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1 ABRIL 2013 CATÁLOGO CATÁLOGO CATÁLOGO CATÁLOGO 3 1. BIOGRAFÍA 2. ENTREVISTA CON LA AUTORA 3. TEXTOS BLOG ÍNDICE ediciones contrabando

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ABRIL 2013

CATÁLOGO CATÁLOGO CATÁLOGO CATÁLOGO 3333

1. BIOGRAFÍA

2. ENTREVISTA CON LA

AUTORA

3. TEXTOS BLOG

ÍNDICE

ediciones contrabando

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(Valencia, 1973)

I

Estudio Dirección cinematográfica en el

CECC (Centre d´estudis cinematogràfics de

Catalunya) y guión en la escuela de cine de

San Antonio de los Baños en Cuba, y en la

UIMP, en la escuela de guionistas Luis

García Berlanga.

Licenciada en periodismo, con premio

extraordinario fin de carrera. Ha trabajado

en diversos medios locales de Valencia y en

el gabinete de prensa de la Bienal.

Coautora de diversos libros: “Un cuento

para cada problema” de Babia ediciones,

“Mujeres de Premio” editado por la

Consellería de Bienestar social, “Con niños

por los parques naturales valencianos”

para la Consellería de Territorio y Medio

Ambiente, o “Voces de experiencia” para la

concejalía de Bienestar Social del

Ayuntamiento de Valencia.

II

Ayudante de mago, bailarina de cabaret,

camarera, cocinera, dependienta,

vendedora de enciclopedias, gasolinera,

azafata de ferias, teleoperadora, actriz

secundaria, periodista, ha desempeñado

multitud de oficios, todos ellos

absurdamente productivos hasta

desembocar en el maravilloso e

improductivo mundo de la literatura,

laberinto del que no consigue salir.

No ha cosechado ningún premio literario

pero sí recibía buenas propinas en su

época de cabaret.

III

Suerte es su primera novela. Acaba de

terminar la segunda, titulada La memoria

del alambre.

También tiene un blog:

www.dameunatregua.blogspot.com

Biografía

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Entrevista de Bárbara Blasco con Manuel Turégano

Bárbara, ¿cuándo, cómo y dónde se gesta Suerte?

¿Cuándo? hace unos 5 años. ¿Cómo? una noche me visitó un hombre triste y gris que acababa

de descubrir a través de un programa cutre de videncia que su mujer ya no lo soportaba. Tuve

que escucharle. ¿Dónde? en algún rincón oscuro de mi cabeza, allí donde crece la ficción como

maleza, descontrolada y salvaje.

¿Ya habías escrito otras cosas antes? ¿O decidiste tirarte a la piscina así, de golpe, con una

novela?

No, antes me había remojado los pies en varias charcas. Había escrito cuentos y poemas. Creo

que escribo buenos poemas. Creo que escribo poemas horribles. Ese es el problema con la

poesía: que uno nunca está seguro de lo que hace, por estar de alguna manera la poesía sujeta

a la capacidad musical del momento, del que la escribe y del que la lee. El terreno de la novela

me proporciona algo más de seguridad, aunque sea una falsa seguridad intelectual.

En Suerte, entre otras cosas, hay un debate soterrado entre vida y literatura. ¿Cómo

definirías tú ahora tu postura ante esa extraña pareja inseparable?

Pues digamos que vivo ese binomio vida/literatura con disonante armonía. A veces he tenido

la sensación de que lo único adulto que me sucedía era la literatura, que vivir era una

chiquillada, algo intrascendente que transcurría a ras de suelo. Estúpido, ¿no? Otras veces he

coqueteado con Roland Barthes y he pensado que el lenguaje era incapaz de explicar la vida,

que la escritura era justamente el reverso de la vida. Entre estas dos posturas navego, vivo y

escribo, según soplen las mareas. Cuanto más intenso vivo, menos escribo. Cuando esa

intensidad llega a doler, me retiro y escribo.

A pesar de que todos los personajes de Suerte viven más o menos insertos en realidades

"sólidas" (familias, trabajos, amigos), sin embargo todos parecen perdidos, solos, ... ¿Es ese

un signo de nuestro tiempo?

No sé si de nuestro tiempo o de todos los tiempos. Creo que el único estado posible del ser

humano es la perplejidad, yo desconozco qué cosa es esto de la realidad, tan extraña, lo raro

es vivir como decía aquel título de Carmen Martín Gaite. Por más que se haga uno funcionario,

asesor de Endesa o ferviente creyente, la incertidumbre acaba por alcanzarle. Mis personajes

son muy humanos en ese sentido, se resisten a reconocer que convivimos con la duda.

Entrevista con la autora

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En Suerte introduces un ingrediente muy singular: para afrontar el destino se invoca el azar,

la suerte... ¿Por qué? ¿Los personajes han perdido hasta tal punto el control de sus vidas que

necesitan recurrir a esa vía o es simplemente que somos así, que apostamos un poco por lo

que sea para salir del atolladero?

Bueno, creer en el destino supone ya de entrada una fatalidad, creer que algo está escrito te

invalida para escribirlo. Tiene que ver con esa incapacidad de asumir la incertidumbre de la

que hablábamos antes. Hay gente que recurre a la videncia, a la religión, a los bonos del

tesoro, con tal de asirse a algún agarradero, prefiere ponerse trampas, para saber que van a

caer ahí, precisamente ahí, y no en algún lugar desconocido.

En la novela, los personajes por el mero hecho de creer en un destino se encaminan sin

remedio hacia él. Es la famosa profecía autocumplida, si una situación es definida como real,

esa situación tiene efectos reales.

Sin embargo, caminamos en la noche, hacia el misterio siempre, y esa es la grandeza de la vida,

nuestra suerte.

Cuando definiste la estructura de la novela, ¿seguiste tu propio impulso, ella te llevó por

este camino o utilizaste algún modelo?

Soy un completo desastre, dejo capítulos esparcidos aquí y allá, ideas, palabras que han de ser

dichas, sucesos que han de suceder impepinablemente, hasta que empieza a devorarme el

caos y entonces voy y me coloco

los guantes de goma y el delantal y

me pongo a limpiar y a ordenar

como una loca.

El impulso, la intuición, la

inspiración son las puntas de lanza

pero luego hay que sacar toda la

artillería pesada, la reflexión, el

trabajo, la disciplina para poder

plantar batalla.

En este caso, además, al ser una

novela con varios personajes

principales, debía ser

especialmente pulcra en la

estructura y alternarlos con cierto

equilibrio, hacerlos aparecer y

desaparecer de escena con cierto

orden para que la historia

avanzara sin tropiezos.

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Suerte es un título con fuerza y capacidad de sugestión. ¿Cómo llegaste a él?

Pues con mucho sufrimiento. No me gustaba ese título, no me gustaba ninguno de los

veintisiete títulos que barajé antes. Padezco problemas crónicos para titular (es por una

malformación congénita), busco el título perfecto que resuma la obra y a la vez abra dos

puntos en la imaginación, que contenga toda la precisión de la poesía. Como no me sale, elijo

títulos cortos que disimulan mejor. Lo cierto es que cada vez me gusta más Suerte, y que me

digan: suerte con tu novela!, ¿cómo se llama? Suerte, respondo. Resulta tan palindrómico.

Suerte no es precisamente una novela "romántica" al uso. ¿Qué opinas de ese género de

"literatura"?

Creo que vivimos secuestrados por la cursilería, en la oratoria, en la música- no hay más que

ver los ídolos de las adolescentes de hoy en día- en la televisión, pero también en la literatura.

Y no me refiero sólo a novelas de género, estilo Danielle Steele, también a la poesía seria, de

nivel, a la narrativa supuestamente libre de sospecha. Parece que excusamos la cursilería como

una suerte de buenismo, de bondad blanda no exenta de infantilismo. Yo trato de tener

activado el detector de cursilería cuando me pongo a escribir, pero no siempre lo consigo. La

cursilería no deja de ser la capa superficial, esa que se pudre pronto, de la belleza. Es lo que el

romanticismo al amor. Hay que tener muchos cojones para escribir sobre el amor de verdad,

para vivirlo de verdad.

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CROC

Cuando me siento fea, escribo. Cuando me siento a escribir, me crecen raíces de las plantas de

los pies. Cuando me crecen raíces, mastico hojas que saben a palabras, palabras que saben a

hojas. Cuando mastico palabras, mi estómago se cubre de flores desadjetivadas. Cuando mi

estómago se cubre de flores, mi corazón las riega con su sangre, flores rojas. Cuando mi

corazón se desangra, soy hermosa. Cuando soy hermosa, tengo ganas de salir y copular con la

primavera y con todos sus hijos. Cuando copulo con el hijo de la primavera, se me arrancan las

raíces y vuelo, como una lechuga, como un gorrión, como una hoja. Cuando vuelo como una

Textos del blog

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hoja, se me caen todas las palabras. Cuando se me caen todas las palabras, pierdo el equilibrio,

que también es una palabra. Cuando pierdo el equilibrio, hago CROC contra una onomatopeya.

Cuando hago CROC, me siento fea. Cuando me siento fea, escribo. Cuando me siento a

escribir…

QUE VIVO SIN VIVIR EN MÍ

A veces tengo la sensación de que lo único adulto que me sucede es la literatura, como si el

vivir fuera una chiquillada, ¿no es idiota?

Que cuando leo, escribo, conecto con un tiempo más allá de los tiempos, me elevo

estratosféricamente hasta que la tierra es sólo una pelotilla surgida de entre los dedos de mis

pies, mientras que cuando me lío a vivir, ay, cuando me lío a vivir, soy ese gusano que se

arrastra a ras de suelo, supurando presente. ¿No es estúpido?

Que cuando leo, escribo, soy trascendente, y oigo la voz del mundo, redonda, con eco- como si

me hubiera zampado a Jean Gabin- rebotando en mi esternón, mientras que cuando vivo,

joder, cómo chilla la gente. ¿No es subnormal?

Como si la literatura fuera cosa de adultos y vivir una chiquillada, como si contar historias no

fuera la primera diversión de niños, y vivir la última obligación adulta.

Como si leer o escribir fueran morir un poco.

Que estoy viva y escribo. Y leo. Que porque estoy viva, escribo. Y leo. Que porque escribo y leo

estoy viva.

Que vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero (ésta es Santa Teresa. Muerta ya. Y viva también)

Esa es la clave, creo, llegar a confundir vida y literatura, literatura y vida, vida y literatura hasta

borrar la muerte.

REALIDAD Y FICCÓN

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Me avergüenza profundamente introducir la realidad dentro de la ficción. No se trata de una

vergüenza moral, es decir social, sino íntima, es decir, húmeda. No pongo objeción a la hora de

sodomizar, traicionar, matar, pero incluir el nombre de un pueblo real, de una calle real en mis

ficciones, eso me turba hasta extremos parasubnormales.

El otro día trataba de explicarle a F. la divertida polémica, ya antigua, entre Espada y Cercas a

raíz de la crítica de Espada al libro de Cercas sobre la guerra civil, en el que lo acusaba de agitar

impunemente un cóctel de datos reales y ficticios; la respuesta de Cercas en defensa de "una

verdad irónica y emancipada de la tiranía de lo literal"; la contrarrespuesta de Espada en forma

de columna en El Mundo difundiendo (?) la falsa (?), candorosa noticia (?) de que el escritor

había sido detenido en una redada a un prostíbulo.

Me reí tanto en su día, qué bien lo pasé con esa florida revisitación de esgrima dialéctico entre

literatos del siglo dorado.

Pero preguntada que qué hay de malo en mezclar realidad y ficción en un producto que se

sabe de ficción, no supe explicarle a F. por qué yo estaba más con Espada que con Cercas.

Ya, ya sé que todo, absolutamente todo, cabe dentro de la realidad, que es infinita e

inmarcesible por más que traten de lastrarla los pesimistas, de convertirla en un concepto

agorero y opaco. Que por otra parte, todo lo que se escribe es ficción, desde los diarios

personales, el género de ciencia ficción por excelencia, hasta los libros de historia. Incluso la

lista de la compra es ficción, siempre acabamos comprando de más.

Pero me sigue pareciendo hermoso y necesario establecer los límites.

Tal vez la clave estribe en la honestidad- concepto resbaladizo en ese oficio de decir al verdad

a través de embustes que es la literatura- a la hora de establecer los códigos, con uno mismo y

con el lector, entendiendo el género como un código socialmente establecido y, a otro nivel, el

código particular de cada autor, hecho de un sinfín de elementos, desde la sintaxis a la

elección de los mitos.

Yo no sé cuánta realidad hay en el Johnny Cash de Vilas, de viaje por España en un Dodge rojo.

Que se comprara una espada toledana en Toledo entra dentro de lo posible, que se le

apareciera a su chófer en mitad de la noche y le enseñara la polla entra dentro de lo posible,

que convenciera al arzobispo para que le dejara cantar en la catedral de Santiago entra dentro

de lo posible. Que a Juancar, rey de España, le ponga sentarse a muchachas gordas en las

rodillas entra dentro de lo muy posible.

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Pero lo de menos es si es posible o no, lo importante es que el pacto que tenemos con Vilas

está firmado con ironía, y en él se incluye la cláusula de la diversión, de la suplantación de la

identidad, de la metáfora pop. Que es un pacto real.

Que Espada provenga del periodismo, provenga y a menudo permanezca en él, le obliga sin

duda a merodear por los lindes entre la realidad yla ficción.

No se trata de delimitar con celo aduanero las fronteras, hace años que dejó de emplearse el

concepto de objetividad en los manuales de periodismo, pero sí de seguir indagando acerca de

su paradero.

Y si no, date una vuelta por un psiquiátrico.

Que no sepamos establecer con claridad esos límites no significa que se diluyan, que pierdan

su identidad, y formen una salsa compacta en lugar de una emulsión.

Mientras, sigo inventando nombres de pueblos realmente ficticios. Tengo ya Villanueva del

Arroyo, Mirambel del retiro, Casas del Campo viejo, La Iglesuela del pastor, Calambete, pero lo

cierto es que se me está agotando la imaginación, ¿se te ocurre alguno?

¿CÓMO HACE LA GENTE QUE ESCRIBE PARA SOBREVIVIR?

No sé si escribir es un acto de fe o una herejía por jugar a diosear, a crear tu propio mundo clic

de Famobil donde poder violar, traicionar y matar a gusto.

No sé si arte o entretenimiento, ni me importa. No sé si elitismo virginal u orgasmo terrenal, si

calidad o superventas, si trama o estilo, si realista o esto qué coño es que no es una novela por

más que lo diga la contraportada. Si cursi o cínica, si sentimentaloide o áspera. Si Bolaño o

Salinger, si Wallace o Dickens, si Nothomb o Wolf, si Proust o Plá, si Pessoa o Pizarnik.

Sólo sé que cuando escribo, ese inmenso vacío que crece dentro se vuelve blanco y entonces

caer y mantenerse son ya la misma cosa. Como un astronauta levitando entre palomas.

Y vivir o morir carece ya de solemnidad, ocupada como estoy en menesteres menores, mucho

más importantes. Escribir como ese menester que está justo a medio camino entre vivir y

morir. En el centro mismo.

El rescate cuando soy únicamente ese vacío que cuelga de un hilo.

Sólo sé que escribir me salva de mí misma.

Dime, ¿cómo hace la gente que no escribe para sobrevivir?

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ALMA Y LITERATURA

El problema es que no se puede leer literatura como quien lee las sagradas escrituras y luego

ponerse a escribir, porque se siente uno poco menos que un hereje, y sus neuronas,

acojonadas, tardan poco en apostatar de su propio cerebro y emigrar a lugares más libres. No

se puede escribir una obra maestra así de entrada. Ni siquiera leerla.

¿Cómo combinar entonces esa pasión por algunos libros, esa gravitación que producen sin

caer en la vanidad, en la pedantería y el intelectualoidismo, sin distinguirse con desdén de esa

masa que lee a Coelho?

De entrada, soy más de restarle importancia a la cosa literaria. Lo comentaba el otro día con F.

que ante mis rebajas de la literatura (ahora hasta un 60%), me recordó lo que dijo Bloom: que

Shakespeare había inventado el amor, los celos, la envidia, la venganza, había inventado la

humanidad, ni más ni menos.

Le expliqué a F cuáles eran mis pequeños trucos a la hora de escribir para no caer en la trampa

vanidoso-literaria, que nos acecha aún más a los mindundis que a los consagrados. Cómo

lograba yo mantenerme a salvo:

En primer lugar: confianza en mi poder de imitación. Pienso que si alguien ha podido escribir

así, yo también puedo, sólo he de fijarme. Imito como un monito

En segundo lugar pienso: bueno, al fin y al cabo no es más que literatura, contar

historietas que la gente lee en sus ratos de ocio, mentirijillas para distraer esas mentes que

llegan cansadas de una larga jornada dedicada a descubrir vacunas de verdad que salvan a

niños de verdad o a plantar puerros de verdad que nos alimentan de verdad.

En tercer lugar me digo que a través de la literatura se explica el mundo, que tiene razón

Bloom y Shakespeare y F, y que no sólo se explica, se crea el mundo, y no sólo se crea, se salva

el mundo. No sólo se salva él que nos salvamos con él.

Un sencillo método en 3 pasos, con su sistema hidraúlico incorporado.

El secreto, claro está, reside en pensarlo todo a la vez: yo también puedo contar mis humildes

historietas que salven el mundo y me salven con él.

MIS PROBLEMAS PARA TITULAR

- Tengo problemas para titular. Sí, la vida se me antoja a veces como una terrible alucinación

continua, como en el día de la marmota, pero lo que de verdad me preocupa, las raíces de esta

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ansiedad que me crece aquí, en el pecho son mis problemas para titular. ¿Alguna medicación

que me ayude?

- Creo que va ser más de endocrino - respondió el hombre de cejas despeinadas y pupilas

como bolas de pinball .

- ¿Endocrino? ¿Pero ha visto usted el tipito que tengo desde que voy al gimnasio…?

- Eso es lo que tú te crees...

Salí de su consulta con mis problemas para titular intactos, sintiéndome pequeña y miserable

como un título de dibujos animados, del estilo Dora la exploradora, cagándome en los putos

recortes en sanidad. Sin poder evitar autocompadecerme: si yo sólo busco un título, un título

que no necesite apuntalamiento, que resuma con exacta poesía todo lo que viene detrás,

como un epitafio a la inversa, un título en el que quepan todas las letras, un lugar donde

puedan retirarse a descansar, una vez terminado el libro. Un título fragante, vaporoso y sólido

a la vez. Sólo un título.

- ¿Te importaría no dejar el sofá perdido de migas cada vez que te comes un bocata?

- Lo siento, tengo problemas para titular.

- Y que no seas capaz de coger el coche, aún teniendo el carné…

- Ehhh… ya sabes, es por mis problemas para titular

- Has aprobado dos oposiciones habiendo estudiado apenas 3 meses, deberías estar contenta

y sin ambargo

- Bueno ya, pero es que tengo graves problemas (para titular).

- ¿Orgasmos?

- Bien.

- ¿Deposiciones?

- Correctamente repugnantes

- ¿Sueño?

¡¡¡QUE SOLO TENGO PROBLEMAS PARA TITULAR!!!!

El ruido que hacen las cosas al caer, Capitale de la douleur, Los hermosos años del castigo,

Mañana en la batalla piensa en mí, Si te dicen que caí, El corazón es un cazador solitario, Si una

noche de invierno un viajero, España, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a

hacer, Boquitas pintadas, Fabulosas narraciones por historias, Lo raro es vivir, La possibilité

d´une île, La vida: instrucciones de uso.

Títulos que me sacan la lengua, que me sacan de quicio, que se contonean burlones delante de

mis pensamientos, los muy...

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Mientras sigo buscando, total, no es más que un título me digo, total, ya vendrá una ventolera

de inspiración que lo arrastre hasta mí, total, si serán cabrones todos.

Raúl, que es tan sólo un personaje, pobre, dice que podría estudiarse la historia de la literatura

a través de sus títulos, y sería una historia mucho más rigurosa.

Yo también creo que las obras acaban quedándose a vivir en sus títulos.

COLGAJOS DEL CEREBRO

Hablando con un amigo sobre el hecho de escribir, tratando de desentrañar las claves para

hacer avanzar una historia estancada, pensé que me interesaría conocer con exactitud qué

tipo de relación mantienen los escritores que me gustan con la ficción, si la espían

discretamente, si la rondan tras la farola de la realidad, si la cortejan caballerosamente o

directamente se la follan, saber exactamente la composición del material con el que

construyen arquitectónicamente su ficción.

Hace años, intenté escribir una historia pero me tropezaba todo el tiempo conmigo misma,

hasta que decidí arrojarme a la insoportable inmensidad de mi ser, aherrojada por el yugo de

mi propio ombligo, mientras con el brazo derecho arrojaba la historia a la papelera (de

reciclaje).

Por eso, el siguiente proyecto fue abordado desde la tercera persona, con varios personajes, y

un escaloncito por encima del resto, un protagonista masculino. Mas-cu-li-no. Lo más lejos

posible de mi ombligo, me dije, trata de mantenerte a salvo de ti misma, me dije. Y funcionó.

Ahora, sin embargo, vuelvo a la primera persona, y extraigo coloridas anécdotas almacenadas

en la materia gris, inspiradas en hechos reales (como esos truculentos telefilms de sobremesa)

que estiro hasta la ficción. Y cuando las suelto, pierden su forma original, hasta hacer bucle, y

noto que me cuelgan cosas del cerebro, como un flequillo de diseño que aparto con

naturalidad para pasar a pensar,.

Ya te conté que observaba la existencia de un fenómeno curioso: que la escritura viene a

tumbarse sobre los recuerdos, viene a añadirse a ellos, como una capa de reluciente mugre.

Que de tanto machacar un recuerdo, de recrearlo, de moldearlo, de estirarlo, acaba por

confundirse con el recuerdo en sí, se adhiere a él como los lípidos a las células adiposas. Que lo

acaba modificando. Y ese hecho es sencillamente maravilloso, porque ya no se trata de

engañar a los demás con historias inventadas, sino de engañarse a uno mismo con sus propios

embustes. Crear en definitiva.

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También pensé una máxima: hablar en primera persona como de un tercero, hablar en tercera

persona como de uno mismo. No como Aida Nizar. Pienso más en Bailey, en Houellebecq, o en

Roth que apenas sale de Newark.

Y pienso también en los que rodean a los escritores y que a menudo se sienten identificados

en sus novelas, damnificados por sus novelas.

Y es que aunque todas las novelas son autobiográficas, ninguna lo es, siempre que narramos

estamos haciendo ficción y hasta cuando escribimos la lista de la compra, acabamos

comprando de más.

Pero me pregunto si todo escritor no debería tener contratado un seguro para terceros, para

esos golpes asestados por la ficción a la realidad.

Y también si hablar en primera persona nos acerca más a nosotros o sucede al contrario y es a

través de terceros que nos aproximamos a nosotros mismos.

LA BUENA ES LA QUE VUELA

No sé un pimiento de teoría poética, no sé si el poema se enmarca en el barroco, en el

simbolismo, si pertenece a la poesía social, a la poesía de la experiencia, a la poesía de

vanguardia, al rap, o a la terapia adyurvédica.

Pero reconozco la poesía que me gusta. La leo como de adolescente escuchaba las canciones:

con las venas y no con los oídos.

Y poseo la suficiente arrogancia como para decir: esto flota, esto se hunde.

Es la poesía del puro senso, la que llega sobrevolando y se posa en el cerebro sólo unos

instantes, los justos para hacer comprender de forma fugaz, dejando un rastro de

interrogantes a su paso.

Como decía Szymborska, la única respuesta que puede provocar un poema son dos puntos :

Abogo por la poesía sincera. Valiente. La que se escribe por necesidad.

Abomino de la poesía del ocio, del recreo metaforil, aquella que se enreda en sus propios

laberintos, la que va colocando una capa de figuras literarias, una encima de otra, hasta lograr

la opacidad total, la oscuridad absoluta. Miedito.

Poesía-trampa, poesía-criptograma sin patrón cifrado, poesía de ocho a cinco, que no vuela.

Tampoco la poesía ramplona, nacida a la sombra de esta última, la que aprovecha que el lector

anda pensando ¿seré gilipollas que no entiendo nada? y entonces va y coge un poema,

pongamos de Vilariño, y concluye: esto sí, esto sí que lo entiendo, esto debe de ser bueno.

Es difícil la frontera. Es difícil mantenerse en equilibrio (es difícil vivir, joder).

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Las ideas son invisibles, por eso hay que vestirlas, echarles algo encima para poder traficar con

ellas, para poder pasarlas de unas manos a otras (como el hombre invisible debía ponerse

gabardina y gafas para poder ser).

Hay que saber dotarlas de la picardía suficiente como para que se desnuden con gracia en

mente ajena, para que hagan un striptease cadente y sensual.

Y cuando digo idea, tal vez quiera decir emoción.

Y cuando digo striptease, quiero decir desnudo integral.

Joan Margarit decía que el límite de la poesía es el de la emoción.

Frente a la erudición hueca y el artificio que no planta sus raíces en la emoción, la sencillez y la

profundidad.

Frente a la poesía como un objeto onanista, el amor generoso de Paul Eluard, de Gabriel

Ferrater, de Jaime Gil de Biedma, de Wislawa Szymborska, de Manuel Vilas, de Alejandra

Pizarnik, de Natalia Litvinova, de Roberto Juarroz, de Pedro Casariego, de Pablo García Casado,

de Chantal Maillard o de Ángel González. De todos esos pájaros que saben abrir dos puntos.

LA FICCIÓN DE LA MEMORIA

Vi un documental sobre los recuerdos, sobre los recuerdos traumáticos que se guardan en la

memoria a largo plazo y que no se archivan en bloque sino por fragmentos, una parte en el

hipocampo, una parte en la amígdala, y que a veces recuperamos en bloque gracias al córtex, a

veces por trozos, como si hubiera pasado por allí Jack el destripador.

Me interesa la memoria y sus mecanismos, casi tanto como la metaliteratura, pensar en la

memoria desde la propia memoria. (Como si fuera posible recordar con algo que está fuera de

la memoria... Escribí algo sobre ello).

Me interesa la memoria y la ficción, pero sobre todo las relaciones que se establecen entre

ambas.

Los manicomios. Los periódicos de hace veinte años. Los sueños de la gente que amo.

Me desconcierta quedar con esa amiga de adolescencia, que era más tu novio que tu amiga,

más tu familia que tu novio, y descubrir que cada una recuerda cosas completamente

diferentes, como si hubiéramos convivido en lugares distintos. Que es el montaje del director

lo que hace la película.

Me interesa la memoria como esa ficción propia que va creciendo hacia atrás, basada no sólo

en la selección de los recuerdos sino en la forma de combinarlos y presentarlos.

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Y me interesa por lo que tiene que ver con la escritura, por ser ese vertedero donde se

rescatan desechos para crear algún artefacto reciclado. Tú alegarás: no todo es literatura de la

experiencia. Y yo convendré: cierto, es más, cuanto más se alejan los personajes de uno

mismo, más precisos se dibujan, cuanto más cercanos, más borrosos.

Aún así, todo emana de la propia experiencia, toda emoción reconstruida hace pie en la

amígdala.

Ahora escribo sobre adolescencia y rescato archivos con tesón, como una trabajólica de la

nostalgia, abro el archivo del hipocamo, abro el archivo de la amígdala, rescato el recuerdo, lo

trabajo, lo machaco, le añado brazos, le añado melena y hasta genitales, le añado bonitas

piernas con las que camina solo, hasta que ya no sé de dónde viene y no adónde va, como una

vulgar Noelia.

Al final, cuando lo devuelvo a su sitio, se parece muy poco al recuerdo original aunque

conserva ese aire de familia.

Y eso es lo extraño que quería contarte: que escribir modifica los recuerdos, ¿a que es muy

extraño? y que no sé qué conclusiones se derivan de ello, que no sé si debería llamar a esto

escritura terapéutica, que no sé a dónde conduce esa modificación: si a algo que se parece a la

verdad o a eso que está fuera de la memoria, llámalo realidad, llámalo ficción.

ESCRIBIR: INSTRUCCIONES DE USO

1. coger el sufrimiento que viene en la caja negra, por las puntas, con cuidado de no dejar

marcas de huellas personales que luego queden en el papel.

2. extenderlo bien, ayudándose de las palmas de las manos, de los codos, del hígado, del

páncreas y hasta del corazoncito, si fuera necesario. Siempre con movimientos circulares.

(Nota: si no se dispone de un corazoncito a mano, pueden utilizarse entrañas, el resultado es

similar).

3. dejar secar hasta comprobar que las partículas de carbón de la frustración, el desencanto y

la desesperanza se han adherido bien al papel. Por ese orden.

4. retirar el sobrante, soplar y leer una vez en voz alta, como si fuera una carta de la seguridad

social.

5. no releer jamás.

En realidad, para escribir sólo hace falta pecado y culpa. Pecado y culpa. De venta en cualquier

farmacia.

Page 16: catalogo 3 - Ediciones contrabando...Que cuando leo, escribo, soy trascendente, y oigo la voz del mundo, redonda, con eco- como si me hubiera zampado a Jean Gabin- rebotando en mi

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QUERIDO DIARIO

A veces lo pienso, no creas, escribir un post cada día, dejar constancia de que he estado aquí,

aunque no sepa exactamente qué coño es aquí. Que el tiempo se detenga en esta página,

apenas un ratito, que esto es Internet, ya sabes, y no una novela de Dostoievski.

Escupir palabras con cierto automatismo, como esas máquinas escupen pelotas de tenis

ciegamente, aunque tú creas que tiran a dar.

Todo cambia entonces, ya uno no se plantea si tiene algo que decir o no (entonces nunca

escribiría), si supera los detestables estándares de calidad, sino que escribir se convierte en un

acto casi involuntario por rutinario, como evacuar, en el que uno pone las expectativas justas

que caben en la taza del váter, consciente de que lo que construye es más la costumbre de

inventariar que el inventario en sí.

Lo cierto es que siempre he pensado que los diarios eran cosa de personas débiles,

sentimentales o francesas. De personas con poco que ocultar. Si hasta Kafka en sus diarios se

ponía tontorrón.

Recuerdo que de pequeña, quería escribir un diario, con tapas acolchadas, y delicadas flores

en la portada, con candado y llavecita. Pero sospechando ya mi monstruosidad, consciente de

que si abría el grifo manaría un líquido verdoso y purulento que nada tendría que ver con el

agua, y sobre todo consciente de de mi incapacidad para mantener bajo llave los futuros

motivos de mi exilio emocional, siempre lo posponía.

Hace ya tiempo que el grifo gotea, que he aprendido a esconder mis ominosos secretos tras las

palabras, a camuflarlos bajo metáforas, confiando en que tus ojos serán la llave, que verán y

dejarán correr, como el agua.