CAPITULO Veintiuno
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CAPITULO XXI
TODA LA VIRGEN Y TODOS LOS SANTOS
Junto a Cristo, la Virgen María es un personaje muy popular,
tanto en Montaillou como en el Sabarthes. Durante toda la Bella
Edad Media, los hombres de Iglesia, por razones y en grados diversos, tomándolas de san Bernardo, santo Domingo y algunos otros,
promovieron apasionadamente las devociones a la Virgen Madre en
un clima de ternura y de impulsos del corazón. En 1254, el con-
cilio de Albi se había hecho eco amplificador de la moda mariana
para uso de las poblaciones de Occitania: había elevado el Avemaría al rango de las plegarias mayores, Credo y Padrenuestro, teóricamente inculcadas a todos los individuos de más de siete años.
(Según Noonan, historiador del control de natalidad, que sobre este
punto afirma más de lo que demuestra, ese fomento del Avemaría
trataba de dar su justo valor a la procreación, puesto en tela de
juicio por el catarismo: bendito es el fruto de tu vientre ...
Tales eran las prescripciones oficiales. Pero, ¿qué ocurría con
la devoción real y con la práctica mariana entre la élite sabarthesiana, y sobre todo, qué ocurría entre los campesinos de Montaillou
y los de la «pequeña región», aunque sean más difíciles de conocer?
En las clases medias de las poblaciones mayores, de las que salió el
zapatero Arnaud Sicre, hijo de un notario de Tarascan y de una
dama de Ax, no hay ningún problema: entre estos grupos, el Ave
maría forma parte del bagaje mínimo que se incorpora a la cullur;t
católica del individuo:
-Y vos) ¿cómo rezáis a Dios? -pregunta Bélibaste a Sicre.
-Me santiguo con la señal de la cruz -responde el delator-,
me encomiendo a Dios que murió por nosotros en la cruz, j' a la
Virgen María, digo el Padrenuestro y el Avemaría. Ayuno en la
vigilia de la Virgen.
-El cordero bala porque no sabe hablar ... -responde irónica-
mente Bélibaste-. Sabed que el Avemaría no tiene valor. Es una
invención de los curas
... En cuanto a vuestro ayuno, vale lo mismo
que el de un lobo' (Il, 37, 54).
Estas bromas despechadas del hombre santo son previsibles,
dadas sus opiniones albigenses. Pero no es menos cierto que la
piedad de Arnaud Sicre (denunciante antipático, pero cristiano bien
educado) parece simplista quizá, pero completa como panoplia; implica, en efecto, una serie de homenajes en forma de signos y de
oraciones: se dirigen al Padre, al Hijo redentor, a la Cruz y a la
Virgen.
En Montaillou mismo, la minúscula élite noble y clerical del
Jugar honra a la Virgen, al menos con signos externos de la piedad:
el cura Clergue hace inhumar a su madre bajo el altar mariano
de su iglesia, detrás del cual él confiesa. Béatrice de Planissoles
olvida a veces acudir a la misa del domingo; sin embargo, con ocasión de las ceremonias de purificación tras el parto, no deja de saldar
su deuda con la Virgen local de Montaillou en forma de un cirio
o vela de color, llamada retinte: ella misma lo confecciona con sus
propias manos (!, 223). La dríada de sangre azul no es la única,
en su grupo social, que se siente concernida por la Madre de Cristo;
en los medios nobles a los que está vinculada, se celebra de buena
gana la Asunción de la Virgen con una comilona entre amigos, cierto
que muy laica, en el curso de la cual un pobre frater viene expresamente para cantar el Avemaría (Il, 123 ).
¿Qué ocurre con los grupos sociales propiamente populares y
rústicos? Arnaud de Savígnan, albañil tarasconés, sabe el Ave Maria
igual que el Padrenuestro) el Credo y algunos salmo-s. Pero es cierto
que este artesano cultivado, urb;mizado, heterodoxo, y primo de un
notario, sobresale netamente del vu!gum pecus. Los campesinos conocen, al menos de oídas, el Padrenuestro; más que el Avemaría,
que sin embargo no es desconocido para algunos de ellos. Lógicamente están al corriente de la existencia de la Virgen María y son
sensibles a su seducción. Varios de ellos son capaces no sólo de
nombrarla, sino también de rezarla; con celo, ya que no con fervor.
A menudo he recordado a mi hermano Pierre (seducido por el albigeísrno) que se debía rezar frecuentemente el Padrenuestro y el avemaría, declara, Jean Iviaury, pastor montalionés que sigue siendo católico a medias (II, 446). El mismo Jean Maury aprendió el Padre-nuestro y el Avemaría de las lecciones de su propia madre
tras que su padre representaba la influencia herética en la familia
[Il, 449] ).
En este mismo orden de ideas, un curioso texto nos sitúa ante
una campesina fuxea tan maríal como es posible serlo en ese medio
y en esa época. Hace dieciséis años -cuenta en 1324 Rixende Cortil, hija de un aldeano de Vaychis y mujer de un aldeano de Ascou-, un día de fiesta yo había ido a la iRlesia de Ax y me había
arrodillado ante el altar de la Bienaventurada María, ante el cual
me puse a rezar/a. Guillemette Authié, la muier de Amiel Authié
(hoy muerta) estaba a mi lado. Y al oír mi oración, me diio:
-Deja de rezar a María. Reza más bien a Nuestro Señor.
-¡Pero yo seguÍ en mi plegaria a María' (III, 308).
Rixende Cortil no es una beata estrictamente ortodoxa del catolicismo, puesto que no considera falta llevar personalmente trigo
a los hombres-buenos, considerados por ella, debido a su simple
presencia en el país, como garantes de la fertilidad del Sabarthes
(III, 307). Su caso no es, sin embargo, dudoso: reza a la Virgen,
en voz alta, obstinadamente, ante el altar especializado de una
da, sin el menor respeto humano. 2Díce simplemente en esa ocasíón el Avemaría? Es muy posible. Pero no seguro, porque el texto
es mudo sobre ese detalle.
No he encontrado en Montaillou campesina que pueda
compararse con Rixende Cortil en punto a exhibición de piedad mariana.
Sin embargo, es cierto que la Virgen cuenta en la mentalidad de
nuestros montalioneses. Las Testanihe, madre e hija, son dos
jerdtas bnstante simplonas, pero que no obstante saben lo que quieren (I, 457, 461 ). De creerlas, la salvación del alma procede a la
vez de «Dios» nuestro salvador (id est) Cristo, mal identificado
por lo demás por estas damas) y de la bienaventurada María. En
este caso, la Virgen no queda confinada al papel de intercesora que,
de creer a la sana teología católica, deberís ser el suyo normalmente;
seP:Ún las dos montalionesas (que indudablemente reflejan una opinión más general), Ella ejerce un papel salvador que le pertenece
corno propio. Esta idea vaga, pero poderosa, que puede ir hasta
la adoración de la Virgen, se encuentra de un extremo al otro del
Sabarthes: El encomendó su alma a Dios y a la Bienaventurada
María; ... adoró a los dos cortésmente; por tanto, no es herético)
dicen los clientes de una taberna de Foix, que comentan
mente el suplicio de un valdense en la hoguera (I, 174).
La devoción a la Virgen María en la región de oc era sin eluda
antigua; pero no estaba «reconocida>> por doquier y toponímicamente. A diferencia de lo que ocurrió en varias regiones franceses del
Norte, esta devoción mariana no fue en todo caso oficializada durante la Alta y menos alta Edad Media, en la región meridional,
por la creación de un gran número de topónimos de parroquias,
que hicieron mención de !vlaría, de la Virgen o de Nuestra Seiiorn.
No obstante, durante b época que considero, y desde antes de esta
época, es evidente que el culto mariano se extiende en los Pirineos
ariegenses, rodeados por grandes valles: en ellos florecen desde mucho antes las Vírgenes románicas. En Montaillou mismo hay una
peregrinación venerada a la Virgen de Carnessas. Las montalionesas,
nobles y campesinas, se dirigen del bracete de buena gann a ella, con
un cirio de color en la m8no, con ocasión de la purificación tras el
parto.
En Tarascan, b iglesia de Sabart o Savart, dotada con monjas,
epónima del Sabarthes, es el santuario mariano de nuestro pueblo
pirenaico, identific:Jcfo con el territorio que lleva este nombre; esta
iglesia ¿hace simultáneamente función de sede arciprestal.• De
creer a Adolnhe Garrigou, el «Macaulay del Ariege», una tradición locnl dice que Carlomagno fundó el santo edificio de Sabart
hacia 775-780, tras sus victorias sobre los sarracenos. En el siglo
pasado, monedas de oro y de plata que datan de los siglos xi y xii
fueron encontradas por los arqueólogos en los alrededores del paraje.
La pcref!rinacíón de Sabart. en esta iglesia, tenía lugar tradicionalmente el 8 de scntiemhre, dLt de la Natividad de la Virgen. La Natividad mariana del 8 de septiembre estaba estrechamente asociada a
la vida transhumante de los pastores del alto Ariege: Mi hermano
Pierre Maurv -cuenta Jean Maury- vendió sus corderos ese mismo
año en las ferias de Morella, que coinciden con la Natividad de la
virgen (ll_ 486 ). 0tra peregrinación mariana en el Sabarthes: la de
la Bienaventurada María de Montgauzy, situada en Foix, en la parte
baja de la pequeña region. Es por excelencia la peregrinación pánica,
que mezcla las lagrimas con la plegaria, en una identificación tierna,
afectiva, y a veces desgraciada: identificación específica que los historiadores gustan hoy de volver a descubrir por todas partes, cuando
estudian la sensibilidad a la Virgen, en torno a los años 1300.
Gaillardc Ros, campesina de Ornolac, fue víctima de un ladrón que
la robó dinero y ciertos «bártulos». Va por tanto gimiendo y
randa a suplicar a María de Montgauzy para que ella le restituya
sus «bártulos>>. Gaillarde rodea el altar empuñando una larga vela y
ruega a la Virgen que ponga en el «corazón>> de los ladrones la incitación a devolverle el bien robado. Gestiones complejas: por un
lado, implican lo que puede parecernos superstición (vela interminable, Virgen que devuelve las cosas robadas); por otro, suponen
un compromiso emotivo que es típico de la modernidad popular y
mariana en esa época (lágrimas, gemidos, plegarias formuladas por
la suplicante; efecto emoliente y enternecedor
-obtenido por la
Virgen o esperado de ella- sobre el corazón de los truhanes de
la aldea). En cualquier caso, María no aparece en esta coyuntura
como un san Antonio de Padua cualquiera, a quien se echan dos
perras en el cepillo para que encuentre mecánicamente los objetos
perdidos. La relación que Gaillarde Ros, y tant8s otras campesinas
igual que ella, mantienen con la Virgen, muestra una intensidad de
pasión doliente.
Esta relación emotiva es más nítida aun en el caso de Ande
Fauré, aldeana de Merviel, a quien ya he puesto en el banquillo.
En lo más duro de su desesperación, Aude Fauré se había dado
cuenta de que no creía ya en la presencia real del cuerpo de Cristo:
Entonces se volvió a su nodriza, diciéndole:
-Ruega a Dios que me ponga en el corazón que yo me vuelva
creyente.
Y mientras la nodriza oraba a Dios lo mejor que podía, apareció Guillemette, sirvienta del ostal de Aude Fauré.
-Guillemette -dijo Aude a esta sirvienta-, ponte a rezar y
rue[!,a a la Bienaventurada VirP,en María de Mmztgauzy, para que me
ilumine de tal forma que yo pueda creer en Dios.
Gui!lemette ejecutó esta orden de su ama tras haberse puesto
de rodillas. Y cuando hubo rezado, Aude fue iluminada al punto,
u creyó firmemente en Dios, y aun cree hoy según lo que dice (II, 95).
La religión sensiblera es esta vez plenamente evidente en esta
variante del culto matiano. Incluso muy minoritarias en su grupo
sociológico, Gaillarde Ros y Guillernette, la sirvienta, son testimonio, en esa época y en esa región, de un acceso campesino a la plegarla informal y femenina; plegaria que aúna, en homenaje a la
Virgen, lo pánico con lo patético.
Para terminar con las peregrinaciones a la Virgen, notemos que,
como el de Montgauzy en SabarthCs, el santuario de Montserrat en
Cataluña es popular entre nuestros ariegenses. Mencionemos igualmente Le Puy, Rocamadour e incluso, excepcionalmente, es verdad, Notredame de Paris.
Las fiestas marianas están inscritas en la memoria popular en el
Sabarthes: ya he mencionado la Natividad de la Virgen, fundamental en toda la pequeña región. Navidad, fiesta santa y familiar en
nuestra aldea, concierne de cerca también a la maternidad de María , los pastores cátaros conservan incluso una vieja ternura por
los Reyes Magos (II, 37) que fueron a peregrinar hasta el Hijo y
su Madre algunos días después del Nacimiento. En medio del verano, la Asunción es tan familiar para los nobles como para los ganaderos. Una sencilla sirvienta rústica sabe contar su tiempo de servicio desde una fecha inicial que coincide, según dice, con la fiesta
«ele la Purificación de la Bienaventurada María» (II, 99).
Llegamos ahora al plano ele los juramentos: Sancta Maria se ha
convertido tanto en Montaillou como en el SabarthCs en una especie
de exclamación femenina. Prueba innegable de popularidad. Sancta
Maria, qué palabras tan malas profiere este hombre -dice Alazais
fv1unier a su comadre Gaillarde Ros, refiriéndose a Guillaume
tatz, el incrédulo de Ornolac (I, 191, 194 ). Sancta Maria, Sancta
Maria, estoy viendo al diablo -exclama Guillemette <<Belote», herética moribunda de Montaillou, al cura de la aldea vecina que ha
creído conveniente llevarle el viático.
Induso los cátaros del lugar, lo repito, no rechazan totalmente
a Marfa, a pesar de su antifeminismo patológico. Hablan a veces
en son de burla de la NI arieta y del tonel de carne donde se bosquejó
Jesucristo. Pero es hablar por no callar. Echad a la Virgen por la
puerta, volverá a entrar por la ventana. Nosotros) los creyentes [de
la herejía], somos las piernas de la Bienaventurada María -dice
Guillemette Maury, de MontajJlou, que pisa los talones en este punto a una «charla de sobremesa» en la que Bélibaste valoriza a la María
mística, identificada con la Iglesia albigense, o con el conjunto de
fieles (II, 52-53; I, 282). En un estilo evangélico y sin adornos, el
propio Pierre Authié propone por cuenta propia una mariología de
la buena voluntad; ante Pierre Maury, al que acompañan otros pastores del Sabarthes y de la región de Arques, Pierre Authié afirma,
en efecto, en un comentario oral en el que saca a colación a San
Lucas: la madre de Dios es simplemente la buena voluntad. Por
lo que se refiere al albigense Pierre Clergue, bien puede ridiculizar
a la Virgen oficial de la Iglesia católica; pero no por ello venera
menos a la Virgen tectónica de Montaillou, bajo cuyo altar hace
enterrar a su madre. De este modo fusiona, en su propia
ción>>, la herejía global con el folklore local.
Este aspecto tectónico de la presencia mariana en la parroquia
de bs cruces amarillas me parece muy esencial. De modo irrefutable, la Virgen Madre en la región de Aillon, y más generalmente en
el alto Ariege, está en la tierra. Igual que Dios Padre está en el
cielo. Los dos forman pareja en los extremos de la dimensión vertical. María de MontaíJlou y del Sabarthes se vincula 81 culto antiquísimo de bs piedras del lugar, que rodean los rebaños de vacas
y las parejas ele bueyes de labor; hacia Ella y hacia estas piedras descienden los regalos de los vellones de lana. Y bajo su altar, y en el
cementerio qu-e está pegado a su capilla, Ella recibe los cadáveres
que vuelven maternalmente al suelo nutricio. La Diosa Mndre es
una Diosa Tierra. En el plano vertical de la aldea de Montaillou,
a la que dominan desde lo alto el Castillo, el Paraíso, y los poderes
espirituales y políticos, la Virgen se acurruca en su santuario local,
en la parte más baja y más escondida. Muy por debajo de las domus,
a su vez por el torreón de 1a cima. Como «tonel de carne», recibe la orina y el estiércol, los cadáveres y el pateo de los
bovinos. Encarna efectivamente los cultos de las fecundidades uterina y agrícola, que me hnn sorprendido por su aparente falta, debido a que se quedaron en el plano de lo no dicho. Sepultados en el
relativo silencio de los textos, e incluso de las conciencias, estos cultos de fondo no dejan por ello de subtender las sacralidades montalionesas, cuyas superestructuras, en cambio, son claramente más
aéreas.
Estas consideraciones sobre la Virgen nos conducen naturalmente
hasta el culto de los santos. Se sabe que éste, añadiéndose a las fiestas y a los domingos, autoriza grosso modo, en total, noventa días
festivos en el año, con frecuencia, entre los pueblos de los regímenes muy antiguos, va acompañado de desviaciones foJklóricas y
paganizantes. No siempre es fácil distinguir en este tipo de culto,
en el Sabarthes, lo que es método más o menos mágico o burdo
que apunta por ejemplo a obtener una ventaja material, de lo que
es devoción propiamente dicha a un intercesor, dirigida entre otras
tt la salvación del alma del devoto. Hace veintiséis años -cuenta en
1324 el pastor Bernard Marty- le di¡e a mi padre el día de la
Epifanía:
-Quiero ir a velar en honor de san J ulián, patrón de nuestra
iglesia de Junac.
Entonces, el castellano del lugar, que estaba presente, se burló
de mí.
-Ah, ¿vais a dar luz a vuestros muros? (III, 276).
Este breve diálogo nos deja en ayunas; no sabemos nada más
sobre la devoción a San Juan en Junac del Sabarthes. Sólo un hecho
nos es conocido: esta devoción implicaba una vigilia con velas, en
la iglesia del lugar, durante la noche de la fiesta votiva. En cuanto
a lo demás, es de lamentar nuestra ignorancia. Porque el Julián en
cuestión no es otro que el Hospitalario, gran parricida y cazador
ante el Eterno, según la Leyenda dorada .
En Montaillou -y en su región- estamos afortun8damente mejor informados sobre otro culto: el que se rinde a san Antonio.
Los pastores de la región de Aillon, entre ellos Pierre M:mry, ofrecen de buen grado un vellón de lana a este santo. Y lo que es más,
en consideración al cerdo que le acompaña, los aldeanos dan jamones a este Antonio del parco. Finalmente, san Antonio, tanto en
el Sabarthes como en toda la Cristiandad, presta su nombre a una
enfermedad de la piel o fuego de san Antonio, que él se encarga primero de provocar, luego de curar; El gran eremita egipcio, padre
del monaquismo, ostenta también en el alto Ariege las capacidades
agrarias y taumatúrgicas que le reconocerán en todo el mundo occidental durante muchos siglos.
Algunos santos se especializan por tanto -¿hay que decir que
bajamente?- en la salud física del ganado y del ser humano. Algunos apóstoles incluso, a ejemplo de San Pablo, que en el Sabarthes
se encarga tanto de la eclosión como de la curación de la epilepsia,
no desprecian estas tareas vulgares. (Por otra parte, es normal que
las preocupaciones de la salvación del alma, de tanta importancia
entre los sabarthesianos, vayan acompañadas de una preocupación,
subalterna y taumatúrgica, por la salud del cuerpo.) Pero, admitido
este punto, hay que reconocer que la piedad apostólica, tanto en
Montaillou como en otras partes, es algo muy distinto a una receta
agraria o sanitaria. En líneas generales, E. Delaruelle ha demostrado
que, desde el siglo xr, la devoción a los apóstoles se desarrolló
en Occidente vinculada al descubrimiento de la «vida apostólica»;
esta forma de religiosidad había descendido poco a poco «al terreno
de las devociones populares». En l\1ontaillou mismo y en Prades,
hacia 1300, está viva en el corazón de los montañeses y de los pastores. El argumento que emplean los amigos montalioneses de Pierre
Authié para convencer al joven Pierre Mmu-y (de dieciocho años en
ese entonces) de apoyar su causa, es precisamente de ese calibre:
Las buenas gentes y los buenos cristianos -declaran a Pierre Maury
sus interlocutores y cofeligreses- han llegado a esta región/ siguen
la vía que siguieron los bienaventurados Pedro y Pablo J los demás
apóstoles, que siguieran al Señor/ nosotros te preguntamos, ¿quieres
unirte a los buenos cristianos? (II1, 120). La respuesta misma de
Pierre Maury demuestra que también él, joven de aldea barnizado
de cultura rural, sabe ya a gué atenerse, al menos grosso modo, sobre
la actividad predicadora y heroica de los apóstoles, a los que honra
y admira.
-Y si los hombres-buenos son como vos decís -replica-, si
siguen la vía de los apóstoles, ¿por qué no predicaron públicamente
como hicieron los apóstoles? ... , ¿por qué temen morir por la verdad
y la justicia, mientras que los apóstoles no temieron sufrir la muerte por una causa semejante?
Pierre Maury no separa su veneración por los discípulos de Cristo de la que consagra por otra parte a San Antonio (situado más
abajo, sin embargo) como también a la Virgen María, a los que
ocasionalmente da un vellón de lana (ibid.). La misma actitud en
Guillemette Argelliers, de Montaillou, cuando habla con Raymonde
Marty, otra mujer de la aldea: la veneración a Ios apóstoles, que
estas damas consideran desde un punto de vista sincrético, garantÍza para ellas, de un solo impulso, la validez de la fe de los hombres-buenos y la de la fe romana: confunden sin ninguna exactitud ambos
fideísmos (III, 91, !03).
En zona occitana, los concilios regionales ordenaban celebrar las
fiestas de los doce apóstoles; estas prescripciones oficiales eran más
o menos respetadas en nuestra región. Santo Domingo, cuya inf1uencia, tanto para lo bueno corno para lo ma1o, fue inmensa en la
región de oc, había predicado en ella con la palabra y con su eiemplo los modelos de la vita apostolica. Los de su orden le habían imitado luego, mejor o peor. El propio Jacques Fournier quería inculcar «pedagógicamente» a sus fieles esta devoción específica: hacia coincidir por tanto con la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago 1a quema apamcn del va] dense Raymond de J a Cóte, cuyas
llamas no dejaron indiferentes a los sabarthcsianos. Y ¿qué era de
hecho la peregrjnación a Santiago de Compostela, tan popular entre
nuestros montañeses, sino el homenaje más esplendente que pueda
haber a uno de los doce apóstoles? Sin embargo, más que Santiago,
era San Pedro quien polarizaba el fervor de las poblaciones. En Prades d'Aillon y en Montaillou, las dos iglesias locales, respectivamente dedicadas a San Pedro y a la Virgen, reproducía en un nivel
menos elevado, el dúo de los dos santuarios mayores del centro
epónimo del Sabarthi::s: en efecto, en Savart, en el meollo de nuestra
población pirenaica, se alzaban los campanarios de San Pedro y de
Nuestra Señora. El mayor de los apóstoles evocaba sentimientos de
respeto (no siempre adecuado) en sus feligreses de la región de Aillon. ¡Oh, oh.', ¿cómo vamos a hacer semejante acción en la ip,lesia
de San Pedro' -dice Béatrice de Pbnissoles en Prades, al penetrar en el santuario local donde su amante el cura hn preparado un
lecho para ellos dos para toda la noche. A lo que el amante, nada
desconcertado, se limita a responder: ¡Mucho le va a importar a
San Pedro' (I, 243 ). Guillaume Bélibaste intentó hacerse adorar
como un San Pedro por su pequefía camarilla de admiradores montalioneses (III, 258); hasta que Jcan Maury, consciente de la diferencia que hay entre el modelo y la copin, termina por decir al
hombre santo: Qué mal Pedro hacéis. En Prades y en el mismo
Montaillou, en la fiesta local (de Prades) de Pedro y Pablo, las campesinas se ponen sus mejores gal8s y celebran un11 buena comida con
sus hombres; luego se van a bailar a la plaza cuando son todavía
jóvenes, en compañín de los demás mozos.
¿Se trata, pues, de un culto apostólico-folklórico como fiesta de
aldea? Probablemente no. Sería dcmasiJdo estúpido, y demasiado
simple, cicer a nuestros campesinos incapaces de alzarse por encima
de ese bajo nivel. De hecho, a propósito del homenaje rural que se
rinde a los apóstoles, encontramos una ve;-; más b preocupación esencial de la salvación. Esta es hl que está en el centro de la religiosidad
de esa 'en el alto Aritge, como hemos dicho. Los hombres-buenos lo saben de sobra: cuando ellos mismos o sus fieles evocan
ante un pastor el ejemplo ad hoc de la vida apostólica, no dejan de
hacer vibrar de pnsada esta «cuerda sensible» que es la esperanza
creciente de untt salvación de lns almas en el otro mundo. Sólo los
hombres-buenos si,rz,ucn la vía ele la verdad y de la justicia que siguieron los apóstoles -dicen los ganaderos Raymond Pierre v Betnard Bélihaste a Pierre Maury-; no cos;en los bienes de los demás.
Incluso si en su camino encuentran oro y plata, no lo «alzam>
para embols!írselo; tienen la fe de los apóstoles: uno se salva mejor
en la fe de los heréticos que en cualquier otra fe (III, 122). P\erre
Authié h1ce hincapié en este punto respecto al joven pastor: insiste
en los temas de imitación erística, por mediación de los apóstoles.
Y o te pondré en la vía de la salvación, como Cristo puso en ella a
sus apóstoles, que no mentían ni engañaban ... Nosotros nos dejamos
lapidar, como los apóstoles se hicieron lapidar, sin reneg,ar un ápice
de la fe (III, 123). Y dirigiéndose a Bernard Marty, hijo de herrero
y pastor joven, Guillaume Authié invoca a su vez la perspectiva de
la salvación, garantizada por la pureza carnal de los salvadores: Sólo
los hombres-buenos salvan las almas, ellos sólo. No comen ni
vos, ni carne, ni queso; siguen la vía de los apóstoles Pedro 'Y Pablo
(III, 253 ). Con Raymond Vayssiere, de Ax, Guillaume Authié desarrolb una idea semejante, pero apuntalada esta vez por la promesa
de una remisión de Jos pecados, de tipo apostólico, y que dará la
llave del paraíso: Nosotros, perfectos de nuestra secta -dice Guillaume, cuyas palabras abrevio-, tenemos tanto poder para absolver los pecados como lo tuvieron los apóstoles Pedro y Pablo ... y
quienes nos siguen, van finalmente al paraíso, y los otros al infierno
(I, 282-283 ).
Tratándose de los naturales del condado de Foix, no apela uno
en vano al ideal de salvación, de pobreza, de pureza, de sinceridad,
de fe, de remisión de las culpas y de imitación de Cristo a través
de sus amigos más próximos, que se resume en la «vida apostólica>>.
Hombres-buenos y dominicos, cada cual predicando para su bando,
explotaron ampliamente- este filón popular, porque filón popular
había. Los pastores del Sabarthés no se preocupaban mucho de los
apóstoles. No les rezaban siquiera en cuanto tales, mientras que
bíen rezar al Padre y a veces a la Virgen, y en ocasiones a Jesús.
Pero estaban contentos de encontrar hombres s8ntos de carne y
hueso, que en su opinión se parecían a los compañeros de Cristo, y
que podían servirles de mediadores cuando se trataba de borrar los
pecados in fine, a fin de obtener mejor la salvación individual
Más allá del caso particular, pero privilegiado, de los Apóstoles,
Todos los Santos son honrados en Montaillou el día de la fiesta que
lleva este nombre. El día de los Santos eS especialmente importante
en h región de Aillon: en efecto, se inserta materialmente, según
la observación del pastor Jean Maury, en el ciclo carneruno de la
partida hacia la invernada de la que marca incluso el principio, en
los lugares de éxodo hacia la transhumancia catalana (II, 479). Esta
fiesta sagrada constituye uno de los escasos d.ías del año durante
cuya vigilia Bernard Ciergue, empedernido catarizante del Jugar, se
digna ayunar. Y sin embargo en su cara se puede leer que eso no te
gusta -observa el cura Barthélemy Amilhac, compañero de calabozo
del baile [ II, 283]. Para Guillemette Argelliers, campesina de Montaillou, el d.fa de los Santos marca un corte en el calendario mental,
por la misma razón que tal o cual fiesta consagrada a la Virgen:
Dei día de Todos los Santos a la Asunción -dice (II, 97)-, adopté
(equivocadamente) la creencia según la cual los curas debían trabajar con sus manos (cosa que no hacen). También es en el día de los
Santos cuando Raymonde Iviarty (nacida Maury) se siente atenazada
por el sentido del pecado (de los otros), y por el glorioso deseo de
i1- a delatar al obispo las acciones herétiG!S de sus amigos y conocidos de la aldea (III, 104, 108). Más generalmente, víspera del día
de Difuntos el día de los Santos preludia uno de esos momentos
de intensidad piadosa del folklore montalionés: Hace aproximadamente veintidós años -cuenta Gauzia Clcrgue (111, 356-357), al
día siguiente de los Santos, llevé un gran trozo de pan a la casa de
Pierre Marty, a fin de dárselo como limosna. Es la costumbre en
Montaillou [el día de Difuntos].
-Aceptad este pan por la redención de las almas de vuestro
padre y de vuestra madre, y de otros parientes difuntos -le dije a
Pierre.
-¿A quién queréis que se lo dé? -me preguntó él.
-Tomadlo para vos y para los de vuestra domus, y comedlo
-respondí yo.
-Sea por Dios -concluyó Pierre.
Y me fui, no sin decir a Emersende, la mujer de Pierre, a la
que encontré en mi camino:
-La limosna que os doy es meritoria, puesto que sois una amiga
de Dios.
¡Notable costumbre montalionesa! Combina dos ingredientes básicos de la cultura del lugar: la ofrenda folklórica o comunitaria de alimentos, hecha a tal o cual domus con ocasión del día de Difuntos
y la preocupación salvacionista, que impulsa al donador a obtener para sí los méritos por su buena obra, retrocesibles a las almas de los difuntos