Cerro Santa Ana

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Cerro Santa Ana ENTRE EL RIO Y LAS ESTRELLAS Arturo Vergara

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Historia del cerro Santa Ana de la ciudad de Guayaquil.

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DE COMO FUE HECHO ESTE LIBRO

Cerro Santa Ana

ENTRE EL RIO Y LAS ESTRELLASArturo VergaraGuayaquil-2003DE COMO FUE HECHO ESTE LIBRO

Tal vez a alguien le interese saber cmo fue hecho este libro. O ms especficamente, cmo fue obtenida la informacin que contienen sus pginas.

Bsicamente, apliqu el mtodo, sencillo y directo, de mudarme a vivir con la gente que deba conocer, sobre cuya vida, quehaceres y destinos iba a escribir. En este caso, por ms de cuatro meses, fui otro habitante del Cerro Santa Ana.

Aqu hice amigos, compart con ellos su cotidianidad, sus empeos y me adentr en el mundo de sus representaciones. Como todo tejido social, como toda construccin humana a la que se aplica el lente de aumento de la ciencia o del arte, no era exactamente lo que pareca de lejos. No era una realidad lineal, de buenos y malos, era una realidad humana, contradictoria, con una historia de siglos, con logros y derrotas, que son tambin los de toda la ciudad.

En el curso de la investigacin, me di cuenta de la tremenda importancia que tiene para los habitantes del Santa Ana, como para toda la urbe, el ro Guayas. Con l estn relacionados sus recuerdos, sus mitos y sus nuevos proyectos.

Los datos cientficos, tcnicos e histricos, siempre fueron consultados en las fuentes de mayor credibilidad, y en algunos casos tuve la asesora de profesionales relacionados con los temas de mi bsqueda.

El resto es lo que pude ver, or, y olfatear, y eso ya tiene las huellas de mis propios lmites.

En este libro los personajes se presentan con un nombre y un oficio. Esa es la costumbre en el cerro. Como tambin la de nombrar a familias enteras por un solo apellido, por ejemplo los Vtores, los Jaramillo, los Castillo, aunque sus descendientes ya tengan otros apellidos.

Los esfuerzos que est haciendo Guayaquil por armonizar la vida de este viejo barrio con los diseos y estados de nimo de una urbe moderna, han generado un proceso de reacondicionamiento en las formas de vivir de la gente del cerro.

Debo advertir que este no es un libro de historia, sino de historias. Y yo espero que estas pginas, que llevan mucho del espritu y los valores de los cerreos, contribuyan a tender el puente entre lo viejo y lo nuevo, a aceptar e impulsar lo mejor que nos trae este siglo veintiuno sin renunciar a lo mejor que nos dejaron los aos ya vividos.

Tengo esa esperanza.

Arturo Vergara

LOS DESTINOS

En un rincn del mundo, donde habitan sujetos maosos, de esos que nunca mueren, vive un viejo hipcrita que nunca duerme porque se lo pasa da y noche torciendo hilos, millones de hilos, con una rueca de palo.

Son los hilos de nuestros destinos.

El viejo hace un ovillo, hace otro, y los va tirando al viento, sin mirar, sin importarle a donde caen. A ciertas horas del da, cuando los Alisios soplan con ms fuerza, se esparcen los ovillos por el mundo. Algunos vuelan, otros se quedan enredados, unos se engarzan en los algarrobos, otros van sin rumbo fijo, o se los lleva el ro y acaban en el mar, en fin... A veces el propio viejo los aplasta, los deshilacha o les hace nudos, segn el nimo y segn se muevan sus dedos torcidos.

Este viejo hipcrita es el Tiempo.

Los destinos del cerro Santa Ana son los de la gente que ha vivido en sus faldas, los de la ciudad, su hija, y tambin los del continente, por estar donde est, en el origen del ro ms poderoso que desemboca en el Pacfico.

Cada poca ha puesto aqu lo suyo: pasiones, fantasas, empeos... Se han ido unos hombres, han venido otros; han cambiado los objetos de adoracin, los vestidos, los cdigos, los motivos para luchar y para amar, como es natural que ocurra.

Todo pasa, deca el anillo del rey David. Pero al mismo tiempo nada pasa, sin dejar huella.

Hace cinco siglos se inici la construccin de Guayaquil en las faldas del cerro Santa Ana, que por entonces le llamaban Cerrito Verde.

En estos siglos, esta tierra y estos hombres han visto mucho de todo: fuego y ceniza, guerra y paz, momentos de gloria y pestes, das fastos y nefastos, pero ha sido ms fuerte el impulso del amor, de la creacin, de la construccin y siguen aqu, construyendo.

Una generacin ha sucedido a la otra, y todas han dejado conocimientos, errores y certezas, en esta inmensa memoria no escrita de los pueblos, que les sirve para vivir.

Lo eterno sigue siendo el cerro y el ro.

Las races se han hundido bajo la tierra, mientras que las ramas y las flores se alzan sobre la tierra, hasta que caiga la semilla y, con el brote, la cancin comience de nuevo.

Y en los inicios fue un casero

Los historiadores de la ciudad estn de acuerdo en que la ciudad comenz aqu, en las laderas del Santa Ana, por el ao 1547, en un casero de madera, con no ms de ciento cincuenta habitantes. Detrs del Santa Ana, hacia el norte, se ubicaron los primeros astilleros de Guayaquil, a lo largo del estero de la Atarazana.

Siglo y medio ms tarde se haba construido una nueva ciudad. Las invasiones de los piratas, los incendios, que redujeron a cenizas las casas de Guayaquil, reiteradas veces, y tambin el aumento de la poblacin, obligaron a dar ese paso. Por el ao de 1693, Guayaquil qued dividida en ciudad Vieja y Ciudad Nueva. La Ciudad Vieja, que se arremolinaba alrededor de los cerros Santa Ana y El Carmen, sigui teniendo ms habitantes, pero decay en su economa. En esta zona quedaron los artesanos, lo pescadores, los jornaleros, los mercachifles y una que otra familia clsica, de las ricas.

El cerro de las ciruelas

El Santa Ana y El Carmen fueron cerros verdes, cuajados de ciruelos, que daban las cirgelas ms amarillas, carnosas y fragantes del mundo, aseguran los vecinos. En la temporada frutal suban familias de otros barrios a comer ciruelas, a comprar ciruelas y a beber y a guitarrear, con el pretexto de las ciruelas.

Lo que llamaban el Fortn, donde actualmente est el faro y la iglesia, fue siempre un punto de atraccin para las fiestas, porque all estaban los caones que disparaban las salvas de reglamento. All se izaba la bandera del Ecuador y se colgaban banderas de todos los pases americanos; all los nios elevaban cometas de todos los colores, que imitaban esas banderas. Signos de una ciudad abierta a todos los vientos, a la que el mar y el ro hicieron cosmopolita.

Nueva gente en el cerro

La gente de Guayaquil est de la mitad hacia abajo, asegura una vecina.A mediados del siglo veinte y en los aos que siguieron, al cerro llegaron oleadas de migrantes. El grupo ms numeroso vino de Manab, por la dcada del setenta, cuando esa provincia sufri una sequa jams vista. Las casitas de caa afloraron como hongos, por todo el cerro.

Un da lleg un coronel, bravsimo, se par en una piedra y dijo estos individuos tienen que botar estas casas, porque si hay guerra yo necesito visibilidad. Pero como la gente aqu hace poco caso, ust ya ve... Aqu estamos,- cuenta un migrante.

Desde que yo recuerdo, el Santa Ana fue el patito feo del barrio Las Peas. All vivan los seores, en el cerro los cholos, los humildes, los invasores, en condiciones muy precarias, an estando en el centro de la ciudad, dice Luis, el arquitecto.El siglo veintiuno comenz, para los habitantes del Santa Ana, con cambios notables. El Municipio de Guayaquil reconstruy la escalinata principal, refaccion casas, mejor servicios, cre jardines, levant un faro y una iglesia en la cima... Todo esto abri nuevas posibilidades de trabajo para centenares de familias, y devolvi a los ciudadanos un punto excepcional para mirar a Guayaquil y su ro. Se produjo un nuevo giro en los destinos del cerro.

EL RIO GUAYAS

Ancho, fuerte, lento, como un buey de agua, de color chocolate.

Hay horas, hay das, en que aparece envuelto en un rebozo de niebla, y todo cuanto est cerca de l puentes, edificios, embarcaciones, aviones que aterrizan... tan solo se adivinan, se vuelven objetos misteriosos.

Pero hay horas, pero hay das, en que la luz del cielo, reflejada en el ro, te enceguece.

No s cuntas veces me he quedado mirando el ro Guayas, hipnotizado, sin ganas de hacer otra cosa. Sus colores cambian segn el cielo, la pureza del aire o quin sabe qu, pero a veces toma el color de la canela, otras veces se vuelve azul o gris o blanquecino.

De vez en cuando aparecen las lechugas de agua, en pequeas manchas o en grandes alfombras, con sus flores azules. Ellas van o vienen, al ritmo de las mareas y no es raro ver algunas garzas, navegando aguas arriba, sobre un islote de lechugas.

Desde mi ventana, cerca del faro, veo a los pescadores del ro. Son parte de la tribu milenaria y eterna, que hecha sus redes en el Guayas o en el Amazonas o en el Orinoco o en el Nilo... Sobre sus cabezas vuela una bandada de patos cuervo, todos con el pescuezo muy estirado, buscando los arrozales.

Sera falso comparar este paisaje con una pintura, porque esto es ms bello an, es la realidad.

Frente a los cerros Santa Ana, El Carmen, y las Cabras, nace el inmenso ro Guayas, con las aguas de otros dos poderosos ros: el Daule y el Babahoyo. De aqu se va hasta el mar, dibujando las ms caprichosas vueltas sobre el mapa, entre manglares e islotes, donde la vida palpita de mil maneras, bajo el agua, en el aire, entre las hojas.

El sistema fluvial del ro Guayas es el ms extenso, el ms hermoso y el ms importante de todo el Ecuador occidental y de toda la costa sudamericana, desde Panam hasta Valparaso,- escribi el sabio alemn Teodoro Wolf, conocedor minucioso de este pas, en el siglo diecinueve, cuando lo camin, hurg en su geologa, se intern por los manglares, midi, pes, palp, olfate, todo aquello que valiera la pena y nos dej un retrato fundamental de su territorio.

El ro Guayas, milenario y siempre nuevo, es una ra, lo que quiere decir que anda y desanda su camino, bajo el impulso de las mareas. La marea, empujada por el ocano, llega hasta unos ochenta kilmetros, al norte de Guayaquil, en verano, y hasta unos cuarenta kilmetros en invierno.En mitad del ro, frente al Santa Ana, est la isla del Cerrito, donde an queda una torre del tiempo de la telegrafa sin hilos. Esta islita, es la cabeza de una colina. Es pea viva, restos de una antigua formacin geolgica que seguir all, an cuando otras desaparezcan, - nos anunci Wolf. Algunos centenares de metros ms al sur se abre la isla Santay, rodeada de juncos y mangles, llena de vida que vuela, corre, nada o se arrastra...

En estas aguas bogan los pescadores ribereos. Ah van dos, en una canoa larga, como pez aguja. El de proa gua la embarcacin con una palanca, relumbrosa por el agua y por el constante roce de las manos; en la popa, el otro pescador cala sus redes.

Los rayos del sol caen sobre sus hombros, como cuchillos. Sol que tuesta el cuero, pero esta es su lucha diaria por vivir, mirando el ro, tantendolo, leyendo sus signos, calculando el andar de las corrientes y adelantndose a lo que ocurrir ms tarde, cuando cambien las aguas. Estos son hombres del ro. En este espacio trabajan, suean, sienten, hacen planes y lavan las penas, cuando las hay, de amor o de resaca.

Yo iba a Las Peas, por las tardes, para ver a una muchacha que me gustaba, y entonces senta el olor del ro. El ro tiene olor. Cmo es? No lo s muy bien. Es fresco y es dulce, tiene olor a tierra, a hojas verdes, a fruta... me dijo un historiador guayaquileo, mientras revisaba viejos papeles en el Archivo municipal.

Y es verdad, tiene olor y tiene rumor. Por las noches y en las madrugadas es ms patente el rumor del ro. Sonidos variados de agua que canta al pasar por las piedras, al rozar las orillas, al caer en hoyos, rodear naufragios, enrollar remolinos... Adems el ro tiene brisas, corrientes de vientos benignos, que climatizan agradablemente la ciudad.

Si yo fuera msico, escribira una sinfona al ro Guayas. Hay horas en las que cuenta su historia con sonidos que solo podran transmitir las maderas, los vientos, las cuerdas y los timbales de una orquesta.

Guayaquil tiene en su corazn un ro.

LA LUZ DE LA MADERA

La del carpintero es una profesin casi tan vieja como el gnero humano. Puertas y ventanas, veladores, mesas, sillas, cofres, camas y roperos..., mil objetos de madera, cuadrados o redondos, con recovecos o sin ellos, necesita la familia del hombre para vivir, no importa si en el trpico o en las durezas del hielo.

Aqu, en el Santa Ana, hay carpinteros desde que se enterr el primer poste de la primera casa de esta ciudad. Abuelos, padres, hijos, han formado dinastas de carpinteros constructores de casas, de barcos, de muebles. Ellos construyeron muchas de las casas de madera de este cerro y muchas en otros barrios de Guayaquil. Es una raza de constructores, de hacedores de cosas tiles, para que la vida sea un poco ms amable.

EL EBANISTA CANTOR

Felipe, el ebanista, tiene virtud en los dedos. Nadie ha hecho muebles como l y adems toca la guitarra.- me dijo una vecina.- Hable con l, que vale la pena.

Felipe, el ebanista, a quin llaman Guitarrn, result fino en el arte de la madera. Repartidos por la ciudad, estn sus muebles, tallados y encharolados, hechos para lugares y ocasiones que demandan una cierta reverencia.

Desde la terraza, en media falda del cerro, donde tiene su banco y el bal de herramientas, se abre una ancha vista hacia el Guayas, la isla Santay y el malecn.

Mire qu belleza, - me dice. No me canso de mirar este ro. Lo vengo mirando desde que nac en este cerro. Con los aos ha cambiado. Han desaparecido muchas cosas, han aparecido otras... Pero ah va...

Felipe, el ebanista, escucha mal. Cierto da nefasto resbal de un andamio y cay. Esa es la causa de sus dolencias. Pero es duro, como los guayacanes y cuando habla de su oficio una chispa le salta del fondo de los ojos y se vuelve joven.

De adolescente se fue a la isla Seymur, en el archipilago de Galpagos, a construir barracas para los soldados norteamericanos, que tenan all una base. Trabaj tres aos en el taller de carpintera de la base. Y en una de las travesas su barco de vela se fue a pique y estuvo muchas horas montado en un chancho de este grueso, como llama al pedazo de madera que lo mantuvo a la deriva.

Anduvimos toda la noche en ese chancho, run, run, run... Y slo nos veamos en los relmpagos. Tres de la maana, seis de la maana, con un aguacern, con olas inmensas, cada cual rogando a Dis por su vida. A eso de las doce del da vimos unos cerros, pero lejos. A eso de las seis de la tarde las olas nos botaron en un lugar que llamaban La Planchada, y all nos juntamos para dormir, toditos desnudos, porque para nadar nos sacamos zapatos, ropa, todo. El aguacern sigui otra noche y nosotros sin nada para cubrirnos. Amaneci y el sol ardi un poquito. Como a la diez asom un barco, pero no tenamos con qu hacer seas. Nos divisaron y mandaron a dos marineros en bote, a ver qu pasaba. Ah les conversamos. Pero dijeron no podemos. Nuestro barco es de pasajeros y ustedes en esa pinta. Esperen que en hora y media pasa el Cristbal Coln, que fue a dejar ganado a Panam y viene vaco, dijeron. Y as fue. Lleg como a la una y empez a subir gente. El mar segua bravo, as que amarraron el bote con un cabo largo que engancharon en una roca, y principiaron a halar gente al barco, de a seis cada viaje. Figrese. Como a las siete terminaron de subir a los quinientos. Ah nos vinimos. Desnudos y muertos de hambre, porque esos barcos andan con lo justo para la tripulacin. Por ah los marineros repartieron lo que tenan, pero no alcanz. Llegamos a la diez de la noche del da siguiente. El barco haba comunicado a Guayaquil que traa nufragos y que lo familiares llevaran ropa y zapatos al muelle. El barco apeg en el muelle fiscal, que era hondo: salta gente, salta gente, salta gente... Haba un gento inmenso que nos recibi con ropa y con msica. Naufragamos quinientos trabajadores ecuatorianos, pero en esa construccin habamos cinco mil, entre ecuatorianos, chilenos, mexicanos, portorriqueos, cubanos..., gente en cantidad

Y una vez pasado el susto y las magulladuras, Felipe se volvi a ir a su carpintera, aunque regres pronto porque aqu estaba su amor. Eran los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

As se fueron desgranando los aos, como sabemos que ocurre, y nacieron hijos y se construyeron nuevas casas, y fueron construidas nuevas puertas y ventanas, armarios y sillones, por Felipe, el ebanista. Su destino fue siguiendo el hilo de las maderas.

Y de eso hablamos, de las maderas, de las que son mejores para pilares y dinteles y de las ms apropiadas para construir muebles.

Las casas que se hacan en Guayaquil, eran de mangle y guayacn. Y el guayacn es guayacn, pues seor. Como fierro. Madera buena tambin es la de blsamo, el agua no le hace nada, ni la polilla, solo la candela la puede derrotar. Y el amarillo, es otra madera para muebles. Perfecto es tambin el palo e vaca, madera blanca, fina, dura. Siempre y cuando el rbol haya sido cortado en buena luna, o sea, en menguante. A cada madera hay que encontrarle la hebra y cada una debe mostrar lo mejor que tiene en el corazn,- dijo.- Vea este cuadro que hice, para poner el retrato de mi esposa, cuando yo era joven. Es de guayacn, incrustado de palo e vaca, amarillo y guayacn, mismo. Lo hice a pulso, con herramientas que ya no se usan. Y qu importa que ya no se usen. El que es msico puede tocar hasta en una escoba no cierto?.

La luz de la madera

Le cont a Felipe que, de nio, yo me quedaba pasmado mirando el trabajo de un viejo mueblista, vecino de mi barrio, que haca roperos, con grandes lunas, y sillones tallados.

El maestro baaba sus muebles con un barniz que yo asociaba con la miel. Recuerdo los rayos de sol que entraban por la ventana del taller y que arrancaban destellos de los hilos de la madera, por all dentro. Era como si el mueble estuviera sumergido en miel oscura, a travs de la cual se podan ver los caprichosos dibujos del corazn del rbol. Un carpintero talentoso puede hacer que la madera luzca como una piedra preciosa, como las gatas.

Lo que usted me conversa es encharolado,- respondi Felipe.- Eso se prueba con una vela. La luz elctrica no le vale. Un mueble bien acabadito con la luz de las velas se ve fino. Haga la prueba. Es como que la madera se tragara la luz y alumbrara por ella misma.

Entonces hablamos del encharolado, de los saberes y del tino que se deban tener para preparar el agua-cola, la goma-laca y las tinturas que llegaban en los barcos, de la India o del Brasil, aplicndolas en el tiempo debido, esperando el solcito bonito, cuidando no dejar pelusas ni granos de polvo para que el trabajo quedara responsable.

El encharolado es una tcnica que ya tampoco se usa, porque han aparecido nuevos recubrimientos, nuevas lacas, nuevas herramientas para hacerlo. Y eso est muy bien. Sin embargo, en las viejas artes hay algo que no depende de los instrumentos ni de las substancias, ese algo es el espritu que transmiten al objeto los dedos de un hombre talentoso. Si no fuese as, los violines del maestro Stradivarius, hechos hace tres siglos, no seguiran encantando hoy, con sonidos que slo ellos pueden dar.

Y a propsito de msica, y como la madera, adems de muebles, es el material con el que se hace la mayora de los instrumentos msicos, capaces de transmitir desde los ms simples hasta los ms sutiles movimientos del alma humana, hablamos de su aficin por la guitarra.

Cuando joven yo era guitarrista de un buen tro, que paraba en la Boca del Pozo. Ah nos reunamos a molestar, de ah partamos a dar serenos a los que estaban de santo o cuando llegaban amigos destrozados por penas de amor, nos bamos a componerles la vida con canciones. Haba unas muy bonitas Alma ma, la Malaguea, tangos, guarachas, albazos, boleros, pasacalles...

Alma ma con quien so.

He venido a turbar tu paz.

No me culpes soy un cantor,

que he venido a mezclar en tu sueo

un beso porteo,

borracho de amor. (...)

Uuuh..., cunta gente no se enamor con esas canciones!,- dice Felipe.

La guitarra es bonita, mi amigo, pero hay que serle fiel, si no le dedicas tiempo se ponen duros los dedos y entonces ella ya no te hace caso.

SOMOS DEL RO

Se suele encontrar, por el camino, a gente talentosa y sabia para vivir, que no ha pasado por tanta escuela ni por tanta gabela, de esas que enredan las cosas sencillas y las hacen incomprensibles. A esta categora pertenecen los pescadores del ro Guayas, con los que trab amistad.

Nosotros somos del ro. Este ro es padre y madre pa uno. -, dijo Lorenzo, el canoero, mientras cobraba el trasmallo y salan enganchados algunos bagres colorados, un par de corvinas y hasta un sbalo.- Ha de ser por eso que unos lo llaman ro y otros le dicen ra,- agreg, como para s mismo.

Estbamos en mitad del espejo de agua, frente a la Atarazana. La niebla matutina se fue disipando y el agua empez a reflejar calor, como un reverbero. Solo la brisa del suroeste, que sopla en los veranos, impeda que nos asramos.

Canoas hay aqu de muchas maneras: algunas largas y agudas, como un pez aguja, hechas de un solo rbol; otras ms cortas y redondeadas, hechas con pedazos de madera de distinto color y dureza. Las hay nuevas, con motor fuera de borda, y las hay viejitas, impulsadas a palanca y canalete. Por lo general, la canoa de un pescador del Guayas es un campamento flotante: entre borda y borda arman una sombrilla con plstico o restos de tela, para las horas ms inclementes; algunos llevan ollas, jarros y cucharas para cocinar cuando se alejan por dos o tres das de su caleta, y, naturalmente, las distintas herramientas de trabajo,- machete, calandra, challo, trasmallo , dependiendo si van a buscar peces, camarones o jaibas, que de todo eso hay en este ancho camino de agua, color cacao.

Hablar de la gente del Santa Ana, sin hablar de los pescadores del ro, sera mentir por omisin. Ellos han vivido siempre aqu, en el cerro, y en Durn, al otro lado, pero siempre en estas aguas, trabajando en su oficio milenario, llevando a las cocinas de estos callejones o a los mercados de la ciudad, lo que el ro les ha querido dar.

Ya en una canoa, sacndole el cuerpo a las corrientes, ya sentados en una piedra del cerro, ya en una hamaca, bajo los algarrobos, convers con ellos, hablamos de sus vidas, de la pesca, de los vientos, de los pjaros, de lo que les es cotidiano y familiar.

Los huevos de la lagarta Vea, mi estimado: Yo no le voy a contar que he visto cosas del otro mundo en el ro, porque no he visto. Algunos cuentan mentiras, porque son mentirosos, mismo- dijo Carlos, el pescador, mientras revolva la olla, donde se cocinaba un caldo de bagre, levantamuertos .- Ust me pregunta que si he conocido a los lagartos. Los he conocido y los he tenido aquicito... Una vez andaba yo con mi primo, cogiendo jaibas al machete en un bajo de arena, del cerro ms pa rriba cuando o que me gritaban: Aprate, que ese animal quiere guerra!

Era una lagarta.

Como haba puesto huevos en ese bajo, crey que nosotros se los habamos levantado. Empez a rodear, a dar las vueltas, buscando el lado flaco que uno tiene pa caerle por ah. Yo si estoy seguro que los lagartos tienen cuatro ojos, dos de tierra y dos de agua, porque nunca lo pierden a uno de vista.

Gracias a Dios que andaba cerca una balsa de los areneros, y cuando nos vieron afligidos gritaron: Vnganse ac, colorados! Y ah nosotros, no supimos cmo, pero trepamos a la balsa. En veces, el miedo le da fuerza a uno. Ust cree que la lagarta nos dej? No, seor. Estaba necia, que nosotros le habamos cogido sus huevos, y empez a rodear la balsa. Entonces ah esa gente empez: brete de ah, hija de tal, as, asao, que te doy con el cabo e lhacha! Y ella ah, necia, echndono la culpa de ese robo. Son cosas de la vida. Aqu haba lagarto por donde quiera, amigo, y lo mismo quel tibrn, ya desapareci del ro. Nosotros bamos a coger cazn al frente, al anzuelo. Ahora, est escaso. Ust va a la plaza y lo engaan, le dicen cazn de leche, pero mentira, le dan tintorera, le dan martillo. Cul es la diferencia, me dice? El cazn de leche es ms suave y la manteca ust la fre como el chancho, mientras que la manteca de los otro hace pura espuma.

Carlos, el pescador, el colorao, naci aqu, de padres pescadores, que nacieron aqu, con hijos que tambin nacieron en el cerro. Ms de sesenta aos se ha pasado sobre una canoa, en el ro Guayas, y eso lo hace conocedor de todo lo que se mueva por debajo y por encima de estas aguas, que han sido su casa.

Son seis las calidades de bagre que hay por aqu: boquilla, bagre lisa, pujn, colorado, bajero y zorro. En el color se conocen: el zorro es medio plomuzco, el bajero es negro, el colorado es colorao, el pujn, medio colorao, el boquilla de color plomito, el bagre lisa plomo... Qu ms quiere que le diga? En invierno es distinto quen verano, no cierto?. En invierno hay bagre, barbudo, bocachico, dica, dama, ciego, sbalo... Es que en invierno el agua baja dulce de la montaa y dulce baja del cielo. En cambio en verano el agua es salada. Si ust va en su canoa, de noche, ver arder el agua, del canalete chorrea pura candela, de la sal que tiene. En este ro yo he visto animalsimos: cazn, catanuda, martillo, gata... Uuuuh, la gata, esa es atroz, atrocsima, la gata es m atroz quel tibrn. Es idntica, solo que m atroz. Esa es, que si ust est aqu, como decir en una embarcacin de borda baja, ella le est haciendo la guardia. Ust medio mete la mano al agua y ella shuiiif!, se la vuela, y ust ya es manco. As es la gata.

Compaeros del viento

El viento es compaero de los pescadores y estos deben aprender a respetarlo y a leer su rumbo. En el ro el viento se siente distinto que en la ciudad, por aqu circula libre y con fuerza.

Yo le puedo decir a ojos cerrados de dnde viene. Un pescador tiene que saber, mire: en verano, de mayo a diciembre, es Sur, en invierno, de diciembre a abril, es Norte. A ese viento veranero del sur los antiguos llamaban viento Chanduy. Tambin llega el Atravesao que se llama, el Sabanero, que se llama..., Uuuuh, esos vientos son viejsimos!,- exclam el Colorao.

Qu va! Ya no hacen ni vientos por aqu; estos son vientos tranquilos, calmados, cuando en antes...,hiiiii...!, eran unos seores vientos, que hasta terrible daba pararse uno afuera, pareca que lo iban a zumbar al agua con todo. Vientos bravos, vientos de arriba en invierno, vientos de abajo, en verano. Ahora estos no son ni vientos...- se quej Ruperto.

EN ANTES

Ruperto, el pescador, va por los ochenta aos, camina erguido, distingue, a la distancia de un tiro de carabina, cualquier bulto que se mueva por el ro, escucha bien, cuando quiere escuchar y sonre, para protegerse de la maledicencia o el bochinche, si se presentan. Los aos pasados sobre una canoa, en el Guayas, el viento, el sol y la sal, le han dejado la piel quemada, del color de la panela. Nunca ha bebido ni ha fumado, porque as se lo mand su padre, quien recibi la misma orden del suyo. Todos fueron pescadores en estos frentes y vendieron sus bagres, corvinas y robalos, en los callejones del Santa Ana, en el barrio Las Peas y en Boca del Pozo.

Dicen que cuando uno empieza a hablar de cosas viejas, es porque est viejo. Pero dgame algo: en antes, era ms hondo este ro?, traa ms agua?, andaban ms barcos dando vuelta por aqu?, se vean ms animales?, s o no?. Contsteme ust, si es tan poeta... Ochenta aos tengo ahora y tena diez cuando comenc a pescar en este Guayas. Aah!, seor, era cosa de ver.

Salamos aqu, en veces, a las seis de la tarde con aguacero y llegbamos aqu de maana a las seis de la maana con agua. Y en antes que no haba ni plstico, no ms que una levita nos tirbamos encima, la exprimamos y ya estaba mojadita de nuevo, chorreando agua, vea. Y quee ibamos a dormir, haba una de jejeen, cantid, el mosquito lo propio, no se poda dormir. Haba que ser bravo.

Ruperto, el pescador, entr en su cuarto y sac una red verde, a la que llama challo, y me ense de qu manera se sujeta y de cmo se va abriendo esta red, que tiene forma de embudo. No pocas veces en su vida tuvo que bajar al fondo a desenredarlo, aguantando la respiracin y venciendo el miedo a los animales del golfo, que, a juzgar por su descripcin, tenan proporciones bblicas e intenciones carniceras.

Es que en antes este ro era hondsimo. Aqu en el muelle de la Proveedora, donde est la Politcnica, haba siquiera dieciocho, veinte brazas, de hondura y se pillaban animales de treinta y cuarenta libras. Era cosa seria salir a pescar de noche, uno iba y jalaba unos seores animales!.

El cazn vena aqu. Cogamos seis, ocho, tres..., segn al que Dis le diera ms. De verano haba una tibronada, que pchica... tibrones como de aqu all, bravsimos. Esos arribaban de tarde y de noche. Tenamos que usar anzuelos de fierro. Jala y jala, tanteando al animal y si pataleaba mucho, dejarlo un rato, porque donde medio se tuerce, le corta la piola con esos dientes filosissimos. Fjese que una vez, aqu en el Cerrito tena yo un bagre enganchado con anzuelo. Era un bagre ms largo que mi brazo. Yo cobra y cobra la piola, cuando de un de repente se sacudi el agua shuaas! Una catanuda le peg una mordida al bagre, trn-tarn, le parti la cabeza, y me dej en el anzuelo un pedazo. Ust sabe lo que es partirle la cabeza a un bagre? Si esas son las cabezas ms duras que se han hecho. La catanuda es un animal con una peinilla grande, adelante. Tiene unos dientes como el dedo. Donde le pega un peinillazo a un cristiano, lo mata sin remordimiento.

Catanuda, catanuda... De dnde sac Ruperto ese animal y qu facha tiene?, les pregunt a mis amigos, que estudian peces. S, me explicaron - se trata del pejepeine (Pristidae), que tiene el hocico transformado en una sierra. Se parece al tiburn pero no es tiburn. Este animal mide ms de cuatro metros, puede vivir en aguas costeras, estuarios, bocas de ro, sobre fondos arenosos y fangosos. Pero estas catanudas del Guayas son andariegas y se las ha encontrado hasta bien arriba, por el Babahoyo.

Ruperto, el pescador naci en el cerro Santa Ana y su padre y su madre tambin nacieron aqu. A los diez aos ya sala a pescar en la canoa de guadaripo que su pap haba comprado, por poca plata, en el Mercado del Sur, donde atracaba el pailebote de Esmeraldas, que traa cocos, madera, tabaco, canoas, y cuanto se pudiera vender en Guayaquil.

Pescbamos buen bagre, la mejor corvina que quisiramos y la mandbamos donde mi mam para que hiciera sancocho, estofado, arroz con pescado frito, lo que ella quisiera... En ese tiempo se coma bien. Yo creo que por eso quedamos todava muchos viejos pataleando por este cerro.

Usted me pregunta si com carne de lagarto... Le digo la verd: nunca. No tuve necesid. Claro que haba lagarto en cantid, por esos bajos de arriba, por las orillas del ro grande, pero qu animales! Toda esa abundancia la jodieron los lagarteros. Les dieron bala tan solamente para vender el pellejo. La carne la botaban al ro. Dicen que esa carne se come. Yo nunca la prob. Pero dicen que el lagarto hay que comerlo caliente, porque si se llega a enfriar tiene mucho gusto a lagarto.

En el agua uno lleva peligro. Lo que pasa es que Dios me ha tenido buena volunt,- dijo Ruperto, el pescador, sacando de por all adentro, de la memoria, otros pedazos de su historia particular.-

La tintorera y las mujeres

Nosotros estbamos pescando abajo, por los faros, con mi pap, cuando pas la tintorera por el ladito e la canoa, mostrando la cuchilla que lleva en el lomo. El agua era verde, de lo que estaba salada y amarga. En la orilla hacan bulla unas mujeres, que se haban botado al lodo a coger camarn, y ese tiburn, que ya haba olido a las mujeres, sali a rodear, a buscar dnde era que estaban para comrselas. Entonces les grit: salten de ah o son muertas! Y mi pap con el ojo puesto en el animal y el tiburn ya se les vena encima. Pero las mujeres, en vez de callar la boca, ms chillaban. Y eso era de ver. Suan, suan!, sonaba el agua. Entonces mi pap cogi el canalete y le dio al tibrn por la trompa y ah fue. Ese animal sali huyendo, como el diablo. Atracamos por ver si necesitaban alguna ayuda. Y ah fue que las conocimos. Eran muchachonas risueas y de buen ver. Una, despus, le tuvo volunt a mi hermano y fue su mujer.

nimas del ro

En el ro se vean y se oan a veces cosas de nimas. Una vez, en Punta Piedra, sentimos pasar un barco por el ro, pero no se vio, sino que se senta como iban esos diablos haciendo bulla y haciendo maniobra, clarito se senta, pero no haba ningn barco. Y eso que la noche era clara, haba luna. Un compadre mo, de la Pun, dijo queran piratas, nimas de piratas que quedaron rodando por este ro. Quin sabe. Este ro tambin se ha tragao gente en cantid.

No me acuerdo si esa misma noche, o despus sera, con mi pap vimos un bulto blanco que vena de adentro de un estero como para afuera, en el ro grande. Era un hombre como cualquiera, de blanco, con sombrero. Lo que pasa es que este caminaba por agua, atravesaba un rbol, andaba por donde quera. Y eso, hgame el favor, ya no es de este mundo. Eso e nima, le dije. Djalo, que venga, dijo mi pap, y me pas la linterna. Una linterna de tres pilas que cargaba, qu linda mi linterna. Entonces, fau!, lo enfoqu y se despareci y no lo vimos ms. Eso hay que hacer, cuando se le presenta algo del otro mundo, ust lo linternea y se desaparece. Y es mejor no hacerles caso. Ust pase callado y djelos pasar a ellos, que no le hacen mal a nadie.

Las mudanzas del ro

Los pescadores, viejos y nuevos, hablan de cambios en la fauna del ro, en un lapso no mayor de lo que vive un pescador. Dicen que llueve menos, que el ro trae menos agua, que hay ms bajos de arena, que los animales grandes ya no entran hasta la Santay o el Cerrito, que no hay profundidad, que muchos peces, y hasta los fantasmas del ro se han ahuyentado, por el mucho ruido que hace la gente, en fin... Y, sin embargo, las canoas siguen ah, los pescadores, hipnotizados por el sol y por el agua, siguen ah, atrapando peces, como entonces, como hace milenios.

En antes ramos menos. Guayaquil era ms chico. Pongamo por caso: su mujer tena antojo de venado. Ust coga su escopeta, como una que yo tena, que se cargaba por la boca, se iba a Mapasingue, y ust traa venado pal antojo de su mujer. Ahora vaya por ah, hay gente en cantid, como avispas.

Le digo: Yo he gozado y he sufrido en la pesca, y tengo por lo menos algo que contar. Uste me pregunta por las alegras y las penas de un pescador del ro y qu ms alegra que cuando hay harto pescado y uno lo enmalla y se hincha la red. Ah uno siente alegra y esa emocin llama al cuerpo a pescar.

Ah no hay tristeza, porque ust tiene conocidos por aqu y por all, salen sus amigos a comprar pescado, conversan lo que les pasa, uno les lleva razones de otra gente, y as todos contentos, hasta que llega la hora de enrumbar al cerro, a la caleta.

Cmo puede haber pena si el trabajo de uno alegra a otra gente...?

VIENEN LOS PIRATAS

Sobre los piratas se han contado muchas historias, en todas partes. Por lo general se los presenta como aventureros salvajes, sin ms programa que el pillaje y la violencia. Y esto es verdad, pero no toda la verdad. Aquellos que anduvieron por nuestros mares en los siglos XVI y XVII, fueron parte de un juego poltico y econmico de reyes y banqueros europeos, que metieron sus barbas en el comercio de Asia y Amrica. Por el 1600, los ingleses crearon una Compaa para las Indias del Este, en tanto que los holandeses crearon una Compaa para el Este y otra para el Oeste, con derecho a meter guerra, firmar papeles, instalar cuarteles, abrir tiendas y poner gobernantes, si es que eso convena a sus negocios. Fueron las primeras transnacionales en la historia de la economa. Y en esta repartija de mercados la piratera result una herramienta de las ms eficaces. Los barcos de expediciones holandesas, por ejemplo, ya estaban asegurados por compaas de msterdam, que pagaban plizas si los barcos no regresaban despus de tres aos. Aunque tambin hubo piratas que tuvieron programas polticos propios, como el de la Repblica del Mar, con ciudadanos cosmopolitas, iguales y libres. Es decir, se trataba de muchachos nada sencillos.

Entre los siglos diecisis y diecisiete, Guayaquil sufri cinco asaltos y una invasin frustrada, segn el cmputo del investigador guayaquileo Gabriel Pino Roca.

Precisiones tcnicas que no cambian la esencia de las cosas

Pirata no es lo mismo que corsario, ni corsario lo mismo que bucanero o filibustero, pero todos ellos se dedicaban a la misma tarea: alivianarles la carga de oro y plata a los galeones, asaltar puertos y ciudades de las colonias. La mayora eran ingleses, franceses y holandeses, cuyos pases estaba dndose de palos con Espaa.

Pirata, dicen los diccionarios espaoles, es un ladrn que recorre los mares para robar. Aceptemos esta simplificacin, porque no va contra nuestro cuento. Los piratas tuvieron su propia ley, su propia bandera- la Jolly Roger - aquella de la calavera y las tibias cruzadas -, y este juramento para su capitn: Una cadena de oro o una pata de palo. Ocurra lo que ocurra estamos contigo.

Corsario, en cambio, era un empresario privado al que su rey le daba "patente de corso", un papel sellado, lacrado y bien firmado, autorizndolo para que le metiera mano a cualquier galen, puerto, ciudad, caja fuerte u otro recurso apetecible, siempre que fuera del enemigo. Su nica obligacin era entregar buena parte del botn a la caja del rey. Socios eficientes en este negocio resultaron la reina Isabel I de Inglaterra y Francis Drake, a quin ella hizo Caballero. Este es el mismo Drake que sepult sesenta toneladas de plata aqu, frente al Ecuador, en las aguas de una isla que, desde entonces, se llama de La Plata.

Bucaneros se les llam a los colonos franceses que vivan en el actual Hait. Y se les llam as porque Bucan, en legua caribe, es el lugar donde se ahuma la carne. Ellos vendan carne ahumada y cueros a los barcos que atracaban por esas costas. Las carnes bucaneras eran de buen sabor y duraban en los viajes, por lo que tenan su clientela. Los espaoles, interesados en el negocio, los echaron de la isla, aduciendo mil razones. Pero los bucaneros se apropiaron de un islote ms pequeo, la Tortuga, y all se quedaron, para fundar su propia empresa de abordajes, asaltos y ramos similares.

Filibusteros. En realidad son los propios bucaneros, pero ya no ahumadores de carne sino desvalijadores. La palabra proviene del holands Vrij Buiter" (Freebooter, en ingls), "el que va a capturar un botn". Los galeones espaoles eran sus preferidos y tambin las ciudades donde hubiera oro.

Por aquellos aos del Seor, Guayaquil tena fama de embarcar oro del Reino de Quito, para Su Majestad, pero adems era el gran astillero del Mar del Sur y en consecuencia, una ciudad bien vista por los piratas.Crnica mnima de los asaltos a Guayaquil

Aos aciagos

Los asaltos de piratas y bucaneros a Guayaquil, son necesariamente historia del cerro Santa Ana, eje de la ciudad de entonces y asiento de los caones que la defendan. Fuentes dignas de crdito dicen que los hechos ocurrieron en este orden:

Ao del Seor de Mil Quinientos y Ochenta y Siete

Guayaquil tena apenas cincuenta aos en el Cerro Santa Ana.

Entonces lleg el ingls Thomas Cavendish, al que llamaban Candi, y hasta Cndido, hombre de 22 aos, jefe de tres naves, con las que atac barcos y puertos desde Magallanes hasta Mxico. Desembarc en la isla Pun, en la desembocadura del Guayas, a unos sesenta kilmetros de la ciudad, le meti fuego a la iglesia, se apoder de todo cuanto le serva para reparar sus naves, con la idea de atacar ms tarde a Guayaquil. Pero le sali el tiro por la culata, porque en Guayaquil estaba el Corregidor Reinoso, hombre poco asustadizo, apoyado por el vecino Toribio Castro y su gente, que tampoco andaban con paos tibios. Ellos se embarcaron por la noche hacia la Pun, y al amanecer les cayeron encima a los piratas, como granizo. En realidad, lo primero que les cay a los muchachos de Cavendish fue un barrilito de plvora con pedazos de plomo adentro, que dej desplumados a unos cuantos. Desconcertados y con miedo en el cuerpo, los piratas corrieron a sus naves, levaron anclas y partieron. Un grupo de ellos se atrincher en una bodega de la isla y se bati duro, pero los de aqu prendieron fuego al cobertizo y ya no hubo salvacin. Cuatro de ellos fueron hechos prisioneros y enviados a Lima, donde la Inquisicin los acus de herejes luteranos obstinados, y cinco aos ms tarde los devolvi al polvo de donde fueron tomados, en una tremenda hoguera, encendida al caer la tarde de un Domingo de Cuasimodo.

Ao del Seor de Mil Seiscientos y Veinticuatro

El almirante Jacques LHeremite, armado por los banqueros holandeses, traa once navos, doscientos veinte caones y mil seiscientos hombres, con la misin de apoderarse de los metales preciosos que se divisaran por estas costas. Cruz el estrecho de Magallanes y quiso asaltar el Callao, pero no pudo porque el virrey detrs de cada piedra tena un arcabuz. Bloque el Callao por nueve meses, y, para no aburrirse, dio sus vueltas por la vecindad. A Guayaquil envi tres galeones, quinientos hombres y un jefe de los duros: Ghen Huigen. Llegaron estos piratas a la Pun, saquearon y quemaron cuatro barcos, mataron al cura y quemaron la iglesia. La noticia vol a Guayaquil. La ciudad se puso en guardia. Ya poco antes las joyas, piedras y zarandajas que brillaran mucho, haban sido enviadas lejos. El corregidor Portugal, los Castro, que eran constructores navales, los Navarro, los Vargas..., encomenderos temibles, con sus cuadrillas, les prepararon el recibimiento. Se construyeron trincheras, estacadas y otros reparos. Los piratas, con la creciente, empezaron a subir el ro en la madrugada del jueves de Corpus Christi. Segn su clculo ese da la gente estara ocupada en la procesin y no sera difcil ponerla contra la pared. Bogaron, bogaron, por la orilla, hasta que tocaron tierra por el puerto de La Marina. Ellos que tocaron tierra y pim-pam-pum, ta-ta-ta, los recibi una balacera de miedo. Pero como los piratas son piratas, igual se metieron por algunas calles y le prendieron fuego a las casas. Comenz el incendio. La pelea se dio entre llamas y tizones. Los de aqu estaban preparados y les dieron tiros y tajos con fervor. Al cabo de tres horas, los piratas se echaron al ro con una sola idea: pirata que se salva sirve para otro asalto. Algunos lograron un puesto en las lanchas, otros quedaron para los tiburones. Dos das ms tarde zarparon de la Pun rumbo al Callao, a enfrentar la furia de LHeremite.

Mismo Ao del Seor, pero tres meses ms tarde

Lo piratas se quedaron picados. LHeremite, que cuando se pona furioso era capaz de romper un mstil de un puete, orden tomar Guayaquil a cualquier precio. Le encarg la misin a Gubernat, su segundo. Diecisis naves llegaron a la Pun, un domingo de agosto. De all, once lanchones, con seiscientos piratas a bordo, empezaron a subir el ro Guayas y cayeron sobre la ciudad, al amanecer del lunes. Aqu la gente dorma.

Los piratas prendieron fuego a todo barco, barquichuelo y balsa que encontraron en la ra. En menos que canta un gallo, se repartieron por la ciudad y empezaron a desvalijarla. Los vecinos, bostezando, salieron en desbandada, pero muchos regresaron a enfrentar el aluvin. Comenz el zafarrancho, el toque de campanas, mujeres y nios a esconderse en el Santa Ana y en los otros cerros. Pero ya arda la iglesia de Santo Domingo y la de San Agustn, que estaba dos cuadras ms al sur, tambin en el cerro del Carmen. Los asaltantes brincaban aqu y all, maldiciendo, vaciando tiendas y quemando. Poco a poco se disip el desconcierto y los vecinos de ms agallas, que ya haban peleado con los piratas, tres meses antes, se amarraron los pantalones y les hicieron frente. Pistolas, trabucos, puales y cuanto sirviera para partirle el crneo al que estaba al frente, salieron a relucir. La Planchada, la actual Plaza Coln, los alrededores del convento de Santo Domingo, fueron escenarios del drama. La cosa se puso fea cerca de la Planchada, donde estaban los Castro y su gente. All los piratas concentraron el fuego, pero los de Guayaquil les respondieron y hubo muchos muertos, de ambos lados. Un nuevo empujn de los nativos, a cuchillazos, hizo retroceder a los asaltantes, que empezaron a buscar sus lanchas. El jefe, Gubernat, se bata como len y trataba de parar el desbande de su gente, a empujones, amenazas y escupitajos, pero una bala lo dej seco. Ah cay, cerca del torren de piedra, en La Planchada. Muerto el jefe, los piratas huyeron con mayor empeo, tanto que ni se dieron cuenta cmo llegaron de vuelta a la Puna, levaron anclas y se fueron con el primer viento. Aqu quedaron once prisioneros, una lancha, sables, lanzas, hachas, plvora, dos cornetas y un tambor...

Lo que no supieron nunca es que, en medio de la batalla, haba bajado del cielo San Agustn, en persona, a dar puetes junto a sus devotos, segn inform don Juan Robles, procurador general del Cabildo, lo que corrobor mucha gente, que dijo que lo haba visto. La ciudad qued hecha una lstima.

Ao del Seor de Mil Seiscientos y Ochenta y Cuatro

Esta vez fue Eduardo David, un flamenco, que hoy tendra pasaporte belga.

Junto con Dampier y Eaton haban atacado Guatemala, pero les fue mal. Con el genio avinagrado, David puso rumbo a la isla de La Plata, para hacer reparaciones y pensar mejor. All tuvo una bronca con Eaton y luego de repartirse los haberes, cada cual tom su derrota. David y Dampier quedaron con dos naves chicas. Pero esa misma noche atrac en La Plata un barco de contrabandistas, mandado por cierto pjaro ingls, llamado Swam. Se pusieron de acuerdo y se fueron al sur, atacaron Paita y luego viraron al golfo de Guayaquil. En la ciudad la gente ya haba tenido noticias y tom precauciones. Se rearm el fortn San Carlos del cerro Santa Ana; se hicieron algunas defensas en la orilla del ro; se pusieron dos caones chicos en el torren de la Planchada; se orden a los sacristanes que durmieran en las torres de las iglesias, con un ojo siempre abierto, en fin...

Los asaltos anteriores algo haban enseado.

A mediados de diciembre los piratas llegaron a la Pun, apresaron a todo el mundo, abordaron sus lanchas de asalto y empezaron a subir el ro, hacia Guayaquil. Suban, suban cuando se toparon con la barca de un vendedor de telas, quien, ya con solo ver a los piratas, declar que se llamaba Antonio, que era vizcano, que iba a Lima llevando paos de Quito, pero que detrs de l venan tres barcas cargadas de negros. Los pupilos de David expropiaron los paos del mercader y siguieron remando, ro arriba.

Poco despus apresaron la primera embarcacin negrera, propiedad de un tal Gmez y de un tal Vaqui, dos roosos que vendan hombres por los puertos del Pacfico. Ellos confirmaron que otras dos barcas negreras venan detrs. Los piratas encerraron a todo el mundo en las bodegas, cortaron el palo mayor y dejaron anclada la barca, hasta la vuelta. Horas ms tarde se apoderaron de las dos restantes, las desarbolaron y las pusieron al ancla en un recodo del ro.

Entonces, empuaron de nuevo los remos de sus lanchas y a Guayaquil los boletos!

David desembarc a un par de millas de la ciudad y se meti en un bosque tan espeso, que no lo dej avanzar. Su intencin era llegar por tierra. El gua, un nativo que haban capturado en la Pun, les aseguraba que iban bien, que saliendo de ese manglar, ms allacito, estaba Guayaquil. Pero, en realidad, los meti al pantano, y cuando vio que los piratas ya lo miraban con ojos asesinos, escap. Todo el mundo se puso en movimiento para encontrar al indio, pero fue intil, - recordaba Dampier, aos ms tarde. David y sus muchachos regresaron a la orilla despus de cuatro horas, mojados, fatigados, picados de mosquitos. Esperaron la noche y siguieron por el ro. Se metieron por detrs de la isla Santay, por el brazo que no se ve de la ciudad. Los troncos hundidos en el agua hicieron peligroso el paso. Cuando dieron la vuelta y enfilaron hacia los desembarcaderos vieron gente movindose con candiles y antorchas. Quisieron creer que era una procesin, pero el pim-pam-pum, de las balas, los sac de su error. El capitn David empez a gritar animando a sus muchachos para que remaran deprisa y ofreci oro a quien clavara la bandera en el fortn del cerro. Swam y los suyos pensaron que no era oportuno hacerlo. De todas maneras saltaron a tierra, pero en todos los puntos fueron recibidos con msica. El desembarco fue un fracaso, y la huida fue rpida. Para no perderlas todas, ro abajo, se metieron en una hacienda de la orilla, mataron una vaca y se la comieron. Por el camino abordamos las tres barcas cargadas de negros que habamos dejado ancladas en el ro y las llevamos con nosotros. Haba en ellas mil negros de uno y otro sexo, todos jvenes,- escribi Dampier en su diario. De esos, tomaron unos treinta para el servicio en sus barcos, al resto lo liberaron, y se fueron de la Pun a la isla de la Plata, y de ah a nuevas pirateras.

Nunca ha habido mejor ocasin para enriquecerse que la que nosotros tuvimos entonces. Bastaba ir a establecerse con esos negros en Santa Mara, en el istmo de Darin, y estar ocupados en extraer oro de las minas que hay all,- se lamenta Dampier en su diario, viendo rotos sus sueos de lechera.

Ao del Seor de Mil Seiscientos y Ochenta y Siete. Mes de abril. Da jueves.

Este fue el quinto asalto a la ciudad. Quizs el ms espectacular.

Los filibusteros anclaron en la isla Pun. Venan de Centroamrica, a buscar lo que la misericordia divina tuviera a bien ponerles delante de los ojos. El Capitn Grogniet, el Capitn Picard y el Capitn dHout, eran los jefes de este negocio, en el que participaban cerca de quinientos hombres, de los ms variados talentos: matones, comerciantes, cuchilleros, poetas, financistas, herejes y otros desesperados.

Estaba por amanecer, cuando en la Pun un viga los descubri y prendi un montn de chamizas, que tena preparadas para dar aviso. As era el sistema de alarma: en varios puntos del ro se encendan hogueras en caso de que los piratas mostraran por all sus fisonomas. En la zona de la Pun se encendan hogueras en dos lugares: en Punta Arenas y en Punta Mandinga. Tomaba la posta el viga de Isla Verde, que encenda su fuego, alertando al que estaba en Punta de Piedra, este haca tal fogarada, que hasta los miopes la divisaban en Guayaquil. Era una telegrafa de fuego.

Aquella madrugada del jueves, los bucaneros descubrieron al viga de Punta Mandinga, se le echaron encima, lo atravesaron con sus puales, y apagaron el fuego antes que cantara el gallo. Pero el sistema funcion y en Guayaquil se tuvo la noticia.

Vienen los piratas!

El corregidor de Guayaquil era un seor Ponce de Len, que segn sus adversarios era adormilado y de bajo voltaje. Este Ponce de Len, dicen sus crticos, descuid la defensa de la ciudad, no hizo agitacin de masas, no reparti armamento entre el vecindario, no reforz la Planchada ni el fortn del Cerro, no inform como era debido, o sea, no hizo nada. Sus partidarios, en cambio, dicen que s, que llam a una Junta de Guerra, el viernes, para decidir si salan al ro a hacerles frente a los piratas, pero que en la reunin unos dijeron que s, que mueran los piratas!, otros dijeron esperemos, a ver..., y un grupo de armadores dijo que no, porque si nos incendian las naves, quin nos va a pagar..., etc.

El sbado, los bucaneros empezaron a remar, desde la Pun, aguas arriba, aprovechando el empuje de la marea alta. Venan en once lanchas, algunas con caones en la proa.

An no aclaraba cuando llegaron a Guayaquil.

Era la madrugada del domingo.

Los guas eran Josefillo y Manuel Boso, dos nativos que se prestaron de voluntarios para ese papel, en un ajuste de cuentas con ciertos vecinos de la ciudad. Dice un testigo que fueron descubiertos porque a un bucanero, en la lancha, le dieron ganas de fumar y prendi un fsforo. En la orilla son un disparo de alarma. Entonces los bucaneros arreciaron la bogada para desembarcar rpido. Tocaron tierra en tres puntos: unos en el sur, otros en el norte y los terceros detrs del cerro, para tomarse el fortn.

El ataque

Amaneca.

Los pericos, como de costumbre, salieron de los ceibos, algarrobos y ciruelos de la orilla, y se fueron volando ro abajo, con su escndalo de pericos. Algunos lagartos empezaban tambin a moverse.

Los bucaneros atacaron la ciudad.

Las primeras escaramuzas se dieron en el estero de Villamar, la actual calle Loja. Esa parte estaba defendida por un grupo que mandaba el capitn Jos Salas, al que se le fue uniendo ms gente armada. Machetazos van, pualadas vienen, trabucazos y pistoletazos, todo mezclado con las palabrotas de hombres que se estn destripando, as era la escena. Los bucaneros en un momento comenzaron a resbalar. Pero se metieron detrs de una fragata, que se construa en el estero y all aguantaron hasta que vinieron refuerzos. Los defensores quedaron entre dos fuegos y tuvieron que retroceder.

La bronca se haba extendido por toda la ciudad. La gente del pueblo resista con lo que tena a mano, pero armas haba pocas.

Cerca del convento de Santo Domingo, el corregidor, hecho una furia, daba y reciba golpes, animaba y diriga a su gente, como nadie se lo imaginaba. El hombre le disparaba a cuanto bucanero se pona a tiro. Un pistoletazo le agujere una pierna. Sus compaeros lo llevaron al fortn San Carlos del cerro Santa Ana, donde estaba refugiada su familia. Los bucaneros intentaban tomarse el fortn, pero los defensores los mantenan a raya con arcabuces y piedras. En el fortn haba dos caones. No haba artilleros. Alguien dijo que algo saba del tema y eso bast para que lo hicieran cargo. El hombre dispar y el tiro fue a dar a la mitad del ro, donde no haca falta. Eso vieron los bucaneros y ya no los par nadie. Se tomaron el fortn.

La ciudad qued en sus manos y comenz el saqueo calle por calle. Los vecinos, en su mayora, fueron hechos prisioneros y se los encerr en la Iglesia Mayor y en el convento de Santo Domingo. Los bucaneros desbarrancaron los caones que haba en el Santa Ana, incendiaron los astilleros, se apropiaron de la plvora y veinte mil balas, recogidas en el saqueo, se llevaron todo lo que serva y lo que no serva fue al agua. Uno de los jefes mand prender fuego a la Escribana, diciendo: Acbese con los enredos para remedio de los infelices.

Un incidente en el convento de Santo Domingo hizo subir la tensin.

Manuel Bozo, el gua que entreg su ciudad por venganza, reconoci entre los prisioneros al anciano Lorenzo Sotomayor, contra quien tena rabia. Lo insult y quiso pegarle. Sotomayor intent quitarle el arma a un bucanero para responderle, pero eso le cost la vida. Aos ms tarde, su hija Josefa cont los detalles: un cabo principal del enemigo lo mat a sangre fra, abalendole, entrndole dos balas por el corazn, de que cay muerto en tierra, y usando de mayor inhumanidad con su cuerpo, lo hizo llevar arrastrando hasta La Marina, de donde las aguas se lo llevaron, sin que los ruegos de los dems prisioneros pudiesen embarazar la situacin

Cay la noche. Noche nefanda para Guayaquil.

Al otro da se produjo un incendio, al parecer por accidente, que acab con dos manzanas. Los bucaneros dijeron Sabotaje!, y amenazaron con pasar a cuchillo a los prisioneros, que ya eran unos setecientos.

El rescate

El lunes por la tarde, los jefes bucaneros entraron al convento para notificar al Corregidor y miembros del Cabildo, sus exigencias.

Exigimos un milln de pesos en oro, cuatrocientos sacos de harina de trigo y doscientas botijas de vino,- Dijo Grogniet.- De no entregar todo esto en doce das, regresaremos a quemarlos.

Ahora nos llevaremos cien rehenes, hombres y mujeres, y los iremos soltando segn ustedes nos enven el rescate,- dijo Picard.

Pero no se olviden que son sus hermanos y hay que darles de comer. Nuestro cocinero, Blanchard, calcula que con cuatro canoas de vveres, diarias, no pasarn hambre,- dijo dHout, que tena un lenguaje de cuquero.Los bucaneros cargaron el botn en sus lanchas y embarcaron a los rehenes, entre los que estaba el Corregidor. Hubo algunos restregones entre ellos por el reparto de las mujeres, pero los jefes pusieron orden y se fueron a la Pun, aprovechando la vaciante.Comenzaron horas angustiosas para la ciudad. Adems de la ruina, los muertos, el miedo, la preocupacin por las muchachas raptadas, haba que reunir el rescate, casi impagable. Una comisin de religiosos y el tesorero, se fueron a otros pueblos para pedir ayuda. Pasaron los das, y los bucaneros empezaron a presionar, enviando calaveras a Guayaquil.

La gente de aqu reuni lo que pudo, pero an era insuficiente.

Haban pasado ms de dos semanas, cuando los jefes bucaneros tuvieron noticias de que un par de buques artillados venan del Callao para arrasarlos. En esas semanas, muchos de sus heridos haban muerto y el propio capitn Grogniet baj al infierno de los piratas, incendiado por fiebres tropicales. Aqu qued, en las aguas del golfo, con una bala de can atada a los pies.

A los veinte das, los bucaneros se dieron por satisfechos con la parte del rescate que haban recibido, soltaron a los presos, menos al Corregidor, y partieron a toda vela. Sacando cuentas, se llevaban, en monedas de oro, joyas, piedras y vajilla de plata, unos cuatro millones de francos.

Ao del Seor del Mil Setecientos y Nueve. Fines de abril.

Este fue el sexto asalto a Guayaquil. Lo dirigi Woodes Rogers, corsario armado por los banqueros ingleses, lo acompaaban el capitn Dover, el capitn Courtney y el capitn Dampier, viejo asaltante de puertos. Echaron anclas en la Pun y empezaron a subir el ro. Eran ciento diez en total. A las doce de la noche ya vean la ciudad. En la cima del Santa Ana arda una gran fogata. Media hora ms tarde estaban frente al malecn, listos para desembarcar. Pero como vieron muchas luces apareciendo de golpe, colina abajo, y candiles por todas partes en el pueblo, y toques de campana y disparos, y a un hombre en la orilla que le adverta a otro cuidado con los piratas!, entendieron que haba alarma. Y la ley bucanera mandaba no atacar en esas circunstancias. Al da siguiente los corsarios cambiaron de tctica y enviaron emisarios para negociar esclavos negros y mercaderas con las autoridades. El Gobernador cay en la trampa, negoci con ellos, les dio trato de caballeros, y estos caballeros, cuando les convino, atacaron la ciudad, y durante cinco das la saquearon, quemaron casas y se emborracharon en ella, con una sola prohibicin : No beber hasta quedar echados.

El capitn Woodes Rogers, quien adems era un excelente cronista, nos cuenta que por un indio prisionero supo que haba dinero ro arriba, oculto en canoas y casas. Entonces despach a 21 hombres en un bote, al mando de Alejandro Selkirk, a quien llama ltimo gobernador de Juan Fernndez, pues en esa isla del sur de Chile lo haba recogido. Este es el personaje que ms tarde aparecer como Robinson Crusoe, en la novela de Daniel Defoe.

Las casas ro arriba estaban llenas de mujeres; en particular en una de ellas haba una docena de bellas y gentiles jvenes mujeres, bien vestidas, en donde nuestros hombres consiguieron varias cadenas de oro y aretes. Ellos fueron tan educados que las damas ofrecieron abastecerlos de lo que necesitaran y hasta les trajeron buen licor. Algunas de sus cadenas de oro ms grandes estaban ocultas en varias partes de sus cuerpos, piernas y muslos, etc. Las gentiles mujeres en estos pases calientes llevan vestidos muy livianos con seda y linos finos, sus cabellos son peinados con lazos muy delicadamente. Nuestros hombres hallaron las cadenas y dems al presionar con sus manos el exterior de las damas, y con ayuda de su lingista, pidieron modestamente a ellas que se les sacaran y se las entregaran. Menciono lo anterior como una prueba de los modales de nuestros marineros- sonre Rogers.

De ese paseo trajeron cadenas de oro, aretes y plata, que valan unas mil libras.

Con todo lo mal que las autoridades estaban manejando el asunto, la resistencia del pueblo llano empez a crecer, los defensores de la ciudad se hicieron fuertes y ms o menos en los mismos escenarios de anteriores invasiones, se trenzaron a tiros. Algunos invasores volaron a las tinieblas y otros quedaron heridos.

Los bucaneros, viendo que ya no se poda desangrar ms a la ciudad, embarcaron lo saqueado: 230 bolsas de harina, frejoles, arvejas y arroz, 15 jarras de aceite, cordaje, cosas de hierro, clavos, plvora, alquitrn, telas, 1.200 libras en plata, aretes y collares, 150 fardos de comida seca, 4 caones y 200 armas espaolas, azcar, cocoa y ail...

El ltimo en embarcarse fue el gordo Johan Gabriel, un alemn rojizo, que se haba dormido, borracho, en el patio de una casa, y al que sus dueos despertaron, con muy buenos modales, para que se fuera a la ra y no perdiera el barco.

Rogers anot en su diario:

Abril 28. esta maana como a las ocho levamos anclas y zarpamos con todos nuestros navos. Al partir hicimos todo el ruido y las demostraciones que pudimos con nuestros tambores, trompeta y caones (...) por lo menos tenamos en nuestro poder algo ms de 200 mil piezas de ocho en dinero, oro y plata labrados y sin labrar, adems tenamos joyas y una gran cantidad de cosas indispensables que habamos encontrado.

No haba habido mayor pobreza en el lugar durante estos 40 aos. Un repentino incendio haca 18 meses haba destruido la mitad de la ciudad, la cual ya haba sido reconstruida en su mayor parte.

Guayaquil se muda

El historiador Julio Estrada nos recuerda que todas las fortificaciones de Guayaquil fueron siempre provisionales, y que si la Planchada ha sobrevivido, es por llevar la contraria.

En los doscientos sesenta y ocho aos que duraron las aventuras piratas en las Amricas, se demostr que las colonias tenan pocos defensores espaoles, que los indgenas tenan muy poco cario por sus cadenas y las defensas eran muy poca cosa.

Los vecinos de Guayaquil, en el XVI y XVII, marcados por los asaltos piratas y por incendios bblicos, que redujeron a cenizas muchas veces sus casas de madera, pero adems por el aumento de la poblacin, dieron un paso lgico: ampliaron la ciudad, construyeron una Ciudad Nueva, con ms anchura y ms seguridades.

LOS PJAROS

En este ro hay tanta luz, que se puede divisar un pjaro a kilmetros de distancia.

No siempre estn visibles. Hay horas ms pajareras que otras. Al amanecer, por ejemplo, y al caer la tarde, cuando las aves diurnas regresan al refugio y las nocturnas ensayan sus primeros vuelos.

La isla Santay, es un buen refugio. All hay mangles, juncos, cesalpinas... De all los veo venir y all regresan, por lo menos estos que visitan el cerro Santa Ana, porque la Santay es casa de algunos y pajardromo de otros, de los que arriban de los manglares, del lado del mar.

Las garzas. (Egretta alba, Bubulcus ibis, Ardea cocoi, Florida caerulea...) Son diversas y todas hermosas: la garza blanca, la garza real, la garza morena, la garza pico de esptula... A veces vienen de arriba, del Daule o del Babahoyo, y pasan volando, frente a mi ventana, a ras de agua, con aletazos lentos y acompasados, como corresponde a los viajeros que llevan un camino largo. Son las garzas del ro, las ibis, las grises, las de mechn canela... Otras veces vienen de la isla Santay, dan una vuelta por el Santa Ana y aterrizan en una colonia de lechuguines, a la deriva, generalmente cuando est subiendo la marea. All las ibis semejan una extraa flor blanca rodeada de cartuchos verdes y flores lilas, de las lechugas de agua. En estas naves vegetales remontan el ro con menos fatiga y estn ms cerca de los bichos que les sirven de desayuno.

Al amanecer, junto al ro, en los ciruelos del cerro, sobre el agua, y all donde puedan detenerse, o simplemente volando, libres, entre el cielo y el agua, los pjaros arrastran a la madrugada. Los hay de silbo agudo, los hay tenores y bajos, golondrinas y azulejos, garzas y pericos. Van, van, van, como una exhalacin, como pulsaciones elctricas, los que son ms pequeos y giles; los de mayor peso y alzada son ms pausados y filsofos, a la hora de escudriar las riberas, buscando el men del da.

Los patos mara. (Dendrocygna bicolor) Pasan los patos mara en bandada. Mara, mara, mara...es su grito de guerra. Van rpido, con aleteos apurados: por momentos dibujan en el aire la punta de una flecha, pero no tienen las disciplina de las gaviotas ni de los pelcanos, capaces de volar en perfecta formacin por largo rato. Estos van deprisa, como empujados por un deber urgente, como si la salvacin de los dems patos del mundo dependiera de su vuelo. A cada instante recomponen su camino: ora van en flecha, ora en arco, ora formando una guirnalda. Son los patos que vienen de la isla, de los pajonales, bordean el Santa Ana y toman rumbo a los arrozales, cercanos al Daule.Los patos cuervo. (Phalacrocorax olivaceus) Una, otra y otra bandada, pasan a poca altura sobre el agua. Estiran mucho el pescuezo, como queriendo llegar primero, como queriendo ver las cosas del mundo antes que los dems. Hay das, al parecer los ms secos, en que son frecuentes los vuelos en bandada de los patos cuervo, desde la isla Santay hacia el Babahoyo; desde la Santay hacia Punta Piedra. Aunque son ms numerosos en invierno.Los negrofinos. (Molothrus bonariensis) Vienen al cerro por las maanas y al caer la tarde. Vienen con un silbo alegre, imponente, que termina en erres suaves, como las del idioma francs. l le canta a ella, flexionando las patitas, como agachndose para tomar impulso y darle fuerza al canto. Ella, ms pequea, lo mira con curiosidad desde su rama, pero tambin mira con curiosidad a otro negrofino que le silba desde la copa. De rama en rama, en estas orillas, van los negrofinos eternizando su raza y su silbo.

Las golondrinas. (Atticora fasciata) En las tardes azules en las maanas difanas, que suelen haber sobre el ro, las golondrinas de faja blanca hacen piruetas en el aire: una persigue a la otra y luego cambian de papel. Se elevan en vuelo vertical, planean abruptamente y caen en picada, para luego retomar la horizontal y seguir de largo, describiendo una suave onda en el aire. Por ac aparece otra, sola, y tambin juega, feliz de volar, mostrndose a s misma que es afortunada, que puede atrapar el viento con sus alas geomtricas y su cola bifurcada e ir donde le plazca.

Y as van las golondrinas, jugando de alegra, por jugar, porque la vida es fuerza, salud y vuelo. Y en ese vuelo est toda la sabidura de esta tremenda aventura de existir.

Murcilagos pescadores.(Noctilio leporinus) Los veo dar vueltas, con ese vuelo huidizo, impredecible, del murcilago, van, vienen, suben, bajan, se alejan y ejecutan vuelos rasantes sobre el agua, en las orillas, hasta que el ms afortunado consigue un pescadillo bobo y se lo lleva por los aires.Pjaros del cerro y del ro. Cmo podra decir cuntos pjaros hay y de qu clase de colores, voces y vuelos? Son muchos. Entre los de plumaje negro, por aqu llegan los garrapateros, los changos, los caciques manchados de amarillo, los gallinazos...

Llegan las trtolas, delicadas y monjiles; las palomas, aquellas de plazas y cornisas; los periquitos escandalosos, abundantes por octubre; los cardenales coloridos; los brujos, las vivias, los caciques, los vencejos, perlitas, reinitas, colibres, azulejos y el Campephilus gayaquilensis, pjaro carpintero de Guayaquil.

Estn aqu, en los vericuetos del ro, frente a la ciudad, en los rboles del malecn y en los pocos rboles del Santa Ana y de los cerros vecinos. Nuestra enloquecida carrera de todos los das, las anteojeras que llevamos puestas, por mil razones, nos han desacostumbrado a mirar los pjaros, como nos han desacostumbrado a mirar las estrellas. Lstima de nosotros!

Los rboles. Los pjaros, como los insectos, tienen un viejo pacto con los rboles. Los rboles son para ellos la casa y el huerto, pero tanto los pjaros como los insectos son las alas que el rbol no tiene, para llegar ms lejos. Cuando no hay rboles no hay pjaros o son muy escasos.

Yela, la escultora de Las Peas, la seorita pintora, como la llaman algunos vecinos del Santa Ana, me habl de aquella necesidad esencial de la ciudad, de tener sombra y de tener pjaros:

El cerro era lleno de verdor y cuando nia, con mis hermanos, bamos a coger ciruelas, pero eso qued para la historia, ni verdor ni ciruelas. Lo primero que hicieron fue talar los rboles y no han plantado otros. Que es lo que ha pasado con la ciudad, a la ciudad le faltan rboles frondosos, acacias, por ejemplo, que es un rbol muy lindo que da sombra. La ventaja de los rboles frondosos es que vienen a hacer nido los pajaritos, en cambio en las palmeras no anidan porque son muy ralas y no dan sombra y lo que necesitamos los guayaquileos son rboles que den sombra. Tambin se pueden sembrar rboles frutales: un rbol bonito que da bastante hoja, y que teniendo buenas races no daa el asfalto ni el alcantarillado, es el aguacate; otro que da lindo olor es el rbol del limn o de naranja, el mamey, el mango, que es bellsimo, son rboles de sombra y de frutas, algo, adems, muy importante para los barrios suburbanos. Hay un rbol que crece lento y tiene hojas decorativas que pueden llegar a medir dos metros, es el rbol de fruta de pan. En el campo dicen que quien siembra el rbol de fruta de pan, muere, pero como generalmente quien siembra es gente mayor, la prediccin es lgica. En todos estos rboles posan los pjaros. Y una ciudad debe tener rboles y debe tener pjaros.

LA MALDICIN DEL ORO

Dentro de las muy variadas locuras humanas, la obsesin por el oro es la que ha tenido formas y consecuencias no comparables con otros tipos de insana, en milenios de historia.

Poco despus de que nuestros pases se independizaron de Espaa, lleg la noticia de que en California haba oro. Mucho oro, diseminado por all, en las montaas y en los ros. Esa noticia descontrol a la gente. De todos estos puertos del Pacfico, de Guayaquil y Valparaso, del Callao y Buenaventura, de ms al norte y ms al sur, salieron nuestros mestizos para California, a buscar oro, a hacerse ricos. En Mxico y Estados Unidos, el caos fue total. En una revista minera de 1850, un ingeniero que estuvo all cuenta: Todos dejaron sus ocupaciones habituales y se fueron en busca del oro. Los funcionarios del gobierno, los voluntarios que haban llegado para la conquista de California abandonaron sus puestos. Los oficiales que esperaban la firma de la paz con Mxico, se quedaron solos, sin servidumbre y el gobernador de Monterrey tena que hacer de cocinero. Los barcos mercantes surtos en el puerto de San Francisco fueron abandonados por la tripulacin. La rigurosa disciplina de los buques de guerra no pudo contener la huida de la marinera. Poblados recin nacidos quedaron vacas y los trigales, que haban granado muy bien, se perdieron por falta de brazos

Pero antes, mucho antes, siglos antes de esta fiebre, el Almirante Coln, escribi una carta al rey de Espaa, en la que deca: - Cul es el fin de las piedras preciosas, por las cuales los hombres van hasta el fin de la Tierra? Las venden y acaban convirtindolas en oro. Con el oro se puede hacer todo lo que se quiera en este mundo, con oro se puede sacar a las almas del purgatorio e introducirlas en el paraso -.Un minero viejo, que conoc en una cantina de Portovelo, en la provincia de El Oro, me hablaba de su vida de cateador y con la filosofa que desata una botella de ron, hablaba as:

El metal es metal, seor, onde quiera. Lo que pasa es que este, en cambio, es un metal de mierda. Una herramienta, pongamos por caso, un tractor, una pala, una broca, son de fierro, una olla es de aluminio, hay cosas muy buenas que son de cobre. Pero el oro, diga ust, cul es su gracia...? La perdicin, la crcel, el cementerio...

Cuando uno lee las crnicas que dejaron los pocos que saban escribir en la Conquista de Amrica, encuentra un solo eje, un solo motivo para avanzar, para matar y morir: el oro. Se cuentan casos de cmo los indgenas, con soberbia, despus de una batalla, dieron de beber oro derretido a los jefes conquistadores, prisioneros.

La codicia, que en algunas pocas ha exterminado hombres en masa, tiene color dorado.

Quizs como una contra, para esta vieja locura, los pueblos han creado leyendas con moraleja. De estas encontr en el Santa Ana.

ORO EN LA CIMA

El caso es que una vez, un seor de aqu, no me acuerdo si el que viva arriba, cuidando los caones que disparaban para las fiestas de Guayaquil, o era otro de un poco ms abajo, aficionado a buscar fierros viejos, se pas tres noches abriendo un hoyo en la cima, desde que oscureca hasta que amaneca.

Cav, cav, y encontr dos tremendos cajones con oro, que haban enterrado los piratas o a lo mejor antes, cuando la gente enterr sus cosas para que los piratas no se las llevaran. El aviso se lo haba dado una luz azul, como un fuego que sala de la tierra y se apagaba. Dos o tres veces dicen que vio esa luz y el hombre entendi que algo haba esperndolo a l debajo de la tierra. Lo cierto es que desenterr unos seores bales!, de esos que tienen sunchos por fuera y candados de fierro. Haba trabajado tres noches seguidas, con pico y pala, para llegar hasta donde estaba el oro, y antes que amaneciera, amarr esos cajones con cabos gruesos, y como no poda subirlos solito, llam a un hijo y otro pariente para que le ayudaran. Eso que vieron los parientes, y antes de hacer nada para subir los cajones, gritaron Somos ricos! Y ah mismo se escuch algo tremendo, como que se hubiera quebrado un palo seco, y la tierra se trag los cajones, en su lugar sali un chorro de agua que aneg todito el hueco. As fue, seor. Muchos creern, muchos no creern, pero en el mundo pasan cosas.

LA MALDICIN

Favio me cont este cuento, cerca del faro, donde han ocurrido la mayora de los hechos extraordinarios del cerro. Me asegur que esta es la pura y santa verdad, y que si desconfo, pregunte no ms, porque de esto no hace muchos aos y la gente se acuerda del suceso.

Viva aqu una mujer, con sus hijos y un marido viejo. Trabajaba, trabajaba lavando ropa, y los muchachos, unos cargaban paquetes en el cerro, otros andaban por el centro.

Una noche, de esas noches de invierno, cuando el calor y la humedad no dejan dormir hasta muy tarde, la mujer mirando por la ventana al pedacito de patio que daba contra el cerro, vio una visin que baj del Fortn, y se perdi unos pasos ms all, como si se la hubiera tragado la tierra. Cuando se le pas el susto, la mujer tom un candil y se fue a ver que era eso. Con una varilla fue tanteando el terreno, hasta que dio con un pedazo blando, donde la varilla se hundi casi toda. Sin contarle a nadie lo que pasaba, volvi a la cocina por un machete y empez cavar. Como el terreno es bien duro, casi pura piedra, la primera noche hizo un poco, la segundo otro poco y la tercera noche trabaj hasta el amanecer y ah fue que encontr un cntaro con monedas de oro.

Pero dgame, dnde puede tapar algo ust en este cerro, si la gente est detrs de la ventana mirando lo que pasa y lo que no pasa, y cuando no pasa lo inventa?,- pregunt Favio.- Ya todos saban.

Entonces un vecino, de esos que han salido del Santa Ana a rodar por el mundo, embarcados, y que con los aos casi siempre regresan, le dijo a esa mujer:

Ya que se lo encontr, ya que era para ust, gstelo en cosas de bien, porque donde lo gaste en cosas de mal, ser su desgracia.

Dicho y hecho.

La mujer no entendi la advertencia y se puso como loca. Primero hizo una fiesta que dur tres das. En la fiesta conoci a un hombre que la enamor y sin mucha ceremonia se deshizo del marido viejo. La juerga en esa casa empez a ser continua. Las peleas entre ella y sus hijos, un asunto de todos los das. Hasta que empezaron a ocurrir las desgracias. La mujer adquiri el extrao don de maldecir y que sus maldiciones se hicieran realidad. Con la cabeza nublada por la bebida y la parranda, la mujer comenz a maldecir a todo el que se opusiera a sus excesos, entre ellos a sus hijos. Y uno a uno, despus de sus maldiciones, los hijos fueron muriendo, en accidentes. De siete, le quedaron dos. Vino la ruina y el crujir de dientes.

Y esos se salvaron porque se le acab el oro y volvi de nuevo a la pobreza. Perdi la chaveta esa pobre mujer, medio bruja, abollada y con la cabeza gacha, se fue del cerro. Ah tiene ust, mi amigo, lo que puede hacer el oro.

EL COMENDADOR

Uuuh! En este cerro hay lo que quiera. Cuando ramos pelados aqu se oa un caballo que arrastraba cadenas, despus de la doce de la noche. Bajaba de la cima por esa calle que era pura piedra y torca para all, por la cancha, a mitad del cerro, galopa y galopa ese caballo, y arrastrando cadenas.

Yo cadenas no s, pero s oamos que pasada arrastrando una carreta, oamos la tracalada, el tropel, el galope del caballo y salamos pero nunca vimos nada.

Es que ah est. No todos pueden ver. Unos han dicho que vieron a un hombre, machsimo, con casco, as como el de la estatua de abajo, de Benalczar, montado en el caballo, grande como este cuarto. Y que lleva camisa de lata y pantalones de lata. Pero que no mira a nadie. Orgulloso. O sea, es como una sombra, aparece y desaparece.

Y no ha venido ms de cuando el viejo rezandero, ese que viva aqu abajo, lo esper y le dijo un conjuro:

Si tu intencin es buena, pasa.

Si tu alma est en pena, revela.

Si te hace falta una misa, avisa.

Si buscas la paz, no vuelvas.

Y qu andara buscando ese seor?

Qu sera, pue, algn cajn de oro que se le olvid por aqu, o alguna cosa que quera mucho y no se ha podido despegar della.LAS NIMAS DE MI TO

De ver nunca he visto, pero mi abuelo y mi mam conversaban. Cuando mi to era soltero, viva en esa casa de madera, al frente, y le pasaban cosas por curioso. Dicen que estaba asomado en el balconcito como a las tres de la maana y oa un rezo, que suba, que suba, y sali a ver el rezo. Pasaba una procesin, de gente con velo, la cara tapada con mantillas, con muchas velas en las manos. Y pasaban y pasaban y pasaban. Uno de la procesin se acerc al balcn que, no era muy alto, y le entreg una vela a mi to. A l le dio como un retintn, como un escalofro y se meti, con la vela encendida, a su cuarto. Cuando la estaba acomodando en el velador, en vez de vela, lo que tena en la mano era un hueso de muerto. Ay, mamita!

Claro a mi to siempre le pasaban cosas raras, pero yo pienso que era por bebedor.

La otra, es que aqu en la esquina, en casa de los Valverde, haba un rbol muy grande, y mi to haba visto, a las doce de la noche, una gallina con pollos que lo segua. A l le dio mucho miedo, pero pudo ver que la gallina y los pollos regresaron y se metieron al rbol y desaparecieron. El caso es que por ah no haba gallinas ni para remedio.

Pero le digo, yo nunca he visto. Esas cosas le pasaban a to.

EN EL CEIBO HAY UN DUENDE

Cuando yo era pelado, vi al duende. Era algo ah, como de una vara de alto, con sombrero grande ojos vivsimos, y como chistoso. Nosotros jugbamos en la cumbre, donde ahora est el faro, que eran puros matorrales. Con decirle que ah cazbamos conejos. Ya, pue, entonces lo vi parado como de aqu all, y me haca seas, que me acercara. Yo llam a otros muchachos, y entre todos lo perseguimos.

El duende se fue yendo, yendo, yendo, hasta que se ocult en ese ceibo que usted ve al pie del faro, en el museo naval. Ah le perdimos el rastro. No supimos qu quera, pero le gustaba llamar a la gente. Por ah en esos ceibos vive. No es mala persona. Es de sangre dulce.

CUANDO YO ERA CHICA

Haba un seor que contaba mentiras y media y los nios lo rodeaban para or. As contaba la historia de una seorita que sala desnuda a las seis de la tarde y deca: acompame. Y a quien la acompaara lo llevaba a la boca de una cueva grande que tena escalera para abajo y para arriba. En este cerro dicen que hay tneles por donde quiera, con puertas de fierro, de mucha antiged. Ah la seorita les preguntaba qu quieres saber? Un hombre le pregunt: Por qu no me va bien en nada? Y ella le dijo: por qu no sabes a qu hora hacer las cosas. Porque no reconoces a la persona de ms valor. Porque no sabes que cosa es la ms importante de todas.

Entonces el hombre se rasc la cabeza y dijo que no entenda. La seorita desnuda le explic: la hora ms importante es el da de hoy, porque es el que tienes. La persona ms importante es la que est a tu lado. Y la cosa ms importante, es hacer el bien a esa persona, porque te ests haciendo el bien a ti mismo. Qu le parece?

Decan que tena que ser Santa Ana. A mi no me crea, decan.RBOLES ENCANTADOS

Ms arribita haba un naranjo hermoso, que cargaba naranjas, como no se imagina. Lo que pasa es que haba encantamiento, porque la gente suba, coma naranjas, todas las que quisiera y nunca poda sacar ni una para llevrsela. Una vez un hombre dijo que eran puras tonteras, y subi desde temprano. Saca y saca, saca y saca naranjas hasta que llen un canasto, y quiso salir de ah para bajar el cerro. No pudo. Dio vueltas y vueltas, hasta el atardecer y no encontr el camino, no pudo llevar ni una sola naranja. Otro caso era el del rbol de pechiche donde viva el diablo, pero ya lo han tumbado. Eso era por el lado del Galen. Un da un borrachito pas cerca y lo desafi, que s, que hijo de tal, que pelea conmigo, que yo no te tengo miedo! Se levant un vientsimo, que empez remecer todo el rbol. Ah el pechiche, con una rama llena de espinas, le empez a dar golpes al borracho y nadie se acerc para ayudarlo. Al otro da el hombre amaneci medio desmayado, a los pies del rbol. CNTAROS Y BARRILES

Los mayores de mi familia me han contado que en el cerro hay pasajes y tneles hechos por los huancavilcas, que se han encontrado vasijas, entierros, muecos de las culturas de la costa, muchos de ellos con joyas.

Cuentan que hace muchos aos, eso debi ser en la colonia, un nio, jugando en la cima, descubri un barril con oro. Tom objetos, jug con ellos y de muestra llev una moneda a su casa, para mostrarle a sus padres, que eran espaoles. Estos que vieron esa moneda y lo que el nio les contaba, subieron para llevarse el tesoro. Pero no pudieron. Se les perdi el camino. Dieron vueltas y vueltas por donde mismo, y no lograron salir.

Se cree que el nio pudo sacar la moneda por su inocencia.

Sus padres no pudieron, por su avaricia.

EL JUSTO JUEZ

La conversacin empez por la mala fama que fue adquiriendo esta zona de los cerros, debido a los robos, asaltos, estruches, arranches y otras maromas del hampa, hechas en pleno da. Los viejos moradores del Santa Ana dicen que los hampones llegaron de otros barrios, del otro lado del ro, y hasta de otras provincias e invadieron unos pedazos de cerro, cercanos al Manicomio. Otros dicen que eso es verdad, pero que hicieron yunta con sus colegas que ya vivan en el Santa Ana y en el Carmen, y ensuciaron el buen nombre del barrio. Porque, a partir del ao cincuenta, del siglo veinte, ms o menos, por aqu ha pasado gente de todo rumbo. Claro que los diarios y la televisin inventan lo que quieren - aclar Francisco, el de la imprenta -, porque muchas veces las cosas pasaban en otras calles, y le cargaban el muerto al cerro. Sin embargo, como Dios tiene un dedo, y con ese dedo ha de fulminar a los malhechores, ya les est llegando el tiempo de mudarse de aqu o cambiar de oficio, sentenci un vecino algo profeta, que participaba en la conversacin.

El tema fue examinado en todas sus caras, de un lado y del otro, cada cual dijo lo que se debera hacer para acabar con los truhanes en la ciudad, aunque no se aclar quin debera poner en prctica todas esas recomendaciones y de qu manera.

Si es por fama dijo Julio en el cerro han nacido futbolistas que llegaron a ser profesionales, y nadadores, y muchachos que han sido buenos estudiantes, y que me dicen de los peleadores, de Juan Desnudo, Rompope, Paredes, Pimentel, de los Tigres del Cerro, grandes puetes que sorprendieron al pas, por el ao sesenta y ocho. Eso tiene ms valor.

Y poco a poco fue aflorando la imagen poetizada del antes, de ese tiempo mtico, cuando las cosas eran ms baratas, la gente menos estafadora y los bandoleros ms honorables.

El Buche era ladrn, pero era un muchacho respetuoso dijo la abuela Carmen

Vena de una familia honrada y honorable, era educado y cuando vea muchachas, se sacaba el sombrero y se lo pona atrs, en el rabo. Andaba por aqu, llevando baldes de agua o haciendo un mandado. Su familia lo desconoci por borracho y ladrn. Una vez rob joyas, lmparas y no s qu cosas ms, en Las Peas, y las vino a esconder a un tonel que tenamos en el patio, para el agua. Nosotras que vimos eso, nos asustamos, pero mi pap dijo: Esta es la mano del Buche. Lo busc y lo oblig a ir a devolver todo eso. Claro que no fue a golpear la puerta para entregar el robo, sino que se meti por una ventana y dej todo adentro, en un saco. Lo que pasa es al Buche nunca lo pillaban porque saba la oracin del Justo Juez. Yo no me acuerdo bien de esa oracin, pero deca que se abra la puerta, que se abra la ventana, que se duerma el dueo, entonces entraba y nadie senta.

S,- dijo la abuela Gregoria ,- se haca invisible y ni los perros lo podan encontrar, porque dicen que se volva perro tambin l. Yo lo conoc, no ve que era ahijado de mi mam? Y aquella vez que lo cogieron preso, es porque estaba durmiendo, debajo de los cirgelos, y no haba dicho la oracin. Tanto que lo aconsejaba mi mam, que dejara la maosera, y l deca que s, pero el vicio no lo soltaba.

Ah acab sus das, pues, en la crcel vieja, por el hospital. Dios lo haya perdonado a ese muchacho bobo, que se da por las malas juntas, por la vida fcil - dijo la abuela Carmen.

Y otro, que tambin fue de los finos, se llamaba Chaluisito. Ese huy de Galpagos, cuando Galpagos era prisin. Claro que despus se compuso y fue muy buen hombre. Pero cmo se escap de Galpagos? Un to mo deca que con esa famosa oracin se haba vuelto bufeo, y nad no ms hasta ac,- agreg la abuela Mara.

Y el otro temible fue el finao Galo. Ese es ms anterior,- record el to Juan.- Robaba en grande, por todo Guayaquil, farriaba hasta que quedaba chiro, pero nunca tumb a los cerreos, ms bien los cuidaba, porque era de aqu. No ve lo que paso con esa mujer a la que un ratero le rob la tina con ropa? La mujer lloraba, imploraba, porque la ropa era ajena. Lleg Galo, la consol y le prometi encontrar al ladrn. Y as fue. Lo cirni por los callejones, lo encontr vendiendo la ropa y ah mismo lo agarr del pescuezo y lo oblig a entregar la ropa, y despus le dio una puetiza, que lo dej todo abollado.

Dicen que robaba a los ricos pa darle a los pobres. Es como pa no creer. Pero mi ta me contaba que cuando lo perseguan, en la primera mata de ceibo se desapareca y que una vez aqu mismo se abraz a una mata y se convirti en un racimo de pltano, pero que tambin se converta en animal. O sea, venan detrs del, que ya lo pillaban, y de un de repente desapareca, y en su lugar asomaba un perro, un tigre o hasta un gallinazo, y se les volaba. Es que este hombre saba la oracin del Justo Juez. Tambin cuentan que las mujeres se enamoraban del hasta perder el juicio. Ahora ya no hay como saber si eso era verd, porque Galo est muerto y los que lo perseguan, tambin.

Y el que ms lo persegua era un paco, al que llamaban Sebo, que haba sido matarife, amigo de todos los chorizos de Guayaquil, que tena una ley: no pueden robar donde yo est de guardia, porque donde roben yo los voy a perseguir y van a conocer el reglamento, les deca.

Y el reglamento del Sebo eran palos, patadas y puetes, hasta que se cansaba.- agreg otro vecino -. Pero con Galo no poda, porque el Justo Juez lo defenda. El que sabe la oracin al derecho y al revs, no tiene fracaso. Yo esa oracin s la apunt una vez en un cuaderno, pero lo que pasa es quel cuaderno se me perdi.

Y como nadie saba el rezo completo, y como la curiosidad me empez a hacer cosquillas en los pies, fui a buscar la oracin del Justo Juez, para conocer su texto.

Me fui, por la noche, a los portales que rodean la Plaza del Centenario, donde hay vendedores del ms variado pelaje y especialidad. Por all encontr un librero ambulante, viejo, calvo y saltarn, como un duende, que se mova al comps de una guaracha, de esas de Celia Cruz.

Tiene la oracin del Justo Juez? -le pregunt.

Abri los ojos, con la exageracin de los payasos, y dijo, estirando las vocales:

Uuuuh..., noooo. Esas ya son palabras mayores. Yo solo tengo estas cositas que ust ve ,- dijo, y sigui bailando su guaracha.

Lo que venda eran manuales para escribir cartas de amor, libros para ver la suerte en la borra del caf, recetas para curar el cncer con el jugo del limn y los Veinte Poemas de Amor y una Cancin Desesperada, en edicin de cantina, etc...

Y la del Justo Juez?,- insist.

Eso no. Los grandes bandidos tienen eso; los hace invisibles. Pero no cualquiera puede usar semejante oracin. O sea, hay que tener cabeza. No, amigo, eso no se encuentra en la esquina, adems vale mucha plata. Adems yo tampoco la tengo, porque no quiero problemas con la ley.- concluy el pequeo duende librero y sigui bailando.

La indagacin me llev a los vendedores de velas, santos y fet