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Indice

Sinopsis……………………………………………………………….……………....3

Agradecimientos…………………………………………………….……….……...4

Capítulo 1………………………………………………………….……..….…..…..6

Capítulo 2………………………………………………………….…………..…...19

Capítulo 3……………………………………………………………….….…..…..30

Capítulo 4……………………………………………………………….….……....40

Capítulo 5………………………………………………………………….….....…52

Capítulo 6……………………………………………………………….……..…...67

Capítulo 7………………………………………………………………….…..…...75

Capítulo 8……………………………………………………………….…….....…89

Capítulo 9…………………………………………………………….….……..…101

Esta saga continúa con………………………………………………………...115

Biografía de la autora…………………………………………………………...116

El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia

aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o nulas

las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado

sin fines de lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que

aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración para con el libro

original para sacar adelante este proyecto.

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Sinopsis

Ellie es una adolescente que se enfrenta a sus primeros problemas con

los chicos. Tendrá que elegir entre un chico, Dan, y las opiniones de sus

amigas, Magda y Nadine, a quienes Dan no les gusta.

Casi no existe ningún chico en la vida de Ellie, hasta que aparece Dan,

que le va a causar más de un dolor de cabeza. En efecto, a sus mejores

amigas, Magda y Nadine, que comienzan a tener sus propios planes y

una vida social interesante, no les gusta Dan. Ellie intenta ponerse a la

altura de sus dos amigas, cuya soltura le da tanta envidia. Al final,

decide asumir su cariño por Dan y olvidarse de los comentarios de los

demás.

1. Una chica

2. Dos amigas

3. Tres novios

4. Una familia de cuatro personas

5. Somos cinco y los cinco estamos vivos, aunque muertos de

aburrimiento

6. Seis cartas

7. El séptimo cielo

8. Desde las ocho y hasta muy tarde

9. Nueva urgencia.

Divertida novela realista sobre los problemas en la amistad, el amor y la

vida cotidiana de unas quinceañeras en la que se basa la serie de tv.

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Agradecimientos

Nueve dedicatorias

1. Para Stephane Dummler y para las chicas de la clase de

cuarto de E.S.O "venus", promoción de 1995, del colegio para

chicas Coombe.

2. Para Becky y Heather y para la clase de Secundaria

"Chesnut & Beech", promoción de 1995, del colegio para chicas

"Green".

3. Para Jane Ingles y los alumnos del Colegio Hillside.

3. Para Claire Drury y los alumnos del colegio Failsworth, en

especial para Jackelyn y Rachel.

5. Para Sarah Greenacre y los alumnos del instituto Stoke.

6. Para los alumnos del colegio Reading y los del "St.

Benedict".

7. Para Angela Derby.

8. Para Becki Hillman.

9. Y para todos los demás colegios que me acogieron con tanto

cariño entre 1995 y 1996.

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NUEVE DECISIONES FUNDAMENTALES

1. seguir siendo la mejor amiga de Magda y Nadine.

2. Dibujar todos los días y convertirme en la mejor de la clase de

arte.

3. Intentar no ser la peor en las demás asignaturas.

4. Ponerme a dieta y seguirla a rajatabla. Nada de helados

Magnum. Olvidarlos por completo. Sniff, sniff.

5. Hacer algo con mi pelo. Cualquier cosa, ¿Dejármelo largo?

¿Cortármelo del todo? ¿Teñírmelo?

6. Conseguir algún trabajo remunerado en cuanto cumpla

dieciséis, para así poder...

7. Comprarme ropa decente.

8. Irme de juerga y... ¡tachín, tachán!...

9. ¡Echarme novio!

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Capítulo 1 Una chica

rimer día de colegio. Tendré que ir andando. He perdido el

autobús. A esto no lo llamaría yo un buen comienzo. Ya casi

termino la Secundaria. A ver qué pasa.

Número nueve, nueve, nueve...

Eso dice la canción de los Beatles. Una de las del Álbum Blanco, ese

que tiene un final muy loco. Siempre me he sentido muy cerca de John

Lennon, aunque muriera antes de que yo naciera. Me gusta porque

dibujaba garabatos alucinados, llevaba gafas de abuelita, era la mar de

divertido y siempre hacía lo que le daba la gana. Yo también hago

dibujos muy locos, llevo gafas de abuelita y mis amigos piensan que soy

muy divertida. Pero, desde luego, no hago lo que me da la gana.

Son las ocho y media y, si hiciera lo que me diera la gana, estaría ahora

mismo en la cama, hecha un ovillo y medio dormida. A John Lennon

también le gustaba un rato largo estar en la cama, ¿a que sí? Él y Yoko

Ono estaban en la cama todo el día. Incluso los entrevistaban en la

cama. Qué fuerte. O sea que, si yo hiciera lo que me diera la gana,

dormiría hasta las doce. Después me zamparía un desayuno guay.

Chocolate caliente y montón de donuts. Todo el rato oyendo música y

dibujando en mi libreta de apuntes. A lo mejor me vería un vídeo.

Después volvería a comer algo. Mandaría a un esbirro a por una pizza.

Aunque quizá sería mejor comer ensaladas. Porque si estás todo el día

en la cama debe de ser muy fácil que engordes y engordes. No me

gustaría acabar como una ballena varada.

Así que me comería una ensalada de lechuga. Y uvas verdes. Y me

tomaría un licor verde. En casa de Magda me tomé una cosa verde que

se llamaba crema de menta. Solo un poco. La verdad es que no me

pareció gran cosa. Parecía pasta de dientes. Bueno, pues paso de la

bebida. Llamaría por teléfono a Magda y Nadine y tendríamos grandes

conversaciones. Y después...

Llegaría la hora de cenar. Me daría un baño fantástico, me lavaría el

pelo y me pondría... ¿Qué me pondría? Desde luego, la camiseta de los

ositos con la que duermo, ni hablar. Es de niña. Pero tampoco esa ropa

interior de satén, como resbaladiza. Ya sé: me pondría un camisón

P

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blanco hasta los pies, con rosas bordadas de todos los colores del arco

iris, unos anillos esplendorosos en cada dedo, y me pasaría el día en la

cama como Frida Kahlo. Es otra de mis heroínas: una artista

impresionante, mejicana ella, con unas cejas que te mueres, pendientes

y flores en el pelo.

Bueno, aquí estoy yo, otra vez en la cama, hecha una belleza. Oigo que

se abre la puerta. Oigo pasos. Es mi chico, que me viene a ver... Claro

que lo que pasa es que yo no tengo chico. Ya sé que tampoco tengo un

camisón con rosas bordadas como Frida, ni televisor, ni vídeo, y encima

mi cama cruje, porque siempre que estoy fuera de casa, mi hermanito

Eggs la usa como trampolín. Pero la verdad es que todas estas

carencias no me importan. Me bastaría con tener un noviete. Por favor.

En esas estaba, cuando aparece por la calle un chico rubio y

maravillosísimo, con unos ojazos marrones, sorteando un coche

aparcado casi por entero en la acera. Se aparta y me deja pasar; pero,

como yo también me había apartado, pues nos volvemos a tropezar. Se

aparta y me aparto. Parece como si estuviéramos bailando algo.

— ¡Oh, perdón! —tartamudeo. Tengo la cara como un pimiento morrón.

Él, tan ancho. Levanta una ceja. No dice nada, pero me sonríe.

¡Me sonríe!

Y después pasa junto a mí, mientras yo me tambaleo, todavía medio

mareada.

Le miro por encima del hombro y él hace lo mismo. Caramba. A lo

mejor... a lo mejor le gusto. No puede ser. Por qué voy a gustarle a este

tío tan increíble, que por lo menos tiene dieciocho años, cuando yo soy

una cría que no sabe ni andar por la calle.

Baja los ojos. ¡Horror! Me está mirando las piernas. A lo peor llevo la

falda demasiado corta; me subí el dobladillo ayer por la noche. Anna me

dijo que ya lo haría ella, pero sé que la hubiera acortado solamente uno

o dos centímetros. Y yo la quería muy, muy corta. Lo que pasa es que

no soy muy buena cosiendo y el dobladillo me ha quedado todo lleno de

bultos. Cuando me la probé, de repente me di cuenta de que se me veía

un montón de carne colorada.

Anna no dijo nada, pero se notaba mogollón lo que estaba pensando.

Papá fue mucho más directo y me dijo:

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— ¡Por el amor de Dios, Ellie! ¡Esa falda casi no te cubre ni las bragas!

— ¡Hay que ver, papá! —le dije suspirando—. Pensé que estabas muy

puesto y... ¡mira! ¡Si todo el mundo lleva las faldas así!

Lo cual es totalmente cierto. Magda, por ejemplo, la lleva más corta

todavía. Claro que tiene las piernas largas y morenas. Se pasa el día

protestando, porque dice que no le gusta tener las pantorrillas

musculadas. Cuando era pequeña hacía ballet, y ahora baila jazz y

cosas así. O sea que protesta mucho, pero en realidad le importa un

pepino. A la menor ocasión enseña las piernas todo lo que puede.

Nadine también lleva la falda muy corta. Aunque no tenga las piernas

morenas. Sus piernas son negras, cuando se pone leotardos de lana, o

blancas, cuando vamos al colegio. Es que a Nadine no le gusta nada lo

de ponerse al sol. Es una chica muy gótica, parece un vampiro. De piel

muy blanca y esbelta como un sauce. La verdad es que las minis son

para las tías que tienen las piernas largas y esbeltas.

Es muy deprimente que tus mejores amigas sean mucho más delgadas

que tú, y todavía más deprimente que tu madrastra esté como un fideo.

Parece una modelo. Anna solo tiene veintisiete años y encima parece

más joven. Cuando salimos juntas, la gente cree que somos hermanas.

Aunque no nos parezcamos nada. Ella está esquelética y es

impresionante. Y yo soy baja y redonda.

No es que yo esté gorda. Realmente, no. Claro que no me ayuda el tener

cara de manzana. Bueno, la realidad es que tengo la tripa y el trasero

redondos. Incluso mis estúpidas rodillas son redondas. Y mi delantera

también es redonda. Magda ha decidido ponerse un wonderbra para

tener una delantera como es debido, mientras que Nadine es lisa como

una tabla.

A mí no me importa tanto lo de delante, sino lo de detrás. ¡Oh, cielos!

¿Qué le estaré pareciendo al chico rubio vista por detrás? No me

extraña que me mire tan fijamente.

Doy la vuelta a la esquina sintiéndome una imbécil. Me tiemblan tanto

las piernas que casi no puedo andar. Y ellas también parece que se han

ruborizado. Míralas. Coloradas como jamones. ¿A quién quiero

engañar? Por supuesto que estoy gorda. La cintura de mi falda —

indecentemente corta— me está muy apretada. Y además este verano

he engordado más aún. Lo sé. Sobre todo en las tres terribles semanas

que acabamos de pasar en la casa de campo en Gales.

No es justo. Todo el mundo se va a sitios maravillosos: Magda, a

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España; Nadine, a Estados Unidos, y yo, en cambio, a Gales, a nuestra

asquerosa casa de campo, que encima es de un húmedo que no veas.

No para de llover. Acabé hasta el gorro de jugar con Eggs y de intentar

ver la tele, una tele portátil, que no era en color y se veía todo borroso, y

la frustración fue tal, que no hice más que comer y comer.

Comíamos tres veces al día en familia, pero yo, por mi cuenta, comía

otras treinta y tres veces, por lo menos. Barras de chocolate, caramelos,

patatas fritas, ganchitos, helados... Comer, comer y comer. No me

extraña que me tiemblen las rodillas.

La verdad es que pasear me espanta. No le veo ninguna gracia a lo de

andar y andar para luego tener que volver al sitio de partida. Y cuando

vamos a Gales nos pasamos la vida andando. Papá y Anna, siempre los

primeros. Mi hermano Eggs dando saltos como un ovni, y yo detrás de

ellos, con las botas llenas de barro, y todo el rato venga a pensar: « ¿Se

supone que esto es divertido? ¿Por qué cuernos tenemos que tener una

casa en Gales? ¿Por qué no podemos tener un chalé en España o un

apartamento en Nueva York? Magda y Nadine tienen un montón de

suerte».

Sí, claro, ya sé que Magda fue en un viaje organizado y que estuvieron

en un hotel que era un rascacielos, no en un chalé guay. Y que Nadine

se fue a Disneylandia, pero por lo menos saldría el sol todos los días,

¿no?

Porque en nuestro terrenito de Gales llueve siempre. Las nubes negras

son tan permanentes como las montañas. Llueve incluso dentro de

casa, porque mi padre se cree capaz de arreglar las tejas él solito, cosa

que nunca funciona. Así que el piso de arriba lo tenemos lleno de

cubos, de sartenes y de cazos; y noche y día oyes: ploch, ploch, ploch.

Como una sinfonía.

Estaba tan deprimida y tan hasta el gorro que, cuando fuimos a visitar

las viejas ruinas del castillo, como todos los años, estuve a punto de

tirarme desde una almena. Estaba allí, en lo más alto del todo, apoyada

en la pared de piedra, con el corazón que me latía como un loco,

después del esfuerzo de subir hasta allí arriba y pensando en qué

pasaría si me tiraba al vacío. ¿Le importaría a alguien que acabara

como una tortilla aplastada en el empedrado del patio? Porque papá y

Anna tenían a Eggs bien sujeto, pero a mí no me hicieron ni caso.

Incluso en aquel momento en que estaba casi cayéndome de la almena.

De hecho, los tíos se marcharon tranquilamente de la mano, con mi

padre explicando a Eggs cosas de la Edad Media. A mí me parece que se

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pasa dos pueblos en eso de ser un padre involucrado. Dudo mucho que

mi hermano pueda deletrear la palabra castillo, así que no creo que

entendiera nada de lo que le contaban. Cuando era pequeña, papá no

se ocupaba nada de mí. Siempre estaba trabajando o haciendo cosas. Y

si íbamos de vacaciones, se pasaba el día dibujando. Pero a mí no me

importaba, porque entonces tenía a mamá. Entonces.

Recordar a mamá hace que me sienta todavía peor. La gente cree que

no me acuerdo de ella. Desde luego, están locos. Me acuerdo de un

montón de cosas. De que jugábamos con mis muñecas Barbie y que

cantábamos juntas. Me acuerdo de que me dejaba ponerme su

maquillaje y probarme todas sus joyas, y su combinación rosa de seda y

los zapatos de tacón alto que llevaba.

Me encanta hablar de mamá, pero siempre que lo intento, papá se pone

la mar de tenso y se queda como parado. Frunce el ceño como si tuviese

dolor de cabeza. No quiere recordarla. Claro, ahora tiene a Anna. Y los

dos tienen a Eggs.

Pero yo no tengo a nadie.

Empecé a sentirme tan mal que me largué por mi cuenta y riesgo. Fui

hacia el otro lado de las almenas y me encontré a la entrada de un

torreón a punto de caerse. Había una cuerda y un aviso de que no se

podía pasar por allí. Pero pasé bajo la cuerda y empecé a subir y subir

escalones en la oscuridad más negra que puedas imaginarte. Pero

resulta que puse el pie en un escalón inexistente, tropecé y me di en la

rodilla. Y, aunque no me pasó nada, me eché a llorar. Y, como no

puedes realizar una ascensión mientras lloras y lloras, me senté en el

suelo y me puse a gemir.

Al cabo de un rato me di cuenta de que no tenía pañuelo. Tenía mocos y

las gafas todas húmedas. Me limpié lo mejor que pude. Los escalones de

piedra estaban muy fríos y la humedad traspasaba los vaqueros y me

llegaba a la piel, pero seguí allí sentada. Creo que estaba esperando a

papá. Así que esperé y esperé. Después oí unos pasos, pero seguí allí,

quieta parada. No podían ser los pasos de papá: eran demasiado ligeros.

Y, quien fuera, estaba demasiado cerca para que yo pudiera escapar de

allí. En ese momento, algo tropezó conmigo y grité:

— ¡Ay!

— ¡Oh! ¡Lo siento! —Dijo una voz—. ¡No sabía que hubiera alguien aquí!

— ¡Estás de rodillas sobre mí!

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— ¡Perdona, perdona, déjame que te ayude!

— ¡Cuidado! —grité, porque me estaba intentando ayudar con tanta

fuerza que por poco no nos caemos otra vez.

— ¡Ay!

— ¡Oye, ten cuidado!

Por fin pude liberarme de aquel bulto y me levanté apoyando la espalda

contra la piedra húmeda. Él también se levantó. Pero estaba demasiado

oscuro como para percibir otra cosa que no fuera una sombra.

— ¿Qué estabas haciendo sentada en la oscuridad? No te habrás hecho

daño, ¿verdad? —preguntó la sombra.

—No me he hecho daño —contesté— Entonces, no. Ahora, en cambio,

me siento como desencuadernada.

—Perdona —dijo el bulto, y siguió—: No hago más que decir perdona,

¿verdad? Pero reconocerás que hay que estar de la olla para sentarse

aquí en esta oscuridad. La próxima vez te puedes encontrar con que

una tropa de boy scouts te pasan por encima. O un autobús de turistas

norteamericanos con sus zapatillas de deporte. Bueno, la verdad es que

este no es el sitio ideal para estar de charleta. No se ve tres en un

burro. Vamos a seguir subiendo a ver si hay más luz.

—No creo que se pueda subir más. La escalera acaba aquí.

—Tienes razón. Bajemos, entonces.

Lo dudé por un momento, limpiándome la cara con el dorso de la

manga del jersey. Pero la verdad es que no tenía mucho sentido

quedarse allí. Probablemente mi padre, Anna y Eggs me habrían

olvidado completamente y estarían de vuelta en casa. Y tres días más

tarde dirían:

— ¿Qué le habrá pasado a Ellie?

Después se encogerían de hombros y yo pasaría definitivamente al

olvido más total.

—Si quieres, te cogeré de la mano para ayudarte —dijo el chico, que

debió de pensar que era muy tímida.

—Puedo hacerlo sola perfectamente. Gracias —debo reconocer que

bajar no fue fácil. Se me puso la piel de gallina.

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Los escalones parecían mucho más resbaladizos que al subir y no había

barandilla. Tropecé y el chico me agarró.

—¡Ten cuidado! —dijo otra vez.

—¡Ya lo tengo! —le contesté.

—Te apuesto lo que quieras a que habrá alguien esperándonos abajo, y

nos van a poner a caldo, porque esta zona es peligrosa —dijo—. Ese es

mi problema. En cuanto veo algún sitio por donde no se puede pasar,

siento la necesidad de explorarlo y me olvido de todo lo demás. Así que

siempre estoy metido en líos. Me llamo Daniel, pero mi familia y mis

amigos me llaman Dan el Alelado cuando están hartos. Claro que no

siempre, sino cuando me da por explorar y se me va el santo al cielo.

Normalmente me llaman Dan, sin más.

Siguió hablando y hablando, hasta que por fin salimos a la luz

guiñando los ojos. Era perfecto lo de Dan, sin más. Tenía el pelo como

que le explotaba por todas partes y una naricilla tan pequeña que se

tenía que colocar todo el rato las gafas en su sitio.

Conseguí enfocarlo a través de los cristales pegajosos de las mías y

exclamé al mismo tiempo que él:

—¡Eres tú!

Su familia tenía una casa, igual de húmeda y desastrosa que la

nuestra, como a un kilómetro valle abajo. Los solíamos ver en el

supermercado y, a veces, también por las noches en la cafetería del

pueblo. Mi padre y el suyo jugaban juntos a los dardos. Y, algunas

veces, Anna y la madre de Dan se sentaban juntas y charlaban un rato.

La verdad es que parecían proceder de planetas diferentes, aunque las

dos estuvieran en vaqueros, con jersey y botas, porque los vaqueros de

Anna son muy apretaditos y le marcan el trasero, y lleva jerséis de

diseño y unas botas geniales que terminan en punta. En cambio, la

madre de Daniel tiene un trasero aún mayor que el mío. Los jerséis le

quedan pequeños y sus botas son botazas. De esas de dar paseos por el

campo embarrado.

A toda la familia de este chico le gusta pasear. Salen bajo la lluvia,

todos envueltos en sus chubasqueros de color naranja, y horas más

tarde los ves, como si fueran margaritas gigantes, en la cima de una

montaña distante. Son cinco hermanos. Todos muy serios y anticuados.

Dan es el mayor. Debe de tener mi edad, aunque es bastante más bajo

que yo, y eso que no soy alta. En el bolsillo del chubasquero lleva una

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guía la mar de gorda sobre castillos. Típico.

—¡Lo conseguimos! —exclamó. Como si volviéramos del espacio sideral.

Intentó saltar la cuerda de la entrada triunfalmente, pero tropezó.

—No me extraña que te llamen El Alelado.

No se veía ni rastro de papá, de Anna o de Eggs. A lo mejor sí que se

habían ido sin mí.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó Dan limpiándose la tierra de

encima—. ¿Rapunzel?

—¿El qué?

—Bueno, te encontré hecha polvo en una torre como Rapunzel, ¿no es

verdad?

Me acordé de que era el personaje de un cuento.

—¿Qué pasa? —le pregunté—. ¿Es que te gustan los cuentos de hadas?

Se lo dije como insultándole, pero él lo tomó muy en serio.

—Pues sí que me gustan, la verdad —respondió—. Papá me ha regalado

un ejemplar de El Mabinogión, por aquello de que estamos en Gales.

Pues para mí, como si hablara en galés también; no entendía nada de lo

que contaba.

—Son viejos cuentos galeses —siguió Dan impertérrito—. La mar de

románticos. Si quieres, te puedo dejar el libro.

—No me parece que me vaya a gustar.

—¿Ah, no? ¿Qué te gusta leer entonces? ¿Y ese librito negro que llevas

siempre contigo?

La verdad es que me sorprendió. Ha tenido que fijarse mucho en mí,

porque lo llevo escondido en el bolsillo.

—Es mi cuaderno de apuntes.

—Déjame ver —me pidió.

—No.

—Venga, no te cortes.

—No me corto. Es que esto es privado.

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—¿Y qué es lo que dibujas, castillos?

—No, castillos no.

—¿Montañas?

—No, montañas tampoco.

—Entonces, ¿el qué?

—¡Pero qué plasta eres! ¡Es increíble!

Arrugó la nariz y me miró con una cara la mar de risueña. Así que tiré

la toalla.

—No son apuntes. Son dibujos. Como de cómics.

—¡Oh, estupendo! ¡Me encantan los cómics! Me gustan mucho las tiras

de Calvin y Hobbes y los libros de Astérix. Los tengo todos. Fíjate que

llevo unos calcetines de Mickey Mouse y todo.

—Se subió un poco los vaqueros y se estiró los calcetines, todos hechos

un rebujo dentro de sus zapatillas.

—Muy monos —apunté.

—Bueno —dijo él, e hizo una mueca—. Ya sé que no voy exactamente a

la última moda...

Pues, mira, en eso estábamos totalmente de acuerdo. Pensé que si

hubiera estado en casa me habría espantado que me vieran con él.

Tiene una pinta horrible. Pero también tiene un punto, el tío, y es más

persistente que un cachorrillo. Ni siquiera parecía molestarle que fuera

tan antipática con él, y no es normal que yo sea tan antipática. Lo que

pasa es que me estaba preocupando la desaparición de mi familia. En

cambio, la suya allí estaba. En pleno. Contemplando los montoncillos

de piedra con mucha atención. Una de sus hermanas nos vio y dijo:

—¡Dan! ¡Corre, baja, que necesitamos el libro de los castillos!

Las demás margaritas nos saludaron y empezaron a gritarnos algo.

—Mejor será que me vaya. No van a parar hasta que lo haga —apuntó

Dan—. ¿Vienes con nosotros?

Le seguí hasta abajo. Papá, Anna y Eggs no estaban por ningún lado.

Acabaría con la familia de las margaritas. Aunque estaba tan

desesperada que no me pareció mala idea.

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Pero, de repente, aparecieron los tres: papá, Anna y Eggs. Y no parecían

mínimamente preocupados.

—¡Hola, Ellie! —dijo papá—. Veo que has hecho amistades. Qué

estupendo.

Dan hizo una mueca. Yo, muda.

—¿Dónde habéis estado? —pregunté.

—Le estábamos enseñando a Eggs cómo la gente medieval iba al baño

en el castillo, pero le entraron ganas de hacer pis y tuvimos que buscar

un retrete a la fuerza. No estarías preocupada, ¿verdad? Pobrecita mía.

—No, no, claro que no —contesté yo, hundida en la miseria.

—Bueno, Ellie, ya nos veremos —dijo Dan.

Le vi algunas veces. Casi siempre con las margaritas. Y con Eggs. Un

día, las dos familias fuimos juntas de excursión. Volvió a llover y

acabamos comiendo bocadillos húmedos, salchichas llenas de agua y

patatas mojadas. A nadie pareció importarle, y Dan consiguió que los

críos se divirtieran un montón. Mi hermano le adoraba, pero yo acabé

hasta las narices. Me senté en una roca, cogí mi cuaderno y empecé a

dibujar. Hasta que una sombra cayó sobre la página. Cerré mi libreta

de golpe.

—Déjame ver —dijo Dan.

—No.

—No seas plasta, venga, déjame ver. Hazme un favor especial. Es el

último día.

—Gracias a Dios.

—¿Por qué?

—No aguanto más. Esto es un agujero —dije.

—Estás loca. Es un sitio estupendo. ¿Para qué quieres ir a casa, si el

colegio empieza el lunes? ¿Quién sabe lo que nos depara el destino en

los últimos años de Secundaria?

—Seguro que no estás en mi curso —le dije. Sabía que tenía solo trece

años. No es ni siquiera un adolescente.

—Sí que lo estoy.

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—Mentira. Eres un crío.

—No señora; estoy en tu curso, de verdad —parecía un poco apurado—.

Es que voy un año adelantado.

—Solo me faltaba eso. ¿Qué pasa? ¿Eres un cerebrito o qué?

—Pues sí.

—Eso lo dirás tú.

—Deberías de estar contenta por salir con un chico que tiene un poder

mental de muchos megas —presumió Dan.

—Nosotros no salimos juntos, idiota.

—Pues a mí me gustaría que saliéramos.

—¿Quééé?

—Es que me gustas —dijo muy serio—. ¿Quieres ser mi chica?

—No, guapo —contesté—. Por supuesto que no. No eres más que un

crío.

—¿No te gustaría tener un hombre juguete?

—Pues no, la verdad.

—¿Puedo verte alguna vez?

—Estás de los nervios —dije—. Tú vives en Manchester y yo en Londres.

¿O no?

—Podemos escribirnos.

Me dio tanto la lata que accedí y le escribí mi dirección en un trozo de

página de mi libreta. Supongo que la habrá perdido. De todos modos,

no me escribirá. Y si lo hace, no pienso contestarle. No tiene sentido. Es

un crío. Y un plasta. A lo mejor no está mal en pequeñas dosis, pero no

es exactamente lo que yo llamaría un buen partido.

Si solo fuera cinco años mayor... ¿Por qué no puede ser un tío

estupendo, de ojos oscuros y con un pelo rubio fantástico?

Me pregunto si volveré a ver al chico rubio. Voy andando, muy despacio,

medio soñando y pensando en él. Y, de pronto, me encuentro con la

visión de mi cara en un escaparate y veo que parezco una zombi, con

los ojos brillantes y la boca abierta. Y me fijo en el reloj de la tienda y

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veo que son las nueve. ¡Las nueve! ¡No puede ser! ¡Pues sí!

Las nueve, mi primer día y me voy a meter en un lío antes de empezar

siquiera.

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NUEVE HÉROES Y HEROINAS

1. John Lennon - porque era el mejor de los Beatles y además un

buen artista que solo deseaba la paz.

2.Frida Kahlo - porque fue capaz de pintar magníficos cuadros

a pesar de tener que estar todo el rato en la cama con la espalda

hecha polvo.

3. Ana Frank - porque durante la guerra escribió un

maravilloso diario encerrada en un escondrijo de su piso de

Ámsterdam.

4. Van Gogh - porque fue un gran artista y pintaba y pintaba,

aunque no se comiera una rosca el tío.

5. Anna Rice - porque escribe sobre vampiros y tiene una casa

gigantesca llena de muñecas chinas de tamaño natural.

6. Maurice Sendak - porque sus dibujos son increíbles, sobre

todo los del libro "De donde vienen los monstruos".

7. Julian Clary- porque es un revolucionario, el tío, y además

muy guapo.

8.. Zoe Ball - porque está llena de energía y me gustaba ver su

programa de arte en la tele,

9. Nick Park - ¡Porque Wallace y Gromit son guay!

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Capítulo 2

Dos amigas

oy a todo correr por el pasillo a la clase de la Henderson. ¿A

quién puede hacerle gracia tener a la Palo de Hockey Henderson

como tutora de curso? ¿Qué es lo que les pasa a los profes de

educación física? Desde primero de Secundaria la tengo pegada a los

talones.

—Venga, Eleanor!

—Muy mal, muy mal, Eleanor.

—¡Haz el favor de correr, chica! ¡Corre, corre!

Tuve que desarrollar tácticas estratégicas, inventándome fuertes dolores

de cabeza o reglas espantosas nada más empezar la clase de gimnasia,

pero nunca pude darle el pego. Incluso me hizo correr seis veces por

todo el campo de juego y me pitaba con el silbato ese que lleva siempre,

en cuanto me veía jugar un poco más lentamente.

No la puedo ni ver. Odio las clases de educación física. A veces Magda

se pone a mi lado y actúa como si también a ella le fuera imposible

moverse. Porque tampoco a Magda le gustan los deportes. Detesta

despeinarse su pelo rubio y no intenta siquiera coger una pelota, no sea

que se le rompa una uña. Aunque, si la obligan, es capaz de correr

como el viento, encestar seis veces seguidas en baloncesto o dar un

golpe a la pelota de hockey y centrarla como nadie.

En cambio, Nadine es todavía peor que yo. Es muy esbelta, pero si la

obligas a correr parece como si se le cayeran los brazos y las piernas, y

acaba trotando como una muñeca rota con la cabeza colgando.

Tengo muchísimas ganas de ver a Magda y a Nadine. No las he visto

desde hace semanas. Volvimos ayer de nuestra horrible casa galesa.

Pero, no sé por qué, mis pies van cada vez más despacio, mientras me

arrastro por el pasillo del colegio, que, por cierto, acaban de encerar.

Mis zapatos son horrorosos. Son los zapatos marrones de reglamento.

No he visto nunca cosa más fea. Unos Clarks espantosos, mientras que

las chicas de los demás colegios se ponen lo que quieren: zapatos de

tacón, Adidas, Doc Martens... En Shelleys venden unos zapatos

V

Page 20: Chicas Enamoradas - Jacqueline Wilson.pdf

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cantidad de sexys. Con tacones, tacones altísimos, y además de un

color bronce brillante. Total, bronce, que es como si fuera marrón.

Parecido. Le pedí a Anna que me los dejara para venir al colegio, pero la

tía, ni caso. Es asqueroso. Es más alta que papá y lo sabe.

—¿Eleanor Allard?

¡Jo, es la Trumper!, la directora. Peor todavía que la Henderson. Las

clases han empezado hace solo cinco minutos y ya está controlando.

Patético. Estas viejas no tienen otra cosa que hacer.

—¿Qué haces por el pasillo, Eleanor?

—Nada, señorita Trumper.

—Ya lo veo. ¿En qué clase estás este año?

—En la de la señorita Henderson —le digo, mirando a la puerta que está

justo frente a mis narices.

—Bueno, ¿y qué haces ahí parada? No me dirás que ya te han echado

de clase, ¿verdad?

—Pero ¡si no he entrado todavía!

—Bueno, ¡pues entra de una vez! Inmediatamente.

Agarro el pomo de la puerta. Oigo la voz de la Henderson, a toda

pastilla, que está contándoles las mil y una reglas que hay que cumplir

en nuestro curso, clase Neptuno. ¡Oh, sí! Cada clase lleva el nombre de

un planeta: Neptuno, Venus, Mercurio, Júpiter, Marte. No sé por qué

nunca hablan de Urano. Nosotras somos las de Neptuno y llevamos un

pequeño tridente en la mochila. Qué aburrimiento. Nadie quiere estar

en Neptuno. A Magda le gusta Venus, y a Nadine, Marte, porque le

gustan las barras de chocolate Mars. En cuanto a mí, me gustaría estar

en Mercurio, porque me gustaba mucho el cantante Freddy Mercury,

aunque haya muerto.

—¡Eleanor! —me increpa la Trumper, parada en medio del pasillo—.

¿Estás catatónica o qué te pasa?

Encima se piensan que tienen mucha gracia.

—No, señorita Trumper.

—¡Pues entra de una vez!

Giro el pomo de la puerta otra vez y entro en clase. Ahí está la

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Henderson, sentada en la mesa, balanceando las piernas. Lleva una

falda de tablas espantosa para demostrar que es la tutora, pero no lleva

medias, sino calcetines cortos y zapatillas de deporte. Así está

preparada para salir como una flecha al campo de deporte en cuanto

termine la clase.

Me echa una bronca. A todo gritar. Grita tanto que se me despliegan las

orejas como a Dumbo. Empieza a decir cosas como: «Primer día. Pereza.

Actitud positiva. Hay que esforzarse más».

Bajo la cabeza y hago como si me encontrara en lo más profundo de

una desesperación total, a ver si se cortaba la tía. Por debajo del

flequillo intento ver si Magda y Nadine están en el aula. Y las veo, están

en el fondo. Magda me hace una mueca y Nadine me saluda con un

gesto. Me han guardado el sitio. Y la señorita Henderson deja que me

escurra hasta quedar sentada en medio de mis amigas. Magda susurra:

—¡Hola, nena! —Nadine me ofrece un chicle. Mi primer día de colegio ha

empezado. Menos mal que la Henderson no me ha castigado por llegar

tarde.

Porque los primeros días son asquerosos. Horarios nuevos, cuadernos

nuevos y todos los profes que empiezan sus clases diciendo eso de que:

«Ahora que ya estáis en primero», etc., etc. Y, en el recreo, Crissie nos

ha enseñado las fotos que sacó de vacaciones en las islas Barbados,

una por una; y luego Jess nos cuenta sus vacaciones aventura, e

intenta demostrarnos que tenían que dar saltos así de altos, de modo

que no tuvimos ni un momento para estar a solas, Magda, Nadine y

Ellie, hasta pasado el mediodía.

Por fin nos sentamos en las escaleras que llevan a las taquillas. El

mismo sitio donde nos hemos sentado siempre, a lo largo de los dos

últimos años. Claro que está todo lleno de crías recién llegadas al

colegio, todo el rato haciendo el pino contra la pared, con las faldas

embutidas dentro de las bragas grises del uniforme que acaban de

estrenar.

—Por favor —dice Magda—. ¿No podéis ir a otra parte a mover las

piernecitas, nenas? Es que me distraéis.

Se ponen de pie riéndose como locas y después desaparecen cuando

Magda bate palmas.

—Ya está bien —dice, y se sienta. Su falda es lo menos seis centímetros

más corta que la mía. Tiene que sentarse con muchísimo cuidado, si no

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quiere que se le vean las bragas. Que, desde luego, no son bragas de

reglamento.

Nadine se sienta a su lado y se quita los zapatos, muy desgastados. A

través de la media, se le ve el esmalte de las uñas de los pies. Negro

perla.

Me siento yo también. Las quiero mucho. ¡Jo, que sí! Y, cuando lo

pienso, siento como calorcito en el corazón.

Nadine es mi amiga desde la guardería, cuando jugábamos en la Wendy

House, la casita de muñecas del jardín, a envenenar a las muñecas con

la hierba. Y en Primaria seguimos siendo amigas, jugando a las brujas

en el patio, a sirenas en clase de natación, y a fantasmas cuando

dormíamos juntas. Nos prometimos ser las mejores amigas del mundo.

Para toda la vida. Ella y yo. Pero el primer año de Secundaria no

pudimos sentarnos juntas. Estábamos por orden alfabético y fue allí

donde me encontré con Magda.

Al principio, la tía me daba un poco de miedo. Porque con solo doce

años ya tenía un cuerpazo que te mueres. Y se peinaba de una forma la

mar de sofisticada y llevaba rímel en las pestañas. Tenía unos ojos de

sabérselo todo impresionantes. Encima se depilaba las cejas, y cuando

te miraba las enarcaba de un modo que... ¡bueno! No me habló en toda

la primera semana. Un día estaba yo dibujando en la tapa nueva de mi

libreta de apuntes, y dibujé una gata supe moderna con la cara de

Magda. Una gata de verdad, con bigotes puntiagudos y una cola peluda

y guay. Y luego me dibujé a mí: un ratoncito gordo y asustado, de nariz

temblona y patitas delgadas. De pronto, Magda se fijó en lo que hacía y

se dio cuenta de su parecido con la gata.

—¡Jo, Ellie, es genial! —exclamó.

Seguí dibujando y le gustaron todos mis dibujos. Así que nos hicimos

amigas. Quería que yo fuera su mejor amiga.

Pero yo tenía a Nadine. Y a Nadine no le gustaba Magda. Pero, un día

que Magda me invitó a subir a su casa después del cole, le dije a Nadine

que se viniera ella también. Más que nada porque quería apoyo moral,

la verdad. Me imaginaba que Magda debía de tener una vida muy

independiente y muy suya. Pues nada más lejos de la realidad. Su

familia es superdivertida, ruidosa, y encima se mete en todas sus cosas.

Magda es como el bebé de la casa. La favorita de todo el mundo. En su

casa actúa como si fuera una niña pequeña.

Nos llevó a su cuarto, que está en el piso de arriba, y nos maquilló a las

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dos. Me encantó. A mí me puso unos ojos oscuros estupendos, tras mis

gafas, y me pintó una línea muy fina en cada lado de la cara, haciendo

desaparecer mis mofletes. Como era la primera vez que me

maquillaban, me pareció genial. Nadine se mantenía muy fría y

distante. Magda dijo que ahora era el turno de Nadine.

Y la puso increíblemente gótica. Con una cara blanca como la leche, un

pintalabios negro de verdad y unos ojos de muerte. Cuando Nadine se

miró al espejo, sonrió a su nueva y estupenda cara, y decidió que

también ella quería ser amiga de Magda.

Así que en los cursos siguientes hemos sido las mejores amigas del

mundo. Ahora tenemos catorce años. Bueno, Magda va a cumplir

quince enseguida, Nadine los cumplirá en diciembre y yo tendré que

esperar hasta junio.

Es asqueroso. Porque yo parezco una cría; todavía no he crecido y soy

toda redonda, con la cara como un pan.

Y encima me salen hoyitos en las mejillas. Magda parece mucho mayor

que nosotras, sobre todo ahora que se ha puesto mechas. En cambio

Nadine, con su cara de corazón y su largo pelo negro sobre los

hombros, era como muy infantil. Una especie de Alicia en el País de las

Maravillas en negativo. Sin embargo, ahora está muy diferente.

—Bueno, chicas, ¿qué pasa, qué habéis hecho? ¡No os he visto en

siglos! —dice Magda, pero no se para a escuchar nuestra respuesta. Nos

empieza a contar todo lo que le pasó en España. Que si había un

montón de camareros detrás de ella, y un tío en la piscina que no hacía

más que tirarla al agua, y otro tío, mucho mayor que ella, que la

invitaba a refrescos en la piscina, etc., etc.

Cosas de Magda. No siempre le sigo la corriente. Me quedo mirando a

Nadine, que tampoco parece escucharla, y se esconde detrás de su pelo.

Le cae por encima de la cara como si fuera una cortina de terciopelo

negro. Se está tatuando algo en la muñeca con un rotulador. Un

corazón con un marco muy complicado. Qué raro. Los tatuajes de

Nadine suelen ser arañas o calaveras.

—¿Y tú qué, Nadine? —pregunto a esta, en cuanto Magda se calla.

—¿Qué quieres decir? ¿Que qué tal las vacaciones? —pregunta

Nadine—. Pero... ¡si te vi después de volver, antes de que te fueras a

vuestra casa de campo! Pues, ya sabes, infernales. Todo fue la mar de

simpático. Te pasabas las horas muertas haciendo cola, los niños se

ponían gorros de Mickey Mouse con grandes orejas, y había mogollón de

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gigantes disfrazados que saludaban a todo el mundo. Y muchos colores.

Por todas partes. Me dolían los ojos.

—Vuelve a tu féretro, señorita Vampiro —dijo Magda riéndose—. Estoy

segura de que a Natasha le encantó.

Natasha es la hermana pequeña de Nadine. Ni Nadine ni yo la podemos

aguantar, pero a Magda, que es extraordinaria, le encantan los niños.

Le gusta hasta mi hermano Eggs. Siempre está diciendo por ahí que le

gustaría tener más hermanos pequeños.

—Natasha se comió cuatro helados y después los vomitó en la camiseta.

Una que le acababan de comprar, rosa y con una Minnie Mouse

dibujada encima —aclaró Nadine, que está escribiendo un nombre

dentro del corazón que se ha tatuado en la muñeca.

Me inclino para leerlo.

—¿Liam? —le pregunto.

Nadine se ruboriza.

Nadine nunca se ruboriza; no tiene suficiente sangre, pero en este

momento veo, bajo su frondoso pelo negro, que se ha puesto colorada.

—¿Liam? —pregunta Magda—. No sabía que eras una fan de Oasis, tía.

—Ese Liam, no —aclara Nadine.

Magda me mira a ver si sé algo, pero niego con la cabeza. Miramos a

Nadine otra vez.

—Bueno, entonces, ¿quién es Liam? —pregunta Magda.

—¡Oh! —dice Nadine. Se calla un momento—. Pues es mi chico —dice

luego.

Nos quedamos mirándola.

—¿Tu chico?

Casi me caigo por las escaleras. Nadine tiene novio. No me lo puedo

creer. ¿Antes que yo? ¿Antes que Magda? Magda tiene montones de tíos

que se desmayan a su paso, o por lo menos eso dice, pero no sale con

ninguno.

—¿De verdad tienes novio? —pregunta Magda, que está más asombrada

que yo y todo.

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—Pero... ¡si no te gustaban los chicos, Nadine! —digo.

—Pues me gusta Liam —aclara Nadine—. Y además no es ningún crío.

Tiene diecisiete años y está en la universidad.

—¿Y de dónde lo has sacado? —pregunta Magda, que no parece muy

convencida—. ¡Nunca has hablado de él!

—Es verdad —añado yo—. En tus cartas no dijiste nunca nada de ese

tal Liam.

Les escribí montones de cartas a Nadine y a Magda, cuando estaba en

la casa de campo en Gales. Magda nunca me contestaba. Me mandaba

postales que ponían: «Cariños y besos. Punto. Magda». Muy mona, pero

no con demasiada información.

En cambio, Nadine me contestaba hojas y hojas, escritas a tope con su

cuidada caligrafía. Además dibujaba profusión de estrellas y lunitas en

el sobre, pero no me hablaba más que de una banda de música muy

rara que le gustaba mucho, o de que estaba aprendiendo a leer las

cartas del tarot. Aparte de eso, también aprovechaba para quejarse

mogollón de su familia. Porque su padre se pone pesado con ella, «que

estudie, que estudie y que sea la primera de la clase», y eso que es de

las primeras de clase; pero la primera es imposible porque está Anna,

que tiene un coeficiente intelectual que te pasas. Por otro lado, su

madre odia sus vestidos, odia su pelo y odia su maquillaje. A su vieja le

chiflaría que Nadine llevara vestidos cursis y sonriera como una

animadora de un equipo de fútbol americano. Y encima su hermana

Natasha es un horror andante y con calcetines. Cuando papá y mamá

están por ahí, la tía es un angelito, claro, pero con nosotras, cuando

sus papis obligan a Nadine a cuidarla, se comporta como el cachorro

del infierno.

Así que en sus cartas hablaba de lo de siempre, pero no me dijo ni una

sola palabra de Liam. Me siento fatal. No lo puedo remediar. Nadine y

yo siempre nos hemos contado todo.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le pregunto. Se me quiebra la voz casi

como si fuera a ponerme a llorar.

—Porque le conozco desde hace muy poco —dice Nadine estirando el

brazo para verse el puño recién tatuado.

—Pero entonces no es tu novio —comenta Magda arqueando las cejas—.

Es solo un chico que has visto por ahí.

—Un chico con el que te gustaría salir —añado yo, sintiéndome un poco

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mejor y a punto de contarles lo del chico rubio que vi esta mañana

cuando venía al colegio.

—No, no —contesta Nadine—. Liam y yo salimos el sábado pasado. Por

la mañana nos habíamos encontrado en la tienda de discos Tower

Records. Estaba echando un vistazo por la sección de compañías

independientes, y él también; y, además, buscábamos un disco del

mismo grupo. Y, como solo había un CD, dijo que me lo quedara yo.

—¿Y te pidió una cita así como así? —le pregunto incrédula.

—Bueno... Estuvimos hablando un rato. Estaba allí de pie y quería

morirme. Quería decir algo, pero no se me ocurría nada. Luego, él

empezó a decirme no sé qué de otro grupo que actuaba en un club y me

preguntó si quería ir con él. Así que le dije que sí, aunque nunca había

estado allí. Bueno, es que nunca había estado en un club. Ya sabéis

cómo son mis padres. Me pueden hacer papilla si se enteran. Así que,

cuando volví a casa, les dije que tú, Ellie, habías vuelto del campo antes

de lo previsto, y que íbamos juntas a una fiesta en casa de Magda, y

que luego tu padre me traería a casa. Tuve que decirlo porque me

imaginé que volvería muy tarde. Espero que no te importe.

—¿Y estabais solos? —le pregunté superintrigada. No me lo podía creer.

Nadine, tan tranquila, siempre encerrada en su cuarto oyendo música

rara. ¡Si nunca sale a ninguna parte!

—¿Y era majo el tal Liam? —preguntó Magda.

—Pues sí. Yo estaba aterrada de salir con él. Y pensé que me echarían

del club a patadas por no tener edad suficiente.

—¿Por qué no me llamaste por teléfono? Te hubiera acompañado —dice

Magda.

—Sí, pero a lo mejor el tío se echaba para atrás. O le gustabas tú más

que yo —dice Nadine. Magda asiente—. No. Pensé que iría a echar un

vistazo y que si había algo raro, pues que me volvería a casa. Pero Liam

me estaba esperando allí y entonces pagó dos entradas y fuimos a la

parte de atrás, donde estaban los músicos, y después del concierto me

llevó a casa. Bueno, me llevó hasta el final de la calle. No le dejé llegar a

casa, por si las moscas. Hemos quedado el sábado que viene. Así que

diré en casa que salgo contigo, Ellie. Te parece bien, ¿verdad?

—Sí, claro —contesto medio atontada.

—Bueno, ¿y cómo es? —pregunta Magda.

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—Es guay. Pelo oscuro, ojos melancólicos y oscuros, y además viste de

cine.

—¿Le has dicho que solo tienes catorce años? —le pregunto.

—Al principio, no. Hice como que tenía quince. Y él dijo que bueno, que

tenía los justos.

—¡Oh, cielos! —dice Magda.

—Sí, claro, pero después, como estaba hablándole de vosotras, le dije

que Ellie y yo éramos amigas de toda la vida y que era amiga tuya,

Magda, desde que empezamos Secundaria, hace un par de años, y de

repente me di cuenta de que había metido la pata. Y él, al principio, se

sobresaltó, pero luego lo único que hizo fue tomarme el pelo. La verdad

es que no le importa nada que tenga solo catorce años. Bueno, casi

quince. De hecho dice que no aparento mi edad.

—Ya —dice Magda—. Bueno, y... ¿os besasteis?

—Claro, un montón de veces.

—¿Con la boca abierta?

—Por supuesto —dice Nadine—. Besa estupendamente.

Yo también tengo la boca abierta. Nadine y yo ya habíamos comentado

que eso de besar con la boca abierta nos parecía una cosa asquerosa.

Que la lengua de alguien se pasee por tus empastes dentales.

—Tú dijiste... —empiezo.

Nadine se ríe.

—Sí, ya sé que lo dije, pero es que con Liam es diferente.

—Es fantástico, ¿a que sí? —exclama Magda, que nos había relatado

con detalle sus aventuras.

Nadine me mira casi con pena.

—Ya verás, Ellie —me dice—. Algún día tú también tendrás novio.

—Claro.

Sigo con la boca abierta y empiezo a hablar.

—No tenéis por qué preocuparos. Ya lo tengo —digo sin pensármelo dos

veces.

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Nadine me mira.

Magda me mira.

Me da la sensación de que yo también me estoy mirando.

¿Qué he dicho? ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué les he metido una bola?

Ahora no puedo detenerme.

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NUEVE DESEOS

1. Ojalá tuviera novio.

2. Ojalá pesara una tonelada menos. O mejor todavía: dos

toneladas.

3. Ojalá fuera dos metros más alta.

4. Ojalá tuviera una larga melena rubia y sedosa.

5. Ojalá tuviera una cazadora de cuero.

6. Ojalá tuviera unos zapatos nuevos.

7. Ojalá tuviera dieciocho años.

8. Ojalá pudiera detener las guerras, la pobreza y la

enfermedad.

9. Ojalá viviera mamá.

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Capítulo 3 Tres novios

igo la voz de alguien que habla de un chico al que conoció en

vacaciones. En Gales. Un chico en el que me fijé enseguida,

pero con el que no pude hablar como es debido, hasta que

tuvimos un encuentro en un romántico castillo medio derruido. Un día

tempestuoso.

—Caímos el uno en brazos del otro —digo. Lo cual es parecido a la

verdad. Les digo que se llama Dan e inmediatamente me preguntan que

cuántos años tiene.

—No tan mayor como tu Liam, Nadine —digo, lo que también es verdad.

—Pero ¿cuántos años tiene? —insiste Magda.

—Pues... quince —contesto, mientras pienso que, total, solo le faltan

dos años.

—¿Es guapo? ¿Viste bien? —insiste Magda.

Abandono por completo la realidad y continúo:

—Es muy guapo. Rubio, con un pelo precioso que le cae un poco sobre

la frente y los ojos oscuros, súper intensos. Tiene una forma de mirar...

No sé cómo explicarte... Es como un sueño hecho realidad. Y viste...

bueno, va muy normal. Téjanos, camisetas... Por lo menos eso es lo que

llevaba en vacaciones, claro. Es asqueroso. Solo nos encontramos al

final. Y, sin embargo, cuando empezamos a hablar, era como si nos

hubiéramos conocido de toda la vida.

—¿Te besó? —pregunta Nadine.

—No, no tuve esa suerte. Estaba mi familia por ahí todo el rato, qué

quieres. Un día fuimos de excursión y conseguimos estar un rato solos,

pero justo cuando él se estaba poniendo romántico y tal, apareció mi

hermano, empezó a darnos la brasa, y nada, ¡se acabó!

—¿Qué es lo que tanto te entusiasma, Eleanor?

¡Oh, cielos! Es la Henderson, en chándal, que va al gimnasio dando

O

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saltos. Me miro los pies, me pongo colorada e intento aguantar la risa.

—Habla de su novio —dice Magda.

—¡Sorpresa, sorpresa! —dice la Henderson. Suspira después y añade—:

Vosotras, las chicas, siempre con el mismo rollo. Parece que solo tenéis

una idea fija en el cerebro. Miles de mujeres inteligentes y voluntariosas

lucharon grandes batallas para ensanchar vuestro horizonte y, sin

embargo, preferiríais seguir aquí toda la vida, diciendo tonterías sobre

los chicos que os gustan, en vez de preocuparos en adquirir una

educación como es debido.

—Tiene razón, señorita Henderson —dice Magda sin convicción.

—Muy bien. Acabad vuestra charla, y mañana, castigadas, porque como

estabais tan apasionadas con vuestra interesante conversación, no os

habéis dado cuenta de que las clases han empezado hace cinco

minutos. Entrad inmediatamente.

Nos levantamos como resortes y nos vamos a clase de inglés, donde

oímos una reprimenda parecida. No es justo. Inglés me gusta bastante.

Es la única cosa en la que soy buena, aparte de arte, pero la profe nos

mira torcido y dice lo mismo, lo mismo de siempre. Nos separa y me

tengo que sentar sola, justo en las primeras filas del aula.

Este año nos toca Romeo y Julieta. Todo el mundo piensa que es

aburridísimo. Tengo que decir que, en privado, a mí Shakespeare me

gusta bastante. Me gusta cómo maneja las palabras, aunque a veces no

le entienda ni la mitad. Al principio es un poco rollo, pero lo vas leyendo

y llegas a la parte en la que aparece Julieta y la cosa se va poniendo

interesante. Julieta solo tiene trece años, casi catorce. Hasta podría

estar en clase con nosotras, si anduviera por aquí. Si no me equivoco,

tanto su tata como su madre están como locas por que se case con

alguien.

Me siento y empiezo a pensar cómo sería la vida de Julieta. Y cómo

sería estar casada a los catorce años. Debía de ser chachi. Siempre que

tuvieras pasta para pagar la renta de tu mansión italiana, claro, y el

sueldo del montonazo de criados que cuidarían de tus maravillosos

vestidos medievales, marca Versace, y que te llevarían pizzas a la cama

de dosel, donde yacerías con tu marido...

La profesora grita mi nombre y casi doy un salto.

No solamente llegas diez minutos después del comienzo de mi clase,

Eleanor Allen, sino que, obviamente, ahora que estás aquí, no me

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prestas ni la menor atención. ¿Se puede saber qué es lo que te pasa?

—Que está enamorada, señorita —dice Magda, que jamás se calla nada.

La profe gime de la exasperación, mientras toda la clase se muere de

risa. Me parece que me he metido en un buen lío. Miro la página que

tengo frente a mis ojos. Veo una frase que parece muy apropiada:

—Húndome bajo el peso enorme del amor —leo, mientras me pongo en

pie, pero veo que a la profe no le ha hecho ninguna gracia.

—Ten cuidado, no vayas a hundirte demasiado, Eleanor. Mira lo que les

pasa a los amantes al final de la obra —dice—. Bueno, chicas, calmaos

y vamos a concentrarnos en Shakespeare.

Decido que me concentraré yo también. No voy a tener tiempo de

inventar nada para contarles a Nadine y Magda cuando lleguemos a

casa, porque después tenemos matemáticas, que es la última clase,

pero bueno...

Como ya es muy tarde para concentrarme en nada, acabo chupándome

el dedo pulgar, toda preocupada. Cuando era pequeña me chupaba el

dedo todo el rato. Ahora, cuando estoy ultra ansiosa, me lo chupo solo

un poquito para calmarme. Me pregunto si fumar tendrá un efecto

parecido. Claro que no se puede fumar en clase, pero un día que Magda

compartió conmigo un paquete de Benson lejos del colegio, me puse tan

enferma y me mareé tanto que, cuando encendí el segundo, decidí no

hacerlo nunca más en la vida.

Tengo que pensar qué voy a decir de mi supuesto novio. Pienso en su

pelo rubio y en sus ojos oscuros. Solo que ese es el chico que he visto

esta mañana cuando venía al colegio. Y no tengo ni idea de quién puede

ser. Cuando Magda y Nadine se han puesto tan pesadas

preguntándome cosas, me he encontrado describiéndole sin darme

cuenta. Porque si les hubiese contado la pinta que tiene el verdadero

Dan, se mueren. Seguro. No cabe duda: soy una bocazas. Una especie

de hada madrina enloquecida que toca con su varita mágica al pequeño

Dan de la casa de Gales y... ¡hala!, lo transforma en el sueño dorado de

esta mañana.

Todo hay que decirlo: Magda y Nadine se lo han tragado. Hasta yo me lo

he tragado. Siempre he tenido la manía de inventarme cosas. Empezó

cuando era muy pequeña. Después de morir mi madre...

Fue tan espantoso y me sentía tan sola, que seguía haciendo todo como

si ella viviera. Y se me metió en la cabeza que si hacía determinadas

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cosas, como pasarme un día sin ir al baño o empeñarme en no dormir

en toda la noche, pues que de pronto ella entraría en mi cuarto y yo

descubriría que había sido un error y que no había muerto. Que había

muerto la madre de alguien que no era yo. A veces, cuando estaba en la

cama despierta, con los dedos en los párpados para que no se me

cerraran, casi la podía ver. Se acercaba para hacerme mimos, tan cerca

que sentía hasta su perfume.

Después, dejé de hacer cosas raras, pero no dejé de pensar en ella. Me

parecía que estaba muy cerca de mí. Le hablaba dentro de mi cabeza y

ella me contestaba y me decía todas esas cosas que dicen las madres

normales. Que tuviera cuidado al cruzar la calle, que comiera como una

buena chica, etc. Cuando me iba a la cama, hablábamos de lo que

había pasado en el colegio y luego me decía:

—Noches, noches, nenita...

Y yo contestaba:

—Buenas noches, mamita...

Y seguí haciéndolo, incluso después de que papá se casara con Anna.

Anna solía decirme cosas así, pero no es lo mismo. De hecho, yo no la

podía ver ni en pintura, solo porque no era mamá. Ahora he crecido. Me

doy cuenta de que no tiene la culpa. Es una tía legal. A veces. Pero no

es mi madre.

¿Y qué me diría mi madre ahora? Eso es lo más difícil de saber. Porque

yo puedo charlar y charlar con ella, pero son conversaciones que

pertenecen al pasado. Conversaciones que oí cuando era pequeña. La

madre que recuerdo no parece percatarse de que ahora soy mayor. Tan

mayor como para tener novio. Solo que no lo tengo y encima les he

contado a mis dos mejores amigas un montón de mentiras.

—Diles la verdad, Ellie —apunta mi madre firmemente. Oigo su voz tan

claramente que me pongo a mirar a todas partes, a ver si alguien de la

clase la ha oído también.

Sé que tiene razón y, de hecho, le doy vueltas a la idea de contárselo

todo. Diré que les estaba tomando el pelo a ver si se lo tragaban. Que sí,

que en vacaciones había conocido a un chico que se llamaba Dan, pero

les diré lo horroroso que es. Les contaré mi encuentro con el tío rubio,

ese al que he visto esta mañana. Ese que está como un tren. Les haré

unos cuantos dibujos. Yo con mi varita mágica que transformó al horror

de Dan en el príncipe de mis sueños. Les hará gracia. Bueno, a lo mejor

les parece un poco raro, pero ya saben que yo tengo un punto. Y,

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aunque piensen que estoy como una cabra, sé que me querrán lo

mismo.

Se lo diré cuando vayamos a coger el autobús. Y las aguas volverán a su

cauce, si no fuera porque Nadine sí que tiene novio. El tal Liam. A no

ser que se lo haya inventado también. Porque Nadine y yo nos

quedamos solas en eso de inventar historias. Por eso precisamente me

empeñé en ser amiga suya. Sería genial que se lo hubiese inventado.

Pero, cuando salimos de clase, y Magda me está preguntando no sé qué

de Dan y yo estoy a punto de decirle la verdad, aunque tenga la

garganta seca y me sienta como una verdadera imbécil, Nadine se

queda como una muerta. Boquea. Parece un pez.

—¿Nadine?

La miramos. Colorada como un tomate. La verdad es que me cuesta un

montón acostumbrarme a que su piel, tan blanca y brillante que parece

nieve, adquiera este llamativo color asalmonado

—Nadine, ¿qué te pasa? —le pregunto. Magda es mucho más rápida

que yo. Ya le ha visto—. ¡Vaya! —exclama—. ¿Ese es Liam?

—¡Sí! ¡Jo! —exclama Nadine—. Y yo con el uniforme.

—Bueno, ya sabe que vas al colegio.

—Sí, pero parezco una grulla. No puedo dejar que me vea así —Nadine

se esconde detrás de mí, transformándose en un ovillo—. Venga, Ellie,

entremos en el colegio otra vez —me dice en un susurro.

—Venga, estás como una cabra —dice Magda—. Además, ya te ha visto.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta Nadine, tartamudeando y todavía

escondida detrás de mí.

—Porque está agitando los brazos como un loco. Bueno, para ser

exactos, te está haciendo gestos. ¡Qué tío! ¡Está como un queso! —dice

Magda.

Pues sí. Está como un queso. Es alto, tiene el pelo oscuro, los ojos

negros, y va a la última, con una camiseta negra apretada y téjanos

negros. Bueno, nada que ver con nosotras. El chico de mis sueños. Solo

que Liam es real. Y sigue haciendo señas a Nadine.

Nadine sale de su escondrijo y está la mar de guapa color de rosa.

Parece otra. Es como si no la hubiese conocido nunca. Le saluda

también ella, con el codo pegado al costado del cuerpo y un gesto un

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poco ridículo de sus largos dedos. Después se echa a correr hacia él,

que la espera apoyado en la pared.

—¡No me lo puedo creer! —murmura Magda—. Está para comérselo. No

entiendo qué puede ver en Nadine.

—¡Tía, eres una asquerosa! —le digo con firmeza, aunque reconozco

íntimamente que lo único que hace es decir en voz alta lo mismo que yo

pienso.

Me siento como si siempre hubiera estado en competición con Nadine.

Solo que yo pensaba haber ganado y resulta que ahora la tía está muy

lejos y yo voy la última.

—¡Venga, Ellie! ¡Vamos a saludarlos! —me dice Magda. Yo me niego.

—No podemos meter las narices donde no nos llaman —le digo.

—Por supuesto que podemos —contesta Magda, que me arrastra hacia

ellos sin dejarme opción. Se pasa la mano por el pelo ahuecándoselo y,

como quien no quiere la cosa, se suelta el primer botón de la blusa.

—Oye, Nadine —le dice, mientras va hacia ellos.

Me quedo como un pasmarote y no sé si seguirla o no. La sigo como si

jugara a ser su hada madrina. Nadine se ha sentado sobre el murete

con Liam y Magda está frente a ellos con una mano apoyada en la

cadera. No calla, pero Liam no le hace ni caso. En cambio, Nadine,

muda. Mira al suelo y se esconde detrás de su pelo.

—Y esta es Ellie, otra amiga mía —dice cuando llego a su lado.

No entiendo qué le ha pasado en la voz. Parece como si se la hubiesen

pasado por agua. No habla, susurra.

—¡Hola! —saludo con poquísima gracia.

Liam me hace un gesto de saludo y se vuelve otra vez a Nadine.

—El uniforme te queda genial —le dice.

—Estoy espantosa —protesta Nadine—. ¿Se puede saber qué haces

aquí?

—He acabado las clases antes de lo normal y he pensado en darme una

vuelta por aquí, a ver si era capaz de encontrarte entre todas tus

compañeritas. Y como te he encontrado, pues te vienes conmigo y nos

damos un paseo.

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—Bueno —dice Nadine balanceando las piernas. Liam levanta las cejas

y ella suelta unas cuantas risitas estúpidas.

—Bueno, pues adiós, Nadine. Adiós, Liam —dice Magda.

No responden.

—¡Qué tío! —me dice Magda mirándolos—. ¡Conque somos sus

compañeritas!

—Nadine se comporta de manera muy diferente con él, ¿verdad? —

murmuro.

—La verdad es que él no es muy amable —comenta Magda—. Espero

que Nadine sepa lo que hace. Me parece muy mayor para ella.

—No me gusta un pelo —añado.

—A mí tampoco. Pero si yo le gustara a él, podría tener una visión un

poco más positiva —dice Magda, riéndose a carcajadas.

Eso es lo bueno que tiene Magda. A veces puede ser una asquerosa,

pero es bastante honrada consigo misma.

—Bueno, Ellie —dice—. Te acompaño a la parada del autobús.

Nos cogemos del brazo. En la parada del autobús hay mogollón de

chicos que vienen del colegio Anderson. Nuestro colegio también es un

Anderson, pero es el de chicas. El femenino y el masculino están en

lugares diferentes, y separados por una calle. Colegios gemelos para

sexos distintos. Claro que casi todos los chicos del Anderson son

horrorosos. Vaya depre. Los pequeños son como animalillos, siempre

gritando, dándose patadas y tirándose las mochilas encima. Piensan

que tener sentido del humor es tirarse pedos. Claro que en mi clase hay

un montón de eso también. Horroroso. Y los dos cursos superiores no

es que sean mucho mejor, aunque quizá, buscando con lupa, te

encuentres con algún tío potable.

En la parada del autobús hay uno que no está nada mal. Uno de los

pocos. Se llama Greg No-sé-cuántos. Está bastante bien, pero como es

pelirrojo, cosa que detesta, se pone el pelo perdido de gomina para que

se le oscurezca. Si estuvieras liada con él y le acariciaras el pelo, sería

como meter la mano en aceite frío. Aceite de patatas fritas o algo así. No

es muy agradable.

Magda no se ha dignado a mirarle en su vida, pero no sé qué le pasa

que ahora va y le empieza a hablar en cuanto le ve:

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—¡Hola, Greg! ¿Cómo te va? ¿Qué tal las vacaciones? ¿Cómo te sientes

otra vez en el basurero? Encima nos han puesto mogollón de deberes.

Mira mi mochila, tío. La tengo hasta arriba.

Se acerca a Greg y le pone la mochila encima. Él vacila sorprendido. No

es que la mochila pese tanto; la que pesa es ella. Vaya manera de

acercarse. Y eso que nunca le había dicho ni una palabra. El tío está

más rojo que su pelo. Parece un idiota integral. Magda le mira como si

fuera Keanu Reeves o Brad Pitt o algo así. Le mira, suspira y abre los

brazos en cruz, como si le dolieran por el peso de los libros. Este último

movimiento tiene consecuencias espectaculares. Los botones de su

blusa están a punto de explotar. Greg parece una linterna. El tío se ha

iluminado.

Una banda de críos anda dando vueltas alrededor de nosotros y

diciendo asquerosidades. Magda los mira. Les suelta unos comentarios

envenenados y vuelve a mirar a Greg con arrobo. Le brillan los dulces

ojos azules.

—Oye, Greg, a ti no se te darán bien las matemáticas, ¿verdad? Es que

no entiendo nada de nada.

Mentira. Soy yo la que no es capaz de sumar ni siquiera con una

calculadora. Tampoco Nadine es mucho mejor que yo. Es Magda

precisamente la que nos hace siempre los deberes, pero está visto que

ahora le ha dado por hacerse la descerebrada.

—Pues la verdad es que se me dan bastante bien —dice Greg—. ¿Qué

problema tienes?

—Jo, ¡es que es complicadísimo! —dice Magda—. Oye, mira, el autobús

está llegando. Yo me quedo. Es mi amiga Ellie la que sube, pero ya sé lo

que vamos a hacer. ¿Sueles ir al McDonald's que está al lado del

mercado?

—Por supuesto.

—¿Nos podríamos ver allí? ¿A eso de las siete y media? Llevaré los

problemas y ya me dirás si puedes ayudarme o no. ¿Vale?

—Vale —dice Greg—. A las siete y media, claro.

—Pues bueno —dice Magda cogiendo de nuevo su mochila y sonriéndole

con todos sus dientes—. Tenemos una cita.

Se vuelve hacia mí y me guiña un ojo. Genial. En menos de cinco

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minutos, la tía también tiene novio.

Cuando subimos al autobús, Greg la saluda. Yo pensaba que a lo mejor

él se sentaba conmigo, por ser amiga de Magda, pero lo hace con un

montón de chicos Anderson. Les empieza a hablar como una

ametralladora. Imagino que les hablará de su cita con ella.

Estoy sola y empiezo a encontrarme seriamente deprimida. Ni siquiera

he podido contarles que lo de Dan era una mentira. No he tenido la

menor posibilidad. Nadine tiene un novio como la copa de un pino y

Magda se ha buscado otro. Así. Sin ningún esfuerzo. ¿Por qué no puedo

yo hacer lo mismo? Miro a mi alrededor, desesperada. Dos chicos del

Anderson se sientan en la misma fila y están discutiendo una tontería

de ciencias. Parecen de otro planeta, pero estoy tan desesperada que lo

intento: les sonrío y consigo una especie de mueca forzada. Me miran y

constato que hubieran reaccionado con más alegría si hubieran visto a

un perro rabioso. Dejo de sonreír y me hundo en el asiento

directamente. No tengo nada que hacer. No soy Magda. ¡Jo, estoy harta!

No tendré novio en mi vida. No le gusto a ningún chico en todo el

planeta.

Pues resulta que estoy equivocada, mira tú. Al llegar a casa me

encuentro con la carta de mi único admirador.

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NUEVE COSAS QUE ODIO DEL

COLEGIO

1. Que empieza demasiado temprano.

2. Que existen los profesores (y si son como la Benderson y la

Trumper, ni te cuento).

3. Que existen las mates. Horrible.

4. Que hay clase de gimnasia. Todavía más horrible.

5. El tono sarcástico que usan los profesores para regañarte.

6. La perversidad de las chicas para ponerte verde a tus

espaldas.

7. Que hay que ir corriendo a todas partes y llego sudada.

8. Que el primer día de regla lo pases obsesionada por el color

gris claro de la falda del uniforme.

9. Que hay deberes, tenemos tales pilas en secundaria, que

parecen inacabables.

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Capítulo 4 Una familia de cuatro personas

uerida Ellie:

¡Hola! Soy yo, Dan. Perdona que me baile la letra, pero es que

estoy en el coche y mamá conduce como una maniaca. Baja por

la autopista a toda velocidad y, cuando uno de los críos dice

que pare para hacer pis, da cada frenazo que estamos siempre

a punto de desaparecer por la ventanilla.

No creo que esto te resulte nada romántico. Claro que no sé muy bien si

tengo que ser romántico. Podría escribir una historia romántica de una

rubia doncella que languidecía en la torre y a la que rescata de su

cautiverio un guapo caballero. Podría ser una historia galesa, en un

castillo galés. Bueno, como en El Mabinogión. Están en el Libro Blanco y

en el Libro Rojo. Claro que esto no es un libro, sino una carta en un

pedazo de papel, y tú no eres rubia sino morena y yo no soy nada guapo.

Cosa que tú sabes muy bien. Ya sé que piensas que soy como una seta. Y

que estoy como una cabra. Bueno, y ¿a quién le importa que esté como

una cabra? Vale, estoy loco, pero loco por ti. Me gustaría que viviéramos

más cerca. Ven a verme cuando quieras, si no te importa que esté

rodeado perpetuamente por mis estúpidas hermanitas. ¿Te gustaría que

fuera a verte yo?

Con todo mi amor, Dan

P.D. Conocerte ha sido uno de los grandes acontecimientos de mi vida.

Es cierto que está como una cabra. Si solamente fuera un poco más

mayor y no fuera tan tonto... Y, claro, si fuera más guapo...

—¿De quién es la carta? —pregunta Anna mientras revuelve la sopa con

mucha delicadeza. La prueba y dice:

—Un poco más de pimienta, Eggs, por favor.

A Eggs le gusta la cocina. Ayuda incluso a preparar la receta de los

Q

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«huevos a la benedictina» que mis padres suelen hacer en su honor. Es

que Eggs se llama Benedict. Se llama así porque lo quiso Anna, pero

nadie le conoce por Benedict. Cuando nació le llamaban Baby Bennie, y

desde hace dos años le llamamos Eggs.

—Unos garabatos de Dan —contesté, y me metí la carta en el bolsillo.

Anna levanta las cejas y dice:

—Ese chico está por ti.

—¡Por Dios, Anna! ¡Si solo tiene trece años! ¿Estás loca, o qué?

—Pues a mí me gusta Dan. ¿Es tu novio? —pregunta Eggs agarrado a la

pimienta.

—Ten cuidado, Eggs. Echa solo un pellizquito —le advierte Anna

agarrándole por el puño.

—Un pellizquito, un pellizquito, un pellizquito —se ríe Eggs, y le

devuelve un pellizco en el brazo.

—Tontarrón —le regaña Anna con cariño. Le pone boca abajo y empieza

a hacerle cosquillas en la barriguita descubierta.

—Me voy a hacer los deberes —digo yo.

Suelo quedarme por la cocina mogollón de rato, pero cuando Anna y

Eggs se ponen a hacerse mimitos, no lo aguanto. Me siento rara. Como

celosa o algo así, aunque, bien mirado, no jugaría con mi hermano por

nada del mundo. Ni tampoco querría que Anna me hiciera cosquillas.

Aparte de que si la tía intentara ponerme cabeza abajo, la que se

vendría abajo sería ella, claro. Porque yo estoy mucho más gorda,

aunque ella sea mucho más alta, por desgracia.

Anna nunca intenta ese tipo de cosas conmigo. Quiero decir: mimos,

cosquillitas y demás. Es demasiado joven para ponerse a hacer esas

tonterías y yo, por otro lado, tampoco soy demasiado mayor. Es que

entre papá y ella hay siglos de diferencia. Casi podría ser su hija. Papá

da clases de arte en la universidad y Anna fue alumna de la misma

facultad donde él trabaja de profesor. Se conocieron allí, aunque Anna

no era alumna suya, sino que estudió diseño textil en Bellas Artes.

Cuando terminó sus estudios, trabajó durante algún tiempo como

diseñadora, pero luego la empresa se fue al traste y desde entonces no

ha logrado encontrar otro trabajo. Papá sigue igual que antes. Ahora

está de vacaciones, pero solo en teoría, pues tiene que ir a reuniones y

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rollos de esos.

—Espérate un segundo, Ellie —me dijo Anna—. No sé cuándo volverá tu

padre y se supone que yo empiezo hoy las clases nocturnas de italiano.

¿Te importaría acostar a tu hermano?

—¡Pero si te lo acabo de decir! ¡Mira la de deberes que tengo!

Me pongo a gemir un rato y luego cambio de táctica y sigo diciendo que

por qué no me pagan por hacer de canguro como a todas las chicas que

conozco, y Eggs dice:

—Yo no soy ningún bebé y además no entiendo por qué se dice «hacer

de canguro», si aquí no hay canguros. ¿A que no?

—Cállate, Eggs, porque si no te haré callar yo —le digo—. Ya lo verás,

guapo.

Al final digo que bueno, que vale, aunque con poquísimas ganas. No sé

por qué se empeña tanto en dar italiano. Ni que fuéramos a viajar a

Roma o a pasar unos días en Florencia. Lo que haremos es sufrir la

humedad de Gales, como siempre, jo.

Por fin, después de la cena, Anna me deja a Eggs preparado. Bañadito y

todo. Listo para ir a la cama. Solo tengo que supervisar que haga su

último pis y meterle en la cama, pero... ¡nada de nada! El niño se pone

a chillar como un energúmeno, da botes por el aire como un mono y no

consigo agarrarlo ni a tiros.

Cuando por fin llega papá, Eggs se tira escaleras abajo a tumba abierta

y a todo gritar.

—Bueno, bueno, bueno —dice papá, y le pregunta—: ¿Por qué no estás

en la cama todavía, señor Eggs? ¿Señor Eggs con beicon? —me mira

con reproche—. Le estás poniendo muy nervioso, Ellie. No deberías

hacerlo. Va a tardar un montón en dormirse.

Muy bien. Estupendo. O sea que encima es culpa mía. Esa es su

manera de agradecérmelo, ¡no te fastidia! Además es horrible porque, en

cuanto Eggs ve a papá, lo creas o no, va y se tranquiliza totalmente. Se

hace como un rollito en su regazo y papá le lee uno de los libros del

pequeño osito. Eggs sonríe como un ángel y acaricia las ilustraciones

con un dedo. Que, por cierto, esos libros son míos y a mí nunca me los

leyó cuando era pequeña. Papá, quiero decir.

—¿Qué te pasa, Ellie? —me pregunta papá—. ¿Estás de malas?

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—No, no lo estoy —contesto—. Estoy aquí sentada tranquilamente, si

no es un crimen, claro.

—Papá, venga, papá —le dice Eggs—¡Deja en paz a la maloliente de Ellie

y léemelo!

—¡Eggs! —exclama papá con tono de reproche, pero en el fondo se

muere de risa.

Es que no los aguanto. No puedo ni respirar con ellos en la habitación.

Me largo. Subo a mi cuarto y pongo la música a tope.

Supongo que tendría que empezar a hacer los deberes, pero me miro al

espejo y veo que tengo el pelo disparado. ¡Desastre total! Mi pelo

explota. No paro hasta domarlo a fuerza de cepillo. Me pongo a

experimentar peinados diferentes. Si me pongo coleta, no estoy mal del

todo; pero luego se me ocurre observarme la cara con atención. Está

cada vez más gorda. ¡Oh, Dios mío! ¡Si parece una pelota de goma! Una

pelota blanca, de esas que llevas a la playa, y además tengo un grano

en la barbilla y otro un poco más pequeño en la nariz. Es como si la

pelota tuviera lunares rojos. No soporto los granos.

Anna dice que no me toque la cara, que es peor; pero es que ella tiene

un cutis increíble. Como de pétalos de rosa. No ha debido de tener un

grano en su vida. Empiezo a estrujarme el grano, cosa que no ayuda

nada. Estoy horrorosa. Nunca tendré novio. Nadie querrá salir conmigo

excepto Dan, aunque si se limpiara las gafas, porque el tío no ve tres en

un burro, seguro que salía corriendo. Cojo su carta y la vuelvo a leer.

En ese momento entra papá en mi cuarto.

—¡Pero bueno, papá! Lo menos que puedes hacer es llamar antes de

entrar, ¿no? —expreso indignada.

—¡Pero si ya he llamado, hija! Lo que ocurre es que no me has oído

porque tienes la música muy alta. ¡Haz el favor de bajarla! ¡Acabo de

acostar a Eggs!

Eggs, Eggs, Eggs. Veo en la imaginación una larga fila de huevos

sentados en una pared como estaba Humpty Dumpty en Alicia a través

del espejo. Y acaban todos en el suelo. Porque los tiro yo, y cuando

revientan contra el suelo hacen: crac, crac, crac.

—¡Oh, claro! ¡Eggs! ¡El superniño! ¡No podemos molestarle! —digo, y

apago la música de mi compact—. ¿Estás contento ahora? Silencio total

para que su majestad, el rey de la casa, duerma tranquilo.

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—Pero... ¡si no te he dicho que lo quites, Ellie! —dice papá—. ¿Qué es lo

que te pasa que todo te fastidia tanto, hija?

Se me acerca dándose tirones a la barba, como siempre que está

preocupado por algo.

—Pero, bueno, ¿qué te has hecho en la cara? ¡Si estás sangrando!

—No me he hecho nada —digo, y me tapo la barbilla con la mano—. ¿Te

importa dejarme sola? Tengo que acabar los deberes.

—Eso que tienes ahí no son deberes. Eso es una carta. ¿De quién es, si

puede saberse?

—Sí, bueno, es una carta, pero me pertenece —contesto escondiéndola,

hecha un rebuño.

Pero él ya la ha visto y dice:

—Con todo mi amor, Dan. ¡Una carta de amor! ¿Desde cuándo tienes

novio?

—Que no tengo novio, papá, y tú métete en tus cosas, ¡por favor!

Cuando por fin desaparece, suspiro profundamente, apoyo la cabeza en

los brazos y, aunque creo que voy a llorar, me quedo frita. Me despierto

al cabo de no sé cuánto tiempo, con el cuello tieso y dolorido, y me meto

en la cama. Pero, claro, es entonces cuando no consigo pegar ojo. Oigo

a papá que sube las escaleras para acostarse él también. Asoma la

cabeza por la puerta y pregunta en voz baja:

—¿Estás dormida, Ellie?

—Sí —contesto.

—Anna me ha contado que esa carta es de Dan. ¿Es ese chico tan listo,

un pelín raro, que siempre iba con anorak, verdad? —me pregunta.

—Que no, jo, que no. Que no es mi novio. Que no tengo novio. Qué

asco. Es que me pone enferma —digo desesperada de la vida, y me

escondo debajo de la almohada.

—Vaya, hija. Lo siento. Cálmate —se disculpa—. Ya me ha dicho Anna

que no te tome el pelo. Que no te gusta.

Hay un silencio. Yo sigo bajo la almohada. Él se acerca y siento como

un peso suave.

—Noches, noches —me dice en un susurro, y besa la almohada, en vez

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de besarme a mí.

Espero un poco y luego digo bajito:

—Buenas noches —y saco la cabeza de mi agujero, pero él ya no está en

la habitación.

No puedo dormir. Me agarro a la almohada para tener algo que

acariciar. Me gustaría haber conservado mis peluches. Tenía una

elefanta azul, llamada Nellie, y cuando yo tenía la edad de Eggs la

llevaba siempre conmigo, habiéndole constantemente como si fuera de

verdad. Nunca estaba sola. Siempre, las dos juntas: Ellie y Nellie.

También tuve un panda llamado Bartolomé, una jirafa llamada Mabel y

una muñeca de trapo con pelo naranja, llamada Mermelada.

Para cuando nació Eggs se me había pasado la afición por los peluches,

pero seguí conservando a Nellie. A todo esto, mi hermano empezó a

gatear y, como le gustaban mucho más mis viejos peluches que sus

brillantes juguetes nuevos, pues un día se apoderó de mi Nellie y no

hubo forma de que la soltara. Tuvimos una pelea enorme. Eggs gritaba

y gritaba sin quererla soltar. Yo era consciente de lo ridículo que

resultaba ver a una chica mayor discutir con un bebé por la posesión de

un elefante con la trompa torcida y que no era más que un pedazo de

trapo, pero no quise cejar. Y de pronto Eggs vomitó sobre Nellie. Lo hizo

adrede, estoy segura. Y Nellie era un juguete que me había hecho mamá

cuando yo era un bebé. Lo había estropeado para siempre. No pude

parar de llorar. Entonces Anna lo limpió como pudo y después lo metió

en la lavadora, de donde mi pobre Nellie salió con un raro color malva y

con la borra del relleno llena de bolas. Así que, aunque todavía era ella,

mi Nellie, dije que ya no servía para nada y la tiré a la basura.

Ahora quisiera no haberlo hecho. Me arrepentí desde que se la llevaron

los basureros. Y aun ahora, aunque sé que es una tontería, de pronto

pienso en ella y me la imagino con la trompa torcida, dentro del camión

de la basura y metida en algún plástico asqueroso, entre envoltorios de

cartón con restos de comida china y bolsitas usadas de té.

Cuando renové mi cuarto lo cambié de arriba abajo. Pinté las paredes

de azul brillante, elegí muebles de color rojo y puse unas cortinas

amarillas en las ventanas. Colores primarios para un estilo de segunda.

Es que quería desesperadamente dejar de ser una niña triste y gorda.

También necesitaba una nueva versión de Nellie en mi nueva

habitación, que fuera más brillante y moderna que la anterior. Que

hiciera juego. E intenté ser la chica decidida, divertida y ocurrente que

no era. Tan brillante como la propia habitación. Pero es inútil. Lo veo

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todo tan oscuro... De hecho, ahora mismo me encuentro tan mal, tan

depre, que mi hábitat ideal sería un desagüe, más que una habitación

pintada de azul eléctrico.

Me agarro a la almohada como una posesa. Cuando éramos pequeñas,

Nadine solía venir a dormir a mi casa, al menos una vez por semana. No

nos preocupábamos en poner una plegable o sacos de dormir, sino que

dormíamos juntas en mi cama. Nadine no es precisamente un peluche,

es toda codos y huesos, pero daba igual. Allí estaba. Inventábamos

cuentos de fantasmas, cuanto más sangrientos y horrorosos, mejor, y

después yo solía tener pesadillas, pero no me importaba. Me agarraba a

ella con todas mis fuerzas, me abrazaba a su espalda, llena de

huesecillos, y sentía su largo pelo en mi nariz.

Solo que ahora Nadine le hace mimitos a Liam.

Todavía no me lo puedo creer. A pesar de haberle conocido. ¿Cómo les

habrá ido en su paseo? ¿Y cómo lo habrán pasado Magda y Greg?

Me repito a mí misma: Nadine y Liam, Magda y Greg, Ellie y... nadie.

Nadie de nadie.

Por fin me quedo dormida. Y sueño. Sueño con Dan. No con el Dan de

Gales, sino con el que me inventé. El guapo de pelo rubio y ojos

castaños, con el que me crucé al ir al colegio.

Me está esperando a la salida del colegio y vamos a pasear al río. Me

coge de la mano por la calle, pero al llegar a la orilla que está muy

tranquila y solitaria, me coge en sus brazos y me dice un montón de

cosas bonitas. Luego me acaricia el pelo y me besa en la nuca, en las

orejas, en el cuello. Nos besamos de verdad. Es maravilloso. Después

nos tumbamos en la hierba abrazados. Dan es mío y yo soy suya. Me

dice que me quiere desde el primer momento en el que me vio. Cuando

casi chocamos por culpa del coche mal aparcado. Yo le contesto que yo

también le quiero. Entonces me despierto. Ha sido el sueño más real

que nunca he tenido. Tan real que siento todavía el solecillo en la piel,

el olor a miel de mi chico y el calor de su cuerpo. Ahí es donde quiero

estar: junto a él. Ese es mi sitio.

Soy una extranjera en este mundo rutinario de duchas y desayunos. Me

siento a la mesa como un autómata. Sorbo el café y los cereales. Los

cuatro lados de una mesa: papá, Anna, Eggs y yo. Cuatro miembros de

una familia. Siento que no tengo nada que ver con ellos. Me parece muy

raro que solo porque compartimos un porcentaje de algo en la sangre,

tenga yo nada que ver con mi padre. Nada que ver. No es nada más que

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un señor gordinflón, de mediana edad, con un corte de pelo horroroso,

barba y una camiseta que no le va. No tengo nada que ver con él. Ni con

ese niño que se muere de la risa y tose sobre su tazón de cereales. Y

con la mujer de la camisa blanca, menos todavía. Por cierto que ella me

está diciendo que voy a perder el autobús, y tiene razón.

Yo, aún en mitad de la calle, y el autobús, ya en la parada. Hubiera

podido echarme a correr, pero no quiero que se me suba la falda todavía

más. Ni sé tampoco si quiero coger el maldito autobús.

Así que decido que iré al colegio andando. Paso por la parada, bajo la

calle, doblo la esquina y el coche que aparca en medio de la acera no

está, ni tampoco él. ¿Qué? ¡Pues sí! ¡Está! Al final de la calle. ¡Y viene

hacia mí!

El chico de mi sueño está allí y mi sueño es tan real que me parece

conocerle. Y viene hacia mí. Y yo siento como si hubiéramos paseado

junto al río y hubiéramos estado el uno en brazos del otro, pero en la

realidad.

Se acerca. Lleva una camisa vaquera azul pálido. Le favorece. Está

estupendo. Me mira. ¿Me está mirando? ¿Me estará buscando? ¿Habrá

soñado él también? ¿Conmigo? ¿Será posible?

Sigo andando. Él también. Se acerca a mí. Le veo perfectamente: la

nariz recta, los ojos castaños y una boca muy dulce. Además sonríe. Me

sonríe. Yo también le sonrío. Con algo de misterio porque compartimos

un secreto y quiero que se dé cuenta.

—¡Hola! —dice cuando está a dos pasos de mí.

¿Está hablándome? ¡No es posible! ¡Estará hablándole a otra! Miro a mi

alrededor: no hay nadie. Me habla a mí. ¡Oh, Señor! ¡Soy una imbécil!

Quiero contestarle y no puedo. Tengo la garganta como una lija. Suelto

un graznido y él pasa de largo. He perdido mi única oportunidad. Le he

perdido. Pensará que soy una cría estúpida con voz de rana.

Llego tarde otra vez y la Henderson me castiga. El segundo castigo en

dos días. La Henderson me dice que me estoy superando y añade con

voz amenazadora:

—Cosa no muy buena, Eleanor.

No sé lo que hacer. La culpa no es de la Henderson, la culpa es mía.

Creo que me estoy volviendo loca. Ahora que estoy en el colegio, mi

sueño dorado se desvanece a toda prisa en contacto con el

archiconocido olor a zapatillas de deporte, aceite frito del comedor y

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perfume de Body Shop. Había empezado a creérmelo. Que el rubio

chachi y yo estábamos enrollados. Qué fuerte.

Tengo que acabar con esta historia. Tengo que hablar con Nadine y

Magda y decirles la verdad: que todo esto no es más que una comedura

de coco. Pero no lo hago. Ni siquiera cuando nos sentamos en

«nuestras» escaleras a la hora de comer.

Nadine no hace más que hablar de Liam. Monotema. Liam, por aquí,

Liam por allá, Liam, Liam, bla, bla, bla. Hasta se ha tatuado una

colección interminable de corazoncitos que le trepan por el brazo. Si no

tiene cuidado, se le va envenenar la sangre con tanta tinta. Parece como

si también se hubiera tatuado el cerebro. Su único pensamiento

aparente es Liam —no habla de otra cosa—, y no es que entre ellos se

comuniquen mucho. Yo creo que él no ha abierto el pico más que para

morrearse con ella, su deporte favorito. Cosa bastante elemental, si

quieres saber mi opinión.

—Pues no —me dice Nadine—. Nadie te ha preguntado nada.

En cambio, Magda dice que Greg no para de hablar. Que le explicó las

matemáticas de arriba abajo —aunque ella se las sabía, claro—y que,

cuando terminó, siguió explicándole no-se-qué de ciencias también.

Cuando volvían a casa, Magda le preguntó si no podría explicarle algo

de biología, pero como el chico no es muy sutil, ni se enteró de por

dónde iban los tiros. Obviamente, lo de las relaciones físicas le cae

ancho.

—Bueno —dice Magda—, no veo por qué va a ser tan obvio. Todo el

mundo sabe que los pelirrojos son la mar de fogosos. Hay que darle

tiempo.

—No sé por qué críticas tanto a Greg y a Liam —me dice Nadine—. ¿Se

puede saber qué te pasa?

—¿A mí? —respondo—. Nada, no me pasa nada.

—No será, por un casual, que te encuentras fuera de juego, ¿no?

—¡Qué bobada!

—Bueno, tía —interviene Magda—. Será que como no ve a su chico,

pues se deprime.

—Ya, claro —dice Nadine, que no deja de mirarme—. Si es que el tal

Dan existe.

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Debajo de la blusa me late el corazón a todo tren. Nadine me conoce

muy bien. Odio el brillo de sus ojos verdes.

—Sí, claro. Es solo un producto de mi imaginación —digo entonces, y le

devuelvo la mirada. Saco de mi bolsillo el rebuño de la carta de Dan y

se la paso por las narices—. Mi imaginación es la que consigue

milagrosamente una carta como esta.

No la enseño del todo, pero les dejo ver el «Con todo mi amor, Dan», que

es lo más importante.

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NUEVE SUEÑOS

1. EL MEJOR: el chico rubio y yo junto al río.

2. EL MÁS TRISTE: que sueño que veo a mamá entre un

montón de gente e intento alcanzarla y no lo consigo y grito,

pero m eoye y se marcha y dejo de verla para siempre.

3. EL MÁS IDIOTA: que Magda, Nadine y yo tenemos quince

años, pero todavía vamos a la guardería y hacemos muñequitos

de plastilina y el mío me sale fatal.

4. EL QUE MÁS APURO ME DA: que voy al autobús y hay

un montón de chicos del colegio Anderson a mi alrededor y se

me suben las faldas sin querer.

5. EL MÁS EXTRAÑO: que vuelo por los aires, pero no del todo,

y voy sobre las escaleras golpeándome las puntas de los

zapatos.

6. EL QUE MÁS MIEDO ME DA: que hay ladrones en casa y

me van a matar, y encima les oigo acercarse y, justo cuando

llegan, me despierto y me voy al cuarto de Anna y papá, pero no

me he despertado de veras, y allií están los ladrones otra vez,

metidos en su cama.

7. EL MÁS INFANTIL: que estoy en la cuna, alguien la mece

y es genial, pero la cuna es muy pequeña, la cabeza choca

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contra la cabecera y las piernas salen por los barrotes.

8. EL MÁS MOJADO: que estoy por un bote que va por el agua

y las olas saltan por todas partes y empiezo a nadar y el agua

está la mar de mojada (lo soñaba cuando tenía la edad de mi

hermanito Egg; a veces con desastrosas consecuencias).

9. EL MÁS FRECUENTE: que llego tarde al colegio, que no

encuentro mis cosas, que no encuentro la mochila, que pierdo el

autobús y que llego tardísimo. Este es un sueño de lo peor,

porque como me ocurre con frecuencia en la realidad, no sé por

qué encima tengo que soñar con ello.

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Capítulo 5 Somos cinco y los cinco estamos vivos, aunque muertos de

aburrimiento

a no puedo decir la verdad de lo que me pasa. Es demasiado

tarde. No puedo ni moverme. Estoy hundida en el fango.

Respondo a Dan. Necesito que me escriba para enseñar sus

cartas a Nadine y a Magda. Lo cual no deja de ser una cutrez.

Dan me contesta. Yo le contesto, él me vuelve a contestar, y así una y

otra vez. Sus cartas son muy tontas. Me cuenta cosas del colegio y de lo

que lee y un montón de chistes de hace siglos, y al final de cada carta

pone: «Te quiere, Dan». Pero no son cartas de amor.

Papá dice que somos como Elizabeth Barrett y Robert Browning (unos

poetas que han muerto hace mogollón) y me hace un montón de

muecas irónicas. Yo le contesto entre dientes que ojalá se muera él

también. Papá me oye y se pone histérico. Dice que he perdido

completamente el sentido del humor. Entonces Anna se pone de mi

parte, cosa que me sorprende mucho. Le dice que no tiene sensibilidad,

y que está harta y que no puede imaginar cómo me siento yo.

Y los dos, mi padre y yo, nos la quedamos mirando asombrados, pues

normalmente no suele defenderme con tanta vehemencia. Creo que han

debido de tener una pelea, porque cuando ella volvió ayer de la clase

nocturna, les oí murmurar en pian violento. No sé qué les está pasando.

Bueno, si es por eso, tampoco sé qué me está pasando a mí.

No he vuelto a ver al Dan de mis sueños. He estado viniendo al colegio

en autobús, porque la Henderson no hacía más que castigarme y no

quería terminar las veinticuatro horas del día encerrada en este

agujero, pero hoy he venido dando un paseo y he dado una vuelta por la

calle donde le vi por primera vez. Bueno, más que una vuelta, algo más

de quince minutos. Pero no le he visto. Y he llegado tarde otra vez y me

ha vuelto a poner falta. Menos mal que a Nadine también la ha

castigado. Ya somos dos.

Nos ha castigado a escribir cien veces cosas tales como «Tengo que

Y

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53

intentar controlarme» y «Tengo que ser puntual».

Lo escribo cien veces y todo va aún peor. Me voy a desintegrar. Intento

terminar pronto a ver si veo al Dan de mis sueños al volver a casa.

Nadine tiene que escribir menos palabras que yo, así que, a pesar de su

florida escritura, acaba antes. Ha escrito cien veces: «No debo ser

insolante».

Es que la tía llegó a clase con un mordisco de tamaño natural en el

cuello. Una especie de hematoma que le daba un aire muy raro. Como

una mancha de color violeta en la piel blanca.

—¡Caray, Nadine! El tal Liam debe de tener la boca como una

aspiradora —dijo Magda cuando la vio.

—Bueno —apunté yo, haciéndome la graciosa—. Nadine siempre ha

tenido afición por los vampiros —pero la verdad es que no podía dejar

de mirarle la marca.

Cuando éramos pequeñas, solíamos chuparnos el brazo la una a la

otra, para ver qué se sentía, y, al ser más mayores, llegamos a la

conclusión de que hacer eso con un tío era una asquerosidad; sin

embargo, ahora Nadine tiene en el cuello un moratón tan gordo que ni

siquiera se lo tapa el pelo.

Intento no pensar en cómo se lo hizo Liam, pero no consigo evitarlo y

tampoco sé si me da envidia o asco; pero, desde luego, cuanto más lo

pienso, más rara me siento. En cambio, los sentimientos de la

Henderson son mucho más claros.

—No tengo ganas de verte ese moratón, Nadine —le dijo fríamente—. Es

mejor que te lo tapes con un esparadrapo. Supongo que te darás cuenta

de que es una estupidez que dejes que alguien te haga algo así. Es una

falta de respeto, aparte de que te arriesgas a pillar una infección.

—Eso es envidia —dijo Nadine entre dientes, pero la profesora lo oyó y

la castigó.

La señorita Henderson nos deja a solas acabando de escribir nuestro

rollo y se va a supervisar un entrenamiento de hockey.

—Oye, ya he terminado esta idiotez —dice Nadine, inquieta—. Así que

me voy.

—Ha dicho que la esperáramos —replico yo.

—Es ridículo. No tiene ningún derecho a hacer comentarios sobre lo que

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hacemos fuera de las horas de clase —protesta Nadine tocándose el

esparadrapo del cuello.

—¿Qué diablos han dicho tus padres del moratón? —le pregunto.

—¿Estás loca? —contesta Nadine—. Si se enteran, me matan. Me he

puesto un pañuelo alrededor del cuello para tapármelo. Si supieran lo

de Liam, se volverían locos

—Nadine —le digo.

—¿Qué? —pregunta sin mirarme. Saca de la mochila una revista, de

esas de chicas, y se pone a hojearla. Antes no le gustaba ese tipo de

revistas. Le chiflaban los fanzines que hablan de las bandas de música

que le gustan y los cómics sangrientos y tal, pero ahora se agarra a la

página del consultorio como si su vida dependiera de ello.

—Oye, Nadine, ¿qué se siente? —le pregunto—. Bueno, ya sabes lo que

quiero decir..., cuando un tío te muerde...

Nadine se encoge de hombros.

—Pero... —le pregunto yo—. ¿Tú querías que lo hiciera o no?

—Bueno. Si fuera por él, haría muchas otras cosas —dice Nadine.

—Y... ¿tú te dejas?

—Algunas cosas, sí —contesta, y después de dudarlo unos segundos,

me dice—: Guárdame el secreto, por favor. No se lo digas ni siquiera a

Magda. ¿Vale?

Se me acerca y me suelta unos cuchicheos en la oreja, aunque no haya

nadie en la habitación.

—¡Nadine! —digo yo flipando.

—¿Qué pasa? No seas niña, Ellie.

—No soy ninguna niña.

—Si todo el mundo lo hace, tía —dice.

—¿Todo el mundo? —pregunto yo.

—Será que tú no lo has hecho con Dan —replica mirándome fijamente.

Intento imaginármelo. Intento imaginar hacer algo así de íntimo con

uno de los dos Dan. Pienso en el Dan de mis sueños y la sangre de mis

venas corre muy deprisa; pero luego pienso en hacerlo con el Dan de

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verdad y casi me caigo al suelo de risa.

—¿De qué te ríes? —me pregunta Nadine, mosqueada—. ¿O sea que sí

lo has hecho?

—No sé qué voy a hacer. ¿No te das cuenta de que no le veo nunca?

Dan (el de verdad, claro) me da la lata sin parar. Está todo el rato

diciéndome que cuándo viene a verme a Londres o cuándo voy a verle

yo. Le tengo a raya a base de excusas, pero es una situación un poco

dura. Suelto un suspiro sin darme cuenta.

—¿Tanto le echas de menos? —me pregunta Nadine con dulzura.

Deja la revista toda arrugada a un lado y me rodea con su brazo. Me

acerco a ella y me dejo abrazar, aunque me siento cantidad de culpable.

—Es que... —murmuro—. Si pudiera explicártelo como es debido...

—Ya lo sé —dice, pero no, no lo sabe—. Mira —añade después—, las

cosas entre Liam y yo están muy liadas. Ayer tuvimos una pelea muy

seria.

—¿Por qué?

—Pues eso, porque... bueno, ya sabes..., porque no quiero llegar a... en

fin, a eso... al final de la cosa. No me siento preparada todavía y las

revistas tampoco lo aconsejan —coge la revista y me la enseña—. Mira:

hay una carta de una chica y le contestan: no le dejes a tu novio que te

haga esto y lo otro... bla... bla..., y si él se queja...

—Pero... ¿de qué estás hablando? No entiendo nada.

—Pues de... ¡eso!

—Bueno, sí. ¡Ya lo sé!

Y nos entra un ataque de risa.

Sigo leyendo la carta.

—¡Ah, o sea que Liam se vuelve loco, como este tío de aquí!

—Pues sí. Ayer me dijo que estaba teniendo mogollón de paciencia

conmigo, pero que ya se estaba hartando. Que si no quiero hacerlo es

porque no le quiero lo suficiente. Yo le contesté que no es verdad. Que

le quiero desesperadamente; pero que, a pesar de todo, no me siento

preparada. ¿No te parece lógico? Y Liam me dijo que si no lo estaba

ahora, nunca lo estaría. Y que a ver qué me pasaba, que si no quería

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que nuestra relación avanzara.

Nadine ya no se ríe; está casi llorando.

—¡Oh, Nad! Liam está actuando como un gilipollas... —le digo—. ¡No me

gusta nada el rollo que se trae!

Las lágrimas le caen sin parar por las mejillas.

—¡Pero si yo le entiendo! Es algo muy frustrante para él. ¿No te das

cuenta, Ellie?

—¡Venga, Nad! ¡Que solo tienes catorce años! —digo yo, furiosa—. ¡Si

hacer eso va contra la ley!

—Ya, la ley —dice ella—. ¡Qué bobada, la ley! ¡Si todo el mundo se la

salta! Y todas las chicas que han estado con Liam se lo han hecho con

él. No les preocupaba ni lo más mínimo el asunto.

—Pues ahí lo tienes —respondo yo—¿Por qué vas a seguir el camino de

un montón de estúpidas chicas? ¿Por qué vas a ser una oveja más del

rebaño? ¿Dónde tienes el cerebro, guapa?

—También yo he sentido la tentación de preguntártelo, Nadine.

Es la señora Henderson, que acaba de entrar en el aula.

Nadine agacha la cabeza para que el pelo le oculte la cara llena de

lágrimas. La Henderson se acerca. Está preocupada.

—Pero ¿qué te pasa? —pregunta la profe, y su voz suena diferente—. Ya

sé que las chicas de vuestra edad venís de otro planeta, pero a lo mejor

puedo ayudarte.

Nadine se revuelve en la silla y yo me miro fijamente las rodillas.

—¿Qué pasa? —repite—. ¿Estás deprimida a causa del chico con el que

sales?

Supongo que es una conclusión bastante razonable, si uno se fija en el

moratón.

Nadine no dice nada.

—Mira, Nadine —dice la Henderson—. A veces hace falta hablar; no hay

nada que nos concierna solo a uno. Todas las experiencias son

similares. Seguro que yo he pasado alguna vez por lo mismo que tú.

Inmediatamente veo una imagen sorprendente: la señora Henderson

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enrollándose con su marido. Me tengo que morder la lengua para no

explotar de risa. A Nadine le tiemblan violentamente los hombros. Me

parece que le está pasando lo que a mí. Menos mal que la Henderson ni

se entera.

—Vamos, vamos, Nadine —dice dulcemente—. No llores.

Nadine suelta un sonido que la profesora interpreta como un sollozo.

—Venga, muchacha —dice la Henderson—. No quiero que te sinceres

conmigo si no es tu deseo; pero sí que sepas que estaré aquí, siempre

que me necesites. Bueno, ahora entregadme los ejercicios, si habéis

acabado de una vez.

Nadine le da la hoja con la cabeza agachada.

—Pero... ¡bueno! ¡Qué barbaridad! —exclama la Henderson—. ¡Si lo has

escrito mal, hija mía! ¡No es «insolante»! ¡Es «insolente»! ¡Debería

castigarte a que lo escribas otras cien veces! ¡En fin! —suspira—. ¡No

pasa nada! ¡Podéis marcharos!

Le doy mi página. No he cumplido del todo: solo he escrito setenta

líneas. Los ojos de la profesora escanean el papel con rapidez. Levanta

una ceja, me mira y, afortunadamente, me perdona.

Salimos del aula, por fin, y, a mitad del pasillo, soltamos la carcajada.

Por lo menos, Nadine ha olvidado su tristeza, pero creo que no puede

evitar pensar que nada de lo que le ocurre tiene sentido.

Al día siguiente hablo con Magda. Le cuento lo de Nadine con Liam.

—¡Está como una cabra! —me dice.

—Lo sé, pero no consigo convencerla.

—Vale —dice Magda—. Pues lo intentaré yo.

—Pero, por favor, ten tacto —digo yo—. Y, sobre todo, no le vayas con el

cuento de que te lo he dicho yo, ¿vale?

Pero Magda, ni caso. Va y grita en medio del patio:

—¡Oye, Nadine! ¡Ven aquí! ¡Me está diciendo Ellie que te lo vas a hacer

con Liam! ¡Serás idiota!

Todas las chicas nos miran con la boca abierta.

—Pero, Magda, por favor, ¡no seas bocazas! —me enfado.

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—La bocazas eres tú, Ellie —dice Nadine acercándose a nosotras—

Muchas gracias.

—Venga, Nadine, no te pongas así —pide Magda, que se le acerca y le

rodea el cuello con el brazo.

—¡Déjame en paz! —exclama Nadine soltándose.

—Solo quiero hablar contigo, por favor —dice Magda.

—No —contesta Nadine—No quiero hablar de ello.

—Pero... ¡si somos colegas! —insiste Magda—. ¿O no?

—Sí, pero es que esto no tiene nada que ver ni contigo ni con Ellie —

contesta Nadine—. Es un asunto que solo nos concierne a Liam y a mí.

Así que ni se os ocurra meter las narices en nuestras cosas.

Y entonces va y se larga.

—¿La seguimos? —pregunta Magda.

—Sería perder el tiempo —contesto yo, hundida en la miseria.

Conozco a Nadine demasiado bien. No nos haría ni caso. Me siento

fatal. He traicionado su confianza y tampoco he sido capaz de ayudarla

en nada.

No vuelve a hablarnos durante todo el día y, cuando acaban las clases,

se larga a todo correr con Liam, que la espera a la salida del colegio

apoyado en la valla.

—¿Hablamos con él? —dice Magda.

—No. ¿Estás loca o qué? —contesto horrorizada—. ¡Nadine nos

asesinaría!

Pero se van a toda pastilla, así que, de todos modos, no hay ocasión.

Hace bastante frío y Liam lleva puesta la cazadora esa de cuero negro

que le sienta de maravilla.

—¡Vaya cazadora sexy que lleva! —dice Magda, cayéndosele la baba—.

¡Será un cerdo, pero está de locura, el tío! ¿Por qué no podrá Greg llevar

algo así? Tiene una especie de cosa cutre con cremallera. Como un

anorak.

—¿Qué tal te va con él? —pregunto.

—Pues... bueno... —dice sin mucho entusiasmo, y suspira.

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—¿No querrá él también que tú...? —pregunto de nuevo.

—¿Greg? No, ¡qué va! Eso no. Es bastante legal, pero... no sé... Parece

que no hacemos otra cosa más que hablar de deberes y deambular por

el McDonald's, ¿sabes? ¡Ah, por cierto! Eso me recuerda que me ha

dicho que tiene un colega, Adam, que da una fiesta el sábado. Como no

están sus padres porque se van de finde, quiere echar la casa por la

ventana y dar una fiesta salvaje. ¿Por qué no te vienes?

La miro. Me late el corazón a toda velocidad. Ella me malinterpreta y

dice:

—¡Jo, tía! ¡Ya sé que tú y Dan sois uno solo y que lo último que quieres

es conocer a otro en una fiesta! ¡Tú ya tienes novio!

—¡Oh, Magda! ¡Si tú supieras! Nunca he estado en una fiesta de verdad.

Claro, sí que he ido a fiestas de esas infantiles, con otras niñas, de esas

que te dan pasteles y reparten globos, pero... a una fiesta de verdad,

¿con chicos?, ¡nunca en mi vida!

—¡Anda, Ellie, ven! —dice—. ¡Nos reiremos un montón! A lo mejor hasta

me encuentro a otro tío que esté mejor que Greg. Porque Greg no está

mal; pero podría haber alguien de su cuerda con más potencial, digo yo.

No sé ni qué decir. Una fiesta salvaje. Sin padres y con chicos. Con

chicos, con chicos, con chicos. Tengo un poco de miedo y todo. Pienso

en bebidas con alcohol. Y en drogas. Y en dormitorios. Quiero ir. Quiero

ir a esa fiesta.

Quizá me encuentre con un chico a mi medida. Un amigo de Greg, a lo

mejor. Claro que a lo peor están todos emparejados.

—Oye —digo—. Habrá chicos sueltos, ¿verdad? ¿No estarán todos en

pareja?

—No, ¡qué va! El tío este ha invitado a un montón de chicos del

Anderson. Todos sueltos y desesperados por ligar. Y Greg me está

dando la paliza para que le lleve chicas; me dijo que se lo dijera a todas

mis amigas. ¿Se te ocurre alguien más?

No parece que podamos contar con Nadine, así que Magda se lo dice a

Crissie, pero esta ya ha quedado. Luego, a Jessica, que contesta que no

le apetece. Y, por fin, a

Anna, que dice que le encantaría, pero que su padre no la deja ir a

fiestas.

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—A lo mejor mi padre tampoco me deja ir a mí —comento yo.

—Tonterías —se extraña Magda, que se lleva la mar de bien con mi

papá—. Tu padre es fenomenal.

Claro; cada vez que viene Magda por casa, mi padre está encantado.

—Si quieres se lo pregunto yo —dice Magda.

En realidad no sé si quiero que se lo pregunte. Bien mirado, tampoco sé

si quiero ir a la fiesta. ¿Qué me voy a poner? ¿Qué voy a decir? ¿Qué

debo hacer?

—¿Qué te pasa? —pregunta Magda—. No te preocupes. Tu padre ya

sabe que sales con Dan y que no te dejarás poner las manos encima. No

se va a negar.

Tengo que intentar que Magda y mi padre no hablen del tema. Mi padre

piensa que es graciosísimo que Dan y yo nos escribamos tan a menudo

y, si se pone a hablar con Magda, esta descubrirá cómo es Dan en

realidad. Lo único que me falta.

—Bueno, ya se lo diré yo. Vale —digo firmemente—. Iré a la fiesta

contigo.

—Lo pasaremos guay, ya verás —se alegra Magda—. No te arrepentirás.

Pues me arrepiento de haberle dicho que sí. En casa se lo cuento a

papá esperando casi casi que me diga que ni hablar. Anna es la que

tiene la mar de dudas al respecto, y enseguida pregunta que si están los

padres del chico en cuestión. Y que qué pasa con las bebidas y si hay

alguien que tome porquerías.

—No te lo estaba preguntando a ti —puntualizo—. Perdona, Anna, pero

se lo estaba preguntando a papá.

Aunque, en el fondo, me alegro de que haya puesto todas esas

objeciones y espero que mi padre esté de acuerdo con ella, pero va y

nada, no lo está.

—Reaccionas como una ancianita, Anna —la reprende mi padre—. No

es más que un guateque inocente con gente del colé, mujer. No tiene

por qué pasarle nada. Está Magda, que sabe siempre dónde se mete.

—A mí la tal Magda me trae sin cuidado —dice Anna—. Quien me

importa es Ellie. ¿Sabe realmente lo que va a hacer?

—Tenemos que confiar en ella. Ni que fuera tonta. Sabrá dónde se mete,

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digo yo. ¿No es verdad, Ellie? Vete a la fiesta y diviértete.

—No creo que seas muy responsable en tu papel de padre; pero, claro,

no es que a ti se te dé muy bien eso de la responsabilidad —concluye

Anna con sorna.

—No sé qué quieres decir con eso —responde papá.

—¿Ah, no? Pues creí que lo sabías —dice ella.

—Ni idea —dice él.

Yo tampoco tengo ni idea, pero les dejo que tengan su bronca a solas y

me largo a mi cuarto. Saco toda mi ropa y me la pruebo. Nada me

queda bien. Estoy horrorosa. Gorda e infantil. ¡Qué desesperación!

El sábado por la tarde todavía me dura la desesperación. Llega Magda y

me bombardea con consejos.

—No, no estás bien. Con eso vas demasiado elegante —dice—. Es mejor

que te pongas más normal. Con vaqueros, pero no los desgastados, sino

los negros lisos.

Vale, los negros. Aunque me están tan justos que, cuando me siento,

parece que me voy a partir en dos.

—Si no te vas a sentar, nena —me consuela Magda—. Estarás todo el

rato bailando.

Me mira las botas. Me mira a mí y dice:

—Venga, Ellie, hija, sonríe un poco.

Pero no tengo ninguna gana de reírme. Me veo tan gorda que me pongo

una camiseta enorme.

—No, no, no —corrige Magda—. Esa no. Tienes que ir sencilla, pero

sexy.

—Es que yo no soy sexy —me quejo yo.

—No importa que no lo seas. Basta con que lo parezcas. Ponte algo que

te esté estrecho. Muy pequeño. Si tú tienes unos pectorales

maravillosos. ¡Lúcelos!

Pues jamás en la vida me he sentido menos lucida, qué quieres que te

diga. Hago lo que me dice y me pongo una camiseta púrpura de cuando

era pequeña, la cual se aprieta a mi gran delantera como si fuera de

goma. Magda dice que estoy guay y refunfuña que qué pena de esmalte

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de uñas. Que si tuviéramos uno del mismo color, etc. Me pinta los ojos

con sombra púrpura también.

Papá nos va a llevar en coche. Magda ha quedado allí, en casa de Adam,

con Greg. Papá mira a Magda y pone cara de aprobación. Es que está

fenomenal con una mini negra y un top blanco y negro, tan corto que se

le ve la cintura cuando se mueve. Luego me mira también a mí. Se

queda aturdido.

—¡Ellie! —exclama.

—¿Qué? —contesto yo en un tono que quiere ser frío y desafiante,

aunque no lo consiga.

—Bueno, nada, que estás muy... —dice, y mira a Anna—, muy... Bueno,

a lo mejor, después de todo, lo de la fiesta no es tan buena idea. No me

había figurado que se tratase de una reunión de... gente tan mayor...

Anna levanta las cejas y Eggs bota sobre un sillón.

—¡Mira, mira! ¡Yo ya soy mayor! He crecido. ¡Quiero ir a la fiesta yo

también! —chilla, y se tira al suelo de un salto.

Anna, que está muy disgustada después de la pelea, se hace la loca.

Papá suspira y nos ofrece su brazo.

—Señoras, a vuestra disposición —dice.

En el coche empieza a dar la murga a Magda con Greg y los demás

chicos. Repite todo lo que Anna quería saber. Que cómo son los padres

de Adam, que si va a haber alcohol o drogas, que desde luego él estará

allí, aparcado frente a casa de Adam como un clavo, a las doce de la

noche.

—Como si viniera a recoger a la Cenicienta. Solo que no lleváis vestidos

de baile y gran lujo —dice, y mira mi camiseta con aprensión

manifiesta.

Parece que su aprensión disminuye cuando llegamos a casa de Adam.

Es una casa muy mona, de esas imitación estilo Tudor, con su

estanque para peces y todo, y un enano en el jardín con su gorrito rojo

y sus botas a juego. Hay un coche aparcado frente a la entrada.

—Bueno, qué gusto —suspira papá—. ¡Están sus padres!

—Debe de ser un truco —murmura Magda.

Pero no lo es. La madre de Adam nos abre la puerta, enfundada en

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unos pantalones pegaditos sobre los que lleva un jersey claro. En una

mano sostiene una bandeja de plástico de esas con compartimentos

para patatas fritas y ganchitos.

—¡Hola! —dice—. Y... ¿vosotras sois...?

—Yo soy Magda y esta es Ellie —contesta Magda con voz débil.

—¿Sois amigas de Adam?

—Pues, bueno, sí —dice Magda—. Yo soy amiga de Greg, que es amigo

de Adam, y Ellie es amiga mía.

No quiero ser amiga de Magda. Desde luego, no después de esta noche.

Esto no es una fiesta, esto es un horror. Adam es un chico que parece

de la edad de Dan, aunque esté dos cursos por encima de nosotras. Es

muy delgado, con una nuez muy protuberante (claro, ¡llamándose

Adam!) que sube arriba y abajo cuando habla.

Adam, Magda y yo estamos un rato largo los tres solos en la sala,

mientras la madre de Adam entra y sale ofreciéndonos avellanas, y una

especie de sangría asquerosa que debe de tener un centímetro de vino y

litros y litros de Fanta de limón. Cada vez que tomo un sorbo, pedacitos

de mandarina y trozos de cereza se me pegan a los dientes. Adam dice

entre susurros que sus padres decidieron que no se marchaban de

finde, porque su padre tiene un resfriado muy fuerte.

Efectivamente: de vez en cuando se oyen estornudos explosivos

provenientes del piso de arriba. Estoy segura de que esta noche no va a

haber escenas de cama. De repente aparece Greg y Magda le arma una

bronca en voz baja, murmurándole furiosas palabras en su oreja

colorada.

Media hora más tarde llega otro chico. Lleva una lata de cerveza en la

mano, no deja de eructar y dice que ha bebido muchas más. A Adam le

parece muy divertido y, cuando no le ve su madre, comparte la cerveza

con el chico en cuestión.

Yo sería capaz de salir con Dan incluso, con tal de no salir con estos

dos. Saldría incluso con Eggs. ¿Por qué rayos no viene nadie más?

Después de un montón de tiempo, llaman a la puerta y parece que hay

mogollón de chicos al otro lado, pero cuando la madre de Adam les abre

la puerta, se oyen unos apresurados murmullos de excusas recitadas a

toda prisa y una voz que dice que perdón, que no es la dirección que

buscaban, y todos desaparecen en la niebla.

Así que aquí estamos los cinco. Nosotros somos la fiesta salvaje y yo no

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bebo, ni tomo drogas, ni bailo, y tampoco me escondo en una

habitación con un chico. Es que ni siquiera tengo ocasión de hablar con

un tío. Simplemente, estoy sentada ahí, como una seta, y, desde luego,

no puedo dejar de pensar que es la fiesta más horrorosa de mi vida.

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NUEVE FIESTAS

1. LA FIESTA DE MI VIDA: sería yo sola y el Dan de mis

sueños.

2. LA FIESTA MÁS MONA: la que tuve cuando era pequeña.

Todavía vivía mamá y me dio una fiesta estupenda.

Había fresas con nata, un pastel de cumpleaños azul y un flan

del color del mar, chocolates rellenos con crema y montones de

globos. Mamá pegó cristalitos en todas las ventanas, y la

habitación resplnadecía bajo el sol.

3. mI FIESTA MEJOR COMO CHICA MAYOR fue cuando

cumplí los doce años. Organizamos una fiesta con

muchísimas variedades de helados, y un enorme pastel también

helado.

4. LA MEJOR FIESTA DE NADINE fue uno de sus cumpleaños

cuando éramos muy pequeñas. Jugábamos con la Barbie

Vampiro, y como la Barbie era muy mala, atacaba con saña a

los peluches de su hermanita Natasha.

5. LA MEJOR FIESTA DE MAGDA fue cuando su madre y mi

padre nos lelvaron a uno de los restaurantes Planet Hollywood

y después al cine a ver una peli de Brad Pitt.

6. LA FIESTA MÁS DIVERTIDA fue el bautizo de Eggs, quien

no dejaba de llorar y papá dijo: "Dejadme que lo coja", y le dio

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unos golpecitos en la espalda y entonces mi hermanito le

vomitó demanera totalmente asombrosa el traje nuevo.

7. LA FIESTA MÁS MOJADA: un picnic en Gales y que no

hacía más que lloviznar, y Dan parecía menos atractivo que

nunca con el anorak ese que lleva subido hasta las cejas.

8. LA FIESTA QE FUE CASI LA PEOR DE TODAS: la del día

de mi cumpleaños, justo después de que papá y Anna

comenzaran a vivir juntos. Yo no hice más que discutir los

juegos que habían elegido para amenizar mi cumple. Y me puse

furiosa con Anna, que hizo un pastel de cumpleaños azul con

forma de elefante. Acabé llorando delante de todo el mundo.

9. LA PEOR FIESTA: la fiesta en casa de Adam.

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Capítulo 6 Seis cartas

uerido Dan:

El sábado por la noche fui a una fiesta maravillosa. Bailé, bebí,

estuve con un montón de gente y no volví a casa hasta la

madrugada.

Querido Dan:

Soy una mentirosa que no veas. Tendrías que ver mi nariz. Ya sabes,

igual que la de Pinocho, que crecía cuando decía mentiras. Yo la debo de

tener larguísima. Fíjate lo horrorosa que fue la fiesta, que acabé llamando

a papá para que me viniera a buscar antes de lo previsto, porque no

aguantaba más. Me sentía como una perfecta imbécil. Con todos los

artículos que hay en los periódicos sobre la gente joven de hoy en día,

que dicen que todos son unos borrachos, o unos drogatas, que se

morrean con todo el mundo y en todas partes, ¿verdad? Pues, bueno, yo

de eso no sé nada. Mi vida es un aburrimiento total.

Me encuentro fuera de todo. Como si no perteneciera a ningún sitio. ¿Te

pasa eso a veces? Seguramente no, porque tú eres un tío y no sabes lo

que quiero decir. Tú no tienes que preocuparte por tu aspecto, o por lo que

te pones, o por si eres popular o no en el colegio.

No sé por qué te escribo todas estas tonterías. Es que es muy tarde y no

puedo dormir. Y estoy hasta el gorro. Y no tengo a nadie con quien poder

hablar. Así que, Dan, lo siento pero te toca a ti.

Antes tenía a mis dos mejores amigas, Magda y Nadine, pero ahora es

muy diferente. Soy todavía amiga de Magda, pero es una tía que siempre

está de juerga y no entiende que pueda haber alguien tan deprimida

como yo. Y luego tiene un novio que se llama Greg y siempre está con él.

No es que esté colada por él, aunque la verdad es que él no está mal.

Estaban en esa horrorosa fiesta, pero no lo pasaron tan mal como yo,

claro, porque se sentaron en un rincón y se dedicaron a morrearse.

Magda fue la que empezó. Se tiró encima de Greg, y él no pudo hacer

nada para impedirlo. Claro que no parecía importarle. ¿Por qué le iba a

Q

Page 68: Chicas Enamoradas - Jacqueline Wilson.pdf

68

importar, si Magda es una chica impresionante?

Cuando estoy hecha polvo, le hago confidencias a mi otra amiga, Nadine,

una chica más bien melancólica. Somos las mejores amigas del mundo,

desde que éramos bebés. Cuando éramos pequeñas, nos vestíamos lo

más parecido posible, e intentábamos que todos creyeran que éramos

gemelas. Cosa imposible: ella era y es alta y esbelta, y yo he sido

siempre gordita con el pelo rizado. Y Nadine tiene el pelo liso como una

tabla. Pero nos daba igual. En cambio, ahora la tía va y se ha echado un

novio que se llama

Liam. Un chico mucho mayor que ella. Y ella se piensa que Liam es

fenomenal y al mismo tiempo que es un cara dura por cómo la trata. Es

que el tío espera de ella que le haga todo tipo de cosas. Bueno, ya te

imaginas.

Y Nadine me lo contó todo y yo se lo dije a Magda. Y Magda le dijo que

era una imbécil, y Nadine dejó de hablarnos. Y sigue enfadada y yo

estoy muy preocupada por ella. Y también estoy muy preocupada por mi

padre y mi madrastra. En este mismo momento están teniendo una

bronca en su cuarto. Puedo oírles aunque intenten hablar bajito. No sé

por qué tienen todas estas peleas. Antes se llevaban estupendamente.

Cuando Anna vino a vivir con nosotros, yo esperaba que se pelearan

cantidad e incluso hacía lo posible para ponerles en contra el uno de la

otra. Le contaba rollos a Anna. Mentiras sobre mi padre y cosas así. No

porque la odiara, al revés: es una tía bastante legal (por lo menos, la

mayor parte del tiempo), sino porque era mi madrastra y yo no quería que

sustituyera a mi madre. Es que mi madre era la mejor persona del

mundo.

Pero no te voy a hablar de mi madre, porque si no me echo a llorar. Ahora

me he acostumbrado a Anna. Es como si fuésemos amigas. No amigas

amigas, sino amigas corrientes. Es tan tranquila, tan seria y tan feliz que

es guay. Porque, lo que es yo, a veces me pongo rara y de mal humor. Y

encima tengo que aguantar a mi hermano Eggs, que es un horror, ya lo

sabes, y encima está mi padre, que es el colmo cuando se pone histérico.

Anna sabe cómo calmarle. Es como si fuera su perro, un perro

desasosegado y demasiado grande. Pero ella le tranquiliza de forma

firme y luego le acaricia un poco como si fuese un cachorro. Pero ahora

parece que ha perdido su varita mágica, o es que se ha hartado de jugar

a este juego. Parece que quiera tener una vida más autónoma, sobre todo

ahora que Eggs ha empezado a ir al colegio. Intentar volver a trabajar o

algo así, pero no encuentra nada de momento, lo que la deprime

bastante.

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69

Y luego va la tía y ha empezado unas clases nocturnas, y el martes se

organizó un jaleo tremendo, porque yo me iba a casa de Magda y papá le

había prometido quedarse en casa para cuidar de Eggs y que ella

pudiera ir a su clase de italiano; pero no sé lo que pasó en la universidad

que mi padre se retrasó. El caso es que llegó tarde y Anna no pudo ir a su

clase. Y cuando volví vi que Anna había estado llorando. No sé por qué le

importa tanto. Es solo una clase de conversación en italiano, y nosotros

nunca iremos a Italia. Seguiremos yendo a la aburrida y lluviosa Gales.

¿De verdad que te gusta Gales? A mí me encantaría ir a Italia y ver un

montón de arte; además Magda dice que los helados son increíblemente

fantásticos, y ya se sabe que los chicos italianos son los más sexys del

mundo. Supongo que a Anna le gusta el arte, porque estudió Bellas Artes,

pero desde luego no toca un helado ni de broma. Le importa demasiado

mantenerse delgada, y además tampoco pueden gustarle los italianos

porque ya tiene a papá, digo yo.

Aunque... ¡oh, cielos, se me ha ocurrido una cosa! A lo mejor Anna tiene

otro tío, un italiano sexy. O a lo mejor esto de las clases de italiano es

una excusa y se va por ahí a ver a algún ligue misterioso.

A mí me parece una cosa rarísima que vea algo interesante en papá, que

es mucho mayor que ella, para empezar. Además, Anna es muy guapa,

mientras que papá tiene una barriga de esas que, cuando se mira en el

espejo, encoge el estómago todo lo que puede y no hace más que decir

que esto es puro músculo. Y luego va y se pone vaqueros y camisas de

crío. Como si fuera joven, solo que no lo es. Y, además, lleva una barba

espantosa, y el pelo largo y esas sandalias tan horrorosas en verano, y

tampoco tiene un carácter muy fácil que se diga.

Por cierto que acaba de entrar en mi habitación, porque ha ido al baño y

ha visto la luz encendida en mi cuarto, y dice:

« ¿Qué haces, Ellie?» Y va y me apaga la luz, así que supongo que la letra

me estará bailando y no vas a entender nada, pero no importa. Porque no

creo que te vaya a mandar esta carta. No es más que un montón de

tonterías. Pensarías que estoy completamente loca.

Con cariño, Ellie

Querida Ellie:

No estás loca. Para nada. Me encanta tu última carta. Es la carta mejor

que nadie me ha mandado. Cuando la leí, era como si pudiera ver lo que

pasaba en tu cabeza por una ventana. La he leído muchas veces y la

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llevo conmigo a todas partes. Escondida, naturalmente.

Estoy asombrado de que estés tan harta de todo como yo. Es que me

pasa lo mismo. Tú no tienes ni idea. En realidad, a los chicos nos pasa lo

mismo que a las chicas. Por ejemplo, yo nunca me siento completamente

a gusto en ningún lado. Es como si me hubieran abducido desde un

planeta distinto. Como si estuviera en un territorio desconocido, donde

todos los terrestres se rieran de mí hasta morir. Y ahora es todavía peor,

porque me han salido un montón de granos (debe de ser la alergia a los

terrícolas). Y a pesar de que me doy un montón de porquerías tipo

ungüento, que me compra mamá en la farmacia, no creo que me ayuden

mucho. Mi cuerpo entero parece haber enloquecido. No te cuento los

detalles, pero las chicas no sabéis lo espantoso que es esto.

Me gustaría meterme en un traje espacial que tuviera una cápsula en la

cabeza, y no tener que comunicarme con nadie que no fueras tú. Es la

primera vez que me pones «Con cariño, Ellie». Eso es lo mejor de tu carta.

He estado releyéndolo veces y veces. Es un milagro que no haya

desaparecido de la página bajo mi mirada.

Un montón de besos, Dan

Querido Dan:

No pensaba mandar esa carta. La metí en un sobre a todo correr y la

eché al buzón casi sin darme cuenta. Y después me fui al colegio. Y

después me acordé de todas las tonterías que te había dicho, y el corte

fue tal, que volví al buzón a ver si conseguía recuperar la carta, pero llegó

la policía y se paseaba por allí, y pensé: « ¡Oh, cielos, me van a arrestar

por intentar robar el correo de Su Majestad!». Así que saqué la mano del

buzón, sonreí a los polis con cara de cordero y ellos se rieron de mí, como

hace todo el mundo.

Me gusta tu idea de llevar un traje espacial. A mí tampoco me vendría

mal tener uno. Claro que no sé cómo podríamos comunicarnos. Cómo

podrías ir a comprar cosas. Además, nadie te iba a oír. Tampoco podrías

hablar con tus amigos. Claro que, en mi caso, una de mis mejores amigas

ni siquiera me habla, pero bueno. ¿Y qué harías en el colegio? Yo, desde

luego, no soy un cerebrito como tú. Ni tampoco me comunico demasiado

con los profes, desde luego.

Estoy pasando por un momento horroroso. Estoy hasta las mismísimas

narices de mi vida. Bueno, será mejor que me calle, porque si no te voy a

escribir una lista de quejas, otra vez. Y yo no sé si te puse «Con cariño,

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Ellie» la última vez que te escribí, no me acuerdo. Creo que solo puse

«Ellie», pero bueno.

Ellie

Querida Ellie:

Pues yo tengo la carta aquí, al lado de mi corazón, y pusiste «Con cariño,

Ellie». Bueno, que la carta está al lado de mi corazón suena muy poético,

pero no es exactamente una realidad anatómica. No tengo bolsillos a la

altura del corazón. Tengo tu carta en el bolsillo del pantalón, así que tus

palabras de amor me rozan la cadera, aunque esto parezca muy íntimo y

no quiero que mi carta acabe siendo pornográfica, ¿sabes? Esas cosas

que escriben los chicos de mi colegio a sus chicas. O, mejor dicho, lo que

escriben sobre ellas. Yo no quiero pensar en ti de esa manera, Ellie,

aunque seas muy atractiva, etc., etc.

Te quiero desde que te vi por primera vez, porque eres la chica de mis

sueños, y pienso siempre en ti. Nunca había estado enamorado hasta

ahora. Supongo que quiero a mis padres como todo el mundo, aunque se

suelen ponen de morros cuando hago cosas normales, como jugar a los

marcianitos o ir a un partido de fútbol; porque lo que ellos quieren es que

lea muchos libros, oiga música clásica, vista con conciencia social y

recicle todo; y lleve una vida tan ecológica como un campo de margaritas.

Comprendo muy bien lo que dices de tu hermano. Yo tampoco puedo con

mis hermanos. También yo los quiero, claro, pero son la mar de molestos,

especialmente cuando me espían: entran en mi cuarto, me revuelven los

cajones, sacan todo lo que no debieran, y, encima, los tíos se burlan de

mi nuevo corte de pelo.

Me gustaría ser un tío que estuviera por encima de todo. Que no me

importaran esas cosas, que tú me miraras, y que decidieras que soy tu

dueño y señor y que me ibas a seguir por todo el mundo.

No es que me haya vuelto loco. Bueno, más loco de lo que estaba, es algo

que dice Julieta. Por cierto, ¿estás estudiando Romeo y Julieta tú

también? Es bastante bueno, aunque es un crimen hacerlo en mi colegio,

porque todos somos chicos y, cuando lo leemos en voz alta, alguien tiene

que hacer de Julieta y en realidad hace el payaso. A mí me tocó hacer

este papel una vez y todo el mundo se moría de la risa. Como yo ya sabía

que esto no iba a mejorar mi reputación, se me ocurrió imitar a Julieta con

voz de chica. Ya sabes, una vocecita aguda y chillona. Y el profesor, que

es un tío bastante decente y que me ha dejado algunos de sus libros, se

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enfadó de verdad. En lugar de rarito, pensaron que era un loco. La

verdad es que no quiero que me consideren rarito, aunque no pueda

hacer nada respecto a mi físico debilucho. Además, tampoco me puedo

poner a trabajar y ganar dinero para comprarme una ropa genial hasta

que cumpla los dieciséis.

Quizá, si me cortase el pelo de forma diferente, estaría algo mejor, porque

lo que es mi madre me lo corta siempre por aquí y por allá, y al final el

efecto es de película de terror. Así que le pedí que me dejara ir a una

peluquería de verdad. Le dije que quería un corte de pelo radicalmente

nuevo y que durara. Quería que me durara hasta que vuelva a verte. Y

hablando de eso, ¿cuándo te veo? Puedes venir y quedarte a pasar el fin

de semana, siempre que quieras. Claro que mi casa está llena de cosas

de niños y todas las toallas están pringosas, y no puedes comer en la

mesa grande del salón, porque hay un puzzle gigante colocado allí

permanentemente y la bañera suele estar siempre llena de patos —

suelen ser de los de plástico, pero nunca se sabe; muy originales—y, si

duermes en la cama libre (la única que hay), quiere decirse que mis

hermanas Rhianne y Lara estarán mirándote fijamente desde la litera de

enfrente. La cosa puede ser fuerte porque Rhianne canta todo el tiempo.

Incluso cuando duerme. Y Lara es capaz de meterse en tu cama a las

cuatro de la mañana, acompañada de todos sus peluches. Así que serías

la mar de bienvenida, pero no creo que te sintieras demasiado cómoda.

¿Qué te parecería que fuera yo a verte? Tengo un primo que sale con una

chica de la Universidad de Londres, así que va a Londres casi todos los

viernes. Él dice que no le importaría llevarme. Cosa que es estupenda.

¿Qué te parece el próximo «finde»? Aunque quizá me tendría que poner de

verdad una cápsula espacial, construida con el vidrio negro ese de las

ambulancias, porque a lo mejor el corte de pelo radical es un desastre.

Cuando mi madre lo vio, movió la cabeza sin soltar palabra, aunque, eso

sí, dio un largo suspiro. Y papá se preocupó mucho por si iba a reunirme

con una panda de skin heads. Mis hermanos se morían de la risa,

aunque no fue nada comparado con la reacción de los chicos del colegio.

Ahora sí que creen que estoy como una cabra. Tú también te reirás, Ellie.

Bueno, pues entonces: ¿la semana que viene? Llegaré entre las ocho y las

nueve. Depende del tráfico que haya. Te veré pronto.

Todo mi amor, Dan

Querido Dan:

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No, no vengas el próximo fin de semana. Es que es el cumpleaños de

Magda, y nos iremos por ahí el sábado a celebrarlo. Eso sí, seremos solo

chicas. Lo siento, no puedo decirte que vengas. Además, no es una buena

idea porque también nuestra única cama libre es horrorosa: Eggs rompió

los muelles, así que de repente se cierra cuando estás metido en ella.

¿Por qué no esperamos a vernos en Gales? ¿No te parece? ¿Vas en

Navidades? Nosotros sí que vamos. Es una idea horrible, habrá que

ponerse seis jerséis encima por lo menos, y nieva todo el rato y dentro de

las ventanas hay hielo; así que no te digo el frío que hace fuera. Pero es

una especie de tradición familiar, así que, qué le vamos a hacer. Pero

bueno, si estás allí podríamos jugar a que somos sir Edmund Hillary y el

sherpa Tensing a la conquista del Everest.

Hasta pronto, Ellie

Querida Ellie:

No puedo esperar hasta Navidades. Llegaré el fin de semana, después

del próximo fin de semana. Todo mi amor.

Dan

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NUEVE HECHOS RAROS E

INESPERADOS

1. Dan el Raro escribe unas cartas estupendas.

2. Los cigarrillos parecen algo estupendo pero no lo son.

3. El queso huele de horror, pero sabe muy bien.

4. Eggs cuando está dormido, tiene una expresión muy dulce.

5.. Una barrita de chocolate pequeña pequeña tiene nada menos

que 350 calorías.

6. La estrella del rock más dura de todas tiene una madre la

mar de encantadora y cariñosa.

7. La ropa que te pones y te parece que está fenomenal en el

probador de cualquier tienda, se vuelve horrorosa en el momento

que pisas el umbral de tu casa.

8. Como los zapatos que te pones en la tienda y te sientan

estupendamente y en el momento mismo en que sales a la calle

te empiezan a hacer daño.

9. Los chicos aunque tengan un cerebro estupendo, pueden ser

cantidad de torpes a lo hora de darse cuenta de las cosas.

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Capítulo 7

Séptimo Cielo

—Por supuesto que Dan puede venir y quedarse el fin de semana —dice

Anna—. Oh, Eggs, ¡mira lo que haces! ¡Estás tirándote todo el zumo

encima!

—No me estás escuchando, Anna —respondo yo—. Es que no quiero

que venga.

—Creí que habías dicho que sí que querías —insiste Anna, mientras

desnuda a Eggs y mete su pijama derecho en la lavadora.

—Mira, estoy todo desnudito —dice Eggs—. Mírame la pilila, Ellie.

—Qué asco. ¿Por qué no le metes dentro a él también? —sugiero a

Anna.

Anna está sentada en sus rodillas, revolviendo la ropa sucia y poniendo

orden en los calcetines.

—Lo que te pasa es que a ti también te gustaría tener pilila —dice Eggs.

—Ya está bien, Eggs —dice papá, que está acabando su café—. Has

fastidiado a las señoras. Bueno, yo me voy.

—¿Por qué te vas tan pronto? —pregunta Anna—. ¿No puedes esperarte

un poco y llevar a Eggs al colegio?

—No, he quedado —responde papá. Coge a Eggs en sus brazos y le da

un beso.

—¿Con quién? —insiste Anna, cerrando los puños.´

—Por favor, no empieces, Anna —dice mi padre—. Tengo que ver a Jim

Dean, el diseñador gráfico.

—No soy yo la que empieza —continúa Anna—, sino tú. Bueno, mira,

puedes ir a trabajar, pero vuelve a tiempo para que yo llegue a mi clase

de italiano.

—¡Ya estamos con tu clase de italiano! ¡Eso es lo más importante de tu

vida!, ¿no? —exclama papá mientras Eggs se le escapa de los brazos

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para volver a sus juegos.

—¿Qué otra cosa me queda? ¿Se puede saber? —dice Anna con

amargura mientras aprieta en la mano un montón de calcetines

malolientes—. ¡Claro, con esta vida que llevo tan plena y tan

interesante! Aquí estoy yo desenrollando tus calcetines sucios, que los

dejas siempre hechos una bola. ¡Qué emocionante! Por cierto, ¿no

podrías desenrollarlos tú? Y, ya que estamos, ¿no podrías preocuparte

tú de meter las cosas en la lavadora? Tanto que te gusta pasar por

joven, pues ¡haz lo que hacen los jóvenes y comparte las tareas

domésticas!

—Y tú ¿por qué te empeñas en actuar como una vieja bruja, siendo,

como eres, una jovencita? —dice papá, que recoge sus cosas y se larga

dando un portazo. Anna empieza a llorar.

—Mamá, ¿te has hecho daño? —pregunta Eggs.

—¡Haz el favor de lavarte ahora mismo, Eggs! ¡Y de vestirte también! —

le digo, pilotándole fuera de la cocina.

—Eso lo hace mamá —contesta.

—No seas crío. Mamá está cansada. Venga, vístete, que te llevo al cole.

—No quiero que me lleves al cole. Papá me llevará.

—Mira, Eggs, te lavas, te vistes y te llevo al cole. ¿Entendido? Y a lo

mejor te cuento el cuento del huevo, ya verás qué bonito.

—Bueno —dice él, y se marcha corriendo. Se para en la puerta y

pregunta—: Mami, ¿estás mejor?

—Sí, mucho mejor —contesta Anna, y le dice—: Haz el favor de lavarte,

chupachús.

Y él se marcha repitiendo:

—Chupachús, chupachús, chupachús.

—Oye, Anna —pregunto entonces—, ¿qué pasa con papá y contigo?

—¡Oh, bueno, nada! —contesta ella—. Una mala racha. Ya sabes.

—Anna —insisto, quieta parada en la silenciosa cocina—. ¿Hay alguien

más?

Anna me mira fijamente. Se ha puesto muy pálida.

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—¿Alguien más? ¿Qué quieres decir? —pregunta—. ¿Sabes algo, Ellie?

—Bueno, no. Solo pensaba que papá puede ser un plasta total; y que yo

comprendería si hubieras encontrado un ligue en la clase de italiano,

¿sabes? Es horrible que estéis todo el día de morros. Ya sé que antes

siempre me ponía del lado de papá, pero ahora es distinto... Soy mayor.

Entendería que tuvieras un ligue.

Anna me mira y no da crédito a lo que está oyendo. Mueve la cabeza y

sonríe, a pesar de tener la cara llena de lágrimas.

—Estás equivocada, Ellie —dice—. Yo... yo no tengo ningún ligue.

—Entonces... —digo yo, cayendo del guindo—. ¿Es papá...?

—Él dice que no y yo digo que sí. A veces creo que miente, y otras, que

son neuras mías y que dice la verdad —dice Anna mientras mete las

famosas bolas de calcetines en la máquina.

—¿Y quién es? —pregunto yo.

—No lo sé. Una alumna. La he visto colgada de su brazo. Una de pelo

rubio. Muy guapa. Muy joven.

—Podían haberse encontrado por casualidad.

—Pues sí, claro. Pero no me gustó cómo la miraba. La miraba del

mismo modo en que me miraba a mí cuando nos conocimos.

—¡Oh, Anna! —exclamo con desesperación.

Anna cierra la puerta de la lavadora y se incorpora.

—Lo siento —dice—. No he debido decir nada. Puede que sea solo mi

imaginación. Cuando empiezo, no paro. Es que... es que... ¡le quiero

tanto!

Esto es lo más raro de todo.

Llevo a Eggs al colegio. Voy contándole tonterías de la familia de huevos

Eggs: los papás Eggles, los abuelos Eggles y los cien pequeños huevos

Eggles, que se llamaban Edwina, Edward, Edith, Enid, Ethan, Ethelred,

Evangeline... Que todos dormían juntitos en una cama gigante llena de

segmentos ovales y cuando se levantaban a la mañana iban dando

tumbos hasta encontrar el tobogán que los llevaba a la cocina del piso

de abajo, donde desayunaban. Que, por supuesto, solo desayunaban

cereales. Nada de huevos revueltos o cosas así. Odiaban los huevos

revueltos. Tenían unos primos, los huevos de chocolate, que solían

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visitarlos en Pascua: estos odiaban el tiempo caluroso porque se

deshacían bajo el sol.

Sigo con el rollo y mis cuentos son cada vez más sosos, pero Eggs está

encantado. Al cabo de un rato lo hago mecánicamente, y pienso en papá

y en Anna, mientras sigo con los cuentos de los dichosos huevos

adelante y atrás.

No lo entiendo. ¿Cómo puede quererle? Yo le quiero, claro. Por algo es

mi padre, pero no podría aguantarle ni dos segundos si fuera mi pareja;

especialmente si ligara con otra. Anna debe de estar equivocada. ¿Por

qué rayos va a querer una estudiante joven y guapa ligarse a mi padre?

Claro que es lo mismo que hizo Anna en su día. Es que no lo entiendo.

Papá no es ni siquiera guapo como algunos viejos que andan por ahí.

¿Cómo no se enamora Anna de alguien que esté bien y...?

¡Oh, no me lo puedo creer! ¡El chico de mis sueños! Dan, con su pelo

dorado y sus ojos castaños. Hace un siglo que no le veía. Había

abandonado toda esperanza. Ya no iba andando, sino siempre en

autobús, y no me lo encontraba, y mira, justo ahora viene hacia

nosotros y me mira y me sonríe. ¡Oh, cielos! ¡No quiero sonrojarme!

¡Eso, lo último! Miro a otro lado. Me estoy poniendo colorada. El chico

se acerca...

—Ellie, Ellie, ¿por qué te paras? —pregunta Eggs, que me estira de la

manga como si yo fuera una bomba de agua.

—Espérate un minuto —digo.

—No. Quiero que me lo cuentes ahora; lo has prometido.

El chico de mis sueños está justo frente a mí. Le miro y el tío me sonríe.

Pero no es un sueño: esto es real. Después me hace un gesto con la

cabeza.

—¡Ay! ¡Los hermanos pequeños! —exclama, y yo hago asiento con la

cabeza, aunque siga muda—. Bueno. Nos vemos.

—Sí, nos vemos —murmuro yo.

—¿Quién es ese hombre? —pregunta Eggs.

—No lo sé —digo yo—, pero no hace falta que grites.

—¿Por qué te pones colorada? —pregunta Eggs otra vez.

—Oh, Señor, ¿me he puesto colorada? —pregunto yo.

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—Pues sí, pero sigue contando —dice mi hermanito.

Entonces le cuento una serie de nuevas bobadas; entre ellas, la historia

de un huevo nuevo, todo de oro macizo y que deslumbra a quien lo ve.

Dejo a Eggs en su colegio y me voy al mío. Llegaré tarde, pero tengo que

saborear este momento. Él estaba allí y me ha hablado. A mí. Ha dicho:

«Nos vemos». Lo ha dicho. No es nada que yo me haya inventado. «Nos

vemos», que quiere decir que nos veremos otra vez y que incluso

pudiera querer decir: «Quiero verte otra vez».

Yo también quiero verte. Yo también lo deseo con toda mi alma. Todos

mis problemas —por ejemplo, lo pesado que se pone Dan con lo de

vernos—parecen desaparecer. Por fin, dejo incluso de pensar en papá y

Anna. Este es el momento más mágico de mi vida. Me siento... me

siento como Julieta.

Me gustaría hacer pellas y pasarme todo el día a vueltas con esta

sensación, pero, bueno, tengo que pensar en enfrentarme a mis líos.

Nadine está muy fría conmigo y se hace la que está por encima de todo.

Por cierto que luce un moratón nuevo, un poco más bajo que el

anterior. Magda y yo nos la quedamos mirando, mientras la tía se

cambia para gimnasia y se pone la camiseta de deporte.

—¿Se puede saber qué miráis? —nos pregunta.

—Es bastante obvio —dice Magda sin cortarse un pelo—. Por cierto, se

me ocurre que podrías intentar que Liam comiera decentemente, porque

si sigue así, va a acabar contigo.

Nadine le contesta:

—Métete en tus asuntos, tía.

Magda se encoge de hombros y sale del vestuario; yo sigo dando vueltas

por allí, sin decidirme a marcharme. Nadine sabe que estoy merodeando

a su alrededor, pero hace como que nada y se ata un zapato. Tiene todo

el pelo echado para adelante y solo le veo la raya, increíblemente

blanca. Me acuerdo de cuando éramos niñas y jugábamos a

peluquerías. Cómo me gustaba cepillar su pelo largo, tan distinto de mi

masa rizada tipo oveja.

—Nadina, guapina —le digo suavemente. No la he llamado así desde

que éramos pequeñas.

—Ellie, mira una peli —contesta y me mira, y de pronto es la misma de

siempre.

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—¿Amigas?

—Yo nunca he dejado de serlo.

—Ya, pero estabas muy antipática, tía.

—Bueno, tú lo fastidiaste todo, cotilla —me reprocha Nadine—. Tuviste

que soltárselo todo a Magda.

—Lo sé. Lo siento mucho, no sabes cómo lo siento. Después me hubiera

mordido la lengua. Mira.

Abro la boca, saco la lengua y hago como si me la mordiera, pero como

estoy tan entusiasmada con mi demostración, me la muerdo de verdad

y doy un grito:

—¡Ayyy!

Nadine se ríe y dice:

—Estás como una cabra, Ellie. Venga, ¿somos amigas? —pregunta.

—¡Sí, sí! —digo yo, chupándome la lengua—. ¡No soporto que no seamos

amigas! Harás las paces también con Magda, ¿verdad?

—Bueno, solo si me deja en paz y no se mete con Liam, que ya está bien

—dice Nadine—. Además, lo que pasa es que está celosa de lo guapo

que es. Porque Liam está cien veces mejor que el Greg ese con el que

sale.

—¡Vaya cara dura que tienes! —dice Magda, que ha aparecido de

pronto, porque andaba buscándome—. Aunque reconozco que tienes

bastante razón. Greg no es tan guapo como Liam, y es verdad que sentí

un montón de celos cuando empezaste a salir con él; pero ahora... ¡oh,

Nadine!, ¿es que no te das cuenta? ¿No te das cuenta de que te está

utilizando?

—No es verdad —responde esta—. Me quiere mucho. Casi no puede

dejarme sola ni cinco minutos.

—Es solo sexo —contesta Magda—. Solo quiere eso... No te lleva a

ningún lado. Solo a esos paseos.

—Sí que me lleva a sitios —dice Nadine—. Por ejemplo, para que veas,

este sábado tiene entradas para el Séptimo Cielo. Se las han regalado

unos colegas.

—¿Qué? —pregunto yo—. ¿El Séptimo Cielo? Es que yo flipo. Es la

discoteca que está más de moda en cien kilómetros a la redonda y la

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que peor fama tiene. Nadie que yo conozca ha ido y todas nos morimos

por ir algún día, claro está.

—¿Y qué pasa conmigo? —interviene Magda—. ¿No ibais a venir a mi

cumpleaños? ¿A casa, primero, y luego por ahí todas juntas?

—¡Oh, no! —grita Nadine—. ¡Se me había olvidado completamente, y

además las entradas son para el sábado por la noche! ¿Qué hago yo

ahora?

—No pasa nada —dice Magda—. Vete a la disco. ¿Quién quiere perderse

eso? Y, ahora que lo pienso, ¿por qué no vamos tú y yo también, Ellie?

Le diré a mi padre que suelte pasta. Y tú, Nadine, no te preocupes; no

copiaremos tu estilo. Nos situaremos lejos de ti y de Drácula.

—¿Drácula, nada menos? —dice Nadine, pero se ríe. Bueno. Menos mal

que al final todo se ha arreglado. Me pregunto si el rubio de mis sueños,

el chico de los ojos oscuros, irá a sitios así los viernes por la noche.

Nadine les ha dicho a sus padres que el sábado va a dormir en casa de

Magda. Yo no pienso decirles a papá y a Anna adónde voy, porque se

puede armar un buen follón como se enteren de lo de la discoteca

Séptimo Cielo. Dormiré en casa de Magda. Mi padre se hace el moderno,

pero si se enterara de que voy a esa disco, ni te cuento, porque hace

unas semanas hubo cantidad de artículos en el periódico. Que si había

unas broncas de campeonato a las cuatro de la mañana. Que si hubo

que llevar a urgencias a algunas chicas por sobredosis, y que pasaban

cosas realmente fuertes. Mi padre no me dejaría ir ni de broma. Así que

solamente voy a decir que Magda y yo celebramos una fiestecita y que

luego dormiré en su casa y que estaré de regreso el domingo,

tranquilamente.

—¿Qué te pondrás para ir a esa fiesta, Ellie? —pregunta papá—. No te

pondrás esa cosa brillante del otro día, ¿no?

Papá ha vuelto a casa más temprano. Anna se prepara para ir a clase

de italiano, y papá hace como si esta mañana no hubiera pasado nada

de nada.

—Bueno, a lo mejor necesitas ropa nueva —dice, y me alarga un billete

de veinte libras. Un segundo más tarde, se da cuenta de que con eso no

hago nada y empieza a revolver sus bolsillos. Luego añade—: ¿Sabes?

No tengo dinero suelto. Sería mucho mejor que fueras de compras con

Anna, y así usáis la tarjeta. ¿No os parece? —después mira a Anna y

dice—: Seguro que os apetecerá compraros algo, ¿no?

Anna está muy tensa. Tengo miedo de que le arme una buena por el

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dinero o por lo que sea, y yo me quede sin ropa ni nada. Pero al final se

encoge de hombros y dice:

—Muy bien, Ellie; iremos de compras mañana por la tarde.

—Papá —digo yo entonces—. ¿Podrías venir mañana un poco más

temprano otra vez? Es que ir de compras con Eggs es un infierno,

¿sabes?

Tendrá que volver a casa y así no se podrá quedar haciendo el tonto por

ahí. Anna me hace un gesto de complicidad.

Al final vamos a comprar ropa y nos lo pasamos guay. Ir con ella fue

como ir con Nadine o con Magda. Nos dimos una vuelta por Jigsaw, por

Warehouse, por River Island y por Miss Selfridge. Entramos en todas las

tiendas posibles y Anna se probó todo tipo de ropa gamberra, y cuando

la veo en el vestuario con toda esa ropa tan loca, enseñando el ombligo,

nos reímos como dos crías. También yo me pruebo muchas cosas, pero

no encontraba nada que me estuviera bien. Y la ropa sexy era una

equivocación. O sea que yo soy una equivocación: soy demasiado

grande, bueno, estoy muy gorda.

—No estás gorda, Ellie —me dice Anna, pero, claro, mira cómo está ella,

como un palillo chino, y en cambio yo, como un escarabajo pelotero.

—Pero ¿qué me pongo yo entonces? —digo desesperada, después de

descartar ciento y una cosas—. Quiero algo que me esté genial y sea

chulo y... ¡mira qué desastre! ¡Estoy horrorosa con esas cosas! —digo

desanimada.

—Bueno, lo que pasa es que tienes muchas curvas para lo que es la

moda actual, y no te vas a poner esas camisetitas enanas, ni una mini

de esas cursis. Es que no te van.

—¿Y qué me pongo entonces? ¿Una bolsa de plástico negra?

—Mira —me dice—. Te voy a buscar algo yo, ¿vale? Algo chulo.

Y va y lo hace: encuentra una falda larga y ajustada que me está de

cine. Al principio pensé que era un poco anticuada, pero no, porque

tiene una raja la mar de sexy por detrás, y luego una blusa genial

también. Una blusa de satén. Y me la pongo y no parezco ninguna niña

gorda y estúpida, sino una chica de por lo menos dieciséis años.

—¡Oh, Anna! ¡Es genial! Pero las dos cosas juntas cuestan mucho

dinero...

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—¿Y qué? Hagamos locuras por una vez.

Y va y se compra una mini supercorta y brillante, totalmente diferente

de las camisas a cuadros y de esos tejanos flojos, estilo «joven mamá»,

de su vida de diario. Solo que ella no parece mayor, sino mogollón de

joven.

—Venga —me dice—. Ahora, unos zapatos la mar de cursis.

Las dos dando tumbos, subidas en unos tacones altos. Nos gustan unos

de ante negro con hebillas. Los mismos.

—Quédatelos tú, Ellie.

—No, Anna —digo yo—.Tú los has visto primero, venga.

La vendedora dice riendo:

—¡Qué hermanas tan bien avenidas!

Y Anna le contesta:

—No somos hermanas, pero a veces lo parecemos. Es cierto.

—Somos amigas —digo yo. Y es verdad. Por ahora, al menos.

Por fin salimos de la tienda, ambas con zapatos de hebilla, y vamos

medio bailando por en medio de la calle, aunque llegamos a casa con

los pies hechos polvo y con ampollas, claro.

Anna ha sido un cielo conmigo. Siento la tentación de contarle lo de la

discoteca, pero luego me callo. Seguro que entraba en el papel de la

madrastra y no le gustaba ni pizca la idea.

Así que el sábado me voy a casa de Magda. Lo paso en grande con ella y

los suyos. Tendrías que ver la de cosas que le regalaron, aunque no es

que su familia esté nadando en la abundancia. Pues va y le regalan: un

videocasete para su habitación, una blusa de satén parecida a la mía,

aunque de menos calidad, y un conejillo de peluche, blanco enorme, y

un camisón lleno de lacitos, y una caja grande de bombones, y una

barra de labios muy pija, laca de uñas y un montón de compactos, y un

perfume, y un collar, y un cesto de paja muy grande lleno de cosas

perfumadas. Nadine le manda una tarjeta en la que pone «Amigas para

siempre», para que vea que quiere hacer las paces, y un par de bragas

negras ultrasexy. Yo le regalo una tarjeta que había dibujado yo misma,

en la que se ve a Magda subida en un pedestal, reverenciada por un

montón de tíos buenos. No solo Greg y su grupo más el sapo de Adam;

sino el profesor de historia, que está bastante bien, aunque sea un

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viejo, y sus actores preferidos y las estrellas de rock que más le gustan.

Y, aunque parezca que me estoy tirando el rollo, mi tarjeta le encanta. Y

luego le llevo otra cosa. Otro regalo hecho por mí. Anna me ayudó.

Como a Magda siempre le ha gustado el monstruo de las galletas de

Barrio Sésamo, pues me fui a la cocina y le hice un montón de galletas,

todas diferentes: unas de chocolate, otras de esas que llevan cerezas y

otras que llevan pasas, y luego, cuando se enfriaron, las metí en una

caja especial en la que las galletas se conservan siglos. Pero no hace

ninguna falta, porque como nos pasamos la tarde del sábado dando

vueltas en el cuarto de Magda y poniéndonos moradas de ver vídeos,

pues casi nos las zampamos todas una tras otra.

Es una suerte que mi falda nueva tenga la cintura elástica, porque la

madre de Magda saca después una tarta de cumpleaños increíble,

tiramisú y merengues, y nos comemos además un montonazo de

salmón ahumado y de quiche y de pollo frito, además de muchas tapas

de salchichas.

—Tenemos que tener cuidado con lo que bebemos en el Séptimo Cielo,

Ellie —me dice Magda al oído—. Podemos tener una vomitona de

campeonato.

Y, de hecho, antes de salir yo empiezo a sentirme mal. Pero no por lo

que me he zampado, sino porque ya no me apetece ir a la discoteca.

Me imagino aterrada al tío de la puerta, el típico gorila, y lo de hacer

cola y lo de que no te deje entrar, si el gorila te ve pinta de cría. Y no

quiero ir, pero es que además, si voy y no me dejan entrar, es que me

da algo.

—Venga, Ellie, ¿quieres darte prisa? —me dice Magda, que va delante.

—Es que me hacen daño los zapatos —contesto, lo que además es

cierto, y no sé cómo llevar las rodillas dentro de la falda, porque la raja

que tiene no es tan grande—. Oye, Magda... ¿y si no nos dejan entrar?

—Eso déjamelo a mí —responde—. Y, bueno, además estará Nadine,

¿no?

Da una sensación rara ponerse en la cola. Allí hay unas chicas guays,

altísimas, vestidas con faldas cortísimas y que llevan montón de

maquillaje. Me siento como un ratón. Magda me da un codazo.

—Mira ésos —me dice Magda.

¡Anda! ¡Son esos y no esas! Es verdad. Los miro otra vez y son tíos bajo

todo el maquillaje que llevan. Y también hay unos gays, guapísimos,

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con camiseta ajustada y pantalones de cuero negro, venga a lucir el

músculo. Hay también unas cuantas chicas con el pelo frito.

—Será una noche solo para ellos —le digo bajito—. Vaya, a lo mejor nos

hemos colado viniendo esta noche.

—No, es normal. Estoy segura —y me indica a un grupo que también

hace cola—. Mira a esos, están muy buenos. Esos no son gays, te lo

digo yo. Y hay parejas también. Por cierto, ¿ves a Nadine y a Drácula?

No los veo por ninguna parte. Solo veo a un montón de pijos y pijas de

discoteca, mucho mayores que yo, y me siento fatal a cada minuto que

pasa. Y me pongo cada vez más triste y me siento más niña que nunca.

Avanzamos en la cola y empiezo a temer que el tío de la puerta va y dice

que no entre, que no soy más que una cría y que no hago nada por

aquí; y que vuelva a la guardería. Y entonces yo desaparezco en los

zapatos de ante negro.

Pero entonces resulta que Magda le guiña el ojo al tío de la puerta y de

pronto, sin más, allí estamos dentro del Séptimo Cielo. Es genial. Todo

luminoso, azul marino lleno de estrellas, y una nube de humo que te

caes y la música a tope, y es tan raro todo que yo ya no soy yo, sino una

tía que va de juerga por la noche. Y me quiero divertir un montón.

Damos una vuelta a ver si los vemos, pero nada. Entonces Magda me

coge de la muñeca y nos ponemos a bailar en medio de la pista. Yo no

es que baile mal, lo que pasa es que normalmente me preocupa que se

vea que tengo el trasero muy gordo. Pero ahora sigo el ritmo y me dejo

llevar en medio de toda esta gente. Yo también soy parte de la gente. Es

fantástico. Todos juntos.

Al cabo de un rato, nos cansamos y vamos a la barra y Magda le pide al

barman dos vodkas con naranja, y nos dice que ni hablar y nos da los

zumos sin nada. Pero mejor. Más refrescante sin alcohol.

Y entonces aparece un tío mayor que se acerca a Magda y le empieza a

decir cosas a la oreja, y mi corazón empieza a latir a toda pastilla

porque ¿qué pasa conmigo si Magda se va con él y me deja aquí sola?

Pero ella le dice algo, le dice que no con la cabeza y él se marcha.

—¿Qué quería? —pregunto.

—Quería que le comprara éxtasis y esas porquerías —dice Magda.

—¿De verdad? —me quedo mirándole. Un camello en vivo. ¡Qué fuerte!

—No pasa nada. Le he dejado muy claro que nosotras no queremos

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nada de drogas.

Pero hay otros que sí; está claro. Un montón. A medida que se hace

tarde, dan vueltas por el local con aire alucinado, los ojos como platos y

la mirada fija. Una chica se ha sentado en el suelo y llora cerca de

nosotras.

La miro y pienso si realmente está bien. De pronto, el Séptimo Cielo me

parece menos fantástico que antes. No hemos visto ni rastro de Nadine.

A lo mejor no viene. Magda y yo salimos a la pista otra vez. Me he

quitado los zapatos, pero como no me atrevo a dejarlos por ahí, no sea

que les den una patada, los llevo en la mano y es un pelín cutre.

Además empiezo a estar cansada, y me parece que Magda también lo

está.

Y de repente, en el fondo, justo cruzando el local, me parece ver una

cabeza rubia que reconozco: ¡el chico de mis sueños! No, quizá no. No

puedo verle bien. Hay mogollón de tíos con ese pelo genial. No le veo

bien. Hay un montón de gente.

Me hago la loca y digo a gritos, porque es imposible oír nada con la

música tan alta:

—Oye, Magda, ¿por qué no vamos allí al fondo?

Nos movemos y de repente vemos a Nadine, que está bailando con el

pelo oscuro por el aire, los ojos muy negros y la mirada perdida.

—Pero ¿qué le pasa? —me grita Magda.

Liam está con ella y es horroroso cómo se la está comiendo con los ojos.

—Oye, Nadine —dice Magda como si nada—, estás que ardes. A lo mejor

necesitas beber algo. ¿Por qué no vienes un momento al baño?

Liam le dice que se pierda. Magda no le hace ni caso.

—Venga, Nadine —la coge por un brazo y yo por el otro y nos la

llevamos.

Miro al fondo del local, pero no veo la cabeza rubia. He debido de

equivocarme.

Nadine está toda sudada y nos mira con la cara vacía de expresión.

Está fuera de combate.

—¿Qué te ha dado el cerdo ese? —pregunta Magda—. ¿Eh, qué te ha

dado? Mejor que bebas agua. Te vas a deshidratar. No demasiado —le

dice porque Nadine ha volcado la cabeza sobre el lavabo y está bebiendo

directamente del grifo—. Jo, eres peor que una cría. Menos mal que

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Ellie y yo te vigilamos.

Magda ha encontrado un vaso de plástico y le da de beber. Nadine entra

en el retrete tambaleándose.

Llega un grupo de chicas.

—No estamos haciendo cola —les dice Magda—. Solo esperamos a una

amiga.

—La morena esa que está con Liam, ¿no?

—Sí, ¿y qué? —pregunta Magda.

—Que será mejor que se aleje de él —dice la chica—. Ese tío andaba

detrás de una chica, siempre rondando a la salida de nuestro instituto.

La cría tenía catorce, o incluso trece.

Magda y yo alucinamos.

—Lo que oyes. El tío flipa con las crías. Dice que hacerlo con vírgenes es

genial, porque no te pueden pegar nada, y no tienes que practicar ni

sexo seguro ni nada de nada.

—¿Quééé? —intervengo yo.

—No me lo puedo creer —dice Magda.

—Pues sí. Lo hace con un montón de tías, pero luego las deja colgadas.

La chica de mi instituto se quedó embarazada en la primera vez, y Liam

le dijo que se perdiera, y que además sería una guarra cuando se lo

hacía con cualquiera.

Magda y yo nos miramos horrorizadas. Después miramos al cubículo

donde está encerrada Nadine. Lo ha tenido que oír todo. Y, cuando las

chicas estas se van, la oímos llorar ahí dentro.

—Venga, Nadi, sal —le digo.

—Venga. Que somos nosotras, tía —dice Magda.

Y sale por fin. Y claro que lo ha oído. Le caen a chorros las lágrimas por

las mejillas.

—Nos vamos a casa ahora mismo —dice Magda—. Llamo a un taxi y

saldremos por detrás. Te quedas a dormir con nosotras.

Total, que así lo hacemos, y en mitad de la noche despierto y oigo llorar

a Nadine, y voy a su cama, me acuesto junto a ella y la abrazo fuerte.

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NUEVE DE MIS COSAS FAVORITAS

1. MI CHICO FAVORITO: Dan, el rubio de mis sueños.

2. MI CHICA FAVORITA: Me sería imposible elegir entre

Magda y Nadine.

3. MI DISCOTECA PREFERIDA: El Séptimo Cielo. Claro que

me dirás que es la única, pero es que es la mejor.

4. MI COMIDA FAVORITA: Las pizzas con todos los extras.

Especialmente con piña.

5. MI HELADO PREFERIDO: El Magnum.

6. MI ANIMAL PREFERIDO: El elefante. Que por cierto, las

elefantitas pasan toda la vida junto a sus madres. De verdad.

7. MI COLOR PREFERIDO: El morado.

8. MI FLOR FAVORITA: El pensamiento.

9. MI PROGRAMA FAVORITO DE TV: Expediente X, Fiends y

Barrio Sésamo.

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Capítulo 8 Desde las ocho y hasta muy tarde

uerido Dan:

Me da muchísima pena, pero NO PUEDES venirte a casa. Se lo

pregunté a mis padres, pero Anna, mi madrastra, no me deja.

No sé si te diste cuenta, cuando la conociste en Gales, de que es

cantidad de estricta, y ahora mismo está que ni me habla,

porque se ha enterado de que fui a una discoteca súper, que tiene una

fama malísima, así que me va a tener a raya lo que queda del trimestre.

Dice que no me deja traer a nadie hasta nueva orden. Nos veremos en

Navidades en Gales, ¿vale? Espero que no te enfades demasiado

conmigo.

Ellie.

Me va a crecer la nariz hasta la pared de enfrente como siga diciendo

mentiras. Soy perversa, porque la realidad es que Anna se ha portado

estupendamente conmigo. Al día siguiente de la fiesta de Magda, volví a

casa, como les había prometido, haciéndome la buena. Lo único que les

conté fue que nos habíamos pasado casi toda la noche comiendo,

después de una cena fabulosa. Pero cuando me quité los zapatos

asesinos, Anna vio mis medias llenas de agujeros después de tanto

bailoteo. No abrió la boca. Estuvo genial y yo soy injusta por decir que

no me deja traer gente a casa, lo cual es mentira, puesto que el próximo

fin de semana se vienen Magda y Nadine a dormir.

Vamos a ir todas juntas a la fiesta de cumpleaños de Stacey. Va a ser

genial esto de que se ponga de moda celebrar los cumpleaños a lo

grande. El cumpleaños de Stacey no creo que sea la monda, pero

bueno. No sabemos muy bien por qué nos ha invitado, pero tampoco

importa mucho. Ella ha invitado a toda la clase, y a bastante gente de

alguna otra también.

—Mis padres han alquilado un salón entero en el Centro Cívico del

barrio —nos informa Stacey—. Habrá música y un bufé y nos dejaran

Q

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quedarnos hasta tarde.

—¡Vaya! —dice Magda.

Stacey no se da cuenta de la ironía y dice, feliz de la vida:

—¿Verdad que es fabuloso? Bueno, pues os veré allí a las tres, ¿vale?

—Estamos deseando... no ir —añade Magda en cuanto se da media

vuelta.

—Calla, te va a oír —le digo.

Me preocupan las chicas como ella: tan inocentes y entusiastas y con

tan poco encanto. Si yo no saliera con Magda y Nadine y en su lugar

quisiera agradar a todo el mundo, sería igual que Stacey y compañía.

Aunque Magda puede ser muy maja cuando quiere. Ahora observa

mucho a Nadine, que está muy callada. Apenas ha dicho palabra desde

la noche del Séptimo Cielo, desde que escapó de Liam. No hace más que

dar vueltas a nuestro alrededor, como si fuera un fantasma. Las marcas

violeta de su cuello desaparecen poco a poco, pero creo que a ella le va

a costar que Liam desaparezca de su mente.

—Pues podíamos ir. Nos lo podíamos pasar bien —dice Magda—.

Podríamos estar las tres juntas y salir solo las chicas.

—Bueno, vale —digo yo—. ¿A ti qué te parece, Nadine?

—Vale —responde después de un siglo; he tenido que preguntárselo tres

veces seguidas.

Pero no va a ser una fiesta solo para chicas, porque luego viene Stacey y

dice:

—Podéis traer a vuestros chicos. Paul, mi novio, va a venir. ¡Es que va a

ser una fiesta con todas las de la ley!

—A mí me gustan las fiestas fuera de la ley —comenta Magda.

—Pues entonces yo no voy. He roto con mi chico —dice Nadine.

—¡Bueno, venga ya, Nadine! —exclama Magda—. No soporto esa

actitud. Claro que vienes.

—Sí —añado yo—. Vienes conmigo, que tampoco tengo a mi chico por

aquí. Está en Manchester.

—¿Le digo a Greg que se traiga a dos amigos? —pregunta Magda.

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—Ni hablar —digo yo firmemente.

Pero resulta que a Greg no le apetece ir a la fiesta. Magda no se lo

puede creer.

—¡Tendrá cara el tío! Dice que no le da la gana venir a una fiesta de

niñas pequeñas. Que sus colegas le van a tomar el pelo hasta morir.

¡Después de que tuvimos que ir a la asquerosa fiesta de Adam! ¡Qué

cutre! Bueno, ya le he explicado adonde puede irse —hace un expresivo

gesto—. Así que yo tampoco tengo chico, Nadine. Una sin chico y dos

que ya no lo tienen. O sea, un trío patético.

—Bueno —digo yo—. Pues hacemos como lo habíamos pensado al

principio: un plan solo de chicas. ¿Verdad, Magda? ¿Nadine? Después

podéis venir a mi casa a dormir.

Magda asiente con alegría y Nadine dice que bueno, pero es solo que no

tiene energía suficiente para decir que no. Magda está preocupada por

ella y, cuando entramos en clase, me susurra:

—Oye, ¿tú sabes hasta dónde ha llegado esta tía con Liam? Estoy

preocupada por ella.

—Bueno, a mí me dijo que le había hecho montón de cosas. Lo que no

sé es si han llegado al final —le contesto.

—No has pensado... o sea, quiero decir... ¿no has pensado que pueda

estar embarazada?

—¡Oh, Magda!

—Está realmente pálida.

—Siempre ha sido muy pálida.

—Sí, pero ahora es que está como una muerta y no tiene ninguna

energía.

—Es que le echa mucho de menos —digo yo.

—Pero ¿cómo le va a echar de menos, si sabe la verdad de lo asqueroso

que es, tía?

—Puede echarle de menos de todos modos. ¡Es que no aguanto todos

estos seriales lacrimógenos! Yo he dejado a Greg y no estoy moqueando

por él, ¿vale?

—¡Pero tú no habías llegado tan lejos!

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—Y tú —me dice Magda—¿cómo sabes que Greg no es la pasión de mi

juventud, la llama de mi corazón y el fuego de mis entrañas?

Las dos nos desternillamos de risa. Nadine nos mira, pero no pregunta

ni siquiera por qué nos reímos. Observo su cara tensa y blanca, con

círculos oscuros bajo los ojos. Siento miedo yo también. ¿Y si Magda

tuviera razón? ¿Qué pasa si Nadine estuviera embarazada, como la otra

chica?

Tengo que preguntárselo. No aquí, claro. No en el colegio. Tengo que

preguntárselo en privado y sin que Magda esté delante.

Así que, de vuelta a casa, le digo a Anna que tengo que ir a ver a Nadine

para pedirle un libro de texto que he olvidado. Anna también está hecha

un lío porque papá llega tarde otra vez.

—Seguro que tiene una reunión, o quizá esté ayudando a algún

estudiante con algún proyecto. No te preocupes, Anna, seguro que no...

Vendrá pronto, ya verás.

Me parece fatal dejarla sola con el problema, pero tengo que ver a

Nadine.

Cuando llego a casa de Nadine, sus padres me saludan como siempre.

Su madre me pregunta que cómo estoy y su padre me llama Ricitos,

pero les noto un pelín raros. Su hermana Natasha está tan horrorosa

como de costumbre.

—¡Mira, Ellie, mira! —dice—. ¿Quieres ver mis bragas nuevas? ¡Llevan

encajes!

No puedo evitar mirarla, mientras se levanta el vestido hasta la cintura.

¿Por qué será que las niñas pequeñas no pueden evitar ser unas

exhibicionistas? Pensar que lo dicen de la gente de mi edad. ¡Habría que

encerrarlas a todas!

—¡Natasha, querida! —dice su madre melosamente.

—¿Dónde está tu hermano? ¿Por qué no le traes a jugar conmigo? Me

gusta mucho —dice la nena, que me mira pestañeando.

—¡Ay, esta niña! —suspira su padre, y hace como que le da un azote.

Nadine no dice esta boca es mía. Está hundida en un sofá. Ni siquiera

me mira.

—Pero, Nadine —le dice su madre—. ¿No vas a ofrecer a tu amiga un

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zumo o una coca-cola?

—No, gracias, no hace falta —digo yo—. Acabo de merendar. Solo quiero

que Nadine me deje el libro de historia para hacer los deberes.

Nadine se me queda mirando. Sabe que esta semana no tenemos

deberes de historia.

—¿Subimos a tu cuarto? —le pregunto.

Ella se levanta con un gran esfuerzo.

—¡Pero bueno! ¡Ponte derecha! —exclama su madre—. Lo siento, Ellie —

me dice luego—, pero creo que es mejor que Nadine no salga con

vosotras tan a menudo. Debéis de acostaros tardísimo cuando pasáis

juntas el fin de semana, y Nadine no lo aguanta. ¡Mírala! ¡Está hecha

polvo!

—Es verdad —digo yo—. Lo siento, sí, lo siento mucho.

Cuando salimos de la habitación, Nadine levanta las cejas excusándose

sin palabras por habernos utilizado como tapadera. Subimos. Su

cuarto, con las paredes negras y los cristalitos colgando del techo en

espiral, es como una madriguera la mar de agradable, después del

papel de pared rosa chillón que reina por el resto de la casa. Nadine se

tumba en la cama. Lleva una falda negra a la que ha cosido unas

estrellas plateadas. Me siento a su lado.

—Oye, Nadine —digo, y me pongo a repasar con el dedo una de las

estrellas.

—¿Qué quieres?

—Mira, Nadine, el caso es que quería verte a solas para saber cómo te

encuentras.

—No sé para qué me lo preguntas; ya lo sabes —y se da la vuelta,

poniéndose de lado.

—Sí, claro. Estás harta, supongo.

—Vaya, qué clarividencia. Sí, estoy harta.

—No puedo verte así, Nadine. Magda y yo pensamos que quizá tú... que

quizá...

—¡Quizá, quizá! ¡Me gustaría que Magda y tú acabarais de una vez con

vuestros cotilleos sobre mí! —dice con dureza—. Ya podéis estar

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contentas. Me decíais todo el rato que tuviera cuidado y, efectivamente,

me he comportado como una estúpida.

—Pero, Nadine, ¡si no es eso! Es que tú me dijiste lo de que habías

hecho mogollón de cosas con Liam y yo... bueno, tía, empecé a pensar

que si habías hecho todo con él —me acerco a su oreja y le susurro—,

pues que... si no estarías embarazada.

Nadine se queda quieta y callada unos momentos. Aguanto la

respiración. Luego dice con los ojos llenos de lágrimas:

—No. No lo estoy. Nunca llegamos a hacerlo. Y no porque yo no

quisiera. Me hubiera gustado hacerlo para que viera que realmente le

quería, pero es que no podía. Siempre que lo intentaba me daba mucho

miedo. Me ponía tan tensa que no lo conseguíamos. Entonces Liam me

dijo que lo que me ocurría es que era frígida.

—Ese es el truco más sucio y más viejo del mundo.

—Sí —dice Nadine—, pero es que yo quería agradarle, ¿entiendes? Así

que el sábado, en la disco, me dio esa cosa para que me relajara.

Después iríamos al piso de uno de sus amigos para hacerlo en una

cama de verdad. Porque Liam me dijo que quizá intentarlo por ahí me

estaba afectando, pero luego llegasteis Magda y tú, y luego oí a todas

aquellas chicas y...

—Tuvo que ser horroroso, Nadi, pero por lo menos ahora ya sabes cómo

están las cosas.

—Ya, pero es que luego me puse a pensar y... ¿si resultaba que las

chicas esas estaban hablando de otro Liam?

—Pero ¿qué dices? Si le vieron. A tu Liam. Al tuyo.

—¿Y si lo decían por celos? ¿Y si lo que querían era ligar con él?

—Eso no te lo crees ni tú, Nadine.

—El caso es que decidí hablar con él.

—¡Oh, no!

—Ayer, después del colegio, me fui a buscarle y le encontré con sus

amigos en el videoclub, y no fue capaz ni siquiera de tener una

conversación decente conmigo. Dijo que no quería volverme a ver en la

vida, después de que le dejara plantado de esa manera en el Séptimo

Cielo. Y que era una zorra estrecha, y que salir conmigo era como salir

con un paquete de espinacas congeladas, y todos sus colegas muertos

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de risa, y encima había una tía colgada de su brazo que también se

carcajeaba de mí.

—¡Oh, Nadi! —digo yo, y me la abrazo fuertemente.

—No se lo digas a Magda, por favor te lo pido.

—No, te juro que no —respondo.

—Soy tan estúpida y me siento tan avergonzada... —dice—. Ha sido

horroroso y, sin embargo..., sin embargo todavía le quiero. ¿Crees que

estoy loca, Ellie?

—No —contesto—. Creo que es él el que está loco. Y que además es un

vicioso asqueroso.

—Me habría gustado que me hubiera querido de verdad —dice Nadine—

. Tener un amor romántico. Alguien como tu Dan. Alguien que me

escribiera cartas de amor.

—Nadine —la interrumpo yo—. Hay algo que tengo que decirte sobre

Dan.

—¿El qué? —me mira fijamente.

Abro la boca. Las palabras están en la cabeza, pero no me salen. Están

muy bien puestas en mi cabeza. Solamente tengo que poner en marcha

la lengua, que parece afectada por una parálisis. «Dilo, Ellie», me

concentro. «Dilo, dilo, dilo». Y lo digo por fin:

—¡Me lo inventé!

Lo digo tan deprisa que me sale todo apelotonado y suena algo así

como: «¡Meloinventé!».

Nadine no se entera. Abre y cierra los ojos y me pregunta:

—¿Cómo dices?

—Que me lo inventé.

—¿Que te lo inventaste?

—Pues sí. Durante las vacaciones conocí a un chico, llamado Dan, que

me seguía, pero ese no era para nada..., y bueno, luego estaba el chico

ese genial que me encontraba a veces... y que me habló un día..., pero

que no se llamaba Dan. Dan es el otro... Me lo inventé...

—¡Pero, Ellie! ¡Que no te entiendo nada!

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—No, ya. ¡Si yo tampoco entiendo nada! ¡Qué más da! La cosa es que mi

Dan no es mío. Así que la loca soy yo. Inventándome historias

inexistentes. Un novio que no tengo. O, por lo menos, que no es el que

yo quiero.

—No lo entiendo. Es verdad que, al principio, tuve mis dudas, pero

luego... ¡Eres tan convincente! ¿Se lo has contado a Magda?

—¡No, qué dices! No podría soportarlo. Se moriría de la risa. ¡Prométeme

que no se lo contarás tú!

—Te prometo que no —dice, y me mira—. Somos la pareja perfecta, ¿te

das cuenta?

—Y tú que lo digas, Nadi.

—¡Somos tal para cual!

Y nos entra la risa. Nos echamos a reír violentamente. Casi no podemos

hablar, porque las carcajadas nos ahogan. Igual que cuando éramos

pequeñas. Es estupendo reírnos como locas, y nos tiramos encima de la

cama y nos reímos sin poder parar y somos las mejores amigas del

mundo otra vez.

Lo que no quiere decir que se le haya pasado la depre por Liam, pero la

cosa va mejor. Ya no está como un zombi.

Le dije a Magda que no tuviera miedo; que Nadine no estaba

embarazada.

—¿De verdad? —pregunta.

—Sí. De hecho, no llegaron a hacerlo nunca.

—Bueno, algo es algo. Aunque, de todos modos, no entiendo cómo una

chica como ella ha podido caer con uno como él.

—Bueno, vamos a dejarlo. Algunas veces hacemos cosas raras y ya está

—le digo, sintiéndome pelín intranquila.

No le importa cambiar de tema, porque va y resulta que se ha enterado

de que la tal Stacey tiene un hermano, Charles, alto y rubio, que está

muy bueno y que va a ir a la fiesta en plan de hermano-mayor-vigilante.

—¿Cuántos años tiene? —pregunto.

—Dice Anna que unos dieciocho. Le ha conocido porque fue a tomar

algo a casa de Stacey.

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97

Stacey tiene unos ojos marrones muy bonitos.

—No tendrá, por casualidad, los ojos marrones, ¿no? —pregunto,

aunque sé que las probabilidades de que el hermano de Stacey sea él

son una entre un millón. Bueno, lo que es por aquí no hay un millón de

habitantes. ¿Quizá unos diez mil? Eso contando a todos. ¿Cuántos

chicos guapos y rubios habrá entre todos? ¿Uno por mil? ¿Uno en un

centenar?

—Pues ni idea —contesta Magda—. Ni sé sus medidas, guapa, y si tanto

te interesa, pues se lo preguntas a Stacey o a Anna, ¿vale?

Pues me aguanto. Me sentiría fatal si le preguntara a Stacey más

detalles sobre el físico del famoso hermano. Ya lo veré cuando sea, si es

que se digna venir a la fiesta. Aunque veo que se está convirtiendo en

una atracción. Y parece, además, que viene un montón de gente.

Mogollón de chicos del Anderson, también.

Por cierto que Greg está esperando a Magda a la salida.

—¿Qué quieres? —le pregunta Magda, agarrada a Nadine por un lado y

a mí por otro.

—Es por lo de la fiesta del viernes por la noche. Oye, que quiero hablar

contigo —insiste, pisándonos los talones.

—Oye, tío —dice Magda—. ¿Por qué no te pierdes?

—No te pongas así. He pensado que te acompaño a la fiesta, ¿vale? —

dice jadeando detrás de nosotras—. ¿No es eso lo que querías, Magda?

—Tú lo estás diciendo: es lo que quería. No sé por qué, pero ya no lo

quiero. Voy a ir con mis amigas. ¿A que sí, chicas?

Magda nos sonríe y nosotras le sonreímos a ella.

—Pues bueno —dice Greg, que parece estar buscando alguna palabra

terriblemente ofensiva—. Sois unas cutres. Me da igual.

Nosotras nos reímos a pleno pulmón.

—Pobre Greg. Pertenece al pasado. ¿Sabéis? —nos dice Magda—. Me

apetece conocer al tal Charles. Tengo la impresión de que esta fiesta,

que parecía lo peor del año, a lo mejor cambia nuestras vidas. Pudiera

ser que conociéramos a unos tíos de película. ¿Eh, Nadine? ¿Y tú, Ellie?

—me pregunta—. ¿Te apetecería, o estás demasiado colgada con tu

Dan?

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No estoy muy segura de qué debo decir. Miro a Nadine y luego digo eso

de que una siempre está interesada y que bla... y bla..., y cambio de

tema.

Pero el viernes, cuando salimos las tres de mi casa para ir a la fiesta,

pienso que sería fabuloso que me encontrara con el chico de mis sueños

(al que, por cierto, no he vuelto a ver desde que me dijo: «Nos vemos») en

casa de Stacey.

«Quiero verle», pienso. «Quiero ver al chico de mis sueños», me repito

una y otra vez, mientras me pongo la falda y la camisa nuevas, y los

zapatos asesinos.

Cuando me visto me parece que estoy la mar de bien, pero luego veo a

Magda y me deprimo mogollón. Ella lleva una cosa roja que se acaba de

comprar, toda flamante, y que hace juego con su lápiz de labios rojo

brillante, que le dibuja una boca escarlata e increíble, más roja que el

arco de Cupido. Me dice que si quiero pintarme yo también, pero yo

tengo la cara demasiado redonda y los labios demasiado gordos. Parezco

la típica niña que se ha inflado de mermelada de fresa directamente del

bote. Me pinto y me despinto después.

—¿Y tú, Nadine? —pregunta Magda—. ¿Quieres un poco de color para

tus desvaídas mejillas?

—¿Color? ¿Qué dices? —contesta Nadine con un escalofrío.

Tiene la cara empolvada de blanco tiza y los ojos pintados con kohl. La

boca la lleva de color púrpura oscuro, a juego con las uñas. Está genial

con una falda negra y un top negro y brillante y unas botas

puntiagudas, negras también.

—¡Qué gusto me da verte otra vez de vampiro, Nadi! —le digo.

Si estuviera el chico de mis sueños, ¿iría detrás de Nadine, con su

encanto gótico, o de Magda, escarlata y sexy? Seguro que no venía

detrás de mí. Eso lo tengo claro. Pero, cuando llegamos a la fiesta de

Stacey, su hermano no está por la labor. No es el chico de mis sueños.

Hubiera sido demasiada coincidencia, pero este tampoco está nada mal.

Es un poco pijo, con el pelo rubio y ahuecado.

Stacey salta por todos los lados, embutida en su vestidito lleno de

volantes, y da grititos como una niña feliz en su cumpleaños. Deja que

su hermano se ocupe de recibirnos y nos diga dónde poner las

chaquetas.

—¡Qué bien que hayáis venido! —dice el tío con una sonrisa seductora,

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acompañada de una mirada de sus grandes ojos azules. Aunque no

sean marrones, color más interesante, están muy bien.

Yo suelto una risita, Nadine consigue sonreírle y Magda, la come-

hombres, le mira abriendo su boca roja de vampiresa como si se lo

fuera a tragar, pero llega otra tía, mucho más alta y guapa y mayor que

nosotras, y la rodea con el brazo. Y es que es su chica, claro.

—Bueno, no pasa nada —dice Magda después—. Esto está lleno de

chicos disponibles —y mira el salón, que empieza a estar a tope.

—¡Pero bueno! —le digo a Nadine—. ¿No era nuestra noche de chicas

solas? ¡Mírala! ¡Si no puede parar!

—A mí no me importa nada ligar o no —dice Nadine—. Pasarán siglos

hasta que ligue otra vez, si es que lo hago nunca.

La verdad es que Nadine está mucho mejor que antes, aunque le

costará olvidar lo que ha pasado. Pero incluso ella me da envidia; ha

salido con alguien de verdad, aunque fuera un perfecto cerdo. Es que

me encuentro tan patética... El único chico que he tenido en la vida, me

lo he tenido que inventar.

Bebemos un zumo y bailamos y nos reímos con unas chicas de clase.

No es que sea una mala noche, pero me deprimo viendo que incluso

Stacey tiene novio y el chico no está nada mal. Y hay otras chicas de

clase que también lo tienen. ¡Qué depre! Hay chicos sin pareja, pero

miran a Magda o a Nadine, no a mí. A mí, ninguno. Y en estas estamos

cuando aparece Stacey, medio corriendo, y me dice:

—Oye, Ellie, que ahí fuera hay uno que dice que te conoce y que quiere

entrar. ¿Le conoces tú?

Miro hacia la puerta y le veo: a través de los cristales borrosos veo a

Dan. No al de mis sueños, por supuesto, sino al de verdad.

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LOS NUEVE PEORES MOMENTOS

1. CUANDO DAN APARECIÓ EN LA FIESTA DE STACEY.

2. HACERME PIS CUANDO ESTABA EN PRIMARIA.

3. IR A NADAR Y QUE SE ME DESABROCHARA LA

PARTE DE ARRIBA DEL BIKINI.

4. MANCHAR LA CAMA EN CASA DE NADINE UNA

NOCHE EN QUE ME BAJÓ LA REGLA.

5. OIR CÓMO SONABA MI VOZ CUANDO NADINE,

MAGDA Y YO ESTUVIMOS HACIENDO KARAOKE.

6. CAMBIARME DE ROPA EN UN VESTUARIO DONDE

LAS CHICAS PESAN UNA MEDIA DE 50 KILOS. CADA

UNA.

7. TENER UN GRANO EN EL TRASERO Y

ENSEÑÁRSELO AL MÉDICO.

8. CUANDO ME OLVIDÉ LOS PANTALONES CORTOS DE

REGLAMENTO Y LA HENDERSON ME OBLIGÓ A JUGAR

AL HOCKEY EN CAMISA Y BRAGAS.

9. COMPORTARME COMO UNA IDIOTA CADA VEZ QUE

ME ENCUENTRO AL DAN DE MIS SUEÑOS.

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Capítulo 9 Nueva urgencia

e miro. No puede ser. Pues sí, lo es. Pero, Señor, ¿por qué? ¿Qué

he hecho yo para merecer esto? ¡Sí le dije que no apareciera! No

me ve. ¡Oh, sí! ¡Sí me ve y me hace muecas y señas! A mí.

—¿Quién demonios es ese? —dice Magda.

—¿Quién es? —pregunta Nadine.

Todo el mundo se le queda mirando. Todo el mundo. Y el tío está mucho

peor que nunca. Y lo peor es el corte de pelo, que no es un corte a lo

skin head. No sé. Es un corte horrendo: tres centímetros de pelo

erizado, como si estuviera electrocutado. Y lleva una horrenda camiseta

blanca, con un letrero idiota encima. Y unos vaqueros tan cortos que se

le ven los tobillos, y unas zapatillas de deporte del año de la pana, que

cada vez que da un paso hacen skriek, skriek, skriek. Y que cada vez

están más y más cerca de mí, skriek, skriek, mientras avanza sobre el

brillante parqué. Y todos me miran, se susurran cosas y se ríen.

—Pero, ¿quién es ese hortera? —dice Magda.

—No lo sé —voy y murmuro yo, encima.

Pero él grita por encima de la música:

—¡Hola, Ellie!

—¡Pero si te conoce! —dice Magda.

—¡Oh, no! Me doy la vuelta desesperada.

—Pero, entonces, ¿tú también le conoces? —pregunta Nadine.

—Es Dan.

—¿Dan? —dice Nadine—. Pero… ¿no te lo habías inventado?

—Pues ese tío es muy real —dice Magna riéndose—. ¿Es este tu novio?

—No —insisto.

Pero Dan ha llegado hasta mí, después de tropezarse con todo lo que

L

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102

estaba a su paso. Y me sonríe tontamente. Con una sonrisa de oreja a

oreja.

—Hola, Ellie. ¡Sorpresa! —dice.

Estoy tan aterrada de que me rodee con sus brazos delante de todos,

que retrocedo y piso sin querer a Stacey con unos de mis tacones

asesinos. Ella da un chillido. Dan abre los brazos, que se le quedan

vacíos, porque yo no estoy ahí. Su sonrisa se esfuma. Traga saliva el tío

no sabe qué hacer, ni qué decir, colorado hasta las orejas, que con ese

corte de pelo se le ven mucho más que antes. Sus gafas empiezan a

empañarse y sus ojos se han puesto tristes. ¡Pobre Dan!

—Hola, dan —digo con voz débil—. Estas son mis mejores amigas,

Magda y Nadine.

Ellas le miran como si acabara de aterrizar en un planeta llamado

Pesadilla.

—Es mi amigo Dan —aclaro.

Las dos asientes, pero sin abrir la boca.

—Bueno, ¿qué haces aquí? —pregunto.

—Quería darte una sorpresa. Lo preparé todo para venir a verte, así que

cuando dijiste que no viniera porque tu madrastra no quería, pensé que

yo la convencería, porque en Gales había estado muy simpática

conmigo. Y, bueno, es maja de verdad. Me ha dicho que no le importa

nada que duerma en vuestra casa, aunque dice que vamos a estar un

poco apretados porque están también tus amigas. Y tu padre ha traído

su coche, así que aquí me tienes.

—Ya, bueno —digo yo—. La verdad es que me has pillado de sorpresa.

—Que te has quedado de piedra, querrás decir.

Llega Stacey y me dice:

—Te habrás dado cuenta de que por poco me dejas coja, ¿no?

—¡Cuánto lo siento, Stacey! De verdad—

—¿Este es tu novio? —pregunta con los ojos que le echa chispas.

—Sí —dice Dan.

—¡No! —digo yo.

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¡Oh, cielo santo! Stacey se lo pasa en grande. Y los demás también.

Somos la atracción del salón, incluso han dejado de bailar. Todos me

miran: Ellie y Dan, la pareja más cómica del año.

—¿En qué quedamos? —pregunta ella—. ¿Lo es o no?

—Bueno, mira, Dan es un chico y amigo, pero no es mi chico —le digo a

Stacey, y luego me dirijo a Dan y le digo—: ¿Vamos a tomar algo?

Nos acercamos a bufete y todo el mundo nos mira, mientras mis

tacones asesinos hacen toc, toc, toc, acompañados por el skriek, skriek,

skriek de las zapatillas de deporte de Dan.

—Todo el mundo nos mira —dice.

—Lo sé —contesto.

—A lo mejor no ha sido buena idea el que viniera —admite.

—Bueno…

—Seguro que deseas que no hubiera venido. Te estoy avergonzando

delante de tus amigos.

—No seas tonto —le digo, pero se nota que no me lo creo.

—¡Sería mejor que me dieras un beso ahora mismo!

—¿Quééé?

—Sí porque entonces saldré de esta envoltura y me convertiré en el

príncipe de tus sueños —dice Dan, y se pasa la mano por esa especie de

pelo pincho que tiene. Le da un tironcito—. Mi nuevo peinado no ayuda

mucho, ¿verdad?

—Y tú que lo digas —contesto—. Bueno, ¿qué quieres beber? Claro que

no hay mucho que elegir: coca—cola o esta especie de sangría acuosa.

—No te preocupes; es mi bebida favorita. Y tomaré unos sándwiches

también, porque no hemos comido nada durante el viaje; hemos venido

sin parar desde Londres. Me muero de hambre, pero es que estaba

desesperado por verte.

—¡Oh, Dan!

—Pues es la verdad—puede que yo sea la última persona con la que tú

querrías salir. Pero yo, en cambio, daría lo que fuera por que tú fueras

mi novia. Estás guapísima, Ellie.

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—¡Tonterías!

—Mira —dice—. Estoy haciendo lo posible para resultarte la mar de

romántico. Como Romeo y Julieta. Aunque, no sé, me da la impresión

de que si te cantara una serenata bajo el balcón, a lo peor me tirabas

un cubo de agua.

—Probablemente.

—Es que no sé muy bien qué hacer para impresionarte. Vengo desde el

quinto pino para verte, pero no te impresiona nada. Si te hablo de

ternura, la cosa acaba mal. Mi potente físico tampoco te mola —me

dice, y flexiona su brazo escuálido dentro de la manga de la camiseta,

que le queda increíblemente grande.

—¿Has dicho físico potente o físico latente? Es que no te he oído bien.

—Vale, Arnold Schwarzenegger se relaja por el momento —dice Dan—.

¿Y mi agudo cerebro?

—¿Agudo o retorcido?

—¡Oh, Ellie! ¡Eres cruel! —dice Dan, que se toma un sorbo de la sangría

y sufre un escalofrío—. ¡Cielos! —exclama—. ¿Qué rayos es esto? Sabe a

lejía pura.

—Efectivamente —le digo—. Creo que la lejía es su componente

principal.

—Pensar que habré de beberme cinco o seis vasos hasta pedirte que

bailes conmigo… Si no, no me atrevería.

—Esperemos un poco…

Alguien pone un compacto otra vez y todos vuelven a bailar.

—Venga, vamos —insiste.

Otra equivocación. Tiene una manera muy particular de bailar. Con

una forma muy personal de encoger el cuello y desenroscar los brazos.

Se tropieza con alguien, además. Pide disculpas, se acerca más a mí y

aterriza sobre uno de mis pies.

—¡Oh, perdona! ¿Te he hecho daño?

—Espero acostumbrarme. Venga. Sentémonos, que va ser mejor.

Nos sentamos con nuestras bebidas. Magda y Nadine bailan juntas y

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nos lanzan frecuentes miradas.

—Tus amigas son impresionantes —dice Dan—. Muy guapas.

—Lo sé.

—Pero nadie tan impresionante como tú.

—¡Bueno, tío! ¡Que ya vale!

—Se supone que debes aceptar mis piropos con gracia —dice Dan.

—Sí, menuda gracia —respondo yo.

—Se supone que eres la princesa a quien he rescatado de la torre, ¿no?

¿O es que debe rescatarte también de algún dragón? Salvarte de un

destino peor que la muerte misma o algo así.

—No veo hordas salvajes tras de mí —digo.

Y nada más decirlo, oigo voces muy altas, carcajadas, gritos y

palabrotas. Hay un montón de tíos en la puerta, skin heads de verdad,

con tatuajes de verdad por todas partes y botellas de cerveza que

también son de verdad.

El hermano de Stacey y algunos chicos más intentan convencerlos para

que se vayan.

—Pues no —dice el más fuerte de todos ellas enarbolando su cerveza—.

Hemos venido a tomar una copita y echar un baile. Aquí nos quedamos,

tío.

Se bambolea a la entrada del salón y sus colegas le rodean. El tipo está

casi fuera de combate, obviamente.

—Bueno, ¿y con quién voy a bailar? —y mira a su alrededor—. ¿Quién

es la afortunada que celebra su cumpleaños?

Stacey, pálida se esconde detrás de su novio. Pero el cabeza rapada no

la ve. Me ve a mí, que soy la única que no está bailando. Todos los

demás están en la pista.

—Oye, mona —me dice—. ¿Qué haces que no bailas? Ni que fueras

parte de la decoración—¡Hala, vente a bailar conmigo!

Me siento congelada.

—Está conmigo —dice Dan, y la voz le sale aflautada y débil.

—¿Con quién? ¿Contigo, monicaco? —dice el tío—. ¡Venga, niña! —y me

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coge de la muñeca—. ¡Venga, tía! ¡Arriba, arriba, arriba!

—No quiere bailar contigo —dice Dan.

—Sí que quiere. Bailará conmigo y con mis colegas.

—¿Estás sordo o qué? —insiste Dan desesperadamente.

—Déjalo, Dan —le digo en voz baja—. No pasa nada.

Tengo miedo. Podrían llevar navajas y puede armarse una buena.

—¿Lo ves como sí quiere bailar? —dice Skin head, que me rodea con

sus brazos. Huelo el horrible pestazo a cerveza—. Pongámonos

cómodos —dice, y me planta ambas manos en el trasero.

—¡Déjala en paz! —le grita Dan, dando un salto.

—¡Sandy, haz callar a este tío! —dice el energúmeno, y otra de la banda,

el más fuerte se acerca a Dan, que, después de recibir un golpe, suelta

una especie de gemido y cae al suelo.

—¡Dan! —grito yo.

—¡Calla o te la ganas! —me dice skin Head—. ¿Le has pegado, Sandy?

—¡Socorro! —grita Dan, que se levanta tambaleándose. Su camiseta

blanca está llena de manchas rojas—. ¡Estoy sangrando! ¡Mira, una

cuchillada! ¡Llamad a una ambulancia! —me dice. Se pone de rodillas y

un grito general recorre la sala.

—Pero, ¿qué has hecho, Sandy? —grita skin head, y se da media vuelta.

De pronto todo el grupo se larga a toda pastilla, sin que nadie se atreva

a detenerlos.

—¡Oh, Dios mío! ¡Dan! ¡Que alguien llame a urgencias o a una

ambulancia! —digo, e intento que descanse su cabeza en mis rodillas.

—¡No hace falta! —dice Dan—. Estoy bien, te lo juro.

—Pero… ¡si te han acuchillado!

—¡No, qué va! No me pasa nada. He pensado que si decía algo así, se

asustarían. No sé ni siquiera si el tío que me pegó llevaba un cuchillo o

no. Sé que me ha dado un puñetazo en el estómago y que por eso he

caído al suelo.

—¿Y la sangre?

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—¡Huélela! —me dice, y coge la camiseta manchada con una mano.

—¡Puagggh!

—Es sangría —me dice—. Me la tiré encima.

—¡Qué imbécil eres! —le digo, pero luego recapacito y pienso que ha

hecho bien—. ¡Tienes razón! ¡Ha funcionado!

—Has tenido buenos reflejos, colega —le dice Charles—. Las cosas

hubieran podido ponerse realmente feas con esos tíos.

—Muchas gracias, Dan —susurra Stacey—. ¡Has salvado mi fiesta del

desastre!

—Sí, tío. Genial.

—Has estado fabuloso.

—¿Has oído, Ellie? —me dice Dan—. Soy fabuloso.

—Sí, y también mojado y pegajoso —le dio, y le aparte de mi regazo—.

Solo falta que me pringues la falda nueva

—¿Esa es tu recompensa, después de que te he salvado de un destino

peor que la muerte? —dice mientras se levanta del suelo, frotándose el

estómago—. Se supone que debieras agradecérmelo y rogarme que no

me muriera o algo así. Me rompes el corazón. Deberías decirme que me

amas y que no me muera.

—Sí, hombre. Lo que tú digas —le contestó. ¿Cómo voy a decirle nada

delante de todo el mundo?

Fue entonces, cuando estábamos solos en un rincón, cuando hablamos,

después de que los invitados acudieran en masa a saludarle.

—Se te va a hinchar la cabeza y no podrás pasar por la puerta de tantos

cumplidos como te han hecho.

—Buena cosa, entonces, me cortara el pelo.

—Eres un pirado —le digo, y le paso la mano por la pelusa de cabeza—,

pero un pirado muy valiente. Y me has defendido contra los bestias

esos, que daban verdadero miedo.

—Ellos también se asustaron al pensar que me desangraba.

—Espero que se hayan largado. Menos mal que mi padre viene a

buscarnos —digo.

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—Oye, Ellie —Nadine y Magda se acercan a nosotros—. Nosotros nos

vamos a casa de Magda. No creo que quieras que nos quedemos a

dormir si también se va a quedar Dan, ¿verdad?

—¡Ahhh, bien! —grita Dan—. ¡Voy a dormir en la habitación de Ellie!

—¡Ni hablar, tío! Dormirás con mi hermano Eggs, faltaría más. Y

vosotros venid a casa también, que lo vamos a pasar genial, venga.

Y lo pasamos muy bien, de verdad. Papá llegó a buscarnos a las doce en

punto y los cuatro nos despedimos de Stacey, que se deshizo en mieles

dándonos las gracias. A mí me dio un abrazo y a Dan también.

—¡Jo! —dice Dan—. Esta es mi noche, desde luego.

—Sí, se ve que lo has celebrado —dice papá mirando su camiseta

manchada de sangría.

—Dan es el héroe de la noche —dice Magda.

—Se ha peleado con un montón de skin heads por proteger a Ellie —

apunta Nadine.

—Bueno, no exactamente —rectifico yo.

—Todas tus amigas me quieren —dice Dan—. A ver, chicas sentaros

conmigo en la parte de atrás y dejemos a Ellie con su padre, a ver si la

pongo celosa.

—Sí, hombre, qué más quisieras tú —le contesto.

Cuando llegamos a casa, Eggs, que se levanta de la cama, se queda

paralizado cuando ve a Dan. Corre hasta él y le abraza y le da besos, y

cuando se entera de que van a compartir la cama, se pone loco de

contento y salta arriba y abajo, hasta que se le caen los pantalones del

pijama.

—Oye, oye —dice Dan, y le pone los pantalones en su sitio—. Nada de

exhibiciones delante de las señoras.

Anna ha sacado almohadas, sábanas y edredones para que todo el

mundo tenga lo suyo.

—Perdona que no te dijera que Dan iba a venir —le digo en un aparte.

—No pasa nada. Este chico es un encanto. Fíjate que ha llegado con un

ramo de rosas y una caja de bombones, poniéndose casi de rodillas

para que le admitiera esta noche. Me ha hecho sentirme una bruja.

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—No sé quién le ha hecho creer que lo fueras —digo yo, que intento no

sentirme demasiado culpable—. Gracias de todos modos Anna.

—No te preocupes. Ya te digo que me encanta ese chico.

Y, para colmo de las sorpresas, también Nadine y Magda creen que es

encantador. Estuvimos despiertas horas y horas y le tuve que contar la

historia de cabo a rabo. Desde nuestro primer encuentro hasta el día de

hoy pasando por todas las invenciones que me monté, mezclando cosas

reales de dan el tío supermacizo con el que me encontraba al ir al cole.

Después de todo, no me resulta tan difícil contarles la verdad; me

ayudan todos los vasos de sangría ligera que he bebido y la luz

apagada, que aunque me ponga colorada nadie lo ve. Ellas se

asombran, pero al final tampoco es para tanto. Magda se interesa por el

rubio macizo.

—Ese es de verdad, ¿no, Ellie? —pregunta—. ¿Y está tan bueno como

dices? A lo mejor tomo tu camino, a ver si me lo encuentro.

—¡Eh, tú! ¡Ni hablar! —le dije—. Yo lo vi primero.

—Pero si tú tienes a Dan —me dice Nadine—. Que además está loco por

ti.

—Que además está loco y punto —añade Magda—. Y… ¿qué pasa con el

pelo ese que tiene?

—Ya, pues no sé —contesto—. Yo creía que Greg era el colmo del horror

con su inevitable anorak, pero este… ¡es de la guerra de las galaxias, el

tío! Pero es un cielo.

—Sí —digo—, pero debo admitir que juntos nos reímos un rato.

—Sí, pero ¿y un buen besazo?

¿Besar a Dan? No me lo puedo ni imaginar. Desaparecemos las tres

bajo el edredón histéricas de risa, para no despertar a los demás.

No me despierto hasta las once de la mañana. Magda y Nadine duermen

como troncos. Magda duerme de lada, abrazada de la almohada, y hace

pucheritos como si besara a alguien. Nadine duerme boca abajo, y su

negro pelo cruza la almohada. Oigo ruiditos; pero creo que se está

chupando el dedo.

Las miro y sonrío. Voy al baño y me paso un montón de tiempo dentro

intentando ponerme decente, pero cuando bajo no veo ni rastro de Dan.

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Anna me da una taza de café con leche.

—Pobre Dan —me dice—. Eggs se ha despertado a las seis de la

mañana y le ha obligado a levantarse a jugar con él.

—¿Dónde están? —pregunto—. ¿Y dónde está papá?

—Se han ido a nadar —dice Anna—. No sé de dónde sacará Dan un

bañador. A lo mejor nada en calzoncillos, porque el bañador de papá le

queda grade y el de Eggs pequeño.

—¡Qué imágenes me vienen a la cabeza! ¡Calla, por favor, no seas tan

gráfica!

—Por cómo lo dices, supongo que no vais a protagonizar el romance del

año, ¿no? —comenta Anna—. De modo que si tu padre y yo nos vamos

al cine, por ejemplo, hoy mismo, puedo fiarme de que no vais a tener un

lío amoroso en nuestra cama, ¿no?

—Juro que el único que usará vuestra cama será Eggs —digo—.

¿Queréis que hagamos de canguro entonces?

—Pues es que tu padre ha dicho que… Bueno, hay un concierto de jazz

en el pueblo y a lo mejor podríamos ir a cenar él y yo a algún sitio…

Pero, bueno, no sé si no es muy caradura pediros eso. Dan y tú estaréis

deseando ir por ahí, ¿no?

—No, Anna. Id vosotros dos. Y… a propósito, ¿cómo van las cosas entre

papá y tú?

Anna cruza los dedos y dice que espera que todo vaya bien. Y cuando se

marchan juntos, a las seis de la tarde, parecen muy a gusto. Anna lleva

puesta su falda nueva y a papá parece gustarle mucho, pues cuando

cree que no miro, le da una palmadita en el trasero. Mi padre a veces es

un cerdo machista. Le dice que la va a llevar a un italiano para que

practique sus recién aprendidas frases, cosa que me parece un poco

paternalista, pero el amor es ciego, dicen.

Yo no estoy enamorada. Lo veo con claridad meridiana. Anna ha lavado

la camiseta de Dan y es lo único a favor que tiene el pobre en cuanto a

su imagen. Además, el cloro de la piscina le deja el pelo aún más de

punta.

Pero, ¿qué me importa que tenga esa pinta? No cabe duda de que es

muy divertido. Cuando vuelve de la piscina, y Magda y Nadine se

levantan por fin, nos ponemos a jugar Monopoly, hasta que Eggs —que,

por supuesto, no aguanta no participar en algo—le da una patada al

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tablero. Lo hace a propósito, claro.

Luego nos ponemos a oír discos. Magda y Nadine desdeñan los gustos

musicales de Dan, pero luego encontramos discos de papá, de los años

setenta, y Dan se pone a hacer imitaciones y nos partimos de risa.

Oímos a los Rolling Stones e incluso a Elvis Presley, y Dan le enseña a

Eggs cómo peinarse el tupé y menear las caderas.

Después los chicos dicen que es nuestro turno, y entonces saco yo mis

discos de los Beatles y le canto With a Little Help of My Friends, y

Nadine, Lucy in the Sky with Diamonds, y Magda busca el de All You

Need Is Love, y acabamos cantados todos juntos lo de Hey, Jude.

Al final de todo, cantamos, Hello, Goodbye y, efectivamente, mis amigas

se van y Dan y yo nos ponemos a ver vídeos de Wallace y Groomit con

Eggs. Después Eggs me da la paliza para que le haga muñequitos de

plastilina. Dan lo intenta también, pero le salen muy chungos y dice

que son alienígenas que vienen del espacio. Hago uno muy delgadito,

con el pelo tieso y grandes orejas, y Dan se ríe y Eggs juega con él con

tanto entusiasmo que se le caen las patitas.

—Imagínate que se te cayeran las piernas —dice Dan, y se tira sobre el

sillón escondiéndolas como si no las tuviera, y Eggs se tira sobre él y me

llama y yo digo que nanay. Eggs continúa dando saltos cuando Anna y

papá se largan a pasar su noche fuera. Mi padre nos da dinero para que

cenemos en MacDonald´s. Y decidimos ir, aunque tentemos que

caminar media hora por lo menos; pero no importa, considerando que

servirá para que Eggs se canse, aunque solo sea un poquito. Me pongo

algo nerviosa por si hay algún conocido que me vea con estos dos, pero

aún es demasiado temprano y solo hay familias con niños.

Dan juega a que también nosotros somos una familia: mamá, papá y el

pequeño Egberto. Eggs se tira de risa. A Dan se le da muy bien eso de

jugar con el crío. Yo no había pensado nunca que se podía jugar a

inventar situaciones. Es verdad que a Nadine le gustaban esas cosas

cuando éramos pequeñas, pero ahora le han dejado de interesar, y en

cuanto a Magda, nunca le han gustado esas cosas.

Y, de vuelta a casa, me encuentro con alguien a quien conozco. Bueno,

no lo conozco, pero he pensado tanto en él que me resulta familiar como

si le conociera de toda la vida. Me le quedo mirando y, por un momento,

la realidad y la fantasía se mezclan formando una sola cosa, y luego se

vuelven a separar y yo estoy con Dan, el de verdad, y resulta que me he

encontrado con el chico de mis sueños, el Dan inventado, aunque

seguramente no se llame Dan y lo más probable es que nunca sueñe

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conmigo. No está solo, sino con otro chico casi tan guapo como él,

aunque este es moreno con los ojos azules. Mi sueño viste de negro y el

chico moreno de blanco. Están guapísimos. Y, de pronto, me doy cuenta

de algo: están realmente juntos.

Charlan y se ríen y se miran el uno al otro, pero él me saluda cuando

me ve pasar a su lado.

—¡Hola! —me dice.

—¡Hola! —contesto, y le sonrío con complicidad.

Dan se les queda mirando.

—¿Le conoces? —me pregunta.

—Sí —contesto—. Bueno, no mucho. Algo.

—¡Qué guapo es, caray! —dice, se vuelve a mirarlos y me pregunta—: ¿Y

ese otro es su novio?

—Creo que sí.

—¿Y eres tú el novio de Ellie? —pregunta mi hermano.

—¡Por supuesto! —le contesta Dan.

—No tienes la menor posibilidad, tío —digo yo.

No. Es que Dan no es mi novio. Sí, vale, me lo paso bien con él. Me lo

paso realmente bien. Es genial y puedo hablar de todo; es cierto que es

un poco raro, pero la verdad es que es muy valiente. Es listo, tiene

imaginación y sentido del humor, y, aunque sea cutre, no importa

mucho, porque, de todos modos, tampoco soy Pamela Anderson.

Es un poco vulgar, aunque quizá a un chico que tuviera cantidad de

personalidad le daría igual parecer por encima de todo el mundo; pero

yo no podría ponerme romántica con él, tipo Julieta. No le quiero de esa

manera, con esa clase de pasión, aunque…

Jugamos a la familia feliz otra vez hasta que conseguimos acostar a

Eggs, después de horas y horas. Le ponemos el pijama, lo metemos en

la cama y, acabada el trabajo, nos sentamos por fin frente a la tele

como amigos, con unas coca—colas y unas bolsas de patatas fritas. Nos

reímos un montón viendo vídeos, nos comemos las patatas fritas y

luego Dan se tira en el sofá y se me acerca y yo hago lo mismo, hasta

que… ¿qué pasa? Que nos besamos y este es mi primer beso real, que

no se parece en nada a lo que había imaginado y no me muero de la

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risa, sino que me gusta cantidad. Aunque sea Dan quien me besa. O

precisamente por eso…

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NUEVE PAREJAS ROMÁNTICAS

1. Romeo y Julieta.

2. Yoko Ono y John Lennon.

3. La reina Victoria y el príncipe Alberto.

4. Kermit y la señorita Piggy.

5. Julian Clary y Fanny, la perrita maravillosa.

6. Jane Eyre y el señor Rochester.

7. Elizabeth Bennett y Darcy.

8. Morticia y Gomez Adams.

9. ¿¿¿Elie y Dan???

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Esta historia continúa con…

Chicas con imagen

Una revista intenta descubrir a jóvenes

modelos.

Magda y Nadine no dudan en presentarse a

la selección; pero Ellie comienza a pensar

que le sobran kilos por todas partes. Las

tres amigas pasan por una etapa en la que

no se sienten satisfechas con su propia

imagen.

Chicas que llegan tarde

¿Hasta qué hora te dejan salir por la noche?

Ellie, Magda y Nadine siempre se meten en

problemas por el mismo asunto. Tener una

cita con un chico estupendo no es excusa, y

tampoco ir al accidentado concierto de su

adorada estrella del pop.

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Biografía de la autora

Jacqueline Wilson nació en

Bath, Inglaterra, en 1945.

Trabajó en una revista para jóvenes

durante largo tiempo.

Por ello tuvo la oportunidad de

conocer sus problemas y verdaderos

intereses. Cuenta ya con una

importante carrera literaria y sus

libros, por los que ha recibido

importantes premios, se dirigen

fundamentalmente a adolescentes.