Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

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Capítulo 31

Diálogo: personas creando significado entre ellas y encontrando maneras de seguir

adelante.

Harlene Anderson

A través de los años, he tenido un sostenido interés en las voces de los clientes: sus

experiencias y descripciones de terapias exitosas y de aquellas sin éxito, y de terapeutas

que fueron de ayuda y otros que no tanto. He entrevistado y consultado a clientes,

terapeutas y estudiantes en mi entorno local y alrededor del mundo. Frecuentemente

terminaba mis conversaciones y ellos hacían la siguiente pregunta: “¿qué consejo tiene

para los terapeutas?” Estas voces y sus reacciones a esta pregunta han influenciado

significativamente en mi entendimiento de la terapia y mi aproximación a ella. Si

tuviese que resumirlo, diría que los clientes hablaban de lo que ahora pienso como

“conversaciones relacionales”. Ellos describían formas particulares en que los

terapeutas escuchaban, oían y hablaban2; indicando que los modos, acciones y

reacciones de los terapeutas comunicaban a los clientes que eran importantes y

respetados y que lo que tenían que decir valía la pena escucharlo. Lo que aprendí resaltó

el significado de la relación en el diálogo y, en parte, influenció al motor y espíritu de

mi aproximación, una “forma de ser” del terapeuta a la que yo llamo “postura

filosófica”. Voy a tratar esta postura filosófica en el capítulo 4. Pero primero, hablaré

del rol del diálogo y de la importancia de escucharlo, oírlo y hablarlo en una relación y

una conversación, comenzando con una pregunta que es influenciada por estas voces de

los clientes y que siempre está presente: ¿cómo pueden crear los terapeutas

profesionales la clase de conversaciones y relaciones, con sus clientes, que permitan a

todos los participantes acceder a sus creatividades y desarrollar posibilidades donde

antes no parecía existir ninguna?

En hermenéutica, construcción social y filosofías posmodernas, la noción de diálogo es

central. Diálogo, en la temprana sociedad griega, hacía referencia a dia (a través) y a

logos (palabra). Se refería al intercambio social y a la generación de sentido y

significado y al entendimiento a través de ellos. Yo utilizo “diálogo” similarmente, para

referirme a una forma de conversación: hablar o conversar con otro o con uno mismo

con el objetivo de buscar significado y entendimiento. Pongo énfasis en el “hacer con”.

Los participantes se involucran el uno con el otro en una investigación mutua o

compartida: considerando conjuntamente, examinando, cuestionando y reflexionando.

En y a través de esta búsqueda dialógica, significados y entendimientos son

continuamente interpretados, reinterpretados, clarificados, revisados y creados. Mientras

emerge la novedad en el significado y el entendimiento, las posibilidades son generadas

para el pensamiento, sentimiento, emoción, expresión y acción. El verdadero diálogo no

puede ser otro que el generativo. En otras palabras, como mencioné anteriormente en el

capítulo 1, la transformación es inherente en el diálogo. También pongo énfasis en la

importancia de tener “espacio” para el diálogo en el que las personas puedan conectarse

y hablar entre ellas. Como también mencioné en el capítulo 1, pienso en él como un

1 Este capítulo fue escrito, originalmente, como una presentación para la octava edición de la Conferencia

Anual de Diálogo Abierto: Lo que es útil en el tratamiento del diálogo. Tornio, Finlandia, el 29 de Agosto

de 2003, y fue revisado para este libro. 2 N del T: escuchar y oír se diferencian por la intención. Escuchar es algo que se hace intencionalmente,

mientras que oír es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad. Oír proviene de oído, es

decir, el sentido de la audición. Uno oye todos los sonidos emitidos que vienen del exterior, lo que no

significa que uno ponga atención y esté escuchando. En inglés “hear” se traduce por oír, mientras que

“listen” se traduce por escuchar.

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espacio metafórico que el cliente y el terapeuta ocupan juntos y en el que ocurre el

diálogo.

Una búsqueda por el entendimiento no es indagar lo desconocido sino mirar lo familiar

con escrutinio, con nuevos ojos y oídos, ver y escuchar de manera diferente, entender

diferentemente, articular diferentemente. El desafío es que a veces estamos tan

acostumbrados a lo familiar que pasamos por alto la anomalía, lo usualmente

desapercibido, las expresiones inarticuladas (por ejemplo: un movimiento, una mirada).

Interesantemente, sin embargo, en este proceso de cliente contando y terapeuta

aprendiendo, como sugiere Rorty, algo comienza a suceder espontáneamente: lo

familiar empieza a ser discutido de manera no familiar o inusual, dándole nuevo

significado a lo familiar, a lo usual.

El diálogo es una actividad relacional y colaborativa. Es influenciado, por supuesto, por

los múltiples y más amplios contextos, discursos e historias en los que se lleva a cabo.

De primordial importancia, no obstante, es la relación entre los participantes dialógicos

o los “compañeros conversacionales”. Como mencioné en el capítulo 1, Wittgenstein

habla de relación y conversación como yendo de la mano: las clases de conversaciones

que tenemos el uno con el otro informan y forman las clases de relaciones que tenemos

el uno con el otro y viceversa3. El diálogo invita y requiere de sus participantes un

sentido de reciprocidad, incluyendo respeto mutuo y sincero interés en lo que concierne

a los otros.

El diálogo, por su propia naturaleza, involucra un no-conocer e incertidumbre. El

sincero interés en el otro necesita no-conocer al otro, su situación o su futuro antes de

tiempo, ya sea que el conocimiento se encuentre en la forma de una experiencia previa,

conocimiento teórico o familiaridad. Creyendo que uno conoce a la otra persona, ya sea

por una relación con ellos o como un tipo de persona, puede impedir que se sea

inquisitivo y aprender sobre su singularidad. Al igual, el diálogo requiere una actitud de

no-conocer hacia el resultado. Porque las perspectivas cambian y el diálogo está

transformándose intrínsecamente, es imposible predecir, por ejemplo, cómo una historia

será contada, los giros y cambios que su relato puede tomar, o su aparente versión final.

Combinadas, estas características distinguen al diálogo como una actividad dinámica,

generativa y conjunta, y como diferente de otras actividades del lenguaje como la

discusión, el debate o la cháchara. (Trato el no-conocer de manera completa más

adelante en este capítulo y en el capítulo 4).

Escuchar, oír y hablar: su importancia en el diálogo

El diálogo involucra los procesos entrelazados, recíprocos y multifacéticos de escuchar,

oír y hablar. Cada uno es crucial para los otros. Cada miembro de una conversación se

mueve constantemente, hacia delante y hacia atrás, entre estos procesos. Son parte de la

naturalidad y espontaneidad de las conversaciones; no son ni métodos discretos de

pasos a seguir ni técnicas.

En mis entrevistas con clientes, a lo largo de los años, sobre sus experiencias de

terapias, frecuentemente comentaban sobre la forma de escuchar y oír de los terapeutas:

“ella me escuchaba”, “el oía exactamente lo que yo decía” y “todo lo que yo quería era

alguien me oyera”. El factor más común en las terapias que fracasaban era que no se los

escuchaba o no se los oía. Recuerdo haber hablado con un hombre en Suecia que conocí

en una entrevista como consultora. Le habían diagnosticado una esquizofrenia

paranoide y había estado bajo tratamiento durante 5 años con distintos psiquiatras y

psicólogos. Él habló acerca de aquellos que hacían preguntas para “juntar detalles y

3 Mi colega, Glenn Boyd, también habla de esto en “The Art of Agape-Listening”.

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hechos” y aquellos que hacían preguntas para oír “la historia que asumo que ya saben”.

El dijo que ninguno de ellos jamás “me oyó” o “me conoció”. Y, con una emoción

intensa, dijo que era “triste” y “doloroso”. Asumidamente, sentía que ellos no tenían

una necesidad de estar interesados en él y en su historia; quizás ya lo conocían como

una categoría diagnosticada. El hombre sentía que nadie había estado interesado en

escucharlo y en oír lo que tenía para decir, hasta que conoció al actual grupo de

terapeutas, quienes me habían invitado a reunirme con él. Él sentía que ellos lo

escuchaban y oían y que, si por momentos no entendían, al menos lo intentaban

sinceramente.

Las voces de personajes de ficción a veces reproducen lo que quiero expresar mejor de

lo que yo lo hago. Las palabras de Smila, el personaje principal de la película de

misterios “Smila: misterio en la nieve” (1997), ilustra de manera bellísima la clase de

escucha a la que me refiero:

Muy pocas personas saben cómo escuchar. O su prisa los arrastra fuera de

la conversación, o intentan internamente mejorar la situación, o están

preparando lo que será su entrada cuando uno se calle y sea su turno de subir

al escenario… Es diferente con el hombre parado frente a mí. Cuando hablo él

escucha sin distracción lo que tengo que decir, y sólo lo que digo. (Hoeg,

1993, pp. 44-45).

Defino escuchar como atender, interactuar y responder con y a la otra persona. Escuchar

es parte del proceso de tratar de oír y captar lo que la otra persona está diciendo desde

su perspectiva. Es una actividad participativa que requiere responder para tratar de

entender: Ser genuinamente curioso, hacer preguntas para aprender más sobre lo que se

dijo y no lo que uno cree que se debería haber dicho. Requiere una comprobación para

saber si lo que uno cree que oyó es lo que la otra persona esperaba que uno oyera. La

comprobación exige la utilización de términos comparables o de diferentes palabras de

aquellas que está usando el otro, dándole una oportunidad al terapeuta para que

contraste y compare significados, y otorgándole oportunidad al cliente para clarificar,

corregir o confirmar los entendimientos diferentes o que el terapeuta haya pasado por

alto. Es decir, si se utilizan, simplemente, las mismas palabras que el emisor, ninguno

podrá confirmar o no-confirmar lo entendido. Hago una distinción entre respuestas

como ser preguntas para participar en el relato donde, una a una, ayuden, por ejemplo, a

clarificar y expandir; y respuestas como ser preguntas que buscan detalles y hechos

para determinar diagnósticos e intervenciones, o que tienen como objetivo guiar la

conversación hacia una dirección en particular.

Es importante tener en cuenta qué clase de respuestas son facilitadoras y qué clase

dificulta el diálogo. ¿Qué indica, por ejemplo, si lo que el otro dijo es respetado y

valorado versus dejado de lado y descartado? ¿Qué indica que quien escucha piensa que

el emisor ha dicho demasiado o que está bien que prosiga? Quien escucha puede

responder con o sin palabras. El movimiento del cuerpo (por ejemplo, una mirada,

encoger los hombros o suspirar) Es una respuesta. Como sugiere Andersen en el

capítulo 6, la palabra hablada es acompañada por movimientos del cuerpo. También es

importante tener en cuenta que una falta de respuesta es una respuesta, es una

comunicación que el receptor interpreta como cualquier tipo de respuesta. Los clientes

dijeron que las no-respuestas de los terapeutas a veces los hacían sentir poco

importantes, desacreditados, dubitativos, entre otros. Los clientes también dijeron

haberse preguntado si el terapeuta tenía una respuesta silente interna que no estaba

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compartiendo. En este ultimo caso, los clientes pensaban frecuentemente que la

respuesta debía ser muy prejuiciosa o, de lo contrario, la compartirían. Recuerdo haber

escuchado a una colega cuando hablaba sobre una discusión que había tenido, en la que

no estaba de acuerdo con la otra persona o no valoraba lo que había dicho. Con seriedad

y un tanto orgullosa dijo: “Fui una buena escucha4, no dije nada. Sólo escuché y esperé

pacientemente a que él terminara”. No sé cómo recibió esta respuesta la otra persona.

Pero doy este ejemplo para enfatizar la importancia de una respuesta y que una no-

respuesta es una respuesta. La “dificultad de la diferencia” es parte del proceso

dialógico. En vez de rechazar aquello con lo que no se está de acuerdo, a través del

silencio o el reproche, se puede tomar ventaja de la oportunidad de diálogo, por

ejemplo, tratando de dar sentido desde la perspectiva del otro y siendo curioso sobre los

diferentes puntos de vista. Un buen receptor responde, como sugiere John Shotter

(1995), “dentro” de la conversación; actuamos responsablemente “dentro” de una

situación, haciendo lo que se requiere” (p. 62). He escuchado a Tom Andersen sobre

como responder es “crucial para invitar y alentar tanto en las relaciones como en el

dialogo”. También he escuchado a Jaakko Sikkula (2003) decir: “Nada es más terrible

que la falta de respuesta”.

Escuchar, desde esta perspectiva, difiere de la forma de escuchar que es históricamente

discutida en la literatura psicoterapeuta, donde su principal rol ha sido adquirir

información clínica. Mayormente, esta forma de escuchar ha sido una tarea pasiva. La

parte activa ha sido la organización silente y el dar sentido a lo que se oye a través del

oído interpretativo del terapeuta.

De acuerdo a mi experiencia, se aprende mas sobre otra persona y su situación cuando

se los escucha como si uno estuviese escuchando una historia. Cuando se escucha una

historia, uno ante todo pone atención a la historia como un todo; cuando uno está

absorto no nota, necesariamente, los detalles y hechos. Interesantemente,

sorprendentemente y, quizás, paradójicamente, cuando uno deja de concentrarse en los

hechos y detalles, uno desarrolla una mejor memoria para ello también. Asimismo, creo

que es difícil prestarle completa atención a una historia cuando uno está ocupado

escribiendo notas mientas la otra persona está contando su historia. Además, en mi

experiencia, cuando uno imagina que la otra persona está hablando sobre su historia, y

una nueva además, uno se compenetra en la historia y con quien la cuenta. Imaginese

como escucharía una historia si realmente creyera que no la oyó antes y la estuviera

oyendo por primera vez. Lo extraño y poco familiar de ella invita a la curiosidad y la

anticipación.

Recuerdo aquella vez que oí a la ganadora del premio Pulitzer, Jhumpa Lahira, leer su

novela The Namesake. Quedaba cautivada mientras escuchaba el capítulo sobre el

nombre del niño que era el protagonista, Gogol. Ansiosamente, quedaba enganchada en

cada palabra, imaginándome a los personajes y sus acciones. El capítulo era una

colección de escenarios sobre la influencia que tuvo su nombre en sus relaciones y su

identidad. Cuando terminó la lectura, yo estaba ansiosa por oír el resto de la historia, no

la conocía. Aun recuerdo muchas cosas sobre Gogol y los eventos y personas de su

vida: tanto palabras y frases como detalles y hechos permanecieron vividamente en mí,

aunque no estaba recolectándolas cuando ella las leía.

El proceso de contar una historia durante la terapia es mucho más complejo que aquel

que involucra a una persona contando una historia y otra, simplemente, escuchándola.

Quien escucha debe estar activamente involucrado, oyendo y hablando también. A este

proceso de oír, Susan Levin (1992) lo define como “el proceso que involucra una

4 N del T: en el texto original se usa la palabra “listener”, por eso se utiliza la traducción “escucha”, para

hacer referencia a la persona que escucha y no confundir con “oyente”.

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negociación de entendimientos” (p. 48) “una lucha interactiva por el significado

compartido que ocurre cuando dos personas (o más) intentan llegar al entendimiento

mutuo de algo” (p.50) Escuchar y oír van de la mano y no pueden ser separadas.

En mi experiencia, la negociación del entendimiento en y a través del diálogo se realiza

de un modo claro que incluye actitudes especiales por parte del terapeuta y acciones que

yo llamo (influenciada por la noción de escucha receptiva de Shotter) escuchar-oír

receptiva-activamente. Este proceso invita al cliente a decirnos lo que siente: sus

preocupaciones internas. Para ayudar a que una historia sea compartida, el terapeuta

debe sumergirse en el mundo del cliente y demostrar interés en su punto de vista del

problema, su causa, su locación y su solución. Igualmente importante, un terapeuta debe

aprender cuáles son las expectativas del cliente sobre la terapia y sobre el mismo

terapeuta.

Esta manera de escuchar, oír y responder requiere que el terapeuta se

adentre en el dominio de la terapia con una postura genuina y una forma

caracterizada por la apertura hacia la base ideológica de la otra persona: su

realidad, creencias y experiencias. La postura para escuchar y la forma,

implican una demostración de respeto, tener humildad hacia el otro y creer

que lo que el cliente tiene que decir vale la pena ser escuchado. Involucra

poner una considerada atención, demostrar que valoramos los

conocimientos del cliente sobre su dolor, sobre su miseria o sobre sus

dilemas. Y supone demostrar que queremos saber más sobre lo que un

cliente acaba de decir o lo que no dijo. Esto se logra de mejor manera al

interactuar activamente con el cliente y responder a lo que éste dice

mediante la formulación de preguntas, haciendo comentarios, extendiendo

ideas, preguntándose y compartiendo los pensamientos privados en voz

alta. Estar interesado de esta manera ayuda al terapeuta a lograr la claridad

y prevenir los malentendidos de lo dicho, y aprender más (y participar de

la creación) de lo no-dicho.

Comentarios y preguntas de este tipo, que buscan no malinterpretar, deben

ser ofrecidas de una manera tentativa y curiosa que exprese un interés

genuino en entender correctamente.

Escuchar-oír receptiva-activamente no significa sentarse, relajarse y no

hacer nada. No significa que el terapeuta no puede ofrecer una idea o

expresar una opinión. Tampoco significa que sea sólo una técnica.

Escuchar-oír receptiva-activamente es una forma y una actitud natural del

terapeuta que comunica y demuestra sincero interés, respeto y curiosidad.

De tal modo, el terapeuta da el espacio y tiempo necesarios para la historia

del cliente y sí, a veces, sin interrumpir. Es decir, que no me molesta ni

hago inferencias si un cliente decide hablar por un largo período de

tiempo. (Anderson, 1997, pp. 153-154).

Diálogo interno

Debería decir, explícitamente, que diálogo hace referencia a ambos diálogos: externo e

interno. El diálogo interno es la conversación que tenemos con nosotros mismos o con

otro imaginado. El diálogo interno del terapeuta es el primer paso hacia el diálogo y es

crucial para fomentarlo. Normalmente les digo a mis estudiantes que la conversación

más importante en el consultorio del terapeuta o en los salones de clase, es aquella que

silente e internamente tienen los clientes o los estudiantes mientras el terapeuta o el

profesor hablan. La expresión de un pensamiento silente es, en sí misma, generativa; es

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decir, la expresión de pensamiento, ya sea a través de la articulación o de los gestos en

el espacio relacional, es un proceso interpretativo, de generación de sentido y

significado.

Articular el diálogo interno, por ejemplo, puede ayudar al terapeuta a ganar conciencia y

claridad sobre sus pensamientos. Como solía decir Harry Goolishian: “nunca sé lo que

quiero decir hasta que lo digo”. Esta articulación puede darse en el consultorio del

terapeuta o en una conversación post-terapia con un colega o con uno mismo. Yo

siempre prefiero mantener al cliente dentro de estas curvas internas dialógicas. Las

conversaciones privadas, ya sean en voz alta o en papel, como rever grabaciones de

sesiones sin el cliente presente, pueden arriesgar al monólogo del terapeuta. La

interpretación privada del terapeuta también puede arriesgar, a veces intencionalmente,

la asunción de una posición de sabiduría y autoridad. En los grupos supervisados de

estudiantes de terapia clínica, encuentro que los estudiantes quieren hablar,

aparentemente, sin fin sobre los clientes luego de la sesión. Propongo que tal

conversación es de poca relevancia porque la persona más importante para la

conversación no es parte de ella. Sugiero que ahorren sus comentarios y preguntas, y se

las planteen a los clientes en la siguiente sesión. Compartir sus pensamientos privados

con sus clientes, hablarlo con ellos y no sobre ellos. Usualmente, sin embargo, cuando

la siguiente sesión se desarrolla, los temas con los que estaban tan ocupados los

estudiantes ya no tienen la misma importancia.

Escuchar, oír y hablar son igualmente importantes. Como mencioné más arriba, el

terapeuta escucha al cliente pero debe preguntar para determinar si las palabras dichas

fueron oídas en la forma en que el cliente quiere que el terapeuta las oiga. ¿Cómo puede

preguntar el terapeuta para saber si entendió bien, entendió en parte, o no entendió, sin

expresar y articular sus pensamientos internos? De nuevo, si quien escucha simplemente

repite las palabras del emisor, éste último sólo puede confirmar haber dicho esas

palabras. Ni quien escucha ni quien habla sabrá si el receptor del mensaje entendió el

significado de las palabras dichas por el emisor. Lograr el entendimiento y promover el

diálogo son parte de un proceso activo en el que quien habla interactúa con las palabras

y, de este modo, con el emisor (Anderson, 1997). El riesgo yace en el potencial

dominante de un malentendido en el diálogo (un malentendido es simplemente un

entendimiento que difiera de las intenciones de quien habla). (Hablo más sobre el

diálogo interno del terapeuta en la sección “Siendo Público” del capítulo 4).

Aumentando la posibilidad de diálogo

El diálogo es un proceso interactivo de interpretación de interpretaciones. Una

interpretación invita a otra. Interpretar es el proceso de entender. En este proceso por el

cual se trata de entender, se producen nuevos significados. En este sentido, la

interpretación no es un proceso silente e inactivo. Involucra los procesos activos,

interactivos y receptivos de escuchar, oír y hablar, como se trataron más arriba. Quien

escucha responde (por ejemplo, con palabras, un gesto o una mirada) a quien habla; que

luego responde a quien antes escuchaba. Ambos son tanto emisores como receptores5.

Lo que se dice adquiere significado mediante este feedback entre uno y otro.

Escuchar, oír y hablar son expresiones de una manera de ser: una manera de ser que

sugiere un espacio que se convierte en un lugar de concurrencia para los procesos

relacionales de diálogo. ¿Pero como puede uno asumir una manera de ser que invite al

diálogo? ¿Cómo puede uno invitar a otra persona a hablar? En base a las entrevistas

hechas con clientes, terapeutas y estudiantes, creo que involucra vivir auténticamente lo

5 N del T: siempre hablando de emisor como la persona que habla y de receptor como la persona que

escucha.

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que la mayoría de nosotros deseamos: ser personas creíbles y confiables, sin importar

nuestras circunstancias; ser aceptados sin importar cuán absurdas puedan parecer

nuestras palabras y acciones; y tener un espacio seguro y una amplia oportunidad para

expresarnos. Más abajo hay algunas ideas a tener en cuenta cuando la intención es

invitar y participar en el diálogo (junto con la postura filosófica expuesta en los

capítulos 1 y 4).

Escuchar, oír y hablar con respeto. El respeto es una actividad relacional: no es

una característica interna e individual. Respeto es tener y demostrar

contemplación y consideración por la dignidad del otro. Es comunicado por la

actitud, el tono, la postura, los gestos, el movimiento de los ojos, las palabras y

el entorno.

Escuchar, oír y hablar como quien está aprendiendo. Ser genuinamente curioso

acerca de la otra persona. Uno debe creer, sinceramente, que puede aprender

algo del otro. Escuchar y responder con un interés explícito en lo que la otra

persona está diciendo: sus experiencias, palabras, sentimientos y demás.

Escuchar, oír y hablar para entender. No hay que entender demasiado rápido.

Hay que tener en cuenta que el entendimiento nunca termina. Hay que ser

tentativo con lo que uno cree que sabe. El saber interfiere con el diálogo: puede

excluir la posibilidad de aprender sobre el otro, de ser inspirado por él y el

instinto espontáneo de un diálogo genuino. Saber también puede arriesgar a que

se mantengan o aumenten las potenciales diferencias.

Escuchar, oír y hablar con cuidado. Las pausas son importantes. Tomarse

tiempo antes de hablar: hay que darle a la otra persona el tiempo para terminar y

darse a uno mismo un momento para pensar sobre lo que uno quiere decir y

cómo quiere decirlo.

Escuchar, oír y hablar naturalmente. Escuchar, oír y hablar son actividades y

procesos relacionales; no son técnicas. Cuando minimizamos la complejidad del

diálogo reduciéndolo a técnicas, nos arriesgamos a perder o interferir con

nuestras habilidades naturales sociales y conversacionales.

El diálogo funciona con una escala gradual6. A veces, estamos menos en un proceso

dialógico y, a veces, más. No quiero sugerir que los diálogos son siempre armoniosos o

fáciles. No siempre hacemos eco el uno con el otro. Cuando ocurre una disonancia,

encuentro útil pensar en la distinción dialógica-monológica (hablo de esto en el capítulo

4). Es aquí donde también encuentro útil que el terapeuta tome una pausa y reflexione

sobre su diálogo interno: ¿puede la conversación interna (monólogo) del terapeuta

contribuir con la dificultad? Y de ser así, ¿cómo? Sin embargo, no busco ni pienso, por

ejemplo, en las puntuaciones de una conversación como momentos dialógicos o

monológicos. El todo de la conversación y la relación es lo que importa.

Para parafrasear a Wittgenstein, el diálogo nos permite encontrar maneras para seguir

adelante desde aquí. Así que, quizás, esto es lo que sirve de ayuda en el diálogo:

encontrar maneras de seguir adelante. O, al menos, tener la sensación o esperanza de

que es posible que seamos capaces de seguir adelante.

6 La palabra utilizada en el texto original es “continuum”, pero la R.A.E. (Real Academia Española) no la

incorporó al diccionario de la lengua española.

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Capítulo 4

El corazón y espíritu de la terapia colaborativa: la postura filosófica – “Una forma

de ser” en la relación y conversación.

Harlene Anderson

La conceptualización posmoderna del conocimiento y el lenguaje forman el corazón y

espíritu de la terapia colaborativa: la “postura filosófica” (Anderson, 1997, 2003). La

postura filosófica hacer referencia a una forma de ser en relaciones y conversaciones:

una manera de pensar, de experimentar, de relacionarse, de actuar y de responder con y

hacia las personas que conocemos en la terapia. Defino a mi trabajo como una “filosofía

de vida” en acción, como un enfoque y no como una teoría o un modelo de terapia. Una

teoría, como sugiere Shotter (2005), provee un mapa que da instrucciones para la

práctica. Una teoría, como propone la hermenéutica, puede convertirse en un pre-

entendimiento miope que asegura ver lo que se buscaba, opacando la singularidad de la

persona, de la palabra, etc. Esta distinción es similar al enfoque que Shotter (2005) hace

sobre Wittgenstein, y que dice: “las teorías apuntan, últimamente, a justificar y legitimar

un curso de acción propuesto, al proveerle un ya acordado fundamento o base” (p. 6). El

enfoque de una teoría es retrospectivo-a posteriori. Una filosofía involucra análisis

permanente, investigación y reflexiones con uno mismo y con otros. No se trata de

encontrar verdades, científicas o no, ni tampoco es acerca de objetos o cosas: es sobre

personas.

Consistentemente con esta perspectiva, la postura filosófica se convierte en una filosofía

de vida que informa y forma tanto una manera profesional como una manera personal

de ser en el mundo: ambas no pueden ser separadas7. Esto quiere decir que existe una

congruencia en la forma en que pienso sobre y me relaciono con las personas en mi

vida, ya sean encuentros en mis relaciones personales o en mis relaciones laborales, en

distintos campos como ser la terapia, la educación, la investigación; o en el mundo de

las organizaciones y negocios. Al hablar con alumnos que estudian terapia colaborativa

a menudo hacen hincapié en la sorprendente influencia que esta perspectiva tiene en sus

vidas privadas. En particular, notan que se convierten en personas más atentas y

amables en cuanto a cómo se relacionan con otros y cómo estas consideraciones afectan

la calidad de sus relaciones y sus vidas.

Características de la postura filosófica

La postura filosófica es un modo de ser, auténtico y natural, que fluye desde la

perspectiva posmoderna del conocimiento y lenguaje. La postura expresa una creencia

que comunica al otro, a través de la actitud, el tono, los gestos corporales, la selección

de las palabras, el ritmo y otras expresiones, la especial importancia que tienen para

uno. Expresa al otro que es valorado como un ser humano único y no como una

categoría de persona; que tienen algo que vale la pena decir y oír; que uno los conoce

sin prejuicios sobre su pasado, presente o futuro; y que uno no tiene intenciones ocultas

tales como: investigativas, tácticas, direccionales, entre otras. Cuando un terapeuta tiene

esta creencia, forma y determina la naturaleza esencial de su posición mientras se

conecta, colabora, y construye con el otro, en diálogos y conversaciones. La palabra

significativa, aquí, es “con”; un proceso “con”8 que es intrínsecamente más participativo

y mutuo, y menos jerárquico y dual.

7 Ver St. George y Wulff en este volumen. 8 N del T: El autor utiliza la palabra “withness”, se agrega al final de la palabra with (con) el sufijo ness

para convertirla en un sustantivo. En español, por reglas de la gramática, no puede hacerse eso. En la

traducción aparecerá entre comillas la palabra “con” cuando me refiera al sustantivo.

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El rasgo distintivo de la postura filosófica son sus características “interconectadas” que

influencian la experiencia del terapeuta y la participación: crean y fomentan un espacio

metafórico para una conversación dialógica y una relación colaborativa. Aunque cada

característica es identificable y puede ser elaborada, ninguna se sostiene sola. Esta

noción de su interrelación es la clave de la terapia colaborativa. Es muy importante

tener en cuenta que las características no son reglas ni técnicas. Es igualmente

importante saber que, aunque la postura puede tener expresiones identificables en

común, es única en cada terapeuta, en cada sistema humano y en las circunstancias y

deseos de cada uno: la terapia colaborativa no sigue fórmulas o patrones establecidos. A

continuación, identifico y debato las características interconectadas de la postura

filosófica que dan forma al corazón y espíritu de la terapia colaborativa.

Cliente y terapeuta como compañeros de conversación

Los participantes se convierten en compañeros conversacionales que se inscriben en

relaciones colaborativas y en conversaciones dialógicas el uno con el otro. La noción de

“con” no puede ser sobre-enfatizada ya que describe encuentros y respuestas de los

seres humanos mientras se adentran recíprocamente en la actividad social y comunitaria

que llamamos terapia. Shotter habla de manera similar sobre el “pensamiento – con

(dialógico)”, “una forma de interacción reflexiva que supone entrar en contacto viviente

con el ser viviente de otro, con sus declaraciones, sus expresiones corporales, sus

palabras, sus trabajos” (2004, p. 150)9. De acuerdo con Shotter, el “con” es dinámico:

“los significados y entendimientos de las personas se encuentran en sus expresiones

receptivas (p. 157)”. Las personas son receptivas entre ellas; tocan y son tocadas.

Shotter contrasta el “con” con el “pensamiento – sujeto10

” (monológico)”11

. Citando a

Bakhtin, Shotter itera: “[en su forma pura y extrema] la otra persona permanece

completa y meramente como objeto de conocimiento y no como otra conciencia… El

monólogo es final y sordo a la respuesta de otra persona, no la espera y no reconoce en

ella ninguna fuerza decisiva” (Bakhtin, 1984, p. 293). Tom Andersen (1996) habla, de

manera similar al “pensamiento – con”, sobre “ser tocado” por la palabra del otro,

estando en contacto cercano con sus palabras. Wittgenstein habla de relación y

conversación como yendo de la mano: las clases de conversaciones que tenemos el uno

con el otro informan y forman las clases de relaciones que tenemos y viceversa.

La naturaleza participativa de las asociaciones colaborativas es de primordial

importancia. Invitar a un cliente a que participe en una asociación y fomentarla,

requiere: a) conocer y saludar al cliente de una manera tal en la que se comunique que

son bienvenidos y respetados, b) demostrarles que uno está interesado en entablar una

relación y aprender acerca de ellos a medida que elijen presentarse y c) entrar en la

relación como una persona que quiere aprender, que escucha y responde, tratando de

entender al cliente desde su perspectiva y desde su lenguaje. El cliente, junto con sus

intenciones y su historia, se convierte en el centro de la atención. Por ejemplo, qué

quieren que uno sepa acerca de ellos, de qué quieren que uno hable, y qué historia

quieren contar y cómo.

9 Lynn Hoffman habla sobre el arte de “con” en el capítulo 5. 10 N del T: El autor utiliza la palabra “aboutness”, se agrega al final de la palabra about el sufijo ness para

convertirla en un sustantivo. En español, por reglas de la gramática, no puede hacerse eso. En la

traducción aparecerá entre comillas la palabra “sujeto” cuando me refiera al sustantivo. // N del T:

Aboutness es un término utilizado en el campo de la ciencia bibliotecaria y de la información (LIS,

Library and Information Science). En filosofía, lingüística y psicología es sinónimo de sujeto (como el

sujeto que observa y estudia al objeto, lo observado) o de intencionalidad. 11 Con el tiempo, he descubierto que el diálogo y el monólogo tiene diferencias y aspectos distintivos

útiles. (Ver Anderson y Goolishan, 1998 y Anderson, 1997).

Page 10: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

Me parece útil utilizar la metáfora del anfitrión-invitado: es como si el terapeuta fuese

un anfitrión que conoce y da la bienvenida al cliente como un invitado mientras,

simultáneamente, el terapeuta es un invitado en la vida del cliente. Siempre les

pregunto a mis estudiantes cómo les gustaría ser recibidos como invitados. ¿Qué hace

un anfitrión para que se sientan bienvenidos o no, a gusto o no, especiales o no? ¿Cómo

se sintió la calidad del encuentro y la bienvenida? Estas no son preguntas retóricas. Y

no espero respuestas específicas. En su lugar, quiero que los estudiantes piensen sobre

el sentido de sus experiencias en las relaciones y las conversaciones, y qué comunican

para ellos. A veces, les muestro a mis estudiantes un video del artista Bill Viola llamado

“The Greeting” (el encuentro). El espectador ve a dos mujeres hablando y la llegada de

una tercera. El video de 45 segundos es presentado en cámara lenta (extendiéndolo a 5

minutos), permitiendo que se vean y resalten los matices del encuentro. Los estudiantes

consideran y reflexionan las descripciones e interpretaciones de lo que creen que ven y

debaten los significados de los momentos fugaces de encuentros y saludos que muchas

veces son inadvertidos12

.

Es importante tener en cuenta, sin embargo, que aunque cada uno tenga lo que se

entiende como “estilo propio”, debemos ser capaces de adaptarnos espontáneamente a

cada relación y conversación nuevas y continuas (por ejemplo, la asociación

conversacional) y a las circunstancias esporádicas y poco frecuentes. Cada relación es

única; se forma y evoluciona, y se readapta y, periódicamente, se redefine a sí misma

con el tiempo.

Cliente como experto y Terapeuta como experto

En la terapia colaborativa, el conocimiento del cliente tiene una posición prominente. El

cliente es considerado como el experto en su vida y es el maestro del terapeuta. El

terapeuta respeta, honra, privilegia y toma sumamente en serio la realidad del paciente

(por ejemplo, palabras, creencias e historias). Esto incluye la historia –o parte de ella-

que el cliente quiera contar y el modo en que prefiere hacerlo: cómo elijen expresar su

conocimiento. El terapeuta no tiene expectativas, por ejemplo, sobre cómo se

desarrollará una historia, en qué orden y a qué ritmo. El terapeuta no espera cierto tipo

de respuestas e información y no da opiniones sobre ellas (por ejemplo, si la respuesta

es directa o indirecta, correcta o incorrecta, o si hay cierta información que es

importante y otra no tanto). El terapeuta tampoco piensa en términos de, o busca señales

lingüísticas sugeridas por teorías que delaten definiciones de problemas y soluciones. El

terapeuta confía en que el cliente se conoce a sí mismo mejor que nadie y hablarán de lo

que es importante para él, así como también sobre cuándo y cómo. Esta prominencia del

conocimiento del cliente contrasta con otros enfoques terapéuticos en los que el

conocimiento profesional introducido desde afuera define problemas, soluciones,

resultados y éxitos eternamente, creando una dicotomía experto-“noexperto”.

Si uno piensa en ello, el terapeuta está en relación y conversación con el cliente sólo por

una fracción de segundo en la vida de éste. Es imposible conocerse completamente con

un cliente en ese período de tiempo. El terapeuta, muchas veces, se enfrenta a la

tentación, y riesgo asociado, de rellenar los huecos o de crear las partes faltantes con su

propio conocimiento. Aunque algunos terapeutas tienen la creencia de tener esta

habilidad, el terapeuta colaborativo confía en la habilidad del cliente. Esto no significa

que el conocimiento del terapeuta no se valora, simplemente significa que el terapeuta

no es considerado como el experto en la vida del cliente: el cliente lo es. En lugar de ser

un experto sobre el cliente (incluyendo sus problemas, recursos, soluciones preferidas,

12 Ver www.billviola.com

Page 11: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

etc.) las aptitudes y habilidades del terapeuta se encuentran en poder establecer y

fomentar un entorno y condiciones que inviten de manera natural a las relaciones

colaborativas y a procesos conversacionales generativos. Está en crear una cultura en la

que los participantes exploren conjuntamente, y compartan sus habilidades y

conocimientos mientras se esfuerzan para entenderse unos a otros y alcanzar el futuro

deseado. Es en y a través de esta actividad que la novedad en los significados, los

entendimientos y una novedosa operatividad en habilidades y conocimientos, que tiene

relevancia local y utilidad, son creados colectivamente. (El conocimiento y no-

conocimiento de los terapeutas será desarrollado más adelante).

A veces, el terapeuta trabaja con más de un miembro de la red de ayuda profesional o

personal del cliente. El terapeuta aprecia, respeta y valora cada voz y cada habilidad de

manera multi-parcial y simultánea. Las diferencias –múltiples y distintivas voces y

descripciones- que muchas veces son consideradas como “en necesidad de una

resolución” son, en su lugar, consideradas como una fuente inherente e infinita de

riquezas y posibilidades. En otras palabras, se ve a las diferencias como algo que vale la

pena explorar y de lo cual aprender. A través de este proceso de aprendizaje (el proceso

generativo de investigación mutua, como se debate más adelante) las diferencias no se

resuelven sino que algo se obtiene de ellas.

Cliente y terapeuta se unen en una investigación mutua

La postura del terapeuta invita al cliente a una investigación mutua o compartida sobre

los temas y tareas a mano. Esta investigación es iniciada cuando el terapeuta se

introduce en la relación como un aprendiz (como se mencionó mas arriba) y el cliente,

como el maestro del terapeuta. El terapeuta quiere aprender y entender al cliente desde

las perspectivas y preferencias de este último. El terapeuta quiere profundizar sobre las

experiencias vividas por el cliente, y los significados e interpretaciones asociadas a

ellas.

Encuentro útil pensar en ello como si los clientes comenzaran a darme una “pelota de

historias”. A medida que van acercando la pelota hacia mí, y mientras sus manos se

encuentren sobre ella, gentilmente apoyo mis manos sobre la pelota pero no se las saco.

Empiezo a participar con ellos en el relato, mientras miro y escucho atentamente a los

aspectos que me están mostrando. Intento aprender y entender su historia mediante una

respuesta: soy curiosa, planteo preguntas, hago comentarios y gesticulo. De acuerdo a

mi experiencia, entiendo que esta posición de terapeuta-aprendiz actúa para poder

involucrar, espontáneamente, al cliente como un co-aprendiz; es como si la curiosidad

del terapeuta fuera contagiosa. En otras palabras, lo que comienza como un aprendizaje

de una vía se convierte en un aprendizaje mutuo a medida que el cliente y el terapeuta

co-exploran lo familiar y co-desarrollan lo nuevo, cambiando a una mutua investigación

para examinar, cuestionar, preguntar y reflexionar el uno con el otro.

Esto da inicio al proceso dialógico más perceptible y dinámico: un proceso de doble vía

que implica un feedback, un dar y recibir, una conexión y actividad en un lugar y juntos,

en la que las personas hablan con, y no hacia, el otro. En esta clase de conversaciones y

relaciones, todos los miembros desarrollan un sentido de pertenencia. Y, en mi

experiencia, un sentido de pertenencia invita a una participación que, luego, invita a una

sensación de propiedad, que luego invita a una responsabilidad compartida.

Hablo de un “proceso dialógico más perceptible” porque creo que el diálogo entre el

cliente y el terapeuta puede comenzar correctamente antes de encontrarse cara a cara y

de participar en una relación y conversación el uno con el otro. Cada uno puede tener

una conversación interna silente, expectativas y suposiciones sobre el otro imaginado y

sobre su encuentro. Esta conversación interna puede estar presente cuando se conozcan.

Page 12: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

¿Qué puede llegar a comunicarle el saludo de un terapeuta al cliente? ¿Cómo puede

interpretar el saludo el cliente? ¿Qué puede comunicar la atmósfera del espacio físico

perteneciente al terapeuta? Como mencionamos más arriba, los matices y sutilezas de

los encuentros y saludos son importantes; dan una primera forma al tono y calidad de la

relación y conversación. (Desarrollo las formas y procesos del diálogo en el capítulo 3).

Quisiera poner especial énfasis en la conexión entre el cliente como experto, la

investigación mutua y el no-saber, tratado más abajo. Me viene a la mente la similitud

con el educador brasileño Paulo Freire, quien favorece la educación informal, educación

que se ha basado en el diálogo y en las experiencias vividas de sus “estudiantes”. Él

habla sobre las “palabras generativas”, el “conocimiento ingenuo” y el “poder del

lenguaje” para crear. Cuando ayudaba a sus estudiantes a aprender cómo enseñarles a

los oprimidos y cómo enseñarles a leer a los campesinos, les pedía que presten atención

a las palabras que las personas utilizaban a menudo. Luego, sus estudiantes les

preguntaban a las personas sobre los significados de esas palabras y los involucraban en

debates sobre las mismas. Freire las llamaba “palabras generativas”. En el proceso

social e interactivo de aprendizaje y debate sobre el sentido de las palabras, donde el

maestro era tanto un maestro como un estudiante, se desarrollaba un nuevo aprendizaje.

Por supuesto, la distinción está en que, para Freire, el proceso educacional y el nuevo

aprendizaje apoyaban su dedicación al cambio político y social.

El enfoque de no-saber sobre el conocimiento, por parte del terapeuta

No-saber hace referencia al punto de vista del terapeuta respecto al conocimiento – por

ejemplo, la verdad, realidad, sabiduría y habilidad – y una posición de conocimiento.

Un terapeuta colaborativo realiza un enfoque escéptico y tentativo del conocimiento,

incluyendo su substancia, su uso su certeza, sus riesgos y sus repercusiones. A

continuación, identifico y debato cuatro aspectos de no-saber que son cruciales para la

postura filosófica y, por lo tanto, para invitar y fomentar relaciones colaborativas y

conversaciones dialógicas.

La idea de pre-saber vs. Saber con: Los terapeutas no creen que pueden conocer a otra

persona o sus circunstancias de antemano. Tampoco creen que puedan conocer los

resultados o consecuencias antes de tiempo. Asumir un conocimiento sobre la otra

persona, anticipadamente, conlleva varios riesgos. Está el riesgo de conocerlos como

una categoría o una clase determinada de persona, el riesgo de conocerlos como un

personaje en un guión teórico y el riesgo de buscar verificaciones del conocimiento

imaginado. Tal conocimiento puede inhibir el interés y las intenciones de aprender

sobre aquellos que hace única a la persona, así como también excluir la posibilidad de

familiarizarse con lo novedoso de sus vidas como ellos quieren que uno lo entienda.

Creo firmemente que entender al otro tan completamente como sea posible, como una

persona única con circunstancias de vida únicas, requiere liberarse de ese saber o

conocimiento en su sentido moderno. Uno debe aprender sobre la otra persona por parte

de la otra persona.

El modo en que un terpauta piensa sobre el conocimiento: El conocimiento que cada

participante aporta a la relación y a la conversación es valorado por igual. Valorado no

significa que exista un acuerdo. Significa respetar, aprender más y tratar de entender. En

el diálogo genuino, lo que cada persona exprese en la conversación será influenciado y

transformado, en cierta manera. El riesgo de influencia y cambio se aplica a todos los

participantes, incluyendo el terapeuta. Por lo tanto, el terapeuta permanece dispuesto y

capaz a que su conocimiento (incluyendo valores y juicios profesionales y personales)

sea ignorado, cuestionado y hasta modificado.

Page 13: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

La intención con la que el terapeuta utiliza el conocimiento: El terapeuta incorpora el

conocimiento como una manera de participar en y fomentar una conversación.

Siguiendo la misma línea de la creencia desarrollada previamente (que el conocimiento

no puede ser enviado, o recibido, de una persona a otra) los terapeutas no tienen

intención de privilegiar su propio conocimiento sobre el de los otros, o persuadirlos para

que piensen como ellos. El conocimiento, cualquiera sea su forma (preguntas,

comentarios, opiniones o sugerencias) es ofrecido como alimento para el pensamiento y

el diálogo, como la manera de participar en la conversación. No es ofrecido con la

intención de ser autoritario, objetivo o instructivo.

El modo en que el terapeuta ofrece conocimiento: Los terapeutas honran, dan lugar y

autoridad a la voz del cliente y no la opacan, desvían ni avasallan con su propio

conocimiento. El conocimiento es incorporado de manera tentativa y provisional. Al

mismo tiempo, el terapeuta pone especial atención en el tiempo, los modos y la

entonación con los que se introduce el conocimiento. La introducción debe

sincronizarse con el cliente y la conversación de ese momento.

No-saber es entendido, a veces, como una reducción de la completa participación del

terapeuta en el diálogo. Este no es el caso. El terapeuta no retiene ni niega su voz, sino

lo contrario; el terapeuta puede ofrecer de todo a la conversación. No existe una

intención o necesidad de retener, pero lo que se ofrece debe ser mirado bajo la luz de los

aspectos mencionados anteriormente. No-saber hace, muchas veces, que el terapeuta sea

entendido como una página en blanco, que finge ignorancia o que olvida lo que se

aprendió de los libros y la experiencia. De nuevo, este no es el caso. Nuestro

conocimiento, nuestra historia y nuestros juicios están siempre con nosotros y son parte

de nuestra esfera de influencia.

Mantener una postura de no-saber y vivir con la incertidumbre que la acompaña es vital

para la libre expresión y para los caminos del diálogo, naturales y no planificados. No-

saber es igualmente crucial para el mantenimiento del diálogo interno o el diálogo con

uno mismo, y para no caer en el monólogo (desarrollo el monólogo más adelante).

Ahora hago una advertencia. No sugiero que, de repente, un terapeuta decida introducir

su conocimiento o que siempre esté atento a su introducción. El todo de una

conversación y sus participantes, existe y fluye de un conocimiento ya existente. Los

terapeutas siempre participan con su conocimiento y, como el conocimiento del cliente,

se introduce de manera continua en el curso del feedback de la conversación. (Ver

Anderson, 2005, para un desarrollo más amplio del no-saber).

Ser público

Los terapeutas muchas veces aprenden a trabajar desde pensamientos internos privados

e invisibles – una charla interna formada a nivel profesional, personal, teórico o

experiencial- entendimientos como ser diagnósticos, juicios o hipótesis. Estos

pensamientos pueden influenciar el modo en que el terapeuta escucha y oye, y puede

guiar sus preguntas y respuestas. Desde la postura colaborativa, los terapeutas están

predispuestos y hacen que sus pensamientos invisibles se tornen visibles. El terapeuta

puede compartir cualquier idea – por ejemplo, una pregunta, opinión o sugerencia – con

el cliente. El propósito de compartir o ser público con los pensamiento internos propios

es ofrecerlos como alimento para el pensamiento y el diálogo. Nos es una cuestión de lo

que el terapeuta pueda o no decir, comentar o no, o preguntar; lo que es importante al

fomentar el diálogo es el modo, la actitud, el tono y el momento en el que se realiza.

Hacer públicos los pensamientos privados invita a lo que Bakhtin (1981) se refiere

como entendimiento responsivo. Él sugiere: “un entendimiento pasivo de significados

lingüísticos no es un entendimiento” (p. 281). Shotter, influenciado por Wittgenstein,

Page 14: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

propone un tipo de entendimiento relacional-responsivo. En otras palabras, el

entendimiento no tendrá lugar a menos que el hablante-escucha y el escucha-hablante

sean responsivos el uno con el otro. Una conversación interna sin respuesta conlleva el

riesgo de desembocar en un malentendido o en un entendimiento que no concuerda con

el del hablante o su propósito (por ejemplo, los del cliente).

Poner en palabras los pensamientos o conversaciones internas produce algo más que un

simple pensamiento o entendimiento en sí mismo. La expresión de ese pensamiento lo

organiza y reforma; es alterado en el proceso de articulación. La presencia del cliente y

el contexto, junto a otros factores, afectan a las palabras elegidas y los modos en que

son presentadas. Así mismo, el cliente tiene la oportunidad de responder a los

pensamientos internos del terapeuta. La respuesta del cliente – en las variadas formas

que pueda tomar, ya sea expresar interés, confirmar, cuestionar o ignorar – afectarán, a

su modo, los pensamientos internos del terapeuta.

Cuando un terapeuta no pone en palabras sus pensamientos internos, es posible que su

charla interna, así como también su habla, se convierta en monológica y contribuya a

potenciar, crear o mantener el monólogo terapeuta-cliente. Manteniendo pública la

charla interna del terapeuta se minimiza el riesgo de que el terapeuta se vea atrapado en

una charla monológica tanto interna como externa. Por monológico me refiero a un

mismo pensamiento continuo, como si se tuviera una canción en la cabeza y se repitiera

una y otra vez. En otro sitio he hablado sobre hacer un duelo de monólogos o

realidades: cuando una o ambas partes concentran su energía en seguir defendiendo o

persuadiendo al otro desde y hacia su punto de vista (Anderson, 1987, 1997; Anderson

& Goolishian, 1988). Las voces monológicas se convierten en dos rascacielos, uno al

lado del otro, sin ventanas, puertas o puentes: ambos cerrados para el otro. En dicha

instancia, la conversación alcanza un estancamiento; ya no hay un entrecruzamiento o

un enriquecimiento mutuo, ni desde la perspectiva del terapeuta ni desde la perspectiva

del cliente que están presentes cuando las personas se encuentran en el proceso de

intentar entenderse las unas a las otras. Dicho de otro modo, el diálogo o el

“pensamiento con” pueden fácilmente colapsar en un monologo o en un “pensamiento

sujeto”.

No quiero sugerir que todos los pensamientos privados deban ser hablados en una

sesión. Esto sería imposible. Lo importante es tener cuidado de los riesgos del

monólogo, cómo lo que se oye y se dice se filtra a través de él y cómo regresar al

diálogo interno. Usualmente le sugiero a mis estudiantes, si tienen dificultades para

poner en palabras sus pensamientos monológicos, que hablen como si fueran la voz de

una persona imaginaria que está en la sesión de terapia; o que se tomen un descanso o

que hagan algo no relacionado con la terapia entre las sesiones, ya sea leer un libro, ir al

cine o charlar con un colega. No les hago estas sugerencias con la expectativa de que las

sigan, sino con la intención de ayudarlos a acceder a su propia creatividad, aquello que

podría fomentar el cambio de un monologo interno a un diálogo. Cada terapeuta tendrá

su manera única para tratar la charla monológica interna, y variará cómo lo hagan de

acuerdo al cliente y a la situación.

Una clarificación: utilizo al monólogo para hacer una distinción. Creo que todo es

dialógico en cierto punto, pero a veces puede no parecerlo.

Cliente y terapeuta transformándose juntos

En el espacio y proceso de una relación colaborativa y una conversación dialógica, el

terapeuta y el cliente se convierten en participantes que intentan entenderse y responder

el uno al otro, desde dentro de la conversación y la relación. Cuando un terapeuta se

involucra en esta clase de actividad, común y dinámica, tanto él como el cliente son

Page 15: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

moldeados y re-moldeados, formados y transformados. Me parece que las palabras de

Shotter (1993, p.9) capturan el sentido que quiero expresar: “hablar en nuevas modos es

construir nuevas formas de relación social, y construir nuevas formas de relación social

(de relación yo-otro) es construir nuevas maneras de ser (de relaciones personas-mundo)

para nosotros mismos”. Shotter (2005, pp. 23-24), al hacer referencia al estilo de

escritura de Wittgenstin, avanza sobre esta idea:

Y es en nuestra propia y activa respuesta a sus expresiones, que podemos

encontrarnos a nosotros mismos confrontados, inesperadamente, con conexiones

novedosas, dentro de nuestras experiencias, que no habíamos notado

previamente… que podemos ver las circunstancias relevantes bajo una nueva

luz.

El terapeuta y el cliente construyen algo nuevo con el otro. Este algo nuevo no es un

resultado ni un producto de la finalización del encuentro. Emerge continuamente

durante la totalidad del encuentro, al mismo tiempo que lo influencia y continúa

después. Es decir, cada conversación será un trampolín para otras en el futuro, dentro y

fuera del consultorio tanto para el cliente como para el terapeuta. Cuando el cliente y el

terapeuta vuelven a encontrarse, cada uno estará influenciado por las conversaciones

internas y externas que tuvieron lugar entre sesión y sesión, y ninguno estará en el

mismo lugar en el que terminó la vez anterior (hago referencia al proceso de diálogo

generativo y transformador, más profundamente, en el capítulo 3).

Confiar en la incertidumbre

Ser un terapeuta colaborativo que se convierte en un compañero conversacional, que

valora las habilidades del otro, que se une a una investigación mutua y que renuncia a la

seguridad del conocimiento preformado, sugiere y acarrea cierta incertidumbre. Cuando

un terapeuta acompaña a su cliente a lo largo de un recorrido y camina a su lado, la

novedad (por ejemplo, soluciones, resoluciones, resultados o futuros) se desarrolla

dentro de la conversación local. Es creada mutuamente y encaja a medida únicamente

para las personas involucradas. Cómo ocurrirá la transformación y cómo se verá, variará

entre un cliente y otro, de un terapeuta a otro, y de una situación a otra. Dicho de

manera sencilla, no hay manera de saber, con seguridad, la dirección que tomará una

historia o el resultado de la terapia cuando consiste en una conversación dialógica y en

relaciones colaborativas. Confiar en la incertidumbre supone tomar un riesgo y estar

abierto al cambio imprevisible.

Así, la terapia colaborativa puede ser pensada como improvisada o que va tomando

forma a medida que el cliente y terapeuta avanzan juntos. El terapeuta siempre responde

al cliente, a lo que requiere la situación, y en el modo necesario. Esto requiere confiar

en el cliente y confiar en uno mismo. Interesantemente, debo añadir, me sorprendí

cuando los estudiantes, durante una entrevista con un investigador que estudiaba sus

experiencias sobre aprender terapia colaborativa, hablaban sobre la certeza de la

incertidumbre. A través de sus experiencias habían llegado a la conclusión de que “hay

certezas en la incertidumbre, refiriéndose al inesperado aumento de la confianza en ellos

mismos, en las sus aptitudes y en su auto-control cuando comenzaron a confiar en la

incertidumbre y se despojaron de la necesidad de saber y de, por ejemplo, la presión de

hacer las preguntas correctas o tener las mejores soluciones. Expresaron haber

encontrado un nuevo sentido de autonomía, felixibilidad y creatividad, y haber logrado

una liberación de las limitaciones de la certeza, para dar lugar a las posibilidades de la

incertidumbre.

Page 16: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

Una nueva advertencia. Las habilidades del cliente, el no-saber del terapeuta y la

incertidumbre no indican que el terapeuta actúa o habla sin confianza, que le oculta o

retiene una respuesta cuando el cliente la pide, o que ignora el pedido de certezas por

parte del cliente. En su lugar, sobre lo que quiero poner énfasis es la manera en la que

los terapeutas se posicionan y responden, que invita al cliente a unírsele y que, de a

poco, provoca y mejora la autonomía del cliente.

La terapia como vida diaria y ordinaria

Desde una perspectiva colaborativa, el terapeuta pone la importancia en los

entendimientos de todos los días que se encuentran en la historia, la cultura y en las

prácticas lingüísticas. Es decir, los terapeutas están más interesados en los

entendimientos de sus clientes que en sus propios. Dado esto, la terapia se parece cada

día más a las conversaciones y su usual discurso, y las conexiones íntimas que la

mayoría de las personas prefieren. De tal modo, la terapia colaborativa puede ser

caracterizada como menos formal de lo que es usual en la institución de la terapia.

También desafía las tradiciones institucionales, tales como los límites o la propia

revelación considerados cruciales para una terapia exitosa y apropiada. En su lugar, la

importancia se pone sobre el cliente y el terapeuta como seres humanos involucrados en

una interacción humana que, esperanzadamente, minimizará el riesgo de que el

terapeuta contribuya a desigualdades sociales y de poder. Las conversaciones y

relaciones terapéuticas ocurren, por supuesto, dentro de un contexto particular y con

intenciones particulares.

Dicho de una manera más sencilla: el cliente quiere ayuda y el terapeuta quiere ayudar.

No los pienso como “problemas” a aquello con lo que el cliente necesita ayuda, ya que

la palabra acarrea un bagaje heredado, al ser los problemas disfunciones o déficits que

necesitan ser arreglados o solucionados (Anderson, 1997). Y, como mencioné

anteriormente, también existe el riesgo de hacer suposiciones generalizadas sobre los

problemas y caer en el pensamiento “sujeto” y en el monólogo. Sobre la misma pauta,

los clientes no son categorizados por tipos o clase o por grados, como ser “fácil” o

“difícil”. Cada cliente es pensado, simplemente, en su presente, en situaciones de todos

los días, de la vida diaria (por ejemplo, una dificultad, un sufrimiento, un dilema, un

desafío, un dolor o una decisión) que cualquiera de nosotros podría enfrentar. Cada

cliente, cada situación es única. Entonces siempre podré encontrar a un extraño y a lo

desconocido. Y en este sentido, lo ordinario se convierte en extraordinario.

En resumen, si un terapeuta asume la postura filosófica que es el corazón y espíritu de la

terapia colaborativa, hablarán y actuarán natural y espontáneamente en formas que

crean espacio para invitar y fomentar las conversaciones y relaciones en las que los

clientes y terapeutas se “conectan, colabora y construyen” el uno con el otro (Anderson,

1992, 1997). Porque la postura filosófica se convierte en una forma natural y espontánea

de ser como terapeuta, la teoría no se pone en práctica y no existen técnicas ni reglas

terapéuticas, como las conocemos. En su lugar, las características ponen énfasis en un

set de valores y sus implicancias para la acción. La postura filosófica es el “tono” de las

relaciones colaborativas y de las conversaciones dialógicas, como se sugiere más arriba:

una manera particular con la que nos orientamos para ser, actuar y hablar con otra

persona que invita al otro al compromiso compartido y a la acción conjunta de la

investigación mutua; el proceso del diálogo generativo y la transformación (Anderson,

1997, 2003). En otras palabras, la persona toma prioridad sobre las técnicas y las reglas:

los seres humanos se encuentran relacionados y en conversaciones, el uno con el otro.

Page 17: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

Competencias y posibilidades

De acuerdo a mi experiencia, y corroborado en conversaciones con colegas y

estudiantes, practicar la terapia colaborativa enriquece la vida personal y profesional del

terapeuta. Cabe destacar que tanto ellos como los estudiantes reportan un mejorado

sentido de competencias y posibilidades expandidas para sus clientes y para ellos

mismos. Algunos hallaron una emoción no explorada y una nueva iniciativa para

aprender. Se preguntan más y aumenta su curiosidad. Similar a la experiencia de los

clientes, dicen haber encontrado un nuevo sentido de libertad como terapeutas y un

nuevo sentido de esperanza para sus clientes (Anderson, 1997). De manera más

significativa, y hasta más inspiradora, se convierten en miembros de una comunidad

internacional que continúa aprendiendo a lo largo de su vida, que brinda apoyo y

sustento.

Sobre la terapia colaborativa: rasgos distintivos

La terapia colaborativa tiene varios rasgos distintivos que combinados la hacen,

frecuentemente, una terapia con final abierto y permiten un estilo terapéutico más

improvisado. Estas son algunas de esas características:

-Es evolutiva, dinámica y sin fórmulas: la terapia colaborativa se basa en un proceso

reflexivo en el que las suposiciones informan sus prácticas y sus prácticas informas sus

suposiciones (o la búsqueda de nuevas suposiciones y viceversa). Consistentemente con

el discurso posmoderno, el enfoque es dinámico, invitando infinita variedad y

adaptaciones, teniendo el potencial de corresponder con los cambios micro y macro

sociales y de encajar con el valor emergente puesto en las voces de las personas

marginadas y oprimidas. Es también distintivamente sin fórmulas, ofreciéndoles a los

practicantes y a sus clientes la oportunidad de confeccionar la aplicación de sus

suposiciones a sus necesidades y circunstancias únicas, y a sus contextos institucionales

y culturales.

-El foco pasa de estar sobre el individuo o la familia a estar sobre una persona-en-

relaciones: el enfoque está basado en un cambio ideológico que es aplicable sobre las

personas, situaciones y contextos. Su utilidad no es determinada por el sistema social

(individual o familiar), el rol de la persona, el problema o la meta. Su utilidad es

determinada por el valor de las principales suposiciones del terapeuta y la habilidad que

éstas tienen para vivir la postura filosófica que fluye desde ellas.

-La aplicación se extiende hasta fuera del consultorio: este enfoque tiene utilidad en

sistemas y contextos, fuera del terapéutico. Los terapeutas llevan las suposiciones de la

terapia colaborativa y la postura filosófica a otros sistemas en los que suelen trabajar,

como la educación (por ejemplo, enseñar y supervisar) y las organizaciones (por

ejemplo, consultoría y trabajo en equipo), y amplían sus prácticas colaborativas para

incluir actividades como la orientación personal y profesional. Otros profesionales,

aquellos de la medicina, leyes y organizaciones comunitarias reportan que este enfoque

ha probado ser útil en sus prácticas.

-(E)valuación se hace parte de la práctica diaria: tanto el profesional como el cliente

(e)valúan su trabajo juntos mientras avanzan de manera conjunta. Lo que aprenden lo

utilizan para dar forma a su trabajo, apreciando y construyendo sobre aquello que es

útil, y reconsiderando aquello que no lo es (Anderson, 1997). Esto permite poder

asegurar que la terapia y otras prácticas colaborativas son adecuadas para cada persona

y tiene una continua utilidad para el cliente.

-Se reduce el agotamiento del terapeuta: los terapeutas reportan una renovada

apreciación y respeto por sus clientes, y renovados entusiasmo y energía para su trabajo.

Dicen haber descubierto una creatividad desconocida e inexplorada. También dicen

Page 18: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

estar más abiertos a compartir su trabajo con colegas y encontrar un apoyo en ello.

Combinadas, estas experiencias ofrecen una reducción en el agotamiento.

-Los clientes y terapeutas tienen una sensación de libertad y esperanza: los clientes

tienen una sensación de pertenencia, de participar en y de ser dueños de su terapia. Esto,

de a poco, da lugar a una responsabilidad compartida por el proceso y los resultados.

Los resultados –ya sea algo tangible y que puede realizarse o, simplemente, un sentido

de libertad y esperanza- se convierten, notablemente, en la sensación de que puedo, de

que podemos, seguir adelante desde aquí.

-Las relaciones con los colegas mejoran: los terapeutas reportan que al vivir la postura

filosófica con sus colegas, como lo hacen con sus clientes, son capaces de apreciar, de

ser curiosos y de estar abiertos a las diferencias (ver St. George and Wulff, capítulo 24

de este volumen). Apoyados en la creencia de que no existe la manera correcta de ver o

hacer las cosas, las relaciones que alguna vez fueron incómodas o tensas se hacen

menos problemáticas, más compatibles y, algunas veces, más agradables.

Efectividad

La historia de la terapia colaborativa avala su efectividad. En sus principios, este

enfoque evolucionó como una terapia de último recurso en el entorno de la práctica, en

la cual aquellos terapeutas “desafiados” trabajaban con clientes “desafiantes”. Esto

incluía: fracasos de tratamientos crónicos; pacientes psiquiátricos hospitalizados o no; y,

frecuentemente,13

clientes a los que se les ordena ir desde las agencias públicas, como

ser organismos de protección al menor, refugios para mujeres, jóvenes y adultos en

libertad condicional (Anderson, 1991; Anderson & Goolishian, 1986, 1991; Anderson

& Levin, 1997, 1998; Levin, Reese, Raser and Niles, 1986).

La evidencia temprana de la efectividad de la terapia colaborativa se enfoca, más que

nada, en las experiencias terapéuticas de los clientes, terapeutas y estudiantes; es

mayormente anecdótica y se basa en investigaciones cualitativas14

. La utilidad de este

enfoque está ilustrada en artículos sobre el abuso de menores y otros tipos de violencia

doméstica, desórdenes alimenticios, abuso de drogas, y supervisión (Anderson, 1997;

Anderson & Levin, 1997, 1998; Anderson, Burney & Levin, 1999; Bava, 2001; Chang,

1999; Levin, 1992; London, Ruiz, Gargollo and MC, 1998; Roberts, 1990; St. George

and Wulff, 1999; Swim, Helms, Plotkin and Bettyw, 1998).

A diferencia de las prácticas habituales de la terapia regular, los terapeutas e

investigadores colaborativos dan lugar e invitan a las historias de terapias de los

clientes.

Los estudios de investigación cualitativa examinaron la efectividad de la terapia

colaborativa y analizaron si los comportamientos y las actitudes de los terapeutas eran

consistentes con su filosofía terapéutica (Gehart – Brooks & Lyle, 1999; Swint, 1995).

Algunos estudiaron la aplicación de las ideas en supervisión y educación (Anderson,

1984; Bava, 2001; St. George, 1994; Tinez, 2002) y en trabajo comunitario

(Weisenburguer, 2003). El psicólogo finlandés Jaakko Seikkula y sus colegas

demostraron acertadamente la efectividad del enfoque de un diálogo abierto a través de

un proyecto de investigación cuantitativa/cualitativa, haciendo un seguimiento durante 5

años a pacientes psicóticos y sus respectivas familias (Seikkula, 1993; Seikkula,

13 N del T: la frase original es bastante confusa porque parece tener un error de redacción o de imprenta.

Figura así: In departure from the usual practice of therapist-voiced therapy success, collaborative

therapists and researchers have invited client accounts of therapy.(p. 52) 14 Los lectores que estén involucrados en la investigación de la efectividad de la terapia colaborativa, o

que sepan de otros que lo hacen, están invitados a contactar al editor y colocaremos la información en la

página web.

Page 19: Cap. 3. Collaborative practices. traducción al español

Aaltonen, Alakare, Haarakangas, Keranen y Sutela, 1995; también ver Haarakangas,

Seikkula, Alakare y Aaltonen, capítulo 14 de este volumen).

Lo que me parece más emocionante es el creciente número de estudiantes, alrededor del

mundo, que escogieron la terapia colaborativa (o un enfoque sistémico del lenguaje

colaborativo) como contenido de sus tesis de maestrías o de sus disertaciones

doctorales, y la investigación colaborativa como metodología. Específicamente, los

tópicos se enfocaron en la utilidad de la terapia colaborativa con una variedad de

población clínica (por ejemplo, niños con enfermedades somáticas, jóvenes mujeres con

desórdenes alimenticios, y personas que atraviesan un duelo) y con trabajo en

comunidades. Algunos se habían centrado en las descripciones de los terapeutas acerca

de la influencia de la perspectiva colaborativa sobre sus vidas profesionales y

personales, y otros se centraron en su propia experiencia del aprendizaje del enfoque

colaborativo.

¿Hacia dónde vamos?

Usualmente me preguntan: “¿hacia dónde vas a partir de aquí?” y “¿qué hay después de

lo posmoderno?” Yo respondo: “no sé con certeza pero tengo algunas ideas”. La

posmodernidad aún está en su infancia en cuanto a su utilidad en nuestra amplia cultura

intelectual y social. Los desafíos, posibilidades y oportunidades ilimitadas y sin

explotar, sin duda, profundizarán y ampliarán la perspectiva posmoderna y su

aplicabilidad en la psicoterapia y otras ramas. Estoy, actualmente, interesada en

aumentar mi exploración de su valor en los dominios de la educación, la investigación,

los sistemas organizacionales y el desarrollo del liderazgo, y en estructuras

institucionales y sociales más amplias (Anderson, 2000, 1998; Anderson & Burnei,

1997; Anderson & Swim, 1994). He expandido mi interés de toda la vida en las voces

de los clientes terapéuticos, para incluir las voces de quienes estudian sistemas

educacionales y personas en empresas y organizaciones. En el área de las empresas, por

ejemplo, estoy entrevistando a mujeres que son asistentes ejecutivas de C.E.O.s para

aprender de ellas acerca de sus roles, relaciones y experiencias en sus organizaciones;

para saber qué consejos tiene para ayudar a otros en la misma carrera y logar el éxito, y

qué consejos tienen para ayudar a que sus jefes utilicen mejor los talentos de sus

colaboradores. También entrevistaré a mujeres que son dueñas de empresas exitosas

para aprender lo que ellas creen que ha contribuido a su éxito y qué sabiduría pueden

compartir con otras mujeres en su misma situación. Estoy interesada en lo que tienen

para ofrecer los terapeutas colaborativos a otros profesionales a los que les importan las

prácticas colaborativas, tales como: médicos, abogados y el clero. Inspirada por mis

colegas en Grupo Campos Elíseos, en la ciudad de México, me interesan la relevancia y

el uso de la literatura en todas mis prácticas. Y finalmente, estoy interesada en los

modos en que, a través de la colaboración y “con”, podemos desarrollar formas de vivir

y de seguir adelante el uno con el otro, menos violentas y más pacíficas15

. Todo en

respuesta de, de una forma u otra, mi eterna pregunta: “¿cómo pueden crear los

profesionales los tipos de relaciones y conversaciones, con sus clientes, que permitan a

todas las partes acceder a su creatividad y desarrollar posibilidades donde antes parecían

no existir?”

15 Estoy particularmente inspirada por el trabajo que mi generoso colega, Tom Andersen, está realizando

alrededor del mundo con y hacia este objetivo. Y también estoy inspirada por el trabajo comunitario, con

su énfasis en justicia social, de mis colegas en Sudáfrica y en los países de América del Sur: Argentina,

Perú y Brasil.