Cantagallo, En Busca de Un Paraiso Perdido

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El Comercio ___ domingo 21 de agosto del 2011 ___ País l a21 Vivir en el mundo que pintan los niños no está mal. En el mural que existe a la entrada de la co- munidad shipiba de Cantagallo, en Lima, hay dibujados siete ca- sas, tres árboles y, atrás, el cerro San Cristóbal. El río azul que pintan más abajo tiene que ser el Rímac, pero tiene peces. Uno parece un delfín amazónico y el otro seguro que es la carachama, el pescado favorito que Zoraida no puede encontrar en nuestra ciudad capital. Para llegar a esta comuni- dad de artesanos, de trabajos delicados, de cerámica mági- ca y tejidos complejos, hay que atravesar un infierno urbano. El paisaje de esta zona es de una brutalidad francamente desola- dora. Desde el puente Huánuco, uno puede ver, de un lado, dese- chos humeantes sobre una mar- gen olvidada del río. Del otro, un enorme mercado informal. Atrás, una planta procesadora de basura. ¿A quién se le ocurri- ría establecerse ahí? Pero, en medio de esta de- mencia urbana, vive una co- munidad de gente tranquila, laboriosa, habituada a mirar al extraño con acogedora curiosi- dad, a sonreír tapándose la boca y a andar descalza. Cuando veo los diseños finos y vibrantes de Zoraida Cumapa, y miro alre- dedor, hay muchas cosas que no encajan. La historia de ella es la historia de muchas de las 190 familias que viven aquí desde el año 2001. FELIZ EN EL LABERINTO “Estoy haciendo mi trabajito”, di- ce cuando nos recibe en su sala. De pelo negro azabache, largo hasta la cintura, Zoraida posee los típicos rasgos orientales, pó- mulos altos y nariz ancha que distinguen a su etnia. Ella vive en un espacio pequeño: solo hay una cama de una plaza junto a una pa- red y un gran tabladillo a ras del suelo con un colchón muy delga- do encima, sobre el cual se vuelve a sentar tan pronto entramos. Sobre esta plataforma, tiene todas sus armas para luchar en Lima: pedazos de telas, hilos de colores, algunas bolsitas a medio hacer y una plancha. Del techo, cuelgan a secar telas de tocuyo blanco con esos enigmáticos di- bujos hechos en tinta negra. En este momento solo pueden re- presentar una cosa: el laberinto angustiante de vivir en la capital. Pero ella es bastante más opti- mista. “Soy feliz aquí. Me gusta Lima porque aquí puedo vender lo que hago, y aquí reconocen mi trabajo”. Afuera es difícil respirar no so- lo por la humedad de esta fría ma- ñana de invierno, sino porque la comunidad no tiene agua ni des- agüe ni servicio de recolección de basura. Ella vive en este escondi- te de la ciudad con su esposo, tres hijos y tres de sus hermanos. Lo que separa esta habitación del resto de la casa, dos cuartos más, son pedazos de madera que pare- cen sostenerse por pura amistad. El presupuesto familiar está en- tre los 500 y 700 soles mensuales, dependiendo de las ventas. Cantagallo: en busca de un paraíso perdido PERFILES - LIMEñOS DE TODAS LAS CEPAS JAVIER LIZARZABURU ZORAIDA CUMAPA CAMPOS es una mujer shipiba de 35 años que trajo sus sueños y sus colores a Lima. Por ahora, estos se encuentran en una isla ignorada de la ciudad “Estoy orgullosa de mi identidad, porque somos un pueblo originario y somos gente honesta. Lo más bonito de mi cultura es mi lengua, porque es muy antigua” Barrios: Cantagallo y Huaycán Origen: Distrito de Callería, provin- cia de Coronel Portillo, Alto Ucaya- li, Ucayali Labor: Artesanía Familia: Jorge Mori (49), esposo, y tres hermanos más Hijos: Jonathan (18), Marili (11) y Jorge (5) Colegio de niños: Piedra Liza, Rímac Llegada a Lima: Invierno del 2006 Familia étnica: Shipibo-Conibo Población total: Aproximadamen- te, 25.000 personas DATOS Limeños de todas las cepas somos todos, de cualquier origen y lugar, que estamos haciendo algo por la ciudad. Si quieres proponer un nom- bre a esta lista, escríbenos a: [email protected] ARTE NATIVO. En la cultura shipiba, la cerámica y los tejidos son dominio de las mujeres. Ellas son iniciadas en estas artes a los ocho años de edad, y las elaboradas formas geométricas suelen representar su mundo sagrado. FOTOS: ERNESTO ARIAS PARAÍSO IMAGINADO. En Cantagallo, la población bordea las 700 personas y viven más de 200 niños. Ellos y artistas locales pintaron el mural de la entrada. debilitan. Jorge, el hijo menor, nació con asma y Jonathan, el mayor, cae enfermo cada dos por tres. No es de sorprender que ha- ya sido difícil acostumbrarse a la capital. Ella llegó hace cinco años: “Pero llegué en invierno, muy frío”. Además, claro, están las costumbres y la dieta, todo tan diferente. “Acá no hay cara- chama ni boquichico, mis pes- caditos. Allá encuentro en el río siempre”. Zoraida se ríe bajando la cabeza cada vez que repregun- to algo. “Acá solo comen pollo, pollo, pollo”. Quizás todas estas limitacio- nes adquieren sentido cuando se tiene una meta clara. “Voy a sacar a mis hijos adelante para que un día consigan un trabajo que sea de beneficio para ellos”, explica. Y dice que su hija Marili quiere ser secretaria y que el otro todavía no sabe. Para cumplir con esta meta, ella solo tiene su arte. Un arte que, según cuenta, fluye sin pensar en nada. “Sale de mi propia inspiración. Yo misma sa- co mi idea y así sale nomás”. Y lo que sale lo aprendió de su madre, quien la inició en ese camino a los ocho años. EL MITO DEL REGRESO Los shipibos son uno de los pue- blos indígenas más antiguos de la Amazonía, y algunos sostienen que sus orígenes están alrededor del año 300 d.C. Son una etnia orgullosa de su identidad, “por- que somos un pueblo originario y somos gente honesta”, dice Zo- raida, y añade: “Lo más bonito de mi cultura es mi lengua, porque es muy antigua”. Y, en Cantaga- llo, no será idioma oficial, pero, a donde va uno, se escucha prime- ro la lengua shipiba con sus lige- ros sonidos guturales. Una de las leyendas funda- cionales de esta etnia habla de la ciudad sagrada de Cumancaya, en el Alto Ucayali, desde donde salieron a poblar el mundo. Aquí había un árbol mágico cuyos fru- tos un día cayeron al río y fueron comidos por los peces, los cuales empezaron a volar. Al ver esto, el pueblo intentó lo mismo para ir a agradecer a Dios. Al día siguien- te, empezaron todos a elevarse hacia los cielos. Pero, de pronto, cayeron, y con tanta fuerza que crearon un cerro en la selva y se rompió toda su cerámica. Esta parte de Lima está a pun- to de ser renovada, como parte del proyecto Río Verde, y la co- munidad, por ahora, no tiene una posición común, salvo la de pedir sus títulos de propiedad. Si, por un momento, uno pensara en una versión moderna de su le- yenda ancestral, uno podría decir que, del paraíso original, fueron lanzados a Cantagallo. A partir de aquí, solo es necesario volver a poblar el mundo y, quién sabe, terminar en uno cercano al mun- do ideal de los niños shipibos. π PARAÍSO PERDIDO “Allá, en la selva, hacía lo mismo, pero no vendía nada”, explica. El Alto Ucayali, de donde provie- ne, es una zona de valles fértiles, pero sujeta a constantes inunda- ciones, más ahora que el clima se vuelve cada vez más imprede- cible. Callería, el nombre de su caserío, es hoy un distrito pobre en las afueras de Pucallpa. Aquí la miseria tiene otro rostro: “To- das hacemos lo mismo y no hay a quién vender”. Y es peor aun pa- ra ella: “No hay forma de educar bien a mis hijos”. Cuando alguien dice estar fe- liz en tales condiciones, es difícil entender el grado de felicidad al que se refiere. Después de todo, son los niños de Cantagallo, y los de Zoraida, los más afectados. Los niños shipibos, cerca de 200, sufren una serie de enfermeda- des crónicas y alergias que los

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Artículo periodístico.

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El Comercio___ domingo 21 de agosto del 2011___ País l a21

Vivir en el mundo que pintan los niños no está mal. En el mural que existe a la entrada de la co-munidad shipiba de Cantagallo, en Lima, hay dibujados siete ca-sas, tres árboles y, atrás, el cerro San Cristóbal. El río azul que pintan más abajo tiene que ser el Rímac, pero tiene peces. Uno parece un delfín amazónico y el otro seguro que es la carachama, el pescado favorito que Zoraida no puede encontrar en nuestra ciudad capital.

Para llegar a esta comuni-dad de artesanos, de trabajos delicados, de cerámica mági-ca y tejidos complejos, hay que atravesar un infierno urbano. El paisaje de esta zona es de una brutalidad francamente desola-dora. Desde el puente Huánuco, uno puede ver, de un lado, dese-chos humeantes sobre una mar-gen olvidada del río. Del otro, un enorme mercado informal. Atrás, una planta procesadora de basura. ¿A quién se le ocurri-ría establecerse ahí?

Pero, en medio de esta de-mencia urbana, vive una co-munidad de gente tranquila, laboriosa, habituada a mirar al extraño con acogedora curiosi-dad, a sonreír tapándose la boca y a andar descalza. Cuando veo los diseños finos y vibrantes de Zoraida Cumapa, y miro alre-dedor, hay muchas cosas que no encajan. La historia de ella es la historia de muchas de las 190 familias que viven aquí desde el año 2001.

FELIZ EN EL LABERINTO“Estoy haciendo mi trabajito”, di-ce cuando nos recibe en su sala. De pelo negro azabache, largo hasta la cintura, Zoraida posee los típicos rasgos orientales, pó-mulos altos y nariz ancha que distinguen a su etnia. Ella vive en un espacio pequeño: solo hay una cama de una plaza junto a una pa-red y un gran tabladillo a ras del suelo con un colchón muy delga-do encima, sobre el cual se vuelve a sentar tan pronto entramos.

Sobre esta plataforma, tiene todas sus armas para luchar en Lima: pedazos de telas, hilos de colores, algunas bolsitas a medio hacer y una plancha. Del techo, cuelgan a secar telas de tocuyo blanco con esos enigmáticos di-bujos hechos en tinta negra. En este momento solo pueden re-presentar una cosa: el laberinto angustiante de vivir en la capital. Pero ella es bastante más opti-mista. “Soy feliz aquí. Me gusta Lima porque aquí puedo vender lo que hago, y aquí reconocen mi trabajo”.

Afuera es difícil respirar no so-lo por la humedad de esta fría ma-ñana de invierno, sino porque la comunidad no tiene agua ni des-agüe ni servicio de recolección de basura. Ella vive en este escondi-te de la ciudad con su esposo, tres hijos y tres de sus hermanos. Lo que separa esta habitación del resto de la casa, dos cuartos más, son pedazos de madera que pare-cen sostenerse por pura amistad. El presupuesto familiar está en-tre los 500 y 700 soles mensuales, dependiendo de las ventas.

Cantagallo: en busca de un paraíso perdido

perfiles - limeños de todas las cepas

JAVIER LIZARZABURU

ZORAIDA CUMAPA CAMPOS es una mujer shipiba de 35 años que trajo sus sueños y sus colores a Lima. Por ahora, estos se encuentran en una isla ignorada de la ciudad

“Estoy orgullosa de mi identidad, porque somos un pueblo originario y somos gente honesta.Lo más bonito de mi cultura es mi lengua, porque es muy antigua”

Barrios: Cantagallo y HuaycánOrigen: Distrito de Callería, provin-cia de Coronel Portillo, Alto Ucaya-li, UcayaliLabor: ArtesaníaFamilia: Jorge Mori (49), esposo, y tres hermanos másHijos: Jonathan (18), Marili (11) y Jorge (5)Colegio de niños: Piedra Liza, RímacLlegada a Lima: Invierno del 2006Familia étnica: Shipibo-ConiboPoblación total: Aproximadamen-te, 25.000 personas

DATOS

Limeños de todas las cepas somos todos, de cualquier origen y lugar, que estamos haciendo algo por la ciudad. Si quieres proponer un nom-bre a esta lista, escríbenos a:[email protected]

ARTE NATIVO. En la cultura shipiba, la cerámica y los tejidos son dominio de las mujeres. Ellas son iniciadas en estas artes a los ocho años de edad, y las elaboradas formas geométricas suelen representar su mundo sagrado.

fotos: ernesto arias

PARAÍSO IMAGINADO. En Cantagallo, la población bordea las 700 personas y viven más de 200 niños. Ellos y artistas locales pintaron el mural de la entrada.

debilitan. Jorge, el hijo menor, nació con asma y Jonathan, el mayor, cae enfermo cada dos por tres.

No es de sorprender que ha-ya sido difícil acostumbrarse a la capital. Ella llegó hace cinco años: “Pero llegué en invierno, muy frío”. Además, claro, están las costumbres y la dieta, todo tan diferente. “Acá no hay cara-chama ni boquichico, mis pes-caditos. Allá encuentro en el río siempre”. Zoraida se ríe bajando la cabeza cada vez que repregun-to algo. “Acá solo comen pollo, pollo, pollo”.

Quizás todas estas limitacio-nes adquieren sentido cuando se tiene una meta clara. “Voy a sacar a mis hijos adelante para que un día consigan un trabajo que sea de beneficio para ellos”, explica. Y dice que su hija Marili quiere ser secretaria y que el otro

todavía no sabe. Para cumplir con esta meta, ella solo tiene su arte. Un arte que, según cuenta, fluye sin pensar en nada. “Sale de mi propia inspiración. Yo misma sa-co mi idea y así sale nomás”. Y lo que sale lo aprendió de su madre, quien la inició en ese camino a los ocho años.

EL MITO DEL REGRESOLos shipibos son uno de los pue-blos indígenas más antiguos de la Amazonía, y algunos sostienen que sus orígenes están alrededor del año 300 d.C. Son una etnia orgullosa de su identidad, “por-que somos un pueblo originario y somos gente honesta”, dice Zo-raida, y añade: “Lo más bonito de mi cultura es mi lengua, porque es muy antigua”. Y, en Cantaga-llo, no será idioma oficial, pero, a donde va uno, se escucha prime-ro la lengua shipiba con sus lige-ros sonidos guturales.

Una de las leyendas funda-cionales de esta etnia habla de la ciudad sagrada de Cumancaya, en el Alto Ucayali, desde donde salieron a poblar el mundo. Aquí había un árbol mágico cuyos fru-tos un día cayeron al río y fueron comidos por los peces, los cuales empezaron a volar. Al ver esto, el pueblo intentó lo mismo para ir a agradecer a Dios. Al día siguien-te, empezaron todos a elevarse hacia los cielos. Pero, de pronto, cayeron, y con tanta fuerza que crearon un cerro en la selva y se rompió toda su cerámica.

Esta parte de Lima está a pun-to de ser renovada, como parte del proyecto Río Verde, y la co-munidad, por ahora, no tiene una posición común, salvo la de pedir sus títulos de propiedad. Si, por un momento, uno pensara en una versión moderna de su le-yenda ancestral, uno podría decir que, del paraíso original, fueron lanzados a Cantagallo. A partir de aquí, solo es necesario volver a poblar el mundo y, quién sabe, terminar en uno cercano al mun-do ideal de los niños shipibos. π

PARAÍSO PERDIDO“Allá, en la selva, hacía lo mismo, pero no vendía nada”, explica. El Alto Ucayali, de donde provie-ne, es una zona de valles fértiles, pero sujeta a constantes inunda-ciones, más ahora que el clima se vuelve cada vez más imprede-cible. Callería, el nombre de su caserío, es hoy un distrito pobre en las afueras de Pucallpa. Aquí la miseria tiene otro rostro: “To-das hacemos lo mismo y no hay a quién vender”. Y es peor aun pa-ra ella: “No hay forma de educar bien a mis hijos”.

Cuando alguien dice estar fe-liz en tales condiciones, es difícil entender el grado de felicidad al que se refiere. Después de todo, son los niños de Cantagallo, y los de Zoraida, los más afectados. Los niños shipibos, cerca de 200, sufren una serie de enfermeda-des crónicas y alergias que los