César Lucas

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Segunda edición, 2010

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César LucasOrden y talento día a díaPor Manuel López Rodríguez

César Lucas en Miami. 2006

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Tras el bombazo visual del fotón de la cubierta, no cabe otra recomendación honesta que la de sugerir al lector que se salte alegremente estas páginas de texto y disfrute de las imágenes de César Lucas. Varias veces, de delante a atrás, y viceversa. En este libro mandan las fotos. Van a descubrir ustedes a uno de los grandes fotógrafos del siglo en España. Abajo los tratados de fotoperiodismo. Este libro pone clamorosamente patas arriba la imagen al uso del fotógrafo de prensa. César Lucas no responde a ninguno de los retratos-robot típicos. No lo digo yo; lo dicen las fotos que hace.

Los autores de futuros tratados de fotoperiodismo tendrán que abrir paso en su repertorio de clichés-tipo al estilo César Lucas. Esto es, un profesional que viene ejer-ciendo de sí mismo y se mantiene contra viento y marea en la cresta de la ola.

César Lucas es un fotógrafo famoso. Probablemente el que más entre los fotógrafos de prensa españoles en activo. A lo largo de su dilatada trayectoria profesional no ha dejado de ir empujando hacia arriba día a día el listón de su propio trabajo, y abriendo así caminos de dignidad a un oficio que no ha sido tan fácil elevar de la servicial condi-ción de fotero a la respetada de señor fotógrafo. Ha sido pionero absoluto en no pocas conquistas profesionales en estos últimos cuarenta años. Nadie discute que va camino de convertirse en fotógrafo legendario.

Pero antes que fotógrafo, y de los que ya están en la historia, César Lucas es un ciudadano cabal y responsable, para quien profesionalidad nada tiene que ver con fuegos de artificio, ni ética o deontología sean asuntos menores que atañan a los demás. La dialéctica del fin de los medios en la profesión periodística sólo tiene para él una respuesta válida: libertad de expresión. Y una única matización posi-ble: el trabajo bien hecho.

Motivos para regalarse el oído no le faltan, desde luego. Tocó la mismísima gloria profesional a los veintiún años publicando en Life. Esto ocurría en 1962. Desde en-tonces –ahí están las hemerotecas–, no ha dejado de estar en el candelero como primer espada del fotoperiodismo. No le preguntéis cómo lo ha conseguido, porque la única respuesta que se le ocurre es «disciplina». En un porfolio que le publiqué hace unos años le presentábamos como «paradigma de la fórmula orden y talento». Pero él insiste en apelar a la autodisciplina.

Massiel. 1967

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A lo largo de todos estos años sólo conoce lo que es hacer fotos para ser publicadas. Jamás ha hecho una fo-tografía personal, con pretensiones de estar haciendo obra de autor al margen de su trabajo. No entiende la fotografía sino como información impresa compartida con el lector. Algo de vigencia hay que reconocer a su postura, pues si su carrera profesional representa cronológicamente cerca de la mitad de la historia del fotoperiodismo en España, en intensidad coincide con el tramo decididamente más inte-resante de la historia del medio.

Por fortuna para el fotoperiodismo hispano, César Lucas nunca se ha planteado hacer historia. Su meta no es otra que la de hacer lo mejor que puede el trabajo de cada día. No extraña, pues, que la inspiración le haya pillado siempre trabajando. Para él, la faena y el arte de la foto-grafía son una misma y única cosa. Jamás se le ha pasado por la cabeza la idea de dedicarse a atesorar imágenes para cuando se jubile. Lo suyo es el trabajo diario. En cierto modo, se le puede definir como un fotógrafo calvinista, que pone el contador a cero cada mañana.

Observad la sobrecogedora foto que le hizo en 1959 al Che, de turista en Madrid. En esta imagen, la más dife-rente de todas las que le hicieron a este mítico personaje del siglo xx, el fotógrafo levanta su cámara por encima de la cabeza y cambia de un plumazo la perspectiva al uso. El cielo desaparece como consabido fondo de la representa-ción épica en contrapicado del líder que se alza sobre sus acólitos en segundo plano, a favor del personaje real, solo, con un fondo real, el asfalto urbano. El drástico picado de la toma devuelve a la tierra al carismático guerrillero-ministro... de carne y hueso.

Ernesto Che Guevara, fotógrafo también él, debió de darse cuenta sin duda de la revolucionaria mirada de que era objeto. No le disgustó la sesión. Al fin un fotógrafo le ha-cía una foto sin la reverencia o el temor del contrapicado. Aquella cámara en alto era algo más que la prolongación de la mirada de un reportero. Era la apuesta visual diferente de un artista que mira con sus ojos... y los nuestros, los de los lectores del medio en el que publica.

Tomen nota los autores de futuros manuales: las fotos que hacen historia suelen ser aquellas en las que el fotó-grafo no puso a funcionar la mirada para el cliente o para sí mismo, sino para quienes van a ver la foto publicada. El Che no pasó por alto los atípicos modos del fotógrafo madrileño. Le regaló un puro. No le preguntéis en qué caja Campesino en Agra. India, 1988

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fuerte lo tiene guardado, porque se lo fumó placentera-mente después de revelar las fotos.

Así es César. Jamás ha ido de artista. Pero con esa foto hizo en su día arte en papel prensa. Un arte teórica-mente efímero, con fecha de caducidad –el diario del día siguiente–, pero cuya portentosa vigencia cobra pleno sen-tido en este libro. Sacude de lleno –y para bien– la apología fotográfica de la revolución cubana.

Por aquel entonces, César Lucas era un chaval que acababa de estrenarse como fotógrafo de plantilla para la agencia de Europa Press, con un sueldo mensual de 5.000 pesetas de la época. Había aprendido a hacer fotos –¡tam-bién en color!– por sus propios medios como amateur. Su inquietud innata por hacer las cosas bien le llevaba a su-perarse a sí mismo cada día. En una época en la que los fotógrafos de prensa se limitaban a pasar por allí para ha-cer las mismas fotos planas año tras año, el chaval estaba en los sitios y se esforzaba por enterarse a fondo de qué iba la cosa, al objeto de dar a cada información un tratamiento diferenciado, a la medida del acontecimiento.

Su perfeccionismo le convirtió en un intruso a los ojos de los encorbatados jerarcas de la fotografía de prensa oficial del régimen. Se desmarcaba de la norma. Y des-tacaba. Él le resta cualquier importancia, pero la clave de su incipiente éxito estaba en que en vez de pensar en la nómina, pensaba en las fotos.

En 1961 entra a colaborar en Pueblo. La apuesta gráfica que lleva a cabo el diario que dirigió Emilio Romero bien podía haber sentado cátedra en la Europa de la época de no haber estado España gobernada por un régimen dic-tatorial, cuya larga sombra no dejaba apreciar fuera del país algunos tímidos despuntes de absoluta modernidad en la cultura y las artes.

Pueblo fue su verdadera escuela y, aunque él remite todos los méritos a Emilio Romero, director, y a Jesús de la Serna, redactor jefe, César fue su propio maestro. Tra-bajaba a la pieza. Tantas informaciones al día –provistas de antemano, encontradas o buscadas fuera del programa–, tantas fotos aceptadas y publicadas, tantas pesetas. Un día llegó a publicar veintiuna fotos. Revelaba en casa, pero como a veces le llamaban del periódico en pleno proceso, enseñó a su madre a esmaltar las copias. En una oca-sión, tras su jornada agotadora, se quedó dormido después de meter una película en el tanque a revelar. Se despertó sobresaltado al cabo de un buen rato. La película estaba Amparo Muñoz. 1978

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quemada. Arregló el desaguisado como pudo con un baño rebajador. En el periódico nadie notó el fallo, pero desde entonces nunca más volvió a quedarse dormido; tampoco ha perdido un vuelo o llegado tarde jamás a una cita. Dis-ciplina se llama eso.

Su fama va creciendo. Le llueven los encargos de los famosos para que les haga reportajes promocionales. Su lanzamiento internacional viene por sí solo. En esa época empiezan a rodarse en España grandes producciones ci-nematográficas. Las productoras le llaman para ofrecerle contratos como special photographer, esto es, para que haga fotos a las estrellas de cine que intervienen en las películas que se están rodando.

En 1965, Pueblo se le queda pequeño. Emilio Ro-mero intenta persuadirle de que se quede, pero César Lu-cas decide dejar el diario para fundar Cosmo Press, agencia gráfica que será durante los próximos diez años la referen-cia obligada para los grandes medios internacionales a la hora de hacerse con fotos de España. Se convierte así en su propio empresario, al tiempo que consolida su estatura profesional como fotógrafo de las celebridades nacionales e internacionales del momento.

Cuando todos le imaginan instalado en la rutina del éxito, de nuevo vuelve a cargarse los cánones visuales de la década. Mientras Antonioni alimenta en su película Blow Up el mito del fotógrafo sofisticado, atiborrado de medios técnicos, César Lucas planta cara a la imagen del profe-sional glamoroso retratando al aire libre, a pelo, con un ojo de pez en las mismísimas barbas a uno de los personajes clave de la década: John Lennon. Si la foto de César al Che invita a la revisión de la historia gráfica de la revolución cubana, con esta a John Lennon el fotoperiodismo inter-nacional tiene servida en bandeja una mirada diferente de la esencia misma de la era del pop. De nuevo, el fotógrafo infringe las convenciones al uso, plantándose a escasos centímetros de la cara de uno de los personajes emblemá-ticos de la época. Jamás John Lennon ha estado tan cerca de todos nosotros.

Durante los tres meses que estuvo rodando en Alme-ría Así gané la guerra, Lennon encontró en su special pho-tographer español un leal compañero de fatigas que incluso intentó, aunque en vano, enseñarle a jugar al mus.

En el preludio del final del franquismo, César Lucas se incorpora a la revista más decididamente moderna de la época, Gentleman, que dirige Juan Luis Cebrián. Su fun-

Jack Palance. Madrid, 1968

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ción, la de editor gráfico al estilo de la prensa anglosajona, es absolutamente novedosa en la prensa española. A fina-les de 1975, Cebrián le encarga que cubra para el diario Informaciones la agonía y muerte de Franco y la posterior proclamación de Juan Carlos I como Rey de España.

Inmediatamente después –enero de 1976–, Cebrián le lleva con él como jefe de fotografía al equipo fundacional de la redacción de El País, el emblemático diario de la de-mocracia española en el que César Lucas sienta las bases de la concepción y el diseño del tratamiento fotográfico. El diario sale a la calle en mayo de ese año con un talante visual novedoso que pone fin al fotoperiodismo oficial del pasado. La redacción del periódico, y no los poderes fácti-cos, es la que impone el criterio.

Toma su nuevo trabajo con tanta ilusión que decide vender Cosmo Press para dedicarse en cuerpo y alma a la singladura del diario de la calle Miguel Yuste. Más aún, hombre de principios, después de haberle dicho que no al director del periódico más influyente de la época de Franco, ahora vuelve a decirle que nones al cantante de moda, Julio Iglesias, quien le proponía que se fuese con él a Miami como su fotógrafo personal cuando la voz latina es fichada por la CBS.

De su trabajo como fotógrafo de esta época sobresale la potente imagen de un grupo de vecinos y viandantes en una calle del barrio de La Latina en Madrid, con un camión de mudanzas como testigo estático. De nuevo, la mirada del fotógrafo, esta vez a través de la profundidad del gran angular. La teoría del instante decisivo cobra vida no en un museo, sino en el periódico de la mañana siguiente. Esta foto aguanta esplendorosamente el paso del tiempo. No es una fotonoticia al uso, sino todo un ensayo fotográfico de los tiempos que corren. Cada personaje –el fotógrafo, tam-bién– está en su lugar exacto en el momento preciso. En esta foto se puede palpar mejor que en ninguna otra de las de esos años lo que fue el comienzo de la transición de la dictadura a la democracia en España. El pueblo anónimo, y no los políticos, famosos, banqueros, militares u obispos, empieza a ser el amo y señor de la calle.

Contra todo pronóstico, en 1978 deja El País por Interviú, una publicación teóricamente más ligera, que al-gunos se apresuran a tildar incluso de pornográfica. Craso error. La famosa portada con la foto de Marisol desnuda que César Lucas le había vendido a Antonio Asensio en 1976 hizo triplicar las ventas de Interviú pero, más allá del

Despertar. Londres, 1992

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éxito editorial, lo cierto es que representó una apuesta que dio como resultado, ni más ni menos, el reestablecimiento de la libertad de expresión en España. El fotógrafo será ob-jeto de un sonado proceso, del que saldrá absuelto. Antonio Asensio, el creador de la revista, no cejó en su empeño en contratarle hasta que la oferta fue tan tentadora que César Lucas no se resistió más.

Se equivocan completamente quienes hayan podido prejuzgar durante un tiempo a César Lucas como un fotó-grafo ligero. Todo lo contrario. Como jefe de fotografía de Interviú, será el primer español invitado al jurado de World Press Photo. Gerhard O. Aeckerle, editor gráfico de Stern, con quien coincide en el fallo, alaba en público la agilidad de la revista española en editar de un día para otro repor-tajes en color, cosa que en el semanario alemán no son capaces de resolver en menos de dos semanas.

A lo largo de sus veinte años en el Grupo Zeta –la mi-tad de su carrera profesional–, no ha dejado de superarse a sí mismo, tanto con la cámara como en la mesa de edición. Sabe como pocos editores gráficos buscar al fotógrafo idó-neo para cada encargo, y no es la primera vez que levanta una foto suya para poner otra que él juzga mejor. Quienes tratan con él saben mejor que nadie el alcance del nivel de exigencia que se impone a sí mismo este demiurgo gráfico que aporta orden y talento a la tarea de ordenar el mundo desde el arte de contar en imágenes.

En la década de los ochenta sobresalen las grandes producciones fotográficas que dirige y realiza para Nove-dades. Pero no descuida su trabajo de prensa, puro foto-periodismo de lujo en la revista a la que muchos iluminados vaticinaban un nulo interés periodístico. De nuevo hay que remitirse a las hemerotecas. Las fotografías que realiza para una serie de entrevistas, mano a mano con Camilo José Cela, a los números uno de la España de los ochenta vienen a sentar parámetros de sustancia visual en unos alocados años en los que el fotoperiodismo no es ajeno a la funesta dinámica del pelotazo y el todo vale en la sociedad española.

En su foto al alcalde Enrique Tierno Galván, el fotó-grafo ensaya una nueva mirada selectiva, en color y con la ayuda del teleobjetivo. El viejo profesor, uno de los rostros más representativos de la nueva España, posa en el balcón de su despacho. El fotógrafo le retrata desde la Plaza de la Villa, interponiendo en primer plano la imagen desenfo-cada de la estatua de Álvaro de Bazán. De nuevo, una foto

Don Juan de Borbón. Palma de Mallorca, 1976

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magistral que visualiza el engarce histórico del pasado y presente en la España de los ochenta.

Su serie de retratos de los artífices de la España de fin de siglo nos muestra la esencia de los personajes, sin concesión alguna a los efectismos fotográficos que se po-nen de moda. Van al grano. Son fotos memorables en es-tado puro en las que el fotógrafo ensaya el más generoso de los estilos posibles: encuadrar a los personajes en sus ambientes de trabajo, donde ni las visitas, ni las cámaras de televisión llegan.

En los noventa, César continúa asentado como uno de los editores gráficos de referencia en Europa. No se prodiga mucho como fotógrafo, salvo en las grandes pro-ducciones para Novedades y trabajos esporádicos, como la serie de los diez pueblos españoles con más encanto, para la revista Viajar.

De cuando en cuando nos sorprende con relatos cru-dos, sin concesiones, como el que le hizo a Antonio López. Un breve rayo de luz que ilumina la cabeza y el ojo del personaje bastan. La mirada del fotógrafo afronta el reto epidérmico de penetrar en la piel del personaje, mucho más allá de la mera representación cosmética. Tamaña auste-ridad técnica y procedimental en estos tiempos que corren sólo pueden tener una explicación: César Lucas jamás ha hecho fotos para lucirse, sino para contar cosas.

En su trabajo, nunca le ha gustado rodearse de las-tres, ni siquiera un discreto flash de bolsillo. Le basta con la luz natural. El secreto no está en los aparatos, sino en la mirada de un fotógrafo que ha sabido conjugar, a lo largo de cuarenta años de oficio, talento y orden, con un sentido común nada habitual. Una mirada que nos enseña a ver a todos.

Lo dicho, no hagáis caso a los retratos-robot del fo-tógrafo que ofrecen los manuales al uso. A quien, tarde o temprano, acaban queriendo parecerse los fotógrafos buenos, los que aspiran a dejar huella, es a profesionales de la talla de César Lucas. El artista a quien PHotoBolsillo dedica este libro sigue resistiéndose a subirse al carro de la fama. Pero ya sabéis que, antes que ninguna otra cosa en la vida, es un castellano viejo cabal, enamorado de su oficio y que prefiere poner el contador a cero cada mañana. Así es como se siente razonablemente feliz consigo mismo.

Manifestante en la Diada. Barcelona, 11 de septiembre de 1976

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Amigo y maestroRaúl Cancio

Conocí su obra antes de conocerle a él. A él le conocí en un sitio muy original, en la mili.

De esto hace... ni se sabe. Lo cierto es que estamos juntos desde entonces. Somos amigos, somos hermanos.

César Lucas fue mi maestro. Me acompañó sin sol-tarme de la mano por este mundo mágico de la fotografía, y sobre todo me enseñó a amarla.

César es uno de los mejores periodistas gráficos que ha dado este país en los últimos cuarenta años. Un reportero de casta, todo terreno. Con una sensibilidad tan exquisita como puede tener una media verónica de Curro Romero en la Maestranza de Sevilla.

Sería injusto por mi parte no decir que mis fotogra-fías siempre han tenido un look muy especial que aprendí de él. Las luces y las sombras, la guitarra, el flamenco, los duendes y la magia son parte de su vida. Puede caer en cualquier lugar del mundo con sus cámaras, que son sus herramientas, y a través de ellas dar una razón a todo lo que le rodea.

César, ser tu amigo es un lujo.

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00. Che Guevara. Madrid, 1959

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00. El Retiro. Madrid, 1958

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00. Publicistas. Madrid, 1958

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00. Casa de Fieras. Madrid, 1958

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00. El Retiro. Madrid, 1958

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00. Feria del Campo. Madrid, 1959