella y deseada noselija. Sin embargo, tengo algunosobjetos preciosos que con gustodaría a cambio de pasar una nocheentre sus brazos.

»Hardaz le miró y le respondió:»—¿Por qué hablas de ese

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modo? Es la propia Anahita la quedirige su elección. Basta que la diosate haya elegido para que su siervavenga a ti.

»—Ese es mi mayor deseo.Estoy dispuesto a sacrificar a ladiosa la ternera blanca más hermosade nuestro rebaño para que conduzcalos pasos de su sacerdotisa hacia mí.

»Así habló Hyriade, y Ciro lelanzó una mirada sombría. Ya queestaba igualmente invadido por eldeseo de esa mujer y se decía a símismo que él no podía ofrecer unsacrificio igual a la diosa ya que no

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poseía más que su caballo, sus armasy sus ropas. Es cierto que llevaba alcinto la espada corta con vaina deoro y alrededor del cuello el collarde oro que había recibido de suspadres desconocidos, pero no estabadispuesto a sacrificar esos bienespor los besos de una prostituta.

»—Sin duda va a elegir a unode esos hombres —suspiró Hyriade-,hace demasiado rato que da vueltas asu alrededor como para no haberdecidido quién será su amante estanoche.

»Hardaz le dirigió una larga

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mirada, pero no pronunció ni unapalabra y se volvió hacia ladanzarina. Pero, de repente, ésta dioun giro completo y, avanzando apasitos rápidos sobre la punta de lospies, se dirigió hacia otro grupo debebedores para recomenzar allí,delante de ellos, esa danza en la quepermanecía en el mismo lugar,moviendo solamente el cuerpo y losbrazos. El velo revoloteó por encimade las cabezas que se levantabanhacia ella.

»—Para indicar su elección—le advirtió Hardaz-, lanza su velo

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sobre el que ha elegido. Mirad,parece que su deseo se dirige haciauno de esos hombres.

»—La diosa les quiere mucho,entonces —dijo Hyriade con un pocode pena en su voz-. Pero estoy deltodo decidido a quedarme enSamarcanda y volver aquí todos losdías, hasta que se digne mirarme yelegirme.

»Pero Ciro intervino en tono dereproche, y le dijo:

»—Hyriade, amigo mío, pierdesel sentido. Sabes muy bien que quizátu padre ha llegado ya a un acuerdo y

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que querrá que nos pongamosmañana mismo en camino hacia elpaís de los arimaspes.

»—Se marchará sin mí—declaró Hyriade.

»—Hermano —le dijo Ciro-, esla embriaguez la que te hace hablarasí. Tan pronto hayas visto de nuevoa tu padre y se hayan disipado de tuespíritu los vapores del vino,olvidarás a esta mujer que sólopuede ser motivo de disputa.

»Hyriade irguió el busto paradarse mejor aspecto y no parecerebrio, y le dijo, levantando la voz:

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»—Ciro, ¿cómo puedes hablarasí? Jamás podré olvidar a estamujer. Y aunque tenga que alejarmede mi padre y exilarme lejos denuestra tribu, poseeré a esta mujer.Estoy dispuesto a cometer todas laslocuras para que sea mía, una noche,solamente una noche.

»Hardaz dio una palmada yluego puso la mano izquierda en elhombro de Hyriade al tiempo queintervino en la pelea:

»—Amigos míos —dijo-,permaneced tranquilos, ya que nadapodéis ganar, excepto golpes,

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peleándoos en público.»Mientras así hablaba, Roxana

avanzaba hacia ellos y les sonreía.Olvidaron de inmediato sus agravioscomo si de repente estuvieranembrujados, y permanecieroninmóviles y mudos, incapaces dedesviar su mirada de esa criatura queles parecía la encarnación de lapropia diosa. Y cuando se detuvodelante de ellos y se puso a bailar,estaba tan cerca que sentían elperfume de su piel y el calor de sucuerpo. No habían olvidado lasrecomendaciones de su vecino, pero

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tenían que realizar un esfuerzoenorme de autocontrol para noadelantar las manos hacia esa carneluminosa.

»La danzarina se encontrabaahora justo delante de Ciro. Éstetenía a la altura de la cara su vientreque parecía sacudirse sin cesar acausa de ímpetus voluptuosos, ypodía respirar el olor picante de esacarne lasciva. Tuvo que cerrar losojos para no sucumbir a la tentaciónde tomarla y de violentarla comohubiera debido hacer un verdaderoguerrero. Se estremeció al sentir que

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el velo le rozaba el rostro y loshombros. Abrió los ojos, pensandoque caería sobre él, pero al pronto sealejó. Roxana lo hacia ondularsacudiéndolo hábilmente de unextremo al tiempo que cimbreabatodo su cuerpo mientras que de suslabios surgía una melopea ronca tanescasamente articulada que no sesabía si era un canto o unencantamiento.

»Y, de repente, el velo seescapó de sus dedos, pareció volar yvino a caer suavemente sobre lasrodillas de Hyriade. Este último lo

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cogió y se lo llevó a los labios, sincomprender muy bien lo que ocurría,ya que ella seguía bailando,balanceando las caderas, con el torsoinclinado y los brazos extendidoshacia él, mientras su mirada sombríapermanecía fija en el joven. Éladelantó hacia ella la mano queestrechaba el velo. Pero ella le cogióla mano y, enderezándose, la puso enla parte baja de su vientre liso.

»—Guárdalo —le dijo-.Cuando caiga la noche, me lo traerás.Acude con tu bien más querido, a lapuerta norte de la ciudad. Allí

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encontrarás a una mujer con el rostrocubierto por una tela parecida a ésta.No le dirijas la palabra, y ellatampoco pronunciará palabra alguna.Le enseñarás el velo y la seguirás.Ella te conducirá hasta mí.

»Después de pronunciar estaspalabras enigmáticas, se alejó y, sinbailar ya, se dirigió a toda prisahacia una puerta situada al fondo dela sala por la que había aparecido.

»Hyriade permaneció mudo deestupor. Apretaba la tela contra surostro como si intentara encontraraún en ella la huella de la que le

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acaba de elegir. Todas las miradasde los hombres allí presentes sehabían vuelto hacia él y podían oírselos murmullos, pues se interrogabanmutuamente para saber quién era eseviajero en el que había recaídosemejante fortuna. Hardaz le golpeóen el hombro riendo alegremente, yle dijo:

»—Lo ves, amigo, cómo tequiere la diosa. Has agradado a esamuchacha y para ti es una aventurafeliz, pues has de saber que sonmuchos los hombres aquí presentesque te envidian. La mayoría de ellos

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acuden con la esperanza de queRoxana los elija un día.

»La elección había amargado aCiro, quien, levantándose, dijo queya era hora de regresar al recinto decaravanas. Y añadió, dirigiéndose aHyriade:

»—Tú eres quien lleva nuestrooro. Paga al tabernero, yo memarcho.

»Saludó a Hardaz y salió.Cuando se encontró en la calle, seasombró al ver que el sol ponientehabía teñido de púrpura el horizonte.Pensó que había estado mucho

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tiempo en la taberna, y se apresuró aregresar al recinto de caravanas.

»Tanoajares no había regresadocon sus dos compañeros. Ciro creyóque sin duda se había prolongado suentrevista con el informador. Sedirigió a las caballerizas. Allí sóloestaban su caballo y el de Hyriade.Les dio avena, los acarició, y luegoregresó a la habitación quecompartían los cinco. Se trataba deuna sencilla estancia, con el suelo detierra batida cubierto de esteras y delechos de paja. Fue entonces cuandose dio cuenta de que se habían

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llevado todos sus sacos de cuero enlos que guardaban sus ropas y lasescasas pertenencias que habíanllevado consigo. Fue a preguntar alencargado, quien le informó que porla tarde, después de comer, se habíapresentado un hombre a buscar losequipajes diciendo que Tanoajaresse disponía a salir inmediatamente yque no tenía tiempo de pasar abuscarlos en persona. El hombrehabía pagado lo que se debía y sehabía marchado.

»—Pero además —añadió elencargado-, debes conocerlo. Era el

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mismo hombre con el que estuvisteishablando ayer por la tarde. ¿No eraamigo vuestro?

»Ciro no dijo nada, aunque sesentía preso de una gran inquietud.Señaló que el hombre no se habíallevado ni su caballo ni el de sucompañero. El encargado hizo ungesto de impotencia diciendo que nisiquiera se había dado cuenta, que nosabía los animales que había en losestablos. Ciro regresó aprisa a lahabitación, para examinarla con máscuidado. Era evidente que habíanrecogido todo. Dio la vuelta al lecho

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de Tanoajares, pues sabía que esteúltimo había escondido allí su puñallargo y sólido, con hoja de acero,que le había regalado un armero deDamasco. Allí lo encontró,enfundado en su vaina de cuerogrueso, reforzada con placas debronce. El hallazgo no hizo sinoaumentar su inquietud, pues lesorprendía que Tanoajares hubieraenviado a ese hombre a recoger suequipaje y que hubiera olvidadopedirle que le llevara un arma queapreciaba mucho. Cogió el arma yregresó al establo. La víspera había

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dejado cerca del caballo su silla decuero, ya que los mardos, al igualque los escitas, no colocaban sobreel lomo de sus monturas simplesalfombras decoradas, como aúnhacen los babilonios, los sirios o losgriegos, sino una silla de cuerogrueso que se sujetaba por debajodel vientre del animal con grandescinchas. Ciro había dejado colgadosde su silla su arco y su carcaj repletode flechas, así como el lazo queutilizan los pueblos de jinetes paracapturar a los caballos salvajes.Comprobó con satisfacción que la

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silla seguía en el mismo sitio dondeél la dejara.

»Regresó a la habitación paraaguardar allí a Hyriade, pensandoque éste no tardaría en reunirse conél. Se sentó y se preguntó durantelargo rato qué razones habríanpodido impulsar a Tanoajares aactuar de ese modo. ¿Cómo podíahaberse olvidado de ellos, de él y desu propio hijo? Buscó de nuevo alencargado para intentar sonsacarlemás información. Pero no obtuvonada más: no conocía al hombre queles había hablado la víspera y sólo

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pudo confirmarle que Tanoajares ysus dos compañeros se habíanmarchado efectivamente por lamañana, llevándose con ellos un grannúmero de caballos. Cuando Ciroregresó a la habitación, ya se habíahecho de noche, pero Hyriade aún nohabía vuelto. Entonces, Ciro seajustó el puñal de Tanoajares a laespalda, dejando que la empuñadurasobresaliera por encima de suhombro izquierdo, de manera quepudiera cogerlo rápidamente, y luegoregresó a la taberna donde habíanestado después de comer. El

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posadero, al que preguntó porHyriade, le dijo que este último sehabía marchado después de pagar yque desde entonces no le habíavuelto a ver. Le preguntó dónde sealojaba Roxana. El posadero lerespondió con tono firme:

»—Eso, lo ignoro. Nadie sabedónde vive esa mujer. Invita a susamantes a acudir a la puerta norte,pero ninguno de ellos ha venidoluego a decirme adónde le habíanconducido. Mantiene su secretocelosamente, para evitar que leincomoden a todas horas.

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»Ante la insistencia de Ciro,precisó que la joven acudía conbastante frecuencia a su taberna abailar, y que eso le satisfacía muchoporque atraía clientela. Al abandonarla posada, Ciro se dirigió a la puertanorte. Era una puerta fortificadadetrás de la cual se abría una plazade mercado de reducidasproporciones. Durante el día secelebraba allí el mercado de telas yde productos manufacturadosdiversos. Pero a aquellas horas, laplaza estaba desierta y oscura. Lapuerta estaba cerrada, pues siempre

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existía el peligro de un asalto porparte de algunas de las tribus desalteadores que vivían comonómadas en el desierto, a ambasorillas de Yaxarte. Había, noobstante, un puesto de guardiaseñalizado con la luz débil de lasantorchas. Ciro se aproximó parapreguntar a los soldados de guardia.Parecían no conocer a Roxana, yninguno supo decirle si se habíaacercado a la puerta un hombrellevando un paño púrpura. Al darsecuenta de que su búsqueda nocturnaera en vano, regresó al recinto de

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caravanas y se acostó sobre la paja,cerca de los dos caballos.»

La lluvia no había dejado decaer durante todo el tiempo que habíahablado Bagadates. Cuando se calló,sólo se oía el repiqueteo de las gotasde agua que golpeaban el suelo delpatio y las tejas del techo. Hubierandeseado escuchar de inmediato laexplicación de esas desaparicionesmisteriosas, pero Bagadates dijoestar cansado después de un díaparticularmente fatigoso, ya que laruta había sido más larga que las de

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otras jornadas, y todos decidieronirse a dormir.

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OCTAVA VELADA

EL PRECIO DE LA BELLEZA

Tan pronto estuvieron todossentados a su alrededor, yrespondiendo a la impacienciageneral, Bagadates habló de lasiguiente manera:

«Apenas había salido el sol, y

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Ciro erraba ya por las calles deSamarcanda. Durante mucho ratohabía esperado que al despertarseencontraría a Hyriade a su lado. Perocuando se despertó, vio que estabasolo. Dedicó parte de la mañana a irde plaza en plaza, de taberna entaberna. Cuando entró en la quehabían conocido a Roxana, sólo hallóa una muchacha que limpiaba la sala,y le dijo que el tabernero estabadurmiendo, y que tendría queregresar más tarde si deseaba hablarcon él.

»Ciro decidió entonces ir a

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buscar su caballo para inspeccionarlos alrededores de la ciudad.Recorrió durante un rato largo elcampo que se extendía a orillas delrío, cuyos ribazos estaban sembradosde huertos y viñedos. Pero a medidaque avanzaba hacia el norte,alejándose de las riberas risueñas, seacercaba al lindero de un desierto,donde la arena alternaba con elcascote. El sol declinaba ya hacia elocaso, cuando decidió regresar aSamarcanda. Se había alimentado abase de granadas y peras, y tambiénde esa fruta desconocida todavía en

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Irán, y trasplantada a Transoxianadesde el lejano país de los seres, quellaman manzana de Persia o, mejoraún, melocotón. Las había tomado deunos campesinos que se las habíanofrecido.

»Llevó su montura de vuelta alestablo, en el recinto de caravanas.Al ver que el caballo de Hyriadeseguía allí, comprendió que sucompañero no había regresado,extremo que le confirmó elencargado. Entonces se decidió ahablar a este último de Roxana, a loque el hombre le respondió:

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»—Por supuesto he oído hablarde esa mujer. Al parecer se trata deuna danzarina con fama de ser muybella. Pero yo no la he visto jamás.

»Eso significaba que no conocíael lugar donde pudiera encontrarlaCiro. No obstante, el encargadoconcluyó diciendo:

»—De ser así, comprendo quetu compañero no haya regresado.Cuando el deseo de amor penetra enla piel, nada más cuenta, y a menudouno está dispuesto a sacrificar todo,a renegar del padre y de la madre,por el amor de una mujer. Haces mal

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en preocuparte. Encontrarás a tuamigo tan pronto se haya gastado eloro del que dispone, ya que esasmujeres son así: mimosas y amablesmientras se las puede pagar,desagradables e insolentes desde elinstante en que te han desplumado.

»Ciro se alejó pensando que elhombre le había dado un buenconsejo. Había dejado su caballo conlas armas en el establo y se dirigió apie hasta la taberna. Pero, al entrar,se dio cuenta de que no tenía con quépagar al tabernero en el caso de quequisiera comer; por otro lado estaba

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hambriento. No le quedaba más quelos dos caballos y sus propias armas.¿Se vería obligado a separarse de sucollar de oro? Rechazó esepensamiento y entró en la taberna conpaso decidido. Había poca gente, yen la sala no vio ni a los músicos ni aRoxana. Preguntó por ella altabernero que vino a su encuentro,pero éste le dijo que casi conseguridad no vendría esa tarde, puesera casi la hora en que habitualmenteella se disponía a retirarse despuésde haber escogido a su amantenocturno. Al comprobar que era

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inútil demorarse allí, se disponía asu vez a marcharse cuando oyó que lellamaban. Se alegró de ver a Hardazsentado en un cojín, y conversandocon un hombre mayor. Se acercó aellos y saludó al sogdiano, quien leindicó que su acompañante era unopulento mercader de Samarcanda.Hardaz le invitó a sentarse a su ladoy a beber vino, y luego le preguntómuy cortésmente cómo había pasadoel día.

»—Lo he pasado —respondióCiro- recorriendo el campo en buscade mi amigo. Porque no ha regresado

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esta mañana y comienza ainquietarme su ausencia.

»Hardaz esbozó una sonrisacómplice antes de observar:

»—Está claro que ha seducido ala bella Roxana y que sin duda se hainstalado en su habitación.

»—¡Que la diosa Anahita teoiga! —exclamó Ciro-. Pero tengoprisa por encontrarlo. Dime, ¿nosabes dónde vive esa mujer?

»Hardaz suspiró, pareció dudar,y por fin confesó:

»—Sí lo sé, pero no puedodecírtelo, a menos que ella me dé

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permiso.»—¡Pero cómo! —se indignó

Ciro-, ¿dejarías a un extranjero enapuros? Ella no sabrá que eres túquien me ha conducido hasta ella.

»—Sí lo sabrá —le aseguróHardaz-. No tendrá más quepreguntar a la gente que se encuentraaquí y nos escucha. Y yo, por miparte, no quiero indisponerme conesa mujer.

»Ciro —a quien la cóleraencendía- se levantó y dijo:

»—Hardaz, no puedo obligartea que me indiques lo que deseo

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saber. Pero debo decirte que si tengoque marcharme de aquí sin haberencontrado a mis amigos, cabalgaréde un tirón hasta Bactria y regresarécon todos los guerreros de nuestratribu. Registraremos toda la ciudad,y, si es preciso, obligaremos alpríncipe a que nos ayude, peroencontraré a Hyriade y también a supadre.

»—Amigo mío —dijo Hardazlevantando la mano en señal de paz-,cálmate. Encontraremos a tu amigosin necesidad de recurrir asemejantes medios. No sé lo que ha

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sido del padre de Hyriade, cuyaexistencia ignoraba, pero, si quieres,puedo ir a casa de Roxana ypreguntar por tu amigo. Si está conella, te lo traeré de vuelta. Si no esasí, le preguntaré si ella sabe adóndese ha ido.

»Esta manifestación de buenavoluntad por parte de Hardaz calmóa Ciro. Se sentó de nuevo y dijo contono moderado:

»—Hardaz, deseo ver otra vez aesa mujer. La verdad es que ayer porla tarde tuve celos de mi amigo.Arréglame una entrevista con ella y

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te daré...»Dudó, no sabiendo qué

ofrecer, y luego se comprometió:»—Te daré mi caballo. Es un

animal hermoso, un caballo deHircania, rápido como el viento deldesierto, e infatigable.

»Hardaz se echó a reír y le dijo:»—No sabia que tuvieras un

caballo tan hermoso. Pero te lo dejo.Lo que haga por ti quiero hacerlo poramistad. No te pediré nada para mí.Pero si deseas pasar la tarde conRoxana, será preciso llevarle unregalo. Si no hay regalo, dudo que

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acepte recibirte.»—Dile que le regalaré este

collar.»Y al tiempo que lo decía, sin

mostrar duda alguna, se desprendiódel collar y se lo tendió a Hardaz.Este último lo tomó, lo examinólargo rato antes de declarar que erauna obra magnífica, digna de un rey.

»—Por tanto, es un collar dignode ella y de su belleza —afirmóentonces Ciro-. Anda, llévatelo yentrégaselo.

»Hardaz se echó a reír y ledevolvió la joya:

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»—Verdaderamente, amigo mío,me parece que te fías demasiado detodo el mundo. Podría quedarme conel collar y marcharme con él. No,guárdalo, y tú mismo se lo entregarása Roxana si acepta recibirte en sucasa.

»Ciro, convencido de la bienfundada respuesta de Hardaz, recogióel collar y dijo con impaciencia:

»—Ahora, te lo ruego. Corre allado de esa Roxana y háblale enfavor mío.

»Hardaz exhaló un suspiro ydijo, levantándose:

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»—En verdad te tengo simpatíaa pesar de conocerte todavía tanpoco. Voy a casa de esa cortesana.Ve a buscarme a la puesta del sol alos alrededores de esa puerta nortedonde ella manda buscar a susamantes. Entonces te diré cuál es surespuesta.

»Ciro regresó a toda prisa alrecinto de caravanas. Como se temía,Hyriade seguía sin regresar. Noobstante, ensilló su caballo y el de sucompañero, ya que pensaba que siHyriade se encontraba con Roxana legustaría poder disponer de su

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montura.»El sol se encontraba ahora en

un punto muy bajo del horizonte, y lagente regresaba a su casa antes deque se hiciera de noche. En una callese cruzó con un hombre vestido conuna túnica oscura, remendada, tocadocon un gorro alto y puntiagudo, y quellevaba en la mano un pesado bastón.Supuso que seria uno de esos magosvagabundos, lo que le recordó alprofeta en cuya busca había salido lavíspera, con Hyriade. Pero pasó delargo y no le interrogó, ya que todosu espíritu estaba ahora centrado en

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Roxana. ¡Temía tanto que no aceptarasu regalo y que no quisiera recibirle!

»Entregado a estospensamientos llegó ante la puertanorte. Su corazón comenzó a latir conmayor rapidez cuando vio a Hardazbajo un plátano conversando con unsoldado de la guardia. Al divisar aCiro, se dirigió hacia él con una gransonrisa y antes incluso de llegar a sualtura, exclamó:

»—Verdaderamente, Ciro,Anahita te ama. He encontrado aRoxana en su casa. He tenido querogarle y hablarle de ti en términos

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elogiosos, ya que quería descansarhoy. Pero al final ha aceptadorecibirte en su casa.

»Se había parado delante deCiro y comenzó a acariciar el cuellodel caballo con la palma de la mano.

»—Haces bien cuidándolo—dijo-; en efecto, es un hermososemental. Pero veo que tienes dos.

»—Este —respondió Ciro-pertenece a mi amigo Hyriade. Perodime, ¿lo has encontrado allí? —suspiró, levantando los ojos hacia él:

»—No —dijo-, Roxana, a quienhe preguntado, me ha asegurado que

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se marchó esta mañana, pocodespués de salir el sol. No le hapreguntado nada, ya que no tiene lacostumbre de ser indiscreta.

»Esta respuesta dejó a Ciroperplejo, pero no pudo evitarexclamar:

»—¡Cómo es posible que nohaya regresado al recinto decaravanas! Hay en todo esto unmisterio que no comprendo.

»Hardaz le invitó a seguirle y,mientras caminaba a su lado, le dijo:

»—Ayer, tu amigo había bebidomucho. Esta mañana se encontraba

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aún mal de tanta bebida. Es posibleque se haya acostado en cualquiersitio para dormir, ya que te puedesimaginar que no habrá descansadonada la noche pasada. Estoyconvencido de que si regresasmañana por la mañana al recinto decaravanas lo encontrarás allí.

»—Que Ahura Mazda te oiga—deseó Ciro.

»Habían cruzado la puerta yavanzaban por un camino largo ypolvoriento que discurría entre losjardines y las hermosas mansiones delos arrabales de la ciudad.

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»—Creo —prosiguió Hardaz-que quedarás satisfecho de la velada.He descrito a Roxana el collar quehas decidido darle y me ha aseguradoque por ese regalo te servirá la cenay bailará para ti solo. La únicarecompensa que yo te pido, a mi vez,es la de poder compartir vuestracena. Luego, me iré discretamente.

»—¡Hardaz! —exclamó Ciro-,eres para mí un verdadero amigo, ydoy gracias a Anahita y a Mitra porhaberte puesto en mi camino. Estarémuy contento de que compartas esacomida con nosotros, si Roxana

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acepta. No se ha opuesto —leaseguró-. Ya le he hablado de ello.Estaremos los tres como amigos.

»Se había detenido delante deuna barrera de madera que cercabaun jardín llenó de árboles de aromasvariados. El calor, que cada vez eramás agobiante, había comenzado ya amarchitar las flores, pero las rosasseguían perfumando las avenidas. Sinembargo, al caer lentamente la noche,un ligero viento del norte refrescabasus cantos alegres o melancólicoshacia un cielo donde comenzaban apalpitar algunas estrellas pálidas.

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Avanzaron bajo una bóveda deárboles y se pararon delante de unacasa espaciosa construida de tierra,como toda la arquitectura del país,pero enjalbegada de blanco. Teníauna planta y la techumbre inclinada,al objeto de poder resistir el peso dela nieve que cubría abundantementela región todo el invierno.

»Salió a recibirles una mujerjoven, envuelta en una amplia túnicallena de bordados y ribeteada deflecos. La seguía una adolescente a laque ordenó que se llevara loscaballos al establo, y luego invitó a

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los dos hombres a seguirla. Losintrodujo en una sala de hermosasproporciones, en cuyos muros habíanpintado escenas de banquetes, dondese veían danzarinas ataviadas convelos y músicos que distraían a loscomensales, hombres y mujeressentados en cojines, y sirvientes depie, prestos a servir. El suelo estabasembrado de tapices mullidos, sobrelos que habían colocado pieles deoso. Numerosas lámparas, todas debronce, se distribuían por lahabitación sobre trébedes bajas demaderas preciosas. Había un montón

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de cojines de colores vivos contra elmuro del fondo delante del cualhabían preparado unas mesas bajascon pies en forma de pata de león. Lamujer les invitó a sentarse entre loscojines, después de asegurarles quesu ama no tardaría en aparecer anteellos.

»Ciro, apenas familiarizado contanto lujo y refinamiento, yacostumbrado a dormir en un lechoduro dentro de un carro o de unatienda cuyos adornos principaleseran las armas, se quedó pasmado ylleno de admiración. Hardaz se

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instaló entre los cojines e invitó aCiro a que le imitara. Poco despuésentraba una adolescente vestidaúnicamente con un corto faldellín,piernas, brazos y cuello adornadoscon collares y brazaletes, y loscabellos cuidadosamente peinados yceñidos por una diadema. Se acercóa saludarles y luego se dedicó adescalzarlos y a lavarles los pies ylas manos. Había llevado a estepropósito una palangana de plata yuna jarra cincelada del mismo metal,llena de agua perfumada. Les secócon una tela limpia y luego se retiró.

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A continuación apareció otraadolescente, que parecía su hermana,pues iba vestida y adornada de lamisma forma; saludó a los invitadoscon una sonrisa, y luego comenzó averter en unas cazoletas perfumes yresinas aromáticas en brasas.Enseguida la sala quedó envuelta enun velo de humo azulado,impalpable, que despedía una mezclade perfumes penetrantes. Una tercerasirvienta, similar a las dos primeras,llevó a su vez una jarra de oro conlos lados acanalados, llena de unvino oscuro que vertió en cubiletes

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de oro en forma de cuerno yrematados con prótomos de leones.

»A instancias de Hardaz, Cirotomó uno de esos ritones y se lollevó a los labios. El vino le supofresco, deliciosamente perfumado ysin ninguna acidez. Pensó queRoxana era un ama de casa perfecta.Pero comenzó a impacientarse, tantaseran sus ganas de ver aparecer a lajoven. Una de las pequeñassirvientas levantó de nuevo la cortinaque ocultaba la puerta que dabaacceso a la sala, para dar paso acinco mujeres jóvenes, vestidas

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todas con una túnica del lino másfino que ceñía sus torsos y descendíapor sus caderas, de las que caía unafalda amplia hasta los pies desnudos.La primera llevaba un arpa degraciosas curvas, otra una liraconfeccionada con cuerdas tensadasentre dos cuernos de ibis, la tercerauna flauta doble, la cuarta una citara,y la quinta un gran tamboril. Todas seacercaron a saludar a los dosinvitados y les cumplimentaron, altiempo que se presentaban diciendoque esperaban agradarles con sumúsica y sus cantos, y luego fueron a

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instalarse al fondo de la sala en unoscojines.

»—Como puedes ver —le dijoHardaz a Ciro-, Roxana no es unasimple prostituta. Es una auténticacortesana que sabe dar a los hombresque recibe en su casa la impresión deser, durante una noche, los pares delos reyes más ricos y más refinados.Conozco algunos hombres que, acambio de una noche en esta sala deensueño, sacrificarían el resto de suvida.

»Ciro admitió de buen gradoque comprendía que pudiese

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cometerse todas las locuras a cambiode momentos parecidos.

»—Advertirás —continuó sucomensal- que aquí sólo hay mujeres.Incluso el palafrenero es unaadolescente. Y todas son bellas ygraciosas. Lo que te demuestra queRoxana está segura de si misma.Segura de su ascendente, ya quepodría temer la brutalidad de algunoshombres, y segura también de subelleza, ya que cuando aparece enmedio de sus sirvientas es como laluna que brilla en la noche cuajadade estrellas.

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»Fue como si al pronunciarestas palabras hubiera anunciado laentrada de Roxana. Porque apenashabía terminado de hablar, cuando seescuchó una música dulceacompañada de cantos alegresprocedentes del lugar donde seencontraban las jóvenesinstrumentistas, mientras unasirvienta levantaba la cortina de lapuerta. Roxana surgió de lapenumbra y su belleza parecióiluminar la sala. Avanzó hacia losdos jóvenes como si fuera una llamaligera, ya que cuando se movía lo

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hacia con tanta gracia que parecíaestar siempre bailando. Se paródelante de Ciro, quien no conseguíaya apartar de ella la mirada. Llevabalas caderas y las piernas enfundadasen una especie de pantalónconfeccionado con un velo tantransparente que se notaba suexistencia sólo por los plieguestransversales que cruzaban laspiernas, y porque estaba teñido decolor ocre; el tejido se adhería alcuerpo, resaltando sus suavescontornos. Encima llevaba unaespecie de taparrabos que le tapaba

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los riñones pero que terminaba en elvientre formando dos triángulosopuestos a las extremidades atadas asu vez con un grueso nudo, cuyofaldón caía sobre el pubis parataparlo. Un grueso cinturón de telaceñía de tal forma su cintura queparecía era de una fragilidadextrema, al tiempo que resaltaba lascaderas y los senos que sobresalíande una especie de cota de malla deoro, cubriendo todo el torso. Tenía lagarganta prácticamente tapada conhilos de perlas raras de colorestornasolados, que descendían hasta el

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hueco de los senos, mientras quegruesos brazaletes rodeaban lostobillos, los brazos y las muñecas. Sehabía peinado los cabellos enpesadas trenzas, algunas de lascuales caían alrededor del rostrohasta los hombros, mientras que otrasestaban recogidas hacia arriba ysujetas con hilos de oro por encimade la cabeza. Llevaba los párpadospintados de negro y un maquillaje decolor carmín subrayaba el contornoperfecto de sus labios y la punta desus senos.

»Roxana se arrodilló delante de

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Ciro y, juntando las manos delante desu rostro, le dijo:

»—Sé bienvenido a esta casa yque descienda sobre ti la bendiciónde la diosa Anahita.

»A lo que Ciro respondió:»—Que tu belleza permanezca

eternamente y que siempre te protejala diosa cuyo reflejo en la tierrapareces ser.

»A continuación Roxana saludóde igual modo a Hardaz, y luego sesentó a la morisca a la derecha deCiro, mientras Hardaz quedaba a suizquierda. Inmediatamente después,

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las tres sirvientas comenzaron allevar platos y a escanciar el vino.

»—Roxana —dijo entoncesCiro-, te doy las gracias por haberaccedido a mi ruego. Aquí está elcollar que quería regalarte comoexpresión de mi gratitud.

»Se quitó la joya y la depositódelante de ella. Roxana la miró a laluz de las lámparas, que hicieronresplandecer el oro, y expresó suadmiración por la belleza del objetoy su agradecimiento por el precio desemejante regalo.

»—Apenas es digno de su

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belleza —afirmó entonces Hardaz-.¿No estás de acuerdo, amigo mío?

»Ciro asintió, ya que pensabaque, en efecto, no se podía estimar elprecio de una belleza tal. Luegopidió a la joven que le confirmara loque le había dicho Hardaz de suamigo Hyriade.

»—Vino ayer por la tarde,acompañado de la persona que lehabía indicado. Me dijo que no habíapasado por el recinto de caravanas,pues allí no tenía nada que coger quefuera digno de mí. Además, temíaque tú o su padre lo retuvieseis. Me

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entregó el oro que todavía lequedaba. No era gran cosa, pero yoacepto todos los regalos, pues, comohas dicho tú mismo, no me he puestoprecio y no es eso lo que me importa.Si yo escojo a mis amantes, no essolamente por lo que puedan darmeen especie, sino también por elplacer que pueda hallar entre susbrazos. Porque si me gustaproporcionar placer, mucho más megusta recibirlo. Yo no soy una simpledjahikâ, soy también una mujer quesabe amar y que no se prostituye alprimero que llega.

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»—Eso me lo creo —aseguróCiro-. Me parece que en ti nada escorriente, y veo que no has usurpadola reputación que has alcanzado enSamarcanda. Pero dime de nuevo,¿cuándo te ha dejado mi amigo?

»Roxana se volvió hacia él yrespiró los sutiles perfumes queemanaban de su cuerpo, y Ciro sesintió cada vez más conturbado.

»—Se marchó esta mañana,poco después de salir el sol —leaseguró ella mirándole directamentea los ojos. No había dormido casi entoda la noche, y es verdad que

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parecía encontrarse todavía bajo losefectos del vino.

»—Entonces es muy posible quese haya quedado dormido sobre lahierba, a la sombra de un árbol—admitió Ciro.

»—Es muy posible —murmuróella. Roxana comió muy poco, comosi deseara conservar su ligereza, yCiro bebió vino y comió de losalimentos con moderación paraconservar a su vez toda su lucidez ysu vigor.

»Conversaron agradablementecomo es debido en semejantes

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circunstancias, pero Ciro disfrutósobre todo hablando de grandescacerías en la montaña y en eldesierto, haciendo alarde de unaexperiencia precoz que pareciósorprender tanto a Roxana como alpropio Hardaz.

»—Me gustaría —le dijo esteúltimo- que participaras en unacacería conmigo, porque yo tambiénsoy un buen cazador. Me gusta seguirla pista de todas las grandes piezasque corren por la estepa.

»Y añadió después de un brevesilencio:

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»—¿Has recorrido ya la regiónnorte de Samarcanda?

»Ciro le contestó que todavía nohabía ido por allí y que le gustaríamucho ir de caza en su compañía, tanpronto hubiera encontrado a suscompañeros.

»Cuando hubieron servido lasconfituras de miel y de floressurtidas de almendras yacompañadas por vinos perfumados,Roxana se levantó y se puso a bailarpara Ciro, en su peculiar estilo. Cirose sentía invadido por una extrañaembriaguez que, sin embargo, no era

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atribuible al vino, ya que habíabebido poco. Sentía el cuerpo ligero,próximo a elevarse hacia el cielomientras crecía dentro de él el deseode poseer a Roxana.

»Estaba tan ocupado encontemplar a la danzarina que nisiquiera se dio cuenta de que Hardazabandonaba la sala con unadiscreción perfecta. Roxana habíadesnudado su taparrabos y unmomento después se despojaba de supantalón transparente; sólo llevabalas joyas que se iba quitandolentamente, una detrás de otra, sin

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dejar de bailar. Permanecía muycerca de Ciro, meciendo todo elcuerpo al ritmo lento de la música.Cuando, impulsado finalmente por elfuror de su deseo, enlazó sus caderasy posó los labios en su ombligo, ellano lo rechazó y se dejó arrastrarentre los cojines, apretada contra él,ardiente y sumisa.»

Bagadates se ha callado, pues lanoche está ya muy avanzada y, esatarde, ha hablado durante largo rato.Todos se dirigen a sus lechos,soñando con los amores de Ciro y de

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la sacerdotisa de Anahita.

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NOVENA VELADA

LA CAZA

La caravana asciendelentamente hacia las altas mesetas deAnatolia. Ahora, los viajeros estántan pendientes del cuento deBagadates, que aguardan conimpaciencia la caída del día paraconocer la continuación del relato.

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Ya que incluso los que conocen lahistoria de Ciro no han oído hablarjamás de sus aventuras en esa regiónde la Transoxiana. Además, ningunode ellos sospecha lo que le puedesuceder a Ciro después de haberconocido los amores de esa Roxana,por la que todos sienten un extrañodeseo, incluido Oseas, a pesar de suodio hacia las divinidadesextranjeras y del hecho de que esamujer sea al mismo tiemposacerdotisa de Anahita. EntoncesBagadates toma la palabra y dice:

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«Ciro fue obligado a salir derepente de un profundo sueño por unamano pequeña y firme que le sacudía.Las lámparas estaban aúniluminadas, derramando una luz débilque parecía rivalizar con los pálidosresplandores del alba que sedeslizaban por la ventana abierta.Encima de él vio el rostro deRoxana, con el cabello suelto.

»Creyó descubrir en su miradauna ternura que le sorprendió, puesno esperaba encontrar semejantesentimiento en una cortesana.

»—Nos habíamos amodorrado

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—murmulló ella-. Mira, la nochecede el cielo al día. Si quieres,podemos amarnos de nuevo, una vezmás.

»Sorprendido por encontrarseentre los brazos de la joven, lepreguntó dónde estaba Hardaz. Ellale dijo que se había marchado haciamucho rato, en cuanto él la atrajohacia si la primera vez, y que lasjóvenes de la música le habíanseguido poco después. Ciro la abrazóy se deslizó sobre ella mientrasRoxana se abría a él con un ardorsalvaje.

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»Luego, de repente, con unabrusquedad que le sorprendió, ella seenderezó diciendo con vozaterrorizada:

»—Ciro, tienes que marcharte.Sí, vete, huye, porque tu vida está enpeligro.

»Semejantes palabras leasombraron aún más y quisocalmarla diciéndole que no veía quépodía amenazar su vida, ni por quétenía que huir. Entonces ella lecontestó con voz ronca:

»—Ciro, ¡oh, amante mío, jovenloco! ¿Acaso estás tan ciego?

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»Él la miró, yendo de sorpresaen sorpresa, y le preguntó qué queríadecir.

»—¿No has comprendido, pues,nada? ¿Debo abrirte los ojos?

»Roxana jadeaba y comenzaba asudar de ansiedad, y luego continuódiciendo precipitadamente:

»—Hardaz, ese Hardaz tanamable, ese Hardaz que tú crees es tuamigo, es tu peor enemigo y te haarrastrado a una trampa terrible.

»Pero Ciro no terminaba decreerla y, sonriendo aún, le acaricióel rostro al tiempo que le decía

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palabras tranquilizadoras. Ellacontinuó:

»—Entérate de que Hardaz esuno de los miembros más poderososde la hermandad de los mairyas. Sise hubiera quitado delante de ti elbonete, entonces habrías visto quelleva los cabellos trenzados comoprescribe el peinado ritual de esasociedad; de esa manera, losmiembros se reconocen entre sí.Escúchame. Es preciso que sepastodo, pero quieran nuestros diosesque puedas sacar provecho de lo quete voy a revelar. De estos mairyas,

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sus enemigos dicen que son lobos dedos patas, los más feroces. Tienen ensus manos todo el comercio del oro,de ese oro que llega de montañaslejanas, cerca de la comarca habitadapor los arimaspes. Ya has oídohablar de esa historia y de su héroemítico Thraetaona, el que mata aldragón cornúpeta que tiene vírgenesprisioneras. Con motivo de la fiestade año nuevo, los mairyas imitan a suhéroe y matan al dragón ritualmente.Pero, para ellos, hay dragones que noson otros que las poblacionesmisteriosas que viven en los

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alrededores de las montañas del oro.Salen de expedición contra esossupuestos dragones, y cuando dicenque ponen en libertad a las virgenescustodiadas por aquéllos, en realidadse trata del oro que se traen de vueltade las montañas. Este oro es la basede su poderío, y a través de éldominan a los príncipes de lasciudades en las que tienen sus casas.Su contraseña es aêsma, una palabraque puede ser letal. Porque, si lapronuncia uno de ellos, es una señalde identificación; pero si lapronuncia un extraño lo condenan a

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muerte.»Al oír este discurso, Ciro

tembló, pues se acordó de que esapalabra era la contraseña que eldesconocido le había dado aTanoajares. Le habló entonces aRoxana de sus compañeros, del locoempeño de Tanoajares por encontrarel oro custodiado por los grifos. Ellasuspiró y respondió:

»—Los mairyas no pueden dejarcon vida a nadie que pretendaapoderarse del oro que considerande su propiedad.

»Ciro se había puesto en pie de

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un salto y se vestía a toda prisa, sindejar de interrogar a la joven.

»—Pero tú, tú me desvelasestos secretos terribles, ¿quién eres?¿Conoces, pues, bien a ese Hardaz?

»Roxana bajó la cabeza ysuspiró, antes de responder.

»—Yo soy la djahikâ deHardaz. Todo cuanto hay aquí lepertenece, y yo misma soy suesclava. Me compró cuando era unaniña; mis padres eran tan pobres queme vendieron a él. Me hizo aprenderdanza y música, y me haproporcionado una vida de lujo, así

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como una gran libertad. Hardaz meama y al mismo tiempo me desprecia.Me obliga a entregarme a loshombres que me indica. Unos porqueson ricos y de esta manera les sustraefortunas, otros...

»Roxana se calló, y sus ojosderramaron lágrimas queenternecieron a Ciro, a pesar de lacólera que se había apoderado de él.

»Se inclinó hacia ella, lelevantó la barbilla y le preguntó convoz sorda:

»—¿Los otros? Dime, ¿quépiensas?

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»—En cuanto a los demás —sedecidió Roxana a revelarle-, aHardaz le agrada saber que, despuésde haber disfrutado de mi bellezadurante toda una noche, se vengará enla medida de su crueldad. En primerlugar, has de saber que en lascazoletas se consumen entre losperfumes granos de cáñamo, unaplanta que viene del país de Sindhu.Posee la propiedad de provocar unaespecie de embriaguez, y sin duda túlo has notado esta noche. Además,esa misma planta ingerida con elvino duplica la fuerza del deseo, de

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manera que después de una noche deamor hasta los hombres másvigorosos se encuentran agotados. Yahora, escucha aún: cuando salen deesta casa, descubren que el caminoque conduce a las puertas deSamarcanda está ocupado por varioshombres a caballo. Van todosvestidos de negro y ondean elestandarte negro con el emblema deldragón, que es el símbolo de losmairyas. Al frente se encuentraHardaz, quien incita al hombre a huirhacia el norte y el desierto. Luego,cuando éste se ha alejado por el

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camino, cuando ha dejado detrás desi las últimas casas de los arrabalesde la ciudad, Hardaz se lanza en supersecución junto con suscompañeros, iniciándose así unacacería, una cacería humana. Ésa esla gran pieza que le gusta cazar,como te dijo ayer por la tarde.

»Ciro le preguntó entonces si lomismo había sucedido con Hyriade,su amigo. Roxana asintió con lacabeza.

»—Debería matarte —dijo élentonces.

»—Puedes hacerlo —admitió

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ella-. Y, si no me matas tú, esposible que lo haga Hardaz si algunavez descubre que te he reveladotodas estas cosas, que deben quedaren secreto.

»Ciro se quedó dudando unmomento antes de preguntarle:

»—Entonces, dime, ¿por qué melas has revelado?

»Roxana se quedó a su vezensimismada un instante antes deresponderle:

»—Todavía no lo sé. La diosaAnahita ha despertado en mí unossentimientos hacia ti extraños y

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totalmente nuevos. No quiero que tematen, deseo que vivas. Por eso tehablo así. Pero me temo que esdemasiado tarde. Mira, el sol seeleva en el horizonte, y Hardaz debeencontrarse ya al cabo de la calle,aguardándote.

»Ciro reflexionó y luegopreguntó de nuevo:

»—Y esa cacería, ¿cómotermina?

»—A Hardaz —le contestóella- le gusta prolongar el placer. Siel hombre va a pie, la batida es a pie.No lo azuza, para crearle la ilusión

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de que va a poder huir. Si llevaarmas, se las deja. Pero, sin duda, eldesgraciado se siente débil y, a pesarde todo, al final le atrapan. EntoncesHardaz se da el gusto de degollarle,por lo general con un puñal. Elcuerpo queda luego a merced de loscarroñeros después de haber sidoabandonado en una fosa, lejos deaquí.

»Luego de haber hablado así,Roxana tomó la mano de Ciro con ungesto ardiente y le dijo:

»—Ciro, yo no temo a lamuerte. Puedes tomar mi miserable

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vida, pero antes perdóname. Porque,sin duda, tu amigo ha perdido la vidaen esa cacería después de dejarme,ayer, al salir el sol. Pero yo no podíahacer nada por él. Le advertíigualmente del peligro que corría,pero se rió de lo que le dije, pues nome creyó.

»En ese momento, Ciro sintióque le invadían una gran fuerza y ungran dominio de si mismo. Se inclinósobre Roxana y le dijo:

»—Te perdono, pues no erasmás que un juguete entre las manosde Hardaz. Pero quiero que sepas

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que aunque halle la muerte en elcurso de esa cacería, ni me quejarépor ello, ya que he vivido másintensamente en esta sola noche queen todos los demás días de mi vida.Pero no estoy dispuesto a dejarmedegollar como un ternero sin intentardefenderme. Y ten la seguridad deque Hardaz no podrá sospechar nadade nuestra conversación.

»Ciro depositó un beso en loslabios de Roxana y corrió hacia elestablo. Tuvo que reconocer queHardaz era un buen jugador ya queencontró allí los dos caballos y las

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armas. Ensilló los caballos y colocóen su sitio la cuerda de su arcoescita, graciosamente curvado, yaque era tan duro que sólo podíaarmarlo a la manera de los arquerosescitas que lo plegaban apoyándolodetrás de la pantorrilla. Lo metió otravez en su funda y sujetó la espada deTanoajares a su espalda; luegoabandonó la casa.

»Como le había adelantadoRoxana, al final de la calle vioalgunos jinetes de cuyos hombrosondeaba una ligera capa negra. Unode ellos sostenía en alto en la mano

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derecha el mango del estandarte deldragón. Para no traicionar a Roxana,Ciro espoleó a su caballo endirección a ellos. Había tenido buencuidado de atar con su lazo elcabestro de la montura de Hyriade ala cola de la suya, de manera queaquélla no se alejara. Se paró delantede Hardaz, a quien reconoció entrelos demás jinetes, y le saludócortésmente diciéndole:

»—Hardaz, amigo mío, mealegra verte. Quería darte las graciasantes de dejar esta ciudad. Esperoencontrar a mis amigos en la posada,

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pero aunque no estén allí, memarcharé lejos de aquí. Porque hasde saber que el veneno del amor haentrado en mi corazón. Sí, me temoque Anahita me ha hecho amar a estaRoxana, pero sé que no puedohacerla mía. Como ya no tengo dequé subsistir, prefiero marchar lejosde aquí para olvidarla cazando ennuestras montañas.

»Con esta artimaña, esperabaque Hardaz no lo matase y quedarasatisfecho al ver que se alejaba. Perono conocía el corazón humano.Porque Hardaz comenzó a reírse y le

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contestó en tono burlón:»—Ciro, has conocido el amor

con esa mujer, pero ella trae tambiénla muerte. Hablas de grandescacerías; no podrías decir nadamejor. Pero has de saber que tú serásla presa y que ante ti están loscazadores. Esa es la ley de nuestraciudad. Debes morir, pero tedaremos una oportunidad para salvartu vida: fustiga a tu caballo y huyehacia el desierto, ya que vamos alanzarnos sobre tus talones y tebatiremos como el jabalí y al ciervo,porque somos lobos sedientos de tu

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sangre.»Al oír estas palabras

amenazadoras, Ciro se hizo elinocente, se asombró, y finalmenteexpresó un temor que en modo algunoexperimentaba, dado que él mismo sesentía más un lobo dispuesto a matarque una cierva acorralada.Empuñaba el venablo, y sepreguntaba si golpearía a Hardaz porsorpresa. Pero pensó que puesto queHardaz disfrutaba degollando a susvictimas con un puñal, y con supropia mano, y puesto que era eso loque había hecho con Hyriade,

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entonces él debía matarlo de lamisma manera para que murieselentamente, para que viese cómo sederramaba su sangre y cómo se leescapaba con ella su vida. Levantó elvenablo y lo lanzó con un gesto tanrápido que el hombre al que ibadirigido, un arquero que habíacogido ya su arco, no tuvo tiempo deevitarlo y se cayó de la silla, con elpecho atravesado. E inmediatamentedespués, Ciro, que dominaba loscaballos desde su más tiernainfancia, hizo girar su montura y huíaya a todo galope.

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»Los mairyas, estupefactos antela prontitud de su réplica, ya que porsus súplicas finales habían supuestoque se dejaría abatir sin apenasdefenderse, tardaron un momento enreponerse de la sorpresa, y dos deellos se acercaron apresuradamente asu compañero herido de muerte antesde que los demás se lanzaran enpersecución de Ciro profiriendogritos de rabia. Cuando, al dejar trasde si las últimas casas de losarrabales de la ciudad y sus jardines,Ciro quiso girar hacia la derechapara así rodear Samarcanda y

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alcanzar el curso del río donde lavegetación podría proporcionarlerefugio, vio surgir en esa direcciónun grupo de jinetes que enarbolabanel estandarte del dragón. A suizquierda se desplegaron asimismolos estandartes. De este modo, se vioobligado a huir hacia el desierto, porla pista que conducía hasta las orillasdel Yaxarte, lejos de Samarcanda.

»Sus caballos eran rápidoscomo el viento de la estepa, pero nodebía agotarlos y no los forzaba.Además, quería que susperseguidores pudiesen acercársele

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para poder él mismo convertirse encazador. Ya que había aprendido esearte típico de los mardos y dealgunos pueblos nómadas del Iránque consistía en disparar flechas altiempo que se daba la impresión dehuir. Tomó el arco, sacó una flechadel carcaj y giró la cabeza paradivisar a sus enemigos. Uno de ellos,más temerario o más rápido que suscompañeros, se había adelantado alpelotón y se acercaba lentamente.Blandía su venablo, pero aún estabademasiado lejos para arrojarlo. Conun movimiento brusco, Ciro se dio la

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vuelta y la flecha voló como elhalcón rápido que cae en picadosobre su presa; el dardo punzantegolpeó al imprudente en pleno pecho,y el choque fue tan violento que loarrojó al suelo y su caballo siguiócorriendo sin su amo.

»Ciro retuvo a su propiamontura mientras colocaba una nuevaflecha en su arco. Los jinetes nohabían podido frenar su galopada, ypronto se encontraron al alcance desu disparo, que abatió a otro. Al vercaer al tercero de sus compañeros,los mairyas moderaron su marcha y

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se miraron con inquietud. PeroHardaz, que se había transformado enun perro rabioso ante una resistenciatan insospechada, animó a suscompañeros a continuar la cacería,diciéndoles:

»—Este hombre es mucho máspeligroso aún de lo que pensábamos.Es preciso que muera a toda costa. Siconsigue huir, regresará con toda sutribu, pues a estas alturas ha debidocomprender que nosotros hemosmatado a sus compañeros. Entoncesno será contra un hombre contra elque tendremos que luchar, sino

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contra guerreros furiosos, ya que losmardos tienen fama de ser tan buenosjinetes como arqueros. No sabemoscuántos son, pero en todo casovendrán los suficientes como pararepresentar una amenaza, e incluso,aunque saliéramos victoriosos de laempresa, perderíamos en ella amuchos de los nuestros, toda vez quenos arriesgamos asimismo a que noshagan la competencia en la búsquedadel oro.

»Estas exhortacionesdevolvieron valor a los mairyas,quienes fustigaron a sus caballos

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aullando a la muerte como loboshambrientos en la estepa nevada.

»Ciro veía cómo iba quedandoatrás la pista polvorienta bajo loscascos de su caballo que montaba algalope, y que se iba distanciando desus perseguidores, a quienes sólodistinguía a través de la nube depolvo que levantaban sus doscaballos. Frenó un poco la carrerapara poner a su misma altura al otroanimal que estaba más fresco, al nollevar jinete, y, sin detenerse, se pusoen cuclillas sobre su propio caballoy, tomando un impulso perfectamente

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calculado, saltó sobre la otramontura. Pudo así distanciarse másde sus perseguidores, y pronto éstosno fueron más que pequeños puntosnegros en la lontananza. Aminoró lamarcha para dar un respiro a suscaballos. Al borde del camino sedibujaba una línea verdosa deálamos y de sauces que indicaban lapresencia de uno de esos numerososafluentes, a menudo secos, delPolytimetos, ese río que se arroja allago Oxiano, y uno de cuyos brazosriega la región de Samarcanda.Pronto descubrió algunas casas de

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tierra levantadas al abrigo de losribazos encajonados del río. Seapresuró a entrar en el lecho delmismo para remontarlo por allí conla esperanza de que de esta manerasus perseguidores perderían su pista.Pero no lo preocuparon ni loshombres que estaban pescando ni lasmujeres que trabajaban en losjardines al borde del agua. Cuandolos mairyas llegaron a su vez a lasorillas del río, al no ver al fugitivo,preguntaron a los campesinos de porallí, quienes pronto les pusieronsobre su pista ya que habían

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reconocido a los recién llegados y notenían deseo alguno de provocar sucólera.

»Ciro había puesto pie a tierrapara dar de beber a sus animales. Élmismo se había tumbado sobre losguijarros al borde del agua pararefrescarse el rostro y apaciguar sused. Los relinchos de los caballos desus perseguidores y el ruido de loscascos le hicieron levantarse. Seapresuró a montar de nuevo, yagazapándose detrás de un grupo dearbolillos, colocó una flecha en elarco. El jinete que cabalgaba al

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frente del grupo, y que no le habíavisto, pagó con su vida el precio desu descuido. Inmediatamente despuésde disparar, Ciro salió al galope,seguido de cerca por los mairyas,quienes reanudaron sus aullidos delobo. Ciro dejó la protección delbosque, cuya vegetación leestorbaba, y picó espuelas endirección a la estepa. Había divisadoen el horizonte una cadena de altascolinas con crestas roídas por losvientos, y confiaba en encontrar allíun refugio. De nuevo consiguiódistanciarse de sus perseguidores,

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sin por ello llegar a ocultarse a suvista.

»Observó que los jinetes sehabían desplegado, dirigiéndose unoshacia él, mientras que los demásseguían una línea paralela con laesperanza, sin duda, de cortarle elcamino rodeándolo. Esta táctica lebrindaba la ventaja de no tener queenfrentarse más que a hombresdispersos. Aminoró su galope cuandollegó al pie de las alturas rocosas,cuyas laderas estaban cubiertas poruna vegetación escasa de plantasespinosas. Puso entonces sus

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caballos al paso, ya que se diocuenta que se fatigaban. El quemontaba en ese momento, y que habíapertenecido a Hyriade, cojeabaligeramente. Se bajó y montó el suyo,después de desanudar la cuerda quelos unía. Estaba resuelto a abandonarel caballo de Hyriade, que lo únicoque podía hacer era retrasarle en suhuida. Levantó la cabeza hacia elcielo, por el que planeaban grandeságuilas negras. Vio que el sol habíarebasado el cenit y que comenzaba adescender hacia el mundo occidental.Detrás de él, se acercaban los jinetes

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negros. Entonces advirtió que losdemás, forzando sus monturas conriesgo de reventarlas de agotamiento,se dirigían hacia la línea de la colinadespués de rebasarla, de manera queestaba cercado. Sin descender delcaballo, se agazapó detrás de uncerro rocoso, colocó una flecha en elarco y esperó. El dardo se disparó derepente del arma y se clavó en lagarganta de un jinete que se habíaacercado demasiado. Los demáscontinuaron su ataque. Disparó otraflecha, y luego otra más. Cayó sobreél una lluvia de venablos que

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rebotaron en la tierra y en la roca,todos salvo uno que penetró en suhombro izquierdo. Sintió tanto dolorque soltó el arco. Con la otra manoagarró el mango apretando losdientes para ahogar el grito que eldolor había arrancado de su garganta.

»Sus atacantes le rodearon,cortándole todas las salidas.Desenvainó entonces su largo puñal ycargó contra sus enemigos gritando éltambién, impulsado por la esperanzade romper el cerco. Le recibieroncon las espadas desenvainadas y lashojas de acero brillaron al sol

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mientras que en el circo rocosoresonaba el choque del metal. Ciroestaba decidido a vender cara suvida y, para demostrárselo a susadversarios, abrió de un tajo oblicuocon su arma la garganta de uno deellos y luego asestó un golpe directoa otro cortándole el muslo. Loscaballos pateaban la tierra al girarsobre si mismos, levantando así unanube de polvo dorado que irisaba ala luz del sol. El sudor y el polvocegaban a medias a los combatientes,que golpeaban en el vacío, hasta elpunto de que en medio del fragor un

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mariílla hirió a otro; pero, a pesar dedefenderse desesperadamente, Cirosentía que las fuerzas le abandonabanpor la herida. Recibió un arañazo enel muslo cuando asestaba un nuevogolpe mortal a otro asaltante. Variosde sus perseguidores se habíanretirado del combate, y otros habíancaído, inundando la tierra con susangre. En vano intentaba Ciroromper el muro de espadas erizadasante él. Pero ahora, toda la camadade lobos se había reagrupado paraabatir a un adversario que les habíacausado ya tanto daño. Ciro creyó

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que su vida tocaba a su fin. Elevóuna oración a Anahita y también aMitra. Luego buscó con la mirada aHardaz. Le vio, a escasa distancia:sólo les separaba un jinete. Haciendoun esfuerzo supremo, cargó con elpropósito de derribar a este primeradversario y luego golpear a Hardazantes de que le llenaran a él deagujeros. Una vez hubiera matado aHardaz con sus propias manos,estaría dispuesto a morir.

»Descargó su arma sobre eljinete, pero este último lo frenó conel hierro de su espada. Durante un

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momento estuvieron cara a cara, suscaballos girando sobre si mismosmientras que las espadasentrechocaban violentamente. Cirohabía desenvainado de su estuche deoro su hermoso puñal que sujetaba enla mano izquierda, para poder pararlos golpes que pudieran llegarle porel flanco. Pero su brazo se haciacada vez más torpe. Cada vez lecostaba más moverlo. Consiguió, noobstante, dar un golpe sesgado a unhombre que intentaba asaltarle pordetrás, pero de repente tuvo lasensación de que le estallaba el

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cráneo, y que caía en un inmensoagujero oscuro. Se vio, en undestello, hundirse en la muerte, yluego perdió el conocimiento. »

Cuando, después de estaspalabras, Bagadates se calla, todosse quedan en silencio, aguardando lacontinuación del relato. Pero elnarrador declara que no contará máshasta el día siguiente. Se oyenmurmullos reprobatorios, peroBagadates ruega a sus oyentes quetengan paciencia. Entonces intervieneGaumata el medo:

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—Bagadates —dice-, meinteresa particularmente esa historiade los mairyas. Esas sociedadessecretas de hombres todavía existenen las zonas orientales del imperio ydestacan por ser enemigos de losseguidores de Zaratustra. Estuve enSogdiana hace unos años y aún dabanque hablar. Sin embargo, no tuve laimpresión de que esos jóvenes fuerantan fieros como se desprende de turelato. Su héroe, Thraetaona, al quetambién he oído llamar Keresaspa,no es un espíritu maligno, alcontrario. El monstruo que ellos

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matan es el dragón Azi Dahaka. Y lasmujeres de su harén que liberan no esel oro, sino mujeres de carne yhueso, de quienes se dice que hacensus djahikâ y a las que se unenritualmente para fecundar la tierra ypropiciar la lluvia. Es cierto quealgunos afirman que en realidadtodos estos relatos no tienen más queun sentimiento simbólico, y que lasmujeres que el dragón tiene cautivasno son sino las almas de los muertosque liberan de las tinieblas paraelevarlas hacia la luz de AhuraMazda. Pero sobre eso nada puedo

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decir, ya que, si es exacto, se trata deun misterio que no se puede desvelar.Por el contrario, cuando van ahora acombatir ritualmente contra eldragón, los mairya llevan un casconegro que les tapa el rostro; unosdicen que es para que no lesreconozcan los demonios, y segúnotros es para protegerse de lasllamas que arrojan los dragones porsus fauces ardientes.

—No es asunto nuestro tratar deesos asuntos que han de permanecersecretos —aseguró Bagadates-. Peroen lo que concierne a esos mairyas,

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pareces olvidar, Gaumata, que todoslos territorios donde se manifiestanestán incluidos en provincias persas.Los sátrapas no son príncipes débilesincapaces de castigarlos. Sonseveros y tienen el poder suficientepara destruirlos en el caso de queresulten peligrosos para el ordenestablecido por los grandes reyesaqueménidas. Pero hay que creerque, en el pasado, eranverdaderamente esos lobos ferocesde que nos hablan suscontemporáneos. Y, además,sabemos también que consumían ese

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cáñamo indio para conseguir eléxtasis o incluso para dejar quecreciera en ellos la furia divina.

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DÉCIMA VELADA

LOS MASAGETAS

Antes de que terminara ladécima jornada del viaje, lacaravana llegaba a la altiplanicieabarrancada donde los frigioslevantaran la ciudad de Pessinonte.Está adosada a un acantilado bajoque domina el paisaje de los

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alrededores, cubierto de campossalpicados de bosquecillos. Lamayoría de los hombres se handirigido al templo de la Gran Diosaanatolia, Cibeles. Esta última haalcanzado en el imperio persa unagran fama, y todos acuden a visitar sutemplo atendido por sacerdotes quehan ofrecido su virilidad comosacrificio a la diosa. El monumento,que bajo la influencia de los joniosfue decorado con columnasacanaladas, se levanta sobre unapequeña altura, a cuyos lados se hantallado unos escalones donde, con

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motivo de los panegíricos a la diosa,se instalan los fieles para asistir asus misterios.

Los que creen en sus poderesacuden a quemar incienso y asacrificar palomas en un altarcolocado cerca de la piedra negra,símbolo de Cibeles. Según sussacerdotes, llamados galos, esapiedra habría caído del cielo, lo queprueba su origen divino.

Los viajeros se reúnen despuésalrededor del fuego en el patio delrecinto de caravanas. Se trata de unrecinto amplio y bien dispuesto, ya

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que la ciudad se encuentra en laencrucijada de varias rutas, y sonmuchas las caravanas y losperegrinos que se dan allí cita.

—Cibeles —dice Bagadates-,la Gran Diosa de los frigios, no esotra que la Anahita de los persas,pues todos adoramos las mismasdivinidades bajo nombres diferentes.Eso viene de la diversidad de laslenguas de los hombres y de suscostumbres. Pero detrás de esosdioses se manifiestan las mismasfuerzas divinas creadoras.

—Ahí radica tu error

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—interviene inmediatamente Oseas-.Esos dioses son los ídolos queadoran todos estos pueblos, ya quesólo hay un dios, dueño de todo, quees el que nosotros los judíosllamamos el Eterno, ya que nopodemos pronunciar su verdaderonombre tal y como le fue revelado anuestro profeta Moisés en el Sinaí.Advierto también que has dado elnombre de profeta a Zaratustra, comosi lo hubiera podido inspirar elverdadero dios, cuando lo único queha hecho ha sido soñar.

—Oseas —contesta Bagadates

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con una sonrisa-, ¿por qué quieresimponer tu verdad a los demás?Entérate, pues, que cada cual poseesu propia verdad y que tu dios no esni más verdadero ni más falso quelos nuestros. Por otra parte, es unagran locura o una estupidez aúnmayor pretender que la divinidad queuno adora es la única que contieneuna realidad. Semejante visión de lascosas conduce a despreciar a losdemás y a querer destruir sus cultos.Por tanto, no debemos quejarnos silos que se sienten agredidos de esamanera se defienden y desprecian a

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su vez a un dios que sólo conoce supropia tiranía.

—Bagadates —interviene a suvez Razon-, te lo ruego, no entablesuna polémica con Oseas. Déjalo consus ilusiones y llévanos de nuevojunto a ese Ciro que, en su caso, nofue una creación imaginaria de unpueblo, sino un hombre admirableque con sus actos demostró cuánto lequería esa Anahita que yo adorotanto como a nuestra diosa Astarté,ya que ambas son bellas y poderosas.Te recuerdo que dejaste que nosfuéramos a dormir con un sabor

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amargo en la boca, pues me parecióque Ciro quedaba abandonado en unasituación desesperada.

«Por tanto —prosigue deinmediato Bagadates-, cuando Ciroabrió los ojos se asombró al ver queel sol se ponía lentamente, y que élmismo estaba acostado en un lechode pieles. Intentó enderezarse, perosintió tal dolor en el hombro quecayó de nuevo en el lecho. Entoncespudo constatar que le habíandespojado de sus ropas y que lehabían vendado las heridas. Al mirar

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a su alrededor, vio tiendas hechascon pieles finas cosidas. Por todoslos alrededores había gran númerode caballos pastando. En casi todaspartes habían encendido hoguerasalrededor de las cuales seencontraban hombres sentados enalfombras. Vestían como los mardosy los escitas, con pantalones ytúnicas con mangas, abiertas pordelante, que caían por las caderas.La mayoría llevaban densas barbas yun bigote bien poblado.

»Ciro dio un grito para llamarla atención de los hombres más

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cercanos a él. Inmediatamente selevantó uno de ellos y acudió a sulado. Le habló en una lengua tanpróxima a la de los mardos y a la delos medos, que no tuvo ningunadificultad en comprenderlo:

»—Mi nombre es Ariapeites yestoy al mando de esta tropa dejinetes —le explicó-. Pertenecemosal gran y poderoso pueblo de losmasagetas. Todos los pastos y losdesiertos que se extienden hasta elmar de Hircania, entre los dosgrandes ríos, el Oxus y el Yaxarte, eincluso más allá, son de nuestro

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dominio.»—Ariapeites —le respondió

Ciro irguiéndose sobre un codo-, lareputación de los masagetas harebasado con creces estas tierras. Yomismo pertenezco a la tribu de losmardos y te saludo como a unhermano. Mi nombre es Ciro. Peroveo que mis heridas han sidovendadas, y sin duda son los tuyoslos que me han atendido. Dime,¿cómo es que estoy aquí?

»Sin hacerse de rogar, elmasageta dijo así:

»—Habíamos salido de caza

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con numerosos compañeros cuandooímos gritos, y sobre todo esosaullidos prolongados de lobo.Pueden engañar a los hombres deciudad, que creen que se trata deverdaderos lobos. Pero a losmasagetas no nos engañan, porquevivimos en las estepas y estamosfamiliarizados con los lobos. Deinmediato hemos reconocido, pues,los gritos de contraseña de esos quese hacen llamar los mairyas. Sonnuestros enemigos, y de los peores.Se dedican al tráfico de oro y, paraapoderarse de ese oro, degüellan

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hombres, mujeres y el ganado detribus amigas que nos abastecentambién a nosotros de oro, a cambiode caballos y de animales concornamenta. Nos acercamos aprisa yles vimos como una jauría feroz quete atacaban como si fueras un ciervo.Y hemos admirado la manera en quepeleabas y acaso hubieras inclusoconseguido vencerles si un traidor nose hubiera deslizado detrás de ti y note hubiera golpeado con la maza.Entonces hemos cargado contra ellos,disparándoles flechas, y han debidodarse a la fuga. Alégrate, pues son

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pocos los que han podido escapar denuestros golpes, y sus cadáveres sonahora pasto de los buitres y de losperros salvajes. Luego te hemossubido al caballo que montabas yhemos recogido tus armas. Porqueeres nuestro huésped y lo que tepertenece no puede ser nuestro botín,al contrario que los caballos y lasarmas de esos lobos.

»Así habló el joven guerrero, yCiro se alegró al oírle. Hubieradeseado saber si Hardaz habíaconseguido huir, pero no podíapreguntárselo a su anfitrión. Por otra

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parte, le dolía tanto el cráneo que lecostaba mucho pensar y, pocodespués, cayó de nuevo en unprofundo sueño.

»Ariapeites era el hijo del jefede una de las más poderosas tribusmasagetas. Acompañado de unabuena tropa de jinetes, se habíadirigido precisamente a tierras de losisedones para intercambiar con elloscaballos por oro. Regresaba con lossuyos hacia la ciudad de su padre,cuando Ahura Mazda hizo que sucamino se cruzara con el de Ciro. Aldía siguiente, la tropa encabezada

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por Ariapeites se ponía de nuevo enmarcha. Ciro estaba aún muy débilpara marcharse por su lado, yademás temía que le atacaran denuevo los mairyas. De manera que, apropuesta de Ariapeites, aceptópermanecer con los masagetas hastaque se encontrara completamenterestablecido.

»Durante los primeros días sólopensaba en sus queridos compañerosasesinados; su cólera era más fuerteque su pena, de manera que ardía endeseos por regresar a Bactria parareencontrarse allí con la tribu marda

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y, junto con los guerreros jóvenes,dirigirse a Samarcanda y consumarsu venganza. Pero tuvo la inteligenciade dominar sus deseos, ya que sabíaque estaba demasiado débil comopara ser capaz de ir solo hastaBactria, tanto más cuanto que, al noposeer más que su caballo y susarmas, se vería obligado a dormir ala intemperie y a vivir del productoaleatorio de su caza. Pensabaigualmente en Roxana, pues subelleza había penetrado en suespíritu como un veneno. Junto a ella,había descubierto un sentimiento

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nuevo que hasta entonces le eradesconocido, el deseo; y revivía conintensidad los escasos momentospasados en su compañía. Llegabaincluso a sentirse tan dominado porla imagen de la joven que sepreguntaba si su prisa por regresar aSamarcanda no estaba más dictadapor la necesidad de estrecharla entresus brazos que por su deseo devengar la muerte de sus compañeros.

»Pero cuando pensaba con másintensidad en ellos, se sentíainvadido por una tristeza sin límites.Evocaba los muy numerosos

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momentos de alegría vividos al ladode Hyriade, sus grandes cabalgadaspor las montañas y las estepas, yentonces no podía retener laslágrimas. Cuando esto sucedía, se leveía correr por la llanura y llamar asu amigo por su nombre, al igual quea Tanoajares, a quien consideraba unsegundo padre; llegaba incluso ainsultar a los dioses por su falta decompasión y por su crueldad. Luegointentaba convencerse a si mismo deque en realidad no podían estarmuertos, que habían conseguidoescapar de las trampas que les

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habían tendido, como lo habíaconseguido él, y que pronto losencontraría de nuevo, libres ytriunfantes.

»La ciudad móvil de losmasagetas estaba instalada a orillasdel Oxus, a varios días a caballo deSamarcanda. Ciro tuvo, pues, tiempopara comenzar a restablecerse de susheridas y para familiarizarse conAriapeites y sus compañeros. Unamañana, cuando cabalgaba al lado deCiro, quien ya no padecía los doloresde cabeza causados por el golpe quehabía recibido y comenzaba a poder

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mover su brazo izquierdo, Ariapeitesle dijo:

»—Nosotros, los masagetas,adoramos especialmente al Sol.Incluso es nuestro único gran dios ysólo a él ofrecemos sacrificios,aunque hemos adoptado la creenciapropia de las gentes de tu nación enesa Anahita, madre del Oxus y diosade la fecundidad. Como veo queestás en vías de curación, esta tarde,cuando se acueste el horizonteenvuelto en su manto de púrpura, ypara agradecer a nuestro dios el quete haya conservado con vida, me

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gustaría que aceptaras sacrificarconmigo la única ofrenda que leagrada, un semental blanco. Porquenosotros ofrecemos al más rápido delos inmortales el más rápido de losmortales.

»—Lo haré con mucho gusto—replicó Ciro-, pero no poseosemejante animal para ofrecerlo ensacrificio.

»—No te preocupes por eso—le tranquilizó Ariapeites-. Hemoscapturado con el lazo uno que andabapor la estepa, joven y vigoroso. Se loofreceremos al sol. Y cuando hayas

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recobrado todo tu vigor, vendrás connosotros a la estepa y capturarás unotú mismo con el lazo y se loofrecerás a tu vez al dios al quedebes la vida. Porque ha sidovoluntad suya que hayamos seguidoel camino que se cruzaba con el tuyode regreso al país de los isedones, enel momento en que esos lobos sedisponían a matarte.

»—Ariapeites —respondióCiro-, sacrificaré de buen grado uncaballo al Sol, que es una grandivinidad, pero también quieroofrecer un sacrificio a Anahita, que

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es la diosa que me ama, y a ella lebrindaré una yegua de hermosocuello.

»Antes de que finalizara el día,los masagetas instalaron sucampamento al pie de un pequeñopromontorio. Luego, cuando el soldeclinó hacia el horizonte, todos losguerreros subieron al promontoriodetrás de Ariapeites y de Ciro, quellevaba al caballo de la brida. Comono tenían el licor sagrado que losiranios llamaban haoma y que Ciroquería ofrecer en libación, derramósobre la cabeza del caballo

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mantequilla fundida, y luego, cuandoel flamante astro iluminó el cielo consus fuegos postreros, Ariapeites leofreció la cabeza en sacrificio.

»A medida que aumentaba suintimidad con Ariapeites, Ciro lehabló de sí mismo, de su vida con losmardos, y de la manera en que suscompañeros habían muerto por haberesperado hallar la ruta del oro de losarimaspes y de los argipenses. Peroevitaba seguir con ese tema, puesentonces sentía un nudo tan fuerte enla garganta que le costaba hablar, ytemía que su anfitrión se diera cuenta

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de hasta qué punto le embargaba laemoción, cuando lo habían educadoen la idea de que un guerrero debepermanecer impasible, cualesquieraque sean los sentimientos que leinvaden. Le habló asimismo deRoxana y de cuánto la deseaba.

»—Me parece uncomportamiento bien extraño —ledijo Ariapeites-. ¿Cómo se puede daroro a una mujer para unirse a ella?Nosotros, cuando sentimos deseospor una mujer, no tenemos más quecolgar nuestro carcaj de su carro. Siella comparte ese deseo, se entrega

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al que así se lo ha pedido. Cuando secansan el uno del otro, se separan. Espor ello por lo que podemos decirque todos compartimos a todas lasmujeres de nuestro pueblo. Noobstante, elegimos a una para vivircon ella como esposa nuestra, paraque traiga al mundo hijos que crezcana nuestro lado y hereden nuestrosbienes. De hecho, a menudo estasuniones se preparan por adelantadoentre los padres, cuando éstos poseenabundantes bienes y sobre todocuando están a la cabeza de una tribu,para aumentar de ese modo en

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riqueza y poderío. Pero poco nosimporta que esos niños seanengendrados por nosotros o porcualquier otro, ya que, a nuestrosojos, los únicos padres verdaderosson los que han educado a los niños yno los que los han concebido comoconsecuencia de un acto que hanrealizado por el mero placer queproporciona.

»Ciro no pudo por menos quecoincidir con su nuevo amigo, ya quepara él sus verdaderos padres eranSpaco y Mitradates, y luegoTanoajares, y no los que le habían

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traído al mundo, pues de ellosignoraba hasta su identidad.

»Cuando la tropa de losmasagetas llegó a la ciudaditinerante, Ciro había recuperadotodas sus fuerzas, y sus heridas ya sehabían cerrado. Ariapeites se dirigiódirectamente a la tienda de su padre.No estaba confeccionada con pieles,sino con tela de lino embadurnadacon grasa. Solamente se cubría depieles en invierno, para protegersede la nieve y del frío. Los masagetasse la habían quitado a los medos,cuando éstos tuvieron la audacia de

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cruzar el Oxus para intentarsometerlos. El ejército de invasiónfue derrotado, y Peirisades, el padrede Ariapeites, le había quitado latienda al general de los medos.Peirisades era un hombre de granestatura, robusto, con el rostrocuadrado, abierto y ribeteado por unabarba canosa.

»—Sé bienvenido entrenosotros —le dijo a Ciro cuando suhijo se lo hubo presentado y relatadoen qué circunstancias le habíaencontrado.

»Ciro le dio las gracias, elogió

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el valor de Ariapeites y de susguerreros, y luego declaró que, apesar de toda la amistad que sentíahacia sus nuevos amigos y de loagradecido que les estaba, no sequedaría mucho tiempo con ellos,pues estaba ansioso por regresar a sutribu y marchar con sus guerrerossobre Samarcanda.

»Entonces Ariapeites invitó aCiro a participar en un aseopersonal, muy bienvenido después dehaber pasado tantos días a caballo.

»Le llevó a una pequeña tiendabien cerrada y confeccionada a base

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de estacas inclinadas, unidas en lapunta, y que constituían el soporte deun tejido de lana prensada. En elsuelo, cubierto de pieles, había unaespecie de artesa de piedra en la quehabían colocado piedras ardientes.El calor en el interior de la tiendaera intenso. Ariapeites invitó a Ciroa despojarse de sus ropas, y él hizolo mismo. A ellos se unieron doshombres portando unos granospulposos que arrojaron sobre laspiedras. Entonces comenzó aascender una espesa humareda, ymientras los dos recién llegados,

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compañeros de caza de Ariapeites,se desnudaban a su vez, este últimole explicó a Ciro que había echado alas piedras ardientes granos de uncáñamo muy parecido a ese de laIndia que había respirado en lascazoletas de la casa de Roxana.Tomó entonces unos puñados dejuncos con los que invitó a Ciro aque se golpeara la espalda y elcuerpo entero para activar latranspiración. Pronto el humo se hizotan espeso que Ciro apenas distinguíala silueta de sus compañeros,quienes, al tiempo que se golpeaban

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y se frotaban el cuerpo y lasextremidades, se pusieron a gritaragitándose. Por su parte, se sentíainvadido por una especie deembriaguez, y comenzó a sudarcopiosamente. Al cabo de unmomento, comenzó a gritar junto consus compañeros sin dejar degolpearse.

»Finalmente, los vaporescomenzaron a disiparse, y los cuatrocayeron jadeantes sobre las pieles,con el cuerpo cubierto de sudor.Ariapeites ofreció a Ciro un pañoque —según le dijo- había sido

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tejido con fibras del mismo cáñamoque proporcionaba los granosperfumados. Cuando se hubo secadocuidadosamente, se dio cuenta de quesu piel había recuperado su blancuray su flexibilidad.

»Ariapeites proporcionóentonces a Ciro ropas limpias, y leinvitó a participar en el banquete quesu padre ofrecía en su honor. Delantede la tienda de Peirisades había unatreintena de hombres sentados enalfombras alrededor de una granhoguera sobre la que colgabancalderos, en los que cocía un guisado

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de carnes de cordero y de cabra concebollas y zanahorias. Sirvieron estesencillo alimento con vino y lechefermentada de yegua, en ritones yplatos de oro, lo que causó laadmiración de Ciro.

»—El oro —le informóAriapeites- es muy corriente entrenosotros. Nuestra vajilla es de oro,nuestros adornos también, así comolas empuñaduras de nuestras armas.Pero las hojas son de bronce, pues notenemos hierro en nuestras tierras.Dado que, según has podido ver túmismo, nuestras armas se componen

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de arcos, hachas, venablos y puñalesde hoja corta, no es necesario elhierro, que sirve sobre todo paraobtener hojas largas y cortantes.

»Al final de la comida, cuandocaía la noche, unos jóvenes selevantaron y se pusieron a bailar alson de tambores y acompañados decantos toscos. Ejecutaban danzasguerreras con sus hachas y susvenablos, o incluso simulabancombates. Pero el amor no parecíaocupar ningún lugar en susdistracciones. Ciro se convencióentonces de que estos masagetas eran

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guerreros sencillos y valerosos ycomprendió por qué no necesitabanempalizadas para defenderse de losenemigos. Ariapeites le informó quelas mujeres, por su parte, vivían ensu carro personal cuando erannúbiles o estaban sin esposo, y en elcarro familiar cuando habíanaceptado un marido, y que sedistraían entre ellas.

»Peirisades invitó a Ciro aquedarse en su tribu todo el tiempoque quisiera, ya que se habíaconvertido en el invitado y amigo desu hijo. Ciro le dio las gracias y le

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dijo que se quedaría algunos días,hasta que hubiera recuperado todo suvigor de antaño, pero que no podíademorarse allí cuando su tribu, queaguardaba el regreso de su jefe,debía estar presa de ansiedad,mientras los mairyas seguíanviviendo tranquilamente, a pesar delos asesinatos de los que eranculpables. Se puso, pues, adisposición de Ciro una tiendapequeña donde se instaló. Tenía laintención de recorrer la estepavecina con Ariapeites para capturarun caballo blanco que pudiese

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sacrificar a su vez al sol.»Salieron de caza al día

siguiente, y Ciro tuvo ocasión dedemostrar a sus compañeros que noera inferior a ellos en nada, que aligual que ellos disparaba hábilmenteel arco y manejaba el lazo paracapturar animales salvajes. Despuésde tres días de búsqueda, encontró unmagnifico semental blanco quecapturó. Era un animal fogoso, altode cuello, y de una belleza tal que, derepente, Ciro tuvo tantos escrúpuloscomo pena de sacrificarlo, aunquefuera al sol. Para retrasar lo que

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consideraba más bien un sacrilegiodada su belleza, dijo que antes legustaría domarlo y adiestrarlo.

»—Luego no tendrás corazónpara sacrificarlo —le dijoAriapeites.

»—En ese caso, capturaré otro—contestó Ciro.

»—Que sea éste u otro, debessacrificar uno al sol si no quieressufrir los efectos de su cólera—aseguró Ariapeites.

»—En lo que a mi respecta, yoadoro a Mitra y a Anahita, a quienesno se sacrifican caballos —dijo

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Ciro-. Pero haré como me dices, poramistad hacia ti y por agradecimientopara con tu dios.

»—Que así sea, pues llegará elmomento en el que el sol te castigarási alguna vez lo desprecias —leaconsejó su compañero.

»Fue así como Ciro emprendióla doma de ese caballo, decidiendo,pues, prolongar su estancia entre losmasagetas. »

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UNDÉCIMAVELADA

LA HIJA DE LAS ESTEPAS

Esa tarde, Bagadates toma lapalabra y continúa su relato de lasiguiente manera:

«Hacía un mes que Ciro había

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llegado al campamento de losmasagetas. Cada día se decía a simismo que había llegado el momentode dejar a sus nuevos amigos y deponerse en camino hacia Bactria,pero cada noche encontraba unarazón nueva para quedarse otro día.La razón principal era su caballosalvaje, que había conseguido domarsin dominarlo todavía por completo;por ello, temía perderlo por elcamino y, si lo montaba, de no poderdominarlo en todas lascircunstancias. Existía asimismo lanecesidad de capturar otro caballo

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para sacrificarlo al sol. Por último,estaba su amistad hacia Ariapeites,que no por nueva era menosprofunda. Con el pretexto de buscarmanadas de caballos salvajes, salíana menudo los dos solos a la estepa y,al no encontrar caballos, sededicaban a cazar, bien con el arco,bien con la lanza, según el tamaño delas piezas. Cuando se iban así,juntos, por la imponente soledad dela estepa, se entregaban a susdivagaciones: Ciro hablaba de suamor por Roxana y Ariapeites de susambiciones.

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»Mira estas inmensidades —ledecía a Ciro-. Pertenecen a las tribusmasagetas, pero éstas estándivididas, y con frecuencia sonrivales y llegan incluso a pelear entresí. Llegará un día en el que yosucederé a mi padre. Entoncesreuniré todas las tribus bajo mi yugoy haré de estas comarcas un reinopoderoso.

»—Es un sueño hermoso—reconoce Ciro-, pero ¿cómo es quehasta la fecha ningún jefe masagetaha conseguido realizar esaunificación de todas vuestras tribus?

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¿Acaso no es porque todos quierenconservar su poder y suindependencia? Si es así, tienesmotivos para temer que las demástribus se alcen contra ti, todas las quepuedan desconfiar de tu ambición.

»—Sabré someterlas unasdespués de otras, antes de que se lesocurra unirse contra mi. Nuestra tribues la más poderosa, la que posee másrebaños y más guerreros. La segundatribu es la que dirige Argispises. Suterritorio se encuentra al norte, hacialas orillas del Yaxarte. Tiene unahija en edad de tomar marido.

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Intentaré persuadirla de que sea miesposa. Ya que no tiene hermanos, ya la muerte de su padre es ella quienestará a la cabeza de su tribu, ella, omás bien, su esposo.

»Sin embargo, Ciro le recordóque, de acuerdo con sus costumbres,era la mujer la que decidía aceptar ono a un esposo, y que los padres nointervenían en esos asuntos. Por loque no era seguro que consiguierasus propósitos.

»—Basta que sea ambiciosa—replicó Ariapeites-. Entoncesuniremos nuestras dos ambiciones, ya

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que poco importa que sintamos algúndeseo el uno por el otro. Ellaencontrará satisfacción con quien leplazca y yo actuaré de igual modo.

»—Entonces, ¿no la has vistonunca? —se sorprendió Ciro.

»—Nunca —confirmó suamigo-, pero eso me importa poco.Me basta saber que existe. La quierocomo esposa, y ella lo será.

»—Ariapeites —dijo entoncesCiro-, estoy convencido de quetriunfarás en esta empresa, puestienes el vigor y la tenacidadnecesarias para realizar grandes

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designios. Lo cual hace que lamenteaún más el tener que dejarte dentrode poco, pues me hubiera gustadoayudarte con mis escasos medios.

»—Ciro, amigo mío —lerespondió Ariapeites-, ve a Bactria yregresa a Samarcanda a consumar tuvenganza. Entonces quedarás librepara volver con nosotros, porqueeres mi amigo y quiero que mañanamismo prestemos el juramento defraternidad que se usa entre nosotros.De esa manera seremos desde ahorahermanos de sangre.

»Al regresar al campamento esa

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tarde, Ariapeites anunció que iba aprestar el juramento de fraternidadcon Ciro, e invitó a sus allegados y alos principales guerreros de la tribua participar en el festín que ofrecíaen dicha circunstancia.

»Al día siguiente por la tarde,todos se reunieron cerca de la tiendade Ariapeites. Mientras que en loscalderos terminaban de cocer lascarnes, un joven copero llenó de vinouna copa de tierra cocida. Ariapeitesse pinchó la muñeca con la punta desu cuchillo y dejó caer algunas gotasde sangre en el vino. Luego invitó a

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Ciro a hacer lo mismo, y acontinuación hundió en la copa lashojas de sus dagas, unas flechas porla punta y el extremo punzante de susvenablos. Ariapeites invocó al sol,testigo de su juramento defraternidad, y le dirigió una oraciónque repitieron los invitados, y Cirohizo lo propio a continuación,jurando que siempre seria el hermanoy el amigo de Ariapeites. Actoseguido se retiraron las armas y losdos jóvenes bebieron grandes tragosde vino en el mismo vaso.

»La comida, que siempre se

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celebraba sólo entre hombres, duróhasta altas horas de la noche, ya quetodos tenían empeño enemborracharse por completo y nopoder tenerse de pie antes dedecidirse a echarse en un lecho paradigerir allí el vino que no habíanvomitado.

»Ciro, que no tenía costumbrede ingerir tanto vino, tuvo quepermanecer acostado todo el díasiguiente, y no se encontró encondiciones de montar a caballohasta dos días después. Al advertirque Ariapeites no estaba en su

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tienda, preguntó por él, y se enteró deque su nuevo hermano de sangrehabía salido la víspera con algunoscompañeros, enviado por su padrepara salir al encuentro de unadelegación de saurómatas, una tribuguerrera que practicaba el nomadeohacia el norte del mar de Hircania.Este pueblo tiene de particular quelas mujeres se visten como loshombres, llevan armas, montan acaballo como sus esposos ycombaten a su lado. Se dice inclusoque a menudo han demostrado sermás resistentes y feroces que sus

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maridos durante los combates, sobretodo si a sus enemigos se les ocurreasaltar los carros donde tienen suprogenitura.

»Ciro, que no podía permanecerinactivo durante mucho tiempo,ensilló su caballo blanco con elpropósito de hacerlo correr eimponerle mejor su yugo. Abandonóel campamento y puso al semental algalope a lo largo del ribazo herbosodel Oxus. Galopó así durante un ratoy luego, alejándose del majestuosorío, subió por las colinas quedominan el curso fluvial y desde

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cuya altura podía contemplar lainmensidad de la estepa. Fue asícómo advirtió a lo lejos en elhorizonte cambiante unos puntosblancos y negros que le parecieronser de carros y jinetes. Se preguntó así mismo por un momento quédecisión tomar: ¿salir a su encuentropara saber quiénes eran y cuáles eransus intenciones? Pero se dio cuentaque estaban tan lejos que no sehabrían puesto en contacto antes deque terminara el día. Le pareció másoportuno regresar al campamentopara advertir a Peirisades de que se

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acercaban unos nómadas que nosabía si eran amigos o enemigos.

»Se disponía a dar mediavuelta, cuando advirtió a escasadistancia la presencia de un carrocubierto con su capota de fieltro.Muy cerca pastaban cuatropoderosos caballos, visiblementedestinados al tiro, un semental que aCiro le pareció muy hermoso, y unayegua. Fustigó su caballo, atravesó laladera de la colina, y luego perdió devista el carro oculto por grupos deárboles y un espolón rocoso. Puso alanimal al trote hasta los árboles, bajo

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los cuales se encontró pronto. Desdeallí vio de nuevo el carro, cerca delcual seguían paciendo los animales.Pudo entonces advertir que elsemental tenía la crin cortada y lacola trenzada, lo que le hizo suponerque pertenecía a un escita o a unmasageta. Pero se sorprendió al nover ningún ser humano. Descabalgó yavanzó con prudencia, pues habíaaprendido a desconfiar de lastrampas y de los ataques sorpresaque los nómadas gustaban depreparar contra enemigos eventuales.Una vegetación de arbolillos

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frondosos y de sauces cubría elribazo del río, cuyas aguas plateadaspodía ver a través del espeso follaje.De nuevo la vegetación ocultó suvista del carro. Siguió avanzando conprecaución, evitando que sonaran laspiezas metálicas del arnés de sucaballo. Se paró al borde de losárboles y permaneció inmóvil, mudode estupor: en la corriente del ríohabía un ser humano y le pareció quese sostenía a flote, que nadaba comolo hubiera hecho un pájaro acuático.Porque jamás había oído decir quelos seres humanos pudiesen nadar en

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el agua. Avanzó algunos pasos más,siempre a cubierto bajo los árboles,para poder observar mejor al ser quese abandonaba de tal modo a lacorriente del río. Por un momento,pensó que no era más que uncadáver, pero el ser movía losbrazos y progresaba a voluntadpropia. Se acercaba a la orilla.Como los hombres y las mujeresescitas llevan ambos el pelo largo,no sabia si se trataba de un sermasculino o femenino, ya queadvirtió que detrás de la cabezaflotaban cabellos que le pareció eran

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claros.»Decidió dejarse ver y

acercarse pensando que esa personaacaso necesitara socorro. Se acercó,pues, al ribazo. El ser pareció verle,pues volvió la cabeza hacia él, yluego siguió nadando en dirección ala orilla. En ese lugar, la corrienteera débil, de manera que avanzabasin dificultad hacia su meta. Y derepente el ser hizo pie y se irguió.Como el agua sólo le cubría hasta lacintura, Ciro pudo darse cuenta porla altura del pecho que era una mujer.Mientras caminaba, se estrujaba el

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pelo entre las manos para enjugarlo.La presencia del joven no parecía niinquietarla ni siquiera intimidaría.Siguió avanzando, mientras el agua lechorreaba por las caderas a medidaque caminaba. Entonces Ciro volvióla cabeza, ya que le asaltó la idea deque una mujer que surgía de esemodo del río divino, una mujer que asu juicio poseía una belleza perfectade cuerpo y de rostro, una mujer quese mantenía a flote en el agua y queincluso se atrevía a sumergirse enella, no podía ser más que laencarnación de Anahita, diosa del

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Oxus. Ahora bien, había oído decirque la visión de los dioses podía sermortal, y él, que no conocía elmiedo, se puso a temblar preso de untemor sagrado.

»Pero la mujer pasó a escasadistancia de él sin ni siquiera parecerpreocuparse de su presencia. Cuandodirigió de nuevo la mirada hacia ella,ésta le daba ya la espalda y caminabahacia el carro. Pudo ver que tenía laspiernas largas y musculosas, lasnalgas altas y con una bonitaredondez. La larga cabellera le caíahasta la cintura, y se la sacudía para

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secársela. Al llegar al carro, se subióal mismo, y desapareció de su vista.

»Era el mes más cálido del año,y aunque no llevaba más que unaligera túnica que se había abierto porencima del pantalón, Ciro estabasudando. Se acercó al borde delagua, se refrescó el rostro y el pecho,y cogió agua con las manos paraechársela al caballo por la cabeza.No quería dejarle entrar en el río pormiedo a que se orinase allí, ya quepara los iranios es un crimenensuciar los ríos con orina, un crimenque se castiga con la muerte.

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»Se dirigió hacia el carro y sesentó cerca de él, a la sombra de unsauce. Deseaba hablar con la mujer,pero todavía no se atrevía, pues,aunque al parecer se alojaba en esecarro, no estaba seguro de que nofuese la diosa del río.

»Advirtió a escasa distanciachochas y cercetas. De inmediato sele ocurrió cazarlas. Tomó su arco yse dirigió apresuradamente hacia lasaves, que no parecían preocuparse deél. Consiguió derribar dos, las atócon una tira de cuero y regresó alcarro. A continuación se puso a

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recoger leña y ramas, y con dos sílexque llevaba siempre consigoencendió un fuego. Seguidamentedesplumó y limpió las aves y luego,ensartándolas en su espada, las pusoa asar. Atraída sin duda por elapetitoso aroma, la mujer salió delcarro.

»Se había puesto una túnicaligera, flexible y muy corta, quedejaba los brazos al aire, y nollevaba pantalones para estar máscómoda, aunque, siempre de acuerdocon una costumbre típica de losescitas, llevaba sujeta al muslo

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derecho con una correa la corta dagade doble filo que los escitas llamanacinace, y se adornaba el cuello y lasmuñecas con joyas de oro cincelado.Como sabía que el oro era un metalcorriente para las gentes de esacomarca, Ciro no se asombró y al verque lucía esas joyas preciosas. Creyóver en su atuendo una especie deprovocación, pero el armasignificaba que no estaba dispuesta atolerar la mínima violencia. Admirósu belleza, pues sus cabellos, casisecos, caían en ondas por la espaldaformando una mata del color del oro,

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un color bastante común entre losescitas. Tenía un rostro fino y susojos claros iluminaban sus rasgos.Ciro calculó que tendría alrededorde los quince años, pero, como sueleocurrir a las hijas de los escitas, noparecía estar intimidada por supresencia. Se había parado delantede él, con las piernas ligeramenteseparadas y las manos en lascaderas; la parte superior de latúnica se adhería a su garganta engrandes pliegues y dejaba ver la raízredondeada de los senos. Miraba aCiro con una sonrisa en los labios.

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»Levantó la cabeza hacia ellasin soltar su asador improvisadosobre las llamas, que atizaba con laotra mano. Le sonrió a su vez y ledijo:

»—¿Acaso eres Anahita lasanta?

»La idea pareció divertirle, yaque se echó a reír y le contestó:

»—No sé quién es esa Anahita.Mi nombre es Tomyris y pertenezcoa la gran nación de los masagetas.

»Esta respuesta, dicha con unavoz fresca pero segura, gustó a Ciro,quien se presentó a su vez y

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prosiguió diciendo:»—He cazado estas dos aves.

Si tienes la paciencia de esperar aque estén hechas, las compartirécontigo.

»—Tendré paciencia, aunquetengo mucha hambre —dijo ella-.Mientras tanto voy a buscar una tortay leche de yegua.

»Volvió a subir al carro, dedonde regresó provista de alfombras,platos, una jarra llena de leche y unatorta de queso. Extendió lasalfombras cerca del fuego y se sentóen una de ellas.

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»—Tomyris —le dijo entoncesCiro-, ¿a qué se debe que teencuentres sola con este carro y eneste lugar solitario?

»—No estaré sola por muchotiempo —suspiró ella-. Y, sinembargo, es lo que prefiero.

»—Entonces mi presencia teimportuna —dijo Ciro.

»—No, tú, al contrario, medistraes, quizá porque eres forastero.En cualquier caso, porque tú tambiénestás solo. La gente de mi tribullegará aquí esta tarde, mañana a lomás tardar. Me he adelantado para

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ser la primera en ver el gran río ypara poder bañarme en él sin quetodos los jóvenes guerreros de mipueblo vengan a mirarme.

»—¿Los carros que se divisanen el horizonte —le preguntóentonces Ciro- pertenecen a tu tribu?

»—¿Los has visto, pues? —seasombró ella.

»—Se ven desde lo alto de esascolinas —le aseguró él.

»—Subiré allí luego. Por elmomento, tango hambre —contestóella con esa seguridad que tantoadmiraba Ciro.

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»—¿Sabes —le preguntóentonces Ciro- que la tribu dePeirisades ha levantado su ciudadcerca de aquí?

»—Sé que no anda muy lejos.Precisamente venimos a suencuentro. ¿No sabes que las tribusvienen todos los años a reunirse entorno a la de Peirisades?

»Al confesar Ciro su ignoranciay preguntar la razón de esa magnareunión, Tomyris prosiguió diciendo:

»—Es una ocasión paraintercambiar noticias, para confirmarel dominio de los territorios que nos

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hemos adjudicado, para enjuiciar lasacusaciones que pueden hacer unoscontra otros. Un tribunal formado porlos ancianos más sabios de lasdistintas tribus imparte justicia ytodos la admiten. Asimismo, es unaocasión para celebrar matrimonios ointercambios de bienes, ya que suelecelebrarse también un gran mercado.

»Mientras le escuchaba congran interés, Ciro depositó las avesasadas en uno de los platos y lascortó en dos con su cuchillo. Colocódos mitades en otro plato y se loofreció a la joven. Ella misma partió

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el pan y se pusieron a comer ensilencio. Mientras masticaba la carneprieta, Ciro miraba a su acompañantey la encontró tan de su gusto que seolvidó de Roxana, cuyo recuerdo lehabía atormentado durante lasúltimas noches. Se entretuvocomparando a las dos muchachas yllegó incluso a rebajar la imagen deRoxana diciéndose a si mismo que noera más que una cortesana que amabael lujo y la vida de ciudad, mientrasque Tomyris era a todas luces unamuchacha a su medida, con el alma yel cuerpo moldeados por el viento

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salvaje de la estepa.»Después de limpiarse los

dedos con un paño, Tomyris tomó lajarra, bebió grandes tragos de lechefermentada y se la tendió luego aCiro. Mientras él bebía a su vez, ellale dijo:

»—Debes ser un arqueroexcelente para haber conseguido dara estos pájaros. Yo también cazo conarco y me tengo por muy hábil.

»—Posiblemente podamos ir decaza los dos. Pero yo prefiero la cazamayor con lanza.

»Tomyris se puso de pie de un

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salto, se dirigió hacia el semental deCiro y le acarició el cuello. Elanimal dio un respingo y resopló confuerza.

»—Es muy hermoso —observóella-, y todavía salvaje.

»—Lo he capturado hace poco yaún es arisco —afirmó Ciro-.¿Quieres montarlo? Yo lo sujeto,pero sé prudente.

»Ella le lanzó una miradadesdeñosa y, de un brinco, saltó a lasilla; luego, cogiendo las riendas conla mano izquierda, fustigó al animal ylo lanzó al galope hacia la ladera de

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la colina. Para no ser menos, Ciromontó a su vez a pelo el caballo quehabía admirado entre los otros. Peroel animal no estaba dispuesto asoportar a un nuevo amo. Se puso acocear y a encabritarse, y fue precisatoda la experiencia de Ciro paradominarlo y obligarlo a ir a su vez alasalto de la colina. Tomyris se habíadetenido en la cima y, haciendovisera con la mano, escudriñaba elhorizonte.

»Al ver a Ciro, se volvió haciaél y le confesó, sin ocultar suadmiración, que estaba asombrada de

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que hubiera conseguido dominar tanpronto a su caballo.

»—También él es muy arisco—dijo ella-, y sólo me conoce a mí.Todos los hombres que han intentadomontarlo se han encontrado pronto enel polvo. Eres un jinete excelente.

»—Lo mismo puedo decir de ti—contestó él-, ya que yo tampocopensaba que dominaras con tantafacilidad a mi caballo.

»Tomyris se volvió de nuevohacia el horizonte y dijo:

»—En efecto, es mi tribu la queavanza por allí abajo. Pero no

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llegará aquí esta tarde. Sin dudalevantarán el campamento sobreaquellas colinas que puedes ver a lolejos.

»—Si es así —dijo Ciro-, teinvito a venir de caza conmigo. Parala comida de esta tarde.

»Tomyris le miró guiñando losojos y luego, sonriente, espoleó elcaballo y se lanzó por la pendienteen dirección a la estepa. Ciro gritópara recordarle que él montaba apelo y que no tenía armasarrojadizas. Pero ella se encontrabaya lejos, rápida como la flecha que

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sale disparada del arco, y con lacabellera suelta flotando en el viento.Ciro se lanzó detrás. Pero elsemental blanco era tan fogoso y ellatan liviana que no consiguió darlealcance. Decidió entonces poner sumontura al paso sin intentar yaalcanzarla. Divisó en la lontananzaunas manchas blancas que prontoresultaron ser cabras salvajes. Vioque Tomyris dada un gran rodeo paraponerse contra el viento, y luego seacercó al trote a los animales quelevantaban la cabeza inquietas.Cuando las cabras decidieron huir

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bruscamente, la muchacha fustigó asu caballo, y desenfundando el arcode Ciro colocó en él una flecha, yluego, mientras galopaba sin sujetarlas riendas, condujo su caballo conlas rodillas y los talones. De repentedisparó el arco golpeando en plenocostado a una de las cabras que rodóabatida por el suelo. Ciro, que habíapodido acortar la distanciaoblicuamente, llegó junto al animal almismo tiempo que Tomyris. Saltó atierra y se arrodilló sobre la cabra,para constatar que la flecha le habíadado cerca del corazón, matándola

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en el acto.»Levantó la cabeza hacia

Tomyris. Ella le dominaba desde elcaballo, que coceaba piafando,mientras que una sonrisa de triunfoiluminaba su rostro imperioso. Ciropensó que, decididamente, tenía másde diosa que de mujer, pues su porte,su majestad y su belleza eran los deuna diosa.

»—Eres tan hábil arquera comojinete —dijo él en tono deadmiración.

»Ella aceptó el cumplido consencillez, contentándose con

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responder:»—Ahí está nuestra comida de

esta tarde. Cárgala en mi caballo.»Ciro ató el animal con el lazo

que llevaba sujeto a la silla de supropio caballo, y se disponía amontar a la grupa del mismo cuandoTomyris le invitó a montar en sucaballo, detrás de ella. No se hizo derogar y pronto se encontró junto ella,la espalda contra su pecho, mientraslas mechas rubias, agitadas por elviento de su carrera, le acariciabanel rostro. Él le rodeó el torso con susbrazos, y ella no pareció inquietarse

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por ello. No obstante, Ciro era aúndemasiado poco emprendedor comopara atreverse a sacar mayor partidode su posición ventajosa. Por otraparte, derivaba un placer grande ysuficiente de sentirla contra él, cáliday temblorosa. Se desprendía de todosu cuerpo un perfume de estepa quele resultaba tan agradable que loaspiraba cerrando los ojos. Pero ellano parecía darse cuenta de ladesazón que se había adueñado de sucompañero.

»—¿Sólo estás de paso por estepaís? —le preguntó ella.

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»—Mi tribu está lejos de aquí,en Bactria, hacia donde se levanta elsol. Pero tengo pensado estar aquíaún un tiempo antes de regresar allí.Luego iré a Samarcanda donde tengoque arreglar un asunto, y despuésquizá regrese aquí, donde tengo a mihermano de sangre.

»—En ese caso —dijo ella-,nos veremos de nuevo. Rezaré aldios sol para que te traiga de vuelta anuestra tierra. Porque no puede habervida más hermosa que la quenosotros tenemos en ella. No hayplacer mayor que el de galopar por

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las llanuras tapizadas de hierba eincluso por los desiertos arenososque se extienden hacia el poniente,que el de mojarse el cuerpo en esasaguas en perpetuo movimientocuando el sol dispara sus rayos sobrela estepa amarillenta, y que, cuandovuelve el invierno, correr por lanieve que blanquea toda la tierrahasta el infinito. Entonces es cuandolos hombres de mi tribu van a la cazadel lobo. Pero yo no los cazo, porqueconozco su lenguaje. Cazo para ellos,les llevo comida y se hacen amigosmíos.

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»Ciro escuchaba tansorprendente confesión sin salir desu asombro, al tiempo que aumentabasu admiración hacia la muchacha dequien pensaba que seria para él laclase de esposa que más podíadesear. Pero eso no se atrevía adecirlo.

»Tomyris detuvo el caballocerca del carro y, pasando la piernapor encima del cuello, se deslizó alsuelo. Ciro hizo lo mismo y fue acoger la cabra atada al otro caballo.Mientras tanto, ella descinchó alcaballo y luego, después de haberle

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quitado el arnés, lo condujo hacia elrío, en el que entró con el animalhasta que el agua le llegó al borde dela túnica, sin preocuparse de que sele empapara el cuchillo; como lahoja era de bronce, difícilmente se lepodía oxidar. Se puso entonces arociar de agua al caballo y a frotarleel pelo con puñados de hierbas quearrancaba en el ribazo. Al ver queCiro se había sentado para mirarla,Tomyris le gritó que no era más queun perezoso y que tenía que ocuparsede preparar la cabra para ponerla enel asador.

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»Al mismo tiempo queobedecía, Ciro se dijo que seria unaesposa autoritaria. Pero, por otraparte, le encontraba tantos atractivosque pensó que podría avenirse a ella.Aunque todavía albergaba no sabíamuy bien qué clase de sentimientoshacia Roxana, cuya belleza habíatrastornado momentáneamente sumente, estaba convencido no obstantede que la danzarina no era una mujercon la que uno se casara; para élencarnaba la molicie voluptuosa delas ciudades, donde se echan aperder las almas y los cuerpos,

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mientras que en Tomyris semanifestaba la belleza salvaje de losgrandes espacios, donde el cielo seconfundía con la tierra.

»Después de bañar al sementalblanco, condujo hasta el río a losdemás caballos. Cuando huboconcluido con ellos, Tomyris saliódel río con la túnica chorreando, demanera que el tejido se pegaba a sucuerpo realzando todas sus curvas.Ciro, que estaba sentado cerca delfuego avivando las llamas, lacontempló caminar hacia él con elrostro grave. Se arrodilló frente a él,

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del otro lado de la hoguera, y le miródirectamente a los ojos. Luego,levantándose, desenvainó su cuchilloy se fue a cortar dos ramas cortas quetuvieran forma de horquilla. Sacópunta a los extremos y las clavó en latierra blanda, a uno y otro lado de lahoguera. Una jabalina que había idoa buscar al carro hizo las veces deasador, y pudieron así guisar la cabraentera.

»Ciro, que desde hacia un ratosentía crecer dentro de él laviolencia del deseo, se decidió a ir abuscar su carcaj, que seguía sujeto a

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su silla de montar. Se lo mostró a lamuchacha y luego fue a colgarlo deltimón del carro. Tomyris permanecióinmóvil un instante, mirando cómo sebalanceaba lentamente el carcaj.Luego sonrió, fue hacia él, le cogióde la mano y le llevó al interior delcarro.

»Esas casas sobre ruedas de losescitas suelen estar divididas en dosy a veces en tres compartimentos. Enese caso se trata de carros inmensosprovistos de tres pares de ruedas. Elde Tomyris no tenía más que unasala, ya que era pequeño, si bien su

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ligereza le permitía moverse conmayor rapidez, mientras que losgrandes carros necesitaban un tiro dedos o incluso tres pares de bueyes.El suelo del carro de Tomyris estabacubierto de alfombras, las paredestapizadas de cortinas y los dosorificios disimulados por portezuelasde colores vivos y llenas debordados. Las alfombras estabansembradas de cojines de diversostamaños. En un rincón, una serie decojines amontonados y cubiertos conuna tela formaban un mullido lecho.Fue allí donde Tomyris llevó a Ciro.

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Luego, con una inocenciamaravillosa, desabrochó la correaque sujetaba el puñal a su muslo y sedespojó de la túnica. Entonces sequedó de pie e inmóvil delante deCiro, que se había sentado en ellecho. Ciro la miraba, preso de unaturbación deliciosa, perosorprendido ante la facilidad con quese ofrecía a él. Al ver que no seinmutaba, ella le miró y le dijo:

»—¿A qué esperas paradesnudarte y tomarme en tus brazos?¿No has colgado tu carcaj de micarro?

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»Ciro se sintió estúpido. Sedespojó a toda prisa de sus ropas.Ella seguía sin moverse, esperandosin duda que actuase él. Ciro searrodilló delante de ella y posó suslabios contra su vientre cálido.Tomyris había juntado las manossobre su cabellera, que acariciabatiernamente.

»—Ciro —murmuró ellaentonces-, te encuentro muy guapo,fuerte y valeroso. Quédate quieto unmomento, justo el tiempo de imploraral Sol para que engendres en mí unvarón que se te parezca. Porque has

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de saber que varios guerreros de mitribu lo han intentado ya sinconseguirlo. Que el dios quiera quetú seas su elegido.

»Ciro, que se acordaba queAriapeites le había dicho que elmayor deseo de las mujeresmasagetas era engendrar hermososhijos, sin preocuparse de quién fuerael padre, no se sorprendió por esaspalabras. Rogó a su vez a Anahitaque le ayudara a fecundar esehermoso vientre que palpitaba contrasu rostro. Luego, arrastrado por elardor del deseo, la tumbó sobre el

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lecho para darle las pruebas de supasión.

»El olor a carne quemadaobligó a Ciro a salir de mala gana delos brazos de su joven amante. Perose limitó a dar la vuelta al asadorpasa regresar rápidamente con ella.No obstante, Tomyris se levantóriéndose y, sin tomarse la molestiade vestirse, se arrodilló en un cojínante el fuego declarando que estabahambrienta, y que sus asaltostriunfantes le habían abierto elapetito. Había llevado consigo elpuñal, con el que cortó unos trozos

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de carne, y después de raspar laparte quemada se los ofreció a Ciro.Éste se dio prisa en comer y bebiócon gran precipitación, pues ardía endeseos de abrazarla de nuevo entresus brazos. Ella admiró su fogosidadriendo.

»El sol desaparecía detrás delhorizonte, dejando en el cielocerulescente grandes capas depurpurina. Muy cerca, los insectos sepusieron a rechinar a la espera de lallegada de la noche, mientras unaligera brisa llevaba el perfume acrede la estepa. Ciro se sintió invadido

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por un nuevo vigor que atribuyó a laintervención de Anahita. Cogió enbrazos a la joven y la llevó alinterior del carro.

»—Qué impaciente eres —ledijo ella en tono divertido-. La nocheno ha hecho más que comenzar.Todavía tenemos mucho tiempo pordelante.

»—La noche más larga deinvierno no sería suficiente parapermitirme saciar la sed que midiosa ha despertado en mi al verte—le aseguró él mientras ladepositaba en el lecho.

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»—Pero —replicó ella-después de la noche regresará el díay luego otra noche, y así hasta elinfinito.

»Ciro sacudió la cabeza riendoy, antes de unir sus labios a los deella, contestó:

»—Me temo que ni siquieratodo ese tiempo sea suficiente parasatisfacer mis deseos.

Bagadates se ha callado.Permanece en silencio dejando a susoyentes la tarea de imaginarse lo quepudo haber sucedido entonces entre

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Ciro y Tomyris, la hija de lasestepas.

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DUODÉCIMAVELADA

A ORILLAS DEL OXUS

Al día siguiente por la tarde,Bagadates reanuda su relato.

»La gente de la tribu de Tomyrisno llegó a orillas del río al día

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siguiente, sino al otro. Ciro, a quienle hubiera gustado quedarse muchomás tiempo aún solo con lamuchacha, sintió un cierto despecho.Temía que ella no se atreviera adejar ver sus relaciones, y que leechara de su lado. Como no queríasufrir semejante humillación, tanpronto divisó los carros que iban encabeza flanqueados por jinetes,ensilló su caballo y recogió susarmas. Ella le miró hacer con rostrode sorpresa y, cuando Ciro montó acaballo, le preguntó adónde iba y porqué no la llevaba con él.

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»—Regreso al campamento demis compañeros —le respondió él-.Se encuentra a una carrera decaballo, y estaré allí pronto.

»—¿Por qué me dejas? —lepreguntó ella entonces.

»—Diviso a los tuyos que seacercan —contestó él-. No quieroque vean que me he quedado contigo,que he compartido tu carro.

»—¿Y a ti que te importa eso?—se sorprendió ella-. Puedesquedarte conmigo, nadie dirá nada.¿Acaso no sabes que, según nuestrascostumbres, las mujeres reciben en

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su lecho a los hombres que ellaseligen y que les han gustado? ¿Nosucede lo mismo en tu tribu?

»—Es verdad que ésa es lacostumbre de los masagetas—reconoció Ciro-. Pero en mi tribu,las mujeres se casan cada una con unhombre y desde entonces le guardafidelidad.

»—Ocurre igual entre nosotros.Mientras tú permanezcas conmigo yyo contigo, te seré fiel y no recibirébesos de ningún otro hombre. Ytampoco admitiré que te exhibas encompañía de otra mujer. Así debe ser

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hasta que decidamos separarnos.»—En ese caso, Tomyris —le

dijo Ciro—, si no me expulsas, creoque me quedaré a tu lado todo lo queme queda de vida. Porque eres parami la compañera con la que jamás mehubiera atrevido a soñar. Mira, enestos dos días hemos cazado juntos, aveces hemos compartido el mismoanimal, y hemos galopado juntos porla estepa. Hasta me has convencidopara que moje mi cuerpo en el aguasagrada del río.

»Tomyris se había acercado,había juntado sus manos detrás de su

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cuello, y había apretado su cuerpocontra él sin desviar su mirada clarade la suya. Le interrumpiódiciéndole:

»—Eso es bueno. Para lasmujeres, el agua es nuestro elemento,purifica, envuelve fuertemente todoel cuerpo, es fecundante y estamos ensu seno como la tierra que ella riega.Pero tú, tú eres para mí como el aguay sé que me fecundará como si yofuera el surco donde se arroja lasemilla. Quédate a mi lado. Nosamaremos más veces, la noche queviene y también las noches

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siguientes. Porque disfruto muchocuando me encuentro entre tusbrazos, como disfruto cabalgando atu lado, compartiendo tu comida ybebiendo en la misma copa que tú.

»Fue así como Ciro se quedó allado de Tomyris, olvidándose de susnuevos amigos y de Ariapeites, quienhabía marchado hacia el norte paratraer a los enviados del príncipe delos saurómatas.

»Las gentes de la tribu deTomyris se establecieron cerca delcarro de esta última, río abajo.Algunos hombres y algunas mujeres

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acudieron a saludarla, pero eraevidente que procuraban nomolestarla, toda vez que dabanmuestras de respeto hacia ella, loque, en un principio, sorprendió aCiro. Estaba al lado de ella, y viocómo la saludaban sin parecersorprenderse de que él laacompañara. Por fin, ella preguntó auno de los visitantes si su padrehabía llegado e instalado su carro. Elhombre le respondió que se habíaestablecido en un lugar más retirado,al pie de las colinas.

»Cuando se quedaron solos,

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Ciro le dijo:»—Esos hombres te admiran y

te respetan. Sin duda, porque paraellos eres una gran cazadora y unaexcelente jinete.

»La observación provocó larisa de Tomyris, quien le contestó,mientras le llevaba hacia el carro:

»—En nuestra tribu hay muchasotras mujeres que montan a caballo yque cazan como yo, ya que en ciertomodo hemos adoptado lascostumbres de los saurómatas queson nuestros vecinos, hacia el granmar de Occidente, y con los que

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hemos sellado un pacto de alianza.Porque sus mujeres estánacostumbradas a montar a caballo, adisparar el arco y a manejar la lanza.No, Ciro, si esos hombres semuestran respetuosos conmigo esporque soy la hija de su jefe y porquesi le sobreviniera alguna desgracia,que el gran dios Sol le conservetodavía por muchos años con vida,yo seria su sucesora y quien lesconduciría a la caza, y mi esposo seconvertiría en su jefe de guerra.

»Esta revelación dejó a Ciroestupefacto e inquieto. Ya que no se

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había imaginado que su amadapudiera ser la hija de un personajeimportante. Se sintió preso deinquietud al pensar en lo que le habíaconfiado Ariapeites: que se casaríacon la hija del más poderoso de losjefes masagetas, para así reinar sobredos tribus. No obstante, rechazó estaidea de su mente, diciéndose a simismo que si Tomyris hubierapensado a su vez convertirse en unfuturo en la mujer de Ariapeites, nose habría entregado a él como lohabía hecho, y que en el caso de quehubiera cedido a una pasión

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incontrolada, se habría separado deél antes de la llegada de su tribu.

»Tomyris se retiró a su carropara vestirse con un largo trajebordado, como los que llevabanhabitualmente las mujeres escitas.Ciñó su cabello con una diademadorada y se adornó piernas y brazoscon joyas de oro. Ataviada de estaguisa, invitó a Ciro a acompañarla alcarro de su padre, Argispises. Esteúltimo era un hombre robusto ycuadrado, como son la mayoría delos escitas y de los masagetas. Al verllegar a su hija, la estrechó entre sus

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brazos y luego saludó a Ciro, a quienella presentó diciendo:

—Ciro es un jinete excelente yun guerrero magnifico. Es muydiestro en el tiro al arco, y rivalizaen valor con los mejores de losnuestros.

»—Eso está muy bien, hija mía,eso me agrada —respondió él,abrazando a Ciro y besándole en elrostro-. Mañana iremos a cazarjuntos y veremos cuál de los dos esel mejor.

»Al decir esto último estalló enuna gran carcajada, golpeó a Ciro en

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el hombro y prosiguió:»—Pero esta tarde, venid los

dos a compartir la cena conmigo,porque si no me enfadaré.

»En esas condiciones, tantoCiro como Tomyris no podían hacerde menos a Argispises. Acudieronunos sirvientes a colocar sobre lahierba seca alfombras y cojines paraque se sentaran, pues el sol declinabaya en el horizonte, mientras lasmujeres y los sirvientes comenzarona cocer las carnes con verduras ylegumbres: zanahorias secas, lentejasy cebollas, compradas a los escitas

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agricultores asentados a orillas delYaxarte y en las regiones pantanosas,cerca del paraje donde los dosgrandes ríos, el Oxus y el Yaxarte, seprecipitan en el mar de Hircania.

»Varios hombres de alcurniafueron a sentarse cerca de Argispisesy todos comenzaron a jactarse de sushazañas y a rivalizar entre si. Ciro,preguntado, habló de Media, de lasciudades del norte del Irán y deSamarcanda. Se sorprendió a simismo de no sentir ninguna emociónal hablar de su aventura con Roxanay los mairya: ahora sólo tenía ojos

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para Tomyris, no pensaba más que enella.

»—Un día —declaróArgispises- iremos a Samarcanda.Tomaremos esa ciudad y lasaquearemos.

»—¿Por qué —intervino Ciro-no estableces, mejor, tu capital allí?Es agradable vivir en casas cálidas,al abrigo de los grandes fríos delinvierno.

»La observación sorprendió aArgispises, luego le dio risa yexclamó:

»—¿Cómo tú, que conoces la

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misma vida que llevamos nosotros,en los grandes espacios, puedespensar en encerrarte en una ciudad,detrás de murallas? No, yo meahogaría en esas casas donde loshombres se soterran como ratas,como alimañas al fondo de sumadriguera. Tienen allí cuantoposeen, y su universo se limita aaquello. ¿Cómo se puede respirarasí? Y además, cada día quetranscurre entre esos muros debeparecerse al día anterior y alsiguiente. Mientras que, paranosotros, cada día es diferente, cada

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día descubrimos una tierra nueva. Undía cazamos, otro caminamos, otroguerreamos. No, Ciro, las ciudadesno están hechas para nosotros, sinopara esos hombres pequeños que noconocen la embriaguez de estosespacios infinitos, el olor salvaje delas arenas de los desiertos deCorasmia, el perfume acre de losherbazales de la estepa que ondulanhacia el horizonte, ni tampoco lanieve que cubre todo con su blancuradeslumbrante cuando regresa elinvierno. Esa es nuestra vida, noqueremos conocer ninguna otra.

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»Ciro reconoció que el discursode Argispises estaba bien fundado, ylo suscribió, no por adulación, sinoporque compartía sus sentimientos.

»El vino corrió en abundanciapara regar las carnes, de manera queCiro tartamudeaba ligeramentecuando regresó con Tomyris a sucarro. Pero se sentía bien y feliz.

»Transcurrieron algunos díasdurante los cuales Ciro olvidó todosu pasado, y quiso ignorar todo sufuturo. Acudía cada mañana conTomyris a bañarse al río, y luegoambos se vestían para acompañar a

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Argispises y a algunos de losmejores guerreros de la tribu agrandes cacerías. La jornadaconcluía bebiendo todos delante dela tienda de Argispises, que era tangran bebedor como cazadorinfatigable.

»Luego, una mañana, llegó unadelegación que Peirisades enviaba aArgispises para invitarle a ir a sucampamento. Ciro se quedó al ladode Tomyris, pues se negaba aconsiderar cualquier futuro lejos dela joven. Argispises regresó muytarde por la noche, y Ciro no lo vio

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hasta el día siguiente, cuando acudióa saludarle con Tomyris. Sesorprendieron al ver que tenía elsemblante preocupado, y cuandoTomyris le preguntó acerca de losresultados de su entrevista conPeirisades, respondió:

»—En conjunto, estoysatisfecho de este encuentro. Pero meha parecido que Peirisades estabadescontento. Si, Tomyris, quiere quete cases con su hijo Ariapeites, perono como lo has hecho con Ciro;quiere que os unan los vínculos desangre para que mediante este

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matrimonio queden unidas nuestrasdos tribus, y que cuando nosotroshayamos muerto ambos reinéis ennuestros pueblos. Le he dicho que enlo que concierne a nuestra muerte, yono tenía prisa, y que, en ese sentido,teníamos todo el tiempo del mundopara pensar en ese asunto. Pero hainsistido en que era preciso pensaren él desde ahora mismo, y su hijo,que estaba presente, se ha empeñadoen conocerte, hija mía. Entonces lehe dicho que, por el momento, tútenías un marido, un gran cazador conel rostro del sol, que había colgado

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su carcaj de tu carro, y que tú lehabías aceptado.

»—¿Le has dicho mi nombre?—se inquietó Ciro.

»—¿Yo? ¿Por qué se lo habríade decir? No es asunto suyo. Me dala impresión de que ambos tienentanto interés en ese matrimonio que,por lo que conozco a Peirisades, si ledijera tu nombre sería muy capaz dehacerte desaparecer de una forma uotra. Este Ariapeites es terriblementeambicioso. No tiene bastante consaber que un día mandará a todos losguerreros de su tribu, pues no me ha

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ocultado que espera reunir en unasola nación a todas las tribusmasagetas y obtener el título de rey.No veo qué ventaja puede encontraren ello. ¿Cazaría así más piezas? Y,aunque fuera así, no tiene más que unestómago, y aunque tuviera milcaballos, sólo puede montar uno a lavez. Y no es por tener el titulo de reypor lo que podrá gozar de másjóvenes ni beber más vino. No,verdaderamente, jamás entenderé alos jóvenes. Mejor nos vamos acazar.

»Así concluyó, para

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satisfacción de Tomyris. Pero cuandoregresaban de la cacería y llevabanlos caballos al paso, Argispises dijoa su hija:

»—Hija mía, ello no obsta paraque cuando te canses de Ciro y loeches de tu carro, puedas casarte conese Ariapeites. Sabes, le he dichoque eres muy independiente, quecompartíamos las costumbres de lossaurómatas, y que sin duda nopodrías soportar a un marido que teimpusiera su ley. Me ha respondidoque no era ésa su intención, quepodrías seguir llevando la vida que

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quisieras, que de ti sólo deseaba tuamistad y que le dieses un hijo parasucederos, y tener a través de ti elapoyo de nuestra tribu. Por otraparte, es un muchacho fuerte, ysospecho que un cazador muy bueno.

»—En eso —intervino Ciro- note equivocas. Es un gran cazador, unhombre orgulloso y valiente. Puedescreerme, pues he cazado con él amenudo.

»No quiso comentar que era suhermano de sangre, pero leentristecía constatar lo que de otrolado ya se temía: que Tomyris era la

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novia de la que le había habladoAriapeites.

»Pero Tomyris intervinoenérgicamente:

»—¡A mí qué me importa—exclamó- que sea un buen cazador!Y fuerte, como aseguras, padre. Yo,lo que quiero es vivir con Ciro, yono me quiero casar con ese hombre.Tienes razón, ¿qué ventajas tendríayo como esposa de un hombre quefuera rey? No por ello dejaría dehacer lo que me gusta, ni de vivircomo quiero. Para ello, con Ciro mebasta y me sobra, y el hecho de que

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sea de oscuro origen, que no sea rey,no hace que yo lo quiera menos.

»Argispises se atusó la barba ydeslizó su dedo bajo su gorropuntiagudo para rascarse la cabeza, yluego dijo:

»—Hija mía, se hará como túquieres. Pero, de todas formas, mehabría gustado poder darle algunaesperanza a ese Ariapeites. Porque sile digo que jamás serás su esposa,creo que es muy capaz, quizá noahora pero sin duda el día quesuceda a su padre, de declararnos laguerra para obligarte a casarte con

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él. Además, sé que tanto él como supadre han recibido a los enviadosdel príncipe de los saurómatas y quedesean sellar una alianza paraapoyarse mutuamente en susambiciones. Desde entonces, nosencontramos cogidos entre la tribu dePeirisades, que es más poderosa quela nuestra, y los saurómatas. Nuestrasrelaciones con ellos son cordiales,pero basta con que sus interesesestén en otra parte para que seconviertan en enemigos nuestros.

»—Padre mío —exclamóTomyris-, no te reconozco, ¡tú el

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guerrero impávido, el jefeinvencible! ¿De repente teatemorizan las amenazas de nuestrosvecinos? Somos perfectamentecapaces de vencer a todos cuantos seatrevan a aventurarse en nuestroterritorio, y tendría por gran cobardeal que temiera declarar la guerra aesos intrusos.

»Esta exhortación sacudió confuerza a Argispises, quien respondióen tono firme:

»—Tienes razón, hija mía. Lodecía sólo para asegurarme de tussentimientos. No hablemos más de

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ello. Ya veremos cómo sedesarrollan los acontecimientos.Pero creo que es preferible que nonos demoremos aquí, en territorioscontrolados por Peirisades, noporque tenga miedo por nosotros,sino más bien por Ciro. Ya que, sinduda, Ariapeites se enterará de quees el esposo de mi hija e intentaráeliminarlo por todos los medios.

»Esas consideraciones dejarona Ciro pensativo. No porque tuvieramiedo de que Ariapeites intentaramatarle cuando se enterase de quiénera realmente el amante de Tomyris.

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Pero tenía el sentimiento detraicionar a su amigo. Ya que si él nohubiera conocido a Tomyris porcasualidad, sin duda ella hubieraaceptado a Ariapeites. Éste poseíacuanto era preciso para seducirla, ysólo su repentino amor hacia él leinstaba a rechazar cualquiercompromiso. Debía la vida aAriapeites, y le resultabainsoportable reconocer que se loagradecía cruzándose en susambiciones, derribando todos esoshermosos proyectos de los que suamigo le había hablado en confianza.

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Pero, ¿podría confesar todo eso aTomyris? Sabía demasiado bien queella pondría su pasión por encima decualquier otra consideración, y queella sólo podría incitarle aperseverar en su amor, aunque paraello él tuviera que pasarse el resto desu existencia guerreando contra suantiguo amigo.

»Ciro pasó una noche agitada.Extendía la mano para tocar la pielsuave de Tomyris que dormía a sulado, y se decía a sí mismo que laamaba tanto que no se imaginabaseguir viviendo lejos de ella.

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Entonces se autoconvencía de quenada podría separarle de ella, y quepara conservarla toda para él estabadispuesto a hacer frente a la cólerade los hombres, a pelear contra latribu entera de Peirisades. Perocuando su pensamiento se detenía enAriapeites, sentía que su decisión sedebilitaba. ¿Cómo podría vivirpensando que había traicionado alhombre que le había salvado la vida,y que ese hombre había cobijado unavíbora en su seno? ¿Se atrevería, noya a mirar a la cara al que se habíaconvertido en su hermano de sangre,

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sino incluso al sol que presidía losjuramentos? ¿Podría seguirinvocando, con un corazón tanimpuro como el suyo, a Anahita, sudiosa, y ofrecer el haoma a la llamaque era pureza y verdad?

»Cuando amaneció el nuevo día,había tomado una decisión. Mostróun semblante sereno y se superó a símismo durante la cacería que tuvolugar por la mañana. Por la tardetambién bebió en abundancia, ydurante la noche amó a Tomyriscomo sólo lo había hecho la primeranoche después de su encuentro. Al

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día siguiente, cuando ella quiso bajaral río con él, Ciro le dijo que habíadejado en el campamento dePeirisades su otro caballo y algunosobjetos que deseaba ir a recuperar.Añadió que podía acompañarle peroque quizá seria mejor que ella nohiciera acto de presencia en el lugardonde vivía Ariapeites.

»Ella le dejó marchar solo, pueshalló juiciosa su observación. Alsepararse de ella, comenzó porbuscar a Argispises, a quien encontródelante de su tienda. Le pidió que leconcediera una breve entrevista, y

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Argispises le pasó el brazo por elhombro y, conduciéndole al interiorde la tienda, le preguntó si teníadificultades con Tomyris.

»—La única dificultad —dijoCiro- es que nos amamos. Pero espreciso que te diga que, en realidad,Ariapeites es mi hermano de sangre.

»Entonces le reveló cuántodebía a su hermano, los juramentosmutuos que se habían hecho, ycontinuó diciendo:

»—Argispises, faltaría a mihonor si traicionara de este modo mijuramento. No pertenezco a vuestro

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pueblo, no tengo derecho a dividiros.He decidido, pues, alejarme para queTomyris me olvide. De ese modo,podrá unirse a Ariapeites y vuestrastribus seguirán siendo amigas.Asimismo, te ruego le digas aTomyris que me he marchado, porqueno puedo traicionar a un hermano.Ella lo comprenderá. No se lo puedodecir yo mismo, ya que estoy segurode que no me dejaría marchar, y, siyo me alejara, me seguiría. Lo quetampoco sería bueno para ella, puesen realidad yo no tengo ni padres nisiquiera una verdadera tribu.

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»Argispises lo estrechó contrasu pecho, agradeciéndole que actuarade ese modo, teniendo en cuenta losintereses de su nación. Le regaló unhermoso arco escita de elegantescurvas, sólido y potente, así como uncarcaj con flechas.

»Al dejar a su anfitrión, Ciro sedirigió directamente a la tienda queocupaba en el campamento dePeirisades. Reunió su escasoequipaje y lo ató al lomo de susegundo caballo. Ariapeites sepresentó cuando terminaba depreparar sus caballos. El joven lo

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estrechó contra su pecho al tiempoque mostraba su asombro por nohaberlo visto en los últimos días.

»—Me había ido a cazar haciael poniente —le dijo Ciro-. Allí meencontré con la tribu de Argispises yme he quedado junto a este gran jefealgunos días.

»El rostro de Ariapeites seensombreció al oír nombrar aArgispises, y dijo:

»—No me gusta ese hombre.¿Has conocido a su hija?

»—¿Por qué no te gusta? —seasombró Ciro-. Es un gran cazador,

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de carácter abierto y buen vividor.También he visto a su hija. Es bella eindependiente. Hermano, es precisoque sepas quererla. Estoy seguro deque sabrá amarte.

»—Su padre me ha dicho quetenía un esposo.

»—Un hombre de paso. Nodebes inquietarte por ello.Ariapeites, hermano mío, ha llegadoel momento de la partida. Deboregresar a Bactria sin mayor retraso.El camino hasta allí es largo, y noquisiera que me sorprendiera el maltiempo. Pero antes de irme, quiero

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pedirte un favor: júrame que nodeclararás la guerra a la tribu deArgispises. Por el contrario, debesingeniártelas para conquistar a suhija con tus hazañas, con tu valor ycon tu talento de cazador. Y tambiénque le ames como ella pueda desear.Estoy seguro que te dará el hijo quetú deseas. Y el dios Sol y la diosaAnahita os favorecerán.

»Cuando estaba terminando dehablar se acercó Peirisades. Suintervención impidió a Ariapeitesmostrar su asombro ante las palabrasde Ciro y hacerle algunas preguntas.

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Ciro se despidió del padre y del hijo,montó a caballo de un salto y se alejóal galope para evitar cualquierpregunta que le hubiera puesto en unaprieto, o que le hubiera obligado amentir, ya que para los medos y paralos persas la mentira es el vicio másvergonzoso.

Al callarse Bagadates, todos sequedan en silencio. Por fin Naburian,el astrónomo, se decide a comentarlo siguiente:

—Con este episodio de su vida,Ciro demuestra claramente que los

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dioses que presiden los planetas sonlos que dirigen nuestro destino.Bastaba con que hubiera puesto suamor por encima de su amistad, oque Tomyris hubiera conseguidoretenerlo a su lado, para que sehubiera modificado el destino delmundo. Ciro habría seguido siendoun oscuro guerrero de una tribumasageta igualmente oscura, y losmedos seguirían reinando en unapequeña zona de Irán y del Cáucaso.Y Asia seguiría estando dividida enpequeños reinos independientes.

—Es verdad —reconoció

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Ctesias-, no hace falta mucho paracambiar el destino de un hombre y lafaz del mundo. Pero ello nosdemuestra igualmente hasta qué puntouna personalidad fuerte puedatransformar por completo el curso dela historia. Porque son las grandesindividualidades las que modelan lahistoria y los demás hombres.

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DECIMOTERCERAVELADA

EL CAMINO DE BACTRIA

Esa tarde, los oyentes deBagadates se habían quedado muytristes por la separación de Ciro y deTomyris, y tenían prisa por saber si,finalmente, la pasión no prevalecería

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sobre los demás sentimientos, apesar de lo que había dado aentender Naburian en la jornadaanterior durante su intervención.Porque el espíritu humano está hechode tal forma que pone por encima detodo la pasión amorosa, y estádispuesto a sacrificarlo todo por sucausa. ¿Acaso el final feliz de todaslas historias no se resuelve con unmatrimonio, consagración de un granamor?

Comieron, pues, aprisa parasaber cómo encontraría Ciro el restode su tribu y cómo, con su ayuda,

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marcharía sobre Samarcanda dondese suponía que Roxana debíaaguardar su regreso. Porque ningunode los oyentes tenía la menor duda deque se había enterado por Hardazque Ciro había conseguido escaparde la batida de los lobos.

Entonces Bagadates tomó lapalabra.

«Por la orilla derecha del Oxuscaminaba un jinete. Montaba uncaballo blanco y fogoso al quedominaba con mano implacable.Llevaba túnica y pantalón con los

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bordados típicos de los escitas y delos masagetas. A la cintura llevabaatados un arco en su funda y uncarcaj con flechas. A la espalda teníasujeta una poderosa espada. Pero, alcontrario de los escitas, no llevabatocado de fieltro, sino que llevaba lacabeza descubierta, y el cabellolargo sujeto con una gruesa diademade cuero. Llevaba atada a la silla desu montura la brida de otro caballo,pero éste era un semental negro deHircania a cuya silla había sujetadoun saco de cuero, dos grandes odres,una lanza, un haz de venablos y otro

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arco con su correspondiente carcaj.»Cuando los mercaderes que

marchaban a lomos de mulas al frentede sus pequeñas caravanas, losviajeros solitarios, los campesinos ylos pastores se cruzaban con él, lesaludaban dando grandes muestras derespeto: parecía un guerrero tantemible que todos se apresuraban amostrarse respetuosos con él, puescomo no podían conocer suspensamientos les parecía elementalprudencia mostrarse amable con unhombre cuyas reacciones eranimprevisibles. Por otra parte, su

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semblante era grave, y parecíaincluso que en su mirada penetrantehabía un fondo de tristeza. Noobstante, respondía con cortesía a lossaludos que le dirigían, si bien noparecía dispuesto a entablarconversación, lo que sorprendíamucho a todo el mundo ya que enesas tierras la gente esparticularmente parlanchina.

»Así iba cabalgando Ciro, endirección a Bactria. Pero lo quealgunos tomaban por altanería oexpresión de desafío no era otra cosaque tristeza, una tristeza inmensa que

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invadía su espíritu desde queabandonara a Tomyris y a Ariapeites.

»Una taberna y algunasedificaciones rudimentarias de adobemarcaban el embarcadero de lasbalsas que los viajeros tomaban paracruzar el Oxus. Y esa mañana losviajeros eran numerosos. Unacaravana compuesta por esospesados camellos de Bactriana quetienen dos jorobas blandas habíamonopolizado para ella sola las dosgrandes barcazas que iban y veníanpor la corriente lenta, tiradas porrobustos caballos. Después de

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observar el tráfico y llegar a laconclusión de que tendría queesperar pacientemente a poderembarcarse, Ciro descendió de sumontura y se acercó a la taberna. Erauna construcción de madera y, en lafachada que daba al río, un saledizoformaba un sobradillo que protegíauna tarima en la que se habíaninstalado ya numerosos clientes,sentados a la sombra en mullidoscojines. Ciro examinó todos y cadauno de los rostros con atención, conla esperanza de encontrar algunapersona conocida, bien de las que

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había conocido en Samarcanda o queperteneciera a la tribu de los mardos,y luego se fue a sentar en un cojínque se había quedado libre. Suvecino le saludó, con deseosevidentes de entablar conversación.Por sus ropas, se le hubiera podidotomar por un escita, tanto más porcuanto se expresaba en sogdiano condificultad y con un fuerte acento.Ciro respondió a su saludo y lepreguntó de dónde venia:

»—De muy lejos —lerespondió-. Vengo de las regionesque se extienden más allá del

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Yaxarte, del país de los hiperbóreos.»—¿Qué pueblo es ese del que

nunca he oído hablar? —dijosorprendido Ciro.

»—Un pueblo justo y piadoso,muy querido por el dios al que yosirvo y cuyo nombre es Apolo —leinformó el desconocido-. Esa gentevive muy lejos hacia el norte. Sonricos en oro y poderosos.

»—¿Quién es ese dios llamadoApolo? —se asombró Ciro.

»—Es un dios de mi país —leinformó el hombre-. Conoce el futuroy el Sol es su astro.

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»—Si he comprendido bien, estambién el dios que adoran losmasagetas. En mi nación, que esirania, se le llama Mitra.

»—Eso es —admitió elhombre-. Yo mismo he nacido en unaciudad lejana, al borde de un marpequeño que separa dos maresgrandes, al otro extremo de Asia.Proconesia es su nombre y el de lapequeña isla sobre la que se levanta.Yo me llamo Aristeo. Salí a uno deesos grandes mares, el que nosotrosllamamos Ponto Euxino, y llegué alas costas de los escitas, que viven al

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norte de dicho mar. De eso hacevarios años. Desde entonces henavegado por ríos inmensos, tangrandes como el Oxus, he atravesadollanuras sin fin, y he cruzadomontañas tan altas que sus cimasparecían tocar el cielo. De ese modollegué hasta Hiperbórea, siguiendolas órdenes recibidas de Apolo a lolargo de una serie de sueños que tuvecuando me encontraba todavía enProconesia.

»El tabernero se acercó parallevarles una jarra de vino,interrumpiendo así el relato de

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Aristeo, quien continuó enseguida:»—De regreso del país de los

hiperbóreos, crucé las montañas másricas en oro. Ese oro que yace alfondo de las grutas está custodiadopor unos animales fabulosos queparecen buitres pero que tienencuerpo de felinos.

»De repente, Ciro se sintió másinteresado y preguntó a sucompañero si él había visto a esosanimales fabulosos.

»—Los he visto —le aseguró elviajero-, pero no he podido entrar enlas grutas porque custodian su

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acceso. Sólo pueden entrar allí losamos de estos grifos, unos hombresque sólo tienen un ojo y que sonparticularmente feroces. Les llamanarimaspes y expulsaron de aquellosparajes a los isedones, que estabanallí antes que ellos comoresponsables de la custodia del oro.Yo he convivido con los isedones,pero no con los arimaspes, que sonpoco hospitalarios, pues se muestranmuy celosos de ese oro y temen quese lo quiten. Los isedones sonhombres justos y rinden culto a suspadres difuntos y a sus antepasados,

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cuyos cráneos conservan recubiertosde polvo de oro. También heconvivido con sus vecinos, losargipenses. Están todos calvos y sonpobres, a pesar de la cercanía de lasminas de oro. Sin embargo, como losdemás pueblos escitas les tienen porseres sagrados, nadie les ataca. Es elúnico pueblo que he conocido queignora el uso de las armas.

»Este Aristeo, si no se jactaba,era el primer hombre que Ciroconocía que hubiera llegado hasta lafuente del oro, cuya ruta guardabancelosamente en secreto los mairyas.

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Entonces le preguntó por los caminosque había seguido para llegar hastael Oxus.

»—Hacen falta meses enterosde camino —le respondió Aristeo-,pero no es una ruta inaccesible. Sideseas dirigirte allí, evita pasar porSamarcanda, aunque esta ciudad seencuentra en el camino más rectodesde Margiana y Bactriana. Unahermandad de guerreros controla esaruta y, si advierten que intentashacerles la competencia, te mataránsin dudarlo. En lo que a mi respecta,yo conocía su existencia por los

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isedones. Por eso crucé el Yaxartepor un lugar poco frecuentado,evitando pasa por esa ciudad que escomo una flor envenenada.

»Ciro pensó que no se podíadefinir mejor a Samarcanda. Peropensó también que ese hombrepodría serle útil como guía en elcaso de que regresara a Samarcandacon sus guerreros. Ya que, ¿por quéuna vez eliminados los mairyas norealizaría él el sueño de Tanoajares?

»—¿Adónde irás después decruzar el río? —le preguntó Ciro.

»—Regreso a mi patria

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—replicó Aristeo-. Estoy cansado deviajar. Quiero ver a los míos. Hastaallí hay todavía cerca de cuatromeses de viaje. No quierodemorarme más, ya que si mesorprende el invierno me arriesgo aque mi camino se quede bloqueadopor la nieve.

»—Pero me da la impresión deque regresas a tu patria sin haberhecho fortuna.

»—Tengo un poco de oro, elsuficiente para asegurar misubsistencia hasta Proconesia —leinformó Aristeo-. Pero no necesito

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más, pues mi familia es rica. Alemprender este viaje buscabaenriquecer mi espíritu, pero en modoalguno mi casa. Por otra parte, el orono nos falta. Al sur de mi país estáLidia, que es uno de los reinos másricos de Asia. Su capital, que tienepor nombre Sardes, la atraviesa unrío pequeño que arrastra montoncitosde oro, de manera que los reyes deLidia son los soberanos más ricos dela tierra.

»Fue así cómo Ciro oyó hablarpor primera vez del reino de Lidiadonde aún reinaba Alyatte.

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»—¿Estarías dispuesto aregresar al norte? —le preguntóCiro.

»—Aunque me ofrecieran el oroque hay guardado en esas grutas, noregresaría allí. Estoy cansado deviajar. He acumulado en mi cabezatodos los elementos que me van apermitir escribir una gran epopeyasobre los arimaspes. En ese relatotambién narraré mi viaje, con todaslas aventuras que me han sucedido, ycontaré la historia de todos esospueblos, tal y como ellos me la hancontado. Lo único que deseo ya es

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consagrar el resto de mi vida a estetrabajo, para que me proporcioneinmortalidad.

»Ciro le miró con asombro,pues difícilmente podía imaginar quela composición de una epopeyapudiera dar inmortalidad; sinembargo, comprendió que era inútilinsistir, que su compañero deocasión no se dejaría convencer,aunque fuese a precio de oro, paraguiarle hacia el país de los grifos.

»Pudieron embarcar en unabalsa que cruzaba con la corrientedel mediodía. En el momento en el

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que el nauta soltaba las amarras, unhombre, vestido con un traje oscuroremendado y que llevaba al hombroun grueso bastón sujeto a un saco,saltó a la balsa. El nauta le dirigióuna mirada sombría al tiempo que lepreguntaba:

»—¿No serás uno de esosmagos errantes que viven de larapiña? ¿Tienes con qué pagar tupasaje?

»—Vivo sólo de la generosidadde la gente —reconoció-. Y tú mismotendrás la bondad de permitirmeocupar justo este pequeño rincón de

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tu balsa. A cambio, te daré labendición del dios sabio, de AhuraMazda.

»Al oírle hablar así, Ciroexaminó al recién llegado con másatención, y reconoció en él al hombreque había predicado en la plazagrande de Samarcanda. Cuando vioque el nauta se erguía replicando quese mofaba de su bendición, y que sino tenía con qué pagar su pasaje loque debía hacer era saltar al agua ycruzar a nado, Ciro se acercó a esteúltimo y le dijo:

»—No se te ocurra arrojar a

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este hombre al río, ya que tú irásdetrás inmediatamente. Has ganadobastante dinero con nosotros comopara cederle ese espacio pequeño sinque te cueste nada.

»Ante la estatura de Ciro y laautoridad con la que había hablado,el barquero no supo encontrar unarespuesta insolente. Tiró la jarcia ydijo que, en esas condiciones, elmago no tenía más que quedarsedonde estaba.

»Durante toda la travesía, elmago permaneció acurrucado en elmismo lugar, y Ciro no tuvo

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oportunidad de hablar con él ya queAristeo era inagotable y atraía todasu atención. Le hablaba de lascomarcas occidentales de Asia, delgran río que separaba el reino deLidia del imperio de los medas, ytambién de los pueblos escitas quevivían en los contornos del PontoEuxino, también llamado marEscítico. De esta manera, descubríaante Ciro la extensión inmensa delmundo, y le decía:

»—Existen asimismo, por eloeste y el sur, poderosos reinos, muyricos en oro, donde no se conoce el

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invierno, y donde siempre hace calorcomo durante el verano enTransoxiana.

»—Entonces esa gente debe sermuy desgraciada por no conocer elsano frío del invierno —replicóCiro-. ¿Pero cómo es posible?

»—Pues eso dicen, aunquesobre esto sólo te hablo de oídas, yaque no he estado nunca allí—reconoció Aristeo-. Pero todos losque viajan saben que cuanto más alsur van, más fuerte es el calor, y queal final no se puede seguir adelantepues se corre el riesgo de

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achicharrarse como en un horno. Porlo mismo que también, cuando se vahacia el norte, uno queda detenido,pues llega un momento en el que lanieve cae con tanta fuerza, es tandensa y el frío tan intenso, que seencuentra como delante de un murode hielo.

»En la otra orilla del río loscaminos divergían: uno se dirigíahacia el oeste, cruzaba la Margiana yconducía hasta Media, mientras queel otro discurría durante un tiempo aorillas del Oxus para tomar luego ladirección de Bactriana, hacia el este.

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Aristeo tomó el primero y Ciro elcamino de Bactria. En su fuerointerno no estaba, sin embargo,disgustado por tener que dejar a esehombre que le había informado sobretantas cosas, pero a quien encontrabademasiado parlanchín, demasiadoenemigo del menor silencio.

»Acababa Ciro de dejar aAristeo y se disponía a montar acaballo, cuando el mago se detuvocerca de él y le agradeció suintervención con el barquero.

»—Los hombres —siguiódiciendo el mago- no están aún

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preparados para oír la palabra de lasabiduría. Están dominados por elespíritu del mal, y no lo saben, puesel espíritu del mal se hace pasar porel bien, o más bien por lo que es subien.

»Ciro comenzó a caminar a sulado con toda naturalidad,olvidándose de montar a caballo, y ledijo:

»—Te oí hablar en Samarcandahace algún tiempo. ¿No encontrastediscípulos allí?

»—Me marché de allí al díasiguiente de llegar. La ciudad está

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habitada por el espíritu del mal.Unos hombres crueles que dicenadorar a Mitra me expulsaron de allí.Son los amos de la región, y meamenazaron de muerte si continuabapredicando la buena palabra deZaratustra en las calles deSamarcanda. La población seapartaba de mí, ¿qué podía hacer,pues? Entonces me fui a anunciar labuena doctrina a los pastores quellevan sus rebaños a los pastosherbosos a orillas del Polymatos. Meescucharon porque les dije queAhura Mazda maldice a los que

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matan al ganado y a los que predicansu destrucción. Pero ha llegado elmomento en el que debo regresar aBactria para fortalecer mi corazónescuchando las enseñanzas deZaratustra.

»Ciro le preguntó si eseZaratustra vivía en Bactria, a lo quele contestó:

»—Entérate de que Zaratustraes hijo de Purushaspa; pertenece alclan de Spitama, propietario denumerosos caballos, si bien él mismono era rico. Se convirtió en sacerdotede Ahura Mazda y se retiró a una

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montaña alta para recibir lainspiración del dios. Y Ahura Mazdale visitó, y le reveló la verdad:

»—¿Cuál es, pues, esa verdad?—exclamó asombrado Ciro.

»—La verdad —replicó elmago- no se reduce a unas cuantasfórmulas. Si te quedas a mi lado, tela desvelaré, lentamente, como lapunta de un velo que levantamos conprecaución. Pero yo quiero hablartede Zaratustra. Cuando ya era dueñode la luz del dios, y después depermanecer durante largos años en lasoledad de las montañas, regresó a la

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llanura y a las ciudades. Regresó conlos suyos, a su aldea, pero nadiequiso escucharle, su familia lerechazaba, y le alejaron de su tribuporque el espíritu maligno, elespíritu de las Tinieblas, era eldueño de todas esas almas. En lasaldeas a las que se dirigió después,vio cómo se levantaban contra él losjefes pervertidos. Todo el mundo ledaba la espalda, e incluso el pequeñopríncipe Vaepya, cuando llegó elinvierno, le negó asilo a él y a susanimales de tiro que temblaban todosde frío.

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»"Pero el espíritu del Bienanimaba su alma impávida y seguíapredicando la buena palabra. Anduvopor los campos y los desiertos deAria y Margiana, y allí reclutó a susprimeros fieles. Ha predicado por elsur de Aria, cerca del poderoso ríoHaetumant que desemboca en el lagoKansoaya. No obstante, no iba a lasciudades, pues los mercaderesadoran a los daevas, esos demoniosque adoptan formas humanas y quevan por las ciudades para pervertir alos hombres. Pero en los campos, losboyeros y los pastores escuchaban

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sus enseñanzas, y se impregnaban dela verdad. A continuación se marchóa Bactriana y predicó de nuevo enlos campos, hasta en las puertas deBactria donde se detienen lascaravanas, donde los pastores llevansu ganado. Y el príncipe de laciudad, que es kavi, es decir, un rey-sacerdote ayudado por unossacerdotes a los que llaman karapan,oyó hablar de Zaratustra. Se trata delkavi Vistaspa, que aún reina en laciudad. Bajó al llano y conoció aZaratustra; y se convirtió a la buenapalabra."

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»El mago guardó silencio unmomento, caminó con la vistalevantada hacia el cielo, y continuódiciendo:

»—Yo me llamo Djamaspa y mipadre Hvoga era el consejeroprincipal de kavi Vistaspa. Yo eratodavía un niño cuando el kaviVistaspa, su esposa Hutaosa y mipropio padre se convirtieron endiscípulos de Zaratustra. El Santotuvo que luchar contra los grandesque rodeaban a Vistaspa, quienes leacusaron de ser un hechicero, peroZaratustra supo expulsar a los

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espíritus malignos, los daevas, ysalió triunfante de todas lasemboscadas que le tendieron. Ahora,la ciudad entera de Bactria, y toda lacampiña de los alrededores, venerana Zaratustra. Se han erigido altaresde fuego para ofrecer libaciones algran Dios. Por mi parte, yo me hecasado con Purucista, la hija deZaratustra.

»Ciro miró a su compañero ypreguntó asombrado:

»—¿Por qué tú, que eres hijo deun hombre sin duda rico y poderoso,te has vestido con harapos, para irte

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a vivir como un mendigo, como esosmagos vagabundos con los que teconfunden?

»—Zaratustra se hace viejo—le respondió Djamaspa-, ya nopuede ir por los campos y losdesiertos llevando la buena palabra.Entonces quise dirigirme a las gentesde Sogdiana para convertirlas, pueses en esta región donde están lospeores enemigos de Zaratustra, y es,pues, por allí por donde hay quecomenzar la conversión.

»—¿A riesgo de tu vida?»—La vida humana no es más

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que un soplo, no es nada, como lo esel mundo y toda la creación a ojosdel Creador. ¿Acaso debería atribuirla menor importancia a esta vidaporque es la mía? ¿Pero quién mejuzgará después de morir? ¿Y tesorprendía también que, siendo hijode un hombre rico, me haya vestidocon harapos y mendigue como esosmagos? Pero una verdad no seimpone ni por la riqueza ni por lafuerza, sino por la palabra, por lapersuasión que subyace en laspalabras justas y en el resplandor dela verdad proclamada.

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»Ciro permaneció en compañíade Djamaspa, y a su lado comenzó afamiliarizarse con esa sabiduría queconoce hasta qué punto todos lossentimientos de los humanos, todossus deseos y todas sus ambiciones noson más que vanas quimeras,tentaciones de los espíritus malignosque inducen al error y que hacencreer que la materia, que la posesiónde bienes, por otra parte tantransitorios, es una cosa que merecenuestra atención.»

Bagadates calla, y todos se

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retiran en silencio, pues las últimaspalabras pronunciadas por elnarrador les han dejado pensativos.A los humanos no les gusta que se lesrecuerde la brevedad de suexistencia y su insignificancia ante lainmensidad del universo y lainfinidad del tiempo, pues se sientenprofundamente heridos en suvanidad.

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DECIMOCUARTAVELADA

LA TORRE DEL SILENCIO

Esa tarde, la caravana sedetiene en un circo de colinas, cercade la aldea frigia de Ancira. Elemplazamiento es agradable, conabundante sombra y cursos de agua.

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El recinto de caravanas es exiguo,pero los viajeros han montado sustiendas en el exterior, en unbosquecillo tranquilo. Tan prontotodos hubieron comido y bebido,Razon le dijo a Bagadates:

—Amigo mío, date prisa enconducir a Ciro a Bactria. Deja aDjamaspa con sus predicaciones, yaque no nos dejaremos convertir porsus hermosos discursos. Sinembargo, sí tenemos prisa por sabercómo regresa Ciro a sus montañasnatales para sumir allí su destino. Ytodavía estamos muy lejos de

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Bactria.—Ten paciencia, Razon

—replica Bagadates-, muy prontovolveremos al viaje de regreso deCiro. Y puesto que prefieres queabrevie esa etapa que realizó encompañía del discípulo deZaratustra, pasaré por alto losdistintos acontecimientos de escasaimportancia que jalonaron eltrayecto. No obstante, me importaseñalar que la presencia de estesabio, y las sentencias que aflorabanen sus labios, fueron para Ciro unconsuelo para su tristeza: Djamaspa

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le animó a vivir, a no desesperar dela bondad de Ahura Mazda.

«-Si el dios de luz te envíasemejantes pruebas —le decíaDjamaspa-, es sin duda parafortalecer tu alma y conducirte de lamano hacia tu destino. Porque sinduda, tu destino no era vivir con losmasagetas y casarte con esa Tomyris.En cuanto a Roxana, es bueno que tehayas alejado de ella, ya que me dala impresión de que debajo de tantosencantos esa mujer era una víbora;para mí encarna todo cuanto hay de

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peligroso, de pérfido, de mortal enesos seres que los dioses parecenhaber creado para nuestro placer ytambién para nuestra perdición.

»Así, los dos hombres, que porfin habían hecho juntos el viaje,llegaron a la vista de las murallas deBactria. Djamaspa se sorprendió alprincipio al no ver ni pastores, niboyeros, ni rebaños, ni caravanas enlos alrededores, donde siemprereinaba una gran animación. Noobstante, no se inquietó y continuaronsu camino. Un olor a putrefacciónhizo que Ciro levantara la cabeza y

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preguntara a Djamaspa si no olía anada.

»—Ese hedor viene de detrásde esas paredes —respondió esteúltimo, señalando un recinto decuatro paredes de tierra a escasadistancia del camino-. La ley deZaratustra prohíbe ensuciar la tierradepositando en ella los cadáveres.Debemos abandonarlos en un lugardeterminado, al aire libre. Loscarroñeros se encargan de blanquearrápidamente la osamenta.

»—Djamaspa —replicó Ciro-,esa costumbre me desagrada. Me

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parece que es mejor sepultar anuestros muertos, y no veo cómo suscadáveres pueden ensuciar la tierra.

»—Sencillamente —afirmóDjamaspa con tranquilidad-, porquelos cuerpos, que no son sino elsoporte del alma, son impuros.Ensucian todos los elementos con losque entran en contacto: la tierra, elagua y el fuego.

»—¿Eso significa que tu cuerpoy el mío son impuros? —preguntóasombrado Ciro.

»—No mientras les anime elalma. Pero, en realidad, toda la carne

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es impura. Sólo el espíritu es purezaabsoluta, el espíritu que se manifiestacon la luz.

»Mientras hablaban, se habíanacercado a una casa pequeña detierra, de la que salió un anciano quese abalanzó hacia Djamaspa y cayóde rodillas delante de él.

»—¡Maidho! —exclamóDjamaspa al tiempo que se inclinabapara levantarle—, ¿qué haces ahí?

»Y, volviéndose hacia Ciro,explicó:

»—Maidho es el primerdiscípulo de Zaratustra. Ahora ya es

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viejo, y mucho me temo que no estéen sus cabales.

»—¡Djamaspa! —exclamó a suvez el anciano-, ¿pero qué dices? ¡Sipor lo menos pudiera ser cierto loque dices, si Ahura Mazda, el señorde luz, se hubiera dignado hacermeperder el sentido, o incluso la vida!Pero, por desgracia, he vivido losuficiente para ver el horror con mispropios ojos... Djamaspa, no entresen la ciudad, se ha convertido en unatorre del silencio, en una torre de lamuerte. Es un cementerio en el quesólo encontrarás cadáveres

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despedazados y viviendasincendiadas.

»—Pero, Maidho, ¿qué estásdiciendo? —exclamó Djamaspa-.¿Qué desgracia ha caído sobre laciudad de Vistaspa?

»—La peor de las desgracias.Arejataspa, uno de los reyes másferoces del Tura, el príncipe de loshayonas, el peor enemigo de nuestroseñor, se lanzó sobre la ciudad consus jinetes. La tomó por asalto y laarrasó. Nuestro señor, el kaviVistaspa, ha muerto al igual queZaratustra. Lo mató un guerrero,

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encarnación del mal, un guerrero que,ebrio del orgullo de los daevas, gritóbien fuerte su propio nombre parahacer saber que era él quien habíadado muerte a Zaratustra, el santo. Sunombre es Turi Bratarcakhvch. Noolvides ese nombre, yo lo hemaldecido, y tú también debesmaldecirlo.

»¡Oh, no! —exclamó Djamaspaal tiempo que caía él a su vez derodillas delante del anciano-. ¿Esposible? Pero cómo, ¿todos esosguerreros jóvenes y valerosos queseguían a nuestro príncipe, todos

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esos sacerdotes, esos magos que sehabían convertido al mazdeísmo,están todos muertos?

»El anciano bajó la cabeza ydijo en voz baja:

»—¡Todos, Djamaspa, todos!Los turanios han ahogado los fuegosde Ahura Mazda en la sangre de sussacerdotes.

»—¿Y mi esposa? ¿Y nuestroshijos? —preguntó entonces inquietoDjamaspa.

»—En lo que a ellos se refiere,puedes alegrarte —le informóMaidho-. Tu esposa y tus hijos, así

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como las tres esposas de Zaratustracon sus hijos, se habían marchado aZariaspa en compañía de otrasmujeres de la corte de Vistaspa, yallí siguen. Todavía no saben nadadel drama, ya que no hace ni siquieratres días que fuera asaltada laciudad, sus hombres asesinados y susmujeres capturadas para ser vendidasen las ciudades de Sogdiana, o máslejos aún.

»Ciro pensó entonces en losmardos y preguntó, a su vez, alanciano sobre su paradero:

»—Cuando los turanios cayeron

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sobre la ciudad —contestó Maidho-,había como de costumbre numerosospastores con sus rebaños, así comotribus acampadas a la sombra de lasmurallas. Es posible que algunosconsiguieran huir, pero los jinetesturanios eran tan numerosos quearrasaron todo a su paso, matandoincluso al ganado. Mira, ese bosquede allí está lleno de cadáveres mediodevorados ya por los buitres y losdemás carroñeros. Para ellos es ungran festín, jamás han tenido tantoalimento, hasta el punto que estánahítos y han cesado su innoble festín.

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»Sin escuchar nada más, Cirosaltó sobre su caballo y galopó haciael bosque. Estaba, en efecto, lleno decadáveres y de seres humanos, peroera imposible identificarlos. Y sehabían llevado todos los objetostransportables: tiendas, vajillas,mantas, alfombras... De manera que,aunque hubiera deambulado por elosario hasta la noche, Ciro no habríapodido saber si los mardos habíanmuerto o si, por el contrario, habíanpodido huir.

»A la vista de semejanteespectáculo, sintió una vez más que

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le estallaba el corazón, y hubieraquerido maldecir el cielo y losdioses que lo habitan por haberpermitido una matanza tal. Pero sedijo que quizá los mardos no habíanaguardado en esa ciudad, y quehabían regresado a Merv, ya que nohabía ningún indicio que lepermitiera saber si estaban presentesen el momento de la llegada de losturanios.

»Djamaspa, que mientras tantohabía recorrido las calles muertas dela ciudad, se dirigió hacia él:

»—Ciro, amigo mío —le dijo-,

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ven conmigo a Zariaspa. Me dirijoallí para reunirme con mi familia.Repoblaremos Bactria, levantaremosde nuevo una gran ciudad.

»Ciro le miró y le dijo:»—¡Una gran ciudad que, una

vez más, será la presa de esoscarroñeros! Lo cierto es que ladesunión de todos los príncipes deestas ciudades es lo que da fuerza alos turanios. Mientras no os unáis,mientras los iranios no formen unpueblo único, estaréis a merced delTura y de todos los nómadas queestán más allá del Oxus.

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»Djamaspa suspiró y,mirándole, le contestó:

»—Tus palabras son justas,Ciro. ¿Pero quién es el hombredivino capaz de unir a los iranios yde conducirlos a la victoria sobre elTura? ¿Y qué kavi de todas esasciudades de Margiana, Drangiana,Aracosia, Bactriana y Sogdianaaceptaría ceder su poder a un señormás poderoso?

»—Si las cosas debenpermanecer como están, Djamaspa,entonces estaréis siempre a mercedde las gentes del Tura. En cuanto a

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mi, no pienso demorarme más en estelugar de muerte. Voy a regresar a mipaís, a Media, donde están mispadres. Djamaspa, estoy muycontento de haberte conocido yescuchado. Que el gran dios AhuraMazda, el señor de la luz, te proteja.Es posible que un día haga quenuestros caminos vuelvan a cruzarse.Pero por el momento, sigamos cadauno la vía que nos ha trazado nuestrodestino.

»Abrazó a su nuevo amigo,quien se emocionó tanto que le caíanlágrimas por sus mejillas curtidas, y

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se separaron.»Ciro retomó la ruta de Merv,

esperando en el fondo de su corazónencontrar allí a la tribu de losmardos. Realizó el viaje en etapascortas, con la esperanza de encontrarpor el camino algún viajero quepudiera darle noticias sobre losmardos. Pero llegó a Merv sin haberencontrado a quien pudieraproporcionarle la menorinformación. Ya en Merv, tampocovio las tiendas de su tribu. Durantelargo rato permaneció en cuclillas enel lugar mismo donde antaño

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estuviera instalado el campamento, ysintió que los ojos se le empañabande lágrimas cuando por su memoriadesfilaron los hombres y mujeres conlos que había convivido, así comoTanoajares y los compañeros con losque había ido a Samarcanda, y porúltimo Hyriade. ¿Era posible quetodos hubieran muerto, que de todoeste pasado, aún tan cercano, noquedase más que cenizas y muerte?

»Pensaba regresar aSamarcanda para ver si Hardazseguía con vida, en cuyo caso sevengaría de él sonadamente. Luego

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podría instalarse con Roxana, cuyorecuerdo le obsesionaba de nuevo apesar de lo que le había dichoDjamaspa. Pero pronto se dio cuentade que sus pretensiones no eran másque locura, ya que sin duda losmairyas no pararían hasta que loeliminaran. Entonces sintió mayorrabia aún por la desaparición de latribu de los mardos, en la quehubiera encontrado apoyo. Por otraparte, tampoco estaba convencido deque los hayonas la hubieran destruidopor completo. Animado por laesperanza de encontrar a miembros

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de la tribu, y de que lossupervivientes se decidirían aregresar a Merv, decidió pasar allí elinvierno, que se anunciaba frío. Dadoque carecía de recursos, decidióentrar al servicio de un ricoganadero, que tenía en sus corralesganado bovino y caballar. Como yahabía boyeros y palafreneros paracuidar de los animales, se le encargóde la defensa de los cercados contralos ataques de los lobos o de lossalteadores.

»De este modo transcurrió laestación invernal, sin que durante

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esos meses sombríos le llegarannoticias de su antiguos compañeros.Cuando llegó la primavera, Cirohabía perdido toda esperanza devolver a ver a uno de sus amigosmardos. Con el corazón triste aún,decidió emprender de nuevo elcamino hacia Media, llevando unmodesto peculio amasado durante elinvierno. Pero su verdadera riquezaresidía en sus dos caballos, susarmas y su habilidad en el manejo deunos y otras.

»La estación estaba ya muyavanzada, y la naturaleza de nuevo en

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flor, cuando divisó la vivienda deMitradates. Se quedó sorprendido alencontrarla vacía, pero, sin embargo,no daba la impresión de queestuviera abandonada por completo,ya que todavía quedaba vajilla debarro cocido, así como unas mantassobre el lecho de paja seca,dispuesto en una alfombra en lahabitación donde habitualmentedormían sus padres adoptivos. Perose habían llevado las alfombras, lascortinas, las ropas y los baúlesdonde se guardaban. Lo que leinquietó sobremanera fue que no

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había ni un solo animal en loscorrales: ni las cabras y corderosque a menudo había guardado durantesu infancia, ni tampoco los patos ygallos que les proporcionabanhuevos y carne para el asado. Cirodejó a uno de los caballos en elestablo y se dirigió a la aldea algalope. Nadie de cuantos le vieronpasar reconoció en el jinete robusto yvestido y armado a la usanza escitaal hijo de Mitradates. Los aldeanosque le veían de lejos se apresurabana esconderse temerosos en sus casas,y tuvo que atrapar por el cuello a un

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hombre que intentaba esquivarlo paraconseguir hablar con alguien. Loprimero que hizo fue tranquilizar alhombre diciéndole:

» Lo único que quiero de ti esuna información. ¿Sabes lo que hasido de Spaco y Mitradates, lossirvientes del señor Harpage?

»El hombre le miró asombradoy luego, después de un brevesilencio, le contestó:

»—¿Cómo conoces a esa gentehumilde?

»—¿A ti que te importa?—replicó Ciro con tono de enfado-.

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Responde a mi pregunta.»—Entonces te diré que

Mitradates murió el año pasado. Lomató un león —le informó el hombre.

»Pero Ciro le interrumpióexclamando:

»—¿Te burlas de mí? Jamás hahabido leones por estos parajes.

»A lo que le respondió:»—Desengáñate. ¿Sería el frío,

o incluso la sequía, lo que les obligóa abandonar sus antiguos territorios?Lo cierto es que a finales delinvierno pasado aparecieron leonesen nuestras montañas. Se cree que

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descendieron de la Gordiana, al piedel Cáucaso, donde existen aún enabundancia, o de los desiertos al estede la antigua Asiria. El caso es quees así como murió. Es verdad que,sin duda, no se esperaba que leatacase semejante fiera, ya que nuncalas habíamos visto hasta entonces.Pero ahora hay tantos leones que losgrandes señores medos vienen desdeEcbatana para cazarlos.

»La noticia de la muerte del queconsideraba como padre entristeció aCiro, pero no lo demostró y preguntóqué había sido de su esposa. Supo

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así que Harpage la había mandadobuscar, pues no quería dejarla sola, yque se la había llevado comosirvienta a su propia casa, según sedecía.

»—Pero entonces —insistióCiro-, ¿Spaco no viene a veces a sucasa?

»El anciano sacudió la cabeza yle dijo:

»—No lo creo. Yo no la hevisto desde que se marchó parainstalarse en casa de su amo.

»—¿Nadie habita, pues, esacasa? —preguntó Ciro.

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»—Nadie, que yo sepa —aseguró el anciano—. Pero esposible que los vagabundos vayanallí a dormir. La casa está lejos de laaldea, y nadie de aquí tiene ocasiónde pasar por allí. Por otra parte, seencuentra en los dominios del señorHarpage, y no estaría bien quepudiera pensar que la gente va acazar o a pescar furtivamente a sustierras.

»Ciro decidió entoncesinstalarse en la casa donde se habíacriado. Pensaba que allí podríareflexionar tranquilamente sobre lo

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que podía hacer. Sabía que habíatenido que huir de la cólera del rey, ypor ello temía presentarse enEcbatana. Esperaba encontrar algúnantiguo compañero de juegos o unapersona de confianza que aceptaraanunciar a Spaco su regreso, puesquería volver a verla y enterarsefinalmente por ella quiénes eran susverdaderos padres. Mientras tanto,disfrutaba reanudando la clase devida que había conocido en suinfancia, y cazando en las montañas.Y, dado que, al parecer, habíaleones, saldría a cazarlos para

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traerse las pieles de vuelta. Laspiezas cobradas le permitiríansubsistir, y también podría capturarcabras salvajes y encerrarlas en unode los corrales vacíos, cerca de lacasa. Así hizo.

»Lo primero que hizo, pues, fueir a las montañas donde capturó conel lazo cabras salvajes que encerró acontinuación en el corral, al objetode tener leche y queso. Comoprefería que los habitantes de laaldea no supieran que estaba allí,evitó visitarla. Tenía elpresentimiento de que Spaco hacia a

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veces una visita a su antiguavivienda, lo que explicaba lapresencia del lecho y de la vajilla.Por otra parte, en la bodega habíaleña seca y troncos en abundancia, yera evidente que se había encendidofuego en el hogar hacía muy pocotiempo. Cerca del hogar seguían enun saco de cuero las piezas de sílexcon las que se reanimaba el fuego,ese fuego que debía arderpermanentemente en todas las casas,y que sólo se dejaba extinguir cuandose ausentaban durante mucho tiempo.De hecho, una de las primeras tareas

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de Ciro había sido la de reavivar lallama y ofrecerle una libación deagua, ya que entonces no disponía deotra cosa para consagrar.

»Había tomado la decisión dedejar pasar unos días sinpreocuparse del mañana, viviendodel producto de su caza y de larecolección de bayas en el bosque.Si Spaco no venia, él iría a buscarlaa Ecbatana ya que esperaba que, porsu intervención, Harpage le confiarael cargo que desempeñaraMitradates, a menos que no leprocurase un puesto de mayor

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importancia. También entraba dentrode lo posible que Spaco le desvelarael secreto de su nacimiento, y queesto le proporcionara algúnbeneficio.

»Durante el día, sus trabajos leocupaban la mente lo suficiente comopara que no pensara en su pasadomás reciente. Pero cuando seencontraba solo en la casa, cuando lanaturaleza quedaba en silencio,envuelta en el sudario de la noche,entonces sus antiguos pensamientosse agolpaban en su mente. Seacordaba lo mismo de la imagen de

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Roxana que de la de Tomyris, puesse daba cuenta, ahora que ya habíasaboreado ese fruto dulce y peligrosoa un tiempo, cuánto echaba de menosla presencia de una mujer. Pero en susueño triunfaba Tomyris, ya que suRoxana seguía aún envuelta en unvelo de misterio, y aunque para élencarnase aún todo el encanto y lavoluptuosidad femeninos, la hija deArgispises se presentaba como lacompañera perfecta, con la quehubiera podido compartir cadainstante de su vida. Si Roxana lerecordaba a Hyriade y a Tanoajares,

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y le hacia temblar de cólera cuandopensaba que jamás se apaciguaría suespíritu mientras no tuviera lacertidumbre de que Hardaz habíamuerto, Tomyris, por su parte dirigíasu pensamiento hacia Ariapeites. Seacordó así que en última instancia,no había sacrificado el caballoblanco al sol. Cuando de repente sevio asaltado por este pensamiento, sequedó sobrecogido por el temor deque el dios Sol se vengara de él. Noen vano Ariapeites le había repetidocon harta frecuencia que el dios Soljamás olvidaba las promesas que le

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hacían, y que sabia vengarse dequienes faltaran a la palabra dada.Luego pensó que el sol no era sudios, y que él adoraba a AhuraMazda, a quien no había prometidonada parecido, y que la diosa que leprotegía era Anahita, quien no exigíasacrificios sangrientos.

»De ese modo conjuró sustemores y, muy pronto, se olvidóincluso de la promesa hecha al astrode la justicia. »

Bagadates hace una pausa, yluego comenta:

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—Ciro va a conocer ahora unaexistencia nueva y su destino va atomar un giro insospechado. Pero,por lo que se refiere a esta noche, hallegado el momento de separarnos.

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DECIMOQUINTAVELADA

LA TORMENTA

Si, en el curso de las grandesetapas de la juventud de Ciro tal ycomo las ha recordado Bagadates,los oyentes de este último han tenidola sensación de que se perfilaba su

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destino, ahora presienten que a partirdel relato de esa nueva velada se vaa franquear una etapa fundamental.Por ello, no ocultan su impacienciacuando se reúnen una vez más, esanoche fresca a pesar de la época delaño, ya que se encuentran en las altasmesetas de Anatolia.

Tan pronto ha ocupado cadacual su sitio, Bagadates comienza sunarración sin mayor demora:

«Al día siguiente, lo primeroque hizo Ciro fue ofrecer a la diosalibaciones de agua pura para

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propiciar aún más su favor, ymientras le rezaba recordó la imagende Tomyris, quien se le habíaaparecido, la primera vez, como laencarnación de la diosa. A pesar deque había sido breve, agradeció noobstante a Anahita que le hubieraproporcionado ese amor.

»Concluía la mañana y, despuésde terminar su improvisada oración ala diosa, Ciro levantó la vista haciael cielo. Lo recorrían nubes oscurasque se habían acumulado durantetoda la noche, y el calor resultabaagobiante y húmedo. Algunas gotas

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de lluvia grandes y tibias seestrellaron contra su rostro. En lalejanía rugió el trueno.

»Ciro, que había dedicado lamañana a atender a las cabrassalvajes y a cepillar los caballos, yaque, según la costumbre escita,gustaba aún de recortarcuidadosamente su crin y de trenzarsu cola, pensó que ese día no saldríade caza. Un relámpago hendió lanube, a lo que pronto siguió un nuevotrueno. Luego, la lluvia cayó tanbruscamente que apenas tuvo tiempode refugiarse en la casa.

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»La víspera había dado caza ados de esos volátiles llamadosfaisanes, que abundan tanto en laregión como más al norte, hacia eserío del Cáucaso que se llama Faso, yde donde se dice que son oriundos.Los había desplumado, vaciado ycolgado del techo para que sepusieran tiernos. Los ensartó en unasador y los puso al fuego paracomerlos ese día.

»La tormenta rugía ahora muycerca de la casa, y la lluvia caía cadavez con mayor fuerza. Al lado, en elestablo, Ciro oía a los caballos que

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se agitaban y relinchaban de miedo,mientras que en su cobijo del corrallas cabras no cesaban de balar. Cirose había inclinado sobre el ampliohogar para dar vuelta al asador. Sepuso de pie con la intención dellegarse hasta el establo, al que sepodía acceder directamente desde lacasa, para calmar a los caballos.

»Un relámpago iluminó el cieloal mismo tiempo que estallaba untrueno con tanta violencia que Ciropensó que el rayo divino caía sobrela casa. La puerta se abrióbrutalmente, y una silueta chorreando

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de lluvia se precipitó en lahabitación y cerró la puerta. Daba laespalda a Ciro para apoyarse contrala puerta que mantenía cerrada. En latúnica ceñida a la cintura y cayendosobre las rodillas en el gorro defieltro redondo que recogía la partesuperior del cabello rizado sobre lanuca a pesar de estar empapado deagua, en el arco y en el carcaj sujetosalrededor de los riñones, en elpantalón ceñido en los tobillos, y enlos botines de cuero, Ciro reconocióa un medo. Cuando éste se dio lavuelta, pensó que se trataba de un

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hombre muy joven ya que no tenía nibarba ni bigote. Las nubes eran tanoscuras que parecía que se habíahecho de noche, de manera que lahabitación estaba envuelta en unapenumbra que impedía a Cirodistinguir los rasgos de su rostro. Alver a Ciro, el desconocido pareciósorprendido y le preguntó:

»—¿Qué haces aquí? ¿Quiéneres?

»Ciro se sobresaltó, pues la vozera clara y dulce, una voz deadolescente o de muchacha. Dio unpaso adelante y contestó:

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»—Soy más bien yo quien debepreguntarte qué haces aquí y quiéneres. Porque yo estoy en mi casa.

»—¿Cómo en tu casa?—preguntó al joven medo mientrasavanzaba por la habitación y sequitaba el sombrero-. Esta casa es lade los antiguos guardas de lapropiedad del señor Harpage. Nadievive aquí desde hace casi un año.

»Mientras hablaba, sacudía lacabeza para desembarazarse del aguaque le chorreaba por el rostro.

»—Yo soy su hijo —le informóCiro-. ¿Eres de la familia de

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Harpage?»El desconocido se acercó al

fuego y a Ciro, quien estaba deespaldas al hogar. Al recién llegadole iluminaban ahora las llamas y Cirosintió una sacudida; el rostro deldesconocido era extrañamenteparecido al de Tomyris: la mismamirada clara, la misma forma de losojos, las mismas cejas espesas, lamisma nariz fina y recta, la mismaboca bien dibujada. Lo único quevariaba era la barbilla, pues la delmedo era más fina y su rostro másalargado; además, había en éste una

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suavidad que difería de la energíaque emanaba del rostro máscuadrado de Tomyris, de su barbillavoluntariosa heredada de su padre.El joven medo se había detenidodelante del fuego con el propósito sinduda de secar más rápidamente susropas empapadas, ya que sacudió lacamisa para despegar el tejido que sele pegaba al pecho. Cuando volvió lamirada hacia él, Ciro ya no tuvodudas: no era un muchacho, sino unamujer. Pensó en Anahita: acababa derealizar una ofrenda a la diosapensando en Tomyris, y aquélla

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provocaba una tormenta, y de lalluvia que nacía de las lágrimas de ladiosa surgía esta muchacha, a la quehubiera podido tomar por hermana dela que él mismo había sacrificado enaras de la hermandad de sangre.

»—Ignoraba que Spaco tuvieraun hijo.

»—¿Conoces a Spaco? —lepreguntó Ciro.

»—Desde hace tiempo —lecontestó-. ¿Cómo te llamas?

»—Ciro —respondió él—. ¿Ytú?

»La mirada clara le hirió en el

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corazón y la respuesta brotó deinmediato:

»—Amytis.»—Entonces eres en efecto una

muchacha —dedujo Ciro.»—Es obvio, ¿no? —exclamó

ella sorprendida.»—No es frecuente que las

muchachas se pongan ropas dehombre y lleven armas —observóCiro.

»—Es el atuendo apropiadopara la caza —afirmó ella a su vez.

»—No te falta audacia—reconoció Ciro-. Pero háblame

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más de Spaco. ¿Cómo la conociste?»—El azar o una divinidad me

condujo hasta aquí. De eso hace dosaños. Yo estaba cazando por estosparajes con mi padre y me perdísiguiendo la pista de un ciervo. Unjabalí, al que embistió mi caballo, leasustó, salió disparado y, al saltar unmatorral, se enganchó las patas y selas rompió al caer. Entonces tuve quecontinuar a pie, sin saber dónde meencontraba. Caminé durante muchotiempo, muchísimo tiempo, por elmonte y por el bosque. Comenzaba acaer la noche, y me encontraba tan

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cansada que me hubiera tendido en elsuelo a dormir de no haber sidoporque tenía miedo, y sobre todo sed.Era ya de noche cuando por findivisé una luz que brillaba a lo lejos.Fue así como llegué hasta aquí.Spaco y Mitradates me albergaron,me dieron de beber, y secomportaron conmigo como mehubiera gustado que hicieran mispadres. Spaco me desnudó y meacostó después de obligarme a comerun poco, pues yo estaba tan agotadaque me dormía. Luego vigiló misueño como si yo fuera su hija.

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»Ciro se sorprendió de lo queella le dijo a propósito de suspadres, y ella le respondió:

»—Creo que no me quieren.Ambos hubieran deseado que yofuera varón. Además, mi madre no seocupa jamás de mí; vive retirada alfondo de nuestra vivienda y mi padreme trata como si yo fuera un chico.Me prohíbe vestirme con ropasfemeninas, y me obliga a salir decaza con él, aunque por lo demás nose ocupa de mí. Por ello, y desdeaquella noche, he vuelto a menudo acasa de Spaco. Se comporta conmigo

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como si yo fuera su hija, me acaricia,me habla con suavidad, y ha tejidopara mí un vestido para que puedaponerme una prenda femenina cuandovenga a verla.

»Amytis suspiró, temblóligeramente y, volviéndose haciaCiro, quien cada vez hallaba en ellamayores encantos, le sonrió y le dijo:

»—De manera que, puesto queeres el hijo de Spaco, eres un pocomi hermano. Pero, ¿cómo es que nome ha hablado nunca de ti?

»Ciro reconoció que no losabia, y luego añadió:

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»—Yo tenía diez años cuandotuve que huir. Había ordenado azotaral hijo de un noble mientrasjugábamos, y, a consecuencia de ello,al parecer el propio rey envió gentepara que me detuvieran. Spaco temióque me castigaran con la muerte, yentonces me refugié en una tribu demardos que me llevó lejos de aquí.

»Amytis no disimuló suasombro:

»—¡Pero cómo! —exclamó-,¿por un simple juego de niños el reyen persona quiso matarte? ¡No esposible!

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»Ciro frunció el ceño y dijoalzando la voz:

»—¿No me crees? ¿Piensas queporque he nacido en una familiapobre no he aprendido a odiar lamentira como los hijos de losnobles?

»—No te enfades —intervinoella riendo alegremente-. Yo no digoque te inventes esa historia, lo únicoque pienso es que tus padres o túmismo os alarmasteisequivocadamente. A lo más a lo quete podías arriesgar era a unaazotaina.

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»Ciro dio la vuelta al asador yluego pinchó con su cuchillo la carnechurrascada.

»—Llegas en un buen momento.Puesto que soy tu hermano,compartiremos mi comida. Siquieres, claro —añadió.

» Con mucho gusto —contestóAmytis.

»Ciro hizo un montón de pajasobre la que echó una piel para quele sirviera de asiento, y le invitó aocuparlo. Luego retiró los faisanesdel asador y los sirvió en una fuentegrande de barro. La colocó delante

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de ella y se sentó enfrente. Partió unade las aves con los dedos y ofrecióla mitad a Amytis.

»—La verdad es que tengohambre —reconoció ella.

»Mientras comía, Ciro no dejóde mirar a la joven, y pensaba que,más que como hermana, le hubieragustado tenerla por esposa. Pero, sinduda, pertenecía a una familia noble,como se desprendía tanto de lariqueza de su traje confeccionadocon un lino muy fino, como del puñalque colgaba de su cintura, enfundadoen un estuche de oro cincelado. Dado

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que cazaba cerca de la aldea, dedujoque pertenecía a la familia deHarpage. Este último era elpropietario de los bosques y delmonte que se extendían al norte de laaldea, de manera que la explotaciónde esas tierras y el derecho de cazarallí pertenecían en exclusiva aHarpage y a los miembros de sufamilia. No obstante, se abstuvo depreguntarle sobre el particular paraseguir ignorando la fosa que sin dudales separaba, y que siempre lessepararía, pues el hijo de un siervosigue siendo un hijo de siervo y no

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puede pensar en unirse a una hija dela nobleza.

»La tormenta se alejaba y elcielo se aclaraba. Un rayo de sol sedeslizó por la ventana, iluminando lahabitación. Ciro pudo entoncesobservar mejor los rasgos delicadosde la joven, su tez ligeramentecurtida que para nada empañaba elbrillo de sus mejillas.

»Habían comido en silencio,intercambiando miradas cómplices.Al final Ciro le preguntó:

»—¿Has salido de caza estamañana a pesar de lo que amenazaba

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el tiempo?»—Cuando salí de Ecbatana, al

alba, el cielo estaba sereno —leaseguró ella.

»—¿Qué? —preguntó élasombrado-, ¿vienes de Ecbatana?

»—Claro —le confirmó ella-.Pero cuando vengo a estos montes,me quedo a pasar la noche aquí,donde me encuentro como en micasa. Nunca viene nadie.

»—¿Y tus padres te dejan ir así,sola, tan lejos? —se indignó Ciro-.¿No saben que hay leones rondandopor aquí?

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»—Cómo no lo van a saber—respondió Amytis riendo-. Pero sies cierto que mis padres ni siquierasaben que he salido de casa. Ya te lohe dicho, mi madre no se preocupaen absoluto de mí y mi padre me dejaen completa libertad.

»Debes vivir en una casa grande—observó Ciro.

»Amytis hizo un gesto yreconoció que en efecto era amplia, yademás llena de sirvientes. Luegoañadió:

»—Esa es la razón por la queme gusta refugiarme aquí. Aquí no

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me molesta nadie. Pero era un asilomás acogedor cuando estaban Spacoy Mitradates.

»—Al llegar a la aldea —dijoentonces Ciro- me han asegurado queun león había matado a Mitradates.¿Sabes cómo sucedió?

»—No —respondió ella—.Había ido al monte a vigilar la caza,y no regreso. Más tarde encontraronsu cuerpo desgarrado; es todo cuantosé.

»Amytis había juntadocuidadosamente los huesecillos en elsuelo, delante de ella. Al terminar de

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comer, se miró los dedos grasientos.Ciro sacudió la cabeza, como paraexpulsar el recuerdo de su padreadoptivo, luego se levantó deprisa,buscó un paño y se lo ofreció aAmytis para que se limpiara lasmanos y los labios. Ella le dio lasgracias y de un salto se puso a su vezde pie.

»—La tormenta se ha alejado—observó-. Mis ropas están casisecas. Te dejo y te doy las graciaspor tu hospitalidad.

»Ciro se levantó y fue a abrir lapuerta. Algunas gotas de agua se

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aferraban al borde del tejado dechamizo y brillaban al sol antes decaer al suelo. El olor fuerte a tierra ya hierba mojada flotaba en elambiente aún húmedo. Al volverse,vio a la joven, de pie cerca de él.Acababa de ponerse el sombrero.

»Ciro la miró y dijo:» Mi presencia te estorba ahora

en esta casa.»Ella levantó hacia él su mirada

clara y le respondió:»—¿Por qué dices eso? Me

hubiera gustado tener un hermano.¿Querrías serlo tú?

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»—¿No piensas que soy indignode ser tu hermano? —le preguntó él-.Mis padres sólo son siervos y tú eresde noble familia.

»—No me importa —le aseguróella-. Tienes un aspecto noble y hevisto en el establo dos hermososcaballos. Estoy segura de que sabesmontarlos como un señor y tambiéndisparar con ese arco que hascolgado de la pared.

»—A veces voy a cazar —reconoció él humildemente.

»—En ese caso, ¿a lo mejorpodrías acompañarme? —le sugirió

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ella.»—Si lo deseas, te acompañaré

con mucho gusto —le aseguró él.»Puesto que ella se lo pidió,

Ciro se apresuró a ensillar su caballoblanco y pocos minutos despuéscabalgaban juntos bajo la fronda delbosque. Amytis expresó suadmiración hacia la belleza delsemental de Sogdiana y la altura desu cuello. Él le contó cómo lo habíacapturado, lo que le llevó a hablarlede su vida con los masagetas. Ella leescuchaba con la mayor atención, lepreguntaba acerca de esos nómadas,

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sobre sus costumbres y sobre losdioses que adoraban. Él terminóhablándole de Bactria y deSamarcanda, de Djamaspa y de ladoctrina de Zaratustra, pero nomencionó ni a Roxana ni a Tomyris,por pudor y discreción.

»La aparición de un corzo quesaltó de la maleza puso término aestos recuerdos, pues ambosespolearon los caballos a la vez paraponerse a la velocidad del animal.Ciro pudo darse cuenta entonces deque Amytis era un jinete excelente,que se pegaba a la silla cuando el

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caballo saltaba por encima de loszarzales, y que lo conducía con manofirme, sin mostrar el menor temor.No quiso adelantarse para nosepararse de ella, aun a riesgo dedejar escapar su presa. Pero se diocuenta de que ella se lanzabaencarnizadamente en su persecucióny que no se hubiera distanciado deella aunque así lo hubiera querido.No obstante, estaba más ocupado enmirarla que en seguir la pista delcorzo, cuyo rastro perdieronfinalmente. Entonces Amytis puso sucaballo al paso para darle un

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descanso, y Ciro la imitó. La felicitópor su habilidad, y añadió:

»—Si tu padre te ha enseñadocomo a un chico, creo que lo hahecho con éxito.

»Ella respiró y le contestó:»—Pero yo no soy un hombre y

si salgo de caza es para encontrarmea solas, lejos de la gente. No tengootra distracción, pues no puedodisfrutar de los placeres de lasmuchachas, y tampoco puedo conocertodos los de los chicos.

» Lo que necesitas —le dijoentonces Ciro- es un esposo que

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comparta tus distracciones y queacepte ver en ti a una mujer y unacompañera.

»Ella volvió el rostro hacia él,y Ciro pudo ver cómo se leentristecía la mirada. Luego ellasuspiró y meneó la cabeza. A Ciro lehubiera gustado interrogarle sobre elparticular, pues el gesto que ellahabía hecho, seguido de un silencio,le intrigaba, pero le pareció unatrevimiento violar de ese modo suintimidad.

»La noche les sorprendiócuando se acercaban a la casa. No

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llevaban de vuelta botín alguno, peroa Ciro no le importaba pues enrealidad durante la tarde supensamiento no había estadoprecisamente en la caza, y tenía laimpresión de que lo mismo le habíaocurrido a Amytis. Encerraron a loscaballos en un corral donde pudieranpacer, y luego Ciro fue al huertodonde todavía crecían las verdurasplantadas y cultivadas en su día porMitradates. Como el cielo se habíadespejado por completo y latemperatura era suave, Ciro encendióuna lumbre delante de la casa y puso

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allí a cocer en una marmita lasverduras recién cogidas.

»Ciro sentía un placer grandeante la presencia de la muchacha, yle parecía haber recuperado losescasos días de inconsciencia yfelicidad que había conocido al ladode Tomyris. Amytis era de naturalrisueña, lo que no dejaba desorprenderle agradablemente, puesadvertía que una infanciainsatisfactoria no había estropeadoun carácter alegre. Asimismo,mostraba curiosidad por todo y, a lolargo de la tarde, no paró de hacerle

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preguntas sobre Djamaspa y ladoctrina recibida de Zaratustra.

»—Son creencias parecidas alas de los magos medos —observóella-. Pero, sin embargo, seenfadarían mucho si tuvieran queadmitir que el poder de los espíritusmalignos puede equilibrar el poderde los dioses.

»—¿Conoces las enseñanzas deesos magos? —le preguntó Ciro.

»—Un poco —afirmó ella-. Heoído hablar de algunos de ellos encasa de mis padres. Están muyseguros de sí mismos y de la verdad.

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»—Creo —subrayó Ciro- quecada cual está seguro de su propiaverdad. Lo he comprobado conDjamaspa, lo mismo que con losmasagetas, quienes estánconvencidos de que el dios supremoes el sol. Es a él a quien ofrecen lossacrificios más hermosos.

»—¿Y tú? —le preguntóAmytis-, ¿cuáles son las divinidadesque adoras? Sin duda está el fuego,como para todos nosotros, ¿peroademás?

»—Está sobre todo Anahita, lapura —le contestó Ciro-. Me

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protege, me envía señales.»—Es una divinidad poderosa

—reconoció Amytis-. Yo también letengo mucha devoción, pues es bellay pura, pero nuestro dios supremo esAhura Mazda, ¿no?

»—Sin duda —admitió Ciro-.Pero quizá es exacto que el mundo esun campo de batalla infinito entreAhura Mazda y Angra Manyu, comoenseña Zaratustra. De ser así, elpoder de Ahura Mazda estaría, pues,limitado. Pero yo no creo que seaasí.

»Se hacía ya tarde cuando

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Amytis dijo que quería dormir.Ambos tenían la impresión deconocerse desde hacia tiempo, y deahí que ella se quitara las ligerasbotas y se tendiera en uno de loslechos con toda naturalidad. Ciro seacostó en el otro, y durante un largorato permaneció contemplando lasilueta de la joven que dibujaba lallama que ardía aún en el hogar.Pronto escuchó su respiracióntranquila, lo que indicaba que sehabía entregado al sueño sininquietud, y admiró su inocencia ycandor. Le pareció incluso que se

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confiaba con demasiada facilidad alprimero que llegaba, pues ¿no lo eraél? Pero, sin duda, Amytis habíaadvertido en él la complicidad dedos almas que se sienten próximasentre si; además, ¿no le había dichoella misma que le gustaría ser suhermana? Ciro se juró respetarlacomo si lo fuera, y luego se durmió asu vez, con el corazón alegre y elalma serena.»

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DECIMOSEXTAVELADA

AMYTIS, MI HERMANA

La caravana se ha detenido aorillas del Halys, río que cruzará aldía siguiente a bordo de barcazas.Este gran río forma en el corazón delAsia Menor un amplio arco circular

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que divide en dos la inmensapenínsula antes de desembocar en lasaguas oscuras del Ponto Euxino. Elcampamento ha quedado instaladomuy cerca de la orilla del río, dondereina una gran animación, ya quetodos los días se dan allí cita variascaravanas, mientras aguardaban labuena voluntad de los barqueros queson los amos de esas aguas.

Cuando los oyentes han tomadoasiento en torno a Bagadates, esteúltimo empieza por recordar que,cuando Ciro era joven, el río Halysservia de frontera entre el reino de

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Lidia, que había extendido sudominación por la antigua Frigia, y elimperio de los medos. Luego reanudael curso de su relato.

«Amytis pareció sentirse tanfeliz en compañía de Ciro, que pasócon él la jornada del día siguiente ydurmió una vez más en la mismahabitación que él. Por su parte, Cirosólo quería ver en ella a una hermanay a una compañera de caza,prohibiéndose a si mismo amarla deotra forma para evitar así cualquiertentación. Cuando, al día siguiente,

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ella comentó que debía regresar ya aEcbatana, él le dijo:

»—Sin duda verás a Spaco,puesto que vive en casa de Harpage.Yo no he estado nunca en Ecbatana, yno sé dónde está la casa de Harpage.Te ruego, pues, que le digas a Spacoque Ciro, su hijo, ha regresado.

»—Se lo diré —le aseguróAmytis-. Pero, ¿por qué no vienesconmigo a Ecbatana? Yo te llevaréhasta ella.

»—Algún día iré —accedióCiro, para añadir a continuación-:debo ser prudente, ya que Vidarna

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podría reconocerme y exigir que mecastigaran.

»Amytis miró entonces a Cirocon rostro de sorpresa y le preguntó:

»—Ese tal Vidarna, ¿es elmuchacho al que mandaste azotar?¿Se trata del hijo de Artembares?

»—Es él, en efecto —confirmóCiro.

»Ella se echó a reír y. al ver suasombro, le explicó:

»—Vidarna se ha convertido enoficial de la guardia real. Su padrees un hombre importante. Su deseomás querido es que yo me case con

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su hijo.»Ciro la miró, sobrecogido, y

luego, tomándola por el brazo, lepreguntó

»—Y tú, ¿aceptarías casarte conél?

»Ella se apresuró atranquilizarle:

»—No me gusta. Es fatuo, y estátan ufano de si mismo que resultadivertido. Pero debes saber que mipadre no quiere que me case connadie. Lo que no impide que Vidarnase empeñe en querer convertirme ensu mujer. A veces me encuentro con

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él cuando vengo a cazar por aquípues su padre es propietario de laaldea y de todas las tierras que seextienden hacia Ecbatana. Estáconvencido de que me seducirá, perojamás lo conseguirá.

»Amytis montó a caballo einclinándose hacia Ciro, añadió:

»—No tienes nada que temerpor su parte. Además, ¿cómo podríareconocerte al cabo de tantos años?

»Ciro se llevó la mano a loslabios para darle el beso deadoración, y ella le respondió deidéntica manera. La miró al alejarse,

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y se entristeció al verse separado deella.

»Cuando se quedó solo, leasaltaron de inmediato oscurospensamientos. ¿No le había dichoque su padre no quería que se casaracon nadie? ¿Qué esperanza podíatener entonces el hijo de un siervo?Se acordó a este propósito de quesus padres adoptivos le habían dadoa entender que no era hijo de ellos, ytenía la impresión de que sus padreseran nobles, pero aunque éstos loreconocieran, ¿cómo podría cambiareso la decisión del padre de Amytis?

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»Se sentó en una piedra cercadel corral donde pacían sus doscaballos, pues se sentía desfallecer yparecía que le iba a estallar elcorazón. ¿Cómo podía haber podidopensar que le protegía la diosaAnahita? Y, si era ella la que habíapermitido que la tropa de Ariapeitesle salvara la vida, ¿no hubiera sidomejor dejarlo morir ese día?Después de arrancarle de los brazosde sus padres adoptivos, habíaperdido a los dos hombres queconstituían toda su familia,Tanoajares y sobre todo Hyriade, su

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amigo más querido. Era indudableque la tribu que se había convertidoen la suya había sido igualmenteaniquilada, como si todo su pasadodebiera quedar reducido a la nada.Luego había creído amar hasta lalocura a una mujer, la primera queconocía, y la había perdido despuésde una única noche de pasión. ¿Quéhabía sido de ella? A lo mejor,Hardaz la había matado, en el casode que hubiera podido escapar de lasflechas de los masagetas. Luegohabía pensado haber encontrado a lamujer que le parecía digna de

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convertirse en su esposa, pero unavez más se había visto obligado aalejarse pronto de ella. Y ahorasentía nacer de nuevo en él unsentimiento que sería a su vez sudesgracia.

»Permaneció postrado el restodel día, incapaz de tomar unadecisión. La prudencia le indicabaque huyese de aquel lugar para novolver a ver a Amytis, para noconsentir que su amor por ella seadueñase de su corazón. Pero sesentía incapaz de alejarse, incapaz decortar el hilo que ya le unía con ella.

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Y para alimentar esta nueva pasión,se decía a si mismo que si porVentura ella correspondía a su amor,se sentía capaz de raptarla y dellevársela lejos, fuera del alcance delos deseos de su padre, quien le dabala impresión de ser un hombre duro einsensible, y también quizá cruel.

»Amytis regresó dos días mástarde. Como sólo vivía en esaespera, Ciro no se había alejado delos alrededores de la casa por temora que no lo encontrara. Cuando llegó,estaba desnudo de cintura para arribacortando leña para el fuego. Amytis

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desmontó mientras Ciro seapresuraba a ponerse la túnica.

»—He visto a Spaco —le dijodespués de saludarle-. Cuando ledije que habías vuelto, se echó allorar y me abrazó. Me ha habladolargo y tendido de ti, y en unostérminos tan elogiosos que si yo no teconociera me habría costado muchocreerle.

»La observación hizo sonreír aCiro, quien le preguntó:

»—¿La has creído con mayorfacilidad porque habías habladoantes conmigo?

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»Ella se limitó a sonreírle, ycontinuó diciendo:

»—Me ha pedido que terecomiende que seas prudente. Nopodía venir a verte hoy.

»—Entonces seré yo quien vayaa verla —dijo-. Ensillo mi caballo yya sabré encontrar la casa deHarpage.

»—¿Tienes tanta prisa por verde nuevo a Spaco que me dejarías irsola de caza por esos montes, ariesgo de que me devoren los leones?—le preguntó ella.

»Ciro permaneció inmóvil un

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momento, antes de responder que, enefecto, tenía prisa por ver de nuevo asu madre, pero que sabría tenerpaciencia:

»—Pues —añadió tras unaduda- antepongo tu seguridad acualquier consideración.

»Hubiera querido decir enrealidad que ponía su amor porencima de cualquier otro sentimiento,pero no se atrevió a confesarlo.

»Amytis se echó a reír y le dijo:»—Iremos de caza, pues me han

dicho que el señor Harpage estáfuera, visitando sus propiedades en

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el poniente de Ecbatana, y tu madreno quiere tomar ninguna iniciativaantes de su regreso. A él le tocadecidir si debes venir a Ecbatana, osi es él quien venga a visitarte aquíincluso acompañado de Spaco.

»Ciro cedió ante estas razones,y ensilló el caballo paraacompañarla en la caza. Tan prontohubo montado, Amytis puso sumontura al galope, tomando así ladelantera. Él la siguió procurando noadelantaría, pues le gustaba muchover cómo flotaba al viento sucabellera, y admirar su grácil figura

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cabalgando delante de él. Ciro noprestaba ninguna atención a la caza,pues la tenía toda puesta en la joven.Ésta sujetaba con una mano lasriendas y con la otra sostenía unvenablo, lista para disparar contra lapresa que se pusiera a tiro. Peroestaba igual de distraída que Ciro, demanera que cuando el sol alcanzó elcenit ninguno había cazado nada.

»Habían llegado al borde de untorrente, cuyo caudal claro yarremolinado discurría por un espesobosque. Amytis desmontó y dio debeber a su caballo. Ciro hizo lo

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mismo, luego cogió agua en elcuenco de las manos juntas y se laofreció a la muchacha. Ésta seinclinó sobre la copa improvisada yaspiró el agua. Luego tomó las manosde Ciro en las suyas y las apretósuavemente. Estaban uno frente alotro, en silencio, mirándose a losojos, y sólo el ruido de la torrenteraquebraba la quietud. Amytis tenía elrostro grave, y Ciro estuvo tentadode atraerla contra su pecho; pero, derepente, ella se desasió y se dirigióhacia el caballo. Llevaba atado a lagrupa un gran saco de cuero, del que

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sacó un pan, fruta y un queso deoveja.

»—No he olvidado traeralgunas provisiones —dijocolocando la comida en la hierba.

»Se sentaron uno enfrente delotro para compartir ese almuerzo,que tanto agradeció Ciro.

»—Qué agradable seria la vida—dijo Amytis suspirando- siviviésemos así, en una casita conalgunos animales, una huerta yninguna otra preocupación.

»La observación sorprendió aCiro, al tiempo que le confirmaba

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que la joven albergaba sentimientoshacia él que no se atrevía a confesar.Aprovechó la ocasión, no pararevelarle a su vez el amor que sentíahacia ella, sino para interrogarlasobre su familia de manera indirecta.

»—Esa es la vida que conocióSpaco al lado de su esposo —lerespondió-. Pero, sin embargo, teníamuchas preocupaciones, pues habíaque ocuparse de mil cosas, dealimentar a los animales, de prepararlas comidas, de mantener la casalimpia. Y Mitradates, por su parte,estaba todo el día ocupado en mil

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tareas.»—De ese modo no se aburrían

—afirmó ella.»—Pero tenían que realizar

faenas que estropean las manos, yaque no tenían esclavos. No, Amytis,sin duda vives en una casa agradable,atendida por numerosas criadas, puestu padre debe ser noble y rico, y porello sueñas con una existencia que sete antoja libre y fácil.

»—Es verdad que me sirven entodo —reconoció ella-, pero esprecisamente para estar sola por loque a veces salgo a cabalgar por los

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montes. Me siento demasiadorodeada de cuidados que me prestanextraños, y, sin embargo, mi padre ymi madre, los que naturalmentetendrían que quererme, no se ocupande mí y me ignoran.

»Exhaló un hondo suspiro, yCiro hubiera querido tomarla entresus brazos, decirle que habíaencontrado en él a un hombre que nola descuidaría, y que estabadispuesto a amarla como elladeseaba; pero no se atrevió. Temíaasustarla o parecerle ridículo.

»El sol había brillado a lo largo

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del día, pero el cielo se oscureció alcaer la tarde. Se apresuraron aregresar por miedo a versesorprendidos por la lluvia o inclusouna nueva tormenta. Tomaron uno delos senderos que cruzaban el bosque,para no correr el riesgo deextraviarse o de quedar atrapadospor espesuras inextricables. Llegaronasí a un camino más ancho, que Ciroreconoció por ser el que conducía ala aldea.

»—Ya no estamos lejos—dijo-. Vayamos al paso para quedescansen los caballos.

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»Después de un día entero decaza, regresaban llevando sólo dosfaisanes. Habían derribado uno cadauno de un flechazo, demostrando asísu destreza y su rapidez con el arco,pero habían dejado escapar lasmejores piezas, pues estaban másocupados de si mismos que de losanimales salvajes.

»—Si nos estuvieran esperandopara contar las piezas cobradas—dijo Amytis riendo-, quedaríamoscomo cazadores pésimos.

»—A mí no me daría vergüenza—replicó Ciro-. Hemos traído lo

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suficiente para cenar esta noche.Ahura Mazda proveerá para mañana.He disfrutado más hablando contigoque cazando.

»Le había vuelto a hablardurante largo rato de Zaratustra y delas enseñanzas de Djamaspa, puesella no había dejado de hacerlepreguntas sobre ese tema, que alparecer le interesaba mucho. Y,mientras cabalgaban, siguiódiciéndole:

»—Un día regresaré a Bactriapara que Djamaspa me enseñe másde la doctrina de Zaratustra.

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»—¿Tú crees —le preguntóentonces Amytis- que Ahura Mazda,el Señor de la sabiduría, se hadirigido a un hombre y le hahablado? Para creer semejante cosa,¿no sería preciso imaginarnos undios parecido a nosotros mismos ycon una boca con la que pudieraexpresarse?

»—Eso es lo que yo le dije aDjamaspa, y pensaba que me iba acontestar que los dioses puedenadoptar forma si así lo desean. Perome dijo que se había revelado aZaratustra por una vía interior,

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iluminando su alma con un destellode su propia luz. Se le apareció en elalma y no ante su vista.

»Tenían la mente tan absorta enesta conversación que no advirtieronque se acercaban caballos, y derepente se encontraron frente a unadecena de jóvenes vestidos todos contúnicas y pantalones de delicadolino, montando todos animalesmagníficamente enjaezados. Al ver aCiro y a Amytis se detuvieron, y unode ellos que iba en cabeza saludó ala muchacha. Esta le respondiócortésmente, pero él continuó

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enseguida:»—Me admira, Amytis, que

desdeñes cazar en mi compañíamientras que llevas de escolta a undesconocido, que tiene aspecto deser un pésimo cazador a juzgar poresos dos miserables pájaros quelleva a la grupa.

»Ciro, que había reconocido aVidarna, evitó hablar, pero estabadispuesto a responder de otro modoen el caso de que el joven semostrara hostil.

»—Vidarna —dijo a su vez lamuchacha-, a lo mejor hablas

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demasiado deprisa, ya que nadie hadicho que hayamos ido al monte acazar.

»Dicho esto, espoleó su caballoy continuó su camino, seguida deCiro. Los jinetes se hicieron a unlado para dejarles pasar, peroVidarna les siguió con la miradahasta que desaparecieron a la vueltadel camino.

»—Me temo que me hareconocido —dijo Ciro cuandoestuvieron fuera de su vista.

—No lo creo —contestó Amytis—. Y, además, aunque fuera así, ¿a

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él que le importa?»Como no quería que pudiera

pensar que sentía miedo, repitió a suvez que, en efecto, carecía deimportancia.

»Comenzó a llover cuandollegaban a casa. Ciro llevó loscaballos al establo y luego comenzóa ordeñar las cabras. Cuando sereunió con Amytis en la sala comúnde la casa, la muchacha ya habíapuesto los faisanes en el asador, y elresto de las provisiones que habíallevado en una bandeja de madera.Ciro comprendió que Amytis había

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decidido pasar la noche allí, y sealegró en su corazón. Lo cierto esque la lluvia golpeaba con fuerza latechumbre de rastrojo, de manera queaunque hubiera querido irse se habríavisto obligada a quedarse con él.Colocó delante de ella la jarra llenade leche aún tibia y espumosa, y lavertió en un cuenco y se la ofreció.Amytis bebió a grandes tragos ycuando se lo devolvió bebió él a suvez del mismo cuenco.

»Estaban sentados uno enfrentedel otro, para compartir su comida,y, a petición de Amytis, Ciro le había

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hablado abundantemente de lospueblos extraños que viven en lasestepas y en las montañas al norte yal este del Irán.

»—Si he entendido bien —dijoella-, ahora me parece que el imperiode los medos es muy pequeño. Sonmuchos los pueblos que no acatan laley del rey de los medos. Porquetambién he oído decir que existenhacia el poniente reinos amplios ypoderosos como Lidia y Egipto, asícomo ciudades opulentas igualmenteindependientes.

»—El mundo que baña la luz

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del sol es sin duda mucho más grandede lo que podemos imaginar—confirmó Ciro-. He oído decir queincluso más allá de los desiertos quese extienden al oriente de laTransoxiana existen imperios aúnmás grandes y poderosos que el delos medos o de los babilonios. Yhacia el sur de esas regiones seextienden a su vez llanuras sin fin,desiertos y bosques profundoscruzados por ríos poderosos. Sietede estos ríos riegan una inmensacomarca que se llama Sindu, el paísde los siete ríos.

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»—Eso —dijo Amytis riendo—debería rebajar el orgullo de losreyes.

»—Sin duda —concedió Ciro-,pero los reyes no piensan en esascosas. Los que piensan en ellas soncomo yo, hombres sin importancia.

»—¿Existe un solo hombre quetenga alguna importancia? —lecontestó Amytis-. Porque incluso elrey de los medos dejará este mundosin haber cambiado su faz, y sunombre, el del rey, caerá en el olvidoantes de que pasen dos generaciones.Es preciso realizar acciones

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deslumbrantes y prodigiosas paracambiar algo en el mundo, y dejarhuella en el recuerdo de los hombresque vengan detrás nuestro.

»Ciro permaneció en silencio, ycontempló a la joven con admiración,sorprendido de encontrar en ellatanta sabiduría desengañada.

»Siguieron hablando todavíadurante largo rato, sentados unofrente a otro, mientras el resplandorde la lumbre iluminaba débilmentesus rostros. Una armonía tancompleta unía sus almas, que selevantaron finalmente y bastó que

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intercambiaran una mirada cómplicepara que, tomando uno de la manodel otro, se tendieran juntos en elmismo lecho. Sus manos se unieron ypermanecieron inmóviles, con losrostros tan próximos entre sí que semezclaban sus alientos, y ambos sesentían envueltos en el calor mutuode sus cuerpos. Una ligera sonrisa sedibujaba en los labios de Amytis, ysus ojos brillaban en la penumbra.Luego ella cerró los ojos, y Ciro vioque se había quedado dormida. Élpermaneció despierto un rato largoaún, dejándose mecer por el ritmo de

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la respiración de la muchacha, antesde caer finalmente en los brazos deun casto sueño.»

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DECIMOSÉPTIMAVELADA

EL MENSAJE

Todos los oyentes estánansiosos por saber qué giro van atomar los amores de Ciro y Amytis.De manera que todos esperan conimpaciencia que llegue la noche, ya

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que durante todo el día, mientras lacaravana camina lentamente por unaaltiplanicie encerrada dentro de uncirco formado por montañas, todospiensan que Ciro ha encontrado enesa joven a la que parece debe ser sucompañera perfecta. Pero, segúnparece, entre ellos se levanta unabarrera difícilmente franqueable: laaltanería de un padre rico ypoderoso.

«Ciro —dijo Bagadatesretomando por fin la palabra- no seequivocaba en su temor de que

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Vidarna le hubiera reconocido. Esteúltimo no había pensado en él alprincipio, pero si había tenido laimpresión de que el rostro de Ciro nole era desconocido. Fue durante lanoche que pasó en la mansión que supadre poseía a escasa distancia de laaldea, cuando se acordó del jovenCiro que había mandado azotarlo. Aldía siguiente por la mañana fue apreguntar a los aldeanos, quienes leinformaron que, en efecto, pocos díasantes había pasado por la aldea unjinete haciendo preguntas sobreSpaco y Mitradates, y que luego se

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había instalado en la viviendaabandonada de los guardas de lapropiedad de Harpage.

»A partir de entonces, Vidarnaya no tuvo dudas acerca de laidentidad de Ciro. En otrascircunstancias lo hubiera pasado poralto, ya que la humillación sufridapor la azotaina se remontabademasiado atrás en el tiempo comopara que le preocupara todavía. Perola familiaridad con la que al parecerCiro trataba a Amytis, quien habíacazado en su compañía cuandosiempre le había negado a él, al hijo

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de Artembares, ese placer, habíadespertado la más corrosiva envidiaen el corazón de Vidarna. Por estarazón se apresuró a regresar apalacio, donde se presentó ante elrey.

»—Señor —le dijo-, ¿teacuerdas de aquel pastor, hijo desiervo, ese Ciro que un día, cuandoéramos niños, se atrevió a mandarque me azotaran con varas despuésde hacer que sus compañeros dejuego lo eligieran rey?

»Este extraño discurso hizo queAstyage se enderezase, pues estaba

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medio acostado en un lechoalmorzando en compañía de unaconcubina, sentada cerca de él en unalto sillón.

»—¿Por qué vienes de repente arecordarme esa vieja historia? —lepreguntó el rey.

»—Ese Ciro —prosiguióVidarna- huyó para escapar de tujusta cólera. Pues ha regresado, meencontré con él ayer en el bosque quese extiende a medias entre nuestrapropiedad y la de Harpage.

»El rey no le dejó continuar.»—¿Estás seguro que se trata de

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ese Ciro? —le interrumpió.»—Me apuesto la cabeza —se

apresuró a decir Vidarna-. Además,se ha instalado en la casa que antañohabitara Mitradates, el siervo deHarpage. Y el descaro de ese hombrees tal que se ha atrevido a exhibirseen compañía de Amytis.

»Astyage levantó la mano y lelanzó una mirada severa que hizocallar a Vidarna. Luego le ordenóque se retirara. El joven, que conocíael humor caprichoso del rey, se llevéla mano a los labios al tiempo que seinclinaba y salió. El rey se quedó

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entonces meditabundo durante un ratotan largo que su concubina, que sabíaque en semejantes circunstanciasconvenía guardar un silencioabsoluto, decidió levantarse ymarcharse a su vez. Astyage nointentó retenerla. Inmediatamentemandó llamar a su presencia a unheraldo, a quien encargó quetransmitiese a Harpage la orden depresentarse en palacio. Harpage, queacababa de regresar de realizar unagira por sus posesiones, no habíatenido tiempo todavía de ver a Spacoy de oír de sus labios la noticia del

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regreso de Ciro. Por tanto, en modoalguno pensaba en el joven cuando seapresuró a cumplir la real orden.Astyage le recibió en una salita delpalacio, sin testigos.

»—Harpage —le dijoinmediatamente-, te he llamado paradarte una noticia que quizá tesorprenda. Has de saber que Ciro haregresado. Vidarna se ha encontradocon él en los alrededores de la casade Mitradates.

»¿Es una noticia feliz para ti,señor? —le pregunté prudentementeHarpage, quien no se había inmutado.

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»—Así me lo ha parecido. Estáclaro que un dios protege a esemuchacho.

»—Está claro, mi rey. Un diosque sabe igual que nosotros que es tunieto.

»—Harpage —continuó el rey—, he decidido enviar a Ciro con suspadres.

»—Me parece una sabiadecisión y me alegro por ello—contestó Harpage, sorprendidoante una decisión que no se esperaba.

»—Te encargo, pues —siguiódiciendo el rey—, que vayas tú

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mismo a buscarle y que lo traigas ami presencia. Pero, antes, quiero queme jures sobre el fuego sagrado yante Mitra que no desvelarás a Cirosu verdadero origen. Comprométetetambién en nombre de Spaco, ya queestoy seguro de que Ciro querráverla antes de salir para Anzán.Dejemos a ese tonto de Cambises latarea de informarle de quiénes sonsus verdaderos padres.

»Harpage prestó de buen gradoel juramento que se le pedía yaseguró al rey que Spaco no diríanada. Entonces Astyage le preguntó:

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»—¿Podrías decirme si Cirosabe leer?

»—Claro que no sabe—aseguró Harpage sin dejartraslucir la sorpresa que le producíasemejante pregunta-. Ciro ha sidoeducado por analfabetos. Nadiepensó en hacer de él un escriba.

»El rey movió la cabezasignificativamente y luego añadió:

»—Apresúrate, pues, en buscara Ciro, y tráelo a mi presencia.

»—Es posible que le sorprendael que quieras verle y enviarle luegoa Persia —objetó Harpage.

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»—Entonces te inventas unahistoria —replicó el rey-. Puedesdecirle, por ejemplo, que me hashablado de él en términos tanelogiosos que he decidido tomarle ami servicio en realidad demensajero. Pues sin duda se haconvertido en un jinete infatigable.

»—Sin duda —murmuróHarpage inclinándose.

»Tan pronto regresó a su casa,Harpage mandó llamar a Spaco paranotificarle la vuelta de Ciro. Peroella se adelantó.

»—Señor —le dijo—, estoy

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contenta de que me hayas mandadollamar pues quería anunciarte unanoticia que alegra mi corazón altiempo que lo colma de miedo. Mehe enterado por Amytis de que Ciroha regresado a casa.

»Harpage le confirmó la noticia,le relató su entrevista con el rey, y lehizo jurar que no diría nada a Cirosobre su nacimiento. Luego mandópreparar su caballo y poco despuéssalió en dirección a la casa deMitradates. Encontró a Ciro sentadoen una piedra cerca de la puerta.Amytis se había marchado por la

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mañana temprano, y ya la echaba demenos. Reconoció a Harpage, aunqueéste tenía ya el pelo totalmenteblanco. Se levantó inmediatamente yse adelantó para sujetar la brida desu caballo. Cuando Harpage estuvode pie delante de él, quiso inclinarseprofundamente llevándose los dedosa los labios, pero Harpage le detuvoy, poniéndole las manos sobre loshombros, le miró un momento:

»—Te has convertido en unmuchacho grande y robusto —ledijo-. Ciro, ten por seguro que undios te protege. He venido a

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buscarte, pues has de saber que elrey quiere verte, más no paracastigarte, sino, por lo que me haparecido, para favorecerte.

»—¿Cómo es posible?—preguntó Ciro asombrado-. Quehaya abandonado la idea decastigarme por haber mandado azotaral hijo de un noble me lo puedocreer, pero ¿por qué querríafavorecerme?

»—Quiere tomarte a su serviciopara convertirte en mensajero real.Ensilla tu caballo, ya que antes tevoy a llevar con Spaco, quien espera

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tu visita con impaciencia.»Antes de que terminara el día,

Ciro hacía su entrada en Ecbatanamontando su caballo blanco al ladode Harpage. Se dirigierondirectamente a casa de Harpage,donde la primera persona que vio fueSpaco. Su madre adoptiva mostrabalas huellas que habían dejado esosdiez años de separación, pero, sinembargo, Ciro tuvo la impresión deque se había marchado la víspera, yno se podía imaginar que hubieranocurrido tantos acontecimientosdesde el día en el que le había

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besado por última vez. Para queSpaco pudiera expresar librementesu emoción, Harpage la dejó sola conCiro. Aunque en presencia deHarpage se había mostrado discreta,tan pronto se vio a solas con el queconsideraba su hijo, a pesar deconocer su origen regio, Spacoempezó a derramar abundanteslágrimas hasta el punto que Ciro seemocionó tanto que se echó a su veza llorar. Entre sollozo y sollozo,Spaco se separaba de él sin soltarlelas manos, y no dejaba de repetir:

»—¡Qué guapo te has puesto!

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¡Qué grande estás! ¡Qué fuerte! Oh,¡hijo mío, mi querido hijo!

»Cuando pareció que se habíacalmado, Ciro no pudo evitar pedirleque le hablara de Mitradates.Entonces Spaco se puso de nuevo allorar, y luego ya no escatimó elogiossobre su llorado esposo que un diosenemigo le había arrebatado.Entonces, Ciro no pudo evitarhablarle de Amytis.

»—También a ella nos la envióun dios, pero un dios propicio—afirmó Spaco-. ¡Por qué nohabremos tenido una hija como ella!

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Es tan graciosa, tan tierna, tan atenta,tan cariñosa...

»De repente se calló, cesandosus elogios, al advertir el rostroregocijado de Ciro, y le preguntó:

»—Ciro, hijo mío, ¿acaso tútambién la quieres?

»—Si, Spaco, creo que laquiero y deseo hacerla mi mujer,pues me gustaría pasar con ella loque me queda de vida. Pero, ¿creesque ella me quiere a su vez?

»—¡Ay, hijo mío, hijo mío!—gimió entonces Spaco.

»—Madre —exclamó entonces

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Ciro-, ¿por qué te desespera derepente lo que te acabo de decir?¿Crees que ella no me quiere?

»—Hijo mío —siguió Spaco-,sería mejor que fuera así, inclusohubiera sido mejor que no lahubieras conocido jamás. Pero si,tienes que saber que si te quiere, queme lo ha confesado, y eso es lo queme tiene desesperada.

»Estas palabras contradictoriassorprendieron tanto a Ciro que selevantó del asiento donde se habíasentado al lado de Spaco y,colocándose delante de ella, le

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preguntó:»—Entonces por qué te

lamentas como si hubiera caído unadesgracia sobre nosotros, cuandodescubrimos que nos amamos?

»Spaco suspiró, le cogió de lasmanos y, llevándoselas a los labios,le dijo:

»—Sí, hijo mío, vuestro amores una desgracia para vosotros, quees imposible.

»—¿Imposible, dices?—exclamó Ciro-. Pero nada esimposible para quien desea algo, ysobre todo para quien ama. Ya lo sé,

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ella me ha hablado de su padre,quien no desea que ella se case.Pero, ¿qué importa eso? Me lallevaré; nos iremos lejos de aquí...

»Pero Spaco le interrumpió:»—No harás nada de eso, pues

el padre de Amytis no es uncualquiera. Es lo suficientementepoderoso como para encontrartedonde quiera que te escondas, pueshas de saber que Amytis es la hijadel rey Astyage y de Aryenis, la hijade Alyatte que reina en Lidia.

»Ciro recibió esta revelacióncomo un mazazo. Se quedó mudo,

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como atontado, incapaz de articularpalabra.

»Después de un silencio, Spacosiguió diciendo:

»—El rey es un insensato. Araíz de unos sueños que ha tenido,vive temblando por su trono. Temeque se lo quieran arrebatar cuando anadie se le ha ocurrido hacerlo.Asimismo, no quiere que su hija secase por temor a que su esposo seaproveche de ese vínculo e intentequitarle la corona, o incluso ordenarque le asesinen. Por ello, aunquefueras hijo de rey o incluso rey, no te

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la entregaría. Al contrario, puescuanto más poderoso es un hombremás le teme. Y, como delante de supadre, Amytis ha jurado ante Anahitaconservar su virginidad para suesposo, Astyage está seguro de queno tendrá un hijo que puedareivindicar el trono por su cuenta.Sólo la muerte del rey podrá liberara Amytis.

»—¿Su muerte? —murmuróCiro llevándose la mano a la frente-.Su muerte, claro. Pero aunque yo nosienta ningún respeto por el rey, debono obstante venerar al padre de la

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que amo.»—Hijo mío —dijo Spaco-,

¿qué pensamientos han germinado entu mente? No pensarás de todasformas matar al rey para conseguir asu hija. Amytis no quiere a suspadres, pero jamás podría perdonartesemejante crimen. Eso si sales convida de semejante empresa.

»Ciro sacudió la cabeza yexhaló un suspiro. Luego, tomandolas manos de Spaco, le pidió que lehablara más de Mitradates.

»Ciro pasó la noche en lamansión de Harpage. Había pasado

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toda la tarde con Spaco, sin queHarpage le invitara a su mesa. Cirono se lo tomó a mal, pues le parecíanatural que el hijo de un siervo no sesentara a la mesa de un noble. Peroen realidad, si Harpage habíamantenido a Ciro alejado de él, eraporque temía que, en el curso de laconversación, olvidara la prudenciay diera a conocer a su huésped cosasque no podía revelarle. Por otraparte, temía asimismo a los espías,ya que estaba seguro de que variosde sus criados y esclavos habíanrecibido órdenes del rey para que le

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informasen puntualmente de cuantohacían y decían los dueños de lacasa. No quería que esos ojos del reypudiesen decirle a Astyage queHarpage había cenado con Ciro, yque habían tenido un conciliábulo.

»Al día siguiente, Harpagecondujo a Ciro hasta la ciudadelareal. Mientras recorrían las calles dela ciudad y cruzaban todas y cada unade las puertas que daban acceso alinterior de las diferentes murallasconcéntricas, Ciro pudo admirar ladisposición de la ciudad y el poderíode sus defensas, que la hacían

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inexpugnable. Cuando subieron lalarga rampa que conducía a laciudadela coronada por el palacio,Ciro alimentó la esperanza deentrever a Amytis. Ignoraba que notendría ocasión alguna de verla, puesAstyage era astuto y cauto. Aunque araíz de la revelación de Vidarnapresintió los sentimientos que unían aCiro con Amytis, ya que sólo podíainterpretar de esta manera el hechode que ella hubiera salido a cazar ensu compañía. Astyage no había hechoninguna alusión a su hija, cuando, alregresar de esa cacería. Amytis había

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ido a saludar a su padre. Éste sehabía comportado como decostumbre, pero había buscado unabuena disculpa para alejar a Amytisde todos lo salones y galerías donde,al día siguiente, hubiera podidoencontrarse con Ciro. Un mensajeroprocedente de Sardes le pareció unenviado de los dioses con la disculpanecesaria:

»—Amytis —le había dicho-,hemos recibido una mala noticia deSardes. Acabamos de enterarnos dela muerte de tu abuelo Alyatte. Tu tíoCreso le ha sucedido en el trono, lo

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que es una buena noticia. Creso esrico, y ha orientado sus ambicionesno hacia los medos, sino hacia losgriegos. Le ha dado por el helenismo,y emplea el griego para expresarse.En resumidas cuentas, se comportade una manera harto conveniente paramí, pues no mira más allá del Halys,el río que separa nuestros dosimperios. Por tu madre somoshermanos, y creo que la paz entrenuestros dos reinos va a durar aúnpor mucho tiempo. Te ruego ahoraque vayas al lado de tu madre y quele hagas compañía durante algunos

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días, consolarla en su dolor, pues meda la impresión de que la muerte desu real padre le ha afectado mucho.

»Amytis se dirigió, pues, a losapartamentos de la reina, que seencontraban situados en un extremode la ciudadela, y allí se encontrabaaún cuando Ciro fue presentado alrey. Siguiendo las instrucciones quele había dado Harpage, Ciro seinclinó ante el rey al tiempo que sellevaba la mano derecha contra laboca. Ignorante de cómo sedesarrollaban las audiencias reales,a Ciro no le sorprendió que Astyage

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le recibiera a solas, sin la preceptivaguardia, ni los encargados de losabanicos y de los matamoscas, nitampoco de los dignatarios queformaban su corte. Por su parte, aHarpage tampoco le sorprendió, puespensó que el rey querría estar a solascon su nieto, quizá para que nadiepudiera ver la emoción que a buenseguro se reflejaría en su rostro.

»Cuando Harpage hubodeclarado al rey que conducía ante éla Ciro, hijo de Mitradates, susirviente, Astyage le invitó a que seretirara:

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»—Deseo quedarme a solas conCiro —precisó.

»Harpage se inclinó y salió.»Entonces los dos hombres se

examinaron durante un instante.»—De manera que éste es el

padre de la mujer que yo amo, demanera que éste es el hombre queestá al frente de uno de los reinosmás poderosos del mundo —se decíaCiro.

»Por su parte Astyage pensaba:»—Este muchacho magnifico y

orgulloso es, pues, mi nieto.Descubro en él la sangre real que

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corre por sus venas. Pero eso le haceaún más peligroso. Es muylamentable que tenga que morir, puessi no hubiera tenido esos sueños,habría podido cogerle cariño.Apresurémonos a alejarlo de nuestrapresencia antes de que la voz de lasangre me detenga en mi propósito.

»—Ciro —le dijo finalmente-,Harpage te ha elogiado mucho, me hahablado de tu valor y de tuscondiciones como jinete. Seria unainsensatez no poner semejantescualidades al servicio de nuestroreino. Harpage te ha liberado de tu

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condición de siervo y te ha entregadoa mí.

»Ciro escuchaba el discurso delrey no sin cierta sorpresa, puesHarpage nada le había dicho de loque parecía ser un acuerdo tomadoentre ambos. Pensó que Harpagehabía dejado que fuera el rey quiense lo comunicara. Astyage seguíadiciendo:

»—Me parece, pues, que seriasun mensajero perfecto, y es paradesempeñar esta función para lo quequiero ponerte a prueba sin tardanza.Aquí tienes un mensaje que debes

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entregar al reyezuelo de Anzán, en elpaís de los persas. Debes sabervarias cosas que conciernen a tufunción. En primer lugar, jamásdebes abrir un mensaje que te hayasido confiado, ni dejar que lo leaotro que no sea su destinatario. Vas acomenzar, pues, por prestarjuramento sobre el fuego sagrado deque conservarás esta tablilla y noconsentirás que nadie la abra.

»Le extendió una tablillasellada que tenía en la mano. Cirojuró y la tomó. Astyage continuódiciendo:

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»—Anzán es una ciudad situadacerca de las montañas, lejos de aquí,hacia el sur. Date prisa en llegarhasta allí, y tan pronto como hayasllegado pide que te conduzcan hastael rey Cambises. Es mi vasallo y terecibirá de inmediato. Aquí está misello, que te abrirá todas las puertas.Debes entregar esta tableta al rey enpersona. Si por ventura un servidordel rey te pidiera que se la confiaras,niégate a dársela. Basta con que leenseñes mi sello y digas que actúasen mi nombre para que desista en suspretensiones. Cuando hayas cumplido

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esta misión, regresa aquí a mi lado,y, según te hayas comportado, así terecompensaré.

»Ciro tomó la tablilla, se la atóal brazo, se colgó el sello al cuello yse retiró después de asegurar al reyque iría llevado por las alas delviento y que regresaría de inmediato.Lo que no precisó fue que semejanteceleridad no obedecía a un gran celopor el servicio de su rey, sino porquetenía prisa por ver de nuevo aAmytis.

»Cuando Ciro salió, Astyageexhaló un suspiro y, levantando la

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mirada hacia el cielo que serecortaba en una ventana, le rogó aAhura Mazda que le perdonara y quehiciera su voluntad. Ciro se sentíafeliz mientras se apresuraba endirección a la casa de Harpage,donde éste estaba ya de vuelta a suvez. Se juraba así mismo quecumpliría el encargo celosamente,para así ganarse el fervor del rey.Porque, pensaba, Astyage podríanegar la mano de su hija a un noblerico y poderoso susceptible, enefecto, de reivindicar su trono. Pero,¿alegaría las mismas razones ante un

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servidor fiel y leal, dispuesto adefender su trono contra cualquierpretendiente excesivamentesoberbio?

»Ciro ignoraba que llevabaatada al brazo su propia condena demuerte.

Bagadates se ha callado en eselugar de la narración para dejar ensuspenso la atención de sus oyentes.Se levanta y les desea una buenanoche.

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DECIMOCTAVAVELADA

EL RECONOCIMIENTO

Esa tarde, Bagadates reanudó surelato de la siguiente manera:

«Cuando Ciro se presentó anteHarpage y le contó cuanto había

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sucedido entre el rey y él, suprotector se quedó meditabundo.Sabía que seria inútil pedir a Ciroque le entregara la tablilla. Por lodemás, sospechaba su contenido.Frenó la impaciencia de Ciro, quequería partir para Anzán sin mayordilación:

»—El camino es largo, es mejorsalir mañana al alba —le dijo-. Tenpaciencia hasta mañana y llévate losdos caballos y las armas.

»Sugirió entonces a Ciro que sefuera a hacer compañía a Spaco y lerecomendó que fuera a verle antes de

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su marcha. Cuando se quedó solotomó un cálamo, una hoja de papiro yse puso a escribir él mismo enarameo. El arameo era ya la lenguade los escribas y de la gente culta detodo Oriente. Los reyes aqueménidasse habían contentado con perpetuaruna tradición sancionada ya por losasirios y los babilonios cuandohicieron del arameo la lengua de lacorte y la lengua franca de suimperio. Harpage sabía que Mandanaleía esa lengua y que la hablabaperfectamente. Se transcribía en unalfabeto de origen fenicio que

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facilitaba su lectura, ya que la lenguade los medos sólo se utilizaba eninscripciones oficiales. En la cartaque dirigía a Mandana, Harpage lerevelaba la verdad: el deseo del reyde matar al niño, y cómo le habíasalvado entregándolo al cuidado desus siervos. Por último, lecomunicaba que si Ciro estaba aúncon vida era a pesar de la voluntaddel rey, su padre, y que el mensajeroportador de la carta, que se llamabaCiro, era su hijo.

»Luego hizo un rollito con elpapiro después de haberlo plegado y

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lo introdujo en un pequeño cilindrode marfil que colgaba de una sólidacadeneta de metal.

»Apenas despuntaba el alba enel cielo cuando Ciro se presentó anteHarpage. Éste le entregó entonces lacajita que contenía el preciadomensaje y le recomendó que se losujetara al cuello y no se separara deél hasta que lo hubiera puesto enmanos de la reina, esposa del reyCambises.

»Ciro se puso en camino deinmediato. En aquella época noexistían relaciones regulares entre

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Anzán y Media. Anzán no estaba enel camino de las grandes caravanas.Su mayor riqueza residía en lospastos, donde los persas criabanganado bovino y caballar. Tan sólodos veces al año, Cambises enviabaa su poderoso suegro una caravanatransportando el tributo que leentregaba. Sólo existían, pues,angostos caminos de tierra batida queen las montañas se reducían asenderos, para unir Ecbatana con lapequeña capital de los persas.

»Fue en uno de estos senderosque discurría por un circo de colinas

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rocosas, donde Ciro cayó en unaemboscada. No era Astyage quien lahabía organizado, sino Vidarna. Esteúltimo, ignorando las intencionesverdaderas de Astyage, había sentidoun gran despecho al ver que el rey,de repente, le elevaba a categoría demensajero real y le enviaba a Anzán,en vez de arrojarle a la cárcel comoesperaba. Por ello, había armado aun puñado de siervos que vivían ensus tierras y les había apostado allí,con la orden de matar al mensajeroreal que pasara por aquel lugar.

»Al ver que dos hombres se

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precipitaban sobre su caballoblandiendo venablos, Ciro pensó quese trataba de un ataque de bandidos.Había aprendido a replicar conprontitud a ese tipo de asalto, de talsuerte que él atravesó con un venabloal más audaz de los asaltantes, y,desenvainando la espada que llevabasiempre sujeta a la espalda, cortó deun tajo la garganta del segundo.Detrás de ellos venían media docenade siervos. Vidarna les había dado aentender que el mensajero no era unguerrero y que no tendrían ningunadificultad en derribarlo de su caballo

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y degollarlo. Pero, al ver cómo habíadejado muertos a dos de ellos, lossiervos dudaron. No obstante, Cirocargaba ya sobre ellos, segando lacabeza de uno con la espada y,cuando se paró para dar media vueltay volver sobre ellos en vez de huir,los siervos salieron huyendo comoliebres.

»Ciro recuperó su venablo yreanudó su camino. Fue el únicoincidente que tuvo a lo largo de losescasos días que duró el viaje, pueslo realizó con toda la rapidez que lepermitieron sus caballos.

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»Anzán, atrincherada detrás demuros de tierra, tenía un aspectomezquino comparada con ciudadescomo Ecbatana, Bactria oSamarcanda.

»Es cierto que esos muros, enmuchos puntos derruidos, cubrían unagran superficie, lo que dabatestimonio de la antigua grandeza deuna ciudad que en tiempos fue ungran centro comercial. Pero, en elinterior, muchos monumentos seencontraban en ruinas, mientras quede otros no quedaban más montículosde tierra donde jugaban los niños.

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Ciro pensó que el príncipe quereinase en una ciudad tan miserableno podía poseer grandes riquezas.Por otra parte, observó que por todoslos alrededores de la ciudad selevantaban tiendas donde gustaban dealojarse los persas, reacios aprescindir de sus costumbresancestrales de nómadas. Luego pudocomprobar que la mayoría de loshabitantes de la ciudad eran antiguosnativos del país, sometidos a losiranios nómadas, y que casi todoseran artesanos o paisanos.

»El palacio, construido

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asimismo con ladrillos y tierra, selevantaba en una zona ligeramentesobrealzada. Ciro se presentó comomensajero del rey de los medos a losguardas que se encontraban en laentrada. Le condujeroninmediatamente hasta un oficial,quien le llevó a su vez hasta un salóngrande y fresco donde había hombresvestidos con ropas largas de franjas,y cuyos cabellos rizados cubrían contocas circulares estampadas. Cirocomprendió que se trataba de noblesy de dignatarios. El oficial que lehabía llevado hasta allí lo dejó en

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manos de un chambelán, a quien Cirocomunicó que era portador de unmensaje del señor Astyage, rey delos medos, para el rey de Anzán. Yse apresuró a precisar que teníaórdenes de entregar la tablilla al reyen persona.

»Una simple cortina dabaacceso a la sala contigua, que eraevidentemente la sala del trono.Cambises, vestido con el trajeplisado de los persas y con el mismotocado que sus dignatarios, estabasentado en un alto sitial de maderacon un cojín. El chambelán condujo

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hasta él a Ciro, quien le saludó alestilo medo.

»—¿Eres un enviado del rey delos medos? —le preguntó Cambises.

»—Si, señor. Esta es la tablillaque el rey me ha ordenado teentregue a ti en persona.

»Ciro había desatado la tablillade su brazo y se la tendió al rey. Seadelantó un chambelán para acogerlay rasgar el sello antes de entregárselaa Cambises. A medida quedescifraba su contenido, el reyfruncía el ceño y se le arrugaba lafrente. El mensaje era sencillamente

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éste:»—Yo. Astyage, hijo de

Ciaxares, rey de los medos, soberanode los persas, de los hircanios y delos armenios, te ordeno que hagasmatar al hombre que te llevará estemensaje. Tal es mi voluntad.

»Cambises examinó a Ciro conatención, sorprendido e inquieto porla orden de Astyage. No comprendíapor qué su soberano le encargaba unatarea tan baja, cuando en Ecbatanadisponía de un verdugo encargado deese trabajo detestable.

»—¿Cómo te llamas?

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—preguntó finalmente al mensajeroque había llevado su propia orden demuerte, sin al parecer sospecharnada.

» Ciro —respondió éste.»Entonces Cambises se

sorprendió, y observó que era unnombre persa y no medo.

»—Porque tú eres medo,supongo —añadió.

»—Eso me parece —contestóCiro.

»—¿Cómo, te parece?—exclamó Cambises-. ¿No conocesa tus padres?

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»—Creí que los conocía—respondió Ciro-, pero luego me heenterado de que los que me habíaneducado no eran mis padres.

»Cambises no se atrevía aordenar a sus guardias que seapoderasen de él y le mataran delantede toda su corte, de manera quebuscó una razón para ordenar que ledetuvieran y poder así encerrarlo enla cárcel.

»Se fijó entonces en el puñalcon mango de oro cincelado,enfundado en su vaina de oro tambiéncincelada, que Ciro llevaba al cinto.

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»¿Dónde —le preguntó consemblante severo-, tú que eres unsimple mensajero, has robado unarma tan rica? Porque evidentementese trata de un objeto que hapertenecido a un hombre de altolinaje.

»Ciro estaba cada vez másconfundido por el comportamientodel rey, pero se esforzaba porconservar la calma.

»—Me ha pertenecido siempre—respondió.

»—Mientes —gritó el reylevantándose de su asiento-. La has

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robado. Guardias, coged a estehombre.

»Ciro, sobrecogido aún por lasorpresa, se vio rodeado de guardiasque le amenazaban con sus lanzas. Auna orden de Cambises, acudió unoficial para despojarle de sus armasy en particular de la daga que llevó aAstyage. En vano intentó protestar.Dijo que era un mensajero del rey delos medos, y que el comportamientodel rey de los persas provocaría sinduda la cólera de Astyage. Lo que noimpidió que los guardias learrastraran hasta una habitación

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sombría, cuya estrecha ventanaestaba provista de barrotes de hierro.

»Cambises se sintió aliviado,pues la presencia de ese mensajerodel que debía desembarazar aAstyage le había puesto incómodo.Despidió entonces a todos losdignatarios allí presentes, y luegomandó venir a uno de sus oficialesmás fieles. Era un hombre en laplenitud de la edad, que reunía en supersona un gran valor y una profundasabiduría. Se llamaba Ebaro y suconsejo siempre había sido bueno.Cambises le enseñó la carta de

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Astyage para justificar sucomportamiento, que habíasorprendido a toda la corte.

»—Si no obedeces esa orden—admitió Ebaro-, el rey de losmedos, tu suegro, descargará sobre tisu cólera. Pero no te convieneapresurarte. Ecbatana está lejos,tomémonos nuestro tiempo. Porque elrey de los medos te ha enviado estehombre para que seas su verdugo poruna razón que ahora se nos escapa.

»—Ebaro —le respondióCambises-, no puedo correr el riesgode entrar en guerra con Astyage por

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salvar la vida de un hombre. Teencargo que lo mandes estrangularcuando caiga la noche. No espero deti un consejo, sino más bien laejecución escrupulosa de una orden.

»Ebaro se retiró sin insistir. Eramedia tarde y se dijo que el reytodavía tenía tiempo de cambiar deopinión.

»Pero Cambises, que se sentíalleno de escrúpulos pues difícilmentesoportaba la idea de mandar ejecutara un inocente y, de esa manera, llevarel peso de un crimen que descargabasobre él su soberano, decidió

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marcharse a cazar al monte, encompañía de algunos amigos, y noregresar hasta el día siguiente. Deese modo, no se dejaría tentar pararevocar su decisión y arriesgarse asía perder su reino por salvar la vidade un desconocido. Se dirigió a suhabitación, donde dejó el puñal deCiro sobre una mesa antes decambiar de vestido por un pantalón yuna túnica, mucho más idóneos paramontar a caballo.

»El sol declinaba en elhorizonte, cuando Mandana, queocupaba un apartamento contiguo al

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del rey, salió en busca de su marido,pues éste tenía la costumbre devisitarla en sus apartamentos hacia lacaída de la tarde, después de haberdespachado los asuntos del reino.Pero Cambises se había marchadocon tanta prisa que se había olvidadode avisarla. Sorprendida al ver queno acudía, la reina se dirigió alapartamento de su esposo. Al noencontrarle allí, preguntó a unsirviente, y éste le informó que el reyhabía decidido de repente marcharsea cazar. Mandana, sorprendida poresta actitud desacostumbrada, ya que

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su esposo la tenía siempre alcorriente de sus salidas, se disponíaa abandonar el aposento real cuandosu mirada cayó sobre la dagaabandonada por Cambises. Intrigada,se acercó, la cogió y la examinó.

»—¿De dónde ha sacado miesposo este arma? —murmuró.

»Pues había reconocido elobjeto: era una daga que habíapertenecido a su padre y que ellahabía visto colgada de su cinto todasu infancia.

»Al oír la pregunta, el sirvientese atrevió a hablarle:

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»—El rey —le dijo- se la haquitado a un joven enviado por tureal padre con un mensaje para elseñor Cambises.

»Mandana se volvió hacia élpara pedirle más explicaciones.

»—¿Por qué se la ha quitado?—le preguntó.

»—El rey, tu esposo, ha dichoque ese joven había robado el arma—afirmó el sirviente.

»—¿Robado? —se sorprendióla reina—. ¿Pero cómo lo sabía? ¿Ydónde está ahora ese mensajero?

»—El rey ha ordenado que le

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encierren en la cárcel y ha confiadosu custodia al señor Ebaro.

»Mandana presa de una de esasintuiciones tan características de lasmujeres y que siempre nossorprenden a los hombres, cogió ladaga y se dirigió apresuradamente enbusca de Ebaro. Dado que se hacíaya de noche y que el rey no estaba devuelta, el oficial se disponía a ir a lacárcel. No obstante, seguía indeciso,incapaz de ordenar a sangre fría laejecución que le había ordenado tana la ligera el rey. Cuando vio aMandana aproximarse se sintió a un

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mismo tiempo sorprendido y feliz.»—Ebaro —dijo después de

que éste la saludararespetuosamente-, me dicen que te hasido confiada la custodia de unmensajero enviado de Ecbatana pormi padre.

»Ebaro confirmó el hecho, yaprovechó la ocasión para añadir:

»—No sólo soy su guardián,sino que el rey tu esposo quiere quesea también su verdugo. Porque hasde saber que este mensajero eraportador de una carta del rey, tupadre, ordenando a Cambises que

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mande matar a ese mensajero.»—Llévame hasta él —le

ordenó a su vez Mandana-, quieroverlo.

»Ciro, que todavía intentabacomprender la razón de suencarcelamiento, se había sentado enel suelo de tierra batida de suprisión, mientras aguardaba quevinieran a sacarle, pues estabaconvencido de que no tardarían enponerle en libertad. No obstante, sequedó muy sorprendido al ver entrara una mujer de porte majestuoso ymuy hermosa, ataviada con un rico

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vestido bordado. Ella le miró sinhablar, intentando descubrir susrasgos en la penumbra, y luego,volviéndose hacia Ebaro le rogó quefuera a buscar luz.

»Entonces preguntó a Ciro,enseñándole la daga:

»—¿Es cierto que has robadoeste arma?

»—Es completamente falso. Elrey Cambises, preso de algunadivinidad maligna que desconozco,me ha acusado equivocadamente.Siempre he tenido ese arma, meacompaña desde mi más tierna edad.

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Pero tú, ¿tú quién eres?, ¿por quévienes a visitarme a la cárcel?

»—Soy Mandana, la hija del reyAstyage y la esposa de Cambises.

»—En ese caso —dijo Ciro-,Anahita que me protege te ha enviadoa mí. Harpage, que es uno de losgrandes entre los medos, me haconfiado una carta rogándome que tela entregara en persona.

»Mientras hablaba, Ciro sequitó la cadena metálica y tendió aMandana el estuche de marfil.

»Al tiempo que abría el estuchepara sacar la carta, Mandana le

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preguntó de nuevo:»—¿Sabes quiénes son tus

padres?»—Durante mucho tiempo

—contestó él de buen grado- creí queeran dos siervos que me han educadoy amado como a su propio hijo. Peroluego me he enterado que no son misverdaderos padres, que éstos meabandonaron a impulsos de un temor,cuya causa desconozco, cuando yoacababa de nacer.

»Al escuchar estas palabras,Mandana sintió que se le partía elcorazón, y desenrolló el papiro con

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mano temblorosa. Ebaro habíaregresado con una lámpara quelevantó por encima de la carta, que lareina recorrió con la mirada. Peropronto no pudo seguir leyendo, pueslos ojos se le inundaron de lágrimas,y, sin concluir la lectura de lamisiva, estalló en sollozos y seacercó a Ciro rodeándole con susbrazos sin dejar de repetir:

»—¡Ciro, hijo mío, mi niño! Tehe encontrado, hijo mío, mi niñoquerido...

»Las palabras se entrecortabande suspiros y pausas durante las

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cuales los sollozos sacudían sucuerpo. Ciro, sorprendido en unprincipio, la dejó hacer; luego, presode una fuerte emoción, y convencidode que esa mujer era en efecto sumadre encontrada de repente, se pusoa llorar a su vez, inundando con suslágrimas la cabellera y las mejillasde Mandana.

»Pero de repente, Mandana seseparó, y, con los ojos aún hinchadosde lágrimas brillando de cólerarepentina, exclamó:

»—¡Pero cómo! ¿Podréreconocer jamás como padre a ese

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Astyage, quien, no contento conhaber querido matar a mi hijo alnacer, ha intentado convertir a miesposo en asesino de nuestro hijo,que sólo gracias al favor divino hapodido librarse de su locuracriminal? Y ese idiota de Cambiseste hubiera mandado asesinar, a ti,hijo mío. ¡Ese idiota y ese cobardeque se ha ido de caza, dejándote a ti,Ebaro, cargar con el peso de esecrimen! Ambos son indignos de sutrono.

»Cambises se había pasado elresto de la tarde cazando, y, para dar

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a Ebaro todo el tiempo necesariopara realizar la dolorosa misión quele había confiado, había pasado lanoche en casa de una cortesana, a laque iba a ver a veces. Porque notenía concubinas, ya que no disponíade medios para mantener un harén, yademás porque no se atrevía aimponer a su esposa la presencia deotras mujeres bajo su techo conyugal.Tan pronto como regresó a palaciopor la mañana, convocó a Ebaro y,cuando éste estuvo ante él, lepreguntó si había ejecutado su ordenescrupulosamente.

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»—Ahura Mazda, el señor de lasabiduría —respondió Ebaro-, no haquerido que ni tú ni yo,obedeciéndote, seamos culpables deun crimen inexplicable.

»—¿Pero qué me estásdiciendo? —preguntó asombradoCambises.

»—Pues que ese mensajero queel rey de los medos quería quematases no es ni más ni menos que tupropio hijo, Ciro, el nieto deAstyage. Felizmente, la reina lo hareconocido y ha ordenado que seinstale en una habitación del palacio.

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»De buenas a primeras,Cambises no sabía muy bien si debíaalegrarse o lamentarse. Puesto que yano esperaba ver a un hijo al quejamás había conocido, y no se sentíaembargado por la misma emociónque había invadido a Mandana alreconocer al ser fruto de susentrañas. Cambises se dirigió, pues,en busca de la reina sin manifestarningún sentimiento en concreto.Mandana había pasado la mayorparte de la noche en compañía deCiro, a quien le faltaba aliento paracontestar a todas las preguntas con

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las que le abrumaba. Mandana no secansaba de escucharle, y el propioCiro sentía una emoción tiernacuando miraba a esta mujer todavíajoven y muy hermosa que resultabaser su madre. Sólo se habíanseparado, y de mala gana, paradescansar un poco. Cambisesencontró, pues, a su esposa acostadaaún. Tan pronto le vio, Mandana selevantó y le cogió de la manosonriendo, ya que era tal la alegríaque sentía por el reencuentro quehabía olvidado todos los reprochesque quería hacer a su marido.

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»—Mi querido esposo —ledijo-, se acaba de producir unacontecimiento maravilloso. Nos hasido devuelto nuestro hijo, mi hijoCiro.

»Entonces ella le relató cómohabía reconocido la daga de supadre, y le enseñó la carta deHarpage donde se revelaba laduplicidad del rey Astyage.

»Pero Cambises, que seacordaba de su condición de vasallodel rey de los medos, predicóprudencia:

»—Mandana —le dijo-,

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comparto tu alegría y quiero que melleves hasta ese muchacho, puestoque es nuestro hijo. Pero debemosocultarle. Porque si el rey, tu padre,descubre que no sólo hedesobedecido sus órdenes salvandola vida de su mensajero, sino queademás hemos reconocido en él anuestro hijo, nos declarará la guerra,y en esta aventura me arriesgo aperder mi trono, e incluso mi vida.

»Pero Mandana le lanzó unamirada sombría y contestó confirmeza:

»—Si el rey, mi padre, quiere

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declararnos la guerra, que se atreva.Pero no ocultaremos a nuestro hijo.Por otra parte, seria una precaucióninútil, ya que la noticia del regresode nuestro hijo se ha extendido yapor el palacio. Y pronto franquearálas puertas, y antes de que transcurrauna luna, Astyage sabrá que Ciro haencontrado a sus verdaderos padres.Pero no te preocupes; no creo que mipadre se atreva a entrar en guerracuando no te puede reprochar nada.Haremos correr la voz de que ha sidoél mismo quien nos ha enviado a supropio nieto, al que había mandado

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educar en una de sus posesiones. Nose atreverá a desmentir una historiaventajosa para él, ya que hasta losmedos no podrían evitar reprocharleel haber pensado en matar a la carnede su carne.

»Cambises, que vivía al dictadode su mujer, suspiró diciendo queesperaba que no se equivocara.Luego pensó que sería oportunosacrificar a Ahura Mazda variostoros blancos, sin mácula, paraagradecer al Dios el que les hubieradevuelto a su hijo, pero sobre todopara que les fuera propicio y

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disuadiera a Astyage de declarar laguerra a los persas.

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DECIMONOVENAVELADA

EL ESTANDARTE DE LAREVUELTA

Al concluir la decimonovenajornada del viaje, Bagadates reanudade la siguiente manera el curso de surelato:

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«Mandana no se habíaequivocado. Cuando Astyage seenteró de que su hija y Cambiseshabían reconocido a Ciro como a supropio hijo, no se atrevió a seguircon su venganza.

»Durante los días que siguieronal reconocimiento de Ciro, Mandanano quiso separarse de él, e instó aCambises a que convocara a todoslos grandes del reino y a los jefes delas tribus persas para que acudierana reconocer a Ciro como príncipeheredero, el hombre destinado a

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gobernar un día. Por su parte, Cirovivía inmerso en la felicidad quederivaba del hecho de haberdescubierto a sus padres y sobre todode la revelación de su alto origen.Pronto se ganó la admiración de lospersas por su fortaleza, su capacidadde sufrimiento, su amor a la caza y alas grandes cabalgadas, y por laenergía que ponía en el menor de susactos. Pero no por ello olvidaba suamor por Amytis. Hasta entonceshabía silenciado esta pasión a sumadre, si bien le abrió su corazón undía cuando, al regresar él de caza

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llevando a la espalda un jovenciervo, Mandana salió a su encuentroy le dijo:

»—Mi querido hijo, eres grandey fuerte como un héroe de leyenda,como Vayú el del cuerpo de toro, eldel gesto poderoso, el guerrero delviento. Como él, un día ocuparás, ¡ohCiro mío!, un trono de oro, con uncojín de oro, en una alfombra de oro,y todo el mundo estará a tus pies. Undios se lo reveló en sueños a tuabuelo, el rey de los medos. Peroahora te has convertido en unhombre, y ha llegado el momento de

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que elijas una esposa, la hija de ungrande que te dará hijos hermosos.

»Ciro arrojó al animal sobreuna mesa grande, con un hábilmovimiento de riñones, y se quedómirando a la reina:

»—Madre mía —le dijo—, esverdad que deseo una esposa, y queesta esposa yo ya la he elegido.Llena todo mi pecho y creo quequiere ser mi esposa.

»Al escuchar estas palabras, lareina se alegró y exclamó feliz:

»—Ciro, mi querido hijo, lo queme dices es una buena noticia. Dime

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el nombre de la que está en tucorazón, e iremos a pedirla a supadre, ya que bienaventurada será lamujer que entre en tu casa.

»Ciro miró a su madre a losojos y le contestó:

»—El nombre de esa mujer esAmytis, y es la hija de Astyage, elrey de los medos.

»Estas palabras llenaron deinquietud el espíritu de Mandana. Sellevó una mano al pecho y dijo:

»—Cómo, hijo mío, ¿amas aAmytis, la hija de Astyage? ¿A mipropia hermana?

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»—Tu hermanastra —precisóCiro, quien añadió—: No mepreocupa para nada ese parentesco.Es más joven que yo, y no sabíamosquiénes éramos en realidad, uno yotro, cuando nos conocimos, yAnahita hizo que brotara el amor ennuestros corazones.

»—Mi padre no te la entregarájamás —replicó Mandana—.Olvídala y piensa en otra mujer.

»Ciro suspiró y dijo con tonofirme:

»—No me casaré con ningunaotra, ni siquiera miraré a otra mujer.

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Quiero a Amytis, y será mía, aunquetenga que ir a raptarla al palacio desu padre en Ecbatana.

»Dicho esto, se alejó despuésde pedir a los caballerizos que seocuparan del animal. En vanoMandana le suplicó que olvidara aAmytis, y en vano intentó Cambises,a su vez, convencerle elogiando labelleza de algunas de las muchachasmás hermosas de Persia. Pero, sindejarle continuar, Ciro llamó a unode los escribas reales y, en presenciade su padre, le dictó una cartadirigida a Astyage. Le decía lo

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siguiente:»—Yo Ciro, hijo de Cambises,

nieto de Ciro, de la raza de losAqueménidas, hijo de Mandana,nieto de Astyage, pido al rey de losmedos que me dé a su hija Amytispor esposa. No me la puedes negar,pues ésta es mi voluntad y lavoluntad de Anahita que me protege.

»Al oír a su hijo dirigirse a suabuelo con tanta arrogancia,Cambises tembló, y exclamó:

»—No puedes enviar a Astyagesemejante carta. Demos gracias a losdioses de que por fin haya aceptado

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verte establecido aquí con nosotros,pero no le provoquemos ahora de esamanera, podría declararnos la guerrapor ello.

»—Tanto mejor, eso es lo quequiero —contestó con altivez Ciro.

»—Hijo mío, eso seria unalocura que además podría costarnosel trono —dijo Cambises con vozindecisa.

»Pero Ciro le interrumpió conautoridad:

»—Este trono te pertenece,padre, lo has heredado de tusantepasados, no debes nada a

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Astyage. Eres su par, y seríaconveniente llegar a ser superior aél. Porque su poderío reside antetodo en el temor que sienten hacia éllos reyes vasallos, un temor que nacede su pusilanimidad y de sudebilidad. Es preciso que esocambie, y yo me encargaré de quesea así.

»Dicho lo cual, Ciro puso susello en la arcilla de la tablilla, yrecomendó al escriba que la confiaraa un mensajero rápido.

»—No saldrá ningún mensajero,lo prohíbo —exclamó Cambises.

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»—En ese caso —replicó Ciro—, seré yo mismo quien lleve elmensaje. Y será lo mejor, pues nohay nadie en este reino que cabalguetan deprisa como yo lo hago cuandouso alternativamente mis doscaballos.

»Mandana, que se encontraba enel umbral de la sala y que habíaasistido a la última parte delaltercado, se adelantó con unasonrisa en la que expresaba laadmiración que sentía por su hijo.Cambises se volvió hacia ella paratomarla por testigo:

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»—Mandana —dijo—, nuestrohijo pierde el sentido. Piensa acudirél mismo a Ecbatana para provocar asu abuelo.

»—No irá a Ecbatana —contestó Mandana—. No, Ciro, dejaque vaya un mensajero, pues tú debesquedarte aquí para pensar enpreparar una guerra, ya que yo sé quemi padre es perfectamente capaz decontestar con las armas.

»—Madre —dijo Ciro,acercándose a ella y tomándole lasmanos para llevárselas a la frente altiempo que se inclinaba—, la

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sabiduría brota de tus bellos labios,pues es Ahura Mazda quien teinspira. Que un mensajero lleve estacarta a mi abuelo. En cuanto a mí,quiero dedicarme a enseñar a lospersas lo que es más conveniente: laguerra con honra, o la esclavitud convergüenza.

»Transcurrió un mes de queregresara el mensajero. Era portadorde una respuesta que no dejabaelección posible a Ciro. Astyage lefustigaba por su insolencia y leordenaba que regresara a Ecbatanapara sufrir el castigo que merecía, si

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los persas aún temían su cólera real.En cuanto a su hija, él sabía a quiénse la daría en matrimonio.

»Cuando Ciro interrogó almensajero a propósito del últimopunto, éste le respondió:

»—Señor, si he comprendidobien, el rey ha dejado entender quecasaría a la princesa Amytis con elhijo de un poderoso noble medo, unhombre llamado Vidarna.

»Al oír estas palabras, a Ciro sele subió la sangre a la cabeza, y sisus padres no le hubieran retenidohabría corrido a presentarse ante su

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abuelo para, según dijo, darle untirón de barba y obligarle a que leentregara a Amytis. Pero cuandoamainó su cólera, Ciro pensó queurgía incitar a los persas a unarevuelta y prepararlos a hacer frentea una guerra contra los medos.

»El ardid que concibió fue elsiguiente. Ordenó a Ebaro queescribiera una carta como si lamandara Astyage y en la cual suabuelo le nombraba general de lospersas. Ebaro, a quien le daba muchapena ver a los persas sometidos porlos medos y a menudo se atrevía a

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reprochar a Cambises su debilidadfrente a Astyage, se había encariñadoenseguida con Ciro, en quien habíavisto al hombre designado por losdioses para cambiar el destino de lospersas y del mundo. Por ello, seprestó a la estratagema de Ciro,animándole incluso a mantenersefirme en su postura. Armado con lafalsa carta, Ciro, haciendo uso de sunuevo cargo, convocó a todos losjefes de tribus persas y a susguerreros, ya que había temido que,de haber actuado sencillamente ennombre propio, los jefes se habrían

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negado a acudir a su convocatoria.Aquemenes, que había dado sunombre a la familia de losaqueménidas, había establecido eldominio de su tribu, los pasargadas,en Anzán y el Parsa. Su hijo,Teispes, había dividido el pequeñoreino entre sus dos hijos,Ariaramnes, quien había recibido elParsa, y Ciro, el primero de esenombre, a quien le había entregadoAnzán. El padre de Astyage,Ciaxares, había depuesto aAriaramnes y había sometido a Ciroal vasallaje. Este Ciro era el padre

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de Cambises. Los jefes de algunas delas tribus persas, en particular lasque se habían asentado en las tierraspara vivir del cultivo de las mismas,habían aceptado la autoridad deAquemenes y de sus sucesores, perosobre todo se habían visto obligadosa reconocer la supremacía del rey delos medos. De manera que sus jefesrespondieron a la convocatoria deCiro porque hablaba en nombre deAstyage.

»Pronto, toda la llanura que seextendía alrededor de Anzán secubrió con las tiendas de los

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guerreros de las distintas tribus. Cirose instaló entre ellos para darse aconocer y, cuando hubieron llegadotodos los guerreros procedentes delos diferentes confines del reino, lesconvocó un día a primera hora de lamañana. La víspera, habían recibidola orden de presentarse con una hoz.Obedecieron no sin expresar bien suasombro, bien su descontento, queera el sentimiento más común, poruna recomendación tan extraña. Perono terminaría ahí su sorpresa. Pues,cuando estuvieron todos reunidos,Ciro hizo acto de presencia, armado

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de los pies a cabeza y a caballo, yles invitó a seguirle hasta unoscampos que se encontraban a ciertadistancia de la ciudad, y donde sólocrecían cardos. Indicándoselos, lesordenó que los cortaran y que nodescansaran hasta que los camposquedaran completamente limpios deesa vegetación parásita. Los hombrescomenzaron la tarea protestando. Losmantuvo ocupados todo el día y seretiraron no sin expresarostensiblemente su descontento."Pero cómo, decían, ¿Ciro ha sidonombrado general de todos los

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persas por su abuelo, y se aprovechade su posición ventajosa parautilizarnos como braceros en lalimpieza de los campos de su padrepara que éste los cultive?"

»Ciro se sintió muy satisfechoante su descontento y, antes dedespedirse de ellos al concluir lajornada, les dijo:

»—Volved mañana a estemismo lugar, después de que oshayáis bañado y puesto ropas nuevas.

»Una vez más quedaronasombrados ante ese nuevo caprichoque atribuían a la juventud de Ciro,

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pero se avinieron a obedecerle. Noobstante, algunos se atrevieron adecir en voz alta:

»—Este joven que, todavía ayerno era nada, parece haber perdido lacabeza a causa de los grandespoderes que le han conferido tan derepente. Pero si su propósito esponer a prueba con nosotros su nuevopoder, corre el riesgo de versechasqueado, ya que no nosprestaremos por mucho tiempo asemejantes caprichos.

»Estas reflexiones, que llegarona oídos de Ciro, le produjeron una

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gran satisfacción. Cambises, que lehabía dejado actuar sin comprendermuy bien su propósito, se sorprendióal comprobar que dichos comentariosle hacían muy feliz, cuando hubierandebido inquietarle.

»—Hijo mío —le dijo—,quiero advertirte: el hecho de que teaproveches de tu nueva situación ydel apoyo incondicional de tu madrepara indisponer al rey Astyage yprovocar su furia contra ti y contranosotros, resulta ya difícil desoportar. Pero que, después de crearsemejante situación cuando vivíamos

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en paz, te empeñes ahora enindisponernos con todos losguerreros persas dándoles órdenescaprichosas, no lo tolero, y no puedoseguir asociándome a tusextravagancias.

»Ciro le miró compasivamenteantes de contestarle:

»—Padre, déjame hacer, pues alactuar de este modo lo único quepretendo es despertar lacombatividad de los persas. Y ahoravas a ayudarme de nuevo. Te ruegoque ordenes a tus pastores quetraigan a esa misma zona, mañana

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desde el alba, todos tus rebaños decabras, de ovejas y de corderos.

»Cambises se disponía aprotestar, pero Ciro agregó deinmediato:

»—Hago esto para nuestromayor bien, y tú serás el primero enfelicitarme por ello.

»Y, volviéndose a Ebaro queestaba cerca de él, le dijo:

»—A ti, Ebaro, te ruego que tepreocupes de que traigan al mismositio, mañana por la mañana, todoslos panes que puedan confeccionarlos panaderos de la ciudad y todos

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los odres de vino que puedasencontrar.

»—Hijo —dijo entoncesCambises—, creo que me vas aarruinar.

»—Si causo nuestra ruina un día—replicó Ciro—, es paraenriquecernos para los díasvenideros.

»Y, sin darle a su padre laoportunidad de recriminarle denuevo, montó a caballo y se alejó algalope.

»Al despuntar el día, Ciro sedirigió al lugar indicado en

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compañía de todos los esclavos ysirvientes del palacio con los muloscargados de alfombras, cojines yvajilla. El cielo estaba limpio y seanunciaba una jornada caliente ysoleada. Ordenó que dispusieran lasalfombras por el suelo, quelevantaran doseles en aquellasdestinadas a recibir a los jefes de lastribus, y mandó repartir la vajilla. Sepreocupó de que mataran y asaran losanimales que habían llevado lossirvientes, después de que los dioseshubieran recibido su partecorrespondiente.

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»A medida que iban llegandolos persas, unos sirvientes seocupaban de instalarlos; luego lessirvieron un magnifico festínanimado con espectáculos de bufonesy de danzarinas. Ciro participó en elfestín en compañía de su padre, deEbaro y de algunas de las figuras másnotables de entre los jefes de lastribus persas y de los hombres de lafamilia de Aquemenes. Cuando todoshubieran comido y bebido hasta lasaciedad, bajo la mirada entristecidade Cambises que no podía evitarsentir cierto malestar al ver

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desaparecer en tan poco tiempo sufortuna y sus rebaños, Ciro selevantó y subió a un pequeño colladoque se encontraba en el centro delcampo, donde se habían sentado otumbado guerreros persas.

»Cuando le vieron de pie en loalto, levantando el brazo derecho yapoyando el izquierdo en una robustalanza, todos se callaron y volvieronel rostro hacia él. Entonces, y paraque la mayoría de los convidadospudiera escucharle, gritó:

»—Persas, amigos míos,compañeros, decidme, qué jornada

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ha sido para vosotros más agradable:¿la de ayer, en la que sufristeis comoesclavos cortando cardos, o esta dehoy, de festejo y alegría?

»La respuesta no se hizo esperary todos los pechos estallaron engritos de agradecimiento por ese díaen el que él y su padre les agasajabanregiamente. Entonces, Ciro continuódiciendo:

»—Persas, mis guerreros, ostoca a vosotros decidir vuestrofuturo. Si aceptáis seguirme yobedecerme, disfrutaréis de estasopulencias y de muchas más aún.

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Jamás volveréis a conocer tareasserviles. Si os alejáis de mi, sicontinuáis con vuestro antiguoservilismo, sólo conoceréis trabajosparecidos a los de ayer, y tendréisque seguir obedeciendo a vuestroseñor el rey de los medos y pagarletributo. Debéis elegir hoy mismo: seresclavos o ser libres. Si queréis serlibres, si queréis dejar de servasallos para convertiros ensoberanos, seguidme. Mirad, yo henacido bajo la protección de losdioses: mi abuelo, el rey Astyage,temiendo perder su imperio, quiso

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eliminarme, pero fue en vano, puesAhura Mazda había trazado midestino y me ha conducido hastavosotros para que yo, a mi vez, oslleve a la victoria, y os traigalibertad y felicidad, riqueza y poder.Porque así lo digo en voz alta: ¿enqué son los persas inferiores a losmedos para tener que obedecerles?Nuestros padres eran iguales cuandorecorrían las estepas de Oxiana y lasmontañas de Hircania. Desdeentonces, los medos nos han tomadola delantera gracias a la voluntad deconquista de un hombre, de ese

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Ciaxares que también es miantepasado. Y, sin embargo, no soisinferiores a los medos, ni en ladestreza en el manejo de las armas nien valentía. Por lo tanto, levantaosdetrás de mi estandarte, y osconduciré contra Astyage, y osentregaré el imperio de los medos, eldominio de todos los pueblos delIrán, y más aún si Ahura Mazda yMitra me ayudan a cumplir midestino hasta el final. Que aquellosque quieran seguirme se levanten yvengan hacia mí, y que los demás, losque desean seguir con esa vida

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esforzada de esclavo, se retiren.»Dicho esto, Ciro se quitó la

túnica teñida de púrpura, en la quefiguraba bordada con hilo de oro lacabeza de Ahura Mazda dentro de uncirculo y rematada por dos alasdesplegadas. Ató la túnica por lasmangas a la punta de la lanza, yblandió el arma como si fuera unestandarte, que se agitó al vientollegado en remolinos desde lasmontañas del norte.

»Como un solo hombre, todoslos guerreros persas se levantaron ycorrieron hacia Ciro, pues

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descubrían en él de repente al jefeque desde hacía tiempo aguardabanen su corazón. Algunos príncipes detribus, que temían perder su poder enprovecho de un solo hombre,dudaron, pero al ver que sus propiosguerreros a aclamaban a Ciro, sedecidieron a ponerse a su lado. Ni unsolo persa pensó en marcharse, enabandonar esa pradera testigo delnacimiento de un imperio, el másgrande que los hombres han conocidojamás.»

Bagadates calla para que sean

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sus oyentes quienes se imaginen laescena y revivan ese instante en elque se decide el destino de Asia, yen el que se prepara el nacimiento deun nuevo mundo.

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VIGÉSIMA VELADA

MEDOS CONTRA PERSAS

La tarde del vigésimo día deviaje, la caravana se detiene bajo lasmurallas de la pequeña ciudad dePteria, que se encuentra acurrucadaal pie de una colina alta, cuya laderadesciende en suave pendiente haciael llano. Su cresta está ribeteada de

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baluartes construidos con piedrasenormes, y de ahí que se diga que suedificación se debe a los cíclopes.En aquel lugar estuvo la inmensa yopulenta capital de los hititas, unpueblo del que no queda en lamemoria más que un recuerdo vagode su poderío. Pero la presencia detanta grandeza aún perdura, todospiensan en ella la tarde en la queBagadates evocará el vuelo deláguila de los persas.

Todos escuchan con atencióncuando retoma el hilo de su relato.

«Ciro sabía que estaba a punto

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de embarcarse en una guerraarriesgada, pues el rey de los medosera dueño de un imperio queconstituía una inmensa reserva dehombres y que podía extraer de sustesoros fondos a manos llenas parafinanciar la guerra más larga. Suprimera preocupación fue, pues, lade armar a los persas, y prepararlospara la guerra tanto moral comofísicamente. Pronto se oyó retumbaren todas las forjas de las ciudades yaldeas del Anzán y del Parsa losmartillos de los ferrones, quemoldeaban espadas, hachas y puntas

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de lanza; se multiplicaron los talleresde los arqueros para fabricar arcos,flechas con puntas de piedra, debronce o de hierro, mangos devenablos, escudos, corazas y cascos.Se sacrificaron bueyes paraalimentar a los guerreros y securtieron las pieles para que losguarnicioneros fabricaran con ellasarneses para los caballos, cubiertaspara las corazas, calzado resistente yescudos livianos.

»Ciro había ordenado que seseleccionara a los hombres másdiestros en el manejo de las armas y

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en montar a caballo para que ellos, asu vez, enseñaran a los jóvenesreclutas. Vigilaba personalmente elentrenamiento de los hombres deAnzán que estuvieran en edad dellevar armas. Hasta el propio reyCambises, tan pacifico, tanpusilánime, se había dejado arrastrarpor el ímpetu de su hijo y leacompañaba en los ejercicios decombate que Ciro imponía a diario ala tropa seleccionada por él mismopara su guardia personal, germen deesa guardia real compuesta porsoldados de élite conocidos como

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los "inmortales". Dicho en pocaspalabras, al cabo de pocos días, elAnzán y el Parsa se habíanconvertido en un gran campamentomilitar donde todo el mundo sepreparaba para la guerra.

»A la caída de la tarde, Cirovisitaba los campos próximos a laciudad con los soldados ypalafreneros encargados de atender alos jinetes, pues compartía la comidade toda esa gente, sentándose cadadía con hombres distintos paraconocerlos mejor, sin preocuparse deque fueran oficiales, jinetes,

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soldados de infantería o simplesmozos, de manera que día a día seganaba su confianza con su cortesía ycon el interés que sabía demostrarpor los asuntos de cada uno de ellos.

»Un día, cuando comenzaba acomer sentado en la hierba sinalfombra ni cojines, los guardiasllevaron ante él a un hombre quellevaba al hombro una red decazador y un saco de cuero; decíaquerer hablar con Ciro y entregarleuna liebre. Los guardias,sorprendidos al principio porsemejante pretensión y sospechando

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que se trataba de un asesino enviadopor Astyage, ya que venia deEcbatana, le habían registradoconfiscándole las armas. Le hubieranarrojado a un calabozo, de no habersido porque el cazador insistió enprecisar que le enviaba Harpage,partidario ferviente de Ciro.

»El cazador saludó a Ciro,quien, al identificarle como uno delos sirvientes más fieles de Harpage,le sentó a su lado y le ofreció unacopa de vino.

»—Señor —le dijo el cazadordespués de calmar su sed-, te ruego

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que vengas conmigo a un sitio aparteporque lo que tengo que decirte debepermanecer en secreto.

»Ciro se levantó y le llevóhacia un bosquecillo, paraescucharle. Entonces el mensajero ledijo:

»—Debo entregarte esta liebrede parte del señor Harpage. Debessaber que el rey Astyage se dispone adeclararte la guerra y que haordenado vigilar todos los puestosfronterizos de la región de Anzán. Espor ello por lo que mi amo me haobligado a adoptar el aspecto de un

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cazador y me ha entregado estasredes, para que en el caso de sersorprendido por los soldados medos,me dejaran ir como simple cazador.

»Mientras hablaba había sacadode su saco una liebre sin despellejaraún. Ciro la tomó de sus manos, nosin expresar su asombro:

»—Me resulta difícilcomprender —le dijo- que Harpagete haya obligado a arriesgar tu vidapara hacerme llegar una liebre,cuando puedo cazar varias cada díaaquí mismo.

»—Esta liebre contiene un

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mensaje del señor Harpage. Élmismo la abrió con gran habilidadpara introducir el mensaje, y luego laha recosido sin que se note, graciasal espesor de la piel. A continuaciónme ha ordenado que te la traiga y quete ruegue que abras el animal lejosde cualquier testigo, pues arriesgacon ello su vida y la de su casa.

»Ciro se apresuró a abrir laliebre, de donde sacó un estuche quecontenía un papiro. A petición suya,el mensajero se lo leyó:

»"Oh, hijo de Cambises —habíaescrito-, no puedes dudar de que los

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dioses miran por ti, pues de otromodo no habrías sobrevivido a todaslas trampas de la fortuna. Ha llegadoel momento de que te vengues deAstyage, a quien puedes considerarcomo tu asesino, ya que, si hubierasido por su voluntad, habrías muertohace mucho. Sólo has sobrevividogracias a la protección de un dios y ami intervención. Supongo que estásahora informado de lo que teconcierne, aunque yo no haya podidodecirte nada de viva voz bajo penade cometer perjurio, pues el rey, tuabuelo, me hizo jurar que no te

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revelaría nada sobre tu nacimiento.Quizá te hayan hablado también de lomucho que me hizo sufrir Astyagepor haberte salvado la vida: tomó lavida de mi hijo a cambio de la tuya.

»"Ahora sólo depende de tireinar en todas las regiones queobedecen a tu abuelo. Induce a lospersas a la revuelta, dirígelos contralos medos. Por mi parte, he actuadoaquí con el propósito de que losmedos importantes, descontentos conAstyage, con la crueldad con la queles ha tratado y con su injusticia,estén por ello dispuestos a aclamarte.

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Si Astyage elige para mandar susejércitos a mí mismo o a uno de estosgrandes del reino, mejor paranosotros: le abandonaremos paraabrazar tu causa, y, si se nos presentala ocasión, intentaremos deponer.Aquí todo está dispuesto; ahora tetoca a ti actuar, y actuarrápidamente."

»Ciro ordenó que le releyeranla carta, y luego dijo al mensajeroque podía asegurar a Harpage que seestaba preparando para la guerra, yque pronto marcharía contra losmedos.

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»Luego preguntó al mensajero:»—Quizá puedas darme también

noticias de Amytis, la hija del rey.»El mensajero exhaló un suspiro

antes de informarle de que su padrela había casado con Vidarna contrasu voluntad. Al parecer, vivíarecluida en palacio donde se habíainstalado Vidarna, quien ejercía másde carcelero que de esposo.

»—Los grandes del reino estánescandalizados —prosiguió elmensajero-, ya que Vidarna hacealarde de una altanería insoportable.Trata a sus antiguos compañeros

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como si fueran esclavos, y no cesa derepetir por doquier que es elheredero del trono. Hace pococomentó a mi señor Harpage que ibaa encabezar el ejército que el rey sedisponía a enviar a Anzán paracastigarte. Le faltaron términosdespreciativos para hablar de ti,Ciro, cuando todo el mundo sabeahora que eres hijo de Cambises y deMandana.

»Al oír estas palabras, Cirodisimuló su pena y su cólera.Advirtió, sin embargo, que Amytis nohabía traicionado su amor, y que se

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había casado con Vidarna contra suvoluntad. Pero pronto todo supensamiento se centró en la guerra,ya que, al parecer, Astyage habíatenido noticia de los preparativosbelicosos de Ciro, y se le queríaadelantar. Lo cierto es que contabacon un ejército diestro ya en laguerra, y, además, podía reclutarfácilmente tropas de refresco entrelos muchos pueblos que gobernaba.Por ello, tan pronto estuvieran lascosechas en los graneros, el ejércitode los medos salía de Ecbatana.

»Ciro se encontraba en el

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palacio de su padre en compañía deeste último, de Ebaro y de algunosjefes persas, cuando un correo sepresentó ante el rey Cambises y ledijo:

»—Señor, está hecho. El reyAstyage en persona marcha sobreAnzán al frente de tropas tannumerosas que sería difícilenumerarlas. Son como las nubes delangostas que asolan los paísesllevando el hambre.

»Al oírle hablar así, Cambisespalideció y, volviéndose hacia suhijo, le dijo:

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»—Mira, Ciro, a lo que nosllevan tus locuras. ¿Cómo piensasderrotar un ejército tan poderoso conlos escasos miles de jinetes y desoldados de infantería que hemospodido poner en pie de guerra?

»—Padre —le respondió Ciro-,te pido dos cosas: deposita en mí tuconfianza, y entrégame todos lospoderes para dirigir esta guerra.

»—Me da la impresión de que aestas alturas no me queda másremedio que acceder; si tienes algunaidea, delego en ti para que laejecutes. Por lo que a nosotros nos

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concierne, vamos a empezar porrogar a Ahura Mazda que proteja anuestro desgraciado reino.

»—Eso me parece muy bien—le respondió Ciro-. Mientras quetú rezas a los dioses, yo voy a dar lasórdenes que me parezcan másoportunas.

»Se volvió entonces hacia losoficiales allí presentes, y les dijo:

»—Para empezar, dirigíos aaquellas regiones por las que tieneque pasar el ejército enemigo. Losdioses nos son propicios, pues hanpermitido que nuestra cosecha esté

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ya en los graneros. Quiero que sevacíen los graneros de las ciudades,y que los campesinos oculten susvíveres en las montañas y se refugienallí, que el resto del grano seatransportado a la región dePasargadas, pues es fácil defortificar. Levantaremos allí uncampamento donde reuniremosvíveres en abundancia. Quiero quetodos los lugares que han de cruzarlos medos para llegar hasta aquí sequeden vacíos de habitantes, que seincendien los campos y se envenenenlos pozos, para que los invasores no

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encuentren ni víveres ni agua.»Los oficiales temblaron al oír

estas órdenes y quisieron protestar,pero Ciro se adelantó a susobjeciones:

»—Si no actuamos de estamanera, serán los medos quienes seapoderarán de los víveres, lo que lesvendrá muy bien. Es preciso quenuestro pueblo aprenda a hacersacrificio si quiere obtener luegoalgún provecho, ya que no se obtienenada cuando sólo se actúa porplacer.

»Ebaro le apoyó, provocando

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así la adhesión de los demásoficiales. Entonces Ciro agregó:

»—Es preciso asimismo quetodos los desfiladeros que danacceso a Persia sean fortificados ydefendidos por pequeñasguarniciones. Debemos retrasar lomás posible la entrada de los medos,pero quiero que se eviten lossacrificios inútiles. Por ello, cuandoel enemigo se haya adueñado de unpaso, que se lo cedan, y que susdefensores se dispersen por el monte.Regresarán para ocupar elemplazamiento cuando los medos se

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hayan alejado de allí, para poderatacarles de nuevo cuando éstosquieran retirarse por la misma ruta.

»Cuando hubo dado estasórdenes, Ciro acudió al lado de sumadre para besarla. Le informóacerca de los preparativos deAstyage y luego le dijo:

»—Te dejo aquí segura, pues,antes de llegar a Anzán, Astyagedeberá pasar por el campamento deretaguardia que vamos a estableceren los alrededores de Pasargadas. Sipor desgracia sucumbiéramos, dadala desproporción numérica, y el rey

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llegase hasta aquí, no podrá causarteningún mal, pues eres su hija.

»—Hijo —contestó Mandana-,no tengo miedo por mí, sino por ti.Ahora te conozco lo suficientementebien como para saber que estarás enprimera línea de combate, quecabalgarás al frente de tus guerrerospara conducirlos en el combate, sinpreocuparte de perder una vida, latuya, que amo más aún desde que lahe encontrado después de creerhaberla perdido.

»—Madre —respondió Ciro-,estamos en manos de los dioses. Pero

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creo que no tienes nada que temer,pues lo sueños que te han mandado, yla protección que me han dadosiempre, me permiten pensar que noes en esta guerra donde perderé lavida.

»Inmediatamente después, Cirose dirigió hacia el monte dePasargadas, al pie del cual mandólevantar fortificaciones destinadas aproteger las tiendas alineadascuidadosamente, como solían verseen los campamentos de las grandestribus nómadas del Irán y del Turán.

»Pronto, el ejército de los

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medos entró en Anzán. Losdefensores del desfiladero quefranqueaba el acceso quedaronsumergidos bajo la oleada deinvasores, y tuvieron que ceder elpaso. Pero, a partir de ahí, lo únicoque encontraron los medos a su pasofueron campos desiertos, y cuandofinalmente divisaron el campamentodonde se había atrincherado Ciro consus guerreros, estaban ya debilitadospor el hambre y la sed.

»En cuanto tuvo noticia de quese acercaban los medos, Ciro ordenóque las mujeres y los niños persas

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que se encontraban en el campamentofueran conducidos al monte dePasargadas, y que se refugiaran allí.Ya se habían trasladado allí lamayoría de los víveres, al objeto deque en el caso de que los medostomaran finalmente el campamentopor asalto, no encontraran ni víveresni ningún objeto de valor.

»Ciro había dispuesto suejército en línea de combate: elcentro lo ocupaban los soldados deinfantería armados con picas yjabalinas, y en las alas estaban losarqueros provistos de espadas para

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poder pelear luego cuerpo a cuerpo.Por su parte, y al frente de lacaballería, no esperó a que elenemigo hubiera tomado posicionespara lanzarse al ataque. Sólo elhecho de su escaso número impidióque los jinetes persas, entrenados porCiro, derrotasen de una solaembestida a las tropas medas que seapresuraban a desplegarse.

»Astyage se había instalado enun trono colocado en un alto, desdedonde dominaba el campo de batalla.Detrás de él, un criado sostenía unagran sombrilla para protegerle del

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sol, y le rodeaban algunosconsejeros. Se asombró al ver elardor con el que los jinetes persasatacaban a sus hombres. Dio ordende contraatacar, y entonces pudoverse al inmenso ejército realmoverse en dirección de los persas.Pero estos últimos los recibieron conuna lluvia de flechas; luego lainfantería persa rompió la líneamientras su caballería cargaba pordetrás, de manera que los medoscedieron y se vieron obligados aretroceder. Ante semejanteespectáculo, Astyage exclamó:

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»—¡Será posible que estosconsumidores de pistachos luchencon tanto coraje y consigan rompernuestras líneas! ¡Ay de mis oficialessi no consiguen derrotar a esepuñado de rebeldes!

»Los correos medos fueron adar parte de la cólera del rey a loscomandantes de las tropas. Laretaguardia del ejército medo, quepor fin había llegado al campo debatalla, intervino a su vez, y lospersas, aplastados por lasuperioridad numérica de susadversarios, tuvieron que retroceder,

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y finalmente batirse en retirada. Cirose había quedado entre los últimos yse le veía luchar a caballo, como sifuera Vayú, el dios del viento. Sincansarse en ningún momento, subrazo blandía la espada deTanoajares, y cada vez que ladescargaba tumbaba a un enemigo.Pudo así detener el ataque de losmedos con un puñado de guerrerosde elite, permitiendo que los persasse refugiaran en el campamento deretaguardia, donde entró el último.

»Satisfechos con esta primeravictoria, los medos no aprovecharon

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su situación ventajosa, pues el ataqueles había causado numerosaspérdidas. Por su parte, Ciro reunió asus guerreros e, irguiéndose en sucaballo, les dijo:

»—Persas, mis valientes, éstees el destino que os aguarda: si osderrotan, os matarán a todos; siqueréis sobrevivir, debéis batiroshasta conseguir la victoria final.Entonces dejaréis de ser los esclavosde los medos y habréis conquistadovuestra libertad. Pero alegraos, pueshoy habéis dado muerte ya a muchosenemigos, mientras que nosotros

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hemos perdido pocos hombres. Espreciso que mañana nos alcemos conla victoria.

»Al día siguiente, Ciro reunió atodos los persas. Dejó a su padre alcargo del campamento con losguerreros de más edad y los heridos.A continuación, desplegó su ejércitopor la llanura ante la miradaasombrada de los medos, quepensaban emprender el asedio de suretaguardia, ya que los oficiales deAstyage estaban convencidos de queCiro no se atrevería ya a entablar labatalla a campo abierto.

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»En principio, Ciro habíaesperado que Harpage estuviera alfrente del ejército medo, en vez deVidarna, como así se le había dado aentender, y que le ayudaría según loprometido. Pero vio que Astyage,bien porque desconfiaba de lafidelidad de los dignatarios de suentorno, bien que tenía pocaconfianza en su competencia, habíatomado de su mano la dirección delas operaciones, de manera que Cirono podía esperar vencer sin luchar.Se lanzó contra la caballeríaenemiga, tomando de nuevo la

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iniciativa de la batalla. Pero mientrasél comenzaba a romper las filas delos medos que le hacían frente, unatropa enemiga destrozaba su flancoderecho para precipitarse acontinuación al asalto delcampamento de retaguardia, quecomenzó a saquear. Al ver queocupaban su campamento, la mayoríade los persas rompieron filas y serefugiaron en el monte dePasargadas. Pronto Ciro se viorodeado por todas partes y estuvo apunto de caer en las manos de losmedos. Acudió en su auxilio una

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tropa de jinetes comandada por unnoble persa de la familia de losaqueménidas, llamado Hystaspe.Tenía la edad de Ciro y compartía suardor juvenil, así como una grantemeridad. Esta intervenciónrepentina permitió a Cirodesembarazarse de sus enemigos,aunque se vio obligado a retirarsecon sus compañeros al monte dePasargadas.

»Cambises, que se habíaquedado en el campamento paradirigir su defensa, había recuperadotodo su valor al ver que los medos lo

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asaltaban; se había defendido contanta furia que le habían asestadovarios espadazos antes de capturarlo.Cuando lo llevaron ante Astyage,sangraba por numerosas heridas.

»—Mira —le dijo el rey de losmedos- a qué extremos te ha llevadotu debilidad para con Ciro.

»—No sirve de nadaatormentarme con esos reproches—le contestó Cambises-. Siento quela vida me abandona, y pronto notendrás en tus manos más que uncuerpo al que ha abandonado sualma.

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»—Bien sé, Cambises—replicó Astyage-, que ha sidocontra tu voluntad que Ciro haarrastrado a los persas a la revuelta.No te reprocho los actos de tu hijo.Y, en el caso de que mueras, ten laseguridad de que te daré sepulturacomo si todavía fueras rey, puessigues siendo el marido de mi hija.

»—No olvides tampoco —dijoCambises- que Ciro es también tunieto.

»Poco después expiró.»Al día siguiente, Astyage

ordenó a sus tropas que tomaran por

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asalto la montaña. Los medosformaron columnas para subir por lossenderos abruptos que conducían a lacima, donde estaban refugiados lospersas con sus familias. Habíadestacado una tropa de veinte milhombres, encargados de rodear elmonte para tomar a los persas por laretaguardia. Al darse cuenta de lamaniobra emprendida, desde unpunto de observación que dominabatoda la llanura, Ebaro se puso alfrente de mil guerreros y fue aapostarse en un desfiladero que losinvasores debían cruzar

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forzosamente. Amontonó rocas enpuntos escogidos y, cuando losmedos entraron confiados en eldesfiladero escarpado, prontoquedaron aplastados bajo las rocasque cayeron sobre ellos. Lavanguardia quedó así separada delresto del ejército, y en brevedestrozada. La retaguardia, al ver lasuerte que corrían los suyos, quisoreplegarse, pero Ebaro habíaapostado detrás de ellos a un puñadode hombres que, después demachacarles con piedras y flechas,remataron con la espada y el hacha a

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los supervivientes.»En la otra vertiente del monte,

los medos seguían avanzando,desbordando a los defensores. Lasmujeres de los persas, al ver que susesposos desfallecían, empuñaronellas mismas las armas queencontraron y ocuparon posiciones allado de los hombres incitándoles aluchar hasta la muerte. Arrastradospor sus esposas y por Ciro, que semantenía a la cabeza de susguerreros, los persas rechazaron alos medos; estos últimos sereplegaron con unas pérdidas tan

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importantes que Astyage juzgóprudente batirse en retirada. Advertíaque sus soldados, debilitados ya porel hambre y la sed, estabandesmoralizados ante las cuantiosaspérdidas habidas a cambio deresultados dudosos, toda vez que lospersas hacían gala de unabelicosidad que permitía suponer queno estaban dispuestos a capitular confacilidad. Por otra parte, sospechabaque la guerra amenazaba conprolongarse, y no quería que lesorprendieran las primeras nievescerrándole los pasos de montaña y

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encerrando al ejército medo en unaregión hostil, cuando, de hecho, yaempezaban a faltar víveres. Porúltimo, suponía que la muerte de surey inclinaría a los persas areflexionar sobre la locura de surevuelta y que expulsarían a Ciro,causa de todas sus desgracias. Perolo que no podía imaginar era que,contrariamente a sus esperanzas, lamuerte de Cambises daría a Ciro unarazón de más para luchar, pues lospersas se apresuraron a elegirle reypara que ocupara el lugar de supadre.

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VIGÉSIMOPRIMERA VELADA

UN MATRIMONIODESGRACIADO

Aquella tarde, Bagadatesretoma la palabra con lo siguiente:

«Quizá, amigos míos, ospreguntaréis lo que ha sido entretanto

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de la bella Amytis, a la que su padrehabía casado a su pesar con Vidarna.

»Sabed que cuando el rey, supadre, supo por boca de Vidarna quehabía salido de caza en compañía deCiro, disimuló sus sentimientos ynada reveló a su hija de cuanto sabía.Como Ciro había salido de Ecbatanaen calidad de mensajero real,Astyage dejó a Amytis en libertad demovimiento. Fue Harpage quieninformó a la princesa que Astyagehabía enviado a Ciro a la corte delrey de los persas; si, por un lado, seentristeció por su ausencia, por otro

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se alegró de que su padre se hubierafijado, no sabía muy bien a raíz dequé circunstancias, en el hombre queella amaba en secreto. Y una mañana,cuando se disponía a dar un paseo acaballo hasta la casa de Mitradates,donde disfrutaba recordando lashoras que había pasado en compañíade Ciro, un sirviente le avisó que elrey deseaba hablar con ella. Amytisle siguió hasta el salón del palaciodonde se encontraba Astyage, y,después de besarle como era derigor, le preguntó qué quería de ella.El rey la examinó durante un

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momento en silencio, antes dedecirle:

»—Hija, hace tiempo que tienesedad de tomar marido. Hasta hoy nohas encontrado a ninguno que teconviniese, pero ya es hora de tomaruna decisión. He decidido, pues,darte en matrimonio al hijo deArtembares. Creo que es unmuchacho digno de ti, y su padre esuno de los señores más ricos delreino.

»Al escuchar la sentencia de supadre, pronunciada en un tono que noadmitía réplica, Amytis se sintió

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desfallecer. Se tomó el tiemposuficiente para recuperar la calmaantes de responder con una firmezaque le sorprendió a ella misma:

»—Padre, no tengo tanta prisaen casarme, sobre todo con esehombre al que encuentro pocoagradable.

»El rostro de Astyage seoscureció y, levantándose de suasiento con una brusquedad que hizoretroceder a la joven, exclamó:

»—Me importa poco lo que teparezca. He decidido que te casescon él y así se hará. Soy tu padre y tu

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rey, no te queda más que obedecer.Ahora retírate, tengo que hacer.

»Amytis sabía que ningunasúplica doblegaría a su padre, y quesu negativa sólo conseguiríareafirmarle en su decisión. Salió sinañadir palabra. Ese día, y paracalmar su arrebato, cabalgó de unatirada hasta la casa de Mitradatesdonde se entregó con total libertad ala pena que le causaba una noticia tanbrutal como inesperada. Se quedóallí varios días, dispuesta apermanecer en esa casa hasta elregreso de Ciro; su intención era la

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de entregarse a él al tiempo que ledeclaraba su amor, y le suplicabaque la llevase lejos de Ecbatana, yaque la sola idea de casarse conVidarna le resultaba insoportable.

»En Ecbatana, Astyage terminópor inquietarse ante la ausencia de suhija. Se confió a Vidarna, quien,sospechando dónde se habíarefugiado, se lo reveló al rey. Esemismo día, un espía a sueldo quetenía el rey de los medos en la cortede Anzán, le comunicaba, gracias aun mensaje enviado por una palomamensajera, que Mandana había

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reconocido a Ciro como hijo suyo, yque éste se había instalado en elpalacio de Cambises donde se leconsideraba ya como el heredero dela dinastía de los aqueménidas.

»Amytis esperaba a Ciro conimpaciencia; se quedó consternada alver que en su lugar venía una tropade jinetes enviados por el rey, pararogarle que se reintegrase, de gradoo por la fuerza, al palacio real. Seresignó a regresar, si bien másdecidida que nunca a rechazar elenlace que pretendía imponerle supadre. Se confió a su madre, para

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que ésta interviniera a su favor anteel rey. Pero Aryenis le respondió quecuanto pudiera emprender en esesentido no haría más que reafirmar asu padre en la decisión que habíatomado, pues, precisó la reina,"consigue un placer perversollevándome la contraria". Y añadió:

»—Deberías alegrarte, hija, deque tu padre haya aceptado por finque te cases. Porque, al parecer,ignoras aún que si no te habíahablado nunca de matrimonio, esporque temía que un yerno poderosole arrebatase el trono. Este hombre

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vive con el temor perpetuo de quealguien intente apoderarse de sucorona, desde que una noche funestasoñara que del vientre de su hijaMandana salía una niña que cubríatoda Asia. Por ese motivo casó aMandana con un modesto soberanotributario suyo, y es también por ellopor lo que se alegró de que yo diesea luz a una niña, y no a un niño, puesllegó incluso a dudar de la ambiciónde un hijo si alguna vez tenía alguno.

»Esta revelación engendró en elalma de Amytis una esperanza falsa.Decidió hablar con su padre, y envió

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a un sirviente para pedirle unaaudiencia privada que el rey leconcedió sin tardanza, pensando quehabía cambiado de opinión apropósito de Vidarna.

»—Padre —le dijo tan prontoestuvo ante él—, me sorprende quequieras casarme con un hombre ricoy poderoso, pues es posible quealimente ambiciones secretas ypiense en sentarse en tu trono.Reconozco que es hora de que mecase. ¿Pero no seria preferible que lohiciera con un hombre oscuro, unhombre que no tuviera ni bienes ni

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relaciones, que no pudiera apoyarseen nadie esperando encontrarrespaldo en sus ambiciones, que sólogozara del poder que tú leconcedieras, y que, por último, tefuera fiel por ser un hombre dehonor? Porque me gustaría que leadornasen las cualidades de lafidelidad y la bravura; deseo que mequiera y también que tenga lasuficiente amistad por su suegrocomo para estar dispuesto asacrificar su vida por él, poragradecimiento y por amor hacia mí.

»Astyage miró a su hija con

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asombro y, levantando las cejas, lerespondió:

»—No creo que existasemejante hombre en la tierra, y si setrata de apoderarse de un trono,cuando se presenta la oportunidadpara hacerlo, el honor es una defensadébil que se derriba con facilidad.

»—Padre —replicó Amytis confirmeza—, sostengo que dichohombre existe, pues has de saber quelo conozco, que lo amo y quecorresponde a mis sentimientos. Sellama Ciro, es hijo de siervos, perotiene el alma noble y un gran

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corazón.»Astyage cerró los ojos para

recuperar la calma perdida al oír larevelación de Amytis.

»—Hija —le dijo por fin—, túno te casarás con ese Ciro.

»Estas palabras hicieronreaccionar a Amytis, pero Astyagelevantó la mano para imponerlesilencio y siguió diciendo:

»—Ya me temía yo que era él aquien ibas a ver a la casa de lossiervos de Harpage, pero no pensabaque llegaras a pretender casarte conél. Escúchame sin interrumpirme. No

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te casarás con él porque no esprecisamente un hombre oscuro, sinotodo lo contrario, es un hombre demuy alto origen, y creo además quelo suficientemente ambicioso comopara querer arrebatarme el trono,tampoco te casarás con él porquedebes saber que Ciro es tu sobrino.Si, es el hijo que tuvo Mandana y aquien he intentado en vano alejar denosotros. Asimismo, has de saberque actualmente está establecido enAnzán, donde le han reconocido suspadres, y donde se le considera yacomo heredero de ese trono que para

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él será el pedestal desde dondeemprenda el vuelo hacia el cielo deAsia. Estate segura de que ya te haolvidado; conviene que hagas comoél y que dirijas tus miradas haciaVidarna, quien será tu esposo, puesyo así lo he decidido.

»Esta revelación acongojó tantoa Amytis que no halló palabras paraprotestar, y se retiró a su habitaciónpara poder dar allí rienda suelta sintestigos a la pena que le oprimía elpecho. Desde ese día, Amytispermaneció postrada en su habitaciónsin salir de allí. Aunque no podía

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admitir que Ciro la hubiera olvidadotan deprisa, intentaba alejar suimagen de su corazón y, puesto quese había resignado a un matrimonioque le resultaba odioso, intentabaprepararse para él tratando deolvidar al hombre que amaba. Noobstante, se negaba a recibir aVidarna, quien acudía a palacio adiario para hacerle la corte al rey, ycon la esperanza de conseguirencontrarse con la joven yconquistarla. Pero Amytis sóloaceptó verle el día de su boda, un díaque para ella fue tan triste como feliz

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lo hubiera sido en otrascircunstancias. Mostró un semblantesombrío tanto durante la ceremoniacomo a lo largo del banquete debodas en el que los hombres seemborracharon y Vidarna más queninguno. Sentía demasiado lahostilidad de su nueva esposa comopara atreverse a festejar su enlaceruidosamente, y esperaba encontraren el vino la audacia suficiente paraimponerle su voluntad.

»Amytis, que se había negado aabandonar el palacio para instalarseen casa de su esposo, se retiró a sus

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aposentos mucho antes de queterminara la fiesta, que sin duda seprolongaría hasta el amanecer.Empujado por su real suegro,Vidarna fue en busca de Amytis. Envez de acostarse después dedespojarse del vestido, la vio de pie,ataviada con su traje masculino. Sinembargo, estaba demasiado borrachopara temer la mirada imperiosa de sumujer. Se acercó a ella vacilante eintentó abrazarla. Pero ellaretrocedió de un salto. Avanzó haciaella, y ella se escapó de nuevo. Esterechazo le irritó hasta el punto que se

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puso a gruñir jurando que laposeería, lo quisiera ella o no, yañadió:

»—No te atreves a meterte en lacama porque ya te has entregado aese Ciro, a ese miserable que havivido con los pies en el barro. Perome importa poco que ya no seasvirgen, porque te tomaré como sifueras una perra, pues ¿no ha sido aun perro, al hijo de una perra, a quiente has entregado?

»Caminó hacia ella, intentandono vacilar, y listo a abalanzarse paracogerla si intentaba huir de él una

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vez más. Pero esta vez no se habíamovido, había permanecido quieta.Dio otro paso y luego se detuvo, sinsaber lo que debía hacer: Amytishabía desenvainado su puñal largo ylo sujetaba con fuerza en el puñoderecho, dispuesta a apuñalarle.

»—No te atreverías —farfullóél.

»—¿Eso crees? —contestó ella—. Intenta dar un paso adelante yverás cómo lo pagas. Y pregúntate losiguiente: ¿qué puede temer la hija deun rey culpable de asesinar a uncerdo a quien desprecia y que quería

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forzarla?»Vidarna retrocedió

tartamudeando:»—Pero..., tú eres mi esposa...

Yo... no hago más que reivindicarmis derechos...

»—Cállate —le interrumpióella—. Tú no tienes ningún derecho,pues yo no te he concedido ninguno.Mi padre me ha casado contigocontra mi voluntad, y tú lo sabías.Ahora te toca sufrir lasconsecuencias. Porque has de saberque tendré siempre este arma alalcance de mi mano, para apuñalarte

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si te atreves a acercarte a mí.»Vidarna se batía entre el temor

y el rencor. Pero, cediendo ante tantadeterminación, le pareció prudenteretirarse. No obstante, como noquería que se pudiera sospechar quesu mujer le había desairado, estuvosentado durante un largo rato en unahabitación contigua antes de regresaral salón del banquete. Presentó unsemblante distendido y sonrientepara hacer creer que no había estadoen una triste soledad, y comenzó abeber de nuevo desmesuradamentepara olvidar su humillación.

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»En los días que siguieron,Amytis se comportó como si notuviera esposo. Había reanudado susantiguas distracciones, y enparticular sus paseos a caballo por lamontaña, pero evitaba los bosquespróximos a la casa de Mitradates.Esa propiedad de Harpage estabademasiado cerca de la del padre deVidarna, y temía que su maridoordenara que sus servidores seapoderaran de ella y se la llevaran auna de sus casas fortificadas dondehubiera podido imponerle suvoluntad de esposo. Escogía para sus

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paseos preferentemente el macizo delOrontes, a cuyos primeroscontrafuertes podía llegar de unapequeña galopada. Le gustabadescubrir los valles umbríos delmacizo, sus gargantas profundas, suscursos de agua y sus cascadasruidosas, así como sus pastos dondepastaban cabras y corderos, vacas ycaballos.

»Puesto que Vidarna comía enla mesa del rey, Amytis compartíalas comidas de su madre, en losapartamentos de las mujeres. Y,llegada la noche, se encerraba en su

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habitación para que su esposo nopudiera ir a importunarla. Por suparte, para que no se supiera laverdad y hacer creer que pasaba lasnoches con Amytis, Vidarna dormíasobre unos cojines en una habitacióncontigua al dormitorio.

»Astyage había despachado a unmensajero ordenando a Ciro queacudiese a Ecbatana, y, como aljoven no le pareció oportunoobedecer, el rey había decididoenviar a una pequeña tropa en subusca. Vidarna debía tomar el mandode ese destacamento. Pero mientras

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tanto, Astyage se enteró de que Cirohabía reunido a todos los jefes de lastribus persas, que había enarboladoel estandarte de la revuelta, que lagente de las ciudades y los guerrerosde las tribus le habían aclamado, yfinalmente que se preparabaostensiblemente para la guerra,forjando armas y entrenandosoldados. Cuando se supo esto, ya noera cuestión de enviar a una pequeñatropa para reclamar a Ciro a supadre, sino de un verdadero ejércitoque redujese a los facciosos. El reydecidió entonces ponerse al frente de

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dicho ejército. Pero como no sabía aquién confiar el gobierno del imperiodurante su ausencia, y no quería dejaren su capital a los grandes,susceptibles de aprovechar laocasión para intentar apoderarse deltrono, llevó con él en la expedición atodos los sospechosos de albergarsemejantes deseos y decidió entregarla regencia a Vidarna, cuya vanidad eimpotencia conocía sobradamente.

»Gran parte de los noblesmedos consideraban a Vidarna comoel futuro señor del imperio de losmedos o, cuando menos, su regente

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si, por ventura, le nacía un hijo yAstyage desapareciera, de maneraque no tuvo dificultad en formar unpartido y rodearse de hombres deconfianza. Cuando Astyage semarchó con sus guardias y losdignatarios de su corte, Vidarna sequedó como dueño y señor delpalacio. Decidió entonces imponer asu mujer sus derechos como marido.Ordenó que la vigilaran varioshombres fieles que había introducidoen el palacio en calidad dedomésticos, y luego aprovechó un díaque Amytis había ido a visitar a su

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madre vestida con una túnica ricapero sencilla, para ordenar a sussecuaces que se apoderaran de ellacuando regresaba a su apartamento.Amytis intentó en vano defenderse.Fue llevada hasta su lecho, y,después de que le arrancaran elvestido, Vidarna abusó de ellamientras sus cómplices la sujetabancon fuerza.

»—No he hecho más que haceruso de mis derechos como esposo —dijo Vidarna a su mujer cuandodespidió a sus cómplices, una vezsatisfecho su apetito.

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»Amytis no respondió, no hizoninguna violencia. Se limitó aponerse otro vestido y rogó aVidarna que saliera. Fue entoncescuando descubrió que Vidarna habíaaprovechado la ocasión para ordenarque retirasen todas las armas de suhabitación. Exigió a Vidarna que selas devolviera, y él le contestó queno lo haría.

»—Créeme —replicó ella—, nonecesito armas para arrancarte losojos si intentas acercarte a mi; conlas uñas tengo suficiente.

»Vidarna se dio por enterado.

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Pero si tuvo la prudencia de nointentar entrar en el lecho de sumujer, presumió no obstante dehaberle hecho un hijo que perpetuaríael linaje de los reyes medos.

»Dicha pretensión fue tema dediversión en la corte cuando, algunosmeses más tarde, se pudo comprobarque Amytis seguía sin estar encinta.

»Mientras tanto, Astyageregresó a Ecbatana. Se presentótriunfante, pues si bien no habíapodido tomar Anzán ni capturar aCiro, había no obstante, obtenido lavictoria sobre el ejército de los

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persas y capturado a su rey. Esteúltimo había expirado poco despuésde haber hablado con su suegro. Deacuerdo con la costumbre, habíanembalsamado su cuerpo con cera y lehabían dado sepultura allí mismo.

»Vidarna se apresuró a felicitaral rey y a darle cuenta de su regencia.Silenció su conducta violenta con sumujer, y ésta tampoco dijo nada porsu parte, pues consideraba que dichoasunto no concernía más que a ellamisma y al hombre que decía ser suesposo.

»En cuanto a Vidarna, se

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pavoneaba del triunfo bélico como siél mismo hubiera dirigido lacampaña contra los persas. Decía envoz bien alta que a la primaverasiguiente el ejército medo volvería ala guerra, esta vez bajo su mando, yque él se encargaría de castigar aesos vasallos mezquinos por haberseatrevido a rebelarse contra el granrey de los medos. Por lo que serefería a Ciro, si no lo mataba con supropia mano durante el combate, locapturaría y, como antaño hicieranlos grandes reyes conquistadores deAsiria, lo arrastraría detrás de él

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desnudo y encadenado. Estasbaladronadas hacían sonreír aalgunos, pero entristecían a Amytisque no podía olvidar a Ciro. Pues elrelato de los combates que se habíanlibrado entre medos y persas, con losque el rey entretenía a su camarilla,le hacían presagiar un final funestopara la revuelta, ya que las fuerzasde las que disponía Astyage eran conmucho sensiblemente superiores a lasde los persas.

»Pero si la mayoría de losmedos estaban convencidos deobtener próximamente una victoria

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rápida, los persas, por su parte,esperaban conseguir vencer a unadversario tan poderoso.Estimulados en todo momento por elentusiasmo de Ciro, pasaron toda laestación fría preparándose para laguerra.

»Por su parte, Ciro tampocopodía dejar de pensar en Amytis, yese pensamiento presidía todos susactos. Para él, el precio de lavictoria no era la libertad o ladominación de un imperio, era elamor de Amytis. En el curso de loscombates que había librado contra

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los medos, Ciro había alimentado laesperanza de encontrarse cara a caracon Vidarna para enfrentarse a él ymatarlo, ya que no soportaba la ideade que ese hombre hubiera podidoconvertirse en esposo de Amytis.Pero lo había buscado en vano, yaque ignoraba que Vidarna se habíaquedado en Ecbatana.

»Además, aunque había sentidocierta pena por la muerte deCambises, conocía demasiado poco asu padre como para sentirse muyunido a él, tanto más cuando, altiempo que admiraba la fortaleza de

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espíritu de su madre, no podía evitarsentir en su fuero interno ciertodesprecio por el carácter temeroso yveleidoso de su padre. Por elcontrario, se alegró al constatar quegozaba del fervor de los dioses,quienes en escasos meses le habíanelevado de la condición de hijopobre de siervo a la de rey de lospersas. Pues, al ver cómo habíaresistido la invasión de los medos, elcoraje y la vehemencia con las quehabía peleado contra el invasor, losjefes de las tribus persas que todavíano se habían pasado a sus filas

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acudieron a darle su voto en suelección, de manera que acumulómás poder del que había tenido supadre. Por consiguiente, también élaguardaba con impaciencia lallegada de la primavera parareanudar una guerra de cuyoresultado no dudaba.

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VIGÉSIMOSEGUNDA VELADA

LA NOCHE DE PRIMAVERA

Cada día que transcurre al pasolento de la caravana acerca a losviajeros a los lugares donde Ciroconoció las horas de gloria de sujuventud. La imagen del joven rey

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está cada vez más presente en elánimo de todos y les ocupa todo eldía hasta el momento en el que,llegada la noche con el dulcemomento del descanso, escucharán lacontinuación de su historia.Sospechan que Bagadates se hainventado la mayoría de losepisodios, pero ello no les impidesoñar, bien al contrario. Porque,además, lo propio del alma orientales bordar las variaciones de unahistoria, a menudo banal, hasta elinfinito. La de Ciro no es banal, esauténtica, es incluso tan prodigiosa,

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ha llenado tanto de asombro a suscontemporáneos, ha dejado unahuella tan fuerte en la imaginación delas generaciones posteriores, que seha convertido ya en el héroe de milesde canciones y de numerosasepopeyas. Hasta tal punto es esto así,que resulta imposible separar laverdad de la ficción, distinguir loque es leyenda de lo que es historia.

«Ciro —continuó Bagadates-estaba tan seguro de su victoria final,que había emprendido una gran obratan pronto se retiraron los medos y lo

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coronaron a él mismo rey de Anzán ydel Parsa. Consideraba que lapequeña ciudad de Anzán, con suscalles estrechas y tortuosas, suscasas y fortificaciones ruinosas, eraindigna de su titulo de capital.Decidió edificar una nuevametrópolis, en el corazón del paísocupado por la tribu de susantepasados paternos, lospasargadas. El campamento que lospersas habían levantado en losalrededores del monte le habíaparecido el modelo ideal. Ordenó,pues, que se levantara en primer

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lugar una muralla de piedras en lugarde la empalizada que cercaba elinmenso campamento. Habíamandado venir a arquitectos dedistintas partes del reino, e inclusode Babilonia y de Media, así comoartesanos especializados, para queparticiparan en esa obra gigantesca.De acuerdo con los arquitectos,ordenó a continuación que sereemplazaran las tiendas con casasde materiales resistentes, pero que seconservaran las alineaciones de lascalles de esa ciudad de tiendas decampaña. Luego escogió varios

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promontorios pequeños en los quequería que se construyeran losedificios destinados a albergar lassalas de audiencia y las viviendas dela corte real. Quiso que los techos delas salas de recepción estuvieransostenidos por multitud de columnasaltas de piedra. Pero una de susprimeras preocupaciones fue que seconstruyeran en las alturas próximasaltares monumentales donde arderíapermanentemente la llama sagradatan del gusto de Ahura Mazda, cuyacustodia quedaría a cargo de losmagos, algunos de los cuales

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vinieron de Ragai, esa ciudad situadaal noroeste del Irán, regida por losmagos que constituyen la mayor partede su población.

»Mandana esperaba que,absorto en tantas actividades, Ciro sehabría olvidado de Amytis. Comomadre amante y preocupada por elfuturo de su hijo y de su propia raza,pensó que había llegado el momentode preparar un encuentro entre Ciro yla que ella misma eligiera para unirlaa su hijo. Mantuvo una largaentrevista con Ebaro, durante la cualpasó revista a todas las jóvenes de la

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nobleza que todavía no habían sidopresentadas a Ciro. Su elecciónrecayó finalmente en una adolescentede gran belleza, llamada Cassandana.Era hija de Farnaspe, quienpertenecía a la familia de losaqueménidas, e incluso era uno desus representantes más destacados,ya que su fortuna en rebaños y entierras era mayor que la deCambises, el padre de Ciro.Mandana tuvo la habilidad de nopresentar la joven a Ciro diciéndoleque podría ser la esposa que leconvenía. Farnaspe, halagado ante la

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posibilidad de una alianza real, seavino a los propósitos de Mandana.A petición de esta última, decidióorganizar una gran fiesta en lamagnífica propiedad que poseíacerca de Pasargadas, a orillas del ríoque discurre cerca del monte.

»Mandana envió a un sirviente abuscar a Ciro, quien pasaba los díasenteros en las obras de la futuracapital, o bien en los campos vecinosvigilando el entrenamiento de lossoldados. Ciro acudió de inmediato,pues no había nada que antepusieraal gusto de su madre.

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»—Hijo mío muy querido —ledijo Mandana cuando le tuvodelante-, creo que te fatigasdemasiado a diario. Temo quetermines enfermando, y además en elmomento en el que más te necesite elreino, cuando nos ataque tu abuelocon su ejército. Te convienedescansar un poco. Nuestro primo,Farnaspe, da una fiesta en su mansióncerca de Pasargadas, mañana por lanoche. Me ha pedido autorizaciónpara darla en tu honor, y me harogado que así te lo pida yo. Esindispensable que estés presente en

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esa fiesta, por tu condición de rey deeste país, y también para no herir aFarnaspe con una negativa. Tedivertirás allí, ya que laspreocupaciones sólo corroen el alma,y es bueno distraerse a veces.

»—Madre —respondió Ciroponiéndose la mano de Mandanasobre su frente inclinada-, se harácomo tú deseas.

»En aquellos tiempos, los reyesaqueménidas no habían envuelto aúnsu persona en ese aura sagrada quecon el tiempo convirtió a los reyesaqueménidas en un personaje

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hierático al que el común de losmortales no se podía acercar. Cirono tenía ni siquiera el sentimiento deser superior a sus súbditos, y vivíacon ellos como si fuera uno más. Porello se dirigió a casa de Farnaspe acaballo, sin séquito ni escolta. Sehabía contentado con ponerse unlargo vestido a la moda persa, cuyasencillez contrastaba con el lujo debordados y adornos de las ropas quelucían los grandes del reino.

»La primavera había llegadohacia algunos días ya y, en esa regiónmeridional del Irán, el aire ya era

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cálido y estaba impregnado delperfume de todas las flores que sehabían abierto con el regreso de lahermosa estación. Cuando Ciro llegóa las puertas de la mansión deFarnaspe, acudió un sirviente a suencuentro para cogerle el caballomientras que otro lo introducía en elpatio. Farnaspe se apresuró arecibirle y le condujo hasta un gransalón, profusamente iluminado pormultitud de lámparas, y cuyo sueloestaba totalmente cubierto conalfombras. Los invitados eran todoshombres, y la mayoría de ellos

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bastante jóvenes. Estaban sentadosen cojines, cerca de mesas muy bajasde maderas preciosas, en las que sehabían dispuesto ritones para beber,con forma de cuerno, y jarras de vinode plata con remaches de oro.Alrededor se habían arrojadobrazadas de rosas frescas, cargadasde perfume.

»Cuando Ciro entró, todos losinvitados se pusieron de pie y lesaludaron con un respeto que lerecordó a Ciro que era su rey y suseñor. Su anfitrión le condujo allugar de honor, en un pequeño

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estrado, cubierto con tapices demayor colorido que los que cubríanel resto del salón. Farnaspe se sentóal lado de Ciro, e inmediatamentedespués dio unas palmadas. Losmúsicos ubicados al fondo del salóntañeron al unísono sus instrumentos,flauta, arpa, tamboril y címbalo,anunciando la entrada de bailarines ybailarinas que se sucedieron. Elservicio lo realizaban muchachos ymuchachas ataviados, los primeroscon túnicas cortas bordadas, y lassegundas con vestidos largos cuyafina trama dejaba entrever las formas

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esbeltas de sus cuerpos.»A lo largo de toda la comida y

también luego, cuando llegó elmomento de beber los vinosprocedentes de distintos lugares paraemborracharse, se habló de la caza yde la guerra, y todos quisieronescuchar directamente de los labiosde Ciro algunas de sus proezasdurante sus viajes al país de losescitas y de los pueblos de Sogdiana.Luego, cuando Ciro se cansó dehablar, Farnaspe ordenó a losescanciadores que se apresuraran arellenar los ritones, de manera que la

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embriaguez comenzó a notarse en loscorazones y en las cabezas. A partirde entonces desaparecieron losbailarines para dejar solas a lasbailarinas, quienes se exhibieron casidesnudas, para exaltar los deseos delos comensales. Eran losuficientemente numerosas comopara que todos y cada uno de ellospudiera elegir la que más le gustase.

»Pero si, por un lado, seesforzaba porque todos sus invitadosse emborrachasen, por otro, Farnaspeponía buen cuidado en que esto no leocurriese a Ciro. Se las arregló para

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despertar su deseo sin permitirlesatisfacerlo, y para hacerle beberhasta la embriaguez pero sin que seemborrachara. Cuando juzgó que suestado era el que convenía a suspropósitos, le dijo:

»—Ciro, me parece que el vinoha provocado en ti un efectoindeseable, pues creo que no quieresentregarte a la embriaguez y a lalujuria como estos jóvenes.

»—Farnaspe —le respondióCiro-, ¿no crees que yo también soytodavía joven y que de vez en cuandopuedo permitirme algún placer?

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»—Te reconozco de buen gradoque esto es así —contestó a su vezFarnaspe-, pero no debes olvidar quetú eres rey. Esas mujeres me parecenindignas de ti. No son más quebailarinas, unas pairikas cuya bellezahechiza los corazones y los encadenapeligrosamente.

»—En ese caso —replicóCiro-, ¿por qué les entregas el restode tus invitados?

»—Quizá, Ciro —contestó denuevo Farnaspe-, para que a travésde ellas queden vinculados a ti y a tugloria, para que los conviertan en

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servidores fieles de tu realeza. Pero,en cuanto a ti, considero que debesevitar esas trampas, que no puedesentregarte a tus pasiones delante deestos hombres que son tusservidores. Debes, pues, salir aljardín donde recobrarás el sentido,respirando los perfumes de la nocheescuchando el canto de losruiseñores. Para ellos es la época delamor, y se encaraman a los altoscipreses y en los granados paralanzar al cielo estrellado sus cantosmelodiosos con el propósito deatraer a alguna beldad de su especie.

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»—Tus palabras me animan asalir a tu jardín —confesó Ciro-.Pero me gustaría que meacompañaras.

»—Ve tú delante, yo me reunirécontigo luego. ¿Acaso no te sientes túmismo como el ruiseñor?

»Ciro le miró asombrado, puesno comprendía lo que su anfitriónquería decir con esas palabras. Perocomo no recibió respuesta a su mudainterrogación, decidió levantarse.

»El aire de la noche estabaimpregnado de una gran suavidad. Laluna que ascendía por.el cielo

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bañaba los árboles y los matorralesde flores con su luz azulada. Ciro seadentró por una avenida bordeada demirtos y de plantas que no supoidentificar. Le pareció admirable queen esa región árida, donde crecíasobre todo la palmera que, gracias ala bondad del clima, daba frutos,Farnaspe hubiera podido plantar unjardín tan frondoso y rico enfragancias como no se veía en partealguna de la comarca. Lo que nosabía era que Farnaspe mantenía a unejército de jardineros que irrigabanpermanentemente los canales del

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jardín con el agua que extraían delrío cercano.

»Un canto de ruiseñor atrajo suatención y se puso a buscar el árboldonde se había ocultado el pájaro.Así fue cómo se adentró aún más porla avenida, con las orejas acechando.Pero, de repente, cesaron los trinos yen su lugar se escuchó una canciónacompañada de la música de un laúd.Ciro aceleró el paso hacia el lugardonde le parecía que venia la voz,una voz de mujer cálida y matizadacon lánguidas inflexiones. Prontollegó al umbral de una rosaleda que

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cercaba una plazoleta de mullidahierba, sobre la que habían colocadoalfombras de vivos colores. Una delas alfombras estaba debajo de undosel que colgaban cortinajes de telaligera, recogidos a un lado. En lahierba, delante del dosel, había unasmesitas bajas sobre las que se habíancolocado lámparas, jarros, copas yfrutas. Pero lo que primero atrajo lamirada de Ciro fue la mujer queestaba sentada en la alfombra, bajoel dosel. Era una adolescenteataviada con un amplio vestidobordado, y cuya cabellera, tan oscura

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y resplandeciente como la nochemisma, estaba parcialmente cubiertapor un turbante entrelazado con finasperlas. Su rostro era tan claro comola luna que lo iluminaba, y elconjunto de sus rasgos formaba untodo armonioso que subyugó lamirada de Ciro. Sostenía entre susrodillas y tobillos cruzados un laúdde elegantes curvas cuyas cuerdashacia vibrar bajo sus dedos finos yágiles, y cantaba en persa losiguiente:

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»"¡Escucha el canto delruiseñor,

en la noche transparente,escúchale lanzar hacia el

cielo cuajado de estrellas susraptos,

llamadas de felicidad.Siente el perfume de los

mirtos y de las rosas, de lasflores de este jardín,

y dite a ti mismo que todopasa como el soplo del viento,que ya ha llegado

el mañana.Toma la copa del placer y

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bebe,sin pensar más en la muerte

que se agazapa tras los arbustosde los que se

desprenden todos losperfumes de la noche."

»Al ver aparecer de repente aCiro, la joven se calló y le miró sinmostrar, no obstante, temor alguno.

»Ciro se detuvo cerca de ella, yla joven le preguntó enseguida:

»—¿Quién eres, que surges dela noche en este jardín que yo creía

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solitario?»El se arrodilló delante de ella

para poder contemplarla más decerca, y pensó que era encantadora.

»—Hermosa soberana de losastros —le dijo-, poco importa quiénsea yo. Imagina que soy un caballerollegado de lejanas tierras, atraídopor la fama de tu belleza y la magiade tu canto.

»La respuesta le hizo sonreír, yluego le respondió:

»—En ese caso, si has venidode tan lejos para escucharme,siéntate cerca de mí y escucha de

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nuevo mi canción.»Ciro se sentó frente a ella y le

dijo:» Quiero oírte cantar, pues tu

voz es tan dulce como la brisa de latarde en las palmas. Haz como si yono estuviera a tu lado, y continúacantando.

»Ella le lanzó una mirada que sedeslizó bajo sus largas pestañas, yaque había entornado los párpados, yreanudó sus cánticos amorososmezclando los tonos alegres con lossuspiros de melancolía. Ciro laescuchaba, fascinado, olvidándose

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de cuanto le rodeaba. Cuandoterminó la canción, cogió la mano dela joven, una mano pálida y fina, y sela llevó a los labios. Pero ella laretiró bruscamente, alarmada derepente ante semejante familiaridad.

»—¡Qué atrevido eres!—exclamó-. No te conozco, no séquién eres y, sin embargo, ¿te atrevesa cogerme la mano?

»—¿Y qué tiene ello de malo?—argumentó Ciro asombrado.

»—Nada todavía —reconocióella-, pero es algo que una muchachasólo debe permitir a su prometido ya

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que el entregar la mano es ya unaprenda de amor.

»—Y, ¿por qué —le preguntóCiro- me negarías tú una prenda deamor?

»Ella le miró con el semblantegrave, al tiempo que le contestaba:

»—¿Y por qué, señor, habría dedarte una prenda de amor cuando nisiquiera sé quién eres? Y, aunque losupiera, no puedo saber ya si puedoamarte.

»En un primer instante, Ciroestuvo tentado de responderle queera el rey y que la voluntad del rey

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no conocía obstáculos. Pero queríaser amado por si mismo, y no porquede repente, y contra todo pronóstico,hubiera accedido a un trono. Lecogió suavemente la muñeca y lepreguntó:

»—¿Cómo se puede saber si sepuede querer a alguien, si no esaceptando conocerle mejor?

»—Sin duda —admitió ella-,¿pero cómo se puede llegar a eso sino es dejando pasar el tiempo encompañía de esa persona?

»—Si se gustan mutuamente—replicó Ciro-, no hace falta mucho

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tiempo.»Desde que dejara a Tomyris,

Ciro no había tenido relacionesamorosas, y ello había contribuido aque aumentara su deseo de un cuerpohermoso. Había sido capaz dedominar el deseo que habíaexperimentado por Amytis, pues lohabía metamorfoseado en una pasióndel alma, pero se sentía incapaz dedominar por más tiempo su lasciviaante esta adolescente de cuerpoperfumado y ojos de gacela.

»—Estoy de acuerdo contigo—reconoció ella-, ¿pero no hay una

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gran diferencia entre gustarse yamar?

»Ciro se sentó muy cerca deella, cadera contra cadera, y le rodeólos hombros murmurando:

»—No hay más que dar un pasopara salvar esa distancia, ya quegustarse mutuamente significa ya elcomienzo del amor. Dime, ¿te gusto?

»Ella volvió el rostro hacia él,y Ciro deseó vivamente besar suslabios rojos y carnosos.

»—No me desagradas —reconoció ella.

»—Entonces te gusto —contestó

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él.»Y antes de que pudiera

responder, unió sus labios a los deella y saboreó largamente su perfumeparecido al de una granada madura.La había abrazado con fuerza,tumbándola sobre la alfombramullida. Al principio sintió que seresistía, pero pronto se abandonó asu beso.

»Ciro tenía la sangre ardiente yla fogosidad desbordante de lajuventud. Había aprendido de losmardos a coger lo que quería, y aconquistar a brazo partido lo que le

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negaban; era de naturaleza generosa,pero también era autoritario eimpaciente. Por ello, no sintiómayores escrúpulos con laadolescente de los que había tenidocon Tomyris. Cuando deseó a estaúltima, colgó su carcaj del carro, yno hubiera comprendido que lenegara lo que con ese gesto le pedía.El mismo no sabia por qué no habíaquerido ver en Amytis más que a unahermana, una compañera de caza,porque no se había atrevido siquieraa declararle su amor, cuando ningunode los dos dudaban de su amor

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reciproco.»Cuando comenzó a acariciar el

rostro y luego el cuerpo de laadolescente, cuyas curvas tensaban elsedoso tejido, ella se dejó hacer sinintentar protestar. Lo cual animó aCiro a seguir conquistando esecuerpo encantador. Comenzóentonces a desvestirlo para poderposeerlo mejor. Si al principio lajoven pareció manifestar ciertareticencia, cedió luego ante suinsistencia, y se tapó lo ojos con unbrazo para no ver lo que iba aatreverse a hacerle. Permaneció

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inmóvil, atenta a las caricias y a losbesos con los que cubría sus brazos,piernas, torso y todas las partes de sucuerpo, lo que le producía un placerque aumentaba a medida que lascaricias eran más precisas, másimperiosas, más penetrantes.

»Pero si ella se abandonaba contanta facilidad no era porque fueralasciva o desvergonzada. Su padre,Farnaspe, le había comunicadoaquella mañana que durante lasiguiente noche un joven iría a verla,y que debía pensar en él como en suesposo; por consiguiente, debía

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acceder a cuanto le pidiera,entregarle su cuerpo para que hicieracon él lo que quisiera. Luego la habíadejado en manos de su madre, quienla había preparado cuidadosamentepara lo que sus padres considerabancomo su noche de bodas, aunque elmatrimonio se celebrase después.

»Sólo tuvo un sobresalto deangustia cuando Ciro se acostó sobreella después de abrirle las piernas.Pero él le calmó con palabras deamor y la tomó por sorpresa, como lohubiera hecho con una fortaleza maldefendida y dispuesta a capitular.

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Una vez conquistada, la muchacha seentregó sin reservas, abrazándose aél para sentir mejor contra ella elcalor de su cuerpo.

»La noche avanzaba, y unfrescor húmedo los envolvió.Siguiendo los consejos de su madre,la adolescente tomó a Ciro de lamano y lo llevó a su habitación quedaba al jardín, a escasa distancia dellugar donde se acababan de conocer.El día los encontró dormidos en lacama de la adolescente,estrechamente abrazados.

»Al abrir los ojos, Ciro se

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sorprendió al principio porencontrarse en un aposentototalmente desconocido para él,estrechando entre sus brazos a laadolescente que le pareció en verdadencantadora, como una flor deverano. Ella se despertó a su vez y lesonrió. Entonces Ciro se enderezó y,apoyándose en un codo, le preguntó:

»—Pero, ¿quién eres? ¿Dóndeestoy?

»—¿No soy tu esposa, y noestás en casa de Farnaspe?—respondió ella.

»—¿Mi esposa? —se asombró

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él-. ¡Pero si ni siquiera sé tu nombre,ni tampoco quién eres!

»—Tampoco conozco yo el tuyo—contestó ella riendo-. Eres guapo,me gustas, ¿no es todo cuanto hacefalta?

»—Eso es lo esencial—reconoció Ciro, riéndose a suvez-, pero puesto que aseguras ser miesposa, aunque yo no recuerdehaberme casado, dime al menos cuáles el nombre de mi mujer.

»Ella le besó antes deresponder con semblante risueño:

»—¿Cómo puedes decir que no

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te has casado cuando me tienes entretus brazos? Pues, ¿acaso no hemosconsumado el acto que corona elmatrimonio, el que es su razón de sery su objetivo, dado que lasceremonias preliminares del mismono son más que preludios que varíansegún las costumbres de los pueblos,y que no tienen más valor que el quese las quiera dar? En cuanto a minombre, has de saber que no hashecho una boda mala: me llamoCassandana, y mi padre no es otroque Farnaspe, uno de los persas másricos y nobles. Y, tú ¿quién eres?

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»—Pues has de saber que tútampoco has hecho una bodadeshonrosa, porque yo soy Ciro, elrey de Anzán.

»De esta manera y sin habérselopropuesto, Ciro se casó conCassandana, una de las muchachaspersas más hermosas.

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VIGÉSIMOTERCERA VELADA

LA CAÍDA DE UN IMPERIO

—¿Vas a decirnos por fin—preguntó Gaumata el medo aBagadates, cuando estuvieronreunidos aquella noche-, cómo seadueñó Ciro del imperio de los

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medos? Un imperio del que era enúltima instancia el heredero legitimo,ya que Astyage no tenía hijos.

»—De eso voy a hablar estanoche —afirma Bagadates, quien,después de un silencio, reanuda asísu relato:

«Aunque hubiera decididocasarse, según el rito de los persas,con la hija de Farnaspe, no por ellose había olvidado Ciro de Amytis. Amenudo pensaba en ella, y en quetambién estaba casada, si bien contrasu voluntad y con un hombre al que

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no amaba. Entonces se hacíareproches a sí mismo diciéndose que,por su parte, él se había casadovoluntariamente con una muchachaencantadora que le expresaba suternura a cada instante. Se habíainstalado en casa de Farnaspe, puespasaba la mayor parte de su tiempoen Pasargadas, donde hasta entonceshabía dormido en una tienda. De esemodo, tuvo oportunidad deestablecer lazos estrechos conFarnaspe, quien le apoyaba con suprestigio y su fortuna.

»No obstante, Farnaspe no se

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mostraba partidario ardiente de unaguerra contra los medos. Temía queel ejército de los persas,notablemente inferior en número alde los medos, fuera derrotado, y queel propio Ciro perdiera su vida encombate ya que conocía sutemeridad. Y, en el caso de que sealzaran con una victoria, temíaasimismo que Ciro repudiase aCassandana para casarse con Amytis,de quien sabía por Mandana queestaba muy enamorado. Es cierto quepodía confiar todavía en que, dedarse la última circunstancia, Ciro

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conservara a su lado a Cassandanaaunque se casara con Amytis, ya quela ley de los persas les permitía tenervarias esposas, sobre todo si se erael rey.

»Por todo ello, acompañaba aCiro durante sus visitas por las obrasde su nueva capital, expresándole suadmiración y animándole a continuaresos trabajos pacíficos quecontribuirían a aumentar su prestigiode una forma más feliz que la másfeliz de las guerras. Por la tarde,Ciro regresaba a los encantos de unavida familiar en la mansión de

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Farnaspe, al lado de Cassandana y deMandana, quien se había instaladoigualmente allí para estar cerca de suhijo. De este modo, y aunque teníaprevisto ponerse en camino haciaMedia con su ejército antes de quellegara el verano con sus grandescalores, lo cierto es que Ciro nodaba muestras de tener prisa porreanudar una guerra que sin duda lealejaría de su esposa.

»Fue Astyage quien tomó lainiciativa en la vuelta a la guerra.Desgraciada iniciativa, además, puesdecidió confiar el mando del ejército

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a Harpage, como si sufriera unataque de amnesia y pudiera pensarque su general había olvidado elcrimen del cual le considerabaculpable. No obstante, tuvo laprudencia de nombrar lugarteniente aVidarna, en quien había depositadotoda su confianza, sin que leimportara el hecho de que su yernohabía convertido a su hija en laesposa más desgraciada del mundo.Porque, para obligarla a que seacostara con él, le daba palizas conel consentimiento de Astyage, quienconsideraba que una mujer debe

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respeto y amor a su marido. Ycuando el rumor del matrimonio deCiro con Cassandana llegó aEcbatana, Vidarna se apresuró adarle la noticia a Amytis, subrayandoque estaba claro que Ciro ladespreciaba. Esta revelación no hizosino aumentar el pesar de la joven,quien se convenció de que, en efecto,Ciro no debía sentir ya por ella elmenor afecto.

»Así, antes de que finalizara laprimavera, el ejército de los medosse puso en marcha hacia Anzán,mientras que Astyage se quedaba en

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su palacio, seguro de obtener unavictoria rápida y completa. Como eltrigo estaba aún verde, Ciro no quisoaplicar la política de la tierraquemada que había adoptado el añoanterior, cuando la cosecha seencontraba en los graneros. Decidiósalir al encuentro de los invasorespara que los campos de su reino nosufrieran con esa guerra. A todaprisa, apeló a todos los recursos desus vasallos mientras que él mismo,al frente de la tropa acantonada cercade Pasargadas y cuyo entrenamientovigilaba personalmente, se puso en

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camino sin demora para ocuparse delos desfiladeros que daban acceso asus estados.

»La frontera del imperio medoestaba cerca de Pasargadas, mientrasque Anzán se encontraba alejada deEcbatana, de manera que Ciro llegó alos confines de su pequeño reinomucho antes de que lo hicieran losmedos. Cuando se le unieron losguerreros de las diferentes tribus,decidió trasladar la guerra alterritorio medo, y cruzó la fronteracon su ejército. Se tomó el tiempo debuscar una llanura donde pudiera

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tener lugar el encuentro de los dosejércitos, pero donde el terreno lefuera al mismo tiempo favorable.Ordenó instalar el campamento en laretaguardia, al abrigo de una colinarocosa, y luego dispuso a sus tropascomo le pareció con varios días deadelanto, de manera que todos y cadauno de sus soldados tuviera tiempopara familiarizarse con el terreno.Cuando los ojeadores anunciaron lallegada del ejército de los medos,Ciro se sintió seguro de su victoria.

»Al tener noticia de lapresencia de los persas, Harpage

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ordenó instalar el campamento ycelebró consejo con suslugartenientes. Unos querían atacarsin tardanza, otros predicabanprudencia y sugerían que era precisoconocer bien la ordenación delejército enemigo antes de entablaruna batalla en hileras. Vidarna seinclinaba por la primera táctica, peroHarpage supo hacer prevalecer lasegunda. Este descanso le permitióreunir en secreto a los oficialesdispuestos a abandonar el partido deAstyage y a tomar con ellos lasdisposiciones que darían la victoria

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a Ciro.»Fue, pues, el tercer día cuando

Harpage desplegó su ejército en lallanura escogida por Ciro para elencuentro. Había situado en el flancoderecho a todos los oficiales a favorde Ciro, dejando el flanco izquierdoal mando de Vidarna. Además, habíaenviado al amparo de la noche unmensajero al campamento de Ciropara comunicarle sus intenciones eindicarle la disposición prevista parasus tropas. Al enterarse de queVidarna estaría al mando del flancoizquierdo, Ciro se hizo cargo

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personalmente del flanco derecho desu propio ejército, para encontrarsefrente a su enemigo y rival.

»Cuando salió el sol por orienteaquella mañana, los dos ejércitos seencontraban ya en orden de combate.Pero Ciro se había preocupado detomar posiciones de espalda al sol,con el propósito de que el enemigono sólo estuviera bien iluminado,sino que además quedara cegado porlos rayos del ardiente astro. Antesdel comienzo de la batalla, Cirohabía derramado haoma, el licorsagrado, sobre el altar donde ardía

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permanentemente la llama divina, yluego había sacrificado al sol uncaballo blanco sin mácula, así comovarias cabezas de ganado a Mitra, aAhura Mazda y a Anahita, mientraslos magos de su ejército entonabanhimnos en honor de esas divinidades.Una vez realizados dichos ritos, Cirorevistió su coraza egipcia, obsequiode su suegro, se colgó a la espalda,al estilo de los griegos, su puñallargo, cogió dos jabalinas y, de unsolo brinco, montó sobre su caballo.De una galopada ocupó su sitio alfrente de su tropa y luego, cuando sus

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batidores le notificaron que suejército estaba emplazado, dispuestoa entrar en combate, levantó el brazocon las jabalinas y dio la orden deponerse en movimiento.

»Mientras se ponía en marcha,sin romper las filas, la infantería ylos jinetes armados con arcoscargaron contra el enemigo. Despuésde algunos ataques de caballería,durante los cuales los arquerosdisparaban sin buscar blanco, ambosejércitos entraron en contacto.

»Como esperaba, Ciro seencontró pronto frente a Vidarna.

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Este último había luchadovalientemente y se encontraba en laprimera línea de su tropa. Al ver aCiro, espoleó a su caballo endirección de aquél y le gritó:

»—Por fin te veo cara a cara,hijo de perra. Ven a medirteconmigo, pues quiero cortarte lacabeza y llevársela a mi amadaesposa, a esa furia de Amytis, paraque llore todas las lágrimas de sucuerpo al ver tu cabeza sangrienta.

»Ciro no se dignó contestar alas provocaciones de Vidarna.Espoleó su caballo, abriéndose a

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golpe de espada camino hacia suadversario, en medio de losguerreros medos que le rodeaban.Tenía un aspecto tan terrible,descargaba su espada con tantaprecisión, que los que no se alejabande él prudentemente pronto se veíanheridos, derrotados y derribados desus cabalgaduras. Vidarna recibió ensu escudo la primera descarga de laespada de Ciro y en vano intentóherirle a su vez por debajo, en elcostado izquierdo. Ciro paró el golpegracias a la vaina metálica de laespada y en una segunda descarga le

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hizo un gran corte a Vidarna en elmuslo. Vidarna dio un gran grito y sesintió desfallecer, pues la herida eraprofunda. Le salvó un guerrero queinterpuso su escudo entre él y laespada de Ciro, quien estaba a puntode atravesarle el pecho. Un envite dejinetes enemigos obligó a Ciro aretroceder. Vidarna se aprovechó deese respiro para hacer girar sucaballo y huir vacilante por el dolor.

»Mientras tanto, Harpage juntocon parte de su tropa arrojaron susarmas y se pasaron al lado de lospersas. Al ver que varios de sus

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oficiales se pasaban al adversario yque otros muchos huían, losguerreros medos dudaron y luego, sinresuello ya ante el ataque de lospersas animados por sus jefes,desfallecieron, cedieron y giraronsobre sus talones. Antes de queterminara la mañana, Ciro se alzabacon la victoria y ocupaba elcampamento de los medos.

»Tan pronto como vio aHarpage, Ciro desmontó del caballoy acudió a besarle en los labios,como era costumbre entre los persascuando dos hombres pertenecen al

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mismo rango, para demostrar así laestima en la que le tenía. Comenzópor pedirle noticias de Spaco, peronada le dijo a propósito de Amytis.Los medos que se habían unido aCiro, así como los que habían sidohechos prisioneros, quedaron bajo elmando de Harpage y conservaron suspertenencias.

»Ciro dio permiso a sushombres para que celebraran unbanquete que duró hasta la noche, yluego, a la mañana siguiente, dio laseñal de partida; había decididomarchar sobre Ecbatana sin demora.

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Los medos derrotados no seatrevieron a presentarse anteAstyage. Se refugiaron en losbosques y montañas y fue Vidarnaquien informó al rey de lavergonzosa huida de su ejército.Sintió que el alma se le caía a lospies, pero pronto se repuso y gritó:

» No daré a Ciro motivo deregocijo.

»A continuación ordenó a latropa que constituía su guardiapersonal que diera una batida por elcampo para reclutar un nuevoejército y buscar a los desertores, y

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luego armó a todos los hombres de laciudad, jóvenes y viejos, que sehabían quedado allí. Vidarna, quehabía perdido mucha sangre, sesentía muy debilitado. Le pusieron enmanos de los cirujanos, y fueconfinado al lecho.

Astyage no disponía más que deuna tropa heterogénea, sin apenasentrenamiento y mal armada. Pero elelevado número de hombres que lacomponían podía impresionar a unenemigo que no fuera Ciro. Esteúltimo cabalgaba, por el contrario, alfrente de un ejército bien organizado,

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animado por el ímpetu de la victoria,incrementado por los guerrerosmedos que se le habían unido, y queveían en él al nieto de Astyage y a sulegítimo heredero. Pues todos habíanrecibido de mala gana la idea de veracceder al trono de Dejoces, Fraortey Ciaxares, los reyes artífices de lagrandeza de los medos, al vanidosohijo de Artembares.

»Ya en el primer choque, lasfilas del ejército medo quedaron,pues, rotas y pronto siguió la derrota.Una vez más. Ciro se había hechocargo del mando del flanco izquierdo

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mientras que Harpage lo hacía delflanco derecho. Tan pronto el flancoenemigo cedió ante su asalto, Cirocondujo a su tropa de jinetes haciaEcbatana. Su objetivo era penetrarasí en la ciudad por sorpresa yapoderarse de ella sin tener querecurrir a las armas. Habíadepositado su confianza en Harpage,Ebaro, Farnaspe e Hystaspe, quienesmandaban bien a la infantería de losflancos y del centro, bien a losmedos aliados. Estaba convencido deque se alzaría con la victoria y que acontinuación se reuniría con él en

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Ecbatana. De acuerdo con susprevisiones, entró en Ecbatana con sutropa de jinetes sin encontrar lamenor resistencia. Pronto se adueñóde las puertas y de la fortaleza. Unavez allí, recorrió las salas delpalacio en busca de Amytis. Lossirvientes se habían escondido, ytanto las galerías como los aposentosinmensos estaban vacíos. En elapartamento de las mujeres encontróa Aryenis quien, al verlo llegar,seguido de una docena de guerreros,con el rostro sudoroso y manchadode polvo y de sangre, cayó de

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rodillas suplicándole que la dejaracon vida. Pero cuando dijo quién era,la levantó del suelo y le dijo:

» No temas nada, ¿cómo iba acausar Ciro la menor pena a la madrede Amytis? Pero dime, ¿dónde está tuhija?

»Le juró que no sabía nada deella, y luego lo llevó hasta elapartamento de Amytis. Loencontraron vacío, pero Ciropermaneció allí un momento enrecogimiento, pues por primera veztenía acceso al lugar donde su bienamada había pasado la mayor parte

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de su vida. Se acordó entonces deque estaba casado con Cassandana ysintió que se le desgarraba elcorazón, pues sentía un gran afectopor su esposa y sabía que ella a suvez le amaba profundamente. En sufuero interno había decidido casarsecon Amytis y conservar a su lado aCassandana, pero le daba penareconocer que forzosamente haríasufrir a esta última, ya que pasaría lamayor parte de su tiempo encompañía de Amytis, quien para élseria más que una esposa unacompañera en todo momento.

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»—¿Se sabe dónde estáAmytis? —preguntó a Aryenis.

»—No puedo decirte nada, puesyo misma creía que todavía estaba enpalacio. Quizá esté al lado deVidarna, su esposo.

»Estas palabras recordaron aCiro la existencia de su enemigo.Preguntó dónde se encontraba yordenó que le condujeran hasta allí.Vidarna yacía en un lecho, en unasala del palacio que había convertidoen su dormitorio. Le hubiera sidofácil conmover a Ciro si se hubieramostrado digno aunque dispuesto a

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reconocer sus faltas. Además,Aryenis le había informado ya queVidarna no había dejado de maltratara Amytis, que incluso se habíaatrevido a pegarla, lo que habíarecordado a Ciro las palabrasultrajantes que Vidarna habíapronunciado al verlo. Cuando Ciroentró en la habitación e interrogó aVidarna, este último se enderezó ydio rienda suelta al odio que bullíaen su interior:

»—¡Ciro, sin duda, tú vencescon la ayuda de un dios enemigo!—exclamó con un tono que rezumaba

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la rabia que le ahogaba-. Intenté sinéxito que te asesinaran camino deAnzán, y en vano también intentématarte cuando los dioses nospusieron cara a cara. Pero al morirme alegro de poder decirte que hegozado de la mujer que tú amas, apesar de ella, a pesar de ti. Hepodido pegarla y violarla a mi gusto.Y ahora está, ella... ella está muerta.

»Ciro se había arrojado sobreél y le había cogido por el cuello,ahogando las palabras en su garganta.

»—Cállate —gritó-. ¿Por quédices que está muerta?

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»Y, sabiendo que él mismoestaba a punto de morir, Vidarnaesperaba dar un último golpe mortala su enemigo. Entonces le anunció, enmedio de un estertor:

»—Porque yo la he matado,acribillé su hermoso cuerpo apuñaladas y lo arrojé al fondo de unafosa donde no la encontrarás jamás.

»Ciro no pudo oír más. Suspoderosas manos se cerraron sobreel cuello de Vidarna. El rostro deeste último se tomó violáceo, losojos se le desorbitaron y luego quedóinerte. Estaba muerto.

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»Ciro se enderezó, incapaz depensar. Se puso a correr por las salasdel palacio, llamando a Amytis.Cansado finalmente de sus carrerasen balde, dio orden de que sebuscara en todos los rincones de laciudadela el cuerpo de la princesa, yluego se encerró en la habitación deAmytis para buscar el rastro de supresencia. Finalmente, se arrojósobre el lecho donde ella habíadormido tan a menudo y se quedóinmóvil con los ojos cerrados,evocando los recuerdos que lequedaban de sus paseos por los

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montes y los bosques, de las nochesque habían pasado uno al lado delotro en la humilde vivienda deMitradates, de su hermoso rostro, desus risas y de sus palabras. Se olvidóde la existencia de Cassandana, quepodría haberla servido de consuelo,y, volviendo el rostro hacia el cielo,exclamó:

»—Tú, Ahura Mazda, luz nocreada, ¿por qué me castigas de estamanera? Me das un imperio que no tehe pedido, pero me niegas unsencillo amor que concedes a tantosmortales. Me retiraste el amor de

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Tomyris cuando no deseaba más quepasar el resto de mi vida en sucompañía, en las inmensidades de laestepa de Oxiana, y creí que me ladevolvías en la persona de Amytis.Pero ahora también me la arrebatas:entonces, ¿por qué me la diste?

»Mientras Ciro se hundía en supena, los persas derrotaban alejército de los medos, y provocabansu desbandada. Astyage, que semantenía en la retaguardia a caballo,intentó huir, pero Harpage, que lehabía divisado de lejos, mandó a unapequeña tropa para que le cortara la

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retirada. Cuando creía huir, con laayuda de un grupo de jinetes quesurgió detrás de él, Astyage se viorodeado por esos mismos jinetes,capturado y maniatado. Quiso apelara su prestigio real gritando:

»—¿Pero cómo os atrevéis,vosotros que sois medos, a levantarla mano sobre vuestro rey?

»Pero Harpage, que se habíaunido a ellos, se encargó deresponderle:

»—Astyage, ya no eres nuestrorey. Eres indigno del trono deCiaxares y hemos elegido a otro rey

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más capacitado que tú para gobernara los medos.

»—¡De manera que metraicionan los míos! —suspiróAstyage.

»—Sólo tienes lo que temereces por tus acciones —le dijoHarpage-. Porque, ¿acaso hasolvidado que quisiste matar al hijode tu propia hija? ¿Y que por nomancharme las manos con un crimenque no te atrevías a cometer túmismo, me invitaste al másmonstruoso de los festines?

»—Harpage —le respondió

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Astyage-, ¿no creerás que tú eres elartífice del éxito de Ciro?

»—¿Y aún lo dudas? —lerespondió Harpage-. Fui yo quieninformó a Mandana quién era enrealidad el hombre que enviabas allado de su padre para que loasesinaran. Fui yo quien más tardeincitó a Ciro a la revuelta, y fui yo,por último, quien convenció a buennúmero de medos de queabandonaran a un rey cruel e indignodel trono que ocupaba.

»—En ese caso —replicóAstyage- eres el menos sabio y el

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más injusto de los hombres. El menossabio porque, si has dirigido bien losacontecimientos, has entregado a otroun reino que hubieras podido tomarpor ti mismo. El más injusto porque,a causa de una simple cenainfortunada, has reducido a losmedos a la servidumbre. Ya que sitenías tanto empeño en quitarme lacorona y te sentías incapaz dellevarla tú mismo, por lo menos se ladebías haber dado a un medo. Así,por tu culpa, los medos han dejadode ser amos para convertirse enesclavos, y los persas en vez de ser

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nuestros vasallos son ahora nuestrosamos.

»—Astyage —replicó Harpage,quien había comprendido que con sudiscurso el rey intentaba dar la vueltaa la situación a favor suyo eindisponerlo con los soldados medosque se habían pasado al partido deCiro-, no nos engañarás con tuspalabras. En primer lugar, porquesólo Ciro tenía poder paradestronarte, pero también, y parecesolvidarte de ello, porque es tu nieto,tu heredero legítimo, y que la mitadde la sangre que corre por sus venas

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es meda. Sé que tratará a los medosigual que a los persas, porque a susojos ambos pertenecemos a la mismaraza aria, y tenemos antepasadoscomunes. Los medos sometieron alos persas cometiendo un abuso depoder, y Ciro nos devuelve por lafuerza a la antigua situación deigualdad.

»El victorioso ejército persaentró en Ecbatana antes de queterminara el día. Traía de vuelta alos hombres reclutadosapresuradamente por Astyage, a losque se les habían quitado las armas

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pero dejado en libertad: al seguir asus vencedores no hacían sinoregresar a casa. Mujeres y niños seagolpaban al paso del ejércitovictorioso, en la seguridad de quenadie sufriría mal alguno, según ladeclaración de Ciro pregonada porlos heraldos.

»El propio Ciro no había salidode la habitación de Amytis. Aryenisse había reunido con él, a peticiónsuya. Ciro quería interrogarla sobresu hija, conocer de sus labios quépodía haber sido de ella. Aryeniscomenzó por arrojarse de rodillas

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delante de él, pero él la levantó delsuelo y la hizo sentarse a su lado,diciéndole:

»—No debes mirarme como siyo fuera tu vencedor, sino como elnieto que soy de tu esposo, que vienea tomar posesión de un trono queconsidera suyo por derecho propio.

»—Me basta —dijo ella- conque me garantices que no quedaréreducida a la esclavitud y que nomatarán a mi esposo, aunque apenastenga ya relaciones con él.

»—Aryenis —la tranquilizóCiro-, te equivocas conmigo. Aunque

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es verdad que Astyage quisodeshacerse de mi, yo me guardaríamuy mucho de actuar a la recíprocacon él y mancharme con el asesinatode un antepasado. Astyage pierde hoysu corona, pero sigue siendo miabuelo y vivirá como hasta ahora,rodeado de sirvientes; con ladiferencia de que ya no tendrá podery, por tanto, tampoco tendrá queocuparse de los asuntos del reino. Deesa manera, dispondrá de más tiempolibre para dedicarse a ti.

»Aryenis cogió la mano de Ciroy se la llevó a los labios, dándole las

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gracias por su magnanimidad.Entonces él le preguntó:

»—Ahora dime: ¿crees que eseVidarna puede haber asesinado enefecto a Amytis, como se ha atrevidoa insinuar?

»—¡Ay! —gimió Aryenis-, nadapuedo asegurar en ese sentido. Peroese hombre era cruel y sospecho quemuy capaz de haber actuado así parade ese modo y al saber que habíasvencido, arrebatarte lo que yo creoque es tu bien más preciado.

»—Aryenis —dijo Ciro sindisimular el dolor que le apretaba la

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garganta-, tú acabas de decirlo,Amytis era mi bien más preciado, y acambio de su vida daría este imperioa cuyo frente me veo colocado derepente. Porque sin ella en la cumbrede un poderío insospechado, mesiento perdido y desgraciado,mientras que cuando era tan feliz ensu compañía no tenía más bienes quemis armas y mis caballos.

»Le rogó entonces que seretirara, para poder entregarse a sudolor. »

Bagadates calla, dejando a sus

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oyentes a la expectativa.Ctesias decide romper el

silencio que se ha hecho sobre losreunidos:

—Bagadates —le dice-, por miparte he oído otra versión de estahistoria. Es cierto que Amytis tuvo unesposo, pero se llamaba Spitamas, yal parecer tuvieron dos hijos. Se diceincluso que cuando Ciro tomóEcbatana, Amytis y Spitamas seescondieron al fondo del palacio, yque cuando fueron llevados anteCiro, éste mandó que los torturaranpara que desvelaran dónde se

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escondía Astyage, y que tambiénsometió a interrogatorio a sus doshijos. Entonces, al parecer, el rey sedescubrió a si mismo para evitarlessufrimientos inútiles. Es cierto que, acontinuación, Ciro mató a Spitamas ydejó en libertad a Astyage quien,además, no era pariente suyo.

»—Ese —replica Bagadates- esun cuento menos hermoso que el mío.Pero no me lo creo, pues no veorazón alguna por la que Ciro hubieramandado matar a ese Spitama, quiennada le había hecho, y que por elcontrario dejara con vida a Astyage,

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quien representaba una amenazaconstante para su trono. Además, noera propio de la naturaleza de Cirohacer torturar a la gente, y menos aúna una mujer y a sus hijos. Y esto,¿por qué? ¡Para que le dijeran dóndese escondía el rey! Le bastaba conordenar que lo buscaran mejor, oesperar a que saliera de su escondite.En verdad, Ctesias, no sé quién te hacontado una historia tan inverosímil.

Los oyentes aplauden aBagadates, sin hacer caso del gestodesdeñoso de Ctesias, y luego todosse levantan para ir a descansar.

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VIGÉSIMO CUARTAVELADA

LA BÚSQUEDA DE AMYTIS

Todos los oyentes estánansiosos por saber sí Amytis ha sido,en efecto, asesinada por su indignoesposo, como este último ha dado aentender antes de morir. Todos se

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apresuran, pues, a terminar sucomida y luego se reúnen paraescuchar a Bagadates, quien toma denuevo la palabra:

«Fueron a anunciar a Ciro lallegada de su ejército victorioso aEcbatana. Se esforzó por ocultar supena y, con rostro impasible, sedirigió a la sala de audiencias delpalacio. Fue a sentarse al trono deAstyage, y aguardó con curiosidad lareacción de su abuelo. Habíaordenado al chambelán real quesiguiera la etiqueta de la antigua

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corte, de manera que se habíancolocado detrás de él los dignatariosaún presentes en Ecbatana, portandolos abanicos y las flores de loto. Endos altarcillos, formados por unpedestal cilíndrico de bronce y unacopa, ardía la llama sagrada, señalde la presencia divina en el palacio.Pero en lugar de revestir el rico trajereal, Ciro había conservado suvestimenta de guerra, para dejar bienclaro que había conquistado esetrono a brazo partido.

»Ebaro, Farnaspe, Hystaspe yHarpage avanzaron con paso noble,

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acompañados por otros oficialespersas y medos. Aclamaron a Cirocomo rey de Anzán y Parsa, rey deParsumash, gran rey de los medos, delos hircanios y de los armenios. PeroCiro se levantó y dijo:

»—No quiero más que un titulo,y ése será el que se inscriba en mipalacio de Pasargadas: rey de lospersas. Porque considero que todoslos pueblos que acabas de nombrarforman un solo pueblo, y todos esosantiguos reinos un solo imperio, el dePersia.

»Todos se inclinaron para

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mostrar su asentamiento. LuegoHarpage señaló a Astyage y le dijo:

» Ciro, mi señor, ante ti estáAstyage, el hombre que quiso segartela vida por temor a que tú learrebatases su trono. Está delante deti, vencido y encadenado. ¿Cuál es lasentencia que pronuncias contra él?

»—Harpage —replicó Ciro-, yasé que Astyage te ha hecho sufrircruelmente, que te arrebató a tu hijo.Pero te ruego que olvides turesentimiento. Estoy todavía con vidaporque los dioses quisieron que asífuera, y nuestros destinos se han

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cumplido ya que aquí está Astyagederrotado para provecho mío. PeroAstyage es mi abuelo y padre deAmytis. Ordeno, pues, que le quitenlas cadenas y que se le restituyan susbienes. Quiero que se le respetecomo pariente mío que es.

»Luego se volvió hacia Astyagey añadió:

»—Astyage, ya has visto que nose puede ir contra la voluntad deAhura Mazda, la luz no creada, elSeñor sabiduría. Al actuar como lohas hecho, has precipitado el cursode los acontecimientos, ya que si me

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hubieras tratado como tudescendiente y heredero no hubierastenido que emprender una guerracontra mí, que para ti ha sido funesta.Me has perseguido con tu odio, peroyo te devuelvo bondad. Sin embargo,como no confío ni en tuagradecimiento ni en tu sentimientopaterno, te asigno como lugar deresidencia Bacarnia, en Persia,donde podrás disfrutar de todos losbienes de este mundo. Si tu esposaAryenis quiere reunirse allí contigo,dispondrá igualmente de una hermosavivienda; si no, puede residir en este

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palacio como lo ha hecho hastaahora.

»Mientras le retiraban lascadenas, Astyage respondió:

»—Cuán cierto es, hijo mío, quesomos poca cosa frente a la grandezade los dioses. Ante Ahura Mazda nosomos ni siquiera una mota de polvo.Sin duda he pecado por orgullo, puescreía que podría contrarrestar lavoluntad divina. Hubiera debidopensar que si un dios me enviabaesos sueños proféticos, en los que teveía convertirte en el dueño de Asia,debería inclinarme ante ellos, pues

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sin duda fue para probar mi sabiduríapor lo que los dioses me enviaronesos sueños, y no sólo no los tuve encuenta, sino que incluso he llegado aser culpable de crímenes. Ciro, tedoy las gracias por dejarme con viday con la riqueza suficiente parallevar una existencia agradable.Pero, tú, saca provecho de tudesgracia, no cedas al orgullo y alexceso. Sólo somos hombres, ynuestro poder procede de los dioses.Por lo demás, amamos como losdemás humanos, tenemos las mismasnecesidades, y sufrimos y morimos

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como ellos. El poder y la gloria sonrealidades ilusorias, y ahoracomprendo que sólo son vanidades,pues ¿qué quedará de nosotros y denuestras ambiciones en tan sólo dosgeneraciones? Tengo la impresión deque sabrás ocupar mejor que yo esetrono, que es el de nuestrosantepasados. Ciro, te deseo una largavida. Ahora permite que me retire,pues estoy fatigado después de estajornada que ha visto la caída de unimperio.

»—Retírate si así lo deseas—respondió Ciro-. Pero no digas

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que en el día de hoy ha caído unimperio. Muy al contrario, ha nacidoun imperio nuevo; por lo demás, nose ha producido más que un cambiode cabeza debajo de la mismacorona.

»Cuando Astyage se retiró, Cirodijo así a Harpage:

»—Harpage, tengo una grandeuda pendiente contigo, pues de nohaber sido por ti yo no estaría vivo.Te nombro, pues, gobernador de todaMedia con el titulo de sátrapa, y sóloa mí tendrás que rendir cuentas de tugobierno, de manera que eres como

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el virrey de esta rica comarca.»Ciro distribuyó así

recompensas a sus oficiales y a losjefes de las tribus persas, y luego dioun gran banquete en los salones delpalacio. Pero se retiró apenas huboconcluido el almuerzo, y fue aacostarse al lecho de Amytis, parapensar en ella.

»Durmió mal, y se levantó conel alba. Un chambelán medo seguidode criados que llevaban ropasvariadas y todos los frascos yobjetos necesarios para el aseo, sepresentaron en su habitación

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seguidos de cerca por muchachas queavanzaban cantando y tañendo liras yarpas. Se inclinaron ante Ciro, quienles lanzó una mirada de sorpresa, yel chambelán se pronunció en lossiguientes términos:

»—Señor, te saludamos en labendición de Ahura Mazda y detodos los dioses. Que esta jornada tesea propicia y te proporcione alegríay placer.

»—Ya basta —le interrumpióCiro-. ¿Qué hacéis aquí a estashoras?

»—Señor, nuestro rey, venimos

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a despertarte y ayudarte a hacer tusabluciones y a vestirte.

»—¿Pero no ves, idiota—replicó Ciro-, que ya está hecho?«El chambelán miró conconmiseración la túnica corta yligera que Ciro se había puesto porencima del pantalón escita.

»—Ese no es el vestido quecorresponde al gran rey de los medos—replicó el chambelán.

»—Has de saber —respondióCiro- que, a partir de ahora mismo,éste será el traje del rey de lospersas. Mejor será que vayas a

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ordenar que ensillen mi caballo... micaballo blanco —precisó.

»Se cruzó al hombro labandolera que sujetaba su espada, ysalió mientras los criados y lasinstrumentistas se inclinaban a supaso. Lo primero que hizo fue ir asaludar a Aryenis, y luego convocó aEbaro y a Hystaspe, que durmieronen palacio.

»—Os dejo encargados dearreglar los asuntos del palacio —lesdijo, mientras tomaba una frugalcolación-. Estaré ausente todo el día.

»—Señor —le preguntó

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Hystaspe-, ¿cuántos guardias quieresque te escolten?

«-Hystaspe —le respondióCiro-, he vivido hasta hoyenfrentándome a menudo a losmayores peligros sin tener guardiaalguna a mi alrededor. La guerra haterminado; somos victoriosos. Paraqué necesito guardias, como si fueraincapaz de defenderme a mi mismo.¿Ves esta espada que cuelga de micadera? Para mi es una guardia mássegura que todos los hombres querodeaban a Astyage.

»—Mi rey —intervino a su vez

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Ebaro-, te hemos visto luchar losuficiente como para ser losprimeros en saber que no necesitas anadie para defenderte. No se trata deeso. Piensa que ya no eres elmodesto rey de Anzán y muchomenos un simple cazador; y que,aunque las ceremonias deentronización no han tenido lugaraún, ello no obsta para que tú seas yael señor de un vasto imperio y demillones de súbditos. Eres el sucesordel linaje de los grandes reyesmedos, y el pueblo no entenderíabien que su soberano se paseara solo

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y a caballo, con ese traje tanmodesto, el de un jinete escita.Además, hay sin duda muchos medos,en particular parientes de Vidarna,que quieren matarte, y que encualquier momento te pueden tenderuna emboscada para intentar acabarcontigo. Vidarna ya lo hizo una vez,cuando no eras más que el mensajerode Astyage, de manera que susparientes pueden intentarlo de nuevo.Te ruego, pues, que aceptes unaescolta, y no salgas si no es con elfasto propio de uno de los reyes máspoderosos de la tierra.

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»—Ebaro —le respondió Ciro-,tus palabras son juiciosas, y cuandoel gran rey de los persas salga porlas calles de su capital, procurarárodearse de esa pompa que tantodeslumbra al vulgo, ya que son estosaccesorios del poder los que suscitanrespeto. Pero hoy, es Ciro quien vaadonde le place, e irá solo, aunqueello disguste a los dignatarios delreino. Esta es mi voluntad.

»Ebaro se inclinó mientras Cirose limpiaba las manos en una toallaantes de abandonar la sala. En elpatio de honor del palacio, un

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palafrenero tenía preparado a sucaballo ensillado y ricamenteenjaezado. Le rodeaban otros trespalafreneros, así como una veintenade hombres de armas, todos persas.

»—Ahí tenéis —dijo Ciro aHystaspe y a los dignatarios que sehabían apresurado a seguirle- a unmontón de gente que ha venido paraverme salir pero que no sirve paranada, pues, que yo sepa, un caballono necesita tantos sirvientes, aunquese trate de la cabalgadura de un rey.

»—Esta es la manera dedemostrar la riqueza de un príncipe o

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incluso de un particular —observóun noble medo-. Mira, rey, hasta tumás fiel servidor, Harpage, tiene a sualrededor un número considerable devasallos que le acompañan a todaspartes, y lo mismo ocurre con cadauno de nosotros.

»Ciro se paró cerca de sucaballo y lo acarició con la mano,luego verificó que las cinchas de lasilla estuvieran bien sujetas, y sacóde la funda su arco escita paracomprobar que no tenía ninguna raja.Cuando se disponía a montar acaballo, un palafrenero se precipitó

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para arrodillarse y plegarse en dos alobjeto de hacer de estribo, deacuerdo con la costumbre de losmedos. Pero Ciro le ordenó que selevantara y le dijo:

»—¿Te parezco tan poco ágilque tienes que venir a enroscarte amis pies como un caracol para hacerde escabel?

»De un salto subió a la silla y,espoleando su montura, se alejó altrote bajo la mirada consternada delos allí reunidos.

»Se dirigió de un tirón a la casade Harpage. Las calles habían

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recuperado su animación de los díasprecedentes. La víspera, y por temora que los persas saquearan la ciudad,todos los habitantes se habíanrefugiado en sus casas a la llegada deCiro con su escolta. La actitud de losvencedores, la proclama de Cironotificando a la población que nadahabía cambiado, excepto que el nietode Astyage le había sucedido en eltrono, habían tranquilizado a loshabitantes de Ecbatana, quienesreanudaron sus actividades ycomentaban los acontecimientos.Pocos fueron los que, al ver pasar a

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Ciro, se atrevieron a reconocerlecomo el nuevo rey, arrojándose alsuelo y hundiendo el rostro en elpolvo según la costumbre localcuando pasaba el rey de los medos.Pero sus vecinos, al no comprenderla razón de su gesto, se lo tomaron abroma, burlándose de ellos.

»Cuando los criados deHarpage le reconocieron, acudierona arrodillarse ante él. Ciro desmontóde un salto, confió el caballo a unmozo de cuadra, y ya entraba en lacasa cuando Harpage salió arecibirle. Ciro le besó y le dijo que

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quería ver a Spaco. Le condujoinmediatamente al lado de su segundamadre que se encontraba en un patiointerior, sentada a la sombra de unplátano. Hilaba lana mientrascanturreaba. Al ver a Ciro, dejó caerel copo y se puso de rodillas. Pero élse apresuró a levantarla del suelo, latomó entre sus brazos y, besándola,le dijo:

»—Harpage, quiero que Spacosea tratada como madre de rey.Quiero que no trabaje más, que tengacriados y criadas, y una casa paraella.

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»—¡Ay! ¡Hijo mío! ¡Mi rey!—exclamó la anciana mientras susmejillas se empapaban de lágrimas-,exigir eso es querer mi muerte. No,mi rey, déjame aquí, en la casa delseñor Harpage. No soy la esposa deun señor y no sabría vivir como tal.Mi disfrute está en estos trabajoscotidianos que han sido siempre losmíos. No me quites esta alegría,porque no sabría qué hacer con lossirvientes y esclavas. Soy feliz aquí,y mucho más aún al ver que el niñoque yo crié se ha convertido en unhombre tan guapo, tan grande, tan

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fuerte, y que ahora se sienta en eltrono más rico de la tierra. AhuraMazda nos ha bendecido, y sólotengo una pena: que Mitradates, mihombre, no pueda verte en toda tugloria.

»Ciro se sentó al lado de Spacoy le dijo:

»—Spaco, tú eres la más sabiade todos nosotros. Puesto que aquíestá tu felicidad, vivirás de acuerdocon tu deseo. Pero ahora dime,¿sabes qué ha sido de Amytis, tienesnoticias suyas?

»Spaco suspiró y luego,

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mirándole con ternura, le dijo:» Mi rey, no sé lo que ha sido

de Amytis. Últimamente apenas veníaa yerme. Sabía que estaba vigiladapor Vidarna y los espías de su padre,de manera que temía que me causaranproblemas a cuenta de sus visitas.Me advirtió de ello para que nopudiera pensar que me despreciaba.¡Mi querida niña! ¡Cómo si yohubiera podido atribuirlesentimientos tan bajos!

»—Madre —articuló Ciro convoz estrangulada-, ese Vidarna medijo que él le había dado muerte y

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que había arrojado su cuerpo a unlugar donde jamás podríaencontrarlo. ¿Es posible?

»—¿Cómo podría responderte?—suspiró Spaco-. No puedo creerque el Señor de la sabiduría hayapermitido que se cometa un acto tanvil.

»—¡Ay! —suspiró a su vezCiro-, ¿acaso no permitió el dios queAstyage degollara al hijo de Harpagepara castigarle por haberme salvadola vida?

»—Me han dicho —prosiguióSpaco-, que tienes una esposa joven,

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la hija de un señor persa. Al pareceres muy bella, dulce y amorosa.Debes dirigir hacia ella tuspensamientos y amarla el doble de loque la hubieras querido.

»—Eso no me devuelve aAmytis —replicó Ciro.

»—Corresponde a los diosesdevolvértela, si lo juzganconveniente, hijo mío —respondióSpaco.

»Ciro dejó a Spaco con suslabores, que eran para ella su únicarazón de existir. Luego se llevó aHarpage a un aparte y le dijo:

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»—Harpage, desde ahora eresel sátrapa de Media. Te encargo,pues, que te ocupes de despachar losasuntos del reino. En cuanto a mí,quiero retirarme durante algunos díasen la soledad que amo. Pero, comoes posible que me olvide del tiempoy de mis obligaciones, si de aquí atres días no estoy de vuelta, envíauna escolta a buscarme a la casa deMitradates.

»—Señor —le dijo Harpage,¿te vas a ir a vivir solo a ese lugarapartado donde cualquiera puedeasesinarte?

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»—Harpage —le contestó Cirocon una sonrisa-, me ofendes al decir"cualquiera". Ya no soy un niño.Además, siento menos miedo cuandopienso que los dioses no me hanprotegido hasta hoy paraabandonarme ahora de repente.Además, mi abuelo lo dijo muy bienayer, nadie puede ir contra lavoluntad divina.

»Cuando, después de una largacabalgada, Ciro divisó la casa dondehabía pasado su infancia y donde mástarde había conocido a Amytis, se leencogió el corazón dentro del pecho

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y experimentó una mezcla de alegríay tristeza. Los alrededores de lavivienda estaban desiertos. Llevó sucaballo al establo y entró en la casa.Estaba vacía y tenía un aire quepermitía suponer que nadie se habíaalbergado allí desde hacia tiempo.No obstante halló en su sitio lasesteras y las mantas, las alfombras yla vajilla tal y como él lo habíadejado todo al irse a Ecbatana, elaño anterior. Las cabras pastaban porlos alrededores, pues se habíanacostumbrado a aquel lugar dondeencontraban buena hierba. Para no

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tener que salir a cazar el mismo díade su llegada, Ciro había llevadoconsigo un gran saco que le habíapreparado Spaco, con pan, quesos,carne ahumada y otras provisionesvarias, así como un gran odre devino.

»El silencio, apenas roto poralgunos cantos de pájaro y el balidode las cabras, confería al lugar unaserenidad rústica que permitió a Cirodescansar de las agitaciones de losúltimos días, los gritos de guerra, elestruendo de las cargas de caballeríay las ovaciones populares. Encontró

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en esa soledad un placer que se dijohabría sido perfecto de haber estadoAmytis a su lado. Este pensamientole afligió y le hundió en un nuevoabismo de tristeza. Salió a sentarseal umbral de la casa y se quedó allí,inmóvil, soñando, hasta la caída dela tarde. Entonces decidió levantarsepara ir a ordeñar a una cabra, y luegocomió sin apetito. En un principiohabía tenido la intención de encenderun fuego en el hogar para ofrecerleleche a falta de haoma, pero luegorenunció a ello, pues la ausencia deAmytis le resultó de repente tan

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pesada que decidió regresar aEcbatana al día siguiente por lamañana. No podía soportar la ideade salir a cazar por los bosques ymontes vecinos sin su compañía,solo. Sintió una necesidad dolorosade presencia humana, de gente aquien amase y a quien pudieraconfiar su tristeza.

»Se había tumbado en el lechoque antaño compartiera con Amytis,y estuvo pensando en la penumbra.Se dio cuenta de que se estabadejando dominar por una debilidaddemasiado humana, él el héroe, el

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guerrero, el conquistador. ¿Acaso noresultaba indigno de él entregarse deese modo a su dolor y quererdesahogarse con un alma benévola?Benévola o más bien cortesana, yaque, a partir de entonces, la mayoríade los humanos le respetarían máscomo rey que como hombre. Pero élquería ser ante todo él mismo, Ciro,y no el rey. Por ello es por lo que noquería comportarse como los demásreyes, haciendo alarde de unaaltanería y de una magnificenciavanas, y mostrándose duro,despiadado, como la hoja de una

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espada. Decidió que prevaleciera sunaturaleza. Durante susperegrinaciones, y en el curso de susencuentros, había visto que loshombres y los reyes eranintolerantes, que sólo respetaban suspropias creencias, que despreciabanlas de otras, y que, a veces, inclusointentaban destruirlas, como eseNabónido, el rey de Babilonia, quequería imponer a todos los pueblosde su imperio el culto de su dioslunar, Sin de Ur y de Harran. Ciroera tolerante por naturaleza, sentíamucha compasión por los hombres,

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sentimiento que había desarrolladocon el trato de Djamaspa y lasenseñanzas de Zaratustra. Admitiríatodos los dioses y todas las creenciasen su imperio, y perdonaría a todoslos reyes vencidos como había hechocon Astyage. Pues pensaba que lagenerosidad y la magnanimidad eranmás fecundas que la crueldad y laintolerancia, y que con estas virtudesun rey se ganaba el amor de suspueblos; porque más valía el afectode un pueblo que su odio, ya que, dedarse esto último, siempre habríahombres dispuestos a sacrificar su

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vida para eliminar al tirano.»Ya era noche cerrada, y las

nubes negras que se habíanacumulado en el cielo la hacían aúnmás oscura; las tinieblas parecíanpegarse a los ojos como una venda.Ciro cerró los párpados y comenzabaya a dormitar cuando percibió unretumbar sordo de cascos de caballo.Aguzó el oído: el retumbar cesó derepente, el caballo iba ahora al paso.Ciro se enderezó en el lecho y palpóa su alrededor para buscar su daga.Un relincho de caballo, esta vez muycerca, le confirmó que el jinete se

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dirigía a la casa. Sintió el cuero desu cinturón, lo cogió y se lo ciñó, yluego se levantó sin hacer el menorruido. Comprobó que el puñalestuviera en su funda.

»Un débil ruido de metalgolpeado le permitió suponer que eljinete retiraba el freno del caballo, yque luego desataba las cinchas de lasilla.

»Ciro se colocó cerca de lapuerta. Sintió un ligero crujir depasos en la tierra batida del umbral.Sacudieron la puerta, que chirrióligeramente al abrirse. Más que

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verla, Ciro sintió que una silueta sedeslizaba dentro de la habitación.Inmediatamente la sujetó entre susbrazos. El desconocido se debatiócon fuerza, sin dar el menor grito.Pero Ciro le sujetaba de tal modoque le había paralizado los brazos, ylo levantaba del suelo. Entonces suadversario le dio tales patadas en lastibias que Ciro dejó escapar un grito,y luego rodó por el suelo sin soltarsu presa. Y, de repente, reconocióese perfume tan singular, ese aroma abrazo y bosque, a miel y almizcle quetanto le había impresionado.

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Entonces, abrazándose al cuerpo quetemblaba bajo el suyo, murmuró:

»—¡Amytis! ¡Amytis, amadamía, eres tú, ¡oh! sí, eres tú, a quiencreía perdida para siempre!... Yreconoció la voz de la joven, veladapor el llanto, que decía su nombre,que repetía su nombre como paraasegurarse de la realidad; y, cuandopuso su rostro contra su mejilla,sintió que le inundaba con suslágrimas. Se abrazaron presos de unaexaltación loca, sus labios sólo seseparaban para repetirse mutuamentesus nombres, y se mezclaban sus

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llantos en sus rostros. Como nopodían esperar, encontrar losencendedores de sílex en laoscuridad, no intentaron encender elfuego para verse, y se contentaroncon sentirse y oírse. Ciro llevó aAmytis a tientas hasta el lecho, en elque se tendieron despojándose de susropas, para finalmente unirse con unimpulso compartido.

»Hacía tiempo que había salidoel sol cuando se despertaron,abrazados aún en el lecho. Amytis seenderezó y, apoyándose en un codo,contempló a Ciro con una ternura

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infinita:»—Eres tú en efecto, mi amor,

te encuentro tal y como te habíadejado.

»Él la atrajo hacia sí parabesarla, como si quisiera asegurarsede esta forma que estaba viva.Cuando la soltó, Amytis se enderezóde nuevo y su mirada se veló detristeza. Ciro le preguntó,asombrado, la razón, y ella lecontestó:

»—¡Ay! Me casaron contra mivoluntad con ese Vidarna, y mi padreno querrá jamás que me separe de él.

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Debes llevarme lejos de aquí, a esaciudad de Anzán de la que me handicho que eres el rey.

»De repente se puso de rodillas,y llevándose una mano al pechoexclamó:

»—¡Has cometido una granlocura atreviéndote a venir aquí,pues Vidarna puede enviar encualquier momento a sus criadospara que vigilen la casa!

»Ciro sonrió mientras la atraíahacia él:

»—No tienes nada que temer, nipor ti ni por mí —le anunció-. Has

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de saber que Vidarna ha muerto, quetu padre ya no es más que un simpleseñor, aunque también el abuelo delnuevo rey de los medos y de lospersas.

»Amytis abrió los ojos llenosde asombro y le preguntó:

»—Ciro, amado mío, ¿deverdad has vencido a tus enemigos, yeres ese gran rey?

»—De verdad soy yo, y prontotú serás la reina de ese rey.

»Su rostro se iluminó de alegríay se estrechó contra él mientras lecubría de besos. Pero, de repente, se

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puso seria y le dijo:» Me han dicho que tenías

esposa, la hija de uno de los grandesde Persia.

»—Es verdad, Amytis, y sientomucho afecto por Cassandana. Pero¿quién puede impedirme que me casetambién con la que amo, la hija delrey de los medos?

»—¿Me amas más que a ella?—preguntó alarmada Amytis.

»—Infinitamente más, si no ¿porqué estaría yo aquí?

»Mientras le hablaba en esostérminos, Ciro le dio besos que

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testimoniaron su pasión, y luego lepreguntó qué había sucedido entreella y Vidarna, repitiéndole laspalabras de este último que le habíanllevado al borde de ladesesperación.

»—No me atrevería a contartecómo me ha tratado —le respondióAmytis-. Cuando entró en el palaciode mi padre, con el muslo abierto porun tajo de espada, dijo, que habíaacudido a pedir noticias, que elcombate había sido duro, pero quehabía derrotado a tu ejército y que mipadre partía al frente de refuerzos

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para espolear al enemigo en suretirada. Luego pidió que yo acudieraa su cabecera, a lo que accedí ainstancias de mi madre. Pero cuandome quedé sola con él, se puso ainsultarme, afirmando que te habíaherido de muerte, y que me iba amatar a mí también. Se arrojó sobremí con un puñal en la mano, y sinduda hubiera logrado su propósito deno haber estado enfermo. Conseguíescaparme. Pero temía quedarme enel palacio. En un principio pensé enrefugiarme en casa de Harpage, perome dije que ése sería el primer lugar

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adonde Vidarna enviaría a suscriados para buscarme. Por otrolado, tampoco quería causarmolestias a Harpage. Entonces penséque lo mejor sería que me marcharasin que nadie lo supiera yesconderme en el bosque durantealgún tiempo. Cogí entonces micaballo y mis armas, y,aprovechando la oscuridad de lanoche vine a refugiarme aquí. Peroluego reflexioné y me dije a mimisma que era una locura quedarsedurante el día en esta casa, donde encualquier momento podía ser

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sorprendida por los esbirros deVidarna. Entonces decidí que pasaríael día en la montaña donde resultadifícil cogerme por sorpresa, ydonde, además, tenía mayorposibilidad de huir y de defendermecon mis armas. He procurado notocar nada de la casa, para que nadiepudiera pensar que estaba habitada sipor casualidad alguien venía de día.Sólo regresaba por la noche,convencida de que nadie pensaría enesperarme allí. Pero no creía queVidarna estuviera diciendo la verdadcuando decía haberte herido de

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muerte. Porque, si le hubiera creído,me habría dejado morir. Yo sabíaque te encontraría algún día, pero noesperaba que fuera tan pronto.

»Ciro la escuchabaacariciándole el rostro. Sintió que elcorazón le estallaba de amor cuandoAmytis declaró que si ella hubieracreído que estaba muerto se habríadejado morir. Él la atrajo de nuevohacia sí para darle más besos, yluego le dijo:

»—Me siento culpable porhaberte asustado tanto ayer tardecuando te sujeté en la oscuridad.

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Pero me admira que no hayas gritado.»—Tuve mucho miedo

—reconoció ella-. Pensaba que miagresor era un sirviente de Vidarna.Me mordí los labios para no gritar,pues no quería dejarle creer que meiba a dejar sorprender sindefenderme.

»—Y te defendisteadmirablemente, hasta el punto quetodavía me duelen las tibias de laspatadas que me diste.

»Ella le miró riendo y le dijo:«-Entonces, ruego a mi rey que meperdone por haberle golpeado de esa

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manera.»Cuando, al cabo de tres días,

una delegación de dignatariosacompañados por guardias fue enbusca de Ciro, tal y como éste habíasolicitado, los dos amantes pensaronque el tiempo había transcurridodemasiado deprisa, y Ciro estuvo apunto de mandarlos de vuelta. Perose obligó a sí mismo a recibirlosamablemente, y rodeado de esteséquito, Ciro llevó a Amytis deregreso a Ecbatana. Algunos díasmás tarde se casaba con ella y eraentronizado en su nueva realeza.»

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Bagadates calla. No se oye másque el chisporroteo del fuego que seapaga lentamente y, muy cerca, elrechinar de un grillo. Los oyentes selevantan en silencio y se saludanantes de separarse, mientras que laluna se eleva en el cielo donde seestiran las nubes.

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VIGÉSIMO QUINTAVELADA

LOS REBELDES Y SU JEFE

A media tarde, la caravana llegaa Zela. Es una ciudad pequeña, perode gran importancia a causa de susantuario consagrado a la diosaAnahita. Dispone de numerosos

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recintos para caravanas, y Razon, eljefe de la caravana, ha escogido unode los que están mejor emplazados,fuera de los muros de la ciudad y alborde de un bosquecillo queatraviesa el camino. En este lugar yen varios tramos, el camino estápavimentado. Las gentes del país lollaman «la calzada de Semíramis»,pues dicen que fue construido pororden de la reina conquistadora. Deacuerdo con algunas tradiciones, fueel propio Ciro quien estableció allíel culto de su diosa favorita. Estáconsiderada como el primer

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santuario de Anahita, y es allí dondeacuden las gentes de las comarcasvecinas para prestar juramentocuando se trata de asuntosimportantes. Como homenaje a Ciro,todos los hombres de la caravanaacuden a quemar incienso, encompañía de una de las hieródulas,las cortesanas sagradas que atiendenel templo. Son muy numerosas, y dehecho constituyen la mayor parte dela población de la ciudad. SóloOseas, impulsado por su odiointolerante hacia otras divinidadesque no sean la suya se abstiene de

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realizar dicha visita. En el corazóndel santuario mantenido por losarmenios, que han adoptado el cultode la diosa bajo el nombre de Anaitisse levanta una estatua de Anahita queha esculpido recientemente un artistajonio. Ya que el Rey de Reyes queacaba de subir al trono de Persia,Artajerjes II, ha elevado el culto dela diosa al rango de culto real concarácter oficial, y es el primero quequiere que la diosa esté representadapor hermosas estatuas de figurasfemeninas.

Los oyentes se sienten, pues,

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distendidos y con el espíritu lleno deCiro y de su diosa protectora,cuando, llegada la noche, se reúnenpara escuchar a Bagadates.

«A partir de entonces, Ciro sesintió un hombre colmado —dijoBagadates-. Y los dioses quisieroncolmarle aún más, como si, despuésde someterle a diversas pruebas, leconcedieran la inmortalidad cuandollegara victorioso al corazón dellaberinto.

»Es cierto que Cassandana, queestaba muy enamorada de su marido,

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se sintió muy triste al enterarse deque su marido había tomado unasegunda esposa. Intentaba razonarconsigo misma, diciéndose que era lahija de Astyage y que ese matrimonioconsolidaba la legitimidad de Ciroen el trono de los medos. Tambiénsabía que Ciro había amado a esajoven mucho antes de conocerla aella, a Cassandana a quien habíahecho reina de los persas. Se jurómostrarse amable, y llena deatenciones para con la otra reina. Yasí se comportó cuando Ciro regresótriunfante a Pasargadas, aún en obras.

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Había recibido en Ecbatana lacorona de Media, y quería recibir enla ciudad destinada a convertirse ensu capital la corona de Persia.

»Ciro se había preocupado dehablarle largo y tendido a Amytissobre Cassandana, ya que quería quelas dos mujeres que amaba fueranamigas y no se tuvieran envidia. Asífue, y cuando, un año más tarde,Cassandana dio a luz el primer hijode Ciro, Amytis no le tuvo envidia yse alegró por ello ya que ella nohabía podido darle un hijo a sumarido. El niño recibió el nombre de

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Cambises, como su abuelo paterno.Iluminó la vida de Cassandana, yaque, aunque Ciro pasaba largos ratoscon ella cuando estaba enPasargadas, lo cierto es que no ibacon frecuencia a su capital, cuyaconstrucción no se concluyó hastamuchos años después. Pasaba casitodo el tiempo en Ecbatana, situadaen el centro del imperio. Amytis leacompañaba entonces en suscacerías, comportándose más comocompañera que como esposa, ya quea la joven no le gustaba quedarse enel palacio de Ecbatana para

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dedicarse a labores femeninas.»Una de las primeras tareas que

se había impuesto Ciro había sido lade unificar su imperio, que seextendía desde el Halys, en elcorazón del Asia Menor, hasta lameseta iraní. No es que quisieraimponer a las distintas naciones quelo componían los mismos dioses, lasmismas costumbres, las mismasleyes; al contrario, lo que deseabaera que esos rasgos que distinguían alos pueblos y los diferenciaban serespetaran escrupulosamente. Perotambién quería que reinase la paz

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dentro de su imperio, que no hubiesemás querellas entre los distintospueblos que eran, todos ellos, sussúbditos y sus hijos, y que las tribusnómadas y los criadores de ganadotuvieran sus propios territorios y nopisotearan más las tierras de losagricultores ni los saquearan. Dehecho, quería que se reconociera suautoridad en todo el imperio, ya quehasta entonces los reyes medos sólohabían detentado un poder nominalsobre la mayoría de dichos pueblos,contentándose con percibir untributo. Por ello, emprendió la

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división de los territoriosdependientes de su autoridad enprovincias llamadas satrapías, a lacabeza de las cuales colocó a ungobernador, el sátrapa.

»Pero esas reformas provocaronenfrentamientos, y varias tribusnómadas se rebelaron por temor aque se les prohibiera continuar consus antiguas formas de vida. Lamayoría de esas tribus insumisaspertenecían a la gran nación de losaryas, que es también la de losmedos y los persas. Ciro aconsejó asus sátrapas que evitaran el uso de la

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fuerza. Les había dado instruccionesen el sentido de emplear lapersuasión y no la violencia parahacer entrar a dichas tribus en elseno del imperio, ofreciéndoles enparticular garantías en cuanto a sulibertad de desplazamiento. No se lesprohibía que entrasen en losterritorios vecinos ni que paliasen lapobreza con el pillaje; los sátrapasdebían proporcionar ayudas a lastribus que sufrieran la amenaza delhambre.

»Cuando arregló todas lascuestiones concernientes a la

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implantación de una administraciónimperial, Ciro consideró que estabaen condiciones para realizar susueño: marchar con un fuerte ejércitohacia las regiones situadas al este delIrán, Margiana, Drangiana,Bactriana, Sogdiana, Aria, Aracosia,e integrarlas a su imperio. Seacordaba de las guerras quedesgarraban los pequeñosprincipados que compartían esosterritorios inmensos, y queríaimponer allí una paz y una seguridadcomo jamás habían conocido hastaentonces. Pero también ardía en

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deseos de apoderarse de Samarcanday de exterminar la sociedad secretade los mairyas, los amos del oro.

»Ciro aceleró los preparativosde la expedición cuando un enviadodel sátrapa de Hircania, provinciasituada al norte de Ecbatana yribereña del mar Caspio, le llevó lanoticia de que varias tribus delpueblo de los mardos se habíansublevado y que se dedicaban alpillaje en la parte oriental de laprovincia. El sátrapa había enviadotropas para reducirlos, pero entoncesse pasaban a Partia y desaparecían

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en las montañas cubiertas de bosquesdensos, que se encontraban en unacomarca a la sazón ajena al imperio.El nombre de los mardos despertó enla memoria de Ciro viejos recuerdos,y quiso acudir él mismo paraproponerles la paz, pues no podíasoportar la idea de que su sátrapaterminara por exterminar a un pueblo,al que tenía la sensación depertenecer.

»En aquellas regiones losinviernos eran duros y los veranosabrasadores, por lo que Ciro se pusoen camino al principio de la

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primavera. Su intención era cruzarHircania, camino de paso obligadohacia Partia y Margiana, y salir alencuentro de los mardos paraproponerles una paz honrosa. Luegomarcharía sobre Margiana paraanexionarla a su imperio.

»Ciro salió al frente de unejército que no quiso fueraimportante en cuanto al número decombatientes, pues sabía que eradifícil mantener a multitud dehombres en las regiones desérticas alas que debería enfrentarse si acontinuación intentaba anexionarse

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Sogdiana, pero si quiso que lo fueraen cuanto al valor de suscombatientes. Había seleccionadocuidadosamente tanto a los jinetescomo a los soldados de infantería,para no llevar más que soldados deelite. Amytis se había empeñado enacompañarle en esa campaña. Alprincipio. Ciro se había opuesto,pues temía por ella, pero Amytis fuetan persuasiva que al final cedió,feliz de conservar a su joven esposaa su lado. Amytis estaba tanhabituada a las grandes cabalgadasque siguió el ritmo de la marcha a

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caballo, sin aceptar en ningúnmomento acomodarse en uno de losnumerosos carros en los que setransportaban los equipajes y losvíveres del ejército.

»Ciro aprovechó estaexpedición para darse a conocer alos pueblos que habitaban aquellasregiones de su imperio, e hizo un altoprolongado en Ragai, dondeconversó con los magos. Ya queestos últimos habían tenidoconocimiento de las enseñanzas deZaratustra, y varios de ellos, quehabían oído predicar a Djamaspa se

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habían convertido a su doctrina, quepor otra parte no se diferenciaba enlo fundamental de la de los magosmedos, sino que le insuflaba un soplomoral, así como una espiritualidadmayor. Pues desde hacia muchotiempo Ciro se había dado cuenta deque la originalidad de la doctrina deZaratustra consistía ante todo en esavisión dualista del mundo, campo deenfrentamiento entre el bien y el mal,las entidades divinas queparticipaban de cada uno de losgrandes principios simbolizados a suvez en Ahura Mazda y Angra Manyu.

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»Los magos del zoroastrismoanimaron a Ciro a que elevara lareligión de Zaratustra a categoría deculto oficial del imperio, y que laimpusiera a todos sus súbditos. Ciroles respondió que si él mismo habíaadoptado la religión de sus padres,no tenía intención alguna de imponera todos los pueblos del imperio unculto único, ya que cada cual tenía elderecho y el deber de honrar a losdioses ancestrales, y que seria uncrimen grave querer destruir a losdemás dioses pretendiendo que losde uno son los mejores. Semejantes

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ideas —terminó diciendo—conducen al desprecio de los demásy, finalmente, a su destrucción.

»Reanudó la marcha hacia laspuertas Caspianas que dan acceso alas llanuras próximas al mar Caspio,igualmente llamado de Hircania, y alas estepas de Transoxiana. Fue alsalir de dichas puertas cuando seenteró, por medio de los mensajerosque le envió el sátrapa de Hircania,de que, después de un combateencarnizado, el ejército de los medosy de los persas había vencido a losmardos, capturado a la mayoría de

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los guerreros con sus familias ysobre todo, había tomado sucampamento por sorpresa. Siguiendolas instrucciones de Ciro, los persashabían evitado incendiar las tiendasy dar muerte a los prisioneros. Elmensajero precisó que el sátrapaaguardaba la llegada de Ciro paramandar ejecutar a todos los jefes deese pueblo rebelde. Al oír esanoticia, Ciro reunió a su guardiapersonal, compuesta de dos miljinetes, y salió apresuradamentehacia el campamento del sátrapa deHircania, dejando a sus generales el

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encargo de reunirse con él junto conel grueso del ejército.

»Esa noche, Ciro y su tropadurmieron en pleno monte, bajo elcielo raso, pues no habían llevadoequipajes, y cada cual se habíaprovisto de víveres y de agua parasus necesidades personales. Laguardia de Ciro se admiró de que elsoberano de un reino tan ricocompartiera sus fatigas, cargando élmismo con su ración de comida ycabalgando al frente de la tropa. Apesar del cansancio que sentíadespués de una dura jornada pasada

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toda a caballo, y aunque ya fueranoche cerrada, Ciro ordenó encenderun fuego en un altar portátil y ofrecióhaoma a la llama que se elevaba altaen el aire puro y fresco. Le dirigióuna oración, y pidió a Anahita que ledevolviera, de entre los mardoscapturados, a algunos de sus antiguoscompañeros.

»La diosa escuchó su plegaria.»Dos días más tarde se unía al

ejército del sátrapa de Hircania. Losmardos vencidos habían sidoencerrados en su propiocampamento, después de que se les

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hubiera desarmado, y los vigilabanestrechamente unos arquerosapostados en la empalizada. Pero losjefes estaban encadenados yencerrados en una tienda; y así se lonotificó el sátrapa que salió a suencuentro para recibirle.

»Ciro desmontó y preguntó alsátrapa:

»—¿Son muchos losprisioneros?

»—Varios miles, señor —lerespondió-. En ese campamento estánreunidas varias tribus, las másimportantes de los mardos que siguen

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siendo nómadas.»Ciro ordenó entonces que

llevaran a los jefes a su presencia,pero que, antes, les quitaran lascadenas.

»—Porque —precisó- no quieroque se sientan humilladoscompareciendo ante mi maniatados.

»Ciro fue a ocupar un tronoportátil colocado en el centro delcampamento persa, sobre un pequeñoestrado cubierto de alfombras. Elsátrapa estaba de pie a su lado ydetrás del trono se habían alineadolos oficiales que mandaban su

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guardia y el ejército del sátrapa. Losjefes mardos avanzaron entre losguardias armados con lanzas. Delantede ellos marchaba un oficial persaque les conducía.

»—Señor —le decía el sátrapaa Ciro-, estos hombres son el almade la revuelta de los mardos.Conviene darles muerte si no quieresque se levanten contra tu autoridadtan pronto hayan recuperado sulibertad.

»Pero Ciro no le escuchaba. Lehabía dado un vuelco el corazón yentornó los párpados para estar

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seguro de que el sol, alto en el cielo,no le cegaba; entre los jefes de losmardos figuraba Hyriade, su amigode la infancia a quien había creídoperdido para siempre, asesinado porlos lobos de Sogdiana, los mairyas.Ante la mirada estupefacta de susoficiales, Ciro se levantó de un saltoy avanzó hacia Hyriade, quien, por suparte, abría desmesuradamente losojos de la sorpresa.

»—¡Hyriade! —exclamó Ciro-.Hyriade, amigo mío, mi hermano,¿eres de verdad tú, al que encuentrovivo en este lugar?

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»Hyriade, pues en efecto era él,se arrojó entre sus brazos y seabrazaron como hermanos, y todosvieron que ambos lloraban dealegría.

»—Si, Ciro —dijo el hijo deTanoajares-, soy en efecto Hyriade,pero tú, ¿acaso eres ese Ciro cuyafama ha cruzado llanuras y montañas,ese hombre que se ha hechoreconocer rey de los persas y que havencido al poderoso rey de losmedos, al que se suponíainquebrantable en su trono?

»—Si, Hyriade, yo soy ese rey,

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pero sigo siendo Ciro, tu amigo.»Dicho esto, Ciro llevó a

Hyriade junto a su trono y exclamó:»—Mirad, amigos míos, mis

buenos soldados, a este hombre: paramí es un hermano al que creíaperdido y que el Señor de lasabiduría me ha devuelto en el día dehoy. Decreto que todos los mardosque habéis capturado sean puestosdesde hoy mismo en libertad, yquiero que los consideréis comocompañeros. Hoy es un día de fiesta,un día grande para mí. Quiero quesea también el día de la

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reconciliación entre los medos ypersas de un lado, y los mardos deotro.

»Ciro poseía el don deprovocar el entusiasmo de sussoldados con las palabras mássencillas, de manera que fueaclamado tanto por sus propiosguerreros como por los jefes de losmardos, quienes, de prisionerosamenazados con la ejecución, sevieron de repente devueltos a lalibertad.

»Ciro llevó entonces a Hyriadebajo la tienda que le habían

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preparado, y que el sátrapa se habíapreocupado de que fuera tanconfortable como un palaciopequeño. Ardía de impaciencia porsaber por qué azar Hyriade, a quiencreía muerto, había conseguidoescaparse de sus asesinos. A peticiónsuya, este último habló así:

»—Pasé una noche maravillosaen los brazos de Roxana, como tepuedes imaginar. Pero he aquí que, aldespertarme, advierto que tiene elsemblante hosco y me dice que mivida está amenazada, que unoshombres vestidos de negro, los

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mairyas, me aguardan fuera de sucasa para darme muerte. Pensé quese burlaba de mí, que queríaimpresionarme, aunque sin saber muybien por qué. Pero cuando salí a lacalle y vi a esos mairyasencabezados por ese Hardaz, que lavíspera nos había parecido tanamable, comprendí que Roxana teníarazón y que había caído en unatrampa. Sé que tuviste la mismaaventura, pero tú, tú ibas a caballo,mientras que yo iba a pie. Me dientonces a la fuga, pues no teníamuchas otras posibilidades. Los

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mairyas habían dejado también suscaballos y se pusieron a perseguirmea pie. Pero lo que no sabían es quesoy un buen corredor, infatigable.Los mantenía a distancia y luegodejaba que me dieran alcance cuandoveía que uno se adelantaba a losdemás, entonces le daba unapuñalada sin que él pudieradefenderse bien ya que estaba sinaliento y debilitado. Pero yo tambiéncomenzaba a fatigarme. Me puse aandar, y vi que mis perseguidorestambién habían ralentizado sucarrera.

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»Ejecuté mi plan, y los diosesme fueron propicios, ya que dos otres días después de alejarme deSamarcanda vi que nuestra tribuvenia hacia mí. Ya que, al no tenernoticias nuestras, los ancianos sehabían inquietado y decidieronlevantar el campamento y acudir anuestro encuentro camino deSamarcanda.

»En este punto del relato, Cirointerrumpió a Hyriade con tono defelicidad:

»—Pero cómo, ¿la tribu estácontigo?

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»—Por supuesto —afirmóHyriade lanzando una mirada deasombro.

»Ciro creyó entonces oportunohablarle del saqueo de Bactria ycómo había temido que los turanioshubieran exterminado a toda la tribu.

»—Hacía días que habíanabandonado ya Bactria cuando seprodujo esa matanza de la quetuvimos noticia —le informóHyriade, quien siguió diciendo:

»—Sentí una gran alegría alencontrarme tan pronto seguro conlos míos, pero, ¡ay!, no vi que

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estuvierais con ellos ni tú, ni mipadre, ni sus dos acompañantes.Había reunido a todos nuestrosguerreros, y varios centenares denosotros estábamos llenos de cólera,pues yo les había contado lo que mehabía sucedido. Pero no quería quelos mairyas pudieran sentir algúntemor y desconfiar. Por ello, nofuimos a instalarnos al pie de lasmurallas de la ciudad, tomando laruta procedente del sur. Dimos ungran rodeo para llegar por el norte, yestablecimos nuestro campamentojusto a la salida de la barriada donde

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estaba la casa de Roxana. Para nocorrer ningún riesgo, alineamos loscarros formando un círculo a modode defensa de nuestro campamento.Habíamos tomado la precaución dellegar de noche, y mientras lasmujeres y un grupo de hombresinstalaban el campamento haciendoel menor ruido posible, yo mismo, alfrente de un centenar de hombres apie, nos deslizamos por las callesdesiertas de la barriada, evitandoque nos vieran. Todavía brillabanalgunas luces en las ventanas, pero lamayoría de los habitantes de las

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casas dormían ya. La vivienda deRoxana también estaba a oscuras, yno tuvimos ninguna dificultad entomarla. Me introdujeinmediatamente con una docena deguerreros. Pronto sometimos a todala servidumbre y yo me dirigí a lahabitación de Roxana. Estaba sola,dormida en su lecho. Las llamas dealgunas lámparas iluminaban lobastante la habitación como parapoder verla descansando con todatranquilidad. La desperté. Se sentó enla cama dando un grito y, alreconocerme, me miró asombrada,

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pero me di cuenta de que se alegrabapues me cogió la mano y me dijo:

»—¿Eres tú, Hyriade? ¿Haspodido, pues, librarte de esos lobos?

»—Le dije que sí sin darledetalles, pero inmediatamentedespués pareció temer por mi vida,diciéndome que era una locura pormi parte el haber regresado a aquellacasa, a la que Hardaz no tardaría envolver. Cuando le pregunté por él,me informó que en ese momento seencontraba en una taberna deSamarcanda, la misma donde lehabíamos conocido, y que estaba

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celebrando allí una fiesta con unadocena de mairyas. Ordené entoncesa Roxana que se vistiera. Al verla unpoco remisa a obedecerme, llamécon un silbido a mis compañerosquienes acudieron inmediatamente.Les di orden de que llamaran a losque se habían quedado afuera, paraque nos ayudaran a llevarnos cuantohabía en la casa. Roxana quisoprotestar, y le dije que debíaobedecerme, de grado o por lafuerza, ya que yo era su nuevo amo.Enseguida capituló, y en una horatransportamos al campamento todo

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cuanto había en la casa, incluidos lossirvientes y la bella Roxana.

»—A esas horas las puertas dela ciudad estaban cerradas, y noteníamos ninguna posibilidad de quelos guardias nos las abrieran, pues lapresencia de tanta gente armadapodía alarmarles. Podíamos aguardara Hardaz en la casa vacía, pero esasolución no me convenía. Nosotrosqueríamos enfrentarnos a todos losmairyas juntos, entablar una granbatalla. De manera que decidíaprovechar la noche para disfrutarcon Roxana, a quien había mandado

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llevar a mi tienda. Se entregóvoluntariamente, e incluso se alegróde lo que le habíamos hecho aHardaz vaciando su casa de todossus tesoros.

»A mi gran pesar, no puedodescribirte la cara que debió poneral encontrar su casa vacía. Perodebió suponer que nosotros éramoslos culpables cuando, al hacerse dedía, descubrió nuestro campamento.No sé lo que ocurrió del lado denuestros enemigos. Lo cierto es queal día siguiente se presentó delantede nuestro campamento una tropa de

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jinetes. El capitán pidió hablar connuestro jefe. En ausencia de mipadre, nuestra tribu me habíadesignado a mí como jefe. Salí, pues,a su encuentro, escoltado por unosveinte guerreros. Me preguntóentonces si éramos nosotros losbandidos que habíamos saqueado lacasa de Hardaz. Le confirmé que asíera y le pregunté quién era él. Meinformó que era el capitán de laguardia del señor de la ciudad, yañadió que me instaba a devolver aHardaz lo que le habíamos robado.Entonces le dije lo siguiente:

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»"Amigo mío, pertenecemos ala nación de los mardos. Estásviendo sólo una fracción de nuestropueblo. Será mejor para tu amo queno busque pelea con nosotros. Sóloqueremos a Hardaz y a sus lobos, losmairyas. Han querido matarme, yestoy convencido de que han dadomuerte a mi padre, el jefe de nuestratribu, y a dos de sus compañeros.

»“No mencioné tu nombreporque me había enterado porRoxana que según le había informadoHardaz, habías conseguido escapar,al ser salvado en el último momento

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por una tropa de guerrerosmasagetas. Le precisé que habíamosido para arreglar un asunto entre losmairyas y nosotros, que debíanenfrentarse a nosotros en igualdad decondiciones, y que más le valía alpríncipe de la ciudad no tomarpartido en dicho asunto si no queríaver cómo todo el pueblo mardoacudía para saquear su ciudad.

»”Creo que mis amenazassurtieron efecto, pues antes de que elsol alcanzara su cenit vimosdesplegarse en la llanura losestandartes con la insignia del dragón

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de los mairyas que venían a nuestroencuentro. Por nuestra parte,habíamos dejado nuestrocampamento, y cargamosinmediatamente contra esos hombresque, te reconozco, eran menosnumerosos que nosotros. Pelearoncon valentía, pero se habíanacostumbrado a perseguir solamentea desgraciados indefensos. Hicimosuna verdadera matanza, y tuve elplacer de matar a Hardaz con mipropia mano. Cuando dimos cuentade aquellos lobos, cuyossupervivientes huyeron, pregunté a

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las gentes de la ciudad sobre mipadre. Nuestra forma de castigar alos mairyas tuvo un efecto milagroso,pues se desataron las lenguas ypronto tuvimos la certeza de que esoshijos de los devas habían dadomuerte, en efecto, a mi padre y a suscompañeros.

»"No nos quedaba nada porhacer en Samarcanda. A partir deentonces, mi pueblo me reconociócomo su nuevo jefe. Decidí ponernosen camino hacia los territorios de losmasagetas para obtener noticiastuyas. Llevaba conmigo a Roxana,

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con quién me había casado, así comoa varias mujeres para servirla.Dejamos en libertad al resto de losservidores capturados, y repartí losbienes de Hardaz entre miscompañeros."

»—Pero cómo —preguntóCiro-, ¿Roxana está aquí, en vuestrocampamento?

»—Aquí está y creo que metiene mucho cariño —aseguróHyriade-, quien continuó su relato:"Al principio, los masagetas nosrecibieron mal, ya que no les gustaque tribus extranjeras practiquen el

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nomadeo en sus territorios.»"Pero les hablé de ti, y les

aseguré que sólo estábamos de paso,que habíamos ido a buscarte. Fue asícomo encontramos la tribu dePeirisades y yo conocí a Ariapeites.Cuando le hablé de ti y le dije queéramos hermanos, me acogió como aun hermano y me informó queestabais unidos por la sangre. Meharían falta muchas noches pararelatarte todo lo bueno queAriapeites me dijo de ti."

»—Hyriade —le preguntóentonces Ciro-, ¿conociste también a

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una muchacha llamada Tomyris?»Hyriade hizo una pausa antes

de responder:»—Debes saber que, al final,

nos quedamos cerca de un año en elterritorio de los masagetas. Nuestrospueblos hicieron un pacto de alianza,y por ello tuve tiempo de conocer aTomyris. Había regresado al nortecon su padre y su tribu. Pero, durantelos meses que siguieron, su padreArgispises y Peirisades consiguieronllegar a un acuerdo y convencer aTomyris para que se convirtiera en laesposa de Ariapeites.

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»—¡De manera que se casó conél! —suspiró Ciro.

»—Sí, se casó con él —confirmó Hyriade, quien dijosorprendido a continuación: peroparece que la idea te contraría. ¿Fueimportante para ti esa Tomyris?

»Ciro meneó la cabeza y dijo:»—No, no tuvo ninguna

importancia. Pero dime más biencómo es que te encuentro aquí, entrelas demás tribus de los mardos.

»—Por una serie decircunstancias —le informóHyriade-. No tuvimos más remedio

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que abandonar los territorios de losmasagetas, y nuestra ruta nos condujodirectamente hacia Partia e Hircania.Allí nos encontramos con otras tribusde nuestro pueblo. Se habíanrebelado contra el gobernador de laprovincia, quien quería obligarles aestablecerse en territoriosdeterminados. Una guerra representasiempre una oportunidad parasaquear y enriquecerse. Nos unimos,pues, a los rebeldes, también un pocopor solidaridad, y es así comofuimos arrastrados a esta guerracontra el gobernador de Hircania y,

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finalmente, contra ti. ¡Pero cómopodría haberme imaginado nunca queel Ciro que se había convertido en elseñor de uno de los reinos máspoderosos de Asia eras tú!

»Ciro cogió las manos de suamigo y le dijo:

»—Hyriade, éste es el comienzode una aventura que vamos a vivirjuntos. Sé que a tu tribu le gustaluchar, y que tus jóvenes guerrerostambién están ansiosos porenriquecerse. Únete a mí, serás unode mis generales. Y lo que te ofrezcocomo campo de batalla no son

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algunas fanegas de tierra en laestepa, sino todos los reinos deOriente.»

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VIGÉSIMO SEXTAVELADA

LA MARCHA HACIA ELPONIENTE

Esa tarde, los oyentes deBagadates se reunieron dandomuestras de su satisfacción, ya queles parecía admirable el hecho de

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que los dioses hubieran podido amartanto a un hombre, a quien colmaroncon todos sus favores. He aquí unhéroe hermoso, fuerte, amable ygeneroso, que conquista un trono y unimperio, que, si ha tenido un amordesgraciado, conoce luego lafelicidad, y que, por último, estambién afortunado en la amistad.Además, saben que sus múltiplesconquistas le proporcionarán lagloria eterna. Es bien cierto que Ciroha sido, sin duda, uno de los hombresmás queridos por el destino.

Bagadates retoma el hilo de su

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relato.

»Atendiendo al deseo de Ciro,los mardos se integraron en elimperio y recibieron vastosterritorios, mientras que buen númerode los guerreros jóvenes se enroló enel ejército de Ciro.

»Por su parte, Ciro no pudoevitar sentir cierta emoción alencontrarse de nuevo con Roxana,pues para él había sido la revelaciónde la belleza y del deseo, aunque sealegró de que hubiera dado lafelicidad a su amigo. Les hizo ricos

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presentes y les aseguró que tendríansu propio palacio en Pasargadas.Ciro se disponía a continuar su rutahacia oriente, después de dejarresueltos esos asuntos, cuandollegaron correos procedentes deEcbatana. Habían recorrido elcamino a toda prisa, descansandopoco y cambiando a menudo decaballos. Le informaron que el rey deLidia, Creso, se preparaba en secretopara declararle la guerra. Habíaenviado emisarios a las ciudadesgriegas de Jonia para reclutarmercenarios, y había equipado a la

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caballería lidia con la que se habíapuesto en marcha hacia el Halys, elrío que servia de frontera entre losdos Estados. Asimismo, habíafirmado una alianza con los reyes deEgipto y de Babilonia, quienescompartían la misma inquietud anteel ascenso del sol persa. El tránsfugaque había revelado dichospreparativos militares era uno de losagentes reclutadores contratados porCreso; por ese motivo llevabaencima una fuerte suma de monedasde oro contrastadas, que el rey deLidia había emitido en sus Estados, y

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se había fugado con esa fortuna.»—Mi tío ha perdido el juicio

—observó Amytis cuando Ciro lecomunicó la noticia-. Es verdad quesu orgullo es desmesurado. Pretendeser el hombre más rico del mundo ytambién el más dichoso. Sin dudaquerría ser también el más poderoso,y por ello te declara la guerra, yaque, si llegara a vencerte yarrebatarte la corona, sería el amo deun imperio magnífico, tanto como aúnno lo ha conocido la humanidad.

»—Lo que me sorprende —ledijo Ciro- es que no haya pensado

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que si, en efecto, puede ganar unimperio, por lo mismo también puedeperder otro, el suyo. Ya que sitenemos en cuenta la inmensidad delos territorios que controlamos y ladistancia que separa el Halys dePasargadas, frente a la extensión desu reino y los pocos días de marchaque a su vez separan ese mismo ríode Sardes, lo cierto es que tienepocas posibilidades de triunfar en suempresa.

»Ciro se vio, pues, obligado aabandonar su proyecto de campañashacia el este del Irán, y dio

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inmediatamente la orden de ponerseen marcha hacia Lidia.

»El ejército de persas y medosregresó a Ecbatana, donde Ciro quisoescuchar personalmente lainformación del tránsfuga:

»—Señor —le dijo esteúltimo-, soy un griego oriundo deÉfeso, y no tengo razón alguna paraser fiel a Creso, quien ha puesto a miciudad bajo su tutela. Entérate, pues,que me ha entregado oro parareclutar mercenarios en Tracia y elPeloponeso. Los tracios son buenosguerreros, y en el Peloponeso se

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encuentra una de las ciudades máspoderosas de Grecia, que ha hechoun pacto de alianza con Creso contrati. El nombre de dicha ciudad esEsparta.

»—¿Podrías decirme también—le preguntó entonces Ciro- por quéquiere Creso declararme la guerracuando yo no he tenido ningún gestode hostilidad hacia él, y además mehe casado con su sobrina Amytis?

»—Teme que un día codiciessus Estados. Por ello piensa que esprudente tomar la delantera. Haenviado embajadores a los grandes

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santuarios de Grecia, donde losdioses pronuncian oráculos pormediación de los adivinos. En uno deesos santuarios, en Delfos, una mujerllamada la pitia se encarama en untrípode y profetiza bajo lainspiración de Apolo. Le ha pedidoque pregunte cuál seria el resultadode una guerra contra los persas. Lapitia le ha dado la siguiente respuestaambigua: si cruza el Halys y marchacontra los persas, derriba un granimperio. De ahí que se hayaempeñado en declararte la guerra,pues está convencido de que se

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apoderará de tus Estados. Lo primeroque ha hecho es poner en pie deguerra a la caballería. Pues debessaber, rey, que los lidios son jinetestemibles; son muy numerosos, y,gracias a su caballería, Creso hacosechado numerosas victorias.Como no tiene infantería, ha decididoentonces reclutarla entre los griegos.Y también ha realizado una nuevaconsulta al oráculo de Delfos.

»—¿Tienen los lidios lacostumbre de consultar a losadivinos antes de emprendercualquier acción? preguntó

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asombrado Ciro.»—Ocurre sobre todo entre los

griegos. Su país está lleno desantuarios oraculares donde seconsulta la menor cosa. Y la pitia leha contestado esta vez que sólodebería huir cuando un mulo seconvirtiera en rey de los medos.Como le ha parecido imposible queun animal accediese al trono deEcbatana, ha tenido la certeza de quevencería y se ha puesto en caminocon su caballería hacia el Halys. Suintención es comenzar porapoderarse de las plazas fuertes que

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tienes en esa región, donde aguardaráa los refuerzos de los mercenariosgriegos y los que le han prometidolos egipcios y los babilonios, paraenseguida marchar sobre Ecbatana.

»Ciro dio las gracias al deÉfeso por su información y, comorecompensa, le dio permiso parainstalarse en la ciudad de su imperioque más le conviniese para gastarallí el oro que había sustraído aCreso.

»Cuando el de Éfeso se huboretirado, Ebaro le dijo a Ciro.

»—Mi rey, me parece que el

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resultado de la guerra te serápropicio. Pues, si el oráculo que estehombre ha invocado es exacto, hapredicho tu victoria sobre Creso.

»—¿Cómo te lo explicas tú?—dijo asombrado Ciro.

»—¿Acaso no le ha dicho esapitia a Creso que debería huir si unmulo se convertía en rey de losmedos? Pues, ¿acaso no eres tú unmulo, un mestizo*, para los medos,por ser hijo de una meda y de unpersa.

»La observación hizo reír aCiro, que dijo:

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»—En ese caso, pongámonos encamino sin tardanza para demostrar aese vanidoso que un mulo puede sersuperior a un caballo, y sobre todo aun asno.

»Al objeto de salir con mayorrapidez al paso de los jinetes lidiosque debían encontrarse cerca delHalys, si no lo habían cruzado ya,Ciro ordenó a su infantería quecabalgase a lomos de los camellos,dejando que le siguieran máslentamente los carros deequipamiento. La estación permitíadormir a cielo raso, y Ciro contaba

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con los recursos que le ofrecieran lasregiones que atravesaran paraalimentar a su tropa. Se llevó con éla Harpage y a Hyriade, pues ambosse habían empeñado en acompañarleen esa campaña, y dejó a Ebaro allado de Amytis, a quien habíannombrado regente de Media, dejandoa su madre Mandana a cargo delgobierno de Persia.

»A lomos de caballo y decamello, el ejército de Ciro atravesólas montañas del Zagros camino delas llanuras desérticas de Asiria. Enmenos de diez días llegaba a

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Arbelas, donde la diosa Ishtar poseíaun santuario de oráculos. Pero Ciroprefirió aconsejarse por sussacerdotes, depositando toda suconfianza en la protección deAnahita. Al cabo de otros dos díasllegaba ante la antigua ciudad deNínive, de la que sólo quedaban lasruinas.

»Acamparon a orillas delTigris, cerca de los monumentosderruidos de la antigua capital deAsiria. Antes de caer la noche, Ciroquiso dar un paseo por lo que fuerauna gran ciudad, y donde sólo vivían

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ya chacales y ratas. Le acompañaronHarpage, Hyriade y algunosparientes. Quedaba en pie una partede las murallas, rematadas aún enalgunos lugares por almenas,protección inútil de una ciudadmuerta. Subieron a un promontoriode donde surgían, como muñones deuna fiera desgarrada por los buitres,fachadas de muros desnudos y basesde columnas, testimonio miserable deuna grandeza desaparecida. Unaserpiente que había hecho su moradaen lo que antaño fuera el palacio delos reyes de Asiria se deslizó entre

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las piedras y desapareció por unagujero profundo. Harpage se volvióentonces hacia Ciro y le mostró, a supaso por los muros, la corriente lentadel Tigris que, desde los montes deArmenia, arrastra su caudal eternohacia el mar de Arabia.

»—Mira, Ciro, mi rey —ledijo-, este río impasible. Si el diosque lo habita se dignara hablarte, terelataría la gloria de esos reyes deAsiria cuyo imperio se extendíadesde la orgullosa Tiro en el mar deFenicia hasta la venerable Susa queha conocido la grandeza del país de

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Elam, del que Anzán fue unaprovincia. Nínive reinaba sobre elmundo, pues sus reyes habíandominado a los reyes de las nacionesque acudían a besar el suelo al pie desu trono. Por el río navegabanembarcaciones de caprichosasformas, donde los príncipes de Asurdejaban pasar días de felicidadentregados a los placeres; en susaguas se reflejaban las fachadasdoradas de los palacios, lasmúltiples columnas de sus pórticos ylas torres donde el cielo se unía conla tierra para formar una escala de

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los dioses. De estas puertasderrumbadas, que custodianinútilmente esos toros alados, salíanen medio de un estruendo los carrosde los reyes que dominaban elmundo, asombrado y sumiso.

»En este palacio, que bajonuestros pies no es más que ruinas ycenizas, vivió el último soberano deAsiria, ese Sardanápalo que habíaheredado de sus mayores el imperiomás poderoso que ha existido jamás.Encarnaba el orgullo de Asur ypensaba igualarse a los dioses. Sólovivía para el placer, buscando sin

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cesar voluptuosidades nuevas. Supalacio estaba lleno de oro y derosas, de perfumes y de mujeresescogidas entre las más bellas delimperio. Nunca pudo imaginar quetanto poderío estuviera unido a tantafragilidad. Porque de la Babiloniaque él creía sometida surgió larevuelta, y de los montes del Zagroslos guerreros medos de Ciaxares, tuantepasado. Los medos se unieron alos babilonios y ocuparon loshorizontes de Nínive, y sus jinetescayeron sobre la ciudad como elviento ardiente del desierto, como el

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soplo helado de las montañas delnorte. Y en pocos días barrieron elpoderío de Asur, destruyeron lasmurallas de Nínive, y el colosoasirio se derrumbó en la polvareda.Sardanápalo, que sólo habíaconocido una existencia de molicie yde lujo, convirtió su palacio en unainmensa hoguera. Él mismo amontonóen un solo lugar todos sus tesoros,ordenó llevar allí a sus esposas yconcubinas, y mandó a sus guardiasque las degollaran delante de él.Espectador del sangriento sacrificioy artífice de su propio fin,

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Sardanápalo permaneció tendido enun lecho rodeado de ricos cortinajesa los que él mismo prendió fuego.Pronto el incendio se propagó a lascolgaduras y a los muebles, demanera que el palacio se convirtió enun inmenso brasero en el que seconsumió el orgullo de Nínive.

»Hizo una pausa antes deproseguir:

»—Escuchad, amigos míos,guardad silencio. ¿No oís en losruidos del viento los gritos de lasmujeres del rey que los eunucosdegollaron antes de arrojarlas al

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brasero, los relinchos de los caballosde los vencedores que se difundenpor las calles muertas de la ciudad,y, por encima de todo, la risa deSardanápalo que todavía quieredesafiar a los dioses?

»—Harpage —dijo Cirodespués de que todos se quedaran unmomento meditando sobre lainestabilidad de la fortuna-, soy elprimero en saber cuán frágil es lagloria y efímera la vida del hombre.Pero un ímpetu invencible nosimpulsa a realizar acciones cuyavanidad hemos, no obstante,

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calculado. Sé muy bien que si venzoa Creso no por ello seré más dichosoaunque haya duplicado mi poderío.Pero el hombre está hecho así y elmundo está constituido de tal formaque me veo obligado a actuar comolo hago si no quiero, precisamente,conocer la misma suerte que tuvoSardanápalo. En cualquier caso, hashecho bien al hablar así, pues lavisión de estas ruinas nos recuerda lavanidad de las grandes ambiciones yla debilidad del hombre. Endefinitiva, la única que triunfa es lamuerte que nadie puede evitar; ella

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se encarga de igualar a los hombres yreduce al silencio los gritos y lasrisas y a la nada las glorias másdeslumbrantes.

»Aquella noche Ciro durmiómal, desvelado por los aullidos delos chacales, amos de las ruinas deNínive.

»Cuando entró en Capadocia,después de someter a los armeniosque se habían rebelado, Ciro seenteró de que los lidios ocupaban lamayoría de dicha provincia. Noobstante, Ciro dudaba aún de entraren guerra con un príncipe que era

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pariente suyo. Antes de recurrir,pues, al azar de las armas, envió aCreso, que se encontraba al frente desus jinetes, unos heraldos portadoresde una oferta de paz. Ciro le hacíasaber que estaba dispuesto a olvidarla injuria que le había infringido alinvadir sus Estados si se avenía apresentarse ante él y convertirse ensu vasallo. En ese caso le dejaríadisfrutar de su reino, del cual sería,en cierto modo, el sátrapa. Cresorespondió que no veía por qué noserían más bien los persas los queaceptaran convertirse en sus

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esclavos, puesto que lo habían sidode los medos, mientras que él, Creso,jamás había obedecido a nadie. Cirodecidió entonces recurrir a lasarmas.

»Marchó sobre la ciudad dePteria, que Creso había tomadoreduciendo a sus habitantes a laesclavitud. No obstante, sabedor deque Creso, dueño de las plazasfuertes de la región, habíaestablecido allí su campamento, Ciroaguardó la llegada del grueso de suejército. Las fuerzas de los persasresultaron ser, pues, superiores a las

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de los lidios, pero el combate quelibraron ambos ejércitos no fue porello menos encarnizado. La victoriaestaba aún por decidir cuando cayóla noche, y separó a loscombatientes. Ciro se había puesto alfrente de su caballería, llevando élmismo a sus hombres al combate. Deese modo pudo calibrar el valor y ladestreza de los jinetes lidios. Estuvoa punto de ser capturado durante unarefriega y se salvó gracias a uno desus soldados de infantería, quien, alver a su rey amenazado, habíasaltado sobre un dromedario para

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acudir en su ayuda. Entonces, loscaballos de los lidios, que jamáshabían visto semejante animal,divisaron al dromedario, salierondisparados de terror hasta el puntoque sus amos fueron incapaces dedominarlos y se vieron arrastradosen su huida.

»Creso temía por el resultadode un nuevo enfrentamiento, ya quehabía sufrido importantes bajas yhabía comprobado que sus fuerzaseran numéricamente inferiores a lasde los persas. De manera que, al díasiguiente, se batió en retirada y cruzó

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de nuevo el Halys a toda prisa.Estaban a finales del otoño yconfiaba en que Ciro regresaría a sucapital para esperar allí la vuelta dela primavera. Lo que le daría tiempopara reunir tropas nuevas demercenarios y conseguir losrefuerzos prometidos por los reyesde Egipto y de Babilonia.

»Ciro dudaba qué decisióntomar. Dado que no había perseguidoa Creso en su retirada, este último setranquilizó pensando que, en efecto,Ciro regresaría a Ecbatana. Demanera que, al llegar a Sardes,

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licenció a los mercenarios griegosque le habían acompañado. Erademasiado tarde para pedirles queregresaran cuando se enteró de que,haciendo caso omiso del invierno yde las antiguas costumbres militares,Ciro había entrado en Lidia con suejército. Estuvo al pie de lasmurallas de Sardes antes de queCreso tuviera tiempo de tomardisposiciones efectivas para sudefensa. No obstante, el rey de Lidiacontaba con su caballería hastaentonces invicta, y la desplegó por lallanura estéril donde el Hyllus se

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arroja al lecho del Meandro.»Ciro no había olvidado de qué

forma se salvó en la batalla dePteria. Ordenó, pues, que quitaran lasalbardas a los camellos que habíanservido para el transporte de losequipajes, los mandó ensillar e hizoque los montaran los soldados deinfantería que lo hubieran hechoantes, y que por ello fueran diestrosen dicho ejercicio. Estos camelleros,armados como los jinetes, formaronla primera línea detrás de la cual secolocó la infantería. Por último,desplegó a su caballería detrás y en

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los flancos. Cuando todas sus tropasestuvieron en su sitio, cabalgó hastael frente de las mismas y arengó a susguerreros. Para despertar su codiciales habló de los tesoros de Sardes yde las riquezas que les reportaría laconquista del reino de Lidia. Lesinstó a que no dieran cuartel acuantos se opusieran a ellos con lasarmas en la mano, pero que selimitaran a hacer prisioneros a losque se rindieran. En cuanto a Creso,dijo que lo quería vivo, que debíanevitar hacerle el menor daño, aunquese defendiera enérgicamente.

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»La treta de Ciro dio mejorresultado de lo que él mismo sehabía atrevido a esperar. Al ver a loscamellos correr hacia ellos, loscaballos de los lidios salieronhuyendo, y sus jinetes, incapaces dellevarlos de vuelta al combate,tuvieron que ir a pie, haciendoperder a Creso la ventaja queesperaba obtener con la carga de sucaballería. Ello no impidió que loslidios lucharan con gran valentía,aunque pronto tuvieron que huirdejando a muchos de sus compañerosen el campo de batalla.

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»Inmediatamente después, Ciropuso cerco a Sardes. Cabalgóalrededor de las murallas que eranaltas y sólidas, hechas de piedra. Lospersas intentaron tomarlas por asalto,sin éxito. Al cumplirse eldecimotercer día de asedio, Ciro,que se había enterado de que Cresohabía enviado a sus aliados deEsparta mensajeros para pedirlessocorro, hizo que los heraldosproclamaran a sus soldados que losprimeros que consiguieran acceder alos baluartes recibirían magnificasrecompensas.

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»—No lo conseguirán —le dijoun evadido lidio a Ciro-. Has desaber, señor, que el primer rey de loslidios, Melos, a raíz de lo que dijoun oráculo de la ciudad de Telmesos,mandó pasear por esos baluartes a unleón que, según dicen, había paridouna de sus concubinas; gracias a estamagia, las murallas de esta ciudadtienen fama de ser inexpugnables yno hay máquina de guerra que puedaderribarlas. Sólo existe un lugar pordonde no pasó el león; se encuentraen un punto de la ciudadela que sesupone es inalcanzable dado lo

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escarpado de la pared. Ni siquiera seponen allí guardias, tal es elconvencimiento de que no existeriesgo alguno de que el enemigopueda introducirse en la ciudad porallí.

»Ciro ordenó al evadido que leindicara inmediatamente el lugar, yse dirigió hacia allí en compañía dealgunos oficiales y de Hyriade.

»—Ciro —le dijo este último-,déjame aquí de guardia con unpuñado de hombres, y veré la manerade sacar provecho de semejantenegligencia.

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»Ciro le dejó que actuara a sugusto. Hyriade instaló su puesto devigilancia al amparo de unas rocas,para que no le vieran desde laciudadela. De este modo sorprendióa un soldado lidio, quien, alhabérsele caído el casco en undescuido al pie de la muralla,descendió por un camino escarpadopara recuperarlo y regresó por elmismo sitio. Hyriade aprovechó elmomento en el que, cuando el albailuminaba el horizonte, los centinelasestaban medio dormidos después deuna noche de vigilia, para emprender

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la escalada con los hombres de eliteque le había dado Ciro, y que en sumayoría eran mardos. De ese modoconsiguió introducirse en laciudadela sin que le sorprendieran yabrir las puertas de la ciudad, en laque entró como un torrente lacaballería persa.

»Aunque cogidos por sorpresa,los lidios se defendieronvalientemente, pero tuvieron queceder el terreno que los persasconquistaban, una calle tras otra.Como de costumbre. Ciro cabalgabaal frente de su guardia, con la que se

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abría camino hacia el palacio deCreso. Cuando se apoderó delmismo, se enteró de que Creso habíapreparado una hoguera en la que sehabía instalado, sentado en su trono yataviado con su túnica de rey. Cirose dirigió apresuradamente hacia ellugar donde Creso se ofrecía a losdioses en holocausto.

»Al descubrir a Creso instaladoen su hoguera como en un trono deeternidad, Ciro y los persas que lerodeaban se quedaron aterrorizadospensando en la profanación del fuegoque representaba semejante suicidio.

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Ya que, para los persas, el fuego,como manifestación en la tierra de laluz celeste que sale de Ahura Mazda,es el elemento sagrado porexcelencia, y quemar un cadáver o,peor aún, un ser vivo, estáconsiderado como el mayor de loscrímenes. Ciro ordenóinmediatamente que llevaran agua enabundancia y se acercó a la hoguerapara reprochar a Creso un acto tancondenable. Pero, al verle, Cresolevantó los ojos hacia el cielo,increpó a Apolo, cuyo oráculoaseguraba le había engañado, y por

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último murmuró:»—¡Solón! ¡Solón! ¡Cuán ciego

he sido ante tu sabiduría!»Una vez apagada la hoguera, se

obligó a Creso a bajar de allí, paraconducirlo ante Ciro. Entonces seinclinó ante él y dijo:

»—Yo te saludo, señor. Pues lafortuna te concede ese titulo y me veoobligado a reconocerte como miseñor.

»—Yo también te saludo, Creso—le respondió Ciro, impidiéndoleque se postrara, como se disponía ahacer-. Pues, ¿no somos ambos

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simples mortales y lo que la fortunada un día a uno bien puede quitárseloal día siguiente para entregárselo aotro? Y ahora, dime quién es eseSolón al que invocabas hace unmomento. ¿Se trata de una divinidada la que adora tu pueblo?

»—Se podría decir que es unhombre divino por su sabiduría—respondió Creso-, Solón eraciudadano de la ilustre Atenas, y lafama de su sabiduría fue tal que losatenienses le pidieron que les dierauna constitución con la que el pueblopudiera gobernarse a sí mismo, lo

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que ellos llaman una democracia.»Ciro no pudo evitar

interrumpirle para observar:»—¿Cómo puedes decir que un

hombre es sabio si piensa que loshombres en sociedad puedengobernarse ellos mismos? ¿No es ésauna locura grande que sólo puedellevar a los peores excesos?

»—Es verdad —reconocióCreso- que los atenienses pronto sedieron cuenta de ello, ya que sedieron a un señor llamado Pisístratoque ahora los gobierna como si fueraun rey. Pero ese Solón vino un día a

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Sardes y lo recibí en mi palacio. Leenseñé mis riquezas, y vio que elpueblo se inclinaba ante mí, su rey.Entonces le pregunté quién era, deentre todos los hombres que habíaconocido, el que le parecía másdichoso. Entonces me nombró a untal Tello, que había tenido hijoshermosos y había vivido en lo que élllamaba la virtud, y que, finalmente,había muerto luchando por la libertadde su patria. A continuación nombróa dos jóvenes de la ciudad de Argos,que habían obtenido victorias en losjuegos atléticos que organizan los

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griegos en determinadas ocasiones, yque llevaron su amor filial hasta elextremo de atarse al carro de sumadre, al faltarle a ésta los animalesde tiro. Al final me irrité y sorprendíal ver que no me nombraba, y lepregunté si no me podía considerarcomo uno de los hombres másdichosos, dado que era dueño detantas riquezas y que me vestía conlas telas más hermosas tejidas en lostelares reales. A lo que me respondióque los faisanes y los pavos, esospájaros grandes que viven en laIndia, tenían más mérito que yo, ya

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que su adorno era natural, y que másvalía adornar el espíritu consabiduría y virtud que el cuerpo conropas hermosas y ricas joyas. Luegome aseguró que la riqueza no es unagarantía de felicidad, que laserenidad y el saber proporcionanmás alegría que todos los tesoros delmundo, pues nadie nos puedearrebatar nuestras riquezas interioresque son alimento permanente delalma. Por último, que hay que llegarhasta el final de nuestra existenciapara decir que somos dichosos, yaque en cualquier momento los dioses

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envidiosos pueden arrebatarnos esosbienes materiales que para nosotrosson un adorno vano. Entonces loexpulsé, insatisfecho por lo que yocreía eran palabras dictadas por laenvidia o el despecho. Pero ahoraveo, para mi infortunio, cuánta razóntenía y hasta qué punto su sabiduríaveía más allá de las aparienciasengañosas.

»—Ya veo —declaró Ciro- queese hombre era más inteligente de loque me ha parecido, cuando me hasdicho que había dado a losatenienses leyes para dirigirse sin

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darse amos. Pero quiero darte unaalegría en medio de tu desgracia. Noforma parte de mi naturalezavengarme de mis enemigos, aunquese hayan comportado con altaneríaconmigo, como ha sido tu caso. Nopuedo dejarte tu reino, pero recibiráslas rentas de una ciudad de Media,adonde te llevaré con tu familia y contodos a los que tú quieres, y dondepodrás ver cómo discurren en la pazy en la serenidad los días que tequedan de vida. Ahora, quédatecerca de mí para que nadie temoleste.

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»El lidio se inclinó y siguió aCiro, quien entró en las salas delpalacio, que los soldados estabansaqueando. Entonces Creso exclamóasombrado:

»¿Qué están haciendo tussoldados? —le preguntó a Ciro.

»Este último le miró y le dijo:»—¿No ves que se están

apoderando de tus riquezas, pues tales la ley de la guerra?

»—No son mis riquezas las quesaquean —le indicó entonces Creso,sino las tuyas, puesto que ya no mepertenecen desde que me has

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vencido: estás dejando a tussoldados que saqueen tus propiosbienes.

»A Ciro le sorprendió tanto laobservación que se quedó unmomento mudo de asombro.

»Al final suspiró diciendo:»—Todo esto me apena mucho,

pero no veo cómo podría despojar amis soldados de los bienes de losque se han apropiado, sinarriesgarme a una sedición.

»—Si aceptas mis consejos—le dijo entonces Creso-, he aquí loque puedes hacer: ordena a los

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guardias que están contigo, y que nohan cogido nada, que ocupen todaslas salidas del palacio. Que detengana todos los soldados que quieransalir cargados con su botín y que lespidan que entreguen la mayor partede lo que han cogido a los dioses detu nación como ofrendapropiciatoria, pues tal es su voluntady la de los magos que son susintérpretes. Sólo se negarán si elloles produce algún rencor, que, encualquier caso, estaría dirigido haciasus dioses o sus sacerdotes, pero túno te verás comprometido.

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»Creso dio a Ciro otros muchosconsejos, y éste los halló tanjuiciosos que le tomó afecto y lenombró su consejero privado.

»Ciro pasó el resto del inviernoen Sardes, ya que corría el riesgo deencontrarse las rutas de Mediabloqueadas por las nieves que cubrenlos desfiladeros del Zagros en esaépoca del año. Antes de marcharse, aprincipios de la primavera, confió aHarpage el gobierno de Lidia y ledejó un nutrido ejército engrosadocon los soldados del antiguo ejércitode Creso. Le dejó encargado de

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imponer un tributo a las distintasciudades de Jonia para que toda Asiaquedara integrada en su imperio.

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VIGÉSIMOSÉPTIMA VELADA

LA HIJA DEL FARAÓN

Poco antes de ponerse el sol, lacaravana se adentra en la larga ruta,bordeada de viñedos, que conduce aComana. Esta ciudad, bien poblada,es uno de los centros más

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importantes del comercio deArmenia. Por allí pasan todos losproductos que, desde Armenia, sedistribuyen hacia el sur o el oeste deAsia Menor. Mercado próspero,también es uno de los centros delculto de Ma, diosa madre que poseeallí un importante santuario cuyoorigen se pierde en la noche de lostiempos. Como en Zela, el templo,dirigido por un sumo sacerdote ypropietario de numerosas tierras,está atendido por una multitud dehieródulas que venden su cuerpopara su provecho y el de la diosa.

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Por este motivo, esta ciudad, cuyoshabitantes viven en el lujo y en lamolicie, recibe gran número deviajeros, mercaderes procedentes delas distintas partes del imperio,fieles de la diosa que acuden aofrecerle sacrificios, así comofuncionarios y oficiales persas quepasan por la gran ruta de Sardes parair a tomar posesión de sus cargos.

—Amigos míos —dice Razonuna vez se han instalado en uno delos recintos de caravanas-,permaneceremos todo el día demañana en esta ciudad. Así

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podremos descansar un poco.También sé que algunos de vosotrostenéis asuntos que atender en losmercados de la ciudad.

—Y yo —dijo a su vez Simbar-,además, tengo que visitar a unabonita hieródula a la que veo cadavez que paso por aquí. Gaumata sevuelve hacia Bagadates:

—Espero —le dice-, que entreesta noche y la de mañana, en las quetodavía estaremos todos juntos,habrás terminado de contarnos lahistoria de Ciro. Porque pasadomañana nos separaremos. Vosotros

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tomaréis el desvío hacia Melitea yAmida para descender haciaMesopotamia y Susa, mientras que yoseguiré la ruta por mi cuenta hacialos montes de Armenia y Artaxata,donde debo comprar caballos parallevarlos a Hircania y Media.

—Me las arreglaré paraabreviar mi historia —le tranquilizaentonces Bagadates-. Si diera todoslos detalles de las conquistas deCiro, podríamos estar hablando aúndurante meses. Pero lo que nosimporta, ¿no es más bien la vidaíntima de ese príncipe?

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—Por mi parte —respondeSimbar-, lo que me interesa sonsobre todo sus relaciones con esashermosas mujeres que parecen haberejercido sobre su conducta unainfluencia tan grande, acaso sinsaberlo, que de haber sido de otromodo quizá no se hubiera convertidojamás en el mayor conquistador de lahistoria.

—Eso no es sino una granverdad —confirma Bagadates-. Ytodavía habréis de ver cómo undrama ocurrido en el hogar de Ciromodifica una vez más su destino y al

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mismo tiempo el de Asia.Después de una pausa, durante

la cual pareció recogerse, Bagadatesse pone serio y dice así:

«En medio de tantas alegrías,los dioses quisieron golpear a Cirocon la primera de sus desgracias.Amytis, a quien tanto había amado;Amytis, la compañera de antaño, laque había sabido reemplazar tanfelizmente en su corazón a Tomyris,de quien no se hubiera podidodespegar sin esa pasión, Amytismurió sin darle un hijo, todavía en

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plena juventud. Se la llevó unaenfermedad un hermoso día deverano. Fue precisa toda la autoridadde Mandana, la amistad de Hyriade,el amor de Cassandana y el afecto delos hijos que ésta le había dado, paraque Ciro no pusiera fin a sus días, tangrande fue su pena.

»Si había ido contra Lidia eraporque la política de Creso le habíaobligado a ello. Una vez de vuelta aMedia y Persia, sólo pensaba engobernar su imperio, ya inmenso, envigilar los trabajos de su nuevacapital donde había comenzado a

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instalarse con su corte, y por últimoen cazar y disfrutar con Amytis y suscompañeros.

»La muerte de Amytis le acercóa Cassandana, a quien habíadescuidado en favor de la hija deAstyage. Pero pronto pareció vivirúnicamente para el engrandecimientode su imperio, como si la pérdida dela que tanto había amado sólo sepudiera compensar con una ambiciónnunca satisfecha. Se acordó de quehabía considerado conquistar losinmensos territorios situados al estede su imperio. Decidió realizar ese

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viejo proyecto que había descuidado.Durante varios años guerreó poraquellas regiones lejanas, a la cabezade un ejército que cada vez era másaguerrido y poderoso. De este mododobló prácticamente la extensión desu imperio, al que agregó Margiana yBactriana. Se apoderó de Sogdiana yde Samarcanda. Decidido a ser elamo de las rutas del oro, llevó a suejército hasta el Yaxarte, dondeestableció líneas de fortalezas yfundó una ciudad a la que dio sunombre, Cirópolis.

»En aquella comarca, vecina de

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Corasmia y de los territorios de losmasagetas, tuvo noticias deAriapeites. Al morir su padre,Ariapeites le había sucedido y, almorir poco después Argispisesdurante una guerra contra una tribuvecina, había unido, gracias a sumatrimonio con Tomyris, las dostribus bajo su autoridad. Luego, araíz de tratados o de guerras, habíaconseguido federar a todas las tribusmasagetas para hacer un solo pueblo,del que lo habían elegido rey.Entonces sometió a Corasmia, demanera que se encontraba a la cabeza

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de un reino de cierta importancia.Ciro había pensado hacer una visita asu hermano de sangre, pero prontorenunció a ello pues temía que lavista de Tomyris reavivase la llamade un amor que todavía anidaba en sucorazón. Decidió entonces regresar aBactriana. Pasó varios meses enBactria, donde se encontró conDjamaspa, a quien creía habervengado lo suficiente destruyendo lastribus turanias que otrora saquearanla ciudad y mataran a Zaratustra.Pero aunque favoreció el desarrollode la religión de este último, por su

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parte conservó sus antiguascreencias, ya que la moral quepredicaban los discípulos deZaratustra le parecía poco propiciapara el desarrollo de las virtudesguerreras que deseaba conservarentre los persas y medos.

»Al reanudar su marcha hacia elsur, a través de los montes y vallesde los Paropamisades, sometió Aria,Aracosia y todos los inmensosterritorios que se extienden desde lasmontañas de Aracosia hasta elocéano Índico, y que constituyen laGedrosia. Después de cuatro años de

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ausencia, regresó a Pasargadassiguiendo la parte meridional de lagran meseta iraní, sometiendoCarmania, un vasto territorio en partedesértico que une Gedrosia conPersia, propiamente dicha.

»Ciro podía considerar quehabía llevado las fronteras orientalesde su imperio al límite del mundocivilizado. Más allá del Yaxarte yano había ciudades, aquello no eranmás que estepas y bosquesfrecuentados por tribus errantes ypobres. Hacia el este de Bactriana seextendían montañas inaccesibles y

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desiertos infranqueables. Aunqueexistieran más allá de esas tierrasáridas reinos y ciudades opulentas,como así lo afirmaban algunosviajeros, estaban tan alejadas, en losconfines mismos de la tierra, queningún conquistador podía pensar enarriesgar sus ejércitos y su propiavida para intentar someter reinos quequizá sólo eran imaginarios. Por elcontrario, lo que sí era cierto es quedel otro lado de las montañas, quelimitaban su imperio hacia el levante,existía una comarca rica bañada porsiete grandes ríos llamada Sindhu.

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Cuando estuvo en Aracosia, Ciropensó ir con su ejército hacia esepaís fabuloso. Pero, finalmente,había preferido dejar para más tardeuna empresa que le alejaba todavíamás del corazón de su imperio, decuya fragilidad era consciente. Habíapreferido, pues, concluir la conquistade las regiones situadas al sur deAracosia para asegurarse el dominiodel conjunto de la meseta iraní y desus marcas.

»Una vez de regreso aPasargadas, pensó someter a losEstados aún subsistentes en el

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poniente de su imperio. El primerode ellos era el de los caldeos, cuyacapital era Babilonia. Conocía sufragilidad, pero no quería arriesgarsea una derrota. Decidió, pues, tenerpaciencia, para poder recoger esehermoso imperio cuando fuera unfruto maduro. Comenzó por enviar alfaraón Amasis, quien reinaba enEgipto, una embajada para brindarlesu alianza y pedirle que le diera a suhija por esposa. Si Amasis aceptabasu alianza y le enviaba a su hija, enese caso, y por ese matrimonio,podría legitimar sus pretensiones al

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trono de Egipto al tiempo que, comoprimer paso, se procuraba un aliadoque le ayudaría a apoderarse delimperio de Babilonia; si el faraónrechazaba sus ofrecimientos, podríatomarlo como una afrenta. En esteúltimo caso, declararía la guerra aEgipto y exigiría de Nabónido, reyde los babilonios, paso libre por susterritorios. Este último se negaría sinduda, lo que constituiría un pretextosuficiente para invadir los Estadosde un príncipe que había indispuestoya en su contra a sus propiossúbditos. Porque Nabónido había

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emprendido un camino cuyo peligrohabía calculado Ciro hacia tiempo.Adorador exclusivo del dios-lunaSin, Nabónido había queridoimponer dicho culto a sus pueblos, loque le había enfrentado en particularcon el poderoso clero babilonio deMarduk, el dios tutelar de la granciudad, al que había destronado parasustituirlo por Sin.

»Sabedor de estas disputas, yenterado de que Nabónido habíaabandonado su capital para instalarseen Teyma, un oasis en el corazón deldesierto de Arabia, para entregarse

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en paz a la adoración de su dios,Ciro se percató de que era la ocasiónpropicia para llevar a cabo susdeseos. Mientras que los heraldosque enviaba a Amasis, cargados deregalos, se embarcaban en Tarso,ciudad de Cilicia recientementeincluida en su imperio, para navegarhacia la desembocadura del Nilo,Ciro enviaba a Babilonia emisariospara entrar en contacto con lossacerdotes de Marduk y hablarleselogiosamente de Ciro, de su grantolerancia, de sus simpatías hacia eldios de Babilonia y de su justicia

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como gobernante.»Mientras aguardaba la

respuesta del faraón, de la quedependía toda su actuación futura,Ciro dedicó los meses de espera aorganizar las regiones recientementeincorporadas a su imperio. Visitabatambién a menudo a Cassandana y asus hijos, ya que la reina le habíadado tres hijas y dos hijos:Cambises, que había recibido elnombre de su abuelo, y su hermanomenor, llamado Bardiya. Pero, apesar de su belleza y de la ternuraque le testimoniaba, Cassandana no

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conseguía retener el amor de Ciro,quien todavía suspiraba pensando enAmytis.

»Por fin anunciaron a Ciro queel embajador que había despachado ala corte del faraón estaba de vuelta, yque se acercaba a Pasargadas conuna caravana que acompañaba losregalos enviados por el egipcio juntocon su hija Nitetis. Ciro se quedó tansorprendido como satisfecho ante laactitud del faraón, ya que cualquieraque fuera la respuesta queacompañaba dichos presentes, locierto es que por lo menos podía

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contar con su neutralidad. Sin duda,ya no tenía pretexto alguno parainvadir Babilonia, pero decidió queno le hacía falta y que su voluntad deconquista era suficiente parajustificar esa guerra.

»Ciro ordenó que se preparasela recepción de la hija del faraón,destinada a convertirse en su segundaesposa. Quiso que se organizaranfestejos magníficos y que la jovenpudiera así calcular el poderío de sufuturo esposo, dueño del imperio másgrande del mundo.

»Eligió a Hystaspe para que

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encabezara la guardia de honorencargada de salir al encuentro de lacaravana. Dicha guardia estabacompuesta por trescientos de losseñores más poderosos y de los másaltos dignatarios del imperio, todosellos magníficamente ataviados ymontados en caballos ricamenteenjaezados, a los que daban escoltados mil jinetes de elite de la guardiade Ciro y mil sirvientes y sirvientasmontados en camellas.

»Cuando se anunció la llegadadel imponente cortejo, Ciro, que sehabía vestido con un traje largo

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bordado en oro, y había ceñido sucabeza con la corona real cuajada degemas, tomó asiento en el inmensosalón de recepción, reservadoexclusivamente para las grandesfiestas reales. Los embajadores deCiro hicieron su entrada en el salón,acompañados por el embajador delrey de Egipto y seguidos de todos loshombres que portaban los numerososregalos enviados por Amasis. Lospersas saludaron a Ciro llevándosela mano a la boca, y los egipcios sepostraron; luego, el embajador deEgipto, asistido por un intérprete,

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presentó al rey de los persas lossaludos del rey de Egipto.

»—He aquí, señor —continuódiciendo mientras se volvía ymostraba a los portadores deofrendas-, algunos presentesmodestos que su majestad mi señorel rey de Egipto envía al gran eilustre rey de los persas y de losmedos.

»Los sirvientes se acercaron,cargados con productos preciosos deEgipto y de Nubia. Había mueblesfinamente trabajados, camasplegables de campana, tiendas,

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vestidos tan finos que parecíantejidos en el aire, colmillos deelefante, oro verde de Nubia,malaquita del desierto de Farán,pieles de pantera de Etiopía, mirra eincienso de Arabia, monos ygatopardos capturados en lasregiones misteriosas donde nace elNilo, también pigmeos que viven enlas mismas regiones, esclavos nubiosde piel morena y cuerpo flexible,carros ligeros decorados con placasde oro repujado, caballos de Pelusa,y otras mil cosas más que no puedoenumerar en detalle por temor a

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fatigar vuestra atención.»Pero cuando Ciro hubo

examinado con interés todos aquellostesoros, el embajador declaróenfáticamente:

»—Estos no son más quepequeños regalos que sólo puedendarte, gran rey, una idea muy pobrede la riqueza y del poderío de miseñor. Pero ahora conviene que tepresente la mayor maravilla de sureino, su hija la princesa Nitetis.

»Dio unas palmadas y al puntoentraron en el salón de las milcolumnas unas treinta mujeres,

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ataviadas todas a la moda egipciacon vestidos de lino fino quedrapeaba sus cuerpos cubiertos dejoyas de oro. Les seguían otrasmujeres tocando música, ataviadasde parecida guisa excepto que susvestidos eran tan finos que podíandistinguirse todas las formas de suscuerpos y el color de su piel. Teníandiversos instrumentos, flautassencillas y dobles, laúdes, citaras yliras, y las que tocaban lascastañuelas y los tamboriles bailabanal tiempo que cantaban pequeñoshimnos alabando la belleza de su

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señora la princesa y lamagnanimidad de Ciro.

»A continuación entró Nitetis,entre cuatro nubios de poderososmúsculos, vestidos con pieles deleopardo y con el cráneo afeitado,que portaban las andas de un doselde tejido púrpura. La princesa lucíaun vestido fino y ligero, pero en losbrazos y piernas se adornaba con lasmás ricas joyas de oro, mientras quesobre su cabellera, espesa y negra,destacaba una diadema también deoro rematada al frente con una cobraerguida, igualmente de oro,

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cayéndole por detrás gruesas cintasque se mezclaban con el pelo.

»Al contrario que la mayoría delos reyes de Oriente, Ciro no sehabía hecho con un harén. Si se habíacasado con Amytis era porque sehabía enamorado locamente de ella,y si también había tomado por esposaa Cassandana era porque su bellezale había seducido. Después de lamuerte de Amytis, le habían llevadoa muchas mujeres con la esperanzade que una de ellas pudieraapaciguar su pena, pero no se habíainteresado en serio por ninguna.

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Nitetis fue la primera mujer que ledeslumbró con su belleza, hasta elpunto de que se quedó por unmomento mudo de admiración. Lamiró mientras avanzaba hacia él conun paso tan digno y gracioso, cuandoestuvo al pie de la escalinata deltrono, se levantó y salió a suencuentro para cogerla de la manomientras ella se inclinaba y le decíacon voz cálida en la lengua de losmedos:

»—Yo te saludo, ¡oh rey Ciro!,y te traigo el saludo del rey Amasis.

»—Nitetis —le respondió Ciro

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encantado-, Amasis no podíaenviarme un embajador máspersuasivo que tú. Eres una princesade Egipto, haré de ti la reina de Ciro.

»Entonces intervino elembajador egipcio desplegando unpapiro cubierto con escritura aramea.

»—He aquí —declaró- eltratado de alianza que te proponefirmar Amasis. Por este tratadovuestras dos majestades se juran unaamistad eterna y se comprometen aayudar a su real hermano en el casode que un enemigo le declarase laguerra. La princesa Nitetis se

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convierte así en vuestro vínculo deunión, en la prenda de vuestrarecíproca lealtad. Los dioses deEgipto y los dioses de Persia sontestigos de vuestro pacto, y que caigala maldición sobre aquel que seatreva a quebrantarlo.

»Ciro puso su sello en eldocumento y juró respetar lascláusulas del tratado, sin ni siquierapensar que, de esa manera, seprohibía a sí mismo invadir Egipto.Ordenó que se prepararan festejosmagníficos para celebrar la boda,pero deseaba tanto a Nitetis que no

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tuvo paciencia para esperar a que elmatrimonio fuera oficial. Se habíahecho construir en Pasargadas variospalacetes: uno para las recepciones,otro para su corte, otro paraCassandana y sus hijos, otro paraMandana, y por último, uno para él.Fue en éste donde instaló a Nitetiscon su séquito. La noche misma de lallegada de la joven, la invitó a unacena a solas, teniendo comoinvitados únicamente a lasinstrumentistas y bailarinas egipcias.La princesa hizo su aparición en lasala iluminada con mil lamparillas

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de aceite, ataviada con uno de esosvestidos amplios típicos de lasegipcias, de un tejido tan fino queparecía que estaba desnuda, con losbrazos, las piernas, el cuello y lacintura adornados con joyas de oro, yel cabello entrelazado con guirnaldasde flores: rosas de Persia, lirios yflores de loto.

»Ciro se levantó para recibirlay la llevó hasta los cojines donde sehabía sentado, mientras que lasmujeres entonaban sus cánticosacompañándose con sus instrumentosmelodiosos.

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»—Me admira, Nitetis —le dijoentonces Ciro mientras respirabasuavemente el perfume almizcladoque emanaba del cuerpo y delcabello de la muchacha-, que hablestan bien nuestra lengua.

»—Amasis quiso que fuera unamujer cultivada y me obligó aaprender las lenguas que se hablan enlos grandes reinos del mundo, paraque pudiera conversar con miesposo, quienquiera que éste fuera,pues pensaba casarme con alguno delos reyes más poderosos de lavecindad. Por este motivo aprendí el

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babilonio, el lidio, el arameo y elmedo.

»—De lo cual me alegro —ledijo Ciro-, pues yo solamenteconozco mi propia lengua y mehubiera resultado bien difícilconversar contigo si por tu parte nosupieras más que el egipcio. Encuanto al lidio, te será útil paracharlar con Creso, cuyo reino me heanexionado, pero que es uno de misparientes. También es bueno queconozcas el babilonio, ya que tengola intención de someter pronto esereino, gracias a lo cual tu padre y yo

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nos convertiremos en vecinos.»—¡Oh rey! —contestó

entonces Nitetis-, no llames a Amasismi padre. ¿No ves que Amasis te haengañado?, pues debes saber quetiene, en efecto, una hija, perotodavía es muy joven y además pocoagraciada. Yo no soy su hija, sino lade Apries, quien fue rey de Egipto yen su día señor de Amasis, suministro. Amasis se apoderó de lacorona al frente de una revoluciónpopular. Yo no había nacido aún,pues has de saber que una vezAmasis hubo vencido y capturado a

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mi padre lo conservó a su lado contodos los honores. Esa situación duróvarios años, durante los cualesApries vivió en la abundancia connumerosas concubinas, escogidastodas por su belleza. Yo soy hija deuna de esas mujeres. Pero,finalmente, el pueblo y losconsejeros de Amasis, que odiaban aApries, y sobre todo temían querecuperase la corona y les castigarapor su traición, consiguieronconvencer a Amasis de que lesentregara al rey depuesto. Entonceslo estrangularon y lo enterraron en

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una sepultura digna de su antiguorango. En cuanto a mí, Amasis meconservó a su lado en el palacio, yme educó como la princesa que yoera, contando con mi belleza y miinteligencia que, según decían, eranprecoces. Y, al parecer, no ha sidoen vano ya que, al verme, te hassentido seducido tan pronto que hasaceptado firmar ese tratado que teune a Amasis y que te impide atacarsu reino usurpado.

»—Es cierto —reconoció Ciro-que si me hubiera enviado a su hija,quien según dices tiene un aspecto

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poco favorecedor, sin duda no habríafirmado ese tratado. Pero has desaber, Nitetis, que no lamento nada,porque tu belleza bien vale un reino.Además, ya que Amasis me haengañado haciéndome creer que ereshija suya, si por casualidad tengo undía la ambición de arrebatarle sureino, ésa será una buena razón pararomper el tratado.

»—Aquella noche, Ciro sóloquiso hablar de amor, y, aunqueNitetis era virgen, hizo alarde de unasabiduría tan grande en el arte deamar, y se mostró tan lasciva y

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sensual, que Ciro se prendó de ellacon mayor ardor aún. Durante losmeses que siguieron sólo prestóatención a su nueva esposa, y seapresuraba a despachar los asuntosdel reino para reunirse con ella enlos jardines que había ordenadoacondicionar en los alrededores desu palacio, esos grandes parquesllenos de flores, de frutas, de árbolesmagníficos y de animales de todasclases que los persas llaman«paraísos, y que, siguiendo elejemplo de Ciro, se multiplicaron alo largo y ancho de su imperio.

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»Cassandana, quien habíasoportado perfectamente la presenciade Amytis, y de la que había llegadoa ser amiga, sufría por ese nuevoamor que alejaba al rey. Sóloencontraba consuelo en sus hijos, quevivían con ella. De acuerdo con lascostumbres persas, Ciro había vistopocas veces a sus hijos hasta queéstos cumplieron cinco años de edad,de manera que durante aquellos añoshabían estado junto a su madre.Luego fueron educados según lascostumbres de su país, es decir,aprendiendo ante todo a montar a

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caballo, a disparar el arco, a manejarla espada y a no mentir. Pero Cirohabía querido que aprendierantambién a leer y escribir, y queeducaran su mente. Por lo mismo, noquiso que les apartaran del todo desu madre y todas las noches iban adormir a su palacio.

»Cassandana disfrutabaigualmente recibiendo a las mujeresde los grandes del reino, quienes leproporcionaban una compañíaagradable. Por regla general, tenía uncarácter alegre, y charlaba con ellasde todas esas pequeñas naderías que

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llenan la jornada de una mujer. Sehablaba de vestidos, de afeites, demodas, y también de los rumores quecorrían por la ciudad, si bien lasvisitas procuraban no hablar a lareina de su esposo. No obstante, undía en el que Cassandana seencontraba en una sala que daba aljardín en compañía de todos sushijos, una mujer casada con uno delos generales de Ciro le hizo unavisita. Al ver a la reina, que todavíaera muy bella, tan noble y majestuosaen medio de sus hijos, exclamó:

»—Cassandana, mi reina, sin

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duda Ahura te ha bendecido, pues teveo aún llena de juventud y debelleza, y tienes a tu alrededor hijosmagníficos, resplandecientes desalud. Y, sin embargo, me parece queestás triste cuando deberías alegrartepor tantos dones, tú que eres laesposa de uno de los hombres máshermosos y más valientes de latierra, y dueño del imperio másgrande que ha existido jamás.

»Cassandana, quien no habíavisto a Ciro desde hacia días y sabíaque seguía junto a Nitetis, exhaló ungran suspiro y le respondió:

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»—Es cierto que puedoenorgullecerme de mis hijos, pero,aunque yo sea su madre, Ciro medesprecia, ya no viene nunca averme, y, sin embargo, no cesa dehonrar a la mujer que le ha llegadode Egipto.

»—No debes apenarte por eso—dijo la mujer-. Es una pasión quese le pasará. Lo que encuentra en ellaes el atractivo de lo novedoso. Peroestoy segura de que volverá a ti muypronto.

»—¡Ay! —gimió la reina-, losdioses te oigan, pero dudo que Ciro

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se canse. En cualquier caso, ello noocurriría antes de que transcurranmuchos meses, si no años. Además,cada día me veo envejecer, descubroarrugas en las comisuras de los ojosy de la boca, pues siento granamargura en mi corazón.

»Cambises, que habíapermanecido en silencio junto a sumadre, con los puños cerrados,exclamó de repente apretujándosecontra la reina:

»—Madre, no te preocupes más.Cuando sea un hombre y haya subidoal trono de mi padre, entraré en

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Egipto a sangre y fuego y te vengaré.»Cassandana rodeó a su hijo

con los brazos, y. al abrazarle, nopudo retener las lágrimas.

Bagadates calla. Ahora la lunaestá alta en el cielo nocturno y piensaque ha llegado el momento desepararse. No obstante, Gaumata elmedo observa:

—Al parecer, Cambises noolvidó su juramento ya que, una vezdueño del imperio y después deordenar la muerte de su hermanoBardiya, se apresuró a incorporar

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Egipto al inmenso imperio heredadode su padre, rematando así parte dela obra conquistadora de este último.

—Es muy posible —admitióBagadates- que aquello fuera unmotivo suficiente para impulsar aCambises a esa guerra. Pero yo meinclino a creer que la conquista deEgipto estaba en la lógica de lascosas, y que se hubiera realizadoincluso sin ese rencor. Porque,cuando Cambises emprendió lacampaña de Egipto, Cassandanahabía muerto, pero Nitetis no, yCambises la respetó como reina,

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esposa de su padre. Ctesias intervinoa su vez diciendo:

—Y Darío, el hijo de aquelHystaspe que fuera compañero deCiro, cuando hizo que le eligieranrey de los persas después de lamuerte de Cambises no necesitópretexto alguno para invadir Sindhu,Tracia, la Escitia europea y Grecia.

Aquella noche, todos hubieronde convenir en que, si losconquistadores buscaban a vecespretextos para justificar sus actos deagresión, sabían muy bien pasarse sinellos cuando no los encontraban.

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VIGÉSIMO OCTAVAVELADA

EL SOL DE PÚRPURA

Por una vez, desde que hacíacasi un mes salieran de Sardes, losviajeros toman una jornada dedescanso, jornada que pasan en eltemplo de Ma y en los bosquecillos

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sagrados de los alrededores,quemando en el altar de la diosaalgunos pellizcos de incienso, ytambién sacrificándose por la bellezade las hieródulas, curioseando porlas calles animadas de la ciudad, ybebiendo en las numerosas tabernas.Solos, y cada uno por su lado,Simbar y Oseas se dirigen a losmercados que conocen; aquél paratratar de la venta de resinasaromáticas, y éste para hablar deasuntos en nombre de su banca.

Pero todos se apresuran aregresar al recinto de caravanas al

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caer la tarde, para escuchar el finalde la historia de Ciro. Tan pronto seencuentran todos reunidos en una salaabierta, Bagadates toma la palabra.

«El amor de la princesa Nitetisretuvo a Ciro en Persia durante cercade dos años. Ese tiempo le permitiócalmar su nueva pasión, tras lo cualse acordó de Babilonia abandonadapor su rey y regentada por el hijo deNabónido, Baltasar.

»El recuerdo se lo trajoGobryas, el gobernador de lasmarcas del este del imperio de

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Babilonia que todavía llevaban elviejo nombre de Gutium. Estaprovincia era vecina de Media y deAnzán. Gobryas, hastiado de lapolítica de Nabónido y de su hijo,quienes habían rebajado a losgrandes y a los sacerdotes, yoprimido al pueblo, se habíarebelado y pronto pidió ayuda aCiro. Le notificó que Babilonia erafruta madura, y que no tenía más queextender la mano para cogerla.Baltasar sólo pensaba en llevar unavida de placer, mientras que su padrecontinuaba en su retiro de Teyma, al

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noroeste de Arabia, y le sería difícilintervenir. Ciro se dedicó, pues, areunir un ejército y descendió delZagros pasando por la provincia deGobryas. Este último le proporcionótropas, y Ciro se puso al frente de unejército integrado por persas y gentesde las montañas del Zagros alistadosantaño en el ejército babilonio. Lastropas siguieron el curso del Gyndes,que nace en las montañas habitadaspor los matianos, sometidos a losmedos desde hacia varias décadas, yse arroja al Tigris cerca de la ciudadde Opis.

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»Ciro había llevado con sustropas dos carros sagrados: unoestaba consagrado al sol, y el otrotransportaba el agua del Coaspe, eserío de los montes de Persia donde aCiro le complacía en particular verla encarnación de Anahita. Su agua,fresca y ligera, tenía un saborsingular, y después de beberla un díaya no quiso consumir ninguna otra.De manera que, cuando sedesplazaba, se llevaba un carro llenocomo reserva. Del carro del soltiraban ocho caballos. Como eraligero, los animales no tenían que

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esforzarse en tirar de él. Al frente deeste tiro, Ciro había puesto a sucaballo blanco de Sogdiana, su viejocompañero de fatigas. Ahora erademasiado viejo para llevarle alcombate, pero Ciro se resistía asepararse de él y creyó hacerle unhonor atándole al carro de ese sol alque debería haberlo sacrificadocumpliendo con el voto imprudenteque había hecho en su juventud.

»Pero, cuando el ejércitoacampó cerca de la confluencia delTigris y del Gyndes, el caballo, alverse libre del tiro, se acercó al

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ribazo de este último río y penetró enél. La corriente era fuerte y elanimal, que había perdido su fuerzajuvenil, fue arrastrado por las aguasque lo engulleron.

»Ciro sintió un gran pesar, y sedice que fue para vengar la muerte desu amado caballo por lo que decidióreducir tanto el caudal del río quehasta las mujeres podrían cruzarlo apie. Pues no hay que olvidar que,para los persas, los ríos son sagradosy están habitados por una divinidadque ordena su curso. Ciro movilizó,pues, a todos sus hombres, para

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excavar ciento ochenta canales en lasdirecciones más diversas, hacia lasque desvió el curso del río. Estostrabajos les llevaron todo el verano,ya que Ciro había dejado susmontañas en la primavera. Enrealidad, estos trabajos ingentesresultaron ser de gran utilidad. Enprimer lugar, todo el ejército pudocruzar el río dividido de ese modo, ycon el agua sólo hasta las rodillas. Acontinuación, y gracias a esa red decanales, toda la región quedó prontoirrigada y los campesinos del paíssólo tuvieron que realizar algunos

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acondicionamientos para ganar parala agricultura grandes extensiones deterreno, hasta entonces desérticas.Por último, dichos trabajosproporcionaron a Ciro la idea de latreta gracias a la cual tomó Babiloniapor sorpresa sin necesidad deponerle sitio.

»El retraso que aquelloocasionó al ejército persa había dadotiempo a Nabónido para regresar deTeyma. Acudió con su hijo al frentede un ejército reclutado a toda prisapara detener al invasor a la altura dela ciudad de Opis, a orillas del

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Tigris. Pero parte del ejércitobabilonio desertó y Ciro se alzó conuna victoria fácil y completa.Mientras que Nabónido y su hijo sedaban a la fuga, Ciro tomaba laciudad vecina de Sippar, donde seinstaló. Pronto se enteró de queBaltasar se había encerrado enBabilonia, cuyo poderoso recintodoble tenía fama de inexpugnable,mientras que Nabónido regresaba aArabia. Los babilonios no parecíantemer nada, ya que los baluartesencerraban tantos jardines, vergeles,huertas y praderas donde pastaban

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abundantes rebaños, que creíanpoder aguantar un asedio duranteaños sin necesidad de provisionesdel exterior. En cuanto al agua, notenían más que extraerla del Éufratesque cruzaba la ciudad y que protegíala defensa de las murallas poraquella parte. Los partidarios deBaltasar se habían puesto a celebrarun banquete diciendo que los persasno tenían más que dos opciones:agostarse en el desierto durante unasedio estéril, o regresar a su casa,confiando en que el enemigo no lesperseguiría.

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»Se quedaron, no obstante, muysorprendidos al constatar que Cirosólo había enviado al pie de losmuros de Babilonia una partereducida de su ejército, mientras queel grueso de la tropa se instalaba acierta distancia, en un bosque depalmeras donde al parecer seentretenía excavando no se sabía muybien qué, acaso pozos paraabastecerse de agua, aunque elÉufrates la proporcionaba enabundancia. A menos —decíanalgunos babilonios-, que no fuerapara mantener en forma a los

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soldados condenados a la inactividaddelante de las murallasinexpugnables de la ciudad. Sealegraron, no obstante, de que lospersas no intentaran ningún asalto, yque incluso se mantuvieran adistancia para evitar que les hirieraalguna flecha o venablo arrojadosdesde los baluartes.

»Estaban a mediados deoctubre. Los babilonios se disponíana soportar un asedio que duraría todoel invierno y la primavera, ya que,con el verano, el sol es tan calienteque los sitiadores se verían

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obligados a regresar a sus montañas.Pero, alrededor de doce días mástarde, cuando dentro de los muros deBabilonia la población había perdidointerés en un asedio que le parecíainútil y los centinelas dormitaban enlos baluartes, nadie vio que derepente descendía el nivel delÉufrates hasta el punto que en brevesólo discurría entre los muros unriachuelo: como hiciera con elGyndes, pero en esta ocasiónponiendo manos a la obra a suejército y a todos los lugareños, Cirohabía excavado en menos de quince

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días un canal para desviar elÉufrates. De esta manera, los persasse presentaron a pie enjuto ante lazona de las murallas que dominaba elrío y que tenía escasa vigilancia acuenta de dicha defensa fluvial. Lospersas eran ya dueños de la mitad dela ciudad, y la otra mitad desconocíaaún su presencia.

»Al día siguiente, la poblaciónde Babilonia se despertó bajo eldominio persa sin apenas habersedado cuenta. La única sangrederramada, pero en cualquier caso nopor los persas, fue la de Baltasar,

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quien se había suicidado. Lossacerdotes de Marduk recibieron congran pompa a Ciro, quien lesdevolvió sus antiguos privilegios;luego decretó que se restituyeran lostemplos a sus antiguos dioses, y quelas poblaciones deportadas porNabucodonosor fueran autorizadas aregresar a su tierra y a recuperar susbienes. Ciro fue entonces aclamadopor todo el pueblo de Babilonia,tanto por los que devolvía a su patriacomo por los babilonios felices deverse libres de extranjeros a los quesólo toleraban por necesidad. En

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cuanto a Nabónido, decidióentregarse a Ciro. Este últimolamentó ante el rey depuesto lamuerte de Baltasar, y luego nombró aNabónido sátrapa de Carmania,región situada al oriente de Persia.

»A partir de entonces, Ciro seveía ya como el señor incuestionablede Asia. Sólo le faltaba conquistarEgipto, Cartago y las ciudadesgriegas de Europa para ser elsoberano del mundo civilizado.

»Ciro pasó el invierno enBabilonia, y al principio de laprimavera se hizo entronizar

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acudiendo al templo de Marduk, paracoger la mano del dios según elantiguo rito. A partir de entonces,adoptó los títulos del rey deBabilonia, rey de Sumer y de Akad,rey de las cuatro regiones, gran rey,poderoso rey. Hacia mediados de laprimavera regresó a Pasargadas, dela que llevaba ausente un año. Habíadejado el gobierno de la satrapía deBabilonia a Gobryas, de cuyafidelidad estaba seguro. Tenía laintención de disfrutar por algúntiempo de la paz entre los brazos deNitetis, antes de reemprender otras

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campañas, bien hacia Egipto, bienhacia Arabia. Porque Nabónido, quehabía vivido allí algún tiempo, lehabló de las grandes ciudades decaravanas del oeste de la península,Yathrippa y Meca, y sobre todo delas ciudades opulentas del sur, deSaba, rico en incienso y en resinasaromáticas.

»Asimismo, debía atender a lareorganización de su imperio,ampliado una vez más con comarcasextensas, ricas y pobladas.Transcurrieron, pues, algunos añosen paz. Pero no cesaba de pedir

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información sobre las nacionesvecinas para decidir cuáles queríaintegrar en su imperio, ya que cadavez estaba más decidido a extenderlohasta los confines del mundoconocido.

»Trabajaba en la preparaciónde esas nuevas empresas, cuandorecibió un mensaje de Hyriade, quienseguía gobernando las provinciasorientales del imperio desdeSamarcanda. Su antiguo compañerole notificaba que Ariapeites habíamuerto en el curso de una cacería; apartir de entonces, Tomyris era libre

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y su reino se ofrecía como un regalode los dioses. «-A tu imperio lefaltaban esos territorios y que ahoraestán bajo el control de Tomyris—continuaba diciendo Hyriade en sumisiva-. Se dice que su imperio seextiende mucho más allá del Yaxarte,hasta una inmensa cadena demontañas que ha recibido su nombredel pueblo de los rhymices, queviven en sus laderas. Allí nacen ríosinmensos, uno de los cuales, el Rha,desemboca en el mar de Hircania.Con una simple boda puedes añadir atu imperio ese poderoso reino de las

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estepas.»»Dicho mensaje despertó en la

mente de Ciro imágenes de sujuventud, recuerdos que le resultabanal mismo tiempo amargos y dulces,tiernos y crueles. Sintió con dolorosaagudeza que su amor por Tomyris nose había apagado jamás, que por untiempo había trasladado esa pasión aAmytis, quien se le había parecidomucho, pero que, a pesar de ello, apesar del amor que le habíaprofesado, y sobre todo a Nitetis,jamás había conseguido despegarsepor completo de Tomyris, ni olvidar

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a la que en tan poco tiempo habíaconseguido ocupar en su vida unlugar de tanta importancia. Sindudarlo un momento, ordenó lospreparativos para esa nuevaexpedición. Sin embargo, tuvo quedejar pasar un invierno antes deponerse en camino hacia aquellaslejanas comarcas, al norte del todode su imperio.

»Ciro se puso en marcha alfrente de un ejército que no quisofuera importante, ya que en realidadno pensaba declarar la guerra aTomyris. Deseaba presentarse ante

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ella como un futuro esposo, sin porotra parte imaginar que no tenía porqué saber que el joven Ciro al quehabía amado en su juventud era elmismo que ese rey aqueménida queentretanto se había forjado unimperio tan grande.

»Pasando por Ragai y laspuertas Caspianas, atravesó Partia yllegó a orillas del Oxus. Desde queciñera la corona de los persas, habíacruzado el río, de aguas caudalosas ytranquilas, en varias ocasiones, conmotivo de las campañas emprendidas

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hacia Margiana y Sogdiana. Peroentonces había sido más río arriba,mientras que esta vez se extendíafrente a él, en la orilla opuesta, elreino de Tomyris. Al recorrer acaballo las riberas del río, descubrióincluso que se encontraba a escasadistancia del lugar donde habíaestado instalado el campamento dePeirisades, y también de donde habíaconocido a la joven. A pesar deldeseo que sentía, se contuvo decruzar el río, que hacia de fronteraentre su imperio y el de losmasagetas, para que estos últimos no

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lo considerasen como un acto deagresión. Ordenó instalar elcampamento y luego envió unaembajada a Tomyris paracomunicarle que el gran rey de lospersas le ofrecía casarse con ella. Elheraldo cruzó el río con algunosguardias y una caravana de camellosy asnos cargados de regalos dignosde la magnificencia de Ciro.

»Mientras esperaba el regresode la embajada, Ciro calmó suimpaciencia cazando en la estepa yrecorriendo los ribazos del río paraintentar distinguir, en la orilla

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opuesta, el monte y las colinas dondeTomyris había detenido su carro, delque él colgara su carcaj. Recordóque, según la costumbre de losescitas, seguía siendo el esposo deTomyris, y entonces aguardó conmayor impaciencia aún la vuelta desu enviado. Esperaba que Tomyrisacudiera en persona al encuentro delque no podía haber olvidado. Desdeese momento se apostó a orillas delrío, sentado en un trono protegidopor un dosel, para ver venir de lejosla tropa real. Pero los enviadospersas regresaron pronto y solos, con

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todos los regalos.»—Rey —le dijo el jefe de la

delegación-, no hemos conseguidollegar hasta la reina. Hemos sidodetenidos por una tropa de guerrerosmasagetas a dos días de marcha deaquí. Aunque comuniqué al oficialque la mandaba que iba comoembajador para pedir en tu nombre ala reina Tomyris en matrimonio, nosprohibió continuar nuestro camino.Dicho oficial fue él mismo a llevar elmensaje a su reina, y regresó enmenos de dos días, notificándonosque Tomyris rechazaba los regalos y

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que no tenía intención alguna decasarse contigo. Nos ha enviado devuelta añadiendo que sería preferiblepara nosotros regresar a Media.

»Si hubiera procedido de otrapersona que no fuese Tomyris,semejante respuesta habría probadola cólera de Ciro. Pero esa negativa,cuando esperaba ver aparecer aTomyris, le sumió en un abismo detristeza. Sus oficiales y allegados sequedaron asombrados al advertir derepente en su rostro tanto pesar,cuando esperaban un estallido, yaque ninguno de ellos conocía la

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naturaleza de los vínculos secretosque unían a su rey con la reina de losmasagetas. Ciro se levantó y se retiróa su tienda, donde permaneció elresto del día. Se había hecho unsilencio grande en el campamento delos persas, sorprendidos porsemejante actitud. Pero al díasiguiente, Ciro había tomado unadecisión: cruzaría el río con suejército y se dirigiría al campamentode Tomyris para que lo reconociese.Ordenó, pues, que se prepararan parala travesía. Mandó requisar todos losbarcos disponibles, y que se

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comenzaran a construir puentes debarcos y torres de madera y pieles enlas embarcaciones destinadas adefender los puentes.

»En la otra orilla, una tropa demasagetas que había tomado allíposiciones observaba el progreso delos trabajos. Al cabo de varios días,cuando comenzaba a fijar losprimeros barcos que debían formarun puente, unos masagetas cruzaronel río en barca y pidieron hablar conCiro. Este último los recibió sentadoen su trono, y ataviado con esa túnicalarga y amplia que los persas llaman

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candy y que es típica de ellos; estabateñida de púrpura con discos de oro,símbolos del sol y emblemas delfuego, y cuajada de piedraspreciosas. Había ceñido su cabellocon el cidaris, la corona altaresplandeciente de gemas, y se habíaadornado con ricas joyas. Pues, llenode su propio poderío, Ciro creía quede esta manera impresionaría a losmasagetas; había olvidado que esoshombres que vivían con muy poco notenían estima alguna por los alardesde lujo, ya que su admiracióncomprendía las grandes acciones

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bélicas.»Los masagetas le saludaron, y

su jefe tomó la palabra en lossiguientes términos:

»—Rey, escucha de mi boca elmensaje que te envía nuestra reina.Ella dice:

»—Rey de los medos, detén tuspreparativos de guerra, renuncia a tusproyectos porque no sabes si elresultado del asunto será favorablepara ti. Reina de tu lado sobre tupueblo y resígnate a verme gobernaral mío de acuerdo con nuestrascostumbres. Pero si no quieres

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permanecer en paz, si te niegas aseguir mis consejos, no te tomes lamolestia de armar esos barcos ni deconstruir puentes fortificados. Nosalejaremos a tres jornadas de marchapara dejar que cruces tranquilamenteel río. Entonces podremos tentar lafortuna de las armas.

»Aunque hostil, dicho discursodejó entrever a Ciro la posibilidadde un encuentro con Tomyris y dehablarle. Entonces respondió a losmasagetas que tenía la intención decruzar el río y de ir al encuentro dela reina, para quien tenía intenciones

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pacificas como lo probaban losregalos que le había enviado y queella había rechazado.

»Los masagetas, que hastaentonces se habían mantenido alborde del río, se retiraron, y Cirocomenzó a hacer pasar a su ejército ala otra orilla. A continuación seinternó por el territorio, si bientomando precauciones, enviandoconstantemente jinetes de ojeo, paraque le tuvieran al corriente de losmovimientos de los masagetas. Fueasí cómo se enteró de que una nutridatropa, bajo el mando del hijo de

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Tomyris, venia a su encuentro. Ciroquería evitar un enfrentamiento quesólo indispondría a Tomyris. Seacordó de que a los masagetas, comolos escitas, aunque la mayor parte deltiempo vivían con parquedad, lesgustaba beber hasta emborracharsecuando se les presentaba la ocasiónpara ello. Ordenó, pues, instalar elcampamento y que se preparase unacomida gigantesca, no dudando enponer a asar cabras y corderosenteros, y a cocer trozos de buey ytoda clase de verduras; por último,colgaron de unos palos numerosos

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odres llenos de vino. Ciro dejó aHystaspe el mando del grueso delejército con instrucciones de batirseen retirada y de ocultarse en unbosque que acababan de cruzar. Dejóen el campamento a los criados ycocineros aconsejándoles quehuyeran cuando vieran llegar alenemigo. Por su parte, salió alencuentro de los masagetas con unatropa de sus mejores jinetes.

»Cuando divisó la tropa de losmasagetas, Ciro desplegó sucaballería en una línea en la crestade una colina, después de comunicar

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sus órdenes. Se colocó a la cabeza yobservó los movimientos de losmasagetas. Éstos se acercaron a undisparo de flecha y se detuvieron.Cuando los masagetas cargaron derepente, los persas dispararonalgunas flechas y se batieronenseguida en retirada. Los masagetasles persiguieron y se dispersaron,atrayéndolos hacia su campamento,que pasaron de largo. Los masagetasentraron en el campamento, de dondehuyeron los criados, abandonando elfestín que habían preparado. Comoesperaba Ciro, al ver que los persas

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desaparecían en el horizonte, losmasagetas se apoderaron delcampamento y se instalaron allí parafestejarlo. Comieron tanto, ybebieron más aún, que prontocayeron dormidos, ahítos y ebrios.Tan pronto se hizo de noche, lospersas entraron en su campamento ycapturaron a los masagetas dormidos.Los maniataron y los dejaron dormirla borrachera.

»Al hacerse de día, y cuandolos cautivos recobraron la lucidez,Ciro les hizo desfilar delante de élpara comprobar si conocía a alguno

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de ellos. Pero todos eran guerrerosjóvenes e impetuosos, aunquevisiblemente inexpertos. Uno deellos, que sólo se distinguía de losdemás por sus ropas, levantóorgullosamente la cabeza y dijo:

»—Soy Espargapisos, el hijo dela reina Tomyris. Te lo ruego,quítame estas ataduras que meavergüenzan, o, si no, ordena cuantoantes que me maten.

»—Espargapisos —lerespondió Ciro-, no tengo intenciónde causarte el menor daño ni a ti ni atus compañeros. Sólo deseo una

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cosa: tener un encuentro con tu madrepara hablarle y persuadirla de quesólo quiero su bien.

»Y, para demostrar que nohablaba en vano, Ciro ordenó que ledesataran y que le devolvieran susarmas. Pero apenas tuvo el puñal enla mano, y con un gesto tan rápidocomo inesperado, Espargapisos se loclavó dos veces y cayó al suelo en uncharco de sangre. En vano ordenóCiro que le transportaran a un lecho ehizo acudir a su cabecera a suspropios médicos. Espargapisosexpiró diciendo que se había

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castigado a sí mismo como semerecía, por haberse entregado a unapasión funesta y haber consentidoque sus hombres se deshonrasen deigual modo.

»Aunque sintió admiración antetanto orgullo unido a tanta dignidad,Ciro se guardó muy mucho de dejar alos demás cautivos en libertad, portemor a que imitasen a su jefe.Mandó lavar el cuerpo,embalsamarlo en cera y ataviarlo,pues tenía la intención dedevolvérselo a Tomyris; luegoordenó levantar el campamento para

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ir hacia el grueso de las fuerzasmasagetas. Antes de ponerse encamino, ordenó liberar a dosprisioneros y les dijo que cogieransus caballos y que fueran hasta elcampamento de Tomyris para decirleque quería tener un encuentro conella y hablar cara a cara. Y, paraasegurarse de que doblegaría suvoluntad de negarse a cualquierapertura, añadió:

»—Decid a vuestra reina quesolicito de ella esa entrevista ennombre de aquel Ciro, hermano desangre de Ariapeites, a quien no

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puede haber olvidado.»Los masagetas prometieron

repetir fielmente sus palabras, y sealejaron al galope.

»Al día siguiente, cuando elejército de Ciro se disponía aponerse en camino después de plegarlas tiendas, vio dibujarse en elhorizonte una línea larga y oscura. Alacercarse, los persas advirtieron quese trataba de un ejército inmenso queavanzaba hacia ellos, y compuesto ensu mayoría por jinetes.

»—Señor —le dijo Hystaspe aCiro-, esa tropa es infinitamente más

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numerosa que la nuestra. Confiemosen que sus intenciones sean tanpacíficas como las tuyas, porque deno ser así va a correr mucha sangrepersa.

»—Combatiremos sólo si nosvemos obligados a ello —afirmóCiro, al tiempo que ordenaba a susguerreros disponerse en formaciónde combate.

»Por su parte, él se desprendióde sus ricos ropajes y se vistió con elpantalón ceñido y la túnica corta quehabían sido sus prendas favoritas dejuventud. Se colgó el tabalí de la

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espada al hombro, sujetó a uncostado su puñal con funda de oroque llevaba siempre, desplegó suarco sujetándoselo al otro hombro,ató el carcaj a su cintura, y porúltimo montó a caballo de un saltodespués de proveerse de dosjabalinas. De esta manera, recuperósu aspecto de guerrero juvenil, bajoel que le había conocido Tomyris.Pero conservó en la frente la coronapara hacerse reconocer como elpoderoso rey de los persas. Ataviadode esta guisa, avanzó al frente de sucaballería.

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»Frente a ellos, los masagetasse habían detenido para colocarseasimismo en línea de combate, yluego sus escuadrones de caballeríase movilizaron con un orden quesorprendió a Ciro, pues recordabaque los masagetas, al igual que losescitas, cargaban desordenadamente.Sin duda, Ariapeites les habíainculcado sólidas nociones dedisciplina y de táctica, lo queexplicaba sus victorias sobre lasdemás tribus, gracias a las cualeshabía edificado ese gran reino de lasestepas.

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»De repente, el ejército de losmasagetas se detuvo a dos veces elalcance de un arco y Ciro advirtióque un grupo de jinetes abandonabala fila y se dirigía hacia él. Lesaludaron, y uno de ellos, quereconoció como uno de losapresados la víspera, tomó lapalabra:

»—Yo te saludo, rey de lospersas. De acuerdo con tu voluntad,he transmitido tu mensaje a nuestrareina. Si te atreves a adelantarte solohasta la mitad del espacio que separanuestros dos ejércitos, está dispuesta

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a acudir ella misma para escuchar loque tengas que decirle.

»—Da las gracias a la reina—respondió Ciro- y dile que saldrésolo a su encuentro, pero que ella, sino tiene en mi la misma confianza,puede acudir escoltada por variosjinetes.

»El mensajero se llevó la manoal pecho, dio media vuelta a sucaballo y se alejó al galope seguidode sus compañeros.

»Entonces Ciro se volvió haciaHystaspe:

»—Quédate aquí al frente de

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nuestra tropa —le ordenó-. Yo voy asalir al encuentro de la reinaTomyris.

»Había pronunciado esaspalabras con firmeza, pero en suinterior temblaba de emoción ante laidea de volver a ver pronto a la quesu corazón no había podido olvidarjamás. Se sintió feliz al encontrarsesolo, avanzando así, vestido yarmado como un simple guerrero,como lo que había sido cuandorecorría esas mismas estepas en lostiempos de su juventud.

»Un jinete se destacó de las

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filas enemigas y su caballo acudió asu encuentro al galope. Se detuvodelante de él, encabritando alcaballo, que relinchó. El choque quesufrió Ciro fue tan fuerte que le dejómudo por un momento. Delante suyose encontraba Tomyris, vestidaigualmente con el sencillo trajemasculino de jinete. Aunque su rostroya no tenía la frescura de la primerajuventud, y aunque en la comisura desus ojos rasgados se advertíanpequeñas arrugas, no había perdidonada de su belleza altiva y, por elcontrario, había adquirido una

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nobleza en la expresión de la miraday una majestad en el porte, queprovocaron la admiración de Ciro.Durante un breve instante ambos semiraron y se reconocieron. Ciroestaba dispuesto a tomarla entre susbrazos, y a cubrir de besos su rostroy sus manos. Pero ella permanecíaimpasible y tomó la palabra enprimer lugar:

»—De manera —dijo- que eseCiro que ha llenado Asia de susproezas, ese Ciro cuya fama hallegado hasta el fondo de nuestrasestepas donde sólo habla el viento,

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ese Ciro que se ha convertido en elamo del mundo, eres tú.

»—Si, Tomyris, yo soy el Ciroque un día conociste a orillas delgran río, el mismo Ciro que conocióel amor en tus brazos y que desdeentonces no ha dejado de amarte.

»Tomyris rió con amargura yprosiguió:

»—Di más bien el Ciro que meabandonó cuando yo sólo vivía parasu amor, el Ciro que se marchó sindecir palabra, como un ladrón, el quedespreció mi amor.

»—¡Tomyris! —exclamó Ciro

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sorprendido ante semejante ataque-,¿cómo puedes hablar así? ¿No te dijonunca Ariapeites que éramoshermanos de sangre, que estabasdestinada a ser su esposa, y que nopodía faltar a su amistadarrebatándole su amor?

»—¡Cállate! ¿Hablas de amorcon Ariapeites? Él nunca me amó, ypor mi parte sólo sentí estima haciaél. Me casé con él porque comprendíque no me quedaba más remedio, yaque nuestro matrimonio era la únicacondición para que la paz reinaseentre nuestros pueblos. Pero tú, tú

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que dices haberme amado tanto, ¿note das cuenta que deberías haberpuesto ese amor por encima de todoslos juramentos de fraternidad?Porque yo no había visto nunca a eseAriapeites cuando me entregué a ti, yni tú ni yo estábamos comprometidoscon él. No, Ciro, tú me traicionaste,tú traicionaste nuestro amor.Deberías haber luchado por mí,haberme llevado lejos de mi padre sihubiera sido preciso, inclusohubiéramos muerto juntos, pero nodebiste abandonarme así.

»Ciro se sintió de repente

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invadido por esa verdad, y se dijoque su amistad por Ariapeites lehabía hecho cometer la peor de laslocuras. Extendió una mano haciaella pidiéndole que le perdonara;pero ella dijo:

»—Habría podido perdonarte,Ciro, por haberme hecho desgraciadapara el resto de mi vida. Pero nopuedo perdonarte el que dejarasmorir a Espargapisos, mi hijo,nuestro hijo.

»—¿Qué estás diciendo?—exclamó Ciro.

»—Si, Ciro —replicó

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Tomyris-, Espargapisos era el frutode nuestro amor, era tu hijo, y paramí el testimonio vivo de nuestrapasión. ¿No te has dado cuentacuánto se parecía a ti? ¡Y le hasdejado morir!

»—¡Oh, no! —exclamó Ciro-;¡acaso son los dioses tan crueles!Pero, ¿los hombres que te envié devuelta no te han dicho que se apuñalóél mismo cuando acababa de quitarlelas ataduras y devolverle sus armas?

»—Eso no te hace menosculpable —contestó ella-, ya que, sino hubieras olvidado el carácter de

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nuestro pueblo, habrías sabido que aldevolverle las armas leproporcionabas un medio para lavarsu deshonor.

»—¿Crees —le preguntó Ciro-que si yo hubiera podido imaginarque actuaría de ese modo le habríadevuelto las armas? Tomyris,escúchame. Créeme, yo he sufridotanto como tú por tener que dejarte.Creí que así aseguraría la paz entrevuestros pueblos y que hacía honor aun juramento. Si he vuelto alenterarme de la muerte de Ariapeitesha sido para que nos reunamos con el

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pasado. Ni siquiera he venido adecirte: te ofrezco un imperio, puessé que eso carece de importanciapara ti, que tu vida está en otra parte.Pero estoy dispuesto a compartir esavida que es la tuya, a borrar todosestos años. En cuanto a nuestro hijo,no me siento culpable. Te traigo sucuerpo para que lo inhumes deacuerdo con las costumbres de tunación. Hagamos las paces yaprendamos de nuevo a amarnos.

»—No, Ciro —dijo ellasacudiendo la cabeza-, ahora esdemasiado tarde. Debemos luchar.

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Mis guerreros se han reunido paraexpulsar a los persas de nuestroterritorio; y, aunque quisieradetenerlos, no me obedecerían puesarden en deseos por vengar la afrentaque nos han hecho al atraer a mi hijoy a su tropa hacia esa trampa dondehallaron algo peor que la muerte, ladeshonra.

»Ciro la miró con tristeza antesde contestar:

»—Ninguno de vosotros hacomprendido que si he actuado deese modo ha sido precisamente parano derramar la sangre de los

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masagetas, para preservar la paz, ypara demostrar que mis intencioneseran pacificas.

»—Hubiera sido mejor lucharcontra ellos —le aseguró Tomyris-.Habrían perdonado la sangrederramada en un combate noble. Loque no pueden olvidar es lahumillación de semejante derrota. Nonos queda más remedio, pues, Ciro,que luchar. Si resultas vencedor y siconsigues capturarme viva, entoncespuedes intentar forzar mi honra.

»—¡Tomyris! —exclamó él-,¿qué locura es ésta? ¿Crees que voy

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a cruzar mi espada con la tuya? ¿Quepor un solo instante podría pensar enperseguirte y querer luego forzarte aactuar contra tus sentimientos? No,ya veo que me hablas así porque yano me amas.

»—Desengáñate, Ciro—contestó ella-, yo te he amadosiempre, y todavía te amo, pero yoamo al Ciro que conocí a orillas delgran río, al que colgó su carcaj de micarro, al que cazó conmigo por lascolinas y valles de nuestro país. Yono sé quién eres ahora. Es por lo quepienso que lo más deseable sería una

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muerte gloriosa ya que con ella nosllevaríamos unos recuerdos que hanpermanecido intactos. Corresponde alos dioses, y al divino sol que nosestá mirando en este momento,decidir lo que debe ser.

»Tomyris había hecho girar a sucaballo. Ciro adelantó hacia ella sumontura:

»—Espera —le pidió.»Ella le miró, atenta a sus

palabras. Pero Ciro no encontraba yapalabras convincentes, ya que la veíaresuelta a actuar como habíadecidido hacerlo. Entonces extendió

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la mano.»Tomyris contempló su mano

fuerte, esa mano que le habíaproporcionado las alegrías del amor.Con un gesto brusco, ella la cogió, laestrechó con fuerza, la soltóinmediatamente, espoleó su caballo yse alejó al galope. Sabía que erainútil seguirla, intentar retenerla.Regresó lentamente hacia donde leaguardaban sus hombres, inmóviles.Supo remontarse y mostrar un rostrosereno y decidido, pues no queríaque pudieran dudar de la victoria.Cuando se detuvo al lado de

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Hystaspe, este último le miró unmomento antes de atreverse apreguntarle:

»—Señor, ¿qué hacemos?»—Prepararnos para luchar.

Pero, sobre todo, que nadie se atrevani siquiera a herir a la reina.

»Apenas había transmitidoHystaspe dicha orden, cuando la filade jinetes masagetas se lanzó alataque. En el aire denso del estío, enesa luz cegadora del mediodía, losjinetes parecían bailar mientrascargaban, como si fueran a undesfile, o hacia una victoria segura.

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»Ciro levantó su brazo armadocon venablos, luego espoleó sucaballo, y salió a la cabeza paracargar por última vez contra unosadversarios que le habría gustadofueran sus amigos.

»Los persas, acostumbrados aalzarse siempre con la victoria, yadiestrados para la guerra desdehacía muchos años, no tuvieron elmenor gesto de duda o de temor alencontrarse frente a adversarios tannumerosos y resueltos. Por ello, elchoque entre los dos ejércitos fueviolento y sangriento. Eran tantos los

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dardos y las flechas que se cruzabanen el cielo, que por un instantepareció que el sol se oscurecía, peroluego las hojas de las espadasbrillaron al sol.

»Ciro luchaba en primera línea,sin preocuparse de que pudieranherirle, pues su ánimo estabadividido entre la desesperanza y eldeseo de vencer para conquistar a lamujer que amaba, y contra la que seveía obligado a pelear.

»Los sentimientoscontradictorios que le asaltaban erantan fuertes, que dejaba que le

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arrastraran hasta el centro mismo dela refriega, para demostrar así aTomyris que no había degenerado,que seguía siendo digno de ella y desu amor. A su alrededor giraban loscaballos y las espadas, giraba elpolvo que levantaban los caballos alpatear, giraban el cielo y la tierra,giraba el sol. Ya no sentía lasheridas que desgarraban su carne,golpeaba a ciegas, con la vistaoscurecida por el sudor y la sangreque chorreaban sobre sus párpados.

»Y, de repente, le pareció queel fuego del sol penetraba en sus

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entrañas, y sintió que se deslizabadel caballo. Se encontró caído en elsuelo, y vio por encima de él el cieloazul aureolado con polvo de oro, ymás allá al sol que resplandecíacomo un disco de púrpura, ese solque parecía reclamarle el caballo sinmancha que le había prometido. Enun destello, pensó que ese caballotan fuerte, tan salvaje, era él mismo,él, que debía ofrendarse al sol, eldios poderoso de Tomyris. Y fue elrostro de la reina el que se leapareció en la luz purpúrea, y luegocreyó ver en los torbellinos de aire

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irisado la silueta grácil de Amytis,que le tendía los brazos y parecíallamarle, a menos que no fueraTomyris, por quien él sabia queestaba a punto de morir.

»Se sintió envuelto en unaextraña calma, un silencio pesadohabía seguido al estruendo metálicode la batalla. En la lejanía, muy a lolejos, un ruido de pasos, un relincho.Y el paso se convirtió en galope, y elrelincho en un grito.

»”Me tengo que levantar, tengoque capturar el caballo blanco." Cirono sabía si había pensado esas

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palabras o si las había pronunciado.»¡Y mi cabeza que me duele

tanto, y toda esta sangre por mivientre... Debo empuñar de nuevo laespada... Pero cuánto me pesa lamano!"

»Y murmuró aún:»"Sacrificar el caballo...

Aguarda, Sol, no te he traicionado.Una vez más me alzaré con lavictoria y te pagaré lo que te debo."

»Los ruidos de pasos seacercaron de nuevo, muy cerca,demasiado cerca suyo, y lo único quesintió fue un horrible martilleo dentro

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de su cabeza, luego, luego ya nada.»Tomyris había picado espuelas

a su caballo galopando hacia Ciro aquien había visto caer: y también ellavio al glorioso semental elevarse porlos cielos, atrapado por la luzdeslumbrante del sol. Y el caballo setransformó en llama y siguiósubiendo. Pero era el alma delguerrero al que tanto había amado loque reconoció, errando por lainmensidad del cielo. Y sintió quecon el espíritu del rey una parte de supropia vida se iba a morir al sol.

»Tomyris se detuvo: se quedó

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donde estaba, inmóvil, con el rostrolevantado. Luego bajó la miradahacia la mano que empuñaba laespada ensangrentada, y vio quetemblaba. Se dio la vuelta de repentey se alejó en la luz de Ahura Mazda»

Bagadates calla. Todos se hanquedado mudos, incapaces depronunciar una palabra y pensandoen el final trágico y glorioso delconquistador del mundo, de eseconquistador que había deseado tantoseguir siendo un hombre oscuro parapoder ver florecer en su plenitud el

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amor de su juventud. Por último,Bagadates añade:

—Debo agregar que los persasfueron derrotados y que tuvieron queretirarse. Devolvieron a la triunfanteTomyris el cadáver de su hijo, y ella,a su vez, les permitió que cruzaran denuevo el Oxus llevándose el cuerpode Ciro. Fue enterrado en Pasargadasen un mausoleo de piedra, sencillopero imponente, como había sido elalma de ese hombre incomparable,orgullo de Persia y de la humanidad.

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NOTAS

Lo que sabemos con certezahistórica a propósito de Ciro (formahelenizada del antiguo persa Kúrash)ocupa pocas páginas. Podemos decir,pues, con certeza, que pertenecía a lagran familia de los Aqueménidas,que era hijo de Cambises(Kambûjiya), y que tuvo un hijotambién llamado Cambises que lesucedió en el trono. Fue rey deAnzán, pero no se sabe con precisión

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cómo se produjo la sucesión a dichotrono, venció a Astyage (en medoIshtumegu), pero tampoco se sabecon precisión cuál era su vinculo deparentesco, y ni siquiera si ésteexistía. Conquistó luego Lidia y seapoderó de Babilonia, lo que leproporcionó de un solo golpe eldominio de los territorios queactualmente ocupan Irak, Siria,Jordania el Líbano e Israel. Guerreóal este del Irán, lo que le permitióanexionar a su imperio la mayorparte del actual Afganistán, elBeluchistán y las llamadas

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repúblicas soviéticas delTurkmenistán y del Uzbekistán, poremplear la nomenclatura geográficamoderna. No se sabe realmente cómomurió, acaso durante una guerra enTransoxiana, como afirma Herodoto.

Los autores griegos antiguos,que constituyen nuestras fuentesprincipales en lo que se refiere a lavertiente anecdótica de la historia, secontradicen a menudo, de manera queresulta difícil escoger entre lasdistintas versiones. Sabemos, porJenofonte, que en su tiempo, es decirhacia finales del siglo V a. C., esto

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es, apenas más de un siglo despuésde la muerte de Ciro, el conquistadorse había convertido en el héroe decanciones, de cantos épicos y deleyendas. Los autores clásicos hanconservado para nosotros algunosecos de esas tradiciones, peropodemos encontrar otros en lostextos iraníes mucho más recientes.

Herodoto sigue siendo nuestrafuente más importante. El libro 1 desus Encuestas (Herodoto, Historias,en diez volúmenes, más otro deíndice, texto y traducción de Ph.-E.Legrand, Les Belles Lettres,

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constantemente reeditado, es la mejoredición actual), contiene las historiasde Creso y de Ciro. Podemosencontrar algunos datos másespigando en los demás libros, y enparticular en el libro IV, que en granparte está dedicado a los escitas. Esen este texto donde se encuentran lahistoria de los sueños de Astyage, dela juventud de Ciro en casa deMitradates, etc.

Al parecer, Herodoto utilizó unatradición meda que ponía de relievela filiación meda del conquistador (através de Mandana, hija de Astyage).

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Conviene recordar que Herodotorealizó su viaje a Oriente haciamediados del siglo V a. C., menos deun siglo después de la muerte deCiro. Por otra parte, resultallamativo que describa al detalle lasciudades de Ecbatana y Babilonia,pero no Pasargadas, donde al parecerno estuvo, lo que consolida lahipótesis de una fuente meda.

Ctesias era natural de Cnido ypertenecía a la hermandad de losasclepiades. Fue médico en la cortede Darío II (425-405 a. C.) y deArtajerjes II (404-359 a. C.), y vivió

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durante diecisiete años en Susa, unade las capitales del imperio persa,donde dice haber tenido acceso a losarchivos imperiales. Escribió unaHistoria de Persia ("Persika"), de laque sólo quedan fragmentos. El másimportante, concerniente a Ciro, seha conservado gracias a Fociopatriarca de Constantinopla, quienvivió en Bizancio en el siglo IX(Focio, Biblioteca, t. 1, cód. 72, p.105 y ss., texto y traducción R.Henry, Les Belles Lettres, París,1959). Otros fragmentos, de menorimportancia, aparecen citados por

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numerosos autores clásicos,empezando por Diodoro de Sicilia.Han sido reunidos y ampliamentecomentados en: C. Müller CtesiaeCnidii... fragmenta, París, ed. Didot,1844, publicado junto con el texto deHerodoto en versión de Dindorf. Lostextos griegos están traducidos allatín y comentados en latín. SegúnCtesias, no existía ningún lazo deparentesco entre Ciro y Astyage. Dala versión del matrimonio de Amytiscon Spitamas, al que Ciro habríadado muerte por haberle mentido (¡),para casarse después con Amytis.

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Otorga más importancia a las guerrasde Ciro contra los pueblos al este desu imperio que a las que sostuvocontra Creso y Nabónido, y le hacemorir en su lecho. Jenofonte,contemporáneo de Ctesias, en suCiropedia (texto y traducción porM.Bizos y E. Delebecque en tresvolúmenes, Les Belles Lettres), nosproporciona la primera novela sobreCiro, y escribe así la primera novelade la antigüedad griega. En ella, Ciroaparece como el parangón de lospríncipes y también como un nietomodelo, ya que sus relaciones con

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Astyage, su abuelo, son de lo mástierno y respetuoso. No toca paranada la cuestión del sueño proféticoy del niño abandonado. Si, para lamayoría de los críticos, la Ciropediafue en su totalidad fruto de laimaginación de Jenofonte, segúnChristensen, dicho autor se sirvió deuna epopeya iraní como punto departida de su novela (A. Christensen,les Gestes des rois dans lestraditions de 1'Iran antique,Geuthner, París, 1936, p. 122 y ss.).

Una tradición bien diferente esla que nos ha dejado Nicolás de

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Damasco, griego de Siria que viviódurante la segunda mitad del siglo Ia. C. Había compuesto para Herodesel Grande, el rey de los judíos, delque era secretario, una HistoriaUniversal, algunos de cuyosfragmentos se conservan aúnreunidos por C. Müller en losFragmenta HistoricorumGraecorum, ed. Didot, v. III, p. 397y ss., Paris, 1849). Convierte a Ciroen el hijo de una cuidadora de cabrasllamada Argosta y de un mardo quevivía del bandidaje, Atradate. Segúnesta versión, Ciro entró en el palacio

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de Astyage como barrendero yterminó destronando al rey. Puedeverse un resumen de estas versionesdiferentes en: G. Maspéro, HistoireAncienne des peuples de 1 'Orientclassique t. III, Hachette, Paris,1899, p. 595 y ss.

Del resto de las fuentes clásicasno podemos sacar nada de Dión, nitampoco de lo que cuenta Estrabón,aunque este último me ha resultadomuy útil para las descripciones dedeterminados lugares antiguos y delas costumbres de los persas o de losescitas. (La única traducción

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francesa completa es la de A.Tardieu, Géographie de Strabon,cuatro volúmenes, Hachette, Paris,1867-1890). La edición contraducción en nueve volúmenes,emprendida por Les Belles Lettres,no está concluida aún, aunque se hanpublicado ya varios volúmenes.)También podemos citar el resumende las Historias de Trogo Pompeyoque da Justino, HistoiresPhilippiques, libro I, p. 4 y ss.(edición latina con traducciónfrancesa, Nisard, 1841, Pp. 387 yss.), y donde hay un resumen de la

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versión de Herodoto. Tambiénencontraremos algunas anécdotas,tomadas en su mayoría de Herodoto yde Nicolás de Damasco, en lasEstratagemas de Polieno, abogado deorigen macedonio contemporáneo deMarco Aurelio (siglo II). Hay unatraducción francesa en laBibliothéque historique et militaire,t. III, París, 1840, Pp. 779-780 (ed.griega: Polyaenus, rec. Wolfflin-Melber, VII, 6-8, en la col.Teubneriana).

El lector podrá constatar que heutilizado diversos elementos tomados

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de esos textos. En cuanto a lo queconcierne a las aventuras de mi héroecamino de Samarcanda, másconocida entonces como Maracandapor los geógrafos antiguos, heutilizado cierto número de datosprocedentes de textos iraníes. Enprimer lugar, ese corpus de textosreligiosos que han conservadoelementos épicos muy antiguos,conocido con el nombre de Avesta, yque constituyen los libros religiososde los antiguos persas, antes de quela conquista árabe del siglo VIIimplantara allí el islam. Los más

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antiguos de dichos textos, algunos delos cuales han sido atribuidos alpropio Zaratustra, son los Ghâtas,integrados en el Yacna . Aunqueredactados más recientemente, losdemás, Yeshts (Khorda Avesta )Vencidâd, Sirozah , etc., contienentradiciones muy antiguas. Existen dostraducciones al francés: C. de HarlezAvesta, Livre Sacre duZoroastrisme, Maisonneuve, Paris,1881 (en un grueso volumen); J.Darmesteter, Zend-Avesta, tresvolúmenes, nueva edición conprólogo de E. Benveniste, A.

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Maisonneuve, Paris, 1960). Tambiénhe extraído —y trasladado- algunosdatos de carácter legendario que seencuentran en la gran epopeyanacional persa de Firdousi El Librode los Reyes. El poeta, natural deTûs, en Korasán, es decir, una regiónvecina de Transoxiana, y que vivióen el siglo X, utilizó antiguos relatosépicos y religiosos actualmenteperdidos. Existe una edición en persacon traducción francesa: Abou'l-kasin Firdousi, le Shah Nameh o leLivre des Rois, publicado por J.Mohl, Imprimerie Royale, París,

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1838-1878. Esta obra, en sietegruesos volúmenes, fue reimpresapor la Librería de América y deOriente, A. Maisonneuve.

En cuanto a las hermandadessecretas de los mairyas, todos losdatos al respecto han sido reunidos ycomentados por: S. Wikander, DerArische Mánnerbund, Lund, 1938.

Para la Persia aqueménida, nosfalta toda esa iconografía de la vidacotidiana tan rica para Egipto y laantigua Grecia. El arte aqueménidaes un arte imperial, grandioso, y lasfiguraciones de los personajes que

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poseemos se encuentran,particularmente, en los relieves delpalacio de Darío en Persépolis. Lasrepresentaciones de guardias, dedignatarios, de portadores deofrendas, nos permiten saber cómoiban vestidos y peinados esoshombres llegados de todos losconfines del imperio y distinguir lasdistintas morfologías de los caballossegún su origen. Pero no disponemosde ninguna representación femenina,de ninguna escena intimista, como esel caso incluso para Asiria. Sinembargó, el arte escita nos ha dejado

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numerosas representacionesfiguradas (relieves de vasos,ornamentos de peines, etc.) depersonajes con sus armas y susropas, en su mayoría masculinas,pero también femeninas, además delmobiliario de tumbas como la dePazyrik, en Siberia, apenasposteriores a la época de Ciro.Puede consultarse una publicación atodo lujo del arte de «los kurganes»,que se expone en el museo delErmitage, en:M. I.: Artamova,Sokrovitsa skiphskikh kourganov ,Leningrado, 1966.

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Las inscripciones persas obabilonias que hablen de Ciro yNabónido son muy escasas. Estánreunidas en: S. Smith, BabylonianHistorical Texts Relating to theDownfall of Babylon, Londres, 1924.Se trata del texto llamado Crónica deNabónido, publicado por primeravez en 1882 por T. G. Pinches; elestudio mismo del texto está en:Latrille «Der Nabonidcylinder», enla Zeitschrift für Keilforschung, t. II,p. 242 y ss. Un texto cuneiforme enun cilindro de arcilla nos da datoshistóricos sobre la toma de posesión

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de Babilonia por Ciro y sobre supolítica religiosa respecto de losbabilonios; publicado por primeravez por Rawlison, existen variastraducciones de este texto al inglés;ver, por ejemplo: R. W. Rogers,Cuneiform Parallels to the OldTestament, Nueva York, 1926.

En lo que respecta a los escitas,persas, medos, Samarcanda,Ecbatana, Pasargadas, Babilonia,Sardes (los kurganes y Pazyrikcitados más arriba), etc., me permitoremitir al lector curioso a miDictionnaire de 1'archéologie

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(Bouquins, Laffont. 1983), bajo esosnombres, y donde, además,encontrará bibliografía específica.

He preferido no poner notasrelativas a diversos datos de mitexto, pero sí quisiera aclarar aquíalgunos puntos que pueden interesaral lector. El eclipse que separó a losejércitos lidio y meda, previsto porTales, se produjo el 28 de mayo del585 a. C., Ecbatana es la actualHamadán, y el Orontes que ladomina, el macizo de Elvend. Ragaiestá cerca de Teherán y Bactria es laactual Bolkh. El Halys se llama

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ahora Kizyl Irmak, el Oxus, Amu-Darya, y el Yaxarte, Syr Darya.Pasargadas, de la que quedan algunasruinas, está situada cerca de Chiraz.La descripción que doy de las ropasde Roxana está tomada en un caso deuna estatuilla escita (Artamova, op.cit., fig. 267) y en el otro de unaestatuilla de bronce que sirve demango de espejo, procedente delFerghana, con fecha posterior a laépoca de Ciro (A. Belenitsky, AsieCentrale, Paris-Ginebra, 1968, fig.65).

Cito a continuación algunas

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obras de interés sobre Ciro, lospersas y sus religiones:

Abbot, J.: Life of Cyrus, NuevaYork, 1900.

Amiaud, A.: Cyrus, roi dePerse, Mélanges Renier, Paris, 1886.

Champdor, A.: Cyrus, Paris,1952.

Dhorme, E.: Cyrus le Grand,Revue Biblique, t. IX (1912).

Duchesne-Guillemin:Zoroastre, Paris, 1948.

Duchesne-Guillemin: LaReligion de 1'Iran Ancien, París,1962.

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Fluegel, G.: Cirus andHerodotus, Leipzig, 1881.

Ghirshman, R.: l'Iran, desOrigines a l'Islam, París, 1951, pp.108 y ss.

Ghirshman, R.: Perse(L'universe de Formes), París, 1963.

Huart, Cl., y Delaporte, L.:l'Iran antique, Paris, 1943, Pp. 227y ss.

Israël, G.: Cyrus le Grand,París, 1987.

Moulton, J. H.: EarlyZoroastrianism, Londres, 1913.

Partow, Sh.: Zarathoustra,

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Montpellier, 1929.Prasek, J. V.: Kyros der Grosse,

Leipzig, 1912.Weller, H.: Anahita, Tubinga,

1938.Widengren, G.: la Légende

royale de 1 'Iran antique, enHommage à Goerges Duzémil ,Bruselas, 1960, pp. 225-237.

Widengren, G.: les Religions del 'Iran, París, 1968.

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Table of ContentsGuy Rachet Ciro, El Sol De PersiaLA CARAVANAPRIMERA VELADASEGUNDA VELADATERCERA VELADACUARTA VELADAQUINTA VELADASEXTA VELADASÉPTIMA VELADAOCTAVA VELADANOVENA VELADADÉCIMA VELADA

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UNDÉCIMA VELADADUODÉCIMA VELADADECIMOTERCERA VELADADECIMOCUARTA VELADADECIMOQUINTA VELADADECIMOSEXTA VELADADECIMOSÉPTIMA VELADADECIMOCTAVA VELADADECIMONOVENA VELADAVIGÉSIMA VELADAVIGÉSIMO PRIMERA VELADAVIGÉSIMO SEGUNDA VELADAVIGÉSIMO TERCERA VELADAVIGÉSIMO CUARTA VELADAVIGÉSIMO QUINTA VELADA

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VIGÉSIMO SEXTA VELADAVIGÉSIMO SÉPTIMA VELADAVIGÉSIMO OCTAVA VELADANOTAS