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CARTA PASTORAL del Obispo de Coria-Cáceres SI NO TENGO AMOR (CARIDAD) NADA SOY “¡QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO!” “Febrero, 2009”

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CARTA PASTORALdel Obispo de Coria-Cáceres

SI NO TENGO AMOR (CARIDAD) NADA SOY

“¡QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO!”

“Febrero, 2009”

SUMARIO

Página

Introducción ............................................................................. 3

Capítulo Primero: «Dios es Amor» (I Jn. 4, 16) .................... 5

Capítulo Segundo: «Dios Ama al hombre y a la mujer» ........ 7

Capítulo Tercero: «El mandamiento nuevo del Amor» .......... 14

Capítulo Cuarto: «El mandamiento de Jesús» ........................ 17

Capítulo Quinto: «Los responsables de la acción caritativa» . 23

Capítulo Sexto: «Destinatarios del servicio caritativo» .......... 28

Capítulo Séptimo: «¿Cómo debemos realizarla acción caritativa?» ........................ 33

Capítulo Octavo: «La nueva imaginación de la Caridad» ...... 41

Conclusión ................................................................................ 46

Oración de los discípulos de Jesús en Coria-Cáceres .......... 47

[3]

SI NO TENGO AMOR (CARIDAD),NADA SOY

“¡QUE OS AMÉIS UNOS A OTROSCOMO YO OS HE AMADO!”

InTROdUCCIón

El amor es imprescindible en el ser y en la vida del hombre y de la mujer porque han sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es amor. Juan Pablo II afirma: “el hombre no puede vivir sin amor; es para sí mismo un ser incomprensible; su vida no tiene sentido si no recibe la revelación del amor, si no encuentra el amor, si no lo experi-menta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Redemptor Hominis. 10).

El amor ocupa un puesto central en el cristianismo. En efecto, tan-to por lo que respecta al misterio de Dios en sí mismo, como al ser y a la misión de la Iglesia, el amor está presente en el cristianismo. En la visión eclesial, la teología articula la misión de la Iglesia en predi-cación de la palabra, “liturgia” y “servicio”. La teología explica que aunque estos tres campos sean diversos, en la vida eclesial concreta no pueden presentarse aislados, sino que deben estar íntimamente rela-cionados.

La vida cristiana se concreta en nuestra fe-confianza-abandono en Dios, esperándolo todo de Él y amándolo con todas las fuerzas y todo el ser. Es decir, la nueva existencia en Cristo queda caracterizada por la “santa tríada” (Clemente de Alejandría, Estromatas IV, 7): fe, esperanza y caridad que es signo distintivo de la vida cristiana. Nos lo confirma el Nuevo Testamento y con especial énfasis san Pablo en todos sus escritos: las cartas más antiguas (I Tes. 1. 3; I Cort. 13, 13), las grandes cartas (Gál. 5, 5; Rm. 5, 1-5); las cartas escritas desde la prisión (Ef. 1, 15-18; Col. 1, 3-5).

Fe, esperanza y caridad son dones de Dios, capacidades dinámicas,

4 Carta Pastoral

que hacen posible la vida nueva del hombre en Jesucristo. La vida cristiana se rige y articula sobre estos dos dinamismos diversos pero complementarios: la fe que actúa por la caridad (Gál. 5, 5) y la fe que encuentra en la esperanza una irrenunciable dimensión constitutiva (Heb. 11, 1) que la proyecta hacia el futuro, revelando el valor escato-lógico de la vida en Cristo (II Pe. 3, 12; I Pe. 1, 20ss).

En esta Carta Pastoral voy a explicar la virtud teologal de la cari-dad, completando así la temática que me propuse al publicar las Cartas Pastorales: la primera dedicada a la fe, la segunda a la esperanza y ésta a la caridad. Espero que pueda, con la ayuda del Señor, fortalecer y vigorizar la vida cristiana de todos los diocesanos.

En este año de san Pablo os animo a todos a leer esta carta para que identifiquemos que “vivir con los sentimientos de Cristo” es amor que se hace entrega a los hermanos.

5“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO PRIMERO:“dIOS ES AMOR” (I Jn. 4, 16).

Dios se ha revelado a la humanidad de muchas y variadas formas a lo largo de los siglos (cf. Hb. 1, 1), y en los últimos tiempos se nos ha manifestado en su Hijo Jesucristo (cf. Heb. 1, 2).

Moisés, con los pies descalzos, se acercó a la zarza que ardía y no se consumía y escuchó a Dios (cf. Ex. 3, 5). Elías, en la brisa del día, descubre la presencia de Dios (I Reg. 19, 12-13).

Nosotros debemos acercarnos con profundo respeto y humildad al misterio de Dios que nos crea y nos sostiene, nos acoge y nos envuel-ve, nos vivifica y nos plenifica.

De la mano del evangelista Juan, descubriremos que Dios es amor en sí mismo y que el amor no es sólo un atributo de Dios sino la expre-sión más adecuada de la naturaleza y del ser mismo de Dios. Es poco decir que Dios nos tiene amor, como si pudiera también no tenérnoslo. Dios no sólo nos tiene amor y nos ama, sino que Él mismo es el Amor. La caridad, en sí misma considerada, es Dios Trinidad.

El misterio insondable de la Santísima Trinidad es el misterio cen-tral de la fe y de la vida cristiana. Nuestros obispos nos han dicho: “Esa inefable comunión del Ser Divino, en la que el Padre engendra al Hijo, en la que el Hijo glorifica al Padre y en la que el Espíritu vincula a los dos eternamente, es el Amor mismo” (“Dios es amor”, 44).

Siendo esto así, creemos que el reto inmenso que tenemos los cris-tianos hoy, ante el ambiente de increencia e indiferencia religiosa en que nos movemos, es mostrar al mundo actual el verdadero rostro de Dios que nos ha revelado Jesús (cf. Jn. 1, 18): un Dios que es Amor; que crea el universo con sabiduría y amor; que imprime un dinamis-mo de amor en todo cuando existe; que crea al hombre y a la mujer a su imagen, es decir, creado por amor y para el amor como su voca-ción fundamental. Dios no es fuente de miedo, de temor, de espanto, de amenaza para el hombre. Dios es para el hombre fuente de luz, de gozo, de vida, de alegría, de amor, de salvación, de esperanza...

6 Carta Pastoral

No velemos ni ocultemos el rostro de Dios. Hablemos de Dios siendo portavoces de su propia palabra que nos revela su amor y su ternura, su misericordia y su perdón. Esta palabra que hemos acogido con fe y humildad, con amor y gozo. Por eso la palabra “Dios” nunca debe ser entendida ni presentada como fuente de discordia, de violen-cia, de enfrentamiento, de desprecio; antes bien debe ser comprendida y proclamada como manantial de amor y de paz, de encuentro y de acogida, de misericordia y de perdón, de verdad y de justicia, de gra-cia y de santidad.

Del Amor de Dios brota como fruto el amor y la caridad que tene-mos que tener unos con otros.

Es imposible dar lo que uno no tiene. No podemos dar caridad sin beber de la fuente del Amor que es el Corazón de Cristo (cf. Jn. 19).

7“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO SEGUndO:dIOS AMA AL HOMBRE Y A LA MUJER

Abordamos ahora la caridad descendente de Dios, el amor que Dios tiene a los hombres y a las mujeres. “El amor es de Dios” (I Jn. 4, 7). El amor tiene su origen y recibe su identidad de Dios: procede de Dios; pero no como si se tratara de algo exterior a Dios, sino de algo muy íntimo, porque “Dios es amor” (I Jn. 4, 8. 16). Dios es el origen de la caridad porque Dios es caridad. Lo esencial del cristianismo es la caridad porque el Dios de los cristianos es el Dios Amor, uno en tres Personas. Dios es misterio de comunión trinitaria.

A Dios le importan las personas en sí mismas, en su relación con Él y en su relación mutua. Tú mismo le importas a Dios pues desde siem-pre pensó en ti, te amó y te destinó para que fueras santo en su Hijo Jesucristo por el amor (cf. Ef. 1, 4). Tengamos siempre presente que cada uno de nosotros, cada ser humano, somos un absoluto ante Dios, y ante Él tenemos que responder con el nombre con que Él nos ha llamado pre-viamente. Benedicto XVI escribe: “El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros” (“Deus caritas est”, n. 2).

Vamos en esta Pastoral a explicar los tres peldaños de la caridad y del amor que se nos han revelado en la Palabra de Dios y qué conse-cuencias prácticas tiene para nuestra vida.

1. Antiguo Testamento:dios muestra su amor a la humanidad

“Escucha, Israel, Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y al prójimo como a ti mismo” (Dt. 6, 4-5 y Mc. 12. 29-31).

• EnlapreguntaqueDiosdirigeaAdán“¿dóndeestás?”,resue-na sin duda cierto desencanto del Dios que busca a las personas humanas para estar con ellas.

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• EnelinterrogantequeelmismoDioshaceaAdán“¿acasohascomidodelárboldelqueteprohibícomer?”sepercibelapre-ocupación divina no sólo por la desobediencia humana, sino también por las terribles consecuencias que tal desobediencia acarrea a los humanos.

• EnlapreguntaqueDioshaceaCaín“¿dóndeestátuhermano?”,se anticipa el horror divino ante la fraternidad pisoteada, rota, herida, que expresa con fuerza concentrada el posterior “¿quéhashecho?”deDiosaCaín,yquerecorretodalaBiblia.

• SiglosmástardedescubriremoslapreocupacióndeDiosporsupueblo que gime en la esclavitud a la que lo someten los egip-cios, en su diálogo con Moisés en el Horeb: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimien-tos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios” (Ex. 3, 7-8a).

Después de liberarlo de la esclavitud de Egipto, Dios por puro amor y gracia establece una alianza con este pueblo y le exige que respete y cumpla los compromisos a que se ha vinculado por la alianza y le promete una magnífica recompensa: “una tierra que mana leche y miel” (Ex. 3, 8b). La afirmación “por amor, no por vuestros méritos” se convierte en la clave para interpretar la historia de Israel: la de Dios que es de fidelidad y la del pueblo que es de infidelidad con ese Dios fiel.

• Oseasutilizalaimagendelamorpaternoyladelamoresponsalcomo metáforas para mostrar el amor profundo que Dios tiene a su pueblo, y que lo lleva a mantenerle su misericordia pese al pecado que ha cometido adorando a otros dioses. Recordemos este entrañable texto: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión, tedesposaréconmigoenfidelidadytuconocerásaYahveh”(Os.2, 21-22).

– Isaías en los Cantos del Siervo de Yahvé (cf. Is. 42, 49-53)

9“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

expresa con mayor intensidad el amor de Dios a los hombres: “eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros lo tuvimos por azotado y herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que trae la paz y con sus cardenales hemos sido curados (...). Por sus desdichas justifica-rá mi Siervo a muchos y las culpas de ellos, Él soportará” (Is. 53, 4-5. 11). Quedamos sobrecogidos ante tanto amor y ante una entrega tan inmensa y gratuita por todos.

– Se podría resumir todo el amor de Dios que se revela en el Antiguo Testamento como un amor apasionado a cada perso-na con una pregunta constante: “¿Dónde está tu hermano?” yteniendo como fondo el mandamiento del amar a todos “como a ti mismo”.

Esta sería como la primera escala del amor, de la caridad al estilo del Señor y que está expresado en el gran mandamiento para el judío: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu fuerza, con todo tu ser y AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO.

Esto significa que uno no puede dar lo que no tiene. No podemos cuidar a los demás si también nosotros desde el amor de Dios descubrimos que tenemos que cuidarnos sin hacernos el centro. Amarse a sí mismo es descubrir que también yo he sido amado infinitamente por Dios y que con su mirada y su amor me tengo que mirar. Tenemos derecho a mirarnos con los ojos de amor de Dios.

2. nuevo Testamento:Jesucristo, signo visible y eficaz del amor de Dios a los hombres

“Aquello que hagáis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hacéis” (Mt. 25)

Jesucristo es el signo del amor de Dios para toda la humanidad. Su persona y su vida, sus palabras y sus gestos, su muerte y resurrección,

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son la expresión visible e histórica del amor y de la misericordia de Dios para todos. Acerquémonos a los libros del Nuevo Testamento y lo descubriremos gozosos y agradecidos.

• Diosnosamódetalmaneraque“siendonosotrostodavíapeca-dores” (Rm. 5, 8), nos entregó a quien más quería: nos dio al Hijo de sus entrañas, Jesucristo, para que por Él y en Él pudié-ramos ser salvados. Meditemos los textos bíblicos que, a conti-nuación, ofrecemos:

“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos ama-do a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (I Jn. 4, 10).

Vemos, por tanto, que el amor que Dios nos tiene es un amor de donación puesto que nos ha dado a su propio Hijo y es también un amor de autodonación porque en su Hijo se nos da Él mismo a nosotros como Padre: El Abba de Jesús es nuestro Abba por gracia. Gracias al Espíritu Santo podemos dirigirnos al Padre, dador de todo bien (cf. Luc. 11, 13), invocarlo como Abba (Gál. 4, 6-7) y sentirnos como hermanos de Cristo.

• JesúsnosmuestraelamorqueDiostienealoshombres. Jesús es la revelación del amor desbordante de Dios para noso-

tros: “Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su único Hijo, para que vivamos por Él” (I Jn.4, 9; cf. Jn.3, 16). El amor de Dios se hace carne en Jesucristo, en su doctrina, en su vida y en sus obras. El Dios cristiano “tie-ne un rostro humano y –podemos añadir– un corazón humano (...). La novedad de un amor que ha llevado a Dios a asumir un rostro humano, es más, a asumir la carne y la sangre, el ser humano entero. El amor de Dios no es sólo una fuerza cósmica primordial, es amor que ha creado al hombre y que se inclina hacia él, como se inclinó el buen samaritano hacia el hombre herido y despojado, víctima de los ladrones...” (Benedicto XVI:

11“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

“Discurso presentando la encíclica “Deus caritas est” a los par-ticipantes en el encuentro promovido por el Pontificio Consejo “Cor unum” (23-I-2006).

En la parábola del Buen Samaritano, la caridad de Cristo se nos ha mostrado como amor entregado y universal, que llega a todo hombre (Lc. 10, 29-37). El amor de Cristo, inseparablemente, sana, salva y libera integralmente. Jesús es el Buen Samaritano que escucha el grito de dolor de todos, se acerca a nosotros con profundo respeto, se incli-na con misericordia sobre nosotros, descubre nuestras heridas, vierte sobre ellas el bálsamo del amor, venda estas heridas, nos cura; más aún, se encarga de nosotros y carga con nosotros para restaurarnos, salvarnos...

En la sinagoga de Nazaret, la caridad de Cristo, “el ungido por el Espíritu para llevar la salvación a los pobres, los enfermos, los que más sufren” (Lc. 4, 16-19), se manifiesta como curación de dolores y enfer-medades. Nuestros obispos afirman: “Jesucristo, el Hijo de Dios envia-do por el Padre, manifiesta en su conducta histórica los sentimientos compasivos de Dios para con los pobres. Viene “a proclamar la libe-ración a los cautivos y dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18-19). (Conferencia Episcopal Española: “La caridad en la vida de la Iglesia”, 1994).

En la parábola de la oveja perdida, el amor de Dios a los hombres «adquiere su forma dramática, puesto que en Jesucristo el propio Dios va tras la “oveja perdida”, la humanidad doliente y extraviada» (Deus caritas est. 12). No espera a que vuelva, sino que sale a buscarla por los caminos del mundo. Y cuando la encuentra, la acoge, la carga sobre sus hombros con inmenso amor y la lleva con profunda alegría al redil, a casa...

La muerte de Cristo en la cruz constituye la prueba suprema del amor del Padre (cf. Rm. 5, 8) y del Hijo a la humanidad, pues Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo (...) los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1). Cristo, cuando todavía éramos pecado-

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res, desagradecidos e indiferentes, murió por nosotros” (cf. Rm. 5, 8). En este sentido, Juan Pablo II escribe: “Dios está con nosotros hasta el punto de cargar Él mismo con nuestros pecados en el Hijo. En su muerte “se expresa la justicia absoluta, porque Cristo sufre la pasión y la cruz a causa de los pecados de la humanidad”, pero una justicia “a la medida de Dios” (“Dives in misericordia”, 46), es decir, proce-dente del amor y conducente a él. Y Benedicto XVI, siguiendo esta misma estela, afirma que en la muerte de Cristo en la cruz “se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender que Dios es amor (I Jn. 4, 37) (...). Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y desde esa mirada, el cris-tiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (Deus caritas est, 12). La entrega total del Mesías hasta su misma muerte, señala la completa “preexistencia” de su amor efectivo, como lo demostró toda su vida de servicio a la implantación del reino de Dios a favor del pue-blo perdido: “En cuanto a mi vida mortal presente, la estoy viviendo desde la fe en el hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2, 20; cf. Ef. 5, 2). En la Cruz la caridad de Cristo no sólo se inclina hacia el hombre sino que asume toda la humanidad pecadora para sanar la herida profunda del pecado con el bálsamo de su reden-ción (cf. Is 53, 3ss).

El amor de Dios también se muestra y revela en la resurrección de Jesús ya que ésta es el signo del amor del Padre a su Hijo (cf. Fil 2, 9-11), y en Él y por Él a nosotros, los humanos.

La revelación y la novedad que nos trae Jesús es un peldaño más en la Teología de la Caridad ya no es sólo como en el Antiguo Testamento, aunque siga siendo válido el “amar al otro como a mí mismo” sino que Jesús nos dice que Él está presente de un modo misterioso pero real en cada persona que sufre, así que lo que hagáis a uno de estos mis pequeños “a mí me lo hacéis”. El texto de Mt. 25 es una novedad pues Jesús vive en toda persona que sufre y reclama nuestro amor. Hacer un

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servicio a los pobres es hacerlo al mismo Jesús. Así fue la actitud de Teresa de Calcuta, del Padre Leocadio, de don Luis Zambrano y de tan-tos testigos en nuestra Iglesia, que han sabido “amar hasta el extremo” viendo en cada rostro humano al mismo Jesús “a mí me lo hicisteis”.

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CAPÍTULO TERCERO:EL MAndAMIEnTO nUEVO dEL AMOR:

“Amaos los unos a los otros como yo os he amado”El tercer peldaño en la caridad y en el amor es que tenemos que amar como nos revela el Padre con los sentimientos de Cristo.

LA IGLESIA PROLOnGA EL AMOR dE CRISTO A LOS HOMBRES

Este tercer peldaño y cumbre del Amor es amar con los sentimien-tos, con el Corazón de Cristo “como Yo os he amado”. Esto es impo-sible por nuestras propias fuerzas. Santa Teresita de Lisieux lo expre-sa diciendo: “para amar daré mil corazones, para amar daré tu mismo Corazón”.

Cristo no nos ha abandonado ni nos ha dejado de amar después de su resurrección y glorificación. Cristo, por su resurrección, es contem-poráneo de cada ser humano y, por tanto, también su amor. La Iglesia, prolongación sacramental de Jesucristo, hace presente aquí y ahora el amor redentor y salvador de Jesucristo por medio de su ser, de su pala-bra y de los sacramentos: “En su Cuerpo, que es la Iglesia , Cristo pro-sigue su existencia entregada a favor de las muchedumbres hambrien-tas de pan, de justicia y, en última instancia, del Dios de la esperanza”, por ello, “ la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra ” (Conferencia Episcopal Española: “La Caridad de Cristo nos apremia”, Madrid. 2004, 5 y 22). Por eso, Benedicto XVI afirma: “La Iglesia nunca puede sentirse dis-pensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes” (Deus caritas est, 29). Desde los primeros años (cf. Hech. 2, 44-45), la Iglesia sabe y es consciente de que el servicio de la cari-dad es parte de la definición de la Iglesia (Hech. 2, 42; 4, 32-37).

En esta dirección afirmamos una vez más que la Iglesia está lla-mada a ser, a mostrarse y a actuar como una Iglesia-misericordiosa, como una Iglesia-compasiva, para todos, de manera preferencial para

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los excluidos y olvidados, para los sufrientes y las víctimas, a fin de liberarlos de su miseria y de su postración. “Solamente en esa Iglesia-misericordia, puede revelarse el amor gratuito de Dios, que se ofre-ce y se entrega a quienes no tienen nada más que su pobreza (...). La Iglesia-misericordia, que escucha y atiende el clamor de los pobres, revela en su vida lo más grande, lo más estupendo de Dios y de Cristo, tanto en la obra creadora como en la redentora” (Conferencia Episcopal Española: “La Iglesia y los pobres”, Madrid, 1994, 11).

¡Queridos hermanos! Hagamos un alto en el camino de la lectura de esta Carta. Meditemos un momento. Esta Iglesia somos todos nosotros. ¡Tú, también! ¡Qué don tan grande nos ha regalado el Señor! ¡Qué con-fianza ha puesto en todos nosotros! ¡Qué responsabilidad tan inmensa ha puesto el Señor en nuestras manos! ¡Qué mensaje tan esperanzador ha puesto el Señor en nuestros corazones y en nuestros labios, para nosotros y para todos! Promovamos entre todos una Iglesia arrodilla-da ante Dios en adoración y en oración, y una Iglesia inclinada con misericordia ante los pobres y desvalidos, los enfermos y heridos. Esta Iglesia será presencia de gracia y de misericordia para todos.

La Eucaristía nos revela a cada hombre el amor de Jesús

“Jesús ha perpetuado este acto de entrega (su muerte en la cruz), mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena (...). Antes de ser entregado a la muerte, Jesús, como prueba y signo de su inmenso amor a los hombres, instituyó la Eucaristía, sacramento de amor”. En efecto, “Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná” (Jn. 6, 31-33) (Deus caritas est, 13).

Pasemos pues, con generosidad y lucidez, del “sacramento del altar” al “sacramento del hermano”, ya que no son dos realidades sepa-rables sino las dos fases de una misma realidad, porque la Eucaristía es el signo eficaz de la entrega que Jesús hace por los hombres, por cada uno de ellos.

Pasemos pues, de la mesa de la Eucaristía a poner la mesa entre los

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pobres de cerca y de lejos, ya que no hay celebración verdadera, si a la vez que recibimos el pan que Cristo parte y nos comparte, de algu-na forma no compartimos nuestro pan con los hermanos (cf. I Cor. 11, 20).

Los que participamos en la mesa eucarística somos urgidos a poner una mesa muy grande en el mundo, que se extienda de norte a sur y de este a oeste, en torno a la cual podamos sentarnos todos para com-partir con alegría y agradecimiento los bienes que Dios ha creado para todos, sin excluir a nadie.

Recordemos unas palabras de Benedicto XVI: «La “mística” del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacra-mental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Cor. 10, 17) (...). La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí (...). Fe, culto y ética se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios (...). Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma”» (Deus caritas est, 14).

ACEnTOS PASTORALES❦ Cuidar la celebración de la Eucaristía semanal y la unidad que

existe entre lo que celebramos en el altar y la colecta ofrenda para atender a los más necesitados.

❦ Explicar en los distintos grupos de la parroquia la relación entre Eucaristía y Caridad.

17“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO CUARTO:EL MAndAMIEnTO dE JESÚS:

Amor a Dios y amor al prójimo“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con todas tus

fuerzas y al prójimo como a ti mismo”

La caridad cristiana siempre parte de que nadie puede dar lo que no tiene. Es imposible hacer felices a los demás si nosotros no somos felices. Es imposible transmitir paz y alegría, si en nuestro interior no anida la verdadera paz y alegría.

Amarse “a sí mismo” no es un egoísmo solapado, es partir de la rea-lidad de que el verdadero amor, la auténtica caridad nos enseña a no despreciar nada, ni a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, que debemos amarnos como nos ama el Señor y a mirarnos con los mismos ojos de misericordia y ternura con los que nos mira el Señor. Sólo en la medida en que nuestra vida es un plan de un amor misericordioso con nosotros mismos y aprendamos a mirarnos con “los mismos sentimientos” con los que nos contempla el Corazón de Cristo, nuestra vida se transforma.

Una sana “autoestima” es también una manera de vivir la caridad. Podemos decir que es el inicio, el principio de la caridad, porque amar “como a ti mismo” es un mandato del Señor, que sabe que a veces por no querer, no nos queremos ni a nosotros mismos.

Este primer grado de la caridad, que el israelita piadoso unía al Amor,alAbsoluto,alOmnipotente,esparanosotrosunreflejotam-bién de que la caridad nos ayuda a vivir en una sana reconciliación, en un saber que el amor “como a nosotros mismos”. Este es el principio de un posterior desarrollo de la caridad que ya en el Génesis se encuen-tra como amar “como a nosotros mismos”.

En el texto de Mateo 22, 34-40, un escriba pregunta a Jesús por el mandamiento principal. Era uno de los grandes problemas que tenía planteada la teología rabínica de aquel momento, que intentaba resu-mir las muchas prescripciones de la ley judía en algunos principios fundamentales.

18 Carta Pastoral

Jesús responde al escriba así: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas (Mt. 12, 237-40).

En su respuesta Jesús asume el mandamiento de Israel y lo reafir-ma de nuevo:

– “El primero es: Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el úni-co Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Dt. 6, 4-5; Mc. 12, 29-30). El amor a Dios es la exigencia más gran-de y fundamental que Jesús establece. Ahora bien, no se ama a Dios por lo que nos da, sino por lo que Él es; porque, como diría S. Bernardo, “la medida del amor a Dios es amarlo sin medida” (“Sermón 6 sobre el amor a Dios”). Sabiendo siempre que nunca amaremos lo suficientemente a Dios como Él debe ser amado.

– “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19, 18), y le da al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud, ya que el amor es superior a todos los holocaustos y sacrificios (cf. Mc. 12, 33). Expliquemos esto.

1. El amor a dios

¿QuésignificaamaraDios?• EstaranteDios,vivirenhumildadyaccióndegraciasanteDios,

estar a disposición de Dios en todo momento, obedeciendo fiel y generosamente sus mandamientos, someterse a su soberanía, poner por encima de todas las cosas el establecimiento y la reali-zación de su Reino (Mt. 6, 33). Estar en vela esperando su veni-da gloriosa al final de los siglos.

• PonerelfundamentodelapropiaexistenciaenDios,confiarenÉl sin reservas, confiarle todos los cuidados y la última respon-sabilidad, vivir dependiendo de su mano amorosa y providente. Dios es el origen fundante, la razón de nuestro vivir, el regazo

19“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

final de cada uno. No estamos solos en el mundo; no nos encami-namos a la nada. Venimos de Dios que nos creó por amor; exis-timos y nos movemos en Él porque nos sostiene con sus manos providentes y amorosas; y hacia Él nos encaminamos como meta final y regazo de vida eterna. Por eso caminemos con esperanza y con gozo por este mundo hacia la Casa del Padre, sabiendo que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscan-do la del futuro” (Heb. 13, 14).

• RechazartodoloquenovienedeDiosnisirveaDios,rompercon todas las intenciones aviesas, cortar todo impedimento (cf. Mt. 5, 29s) y deshacer toda ligadura fuera de los lazos que unen con Dios solo. Rechazar toda forma de idolatría: las riquezas y la codicia. El que intenta amontonar riquezas es un hombre de poca fe y un pagano, sin esperanza alguna para el reino de Dios (cf. Mt. 6, 24b-30ss). El que se deja guiar por la avaricia y la codicia pone en peligro su fidelidad de discípulo de Jesús y su amor a Dios ya que “no podemos servir a Dios y al dinero” (cf. Lc. 16, 13). Rompamos, pues, con todo lo que nos aleja de Dios y corte-mos con todo lo que pone en peligro nuestra fidelidad a Él.

• Despreocupémonos de nosotros mismos y ocupémonos en loúnico necesario: “buscad más bien su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura” (Lc. 12, 31).

• ConfiaryconfiarseaDioscomoPadreyesperardeÉlelcre-cimiento y la plenificación de nuestras personas y de nuestras existencias al final de los siglos: “no temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc. 12, 32).

ACEnTOS PASTORALES❦Ofrecer espacios de oración en la parroquia donde se pueda

ayudar a vivir ese amor a Dios. Por ejemplo, espacios para rea-lizar la Lectio Divina, como recordé en la anterior Pastoral.

❦ Formar algún grupo de oración.

11 Carta Pastoral

2. El amor al prójimo

Al amor de Dios corresponde nuestro amor al prójimo. Las disyun-tivas entre fe y amor, culto litúrgico y ética, testimonio y servicio, están ausentes de la Biblia. La fe que no es activa en el amor, no es fe justificante; y el amor que no se nutre del perdón, se pierde en un humanismo que, como ley o moral, se olvida del Evangelio. “El impe-rativo del amor al prójimo ha sido grabado por el Creador en la natura-leza misma del hombre” (Deus caritas est, 31), es decir, que pertenece a la ley natural y, por tanto, estructura a cada hombre.

¿Enquéconsisteelamoralprójimo?“SegúnlaParáboladelBuenSamaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la res-puesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. Las organizaciones caritativas de la Iglesia , comenzando por Cáritas, han de hacer lo posible por poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñen estos cometidos” (Deus caritas est, 31). Cáritas es el organismo para promover, orientar y coordinar la acción caritativa y social y la comunicación cristiana de bienes de la Iglesia diocesana (Estatuto de Cáritas Diocesana de Coria-Cáceres, art. 1). Como organizadora eclesialmente del amor al prójimo ha de atender a los más necesitados, promover a los colectivos más vulnerables y luchar por la justicia”.

ACEnTOS PASTORALES❦ Cáritas debe estar en todas las parroquias.❦ Apoyar y dar a conocer a todos, las distintas realidades de la

parroquia y del arciprestazgo que ofrecen servicios a los nece-sitados.

11“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

3. El amor a dios y el amor al hermano se relacionan entre sí.

Es necesario tener muy presentes los textos bíblicos en los que se afirma con claridad la implicación mutua entre el amor a Dios y el amor a los hermanos. Veámoslos.

«Y el Rey les dirá: “en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”» (Mt. 25, 40).

«Si alguno dice: “Amo a Dios” y “aborrece a su hermano”, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”» (I Jn. 4, 20).

“Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn. 4, 21).

Benedicto XVI enseña a este respecto:– “La afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el

hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El amor del pró-jimo es un camino para encontrar también a Dios; cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus caritas est, 16).

– “Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero” (Deus caritas est, 18).

– “Haciendo de ambos un único precepto, ha unido este manda-miento del amor a Dios con el del amor al prójimo. Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. I Jn. 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus caritas est, 1).

Por su parte, los obispos españoles afirman: “El Dios crucificado nos habla de que el amor a Dios es inseparable del amor al hombre. No es lo mismo el amor a Dios que el amor al hombre, pero son inse-parables porque Dios y el hombre están inseparablemente unidos en Jesucristo hasta la muerte” (Conferencia Episcopal Española “Dios es amor”, 37).

11 Carta Pastoral

El amor a Dios implica el amor al prójimo porque el Dios amado por el hombre es el Dios-amor (I Jn. 4, 8. 16), a saber, el Dios que existe en la actitud de amar a los hombres en su Hijo, Cristo.

El amor al prójimo implica a su vez el amor a Dios. Cada hombre representa para los demás hombres una exigencia incondicional (inde-pendiente de cualquier determinación meramente fáctica de su exis-tencia concreta) de respeto y de amor.

La unidad inseparable entre el amor a Dios y el amor al prójimo no supone una identificación absoluta entre ambos. El amor al prójimo no puede identificarse con el amor a Dios porque Dios no es el hombre, ni un mero nombre de la trascendencia inmanente en el hombre. Dios, que es infinitamente más que el hombre, y es el fundamento personal absoluto de la trascendencia absoluta del hombre, debe ser amado en adoración. De esta forma, al mismo tiempo que se afirma la unidad de amor, queda superado todo reduccionismo. No cabe la absorción del amor del prójimo en el amor de Dios. Tampoco cabe reducir el amor de Dios al amor al prójimo como si el cristiano, amando al prójimo, pudiera prescindir de una relación explícita con Dios.

ACEnTOS PASTORALES❦ Que los consejos pastorales cada curso proyecten cómo desde

el Evangelio, desde el Amor de Dios, se puede hacer propuesta a través de Cáritas para la atención social de los necesitados en la parroquia. Ser muy creativos en la caridad.

❦ Que la comunidad parroquial conozca cuáles son las realidades de pobreza y exclusión que se dan en su ambiente.

❦ Que en todas las parroquias exista Pastoral de la Salud como atención a los enfermos, a los ancianos, a los que se encuentran solos.

13“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO QUInTO:LOS RESPOnSABLES

dE LA ACCIón CARITATIVA

1. La Iglesia misma

“El verdadero sujeto de las diversas organizaciones católicas que desempeñan un servicio de caridad es la Iglesia misma, y eso a todos los niveles, empezando por las parroquias, a través de las Iglesias Particulares, hasta llegar a la Iglesia Universal (DCE 32). Veamos esto.

Jesús va implicando, en su misma forma de hacer, a los discípulos: “Al desembarcar, vio a mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos (...). No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer...” (Mt. 14, 14-21). San Pablo, por su parte, manifiesta que el amor es el centro configurador de la vida de la comunidad mesiánica (cf. Rm. 13, 8-10).

La Iglesia ha sido consciente de que el servicio de la caridad ha tenido una importancia constitutiva para ella desde sus comienzos: “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; ven-dían sus posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la nece-sidad de cada uno” (Hech. 2, 44-45) (...). Con la institución de los siete diáconos, el servicio del amor al prójimo ejercido comunitariamente y de modo orgánico quedaba instaurado en la estructura fundamental de la Iglesia misma. Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfa-nos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra” (Deus caritas est, 20).

14 Carta Pastoral

2. Los Obispos

“Es propio de la estructura episcopal de la Iglesia que los obispos, como sucesores de los Apóstoles, tengan en las iglesias particulares la primera responsabilidad de cumplir, también hoy, el programa expues-to en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 42-44): la Iglesia como fami-lia de Dios, debe ser, hoy como ayer, un lugar de ayuda recíproca y al mismo tiempo de disponibilidad para servir también a cuantos fuera deellanecesitanayuda.LosObispos,portanto,handepromoverunaIglesia que sea servidora de la humanidad, comenzando por los más pobres y necesitados. Ellos han de ser los primeros hacedores y pro-motores del servicio de la caridad, ya que a ellos de modo especialísi-mo el Señor les ha confiado los más pobres, los más necesitados, los más desvalidos... Ellos han de hacerse presentes en los márgenes de la sociedad donde se encuentran y están los marginados, los excluidos, los irrelevantes, las víctimas..., para hacer presente en ellos el Reino de Dios: “el Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la libe-ración de los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18).

3. Los colaboradores inmediatos del obispo que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia (Deus caritas est, 33). A vosotros, queridos hermanos y colaboradores míos, os ruego encareci-damente que secundéis y favorezcáis la tarea de vuestro obispo a favor de los necesitados. En este sentido, os pido que sigáis descubriendo los rostros de las nuevas pobrezas; que continuéis estando prestos y dis-ponibles para emprender y realizar aquellas tareas que liberan, alivian, consuelan, protegen a los necesitados; que sigáis promoviendo y sus-citando el compromiso de todos a favor de los pobres; que continuéis favoreciendo la creación de Cáritas en todas las parroquias y acom-pañando a sus equipos. Finalmente, denunciad con profunda verdad y amor aquellas injusticias que destruyen la dignidad de las personas y claman al cielo...

15“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

4. Todos los cristianos

“La Iglesia y los cristianos queremos mirar a los pobres con la mirada de Dios, que se nos ha manifestado en Jesús tratando de hacer nuestros sus mismos sentimientos y actuaciones respecto de ellos” (Conferencia Episcopal Española “La caridad en la vida de la Iglesia”).

Os llamo, os invitoyos exhorto a todos los cristianos a realizarestas tareas tan importantes:

• DescubrirlapresenciadelSeñorenlospobresyafligidos.• EscucharelgritodelSeñorenelclamordelospobres.• Ayudaralospobresensuliberaciónintegral...• Promoverconstantementeunaculturadelavidaantetodacultu-

ra de la muerte, una cultura de la paz ante toda cultura de la gue-rra y de la violencia, una cultura de la justicia ante tanta hambre y miseria...

• Potenciarlacivilizacióndelamorquehadeprevalecerenmediode la inquietud de la violencia, del hambre, de la injusticia y ha de dar al mundo la soñada transfiguración de la humanidad.

5. Los diferentes estados de vida

A los religiosos y religiosas, a los fieles laicos y a los sacerdotes, os invito y os ruego que viváis y testimoniéis la caridad peculiar propia de cada uno de vosotros. De este modo mostraréis el rostro amplio y variado de la Iglesia y serviremos mejor a los necesitados.

5.1. Los religiosos y religiosas

Es propio de los religiosos y religiosas encarnar y hacer presente a Cristo samaritano a través del ejercicio de la caridad consagrada (cf. Ad gentes divinitus 40; Catecismo de la Iglesia Católica 926 ss; cf. Lumen Gentium 45) por medio de la profesión y la práctica de los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. Viven estos con-sejos informados por una caridad sobrenatural que va orientanda de

16 Carta Pastoral

forma esponsal toda la persona y todos sus actos hasta su objeto propio que es Dios y el prójimo.

• Daraconocerlasmúltiplesactividadesdelosreligiososyreli-giosas al servicio de los necesitados.

5.2. Los fieles laicos

Los fieles laicos han de encarnar y hacer presente a Cristo sama-ritano ejerciendo su sacerdocio bautismal y confirmatorio a través del servicio de la caridad secular. “Ellos, en virtud de su sacerdocio específico, participan en la oblación de la Eucaristía con el testimo-nio de su caridad operante (cf. Lumen Gentium 10), y participan del don profético de Cristo dando vivo testimonio también a través de su vida de caridad (cf. Lumen Gentium 12; cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1273).

Creemos que de esta forma se harán realidad las palabras del Concilio Vaticano II: “Aprecien en mucho los seglares y apoyen en la medida de sus posibilidades las obras de caridad y las organizaciones de asistencia social, sean privadas o públicas, o incluso internaciona-les, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos necesi-tados un auxilio eficaz, cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad” (Apostolicam Actuositatem 8).

ACEnTOS PASTORALES ❦ Que todos los movimientos de laicos, asociaciones y cofradías

tengan en su programación el aterrizaje en el terreno social, como vocación laical que “transforma el mundo” según el Corazón de Dios.

5.3. Los sacerdotes

Los sacerdotes están llamados a encarnar la “caridad pastoral” de Cristo. Ellos participan a título propio de la caridad de quien se da a los fieles como pan eucarístico; se unen con la intención y con la cari-

17“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

dad de Cristo en la administración de los sacramentos; se ven impul-sados por la caridad del Buen Pastor a entregar su vida por sus ovejas (cf. Presbiteriorum Ordinis 13). A ellos atañe el deber de conducir a todos los demás fieles hacia la verdadera y plena vida de caridad (cf Presbiteriorum Ordinis, 6). En definitiva, en el ejercicio de esta “cari-dad pastoral”, que fluye del sacrificio eucarístico, deben encontrar la plenitud y la perfección de su sacerdocio (cf. Presbiteriorum Ordinis 14).

El sacerdote debe ser el primer animador de la caridad en la comu-nidad cristiana y es quien preside Cáritas en la parroquia. Dice Juan Pablo II que el sacerdote “es el hombre de la caridad”, que además “está llamado a educar a los demás en la imitación a Cristo y en el mandamiento nuevo del amor fraterno (Jn. 15, 12) en particular del amor preferencial por los “pobres”, en los cuales, mediante la fe, des-cubre la presencia de Jesús (Mat. 25, 40) y al amor misericordioso por los pecadores” (Pastores Dabo Vobis, 49).

Si tarea suya es presidir a la comunidad en el anuncio de la Palabra y en la celebración de la fe, tarea suya es presidirla en la caridad; y en el equipo de Cáritas debe ser un fiel acompañante para la vida del grupo y en sus acciones a favor de los más desfavorecidos.

ACEnTOS PASTORALES❦ Como sacerdotes ofrecer en la parroquia un sencillo curso de

Teología de la Caridad.❦ También se puede presentar esta Pastoral a todos.

18 Carta Pastoral

CAPÍTULO SEXTO:dESTInATARIOS dEL SERVICIO CARITATIVO

La vertiente ético-social se propone como una dimensión impres-cindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad intimista e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del Cristianismo. Si esta última nos hace conscientes del carácter relativo de la historia, no nos exime en ningún modo del deber de construirla. Es muy actual a este respecto, la enseñanza del Concilio Vaticano II: “el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la tarea de construcción del mundo, ni le empuja a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que los obli-ga a llevar a cabo esto como un deber” (Juan Pablo II: NMI, 52).

“La caridad va más allá de la limosna, es solidaridad y comunión con los excluidos y humillados” (Conferencia Episcopal Española “La Caridad de Cristo nos apremia”, 20).

1. Todos los seres humanos

El cristiano, que ha recibido el don del “amor”, está llamado a una existencia de servicio en conformidad con el corazón misericordioso y compasivo de Cristo, que se ve afectado y atraído por la necesidad o la miseria ajena, que sirve personalmente a los necesitados y formula el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo, como compendio de la ley y de los profetas (Mt. 22, 39; Mc. 12, 28, Lc. 10, 145; Jn. 13, 34).

La caridad cristiana se identifica como un servicio gratuito y uni-versal, porque no excluye ni siquiera al enemigo (Mt. 5, 44), ni viene restringido a determinado círculo de relaciones humanas (incluye al extranjero). Así se pone de manifiesto en la parábola del buen sama-ritano(Lc.10,29-37)enlaque,respondiendoalapregunta¿quiénesmiprójimo?Jesústrasciende–sinanularlo–ellímitedelacomunidadnacional, étnica, religiosa, etc. Se trata por tanto de un amor “univer-sal” porque se abre a cualquiera, pero sin dejar por eso de ser algo

19“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

“concreto”, de tener un destinatario o de consistir en un compromiso actual hacia alguien y no en mera actitud abstracta.

Veamos con más detalle esta parábola. Tres hombres estuvieron igual-mentecercanosalqueseencontrabaennecesidad.¿Quiénhacumplidosudeberdeprójimo?Elsamaritano,queeraunextranjero.¿Porquéél?Porque se conmovió a compasión. El corazón tuvo la última decisión y palabra. Cumple su deber de prójimo aquel cuyo corazón siente el dolor ajeno. Los otros dos renunciaron en el momento a cumplir su deber de prójimo. Lo que se impone aquí es la disponibilidad a ayudar al necesi-tado. El samaritano hace con toda sobriedad lo que exige el momento y toma medidas para el inmediato futuro: nada más y nada menos. Es uno que tuvo misericordia, que ni se quita todo de encima, ni dice una pala-bra sobre la culpa ajena o sobre el deber ajeno. Es aquí uno que hace lo que tiene que hacer y lo que puede hacer. Por eso, la parábola termina con la conclusión ineludible: “vete y haz tú lo mismo”.

Insertamos aquí unas palabras del Concilio Vaticano II que debe-mos tener siempre presentes: “La acción caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades. Donde haya hom-bres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medi-cinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calami-dades o por la falta de salud, que sufren en el destierro o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obli-gación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad” (Apostolicam actuositatem, 8).

ACEnTOS PASTORALES❦ Potenciar la pastoral con inmigrantes en todas las parroquias.

Urgente donde exista una gran realidad.❦Promover la Pastoral Penitenciaria, la Pastoral Obrera y la

Pastoral de la Salud y tratar de acercar el Evangelio al mundo de los alejados.

31 Carta Pastoral

2. Los necesitadosJunto a este carácter abierto como primera nota de la definición de

prójimo, la Parábola del Buen Samaritano ofrece una segunda indica-ción importante sobre los destinatarios de la caridad cuando alude a la necesidad. “El amor por el hombre, y en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, 58), un amor universal que se concreta en primer término en servicio hacia el prójimo necesitado.

La parábola del juicio final (Mt. 25, 31-46) manifiesta la presencia de Cristo en quien sufre o padece necesidad. Así, la compasión cris-tiana ante la necesidad ajena, transparencia de la de Cristo, se concreta en las obras de misericordia materiales y espirituales, así como en la promoción de la justicia.

Dentro de los necesitados debemos distinguir:

2.1. Los necesitados de la Comunidad Cristiana.“La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no

debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario” (Deus caritas est, 25). “En la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa” (DCE 20). Benedicto XVI afirma en esta misma línea: “La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario (...). Quedando a salvo la universalidad del amor, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, nin-guno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad. En este sentido, siguen teniendo valor las palabras de Pablo: “Mientras tenga-mos oportunidad, hagamos el bien a todos, especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gál. 6, 10).

2.2. Los necesitados del mundo.“Al mismo tiempo, la cáritas-agapé supera los confines de la Iglesia.

La Parábola del Buen Samaritano (cf. Lc. 10, 25-37) sigue siendo el

31“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado “casualmente” (cf. Lc. 10, 31), quienquiera que sea. Mientras que para los judíos el concepto de “prójimo” hasta entonces se refería esencialmente a los conciudada-nos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto; el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.

3. Los enemigos

En el Misterio Pascual se ha derrumbado el muro que dividía a judíos y gentiles y se ha constituido un solo pueblo, cuya única ley es el amor. “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn. 13, 34-35). El amor de Cristo a la humanidad no es otro que el expresado en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). Si Él perdonó a sus enemigos, “el siervo no puede ser mayor que su Señor”, por lo tanto el amor a los que nos persiguen es una consecuencia del mensa-je de las Bienaventuranzas (cf. Mt. 5, 43-48) que se ve plasmado en el sacrificio de la cruz. El Cardenal Van Thuan, que sufrió varios años lacárcelporserObispoCatólico,noscuentaensulibro“Testigosdeesperanza” cómo sus carceleros se extrañaban de que él los amase y lepreguntaban:“¿Porqué?”,aloqueélrespondía:“PorqueJesúsmeha enseñado a amar a todos, incluso a los enemigos. Si no lo hago, no soy digno de llamarme cristiano” (p. 85).

4. Los pobres

“Los pobres merecen una atención preferencial cualquiera que sea la situación moral y personal en que se encuentren. Hechos a ima-gen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensom-

31 Carta Pastoral

brecida y aún escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama” (Redemptoris Missio, 60). En la Parábola del Buen Samaritano, Jesús ofrece la manera de cómo deben actuar la Iglesia y los cristianos: escu-char el clamor de los pobres, aproximarse y acercarse al necesitado para practicar con él la misericordia, derramar en sus heridas el bálsa-mo del amor, cargar y encargarse del herido. Jesús nos manda a cada uno: “vete y haz tú lo mismo” (Lc. 10, 29-37).

En esta misma dirección, la Conferencia Episcopal Española afir-ma que “la opción por el pobre nunca es meramente facultativa para el discípulo. Es condición absoluta para el seguimiento, ya que pertenece al entramado nuclear del mensaje mismo de Jesús: “Venid, benditos de mi Padre... cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más peque-ños, a Mí me lo hicisteis” (Mt. 25, 31-46) (“La Iglesia y los pobres”, 5).

Por todo ello, Juan Pablo II afirma que “la Iglesia comprueba —en el servicio y amor a los más pobres— su fidelidad como esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (n. 49).

33“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO SÉPTIMO:¿CóMO dEBEMOS REALIZAR

LA ACCIón CARITATIVA?

1. El amor de Jesucristo modelo y principiointerno de nuestro amor al prójimo

Como solemos hacer, también aquí queremos iniciar nuestra reflexión partiendo de Jesucristo ya que Él es el modelo para todos sus discípulos.

El Señor nos ha dado “un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” (Jn. 13, 34a). Y nos ha dicho también cómo tenemos que amar-nos: “que, como Yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13, 34b).

La entrega de Cristo en la cruz por cada hombre y por su Iglesia es el punto de mira para juzgar la autenticidad del amor en los cristianos: “Sed imitadores de Dios, como hijos amados y vivid en caridad como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave” (Ef. 5, 1. 25).

Los discípulos de Jesús se han de distinguir porque se aman unos a otros con un amor semejante al que Jesús les ha mostrado. Así prolon-gan en la historia el amor de su Maestro y realizan de modo incipiente la transformación de la humanidad.

Pero hay que decir algo más. El amor de Jesús no es sólo el mode-lo externo, sino su principio interno: los discípulos están llamados a amar “como” Jesús los ha amado, pero sobre todo “porque” Jesús los ha amado y en Él los ha amado el Padre.

2. Características que han de tener losservidores de la caridad

Cuando abordamos la cuestión de cómo los cristianos tenemos que ofrecer el servicio de la caridad a los necesitados en nuestra socie-dad pluricultural, pluri-étnica, pluri-religiosa, no partimos de cero,

34 Carta Pastoral

sino que contamos con unas enseñanzas claras y concretas que el Magisterio de la Iglesia nos ofrece y que exponemos a continuación. A estas enseñanzas nos atenemos, como no puede ser de otra forma, y estas enseñanzas os ofrecemos.

2.1. El Concilio Vaticano II

Para que el ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordina-rio y aparezca como tal son necesarias varias cosas:

• “QueseveaenelprójimolaimagendeDiossegúnlacualhasido creado, a Cristo Jesús a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado y se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio.

• “Quenosemanchelapurezadeintenciónconningúninterésdela propia utilidad o por el deseo de dominar”.

• “Quesesatisfagaantetodoalasexigenciasdelajusticia,ynose brinde como ofrenda de la caridad lo que ya se debe por título de justicia”.

• “Quesequitenlascausasdelosmales,nosólolosefectos,yseordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan libe-rando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastan-do por sí mismos” (Apostolicam actuositatem, 8).

Meditemos estas enseñanzas que tanto nos ayudan y nos iluminan para ofrecer un servicio y una ayuda, dignas del ser humano y respe-tuosas de su dignidad.

2.2. Benedicto XVI

El Santo Padre, inspirándose en las enseñanzas del Vaticano II, nos ofrece los rasgos y características que han de tener quienes han reci-bido del Señor la gracia de servir a los necesitados. De este modo, el Papanosmuestralamejorformadeserviralosnecesitados.Osinvi-to una vez más a conocer estas enseñanzas y a revisarnos a la luz de ellas. Estoy seguro de que nos hará mucho bien a nosotros y a los que servimos.

35“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

A. Competentes profesionalmente. Un primer requisito funda-mental es la competencia profesional de quien ejerce la caridad; no vale cualquier cosa. Ahora bien, por sí sola no basta ya que los servidos y atendidos son seres humanos, y estos “necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta” (Deus caritas est, 31). Por eso los agentes de la caridad han de observar un auténtico equilibrio entre la formación técnica y la motivación que la sostiene y hace fecunda. A los pobres y nece-sitados hay que servirlos de la mejor manera posible. En ellos servimos al mismo Jesucristo.

B. Movidos por el amor. Es claro; los que trabajan en las insti-tuciones caritativas de la Iglesia han de procurar “no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento”, sino que han de esforzarse en conseguir que su dedicación al otro sea realizada “con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad” (Deus caritas est, 31). En este sentido, los que realizan el servicio de la caridad han de alcanzar y cuidar no sólo su formación profesional sino también y sobre todo su “formación del corazón”. Los pastores de la Comunidad Cristiana han de procurar guiarlos “hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprenda de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gál. 5, 6)” (Deus caritas est, 31; cf. Novo Milenio 50).

C. Independientes de partidos e ideologías. En una nuestra socie-dad donde tantas opciones ideológicas, políticas, culturales y antropológicas existen, estas palabras de Benedicto XVI nos ayudan a realizar el servicio de la caridad de forma adecuada. Por ello, agradecemos su enseñanza luminosa y la proponemos a todos. “La actividad caritativa cristiana ha de ser independien-te de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el

36 Carta Pastoral

mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita. (...). El programa del cristiano –el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús– es un “corazón que ve”. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (Deus caritas est, 31).

D. La necesaria programación. El servicio de la caridad realiza-do por la Iglesia debe ser realizado de la mejor manera posible. Una forma de hacer bien este servicio es, sin duda, la programa-ción de objetivos, de acciones, de instrumentos, de tiempos, así como la revisión y evaluación de lo que se hace al servicio de los pobres.“Obviamente,cuandolaactividadcaritativaesasumidapor la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares” (Deus caritas est, 31).

E. La caridad no es un medio para hacer proselitismo. Acogemos con gozo estas palabras del Santo Padre. Estamos convencidos de que el ejercicio de la caridad debe ser realizado de forma totalmente gratuita y desinteresada. “Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera prose-litismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos” (Deus caritas est, 31).

Ahora bien, esto no significa que tengamos que ocultar el rostro de Dios y de Cristo cuando servimos a los pobres y necesitados. Por la importancia y significatividad de las enseñanzas del Papa insertamos aquí estas palabras que tanta luz aportan sobre el ser-vicio de la caridad y el anuncio de Dios. “La acción caritativa no debe, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más pro-funda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia, nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el

37“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (I Jn. 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. Y sabe que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor” (Deus caritas est, 31).

F. La fe que opera por la caridad, fuente de inspiración. Los servidores de la caridad “no han de inspirarse en los esque-

mas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Gál. 5, 6). Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que dice Pablo: “nos apremia el amor de Cristo” (I Cort. 5, 14). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él” (Deus caritas est, 33).

G. Trabaja en comunión con la Iglesia. Ya hemos afirmado que el servicio institucional católico de la caridad ha de ser siempre expresión visible e histórica de la caridad de la Iglesia. Tengamos siempre presente que la Iglesia es misterio de comunión en ten-sión misionera. Por ello, “el colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mun-do. Por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y de Cristo y, precisamente por eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente” (Deus caritas est, 33).

38 Carta Pastoral

H. Sintonizar con otras organizaciones que están al servicio de los necesitados. “La apertura interior a la dimensión católica de la Iglesia ha de predisponer al colaborador a sintonizar con las otras organizaciones en el servicio a las diversas formas de nece-sidad; pero esto debe hacerse respetando la fisonomía específi-ca del servicio que Cristo pidió a sus discípulos. En su himno a la caridad (I Cort. 13), Pablo nos enseña que este himno “debe ser la Carta Magna de todo el servicio eclesial (...). La actua-ción práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona” (Deus caritas est, 34).

I. Servir con amor y humildad. El que realiza la “diakonía” de la caridad no adopta una posición de superioridad ante el otro, por pobre y miserable que sea momentáneamente su situación. Tengamos en cuenta que Cristo lavó los pies a sus discípulos y se abajó tanto que ocupó el último puesto en el mundo y nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros en la cruz. Precisamente con esta humildad tan radical, tan impresionante y tan sobrecogedora nos ha redimido y nos ayuda constantemente.

Recordemos ahora las palabras de Benedicto XVI: “Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, tam-bién él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni moti-vo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: “Somos unos pobres siervos” (Lc. 17, 10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capaci-dad personal, sino porque el Señor le concede este don (...). Hará con humildad lo que le es posible y con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros.

39“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: “Nos apremia el amor de Cristo” (I Cort. 5, 14) (Deus caritas est, 35).

J. La necesidad de la oración: “Ante la tentación de que nada puede hacerse, surge la necesidad de la oración: “ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre... La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo. La beata Teresa de Calcuta decía a sus colaboradores laicos: “nosotros necesitamos esta unión íntima conDiosennuestravidacotidiana.Y¿cómopodemosconse-guirla?Atravésdelaoración”(Deus caritas est, 36). “Ha llega-do el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo.Obviamente, el cristianoque rezanopretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo (...). Una actitud auténticamente religiosa evita que el hombre se erija en juez de Dios, acusándole de permitir la miseria sin sentir compasión por sus criaturas. Pero quien pre-tende luchar contra Dios apoyándose en el interés del hombre, ¿conquiénpodría contar cuando la acciónhumana se declareimpotente?”(Deus caritas est, 37).

Es cierto que Job puede quejarse ante Dios por el sufrimien-

41 Carta Pastoral

to incomprensible y aparentemente injustificable que hay en el mundo (cf. 23, 3. 5-6. 15-16). A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir. Por otra parte, Él tampoco nos impide gritar como Jesús en la cruz: “Diosmío,Diosmío,¿porquémehasabandonado?”(Mt.27,46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, endiálogoorante:“¿Hastacuándo,Señor,vasaestarsinhacerjusticia,túqueeressantoyveraz?”(cf.Ap.6,10)(...).Nuestrapregunta no quiere desafiar a Dios, ni insinuar en Él algún error, debilidad o indiferencia (...). Es cierto, más bien que incluso nuestro grito es, como en la boca de Jesús en la cruz, el modo extremo y más profundo de afirmar nuestra fe en su poder abso-luto. En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en “la bondad de Dios y su amor al hombre” (Tit. 3, 4). Aunque están inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros” (Deus caritas est, 38).

41“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

CAPÍTULO OCTAVO:LA nUEVA IMAGInACIón dE LA CARIdAd

Juan Pablo II nos dijo: “Es la hora de una nueva “imaginación de la caridad”, que promueva no tanto y tan sólo la eficacia de las ayu-das prestadas, sino la capacidad para hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante sino como un compartir fraterno” (Novo Milenio, 50).

¿Quéimplicalanuevaimaginacióndelacaridad?– Supone ver a los pobres a la luz del misterio de Cristo y de su

misión.– Exige de todos conjugar la escucha contemplativa de María con

la actividad de Marta.– Exige la capacidad de acercarnos a los que sufren y lloran.– Seguir las huellas de su Señor Jesucristo pobre en el servicio.Recordemos estas palabras de la Conferencia Episcopal Española

que afirma: “los cristianos individualmente, y también nuestras comu-nidades e instituciones, estamos llamados a desarrollar la “diaconía”, como ayuda, solidaridad, compartir fraterno, comunión”. (Conferencia Episcopal Española: “La Caridad de Cristo nos apremia”, 25-XI-2004, n. 10).

El punto de partida de la civilización del amor es el reconocimiento del hombre como imagen de Dios. Este reconocimiento tiene sus con-secuencias para la vida de las personas y de los pueblos:

– El respeto a la persona humana más allá de estructuras e ideolo-gías.

– El fundamento de toda sociedad, estructura o institución es la persona y, por tanto, en el respeto y promoción de la persona encuentran su finalidad y justificación.

– El bien común resulta de la participación libre, consciente y generosa de todos los miembros de la sociedad. No se alcanza por la violencia. —de aquí que todas las instituciones sociales

41 Carta Pastoral

y políticas han de tener como características la honestidad, la equidad y el respeto a las personas—. Al lado de estas institucio-nes es indispensable poder recurrir a otras instancias de carác-ter moral y espiritual capaces de orientar a los hombres hacia el sentimiento de su dignidad, derechos, obligaciones...

Realizar la civilización del amor, que condensa toda la herencia ético-cultural del Evangelio, es el reto al que nos debemos enfrentar hoy. El amor no es algo puramente privado o de beneficencia.

Elementos fundamentales de la civilización del amor:– Un elemento interno enraizado en el bautizado: el amor de

Dios.– Un elemento externo. Difundir al exterior ese mismo amor para

hacer un mundo nuevo.La civilización del amor incluye:– Un conjunto de condiciones morales, civiles y materiales que

permiten a la vida humana mejores posibilidades de existencia, una plenitud razonable y un destino feliz eterno.

– Sus valores más importantes y significativos son: solidaridad, fraternidad, dignidad del hombre, supresión de toda discrimina-ción o segregación, servicio a la justicia y a la paz...

– Una vida según las Bienaventuranzas. Estas palabras proclama-das en un mundo donde abunda el culto al dinero, al poder y a la imagen y donde hay tantos signos de injusticia y de violencia... pueden parecer a muchos palabras vacías, sin contenido..., pero ellas son la proclamación de la nueva civilización del amor que nace sobre la base de valores despreciados por el hombre de hoy pero que en el designio de Dios son instrumentos de redención y de liberación. “Las Bienaventuranzas son una utopía para los sabios de este mundo, pero una profecía para los que viven en la verdad de Dios, del hombre y del mundo”.

La finalidad inmediata de la doctrina social de la Iglesia es la de proponer los principios y valores que pueden afianzar una sociedad digna del hombre. Entre estos principios, el de la solidaridad en cierta

43“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

medida comprende todos los demás: éste constituye “uno de los prin-cipios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política” (Juan Pablo II. “Centesimus annus”, 10).

2. La solidaridad ha de estar iluminada por la caridad

El principio de la solidaridad está iluminado por el primado de la caridad “que es signo distintivo de los discípulos de Cristo” (cf. Jn. 13, 35). Jesús nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nue-vo del amor” (Gaudium et Spes 38). El comportamiento de la persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos profundamente convenci-dos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza (cf. I Cort. 12, 31-14, 1), que puede conducir a la perfección personal y social y mover la historia hacia el bien.

3. El amor debe estar presente y penetrartodas las relaciones sociales

(CATECISMO dE LA IGLESIA CATóLICA, 1889)

Los gobernantes han de procurar “conservar en sí mismos e inculcar en los demás, desde los más altos hasta los más humildes, la caridad, señora y reina de todas las virtudes. Ya que la ansiada solución se ha de esperar principalmente de la caridad, de la caridad cristiana enten-demos, que compendia en sí toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo” (León XIII: “Rerum Novarum”, 143)

Este amor puede ser llamado “caridad social” (Pablo VI: ”Discurso a la FAO, 1970, 11; Juan Pablo II: Discurso a losMiembros de laPontifica Comisión “Iustitia et Pax”; 1980, 7), o “caridad política” (Pablo VI: “Octogesima Adveniens”, n. 46, 1971). Y se debe extender a todo el género humano (AA 8).

44 Carta Pastoral

El “amor social” (Juan Pablo II: “Redemptor hominis”, 15, 1979) se sitúa en las antípodas del egoísmo y del individualismo: sin absoluti-zar la vida social, como sucede en las visiones horizontalistas, que se quedan en una lectura exclusivamente sociológica, no se puede olvi-dar que el desarrollo integral de la persona y el crecimiento social se condicionan mutuamente.

Es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones socia-les y ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva la caridad se con-vierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une “(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 207).

4. Revalorizar el amor en la sociedad

Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social —a nivel político, económico, cultural—, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción. Si la justicia “es de por sí apta para servir de «árbitro» entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que llamamos «misericordia»), es capaz de restituir al hombre a sí mismo” (Juan Pablo II: “Dives in misericordia”, 14, 1980). No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: “El cristiano sabe que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación con el hombre. Es también el amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso el amor es la for-ma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. El amor debe animar, pues, todos los ámbitos de la vida humana, exten-diéndose igualmente al orden internacional. Sólo una humanidad en la

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que reine “la civilización del amor” podría gozar de una paz auténtica y duradera” (Juan Pablo II: “Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”, 10, 2004). En este sentido, el Magisterio recomienda encarecida-mente la solidaridad porque está en condiciones de garantizar el bien común, en cuanto favorece el desarrollo integral de las personas: la caridad “te hace ver en el prójimo a ti mismo” (San Juan Crisóstomo: Homilía “De perfecta caritate”, I, 2).

5. Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre (Juan Pablo II: “Novo Millennio ineunte”, 49-51, 2001)

Semejante cambio no significa anular la dimensión terrena en una espiritualidad desencarnada (Juan Pablo II: “Centesimus annus”, 5, 1991). Quien piensa conformarse a la virtud sobrenatural del amor sin tener en cuenta su correspondiente fundamento natural, que incluye los deberes de la justicia, se engaña a sí mismo: “La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo. “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc. 17, 33). Pero la caridad tampoco se puede agotar en la dimensión terrena de las relacio-nes humanas y sociales, porque toda su eficacia deriva de la referen-cia a Dios (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y paz”, BAC. Planeta. 2005).

46 Carta Pastoral

COnCLUSIón

Desde el Amor Salvador que proviene de Dios, y acogido en nues-tros corazones por Cristo en el Espíritu Santo, queremos hacer el cami-no de la historia como hijos sin olvidar nuestro destino eterno.

Queremos ser signo y lugar del amor de Cristo en la historia bus-cando incansablemente la comunión fraterna en la humanidad entera entre sí y con Dios.

Viviendo en caridad animamos y transformamos la ciudad desde la caridad que se hace servicio eclesial a los pobres y compromiso socio-político en todos los ámbitos de la realidad social.

Estamos con los pies en la tierra, perfeccionándola en el amor, par-ticipando ya del encuentro con el Señor por la experiencia de la fe y la vida cristiana, construyendo el Reino, pero también, sabiéndonos caminantes hacia el encuentro definitivo y pleno con el Señor, cuando “todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestro esfuerzo, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal” (GS 39; cf. LG 48). “Dios será entonces “todo en todos” (I Cort. 15, 22), en la vida eterna” (CATIC 1050).

47“Si no tengo Amor (Caridad), nada soy”

ORACIón dE LOS dISCÍPULOS dE JESÚSEn CORIA-CÁCERES

Trinidad Santa,

comunión de Vida y de Amor

enséñanos a entregarnos,

como expresión de un amor que “da la vida”

siempre sembrando esperanza

en todos los que nos acompañan

Que nuestro amor

sea siempre nuestro distintivo.

Una caridad con todos,

donde los pobres y necesitados,

sean principalmente nuestros hermanos y amigos

y desde la Eucaristía

brote el amor hacia todos

Santísima Virgen de Argeme, ruega por nosotros.