Calixto - Tejas Arriba (A_b_c)
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Comentarios al Evangelio del domingo Ciclos A, B, C.
o CoA\>dbr- aulinas
COLECCIÓN H O M I L Í A S
Comentarios Bíblicos que iluminan el Nuevo Milenio.
Tomo I Adviento - Navidad
P Cándido Lizarragá
Comentarios Bíblicos que iluminan el Nuevo Milenio.
Tomo II Cuaresma - Pascua
P. Cándido Lizarragá
Comentarios Bíblicos que iluminan el Nuevo Milenio.
Tomo III Tiempo Ordinario
P Cándido Lizarragá
Comentarios Bíblicos que iluminan el Nuevo Milenio.
Tomo IV Feriados del Tiempo Ordinario
P Cándido Lizarragá
Comentarios Bíblicos que iluminan el Nuevo Milenio.
Tomo V Domingos del Tiempo Ordinario Ciclos A , B, O
P. Cándido Lizarragá
Tejas Arriba. Comentarios al Evangelio del domingo. Ciclo A . B. C.
Calixto
Calixto
Comentarios al Evangelio del domingo
Ciclos A,B,C.
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ISBN Libro: 958-669-228-0 ISBN Colección: 958-669-171-3 Primera Edición, 2001
© Instituto Misionero Hijas de San Pablo Carrera 32 A Ns 161A-04. Teléfono: 671 1298 • Fax 670 6378 E-mail: pauliedi@co(1 .telecom.com.co Bogotá, D.C. - Colombia Prohibida su reproducción
PÓRTICO
Cristianos del siglo XXI
La teología tradicional definió al hombre con la palabra "viator", la
cual significa viajero. Y en este caminar por el tiempo y el espacio,
los discípulos del Señor mantenemos adheridas al alma dos irrefu
tables convicciones: el amor de un Dios Padre y nuestra condición
de pecadores.
La primera identifica nuestro credo, frente a las demás religiones.
La segunda explica humildemente quiénes somos. Porque un Dios
que no supiera perdonar sería un cacharro más, entre los escom
bros de ideologías y reinos que amontona la historia. Y un peca
dor sin esperanza, equivaldría a una grotesca marioneta en el teatro
de lo absurdo.
Por fortuna, Dios es mucho más generoso que cuanto podemos
sospechar. Y toda culpa, mucho menor de cuanto declara nuestro
miedo.
En tiempos del Levítico, también los judíos adivinaban algunos
rasgos de ese Dios bondadoso, mientras el mal les apretaba el
corazón. Y cada siete años, al toque del shophar que resonaba
por valles y montañas, las eras descansaban durante doce meses y
las parcelas volvían a su primer dueño. Los cautivos quedaban
libres y Dios proveía de alimento al pueblo escogido, garantizando
la fidelidad de su promesa.
Nosotros, iluminados por el Evangelio - Buena Noticia
de Dios - al iniciar un nuevo siglo, descansamos del mal. {(,
Sentimos que se rompen nuestras cadenas. Y regresamos >
a nuestra condición de hijos, "en espíritu y en verdad ", porque los
brazos amorosos de Dios nos estrechan contra su pecho.
Empujados por tan grande alegría realizamos un viaje a la mitad del
corazón, con una renacida esperanza.
A l acercarnos a la Palabra de Dios, que cada domingo llega a
nuestros oídos en la celebración eucarística, encontraremos la ruta
de ese viaje, la fuerza para caminar día y noche, y otras señales
que explicarán los enigmas del sendero.
El siglo que comienza nos invita a presentar nuestra vida, desnuda
y temblorosa, ante Dios, nuestro Padre, para empezar a ser criatu
ras nuevas.
i 6 } &—á
TIEMPO ADVIENTO
Primer domingo
Una Navidad distinta
"Dijo Jesús: Estén en vela. Estén ustedes preparados porque a la hora que menos piensen vendrá el
Hijo del Hombre». San Mateo, cap. 24.
Diciembre es un mes equívoco e incierto. N o sabríamos asignarle
un color, una precisa dimensión, una ortografía espiritual.
Es tiempo de acoger a Dios que se hace hombre. Pero muchos de
nosotros nos esforzamos por excluirlo de nuestra vida. Es tiempo
de intimidad en familia. Pero nuestras diversiones conspiran contra
esa paz y esa unidad. Es tiempo de ternura y alegría. Pero azuza
mos la violencia y fabricamos dolor con nuestros comportamientos
paganos.
Hemos convertido a diciembre en feria de baratijas. Regalamos
cosas a granel, cuando sería más cristiano darnos en la amistad
sincera, en \a celebración fraterna. Volvimos este mes un tiempo de
irreflexión y de cansancio, cuando pudiera ser época de recogimiento
y de descanso.
San Mateo nos invita a velar, a estar preparados ante la venida de
Dios que es inminente.
¿En qué consistiría esta preparación? Fundamentalmente en tres
actitudes: vida de familia: podemos programar nuestras acti
vidades y diversiones para que nos reúnan. Que haya —^
lugar para la integración y el compartir. Q u e cada uno
de nosotros se sienta a gusto en casa. El Pesebre, los i y—^
9 »
adornos de Navidad, le darán al hogar un rostro nuevo, para
ayudarnos a estrenar alegría, sinceridad, acogida, ilusión.
Sencillez de vida: nos dejamos manipular de la sociedad de consu
mo y gastamos irracionalmente. Muchas familias necesitan lo que
para nosotros es superfluo. N o profanemos los aguinaldos hacien
do de ellos un insulto a nuestros hermanos más necesitados, ni
menos una comedia donde cada uno quiere ser más ostentoso.
Nuestros obsequios pueden perder su capacidad de comunión y
de diálogo.
Acercamiento a Dios: al hacerse hombre, El se puso a mitad de
camino y aguarda que nosotros recorramos lo que falta. Nos acer
camos a El, cuando ponemos en orden la conciencia. Cuando
hacemos un balance sincero y humilde de nuestro año. Cuando
contamos a los hijos la historia que sucedió en Belén aquella
primera Navidad. Cuando perdonamos y buscamos el perdón.
Cuando celebramos los sacramentos, y participamos en la liturgia.
Todos podemos construir una Navidad nueva y distinta. Para que
Dios se haga visible en cada institución, en cada hogar, en cada
conciencia. Descubriremos entonces una forma inédita de alegría,
más diáfana y serena. Nos sentiremos más capaces de comunica
ción y más comprometidos con nuestros hermanos. En vez de
tanta algarabía escucharemos mansamente a Dios que habla con
nosotros de temas de amistad y de progreso.
Es todo ello, una edición renovada de lo que sucedió en el
pesebre hace muchos siglos: cantaron los ángeles, se acercaron los
pastores, María y José adoraron al Niño y el mundo empezó una
nueva era de justicia y salvación.
410 m..éA
Segundo domingo
Sería muy fácil
"Por aquel tiempo, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea. Llevaba un vestido de piel de
camello y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y decía: ¡Conviértanse porque está cerca
el Reino de los Cielos!». San Mateo, cap. 3.
Acostumbrados a vivir la Navidad como una fiesta de ruido y
fantasía, nos extraña la figura agreste del Precursor.
Más todavía nos asombra su mensaje: conviértanse, cambien de
vida. Pero, al fin y al cabo, su palabra nos hace bien. Nos ayuda a
resucitar ese cristianismo exánime y desleído que estamos viviendo.
Hemos creído, nos dice un escritor, que ser cristiano es asunto
meramente de «religión». Pero se trata de todo lo demás.
Sería muy fácil ser cristiano, si consistiera en ir a Misa los domin
gos. Pero la fe se vive todos los días de la semana.
Sería muy fácil ser cristiano, si equivaliera a colaborar en alguna
obra de beneficencia. Pero se trata además de recortar nuestros
gastos superfluos.
Sería muy fácil ser cristiano, si bastara la fidelidad conyugal. Pero
es necesario seguir de cerca las preocupaciones de los hijos.
Sería muy fácil ser cristiano, si fuera suficiente ser justo en los salarios.
Pero se trata además de promover a los obreros de la empresa.
Sería muy fácil ser cristiano, si bastara ceñirse a la ética
profesional. Pero se trata de vivir la profesión como un <|
servicio a la comunidad. 11
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>
Sería muy fácil ser cristiano, si nos contentáramos con no hacer mal a
nadie. Pero se trata de salir al encuentro de quienes nos necesitan.
Sería muy fácil ser cristiano, si consistiera solamente en no tener
pecado grave. Pero se trata de imitar a Jesucristo en la vida perso
nal y social.
Sería muy fácil ser cristiano, amando a Dios sobre todas las cosas.
Pero en el mismo renglón del Evangelio se nos invita a amar al
prójimo como a nosotros mismos.
En este tiempo de Navidad grita con voz grave el Precursor.
¿Clamará en el desierto?
Pero también muchas otras voces nos predican la conversión: la
situación social del mundo, donde la ciencia y la técnica no salvan,
nos pide un cambio urgente.
La sangre a diario derramada en tantos lugares del mundo nos
llama a convertirnos. Los problemas económicos que afectan a la
mayoría de los habitantes del planeta nos dicen: cambia de vida.
Las parejas que fracasan en su matrimonio nos avisan con angustia: custodia los valores de tu hogar.
Los problemas de la juventud nos llaman a una más cuidadosa
educación de los hijos.
N o celebremos esta Navidad inútilmente. El Señor, que está cer
ca, nos sugiere un modo nuevo de mirar la vida y una forma
distinta de vivirla.
Tercer domingo
¿Eres Tú el Mesías?
"Dos de los discípulos de Juan le preguntaron a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro? Jesús les respondió: Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo".
San Mateo, cap. 11.
En Navidad, parece que la felicidad estuviera más cerca de noso
tros. Si algún extraterrestre nos observara desde el firmamento, nos
miraría reír, abrazarnos, beber y celebrar, llenar nuestra casa de
regalos, soñar... Soñar que siquiera una tarde habíamos alcanzado
la dicha.
Porque nuestra historia es la lucha continuada y repetida por ser
felices, o al menos, por aparentar serlo. De ahí que cada mañana
aguardemos la llegada de un Mesías que mejore nuestra suerte.
Para unos la felicidad consistirá en casarse. Para otros en separarse.
Este desea ser nombrado embajador, realizar un viaje a Taiwan,
cambiar de carro, terminar la casa campestre, recibir al fin la jubila
ción, pagar la última cuota del televisor, comprarse un vestido,
comer siquiera dos veces a\ día, procurarse una manta, calmar un
poco los dolores de la artritis, drogarse para ignorar las propias
desgracias...
En resumen, ser feliz es una frase equívoca y multiforme que cobija
desde el sonajero que un niño mongólico agita en su cuna, hasta el
cohete que se acerca a los anillos luminosos de Saturno.
¿Pero nuestra fe tiene acaso una palabra sobre la felici- ^
dad? La tiene y muy concreta. El Maestro nos indicó
los caminos de la dicha en el Sermón de la Montaña.
Desde el comienzo de su predicación, cuando le interro-
gan los discípulos de Juan, el Maestro responde señalando los
frutos de su venida: los ciegos ven, los inválidos andan, los lepro
sos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los
pobres se les anuncia la buena noticia.
N o viene entonces Jesús a aniquilar nuestra existencia humana,
sino a perfeccionarla. Viene a enseñarnos cómo se es feliz en el
matrimonio, como se lucha por superar los conflictos familiares.
Nos anima a cumplir fielmente nuestra vocación en la sociedad.
Nos señala el valor relativo del automóvil o del apartamento. Nos
añade a la jubilación el gozo del deber cumplido. Nos aclara que
la televisión, el vestido y todo lo demás, valen la pena, si no
opacan otros bienes más excelentes.
El Señor se hace presente en nuestra angustia para que lo llame
mos Padre, para que confiemos en El.
Hoy siguen desfilando ante nosotros muchos otros Mesías. Se
anuncian de muchas maneras. Se llamarían progreso, deporte, téc
nica, cultura, arte, retorno a la naturaleza, nueva era.
Es natural que nos deslumbren y nos atraigan. Cada uno de ellos
posee un reflejo de Dios y es un sedante para nuestros dolores.
Pero ninguno puede compararse con Jesús, el Dios hecho hom
bre. Son apenas humildes precursores que podrán afirmar como
Juan Bautista: detrás de mí viene otro que puede más que yo. Y
no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias.
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14 L
Cuarto domingo
Emmanuel
"Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el profeta: miren: La Virgen concebirá y dará
a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel que significa Dios con nosotros».
San Mateo, cap. 1.
La Biblia llama a Dios de muchas maneras. En tiempo de los
patriarcas el poder del Señor se manifestaba en lo más alto de los
montes. Su voz se escuchaba en el monte Mor ia, junto a la zarza
del Horeb. Su majestad se mostraba entre relámpagos, sobre la
cumbre del Sinaí. Entonces los patriarcas llamaron a Dios "El
Sadday", el Dios lejano, el Dios de las Montañas.
Más adelante aparecen los profetas. Son hombres que transmiten
los mensajes del Señor. Predicen la guerra y anuncian la paz,
reprenden a los injustos y orientan la conducta del pueblo. En ese
tiempo la Biblia nos habla de "Yavéh", el Dios que se acerca.
«En la plenitud de los tiempos», locución bíblica para expresar el
cumplimiento de los planes de Cielo, Dios se hace hombre, naci
do de una mujer, sujeto a la ley. Se realiza entonces el anuncio de
Isaías: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por
nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros".
San Juan, en el prólogo de su Evangelio también lo cuenta: "La
Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros".
Los judíos, que habían vivido la mayor parte de su historia como un pueblo nómada, podían entenderlo muy bien. Cuando un extranjero se aproximaba al campamento, se le daba el abrazo de paz, ofreciéndole un lugar para plantar su tienda. Con él se compartía el pan, el vino, el pescado, los higos pasos, la miel y el agua, tan preciosa y escasa en % muchos lugares de Palestina.
Dios quiso ser viajero, peregrino y visitante, para que le acogiéra
mos como amigo. Quiso acampar entre nosotros para que com
partiéramos con El todo lo que nos había dado de antemano. La
Navidad es la fiesta de Dios con nosotros. ¿Pero en la realidad sí
le hemos acogido?
Alguno decía que los cristianos hacemos tan mala propaganda a
Dios que actualmente se ve obligado a viajar de incógnito.
Un día, cuando celebramos el sacramento del matrimonio, lo invi
tamos al hogar, pero ahora no queremos vivir en su compañía.
En ciertos ambientes no conviene hablar directamente de vida
cristiana: nos contentamos con mencionar valores. Sentimos miedo
de enseñar a los hijos la fe: nos limitamos a proponerles la honra
dez. En la empresa nos da vergüenza promover algo directamente
religioso y lo disfrazamos de promoción humana. En sociedad nos
molesta aparecer como amigos de Cristo: es preferible ser consi
derados como buenas personas.
Añade San Juan en su Evangelio: "A l mundo vino la Palabra, pero
el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibie
ron". ¿Estaría san Juan hablando de nosotros?
i .A. T 16
Natividad del Señor
En el principio era el Verbo
«En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios».
San Juan, cap. 1.
El Evangelio de San Juan es muy distinto de los tres primeros.
Mateo, Marcos y Lucas prefirieron contarnos lo sucedido en tor
no al Maestro. A Juan le interesó más que toda la persona de
Jesús.
Posiblemente su Evangelio fue escrito hacia el año 9 5 de nuestra
era. Algunos años atrás había muerto Filón de Alejandría, filósofo
de origen judío, cuyo pensamiento iba a influir hondamente en la
filosofía cristiana de los primeros siglos.
Filón nos habló de la Palabra, el Verbo, el Logos, la manifestación
de un Dios Absoluto que desciende hasta los hombres. San Juan,
nos muestra a Jesucristo como esa Palabra de Dios hecha carne y
acerca su doctrina a nuestra vida ordinaria, afirmando que Jesús es
el Pan, la Luz, el Agua Viva, la Unidad, el Amor.
Este prólogo del cuarto Evangelio que hoy leemos en la celebra
ción de \a Eucaristía es una doble escalinata, con la cual se une \a
tierra con el cielo. A l comienzo subimos a los peldaños y nos
acercamos a Dios que existe desde el principio y quiso revelarse
por su Hi jo. El versículo sexto muestra a Juan Bautista como una
piedra firme, sobre la cual descansa la escalera. Y desde el verso
nueve comenzamos a descender al mundo con esa Luz verdadera,
que alumbra a todo hombre, que nos da a quienes hacemos
caso de su amor, la capacidad de ser hijos de Dios.
Puede extrañarnos la metáfora. ¿Por qué San Juan habla
de Cristo como de una Palabra, del Verbo de Dios?
¿Pudo ser influencia de la doctrina de Filón?. Aunque en el
Evangelio este Verbo tiene una fuerza mayor, está más cerca de la
inmensidad de Dios. Y también de la pequenez de los hombres.
Pero además San Juan quería decirnos cómo es Jesús: una Palabra
eterna que convoca a la humanidad a otra manera de vivir, de
entender el mundo y de buscar la plenitud. Como la palabra de
alguien a quien no vemos todavía nos anuncia su presencia, así
Cristo es la manifestación visible de Dios que permanece aún
invisible. La palabra encierra todos los matices del amor: es grito,
gemido, reclamo, rechazo. Puede modular la ternura, traducir el
gozo, reforzar la esperanza, consolar la angustia. Jesús es Palabra
de Vida para el hombre. Por ella el mundo cambia, en ese proce
so admirable que se llama la Salvación.
Finalmente, la palabra es aliento, calor y vida que proceden del
corazón. Jesucristo es el amor del Padre, hecho visible.
Pronto comenzaremos un nuevo año. Una alegría y al mismo tiem
po una responsabilidad. ¡Qué bueno que éste fuera el tiempo
señalado para acoger a Jesucristo!
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18 t ,./...
»
La Sagrada Familia
Confiarnos al misterio
"El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, coge al niño y a su madre y
huye a Egipto. Cuando murió Herodes, el ángel se apareció de nuevo en sueños a José".
San Mateo, cap. 2.
Nuestra vida transcurre en el misterio, aunque a veces tratemos de
evadirlo. Misterio es algo que en parte podemos entender, pero
que no alcanzamos a comprender plenamente. Es algo claro y a la
vez oscuro. A lgo cercano y al mismo tiempo infinitamente distante.
Misterio es el calor del sol, que desciende hasta el surco para que la raíz pueda absorberse los jugos de la tierra. Es el agua que trae fecundidad al suelo, salud al rostro de los niños y descanso a las manos fatigadas. Misterio son la vida, el amor, la ilusión, el viaje, la amistad, el arte, la alegría.
La Sagrada Familia de Nazaret, nos enseña a vivir en el misterio: sencillos y pobres, pero confiados en el poder de Dios.
En la Biblia las grandes noticias se comunican al hombre en el misterio del sueño: un ángel se presenta en sueños a José, para avisarle que Herodes busca al niño para matarlo. Cuando ya el rey Herodes ha muerto, nuevamente el ángel se aparece. Y José, tomando al niño y a su madre, regresa a Galilea y se establece en un pueblo llamado Nazaret.
Nuestra vida de familia limita continuamente con el misterio. Son
misterio la fecundidad, las leyes genéticas, el nacimiento, la
primera palabra del niño, la transmisión de la fe, la comu
nicación del amor, la educación, la salud, la vocación, la
historia particular de cada hijo, resultado de múltiples
factores.
Nunca alcanzamos a medir los efectos de nuestro ejemplo, la
dimensión de nuestra palabra, los alcances de nuestros proyectos,
la amplitud de nuestros deseos. Sembramos y muchas veces no
logramos ver la cosecha. Nos esforzamos sin alcanzar las metas
anheladas. Luchamos por la estabilidad y armonía del hogar, pero
nadie puede afirmar que las haya conseguido plenamente. Confia
mos más en el poder de la escuela que en nuestro ejemplo, más
en la tarea del orientador que en las imágenes de padre y madre,
más en la eficacia de la ciencia y del deporte... Quizá olvidamos a
Dios.
Confiarnos al misterio es confiarnos al Señor. Su acción invade
nuestra vida, con la sutileza de una radiación que vence todos los
obstáculos. Pero a veces tenemos blindado el corazón.
Confiarnos al misterio es mantener encendida la esperanza. Es
madrugar cada día con el alma limpia, a amar, a cultivar, a estar
presentes, a compartir.
Confiarnos al misterio es conservar la paciencia, porque el día y la
hora de la cosecha no podemos señalarlo a nuestro antojo, sobre
las páginas del calendario.
i .A. 20 »
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Año Nuevo
"Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído".
San Lucas, cap. 2.
H o y comienza la tierra a dibujar un nuevo anillo alrededor del sol.
Un nuevo año. Palabra que se deriva de annulus, anillo.
Comienza un año nuevo y nos damos al ejercicio de la esperanza
o de la ilusión. Esperar consiste en creer que todo puede ser
mejor. Ilusionarse es imaginar que todo marcha bien.
Aferrémonos más bien a la esperanza. Como aquellos pastores
que regresan del portal de Belén, contémosle a la gente lo que
hemos visto y oído: un Dios hecho niño porque quiso acampar
entre nosotros.
Se iniciaba esa noche una era nueva. Desde entonces fuimos trans
formados en gente capaz de mejorar el mundo. Unidos a ese
Niño que nos salva, somos en cierto modo omnipotentes.
Según cuenta el Libro de los Números, los sacerdotes judíos
acostumbraban terminar la liturgia del A ñ o Nuevo con estas pala
bras: «El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su
rostro y te conceda la paz».
Pero si alguien sabe bendecir, bien decir, desear cosas buenas, es la
madre. Por eso el papa Pablo V I , quiso que el primer día del
año recordáramos a María, Madre de Dios y de la Iglesia. ^
Recojamos esas palabras del Antiguo Testamento y pi
dámosle esta bendición a Nuestra Señora bajo aquel
título que, para nombrarla acostumbramos en familia: la Inmaculada,
laChi nca, la del Carmen, Nuestra Señora de las Mercedes, M a
ría Auxiliadora, la Milagrosa...
Por Ella el Señor nos guarde de todo mal, del cansancio en la fe,
de la ambición y la mentira, del egoísmo y de la soledad.
Por Ella el Señor nos muestre su rostro. Ese rostro invisible que
tomó cuerpo con la sangre y la carne de María.
En su rostro de Madre, adivinamos la amable compasión de Dios,
una expresión que combina la seguridad con la ternura. Por Ella el
Señor nos concede la paz. Aquella que inauguró Cristo en Belén
rodeado de ovejas y pastores.
Con el tiempo se cierra el círculo de este año, pero vuelve a
comenzar otro nuevo como sucede en la espiral. Ojalá no regrese
mos al mismo punto de partida, donde permanece anclada nuestra
pequenez.
Ojalá por la bondad de Nuestra Señora, alcancemos un punto
superior, más elevado, más luminoso, más lleno de esperanza.
Hoy se inicia para todos los hombres un nuevo A ñ o de gracia.
.A 22
w >
Epifanía del Señor
A la luz de una estrella
"Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de
los judíos que ha nacido?" San Mateo, cap. 2.
Babushka era una anciana, que vivía sola en los más profundo del bosque. Una tarde de invierno, mientras ponía a hervir el agua en su tetera, escuchó que tocaban a la puerta.
- ¿Quién es?, preguntó asustada.
- Somos viajeros, que hemos extraviado el camino, respondió
desde afuera una voz cálida.
- Sigan, dijo entonces Babushka, mientras abría la añosa puerta
de roble.
Tres hombres amables entraron. El uno era muy joven y llevaba del
brazo a otro mayor. El tercero tendría unos cuarenta años. Mien
tras la anciana ponía la sopa al fuego, los visitantes le contaron que
andaban en busca de un príncipe recién nacido. "Su estrella nos
mostraba la ruta. Pero la nieve ya no permite ver el cielo".
- N o se preocupen, repuso la anciana. Cuando hayan comido, yo les diré el camino. Entonces ya no tendrán que preocuparse de contemplar el cielo.
- Es usted muy gentil, respondió el más joven. Pero solamente la
estrella puede guiarnos a donde está ese niño.
Sobre este cuento de Chejov, aprendemos que la vida del creyen
te transcurre entre peregrinajes, estrellas que iluminan desde lo alto
y extravíos en el bosque de nuestras preocupaciones. Pero
de todos modos, es necesario avanzar a la luz de una —^
estrella. i 23 ¡i /.
•
La narración de san Mateo, nos habla de tres hombres de Orien
te. Una expresión que cobijaba las naciones situadas más allá del
Jordán. Sus mercaderes venían con frecuencia a Palestina.
El Evangelio nos habla de unos magos, mitad sabios, mitad hombres religiosos que observaban el giro de los astros. Se habían enterado del nacimiento del futuro libertador de Israel, del cual hablaban con frecuencia los rabinos judíos y los sacerdotes. Entonces no dudaron en ponerse en camino.
Muchos días de marcha hasta llegar a Jerusalén. El Rey Herodes sería el más indicado para informarles sobre el niño. El monarca, averiguando con los letrados judíos, les dijo que fueran a Belén, mientras el miedo le apretaba el corazón. ¿Alguien habría nacido para quitarle el trono?
Aquellos peregrinos tomaron el camino del sur y la estrella conti
nuó guiándolos a donde estaba el Niño, en un pequeño pueblo.
A l llegar, se postraron y entregaron los presentes que traían desde lejos: oro, incienso y mirra. Elementos muy preciados entonces.
San Mateo resalta, que Jesús ha nacido como salvador de todos los hombres. Ese encuentro con los magos rompe las barreras ideológicas del pueblo judío, que mantenía a Yavéh como propiedad exclusiva.
Pero la salvación de Cristo está condicionada a nuestra búsqueda. Es necesario todos los días, retomar el camino, el cual no siempre es llano y espacioso. Está sujeto a errores y extravíos. Por lo tanto, nunca podemos dejar de contemplar el cielo.
De paso, como en el cuento de Babushka, muchos nos dirán que la vida puede vivirse dentro de otros moldes. Q u e existen muchos
mapas de ruta, para llegar al mismo punto.
Pero los discípulos de Cristo, sabemos que todas las cosas adquieren su verdadera dimensión, solamente a la
luz del Evangelio. i 24
Esta enseñanza la resume el concilio Vaticano II en una página, que
valdría la pena esculpir a la entrada de nuestros templos:
"Cree la Iglesia que, fuera de Jesús, no ha sido dado a la humani
dad, otro nombre en el cual sea posible salvarnos. Igualmente cree
que la clave, el centro, el fin de toda la historia humana se hallan
en su Señor y su Maestro. Q u e bajo la superficie de lo cambiante
hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento
en Cristo, quien existe ayer, hoy y siempre . (G .S . 1 0 ) .
_A„
i T 25 >
Bautismo del Señor
Las angustias del Padre Tobías
"Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Entonces se abrió el
cielo y una voz se escuchó: Este es mi Hijo amado". San Mateo, cap. 3.
El Padre Tobías está de muerte. Los años, los achaques y sus
muchos pesares lo mantienen sumido en un sopor que ya no es
vida. Pero tampoco es muerte todavía.
El sacerdote que le acompaña se ha ausentado, dejando junto al
lecho a un pariente que estudia medicina.
De pronto, el moribundo se incorpora sobre las almohadas y le
dice al muchacho:
- Oiga, hijo, ¿usted cree en Dios?
- Claro que sí, padre. Yo creo.
- ¿Y Dios es muy bueno, verdad? ¿Y nos perdona?
- Claro, Padre Tobías, nos perdona.
- ¿Y después de todo esto tan amargo, dizque hay una vida feliz?
-Yo sí creo, Padre. Así me ha enseñado siempre usted.
- Mire, hijo, prosiguió el anciano, ese vaso de agua. ¿Usted por
qué no me bautiza?
El muchacho, intuyendo la angustia del moribundo, levantó el vaso
y mojó lentamente la frente sudorosa del sacerdote: "Yo te bauti
zo en el nombre del Padre y del H i jo " . . .
El anciano se desmadejó sobre el lecho, para expirar ense-
A guida.
f Uno piensa que este sacerdote, habría luchado toda su
vida contra el mal. Se habría gastado en la era del Señor,
enseñando podando la viña y abonando el trigo. Pero tal vez
nunca gozó de ser hijo de Dios.
A l comienzo de su vida pública, Jesús se acerca al precursor para
pedirle el bautismo. El rito con el cual los discípulos de Juan
iniciaban un cambio de vida. Entonces se escuchó una voz del
cielo: "Este es mi Hi jo amado .
Es cierto que el Señor no necesitaba convertirse, pero empezaba
entonces una vida distinta. Dejaba en Nazaret a su madre Ma na,
el taller de artesano y los parientes, para ser un profeta andariego.
Los biblistas señalan también que, con aquel gesto, Jesús le daba
al futuro bautismo de los cristianos un poder especial.
Pero conviene distinguir entre el rito durante el cual el sacerdote
nos baña, declarando que pertenecemos a la Iglesia, y la experien
cia interior. Hijos de Dios por creación, somos entonces reconoci
dos por el Padre del Cielo.
Si nos quedamos, únicamente con el rito y un documento, sólo
con el rito y un documento de poco nos servirá el bautismo.
Pero un cristiano de verdad llena el corazón de alegría y la mente
de confianza. Para él la vida y la muerte, el dolor y el pecado, el
presente y el futuro se tasan con medida muy distintas.
De otro lado, los sacramentos son como miniaturas de la paternidad de Dios. Aquel lo tan extraordinario, tan excelente, que no puede explicarse con palabras, se hace gesto, plegaria, signo en nuestros ritos.
Pero alguien pudiera sospechar que una fe así, de hijos muy ama
dos por el Señor, nos llevaría a vivir descuidados, ante un Dios
alcahuete. Todo lo contrario: el amor verdadero es más exi
gente que todos los códigos y leyes. Y según los sicólogos
y los ascetas, el sentirnos amados alcanza cambios
insospechables en cualquiera de nosotros.
w
Tal vez el Padre Tobías se esforzó con angustia por no pecar. Tal
vez a ratos amó al Señor. Pero no imaginó que ser cristiano es
sentirse infinitamente amado por el Padre de los cielos. Y en su
delirio final, querría empezar nuevamente el camino de Cristo.
i 28 •
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo
Nuestra débil condición
«En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo».
San Mateo, cap. 4.
Juan Jacobo Rousseau nos dijo en "El Emilio "que cada uno de
nosotros es totalmente bueno. Pero enseguida la sociedad nos
corrompe. Federico Nietzsche nos asegura que somos plenamente
malvados. Parece que el filósofo alemán exagera un poco las tintas.
La verdad de todo esto, se encuentra en un término medio.
Somos personas con inmensa capacidad para el bien pero, a la
vez, con amplias posibilidades de mal. Nuestra vida es como una
película en la cual el mismo personaje se desempeña como héroe y
como criminal.
El evangelio nos presenta a Cristo tentado en el desierto por el
diablo. Los evangelistas describen tres tentaciones diversas que
equivalen a otras, tantas circunstancias peligrosas en la vida de
cualquier mortal. Coyunturas en las que nos sentimos impulsados a
abrazar el mal, apartándonos de Dios.
Convertir las piedras en pan significa vivir a ras de tierra. Sin
cultivar ideales superiores. Arrojarse desde el pináculo del templo
equivale a aparentar lo que no somos. Es hacer de la vida
una comedia para evitar compromisos y responsabilidades. /\
Arrodillarse ante el demonio es renunciar a la propia
dignidad, dejarnos corromper, y entronizar en el cora- \
zón el ídolo de turno.
7 <•?]
29
"¥ >
A veces, la tentación no presentará unos perfiles definidos. Nos
sentiremos empujados, no tanto a realizar lo ilícito cuanto a romper
unos moldes, a quebrar una marca de libertad, a afirmar nuestra
autonomía, para compensarnos de ciertas frustraciones inconscientes.
A veces desconocemos la tentación, pues nos dejamos llevar de
todo impulso. Pero enseguida el remordimiento nos hará compren
der que obramos mal.
A otros, como en el caso de Jesús, la tentación no los conducirá
al pecado. Pero siempre será una prueba, una cruz, una angustia,
una atracción de polos distintos, una pesada oscuridad.
Tentados de diversas maneras y conscientes de nuestra débil con
dición, sentimos un deseo tenaz de abandonar nuestra vida ordina
ria, nuestras ocupaciones y correr a\ desierto. Pero por extraña
coincidencia, allí fue donde Cristo se encontró con el mal.
Ese desierta, es nuestra propia intimidad, nuestra soledad perso
nal. Rilke nos dice: «No es que el hombre esté solo. Es que
sencillamente es solitario». Por eso los acontecimientos más solem
nes de nuestra historia transcurren siempre en nuestro desierto
interior.
Sin embargo, desde nuestra pobreza, podemos invocar al Padre de
los Cielos con una antigua oración de la liturgia: «Señor, en el
conflicto sé para nosotros ayuda, descanso en el camino, sombra en
la canícula, abriso en el frío y en la lluvia, vehículo en el cansancio,
refugio en la adversidad y en el naufragio puerto seguro».
'*<s§p*'
Segundo domingo
Las transfiguraciones
«Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una montaña. Allí se transfi
guró delante de ellos». San Mateo, cap. 17.
Dice un proverbio chino que cada hombre, lleva detrás de su
cabeza un pedazo de cielo. Sin embargo, casi nunca volvemos la
cabeza para mirar su luz.
Pero si, invitados por el. Señor, como Pedro, Santiago y Juan, nos
apartamos de las circunstancias ordinarias y ascendemos, en busca
de nuestros ideales, podremos contemplar ese cielo. Nos sentire
mos entonces cerca de Dios y nuestra vida se tornará más clara y
luminosa.
En esos momentos de transfiguración también hemos exclamado:
¡Qué bueno es estar aquí!
Así nos sucede pronto en el hogar. Todo a nuestro alrededor
adquiere un nuevo brillo, no nos pesa el trabajo y parece que vale
la pena todo esfuerzo.
O t r o día la conciencia nos transforma. Nos hemos reconciliado
con Dios, quien nos renueva en lo interior y todas nuestras relacio
nes logran otra dimensión y otra forma de alegría.
Nos transfiguramos también, cuando compartimos lo que somos y
tenemos: ciencia, experiencia, capacidad de apoyo y de consuelo,
bienes materiales. Todo adquiere una nueva y más amplia pers
pectiva y alcanza otra manera de ser y de colmar el corazón.
Lo mismo pasa cuando somos capaces de perdonar. Esa %
bondad profunda que todos guardamos aflora de pronto
a la superficie, nos ilumina el rostro y nos hace más parecidos a
Dios.
Cuando avivamos la fe, también se transfigura nuestra vida: ante el
nacimiento del hijo y en la ardua tarea de transmitirle valores para
que sea persona digna.
Pero además en el arte: el escritor, el dibujante, el músico, el que amasa el barro, talla la madera, labra la piedra o funde los metales. El que cultiva un árbol, edifica una casa, cose un vestido o teje una red. Todos ellos comprenden que su vida adquiere otra razón de ser. Alumbra otro ideal por el cual vale la pena competir.
«Unos ocho días después», dice Lucas al referirnos la transfigura
ción de Cristo. «Seis días después», precisan Marcos y Mateo.
En ninguna otra página fuera del relato de la pasión, se muestran
los evangelistas tan cuidadosos en puntualizar una fecha. El lugar
de referencia son los episodios de Cesárea de Fílipo, cuando
Pedro proclama al Maestro hijo de Dios y Jesús anuncia su próxi
ma muerte.
El Tabor es la contraparte para unos discípulos asustados. La recompensa a nuestras confesiones de,fe. Para nosotros es lumbre en las horas de sombra. Porque la vida humana presenta de forma alternativa sus dos fases: cara o cruz.
N o olvidemos levantar, de cuando en cuando los ojos, para ver la
cara de Dios que nos mira de cerca. Ese trozo de cielo que todos
llevamos a la espalda.
Tercer domingo
Un humilde adjetivo
«Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar. Cansado del camino, se sentó junto al
manantial. Era alrededor del medio día». San Juan, cap. 4.
San Juan, nos ha conservado en su Evangelio una palabra que
equivale a una reliquia de la humanidad de Jesús: un humilde
adjetivo, guardado con cariño igual que la fotografía de un herma
no ausente, o aquella nota marginal que un amigo colocó en
nuestro libro predilecto. Jesús "cansado" del camino, se sentó
junto al pozo.
La escena está enmarcada en una sobria sencillez. Es mediodía.
Hace calor. Jesús descansa junto al brocal del pozo, donde una
vez Jacob abrevó sus rebaños. Desde el pueblo cercano, va a
llegar de pronto una mujer para llenar su cántaro de agua.
Pero antes, podríamos adelantarnos para reunir a cuantos estamos
agobiados por múltiples cansancios.
Quienes perdimos, toda esperanza de deshacernos de algo que
nos hace daño. Esposos, fastidiados uno del otro, a punto de
renegar del amor y del ideal. Padres de familia, cansados en la
lucha por sus hijos. O tal vez inmensamente angustiados ante
alguno de ellos tarado, vicioso o enfermo.
Jóvenes desorientados, sin nadie que les tienda la mano. Que ya
no esperan nada del futuro. Apóstoles tensionados o pesi
mistas, porque creen infructuosa su tarea y sólo ven oscu
ridad por todas partes. Los que confesamos llanamente T i
nuestra equivocación al elegir al cónyuge, pero sentimos 33 y
la necesidad de seguir adelante con la responsabilidad de ^s-íé-
una familia. Los que gastamos la vida al cuidado de los enfermos y
dolientes, tentados contra la paciencia y la perseverancia. Los
enfermos crónicos y los moribundos a la espera de una muerte
demasiado lenta, demasiado dolorosa. Los que hemos pecado
mucho y ahora, hastiados, venimos de regreso pero sin saber hacia
dónde. Los cansados de adquirir cosas y de gozar comodidades,
sin gusto para ninguna generosidad e incapaces de todo esfuerzo.
Los hartos de doctrina social, política o religiosa, que anhelamos
solamente actitudes concretas, realistas y eficaces, que transformen
un poco el panorama del mundo.
Todos tenemos derecho a acercarnos a Cristo, quien nos ha invita
do: «Vengan a mí todos los que están cansados y sobrecargados y
yo les daré descanso". Encontraremos un Dios fatigado y por lo
tanto humano, amable, amigo, compasivo.
Pero es necesario, como la mujer de Sicar, detenernos un poco,
escuchar qué nos pide, contarle nuestra propia situación, dejar a
un lado nuestro cántaro, donde guardamos esa agua común que
no quita la sed, y regresar luego llenos de esperanza a nuestro
diario trabajo.
Entonces se cumplirá en nosotros la palabra de Cristo: «El que
bebe del agua que yo le daré no tendrá nunca sed. Porque ella se
convertirá en su interior en un surtidor que salta hasta la vida
eterna».
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Cuarto domingo
Nuestro barro
«Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupiendo en la tierra, hizo barro y se lo untó en
los ojos. El ciego fue a lavarse en la piscina de Siloé y volvió con vista». San Juan, cap. 9.
Los hebreos amaban el barro. El autor del Génesis les enseñó,
con oportuna pedagogía, que en el principio Dios había formado
de barro al primer hombre. En Egipto, el pueblo escogido pasó
(argos años de esclavitud fabricando ladrillos y luego, en la Tierra
Prometida, levantó también con barro ciudades y fortalezas.
En la cultura hebrea, la alfarería ocupaba un lugar preeminente. De
barro se fabricaban tinajas, platos, vasos y lámparas. Y San Mateo
no deja de apuntar en el capítulo 2 7 , que los sumos sacerdotes,
con las treinta monedas de Judas, compraron el llamado "Campo
del Alfarero", donde se sepultaba a los peregrinos.
Cristo sana a un ciego de nacimiento, untándole en los ojos barro
amasado con saliva. Una mezcla no muy digna tal vez, según nuestra
manera de apreciar las cosas. Así el Señor nos enseña que aún la
tierra humilde, al influjo de su poder, puede realizar maravillas.
Algunos, han visto en ese pasaje un anuncio de los sacramentos.
Dios nos salva por medio de elementos materiales: agua, aceite,
diálogo, pan y vino... y amor de hombre y mujer. A estas cosas
humanas les da el Señor un poder y les confiere un misterio.
Pudiéramos pensar en la carta de un amigo lejano que, aparte del
papel y la escritura, encierra su presencia. O en un billete
de banco que, a pesar de su fragilidad, contiene una
eficacia multiforme: abre puertas, doblega voluntades,
domina las conciencias. Se convierte en ciencia, salud, <jj
poder, en paz y en guerra. Abarca el universo.
Así son los sacramentos. Dios entra a nuestra vida a través de cosas
humanas. Son ellas la consecuencia lógica de un Dios encarnado,
de un Dios que encierra todo su poder dentro de los pequeños
límites de un hombre.
Pero a nosotros, quizá nos han parecido ordinarios los sacramen
tos. Los quisiéramos más fastuosos, más distantes de los objetos
que manejamos cada día.
En esta curación del ciego de nacimiento, Dios nos dice que El no
siente vergüenza de trabajar con barro y con saliva. Nos explica a
nosotros tan exquisitos, que nada de este mundo fuera del peca
do, es ajeno a su plan de salvación. Las personas mediocres que
nos rodean, los oficios corrientes que realizamos, las circunstancias
ordinarias en que vivimos, las cualidades normales que ejercita
mos... allí esconde el Señor su presencia, su poder de transforma
ción, su posibilidad de alegría, para cada uno de nosotros.
Ese Cristo no cura a\ invidente con luz del Tabor, ni con polvo de
los astros, nos sanará a nosotros con lo que somos y tenemos.
Con tal de que, en algún recodo del camino, postrados como el
ciego, le digamos: ¡Creo, Señor!
"Y"
Quinto domingo
Dios no tiene prisa
«Las hermanas de Lázaro le enviaron recado a Jesús: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús se
quedó todavía en donde estaba». San Juan, cap. 11.
Nos cuenta el Génesis que Dios creó el mundo en seis días. Una
manera de explicarnos que el Creador esperó con paciencia hasta
que la evolución dispusiera un ambiente propicio a la vida. Q u e
las especies se multiplicaran y se mezclaran, luego poblar el mar, el
aire y la tierra.
El sexto día, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y el séptimo descansó. N o tuvo prisa en terminar su obra. Y ahora aguarda a que nosotros dominemos, paso a paso, el universo. Espera que descubramos sus riquezas y en medio de aciertos y equivocaciones, construyamos el futuro.
En una de sus parábolas, el Maestro aconseja no arrancar prematuramente la cizaña. El día de la siega, podrá mirarse dónde ha granado el trigo y dónde ha aparecido la maleza.
Cuando los apóstoles le pidieron enojados que hiciera caer fuego de inmediato sobre una ciudad samaritana, por no haberlos hospedado, el Señor les respondió despacio: no es esa mi manera.
O t r o día, las hermanas de Lázaro le mandan avisar que su hermano, «tu amigo», se halla enfermo. Jesús se queda aún dos días al otro lado del Jordán. Sólo después les dice a sus discípulos: vamos a Judea, Lázaro nuestro amigo está dormido y voy a despertarlo. \
Nos desconcierta el Señor, que toma las cosas con 37
demasiada calma. Mientras nosotros vivimos en un am- 1 ^ ~w >
biente de inmediatismo y deprisa: queremos resultados apenas
iniciado un proyecto. N o respetamos el ritmo con que el otro
explora su camino. N o sabemos escuchar los pasos de Dios que
son suaves y lentos, pero siempre inteligentes y seguros.
La historia de Lázaro nos muestra a Jesús, hombre y Dios, que
ama, consuela, compadece y pone todo su poder al servicio de
sus amigos.
Sin embargo, esta historia comienza por una introducción desconcer
tante: «Le habían llamado de Betania y cuando llega hasta la aldea,
Lázaro llevaba cuatro días de enterrado». Cuando se acercan al
sepulcro Marta, desconsolada, le advierte: Señor, ya huele mal".
Aqu í , vale la pena preguntarnos: ¿Cómo se ve más claro el poder
del Señor: sanando oportunamente a su amigo, o resucitándolo?
A veces, le insistimos a Dios que nos sane, cuando su intención es
resucitarnos. Por eso dentro del plan de Dios caben todas nuestras
penas, nuestros fracasos y también nuestros pecados.
Comprendemos lo que es resucitar. Es nacer a una vida nueva. Lo
cual pretende Dios para muchos de nosotros que estamos sumergi
dos en hondos problemas.
Llamémosle con nuestra oración filial y confiada, pero contando
con que El acostumbra obrar despacio. Sepamos esperarlo. Recor
demos lo que dice San Pablo a los hebreos: «Ayer como hoy
Jesucristo es el mismo y lo será para siempre».
i 38 L
Domingo de Ramos
Dios necesita de nosotros
"Mandó Jesús a dos discípulos diciéndoles: Vayan a la aldea de enfrente, encontrarán una borrica atada con su pollino, desátenlos y tráiganmelos.
Si alguien les dice algo, contéstenles que el Señor los necesita». San Mateo, cap. 21.
La Semana Santa cuyo comienzo hoy celebramos, se parece a
aquellos actos sacramentales, que se representaban en la España
de antes. Los mejores literatos de la época vertían en ellos su
sentido cristiano y el pueblo que asistía masivamente, renovaba su
fe. Se sentía exhortado a las buenas costumbres.
Porque celebrar, significa participar, estar penetrado de los aconte
cimientos que recordamos, dejarse influir por Dios que se hace
presente en la liturgia.
Nos cuenta el Evangelio la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén.
Jesús se presenta en la capital, y en forma desacostumbrada, se
deja aclamar como rey. Manifiesta abiertamente su condición de
Mesías.
Este acontecimiento atrae a muchos, alegra a sus amigos y enoja a
los príncipes y fariseos. Pero no se le escapa al evangelista un
detalle pintoresco. Cerca al camino real, junto a la casa de un
amigo del Señor, estaba una borrica atada, con su poli ino. Jesús
manda traerlos con un recado para el dueño: el Señor los necesita.
También en estos días, Dios necesita de nosotros. Necesita
el ejemplo de los padres de familia. Por él aprenderán sus A
hijos una adecuada escala de valores, hasta compróme
terse con Jesucristo.
\ 39
J
Necesita que acudamos al templo, escuchemos su Palabra y la
meditemos en silencio. Necesita que nos sintamos pueblo escogi
do , que participemos en la asamblea litúrgica y le aclamemos pú
blicamente en las procesiones.
Necesita que revisemos nuestra conducta y prevengamos las catás
trofes. Que celebremos los sacramentos como remedio y fortaleza
contra nuestras fallas. Necesita que en vez de huir de El, escon
diendo en las diversiones nuestra mediocridad, le busquemos con
sentimientos de confianza.
Necesita que ante las circunstancias que nos rodean pongamos la
contraparte de una actitud de fe, de una vida cristiana comprome
tida con los necesitados. Una esperanza basada en nuestra respon
sabilidad.
Necesita que cada familia, cada grupo, tome conciencia. La única
salvación es regresar a Dios con una fe sincera y optimista.
Para esto es la Semana Santa. Para volver a colocar a Cristo en
nuestra vida como centro, como clave, como base única e incon
movible.
TRIDUO SACRO
Jueves Santo
La víspera de su pasión
"Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el extremo". San Juan, cap. 13.
"Cuando Jesús llegó al recinto, escribe Martín Descalzo, había allí un fuerte olor a grasa y a especias picantes. El dueño de casa le mostró la sala preparada, preguntándole si quedaba a gusto y el Maestro respondió con una sonrisa agradecida".
Pedro y Juan habían traído el cordero degollado en el templo, y
asado luego en un horno de ladrillo. Ayudados de las mujeres,
llevaron también el pan sin levadura y el vino que, por aquellos
días, vendían los levitas a los numerosos peregrinos.
Se trataba quizá de la tercera Pascua que los apóstoles celebraban
con el Maestro. Pero aquella noche todo era distinto. Un amargo
presentimiento se cernía sobre el grupo y el rostro del Señor se
había vuelto taciturno.
El ritual se llevó a cabo con ciertas variaciones. A l comienzo, Jesús quiso lavar los pies de sus discípulos. Según las costumbres de Israel, los esclavos lo hacían con sus amos antes de la cena. Pero los siervos judíos estaban dispensados de este oficio.
An te la resistencia de Pedro, el Señor declara que es
condición para compartir su amistad, aceptar este lavato
rio y aprender su significado. Según su costumbre, el 4
Señor primero realiza un signo y luego presenta una
-A.
41 - ^ r
>
enseñanza. Aqu í nos motiva a servir con humildad a todos los
hermanos.
La celebración pascual seguía adelante. Los presentes compartie
ron el cordero asado, el pan sin levadura y las legumbres mojadas
en vinagre. Varias copas de vino circularon entre los asistentes,
acompañadas de salmos. Cuando algunas mujeres avivaron los bra
seros, Jesús proclamó, de manera solemne la ley fundamental del
Nuevo Testamento: "Os doy un mandato nuevo: Que , como yo
os he amado, así os améis también vosotros'.
Un mandamiento nuevo que supera todas las tradiciones judías.
Un amor que no se basa en la bondad del otro, sino en la propia
generosidad. Un precepto que camina a la zaga del amor que
Jesús demostró hacia nosotros: "Como yo os he amado .
Pero además, aquella noche, Jesús hizo entrega de su misión a los
apóstoles: "Tomen y coman de este pan. Tomen y beban de este
cáliz. Hagan esto en memoria mía".
N o era claro para los apóstoles este deseo de Cristo. Sin embar
go, unas semanas más tarde, reunidos con los primeros creyentes,
comenzaron a repetir ese gesto de Jesús ante el pan y el vino, y
comprendieron que durante su despedida, el Señor les había com
partido su sacerdocio. De a\\\ en adelante serían los continuadores
de la obra de Jesús, por su presencia en las comunidades, el
anuncio de la Buena noticia y el servicio a todos los hombres.
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos" . . .Así
aprendimos a rezar desde niños. Pero antes de la Cruz del Señor,
la señal que nos distingue a los cristianos es el amor: "En esto
conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los
otros . Un amor que alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Un amor que alcanza aun al enemigo. Un amor que
el Maestro sigue enseñando en cada comunidad creyen
te, por medio de nuestros sacerdotes.
i 42 L-¿
Viernes Santo
Nadie tiene mayor amor
"Entonces Jesús, sabiendo que todo había llegado a su término, dijo: Tengo sed. Luego añadió: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó su
espíritu". San Juan, cap.19.
En la catedral de san Salvador, un sencillo sepulcro guarda los
restos de monseñor Osear Arnulfo Romero. Solamente una cita
del evangelio señala su grandeza: Nadie tiene mayor amor que el
que da su vida por sus amigos" ( Jn 1 5,1 3 ) .
A través de la historia cristiana, muchos han aceptado la muerte en
beneficio de los prójimos: Madres de familia, soldados, socorristas.
Igualmente los mártires, que entregaron la vida por la causa del
Señor. Durante la segunda guerra mundial, san Maximiliano Kolbe,
un sacerdote franciscano polaco aceptó morir, canjeándose por su
compañero de prisión en Auschwitz.
La liturgia de hoy nos sumerge en la tragedia de Jesús, quien era
Dios, quien no estaba manchado por ninguna culpa, el que amó a
los suyos hasta el extremo de entregarse por ellos.
Nos dice Albert Reville: "La crucifixión era la cima del arte de la
tortura: Atroces sufrimientos físicos, prolongación del tormento,
infamia, una multitud reunida presenciando la agonía del crucifica
do . N o podía haber cosa más horrible que la visión de este
cuerpo vivo, respirando, viendo, oyendo, capaz aún de sentir y
reducido, empero, a la condición de un de un cadáver por la
forzada inmovilidad y el absoluto desamparo".
Muchas escuelas ascéticas procuraron hacer el inventario de los dolores externos e interiores que sufrió el Maestro durante su pasión. V luego presentaron cierta simetría
entre esos tormentos y los pecados de la humanidad. Por ejemplo: Nuestro orgullo habría producido que los soldados vistieran a Jesús como un loco y lo coronaran de espinas. Como literatura religiosa esto es válido, pero en la pasión de Cristo no se dio ante todo, una suprema manifestación del amor de Dios a los hombres. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo'.
Tampoco es correcto afirmar que Cristo nos ha sustituido la cruz, padeciendo en lugar nuestro el castigo que merecíamos. Dicha proposición pertenece a la teología luterana. Porque ¿quién es aquel Padre de los Cielos que necesita un hijo inocente destrozado para perdonar a los hombres? ¿Qué clase de Dios necesita otro crimen, como fue el asesinato de su Hi jo , para perdonarnos?
La verdadera causa de \a muerte del Señor no fue \a maldad de algunos judíos, ni la cobardía de Pilatos. Jesús muere para enseñarnos a amar. "La cruz, por sí misma, no tiene ningún sentido,-como manifestación de ese amor máximo que consiste en dar la vida por los amigos, nos dice Luis González Carvajal, tiene todo el sentido del mundo».
Pero además Jesús muere para encontrarse con nosotros. "En la medida en que el hombre se distanció de Dios, fue éste acercándose más y más a él, hasta llegar al íímite extremo. Hasta encontrarlo en su última y más desamparada madriguera, que es la muerte". Así escribe José María Cabodevilla.
Por todo ello, los discípulos de Cristo no podemos menos de capitular frente a su amor. Porque "amor con amor se paga". Y añade un poeta religioso: ' Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera .
Sábado Santo
Noche de lumbre y gozo
Ciclo A
"En la madrugada del sábado, al alborear el
primer día de la semana, fueron María la Magda
lena y la otra María a ver el sepulcro Y un ángel
les dijo: ¿Buscáis a Jesús el crucificado? No está
aquí. Ha resucitado".
San Mateo, cap. 28.
Ciclo B
"María la Magdalena, María la de Santiago y
Salomé compraron aromas para ir a embalsamar
a Jesús. Entraron al sepulcro y vieron a un joven
vestido de blanco, que les dijo: ¿Buscáis a Jesús el
Nazareno? No está aquí. Ha resucitado".
San Marcos, cap. 16.
Ciclo C
"El primer día de la semana, de madrugada, las
mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas
que habían preparado. Mientras estaban descon
certadas, dos hombres con vestidos refulgentes les
dijeron: No está aquí. Ha resucitado".
San Lucas, cap. 24.
.A.
í —
45 i A
Cuando uno está pequeño, no conoce la muerte. Tal vez le cuen
ten que algún pariente ha fallecido en un pueblo lejano. O quizá
un lunes, al regresar a clase, el compañero que se hacía a mi lado
no vino. O esa ancianita que vendía flores en la esquina ya no
está. Pero uno va creciendo. Se le mueren los padres, los amigos,
los hermanos. Entonces ya no se trata de la muerte. Es mi muerte.
Y cada vez que acompañamos a un ser querido que inicia ese viaje
sin retorno, melancólicamente nos corremos un puesto, en esta
antesala que es la tierra. Por lo tanto, querámoslo o no. Creamos
o no, la vida nos coloca cara a cara, frente a este misterio del
morir.
Un día, sus alumnos le preguntaron a Marx: "Maestro, ¿qué es la
muerte?" Y el sabio respondió: "Morimos" y continuó hablando
de otro asunto. Sin embargo la religión cristiana puede responder,
de forma adecuada, a este enigma. Una respuesta que se afianza
en Jesús, muerto y resucitado.
Toda nuestra fe se fundamenta en Jesús de Nazaret, un profeta
inocente a quien mataron en cruz. Según el libro de Los Hechos,
así explicaba Festo al rey Agripa las acusaciones de los judíos
contra san Pablo: "Son discusiones de su propia religión y sobre
un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que está v ivo".
La liturgia de esta noche quiere presentar a nuestros ojos y a la fe
de la comunidad a ese Jesús que rompió las cadenas de la muerte.
Después de veinte siglos, nosotros recorremos también en esta
noche, ese mismo camino de aquellas mujeres que volvieron al
sepulcro del Señor. Llegaban del desconsuelo y encontraron el
gozo. Venían del desconcierto y hallaron la certeza. Venían de la
tragedia y fueron consoladas al ver al Señor. " N o está aquí, les
dicen los ángeles. Ha resucitado".
El fuego nuevo que hemos encendido, el pregón Pascual
A que es un himno de alabanza a quien venció la muerte.
Las lecturas, con las cuales repasamos cuánto ha hecho
f Dios por nosotros. El agua bendecida que nos hacer
renacer a la gracia y ante la cual renovamos los compro-
46
misos bautismales. La fe comunitaria alrededor del Cirio Pascual,
símbolo del Maestro. Todo ello va tejiendo la espléndida liturgia
de esta noche. Sí, el Señor ha resucitado de entre los muertos.
En un pequeño hospital, agonizaba un joven víctima de la desnu
trición y de paludismo. Cuando la fiebre comenzaba a opacarle la
mente, llamó afanosamente al sacerdote: "Padre, por favor,
jesuseme". Se trataba de que el sacerdote le repitiera al oído:
Jesús, Jesús, Jesús". Una plegaria ctue lanzaba un puente levadi
zo sobre el abismo de esa muerte ya próxima.
A ese mismo Jesús que se alzó del sepulcro, el primer día de la
semana, ante el asombro de aquellas piadosas mujeres, confiamos
ahora nosotros nuestro presente y nuestro porvenir. " ¡Qué noche
tan feliz, cuando se une el cielo con la tierra, lo humano y lo
divino. En la cual, arrancados de la oscuridad del pecado, somos
restituidos a la gracia!".
47 ^—i
TIEMPO PASCUA
Primer domingo
¿Dónde lo han puesto?
"María Magdalena fue al sepulcro al amanecer y vio la losa quitada. Corrió donde estaba
Simón Pedro y le dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto».
San Juan, cap. 20.
Muere la luz, los pájaros no regresan al nido, cae el árbol vencido
por el tiempo, se deshacen las rocas, huyen los sueños, desapare
cen los apellidos, se agotan las Fortunas, el barco se destroza
contra el acantilado, se acak^a el manantial, se extingue la esperan
za. ¿Y el hombre?
La muerte nos roba todo lo que hemos acumulado durante mu
chos años, nos arrebata la experiencia, borra el buen nombre,
marchita el arte, amenaza toda alegría, separa a los hermanos,
dispersa a los amigos. En cambio nos devuelve un cadáver, un
poco de huesos, un puñado de polvo, un epitafio, una leyenda
borrosa, nada...
Vivimos bajo el signo de la angustia. Porque «todavía no hemos
entendido las escrituras que El había de resucitar de entre los
muertos». Amamos a Cristo, es verdad, pero como María Mag
dalena no atinamos a saber dónde le han puesto.
i
J^ Sin embargo, el Señor desea encontrarse con nosotros
para sanar nuestra desesperanza. A Magdalena le busca
nuevamente en el sepulcro. Se le aparece en figura de
hortelano. A Pedro se le presenta como el amigo de
48
" v
siempre, sin recordar sus negaciones. Para los viajeros de Emaús es
un compañero de camino.
Esa tarde, reunidos en el cenáculo, los apóstoles, excepto Tomás,
pueden verlo y contemplar sus cicatrices.
Todo esto sucedió aquel domingo, «el primer día de la semana»,
el primer día de un mundo nuevo, de una historia renovada ¿Y
nosotros?
«Vengan a ver", nos dirán los ángeles que custodian la tumba,
después que los guardas han huido. Antes estaba en el sepulcro,
ahora le hallamos glorioso en los cielos y vivo en su Iglesia.
Se adivinaba su presencia en la fortaleza de los primeros mártires.
Hoy lo descubrimos en la abnegación de una obrera y en la
paciencia de un moribundo. Habitó en las catedrales románicas y
góticas, hoy también acompaña la sencilla comunidad cristiana bajo
un techo pajizo. Hablaron de El los padres de la Iglesia, los
teólogos medioevales, los pensadores, los novelistas. Hoy los
traduce la fe de una madre de familia. Lo muestra la esperanza
sobre el corazón de un joven que regresa después de insufrible
travesía.
Cristo, vive y nos transforma. Viaja en la historia, adherido como
la luz al calor, como la velocidad al movimiento. Lo hallamos en la
doctrina de los concilios, en el cómputo de nuestros almanaques,
en el taller de los orfebres, en la osadía de los misioneros.
Lo hallamos en el amanecer de este domingo, que ilumina los
sepulcros de nuestros seres queridos y le da otro resplandor, otra
figura, otro poder, otra proporción a nuestra propia muerte.
Algunos aún no lo hemos empezado a buscar "donde le han
puesto". Otros ya lo encontraron. Pero todos sentimos
que el universo es distinto de hoy en adelante, porque "1
El ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. 49 %
Segundo domingo
Gracias, Tomás.
"Los otros discípulos decían a Tomás: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó:
"Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
San Juan, cap. 20.
Tomás, hermano nuestro: tus dudas nos han beneficiado. Hubiera
sido más hermoso creer de inmediato la noticia. Cerrar los ojos e
imaginar que ya habías tocado las manos del Maestro y palpado
sus cicatrices. Sí, más hermoso, pero menos humano.
Te comprendemos perfectamente. También a nosotros nos han
defraudado muchas veces. En vez de amor nos entregaron un
manojo de leyes. Cuando pedimos pan nos comprometieron con
una ideología. Y al buscar ser nos respondieron con teorías
sicológicas.
Hoy más que nunca es necesario ser precavidos. La línea que
divide el bien del mal, lo verdadero de lo falso, se ha cambiado
en un rasgo ambiguo y diluido que no ayuda al discernimiento.
Hoy es difícil saber si estamos a favor de Dios, o en su contra, si
pretendemos liberar al hombre o subyugarlo. N o nos escandaliza
tu reclamo. Imaginamos que hablabas sin ira, con voz serena y
firme y anhelando con toda el alma abrazar al Maestro. Además
tus dudas no iban contra Cristo. Se apoyaban en ese enorme
parecido que tenía el Señor con los demás hombres de su tiempo.
Nos sentimos identificados contigo, apreciado Tomás. Aprendi
mos una fe que no preveía nuestra inmensa capacidad de
pecado, ni tenía en cuenta las limitaciones de la Iglesia, ni
tampoco las crisis que a todos nos golpean. Nos moti
varon demasiado para mirar al cielo y por eso los pro
blemas de la tierra nos amilanan y nos escandalizan.
x XVC/XT-U ^LnnitíJí •
Creer hoy tampoco es cosa fácil. Algunos proclaman que es mejor
evitar toda réplica, esquivar toda pregunta y dedicarnos a asuntos
ordinarios, como edificar un rascacielos, labrar la tierra, o negociar
con valores de bolsa. Pero el corazón nos avisa que Jesús está
cerca y que si acudimos al cenáculo, El nos llamará por nuestro
nombre, nos invitará al abrazo y saldremos de allí transformados.
N o cuenta el Evangelio, si también los otros discípulos dudaron.
Suponemos que sí. Es parte de nuestra índole humana. Pero tu
historia es la más diciente, la más parecida a nuestras situaciones.
Muchas veces, le hemos planteado a Dios la necesidad de su
presencia visible. Nos cuesta tanto mantener encendido el fuego
del hogar, ser fieles a nuestros compromisos, permanecer como
hijos sinceros de la Iglesia.
Vemos también en tu lenguaje una forma de orar. Sobre el contex
to de tu desafío se dibuja, sin embargo, un gran amor y una
delicada esperanza. Las palabras más duras, cuando se las decimos
a Dios con cariño, adquieren la vibración de una plegaria.
¡Gracias, Tomás, hermano nuestro!
Tercer domingo
Los reporteros de Emaús
"Dos discípulos de Jesús iban andando el primer día de la semana, a una aldea llamada Emaús, y comentaban lo sucedido entonces en Jerusalén".
San Lucas, cap. 24.
La narrativa de san Lucas es superior frente a los demás evangelios.
Su redacción es más ágil, recoge detalles más pintorescos. Descri
be con mayor propiedad los lugares, las personas, los aconteci
mientos. Lo comprobamos en el relato de aquellos discípulos que,
luego de la fiesta de Pascua, regresaban a Emaús. Una aldea dis
tante de Jerusalén unas dos leguas.
El evangelista, resalta el ánimo quebrantado de aquellos caminantes:
"Nosotros esperábamos que Jesús fuera el liberador de Israel".
Según enseñan los Biblístas, esta página corresponde a un hecho
real, retocado por los catequistas de entonces, y recogido por san
Lucas hacia el año 75 de nuestra era: Los primeros cristianos veían
retratados aquí a quienes siguen al Señor, pero sin encontrarse con
El personalmente.
Según el texto de san Lucas, estos discípulos sabían mucho de
Jesús. Cuentas hechos y apreciaciones personales. Tal vez habían
acompañado al Maestro en sus andanzas. ¿Por qué entonces no
se quedaron un día más en la capital?
Todo ocurrió con tal rapidez que sin pensarlo, el mundo se les vino
encima. Es cierto que unas mujeres contaban haber visto al Señor.
¿Pero no apuntaría todo ello a sanar un dolor incurable?
Años antes, también otros profetas habían engañado al
52 pueblo. ¿Este sería uno más?. Y el corazón se les hun-
ik\u ,M\ día en la desesperanza.
El viajero que se les juntó en el camino escuchaba atentamente su relato, comprobando que sus interlocutores no eran testigos del Maestro. Únicamente desconcertados reporteros: si esa historia de Jesús de Nazaret terminó mal, ya ellos curaban en salud. Si hubiera culminado con éxito, habrían procurado sacarle algún provecho.
Una actitud que nos retrata a muchos cristianos: poco o nada interesa que Jesús sea Dios o no lo sea. Nos deja sin cuidado relacionarnos con El en la comunidad creyente. Nos bastan los amigos, los negocios y un trabajo ejercido con mediana honradez. Otras facetas del Evangelio nos dejan sin cuidado.
Sin embargo, en favor de aquellos descorazonados discípulos —
para nuestra situación- el Señor interviene. Aunque ellos no lo
habían reconocido.
El discurso del Maestro, aunque san Lucas no lo consigna por extenso, explica, "comenzando por Moisés y los profetas", todo el programa del Mesías y luego hace ademán de seguir adelante.
Pero los dos discípulos ya interesados en revisar su experiencia de
Jesús", le apremian: "Quédate con nosotros porque ya atardece".
Entraron —el evangelista no describe el lugar- y allí compartieron el pan a la usanza judía, luego de hacer la acción de gracias. Entonces a los dos viajeros se les abrieron los ojos y el corazón. Pero el Señor había desaparecido.
Lástima no seguir gozando de su presencia. Sin embargo, no importa. Ya se habían transformado, de simples reporteros, en testigos: "Levantándose al momento volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once. Y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan '.
El Señor nos invita a no apartarnos de él, a pesar de los desconciertos. Pero si nos marchamos de Jerusalén en busca de una vida ordinaria, más segura quizá, se hace el encontradizo en el camino. Sin embargo para reconocerlo es necesa- 1
rio escuchar su palabra y compartir con muchos otros el ' 53 y
pan. r-
Cuarto domingo
El álbum familiar
«El Buen Pastor conoce a sus ovejas. Las va llamando por el nombre y éstas conocen su voz y
lo siguen». San Juan, cap. 10.
El álbum familiar guarda con cariño la imagen del abuelo, el recuer
do de una excursión a la montaña, o a la orilla del mar, los rostros
de los niños, la silueta de la casa de campo, el itinerario de un
viaje y la alegría de un amigo ausente.
También el Evangelio conserva las distintas escenas de la vida del
Señor. Mateo, Marcos, Lucas y Juan nos retratan a Jesús de muy
diversas formas: como esposo, como agricultor, padre de familia,
viajero, negociante de perlas, buscador de tesoros, maestro, mé
dico, o pastor...
Pero el afecto pudo más que la memoria. De ahí las repeticiones
en el relato, las metáforas, muy del estilo hebreo, ciertas inexacti
tudes que no deslucen la verdad de su historia, los lugares comu
nes y un agradable desorden que no coincide cronológicamente
con la vida de Jesús.
Pero volvamos a la metáfora del pastor. Israel era un pueblo de
pastores «Nosotros somos tus siervos, pastores desde nuestra in
fancia, lo mismo que nuestros padres», le dice José al Faraón
( G n . 4 7 , 3 ) . Pastores fueron muchos de sus jefes: Moisés, que
guardaba el ganado de Jetró, sacerdote de Madián (Ex. 3 , 1 ) .
David a quien Vahvé «sacó de los rebaños para que apacentase a
su pueblo», (1 S. 1 6 ,1 1 ) . Amos, que procedía «de los
rebaños de Técoa"(Am. 1 ,1) .
\ Y Es lógico entonces que el Antiguo Testamento anuncie
al Mesías con rasgos sacados de la vida pastoril. Y Je
sús, apenas nacido en Belén, llama hasta el pesebre a «unos pasto
res que dormían a campo raso y velaban durante la noche sus
rebaños». (Le. 2 , 8 ) .
Dos rasgos nos llaman la atención en este Buen Pastor del Evange
lio: Cristo conoce sus ovejas y a todas las llama por su nombre.
Todos tenemos un ansia infinita de individualidad. Ninguno quiere
ser tratado como cosa. Porque no somos artículos producidos en
serie. Somos- personas con una historia íntima, en un proceso
muchas veces glorioso, otras atormentado. Con una insondable
intimidad, pocas veces conocida aún por nosotros mismos.
Para avanzar hacia la cumbre, basta que llegue alguien que nos
conozca íntegramente.. Dios es para nosotros como el artista que
conoce su instrumento y sabe pulsarlo sabiamente.
Además, el Señor conoce a cada uno por su nombre. Pascal,
quien supo conjugar en su vida la rudeza con la más delicada
ternura, se conmovía pensando en «la gota de sangre de Dios
derramada por el individuo Blas Pascal». Como San Pablo, quien a
pesar de hablar casi siempre en plural, les escribió a los cristianos
de Galacia: «Me amó y se entregó por mí».
4 55 >
^
Quinto domingo
En casa de mi Padre
"Dijo Jesús: En casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, se los habría dicho. Me voy a
prepararles un sitio. No pierdan la calma. Creen en Dios; crean también en mí». San Juan, cap. 14.
Cuentan que una vez el Señor quiso conversar cara a cara con sus
hijos.
- Yo, se quejó un pescador, sólo tengo unos troncos y unas hojas
de palma... - Construyete una choza, dijo Dios. Cuando llegue el
invierno, recoge nuevamente tus aparejos y échate a andar en
busca de otra tierra.
Como los pescadores, muchos de nosotros caminamos de ideolo
gía en ideología, de una actitud ante la vida a otra actitud, siempre
nómadas. El Señor sabe nuestra zozobra. Pero si le buscamos
sinceramente, al acampar aquí y allá, vamos edificando como dice
el prefacio de difuntos, una mansión eterna en el Cielo.
- Señor, dijo un obrero sin trabajo, apenas he logrado levantar un
cuartucho, con cartones y una madera vieja que me dio el último
patrón.
- Pero no te quedes ahí, dijo el Señor amablemente. Lucha,
aspira, busca, no te resignes.
Otros, nos parecemos a los obreros cesantes. Nunca tuvimos una
educación religiosa. Apenas logramos defendernos en la vida
con una fe incipiente, semejante a un instinto religioso. El
p ,, Señor nos dice que no debemos quedarnos ahí. Es nece-
\¡j 56 ¡^ s a r ¡ 0 luchar, aspirar a más, buscar, no resignarnos.
- He logrado, dijo un albañil, conseguir unas tejas, un poco de
cemento, arena que me trajo la creciente del río y algunas piedras.
- Fabrícate una alcoba. Pero le abrirás una ventana hacia el oriente.
Una vivienda sin ventanas sólo mira hacia dentro. A l l í cerca planta
rás un árbol y con él crecerá tu esperanza.
Algunos de nosotros apenas logramos improvisar un aposento para
abrigarnos. El Señor nos invita a abrirnos a la luz, a la vida, a la
confianza.
- Yo, explicó un empleado, pude comprar a plazos un terreno.
¿Qué puedo hacer?
- Puedes levantar una casa poco a poco, para albergar a tu familia.
Pero acoge también allí la paz, la alegría, el amor.
Quienes hemos recibido el don de la fe y una adecuada formación
cristiana ya hemos edificado una casa. Estamos pues, llamados a
vivir plenamente el bautismo, el gozo de la Pascua, la vocación de
la familia, el diálogo constructivo y fraterno.
-¿Y yo Señor? (Este era un hombre rico) - Debes levantar una torre. A l l í podrás vivir con los tuyos y com
partir con los demás. N o cierres nunca el corazón porque secarías
la fuente de tu dicha.
A l recibir más de lo ordinario, otros tenemos, el deber de acoger
a los demás, de repartir con ellos, de tenderles la mano y edificar
un mundo distinto.
«En casa de mi Padre hay muchas moradas». Muchos modos de ser, muchas formas de amor, muchos senderos que conducen a igual plenitud. Muchas fórmulas para construir a la persona, muchas recetas para fabricar la felicidad.
«Cuando me vaya y les prepare un lugar, los llevaré conmigo».
Ese día no habrá sobre la tierra desigualdad ninguna. Va
los hombres no habitarán en tiendas de campaña. ;—^ 57
J ¿
Sexto domingo
Amigos de tiempo completo
«No los dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán
porque yo sigo viviendo». San Juan, cap. 14.
Mientras vamos de paso por la tierra, es nuestra vida veloz, frágil,
veloz y deleznable. Sin embargo sobre tal pobreza se levanta un
deseo, jamás interrumpido, de supervivencia. De eternidad.
" De él brota el empeño por conformar una familia, por entregar a la
posteridad un libro, fundar una ciudad, o al menos grabar nuestras
iniciales sobre la corteza de un árbol.
Los primitivos pintaron en la roca sus escenas de cazas. Los
egipcios levantaron pirámides. Leonardo nos legó la sonrisa enig
mática de la Gioconda. Mi guel Ángel extrajo de la roca a David y
a Moisés. Y Beethoven se hizo inmortal con sus sinfonías.
El Señor Jesús, hecho igual a nosotros en todo menos en el
pecado, también sintió ese deseo de perpetuidad para que su
plan de salvación se continuara en la historia. «No los dejaré
desamparados. Ustedes me verán porque sigo viviendo».
Aceptamos la presencia de alguien cuando le miramos sentado a
nuestra mesa, cuando escuchamos su voz familiar y sentimos su
afecto. Pero hay otras formas de presencia. La de los padres que
siempre se hallan presentes en los hijos. La del maestro que nos
enseñó las primeras letras. Están presentes también en nuestra ruta
el amigo, el consejero. El médico que ha curado nuestros
A . males.
De estas maneras, pero en su calidad de Dios, Cristo
vive presente entre nosotros. Sin embargo, a El no le
bastó una presencia impersonal y relativa. Por eso, al principio de
su misión, se escogió doce amigos. V luego los envió a predicar su
mensaje por todos los rincones de la tierra.
Continuadores de los apóstoles son nuestros sacerdotes. Su oficio
es representar al Señor. Son su remplazo, su recuerdo viviente.
Ellos anuncian, apoyan, iluminan, aconsejan, celebran los sacra
mentos. Acompañan, orientan y consuelan. Los encontramos cada
día a nuestro paso. Son miembros de nuestra comunidad, quizá
parientes cercanos. Pero frecuentemente ignoramos su vida, su
tarea, sus actividades, su labor muchas veces, silenciosa, pero siempre
fecunda.
Cuando los miremos de cerca, los apreciaremos mucho más y
estaremos de acuerdo: son amigos de tiempo completo.
Más allá del arte, de la técnica, del deporte, del mundo de los
negocios o de las relaciones internacionales, se coloca la vocación
sacerdotal como un servicio noble y eficaz a la comunidad humana.
Muchos jóvenes lo han comprendido y por eso los seminarios
vuelven a llenarse.
Hagamos hoy patente nuestro aprecio hacia los sacerdotes, quie
nes enriquecen la comunidad por el servicio de la fe y de los
sacramentos.
i 59 h, á
Domingo de Pentecostés
Nuestro Espíritu Santo
"Estando los discípulos reunidos en una casa, entró Jesús y les dijo: Paz a ustedes. Luego exhaló su aliento sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu
Santo". San Juan, cap. 20.
La vida de Jesús, su manera de ser, el núcleo de su doctrina, la
parte comunicable de su persona, lo más íntimo de sus deseos y
sentimientos, su poder transformante... Todo esto que podemos
encerrar en la expresión «Espíritu de Jesús", se fue comunicando a
los apóstoles desde el primer encuentro con el Señor.
Por medio de la amistad y del diálogo, el Maestro trató de con
formar a los discípulos a su imagen y semejanza, para hacerlos
continuadores de su misión.
También nosotros, desde el bautismo, comenzamos a recibir la
influencia de Dios en nuestra vida. Isaías nos habla en el capítulo
XI de los dones, por medio de los cuales se hace tangible la
presencia del Espíritu de Dios.
San Pablo, en sus cartas, les explicará luego a los cristianos cómo
obra el Señor en cada uno.
Un profesor de catequesis se siente entusiasmado en su trabajo.
Encuentra cada día nuevos recursos para transmitir el Evangelio.
Quizá no lo advierta, pero el Don de Sabiduría lo acompaña.
De un obrero se dice que tiene sentido común. Para él son
fa claras las más complicadas situaciones, les encuentra la
. solución adecuada. Le ha sido dado el Don de Enten-
y dimiento. i 60
Un profesional, un sacerdote, una madre de familia tienen un algo
en común. La gente acude a ellos con su problema, su historia
dolorosa. Saben comunicar la paz, la alegría, el deseo de seguir
luchando. Poseen el Don del Consejo.
Un científico madruga cada día a su laboratorio. Hoy, aisla un
virus, mañana, ensaya una vacuna, luego supone un antídoto, siempre
con el ansia rebelde de ayudar a la humanidad. Lo mueve el Don
de Ciencia.
Un alcohólico, un drogadicto, una joven desesperada, advierten
de pronto, que la imagen de un Dios padre no se ha borrado aún
de su memoria. Sienten miedo de perder su bondad. Guiados
por el Temor de Dios, emprenden el camino de regreso.
Unos esposos ven su hogar en peligro. Oran, buscan ayuda,
sufren, luchan. Hasta que un día las cosas empiezan a cambiar.
Como si de repente, todo se hubiera vuelto nuevo. Los ha soste
nido el Don de la Fortaleza.
Los integrantes de un grupo juvenil descubren la fuerza de la
oración. Cada semana emplean un buen rato para comunicarse con
Dios. El Señor les habla, llega a sus vidas, los transforma. Los
anima el Don de Piedad.
«Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es bajo la acción del
Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu,-
hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor. Hay diversidad
de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos». Así
enseñaba San Pablo a los fieles de Corinto.
i _A_
61 ls A
>
Solemnidad de la Santísima Trinidad
La intención de Jesús
"Dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que los que creen en El tengan vida eterna».
San Juan, cap. 3.
Un ex cobrador de tributos, amigo de Jesús escribe en lengua siríaca la historia del Maestro. En Efeso y en Antioquía, los discípulos de Juan Evangelista recogen sus escritos y añaden de su cuenta comentarios e interpretaciones. Orígenes pone al servicio de la fe toda la ciencia y la filosofía de los griegos. Los predicadores se esfuerzan en encontrar la palabra exacta, el lenguaje adecuado, para enseñar al pueblo los misterios de Dios.
De pronto hallamos que, en la comunidad cristiana, se habla de Trinidad. Trescientos dieciocho Padres se reúnen en Nicea el año 3 2 5 . Aparece un largo símbolo, atribuido a San Atanasio, donde se explica la naturaleza y las funciones de las Tres Divinas Personas. Se enfrentan diversos grupos de creyentes. Algunos son tachados de herejes por emplear un adjetivo, por no añadir una conjunción.
Después de esto, muchos nos quedamos con un misterio frío y filosófico: un Dios en Tres Personas, una teoría de Dios, que no convence al corazón.
Sin embargo, detrás de la palabra Trinidad, se esconde todo el misterio de Dios que Cristo vino a revelarnos. Su intención era mostrar ese misterio, no en cuanto tiene de inaccesible, sino en cuanto somos capaces de entenderlo. Por eso nos trae su expe
riencia de Dios, pero la vive entre nosotros de una manera • completamente humana y asequible.
',, 62 y Nos ayuda a entender a un Dios Padre, en la semilla
1k que germina en el surco, en la levadura que fermenta la
masa, en el Pastor Bueno que busca la oveja extraviada, en el
padre que espera todos los días a su hijo ausente y reprende con
mansedumbre al presumido hijo mayor.
Cristo nos revela a un Dios Hi jo , Redentor y Salvador: lo explica
a Nicodemo diciéndole que El ha venido al mundo, para que
cuantos crean en El tensan la vida eterna. Nos lo enseña cuando
multiplica los panes, da vista a los ciegos, limpia leprosos, resucita
muertos. Cuando se acerca a los publícanos y pecadores, sin
miedo de contaminarse. Cuando repite que nadie tiene más amor
que quien da la vida por sus amigos.
Cristo nos motiva a entender a Dios, Luz, Verdad, Fuerza, Espíri
tu: cuando explica a la mujer de Samaría otra manera de creer más
limpia y sincera. Cuando cambia el corazón de Zaqueo, o revela
en las Bienaventuranzas la fórmula de la felicidad. Cuando, con
paciente pedagogía, resume a los apóstoles los puntos claves de
su doctrina. Cuando envía a sus amigos a predicar, por todos los
confines de la tierra.
Cristo vino a enseñarnos a encontrar a Dios desde el andamiaje de
nuestra humanidad, apoyándonos sobre nuestro escaso entendi
miento, sobre nuestro amor contagiado de egoísmo. Basta abrir el
postigo de nuestra ventana y aceptar el torrente de luz que viene
de lo alto. Basta, soñar con la fuente, junto a nuestro pequeño
manantial. Basta suspirar por su calor, cerca a nuestra lumbre incier
ta y vacilante.
i 63 »
Solemnidad del Corpus Christi
¿Por qué le buscamos?
"Dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien come de este pan vivirá
para siempre". San Juan, cap. 6.
Decía Eric Fromm que la sociedad contemporánea ha crecido, no junto al templo, al castillo, o la fábrica, sino alrededor del supermercado. La revolución del siglo XVII I la llevaron a cabo los ciudadanos, mientras que las de hoy las agitamos los consumidores.
¿Qué desea usted? ¿Electrodomésticos, automóviles, trajes, abonos, herramientas, obras de arte, cosméticos, anticonceptivos, muebles de todos estilos, pasajes a crédito, discos compactos, diversiones, influencias, intrigas?..
Quizá pensamos que la Iglesia de Cristo es un factor más de esa sociedad de consumo, que nos opaca la mente y apaga los nobles ideales. Como si añadiéramos al listado anterior: se ofrecen sacramentos, tranquilidad del alma, relaciones amistosas, equilibrio moral, fidelidad conyugal, dignidad humana, pasajes para el cielo... Todo de óptima calidad, a bajos precios, indiscutible garantía... Se atiende también a domicilio.
En el discurso sobre el Pan de Vida, que nos trae san Juan, el
Señor les reprocha a sus discípulos: ustedes me buscan, no por lo
que soy, sino por las cosas que puedo dar, por el pan que les
repartí en el desierto hasta saciarlos.
Nuestras actitudes hacia el Señor y la vida cristiana son también
con frecuencia, utilitarias. Somos cristianos cuando esto nos
produce ventajas, no por amistad con Jesucristo. A la ; 1 hora del esfuerzo, la religión se nos queda en teoría y
v] 64 ,¡p obramos como los paganos. A veces ni siquiera como
ellos. >f~
Podríamos pensar: ¿Hemos estudiado a fondo el Evangelio? ¿Qué
sabemos, fuera de algunas noticias de prensa, sobre la vida de los
cristianos?
Cuando la Iglesia se esfuerza por enseñarnos y promovernos, ver
bigracia ante el bautismo, la confirmación, la primera comunión de
nuestros hijos, comentamos con amargura que el colegio o la pa
rroquia se han vuelto demasiado exigentes. Q u e "ahora todo lo
complican".
Para el matrimonio buscamos el cursillo más corto, porque "para
eso no tenemos tiempo". Tal vez buscamos el matrimonio religioso
porque da cierto lustre social. Lo demás no es bien elegante.
Exigimos que la Iglesia nos preste todos sus servicios, sin revisar
cuál es nuestro aporte económico a nuestra comunidad cristiana.
Cuál nuestra presencia en las actividades pastorales. Cuál nuestra
cercanía al sacerdote.
¿No es todo esto tener a la Iglesia como un supermercado?
El Evangelio de hoy termina con una bella frase que explica a
fondo qué es la Iglesia:
"Yo soy el pan de vida,- el que viene a mí no pasará hambre y el
que cree en mí no pasará nunca sed". Cristo es para nosotros, a
través de la Iglesia, la despensa y la fuente, pero es necesario que
vayamos, a El. N o basta creer en Jesucristo, hay algo más hondo
y prometedor: creerle a Jesucristo y atenerse a las consecuencias.
65
TIEMPO ORDINARIO
Segundo domingo
El Cordero de Dios
"Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esto sucedía en Betania, al otro lado del
Jordán». San Juan, cap. 1.
En arameo una sola palabra, "talía , se traduce por siervo y por
cordero. Juan Bautista presenta al Maestro como el "cordero de
Dios". Jesús es "el siervo de Vavéh" que se entrega para salvarnos.
Y a la vez, el remplazo del cordero que se sacrificaba en la
celebración de la Pascua. El Precursor señala que el Señor habría
de quitar el pecado del mundo.
Los libros de moral están repletos de conceptos sobre el pecado.
Lo definen, lo clasifican, lo interpretan, escudriñan sus causas, su
gravedad, enumeran sus efectos, nos revelan su historia, sus varia
ciones. Pero no es fácil aplicar esta doctrina a nuestra vida práctica.
El pecado sigue oculto en el misterio, agazapado en los estratos
más hondos de nuestro ser, escondido bajo las formas más diversas
y cambiantes.
Alguien escribió que para entender perfectamente el pecado, sería
menester haber comprendido qué es el amor de Dios. Y sería
también necesario comprender los planes del Señor, la conciencia,
la libertad, el destino del hombre. En esa ruta, apenas si
hemos avanzado algunos pasos.
O t r o método para conocer el pecado, sería desnudar
nos, poco a poco, de las muchas cortezas que superfi-i 66
A L
cialmente nos envuelven, para encontrarnos cara a cara con nuestra
propia realidad. Con razón se ha comparado al hombre con una
insignificante cebolla. Numerosas capas nos envuelven y al final,
¿qué descubrimos dentro?
Si pudiéramos deshacernos de nuestros condicionamientos cultura
les, de los convencionalismos que modelan toda conducta, de
nuestras excentricidades, de los personajes que representamos cada
día, de las máscaras que usamos ante los demás, de aquellos
sueños que hemos convertido en realidad para apoyarnos... En
tonces sentiríamos mucho frío. Pero comprobaríamos que somos
demasiado pequeños.
Tal vez no entendamos todavía la esencia del pecado. Mas lo
importante no es comprenderlo, disecarlo en una definición, ni
siquiera identificarlo, como si se tratara de una bacteria peligrosa.
Lo importante es aceptarnos pecadores, débiles, limitados y mirar
con esperanza al Señor que puede sanarnos. A Cristo que quita el
pecado del mundo.
El pecado existe en nosotros como deficiencia, como inclinación,
como acto, como actitud, como clima que insensiblemente nos
contamina.
El discípulo del Señor no es un hombre sin pecado. José María
Cabodevilla nos lo dice en atrevida frase: «Sería demasiado triste,
sería intolerable, no poder pecar: ello supondría que no podemos
amar a Dios libremente». Y la liturgia pascual llama feliz nuestra
culpa, porque nos mereció un Redentor tan generoso.
El cristiano es un hombre que busca a Jesucristo y de su mano
empieza cada día el camino prolongado y difícil, hacia regiones más
fértiles, más limpias y resplandecientes.
Í 67 ^ fc> A
Tercer domingo
Pescadores de hombres
"Paseando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón y a Andrés. Y más ade
lante vio a Santiago y a Juan, hermanos también, y los llamó". San Mateo, cap. 4.
A quienes cultivan ilusiones, con cierto menosprecio, los llamamos
ilusos. Olvidando que para ser persona humana y mucho más para
triunfar en la vida, son indispensables los sueños. A l fin y al cabo,
como señala un escritor, el hombre se compone de cabeza, tron
co, extremidades y utopía.
Paseando junto al mar de Galilea, nos dice san Mateo, Jesús vio a
dos hermanos: Simón y Andrés, que echaban las redes. Y pasan
do adelante halló a Juan y Santiago que también eran pescadores.
El Señor les di jo: vengan conmigo. Y, ellos le siguieron.
Toda invitación corresponde a una ilusión que mantenemos escon
dida en el alma. De lo contrario, sonaría en los oídos pero no
alcanzaría a resonar dentro del corazón.
¿Qué clase de ilusiones alentarían estos hombres del lago? Quizá
pesca abundante. Buen mercado para la misma. Una mujer ama
ble, muchos hijos en una casa rodeada de viñas y trigales. De
pronto, un viaje a Mesopotamia o a Fenicia. Y una vejez tranquila
cuando ya el Mesías hubiera llegado.
Jesús les presenta a estos pescadores un proyecto que
A coincide con su tarea del lago, pero que incluye una
v variante, la cual ellos no entienden de inmediato: el
y objetivo de sus redes sería la humanidad.
W
Diríamos que el Señor, se ensaya a pescador. Y arroja una carnada
que disfraza el anzuelo: "Vengan conmigo y los haré pescadores
de hombres".
La pesquería era lo suyo para estos galileos, a la madrugada y a la
tarde. Pero habría que atrapar a la gente. En Jeremías se lee que
Dios enviaría pescadores a capturar los hijos de su pueblo. Ese
oficio de pescar hombres sólo podría ser tarea de Yavéh.
Sin embargo, advirtamos que previamente a ese llamado, uno de
cada par de hermanos se había entrevistado con el Maestro. Lo
cuenta el cuarto evangelista. Andrés y el mismo Juan habían sido
discípulos del Bautista. Y cuando éste señaló al carpintero de
Nazaret como el cordero que quitaría los pecados del mundo,
ambos se acercan a Jesús le preguntan muchas cosas y pasan con
El toda la tarde.
Tan convencidos quedan que Andrés le asegura a su hermano
Simón: hemos encontrado al Mesías y lo acerca enseguida al
Señor. También Juan convencería a Santiago, su hermano y com
pañero de faena en el lago.
De la conducta de estos cuatro discípulos, aprenden los que han sido llamados a un estado especial en la Iglesia. Pero también todos los cristianos.
El seguimiento de Cristo es un proceso que comienza de muy
variadas formas, según las circunstancias y el temperamento de cada
quien. A veces brota tiene origen en un deseo de una vida menos
prosaica. O en el deseo de compartir lo que somos y tenemos. O
también desde un sentimiento de frustración personal.
Pero enseguida, en la mitad de nuestras inquietudes comienza a
dibujarse un rostro. Y llenos de alegría exclamamos: es el Señor.
N o basta entonces, ser buenos simplemente. La vocación
cristiana consiste en avanzar. Para compartir con muchos A
cuanto sabemos de Jesús. Lo que sentimos en su com- | # - í j
pañía y la manera tan hermosa como El nos ha cambiado 4 69
la vida. k_¿ >>
Cuarto domingo
Las palabras enfermas
"Jesús se puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino
de los Cielos». San Mateo, cap. 5.
Las estatuas se enferman por la ofensiva de la lluvia y el viento. El
mármol se deshace, el bronce se disuelve en herrumbre y lenta
mente se descompone la piedra. Se gastan las monedas, de tanto
pasar de mano en mano, se borran sus imágenes, se desvanecen
sus inscripciones y al final no sabemos si ostenta la efigie de algún
dios o la de un César.
También se enferman las palabras y dejan de traducir los sueños,
los deseos y los pensamientos de las personas. Se vuelven arruga
das y mustias y ya no sirven para acercar a las gentes. N o invitan a
sonreír, ni empujan las manos hacía el saludo y los abrazos.
«Alegría" es una de esas palabras. Porque la hemos manchado y
camina por ahí, quebrantada y quejosa, sin deseos de seguir exis
tiendo.
«Amor" es otra palabra disminuida y maltrecha. Tanto la hemos
profanado, que parece necesario crear otro vocablo que signifique
esas ansias vitales del bien, esa fuerza interior hacia la comunión y
el éxtasis.
«Pobreza" es otra palabra enferma. Jesús en el Sermón de la
montaña, la señala como una herramienta para labrar la felicidad de
los hombres. Pero no hemos aprendido a emplearla.
Cristo nos enseña una pobreza simple y jovial, amiga de
las aves y los lirios del campo, confiada alegremente en
la Providencia. Una pobreza realista e industriosa, sin
j mucha elaboración metafísica.
En el discurso de las Bienaventuranzas, era una palabra limpia y
sonora, como una campana para despertar a los hombres a orar, a
trabajar todos los días, sin remordimientos ni rencores.
Pero nosotros hemos contaminado la pobreza con interminables
dialécticas, la hemos mancillado con odio, la hemos privado de su
capacidad de comunión, la hemos convertido en un arma para
dividir a la humanidad. La hemos falseado confundiéndola con la
miseria, el orgullo, la agitación, la rebeldía hacia todo y contra
todo.
La pobreza ha perdido su elegancia inicial, su apellido evangélico,
su simpatía, su ministerio de edificar el Reino de Dios sobre la
tierra.
N o vivimos la pobreza. Los que no tenemos, perseguimos un
ideal falsificado de persona. Nos fatigamos en busca de muchas
cosas superfluas, nos acosa la envidia y no encontramos la felicidad
prometida por el Señor.
Quienes gozamos de bienes vamos siempre a la defensiva. Porque
olvidamos amar según el Evangelio y nos tranquilizamos al entregar
lo que nos sobra. Tampoco de este modo alcanzamos la bienaven
turanza.
El Señor nos invita a devolver a la pobreza su salud. Para que
vuelva a ser atractiva, traduzca los sueños y los deseos de Dios,
acerque a la gente, invite a sonreír y empuje las manos hacia el
saludo y los abrazos.
Quinto domingo
El riesgo de ser distintos
"Dije Jesús a sus discípulos: ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo".
San Mateo, cap. 5.
Cuando ya amanecía, los pescadores de Genesaret regresaban al puerto. Habían amontonado sus redes en la proa, y los pescados en la mitad de la barca. Enseguida, hacían su desayuno con pescado a las brasas y pan, mientras iban salando la mercancía ya asediada por los mercaderes del vecindario.
Jesús, que conocía esta labor, comparó con la sal la actividad de sus discípulos, ampliándola más allá de la geografía palestina: "Ustedes son la sal de la tierra".
El Señor recordaba igualmente las costumbres del hogar judío: al
llegar la noche, alguien colmaba de aceite una lámpara y, encendida,
la situaba en un lugar alto, de donde pudiera iluminar toda la casa.
También el Maestro nos dijo que el buen cristiano se parece a la
luz: "Ustedes sois la luz del mundo".
Se trata, en primer lugar de preservar al mundo de la corrupción y además darle sabor a la vida. Se trata de conocer el camino seguro, e iluminar a los demás hacia la meta.
Somos sal y luz por el ejemplo. A l rededor de quien vive el Evangelio, muchos se congregan para encontrarle sentido a su existencia. Para poder avanzar sin tropiezos. ¿El secreto? Son
gente que ha encarnado el Evangelio y lo expresa en actitudes. Isaías nos enseña: "Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo f y no te cierres en tu egoísmo. Entonces brillará tu luz en
y las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía".
Somos sal y luz por la palabra. Nuestra enseñanza la reciben los
oídos y la mente del prójimo y desde allí comienzan a transformarlo.
Conocemos hogares, comunidades creyentes donde no brilla mucha ciencia académica, pero todo marcha como quiere el Señor.
San Pablo, escribiendo a los corintios, distinguía entre un saber
humano y ese conocimiento de Dios que cambia al hombre: "Cuan
do vine a ustedes a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice
con sublime elocuencia, pues nunca entre ustedes me precié de
saber cosa alguna, sino a Jesucristo y éste crucificado. Para que su
fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios".
Sin embargo, descubrimos que no es fácil llevar a cabo este pro
yecto de ser sal y luz. Muchas dificultades nos estorban. Ser
distinto, en una sociedad donde no ha calado el Evangelio es un
riesgo. Aparecemos como seres extraños. Gente que a todas
horas camina en contravía.
Pero tal ha de ser nuestro empeño. Con serenidad y confianza.
Con prudencia y amabilidad.
Llegó una vez un profeta a una ciudad y empezó a gritar que era
necesario cambiar de vida. A l comienzo algunos le escucharon,
pero nadie quiso enmendar sus costumbres. Sin embargo, aquel
hombre continuó predicando, a veces sin auditorio alguno.
Un día, un curioso le preguntó. ¿Por qué sigues gritando / si nadie
quiere oírte, nadie desea cambiar su vida?. Si no gritara, respon
dió el profeta, la gente del entorno ya me habría cambiado a mí
i 73 >
Sexto domingo
Sí o no
"Dijo Jesús: A ustedes les basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
San Mateo, cap. 5.
En un principio, el hombre construyó su lenguaje con señales de humo y redoble de tambores. Más tarde, dibujó sobre las rocas, ideó jeroglíficos, inventó el alfabeto y los números para alcanzar después a las maravillas de la moderna electrónica.
Una necesidad vital. Comunicarse es realizar un arriesgado viaje, por medio de los cinco sentidos hasta el alma de nuestro hermano. Pero no solamente hablan los labios o resuena la risa. También gritan los colores, los aromas y esencias modulan ideas y sentimientos. Crean mensajes las sensaciones del tacto, los sabores preguntan y responden. Y además, los ojos dialogan en silencio.
Pero en cada jornada de esta travesía, al encuentro del otro, nos acechan diversos obstáculos. Por esto nuestra relación no es siempre fraternal y evangélica.
Cristo nos dice que nuestro lenguaje ha de ser sincero y transpa
rente. Q u e digamos sí o no. Q u e lo demás viene del Maligno.
Pero en nuestro diálogo, nos motiva con frecuencia el interés. N o llegamos a una plena comunicación de verdad y de bien. Solamente entregamos una mercancía, para después recobrarla con sus dividendos.
Otras veces nos mueve la adulación. Disfrazamos la verdad
para halagar los oídos ajenos y conseguir favores. Si nues
tro único ideal es el dinero, somos capaces de adulterar
el mensaje. As í sucede con frecuencia en los medios de
comunicación.
O nos dejamos llevar del mal humor. Entonces la verdad se torna
áspera y amarga y no convence ni promueve.
Nos presentamos ante los demás revestidos de superioridad,
c reyéndonos dueños de una v e r d a d , que compart imos
misericordiosamente.
Cuenta la leyenda que la verdad era un espejo grandioso y relu
ciente, que iluminaba a todos los hombres. Pero un día, por la
envidia del diablo, se precipitó sobre la tierra rompiéndose en mil
pedazos. Cada uno de los hombres sinceros logró rescatar un
pequeño fragmento. Desde entonces es necesario ser humildes y
reconocer que la verdad plena no es patrimonio de ninguna perso
na, de ninguna institución, partido, raza, o grupo religioso.
El Concilio Vaticano II nos enseña en su Decreto sobre ecumenismo
«Muchísimos y muy importantes elementos y bienes de los que
constituyen y vivifican a la Iglesia pueden encontrarse fuera de su
recinto visible". ( 3 , 2 ) .
Por lo tanto si con ánimo afable nos acercamos al hermano, conse
guiremos una verdad más amplia y luminosa.
i 75
Séptimo domingo
La ley del Talión
«Saben que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pero yo les digo: no hagan mal al que los
agravia». San Mateo, cap. 5.
Cuenta la historia que la ley del Talión ya se aplicaba en los
tiempos de Hammurabi, quinientos años antes de Moisés. El capí
tulo XXI del Éxodo nos la describe así: «Ojo por ojo, diente por
diente, mano por mano, herida por herida». Yavéh pretendía en
señarle moderación a un pueblo que no conocía límites en su
venganza.
Cristo viene a invitarnos a una categoría superior de humanidad,
de perdón y de convivencia: si alguno te golpea la mejilla derecha,
preséntale la otra. Si alguien te arrebata la túnica, dale también la
capas Ama a tus enemigos, has el bien a los que te persiguen y
calumnian.
Este ideal nos parece inaccesible. Cristo sería un iluso, dueño de
una utopía de sociedad humana, imposible de realizar en la tierra.
A quienes vivimos todavía en el Antiguo Testamento nos cuesta
limitarnos a la ley del talión, es decir, ponerle término a la vengan
za. Esta constituye con frecuencia la forma normal de nuestras
relaciones humanas. Se aniquila al enemigo, se le reduce a la
impotencia, se busca arrojarlo de nuestros dominios. Así en la
familia, en la empresa, en la universidad, en la política, en los
negocios, en las relaciones internacionales.
¡ík ¿Cómo rezar entonces la quinta petición del Padrenuestro?
. ¿Qué tal si Dios nos perdonara en la medida miserable
/ de nuestro perdón?
^
Probablemente no hemos llegado a venganzas escandalosas. Pero
hay venganzas y venganzas. Basta a veces pronunciar una palabra,
hacer un gesto, arrugar el ceño para deshacer el prestigio del
ofensor, para herirlo definitivamente. También se da la venganza
elegante, sin ira, acompañada de una serena compasión por el
prójimo. Así se duplica mi superioridad y el otro queda dos veces
afrentado.
Había un rey dueño de un brillante de mucho valor. Decidió
adjudicarlo a aquel de sus hijos que, un día determinado, realizara
una acción más heroica. Después de algunos meses, los tres her
manos regresaron a casa. El mayor había dado muerte a un dragón
que amenazaba a los subditos del reino. El segundo contó que,
desarmado, había vencido a diez hombres fuertes. El pequeño
habló en tercer lugar y dijo: salí esta mañana y encontré a mi mayor
enemigo dormido e indefenso. Apuré el paso para seguir de
largo. El rey se levantó del trono, abrazó a su hijo menor y le
entregó el brillante.
Existe otro sabor, otra alegría que no buscamos porque no la
hemos conocido. Brota del perdón y del olvido de las ofensas.
Animémonos a buscarla.
.A. i
r 77 >
Octavo domingo
Pájaros y lirios
«Miren a los pájaros: no siembran, ni siegan y su Padre Celestial los alimenta. Fíjense cómo
crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan». San Mateo, cap. 6.
Alguien afirmaba que si fuera necesario escoger algún trozo de
todo el Evangelio, se quedaría con el capítulo sexto de San Mateo.
En él Cristo coloca a los pájaros y a los lirios como maestros de
nuestro comportamiento para con Dios.
Nos enseñan a no andar agitados e inquietos por el alimento y el
vestido. A trabajar con esfuerzo y honradez, pero confiados en
Dios. El toma a cuestas una parte esencial de nuestra vida. De
jémosle lugar a su tarea.
Jesús nos dice que seamos sencillos como las flores. Salomón con
toda su riqueza nunca alcanzó a vestirse como ellas, cuya hermosu
ra prescinde de todo lo superfluo. Además, si Dios cuida las aves,
con mayor razón se afanará por nosotros.
Sintamos entonces el cariño y ¡a compañía del Señor, afirmándo
nos en ese derecho de ser amados, que El nos regaló al hacerse
hombre.
La fe nos motiva a compartir con El confiadamente nuestros pro
yectos y problemas. La verdadera oración es un lenguaje simple,
sin formas rebuscadas y solemnes. Es el idioma llano y sin preten
siones de un hijo ante su padre.
Si hemos recibido el mensaje evangélico, expresémoslo
» entonces en actitudes concretas. En esto consiste esa
búsqueda del Reino de Dios y su justicia: ser austeros y
solidarios. Entonces el Señor le dará por añadidura un sentido y
una plenitud a nuestra vida.
Esta página de san Mateo nos alienta a vivir con serenidad el
presente, porque el mañana permanece en manos del Señor.
"Bástele a cada día su afán". Nuestra agresividad y nuestra angustia
nacen frecuentemente de una desmedida preocupación por el fu
turo.
Pero sucede que nuestra confianza es débil. Nos hemos quedado
con un concepto de la paternidad de Dios, sin tener la experiencia
de su cariño.
Las Hermanitas de los Pobres acostumbran mantener a la puerta,
un alimento para todos cuantos lleguen. Nunca se les pregunta
quiénes son ni de dónde vienen. Tal generosidad es un modo
admirable de atar el corazón de Dios para que responda por
nosotros.
.A.
79
Noveno domingo
Prevención de desastres
"Dijo Jesús: ¿El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre
prudente que edificó su casa sobre roca ". San Mateo, cap. 7.
Después de algún fracaso, todos resultamos peritos en diagnósti
cos: hubo sobrepeso en las losas. N o era el momento de lanzar
ese producto. Se enganchó a empleados irresponsables. Ese cole
gio era un desastre. Los papas nunca estuvieron con ella. ¿Cómo
se te ocurrió esa corporación?
El Señor nos presenta una fórmula para que no se desplome
nuestra casa. Para que nuestros proyectos fructifiquen. Para que
cada hogar sea próspero y estable: escuchar su palabra y ponerla
en práctica. A lgo muy teórico, que es necesario profundizar y
llevarlo a la práctica.
Pero si preguntamos a muchos bautizados sobre la enseñanza de
Jesús, no serían muy alentadoras las respuestas. Cuando participan
en la misa escuchan de paso la Palabra de Dios, pero sin digerir su
contenido. Y otros cristianos nunca han puesto los ojos sobre una
Biblia, ni cultivan su fe con alguna lectura religiosa.
En épocas pasadas se nos descubrió el Evangelio como conjunto
de mandatos. Pero es más real y pedagógico entenderlo como la
presentación de unos valores.
El Señor pocas veces ordena. Casi siempre invita, ofrece,
propone. Y entre todos los valores que Jesús nos ense-
^ ña, el primero de todos es su actitud de hijo. Jesús
siempre se comporta como Hi jo de Dios. Ora y confía
en el Padre de los cielos. Acepta las pruebas en actitud de hijo. Y
nos enseña a vivir de esta manera.
Entre las parábolas del Maestro, existe una, la del Padre Miseri
cordioso, que proclama solemnemente esta enseñanza. Ella nos
muestra que ningún fracaso será definitivo. Que siempre habrá
caminos de regreso hasta el hogar donde Dios nos aguarda.
De este primer valor se deriva, por generación espontánea, un
segundo: la fraternidad. Jesús vino a enseñamos quiénes somos.
Q u é sentido tiene la sociedad humana, qué métodos son los más
acertados para avanzar de forma comunitaria. Porque todos somos
hijos del mismo Padre, "que hace salir su sol sobre buenos y malos
y llover sobre justos e injustos".
Ahondando en la palabra del Señor, descubrimos que la fraterni
dad sería vana, si no la convertimos en solidaridad. Quienes han
hecho el bien en forma generosa, encontrarán muchas manos ten
didas, si los visita la desgracia. En términos de economía el com
partir nunca es un gasto. Es una inversión, que renta sobre todo en
los tiempos difíciles.
Y Jesús además, en su palabra, nos motiva a la trascendencia. Un
término que podríamos comprender como esperanza. Extraña que
ciertas personas, aun de Iglesia, se preocupen demasiado por
mantener la fe y fortalecer la caridad. Pero a veces ni viven, ni
difunden en derredor la esperanza.
Esta adhesión a Dios, el dueño de la historia, nos ayuda a sentir y
entender que, aunque arrecie la lluvia y se salgan los ríos de su
cauce. Aunque soplen los vientos, los sembrados se aneguen, se
hunda nuestra casa y nosotros mismos naufraguemos en el mal, el
Señor puede cambiar nuestra suerte.
Aunque pase por valles tenebrosos, nos dice el libro de los
salmos, ningún mal temeré porque tú vas conmigo, tu vara
y tu cayado me sosiegan".
81 >
Décimo domingo
Su majestad, la persona humana
"Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de impuestos, y le dijo: Sigúeme. El
se levantó y lo siguió". San Mateo, cap. 9.
Un hombre devoto, a causa tal vez de sus experiencias personales,
dividía a los bautizados en dos grandes grupos: la Iglesia del
poder y la Iglesia de la misericordia.
En tiempos de Jesús, fariseos y saduceos, letrados y legistas,
aquellos que el Evangelio llama "los judíos", habían convertido la
fe de Abraham en un instrumento de dominio. Promovían el culto,
pero descuidaban al pueblo que padecía hambre. Se trenzaban en
acaloradas discusiones sobre temas inútiles. Legislaban sobre minucias
de la observancia religiosa. Y mantenían buenas relaciones con el
poder romano, aún en contra de su conciencia.
Pero había llegado un profeta del norte, que de palabra y obra,
minaba su prestigio y hacía tambalear'el sistema.
En torno a él se apretujaban los enfermos y los desechables, junto
a las mujeres de mala vida. Se dejaba invitar por los ricos que jamás
acudían al templo y entraba en casa de los publícanos.
Estos eran odiados de manera especial por las altas autoridades,
pues su oficio era cobrar los derechos de aduana, que financiaban
la invasión romana en Palestina.
Jesús encontró un día —el evangelista no precisa el lugar- a un
recaudador de esos tributos, sentado en su oficina. En he
breo se llamaba Leví. Pero, como muchos judíos de en
tonces, también se le conocía con el nombre griego de
Mateo. Jesús le dijo: sigúeme. Y él, de inmediato se
levantó, para seguirle.
Quizá el primer evangelista sintió rubor al contar su propia historia y
por esto, lo hizo así de paso. O pensaría que era más impactante
este sobrio relato, donde muestra su espontánea adhesión al Señor.
Enseguida, este hombre de los tributos invitó al Maestro a su casa.
Y esa misma tarde, escribe el mismo Mateo, "muchos publícanos
y pecadores se sentaron con Jesús a la mesa".
Naturalmente los grandes de Jerusalén se extrañaron una vez más,
de la actitud del Señor, y preguntaron molestos a los discípulos:
¿Cómo es que su maestro se porta de este modo?. Jesús, que
oyó el reproche, se adelantó a responder: " N o tienen necesidad
de médico los sanos, sino los enfermos. N o he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores".
Las grandes personalidades y también ciertos profesionales, cuan
do nos conceden una cita, la marcan para dentro de semanas o de
meses. De acuerdo, no tanto con la urgencia del problema, sino
en razón de nuestro anonimato y falta de influencias.
Pero el evangelio nos entrega una noticia desconcertante: si somos
pecadores. Si en nuestra hoja de vida presentamos épocas oscuras
y buen número de culpas, tenemos derecho a un encuentro inme
diato con Dios. Si somos enfermos y pecadores, El ha venido para
nuestro remedio.
Este pasaje de san Mateo nos motiva a ingresar en la Iglesia de la
misericordia. A l l í no se niega la importancia de las leyes y de las
estructuras. Pero se valora, hasta las últimas consecuencias que el
objetivo e la comunidad cristiana es el hombre: su majestad la
persona humana. Con sus miserias y sus glorias. Con su presente
oscuro y su luminoso porvenir.
Í 83 ) h A
Undécimo domingo
El también me llamó
"Entonces Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus y curar toda
enfermedad. Estos son los nombres de los doce apóstoles: Simón y su hermano Andrés".
San Mateo, cap. 9.
A l comienzo de la Iglesia, los libros del Nuevo Testamento circu
laban en las comunidades cristianas, en rollos de pergamino o de
papiro.
Habían sido copiados pacientemente por algún escriba, quien, de
pronto, añadía esta frase o aquella explicación, en favor de los
futuros lectores.
Nosotros hoy, podríamos también agregar algunos comentarios
nacidos del corazón, sobre la Biblia que manejamos diariamente.
Para consignar la resonancia que la Palabra de Jesús proyecta en
nuestra vida. Como aquel joven, que luego de los nombres de los
Doce que traen los evangelistas, colocó el suyo con este apostro
fe: el también me llamó.
En ciertos ámbitos se habla del destino. Sería éste una fuerza
impersonal que mueve de forma inapelable, la conducta de los
hombres. Pero los cristianos preferimos referir todo lo nuestro a un
plan amoroso de Dios, dentro del cual se sitúa la vocación de cada
persona. Un llamado de lo alto, en el cual intervienen innumera
bles actores —causas segundas, las llamó la filosofía tradicional- e
infinitas circunstancias.
i y Sin embargo, sobre estos elementos, se destacan los
84 ¡w dos protagonistas principales de toda vocación: el Se-
*bñp¡ ñor y nuestra libertad, v
Aunque reconocemos que ciertas páginas de nuestra historia per
sonal son tan complejas y oscuras, que es difícil allí descubrir tales
personajes. Solamente la fe viene ayudarnos para seguir creyendo
en un Dios bueno y providente, y en un hombre libre, cuando
todo en derredor nos grita lo contrario.
Pero cuando decimos vocación, no reservamos el término para
ciertos servicios especiales que algunos llevan a cabo en la Iglesia,
como el sacerdocio y la vida religiosa. Hablamos de esa vocación
amplia, que Dios señala a todos sus hijos, para que avancen y se
realicen dentro de su camino particular.
Señala san Mateo, que Jesús, luego de llamar a los Doce, sobre
los cuales iba a edificar una nueva historia, les dio autoridad contra
los malos espíritus y las enfermedades.
Hoy, estas fuerza negativas y esas dolencias se presentan bajo
otros signos. Diversas ciencias, como la medicina y la sicología,
inspiradas también por el Señor, llevan a cabo una tarea no imagi
nada en tiempos de Jesús.
Pero siempre, nos queda a los cristianos el encargo de aportar
fuerza y luz contra los poderes extraños que, de muchas maneras,
atormentan al hombre. En consecuencia, ninguna vocación se con
cibe si no es un servicio, amable y generoso, para el bien de los
demás.
Esto, nos hace recordar a don Rubén, un hombre mayor, maletero
en algún aeropuerto. Siempre de buen humor. Siempre con un
chiste a flor de labios.
Alguien le preguntó, una vez: Rubén, ¿nunca te cansas? Cansar
me, respondió, diez o quince veces cada día. Pero me voy de
viaje en las maletas de todos los viajeros. Y enseguida regreso,
con la ilusión de seguir ayudando.
Quien me contó esta historia añadía: vamos a pedir la
canonización de don Rubén. Es un santo que le caería á
muy bien a nuestro mundo calculador y egoísta. 85 •
Duodécimo domingo
De parte de Dios
« S Í uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del
cielo». San Mateo, cap. 10.
Yo no entiendo, explicaba un joven. A uno le nacen deseos,
iniciativas, pero la gente no ayuda. Ahora todo se reduce a dinero
y diversiones. Si yo les cuento a mis amigos que trabajo los sába
dos en un barrio pobre, me van a decir que soy un tonto. Alguna
vez he pensado ser sacerdote para ayudar a los más necesitados.
Pero ni en mi casa me van a entender.
Los primeros cristianos debieron confesar a Cristo ante los tribuna
les del imperio romano. Hoy nos toca a nosotros ponernos de
parte de Jesús en circunstancias diversas, pero siempre difíciles.
Monseñor Dominique Tang, administrador apostólico de Cantón,
pasa veintidós años como prisionero en una cárcel china.
Monseñor Helder Cámara se coloca de parte de los pobres, de
los oprimidos, aunque tenga que sufrir amenazas y persecuciones.
El doctor Avery se sumerge en un campo de refugiados de Somalia.
A l l í todo escasea menos la muerte. El consumo diario de agua se
limita a tres cucharaditas por persona. Otros médicos llegan, pero
regresan a los pocos días, desconsolados ante tanta miseria. El
doctor Avery permanece. Se ha colocado definitivamente de par
te de Cristo.
En la junta directiva de una empresa, alguien defiende a
los más débiles, aunque los intereses de los
dueños corran riesgo.
w
Una maestra rural rehusa su traslado a la ciudad, porque sabe que
nadie vendrá a reemplazarla.
Un estudiante de bachillerato, rechaza un dinero que tiene por
objeto comprar su conciencia.
Un sacerdote emprende una obra social sin recursos, contando
únicamente con la providencia. N o puede esperar que los niños
sigan padeciendo.
Un abogado gana menos, pero se siente mejor defendiendo la
causa de los pobres.
Nos ponemos de parte de Dios, cuando en nuestra conciencia
tomamos partido por la paz, la honradez, la justicia, el progreso.
Cuando luchamos por un sólido cambio social, comunitario y cris
tiano. Cuando unimos nuestras inquietudes a las de nuestros ami
gos para defender la dignidad de nuestro pueblo. Cuando
mentalizamos de evangelio nuestro hogar, nuestra clase, nuestro
grupo, nuestro círculo de amistades.
Recordemos que nos aguarda una admirable recompensa: «Si uno
se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de
su parte ante mi Padre del Cielo. Y si uno me niega ante los
hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo».
i 87 ^ , ,¿i
>
Decimotercer domingo
La paga del profeta
«El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo
por ser justo, tendrá paga de justo». San Mateo, cap. 10.
En el ambiente simple de un pueblo, las relaciones son todavía
humanas. Cada uno se siente persona. N o existen sino \a telegrafista,
el boticario, el cura, la maestra, el alcalde, la enfermera... Cono
cemos a Ester que atiende con cariño a quienes se acercan a la
telegrafía; a don Carlos, el de la farmacia, serio pero muy servicial.
El padre Alfonso, amigo de todos. Doña Resfa que enseñó a leer
a generaciones de campesinos. Don Roberto, el alcalde, padre de
un niño enfermo que se llama Juan. Y a Estefanía, la mejor costu
rera del vecindario.
En cambio la ciudad nos aisla. A l l í no interesan las personas. Tan
sólo nos preocupan lo que hacen, lo que tienen y lo que puedan
darnos.
A l encargado del taller, no le importa si en el accidente hubo
muertos o heridos: el arreglo del carro cuesta tanto. Preferimos
que el vendedor de periódicos no nos salude, que el cartero
cumpla con su oficio como un robot silencioso. El profesional mira
de soslayo su reloj: ya tiene los datos indispensables y no puede
perder tiempo con nosotros.
Olvidamos quién es el otro, qué siente, cuáles son sus ambicio
nes, sus dolores, sus triunfos y sus derrotas. El prójimo no
tiene nombre: en la clínica se le conocerá por el número
de la habitación. En la fábrica, por la tarjeta del compu
tador. An te las ideologías políticas contará como un
voto. Uno solamente.
Perdimos nuestra capacidad de acogida. Nos convertimos en usua
rios, vecinos, votantes, copropietarios, televidentes, feligreses, con
tribuyentes, dueños de una póliza, posibles compradores, destina
tarios de una revista que se edita cada mes sobre la protección del
medio ambiente. Carecemos de una historia propia.
Pero existen unas relaciones humanas según el Evangelio: «El que
reciba a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta».
¿Y qué anuncia ese profeta? Q u e todos somos hijos de Dios y
por lo tanto, hermanos. Anuncia que hemos de llevarnos las cargas
unos con otros. Q u e no es bueno que el hombre esté solo. Que
nadie es totalmente persona si no está en compañía.
Y ésta es la paga por haber acogido al profeta: toda la bondad
escondida en el otro se me participa. M i capacidad de acogida se
amplía. M i alegría se duplica y crece a diario mi generosidad.
i 89 >
Decimocuarto domingo
La gente sencilla
"Dijo Jesús: te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla". San Mateo, cap. 11.
Podría haber un lugar, tal vez situado en la ciudad del sol que
imaginó Tomás de Campanella, donde reinara plenamente la senci
llez del evangelio. A l l í estarían prohibidas las coronas, aún las de
laurel, los abrigos de visón, los anillos de diamantes, los títulos
honorarios, las condecoraciones, los superlativos, los panegíricos,
las charreteras, las procesiones que no sirvan para expresar la fe
comunitaria, los doctorados "honoris causa", el anti-arte, los pitos
estridentes, las boutiques y los pavos reales.
N o se prohiben las pizarras, las flores campesinas, las cometas, el
algodón de azúcar, la risa de los niños, ni tampoco los trompos de
colores.
Los habitantes de aquel pueblo serían simples, nobles, igualitarios,
fraternales, capaces de reconocer sus errores, llenos de entusiasmo
ante la vida y ante el progreso. Auténticos y agradecidos hijos de
Dios. A l l í el Señor revelaría a diario «estas cosas" a cada uno de
los hombres, con esa intensidad serena del sol, de la lluvia, del
viento que barre las nubes.
Pero esto no es una novela futurista. Estamos únicamente supo
niendo que el Evangelio se vuelve realidad.
/ í \ El Señor acostumbra esconder sus secretos a los sabios y
entendidos y revelarlos a la gente sencilla. N o está Dios
y en contra de la ciencia, de la cultura, de la civilización,
del progreso. Pero sí está en contra de la gente compli-i 90
cada, doble y suficiente, que tiene el corazón lleno de intenciones
torcidas. De disimuladas ambiciones.
En los párrafos anteriores de este mismo capítulo de San Mateo,
Jesús se ha quejado de una gente afectada que no quiere recibir
su enseñanza: los que no habían escuchado a Juan Bautista, los
habitantes de Corozaín y de Betsaida, herméticos ante el mensaje,
a pesar de los milagros.
Dice un autor que Dios no se revela a quienes son como una casa
sin ventanas. Necesita más aire. A aquellos de corazón abierto les
regala su ciencia escondida, a veces, intraducibie en palabras hu
manas. Con ella podemos posiblemente interpretar la vida, darle
sentido a los diversos acontecimientos, dirigir el hogar, compren
der al prójimo, superar (os problemas y aun hacer de los propios
pecados una escalera para subir al cielo.
i 91 k ¿
>
Decimoquinto domingo
Las parábolas del lago
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. La gente se quedó de pie en la orilla.
Y les habló mucho rato en parábolas». San Mateo, cap. 13.
San Mateo nos entrega en este capítulo siete parábolas de Cristo.
La parábola es una comparación, tomada de la vida ordinaria, con
la cual se da un mensaje generalmente religioso.
El Señor, explicaba así su plan de salvación: salió el sembrador a
sembrar... El Reino de los Cielos se parece a un hombre que
sembró buena semilla en su campo... se parece a un grano de
mostaza... es semejante a la levadura que tomó una mujer... o a un
tesoro escondido... a un mercader que anda buscando perlas
finas. Es como una red que recoge toda clase de peces...
Jesús habla, probablemente en una de las pequeñas bahías del
Lago de Genesaret, cerca a Cafarnaúm. La serenidad del agua, la
limpieza del cielo, la paz que refleja el paisaje, todo se presta para
predicar al aire libre. El Maestro está sentado en la barca, a pocos
metros de la playa donde se agolpa el auditorio.
Este, era el sitio donde Jesús se reunía frecuentemente con sus
discípulos, para dialogar con ellos en paz, libre del amontonamien
to de las ciudades, lejos de la gritería de los mercaderes. Del ladrar
de los perros y de la vigilancia de los fariseos.
La parábola evangélica se diferencia de la fábula porque
conserva siempre una admirable sencillez y nunca pone
. animales en escena. Sin embargo, este género parabólico
'/ no es original del Maestro. Era ya muy usado por ju
díos y griegos. Sin citar a Salomón, muchos autores del
Ant iguo Testamento supieron emplearlo con maestría. A ú n en
tiempo de Cristo muchas parábolas brotaban en la escuela rabínica.
Su lenguaje figurado gusta a la imaginación, mueve los sentimientos y ayuda a la memoria a grabar el mensaje.
Sin embargo, nosotros olvidándonos del método del Maestro,
nos refugiamos para transmitir su mensaje en una teología árida y
abstracta, cuando no caemos en un realismo sin alma.
Lo cual podría reflejarse en nuestra vida: no pasamos de una teoría
estéril o nos quedamos en la vulgaridad. Queda una vía interme
dia: hacer de nuestra vida una parábola, sencilla, transparente,
motivadora.
Alguno pudiera escribirla de este modo: había una vez un hom
bre, capaz de sorprenderse ante las cosas más sencillas, ansioso
por vivir en comunidad, desvelado por conocerse a sí mismo.
Ambicionaba el fuego de los dioses, pero más que todo soñaba
con vivir eternamente. Podría crear utensilios, promesas, proyectos
y argumentaciones. Su grandeza radicaba en que sabía amar y
conocía su propio pensamiento. Mas sobre todo esto, aunque
sonara extraño, era un hijo de Dios...
Decimosexto domingo
Ser cizaña o parecerlo
"Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró una buena semilla en su campo, pero un
enemigo sembró cizaña en medio del trigo». San Mateo, cap. 13.
La sabiduría es gris afirma algún autor. De lo contrario no podría conocer todo el mal, ni reflejar a su vez toda la bondad que. encontramos en el mundo.
Esta sabiduría humilde y objetiva nos impide anatematizar al hombre, desconfiando sistemáticamente de sus capacidades. Nos prohibe también canonizarlo, porque sabemos de su fragilidad y su inconsciencia.
La parábola de la cizaña es una invitación al realismo y una exhor
tación a la penitencia.
Parece que mientras dormía el dueño de la era, el enemigo sembró
mala hierba en su campo.
Pero antes de la siega es arriesgado dictaminar cuál es el trigo y
cuál es la cizaña y es peligroso arrancarla sin dañar la cosecha.
Con frecuencia llamamos cizaña a quienes no tuvieron en su hogar, la misma formación cristiana que nosotros. A quienes no están al mismo nivel de nuestra espiritualidad elegante y aséptica. A quienes buscan, con sinceridad no exenta de errores y pecados. A l
que no habla nuestro mismo idioma, porque apenas balbu-fh„ cea una forma elemental de cristianismo.
f A quien critica nuestros defectos y señala sin prevencio
nes las fallas de nuestra Iglesia. A aquel en cuya familia i 94
existen problemas que nosotros aparentemente no sufrimos. A
quien no luce nuestro estilo de fe, ignora nuestro color preferido y
desdeña nuestra moda ideológica.
Hemos catalogado injustamente como cizaña a muchos hermanos
nuestros, para declararnos a la ligera, trigo inmaculado.
A l obrar así, nos hemos vuelto sordos al anuncio de salvación que
ellos podrían hacernos.
«No hay ningún inconveniente, dice J . Cabodevilla, en que aun
fuera de la Iglesia, más allá de sus fronteras, también en la región
de los infieles, en la calle, en los laboratorios y en la efusiva y
airada literatura del pueblo, pueden darse fragmentos de divina
revelación, la profecía exterior a la cual los pastores debemos
prestar oídos».
Quién sabe cómo serían de extraños un campo sin cizaña, un
mundo sin posibilidad de mal, un hombre sin experiencias de
pecado, una Iglesia en la cual estuviéramos irremediablemente obli
gados a salvarnos.
Entre las muchas variedades de trigo, existe una adaptable a todos
los climas de la tierra, con capacidad de convivir y fructificar junto
a la cizaña.
-A. r 95
\ Í
Decimoséptimo domingo
En busca del tesoro
"Dijo Jesús: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra
lo vuelve a esconder y lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo».
San Mateo, cap. 13.
Carlos Castro Saavedra dice de la poesía: «Todos los hombres la
llevamos, en alguna medida, entre los poros y la sangre, entre los
huesos y las glándulas, entre los rotos trajes y los remiendos de los
mismos».
Podríamos afirmar lo mismo de la ambición. También brota en los
poros y en la sangre. Aflora en la mirada del niño que se apropia
el juguete ajeno, en el gesto del mendigo y en el ceño del rico
que vigila sus ganancias. Pero Cristo halaga nuestra ambición, com
parando el Reino de los Cielos a un tesoro escondido.
Los nómadas del desierto no tenían otro tesoro que sus cabezas
de ganado. Con ellas realizaban las transacciones de un comercio
elemental. Con la aparición de los metales, el oro y la plata se
suman, por su escasez y precio, a la riqueza viva. Luego, en la
sociedad agrícola, completan el tesoro las reservas de grano que
exceden al consumo normal.
Años más tarde, la Biblia llamará tesoro al botín de guerra, el cual
abarca todo género de mercancías. Pero frecuentemente el término
designa lo que está almacenado para tiempos futuros. Así nos dice
el libro de Job que Dios guarda en sus tesoros las aguas y las nieves.
fa En el Nuevo Testamento se designan con esta palabra los
metales preciosos y también los perfumes. Se nos dice
f en el pasaje de los Magos que «abrieron sus cofres y
ofrecieron dones de oro, incienso y mirra». 4 96
Y San Pablo escribía a los fieles de Corinto: "Llevamos la vida de
Dios como un tesoro guardado en vasija de barro .
Este Reino de Dios es ante todo una forma de ser, una manera de
vivir. Se parece a un tesoro escondido, porque tiene un valor
inapreciable que muchos con frecuencia desconocen.
Pero algunos de repente lo descubren. De allí todo el esfuerzo
por tomarlo para sí. El deseo de comprar aquel campo donde se
halla guardado.
A veces nos extrañan ciertas actitudes: ¿Por qué este amigo nues
tro desdeña ganancias ocasionales? ¿Por qué una joven con un
futuro promisorio, se encierra en un convento? ¿Por qué hay
enfermos que parecen, ganar alegría en su dolor?
¿Por qué hay personas que pudiendo, no intrigan para escalar
posiciones? ¿Por qué algunos arriesgan su tranquilidad en defensa
de unos principios? ¿Por qué encontramos gente de «otra parte»,
que no se contamina?
Son hermanos que ya descubrieron el tesoro. Todo su afán se
encamina ahora a vender lo que tienen, llenos de ilusión, para
hacerse dueños de aquel campo.
, . ' " ' . " * * " V ^ " 1 " " * -
Decimoctavo domingo
Hambre
'Jesús les replicó a los discípulos: No hace falta que la multitud se vaya. Denles ustedes de co
mer». San Mateo, cap. 14.
Las gotas de lluvia se deslizan por las raíces de los árboles hasta
formar el manantial. Las hojas arrancadas por la brisa se juntan, para
morir en compañía y producir el humus anónimo y fecundo. Los
granos de arena del desierto se confían al simún y levantan, allá
lejos, las dunas, sobre las cuales se apaga el sol y se alzan los
espejismos.
Así también las noticias que giran por el mundo en todas direccio
nes, se detienen de pronto sobre la mente de algún sabio, junto a
la pluma de un escritor, para transformarse en historia.
Actualmente, la mayoría de esas palabras noticiosas no difunden
alegría. Hablan de sangre, de violencia, de injusticia, de odio, de
miseria. O si queremos titular con una'sola palabra nuestra historia
actual: hambre. Hambre de pan, hambre del corazón y de la
mente.
Cristo explicaba su mensaje y el diálogo se prolongó más de la
cuenta. Entonces los discípulos se acercaron a decirle: estamos en
despoblado y es muy tarde. Despide a la gente para que vayan a
la aldea y compren alimentos.
Jesús les replicó: no hace falta que vayan, denles ustedes de
comer. Aunque luego el Señor multiplicaría los panes y los pesca
dos, les plantea el problema a sus discípulos.
De parte nuestra, acostumbramos hacer amable transfe
rencia de los deberes sociales: al gobierno, a los ricos,
a los políticos, al sistema, a la Iglesia...
En las afueras de la ciudad, un alud deja sin casa a seis familias. N o
podemos hacer nada, porque la semana entrante nos vamos para
Europa. Un día nos roban los limpiabrisas del carro. Nos llenamos
de ira, sin ahondar en las causas del problema.
Nos llaman de una entidad caritativa. Nuestro aporte será un poco
de dinero. Comprometernos en algo personal nos produce dolor
de cabeza. Escuchamos la palabra solidaridad: ¡Fantástico! Y de
inmediato pensamos en nuestros vecinos y en los empresarios de la
competencia.
En fin, somos maestros en el arte de escurrir el bulto, de ignorar
nuestra realidad social, de evitar con astucia todo compromiso.
El milagro de la multiplicación de los panes y los pescados no lo
realizó Cristo solo, ni tampoco querrá repetirlo sin nuestra colabo
ración generosa. Dios se cruza de brazos con frecuencia, porque
espera que muchos de nosotros, ante la sombría realidad que nos
envuelve, tomemos valientemente la iniciativa.
i A ,
99 •
Decimonoveno domingo
Como un fantasma
«La barca iba muy lejos de tierra, sacudida por las olas. De madrugada, se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole se asusta
ron y gritaron de miedo pensando que era un fantasma». San Mateo, cap. 14.
Los pescadores, que madrugaban al lago Genesaret descubrieron,
tal vez una mañana, que éste tenía la forma de una cítara. De ahí su
nombre: Kinneret, derivado de "kinnor"que, en hebreo, significa
cítara. Aunque también el Evangelio lo llama Tiberíades, o Mar de
Galilea.
Cristo se ha retirado, desde la víspera, a orar en un monte cercano.
Los apóstoles, a la cuarta vigilia, es decir cerca de las tres de la
mañana, luchan desesperadamente con un viento contrario. Entonces
el Señor viene en su ayuda, caminando sobre el mar. Pero ellos, al
verlo, gritan asustados, creyéndolo un fantasma. La soledad, las
extrañas figuras de las olas, el estruendo del vendaval, llenan el
panorama de la gente del mar de seres misteriosos. Pero esa madru
gada, era Cristo en persona quien caminaba hacia la barca.
Para seguir al Señor, no basta escuchar su palabra, recibir su perdón,
presenciar sus milagros, participar de su pan multiplicado. A veces es
necesario luchar en las tinieblas, lejos de su visible compañía.
Cuando el amor que nutre la amistad, que alimenta el hogar, que
edifica la fe, entra en crisis, todo nuestro horizonte se puebla de
fantasmas.
Si alguien que se dice ser cristiano nos hiere, miramos a
\- 100 . |a Iglesia como una sombra que persigue nuestra felici-
lí^==M dad y viola nuestros más íntimos derechos. En la familia,
se borran los contornos amables del otro. Su presencia se convier
te en cansancio y el diálogo se cambia en una forma de explicar el
hastío.
Frecuentemente las catástrofes y las penas nos empañan los ojos.
Entonces consideramos la fe como un refugio para gente cobarde y
la esperanza cristiana, como un pretexto para alentar a los tímidos.
También el sacerdote y la religiosa padecen crisis. De pronto los
perfiles de su propia identidad se diluyen y su vida aparece
deshumanizada e inútil.
Pero detrás de cada crisis está oculto el Señor. Y desde la oscuri
dad podemos avanzar hacia una fe mejor cimentada, a un amor más
valiente, a una entrega más decidida. La experiencia del eclipse
nos hace humanos, realistas, ecuánimes y más capaces de tender la
mano a los demás.
Jesús les dijo enseguida a los discípulos: 'Animo, soy yo, no
tengan miedo". Y en cuanto subió con Pedro a la barca, amainó el
viento. Y aquellos hombres asustados se postraron ante El dicien
do: realmente eres Hi jo de Dios.
Recordemos que, como dice monseñor Sheen, la crisis tiene un
sentido de revelación: nos muestra lo que somos. Pero también lo
que podremos ser.
.A.
101 fc i
>
Vigésimo domingo
Una mujer cananea
"Entonces la mujer cananea se postró ante El y le pidió: Señor, socórreme. Jesús contestó: No está bien echar a los perrillos el pan de los hijos. Ella repuso: Pero también los perrillos comen de las
migajas que caen de la mesa». San Mateo, cap. 15.
Esta mujer cananea no se descorazona, aunque su petición es
rechazada. La vemos luego acercarse a Jesús y repetir con confian
za su pedido. El Señor le replica en forma desconcertante: " N o
está bien echar a los perros el pan de los hijos".
Cristo habla el lenguaje usado comúnmente por los judíos. Sin
embargo, el Señor dulcifica la expresión con el diminutivo, exclu
yendo los perros despreciables que vagan por la calle, para referir
se a aquellos que participan del cariño de un hogar. Así le insinúa
a la mujer el argumento que ella esgrime: "Pero también los perri
llos comen las migajas que caen de la mesa de los amos". Entonces
Jesús responde admirado: " O h , mujer, grande es tu fe,- que se
cumpla lo que deseas".
Tradicionalmente se nos ha hablado de las tres virtudes teologales.
Serían tres actitudes para relacionarse con Dios. La primera es la
fe. Pero en el fondo no existe sino una actitud por la cual busca
mos al Señor, a veces parecida al amor, o semejante a la acepta
ción de su palabra. Equivalente también a la confianza. De ahí que
no es posible aislar la fe de sus otras hermanas.
La Biblia, desde el Antiguo Testamento, describe esta alianza
del hombre con su Creador en términos copiados del
amor de los amigos, del cariño de los novios, de la
perseverancia de los esposos. Por eso no es factible
vivirla, sino en un contexto de amistad. Cuando llega
Jesús, añade un elemento nuevo a nuestra relación con el Crea
dor: una actitud de hijos.
Pero para lograrla, cada uno deberá retocar la imagen de su propio
padre, guardada en la memoria. Olvidará sus yerros, mejorará su
rostro, aumentará a una escala mayor sus cualidades. Añadirá tam
bién ternura maternal, como explica Isaías en el capítulo 6 6 . Des
pués de esto tendrá una idea, una experiencia aproximada de la
bondad de Dios.
Todo comenzó aquella vez cuando el Señor decidió amarnos pri
mero. Así entendemos la humilde terquedad de aquella mujer de
Canaán, su oración repetida, su constancia y el gozo ante su hija,
curada de repente.
La fe no reposa en una región etérea y nebulosa. Vive y se agita
en nuestra vida diaria, aporreada por los obstáculos, oscurecida de
pronto por nuestros pecados, amenazada de mil modos, pero
tendiendo siempre hacia, El.
Sin embargo a muchos nos estorba esa vida de fe al creernos muy
grandes o muy inteligentes. O se nos van los días en definir a Dios
más que en amarlo. Recordemos aquellos versos de Unamuno:
«Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste
para los niños. Yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la
puerta, achícame, por piedad .
4 103 >
Vigesimoprimer domingo
La teoría de Hegel
"Jesús les preguntó: ¿Y ustedes quién decís <que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». San Mateo, cap. 16.
Aquel sabio filósofo alemán nos enseñó que la vida y la historia,
se desenvuelven en tres estadios consecutivos: tesis, antítesis y
síntesis.
Primero planteamos lo que parece una verdad irrefutable. Surge
entonces otra verdad contradictoria. Pero luego, estas dos se re
concilian, para dar origen a una tercera verdad, más sólida y sere
na. Menos belicosa y estridente.
Se levanta un reino, que más tarde es vencido por una dinastía enemi
ga. Nace de allí un imperio, que aprende de toda la anterior experien
cia a comprender mejor al hombre y a encauzarlo. En el principio fue la
oscuridad del caos. Luego el Señor creó la luz. Y en un tercer estadio,
hubo día y hubo noche, siguiendo su turno riguroso.
Cuando Jesús lanza a sus amigos esta pregunta directa: quién
dicen ustedes que soy yo, Pedro tomando la vocería del grupo,
responde con valientes palabras: "Tú eres el Mesías, el Hi jo de
Dios vivo". El entusiasmo del apóstol se parece al que mostró en el
huerto de Getsemaní, cuando hirió a Maleo, el criado del pontífice.
Sin embargo, unas páginas más adelante leeremos la antítesis de
este pasaje: en el atrio del sanedrín, una criada señala a
Pedro: «Ciertamente tú también eres de ellos, pues tu
mismo dialecto te descubre». Cuenta san Marcos que
^ el apóstol comenzó a jurar y a echar imprecaciones: «Yo
no conozco a ese hombre».
Esta parece una página arrancada del libro de nuestra propia vida. A pesar de ciertos entusiasmos sinceros, hemos negado nuestra condición de cristianos.
Pero la historia humana, al contacto con Cristo se ha vuelto historia
de salvación. Pero el Señor, que mezcla la luz con las tinieblas para
regalarnos la penumbra, nunca deja las cosas a mitad de camino.
En todas las áreas del universo teje gloriosas síntesis con elementos
humanos. Nos invita a encontrarlo, cuando despejamos las incóg
nitas de cada episodio equivocado.
Por eso en el capítulo 21 de san Juan hallaremos la rehabilitación
de Pedro, para quien la generosa imaginación de sus colegas ya
habría elegido un sucesor.
Estando a la orilla del lago, Jesús le dice al apóstol: "Simón, hijo
de Juan ¿Me amas más que éstos?" El dilema planteado es tortu
rante. Si responde que sí, sus compañeros le tacharán de mentiro
so. Si responde que no, le llamará embustero su propio corazón.
Entonces el pescador rudo y veraz, sincero y simple, encuentra la
frase precisa para desenredar la situación: "Señor, Tú sabes todo.
Tú sabes que te amo".
Cristo lo confirma enseguida como jefe del grupo: "Apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas". Se realiza la síntesis de Dios.
W 1 105
A >
Vigesimosegundo domingo
Ganar o perder
"Dijo Jesús: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?" San Mateo, cap. 16.
Hay maneras y maneras de ganar. Surgen a diario, distintas formas
de acumular dinero, de acaparar tierras, de dominar al otro, de
sobornar conciencias, de hacerse a una cuota de poder. Cada uno
con fama, con dinero, con prestancia, con subterfugios, con pala
brería, se fabrica un pedestal.
Pero al final de todo esto, más de una vez, hemos perdido el alma: ya no tenemos paz, ni alegría, ni capacidad de admiración. Ya no sabemos gozar con las cosas pequeñas y ordinarias. Se nos volvió duro el corazón.
De repente, la amistad degeneró en compraventa. Nos rodea la soledad. Los que antes se nos acercaban confiadamente, ahora nos miran desde lejos. Observan nuestras casas de ventanas cerradas y puertas de seguridad. Ya no tenemos tiempo para compartir, ni siquiera en familia.
Somos extranjeros en nuestro propio territorio. Giramos velozmente, cautivos en un extraño carrusel. Sólo escuchamos voces imperiosas que, aún durante el sueño, nos interrogan: ¿Cuánto? ¿ A qué termino?. ¿Con qué tasa de interés?
Creímos haberlo ganado casi todo, cuando casi todo lo hemos
perdido. Porque supusimos ingenuamente que existían negocios
en los cuales se ganaba o se perdía. Cuando en realidad en toda
transacción se gana y se pierde a la vez. Si vendo la casa
paterna a cambio de una suma convencional, entrego mis
recuerdos, la historia de mi infancia, una porción de
sueños e inocencia. Cancelo la posibilidad de volver a
sentirme niño.
Cuando pierdo un examen, gano la experiencia de mis limitacio
nes, la conciencia de mi falta de esfuerzo y la oportunidad de
superarme.
En esencia eso es vivir: el secreto consiste en saber elegir entre lo
que gano y lo que pierdo. Sólo el balance final me dirá si gané o
perdí la vida. En este momento ya no habrá manera de rehacer lo
hecho, de volverme atrás, de anular el compromiso.
Ganar consiste en sacrificar los valores presentes ante unos valores
superiores.
En un leprosorio de Oceanía, una religiosa curaba las llagas de un
enfermo. La visitante que la contemplaba, exclamó impresionada:
—¡Yo no haría esto por un millón de dólares!
—Yo tampoco, contestó, serenamente la hermana.
Porque hay maneras y maneras de ganar...
4 107 >
Vigesimotercer domingo
Amigos y hermanos
"Dijo Jesús: Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
San Mateo, cap. 18.
Mientras avanzan maravillosamente las técnicas de comunicación
masiva, cada uno de nosotros, aunque parezca extraño, padece
una angustiosa soledad. En medio de nuestras ciudades, abruma
das de mensajes visuales y auditivos, somos desesperadamente
solitarios.
Nacimos de una comunidad de amor: Dios es comunidad. También lo es la familia que nos trajo a la vida. Y en nada podemos prosperar, sin la ayuda de la comunidad. El estudio, el arte, los negocios, los viajes, el deporte, la religión, el descanso, tienen un sentido iniDal v suponen compañía. Solos, permanecemos incompletos, a nombre es un ser en relación.
El Evangelio es un llamado a vivir comunitariamente. Ya no por un instinto tribal, ni menos aún por egoísta conveniencia. Es una invitación a ser personas, dentro de un grupo concreto, reunidos por los vínculos de un amor purificado. Seguros de \a presencia de Jesús.
Cuando José vacila ante el nacimiento de Jesús, Mateo nos recuerda una frase de Isaías: "Este niño será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros ".
Más tarde Jesús explica que, donde dos o tres estemos reunidos
A en su nombre, El nos hará compañía. Y antes de enviar a sus apóstoles a predicar por todo el mundo, repite su promesa: "Yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos .
4 108
Raras veces nos reunimos en nombre del Señor. Por eso no senti
mos su compañía. Nos encontramos como socios, compañeros,
colegas, vecinos o cómplices, pero pocas veces como amigos y
hermanos.
Los sociólogos nos hablan de relaciones primarias y secundarias
Aquellas se basan en lo que somos. Estas, en lo que hacemos o
tenemos.
El hogar, el grupo de amigos, el colegio, la empresa, no alcanzan
a ser comunidad, cuando apenas nos unen relaciones secundarias.
Nos interesa lo que el otro hace, lo que pudiera darnos. Nuestra
convivencia, semejante a la de un hotel, no ayuda al crecimiento, a
la alegría, a la plenitud.
Vivimos como las piedras de un muro, yuxtapuestas pero incomu
nicadas. N o nos conocemos a fondo, ni nos queremos.
Bajo la luna del desierto, un viejo pastor árabe pregunta a sus
hijos: —¿Cómo es posible adivinar en la noche, que ya se acerca
la mañana?
—Si advierto que entre las sombras se mueve un perro y no un
chacal, dice uno.
—Cuando descubro que cerca a las palmeras corre una oveja pe
queña y no un cabrito, responde el otro.
—Están errados, replica el anciano. Si al que viene hacia mí por el
sendero lo distingo como un amigo y un hermano, es porque
empieza a amanecer.
Vigesimocuarto domingo
Cerremos el museo
"Pedro le preguntó a Jesús: ¿Si mi hermano me ofende cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete".
San Mateo, cap. 18.
El capítulo 4 del Génesis recoge un canto bárbaro en honor de
Lamek, un héroe del desierto: «Caín será vengado siete veces, pero
Lamek lo será setenta y siete».
Más tarde, los rabinos judíos enseñaban que el justo podía perdo
nar solamente tres veces. De ahí que Pedro se crea excesivamente
misericordioso. Cuando, propone perdonar siete veces. Pero el
Señor le enseña que sus discípulos han de hacerlo setenta veces
siete: una locución bíblica que significa indefinidamente.
Reconozcamos que no es fácil alcanzar este ideal. Nos hemos
acostumbrado a coleccionar las ofensas recibidas para guardarlas en
un museo interior. Y en ocasiones especiales, las mostramos ante
los mejores amigos, con cierta agridulce complacencia.
Cada ofensa se guarda allí con su fecha precisa y su historia parti
cular, contada a nuestro modo, de tal suerte que siempre salgamos
bien librados. Nos estimula sentirnos compadecidos y a veces
admirados como mártires.
A l final de aquella galería hay una última sala La de los perdones.
Nuestros visitantes quedarán asombrados al conocer, al des
cubrir que, a pesar de la maldad del prójimo, nosotros
nos hemos dignado perdonarle. A l menos de labios
para afuera.
Y"
Pero esta conducta es poco humilde y por lo tanto no muy cristia
na. El perdón enseñado por Jesús exige reconocer que somos
ignorantes y capaces de ofender. Por tanto, acreedores de los
golpes ajenos.
El nos invita a perdonar simplemente. Reconociendo que tales
ofensa fueron reales y por lo tanto dolorosas. Sin fingir, por la
condición del otro no nos hieren. Nos sugiere perdonar admitien
do las cualidades del hermano, no obstante sus errores.
Nos dice que perdonar es un camino para ser libres. Una manera
eficaz de avanzar y de reconciliarnos con la vida. Nos dice ade
más, que existe una medida según la cual El perdonará nuestras
culpas: la misma con la cual nosotros perdonemos.
Toda ofensa lastima, se marca en la memoria con tinta indeleble,
resuena en nuestra área sentimental, inhibe el cariño, paraliza las
manos, congela en la boca las palabras, arroja semillas de resenti
miento. Pero es necesario ir adelante, para ser felices.
Arranquemos, con la ayuda de Dios, la cizaña, declaremos el
perdón, démonos la mano, reavivemos el cariño. En resumen:
cerremos el museo
i -A-111 }
Vigesimoquinto domingo
Aunque ya por la tarde
"Un propietario salió al amanecer, a contratar jornaleros para su viña. Salió otra vez a media
mañana, al mediodía y a la tarde. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornale
ros y págales, empezando por los últimos". San Mateo, cap. 20.
Al terminar el concilio Vaticano II , Paulo V I se dirige al mundo en su estilo pulcro y sereno: «La Iglesia se preocupa del hombre tal cual hoy se presenta: del hombre vivo, del hombre cubierto de innumerables apariencias, del hombre trágico en sus propios dramas, del hombre frágil, falso, egoísta, versátil, siempre dispuesto a declamar cualquier papel, del hombre sagrado por la inocencia de su infancia, por el misterio de su pobreza, por la piedad de su dolor" . . . Quizá nosotros que nos decimos Iglesia no hemos tenido una constructiva preocupación por este hombre concreto.
Casi siempre pensamos en un hombre idealizado a nuestro modo, filtrado a través de nuestra lente, disecado en nuestro laboratorio particular. Con un irrefrenable instinto maniqueo, hemos dividido a la humanidad: elevamos al cielo a nuestros amigos y dejamos de lado, con insolente descuido, a los demás.
La parábola de los jornaleros se alza contra toda segregación. A l terminar el día, el dueño de la viña hace pagar a todos con la misma moneda. Cuando se trata de valorar al hombre, los criterios de Dios son diferentes a los nuestros.
Se usa contabilizar nuestro tiempo de afiliación a la Iglesia visible, repetir el sonoro nombre de la cofradía que nos
congrega, sus obras visibles. Todo ello lo declamamos, con un peculiar tono de voz y ese aire de ortodoxia
que difunde todo nuestro ser.
En cambio, para Dios cuenta la sinceridad, el reconocimiento de
nuestras fallas, el cumplimiento de nuestra anónima tarea, el trabajo
por El, sin pensar a cada paso en el salario, el compartir con
entusiasmo con quienes llegan a la viña un poco más tarde que
nosotros.
Presenta la Iglesia una cara visible cuyas estructuras detectamos
fácilmente, cuyos signos alcanzan a nuestros sentidos, cuya presen
cia advertimos a primera vista.
Pero además cuenta con un área invisible: allí el Señor realiza
prodigios cada día sin pedirnos permiso, allí peregrinan numerosos
hijos de Dios, hermanos nuestros, cristianos sin matrícula conocida,
para quienes también madruga la preocupación de la Providencia.
De ellos nos habla el papa Paulo V I . Esconden junto a su dureza
una innegable ternura, cerca a su tragedia una infinita inocencia,
bajo sus deslucidas apariencias, el misterio de una desconcertante
bondad.
Todos ellos llegaron también a la viña. Aunque ya por la tarde...
i 113 i?, A
>
Vigesimosexto domingo
El dilema de Hamlet
"Un hombre tenía dos hijos: dijo al primero: Ve a trabajar a la viña. El contestó: No quiero, pero
después se arrepintió y fue. Al segundo le dijo lo mismo y este respondió: Voy, señor, pero no fue".
San Mateo, cap. 21.
«Ser, ,o no ser». Hamlet lo declaró con intenso dramatismo. Es
nuestro problema y también el de todos los hombres.
Somos a medias. Hoy nos acercamos al ideal, mañana lo perde
mos de vista. Hoy confesamos nuestra fe en Cristo, mañana rene
gamos de ella. H o y somos fieles a nuestros deberes, mañana
quebrantamos los más serios compromisos.
Jesús conversa con los sumos sacerdotes y los ancianos, en las
afueras del templo de Jerusalén. A l l í les cuenta la parábola de los
dos hijos. Y luego les pregunta: ¿Quién de los dos hizo la volun
tad del padre? - El primero, respondieron.
¿ A cuál de los dos nos parecemos nosotros? Casi siempre al
segundo. Hacemos bautizar nuestros hijos, pero no los educamos
en la fe. Luchamos por matricularlos en un buen colegio, pero
somos avaros de nuestro tiempo para formarlos. Deseamos que se
casen por la Iglesia, pero no les damos imagen de matrimonio -
sacramento. N o proyectamos un amor maduro y responsable.
Nos preocupa la situación social que atravesamos, pero no evita
mos todo compromiso. Se supone que pertenecemos a la
A Iglesia, pero nuestra relación con ella es de nombre.
i 114
w / Otros rechazan de entrada la invitación de Jesús. ¿No
serán más sinceros que nosotros? Quizá les desconcierta
nuestra imagen: de un lado las palabras, del otro una vida sin
marca de cristianos.
N o sabemos si infortunadamente, o por fortuna, todo camina en
este mundo, dentro del «ser, o no ser" que expresó Hamlet.
Todos somos a medias, o mejor dicho, intentamos ser cada día.
Pero Dios sabe, de que pasta somos hechos. La bondad de
alguien es el resultado de una diaria reconciliación, entre lo que
deseamos y lo que hacemos, entre nuestros ideales y nuestros
pequeños \osros. O mejor aún: entre ¡a inmensa bondad de Dios
que nos apoya y el esfuerzo de nuestros pasos vacilantes.
115 L
>
Vigesimoséptimo domingo
La canción de la viña
"Dijo Jesús: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un
lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje".
San Mateo, cap. 21.
En oriente, las viñas se rodeaban de cactus o con cercas de piedra.
El lagar, generalmente excavado en la roca, estaba al final del
sembrado. Y la torre, edificada en piedra y poco elevada, servía
de atalaya para defender la viña de ladrones y animales dañinos.
Jesús repite, casi al pie de la letra, la canción de la viña que nos
trae Isaías en su capítulo V. Es un poema compuesto por el profeta
al principio de su ministerio, teniendo en cuenta quizá alguna
canción de la vendimia.
Para el profeta, el pueblo israelita es la viña amada y escogida por
Dios. El texto hebreo expresa además que se trata de una cepa
especial, distinta por el color de sus racimos.
Esta parábola recapitula en pocas frases todo el esmero y la solici
tud del Señor para su pueblo.
Alguien ha escrito que el amor de Dios no se define con simples
adjetivos. Se describe con verbos: el Señor crea. Acompaña al
hombre en su camino. Se muestra a Abraham y lo saca de Caldea.
Hace alianza con los patriarcas. Se acuerda de la esclavitud de su
pueblo. Lo rescata de Egipto. Lo conduce a través del desierto.
Le regala una tierra prometida que mana leche y miel. Sus
cita profetas. Organiza un reino.
Se hace hombre en las entrañas de María. Busca un
grupo de amigos. Comparte con ellos su poder de salva-i 116
ción. Les conb'a su mensaje. Lrea una comunidad de escogidos.
Les enseña unos signos. Muere y al tercer día resucita.
En la historia particular de cada uno se repite, en miniatura, esa misma historia general de salvación.
El Señor, en frase de Isaías, conserva nuestros nombres escritos en
sus manos. Un día nos llama a la vida. De entrada nos regala la
libertad. Se arriesga amorosamente a perdernos, buscando que lo
escojamos libremente. Nos adopta por hijos en el bautismo. Nos
invita a una comunidad de fe, de amor y de esperanza. Señala
nuestro camino con los signos de su presencia que son los sacra
mentos.
Se disfraza, para hacernos compañía, con el rostro de quienes nos
aman. Nos envía profetas que hablan nuestro mismo lenguaje,
sienten lo mismo que nosotros, son de nuestra tribu.
Sufre y muere con nuestros dolores y nuestros fracasos. Resucita
en el árbol que retoña, en el día que -regresa, en el hijo que
madura. Para avisarnos a cada paso que El es la Vida.
¿Por qué, entonces, esta viña amada y escogida que somos noso
tros, produce tantas veces frutos amargos?
i 117 >
Vigesimoctavo domingo
¿Alguien se ha enamorado?
"El Reino de los Cielos se parece a un Rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para
que avisaran a los convidados, pero estos no quisieron venir". San Mateo, cap. 22.
Un caricaturista español nos entrega el siguiente diálogo: Pedro le comenta a Jesús: "Desengáñate. Hoy la gente ya no habla de t i , ni de religión. Ahora se ocupan únicamente de política, de droga o de la televisión en colores. Jesús le pregunta: ¿Pero, óyeme, cuando se enamoran, tampoco se acuerdan de Dios?"
Este era un rey que celebraba las bodas de su hijo e invitó a muchos.
Así, cada vez que alguien se enamora, es invitado a participar en la fiesta del rey. Porque una vez, el Hi jo de Dios se enamoró de la humanidad y se casó con ella. En el seno de una madre virgen se llevó a cabo el desposorio. Desde entonces, adquirimos una nobleza y una importancia inigualables. Somos de la familia de Dios.
Pero sucedió que aquellos invitados no quisieron venir. Hoy suce
de lo mismo: muchos no queremos vivir el amor.
A veces sólo conjugamos un egoísmo a dúo, que limita nuestros horizontes. Otras, olvidamos que todo amor exige como término final un tercero. En él se complementan todas las iniciativas y todas las batallas se recompensan. El amor de los padres tiene su plena realización en el hijo. Además, para cuantos caminamos en la fe, ese Tercero también es el Señor.
O vivimos el amor por departamentos. Hemos olvidado
, muchas regiones del otro, donde se esconden inapre-
f ciables riquezas. O a donde es necesario huir en tiem
po de guerra. i
Otras veces, amarnos equivale a colonizarnos mutuamente. Lucha
mos por imponer nuestras propias ideas, nuestros esquemas perso
nales, nuestra limitada visión de la vida.
O simplemente dejamos morir el amor. N o entendemos que es
necesario regarlo, abonarlo, cuidarlo, podarlo para que crezca y se
renueve.
Hace tiempos que el Señor nos invita a su fiesta. A l l í nos dará
sabiduría para entender al otro, para tenderle la mano y llevarlo
adelante, a pesar de sus limitaciones.
Aprenderemos que el amor humano no brota al acaso. Procede
de una especial iniciativa de Dios. Es la réplica de su vida infinita,
es la copia de su modo de ser, la publicidad de su presencia entre
nosotros.
Hemos errado por tantos caminos. Con razón sentimos sed, can
sancio, hastío, escepticismo. Pero no desistimos nunca de buscar
el amor. Recordemos entonces que esta invitación a la fiesta de
Dios, no tiene fecha de vencimiento.
^ ,
i ¥ 119
. i J
Vigesimonoveno domingo
El problema del fisco
"Los fariseos le preguntaron a Jesús: ¿Es lícito pagar impuesto al Cesar o no? Jesús les dijo:
Enséñenme una moneda y luego añadió: Den al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de
Dios". San Mateo, cap. 22.
Nunca ha sido agradable pagar impuestos. Un precepto que siem
pre obedecemos de mala gana, o por lo menos con una queja
implícita: si al menos emplearan nuestro dinero honradamente.
En tiempos de Jesús, los judíos debían cumplir con el tributo
religioso para el funcionamiento del culto. Pagaban al estado como
los ciudadanos de cualquier nación. Y también aportaban otra tasa
para el sostenimiento de la invasión romana en su territorio. Lo
cual en varias ocasiones originó revueltas entre el pueblo.
De otro lado la moneda judía circulaba a la par con la griega y la
romana.
Pocas veces Jesús habló en su enseñanza del dinero: aquella vez
cuando una mujer viuda aportó dos pequeñas piezas a la alcancía
del templo. Y otro día, cuando les preguntaron a los discípulos si
su Maestro pagaba el tributo del templo. Jesús envió a Pedro al
lago y allí encontró un pez que llevaba en la boca un "estáter",
con el cual cubrió su obligación y la del Maestro.
Alguna vez los fariseos quieren comprometer al señor y lo asedian
con esta pregunta: ¿Es lícito a nosotros pagar el tributo del
A Cesar?
P El Señor se molesta y antes de responder, les dice:
hipócritas, ¿por qué me tientan? Muéstrenme la mone-i 120
da del impuesto. Le llevan un denario romano, una pieza de plata
de cuatro o cinco gramos. En el anverso presentaba la figura del
Cesar de entonces, Tiberio. Por el reverso, una expresión alusiva
al mismo.
Jesús pregunta nuevamente: "¿De quién son esta efigie e inscrip
ción?". "Del Cesar", le responden.
Si el Maestro declaraba ilícito el tributo pagado a los romanos, se
habría expuesto a la muerte y aún no había líemelo su hora. Pero
ante esa moneda, el Señor les echaba en cara a sus enemigos, que
la invasión romana era un hecho aceptado por la mayoría. Más
aún, algunos judíos sacaban se lucraban de ella, oprimiendo al
pueblo.
A los cristianos de hoy Jesús nos enseña que el Reino de Dios va
más allá de las estructuras económicas y políticas. Bajo cualquier
régimen civil podemos y hemos de dar a Dios lo que es suyo:
nuestra fe, nuestra obediencia.
Más adelante los apóstoles declararían ante los tribunales judíos:
hemos de hacerle caso a Dios, antes que a los hombres.
Amamos pues a Dios, viviendo en comunión con el trabajo, el
dinero, las autoridades civiles, el mundo real que nos rodea. Todo
ello edifica la ciudad terrena, que es base y fundamento de la
Jerusalén celestial. Y aquella capital del tiempo de Jesús, con su
maravilloso templo, no pudo existir sin los mercados de Cafarnaúm,
la esforzada pesca del Tiberíades, los rebaños de Belén y las
cosechas de Galilea.
San Pablo, escribiendo a los fieles de Tesalónica, les dice: "Ante
Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de su fe, el
esfuerzo de su amor y el aguante de su esperanza, en Jesu
cristo nuestro Señor". Por la fe en el Maestro vivimos y ^
avanzamos a pesar de todas las circunstancias.
i\ 121 ¡s ¿
)
Trigésimo domingo
Dios sigue conversando
"Jesús le respondió al escriba: El mandamiento principal de la ley es: Amarás al Señor con todo el
corazón. El segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". San Mateo, cap. 22.
La frase parecería de algún moderno novelista. Pero es tomada del
Concilio Vaticano II cuando nos explica la revelación: «Dios que
habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la esposa
de su Hi jo».
Son muchos los temas de este diálogo, como sucede entre quie
nes se aman. Dios le habla hoy a la Iglesia en idiomas nuevos y
sobre asuntos hasta ayer ignorados. Le cuenta las proyecciones de
la cibernética, el ámbito donde se mueve la electrónica, los des
concertantes programas de la petroquímica. Le ilumina, por medio
de los avances sicológicos, el misterio del hombre. Así hemos
descubierto que es urgente amarnos a nosotros mismos. A lgo que
antes se creía pecaminoso. Sin embargo lo enseña el Evangelio.
'Amarás a\ Señor con todo el corazón", responde Cristo al saduceo
que le pregunta sobre el mandamiento principal. Y le añade: "El
segundo mandamiento se parece al primero: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo". A la luz de la sicología, descubrimos que si
muchas veces no amamos al prójimo, es porque no hemos apren
dido a amarnos a nosotros mismos.
Como por la ley de osmosis, el hijo absorbe en el hogar, el amor
o la Palta de afecto de sus padres. Luego enmarcará su
historia en una de estas dos secuencias, positiva y cristiana
'' la una, trágica e inhumana )a otra: -¿Se aman mis pa-
N¡ " * dres? - M e aman - ¿Me amo? -Amo a los demás... -
. l i ¿ N o se aman mis padres? - N o me aman? - Entonces
me rechazo a mí mismo. Y como resultado lógico, soy incapaz de
amar a los demás.
Este amor a mí mismo es consecuencia de un inventario real de lo
que soy, de lo que puedo, de lo que tengo. Y, desde un análisis
sereno, de un amor humilde, capaz incluso de hacernos reír de
nuestras fallas. De expresar, con cierta alegre ironía, nuestros des
aciertos.
Un amor que valora las propias capacidades para cultivarlas y orien
tarlas. Q u e nos hace sentir distintos a los demás, pero no superio
res. Auténticos, pero no extravagantes. Aptos para convivir, pero
sin nunca perder nuestra originalidad.
Escondemos a veces nuestra incapacidad de amar detrás de una
ascética errada, o cierta filantropía de baja ley. O tratamos de
proteger al otro, colmándolo de dádivas y cariñosamente, para
buscar seguridad y colocarlo a nuestro servicio. Pero esto no es
amar. Amar es conocernos a nosotros y al prójimo, en la medida
de lo posible. Juntar con las suyas nuestras cualidades, para que
en compañía, se acrecienten. Es vivir en una constante actitud de
respeto y crecer juntos, que equivale a caminar unidos, alegrándo
nos del bien que Dios nos hace. Manteniendo en común una
reserva de esperanza.
Aquel día Jesús le explicó a su auditorio que es lo fundamental de
su mensaje: retoma un pasaje del Deuteronomio y lo presenta de
una forma nueva, frente a la maraña de preceptos que agobiaban a
los judíos de entonces. Y una cosa queda en claro: lo fundamental
no es comprender a Dios. Es amarlo. Y a la vez: en el amor al
prójimo, comprometido y práctico, se hace patente el amor al
Padre de los Cielos.
< 123 } L - _ _ J
Trigesimoprimer domingo
Una ciudad llamada hipocresía
"Dijo Jesús: Hagan y cumplan lo que los fariseos les digan, pero no hagan lo que ellos hacen".
San Mateo, cap. 23.
Así presentaba un escritor el mundo en que vivimos: «Existe a\\í la
calle de la Falsedad, la plaza de la Apariencia, la avenida de la
Simulación, la discoteca "Los Fariseos", el bar "La Falsa Moneda" ,
el camino de la Mentira la vereda del "Engaño'... y muchos sitios
más donde quizá nos sentiremos cómodos. Como en la propia
casa».
Mas el Evangelio nos invita a la sinceridad. Nos prohibe parecer-
nos a los fariseos del tiempo de Jesús: muchas palabras y poco
testimonio.
Frecuentemente, como padres de familia, novios, empleados pú
blicos, obreros o patronos, no podemos exhibir una vida con sello
de autenticidad.
Aunque en las reuniones sociales hablemos mucho de manos lim
pias, de honestidad, de equidad, en nuestro interior las cosas no
caminan tan bien como parece.
Pero hay otra hipocresía peor, porque nos separa de la ayuda de
Dios. Es aquella que se encarga de bautizar los propios pecados
con nombres decentes. A l no reconocer nuestras fallas, las envol
vemos en papel de fantasía. Esto sí es blanquear los sepulcros,
que continúan por dentro llenos de podredumbre. A l orgullo lo
nombramos dignidad, al engaño le decimos viveza, a la
_^ injusticia la llamamos prudencia. Por otra parte, nadie acep-W 124 i
¥ tara haber cometido un adulterio. Solamente ha tenido
W
una aventura.
Como si tratáramos evitar que Dios se entere. Sin embargo, la
primera condición para que El nos perdone, es reconocer con
llaneza que somos pecadores.
También nos dice el Evangelio que no hemos de buscar, como los
fariseos, los primeros lugares en el templo, en el mercado, en la
universidad, en las diversiones, en el trabajo. N o es esto abdicar a
nuestro esfuerzo de superación. Pero sí es no opacar a los demás,
presentándonos siempre como los importantes. Como aquellos
que tienen la palabra sobre todo tema.
Se puede mezclar tanto fariseísmo en nuestra conducta que urge
revisar la propia vida a cada paso, mirándola a la luz del Evangelio.
Esto requiere valentía. Pero el Señor está pronto a ayudarnos.
Por la sinceridad, sería nuestra vida más limpia y más feliz. Cuando
nos convirtamos a la sinceridad, caminaremos por nuestras ciudades
y nuestros campos —quizá con una escalera muy larga a cuestas-
cambiando la nomenclatura de esta tierra que un día aprendió a
mentir. Tendríamos entonces la calle de la Verdad, la avenida de la
Autenticidad, el camino de la Amistad, la plaza de la Veracidad,
el 'Bar del Sí y el N o " . . . y esta ciudad se llamaría... como tú
quisieras.
i .A.
125 >
~y^r
Trigesimosegundo domingo
Una virginidad condicionada
"Dijo Jesús: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias
y cinco sensatas". San Mateo, cap. 25.
La mitad de los héroes, como la mitad de las vírgenes, suelen ser
necios, asegura un autor.
Y Cristo en su parábola nos advierte: no basta solamente ser virgen. Hace falta prudencia, previsión, oportunidad, aceite suficiente en las lámparas, constancia para esperar la llegada del esposo.
De estas diez doncellas, cinco son calificadas de necias. En otro
lugar nos habla el Evangelio de eunucos, que lo son por un
defecto natural, o por la malicia de los hombres. Pocos de ellos
por el Reino de los Cielos.
También existe una virginidad que no es por el Reino: por incapa
cidad, por cobardía, por autosuficiencia o por orgullo, por falta de oportunidades, por asepsia...
Cristo alaba la virginidad que respalda su plan de Salvación, es
decir la que ilumina a los demás, vela en compañía, espera confia
da hasta muy entrada la noche.
Esto de aguardar al esposo podría traducirse: vivir a cada instante la virginidad como una boda. Una boda con el Señor y con los más necesitados. Entendiéndola como un signo de otros valores más
t hondos, intraducibies muchas veces al lenguaje verbal. Pre-4~i sentarla a los demás como la piel de una alegría inefable: la
\ de sentirse amado por muchos y al amarlos entrañablemente, hacer amables todos los recodos del camino. i 126
La historia cristiana nos presenta en su pórtico a una Madre Vir
gen, Nuestra Señora. La maternidad es un valor que casi todo el
mundo comprende. Mientras pocos alcanzan a valorar la virgini
dad, por ignorar que ésta no agota en sí misma su existencia. Vale
en razón de un más allá.
Será entonces inagotable capacidad de ternura, inocencia que no
hiere sino que acoge. Alianza ininterrumpida con Cristo y humana
cercanía a todas «las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres».
Las otras formas de virginidad pueden resultar necias: endurecen el
alma, clausuran el corazón, desfiguran el rostro, no revelan a Dios
y causan compasión o rechazo.
Por el contrario, las vírgenes prudentes congregan a muchos en
derredor. Son recursivas, no se pierden en elucubraciones teológicas
inútiles, ni se dejan vencer por el cansancio. Se alegran a cada
momento de ser vírgenes, en orden a unos valores más excelentes.
Todo lo anterior puede aplicarse a la fidelidad mal entendida, a
ciertas formas de piedad, a algunas maneras de inocencia, a la
perseverancia en determinados estados religiosos, ideologías o cri
terios.
En fin, la virginidad y el heroísmo valen la pena, si logramos vivirlos
entre el cincuenta por ciento de los sensatos.
i 127 •
Trigesimotercer domingo
Cuando el Señor se marcha
"Un hombre que se iba al extranjero, llamó a sus empleados y les dejó encargados sus bienes: a uno
le dejó cinco talentos, a otro dos; a otro uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó".
San Mateo, cap. 25.
Normalmente la juventud supone una crisis de fe. Es el tiempo de
autodefinirnos, de afirmarnos como sujetos distintos e irrepetibles.
Tiempo de análisis y de síntesis.
Explicando su crisis interior, un joven la resumía en estas frases
repetidas una y otra vez: "M is padres dicen... Pero yo pienso ...
Si, hay un tiempo en el cual los padres enseñan la fe con su
ejemplo y su palabra. Hay otro tiempo para aprender a pensar
según el Evangelio. Hay un tiempo de estudio teórico y un tiem
po de práctica, dura y comprometida.
Hay un tiempo de amor entusiasta y un tiempo de esa rutina
amorosa que se llama fidelidad.
Hay un tiempo para la búsqueda arriesgada y otro tiempo para plasmar sólidamente lo encontrado. Hay un tiempo para recibir y otro para hacer fructificar lo recibido.
Nos lo dice la parábola: este hombre que se ¡ba al extranjero, repartió a sus empleados los talentos y luego se marchó. Cuando el Señor se marcha, afloran nuestras crisis.
i
Antes, éramos niños y todo se nos entregaba prefabricado.
A Ahora somos jóvenes y debemos usar la libertad. Somos
dueños de nuestro destino. Antes, sólo nos preocupa-
y ba acumular conocimientos. Ahora se trata de poner lo
aprendido al servicio de los demás. IvT
Cuando el Señor se marcha, nos sentimos desconcertados. Antes
el amor era un ideal. Ahora es una realidad prosaica, opaca,
desabrida. Antes éramos incondicionales de toda causa noble.
Ahora no encontramos razón para luchar, para perseverar. A veces
ni siquiera para vivir.
Antes, mirábamos el porvenir con ilimitada esperanza. Ahora cuando
ya hemos logrado la meta, nos sentimos insatisfechos y nos asedia
el egoísmo.
Todo esto sucede cuando el Señor se marcha. Quisiéramos que El
no se ausentara, que no hubiera repartido responsabilidades. Que
permaneciera a nuestro lado, solucionando nuestros más mínimos
problemas.
Pero es más hermoso y más fecundo el tiempo de su ausencia.
Entonces crecemos, ejercitamos la libertad, probamos nuestra ma
durez, acrecentamos nuestra fidelidad, realizamos sus planes.
A El no le gusta trabajar con niños mimados y sobreprotegidos.
Realiza sus programas con gente curtida en la brega, capaz de
soportar crisis, de superarse, de esperar pacientemente, de sentir
se alegre en ese tiempo oscuro, que corre desde la ausencia del
Señor hasta su retorno.
Trigesimocuarto domingo
Una tienda hecha del día
"Entonces los justos le contestarán: Señor, cuando te vimos con hambre, o con sed, o foraste
ro, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel y te socorrimos? Y el rey les dirá: Cada vez que lo
hicieron con uno de estos mis humildes hermanos". San Mateo, cap. 25.
El 3 de agosto de 1 4 9 2 , Cristóbal Colón se hacía a la mar desde
el puerto de Palos de Moguer. Muchos afirman que su propósito
era hallar una ruta más corta, hacia los legendarios territorios de
Oriente, donde crecían el clavo, la canela y la pimienta.
Pero unos meses más tarde, las tres carabelas tocan tierra en
Guahananí, la cual es bautizada Isla de San Salvador. Colón había
descubierto un nuevo continente.
En las cosas de Dios también se dan. sorpresas, que exceden las
más ambiciosas esperanzas. Nos vemos entonces obligados a con
vocar amigos y vecinos para decirles: "El Señor ha hecho en mí
maravillas".
N o solamente se cumple la promesa del Evangelio: todo el que
busca encuentra, o quienes llegan por la tarde reciben igual paga
que los jornaleros madrugadores. Cada día, la mujer desconsolada
vuelve a encontrar su dracma y el pastor diligente recupera la oveja
extraviada.
Damos un vaso de agua fresca a un profeta y participamos
de su recompensa. A ú n más: quienes realizan el bien
como por instinto natural, se sorprenden: Dios se iden
tifica como el que recibe su ayuda. Entonces preguntan:
"¿Cuándo, Señor, te vimos con hambre o desnudo o i 130
enfermo o en la cárcel y te socorrimos?" Y el Señor les responde,
"Cuando lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos .
La cercanía de Dios, su amor por cada uno de nosotros, ha poteru
ciado admirablemente nuestra humanidad, comunicándole podergs
sorprendentes. Nuestras manos de barro abren, de par en par, |a
puerta de los cielos. Nuestras palabras frágiles hacen vibrar e |
corazón de Dios. Nuestra mirada taladra la inmensidad de sus
misterios. Nuestros pasos destruyen la distancia que existe entre |Q
tierra del pecado y el país de la vida.
Dios es un rey magnífico, generoso, increíble en el modo de
retribuir a sus amigos. Mucho más espléndido que aquel que
tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha del día y un
rebaño de elefantes».
Sospechamos que el poeta había leído el Libro de los Salmos:
"Dios mío, qué grande eres. Tú despliegas los cielos lo mismo que
una tienda, haces de las nubes tu carro, te deslizas sobre las alas
de los vientos .
También nosotros construimos una tienda luminosa y eterna con los
opacos elementos de esta tierra. Por el poder de Dios.
i 131 i» á
•
FESTIVIDADES y OTROS
Nuestra Señora de la Candelaria
Nuestra Señora de la Luz
"Cuando se cumplieron los días de la purificación, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor y ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o
dos pichones". San Lucas, cap. 2.
Estaba ordenado en el capítulo 1 3 del Éxodo: todo primogénito
será consagrado al Señor. Será rescatado por la ofrenda de una res
menor. Pero los pobres presentarán dos tórtolas o un par de
pichones.
Para cumplir la ley, María y José suben al templo con el Niño y
entregan la ofrenda de los pobres.
El ritual judío no habla de llevar alguna luz. Pero los artistas dibuja
ron a nuestra Señora con su Hi jo en los brazos y una cera encen
dida en la mano. Es Santa María de la luz, la Virgen de las
candelas, Nuestra Señora de la Candelaria.
La tradición y el arte unieron en la escena la presentación del Niño y el
grito del anciano Simeón: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo
se vaya en paz, porque han visto mis ojos la salvación... luz para
iluminar a- las naciones".
Como en el pasaje de los Magos, también aquí el evange-
_¿ lista recalca que el Mesías viene a salvar a todos los hom-
T bres. Pero la presentación del Niño en el templo y su
\ 132 ,- encuentro con el anciano Simeón y la profetisa Ana son
%=m también el encuentro de Cristo con la tercera edad. W"
Así llamamos hoy a los mayores, a quienes la ciencia les ha d i v i
do el promedio de vida. Están en esa edad los abuelos, los tíot,
los empresarios retirados, los jubilados, los religiosos que ya cum
plieron su misión, los asilados.
Cristo llamó al pesebre a los pastores. Luego invitó a los magos. A
los doce años visitará a los doctores en el templo. Aquí se encuentra
con la tercera edad. Edad que tiene su propio afán: angustia ante la
muerte, sentimientos de inutilidad y marginación, frío, achaques,
soledad.
Sin embargo, los ancianos disponen de una enorme riqueza: la
experiencia. Ella es sabiduría, serenidad ante los golpes, paz, cla
rividencia, reconciliación consigo mismo y con el prójimo, benefi
cio de perspectiva para juzgar los acontecimientos y las cosas.
Además, los ancianos gozan de un gran tesoro: tienen tiempo.
Aunque este pueda ser doloroso en los insomnios y en las tardes
en que nadie viene a visitarlos.
La presencia de Cristo puede transformar la existencia de tantos
ancianos. La tercera edad es tiempo para un balance imparcial y
sincero, más allá de toda comedia y fantasía. Es tiempo de oración
y de intercesión.
Y es tiempo de preparación. El anciano espera pacientemente en
la antesala del cielo. De pronto, el Señor abrirá la puerta para
invitarlo a la bienaventuranza. Entonces sus ojos, como los del
anciano Simeón, se iluminarán de salvación.
Bajo la mirada amable de María, Simeón y Ana descubrieron al
Señor. Q u e ella nos guíe hasta gozar de esa luz que jamás tiene
ocaso.
, A ,
Í 133 |> u A
San Juan Bautista
Fábrica de silencio
"Isabel dio a luz un hijo. Y a Zacarías se le soltó la lengua y alababa a Dios". San Lucas, cap. 1
En el primer libro de los Reyes, encontramos a Elias deseoso de
hablar con el Señor. Subió hasta el monte Horeb y allí retumbaba
el huracán. Pero el Señor no estaba en el huracán. Después hubo
un gran terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
Luego fulguró el rayo. Pero el Señor no estaba en el retumbar de
los truenos. Finalmente llegó una brisa tan blanda que parecía
tejida de silencio. Y Elias se tapó la cara con el manto porque allí
hablaba Dios.
Hoy celebramos el nacimiento de san Juan Bautista. Apareció un
gran profeta. Entre los nacidos de mujer ninguno como él, nos
dice el Evangelio. Y como preparación a su alumbramiento miste
rioso, Zacarías, el esposo de la anciana Isabel, se queda mudo
durante nueve meses.
Las maravillas de Dios se preparan en el silencio y sólo se pueden
contemplar en el silencio.
El Bautista es un hombre fuera de lo común. Asombra su sinceri
dad. N o se apropia las grandezas ajenas y declara llanamente que
él no es el Mesías, apenas su precursor. Dice la verdad sin ador
nos. A los ricos: compartan sus bienes con los pobres. A los
cobradores de impuestos: no exijan más de lo debido. A los
soldados: no molesten a nadie con falsas denuncias. A Herodes:
no te es lícito tener la mujer de tu hermano.
* ^ Su voz es firme y vibrante. Es el hombre del desierto,
Y amigo del silencio. Sabe hablar, porque ha aprendido a
callar. i 134
W
Los que vivimos aturdidos por la algarabía e intoxicados de bulli
cio, qué podemos hacer, ¿qué podemos hacer?
Hay un silencio que se puede fabricar, aún viviendo entre la gen
te. Los santos lo llamaron el silencio interior. Se construye cuando
serenamos nuestras preocupaciones, cuando aplacamos un poco
las tensiones del trabajo o del estudio y empezamos a mirar nuestra
vida desde dentro. Entonces las cosas que nos rodean aparecen
en su verdadera dimensión y encontramos a Dios en el fondo de
nuestra conciencia.
El campo es tan hermoso porque allí todavía reina el silencio.
Lástima que los campesinos no lo sabemos disfrutar y los de la
ciudad, cuando nos refugiamos en él, solemos llevar con nosotros
nuestro equipaje de ruido.
El lugar de este silencio interior es el hogar. A l regresar a casa,
podemos construir el silencio. Es la voz dulce de la esposa, el
diálogo amable y cariñoso con los hijos, el examen sereno y manso
de nuestra conciencia. Entonces como una brisa que se adentra de
puntillas hasta lo más hondo del ser, Dios llega a nosotros.
Hay otro silencio que también vale la pena fabricar. Consiste en
no decir la palabra inoportuna, callarnos cuando el prójimo no está
dispuesto para la corrección, no hacer el comentario que destruye
la fama ajena, no responder con ira cuando nos ofenden... En este
silencio también se encuentra a Dios.
Nuestra vida pudiera ser más serena y feliz, y más plácida, si
aprendiéramos un poco a callar. Kaloni Kienga, aquel misterioso
navegante de una novela de Morris West, nos dice: "Después de
cada faena soy como una cuerda deshilachada. Entonces me siento
en silencio a trenzarme de nuevo,- miro hacia dentro y sueño.
Permanezco en silencio, porque cada palabra es un hilo que
le arranco a mi cuerda." A
<| 135 >
San Pedro y San Pablo
¿Quién tiene las llaves?
"Dijo Jesús a Pedro: A ti te daré las llaves del Reino de los cielos" San Mateo, cap. 16.
Era el lenguaje del Señor, siempre diáfano y simple, repleto de
mensaje en las parábolas, directo y grave en sus sentencias, hermo
so y lleno de pedagogía en las metáforas, nos habló de las semillas
y las perlas, de las viñas y los pájaros, de la roca sobre la cual se
edifica una casa segura y de las llaves para abrir y cerrar el Reino de
los Cielos.
Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y San Pablo. Son ellos las
bases de toda la Iglesia. Y recordamos al obispo de Roma, cabeza
visible de la comunidad cristiana, quien ha heredado de Jesús el
poder de atar y desatar.
La Iglesia toda confía en él. Le mira como a un padre, como a un
hermano mayor, un amigo leal, en su fe valerosa, entusiasta y
andariega. Cristo le ha confiado en estos tiempos llaves de su
Iglesia.
Sin embargo, este ministerio que tuvo el primer papa, no es patri
monio exclusivo del pontífice romano. Su encargo de enseñar, de
promover, de conducir la Iglesia a través de la historia, lo ejerce en
compañía de todos los obispos de la tierra. Lo cual se llama la
«colegialidad». Así se continúa la presencia de Cristo entre noso
tros. Pío, Benedicto, Paulo o Juan Pablo presiden la Iglesia, para
enseñarnos, regirnos y santificarnos.
Cada obispo es ayudado a su vez, en su Iglesia particu
lar, por los presbíteros, los diáconos y los demás minis
tros. Esta es la jerarquía: los diversos grados del sacer
docio se interrelacionan armónicamente y comparten la responsabi
lidad de servir a los creyentes.
Los bautizados que no hemos recibido ningún ministerio oficial de
la Iglesia, tenemos también una tarea particular. Cumplámosla con
dedicación y eficacia en beneficio de toda la comunidad y así
anunciamos a Cristo. Pensemos en el bien que pueden hacer los
responsables de una empresa, los gobernantes, los líderes sindica
les, políticos o deportivos, los que tienen poder decisorio en los
medios de comunicación, los científicos, los artistas. Cada uno de
ellos tiene un don, una cualidad que, en lenguaje cristiano se llama
«carisma». Es la capacidad de iluminar el mundo, de cultivar la
belleza, de unir a los hombres, de dar la mano a los más necesita
dos. Todos tenemos la capacidad - nos la dado el Señor de abrir
a todos la verdad o guardarla con avaricia. Podemos trazar caminos
de superación o encerrar a muchos dentro de su propia miseria.
En nuestro mundo hay tantos desesperados, cansados de aguardar
su liberación, que nos preguntan con desconcierto: ¿Quién tiene
las llaves?
Con razón interpelaba Gandhi a los cristianos: «Ustedes que di
cen tener la luz, ¿qué han hecho de la luz?
i A,
f—^ 137 >
Asunción de Nuestra Señora
Nuestro compañero inseparable
"Dijo María: Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Señor ha hecho en mí maravillas".
San Lucas, cap. 1.
«Oh cuerpo, manso asnillo, tan dulce junto a mí por la vereda».
Así comienza José María Pemán un hermoso poema, en alabanza
de nuestro cuerpo mortal. Cuerpo tan calumniado por quienes
olvidan la dignidad que consiguió, desde que Dios se hizo carne.
Cristo nos enseñó además, a valorar nuestro cuerpo. En su favor realiza casi todos los milagros: cambia el agua en vino, cura enfermos, resucita muertos, multiplica el pan y los pescados. Ea la manera de expresar su interés por toda nuestra persona.
Es maravilloso nuestro cuerpo. Su contextura, sus funciones, la relación de sus huesos, sus nervios y sus músculos.
A él llegan como a un puerto los sacramentos, para luego adentrarse por todo el ser, hasta nuestra más honda intimidad.
El es nuestro instrumento y nuestro signo. Por él conocemos, palpamos, olemos, gustamos, miramos y escuchamos el universo.
Es nuestro documento de identidad. Se nos distingue por los rastros de un rostro, por un tono de voz, por una manera de gesticular, por el rumor de unos pasos.
A través de nuestro cuerpo se expresan de inmediato los gozos y
los dolores del alma. Puede reír y llorar, lo cual para ella es
A imposible.
Es nuestro compañero inseparable. Es una herejía afir
mar que solamente él peca y hacerlo culpable de todos
nuestros males. Es parte integral de nuestro yo. Es nuestro herma
no gemelo, más débi l , pero fiel, humilde y generoso cuando
sabemos motivarlo.
Hubo en el comienzo de la Iglesia una secta que despreciaba el
cuerpo y prohibía el matrimonio. Para ellos la perfección cristiana
consistía en ser como ángeles. Pero esto ni es cristiano, ni es
posible. La santidad humana es santidad de hombres, metidos en
materia.
Adoramos el cuerpo de Cristo que ha subido a los cielos. Vene
ramos el cuerpo de María en la asunción gloriosa. Es apenas
lógico que ese cuerpo que, como dice un autor, «limita físicamen
te con Dios», fuera levado al cielo y desde allí, anunciara nuestra
futura transformación..
La fe cristiana valora notablemente nuestro cuerpo: lo unge con
aceite bendito en el bautismo y en la confirmación y lo honra
cuando, ya inerte, es un recuerdo apenas de nuestro paso por la
tierra.
Pero conviene educarlo: orientar sus instintos, moldearlo en el
deporte y en la disciplina, adornarlo con sencillez, cuidarlo con
esmero, respetar su individualidad, sembrar en él semillas de vida
eterna.
i .A.
139 S> 4 1
Domingo Universal de las Misiones (Ciclo A)
Misión es compartir
"Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, enseñándo
les a guardar todo lo que les he mandado". San Mateo, cap. 28.
De madrugada, donde termina la ciudad, un niño se muere de
hambre silenciosamente. Desconcertado ante las discusiones de sus
padres, un joven abandona el hogar. Vaga, minado por las drogas
y vicios, para terminar luego en la sala de algún hospital.
En una vereda distante, la gente carece de escuela, de energía
eléctrica, de salud, de esperanzas. Nadie les da ¡a mano. En ¡a
remota selva, una tribu indígena está próxima a desaparecer por la
desnutrición, el consumo de coca y las epidemias. Una aldea, a la
orilla del mar, agoniza en \a incomunicación y en la ignorancia.
Los llamados cinturones de miseria se extienden y se multiplican.
A l l í miles de hermanos nuestros pierden la dignidad humana, la fe
en Dios y el sentido de la vida.
Muchos jóvenes, al terminar su bachillerato, no logran iniciar una
carrera. En una sociedad donde hacen faltas profesionales, muchos
de ellos no encuentran un trabajo adecuado.
Por otro lado, las posibilidades económicas de muchas familias
aumentan día a día. Con frecuencia se acumula riqueza inútilmente.
Otros viven hastiados, sin saber cómo emplear sus capaci-
A dades y su tiempo.
Pero hay gente de buena voluntad que descubre en
todas estas situaciones un angustioso y común denomi
nador: ausencia de Evangelio. Tratan entonces de ahondar en la
vocación misionera, que recibieron en el bautismo.
Comprenden muy bien que "misión es compartir". Tomar lo que
hemos recibido del Señor y ponerlo en común con nuestros her
manos.
Dios nos regala la vida, la fe, el hogar, los bienes de fortuna,
invaluables capacidades de transformar el mundo, poder de deci
sión ante la industria/ ante el gobierno, en ¡os negocios. Compar
tamos. Así seremos misioneros.
A los hombres de hoy nos amenaza una enfermedad aún más
grave que las plagas de nuestros cultivos: el egoísmo. Hoy, Do
mingo Universal de las Misiones, ¿por qué no mirar más allá?.
¿Por qué no abrir la mente a las necesidades ajenas, hacer de
nuestro amor un amor internacional', tender la mano a quienes
allá lejos esperan de nosotros?
Ser misionero es vivir de la esperanza, porque Dios quiere seguir
salvando con nosotros. Es amar a los próximos y a los lejanos. Es
continuar creyendo que el mundo todavía tiene remedio.
ti . • * - A ^ T ' "
Día Universal de las Misiones (Ciclo B)
Enseñamos a amar
"Dijo Jesús: Vayan por todo el mundo, proclamen la Buena Nueva a toda la creación"
San Marcos, cap. 16.
En un aeropuerto parisiense, un joven profesor de la Costa de
Marfil observaba con estupor las voluminosas cajas que se empaca
ban en un avión carguero. De pronto, apoyando la frente contra el
ventanal, empezó a sollozar. Se acordaba de los niños y los ancia
nos de su patria. Aque l enorme cargamento consistía en alimentos
para gatos y perros.
Frente a semejantes injusticias existen tres caminos: el primero,
quedarnos en silencio, luchar por la propia subsistencia y esperar
que se haga justicia más allá de la muerte.
O t r o camino: lanzar a los hombres a la violencia: prender su
corazón como una bomba incendiaria, armar a\ pueblo para que
derribe el sistema.
La Iglesia aprendió de su fundador un tercer camino: sembrar el amor entre quienes todo lo tienen y aquellos que todo lo necesitan. Invitarlos a encontrarse fraternalmente en un lugar intermedio de la frontera, donde se hable el idioma del Evangelio.
"Nosotros enseñamos a amar, decía un misionero. N o logramos
cambiar las estructuras. Anunciamos que muchas de ellas son injus
tas, pero cambiarlas de raíz nos quitaría mucho tiempo. Mientras
tanto, se nos puede morir un niño por falta de un vaso de
leche. Nuestra vocación es anunciar a Jesucristo que vive
y ama por nuestro ministerio.
Afirman algunos que nuestra labor asistencial retarda el cambio de
estructuras. Seamos realistas. En los lugares de misión generalmen
te falta todo. Debemos cumplir muchas labores de suplencia .
Es fácil criticar al misionero que reparte pan, que traslada en su
viejo jeep a un enfermo, que recoge del barro a un moribundo. A
la misionera que aplica inyecciones, que improvisa en la selva un
dispensario elemental, que limpia las llagas de un leproso, que
atiende a una mujer a punto de ser madre.
¿Pero podremos dejar esto de lado? El programa de Cristo com
prende un mejoramiento total de los hombres. Si no realizamos
estos oficios, los pobres no entenderían que Dios los ama, no
creerían que nosotros los amamos.
En Calcuta, un moribundo le decía a la Madre Teresa: «Repíteme
eso otra vez, porque me hace mucho bien. Siempre he oído decir
que a los parias nadie nos quiere. Es maravilloso saber que Dios nos
ama. ¡Dímelo otra vez!".
En este nuevo siglo, la Iglesia de nuestro continente, está llamada
a anunciar a Cristo por todos los rincones de la tierra, compartien
do la fe y edificando el reino de Dios. ¿Nos comprometemos en
esta urgente tarea?
Hoy, Día Universal de las Misiones, la Iglesia invoca la generosi
dad de todos sus hijos. Los anima a orar y a colaborar económica
mente en ¡a difusión del Evangelio. Llama a la juventud a entregar
su vida a las Misiones, como sacerdotes, como religiosos o como
laicos, asegurándole que esta vocación es un camino cierto de
realización y de servicio a los más necesitados.
i us) &>—A Y
Día Universal de las Misiones (Ciclo C)
Ha llegado la hora
"Dijo Jesús: Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todos los hombres. El que crea y se
bautice se salvará". San Juan, cap. 16.
Los fieles de aquella parroquia rural se han juntado en el templo.
Despiden a una religiosa de su comunidad cristiana que se va a
Mozambique. A l l í estará muchos años al servicio de una pequeña
comunidad cristiana. ¿Pero qué pensaríamos de una diócesis que
enviara a su obispo y a su vicario general a un remoto lugar de
misión? Sería un hecho insólito. A las misiones van los misioneros.
Los "otros cristianos" permanecemos en lo "nuestro": en nuestra
familia, en nuestra parroquia, en nuestra Iglesia.
Sin embargo el capítulo 1 3 de los Hechos de los Apóstoles, nos
certifica lo insólito. La comunidad cristiana de Antioquía envía a Pablo
y a Bernabé a Chipre, Perge e Iconio, donde muchos esperaban el
anuncio del Evangelio.
— Eso era en los primeros tiempos, dice alguno.
— Cosas del Espíritu Santo, agrega otro.
— Eran cristianos de verdad, comenta un tercero.
Hoy la Iglesia está en búsqueda de sus raíces. También vive con
nosotros el Espíritu y pretendemos ser cristianos de verdad.
Sin embargo aparecemos divididos en dos grupos diversos: quie
nes sólo procuran la conservación de la fe en los ya bautiza
dos y los llamados misioneros: obispos, sacerdotes, reli
giosos y laicos, comprometidos a anunciar el Evangelio
a quienes no lo conocen todavía.
Lo grave del asunto es que Jesús fundó una Iglesia única que es
por naturaleza" misionera. De ahí el gesto de los cristianos de
Antioquía. Prescinden de sus mejores pastores para cumplir el
mandato del Señor: ir por todo el mundo y anunciar a todos la
buena noticia.
Las estadísticas nos dicen que sólo la cuarta parte de la humanidad
ha recibido el anuncio de Cristo. ¿Qué hemos hecho nosotros
por esa gran masa que representa el 7 5 % ?
Tradicionalmente la tarea misionera era encomendaba a grupos es
pecializados: los misioneros. Pero el Concilio Vaticano II nos re
cuerda que el compromiso misionero es algo propio de cada bau
tizado. Q u e toda la Iglesia ha de anunciar el Evangelio, hasta los
confines de la tierra.
América Latina se cuenta en la actualidad con el 5 1 % de toda la
Iglesia católica. Pero es necesario que de Iglesia misionada nos
convirtamos pronto en Iglesia misionera. Entonces, cada comuni
dad cristiana se sentirá comprometida con otras Iglesias distantes.
Dice el párrafo 3 6 9 del documento de Puebla: "Para América
Latina ha llegado la hora de proyectarse más allá de sus propias
fronteras. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros.
Pero deb emos dar desde nuestra pobreza".
»
Todos los Santos
Ciertas vidas de santos
"Viendo Jesús la muchedumbre, subió a un monte, se sentó y les decía: Bienaventurados los pobres, los mansos, los que tienen hambre y sed
de justicia, los limpios de corazón..." San Mateo, cap. 5.
Todos hemos leído ciertas vidas de santos, que en vez de enalte
cer al biografiado, más bien lo desfiguran. Nos lo presentan dismi
nuido, extravagante, completamente distinto a los demás y con
frecuencia inverosímil.
En cambio, nos entusiasman las vidas de los santos que caminaron
por la tierra tratando de vivir las Bienaventuranzas, cada uno dentro
de sus limitaciones y de sus propias circunstancias.
Podrían escribirse entonces historias muy reales, colmadas de peri
pecias y aún llenas de humor, comenzando según se usa, por
describir una casa paterna parecida a la nuestra.
En un segundo capí tulo se contarían los defectos del santo: tenía
muy mala letra, por ejemplo y muy escaso oído musical. Desde
pequeño se vio afectado por miopía y no era de muy buen genio.
Demostraba memoria para las ofensas ajenas y una notoria inepti
tud para las finanzas. Por otra parte algunos períodos de su vida
fueron bastante borrascosos.
Se añadirían sus vacilaciones, las deficiencias síquicas de su perso
nalidad. Los condicionamientos que le imprimieron la épo-
A ca, el lugar de nacimiento, la clase social y cada uno de
los cargo desempeñados. A renglón seguido se conta
rían sus triunfos, las épocas luminosas de su vida, la
forma admirable como orientó su carácter y modeló sus
cualidades. Su fe en Dios, amenazada muchas veces por la des
confianza. Su fidelidad, quizá no inquebrantable pero sí perseve
rante. En fin, la obra maravillosa de un Dios artesano, orfebre y
paisajista que nos modela, nos pule y embellece con su fuerza
sobrenatural. Esta se apoya sobre todo lo natural que poseemos y
nos proyecta a una dimensión más excelente.
Como resultado, admiraríamos a un santo de carne y hueso, pa
riente cercano nuestro, vecino de nuestra parroquia y por lo tanto,
capaz de motivarnos y de alentarnos. Sería la historia de alguien
que buscó ser feliz y lo logró por los métodos paradójicos, pero
eficaces, que predicó Jesús en el monte de las bienaventuranzas.
Convendría también tener en cuenta aquellas pequeñas historias
de santidad que no alcanzan a un volumen. N i siquiera a un
opúsculo. Tal vez llenen a medias una página. Las que narran
nuestros elementales esfuerzos por perseguir al Señor: la plegaria
de un niño, un deseo sincero de cambiar de conducta, aquel mirar
a Dios desde nuestra conciencia atormentada, el rechazo esporádi
co de alguna tentación, una acción generosa realizada en el anoni
mato.
Todo esto podría configurar una microcolección de santidad, la
cual tendría la ventaja de incluirnos a muchos de nosotros que
apenas hemos empezado a convertirnos. Además nos presentaría
unidos, en grupo, como un pueblo que busca a su Señor.
k A
y
Conmemoración de los difuntos
Como el grano de trigo
"Dijo Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere da mucho
fruto». San Juan, cap. 12.
Muchos temas dejaron hoy de ser tabú. N o así la muerte. Nues
tra sociedad la disfraza y maquilla, la oculta de mil modos.
A nada teme tanto el hombre contemporáneo como a la muerte.
El hombre primitivo pensaba de distinta manera. Para él la muerte
era algo natural y familiar. Comprendía que la vida es esencialmen
te evolución.
El agua se convierte en vapor, éste se transforma en nube que
enseguida cae en lluvia generosa. Se cambia la oruga en crisálida y
ésta en mariposa.
Muere el grano de trigo bajo la tierra húmeda y oscura, pero
luego reverdece en los tallos, se levanta en la espiga, se trueca en
blanca harina en el molino y en el horno se cuece como pan. La
vida presente, pobre y peregrina, se cambia más allá de la muerte
en vida perfecta y segura.
O en otras palabras: el amor viajero e incierto halla una patria, toca
un puerto definitivo, alcanza una dimensión absoluta.
Cristo, en aquel paisaje palestino, surcado de senderos que iban
del río al mar, por entre viñas y trigales, no encontró otra manera
para revelarnos el misterio de la muerte: «Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda él solo,- pero si muere da
A mucho fruto».
Nosotros somos la angustia ante la vida presente, que
resbala más veloz que un navio cargado de frutas, como i 148
dice el libro de Job. Sin embargo, es condición de toda vida el
morir a cada instante. Morimos y vivimos en los hijos, en el amigo
que se va, en cada elección que significa una ruptura. Morimos en
cada viaje que emprendemos y concluimos.
Cristo resucitado es nuestra piedra segura. Nuestra esperanza. El
nos conduce a una vida, donde la síntesis perfecta nos dará una
felicidad perdurable. A l l í no se opondrán ni los términos del silo
gismo, ni los cuatro elementos primigenios, ni el día ni la noche, ni
tampoco los puntos cardinales, ni el tiempo y el espacio, ni mucho
menos el bien y el mal.
Vivimos en continua incertidumbre frente al hecho de morir, por
que tal vez la Resurrección del Señor no ha calado en nosotros.
Podríamos leer nuevamente lo que nos dejó Walt Withman:
«Dime: ¿Qué piensas tú que ha sido de los viejos, de los jóve
nes, de las madres, de los niños que se fueron?. En alguna parte
están vivos esperándonos. La más pequeña hoja de hierba nos
enseña que la muerte no existe,- que si alguna vez existió fue sólo
para producir vida,- que no está esperando ahora el final del cami
no para detener nuestra marcha; que cesó en el instante de apare
cer la vida.
Todo va hacia adelante y hacia arriba. Nada perece. Y el morir es una
cosa distinta de lo que algunos suponen y mucho más agradable».
149 >
Dedicación de la Basílica de Letrán
Es otra dimensión
"Jesús, haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del templo con las ovejas y los bueyes. Les dijo: Quiten eso de aquí. No hagan de la casa
de mi Padre una casa de mercado». San Juan, cap. 2.
Imaginemos al hombre que vivió en las cavernas. Una tarde, al
regresar del bosque, comparó la longitud del camino, la altura de
la montaña y la extensión de la playa del mar. Había descubierto
las tres dimensiones del espacio.
En relación con el pensamiento también existen dimensiones. Pen
samos en los árboles, descubrimos las leyes de la fotosíntesis,
captamos la esencia de las cosas y soñamos, igual que los niños
con «árboles que cantan».
Cristo, reprende a los judíos que habían reducido el templo del
Señor a una dimensión inferior. Aque l lugar, consagrado para el
encuentro de Dios con los hombres, lo habían dedicado al tráfico
de bueyes y palomas, al comercio de moneda.
El Señor reprocha nuestra conducta. Con frecuencia no hemos
querido ascender. Y otras veces descendemos voluntariamente.
También la técnica tiene otra dimensión, la tienen el dinero, el
progreso, el sexo, la velocidad, la comunicación.
Es pecado recortarle las alas a la vida, degradar al amor,
^ encerrar la ciencia dentro de límites egoístas, contaminar el
mundo, dividir a los hombres, y enrutar la historia hacia
la frustración. 4 150
Desde el comienzo de su predicación, Cristo nos explica el Reino
de los Cielos. Es otra manera de vivir en la cual proyectamos todo
lo que somos y tenemos hacia una dimensión más elevada. Y el
padre Teilhard nos habla de la "Cristosfera", ese nivel donde
todas las realidades del mundo se perfeccionan y completan.
Porque la fe no conspira contra la inteligencia. La conduce más allá
del raciocinio. La oración se eleva por encima del diálogo. La
caridad se coloca más allá del altruismo. La castidad se revela como
una forma especial de amar. La esperanza se traduce como una
calidad más firme de ilusión. El servicio se convierte en una etapa
más cristiana del trabajo. La justicia se muestra como un estrato más
profundo de la ley. La humildad nos enseña un realismo alegre e
inteligente.
Los griegos para designar la plenitud empleaban una hermosa pala
bra: "Pleroma". San Pablo en su carta a los Efesios desea que nos
llenemos de esta plenitud de Dios. Así podremos conocer cuál es
la anchura, la longitud, la profundidad del amor de Cristo. Es una
ciencia que excede todo conocimiento. El Señor tiene el poder
de realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que
podemos pedir o pensar. Y enseguida añade el apóstol: "Yo ,
preso por el Señor, los exhorto a que vivan de una manera digna
de la vocación a que han sido llamados".
Vivir se vuelve una carga si no buscamos elevarnos a regiones más
altas. Nos aburren nuestras riquezas y capacidades cuando no las
proyectamos a otra dimensión más excelente. Si tenemos vocación
de estrellas ¿Porqué terminar clavados en la tierra?
V
Inmaculada Concepción de María
La llena de gracia
"El ángel saludó a María: Alégrate llena de gracia. El Señor está contigo. No temas porque
has hallado gracia delante de Dios". San Lucas, cap. 1.
¿Quién a los dieciocho años no ha soñado con una mujer incomparable? ¿Aquella que será luego la amiga, la novia, la esposa, la madre de sus hijos? ¿Qué mujer no ha luchado por acercarse, en alguna forma, a ese ideal? Un ideal que cambia en lo exterior según la época, pero conserva unos valores inmutables. Porque mujer siempre significará vida, ternura, complemento, intuición, compañía, calor de hogar.
En la historia de nuestra fe, al inicio del Nuevo Testamento, encontramos a María, la madre de Jesús. Así la mencionan con frecuencia los evangelistas, en directa relación con su Hi jo. Luego la Iglesia nos la presenta como la mujer ideal, la llena de gracia.
A mediados del siglo pasado el papa Pío IX ratificó la tradición de
muchos siglos, declarando solemnemente que María fue concebi
da sin pecado original.
Llena de gracia, la saluda el ángel en Nazaret. La devoción popular
la llama: Inmaculada, la Pura y Limpia, Nuestra Señora de la luz.
Lo primero que en Ella descubrimos es su capacidad de acogida. Recibe al ángel que le trae del cielo un recado de Dios. Está disponible para quienes la necesitan. Acude a acompañar a su prima Isabel que va a tener un niño.
i
^ - Sabe desaparecer oportunamente. Nunca le hace sombra
a Jesús. Adivina e intuye las necesidades ajenas, como
en las bodas de Cana. Y le sugiere a su Hi jo el reme
ra 152 }/
di lanas.
Pregunta, no reprocha: " ¿ N o sabías que tu Padre y yo te buscá
bamos?".
Acompaña: Belén, Egipto, las rutas de Galilea, el camino del
Calvario, el cenáculo, la Iglesia naciente.
N o podemos sacar a Nuestra Señora de la situación real que vivió
en Nazaret: un pueblo humilde, una familia pobre, vecinos que
ignoran el misterio, circunstancias adversas. Rudo contraste entre el
proyecto de Dios y unos recursos demasiado humanos.
Tales condicionamientos nos acercan a Nuestra Señora. La hacen
participante en nuestra historia, como alguien que nos da compa
ñía, presencia, intercesión. En una palabra, como madre.
Apelando a lo más personal, a lo más íntimo, dejemos de lado las
frases hechas, los moldes gastados y encontrémosla disponible
siempre y cercana, en la mitad de nuestra vida. María, la Madre
de Jesús, la llena de gracia.
TIEMPO ADVIENTO
Primer domingo
Llega el Señor
"Miren, vigilen; pues no saben cuando es el momento. Lo que les digo a ustedes, lo digo a todos:
Velen". San Marcos, cap. 13.
En Aviento Dios repite a los hombres que El ha venido a la tierra
y que luego volverá a visitarnos. Por lo cual las lecturas bíblicas
insisten: "Miren, vigilen, pues no saben cuando es el momento.
Lo que les digo a ustedes, lo digo a todos: velen".
¿Qué puede significar lo del momento? Muchos lo han relacionado
con la muerte repentina. Pero un mejor significado lo hace equivaler
a aquellas ocasiones en que Dios se nos muestra. El libro del Cantar
nos presenta al Señor como ese amado que "salta por los montes,
semejante a una gacela, o a un joven cervatillo. Se para detrás de
nuestra cerca. Mira por las ventanas, atisba por las rejas".
Muchos creyentes pueden asegurar: un día Dios llegó hasta mi
vida, entró en mi interior y todo empezó a cambiar en mi entorno.
Los judíos dividían la noche en tres vigilias. Los romanos, en
cuatro. Y san Marcos, quien escribe para gentiles, nos dice que el
dueño de casa puede llegar al atardecer, a la media noche, al
canto del gallo, o a la aurora. Que es preciso mantenernos alerta.
Ese dueño de casa es el Señor que vendrá de improviso.
Sin embargo, ante ese encuentro con Dios, algunos se sienten
temerosos. Y su respuesta es la huida. "Tuve miedo, Se- A
ñor, y me escondí", dijo Caín después de haber matado
a su hermano. "Que no nos hable Vahvé, porque mori- fl57Í remos", rogaban los israelitas a Moisés. »—á
r w
Ot ro grupo, para esquivar al Señor, se refugia en la superficiali
dad: Diciembre. Vacaciones. Divertirse es su única meta. Corre el
tiempo y ellos se quedan como aquellos trabajadores, que nadie
contrató para la viña: "¿Qué hacen allí todo el día ociosos?".
Otros presienten que Dios se acerca, pero procuran posponer la
cita. Recordamos la película de Bergman: un caballero que volvía
de las cruzadas, supo que Dios lo buscaba. Se lo avisó la Muerte.
Asustado, la invitó entonces a una playa desierta, para echar una
partida de ajedrez. Si ganaba, podría exigir un plazo, que le
permitiera llenar su vida de buenas obras.
Los cristianos conscientes entienden que el mejor modo de espe
rar a Dios es salir a su encuentro. El 1 9 5 5 , estando en Nueva
York, el padre Theilard de Chardin siente estallar su corazón. Sólo
alcanza a decir: " M e voy al que viene" y termina su vida serena
mente.
'Señor nuestro, restaúranos. Q u e brille tu rostro y nos salve".
Q u e llegue a nuestra vida y nos transforme. Es la súplica que
elevamos en este primer ¿ominso de Adviento.
Imaginamos a Dios como un sabio restaurador. Conoce el valor de
cada pieza, n y al cabo somos su obra maestra. Y con manos de
artista enamorado, enmienda todo lo nuestro: los recuerdos amargos
que nos martirizan. Las malas tendencias del corazón. Apaga los
rencores. Convierte en experiencia los fracasos. Terminada su pa
ciente tarea, hace brillar su rostro sobre nosotros. Sonríe con amor,
porque nos reconoce nuevamente como sus hijos, seguros de vivir
junto a El para siempre. "Señor nuestro, restaúranos".
Segundo domingo
Ocurrió un 6 de agosto
"Apareció Juan Bautista, diciendo que debían cambiar de actitud". San Marcos, cap. 1.
Hoy admiramos la energía atómica, puesta al servicio del progreso.
Pero antes no fue así. El 6 de agosto de 1 9 4 5 , una bomba
singular cayó sobre la ciudad de Hiroshima, provocando una catás
trofe nunca inaudita.
Pablo VI enseñó que todo ser humano es capaz de lo mejor y de
lo peor. Q u e nuestra conciencia es un campo de batalla, donde se
enfrentan dos inmensos poderes: el Bien y el Ma l . A l l í se escucha
el fragor de las armas y los gritos de los combatientes.
La alternativa del cristiano, consiste en orientar todas sus fuerzas de
acuerdo al Evangelio. Somos hijos de Dios, pero el mal habita en
nosotros. Tal vez no ha generado catástrofes que nos señalen
como hombres pervertidos. Pero cada día comprobamos nuestra
inmensa capacidad de egoísmo, de avaricia, de venganza.
A l comienzo de su relato, san Marcos pone en escena al Bautista.
Su carta de presentación es aquel texto de Isaías: "Una voz grita en
el desierto: conviértanse. Preparen el camino del Señor". Muchos
discípulos se acercaban a Juan, reconocían sus culpas y se hacían
bautizar. Un signo para expresar su intención de ser distintos.
Kazantzakis, aquel gran novelista, nos dice en uno de sus libros:
"En nuestros días, la conversión consiste en convivir con los hom
bres, luchar con Jos hombres. Acompañar a Cristo tocios ¡os días,
hasta el Gólgota, para que sea crucificado. Digo: todos los
días,- no sólo el viernes santo".
Bien sabemos que convivir con los demás no es cosa
fácil. Muchas veces se nos vuelve hostil la familia, la 159 >
empresa donde trabajamos, el medio social que nos rodea. Man
tener el equilibrio y la generosidad en tales circunstancias equivale
a una conversión admirable.
Luchar con los hombres es otro ideal cristiano que a muchos atrae,
pero que pocos se atreven a ensayar. Cuando alguien escucha a
Dios en su interior, se siente movido de inmediato a colaborar con
los otros. N o importa que se merme nuestra comodidad. N o
importa que nuestra seguridad se exponga. El sello que garantiza
una verdadera conversión es el compromiso fraterno.
Vendría luego el programa de acompañar a Cristo, todos los días,
hasta el Calvario. Seguirlo cuando todo va bien es poca cosa.
Imitarlo cuando su cruz nos oprime los hombros, es vida cristiana
auténtica.
Con frecuencia, buscamos convertimos añadiendo actos piadosos
a nuestra vida. Puede servir de algo. Pero la conversión de buena
ley brota de adentro. Aquel día en que yo pongo mi alma desnu
da ante el Señor. Cuando comprendo todo lo que El me ha
amado. Cuando reconozco mis fallos, entonces empieza a germi
nar en mi interior un hombre nuevo.
En Adviento cambiamos de actitud. El mentiroso no vuelve ya a
mentir. El iracundo es hoy un hombre manso. El perezoso se
ofrece para ayudar a los demás. Todo ello prepara los caminos,
por donde llega Dios con su alegría. Esa que ya nadie podrá
arrebatarnos.
i .A. 160 >
Tercer domingo
Había un reloj de sol
"Surgió un hombre que se llamaba Juan y venía para dar testimonio de la Luz". San Juan, cap. 1.
Una ciudad de Francia... Un nuevo amanecer. Y el viejo reloj de sol
comienza a marcar las horas, sobre el muro curtido de la vetusta catedral.
Debajo, una leyenda que hace pensar muy hondo: "Yo no marco sino
las horas de luz".
Y cuando el sol se oculta detrás de las colinas distantes, el viejo
reloj no marca nada. Espera nuevamente la aurora. Porque él sólo
marca horas de luz.
El Evangelio nos habla de un personaje adusto, de voz áspera,
vestido con pieles de camello y acostumbrado al menú salvaje del
desierto. Venía a preparar los caminos del Mesías. N o era la luz,
mas su tarea era dar testimonio de que ia luz estaba cerca. Próxima
mente amanecería el Salvador.
Para Juan Bautista, todas las horas eran luz, porque su vida era
diáfana y sin sombras. Un hombre recto, de una sola pieza.
Tal vez nosotros no llegamos a tanto. Nuestros días no son del
todo todos luminosos. Tenemos muchas horas de sombra, muchos
ratos de penumbra, espacios de tinieblas abrumados por el error,
la falsedad y el pecado.
Sin embargo, en el rincón más hondo de la conciencia, guardamos
un deseo de ser luz, de iluminar nuestra vida, de encontrar
nos con la verdad.
Juan Bautista dio testimonio de la luz: por su austeri- 4,
dad. "Iba vestido de piel de camello, una correa de
„A.
161 >
cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silves
tre' . En nuestra socieda dde consumo, ¿somos capaces de vencer
esta fiebre de derroche y apariencias?
Por la entereza. " N o te es lícito tener como mujer la de tu herma
no", le replica a Herodes, así le cueste la vida. ¿Tenemos noso
tros el valor de proclamar la verdad, el deber, ante quienes se
reirán de nosotros, o nos tratarán de pusilánimes?
Por la sinceridad: "Yo no soy el Mesías, soy apenas el que
prepara sus caminos". ¿Queremos aparentar más de lo que somos
o tenemos? Como el pájaro aquel de la fábula, que gustaba
vestirse con las plumas ajenas.
Por su modestia: "Conviene que El crezca y que yo disminuya".
Llegada la hora, cede el puesto al Mesías y se esconde serena
mente en el silencio. ¿Sabemos ceder el paso a los otros, a los
hijos, a los más jóvenes, en la empresa, en los cargos públicos, en
la dirección de ciertos asuntos?
Antes de celebrar la Navidad, el Precursor llega a nuestras vidas
para invitarnos a la autenticidad. Si lo escuchamos, Dios cumplirá
en nosotros sus promesas.
Y nuestra vida se llenará de verdad y alegría. Se colmará de luz,
más que el reloj de aquella vieja catedral.
.A-
i »
~W
Cuarto domingo
Navidad, ¿para qué?
"Hoy nos ha nacido un Salvador". San Lucas, cap. 2
En un establo sobre unas pajas solloza un niño. O lor a hierba
seca...Es de madrugada. El buey y el asno, compañeros de hos
pedaje, olfatean el amanecer. José y María, alegres y angustiados
a la vez, contemplan en la penumbra al Mesías recién nacido, al
Salvador.
Nos lo ha dicho un escritor: "Si Cristo nace mil veces en Belén,
pero no en t i , seguimos eternamente perdidos".
Cristo nace en nosotros por la fe. Pero ésta nos la han definido
de tantos modos, que al fin no comprendemos. Es claro, sin
embargo, que se parece mucho al amor. Quien ama, cree. Y en
Navidad todos removemos los escombros del pasado y suspira
mos por un poco de fe, esa fe sin culpa ni remordimientos, que
tuvimos antaño.
Volvemos a mirar a Dios como a un amigo, que viene de visita para
comunicarnos muchas cosas. Volvemos el corazón hacia la Iglesia,
rememoramos la infancia y nos sentimos nuevamente hijos de Dios
y hermanos de ese Niño que nace en Belén.
"Nos ha nacido un Salvador". Para algunos esta es una frase hueca
sin repercusión alguna en la vida ordinaria. ¿Será que, esclavos de
tantas cosas y encerrados en nosotros mismos, no hemos dejado
campo a la esperanza?.
Tal vez los cristianos, somos culpables de que mundo
no aguarde al aguarde al Salvador. Porque ansiamos que
El venga a establecer un reino de abundancia material, de
163 >
paz y de justicia social, entendidas a nuestro modo. Sin embargo,
todas las cosas que puede soñar el "hombre económico del mo
mento, no llegarán sin una conversión interior que nace de acoger
a Cristo como el único Salvador.
Cristo, nace en nosotros cuando vivimos plenamente el amor del
hogar. Cuando somos sinceros, sin tener nada que ocultar. Cuan
do luchamos por ayudar al prójimo. Cuando compartimos genero
samente con los que tienen menos. Cuando oramos en familia.
Cuando buscamos los sacramentos, no como un impuesto que se
paga al Señor, sino como un encuentro con El, nuestro Padre.
Es Navidad. ¿La lista comprometedora de aguinaldos para amigos
y parientes? ¿Un tiempo gris e ineficaz como tantos del año? ¿La
excursión y las vacaciones? ¿Un programa egoísta que nos dejará
un balance de tedio? ¿Una fiesta más? ¿ O sentimos realmente
que nos ha nacido un Salvador?
Porque si Cristo no nace hoy en nosotros, seguiremos perdidos...
¿Hasta cuándo?
P ~ ™ 4 * - « ^
Natividad del Señor
El último Evangelio
"En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía junto a Dios y la Palabra era
Dios". San Juan cap. 1.
Antes del Concilio Vaticano II, al final de la Misa, decían que el rito ya se había terminado. Y el sacerdote se volvía al altar para leer el "Ultimo evangelio". Muchos aún lo recordamos.
Pero ese evangelio era el primero de todos, el primer cap ítulo de San Juan, el que leemos en esta Navidad. A l l í el evangelista nos dice mil cosas hermosas y profundas, que para explicarlas, exigirían muchas páginas.
San Juan, enseña que Dios existe desde el principio. Nuestra
historia es pequeña y fugaz. Cuando dejemos esta tierra, nos
grabarán sobre la tumba dos fechas: ese fue nuestro tiempo.
Pero Dios no es así. El no está contenido en el tiempo. Antes de nuestros padres, de nuestros abuelos. Antes de tantas generaciones que ya no son. En ese "antes Dios existía amando. Y una vez, por así decirlo, se asomó a la ventana del tiempo, y creó el universo, hace millones de años.
"En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios . Unos biblistas traducen la Palabra. Otros hablan del Verbo, el Hi jo de Dios.
Después, san Juan añade que por El fueron hechas todas las cosas. Nuestro lenguaje humano es inexacto. Pero así indica el evangelista que todo tuvo origen en Dios.
Enseguida el evangelista explica que Dios es vida y es (<
luz. Luz que brilla en las tinieblas. Pero éstas no lo han
recibido. Sin embargo, "a cuantos lo recibieron les dio poder para
ser hijos de Dios, porque han creído en su nombre".
Y llega el momento, en que san Juan nos declara el acontecimiento que hoy celebra toda la tierra: "Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria".
En las grandes catedrales, las campanas se lanzan a vuelo. Una comunidad campesina se recoge bajo la humilde capilla. Las jóvenes danzan a la media noche en una aldea africana. Los pescadores se acercan al pesebre con sus dones. Los niños despabilan el sueño para mirar a Jesús recién nacido en el pesebre. Y a todos se nos llena el corazón de gozo. Dios acampó entre nosotros. Dios nos ha dado poder para ser sus hijos. "Pues, siendo tan gran Señor tenéis corte en una aldea, ¿quién hay que claro no vea, que estáis herido de amor?", cantaba Diego Cortés, hace ya varios siglos.
Todo e/ío se resume en aquel párrafo de san Pablo a Tito: "Ha aparecido la bondad de Dios y su amor a los hombres".
Un grupo juvenil discutía sobre el acontecimiento cumbre de toda la historia. Alguno dijo que la invención de la escritura. O t ro , que el descubrimiento de la penicilina. Otros señalaron la conquista de la luna.
N o , dijo uno de ellos: ¿No entendemos que el hecho más im
portante de toda la historia fue cuando Dios se hizo hombre?.
"El Verbo se hizo carne y hemos visto su gloria".
<3^0
La Sagrada Familia
Las matemáticas de Dios
"El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acom
pañaba". San Lucas, cap. 2.
"El Niño —escribe un autor— iría a la escuela con los demás de su
edad,- pero no para ser niño prodigio", ni el preferido del maes
tro. Se las arreglaría, a su modo, para que el profesor a veces
entendiera y otras no, sus respuestas.
En la clase de matemáticas, Rabí Isacar, con una barba muy blanca
y muy bíblica, le pregunta una vez al hijo del carpintero: ¿Si un
pastor tiene cien ovejas y se le pierde una, cuántas ovejas le
quedan?
— Si es mal pastor, responde el Niño, le quedan noventa y nueve.
Pero si es buen pastor, irá y no parará hasta que encuentre la
extraviada y tenga otra vez ciento.
Grandes risas de toda la clase, hasta del rabí, a quien la respuesta
no le ha parecido del todo matemática".
Así son las matemáticas de Dios. En la repartición de su tiempo
sobre la tierra, un gran desequilibrio: treinta años en familia y tres
para salvar el mundo.
Nosotros creemos que el mundo se salva desde fuera. El Señor
nos dice lo contrario: se salva desde dentro. Desde el seno de la
familia.
Nosotros inauguramos escuelas, creamos hospitales, for
mamos grupos financieros, sostenemos partidos políti- \
eos, promovemos institutos culturales, fomentamos el de-
porte, ampliamos nuestro comercio exterior, revisamos las leyes,
defendemos la niñez desvalida... ¿y la familia?
— Está bien, ¡gracias! Podríamos responder con esa frase sosa, con
la cual defendemos la intimidad del hogar frente a los extraños.
Parece que intentamos edificar la sociedad comenzando por los
techos. Queremos salir al encuentro de los problemas del hom
bre, cuando éste ya tiene dieciocho años. Pero antes, ¿qué le dio
la familia?
¿Cuántas son las entidades cívicas, sociales, económicas, cultura
les, aún religiosas, que tienen como objeto educar la familia en
cuanto tal?
Podríamos consolarnos si pensamos que todo lo social contribuye,
a su manera, al bien de la familia. Pero quitémonos la máscara. N o
es así. Más bien se dan numerosos factores que conspiran contra
la familia: la sociedad de consumo, los medios de comunicación,
las campañas publicitarias, las ideologías foráneas, la manipulación
de la mujer, etc.
¿y yo, como persona, que hago por mi familia? Yo que soy
político famoso, competente industrial, eficaz obrero, profesor tan
sabio, profesional calificado, prestante dama, o mujer de tanta
influencia social, ¿qué he hecho por mi familia?
"El Niño Jesús crecía y se robustecía y se llenaba de sabiduría y la
gracia de Dios le acompañaba". ¿Por qué será que todos nuestros
niños no les pasa lo mismo? ".
i .A.
f
168 \ A
Santa María Madre de Dios
Despunta un nuevo año
«En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado
en el pesebre". San Lucas, cap. 2.
"Santa María, Madre de Dios" ...una súplica repetida miles de
veces, desde la más remota infancia. Y ahora volvemos a invocar a
la Madre de Jesús, en el dintel de este año que comienza. Por
que nosotros, al igual que los pastores hemos ido corriendo hasta
el pesebre, para encontrarla a ella con el Niño y su esposo.
Es enero. Despunta un nuevo año. Es tiempo de proyectos, de
propósitos y expectativas. Después vendrá el fluir de los días, con
su rutina y sus desengaños. Tenemos en la mano un calendario
recién estrenado para escribir en él nuestros aciertos y nuestros
fracasos.
Nació el calendario por la necesidad de fijar las fechas de la siembra y la recolección. Así empezamos a dividir el tiempo en días, meses y años. El antiguo calendario romano fue reformado por el emperador Julio César en el año 4 5 a. C. Más tarde, un monje romano llamado Dionisio el Exiguo, lo adaptó a la fecha del nacimiento de Cristo. Luego, en 1 5 8 2 , bajo el papa Gregorio XI I I , se modificó nuevamente, de acuerdo con los descubrimientos astronómicos de la época.
Para los cristianos el tiempo es una sucesión de días, marcada siempre por el amor de Dios a sus hijos. Nosotros no contamos únicamente la historia. Todo lo nuestro es Historia de Salvación: un programa en el cual el Señor nos transforma.
Despunta un nuevo año: el niño empieza a descubrir el ^
mundo. El adolescente se encuentra consigo mismo. El
adulto se embarca en sus proyectos. Hombre y mujer
confían en el amor. El anciano se llena de nostalgia. 169 >
Es tiempo de siembra: el niño hace amistad con los libros. El
adolescente entierra en su campo una ilusión. El adulto colecciona
sus crisis. Los esposos profundizan en su relación. El anciano poda
sus recuerdos.
Es tiempo de abono y regadío: el niño aprende de ausencia y de
dolores. El adolescente, de soledad y desconcierto. El adulto, de
golpes e ingratitudes. La pareja se problematiza. El anciano añora
tiempos mejores. N o siempre la cosecha tiene la misma medida de
la esperanza.
Este año que comienza nos llena de incertidumbre: lo económico,
lo social, lo político, la salud, la familia, el trabajo, los estudios.
Pero escribamos en la primera página de nuestro almanaque aquella
frase de San Juan: «La Palabra era la luz verdadera que alumbra a
todo hombre. A cuantos la reciben les da el poder de ser hijos de
Dios».
Y volvamos a repetir, con el alma en los labios, como allá en
nuestra infancia: "Santa María, Madre de Dios, ruega por noso
tros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
A
i r
170 >
Epifanía del Señor
Melchor, Gaspar y Baltasar
"Jesús nació en Belén de Judá. Entonces unos magos se presentaron en Jerusalén
preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos?". San Mateo, cap. 2.
Los dibujos de las catacumbas jamás nos presentan a estos visitan
tes de Belén con insignias reales. Aún más: en el templo de San
Vidal de Ravena, los encontramos vestidos de mercaderes. Y la
tradición anglosajona los denomina, sin más, hombres sabios.
Quizá fue la Edad Media, tan propensa a fabricar leyendas, la
que inventó la expresión de "Reyes Magos". Aunque el apelativo
de magos más parece un gentilicio de una región de Persia. Sin
embargo, otros autores señalan a estos peregrinos como practican
tes de la magia en su tierra, o bien, como devotos de una antigua
religión, heredada de Zoroastro, cuya divinidad se manifestaba en
las estrellas.
La tradición más cercana a nosotros los bautizó Melchor, Gaspar y
Baltasar, reduciendo su número a tres, aunque esto también es
arbitrario.
Lo que sí es cierto es que eran hombres de buena voluntad. De
aquellos que "ama el Señor", cantados por los ángeles, junto al
portal, la noche de la primera Navidad.
La estampa de los Reyes Magos pertenece a los archivos de
nuestra infancia. El relato de San Mateo, vertido para algu
nos en Historia Sagrada, despertó nuestra fantasía de ni
ños, por obra y gracia de una mamá catequista o de
algún paciente maestro. <|
Así conocimos por primera vez los camellos, sentimos la soledad
del desierto, aprendimos el valor del oro, el olor del incienso y el
sabor de la mirra.
Melchor, Gaspar y Baltasar están entre los primeros evangelizadores
de nuestra inocencia. Profesaban una fe abierta al mundo. De ahí
que traspasen las barreras de su país y de su cultura, para venir a
adorar al Rey de los judíos. N o pretenden saberlo todo. N o se
creen propietarios exclusivos de la verdad. Comprenden que Dios
puede revelarse más allá de su paisaje natal. Nos dan ejemplo de
búsqueda. Comprenden el llamado de Dios y aceptan el riesgo.
De otra parte, Herodes existe hoy, multiplicado en las páginas de
nuestra historia. Lo encontramos en todo aquel que no respeta la
vida. En todo aquel que desconoce los valores del hombre.
Pero el Señor sigue hablando. Sus mensajes no só\o se escriben en
el cielo, como la luz de una estrella. Brillan también sobre la casa
de los pobres, igual que sobre la morada de María y José en
Belén. Los escuchamos en la noche, al revisar nuestra conciencia.
A los Magos, Dios les aconseja volver a su tierra por otro camino
y ellos saben obedecer.
Finalmente esta visita de los viajeros de oriente nos muestra que Cristo
es patrimonio de todos los hombres. A quienes ya conocemos a
Jesús nos toca entonces compartir su persona y su mensaje con quie
nes viven a oscuras. Con muchos, cuya pobreza le impide buscar un
camino para encontrar a Dios hecho hombre para salvarnos.
Bautismo del Señor
Hombres de Cristo
"Entonces llegó Jesús de Galilea para que Juan lo bautizara. Apenas salió del agua, vio
rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma". San Marcos, cap. 1.
Hasta hace algunos años se acostumbraba bautizar a los niños con
nombres del calendario cristiano. A l l í se consignaba una larga lista
probablemente extractada del Martirologio, libro oficial de la Igle
sia que reúne a todos los santos canonizados.
Esto explica por qué nuestros abuelos llevaron nombre extraños
pero cargados de piedad. Los cristianos viejos comprendían que el
bautismo nos consagraba a Cristo, y unía nuestras personas con
aquellos que nos precedieron en la fe.
San Marcos, presenta a Jesús en público el día de su bautismo en
el Jordán. Entonces se abrió el cielo y el Espíritu bajó sobre el
Señor en forma de paloma. Se oyó una voz también: "Tú eres mi
Hi jo amado".
Este hecho quizá no tuvo resonancia entre el grupo inicial de los
discípulos, pero las primeras comunidades lo comprendieron con
mayor profundidad.
El rito del agua lo habían usado, tanto el pueblo judío como sus
vecinos, en las ceremonias de iniciación religiosa.
Quien era sumergido en el agua, salía de allí como criatura nueva,
comprometido a una conducta distinta.
Cuando Jesús se acerca al Precursor para hacerse bauti
zar, contagia de forma simbólica, todo su ser de Dios
Hombre al agua que mojará, en tiempos venideros, la cabeza de sus discípulos en el rito bautismal.
Apenas conformada la Iglesia, los apóstoles repiten este gesto del bautismo para todo los que habiendo escuchado de Jesús de Nazaret, lo aceptan como Hi jo de Dios y salvador.
A quienes de niños nos dieron el Bautismo parece que poco nos importa tal acontecimiento. Casi nadie recuerda en qué fecha tuvo lugar. Ese día empezamos a ser oficialmente hijos de Dios. Lo éramos ya por creación, pero cuando la comunidad Iglesia nos acogió, declaramos por boca de los padrinos que nos interesaba la fe cristiana y que según ella, íbamos a enrutar nuestra vida.
En la primitiva Iglesia, como hoy en muchos lugares de misión sólo se acepta a adultos para este sacramento. Y luego de una preparación de varios años. La práctica del bautismo para los niños nació en tiempos de creciente mortalidad infantil y a causa de una teología no muy exacta, que vetaba el ingreso al cielo a los no bautizados.
En un comienzo además, el sacramento de la Confirmación no se tenía como algo distinto del Bautismo. Hoy lo celebramos cuando los jóvenes poseen una relativa madurez. Entonces, ante el obispo, el padre de la fe en cada comunidad, ellos confirman su compromiso cristiano. Expresan públicamente que conocen a Jesucristo y desean vivir de acuerdo a su enseñanza.
El mundo actual, tan acelerado y complejo, dista mucho de aquellos ámbitos donde nuestros abuelos vivieron su fe. Hoy somos apenas sobrevivientes en estas selvas de cemento y de contaminación, agobiados de preocupaciones y peligros. Pero también en estos espacios es posible vivir el Evangelio. El hombre urbano de hoy sabe descubrir con entusiasmo a Jesús de Nazaret como
único modelo de vida.
Bastaría recordar qué es un cristiano. Lo señaló el Padre
f Astete hace ya cinco siglos: "Hombre que recibió la fe
de Cristo y está consagrado a su santo servicio". i 174
A
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo
Aquellos pactos con el diablo
"Jesús se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás".
San Marcos, cap. 1.
¿Ha n leído ustedes "El Retrato de Dorian Gray?"
En épocas pasadas era cosa frecuente que un ambicioso, o un
desesperado, hiciese pacto con el diablo. A cambio de determi
nado poder, de riqueza o juventud, el interesado firmaba el docu
mento con su sangre y transfería su alma a Satanás.
Las cosas han cambiado. El demonio ya no pierde su tiempo con
un solicitante aislado. ¿Para qué?, si puede tener bajo su mando a
pueblos enteros, grupos numerosos, o sectores especiales de la
sociedad contemporánea. El diablo firma hoy arreglos colectivos,
acuerdos a alto nivel y realiza negociaciones en la cumbre.
Dejemos a los teólogos que, con ciencia y paciencia, nos esclarez
can si la expresión demonio en la Biblia significa espíritus que son
personas, o una forma hebrea de designar los poderes del mal.
Pero tanto el antiguo como el nuevo Testamento nos hablan del
diablo, Belcebú, Satanás, los espíritus inmundos.
Y cada uno de nosotros siente también en su vida y en la sociedad
que lo rodea, la influencia del mal, que contrarresta con
ahínco los esfuerzos de Dios y de los hombres de bien. A
Basta recordar el tráfico de influencias, los negocios
injustos, el imperio de la uiuya, ía corrupción, la discor-
T 175
- w
>
dia en las familias, la infidelidad conyugal, las leyes que van contra
la verdad y la injusticia. Y muchas cosas más.
Pero el demonio no trabaja solo. Lo hace en equipo y todos, más
o menos, podemos ser colaboradores y quinta columna de su
ejército: cuando no cumplimos el deber, si no actuamos generosa
mente, o escogemos el camino más fácil. Si no hablamos a tiempo,
no corregimos, o no sacrificamos nuestros intereses en bien de la
comunidad.
Cuando el Evangelio nos cuenta que Jesús resistió al tentador en
el desierto, nos enseña que su victoria puede renovarse a diario en
cada uno de nosotros.
Con la oración alcanzaremos que el poder de Cristo apoye nues
tra flaqueza. Somos débiles, pero Dios "nunca permite que sea
mos tentados más allá de nuestras fuerzas", como escribió san
Pablo a los corintios. A ú n más: la tentación puede llevarnos a un
encuentro más íntimo con Dios, nuestro Padre. Lo explicó, con
lujo de detalles, san Lucas en la parábola del Hi jo Pródigo
De otro lado, ningún cristiano tiene que negociar con el demonio
en busca de riquezas, de poder o de eterna juventud. "Toda
dádiva buena y todo don perfecto vienen de lo alto, descienden
del Padre de las luces". Nos lo enseña el apóstol Santiago.
i
A V 176
h A
Segundo domingo
Aviso para caminantes
"Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a una montaña alta y se transfiguró ante ellos."
San Marcos, cap. 9.
A Don Qui jote, su locura sublime le hacía mirar feroces enemigos,
en los mansos molinos de viento de la comarca manchega. Noso
tros sufrimos de otra locura, que nos oculta la presencia luminosa
del Señor en los acontecimientos de la vida.
Pero Dios acostumbra transfigurarse, en ciertas ocasiones, para que
miremos gozosamente su luz y su gloria y así se consolide nuestra fe.
El evangelio nos cuenta cómo el Señor llevó a tres de sus discípu
los a una montaña y les mostró un poco de su gloria. An te Pedro,
Santiago y Juan, Cristo manifestó su gloria. Les dio a entender
quién era, de una forma más clara y convincente. Los evangelistas
apelan a ciertas comparaciones para explicar tal experiencia: que
los vestidos del Señor se volvieron blancos como la nieve y su
rostro resplandeciente como el sol. Formas humanas de presentar
cosas divinas.
Muchos de nosotros hemos tenido en la vida momentos semejan
tes. Hemos sentido a Dios muy cerca, comprendiendo claramente
que El es nuestro Padre. Nos pareció que alargando los brazos, lo
hubiéramos podido tocar. Pudo ocurrir así cuando nació el primer
hijo, en la muerte de un ser querido, cuando sufrimos aquel acci
dente. En aquella confesión que hicimos, cuando encontramos un
amigo de verdad.
Pero quizá otros hermanos nuestros no han gozado esta
experiencia maravillosa. N o tuvieron la suerte de sentir
a un Dios cercano, ni descubrieron a Cristo en su hogar.
O el viento de la vida los arrastró muy lejos de la fe.
Pero a quienes hemos visto al Señor, nos nace el antojo de plantar
nuestra tienda allá en el monte. N o vale quedarnos embelesados,
financiados espiritualmente por la luz de Dios. Conviene regresar a
la penumbra del valle, para hablar con los hermanos de ese Cristo
que se nos ha revelado tan generosamente. Muchos esperan nues
tra palabra, nuestra voz animosa y el apoyo de nuestras manos
amigas.
A veces también pretendemos que los demás suban a la montaña
por el mismo camino nuestro. Como si la esencia del cristianismo
consistiera en determinadas formas: en mi devoción, en mi aposto
lado personal, en mi gesto, en mis costumbres familiares. A Cristo
se puede llegar por muy distintas sendas, siempre que estén ilumi
nadas por el Evangelio.
Tampoco despreciemos a quienes no han comenzado todavía el
ascenso. Cuántas veces en nombre de Jesús hemos ahuyentado,
con nuestra suficiencia y vanidad, a los que dudaban allá abajo,
antes de emprender la cuesta. Hay muchos hermanos que han
caído en los baches del camino. A otros les cuesta mucho subir ya
por la tarde, aunque estén convencidos de que la luz está en la
cumbre.
Si nos volvemos hacia el prójimo, volveremos a encontrar al Señor
transfigurado. Sea esta reflexión de hoy un aviso para caminantes.
Es bueno gozar la luz de Dios, pero es mejor compartir la lucha de ¡os que buscan al Señor, entre las oscuridades y vericuetos del camino.
i
A
178 >
Tercer domingo
El enojo de Cristo
"Jesús, haciendo un azote de cordeles, echó a los vendedores diciéndoles: No conviertan en un
mercado la casa de mi Padre". San Juan, cap. 2.
Este Evangelio nos pone a pensar. En el Levítico, Dios enseñó a
su pueblo, cómo habrían de ser los sacrificios de bueyes y de
ovejas, las ofrendas y cada uno de los ritos del templo.
Pero ahora, Jesús se molesta ante quienes venden los animales
para los sacrificios. Los acusa de haber convertido en un mercado
la casa de su Padre.
La fe cristiana también se vive dentro de una aparente contradic
ción. De un lado, las imágenes, las procesiones, los escapularios y
las medallas. De otro una religión fría y descarnada y hasta cierto
punto intangible.
Si deseamos comprender la actitud de Cristo, hay que recordar
que la venta de animales había invadido el templo. Q u e los sacri
ficios materiales habían suplantado, para gran número de judíos, la
religión de la mente y el corazón predicada por los profetas. Por
eso el enojo de Cristo: un justo rechazo a la desviación de la fe.
Jesús venía a instaurar un nuevo orden en las relaciones con Dios, a
purificar al hombre, a recordarnos el verdadero sentido del culto y del
templo, desde una nueva alianza.
Por lo tanto, el cristiano no puede quedarse con lo externo. Hay
que ir más hondo: a la religión de la mente y del corazón.
Nos lo enseñan quienes habla n de "trascendencia". Nos ^
dicen que los signos religiosos, han de ir más allá de sí
mismos. Han de propiciar convicciones, actitudes inte- \
riores, criterios y fuentes de inspiración. De lo contrario, 179 >
el Señor nos podría recriminar por el profeta Isaías: "Este pueblo
me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí .
Cabría entonces preguntarnos: ¿Por qué guardamos ciertas normas
morales? ¿Por amor a Dios o solamente por no perder imagen?
¿Por qué oramos? ¿Por qué recibimos los Sacramentos? ¿Por qué
realizamos ciertos ritos?
Si todo ello trasciende a una religión interior, vale la pena. De lo
contrario serían gestos vanos y falsas apariencias.
El otro extremo sería pretender una religión carente de signos
exteriores: una Iglesia invisible, sin templos, sin reuniones, sin
Sacramentos, sin palabras. Sería una religión extraterrestre y peca
ríamos contra la antropología. Para ser cristianos necesitamos, unos
más, otros menos, las fórmulas, las procesiones, las imágenes, las
flores, las luces y los cánticos.
Antes se definió al hombre como animal racional. Ahora se dicen
cosas más hermosas y más verdaderas. Somos un espíritu en íntima
comunión con la materia. Esta es la razón de los símbolos y la
explicación de nuestra trascendencia.
Es oportuno revisar nuestro cristianisjno, para ver si en la mente y
en el corazón vive el Señor. Y si esta experiencia la manifestamos
convenientemente por medio de lenguajes exteriores.
Cuidémonos de convertir la religión en una farsa. Pero también
cuidémonos de alejarla de todo lo visible, hasta convertirla en algo
abstracto. Tendríamos un cristianismo muy puro, pero semejante a
aquel caballo de la leyenda: poseía todas las cualidades y un solo
defecto: no existía realmente.
Cuarto domingo
Yo anuncio a Jesucristo
"Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que
creen en El, sino que tenga vida eterna". San Juan, cap. 3.
Pertenece a un grupo de Taizé. Es una joven francesa que se
hospeda en un hogar de colombianos.
- ¿Cómo te llamas?, le preguntan. - M e llamo Josiane. - ¿Qué haces? - Estudio trabajo social, responde con sencillez. Pero fundamentalmente, yo anuncio a Jesucristo...
El Evangelio nos habla de cómo Dios amó tanto al mundo, que le
dio a su Hi jo único. Y señala que este mensaje maravilloso se lo da
Jesús a Nicodemo, un hombre rico que, temeroso, va a buscarlo
de noche.
Hay algo en Nicodemo que rechazamos: sus temores. Sin embar
go, muchos creyentes de hoy, compartimos con él su ambigua
prudencia. Vivimos a escondidas la fe. Mientras más se definen
quienes dicen no creer, menos capaces somos nosotros de procla
mar el Evangelio.
Disfrazamos la catequesis de relaciones humanas. La oración la
hemos convertido en dinámica de grupo. N o tenemos el valor de
ser distintos. De decir no al materialismo, a la tibieza, a la injusticia,
a las componendas, a la inmoralidad, al egoísmo.
Miramos de reojo a Nicodemo, olvidando que nos parecemos a él. Para el Maestro su visitante no es rico ni cobar- A de: es alguien por quien el Padre de los cielos ha entre
gado su Hijo único. Por quien muy pronto Jesús dará <|
su vida. 181
W >
Este judío de buena voluntad es acogido por Jesús sin condicio
nes, para darle uno de los mensajes más profundos y hermosos del
Evangelio. Es nuestra primera enseñanza de hoy: veamos en el
prójimo a un hermano, a quien "Dios amó tanto que le entregó a
su Hi jo único para que no perezca".
Pero hay otra lección en esta página: Dios solamente nos pide que preguntemos por El y lo busquemos con corazón sincero, aunque sea por la noche.
Y preguntar por El es participar en la Misa, acercarnos a los Sacramentos, leer la Biblia en familia, regresar hasta la conciencia, después de muchas tempestades.
Buscarlo es compartir con el pobre, llamar a un amigo a quien
tenemos olvidado, ser justos con los que nos colaboran, no sólo
perdonar, sino también olvidar, que no es lo mismo. Es, sobre
todo, saber valorar nuestros triunfos y nuestros fracasos, bajo la luz
del Señor que nos ama.
Ojalá -como Josiane— pudiéramos decir sin cobardía: soy trabajador de planta, asesor jurídico, carretillero, estudiante, ejecutivo, barrendera, mujer profesional, empleada, profesora, ama de casa. Pero fundamentalmente, encontré a Jesucristo, escucho su palabra y la anuncio con alegría a mis hermanos.
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>
Quinto domingo
¿Qué ves tú?
"Varios griegos se acercaron a Felipe para pedirle: Queremos ver a Jesús. Felipe habló con
Andrés y los dos fueron donde el Señor a decírselo". San Juan, cap. 12.
Entre las páginas de una Biblia, abierta al azar en un hotel, encontré una tarjeta de color magenta, con una pregunta en la parte de arriba: ¿Qué ves tú?
En el centro, muy destacada en blanco sobre el color, una serie de
líneas verticales y horizontales, aparentemente sin ningún significado.
Después de darle vueltas en un sentido y en otro, le pregunté a un niño qué veía él. Sin vacilar, me respondió: ahí dice JESÚS.
A pesar de su explicación, tuve dificultad para identificar la palabra, hasta líneas, hasta que al fin descubrí, casi en relieve, el nombre de Cristo.
San Juan nos cuenta de unos griegos que habían venido a Jerusa-lén, con motivo de la Pascua y querían ver al Señor. Pero quizá no lo distinguían entre la turba. O tal vez tenían recelo de acercarse, pues probablemente eran paganos. Entonces acudieron a los buenos servicios de Felipe y Andrés.
Aunque el evangelio no cuenta cómo fue la entrevista, san Juan coloca enseguida un párrafo sobre el grano de trigo del cual dice el Maestro que muere para multiplicarse. Y añade el evangelista que, de pronto, se oyó una voz del cielo que acreditaba a Jesús como el Mesías.
Nosotros también, como aquellos extranjeros, desea- <|
mos ver al Señor. ¿Pero hacemos todo lo necesario por 183
& i >
lograrlo? O quizá lo hemos buscado donde él no se encuentra,
dentro de unas estructuras que no tienen nada de cristianas.
Nos cuesta distinguirlo, porque no tenemos los ojos limpios ni
dispuesto el corazón, para acogerlo con sencillez y confianza.
Es entonces cuando pudiéramos pedir ayuda a quienes ya le cono
cen, para decirles: queremos ver a Jesús.
Aprendamos a verlo tras el semblante ¿e\ enfermo, del pobre, del
ignorante y en el travieso rostro de los niños. En las rebeldes e
inciertas manifestaciones de la juventud y en la opaca, pero sincera
tradición de los ancianos.
Si de verdad queremos ver a Jesús, busquémoslo entre las páginas
del Evangelio, aunque al principio su lenguaje nos parezca confuso
e incomprensible. Después de leerlo muchas veces, esos caracteres
formarán con claridad la maravillosa imagen del Maestro, que nos
enseñará quiénes somos, de dónde venimos, y cuál es el sentido
de nuestro paso por la tierra.
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Domingo de Ramos
Esos reyes del naipe
"Le echaron encima los mantos al borrico y Jesús se montó. Y gritaban: "¡Viva! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor!" San Marcos, cap. 11.
Con su vestimenta multicolor y su cara mofletuda, esos cuatro
señores del naipe me impresionaban desde muy niño. Tan feos y
tan inútiles. Privados de todo gobierno, ineptos para conquistar
cualquier territorio. Incapaces de levantar un dedo para mejorar el
mundo. ¿Será también Jesús un rey de fantasía?
El Maestro nos enseñó a ser mansos y humildes, a no quebrar la
caña cascada, a no apagar la mecha que aún arde, a no arrancar la
cizaña muy temprano, porque se puede lastimar el trigo. Y cuando
el pueblo, entusiasmado por sus milagros quería proclamarlo rey,
entonces se escondía. ¿Qué clase de rey es el Señor?
El Evangelio nos cuenta la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén: caba
llero en un pollino, a la usanza de los reyes de su tiempo, por un
camino alfombrado de mantos y de palmas y entre los gritos de júbilo
de sus admiradores. ¿ Dónde estaba ese día el humilde profeta?
Lo cierto es que en esa mañana de Nizán, Jesús y sus amigos
ponían en práctica una vieja verdad. A lgo que la antropología
enseña hoy, como si fuera un descubrimiento: todo lo que está en
nuestro interior, lo celebramos con signos exteriores.
Los amigos y discípulos de Jesús manifiestan externamente, en
grupo, entusiasmados, con alegría contagiosa, la llegada de aquel
que viene en nombre del Señor.
Durante esta semana, quienes seguimos a Cristo conme
moramos su pasión, muerte y resurrección. ¿Cómo cele- ,
brar estos misterios? ¿Guardamos algo en nuestro interior hacia
esos acontecimientos? ¿Traducimos en actos externos nuestra ad
hesión al Señor?
Son muchos los elementos que pueden ayudarnos a celebrar
cristianamente la Semana Santa: un diálogo en el hogar sobre la
persona de Jesús, algunos días de retiro,, escuchar música religiosa
mientras pensamos en el Señor, confesarnos después de una pre
paración conveniente. Participar en las funciones litúrgicas, ojalá en
familia, visitar los monumentos, no por solamente por curiosidad.
Colaborar con la parroquia en los actos litúrgicos. Profundizar en
el significado de la Pascua cristiana.
Hoy comenzamos \a semana mayor de nuestra fe. S¡ e\\a nos habla
únicamente de descanso, excursión, diversiones, este gran signo
de la Iglesia, habrá perdido para nosotros su razón de ser. Se
habrá vuelto algo insignificante.
Va no tendríamos fe en Jesucristo, el cual sería inútil y anacrónico,
igual que el Rey de Bastos.
T R I D U O S A C R O
Ver página N° 41 del Ciclo (A)
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TIEMPO PASCUA
Domingo de Pascua
Amenazados de resurrección
"En aquel primer día de la semana, salieron Simón y el otro discípulo camino del sepulcro.
Y llegando al sepulcro, vieron y creyeron". San Juan, cap. 20.
En un domingo luminoso, porque era Pascua, una anciana vendía sus
flores a la sombra de una arcada de piedra. Sonreía gozosa, lo cual
me hizo exclamar al instante: ¡Usted, señora, parece muy feliz!
— ¿Por qué, no? M e respondió ella, si todo va muy bien.
M e extrañó su respuesta y le pregunté enseguida: ¿No tiene
usted problemas?
— ¿Cree usted que a mi edad alguien no los tenga? Pero pienso
en el día más trágico que ha tenido la humanidad, el viernes santo,
y en lo que sucedió tres días después. Por eso cuando tengo un
problema, sonrío, y espero el tercer día...
Esta historia se conecta, de manera espontánea, con un artículo de
un periodista guatemalteco. Acosado por las dificultades y las
penas, escribía: "Dicen que estoy amenazado de muerte. Tal vez
sea. Pero estoy tranquilo. Porque si me matan, no me quitarán la
vida. M e la llevaré conmigo, colgando sobre el hombro como un
morral de pastor. A
Desde muy niño, alguien sopló a mis oídos una verdad <|
inconmovible, que es al mismo tiempo, una invitación a la
r 187 "W
»
eternidad: no teman a los que pueden matar el cuerpo pero no
pueden quitar (a vida.
La vida —la verdadera vida— se ha fortalecido en mí cuando, a través del Padre Teilhard, aprendí a leer el Evangelio. El proceso de la resurrección empieza con la primera arruga que nos sale en la cara,- con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos,- con la primera cana que sorprendemos en nuestra cabeza, un día cualquiera; con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se deslíe y se aleja, de pronto frente a nuestros ojos. Así empieza la resurrección, no eso tan incierto que algunos llaman la otra vida", sino lo que es en realidad la Vida" .
"Dicen que estoy amenazado de muerte. ¿Quién no lo está? Mas en todo esto hay un error conceptual. N i yo, ni nadie, estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor".
La liturgia de hoy, con la luz, con el agua, el amanecer de un
nuevo día y la figura inmensamente gozosa y gloriosa de Cristo
Resucitado, nos ¡leva a descifrar el sentido de la vida y el sentido
de la muerte corporal.
Para el cristiano, la muerte es el paso'a la vida. El fracaso no es algo definitivo y fatal. La enfermedad es la cercanía de la resurrección, y la pena, agua regía que purifica el metal de la dicha.
Si nos tomáramos siempre el trabajo de esperar los tres días, como la anciana vendedora de flores, florecerá la esperanza cristiana sobre tantas angustias que nos desconciertan. Nuestra vida es el espacio diminuto de tres días, entre un viernes santo luctuoso y opaco y la mañana del primer día de la semana, de la Eternidad.
Conviene correr, como Simón y Juan, hasta el sepulcro. Porque las vendas dobladas aparte y el sepulcro vacío, nos prueban
¿¡V que el Señor, el Amigo, el Maestro y también nuestro
w
» destino y nuestro fin, están más allá de la sombra, más
y allá de la muerte.
Segundo domingo
El arte de perdonar
"Entonces Jesús exhaló su aliento sobre los discípulos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo; a
quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados". San Juan, cap. 20.
Del arameo al griego. De allí al latín y luego a nuestros idiomas
nacionales, ha pasado el envío que Jesús hizo a sus apóstoles
después de la resurrección: "Como el Padre me envió, así yo los
envío a ustedes". San Juan sitúa la escena al atardecer del día
primero de la semana, estando los discípulos encerrados por mie
do a los judíos.
Añade el evangelista que Jesús se presentó ante ellos y luego de
saludarlos deseándoles paz, sopló sobre ellos. En las culturas orien
tales, el aliento significa comunicación de la fuerza personal de
alguien. Jesús les entregó entonces el poder de perdonar los
pecados. Como quien dice: conmigo pueden vencer el mal, y
acercar a los hombres, para que Dios ejerza en ellos ese arte
maravilloso del perdón.
Nosotros de pronto convertimos ese perdón de Dios, especial
mente en el sacramento de la reconciliación, en un hecho jurídico.
Y a la vez instantáneo. Se suspendería el castigo merecido por el
pecador y nada más. Pero la reconciliación, a la cual Dios nos llama
es algo más. Es un cambio interior, mediante un proceso lento que
nos cambia.
Las palabras "Yo te perdono tus pecados" realizan lo que
significan, ha afirmado la teología tradicional. Pero este ^
hecho ha tenido su prehistoria, desde el momento en
que alguien reconoció haberle fallado. Luego relaciona
mos con Dios este convencimiento. Y al instante desea-
mos que aquello no hubiera sucedido. La nostalgia nos invade el
corazón y nos sentimos débiles hacia el porvenir.
Por todo ello verificamos la necesidad de una ayuda de lo alto.
"Padre, he pecado contra el cielo y contra t i ' . En esa frase del
joven que derrochó su herencia, se inscribe todo arrepentimiento
que tenga sabor cristiano.
El sacramento de la Reconciliación se ha transformado, a lo largo
de la historia cristiana. En un comienzo todas las confesiones eran
públicas. Pero recordemos que la Iglesia primitiva era un pequeño
grupo, donde la mayoría vivía su fe a profundidad.
Sólo podría recibirse el sacramento una vez en la vida, ya que la
teología de entonces los señalaba como única tabla de salvación
para quienes hubieran pecado. Por esto muchos apenas buscaban
confesarse en la hora final.
La confesión frecuente comenzó en años posteriores, cuando los
cristianos crecieron en número y decrecieron en calidad. Los mon
jes que evangelizaron el norte de Europa llevaron a los pueblos las
costumbres de sus monasterios, donde el sacramento se celebraba
con más frecuencia.
Pero comprendemos que lo importante para un discípulo de Cristo
no es confesarse con frecuencia, sino iniciar un camino progresivo
de conversión. De lo contrario nos hallaríamos frente a un signo
mágico que nos conmovería el sentimiento, pero en seguida no
nos dirá gran cosa.
Cabría aquí además un sentimiento filial hacia el Señor. N o sola
mente nos perdona, sino que nos da la seguridad del perdón por
un signo visible. Creamos en Dios pero a la vez creámosle a El.
Un día dijo: "Hágase la luz". O t ro ¿\a, cuando volvemos a El,
nos susurra: hijo, yo te perdono.
^ 190^ ik-ii
Tercer domingo
Shalom
"Mientras los discípulos hablaban, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: Paz a ustedes".
San Lucas, cap. 24.
"Esta es mi paz", dijo el Señor. Y los siete colores del arco iris se
curvaron sobre el horizonte. Pocos días antes había regresado
hasta la diminuta ventana del arca, ya serena sobre un monte, una
paloma con un ramo fresco de olivo. La tierra comenzaba a gozar
de la paz, mirando la placidez del mundo renacido.
Pero aún muchas gentes no han podido asimilar plenamente la paz.
Por eso Cristo nos vuelve a decir hoy: la paz sea con ustedes. Así
saludaba El, y así saludan todavía los judíos: Shalom. Una palabra
suave y fuerte a la vez, como las manos de un amigo.
La Iglesia, además nos invita, en cada Eucaristía, a darnos el saludo
de \a paz, como un augurio de este don de Dios para cada uno de
nosotros.
Sin embargo, "la paz no se encuentra, se construye". Se construye
paso a paso, día a día, cuando respetamos los derechos inviolables
de cada hombre.
Nuestros muchachos adornan su alcoba con afiches de paz. Pero,
dentro de su alma, en las familias, en la universidad y en la fábrica,
aún no existe una paz verdadera. Las naciones celebran tratados,
realizan conferencias en la cumbre y hasta hacen guerra, para lograr
la paz.
A. Pero esta no es el fruto de palabras, ni de alianzas <^^~-
efímeras, ni de afiches multicolores, ni de la autoridad 4Í191
de los hombres, ni del imperio de los fusiles: es un »
regalo de Dios a\ hombre que decide convertirse en su corazón a\
bien y a la verdad.
¿Cómo se construye entonces la paz? Se construye en nosotros
mismos cuando somos rectos, equitativos y honrados. Cuando
desarrollamos nuestros talentos individuales y colaboramos en \a
promoción del hombre.
Se construye en nuestra relación con los demás, si vivimos en
armonía dentro del hogar, si educamos a los hijos en el ejemplo,
les brindamos amor y alearía. Los motivamos a \a justicia.
Se hace siempre que luchamos para que cuantos trabajan a nuestro
lado vivan en una forma acorde con su dignidad de seres humanos.
Cuando valoramos sus esfuerzos y somos solidarios con ellos, en
la creación de una sociedad más justa y fraterna.
Construimos \a paz cuando comprendemos que hemos sido crea
dos para vivir y trabajar en grupo, para formar comunidad.
Entonces, cada uno de nosotros se convierte en arquitecto de \a
paz y nuestra mano tendida hacia el otro repite con Cristo: ¡Shalom!
La paz sea contigo, la paz sea con nosotros.
Cuarto domingo
Esperanza, alegría de vísperas
"Yo soy el Buen Pastor... tengo además otras ovejas que no son de este redil; a esas las tengo
que traer...". San Juan, cap. 10.
Cuando el Papa Juan Pablo II iniciaba su ministerio pastoral, pudi
mos escuchar su voz firme y cálida, que decía a todos los jóvenes
del mundo:
"Ustedes son la esperanza de la humanidad. Ustedes son la espe
ranza de la Iglesia. Ustedes, son mi esperanza!".
Hoy podemos unir estas palabras con las del Evangelio: "Yo soy
el Buen Pastor... y tengo además otras ovejas que no son de este
redil,- a esas las tengo que traer". En este domingo todas las
comunidades católicas del mundo están orando y pensando en sus
sacerdotes: es la Jornada Mundial de las Vocaciones.
Ser sacerdote es emplear la vida en el servicio de los demás, en
relación con la fe y los sacramentos.
Ser sacerdote no es una evasión, no es entregarse a un mito, a una
utopía. Es ayudar al hombre a realizar su dimensión religiosa. Es
vivir plenamente lo humano, iluminado por la luz de Cristo.
Yo he conocido sacerdotes felices. Su vida no es noticia, porque
son modestos y callados y porque la paz no hace ruido ni golpea
los teletipos de las agencias informativas. Encontraron su realiza
ción en el estudio de la Palabra de Dios, en la enseñanza de
la fe, en la administración de los sacramentos, en el servi- ^Jk
ció, sobre todo a los más necesitados. i 193 P
He conocido sacerdotes entregados a la obra misionera de la
Iglesia. También son íelices. Han buscado aquellos grupos huma
nos en donde Cristo no ha sido anunciado. Renunciaron a una
familia, a su patria, a sus propias costumbres, a su lengua, pero
hallaron otra familia tan numerosa como las estrellas del cielo,
como las arenas del mar. He hablado con los misioneros, he
escuchado sus historias y los he visto plenamente hombres y ente
ramente cristianos.
Ser sacerdote en el mundo de hoy vale la pena. Ojalá este mensaje
llegue a muchos jóvenes: bachilleres, universitarios, obreros, emplea
dos, campesinos, soldados. Ojalá muchos sientan hoy la posibilidad
de servir a la Iglesia como ministros de los sacramentos y animadores
de la fe.
Pensemos en nuestros sacerdotes. A veces están muy solos por
que los seglares no entendemos su ministerio. Creemos que la
Iglesia depende solamente de ellos y nos les ofrecemos nuestra
colaboración. Sin embargo, ellos son sacerdotes para nosotros, y
es cristiano demostrarles nuestro agradecimiento cariñoso.
¿Por qué no saludarlos hoy, aunque sea por teléfono? Cada
familia tiene un párroco, o un sacerdote amigo, aquel que nos
casó, aquel que ha bautizado a nuestros hijos, aquel a quien
hemos acudido en nuestros problemas de hogar. ¿Por qué no
hacerle comprender, este domingo, que agradecemos su servicio y
su ministerio?
Ellos se han propuesto ser como el Buen Pastor. Ayudémoslos
con nuestro afecto, nuestro respaldo y nuestra oración.
Recemos para que la esperanza de Juan Pablo II se cambie pronto
en alegría y gozo. Para que muchos jóvenes entiendan la grandeza
de la vida cristiana, la importancia del servicio sacerdotal, Para que
la Iglesia abunde en buenos pastores al servicio de toda la
ÁK humanidad.
{ 194 >
Quinto domingo
Para comprar un dromedario
"Dijo Jesús: Permanezcan en mí y yo en ustedes. El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante". San Juan, cap. 15.
Un hombre deseaba comprar un dromedario. Para ello se dirigió al
árabe que exhibía diversos animales, en las afueras de El Cairo.
— M e gusta aquel dromedario, porque parece joven y fuerte,
explicó el comprador. ¿Pero no tendría usted un dromedario sin
joroba?
El árabe movió la cabeza hacia uno y otro lado, con una sonrisa
burlona:
— O quiere usted un dromedario con joroba o no quiere hacer
negocio conmigo, le respondió al fin, malhumorado.
Muchas veces nosotros le pedimos a la vida todas las ventajas, sin
aportar ningún sacrificio de nuestra parte. En el colegio queremos
avanzar todos los días, sin esforzarnos en el estudio. En los nego
cios ganar cada vez más, sin trabajar responsablemente. En la amis
tad que los demás nos acaten y nos estimen, sin ofrecer cariño de
nuestro lado. En esta tierra, todas las cosas humanas tienen sus
jorobas. Pero muchos seguimos suspirando por un mundo ideal
que nunca ha existido.
Del mismo modo nos portamos con la Iglesia. Buscamos su ayuda
pero no la entendemos como es: Divina y humana.
Cristo nos invita a permanecer en El, así como las ramas
permanecen unidas a la v id. De lo contrario, no podre
mos dar fruto. ¿ N o hemos pensado que mantenernos 195 >
unidos a Cristo es mantenernos unidos a la Iglesia? A esta Iglesia
nuestra en continuo proceso de renovación.
A veces declaramos: lo único que vale es el Evangelio. Para mí,
nada significan las leyes, ni la jerarquía, ni las estructuras. Lo cual
equivale a sostener que nada nos dice hoy la Iglesia.
Otras veces afirmamos: me entiendo con Jesucristo, pero no ad
mito dogmas, ni sacerdotes, ni tampoco ritos. Esto también es no
aceptar la Iglesia.
Reflexionemos más despacio: ¿Todo es bueno en la Iglesia de
hoy? N o . Por esto Paulo V I nos amonestó para que los obispos,
los sacerdotes, los religiosos, los seglares, viviéramos en espíritu
de constante conversión.
¿Todo es malo en \a Iglesia? Tampoco. Afirmarlo llanamente sería
simpleza y además injusticia. ¿Qué gana nuestra Iglesia si nos
empeñamos en desacreditarla sistemáticamente? Un hijo bueno y
fiel se complace en la bondad de su madre y pasa por alto sus
defectos y limitaciones.
Permanecer en Cristo es permanecer como hijos fieles y adultos de
la Iglesia, estudiar nuestra fe, dar testimonio de ella con nuestro
ejemplo, aconsejar prudentemente, denunciar las fallas con manse
dumbre cuando sea necesario, anunciando a la vez los posibles
remedios. En la Iglesia está Cristo bajo los humildes accidentes del
hombre contemporáneo.
La virtud de la esperanza, nos dice que el desierto puede florecer,
que la estéril se alegrará con su hijo, que la higuera dará frutos
nuevamente y que los panes se multiplicarán para saciar el hambre
de todos.
Basta apagar un poco el ruido que nos cerca, entornar los
ojos con cariño y aguzar el oído amorosamente. Entre el
agitado mundo del presente se escuchan, suaves y
rumorosos, los pasos del Señor que camina con su
Iglesia.
Sexto domingo
La escala del amor
Dijo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son
mis amigos si hacen lo que yo les mando". San Juan, cap. 15.
Federico Mohs, un científico alemán, inventó una curiosa escala
para medir la dureza de los minerales. Desde el talco, pasando por
el yeso, hasta el diamante.
¿Habrá alguna manera de medir la resistencia del amor? Pudiera ser. Tal vez examinando todas sus expresiones.
En el capítulo XV, san Juan nos describe el ambiente en que Jesús se despedía de sus amigos. A l l í el Maestro insiste en el tema de su permanencia entre nosotros. El permanecerá en el mundo, si sus discípulos actuales y futuros "permanecen en su amor". Luego les dice que no son siervos sino amigos, y al final les da la clave para detectar cuándo el amor ha llegado a su plenitud: cuando es capaz de dar la vida por el amigo.
En otros lugares del Evangelio Cristo nos descubre, poco a poco,
la escala del amor.
El primer grado es dar cosas a los demás. Un día, Jesús compadecido de la gente, multiplicó los panes para saciar su hambre.
El segundo, es dar de nuestro tiempo. Recordemos la visita de
Nicodemo. El Señor dialogó con él hasta muy tarde y disipó
todas sus dudas.
El tercer grado del amor es dar la vida por los amigos.
Cuando se ve empeñada la propia vida, el amor acos- ^
tumbra ceder ante el miedo.
Pero Cristo sobrepasó la escala. Dio la vida, no sólo por sus
amigos, sino también por sus enemigos. Esta máxima demostración
de amor, nos la enseñó Jesús con su vida y con su sangre.
Entre nosotros se habla y se discute todos los días de amor y de
amistad. Interiormente tenemos en gran aprecio estos valores. Pero
muchas veces no llegamos a una vida honda de amor. Y sin embar
go el cristianismo se identifica como una práctica sin reticencias del
amor. Una amistad profunda con Dios y con el hombre, iluminada
por el Evangelio.
Hagamos un recuento de las personas que amamos. Quizá no
sean muy numerosas. ¿Pero cuál es nuestro estilo de amor? ¿So-
mos capaces de amar en libertad, sin oprimir al hermano, dejándo
lo crecer, buscando para él lo mejor? ¿ O pedimos al otro que nos
hipoteque definitivamente su vida, sus valores, para que nos pro
duzcan intereses?
La amistad y el amor son la razón de ser de la existencia. Si hay
tantas vidas marchitas y sin entusiasmo, ¿no será porque olvidamos
amar o, por el contrario, nunca lo aprendimos?
La amistad irradia entusiasmo y alegría. Es una simbiosis por la cual
las personas se comunican sus valores, su espíritu, su misterio. Las
penas compartidas se dividen. Las alegrías se duplican.
Nos viene a la mente aquella canción de Roberto Carlos:
"Tú eres mi amigo del alma en toda jornada, sonrisa y abrazo
festivo a cada llegada, me dices verdades tan grandes con frases
abiertas, tú eres realmente el más cierto en horas inciertas"
Para ser cristiano, vive el amor y la amistad dentro del hogar, y con
los de fuera, en sinceridad, humildad y verdad. Llena el corazón
de amigos, la memoria de nombres y ejercita cada día tu
¿£x generosidad con todos.
4 f 198 i á w
Ascensión del Señor
Necesitamos el éxtasis
"Jesús se apareció a los discípulos y después de enviarlos al mundo entero, ascendió al cielo y está
sentado a la derecha de Dios". San Marcos, cap. 16.
En 1 9 6 7 , un cazador filipino descubrió al sur de Mindanao a los Tasaday. Se trataba, según los noticieros, de la tribu más primitiva conocida hasta entonces. El cazador les regaló a sus huéspedes diversos utensilios, que ellos nunca habían visto, los cuales fueron agradecidos con la rama de un árbol alucinógeno que, en castellano, se llama "betel". Y quien narra el suceso concluye: podemos vivir mucho tiempo sin cuchillos, ni lanzas, ni arcos. Pero nunca sin éxtasis.
Venida del latín, esta palabra significa subir más allá de lo real y ordinario. Es cierto, nadie puede vivir sin esperanza de algo futuro y mejor. Por esta razón amamos, trabajamos, luchamos. Por esta razón creemos.
La fe cristiana es por lo tanto una invitación al éxtasis. Hacia allá
nos empuja la virtud de la esperanza. ¿Quién no aspira a un lugar donde no haya muerte, ni luto, ni llanto, ni fatigas, como dice el Apocalipsis?
Cuando celebramos bien nuestra liturgia no ensayamos un poco a
ese éxtasis que sólo tendrá su plenitud después de la muerte.
Porque creer sin esperar sería un ejercicio demasiado oneroso. Porque amar a Dios incluye, irremediablemente, una tendencia a gozar de su eterna compañía.
r Los discípulos del Señor abandonaron muchas cosas para á 199 escuchar su Palabra y ser testigos de sus milagros. Pero su [L
generosidad no excluía algo más. El premio que el mismo Jesús
ofreció muchas veces: "Todo aquel que haya dejado casas, herma
nos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre,
recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna .
Sin embargo, la pasión y muerte del Maestro había derrumbado la
confianza en sus discípulos. La mayoría de ellos se escondieron,
con excepción de Pedro que se arriesgó para protagonizar un
doloroso espectáculo. Por esto la principal tarea del Maestro,
luego de la resurrección consistió en reunir nuevamente al grupo
para reconstruir su esperanza.
San Marcos nos cuenta que al final, el Señor se les apareció
nuevamente y los envió a predicar por todo el mundo. Enseguida
"ascendió al cielo y está sentado a la derecha de Dios".
Otros evangelistas señalan que esto sucedió en Galilea, sobre la cum
bre de un monte, que los biblistas no alcanzan a identificar. Lo cual no
importa. Lo esencial fue que entonces Jesús ratificó ante el grupo, su
condición de Mesías. Y los discípulos comprendieron aquello que les
había dicho durante la cena de despedida: "Cuando haya ido y les
haya preparado un lugar, volveré y les tomaré conmigo para que
donde yo esté, estén también ustedes".
Este hecho de la ascensión es el final de una asombrosa historia.
"El Verbo se hizo carne", había escrito san Juan. Pero quien
acampó entre nosotros era el mismo Dios. El que acampó entre
nosotros era el mismo Dios "El que camina sobre las alas del •
viento", como señala un salmo.
An te Jesús, que se iba perdiendo entre las nubes, los discípulos
se sintieron en éxtasis. Comprendieron desde el fondo del alma
que, a pesar de la dureza del camino, de los guijarros que nos
hieren a diario, nos aguarda un destino feliz más allá de los astros.
. ^
i 2001}
LJ
Pentecostés
Por el fuego y el viento
"Todos los apóstoles estaban juntos. De pronto se oyó un viento recio y aparecieron
unas como llamaradas". Hechos, cap. 2
Estaban juntos... Don Ramón de Campoamor, aterrado ante la
soledad que padecemos, escribió: "Sin el amor que encanta, la
soledad del ermitaño espanta,- pero es más espantosa todavía, la
soledad de dos en compañía".
Muchas veces, aún entre la gente, nos sentimos solos. Y esta
soledad nos volvió resentidos, desconfiados, tercos, fríos en las
relaciones con Dios, cobardes para el testimonio...
Todo esto lo sabía el Señor. Lo palpó y sufrió en sus apóstoles
quienes, aún viviendo juntos, no se sentían hermanos, no enten
dían las escrituras, ni los signos de los tiempos y, como niños, se
peleaban por los primeros puestos.
El Evangelio nos dice cómo Jesús les insistía que se amaran, que
vivieran unidos, que permanecieran en El, que guardaran sus pre
ceptos. Después de la Resurrección volvió sobre los mismos te
mas: les hizo un resumen de su doctrina. Los examinó sobre el
amor y la felicidad, cuando, junto al lago, llamó a Pedro a la
reconciliación. Les entregó unos poderes inmensos, como perdo
nar los pecados. Les confió su Iglesia naciente, enviándolos a
predicar a toda criatura.
Pero faltaba una fuerza especial capaz de cambiarles la mente
y el corazón. _ A _
Los Hechos de los Apóstoles nos lo cuentan: reunidos ^j
en Jerusalén, con María la Madre de Jesús, los discípu-
201 ^ ¿& •
W
los oraban y se animaban fraternalmente. Un domingo muy tem
prano, vino sobre ellos el Espíritu del Señor Jesús. Dios llegó a
ellos, para darles a entender que de ahí en adelante estaría de una
manera nueva con su Iglesia: como luz, como fuerza. A lgo que las
primeras comunidades llamaron Espíritu Santo
Movidos e iluminados, los apóstoles cambiaron desde ese día y la
comunidad cristiana empezó a crecer y a difundirse. Movidos e
iluminados por el Señor, tantos hombres y mujeres han realizado
maravillas: los mártires, los misioneros, los científicos de la teolo
gía, los líderes de la caridad y del desarrollo cristiano, los ignora
dos párrocos de aldea, las silenciosas madres de familia, los jóve
nes comprometidos, los que rigen los pueblos con sentido de
amor y libertad, los obreros que luchan por su dignidad con
valores evangélicos. Es la acción del Espíritu Santo que cambió sus
vidas, les entregó sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo,
ciencia, fortaleza, piedad, temor de Dios.
Cada uno de nosotros ha recibido esa fuerza y esa luz, principal
mente por los sacramentos. Por esto al creyente no le oprime el
corazón aquella soledad del poeta español. Hemos nacido para la
comunidad, para la compañía, y la fuerza de Dios hace más pro
funda nuestra unión y más alegre nuestro compartir.
Podría comenzar desde hoy nuestro Pentecostés para alegrar a
todos los de casa, a los amigos y vecinos, con el cariño cristiano
que se vuelve saludo, sonrisa, consejo, perdón, alegría y paz. El
mundo sería desde hoy más hermoso, porque "la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu
Santo están con todos nosotros".
Santísima Trinidad
¡Sí, creemos!
"Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo". San Mateo, cap. 28
Cuando Nerón incendió a Roma en el año 6 4 , se culpó a los
cristianos de este crimen y se les persiguió a muerte.
Sin embargo, estos primeros fieles demostraron que estaban con
vencidos de la presencia del Señor en la comunidad cristiana. Tal
era su fidelidad y testimonio.
¿Cómo entendemos nosotros a Dios? ¿Cuál es nuestro compro
miso con El?
Quizá vemos a Dios como una fuerza que empuja el universo. O
como una idea abstracta, que ha obsesionado al hombre en las
diversas etapas de su evolución histórica. O como un juez, listo a
todas horas para castigarnos.
Pero Dios no es así. Cristo en el Evangelio nos revela a Dios
Padre, Hi jo y Espíritu Santo: una comunidad de amor, un noso
tros, una familia. Y en el Evangelio de San Juan encontramos
repetidas veces la definición de Dios: Dios es amor.
Si nos grabáramos esto en el fondo del corazón y obráramos en
consecuencia, seríamos cristianos verdaderos. ¿Acaso lo somos?
Decimos tener fe. Cuando nos preguntan si creemos en el
misterio de Dios, si pensamos que El vive en nosotros, A
contestamos con firmeza: "Sí, creemos en Dios, Padre,
Hi jo y Espíritu Santo". ^ 1
203 5> A
¿Pero esa fe cambia nuestra vida?¿ Nos lleva a vivir en forma diferente?
¿Se afectan nuestro matrimonio, nuestro trabajo, nuestra relación con los demás, porque creemos en un Dios Tres Personas? ¿ O seguimos cu l t ivando nuestra comod idad indiv idual ista e intranscendente? ¿En qué nos diferenciamos de aquél que "no cree en eso?".
Cuando nuestra fe es auténtica, puede transformar nuestra vida y
volverla cristiana. Dios Padre vive en mí, cuando mis manos amasan
con amor el pan, cuando mi corazón de artista revela la belleza
escondida, cuando mis brazos fuertes siembran, cultivan y cose
chan. Cuando mi palabra denuncia la injusticia y concientiza a mis
hermanos, cuando mi entusiasmo motiva y mi alegría hace brotar la
dicha. Cuando como padre y educador ayudo al otro a ser perso
na... Yo soy creador con Dios mi Padre.
Dios Hi jo vive en mí. Cuando tiendo mi mano al necesitado,
redimo al pobre de su miseria, perdono las ofensas y brindo al
otro esa "segunda oportunidad". Cuando enseño al que no sabe,
liberándolo de su ignorancia, cuando me solidarizo con los que
sufren por la justicia, cuando pongo mi vida toda al servicio de mis
hermanos... Yo redimo con Jesucristo, mi Hermano.
Dios Espíritu Santo vive en mí. Cuando me inclino con ternura hacia
el que pide amor, cuando comparto intensamente en la amistad, en
la sorprendente aventura del noviazgo y en la plenitud del matrimo
nio. Cuando asumo con amor, paz y mansedumbre los múltiples
quehaceres de una familia. Cuando construyo una sociedad nueva y
vivo para la comunidad... Yo amo en el Espíritu de Dios.
Hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad. Detrás de esa expresión,
quizá desgastada por el tiempo, se esconde todo el miste
rio de Dios. Uno en esencia y Trino en Personas. De un
Dios que nos envía hoy para hacer discípulos de todos
los pueblos, creando con el Padre, redimiendo con el
H i jo , y amando con el Espíritu Santo.
Solemnidad del Corpus Christi
Nuestro pan y nuestro vino
"Mientras comían tomó Jesús el pan y les dijo: Este es mi cuerpo. Cogiendo una copa se las dio
diciéndoles: Esta es mi sangre, sangre de alianza". San Marcos, cap. 14.
Es justo reconocerle a la teología sus esfuerzos por presentarnos a Dios. En un principio inventó palabras nuevas para expresar lo inexpresable. Así llegaron a nuestros catecismos, procedentes del gñeso expresiones como evangelio, ecuménico, carísma. O tomadas del latín: penitencia, trinidad, bienaventuranza. Para enseñarnos la Eucaristía los teólogos usaron términos filosóficos: sustancia, accidente, transubstanciación, presencia real, gracia sacramental...
Durante mucho tiempo, nuestra devoción se apoyó sobre estos conceptos, que continúan siendo válidos. Pero enseguida avanzaron las ciencias humanas y el hombre actual ya no piensa en esquemas medioevales. Vientos nuevos agitan su deliberación y su discurso. Por esto, sin devaluar enfoques anteriores, buscamos nuevos caminos para acercarnos a la Eucaristía.
Los teólogos actuales nos dicen que el Señor está allí presente. Con una presencia no desconectada de su presencia en el mundo. El está realmente en la Eucaristía. Pero a la vez estaba y sigue estando de múltiples formas con nosotros.
Pensemos en la estrategia del amor, en su iniciativa. Una madre, un
padre, un amigo, vencen de muchos modos la distancia: las cartas,
el teléfono, la dedicatoria de un libro. Una fotografía. Las saludes
que lleva un viajero. El recuerdo, donde el que amamos vive de
forma permanente.
¡t Pero cuando el amigo está presente, comer en compa
ñía da comienzo a todo lo que hace parte de los rituales <|
del amor. 205,|>
j
Por esto Jesús, la noche de su despedida, escogió el pan y el vino
"frutos de la tierra y del trabajo del hombre" para expresarnos su
amor y significar su presencia. "Este es el sacramento de nuestra
fe", repetimos durante la celebración eucarística.
Una fe que nos acerca a Dios, pero que luego nos empuja a
compartir con el hermano. Porque no basta colocar nuestras ofren
das sobre el altar. Es preciso retomarlas para convertirlas en pan,
ayuda al barrio pobre, escuela para el que no sabe, salud, alimen
to, vivienda. Agua, luz, vías de comunicación...
De lo contrario nuestra eucaristía sería una relación incompleta del
hombre con Dios. Sería reconocer a nuestro Padre, e ignorar a
nuestros hermanos.
,-Jciíu-
TIEMPO ORDINARIO
Segundo domingo
Maestro ¿dónde habitas?
"Aquellos dos discípulos de Juan siguieron a Jesús. Este les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le
contestaron: ¿Dónde vives? El les dijo: Vengan y lo verán". San Juan, cap. 1
Dos discípulos de Juan le preguntan a Jesús: ¿Dónde habitas?
¿Curiosidad, desconfianza, deseo de acercamiento? Se trata de
hombres simples, sin doblez. Son israelitas, hijos de un pueblo
peregrino, siempre en busca de algo. Por la misma razón, hospita
larios y necesitados de acogida. Son además pescadores, gentes
sin horario, acostumbrados a pedir posada, a pasar la noche en
cualquier parte.
Pero a la par, es gente que aprecia su ancestro y defiende su tierra.
Su lugar de origen se convierte en apellido: Jesús de Nazaret,
José de Arimatea, Pablo de Tarso, una mujer de Samaría, una
viuda de Naím, María la de Magdala.
Por lo tanto, no nos deben extrañar ni la pregunta de los discípu
los de Juan, ni la respuesta de Jesús: Vengan y lo verán".
Andrés y Juan no son teóricos de su religión y su esperanza.
Viven en relación directa con el mundo y sin formularlo, saben que
a nadie se conoce realmente hasta visitarlo en su hogar. Porque las
casas se parecen a su dueño. Cada uno se expresa con todo
aquello que lo rodea. Son lenguaje los muebles, las plan
tas, los adornos, los más elementales utensilios, la luz,
los colores, algún amable desorden...
Cuenta san Juan que estos discípulos, apenas vieron donde vivía el Señor, "se quedaron con El... Serían las cuatro de la tarde", añade el evangelista.
Jesús comenzaba entonces su vida pública. Más tarde afirmará que las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos. Pero el Hi jo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Hoy se hospeda en casa de Simón, mañana se sienta a la mesa de Zaqueo, otro día se acoge a la intimidad de Betania.
Ese mismo Jesús, cuando regrese al cielo, comenzará a habitar en cada comunidad creyente. Y en su compañía nosotros iniciaremos un cambio de costumbres, aprenderemos a compartir lo que somos y tenemos, demostrando nuestra fraternidad.
El libro de los Hechos, en los capítulos segundo y cuarto, nos cuenta cómo vivían las primeras comunidades cristianas: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la fracción del pan, a las oraciones. Repartían sus bienes según la necesidad de cada uno. Tenían un solo corazón y una sola alma y gozaban de la simpatía del pueblo.
Podemos preguntarnos si a los hombres de hoy les interesa saber dónde y cómo vivimos los cristianos. Es decir, dónde habita ahora Jesús. La Iglesia es la casa del Señor, la comunidad de los amigos de Cristo, que se hace visible en la familia, en el trabajo, en el grupo apostólico, en la amistad, en \a vida ordinaria. ¿Sí verán en nosotros gente alegre, capaz de acogida, generosa y, sobre todo, hombres y mujeres simpáticos?
El evangelista continúa su relato contando cómo And res, luego de comprobar quién era este profeta de Galilea, convence a su hermano Simón. Avanza \a cadena de comunicación entre quienes creemos en Jesús y procuramos vivir como verdaderos discípulos.
^ Luego de ¡a experiencia de Dios por Jesucristo, no pode
mos no hablar. Es imposible callarnos ante la maravilla de
« 2 0 8 f haber conocido al Señor.
Tercer domingo
Un verbo con mala ortografía
Pasando Jesús junto al lago, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaban echando la red y les
dijo: " Vengan conmigo". San Marcos, cap. 1
Si alguna vez escribiéramos '"/amar" por invocar, dar voces, interpelar, se nos vendrían encima todas los profesores de ortografía y las academias de la lengua. Es pecado mortal en la gramática cambiar la elle por la ye. Pero a los creyentes nos es lícito escribir de este modo. Porque llamar significa en el fondo Va amar. Nos lo da a entender el Evangelio de hoy.
Unos pescadores del Lago de Galilea: Simón y Andrés, Juan y Santiago. Jesús pasó, los llamó por su nombre y ellos, dejando redes y barcas, se vinieron con El tras el deseo de ser pescadores de hombres.
Una labor muy larga y muy a fondo debió haber precedido a esta llamada. Toda la compleja tarea del amor.
Al enemigo se le grita, al intruso se le ahuyenta, al desconocido se le interroga, al extraño se le ignora... solamente al amigo se le llama y solamente el amigo sabe responder.
Pensemos hoy que cada uno de nosotros ha recibido de Jesucristo un llamado muy serio y muy comprometedor. N o somos un conjunto de sonámbulos que se entrecruzan en las calles de la historia, sin saber el porqué de su destino. Cada uno de nosotros ha sido llamado personalmente por Dios a la existencia. Caminamos hacia una meta que El nos ha trazado. Algunos la buscamos reflexivamente, mientras otros caminan sin rumbo, o simple- A mente empujados por las circunstancias. O arrinconados ¡f" ^ por los acontecimientos. ¿Entre cuáles te puedes contar <i 209
>
Si te inclinas por la arquitectura, si tienes un novio que te parece
reunir todas las cualidades, si tienes dotes para la música, para la
pintura, para el trabajo social o el deporte, para los negocios o la
política... Todo esto no sucede al acaso. Detrás de esos deseos
está la voz silenciosa del Señor.
Todas las personas nos movemos por la tenaz y amorosa fuerza de
Dios. N o somos marionetas incapaces de pensar y de amar. So
mos libres e inteligentes y podemos colaborar activamente en los
planes de Cristo. Cuando nos resistimos, el se pliega serenamente
a nuestra negativa. Cada llamada de Dios nos quiere conducir a
nuestra felicidad. ¿Por qué no la escuchamos?
Mucha gente desconoce el sentido de la vida. Por lo cual es tarea
de quienes tienen más luz e inteligencia, reflexionar con el herma
no, con el amigo, con el compañero de estudios o de trabajo.
Ayudarlo a descifrar su jeroglífico, colaborarle en la interpretación
de los planos de su propia existencia. En compañía es más fácil
escuchar la voz del Señor. La cual a veces no oímos por estar
saturados de ruido.
Así como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, hoy vuelve el Señor
a llamarnos para mejorar el mundo.
_A_
i r 210 >
Cuarto domingo
¿Ser o tener autoridad?
"Todos se quedaron asombrados de Jesús, porque no enseñaba como los letrados, sino con autori
dad". San Marcos, cap. 1.
Hace algunos años las agencias internacionales comunicaban una
noticia impresionante: un alienado mental había golpeado la Pietá
de Miguel Ángel , causándole serios destrozos.
Hubo conmoción mundial. Un loco había mutilado esta obra maestra.
Sin embargo si Miguel Ángel Buonarrotti hubiera hecho lo mismo,
nadie habría tenido derecho a reprenderlo. El era su autor. Tenía
autoridad sobre la obra.
Así mismo el único que tiene autoridad sobre los hombres es
Dios, autor y dueño de nuestra existencia.
Pero El ha delegado su autoridad y sus derechos en algunas perso
nas: los padres de familia, los maestros, las autoridades religiosas,
civiles y militares. Sin embargo éstas no cumplirán con su deber,
sino en la medida en que respeten la dignidad del ser humano, y
trabajen para lograr su plena realización.
Vivi mos hoy una crisis de autoridad. De un lado, muchas personas
no la ejercen de una manera honesta y en servicio de los demás.
Aprovechan su situación para dominarlos, oprimirlos y explotarlos.
De otro lado, quienes deberían estar sujetos a la autoridad, no la
acatan. Se convierten en rebeldes que todo lo estropean y
d e s t r u y e n - ^
¿Qué hacer entonces? Si reflexionamos a la luz del 4ZUf Evangelio, descubrimos que Cristo no solamente era au-
toridad, sino que tenía autoridad. Como Dios, era la suprema
autoridad, y como Hombre-Dios, por su conducta y por su ejem
plo, se mostraba digno de ser obedecido.
Muchos, en cambio, son autoridad en el gobierno, en la Iglesia,
familia, en las instituciones... ¿Pero su modo de vivir, lo hace
dignos de ella?
Para tener autoridad se requieren tres cosas:
La verdad. Cristo era la Verdad. Nunca engañó a nadie. Los hom
bres necesitamos poder confiar en nuestros dirigentes. Por eso re
chazamos en ellos toda la hipocresía.
Luego, el ejemplo. Cristo practicó siempre lo que predicaba, y
condenó duramente a los fariseos como personas que decían una
cosa y practicaban otra.
Por último, el servicio. La verdadera autoridad está siempre atenta
al servicio del hombre y de la comunidad.
¿Nos hemos preguntado alguna vez si ejercemos la autoridad con
la verdad, la respaldamos con el ejemplo y la vivimos como un
servicio a los demás? Cristo no vino a ser servido sino a servir.
i
A
212 >
Quinto domingo
Ese es el milagro
"Jesús se acercó a la suegra de Simón que estaba en cama con fiebre, la tomó de la mano y la
levantó... y ella se puso a servirles". San Marcos, cap. 1.
La fiebre es un síntoma, es decir un aviso de cosas que pueden ser
muy graves. Pero existe también una fiebre moral, aviso y síntoma
de nuestro mal interior.
El Evangelio de hoy nos invita a pensar que la fiebre y la curación
de la suegra de Pedro, son síntomas de cosas muy graves, pero a
la vez muy hermosas.
A l curar a los enfermos, al dar la vista a los ciegos, al resucitar a los
muertos, Jesús nos da a entender que El es Dios. Dueño de unos
poderes mayores aún, que pueden cambiar totalmente nuestra
vida.
En su tiempo, toda enfermedad se entendía como signo del poder
del mal y del pecado. Nosotros hemos cambiado esa visión fatalis
ta y negativa. Sabemos que la mayoría de las enfermedades son
consecuencia de nuestra conducta, de la herencia, la contamina
ción... Pero a la vez sabemos que el Señor es capaz de hacer
milagros para sanarnos. El mismo ha dado al hombre poderes en
contra de esos males: la ciencia, los descubrimientos de la medici
na, los mil secretos que le hemos arrancado a la naturaleza para
ponerla a nuestro servicio.
Pero todos los días necesitamos del poder y la intervención de
Jesucristo, en el área de nuestro mal moral.
A A l lá , en lo más hondo de nuestro ser, tenemos regiones en las cuales no nos sentimos bien. A l l í es donde H nos domina el mal, donde no somos buenos del todo,
1
213 >
donde se hunden las raíces del egoísmo, de la ira, de la soberbia.
Hasta allí también puede llegar el Señor para sanarnos.
Muchas veces obramos mal, aun sin quererlo, y sentimos tristeza.
Hubiéramos querido ser tan pacientes, tan generosos, tan bien
educados y fallamos.
Jesucristo puede enderezar nuestra vida, orientar nuestra conducta
definitivamente hacia el bien. Recibimos su influencia transformadora,
cuando rezamos con esas palabras interiores que nacen del cora
zón. Cuando recibimos los sacramentos, por los cuales unimos
nuestra vida con el Señor.
Quien sanó a la suegra de Pedro, curó los leprosos, dio vista al
ciego de Jericó, perdonó a Magdalena, dio la fe a la Samaritana y
prometió al buen ladrón el paraíso, es el mismo con quien hemos
comprometido nuestra vida.
Ser cristianos es estar con El. Estar amarrados a su Ser y a su vida, con los vínculos de amor y de la fe.
¿Por qué será que algunos tenemos a Dios, solamente como un
hacedor de milagros exteriores? Es verdad que El puede sanarnos
físicamente, pero también espiritualmente.
Entonces, como la suegra de Pedro, desde una vida nueva, po
dremos servirle a El y a nuestros hermanos. Ese es el Milagro.
4 214
Sexto domingo
La voluntad de Dios
"Jesús, sintiendo lástima del leproso, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio".
San Marcos, cap. 1.
¿Cómo será Dios? ¿Cuál su modo de ser, cuáles sus planes y su
voluntad? Es difícil saberlo. La teología nos enseña que todo lo
que pensamos o decimos de Dios es apenas imagen, aproxima
ción, analogía y sombra de lo que El es: la Vida, el Bien, el
Amor.
Tampoco tenemos ideas claras sobre la voluntad de Dios. Algunos
la confunden con el sufrimiento del hombre. En la mitología azteca
encontramos a Huitzilopochtli, un ídolo a quien se le ofrecían los
corazones de los vencidos. Mientras la sangre fiumana corría sobre
el altar de piedra, el dios, en cuya frente se alzaba un penacho de
plumas de colibrí, sonreía ferozmente.
Otros imaginan a Dios como alguien caprichoso, que desea una
humanidad sometida ciegamente a sus mandatos. Ignoran la razón
de sus preceptos, los cuales se miran como una manera continua
de amargarnos la vida.
Algunos más piensan en Dios celoso, que impide el progreso del
hombre, guardando con avaricia los secretos de la naturaleza y de
la historia. N o sea que un día el hombre llegue a suplantarlo.
Pero el Evangelio nos enseña que la voluntad de Dios es nuestro bien. "Quiero: queda limpio", le dice Jesús al leproso. Quiero: sean limpios, sanos, santos, felices, perfectos, nos d i ce Dios cada día. El, como un padre bueno, no tiene otro =£^=i
deseo que el bien de sus hijos. i 215 k. á
>
N o es lógico achacarle al Señor los efectos de nuestra ignorancia,
de nuestros errores y pecados. N o es voluntad de Dios el acci
dente de tránsito producido por el alcohol y la irresponsabilidad.
Tampoco las catástrofes que nuestra ignorancia o nuestra ciencia
todavía tan miope/ no previeron o no quisieron evitar.
Los efectos de nuestros pecados no pueden ser voluntad del
Señor. Pensemos en las taras genéticas, en tantas enfermedades
causadas por los vicios, en los dolores que producen en la familia
y en la sociedad el egoísmo, y la violencia de algunos.
Pero nuestro Dios es bueno. Es capaz de sacar bien de los mismos
males, aunque a diario destrocemos sus planes. Con paciencia
como de jardinero - el Evangelio lo llama frecuentemente agricul
tor- sigue regando, podando, arrancando la cizaña. E inventa pro
yectos nuevos para lograr nuestra plenitud.
Jesús se acercó bondadosamente al leproso. Lo tocó, lo cual
estaba prohibido por la las leyes judías. Y al instante el enfermo
quedó sano. ¿Seremos nosotros tan tercos para no dejarnos alcan
zar por el Señor, cuando El se nos acerca?
i n 216
k / w }
Séptimo domingo
Un Dios de vacaciones
"Unos letrados que estaban allí pensaron para sí mismos: ¿Quién puede perdonar fuera de Dios?".
San Marcos, cap. 2.
Los mismos letrados y fariseos nos lo enseñan: entre las muchas
tareas de Dios: crear los mundos, señalar su ruta a cada estrella por
el inmenso espacio, despertar el sol cada día sobre justos y peca
dores, alimentar de madrugada las aves, vestir los lirios con más
lujo que Salomón, está el oficio de perdonar el pecado del hom
bre.
Pero si la tarea de Dios fuera tan sólo perdonar pecados, entre
nosotros, El seguiría de vacaciones.
¿Por qué? ¿Todos estamos libres de culpa y de pecado? No. Por
lo contrario: porque muchos hemos perdido el sentido del peca
do. Ya no nos preocupa ni molesta, ni creemos en él.
El antropólogo dirá que el pecado es un condicionamiento ya
superado, gracias al avance de la cultura. El sicólogo añadirá que el
complejo de culpa ha sido eliminado, por medio del sicoanálisis y
otras terapias. El sociólogo responderá que la culpa es siempre de
los otros: de quienes se han apropiado injustamente de ios medios
de producción. El economista dirá que muchos conspiran contra
las políticas de concertación, el encaje bancario, los reajustes tribu
tarios y la retención en la fuente.
Pero nosotros, si no queremos esconder la cabeza como el
avestruz, reconoceremos humildemente sin tapujos que
hemos pecado. C o n solo examinar nuestro interior, des
cubriremos fallas, errores, malas intenciones, rebeldías
contra Dios. Nos hemos apartado frecuentemente de la justicia, de
la sinceridad, del cariño, de la compasión, del deber.
Si en la sociedad que nos rodea abundan la violencia, la irrespon
sabilidad en el trabajo, el lujo excesivo, la vanidad y la ambición,
¿será todo ello un espejismo y el fruto de la imaginación?
El que esté sin pecado que arroje entonces la primera piedra, dijo
un día el Señor ante la turba que acusaba a la mujer sorprendida en
adulterio. Hoy podría decirnos otro tanto.
Sin embargo, nuestro pecado no es del todo trágico y definitivo.
Jesucristo vino a quitar del mundo el pecado. Lo que importa es
acercarnos a El.
El Evangelio nos cuenta el afán de aquellos amigos del paralítico.
Como no podían acercarlo a Jesús, a causa del gentío, quitaron
las lozas del techo para descolgar al paralítico delante del Señor.
Así nosotros, aunque sea venciendo mil barreras, mil obstáculos,
aunque sea rompiendo el corazón, busquemos al Salvador. Esto
de romper el corazón, ante Dios que es nuestro Padre, es lo que
llamamos contrición.
i ri 218
>
Octavo domingo
¡Por Dios, pongámonos al día!
"Le preguntaron a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no ayunan? Jesús les contestó: ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio
está con ellos?". San Marcos, 2.
La Biblia utiliza con frecuencia las figuras del novio y de la novia,
para referirse a las relaciones de Dios con su pueblo. Y en el
Evangelio de hoy, Jesús se identifica con ese novio, que comparte
con sus amigos la alegría de su boda.
Recordemos que los judíos observaban religiosamente sus ayunos,
desde la salida del sol hasta la noche. Pero Jesús advierte: tales
prácticas no tienen ya una importancia definitiva. El ha venido para
enseñar otras maneras de acercarnos a Dios.
Podemos entender el ayuno en un sentido estricto: privarnos de
algunos alimentos. Así lo usaban los primeros cristianos, muy cer
canos a las leyes judías. De este modo mortificaban su cuerpo,
dedicándose con más libertad a la oración.
Desde una visión actual de la fe, comprendemos que el alimento
nos fortalece para el trabajo diario. Es un regalo de Dios que
conviene usar con agradecimiento y moderación. Pero la caridad
continúa siendo la reina de todas las virtudes. Por lo tanto el ayuno
ha de promover nuestra capacidad de amor y de servicio.
Ayunar en un sentido amplio equivale a apartarnos del mal,
del egoísmo. De todo aquello que deteriora nuestra vida
cristiana. Es no estallar en el hogar, cuando las cosas se
complican. N o amargarnos sistemáticamente, tratar a los <|
demás con amabilidad, aunque ese día estemos de mal
genio. Hacer favores sin esperar que nos los pidan, contagiar alegría a los que sufren.
Privarnos del mal, también exige purificar nuestro interior por el
sacramento de la Penitencia. Pero después de pensarlo despacio y
hablar muchas veces a solas con Dios. Es decir, que el diálogo con
el sacerdote sea la etapa final de un encuentro profundo y sincero
con Dios nuestro Padre.
En tiempos pasados, muchos cristianos identificaron la fe cristiana
con la mortificación. La vida de austeridad y retiro iniciada por los
primeros monjes, pareció ser el modelo obligado para cuantos
quisieran vivir el Evangelio. Muchos cristianos valoraron este estilo
de vida, pero empezaron a sentirse incapaces de imitarlo. Enton
ces surgió otra forma de cristianismo, más reconciliada con la reali
dad y en comunión con todo lo del mundo que no excluye la
enseñanza de Jesús.
Porque repetimos: ayer y hoy la esencia de nuestra fe es el amor a
Dios y al prójimo. El sacrificio nos educa la voluntad y nos dispone
para la cercanía de Dios. Pero ante todo hemos de ejercitar la
caridad, lo cual exige no pocas privaciones.
A l discípulo de Cristo, lo que le importa de verdad es "estar con
el novio". Hacia allá han de tender todas sus preocupaciones. Y
nada tan preciso para encontrar a Dios como la casa de los hom
bres, apunta un escritor. Así alcanzaremos tener "los mismo senti
mientos de Cristo" como enseña san Pablo". Es decir, que todo lo
nuestro esté iluminado por el Evangelio.
Sobre el particular es famosa aquella anécdota de santa Teresa:
yendo de viaje, le ofrecieron en la cena unas sabrosas perdices. La
compañera, sintiendo escrúpulo, le preguntó: madre, ¿no será
mucho regalo? A
,. La santa, mujer siempre equilibrada y humana, le res-
f pondió: "Hi ja, cuando perdiz, perdiz y cuando peni-
v , tencia, penitencia".
220, ^ /§
Noveno domingo
El cristal con que se mire
"Un día de sábado atravesaba Jesús un sembrado. Mientras andaban, los discípulos iban arrancando
espigas. Los fariseos le dijeron: ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
San Marcos, cap. 2.
Algunos se preguntan: ¿El Maestro se interesó por lo que hoy
llaman promoción humana, o únicamente por "la salvación de las
almas?".
Porque el hombre es un ser unitario. N o es posible trasformar
alguna de sus dimensiones, sin modificar de inmediato las restan
tes. Pero Jesús no ideó ningún proyecto para mejorar la economía
del país. N o presentó estrategias hacia la cobertura escolar de
Palestina. N o reveló el secreto que cambiaría las estructuras socia
les de entonces. Sin embargo, con su palabra y sus actitudes, nos
enseñó qué es la persona humana, presentándola como el valor
fundamental en cada momento de la historia. Y señaló la esencia
del Evangelio: el hombre como hijo de Dios, desde todas sus
circunstancias.
Comprendemos entonces que las cosas que llamamos sagradas
tienden a promovernos en un sentido pleno.
La ley judía ordenaba cesar cualquier tarea el día de sábado. Un
descanso en honor de Yavéh, ordenado por Moisés bajo graves
penas. Pero en tiempos de Jesús, los doctores habían exagerado
las normas de manera inconcebible. Prohibían encender fuego
en casa, o caminar ese día más de mil pasos, aún para ^ A
socorrer a un enfermo, ^ o o i
^ d á >
San Mateo y san Lucas cuentan que los apóstoles, yendo de
camino, arrancaron espigas de un trigal. Y desgranándolas entre las
manos, remediaban el hambre.
Lo ilícito allí no era tomar los granos ajenos. Según el Deuteronomio,
los frutos cercanos al camino eran del caminante. La violación del
sábado consistía en desgranar espigas, lo cual equivalía para los
doctores a un trabajo servil.
San Marcos simplifica el hecho, narrando sólo que los acompañan
tes de Jesús "iban arrancando espigas".
El Maestro se sitúa más allá de tantas nimiedades y declara, como
lo ha hecho en otras ocasiones: "El sábado se hizo para el hombre
y no el hombre para el sábado". Y añade un ejemplo de la
tradición judía, cuando David, con sus hombres entraron al templo
y comieron los panes sagrados, lo cual sólo podían hacer los
sacerdotes.
Descubrimos entonces que la conducta de cada grupo humano
corresponde a la imagen de Dios que guardan en su interior. Y esa
imagen se opaca o ilumina de acuerdo con el cristal con que se
mire: cultura, formación, Iglesia en la cual caminamos.
Los letrados, contemporáneos del Señor habían multiplicado los
preceptos frente a un Dios, guardián del orden establecido que
acentuaba el temor de sus devotos.
El Maestro nos descubre a un Dios Padre y cercano. El que
aguarda con cariño al hijo pródigo. El que actúa en tantos otros
relatos del Evangelio. Jesús señala como único mandamiento el del
amor y nos invita a vivir en consecuencia.
"Ama y haz lo que quieras", escribió san Agustín. Desde
el amor cristiano podríamos examinar los 61 3 preceptos
}j, que exigía el judaismo en tiempos de Jesús. Y casi
todos quedarían reducidos a cenizas. i 222
El discípulo de Cristo actúa entonces movido por una ley de amor.
Y su comportamiento, en cada circunstancia, se mantiene referido
a Dios, quien "tanto amó al mundo que le dio a su Hi jo, para que
todo el que crea en él tenga la vida eterna". Una ley de amor que
es a su vez, una ley en libertad.
i _A_ 223
Décimo domingo
No estaba en sus cabales
"En aquel tiempo la familia de Jesús vino a llevárselo, porque decían que no estaba en sus
cabales". San Marcos, cap. 3.
Aquel pequeño pueblo de Nazaret se siente ahora turbado. El hijo de José el carpintero se ha vuelto loco de repente. Una noticia que familiares y vecinos comentan por las calles y las mujeres, junto al pozo.
Entonces un grupo de amigos se va en busca de Jesús para traerlo a casa. Quizá el entorno familiar y los cuidados de María puedan devolverle la salud.
La comitiva encontró al Señor mientras discutía con los maestros de la ley. Y se extrañaron aún más cuando le vieron sanar enfermos y arrojar demonios. De otra parte, los letrados de Jerusalén aseguraban que este galileo tenía dentro un mal espíritu.
Los judíos de entonces vivían obsesionados por la presencia del Maligno. Lo sentían por todas partes. Exageraban su poder y, de acuerdo con sus tradiciones, identificaban toda enfermedad con su acción destructora. Lo llamaban Belial, Belcebú, Sammael, nombres copiados de las religiones vecinas. Y también Diablo, una palabra griega que expresa cómo el mal nos separa de Dios.
Jesús, sin ahondar en planteamientos, se interesa por salvar al hombre. N o acepta ni rechaza las apreciaciones del pueblo sobre
el mal y el dolor, pero limpia leprosos y sana paralíticos, ciegos y endemoniados.
Muchos cristianos exageran también la acción del mal
entre nosotros. En parte, por una teología incompleta
que no contempla a Dios como un Padre bueno y poderoso. Y en
parte, por situaciones sicológicas. Es más cómodo atribuir a otro
nuestros yerros, que reconocer las propias culpas. Pero también es
más eficiente iluminar la vida con Jesús, para que huyan todas las
tinieblas.
Aquellos paisanos de Jesús se llevaron un chasco cuando lo halla
ron dentro de una casa, rodeado de mucha gente. Le enviaron
entonces un recado: tu madre y tus hermanos están fuera y te
buscan. Pero el Maestro respondió: estos son mi madre y mis
hermanos. Los que cumplen la voluntad de mi Padre.
Tal cercanía a Jesús, por la acogida que damos a su palabra, nos
convierte en familiares suyos. A la par que su madre y sus herma
nos. Una enseñanza que luego daría san Pedro en una de sus
cartas: "Somos partícipes de la naturaleza de Dios". N o porque el
Señor rechazara a su propia familia. Quería enseñarnos que sus
discípulos se unen a El con lazos irrompibles, como los de la
sangre.
San Pablo al explicar su adhesión a Cristo, escribía a los de Corinto:
"Todo es para nuestro bien. N o nos fijamos en lo que se ve, sino
en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es
eterno. Aunque se desmorone nuestra morada terrestre en que
acampamos, sabemos que Dios nos dará una casa eterna en el
cielo, no construida por hombres".
Es el camino para vencer todos nuestros demonios. Aunque algunos desde lejos dirán: no está en sus cabales.
~*<s§p^ 225 >
Undécimo domingo
Tiempo de sementera
"El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche y
se levanta de mañana. La semilla germina...". San Marcos, cap. 4.
Leemos en el Evangelio que el Reino de Dios se empieza a cons
truir desde pequeñas cosas. "Se parece a un hombre que echa una
semilla en el campo". También habla el profeta Ezequiel de una
rama pequeña, que el Señor arrancó y plantó, para que se volviera
un cedro noble.
Los judíos entendían de dos maneras la transformación que el
futuro salvador realizaría. Unos, por medio del poder y de la
guerra. El Mesías habría de derrotar a los romanos, para recons
truir un reino invencible.
Otros, por el contrario, comprendían que el Reino de los Cielos
llegaría, con pasos vacilantes, por pequeñas acciones, mediante
limitados esfuerzos, Pero que al fin Dios lograría realizar su plan
entre los hombres.
Jesús colocó su proyecto sobre el segundo esquema. Apostó por
las cosas sencillas. De cada situación y de cada persona, rescató lo
rescatable. Como aquel día, luego de la multiplicación de los
panes, cuando pide a los apóstoles que recojan las sobras. Por
esta razón Jesús señala el grano de mostaza. En él se admira el
poder de lo alto: "Es la semilla más pequeña, pero después brota,
se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan
/fc grandes que los pájaros vienen a anidar en ellas'.
El Antiguo Testamento habla repetidas veces de los
pobres de Vávéh. Una expresión que señala a la gente
sencilla, que ha puesto en Dios su confianza. De ese grupo se
reconoce Nuestra Señora, sintiéndose a la vez depositaría de las
maravillas del Señor.
Pero, de otro lado, esta comparación con la semilla, nos invita a
cultivar nuestra propia era con esmero y cariño. San Marcos expli
ca: "El labrador duerme de noche y se levanta de mañana. Mien
tras tanto la semilla va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va
produciendo la cosecha: primero los tallos, luego la espiga, des
pués el grano. Mas tarde vendrá el tiempo de la siega".
N o cabe entonces el desánimo para quienes cultivamos este Rei
no, cuyo crecimiento Dios respalda.
¿Pero si alguien, al mirar su sementera, no contempla sino cardos y
espinas?. Pudiera ser efecto de miopía. Q u e se acerque un poco
más: debajo de las zarzas está brotando con vigor el trigo. Aun
que es verdad que el enemigo arroja malas hierbas sobre el surco,
mientras rueda la noche.
Si es necesario, hay que cavar más hondo. Abonar con la plegaria,
con el diálogo y de pronto también con las lágrimas. Pero nunca
abandonar el surco. El Señor dijo que hasta el desierto puede
florecer.
Volvamos a esperar cada mañana el sol vivificante. Y cada tarde, la
lluvia fresca y la eficacia de Dios que dirige las galaxias, pero a la
vez cuida los pajarillos, viste los lirios y sigue despertando buenos
deseos en el corazón del hombre.
Nosotros sembramos, otro nos ha ayudado a regar. Pero es sólo
Dios quien dará el incremento.
| 227^ fes A
Duodécimo domingo
La noche sosegada
Al atardecer dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla. Y dejando a la gente, se lo llevaron
en la barca". San Marcos, cap. 4.
Aquellos monjes del desierto, cuya historia escribieron ciertos cronistas fantasiosos, habrían sufrido terribles tentaciones. Sobre todo en materia sexual. De ahí sus exagerados ayunos y sus continuas penitencias.
Pero a los cristianos de hoy también otros halagos nos asedian. A cada rato podemos pecar contra la caridad, la justicia, la paciencia, la honradez, la verdad. Y también contra la esperanza.
hn otras épocas gozamos de una gran tranquilidad. Y entonces se nos olvida que \a fe no equivale a un seguro contra los vendavales. Por lo cual las caídas imprevistas nos desconciertan.
Así les sucedió a los apóstoles. Día a día iban conociendo mejor al Maestro. Estaban contentos en su amistad. Admirados de sus milagros. Pero una tarde Jesús les dijo: "Vamos a \a otra orilla del lago'. Y mientras iban, se desencadenó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca, casi hasta hundirla. Mientras tanto, como anota san Marcos, Jesús dormía en \a popa. El cansancio del día lo había sumido en un sueño profundo.
Los discípulos se miraron unos a otros aterrados: ¿Habría que despertar al Señor? El peligro debió ser extremo, cuando aquellos experimentados pescadores se vieron perdidos. Sencillamente esta
ban a punto de naufragar.
i •
. De inmediato los hijos del Zebedeo, o tal vez Pedro,
2281^ despertaron a gritos a\ Maestro: "Señor, sálvanos que
perecemos'.
Jesús se incorporó serenamente. Ordenó al viento y a las olas y se
hizo una gran calma. Pero reprendió a los discípulos: "¿Por qué
son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
El relato de san Marcos es simple. Pero el acontecimiento fue algo
espantoso. N o sabemos si alguno de los discípulos le preguntaría
a Jesús: Señor: ¿Qué hubiera pasado si nos hubiésemos hundi
do? O también: ¿De qué manera se vence con la fe la tempes-
tad?
Algunos autores religiosos aseguraron que cada cual posee un
temperamento, según la combinación de humores en su cuerpo. Y
repartieron además con mucha exactitud las tentaciones: a los san
guíneos los acosarían la ira y la soberbia. La avaricia y la pereza, a
los flemáticos. La gula sería el peligro de los amorfos. Y los
melancólicos tendrían que vencer la envidia y la lujuria.
Pero hoy no vale tal clasificación. Como tampoco es objetivo
afirmar que los cristianos de hoy somos más inclinados al mal que
nuestros abuelos. Conviene recordar la historia de la Iglesia. "Bástale
a cada día su afán", leemos en san Ma teo . Cada época ofrece
disyuntivas para el bien y para lo perverso.
Pero ayer y hoy, Jesús nos enseña que con su ayuda venceremos
el mal. A lgo que no es fácil comprender mientras la tempestad nos
golpea. Pero que se convierte en gratificante certeza cuando, con
la ayuda de Dios, hemos superado el peligre.
Existe una señal de que Dios está con nosotros: si en medio de la
tempestad no perdemos la calma. Esa serenidad, ubicada en los
estratos más profundos del alma, no disuélvelos miedos, ni mitiga
del todo la angustia. Es una paz inexplicable, como aquella que
experimentó san Juan de la Cruz, cuando en medio de sus tribula
ciones nos habló de "la noche sosegada".
_
^229^> u á
Decimotercer domingo
Basta que tengas fe
"Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar al Maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y
le dijo: No temas; basta que tengas fe". San Marcos, cap. 5.
Sigmund Freud, atormentado por un cáncer del paladar, respondía
a su hija que le reprochaba tantas horas de trabajo: "Si aún estoy
vivo es porque puedo hacer algo".
El Evangelio es siempre un llamado a la vida, al servicio. Pero a
menudo no lo entendemos ni vivimos así. Cuántas veces pronun
ciamos sentencia de muerte frente a nuestros hermanos.
"Es la oveja negra de la familia". "Toda la vida, un enemigo de la
Iglesia". "Señora: su niña no le conviene de ningún modo el
colegio '. Esto se acabó de una vez, hijo. Haga de cuenta que yo
no existo para usted". "¿Fulanita? Ya no tiene remedio, lo que se
hereda no se hurta". Son sentencias humanas, sentencias de muer
te. . .
Pero alguien habido a buscar al Señor, alguien ha rezado, alguien
ha suplicado por ese que "ya no tenía remedio". Quizá alguna
religiosa en el silencio de su clausura, un grupo de oración, una
anciana ignorante en una Iglesia de aldea, una madre que nunca
pierde la esperanza, un niño de rodillas al borde de la cama.
Alguien ha tenido fe, alguien ha buscado a Jesucristo.
z v Y el Señor se pone en camino. Se abre paso por entre el
gentío curioso y displicente que siempre rodea al ' d i
funto", lo toma de la mano y lo llama. Entonces el
ladrón se arrepiente, vuelve el rostro y exclama: Acuér
date de mí". Pablo es derribado del caballo, cuando perseguía a
los cristianos, Eva Lavalliére se postra como Magdalena a los pies
de Jesús. En un rincón ya famoso de Notre Dame de París, Paul
Claudel recibe la luz. El agresor de María Gorett i se convierte...
La niña que no convenía en el colegio, aquella por quien nada se
podía hacer, es ahora una mujer entregada al servicio de los más
necesitados, el hijo pródigo retorna al hogar, el alcohólico encuen
tra un amigo que le tiende la mano. El Señor ha vuelto a decir: no
temas: basta que tengas fe, anulando así un decreto de muerte.
Nuestra vida es la trama, muy compleja y hermosa, de la acción
entusiasta del hombre y del amor desvelado y constante del Señor.
Cuando nos sentimos vencidos porque hemos mellado todas nuestras
armas, cuando nos dicen que ya no hay para qué molestar al
Maestro, todavía falta que manifieste la fuerza tenaz de Dios,
llamada por la oración que va más allá de nuestros brazos y más allá
de nuestros horizontes.
Pensemos en la hija de aquel jefe de la sinagoga que se llamaba
Jairo. Dios tenía sobre ella sus planes que son siempre de amor y
de esperanza.
Y aunque el Evangelio no nos vuelve a decir nada sobre esta
joven, si Cristo la resucitó fue porque la necesitaba, y como
Freud, aunque enfermo de cáncer podía hacer mucho todavía.
Esta Palabra del Señor es un llamado a la vida, a la conversión,
mientras esperamos la voz y la mano de Cristo que también nos
dice a cada uno: no temas, basta que tengas fe,- yo puedo darte la
vida, la inocencia, el perdón y la dicha.
-A.
231 L. A
>
Decimocuarto domingo
¿No es éste el carpintero?
"La gente de Nazaret se preguntaba con asombro: ¿No es éste el carpintero, el hijo de
María, hermano de Santiago, de Judas y Simón ?" San Marcos, cap. 6.
Desde el comienzo de la Iglesia, los teólogos y pensadores cristia
nos se han preguntado con insistencia: ¿Quién es Jesús de Nazaret?
A comienzos del Siglo V, Nestorio y Eutiques explicaron, cada
uno a su modo, su pensamiento sobre el Señor. Pero no lograron
integrar en \a persona del Maestro, de una manera conveniente lo
divino y lo humano.
Toda esta reflexión teológica se proyectó en \a vida de la Iglesia, en
las comunidades creyentes, en el culto, en la tarea pastoral. Hoy
también nos preguntamos: ¿Quién es para nosotros Jesucristo?
Si solamente lo entendemos como el carpintero, el profeta de Nazaret, el revolucionario, el líder que se alza contra lo establecido, el liberador político, el ¡nstaurador de un nuevo orden económico, nuestra vida cristiana se quedará escasa y sin horizontes, como un ave cautiva. Porque el hombre de hoy —y de siempre— no es tan sólo lucha de clases, angustia temporal, ansia de bienestar y de dinero, un animal político. Es mucho más: sentimos anhelos más profundos, necesidades más hondas. Buscamos proyectos más trascendentales, deseos de bien y de justicia que no pueden llenarse con códigos y cifras, extractos bancarios, acuerdos políticos, planes quinquenales, modelos de desarrollo... Necesitamos
amar y esperar, resolver con urgencia el problema del mal, A del pecado y de la muerte. Por esto, aunque no entende
mos a Dios, a todas horas lo buscamos a través de p Jesucristo, que es Dios, pero que se ha hecho igual en
,^_^_ todo a nosotros, menos en el pecado.
El culto cristiano, aunque muchas veces no comprendido, nos
acerca al Señor. También lo hace la religiosidad popular que es un
esfuerzo por encontrar a Dios, a través de la compresión de los
sencillos.
Pero otras veces nos colocamos en el extremo opuesto. Nos
confunde que Jesús sea verdadero hombre. Quisiéramos excusar
lo de haber asumido toda nuestra pobre humanidad. Mas sin ella
no habría existido redención.
Cuando comprendemos integralmente a Jesucristo, nuestro cuer
po, unido con el suyo, se diviniza, como también la cuna de
Belén, las barcas del Tiberíades, el perfume de Magdalena, la
moneda del tributo, los panes y los peces, las camillas de los
enfermos, el lodo para ungir el ciego, el pan y el vino, el madero
de la cruz, las cien libras de ungüento que embalsaman al amigo
difunto y esos viejos pergaminos en los cuales unos judíos no muy
letrados consignaron, la historia del Maestro.
Santa Teresa advertía a sus monjas con su natural gracejo castella
no: "Dios anda entre los peroles". Ese Di os infinito que se hizo
hombre en Jesús camina por todos los rincones de mi casa y les ha
dado a las cosas, a mi cuerpo, a mi trabajo, a mis manos, al arte, a
la liturgia, un misterioso poder sacramental.
¿No es éste el carpintero? Sí, porque Dios no se disfrazó de
hombre. Se hizo hombre para acercarnos a su divinidad y así Dios
entró definitivamente en la historia del hombre y cada uno de
nosotros, en la historia de Dios.
ir~i 233
Decimoquinto domingo
Un bastón y nada más
"Jesús les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más; pero ni pan, ni alforja, ni
dinero, ni túnica de repuesto". San Marcos, cap. 6.
Cuando Ciro el Grande asediaba, a mitad del siglo V I a. C , la
ciudad de Priene, todos los habitantes huían llevando a cuestas sus
posesiones. Sólo Bías, uno de los sabios de Grecia, abandonaba
la ciudad serenamente sin ningún equipaje. A sus paisanos que lo
interrogaban extrañados, respondió el sabio: "Todo lo llevo con
migo . Cargaba a cuestas su sabiduría.
El cristiano de hoy, también en camino, no tiene como ideal la
acumulación de bienes materiales, porque busca otra mejor riqueza
dentro de otra jerarquía de valores. Allí ocupa lugar preferencial la
sencillez de vida, que nos señala cuántas cosas pueden esclavizar
nos. Esto supone al mismo tiempo una fe en la providencia de
Dios y una mayor libertad para servir más a los demás.
La pobreza es tema de actualidad en la Iglesia de hoy. Cuando los
obispos se reunieron en Puebla, allí optaron por los pobres. ¿Pero
qué es la pobreza a la luz del Evangelio?
Para algunos consiste únicamente en actitudes interiores, y dada la
ocasión, en un posible desprendimiento. Otros desean instaurar
una pobreza rayana en la miseria. Llegan casi a negar el dogma de
la creación que nos explica cómo Dios creó al hombre y lo hizo
rey del universo.
Pero, como siempre sucede, la verdad está en el medio.
Podemos poseer porque somos seres racionales. Pero
no es lícito desbordarnos de manera egoísta, oprimien
do a los otros.
Para encontrar la pobreza que aconseja el Señor, conviene en primer lugar analizar el medio humano en que vivimos. N o estamos en un país rico, donde todo el mundo tiene lo necesario y aún un poco más. En nuestro entorno, lo que algunos les sobra, lo que se despilfarra de modo irresponsable, les hace falta a muchos para apenas sobrevivir.
Juan Pablo, durante su primera visita a México nos dijo: "La propiedad está gravada siempre por una hipoteca social, así los bienes servirán equilibradamente a la destinación que Dios les ha dado .
Revisemos honradamente nuestros gastos, nuestros lujos, nuestro
nivel de vida.
De otro lado, pobreza cristiana es ante todo una elección personal. N o esperemos que la Iglesia o las leyes nos señalen una medida exacta frente a los bienes temporales. Nos consta que en la mayoría de los países, los grandes capitales permanecen en manos de unos pocos. Los cuales a su vez controlan los medios de producción, las comunicaciones y todo el engranaje político.
Es hora entonces de escuchar a Paulo V I quien escribió en la "Populorum Progressio": "Hay que actuar pronto y a profundidad. Hay que poner en práctica transformaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender sin esperar más, reformas urgentes'.
Estas palabras se dirigen a todos, pero principalmente a quienes tienen mayor influencia en nuestra comunidad: los dirigentes, industriales, profesionales, maestros y comunicadores. Los que pueden abrir sus manos y su corazón para crear desde hoy mismo una sociedad más justa y más cristiana.
Si leyendo estas reflexiones sentimos un deseo sincero de ser más sobrios en nuestra vida personal y familiar, de cambiar de una vez las políticas de nuestra empresa para servir mejor al hombre, el Evangelio toca a nuestras puertas.
El Señor nos hará conocer sus caminos. Q u e su sabidu
ría, mayor que la de Bías, tiene el poder para cambiar el ^
mundo. 235 »
r
Decimosexto domingo
¿Al tiempo lo van a matar?
"Dijo Jesús: Vengan a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no encontra
ban tiempo ni para comer". San Marcos, cap. 6.
Los griegos, tan sutiles en su filosofía, usaban dos términos para
designar el tiempo. Cronos era la vida que se desgrana en el reloj
de arena, se deslíe entre los números del calendario, se va murien
do un poco cada día de la semana, se despierta con el sol y se
duerme al caer la noche.
Por el contrario, Kairós es la ocasión, la oportunidad, el momento
propicio, el tiempo favorable, aquel presente amplio e indefinido
para sembrar el surco, edificar la casa, emprender un viaje, fermen
tar el vino, cocer el pan, y arrojar las redes, muy de mañana en el
remanso.
Por esto, los escritores cristianos nos enseñan que para los amigos de
Jesús, el tiempo no es la medida rutinaria y prosaica de Cronos, sino
un Kairós, colmado a todas horas de íntima alegría y esperanza.
El tiempo del cristiano es para amar, construir el mundo, reconciliar
a todos los hombres, compartir generosamente nuestros bienes,
promover la justicia y la paz, realizar la propia vocación de ciuda
danos de la tierra y peregrinos hacia el cielo.
El Eclesiastés nos enseña con gran sabiduría: "Hay tiempo de plantar,
tiempo de sanar, tiempo de construir, tiempo de reír, tiempo de
buscar, tiempo de callar, tiempo de hablar, tiempo de amar,
A t tiempo de nacer y tiempo de morir".
Un día Jesús invita a sus discípulos a reposar un poco.
Regresaban de su primera correría, durante la cual habían
predicado la conversión, sanando muchos enfermos y expulsando
los demonios. Bien se merecían un descanso.
Nosotros podemos preguntarnos sin nuestros ocios corresponden
a un trabajo serio y responsable.
Si descansamos de una manera honesta y cristiana, si empleamos
bien nuestro tiempo. O por el contrario, si procuramos 'matar el
tiempo de cualquier manera. ¿A l tiempo por qué lo queremos
matar?
Tal vez nos estamos situando dentro de una nueva clase social: la
clase ociosa. Y esto es injusticia, porque muchos de nuestros familia
res, amigos o vecinos nos necesitan. Además, numerosas obras
sociales nos están esperando. Aguardan de nosotros un poco de
tiempo, nuestra capacidad de iniciativa, nuestra compañía y entusias
mo, nuestra experiencia, aquello que indiscutiblemente cada uno, y
solamente cada uno de nosotros, puede dar.
N o matemos el tiempo, que no es cristiano el hacerlo. Por otra
parte, el tiempo camina más allá de la tierra, entre el girar de los
planetas, cerca al nacimiento de las galaxias, bajo el brillo de las
constelaciones y un día se cambiará en eternidad. N o es tan fácil
matarlo. Si lo intentamos, se nos irá muriendo el alma por la
pereza, mientras nos asfixiamos de tedio.
Para el cristiano, cada tictac de su reloj es un Kairós, tiempo de
salvación, tiempo de amor, tiempo de cristiana ilusión y de servicio.
Decimoséptimo domingo
Mis cinco panes y mis dos peces
"Andrés dijo a Jesús: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y un par de peces. ¿Pero qué es
estopara tantos?"San Juan, cap. 6.
Alguno escribía: "Si me quedo con mis cinco panes y mis dos
peces, el mundo seguirá con hambre. Pero si los entrego a Dios,
él realizará el milagro".
Es evidente que Cristo no quiere redimir sin nosotros: llama a una
joven de Nazareth y en su seno se hace hombre. Invita a Belén a
los pastores y los Magos. Pide agua en Cana para convertirla en
vino. Llama a los Doce para hacerlos pescadores de hombres. En
Betania busca descanso y compañía con Lázaro y sus hermanas. Y
para saciar la multitud recibe de un muchacho el escaso aporte de
cinco panes y de sus peces.
Cristo necesita también de nosotros. Nuestros valores pueden ser
materia prima para su milagro. ¿Pero ponemos a su disposición
todo lo nuestro? A veces nos da miedo perderlo. Somos avaros
de nuestro tiempo, de nuestros conocimientos, de nuestra amis
tad, de nuestra misma relación con Dios. N o la compartimos.
Otras veces nos escudamos diciendo: ¿Qué es esto para tantos?
Y se quedan obras sin nacer, proyectos muertos en el vacío, y
tácitas, muchas iniciativas. N o quisimos arriesgarnos, porque creí
mos que después de aportar estas cosas, nos tocaría realizar el
milagro. El cual siempre es trabajo de Dios.
En este pasaje también se descubre enseñanza: la fe en
los valores del otro, así sean modestos. Andrés llama al
muchacho y juntos se acercan a Jesús. i 238 L. .J
Hagamos como Andrés. Llamemos al otro, pongamos a su dispo
sición lo que somos y tenemos, pidiéndole a la vez lo que él es y
tiene.
La vocación cristiana incluye marchar con el otro hacia el Señor: el
esposo y la esposa, los padres y los hijos, los patronos y los
obreros, los sacerdotes y los laicos. Entonces Cristo saldrá a nues
tro encuentro y el mundo ya no tendrá más hambre.
i 239
1^-•
Decimoctavo domingo
¿Por qué le buscamos?
Dijo Jesús: "Me buscan, no porque hayan visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse".
San Juan, cap. 6.
Decía* Eric Fromm que la sociedad contemporánea está situada en torno a un supermercado. N o alrededor del templo, del castillo, de la universidad o del estadio. La revolución del siglo XVI I I la llevaron a cabo los ciudadanos, mientras que las de hoy las agitamos los consumidores.
¿Qué desea usted? ¿Electrodomésticos, automóviles, trajes, abonos, herramientas, obras de arte, cosméticos, anticonceptivos, muebles de todas las tallas, pasajes a crédito, discos, diversiones, influencias, intrigas...?
Tal vez imaginamos que la Iglesia de Cristo es un factor más de esta sociedad de consumo que opaca mentes y apaga los ideales. Como si añadiéramos a la lista anterior: se ofrecen sacramentos, tranquilidad del alma, relaciones pacíficas, equilibrio moral, fidelidad conyugal, dignidad humana, pasajes para el cielo... Todo de óptima calidad, a bajos precios, indiscutible garantía... Se atiende también a domicilio.
El Señor les reprochaba a sus discípulos: ustedes me buscan no por lo que soy, sino por las cosas que puedo dar. Por el pan que les repartí en el desierto hasta saciarlos.
Nuestras actitudes hacia el Señor y la vida cristiana son también
A con frecuencia utilitarias. Somos cristianos cuando nos pro
duce ventajas, no por amistad por Jesucristo. A la hora
del esfuerzo, la religión se nos queda en teoría y obra
mos como los paganos. A veces ni siquiera como ellos. i 240 A
Podríamos preguntarnos si estudiamos a fondo el Evangelio. Si sus
criterios nos iluminan la vida. Cuando la Iglesia se esfuerza por
enseñarnos y promovernos, verbigracia ante el Bautismo, la Con
firmación, la Primera Comunión de nuestros hijos, comentamos
con amargura que el colegio o la parroquia se han vuelto demasia
do exigentes,- que "ahora todo lo complican .
Para el Matrimonio buscamos el cursillo más corto, porque "para
eso no tenemos tiempo". Casi que escogemos el matrimonio cató
lico porque da cierto lustre y buen tono. Casarse por lo civil no es
elegante en nuestro medio todavía.
Exigimos que la Iglesia nos preste todos sus servicios y no revisa
mos cuál es nuestro aporte económico a la parroquia, cuál nuestra
presencia en las diversas actividades pastorales, cuál nuestra cerca
nía al sacerdote y nuestra preocupación por la vocaciones. ¿No es
esto tener la Iglesia como un supermercado?
El Evangelio de hoy termina con una bella frase: "Yo soy el pan
de vida; el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mi
no pasará nunca sed". Cristo es para nosotros, a través de la
Iglesia, la despensa y la fuente, pero es necesario que vayamos a
El. N o basta creer en Jesucristo, hay algo más hondo y compro
metedor: creerle a Jesucristo y atenerse a las consecuencias.
i 241 >
Decimonoveno domingo
Discípulos de Dios
Dijo Jesús: "Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios. El que escucha lo
que dice el Padre, aprende y viene a mí". San Juan, cap. 6.
Erasmo de Rotterdam, en su "Elogio de la Locura", nos deja sin
saber si la ciencia humana es tontería. Si la ignorancia es el mejor
camino para ser sabio.
Pero Cristo nos dice en su Evangelio que la ciencia de Dios es
mejor y muy distinta. El enseña a todas horas a quienes lo escu
chan. Si estamos atentos, como explicó Isaías en el capítulo 5 4 :
"El pueblo de Yavéh no temerá la opresión y se mantendrá firme,
y todos sus hijos serán instruidos por el Señor'.
¿y cómo enseña Dios? ¿Cuál es su escuela? Leyendo el nuevo
Testamento, aprendemos que Dios enseña de muy variadas mane
ras: por la creación, por la conciencia, por la Biblia, por Jesucris
to, por la Iglesia... Reflexionemos ahora sobre la conciencia.
En la infancia aprendimos que la conciencia es la voz de Dios.
Después, entre las dificultades y tentaciones de la vida, más de una
vez la hemos tenido como enemiga y hemos ahogado sus clamores.
Pero Dios nos enseña de una manera paternal. Los padres realizan
hacia los hijos una forma de comunicación que muchas veces no
necesita las palabras. Ellos transmiten su vida y sus valores, como
por ley de osmosis hacia los de casa, la conciencia de los
hijos. "Conciencia es..."Todos recordamos un rostro, un
tono de voz. Entonces nos nacía el temor de disgustar a
quien se ama, un deseo de imitación, de avance hacia
unos vales. Así aprendemos de nuestro Padre Dios
Hay otra comparación muy sencilla para explicar la conciencia. Es
semejante a un semáforo. Nos indica unas normas que custodian
nuestra vida. Nos ayuda a respetar al prójimo. Le da armonía a la
convivencia ciudadana. Sería una locura desatender sus órdenes.
En este misterio hondo, a la vez rudo y suave, de la conciencia,
habla Dios a sus hijos. Dichosos nosotros cuando sabemos escu
charlo. Quien sigue la conciencia se hace sabio porque se hace
discípulo de Dios.
Dijo San Agustín: "Le muestras a una oveja un ramo verde y se irá
tras de ti,- unas nueces a un niño y se te acerca: a nosotros
solamente nos arrastra el amor, con lazos que atan el corazón'.
Bien sabe todo esto la pedagogía del Señor.
i A .
1 243 i, ¿
Vigésimo domingo
El pan y su misterio
"Dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá
para siempre". San Juan, cap. 6.
Giovanni Papini habla en una de sus páginas del misterio del pan.
Desde los pesados bueyes que araron el campo bajo un sol abier
to, hasta los sembradores y segadores, molineros y panaderos,
todos han trabajado en cadena de esfuerzos, para darle a mi
hambre un pedazo de pan. El pan encierra un misterio. Es el vigor
del surco, el hombre con su cansancio y su ilusión, ilusión. Es el
calor de la vida...
El Evangelio de hoy está tomado del final del capítulo sexto de San Juan. Los evangelistas no alcanzaron a escribir las palabras textuales de Jesús. Pero en su relato se destacan unas frases que los biblistas señalan como "palabras mismas de Jesús". Sin embargo, nos llama la atención que, en un párrafo corto, se nombre siete veces el pan y siete veces se prometa la vida a quien lo coma. Es la insistencia del Señor para explicarnos el misterio de su pan.
Tal vez nos hayamos preguntado si tiene razón de ser la Eucaristía en este momento de la historia. Ante un mundo tecnificado que quiere desentrañar el porqué de cada cosa, el Sacramento del Pan sigue escondido en el misterio. Ante los progresos de la química y de \a física, los teólogos siguen sosteniendo la presencia real de Cristo, bien sea con un lenguaje nuevo. Ante un mundo azotado por el hambre, Dios calla y la Iglesia presenta el Evangelio y ofrece, sobre una mesa escueta, un trozo de pan y un sorbo de vino.
¿Qué significa hoy la Eucaristía? La pedagogía de Dios es
muy distinta a \a pedagogía humana. Los hombres ense
ñan por medio de fórmulas, definiciones, teoremas, cál
culos y silogismos. Dios enseña por signos. Usa los acontecimientos
para revelarse. N o entrega sus mensajes de una vez, sino que nos
coloca delante de las cosas, de los acontecimientos, para que allí
descubramos su palabra.
El misterio del pan eucarístico es semejante al del pan cotidiano.
Pero es un misterio más hondo, más elevado y excelente.
El pan puede llegar a lo más íntimo del hombre. Se coloca más allá
de la compañía, de la vecindad. Va más allá de la palabra, del
beso, de la misma amistad...
Así Dios anhela estar en comunión continua con nosotros, porque
su amor es más profundo que el de los amigos, los hermanos, los
esposos. Se cuela hasta la conjunción del alma con los huesos.
Este pan nos declara en su minúscula dimensión, que el hombre va
más allá de la química y la física.
Cuando los obreros, empleados, profesionales, campesinos o in
dustriales nos entregamos al trabajo cada día, estamos haciendo un
trueque doloroso que el amor convierte en alegría. Estamos cam
biando vida por pan.
En la Misa, Jesucristo nos cambia pan por Vida. Vida que es amor
ante el egoísmo, energía ante la tentación, luz en la sombra, exa
men de conciencia ante nuestro pecado, unión en las tensiones de
familia, deseos de seguir mejorando el mundo, cuando muchos se
refugian en la desesperanza... Vida que es vida eterna: "Yo lo
resucitaré en el último día ' .
i ~A_
245 . ** -~cú,
Vigesimoprimer domingo
Más duro, el corazón
"Muchos discípulos dijeron: Dura es esta doctrina; ¿quiénpuede hacerle caso? Jesús dijo a los Doce: ¿También ustedes quieren marcharse?".
San Juan, cap. 6.
Francisco Pizarro, después de muchos descalabros, sigue obstinado
en conquistar el Perú. En la isla del Gallo saca la espada, traza una
línea en tierra y les dice a sus hombres: por aquí se va al sur: es el
camino de las penalidades. Por aquí a Panamá, donde la comodidad
los espera. Sólo trece soldados dan un paso hacia la gloria.
En la vida de Cristo hay un episodio semejante. Era la incursión de
Dios en la historia del hombre. Pero en cierto momento, muchos
discípulos lo abandonan.
El capítulo seis de San Juan nos cuenta la multiplicación de los panes. La gente aclama: ' Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo".
Un poco más adelante, Cristo los invita a creer en El. La gente
pregunta: Y, ¿qué signos haces tú para que te creamos?" Q u é
mala memoria tenemos frente a los beneficios del Señor.
Después Jesús les habla de otro pan maravilloso: "Si no comen la
carne del Hi jo del Hombre, no tendrán vida en ustedes". La
reacción no se hace esperar: "Dura es esta doctrina,- ¿quién puede
hacerle caso?".
4 246 'X-J
Los amigos de Cristo no tienen tiempo ni humildad, para pedir una explicación y dialogar con el Maestro antes de
» abandonarlo. Nicodemo tuvo tiempo para dialogar con
Jesús, así fuera en la noche.
La samaritana se atrevió a conversar con aquel extranjero, que
prometía una fuente de agua viva.
Zaqueo, incapaz de ver a Cristo desde su pequenez, se sube a un
árbol y esa noche el Maestro se aloja en su casa. Nosotros tam
bién hemos abandonado al Señor. Nos hemos marchado por cau
sas muy diversas: el trabajo, la lejanía de los que amamos, la
ausencia de una madre buena que sabía hablar de Dios. Sin enten
der mucho de cristianismo, nos hemos engolfado en doctrinas
extrañas y sacamos en claro que Cristo no valía la pena.
También abandonamos a Cristo por sentimientos: Ese roce, aquel
incidente, algún mal ejemplo del prójimo que nos hirió tan
dolorosamente. O nuestros propios vicios: nos duele el Evangelio
si nos empuja hacia la rectitud. Y decimos en coro: "Dura es esta
doctrina,- ¿quién puede hacerle caso?".
¿Tenemos la humildad de acercarnos al Evangelio para entender en
qué consiste ser cristiano?
La frase de Pedro pudiera ser nuestra oración este domingo: "Se
ñor: ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras de la vida eterna".
Esa sed escondida, ese clima de tedio, ese malestar interior incon
fesable... tienen un nombre propio: ausencia de Dios. Nos de
fendemos tratando de dura su doctrina. Pero El podría decirnos:
es más duro tu propio corazón.
oife<>:>Iíc>
247 >
Vigesimosegundo domingo
La caja de Pandora
"Dijo Jesús: Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre". San Marcos, cap. 7.
Narra una leyenda que Pandora, una mujer de la mitología griega, llevó a la tierra una caja misteriosa que contenía todos los males. Cuando la caja fue abierta, las calamidades se esparcieron por el mundo y sólo quedó dentro la esperanza.
El corazón del hombre se parece a esta caja funesta. "De él proce
den los malos propósitos, las fornicaciones, los homicidios, las
codicias, la envidia, la injusticia..."¿Pero ese corazón guardará to
davía la esperanza?
La contaminación ambiental nace del humo de las chimeneas, de los gases nocivos, de los desechos, los residuos industriales y puede envenenar al hombre.
La contaminación moral viaja al revés. Nace de nuestro corazón y va intoxicando las empresas, las escuelas, los campos y las fábricas.
Por lo contrario, \a vocación del bautizado consiste en orientar toda la creación hacia el bien común, hacia la salvación. Un empeño que se hace más claro y obligante desde el Bautismo, donde somos consagrados como sacerdotes, reyes y profetas. El agua y el petróleo, el pan, los minerales, el aire, los jugos de las plantas, las estrellas y el mundo inexplorado del mar tendrán, por el hombre, un poder de salvación.
Pero poseemos a la vez la triste capacidad de contaminar el universo con nuestro pecado. San Pablo lo explicaba a la
Iglesia de Roma: que si la creación algunas veces produce el mal, no es culpa suya, sino del hombre que la ha desviado de los caminos rectos.
i n 248 L
Se nos vuelve a plantear el antiguo problema de ser justos apenas
de apariencia. Aunque ninguno quisiera declararse fariseo. N o
obstante, todos somos en nuestro comportamiento lo somos
poco. Alguien podría afirmar: "Es todo un caballero". "Una exce
lente dama". Pero... ¿y el corazón?
un
Cristo puede crear en nosotros un corazón nuevo. David después
de su culpa de adulterio y homicidio oró al Señor con humildad:
O h Dios, crea en mí un corazón nuevo,- un corazón quebrantado
y humillado Tú no lo desprecias. N o me rechaces lejos de tu
rostro . Porque dentro de cada corazón, aun el más extraviado, se
esconde siempre gozosa esta esperanza: Jesucristo es mi salvador.
A y
249 & A
Vigesimotercer domingo
¡Admire, por favor!
"Cuando Jesús curó al sordomudo, las gentes en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho
bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos". San Marcos, cap. 7.
Parece que hemos perdido nuestra capacidad de admirar. El 2 0 de julio de 1 9 6 9 millones de personas estábamos pendientes de la televisión. Dos astronautas habían descendido hasta la luna. Detuvimos la respiración. Neil Amstrong bajaba lentamente por la escalerilla. El hombre había posado su planta en la superficie lunar. Hubo aplausos y llantos. Todos éramos en ese momento solidarios con estos hombres que se hallaban a miles de kilómetros de nosotros.
El 2 2 de noviembre del mismo año, se llevó a cabo el segundo
alunizaje. Apenas alguien se dio por aludido y un evento deporti
vo común y corriente suplantó la transmisión televisada.
El Evangelio nos cuenta cómo cuando Jesús curó a un sordomu
do, la gente supo admirar su poder y exclamó con entusiasmo:
"Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los
mudos .
Q u e el Señor nos cure también a nosotros de la sordera y la
mudez, para que podamos descubrir sus admirables mensajes en
cuanto nos rodea.
Porque nuestra vida se ha vuelto tan superficial, tan prefabricada y
postiza que perdimos la capacidad de admiración. Huimos de
Dios, a refugiarnos en nuestras madrigueras de cemento,
llenas muchas veces de egoísmo y de objetos inútiles.
{ 250 Que la mamá no deje de admirar a Dios durante los
K»~. . nueve meses de su espera. En su seno trabaja Dios
pintor, escultor y arquitecto. Que viva con plenitud de gozo y
esperanza el misterio de la maternidad.
Que el papá no termine nunca de admirarse de su paternidad.
Que mire cada día a su esposa con más amor y más ternura. Q u e
oren juntos, tomados de la mano, por el porvenir de los hijos.
Q u e los jóvenes no cesen de admirar su propia juventud. Q u e se
marav'iWen de su cuerpo y de su mente, respetándolos porque son
una obra de arte de Dios y la esperanza del mundo.
Q u e el carpintero admire a Dios en la madera, con sus vetas y sus
nudos, en donde la savia se detuvo unos momentos para cambiar
de ruta. Q u e el minero cierre los ojos en el silencio de la sima y
escuche al Señor que fraguó las rocas y las colocó allá abajo, luego
de inmensos cataclismos.
Que no olvide el agricultor admirar a Dios y agradecerle por los
azahares del limonero y la flor del cafeto, por las espigas del maíz
y del trigo, por la exuberancia de las raíces, la generosidad de los
frutales...
Que los arrieros reconozcan al Señor en el amanecer, en el sol, en
\a lluvia y desde los vericuetos del camino clamen a Dios que es el
padre de los cielos.
Y que todos, pobres y acomodados, ignorantes y sabios, jóvenes
y ancianos, procuremos con nuestros pensamientos y deseos, con
nuestras luchas y plegarias, alabar y bendecir a Dios. Q u e nos
esforcemos en terminar este mundo que el Señor nos dejó comen
zado. Porque aún así, es obra negra, es tan hermoso.
A
251 ¡k á
>
Vigesimocuarto domingo
Una cruz con rodachinas
"Dijo Jesús: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga". San Marcos, cap. 8.
Alguien decía con mucha gracia: cuando oigo a tantos a mi alrede
dor quejarse de su cruz, me pongo entonces a examinar la mía. La
encuentro tan liviana y llevadera que a veces he pensado: ¿Sería
que me la dieron con rodachinas?
Cristo nos hace hoy una triple invitación: negarnos, tomar la cruz y seguirlo. Algunos de nosotros, casi todos, llevamos a cabo una parte del programa. Pero atención: el Señor desea que lo realicemos plenamente.
Somos capaces de muchas privaciones pero por ambiciones mera
mente humanas: capitalizar, rebajar unos kilos, poder darnos algún
lujo, demostrarle a\ otro que sí nos ha ofendido, aparentar que
somos muy piadosos...
También muchos cargamos con la cruz, pero no como Cristo lo
desea. La llevamos de mala gana y por eso nos pesa más de la
cuenta.
Cómo sería el mundo de distinto si lleváramos nuestra cruz sin
tragedia, con alegría. Porque a veces gustamos de exagerar los
propios sufrimientos. Es una manía frecuente que parece
engrandecernos y nos da aureola de martirio.
Por esta razón quienes nos ven así, consideran que el cristianismo
es algo negativo, pesado y aburridor.
Es más cristiano mostrar el triunfo de la cruz en nuestra
vida, dejarnos iluminar por esa transfiguración que Dios
desea realizar en nosotros.
Compartir los dolores con el prójimo, nos ayuda a llevar la cruz
con sentido cristiano y nos hace entender que otros sufren más
que nosotros.
Es cristiano no detenernos sistemáticamente en las penas que so
portamos. A Dios no le gusta que por la viudez, la muerte de un
hijo, un fracaso económico, un pecado personal, nos sentemos
junto al muro de las lamentaciones sin mirar todo lo bello que hay
en nuestra vida. Sería una injusticia con los nuestros y una ingrati
tud con el Señor que nos ha dado tanto.
Finalmente el Señor nos invita a seguirlo. Vamos todos llevando
nuestra cruz: algún defecto físico, alguna enfermedad, el trabajo
diario, la pobreza, la ingratitud, los propios errores... Pero no
caminamos detrás de Cristo.
Seguir a Jesús comunica cierta elegancia, da a los dolores un
resplandor que se llama esperanza, cicatriza los propios pecados,
produce entusiasmo en el trabajo, nos hace capaces de sonreír,
abiertos a los otros.
Dice San Agustín que junto a Cristo no hay dolor y si lo hay se
convierte en amor. Es decir, el amor le pone rodachinas a la cruz.
Cristo sufrió en la cruz apenas unas horas. Luego fue el Señor
resucitado, con las heridas transformadas en luz y con la voz siem
pre y amiga que nos dice: no teman.
253 •
Vigesimoquinto domingo
¿Quién será el mayor?
"Los discípulos habían discutido sobre quién era el más importante. Jesús se sentó y les dijo: Quien quiera ser el primero que sea el último".
San Marcos, cap. 9.
Sobre ¡a tumba ¿e\ cardenal Portocarrero, en Toledo, una placa de
bronce y sobre ella, tres palabras no más: "Polvo, Ceniza, Nada".
Aunque pesimista, este epitafio nos enseña humildad y llaneza.
Entre nosotros y los que nos rodean se producen a veces cho
ques, discusiones e intrigas. ¿La causa? Hemos querido ser más
que el otro: "Yo soy más importante que tú " . "Tú no tienes razón
porque yo la tengo". Estos son mis derechos y estos son tus
deberes".
El Evangelio de hoy nos muestra a los apóstoles, protagonistas de
un episodio poco elegante y además infantil. Se pelean Discuten
acaloradamente: ¿Quién de nosotros será el mayor?
Los hemos imitado cuando nos enfrentamos en el hogar, cuando nos
enojamos porque no nos tuvieron en cuenta. A l reprender con dureza
a los subalternos, al intrigar para que triunfen nuestros intereses.
Cristo no se alteró por esta crisis de sus amigos. Sabía muy bien
de qué pasta estamos hechos. Cuenta san Marcos que, llamándo
los, se sentó. Es una forma bíblica para indicar que lo que sigue es
importante. Luego les dijo con llaneza: "Quien quiera ser el pri
mero que se haga el servidor de todos".
¿Y dónde quedan entonces la autoridad en la familia, el
organigrama de la empresa, las directivas del colegio y
el respeto a los mayores? i
1 254
i
Lo que enseña Jesús no es anarquía, sino que ante Dios todos
somos iguales. Q u e las relaciones del cristiano con sus prójimos no
son ni dominación ni interés, sino servicio.
Nadie por muy brillante que sea en dotes y cultura, aunque ocupe
puestos de mucho renombre, deje de ser sencillo. N o exija que
se le rinda pleitesía, hable sin solemnidad, sepa gozar con las cosas
ordinarias. Mézclese de igual forma con los ricos y los pobres,
con la gente ilustrada y con los ignorantes.
Siéntase con todos a gusto y todos estarán contentos en su com
pañía. Sepa exigir con mansedumbre. Nunca discuta sobre su
propia importancia. Esa es tarea de Dios y de quienes nos rodean.
Démosle la razón al epitafio del Cardenal Portocarrero: un puñado
de polvo, un poco de ceniza, casi nada... pero capaces de hacer
felices a los que viven con nosotros.
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255 i k A
Vigesimosexto domingo
De la Iglesia y el mundo
"Dijo Juan a Jesús: Hemos visto a alguno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos
querido impedir, porque no es de los nuestros". San Marcos, cap. 9.
En el concilio Vaticano II, el documento "Alegría y Esperanza" se
llamó en un comienzo "De la Iglesia y el Mundo" .
Pero luego obispos opinaron que sería más teológico titularlo: "De
la Iglesia en el Mundo" . Porque Mundo e Iglesia no son dos
realidades lejanas. La Iglesia es pasajera en este viaje de la historia
y el mundo es, a su vez, la materia prima de la Iglesia. Aún con
sus pecados.
Algún teólogo afirma que es condición primaria formar parte de la
Iglesia, el ser pecador. De esta regla se exceptúan los santos.
Desde los primeros párrafos de este documento nos llaman la
atención su humanidad y su realismo. Con razón los peritos no
lograron redactarlo perfectamente en latín. Esta lengua no daba los
matices y las precisiones para hablar del mundo contemporáneo.
Tuvieron que recurrir al francés, el idioma de la exactitud y la
diplomacia.
Jesús en el Evangelio nos hace entender que no es correcto sepa
rar la Iglesia del mundo. Como tampoco conviene separar la cizaña
del trigo antes de la cosecha, ni las ovejas de los cabritos, si no ha
llegado la hora del juicio.
Porque el cristiano reconoce que existen muchísimos valo
res, actitudes honestas, progresos y conquistas que no
nacieron del seno de la Iglesia. Hubo épocas, por suerte <
256 L i
ya superadas, en las que se condenaba todo aquello que no fuera
gestado en la filosofía aristotélica, en el derecho canónico, en la
liturgia romana y la cultura occidental.
El Concilio Vaticano II, en búsqueda de las fuentes evangélicas,
nos hace comprender que los cristianos no tenemos la exclusiva de
lo justo y lo humano, ni el monopolio del bien y la verdad.
Tal reflexión nos ha hecho humildes. Nos ha enseñado que más
allá del Monte de la Bienaventuranzas también puede Dios alum
brar, porque El es la Luz y se ha revelado de muchas y muy
variadas formas. Esto sin desconocer que Jesucristo es la plenitud
de la revelación.
Cristo les dice a sus apóstoles que no impidan a quienes hacen el
bien, así no estén matriculados en su escuela. Quien realiza obras
buenas tiene ya comenzada su amistad con Jesucristo.
La palabra de Jesús nos ha hecho menos ásperos, para acoger a
los peregrinos que todavía no han encontrado al Maestro. Nos
ha dado mayor capacidad de comunión y de amistad. Esta es la
razón por la cual los últimos papas dirigen sus enseñanzas, no
sólo a los bautizados en la Iglesia, sino a todos los hombres de
buena voluntad.
Nosotros, muchas veces, nos hemos creído los únicos amados del
Señor, los únicos rectos, los únicos santos. El Evangelio nos está
pidiendo un poco de sensatez y de realismo. El Señor nos ama y
nos llama a todos.
Si ya tenemos luz, si escuchamos a Cristo, si nos alimentamos con
los sacramentos, tenemos mayor obligación con los alejados, con
los que todavía no conocen a Jesús, pero nunca la obligación de
rechazarlos.
^ 257 >
Vigesimoséptimo domingo
Felices por incompatibilidad
"Dijo Jesús: Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio". San Marcos, cap. 10.
Todos hemos conocido matrimonios que fracasan. Cada uno de
los cónyuges alega sus razones. Entre otras, incompatibilidad de
caracteres. Por eso llaman la atención las palabras de alguno: " M i
esposa y yo hemos sido felices. Ella, alegre y festiva. Yo, seco y
silencioso. Luego hemos sido felices... por incompatibilidad de
caracteres'.
El Evangelio de hoy nos habla del matrimonio indisoluble. Nos
propone un ideal presentado por Dios que es nuestro Padre. Dios
no se burla de nosotros. N o puede lanzarnos al vacío, en búsque
da de una meta imposible. Sin embargo así como el amor del
hombre y la mujer a veces es victorioso, otras, es vulnerable y
derrotado. .
El Sacramento del Matrimonio es una alianza entre Dios y los cónyu
ges. Dios se compromete a lograr algo muy noble con dos seres
limitados e imperfectos, los cuales seguirán sintiendo diariamente las
manos débiles y pequeño el corazón. Pero no han de renunciar a
este proyecto. Sería desconfiar del poder inmenso de Dios.
Conviene saber que el amor no es una planta silvestre. Exige mil
cuidados y las más delicadas atenciones. Por eso es necesario
cultivarlo.
Por la fidelidad de los esposos, el Sacramento se hace
j. signo en la sociedad y en la Iglesia. Signo del amor del
y Señor, de su presencia, de su ternura, de su fortaleza,
de su poder.
N o desconocemos sin embargo la crisis actual del matrimonio.
Huracanes muy fuertes azotan el amor comprometido. Mas ¿será
humano y cristiano y valiente renunciar entonces al ideal que nos
propuso Dios?
Si renegamos en forma masiva y oficial del amor conyugal indisolu
ble, ¿cómo marcharía luego la sociedad? ¿Cuál sería el futuro de
los cónyuges más débiles, más frágiles o más ignorantes? ¿Qué
sería de los hijos en un hogar cimentado sobre la inseguridad?
¿Existiría el amor si lo declaramos siempre fugaz y caprichoso? ¿ O
si hacemos de él una inversión para sacar dividendos, una aventura,
o uno de tantos objetos desechables?
Entre las causas de los fracasos matrimoniales se mira una inadecua
da educación en el amor y por lo tanto, una insuficiente prepara
ción para el matrimonio. En este sentido podríamos orientar nues
tros esfuerzos como familia, como sociedad y como Iglesia.
Una reflexión final para las parejas en conflicto: que no se sientan
solas. Las crisis no significan que se acabó el amor. Sólo están
denunciando que éste es humano y por lo tanto se fatiga en el
camino. Que llamen en su ayuda a una pareja amiga, a un conse
jero, a un sacerdote. Q u e oren juntos al Señor e invoquen a
Nuestra Señora de Nazaret, en cuyo hogar también abundaron
los momentos de angustia.
Por el amor, por nuestra plenitud personal, por el futuro de los
hijos, vale la pena luchar un poco más. Con nosotros está siempre
el Señor.
_A_. tía-,
<^259^> L ,/A
Vigesimoctavo domingo
Un deseo rebelde
"Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". San Marcos, cap. 10.
Era un muchacho que deseaba heredar la vida eterna. Tenía razón.
Es un hermoso sueño, muy propio de toda juventud, el vivir para
siempre. Nos estamos acordando del Fausto de Goethe.
El Señor responde al joven, explicándole que el tesoro del cielo
se alcanza desde la vida presente.
Hoy no nos pide el Señor, como en los días de Francisco de Asís,
repartir todos los bienes en las plazas públicas, hasta quedarnos
desnudos. Nos pide hacer un inventario riguroso de nuestros bie
nes y capacidades y ponerlos todos al servicio del prójimo. N o es
un despojo sino un compartir generoso y alegre.
Este joven que desde niño había cumplido todos los mandamien
tos, al buscar otras metas más altas se mereció el cariño de Cristo,
quien mirándolo le dijo: "Ven y sigúeme".
Deseamos que este mensaje llegue muy especialmente a los jóve
nes. Existen en el mundo muchos pueblos marginados. Innumera
bles niños mueren por falta de atención médica, sin contar los que
no logran vivir por causa de enfermedades, por desnutrición o por
descuido de sus padres.
M u y poco jóvenes alcanzan una enseñanza secundaria. Y
más escasos todavía quienes acceden a la universidad. El
déficit de vivienda, a nivel mundial, es alarmante. Si
hablamos de la falta de empleo, las cifran nos espantan.
¿Qué piensan de todo esto nuestros jóvenes?
Este sombrío panorama se desborda casi siempre en violencia,
¿rogadicáón y muerte. Si esta realidad te estruja e) alma, puede
brotar en el corazón de un joven un deseo rebelde de iluminar,
siquiera un palmo este adolorido planeta.
Cristo es quien te invita a emplear tus fuerzas al servicio de los más
necesitados. Serás entonces médico, arquitecto, jurista, ingeniero,
agrónomo, sacerdote, economista, comunicador... pero nunca con
las manos y el alma amarradas a la injusticia, al egoísmo, a la
mentira.
Habrás de ser como Jesucristo, embajador de Dios, para anunciar
lo bueno y lo justo en todos los ambientes, para dar testimonio de
fe ante la gente y remediar las estructuras sociales con el vigor de
tus brazos y de tu corazón.
Decía Pascal que la peor guerra que pudiera llegar a una nación,
sería una paz inútil y soñolienta. ¿Qué sería entonces de nuestra
juventud domesticada, sin ideales, sin deseos de arriesgar su vida
por un futuro mejor? Los jóvenes tienen la palabra.
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Vigesimonoveno domingo
¿Y después qué?
"Los hijos del Zebedeo se acercaron a Jesús para pedirle: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: no
saben lo que piden". San Marcos, cap. 10.
Pirro fue un valiente guerrero en tiempos de Alejandro. Un día le
compartió a Cineas su proyecto: - Primero voy a conquistar a
Grecia. - ¿Y después?, le preguntó su amigo. — M e haré dueño
de África. — ¿Y después? - Pasaré al Asia y someteré a los
árabes—¿Y después?. — Llegaré a las Indias. —¿Y después? -
Después descansaré. Cineas hizo entonces una última pregunta: -
¿Y por qué no descansas ahora mismo?
Ciertamente las aspiraciones de Juan y de Santiago no eran las
mismas de aquel conquistador. Pero demuestran un interés, con
creto, luego de haber dejado al padre y las redes junto al lago. Le
ruegan a Jesús un lugar, uno a su derecha y otro a su izquierda,
allá en la gloria.
Habría que preguntar a estos discípulos qué entendían por gloria.
¿También ellos esperaban un Mesías temporal, como tantos ju
díos? Lo cierto es que desean ser recompensados y no de cual
quier modo.
El texto de san Mateo presenta a la madre de los Zebedeos como
la peticionaria ante Jesús. Y el Señor, antes de responder, pone
una condición a aquellos hijos: "¿Pueden beber el cáliz que yo
voy a beber". En el contexto evangélico esto equivale a
soportar las mismas pruebas del Maestro.
Ellos de inmediato se atreven: "Sí podemos". Eran jó
venes y a la vez generosos y deseaban, de todos mo
dos, alcanzar la meta. En lo cual se adivina un gran cariño hacia
Jesús y una dosis no escasa de confianza. Ellos dos, con Pedro,
eran los más allegados al Señor, los testigos de la transfiguración en
el monte.
N o entendemos del todo la respuesta de Jesús: "El cáliz que yo
beberé lo beberán. Pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no
me toca a mí asignarlo sino a mi Padre". Una frase donde el
Maestro vuelve a colocar todo su plan en manos de su Padre.
La historia de Juan y de Santiago nos cuenta que ambos, a su
debido tiempo, cumplieron lo prometido, al entregar la vida por
Cristo. Y el Señor los premiaría allá en la gloria. El corazón del
hombre no sospecha - escribe san Pablo - lo que Dios preparó para
quienes le aman .
Hay una estrofa de un autor religioso que a muchos incomoda:
" N o me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que
espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera". La enten
demos como expresión poética, nacida de un excelente amor.
Sin embargo, quienes no somos todavía ni amantes consumados, ni
cristianos perfectos aguardamos desde ahora muchas cosas. ¿Quién
puede amar sin la esperanza de algo?
Los discípulos de Cristo esperamos que El, nos regale la paz de la
conciencia. Y además un hogar firme y amable. Una adecuada
comprensión de nuestra historia, estabilidad económica, capacidad
de perdón. Y con toda razón, la vida eterna.
Pedro le preguntó un día al Señor: "Nosotros lo hemos dejado
todo para seguirte. ¿Qué recibiremos pues? " La promesa de
Jesús fue generosa: "Recibirán el ciento por uno y la vida eterna".
Trigésimo domingo
El hijo de Timeo
"Bartimeo, el hijo de Timeo estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era
Jesús Nazareno, empezó a gritar"... San Marcos, cap. 10.
"Dale limosna mujer, que no hay nada como la pena de ser ciego
en Granada". Así se lee en un rincón de La Alambra.
Bartimeo, también ciego, estaba sentado junto al camino. Para él
no existían ni la luz, ni los colores. Se orientaba tal vez por las
voces y el ruido, y tendría un bastón gastado y nudoso para medir
los pasos. N o había otra solución a su problema sino estarse allí y
depender ciegamente de los demás.
¿No seremos nosotros muchas veces como el hijo de Timeo?
Nada vemos de las cosas de Dios. Nos doblega una pobreza de
actitudes cristianas. Así el obrero que. cada semana se refugia en la
embriaguez. La esposa cuyo único aliciente son el juego y salón
de belleza. El adolescente que busca ahogar sus tensiones en el
vicio. El cónyuge que comienza a destruir el amor. La joven que
no advierte el abismo en que se hunde con la droga. El empresario
que lesiona los derechos ajenos. El funcionario público que se
deja sobornar...
Pero un día Bartimeo oyó hablar de Jesús. Más aún, sintió que
llegaba precisamente por su camino, entre el tropel de la gente. Y
comenzó a gritar, aunque muchos le reñían para que callase.
Qué bueno gritarle a Dios alguna vez, cuando nos abru
ma el cansancio de vivir, en los ratos de insomnio donde
no vemos nada sino nuestra miseria. Q u é bueno llamar
al Señor desde lo hondo del pecado, cuando el remor
dimiento nos aterra. Cuando todo es absurdo y nosotros un estor
bo para los que amamos.
Jesús entonces se detiene. Se detiene y nos llama. Y nosotros,
como Bartimeo, soltamos el manto del mal que nos envuelve y de
un salto, nos acercamos al Señor que nos cura y nos salva.
Ese día todo cambia. Es la comunión de nuestra vida con la luz.
Empezamos a ver todas las cosas desde una inocencia recuperada.
El mundo aparece más limpio. Los de casa más capaces de amor y
de alegría. Nosotros mismos ya no estamos atados a una continua
frustración y saltamos de gozo porque nos ilumina la esperanza.
Ese día, la comunidad que nos rodea se convierte en el lugar
donde el Hi jo de Dios viene a nosotros por el mismo camino
polvoriento.
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Trigesimoprimer domingo
A El y al prójimo
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo
tu ser". San Marcos, cap. 12.
Estamos en noviembre «Cómo se pasa la vida tan callando», reza
la copla de Jorge Manrique. Después de los días, de las luchas,
de las cicatrices, no queda sino el amor a Dios y los frutos del
amor al hermano.
Son múltiples, como las estrellas del cielo, los motivos para amar al Señor. También único y simple este motivo: porque El es nuestro Padre. Porque todo cuanto tenemos nos vino de sus manos. Porque nos manda la alegría para invitarnos desde ahora a la fiesta del cielo. Porque alguna vez permite que el dolor se nos acerque, para que no extraviemos la senda.
Amémosle porque sale el sol y porque llueve. Porque nos permite ver, oír, oler, gustar, tocar: esas cinco maneras de construir el universo. Porque nos sacó de la nada. Porque permite que los demás nos quieran. Porque tenemos dos manos y dos pies. Porque nos regala un arado, y tierra fértil ante nuestros pasos. Porque los grandes personajes del mundo, después de tanto hablar, a ratos se ponen de acuerdo. Porque tenemos un poco de alimento en la despensa. Porque sabemos sumar, restar, multiplicar, y dividir. Porque si tú quieres, pasado mañana compartirás el Reino de los Cielos. Porque existe el radar, las computadoras, las guitarras y las estrellas, los lápices de colores y el pasto verde, silencioso y humilde. Porque nos ha dado como Madre a Nuestra Señora.
Porque todavía están vigentes las cinco vocales que aprendimos cuando niños. Porque has perdonado y olvidado
nuestros pecados. Amémosle. Si somos personas interesadas, porque esto nos traerá mucho provecho. Si no
lo somos, porque El tampoco lo es... i 266
Y a nuestro prójimo. Una leyenda rusa nos pinta a un Dios que no
es el nuestro: tuvo Demetrio que salir hacia un lugar en la estepa,
para celebrar allí una importante reunión con Dios. En el camino
encontró a un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a
ayudarlo mucho rato. Luego retomó su camino deprisa. Cuando
llegó jadeante al lugar de la cita, Dios no lo había esperado.
Nuestro Dios no acostumbra a citar a sus hijos en la estepa. El viaja
por todas las sendas bajo la forma de caminantes menesterosos.
Podemos reconocerlo de inmediato en el herido por los ladrones,
o en el vencido por la fatiga, en el que no tiene alimentos para
continuar la escalada.
Simón de Cirene miró a un condenado a muerte. Se ofreció a
ayudarlo cargando la cruz. Era el Hi jo de Dios.
En la tarde de la vida, dice San Juan de la Cruz, seremos examina
dos sobre el amor. ¿Amor a Dios? Sí. Pero también amor a los
hambrientos, a los sedientos, a los desnudos, a los enfermos, a los
encarcelados...
i 267 >
Trigesimosegundo domingo
Allá en Dar-es-Salam
"Dijo Jesús: Os aseguro que esa viuda ha echado más que nadie. Los demás han echado lo
que les sobraba, pero ella, lo que tenía para vivir". San Marcos, cap. 12.
En África se cuenta a los niños esta historia alrededor del fuego: salieron de paseo una gallina y un cerdito. Sin darse cuenta, se fueron acercando a la ciudad. En la vitrina de un restaurante se leía: «Desayuno: jamón y huevos».
- ¿Entramos? Preguntó entusiasmada la gallina. - Un momento, respondió el cerdito. Yo tengo que pensarlo muy bien. Lo que para ti es una contribución, para mí... es un compromiso.
Existe también para nosotros, cristianos, una gran diferencia entre
contribuir y comprometernos. Esta viuda del Evangelio no se limita
a contribuir con sus reales: compromete su subsistencia.
¿Qué nos sucede cuando empezamos a adquirir cosas, propiedades, títulos o cargos? El proceso es el mismo. Nos habíamos comprometido con el Evangelio. Pero luego, nos limitamos a contribuir de vez en cuando.
Un joven médico hizo su año rural en un pueblo sin nombre. Se
sacrificaba por sus enfermos. Era amigo y consejero de todos. .
Luego se especializó en el exterior. Ahora su consulta vale mucho
dinero. Camina deprisa: que ningún inoportuno lo detenga.
Va no tiene amigos. Tan sólo tiene pacientes. Detrás de tantos muros se ha quedado solo. Contribuye, claro. El cheque lo
/A entregará su secretaria.
4 268
^ r
f Igual cosa puede sucederle al sacerdote. Comenzó su
trabajo en una aldea. Luego orienta un programa de
pastoral especializada. Va no tiene contacto con la gente. Por eso
habla de laicado, estamentos, programas y objetivos. Se ha olvida
do de los nombres propios.
Así la maestra de escuela, amiga un tiempo de los niños y padres
de familia. Llega a ser la directora y entonces se refiere a áreas, al
estudiantado, la comunidad educativa... y ya no es invitada a la
mesa de los pobres.
El ejecutivo joven se codeaba con el obrero en la sala de máqui
nas, pasa ahora ante él con un «Buenos días" indiferente. Y habla
del personal, olvidando que personal viene de persona.
El político en germen que alternaba con el campesino, se aparta
con el tiempo de su gente y por eso lo preocupan las masas, el
conglomerado y el partido.
A todos nos sucede. Adquirimos cosas y con ellas, alarmas, rejas y porterías para defenderlas. Y nos quedamos solos y distantes.
Decimos: es inevitable. ¡Qué lástima, es la vida !Ya no podemos comprometernos. Nos limitamos a contribuir.
Sin embargo, hay personas que, en medio de las responsabilidades, los cargos y los títulos viven a plenitud el Evangelio.
Pero volvamos a aquella viuda pobre. ¿Como padres de familia,
nos limitamos a dar vestido, alimento, educación,- o sabemos com
prometer nuestra tranquilidad y nuestra paz con cada uno de nues
tros hijos?
¿Como amigos, sabemos sacrificar nuestro descanso por ayudar a otro, por acompañar su soledad, por confortar su desaliento?
¿Nuestro tiempo, nuestro precioso tiempo, lo sacrificamos para enseñar, aconsejar, para curar, para luchar por un mundo mejor?
En una palabra: ¿vivimos nuestro cristianismo como un
compromiso o apenas como una contribución pasajera?
y—y,
269
Trigesimotercer domingo
Teología del fracaso
«El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo.
Entonces verán venir al Hijo del Hombre"... San Marcos, cap. 13.
«Sólo es Todopoderoso puede juzgar el fracaso», nos dice Morris
West. Una verdad muy conveniente cuando nos llegan horas amar
gas. Momentos en que el mundo se nos ha venido encima.
«Ha muerto el hijo que era nuestra esperanza». « Antes nos comprendíamos,- ahora estamos viviendo un infierno». «Puse en el otro mi confianza,- y me paga de este modo". . . «Nunca creí bajar tan hondo,- pero ya no tengo remedio"... «El abogado luchó hasta lo último, pero siempre lo condenaron».
Son los embates crueles del fracaso, del despojo, de una pobreza trágica, de una verdad irremediable. A lgo semejante a lo descrito por los evangelistas, con hipérboles muy orientales, en el Evangelio de hoy. Le hablan a la comunidad cristiana de las tribulaciones que quizá ya ha sufrido la Iglesia. «El sol se hará tinieblas, las estrellas caerán del cielo».
Pero el Señor nos invita a descifrar los signos de los tiempos.
Aquellas circunstancias que señalan la venida de\ Hi jo del Hom
bre, a pesar de todas las catástrofes.
San Marcos dice que el verdor de la higuera anuncia la primavera
próxima. Y san Mateo añade que el color del cielo predice el
verano y las lluvias.
Comprendemos entonces desde la fe que cuanto más
oscura la noche, está más próxima la luz. Q u e mientras
más nos abrume la vida, Cristo está más cerca.
Los cristianos nos distinguimos siempre por una fuerza de esperanza. N o caminamos despreocupadamente, como afirmaba Nietzsche, sobre los campos de batalla, con una flor entre los labios. Somos sujetos pacientes y dolientes de todas las catástrofes humanas, pero nunca dejamos extinguir la confianza. En todos los calvarios adivinamos la alegría luminosa de la resurrección. N o afirmamos que los dolores y tragedias son el único escenario para el advenimiento del Señor. Pero nos consta de las costumbres de Dios: como el buen samaritano se detiene para aliviar al que está caído en el sendero. Igual que el Buen Pastor, deja las noventa y nueve ovejas para buscar la extraviada. O como el peregrino de Emaús, se junta con los desconsolados en el camino, para darle sabor a sus desabridos pensamientos.
En cada noche podemos encontrar su palabra segura, su mano que apoya la nuestra, el calor de su amistad y su cercanía que es descanso.
Alguno que había sufrido mucho escribió para nosotros: «Durante 3 0 años, caminé en busca de Dios, y cuando al final abrí los ojos, descubrí con sorpresa que era El quien andaba buscándome». Quienes han madurado en la fe se saben de memoria la teología del fracaso.
i 271 >
Trigesimocuarto domingo
Yo no me acuerdo
"Preguntó Pilato a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices esto
por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». San Juan, cap. 18.
Anatole France imagina un diálogo con Pilato, al final de su vida.
Su interlocutor, un amigo de los tiempos de Palestina, le pregunta:
-¿Te acuerdas de aquel incómodo episodio con ese profeta galileo,
que mandaste a la cruz por complacer a sus acusadores? Si mal no
estoy, se llamaba Jesús de Nazaret.
-¿Jesús... Jesús de Nazaret? - responde Pilato - Yo no me
acuerdo...
Sin embargo, los cristianos recordamos a diario, con encendido
corazón, a ese profeta de Nazaret, mientras que el nombre de
Pilato ningún documento profano lo consigna. Tal vez alguna pie
dra que haya sido descubierta últimamente.
Nos cuenta el Evangelio que el gobernador interroga a Jesús, lo
remite a Herodes, lo presenta al pueblo coronado de espinas, lo
pone en competencia con Barrabás y finalmente lo condena a la
cruz, por temor al César.
Pilato y Jesús son el rey y el reo. Pero a través del diálogo que
San Juan nos transmite, se van invirtiendo los papeles. Lafi gura de
Pilato desaparece de la escena y de la historia, como si fuera un
rey de fantasía y el reo se convierte en nuestro Rey.
A. Cristo puede ser en nuestra vida el rey o el reo. Cada
y cual libremente le asignará un papel. 4 272
Será el rey si le amamos, si lo situamos en la mitad de nuestra
existencia. Como explicaba un joven con mucha originalidad: "Cristo
es para mí como el eje en que se apoyan los radios de mi bicicleta.
Mis estudios, mis preocupaciones, el amor a mi novia, el dinero,
el futuro, aun mis pecados van hacia El, dicen una relación viva,
fuerte, continua, con El. An te cada una de estas cosas yo me
acuerdo de Cristo, el Amigo" .
Lo había dicho el Eclesiástico con otras palabras: "Un amigo es
defensa, es remedio y tesoro".
Será el reo si buscamos deshacernos de El. N o queremos condenarlo, pero nos vence el miedo. Como a Poncio Pilato, cuando le gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César». Entonces entregó a Jesús para que le crucificasen.
Es mejor despedir a Cristo porque su presencia y su compañía nos complican la vida.
Señala un autor: «Si se trata de Cristo, nunca sabe uno cuándo empieza ni cuándo y dónde acaba la aventura. Cuando uno se embarca con El, lo mismo puede sobrevenir una tormenta a punto de naufragio o una pesca milagrosa, con riesgo de romperse las redes y hacer agua la barca».
Entonces es mejor que se vaya, aunque sea por el camino de la
cruz. N o hay más remedio.
Un buen día, casi sin darnos cuenta, Jesucristo se ha ido de
verdad y ya no significa nada para nosotros. Lo hemos declarado
insubsistente, lo hemos desalojado como a un inquilino estorboso.
Y cuando nos pregunten: ¿Qué opinas tú de Jesucristo, aquel
profeta que iluminó tu vida, cuya fe recibiste en el bautismo?.
Q uizá sólo podremos responder: ¿J esucristo... Jesús de
Nazaret?... Yo no me acuerdo.
, A . f\ k Á
CICLO
TIEMPO ADVIENTO
Primer domingo
Nuestra infinita sed
«Entonces verán al Hijo del hombre... Levántense, alcen la cabeza; se acerca su
liberación". San Lucas, cap. 21.
"Todo el mundo es prisiones", escribió Francisco de Quevedo. Y otro escritor añade: "La cascara es la cárcel de la nuez, el tonel es la cárcel del vino, la piel es la cárcel del cuerpo e incluso, tal vez, el cuerpo es la cárcel del alma". Y a muchos de nosotros nos encierra otra prisión, la del mal. A l que llamamos pecado, ignorancia, enfermedad, dolor y muerte.
Hoy empieza el Adviento, cuando aparece la figura de Jesús como el Mesías Liberador: «levántense, alcen la cabeza,- se acerca vuestra liberación , nos dice el evangelista.
A todos nos tortura una infinita sed de libertad, la cual buscamos por todas partes: en la independencia política, en la ciencia, en el desarrollo, en ideologías foráneas, en el dinero, en las diversiones. Pero la verdadera libertad del hombre sólo se encuentra en Jesucristo.
Un apologista del siglo IV escribió que la religión cristiana es el lugar donde la libertad ha escogido su domicilio. Si un día el corazón humano eligió libremente amar a su Señor, comenzó a sentir que sus cadenas se rompían.
¿Pero hemos sido totalmente, libres alguna vez? ¿Todavía __¿í
nos esclavizan muchas cosas? ¿Luchamos por ser libres
o nos hemos dejado masificar? ¿Esclavizamos al otro, i 277
poniéndolo a nuestro servicio? ¿Puede acaso ser libre quien lesiona los derechos ajenos?
Cuando Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret y enuncia su programa, señala que ha venido "a dar la libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor .
Pero es extraño que, cuando hacemos uso de la libertad, de inmediato nos atamos a algo. Si optamos por el matrimonio, quedamos ligados para siempre al ser amado. Tomamos un avión y estamos sujetos a su destino. Escogemos libremente una profesión y dependemos de ella todo el resto de nuestra existencia.
Comprendemos entonces que ser libres, en un contexto cristiano brota de haber elegido al Señor, tomando partido por los valores del Evangelio. Advierte san Lucas: "Tengan cuidado: no se les embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero y se les eche de repente el día final. Manténganse en pie junto al Señor". Y el evangelista continúa, en un estilo apocalíptico, hablando de guerras y desastres. Pero señala de inmediato al Mesías como el vencedor de tantas catástrofes. Sólo el Señor puede salvarnos cuando hemos comprobado que nuestra vida se ha convertido en ruinas.
Sin embargo, muchos cristianos pudieran contarnos: yo vivía prisionero en mis rencores. M e acerqué al Señor y él me ayudó a vencerlos. Yo estaba cautivo por los vicios. Vol vi a rezar y ahora soy libre. El sexo me esclavizó durante muchos años. Regresé a los sacramentos y me siento noble y fuerte. Los remordimientos carcomían mi vida. Ahora soy un hombre nuevo por la presencia de Jesús. Y un enfermo terminal añadiría: ya no temo la muerte.
' A ti, Señor - clamaba el salmista - levanto mi alma. El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores".
Q u e en el camino de Belén descubramos la única ruta que condu
ce hacia la verdadera libertad.
A.
í 278 >
Segundo domingo
Hemos disminuido la esperanza
' "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor. Y todos verán la salvación de
Dios». San Lucas, cap. 3.
Un estudiante termina su examen, entre preocupado y alegre, y se
va repasando las respuestas. A esto lo llamamos esperanza. Un
desempleado entrega su solicitud y empieza a aguardar la llamada
de la empresa. A esto lo llamamos esperanza. Un ambicioso com
pra el billete de lotería y comienza a fabricar castillos en el aire. A
esto lo llamamos esperanza. Pero en Navidad, es bueno mirar más
allá de estos anhelos pequeños y temporales. Porque los discípu
los de Cristo somos profesionales de una esperanza mayor, total y
plena.
El Evangelio nos habla de elevar los valles, allanar los montes y
colinas, enderezar los caminos torcidos"... Toda una ingeniería
espiritual, que nos ayudará a proyectar nuestra esperanza hacia
cosas más altas, sin descuidar las pequeñas y ordinarias.
Pero cuando el cristiano alcanza cierto ideal religioso, ya no aguar
da de Dios sus bondades. Espera a Dios. ' N o quiero tus dones,
no. Lo que yo quiero es a t i " , como dijo el poeta. Lo cual no se
alcanza únicamente por nuestro humano esfuerzo. Es una hermosa
y misteriosa conciliación de dos actitudes: del amor de Dios y de
nuestra correspondencia. Somos siervos inútiles, pero El ha queri
do hacernos a la vez, a la vez, siervos indispensables.
En esta espera del Señor, el verdadero discípulo no aguar- A
da maravillas. Bruce Marshall en su novela «El Milagro
del Padre Malaquías», hace decir a un cardenal: « A la
Iglesia de Cristo no le gustan mucho los milagros. Una fe
auténtica se complace más bien en esas cosas simples que Dios
realiza para nosotros diariamente.
Cosa simples que, para el creyente, son lenguaje cifrado que le
descubre al amoroso autor. N o es menos divina y paternal la
providencia rutinaria del Creador en cada semilla, en cada cuna, en
cada amanecer, en cada pacto de amor, en cada conciencia. Provi
dencia que puede parecemos usual y gris, pero que madruga cada
día a alimentar los pájaros y a vestir los lirios. Sobre ella se apoya
nuestra esperanza fatigada e inerme, que no cesa de rezar el
Padrenuestro en medio de muchas distracciones.
Todo este descubrimiento del Dios de las bondades y de las
bondades de Dios comenzó en la primera Navidad. Ahora nos
toca pintar con estos viejos colores de Belén todo este mundo
dolorido y enfermo. En otros términos, es necesario regresar a
Dios
Elevamos los valles cuando levantamos las manos y el corazón
para suspirar por un mundo nuevo, bajo la luz del Evangelio.
Allanamos los montes y colinas, si renunciamos a nuestro orgullo y
capitulamos de tantos egoísmos. Enderezamos los caminos torci
dos cuando regresamos a la oración y los sacramentos.
El Señor nos invita a acercarnos a la Iglesia. Entonces se hará
realidad nuestra esperanza. "Esta es nuestra confianza escribía san
Pablo a los filipenses: que quien ha inaugurado una empresa buena
entre nosotros la llevará adelante hasta el día de nuestro encuentro
con Cristo Jesús. Llegaremos entonces irreprochables y cargados
de frutos de justicia ".
A. <|280 >
Tercer domingo
¿Entonces qué hacemos?
"La gente preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos? El contestó: El que tenga dos túnicas
que se las reparta con el que no tiene». San Lucas, cap. 3.
Nuestras ciudades se parecen al desierto. En ellas domina la ari
dez, atormentan la sed y la fatiga, acosa el miedo y habita la más
dolorosa soledad.
Pero al llegar Adviento, revive también sobre nuestros desiertos, la
figura de Juan el Bautista, el profeta grave y adusto que nunca
traicionó la verdad. A quienes le interrogaron sobre cómo debían
proceder, los invitaba a una sincera conversión: " A los ricos les
decía: el que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no
tiene,- y el que tenga comida que haga lo mismo. Unos publícanos
le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contes
tó: no exijan más de lo establecido. Unos militares le preguntaron:
¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: no hagan extorsión a
nadie, ni se aprovechen con denuncias, sino conténtense con la
paga".
Empezamos a convertirnos cuando somos de nuestra propia vida y
de las circunstancias que nos rodean. Quienes tienen medios eco
nómicos que revisen sus gastos de fin de año, ante el hambre y la
pobreza de los demás.
Si pertenecemos a la industria, la justicia nos exige promover a
nuestros empleados y obreros hacia un desarrollo cristiano.
Si somos comunicadores, nuestra vocación es denunciar el
mal, anunciar la verdad y participar en la búsqueda de
soluciones.
¿Somos educadores? Preparemos a la juventud para que forje un
mañana más justo, más hermoso y más feliz.
¿Profesionales de la ciencia? Pongamos nuestra técnica al servicio
del hombre, especialmente del más necesitado.
Y los gobernantes. Q u e busquen la liberación y el progreso del
pueblo y excluyan todo propio beneficio.
Los obreros. Q u e trabajen con amor y responsabilidad. Q u e
defiendan sus derechos sin odio y sin violencia.
Los estudiantes. Prepárense con seriedad y alegría para tomar las
riendas del mañana.
¿Somos campesinos? Luchemos por nuestros derechos pero amando
la tierra, el surco y la semilla.
Si somos sacerdotes, prediquemos a Cristo, su mensaje y su miste
rio. Pero más que con la palabra, con la vida.
El Señor está cerca. Que todo el mundo conozca y se alegre ante
tan maravillosa noticia. Q u e cada uno, en algún rato de sinceridad,
examine su conducta, ya se termina este año. ¿Lo hemos vivido
como desea el Señor?
Llega de nuevo Navidad y con ella la bondad y la misericordia de
un Dios hecho hombre. Arrepintámonos antes de acercarnos al
pesebre. A l l í encontraremos \a luz y \a inocencia que transformarán
nuestras vidas. Entonces, como dice san Pablo a los filipenses: La
paz de Dios, que sobrepasa las medidas de la razón, custodiará
sus corazones".
i
Resumiendo: en medio de las tinieblas que nos cubren,
encendamos una luz de esperanza. Hagamos de esta no-/ che del mundo una Noche Buena.
tar
Cuarto domingo
La Virgen va de viaje
«María se puso en camino y fue aprisa a la montaña; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel».
San Lucas, cap. 1.
A 3 . 2 6 5 metros de altura sobre una cumbre de los Alpes, Juan
Pablo II bendijo, hace algunos años, una imagen de Nuestra Se
ñora. Bajo el frío y la nieve, el papa enviaba al mundo este
mensaje: «Hacia ella, María, dirijan su mirada llena de amor y de
esperanza todas las Iglesias, todas las tierras, todos los hombres».
y en Navidad, todos los creyentes volvemos a contemplar a M a ría, la madre de Jesús. Ella que un día se fue de viaje hasta A i n -Karim donde su prima Isabel, esperaba un hijo. Después iría a Belén, a cumplir el decreto de Cesar Augusto. Más tarde a Nazaret, a Egipto, a Cana, a Jerusalén, a Efeso...
Nuestra Señora visitará nuestros hogares en esta Navidad. Es ella la Madre de la Iglesia, y no podría estar ausente de esa comunidad cristiana que es la familia. A l l í su imagen nos la recuerda y nos hace más viva su presencia.
Ella viene a decirnos que fue pobre. El pan era escaso. Nos dirá lo que sabe de ausencia, de angustia, de enfermedad, de la incomprensión de los vecinos, de \a soledad de la viudez. Nos contará lo que sintió en la huida a Egipto, cuando condenaron a muerte a Jesús, cuando se vio desamparada...
Pero también sabrá sonreír, enjugando una lágrima de gozo, si le
preguntamos por la noche de la primera Navidad y por el
día de la Resurrección.
La Virgen María nos enseñará a rezar, a tener fe en Dios
a todas horas, a vivir simplemente.
Su visita nos hará mucho bien. Para algunos será madre que com
parte las penas. Para otros vendrá como Salud de los Enfermos y
Consuelo de Afligidos. Para muchos como Refugio de Pecadores.
Tod os necesitamos de su cariño maternal. Para olvidar un pasado
que todavía nos hiere. Para reconciliarnos con nuestra historia per
sonal. Para soñar un futuro mejor de honradez y de sinceridad.
Es tan santo el Señor y tan limpio de culpa el Pesebre de Belén,
que quizá no nos atrevamos a acercarnos bajo el fardo de nuestros
pecados.
Pero María tiene sus manos y su ministerio maternal, para engalanarnos
el corazón y la conciencia. De lo contrario, no podríamos mirar al
Niño de Belén. Ni la bondad de Dios que se refleja en los ojos
inocentes de nuestros niños, cuando llega de nuevo Navidad.
María va de visita a nuestra casa. Abrirle de par en par la puerta es
vivir a plenitud la Navidad.
i .A. 284 >
Natividad del Señor
La fábula del ángel cojo
"La Palabra a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre". San Juan, cap. 1.
José Luis Martín Descalzo nos dejó esta fábula. Galael era un
ángel que nunca había bajado a la tierra. Hasta que un día, o
mejor una noche, obtuvo licencia del Señor para venir a cantar el
"Gloria in excelsis Deo», en la fiesta de la Navidad.
Había visto en el cielo a Jesús resucitado, a Nuestra Señora y a los santos, e imaginaba que todos los hombres eran maravillosos. Pero con gran tristeza, pudo comprobar lo contrario. Aunque era Navidad, encontró a mucha gente que seguía siendo egoísta, avara, violenta. Pero algo más: en una concurrida calle, un taxista lo atropello, fracturándole una pierna. Nuestro ángel se regresó entonces en muletas a la Gloria y después de una amarga experiencia: a pesar de la encarnación de Cristo, la humanidad sigue siendo depravada y mezquina.
San Juan nos dijo en el prólogo de su Evangelio: " A cuantos lo
recibieron, Cristo les da poder para ser hijos de Dios, si creen en
su nombre".
Esta es la gran noticia en estos días de Navidad: Dios se ha hecho
hermano nuestro y quienes lo aceptamos por la fe podemos alcan
zan un nivel superior de existencia.
Todo el prólogo de san Juan explica el encuentro maravilloso
entre Dios y nosotros. Estos párrafos son como un cántico,
donde se alaba el poder del Señor, reflejado en el mun- ,-^gv-
do. Pero el evangelista no oculta el lado negativo de la A „ „ _
historia: "La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ^ ¿ }
recibió". "Dios vino a los suyos y los suyos no lo recibieron .
Aunque más adelante añade: "La palabra de Dios acampó entre
nosotros y hemos contemplado su gloria, propia del Hi jo único
del Padre, lleno de gracia y de verdad .
De un lado, están entonces aquellos que no reciben a Cristo. De
otro, quienes lo acogen. En aquel tiempo se aceptaba al peregrino
brindándole bebida y alimento, y un espacio donde plantar su
tienda.
Nosotros acogemos a Cristo cuando tratamos de conocer su per
sona y su mensaje. Cuando procuramos acomodar nuestra vida a
su enseñanza. Cuando lo amamos y amamos en su nombre a
nuestros prójimos.
Es Navidad. Y Cristo, Dios y Hombre, resuena por todos los rincones de la tierra. Las celebraciones, los villancicos, las plegarias, las lecturas sagradas, las comunicaciones de todo orden que envuelven al planeta ... Porque es Navidad.
Q u e no sea esta fecha un día pasajero, que se esfuma en el tiempo sin dejarnos su huella. Levantemos los ojos al Señor. El Se hizo hombre para que nosotros, de alguna forma, fuéramos divinos. San Pedro escribió en una carta que por la gracia participamos de la naturaleza de Dios". Lo cual es posible, en la medida en que aceptemos a Jesús como Salvador.
Es necesario probarle a Galael, el ángel cojo, que no todos los hombres hemos olvidado a Jesucristo. Que El nos ha cambiado el corazón a muchos habitantes de la tierra. Que desde aquella Navidad, cuando él cantó el "Gloria in excelsis" por muchos valles y colinas, el mundo ha empezado a ser distinto. " A cuantos lo recibieron, dice san Juan, Cristo les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre .
^ 286 ^ ILJI
La Sagrada Familia
Los hijos no obedecen; imitan
«Jesús bajó con José y María a Nazaret. E iba creciendo en sabiduría, en estatura y gracia ante
Dios y los hombres". San Lucas, cap. 2.
«Los hijos no obedecen: imitan». Es el lema de un curso para
padres de familia. Y Jesús vive hacia nosotros este mismo princi
pio. Por esto, se hace hombre, comparte las alegrías y los aprietos
de una familia pobre, forma un grupo de amigos, convive con
ellos. Los adoctrina más que con sus palabras, con sus actitudes.
Los invita a imitarlo en unos gestos que tienen el poder de renovar
el mundo: los Sacramentos. Da su vida por ellos...
La teoría de Cristo vendría después, cuando sus discípulos comen
taron en las comunidades las obras del Maestro y consignaron su
historia sobre pergaminos.
En la fiesta de la Sagrada Familia, aplicamos a nuestros hogares el
principio enunciado anteriormente. Y los que tenemos la hermosa
y grave vocación de padres de familia no dejamos de sentir cierta
zozobra: nuestros hijos no obedecen: imitan.
A veces deseamos que el hogar funcione bajo el mismo mecanis
mo de la escuela, el equipo de fútbol, la junta directiva, el sindica
to, la acción comunal, la convención...
Damos nosotros unas normas. Y a los hijos les tocará cumplirlas. La
autoridad es nuestro ministerio. Para eso ya tenemos en caja la
experiencia, hemos aprendido mucho de la vida sobre de
rrotas y triunfos. Por eso somos guías y formadores de A
nuestros hijos. Pero recordemos que ellos no obede- W ^
cen. Imitan. { 287 >
La familia se convierte entonces en un desafío continuado, no a nuestras palabras, a nuestras teorías y principios, sino a nuestra conducta, a nuestro ejemplo.
¿Cómo era el hogar de Nazaret? Una familia donde nunca falta
ban el amor, la fe, la esperanza. Esta Sagrada Familia nos enseña a
ser formadores de personas por el amor, educadores en la fe y
promotores de un mundo más justo, en la esperanza cristiana.
En un hermoso templo, mientras la madre oía Misa, el niño se
extasiaba mirando los vitrales multicolores. La luz de la tarde revivía
los tonos del arco iris, proyectando sobre la nave espaciosa las
figuras de los Apóstoles.
Cuando en la clase le preguntaron al niño qué era un santo, no
vaciló en responder: un santo es un hombre que deja pasar la luz.
Esta es nuestra vocación de padres y de esposos: dejar que el
Señor pase por nuestras vidas hasta el corazón y el entendimiento
de los hijos. Con nuestro ejemplo ellos podrán captar a Dios, su
paternidad, su fuerza, su ternura, sus planes, su amistad siempre
dispuesta al perdón.
¿Pero qué imagen estamos dando a nuestros hijos? ¿Seremos en
verdad hombres y mujeres por donde pasa la luz del Señor?
i
A
k 288
A >
"Y"
Epífcmía del Señor
Lo más importante
"Entonces los magos entraron en la casa. Vieron al niño con María, su madre y cayendo de rodillas
lo adoraron". San Mateo, cap. 2.
El sobrio relato de san Mateo, sobre los Ma gos fue completado a
través de los siglos, por la imaginación popular. Se empezó a
enseñar que eran tres aquellos hombres de Oriente que visitaron a
Jesús en Belén. Se les dio nombre propio: Melchor, Gaspar y
Baltasar. Se les hizo representar las razas blanca, cobriza y negra.
Y en seguida se les llamó reyes.
Sin embargo, en las más antiguas pinturas cristianas, los hallamos sin
corona. Y en el templo de san Vidal en Ravena, aparecen como
simples mercaderes. En tanto que la piedad anglosajona los denomi
nó hombres sabios".
" N o sé si eran reyes, no sé si eran tres. Pero lo importante es que fueron a Belén", así canta un villancico español. Más datos para nuestra curiosidad ni existen, ni valen la pena. El Evangelio se limita a lo esencial: "Apenas nacido Jesús en Belén de Judá, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto alumbrar su estrella y venimos a adorarlo". Y aquí la palabra magos no señala a quienes hacen magia. En el antiguo oriente significaba practicantes de cierta religión hombres, de cierta religión o también hombre de alguna prestancia económica.
Guiados bajo esa luz, llegaron a la casa de la Sagrada Familia. A l l í vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas, le adoraron. ,
Lo esencial de estos peregrinos es su encuentro con
Jesús. Abandonaron su tierra y sus bienes. Se atrevieron
bajo la luz de un astro nuevo, por los caminos que se extendían
bajo sus ojos. Dejaron de un lado sus cabalgaduras y los camellos
cargados de provisiones. Entraron a la casa, cayeron de rodillas y
adoraron al Salvador.
Adorar significa etimológicamente, llevar algo respetuosamente hasta
los labios. Por eso \a adoración es de la familia del beso y de la
plegaria. Y anuda el temor de Dios con el cariño.
Ojalá llegue un día en que nosotros, desnudos de tantos
convencionalismos que nos disfrazan, nos encontremos cara a cara
con El para adorarle. Comprenderíamos entonces que nada valen
títulos, condecoraciones y ropajes. Nos sentiríamos limpios de
tanta mentira institucional y reconciliados con la verdad de Dios.
Comprobaríamos que sólo El colma nuestras esperanzas.
Mientras tanto, caminemos esforzadamente hacia el Señor. Que el
ansia de poder no nos detenga entre los grandes. Atrevámonos
más allá de Jerusalén, hasta Belén. Que el oropel de la casa de
Herodes no nos empalague los ojos. Se ve mejor bajo la luz de
Dios, y sobre todo, se alcanza a distinguir con claridad la verdade
ra estatura de las personas y de las cosas, como les sucedió a los
Magos.
"Levántate, - le dice el profeta Isaías a Jerusalén y ahora a noso
tros -. Porque llega tu luz. La gloria del Señor amanece sobre t i .
Entonces lo verás, tu corazón se asombrará y se ensanchará".
Bautismo del Señor
Al estilo de los cristianos
"Les dijo el Bautista: Yo los bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo. El los bautiza
rá con Espíritu Santo". San Lucas, cap. 3.
La palabra no es el único instrumento de comunicación. También
nos comunicamos por los gestos y los signos: la sonrisa, la mirada,
el vestido, los colores, las banderas, los emblemas, el alfabeto. La
liturgia es una comunicación en lenguaje de amor entre Dios y
nosotros. Entre la comunidad creyente y su Señor.
Cuando celebramos el Sacramento del Bautismo, hablan las ora
ciones, la actitud de los padres y padrinos, el agua, el aceite
bendito, la luz, la vestidura blanca del niño. Pero detrás de este
diálogo que no todos realizamos conscientemente, se esconde la
acción de Cristo. En el Bautismo el Señor manifiesta que nos ha
adoptado por hijos suyos. En adelante ya no tendremos solamente
estos padres, estos apellidos, esta herencia genética, cultural y
económica, sino que seremos ante todo hijos de Dios, con todos
los derechos —y también los deberes— que esto significa.
En la catequesis sobre el Bautismo, se insiste a veces demasiado
sobre el pecado original, explicando que este primer sacramento,
nos lava y purifica. Sin embargo, la adopción como hijos de Dios es
allí lo más importante. Todo lo demás es resultado y consecuencia.
Vendrá después la vida con sus peripecias, sus tragedias y sus
pecados, la trama insospechada de triunfos y fracasos, de búsque
da y abandono de Dios.
Pero siempre y a pesar de todo seremos sus hijos. Esto
ilumina con mayor claridad aquellas historias de amor,
perseverante e invencible, que nos relata el Evangelio: la
oveja perdida, la moneda extraviada, el hijo pródigo, el buen
samaritano y aquel salteador de caminos que se arrepiente cerca a
la cruz, donde también agonizaba el Maestro.
Sin embargo, nuestra calidad de hijos de Dios supone una tarea
igualmente importante de la familia y de la comunidad cristiana: la
educación en la fe.
El niño que, al terminar la ceremonia, sale del templo en brazos de
sus padres, espera, se le ayude a vivir al estilo de los cristianos. Un
programa que incluye estabilidad en el hogar, amor, diálogo, ejem
plo, comunicación de una doctrina y la vivencia de unos valores que
nos distinguen.
Aqu í es donde con frecuencia fallamos. Realizamos la ceremonia
con sincera alegría y en ambiente de fiesta. Vale la pena celebrar el
que el Señor nos adopte por hijos. Pero luego no educamos a
nuestros hijos en la fe.
Dios quiere trabajar en equipo con nosotros. Si la sociedad y la
Iglesia no marchan, esto se hace imposible. ¿Seremos colaborado
res responsables del Señor?
La mayoría de nosotros hemos sido bautizados con agua. Sin
embargo, nuestra conducta no demuestra la acción del Espíritu
Santo.
i 292 >
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo
No nos dejes caer
«Jesús volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mien
tras era tentado por el diablo». San Lucas, cap. 4.
Ante una botella de vino dirán los pesimistas que está medio vacía. Nosotros preferimos afirmar que está aún medio llena.
Nos lamentamos demasiado de la sociedad actual. Pero conviene
reconocer también las amplias posibilidades,que ella tiene de vivir en
justicia y libertad. Y cuando reflexionamos en las tentaciones de
Cristo en el desierto, podemos descubrir caminos de cambio y de
resurrección.
«Si eres el Hi jo de Dios dile a esta piedra que se convierta en
pan». Una tentación de utilitarismo que también hoy nos empuja a
buscar solamente comodidad y apariencias. Y no sólo de estas
cosas se vive. Para ser personas, para ser cristianos, necesitamos
amor, estímulo y capacitación. Con frecuencia los objetos ahogan
la posibilidad de diálogo, la capacidad de servicio, el sentido de
comunicación y de entrega al otro. Y perdemos definitivamente la
alegría.
«Si te arrodillas delante de mí, todo esto será tuyo». Una nueva forma de idolatría que hoy nos acosa. Somos adoradores del dinero, del qué dirán, de la posición social. Entonces la autoridad deja de ser servicio y se convierte en tiranía, mientras los otros enferman de rebeldía y ambición.
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«Si eres Hi jo de Dios tírate de aquí abajo». Somos tentados de
temeridad y nos hemos expuesto a peligrosas aventuras. Creemos
que se puede cosechar sin sembrar. Nos distanciamos de los ami
gos, de los hijos, por el mucho trabajo o las diversiones. Dejamos
el hogar indefenso, sin oración, sin vida de sacramentos. Le encar
gamos la felicidad personal a los compromisos sociales o a las
terapias sicológicas. N o educamos para el amor y la libertad y
enseguida nos destruye la carga negativa de la sociedad contem
poránea.
Hemos separado sexo y amor, a los que Dios unió desde el principio y nos asustan luego la paternidad irresponsable y el egoísmo que nos cerca.
En este tiempo de renovación, la Cuaresma, tratemos de superar
estos problemas. Los venceremos teniendo más en cuenta las per
sonas que a las cosas. Traduciendo a Dios en nuestra vida de una
manera amable, que contagie y atraiga a los que nos rodean a una
vida evangélica. Viviendo con más intensidad la vida de familia.
Así nuestro mundo actual, podrá cambiar de rumbo hacia mejores
puertos.
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294 II- A
>
Segundo domingo
En un mundo cambiante
«Mientras Jesús oraba en la montaña, su rostro se cambió y sus vestidos brillaban de blancos».
San Lucas, cap. 9.
Vivimos en una sociedad en tránsito. Los cambios acelerados y
profundos nos arrastran del medio rural al medio urbano, de lo
primitivo a lo técnico, de lo sacral a lo secularizado. Cambian las
costumbres, se transforma el ambiente físico y moral, avanzan las
investigaciones y los conocimientos.
Antiguamente los cristianos también acostumbraban transformarse:
se preparaban de varias maneras para la gran fiesta de la Pascua.
Cuando hoy nos habla San Lucas de la transfiguración de Cristo,
pensamos que cada uno de nosotros puede también transfigurarse.
"Mientras Jesús oraba en la montaña, el aspecto de su rostro
cambió". Nosotros mejoraremos nuestro rostro con la alegría, la
confianza en el Señor, con la paz de una conciencia que se asoma
a los ojos.
"Sus vestidos brillaban de blancos". Reconozcamos que nuestros hábitos no siempre son limpios. Pero en Cuaresma podremos cambiar: Ensayemos a ser personas justas. Acojamos amablemente a quienes nos necesitan. Hagamos presencia real en el trabajo y en el hogar, buscando siempre dar, antes que recibir.
"Los apóstoles se caían de sueño, pero despabilándose vieron la
gloria de Jesús". Muchos de nosotros mantenemos los
ojos cerrados y por esto no hallamos al Señor. Si alguna
vez los abrimos, lo encontraremos más cerca de lo que
sospechamos. El no se hace presente tan sólo en la
liturgia, en los sacramentos. Se manifiesta en tantos sacramentos
más simples que nos salen al paso: el amor de los hijos, la amistad,
el aprecio de quienes nos rodean, esas amables sorpresas que nos
depara la vida a cada rato. Aunque pequeñas, guardan siempre
escondida una revelación de Dios. Porque El habita en ese interior
de nuestro ser, donde moran la paz y la alegría. Brota también allí
ese otro sacramento que nos purifica: el remordimiento.
Longfellow en el "Salmo de la V ida" nos habla de aquellos que
dejaron sus huellas sobre las arenas del tiempo. Son los que se
transfiguraron y lograron así transfigurar la tierra.
¿Qué le estamos aportando al inseguro y ansioso mundo que nos
rodea? En él fracasarán o triunfarán nuestros hijos. Por ellos pode
mos transfigurarnos.
A 296 >
Tercer domingo
Cuando Dios no responde
"Jesús les contestó: piensan que aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jeru-
salén?». San Lucas, cap. 13.
Si abrimos los diarios, escuchamos la radio, o encendemos la
televisión, nos golpean el alma las mil y una tragedias del mundo
en que vivimos. Surge entonces una pregunta espontánea y angus
tiosa: ¿Por qué?
¿Por qué un alud destruye una humilde familia? ¿Por qué este
joven, la esperanza del hogar, muere en un accidente? ¿Por qué a
mí que trato de ser bueno, todo me sale mal? ¿Por qué el tumor
sí resultó maligno? ¿Por qué nos pagan mal aquellos a quienes
hemos favorecido? ¿Por qué aquel hijo tan deseado ha nacido
deforme? ¿Por qué nuestras ciudades producen mendigos y
gamines?
Cristo también plantea el mismo problema del mal, a propósito de
unas catástrofes ocurridas en su tiempo. Pilatos había dado muerte
a unos galileos inocentes y la torre de Siloé había aplastado a
dieciocho compatriotas.
N o es cristiano achacarle a Dios todos los males que ocurren en el
mundo. Tendríamos entonces un Dios feroz y sanguinario que se
complace en los dolores humanos, o por lo menos, no se preocu
pa de impedirlos.
Tampoco remedia el problema afirmar que la culpa de
todo la tiene el hombre. Porque nuestra voluntad es
enfermiza y condicionada. Por esto el mal se refugia %
siempre en un misterio que no alcanzamos a escrutar
cabalmente. Y en cuanto a las catástrofes naturales, nuestra ciencia
todavía es incapaz de prevenirlas.
¿Cómo resolveremos entonces estos infinitos porqués que a todos
nos atormentan?
Partamos de una base segura: Dios es bueno, es Padre, es Amor
Infinito. Pero quiso, desde el comienzo del mundo, trabajar en
equipo con las causas segundas: con la naturaleza y con el hom
bre. Nosotros y la creación que también sufre nuestro pecado, le
echamos a perder con frecuencia sus planes. Pero El es
alfarero paciente, y restaurador silencioso, que vuelve a remendar
su obra y a enrutarla a cada paso hacia el triunfo definitivo.
Dios no responde de inmediato. Le encarga al tiempo la tarea de
hacerlo. Le pide que haga reverdecer los árboles después del
bombardeo, que cambie en cicatrices las heridas del alma, que nos
seque las lágrimas, nos ayude a mirar la vida con alegría y confianza
y descifre poco a poco nuestros enigmas. La respuesta a todos
nuestros porqués nos la da después de cada tragedia, el gozo de
la fnañana pascual. Cristo encontró ese día la respuesta a su angus
tiosa pregunta del viernes santo: Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
Todos nuestros porqués se despejarán en el encuentro final con la
Verdad, el día de nuestra Pascua.
Mientras tanto, nos ayudan a seguir batallando esas pequeñas
resurrecciones que alegran la vida, a cada paso, y son fragmentos
de \a Pascua de Cristo, ocultos entre el polvo del camino.
Cuarto domingo
El pequeño hermano mayor
«El hermano mayor estaba en el campo. Al volver oyó la música y el baile. Pero se indignó y no
quería entrar». San Lucas, cap. 15.
Cuando nosotros los perfectos, los siempre fieles, leemos la historia
del hijo pródigo, cerramos el libro y entornamos los ojos con deli
ciosa complacencia. Nunca hemos abandonado a Dios ni hemos
malgastado sus dones.
N o advertimos que nos parecemos al hermano mayor y que nues
tra conducta necesita de una profunda conversión en este tiempo
de Cuaresma.
Es mucho más cristiano quizá el hermano menor. Reconoce la
bondad de su padre y confiesa abiertamente sus culpas. Es humil
de y objetivo. Los sufrimientos lo hicieron capaz de esperar y de
pedir ayuda.
El hermano mayor no era tan perfecto como aparece a primera vista.
Cuando al volver del campo oye la música y el baile, aflora su
resentimiento. En vez de buscar al padre y compartir su alegría,
interroga con amargura a los criados. A l saber que su hermano ha
regresado manifiesta su envidia, se enoja y no quiere entrar a la
fiesta. El padre viene a invitarlo y él le habla despectivamente de
«ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres». Y
reclama con resentimiento: « A mí nunca me has dado un cabrito
para tener un banquete con mis amigos».
La alegría del padre debió opacarse ante ese hijo, peque
ño, interesado, calculador. Le responde con tristeza:
«Hijo tú estás siempre conmigo,- todo lo mío es tuyo». I
-^f
Mas la principal enseñanza de esta parábola nos la entrega la figura
del padre. Cuando el Evangelio habla de los lirios, de los dos
pichones que se venden por una moneda, de la red y las perlas,
de la oveja que se extravió en el campo, nos está mostrando un
boceto de la cara de Dios. Pero esta página del hijo pródigo es el
autorretrato del Señor. Así es El. Lo acusaron de ser amigo de
pecadores y de comer con publícanos y prostitutas. N o podía
hacer menos. Lo acusaban de ser Dios, de ser capaz de perdonar
y transformar el corazón de los hombres.
Algunos de nosotros hemos abandonado su amistad y estamos
desvalidos y harapientos, muy lejos del amor, apenas con la rique
za de un recuerdo: la casa paterna y el rostro bondadoso del
Padre. Otros permanecemos junto a El, pero encerrados en nues
tra autosuficiencia, incapaces de compartir, viviendo una fe sin
alegría, haciendo continuamente el inventario de las culpas ajenas y
excluyendo sistemáticamente a quienes no caminan por nuestra
senda.
Mientras tanto, mientras regresan los pródigos y se cambia el
corazón de los hijos fieles, Dios sencillamente está allí. Es decir:
ama y espera y guarda torrentes de alegría para derramarlos cuando
sus hijos se conviertan.
Quinto domingo
La ley o la vida
«Le traen a Jesús una mujer sorprendida en adulterio y le dicen: Maestro, la ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices? "San Juan, cap. 8.
Un abogado descubre con sorpresa que el culpable en el caso que investiga es el novio de su hija. Todo está listo para la boda. La joven se entera y una noche interroga entre lágrimas a su padre: ¿Para qué son las leyes? Para destruir o para rehacer al hombre? ¿No podría yo rehabilitar a Jaime?
Los fariseos colocan a Cristo en un delicado parangón: si perdona
a la adúltera podrán acusarlo de obrar contra la ley. Si ordena
apedrearla ¿en dónde están su comprensión y mansedumbre?
Jesús apela a la conciencia de los acusadores, con una respuesta decisiva: «El que esté sin pecado que le tire la primera piedra». Y mientras tanto, escribe con el dedo en el suelo. Quizá recordaba a los acusadores la lista de sus delitos.
San Juan no omite un detalle interesante: «Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos». A veces los adultos somos los más culpables por nuestras actitudes de injusticia. Gozamos de experiencia y de poder decisorio, pero no deseamos arriesgar nuestros privilegios.
Jesús no niega la culpabilidad de la mujer, pero tampoco ordena darle muerte. La salva. Es su tarea: rehabilitar al hombre. «Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más».
Nosotros no actuamos como Jesús. Casi siempre pedi
mos que se aplique la ley hasta sus últimas consecuen-
cias, sin preocuparnos por las situaciones que dieron origen al
delito. Una ley que muchas veces no salva sino que destruye. O
rasgamos las vestiduras con gesto de comediante ofendido. O
escondemos la cabeza como el avestruz, en la amable tibieza del
hogar, en nuestras cuentas bancarias, o en una altiva confesión:
«Yo no soy como los demás hombres».
Pero las actitudes serias, las medidas audaces y cristianas, las accio
nes comprometidas para salvar al hermano, para mejorar nuestra
sociedad, ¿en dónde están?
A l correr de los días siguen creciendo nuestros hermanos sin pan,
sin techo, sin escuela, sin atención médica, sin amor. Es imposible
ser bueno cuando se nace marginado de todo, mirando desde
lejos a quienes todo lo tienen y están ciegos y sordos en su
abundancia.
Al tomar la piedra para destruir al hermano, recordemos que alguna
vez nos vamos a encontrar solos frente al Señor, como dice al final el
evangelista: "Quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.»
.A.
4 i> ~w
Domingo de Ramos
Platero y El
"Llevaron el borrico a Jesús y le ayudaron a montar y los discípulos entusiasmados se pusie
ron a alabar a Dios a gritos: ¡Bendito el que viene como rey!" San Lucas, cap. 19.
Impregnemos un poco nuestra reflexión de poesía. Ella también,
como escribe un autor, es una forma de fe. Imaginemos que Jesús
llega a la ciudad sobre los mansos lomos de Platero, aquel borri-
quillo de Juan Ramón Jiménez «que se diría todo de algodón».
N o viene a caballo como un centurión romano, ni tampoco sobre
el camello, a la usanza de los soberanos de Oriente. Así, casi a ras
de tierra, en humildad, sencillez y mansedumbre. N o ha venido a
guerrear sino a perdonar, no llega a triunfar sino a servir.
Cristo es amigo de los pobres, de los sencillos, de los que no
tienen respeto humano para aclamarlo por las calles y arrojar al
suelo sus mantos.
Pero tal vez nosotros, hemos soñado con un cristianismo de élites,
únicamente para letrados e ilustres. Hemos despreciado la religio
sidad popular por sentimental y poco teológica.
La fe exige además expresiones externas. N o basta creer a solas,
en la propia conciencia o en la intimidad del hogar. La fe necesita
airearse, celebrarse en comunidad, resonar en los signos visibles,
contagiar las artes, las culturas, la creación, el universo. Y nos
hemos quejado porque alguna procesión nos interrumpe cuan
do vamos de paseo. Y nos da pena que los amigos sepan
que vamos a misa y participamos de las ceremonias de la
parroquia.
Dios se deja querer del pueblo judío. N o importa que dentro de
poco ellos mismos griten ante Pilato: crucifícale. El Señor no re
chaza esta ovación, la aprueba y la acepta. Nos conoce muy bien
y para el viernes santo ya nos tiene preparada una excusa: «Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen».
A l comprender todo esto busquemos a Dios, aunque probable
mente volveremos fallar. Los sacramentos no se dan como pre
mios, sino como remedio ante nuestras culpas.
Comienza esta semana santa. Entran en juego nuestra pereza y la
bondad de Dios, nuestra apatía y su misericordia. La victoria final
se llama Pascua, la fiesta de la vida, del gozo y de la luz. Cristo
lleva las de perder. Únicamente podrá darle el triunfo el corazón
humilde de cada uno.
A los creyentes nos toca responder si tienen alguna validez para
nuestra existencia, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor.
T R I D U O S A C R O
Ver página N° 41 del Ciclo (A)
4 304^
LJ
TIEMPO PASCUA
Domingo de Pascua
Al amanecer, junto al sepulcro
«El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro al amanecer. Salieron también Pedro y
Juan camino del sepulcro». San Juan, cap. 20.
Aconseja Neruda en su "Divagario", que de vez en cuando nos demos un baño de tumba. Así se curarían nuestra vanidad y suficiencia.
A cada paso, aún sin quererlo, nos bañamos de tumba, nos vestimos de sombra, miramos desconcertados cómo la muerte desbarata nuestros planes, amenaza la dicha y nos separa de aquellos que nos aman.
Sin embargo, para los cristianos hay un sepulcro que no es fin sino
comienzo, no es sombra densa sino luz, no es separación sino
compañía, no es dolor sino gozo, no es desilusión sino esperanza.
Cuando nos damos un baño de tumba en el sepulcro de Jesús, toda nuestra vida, las penas, las tragedias, los pecados, la propia muerte, adquieren otra forma de herir y otra forma de ser.
Aquel primer domingo de Pascua se inició en Jerusalén una curiosa
romería. Los soldados buscaron el sepulcro, para mirar si estaba
custodiado. Las mujeres madrugaron llevando aromas, para ungir
otra vez al Maestro. Pedro y Juan acudieron también con el
alma suspendida entre el desconcierto y la esperanza. Y
el cuerpo de Jesús no estaba allí.
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Muchos de nosotros somos cristianos de «sepulcro vacío». Nues
tra fe en la Resurrección es teórica: nunca nos hemos encontrado
personalmente con Jesucristo Resucitado, porque nunca hemos
salido a buscarlo. V un cristianismo huero se muestra en una vida
de hogar sin entusiasmo, en un trabajo rutinario, en un continuo
temor a la muerte.
Busquemos afanosamente a Jesús. A veces no es fácil hallarlo.
Tiene la propiedad de pasar desapercibido. María Magdalena lo
confunde con el jardinero. Los apóstoles en el lago creen que es
un fantasma. Los de Emaús lo toman por un peregrino. Pero hay
un signo que nunca nos engaña: lo reconoceremos en el partir del
pan. Si caminamos con El podremos compartir su mesa, presentar
le nuestras incertidumbres, mirar las cicatrices de los clavos, tocar
sus manos y sus pies y recibir la fuerza de su Espíritu.
Entonces amanecerá sobre nuestra vida un gozo indescriptible y
podremos anunciarle al mundo de hoy: ¡Hemos visto al Señor que
ha resucitado de entre los muertos!
_A_ 306
»
Segundo domingo
El amigo que duda
"Los discípulos dijeron a Tomás: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no lo creo".
San Juan, cap. 20.
Cuando la cera se acerca al fuego, se ablanda de inmediato. El
barro, por el contrario, se endurece. An te las maravillas de Dios
en nuestra vida, a veces nuestro corazón es de cera, otras, de
barro.
Como en la historia de Tomás. También ante sus ojos Cristo había
multiplicado el pan, resucitado muertos, dado luz a los ciegos.
Pero llegó la hora de tinieblas. Una noche en el huerto de los
Olivos los soldados amenazaron a los discípulos, llevándose al
Maestro. Todo el grupo se había desbandado. Después el juicio,
la crucifixión y la muerte. ¿Qué camino tomar? ¿Proseguir culti
vando la esperanza o admitir sin rodeos el fracaso?
El libro de los Hechos nos cuenta de algunos líderes, como Teudas
o Judas Galileo, que levantaron al pueblo contra los romanos.
Pero su movimiento fracasó. Tomás pudo pensar que este Jesús de
Nazaret sería también otro falsario. ¿De qué manera iba a empezar
de nuevo, resucitando la confianza?
San Juan nos cuenta cómo Jesús tomó a su cargo vencer la incre
dulidad de Tomás. Los demás discípulos le habían dicho: "Hemos
visto al Señor. Pero él les contestó. Si no veo en sus manos la
señal de los clavos. Si no meto la mano en su costado, no lo
creo. A los ocho días, estaban otra vez los discípulos en A
el cenáculo y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a \
ustedes. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes
307 >
mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incré
dulo, sino creyente".
N o culpamos a Tomás. Seguir a Cristo todos los días no es tarea
fácil. Nos asalta la duda, nos vencen los propios pecados, nos
fatiga el esfuerzo sin recompensa. Los demás se convierten en una
carga insoportable. Aunque a veces nos digan llenos de entusias
mo: «Hemos visto al Señor», nosotros no lo vemos. Pero el
Señor nos comprende.
También aquí aprendemos la manera de acompañar al amigo que
lucha y que se aleja. Como lo hicieron compañeros de Tomás.
Antes de que el Señor le muestre a nuestro prójimo sus manos y
sus pies, antes de que pueda palpar las cicatrices, es nuestro
ministerio continuar anunciando que Dios le ama y le aguarda en el
cenáculo, en medio de la comunidad gozosa, cerca del pan que
une y fortalece.
El Evangelio termina con una alabanza para todos nosotros: «Di
chosos los que crean sin haber visto». En ese grupo nos hallamos
los que los que no sabemos teología, los que vivimos un cristianis
mo prosaico, los que luchamos, con muchas dificultades, en nues
tra vida de familia, los que pecamos,, los que somos mediocres sin
querer serlo.
Creemos en Jesús, a pesar de no haberlo visto todavía. Y, a pesar
de tantas vacilaciones, lo llamamos con todo el corazón: "Señor
mío y Dios mío". Una plegaria que brota de ese rincón del alma
donde todo hombre es bueno. Pero también un grito que abarca
todas nuestras negaciones y desconciertos.
^ 308 ^ iLJ V
Tercer domingo
Todo sigue lo mismo
"Simón Pedro les dice a los discípulos: Me voy a pescar. Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla, pero ellos no sabían que era
Jesús. San Juan, cap. 21.
En un pueblo lejano del Tíbet, el misionero había formado una
pequeña comunidad cristiana. A l regresar, muchos años más tarde,
le pregunta a un joven si desea confesarse. - ¿Confesarme? ¿De
qué? - ¿Cómo, responde el misionero, si hace diez años que no
lo haces? - Pero, Shimpusama, ¿después de todo lo que El se
dejó hacer por mí, cómo podría yo ofenderlo?
Hace poco celebramos la Pascua. Retornamos a Dios después de
prolongada ausencia. Recibimos los sacramentos y participamos de
nuevo en la asamblea cristiana. Pero enseguida regresamos a los
deberes ordinarios. Como los apóstoles, que vuelven a pescar en
el lago, a los pocos días de la resurrección.
Quizá imaginamos que después de Pascua todo sería distinto. Pero
la vida nos convence de lo contrario. Volvemos a sentir la fatiga,
las tentaciones, las dificultades con el prójimo. Volvemos a sentir el
cansancio de nuestra pequenez interior.
¿Entonces la Pascua para qué? Nos dice San Pablo que, mientras
luchamos en la tierra, las cosas de Dios aparecen como en espejo y
en adivinanza. Hay que esperar aquella hora en que nuestro amor y
el de Dios puedan unirse, ya sin alambradas, en la felicidad perfecta.
Pero si miramos despacio, no todo sigue igual. En la orilla
del lago despierta otras madrugadas. A l l í está el Señor
y ha tenido el detalle de prepararnos pan y pescado a la ^
brasa.
Cuando celebramos la Pascua, lo invitamos a El a compartir con
nosotros la vida. A q u í está su respuesta se ha hecho presente en
nuestro trabajo cotidiano, pero no como mero espectador, sino
como amigo comprometido en nuestro esfuerzo. Si en toda ¡a
noche no hemos cogido nada, lancemos nuevamente la red.
Antes, las tentaciones nos parecían invencibles. Ahora después de
haber meditado sus dolores y su muerte, es casi imposible ofen
derlo.
Antes, trabajábamos sin sentido. Ahora sabemos que con El esta
mos mejorando el mundo. Aunque dudamos y a veces tropeza
mos y este es nuestro misterio, lo hacemos con entusiasmo y
gozo.
Todo es igual y todo no es igual. Lo dice aquella estrofa de San
Juan de la Cruz: «Mi l gracias derramando pasó por estos sotos
con premura y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los
dejó de su hermosura».
El Señor no acostumbra cambiar de manera visible nuestro panora
ma exterior. Hay que volver al lago. La pesca sigue esquiva. La
madrugada no es demasiado luminosa. Pero allí está El. Basta
mirarlo, escrutando en la sombra. Mejor, adivinarlo con el cora
zón. A l l í se oye su voz. A l l í , a su palabra, se llenan las redes con
ciento cincuenta y tres pescados grandes... ¿Qué importa seguir
embarcados en la noche, cuando las madrugadas nos aguardan con
la sorpresa de su presencia?
Cuarto domingo
Así vale la pena
«Dijo Jesús: Yo soy el Buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz y ellas me siguen y yo les doy la
vida eterna». San Juan, cap. 10.
Nos conmovió, hace algunos años, el asesinato de monseñor Osear
Arnulfo Romero. El heroico arzobispo de San Salvador moría
realizando perfectamente la misión del Buen Pastor: dar la vida por
sus ovejas.
Todos nos enteramos de su compromiso con el pueblo, de su
valentía cristiana, su vida plenamente sacerdotal, su fe y su manse
dumbre, su amor a todos sin distingos, su entrega hasta la muerte.
Por esos días comentaba un estudiante: ¡Así sí vale la pena ser cura!
Hoy miramos a Cristo, Pastor supremo de nuestra comunidad, y
consideramos el trabajo arduo, comprometido y meritorio de nuestros
sacerdotes. Ellos reemplazan al Señor en su tarea pastoral. Nos
enseñan la fe, nos dan los sacramentos y nos muestran ideales
superiores de paz y de justicia.
San Pablo nos describe al sacerdote como un hombre, sacado de
entre los hombres y constituido al servicio de todos, en aquellas
cosas que se refieren a Dios.
Los sacerdotes son personas comprometidas más de cerca con
Cristo y con la Iglesia. Unos realizan su tarea en las parroquias, en
la acción caritativa, en la catequesis, en la universidad, en la inves
tigación teológica, en las oficinas eclesiásticas, en los medios
de comunicación social. A
Otros han dejado su tierra y su gente, para sembrar el
Evangelio en los lugares donde la Iglesia no ha empeza-
do todavía. Son los misioneros, la expresión viva de unas comuni
dades cristianas más alié de las fronteras.
En este día del Buen Pastor, Cristo invita a los jóvenes, esperanza
del mundo y de la Iglesia, a reflexionar sobre \a vocación sacerdo
tal y misionera.
Quizá este llamado no había llegado antes a su mente y a su
ilusión. Va\e la pena ser sacerdote hoy, en este mundo cambiante
y pluralista, agitado por tan variados problemas, pero a la vez rico
en posibilidades y sostenido por las manos amables del Padre.
Es meta de gente valiosa seguir los pasos del Buen Pastor: conocer
sus ovejas, llevarlas a los mejores pastos, defenderlas del lobo, dar
la vida por ellas.
Respaldemos a nuestros sacerdotes, con nuestro agradecimiento y
nuestro cariño. Cada familia puede hablar a sus hijos sobre la
posibilidad de llegar a\ sacerdocio. Los educadores pueden pre
sentar a sus alumnos la vocación sacerdotal y misionera, con su
enorme tarea de servicio a la Iglesia y de plenitud personal.
¡Qué bueno que cada parroquia sepreocupara efectivamente, por
ayudar a los jóvenes que se sienten llamados al servicio de la
Iglesia, dentro del ministerio sacerdotal!.
Por la oración y por nuestro testimonio cristiano, tendremos muchos y santos sacerdotes.
Quinto domingo
Nuestra marca de fábrica
"Dijo Jesús: La señal por la que conocerán que son discípulos míos, será que se amen unos a otros".
San Juan, cap. 13.
Las telas, la vajilla, el cristal, las joyas, el vestido, el vehículo y el
bolígrafo. Todo lo queremos «de marca».
¿Arribismo, ostentación, refinamiento, convención social, manipu
lación? Tal vez...
Sin embargo, muchas veces la marca no es garantía de calidad. Se
dan imitaciones y falsificaciones que engañan al consumidor, dete
rioran la imagen del producto y desacreditan al fabricante.
También las personas son de marca: el apellido, el título, el país
de origen, la región, el oficio, la profesión y hasta las costumbres
y las pertenencias: Botero, o Jaramillo. El magistrado, el inglés, el
sureño, el plomero, el abogado, el borracho, el terrateniente. Fue
en Antioquía —nos narran los Hechos de los Apóstoles— donde
por primera vez los discípulos del Señor recibieron el nombre de
«cristianos».
Esta es nuestra marca de fábrica. La cual exige participar en la
fracción del pan, vivir con alegría y sencillez, compartir con los que
no tienen. En resumen, amarnos los unos a los otros.
Pero, como en los productos manufacturados, también entre los
cristianos se dan imitaciones, y con frecuencia, falsificaciones.
El cristiano de imitación carece de calidad. Es desecha-
ble, se deteriora con el tiempo. A l menor conflicto, ^
frente a condiciones difícil es, claudica, dictamina que la
Iglesia exige demasiado, y que definitivamente el cristianismo es
obsoleto. Incapaz de ajustar su conducta a la moral, se fabrica una
moral para su conducta. Es el suyo un cristianismo de fachada.
Sólo tiene con el cristiano genuino un lejano parecido.
El cristiano falsificado es aún más peligroso. Peca contra el amor.
Se siente dueño de la verdad, rechaza, condena, ignora, margina.
N o espera, no cree, no comprende, no perdona, no sonríe, no
acompaña. Da gracias a Dios todos los días, porque no es como
los demás hombres.
Los no cristianos y una juventud educada en la crítica y en la investi
gación, detectan la falsedad del producto. Entonces los cristianos
pierden imagen, engañan y desacreditan el nombre del Señor.
Por esto, la comunidad cristiana de hoy, con sus tradiciones secu
lares, su historia, sus estructuras, su ciencia, sus obras de arte, su
liturgia, su etiqueta... nada vale, si no es un signo vivo de amor.
Nada grita su voz, si no alcanza a llamar a los pecadores. Ninguna
importancia tienen todos sus signos, si no significan misericordia,
paz, reconciliación, comunión, compañía.
Nada es la Iglesia, si no se traduce en actitudes de hombres y
mujeres que se aman. Ser discípulo del Señor es sacar, de lo más
hondo del corazón, el amor que Dios allí sembró y repartirlo
generosamente a los hermanos. Cada uno de nosotros descubre a
quién, cuándo, donde, por qué, y para qué. Este amor auténtico,
sentido y ejercido es nuestra marca de fábrica.
i .A. V 314
"W
Sexto domingo
La paz ardiente
"Dijo Jesús: La Paz les dejo, mi paz les doy. No se las doy como la da el mundo. Que no tiemble su
corazón ni se acobarde». San Juan, cap. 14.
En épocas pasadas, era evidente y clara la diferencia entre guerra y paz. Cuando amenazaba el enemigo, los ejércitos marchaban al campo de batalla, dejando en soledad los hogares y sin semillas las tierras de sembradura.
A l renacer la paz, el mundo se transfiguraba. Volvían desde lejos los ausentes, madrugaban otra vez los arados a trabajar el surco y todos, vencedores y vencidos, maldecían de nuevo la guerra.
Hoy casi no alcanzamos a distinguir la guerra de la paz. Las confu
sas circunstancias de nuestro mundo construyen una paz ficticia,
colmada de zozobras, de violencia y de muerte. Es la guerra fría,
que quizá podría llamarse con más propiedad, una paz ardiente.
Jesús, después de su resurrección, saludaba a sus amigos deseándo
les la paz. Porque la paz es un regalo de Dios. Solamente El puede
darnos esa serenidad que nace de la aceptación amorosa del próji
mo, con sus capacidades, sus limitaciones y sus circunstancias.
El mundo, entendiendo por mundo las cosas que no llevan a Dios, no puede dar la paz. N o la da el dinero, ni las leyes que no promueven al hombre, no la da la fuerza de unos grupos, contra otros grupos. La paz viene de Dios, pero el Señor trabaja sobre esa larga educación para la paz, que comienza en la familia.
La familia nos enseña la paz cuando nos educa en la ver- A dad. Nos la enseña cuando nos educa en la justicia, en un respeto al otro, que le deja vivir su propia vida, ^ progresar y realizarse.
7~y 315
~W >
La familia nos enseña la paz, cuando nos hace capaces de cumplir a
conciencia nuestros deberes y no sólo de reclamar nuestros dere
chos. Nos la enseña cuando nos capacita para afrontar conflictos.
Una vida de familia, armoniosa y sincera, nos prepara frente a las
dificultades, de tal modo que ellas no rompan nuestro equilibrio
personal y comunitario.
Nuestra señora la Virgen María ha sido invocada tradicionalmente
como Madre y Reina de la paz. Lo expresó Paulo V I : «A l hom
bre contemporáneo La Virgen María ofrece una visión serena y
una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la
angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la
turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea,
de la vida sobre la muerte».
A Ella, presente de tantas y tan variadas maneras en nuestra vida
de cristianos, encomendemos la construcción de una paz sólida y
amable que a todos nos cobije.
i 316 >
Solemnidad de la Ascensión
¿Y ahora qué hacemos?
«Después de esto, El Señor los sacó hacia Betania y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el
cielo". San Lucas, cap. 24.
Es obvio suponer el desconcierto de los apóstoles, apenas el Señor desapareció detrás de las nubes, el día de la Ascensión.
Cristo no les había dejado programas concretos, ni definido sus funciones, ni elaborado un plan para emprender el anuncio a toda la tierra. Entonces, las miradas de todos se volverían a Pedro, jefe del grupo apostólico, quien, en ese momento, tampoco sabría cómo iniciar la misión del Maestro.
Con frecuencia, el estilo de Dios es dejar sus cosas a la buena
voluntad de las personas. Con razón, tantas veces le hemos estro
peado sus proyectos.
En su momento, Cristo desapareció ante los apóstoles, pero du
rante dos años largos habían gozado de su compañía. En cambio,
nosotros creemos en un Jesús que nunca hemos visto. Por eso nos
preguntamos con frecuencia cómo seguir amándolo, qué hacer
para cumplir sus planes. Sin embargo, el Señor sigue manifestán
dose a través de su Palabra. Un mensaje que encierra innumerables
temas: Un día el Maestro habló de la unidad. Porque El quiere que vivamos con El y con el prójimo como El vive con el Padre. Este modo de vida se llama Iglesia.
Quiere pues el Señor que diariamente construyamos su A familia. A l l í descubriremos esa unidad que nos hace
crecer como las ramas unidas a la vid. A l l í gozaremos de 4
esa bienaventuranza compartida que es la gloria de Dios. 317
~W
>
La Iglesia es ante todo una comunidad. Es un grupo donde nos
conocemos, nos queremos y nos ayudamos. Y algunas veces, no
es posible vivir como Iglesia sino en un pequeño círculo, por
ejemplo en familia.
Esta Comunidad - Iglesia presenta cuatro características. Es comu
nidad de fe. Vive iluminada por Dios. Su trabajo no se basa
solamente en la técnica o en la razón, sino en todo lo que el
Señor revela a cada paso.
Es comunidad de culto. El amor a Dios y a nuestros hermanos se
expresa con elementos materiales, señales visibles. Jesús nos dejó
unos signos oficiales que se llaman los Sacramentos.
Es comunidad de caridad. Los bautizados hemos de distinguirnos
por el amor, la lucha porque otros estén bien, el trabajo por la paz
y la justicia. Todo ello produce una interior satisfacción, imposible
de explicar a quienes nunca la han sentido.
Es comunidad apostólica. Los que tratamos de vivir el Evangelio
procuramos, a toda costa, anunciar a Jesucristo. Nos volvemos
apóstoles, cada uno en su medio. Algunos de tiempo completo:
Los seglares comprometidos, los religiosos, los sacerdotes.
N o es hora de estar desconcertados, mirando hacia las nubes,
como los apóstoles después de la Ascensión. Es hora de construir
nuestra Iglesia, con toda la fuerza de nuestra convicción y todo el
dinamismo de nuestra esperanza.
cs^o r
Pentecostés
Las imágenes de Dios
"Dijo Jesús: Como el padre me ha enviado, así también los envío yo. Y dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo». San Juan, cap. 20.
En el Concilio Vaticano II , nuestros obispos se cuestionaron sobre
el ateísmo contemporáneo. Muchas personas afirman que no creen
en Dios, otras se apartan de la Iglesia porque les parece inhumana,
o simplemente por que no les interesa. Y un cronista de la asam
blea conciliar explica que uno de los motivos más frecuentes del
ateísmo actual, son las caricaturas de Dios que los cristianos hemos
paseado por el mundo. Muchos ateos han rechazado a Dios, al
identificarlo con nuestros ídolos:
Por ejemplo, el Dios Invernadero. El de aquellos que hicieron de
la vida un lugar de reposo, sólo para curarse de tantos reumatismos
como trae la existencia.
El Dios Idea Abstracta: que nunca habló a los hombres, ni jamás
se mezcló en sus vidas.
El Dios Ministro de Defensa: conservador, a ultranza, del orden
establecido. Divinidad aburguesada y paternalista, que ha dividido
el mundo en clases hermosamente organizadas.
El Dios Mesías Temporal, cuya única función es remediar las es
tructuras sociales y económicas, sin tocar el corazón del hombre.
El Dios Solterón y Egoísta, cuyos adoradores no han tenido
el coraje de proyectarse a los demás. «Creen ser del A
partido de Dios, como escribió Péguy, porque no son
del partido de los hombres. Como no aman a nadie, \
creen amar a Dios».
1 319 ^ r
>
El Dios de Mis Ejércitos. Con su bendición unos países se alzan
contra otros y cada quien se siente autorizado para destruir a su
enemigo.
El Dios socorrista. Sólo acudimos a El si arde el almacén, cuando
se muere un ser querido, o cuando aparecen las consecuencias de
nuestros pecados.
Dios no es eso. Por favor. Dios es Amor. Amor absoluto y subs
tancial que se hizo hombre en Jesucristo y en Pentecostés, invadió
la Iglesia y todo el universo como un fuego y como un huracán.
Dios es Amor y podemos decir de El todos los adjetivos que
soporta el amor: dulce, tierno, constante, amable, generoso, crea
dor, perdonador. Tiene para quienes nos esforzamos en buscarle,
todo el vigor de su poder y todas las sorpresas de su bondad.
Es Amor. Amor cósmico y trascendente, pero a la vez delicado y
fecundo como un corazón maternal. Recio y seguro como las
manos de un padre. Camina entre los astros, «por los altos anda-
mios de las flores" como canta Joan Manuel Serrat, y entre el
recinto amurallado de las conciencias. El es Amor. N o sabemos
decir más de Dios, de su Espíritu Santo. Cuando las palabras
humanas se acercan a tanta grandeza, se quiebran como un frágil
cacharro de arcilla.
i 320 •
Santísima Trinidad
Querido Dios
"Dijo Jesús: Cuando venga el Espíritu de verdad, los guiará hasta la verdad plena y les comunicará
lo que está por venir». San Juan, cap. 16.
Cuando nosotros, cristianos comunes y corrientes, pasamos por la
escuela, aprendimos muchas cosas de Ti. Nos dijeron que eras un
sólo Dios en Tres Personas. Q u e al Padre se atribuía la creación,
que Jesucristo tenía dos naturalezas, que el Espíritu Santo era el
Paráclito y a la vez el alma de la Iglesia.
Para serte sinceros, de todo esto entendimos muy poco. A l paso
de los años casi todo se nos borró de la memoria y hoy no nos
dicen nada esos «misterios». Tu amor y tu presencia, envueltos en
un lenguaje arcaico y filosófico, permanecían abstractos y distantes
y te sentíamos lejos de nuestros problemas concretos y de nuestras
preocupaciones ordinarias.
Pero está sucediendo aquí en la tierra algo de maravilla. A pesar
de las guerras, los odios y el egoísmo de muchos, el papa y los
cristianos auténticos, esparcidos por todos los rincones del mun
do, están desenterrando el Evangelio. Se hallaba oculto bajo el
polvo de las bibliotecas, entre mucha palabrería escolástica. Nues
tra falsedad y rutina lo había cubierto con esa pátina que embelle
ce los metales y las estatuas, pero que oscurece tu revelación y tu
mensaje.
Entonces hemos empezado a abrir los ojos. Comenzamos de nue
vo a descubrirte, a la luz de la fe que ensayan nuestros hijos.
Algunos afirman que la juventud anda mal. Creemos que
hay más fallas en nosotros los adultos, porque no supi
mos dar testimonio de Ti. Nuestros jóvenes, aunque a
veces por caminos errados, no cesan de buscarte. Todo
esto nos llena de gozo y de esperanza. ¿Te acuerdas que así
comienza un documento del último concilio?
Hoy, el misterio de tu Trinidad ya no nos suena a los oídos como
un teorema aritmético. Comprendimos que Tú eres una familia,
una comunidad plena y perfecta.
Nos alegra saber que toda paternidad, aunque no alcanza ni de
lejos a copiarte, se parece a Ti: el origen de la luz, las valencias de
los átomos, las esporas que viajan en \a brisa, la evolución de las
especies, el amor fecundo que nos dio el ser. Todo esto te revela,
te traduce y te acerca.
Sentimos a Jesús como un hermano, un amigo al alcance de to
dos. Su presencia resplandece en todos los que nos rodean, pero
más en los pobres y en aquellos que nos necesitan.
A l Espíritu Santo lo entendemos como un Amor muy grande y
con mayúscula. Nos impulsa hacia las cosas buenas y nos muestra
caminos eficaces para lograrlas: la rectitud moral, la realización
personal, el equilibrio, la madurez, la simpatía, la generosidad, el
civismo.
Todo aquello de sustancia personal, inefable y trascendente se lo
dejamos a los teólogos. Te habrán contado que a veces nos hablan
con un lenguaje tan rebuscado y técnico, que casi no entendemos
tu palabra.
Leyendo el Evangelio de hoy hemos pensado: de veras, este Dios
amable que vive tan cerca de nosotros nos guía a la verdad, nos
habla muchas cosas en su oportuno momento y con El, no senti
mos angustia ante las sorpresas del futuro.
Con un saludo filial y cariñoso,
^ A _ Tus hijos.
i • ^
Solemnidad del Corpus Christi
La víspera de su pasión
"Jesús, tomando los panes y los pescados, los bendijo y se los repartió a los discípulos, para que
se los sirvieran a la gente". San Lucas, cap. 9.
Los hombres creyeron que el Señor sólo habitaba en las monta
ñas. Más tarde comprendieron que toda la creación está encinta
de Dios. Lo que San Pablo explicaba en sus cartas: "En El vivimos,
nos movemos y existimos .
Jesús de Nazaret nos convence de esto con su enseñanza y sobre
todo con su vida. Cuando sana enfermos, o multiplica el pan y los
pescados, nos explica que la presencia de Dios, que su fuerza,
nos acompaña siempre. Aunque también algunas veces, por me
dio de ciertos signos, se manifiesta y se hace más tangible.
La víspera de su pasión, mientras cenaba con sus discípulos, les
insiste: cada vez que repitan este gesto de compartir el pan y el
vino en memoria mía, estén seguros de mi presencia entre ustedes.
Después de Cristo, los escritores y los catequistas de cada época
nos presentaron la Eucaristía, haciendo énfasis en uno u otro as
pecto del Sacramento del Altar.
Unos la señalan como el sacrificio de la nueva alianza, otros como
la fuente de donde brota el cristianismo. Algunos escriben largos
tratados sobre la presencia real, la gracia sacramental y sus efectos
en quienes comulgan. Últimamente se ha insistido en la fuerza
social de la Eucaristía.
Todo esto es valioso. Pero a veces corremos el peligro de
quedarnos en una teoría elaborada y colocarnos al mar
gen de la vida. De la vida de Dios que se esconde bajo A
las especies sacramentales.
-A. 323
~W >
Hoy se nos habla del sentido ascendente de los sacramentos y de
su sentido descendente. Es una manera profunda de comprender
que aquellos son un signo maravilloso de Dios, presente en cada
lugar de la tierra.
Antes, entendíamos solamente el sentido descendente de los sa
cramentos. Así afirmábamos que Cristo baja del cielo hasta el altar,
en el momento de la Misa. Que la comunión es un contacto con
Dios, quien viene de lo alto a santificarnos. Del mismo modo que
las nubes descargan la fuerza del rayo, sobre la cima de algún
monte.
Pero es más hermoso y más de acuerdo con el amor de Dios, el
sentido ascendente de los sacramentos: bajo la corteza terrestre
existen millones de toneladas de materia incandescente. Durante
miles de años, nadie sospechó su existencia. Pero de pronto,
alguna montaña se coronó de fuego e iluminó la noche. Un signo
demasiado pequeño, si lo comparamos con la realidad significada.
Pero algún hombre que lo alcanzó a contemplar desde lejos captó
aquel mensaje.
Cuando nos acercamos a la Eucaristía y compartimos en amistad
aquel trozo de pan y aquel sorbo de vino, comprendemos que
Dios invade todo el cosmos. Sólo que algunas veces se nos hace
tangible y manifiesto por un signo pequeño, adecuado a nuestra
pequeña dimensión de mortales.
Este es el Sacramento de nuestra fe.
•x^^pr.
TIEMPO ORDINARIO
Segundo domingo
Las llenaron hasta arriba
"Jesús les dijo: Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba». San Juan, cap. 2.
Alguien decía que, con cierta razón, a Cristo se le trata en las
bodas como a los fotógrafos. A l terminar la ceremonia: «Muchas
gracias. Va te llamaremos más tarde. Q u e tengas buena noche».
Cristo inicia su vida pública, conviviendo con unos amigos en una
boda de Cana, en Galilea. A l l í «comenzó sus signos, manifestó su
gloria y creció la fe de sus discípulos en El». Comenzó sus signos
ante una necesidad muy simple: no tenían vino.
Si no solamente escuchamos las palabras del Evangelio, sino que
también tratamos de convivir con el Señor, llegaremos a descubrir
el sentido y las condiciones de sus signos.
¿Cuáles son esas condiciones? Cuando lo invitamos a nuestra
vida, Cristo realiza sus signos. Cuando lo invitamos con su Madre
y cuando nos comprometemos a poner agua allí donde lo que falta
es vino. Cristo trabaja con hombres de fe.
Cristo es nuestro invitado: el Señor vino a «acampar entre noso
tros». Pero anhela estar presente en cada uno y en todo lo que
una vida significa: búsqueda, luchas, errores, caídas, fracasos, acier
tos, dudas, éxitos, tragedias. Jesús inicia su vida pública en las
bodas de unos amigos. Quiere estar presente en nuestro
amor. Quiere compartir con nosotros esta aventura. A
Invitado con María: Ella es la presencia femenina, Dios <|
en el mundo. Ella es la que sabe adivinar que «no nos 325 ^ r
>
queda vino». Con su intuición y su ternura detecta todas nuestras
carencias.
Y allí en Cana descubrimos unos hombres de fe. Dispuestos a
llenar las tinajas y a llenarlas hasta arriba. El mundo cambiará si cada
uno de nosotros sigue aportando agua, que es la materia prima
para ese vino del Señor. El mundo cambiará si no escuchamos a los
sensatos, a los realistas. A los supuestos sabios que nos dicen:
«¿Para qué, si esto ya no tiene remedio?». «¿Y tú sigues creyen
do en la Iglesia? Pero si hoy nadie tiene fe... !». Si continuamos
llenando las tinajas, entonces Cristo hará sus signos y se realizará el
misterio.
¿Pero qué es el misterio? Es el poder del Señor, que va más allá
de nuestras posibilidades. Poder de Dios que convierte el agua en
vino. Tantas veces cuando se escaseaba nuestro vino, hemos pres
cindido del misterio.
Le hemos quitado el misterio a lo religioso. Pretendemos explicar
lo todo. Reducirlo a nuestra condición limitada y humana y darle
una dimensión científica. Le hemos robado al sexo su misterio,
porque hemos pretendido convertirlo en una ciencia y enseñarlo
como una técnica. Lo hemos disociado del amor y de la vida.
Recémosle entonces a María para que, por su intercesión y con la
gracia de Cristo, el agua de nuestros esfuerzos se convierta en el
vino generoso de una vida plena y feliz.
G^O
Tercer domingo
¡Arriba las buenas noticias!
"El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres».
San Lucas, cap. 4.
Un joven se acerca al sacerdote: es una historia larga de pecados,
derrotas y sufrimientos. El Padre lo interrumpe de improviso: ¿Por
qué no me dices primero todas las cosas buenas que has realizado
en estos años?
El muchacho lo mira a la cara asombrado y rompe a llorar. Por
primera vez, alguien le mostraba que en su vida también la bondad
había fructificado.
El Evangelio nos muestra a Jesús en la sinagoga de Nazareth.
Volvía a sus gentes, a su paisaje natural de vides y rebaños. Estan
do en la sinagoga y luego de leer un trozo de Isaías, explica a los
presentes que su misión está plenamente unida a aquella de los
antiguos profetas: «El Espíritu del Señor está sobre mí. M e ha
enviado a dar la Buena Noticia a los hombres».
El mundo actual se ha llenado de noticias desoladoras. N o sólo
por las cosas que ocurren, sino porque cada uno de nosotros se
volvió un portador de malas noticias. Lo cual nos ha llevado a
desconfiar, por sistema, de los demás. A imaginarnos siempre lo
peor. A saborear morbosamente los errores y las tragedias ajenas.
Cristo vino a traernos las Buenas Noticias de un Dios que ama a
sus hijos. A nosotros nos toca difundirlas en todos los am
bientes y situaciones. A l esposo o a la esposa que ya no A
saben luchar más, al limitado físico, al anciano que em- r * ^
pieza a sentirse inútil para todos, al obrero que no es \
calificado, al sacerdote que flaquea, al hijo que se equi- L
1327 >>
voca procurando estrenar la libertad, hemos de llevar la buena
noticia de Jesús, con frases de amor y de esperanza.
En determinados momentos, cada uno de nosotros comprueba
que es pobre, que está cautivo, que sufre en la opresión, que lo
aqueja una ceguera interior.
¿Quién no ha sufrido en soledad y ha deseado una palabra, una
voz, un rostro que lo anime, que le diga que no todo anda mal,
que no es tan pecador como se cree, que todavía hay remedio?
¿Qué hay Alguien que lucha a nuestro lado? ¿Alguien que ve lo
pesado de nuestra cruz y lo doloroso de nuestro cansancio?
Jesús habló del «Año de gracia del Señor». Un ano se vive en
cada minuto. En cada instante en que los hombres de buena
voluntad anunciamos las buenas noticias de Jesucristo. Buenas no
ticias que madrugan a visitar a todos los pobres y oprimidos, por el
ministerio de las manos amigas, de las palabras optimistas y de las
caras amables de quienes tratamos de vivir el Bautismo apoyados
en la fuerza del Señor.
i pr-^ 328
Cuarto domingo
Almacén de milagros
"Al oír esto, todos en la sinagoga, se pusieron furiosos y lo empujaron fuera del pueblo».
San Lucas, cap. 4.
En Navidad, un pequeño le escribía al Niño Dios: «Te agradezco
mucho tu venida. Pero a veces sólo pienso en los regalos y no en Ti».
Los cristianos también somos con frecuencia infantiles. Como este
niño de la carta. Y como los paisanos de Jesús, que admiraban al
hijo de José y aprobaban su doctrina, pero pedían deprisa los
milagros.
Cuando Cristo explica que estos no son lo esencial en su progra
ma, se ponen furiosos y lo empujan fuera del pueblo.
Quiere el Señor que aceptemos su mensaje, confiando siempre en
t i y tomando a cuestas nuestros deberes ordinarios. Pero no quie
re que le tengamos como un almacén de milagros. Vamos de viaje
y apenas estamos ensayando la vida en este teatro del mundo,
como enseña San Pablo. Ser cristiano no es estar como Alicia en el
País de las Maravillas.
Dios es fuente y origen del milagro, pero a la vez nos regala cada
día dones maravillosos y nos anima a realizar nuestros propios
milagros: el milagro de la vida. Procuremos rodearlo de mucho
amor, de responsabilidad y de respeto.
t i milagro de la alegría. Vivir alegres, no obstante los dolo
res, las enfermedades, los problemas, es un don del Se- A
ñor. Nuestra alegría forja la infraestructura para las tres virtudes teologales. 4 329 \
Dios admira el milagro de nuestra monotonía. Esa que tiene el
hermoso nombre de fidelidad, porque es hermana pequeña de la
fe. A l Señor le subyuga nuestro esfuerzo por seguir amando, a
pesar de las fallas ajenas, de las propias, del peso de la vida y los
fracasos.
Dios se complace en el milagro de nuestro entendimiento, cuando
nos abrimos en comunión a la luz, a la ciencia, al espacio infinito,
a la incógnita del futuro y a la magia de las palabras.
Dios se pone feliz ante el milagro de la paz. Cuando resolvemos
convertir los fusiles en instrumentos de labranza, borramos del
corazón los recuerdos amargos y nos sentimos otra vez hermanos.
Somos nosotros los protagonistas de numerosos milagros. El Señor
sabe que ese poder y mucho más, nos viene de su mano, pero se
hace el desentendido. N o nos damos cuenta de tantas maravillas y
a ratos creemos que nuestra vida no vale nada. Seguimos siendo
niños.
Quinto domingo
Al final de la noche
"Al ver tanta pesca, dijo Pedro a Jesús: Apártate de mí porque soy un gran pecador. Jesús le
contestó: No temas; desde ahora serás pescador de hombres». San Lucas, cap. 5.
Decía un campesino al cura del lugar: esta finquita es mía, padre, y
de Nuestro Señor Jesucristo. Pero si le viera el abandono cuando
El solo la administraba.
Es maravilloso el trabajo del hombre, respaldado por el poder
constante e invisible de Dios.
De esto nos habla el Evangelio. Nos describe dos momentos: el
de los discípulos que trabajan solos toda la noche, sin poder coger
nada. Y aquel en que el Señor los invita a echar las redes. Y la
pesca es tan abundante que la barca se hundía. Pedro, entonces,
se llena de miedo y suplica a Jesús: apártate de mí, porque soy un
pecador.
también nosotros como Pedro, le pedimos a Dios que se aleje,
cuando alcanzamos éxito en alguna tarea. Pedro lo hizo por humil
dad. Nosotros lo hacemos por suficiencia. Le decimos: ya no me
queda tiempo para t i . Tengo unos planes donde tú no cabes. De
hoy en adelante, me las arreglo solo y tu presencia me complica la
vida.
¿Qué imagen tenemos de Dios? Sabemos quizá reconocerlo cuando
los dolores nos golpean, en las dificultades, en las penas.
Cuando las cosas no andan bien decimos que el Señor A
nos envía una prueba. Pero El tiene además unos pía- J ^
nes, que acostumbra revelar en los éxitos. Cuando Pe- ^:
dro, aunque temeroso, se alegra con la barca llena de 1! 331
• w >
pesca, el Señor le anuncia que de ahí en adelante será un pesca
dor de hombres.
Si nuestro hogar es feliz, Cristo nos invita a acompañar a otros para
que vivan ellos también plenamente la vocación de la familia. Cuando
los demás nos aceptan y nos valoran, es porque podemos compar
tir con ellos nuestra fe, lo que somos y lo que tenemos. Si logra
mos culminar una carrera, el Señor nos envía a servir a los más
necesitados. Cuando nuestras finanzas marchan bien, El nos insi
núa compartir con los que no tienen, realizar iniciativas concretas
en favor de los más desamparados.
N o cerremos los ojos ni el alma, porque los planes del Señor nos
salen al camino todos los días, disfrazados en los acontecimientos.
En los triunfos y en las alegrías, llegan esos deseos de Dios,
vestidos de gala. Son invitaciones indeclinables a vivir nuestra vo
cación de hombres y de cristianos.
El mundo espera el entusiasmo, el gozo, la convicción amable, la
fuerza de las manos y el corazón que se fatigaron muchas horas,
pero que pueden, por la palabra de Jesús, colmar la barca de
pescados, al final de la noche.
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332 k—Á
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Sexto domingo
La piedra filosofal
"Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos los pobres, porque suyo es el
Reino de Dios". San Lucas, cap. 6.
Los alquimistas medioevales soñaron con la piedra filosofal, a cuyo
contacto se cambiarían en oro todos los metales. Entonces la hu
manidad sería feliz.
Nosotros descartamos este sueño, pero seguimos persiguiendo la
felicidad. Aunque, un poco más realistas, ya no la ambicionamos
tan completa. La relegamos a algunas áreas de nuestra existencia.
Es una dicha más modesta, pero al fin y al cabo, más asequible:
diversiones, vestuario, mesa, amistades, viajes... Se la consigue
por módicas cuotas mensuales, o capitalizando poco a poco.
Si en el índice de una Biblia buscamos la palabra felicidad, se nos
remite a muchos lugares: entre ellos el capítulo V I de San Lucas.
Jesús proclama, sobre una colina, cuáles son sus métodos para
que el hombre llegue a ser feliz.
Sin embargo, este texto leído a la ligera, más parece una página de
un poeta oriental, llena de contraposiciones. Y nos desconcierta
que, según el Evangelio, la dicha se alcance por la pobreza, el
hambre, el llanto, y el odio padecido a causa del bien.
Sin embargo, si leemos despacio, descubrimos que son pobres
aquellos que carecen o se despojan de unos bienes aparentes y
fugaces. Pero alcanzan otros bienes enmarcados en el Reino
de Dios. Les sabe bien el pan, disfrutan con las cosas A
sencillas, son libres en sus relaciones no condicionadas
por el dinero, el poder o la fama. Duermen tranquilos y ^ l333
cada amanecer les trae la sorpresa de sus pequeños logros *k
^ r
•
Comprendemos que tienen hambre los que no están satisfechos ni
de sus virtudes, ni de lo que saben, ni de sus posesiones. Aque
llos que nunca se graduaron, que siempre están en camino, que
trascienden. Y el Señor se encargará de saciarlos.
Lloran quienes sienten que el mundo no está terminado todavía.
Los que no archivan el dolor de sus hermanos, los que no sepultan
en las estadísticas el desempleo, la desnutrición, el analfabetismo,
la contaminación. Su recompensa está escrita en el salmo: «La
boca se les llena de risa" cuando el Señor, con ellos, pone reme
dio a tantos males.
Son odiados y marginados los que no se venden, los que no
claudican, los que cumplen su palabra, los que son minoría. Los
que dicen la verdad, los que llaman a las cosas por su nombre, lo
que hablan por los pobres. Los que denuncian y anuncian. El
Señor les garantiza un premio de profetas.
Q u é bueno que muchos de nosotros ensayáramos, corriéramos el
riesgo. Existe la bienaventuranza. Nos lo asegura la palabra del
Señor. Esta pobreza que Jesús nos enseña, esa hambre, el llanto
la persecución, son de veras la piedra filosofal.
.A.
í \> U ^ J
Séptimo domingo
Ir contra la corriente
"Dijo Jesús: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian". San Lucas, cap. 6.
El Sermón de la montaña se prolonga más allá del texto de las Bienaventuranzas. O quizá los evangelistas acercaron a esta enseñanza clave de Jesús, otros discursos, pronunciados en distintas ocasiones.
Entre ellos aquel del mandamiento del amor que, según san Juan, el Maestro ampliaría durante la cena de despedida.
El relato de san Lucas nos ayuda a distinguir cuatro niveles de
amor, lo cual hace más comprensible el mensaje.
En el primero se trata del amor a los enemigos. La ley judía era muy clara sobre el tema, pero en otro sentido. "Han oído: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, les recuerda el Señor a sus discípulos. "Pero yo les digo a los que me escuchan: amen a sus enemigos. Hagan el bien a los que los odian". Amen: lo cual va más allá de renunciar a la venganza. Amen: una actitud que supera la sola convivencia. Amar es algo más: ofrecer al otro el corazón para hacerle bien, en la medida de nuestras posibilidades.
En el segundo nivel, el Señor nos invita a aplicar este amor a situaciones concretas: "Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra,- al que te quite la capa, déjale también la túnica".
Y Jesús asemeja a los judíos legalistas, que mucho hablaban
pero no tenían amor, con los pecadores: "Porque si aman *
sólo los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los
pecadores aman a los que los aman". San Mateo los <
compara con los mismos publícanos. 335
Es A w >
Luego el Señor nos motiva a no juzgar y a no condenar, actitudes
que en el contexto hebreo se identifican. N o hemos de rechazar a
nadie definitivamente. El cristiano ofrecerá siempre al prójimo una
nueva oportunidad.
Y, finalmente, el Señor nos motiva a orientar nuestra conducta
hacia una continua generosidad. N o es extraño que los creyentes
apliquemos a nuestras relaciones humanas, criterios de mercadeo:
¿Este hermano qué ganancias me reporta? ¿Cuánto puedo perder
con este amigo?
Jesús explica que, si somos generosos, el Señor nos dará también
"una medida generosa, colmada, remecida y abundante". Hablaba
aquí el Maestro del celemín, o de otros recipientes, con los cuales
se medían entonces el trigo y la cebada. Y termina diciéndonos.
"La medida que usen la usarán con ustedes .
Para el auditorio de Cristo, toda esta palabra era nueva. Cada
judío había aprendido de memoria los frecuentes versículos de
venganza que traían los salmos. Ahora escuchaban una doctrina
nunca oída. Porque el Señor quería llevar a sus oyentes, a una
dimensión donde fuera posible afirmar: "En esto conocerán que
son mis discípulos, si se aman unos a otros .
El cristiano se identifica entonces, no por una cultura, un idioma,
un conjunto de gestos. N i siquiera por un código. Es el amor
quien lo distingue. Y un amor, al estilo de Jesús: "Como yo los
he amado".
Un caricaturista religioso se pregunta: "¿Y si nos expulsaran de la
Iglesia a todos los que no amamos suficientemente?
Octavo domingo
Al estilo sapiencial
"Dijo Jesús: ¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego? No hay árbol sano que dé fruto
dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano". San Lucas, cap. 6.
Los libros sapienciales aparecieron en Palestina cuando la sabiduría
griega juntó su reflexión con la herencia judía de muchos siglos. Y
esta sabiduría se plasmó en proverbios, frases cortas y parábolas
que los padres enseñaban a sus hijos y también se repetían en las
asambleas religiosas. Todo esto lo comprobamos en La Sabiduría,
El Eclesiástico, El Eclesiastés y otros libros del Ant iguo Testamen
to. Dentro de esta metodología es en la cual Jesús enmarca la
mayor parte de su enseñanza.
Un día le preguntó a la gente: ' ¿Puede un ciego guiar a otro
ciego? ¿ N o caerán juntos en el hoyo?". El Señor se refería pro
bablemente a los jefes religiosos de entonces. Se tenían a sí mis
mos por sabios y puros, y no aceptaban ayuda de nadie. Pero
llevaban al pueblo hacia el abismo. Habían convertido la religión
en un negocio, o en una telaraña de observancias inútiles. Esta
palabra del Señor se dirige también a nosotros. Como padres del
familia, líderes o dirigentes, quizá creemos ser buenos, preten
diendo tener siempre la razón, mientras conducimos a otros al
fracaso.
De ahí la necesidad de iluminar cada día nuestra conducta con la
persona de Jesús y su Evangelio.
En otra ocasión, el Maestro enseñaba: "¿Por qué te fijas ^
en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas
la viga que llevas en el tuyo?" . La mota que otros
traducen por pelusa, era algo frecuente en los ambientes 337
campesinos. Luego de haber segado el trigo y durante el trabajo
de la criba, el viento se alzaba con el polvo y los deshechos. Jesús
contrapone ese pequeño estorbo que molesta los ojos, a la viga
que sostiene un tejado. Y añade que muchos soportamos nuestra
viga, pero nos ofrecemos de modo hipócrita, a purificar los ojos
del hermano.
O t ro día el Maestro dijo a su auditorio: " N o hay árbol bueno
que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano". En san
Mateo encontramos un texto semejante. Pero allí se comparan
estos frutos malos con la enseñanza de los falsos profetas, que
contamina el ambiente: "¿Acaso se recogen uvas de los espinos,
o higos de los abrojos?". N o es posible una transmutación de las
especies vegetales, como tampoco que un hombre malo produzca
frutos según el Evangelio. Y Jesús concluye: "De lo que abunda
el corazón habla la boca".
El Señor reclama la importancia de situar una religión verdadera en
lo interior del hombre. A l contrario de los que habían hecho
tantos hombres de su tiempo, vistiéndose de apariencias, pero
manteniendo el corazón lejos de Dios.
Toda esta página de san Lucas es una invitación a realizar una
síntesis personal, alrededor de los valores de Cristo. Es un llamado
a evitar toda hipocresía, esa distancia cruel entre lo que pensamos
y lo que hacemos. Todo lo cual se logra cuando nos acercamos al
Señor. Un místico inglés solía repetir: 'Dios no ve lo que eres, ni
lo que has sido, sino lo que hoy quisieras ser".
'X2<^p^ i 338
Noveno domingo
La fe de un pagano
"Un centurión tenía enfermo a un criado a quien estimaba mucho. Y al oír hablar de Jesús, le envió
unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado". San Lucas, cap. 7.
Aquellos "ancianos de los judíos" eran quizá rabinos o jefes del
pueblo. En las culturas orientales los mayores gozan de autoridad
y son consultados en muchas circunstancias. Los enviados repre
sentaron bien al centurión. Aún más, refuerzan su pedido ante el
Ma estro: "Merece que le sanes a su criado. Porque tiene afecto a
nuestra gente y nos ha construido una sinagoga".
N o era extraño que algunos funcionarios romanos respaldaran, aun
con dinero, las instituciones judías. Lo extraordinario era que la comu
nidad de Cafarnaúm aceptara el donativo, algo contrario a la concien
cia nacional. Lo habrían hecho quizá por la actitud amable del centurión,
quien no exigía ninguna contraprestación inconveniente.
Sin embargo, el centurión conoce bien los prejuicios de este pue
blo y no se atreve a ir personalmente donde Jesús, del cual
contaban maravillas. ¿Compartiría este profeta el orgullo de sus
compatriotas?. ¿No le haría un desaire por su calidad de extranje
ro? Se vale entonces de algunos amigos, que rueguen al Maestro
venga a sanar a su criado.
Pero enseguida el capitán se inquieta. ¿Aceptará Jesús pisar la
casa de un pagano y mancharse con los impuros? Pero sobre sus
dioses del imperio había uno superior. Y éste le habría dado
al Maestro un poder inexplicable.
Por lo tanto no es necesario que Jesús venga a su casa. 3 3 9 y
Tenía experiencia de que muchas cosas pueden hacerse ^U
mediante una palabra. Y explica: "Cuando a un soldado le digo:
ve. El va. Al otro: ven. Y viene. Y a otro: haz esto y lo hace .
Bastará entonces que el Maestro dé una orden y su criado queda
rá sano. Manda entonces una segunda misiva: "Señor, no te mo
lestes para entrar en mi techo. Dilo de palabra y mi criado quedará
sano
Cuando al Señor le cuentan este segundo discurso del centurión,
como cuenta san Lucas, "se admiró" y dijo a la gente: les digo
que ni en Israel he encontrado tanta fe".
Los enviados bajaron a casa del romano y encontraron que el
criado ya se había curado.
Siempre la fe necesita signos. Nuestro cristianismo brotó en un
hogar donde Dios se manifestaba de muchas maneras. Luego reci
bimos otras señales, más personalizantes, quizá más intangibles
diríamos. Pero de pronto, todas ellas se esfumaron y vimos a
abocados a creer en la penumbra, sin el apoyo de ningún heraldo
que continuara hablándonos de Dios.
A ú n más sentimos que había que creer a pesar de todos los
antisignos que nos ofuscaron los ojos. Entre ellos nuestra propia
fragilidad y nuestros pecados.
La fe de aquel centurión era una fe valiente. Inasible, pero fuerte.
Lo empujó a desnudarse de todo su pasado para asomarse a una
ventana donde hablaba el Dios de los dioses. Una fe que nació
ante el temor a la muerte. Pero que fue más allá hasta reconocer
que Jesús de Nazaret poseía un poder sobrehumano.
Se nos antoja que este centurión pudo ser el mismo que en la
tarde del Viernes Santo exclamó ante el cadáver de Jesús:
1 ^ "Verdaderamente este hombre era Hi jo de Dios". R
-Y
Décimo domingo
El cordero expiatorio
"Sacaban a enterrar a un joven, hijo único de su madre. Se acercó el Señor al ataúd y dijo: Muchacho a ti te lo digo, levántate. El joven se incorporó
y empezó a hablar. San Lucas, cap. 7.
Nos cuenta la Biblia que en el rito de expiación de los judíos, se
tomaba una víctima, se le imponían \as manos para descargar sobre
ellas todas las culpas del pueblo y en seguida se la abandonaba en
el desierto.
En el mundo de hoy quizá hemos hecho algo parecido con los
jóvenes: los hemos convertido en nuestro cordero expiatorio.
An te la rebeldía de los jóvenes, su comportamiento sexual, la
heavy music, los adultos nos replegamos a nuestros cuarteles. Y
desde allí lanzamos anatemas contra la juventud, sin preguntarnos
previamente: ¿ Por qué sucede esto? ¿Qué culpa nos cabe en
esta problemática?
Olvid amos que Jesús obra de otra manera: se acerca al féretro y
llama al que había muerto: muchacho, a ti te lo digo, levántate. Y
muchos de nuestros jóvenes han escuchado la palabra del Señor,
para levantarse a estrenar nueva vida. A difundir la noticia de un
profeta que lo ha resucitado.
Antes, la juventud miraba la vida cristiana como una exigencia de
ritos sin sentido y una represión sexual sistematizada. Hoy su presen
cia en los templos nos acerca a una liturgia renovada. Ellos han
aprendido a integrar la fe con el amor y la alegría.
Antes, los jóvenes se consideraban a sí mismos como
adultos disminuidos. N o se les reconocía su identidad.
Hoy saben que son una fuerza transformante. Tienen una misión:
darle empuje a este mundo y a la historia. Se sienten símbolo en
una Iglesia que se rejuvenece.
Antes, muchos jóvenes no pensaban sino en sus problemas indivi
duales, en su carrera, en su futuro personal. Hoy, por la fuerza del
Señor y los medios de comunicación social, se sienten ciudadanos
del mundo, solidarios con toda la humanidad y comprometidos
con los marginados.
Antes caminaban a ciegas en busca de valores que no discernían.
Hoy saben distinguir entre libertad e inconformismo, entre autenti
cidad y rebeldía, entre riesgo y compromiso.
Cristo confía en sus jóvenes y espera de ellos una ayuda eficaz
para construir «la civilización del amor».
Confiemos en ellos también nosotros. Creamos que la juventud ha
comprendido la llamada que le hace la vida, como lo expresaba
Juan Pablo II a los jóvenes de México: «Comprométanse humana
y cristianamente en cosas que merecen esfuerzo, desprendimiento,
generosidad. N o es posible permanecer indiferentes ante los gran
des problemas de América Latina. La Iglesia apoya en ustedes su
esperanza».
Undécimo domingo
La casa de Simón
«Rogaba un fariseo a Jesús que fuera a comer con él. Y una pecadora vino con un frasco de
perfume y se puso a ungir los pies de Jesús». San Lucas, cap. 7.
Un hombre llamado Simón invita a Jesús a su casa. Y, al anochecer, el Maestro se sienta a su mesa. N o sabemos qué pretendía este fariseo al convidarlo. ¿Hacer alarde de generosidad y dinero? ¿Aumentar su prestigio, convidando a su casa al profeta milagroso? ¿Comprometerse con Cristo, a quien admiraba con lejano respeto?
El Señor cumple su tarea de visitar al hombre. En los palacios y en
las chozas. A los enfermos y a los que dicen estar sanos. En las
bodas y en los funerales. Les habla de otra cosa, de otra compa
ñía, de otro modo de ser. Del Reino de los Cielos.
Pero Simón ignoraba que Cristo llegaría con su séquito de pecadoras y publícanos, de enfermos y de necesitados. Entre ellos, una mujer que no tenía sino un poco de lágrimas, mucho amor, y un frasco de perfume. Tampoco sabía aquel fariseo generoso que, cuando el Señor se deja invitar, nos invita a la vez a disponerle un lugar para los otros.
Esto pasaba en casa de Simón. ¿Y en la nuestra?
Es elegante invitar a Cristo cuando el bautismo o la primera comunión de los hijos, como a un visitante distinguido. Pero con El se nos mete en el alma mucha gente incómoda. Aquellos que nada nos pueden aportar. Gente incómoda y problematizada. * Nos quitarán el t iempo, su angustia nos dejará traumatizados, su compañía deteriora tal vez nuestra ima- <j gen social.
343
- ^ r -
»
Porque ellos no comprenden que nosotros somos distintos: en
casa no ha habido jamás problemas. Ningún desliz, ningún mal
ejemplo.
¿Qué ha cambiado en tu casa, luego de haber invitado al Señor?
A veces no quedó ningún signo que nos señale como familia,
cristiana. Muchos hogares se han convertido poco a poco en
hotel, gerencia, caja fuerte, bunker, museo, madriguera de sosla
yados egoísmos...
Para los de afuera tampoco tenemos una acogida amable que les
hable de Dios. Mientras más espacio poseemos, menos hospitali
dad, mientras más cosas coleccionamos, menos posibilidad de acep
tar las personas. En cambio, las casas de los pobres, como no
tienen cerrojo, permanecen abiertas para todos.
Nuestro corazón se asemeja a nuestros hogares. En él no cabe
ningún huésped. Si alguien llega a buscar allí al Señor, encontrará
en la puerta un letrero: no hay vacantes.
A l final del banquete, Cristo le explica a Simón cómo en sus
planes hay una correspondencia casi matemática entre amor y per
dón. Tanto amas, tanto se te perdona. Tanto has sido perdonado,
tanto amarás de ahí en adelante. Como una noria que nos vierte
agua de salvación, para que construyamos desde aquí y desde
ahora la ciudad de los Cielos.
i .A. 344 >
Duodécimo domingo
Pedro obtiene las mejores notas
"Les preguntó Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El
Mesías de Dios». San Lucas, cap. 9.
«¿Quién dice la gente que soy yo?" Pregunta un día Cristo a sus discípulos. Fueron varias las respuestas: unos creían que era Elias, otros que Juan Bautista o algún profeta anterior, resucitado de entre los muertos.
Pero Cristo buscaba algo más. Por eso añade: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? En este examen Simón Pedro obtiene las mejores notas. Su respuesta es clara y decidida: «Tú eres el enviado de Dios». Entonces Jesús lo amonesta: ten en cuenta que esto no lo aprendiste de una manera humana. Te lo ha explicado mi Padre interiormente.
Va Pedro lo había oído: cuando alguno ama a Dios, Dios también lo ama y comienza a vivir dentro de él. Y el Señor se trasluce en su vida, se asoma por sus ojos, se revela en sus palabras, en sus actitudes.
t i discípulo le responde a Cristo, no sólo con palabras y fórmulas teológicas, o con teorías congeladas en la memoria. Le responde con la vida.
La madre Teresa de Calcuta renuncia a su cátedra en un colegio, para compartir con los más pobres, los que caen rendidos por el hambre, con aquellos que ya ni siquiera pueden llorar.
Un padre de familia rechaza con entereza la ocasión de A enriquecerse comerciando con droga: «Tengo un pequeño inconveniente, dice. Una esposa y cuatro hijos. Los quiero demasiado».
1 345 >
-^r
Una joven acepta con valor y nobleza el ser madre soltera. Se
prepara pacientemente a recibir a su hijo. Lucha, reza y sufre. N o
piensa n¡ por un momento en deshacerse de la criatura.
El padre Robert F. Drinan S J . llevaba cinco períodos en el Con
greso de los Estados Unidos. An te la palabra de sus superiores,
que no ven conveniente su presencia en la política, obedece con
serena humildad.
Una meritoria maestra descubre, en la muerte de su nieta, un
llamado de Dios a favorecer a otros niños. Y así nace en Medellín
la "Fundación Carla Cristina".
Podríamos llenar muchas páginas con historias de tantos que, con
la vida, le han respondido a Jesús aquella pregunta: "¿Ustedes
quién dicen que soy yo? Tendríamos entonces unos Hechos de
los Apóstoles en lenguaje moderno.
Responder al Señor es un desafío y a la vez un honor. En ello nos
va la vida, y con mucha frecuencia también, la de aquellos que
caminan con nosotros.
Recordemos la frase de monseñor Helder Cámara: «Mira cómo
vives. Quizá sea éste el único Evangelio que tu hermano lea».
.A. 346 ¡s A w
>
Decimotercer domingo
¿De qué espíritu somos?
"Algunos discípulos entraron en una aldea de Samaría. Pero allí no los recibieron. Entonces Santiago y Juan dijeron a Jesús: ¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe
con ellos?" San Lucas, cap. 9.
Sobre las guerras afirma algún autor que todas se llaman justas. Y
esto sucede por partida doble: cada uno de las partes defiende la
razón de su bando. Y a la vez, "cada facción afirma que ha
tomado partido a favor del hombre, del blanco, del negro. En
defensa de los pobres colonizados, o en ayuda de los pobres
colonizadores, víctimas de la descolonización".
Los seguidores de Mahoma han sido sinceros al incluir la guerra
santa dentro de su credo. En cambio, nuestra Iglesia que anuncia
la paz de Cristo, peca no pocas veces de intransigencia hacia sus
propias comunidades. Y también hacia los demás hombres.
Cualquier día muchos bautizados y también grupos apostólicos,
institutos religiosos, nos hemos sentido los mejores y los únicos y
con derecho a atropellar a otros hermanos.
Se acercaba la Pascua y Jesús envía algunos discípulos a prepararle
hospedaje en algún pueblo de Samaría. La subida hasta Jerusalén
se realizaba en varias jornadas. Pero cuenta san Lucas que los
samaritanos le negaron al Maestro y su grupo. Tendrían entonces
que dormir al descampado, o seguir caminando en la noche, en
medio de peligros.
Así entendemos la reacción de Santiago y Juan. Llenos
de cólera, se acercan al Señor: "¿Quieres que mande
mos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?"
Hacía ya muchos siglos que samaritanos y judíos se odiaban cordial-mente, y en sus ritos rogaban al Señor exterminara a sus enemigos.
La respuesta de Jesús aquellos discípulos fue dura. Unos biblistas traducen que los reprendió. Otros añaden que les dijo: "No saben de qué espíritu son".
El Señor no aprobaba estas airadas reacciones, más propias de los tiempos de Elias, el profeta que hizo bajar fuego del cielo sobre los holocaustos del Monte Carmelo. Y luego ordenó que todos los sacerdotes de Baal fueran degollados.
Pero muchos cristianos no hemos asimilado todavía la tolerancia que enseña el Evangelio: conviene mantener los principios. Es necesario distinguir a todas horas entre el bien y el mal. Pero hemos de ser comprensivos y amables con los yerran, tratando de respetar las personas y sus circunstancias.
El mundo de hoy padece de una gran intransigencia. Los poderosos de todos los estamentos políticos, sociales y religiosos, confunden fácilmente la verdad con su propia verdad y en nombre de ésta, arman guerras de todos los colores.
Aquellos tres ideales de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad vuelven a sonar al oído de cada generación. En nombre de estos postulados, nos dice la historia, se han encendido muchas s^r^s, pero también se han firmado numerosos armisticios.
Llega la hora en que nosotros vivamos en mensaje de Jesús que suaviza los roces y reúne en comunión a las partes contrarias. Una tarea que requiere gran honradez y humildad perseverante.
i
Un artista ha pintado a Dios ante el mar Rojo, cuando A sepulta al ejército egipcio que perseguía alcanzar a los
' ^ . hebreos fugitivos. El pueblo escogido ha quedado ya a y salvo. Pero Vavéh rompe a llorar. Aquellos enemigos
de Israel también son sus hijos.
348 W 'UI.I.I»ZB
Decimocuarto domingo
Las costumbres de Dios
"Designó el Señor otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos a todos los pueblos a
donde pensaba ir El". San Lucas, cap. 10.
Hay un libro atribuido a san Dionisio Areopagita, que nos habla de los nombres de Dios. Nosotros pudiéramos escribir otro, muy extenso y hermoso, que contara sus costumbres.
Dios se ha manifestado en la historia de un modo constante: siempre leal, amigo de hacer alianzas, discreto y paciente, buen pedagogo y capaz de llevar a cabo sus planes, a pesar de las fallas de los hombres.
El desea que imitemos sus costumbres. La Historia de la Salvación es un largo recuento de los métodos que ha usado el Señor, para que nos parezcamos a El.
El Maestro presenta una serie de consejos para quienes desean imitarlo. Nos dice que vayamos de dos en dos. Así enviaba a sus primeros discípulos y así nos envía a nosotros: unidos por el amor de la familia, por el amor del noviazgo, por los lazos de la amistad.
Desea que no cifremos la eficacia de nuestro trabajo solamente en recursos humanos. Por eso envía a sus discípulos sin alforja ni sandalias. Tenemos con nosotros otra fuerza superior que cambia los corazones y transforma el mundo. Quiere que seamos mensajeros de la paz. Los medios violentos no son de su estilo.
Si nos aceptan en algún lugar, demorémonos allí, explicando su doctrina, dando y recibiendo, que ambas cosas son A necesarias al amor verdadero. 01 no nos aceptan, sacudamos el polvo de los pies. Nuestro esfuerzo por anun- <§ ciar el Reino de Dios no quedará sin recompensa. P
A veces nos sucederán cosas extrañas. N o serán fruto de nuestro
poder convincente, ni de nuestras virtudes. Es el misterio del
Señor que se sirve de nosotros para realizar «cosas grandes y
maravillosas». Démosle gracias con sencillez. En seguida volvere
mos a sentir el peso ordinario de la vida. A l fin y al cabo estamos
hechos de barro.
El Señor quiere que así vivamos sus amigos, imitando cada día sus
costumbres. Algunos, muy sabios y entendidos, podrán copiar a
Dios más claramente. Nosotros apenas sí seremos imágenes borro
sas. Pero unos y otros procuramos agradarle.
Tiene Dios otra costumbre. Vuelve a abrir cada tarde el Libro de la
Vida y escribe lentamente, con letra hermosa y legible, las accio
nes grandes y pequeñas de sus hijos. Y El mismo nos enseña que
estar allí inscritos, vale más que realizar todas las maravillas del
universo.
i .A. 350 L.
>
w
Decimoquinto domingo
También es mi prójimo
"Ypreguntó un letrado: ¿Quién es mi prójimo? Jesús le respondió: Bajaba un hombre de Jerusa-
lén a Jericó"... San Lucas, cap. 10.
En esto de caminos, de viaje y desventuras, era experto el Señor.
De niño tuvo que huir a Egipto. En su vida pública, iba de pueblo
en pueblo para conversar con la gente y escuchar sus consejas.
Cuando un letrado le pregunta: ¿Quién es mi prójimo?, respon
dió con cierta historia de un samaritano, narrada por algún cami
nante. Una parábola que enseña a arriesgar lo nuestro a favor de
los demás, sin cálculos ni reservas.
Nos hemos preguntado algún día: ¿Quién es mi prójimo? ¿No
será aquel pariente, la oveja negra de la familia? Probablemente
nuestro cariño y comprensión no lograrán regenerarlo. Pero algún
día comprenderá, a través de nuestras actitudes, la misericordia del
Señor.
M i prójimo es el sacerdote que tropieza. Sus fallas no excusarán
las mías. Pero mi amistad cubrirá sus errores, con un manto de
silencio. M i presencia cariñosa tratará de ayudarle.
El amigo que me ha ofendido también es mi prójimo. Jesús me
invita a sentir mas su falta que mi herida. A no desoír sus posibles
excusas.
Si alguien peca públicamente, el Evangelio nos dice que no
lo excomulguemos definitivamente. Es un viajero con otra
clase de heridas. Y cada uno de nosotros es capaz de
idénticos pecados. <|
w
Si vemos que otros no cumplen con su compromiso de Buen
Samaritano, tampoco los condenemos. Animémoslos más bien con
nuestro ejemplo.
Recordemos que la palabra prójimo viene de próximo. Estamos
acostumbrados a buscar al prójimo allá lejos, mientras él se halla
codo a codo con nosotros. Es próximo quien nos trae el periódi
co. El que barre la calle. La empleada del banco. El conductor del
bus. El policía que nos informa. La ascensorista. La vendedora de
frutas de la esquina. Todos ellos son caminantes y han sido despo
jados de algo: de su tiempo, de su salud, de su juventud, de su
dignidad, de su alegría, de su vida de familia. A todos los hemos
encontrado a la vera del camino. ¿Hemos hecho algo por ellos?
N o . Casi siempre «damos un rodeo y pasamos de largo».
N o podemos alegar que somos pobres, que no tenemos aceite,
ni vino, ni cabalgadura, ni dinero para pagar al dueño del mesón
por la convalecencia del prójimo. El más desposeído de nosotros
tiene en su alforja palabras amables, calor de abrazo, capacidad de
mirar con misericordia, fe en Jesucristo, y una enorme reserva de
entusiasmo.
Decimosexto domino"
La lección de Betania
"Dijo Jesús: Marta, andas inquieta y nerviosa por tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte». San Lucas, cap. 10.
Las religiones orientales le han enseñado a Occidente el valor de
la contemplación. Pero el ambiente en que vivimos nos precipita a
un activismo desbordado y destructor. Nos impide escucharnos y
escuchar a Dios.
Sin embargo, para vivir como personas todos necesitamos frenar
de vez en cuando la actividad, escuchar y contemplar.
El estudiante, fatigado de su esfuerzo, se pierde en una sala de
cine. La madre de familia anhela reconstruir sus fuerzas frente al
mundo ficticio de una telenovela. El comerciante, el profesional,
se van al campo, en busca de la naturaleza que les habla otro
lenguaje. Para otros el deporte, el juego o la embriaguez, son el
refugio para evadir sus cansancios. Algunos se reconstruyen en un
retiro espiritual o, en un encuentro de esposos, clarifican y refuer
zan su relación como pareja.
Todos anhelamos soltarnos de la rueda, a la cual vamos atados y
sentirnos nuevamente libres y dueños de nosotros mismos.
Trabajamos demasiado y hemos dejado de existir como esposos,
como padres, como amigos. La mayoría de nuestras relaciones se
basan en el hacer y pocas veces en el ser. Se han convertido en un
intercambio de trabajo, de dinero, de favores. Nos hemos
olvidado de celebrar la vida en común, compartiendo. A
En las afueras de Betania, María a los pies del Señor, %
atenta a su palabra, nos enseña esa actitud de escucha,
353 •
de contemplación, de misterio, que es la esencia de todo inter
cambio humano. Sin esta forma de relación, la vida va perdiendo
sentido y sin darnos cuenta, un buen día, nos encontramos a mil
años luz de aquellos que nos rodean. Nos hemos vuelto extraños.
Cuando detenemos nuestro ajetreo diario y hacemos silencio en
derredor, le damos audiencia a Dios, y El nos habla. Ilumina y
clarifica las cosas que nos rodean, nos da otra imagen de quienes
viven con nosotros y nos proyecta hacia valores plenos y definitivos.
La liturgia hunde sus raíces en esta necesidad humana de colocar
nos en otra dimensión. Suspender el trabajo, hacer consciente la
presencia del Señor, tomar las cosas, volverlas signos, enseñarles a
cantar alabanzas y acción de gracias y celebrar juntos, amigos y
hermanos, la fe y la alegría de ser hijos de Dios.
Pero existe otra liturgia pequeña y personal, semejante a aquella
de Betania. En ella se celebra la amistad, el gozo de tener los
mismos ideales, de compartir los mismos anhelos, de luchar en la
misma trinchera. Así los amigos, los hermanos, los esposos. En
tonces las penas se dividen por dos y las alegrías por dos se
multiplican.
Esos ratos de contemplación, de silencio, de comunión en el ser
con los otros, nos curarán de muchas tensiones inútiles, nos ayuda
rán a corregir el rumbo equivocado y darán a nuestra vida un
sentido verdaderamente humano.
.A.
i N f
354 A L
>
w
Decimoséptimo domingo
Cuatro palabras
Dijo Jesús: " Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá».
San Lucas, cap. 11.
Toda la enseñanza de Jesús podría resumirse en cuatro palabras: Dios es mi Padre. An te ese Padre bueno y misericordioso se vuelven una sola todas las páginas del Evangelio. Ese Padre de, cual nos habla largamente san Mateo en el capítulo sexto de su Evangelio. Y también san Lucas, en el capítulo undécimo.
Jesús nos enseñó a acercarnos al Padre, con palabras simples y en actitud de hijos. Para exponerle nuestras necesidades del cuerpo y del alma.
Más tarde el padre Astete, en su famoso "Catecismo de la Doctrina Cristiana , escribiría que, para orar, necesitamos tres actitudes fundamentales: humildad, confianza y perseverancia. Lo cual san Lucas nos explica en detalle. A l l í el Señor se compara con alguien, a quien cierto amigo busca en la noche, para que le proporcione tres panes. Le ha llegado visita y no tiene nada qué darle. Las casas judías raramente guardaban alguna provisión para mañana.
El otro le responde de su alcoba, que ya es muy tarde. Sus niños
se han dormido. Las puertas de su casa ya están con cerrojo. Sería
mejor no importunar a esas horas. Pero Jesús señala que si este
hombre no socorre a su amigo, por el hecho de serlo, al menos
para que lo deje tranquilo, se levantará, dándole cuanto necesite.
El se puso en lugar de aquel hombre, a quien a un amigo ha buscado. Pongámonos nosotros en el lugar de quien ne- ^ cesita algo urgente, e insiste, aún siendo pesado con sus ruegos. N o es importuna entonces esa oración que pretende fatigar a Dios.
y el discurso de Cristo continúa para alentarnos en nuestras súplicas:
"Pidan y se les dará, busquen y hallará, llamen y se les abrirá. Porque
quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre".
Y añade uno de los párrafos más hermosos y consoladores de
todo el Evangelio: "¿Qué padre entre ustedes, cuando su hijo le
pide pan, le dará una piedra? ¿ O si le pide un pez le dará una
serpiente? ¿ O si le pide un huevo, le dará un escorpión? ". El
Maestro concluye que si esto hacen los padres de la tierra, cuánto
más hará por nosotros el de los Cielos. Porque el Señor sabe lo
que necesitamos, pero le interesa que nuestra petición llegue con
fiada hasta su corazón.
«Soñé que caminaba por la playa con el Señor, contaba una madre
a sus hijas. M i vida se veía reflejada contra el horizonte. En cada
escena aparecían sobre la arena las huellas de dos personas. Pero
me preocupaba ver que, en los momentos más duros y difíciles, en
los días de angustia y derrota, tan sólo se veía un par de huellas.
Entonces pregunté: Señor, me prometiste que caminarías siempre
conmigo. ¿Por qué me abandonas cuando más te necesito? Hija
mía, respondió, cuando únicamente ves un par de huellas, es
porque te llevo entre mis brazos».
Este el Dios que Jesús vino a revelarnos. Un Dios que a todas
horas nos acompaña, aunque no le veamos. Un Dios que, en los
momentos más difíciles, nos toma entre sus brazos.
Decimoctavo doimnuu
Tener o no tener
«Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se dijo: tienes bienes acumulados para muchos años,
come, bebe, date buena vida». San Lucas, cap. 12.
Hemos convertido insensiblemente el dilema de Hamlet: «Ser o
no ser», en uno menos noble y más prosaico: «Tener o no tener».
Un día inventamos la rueda, los espejos ustorios, la pólvora, la televisión, los computadores, los cohetes espaciales... Pero, ¿nos ha servido todo esto para ser mejores? Algunas veces. Cuando no nos hemos convertido en seres extraños, rodeados de cosas, con la mente colmada de ambición y el corazón enfermo de egoísmo.
El Evangelio nos cuenta el solemne fracaso de un hombre: sus cosechas habían sido abundantes. Ampl ió entonces sus graneros, y cuando esperaba alcanzar la felicidad, llegó la muerte con pasos silenciosos. Lo que había acumulado con tantos esfuerzos, ¿para quién sería?
Todos luchamos por el pan de cada día, la vivienda, el vestido, la salud, el estudio de los hijos, la seguridad del mañana. Pero no es cristiano acumular bienes materiales sin pensar en los demás. Dios nos entregó el universo para que lo domináramos y lo compartiéramos fraternalmente.
Cuando el Señor comunica a ciertos elementos materiales un poder especial e inventa así los Sacramentos, nos invita a conferirle a cada cosa una fuerza de salvación. Entonces el mundo físico se torna en alfabeto de un idioma variado, hermoso y rico que se llama caridad.
Así nuestros bienes enseñan en las escuelas de los ba
rrios alejados, capacitan a los jóvenes de los tugurios,
llevan medicinas a los remotos caseríos, levantan casas para las
familias que viven bajo los puentes, juegan en los parques con los
niños que no sabían reír y ayudan a los marginados a sentirse
personas.
Muchos de nosotros no hemos experimentado nunca la alegría de
servir a los demás. Es una dicha más honda y duradera que aquella
que nos da la compra de un apartamento, de una casa de campo,
el viaje a Europa, el automóvil último modelo.
Un día moriremos. Pero nuestros bienes pasarán la aduana de la
muerte, si los hemos usado para el servicio de nuestros hermanos.
Entonces esos dones de Dios y el fruto de nuestro trabajo se
convertirán en un tesoro que no roe la polilla, ni amenazan la
herrumbre o los ladrones. Jesús lo dijo con mucha claridad: si
hemos dado de comer a los hambrientos, de beber a los sedien
tos. Si hemos vestido a los necesitados y les hemos enseñado a
vivir y a triunfar.
El fracaso del rico aquel que nos cuenta el Evangelio no será el de
nuestra vida. Habremos resuelto a favor nuestro otro dilema: «Amar
o no amar». En él se juega la grandeza del hombre.
i -A.
358 >
Decimonoveno domingo
La lámpara encendida
"Dijo Jesús: Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Porque a la hora que
menos piensen viene el Hijo del Hombre». San Lucas, cap. 12.
La plaza de San Pedro en Roma se llena de silencio. Se alejan los
coches, rechinando sus ruedas sobre las piedras gastadas del pavi
mento. El enorme obelisco se diluye en la sombra. Los surtidores
desgranan con serenidad y mansedumbre el rumor del agua. Arr i
ba, una ventana permanece iluminada. El Papa mantiene encendida
la lámpara.
Cristo nos enseñó que los cristianos somos luz para el mundo.
Mantengamos viva nuestra llama.
Un estudiante soporta burlas porque defiende sus convicciones
cristianas. Una obrera se porta correctamente, no obstante el am
biente difícil de la fábrica. Una religiosa permanece fiel a sus
compromisos, a pesar de las dificultades y los años. Una pareja
continúa enseñando la fe a sus hijos con amabilidad y constancia,
en medio de un habitat pagano. Un gerente medita largas horas
sobre cómo mejorar el nivel de vida de sus obreros. Un publicista
sabe juntar la promoción eficaz de un producto con mensajes
constructivos y hermosos. Una señora adinerada financia silenciosa
mente aquella obra social que iba a cerrarse. Un profesional gasta
sus ratos libres en ayudar a los pobres. Una familia renuncia a un
viaje al exterior para que otra familia libere su casa hipotecada.
Estos son cristianos que deciden mantener su lámpara en
cendida para alumbrar el camino a mucha gente. Los
miramos de lejos y su fe nos llena de esperanza. Nos <|
motiva a mantener viva nuestra luz.
7 359 j \
Va a venir el Señor. N o sabemos si al principio de la noche, un
poco más tarde o a la madrugada. Ojalá nos encuentre velando,
construyendo un mundo mejor, llenos los ojos de luz, cansadas las
manos de hacer misericordia.
Aguardémosle con ilusión, como se espera la visita de un amigo.
Si nos encuentra velando, nos hará sentar a la mesa y su presencia
iluminará todas las cosas.
Cicerón nos dice que la amistad es una sociedad de cosas humanas
y divinas.
Si mantenemos la luz, el Señor asociará a nuestra vida todo lo que
El es. Porque ha querido iluminar el mundo desde nuestro candil,
tan frágil y humano ante las sombras y las tempestades.
i .A. 360 >
Vlf l i -- .nnti t lnmlMU"
Teología del fuego
"Dijo Jesús: He venido a prender fti>'f¡o en el mundo y ojalá ya estuviera ardiviuto-
San Lucas, cap. 12.
La lengua hebrea con su afición por las metáforas, servia m lililí a blemente al doble propósito de Jesús: explicarnos lo inexplli «Ur e invitarnos a caminar hacia el misterio.
"He venido a prender fuego en el mundo, y ojalá ya cituvlrtfl ardiendo", dijo el Señor: entonces sus discípulos empezaron <\ elaborar toda una teología del fuego.
En la mañana de Pentecostés, cuando descendieron lenguas encendidas sobre los apóstoles, ellos comprendieron que Dios el como la luz, como el calor, como la llama que envuelve y que transforma.
Podemos buscar al Señor remontando la historia del fuego, esa historia que Gertrudis Von Le Fort nos narra en forma de poema. En el principio, cuando el hombre habitó en las cavernas y eran muy largos los inviernos, el fuego calentaba su vida, acompañaba su soledad, ahuyentaba las fieras. Así Dios llega hasta lo más escondido de nuestro ser, nos calienta, nos acompaña y espanta los enemigos visibles e invisibles.
Nace el fuego del roce de dos leños, brota del pedernal que
golpeó la roca y cuando el hombre se olvida de él, irrumpe
violentamente desde la cima de los volcanes. Cristo abrasa la tierra
desde los dos maderos de la cruz, sale glorioso golpeando
la piedra del sepulcro para alumbrar el universo, y cuando / \
lo olvidamos produce cataclismos en el interior del hom
bre o en la historia, para recordarnos que su amor nunca
se extingue.
El fuego que sabe dormir bajo el rescoldo, en el fogón de los
humildes, aprendió a volverse casi espíritu en la electricidad y a
conquistar la más honda intimidad de los átomos. Así es el Señor:
no desdeña las cosas humildes y ordinarias, pero sabe llegar hasta
lo más profundo de cada ser. Para invadir los más remotos y
escondidos territorios de la nuestra persona.
La liturgia cristiana invitó desde el principio al fuego, para que la
Vigilia Pascual simbolizara al Maestro resucitado. Y las lámparas
votivas se le aprestaron a señalar a los fieles que en la Eucaristía, el
Amigo vive y ama continuamente.
Se encienden los cirios para acompañar al niño en su entrada a la
Iglesia por el bautismo. Iluminan al moribundo en su hora final, y
alumbran luego sus despojos, anunciando la luz perpetua que
aguardamos.
Mas no podemos olvidar el fuego del sol, dibujante y pintor en
los arreboles de la tarde y a la madrugada, sobre las gotas de
rocío, las montañas nevadas, las hojas tiernas y las cabezas de los
pájaros. Esa esfera de fuego que los niños gustan de pintar en los
cuadernos, con sus crayolas elementales.
Así es Dios: a cada uno adorna con un tinte especial, un matiz
singular, una tonalidad irrepetida, y goza infinitamente cuando no
sotros, con trazos vacilantes e infantiles, tratamos de copiarlo en
nuestra vida.
El Señor desea que su fuego arda en el mundo. ¿Qué hemos
hecho sus amigos para encender su verdad, atizar su amor, e
iluminar a todos con su mensaje?
i
-A. 362
>
Vigesimoprimer domingo
La puerta estrecha
"Dijo Jesús: Esfuércense por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y
no podrán". San Lucas, cap. 13.
Señor gerente, doctora, ¡lustre diputado, capitán, monseñor, reve
renda madre, maestro... Tengamos en cuenta que los títulos son,
al fin y al cabo, unas sílabas más para el epitafio, como decía
Clemente XIV.
Los amigos de Cristo no podemos vivir de solas apariencias. La
matrícula en un grupo apostólico, la etiqueta de una obra social, el
pertenecer a determinado sector de la Iglesia, el haber conocido
alguna vez al Señor, o el llamarlo a gritos en la última hora, no
bastan para entrar en su casa.
Para ser su amigo hay que vivir a profundidad el evangelio. Un día
se nos examinará de los hechos, no tanto de los planes. Valdrán
entonces las actitudes y poco las buenas intenciones. Contarán
nuestro amor a Dios y al prójimo, y casi nada nuestras hermosas
¡deas y nuestras bonitas palabras.
"La Puerta Estrecha" es una novela de André Gide. Alissa, la
protagonista, aleja dolorosamente a Jerome en aras de su incapaci
dad para conciliar el amor de Dios con el noviazgo. El autor
concluye que no podemos franquear de dos en dos la puerta de
los Cielos. Pero Gide no tenía razón. Por la puerta del cielo
podremos entrar de la mano con todos los que amamos.
Es estrecha la puerta, porque no caben por ella nuestros ^
egoísmos, tantas cosas inútiles con que nos hemos ro
deado, y el aparato de nuestra solemnidad y suficien
cia. Para entrar nos toca volvernos pequeños, reducirnos
a la dimensión de lo que somos, pero con el gozo de ser plena
mente nosotros mismos.
Imaginemos la alegría del sol cuando se vuelve pequeño, pero a la
vez radiante y voraz, en el rayo de luz que recoge con avaricia una
lente convexa. Imaginemos el triunfo del copo de algodón que se
cambió en madeja y luego en cordel muy fino y resistente para la
reciedumbre del velamen y la asechanza de la red.
La del cielo es una puerta estrecha. Porque esta vida de la tierra se
encarga de despojarnos cada día. Primero quedan atrás los sueños,
se diluyen enseguida las ilusiones, muchos gloriosos proyectos se
desvanecen en la nada, se tronchan de improviso las mejores amis
tades. Lo que llamamos ciencia se resume en un convencimiento
de nuestra incapacidad de entender. Los deseos de comunión
interpersonal se rebajan a un poco de sed y a un miedo inconfesa
ble de soledad. Entonces todo el universo nos cabe en el cuenco
de la mano, entre el espacio reducido del propio corazón.
Y así podemos caminar mejor hacia Dios: despojados de todo,
menos de un ansia inmensa de conocerlo y de un deseo inocente
de sentirnos sus hijos.
Vigesimosegundo domingo
No sabemos soñar
"Dijo Jesús: cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal. Cuando des
una comida, no invites a tus amigos y hermanos". San Lucas, cap. 14.
Un anciano judío contaba este episodio de su infancia: "Tendría yo cinco años y hacía parte de una caravana de nómadas por el desierto del Sahara. Había sido confiado a una anciana, que se ocupaba de mi educación y pasaba mi vida bajo la tienda, a donde todos acudían para comer, discutir y descansar. Fue en primavera y la noche luminosa se asomaba a hurtadillas por los agujeros de la tienda. Yo sentía una necesidad irresistible de contemplar el cielo.
Va, al aire libre, quedé como extasiado. Nunca había visto tantas
estrellas juntas. Entonces a mi mente infantil afloró un raro presen
timiento: ¿Será esta noche cuando llegue el Mesías?
De pronto, la voz áspera de la anciana y una mano ruda me toma del brazo.
- Deja de soñar con el Mesías. Mejor aprende a sumar para que
un día lleves bien los negocios".
En cada uno de nosotros conviven aquel niño y la anciana. Ella es la fría lógica, el cálculo, la contabilidad. El, los sueños, el futuro, la esperanza.
Sin el Evangelio nuestra vida transcurre siempre bajo de la tienda, entre los que beben, comen y discuten sobre negocios. Pero la palabra de Jesús nos invita a salir al aire libre, para contemplar el misterio. Y al entrar en contacto con Jesús, con sus A
amigos, con su doctrina, podemos exclamar: I Nunca había visto tantas certezas juntas! Es Dios quien llega a nuestras vidas.
El ambiente de hoy nos invita a subir en la escala social, a ganar
puntos, a ampliar el radio de nuestra influencia. Para ello se nece
sita buscar los primeros puestos en los banquetes, aparecer en las
páginas de los diarios, traficar con influencias.
Pero el Señor nos guía a otros caminos de realización y crecimien
to: "Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla
será enaltecido". "Cuando te inviten a una boda ve a sentarte en
el último puesto. Entonces te dirán: amigo, sube más arriba".
Cuando nos urge un ansia de compañía, deseamos compartir lo
que somos y tenemos. Y para lograrlo invitamos a los que tienen
más que nosotros. Llamamos a los que nos aprecian. El resultado
es obvio: nos invitarán la próxima semana, e ¡remos subiendo en la
escala social de la apariencia. Pero en el fondo continuamos solos.
El Evangelio enseña que hay una forma escondida de amistad, una
compañía más honda y misteriosa. El Evangelio es para nosotros
luz en el desierto. Nos ayuda a salir de los esquemas comunes, de
nuestras intrigas, de una vida estéril y ordinaria. Nos invita a abrir
nos a Dios y los hermanos. Entonces, aprendemos a soñar un
hermoso sueño que alienta en el cansancio y reconforta la vida.
Entonces Jesucristo se hace visible ante nuestra esperanza.
i _A_, 366 >
Vigesimotercor dumlnu»
Este era un rey...
"Dijo Jesús: ¿Qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar? ¿Quién
de ustedes si quiere construir una torre, no calcula primero los gastos?». San Lucas, cap. 14.
El David de Miguel Ángel , la Cena de Leonardo Da Vinci, la
Sinfonía Pastoral de Beethoven, la Catedral de Colonia, son el
fruto final y prodigioso de innumerables bocetos y de múltiples
proyectos. Por esta razón han vencido el embate de los siglos.
En cambio hoy vivimos la civilización de lo efímero. Nuestra técnica
se ha preocupado más de facilitar los resultados, que de hacerlos
valederos y estables. Todo se ha vuelto desechable, hasta las convic
ciones, la fidelidad a la palabra dada, el amor y el matrimonio.
Este pasaje de san Lucas nos invita a prepararnos con prudencia, a
vivir y a triunfar. De lo contrario, la torre se quedará en los cimien
tos y no podremos presentar la batalla.
¿Qué bases les damos a nuestros hijos para la vida? ¿Qué orien
tación vocacional reciben? Con frecuencia aprenden a armar un
silogismo, pero no saben pensar. Saben multiplicar y dividir, pero
son incapaces de compartir. Conocen los nombres de todos los
países, pero ignoran las angustias de otros hermanos. Memorizan
fórmulas de oración pero no saben orar. ¿Les hemos dado una
imagen adecuada de Dios? ¿Hemos despertado en ellos un espí
ritu generoso y creativo? ¿Les hemos ayudado a vivir con entusias
mo, esfuerzo e ilusión?
Parece que no. Hemos educado para el futuro con una
visión del pasado. Hemos educado en una sociedad de Í367 consumo, a quienes van a vivir en un mundo austero. N o
W
descubrimos en nuestro mundo ni estructuras ni métodos para una
educación en el amor.
Los resultados saltan a la vista. La torre airosa que soñamos un día se
ha quedado trunca, y salimos derrotados en la batalla de la vida.
Este era un rey: el hombre. Se sentía dueño de todo el universo,
porque el Creador se lo había dado en administración. Un día lo
encontraron desvalido, fracasado en el amor, enfermo y cautivo en
una jaula de hormigón, bajo un cielo contaminado y turbio.
El demonio que iba de camino comentó burlonamente: este rey
imprudente que no preparó su porvenir, quiso elevar la torre y se
quedó en los cimientos. Quiso dar una batalla y fue derrotado de
modo vergonzoso.
i 368 >
Vigesimocuarto domingo
Una mujer y diez monedas
"Dijo Jesús: Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende la lámpara y busca con cuidado hasta que la encuentre?».
San Lucas, cap. 15.
La iota es la letra más pequeña del alfabeto griego. Se parece a
una coma, a una tilde, al desliz imprevisto de la pluma sobre el
pergamino. Pero también es ella un signo indispensable. Por su
presencia cambian de sentido las palabras y sin su auxilio, la verdad
puede ser traicionada.
Nos dice el Señor que una sola ¡ota de su plan de salvación vale
más que todo el cielo y la tierra. Muestra así su predilección por
los seres humildes y las cosas pequeñas. Después de la multiplica
ción de los panes, manda recoger las sobras y en otra ocasión, nos
invita a hacernos como niños para entrar al reino de los cielos.
En el capítulo X V de san Lucas descubrimos varias parábolas que
retratan a ese Dios preocupado por nosotros. Su amor nos tiene
en cuenta a cada uno, dentro de nuestras propias circunstancias.
Se trata allí de un pastor, que abandona noventa y nueve ovejas en
aprisco, para irse en busca de una centésima que se extravió. Y san
Lucas se complace en destacar que este pastor carga su ovejita
sobre los hombros y regresa a casa, venciendo zarzas y barrancos.
Entonces llama a sus amigos a compartir su alegría: "He hallado la
oveja que se me había perdido".
Nos habla también el Evangelio de una mujer que guarda
ba diez monedas, pero un día halló que sólo tenía
nueve en su alacena. Jesús resalta la conducta de aque- \
Ha ama de casa: " ¿ N o enciende la lámpara y barre la casa
.A.
369
^r
y busca con cuidado hasta encontrar su moneda?" Y luego se llena
de gozo: Felicítenme, dice a sus vecinas, he encontrado la mone
da que se me había perdido".
Sintamos los ojos de Dios puestos sobre nosotros, porque nos
ama con amor infinito. Pero a la vez no perdamos esa capacidad
de búsqueda, reducida ante las maravillas del progreso.
La calculadora nos ayudó a muchas cosas, pero somos incapaces
de afrontar un problema de familia. Las noticias nos llegan en
tropel y las juzgamos superficialmente. Los medios audiovisuales
nos lanzan a un admirable mundo de fantasía, pero recortan nues
tra creatividad. Los medios de locomoción acercan las distancias,
pero impiden unas relaciones humanas serenas y profundas. Las
comodidades de la técnica nos hacen más fácil la vida, pero atro
fian nuestra capacidad de admiración y de gozo.
San Pablo le contaba a Timoteo en su primera carta cómo el Señor
se compadeció de él y lo llamó del judaismo al conocimiento de
Jesús. Para que él mismo fuera en busca de sus hermanos.
Dejémonos encontrar por Dios, pero a la vez, emprendamos el
camino en busca de la oveja que falta. Examinemos la casa con
cuidado, cuando se nos ha perdido una moneda. Si nos sentimos
financiados y orgullosos de lo que somos y tenemos, sin embargo
nos falta algo que no se ve, que no se compra en las tiendas, ni
por cuotas: La sencillez y la inocencia. Se nos quedaron en el
camino una oveja pequeña y una simple moneda que tenía la cara
de Dios.
Vigesímoquinto domingo
Nos falta originalidad
"El administrador llamó a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes1? Este
respondió: Cien barriles de aceite. El le dijo: Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe cincuen
ta». San Lucas, cap. 16.
El Señor es siempre original. Cuando enciende las estrellas de
Orion y empina el tronco de las palmeras, cuando diseña las alas
transparentes de la libélula, o pule cuidadosamente los colmillos
del elefante, trabaja sobre modelos propios sin copiar a ningún
artífice anterior.
Crea con amorosa originalidad el corazón de los hombres, su
mente, sus huellas digitales, el color de sus ojos y su capacidad de
entrega y de victoria. Dios no acostumbra hacer a los hombres con
papel carbón.
Jesús, en su doctrina y en la forma de transmitirnos su mensaje,
también es admirablemente original. Para enseñarnos ese amor lim
pio que alcanza el perdón de los pecados, invita a una mujer
pecadora al banquete de Simón. Se sirve de un hereje samaritano,
para darnos lección de misericordia con el hermano que sufre.
Nos ilustra sobre cómo forzar las puertas de los cielos, con el
ejemplo de un ladrón crucificado. Y en el pasaje de hoy llama a un
administrador injusto para enseñarnos prudencia y sagacidad.
Por el contrario nuestra fe cristiana se distingue casi siempre
por su falta de empuje, de ingenio y novedad. Nietzsche A
dice: «Los cristianos se parecen mucho todos ellos, tan J r ^
pequeños, tan redondos, tan complacientes, tan aburrí- ^ 371
dos». Y otro escritor añade: «Es extraño cómo las causas »—¿
^ r
pequeñas atraen tantos adeptos, mientras que las grandes causas
encuentran tan poco entusiasmo y participación».
En resumen, carecemos de fantasía. Generalmente ésta nace más
del amor que de la inteligencia. Quien ama de veras inventa mil
maneras de realizar sus intenciones. ¿Será que nuestro amor es
pusilánime o permanece dormido?
Examinemos nuestro compromiso cristiano: creemos en la Iglesia,
pero no somos corresponsables en sus actividades. Simpatizamos
con algunos sacerdotes, pero no les colaboramos. Sentimos com
pasión por los pobres, pero no lastimamos nuestras cuentas banca-
rias. Somos profesionales de la anestesia, prestidigitadores de ideas
muy hermosas pero inocuas, traficantes de somníferos.
Examinemos nuestros movimientos apostólicos. N o contagian, no
llaman la atención, no se hacen sentir en la sociedad. Se han
convertido a veces en museos donde se guarda una fe muy orto
doxa, pero cubierta de polvo y de silencio.
Aque l mayordomo malicioso inventó una curiosa manera de hacer
se amigos para un mañana incierto.
Vigesimosexto domingo
Este era un hombre
«Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente. Y un
mendigo, llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas". San Lucas, cap. 16.
Este pasaje de san Lucas parece una ilustración para la portada de
un libro que podría llamarse "Incoherencia de la satisfacción del
rico frente a la miseria del mendigo'.
Cuando Cristo habla en contra de los ricos, no se refiere directa
mente a quienes poseen bienes materiales. Ser rico, en el lenguaje
evangélico, significa mantener el corazón cerrado a Dios y cerrado
también a los hermanos. Pero sucede con frecuencia que cuando
poseemos riquezas, se nos cierra el corazón poco a poco, casi sin
darnos cuenta.
Entonces comenzamos a justificar lo poco o mucho que posee
mos. Defendemos nuestras actitudes y suavizamos el rudo mensaje
del Señor. Acabamos poniendo como divisa de nuestro egoísmo
aquella frase de san Francisco de Asís: «Dios mío y todas las
cosas», pero entendida de otra manera.
Sin embargo, la palabra del Señor es dura e incisiva: «Yo les
aseguro... "»les lo repito...». En otro pasaje nos advierte que es
más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico
entrar en el Reino de los Cielos.
Chesterton apunta con mucha gracia que, para explicar satis
factoriamente ese texto, hemos pedido ayuda a los indus
triales y a los zootecnistas. Los primeros se han puesto a
fabricar una aguja enorme, a través de cuyo ojo pudiera 4¡
pasar holgadamente, como bajo un arco del triunfo, un
camello. Los zootecnistas, por su parte, se han esforzado en producir una raza de camellos minúsculos, que pudieran entrar fácilmente por el ojo ampliado de una super-aguja.
Pero la palabra del Señor nos invita a un serio análisis: ¿Somos
ricos? Reflexionemos sobre el esquema que nos presenta Emmanuel
Mounier: «Rico es sinónimo de hombre a quien nada se le resiste.
Se cree dueño del mundo, pero es porque lo ha ido suprimiendo
poco a poco. El mundo ha dejado de existir para él,- no tiene en
cuenta sino su dinero y sus planes. La riqueza le reviste de un
estilo fatuo y prefabricado. Es su actuación mecánica y estereotipada
su sonrisa. N o puede tener amigos, únicamente socios y a veces,
cómplices. Para él sólo cuentan las juntas directivas, los proyectos
económicos, los planes de producción».
Jesús desea abrirnos el corazón a la esperanza y al servicio del
prójimo. También nuestros bienes materiales tienen un lugar en los
planes de Dios. El nos ha regalado la oportunidad de compartirlos
con tantos Lázaros que esperan, junto a nuestras casas. M u y cerca
de nuestras ciudades.
U^f-J
374
Vigesimoséptimo domingo
Como un grano de mostaza
"El Señor contestó: Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esta morera:
Arráncate y plántate en el mar y les obedecería». San Lucas, cap. 17.
Medir la fe por granos de mostaza es tan extraño como tasar en
millas la paciencia, o en metros la humildad.
Pero dice el Señor que, si tenemos fe, podremos cambiar las cosas
de este mundo: ordenarle a una morera, o a un monte, que se
traslade al mar.
Se cuenta que san Gregorio Taumaturgo tuvo la ocurrencia de
correr, con su bastón de peregrino, una colina que estorbaba la
construcción de un templo. Pero nuestra fe no se arriesga a seme
jantes aventuras. ¿Será más pequeña que un grano de mostaza?
¿Qué es la fe? Hemos oído muchas definiciones. Escojamos una,
simple y elemental, para nuestra reflexión: «Fe es contar con Dios
en nuestra vida». Una pareja regresa al hogar, después del naci
miento del primogénito. Todo es igual en derredor, pero a la vez
todo comienza a ser distinto. Hay una presencia que invade desde
la mente y el corazón de los padres, hasta los más remotos rinco
nes de la casa. Ellos dos han empezado a contar con el hijo.
Llega desde lejos un amigo a visitarnos. Por él reorganizamos
nuestros quehaceres y reformamos nuestro horario. Nos esforza
mos en compartir con él, en atenderlo. Contamos con él en
nuestra vida. A
Así es la fe. N o consiste en adherirnos fríamente a una \
serie de conceptos teológicos. Tampoco es la fe un sen-
f~^ 375
W^
>
tido de la ley, que trata de orientar nuestra conducta. N i menos
aún la práctica de un conjunto de ritos. La fe tiene ante todo un
elemento indispensable: el amor. Como ciertos medicamentos que
contienen un estimulante. De lo contrario dañarían el organismo.
Nuestra fe es con frecuencia un ensayo incipiente. N o alcanzamos
todavía a «contar con Dios" y esto a veces nos desalienta. Salimos
de viaje a la madrugada, aramos la tierra, alzamos los brazos al
cielo, aprendemos a soñar y a sufrir, inventamos fetiches de uso
personal, escrutamos el firmamento, gritamos en la noche. Pero
sólo podemos contar con Dios cuando El se revela a nuestro
asombro. Pudo ser un día en que triunfamos. Comprendimos que
tantos dones sólo podrían ser obra de sus manos. O nos llegó su
amor a través de un amigo, por la presencia amorosa del cónyuge
o del hijo.
O tal vez el golpe de una pena nos apartó las vendas de los ojos.
Entonces despertamos a un mundo maravilloso y nuevo. Com
prendimos que El estaba cerca hacía ya tiempo y nos levantamos
de nuestra sombra para estrecharlo en una alianza perdurable. V i
mos con inmensa sorpresa que Dios tenía rostro de hombre, por
que había nacido de una mujer, Santa María la Virgen. Reorgani
zamos nuestros quehaceres para contar con El y modificamos nues
tro horario en beneficio de nuestros hermanos.
¿Será nuestra fe mayor que un grano de mostaza? ¿Quién lo
sabrá?. Pesarla en la balanza es tarea del Señor. De El, nos dice el
libro de Job que conoce el peso de los vientos y sabe a perfec
ción cuánto miden las aguas del abismo.
A _
Vigesimoctavo domingo
Quienes miramos desde lejos
"Cuando Jesús entraba en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo
lejos y a gritos, le decían: Ten compasión de nosotros. Jesús les dijo: vayan a presentarse a los
sacerdotes». San Lucas, cap. 17.
Herodoto nos cuenta que los persas habían prohibido a sus lepro
sos acercarse a la ciudad. Su enfermedad era considerada un casti
go por haber pecado contra el sol. También entre los judíos estos
enfermos estaban condenados a vivir lejos de la comunidad. Se les
tenía por gente castigada por Dios, a causa de sus pecados.
Esto nos explica por qué los diez leprosos, saliendo al encuentro
de Cristo, se detienen a lo lejos. Un pasaje que describe lo que
nos sucede a muchos de nosotros. Buscamos al Señor, deseamos
renovarnos, reconciliarnos con El, pero permanecemos a distancia.
Estos alejados somos una multitud variada y numerosa: quienes
hemos formado un hogar lejos de la Iglesia, los amargados, los
que hemos dado escándalo, los alcohólicos, los drogadictos, los
que padecemos una sexualidad mal orientada, los que nunca tuvi
mos amor en casa y por lo tanto, somos incapaces de amar. Los
desprovistos de formación cristiana, los asfixiados por las comodi
dades, los náufragos en un cientifismo ateo y materialista.
En ciertos ratos de sinceridad hemos soñado con recobrar la paz y
la inocencia. Hemos deseado impacientemente acercarnos a Cris
to. Pero...
r i . i. r A
t n nuestro entorno muchos gritan que somos indignos, y
esto nos paraliza el corazón. O imaginamos también que 4
el Señor es insensible como la mayoría de los humanos.
1 377
& ¿
W >
Sin embargo, el Jesús que nos pinta el Evangelio es muy distinto.
Los leprosos le llaman. El no vocifera. Se acerca y les dice con
serenidad: «Vayan a presentarse a los sacerdotes».
Cuando Dios se hizo hombre nos dio a quienes le buscamos \a
capacidad de unir a los hombres con Dios, y de juntar la tierra con
el cielo. Cada cristiano posee entonces una capacidad sacerdotal.
De donde se inicia una tarea diaria por la cual somos puentes,
entre tantos que miran desde lejos al Señor y su bondad
misericordiosa.
Nos toca entonces invitar a quienes permanecen alejados para que acudan ante el consejero prudente, al cónyuge que aguarda aquella confidencia, al profesor que sabe escuchar, a la visitadora de la empresa, a ese amigo que tiene el don especial de comprender situaciones difíciles.
Además Cristo nos dejó en su Iglesia a los sacerdotes ministeriales
para el servicio de la fe y de los sacramentos. Quizá nos hemos
alejado de ellos. Pero el Señor nos envía nuevamente a ellos.
Jesús es el Señor. Una palabra que san Pablo repite con frecuencia
en sus cartas. Jesús es el Señor, una frase que puede iluminarnos
el camino de regreso, cuando el pecado, como una lepra nos
abruma. "Si morimos con él, escribe el apóstol a Timoteo, vivire
mos con él. Si perseveramos, reinaremos con é l " . Que nunca se
nos borre de nuestra memoria pecadora la persona de Jesús,
muerto y resucitado para salvarnos.
C3^0 , A ar-«
tu. é
Vigesimonoveno domingo
El juez y la viuda
"Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y una viuda
solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario». San Lucas, cap. 28.
Muchos padecimos la tortura de memorizar aquellas fórmulas ma
temáticas de la raí^ cuadrada y de la raíz cúbica. Sin hablar de los
logaritmos, con su característica y su mantisa.
La electrónica actual ha relegado todos estos tormentos a\ museo
de la historia, facilitando de manera admirable los procesos de
aprendizaje en todas las áreas.
Pero este avance quizá ha bloqueado en muchos educandos su
capacidad de esfuerzo. Sin embargo, permanecen otros campos
del saber y de la vida, que desafían nuestra capacidad de constan
cia. Por ejemplo, el caudal de erudición que hoy se ofrece a
alguien medianamente culto. O también las monótonas tareas que
la mayoría de las empresas nos imponen.
En la vida cristiana, \a tenacidad es condición indispensable si
queremos alcanzar alguna meta. El bien obrar nos exige perseve
rancia. El amor a los hermanos. Y de igual manera la práctica de la
oración.
Jesús, que sabía de nuestra inconstancia, les contó una vez a sus
discípulos una parábola, que refleja ciertas conductas de su tiem
po. Era la historia de una viuda que rogó a un abogado le
ayudara en su problema. Quizá alguien procuraba arreba- A
tarle la herencia de su esposo. O le habían invadido
una huerta. O el vecino, a quien ha vendido una ove- ^jj
jas, ahora se niega a pagar. 379 ¥
y sucedió, igual que hoy, que el juez se hacía sordo a los recla
mos de la viuda. Estaría ocupado en otras causas que le reportarían
mejor ingreso. Pero la viuda, al fin y al cabo mujer y necesitada,
insistía mañana y tarde.
Hasta que un día aquel hombre se dijo: es cierto que yo no temo
a Dios ni me importa la gente. Pero esta mujer se me ha vuelto
insoportable. Tendré que solucionarle su pleito.
Y Jesús mismo saca la conclusión: si este hombre inicuo obró así,
¿qué no hará el Padre de los cielos con sus hijos?
De inmediato se nos viene a la mente aquel párrafo de otro lugar
del Evangelio: "¿Quién de ustedes, si su hijo le pide un pan, le
dará una piedra? ¿ y si le pide un pez le dará una culebra? Si
pues ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡Cuánto más su Padre que.está en los cielos!".
Pero con cierta razón nos preguntamos. ¿Durante cuánto tiempo
hemos de perseverar, para que conseguir lo que pedimos? Aqu í
erramos, al enmarcar las cosas de Dios dentro de nuestras medidas
humanas. Nuestra continuada petición, a veces no alcanza lo de
seado, pero nos mantiene unidos al Señor y nos transforma la
vida.
El Señor quiso compararse con aquel juez inicuo. Elevemos noso
tros este esquema, un nivel superior: El es un Padre y nosotros sus
hijos.
Recordamos entonces el capítulo 1 7 de Jeremías: "Bendito aquel
que pone su esperanza en el Señor. El nunca defraudará su con
fianza. Es como un árbol plantado a las orillas del agua. Nunca
dejará de dar frutos".
Trigésimo domlnfp
Carta por recomendado
«Dijo Jesús esta parábola para algunos que trnit'it dose por justos, despreciaban a los demás: <los
hombres subieron al templo a orar. Uno rrn fariseo, el otro publieano». San Lucas, cap, ls
«Para algunos que teniéndose por justos, despreciaban a loi de
más». Cristo nos dedica personalmente esta parábola.
Porque muchos de nosotros empleamos a las mil maravilla! lof mecanismos de defensa, que enseña la sicología. Frente a cualqulff enemigo, alguno de ellos nos protege. Exageramos entonces nueitrtl cualidades, nos comparamos con los peores de nuestros amigol, bautizamos nuestras fallas cotí nombres aceptables y sonoros.
A la injusticia la llamamos viveza, al orgullo, dignidad. A l adulte
rio, aventura. A l despilfarro, gastos de representación. O en otro
campo: libertad a nuestra pereza. Autenticidad a la mala educa
ción. Prudencia a la avaricia. Constancia a la terquedad y a nuestra
mediocridad, equilibrio.
A ú n cuando hablamos con Dios, utilizamos hábilmente los meca
nismos de defensa. Como el fariseo de la parábola, que oraba en
un lugar destacado del templo "Señor, te doy gracias porque no
soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros,- ni como ese
publieano".
Cristo desea transformarnos, pero nos pide reconocer llanamente
lo que somos. Por esto alaba la actitud del publieano: va al
encuentro con Dios, no busca un lugar especial en el
templo. Se reconoce pecador y ruega al Señor lo com
padezca.
V
Es la otra cara de la moneda. A l aceptar sencillamente lo que
somos lograremos, en el plano sicológico, una valiente reconcilia
ción con la realidad. Esto nos librará de tensiones y angustias.
Apareceremos ante la comunidad sin pretensiones ni prejuicios y
nuestra relación será amable y fraterna. Delante de Dios alcanzare
mos la medida exacta de nuestra grandeza: una enorme posibilidad
de mal, pero también una inmensa capacidad de pecado. Somos
criaturas limitadas, pero ante todo, hijos de Dios. Su obra maestra.
Si a un árbol, aun al más vencido, le arrancamos la hiedra, pronto
se llenará de retoños y de frutos. Así sucede cuando nos despoja
mos de nuestros disimulos y capitulamos ante el Señor.
Q u é bueno que al recibir esta carta de Dios cambiáramos, como
en álgebra, los signos de nuestra vida, para rezar sencillamente:
perdón, Señor, porque soy como los demás hombres. Y en cier
tas ocasiones he sido aún peor.
La credencial para acercarnos al Señor es siempre un corazón
sincero. Jesús que comprendió la injusticia de Leví, el desorden
sexual de la samaritana, y aun la violencia de un ladrón crucificado
junto él, nunca pudo admitir la hipocresía de los fariseos.
i 382 •
Trigesimoprimer domingo
Un hombre de baja estatura
"Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publícanos y rico, como era bajo de estatura, se subió a una
higuera para verlo". San Lucas, cap. 19.
Algún pintor nos dibujó a Zaqueo con rasgos no muy amistosos:
rechoncho, de baja estatura. Nariz prominente, barba hirsuta, ojos
inyectados de sangre. Con la mano derecha, que ostenta varias
sortijas, se sostiene el manto sobre el hombro. El puño de la
izquierda lo apoya en su cadera, tal vez apretando unas monedas,
o en actitud amenazante. El artista derramó sobre el lienzo todo
los sentimientos de un judío contra los publícanos.
Zaqueo era jefe y supervisor, de quienes cobraban el impuesto
que financiaba a los romanos invasores. Un oficio, al cual los
alcabaleros añadían frecuentes extorsiones en beneficio propio.
Todo lo cual les ganaba el desprecio, aun más, el odio de sus
conciudadanos.
San Lucas, quien gusta de describir con esmero las situaciones,
señala que Jesús atravesaba entonces la ciudad de Jericó. La
Biblia describe esta región de Jericó como una tierra fértil, donde
crecían las rosas, las palmeras y los frutales. Pero este publicano
deseaba ver al Señor. Lo cual no lograba, a causa de su baja
estatura.
Entonces su curiosidad le sugirió un ardid: se subiría a un árbol
junto al camino. N o sería muy ágil nuestro hombre, si hemos
de creer a aquel pintor. Pero alguno de la multitud pudo
ayudarlo. Y ya lo vemos trepado en una higuera, o en
un sicómoro, según traducen otros biblistas. Y desde <
allí observaba a la turba, tratando de identificar a Jesús.
Los evangelistas no señalan que Zaqueo gritara o llamara la aten
ción del Señor. Pero lo cierto es que Jesús lo descubrió, a causa
de su instinto peculiar para encontrarnos, cuando somos pecado
res. Quizá también unos muchachos hacían burla de este hombre
rollizo, instalado en su mirador. Su pose era en verdad ridicula.
Pero nuestro personaje no hacía caso y cuando el Señor pasaba tomó las cosas por lado positivo, como es su costumbre. Sabía que aquel hombre era rico. Se sentiría honrado recibiéndolo. "Zaqueo, baja pronto, le dice el Maestro, porque hoy tengo que alojarme en tu casa .
Deprisa, el publicano descendió del árbol y recibió a Jesús con
alegría. A l ver esto, muchos murmuraban: ¿Qué clase de profeta
es éste que entra en casa de un publicano?
San Lucas transcribe unas palabras del anfitrión, no sabemos si al
comienzo, o al final de la cena: "Señor, la mitad de mis bienes la
doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré
cuatro veces". El Maestro añadió de su parte: " H o y ha sido la
salvación de esta casa,- también este es hijo de Abraham".
Zaqueo se libera entonces de una carga de injusticia y de riquezas que le oprimía el corazón. Ahora ya respira libremente.
A l contar este episodio, san Mateo quien había sido también
publicano, anota: "Jesús les dijo: " N o necesitan médico los sa
nos, sino los enfermos". De un lado, nos admira la bondad del
Señor, pero a la vez el esfuerzo de Zaqueo por encontrarlo. La
misericordia de Dios permanece para siempre, como dice algún
salmo. ¿Pero nosotros si tratamos de buscarla?
Trigesimosegundo domingo
Amor en borrador
"Unos saduceos le preguntaron a Jesús: Una mujer se casó sucesivamente con siete hermanos. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de todos
será mujer?". San Lucas, cap. 20.
Las discusiones bizantinas son aquellas que no conducen a nada constructivo ni práctico. Por ejemplo, cuando se pretende averiguar el sexo de los ángeles. Ellos, que no poseen cuerpo, tampoco han de tener sexualidad.
De otra parte, entendemos que la sexualidad humana es un maravilloso instrumento de comunicación para el amor. Amor que se realiza, no sólo en un nivel biológico, sino que conduce también a la comunión en otras dimensiones.
En el Ant iguo Testamento, aun después de la llegada de los griegos al territorio palestino, los judíos y el pueblo identificaban la felicidad con la abundancia de hijos y de bienes materiales. N o imaginaban otra vida después de la presente.
Sobre esto hicieron escuela los discípulos de Sadoc, un sumo sacerdote, contemporáneo de Salomón. Estos saduceos, habiendo oído algunas enseñanzas de Cristo, quisieron interrogarlo sobre la resurrección. Maestro, le dicen: Moisés ordenó que si una viuda ha quedado sin hijos, ha de casarse con su cuñado, para darle al finado descendencia. Sucedió que una mujer, al quedar viuda, se desposó con el hermano de su marido. Pero este también murió y ella se casó sucesivamente con los demás hermanos, hasta contar siete matrimonios. ¿Cuándo llegue la resurrección, de cual de todos ellos será esposa?
El Señor escuchó atentamente. Y cuando los saduceos 4 esperaban que optara por defender el derecho del pri-
1 385 >
mero, o quizá del último marido, les respondió de forma descon
certante: "En esta vida los hombres y mujeres se casan,- pero los
que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no
se casarán". El Maestro explicaba que nuestros amores de esta
tierra son apenas ensayo y prólogo de otros más excelentes, que
viviremos más allá de la muerte. Son amores solamente en borra
dor. En un proceso semejante al del gusano que se transforma en
oruga, para luego cambiarse en mariposa.
En seguida, Jesús afirma que sí habrá una vida futura. Y se apoya
en aquella palabra de Moisés, quien ante la zarza que ardía sin
consumirse, llama al Señor "Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob". Si estos son hombres muertos, no valdría relacionarnos
con Yavéh.
Comprendemos entonces que esta vida y todos sus amores, han
de lograr su plenitud en ese mañana de la resurrección. San Pablo
escribía a los corintios: "El amor nunca muere... Cuando venga lo
perfecto, desaparecerá lo imperfecto. . Ahora permanecen la fe la
esperanza y el amor. Pero el mayor de los tres es el amor".
Todo esto nos motiva para examinar y calificar nuestros amores.
Calificar significa llenar de valores todas nuestras actitudes. Y san
Pablo añadía: "El amor es paciente, es servicial. N o es envidioso.
N o le gusta aparentar, ni se hace el importante. N o actúa con
bajeza, ni busca su propio interés. N o se deja llevar por la ira,
sino que olvida las ofensas y las perdona".
Sii en nuestra vida de familia, aplicáramos estas enseñanzas del
Señor, todos nuestros hogares serían comunidades de alegría y de
paz. Si viviéramos el amor, bajo el signo de la resurrección de
Cristo, de donde ha de brotar la nuestra, ya no estaríamos aman
do en borrador.
Trigesimotercer domingo
En tierra de Hus
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y grandes signos en el cielo. Pero ni un cabello de su cabeza perece
rá. Con su perseverancia salvarán sus almas". San Lucas, cap. 21.
San Mateo, san Marcos y san Lucas, antes de contarnos la pasión
del Señor, nos hablan de futuras y grandes tribulaciones: "El sol se
oscurecerá,- se alzará pueblo contra pueblo,- habrá en diversos
lugares hambre y terremotos".
N o es fácil la interpretación de este pasaje. Algunos lo refieren a
la toma de Jerusalén por Tito. Otros prefieren relacionarlo con la
destrucción del mundo, que según algunos precederá al reino
definitivo de Dios.
Pero Cristo vino a explicarnos que su Reino no llegará después de
una catástrofe. Es más bien el fruto de una transformación larga y
laboriosa.
Aunque al mirar objetivamente la historia de todos los tiempos,
encontramos siempre las guerras, las catástrofes y los crímenes.
Definitivamente el mundo está manchado por el mal. Sin embargo,
la actitud de un cristiano ante los problemas que nos rodean, no
puede ser de indiferencia. Nuestra fe nos compromete con el
mejoramiento del mundo. Nos motiva a orar, a apoyar iniciativas.
A detectar las raíces del mal y dejando de lamentar sus efectos.
Cada uno de nosotros puede reunir las fuerzas dispersas,
puede anunciar, puede denunciar.
Además, enseguida de tan duras profecías, los evangelis
tas colocan una palabra de esperanza: el Señor está cerca.
hstá cerca, porque tantos dolores nos preparan para un cambio
decisivo y profundo. Ojalá sea el de nuestro propio corazón.
Nos preparan para que entendamos la vida de otro modo, les
demos a las cosas su valor relativo, comprendamos la dignidad de
nuestro hermano, volvamos a Dios, a sus preceptos, a la confianza
en sus promesas.
También está cerca, porque en medio de tanta oscuridad nunca
nos abandona. La frase de san Lucas viene a fortalecernos. " N i un
cabello de su cabeza perecerá". Entonces recordamos otra frase
del Maestro: " ¿No se venden dos pajarillos por una moneda? Y
sin embargo ninguno caerá por tierra sin el permiso de su Padre .
Y volvemos a descubrir la acción continuada de Dios. A pesar de
los odios, de las venganzas, de todo el mal que nos inunda,
mezcla sobre el surco cada día humedad y calor para que reviente
la semilla. Combina con sabiduría los cromosomas para regalarle a
un niño unos ojos color de aceituna. Fecunda cuidadosamente las
rosas y coloca una espora sobre la brisa para que el musgo co
mience a abrigar las rocas.
«Había en tierra de Hus un varón llamado Job , hombre íntegro y .
recto, temeroso de Dios y apartado del mal. . . 'Así cuenta la Bi
blia, y el último capítulo del libro' nos dice: "Vávéh restableció a
Job en su estado y acrecentó hasta el duplo todo cuanto antes
poseyera...»
Porque este hombre, a pesar de haber conocido el dolor hasta el
extremo, nunca dejó extinguir en su pecho la esperanza.
Trigesimocuarto domingo
El valor de un recuerdo
"Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús. Pero el otro decía: acuérdate de mí cuando
estés en tu reino". San Lucas, cap. 23.
¿Por qué será que la mayoría de los poemas nos hablan del
recuerdo? Es él una parte del alma donde guardamos huellas de
los seres amados. Una pequeña región de nuestro ser, donde le
hemos consagrado un altar al amigo, a cuya sombra nos protege
mos de tantas soledades.
Para esta labor, amable y ardua a la vez de recordar, le hemos
pedido ayuda a la materia. Levantamos obeliscos, fundimos el
bronce, labramos la madera y el mármol. Grabamos un corazón y
un nombre en la corteza de aquel árbol. -
Señala el evangelista que uno de los ladrones crucificados con
Jesús conocía el valor del recuerdo. Quizá alguna vez volvió a
encontrarse con la mujer que amaba y comprobó que el recuerdo
le había fortalecido en las ausencias. ¿Pero este profeta nazareno
que agonizaba a su lado, tendría capacidad de algún recuerdo más
limpio, más fuerte, más lleno de esperanza? A l fin y al cabo el
recuerdo nace del amor y contaban que el Nazareno amaba de
una manera extraordinaria, aun a sus propios enemigos. ¿Qué
pasaría si este vecino agonizante se acordara de él, cuando los dos
marcharan por ese camino inexplorado de la muerte?
Entonces, desde su dolor y su agonía, le gritó al Maestro: Jesús,
acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
El Evangelio acostumbra narrar las cosas más altas, con
sencillez extraordinaria. "Jesús le respondió: hoy estarás 389
conmigo en el paraíso". r-b
Amado Ñervo nos dice en su poema de la "Hermana Agua" , que
ella toma la forma de los vasos que la contienen. Así también la
oración. Se reviste de muy variadas formas, según el corazón de
los nombres. A veces fluye como suave alabanza. Otras veces es
súplica, reclamo, grito, gemido, acción de gracias, petición repeti
da o incansable.
t n otras ocasiones, es apenas \a expresión de una duda que nos
taladra, \a queja que traduce nuestra angustia interior, o nuestro
desconcierto. Pero a cada paso necesitamos decirle algo a\ Señor.
Pedirle que se acuerde de nuestra pequenez. Necesitamos sobre
el corazón de Dios un espacio, aunque sea muy pequeño, que
nos pertenezca totalmente, que esté marcado con nuestro propio
nombre.
Pero el Señor sabe hacer cambios admirables. Es su manera de
negociar con nosotros. Un día en Cana, trocó el agua en vino.
Lambió el corazón de un cobrador de impuestos por el de un
apóstol evangelista. Otra vez, convirtió la petición de un recuerdo
en un derecho para poseer de inmediato el paraíso.
lodos los días puede el Señor cambiar nuestra oración, pobre y
quebrantada, en gracia y en paz perdurables. El secreto es que El
nos ama y nunca se olvidará de nosotros. Nos lo dijo por boca de
Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues aun
que ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de mi pueblo. Porque lo
tengo tatuado aquí en mis manos".
ÍNDICE
Pórtico
CICLO (A)
TIEMPO ADVIENTO
Primer domingo. Una Navidad distinta 9
Segundo domingo. Sería muy fácil 1 1
Tercer domingo. ¿Eres Tú el Mesías? 13
Cuarto domingo. Emmanuel 15
Natividad del Señor. En el principio era el Verbo 17
La Sagrada Familia. Confiarnos al misterio 19
Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Año Nuevo 21
Epifanía del Señor. A la luz de una estrella 23
Bautismo del Señor. Las angustias del Padre Tobías 2 6
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo. Nuestra débil condición 2 9
Segundo domingo. Las transfiguraciones 31
Tercer domingo. Un humilde adjetivo 33
Cuarto domingo. Nuestro barro 35
Quinto domingo. Dios no tiene prisa 37
Domingo de Ramos. Dios necesita de nosotros 39
TRIDUO SACRO
Jueves Santo. La víspera de su pasión 41
Viernes Santo. Nadie tiene mayor amor 43
Sábado Santo. Noche de lumbre y gozo 45 i
.A.
391 & é
»
T I E M P O PASCUA
Primer domingo. ¿Dónde lo han puesto? 48
Segundo domingo. Gracias, Tomás 5 0
Tercer domingo. Los reporteros de Emaús . . . 5 2
Cuarto domingo. El álbum familiar 54
Quinto domingo. En casa de mi Padre 56
Sexto domingo. Amigos de tiempo completo 58
Domingo de Pentecostés. Nuestro Espíritu Santo 6 0
Solemnidad de la Santísima Trinidad. La intención de Jesús 62
Solemnidad del Corpus Christi. ¿Por qué le buscamos? 64
T I E M P O O R D I N A R I O
Segundo domingo. El Cordero de Dios 6 6
Tercer domingo. Pescadores de hombres 68
Cuarto domingo. Las palabras enfermas 7 0
Quinto domingo. El riesgo de ser distintos 72
Sexto domingo. Sí o no 74
Séptimo domingo. La ley del Talión 76
Octavo domingo. Pájaros y lirios 78
Noveno domingo. Prevención de desastres 8 0
Décimo domingo. Su majestad, la persona humana 82
Undécimo domingo. El también me llamó 84
Duodécimo domingo. De parte de Dios 86
Decimotercer domingo. La paga del profeta 88
Decimocuarto domingo. La gente sencilla 9 0
Decimoquinto domingo. Las parábolas del lago 92
Decimosexto domingo. Ser cizaña o parecerlo 94
Decimoséptimo domingo. En busca del tesoro 9 5
Decimoctavo domingo. Hambre 98
Decimonoveno domingo. Como un fantasma 1 0 0
Vigésimo domingo. Una mujer cananea 102
Vigesimoprimer domingo. La teoría de Hegel 1 0 4
4 392
^ w
» Vigesimosegundo domingo. Ganar o perder 106
Vigesimotercer domingo. Amigos y hermanos 1Q8
Vigesimocuarto domingo. Cerremos el museo 1 1 0
Vigesimoquinto domingo. Aunque ya por la tarde 112
Vigesimosexto domingo. El dilema de Hamlet 114
Vigesimoséptimo domingo. La canción de la viña 116
Vigesimoctavo domingo. ¿Alguien se ha enamorado? 118
Vigesimonoveno domingo. El problema del fisco 1 2 0
Trigésimo domingo. Dios sigue conversando 122
Trigesimoprimer domingo. Una ciudad llamada hipocresía 124
Trigesimosegundo domingo. Una virginidad condicionada 126
Trigesimotercer domingo. Cuando el Señor se marcha 128
Trigesimocuarto domingo. Una tienda hecha del día 1 3 0
FESTIVIDADES y O T R O S
Nuestra Señora de la Candelaria. Nuestra Señora de la Luz 132
San Juan Bautista. Fábrica de silencio 1 34
San Pedro y San Pablo. ¿Quién tiene las llaves? 136
Asunción de Nuestra Señora. Nuestro compañero inseparable 138
Domingo Universal de las Misiones (Ciclo A)
Misión es compartir 1 4 0
Día Universal de las Misiones (Ciclo B)
Enseñamos a amar 142
Día Universal de las Misiones (Ciclo C)
Ha llegado la hora 144
Todos los Santos. Ciertas vidas de santos 146
Conmemoración de los difuntos. Como el grano de trigo 148
Dedicación de la Basílica de Letrán. Es otra dimensión 1 5 0
Inmaculada Concepción de María. La llena de gracia 152
CICLO B
T I E M P O A D V I E N T O
Primer domingo. Llega el Señor 157 | | r ^
Segundo domingo. Ocurrió un 6 de agosto 159 A
Tercer domingo. Había un reloj de sol 161 393
W
Cuarto domingo. Navidad, ¿para qué? 163
Natividad del Señor. El último Evangelio 165
La Sagrada Familia. Las matemáticas de Dios 167
Santa María Madre de Dios. Despunta un nuevo año 169
Epifanía del Señor. Melchor, Gaspar y Baltasar 171
Bautismo del Señor. Hombres de Cristo 173
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo. Aquellos pactos con el diablo 175
Segundo domingo. Aviso para caminantes 177
Tercer domingo. El enojo de Cristo 179
Cuarto domingo. Yo anuncio a Jesucristo 181
Quinto domingo. ¿Qué ves tú? 183
Domingo de Ramos. Esos reyes del naipe 185
Triduo Sacro (ver pág. 4 1 )
T I E M P O PASCUA
Domingo de Pascua. Amenazados de resurrección 187
Segundo domingo. El arte de perdonar 189
Tercer domingo. Sbalom 191
Cuarto domingo. Esperanza, alegría de vísperas 193
Quinto domingo. Para comprar un dromedario 195
Sexto domingo. La escala del amor 197
Ascensión del Señor. Necesitamos el éxtasis 199
Pentecostés. Por el fuego y el viento 201
Santísima Trinidad. ¡Sí, creemos! 203
Solemnidad del Corpus Cbristi. Nuestro pan y
nuestro vino 205
TIEMPO ORDINARIO
Segundo domingo. Maestro ¿dónde habitas? 2 0 7
Tercer domingo. Un verbo con mala ortografía 2 0 9
» Cuarto domingo. ¿Ser o tener autoridad? 21 1
Quinto domingo. Ese es el milagro 213
<<¡394 \k\ A
Sexto domingo. La voluntad de Dios 215
Séptimo domingo. Un Dios de vacaciones 2 1 7
Octavo domingo. ¡Por Dios, pongámonos al día! 2 1 9
Noveno domingo. El cristal con que se mire 221
Décimo domingo. No estaba en sus cabales 2 2 4
Undécimo domingo. Tiempo de sementera 2 2 6
Duodécimo domingo. La noche sosegada 228
Decimotercer domingo. Basta que tengas fe 2 3 0
Decimocuarto domingo. ¿No es éste el carpintero? 2 3 2
Decimoquinto domingo. Un bastón y nada más 2 3 4
Decimosexto domingo. ¿Al tiempo lo van a matar? 2 3 6
Decimoséptimo domingo. Mis cinco panes y mis dos peces 238
Decimoctavo domingo. ¿Por qué le buscamos? 2 4 0
Decimonoveno domingo. Discípulos de Dios 2 4 2
Vigésimo domingo. El pan y su misterio 2 4 4
Vigesimoprimer domingo. Más duro, el corazón 2 4 6
Vigesimosegundo domingo. La caja de Pandora 248
Vigesimotercer domingo. ¡Admire, por favor! 2 5 0
Vigesimocuarto domingo. Una cruz con rodachinas 2 5 2
Vigesimoquinto domingo. ¿Quién será el mayor? 2 5 4
Vigesimosexto domingo. De la Iglesia y el mundo 2 5 6
Vigesimoséptimo domingo. Felices por incompatibilidad 258
Vigesimoctavo domingo. Un deseo rebelde 2 6 0
Vigesimonoveno domingo. ¿Y después qué? 262
Trigésimo domingo. El hijo de Timeo 2 6 4
Trigesimoprimer domingo. A El y al prójimo 2 6 6
Trigesimosegundo domingo. Al lá en Dar-es-Salam 268
Trigesimotercer domingo. Teología del fracaso 2 7 0
Trigesimocuarto domingo Yo no me acuerdo 2 7 2
CICLO C
TIEMPO ADVIENTO
Primer domingo. Nuestra infinita sed 2 7 7
Segundo domingo. Hemos disminuido la esperanza 2 7 9 i w
395
Tercer domingo. ¿Entonces qué hacemos? 281
Cuarto domingo. La Virgen va de viaje 283
Natividad del Señor. La fábula del ángel cojo 285
La Sagrada Familia. Los hijos no obedecen; imitan 287
Epifanía del Señor. Lo más importante 2 8 9
Bautismo del Señor. A l estilo de los cristianos 291
TIEMPO CUARESMA
Primer domingo. N o nos dejes caer 293
Segundo domingo. En un mundo cambiante 295
Tercer domingo. Cuando Dios no responde 2 9 7
Cuarto domingo. El pequeño hermano mayor 2 9 9
Quinto domingo. La ley o la vida 301
Domingo de Ramos. Platero y El 303
Triduo Sacro (Ver pág. 4 1 )
T I E M P O PASCUA
Domingo de Pascua. Al amanecer, junto al sepulcro 305
Segundo domingo. El amigo que duda 307
Tercer domingo. Todo sigue lo mismo 3 0 9
Cuarto domingo. Así vale la pena ..• 31 1
Quinto domingo. Nuestra marca de fábrica 313
Sexto domingo. La paz ardiente 31 5
Solemnidad de la Ascensión. ¿Y ahora qué hacemos? 317
Pentecostés. Las imágenes de Dios 3 1 9
Santísima Trinidad. Querido Dios 321
Solemnidad del Corpus Christi. La víspera de su pasión 323
TIEMPO ORDINARIO
Segundo domingo. Las llenaron hasta arriba 325
Tercer domingo. ¡Arriba las buenas noticias! 327 r===-^" Cuarto domingo. Almacén de milagros 3 2 9
Quinto domingo. A l final de la noche 331
Sexto domingo. La piedra filosofal 333 i 396!
. _ _ _
Séptimo domingo. Ir contra la corriente 335
Octavo domingo. A l estilo sapiencial 337
Noveno domingo. La fe de un pagano 3 3 9
Décimo domingo. El cordero expiatorio 341
Undécimo domingo. La casa de Simón 343
Duodécimo domingo. Pedro obtiene las mejores notas 345
Deci
Dec
Deci
Dec,
Deci
Dec,
Dec,
:imotercer domingo. ¿De qué espíritu somos? 347
:imocuarto domingo. Las costumbres de Dios 3 4 9
:imoquinto domingo. También es mi prójimo 351
:imosexto domingo. La lección de Betania 353
:imoséptimo domingo. Cuatro palabras 355
:imoctavo domingo. Tener o no tener 357
:imonoveno domingo. La lámpara encendida 3 5 9
Vigésimo domingo. Teología del fuego 361
Vigesimoprimer domingo. La puerta estrecha 363
Vigesimosegundo domingo. No sabemos soñar 365
Vigesimotercer domingo. Este era un rey 367
Vigesimocuarto domingo. Una mujer y diez monedas 3 6 9
Vigesimoquinto domingo Nos falta originalidad 371
Vigesimosexto domingo. Este era un hombre 373
Vigesimoséptimo domingo. Como un grano de mostaza 375
Vigesimoctavo domingo. Quienes miramos desde lejos 377
Vigesimonoveno domingo. El juez y la viuda 3 7 9
Trigésimo domingo. Carta por recomendado 381
Trigesimoprimer domingo. Un hombre de baja estatura 383
Trigesimosegundo domingo. Amor en borrador 385
Trigesimotercer domingo. En tierra de Hus 387
Trigesimocuarto domingo. El valor de un recuerdo 3 8 9
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