Ceres Hispanica

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Ministerio de Fomento.Dirección general de Agricultura y Montes.

CERES HISPÁNICAAdición al capítulo VIII

de la obra “Agricultura general,, de Herrera

por

D. SIMÓN DE ROJAS C LEM EN TE

Con notas, cuadros y “ Contribución a la Ceres Hispánica,,

por

JOSÉ HURTADO DE MENDOZA y ANTONIO GARCIA ROMEROIngenieros Agrónomos.

Ex Director y Director, respectivamente, de la Estación de Ensayo de Semillas.

SERVICIO DE PUBLICACIONES AGRÍCOLAS

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CERES HISPÁNICAAdición al capítulo VIII

de la obra “Agricultura general,, de H errera

por

D. SIMÓN DE ROJAS C L E M E N T E

Con notas, cuadros y “ Contribución a la Ceres Hispánica,,

por

JOSÉ HURTADO DE MENDOZA y ANTONIO GARCIA ROMEROIngenieros Agrónomos.

Ex D irector y Director, respectivam ente, de la Estación de Ensayo de Semillas.

SERVICIO DE PUBLICACIONES AGRICOLAS

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MADRID.—Imprenta y encuadernación de Julio Cosano, Torija, 5,

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La Estación de Ensayo de Semillas publicó en 1919 un folleto en que se reproducía la admirable Adición que D. Simón de Rojas

Clemente puso al capítulo VIII de la Agricultura General, de H errera, en la edición de 1818, y que venía a ser como avance y resumen de la C eres H ispánica , obra de Lagasca, Clemente y Arias, que no ha llegado íntegra a nuestro conocimiento .^En el folleto de referencia se incluían también algunas notas y cuadros y una «Contribución a la Ceres Hispánica», por los Ingenieros Agrónomos D. José Hurtado de Mendoza, Director de la Estación en 1919, y D. Antonio García Ro­mero, Director en la actualidad. A continuación iba un estudio sobre la Estación de Semillas de Svalüf, por D. Alejandro Vázquez, tra­bajo también muy interesante, pero ajeno a nuestro asunto del mo­mento.

E l folleto en cuestión está agotado hace ya tiempo. Son muchos los que piden ejemplares sin poderlos obtener. A l interés permanente de la obra se suma ahora el determinado por el hecho de que el tema últimamente propuesto por el Consejo Agronómico se refiera a trigos precisamente. Por todo ello, ha parecido de suma utilidad y conve­niencia la presente reimpresión.

A un prescindiendo de toda consideración utilitaria y de toda razón de oportunidad, siempre estaría justificado el reimprimir, no una, sino cien veces, un trabajo como el de Clemente, en el que no se sabe si admirar más el contenido, o el método, o la forma. Simple «adición», hecha como al desgaire, para un capítulo de una obra ajena, y anuncio de una obra propia más grande, hecha en tiempos de máxima pertur­bación en nuestra Patria, las páginas de Clemente resultaron una pieza maestra. Se necesitó que transcurriera todo un siglo para po­derse citar obras que supongan considerable progreso, como la mono­grafía The Wheat Plant, de John Percival (1), y los más recientes

(1) 1921, London o Duckworth and Co. 463 p., con 228 figs.

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- 6 -trabajos hechos en Rusia por el profesor Vavilov y sus discípulos, publicados en el Boletín de Botánica Aplicada y de Selección, del Insti­tuto Gubernamental de Agronomía Experimental de Petrogrado.

Ser superado en estas condiciones es la mayor gloria apetecible. Y aun después de superadas, las obras como la de Clemente perma­necen como un monumento ofrecido a la admiración de todos y un ejemplo que seguir. Ninguna lección más provechosa ni más necesa­ria en épocas como esta acelerada nuestra, dominada por la improvi­sación y la chapucería, que la lectura de esas adiciones de Clemente, de las que trasciende el sutil perfume de la obra hecha plenamente a conciencia.

A. G. y M.

Junio, 1926.

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CERES HISPÁNICA

ASÍ titulaban los botánicos-agrónomos Lagasca, Clemente y Arias al más interesante trabajo que, como resultado de sus prolijas

observaciones sobre trigos, se ha intentado en nuestro país. Sólo cono­cemos de esa obra (tal vez publicada hace un siglo exacto) su extrac­to, que el segundo de tan sabios investigadores nos legó como adición al capítulo VIII de la obra Agricultura General, de H errera, edición de 1818.

Las enseñanzas de este notable documento han servido siempre a la Estación de ensayo de semillas para orientarse, lo más acertada­mente posible, en la materia, y más de una vez hemos tenido la inten­ción de glosarlo, cuando menos en las diferentes ocasiones que tuvi­mos necesidad de discurrir sobre caracteres y nomenclatura del cereal más útil al hombre. E l temor de repetir lo muy conocido de los profe­sionales atajó nuestro intento; pero sabiendo que casi está agotada dicha edición de H errera, y que para otra clase de lectores siempre sería muy conveniente el conocimiento exacto de estas bases, para la clasificación de los trigos, nos resolvemos a darlas en este folleto, cuyo principal propósito va encaminado a despertar el entusiasmo preciso y necesario para emprender la mejor dirección que se advierte, si hemos de continuar aportando elementos para llegar a poseer un es­tudio acabado, y, por tanto, eminentemente científico, de los trigos, y especialmente de los españoles.

Nuestra profesión se halla singularmente comprometida en tal em­presa; hasta simbólicamente ya lo indica el emblema del escudo del Cuerpo de Ingenieros Agrónomos, tanto más significativo cuanto ma­yor sea el empeño de seleccionar sus cinco espigas. Tenemos medios para tan magna empresa, consagrando más exquisita atención a los problemas de las ciencias naturales; debíamos ser más biólogos que

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físico-químico-matemáticos. Con ese carácter nació en España, como en todas partes, la profesión agronómica. Los primeros profesores que explicaron cátedras de Agricultura entre nosotros fueron D. Antonio Sandalio de Arias y D. Claudio Boutelou, consagrados a la enseñan­za de la Botánica, como el gran Lagasca, en los comienzos del siglo pasado.

Para conmemorar el centenario (1915) del primer curso de A gri­cultura explicado entre nosotros, que tuvo lugar en el Jardín Botánico de Madrid, allí colocamos un pequeño recuerdo todos los compañeros que de aquella primera semilla nacimos. Nuestra fuente no puede desconocerse; la Botánica engendró esta profesión. Sigamos el ejemplo aconsejado por Clemente, de indagar en las espigas que vemos ondean en las mieses (más que disecando malas hierbas), no sólo algunos rato?, sino con el detenimiento exigido para descubrir particularidades que nos sean útiles y entretengan (1) con el espíritu investigador del gran Linneo, el confidente predilecto de la Naturaleza, asiéndonos al hilo bo­tánico por él hallado, y siguiéndolo fielmente, para buscar los más in- trincados secretos, como acertadamente lo llama y nos recomienda nuestro D. Simón de Rojas.

La lápida, como se ve, va orlada con los signos y abreviaturas usados en Botánica, respondiendo a tan nobilísimo origen, y cuatro bustos; de dos monarcas, que dan las fechas de la creación de aquella enseñan­za, y la actual del centenario que se conmemora, y de dos sociólogo- agrónomos, representaciones extremas de las ideas económicas que a la Agricultura patria han servido: el individualismo y el colectivismo.

Las doctrinas agronómicas de aquella época nos las dejaron en los libros donde están sus lecciones de los cursos. Entre Columela y He­rrera, no citaban otra obra, acaso superior a éstas, la de Abu-Zacarías.

E l renacimiento de las letras tal vez no había consentido todavía disfrutar, como en la actualidad, de sus méritos

H errera sólo menciona cinco clases (diversidades) de trigo, si bien dice hay muchas, y las refiere por el siguiente orden: dos barbadas (trechel o rubio y arisprieto), dos mochos (blanco o candeal (2) y des­raspado), y tremesinos, que pueden serlo todos los anteriores.

E l referido Clemente llama al primero el amable amigo del campo

(1) Carolus IIIP. P. Botánicos instaurator civium saluti et oblectar mentó.

(2) De cándido, que en lengua latina quiere decir blanco.

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— y -y los pastores, que había de dar el Código universal de la ciencia agra­ria, y al segundo, restaurador y padre de la agricultura moderna, el cual merecía, como Triptolemo, el supremo honor de la apoteosis.

Pero sin nombrar la obra culminante de la Agricultura de la Edad.Media, al hablar de los árabes, dice: «Por fortuna, esta raza singular de hombres, naturalizada en nuestro clima, que ya llamaban suyo, bla­sonando de españoles con igual derecho que nosotros, no contenta con aspirar al pingüe patrimonio territorial de la desposeída Roma, tan mal administrada por los vándalos, quiso también constituirse here­dera de los conocimientos que aquéllos habían despreciado altamente. Los árabes-hispanos, entregados a las ciencias y letras, mientras el resto de Europa yacía en un letargo casi absoluto, reintegraron a la olvidada agricultura en el lleno de sus preeminencias y de su digni­dad; y cifrando, por fin, la suya propia en la fuerza del arado y de la azada, de tal manera se esmeraron en aclimatar por nuestros valles y llanura medievales las plantas preciosas del Africa y del Asia, con tanta inteligencia manejaron los peculiares y delicados cultivos que éstas exigían, y tan felizmente aplicaron a mejorar los anteriormente establecidos su ingenio y peregrinas luces, que lograron muy pronto, no sólo regenerar cuantas ramificaciones comprendía en sí la econo­mía rústica de Columela, sino llevarlas todavía más adelante, hasta un punto de perfección y de primor desconocidos hasta entonces, y en que, sólo bajo de algún otro respecto, se ha llegado después a igua­larlas o excederlas. A los cristianos debía ser muy útil aprovechar las coyunturas favorables para aprender de sus compatriotas musulma­nes, pero el resentimiento de la nación ultrajada y el odio religioso, unidos a la vanidad gótica y a la diversidad de trajes y de lenguas, in­terponían casi de continuo un muro de bronce, que impidió por largo espacio se resolviesen a admitir algunas de sus sabias leyes y prácti­cas agrícolas. De ahí es que, al terminarse la sagrada lucha por F er­nando V , en el Alhambra de Granada, encontramos tan adelantados sobre el común de nuestros campesinos los de aquella fértil vega y Alpujarras, que el interés de instruirse en los métodos con que las obligaban a tributar tan copiosos y variados esquilmos sobraría por sí solo para justificar a los ojos de la política el permiso de permanecer con nosotros, que se acordó en las capitulaciones al moro sometido.» Prólogo de Clemente también, de la edición que tiene su trabajo sobre trigos, adicionado, que hemos dicho, al capítulo VIII, y reproducido en las páginas siguientes.

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SOBRE LAS CASTAS DE TRIGOPOR

D. SIMON DE ROTAS CLEMENTE

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El vario hábito o faz de las distintas castas de trigo; su di­verso modo de comportarse, según los climas y terrenos;

1la discrepancia enorme que, tanto en la calidad como en la cantidad, presentaban sus productos; y en una palabra, el desigual mérito rural y económico de unas respecto de otras y con relación a la manera de tratarlas, debió hacer sentir a los cultivadores y a los sabios, desde la remotísima época en que se las sacó del estado salvaje, la necesidad de distinguir­las a todas, no sólo con nombres más o menos significativos, expuestos siempre a encontrarse vagos un día, a entenderse mal y a adulterarse, sino por propiedades constantes y bien determinadas, por señales fijas perceptibles a los simples sen­tidos, y fáciles de comparar por cualquiera, una vez investi­gadas.

fPero el empeño de marcar y de enunciar netamente, entre

la multitud de cualidades sensibles que ostenta un vegetal* las que componen su particular fisonomía, o influyendo ape­nas en ésta, lo diferencian perpetuamente de los conocidos, y aun de todos los posibles, se halló mucho más arduo de lo que pudiera creerse a primera vista. Aun no se había venci­do un obstáculo, cuando renacían otros, como las cabezas de la hidra, a cuyo aspecto sucumbían desalentados el natura­lista y el agrónomo. Así es que, en la larga serie de escritos geopónicos y botánicos anteriores al siglo xvin, desde Hipó­crates o Teofrasto hasta Morison y Tournefort, sólo tal cual xez, y asistidos de la fe tradicional y las estampas, acertamos a reconocer con precisión las razas de trigo de que hablaron,

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y aplicarles con seguridad las noticias y doctrinas que acer ■ ca de ellas vierten, siendo puro desorden, tinieblas densas y trabajo inútil cuanto nos dejaron consignado sóbrelas demás. iCuán superior es a todo este fárrago el sencillo resultado de los conatos de Linneo, reducido, en su Species plantarum, a una página! Descubierto por este confidente predilecto de la Naturaleza, el hilo de Ariadna, ya no restaba más que asirse de él y seguirlo fielmente, para internarse en sus retretes ig­norados. Pero soñó el vulgo botánico que muy poco o nada se había escapado a los escrutinios del sagaz Linneo en el de­partamento de las cereales; y sólo uno u otro llegó a sospe-

%char de gratuito tan pernicioso delirio.

Los españoles, aunque más abastecidos que nadie de ar­mas nacionales con que combatir la preocupación recibida, descansábamos sobre ella vergonzosamente; y si algunos ra-. tos nos engolfábamos en los campos donde veíamos ondear las mieses, no era porque pensásemos tener nada que inda­gar en las espigas, sino para embebecernos horas y días en­teros, disecando minuciosamente las malas hierbas que el la­brador abomina con razón. Los encantos de Ceres llegaron, sin embargo, a ser bastante poderosos para herir con viveza nuestra atención indignamente distraída, y reparamos, por fin, en julio de 1801, D. Mariano Lagasca, D. Donato García y yo, que no todos los trigos de la mezquina campiña de Ma­drid habían sido clasificados por el ilustre sueco.

Comisionado yo, dos años después, a recorrer las cordi­lleras de Granada, tropecé a las primeras excursiones con una variedad de frumenticias cual jamás hubiera osado ima­ginar, y me apresuré a recoger muestras e instrucciones, formando de este modo la primera colección digna de llamar­se tal que conste haberse hecho en la Península, y aun diría en todo el globo, si no fuera por la de Tesier, hecha poco an­tes en París, menos numerosa con mucho, y menos intere­sante, sin controversia, que la granadina. Me esforcé por aumentarla, valiéndome de mis corresponsales de las provin­cias, y habiéndola participado a D. Esteban Boutelou, que le

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agregó unas seis castas más, dispusimos, en 1806 y 1807, dos siembras ordenadas, en el Real Jardín Botánico de la Corte y en los del sitio de Aranjuez. Los resultados de las últimas se publicaron por D. Esteban en el tomo XXII del Semanario dirigido a los párrocos. Las siembras de Madrid, menos afortunadas, los dieron por entonces muy poco cumplidos. Mi inmediata vuelta a Andalucía me proporcionó entablar allí otras dos, aun más ricas de castas, que las convulsiones políticas impidieron acabase de estudiar. Pero la misma ne­cesidad de vagar de provincia en provincia, que la invasión nos impuso a mí, y principalmente a Lagasca, nos procuró ocasiones de enriquecer la proyectada C e r e s H is p á n ic a , ya entonces opulenta, con nuevas castas y con nuevas luces. Así hemos logrado, reunidos otra vez en el Jardín Botánico de la capital, y puesto Lagasca al frente de él, avanzar nuestra antigua y favorita empresa, sin estorbos ni azares, auxilián­donos generosamente con notas y remesas, no sólo de Espa­ña, sino de toda Europa, del Asia, Africa y América, los co­rresponsales del establecimiento, y singularísimamente don Antonio Sandalio Arias, quien, tomando por su cuenta el cul­tivo, y decidido en favor de ella con el más noble y desinte­resado entusiasmo, ninguna diligencia ha omitido por activar su conclusión. Este deseado momento se halla ya tan cerca, que no dudamos anunciar al público nuestras esperanzas de darle impresa la Ceres española en todo el año próximo.

Entretanto, contemplamos muy oportuno aprovechar la coyuntura de la edición del Herrera, para anticiparle un ex­tracto de sólo las observaciones generales hechas hasta el día sobre los trigos, resumiéndonos lo posible, para no salimos demasiado de los límites de una adición.

SECCION PRIMERA

Empezaremos por las siete especies, de cascabillo o vasi­llo ternilloso, que retienen tenazmente el grano dentro de él, despidiéndolo en la era, vestido todavía, y aun agarrado a

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los trozos de su quebradiza raquis o raspa. Ninguna de ellas puede competir con la más mísera de las 11 que en seguida describiremos, en la pompa de su vegetación y porte exterior, ni en la cantidad de esquilmo líquido. Todas siete tienen la hoja y espiga estrechas, ensanchándose aquélla cuando más una pulgada, y ésta ocho líneas, sin alcanzar ni a cuatro otras veces. Todas tienen la paja bronca y despreciable, y un semblante rudo y montaraz, el cual, junto con las demás imperfecciones insinuadas, ha prestado margen para que se las regatee injustamente el nombre y consideración de trigos.

Pero de este menosprecio con qué las gratifican de consu­no los desdeñosos moradores de las vegas, las vindica, hasta cierto punto, la preferencia que generalmente gozan en las sierras, y señaladamente en las graníticas o de roca berro­queña, y en las de pizarra, tan rebeldes a los cultivos ordi­narios. Ninguna tolera, en efecto, mejor que ellas el destem­ple, vientos, frío y vicisitudes atmosféricas de las grandes alturas, ni la humedad, el calor y las sequedades prolonga­das. Vegetan meses enteros debajo la nieve tan bien como el centeno, y jamás se hielan ni enferman. Ninguna se aviene como ellas con un terreno de menos miga, menos cargado de jugos y menos laboreado. Ninguna se acomoda mejor a los muy arcillosos o apelmazados, ni los empobrece menos, sin que por eso se nieguen a pagar los desvelos del colono, a no aguachinarse, con granos nutridos, si bien nunca abultados, inaccesibles a los insectos mientras se les conserva el abrigo de sus tenaces envolturas y preñados de una harina blanquí­sima, ligera, ansiosa de agua, superior, cuando se la purga perfectamente del salvado en que siempre abunda, a la de los más célebres candeales.

1.a La más humilde y, sin embargo, la más vivaz, más paciente y más usual de las siete, es la pe q u e ñ a e s c a ñ a o e s ­c a ñ a menor la m piñ a (Trit. monococcum Lin.), llamada espel- ta común en Cataluña, esprilla y escalla en el partido de Jaca, y en el de Barbastro, carraón. Su espiga, como en las tres que le siguen, es aristada v opuestamente comprimida,

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pero más tableada y más estrecha. Bastaría, además, para no equivocarla con ninguna de ellas, atender a su falta abso­luta de vello y a los cascabillos o glumas exteriores termina­dos con los dientecitos desiguales, rectos, y que envuelven una semilla, o a lo más dos, lateralmente aplastadas.

Su grano suele reemplazar al de cebada para manteni­miento de los animales y en la fabricación de la cerveza. Da buena sémola, harina excelente para puches y fideos, y un pan muy blanco, sabroso y digestible, pero no muy nutritivo, que necesita comerse de cosecha reciente, empleando en su elaboración mayor cantidad de levadura, agua más caliente y más fuerza de puños que para el común, con la precaución de no dejarlo fermentar ni permanecer en el horno demasia­do tiempo. La dificultad de despojarlo de las cáscaras o cami­sillas hace que lo muelan con ellas ordinariamente, destinán­dolo a engordar cerdos y caballerías. Su paja, dura y áspera, es poco apetecida de las bestias, y aunque hueca y delgadísi­ma, se reduce muy lentamente a estiércol. Pero en Ferrán, del corregimiento de Cerbera, labran con el entrenudo o ca­ñuto superior de ella cajitas, cofrecitos, cestillas y otros uten­silios primorosos.

Se cultiva en todas las provincias de España, en lo más estéril de la Suiza, y aun en toda Europa; en algunos pueblos, sólo para forraje; en otros, como Jaca, mezclada con el cha­morro, con el candeal y con la avena, mayormente en los si­tios húmedos, donde, según aseguran, es muy beneficiosa su compañía a estos cereales, lejos de perjudicarles.

2.a L a pe q u e ñ a e s c a ñ a v e l l o s a (Trit. Horneman N. (1), Tr. monococcum o monococcum pubescens de otros), más co­mún al parecer que la lampiña en los Estados del Norte, se encuentra confundida con ésta en otras partes, no distin­guiéndose notablemente de ella sino por el vello queacubre su .espiga.

3.a L a e sc a ñ a m e l l iz a o d e dos c a r r e r a s (Trit. Cienfue-

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(1) N .-C lem en te .i

2

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gos N.) (1), conocida en Navarra por escandía y por espelta bassona en Cataluña, difiere de la lampiña chica por sus es­pigas, mucho mayores y menos apretadas, por contener siem­pre en cada espiguilla parcial dos granos rollizos y no aplas­tados; por los dientes que terminan las glumas, un poco en- corvaditos, como uña de pájaro, y a veces solitarios; en fin, por su porte más medrado en todo, más lucido y noble, digá­moslo así, o menos salvaje, y por otra multitud de señas que no permiten confundirlas en ningún estado ni circunstancias. No discrepa menos, según veremos pronto, de la escanda grande sin pelo, con la cual se empeñan también en confun­dirla algunos, contándose entre ellos, si mucho no me enga­ño, al célebre Horneman, que nos asegura haberla observado con espigas ramosas o racimales.

Tiene dos variedades muy marcadas, por la dirección de las espigas, que son en la una arqueadas o cabizbajas, rectas y derechas en la otra. Hacen entrambas un pan delicioso, y más y mejor paja que las dos escañas enanas, sin ser tardías. Se cultivan, mixturadas con las dos mayores, en Asturias y algunas regiones extranjeras, siendo de doler que no las siembren aparte, según lo ejecutan en los montes de Prats de Llusanés y de Navarra.

4.a E sc a ñ a m a z o r r a l (Trit. Bauhini N.) (2). Se distingue de las que la anteceden por su densa espiga, cubierta de un vellito suave como seda, y por los vasillos o ventallas exte­riores, truncadas y sin dientes. Incluye cada espiguilla dos o tres simientes hinchadas, y su raspa iguala en lo frágil a la de las escañas pequeñas.

Entendemos que se cosecha en la provincia de Burgos.5.a E sca n d a la m piñ a o e s c a ñ a g r a n d e o m a y o r , sin pe l o

(Trit. spelta Lin.). Para no confundir esta especie con nin­guna de las que guardan obstinadamente el grano dentro de las coberturas o camisillas, basta observar la compresión de

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(1) N.—Lagasca.(2) N .— Lagasca.

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sus espigas lampiñas, laxas y barbadas, que es en sentido inverso de las antecedentes. Pero se diferencia también de éstas por las estrías de su cáliz o ventallas exteriores, las cuales encierran tres granos, o por lo menos dos, y rematan en una fuerte truncadura o cercén, con su rejoncillo recto y cortísimo a un lado del ápice.

Han dicho de la escanda varios autores, que al cabo de dos años se convertía en trigo común, especialmente multi­plicándola con la semilla desnuda. Pero la experiencia y el cotejo de los individuos domésticos europeos con los silves­tres que Michaux trajo de la Persia desmienten tan volunta­ria aserción.

Se coge en Asturias, en Alemania, Suiza, el Delfinado y otros países montañosos. Se la esquella o limpia de la cásca­ra en unos molinos construidos al propósito, como los de la cebada perlada y la avena mondada, antes de conducirla a los comunes harineros. Los antiguos la estimaban sobre todos los cereales. Los modernos le conceden unánimes el primado de las de su sección.

6 .a E sc a n d a v e l l o s a o e s c a ñ a m a y o r , p e l u d a (Trit. Fors- kal N.) (1). Apenas discrepa de la anterior, con la cual se cría, sino por su espiga poblada de vello, blanca en unas va­riedades y negro-azulada en otras.

7 .a E sc a n d a m ocha (Trit. Arias N. (2), Tr. Spelta muti- cnm de otros). Desdice únicamente de la lampiña, a la cual suele acompañar, por lo escaso y corto de sus aristas; siendo respecto de ella lo que el trigo chamorro respecto del can­deal. Varía con espigas blancas y rubias.

SECCION SEGUNDA

Las once especies de cálices coriáceos, que sueltan en la era el grano desnudo o mondo, desprendiéndose fácilmente

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(1) N. — Clemente.(2) Ñ .—Clemente.

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de su flexible raspa, discordan tanto entre sí por los caracte­res botánicos y agronómicos, según vamos a ver, que no puede menos de extrañarse la pertinacia de algunos natura­listas en embrollarlas, sólo porque no lograron explorarlas en su suelo natal.

8 .a C h a m o r r o c o m ú n , l a m p iñ o o l e g ít im o (Trit. hibernum Lin.). Pelado, pelón, mocho, mochón, toseta, tosella, tosa, candeal chamorro y trigo o candeal desraspado, sin barbas o sin rast>a. Su espiga lampiña, paralelamente comprimida y chamorra, o sea casi sin aristas, le imprime un porte deci­dido entre las de su sección. Pero bastaría para segregado de todos la joroba que resalta en sus glumas exteriores cerca de la base, los pliegues sutiles que la causan, encogiéndolas contra ésta, y el nervio saliente que las señala de arriba abajo, rematando en un rejoncillo muy corto y romo, que sienta sobre la extremidad truncada. Su grano es siempre blando y de piel delgada, o sea de poco salvado, y más o menos blanco y harinoso interiormente, aunque por fuera suele ser melado o doradito, y rara vez rojo; está sujeto a ponerse berrendo, bragado o remendado.

Si los chamorros aparecen como una raza ruin y desaira­da, al lado de casi todos los trigos que aun nos restan, por su poca altura, la estrechez de su hoja, lo delgado y claro de su espiga pelona, y, en suma, por su traza nada fastuosa y su menor rendimiento en grano y en harina, no por eso hemos de negarles la elegancia de las formas en todos los órganos de la fructificación, y muchas ventajas económicas que com­pensan abundantemente sus defectos. Por de contado ence- pan mejor o matean, o ahijan más. Aunque nada menos que insensibles al regalo de un regadío substancioso, están lejos de apostárselas en él con los fanfarrones. Pero tampoco bur­lan los afanes del cultivador en los terruños fríos, montuo­sos, ligeros y sequerones, ni en los sombríos y excesivamen­te húmedos, que éstos no aguantan, ni están tan expuestos a tenderse y a otras contingencias del mal tiempo, ni a las en­fermedades del tizón, añublo y roya, gracias a la tersura y lo

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calvo de su espiga, que no presta tanto asidero a las gotillas del rocío y la lluvia.

La conformación plana de las espiguillas y la feble opo­sición de los cálices al esfuerzo que hacen los granos según van engruesando, nacida de su angostamiento y de su débil adherencia a la raspa, son causa de que todas las partes de aquéllas se abran o diverjan, de que el grano asome al fin por entre las ventallas, de que lo vacíen en el haza y en el cami­no de la era, si la recolección se retarda, y de que las espi­guillas mismas se desunan de la raspa con facilidad. De ahí la urgencia de acelerar la siega, tan funesta al cosechero cuando escasean los brazos, siempre incómoda y dispendiosa, pero balanceada en parte por la prontitud consiguiente con que se dejan luego desgranar los chamorros bajo el trillo, el látigo o el mallo.

Su pan, aunque no tan correoso ni tan alimenticio, ni de tanto sabor y suavidad al paladar, ni capaz de mantenerse tierno muchos días, como el de las dos especies poco ha indi­cadas, se antepone a cualquier otro en casi todo el mundo, por su blancura incomparable, su esponjosidad y fácil diges­tión, y ha sido siempre el escogido para pastas fritas y de horno, y para consagrar en los altares.

Los ratones, los pájaros, el gorgojo y la polilla anidan en su grano y lo roen o pican con preferencia, aun dentro de la espiga, sin duda por hallarlo menos duro y más indefenso, siendo tan quiméricas en esta especie como en la siguiente el grueso y la multiplicidad de las camisas con que a Herrera se le antojó abrigarlo. Por las mismas causas debe ser tam­bién de menos guarda, aun prescindiendo de los enemigos animados, que el de los trigos duros, recios o fuertes, tan co- naturalizados en nuestras provincias meridionales, ni podrá alegarse acaso otra razón plausible de que fuese antiguamen­te mucho más extenso en ellas que en las del centro ni del norte el uso de los silos.

A pesar de los apellidos de invernizo y otoñal con que se ha designado generalmente a esta especie en todas las eda-

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des, no faltan distritos, como el de Madrid, que la adoptaron también desde tiempo inmemorial para tremesina, sembrán­dola en primavera. Ni habrá quien se persuada, a vista de las cualidades anunciadas, que para este efecto pueda sustituir­la dignamente otra alguna, fuera de los candeales, que toda­vía la aventajan.

Los chamorros se cultivan poco o mucho en toda España, con los nombres dt piche, cañivano, tremesino, blanco y blan­do, además de los apuntados al principio como más exactos. Hace unos cinco años que se les eligió cuerdamente para des­alojar al centeno de las lomas de Sierra Nevada. Son tan ra­ros en el sur como comunísimos en ambas Castillas y en algunas comarcas del norte, donde se comparten con los can­deales casi todo el terreno de sembradura. Ya se deja enten­der que el celebrado pan de Madrid y de Castilla se elabora con los dos, y particularmente con el chamorro, sin que al de ningún otro grano se haya acordado jamás el renombre de pan candeal, que es para los españoles el pan fino o pan por excelencia.

Aun es más exclusivo el cultivo de dichas dos especies en el resto de Europa, y singularmente en el norte, donde ape­nas se conocen otras, rehusándose su ingrato clima a la crian­za de las delicadas cuanto feraces castas fanfarronas. La Flandes y los departamentos septentrionales de Francia, que son los mejores para trigo en este reino, prefieren los chamo­rros al candeal mismo, por los motivos que se expondrán al hablar de él.

Los que, no contentos con suponer a todos o casi todos los trigos cultivados procedentes de un solo tipo natural, se atre­ven a señalarlo, dispensando tan alto honor al vil egílope o rompesacos, deberán colocar al chamorro en el segundo o tercer lugar de su soñada genealogía, que despreciamos de­masiado para detenernos a refutarla, sin embargo de que pu­dieran intentar sostenerla el capricho y la irreflexión, apo. yándose en nuestra ignorancia sobre la patria de esta especie.

Su simplicidad misma da lugar a pocas variedades poco

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- 23 -pronunciadas, no de las más importantes en el concepto de tales ni de las más fijas, y difíciles, por lo tanto, de caracteri­zar sólidamente. Las hay, no obstante, de caña más o menos hueca, y aun totalmente llena o sólida, de espiga blanca, jas­peada y rubia, más o menos larga y gruesa, de semilla rubia, más o menos blanca y blanda, distintamente configurada, y, finalmente, de espiguillas más o menos aproximadas, mere­ciendo por esta circunstancia particular mención y aprecio el chamorro apretado, cuyas espigas, miradas superficialmente, se creerían de diversa especie, por lo densas que se presen­tan constantemente.

9 .a C h a m o rro v e l l o s o (Tr. Koeleri N.) (1), Tr. sai. hyb. sardiniqum Koel., pilosum de otros). Esta especie, venida de los jardines botánicos del norte y de París, que fructifica actualmente en el de Madrid por primera vez, se diferencia del chamorro común, no sólo por los pelitos abundantes que cobijan su espiga, sino por las aristas, todavía más cortas, que casi nunca tienen más de cuatro o cinco líneas, y, sobre todo, por los rejoncillos calicinos puntiagudos, desiguales, y más largos, pasando siempre los inferiores de una línea cuando apenas llegan jamás a media los del chamorro lampi­ño, y excediendo a veces los superiores a la longitud de dos líneas. Compite, por su bella apariencia, su buen rendir y el bulto de su dorado grano, con las mejores variedades de la anterior y del candeal velloso, entre las cuales forma como el paso o intermedio natural. Ni dudamos que, en cuanto a sus demás calidades agrarias y económicas, participará tam­bién de entrambas especies. Por lo que hasta ahora hemos lo­grado averiguar, es una de las castas comunes de la Sicilia, tan famosa por sus cosechas de trigo y de las más estimadas de los labradores en Suecia y Normandía.

10. C a n d e a l la m piñ o (Tr. aestivum Lin.). Tremesino, tre- mesón, tremesí, tremés. Hembrilla, en la Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña alta; jeja, guija y xeij a, en Cataluña,

(1) N .—Clemente.

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Aragón, Valencia y pueblos limítrofes; jejar, en Murcia; pe­rillán, barbilla, piche, pichón y de mella o emella, en Extre­madura y las Andalucías. Difiere del chamorro común por las aristas desparramadas que erizan las espigas, implantán­dose, no solamente en el ápice de las ventallas interiores o de los fiósculos, sino también en el de los cálices, es decir, en el punto mismo que dijimos ocupaba el rejoncillo del chamorro.

Por no reparar en estas diferencias, o no saber valuarlas, han hermanado bajo una especie botánica ciertos sistemáti­cos a los candeales y chamorros, fundándose en experien­cias propias y ajenas de transformarse los unos en los otros con sólo perder las aristas, y al revés. Nosotros jamás hemos conseguido de nuestros innumerables experimentos unas aberraciones tan extrañas, ni esperamos ya ver nunca nacer de un verdadero candeal otro sin aristas, o a un chamorro le­gítimo procrear hijos barbados. Pero supuesta por un momen­to esta metamorfosis, casi tan increíble como la del trigo en cebada o centeno, y la del mismo y la avena en ballico, aun no admitiríamos como demostrada la identidad primitiva de las dos razas en cuestión, mientras no se nos hiciese palpar que la pretendida pérdida de las aristas en los fiósculos de los candeales iba acompañada de un decrecimiento tal en las de sus cálices, que llegasen a igualarse con el cortísimo rejonci­llo característico de los chamorros, y viceversa. Semejante extravagancia de presentarse, ya con aristas, ya sin ellas, es peculiar de los redondillos, sin que transcienda en ellos jamás a sus inmutables rejones, que tanto se asimilan a los de la genuina especie chamorra. La afinidad de ésta con los redon­dillos habrá ocasionado la equivocación que acabamos de re­batir, acaso con demasiada seriedad, en obsequio de Du-Ha- mel y otros ínclitos agrónomos, que la habían acreditado para mengua de la labranza y de la ciencia.

El error eminentemente grosero de Columela, Plinio y otros escritores de diferentes épocas, que miran a los can­deales como degeneraciones de las castas más valientes, se desvanece completamente por sí mismo a la luz que arroja el

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más mínimo cotejo entre sus facciones o rasgos fisionómicos. Experimentarían, sin duda, aquellos sabios, u oirían a los prácticos, que los trigos de espiga cerrada o compacta co­rrían grave peligro, si se criaban con miseria, de jejear o barbillear, es decir, de descaecer en su fructificación, hasta el punto de aflojarse las espiguillas o quedar más distantes que solían unas de otras, dejando descubierta parte de la raspa que antes ocultaban enteramente cuando la casta estaba en la plenitud de su vigor. Pero nadie reflexionaba que, por el mismo hecho de ser accidental este fenómeno, ya no podía fundarse en él cálculo ninguno sobre las esencias específicas, y sin meterse en más indagaciones, se sentenció por meras apariencias que, pues toda suerte de trigo, si se le va aban­donando a la naturaleza, acaba por echar espigas flojas o ralas, como los candeales, todas lo eran en realidad; que sólo esta casta era obra de la creación, y descendientes de ella las demás, como hechuras del hombre logradas en el transcurso de los siglos por acasos felices, y a fuerza de esmeros, de combinaciones y de tentativas ingeniosas. La verdad es que el mayor número de las especies naturales, si no todas, tienen variedades de espiga clara y variedades de espiga apretada, más o menos fugaces unas y otras; que las primeras son tan raras en las especies fanfarronas como las segundas en el chamorro y el candeal; que en los redondillos son poco más o menos igualmente comunes las de espiga floja que las de tupida, y, últimamente, que no sirviendo este distintivo sino rarísima vez o nunca más que para determinar las varieda­des, deben buscarse los verdaderamente específicos, primiti­vos e indelebles en la contextura, forma, proporción y a veces en el número de las partes de la fructificación, y prin­cipalmente en el cáliz y en sus apéndices, según lo hemos intentado después de Linneo los autores de la Ceres, en cuyo tratado se desenvolverán muchas verdades inéditas que ahora pasamos por alto o sólo nos es permitido apuntar.

La flojedad de las espiguillas, o sea la divergencia de los fiósculos, nacida de su disposición en plano, y principal-

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mente del encogimiento y poca adhesión del cáliz, demasiado débil para contener el empuje natural de los granos, se hace aquí más sensible que en los chamorros, aunque realmente no sea mayor, por el desvío que produce en las aristas, recor­dándonos la greña de Medusa, y siendo suficiente por sí sola para distinguir un candeal de cualquier otro trigo. Este des­vío o desparramamiento de las aristas la expone a un roce casi continuo con las de las espigas vecinas, cuando el viento las mece a todas en el campo, y el enmarañamiento que resulta de unas con otras hace que se rompan las más, aunque muy rara vez por la base, y sea muy dificultoso adivinar después su primitiva longitud, nunca extremada. El mismo trunca­miento característico de los candeales, hecho ya nativo y como hereditario, se manifiesta desde antes que salgan a la luz en muchas variedades.

Siendo tan íntimo el parentesco botánico o semejanza fisiológica del candeal y chamorro, se hace presumible que sus calidades agronómicas y económicas sean también casi idénticas. Efectivamente: apenas se advierte entre ellas más diferencia que la de sustraerse el primero a la impresión del frío y a la sequedad algo menos bien, y la de rendir, por lo común, algo menos en fanegas, harina y paja. Las aristas contribuyen asimismo a que los candeales sufran más del añublo y otros accidentes meteorológicos, libertándolos, en cambio, algún tanto de los insectos, mientras el grano per­manece guarecido dentro de la espiga. Su ludimiento, aflo­jando las ventallas y conmoviendo el grano hasta derribarlo, acarrea una merma terribilísima a los cosecheros, especial­mente en las mieses tremesinas y países calientes y en los años secos, si bien este desfalco debe tener otra causa inde­pendiente de la expuesta en algunas castas que, como la común del campo de Barcelona, dejan en el rastrojo porción de semilla, aun segadas cerollas, o la muestra asomada por las ventallas, amenazando desampararlas por instantes es­pontáneamente mucho antes que maduren. Lo cierto es que, alarmados de él algunos pueblos de Aragón, llegaron a pro­

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hibir por fuero, según las indagaciones del Sr, D. Josef Es­piga, que se sembrasen los candeales.

Las denominaciones de trigo de primavera, de estío y de marzo o marzal, tan universalmente aplicadas a esta espe­cie en muchas lenguas y naciones, estriban claramente sobre la primacía que sabemos se le reconce para tremesina, o sea para las siembras tardías, sin que por eso deje de retribuir mucho más copioso y seguro esquilmo sembrado en otoño, mientras no haya que recelar de una humedad excesiva o de un hielo capaz de perjudicarle, cual suele sobrevenir en el Norte y parte de Francia, donde no siempre se resuelven a confiarlo al terreno antes de primavera, siendo muy de admi­rar, o más bien de descreer, que un recurso tan capital a todas luces como el cultivo tremesino se ignorase en este último reino, según testifican sus agrónomos, hasta que lo introdujo Luis XIV, pidiendo las castas de la Península a principios del siglo pasado, cuando ya era antiquísimo en el resto de Europa. No sería éste el primer ejemplar ni el postrero de buscar afuera lo que abunda en casa. Algunos pudiera refe­rir más lastimosos que se repiten todavía entre nosotros, sin divagar lejos de mi asunto. El de Luis el Grande pudo atraer a su pueblo inmensos bienes, si no plantificando un ramo des­conocido de labranza, perfeccionándolo con la adquisición de razas más apropiadas, cuales serían, y lo son aún, las de España, géneralmente hablando, comparativamente a las demás de Europa.

Hoy día creo poder asegurar que se dedica en ella a los candeales mayor superficie de tierra que a todos los demás trigos juntos. Sólo son menos comunes en Extremadura y en los reinos de Andalucía, de Valencia y Murcia, que los pos­ponen a sus rumbosas razas fanfarronas heredadas del Moro, confinándolos con el chamorro y el centeno, aun menos esti­mados en los rincones menos fértiles o más desabrigados. Así, la suposición atrevida que hace Tesier, de haberse intro­ducido en el Mediodía de Europa antes que los chamorros, y haber pasado éstos, por el contrario, desde el Norte al Medio-

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día, sólo será admisible en algún sentido no muy lato, que convendría nos hubiese descifrado.

En cuanto a nombres vulgares, añadiremos todavía a los deslindados antes el de candial, que oímos cada instante a los menos cultos, y los de temprano, tardano, valenciano, de prats, blancal, blanco, blando, royo, cañivano, remendina, carricasa, de riego, de monte, de la marina y de raspa, que quisiéramos se suprimiesen por equívocos o insigficantes.

Sus variedades pueden repartirse en dos divisiones: de espiga blanca y de espiga rubia o matizada, distinguiendo luego las comprendidas en cada una de ellas por las diferen­cias insinuadas ya en los chamorros y otras pocas que indu­cen las aristas. Las cañas y las hojas suministran asimismo algunas señas más que en éstos, hallándose entre las prime­ras muchas de nudos vellosos, y entre las segundas, de más de 14 líneas de ancho. Resulta de ahí más facilidad y firmeza en la clasificación de los linajes candeales que en la de los chamorros, y un número de ellos incomparablemente mayor. Así es que se cuentan ya hoy día tres por lo menos de espiga muy compacta (Tr. erinaceus Hora.), que dan excelente pan y paja; el uno llamado tremeson por los jaqueses, que suelen sembrar con la avena hasta entrado mayo en los parajes muy fríos del Pirineo su menudísimo grano; y los otros dos, de rejoncillos más cortos, que, a pesar de ser superiores al tremesón de Jaca, por su semilla medianamente abultada y de color melado sobre fondo blanco o rubio, yacen obscure­cidos y sin nombre alguno, subsistiendo como por casuali­dad, y a pesar del nombre, en mezcla con las castas valien­tes de Berja y de la baja Extremadura.

11. C a n d e a l v e l l o so (Tr. Horstianum N.), confundido en los libros y en los campos con la especie anterior, de la cual sólo discrepa esencialmente por el vello que tapiza los cálices, al menos en el ápice y margen exterior, y a veces también la porción descubierta de los fiósculos o florecitas inferiores.

Sus propiedades agronómicas y económicas sólo pueden

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discordar de las generales del candeal lampiño por lo que in­fluya la vellosidad. Así, será el velloso más atacado de las en­fermedades originadas por la detención de la humedad en la espiga, que sus pelitos favorecen, como la roya, el añublo, et­cétera, siendo éste el motivo muy probable de que su cultivo por separado haya cundido menos. En compensación podrá el vello defender un poco a las espigas de la polilla y otros bichos granívoros.

Por haberse propagado menos, será más reducido acaso el número de castas de candeal velloso que el de las lampiñas. Nosotros lo hemos encontrado menor, efectivamente, sin em­bargo de que el vello da lugar a algunas variedades, según es de largo, tupido, etc. Pero hemos descubierto también en­tre ellas dos de Valencia y Berja, de espiga muy corta y api­ñada, análogas a las ya mencionadas del candeal lampiño y del chamorro; y otra enviada de París, que podemos apelli­dar sin semejante, si conserva puro el lindísimo color azul que por ahora la singulariza.

12. R e d o n d il l o la m piñ o (Tr. Linnaeanum N.), llamado redonell en nuestro dialecto lemosín. Caracterízanlo par­ticularmente las ventallas de sus cálices, pequeñas, cortas, aovadas, ventrudas, lampiñas, sin joroba, pliegues ni enco­gimiento notable en la base, aguditas y terminadas en rejon­cillo corto, sin truncadura alguna; y últimamente, el filo es- trechito, que a manera de quilla corre desde la base hasta la punta por la espalda de cada ventalla, o sea en la línea que corresponde por defuera al fondo o canal de ésta, la cual di­jimos se señalaba en los chamorros y candeales por un ner­vio prominente.

Es privativa de los redondillos la facilidad con que hace saltar de cuajo sus aristas la frotación causada por los vien­tos, dejando con frecuencia muchas espigas tan perfectamen­te chamorras, que creyéndolas tales por su naturaleza los observadores, han llegado a tomarlas por especie diversa de las que, no siendo agitadas del aire, conservaban el total o parte de sus barbas.

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El nombre de redondillo, aunque recae bien sobre la for­ma de las ventallas y la general de la espiga, parece inven­tado para el grano, que casi siempre es corto, muy truncado, relleno, y en una palabra, muy redondito. El color del grano mismo es, por lo regular, más o menos dorado, a veces rojo, y nunca blanco, ni aun interiormente, salvo el accidente de bragarse, a que propende más que el de ninguna otra espe­cie. Otra de sus particularidades, aunque no absolutamente exclusiva ni extensiva a todas las castas, es el dibujito for­mado de sutilísimas arrugas que suele adornarle el lomo.

Se encuentran ya en los redondillos hojas de hasta diez y siete y más líneas de ancho, aunque no largas a proporción, no sólo lisas, más o menos ásperas, y también algo pelosas, sino tan tupidas de vello, que casi son sedosas, dando mar­gen para sospechar de especie primitiva las razas que lo lle­van; así como otro grupo de ellas, que se singulariza por su espiga cabizbaja o combada desde antes que rompa el zurrón. Se ven igualmente en esta especie cañas muy gruesas, espi­gas corpulentas, prismáticas y amontonadas; en fin, una ve­getación más pujante y fecunda que la de todas las antece­dentes, a las cuales no dudo deba preferirse en los terrazgos capaces de ministrarle humor suficiente, y no muy castiga­dos de las intemperies; pues aunque las sobrelleva, por lo or­dinario, mejor que las castas fanfarronas, es sin disputa más sensible al frío, a la sequedad y a la endeblez del suelo que ninguna de las anteriores, ocupando propiamente bajo todos respectos el medio entre unas y otras. Así lo vemos en la do­cilidad para desgranarse, en las medidas y peso del grano que producen casi todas sus variedades, en la cantidad pro­porcional de harina y en la calidad del pan, menos hojoso, árido y blanco que el de las descritas, y no tan substancioso, suave y correoso como el de las más que nos quedan por des­cribir. Resiste casi tan bien como el chamorro a la roya, el tizón y otros achaques.

Se cultiva principalmente en Navarra y Cataluña, donde acostumbran preferirlo para comerlo en grano, como equiva­

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lente del arroz, y en sémola y fideos; también en Aragón y Castilla la Vieja, con menos frecuencia en lo restante de la Península, y con mucha más en los demás reinos de Europa.

Los nombres de morisco, francés, pisano, arisnegro, blancal, rubión, cañivano, grosal, gordo, brancacho, de cou- re y otros con que suele el vulgo distinguir sus castas sólo serían tolerables cuando se usasen como adjetivos agregados al redondillo.

La diversidad de color que engalana sus espigas, ya blan­co, ya rojo, ya negro-azulado, según las variedades, poco nu­merosas, sin embargo, hace muy cómodo compartirlas en las tres divisiones de r e d o n d il l o s la m piñ o s b l a n q u il l o s , r e d o n ­d il l o s LAMPIÑOS ROJALES O ROJANOS, y REDONDILLOS LAMPIÑOSa z u l e jo s . A la primera pertenece el redonell de Vich, el or­denado extremeño, el que llaman absurdamente je ja blanca en Segorbe, un arisnegro de Titaguas en el mismo obispado, el navarrés de Fao, algunos llamados de conre en Cataluña, el blanquisco del mismo Principado, y el barqueño de Alcalá la Real, que hallamos también en Narbona con el nombre de ble blanc gros, digno por mil títulos de la atención del culti­vador y los fitógrafos. La segunda división, más rica de va­riedades, abraza, entre otras, el soberbio blancal de-Valenciao coll de rossí de Mallorca, el grosal de Monteagudo, algunos puros o rabiones, con espigas cabizbajas, de tierra de Segor­be; el miserable rubio de Madrid, que cuando vegeta de re­galo, echa debajo de cada espiga hasta otras catorce más pe­queñas, fascinando al cultivador y a los botánicos, que han mirado y miran todavía esta bella monstruosidad como per- petuable por semilla, y aun constitutiva de una verdadera especie natural, nominándola trigo ramoso, racimal, deS. I s i­dro, de Esmirna y del milagro (Trit. compositum Lin.), y úl­timamente, otro racimal más constante, aunque menos pom­poso y célebre, recibido de París y de Segorbe, donde se co­noce por morisco, y diverso del común por el viso negruzco de sus aristas, que contrasta agradablemente con el pardo claro del resto de la espiga. En la tercera se comprende uno

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muy bonito de Almería, y el hermoso cañivano de Berja, moro del río Almanzora y pintat de Mallorca, cuya espiga suele también arracimarse, ambos de hoja vellosa, como el arisnegro y falsa jeja de la división primera.

13. R e d o n d il lo V el l o so (Trit. turgidum Lin.).—Los des­criptores de plantas, desentendiéndose del vello que cubre la espiga de esta especie, o mejor diré, de la falta de él notada en la precedente, único carácter en que discordan, las han amalgamado, vendiéndonoslas por una misma cosa. No así los agricultores, que las manejan con separación, haciéndola también ordinariamente de sus variedades, pocas en la que ahora nos entretiene, y muy análogas por todas sus propie­dades a las del redondillo lampiño.

Se cría en los mismos países que éste, y nos proporciona la misma distribución de castas, por el color de las espigas, con igual inexactitud en sus nombres vulgares. Entre los r e d o n d il l o s v e l l o so s b la n q u ill o s se señala el recio blanco, de Navarra; el rübión blanco, de Segorbe, llamado en otros pueblos jeja de monte y arisnegro; otros varios arisnegros, como el que acaba de introducirse en las cercanías de Madrid con los nombres de trigo moruno y macho, memorables por sus hojas vellosas y espiga arqueada, y el blanquillo ramplu- do, de Bañares, o blanco, de Borja, tan afín a él, y que toda­vía se singulariza más por sus anomalías y la extravagancia de su basta facha. Entre los r e d o n d il l o s v e l l o s o s r o ja l e s , campean el blat rojal, de Vich, con la hoja también vellosa y la espiga corta; el recio rubio, de Navarra, uno, de espiga larga, muy semejante al blancal de Valencia, y otro, que la lleva comúnmente ramosa o compuesta, conocido en la Rioja con los nombres de trigo marroquí o de provisión; con el de trigo de Egipto, en Jaca; con el de sietespiguín, en Extre­madura; racimudo, en Corella, y moruno en otras partes, además de los citados para el racimal de la especie anterior, con el cual lo incorporan la plebe rústica y la literata, des- lumbradas por la analogía incontestable que entre ambos reina. De r e d o n d il l o s v e l l o so s a z u l e jo s , sólo poseemos una

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elegante variedad, remitida de Tolosa de Francia, con el nombre de blat de la sesia, y de Montpeller, con el de blat mitaden ofroumen negre.

14. F a n f a r r ó n l a m piñ o (Trig. Gaertnerianum N.)—Espi­gas largas, casi piramidales; ventallas del cáliz comprimidas, con quilla ancha terminada por un rejoncillo; semilla rolliza. He aquí más señales de las necesarias para distinguir de cualesquier otras esta especie magnífica, aglutinada, no obs­tante, por los más, ya a los candeales, ya a los redondillos. Sobraría para desviarla de ellos la compresión, o sea lo escu­rrido del cáliz, casi siempre mayor, de quilla más ancha y de rejón más largo. Tampoco tienen los últimos la tendencia a desembarazarse de sus largas aristas y a soltar el grano que los redondillos, ni éste la de berrendear tan a menudo, ni las espiguillas que lo encierran se arrancan con tan leve esfuer­zo. Su porte y todas las dimensiones son generalmente mayo­res y menos simétricas o regulares, y mayor su rendimiento en paja, en fanegas y en pan.

Pero exigen, para desplegar de lleno tan recomendables prendas, una atmósfera cálida, o templada al menos, una tie­rra de fondo y bien cuidada, riego, lluvias o rocío oportunos y pocos contratiempos. En vano se esperaría de ellos buena paga en los terrenos desagradecidos, donde todavía prospe­ran los redondillos, mucho menos en los que, impotentes por frío o esterilidad para criar a éstos, ni aun a los chamorros, sólo corresponden bien echándoles centeno o escañas.

Esta observación, la rareza de los fanfarrones lampiños más allá de los Pirineos, y aun de Sierra Morena para arriba, y su abundancia en el Levante, en la Costa de Africa y en las Andalucías, donde echan mano de ellos hasta para las siembras tremesinas, nos indican palpablemente su alcurnia oriental y los trámites por donde han arribado a nuestras playas. Pertenecen todos ellos a la clase trivial de trigos duros o recios, aunque lo son en muy desigual grado, según que el tinte del grano va realzándose, desde el dorado claro al rubio obscuro o de tea. En la misma razón que suben el

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color y dureza de la semilla, aumentan su lustre interior, su peso, el caudal de harina y la correa, lo apelmazado, lo mo­reno y substancioso del pan, con su disposición a mantenerse fresco. Cuando para sacar este producto se emplean las ra­zas de simiente dorada, solas o mezcladas al candeal o al cha­morro, se obtiene un punto o término medio, que, como en todas las cosas, es, sin controversia, el más apreciable, gene­ralmente hablando: un pan exquisito, en conclusión, como el famoso de Sevilla.

Para acercarnos a dominar algunas de sus muchísimas variedades, las dividiremos en tres principales grupos, dis­tinguiéndolos por epítetos expresivos del color de la espiga, según lo ensayamos con los redondillos, a saber: 1.°, b l a n ­q u il l o s ; 2 .°, r o ja l e s ; 3 .°, a z u l e jo s , m oratos o n e g r il l o s .

En el primer grupo, correspondiente al Tr. álbum de Gaertner, se celebran justísimamente el álaga o trigo mayor, de León y de la Rio ja; los blanquillos o blancos, de Andalucía baja y del Almanzora, con el rojal y el trujillo, de los parti-. dos de Baza y Guadix; el pomposo rubión, de los Vélez, tan singular por la forma de su ancha espiga, y, finalmente, algunos tremeses o tremesinos, de Sevilla.

En el grupo o división segunda reclaman conmemoración particular el trobat legítimo del reino de Valencia; el rojaly de Albacete; rubión rubio o trigo macho de otras partes; el verdaderamente fino del Provencio o piel de buey, y el mona­go o simiente nueva, de Mérida.

El gallardo grupo de los f a n f a r r o n e s la m piñ o s a zu l ejo s cuenta, entre otras ponderadas castas, t\ jijona, de la Man­cha y Murcia; algunos parecidísimos a éste, que se preconi­zan en Jaén con los sobrenombres de arisnegros y moratos; en Carmona, con el de negrillo; en Granada, con los de mo­rillo y azulejo, y en Valencia y el Condado de Niebla, con el de morisco; el claro, de Albacete; el raspinegro, de Sevilla, el de Albacete y Murcia, y el bascuñana, del reino de Grana­da, que se extiende por la costa del último, y forma tránsito a los rojales del segundo grupo.

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15. C h a pa d o o c h a p a d o la m piñ o (Tr. platistachyum N.).— Su espiga, opuestamente complanada, muy apretada, ancha, corta y enteramente lampiña, con las ventallas calicinas comprimidas y anchamente aquilladas, evidencia a un tiempo el parentesco de esta especie con la anterior, espe­cialmente con el rubión de los Vélez, y su diversidad, que opinamos por ahora originaria, no aventurándonos a fallar con un tono más decisivo, por no haberla examinado sino en Lucainena de Granada y en el Jardín Botánico de Madrid. El ancho de la base de la espiga iguala, cuando menos, a la mitad de su largo total. Su grano es gordo y de un dorado algo rubizo o encendido. Sus aristas se reparten a los lados, como en dos manojos. La variedad azul de Lucainena debe arrimarse infinito en sus propiedades económico rurales al cuchareta, con quien la siembran confundida aquellos natu­rales. Las dos variedades rojales, que, aunque distintas por la longitud de los rejones, confunden asimismo los valencia­nos bajo el nombre de chamorro, usado en Caudiel, y el de maceta, mucho más propio, adoptado en Onteniente, son acusadas de caprichosas, si se olvida renovarles la semilla, como a los melones, y ponerles en terreno fuerte.

16. C u c h a r e t a o c h a pa d o v e l l o s o (Tr. cochleare N.).— Sólo difiere específicamente de la anterior por la vellosidad de su espiga. Así es que muchos labradores la llaman indis­tintamente a ella y al chapado azul patiancho y patianchnelo.

El nombre que hemos escogido como menos equívoco le viene del cóncavo que suelen formar sus espigas, asimilado al de una cuchara, combándose por el plano en que la raspa está más (a veces del todo) visible.

Tiene dos variedades: una, dicha en Albox cascaruleta, de rejones cortos, análoga a la azuleja del chapado, y otra, con los superiores de una a tres pulgadas. La primera se cultiva con poca estimación en el río Almanzora. La segunda se beneficia en la sierra de Filabres y en tierra de Guadix, donde no dejan de apreciarla, aunque menos productiva que otras, por no ser tan propensa a revolcarse, merced a su

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gruesa y corta caña; por su resistencia a las heladas, la se­quía, la roya y el tizón y por la blancura de su pan. Ambas matean escasamente y dan una paja inferior.

17. M oro o moruno la m piñ o (Tr. Cevallos N.). —Espiga en­tre piramidal y rolliza, larguísima, enteramente lampiña. Ventallas del cáliz escurridas, con la quilla ancha y dos dien­tes en el ápice. Semilla muy larga.

Todo es grandioso, todo prolongado en esta orgullosa es­pecie, ensalzada por lo mismo en Jaén con los renombres de fanfarrón, de aumento y del milagro. Su caña llega a más de cinco y medio pies; sus espigas, a siete pulgadas, arqueándo­se frecuentísimamente; sus aristas pasan a veces de ocho, mi­diéndolas desde la punta de la espiga; su raspa, además de los pelitos largos que le orlan los bordes a modo de pestaña, lleva guarnecida cada articulación con un vellón de hasta dos líneas; su grano, que es de un dorado esclarecido, se acerca o alcanza a la mitad de una pulgada. Pero ninguna de sus par­tes es gruesa a proporción. Se diría al verlas que las habían estirado con violencia. Sólo los rejoncillos exceden alguna rara vez de dos líneas y media, sobresaliendo poco en muchas al otro diente que los acompaña. Tan señalados caracteres nos eximen de insistir más en su entidad específica y de parango­narla con el fanfarrón lampiño, aunque algunas de sus varie­dades azules le den, efectivamente, cierto aire o semejanza.

Se coge en Córdoba, con el nombre de trigo de Jerusalén, en Torrecampo, cerca de Jaén; en el Marquesado del Cenete y algunos pueblos más de Sierra Nevada. Sin embargo de acudir bien su grano a la medida, y hacer un pan agradable a la vista y al paladar, lo desestiman los panaderos inteligen­tes, por el desperdicio que padecen en su desproporcionada cantidad de salvado, dimanada de su forma y del extraordi­nario grosor de la corteza.

18. M oruno o moro v e l l o so (Tr. durum Dessf.).—La única diferencia importante que nos obliga a proponerlo como es­pecie primigéneamente diversa de la precedente es la vello­sidad de su espiga.

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Aunque bastante propagado en Berbería, rara vez lo ama­san los moros para pan, sabiendo por experiencia cuán escaso es de harina. Por esto, y porque en general no responden sus hechos a lo que promete su fachada gigantesca e imponente, jamás se ha multiplicado mucho por España, donde apenas se siembra actualmente, sino en Berja, Turrillas y Lucaine­na, con los nombres de moruno y siciliano, con el de francés, en Mojacar; con el de larguillo, en Jaén; con el de trigo del brusan, en Mallorca; del milagro, en Jumilla, y en tal cual otro cantón de Andalucía, más por curiosidad que por es­peculación, sin embargo de ahijar regularmente, criar mucha y buena paja, y soportar bastante bien el tiempo avieso, la roya y el tizón, con tal que disfrute un temperamento eleva­do o benigno siquiera.

19. F a n f a r r ó n v e l l o so o p r o p ia m e n t e d ic h o (Tr. fastuo- sum N.).—Lo que son las escañas mayor y enana, candeal, re­dondillo y moruno velludos, respecto de los lampiños y el cu­chareta al chapado, eso mismo es el fanfarrón velloso, relati­vamente al lampiño; es decir, que sólo difiere de él esencial­mente por la presencia del vello, tan abundante casi siempre, que es muy de extrañar no haya fijado la atención, y califi- cádose suficiente para constituir esta especie, en contrapo­sición de la anterior desde que se empezó a examinarlas, si es que efectivamente se detuvo a observarlas algún botánico antes que nosotros.

Hemos indicado ya, tratando de la especie undécima, la influencia que tiene el vello en las demás propiedades de un trigo. Esta conexión o transcendencia de caracteres y de cua­lidades la hallamos ahora poderosamente confirmada en el fanfarrón propiamente dicho, cuyas variedades son, sin con­tradicción, más delicadas o achaquientas que las del lampiño. Regalonas hasta lo sumo, son aun más exigentes que éstas en cuanto a temperatura atmosférica, bondad del terreno, labo­res, humedad y demás meteoros. Pero si es como costumbre en ellas fallar, a lo mejor, cuando el hombre o el cielo las descuidan, tampoco se citará otra alguna que agradezca tan

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cumplidamente los obsequios. Se las ve entonces competir con el moruno en la longitud de las espigas, de la semilla y de todos los órganos o miembros, y vencerle constantemente en el grueso o anchor de ellos, sustentar hasta seis carreras de granos, arrojarlos en el bancal, por no poder sujetarlos de puro gordos, y, últimamente, descabezarse, si no se siega algo verde, por el peso estupendo de la espiga. Los fanfarro­nes lampiños, a pesar de sus relevantes partidas, tienen que cederles el puesto y toda la gloria, ciñéndose a la de rivali- zarles desde las manchas de tierra menos pingüe o menos atendida que desdeña su lujoso antagonista.

Se deduce de este paralelo que las razas propiamente o por antonomasia fanfarronas han de ser entre cuantas exis­ten las más meridionales. Las opulentas llanuras del Africa y la Bética blasonan, en efecto, de su posesión, y se las nota ir escaseando gradualmente por Murcia, Extremadura, Va­lencia, Cataluña y Aragón; por la Italia y el mediodía de la Francia, al paso que nos levantamos sobre el nivel del mar o caminamos hacia el polo, hasta desaparecer del todo, y no ser conocidas, ni aun por noticias, en los departamentos septen­trionales de la misma Francia.

Su número, que verosímilmente aumentará todavía, como el de las fanfarronas lampiñas, con las importaciones dema­siado frecuentes de granos berberiscos y griegos, es ya en España tan crecido, que precisa a contraernos aquí a las más preciosas, distribuyéndolas, para mayor comodidad, en cua­tro grUpOS: 1.°, FANFARRONES BLANCONES O ARISBLANCOS, deespigas y aristas blancas; 2.°, a r is n e g r o s , a r is p r ie t o s o r a s - p in e g r o s , de espiga blanca y arista negra; 3.°, r u b io n e s , r u ­b ia l e s o t r e c h e l e s , de espiga bermeja y aristas negras; 4.°, a z u l e n c o s , de espigas negro-azuladas.

Del primer grupo sólo hemos visto una casta extremeña. La que llaman en Albacete trigo blanco, por no presentar otro viso sino en la parte inferior de las aristas, que es par­do-negruzca, forma el tránsito al segundo grupo. Entre las de éste son verdaderamente insignes los castros granadinos,

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un morisco de Valencia, los raspinegros, salmerones, alon- sos, Jiñanas o fiñanos negros, Jimias y cascalbos de los rei­nos de Jaén, Córdoba y Granada, el dorado de Lucainena y claro de Málaga, y el claro de raspa negra manchego, que algunos equivocan con el jijona. El grupo tercero de fanfa­rrones rubiones o trecheles rigurosamente dichos compren­de, además de otras variedades a cual más afamadas, el ro- yal o rochal de Jaén y Valencia, el ftñana rubio de Alcalá la Real, memorable por su resistencia al frío, el trechel de dife­rentes pueblos en Castilla la Nueva, los fontegís de tierra de Almería, y los rubiones valencianos, que denominan también moriscos y de la raspa negra. De los azulencos, o grupo cuarto y último, sólo han llegado a nuestras manos dos cas­tas notables: la bascuñana negra de los Vélez, cuya espiga blanquea a veces demasiado, y otro inominado del Jardín Real de París, cuyo color renegrido cubre toda la parte ma­nifiesta de las flores fértiles, y aun mancha casi siempre las repisitas de la raquis.

SECCION TERCERA

20. T r ig o d e p o l o n ia o po la c o (Tr. polonicum Lin.), lla­mado de Bona en las Baleares.

Esta especie nos suministra un ejemplo palmar de cuanto es capaz de delirar un falso espíritu sistemático exagerado hasta el extremo, cual, por desgracia de la agricultura y la botánica, agita a muchos profesores de ésta en nuestros días. Imbuidos en su capricho familiar de querer reducir a un tipo común las mismas plantas domesticadas, que reputarían muy diversas si las registrasen bravias en su país natal, atribu­yendo al modesto arte de la labranza sobre el sello que la Na­turaleza estampó en los seres una latitud de facultades, que nunca se arrogó, habían ya asociado varios de ellos bajo una sola frase específica, como descendientes de una sola raza primitiva todas las cultivadas de trigo, excepto el de Polonia y la pequeña escaña. Pero hubo de caerle, por fin, su turno al

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polaco. Se suscitaron primero escrúpulos ridículos sobre su rango de especie primordial, que nadie había atentado con­tradecirle, y se vino a parar últimamente en despojarlo de él, por el antojo de un célebre botánico dinamarqués, que, como si hubiera presidido a la creación vegetal, fulminó su extin­ción declarándole abiertamente derivado del mismo único tronco u origen que casi todos los demás. La iniquidad de esta sentencia fatal se hace tan patente a la simple inspección del objeto sobre que recae, como podrá juzgarlo cualquiera por los caracteres que vamos a presentar sin explanación al­guna; siendo suficientísimo por sí solo cada uno de los que se expresarán en letra bastardilla para no complicar jamás con ningún otro al trigo de Polonia.

Su espiga es vellosa y casi piramidal. Las glumas del cá­liz, foliáceas o de consistencia de hoja casi seca, es decir, membranosas, blandas, flexibles, comprimidas, entre oblon­gas y lanceoladas, rayadas a lo largo con cinco estrías, ro- más, con un rejoncillo cortísimo en la punta, con quilla muy angosta: la una de ellas de una pulgada poco más o menos, sobrepujando siempre a la florecita inmediata en tres o cua­tro líneas; la opuesta, siempre algo más corta que la flor ad­yacente, sin que por eso supere la anchura de una ni otra a dos y media líneas, ni aun cerca de la base. Semilla muy pa­recida a la del trigo moro, aunque no tan larga.

Citan los autores entre las variedades de esta especie una azul, otra racimal, otra de espigas chicas y otra chamorra. Nosotros sólo poseemos la común, que se cultiva en León, cuya blanca espiga, a veces algo inclinada, llega a cinco pul­gadas, con unas siete líneas de anchor por las dos caras o planos mayores, que son los de los cálices. Cada uno de éstos encubre cuatro flores y dos granos. La raspa, que nunca oculta las espiguillas, sino parcialmente cuando más, tiene rodeado cada diente o repisa de tres manojitos de pelos de una línea de largo, fuera de los que corren por sus orillas formando pestaña. Las aristas nunca se alargan sobre la es­piga más de tres pulgadas. Su caña la hemos visto de hasta

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cuatro pies y gruesa a proporción, con los nudos vellosos. Sus hojas, verde-amarillentas, algo ásperas, lampiñas, de hasta quince pulgadas, con menos de una de ancho, con las vainas lampiñas y pruinosas.

Es bastante sensible a la sequedad, y no tanto a la pobre­za del terreno. Se defiende mejor que otras del pico de los gorriones, de la frialdad y demás inclemencias de la estación. Aunque su grano abunda de harina, jamás se ha difundido por España, ni se siembra ya en las naciones extranjeras tan­to como antes, sin duda por ser poco fructífera, y su pan, tan vil como su paja.

Hemos arribado al término de este artículo, que acaso ta­chen de prolijo algunos menos instruidos o poco penetrados del interés y la extensión de la materia. Pero cuando lean en la Ceres Española, que ya no dejaremos de la mano hasta publicarla, la copia de castas frumentáceas, de datos inédi­tos, de experimentos y de observaciones importantes, de no­ticias curiosas, de pormenores y de erudición crítica que he­mos logrado reunir, lejos de culpársenos por haber traspasa­do los límites que el oficio de adicionador nos prescribe ahora, esperamos reconozcan todos cuánto ha debido costar a nues­tro entendimiento, y aun a nuestro amor propio, irse repri­miendo de continuo, a riesgo de hacerse ininteligible, por no dar una monografía en lugar de una idea general, un volu­men en vez de una adición.—Clemente.

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Só l o nos permitimos añadir, en notas, los nombres de los botáni­cos que introducían las formas nuevas (que en el original de la

obra de H errera aparecen con la modesta indicación de una N), al objeto de que sea más fácil la comprobación en su completo estudio.

Hemos respetado con la fidelidad indispensable, al propósito per­seguido, este interesantísimo extracto de la C e r e s H is p á n ic a , hecho por uno de sus autores, conservando hasta lo que naturalm ente pu­diera cambiarse, como la y en la palabra hierba, cual en aquella épo­ca se usaba; la denominación a las glumillas inferiores de los cerea­les de fiósculos, que hoy día sólo se aplica a una corola tubulosa como la de las Compuestas; la de cáli\ a las glumas, y otros detalles que el lector advertirá. Vemos confirmado también por Lagasca el uso de estos términos, cuando en la página 137 de la misma obra de H erre­ra dice, hablando de las avenas: «Cálices de dos ventallas agudas o puntiagudas, que encierran una espiguilla comúnmente de tres o más flores hermafroditas, cada una con dos ventallas o cascarillas, la exte­rior parecida a las del cáli\..., fllósculos lampiños».

En su tiempo se hablaba ya de la genealogía de los trigos, y de formas como de paso o intermedio natural de entre ellos. De igual modo se discurría ya (si bien Clemente lo negaba) de transformarse unas castas en otras, siendo para él tales metamorfosis increíbles en su finalidad, como la del trigo en cebada o centeno, y la de éste y la avena en ballico. Consideraba fundamentales las esencias verdadera­mente específicas, primitivas e ineludibles, muy distintas de las acciden­tales, que sólo sirven para fijar las variedades. Pero, por otra parte, se descubre, al querer establecer la diferencia específica de los tri­gos, la idea del pedigree extranjero, o genearca español, cuando dice especie primigéneamente diversa.

En el siguiente índice o cuadro de las 20 castas o especies que da a conocer, indicamos también el lugar de las obras citadas, para facili­ta r su estudio. A ese índice no añadimos todos los nombres vulgares que el mismo Clemente cita, porque, según indica, muchos no le pa­recen discretos, y todos ellos aconseja su empleo como adjetivo a las denominaciones particulares de los distintos grupos.

Como se ve, los comprende en tres Secciones, empezando por las Escañas, y siguiendo los propiamente Trigos. En la primera sección

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Cuadro sinonímico del extracto de la "Ceres Hispánica,,

de Clemente (b. Simón de Rojas)

1.a Sección.

1.0 T. monococcum L ..........J ^ S r a ^ k . ^ í s t s ) ' L 7 3 !!!!! i !!!! ! i] Escaña menor lampiña.T. monococcum L

2.° T. Hornemanni C íe . . . .< T. m. pubescens......................................................... Escaña menor vellosa.

3.° T. Cienfuegos L ag4.°5.°6.°7.°

x . m . puD escens................................................................. -Gen. y Sp. Nov. 6 ...................................................)

I

B a is e ^ F l^ gggran^ .............................................j Escaña melliza o de dos carreras. |T. Bauhini L ag . . . . . . . Gen. y Sp. Nov. 6 ................................................... ...Escaña mazorral.T. Spelta L ..................... Sp. Pl. 8 6 .................................................................. ..Escaña mayor lampiña.T. Forskalei C íe............ H errera A grie. (1818) I. 7 4 ................................... ..Escaña mayor vellosa.T. Arias C íe .................. H errera A grie. (1818) I. 74 ................................... ..Escaña mocha.

2.a Sección.

8.° T. hibernum L ............... vulgare VÍÍl! HistVpi.' Danph ÍÍ ‘ 153’. . ! ! ’.! ! j Chamorro lampiño. H errera Agrie. (1818) I. 96................................... 1

9.» T. Koeleri C íe............... £ ^ " e í ^ S u p l i . 5^ . .‘ i v A - ü o s o .( Sp. Pl. 85 ................................................................. )

10. T. aestivum L ................ i vu.l§'are V ilL . *; ‘ * -T> " Vu ’■£?** “ úi * t* Vqq' ’ i Candeal lampiño.( T. ermaceum, Host ex Kunth. Em. Pl. 1. 438..} */ H errera A grie. (1818) I. 77 ................................... j

11. T. Horstianum C íe. . . . ] T . vulgare V ill........................................................ > Candeal velloso.( Gen. y Sp. Nov. 6 ...................................................)

12. T. Linnaeanum L a g . . . j £ • S p .p i.' e'¿ u '. 'Í 2 ¿ : ! ! ! ! ! ! i i !¡ Redondül° lamP“ ° '

.1 i i

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TRedondillo velloso.

Fanfarrón lampiño.

i3. r . ( « r f ü M l ............. |iP'vSgfre'

¡Gen. y Sp. Nov. 6 ...................................................T. álbum G aertn. ex Sten. Nov. I. 850...........

T. vulgare V ill.........................................................)15. T. platistachyum C íe . . j ^ d u r u n f D ^ L .’ . * I ChaPado lam Piño

16. T. cochleare L a g .......... í T .^ u r a n Í D ^ '. t ’. Y 1! 1!.! 1 ! ! ! ! ’ ! ! ! ! . ! ! ! ! ‘.I ChaPado velloso-4 f-r *r-. ^ >» T C * — \ T ___* * / " ___ ' ~ ____~ V ______

17. 7". Cevallos L a g ............ Gen. y Sp. Nov. 6 (español)................................. Moro lampiño18. T. durum D e sf ...19. T. fastuosum L ag .

Fl. A tlant. I. 114..................................................... Moro velloso.Gen. y Sp. Nov. 6 ................................................... Fanfarrón velloso.

3.a Sección.20. T. polónicum L ............. Sp. P l. ed. II. 127 (cultivado)................................ Trigo de Polonia.

I

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comienza por las dos menores (lampiña y vellosa), y siguen dos in­termedias; a continuación las otras mayores (lampiña y vellosa), y termina con la mocha.

Respecto a los trigos propiamente tales, desde luego se advierte en el criterio que sirviera muy fundamentalmente para su ordenación al presentarlos, la ausencia o presencia de sus barbas, y de no menos valor, su vellosidad. Así, por ejemplo, los dos primeros son los chamo­rros (lampiño y velloso); siguen los candeales (lampiño y velloso); a ellos, los redondillos (lampiño y velloso); después los fanfarrones (lampiño y velloso); pero entre éstos, obedeciendo a los distintivos verdaderamente específicos e indelebles, coloca las otras dos parejas de chapados y morunos, también divididos en lampiños y vellosos. Total, seis parejas discretamente ordenadas, comenzando por las tres que encierran las primeras cuatro especies de Linneo (estivum, hibernum, compositum y turgidum, también por el mismo orden, confundidas ge- geralmente con la denominación de vulgare), y en las otras tres pare­jas, las más confusas de fanfarrones, chapados y morunos, que igual­mente comprenden los durum, y acaso los sativum. Por último, el de Polonia constituye sección aparte, razonando oportunamente los mo­tivos para ello.

Para hacer más comprensivo el cuadro, hemos separado de él las variedades que en algunos trigos introduce, pues sólo deseamos dar una primera impresión de su bien pensado plan. No ha de extrañar tampoco conservemos el criterio de su autor, dejando los conceptos de Casta y Especie como sinónimos, hecho que en nada aminora la comprensión de los mismos para los inmediatos sucesores de Linneo.

Lástim a grande no contemos con el trabajo completo de esta Ce­res (de la cual el mismo Lagasca dice en la página 116 de la citada obra de H errera: «de cuanto tenga relación con las plantas cereales, se hablará largamente en la Ceres Española'), que por la muestra de su interesante extracto, de tanto beneficio sería para los españoles. Tampoco conocemos el tomo XXII del Semanario de los párrocos, de D. Esteban Boutelou, abuelo de D. Claudio, a pesar de todas las ges­tiones que se han hecho para contar con un ejemplar; la Estación de Ensayo de Semillas agradecería mucho las noticias que sobre el par­ticular se le dieran.

El Director,J o sé H u r ta d o d e M e n d o z a .

L a Florida (Madrid), 16 de julio de 1919.

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CONTRIBUCION A LA «CERES HISPANICA»

Un a vez conocido el fundamental extracto que sobre las variedades frumenticias da el botánico Clemente en la

adición al capítulo VIII de la Agricultura general, de Herre­ra, publicada en 1818, vamos a exponer, de modo somero, las normas seguidas por este Centro en los estudios referentes a trigos, ajustadas en todo momento a los caracteres del aludi­do trabajo, que nos sirvieron para la formación del cuadro esquemático que más adelante copiamos, por si a otros, como a nosotros, facilita la clasificación de aquéllos.

Separa Clemente los trigos en tres secciones, compren­diendo la primera siete castas de raquis frágil. Hay, además de estas siete castas, otras trece de raquis flexible, debiendo hacer notar que entre las últimas se comprenden dos—los tri­gos llamados chapados (lampiños y vellosos)—que él mismo no parece estar bien seguro de poderlos considerar como ta­les especies, cuando más de una vez dice que divide los trigos en siete de raquis frágil y once de raquis flexible.

Las castas de raquis flexible aparecen divididas en dos grupos: el primero segundo de las tres secciones, de doce trigos dz gluma coriácea, y el tercero, con un solo trigo de gluma foliácea.

Las siete castas comprendidas en la primera sección pre­sentan la gluma ternillosa, reteniendo tenazmente el grano aun después de separado el conjunto de la espiga, a veces con trozos de su frágil y quebradizo raquis. La espiga es es­trecha, cuando más de 15 mm., y a veces no llega ni aun a

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- 48 -siete milímetros. Los granos son llenos, nutridos, si bien nun­ca abultados, y cubiertos en la madurez por las glumillas; la hoja es estrecha, cuando más de 23 mm. El aspecto de la plan­ta es rudo y montaraz. Su paja, bronca, dura y áspera.

Las especies de las secciones segunda y tercera, de gluma coriácea y foliácea, respectivamente, sueltan fácilmente su grano desnudo o mondo, desprendiéndose con la misma faci­lidad de su raquis flexible.

A continuación damos a conocer el cuadro esquemático utilizado por la Estación para sus trabajos, no sin advertir que dicho cuadro es provisional, significando sólo un avance de lo que podrá ser pasado algún tiempo, cuando las obser­vaciones y advertencias de los compañeros y personas aficio­nadas a estos estudios, y las que nosotros podamos hacer por cuenta propia, introduzcan aquellas variantes que den al mis­mo la fijeza y perfección que ambicionamos.

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Cuadró esquemático para la clasificación d? los Iñigos

Castas de Gluma Ternillosa.Con iios dientes desiguales y rectosIdem id.. .........................................Cón dos’ídem encorvados.................Truncadas y sin dientes ....................Con estría s . . . ........ ............ ...........Idem id..................... •............ ..................Sin a ris tas .. . . ...............................

Escaña menor lampiñaIdem id. vellosa........Idem melliza.............Idem m azorral. . . . . Idem mayor lampiña Idem id. vellosa.Idem m ocha..............

Castas de Gluma Coriácea.

• • i • • •

Con joroba'y rejoncillos muy cortos.. . .Sin ídem id. desiguales.......... . . . . ...........Con nervio medio; aristas sustituyendo a los

rejoncillos............................................. .......Idem id ........................... ........................... .Con iquilla estrecha ....................................Idem id. "más patente desde la base.........Idem id. a n ch a ........................................... .Comprimida y quilla ancha ...................... ,Idem id.......... *............... . ...............................Con quilla ancha; raquis con pestaña..........Con ídem id.; raquis con arista muy larga. Con aristas recias.....................................

Chamorro lampiño. Idem velloso............

Candeal lam piño.. . .Idem velloso.. . . . . . .Redondillo lampiño . Idem velloso Fanfarrón lam piño.. Chapado lampiño . . . Idem velloso.. . . . . . .Moro lampiño...........Idem velloso..............Fanfarrón velloso ...

Castas de Gluma Foliácea.Con estrías longitudinales; quilla estrecha; un

rejón-cortísimo............... . .......... .....................

T. monococcum L . T. ■Hornemann Cíe. T. Cienf uegos Lag. T. :BaUhini Lag.T. spelta L .T. Forskal Cíe.T. Arias Cíe.

T. hibernum L.T. Koeleri Cíe.

T. aestivum L.T. Horstianum Cíe.T. Linnaeanum Lag- T. turgidum '.L .T. Gaertnerianum Lag. T. plastichyum Cíe. fT. cochleare Lag.T . Gevallos.T. durum D est.T. fastuosujn Lag.

Polónico....................... .......... .-...¿I T. polÓ7iicum:h.

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Puede apreciarse en el cuadro anterior la correlación ae los caracteres de estas 20 especies.

A continuación añadimos otros, para completar su conoci­miento, habiendo tenido presente al describir algunas, ade­más de las características aportadas por el botánico Clemen­te, otras tomadas de las obras de Lázaro, Coste y Gillet. Com­plemento de este modesto trabajo será la descripción gráfica, minuciosa, de las particularidades relativas a los principales órganos de cada una de las especies reseñadas, labor ya em­prendida actualmente, y que esperamos pueda publicarse dentro de pocos meses en la Memoria de la Estación de ensa­yo de semillas de este año.

T r it íc u m m onococcum l^.— Escaña menor lam piña— Glu­mas iguales, ovaladas, aquilladas, truncadas, más cortas que las flores, y terminadas en dos dientecitos desiguales de tama­ño y rectos; contienen una semilla, pocas veces dos, lateral­mente aplastadas. Glumillas iguales, la inferior, de la flor fér­til, con arista larga y fina. Cariópside envuelto en las glumi­llas, ovalado-comprimido, de fractura vitrea. Espiga compri­mida, pequeña (cuatro a siete centímetros de largo por cuatro a siete milímetros de ancho), aristada, bastante tableada y es­trecha, compacta, brillante, derecha. Raquis articulado, frá­gil, cubierto enteramente por espiguillas oblongas. Espigui­llas compactas y regularmente imbricadas, en dos carreras, ovaladas, con tres flores, de las cuales, generalmente, una es fértil, aristada, y las otras dos, estériles, múticas. Caña de 40 a 80 cm., delgada, rígida, hueca, pubescente en los nudos. Especie propia de terrenos montañosos y pobres.

T r it íc u m H o r n e m a n n Cíe. — Escaña menor vellosa— Se distingue solamente del anterior por el vello que cubre su espiga.

T r it íc u m C ie n f u e g o s Lag.—Escaña melliza o de dos ca­rreras.— Gluma que termina por los dientes un poco encorva­dos, como uña de pájaro, y, a veces, solitarios. Espigas ma-

«yores que las anteriores, menos apretadas, siempre con dos granos, rollizos y no aplastados, en cada espiguilla. Presenta

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dos variedades: la de espiga arqueada o cabizbaja y la de es­piga recta o derecha.

T r it íc u m B a u h in i Lag .—Escaña mazorral.—Glumas trun* cadas y sin dientes. Espiga densa, cubierta de un vellito sua­ve, como seda. Cada espiguilla contiene dos o tres granos hinchados. Raquis frágil, como él de las escañas menores.

T r it íc u m s p e l t a L. — Escaña mayor lampiña. — Glumas iguales, duras, oblongas, convexas, con estrías aquilladas desde la base, rematando en ancha y fuerte truncadura, con su rejoncillo recto y cortísimo a un lado del ápice, igualmen­te bidentadas, más cortas que las flores, encerrando tres gra­nos, o, cuando menos, dos. Glumillas iguales, la inferior, mútica, o raramente provista de una fuerte arista. Cariópside envuelto en las glumelas, oblongo-triangular, de fractura vi­trea, agudo. Espigas de aspecto distinto a las anteriores, bar­badas y flojas, largas, delgadas, cuadradas, derechas y luego encorvadas. Raquis articulado, frágil. Espiguillas espaciadas, aovadas, con dos granos, múticas o aristadas. Caña elevada, derecha, maciza. Hojas planas, anchas. Especie conocida con el nombre de escanda o escaña. Poco cultivada, con preferen­cia en suelos pobres.

T r it íc u m f o r s k a l Cíe.—Escaña mayor 'vellosa.—Sólo se diferencia de la anterior por sus espigas, pobladas de vello. Las hay blancas y también azuladas.

T r it íc u m a r ia s Cíe.—Escaña mocha.—Se distingue de la anterior por sus aristas, escasas y cortas. Es, respecto a ella, lo que el chamorro al candeal. Hay espigas blancas y tam­bién rubias.

T r it íc u m h ib e r n u m L —Chamorro lampiño — Glumas co­riáceas, cortas, ventrudas, soltando el grano desnudo, que se desprende fácilmente del raquis flexible. Cada gluma pre­senta en su base una joroba, que se señala más por los lige­ros pliegues que van hacia ella; el nervio medio de la misma es algo saliente, rematando en un rejoncillo muy corto (el de las inferiores apenas llega a un milímetro) y romo, sentado sobre la extremidad truncada. Glumilla inferior corta, múti-

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ca o aristada. Espiga cuadrada, pequeña, lampiña, pelona o mocha, delgada y clara, achatada o paralelamente compri­mida, chamorra (calva, trasquilada) o casi sin aristas. Espi­guillas de forma plana, más o menos aproximadas o apreta­das por su forma y por la poca adherencia de las glumillas al grano; éste se desprende, como hemos dicho, con mucha facilidad. Raquis continuo. Cariópside blando, corto, ovoi­deo, desnudo, más o menos blanco y harinoso, de poco sal­vado; de piel delgada, melada o dorada y rara vez roja, a veces manchada. Caña fistulosa en toda su longitud, de 4 a 10 decímetros. Planta de poca altura y hoja estrecha. Ahija, en­cepa o matea mucho; poco expuesta a tenderse, y lo mismo al tizón, añublo y roya, por lo calva y tersa de su espiga. Este trigo, llamado ordinario, común o de invierno, es más invernizo u otoñal que tremesino o marzal. Hay variedades de caña más o menos hueca, y hasta totalmente llena o sóli­da. También de espigas blancas, jaspeadas y rubias; más o menos largas y gruesas y de granos rubios más o menos blancos y blandos, y distintamente configurados.

T r it íc u m k o e l e r i Cíe. (Tr. sat. hib. sardinicum Koel, pilosum de otros). Chamorro velloso.—Glumas con rejonci­llos puntiagudos, desiguales; los de las inferiores pasan de 2 milímetros casi siempre, y los de las superiores exce­den de 4 milímetros. Espiga con abundante bello. Aristas cortas, que no pasan de 8 ó 10 milímetros.

T r it íc u m e s t iv u m L. — Candeal lampiño. — Glumas cor­tas, ventrudas. Glumilla inferior corta, mútica o aristada. Aristas desparramadas erizan su espiga, implantadas lo mis­mo en las glumas que en las glumillas, sustituyendo entonces al rejoncillo de los chamorros. Espiga cuadrada, recta, floja o rala. Espiguillas cortas, más desgranables que los chamo­rros, por la disposición de las aristas. Cariópside corto, ovoi­deo, obtuso, de fractura opaca y harinosa. Caña fistulosa en toda su longitud. Sus variedades se reparten en dos tipos: los de espiga blanca y los de espiga rubia o matizada; dentro de éstos todavía se distinguen por tenerlas más o menos apreta-

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das, y lo mismo respecto a su grosor, en largas y cortas, y también en el color del grano, en la consistencia, en la vello­sidad de sus nudos y en la anchura de las hojas, que algunas llegan a 25 centímetros. A ellas pertenece el conocido por T. erinaceum Han., de espiga muy apretada. Se considera de superior calidad que el chamorro. De ambos, asegura La* gasea, página 118 de la Agricultura de Herrera, que «su pan es de más fácil digestión que el de los llamados recios».

T r it íc u m h o r s t ia n u m C1 z . —Candeal velloso. - Sólo se diferencia del anterior por el vello de su espiga, contribu­yendo esta particularidad a que sea más atacado por las en­fermedades criptogámicas. El vello existe, por lo menos, en el ápice y margen exterior de la gluma, y a veces en la por­ción descubierta de las glumillas. Hay variedades constitui­das únicamente por el carácter de presentarse su vello más o menos largo o tupido.

T r it íc u m l in n a e a n u m Lag .—Redondillo lam piño— Gluma pequeña, corta, aovada, ventruda, lampiña, sin joroba, plie­gues ni encogimiento notable en la base; agudita y terminada en rejoncillo corto, sin truncadura alguna, con una quilla es- trechita, señalada desde la base al ápice de su parte media; este filo estrecho no pasa en los chamorros y candeales de ser una nerviadura media. Sus aristas saltan de cuajo con facili­dad por el más pequeño roce, pareciéndose entonces a los chamorros. El nombre de redondillo conviene perfectamente a la espiga y a la gluma, pero más particularmente al carióp* side, que casi siempre es corto, muy truncado y relleno; su color es más o menos dorado, a veces rojo, casi nunca blan­co, ni aun interiormente, salvo el accidente de bragarse o de mancharse su cara interna. Hojas anchas, de 30 y más mili' metros, y en proporción, no tan largas; no son lisas ni más o menos ásperas o pelosas, sino tan tupidas de vello, que casi son sedosas. En algunas variedades, la espiga es cuadrada, aovada, ventruda y cabizbaja o combada; presentándose asi­mismo corpulenta, prismática y amontonada. Existen varie­dades con la caña muy gruesa. El porte de la vegetación es

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más pujante que en los chamorros y en los candeales. Los trigos redondillos lampiños ocupan el término medio entre los chamorros y candeales, por un lado, y los fanfarrones, por otro, respecto a soportar las intemperies, pues son más sensi­bles que estos últimos al frío, sequedad y hasta a la pobreza del suelo, y menos que los primeros. El color de su espiga da lugar a tres variedades: blanca, roja y negro-azulada.

T r it íc u m t u g id iu m L —Redondillo velloso.—Glumas cor­tas, casi iguales, ovales, ventrudas, muy aquilladas desde la base al ápice, trunco-mucronadas, más cortas que las flores. Glumillas casi iguales, con aristas fuertes; la inferior oval, siempre provista de una arista larga. Espiga gruesa, cuadra­da, apretada, cubierta de vello, siendo este último el carácter que la distingue de la anterior, pues también existen las tres variedades, blanca, roja y negra-azulada, que se presentan en aquélla. Espiguillas cortas, tan largas como anchas, larga­mente aristadas. Raquis no frágil, continuo. Cariópside libre, oval, hinchado-giboso, de fractura semiharinosa. Caña ele­vada, rígida, estriada, glabra, maciza, por lo menos en la par­te terminal. Hojas planas, anchas, poco rudas. En esta casta se fijaron los botánicos anteriores a Clemente, dando para ella los caracteres que se consignan para la lampiña; pero dicho botánico hizo que precediera a la vellosa, la que para aquéllos parecía sólo un caso particular. Una variedad de este trigo de espiga ramosa, por el desarrollo de algunas es­piguillas en su base, es el denominado T. compositum L., y, vulgarmente, de la abundancia, del Milagro, turco, etc.

T r it íc u m g a e r t n e r ia n u m Lag. — Fanfarrón lampiño.— Gluma comprimida, escurrida, con quilla ancha, terminada por un rejoncillo. Espiga larga, casi piramidal, arqueada. Comparado con los candeales y redondillos, la quilla de la gluma es más ancha, y el rejoncillo, más largo. No tiene la tendencia a desembarazarse de sus largas aristas ni a soltar el grano, como los redondillos, ni tampoco a berrendear tan a menudo, ni las espiguillas que lo encierran se arrancan tan fácilmente como aquéllos. Cariópside rollizo, duro y recio en

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desigual grado, según su tinte va realzándose desde el dora­do claro al rubio obscuro o de tea. En la misma relación de su color y dureza aumenta su lustre interior (vitreo), su peso, su riqueza en harina y correa, lo apelmazado, moreno, subs­tancioso y disposición a mantenerse fresco su pan. De porte y dimensiones mayores también, aunque menos simétricas o regulares, y mayor su rendimiento en paja, en fanegas y en pan. Más exigente de temperatura, suelo y riegos. Hay varie­dades, como en los anteriores: blanquillos, rojales y azulejos (moratos y negrillos); hasta se emplea como tremés. Predo­mina de Sierra Morena para abajo. De mucho salvado y poca harina.

T r it íc u m p l a s t is t a c h y u m C1 z .—Chapado lampiño — Cle­mente no establece su origen distinto del anterior con mucha seguridad, como ya dijimos. Glumas comprimidas y con ancha quilla. Espiga compacta, muy apretada; el ancho de su base iguala por lo menos a su largo total; es, por consiguien­te, corta y enteramente lampiña.

T r it íc u m c o c h l e a r e Lag —Chapado velloso.—Tan seme­jante es al anterior, del cual sólo se diferencia por lo velloso de su espiga, que hasta suele llamarse patiancho o cuchareta, aludiendo a lo cóncavo de su forma, combándose por el plano, en que el raquis es más visible. Distínguense hasta dos varie­dades: una, por sus cortos rejones, y otra, por tener los supe­riores de 20 a 70 mm.

T r it íc u m C e v a l l o s Lag .—Moro lam piño— Glumas escu­rridas, con la quilla ancha y dos dientes en el ápice. Carióp­side muy largo, con su corteza extraordinariamente gruesa y obscura. Espiga entre piramidal y rolliza, larguísima, de 10 a 15 cm., enteramente lampiña y muy floja, arqueada con frecuencia; sus aristas pasan de 0,18 m., medidas desde la punta de la espiga. El raquis se presenta con los bordes orla­dos de pelitos largos, a modo de pestañas, y cada articulación está guarnecida por un vellón hasta de cuatro milímetros. Los rejoncillos suelen tener a veces distinto tamaño, excediendo pocas de cinco milímetros; de un dorado claro; a veces alean-

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za el tamaño de 12 mm. Caña también larga, que llega a veces a 1,50 m. Ninguna de sus partes es gruesa, más bien parecen como estiradas.

T r it íc u m d u r u m Desf. — Moro velloso— Glumas casi igua­les, tres veces más largas que anchas, oblongas* poco ventru­das, muy aquilladas desde la base al ápicej mucro-aristadas en bastante extensión; más cortas que las flores; Gluinilla inferior provista de una arista larga. Espiga dé 10 a 15 cen­tímetros, gruesa, sub-tetrágona o cilindro-comprimida, apre­tada, con aristas muy largas. Espiguillas alargadas, con tres granos j ampliamente aristadas * éstas grandes. Cariópside oblongo, muy duro de fractura córnea. Caña elevada, deré- cha, rígida, estriada, maciza, por lo menos en su parte supe­rior. Hojas planas, anchas. Este trigo se diferencia dél ante­rior por su vellosidad. Ahija regularmente, cría mucha y buena paja, y soporta las enfermedades criptogámicas mejor qüe otras castas vellosas, si disfruta de clima bueno, o cuan­do menos begnino,

T r i t í c u m f a s t u o s u m Lag.—Fanfarrón velloso— Glumas aquilladas) con aristas recias. Espiga gruesa, casi cilindrica, Del otro fanfarrón sólo se diferencia éste por su abundante Vello. Algunas espigas tienen hasta seis carreras. Sus varie­dades resultan lás más meridionales. Concurre en ellas, p'óir su Vellosidad* lo dicho respecto a este cáráctér en todas las otras. Se conocen hasta cuatro variedades: 1.a Élancones b arisblancos. 2.a Arisnegros, arisprietos o raápinejgrofc, pero con la espiga blanca. 3.a Rubiones, rubiales o trefcheles, coh la espiga bermeja y las aristas negras, y 4.a Azulencos, cóh la espiga hegro-ázulada. Sus nombres explican las difé- r encías.

T r it íc u m pó l ó n ic u m L .—CPolónico.)—Glumas f o l i á c e a s O c a s i f o l i á c e a s , m e m b r a n o s a s , b la n d a s , f le x ib le s d e c o h s is té i i - cia d e h o j a s e c a , c o m p r im id a s , é n t r e o b lo n g a s y l a n c e o la d a s , d i v e r g e n t e s , r a y a d a s á 16 l a r g o , C on c in c o e s t r í a s l a r g a s , d e 2 c e n t í m e t r o s d e l o n g i t u d , d i s t i n t a m e n t e b id e n ta d a s , r o ­m a s , c o n u n r e jo n c i l l o c o r t í s im o é n s u p u n t a , a q u i l l a d a s

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desde la basé, con quilla muy angosta, pestañosas en los bor­des y en la quilla; la anchura de ámbas no excede de 5 milí­metros, y la longitud, de poco más de 12; sobrepasando un poco a las flores, una de ellaS eri 6 u 8 milímetros; la otra éS siempre más corta que ésta. Glumillas muy diferentes; la in­ferior, dos veces más larga y con arista fina. Espiga gruesa y larga, tetrágona, ün poco comprimida, regular deréchá, mútica o aristada, vellosa, más ancha por la base que por la cúspide, casi piramidal. Espiguillas grandes, oblongas, tres veces más largas que anchas, de casi 3 centímetros, con cua­tro flores, largas, aristas, rara vez múticas. Las aristas nunca sobrepasan a la espiga en más de 70 milímetros. Cariópside parecido -&1 dél moro, aunque no tan largo, hiüy oblongo, libire entre las glumillas, düro, semitransparente, de fractura córnea o vitrea. Caña elevada, erguida, fuerte, maciza, gla­bra, hasta de ün metro y máS, gruesas a proporción; nudos vellosos; hojas verde-amarillentas* algo ásperas, lampiñas, de hasta de 350 milímetros* y menos de 0,24 de anchas, cón vaina lampiña y pruihosa. Hay entre las Váriedades üná dé espiga azul, otra racimal, otra chica y otra chamorra; la más abundante es la de espiga blanca, algo inclinada, que llega hasta 120 milímetros de largo y unos 14 milímetros de anchó, por SUS caras mayores, o sea las dé las glumas; éstas cubren cuatro flores y dos granos; sólo parcialmente ocultan el ra­quis, cuyos diétttes o repisas Se presentan adornados de tres manojitos de pelos de 2 milímetros dé largo, aparte de los que, formando pestaña, corren á lo largo de SUS bordes. Más sensibles a la sequedad que a la pobreza del Suelo. Especie primordial.

♦* *

Procuraremos ir eliminando los caracteres que no fueran tan precisos, para llegar rápidamente ál objeto perseguido. Tal vez no encontremos ninguno superfino en el cuadro que ántecedé, si bien dé las descripciones de cada especie Se pue­dan suprimir algunos, según la práctica vaya aconsejando.

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Debemos hacer patente, a otro propósito, la creencia de Herrera, de que una de sus cinco diversidades de trigos es el tremesino, cuando dice, páginas 65-67, hablando del candeal, que, según Columela, «el trismesino no es manera de simien­te apartada del otro trigo blanco o candeal». Y más adelante, cotejando los pareceres de Plinio, Columela, sobre este par­ticular, añade: « Columela dice que la simiente tnsmesina no es simiente o manera diferenciada propia o apartada, y P li­nio escribe que se engaña Columela; y aun es verdad que se engaña, porque haber trimesino y ser simiente por sí, claro es y consta entre todos los agricultores».

Al insistir en estos detalles, lo hacemos para deducir de estas diversas opiniones el hecho de que siempre se ha con­siderado el candeal como el trigo más adecuado para efec­tuar con sus variedades las sementeras de primavera, o mar-

*zales, mejor dicho. Y esto aparte de que se siembra más can­deal, desde tiempo inmemorial, que de todos los demás tri­gos juntos, no sólo en el Extranjero, como es natural, sino también en España, salvo las regiones extremeñas, andalu­zas y meridionales de levante.

Los caracteres verdaderamente específicos, primitivos o indelebles, como dice nuestro Clemente, sólo deben buscar­se en la contextura, forma, proporción, y a veces en el nú­mero, de las partes de la fructificación, y principalmente en las envolturas de la flor desnuda y sus apéndices. A este propósito, fijemos de una vez las denominaciones más co­rrientes que la Botánica emplea para ello, llamando glu­mas a las dos brácteas estériles, sin ramitas florales, por tanto, en sus axilas, que envuelven toda la espiguilla; glu­millas, a la bráctea fértil, que lleva ramita floral (glumilla inferior) más próxima a las anteriores y a la primera de las otras tres que adornan la referida rama (glumilla superior), total dos; y glumélulas, a las otras dos brácteas más resecas y adheridas al cariópside, mucho menores e insignificantes.

También se advierte el mismo criterio, fundado en la ausencia o presencia de las barbas y del vello de las espi­

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gas, para la clasificación (aunque industrial) empleada por Vilmosin, en su colección de trigos, publicada en 1880 y acre­centada por su hijo en 1908. Dicha colección, como se sabe, la comenzó el abuelo del primero en 1820, dos años después de conocido el extracto de la Ceres Hispánica, que sólo apun­ta nada más los caracteres específicos, y que con muchas verdades científicas, se desarrollan en la inédita (según sus autores) que tanto nos interesa.

Esperamos que su abolengo garantice el éxito que mere­ce este avance de clasificación de los trigos, y hacemos votos por que con él acontezca lo que a las hojas de los vegetales en el período más singular de su desarrollo, y que los botá­nicos debieran denominar expandirse, ya que son simultá­neas las dos acciones expresadas por este verbo reflexivo, de abrirse o mostrarse, y de ensancharse, dilatarse o difun­dirse.

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Nota preliminar, por A. G. y M ...................................................... 5«Ceres Hispánica». Prólogo de la prim era edición..................... 7Sobre las castas de trigo, por D. Simón de Rojas C lem ente.. . 11 Nota explicativa del «Cuadro sinonímico del extracto de la «Ce­

res Hispánica» de Clemente (D. Simón de Rojas), por JoséHurtado de Mendoza....................................................................... 43

Contribución a la «Ceres Hispánica», por José Hurtado de Men­doza y Antonio García Rom ero.................................................... 47

Cuadro esquemático para la clasificación de los trigos............... 49