Cioran Historia y Utopia

download Cioran Historia y Utopia

of 51

Transcript of Cioran Historia y Utopia

  • 1

    E. M. CIORAN

    HISTORIA Y UTOPIA

    (Histoire et utopie - 1960)

    A propsito de dos clases de sociedad

    Carta a un amigo lejano

    Desde ese pas que fue el nuestro, y que ya no es de nadie, usted me pide, despus de tantos aos de silencio, que le d detalles sobre mis ocupaciones y sobre ese mundo maravilloso que, segn usted, tengo la suerte de habitar y recorrer. Podra responderle que soy un hombre desocupado, y que este mundo no es maravilloso. Pero una respuesta tan lacnica, a pesar de su exactitud, no sabra calmar su curiosidad ni satisfacer las mltiples preguntas que me hace. Hay una que, por ser casi un reproche, me impresion especialmente. Usted querra saber si tengo la intencin de volver a escribir en nuestra lengua, o si pienso permanecer fiel a esta otra en la que usted me supone con bastante gratuidad una facilidad que no tengo, que nunca tendr. Sera embarcarme en el relato de una pesadilla referirle la historia de mis relaciones con este idioma prestado, con todas sus palabras pensadas y repensadas, afinadas, sutiles hasta la inexistencia, volcadas hacia la exaccin del matiz, inexpresivas a fuerza de haber expresado tanto, de terrible precisin, cargadas de fatiga y de pudor, discretas hasta en la vulgaridad. Cmo quiere que un escita las acepte, aprenda su significado neto y las manipule con escrpulo y probidad? No hay una sola cuya elegancia extenuada no me d vrtigo: ninguna huella de tierra, de sangre, de alma hay en ellas. Una sintaxis de una rigidez, de una dignidad cadavrica las estruja y les asigna un lugar de donde ni el mismo Dios podra desplazarlas. Cunto caf, cuntos cigarros y diccionarios para escribir una frase ms o menos correcta en una lengua inabordable, demasiado noble, demasiado distinguida para mi gusto. Y slo me di cuenta de ello cuando, desgraciadamente, ya era demasiado tarde para apartarme; de otra forma nunca hubiera abandonado la nuestra, de la que a veces extrao el olor a frescura y podredumbre, mezcla de sol y de bosta, la fealdad nostlgica, el soberbio desharrapo. Ya no puedo retornar a ella; la lengua que tuve que adoptar me retiene y me subyuga a causa de esos mismos trabajos que me cost. Soy, como usted lo insina, un renegado? La patria no es ms que un campamento en el desierto, reza un texto tibetano. Yo no voy tan lejos: dara todos los paisajes del mundo por el de mi infancia. Y an me falta agregar que, si hago de l un paraso, las prestidigitaciones o las deficiencias de mi memoria son las nicas responsables. A todos nos persiguen nuestros orgenes; el sentimiento que me inspiran

  • 2

    los mos se traduce necesariamente en trminos negativos, en el lenguaje de la autopunicin, de la humillacin asumida y proclamada, del consentimiento al desastre. Es digno de psiquiatra un patriotismo as? Quiz s, pero no puedo concebir otro, y viendo nuestros destinos, me parece -por qu negarlo?- el nico razonable.

    Ms dichoso que yo, usted se ha resignado a nuestro polvo natal; adems, tiene usted la facultad de soportar todos los regmenes, incluso los ms rgidos. Y no es que usted no tenga la nostalgia de la fantasa y del desorden, pero no conozco espritu ms refractario que el suyo a las supersticiones de la democracia. Hubo una poca, es cierto, en la que yo tambin las detestaba, incluso ms que usted: era joven y no poda advertir otras verdades fuera de las mas, ni concederle al adversario el derecho de tener las suyas, de envanecerse de ellas o de imponerlas. Que los partidos pudiesen enfrentarse sin aniquilarse era algo que sobrepasaba mis posibilidades de comprensin. Vergenza de la Especie, smbolo de una humanidad exhausta, sin pasiones ni convicciones, incapaz de absoluto, privada de futuro, limitada en todos los sentidos, incapaz de elevarse hacia esa alta sabidura que me enseaba que el objeto de una discusin era pulverizar al contrincante: es as como vea yo el rgimen parlamentario. Por el contrario, los sistemas que queran eliminarlo para tomar su lugar me parecan bellos sin excepcin, acordes con el movimiento de la Vida, mi divinidad de entonces. No s si debo admirar o despreciar a aquel que, antes de los treinta aos, no ha padecido la fascinacin de todas las formas de extremismo, o si debo considerarlo como un santo o un cadver. Falto de recursos biolgicos, no se ha situado acaso por encima o por debajo del tiempo? Deficiencia positiva o negativa, qu importa! Sin deseo ni voluntad de destruir, es sospechoso, ha vencido al demonio o, lo que es ms grave, nunca fue posedo por l. Vivir realmente es rechazar a los otros; para aceptarlos, hay que saber renunciar, violentarse a uno mismo, actuar contra la propia naturaleza, debilitarse; slo se concibe la libertad para uno mismo: al prjimo se la otorgamos a duras penas, de ah lo precario del liberalismo, reto a nuestros instintos, logro breve y milagroso, estado excepcional opuesto a nuestros imperativos profundos. Somos naturalmente inadecuados para l, y slo nos lo hace aceptable la usura de nuestras fuerzas. Miseria de una raza que debe rebajarse por un lado para ennoblecerse por el otro, y en la que ningn representante, a menos que sea de una decrepitud precoz, se entrega a principios humanos. Funcin de un fuego extinto, de un desequilibrio, y no por exceso sino por falta de energa, la tolerancia no puede seducir a los jvenes. No se mezcla uno impunemente en las luchas polticas; y nuestra poca debe su aspecto sanguinario al culto que se les consagr: las convulsiones recientes emanan de ellas, de la facilidad con que aceptan una aberracin y la traducen en acto. Dale a los jvenes la esperanza o la ocasin de una masacre y te seguirn a ciegas. Al final de la adolescencia se es fantico por definicin; yo tambin lo fui, y hasta el ridculo. Se acuerda de la poca en que echaba pestes incendiarias menos por el gusto de escandalizar que por necesidad de escapar a una fiebre que, sin el exutorio de la demencia verbal, me hubiera consumido? Persuadido de que los males de nuestra sociedad venan de los viejos, conceb la idea de una liquidacin de todos los ciudadanos que hubiesen sobrepasado los cuarenta aos, principio de la esclerosis y de la momificacin, recodo a partir del cual, crea yo, todo individuo se convierte en un insulto para la nacin y en un peso para la colectividad. Tan admirable me pareci el proyecto, que no dudaba en divulgarlo; los interesados apreciaron mediocremente el tenor de la cuestin y me calificaron de canbal; mi carrera de benefactor pblico empezaba bajo malos augurios. Usted mismo, tan generoso y tan emprendedor, a fuerza de reservas y de objeciones me llev a abandonar mi proyecto. Era tan condenable? Expresaba simplemente lo que todo hombre que ama a su pas desea en el fondo de su corazn: la supresin de la mitad de sus compatriotas.

  • 3

    Cuando hoy pienso en esos momentos de entusiasmo y de furor, en las especulaciones insensatas que arrasaban y obnubilaban mi espritu, los atribuyo, no ya a sueos de filantropa y destruccin, a la obsesin de no s qu pureza, sino a una tristeza bestial que, disimulada bajo la mscara del fervor, se desplegaba a mis expensas y de la que sin embargo era cmplice, feliz de no tener que escoger, como tantos otros, entre lo soso y lo atroz. Lo atroz me corresponda por derecho, qu ms poda desear? Tena un alma de lobo y mi ferocidad se nutra de s misma, me llenaba, me halagaba: era, en suma, el ms feliz de los licntropos. Aspiraba a la gloria, y me apartaba de ella simultneamente: obtenida, cul era su valor, me deca, si slo nos distingue y nos destaca en las generaciones presentes y futuras pero nos excluye del pasado? De qu sirve ser conocido si antao no lo fue uno de tal sabio o de tal loco, de un Marco Aurelio o de un Nern? No habremos existido nunca para tantos de nuestros dolos, nuestro nombre no habr perturbado a nadie de los siglos anteriores, qu importan los que vienen despus?, qu importa el futuro, esa mitad del tiempo, para quien enloquece por la eternidad?

    Sera demasiado largo describirle merced a qu debates, y cmo, llegu a desembarazarme de tanto frenes; se necesitara una de esas interminables conversaciones cuyo secreto tiene, o tena, el balcnico. Cualesquiera que hayan sido mis debates, no fueron la nica causa del cambio en mi orientacin; tambin contribuy en mucho un fenmeno ms natural y ms doloroso: la edad con sus sntomas que no engaan; empec a demostrar cada vez ms signos de tolerancia, anunciadores, me pareca, de algn cambio ntimo, de un mal sin duda incurable. Lo que me alarmaba an ms era que ya no tena la fuerza ni para desear la muerte de un enemigo; por el contrario, lo comprenda, comparaba su hiel con la ma: exista, y, decadencia sin nombre, estaba contento con su existencia. Mis odios, fuente de mis alegras, se apaciguaban, enmagrecan da a da y, al alejarse, se llevaban consigo lo mejor de m mismo. Qu hacer? Hacia qu abismo me deslizo?, me preguntaba sin cesar. A medida que mi energa declinaba se acentuaba mi inclinacin hacia la tolerancia. Decididamente, ya no era joven: el otro me pareca concebible e incluso real. Me despeda de lo nico y su propiedad; la sensatez me tentaba, estaba yo acabado? Hay que estarlo para convertirse en un demcrata sincero. Para mi dicha percib que se no era mi caso, pues an conservaba restos de fanatismo, algunos vestigios de juventud: no transiga sobre ninguno de mis nuevos principios, era un liberal intratable. Todava lo soy. Feliz incompatibilidad, absurdo que me salva. A veces aspiro a ser el ejemplo del moderado perfecto: me congratulo de no conseguirlo, tanto temo la chochez. El momento vendr en que, no temindola ms, me aproxime a esa ponderacin ideal con la que a veces sueo; y si los aos deben conducirlo a usted, como espero, a una cada semejante a la ma, quizs, hacia fines de siglo, residiremos ambos all, uno al lado del otro, en un parlamento resucitado y, seniles, podremos asistir a un perpetuo acto de magia. Slo se torna uno tolerante en la medida en que se pierde el vigor, en que se regresa suavemente a la infancia, en que se est demasiado agotado para atormentar a otro por amor al odio.

    Como usted ve, tengo amplios puntos de vista sobre todas las cosas. Y tanto que ignoro dnde estoy en relacin a cualquier problema. Usted mismo juzgar con respecto a las preguntas que me hace: Perseverar en sus prejuicios contra nuestro pequeo vecino del Oeste? Alimenta an los mismos resentimientos?. No s qu responder; lo ms que puedo hacer es o sorprenderlo o decepcionarlo. Y es que, sabe, no tenemos la misma experiencia de Hungra.

    Nacido ms all de los Crpatos, usted no poda conocer al gendarme hngaro, terror de mi infancia en Transilvania. Cuando de lejos vea yo a alguno, me entraba un pnico

  • 4

    que me haca huir: l era el extranjero, el enemigo; odiar era odiarlo. Por su culpa yo detestaba a todos los hngaros con una pasin verdaderamente magiar. Y esto le indica cmo me interesaban. Posteriormente las circunstancias cambiaron y ya no haba razn para detestarlos. Pero no impidi que durante mucho tiempo no pudiera pensar en un opresor sin evocar sus taras y sus prestigios. Quin se rebela, quin se subleva? Raramente los esclavos, pero casi siempre el opresor convertido en esclavo. Los hngaros conocen de cerca la tirana por haberla ejercido con una habilidad incomparable: las minoras de la antigua monarqua podran dar testimonio. Porque supieron, en su pasado, representar bien el papel de ambos, estaban, en nuestros das, menos dispuestos que ninguna otra nacin europea a soportar la esclavitud; si tuvieron el gusto por el mando, cmo no iban a tenerlo por la libertad? Orgullosos de su tradicin de perseguidores, por medio del mecanismo del sojuzgamiento y la intolerancia, se sublevaron contra un rgimen que ellos mismos haban reservado a otros pueblos. Pero nosotros, querido amigo, no habiendo tenido hasta ahora la suerte de ser opresores, tampoco podamos tener la de ser rebeldes. Privados de esa doble dicha, llevamos correctamente nuestras cadenas, y hara prueba de mala voluntad negando las virtudes de nuestra esclavitud, aunque reconozco, sin embargo, que los excesos de nuestra modestia nos llevan hacia extremos inquietantes; tanta cordura sobrepasa los lmites; es tan desmedida que a veces me descorazona. Envidio, lo confieso, la arrogancia de nuestros vecinos, envidio incluso su lengua, feroz, de una belleza que nada tiene de humana, con sonoridades de otro mundo, poderosa y corrosiva, apropiada para la plegaria, para los rugidos y los lloros, salida del infierno para perpetuar su acento y su brillo. Aunque slo conozco sus palabrotas, me gusta muchsimo, no me canso de escucharla, me encanta y me hiela, sucumbo bajo su encanto y su horror, bajo todas esas palabras de nctar y de cianuro, tan adaptadas a las exigencias de una agona. Es en hngaro como se debera expirar, o renunciar a la muerte.

    Decididamente odio cada vez menos a mis antiguos amos. Pensndolo bien, incluso en tiempos de su mximo esplendor estuvieron solos en medio de Europa, aislados en su fiereza y en sus nostalgias, sin afinidades profundas con las otras naciones. Despus de algunas incursiones en Occidente, donde pudieron exhibir y dispendiar su primitivo salvajismo, retrocedieron, conquistadores degenerados en sedentarios, hacia las orillas del Danubio para cantar, lamentarse y desgastar sus instintos. Hay entre esos hunos refinados una melancola hecha de crueldad revertida cuyo equivalente no se encuentra en ninguna otra parte: se dira que es la sangre la que se pone a pensar en s misma, y que, al final, se convierte en meloda. Prximos a su esencia, aunque afectados e incluso marcados por la civilizacin, conscientes de descender de una horda sin igual, marcados por una fatuidad a la vez profunda y teatral que les da un aire ms romntico que trgico, no podan fallar en la misin que les corresponda en el mundo moderno: rehabilitar el chauvinismo introduciendo suficientes fasto y fatalidad como para tornarlo pintoresco a los ojos del observador desengaado. Estoy tanto ms inclinado a reconocer su mrito cuanto que fue gracias a ellos que sent la peor de las humillaciones: la de nacer siervo y sufrir los dolores de la vergenza, los ms insoportables de todos segn un moralista. No ha resentido usted mismo la voluptuosidad que se obtiene en el esfuerzo de objetividad hecho hacia los que le han escarnecido, menospreciado, maltratado, sobre todo cuando se comparten en secreto sus vicios y sus miserias? No infiera de esto que deseo ser promovido al rango de magiar. Lejos de m tal pretensin: conozco mis lmites y a ellos me atengo. Por otra parte, tambin conozco los de nuestra vecina, y basta que mi entusiasmo por ella disminuya un poco para que no saque ningn orgullo del honor que me hizo persiguindome.

  • 5

    Los pueblos, mucho ms que los individuos, nos inspiran sentimientos contradictorios; los amamos o detestamos al mismo tiempo; objetos de apego y de aversin, no merecen que se alimente por ellos una pasin definida. La parcialidad de usted hacia los de Occidente, cuyos defectos no distingue claramente, es efecto de la distancia: error de ptica o nostalgia de lo inaccesibie. Tampoco distingue usted las lagunas de la sociedad burguesa, y sospecho incluso algunas complacencias en ella. Que de lejos tenga usted una imagen maravillosa de ella, es natural; pero como yo la conozco de cerca, mi deber es combatir las ilusiones que usted podra alimentar hacia ella. No me desagrada por completo -usted conoce mi debilidad por lo horrible-, sino que el gasto de insensibilidad que exige para que uno la soporte es superior a mis recursos de cinismo. Es decir poco el afirmar que en ella las injusticias abundan: la sociedad burguesa es, en realidad, la quintaesencia de la injusticia. Slo los ociosos, los parsitos, los expertos en ignominia, los pequeos y grandes canallas, se aprovechan de los bienes que ella expone, de la opulencia con que se enorgullece: delicias y profusiones superficiales. Bajo el brillo que sustenta se esconde un mundo de desolacin cuyos detalles le ahorrar. Cmo explicar que sin la intervencin de un milagro esta sociedad no se reduzca a polvo ante nuestros ojos o que se la haga estallar inmediatamente?

    Nuestra sociedad no vale ms, por el contrario, objetar usted. Ciertamente. Ah est en efecto el busilis. Nos encontramos frente a dos tipos de sociedades intolerables. Y lo grave es que los abusos de la que usted vive permiten a esta otra perseverar en los suyos propios y oponer con bastante eficacia sus horrores a los que se cultivan en la contraria. El reproche capital que se le puede hacer al rgimen de usted es el de haber arruinado la utopa, principio de renovacin de las instituciones y de los pueblos. La burguesa comprendi el partido que poda sacar contra los adversarios del status quo; el milagro que la salva, que la preserva de una destruccin inmediata, es precisamente el fracaso del otro lado, el espectculo de una gran idea desvirtuada, la decepcin que provoca y que, al apoderarse de los espritus, los paraliza. Decepcin verdaderamente inesperada, sostn providencial del burgus, que en ella vive y de ella extrae la razn de su seguridad. Las masas no se ponen en movimiento si slo tienen que optar entre males presentes y males futuros; resignadas a los que ya sufren, no tienen ningn inters en arriesgarse hacia otros, desconocidos pero ciertos. Las miserias previsibles no excitan las imaginaciones, y no hay revolucin que haya estallado en nombre de un futuro sombro o de una profeca amarga. Quin hubiera adivinado, en el siglo pasado, que la nueva sociedad iba, a causa de sus vicios e iniquidades, a permitir a la antigua mantenerse e incluso consolidarse, y que lo posible, convertido en realidad, volara en auxilio de lo finiquitado?

    Aqu como all, todos estamos en un punto muerto, igualmente menguados en esa ingenuidad en la que se elaboran las divagaciones sobre el futuro. A la larga, la vida sin utopa es irrespirable, para la multitud al menos: a riesgo de petrificarse, el mundo necesita un delirio renovado. Es la nica evidencia que se desprende del anlisis del presente. Mientras tanto, nuestra situacin, la nuestra de aqu, no deja de ser curiosa. Imagnese una sociedad superpoblada de dudas en la que, a excepcin de algunos despistados, nadie se compromete enteramente con nada; en la que, carentes de supersticiones y de certezas, todos se envanecen de la libertad y nadie respeta la forma de gobierno que la defiende y encarna. Ideales sin contenido, o, para utilizar una palabra totalmente adulterada, mitos sin sustancia. Usted est decepcionando a causa de promesas que no podan ser mantenidas; nosotros lo estamos por falta de promesas simplemente. Al menos tenemos conciencia de la ventaja que confiere a la inteligencia un rgimen que, por el momento, la deja desplegarse a sus anchas sin someterla a los rigores de ningn imperativo. El burgus no cree en nada, es un hecho; pero es se, si puede decirse, el lado positivo de su vaco, dado que la libertad slo se puede manifestar

  • 6

    en el vaco de creencias, en la ausencia de axiomas, y slo ah es donde las leyes no tienen ms autoridad que una hiptesis. Si se me dijera que, por el contrario, el burgus cree como quiera que sea en algo pues el dinero cumple en l la funcin del dogma, yo replicara que ese dogma, el ms terrible de todos, es, por extrao que parezca, el ms soportable para el espritu. Perdonamos a los dems sus riquezas si, a cambio, nos dejan la libertad de poder morir de hambre a nuestro modo. No, no es tan siniestra esa sociedad que no nos presta atencin, que nos abandona, que garantiza el derecho de atacarla, que invita a ello, e incluso obliga a hacerlo en sus horas de pereza, cuando ya no tiene suficiente energa para execrarse a s misma. En ltima instancia, es tan indiferente a su propia suerte como a la nuestra, no quiere de ninguna manera usurpar nuestras desgracias, ni para suavizarlas ni para agravarlas, y si nos explota es por automatismo, sin premeditacin ni alevosa, como corresponde a los brutos cansados y hartos, tan contaminados por el escepticismo como sus vctimas. La diferencia entre los regmenes es menos importante de lo que parece; ustedes estn solos por fuerza, nosotros lo estamos sin ninguna presin. Tan grande es la diferencia entre el infierno y un paraso desolador? Todas las sociedades son malas; pero hay grados, lo reconozco, y si yo he escogido sta es porque s distinguir entre los matices de lo peor.

    La libertad, le deca, exige el vaco para manifestarse; lo exige y sucumbe en l. La condicin que la determina es la misma que la anula. Carece de bases; mientras ms completa sea, ms se tambalea, pues todo la amenaza, hasta el principio del cual emana. El hombre est tan poco hecho para soportar la libertad, o para merecerla, que incluso los beneficios que de ella recibe lo aplastan, y termina por sucederle hasta tal punto que prefiere sus excesos a los excesos del terror. A estos inconvenientes se suman otros; la sociedad liberal, al eliminar el misterio, el absoluto, el orden, y no tener ni verdadera metafsica ni verdadera polica, encierra al individuo en s mismo apartndolo de lo que es, de sus propias profundidades. Si carece de races, si es esencialmente superficial, es porque la libertad, frgil ella misma, no tiene ningn medio para mantenerse y sobrevivir a los peligros que desde fuera y desde dentro la amenazan; adems, slo se manifiesta a la sombra de un rgimen agonizante, en el momento en que una clase declina y se disuelve: fueron los desfallecimientos de la aristocracia los que permitieron al siglo XVIII divagar magnficamente; y son los de la burguesa los que hoy nos permiten librarnos a nuestras chifladuras. Las libertades slo prosperan en un cuerpo social enfermo: tolerancia e impotencia son sinnimos. Esto es tan patente en poltica como en todo. Cuando comprend esta verdad, la tierra se me abri bajo los pies. Todava ahora, de nada me vale exclamar formas parte de una sociedad de hombres libres; el orgullo que siento viene acompaado siempre por un sentimiento de espanto y de inanidad, producto de mi terrible certeza. En el correr del tiempo, la libertad apenas si ocupa ms instantes que el xtasis en la vida de un mstico. Huye de nosotros en el momento mismo en que tratamos de aprehenderla y formularla: nadie puede gozar de ella sin temblor. Desesperadamente mortal, en cuanto se instaura postula su carencia de porvenir y trabaja, con todas sus fuerzas minadas, en negarse y agonizar. No hay acaso algo de perversin en nuestro amor a la libertad?, no es aterrador dedicar culto a lo que no quiere ni puede durar? Para usted, que no la tiene, la libertad lo es todo; para nosotros, que la poseemos, no es ms que una ilusin, porque sabemos que la perderemos y que, de todas maneras, est hecha para ser perdida. Por eso, en medio de nuestro vaco, dirigimos los ojos hacia todas partes, sin descuidar, no obstante, las posibilidades de salvacin que residen en nosotros mismos. No hay, por otra parte, vaco perfecto en la historia. En esta ausencia inusitada en la que nos vemos arrinconados, y que tengo el placer y la desgracia de revelarle, no vaya a suponer que nada se perfila; discierno -presentimiento o alucinacin?- como una espera de otros dioses. Cules? Nadie podra responder. Lo que yo s, lo que todo el mundo sabe, es que una situacin

  • 7

    como la nuestra no se puede soportar indefinidamente. En lo ms profundo de nuestras conciencias una esperanza nos crucifica, una aprensin nos exalta. A menos que consintieran en morir, las viejas naciones, por muy podridas que estn, no sabran prescindir de nuevos dolos. Si Occidente no est irremediablemente afectado, debe pensar de nuevo todas las ideas que le han sido robadas y mal aplicadas en otra parte: creo que le corresponde, si quiere reacreditarse an mediante un respingo o un vestigio de honor, retomar las utopas que, por necesidades de comodidad, abandon a otros desentendindose as de su genialidad y de su misin. Debiendo poner en prctica el comunismo, ajustarlo a sus tradiciones, humanizarlo, liberalizarlo, y proponerlo despus al mundo, dej a Oriente el privilegio de realizar lo irrealizable y derivar as poder y prestigio de la ms hermosa ilusin moderna. En la batalla de las ideologas, Occidente se mostr timorato, inofensivo; algunos lo felicitan por ello cuando habra que reprochrselo, pues en nuestra poca no se alcanza la hegemona sin el concurso de elevados principios mendaces, principios de que se sirven los pueblos viriles para disimular sus instintos y sus miras. Habiendo abandonado la realidad en favor de la idea, la idea en favor de la ideologa, el hombre ha resbalado hacia un universo desviado, hacia un mundo de subproductos donde la ficcin adquiere las virtudes de un dato primordial. Este resbaln es el fruto de todas las rebeliones y de todas las herejas de Occidente, y, no obstante, Occidente se niega a sacar las ltimas consecuencias: no ha hecho la revolucin que le incumba hacer y que todo su pasado reclamaba, ni ha ido hasta el final de los trastornos que promovi. Al desheredarse en favor de sus enemigos, corre el riesgo de comprometer su desenlace y de echar a perder una ocasin suprema. No contento con haber traicionado a todos sus precursores, a todos esos cismticos que lo prepararon y formaron, desde Lutero hasta Marx, Occidente cree que desde fuera vendrn a hacer su revolucin y que le devolvern sus utopas y sus sueos. Comprender por fin que no tendr destino poltico y un papel que jugar a menos que reencuentre en s mismo sus antiguos sueos y sus antiguas utopas, as como las mentiras de su viejo orgullo? Por el momento son sus adversarios quienes, transformados en tericos del deber que escamote, erigen sus imperios encima de su timidez y su cansancio. Qu maldicin le cay para que al trmino de su desarrollo no haya producido ms que esos hombres de negocios, esos abarroteros, esos tramposos de mirada nula y sonrisa atrofiada que uno encuentra por todas partes, tanto en Francia como en Inglaterra y en Alemania inclusive? Era esta gusanera la conclusin de una civilizacin tan delicada, tan compleja? Quizs haba que pasar por ello, por la abyeccin, para imaginar otro gnero de hombres. Como buen liberal, no quiero llevar la indignacin hasta la intolerancia, ni dejarme guiar por mis humores, aunque para todos nosotros sea dulce poder infringir los principios que se enorgullecen de nuestra generosidad. Simplemente quera yo hacerle observar a usted que este mundo, de ninguna manera maravilloso, podra serlo de alguna manera si consintiera, no tanto en abolirse (hacia lo cual se ve bastante inclinado) como en liquidar sus desechos imponindose tareas imposibles opuestas a ese horrible sentido comn que lo desfigura y que constituye su perdicin.

    Los sentimientos que Occidente me inspira no son menos confusos que los que siento por mi pas, por Hungra o por nuestra gran vecina cuya indiscreta proximidad tanto usted como yo apreciamos. Lo bueno y lo malo en desmesura que de ello pienso, las impresiones que me sugiere cuando reflexiono en su destino, cmo decirlas sin caer en la inverosimilitud? De ninguna manera pretendo hacerle cambiar a usted de opinin al respecto, slo quiero que sepa lo que representa para m y el lugar que ocupa en mis obsesiones. Mientras ms pienso en ella, ms encuentro que se form, a travs de los siglos, como se forma no una nacin, sino un universo, pues los momentos de su evolucin participan menos de la historia que de una cosmogona sombra, aterradora. Esos zares con portes de divinidades taradas, gigantes solicitados por la santidad y el

  • 8

    crimen, hundidos en la plegaria y el espanto, estaban, como lo estn esos tiranos recientes que los han reemplazado, ms cercanos a una vitalidad geolgica que a la anemia humana, dspotas que perpetan en nuestro tiempo la savia y la corrupcin originales, llevndonos ventaja a todos en sus inagotables reservas de caos. Coronados o no, les importaba, les importa, saltar por encima de la civilizacin, engullirla si es necesario; la operacin estaba inscrita en su naturaleza, puesto que desde siempre tienen una obsesin: extender su supremaca sobre nuestros sueos y nuestras rebeliones, constituir un imperio tan vasto como nuestras decepciones o nuestros temores. Una nacin as, requerida en los confines del globo tanto por sus pensamientos como por sus actos, no se mide con patrones corrientes, ni se explica en trminos ordinarios, en lenguaje inteligible: hara falta la jerga de los gnsticos, enriquecida por la de la parlisis general. Sin duda, como dice de ella Rilke, colinda con Dios; desgraciadamente tambin con nuestro pas, y pronto, en un futuro ms o menos cercano, con muchos otros, y no me atrevo a decir con todos los pases, a pesar de las advertencias precisas a que me invita una maligna visin. Donde quiera que estemos ya nos est tocando, si no geogrficamente, s interiormente. Estoy mejor dispuesto que cualquiera a reconocer mis deudas hacia ella: sin sus escritores jams habra tomado conciencia de mis llagas y del deber que tena de entregarme a ellas. Sin ella, y sin ellos, habra desperdiciado mis trances, frustrado mi desorden. Esta inclinacin que me lleva a emitir un juicio imparcial sobre ella y a testimoniarle mi gratitud, temo que en este momento no sea del agrado de usted. Callo, pues, elogios fuera de lugar, los ahogo para condenarlos a expandirse en mi interior.

    En la poca en que nos complacamos en comparar nuestros acuerdos y desacuerdos, usted ya me reprochaba mi mana de juzgar sin prevencin y de tomarme tan a pecho lo que detesto, no tener ms que sentimientos dobles, necesariamente falsos, que usted imputaba a mi incapacidad de sentir una pasin verdadera, insistiendo a la vez en el placer que me procuraban. El diagnstico no era inexacto: se equivocaba usted sin embargo en lo concerniente al placer. Cree usted que es muy agradable ser idlatra y vctima del pro y del contra, un arrebatado dividido en sus arrebatos, un delirante preocupado por la objetividad? Eso implica sufrimiento: los instintos protestan, y es a pesar de ellos y contra ellos que uno progresa hacia la irresolucin absoluta, estado apenas distinto al que el lenguaje de los extticos llama el ltimo punto del aniquilamiento. Para conocer yo mismo el fondo de mi pensamiento sobre cualquier cosa, para decidir sobre un problema o una nimiedad tengo que contradecir el vicio mayor de mi espritu, esa propensin a abrazar todas las causas y a disociarme de ellas al mismo tiempo, como un virus omnipresente, dividido entre la codicia y la saciedad, agente nefasto y benigno, tan impaciente como embotado, indeciso entre los azotes, poco hbil para adoptar uno y especializarse en l, pasando de uno a otro sin discriminacin ni eficacia, chapucero fuera de serie, portador y malbaratador de incurabilidad, traidor a todos los males, a los del prjimo y a los propios.

    No tener nunca la oportunidad de tomar partido, de decidirme o de definirme: no hay deseo que tenga con ms frecuencia. Pero no siempre dominamos nuestros humores, esas actitudes en germen, esos esbozos de teora. Visceralmente inclinados a la estructuracin de sistemas, los construimos sin descanso, sobre todo en poltica, dominio de los pseudoproblemas donde se expande el mal filsofo que nos habita a cada uno, dominio del que quisiera alejarme por una razn banal, una evidencia que a mis ojos es una revelacin: la poltica da nicamente vueltas alrededor del hombre. Habiendo perdido el gusto hacia los seres, en vano me esfuerzo por adquirirlo hacia las cosas; limitado forzosamente por el intervalo que los separa, me fortalezco y me desgasto a su sombra. Sombras tambin esas naciones cuya suerte me intriga, menos por ellas mismas que por el pretexto que me ofrecen de vengarme de lo que no tiene ni contorno ni forma, de

  • 9

    entidades y de smbolos. El hombre desocupado que ama la violencia salvaguarda su savoir-vivre confinndose en un infierno abstracto. Dejando de lado al individuo, se libera de los nombres y de los rostros, responsabiliza a lo impreciso, a lo general, y al orientar hacia lo impalpable su sed de exterminio, concibe un gnero nuevo: el panfleto sin objetivo.

    Aferrado a ideas a medias y a simulacros de sueos, reflexiono por accidente o por histeria y no por prurito de rigor, y me veo, en medio de los civilizados, como un intruso, un troglodita enamorado de caducidad, sumergido en plegarias subversivas, presa de un pnico que no emana de una visin del mundo, sino de las crispaciones de la carne y de las tinieblas de la sangre. Impermeable a las solicitudes de la claridad y de la contaminacin latinas, siento al Asia removerse en mis venas: soy acaso el ltimo vstago de alguna tribu inconfesable, o el portavoz de una raza antao turbulenta y hoy muda? A veces tengo la tentacin de componerme una genealoga distinta, de cambiar de ancestros y escogrmelos entre los que en su poca supieron extender el luto a travs de las naciones, inversamente a los mos, a los nuestros, borrosos y marchitos, atiborrados de miserias, amalgamados al lodo y gimiendo bajo el anatema de los siglos. S, en mis crisis de fatuidad, me inclino a creerme el epgono de una horda ilustre por sus depredaciones, un turanio de corazn, heredero legtimo de las estepas, el ltimo mongol...

    No quiero concluir sin ponerle a usted de nuevo en guardia contra el entusiasmo o los celos que le inspiran mis ventajas, y ms exactamente aquella de poder solazarme en una ciudad cuyo recuerdo le obsesiona a usted sin duda, a pesar de hallarme arraigado en nuestra patria evaporada. Esta ciudad, que yo no cambiara por ninguna otra en el mundo, es, por la misma razn, la fuente de mis desgracias. Como todo lo que no es ella no tiene valor a mis ojos, en ocasiones me duele el que la guerra la haya salvado y el que no haya perecido como tantas otras ciudades. Destruida, me hubiera ahorrado la dicha de vivir en ella, hubiera podido pasar mis das en cualquier otra parte, en el fondo de cualquier continente. No le perdonar nunca el haberme atado al espacio, ni el pertenecer a algn sitio por su causa. Dicho esto, por ningn motivo olvido que de sus habitantes cuatro quintas partes, segn notaba ya Chamfort, mueren de pena. Yo agregara que el resto, para que usted lo sepa, raros privilegiados como es mi caso, no se comportan distinto, y que incluso envidian a la gran mayora la ventaja que tienen de saber de qu morir.

    Pars, 1957

    Rusia y el virus de la libertad

    A veces pienso que todos los pases deberan parecerse a Suiza, complacerse y hundirse, como ella, en la higiene, en la insipidez, en la idolatra de las leyes y el culto al hombre; por otra parte, slo me interesan las naciones exentas de escrpulos tanto en pensamientos como en actos, febriles e insaciables, siempre a punto de devorar a las otras y de devorarse a s mismas, pisoteando los valores contrarios a su ascenso y a su xito, reacias a la sensatez, esa llaga de los pueblos viejos cansados de s mismos y de todo, y como gustosos en su olor a moho.

    Tambin es intil que deteste a los tiranos, pues no dejo de comprobar que constituyen la trama de la historia, y que sin ellos no sera posible concebir ni la idea ni la marcha de un imperio. Superiormente odiosos, de una bestialidad inspirada, los tiranos evocan al hombre llevado a sus extremos, la ltima exasperacin de sus ignominias y de sus

  • 10

    mritos. Ivn el Terrible, por citar slo a uno de los ms fascinantes, agota los recovecos de la psicologa. Igualmente complejo en su demencia y en su poltica, hizo de su reino y, hasta cierto punto, de su pas, un modelo de pesadilla un prototipo de alucinacin viva e inagotable, mezcla de Mongolia y de Bizancio, acumulando los defectos y las cualidades de un kan y de un basileo, monstruo de cleras demonacas y de srdida melancola, dividido entre el gusto por la sangre y el gusto por el arrepentimiento, con una jovialidad enriquecida y coronada por risas burlonas. Tena la pasin del crimen, y todos, mientras existimos, la experimentamos, ya sea atentando contra los otros o contra nosotros mismos. Slo que en nosotros permanece insatisfecha, de manera que nuestras obras, cualesquiera que stas sean provienen de nuestra incapacidad de matar o de matarnos. No siempre estamos de acuerdo con esto, ya que desconocemos a propsito el mecanismo ntimo de nuestras debilidades. Si los zares, o los emperadores romanos, me obsesionan, es porque esas debilidades, veladas en nosotros, aparecen en ellos al descubierto. Nos revelan, encarnan e ilustran nuestros secretos. Pienso en aquellos que, abocados a una grandiosa degeneracin, se encarnizaban en sus parientes y, por miedo a ser amados, los enviaban al suplicio. Por muy poderosos que fueran, no obstante eran infelices, pues no se saciaban gracias al temblor ajeno. Acaso no son la proyeccin del mal espritu que nos habita y nos convence de que el ideal sera hacer el vaco a nuestro alrededor? Con tales pensamientos y tales instintos es como se forma un imperio, aunque tambin coopera en ello ese subsuelo de nuestra conciencia donde se ocultan nuestras ms queridas taras.

    La ambicin de dominar el mundo, surgida de profundidades insospechadas, de un impulso original, slo aparece en ciertos individuos y en ciertas pocas, sin relacin directa con la calidad de la nacin en donde se manifiesta: entre Napolen y Gengis Kan la diferencia es menor que entre el primero y cualquier poltico francs de las repblicas sucesivas. Pero esas profundidades y ese impulso pueden secarse, agotarse.

    Carlomagno, Federico II de Hohenstaufen, Carlos V, Bonaparte, Hitler, tuvieron la tentacin, cada uno a su manera, de realizar la idea del imperio universal: fracasaron, con ms o menos fortuna. Occidente, donde esa idea no suscita ya ms que irona o malestar, vive ahora en la vergenza de sus conquistas; pero, curiosamente, en el momento en que se repliega sobre s mismo es cuando sus frmulas triunfan y se propagan; dirigidas contra su poder y su supremaca, encuentran eco fuera de sus fronteras. Triunfa perdindose. As triunf Grecia en el dominio del espritu, cuando dej de ser una potencia, e incluso una nacin; saquearon su filosofa y sus artes, aseguraron el xito a sus producciones, pero no asimilaron sus talentos. De la misma manera se le tomar todo a Occidente, salvo su genio. La fecundidad de una civilizacin estriba en la facultad que tenga para incitar a las otras a que la imiten; en cuanto termina de deslumbrarlas, se reduce a un conjunto de desechos y de vestigios.

    Cuando la idea de imperio abandon esta parte del mundo, encontr su clima ideal en Rusia donde, por otra parte, siempre existi, singularmente en el plano espiritual. Despus de la cada de Bizancio, Mosc se convirti, para la conciencia ortodoxa, en la tercera Roma, en la heredera del verdadero cristianismo, de la verdadera fe. Primer despertar mesinico. Para conocer un segundo despertar le haca falta esperar hasta nuestros das; pero esta vez se lo debe a la dimisin de Occidente. En el siglo XV aprovech un vaco religioso; as, hoy aprovecha un vaco poltico. Dos grandes ocasiones para hacerse cargo de sus responsabilidades histricas.

    Cuando Mohamed II siti Constantinopla, la cristiandad, dividida como de costumbre y, adems, feliz de haber perdido el recuerdo de las cruzadas, se abstuvo de intervenir. Los sitiados concibieron primero una irritacin que, ante la inminencia del desastre, se torn estupor. Oscilando entre el pnico y una satisfaccin secreta, el papa prometi auxilio,

  • 11

    pero lo envi demasiado tarde: para qu apresurarse a causa de unos cismticos? E1 cisma, no obstante, iba a adquirir fuerza en otra parte. Roma antepona Mosc a Bizancio? Siempre es preferible un enemigo lejano a uno cercano. As, en nuestros das, los anglosajones prefirieron, en Europa, la preponderancia rusa a la preponderancia alemana. Y es que Alemania se encontraba demasiado cerca.

    Las pretensiones de Rusia de pasar de la primaca vaga a la hegemona caracterizada tienen un fundamento. Qu hubiera ocurrido con el mundo occidental si Rusia no hubiese detenido y absorbido la invasin monglica? Durante ms de dos siglos de humillaciones y de esclavitud fue excluida de la historia, mientras que en el Oeste las naciones se daban el lujo de destrozarse mutuamente. Si Rusia hubiese estado en condiciones de desarrollarse sin obstculos, se hubiera convertido en una potencia de primer orden desde principios de la era moderna; lo que ahora es, lo hubiese sido en los siglos XVI y XVII. Y Occidente? Quizs hoy sera ortodoxo, y, en Roma, en lugar de la Santa Sede, se pavoneara el Santo Snodo. Pero los rusos pueden recobrarse. Si, como todo parece presagiarlo, llevan a cabo sus designios, es posible que le den su merecido al Santo Pontfice. Ya sea en nombre del marxismo o de la ortodoxia, los rusos estn llamados a arruinar la autoridad y el prestigio de la Iglesia, cuyos objetivos no podran tolerar sin renunciar al meollo de su misin y de su programa. Bajo los zares, al identificarla con un instrumento del Anticristo, rezaban contra ella; hoy en da, considerada como un agente satnico de la Reaccin, la abruman con invectivas algo ms eficaces que sus antiguos anatemas; pronto la hundirn con todo su poder, con toda su fuerza. Y hasta es posible que la desaparicin del ltimo sucesor de san Pedro quede, en nuestro siglo, como una curiosidad y a modo de frvolo apocalipsis.

    Al divinizar la historia para desacreditar a Dios, el marxismo slo ha conseguido volver a Dios ms extrao y ms obsesionante. Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad de absoluto, que sobrevivir a la destruccin de los templos, e incluso a la desaparicin de la religin sobre la tierra. Y como el fondo del pueblo ruso es religioso, este fondo tomar inevitablemente su revancha. Razones de orden histrico contribuirn en gran medida a ello.

    Al adoptar la ortodoxia, Rusia manifest su deseo de separarse de Occidente; era su manera de definirse desde el principio. Nunca, fuera de los medios aristocrticos, se dej seducir por los misioneros catlicos, los jesuitas por ejemplo. Un cisma no expresa tanto divergencias de doctrina como de voluntad de afirmacin tnica: trasluce menos una controversia abstracta que un reflejo nacional. No fue la ridcula cuestin del filioque lo que dividi a la Iglesia: Bizancio quera su autonoma total, y con mayor razn Mosc. Cismas y herejas son nacionalismos disfrazados. Pero mientras que la Reforma tom solamente el aspecto de una disputa familiar, de un escndalo en el seno de Occidente, el particularismo ortodoxo, al afectar un carcter ms profundo, iba a marcar una divisin en el mismo mundo occidental. Rechazando el catolicismo Rusia retardaba su evolucin, perda una oportunidad capital de civilizarse rpidamente, y ganaba, a la vez, sustancia y unidad: su estancamiento la hara diferente, otra, y a ello aspiraba, presintiendo, sin duda, que Occidente lamentara un da la ventaja que le llevaba.

    Mientras ms fuerte se haga, ms conciencia adquirir de sus races, de las que, en cierta forma, el marxismo la habr alejado; despus de una cura forzada de universalismo, se rusificar de nuevo en provecho de la ortodoxia. Adems, habr marcado de tal manera al marxismo, que ste se hallar esclavizado. Cualquier pueblo de envergadura que adopta una ideologa extraa a sus tradiciones, la asimila y la desnaturaliza, la inclina en el sentido de su destino nacional, la falsea a su favor hasta tornarla indiscernible de su propio genio. Posee una ptica propia necesariamente deformante, un defecto de visin que, lejos de desconcertarlo, lo halaga y estimula. Las

  • 12

    verdades de las que se envanece, por muy desprovistas de valor objetivo que estn, no son menos vivas, y producen, como tales, ese gnero de errores que conforman la diversidad del paisaje histrico, entendindose bien que el historiador, escptico por oficio, temperamento y opcin, se sita de lleno fuera de la Verdad.

    Mientras que los pueblos occidentales se desgastaban en su lucha por la libertad, y, ms an, en la libertad adquirida (nada desgasta tanto como la posesin o el abuso de la libertad), el pueblo ruso sufra sin desgastarse dentro de la historia, y como fue eliminado de ella, tuvo por fuerza que sufrir los infalibles sistemas de despotismo que le infligieron: existencia oscura, vegetativa, que le permiti fortalecerse, acrecentar su energa, acumular reservas y sacar de su esclavitud el mximo provecho biolgico. Le ayud la ortodoxia popular, admirablemente articulada para mantenerlo fuera de los acontecimientos, contrariamente a la ortodoxia oficial, que orient el poder hacia objetivos imperialistas. Doble cara de la Iglesia ortodoxa: por una parte trabajaba en el adormecimiento de las masas; por otra, auxiliar de los zares, despertaba en ellos la ambicin y haca posible inmensas conquistas en el nombre de una poblacin pasiva. Dichosa pasividad que asegur a los rusos su predominio actual, fruto de su retraso histrico. Favorables u hostiles, todas las empresas de Europa giran alrededor de ellos, y, al situarlos en el centro de sus intereses y de sus ansiedades, reconocen su dominio virtual. He ah realizado, casi, uno de sus ms antiguos sueos. El que lo hayan logrado bajo los auspicios de una ideologa de origen extranjero agrega un suplemento paradjico y picante a su xito. Lo que en definitiva importa, es que el rgimen sea ruso y que est enteramente dentro de las tradiciones del pas. Acaso no es revelador que la Revolucin, salida en lnea directa de las teoras occidentalistas, se haya orientado cada vez ms hacia las ideas de los eslavfilos? Por otra parte, un pueblo no representa tanto una suma de ideas y de teoras como de obsesiones: las de los rusos, de cualquier parte que sean, aunque no siempre son idnticas, guardan un parentesco. Tchadaev, que no encontraba ningn mrito a su nacin, o Gogol, que la escarneci sin piedad, estaban tan ligados a ella como Dostoievski. El ms arrebatado de los nihilistas, Netchaiev, estaba tan obsesionado por ella como Pobiedenestsev, violento reaccionario procurador del Santo Snodo. Slo esta obsesin cuenta. Lo dems es pose.

    Para que Rusia se ajustara a un rgimen liberal, tendra que debilitarse considerablemente, que extenuar su vigor, ms an: tendra que perder su carcter especfico y desnacionalizarse en profundidad. Cmo lo conseguira con sus recursos interiores intactos y sus miles de aos de autocracia? Y aun suponiendo que lo consiguiera de golpe, se dislocara de inmediato. Ms de una nacin, para conservarse y expandirse, tiene necesidad de una cierta dosis de terror. Incluso Francia slo pudo enrolarse en la democracia a partir del momento en que sus resortes empezaron a aflojarse, y en el que, no teniendo ya como objetivo la hegemona, se aprestaba a tornarse respetable y sensata. El primer Imperio fue su ltima locura. Despus, abierta a la libertad, habra de asumirla dolorosamente a travs de numerosas convulsiones, contrariamente a Inglaterra, que, ejemplo desalentador, se haba habituado a ella desde haca tiempo, sin roces ni peligros, gracias al conformismo y a la esclarecida estupidez de sus habitantes (no ha producido, que yo sepa, ningn anarquista).

    A la larga, el tiempo favorece a las naciones encadenadas que, acumulando fuerzas e ilusiones, viven en el futuro, en la esperanza; pero en libertad, qu se puede esperar?, o en el rgimen que la encarna, hecho de disipacin, de quietud y de ablandamiento? La democracia, maravilla que no tiene ya nada que ofrecer, es, a la vez, el paraso y la tumba de un pueblo. La vida slo tiene sentido gracias a la democracia, pero a la democracia le falta vida... Dicha inmediata, desastre inminente inconsistencia de un rgimen al que no se adhiere uno sin enredarse en un dilema torturante.

  • 13

    Mejor provista, afortunadamente de manera distinta, Rusia no tiene por qu plantearse estos problemas, ya que el poder absoluto es para ella, como ya sealaba Karamzine, el fundamento mismo de su ser. Aspirar siempre a la libertad sin alcanzarla jams, acaso no es sa su gran superioridad sobre el mundo occidental que, ay, ya la consigui desde hace tiempo? No tiene, por otra parte, ninguna vergenza de su imperio; por el contrario, slo piensa en extenderlo. Quin mejor que ella se apresur a beneficiarse de las adquisiciones de los otros pueblos? La obra de Pedro el Grande, e inclusive la de la Revolucin, forman parte de un parasitismo genial. Hasta los horrores del yugo trtaro soport ingeniosamente.

    Si al confinarse en un aislamiento calculado Rusia supo imitar a Occidente, tambin supo hacerse admirar y seducir los espritus. Los enciclopedistas se encapricharon con las empresas de Pedro y de Catalina, igual que los herederos del Siglo de las Luces -hablo de los hombres de izquierda- habran de encapricharse con las de Lenin y Stalin. Este fenmeno aboga en favor de Rusia, pero no en favor de los occidentales, quienes, complicados y asolados en la medida de sus deseos, y buscando el progreso en otra parte, fuera de s mismos y de sus creaciones, se encuentran hoy paradjicamente ms cerca de los personajes de Dostoievski que los propios rusos. Aunque cabe aclarar que de esos personajes slo evocan el aspecto desfalleciente, pues no tienen ni sus extravagancias feroces ni su ira viril: son posedos dbiles a fuerza de raciocinios y de escrpulos, rodos por remordimientos sutiles, por mil cuestionamientos, mrtires de la duda, deslumbrados y anulados por sus perplejidades.

    Cada civilizacin cree que su modo de vivir es el nico bueno y el nico concebible, y que tiene el deber de convertir al mundo a ese modo de vivir, o infligrselo; equivale, para ella, a una soteriologa expresa o disfrazada; se trata, de hecho, de un imperialismo elegante que deja de serlo en cuanto va acompaado de la aventura militar. Un imperio no se funda nicamente por capricho. Sometemos a los otros para que nos imiten, para que tomen por modelo nuestras creencias y nuestros hbitos; viene despus el imperativo perverso de hacerlos esclavos para contemplar en ellos el esbozo halagador o caricaturesco de uno mismo. Estoy de acuerdo en que existe una jerarqua cualitativa de imperios: los mongoles y los romanos no subyugaron a los pueblos por las mismas razones, y sus conquistas no tuvieron el mismo resultado. No obstante, ambos fueron igualmente expertos al hacer perecer al adversario reducindolo a su imagen y semejanza.

    Ahora bien, ya sea que las haya provocado o padecido, Rusia no se ha contentado nunca con desgracias mediocres. Lo mismo ocurrir en un futuro. Se dejar caer sobre Europa por fatalidad fsica, por el automatismo de su masa, por su superabundante y mrbida vitalidad, tan propicia a la generacin de un imperio (en el cual se materializa siempre la megalomana de una nacin), por esa salud tan suya, llena de imprevistos, de horror y de enigmas, destinada al servicio de una idea mesinica, rudimento y prefiguracin de conquistas. Cuando los eslavfilos sostenan que Rusia deba salvar al mundo, empleaban un eufemismo: no se lo salva sin dominarlo. Por lo que respecta a una nacin, sta encuentra su principio de vida en s misma o en ninguna parte: cmo podra ser salvada por otra? Rusia ha pensado siempre -al secularizar la lengua y la concepcin de los eslavfilos- que le incumbe asegurar la salvacin del mundo, la de Occidente en primer lugar, frente al cual, por otra parte, nunca ha experimentado un sentimiento claro, sino atraccin o repulsin, celos (mezcla de culto secreto y de aversin ostensible) inspirados por el espectculo de una podredumbre tan envidiable como peligrosa, cuyo contacto hay que buscar, pero mejor an evitar.

    Reacia a definirse y a aceptar lmites, cultivando el equvoco en poltica, en moral y, lo que es ms grave, en geografa, sin ninguna de las ingenuidades inherentes a los

  • 14

    civilizados, que se han vuelto opacos a lo real a causa de los excesos de una tradicin racionalista, Rusia, sutil tanto por intuicin como por experiencia secular del disimulo, quizs histricamente hablando sea un nio, pero de ninguna manera lo es psicolgicamente. De ah su complejidad de adulto con instintos jvenes y viejos secretos; de ah tambin las contradicciones, llevadas hasta lo grotesco, de sus actitudes. Cuando se le ocurre profundizar (y lo consigue sin esfuerzo), desfigura el menor hecho, la mnima idea. Se dira que tiene la mana de la gesticulacin monumental. Todo es vertiginoso, horrible e inasible en la historia de sus ideas, revolucionarias o de cualquier ndole. Es todava un incorregible aficionado a las utopas; ahora bien, la utopa es lo grotesco en rosa, la necesidad de asociar la felicidad, es decir lo inverosmil, al devenir, y de llevar una visin optimista, area, hasta el lmite en que se una a su punto de partida: el cinismo que pretenda combatir. En suma, un cuento de hadas monstruoso.

    Que Rusia sea capaz de realizar su sueo de un imperio universal, es una eventualidad, pero no una certeza; por el contrario, es obvio que puede conquistar y anexionarse toda Europa, e incluso que lo har, aunque slo sea para tranquilizar al resto del mundo... Se satisface con tan poco. Y acaso no es sa una prueba de modestia, de moderacin?: un pedacito de continente! En la espera, lo contempla con el mismo ojo con que los mongoles contemplaron a China y los turcos a Bizancio, con la diferencia, no obstante, de que ya ha asimilado un buen nmero de valores occidentales, mientras que las hordas trtaras y otomanas no tenan sobre su futura presa ms que una superioridad material. Es sin duda lamentable que Rusia no haya pasado por el Renacimiento: todas sus desigualdades vienen de ah. Pero con su capacidad para quemar etapas ser, dentro de un siglo, o menos, tan refinada y vulnerable como lo es Occidente, quien ha alcanzado un nivel de civilizacin que slo se sobrepasa descendiendo. Ambicin suprema de la historia: registrar las variaciones de ese nivel. El de Rusia, inferior al de Europa, slo puede elevarse, y ella con l, o sea que est condenada a la ascensin. Sin embargo, no se arriesga, a fuerza de subir, desbocada como est, a perder el equilibrio, a estallar y a arruinarse? Con sus almas modeladas en las sectas y en las estepas, da una singular impresin de espacio y de encierro, de inmensidad y de sofoco, de norte, en suma; pero de un norte especial, irreductible a nuestros anlisis, marcado por un sueo y una esperanza que hacen temblar, por una noche rica en explosiones, por una aurora de la que se guardar memoria. Nada de la transparencia ni de la gratuidad mediterrnea en esos hiperbreos cuyo pasado y presente parecen pertenecer a una duracin distinta a la nuestra. Ante la fragilidad y el renombre de Occidente experimentan un malestar, consecuencia de su tardo despertar y de su vigor desocupado: es el complejo de inferioridad del fuerte... Lo vencern, lo superarn. El nico punto luminoso en nuestro futuro es su secreta y crispada nostalgia por un mundo delicado, de encantos disolventes. Si acceden a l (as se presenta el evidente sentido de su destino), se civilizarn a expensas de sus instintos, y, perspectiva regocijante, conocern tambin el virus de la libertad.

    Mientras ms se humaniza un imperio, ms se desarrollan en l las contradicciones que lo harn perecer. De actitudes heterclitas, de estructura heterognea (al contrario de una nacin, realidad orgnica), el imperio necesita para subsistir del principio cohesivo del terror. Que se abre a la tolerancia?: destruir entonces su unidad y su fuerza, y tal tolerancia actuar como un veneno mortal que l mismo se habr administrado. Y es que la tolerancia no es nicamente el pseudnimo de la libertad, sino tambin el del espritu; y el espritu, ms nefasto an para los imperios que para los individuos, los corroe, compromete su solidez y acelera su desmoronamiento. Tambin constituye el instrumento que una providencia irnica emplea para golpearlos.

  • 15

    Si nos entretuviramos, a pesar de lo arbitrario de la tentativa, estableciendo en Europa zonas de vitalidad, comprobaramos que mientras ms nos acercamos al Este, ms se agudiza el instinto, y que decrece a medida que nos dirigimos hacia el Oeste. Los rusos no tienen la exclusividad del instinto, aunque las dems naciones que lo poseen pertenecen, en grados diversos, a la esfera de la influencia sovitica. Esas naciones no han dicho an su ltima palabra; algunas, como Polonia o Hungra, tuvieron en la historia un papel nada deleznable; otras, como Yugoslavia, Bulgaria y Rumania, habiendo vivido en la sombra, no conocieron ms que sobresaltos sin maana. Pero cualquiera que haya sido su pasado, e independientemente de su nivel de civilizacin, todas disponen an de un fondo biolgico que en vano buscaramos en Occidente. Maltratadas, desheredadas, precipitadas a un martirio annimo, descuartizadas entre el desamparo y la sedicin, quiz conocern en el futuro una compensacin a tantos infortunios, humillaciones e incluso cobardas. El grado de instinto no se aprecia desde el exterior; para medir su intensidad hay que haber recorrido o adivinado esos pases, los nicos en el mundo en creer todava, en su bella ceguera, en los destinos de Occidente. Imaginemos ahora nuestro continente incorporado al imperio ruso, imaginemos despus a este imperio, demasiado vasto, debilitndose y desmembrndose con, como corolario, la emancipacin de los pueblos: quines de entre ellos tomarn la delantera y aportarn a Europa ese incremento de impaciencia y de fuerza sin el cua1 una irremediable parlisis la acecha? No sabra dudar: son los pases que he mencionado. Dada la reputacin que tienen, mi afirmacin parece risible. Europa central pase, me dirn, pero, y los Balcanes? No quiero defenderlos, pero tampoco quiero callar sus mritos. Ese gusto por la devastacin, por el desorden interior, por un universo semejante a un burdel en llamas, esa perspectiva sardnica sobre cataclismos fracasados o inminentes, esa acritud, ese ocio de insomnes o de asesinos, acaso no son una rica y pesada herencia que beneficia a sus poseedores? Y como adems adolecen de un alma, prueban, por lo mismo, que conservan un resto de salvajismo. Insolentes y desolados, quisieran revolcarse en la gloria cuyo apetito es inseparable de la voluntad de afirmacin y de hundimiento, de la propensin hacia un rpido crepsculo. Si sus palabras son virulentas, sus acentos inhumanos y a veces innobles, es porque mil razones los empujan a vociferar ms alto que esos civilizados que han agotado sus gritos. nicos primitivos en Europa, le darn quizs un nuevo impulso; impulso que Europa considerar su ltima humillacin. Y, no obstante, si el sureste fuera slo horror, por qu cuando uno lo abandona y se encamina hacia esta parte del mundo, se siente como si cayera -admirablemente por cierto- en el vaco?

    La vida profunda, la existencia secreta de los pueblos que, teniendo la inmensa ventaja de haber sido hasta ahora relegados por la historia, pudieron capitalizar sueos, esa existencia escondida, abocada a las desdichas de una resurreccin, comienza ms all de Viena, extremidad geogrfica del doblegamiento occidental. Austria, cuyo desgaste se acerca al lmite del smbolo o de lo cmico, prefigura el destino de Alemania. No ms desvos de envergadura entre los germanos, ni ms misin ni frenes, nada que los haga atractivos u odiosos. Brbaros predestinados, destruyeron el Imperio romano para que Europa pudiera nacer; ellos la hicieron, a ellos les corresponda deshacerla; junto a ellos se tambalea y sufre el rebote de su agotamiento. El dinamismo que an les queda, ya no posee lo que esconde o justifica toda energa. Abocados a la insignificancia, helvetas en ciernes, fuera para siempre de su habitual desmesura, reducidos a rumiar sus virtudes degradadas y sus vicios disminuidos, con el recurso, como nica esperanza, de ser una tribu cualquiera, los germanos son indignos del temor que an puedan inspirar: creer en ellos o tenerles miedo es hacerles un honor que de ninguna manera merecen. Su fracaso fue providencial para Rusia. De haber tenido xito, Rusia hubiera sido alejada de sus miras por lo menos un siglo ms. Y no podan triunfar pues alcanzaron la cima de su podero material en el momento en que no tenan nada que proponernos, cuando eran

  • 16

    fuertes, y estaban vacos. La hora ya haba sonado para los otros. Acaso no son los eslavos antiguos germanos, en relacin al mundo que se va?, se preguntaba Herzen hacia mediados del siglo pasado, el ms clarividente y el ms desgarrado de los liberales rusos espritu de interrogantes profticos, hastiado de su pas, decepcionado de Occidente, tan inepto para instalarse en una patria como en un problema, aunque le gustara especular sobre la vida de los pueblos, materia vaga e inagotable, pasatiempo de emigrados. Los pueblos, no obstante, segn otro ruso, Soloviev, no son lo que imaginan ser, sino lo que Dios piensa de ellos en la eternidad. Ignoro las opiniones de Dios sobre germanos y eslavos; sin embargo, s que favoreci a estos ltimos, y que es tan intil felicitarlo como condenarlo.

    Hoy est zanjada la pregunta que tantos rusos se planteaban en el siglo pasado sobre su pas: Ese coloso ha sido creado para nada?. El coloso tiene un sentido, y qu sentido! Un mapa ideolgico revelara que se extiende ms all de sus lmites, que establece sus fronteras donde le viene bien, donde le da la gana, y que su presencia evoca por todas partes, no tanto la idea de una crisis como la de una epidemia, saludable a veces, nociva a menudo, fulgurante siempre.

    El Imperio romano fue obra de una ciudad; Inglaterra fund el suyo para remediar lo exiguo de su isla; Alemania intent levantar uno para no ahogarse en un territorio superpoblado. Fenmeno sin paralelo, Rusia iba a justificar sus designios de expansin en nombre de su inmenso espacio. Desde el momento en que tengo suficiente, por qu no tener demasiado?, sa es la paradoja implcita en sus proclamas y en sus silencios. Al convertir lo infinito en categora poltica, iba a trastornar el concepto clsico y los marcos tradicionales del imperialismo, y a suscitar a travs del mundo una esperanza demasiado grande como para que no degenerara en confusin.

    Con sus diez siglos de terrores, de tinieblas y de promesas, era ms apta que cualquier otra nacin para compaginar con la faceta nocturna del momento histrico que atravesamos. El apocalipsis le sienta de maravilla, est habituada a l y le gusta, se ejercita en l hoy ms que nunca, ya que ha cambiado visiblemente de ritmo. Hacia dnde te apresuras de esa manera, oh Rusia?, se preguntaba ya Gogol, que haba percibido el frenes que se esconda bajo su aparente inmovilidad. Hoy sabemos hacia dnde corre, sabemos sobre todo que, a imagen de las naciones con destino imperial, est ms impaciente por resolver los problemas ajenos que los suyos propios. Es decir que nuestra carrera en el tiempo depende de lo que decidir o llevar a cabo: tiene entre sus manos nuestro porvenir... Afortunadamente para nosotros, el tiempo no agota nuestra sustancia. Lo indestructible, lo que se encuentra ms all, es concebible: en nosotros?, fuera de nosotros? Cmo saberlo? En el punto en que las cosas se encuentran slo merecen inters las cuestiones de estrategia de metafsica, aquellas que nos limitan a la historia y las que nos apartan de ella: la actualidad y el absoluto, los peridicos y los Evangelios... Vislumbro el da en que ya slo leeremos cables telegrficos y plegarias. Hecho sobresaliente: mientras ms nos absorbe lo inmediato, ms sentimos necesidad de llevarle la contra, de forma que, en el interior del mismo instante, vivimos dentro y fuera del mundo. De la misma manera, ante el desfile de los imperios, no nos queda ms que buscar un trmino medio entre la mueca y la serenidad.

    1957

  • 17

    Escuela del tirano

    Quien no haya conocido la tentacin de ser el primero en la ciudad, no comprender el juego de la poltica, de la voluntad de someter a los otros para convertirlos en objetos, ni adivinar cules son los elementos que conforman el arte del desprecio. Raros son los que no hayan sentido, en menor o mayor grado, la sed de poder que nos es natural; pero, si nos fijamos bien, esta sed adquiere todas las caractersticas de un estado enfermizo del que slo nos curamos por accidente o gracias a una mutacin interior como la que se oper en Carlos V cuando, al abdicar en Bruselas, en la cumbre de la gloria, ense al mundo que el exceso de agobio poda suscitar escenas tan admirables como el exceso de valenta. Pero, rareza o maravilla, la renuncia -desafi a nuestras constancias, a nuestra identidad- slo sobreviene en momentos excepcionales, caso lmite que colma al filsofo y desconcierta al historiador.

    Examnate en el instante en que la ambicin te atenaza, cuando ya es fiebre; despus diseca tus accesos. Comprobars que estn precedidos por sntomas curiosos, por un calorcillo especial que no dejar de seducirte ni de alarmarte. Intoxicado de porvenir por haber abusado de la esperanza, te sentirs sbitamente responsable del presente y del futuro en el corazn de la duracin, cargada de tus estremecimientos, y en cuyo seno, agente de una anarqua universal, sueas estallar. Atento a los acontecimientos de tu cerebro y a las vicisitudes de tu sangre, embebido en tu perturbacin, espas y adoras sus signos. Si la locura poltica -fuente de trastornos y de malestares sin igual- ahoga, por una parte, la inteligencia, por otra favorece los instintos y te sumerge en un caos saludable. La idea del bien, y sobre todo del mal, que te figuras llevar a cabo, te regocijar y exaltar; y ser tal el tour deforce, el prodigio de tus achaques, que ellos te convertirn en dueo de todos y de todo.

    Sentirs a tu alrededor una perturbacin anloga en los que estn carcomidos por la misma pasin. Y mientras la padezcan sern irreconocibles, presas de una embriaguez distinta a todas las dems. Todo cambiar en ellos, hasta el timbre de su voz. La ambicin es una droga que convierte al que le es adicto en un demente potencial. Quien no haya observado esos estigmas -ese aire de animal trastornado, esos rasgos inquietos y como animados por un xtasis srdido- ni en s mismo ni en ningn otro, permanecer ajeno a los maleficios y a los beneficios del Poder, infierno tnico, sntesis de veneno y de panacea.

    Imagina ahora el proceso inverso: la fiebre desaparece y te sientes otra vez desencantado, normal en exceso. No ms ambiciones, no ms posibilidades, pues, de ser algo o alguien; la nada en persona, el vaco encarnado: glndulas y entraas clarividentes, huesos desengaados, un cuerpo invadido por la lucidez, puro en s mismo, fuera de juego, fuera del tiempo, sujeto a un yo congelado en un saber total sin conocimientos. Dnde encontrar el instante que se escap?, quin te lo devolver? Por todas partes, frentica o embrujada, hay una muchedumbre de anormales a quienes la razn ha abandonado y vienen a refugiarse cerca de ti, el nico que comprendi todo, espectador absoluto, perdido entre los engaados, reacio para siempre a la farsa unnime. Como el intervalo que te separa de los otros no deja de agrandarse, llegas a preguntarte si no habrs percibido una realidad desconocida para los dems. Revelacin nfima o capital, su contenido permanecer oscuro para ti. De lo nico que estars seguro es de tu ascensin hacia un equilibrio insospechado, promocin de un espritu que se ha apartado de la complicidad con otro. Indebidamente sensato, ms ponderado que todos los sabios, as aparecers ante ti mismo. Y si acaso todava te asemejas a los locos que te rodean, sentirs, no obstante, que una insignificancia te distinguir de ellos para

  • 18

    siempre; esta sensacin, o esta ilusin, hace que, aunque ejecutes los mismos actos que ellos, no les imprimas ni el mismo mpetu ni la misma conviccin. Hacer trampas ser para ti una cuestin de honor y la nica manera de vencer tus accesos o de impedir su retorno. Si para ello has tenido necesidad de una revelacin, o de un hundimiento, deducirs que los que no han atravesado por una crisis similar se abismarn cada vez ms en las extravagancias inherentes a nuestra raza.

    Se dan cuenta de la simetra? Para transformarse en un hombre poltico, es decir, para adquirir el corte de un tirano, es necesario un trastorno mental; para dejar de serlo, se impone otro trastorno: no se tratar, en el fondo, de una metamorfosis de nuestro delirio de grandeza? Pasar de la voluntad de ser el primero en la ciudad a la de ser el ltimo en ella, es cambiar, mediante una mutacin del orgullo, una locura dinmica por una locura esttica, un gnero de enfermedad tan inslito que la renuncia que lo precede, y que tiene que ver ms con el ascetismo que con la poltica, no forma parte de nuestros propsitos.

    Desde hace siglos, el apetito de poder se ha dispersado en mltiples tiranas pequeas y grandes que han hecho estragos aqu y all, y parecera que ha llegado el momento en que el apetito de poder deba por fin concentrarse para culminar en una sola tirana, expresin de esta sed que ha devorado y devora el globo, trmino de todos nuestros sueos de poder, coronacin de todas nuestras esperas y de nuestras aberraciones. El rebao humano disperso ser reunido bajo el cuidado de un pastor despiadado, especie de monstruo planetario ante el cual las naciones se postrarn en un estupor cercano al xtasis. Una vez arrodillado el universo, un importante captulo de la historia ser clausurado. Luego empezar la dislocacin del nuevo reino, y el retorno al desorden primitivo, a la vieja anarqua; los odios y los vicios ahogados resurgirn, y, con ellos, los tiranos menores de ciclos ya muertos. Despus de la gran esclavitud, una esclavitud cualquiera. Pero al cabo de una servidumbre monumental, los que hayan sobrevivido estarn orgullosos de su vergenza y de su miedo, y, vctimas fuera de lo comn, ensalzarn su recuerdo.

    Durero es mi profeta. Mientras ms contemplo el desfile de los siglos, ms me convenzo de que la nica imagen susceptible de revelarme su sentido es la de los Caballeros del Apocalipsis. Los tiempos slo avanzan atropellando, aplastando a las muchedumbres: tanto los dbiles como los fuertes perecern, incluso esos caballeros, salvo uno. Es por l, por su terrible fama, por quien han padecido y aullado las edades. Lo veo crecer en el horizonte, percibo ya nuestros gemidos, hasta escucho nuestros gritos. Y la noche que descienda sobre nuestros huesos no nos traer paz, como se la trajo al salmista, sino el espanto.

    Si se la juzga a travs de los tiranos que ha producido, nuestra poca ser todo lo que se quiera salvo mediocre. Para encontrar tiranos similares habra que remontarse al Imperio romano o a las invasiones monglicas. Ms que a Stalin, es a Hitler a quien corresponde el mrito de haber impuesto la tnica del siglo. Es importante, no tanto por s mismo, como por lo que anuncia, esbozo de nuestro futuro, heraldo de un sombro acontecimiento y de una histeria csmica, precursor de ese dspota a escala continental que lograr la unificacin del mundo gracias a la ciencia, destinada, no a liberarnos, sino a esclavizarnos. Esto, que ya se supo anteriormente, se sabr de nuevo algn da. Nacimos para existir, no para conocer; para ser, no para afirmarnos. El saber, habiendo estimulado e irritado nuestro apetito de poder, nos conducir inexorablemente hacia nuestra perdicin. El Gnesis percibi, mejor que nuestros sueos y sistemas, nuestra condicin humana.

  • 19

    Lo que tenemos aprendido por cuenta propia, cualesquiera de los conocimientos extrados de nosotros mismos, tendremos que expiarlos mediante un extra de desequilibrio. Fruto de un desorden ntimo, de una enfermedad definida o difusa, de un trastorno en la raz de nuestra existencia, el saber altera la economa del ser. Cada cual debe pagar por la mnima alteracin que pueda provocar en un universo creado para la indiferencia y el estancamiento; tarde o temprano se arrepentir de no haberlo dejado intacto. Esto es cierto en cuanto al conocimiento y ms cierto an por lo que a la ambicin se refiere, pues arrogarse derechos sobre otro trae consigo consecuencias ms graves y ms inmediatas que el hurgar en el misterio o simplemente en la materia. Uno empieza por hacer temblar a los otros, pero los otros terminan por comunicamos sus terrores. Por eso tambin los tiranos viven en el espanto. Y el terror que conocer nuestro futuro amo estar sin duda realzado por una dicha tan siniestra como nunca nadie ha experimentado, a la medida del solitario por excelencia, erguido frente a toda la Humanidad, semejante a un dios reinando en el espanto, en un pnico omnipotente, sin principio ni fin, acumulando la acrimonia de un Prometeo y el descomedimiento de un Jehov, escndalo para la imaginacin y para el pensamiento, reto a la mitologa y a la teologa.

    Tras los monstruos acantonados en una ciudad, en un reino o en un imperio, es natural que aparezcan otros ms poderosos en pro del desastre, de la liquidacin de las naciones y de nuestras libertades. La Historia, marco donde realizamos lo contrario a nuestras aspiraciones, donde las desfiguramos sin cesar, no es, evidentemente, de esencia anglica. Al considerarla, slo concebimos un deseo: promover la agrura a la dignidad de una gnosis.

    Todos los hombres son ms o menos envidiosos; los polticos lo son completamente. Uno se vuelve envidioso en la medida en que ya no soporta a nadie ni al lado ni arriba. Embarcarse en cualquier empresa, incluso en la ms insignificante, es pactar con la envidia, prerrogativa suprema de los seres vivos, ley y resorte de las acciones. Si la envidia te abandona eres slo un insecto, una nada, una sombra. Y un enfermo. Mientras que si ella te sostiene, remedia los debilitamientos del orgullo, vigila tus intereses, triunfa contra la apata, opera ms de un milagro. No es acaso extrao que ninguna terapia ni ninguna moral hayan preconizado los beneficios de la envidia que -mucho ms caritativa que la providencia- precede nuestros pasos para dirigirlos? Ay de aquel que la ignora, la hace a un lado o la escamotea! Elude de un golpe las consecuencias del pecado original, de la necesidad de actuar, de crear y de destruir. Incapaz de sentir celos de los otros, qu busca entre ellos? Un destino de despojo le acecha. Para salvarlo, habra que obligarle a tomar como modelo a los tiranos, a sacar provecho de sus exigencias y de sus fechoras. De ellos, y no de los sabios, es de quien aprender cmo retomar el gusto a las cosas, cmo vivir, cmo degradarse. Que regrese al pecado, que se reintegre a la cada si quiere participar tambin en el envilecimiento general, en esa euforia de la condenacin en la que estn sumergidas las criaturas. Lo conseguir? Nada menos probable, pues de los tiranos slo imita la soledad. Tengamos compasin de l, piedad de un miserable que, al no dignarse a alimentar sus vicios ni a rivalizar con nadie, permanece ms ac de s mismo y por debajo de todos.

    Si las acciones son fruto de la envidia, entenderemos por qu la lucha poltica, en su ltima expresin, se reduce a clculos y a maniobras apropiadas para asegurar la eliminacin de nuestros mulos o de nuestros enemigos. Quieres dar en el clavo? Hay que empezar por liquidar a los que, desde el momento en que piensan con arreglo a tus categoras y a tus prejuicios y han recorrido a tu lado el mismo camino, suean necesariamente en suplantarte o en abatirte. Son tus rivales ms peligrosos; limtate a ellos, los otros pueden esperar. Si me adueara del poder, mi primera ocupacin sera la

  • 20

    de hacer desaparecer a todos mis amigos. Proceder de otra manera es malvender el oficio, desacreditar la tirana. Hitler, muy competente en la materia, dio pruebas de sabidura al deshacerse de Roehm, el nico hombre a quien tuteaba, y de buena parte de sus primeros compaeros. Stalin, por su parte, no hizo menos, y de ello dan testimonio los procesos de Mosc.

    Mientras un conquistador triunfa, mientras avanza, puede permitirse cualquier delito; la opinin lo absuelve; pero en cuanto la fortuna lo abandone, el menor error se volver contra l. Todo depende del momento en el que se mata: el crimen en plena gloria consolida la autoridad, por el miedo sagrado que inspira. El arte de hacerse temer y respetar equivale al sentido de la oportunidad. Mussolini, el tpico dspota torpe y desafortunado, se torn cruel cuando su fracaso era ya manifiesto y su prestigio se haba opacado: algunos meses de venganzas inoportunas anularon la labor de veinte aos. Napolen fue ms perspicaz: si hubiera hecho ejecutar al duque de Enghien un poco ms tarde, despus de la campaa de Rusia por ejemplo, hubiera quedado como verdugo; mientras que ahora ese asesinato aparece en su vida como una mancha y nada ms.

    Si, en caso extremo, se puede gobernar sin crmenes, no se puede, en cambio, hacerlo sin injusticias. Se trata, no obstante, de dosificar unos y otras, de cometerlos nicamente por intermitencias. Para que se te perdonen, tienes que saber fingir la clera o la locura, dar la impresin de ser sanguinario por inadvertencia, tramar combinaciones terribles sin perder tu aspecto de bonachn. El poder absoluto no es cosa fcil: slo se distinguen los farsantes o los asesinos de gran talla. No hay nada ms admirable humanamente y ms lamentable histricamente que un tirano desmoralizado por sus escrpulos.

    Y el pueblo?, se preguntarn. El pensador o el historiador que emplea esta palabra sin irona se desacredita. El pueblo se sabe ya a qu est destinado: a sufrir los acontecimientos y las fantasas de los gobernantes, prestndose a designios que lo invalidan y lo abruman. Cualquier experiencia poltica, por avanzada que sea, se desarrolla a sus expensas, se dirige contra l: el pueblo lleva los estigmas de la esclavitud por decreto divino o diablico. Es intil apiadarse de l: su causa no tiene apelacin. Naciones e imperios se forman por su complacencia en las iniquidades de las que es objeto. No hay jefe de Estado ni conquistador que no lo desprecie, pero acepta este desprecio y vive de l. Si el pueblo dejara de ser endeble o vctima, si flaqueara ante su destino, la sociedad se desvanecera, y con ella la Historia. No seamos demasiado optimistas: nada en el pueblo permite considerar una eventualidad tan hermosa. Tal como es, representa una invitacin al despotismo. Soporta sus pruebas, a veces las solicita, y slo se rebela contra ellas para ir hacia otras nuevas, ms atroces que las anteriores. Siendo la revolucin su nico lujo, se precipita hacia ella, no tanto para obtener algunos beneficios o mejorar su suerte, como para adquirir tambin su derecho a la insolencia, ventaja que le consuela de sus decepciones habituales, pero que pierde tan pronto como son abolidos los privilegios del desorden. Como ningn rgimen le asegura su salvacin, el pueblo se amolda a todos y a ninguno. Y desde el Diluvio hasta el Juicio Final, a lo nico a que puede aspirar es a cumplir honestamente con su misin de vencido.

    Volviendo a nuestros amigos, adems de la razn mencionada para hacerlos desaparecer, hay otra: conocen demasiado nuestros lmites y nuestros defectos (a eso se reduce la amistad y a nada ms) como para hacerse ilusiones respecto a nuestros mritos. Hostiles, adems, a que nos promovamos al rango de dolos -para lo cual estaramos muy dispuestos-, encargados de salvaguardar nuestra mediocridad, nuestras dimensiones reales, desinflan el mito que nos gustara crear, nos fijan en nuestra medida exacta y denuncian la falsa imagen de nosotros mismos. Y cuando nos dispensan algunos elogios, llevan tantos sobreentendidos y sutilezas, que sus alabanzas, de tan

  • 21

    circunspectas, equivalen a un insulto. Lo que ellos desean en secreto es nuestro derrumbe, nuestra humillacin y nuestra ruina. Al asimilar nuestro xito con la usurpacin, reservan toda su clarividencia para examinar nuestros pensamientos y nuestros gestos y delatar su vaco, y slo son clementes cuando ya estamos de bajada. Se muestran tan solcitos ante el espectculo de nuestra cada, que hasta nos aman, se enternecen con nuestras miserias y dejan las suyas para compartir las nuestras y nutrirse de ellas. Durante nuestro ascenso nos escrutaban sin piedad, eran objetivos: ahora pueden permitirse el lujo de vernos distintos a lo que somos y perdonarnos los antiguos xitos, persuadidos de que ya no tendremos otros. Y tal es su debilidad por nosotros, que gastan la mayor parte de su tiempo inclinados sobre nuestras deformidades y extasiados ante nuestras carencias. El gran error de Csar fue no desconfiar de los suyos, de aquellos que, observndolo de cerca, no podan admitir su ascendencia divina, y rehusaron deificarlo; en cambio el pueblo s lo consinti, pues el pueblo lo acepta todo. Si se hubiera desembarazado de ellos, en vez de una muerte sin pompa hubiese conocido una apoteosis prolongada, soberbia delicuescencia a la medida de un verdadero dios. A pesar de su sagacidad, tena simplezas: ignoraba que nuestros ntimos son los peores enemigos de nuestra estatua.

    En una repblica, paraso de la debilidad, el hombre poltico es un tiranuelo que se somete a las leyes; pero una personalidad fuerte no las respeta, es decir, slo respeta aquellas que ha dictado. Experta en lo incalificable, ve en el ultimtum el honor y la cima de su carrera. Estar en condiciones de lanzar uno, o varios, indica con certeza una voluptuosidad junto a la cual todas las dems son remilgos. No concibo que se pueda ambicionar la direccin de cualquier negocio si no se aspira a esta provocacin sin paralelo, la ms insolente que exista, y ms execrable an que la agresin que comnmente la sigue. De cuntos ultimtum es culpable?, debera ser lo que uno se preguntara de un jefe de Estado. Que no tiene ninguno en su haber? La historia lo desdea, ella, que slo se anima en los captulos que hablan de lo horrible y que se aburre en los de la tolerancia y el liberalismo, rgimen en el que los temperamentos se hacen aicos y los ms virulentos tienen aspecto de conspiradores apaciguados.

    Compadezco a quienes nunca han tenido ningn sueo de dominacin desmesurada, ni han sentido en ellos arremolinarse los tiempos. Ah! aquella poca cuando Ahriman era mi prncipe y mi dios, cuando, insaciado de barbarie, escuchaba en m el reventar de las hordas suscitando dulces catstrofes. De nada me vale zozobrar ahora en la modestia; todava conservo una cierta debilidad por los tiranos, a quienes prefiero siempre, antes que a los redentores y a los profetas. Y los prefiero porque no se esconden tras las frmulas, porque su prestigio es equvoco y su sed autodestructiva, mientras que los otros, redentores y profetas, posedos por una ambicin sin lmites disfrazan los objetivos con preceptos engaosos, se alejan del ciudadano para reinar en las conciencias para apoderarse de ellas, implantarse en ellas y crear estragos durables sin tener que enfrentarse a reproches, merecidos, no obstante, de indiscrecin o de sadismo. Junto al poder de un Buda, de un Jess o de un Mahoma, qu vale el de los conquistadores? Renuncia a la idea de la gloria si no tienes la tentacin de fundar una religin! Y aunque en este sector los puestos ya estn ocupados, los hombres no se resignan tan pronto: no son acaso los jefes de secta fundadores de religin en segundo grado? Teniendo en cuenta la eficacia Calvino y Lutero, por haber desencadenado conflictos que an ahora no se resuelven, eclipsan a Carlos V o a Felipe II. El cesarismo espiritual es ms refinado y ms rico en trastornos que el cesarismo propiamente dicho: si quieres dejar un nombre, antes lgalo a una iglesia que a un imperio. Tendrs as nefitos apegados a tu suerte y a tus chifladuras, fieles que podrs salvar o maltratar a placer.

  • 22

    Los jefes de una secta no retroceden ante nada, pues incluso sus escrpulos forman parte de su tctica. Pero sin llegar hasta las sectas -caso lmite-, querer simplemente instituir una orden religiosa es mejor, en el plano de la ambicin, que regentar una ciudad o asegurarse una conquista por medio de las armas. Insinuarse en los espritus, hacerse dueo de sus secretos, despojarlos en cierta forma de s mismos, de su unidad, quitarles hasta el privilegio, que se dice inviolable, del fuero interno, qu tirano, qu conquistador ha aspirado a tanto? Siempre ser ms sutil la estrategia religiosa, y ms sospechosa, que la estrategia poltica. Que se comparen los Ejercicios espirituales, tan astutos bajo su aspecto desenfadado, con la franqueza desnuda de El Prncipe, y se medir la distancia que separa las astucias del confesionario de las astucias de una chancillera o de un trono.

    Mientras ms se exaspera el apetito de poder en los jefes espirituales, ms se preocupan, no sin razn, en frenarlo en los dems. Cualquiera de nosotros, abandonado a s mismo, ocupara el espacio y hasta el aire y se considerara su propietario. Una sociedad que se estimara perfecta, debera poner de moda, o hacer obligatoria, la camisa de fuerza, pues el hombre slo se mueve para hacer el mal. Las religiones, al afanarse por curarlo de la obsesin del poder y por dar una direccin no poltica a sus aspiraciones, se unen a los regmenes de autoridad, ya que, como ellos, aunque con otros mtodos, quieren domarlo, sojuzgar su naturaleza, su megalomana nata. Lo que consolid las religiones, lo que hasta ahora las hizo triunfar sobre nuestras inclinaciones, es decir, el elemento asctico, es justamente lo que ha dejado de tener poder sobre nosotros. Una liberacin peligrosa tenia que ser el resultado; ingobernables bajo todos los aspectos, plenamente emancipados, desembarazados de nuestras cadenas y de nuestras supersticiones, estamos maduros para los remedios del terror. Quien aspira a la libertad completa, slo la consigue para retornar al punto de partida, a su servidumbre original. De ah la vulnerabilidad de las sociedades evolucionadas, masas amorfas, sin dolos ni ideales, peligrosamente desprovistas de fanatismo, de lazos orgnicos, y tan desamparadas en medio de sus caprichos o de sus convulsiones que aceptan -y es el nico sueo del que son capaces- la seguridad y los dogmas del yugo. Incapaces de asumir por ms tiempo la responsabilidad de sus destinos, conspiran, mucho ms que las sociedades rsticas, en pro del advenimiento del despotismo, para que ste las libere de los ltimos resabios de un apetito de poder rendido, vaco e intilmente obsesivo.

    Un mundo sin tiranos sera tan aburrido como un jardn zoolgico sin hienas. El amo que aguardamos aterrados ser precisamente un aficionado a la podredumbre, en cuya presencia todos pareceremos carroas. Que venga a husmearnos, que se revuelque en nuestras exhalaciones! Un nuevo olor planea ya sobre el universo.

    Para no ceder a la tentacin poltica, hay que vigilarse a cada momento. Pero, cmo conseguirlo en un rgimen democrtico en el que el vicio esencial es permitirle a cualquiera aspirar al poder y dar libre curso a sus ambiciones? De ello resulta una enorme abundancia de fanfarrones, de agitadores sin destino, de locos sin importancia que la fatalidad ha rehusado marcar, incapaces de verdadero frenes, tan inadecuados para el triunfo como para el hundimiento. Sin embargo, es su nulidad lo que permite y asegura nuestras libertades amenazadas por las personalidades excepcionales. Una repblica que se respete debera trastocarse ante la aparicin de un gran hombre y proscribirlo de su seno, o impedir al menos que se cree una leyenda a su alrededor. La idea le repugna? Ser que, deslumbrada por su azote, no cree ms ni en sus instituciones ni en sus razones de ser. Se enreda en sus leyes, y esas leyes, que protegen a su enemigo, la disponen y la comprometen a la dimisin. Sucumbiendo bajo los excesos de su tolerancia, tiene miramientos con un adversario que no le guardar a ella ninguna consideracin, autoriza los mitos que la socavan y la destrozan y se deja enredar en las

  • 23

    suavidades de su verdugo. Merece subsistir cuando sus mismos principios la invitan a desaparecer? Paradoja trgica de la libertad: los mediocres, que son los nicos que hacen posible su ejercicio, no sabran garantizar su duracin. Lo debemos todo a su insignificancia y perdemos todo a causa de ella. De esta manera se encuentran siempre por debajo de su misin. Esta es la mediocridad que yo aborreca cuando amaba sin reserva a los tiranos, de quienes nunca se dir suficientemente -al contrario de su caricatura (todo demcrata es un tirano de opereta)- que tienen un destino, incluso demasiado destino. Y si yo les renda culto es porque, teniendo instinto de mando, no se rebajan ni al dilogo ni a los argumentos: ordenan, decretan, sin dignarse a justificar sus actos; de ah su cinismo, cinismo que yo pona por encima de todos los vicios y de todas las virtudes, marca de superioridad, hasta de nobleza, que a mis ojos los aislaba de los mortales. No pudiendo hacerme digno de ellos por la accin, esperaba alcanzarlos a travs de la palabra, de la prctica del sofisma y de la enormidad: ser tan odioso con los medios del espritu como lo eran ellos con los del poder, devastar por medio de la palabra, hacer estallar al verbo y con l al mundo, reventar con uno y con otro, hundirme finalmente bajo sus escombros. Ahora, chasqueado de esas extravagancias, de todo lo que daba realce a mis das, me pongo a soar con una ciudad, maravilla de moderacin, dirigida por un equipo de octogenarios un tanto chochos, de una amenidad maquinal, lo suficientemente lcidos como para hacer buen uso de sus decrepitudes, exentos de deseos, de aoranzas, de dudas, y tan preocupados por el equilibrio general y el bien pblico que mirasen la sonrisa como un signo de depravacin o