Camilo Alarcón - Soldados del Rey en Manos de la Patria: Notas sobre los prisioneros de Guerra...

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BICENTENARIO. REVISTA DE HISTORIA DE CHILE Y AMÉRICA, Vol. 10, Nº 1 (2011) pp. 37-68 Santiago de Chile, Centro de Estudios Bicentenario * CAMILO ALARCÓN. Licenciado en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidato a Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico por la Academia de Guerra del Ejército de Chile. Investigador del Centro de Estudios Bicentenario Chile y del Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores. El autor agradece las sugerencias del Dr. Cristián Guerrero Lira. E-mail: [email protected]. SOLDADOS DEL REY EN MANOS DE LA PATRIA: NOTAS SOBRE LOS PRISIONEROS DE GUERRA ESPAÑOLES DURANTE LA INDEPENDENCIA DE CHILE (1817-1819) Camilo Alarcón* Centro de Estudios Bicentenario Resumen: El artículo aborda un tema poco estudiado por la historiografía militar y política chilena: el caso de los prisioneros realistas de la guerra de independencia de Chile. En primera instancia, se presenta un cuadro de las vicisitudes por las cuales pasaron los individuos leales al rey al ser capturados por los ejércitos patriotas, pasando gran parte de estos a las Provincias Unidas del Río de la Plata por necesidades seguridad interna y como compensación por los servicios prestados por Cuyo en la empresa libertadora de Chile. En segundo lugar se trata sobre la fallida negociación para el canje de prisioneros entre San Martín y el virrey Pezuela. Y por último, estudia el caso de la sublevación de los oficiales realistas prisioneros en la ciudad de San Luis en 1819. Palabras claves: Prisioneros de guerra – Guerra de Independencia – Chile – Provincias Unidas del Río de la Plata – Virreinato del Perú. Abstract: This article surveys a subject rarely researched by the chilean’s military and political historiography: the case of the royalist prisoners of the Chile’s war of independence. First, presents a picture about the vicissitudes which royalist soldiers had suffered when they were captured by the patriotic forces, most of them sent to United Provinces of the River Plate by security needs and as a compensation by the efforts made in the province of Cuyo in the making of the campaign to liberate Chile. Second, it deals with the failed negotiation between general San Martín and viceroy Pezuela in order to exchange the prisoners of war. And third, it studied the uprising by the royalist officer prisoners of war in the city of San Luis in 1819. Keywords: Prisoners of war – War of Independence – Chile – United Provinces of the River Plate – Viceroyalty of Peru. El estudio de las guerras independentistas hispanoamericanas puede traer a superficie una natural exaltación, tanto favor o en contra de una de las partes beligerantes. Cómo indica asertiva y sintéticamente, Julio Luqui-Lagleyze:

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BICENTENARIO. Revista de HistoRia de CHile y améRiCa, Vol. 10, Nº 1 (2011) pp. 37-68Santiago de Chile, Centro de Estudios Bicentenario

* Camilo alaRCón. Licenciado en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidato a Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico por la Academia de Guerra del Ejército de Chile. Investigador del Centro de Estudios Bicentenario Chile y del Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores. El autor agradece las sugerencias del Dr. Cristián Guerrero Lira. E-mail: [email protected].

SOLDADOS DEL REY EN MANOS DE LA PATRIA: NOTAS SOBRE LOS PRISIONEROS DE GUERRA ESPAÑOLES DURANTE LA

INDEPENDENCIA DE CHILE (1817-1819)

Camilo Alarcón*Centro de Estudios Bicentenario

Resumen: El artículo aborda un tema poco estudiado por la historiografía militar y política chilena: el caso de los prisioneros realistas de la guerra de independencia de Chile. En primera instancia, se presenta un cuadro de las vicisitudes por las cuales pasaron los individuos leales al rey al ser capturados por los ejércitos patriotas, pasando gran parte de estos a las Provincias Unidas del Río de la Plata por necesidades seguridad interna y como compensación por los servicios prestados por Cuyo en la empresa libertadora de Chile. En segundo lugar se trata sobre la fallida negociación para el canje de prisioneros entre San Martín y el virrey Pezuela. Y por último, estudia el caso de la sublevación de los oficiales realistas prisioneros en la ciudad de San Luis en 1819.

Palabras claves: Prisioneros de guerra – Guerra de Independencia – Chile – Provincias Unidas del Río de la Plata – Virreinato del Perú.

Abstract: This article surveys a subject rarely researched by the chilean’s military and political historiography: the case of the royalist prisoners of the Chile’s war of independence. First, presents a picture about the vicissitudes which royalist soldiers had suffered when they were captured by the patriotic forces, most of them sent to United Provinces of the River Plate by security needs and as a compensation by the efforts made in the province of Cuyo in the making of the campaign to liberate Chile. Second, it deals with the failed negotiation between general San Martín and viceroy Pezuela in order to exchange the prisoners of war. And third, it studied the uprising by the royalist officer prisoners of war in the city of San Luis in 1819.

Keywords: Prisoners of war – War of Independence – Chile – United Provinces of the River Plate – Viceroyalty of Peru.

El estudio de las guerras independentistas hispanoamericanas puede traer a superficie una natural exaltación, tanto favor o en contra de una de las partes beligerantes. Cómo indica asertiva y sintéticamente, Julio Luqui-Lagleyze:

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“la historia de la guerra de independencia de América, se transformó en una cuestión de fe, en algo dogmático; se la pintó como una lucha de héroes y antihéroes, del bien contra el mal y, como pasó con otras guerras de la historia universal: los malos fueron inevitablemente los perdedores, y los buenos los santificados por la victoria de sus armas, por lo demás inmaculadas”.1

Estas visiones maniqueas fueron escritas por los historiadores decimonónicos, y salvo notables excepciones, pareciera que aún se sigue repitiendo, matizada, pero sin variar significativamente sus planteamientos.2 Estas explicaciones se basaron en un consenso historiográfico que analizaba la independencia como la forja de la nación: “la construcción de la nación que alumbró la historia patria”, como señalan Manuel Chust y José Antonio Serrano.3 Los criterios establecidos a priori a la hora de trabajar a los actores monarquistas del proceso independentista hispanoamericano, son funcionales al establecimiento de las bases del proceso emancipador, así como para justificar y caracterizar el periodo de la independencia.4

Por lo tanto, al tratar sobre el bando “realista” existe la difícil cuestión de tratar con fuentes que se encuentran influidas por el apasionamiento político del momento: las fuentes patriotas nos hablaran de godos, sarracenos, tablas, talaveras, maturrangos y gachupines, entre otras denominaciones despectivas con las cuales los patriotas designaban a su contraparte, a aquellos con quienes hasta 1810 compartían el estatus de súbditos de la monarquía, y que posterior a aquella fecha, se convirtieron en sus enconados enemigos.5 En nuestro caso, nos hemos planteado el estudio de los prisioneros de guerra realista durante el periodo de la guerra de independencia de Chile que va entre 1817 y 1819, fecha en que nominalmente se acaba el enfrentamiento formal entre el Ejército Real de Chile y el Ejército Unido de los Andes y Chile. Existe un nada despreciable vacío historiográfico a la hora de tratar sobre los partidarios de la causa monarquista y su destino en el marco de la independencia hispanoamericana.6

1 Julio Luqui-Lagleyze, Por el rey, la fe y la patria. El ejército realista del Perú en la independencia sudamericana 1810-1825 (Madrid, Ministerio de Defensa, 2006), p. 10.

2 Manuel Chust y José Antonio Serrano, “Un debate actual, una revisión necesaria” en Manuel Chust y José Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las independencias iberoamericanas (Madrid, Iberoamericana, 2007). p. 11.

3 Ibídem.4 Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la Independencia en Chile (Santiago, Universitaria.

2002), p. 15.5 Desde la otra vereda, las fuentes primarias nos hablan de rebeldes e insurgentes a la hora de

señalar a los sujetos que se embarcaron en el proceso revolucionario. Luqui-Lagleyze, Por el rey, p. 12.

6 Para el caso chileno destacamos Fernando Campos Harriet, Los defensores del Rey (Santiago, Ed. Andrés Bello, 1976); Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la Independencia en Chile (Santiago, Universitaria. 2002); Jaime Valenzuela. “Los Franciscanos de Chillán y la

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Por ello es necesario comprender el carácter de la guerra que acontecerá en el espacio hispanoamericano, y las implicancias que tiene sobre el derecho de gentes, y por consiguiente, sobre los prisioneros de las guerras. Hasta el siglo XVIII la guerra no tuvo otra motivación principal que la voluntad de las monarquías europeas por la mantención, y en el mejor de los casos, el incremento de sus hegemonías de un mundo que se iba reduciendo. Por esta razón, nos encontramos con un siglo dieciocho altamente beligerante, en el cual las guerras empezaron a combatir, inclusive, en los territorios ultramarinos.7 En el contexto dieciochesco, ya comenzaban a aparecer nociones como la de humanidad en el trato de los prisioneros de guerra. El entonces jurista y académico de la Universidad de Salamanca, José Olmeda y León señalaba que:

“por lo que hace a nuestros europeos y a todas las naciones cultas, es cierto que no se observa entre ellas este modo [la esclavitud] de tratar a los prisioneros; sin embargo, se pueden retener en depósito hasta concluir la guerra: después de la cual se suelen dar en canje, o trueque por otros de igual calidad, o por algún equivalente, especialmente siendo oficiales de graduación, para lo que se suelen convenir por ambas partes los precios”.8

Inclusive, fray Benito Jerónimo de Feijoó destacaba el trato que el zar Pedro el Grande dio a los prisioneros suecos tras la batalla de Poltava en 1709, a quienes “después de concederles graciosamente unas condiciones, mucho mas ventajosas … trató con la mayor humanidad del Mundo”.9 En ambos autores, se discierne la relación civilización-trato humanitario para con los prisioneros de guerra.

independencia: avatares de una comunidad monarquista”, en Historia, Santiago, N° 38, v.1 (2005), pp. 113-158. En el caso de la historiografía argentina se puede señalar: Edmundo Heredia, Los vencidos: un estudio sobre los realistas en la Guerra de Independencia Hispanoamericana (Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1997); Raúl Fradkin y Silvia Ratto, “¿Un modelo borbónico para defender la frontera? El presidio de Santa Elena en el Sur de Buenos Aires (1817-1820)”, en Páginas. Revista Digital de la Escuela de Historia UNR. Rosario, N° 3 (2010), pp. 26-52. Sobre el Ejército realista en América y su actuación en las guerras independentistas, destacamos dos obras: Julio Albi, Banderas olvidadas. El Ejército realista en América (Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1990); Julio Luqui-Lagleyze, Por el rey, la fe y la patria. El ejército realista del Perú en la independencia sudamericana 1810-1825 (Madrid, Ministerio de Defensa, 2006).

7 Juan Marchena y Manuel Chust, “Ejército e independencias en Iberoamérica”, en Juan Marchena y Manuel Chust (eds.), Por la fuerzas de las armas. Ejército e independencias en Iberoamérica (Castelló de la Plana, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2007), pp. 7-8.

8 José de Olmeda y León, Elementos del derecho público de la paz, y de la guerra. Tomo II (Madrid, s.p.i. 1771), pp. 57-58.

9 Benito Jeronimo de Feijoó, Teatro Crítico Universal: o Discursos varios en todo género de ma-terias, para desengaño de errores. Tomo tercero (Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1774), p. 204.

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Usando una analogía, la guerra se asimilaba a una partida de ajedrez, donde cada jugador terminado el juego, podría negociar el canje de las piezas, en términos que fueran relativamente convenientes. La guerra tenía objetivos limitados, y los contendientes se veían como rivales que pugnaban por aumentar su prestigio y poder, en vez de deponer del trono a sus rivales, así como también destruirlos.

Esto cambió con las guerras de las revoluciones norteamericana y francesa. Estas representaron un giro en la naturaleza y motivación del conflicto bélico internacional.10 Compartimos el planteamiento de Francois Furet en cuanto a que con la Revolución Francesa, la guerras dejó de ser la “forma ampliada del complot aristocrático”, importando una inversión de los valores sociales y políticos, así también en su dimensión ideológica.11 Es decir, en las guerras nacionales, el soldado se sentía parte de la entidad nación, preocupandose activamente por su defensa, y que veía en el otro, a un enemigo que materializaba una amenaza, por los valores e ideas políticas que representaba, que lo hacía tan detestable para llegar al extremo de combatirlo por las armas. Y esto no tuvo mayores repercusiones en el derecho de guerra que se aplicaba en la guerra internacional, ya que al revisar la literatura jurídica de aquellos años, nos encontramos con un autor que consideraba entre las máximas del derecho de guerra, que: “en toda nación culta, a los militares hechos prisioneros de guerra se les debe guardar la mayor consideración, y subministrarles lo necesario para su alimento y conservación”.12

Sin embargo, esta percepción no era por todos compartidas, ya que para Antonio Capmany, político y militar español, Napoleón un “anfibio entre hombre y fiera, pues ha sacado de la infamia a Nerón y Calígula”, hacía la guerra violando los principios de respeto a los prisioneros:

“El vende los prisioneros de guerra, o los hace que sirvan en sus banderas, ó los destina a trabajos públicos como si fuesen esclavos comprados, o los deja perecer de hambre y miseria; porque no es costumbre suya sufrir la carga de la manutención de los malaventurados que caen vivos en sus manos. Esto se estilaba cuando se conocía y guardaba el derecho de gentes; pero este feroz tirano ha acabado con todos los derechos, y quiere acabar con todas las gentes”.13

La realidad de las guerras revolucionarias hispanoamericanas debe situarse dentro de este nuevo paradigma de la guerra. Sin embargo, la trama del conflicto independentista es mucho más compleja que el enfrentamiento bélico

10 Theodore Ropp, War in Modern World (New York, Collier Books, 1962), pp. 86-89.11 Francois Furet, Pensar la Revolución Francesa (Barcelona, Ediciones Petrel, 1980), p. 95.12 Antonio Alcalá Galiano, Máximas y principios de la legislación universal (Madrid, Imprenta de

Vega y Compañía, 1813), p. 172.13 Antonio Capmany, Centinela contra los franceses (Madrid, Martín Trullás Impresor, 1808), p. 22.

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internacional convencional.14 Si bien se trató de una guerra civil que enfrentaba a dos bandos que al momento de la crisis compartían un mismo estatus jurídico, el ser súbditos de la corona, la evolución del proceso llevó a la radicalización discursiva, funcional a la forja de una identidad política distinta,15 y que por lo tanto, el conflicto devino en una guerra nacional independentista, en la cual el ejército patriota, además de su función militar, resultaba ser el fundamento sociopolítico de la construcción republicana.16 Por lo tanto, el prisionero de guerra, ya no era solo el enemigo de otro país, sino que además era visto como un traidor, un adversario irreconciliable, tanto desde la perspectiva patriota, como desde la visión monarquista.17

Para el caso de la guerra independentista en Chile, la visión construida respecto del enemigo, contenía un fuerte componente emocional: se trataba de vengar los ultrajes cometidos por las fuerzas vencedoras entre la Batalla de Rancagua en 1814 y la derrota realista en Chacabuco.18 Esto se puede ver especialmente en el caso de los oficiales y soldados del Regimiento Talavera, unidad que concentraba las odiosidades de los patriotas, como veremos en su momento con el caso del juicio y ejecución del capitán Vicente San Bruno y el sargento Villalobos. Así también podemos citar al teniente gobernador de San Luis, quién en su relación sobre la insurrección de los prisioneros realistas, señaló que “yo vengué por mis manos los asesinatos que cometió en Chile … Morgado”.

14 Para profundizar sobre el impacto de la guerra y la militarización de las sociedades en el cono sur hispanoamericano, se pueden revisar: Tulio Halperín Donghi, Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina Criolla (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 1972); Beatriz Bragoni & Sara Mata López, “Militarización e identidades políticas en la revolución rioplatense”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, Vol. 64, N° 1 (2007), pp. 221- 256; Gabriela Tío Vallejos, “Revolución y Guerra en Tucumán. Los procesos electorales y la militarización de la política” en José Antonio Serrano y Marta Terán (eds.), Las guerras de independencia en la América española (Zamora, El Colegio de Michoacán, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002); Gabriela Tío Vallejo y Víctor Gayol, “Hacia el Altar de la patria. Patriotismo y virtudes en la construcción de la conciencia militar entre las reformas borbónicas y la revolución de Independencia”, en Juan Ortiz Escamilla (ed.), Fuerzas Militares en Iberoamérica, siglos XVIII y XIX (México D.F., El Colegio de México, 2005); Claudio Rolle, “Los Militares como agentes de la Revolución”, en Ricardo Krebs y Cristián Gazmuri (eds), La Revolución Francesa y Chile (Santiago, Editorial Universitaria, 1990), pp. 277-301; Julio Pinto Vallejos & Verónica Valdivia Ortiz de Zarate, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840) (Santiago, LOM Ediciones, 2009).

15 Bárbara Silva, Identidad y nación entre dos siglos. Patria Vieja, Centenario y Bicentenario (Santiago, LOM Editores, 2008), pp. 52-55. Pinto y Valdivia, ¿Chilenos Todos?, pp. 65-68.

16 Clement Thibaud, “Formas de Guerra y Construcción de Identidades políticas. La guerra de Independencia (Venezuela y Nueva Granada 1810-1825)”, en Análisis Político, N° 45, Enero/Abril 2002. Universidad Nacional de Colombia. pp. 32-41.

17 Juan Marchena, “¿Obedientes al rey y desleales a sus ideas? Los liberales españoles ante la reconquista de América. 1814-1820”., en Chust y Marchena, Por la fuerza, pp. 143-220.

18 Guerrero Lira, La Contrarrevolución, pp. 187-212.

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Se manifestaron episodios que pueden ser tildados de jacobinos, los cuales respondían a la animosidad en contra de los enemigos, y la necesidad de imponer una justicia revolucionaria que fuera efectiva, rápida y ejemplificadora ante el resto de la sociedad.19 Sin embargo, San Martín evitó que en los ejércitos bajo su mando se verificasen las derramas de sangre con los vencidos, y al contrario, privilegió el buen trato para la oficialidad realista.

Primero caracterizaremos la situación por la cual pasaron los prisioneros de guerra al ser capturados por el Ejército patriota, para luego detenernos un momento en la fallida negociación, entre las autoridades de Chile y las del virreinato peruano, conducentes al canje de prisioneros, y por último analizar lo que fue el dramático intento de los oficiales españoles confinados en San Luis por recuperar su libertad mediante una sublevación, la que terminó con la muerte de gran parte de los prisioneros existentes en dicho presidio.

I. Ser prisionero de guerra realista entre 1817-1819

La campaña del cruce de la Cordillera de los Andes fue una empresa exitosa, y quizás la única que fue concienzudamente planeada en sus dimensiones estratégica, táctica y logística. Tras desarticular el dispositivo defensivo del Gobernador Casimiro Marcó del Pont, al dispersarlo entre el valle de Aconcagua y el del Maule, el Ejército de los Andes reunió al grueso del Ejército, dividido en dos columnas, y penetró con dirección a Santiago. En la cuesta de Chacabuco, se enfrentó el Ejército de los Andes con el Ejército Real de Chile, venciendo el primero.20 La Batalla de Chacabuco revestía de una importante consecuencia estratégica: los realistas perdían la iniciativa estratégica, y abandonaban la capital. Las fuerzas militares realistas quedaron confinadas en el territorio de la provincia de Concepción.

Al saber las noticias sobre el revés de las armas reales, Marcó del Pont fugó con dirección a Valparaíso con la esperanza de embarcarse hacia el Perú. Sin embargo, al temer no llegar a tiempo a dicho puerto se dirigió a San Antonio, siendo “tomado con sus principales satélites por una partida de granaderos a caballo al mando del arrojado capitán Aldao, y el patriota Ramírez”.21

19 Ibíd., p. 180.20 Según consta en el parte que remitió San Martín al Director Supremo de las Provincias Unidas del

Río de la Plata, Juan Martín de Pueyrredón, de los 1.800 hombres que lucharon bajo la bandera del rey, alrededor de 600 soldados fueron hechos prisioneros, contándose 30 oficiales, mientras que sobre el campo de batalla quedaron 450 cadáveres. Parte de la Batalla de Chacabuco, 12/II/1817, en Biblioteca de Mayo, Tomo 16, parte 2, p. 14.396 (En adelante BM).

21 Ibíd, p. 14.408. Entre los que fueron capturados con Marcó del Pont se encontraban el Auditor de Guerra y otrora Oidor Prudencio Lazcano y el Comandante General de Artillería Fernando Cacho. Oficio de Matías de Irigoyen a José de San Martín, 10/III/1817, en Ibíd, p. 14.458.

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Cautivos de la Patria

La opción de fugar de Chile en los navíos que se encontraban apostados en el puerto de Valparaíso, fue una alternativa razonable para los oficiales y soldados derrotados en Chacabuco, autoridades subalternas, y vecinos que habían manifestado una férrea adhesión a la restauración monárquica. Las naves fueron abordadas por cerca de 600 hombres, entre los cuales se hallaban los brigadieres Rafael Maroto y Manuel Olaguer Feliú, y el Gobernador de Valparaíso capitán de fragata José Villegas.22 Pero no todos lograron su cometido, ya que como señala Pezuela, quedaron sobre “la playa porción de soldados cruelmente abandonados”,23 y que ante su desgraciada situación se hallaban “desesperados, llorando y maldiciendo su alistamiento en unas banderas que así los desamparaban”.24

El destino de estos soldados no era otro que caer en cautiverio, aunque no era de suyo exclusivo, ya que también era la pena correspondiente para los civiles realistas. No obstante, la parcialidad americana de los prisioneros de guerra realistas fue considerada dentro de los sujetos que el gobierno de Chile debía remitir a las Provincias Unidas del Río de la Plata en calidad de reclutas para engrosar las unidades de dicho Estado.25

Leonardo León plantea que “el depósito y traslado seguro de los prisioneros se convirtió en una tarea fundamental para las autoridades patriotas”, toda vez que debía evitar que éstos se mezclasen con desertores y/o las partidas de bandidos rurales que operaban en el Chile central.26 Los prisioneros se iban depositando en la cárcel de Santiago, y en otros lugares, quedando bajo la custodia de las unidades que se encontraban acantonadas en aquellos puntos, como la reducida guarnición de la villa de Rancagua estaba a cargo del deposito de dicha ciudad, o el Batallón N° 3 de Chile que tenía a su cargo el deposito ubicado en la Calera de Tagle en las afueras de Santiago.27 La preocupación del gobierno llevó a establecer estrictos controles en los caminos, incluso llegando a establecerse el uso de pasaportes para el control de los viajeros. Por lo tanto, en caso de fugar, los prisioneros se hallaban a merced de una severa normativa punitiva, ya que

22 Oficio de Pezuela al Ministro de Guerra de España, 07/III/1817, en IBID, p. 14.417.23 Ibídem.24 Oficio de Pezuela al Ministro de Guerra de España, 30/IV/1817, en IBID, p. 14.433.25 Oficio de Pueyrredón a O’Higgins, 05/III/1817, en Archivo O’Higgins, XVI, 230, p. 276-277 (En

adelante AO).26 Leonardo León, “La deserción durante la guerra de la independencia en Chile, 1818-1820”, en

Cuaderno de Historia Militar. Santiago, Nº 5 (2009), pp. 80-81. 27 Oficio de Mariano Palacios a O’Higgins, 26/VI/1818. Archivo Nacional, Ministerio de Guerra,

v. 17, f. 373 (En adelante AN, MG); Carta de Antonio González Balcarce a San Martín, 26/V/1818. Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, Colección de Documentos de la Independencia del Perú, Tomo VIII, Parte 2ª, p. 234 (En adelante CDIP).

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quien fuera capturado sería pasado por las armas, y por cada capturado, se sortearía entre los prisioneros a uno que padecería la misma pena.28

A medida que se iban cosechando los triunfos del Ejército Unidos de Chile y de los Andes en las distintas campañas, aumentaba la cantidad de prisioneros a custodiar. Es así que tras la batalla de Maipú, la cantidad de prisioneros llegaba aproximadamente a los 3.000 sujetos, de ellos 190 oficiales.29 Su existencia cotidiana estaba condicionada por la miseria en la que se encontraba Chile por el desgaste económico y material que dejaba la guerra. En este sentido iba la queja del cabildo de Santiago, que denunciaba que “los prisioneros de guerra alojados en el patio de la cárcel peligran por la opresión, inmundicia y pestilencia, contaminan las salas consistoriales y ya se han puesto inhabitables”.30

Algunos de los prisioneros fueron destinados a los trabajos de la maestranza. Esta medida no fue oportuna del todo, ya que con la llegada de Lord Cochrane, y los aprestos militares que contrató el agente del gobierno en Londres, el oficial Antonio Álvarez de Condarco, se preveía la construcción de los cohetes a la congrève. Esta arma constituía un verdadero avance tecnológico, y otorgaría a las fuerzas patriotas una ventaja táctica que debía aprovechar el almirante Cochrane en el asedio al puerto del Callao en 1819. Sin embargo, para mantener el secreto se utilizaron como operarios subalternos a prisioneros españoles, a los cuales se les mantenía incomunicados en la Maestranza.31 A pesar de unas pruebas satisfactorias en Valparaíso, al momento de ser utilizados por Cochrane a inicios de octubre del citado año, estos demostraron ser un fracaso. Como citaba Barros Arana un registro de un diario de un oficial de la marina “de cada seis que se tiraban sólo uno salía bueno; y aún de éstos muy pocos llegaron al enemigo, a pesar de que nuestras balsas estaban muy poco distantes”.32 No es inverosímil pensar en que el fracaso de los cohetes estuviera relacionado a la presencia de los prisioneros en su confección.

Ahora hubo situaciones especiales, en los cuales se tomaron medidas judiciales extremas. Fue el caso de los hombres del batallón Talavera capturados en la batalla de Chacabuco, el capitán Vicente San Bruno y el sargento Villalobos.33 Éstos fueron puestos a disposición de las autoridades para ser juzgados por las

28 Instrucciones de O’Higgins a Agustín López, 26/II/1819. Citado en Leon, “La deserción” p. 82.

29 También quedaron sobre el campo de batalla más de 2.000 cadáveres. Parte de la Batalla de Chacabuco, 09/IV/1818. BM, Tomo 16, Parte 2, p. 14.635.

30 Oficio del Cabildo de Santiago a O’Higgins. 09/IV/1818. AN, MG, v. 51, f. 50. 31 Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XII (Santiago, Editorial Universitaria,

1999), p. 212.32 Ibídem, p. 327.33 Sobre los personajes mencionados, y el Regimiento de Talaveras, ver Campos, Los Defensores,

pp. 67, 74-75.

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acciones cometidas en contra de los patriotas durante la restauración monárquico.34 El proceso judicial fue acompañado con una exposición pública, que formaba parte del proceso de diferenciación y construcción identitaria, como el viajero inglés Samuel Haigh consignó en su diario, que San Bruno entró a la capital “montado, con la espalda hacia adelante, en un asno, y el populacho, a su paso le arrojaba piedras, barro e inmundicias”.35

O’Higgins solicitó al Auditor de Guerra del Ejército, el doctor Bernardo de Vera y Pintado que Vicente San Bruno y Villalobos fueran juzgados con severidad y de manera rápida.36 Lo mismo se solicitó para con el Auditor de Guerra realista Prudencio Lazcano.37 El día 12 de abril de 1817, fueron condenados a muerte solamente San Bruno y Villalobos. El bando que anunciaba la sentencia, caricaturizaba a los condenados como “un monstruo” por “jamás respetar los fueros de la naturaleza, de la humanidad y de las instituciones sociales”. Continuaba la justificación señalando que “la nuestra [tierra] fue manchada por la mano infame de estos verdugos y cada uno de vosotros se horroriza en la memoria afligente de sus excesos”.38

En cambio, Marcó del Pont recibió un trato cordial, sin que eso implicase disminuir la vigilancia sobre su persona. Al mismo Marcó se le permitió conservar su espada para que pudiera rendirla ante un jefe del Ejército de los Andes, a diferencia del resto de la comitiva quienes las entregaron a sus captores.39 El Director Supremo Pueyrredón instruyó a San Martín respecto al trato que debía recibir Marcó: “Si por accidente cae en nuestro poder, trátelo V. como caballero, y mándemelo aquí sin demora, para enseñarle yo también, que lo somos mas que el”.40 Intentando un gesto ingenuo para salvaguardar sus personas, Marcó y Ramón González de Bernedo, Subinspector del Ejército Real de Chile, solicitaron al Director Supremo Pueyrredón que les dejase en libertad con la promesa de no volver a tomar las armas contra América: Marcó pretendía dirigirse a la península vía Lima, y el segundo para reunirse con su

34 Cristián Guerrero Lira discute la lectura negativa dada por la historiografía nacionalista sobre las medidas de seguridad tomadas por los gobiernos realistas, y que tuvieron su contraparte durante la administración O’Higgins. Guerrero Lira, La contrarrevolución, pp. 199-212.

35 Samuel Haigh, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú (Buenos Aires, Hispamerica, 1988), p. 85.36 Oficio de O’Higgins a Vera Pintado. 06/III/1817. AO, XVI, 224, p. 268. Lazcano finalmente

sería condenado a pena de expatriación, siendo enviado a Buenos Aires con “todas las se-guridades y precauciones” como avisaba el gobernador intendente de Cuyo, coronel mayor Toribio de Luzuriaga a O’Higgins. Oficio de Luzuriaga a O’Higgins. 23/VII/1817. AO, XVI, 229 B, p. 275.

37 Oficio de O’Higgins a la Comisión Militar. 06/III/1817. AO, XVI, 225, p. 269.38 Bando, 12/IV/1817. AO, XVI, pp. 273 y 274.39 Campos, Los defensores, p. 73.40 Carta de Pueyrredón a San Martín. 25/II/1817. Documentos para la Historia del Libertador

General San Martín, Vol. V, p. 262 (En adelante DHLGSM).

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46 CAMILO ALARCóN

familia.41 Sin embargo, estas solicitudes fueron denegadas. El gobierno tenía otros planes para estos prisioneros.

Hubo casos en los cuales primaba el sentido de honor y camaradería natural entre los militares, así como la existencia de algún tipo de contacto y/o conocimiento previo entre los que ahora se enfrentaban. El mismo San Martín no olvidaba que hacía algunos años, había sido camarada de armas de los que ahora figuraban como prisioneros. En este sentido es paradigmático el caso del brigadier José Ordóñez, quien fue capturado en Maipú en una casona cercana al campo de batalla. Antes de que fuera enviado hacia el otro lado de la Cordillera, según Amunátegui, “Las Heras remitió cartas de recomendación, para que se le proporcionasen todas las comodidades posibles”.42 Inclusive, el sargento mayor Beauchef, quién no conocía en persona a Ordóñez, pero a quién tenía bien conceptuado, le envió “un buen caballo bien ensillado, aun cuando no le conocía ni tenía aún el placer de tratarle”.43

Un nuevo destino allende la cordillera

La práctica de remitir a los prisioneros al territorio trasandino, ya fueran enemigos realistas como rivales patriotas, se remontaba a la Patria Vieja.44 Durante el gobierno de O’Higgins, las autoridades rioplatenses continuaron cooperando con los chilenos en este asunto. Esta política de seguridad se basaba en la creencia de que al

remitir al seno de esas Provincias aquellos individuos que podían ser peligrosos en nuestras circunstancias: como en ellas seria un crimen dormirse en las morosas tramitaciones que exigen las leyes para el esclarecimiento del crimen, probablemente irán muchos que puedan hacerse vecinos útiles en esos países donde carecen de relaciones”.45

41 Solicitud de Francisco Marcó del Pont. Santiago, 28/II/1817. Archivo General de la Nación Argentina, X, 4-3-11,f. 211 (En adelante AGN) Solicitud de Ramón González de Bernedo. Santiago, 28/II/1817. AGN, X, 4-3-11, f. 212.

42 Miguel Luis Amunategui. “El Coronel Español don José Ordóñez” en Ensayos Biográficos. Tomo I (Santiago, Imprenta Nacional, 1892). p. 181. Por su parte, Ricardo Rojas plantea la importancia que tuvo Las Heras en la protección de los vencidos: “Solo la presencia de las Heras pudo, al fin, contener a la soldadesca desenfrenada, y así lo reconoce Torrente, el cronista español, señalando la piedad y caballerosidad con que aquel jefe trató a los vencidos”. Ricardo Rojas, San Martín: El Santo de la Espada: vida de San Martín (Buenos Aires, Losada, 1940) p. 220.

43 Jorge Beauchef, Memorias de Jorge Beauchef (Santiago, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005) p. 112.

44 Camilo Alarcón “La emigración patriota al Río de la Plata durante la reconquista de Chile (1814-1817)”, en Seminario Simon Collier 2008 (Santiago, Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile, 2010) p. 57.

45 Oficio de Cruz a Pueyrredón. 24/12/1817. AGN, X, 1-8-1, f. 1 (En adelante AGN).

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Rápidamente después de la batalla de Chacabuco, se tomaron medidas en este sentido. Pueyrredón instruía a San Martín respecto al destino que debía tener Marcó del Pont:

“Haga V. que Marcó y todos los principales jefes prisioneros vengan a San Luis. Marcó fugó varias veces siendo prisionero de los franceses; y si esta cerca de las costas del mar será muy fácil que lo repita. La misma precaución debe tomarse con todos los oficiales europeos, y aun Americanos que no sean de confianza”..46

Días mas tarde, se reforzaban estas instrucciones, indicando que este procedimiento debía realizarse con “los demás oficiales prisioneros, siempre que lo juzgare necesario en obsequio de la seguridad de ese territorio”.47 Esta medida tuvo una aplicación masiva, considerando el proceso de estabilización y consolidación del nuevo gobierno patriota chileno: al 24 de marzo de 1817 ya habían marchado 450 prisioneros a disposición del gobernador intendente de Cuyo, según escribía O’Higgins a Pueyrredón.48

Los prisioneros eran remitidos inicialmente a San Juan, si provenían de Coquimbo y Copiapó, mientras que a Mendoza se enviaban aquellos que fueron capturados en Chacabuco y en el avance del Ejército de los Andes a la provincia de Concepción en Chile. Luego, marchaban hasta la ciudad de San Luis se convertía en una parada intermedia, lugar en el cual quedaban los prisioneros de mayor rango,49 como veremos posteriormente, mientras que el resto debía marchar al presidio de Santa Elena, en la campaña de Chascomús, lugar en el cual se concentraban prisioneros tomados en los campos de batalla de la Banda Oriental del Río de la Plata, del Alto Perú y de Chile.50 La elección de lugares como Santa Elena y San Luis respondía a ser puntos distantes, cuya geografía ayudara a evitar, o en su defecto, dificultar la fuga de los prisioneros. 51

46 Carta de Pueyrredón a San Martín. Buenos Aires, 10/03/1817. DHLSGM, V, 1007. p. 329. En mayo de 1817, habían llegado a Mendoza 32 prisioneros, de los cuales 18 eran españoles, siendo los 14 restantes de origen americano. Entre los compañeros de Marcó del Pont se encontraban los oficiales José Berganza; Leandro Castilla; Ramón González Bernedo; por nombrar los más reconocidos. También se encontraban en dicho destacamento Vicente de la Cruz enconado realista y hermano de Anselmo de la Cruz, ferviente patriota. BM, T. XVI, Parte 2, p. 14.459.

47 Oficio de Irigoyen a San Martín. Buenos Aires, 18/03/1817, en AO, XVI, 235, p. 287.48 También se indicaba que los gastos generados por la conducción de estos a Mendoza serían

costeados por el Estado de Chile. Oficio de O’Higgins a Pueyrredón. Santiago, 24/03/1817. AGN, X, 4-3-11, f. 220-221.

49 Gabriel Gutiérrez, San Luis: Caliente Febrero de 1819 (San Luis, Sin pie de imprenta, 1997), p. 22.

50 Fradkin y Ratto, “¿Un modelo?”, p. 40.51 Gutierrez, San Luis, p. 17. Sobre este lugar, el historiador monarquista Mariano Torrente se

refirió en los siguientes términos: “Se hallaban reunidos en la Punta de San Luis una porción considerable de ilustres prisioneros procedentes en su mayor parte de la batalla de Maipú. Los había asimismo en Las Bruscas, otro punto perteneciente al Virreinato de Buenos Aires

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El destino que se les daba a los prisioneros en sus lugares de presidio, definitivos o provisionales, dependía de su calidad. Para el caso de la oficialidad prisionera, que mas adelante veremos ejemplificado en el caso de la conspiración de San Luis, la oficialidad tenía una suerte más lisonjera. Fradkin y Ratto señalan que para el caso del presidio de Santa Elena, los oficiales prisioneros se quejaban de su existencia, acusando las “afrentas a su honor”:

“El verse obligados a realizar trabajos manuales, privados de sus servidores y asistentes o forzados a vender sus pertenencias hacen referencia a la pérdida de privilegios que habían sido inicialmente reconocidos y que podían disfrutar mientras su prisión se cumpliera en casa de algunos vecinos”.52

Por otro lado, lo normal era que a los individuos de tropa se les destinase al trabajo, público y/o particular, como un modo de compensar la falta de mano de obra debido al continuo reclutamiento de las milicias y los ejércitos.

Al saberse la presencia de estos prisioneros en Cuyo, los vecinos de las ciudades que conformaban la jurisdicción cuyana, comenzaron a solicitar fuesen entregados a las faenas productivas de la provincia. Una instancia de este tipo, que sirve para graficar esta situación, fue elevada por los principales propietarios de San Juan, quienes a través del procurador de la ciudad, solicitaron a Luzuriaga la revocación de la orden que mandaba que los prisioneros remitidos por el comandante Juan Manuel Cabot desde Coquimbo y Copiapó marchasen a Mendoza.53 Motivaba esta representación, la consideración de los esfuerzos del vecindario de San Juan a la formación y sustento del Ejército de los Andes: solicitaban una compensación, mediante la cual, los prisioneros “sirvan a sus moradores en el cultivo, y fomento de sus posesiones, o en otras obras de pública utilidad. Ningún ciudadano rehusara auxiliarlos con lo necesario para subsistir”, con lo cual esto último ayudaba a que el Estado pudiera ahorrarse

y los había también en uno de los fuertes de aquella capital. Parece que sus gobernantes, y señaladamente el director Pueyrredón y el generalísimo de Chile, San Martín, habían decretado el exterminio total de aquellas víctimas del honor y de la fidelidad...se hizo concebir a dichos prisioneros por el conducto de pérfidos emisarios y de una fingida correspondencia la hala-güeña idea de recobrar su libertad. Se compraron hombres infames que declarasen haber sido heridos y maltratados por los prisioneros en el acto de hacer terribles ensayos para fugarse de las cárceles, de este modo trataron de dar una forma de legalidad a la muerte de los que gemían bajo las cadenas de las Bruscas y Buenos Aires”. Mariano Torrente, Historia de la Revolución Hispano-Americana, Tomo II (Madrid, Imprenta de Moreno 1830), p. 509.

52 Fradkin & Ratto, “¿Un modelo?”, p. 29.53 Oficio del Procurador de San Juan, Juan Bautista Morón al Teniente Gobernador La Rosa. San

Juan, 24/III/1817 en Augusto Landa (comp.), Dr. José Ignacio de la Roza. Teniente Gobernador de San Juan de 1815 a 1820. Documentación Histórica. Tomo I (San Juan, Talleres Gráficos del Estado, 1940), p. 101.

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un importante gasto.54 El gobernador intendente Luzuriaga accedió a la petición sanjuanina, estableciendo el marco en el cual se llevaría a cabo: se establecía una diferenciación entre los prisioneros según su lugar de origen. Los españoles quedarían en calidad de presidiarios y aptos para los trabajos y obras públicas que se les destinase por común acuerdo del teniente gobernador de San Juan, el coronel José Ignacio de la Rosa, y el cabildo de dicha ciudad. En la eventualidad de ser entregados a particulares, éstos tendrían que tomar las precauciones conducentes a evitar la fuga “ni perjudiquen el sosiego publico de que deberán cuidar y responder las personas que los tomaren”. En el caso de ser prisioneros americanos, se repartirían indistintamente, y se les haría entender que esta era una “gracia que les dispensa el Gobierno para que reformen enteramente de conducta”.55 Finalmente, entre los prisioneros remitidos de Chile, se separaría una cantidad suficiente para ser destinados al cultivo de las viñas y otro tipo de faenas. Según Luzuriaga, estas medidas se tomaban “consultando la prosperidad y progreso de ese País que ocupan mi atención por sus servicios”.56

Esta concesión se vio amenazada por la coyuntura de la derrota del Ejército Unido en Cancha Rayada. Al llegar las noticias del desastre de las armas patriotas, Luzuriaga ordenó enviar a los prisioneros que se hallaban en la provincia, hacia el interior del país como una medida de seguridad. Nuevamente los vecinos reclamaron revocar esta medida, ya que al tener noticias de la victoria en Maipú, la orden carecía de importancia. La solicitud se basaba en el hecho de que

“Atrasadísimas están las cosechas por falta de trabajadores, y ya se divisa el quebranto preciso de los hacendados. Menos operarios habrán si se pone en disciplina militar el número de gente que proponemos al Gobierno en oficio de hoy … esperamos tenga V. a bien interesarse por su restitución [de los prisioneros] con el Señor Gobernador Intendente y aun para que se nos aumente el numero con los Prisioneros que regularmente vendrán de Chile antes que los males crezcan”.57

Conforme a estas necesidades, el general San Martín no olvidaba de los sacrificios de la provincia de Cuyo, y para estos fines se remitieron prisioneros. En el caso de San Juan se calcula que desde marzo de 1817 hasta las vísperas de la Batalla de Maipú, se habrían remitido alrededor de 250 prisioneros, de los cuales cincuenta solicitaba José Ignacio de la Rosa para los trabajos edilicios.58

54 Ibídem.55 Oficio de Luzuriaga a La Rosa. Mendoza, 27/III/1817. IBID, p. 102.56 Ibídem.57 Oficio del Cabildo de San Juan al Gobernador La Rosa. Ibíd., p. 129.58 Hortencia Agüero Zahnd, “Situación de los Prisioneros, emigrados y confinados en San Juan

durante el mandato del Doctor José Ignacio de la Roza”, en Comisión Nacional Ejecutiva de

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Luego de la Batalla de Maipú se realizaron cuatro remesas importantes de prisioneros de guerra: el 17 de noviembre de 1818 con 151 prisioneros; el 23 de diciembre con 230 prisioneros; el 8 de febrero de 1819 con 100 prisioneros, de los cuales 50 iban destinados a San Juan, y el 22 de febrero de 1819 con 50 prisioneros. 59

Esta modalidad parece haber sido común en las Provincias Unidas del Río de la Plata, ya que como Fradkin y Ratto señalan que de los prisioneros que fueron destinados al presidio de Santa Elena, o también conocido como Las Bruscas, entre 1817 y 1819, 398 se hallaban bajo la custodia de los hacendados de la campaña de Chascomús, mientras 90 realizaban trabajos para el Estado en Buenos Aires, mientras el resto era puesto a trabajar en la construcción de los establecimientos fronterizos de la zona.60 Según los autores, esta no era sino la continuación de la política penal colonial de disponer de los presidiarios en trabajos públicos. La novedad radicaba en el hecho de que eran los españoles europeos los que se veían afectados por esta situación.61

II. Intentando un gesto de humanidad: las tratativas de San Martín y Pezuela para el canje de prisioneros

De manera paralela al desarrollo de las acciones bélicas, el general José de San Martín inició negociaciones con el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, conducentes al canje de prisioneros de guerra. El origen de estas tratativas procede de instrucciones remitidas a San Martín tras saberse en Buenos Aires las primeras noticias de la victoria en Chacabuco. En ellas se le ordenaba que en consideración de la cantidad de prisioneros tomados en Chacabuco era superior a la de los prisioneros rioplatenses que se hallaban cautivos en las Casamatas del Callao, debía proponer al Virrey peruano un canje de un hombre por un hombre, y “rango por rango, extendiéndolo a los sargentos, cabos y soldados igualmente prisioneros”.62 Ese mismo día, se complementaba

Homenaje al Bicentenario del Nacimiento del General José de San Martín, Primer Congreso Internacional Sanmartiniano. Tomo I (Buenos Aires, Sin pie editorial, 1978), p. 131.

59 Ibídem.60 Fradkin & Ratto “¿Un modelo”, pp. 40-41.61 Ibíd, p. 43.62 Oficio de Matías de Irigoyen a San Martín. Buenos Aires, 06/III/1817, en AGN, X, 4-3-13, f. 42.

Hacia fines de 1817, existían en el presidio del Callao 219 prisioneros de guerra de los Ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, desglosándose esta cifra 1 teniente coronel, 1 sargento mayor, 25 capitanes, 27 tenientes, 33 subtenientes, 7 cadetes, 14 sargentos, 6 cabos y 105 soldados de procedentes principalmente de las Provincias Unidas, pero incluyendo sujetos originarios de Chile, la Banda Oriental y el Paraguay. en Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, Colección de Documentos de la Independencia del Perú, Tomo VIII, Parte 1ª, pp. 337-341 (En adelante CDIP). Por otro lado, también se encontraban

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la propuesta, incluyendo en el canje a los prisioneros patriotas chilenos que habían sido enviados a la Isla Juan Fernández.63 Esta modalidad de negociación se correspondía con la práctica del derecho de guerra que se aplicaba en Europa en aquel entonces.64 Ahora bien, detrás del gesto humanitario, se ocultaba la misión de tomar noticia de la situación política, militar y económica del Perú, el Alto Perú, Guayaquil y Quito.65

Hacia fines de octubre de 1817, las negociaciones tomarían cuerpo, cuando la coyuntura político-militar de Chile presentaba un panorama favorable, al estar detenidas las operaciones bélicas en la provincia de Concepción. San Martín envió al sargento mayor Domingo de Torres, quién viajó en la fragata Amphion, del comodoro William Bowles. Torres llevaba 3 misiones: 1) entregar la documentación oficial remitida por San Martín para las negociaciones, la cual contaba con el respaldo de los gobierno del Río de la Plata y Chile; 2) entregar la suma de 6.000 pesos como un auxilio a los confinados chilenos y argentinos que se hallaban en el presidio del Callao;66 y 3) tomar noticias sobre la situación política, económica y militar de Lima y de todas las dependencias del Virreinato del Perú.

San Martín invitaba a que Pezuela se hiciera eco de su gestión: “La causa de la humanidad se interesa en favor de unos individuos separados de sus hogares, dignos de la protección de las leyes de la guerra; y por lo mismo presumo que V.E. no dificultara acceder a mi propuesta”, señalando que si el Virrey no se avenía a este arreglo, permitiese hacer llegar los auxilios que remitía a los prisioneros bajo la seguridad de que los realistas que se hallasen presos en Chile y el Río de la Plata gozarían de un trato recíproco.67

El Virrey decidió responder a San Martín mediante una carta particular, lo cual evidenciaba la voluntad de Pezuela por evitar una negociación formal, lo cual habría de implicar el reconocimiento a la institucionalidad revolucionaria. Pero, a pesar de este detalle de forma, el Virrey compartía el fondo de la tratativa que pretendía San Martín. Inclusive, remitió una nómina de los prisioneros que hallaban en el Callao “para que V. pueda con fiereza calcular el número y clase de los prisioneros que deba remitir”. Sin embargo, persistía un grado

43 prisioneros chilenos, de los cuales 26 eran civiles y 17 religiosos, de los cuales podemos destacar a Joaquín Echevarria Larraín, Agustín Gana y Feliciano Letelier entre los civiles, y a fray Tadeo Silva entre los religiosos. IBID, p. 337.

63 Oficio de Matías de Irigoyen a San Martín. Buenos Aires, 06/III/1817, en AGN, X, 4-3-13, f. 43. Se recomendaba encarecidamente rescatar a Ignacio de la Carrera Este fue uno de los guiños que hizo Pueyrredón a Carrera antes de que la relación entre ambos se deteriorara.

64 Ver nota 8.65 Oficio de Matías de Irigoyen a San Martín. Buenos Aires, 06/III/1817, en AGN, X, 4-3-13, f. 4266 Instrucción de Domingo de Torres al Teniente de Navío Felipe Villavicencio y Joaquín Echeverria,

19/XII/1817, CDIP, VIII, 1, pp. 334-335. 67 Oficio de San Martín a Pezuela, 31/X/1817, en AGN, X, 4-3-13, f. 46.

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de desconfianza, ya fuera por desconocimiento del carácter de San Martín así como para evitar algún tipo de engaño, por lo cual entregaba a San Martín la iniciativa para remitir los prisioneros para recibir de manera inmediata los que solicitase, justificando esta medida en consideración al estado de guerra aún existente.68

Los resultados de estas gestiones no lograron los frutos esperados, a excepción de la obtención de noticias sobre el estado del Perú, objeto al cual se abocó principalmente Domingo de Torres, y el reparto del auxilio remitido a los prisioneros. Por otra parte, el mismo comodoro Bowles le señalaba a San Martín la actitud de Pezuela frente a las negociaciones, quien “poca disposición que manifestó ... para aprovecharse de mis servicios respecto al canje”.69

Las negociaciones no se agotarían en esta oportunidad. Tras la victoria en los campos de Maipú, San Martín volvió a escribir a Pezuela con la intención de reanudar las negociaciones. En esta oportunidad, San Martín se hallaba en una posición ventajosa, debido la gran cantidad de prisioneros tomados en Maipú:

“Todos los prisioneros, entre los cuales existe la mayor parte de los jefes, cerca de 200 oficiales y 3.000 soldados, han recibido la hospitalidad inseparable de mi carácter, y en su situación desgraciada he procurado aliviarles con cuanto ha estado a mis alcances”.70

De manera simultánea, cuando aún no existían noticias ciertas en Lima sobre la Batalla de Maipú, el Virrey envió en calidad de comisionado al limeño Félix D’Olhaberriague y Blanco, con la misión de reactivar las negociaciones relativas a un canje de prisioneros. Pezuela pretendía, como acto de buena fe, enviar 80 oficiales prisioneros, pero por disposiciones de servicio y limitaciones de espacio, el capitán de la corbeta de guerra norteamericana Ontario se opuso indicando que no podía llevar más de cuatro prisioneros.71 D’Olhaberriague también conducía 100 onzas de oro y 10.000 pesos de plata para repartir entre los prisioneros.72

A finales de mayo de 1818, llegó al puerto de Valparaíso la corbeta Ontario con el enviado de Pezuela, junto a los cuatro prisioneros.73 La principal dificultad

68 Carta de Pezuela a San Martín, 18/XII/1817, en AGN, X, 4-3-13, f. 51. Esas consideraciones son las relativas al envío de la expedición militar comandada por el General Mariano Ossorio para reforzar el Ejército Real que se encuentra en Talcahuano.

69 Oficio de Guillermo Bowles a San Martín, 1818/I/10, en CDIP, VIII, 1, p. 343.70 Oficio de San Martín a Pezuela, 11/IV/1818, en CDIP, VIII, 1, p. 347.71 Carta de Pezuela a San Martín, 24/IV/1818, en CDIP, VIII, 1, pp. 328-329.72 Carta de Pezuela a San Martín, 24/IV/1818, en CDIP, VIII, 1, p. 352.73 Oficio de Felix D’Olhaberriague a San Martin, 29/V/1818, en CDIP, VIII, 1, p. 353. Los prisio-

neros eran los tenientes coroneles Juan José Quesada y Juan José Valderrama, y los capitanes

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que debió sortear D’Olhaberriague fue la ausencia de San Martín en Chile, por lo cual el brigadier Antonio González Balcarce, general en jefe sustituto del Ejército Unido, debió atender este negocio. Sin embargo, rehusó a dar curso a la negociación, limitándose a contestar el oficio del enviado de Pezuela.

González Balcarce aprovechó de reprochar a Pezuela el trato recibido por Domingo de Torres, quien había denunciado ser “puesto en un estrecho calabozo, y después de mas de treinta días de tenerlo incomunicado, se le permitió regresar, sin darle contestación a las comunicaciones oficiales que había conducido”.74 A pesar de esta situación, y buscando demostrar una superioridad moral por parte de las autoridades patriotas, dio ordenes para que fueran entregados al comisionado peruano la misma cantidad de prisioneros, y del mismo rango de los que había enviado Pezuela, a excepción de Pedro Noriega, teniente coronel prisionero, que fue remitido a Talcahuano con unos pliegos para Ossorio. Y por último, se determinó la libre disposición del dinero que se trajo para los prisioneros.75 Junto con estas medidas, se le hizo saber a D’Olhaberriague que quedaba liberado de su comisión, pudiendo pasar a Buenos Aires para reunirse con San Martín, o esperarlo en Santiago. Así quedó concluida la misión de D’Olhaberriague, quien señaló que mantenerse en Santiago o pasar a Buenos Aires, excedía a los poderes que el Virrey le había otorgado. Lamentablemente, por no cumplirse con el canje esperado, el dinero no fue entregado a los prisioneros.76

Las desconfianzas mutuas pudieron más que las intenciones, y las negociaciones no prosperaron. De un lado, el supuesto maltrato recibido por Domingo de Torres y la disposición de Pezuela por evitar establecer negociaciones de manera formal; y del otro lado, Pezuela señalaba que el comodoro Bowles se comportaba de manera poco neutral, a pesar de la posición británica respecto a la guerra en la América hispana.77 En otra carta, Pezuela se quejaba del incumplimiento de los términos propuestos para el canje, ya que los prisioneros realistas canjeados eran “tres capitanes heridos e incapaces de servir”, y además que estos “ni aun siquiera se ha cumplido la propuesta de rango por rango que usted hizo”.78 Además, se evidenciaba mala fe por parte de las autoridades patriotas, por que los jefes y oficiales del Ejército Real tomados prisioneros en la jornada de Maipú, los hicieron cruzar la cordillera a pie durante la temporada invernal. Citaba el caso del coronel de Burgos quien se hallaba enfermo de gravedad,

Pedro Eguino y Francisco Villanueva.74 Oficio de Antonio González Balcarce a Felix D’Olhaberriague 06/VI/1818, en CDIP, VII, 1,

p. 355.75 Ibídem.76 Oficio de D’Olhaberriague a Gonzalez Balcarce, 07/VI/1818, en CDIP, VII, 1, p. 356.77 Carta de Pezuela a San Martin, 11/VI/1818 en CDIP, VII, 1, p. 359.78 Ibíd, p. 363.

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así como se remitió al mayor general Joaquín Primo de Rivera a la otra banda cordillerana “luego que se tuvo noticia de la llegada del parlamentario Blanco a Valparaíso, que parecen otras tantas contradicciones con el éxito del convenio entablado”, por lo cual le hicieron desistir de hacer marchar a los prisioneros.79 Aun así, Pezuela remitió en la Andromaca a cuatro oficiales porteños y a cuatro prisioneros civiles chilenos para permitir el retorno de cuatro oficiales.80

El intercambio de correspondencia relativa al tema del canje, fue finalizado por San Martín, quien se consideró agraviado por las imputaciones que le hizo Pezuela: en primer lugar, critico el giro privado que pretendió otorgarle Pezuela a la negociación; en segundo lugar, insistía en el mal trato recibido por Domingo de Torres en relación al que tuvo D’Olhaberriague, acusando que los documentos conducidos por este levantaban fuerte sospechas de una maniobra de espionaje.81 Por último, decidió retornar a los oficiales prisioneros de Buenos Aires, dejando congeladas las negociaciones. La única variación que hubo en este asunto, fue el nombramiento de un encargado para velar por los intereses de los prisioneros en el Callao, así como invitaba a Pezuela a nombrar una contraparte para la asistencia a los prisioneros realistas.82

III. La libertad o la muerte: la sublevación de los oficiales españoles en San Luis del 8 de febrero de 1819

La sublevación de San Luis del 8 de febrero de 1819 acontece en un momento crítico para el desarrollo político chileno y rioplatense. Para las autoridades chilenas, no cabía la menor duda que detrás de este motín se encontraba José Miguel Carrera, quién después de saber la ejecución de sus hermanos el año anterior, se abocó a intrigar en contra de las autoridades establecidas en Buenos Aires y en Santiago, buscando heterodoxas alianzas para abrirse camino a Chile. En cambio, para las autoridades rioplatenses, además de la pugna con los caudillos federalistas del litoral, quienes habían producido un revés militar a las fuerzas directoriales, se sumaba la latente amenaza de una expedición militar que Fernando VII enviaría contra la región para someter a las insurrectas regiones meridionales de América.

79 Ibídem.80 Los oficiales porteños eran el capitán José Navarro, teniente Juan Graña, los subtenientes

Arsenio Lezcano y Nicomedes Martínez. Los vecinos de santiago eran: Francisco de Paula Toro Caldera, Francisco Vergara, Joaquín Echevarria, futuro Ministro de O’higgins, y Agustín Gana. Los oficiales que Pezuela esperaba que se le remitiesen eran el capitán Felipe Sánchez de La Madrid, el teniente Miguel Quiñones, y los subtenientes Enrique Olaguer Feliú y Juan Palomeque. Ibídem.

81 Ibídem.82 Ibíd, p. 367.

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Las condiciones de vida de los prisioneros de guerra del Ejército Real en San Luis

Existe un consenso entre los historiadores decimonónicos y los memorialistas trasandinos, de que los prisioneros realistas confinados en San Luis fueron bien acogidos por las autoridades y vecinos de la localidad. Damian Hudson atestiguó que:

“Desde el día en que estos hombres llegaron á su destino, teniendo la ciudad por cárcel, gozaron de la mas amplia libertad, viviendo en casas particulares que se les prepararon, disfrutando de todas las consideraciones que generosamente les acordaban tanto la autoridad como los habitantes, que, por carácter son hospitalarios y bondadosos. Eran recibidos con la mayor atención y agasajo, en las frecuentes visitas que hacían al Teniente Gobernador Dupuy y a las principales familias de San Luis”.83

No es extraño que la sociedad puntana recibiera de buena manera a estos prisioneros: no se trataba de cualquier sujeto, sino que eran oficiales peninsulares de alto rango. El mismo viajero Samuel Haigh dejó testimonio de la generosidad y hospitalidad que brindaban a los forasteros.84 Además, estos venían recomendados por los principales jefes del Ejército de los Andes: como ya vimos, el brigadier José Ordóñez traía cartas del coronel Las Heras. Pero más importantes eran las recomendaciones de San Martín: para ellos recomendaba para estos distinguidos cautivos un buen trato, con soltura vigilada, y habitando en casas de familia. El teniente gobernador Dupuy le señalaba al gobernador intendente Luzuriaga que

“la generosidad que distingue al General San Martín, y la opinión de que los Prisioneros del 5 de abril eran acreedores por cualidades personales a mayor consideración, que los que antes habían tenido igual suerte en Chile, en el Perú y en Montevideo; hicieron que este Gobierno los tratase con doble humanidad que a los demás”.85

83 Damian Hudson, Recuerdos Históricos de la Provincia de Cuyo. Tomo I (Buenos Aires, Imprenta de Juan Alsina, 1898), p. 243.

84 Sobre la generosidad y hospitalidad de los puntanos con los forasteros, Samuel Haigh nos señala que en la tarde del día en que llegó a San Luis: “Por la noche varios de los habitantes nos visitaron y entre ellos la familia del administrador de correos”.. Haigh, Bosquejos, p. 48.

85 Parte de Vicente Dupuy a Toribio de Luzuriaga, 20/II/1819. AGN, X, 4-3-14, fs. 127-132. También habían otros motivos, como por ejemplo sucedía con el coronel Joaquín Primo de la Rivera, quien estaba casado con una porteña de apellido Larrazabal, familiar de Remedios Escalada. Isidoro Ruiz Moreno, Campañas Militares argentinas. Del Virreinato al Pacto Federal (Buenos Aires, Emecé, 2005), p. 259.

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El buen trato recibido era reconocido por los prisioneros, como se lo hacía ver el teniente coronel Lorenzo Morla a San Martín:

“el cordial agradecimiento que respira mi corazón, por la multitud de beneficios a que le soy deudor: a V.D. debo una nueva existencia, respirar un aire puro, y gozar en fin de una suerte feliz en medio de las desgracias … hoy he sido llamado del Señor Teniente Gobernador don Vicente Dupuy, el que ha tenido la bondad de hospedarme en su casa y socorrer mis necesidades, ligando mi honor con sus favores y amabilidad, con mas fuertes cadenas que las que acompañaron mi prisión”.86

Estos prisioneros se sumaron a Francisco Casimiro Marcó del Pont y Ramón González Bernedo, quienes fueron confinados en este punto tras la batalla de Chacabuco. Los prisioneros no tardaron en adaptarse a su nueva condición. Se mantuvo el espíritu de camaradería y también de autoridad: según se desprende del Sumario, el Brigadier José Ordóñez, su sobrino el Teniente Juan Ruiz Ordóñez y el Coronel Primo de Rivera, solían reunirse los días domingos para ir a almorzar a la casa de Marcó del Pont, con este y su compañero de habitación González Bernedo.87

Los oficiales prisioneros se relacionaban constantemente con la vecindad puntana, participando de las tertulias y saraos que se realizaban a menudo. Inclusive, Dupuy señalaba que solían visitarlo en su casa los días domingos los principales prisioneros: Ordóñez, Primo de Rivera, Morgado etc.88 Sin embargo, este clima de confianza y armonía existente entre las autoridades y los prisioneros comenzó a enrarecerse cuando el Teniente Gobernador Dupuy publicó un Bando, a inicios de febrero de 1819, en la cual se buscaba limitar “los abusos que hacían de la libertad que gozaban”.89 La medida prohibía que en las noches estos frecuentasen las casas de las familias, ya se les acusaba de intentar cambiar la opinión política de los vecinos a favor de la causa realista.90

La toma de estas medidas de seguridad para con los prisioneros se relacionó con la presencia de Bernardo de Monteagudo en San Luis. Se hallaba allí el ex- Auditor de Guerra del Ejército Unido separado de Chile por las disputas en las que se había visto envuelto con el edecán de O’Higgins, el capitán Manuel Saavedra, hijo de Cornelio de Saavedra, y con el diputado del gobierno

86 Carta de Lorenzo Morla a San Martín, 18/V/1818, en Documentos para la Historia del Libertador General San Martín. Tomo VIII. Buenos Aires, Instituto Nacional San Martiniano, p. 48.

87 Sumario, Declaración de Marcó del Pont, 08/II/1819. AGN, Periodo Nacional, Sala X, 4-3-14, f. 2. Esta situación se verificaba también en el Presidio de Santa Elena, donde los oficiales mantenían asistentes, cuyos vínculos de autoridad y subordinación se mantuvieron voluntaria-mente. Fradkin & Ratto, “¿Un modelo”, p. 36.

88 Parte de Dupuy a Luzuriaga. 20/II/1819. AGN, X, 4-3-14, fs. 127-132.89 Ibídem.90 Ibídem.

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porteño, el coronel Tomás Guido. Toribio de Luzuriaga le recomendaba al teniente gobernador de San Luis, teniente coronel Vicente Dupuy la persona de Monteagudo: “ignoro las causas de su presente situación, pero debiendo respetarlas, mi recomendación no quiero se extienda a comprometer a V, y si a cuanto pueda aliviar y consolar su estado actual”.91 No es extraño pensar en que para mejorar su situación, Monteagudo haya buscado ganarse el apoyo del teniente gobernador de San Luis, tal como lo había hecho en Mendoza en 1818 después de fugar tras el desastre de Cancha Rayada, oportunidad en la cual reactivó el proceso seguido a los hermanos Carrera, que terminó con el brigadier Juan José Carrera y el coronel Luis Carrera fusilados en Mendoza.

De hecho, las medidas que restringían la libertad de los oficiales prisioneros, fueron gestando un descontento que los predispuso a elaborar un plan para fugar. Incluso, el día en que se publicó el Bando, el coronel Morgado y el capitán Butrón entraron en la pieza donde se encontraban Marcó del Pont, Ordóñez y Primo de Rivera, para avisar de que “corrían voces que los oficiales prisioneros iban a ser llevados a Corocorto”.92 El teniente Juan Ruiz Ordóñez, declaró que a raíz de este bando, su tío se exasperó e hizo “varias declaraciones impetuosas contra esta gente aludiendo al País, y nombrando particularmente a Don Bernardo de Monteagudo, a lo que el Coronel Primo le reponía, que se serenase hasta mejores circunstancias”.93

Un militar contemporáneo, el teniente Manuel Antonio Pueyrredón, natural de San Luis, consigna que la animosidad de Monteagudo hacia los oficiales prisioneros se debía a la disputa por la atención de una joven dama punteña, quién manifestaba su interés por uno de los prisioneros, el teniente Ruiz Ordóñez en vez del revolucionario abogado.94

La preparación de la conjura

Cabe preguntarse sobre cuando se comenzó a gestar el plan de fuga. Todo indica que la coyuntura fue el detonante, ya que según señala el alférez José María Riesco en su declaración, el capitán Gregorio Carretero había señalado que “hacía tiempo que tenían tramada esta conspiración”.95 Pero el mismo hecho de que los principales cabecillas de la conspiración fueran asesinados en el acto en la casa de Dupuy, hace difícil obtener noticias más exactas sobre la preparación

91 Carta de Luzuriaga a Dupuy. 10/XI/1818. Landa, Doctor José Ignacio, pp. 191-192.92 Sumario. Declaración de Marcó del Pont. AGN, X, 4-3-14, f. 2v.93 Sumario. Declaración de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3 -14, f. 19.94 Manuel Antonio Pueyrredón, Memorias Inéditas del Coronel Manuel Antonio de Pueyrredón

(Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft, 1947), p. 394. Esta versión también es recogida por Ruiz Moreno, Campañas p. 259.

95 Sumario. Declaración de José María Riesco. AGN, X, 4-3-14, f. 12.

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de ésta. En este sentido, el teniente Ruiz Ordóñez, señaló que los primeros indicios los adquirió en las conversaciones entre el cocinero de Dupuy, conocido como “Pepe”, y el confinado Francisco Moya, las cuales había presenciado. El cocinero de Dupuy asistía asiduamente a casa de Ordóñez para conversar con Moya e inclusive con el Brigadier. Además, Ruiz Ordóñez indicó que había algo extraño que se le ocultaba, ya que en oportunidades las conversaciones entre el brigadier y Primo de Rivera se efectuaban en francés.96

Francisco Moya, declaró que tenía planes de fugar hacia la montonera con el dicho Pepe.97 A fines de enero de 1819, Moya había dicho a Pepe que podían realizar una sublevación. Pero este plan había sido desestimado por Morgado, quien consideraba que había poca gente para efectuarlo.98 El panorama había cambiado a partir de la llegada de nuevos prisioneros desde Mendoza, lo que llevó a que Pepe le dijera a Moya: “ahora si hay bastante gente; pues con la montonera, y los prisioneros tenemos de sobra”.99

Según Francisco Moya, el plan consistía en reunir una fuerza compuesta por los confinados y prisioneros, liberar a los montoneros y desertores que había en la cárcel, y luego marchar a reunirse con la montonera.100 Añadió que no sabía si Marcó del Pont estaba al tanto, pero había oído decir a Ordóñez y Primo de Rivera que pensaban llevarlo.101 Por su parte, Ruiz Ordóñez había escuchado decir a Carretero, que el plan contaba con la adhesión de todos los confinados godos, para formar un Batallón, “con el que estarían seguros”; el plan era apoderarse de Dupuy y Monteagudo, y según otros, también del comandante de milicias Becerra, y llevarlos consigo hasta las montoneras.102

Un paso importante era proveerse de armamento: para ello era fundamental apoderarse del cuartel de la guarnición de la milicia de San Luis, así como de la cárcel, mientras que para efectuar el movimiento se compraron cuchillos en una tienda local.103

La conexión con las montoneras de Carrera y Alvear

Otro de los elementos que se desprende del sumario es la relación que se indica entre las montoneras de Carrera y Alvear. En la reunión previa al inicio de la acción, el Capitán Carretero había señalado que habían recibido correspondencia

96 Ibídem.97 Sumario. Careo entre Moya y Pérez. AGN, X, 4-3-14, f. 32.98 Ibídem.99 Ibídem.100 Sumario. Declaración de Francisco Moya. AGN, X, 4-3-14, f. 29v.101 Ibídem.102 Sumario. Declaración de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3-14, f. 17v.103 Sumario. Declaración de Bernardo Villero. AGN, X, 4-3-14, f. 14v.

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de Alvear y Carrera. Esta correspondencia no fue encontrada por Monteagudo al revisar los papeles pertenecientes a los conjurados, por lo que Monteagudo creyó que “este fue solo uno de los arbitrios de que se valió para infundir confianza a sus cómplices”.

Sin embargo, habían otras evidencias sobre la presunta relación con Carrera y Alvear. El teniente Juan Ruiz Ordóñez señala en su declaración, que existieron buenas relaciones entre el brigadier Ordóñez y el doctor Ambrosio Rodríguez, hermano del fallecido revolucionario Manuel Rodríguez. Según declaró: “que cuando recién llegó de San Juan le trajo una carta para su tío del teniente coronel La Torre: que su tío visitaba a Rodríguez todos los días y este a él un día sí y otro no”.104 Pero el teniente no había escuchado sus conversaciones. El domingo anterior al día en que se ejecutó la conjuración, Ordóñez recibió visita de Carmen Bustamante, esposa de Rodríguez. Ésta declaró que las conversaciones mantenidas con Ordóñez fueron de diversos temas.105

Según Raúl Fradkin, las preocupaciones de las autoridades rioplatenses hacia finales de 1818, radicaban en la potencial coalición entre los “anarquistas, indios y realistas”.106 A decir verdad, no es inverosímil pensar en una tentativa relación entre los oficiales prisioneros y el grupo que reunía Carrera y Alvear en Montevideo. En aquel entonces, ambos caudillos se encontraban en Montevideo realizando una campaña opositora que buscaba socavar el poder de Pueyrredón, O’Higgins, y San Martín, mediante la publicación de manifiestos y el periódico federalista El Hurón. Buscaron alianza con las fuerzas federales que comandaba Artigas, quien había declarado la guerra a Buenos Aires por las negociaciones secretas que tenía con las fuerzas portuguesas ocupantes de la Banda Oriental. El caudillo oriental era secundado el gobernador de Entre Ríos, Francisco López, y el de Santa Fe, Estanislao López.107 Estos dos últimos habían derrotado a las fuerzas del general Juan Ramón Balcarce, jefe de las fuerzas directoriales, con lo cual la zona del litoral quedaba bajo el claro dominio del federalismo.108 Por otro lado, el mismo José Miguel Carrera buscó extender este pacto militar contra Buenos Aires al gobernador de Córdoba, el coronel Juan Bautista Bustos, quién no accedió a esta instancia.109

104 Sumario. Declaración de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3-14, f. 43v.105 Sumario. Declaración de Carmen Bustamante. AGN, X, 4-3-14, f. 49v.106 Raúl Fradkin, “Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense”, en Susana Bandieri

(comp.), La Historia Económica y los proceso de independencia en la América hispana (Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010), pp. 167-168.

107 Noemí Goldman y Marcela Ternavasio, “La vida política”, en Jorge Gelman (Coord.), Argentina: Crisis Imperial e Independencia. 1808-1830 (Lima, Fundación Mapfre-Taurus, 2010), p. 77.

108 Miguel Ángel Cárcano, La política internacional en la Historia Argentina. Libro III. La república Unitaria 1811-1828. Tomo I (Buenos Aires, Eudeba, 1973), pp. 400-407.

109 Ibíd., p. 406.

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Es muy probable que dada la situación en la que se encontraban los prisioneros realistas y el grupo que reunía Carrera y Alvear, les hiciera en pensar una unión funcional: para unos, dar un golpe a las autoridades de Buenos Aires, y por otro lado, conseguir la libertad.110

La ejecución del plan

Según señalan las fuentes, en la madrugada del día lunes 8 de febrero de 1819, la gran mayoría, si no la totalidad, de los oficiales confinados, se reunieron en la casa del Capitán Gregorio Carretero, quien los invitó a “matar bichos en la huerta”. Este frase era una metáfora de lo que realmente pensaban realizar. Algunos estaban enterados de los planes, como José María Riesco.111 En cambio, otros como Juan Ruiz Ordóñez fue advertido por su tío, que le dijo “levántate y vete luego a casa de los oficiales donde hoy voy a comer”.112 Reunida la mayoría de la oficialidad, Carretero los llevó a la huerta donde arengó a las presentes:

“Señores me tomo la palabra. La matanza de bichos se ha convertido en que dentro de dos horas, vamos a conseguir nuestra libertad: todo esta listo, mañana nos vamos a la montonera, que nos va a recibir con los brazos abiertos, pues tengo correspondencia con ella, y he recibido carta de Carrera y Alvear: hoy mismo se ponen en marcha hacia acá en protección nuestra: tengo caballos y baqueanos prontos: el que sea cobarde y no tenga valor para esta empresa están tomadas todas las medidas para asesinarle, pues nadie sale de aquí”.113

Las declaraciones concuerdan completamente con este relato. Pero Manuel de Sierra agregó que Carretero habría dado la siguiente indicación: “les encargo evitasen la efusión e sangre haciendo uso solamente en un caso apurado”.114

Luego de arengar a los presentes, procedió a entregar los cuchillos que José Arana había comprado al comerciante Villedo. Los cuchillos no alcanzaron para todos, y algunos fueron armados con palos.115 Se designaron los grupos: para el asalto de la cárcel, estaba a cargo del Capitán Salvador, y les secundaba el Teniente Romero, el Capitán Fontealba, el Teniente Elgueta, el Capitán Butron,

110 Mariano Torrente plantea la plausibilidad de esta alianza pragmática; “Parece innegable que los prisioneros hubiesen formado el plan de recobrar su libertad, pero sin cometer la menor extorsión ni mas actos violentos que los meramente precisos para pasar a incorporarse con las partidas de Carrera i Artigas, que vagaban por aquellas cercanías, i que les había prometido todo su apoyo para trasladarlos al Brasil, en el caso de que no quisieran tomar partido con ellos para hostilizar al gobierno central de Buenos Aires”. Torrente, Historia, p. 511.

111 Sumario. Declaración de José María Riesco. AGN, X. 4-3-14, f. 11.112 Sumario. Declaración de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3-14, f. 16.113 Sumario. Declaración de Antonio Arriola. AGN, X, 4-3-14, f. 39.114 Sumario. Declaración de Manuel de Sierra. AGN, X, 4-3-14, f. 57.115 Sumario. Declaración de José María Riesco. AGN, X. 4-3-14, f. 11v.

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el confinado Moya, y otros que Ruiz Ordóñez no recuerda; para el asalto a la casa de Monteagudo se dirigirían el Teniente Burguillo con Coba y Peinado; para el asalto al cuartel comandaban los capitanes Aras y La Madrid, con otros cinco confinados, entre los que se incluía el Teniente Ruiz Ordóñez, el Alférez Riesco, etc.116 En cambio, Carretero señaló que de la casa de Dupuy se encargaba él: este era el grupo más selecto de oficiales, que además debía ser así para no generar mayores sospechas: el Brigadier José Ordóñez, el Coronel Joaquín Primo de Rivera, el Coronel Antonio Morgado, el Teniente Coronel Lorenzo Morla, el Capitán Gregorio Carretero, y el Teniente Juan Burguillo.117

Los prisioneros conjurados se presentaron tempranamente en la puerta de la casa de Dupuy. Domingo Ledesma, ordenanza del teniente gobernador, fue ordenado que anunciara a Dupuy la visita. En ese momento, los oficiales realistas irrumpieron en la casa.118 Tras saludar a Dupuy, Carretero le dijo a Dupuy: “So pícaro, estos son los momentos en que debe espirar V: toda la América está perdida, y de esta no se escapa V”. y se le abalanzaron Carretero, Burguillo y Primo de Rivera.119 Al cabo de un momento, cuando la población puntana estuvo al tanto del motín, y habiendo desarticulado los dispositivos de los conjurados, la gente se reunió en las afueras de la casa del teniente gobernador. Esto hizo desistir de su plan a los conjurados, quienes, según Ledesma, “le dijeron los conjurados al señor Teniente que contuviese la gente, y el les contexto que la contendría y que le dejasen salir al efecto”.120

Según Dupuy,

“al fin consintieron en que saliese al patio, y corrí a abrir la puerta de la calle. Se agolpó el pueblo, y cargo lleno de furor sobre los conjurados, que ni aun tuvieron tiempo para sentir los remordimientos de su conciencia, o el peso de no haber consumado su crimen. El Coronel Primo en su despecho se mató con mi propia carabina, y yo vengué por mis manos los asesinatos que cometió en Chile el de la misma clase Morgado”.121

Mientras aquello ocurría en la casa de Dupuy, los grupos se dirigían a sus destinos, sembrando la confusión entre el vecindario gritando “¿Qué es esto?”122

116 Sumario. Declaración de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3-14, f. 16v.117 Oficio de Dupuy a Luzuriaga. 08/II/1819. AGN, X, 4-3-14, f. 121.118 Sumario. Declaración de Domingo Ledesma. AGN, X, 4-3-14, f. 48v.119 Oficio de Dupuy a Luzuriaga. 08/II/1819. AGN, X, 4-3-14, f. 121.120 Sumario. Declaración de Domingo Ledesma. AGN, X, 4-3-14, f. 49.121 Oficio de Dupuy a Luzuriaga. 20/II/1819. AGN, X, 4-3-14, fs. 129-129v.122 Esta fue la contraseña utilizada por los conjurados, según se desprende de la declaración del

Sargento de Milicias Juan Nepomuceno Funes, que señalo: “haber visto a uno de los oficiales que han quedado vivos, cuyo nombre ignora, que en el momento de la alarma salió gritando por el corralón, con un puñal en la mano de cabo blanco y diciendo: que es esto, que es

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La partida que debía atacar el cuartel de milicias, lo hizo con violencia, como se desprende del testimonio del cabo de milicias Juan Sosa, quien declaró que llegando al cuartel cerca de diez oficiales prisioneros, se abalanzaron sobre la poca tropa que hallaba en dicho lugar:

y al mismo tiempo cargaron sobre este declarante, y que uno de ellos lo agarro, y asido con el, sacó un cuchillo y le dio una puñalada, y que en el mismo momento vio que los demás oficiales prisioneros sacaron cuchillos que traían de a dos cada uno y cargaron sobre el Soldado Ferreyra, y sobre el de igual clase Cornelio Escudero”.123

El asalto al cuartel resultó ser el combate mas reñido, donde el capitán Felipe La Madrid, el intendente del Ejército, Miguel Barroeta y el teniente coronel Arras, se atrincheraron y sostuvieron su posición hasta ser ultimados.124

La tercera partida, destinada al asalto de la cárcel, no logró su cometido, ya que los milicianos y los vecinos, alertados por los gritos de Dupuy y de los que provenían del cuartel, se volcaron a las calles a detener a los conjurados. Viendo esta reacción, algunos como José Antonio Vidaurrizaga desistieron de su intento y se dispersaron, buscando refugio.125 Otros como Manuel de Sierra, se vieron atrapados: “llegó una partida de paisanos que lo acuchillaron al mismo tiempo que dos paisanos de mejor traje le dieron de palos”.126

Finalmente, como hemos podido ver, la población de San Luis reaccionó y participó activamente sofocando el motín, y dando muerte a los principales conjurados, atrapando y golpeando a aquellos que no alcanzaron a entrar en acción. El resultado de la represión del motín fue sangriento, perdiendo la vida 23 militares, y 9 civiles que se hallaban confinados.127

esto!!, expresión que parecía ser la contraseña dada para reunirse todos, pues la repetía cuan-tos se hallaban armados para asaltar el cuerpo de guardia”, en Sumario. Declaración de Juan Nepomuceno Funes. AGN, X, 4-3-14, f. 44v.

123 Sumario. Declaración de Juan Sosa. AGN, X, 4-3-14, f. 9v.124 Oficio de Dupuy a Luzuriaga, 08/II/1819.AGN, X, 4-3-14, f. 122.125 Sumario. Declaración de José Antonio Vidaurrázaga. AGN, X, 4-3-14, f. 58v.126 Sumario. Declaración de Manuel de Sierra. AGN, X, 4-3-14, f. 57.127 Resultaron muertos: Brigadier José Ordóñez; Coroneles Antonio Morgado, Joaquín Primo de

Rivera; José Berganza; Tenientes Coroneles Lorenzo Morla y Matías Arras; Capitanes Gregorio Carretero, Ramón Cova; José María Butron, Dámaso Salvador, Felipe La Madrid, Jacinto Fontealba; Tenientes: Juan Burguillo, Antonio Peinado, Juan Betbece, Santos Elgueta, Antonio Romero; alféreces Juan Sea, Manuel Balcarce, Liborio Bendrell; Intendente de Ejército, Miguel Barroeta; Oficial de Intendencia Pedro Mesa; Sargento Pedro Blasco; Confinados: Luis Goycolea, Pedro Roca, José Arana, Manuel Calle, Mario Arregui, Francisco Lorenzo, Juan Morel, Juan Furrion y Francisco Virreza. Gutierrez, San Luis, p. 40-41.

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El juicio a los sublevados

Una vez que volvió la calma a San Luis, Dupuy ordenó a Monteagudo para que instruyera sumario, procesando a los 15 prisioneros que sobrevivieron al evento.128 La finalidad era indagar las causas del levantamiento y proceder con un castigo ejemplar a quienes hubiesen sido parte del movimiento.

Monteagudo, tal como lo hizo con el juicio de los hermanos Carrera, procedió con diligencia y severidad. Esto no quita el hecho de que se procediera con cierta actitud jacobina en contra de los conjurados sobrevivientes. Ejemplo de esto fue la condena a muerte a los reos Manuel de Sierra y Antonio Vidaurrizaga, quienes no alcanzaron a efectuar acción alguna. Sin embargo, su error fue no haber fugado y dado aviso a las autoridades sobre el movimiento de los prisioneros. El razonamiento de Monteagudo se orientaba a castigar la traición hecha por los oficiales realistas a la gracia y trato recibido en su estadía en San Luis. De la misma manera, se quiso dar un escarmiento a los sujetos de opinión favorable a los realistas, ya que en el caso del labrador Pedro de Bouzas, quien fue procesado y encarcelado, a pesar de haber llegado a San Luis una vez que los hechos ya habían acontecido.129

Una dificultad que se tuvo para instruir sumario, fue el hecho de que los principales cabecillas, a pesar de haberse rendido en la casa de Dupuy, fueron ultimados en el calor del momento. Los procesados, atemorizados por el sangriento desenlace, pudieron haber alterado sus testimonios con la esperanza de salir con vidas. Por lo tanto, las indagaciones arrojaron resultados parciales. Pero, a pesar de estas falencias procesales, Monteagudo presentaba el día 10 de febrero un dictamen, solicitando la muerte para José Pérez, en su calidad de cómplice activo en la conjuración.130 Su ejecución se realizó con la rapidez necesaria para imponer un castigo ejemplarizador.

Las conclusiones preliminares arrojaban que el plan había sido meditado de antemano, lo cual agravaba la falta, toda vez que se consideró una traición para con la benevolencia demostrada por los patriotas puntanos. Los principales artífices fue la plana mayor de los oficiales prisioneros. El resto de las víctimas fatales del 8 de febrero fueron considerados como cooperadores activos, junto al cocinero José Pérez y al paisano Francisco Moya. A los sobrevivientes se

128 Se sometieron a proceso al Mariscal Francisco Marcó del Pont; General Ramón González Bernedo; el Capitán Antonio Arriola; Capitán Manuel Sierra; Capitán Francisco González; Alférez Antonio Vidaurrázaga; Alférez Juan Cavallo; Alférez José María Riesco; Ayudante Segundo Juan Ruiz Ordóñez; Soldado Francisco Moya; Soldado Antonio Olmos; el comerciante Nicolás Ames; el cocinero José Pérez; el labrado Pedro de Bouzas y el Baqueano José María Guarda.

129 Sumario. Declaración de Pedro Bouzas. AGN, X, 4-3-14, f. 52-53.130 Dictamen. Bernardo de Monteagudo. AGN, X, 4-3-14, f. 63.

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les consideró como cómplices sabedores.131 Finalmente, resultaron inocentes Casimiro Marcó del Pont, Ramón González Bernedo, el mayor general del Ejército de Marcó, el soldado Antonio Olmos, y los confinados Nicolás Ames y Pedro Bouzas.

Las ponderaciones hechas por Monteagudo sobre el papel que tuvieron los prisioneros sobrevivientes, no implicaban una diferenciación en las penas, excepto en el caso de un baqueano, José Marín, a quién los complotados habían solicitado caballos. Marin recibió pena de prisión perpetua. Pero el resto fue sentenciado a muerte.132

Entre los días 15 y 19 de febrero, la ciudad de San Luis fue testigo del ajusticiamiento revolucionario. Solamente pudo salvar el joven teniente Juan Ruiz Ordóñez, quién elevó suplica de piedad. Declaraba que detestaba “con todo mi corazón la atrocidad e ingratitud de mis compañeros de armas, y particularmente de mi tío que ha recibido tantos beneficios de V y de todos los de este pueblo”, y se prometía en caso de que se le perdonase la vida “renunciar a mi patria y parientes, y emplearme al menos en publicar los crímenes de que he sido testigo, y la misericordia que espero conseguir”, no obstante que “si de todos modos debo tener la suerte de mis compañeros, mi muerte servirá de escarmiento a los jóvenes, haciéndoles ver que por respetar a un tío inhumano he sido conducido al suplicio”.133

Esta declaración fue ponderada como prueba de arrepentimiento por parte de Monteagudo, quién decidió conmutar la pena por arresto indefinido hasta que el gobierno porteño proveyera. Era necesario que junto con la imagen de severidad hacia los delitos de traición, dar pruebas de la superioridad moral de la causa patriota, que era capaz de perdonar la vida a quienes se arrepentía.

La noticia fue dada a conocer en el territorio chileno y rioplatense, manifestando la satisfacción por el proceder del patriótico vecindario de San Luis y sus autoridades. El gobierno de Pueyrredón, con fecha 6 de agosto de 1819, mandó a otorgar 34 medallas de platas a favor de Dupuy, el cabildo y los oficiales de milicias que participaron en la represión de la conspiración realista.134 Mientras tanto, en el Perú estas noticias provocaron consternación, recibidas con “con la

131 Oficio de Monteagudo a Dupuy. AGN, X, 4-3-14, f. 65v.132 Dictamen Definitivo de Monteagudo. AGN, X, 4-3-14, f. 68-69v.133 Sumario. Suplica de Juan Ruiz Ordóñez. AGN, X, 4-3-14, f. 73.134 La medalla tenía la inscripción “A los que defendieron el orden en San Luis”, y en el reverso se

representó con tres brazos extendidos con espadas y machetes a los conspiradores, mientras que a la derecha un brazo más grande y empuñando una espada de mayor tamaño representaba a la fuerza que sofocó el levantamiento. Ministerio de Guerra, Historia de los Premios Militares. Leyes, decretos y demás resoluciones referentes a premios militares, recompensas, honores, distinciones, gratificaciones, etc. Tomo I (Buenos Aires, Talleres Gráficos del Arsenal principal de guerra, 1906), pp. 296-297.

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mas expresiva y general indignación; y los pueblos, los cuerpos militares y todas las corporaciones manifestaron explícitamente al Virrey la necesidad de exigir una justa satisfacción”, como indica el cronista realista García Camba.135

IV. Consideraciones finales

A través del presente artículo hemos pretendido abordar un tema que forma parte de la agenda historiográfica de la conmemoración de la independencia hispanoamericana, pero que a lo largo de los casi doscientos años de literatura histórica nacional, ha sido abordado bajo la óptica del nacionalismo.

El trato a los prisioneros de guerra estuvo condicionado por la coyuntura bélica y política. Y la remisión de una cantidad considerable de estos individuos al territorio rioplatense fue una solución que permitía aliviar las presiones y amenazas que se cernían sobre Chile, territorio en el cual se combatía a las armas del rey. Debía evitarse que las fuerzas carrerinas pudieran tomar contacto con estos hombres, a la vez que los prisioneros pudieran significar un punto de apoyo a una nueva invasión realista.

Cabe destacar el trato recibido por los oficiales prisioneros, quienes gozaban de un mayor grado de libertad, fuente del conflicto, y gracias que los que se hallaban en el presidio de Santa Elena gozaban de manera limitada.

El uso de los prisioneros, de la categoría tropa, como mano de obra “gratuita” en un contexto de carencia de fuerza laboral por el continuo reclutamiento de los cuerpos veteranos y de milicias, también tenía que ver con el castigo simbólico de convertir en sujetos útiles a la patria a quienes empuñaban las armas contra ella, compensando los sacrificios que los patriotas sufrían por acudir en la defensa patriótica.

El trato a los prisioneros se enmarcaba a las prácticas del derecho de guerra de la época, no obstante, el devenir de la guerra civil en una guerra revolucionaria y nacional, llevaron a considerar, desde un punto discursivo radical, a los prisioneros como traidores, con los cuales debían practicarse medidas, que pueden ser denominadas como jacobinas, que fueran ejemplarizadoras para la sociedad. El juicio en contra de San Bruno y Villalobos, así como la represión y ajusticiamiento de los prisioneros realistas en San Luis, se inscriben dentro de este proceso de pedagogía patriótica y revolucionaria. La patria podía ser generosa con sus enemigos, como se puede ver en las condiciones de vida de los oficiales realistas, sin embargo, no podía sino que castigar duramente cuando la perfidia del enemigo burlaba su generosidad.

135 Andrés García Camba, Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú. Tomo I (Madrid, Sociedad Tipográfica de Hortelano y Compañía, 1846) p. 299.

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No pretendemos dar por concluido el tema, sino que conscientes de las limitaciones del presente estudio, hemos querido dar primeros pasos en esta senda, de las cuales pueden seguirse líneas de investigación tales como el estatuto jurídico del prisionero y el derecho de guerra en el marco de la revolución hispanoamericana; la historia social de los prisioneros; y la construcción de un imaginario patriota en torno al militar realista.

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RECIBIDO: 08-11-2010; ACEPTADO: 07-04-2011