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arqueología

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Arqueología - Una ecología del hombre: Método y teoría para un enfoque contextual

KARL W. BUTZER Profesor de Arqueolog(a n1edioambiental -cátedra Henry Sch11/tz Universidad de Chicago

ediciones bellaterra

Título de la obra original Archaeology as human ecology

'Iraducción M.ª José Aubet Semmler

© 1982, 1984, Cambridge University Press

© 1989, Ediciones Bellaterra, S.A. Felipe de Paz, 12 ~ 08028 Barcelona Tel. (93) 339 05 11

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden reproducirse ni retrans,nitirse utilizando medios niecánicos o electrónicos, grabación u otro sistema, sin permiso escrito del editor.

Impreso en Espafta Printed in Spain

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ISBN: 84-7290-058-4 Depósito Legal: B. 28723-1989

Composición y compaginación: FOTOCOMPOSICION 2000 Espronceda, 304 - 08027 Barcelona

Impreso por GRAFFING, S.A. Arquímedes, 18 - Hospitalet de Llobregat

A ELISABETH

Beethoven Op. 138 ("Leonora")

Contenido

Prefacio

PARTE I Perspectivas

pág.

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1 El contexto en arqueología 3 Introducción Contexto y ecología Escalas y dimensiones de la arqueología contextual La arqueología como arqueología

2 Los sistemas medioambientales: variabilidad espacial y temporal 14 El espacio y la escala en arqueología El biomo como sistema medioambiental Las propiedades del equilibrio Escalas de variabilidad medioambiental Modelos para el cambio ecosistémico El carácter único de los ecosistemas humanos

PARTE II Fundamentos

3 Geo-arqueología !: principios básicos Objetivos Los componentes del estudio Técnicas y procedimientos Objetivos interdisciplinarios finales

33

VII

VIII Contenido Contenido IX

4 Geo-arqueología 11: el contexto del paisaje 41 La prospección del subsuelo La textura sedimentaria Identificación, procedencia y tecnología de los materiales Los medioambientes deposicionales puntuales La datación cronométrica Medioambientes deposicionales lineales

10 La arqueobotánica: la utilización de la flora Medioambientes deposicionales superficiales

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Síntesis geo-arqueológica de los microambientes El registro arqueobotánico

Textura topográfica La recuperación de la información arqueobotánica

Terreno, suelos y biotos La interpretación paleobotánica

Trama regional La dendroecología y la dendroclimatología

Transformaciones medioambientales La utilización humana de las plantas

5 Geo-arqueología 111: el contexto estratigráfico 64 11 La arqueozoología: la fauna y la obtención de animales 184

La nomenclatura estratigráfica La temática arqueozoológica

Litoestratigrafía: yacimiento y entorno La tafonomía

Correlaciones externas Valoración ecológica de los conjuntos fósiles Los cazadores y sus presas

6 Geo-arqueología IV: formación de un yacimiento 74 Domesticación y cambio faunístico Los sedimentos arqueológicos Un prototipo del Pleistoceno: los sedimentos de cueva

PARTE IIl Síntesis Un ejemplo de geo-arqueología de cueva: la Cueva Morín Un prototipo del Holoceno: los montículos de habitación 12 La integración espacial I: modelos cuantitativos para el

o poblados tumulares Ejemplos de geo-arqueología urbana: Giza y Axum

análisis de patrones 203 Componentes, subsistemas y ecosistemas humanos

7 Geo-arqueología V: transformación y destrucción de los La arqueología espacial

yacimientos 95 Los modelos de gravedad

Transformación cultural de los restos arqueológicos El modelo de von Thíinen

Dispersión previa al enterramiento La teoría del lugar central

Alteración postdeposicional Modelos de concentración de recursos

Modificación geobioquímica 13 La integración espacial 11: modelos socioecológicos para el Destrucción de los yacimientos y dispersión de los análisis de asentamientos 221

artefactos Análisis de escala de los asentamientos Modificación medioambiental de los restos arqueológicos Macro-modelos de movilidad de los cazadores-recolectores

8 Geo-arqueología VI: el impacto humano sobre el paisaje 120 Generalizaciones aplicables a los asentamientos

La actividad humana y el sistema suelo-sedimento de subsistencia de cazadores-recolectores

Indicadores geo-arqueológicos de la erosión del suelo Determinantes espaciales del asentamiento agrícola

La erosión del suelo en el registro geo-arqueológico Medioambientes reales y medioambientes percibidos

Un estudio monográfico de erosión acelerada del suelo: 14 La integración espacial 111: reconstrucción de los sistemas Axum, Etiopía de asentamiento 247

Uso de la tierra y fertilidad del suelo La ubicación del asentamiento Los rasgos geo-arqueológicos del paisaje Estudio de los yacimientos arqueológicos La productividad y la degradación del paisaje Un enfoque paisajístico del estudio de asentamientos

9 La arqueometría: prospección, procedencia y datación 153 La reconstrucción de los patrones de asentamiento: los

Alcance y finalidad de la arqueometría cazadores-recolectores

X Contenido

Reconstrucción de los patrones de asentamiento: las comunidades agrícolas

15 Sistemas diacrónicos I: la adaptación cultural La integración temporal La adaptación cultural Modos dinámicos de los sistemas adaptativos

267

16 Sistemas diacrónicos II: continuidad y cambio 281 La transformación adaptativa en el registro del Pleistoceno:

la hominización Las transformaciones adaptativas del Holoceno: control

del medioambiente La modificación de los sistemas adaptativos regionales: las

periodicidades históricas Consideraciones generales y perspectivas

Referencias Indice

305 341

Prefacio

He optado por el título Arqueología -Una Ecología del Hombre para poder realzar las interacciones dinámicas que se establecen entre los grupos humanos o las sociedades y sus respectivos medioambientes. Este libro quiere ser una introducción a la metodología y al marco conceptual para un estudio de este tipo. El concepto fundamental es el ecosistema humano -concepto que sirve de principio organizativo e ilustrativo de la interdependencia de las variables culturales y medioambientales, así como de marco organizativo para abordar los diversos enfoques científicos que nos parecen esenciales para comprender los procesos interactivos. El contexto del subtítulo del libro atiende tanto al es­pacio como a la dinámica de los procesos que definen la ecología humana.

La primera sección -la parte introductoria del libro- explica y profundiza el enfoque ecosistémico. Una segunda sección desarrolla las subdisciplinas que aportan los principales datos fundamentales para la comprensión de los ecosis­temas humanos históricos y prehistóricos, a saber: a) la geo-arqueología o es­tudio e interpretación de los sedimentos y las formas físicas del terreno; b) la arqueometría o utilización de métodos físicos y químicos de medida, que in­cluyen la procedencia de las materias primas, la datación y la prospección de los yacimientos; c) labio-arqueología o estudio de los restos animales y vegeta­les que reflejan las actividades de subsistencia, así como los medioambientes bióticos.

La tercera y última sección del libro integra estos componentes en un marco espacial y en un marco temporal o diacrónico. Puede considerarse la arqueolo­gía espacial como un campo de estudio o subdisciplina, si bien estrechamente interrelacionada con las demás modalidades. Las dimensiones espaciales de los datos a escalas distintas (micro, meso y macro) se destacan y desarrollan en cada capítulo, y hemos escogido el paradigma espacial como marco de síntesis en la sección final. Todo ello se complementa en los dos ultimas capítulos con disquisiciones teóricas e interpretativas, dentro de un paradigma adaptativo, sobre las principales transformaciones y modificaciones sistémicas del registro prehistórico e histórico: la hominización, la domesticación del medio, y el cre­cimiento y declive de las grandes civilizaciones.

La atención metodológica principal se centra en la geo-arqueología y en un

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XII Prefacio

paradigma espacial. Ello refleja mi propia formación y experiencia en geomor­fología y geografía. Tumbién hubiera sido posible utilizar la bio-arqueología y la paleoeconomía, pero me faltaba la cualificación necesaria para escribir un libro de estas características. Además, los conceptos bio-arqueológicos ya han sido incorporados a la investigación arqueológica con cierto éxito, mie~tra_s que la geo-arqueología ha tendido a quedar más bien al margen. Por cons1gmente, creo que el desarrollo sistemático de la geo-arqueología en seis capítulos, como tema de capital importancia para la arqueología, obedece a una amplia necesi­dad profesional. Este mismo marco podría aplicarse alternativamente con igual detalle a la bio-arqueología. Los dos capítulos dedicados a la arqueobotánica y a la zoo-arqueología representan una especie de programa de estudio para este tipo de desarrollo. En mi opinión, un tratamiento más detallado de estos temas resultaría redundante, y la contrastación de este manuscrito en mis cla­ses en la universidad a lo largo de dos años ha reforzado mi creencia de que la iniciación a la bio-arqueología resulta particularmente eficaz y estimulante para la formulación de los exámenes trimestrales. El capítulo dedicado a la ar­queometría es deliberadamente corto. Valoro profundamente la contribución de la investigación arqueométrica -sobre todos los métodos de datación- a la arqueología, pero creo también que juega un rol relativamente subordinado en un marco ecosistémico, y por eso me he limitado a presentar los componen­tes esenciales y su integración en un todo.

Arqueología -Una Ecología del Hombre propone un nuevo paradigma (com­plementario, no exclusivo) para el estudio de la arqueología. Centrándos': en los ecosistemas humanos e integrando metodologías procedentes de las cien­cias físicas, biológicas y sociales, este enfoque teórico complementa el de la ar­queología social reivindicada por muchos nuevos arqueólogos. El libro tiene su orígen en unos cursos para licenciados y graduados en arqueología, civiliza­ciones del Próximo Oriente y geografía. Puede abordarse, pues, sin ninguna formación científica especial, y los temas tratados se desarrollan a partir del principio, utilizando en cada caso el mínimo de jerga especializada e insistien­do, más que en las técnicas, en la comprensión de las interrelaciones -lo cual es la esencia de la ecología. El objetivo que persigo es desarrollar en el lector el pensamiento interdisciplinario productivo. Espero que los estudiantes Y ar­queólogos profesionales puedan compartir parte de la exaltación contagi?sa a que yo mismo he estado expuesto durante más de veinte años de traba¡o en equipo, un entusiasmo que me ha alentado durante los cuatro años que he ne­cesitado para escribir este libro.

Primero y ante todo, tengo una deuda de gratitud con los arqueólogos com­pañeros de trabajo, con los que he discutido y polemizado durante los proyec­tos de campo productivos que me llevaron a Egipto, a España, al Africa sub­sahariana, y también a mi Illinois natal. Sería uno de mis ex-alumnos, Dani:l Bowman, quien, un día, en una colina de España, me induciría con sus mani­festaciones de admiración por mi obsesionada objetividad empírica a reorien­tar mis pensamientos hacia las cuestiones teóricas. Hacia la misma época, el

Prefacio XIII

intercambio de correspondencia con el malogrado David Clarke, un arqueólo­go teórico insuperado, hizo que mi atención se centrara en el potencial de los modelos explícitos. Durante aquellos años cruciales de reorientación, las innu­merables discusiones con Elisabeth Butzer supusieron un estímulo importantí­simo para la gestación de un enfoque más ecológico y de comportamiento. Una beca Guggenheim en 1977 me brindaría la oportunidad, tras 18 años de docen­cia y labor de campo ininterrumpidos, de reunir muchos de los cabos sueltos en una propuesta intelectual unificada.

Richard Klein ha sido una fuente de estímulo inagotable y sus sugerencias han sido inestimables para el manuscrito de mi trabajo. Algunos capítulos y secciones fueron leídos también por Thomas Bel!, Vaughn Bryant, David Hel­gren y Richard Morrill, mientras que Geoff Bailey, de la Cambridge University Press, me ayudaba a perfilar mi pensamiento durante las fases finales de la re­visión. Dan Greenway se encargó de los gráficos, con su habitual competencia profesional. Los últimos borradores del manuscrito fueron mecanografiados por Diana Valdivia en un tiempo realmente récord. La Universidad de Chicago y el Instituto Federal de Tocnología Suizo me ayudaron a preparlo. A todos ellos mis más sinceras gracias.

Flossmoor, Illinois Octubre 1981

Karl W. Butzer

PARTE I

Perspectivas

CAPITUlD 1

El contexto en arqueología

Introducción

La arqueología está en una encrucijada. A finales de los sesenta y principios de los setenta la arqueología americana dejó de lado la confrontación de las distintas interpretaciones del proceso histórico para dedicarse casi por entero a la discusión de la Nueva Arqueología. Ese debate empezó en gran parte a raíz del aumento exponencial de los datos empíricos surgidos entre los años 1930 y 1960. La recogida de datos, lejos de contribuir a la reestructuración de un corpus acumulativo de información real, se había convertido en una mera cuestión aditiva. Las síntesis tendían a ser descriptivas, simplistas, especulati­vas. La Nueva Arqueología empezó como un conflicto intergeneracional ame­ricano, como una redefinición introspectiva de medios y fines. Pero tras esos dolorosos principios, con la nueva generación criticando severamente a la vie­ja, se abrió un debate constructivo entre una generación internacional de ar­queólogos sobre los objetivos de la arqueología y las estrategias óptimas para alcanzarlos. Los efectos netos del debate han sido saludables y han aportado unas estrategias de investigación empírica más refinadas y una interpretación mucho más sofisticada.

Pero el llamado gran debate en arqueología creó también sus propias simpli­ficaciones. La polarización entre ambos enfoques, el nuevo y el viejo, propició al principio la impresión de que los arqueólogos no eran ni empíricos ni teóri­cos. Pero tras esa primera impresión, la realidad es que ese pequeño grupo de participantes activos en el gran debate no son ni puros teóricos ni puros deduc­tivistas. La arqueología es, por su misma naturaleza, y en última instancia, em­pírica. El gran debate no se reduce solamente a una cuestión de abstracciones filosóficas, sino que implica una revalorización fundamental del marco con­ceptual de la investigación arqueológica -la búsqueda de un paradigma que racionalice tanto la laboriosa recogida de datos como las frustrantes activida­des hermenéuticas de la disciplina.

Aquellos en favor de un incipiente consenso están de acuerdo en sólo una cuestión fundamental: que deben abrirse perspectivas más frescas y producti­vas. La diversidad de los posibles enfoques innovadores viene reflejada por la gran cantidad de artículos y libros aparecidos en la década de los setenta, y que van desde la etnoarqueología hasta la simulación por ordenador; señal de

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4 Perspectivas

que los arqueólogos han empezado a optar por un paradigma pluralista capaz de garantizar una mejor comprensión de la esencia de su disciplina, y también un síntoma de que se buscan nuevas directrices en la investigación. La mayoría de estas tendencias reflejan una confroutación intelectual con diversos aspec­tos de la antropología cultural, pero existe también una profunda deuda con la geografía humana, sobre todo con la teoría espacial. La dimensión medioam­biental, asimismo fundamental, sigue adoleciendo de una articulación excesi­vamente pobre.

Por irónico que parezca, la arqueología medioambiental es uno de los puen­tes interdisciplinarios más antiguos en el trabajo de campo. Los arqueólogos siempre han sido conscientes del contexto medioambiental, y ya desde los ini­cios, grupos de científicos han venido participando directa o indirectamente en las excavaciones. En comparación con los cerca de 5000 miembros individuales de la Society far American Archaeology, la nueva Society far Archaeological Sciences cuenta tan sólo con 500 miembros, con un índice muy bajo de doble afiliación. Esta sorprendente diferencia sugiere una importante aportación em­pírica de personal perteneciente al campo de las ciencias aplicadas, quienes, sin embargo, tienen muy poca influencia en las corrientes intelectuales domi­nantes dentro de la arqueología.

Quizá el medioambiente sea algo que se da por sentado. Es evidente que el medioambiente se utiliza en la mayoría de ecuaciones procesuales como una variable, pero la ecuación se resuelve con demasiada frecuencia utilizando esa variable como si fuera una constante. Los arqueólogos suelen adoptar asimis­mo un enfoque estático y taxonómico del medioambiente, incluso en los casos en que las variables humanas son consideradas como parte del sistema dinámi­co. En mi opinión, el concepto de 111edioa111biente no debería considerarse si­nónimo de un corpus de información básica estática y descriptiva, sino como un factor dinámico en el análisis del contexto arqueológico. Los ingredientes fundamentales de la arqueología son los artefactos y su contexto, desde los res­tos de alimentos hasta los sedimentos y la trama del paisaje. El término contex­to significa muchas cosas para mucha gente, pero la palabra deriva del verbo latino contextere = "entrelazar", "entretejer" o "conectar". En arqueología, contexto implica una trama espaciotemporal de cuatro .dimensiones suscepti­ble de incluir tanto un medio cultural como un medio no-cultural y de aplicar­se tanto a un solo artefacto como a toda una constelación de yacimientos. De­finido en esos términos, el contexto es un tema central para distintos enfoques dentro de la arqueología. Por ejemplo, la arqueología espacial lo mismo se ocupa de una configuración horizontal de agregados en el interior de un yacimiento, que de las interconexiones entre distintos sitios. El contexto ha constituído du­rante mucho tiempo el objetivo principal de la arqueometría, cuyos objetivos son los marcos temporales, el análisis y la tecnología de los materiales, así como las fuentes de materias primas. Pero sobre todo, el contexto ha constituído tra­dicionalmente el tema central de una tarea de largo alcance, pobremente defi­nida, llamada a veces arqueología del medioambiente, que incluye disciplinas

El contexto en arqueofog(a 5

tales como la arqueobotánica, la zoo-arqueología y la geo-arqueología. En un excelente libro introductorio, Evans (1978:xiii) define la arqueología

del medioambiente como "el estudio del medioambiente del hombre del pasa­do", otorgando especial relevancia a las técnicas e indicadores que resultan vá­lidos para la reconstrucción de los elementos medioambientales de las comuni­dades humanas del pasado y para la aplicación de esas técnicas. Esta definición no sólo resulta insuficiente, sino que es inaceptable.

Para utilizar una analogía, veamos en qué se diferencia la arqueología geoló­gica de la geología arqueológica. Según mi punto de vista, la geología arqueo­lógica es una geología que tiene un sesgo y una aplicación arqueológicos. La arqueología geológica, en cambio, se sirve de métodos, técnicas y conceptos geológicos, pero es ante todo una tarea arqueológica (Butzer, 1977c). La dife­rencia está en los objetivos, no en las técnicas.

Siempre he defendido el punto de vista según el cual nuestro objetivo final es la determinación de la interrelación entre cultura y medioambiente, otorgan- .:j. do especial relevancia a la investigación que se plantee "una mejor y mayor comprensión de la ecología humana de las comunidades prehistóricas" (But­zer, 1964:vii). Pero, a principios de la década de los sesenta, estas interrelacio­nes demostraron ser muy difíciles de identificar por parte de los arqueólogos y de los especialistas de las ciencias aplicadas del medioambiente. El problema se debía, en parte, a la escasez de datos empíricos, pero sobre todo a la falta de un marco conceptual adecuado capaz de dar cuenta de las complejas rela­ciones entre múltiples y variados fenómenos.

Desde entonces han cambiado mucho las cosas. Se ha incrementado la base informativa y, aunque ésa sea todavía insuficiente, al menos posibilita la for­mulación de hipótesis coherentes. Pero no hay que olvidar que la teoría de sis­temas ha propuesto un modelo capaz de ilustrar e incluso de analizar interrela­ciones complejas, y que ha tenido una profunda influencia en las formulaciones conceptuales de diversas disciplinas: en la ciencia del medioambiente, a partir de un texto fundacional particularmente influyente de Chorley de 1962; en la antropología ecológica, a partir de la publicación de Agricultura/ Involution, de Geertz (1963), y en arqueología, a partir de un artículo de Flannery de 1968.

Es evidente que un modelo cibernético no puede transferirse globalmente a otra disciplina, y muchos somos conscientes de que el lenguaje sistémico igual puede servir para aclarar como para oscurecer un problema. Es más, sería una locura aplicar sin más un enfoque biológico sistémico en las ciencias sociales. Pero a pesar de todo, los principios básicos de la teoría de sistemas son funda­mentales para integrar la dimensión medioambiental en la arqueología con­textual.

Contexto y ecología

Odum (1971:8) definió un ecosistema como una comunidad de organismos en un área determinada en interacción con el medioambiente físico, de forma que

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6 Perspectivas

el flujo de energía posibilite una clara definición de las cadenas alimenticias, la diversidad biótica y el intercambio de materiales entre las partes vivientes Y las no vivientes. Transformando este concepto en poblaciones humanas, los compo­nentes básicos del medio no-cultural se convierten en distancia o espacio, topo­grafía o accidentes topográficos y en recursos bióticos, minerales y atmosféri­cos. La geografía moderna se ocupa básicamente de las interrelaciones entre las comunidades humanas y sus entornos respectivos, y, de manera creciente, de la expresión espacial de los fenómenos socioeconómicos conexos. Es preci­samente este énfasis en el elemento espacial lo que diferencia este enfoque de la antropología ecológica (Hardesty, 1977; Moran, 1979), disciplina que se ocupa asimismo de la interrelación entre el sistema social y el sistema medioambiental.

Esos conceptos sistémicos, sin embargo, son demasiado complejos para su aplicación práctica, aunque el problema puede minimizarse mediante la identi­ficación de los principales componentes de la investigación, como algo distinto de los objetivos sistémicos finales. Los objetivos primarios o de nivel inferior se refieren a las técnicas y metas inmediatas de cada uno de los métodos, tales como la arqueología espacial, la arqueometría y la arqueología medioambien­tal. El objetivo secundario o de nivel superior es para todos el contexto, objeti­vo que comparten todos los métodos afines1

Por consiguiente, el objetivo principal de la arqueología medioambiental de­bería consistir en definir las características y procesos del medioambiente bio­físico susceptibles de suministrar una textura pura y de interactuar con los sis­temas socioeconómicos, tal como se reflejan, por ejemplo, en las actividades de subsistencia y en los patrones de asentamiento. El objetivo secundario de este y otros métodos afines es llegar a comprender el ecosistema humano defi­nido por esa intersección sistémica (Chorley y Kennedy, 1974:4). Un objetivo general alcanzable para la arqueología contextual es el estudio de los yacimien­tos arqueológicos o conjuntos de yacimientos, como parte de un ecosistema humano. Dentro de este ecosistema humano, las comunidades del pasado de­sarrollaron una interacción espacial, económica y social con las texturas me­dioambientales en las que estaban entrelazadas adaptativamente'. Aquí y en

1Identificando objetivos primarios y secundarios, es posible, en primer lugar, explicar cómo con­tribuye individualmente cada enfoque a la arqueología contextual. De esta forma, los inputs inter­disciplinarios pueden encauzarse hacia un objetivo común, obviando la necesidad de paradigmas ecológi.cos y geográficos distintos, como propuso Clarke (1972: 7). En segundo lugar, los objetivos explícitamente jerárquicos ayudan a identificar los componentes básicos de la investigación y faci­litar el análisis y la resolución intermedias, así como los obetivos sistémicos últimos. 2Así definida, la arqueología contextual incluye diversas escalas y dimensiones. A modo de acla­ración, la escala es un concepto métrico, distinto de la dimensión, que tiene magnitud y dirección con respecto a dos o más coordenadas e implica un sentido de propósito o perspectiva. La arqueo­logía contextual implica escalas variables, porque tanto los sistemas socioeconómicos como los es­paciales pueden ser estudiados a nivel detallado o a nivel general. Incluye también varias dimensio­nes, esto es, espaciales (el subsistema del sitio), jerárquicas (el subsistema medioambiental) y ecológicas (los procesos interactivos). Este enfoque puede aplicarse, pues, a sociedades ganaderas simples, cuyo asentamiento y subsistencia se organizan fundamentalmente en un plano horizontal, Y tam­bién a sociedades complejas caracterizadas por estructuras verticales significativas.

El contexto en arqueología 7

el resto de este texto utilizo el término ecosistema como un marco conceptual que permite resaltar la importancia de las interrelaciones ecosistémicas. No uti­lizo ni propongo texturas sistémicas. La arqueología contextual, más interesada en los yacimientos que en los arte­factos, se ocupa sobre todo de la expresión multidimensional de la toma de de­cisiones humanas dentro del medio. Y, sin ocuparse directamente de los fenó­menos ecológicos, tales como los flujos de energía y las cadenas alimenticias, tiene como finalidad estimular la investigación globalizadora, en base funda­mentalmente a las complejas interacciones sistémicas entre los factores y pro­cesos culturales, biológicos y físicos. Cinco temas fundamentales destacan particularmente: el espacio, la escala, la complejidad, la interacción y la situación de estabilidad o equilibrio (Butzer: 1978a). Esos conceptos provienen de la geografía o de la biología, pero tienen aplicaciones antropológicas y arqueológicas directas e incorporan tanto dimen­siones espaciales como temporales. Más aún, cada una de esas propiedades es cuantificable y, por Jo tanto, susceptible de ser analizada científicamente (But­zer, 1980f).

Espacio. Los fenómenos raramente aparecen distribuídos de forma homogé­nea en el espacio. Los rasgos topográficos, los climas, las comunidades bioló­gicas y los grupos humanos traducen un modelo espacial y son, por tanto, sus­ceptibles de análisis espacial.

Escala. El análisis espacial sirve para distinguir objetos, agregados o modelos a pequeña, mediana y gran escala. Del mismo modo, la configuración de las comunidades biológicas o de los agregados físicos se establece, se mantiene o se modifica mediante procesos que operan a diversas escalas espaciales y tem­porales, que pueden ser periódicas o aperiódicas. Los estudios a microescala se complementan con los estudios a macroescala, y ambos son necesarios para una interpretación comprehensiva.

Complejidad. Los medioambientes y las comunidades no son homogéneas, Jo que hace difícil su caracterización y su delimitación. Por ello se requieren enfo­ques espaciales y temporales flexibles a escala múltiple.

Interacción. En un medioambiente complejo con una distribución desigual de los recursos, las comunidades humanas y no humanas interactúan internamen­te unas con otras y con el medioambiente no viviente; y Jo hacen a diferentes escalas, a diferentes grados de proximidad y a ritmos cambiantes o desiguales.

Estado de equilibrio. Las distintas comunidades de cualquier complejo medioam­biental se ven globalmente afectadas de alguna forma, por feedbacks negativos resultantes de procesos internos o de aportes externos. Por consiguiente, el rea­juste, pequeño o grande, a corto o a largo plazo, es más la regla que la excepción.

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8 Perspectivas

Estas cinco perspectivas pueden resultar más comprensibles con una serie de ejemplos que ilustran las distintas escalas y dimensiones de un enfoque con­textual.

Escalas y dimensiones de la arqueología contextual

Una fotografía LANDSAT del centro de Illinois o del este de Africa nos pro­porcionaría una impresionante ilustración de la productividad biótica diferen­cial demostrativa de lo inadecuado que resulta la premisa básica de la mayoría de los análisis espaciales geométricos, según la cual el espacio es homogéneo. Las manchas rojas y las manchas azules denotan pautas regionales concentra­das y difusas, algunas claramente delimitadas, otras difuminándose a través de amplias transiciones. La distribución de la fauna en cualquier momento dado traducirá aglomeraciones complejas similares.

La importancia del modelo biótico para la evaluación de los recursos huma­nos es equiparable a la importancia de la trama topográfica y sedimentaria en el esbozo de una panorámica arqueológica o en la interpretación del emplaza­miento de los yacimientos. Por ejemplo, en el valle del Nilo del Medio Egipto, los yacimientos prehistóricos recientes conocidos no son en absoluto represen­tativos de los patrones de asentamiento predinásticos, sino y sobre todo, una función de la conservación selectiva de los yacimientos superficiales situados en los márgenes del río (Butzer, 1960a). De igual modo, la ubicación de los gra­bados rupestres del sur de Africa corresponde previsiblemente a la presencia de afloramientos rocosos favorables, a pequeños cambios topográficos y a la variabilidad ambiental (Butzer et al., 1979). La arqueología espacial ha hecho valiosas aportaciones en los últimos años (por ejemplo, Clarke, 1977), pero mu­chos de sus representantes siguen sin considerar el espacio real como algo dis­tinto y opuesto al espacio abstracto.

El mosaico de la distribución de los fenómenos biofísicos sirve igualmente para ilustrar los atributos sincrónicos de la escala. Los alimentos arbóreos son perceptibles a microescala en un sólo árbol o en un conjunto de árboles, a me­soescala en unas tierras altas determinadas o en los componentes forestales de los valles aluviales, o a macroescala en el mosaico de las galerías forestales re­gionales. De ahí que la curva media del polen sirva para establecer una secuen­cia paleoclimática de cierto valor estratigráfico, específica de un hábitat regio­nal o biomo, pero en la mayoría de los casos poco útil para elucidar 1~': complejidad de un aprovechamiento potencial de recursos, a menos que el pá­linólogo enfoque el problema como lo baria un arqueólogo (por ejemplo, Bryant, 1982). --.

Esta perspectiva espacial de la escala es indisociable del marco temporal o diacrónico; es decir, de la coyuntura estacional y la predictibilidad de los ali­mentos recogidos o producidos; de la importancia de las anomalías cíclicas, de las principales perturbaciones, y de los cambios a largo plazo de los princi­pios de equilibrio que definen el sistema medioambiental. La variabilidad am-

El contexto en arqueo!og(a 9

biental tendrá efectos a diversas escalas sobre la biomasa de alimentos anima­les y vegetales e, incluso, sobre los caracteres cuantitativos y cualitativos de las comunidades bióticas. A su vez, la variabilidad, las tendencias y transforma­ciones ecosistémicas afectarán probablemente a la demografía, a las estrategias de subsistencia y a los patrones de asentamiento e, incluso, al tejido social, con diferentes grados de intensidad, en función de la magnitud del cambio y de la información, y a las decisiones de las comunidades humanas.

El papel de la complejidad queda reflejado en los problemas paralelos de la clasificación y delimitación de los tipos de artefactos y de los tipos climáti­cos. ¿Cuáles son los criterios más adecuados? O, mejor aún, ¿cuáles son los criterios practicables a la vista de los datos fundamentales? ¿Describen éstos clasificaciones útiles? ¿Son estas clasificaciones mutuamente excluyentes? El ordenador ayuda a aclarar las incidencias, pero no resuelve necesariamente el problema lógico fundamental de definir los conjuntos de artefactos y yacimientos o los fenómenos biofísicos. El problema resulta complejo cuando intentamos identificar proceso y respuesta en una cadena de subsistemas ensamblados en­tre sí. Los roles de las posibles concatenaciones de inputs negativos pueden ser simulados por el ordenador, pero el resultado no será más que una hipótesis de trabajo.-Serán necesarias múltiples líneas de investigación contextual esp~c" cializada para identificar los componentes clave y las interacciones procesuafes de nivel inferior y medio. -

Axum, una antigua civilización que floreció en el norte de Etiopía durante el primer milenio d.C., es un ejemplo que ilustra perfectamente el tema de la interacción. Axum debía su prosperidad al comercio internacional, pero sus re­cursos mercantiles se encontraban en áreas medioambientales distintas, ocupa­das por pueblos extranjeros vinculados a Axum a distintos niveles. El oro pro­cedía de las tierras bajas semiáridas dominadas temporalmente, pero nunca totalmente controladas, por Axum. Al principio el marfil y el incienso abun­daban en las selvas de las tierras altas locales, pero cuando elefantes y árboles empezaron a escasear, marfil e incienso tuvieron que buscarse en las tierras le­janas de la Etiopía húmeda. De hecho, la base demográfica de Axum era vir­tualmente superior a la productividad subsistencia! de su hábitat local. Cuan­do en el siglo VII la demanda del mercado internacional empezó a declinar, Axum perdió el control de sus recursos comerciales básicos. El aislamiento acen­tuó la escasez de recursos, y la excesiva presión demográfica provocó una seria degradación del paisaje y un empobrecimiento general. Todo ello coincidiendo con una persistente falta de lluvias primaverales que hizo que las dos cosechas anuales habituales en las tierras no irrigables se redujeran a una sola. El resul­tado fue una brutal despoblación y un desplazamiento del poder y la pobla­ción hacia regiones más fértiles en Etiopía central. Axum es un ejemplo de cómo la disponibilidad espacial y temporal de recursos, así como la interacción entre una sociedad y sus recursos básicos, pueden ser de capital importancia para el análisis de los procesos históricos. ·\ ,::, ,.r. n

En una perspectiva más amplia, es evidente que los sistemas culturales histó-

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10 Perspectivas

ricos y prehistóricos, tras siglos de equilibrio adaptativo con o sin crecimiento continuo, han experimentado discontinuidades posteriores. Los cinco milenios de historia egipcia (Butzer, 1981b) y de historia de Mesopotamia (Adams, 1978) muestran alteraciones de siglo en siglo en consonancia con los aumentos de po­blación y de productividad en respuesta a un control jerárquico real, de un lado, y con el declive demográfico y la fragmentación política, de otro. Aportaciones endógenas y exógenas reclamaron repetidos ajustes. Y mientras las crisis me­nores se superaban mediante cambios estructurales temporales, las grandes cri­sis necesitaron de una reorganización de la superestructura política y económi­ca, con o sin transformación de identidad. Pero el sistema adaptativo fundamental sigue siendo el mismo en Egipto y en el Irak moderno: un ajuste flexible pero persistente a un medio ambiente caracterizado por los valles alu­viales. Considerados a muy largo plazo, los sistemas culturales elaborados no son estables ni homeostáticos, sino dinámicos, porque los cambios estructura­les se ven obligados a garantizar continuamente la viabilidad e incluso la su­pervivencia (Butzer, 1980c).

La adaptación (sobre todo como estrategia de supervivencia) y la adaptabili­dad (como capacidad de ajuste de un sistema cultural) son el común denomi­nador de esos ejemplos de componentes jerárquicos de un paradigma contex­tual (véase el capítulo 15). Definidos en términos culturales y no en términos biológicos (Kirch, 1980a), esos conceptos son el núcleo del ecosistema humano gracias a su aportación de criterios, en mi opinión más idoneos para el análisis del proceso histórico y del cambio cultural que los del popular modelo ontogé­nico que compara las civilizaciones y las culturas con organismos que crecen y luego mueren. Los arqueólogos comparten con los antropólogos culturales, los historiadores y los estudiosos de la geografía humana el objetivo último de la interpretación histórica, además de compartir muchos métodos y modelos conceptuales. Pero las técnicas analíticas y los métodos científicos del arqueó­logo son distintos. Este punto puede demostrarse echando una ojeada a la lite­ratura relativa a las contradicciones naturales y a la elasticidad social -el pa­pel del individuo y de la comunidad en la toma de decisiones es siempre un elemento clave (Burton et al., 1978; Torry, 1979). A falta de registros históricos o de un grado razonable de continuidad etnográfica, la arqueología prehistóri­ca nunca llegará a dilucidar la naturaleza de este proceso de toma de decisio­nes. Independientemente de que podamos o no identificar la aparición de ese proceso, nunca podremos saber por qué, cómo o cuándo se inició.

La arqueología como arqueología

Se ha dicho muchas veces que la arqueología o es una antropología o no es nada (Willey y Phillips, 1958:2). Disiento de esta definición. Es cierto que la arqueología y la antropología cultural mantienen, o deberían mantener, una estrecha relación simbiótica, y que la arqueología depende, de hecho y en gran medida, de estímulos y modelos procedentes de la antropología social, ecológi-

El contexto en arqueo/og{a ll

ca y evolutiva. Pero la arqueología, en varias de sus fases evolutivas ha depen­dido asimismo de la geología, la biología y la geografía. La arqueología es una ciencia social compleja por derecho propio -punto de vista articulado recien­temente por Gumerman y Phillips (1978) y por Wiseman (1980). Pero como ocurre con la geografía, por más que dependa profundamente de los métodos empíricos y de los modelos de las ciencias naturales, la arqueología se inscribe dentro de las ciencias sociales sobre todo por lo que a sus objetivos se refiere. Las metodologías especificas de otras disciplinas, antropología y biología in­cluidas, no pueden transferirse sin más a la arqueología; si queremos que resul­ten productivas, tienen que transformarse en un nuevo paradigma secundario. Por esta razón me siento tan incómodo con un paradigma de antropología cul­tural no adaptado, como con un paradigma de biología. El contexto constituye una vieja preocupación de la arqueología' y, tal como se define aquí más glo­balmente, se aborda con un bagaje conceptual procedente de la antropología cultural, de la antropología humana y de la ecología biológica... ·

Lo que pretendo, por tanto, es una arqueología conte)(tual, no una arqueolo­gía antropológica; pretendo la exploración y- éY ci,,sarrollo deliberados de un en­foque que trascienda la preocupación tradicional por los artefactos y los yaci­mientos aislados y posibilite una apreciación realista de la textura medioambiental y de sus interacciones espaciales, económicas y sociales poten­ciales con el sistema de asentamiento subsistencia!. El ecosistema humano así definido permitirá abrir perspectivas verdaderamente ecológicas, muy subesti­madas durante mucho tiempo. Este enfoque contextual dependiente en gran parte de la arqueobotánica, la zoo-arqueología, la geo-arqueología y de la ar­queología espacial, es nuevo no en cuanto a sus componentes, sino en cuanto a su objetivo integral general de comprender el ecosistema humano. La clave de este enfoque sistémico es el conjunto de perspectivas descritas anteriormen­te: espacio, escala, complejidad, interacción y estabilidad. La arqueología con­textual complementa el interés tradicional por el análisis y la interpretación so­cioeconómicos de artefactos y modelos de artefactos, desde el momento que incorpora nuevas dimensiones espaciales, jerárquicas y ecológicas. El desarro­llo y la utilización de esta perspectiva dinámica, tanto en las facultades como en los trabajos de campo y en los proyectos de salvamento, empieza a ser ur­gente, porque resulta indispensable para la comprensión de los ecosistemas humanos.

Habrá quienes afirmen que el interés social y económico tradicional por la variabilidad de la tecnología y el estilo quedan subsumidos dentro de un para­digma contextual omnivalente que pretende explicar la estabilidad multigene­racional presente en las diversas interrelaciones sistémicas entre los pueblos y sus respectivos medios (Schoenwetter, 1981). Pero heurísticamente (a efectos del método de descubrimiento), resulta preferible concentrarse en los enfoques y

3Diferentes conceptos del contexto han sido aplicados por Taylor (1948, 1972), Helm (1962) y Schif­fer (1972).

12 Perspectivas

temas considerados centrales para la arqueología contextual. Ningún paradig­ma merece ser considerado prioritario; los puntos de vista alternativos son esen­ciales para una práctica científica sana. Desarrollando sistemáticamente la me­todología de un paradigma alternativo (y no exclusivo) para aplicarlo luego a los temas fundamentales de la adaptación, la estabilidad y el cambio, estudio­sos y profesionales podrán apreciar su potencial y valorar las ventajas del enfo­que contextual.

Los capítulos que siguen desarrollan estas perspectivas, empezando por una introducción a la variabilidad espacial y temporal de los sistemas medioam­bientales. Luego se introducen las metodologías de las subáreas individuales (geo-arqueologia, arqueometría, arqueobotánica y zoo-arqueología) que pro­porcionan elementos de estudio para analizar las esferas de interacción entre los pueblos prehlstóricos y sus respectivos medioambientes físicos. Esta discu­sión va más allá de la interpretación ecológica de los yacimientos y sus paisajes circundantes para analizar los efectos del asentamiento en la formación del ya­cimiento y los efectos de las actividades de subsistencia en la modificación de las plantas, animales, suelos y paisajes. Por último, las contribuciones integra­das de la arqueología contextual se aplican al análisis espacial del patrón de asentamiento y al análisis temporal de la continuidad y del cambio culturales.

CAPITULO 2

Los sistemas medioambientales: variabilidad espacial y temporal

El espacio y la escala en arqueología

Las cuestiones prácticas y teóricas del medioambiente y del contexto en arqueo­logía requieren una familiaridad con los sistemas medioambientales. Estos pro­porcionan los marcos espaciales y temporales, y físicos y bióticos, donde las comunidades humanas interactúan entre sí por un lado, y que a su vez interac­túan con las comunidades humanas, de otro.

La biosfera comprende todos los organismos vivientes de la Tierra e interac­túa con el medio físico sobre un número infinito de sistemas que la componen. Por razones prácticas, los biólogos suelen seleccionar tan sólo una parte de la biosfera para su estudio directo, y se concentran en las interacciones verticales (jerárquicas) u horizoutales (espaciales).

El primer nivel de la organización vertical incluye los genes y las células, para pasar luego sucesivamente a los organismos, las poblaciones y las comunida­des. La población comprende grupos de individuos de un solo organismo, mien­tras que la comunidad incluye a todas las poblaciones que ocupan un área de­terminada (Odum, 1971:4-5). Por último, la comunidad y el medioambiente no vivo funcionan conjuntamente en un ecosistema. Se puede estudiar tanto un organismo aislado como una sola población (autecología) o una comunidad (sinecologia). Las comunidades pueden ser grandes o pequeñas, y de su tama­ño dependerá su grado de dependencia de los inputs procedentes de las comu­nidades adyacentes. Las dimensiones de las comunidades y de los ecosistemas que esas implican pueden variar de una escala local a una escala subcontinental.

En términos de organización horizontal, las comunidades terrestres más am­plias -los biomos- definen los paisajes bióticos clave de la Tierra. Los bio­mos se definen como "extensas regiones donde grupos específicos de plantas y animales suelen viver en armonía, lo que permite establecer correlaciones sig­nificativas, aunque provisionales, entre los tres (organismos, poblaciones y co­munidades)" (Watts, 1971:186).

Un biomo incluye un número ilimitado de hábitats parcialmente superpues­tos, que representan el espacio donde viven distintas poblaciones o comunida­des. La transición espacial entre dos o más comunidades distintas representa el ecotono, una franja de tensión más estrecha que los hábitats de las comuni­dades contiguas, pero que puede tener una extensión lineal considerable (Odum,

13

14 Perspectivas

1971:157) Un lugar concreto dentro de un hábitat, junto con su horizonte inme­diato, es un sitio. Por último, los agregados espaciales bióticos y abióticos pue­den dividirse en biocoros y fisiocoros (Schmidthusen, 1968:78). El biocoro es el área ocupada por una o más comunidades, que puede abarcar desde una sola población, una "formación" de plantas o una "zona" animal que incluye va­rias comunidades, hasta toda una provincia biótica. Un fisiocoro es un área concreta definida por un conjunto de parámetros físicos en la intersección de la atmósfera y la litosfera. Los biomos o sus hábitats de componentes múltiples tienen dimensiones espaciales, bióticas y abióticas y, por tanto, comprenden un biocoro y un fisiocoro espacialmente coincidentes.

La ecología se ocupa principalmente de las relaciones funcionales, no de las relaciones filéticas o genéticas. El concepto de nicho ilustra perfectamente este hecho. Odum comparaba el hábitat con la ubicación de un organismo, y el ni­cho con el Jugar ocupado por ese organismo. El nicho incluye explícitamente el espacio físico ocupado por el organismo, su rol funcional en la comunidad y la forma en que se ve constreñido por otras especies y factores abióticos (Odum, 1971:234). La pervivencia de un ecosistema depende en gran parte de la regula­ción de los niveles tróficos; es decir, de las cadenas alimenticias verticales y de los modelos de flujo energético (Figura 2-1). Por consiguiente, los biomos, en tanto que grandes ecosistemas mundiales, mantienen una unidad funcional en el espacio en virtud de las comunidades que tienen funciones similares, inde­pendientemente de que la composición de las especies varíe. Así, por ejemplo, las especies e incluso los géneros arbóreos y animales dominantes en el bosque circumpolar de coníferas varían de una región a otra a Jo largo de la zona bo­real del hernisfero norte. Las especies son, pues, en gran medida, reemplazables en el espacio y en el tiempo (Odum, 1971:140).

El biomo como sistema medioambiental

Los conceptos ecológicos introducidos en la sección anterior son fundamenta­les para el análisis medioambiental porque el biomo equivale a un macro­ambiente. Esos medioambientes a macro-escala son los que vienen delimitados en los mapas generales de los libros de texto de biología y geografía. A veces aparecen asociados a "áreas culturales" que acotan comunidades humanas que disponen teóricamente de culturas materiales similares (Kroeber, 1939; Carter, 1975). Aunque esas divisiones son por Jo general demasiado esquemáticas para servir de marco de referencia del potencial de subsistencia, son útiles para dis­cutir las variables medioambientales clave y sus formas de interacción.

Los cuatro componentes fundamentales de un sistema medioambiental son la atmósfera, la hidrosfera, la litosfera y la biosfera (Figura 2-1). Las variables clave de estas grandes categorías vienen consignadas en la lista de la Tubla 2-1. El listado de estas variables tiene sobre todo un valor heurístico porque la abs­tracción de la información bruta de cualquiera de esas subcategorías resulta difícil en términos de utilidad para explicar las interacciones sistémicas. Por ejem-

Variabilidad espacial y te,nporal

Agua y dióxido de carbono

[>-input

-V Output

O Translerencia

Energfa irradiada convertida por

fotosíntesis de las plantas {Productividad)

Almacenamiento estacional de biomasa vegetal

Nutrientes inorgénicos

~ Almacenamiento

ºRegulador

Transformación de de1ritos

orgánicos por micro·organismos

Minerales,

< incluido • • '· • • nitrógeno

atmosférico

15

Figura 2-l. Ciclo de energía simplificado en un sistema medioambiental. Los símbolos utilizados en las Figuras 2-1, 2-2, y 2-6 son de Chorley y Kennedy (1971).

plo, la expresión sintética de los tipos climáticos sólo es posible mediante el uso de programas informáticos muy costosos. Y aún entonces tienen que sim­plificarse, tanto en términos de tiempo de ordenador como en términos de la cantidad limitada de datos empíricos referentes, por ejemplo, a la evaporación o a la velocidad y dirección del viento. Este problema ha sido el caballo de ba­talla de la climatología durante casi un siglo, como evidencian las innumera­bles clasificaciones simplificadas que se han inventado para ilustrar la organi­zación y distribución de los climas en los distintos continentes. Incluso cuando se hace coincidir las regiones climáticas con biocoros concretos, la importancia otorgada a la delimitación es totalmente desafortunada, aun cuando sólo sea por el hecho de que las fronteras bióticas y fisiográficas son abstracciones arbi­trarias que cruzan zonas de transición complejas.

El segmento terrestre de la hidrosfera no es fácil de analizar porque las fron-

16 Perspectivas

Tabla 2-1. Variables fundamenta/es de 1111 sistema medioambiental

At111ósfera (Crowe, 1979) AiacrocliTna, que incluye patrones de radiación y distribuciones termales; evaporación, vapor de

agua, y precipitación; presión atn1osférica y vientos; variación estacional y variaciones aperiódi­cas de estos elementos

.1Vlicroclifna, desviaciones a pequeña escala del clima modal í1 raíz de la exposición variable a los elementos climáticos (vertientes de umbría, solanas) y contrastes topográficos que afectan a la circulación atmosférica de bajo nivel; otros climas locales del suelo, de los bosques, de las ciuda­des, etc.

Hidro~fera (Chorley, 1969) Océanos y ,nares, con costas modificadas por la acción de las olas y por el influjo local de los

ríos, y parcialmente influidas por las mareas Lagos de agua dulce, parcialmente modificados por la acción de las olas y los aportes fluviales

Ríos, permanentes o temporales, dominados por \os caudales canalizados y también por otras su­perficies terrestres, directamente moldeados por las crecidas

Agua del suelo y del subsuelo, sobre todo la humedad capilar y gravitacional capaz de producir movimientos verticales y laterales, desplazamientos de iones y alteración de las rocas

Hielo, incluidos los ciclos de hielo-deshielo en el suelo y la roca, subsuelo permanentemente hela­do, mantos de nieve periódicos y glaciares

Litosfera (Butzer, 1976a) Rocas y estructuras, apartadores de minerales transportados y depositados en ciclos de materiales

y que afectan a la permeabilidad, a la porosidad y a la naturaleza de los nutrientes minerales potenciales, y otras transformaciones locales: vulcanismo, terremotos y desprendimientos de tierras

Terreno, incluido el relieve, la elevación, densidad de valles y montañas, inclinación Y longitud de las pendientes; control de los procesos geomorfológicos, energía potencial, ritmo de cambio, Y la probabilidad local de inundaciones o de imbibición del suelo

Suelos, que difieren del substrato por su textura, por los tipos de nutrientes, de contenido orgánico y de actividad microorgánica

Bias/era (Odum, 1971) Co111puestos orgdnicos, que incluyen proteínas, hidratos de carbono y humus

Plantas, sobre todo organismos fotosintéticos que asimilan substancias inorgánicas y agua

Ani,nales, que incluyen a los consumidores primarios de materia orgánica (herbívoros) Y consumi-dores secundarios de otros organismos (carnívoros)

lvficroorganis111os, tales como las lombrices, insectos del suelo, bacterias y hongos, que transfor­man los detritos orgánicos, suministran energía y estimulan o inhiben otros componentes bióticos

Bion1asa y productividad prifnaria, que determinan la energía de la comunidad en relación a la diversidad de las especies, los niveles de población, las cadenas tróficas, la respiración de la co­munidad y el almacenamiento

Ciclo de los nutrientes, que incluye ciclo de los minerales, índices de intercambio de nutrientes entre los organismos y el medioambientes, y la regeneración de los nutrientes de los detritos or­gánicos por los microorganismos.

teras horizontales sÚelen ser efímeras, y algunas partes de la hidrosfera o están en constante intercambio con la atmósfera o están entrelazadas con la litosfera. Asimismo, la capa de suelo superficial, el elemento más importante de la litos­fera, suele estar interconectado con la biosfera a través de la actividad de mi-

Variabilidad espacial y te,nporal 17

croorganismos y ciclos nutritivos. La clasificación resulta asin1ismo difícil por problemas taxonómicos innatos y porque las superficies terrestres difieren pro­fundamente en edad y en historia medioambiental.

Por último, las distribuciones bióticas son de difícil caracterización porque requieren criterios genéticos, históricos y ecológicos. La vegetación, por ejem­plo, puede describirse en términos botánicos (géneros y especies), de aspecto (en base a la forma de las hojas y a la estacionalidad y también de la altura y el espaciamento de las principales plantas) o de formaciones (que vinculan las especies dominantes con las propiedades fisionómicas). Pero incluso un en­foque fisionómico o formacional tendente a lograr una síntesis ecológica se com­plica a la hora de incorporar la trayectoria histórica (por ejemplo, la migración de las plantas, o su aislamiento o exterminio locales). En el caso de la zonifica­ción animal, la distintas especies vienen determinadas en gran medida por las barreras físicas, los patrones de dispersión y la historia paleoclimática, mien­tras que los animales mismos han logrado con frecuencia adaptarse en forma de ecotipo local a través de la aclimatación fisiológica o una mutación genética menor (ver Capítulo 11). Aun aislando comunidades bióticas en base a un cier­to grado de unidad funcional, la movilidad, la variabilidad estacional y la es­pecialización limitada de muchos grandes mamíferos y aves hacen que la defi­nición de fronteras resulte altamente arbitraria.

Por tanto, no existe un procedimiento fácil para definir y aplicar las varia­bles ecosistémicas que caracterizan los biomos mundiales. Las cosas se compli­can al intentar describir -y ya no hablemos de hacer operativas- las interac­ciones. Veamos tres ejemplos de interacción susceptibles de arrojar luz sobre el problema.

Las interrelaciones entre la vegetación, el suelo y la litosfera resultan espe­cialmente evidentes en distribuciones regulares en tablero o 1nosaico. Las áreas con un drenaje superficial insuficiente, con un suelo vegetal pobre o con un substrato de permeabilidad o composición poco corrientes favorecen la forma­ción de tipos de suelo y de vegetación aberrantes en relación con la pauta regio­nal. Estos factores edáficos (ver Capítulo 4) explican las zonas de tundra en los bosques boreales subárticos, los tramos de pradera moteando el bosque tro­pical y las galerías forestales de los márgenes fluviales al límite del desierto y la sabana herbácea.

Los flujos y equilibrios energéticos ejemplifican el rol sistémico de las comu­nidades bióticas en interacción con el medio físico. La bio,nasa -el peso vivo de todas las plantas y animales- y la productividad primaria -o tasa de pro­ducción de materia vegetal mediante fotosíntesis (Figura 2-1)- constituyen com­ponentes útiles de referencia. Pero en la práctica, las ecuaciones relevantes son complejas y sólo resultan operativas con subsistemas culturales o bióticos sim­plificados (Rappaport, 1971a; Nietschmann, 1972). La dinámica poblacional y las relaciones interpoblacionales son básicas para una apreciación más am­plia de la energética dentro de la compleja jerarquía de las comunidades en la cadena trófica. Es más, un solo lapso de tiempo no puede incorporar la varia-

18 Perspectivas

bilidad normal y anormal de los flujos de energía producida por las oscilacio­nes cíclicas entre los diversos componentes de cada nivel trófico. A pesar de estas limitaciones prácticas, la utilidad del enfoque energético en antropología ecológica ha quedado demostrado por Hardesty (1977).

Las actividades geomórficas de las corrientes de agua, de las olas, del hielo, de la gravedad y del viento ejemplifican de forma espectacular las interaccio­nes entre los cuatro principales ámbitos medioambientales. Por ejemplo, la ra­diación solar evapora el agua de mar, que los vientos llevan en forma de vapor de agua a tierra, donde precipita en forma de lluvia, y después de circular su­perficialmente, de erosionar parte de la capa de suelo superficial y alterar la trama de la circulación local, afluye de nuevo a un lago o al mar, donde quizá tenga primero una intervención activa en la extensión de un delta y, por consi­guiente, en la acción del oleaje. Mientras el agua que ha penetrado en las fisu­ras de las rocas activa la alteración química, el agua superficial desplaza los nutrientes minerales del suelo o los arrastra hacia el río, donde, añadidos a los sedimentos minerales inactivos, descienden río abajo en forma de solutos o de suspensiones de arcilla o limo, o de arena y guijarros, que son arrastrados me­cánicamente sobre la superficie del lecho del río. El concepto de ciclo mineral expresa la acción claramente definida de los procesos geomórficos en la super­ficie y en el interior del suelo, así como a lo largo del contacto de la tierra con el agua. Estos procesos determinan la estabilidad de la capa de suelo superfi­cial y la transformación física de la litosfera, y por tanto, son los ciclos mate­riales más tangibles de un ecosistema (Figura 2-2).

La complejidad de los sistemas parciales y rudimentarios que acabamos de esbozar sirve para mostrar que los ecosistemas funcionales modernos son muy poco prácticos para el análisis empírico. No es raro, por tanto, que la recons­trucción de los sistemas del pasado siga siendo inviable. Sin embargo, la mayo­ría de los ecólogos utilizan el ecosistema sobre todo como paradigma -un am­plio enfoque conceptual ideado para organizar e interpretar los datos. El sistema medioambiental tiene un valor focal y heurístico similar para la arqueología contextual. Concretamente, los flujos energéticos y minerales son dos de las esferas más significativas de la interacción entre los componentes del sistema medioambiental en general y del ecosistema humano en particular.

Las propiedades del equilibrio _

Al igual que otras redes interactivas, los sistemas medioambientales incluyen subsistemas de feedback integrados que se auto-regulan y enriquecen el siste­ma dándole una mayor flexibilidad (Chorley y Kennedy, 1971). El feedback es una propiedad sistémica por la que el cambio introducido por una de las varia­bles es transmitido a través de la estructura total hasta volver a la variable ini­cial. El feedback negativo establece un bucle cerrado de cambio que amortigua o estabiliza el efecto del cambio original, manteniendo un equilibrio estable o un equilibrio dindmico (Figura 2-3). El feedback positivo refuerza el efecto

Variabilidad espacial y te,npora/

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Figura 2.2. Ci~lo mineral. simplificado en relación con la alternción atmosférica, los suelos y las aguas superficiales, Los tipos de vegetación, la interferencia del hombre y los cambios climáticos pueden afect~r ?l "regulador" crítico de la cobertura vegetal. Los cambios de dima, de nivel del mar Y la tecton1ca pueden afectar a la energía potencial (relieve disponible).

19

20 Perspectivas

EQUILIBRIO ESTATICO

Tiempo de relajación EQUILIBRIO ESTABLE, con recuperación

EQUILIBRIO INESTABLE, Nuevo equilibrio --···- • -- --"-<..-____ __;_ __ con estabilización

a un nuevo nivel

------------------- Viejo equilibrio

Nuevo equilibrio EQUILIBRIO METASTABLE, con umbral de separación de los diferentes equilibrios

EQUILIBRIO FIJO, sin cambio neto en el nivel 'de equilibrio

EQUILIBRIO DINAMICO, con 1endencia a mantenerse

EQUILIBRIO METASTABLE DINAMICO, con tendencias a largo plazo separadas por saltos a un nuevo nivel

Figura 2-3. Tipos de equilibrio. Las flechas verticales indican cambios en las variables de control. Adaptado de Chorley y Kennedy (1971: Fig. 6-1).

de los cambios inducidos externamente, acelerándolos en la dirección de la ac­ción inicial. En última instancia, son las variables individuales, que no pueden operar indefinidamente en una sola dirección, las que establecen los límites.

La atmósfera constituye un buen ejemplo de ambos tipos de feedback. A pe­sar de repetidas anomalías, como inviernos fríos, veranos lluviosos y fuertes tormentas, los controle¡; atmosféricos básicos ponen límites a cada aberración hasta que este feedback negativo provoca la vuelta a una forma de conducta "normal". Así, por ejemplo, una caída de la temperatura aumenta la cantidad de nieve, prolongando la cobertura nival estacional y aumentando la reflexivi­dad de la superficie del suelo (albedo) y, por consiguiente acentuando el frío. Si estos mecanismos de feedback positivo duran lo suficiente, la circulación at­mosférica puede adoptar una nueva modalidad de comportamiento ad hoc, que a su vez será mantenido por un feedback negativo.

Variabilidad espacial y te,nporal 21

Los sistemas naturales se caracterizan sobre todo por tendencias de feedback negativo, de forma que los cambios del medio energético favorezcan el reajuste de las variables del sistema en la forma de un modelo oscilante llamado estado de equilibrio fijo (Figura 2-3). Este cambio auto-regulador se llama homeosta­sis dinámica (Chorley y Kennedy, 1971:15). Dos factores complican la auto­regulación: a) las respuestas secundarias que aparecen cuando uno o más cam­bios siguen operando después de que el cambio inicial de energía se haya inver­tido (por ejemplo, las torrenteras laterales de un valle pueden iniciarse en res­puesta a una situación medioambiental pasajera, pero la erosión ascendente del curso principal, una vez puesta en marcha, por lo general no se interrumpirá); b) los umbrales, que se alcanzan cuando un pequeño cambio en una variable esencial impone al sistema un equilibrio dinámico radicalmente distinto, a me­nudo irreversible (Chorley y Kennedy, 1971:237). Los sistemas expuestos a esas drásticas transformaciones son metastables (Figura 2-3).

El tiempo transcurrido entre la aparición de una perturbación y el restableci­miento de la estabilidad es el tiempo de relajación (Chorley y Kennedy, 1971:15), que sirve de medida de la elasticidad del sistema (Orians, 1975). La capacidad de resistencia del sistema frente a perturbaciones externas y de respuesta a los inputs sin franquear un umbral se llama inercia o elasticidad (Holling, 1973; Orians, 1975).

Gran parte de la estabilidad cíclica de los sistemas medioambientales está re­lacionada con las estaciones. De ahí su utilidad para distinguir entre constan­cia -la situación es la misma en todas las estaciones del año- y contingencia -la situación depende de cada estación pero el modelo es el mismo para todos los años (Colwell, 1974). Por ejemplo, los accidentes geográficos, los océanos y las aguas termales profundas revelan una total constancia, mientras que los biotos en su mayoría muestran diversos grados de contingencia. La constancia y la contingencia definen conjuntamente la predictibilidad (Colwell, 1974), un concepto que sirve para medir las variaciones de los fenómenos periódicos, Por ejemplo, la lluvia es sumamente predecible en la selva ecuatorial debido a su alta constancia, y es también relativamente predecible en los bosques de la cuenca mediterránea, con su marcada sequía estival, porque el régimen de lluvias in­vernal refleja un alto nivel de contingencia.

Cuando las perturbaciones son sobre todo de carácter aleatorio o fortuitas, las predicciones sobre el comportamiento del sistema se basan en la probabili­dad. La configuración de un modelo probabilista se opone al modelo determi­nista, donde el comportamiento es matemáticamente predecible. Las desvia­ciones fortuitas de la regularidad predecible representan el ruído. Por último se da una regularidad estadística cuando acontecimientos fortuitos se convier­ten en acontecimientos predecibles colectivamente en el contexto de una serie temporal más larga. Ejemplo de ello son las frecuencias estadísticas de los des­bordamientos de un río y la extensión máxima de las inundaciones de su llanu­ra fluvial.

22 Perspectivas

Escalas de variabilidad medioambiental

La variabilidad es un aspecto fundamental del contexto. Las escalas u órdenes de fluctuación o cambio medioambientales pueden calibrarse sobre todo a par­tir del registro empírico, tal como se indica en la Tabla 2-2.

Las longitudes de onda de la variación ambiental van desde unos pocos años hasta varios millones de años. Existe una relación proporcional que hace que los cambios a largo plazo tiendan a tener amplitudes mayores y efectos más universales. Pero un examen más detallado muestra muchas excepciones. La costa occidental de Norteamérica ilustra algunas de esas dimensiones (Wolfe, 1978). Aquí se dio, a comienzos del Terciario, una variación anual de temperatura de 5ºC entre los meses más cálidos y los más fríos. A finales de la misma era la oscilación aumentó hasta alcanzar 17ºC, y en ocasiones, 27ºC. Las fluctuacio­nes climáticas del Terciario presentaron una longitud de onda de 9 a 10 millo­nes de años, con una amplitud de 7ºC al principio de la era y de 2ºC a 40ºC al final. Durante las glaciaciones del Pleistoceno las longitudes de onda de los últimos 2 millones de años experimentaron una drástica disminución, con una media apenas inferior a los 100.000 años y con una amplitud de lOºC a 20ºC.

/ Thbla 2-2. Escalas de variación climática

Prbner orden (menos de 10 años): oscilaciones de un año a otro, incluyendo el "pulso" atmosféri­co de 26 meses, las tempestades de polvo de las Grandes Llanuras de 1934-39, y la sequía del Sahel de 1971-74

Segundo orden (menos de 10 años?: anomalías a corto plazo, tales como tendencias bien defini­das en el registro instrumental, incluyendo el recalentamiento del Artico (1900-40) y el reseca­miento del Este africano (1900-60)

Tercer orden (varios siglost: anomalías a largo plazo, tales como la "pequeña edad del hielo", a nivel mundial (100-1200 d.C.), de amplitud suficiente para traducirse en los registros arqueoló­gicos; las variaciones climáticas de tercer orden incluyen oscilaciones repetidas durante los 10.000 años del Holoceno

Cuarto orden (varios mileniost: perturbaciones importantes; por ejemplo, las importantes inte­rrupciones del último período interglaciar, las oscilaciones estadiales-interestadiales del último período glaciar, y los milenios calidos y habitualmente más secos de hace 8000-5000 años (Alti­térmico, Optimo climático)

Quinto orden (varias decenas de milenios)tl: ciclos climáticos mayores del orden de magnitud de los glaciares e interglaciares, que abarcan de 20.000 a 70.000 años, con ocho períodos glaciares comprobados durante los últimos 700.000 años

Se.Yto orden (varios millones de añost: eras geológicas, incluyendo la duración de varias edades del hielo, como el Permocarbonífero (de 10-20 millones de años de duración aproximadamente, hace unos 290 millones de años) y el Pleistoceno (oficialmente iniciado hace 1,8 millones de años, tras un importante enfriamiento documentado para 3,5 millones de años)

"Fritts et al. (1979); Lamb (1977); Butzer (1971b). bLadurie (1971); Gmve (1979). 'Kukla (1975); Woil!ard (!978); Flohn (1979). dKukla (!975); Butzer (1974b). 'Wolre {l978); Crowcll y Frakes (1970).

Variabilidad espacial y te1nporal

NO GLACIAR INTERGLACIAR PLENO GLACIAR Mediados del Terciario

D Polar (Tundra, hielo)

~ Subpolar (Bosque boreal)

~ Templado {Bosques)

~ Subtropical (Bosques)

E:;3 Tropical (Bosque, sabana)

[II] Arido (Desierto, estepa)

23

90 N

30

o

60 S

Figura 2-4. Modelos de zonación biótica planetaria a mediados del Terciario, durante el interglaciar actual y en plena glaciación p!eistocCnica. Adaptado de Butzer (1976b: Fig. 16-2).

A escala planetaria las diferentes zonas medioambientales de principios del Ter­ciario, del Pleistoceno de los glaciares y las de los modelos modernos aparecen en la Figura 2-4.

Los cambios de quinto y sexto órdenes de tiempo geológico son de evidente interés para la evolución de los mamíferos y los primates, pero· las respuestas adaptativas son más probables en un nivel de adaptabilidad inferior. En la Th­bla 2-3 se resumen las longitudes de onda de algunos cambios del tercer al quinto orden determinados empíricamente. Las perturbaciones se identifican con las unidades más pequeñas de resolución en el registro arqueológico, independien­temente de su amplitud. Los cambios biómicos pueden identificarse en base a los registros de polen, a las tendencias en la formación de suelos y a los ciclos lacustres. Las perturbaciones típicas duran de 1 a 3 milenios, mientras que los cambios biómicos identificados sugieren dos tendencias, una de 5 a 7 milenios y otra de 12 a 50 milenios de duración. Las repetidas periodicidades de largo plazo pueden existir pero todavía no se han podido demostrar a escala conti­nental.

Los largos y detallados registros de polen, de sedimentos y de cambios isotó­picos del oxígeno resultan de especial interés (Johnsen et al., 1972; Kukla, 1975; Woillard, 1978), dado que revelan distintos modelos de períodos glaciares e in­terglaciares. Las épocas más cálidas del último período interglaciar y del Halo­ceno estuvieron marcadas por equilibrios estables o dinámicos interrumpidos por varias perturbaciones, cada una de ellas con un tiempo de recuperación

24 Perspectivas

Tabla 2-3. Longitudes de onda de las perturbaciones y desplazamientos biómi­cos en el registro geológico reciente (en milenios)

Desplazamiento Período Región y perturbación Alcance Valor modal biómico de control

Francia (polen)ª 0,3-2,0 0,7-2 5-50 140 Europa Central

(rios)b 0,2-3,0 2 10 Checoeslovaquia

(loesst l,0-10 2-5 5-25 125 Illinois (loess)d 0,5-2,5 0,7-2 5-12 30 Mediterráneo

(vegetación Y 1,25-12,5 2-10 5-50 125 Mediterráneo

(ríost 1,25-7,5 2-5 10 Desierto egipcio

(ríos/ 0,1-4,0 l,5-3 30 Tibesti, Sabara

central (ríos)~ 0,15-3,0 0,4-2,5 8 30 Cuenca del Chad

(niveles lacustres}1' 0,1-12 0,15-2 8-12 30 Cuenca superior del Nilo

(descargai 0,25-3,5 0,8-2 7-12 30 Cuenca del Rudolf

(niveles lacustres); 0,2-2,0 0,5-1 7,5-20 40 Cuenca del Vaal-Orange

(ríos y manantiales)i 0,4-4,5 0,6-4 4-12 30 Sur del Cabo, Africa del Sur

(suelos, vegetación)k l,0-10 1-3 5-20 40 Antártida, Groenlandia

(núcleos de hielo}1 0,18-6,0 0,4-3 3-50"' 125 !vlediana 0,5-5,9 l,l-3,3 5-24

•w01llarrl {1978) hllutzcr (1980a). cKukla (1975). uButzer (1977a) 'F!orschütz et al. (1971). rButzcr (1979). 'Jiikel (1979). 1'!'.foley (!977); Servant (1973). 1BuLzer (19B0b); :nutzcr (1978b); Butzer, Stuckenrnth, et al. (1978). Buticr y Hclgrcn (1972); Shalke (1973).

1Jolm.sen et a!. (1972). mDurnción de las principales desviociones del isótopo de migeno en la precipitación .sólida.

de 1 a 3 milenios (Figura 2-5). El paso de un período interglaciar a un período glaciar y viceversa son ejemplos de un equilibrio dinámico metastable, con um­brales críticos superados hace 70.000 años a principios del último período in­terglaciar, y de nuevo hace 10.500 años al final del último período glaciar. Es­pecialmente sorprendentes son las diversas perturbaciones acaecidas durante la transición entre el último período interglaciar y el último período glaciar, que sugieren una compleja alternancia de feedback negativo y positivo. La tran­sición del último período glaciar al Holoceno, por otro lado, fue especialmente abrupta en algunos registros, pero marcada por una única oscilación violenta en otros registros. Resulta igualmente de interés la gran amplitud de los cam-

Variabilidad espacial y te111poral 25

,•o -45 HOLO·· ULTIMO INTERGLACIAR CENO

-40

-35

·30

por mil

120 110 100 90 80 70 60 50 40 30 20 10

Figura 2-5. Cambios climáticos durante los últimos 125.000 afias, establecidos a partir de los cam­bios en la composición isotópica del oxígeno de In capa de hielo de Groenlandia. Escala temporal !igerameme distorsionada. Adaptado de Johnsen et al. (1972).

bias cíclicos durante el último período glaciar, con repetidas perturbaciones a distintas escalas. Ello sugiere que los glaciares representan inherentemente for­mas menos estables de circulación de la atmósfera, constantemente contrarres­tadas por potentes mecanismos de feedback negativo.

El sistema de proceso-respuesta de la atmósfera terrestre sigue siendo relati­vamente desconocido. Es evidente que la tectónica de placas ha influido en las tendencias del sexto orden elevando los continentes y formando cordilleras mon­tañosas en las regiones críticas. También es cierto que las variaciones de los pa­rámetros orbitales de la Tierra (velocidad de rotación, inclinación y desplaza­mientos del eje, asimetría de la órbita) han influido en la cadencia de los cambios climáticos del quinto orden. Pero los inputs de la variabilidad solar (emisiones a pequeña y gran escala), las cenizas volcánicas flotando en la atmósfera, las inversiones y cambios del campo geomagnético también son muy probables. Las breves y particularmente profundas variaciones del cuarto orden siguen sien­do inexplicables. Sin embargo, se sabe que jugaron un papel fundamental en el desencadenamiento o en la modificación de los cambios del quinto orden. En suma, el cambio climático es una respuesta a múltiples factores que son parte de un sistema cuyas variables -y no hablemos de sus potenciales cuantitativos­apenas conocemos.

Para la arqueología contextual reviste gran importancia el hecho de que los cambios climáticos de distinta longitud de onda y amplitud hayan marcado de forma repetida y puntual el pasado prehistórico. Algún tipo de estabilidad es­tadística ha prevalecido a lo largo de períodos de hasta varios milenios de dura­ción, pero las variaciones sobreimpuestas del primer, segundo y tercer órdenes, por ejemplo, han tenido efectos importantes en la biomasa de distintos medioam­bientes. En muchos casos las frecuentes perturbaciones fueron el resultado de un input inicial de sólo unos pocos siglos, quizá tan sólo de 50 años (Flohn, 1979), mientras que el tiempo de recuperación subsiguiente se prolongó varios milenios. Muchas variaciones del cuarto orden y la mayoría de las del quinto

o

26 Perspectivas

estuvieron asociadas a una total transformación de los biomos. A todas luces, este es un campo fascinante para la investigación.

Modelos para el cambio ecosistémico

La evidencia empírica ofrecida en la sección anterior ilustra varios posibles mo­delos de equilibrio inherentes a los grandes ecosistemas naturales: a) estado de equilibrio fijo, b) equilibrio dinámico, c) equilibrio dinámico marcado por gran­des perturbaciones, seguido de recuperación, y d) equilibrio dinámico metasta­ble, con franqueo a largo plazo, de un umbral. Estos modelos pueden vincular­se a diferentes escalas de variabilidad. Tumbién revelan una interrelación generalizada con la longitud de onda y la amplitud, y afectan de distinta forma a los componentes físicos y a los componentes biológicos. En la Tabla 2-4 se presentan los modelos de tres órdenes de variabilidad.

Las distintas longitudes de onda de la variación medioambiental que apare­cen en la Tabla 2-3 ejemplifican modelos generales a distintas escalas. Sin em­bargo, una esquematización de la información de este tipo encubre las diferen­cias fundamentales existentes entre los componentes físicos y bióticos de los ecosistemas.

El registro geomorfológico de Europa central, por ejemplo, revela cómo unas anomalías climáticas relativamente breves, de muy pocos siglos de duración, tuvieron efectos hidrológicos muy importantes (Butzer, 1980a). La hidrología es un tema complejo que debe tomar en cuenta la relación entre la circulación del agua superficial y a) la infiltración, b) las concentraciones periódicas de caudales fluviales, y c) las amplitudes y la periodicidad de las inundaciones. Esos cambios afectan al equilibrio entre la formación de suelo y la erosión a través de la modificación de los microclimas y de la cohesión del suelo, de la cobertura vegetal que retarda los efectos erosivos de las gotas de lluvia y de la abundancia y la velocidad de circulación de las aguas de superficie o de la re­moción de la capa de humus, de los corrimientos de suelo y de la formación de cañadas. A su vez, la red fluvial acusa las fluctuaciones de los caudales (bre­ves pero brutales crecidas o subidas de nivel más prolongadas pero menos vio­lentas) y la aportación más o menos importante de sedimentos arrancados a las pendientes. El resultado final será la profundización y el enderazamiento de los lechos fluviales o, por el contrario, la instauración de una sistema fluvial ramificado y sinuoso favorable a la deposición de sedimentos (formación de aluviones) (Figura 2-2).

El Cuaternario en Europa central ofrece varios ciclos de erosión fluvial se­guidos por períodos de deposición de aluviones a intervalos de varios siglos a varios milenios. Algunos de los ciclos de erosión más recientes pueden aso­ciarse a interferencias humanas, pero la mayoría responden a fenómenos cli­máticos. Las anomalías de tercer orden responsables son conspicuas sólo en parte en los registros polínicos (como resultado, quizá, del incremento del vo­lumen de las muestras), pero donde los cambios resultan más aparentes es en-

o o

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1 C" ~

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28 Perspectivas

los estudios de los anillos de crecimiento de los árboles (Becker y Frenzel, 1977), prueba de que los subsistemas fluviales de suelos de pendiente presentaban um­brales críticos más bajos que los sistemas vegetativos de la Europa central hú­meda. Cambios significativos en el registro polínico se observan solamente en los niveles de cuarto, quinto y sexto orden; es decir, cambios entre las zonas polínicas postglaciares estándar (Butzer, !97la:530-3), o transformación inter­na de biomos en el transcurso del último período interglaciar (Kukla, 1975) o, incluso, la total sustitución de terrenos forestales y de galerías forestales por tundras y estepas a principios del último período interglaciar. (Frenzel, 1968). Los cambios de quinto y sexto órdenes, además de contribuir a desencadenar los ciclos de erosión y deposición de aluviones, introdujeron nuevos mecanis­mos de alteración del relieve -erosión producida por las heladas, erosión eóli­ca y formación de sedimentos eólicos (loess)- con la consiguiente y profunda transformación de los sedimentos fluviales predominantemente formados por arcillas y limos en sedimentos predominantememente detríticos -arenas y gra­vas. (Butzer, 1971a: Capítulo 18; Kukla, 1975).

Por lo tanto, los ecosistemas se caracterizan por diferentes subsistemas con umbrales característicos, y los subsistemas individuales tienen varios umbrales potenciales en respuesta a los cambios de distintos órdenes. Los datos de la Ta­bla 2-3 muestran que, por lo general, la hidrología y los subsistemas fluviales tienden a ser particularmente sensibles a los inputs medioambientales, mien­tras que las formaciones fisionómicas de las plantas y las comunidades de ma­míferos revelan (en el estado actual del muestreo) una menor sensibilidad. El subsistema de suelo de pendiente y los componentes bióticos de las comunida­des o biomos complejos parecen tener respuestas intermedias. Resulta paradó­jico que la miríada de formas terrestres, que son los fenómenos ambientales más duraderos, acaben sometidas, a largo plazo, a subsistemas procesuales que presentan algunos de los registros más claros y detallados de cambios a peque­ña escala. Esto explica el casi ilimitado potencial de la investigación geo­arqueológica en el análisis contextual.

De la Tabla 2-3 puede inferirse otro elemento fundamental: la inercia varía de un biomo a otro. Los medioambientes forestales de alta predictibilidad, como los de Europa occidental y la cuenca mediterránea, han experimentado la má­xima elasticidad biómica. Las galerías forestales en las latitudes medias de los ecotonos húmedo-semiáridos del Centro-oeste americano y de la Europa centro­oriental tienden a una mayor variabilidad tanto estacional como anual y pre­sentan una inercia menor en el registro geológico. Los desiertos hiperáridos, como el Sáhara, son altamente predecibles, y los cambios biómicos del pasado geológico reciente han afectado sólo a las montañas (por ejemplo, el Tibesti) y a los márgenes del desierto. Los medioambientes semiáridos tropicales y sub­tropicales de Africa han tenido una predictibilidad menor y una inercia limita­da. Por último, la mayor estabilidad de todas aparece en el subsistema oceano­atmosférico que alimenta las capas de hielo de Groenlandia y del Antártico, glaciares que han perdurado al menos 3 millones de años.

Variabilidad espacial y ten1poral 29

La dinámica de los sistemas medioambientales sólo puede entenderse a la luz de la investigación histórica, es decir, desde una perspectiva diacrónica que se centre en el proceso y los efectos temporales, trascendiendo así las limitacio­nes de un enfoque contemporáneo. La perspectiva sincrónica es, como las de­más perspectivas, un modelo simplificado de la realidad, porque "congela" el cambio procesual para poder explicar los componentes, la forma y las interac­ciones de un sistema. Ambos enfoques son complementarios, algo que por des­gracia olvidan muchos científicos y antropólogos del medioambiente. El enfo­que diacrónico de los ecosistemas resulta muy productivo y se aplica en el capítulo 15 para analizar la adaptación cultural.

El carácter único de los ecosistemas humanos

Para concluir este capítulo sobre sistemas medioambientales es necesario intro­ducir los ecosistemas humanos que son la base de este estudio. Los ecosistemas humanos difieren de los ecosistemas biológicos modales tanto en clase como en grado. Para empezar, la información, la tecnología y la organización social desempeñan indiscutiblemente un papel mucho más importante. Pero, más im­portante todavía, los individuos y los grupos humanos tienen una capacidad única de comportamiento intencional en el que intervienen: a) la adecuación de los objetivos a los recursos, b) la transformación de los fenómenos naturales para el logro de los objetivos, y c) la capacidad de considerar esos objetivos sin necesidad de alcanzarlos (Benett, 1976:35-6).

El papel central de la cognición humana puede demostrarse a partir del ejem­plo muy simplificado de ciclo de la energía representado en la Figura 2-6 , en el que se omiten las funciones de almacenamiento para la "biología humana" (población}, la "tecnología" (aptitudes y capital), y la "energía y los produc­tos materiales" (excedentes). Este papel es propio de los sistemas por objetivos y resultados, que no son característicos de los ecosistemas simples (Bennet, 1976:Capítulo 3) y, más todavía, de las actitudes colectivas y de los órganos decisorios de las sociedades complejas del registro histórico. Diferencias simi­lares caracterizarán cualquier modelo imaginable de cadena trófica, al menos para las sociedades complejas, donde los niveles tróficos incluyen una jerarqui­zación de los sectores socioeconómicos.

La importancia del papel cognitivo se discutirá en el capítulo 13, pero ahora es importante comprender que los objetivos, los valores y la percepción de las necesidades son esenciales para entender la acciones humanas, y que la cultu­ra, la percepción y el comportamiento condicionan la forma en que los indivi­duos y las sociedades se interrelacionan con sus respectivos medioambientes. En particular, la geo-arqueología y la bio-arqueología se proponen no sólo de­terminar los recursos y las contingencias medioambientales sino también com­prender la utilización de los recursos y la intervención humana en el seno de un medioambiente determinado.

Atmósfera

Recursos Biofisicos

transformados por procesos biológicos

y humanos

intercambio

Energfa

lnf.

Energia y Productos Energ/a

Organización) lnf. ( Biolo~ia Humana socia\ 1 • incluye

población

Información

Figura 2-6. Ciclo de energía simplificado en un ecosistema humano (excluidas las funciones de al­macenamiento). Adaptado de Bennet (1976).

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CAPITULO 3

Geo-arqueología I: principios básicos

Objetivos

La geo-arqueo/og(a es una investigación arqueológica que utiliza los métodos y conceptos de las ciencias de la Tierra. El término no es sinónimo de geología arqueológica, ni está necesariamente vinculado a la geología:

l. Debe hacerse una distinción fundamental entre técnica y finalidad. Las metodologías de la ciencia de la Tierra aportan información empírica y enfo­ques conceptuales fundamentales para la comprensión del contexto prehistóri­co. Esas contribuciones complementan las de la arqueo-botánica, la zooarqueo­logía, la arqueometría y la arqueología espacial.

2. La distinción entre geología y ciencia de la Tierra es asimismo fundamen­tal porque las geociencias comprenden la geografía, la edafología y la geolo­gía. Cada una de ellas suministra información sobre los componentes esencia­les para el estudio de los sistemas medioambientales. Tomados en su conjunto, esos componentes incluyen una lista muy extensa de subcampos y enfoques mix­tos. La geofísica, la estratigrafía, la sedimentología, la geomorfología, la pe­dología, la hidrología, la climatología y el análisis espacial son todos relevantes para la arqueología en distintos grados.

Ningún individuo puede por sí solo dominar más que unas pocas de esas técnicas. Pero un geo-arqueólogo competente debería ser capaz de valorar las diversas fuentes de datos empíricos -tanto las generadas en el proyecto arqueo­lógico como las disponibles a partir de fuentes externas- con objeto de apli­car esa información a la construcción de un modelo integrado de sistema geo­medioambiental. Este modelo podrá conectarse a la información relativa a los biotos, a la demografía y a la cultura material para crear un modelo de asenta­mientos y de patrones de subsistencia prehistóricos de un orden superior.

Como etiqueta formal, la geo-arqueología es la designación relativamente reciente dada a una empresa que tiene una larga y prestigiosa tradición. Mu­chas de las primeras excavaciones fueron obra de geo-científicos. Durante los años veinte, treinta y cuarenta, diversos geólogos y geógrafos participaron en proyectos multidisciplinarios o realizaron tareas interdisciplinarias, y todos ellos aportaron procedimientos y conceptos que influyeron profundamente en la ar­queología prehistórica. De este grupo forman parte Elinor Gardner, Kenneth Sandford, Robert Lais, Siegfried Passarge, Kirk Bryan, Ernst Antevs, Sherbur-

33

34 Fundamentos

ne Cook y Frederick Zeuner. Al mismo tiempo merecen especial mención al menos tres arqueólogos con verdadera vocación interdisciplinaria: Gertrude Caton-Thompson, Louis Leakey y Alfred Rust.

Durante los años cincuenta y sesenta, el trabajo empírico aumentó de forma espectacular (Burgess, 1980), pero las aportaciones metodológicas siguieron sien­do escasas. Ian Cornwall (1958), con un texto procesual sobre el potencial de los sedimentos y los suelos para el análisis e interpretación arqueológicos abrió nuevas perspectivas. Pese a la modestia del título -Soils far the Arqueo/ogist­el libro de Cornwall ofrecia el primer tratamiento sistemático de Jo que se ha venido en llamar geo-arqueología. Utilizando el ejemplo del Valle del Nilo, But­zer (1960a) mostró, a continuación, cómo un enfoque geo-medioambiental po­día ayudar a explicar el patrón de asentamiento regional y facilitar el quehacer arqueológico. Butzer (1964: Capítulo 15) ofreció una clasificación geológica de los yacimientos arqueológicos como parte de un enfoque más comprehensivo de la arqueología medioambiental regional y de yacimientos. Los neologismos aparecen casi siempre post facto y reflejan corrientes intelectuales activamente debatidas por sus respectivas y extensas parroquias. Pueden identificarse al me­nos tres formulaciones independientes de geo-arqueologia: Colin Renfrew (1976); Rapp et al. (1974), Rapp (1975); Butzer (1973a, 1974a, 1975a, 1977c).

Más importante que la historia de una idea o de una subdisciplina es la di­rección que adopta la investigación en los temas fundamentales. Para la geo­arqueología la principal preocupación sigue siendo una clara convicción de que las técnicas y los objetivos no son idénticos. Más que un repertorio de técnicas o una alternativa procesual a la subdisciplina tradicional de la geocronología, la geo-arqueología es, ante todo, un enfoque conceptual. Por consiguiente, la discusión sobre los objetivos básicos girará en torno a los componentes, los pro­cedimientos y los fines interdisciplinarios finales del estudio.

Los componentes del estudio

La imagen clásica de un estudio geo-arqueológico es la de un análisis de suelos o de sedimentos procedentes de varios niveles de un yacimiento, que suministra información paleoambiental y una datación relativa de las secuencias paleocli­máticas externas. Por desgracia esta imagen responde a la mayoría de los estu­dios "geológicos'; de yacimientos, en parte debido a la limitación de los mate­riales geo-arqueológicos (reales o supuestos), en parte al enfoque tradicional del especialista (el 90 por ciento de los profesionales conceden un interés se­cundario a la geo-arqueología (Burgess, 1978), en parte porque el excavador puede anular el input creativo de un especialista cualificado (Butzer, 1975a). Tal como Gladfelter (1981:347) ha afirmado:

Han aparecido como mínimo cinco grandes áreas de interés en el seno de los estudios geo-arqueológicos de campo: a) las técnicas de investigación que utilizan procedimientos geoquímicos, electromagnéticos y otros métodos de

Principios básicos 35

prospección remota para localizar yacimientos o estructuras dentro de un ya­cimiento ya conocido; b) la documentación de los procesos de formación de yacimientos y del contexto espacial de un sitio en el marco del hábitat; c) la elaboración de técnicas y enfoques capaces de diferenciar rasgos cultura­les y naturales, incluso las alteraciones post-ocupacionales debidas a proce­sos biológicos, edafológicos y geológicos; d) el desarrollo de contextos tem­porales intra y extra-yacimientos mediante datación relativa y/o absoluta; y e) la integración de información paleo-geomorfólogica y biológica para la reconstrucción medioambiental del paleopaisaje. La impronta geo­arqueológica debe estar presente en todas las fases de la investigación: pro­yecto, excavación y análisis.

La geo-arqueologia se halla todavía en vías de desarrollar un enfoque sofis­ticado para la investigación arqueológica, por lo que resulta imperativo identi­ficar toda la gama de componentes del estudio. Eso se ha intentado en la Tabla 3-1, que puede servir de orientación para los próximos cinco capítulos. Una premisa básica de este esbozo programático es que un yacimiento es parte de un paisaje que en épocas remotas era propio del ecosistema humano (Fedele, 1976). El registro físico es mucho más que el telón de fondo espacial y tempo­ral. La formación y la destrucción de yacimientos están controladas por -o basadas en- la cultura y la relación recíproca entre los grupos humanos, y su medioambiente se refleja tanto en el yacimiento como en el paisaje que lo con­tiene (Butzer, 1977c; Davidson, s.f.).

Muchos de los informes geo-arqueológicos, incluidos algunos de los mios, han dejado de lado los factores culturales relativos a la formación de yacimien­tos, a las alteraciones físicas y a la modificación de los restos culturales y al potencial único de este modo de investigar en arqueología. No ha habido una adecuada discusión de los procesos de intervención humana en el aspecto del suelo y en el ciclo hidrológico. A veces, cuando los efectos directos o indirectos del uso de la tierra está en juego, los autores siguen insistiendo en la prioridad de los elementos climáticos. Por ejemplo, Vita-Finzi (1978:122, 155) para expli­car la duración diferencial de los ciclos aluviales recientes de un área determi­nada, echa mano de la concentración próxima de restos cerámicos o de la ele­vación latitudinal de las zonas ciclónicas, en Jugar de acudir a la historia de las distintas ocupaciones. Esta tendencia a favorecer las explicaciones físicas a toda costa es desafortunada. Las relaciones recíprocas entre los pueblos y sus recursos potenciales son tan reales como los paisajes degradados que aparecen tras un aprovechamiento intensivo del suelo.

Los hombres son agentes geomórficos. Ellos introducen deliberada o indeli­beradamente materiales orgánicos e inorgánicos en un yacimiento -materiales para la construcción de refugios y casas, utensilios, alimentos, materiales com­bustibles, materiales para el vestido y de adorno. Estos materiales minerales y orgánicos, al igual que sus productos, subproductos y residuos, están sujetos a una constante fragmentación y degradación mecánica y bioquímica durante

36 Fundamentos

Tabla 3-1. Los componentes primarios del estudio geo-arqueológico

El contexto paisaj(stico l. Niicroambiente del yacimiento, definido de acuerdo con los elementos medioambientales loca­

les que influyeron originalmente en la selección del sitio en el período de su utilización, y en su enterramiento inmediato o preservación ulterior. El análisis de los sedimentos de los estratos del yacimiento se impone en casos de yacimientos sepultados

2. Mesoambientes del yacimiento, ante todo el entorno topográfico y los accidentes geográficos del área directamente utilizada para la subsistencia. Esta información geomorfológica, junto con los inputs bio-arqueológicos, ayuda a definir el mosaico medioambiental adyacente

3. Macroambiente del yacimiento, especialmente el medioambiente regional configurado por un biomo o ecotono concreto. Los procesos geomorfológicos fundamentales, junto con la infor­mación biótica (Capítulos 10 y II) es indispensable para construir un modelo de ecosistema re­gional

El contexto estratigráfico l. Reconstrucción de los acontecimientos naturales secuenciales, tales como el desarrollo del sue­

lo, la erosión y la sedimentación, registrados por unidades sedimentológicas detalladas (microes­tratigrafía) en el sitio y sus alrededores

2. Valoración de la secuencia física local a efectos de historia del paisaje regional y comparaciones potenciales con estratigrafías fechadas subcontinentales o, incluso, globales. La correlación ex­terna es una ayuda cronométrica para la interpretación paleoambiental y las comparaciones en­tre distintas categorías de datos, y puede servir para verificar la validez temporal de los horizon­tes arqueológicos

3. Correlación paleontológica directa (Capítulos 10 y 11) y datación radiométrica (Capítulo 9)

La forrnación del yacilniento l. Los hombres y los animales, en tanto que agentes geomorfológicos, producen sedimentos ar­

queológicos con componentes físicos, biogénicos y culturales que requieren identificación e in­terpretación

2. Distinción de materiales: a) materiales que fueron introducidos en el yacimiento por gentes o animales, en su forma original o como productos acabados; b) materiales que representan una alteración de productos a partir de manipulación in situ o por descomposición bioquímica; c) materiales que fueron transformados a partir de detritos y desechos primarios in situ en nuevos sedimentos por agentes humanos u otros agentes físicos

3. Valoración de los procesos arqueosedimentarios para ayudar a dilucidar las actividades de asen­tamiento y subsistencia en el espacio y el tiempo

La 111odijicació11 del yaciTniento 1. Dispersión pre-sepultamiento de los residuos arqueológicos por la acción del agua en movimiento,

la gravedad, la congelación, las pisadas animales, y por la acción deliberada del hombre 2. Alteración post-deposicional del yacimiento por diversos agentes: animales con madrigueras sub­

terráneas, congelación del suelo, dilatación y contracción de las arcillas, gravedad y microfallas, y alteración bioquímica

3. Destrucción del yacimiento y dispersión de los artefactos por diferentes fuerzas: erosión, co­rrientes de agua, deflación, hundimiento e intervención humana

4. Interpretación de los restos culturales sepultados o expuestos en términos de contexto primario, semi-primario o secundario (Capítulo 7)

La n1odificació11 del paisaje l. Identificación de la intervención humana en el paisaje del suelo, en forma de perfiles edáficos

alterados o truncados y suelos redepositados 2. Intervención humana en el ciclo hidrológico, como se refleja en las zanjas de erosión, los relle­

nos aluviales y los registros de sedimentos lacustres 3. Instalaciones humanas en el paisaje: acequias aterradas, fosos, improntas de viga; terraplenes

Y basureros; caminos, terrazas y redes de irrigación; concheros y enterramientos cercanos a los asentamientos focales

4. Evaluación de los efectos directos e indirectos acumulados del uso humano de la tierra en térmiw nos espaciales y en la perspectiva temporal de la productividad o de la degradación del paisaje (Capítulos 10 y 11)

Principios básicos 37

y después de la ocupación del yacimiento. La eliminación de los materiales de desecho y los procesos de destrucción y reconstrucción producen repetidas pe­queñas o importantes lagunas sedimentarias. Después, la acción de la gravedad nivela gradualmente los elementos detríticos del asentamiento bajo los efectos de la autocompactación, del impacto de la lluvia y la circulación superficial del agua, y de las alteraciones esporádicas causadas por las inundaciones y los vendavales, así como la posible aportación de sedimentos minerales externos.

Los componentes culturales de un yacimiento pueden variar desde los hue­sos, artefactos y residuos humanos dispersos de un nivel de descuartizamiento paleolítico hasta las potentes acumulaciones de adobe y de escombros de una aldea agrícola del Próximo Oriente. Así pues, el input humano puede represen­tar entre menos del 1 por ciento hasta más del 99 por ciento, y los sedimentos arqueológicos pueden registrar duraciones de algunas horas y duraciones de va­rios milenios. Los procesos físicos y biológicos pueden ser importantes en to­das las épocas, o tener sólo una importancia esporádica durante un aconteci­miento catastrófico o tras el abandono del sitio. Las actividades culturales pueden también acelerar o inhibir estos procesos biofísicos "naturales". Tanto si el ob­jeto de interés son hachas de mano diseminadas en un estrato de una cueva o la totalidad de la extensión de un gran túmulo de asentamiento, el sistema geomórfico de control incluye componentes culturales que modifican su dina­mismo conductor, sus procesos dominantes y sus resultados tangibles.

Este sistema arqueosedimentarío específico de un yacimiento requiere una experiencia, unos procedimientos y unos modelos interpretativos especiales. El alcance de la investigación abarca no sólo la formación inicial del yacimiento y las repetidas metamorfosis potenciales durantes su ocupación, sino también su sepultamiento y erosión parcial ulteriores y la eventual dispersión y mezcla de artefactos y otros restos culturales en el yacimiento o fuera de él.

Los efectos de la actividad humana no se limitan solamente a yacimientos exclusivos de ocupación. Los recolectores prehistóricos excavaban fosos que uti­lizaban como trampas para animales, pozos y sepulturas, y muchas veces acu­mulaban grandes concheros en la proximidad del campamento. Mientras que la recolección y el forrajeo tuvieron posiblemente una incidencia escasa y efí­mera en el ciclo hidrológico, las actividades de los agricultores prehistóricos, en cambio, tuvieron un largo e intenso impacto sobre el equilibrio del sistema suelo-pendiente-agua (véase Figura 2-2). Los paisajes agrícolas británicos del Neolítico y del Bronce estuvieron cruzados en todas direcciones por fosas de drenaje parcialmente niveladas, por terrazas bajas unidas por muros de piedra o de tierra y salpicados de túmulos funerarios. Los indios del suroeste america­no cavaron canales de irrigación, construyeron embalses y diques y reforzaron los márgenes de los ríos. En numerosas ocasiones las alteraciones introducidas en la vegetación y en la capa de suelo vegetal por los agricultores y pastores prehistóricos activaron la circulación superficial del agua de las lluvias y tor­mentas, provocando indirectamente la obstrucción de las acequias y fosos con los productos de la erosión y el truncamiento y terraplenado del relieve. Al fi-

38 Fundamentos

nal, la formación de suelo, los procesos erosivos de pendiente y la acción de las aguas fluviales resultarían suficientemente modificados como para dejar, a través de la aceleración de la erosión del suelo, una huella imborrable en la transformación y la degradación del paisaje.

Técnicas y procedimientos

Las técnicas potencialmente aplicables en geo-arqueología proceden de diver­sas disciplinas y son, por tanto, prácticamente ilimitadas. Pero la geo-arqueología no pretende utilizar todo un dispositivo de tests sofisticados, sino seleccionar los procedimientos que, dentro de los límites de los recursos financieros y hu­manos disponibles, sean capaces de producir los resultados más esenciales para una adecuada valoración de un contexto concreto.

En la tabla 3-2 aparecen algunos ejemplos de técnicas fundamentales de campo y de laboratorio aplicables en las distintas fases del análisis (Rapp, 195; Farrand, 1975a; Shackley, 1975; Gladfelter, 1977; Hassan, 1978). Esas técnicas requieren que el trabajo geo-arqueológico de campo se lleve a cabo dentro y fuera del yacimiento, y obligan a una constante revisión de las estrategias de investiga­ción tanto durante el trabajo de campo como entre campañas de excavación. Requieren asimismo una integración multidisciplinaria de los datos, que aspi­ra, en última instancia, a una interpretación funcional de los yacimientos y sus componentes. Los resultados publicados deberían reflejar la totalidad de los inputs geo-arqueológicos y otros.

Objetivos interdisciplinarios finales

Una vez más debe afirmarse que la geo-arqueología implica una arqueología realizada principalmente en base a métodos, técnicas y conceptos procedentes de las geo-ciencias. Su objetivo es elucidar la textura medioambiental que reú­ne los sistemas socioeconómicos del pasado, para entender los ecosistemas hu­manos así definidos. No es tarea fácil ni susceptible de ofrecer respuestas defi­nitivas en un futuro inmediato. Pero estamos obligados a seguir desarrollando precedimientos interdisciplinarios mejores para alcanzar una intrepretación más objetiva.

En términos teóricos explícitos, la geo-arqueología puede y debe contribuir sustancialmente a la definición y resolución de los cinco temas contextuales bá­sicos (escala, espacio, complejidad, interacción y estabilidad) descritos en el ca­pítulo l.

La geo-arqueología no sólo es esencial para identificar los microambientes, los mesoambientes y los macroambientes y analizar el modelo topográfico y, más indirectamente, los climas, los biotos y los grupos humanos, sino que pre­senta además un potencial considerable para la identificación de los procesos periódicos y aperiódicos que afectan a los agregados físicos, biológicos y cul­turales a distintas escalas espaciales y temporales. También puede contribúir

Principios básicos 39

Tabla 3-2. Métodos analíticos fundamentales en geo-arqueologia

De ca,npo

El yacimiento

l. Registro de los perfiles verticales de la excavación y en los fosos o catas adyacentes para clarifi­car la naturaleza de la secuencia sedimentaria del yacimiento y sus contactos externos

2. Recogida de muestras de materiales arqueosedimentarios representativos; recogida de muestras de los perfiles de suelos naturales cercanos y de las analogías microdeposicionales potenciales para su estudio en laboratorio

3. Situar el yacimiento en su propio paisaje mediante un levantamiento topográfico local o seccio­nes geomorfológicas transversales

El paisaje

1. Levantamiento de un mapa del mcsoambiente, ayudándose de fotografías aéreas, mapas topo­gráficos detallados e imágenes de satélites relevantes

2. Localización de otros yacimientos y de rasgos culturales, mediante una prospección arqueológi­ca, geomorfológica y geofisica del yacimiento

3. Examen de los afloramientos naturales, en términos de subdivisiones estratigráficas, propieda­des de los sedimentos y perfiles del suelo, para reconstruir la historia regional del paisaje, obte­ner un contexto más amplio del asentamiento centfal, y determinar los posibles efectos de la comunidad prehistórica sobre el medioambiente

En el laboratorio

l. Interpretación sistemática de mapas, fotos aéreas e imágenes de satélite como complemento del mapa topográfico

2. Análisis del tamaño y la naturaleza de las partículas de los sedimentos, para poder identificar potenciales procesos geomorfológicos afectando al sistema arqueosedimentario en el tiempo y en el espacio, y poder establecer una secuencia microestratigráfica tanto del interior del yaci­miento como del mesoambiente adyacente; labor complementaria en mineralogía y micromor­fologia, según se necesite

3. Análisis de sedimentos para determinar las propiedades geoquimicas y bioquímicas (pH, conte­nido en carbonato de calcio, materia orgánica, fosfatos, etc.), con objeto de determinar los in­puts culturales incorporados al sistema arqueosedimentario

4. Confección de un modelo provisional de la génesis del yacimiento, de su abandono, y cambios postdeposicionales, así como de las actividades espaciales y temporales durante la ocupación del sitio

Revisión de las estrategias de investigación

La información sobre los componentes y agregados obtenida sobre el terreno y en el laboratorio deben servir para reajustar las estrategias de la investigación (en el curso de una campa.fía deter­minada, a ser posible, y obligatoriamente entre las diferentes campañas)

!11tegraci611 multidisciplinar de los datos

1. Identificación (y en la medida de lo posible, confección de un modelo) de los micro, los meso y los macroambientes pertinentes para establecer los parámetros espaciales y ecológicos de los patrones socioeconómicos y de asentamiento sugeridos por los resultados de la excavación y de la prospección

2. Interpretación del sistema arqueosedimentario en términos de micropatrones, enterramientos y preservación de los indicadores de las actividades humanas por un lado, y de los procesos biofísicos por otro

3. Clasificación general del yacimiento o del complejo de yacimientos en la categoría de primario, semi-primario o secundario, según corresponda

40 Fundamentos

a la caracterización y delimitación de medioambientes y comunidades no ho­mogéneos, gracias a sus flexibles perspectivas espaciales y temporales. Es deci­siva cuando se trata de establecer un modelo de interacción entre las comuni­dades y el medioambiente inerte. Por último, una-·valoración de la dinámica geo-medioambiental resulta indispensable en la investigación de las adaptacio­nes potenciales entre las comunidades humanas y no humanas del sistema me­dioambiental en respuesta a procesos internos o a influencias externas.

Los geo-arqueólogos dedicados a delucidar esas cuestiones contextuales no pueden limitarse a la mera aplicación de una ciencia. Tienen que ser arqueólo­gos convencidos. Lamentablemente, hay muy pocos especialistas cualificados, en gran parte porque casi todos los programas universitarios siguen siendo tan inadecuados como los principios de investigación aplicados en casi todos los proyectos arqueológicos de campo (Butzer, 1975a). Un enfoque científico inte­grado debería entenderse como un puente que reúne los enfoques de varias es­pecialidades. Independientemente del número de técnicas geo-científicas apli­cadas, no podremos aspirar a superar la situación actual sino se cambian de raíz algunos conceptos de la corriente principal: la arqueología.

Simultáneamente, los geo-arqueólogos deben esforzarse en utilizar el enfo­que contextual tanto en la docencia como en la investigación. Es así como los arqueólogos de cualquier especialidad llegarán a una mejor valoración del con­texto. La arqueología no puede depender de la colaboración ilimitada de técni­cos y servicios ajenos; de hecho, los intereses de la arqueología no son adecua­damente servidos por las colaboraciones a tiempo parcial de especialistas de otras ciencias. Lo que debe hacer la geo-arqueología es profundizar sus raíces en la arqueología para mejor servir esta disciplina.

CAPITULO 4

Geo-arqueología II: el contexto del paisaje

La textura sedimentaria

El contexto del paisaje puede definirse a pequeña, mediana y gran escalas. El más detallado es el microambiente del sitio, definido a partir de los parámetros físicos y bióticos locales que influyeron en su selección original, que continua­ron incidiendo durante el período de ocupación y que fueron responsables de su sepultamiento y de su ulterior preservación. El registro más fácilmente ase­quible para su estudio e interpretación son los sedimentos que envuelven los componentes del yacimiento. Esos sedimentos pueden ser penicontemporáneos a la ocupación del sitio, o más (incluso mucho más) recientes, lo que suele ser el caso más frecuente. El primer objetivo del análisis del yacimiento es el exa­men de la estructura de los sedimientos, con lo cual se podrá determinar la se­cuencia deposicional local. Este análisis requiere de serios conocimientos en geomorfología.

Los procesos geomórficos constituyen una amplia gama de fuerzas poten­ciales cuyo principal resultado es el modelado de la superficie terrestre. De esas fuerzas, algunas como las fallas y los plegamientos asociados a la actividad sís­mica, y las coladas de lava y lluvias de cenizas asociadas con las erupciones volcánicas, son internas o endógenas y provienen directamente de la litosfera. El otro grupo de fuerzas es externo o exógeno y se refiere a los efectos de los agentes atmosféricos o hidrosféricos sobre la litosfera (ver Tubla 2-1). Estos efec­tos incluyen los efectos de las aguas superficiales canalizadas o dispersas, la gravedad (tanto en sus efectos rápidos como lentos y en medio húmedo o seco), el viento, el hielo y el oleaje.

Los efectos geomórficos externos son fundamentales para los ciclos de los materiales (ver Figura 2-2) y todos implican erosión, transporte y deposición de materiales físicamente disgregados o químicamente descompuestos proce­dentes de la corteza terrestre (ver, por ejemplo, Butzer, 1976a: Capítulo 3; Bruns­den, 1979, para un resumen de los procesos y productos de la alteración). Ero­sión y deposición van siempre juntas, pero no necesariamente en el mismo lugar. En algunas áreas predomina la sedimentación; en otras la erosión es la caracte­rística dominante y se traduce en una serie de formas de relieve específicas o generalizadas, a pequeña o a gran escala.

A la hora de identificar los módulos sedimentarios es importante recordar

41

42 Fundamentos

que la deposición no es un proceso indiscriminado que pueda darse en cual­quier lugar. La deposición viene determinada por varios factores: la existencia de una fuente de sedimentos, la naturaleza de la capa de suelo superficial (cuando existe), el marco topográfico y el conjunto de procesos geomórficos activos. Así, la deposición es parte de una estructura sistémica con regularidades per­ceptibles, una estructura potencialmente susceptible de una interpretación re­lativamente específica. Los sedimentos pueden acumularse a) en puntos dis­persos alrededor de un manantial o en cuevas, b) en estructuras lineares, por ejemplo, a lo largo de los valles fluviales o de las lfneas de costa, y c) en exten­sas superficies de suelo, tales como pendientes, mares de dunas o capas de pol­vo o de cenizas volcánicas transportadas por el viento.

La presencia de un depósito tangible, grueso o delgado, extenso o localizado significa que la sedimentación neta ha prevalecido durante innumerables aun­que breves episodios de erosión, transporte y deposición a pequeña escala. El depósito preservado puede ser grueso o delgado; puede ser único o formar par­te de un ciclo completo, como los estratos diversos descubiertos en cualquier excavación normal. Por ejemplo, puede tratarse de una sucesión de finas lenti­llas o de capas lenticulares más extensas, o de lechos regulares, que reflejan un solo proceso -por ejemplo, el del agua circulante-; los hiatus pueden re­presentar intervalos sin sedimentación o de erosión, y las variaciones en la geo­metría de las capas se deben, principalmente, a las variaciones momentáneas de la energía liberada por las inundaciones violentas y repentinas. Por lo gene­ral, sin embargo, una serie heterogénea de sedimentos suele reflejar varios pro­cesos distintos, probablemente en respuesta a (y en conjunción con) diferentes niveles de energía. Por ejemplo, los efectos de la gravedad y de la dispersión de las aguas superficiales pueden quedar subrayados en una capa de sedimen­tos detríticos en los márgenes de un valle, en espera de que sean remodelados por la acción de la corriente y coronados por componentes eólicos cada vez más abundantes.

El efecto final será una superposición de unidades de sedimentación que re­gistran acontecimientos sucesivos del medioambiente físico por pequeños o bre­ves que fuesen. Los registros lenticulares referidos a un acontecimiento concre­to se llaman facies y definen microambientes deposiciona/es. Una de las principales tareas de la investigación geo-arqueológica es dilucidar las secuen­cias de las facies que forman la textura arqueológica.

En las siguientes secciones describiremos los principales tipos de contextos sedimentarios puntuales, lineales o bidimensionales, particularmente frecuen­tes como texturas arqueológicas. Para cada categoría citaremos una selección de ejemplos ilustrativos. Para los procesos geomorfblógicos recomendamos la lectura de los textos de Butzer (1971: Capítulos 10-15; 1976a) y Evans (1978: Capítulo 5), y para los aspectos relacionados con la sedimentologia, los de Shack­ley (1975), Davidson y Shackley (1976), Gladfelter (1977), y Hassan (1978). El lector interesado por sólo algunos de los temas tratados puede pasar directa­mente a la tabla 4-1 y a la discusión de la trama topográfica.

El contexto del paisaje

YACIMIENTOS DE MANANTIAL

Brolladero o balsa

Acuífero

----Acu1cludo

43

;;·.;; Vegetación densa

il Yacimiento arqueológico;

Figura 4.1. Perfil y plano esquemáticos de los yacimientos de J'uenle y manantial.

Los medioambientes deposicionales puntuales

Manantiales. Las aguas del suelo y de las rocas suelen emerger en puntos dis­persos de la superficie para formar zonas de filtración, pozas, pantanos, balsas y arroyos (Figura 4-1). Gran parte de esas aguas representan el final de una bre­ve trayectoria subterránea del agua atmosférica en el transcurso de su ciclo hi­drológico. Gran parte de esas aguas afluye imperceptiblemente a la red fluvial existente, pero también puede brotar en forma de fuentes cuando la erosión intersecta una capa freática de arena o grava porosas o de otra formación roco­sa permeable por encima de una capa impermeable o acuicludo. El caudal de las capas freáticas es proporcional al agua de lluvia infiltrada y tiende a experi­mentar oscilaciones en sus fuentes emergentes. Las fuentes alimentadas por acuí­feros profundos suelen tener un caudal perenne con poca o ninguna variación. Las aguas artesianas constituyen un caso aparte; sus acuíferos, profundos y de gran extensión, suelen estar sometidos a presiones muy elevadas. Las agua ter­males son otro caso particular, y surgen de las capas profundas de la corteza terrestre.

Muchos manantiales depositan sedimentos y modifican los suelos y las for­maciones detríticas de sus alrededores. La gama de sedimentos resultantes in­cluye cienos y arenas orgánicas, tobas y travertinos calcáreos, tufas orgánicas conteniendo huellas de plantas, y sedimentos de distintas texturas impregandos de cal, sales o hierro.

Tole Springs, Nevada (Shutler, 1967), Clovis, Nuevo México (Haynes y Ago­gino, 1966), Phillips Spring, Missouri (Kay, 1978), y Amanzi Springs, en Africa del Sur (Butzer, 1973b) son ejemplos arqueológicos de depósitos de manantiales.

Karst. La disolución a gran escala de las calizas y dolomitas da como resultado un relieve kárstico, que se caracteriza por las superficies rugosas y oqueadas, pozos y grietas profundas, pequeñas depresiones simples o ramificadas y am­plias depresiones en forma de valle (poljes) (Figura 4-2) (Sweeting, 1972). En

44 Fundamentos

o Yacimiento arqueológico

~: .. Dolina -=-1:it

6

YACIM!ENTOS !<ARSTICOS Pozos

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coalescente

Ctf) ~"'7>@ ~~ 6

o (j~~(t fósiles y artefactos

Figura 4-2. Plano y perfil de los yacimientos kárslicos.

medio de esas formas características de la corrosión y la disolución de los car­bonatos de cal y magnesia de las formaciones rocosas bajo el efecto de aguas ligeramente ácidas, aparecen fuentes y cuevas. A cualquier escala, el karst pro­porciona medios edáficos especiales para la vegetación, favoreciendo la distri­bución en mosaico de los medioambientes, en los que la acción de los manan­tiales, arroyos, ríos, e incluso de los vientos, contribuye a complicar el registro sedimentario.

Los sedimentos que colmatan la cueva y las grietas de Swartkrans, Sterkfon­tein y Taung en Africa del Sur (Butzer, 1975c; Brain, 1976; Patridge, 1978) son ejemplos característicos de paisaje kárstico.

Cuevas. La disolución de las calizas es la principal causa de formación de cue­vas en las márgenes de los valles que, al retroceder por efecto de la erosión, intersectan cavernas subterráneas preexistentes, o en los puntos de emergencia de fuentes y manantiales kársticos subterráneos. Las cuevas pueden formarse prácticamente en cualquier tipo de roca a lo largo de las costas por acción de las olas. Otras cuevas menos frecuentes se pueden formar en las paredes de los acantilados al contacto de capas de diferente dureza, o por erosión diferencial de los niveles sedimentarios más débiles. Sea cual fuere el origen, el tamaño Y la configuración de las cuevas varía, desde el simple refugio protegido por un saliente rocoso, hásta las cuevas abiertas al exterior y las profundas grietas interiores o cuevas (Figura 4-3).

Los depósitos de cueva suelen pertenecer a dos categorías: materiales de pro­cedencia exterior que penetran por la boca de entrada o por las grietas del te­cho y de las paredes, y sedimentos de origen interno. La primera categoría in­cluye lodos extraídos de los suelos, aluviones fluviales, polvo y arena transportados por el viento y restos culturales. La segunda categoría incluye fragmentos de distinto tamaño caídos del techo y los muros y, en medio calcá-

El contexto del paisaje 45

Pozo Dolina YACIMIENTOS DE CUEVA con artefactos ¡

Estalactitas

Sifón Travertinos

Figura 4-3. Perfiles esquemáticos de yacimientos de cueva.

reo, toda una variedad de precipitados químicos depositados por "goteo" (es­talactitas, estalagmitas, columnas) y por circulación de las aguas saturadas (tra­vertinos).

Los ejemplos arqueológicos abundan: Rodgers Shelter, Missouri, y Mead­croft Shelter, Pennsylvania, en arenisca (Wood y McMillan, 1976; Adovasio et al., 1977); Abri Pataud y Lazare!, en Francia; Cueva Morín, en España, en ca­liza (De Lumley, 1969; Farrand, 1975a; Butzer, 1981c), y la desembocadura del Klasies, en Africa del Sur, en cuarcita (Butzer, 1978c). Para más información sobre la metodología básica para el estudio de los sedimentos de cueva puede consultarse Laville (1976) y Laville et al. (1980).

Medioambientes deposicionales lineales

Costas. Las líneas costeras constituyen un complejo medioambiental altamente variable pero continuo y estrecho, y hasta cierto punto, lineal (Figura 4-4). Las costas escarpadas incluyen una gama específica de microambientes -playas es­trechas y cortas alternando con hendeduras y cuevas formadas por el embate de las olas. Las costas de poco relieve, en cambio, pueden incluir tramos de playas arenosas, barras y diques, dunas y cayos, atolones y salinas, esteros y albuferas. Las formas de relieve y los depósitos reflejan el tipo de roca, las pen­dientes y, sobre todo, la fuerza de las olas. El mosaico medioambiental asocia­do favorece la existencia de comunidades bióticas características y los recursos correspondientes.

Estos complejos ambientales ofrecen numerosos ejemplos arqueológicos en los que abundan los artefactos líticos intercalados en la arena y los estratos de guijarros de las playas. Pero los depósitos más productivos son los de las cue­vas marinas -por ejemplo en el Cabo Ashakar, Marruecos (Stearns, 1967) y

46 Fundamentos

Terraza rocosa a 30 m YACIMIENTOS LITORALES Acantilado -----'

Nivel del mar

Dunas con concheros

Laguna salada

Figura 4-4. Perfiles y plano esquemitticos de yacimientos litorales.

lo~ concheros costeros de Africa del Sur, Brasil y Alaska (Giddings, 1966; Fair­bndge, 1976; Volman, 1978). Los cambios en las líneas costeras y sus implica­ciones arqueológicas han sido tratados en Italia por Delano Smith (1978) y en Grecia y Turquía por Kraft et al. (1977, 1980a, 1980b) y por Van Andel et al. (1980). A una escala mayor, los cambios en las líneas costeras son también con­venientes para evaluar los puentes tierra-mar del Pleistoceno, tales como los de Bering, Sudeste asiático y Mediterráneo. Tumbién puede mencionarse aquí el creciente número de exploraciones y excavaciones submarinas practicadas en cuevas sumergidas y puertos hundidos del Mediterráneo y a lo largo de las cos­tas del noroeste de Europa, Japón, California y Florida.

Orillas lacustres y marismas. Los bordes de los lagos de agua dulce y de las marismas son análogos a los del mar, pero los niveles de energía son muy infe­riores, el relieve es menor, el mosaico del hábitat más reducido y el componente orgánico mucho más prevalente. Las orillas de baja energía presentan a veces una estructura en zonas paralelas formadas por comunidades bióticas suba­cuáticas, litorales y sublitorales. Las facies varían de una a otra, desde los sedi­mentos más finos y homogéneos en medio acuático hasta los sedimentos hete­rogéneos de grano más grueso en el interior de las tierras. Existen asimismo medioambientes químicos específicos (Figura 4-5):

l. En los lagos eutróficos (es decir, neutrales o ligeramente alcalinos) de las latitudes medias húmedas hay una transición desde la creta o la marga lacus­tres (lodo calcáreo) hasta los cienos orgánico-calcáreos de las zonas semi­inundadas y los suelos húmicos saturados de agua y anaeróbicos (gleys) por encima del nivel del agua.

El contexto del paisaje

YACIMIENTOS LACUSTRES Y DE PANTANO

Palafites del Bronce submergidos 'Lago eutrófico'

• •• , '0Íj.r;(\1G'o.

...... ,.'t,Aaf9~·.¿ Gyti¡a . . Ca'il ____,. -oeta

Lago otigotrófico

Lago alcalino Ocupación

Bosques y pastos

Morrena glaciar

47

Formas de terreno

Huellas neolíticas cubiertas

Turba de musgo

Capa de turba

Líticos secundarios ~re·~a!

Ciénagas -=-- _ limo ~-+ ++. ......

Figura 4-5. Perfiles topográficos hipotéticos en bordura de lagos cutróficos y oligotróficos en altas latitudes y de un lago aJcalino en baja latitud.

2. En los medios oligotróficos (es decir, ácidos) de las latitudes medias hú­medas, la secuencia va desde la turba subacuática (dy) y los cienos orgánicos (gyttja) hasta las turbas de cañas y juncos (fen), las turbas de madera (carr), las capas cenagosas de musgo esfagnáceo altamente ácido y los suelos eluviales turbosos (podsoles) propios de los terrenos más inclinados y mejor drenados.

3. En las cuencas salinas o alcalinas de los medioambientes semiáridos, la secuencia de las facies puede variar desde una marga arcillosa sódica subacuá­tica hasta extensos barrizales salinos resquebrajados por el ardor del sol cerca de los márgenes lacustres y luego a las arcillas orgánicas igualmente resquebra­jadas que se insinúan entre las dunas de arena y los sedimentos del lecho de los ríos tierra adentro. Las invasiones de diatomeas que se producen en la su­perficie de las aguas estancadas pero claras en toda una gama de medioam­bientes químicos son una fuente de partículas silicicas microscópicas (los capa­razones de esas algas) que modifican o dominan una forma alternativa de sedimento orgánico.

Las combinaciones arqueológicas son múltiples y variadas. Los palafitos neo­líticos de Suiza se construyeron cerca de las orillas lacustres y más tarde queda­ron sumergidos y preservados bajo los sedimentos depositados después de la subida de las aguas (Olive, 1972; Bocquet, 1979). En Gran Bretaña también han quedado preservadas casas de madera y calzadas de la misma época en las ca-

48 Fundamentos

Figura 4-6. Planos y perfiles esquemáticos de yacimientos deltaicos y de llanura fluvial.

pas cenagosas ácidas (Simmons y Proudfoot, 1969). Sitios más antiguos, como los asentamientos del Pleistoceno cerca de Ahrensburg, Alemania, han aporta­do materiales orgánicos muy bien conservados y asociaciones arqueológicas in­tactas (Rust, 1962). El desfiladero de Olduvai, Tanzania, y Lubbock Lake, Te­xas, son ejemplos de cuencas áridas (Hay, 1976; Johnson y Holliday, 1980; Stafford, 1981).

Límites deltaicos. Las desembocaduras deltaicas están reunidas por un mosai­co de baja energía y de rasgos litorales de poco relieve -diques, lenguas de tierra y lagunas (Figura 4-6). El complejo de cordones, riberas, marismas y la­gunas de los deltas fluviales ofrece uno de los medioambientes más diversifica­dos que existen (Butzer, 1971b).

Los ejemplos arqueológicos más característicos provienen de los estudios del delta occidental del Misisipí (Gagliano, 1963), de los homínidos y artefactos del antiguo delta del Orno en Africa oriental (Leakey et al., 1969; Butzer, 1980b), y de los 150-200 km de crecimiento del delta del Eufrates-Tigris en el curso de la historia (Larsen y .Evans, 1978).

Llanuras fluviales. Los valles aluviales de los ríos pueden distribuirse en cuatro grandes clases:

El contexto del paisaje

Dunas interiores

Cresta de duna

Figura -4-7. Situación esquemática tic [os yacimientos eólicos.

YACIMIENTOS EOUCOS Dispersión

49

l. Las grandes llanuras fluviales convexas limosas o arcillosas, como las del Misisipí, del Nilo y el Mekong, se caracterizan por los meandros y el curso len­to y majestuoso del río, los taludes o bermas, las crestas paralelas en los márge­nes de los lóbulos convexos de los meandros, los segmentos de los meandros resecados, las cuencas periódicamente anegadas y las ciénagas húmedas peren­nes detrás de los taludes (Figura 4-6). Las cuencas convexas anegadas se for­man en respuesta a una rápida acumulación de arena en los cauces y los talu­des y a una acumulación más le_nta de limo y arcilla en toda la cuenca aluvial durante los sucesivos desbordamientos laterales del río.

2. Los fondos de valle anegados limo-arenosos acompañan los cauces sinuosos de la mayoría de los ríos pequeños y medianos y se forman gracias al levanta­miento gradual de los cauces y a unos desbordamientos laterales más esporádicos.

3. Los cauces trenzados de lecho arenoso o de grava se anastomosan a lo ancho de los fondos de valle en medioambientes áridos (Figura 4-6), sobre todo en zonas de alto relieve y de violentas crecidas.

4. Los abanicos aluviales de arena y grava cruzados por canales trenzados divergentes tienden a adoptar formas ligeramente cóncavas a lo largo de las rup­turas de pendiente, como las que se producen en las faldas de las cordilleras o en las confluencias de los afluentes estacionales con los ríos de curso perenne.

Ejemplos arqueológicos de "terrazas" aluviales de arena o grava incluyen los valles del Támesis, del Somme y del Vaal (Wymer, 1968; Yerran, 1976; Hel­gren, 1978) donde casi todos los yacimientos son secundarios. El Nilo ofrece numerosos ejemplos de antiguos valles aluviales convexos que incluyen algu­nos yacimientos primarios en sus antiguos taludes y cauces (Butzer y Hansen, 1968:Capítulo 4; Phillips y Butzer, 1973; Butzer, 1976b). Complejos detalles geo-

50 Fundamentos

arqueológicos de valles inundados pueden observarse en las Grandes Llanuras del Noroeste (Agenbroad, 1978; Albanese, 1978), en Isimila Y Olorgesaillie, en el Este africano (Hansen y Keller, 1971; Isaac, 1977), y en Slazgitter-Lebenstedt, Alemania (Butzer, 197la:468-71). Gladfelter (1977) ha analizado los problemas específicos que presenta la interpretación de los yacimientos aluviales, Y Turn­baugh (1978) ha ilustrado las alteraciones post-deposicionales en medioambientes de alta energía.

Medioambientes deposicionales superficiales

Sitios eólicos. Las superficies esculpidas por la acción del viento son visibles allí donde la cobertura vegetal está incompleta y existen partículas finas, secas y sueltas susceptibles de ser desplazadas. Los medioambientes eólicos estrechos pueden transcurrir paralelos a las líneas costeras o a los valles aluviales trenza­dos, pero una gran cantidad de arena desplazada en forma de material del le­cho fluvial puede producir extensos campos de dunas capaces de desplazarse a grandes distancias en terreno llano. Los campos de dunas interiores, los man­tos de arena ondulantes y los mares de arena irregulares dominan en medioam­bientes áridos, donde la erosión pulveriza antiguas areniscas y los caudales in­termitentes concentran las arenas resultantes. Algunos tipos de duna -dunas parabólicas en U (abiertas al viento dominante) y dunas más pequeñas acumu­ladas por el viento corrientes en las playas y en los bordes de los valles- refle­jan la presencia de vegetación. Barjanas longitudinales (con las pinzas a sota­vento) y dunas transversales complejas son frecuentes en las zonas desprovistas de vegetación.

El viento también es responsable de los rasgos erosionales, incluyendo a) la deflación de la superficie general, que arrastra las partículas finas Y contribuye a concentrar arenas gruesas y piedras en forma de pedregales o pavimentos del desierto, b) depósitos inconsolidados cincelados por la acción de los torbelli­nos de aire y c) lechos arcillosos y limosos estriados y acanalados por el impac­to de los vientos.

Otro tipo de depósito eólico es el loess: polvo en suspensión transportado por el viento, que recubre grandes extensiones en forma de manto o lámina a sotavento de los cauces estacionales que transportan abundante sedimento fino. A veces el loess es eliminado de la atmósfera por la lluvia, y en el suelo está expuesto a la erosión, al transporte y a la redeposición bajo los efectos de las aguas superficiales. Por consiguiente, su dinámica contribuye a acelerar los se­pultamientos en condiciones de baja energía y a retardar la meteorización a causa de su pH neutro o básico.

El interés de las formas eólicas para la ubicación, la conservación Y el aflora­miento de los yacimientos es considerable (Figura 4-8). Aunque la mayoría de yacimientos en las dunas litorales y dunas marginales de llanuras fluviales son secundarios, su rápido sepultamiento ha preservado grandes concheros Y acu­mulaciones líticas en muchas áreas. En medio de los campos de dunas Y capas

r

El contexto del paisaje

Figura 4-8. Perfil esquemático de un yacimiento de ladera.

51

Artefactos dispersos en la superficie

Acantilado

de arena, las depresiones y los ventisqueros interdunales, a veces muy antiguos, han sido modificados a raíz de repetidos cambios medioambientales (por ejem­plo, la elevación del nivel freático local produce pantanos y lagunas que atraen los asentamientos, caso del Sáhara) (Rognon, 1980). La deflación pone a des­cubierto un sinfín de yacimientos, a veces reducidos a meros testigos con dis­tintos niveles fundidos en uno solo (Butzer y Hansen, 1968:Capítulo 4). Final­mente, el loess, ya sea primario o secundario, ha preservado numerosos yacimientos, desde Koster, Illinois (Butzer, 1977a) hasta varios campamentos musterienses y del Paleolítico superior de Ucrania (Klein, 1873), pero a menu­do con serios problemas de derivación (Brunnacker, 1978).

Pendientes. Las laderas de las colinas incluyen las pendientes de cresta, las de falda media y las de pie de colina (Figura 4-10). Las faldas medias y los pies de colina contienen depósitos poco profundos formados por acumulaciones de detritos rocosos o de taludes de derrubios al pie de los acantilados y de rocas desprendidas o derrubios de suelos y rocas en las laderas inestables de colinas y montañas, y sobre todo por la lenta acreción de restos de suelos o detritos rocosos en las faldas por desplazamiento de las partículas bajo el efecto de la gravedad, por deslizamiento, por reptación, por vuelco, o como resultado de la erosión producida por las aguas superficiales (glacis de coluviones) o por desplazamiento plástico del suelo saturado de agua, a menudo ayudado por las heladas (solifluxión).

Mientras que las acumulaciones de suelos en las faldas inferiores o en las depresiones de las tierras altas (Figura 4-9) contribuyen a preservar los yaci­mientos arqueológicos, existe un riesgo elevado de que los yacimientos de las partes superiores de las laderas o de las tierras altas sean erosionados y redepo-

52 Fundamentos

Cráter explosivo

~ J' '\,

pomez)

Grieta Piroc\ásticos de en la lava !as pendientes

\

Yacimientos -Lavas generalmente destruidos Poblados Y

sepultados (baja energía)

'\, \,

YACIMIENTOS VOLCANICOS

Depósitos lacustres __,

Figura 4-9. Paisajes esquemáticos de los yacimientos volcánicos.

sitados en los tramos inferiores o al pie de las laderas. Las corrientes fluviales arrastran preferentemente los materiales más ligeros, mientras que la gravedad desplaza más rápidamente y más lejos los objetos más densos en pendientes de 23-25º y superiores (Rick, 1976). Ello explica porque objetos de distinto ta­maño y material se hallan fundamentalmente recombinados. La dinámica de la congelación de los suelos explica la presión diferencial que se ejerce sobre suelos y rocas así como la reorientación o desplazamiento cuesta arriba de los artefactos (Wood y Johnson, 1978). Esta crioperturbación, aunque no exclusi­va de los asentamientos de pendiente, es particularmente eficiente en las super­ficies inclinadas. Torralba, en la región central de España (Butzer, 1971a: 456-61), ofrece un buen ejemplo de yacimiento parcialmente modificado por los efectos del hielo sobre las alternanancias de coluvión y sedimentos pantanosos de pie de ladera.

Sitios volcánicos. El volcanismo es un fenómeno endógeno, pero la rápida Y extensa efusión de lavas, coladas de fango (lahars) y cenizas ofrece importantes contextos arqueológicos. Las proyecciones de materiales piroclásticos incluyen grandes bloques o bombas, pedazos de piedra porree, cenizas y tufas polvorien­tas (Figura 4-9), que el viento desplaza a centenares de kilometros Y que los ríos pueden redepositar en las llanuras aluviales, los deltas y lagos a distancias todavía superiores. Los sedimentos piroclásticos constituyen un excelente me­dio de recubrimiento y de preservación, como puede observarse en yacimientos arqueológicos fósiles de los rifts valleys del Este Africano. Los ejemplos más famosos de yacimientos preservados por los depósitos de cenizas volcánicas son Pompeya al pie del Vesuvio, y Thera en las laderas de Santorini en el Egeo (Da-

El contexto del paisaje 53

vidson, 1978). En América del Norte y América Central abundan los ejemplos demostrativos de depósitos geo-arqueológicos volcánicos (Sheets y Grayson, 1979).

Síntesis geo-arqueológica de los microambientes

La Tabla 4-1 sintetiza la clasificación geo-arqueológica de los microambientes deposicionales que acabamos de describir. Los resúmenes generales relativos a la erosión, el transporte y las propiedades sedimentarias son más detallados que los del propio texto y ofrecen una mayor precisión. El lector poco versado en geomorfología puede centrar su atención en la columna Potencial arqueoló­gico y en las Figuras 4-1 a 4-9 para seleccionar una estrategia operativa.

Textura topográfica

Numerosas actividades prehistóricas se desarrollan fuera del microambiente del sitio. Los alimentos, el combustible y otros materiales provienen de una zona de aprovisionamiento: una costa y su llanura adyacente; un estero y colinas cir­cundantes; una serie de fuentes y arroyos al pie de las laderas montañosas; una serie de resurgencias o de depresiones en medio de extensiones arenosas ondu­lantes; un rosario de lagos puntuando el borde de una llanura glaciar; una su­cesión de hábitats escalonados horizontal y verticalmente entre el fondo de una fosa tectónica tipo rift valley y las orlas volcánicas y escarpes de falla circun­dantes.

Este medioambiente a escala media tiene una importancia evidente para los recolectores y los agricultores, puesto que las pendientes, el relieve y las formas de la textura topograf ica imponen patrones de distribución biótica y edáfica. Para más detalle sobre los análisis de paisaje a media escala, véase el manual de Marsh (1978).

El terreno puede clasificarse fácilmente como indican las Figuras 4-10 a 4-12: a) Por pendiente se entiende la inclinación, y se determina arbitrariamente de moderada a fuerte. La Figura 4-10 ilustra algunas clases de pendientes y supo­sición en relación con los elementos típicos de una ladera. b) Por relieve se en­tiende la diferencia de elevación máxima en un área determinada. Puede com­binarse el relieve con la pendiente media para describir tipos característicos de relieve (Figura 4-11): llanuras, mesetas, colinas y montañas. e) Las formas de valle se estudian mediante perfiles transversales y pueden definirse como recti­líneas, cóncavas o cóncavo-convexas (Figura 4-12). Estas formas suelen acom­pañar a paisajes bien definidos: valles rectilíneos en las regiones áridas; valles cóncavos en las regiones sometidas a las glaciaciones; valles cóncavo-convexos asociados con la topografía erosiona! en las regiones húmedas de las altas o medianas latitudes; anchos valles convexos asociados con algunas llanuras tro­picales húmedas (Butzer, 1976a: Capítulos 17-20).

Estos conceptos -pendiente, tipo de relieve, forma de los valles- pueden

Tabla 4-1. Clasificación geo-arqueológica de los medioambientes microdeposiciona/es

Erosión Transferencia Estratificación, textura Clasificación Posibilidades arqueológicas

Manantiales Erosión local de grietas y Movilización hidrodiná- Acumulaciones sedimen- Imperfecta a Lugares preferidos para los asenta-

respiraderos, erosión o mica de baja o alta ener- tarias lenticulares hetera- buena mientas y las matanzas; condiciones

corrosión profunda del gía de detritos y solutos géneas, con deformación de preservación por sepultamiento

substrato dinámica; lodos orgáni- por encima de la media; suelos di-cos, arenas y precipita- versos, incluidos los salinos y dos (Ca, Na, Fe) termales

Karst Denudación de los suelos Movilización de baja Unidades voluminosas, Principalmente Buenas trampas de huesos y arte-

de superficie; profunda energía de manantiales, heterogéneas, con cante- imperfecta factos; aunque raramente ocupados

corrosión del substarto escorrentias superficiales, nido húmico entreverado en permanencia; abundantes solu-

(grietas, cavidades, ca- gravedad; con posibles con precipitados dones mineralizantes en los suelos

vernas) componentes eólicos químicos

Cuevas Erosión/corrosión del Movilización hidrodiná- Secuencias sedimentarias Generalmente im- Excelente medio de baja energía,

substrato a través de las mica de baja energía de lenticulares heterogéneas perfecta idóneo para la ocupación reiterada

grietas, planos de estrati- solutos o sedimentos de- incluyendo precipitados por los hombres y/o los animales,

ficación, contactos litoló- tríticos; desplazamiento químicos (calizas) o de- con acumulación de sedimentos y

gicos; derrumbes de te- por gravedad derrubios tritos externos (de techo, reducida erosión ulterior; alcalino

cho y paredes (rápidos y de techo o paredes pendiente, suelo, alu-graduales) rocosas viones)

Litoral Erosión por efecto de las Procesos hidrodinámicos Capas delgadas o grue- Generalmente Incluye excelentes microambientes

olas y las corrientes por de energía muy variable sas, con posibles y com- buena al nivel y para el uso humano a corto y largo

encima y por debajo del producidos o no por el plejas interdigitaciones por debajo de las plazo; pero la actividad de las olas

nivel medio del mar, olejaje (en este último de facies (arcillas, guija- aguas, variable y las oscilaciones del nivel del mar

acentuada a veces por las caso intervienen agentes rros, precipitados) en por encima destruyen o recubren numerosos ya-

mareas; erosión eólica lo- lagunares, de pantano y trampas sedimentarias cimientos; la sal no facilita la pre-

cal; introducción de estuario) prelitorales servación de huesos y plantas

otros sedimentos proce-dentes del área de cap-tación

Orillas Erosión local por efecto Intruducción fluvial de Capas delgadas o gruesas Imperfecta a Excelentes sitios de asentamiento o

lacustres de las olas; la mayor solutos y concentrados arcillosas o arenosas con buena explotación, con sedimentación de

y marismas parte de sedimentos pro- en suspensión; desplaza- algunos precipitados quí- baja energía favorable al sepulta-

ceden del área de cap- miento reducido bajo el micos y abundante mate- miento; la turba ácida de las ciéna-

tación efecto del oleaje y las ca- ria orgánica gas es excelente para la preservación rrientes orgánica

Limites Erosión local reducida, Movilización hidrodiná- Capas gruesas de gran Moderada a Ambienle sedimentario favorable; deltaicos con sedimentos proce- mica de solutos y sedi- extensión principalmente buena los asentamientos se localizan en los

dentes del área de cap- meatos en suspensión; arcillo-limosas con algo márgenes de los brazos fluviales y tación desplazamiento subacuá- de arena y precipilados en la línea de costa; incluye grandes

tico limitado bajo el concheros efecto del oleaje y las co-rrientes

Llanuras Incrustación de los cau- Movilización hidrodiná- Secuencias verticales y Moderada a Los asentamientos y las explotado-fluviales ces; denudación de la su- mica de sedimentos en laterales de facies lenti- buena nes dependen de la estación y del

perficie; escurrimnientos suspensiün y del lecho a culares, en parte entre- micromedioambiente; la preserva-a pequeña escala loca- niveles de energía va- cruzadas, incluyendo des- ción de los yacimientos está amena-!izados riables de arcillas a guijarros zada por la erosión periódica y la

constante inestabilidad geomórfica

Sitios Deflación generalizada, ivlovilización aerodinámi- Arenas bien estratifica- Usualmente ex- Las depresiones creadas por el vien-eólicos de preferencia en los pa- ca de materiales en sus- das en parte entrecruza- celente to favorecen la explotacion de los

vimientos y las eras pensión o de lecho das de las dunas y arena- acuíferos y el aprovechamiento del les; acumulaciones de agua de lluvia acumulada en balsas loess y partículas finas y lagos; la deflación provoca el so-

lapamiento de yacimientos, y la di-námica del suelo expulsa a los arte-factos

Pendientes Denudación lenta o rápi- Desplazamientos dinámi- Capas delgadas o gruesas Generalmente im- La sedimentación en las depresiones da de las elevaciones, de cos, gravitacionales, plás- mal estratificadas de fa- perfecta y en la base de las pendientes ayuda las pendientes de las ticos e hidrodinámicos, a des mezcladas; a veces a preservar partes de los yacimien-crestas, o de las laderas, menudo en combinación deformadas o festonea- tos superficiales, pero los palimp-con destrucción de suelos con el hielo das; texturas esponjosas sestos secundarios son más frecuen-y rocas. o conglomeráticas tes debido a la redistribución; la

crioturbación puede mezclar los niveles

Sitios Principalmente endógeni- Desplazamiento aerodi- Capas extensas de piro- Moderada a exce- Las lluvias de piroclásticos finos Volcánicos ca, afectando en parte a námico y viscoso (lava, elásticos de tamaño uni- lente, mejorando son e.xcelentes para el sepultamiento

los sedimentos explosivos !abares); redistribución forme o heterogéneo (ce- con el alejamien- directo o secundario de los yaci-fluvial y lacustre nizas, bloques, bombas) to de la fuente mientas

56 Fundamentos

PENDIENTE

Llana <2º Suave 2-5°

Moderada 6-15°

Fuerte 15-40º

Acantilado >40° Cambios suaves de pendiente

Figura 4-10. Formas y clases de pendientes.

explotarse para obtener una descripción morfométrica precisa de una textura topográfica que sirva de primer paso en la cartografía del contexto del yaci­miento. Facilitan asimismo la percepción sobre el terreno de la variabilidad del espacio. Finalmente, al contribuir a la definición del marco espacial de un yaci­miento o de una red de yacimientos, los parámetros territoriales ayudan a la reconstrucción del suelo prehistórico y de los paisajes bióticos, y hacen factible la explicación de sus interrelaciones.

Terreno, suelos y biotos

La trama topográfica es mucho más que un mero marco topológico en el que se ubica el yacimiento. En realidad es esencial para la determinación de las con­figuraciones de los substratos, los niveles hidráulicos, el drenaje y los peligros de inundación, pedientes expuestas al sol, escurrimiento superficial de las aguas, infiltración, energía potencial, y localización de perfiles de suelos superficiales o profundos.

En el paisaje edáfico el terreno juega un papel importante a causa de su in­fluencia sobre los regímenes de humedad natural y el equilibrio acumulación de suelo/erosión. Las laderas escarpadas y soleadas disponen de un autodrena­je y tienden a permanecer secas, mientras que las depresiones y las grandes su­perficies llanas suelen ser húmedas, incluso en las tierras altas, y las ladera som­breadas corresponden al lado húmedo. Por consiguiente, se pueden distinguir varios regímenes de humedad: Los suelos automórficos son autodrenados; los suelos planomórficos son estacionalmente húmedos, sobre todo en las plani­cies de las tierras altas; los suelos hidromórficos son permanentemente húme­dos en las planicies bajas; los suelos xeromórficos son excesivamente secos en las fuertes pendientes expuestas al sol; los suelos ombromórficos en las seccio­nes inferiores de las laderas sombreadas son autodrenables pero húmedos (Bun-

El contexto del paisaje

TIPO DE RELIVE

Llanura inferior horizontal Llanura ondulada

m. pendiente media > 70° horizontal o suave,

y ~~!izontal en la sue~~(~~i'.';~~~ .. 1~ .. l?(~t .. aforma

as" si las pendientes son de 30-70°, adas" si las pendientes son > 70~,-~

m "Abiertas" si las pendientes son de 30-70º

·:S!!!~as'' si las pendiente~ son _>70°

Figura 4-11. Tipos de relieve. Adaptado de Hammond (1964).

57

ting, 1965: Capítulo 6). Igual a como ocurre con el equilibrio de la erosión de los suelos (ver Figura 2-2), los parámetros específicos para los regímenes de hu­medad varían de acuerdo con el substrato y el medioambiente climático. El rol de la topografía en la creación de paisajes edáficos complejos ha sido tratado desde diferentes perspectivas por Hugget (1975) y Hole (1978b). Los detalles del mosaico del suelo reflejan (y contribuyen a) los controles edá­ficos de la cobertura vegetal. En efecto, el substrato, la pendiente, el relieve y los suelos determinan los patrones a media escala de la vegetación de cualquier área.

El mosaico bosque-pradera de Illinois central en la proximidad del yacimien­to de Koster es un buen ejemplo de lo que antecede (Zawacki y Hausfater, 1969 y Butzer, 1977a: 39-41). Las planicies de loess y los depósitos glaciares de las tierras altas están cubiertas de herbajes (grama de tallo azul), y de bosques de roble y hickory en las pequeñas ondulaciones de la topografía glacial, en los bordes de los valles y en los terrenos accidentados en general. Los herbajes do­minaron durante todo el Holoceno (King, 1981) y estaban adaptados al clima (especialmente a las sequías de pleno verano) o a los incendios periódicos (obra

58 Fundamentos

FORMA DEL VALLE

\.__---J/Rectilinea

Convexa

Cóncava

Figura 4-12. Formas de valle.

de los indios o espontáneos) o a ambos a la vez. De hecho, las extensiones her­báceas solían coincidir con los suelos planomórficos estacionalmente húmedos (primavera y fin de verano), mientras que el bosque ocupaba los bordes de las tierras altas autodrenadas. El mosaico bosque/pradera traduce, pues, una com­binación de clima, incendios y regimen de humedad del suelo. En pendientes medias a fuertes, independientemente de los substratos, bosques xeromorfos discontinuos de roble, quebrajo y enebro alternan con extensiones herbáceas en las vertientes expuestas al suroeste, mientras que los bosques ombromórfi­cos de roble, olmo y arce son característicos de las laderas umbrías expuestas al este o al norte. Por último, los fondos de valle están cubiertos por un mosai­co diferente: bosques de chopo, álamo y roble; hierba y juncos en los fondos periódicamente sumergidos; bosques de roble, pecana y álamo en los terrenos más elevados; herbajes en las terrazas de cantos rodados y en los abanicos li­mosos laterales de los valles. Las galerías forestales de roble en otros tiempos

Su,

El contexto del paisaje 59

Norte

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Figura 4-13. Régimen de humedad del sucio y distribución de la vegetación en Jllinois, Representa­ción gráfica simplificada

se insinuaban entre los márgenes más secos de los valles afluentes. Los patro­nes resultantes son representados esquemáticamente por la combinación de pai­sajes de la figura 4-13. Variaciones de detalle aparte, estos traducen las relacio­nes suelo-vegetación en la mayor parte del Centro-oeste septentrional de los Estados Unidos.

La misma estrategia interrelaciona! se presenta en los mosaicos de sabana de Africa, donde las llanuras tienden a estar cubiertas con praderas, árboles aislados y manchas de matorrales en respuesta a la larga estación seca, al exce­so de agua en el suelo durante la estación lluviosa y a los incendios periódicos. Las pequeñas elevaciones formadas por sedimentos gruesos están ocupadas por galerías forestales, mientras que las laderas de las colinas, incluso con mantos de suelo delgados, se cubren de matorrales y bosque. Los bosques se establecen en las orillas de los ríos y en los anchos valles fluviales, entrelazándose con matorrales y extensiones de sabana herbácea estacionalmente sumergida. Los suelos de Africa y de Illinois ofrecen, por supuesto, muchas diferencias entre sí, pero al mismo tiempo presentan una evidente similitud de perfiles.

Estos ejemplos contribuyen a demostrar que suelos y biotos aparentemente homogéneos sobre grandes extensiones cartográficas son en realidad bastante complejos en detalle, incluso en áreas de idéntica litología. Cuando se trata de definir la diversidad de regímenes de humedad del suelo, el terreno es la princi­pal variable en el moldeado edáfico y, por consiguiente, constituye un modelo operativo para la distribución potencial de suelos y biotos. En la mayoría de las situaciones reales de campo, el registro edáfico de un período determinado

60 Fundamentos

puede ser reconstruido a partir de los vestigios de suelo residuales enterrados o redepositados. Como quiera que todo registro paleobotánico se reduce gene­ralmente a uno o dos yacimientos o perfiles, el registro edáfico sólo aportará una impresión general de la diversidad de la vegetación local. Los detalles bió­ticos locales deberán buscarse, por consiguiente, en los mapas de suelos y en los modelos de reconstrucción del terreno.

En resumen, la integración a mediana escala de la información geológica es fundamental para la determinación del mosaico medioambiental local y, por consiguiente, para la evaluación de la selección de los yacimientos y de la pauta de subsistencia espacial (Butzer, 1979b) y demás aspectos de la investigación arqueológica (Capítulo 14).

Trama regional

El macroambiente del sitio es el biomo o ecotono, del cual forma parte el mo­saico a mediana escala. Biomo y ecotono son los grandes paisajes que repre­sentan las mayores unidades de estudio, sea para la definición de la trama de los recursos o para la definición del ecosistema general. Esta trama regional incluye las configuraciones bióticas así como el conjunto de rasgos físicos y procesos que, conjuntamente, describen los diversos interfaces entre la atmós­fera y la litosfera. El geo-arqueólogo se interesa ante todo por los conjuntos físicos -formas de terreno y suelos, así como los procesos que los forman y modifican. Los conjuntos de paisajes físicos, que pertenecen a los biomos, for­man regiones morfogénicas, como indicado en la tabla 4-2. Los mapas compa­rativos de vegetación fisionómica de A.W. Kuchler pueden consultarse en el Goo­de's World Atlas (Espenshade, 1975), mientras que el Atlas of World Wildlife (Bramwell, 1973) contiene una excelente documentación faunística. Los biotos serán tratados más a fondo en los capítulos 10 y ll.

Transformaciones medioambientales

Las discusiones anteriores sobre matrices sedimentarias, topográficas y regio­nales reposaban en el supuesto de que la investigación se centraba en las condi­ciones contemporáneas de una fase o intervalo de ocupación humana. No debe perderse de vista que los cambios mediambientales y endogénicos de los últi­mos 2 millones de años han modificado sustancialmente los detalles de las pautas topográficas, de la distribución de los suelos y los procesos geomórficos domi­nantes. A escala de varias decenas de miles de años, los cambios topográficos han incluido ante todo elevaciones y drenajes; a escala de centenares de mile­nios, los cambios han sido más radicales: antiguas mesetas han sido reducidas a meras colinas residuales, mientras que los relieves locales quizá duplicaban o triplicaban.

En las altas latitudes, los cambios han sido más drásticos al ritmo de las al­ternancias glaciales e interglaciales. Los medioambientes resultantes de estas al-

El contexto del paisaje 61

Tabla 4-2. Regiones mo1fogenéticas y biomos correspondientes

Región morfogenética•

Glaciar

Periglaciar: medioambientes de congelación activa del suelo con pendientes y procesos fluviales pronunciados; actividad eólica fre­cuente en las altiplanicies secas, y e.xtensos suelos imbibidos en las llanuras bajas; pro­ducción activa de detritos, inestabilidad de las pendientes en zonas de montaña

Ternplada-hlin1eda: pendiente y procesos flu­viales eficaces aunque moderados propician­do la estabilidad de los suelos; imbibición ex­tensiva de las llanuras en las regiones con inviernos fríos invadidas por la glaciación pleistocénica

Te111plada subhti111eda/se111iárida: procesos fluviales eficaces, con suelos moderadamente estables y actividad eólica subordinada; man­tos loéssicos pleistocénicos generalizados

Arida: procesos fluviales esporádicos; lentos cambios de pendiente, con suelos reducidos al mínimo; actividad eólica prominente o formas eólicas heredadas

Tropical subluí111eda/sen1iárida: procesos flu­viales eficaces, con suelos moderadamente estables; llanuras estacionalmente húmedas

Tropical htirneda: procesos fluviales eficaces pero relativamente atenuados; violentas preci­pitaciones monzónicas; suelos profundos do­minantes; considerable dinamismo de las pendientes

"Butzer (1976a). PQdum (1971).

Biomo correspondienteb

Ausencia de hiatos en las capas de hielo

1lt11dras, 111osaicos de bosques y tundra, y pantanos alpestres; baja productividad, con escasos alimentos vegetales estacionales para el hombre; número reducido de grandes her­bívoros gregarios dominantes aportando una biomasa animal moderada a elevada

Bosques de coníferas, de caducifolios y mix­tos con reposo invernal; moden1da producti­vidad y disponibilidad estacional de alimen­tos vegetales; abundantes especies herbívoras dominantes y subdominantes, principalmente solitarias o en grupos reducidos; biomasa animal moderada en los bosques claros, y re­ducida en los bosques densos, con predomi­nio de pequeños mamíferos

Praderas, con estación de reposo invernal: productividad y disponibilidad estacional de alimentos vegetales; grandes herbívoros gre­garios de diversas especies, aportando una elevada biomasa animal

Desierto, n,atorrales y pastizales subdesérti­cos: productividad baja a muy baja; escasos alimentos vegetales; biomasa reducida de pe­queños mamíferos solitarios

Ga/er{a forestal y 1natorra/es de sabana, con reposo durante la estación seca: productivi­dad moderada a alta, con alimentos vegetales estacionales o perennes; numerosas especies de grandes herbívoros gregarios, aportando una elevada biomasa

Selva lluviosa y bosques ,nixtos de caducifo­lios y perennes: productividad elevada a muy elevada, con abundantes alimentos vegetales para el hombre: biomasa moderada de gran­des herbívoros gregarios en ambientes acci­dentados, y biomasa reducida de pequeños mamíferos solitarios en los bosques densos

62 Fundamentos

t,::I:·-J Desiertos

~ Sabanas y praderas subtropicales

f;;J Galerías forestales templadas

.A Restos de bosques templados o subtropicales

~~~:::J Sabana tropical y matorrales

~ Bosques tropicales

Í . . .

' - Lluvias invernales modernas

Figura 4·14. Vegetación probable africana hacia 18,000-15.000 B.P. Obsérvese cómo el bosque hti­medo tropical ha sido pni.cticamente eliminado por la expansión del Sabara hacia el ecuador y por el desarrollo extensivo de los medioambientes semifu"idos no tropicales en el noroeste y centro-sur del continente. La reconstitución se basa en parte en los estudios de polen y en la información bio­geogr.ifica (enclaves de plantas y aves no migratorias en montañas aisladas), pero las pruebas prin­cipales provienen de las secuencias sedimentarias cualitativas correctamente fechadas.

ternancias fueron totalmente diferentes de los actuales. Las gigantescas inun­daciones de las llanuras loéssicas producidas por la fusión de los frentes glacia­res, así como los movimientos gravitacionales ayudados por el hielo, remodela­ron el paisaje por doquier. Los patrones paleoambientales de la última glaciación en el Centro-oeste americano y en las llanuras de la Europa septentrional son, en realidad, poco conocidos (Butzer, 1974a: Capítulos 18 y 21; 1976a: Seccio­nes 10-9, 18-6 y 18-7 y Capítulo 17). En latitudes más bajas, las transformacio­nes de las franjas de vegetación fueron sustanciales, como se desprende de la reconstrucción de la última glaciación en Africa 18.000 B.P. (Figura 4-4). No obstante, las transformaciones morfogenéticas fueron mucho menos revolucio­narias que las que se produjeron en latitudes más altas, consistiendo en poco más que meros ajustes en el régimen estacional de los procesos modernos. Sólo localmente se alteró el ordenamiento jerárquico de los procesos de tamaño me­dio dominantes (es decir, de formación de suelos a la erosión de las laderas, a la formación de pantanos, a los suelos, o de la formación de suelos al aluvio-

El contexto del paisaje 63

namiento fluvial, a la acumulación de dunas, al desarrollo de suelos). Que las transformaciones biómicas principales ocurridas en las bajas latitudes sean di­fícilmente observables se debe básicamente al hecho de que los cambios geo­mórficos afectaron apenas a los ritmos y a la magnitud relativa de los agentes que continúan interviniendo en la actualidad. Ello supone un cambio de inten­sidad más que de naturaleza.

Esos ejemplos de los impactos de las transformaciones mediambientales del Pleistoceno son lo suficiente evidentes para que no sea necesario extenderse más. Pero también en el Holoceno se produjeron cambios ·característicos similares aunque más sutiles y menos conocidos. Las evaluaciones paleoambientales son mucho más difíciles y problemáticas que lo que podría deducirse de la literatu­ra. Igual que en el estudio de las tramas sedimentarias y topográficas, el con­texto paisajístico regional requiere la experiencia de un especialista. La idea de un contexto paisajístico estable y comparable al actual muchas veces reposa So­bre un diagnóstico erróneo. Las repercusiones sobre una interpretación geoló­gica con cierta elevación de miras pueden ser muy importantes .

CAPITULO 5

Geo-arqueología 111: el contexto estratigráfico

La nomenclatura estratigráfica

La estratigrafía implica el estudio de los niveles geológicos o arqueológicos, de sus secuencias de superposición internas y de la correlación externa de las uni­dades de un perfil con las de otro (Harris, 1979). La tradición geológica y pa­leontológica reconoce cinco tipos principales de métodos estratigráficos: a) la comparación litológica de secuencias de rocas, b) la correlación de horizontes fosilíferos equivalentes, c) la correlación de estratos de características paleo­magnéticas similares, d) la correlación de perfiles mediante datación absoluta, Y e) la comparación con una secuencia paleoclimática de referencia, preferente­mente fechada. Cada uno de esos métodos utiliza unidades distintas para defi­nir componentes verticales para las secuencias petrológicas, paleontológicas, paleomagnéticas y medioambientales y, ocasionalmente, para establecer una ter­minología jerárquica para posteriores subdivisiones internas (Bishop y Clark, 1967:397-407; Hedberg, 1976; Salvador y Opdyke, 1979):

litoestratigrafia bioestratigrafía magnetoestratigrafía cronoestratigrafía climatoestratigrafía

(capa, miembro, formación, grupo) (zona) (zona) (subestadio, estadio, serie) ( estadial/interestadial, glaciar/interglaciar)

En la práctica, los distintos términos jerárqúicos se explican de forma diferente en distintos países y, a menos que las publicaciones dominantes y los comités nacionales de unificación de nomenclaturas impongan la unificación termino­lógica, la utilización de los términos puede variar incluso de un autor a otro.

Una unidad litoestratigráfica tiene que estar claramente definida y ser deli­mitable en un mapa. La nomenclatura formal debería aplicarse sólo cuando a) un yacimiento-tipo adecuado que presenta una buena resolución interna y buenos límites de contacto está debidamente descrito por los datos de labora­torio pertinentes y b) se ha realizado un trabajo cartográfico de cierta exten­sión. A menos, y hasta que estos criterios no se cumplan, es preferible seguir utilizando nombres informales; por ejemplo, lechos (en minúsculas) y seleccio­narlos con sentido común a partir de topónimos locales, basándose de prefe­rencia en los rasgos culturales en contraste con los rasgos físicos y evitando uti-

64

El contexto estratigráfico 65

lizar nombres propios para designar términos estratigráficos -una práctica es­porádica que contraviene las normas.

La unidad litoestratigráfica básica se escoge en función del terreno a carto­grafiar y no debería necesitar de datos de laboratorio para resolver los proble­mas de terreno. Nos referimos a la Formación (siempre en mayúscula). Las sub­divisiones regionalmente persistentes y accesibles, pero que por lo general requieren pruebas de laboratorio para su identificación definitiva (por ejem­plo, datos sobre la textura, mineralogía de las arcillas, minerales pesados, etc.), o que resultan demasiado complejas para su representación cartográfica a es­cala media (1:50.000 a l:250.000), se llaman Miembros. La presencia de hori­zontes de referencia de facies características y localmente persistentes puede in­ducir a la determinación de Lechos (con mayúscula) formales. En el extremo opuesto de la escala, los conjuntos más amplios de varias formaciones, suscep­tibles de dar Jugar a unidades de paisaje cartografiables o a acumulaciones ló­gicas de sedimentos a gran escala, reciben el nombre de Grupos.

La terminología bioestratigráfica es menos compleja. Las Zonas formales se definen por lo general en base a uno o más géneros o especies característicos, o en base a conjuntos concretos. El "tramo" faunístico se ha utilizado como una versión informal de Zona. Para más información sobre la datación paleon­tológica, véase el capítulo 11.

Sólo recientemente los criterios magnetoestratigráficos formales han venido a sumarse a los criterios más tradicionales de clasificación estratigráfica. Se han observado inversiones a corto y a largo plazo de la polaridad terrestre en las manifestaciones paleomagnéticas de núcleos sedimentarios procedentes de son­deos de gran profundidad (ver Capítulo 9), gracias a los cuales disponemos de modelos temporales que permiten establecer la correlación global entre diver­sas secuencias litoestratigráficas a partir de las Zonas paleomagnéticas defini­das en base a la polaridad normal o invertida. Una vez fechadas con un míni­mo margen de error por medio del potasio/argón, nuestros modelos podrán servir de guía temporal independiente o cronozona, aplicable, especialmente, en los cambios climáticos de quinto y sexto orden (ver Tubla 2-2).

Las unidades cronoestratigráficas se establecen mediante el radiocarbono, el potasio/argón y otras técnicas de datación "absoluta" (ver Capítulo 9), y se aplican por lo general a tramos de tiempo relativos representados por unidades litoestratigráficas, bioestratigráficas y magnetoestratigráficas. La aplicación for­mal de este enfoque suele ser controvertida (en la medida en que se opone a la formal). En Estados Unidos, el nivel de Etapa se aplica a unidades de tiem­po equivalentes a los glaciares e interglaciares individuales (es decir, a las uni­dades de quinto orden) (ver Tubla 2-2). Las subetapas corresponden consecuen­temente a los estadiales o interestadiales (es decir, a las unidades de cuarto orden) y las series corresponden a las unidades de sexto orden.

La mayoría de los trabajos estratigráficos relacionados con el Pleistoceno es­tán basados en modelos climatoestratigráficos. Nombres formales, como Gla­ciación de Wisconsin, pueden utilizarse en zonas donde las etapas glaciar-

66 Fundamentos

interglaciar se han resuelto razonablemente bien como parte de una estratigra­fía glaciar, loéssica, o sedimentaria profunda. Sin embargo, es más frecuente que persista bastante incertidumbre, sino error, en el uso de la nomenclatura pre-illinoisiense de Estados Unidos, de los términos pre-würmienses en Euro­pa, o de la ya completamente desacreditada "secuencia pluvial" de Africa (But­zer e Isaac, 1975). Por otro lado, las nociones climatoestratigráficas informa­les, así como las correlaciones con secuencias continentales de latitud media o con zonas isotópicas marinas, siguen siendo indespensables como métodos de trabajo.

Litoestratigrafía: yacimiento y entorno

La microestratigrafia (es decir, la columna arqueosedimentaria detallada) de un yacimiento concreto es un registro temporal de acontecimientos, tales como la erosión, la sedimentación y la formación de suelos. Unos eventos pueden haber afectado tan sólo a una parte del yacimiento, otros a la mayor parte de la textura topográfica local y algunos a toda la región. Sólo mediante la cons­trucción de perfiles litoestratigráficos adyacentes adicionales, pero fuera del si­tio, podrá determinarse si estos acontecimientos son estrictamente locales o cul­turales, o ambas cosas a la vez. Columnas estratigráficas temporalmente superpuestas de este tipo pueden filtrar un detalle excesivo de lo que quizá no sean más que unos procesos culturales fortuitos dentro de una misma fase de ocupación. El registro resultante del filtraje puede suministrar, pues, un marco espaciotemporal más amplio de las fluctuaciones climáticas o de los impactos culturales en el paisaje (Figura 5-1).

La columna microestratigráfica de un yacimiento dado o la columna resul­tante de unos cortes artificiales adyacentes o de afloramientos naturales suele utilizarse como yacimiento-tipo para una unidad litoestratigráfica formal que resulte relevante para la secuencia de la ocupación. La cartografía de una for­mación de este tipo puede ser valiosa tanto para la reconstrucción del paisaje como para el estudio arqueológico.

Por lo tanto, la proyección de la estratigrafía específica del yacimiento puede servir para aislar la secuencia de los cambios medioambientales reales de ma­nera a poderlos confrontar con los modelos climatoestratigráficos regionales o, incluso globales, fechados con los que poder establecer una datación relati­va. Puede también utilizarse para una datación cronométrica directa. Más allá de los 40.000 años del alcance efectivo de la datación por el radiocarbono, la estimación bioestratigráfica o magnetoestratigráfica puede ser útil, sobre todo porque en los períodos de tiempo correspondientes a las unidades sedimenta­rias más antiguas se conservan pocos detalles. Por interpolación o extrapola­ción, la datación permite una calibración temporal aproximada de la secuencia de ocupación. O, si se cuenta con fechas suficientes, es posible establecer coefi­cientes diferenciales de sedimentación. Esto no sólo ayuda a clarificar la natu­raleza de los procesos medioambientales, sino que permite estimar la duración

estratificados

Cascotes del piso

Suelo Loess

Derrumbes

Detritos estratificados

El contexto estratigráfico

MICROESTRAT!GAAFlA DEL YACIMIENTO

67

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Figura 5-1. Estratigrafías regionales, locales y de yacimiento características de una aldea hipotCtica de la Edud del Bronce en la Europa sur-central.

de los acontecimientos o ciclos morfológicos del paisaje con un nivel de resolu­ción de milenios, siglos e, incluso, décadas. Con semejante grado de control de datos también resulta factible abordar la cuestión de saber si esos aconteci­mientos traducen las oscilaciones normales de un equilibrio dinámico, si refle­jan perturbaciones poco habituales seguidas de recuperación, o si representan unos umbrales adaptados a los nuevos niveles de equilibrio. En cualquier caso, la interpretación microestratigráfica puede ayudar a determinar qué tipo de acon­tecimientos dominan la columna sedimentaria preservada: acontecimientos ais­lados (por ejemplo, una inundación catastrófica), acontecimientos recurrentes de gran magnitud durante unas cuantas décadas, o procesos y cambios graduales.

Independientemente de que esos objetivos sean o no realmente realizables, la interpretación minuciosa de la litoestratigrafia local permite ir más allá de la datación relativa, puesto que aporta una apreciación contextual de las longi­tudes de onda y de las amplitudes de la variabilidad medioambiental y de las incidencias respectivas de las frecuentes oscilaciones de baja magnitud, de un lado, y de los acontecimientos menos frecuentes de gran magnitud, del otro. Semejante percepción de la dinámica del ecosistema local no tiene precio para un buen trabajo geo-arqueológico, puesto que aporta la experiencia necesaria

68 Fundamentos

para valorar la arqueosedimentología del yacimiento propiamente dicho y, por extensión, el impacto de las actividades culturales sobre el paisaje contiguo.

Correlaciones externas

La estratigrafía no es el objetivo principal de la geo-arqueología, pero es una parte fundamental de la infraestructura empírica que todo geo-arqueólogo debe tener a su disposición. Como ya se ha dicho anteriormente, la construcción de estratigrafías locales detalladas, específicas de un yacimiento, es el primer paso esencial para establecer el contexto estratigráfico. Cuando se dispone de bue­nos controles radiométricos, tales como una extensa sucesión de fechas de ra­diocarbono razonablemente coherentes, las conexiones y correlaciones estrati­gráficas externas pueden parecer carentes de interés. No obstante, semejante autosuficiencia se da raras veces, excepto para los últimos 5000 años aproxima­damente, y aún en este caso, una exploración de las estructuras externas resulta generalmemnte útil.

Las referencias externas de datación cruzada responden a cuatro finalidades principales:

l. Una ayuda cronométrica. Cuando las fechas radiométricas locales u otras fechas absolutas son insuficientes o poco fiables, y sobre todo cuando no se tiene ninguna, las correlaciones externas son indispensables para la calibración cronométrica. Esto es lo que suele ocurrir más allá de los 20 ó 30 milenios, cuando la datación por radiocarbono resulta problemática. En estos casos puede recurrirse a las técnicas litoestratigráficas, bioestratigráficas y climatoestrati­gráficas, que se discutirán más adelante.

2. Una ayuda para la interpretación paleoambiental. Las fluctuaciones o cam­bios en los modelos hidrológicos y de sedimentación, en la vegetación, en la composición de la fauna, etc. localmente documentados raras veces pueden va­lorarse aisladamente. Esto no debe interpretarse como un llamamiento a la es­peculación desenfrenada a escala continental o hemisférica, sino como una in­vitación a un prudente análisis de los registros externos que están razonablemente interconectados, tanto dentro de una sola región morfogenética o biomo, o en base a una interacción sistémica directa.

3. Un doble control de los distintos tipos de información disponible. Dife­rentes categorías de datos contextuales (una litoestratigrafía local, por ejem­plo) pueden benificiarse de las comparaciones internas y externas. Se ha de­mostrado que muchas incoherencias aparentes son resultado de suposiciones equivocadas, de explicaciones basadas en una sola hipótesis, o de un craso error. La doble contrastación permite aislar esos problemas potenciales y atender a explicaciones alternativas.

4. Una prueba de validez temporal de los horizontes arqueológicos. En geo­arqueología y en bio-arqueología, las precisiones o dataciones radiométricas im­plican a menudo que ciertos rasgos o procesos culturales concretos no son con­temporáneos, ni en el interior de una misma región ni entre distintas regiones.

El contexto estratigráfico 69

Esto puede reflejar errores de datación, un desfase temporal sistemático a es­cala espacial, o diferenciales temporales más complejos. La admisión y el análisis objetivo de esas disyunciones son vitales para la investigación prehis­tórica.

En general puede afirmarse que la correlación externa es un segundo paso lógico en el estudio del contexto estratigráfico. Pero este paso sólo se justifica cuando el conjunto estratigráfico local ha sido establecido y estudiado cuida­dosamente. Muchos arqueólogos gustan de hacer comparaciones externas an­tes de haber terminado el trabajo de infraestructura. Igual de nefasto resulta, sin embargo, considerar un yacimiento como un sistema cerrado.

Los problemas y los potenciales de la correlación externa difieren sustancial­mente en el transcurso del Holoceno y el Pleistoceno. Mientras que en los últi­mos 10.000 años, las fluctuaciones climáticas han sido relativamente discretas en la mayoría de medioambientes húmedos, cuyos registros de polen muestran pocas rupturas bruscas y escasa evidencia de relación con las fluctuaciones de los glaciares de alta montaña o de altas latitudes (Hafsten, 1977), los ciclos geo­mórficos del Holoceno no son en absoluto sincrónicos (Butzer, 1980a). En los entornos semiáridos, las variaciones han sido más espectaculares, tal como se refleja en las variaciones de caudal y nivel de los lagos (Butzer, 1970b) y en los cambios climáticos estacionales reflejados en la dendrocronología (Fritts, 1976). Es corriente encontrar cambios locales tangibles en uno u otro subsiste­ma medioambiental, aunque los patrones externos sean incongruentes o ambi­guos. Por ejemplo, Grave (1979) ha demostrado de manera convincente que el comportamiento de los glaciares del Holoceno no fue realmente sincrónico a escala continental, y menos aún, a escala mundial. De ahí que la comparación intrarregional de categorías diferentes de información tienda a ser más produc­tiva que la exploración extrarregional. Y lo mismo puede decirse de la datación cronométrica. Los acontecimientos del Pleistoceno requieren de una precisión temporal mayor (siglos o, incluso, décadas) y sólo las cronoestratigrafías deta­lladas y una relativa proximidad espacial revisten un interés específico.

En el Pleistoceno, tanto las unidades temporales menos precisas (medidas en milenios o en múltiples de milenio) como los cambios radicales del paisaje requieren patrones de correlación externa diferentes.

En teoría, la correlación externa entre períodos del Pleistoceno implica una combinación de métodos litoestratigráficos, bioestratigráficos y cronoestrati­gráficos. La bioestratificación zonal (ver Capítulo 11) incluye: a) las duracio­nes temporales de organismos individuales o conjuntos de varias especies o gé­neros y b) alternancias repetitivas de conjuntos específicos a lo largo de un perfil vertical. Ambos enfoques incorporan hipótesis y fuentes de error. Los métodos cronoestratigráficos incluyen fechas absolutas y esquemas referenciales fecha­dos, tales como patrones geomagnéticos (inversiones, acontecimientos, y va­riaciones seculares definidas, ver Capítulo 9) sujetos a posibles errores de jui­cio o de detalle empírico. Incluso en este caso, una investigación de un yacimiento concreto del Pleistoceno y de su entorno dependerá, en los más de los casos,

70 Fundamentos

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ESTRATIGRAFIA

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PLIOCENO

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Incisión fluvial creciente

Estabilidad y formación de suelos crecientes

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-- ------------------'!~-Figura 5-2. Estrntigrafia generalizada del Centro de Estados Unidos establecida a partir de las ii­toestratigrafias glaciares. Escala temporal semilogarítmica. Detalle creciente en dirección ascenden­te. Según Frye (1973: Figura 2) (Cortesía University of \Vashington).

principal o exclusivamente de la correlación litoestratigráfica. Disponemos de dos enfoques fundamentales.

Las estratigrafías de un yacimiento de latitud media pueden correlacionarse habitualmente con litoestratigrafías regionales bien delimitadas, tales como las secuencias de capas glaciares o interglaciares, secuencias de depósitos de alta energía (periglaciares) y de baja energía (templados), y secuencias de unidades de loess y de suelos (Figura 5-2). También pueden presentarse secuencias bioes­tratigráficas de alternancias de floras y faunas forestales y esteparias. En las regiones costeras, una sucesión de playas, dunas litorales, suelos o formas de

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El contexto estratigráfico 71

HEMICICLOS MARINOS

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Figura 5-3 .. Fluctuaciones relativas del nivel del mar registradas por las playas, arenas litorales y suelos del hcoral de Mallorca, España. El registro anterior a 300.000 B.P. es incompleto y está cro­nológicamente distorsionado. Los niveles inferiores reflejan los avances de los glaciares en las altas latitudes, pero la tendencia general del descenso de los niveles del mar interglaciares refleja el levan­tamiento gradual de la isla.

erosión pueden servir también para registrar fluctuaciones del nivel del mar pro­ducidas principalmente por fluctuación a escala mundial de la extensión de los glaciares y el nivel del océano (Figura 5-3). Los marcos estratigráficos de este tipo han sido descritos en otros textos (Butzer e Isaac, 1975). Todos esos casos reposan en el principio de la vinculación regional directa (por ejemplo, la co­rrosión o la erosión de una cueva por un nivel de mar deterniinado o durante un período de alteración atmosférica, y la penetración en la cueva de arena de una duna en movimiento o de gravas acarreadas por la corriente de algún río).

La correlación extrarregional suele ser más dificil por entrar en juego hipóte­sis climatológicas. El predominio de la humedad durante el Pleistoceno no fue universal Y no puede ser utilizada (Butzer, Stuckenrath et al., 1978). Las princi­pales tendencias de la temperatura, en cambio, fueron globales y quedan refle­jadas en la zonificación de la microfauna y de los isótopos del oxígeno de los nucleos de las perforaciones marinas profundas (Figuras 5-4 y 5-5) (Ruddiman Y Mclntyre, 1976; Shackleton y Opdyke, 1976; Berggren, 1980), en el registro de los isótopos del oxígeno de los núcleos de hielo de gran longitud (Johnson et al., 1972) (ver Figura 2-13) y en los travertinos de las cuevas (Harmon et al., 1978), en las largas secuencias de polen (Van der Hammen et al., 1971; Woi­llard, 1978), y en las series complejas de loess, suelos y moluscos (Kukla, 1975).

72 Fundamentos

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Brunhes

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Jar­amillo

10m

Figuru 5-4. Zonación del isótopo del oxigeno en el nl.J.dco de pcrfornción V28-239 del Pacífico. La columna ha sido calibrada por profundidad y en etapas pa)eomagnéticas. La inversión geomagnéti­ca Brunhes-Matuyama ha sido fechada en 730.000 B.P. por el mCtodo del potasio-argón. Las unida­des numeradas de l a 23 representan horizontes sucesivamente cálidos y frias (ntimeros impares y pares, respectivamente). La curva traduce las salinidades y densidades superficiales del agua, en concordancia con las glaciaciones y con las temperaturas locales. Las pequeñas desviaciones del estándar li01

' corresponden a los glaciares; las grandes desviaciones a los interghiciares. lviodifica­do de Shackelton y Opdyke (1976: Figura 2).

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Profundidad 5m

Figura 5-5. Detalle de la zonación del isótopo del oxígeno de las etapas 1 a 9 en el núcleo de perfora­ción RCll-120 del Océano Indico. La etapa 5 representa el último interglaciar con sus tres períodos cálidos (5a, 5c, 5e), y las empas 2 a 4 representan el último glaciar. El limite de las empas 5/6 ha sido fechado en 125.000-130.000 B.P. por interpolación a partir de la inversión geomagnética Brunhes­Matuyama y por datación radiométrica directa. La sección de curva representada en la figura regis­tra algo más de 300.000 años. Según Hays et al. (1976).

Si se cuenta con suficiente detalle, una litoestratigrafía local con control radio­métrico parcial puede reproducir parte de este registro global de las oscilacio­nes térmicas del Pleistoceno (Butzer, Beaumont y Vogel, 1978). La situación es todavía mejor cuando la estratigrafía de un yacimiento puede relacionarse directa o indirectamente con la climatoestratigrafía global, como ocurre, por ejemplo, en una cueva litoral donde las arenas de las dunas y de las playas pue­den documentar las fluctuaciones del nivel del mar, y los moluscos de las pla­yas pueden registrar las desviaciónes de los isótopos del oxígeno del agua del mar (Butzer, 1978c). No obstante, las correlaciones no dejan de ser meras hipó­tesis, porque todo enfoque individual posee sus propios supuestos y sus pro­pias fuentes de error, y todas las correlaciones son intrínsecamente subjetivas.

Desde una panorámica general, la correlación externa es un método están­dar para estudiar el contexto estratigráfico una vez se ha establecido una deta­llada estratigrafía local. Esas correlaciones varían según las clases de oportuni-

El contexto estratigráfico 73

dades disponibles para un entorno y período de tiempo particulares. La distin­ción entre correlación intrarregional y correlación interregional es importante, como también lo es la diferencia entre vinculación directa y coincidencia inferi­da. La.s correlaciones externas son útiles y a veces insuperables como ayuda cro­nométrica, como marco de referencia para la interpretación paleoambiental, y para la doble referenciación interna y externa, y suelen resultar más efectivas si van acompañadas de controles litoestratigráficos, bioestratigráficos y cronoes­tratigráficos. Pero incluso en el caso ideal, son explícitamente parte del método específico normal basado en la formulación y verificación de hipótesis. Por con­siguiente, no son ni sólidas ni inmutables, pero tampoco se pretende que lo sean.

CAPITULO 6

Geo-arqueología IV: formación de un yacimiento

Los sedimentos arqueológicos

El registro sedimentario de un yacimiento arqueológico suministra una infor­mación medioambiental y estratigráfica fundamental. En cambio, se subvalora su importancia para interpretar los patrones de asentamiento y las actividades subsistenciales. Y ello es así porque los sedimentos arqueológicos incluyen siem­pre una mezcla de componentes físicos, biogénicos y culturales:

l. Los componentes fisiogénicos reflejan los procesos físicos fundamentales de un yacimiento, con o sin intervención humana o animal, y son el resultado de la erosión, el transporte y la deposición normales del entorno general de un sitio o de medioambientes microdeposicionales concretos dentro del sitio. Pue­den citarse como ejemplos de componentes fisiogénicos el polvo eólico, el limo y la arena depositados por el agua, los movimientos y corrimientos de pendien­tes y los desconchados y corrimientos de las cuevas.

2. Los componentes biogénicos son esencialmente el resultado de la activi­dad de los animales residentes o visitantes de un sitio; por ejemplo, el ganado, los animales domésticos, los roedores, los gusanos, los caracoles y los insectos en el túmulo ocupacional de una aldea; o las avispas, lechuzas, murciélagos, puercoespines, hienas, félidos y osos de una cueva. Los habitantes de la cueva introducen una serie de materiales externos, y los moradores del poblado pue­den introducir materiales o mezclar y transformar los sedimentos orgánico­minerales. La actividad biogénica en las cuevas es muy importante durante las rupturas en su ocupación o después del abandono del sitio. En los poblados, el input biogénico se reduce tras el abandono, pero los distintos organismos subsuperficiales coadyuvan a la descomposición de los desechos de superficie, favoreciendo así la formación de suelo bioquímico.

3. Los componentes antropogénicos incluyen a): diversos materiales mine­rales o biológicos incorporados deliberada o incidentalmente al yacimiento, b): residuos y rasgos producidos por la alteración de las aportaciones o de la acti­vidad humanas, y c): sedimentos minerales producidos por la aceleración, como resultado de la intervención humana, de los procesos geomórficos normales (por ejemplo, la pátina del techo de la cueva producida por las hogueras encendidas por los moradores), o las interferencias en el sistema geomorfológico normal (por ejemplo, la inestabilidad del suelo que se refleja en la erosión de las pen-

74

Fornzación de un yacilniento 75

dientes y en los depósitos aluviales alrededor y aguas bajo de un poblado). El principio básico de la arqueosedimentología es que los seres humanos y

los animales son agentes geomorfológicos causales de una gama especifica de sedimentos arqueológicos que requieren una atención y una interpretación es­pecíficas. Las distintas génesis de los sedimentos arqueológicos aconsejan su subdivisión en tres categorías: formas primarias, formas secundarias y formas terciarias.

l. Los materiales primarios han sido introducidos en el yacimiento por los agentes humanos, bien en su forma original, bien como productos elaborados. Se incluyen aquí los artefactos y ornamentos, los materiales de construcción, los alimentos y los combustibles y, a menor escala, el polvo y la suciedad intro­ducidos a través de los pies, la ropa y otros objetos de los moradores. Los ani­males también introducen materiales (por ejemplo, los huesos de las presas arras­tradas hasta la cueva por los grandes carnívoros, o las bayas y huesos introducidos por algunos roedores, como los puercoespines).

2. Los materiales secundarios son producidos por la alteración in situ o por la descomposición bioquímica. En un yacimiento de ocupación paleolítica esos materiales secundarios podrían incluir conchas y fragmentos de huesos rotos y trabajados; restos de fibras, carbón vegetal y materia orgánica carbonizada; cenizas minerales; heces humanas y fosfatos orgánicos depositados con la ori­na; restos de construcción -improntas de viga, fosos y pavimentos-; lascas y artefactos líticos manufacturados; objetos ornamentales y rituales -collares de concha, ocre para el maquillaje del cuerpo, arte parietal y móvil. Los restos de un poblado neolítico incluirían probablemente una serie de elementos adi­cionales; por ejemplo, restos de cerámica, una mayor variedad y cantidad de subproductos alimenticios y excrementos de animales; restos estructurales -pie­dra tallada o en estado bruto, ladrillos cocidos, ladrillos de barro, adobe, ma­dera y fibras. Los enterramientos humanos intencionales y los enterramientos animales accidentales también entran en esta categoría. Los animales contribu­yen activamente a la transformción de estos materiales, no sólo en los corrales del poblado neolítico, sino también en las cuevas paleolíticas: "pelotillas" de lechuza con huesos intactos de roedor, guano de murciélago rico en nitratos, heces de hiena con abundante calcio y fosfatos, excremementos de oso con ni­trato, fosfato, calcio y potasio en abundancia. Otra forma de aportación ani­mal susceptible de contribuir a la formación de suelo postdeposicional en un lugar de asentamiento es la que resulta de la mezcla o la ingestión de materiales subsuperficiales por parte de los roedores subterráneos, los gusanos y otros or­ganismos del suelo.

3. Los materiales terciarios incluyen los residuos de materiales primarios y secundarios eliminados y depositados por los agentes físicos y humanos en forma de montones de basura secundaria, de rellenos estructurales y de lechos depo­sitados por las aguas. La mayor parte del material presente en el interior y alre­dedor de un sitio ocupado durante mucho tiempo se halla fuera del contexto original. En un poblado en expansión demográfica, los desechos primarios pró-

76 Fundamentos

ximos a la zona habitada tendrán que ser nivelados o trasladados artificialmente Y las casas derruidas tendrán que ser parcialmente descombradas antes de pro­ceder a la reconstrucción. Los túmulos de ocupación están constituidos princi­palmente por escombros y cascotes secundarios que han sido transportados o empujados a la periferia del sitio o utilizados como relleno de los nuevos fun­damentos, en la construcción de terrazas artificiales o para rellenar los huecos de las murallas. Este detrito es el equivalente mecánico de la "información pa­rásita" en arqueología. Las lluvias, junto con los desplazamientos por grave­dad en la periferia del yacimiento, contibuyen a la posterior reestructuración de esos escombros (ver Capítulo 7). Incluso algunas cuevas paleolíticas presen­tan bandas o conos de escombros terciarios fuera de las bocas de entrada, que reflejan unos esfuerzos de limpieza doméstica muy anteriores a la excavación arqueológica. En algunas situaciones concretas de campo resulta difícil distin­guir los arqueosedimentos secundarios de los terciarios, pero la diferencia es importante tanto para el excavador como para el geo-arqueólogo.

Evidentemente, el componente cultural varía radicalmente entre un campa­mento paleolítico estacional y un túmulo de ocupación prolongada. Dos ejem­plos hipotéticos, el de una cueva paleolítica y el de un túmulo de ocupación neolítico, pueden servir para destacar sus respectivos componentes y procesos de fomación.

Un prototipo del Pleistoceno: los-sedimentos de cueva

El método geo-arqueológico convencional de análisis de cuevas consiste desde hace mucho tiempo en considerar los sedimentos como residuos físicos, no como residuos culturales. Estudios autorizados, como los de Farrand (1975a, 1975b), Laville et al. (1976, 1980) y Le Tensorer (1977), siguen subestimando el rol de los agentes antropogénicos y biogénicos. Un primer paso tendente a corregir este desequilibrio ha sido dado por Butzer (1978f, 1981c) y por Goldberg (1979a). La exposición hecha a continuación está basada en mis experiencias con sedi­mentos procedentes de una serie de cuevas españolas y sudafricanas; los resul­tados de algunos de estos estudios se hallan todavía en fase de preparación para su publicación.

Los diversos componentes culturales de los sedimentos de cueva pueden enu­merarse de la forma siguiente:

l. Detritos líticos. Los ocupantes paleolíticos llevaron a sus cuevas cantida­des ingentes de roca primaria en forma de losas, cantos rodados y de fragmen­tos naturales o artificiales, a veces procedentes de la base de algún acantilado próximo, otras veces de algún Jecho de grava aluvial a unos centenares de me­tros de distancia, y aún otras, de canteras especiales a muchos kilometros de distancia. Dentro de la cueva estas rocas eran convertidas en artefactos, lascas Y finas esquirlas o buriles, o servían de yunques y martillos. En algunos niveles de cueva, la piedra artefactual constituye la totalidad de los sedimentos de ma­lla superior a los 2 mm y una buena -sino la mayor- parte de los de malla

For,nación de un yacüniento 77

comprendida entre 200 y 2000 micrones. Para más información sobre la micro­laminación véase el trabajo de Fladmark (1982). Por ejemplo, en la cueva de caliza de El Pendo, en Cantabria, todo el cuarzo y la cuarcita y casi la totalidad del ocre, los cristales de feldespato y las láminas de mica son elementos intro­ducidos, aunque los cristales de plagioclasa (feldespato) y los de mica de gra­nulometría comprendida entre 50 y 100 micrones proceden de la descomposi­ción de las lajas de diabasa (Butzer, 1980c). En la cueva de Nelson Bay, en Africa del Sur, la mayoría de los artefactos estaban hechos de la misma cuarcita que los cascotes desprendidos del techo, planteando serios problemas de identifica­ción entre las hojas manufacturadas y las producidas por la acción del hielo (Butzer, 1973b). Aunque esos componentes artefactuales deben ser analizados estadísticamente para delucidar los datos medioambientales de fondo, por lo general, las estadísticas publicadas sobre componentes de arena y arenisca de los sedimentos de las cuevas han obviado estos posibles problemas. Es más, los estratos de las cuevas del final del Pleistoceno y del Holoceno tienden a presentar un aumento de cascotes de piedra (a veces en forma de hogares u otras estructuras) deliberadamente introducidos o desplazados del exterior o del in­terior de la cueva. Esos manupartes también deben diferenciarse de los frag­mentos de origen y emplazamiento físicos. Por último, es probable que las ho­gueras encendidas en las cuevas favorecieran el desprendimiento de lajas del techo bajo el efecto de la alternancia de calor y frío. Probable o segura, la in­tervención de este agente no siempre puede correlacionarse positivamente a partir de la frecuencia de fragmentos caídos del techo y el espesor o la abundancia de horizontes de hogares.

2. Suelo mineral. Con el mal tiempo, y en ciertos medioambientes húmedos, por ejemplo, cerca de la costa, suelo y arena penetran fácilmente en cuevas y concheros a través de los pies humanos, la piel y el pelaje de los animales caza­dos o de los mamíferos cavernícolas, y a través de los moluscos introducidos en la cueva en calidad de alimento. Incluso cuando existe una buena cobertura vegetal alrededor de la entrada de la cueva, los pequeños grupos humanos que usaron la misma cueva durante milenios pudieron introducir en ella cantidades importantes de "suelo" inorgánico. Los componentes minerales son también introducidos con la materia fecal, e incluso a través de las avispas y los pájaros anidadores. Aunque resulte difícil o imposible de cuantificar, este componente antropogénico y animal del suelo no sólo es real, sino que probablemente tam­bién es importante.

3. Materia vegetal. Las fibras y los alimentos vegetales fueron inevitablemente introducidos en forma de alimentos primarios, como productos alimenticios secundarios (en el sistema digestivo de humanos y animales), y como combus­tible y materia prima para el vestido, el lecho y la construcción. Con el tiempo, las heces, el carbón y la ceniza de la leña aportaron coloides orgánicos, ami­noácidos, celulosa, resinas, fosfatos, nitratos, potasa y manganeso a los sedi­mentos de la cueva.

4. Productos animales. Tumbién se introdujeron proteínas animales, huesos

78 Fundamentos

y conchas en gran cantidad, que se incorporaron a los residuos anteriores: hue­sos, conchas, astas, plumas, tejidos y heces, algunos de ellos más o menos in­tactos (fragmentos de huesos, nácar), otros como productos de descomposi­ción (fosfato de los huesos, compuestos de calcio, nitrógeno o potasio, ácidos orgánicos, carbonatos y silicatos coloidales. Hay que mencionar igualmente los huesos de pequeños animales en las pelotillas de lechuza, detritos de hueso de los coprolitos de hiena, huesos roídos de las madrigueras de puercoespín, y los huesos relativamente intactos, parcialmente desarticulados, de las presas de los félidos.

Los ocupantes prehistóricos de las cuevas aportaron directa o indirectamente cantidades sustanciales de piedra, suelo mineral y coloides orgánicos o iones. En el curso de ocupaciones periódicas y prolongadas fueron añadiendo gran­des cantidades de arena y arenisca, sin olvidar la fracción arcillosa y fangosa del sedimento, propiciando así el desarrollo de un componente húmico-arcilloso especial formado por una mezcla de compuestos minerales solubles (calcio, fos­fato, potasio, nitrógeno, azufre, magnesio), ácidos (incluida la orina humana y la orina animal), y carbono orgánico.

La evolución química de esos productos orgánicos es compleja y depende del subsuelo medioambiental. Por ejemplo, el hueso se disuelve en soluciones ácidas débiles de origen orgánico (ácido úrico, guano de murciélago, ácido car­bónico de origen vegetal), y las soluciones fosfáticas resultantes se combinan con el calcio (a pH > 7) para formar compuestos casi insolubles, algunos de los cuales pueden llegar a sustituir la calcita de las calizas y travertinos adya­centes (Goldberg y Nathan, 1975). Si el pH es inferior a 5 ó 6, los iones fosfóri­cos, potásicos, sódicos o cálcicos pueden combinarse con compuestos de hie­rro y aluminio y ser absorbidos por las laminillas de las estructuras coloidales de los minerales de las arcillas (Cook y Heizer, 1965). Según qué forma adop­ten, los compuestos de fósforo pueden ser difíciles de cuantificar con precisión o incluso indefectiblemente, sea a partir del cálculo del P libre o del cálculo de P total (Proudfoot, 1976).

Los cálculos de carbono orgánico, fósforo, potasio y pH, a partir del contex­to del color de los sedimentos, de los huesos, de los restos de artefactos y de los hogares, ofrecen una documentación incompleta de la ocupación humana en los estratos de la cueva. Pero las curvas de C, P y K, incluso reforzadas por difractogramía de rayos X, micrografía de láminas delgadas o microscopía elec­trónica de barrido sólo pueden aportar información aproximada o indirecta sobre los compuestos orgánicos de los sedimentos de la cueva. De hecho, las medi­ciones geoquímicas de los iones y cationes clave ni siquiera permiten diferen­ciar los residuos de productos cárnicos de los residuos de vegetales. Los traba­jos experimentales de la Smithsonian Institution y de la Universidad de Tübingen sugieren la posibilidad de identificar, por cromatografía de gases de los ami­noácidos, los residuos de sangre, hueso, grasa, etc. Otros métodos más sofisti­cados de química orgánica y de análisis de oligoelementos permiten identificar los componentes diagnósticos de determinados tipos de alimentos. Pero, lamen-

For1nación de un yacinliento 79

tablemente, todavía tardaremos bastante tiempo en disponer de resultados so­bre los compuestos orgánicos derivados; de ahí que la identificación microscó­

. pica de las estructuras vegetales preservadas o de los fragmentos de huesos siga siendo fundamental.

Un problema adicional en la determinación de la intensidad y naturaleza de la ocupación humana o animal es el rol de la oxidación y/o de la movilización contemporáneas o postdeposicionales. Por ejemplo, un horizonte de suelo con abundante polvo de carbón vegetal y alto contenido de carbono puede identifi­carse con probabilidad con un hogar. Pero su evidencia manifiesta se debe a fuegos de baja temperatura con oxidación incompleta; los fuegos de alta tem­peratura producen capas delgadas rojizas o blanquecinas y, por tanto, menos detectables, aun cuando indican fuegos mayores o más prolongados y, por de­ducción, una actividad más intensa.

Ya se ha mencionado la fijación de P en presencia de Ca (por ejemplo, en la colofanita) y la adsorción de P, K, Na y Ca en la estructura de los minerales de las arcillas en suelos ligeramente ácidos. El fósforo puede haberse desplaza­do (quizá lixiviado) hacia la base de la columna de sedimentos de la cueva, lo que explica que en los estratos paleolíticos de la Cueva Morin las concentracio­nes máximas de fósforo se sitúen aproximadamente un metro por debajo de los principales horizontes de ocupación (Figura 6-1) (Butzer, 1981b). Enlama­yoría de secuencias de cueva el potasio disminuye de forma regular con la pro­fundidad, en consonancia con su inestabilidad en medioambientes ligeramente alcalinos. En la Cueva Morín algunos de los pozos excavados en el Aziliense o final del Paleolítico carecen prácticamente de cualquier artefacto, y los valo­res de P aparecen muy bajos, en contraste con las concentraciones de C y K procedentes probablemente de las cenizas de los hogares. Tras 75.000 años de oxidación y lixiviación y de alteraciones producidas por las heladas, las con­centraciones de fósforo presentan un máximo moderado atribuible, en ausen­cia de artefactos y huesos conservados, a excrementos de osos de las cavernas. Estos puntos sirven para explicar porqué los compuestos orgánicos no suminis­tran un indice indiscutible del modelo de actividad, particularmente en los con­textos más antiguos. Pero hay que ser cautos incluso con estratos mucho más recientes sometidos a la influencia de los microambientes del suelo.

Los agregados biogénicos y antropogénicos de distintas clases plantean pro­blemas especiales, sobre todo para los análisis de textura:

l. Coprolitos (excrementos fósiles). El material fecal de una cueva, en condi­ciones normales, se descompone, pero puede concentrase en ciertos estratos. Las heces secas contienen proporciones variables de plasma soluble y residuo mineral, éste último, de granulometría variable. Los agregados primarios de las capas ricas en coprolitos de hiena son resistentes debido a los altos contenidos de material mineral estructurado (fosfato de calcio) y a las inclusiones de frag­mentos de hueso, mientras que los excrementos de oso de las cavernas son ex­cepcionalmente ricos en solubles y en agregados húmico-arcillosos contenien­do residuos milimétricos de hueso.

Soluble en HCl 20 40 60 80% QM.5 10 15 20%

;

'

1.0 7.5 e.o pH P1 2000 4000 6000 eooowm 1000 2000 JODO K.

Texlum ucumul11tlvn del n:,slduo lns11luble en HCI

Figura 6-l. Perfil arqueosedimentarlo de la Cueva Morin, Cantabria, Espafla. Las unidades sedi­mentarias estñn definidas por números ñrabes en orden ascendente, Y los niveles arqueológicos por números romanos en orden descendente. Adaptado de Butzer (1981b).

Forn1ación de un yacüniento 81

2. Cenizas /(gneas. La combustióu de varios tipos de fibra libera fitolitos de ópalo (esqueletos microscópicos de sílice, ver Capitulo 10) y cristales microscó­picos de calcita. que forman una nueva clase de minerales. Estos intervienen de manera apreciable en la formación de agregados pulverulentos blancos o amarillentos de granulometría arenosa fina, característicos de las intercalacio­nes lenticulares claras entremezcladas con lentes oscuras en los sedimentos de numerosas cuevas. Ampliadas 30 veces, esas partículas de ceniza presentan una estructura granular porosa y heterogénea. Sólo ciertas variedades son atacadas por los ácidos, pero todas son solubles en álcalis fuertes, como el hidróxido de sodio empleado para disolver compuestos silíceos y orgánicos.

3. Arcilla cocida. Las fogatas de cueva, que alcanzan normalmente tempe­raturas de 600ºC o más tienen un efecto reductor en los sedimentos adyacen­tes, que adquieren un color gris o amarillento; un efecto oxidante algo más le­jos del contacto del fuego, que oxida los sedimentos transformándolos en agregados rojo oscuro o marrón rojizo, mientra que los sedimentos más aleja­dos, que sólo alcanzan temperaturas moderadas y una combustión incomple­ta, producen agregados orgánicos marrón oscuro. Los agregados resultantes pre­sentan estructuras laminadas o amorfas, con granulometrías que oscilan entre 100 y 500 micrones, y forman interdigitaciones lenticulares que ofrecen varias gradaciones entre partículas de ceniza, de arcilla cocida amarilla o roja y agre­gados carbonáceos oscuros.

Por su aspecto, esos agregados se confunden con los granos de arena, las partículas de limo y los minerales de las arcillas. Si a ello le añadimos el frac­cionamiento lítico similar al de la arena y las areniscas a que pueden verse so­metidos, o la aptitud de recombinación geoquímica de los iones orgánicos para formar moléculas húmico-arcillosas, comprenderemos cómo los factores cul­turales pueden desvirtuar considerablemente (y, a veces, completamente) el es­pectro textura! de los análisis mecánicos de laboratorio. La conclusión es que los sedimentos arqueológicos de las cuevas deben ser cuidadosamente pre­tratados si se quiere obtener una información útil. Goldberg (1979a) propone un análisis micromorfológico con objeto de identificar directamente las partí­culas y agregados antropogénicos y biogénicos. Un método alternativo consis­te en aplicar las técnicas usuales de separación granulornétrica y examinar lue­go al microscopio las partículas de limo y de arena de más de 37 micras (la malla de tamiz más pequeña de que se dispone). Los productos de fracciona­miento podrán separarse, los agregados biogénicos podrán ser disueltos en so­lución alcalina, y la muestra así previamente tratada podrá ser examinada por segunda vez a efecto de obtener un espectro textura] "depurado" del material de más de 37 micras. La diferencia cuantitativa, junto con la determinación geoquímica del fósforo, potasio y materia orgánica libres y combinados, indi­cará hasta qué punto las estadísticas iniciales sobre limos y arcillas, o los di­fractogramas de rayos X de los minerales de las arcillas son aprovechables.

Esta discusión analítica pretende llamar la atención sobre algunos de los pro­blemas de procedimiento planteados por la sedimentologia de cuevas y sugerir

82 Fundamentos

algunas formas de separar los inputs físicos de los no físicos para obtener in­formación sobre ambos. La conclusión es que es necesario elaborar un nuevo sistema sedimentario para cada cueva. Veamos un ejemplo concreto de lo que precede.

Un ejemplo de geo-arqueología de cueva: la Cueva Morín

La Cueva Morín es una cueva caliza situada a 11 km al suroeste de Santander, cerca de la costa cantábrica, en el norte de España (Butzer, 1981b). En la cueva, el grueso del sedimento (Figura 6-1) se formó a partir de detritos de suelo y de roca de la cobertura acarreados por el agua hasta la entrada de la cueva, donde el goteo del agua de la fachada los habría desplazado lentamente hacia el interior de la cueva. Esos sedimentos externos incluyen arcilla (procedente de horizontes de suelo), limos (en parte, polvo transportado por el viento y loess), arena cuárcica (en parte procedente de acumulaciones de aluviones antiguos) y, más raramente, cantos rodados, granos de arena o concreciones de hierro (una aportación de la superficie de erosión encima de la cueva). En el interior de la cueva se formó otro tipo de relleno a partir de costras y esquirlas despren­didas del techo bajo el efecto de las heladas; las estalacmitas y los travertinos son muy raros. Por último, las frecuentes ocupaciones de la cueva por grupos del Musteriense y del Paleolítico superior durante los 75.000 años anteriores a 10.000 B.P. fueron responsables de a) la introducción de materiales minerales y orgánicos desde el exterior de la cueva, b) la alteración de la estratigrafía pree­xistente y la mezcla de sedimentos antiguos y sedimentos contemporáneos, y e) la modificación geoquímica como resultado de la descomposición de restos biológicos.

Los períodos de ocupación intensiva fácilmente duplicarían el índice de sedi­mentación ''espontánea'' en la medida en que incorporaron un componente de arenisca o de arena gruesa, ausente en el residuo calcáreo, que se añadió al limo areno-arcilloso procedente de la disolución de las calizas, que aumentó la fracción húmico-arcillosa coloidal con la aportación de compuestos minera­les solubles, y que en general elevó el contenido en componente orgánico. La materia orgánica constituye un 5-25 por ciento de la mayoría de niveles de ocu­pación; los compuestos fosfatados un 1-2 por ciento, y los restos artefactuales y el hueso un 2-50 por. ciento.

La ocupación intensiva afectó a los índices de acumulación de sedimentos. Los fosos excavados por los ocupantes azilienses (nivel arqueológico !) consti­tuyen otro ejemplo de esta alteración, mientras que diversos contactos entre los niveles V, VI y VI! sugieren semejantes actividades excavadoras por parte de los ocupantes gravetienses y auriñacienses. Varias estructuras de principios del Auriñaciense ofrecen otro ejemplo.

Más acusados fueron los efectos de ocupaciones repetidas que mezclaron com­ponentes culturales nuevos con sedimentos minerales más antiguos que habían estado acumulándose lentamente durante siglos y milenios. En otros casos, una

Fortnación de un yacilniento 83

fase renovada de ocupación llegó a alterar unos IO cm de restos de ocupación anteriores (probablemente bajo el efecto de las pisadas humanas, cuando el agua de lluvia se estancaba en el interior de la cueva). Así se llegaron a refundir pro­porciones importantes del sedimento cultural anterior en una masa bastante más joven. Ejemplo de ello son los artefactos evolucionados a partir de arte­factos auriñacienses descubiertos en la parte inferior del nivel gravetiense V.

Las implicaciones de una ocupación esporádica pero repetida son considera­bles, no sólo por lo que se refiere a la interpretación paleoambiental de la co­lumna de sedimento sino también para la valoración de los contextos arqueoló­gicos primarios.

l. Los períodos sin ocupación estarán mal representados, sobre todo en épo­cas de escasa erosión externa del suelo, y el registro temporal queda distorsio­nado o incompleto.

2. Los períodos de repetida ocupación intensiva terminarán por "enmasca­rar" las huellas medioambientales y por provocar, en algunos casos, una exa­geración aparente del espesor y la complejidad de los sedimentos. Las capas estarán formadas principalmente por componentes culturales y detalles ficti­cios de sedimentación que quizá no sean más que 11ruido parásito" de fondo.

3. La alteración puede formar en las partes inferiores de los estratos indivi­duales conjuntos artefactuales mezclados y, habida cuenta de la incidencia de las pisadas modernas sobre el barro, las asociaciones se considerarán primarias sólo si se preservan en pequeños lentes tridimensionales intactos.

El examen de los estratos arqueológicos de la Cueva Morín indica que los contactos tienden a ser más acusados en la parte frontal de la cueva, donde la ocupación fue más intensa. En cambio, los contactos son más imprecisos y con frecuencia sumamente irregulares hacia la parte posterior de la cueva. De hecho, los contactos sugieren que las unidades sedimentarias superiores de la cueva son tanto la consecuencia de las ocupaciones como de los procesos medioambientales. Los datos sedimentológicos, que a veces presentan el mis­mo grado de variabilidad en una misma unidad y entre distintas unidades, lo demuestran. Es más, muchos de los niveles arqueológicos contienen pocas aso­ciaciones primarias -por ejemplo, fosos y hogares- mientras que las acumu­laciones culturales amorfas, con escasa o nula diferenciación lenticular, abundan.

Este ejemplo no sólo pone en guardia en contra de la opinión generalizada de que las cuevas son ideales para la preservación de asociaciones primarias, sino que demuestra que las secuencias arqueológicas de las cuevas representan un tipo especial de sistema arqueosedimentario que requiere ser estudiado y excavado con las técnicas y los métodos geo-arqueológicos apropiados.

Un prototipo del Holoceno: los montículos de habitación o poblados tumulares

Durante estos últimos años los especialistas en geomorfología aplicada han con­tribuido activamente a configurar lo que se ha llamado geomorfología urbana, pero gran parte de esta tarea se ha orientado a estudiar los efectos de la cons-

84 Fundamentos

trucción de carreteras y de la urbanización de zonas residenciales o a los pro­blemas relacionados con la estabilidad de los cimientos de las construcciones (Gray, 1972; Coates, 1976; Leveson, 1981). No existe un corpus sistemático de datos, ni siquiera una lista de procedimientos para abordar la sedimentación cultural en ciudades. Los principios arqueológicos básicos pueden extraerse de la obra de Lloyd (1963) y de Adams (1975). Legget (1973: Capítulos 5-7) ha re­cogido algo de información sobre el desarrollo histórico de los fundamentos urbanos. Las consideraciones esenciales sobre la geoquímica pueden encontrarse en los trabajos de Cook y Heizer (1965), Davidson (1973), Hassan y Lubell (1975), y Sjoberg (1982). Davidson (1973), Gunnerson (1973), Folk (1975) y Mclntosh (1977) han expuesto ejemplos sedimentarios. El resumen que damos a conti­nuación se basa en mi estudio de algunos sitios urbanos de Etiopía, España Y Egipto y presenta un modelo que no es necesariamente de aplicación universal.

Como en el caso de las cuevas, los processo y las configuraciones de sedi­mentación varían de un montículo de habitación a otro, y muchas veces, de un nivel a otro. Sin embargo los sitios ubicados en medioambientes áridos y semiáridos parecen tener definitivamente algunas pautas modales comunes. El problema puede abordarse en dos pasos: primero, un estudio de los tipos de sedimentación específicos; segundo, un análisis del ciclo general de sedimen­tación.

Los sedimentos antropogénicos específicos de los principales yacimientos de asentamiento, túmulos de ocupación y análogos pueden caracterizarse de la si­guiente manera:

l. Los desechos organoculturales adoptan, por lo general, la forma de un sedimento de grano fino, casi siempre arcilloso y altamente orgánico, con rela­tivamente pocos escombros, excepto los fragmentos de cerámica. La estructura suele ser laminada o aplastada dispuesta en paquetes lenticulares delgados de color y composición variables (Figura 6-20). Esta categoría incluye los hoga­res, cenizas, fragmentos cerámicos, productos y desperdicios alimenticios, ex­crementos animales, otros restos orgánicos, restos de transformaciones inorgá­nicas, etc., generalmente ricos en fosfato y con un pH más bajo que la media. El problema de la identificación del origen exacto de los residuos orgánicos es similar a los problemas que presentan los sedimentos de una cueva del Paleolí­tico. Para esos residuos Hassan (1978) describe unos métodos de análisis mi­croarqueológico general, más que específico.

2. Los cascotes de derrumbe forman masas caóticas y heterogéneas de frag­mentos de ladrillos de adobe, de ladrillos cocidos, de adobe, madera, fibras y fragmentos de cerámica secundarios. Los grandes huecos intersticiales sólo son parcialmente colmatados con residuos finos, particularmente cuando el ado­be y los ladrillos de adobe se reblandecen, se desintegran y se compactan, o cuando sedimentos de granulometría más fina o carbonatos solubles, yeso o sales sódicas se infiltran por gravedad hasta los intersticios. Los verdaderos cas­cotes de derrumbe están a veces intercalados con (o, más frecuentemente, recu­biertos por) lechos estratificados de cascotes y fragmentos finos groseramente

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For,nación de un yacirniento

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85

B

Figura 6-2. Túmulo de habiiación hipotético ilustrando diversas facies de sedimento: limo eólico (A), cascotes de derrumbe y detritos arrastrados por el agua (B), cascotes de derrumbe y relleno artificial (C), y desechos primarios, cubiertos por cascotes de derrumbe y relleno artificial (D).

mezclados, que pueden presentar inclinaciones de hasta 25º depositados por gravedad o selectivamente en medio acuoso (Figura 6-2 B,C). En general, las concentraciones de fosfatos son reducidas, mientras que los pH y los conteni­dos en carbonatos de calcio son altos, aunque variables. El hundimiento de las paredes, como resultado del abandono y la alteración atmosférica ha sido des­tacado por Mclntosh (1977), Carter y Pagliero (1966), y Gullini (1969).

3. Los sedimentos son resultado de la erosión por las aguas superficiales ca­nalizadas por las pequeñas depresiones del suelo o por las zanjas y los caños del drenaje original y forman capas lenticulares que se adaptan a las irregulari­dades de la topografía -más espesas en las hondonadas, bolsas y otras depre-

86 Fundamentos

siones. Los sedimentos basales suelen incluir una mezcla de granulometrías, porque los materiales de desecho en estado bruto sólo experimenta una clasifi­cación mínima cuando las aguas circulantes se desplazan velozmente durante cortos intervalos de tiempo antes de penetrar rápidamente en los huecos inters­ticiales. Con el tiempo los cauces se perfeccionan y pueden acomodar un cau­dal superior sobre distancias más largas. Es entonces cuando pueden formarse rellenos laminados o clasificados que denotan la deposición de capas sucesivas de limos arcillosos entre las capas de arena y grava fina. Los lechos suelen ser discontinuos y de 2 a 20 cm de espesor y raramente entrecruzados, con estruc­turas de pequeño tamaño y de inclinación moderada (máximo 30 cm y 20°, res­pectivamente). Por último se forman regueros de erosión bien definidos, pero a medida que la circulación de las aguas superficiales y el impacto directo de la lluvia van erosionando las superficies salientes y eliminando los materiales más blandos, las pendientes empiezan a estabilizarse y el aporte de sedimentos disminuye (Figura 6-2B). La composición bioquímica de esos sedimentos es al­tamente variable, pero una circulación persistente puede acentuar la extracción de elementos solubles, con la consiguiente disminución del pH y del contenido en carbonatos del sedimento. Para una mayor información sobre la erosión de túmulos, véase el trabajo de Kírkby y Kirkby (1976).

4. Las alteraciones biogénicas y geoquímicas se producen a medida que las superficies se estabilizan y remite el efecto erosivo de la lluvia. En medios más húmedos, la vegetación empieza a consolidar la superficie, mientras que las raíces y la microfauna vuelven a elevar la ventilación y la permeabilidad de los sedi­mentos. La putrefacción de la madera y la fibra en la textura del sedimento crea nuevos huecos, que se llenan con nuevos sedimentos o se estabilizan con la precipitación de las sustancias disueltas. Un inicio de suelo puede formarse cerca de la superficie a medida que mejoran la estructura y el contenido orgá­nico. Junto con la vegetación y con los productos de descomposición más o menos avanzada, este suelo continúa favoreciendo la estabilización de las pen­dientes e inhibe el impacto de la lluvia y de la circulación de las aguas superfi­ciales. El pH del suelo suele ser más bajo que en el sustrato cultural. En medios áridos, la actividad biótica es reducida, pero la humectación incompleta de los sedimentos puede provocar la concentración de sustancias solubles por capila­ridad cerca de la superficie, favoreciendo la cimentación parcial y, por tanto, reduciendo las posibilidades de erosión (Liebowitz y Folk, 1980); en tales ca­sos, los pH se elevan.

5. Los sedimentos eólicos son frecuentes solamente en medioambientes ári­dos o allí donde existe una buena fuente de polvo traído de lejos por el viento o de cenizas y carbón vegetal locales (Wilkinson, 1976; Mclntosh, 1977). Una acumulación eólica neta sólo es posible allí donde la erosión por las aguas su­perficiales es mínima. Los limos eólicos de esta naturaleza se parecen al loess y carecen de estratificación aparente (Figura 6-2A) (Folk, 1975; Liebowitz y Folk, 1980). El limo eólico suele ser de baja densidad y contener abundantes huecos biogénicos, y su gran poder absorbente contribuye a reducir la circulación de

Forrnación de un yacirniento 87

las aguas de superficie. Su contenido orgánico y fosfatado varía en función del origen; el pH y las concentraciones de carbonatos suelen ser elevados.

Los principales tipos de sedimentos descritos anteriormente pertenecen a con­juntos procesuales más amplios, que acostumbran a ofrecerse bajo dos aspec­tos dominantes. En tiempos de expansión demográfica, en un montículo de ha­bitación se construye más de lo que se derriba o se deteriora, Y los desperdicios y cascotes de derribos accidentales o por demolición selectiva muestran ;scasa acumulación neta, porque suelen eliminarse o tirarse en otro lugar .. En epocas de lento declive demográfico o de destrucción catastrófica por accidentes hu­manos o naturales, se acumulan escombros y cascotes de derrumbe, que sufren Juego los efectos de las corrientes de agua, de la modificación biogénica y d':1 viento. La Tabla 6-1 representa una clasificación básica de los modelos de sedi­mentación de acuerdo con estos principios.

Determinados focos de actividad humana, y algunos de los procesos que les son comunes (Nissen, 1968; David, 1971; Mclntosh, 1977) pueden tratarse más detalladamente a partir de las categorías siguientes:

l. Los suelos de habitación sometidos a una ocupación activa puede estar constituido por barro apisonado, esteras de fibra, pieles de animales, alfom­bras o pavimentos. Pese a las limpiezas periódicas los detritos d': toda clase se van acumulando y el nivel del piso se eleva a la altura de los detntos acumu­lados en el exterior delante del habitáculo, donde la acreción y la erosión por las aguas superficiales llegan a equilibrarse.

2. En los suelos de habitación abandonados los detritos y cascotes se acu­mulan rápidamente, incluso antes que se derrumben los techos, por med!ación de los agentes humanos, las actividades animales, la gravedad y la e:os10n por las aguas de lluvia. Con el tiempo, el hundimiento gradual o repenti_no del te­cho y las paredes creará grandes masas de cascotes estruct~rales -:-piedras, la­drillos cocidos, ladrillos de adobe, barro, madera y otras fibras (Figura 6-2C).

3. Los caminos suelen ser focos de acumulación de desechos en épocas de ocupación activa, si bien los grandes obstáculos, como los productos de un co­lapso estructural accidental, suelen transportarse a una escombrera. Calles Y pasadizos suelen mantenerse limpios en algunos contextos culturales Y en otros no, pero en cualquier caso con el tiempo tienden a acumularse.

4. El hundimiento de las paredes bloquea los accesos de las moradas aban­donadas o deterioradas, y el material de los derrumbes resulta postenormente alterado por las aguas superficiales y posiblemente recubierto por elo de polvo eólico.

5. Los recintos sin techo contiguos a las áreas de habitación y utilizad?s como huertos y rediles sufren procesos similares a los que afectan a los pavi_mentos de los habitáculos durante su ocupación, pero tras el abandono, la sedimenta­ción es similar a la de los accesos, puesto que están expuestos a las inclemen­cias del tiempo.

6. Las estructuras mayores, que implican un esfuerzo colectivo, co~o. ~ar ejemplo, las terrazas artificiales y los cimientos de los muros o de los edific10s

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Fonnación de un yaci,niento 89

monumentales, son construidas a menudo con restos culturales, y los escom­bros y detritos tienden a acumularse en los pozos profundos, los acueductos, los desagües, pozos muertos y cloacas (Wilkinson, 1976) reordenados o redis­tribuidos bajo el efecto de la gravedad o de las aguas superficiales.

7. El abandono o la destrucción producen, a la larga, grandes acumulacio­nes alrededor de las estructuras cívicas, que terminan colmando los pozos y sistemas de drenaje. Seguidamente, los desplazamientos por gravedad ayuda­dos por las aguas, los desbordamientos y las aguas superficiales canalizadas, redistribuirán parcial o totalmente los cascotes, que se acumularán en los hue­cos y depresiones, instaurándose, eventualmente, nuevos surcos de drenaje y un nuevo ciclo de erosión y sedimentación.

En general puede afirmarse que las facies arqueosedimentarias distintivas de los montículos de habitación y de otras aglomeraciones urbanas son suscepti­bles de un estudio sistemático, tanto en términos de distribución espacial de los tipos de actividad como en términos de registro vertical de los procesos de­mográficos. Durante las fases de formación del yacimiento, la forma y el traza­do arquitectónicos, así como los materiales de construcción, determinan la forma del montículo, mientras que los modelos de actividad humana controlan las cadencias de sedimentación. Durante y tras la fase de abandono, los cambios en la forma y la composición de los materiales se ven afectados por distintos procesos, sobre todo (pero en ningún caso exclusivamente) de origen físico (ver Capítulo 7). El análisis de los sedimentos debe efectuarse in situ y en el labora­torio (Mclntosh, 1977), porque las muestras procesadas por encargo pueden aportar sólo una pequeña parte de la información que el análisis in situ puede brindar al geo-arqueólogo.

La totalidad de los procesos sintetizados por el modelo de la Tobla 6-1 inter­viene en la producción de los tipos de tasas de acumulación neta propuestos por Gunnerson (1973): 10-400 cm/siglo, según cálculos realizados en 13 ciuda­des, desde la Troya de la Edad del Bronce hasta la actual Manhattan. Catástro­fes de corta duración pueden producir acumulaciones del orden de 25 cm/año en extensas áreas, como ocurrió tras los intensos bombardeos de las ciudades europeas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero gran parte de la agradación de un asentamiento sitio de ocupación prolongada se produce en condiciones menos espectaculares. Dada la amplia gama de procesos cultu­rales implicados, las tasas de acumulación son mucho más variables de lo que anticipaba Gunnerson (1973).

Ejemplos de geo-arqueología urbana: Gíza y Axum

El potencial de la geo-arqueología en yacimientos urbanos puede demostrarse en dos ejemplos concretos, uno relativo al Imperio Antiguo egipcio y otro a Axum, en Etiopía.

Las excavaciones de Kromer (1978) en la meseta desértica cercana a las gran­des pirámides de Giza mostraron que lo que al principio parecía ser un lugar

90 Fundamentos

Arena Lentes de barro, cascotes, esquirlas de cerámica y arenas

Figura 6-3. Cascotes de asentamiento terciarios cerca de Giza (producto del arrasamiento de una ciudad de artesanos). Escala vertical x 2. Nfodificado de Kromer (1978: Figura 5).

de asentamiento no era más que una enorme escombrera en la ladera de una colina. Para construir la tercera gran pirámide, la de Mikerinos (ca. 2548-2530 a.C.), fue necesario destruir el asentamiento de los artesanos que habían pro­ducido artículos funerarios para Keops y Kefrén. Los escombros fueron trans­portados a un km de distancia y luego descargados en una ladera de 8 grados de inclinación, donde se acumularon hasta alcanzar una altura de unos 6,5 m Y una extensión de más de cinco hectáreas.

Kromer identificó varias fases de vertido, que habían llegado a formar un extenso repecho de residuos secundarios de habitación. Pero los perfiles publi­cados por Kromer pueden ser utilizados para reconstruir una secuencia estrati­gráfica más informativa (Figura 6-3): 1) una unidad basal de 2 m de capas de residuos fangosos incluye regueros de fragmentos de cerámica, con concentra­ciones locales de fragmentos y de escombros de ladrillos de adobe. 2) La uni­dad siguiente, de un promedio de 1,5 m de espesor, reposa en concordancia so­bre la unidad de base, pero está formada de capas delgadas, con residuos de lodo e intercalaciones de lentes de arena (por lo general de menos de 5 cm de espesor). 3) Por encima de una laguna de erosión importante, más de un metro de arena y lodo en lechos gruesos, mezclados con fragmentos y escombros de ladrillo, colman una depresión que corta la ladera en diagonal. 4) Luego viene un lecho discontinuo de hasta 50 cm de espesor de escombros varios. 5) Por encima se hallan arenas mezcladas con fragmentos finos de ladrillo, que alcan­zan hasta 70 cm en algunos puntos. Kromer (1978) creía que los lentes de arena eran eólicos y que las arenas superiores eran dunas; la presencia de delgados niveles de radículas en los lentes arenosos traducía ritmos vegetativos anuales que permitían establecer que algunos de los lentes correspondían a interrup­ciones de cuatro a cinco años de duración en el vertido de escombros. Sin em-

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For111ación de un yacilniento 91

bargo, los lentes de arena disminuyen de espesor, en vez de aumentar, siguien­do la pendiente, para pasar gradualmente a los niveles de esquirlas; tampoco es corriente que las arenas de duna se mezclen con los elementos detríticos.

En ausencia de un análisis adecuado, esos estratos son ambiguos. I(romer (1978) defendió la existencia de un solo asentamiento original, donde se habría ubicado, durante la Cuarta Dinastía, el barrio de los trabajadores, más tarde arrasado y sus escombros vaciados en la ladera mencionada. Personalmente creo que en la escombrera coexisten los vertidos de varios asentamientos junto con la arena extraída de la plataforma de la pirámide. La laguna entre la segunda (b) y la tercera (c) unidad descritas anteriormente puede registrar un desliza­miento de los detritos a consecuencia de fuertes lluvias, que habría alterado sustancialmente el mecanismo de los vertidos ulteriores. Resulta técnicamente posible determinar si los restos de barro proceden de simple lodo secado al sol, de los ladrillos de adobe deteriorados o de ladrillos intactos (Butzer, 1978b). Por deducción, se habría podido distinguir los depósitos procedentes de la base de un sitio de ocupación prolongada (o de un asentamiento abandonado du­rante mucho tiempo, en contraposición a uno activo) y aislar la verdadera are­na eólica, los depósitos arenosos de la sedimentación secundaria de la ladera y las arenas de vertido. En cambio, la interpretación de Kromer de una sola ciudad anterior y de su evolución reposa más en el contexto histórico que en la evidencia in situ. Esas excavaciones constituyen un ejemplo de lo que puede perderse por culpa de métodos inadecuados.

Los estratos existentes bajo los "obeliscos" del Parque de las Estelas de Axum constituyen un tipo distinto de registro urbano. La secuencia, resumida en la Figura 6-4, documenta la mayoría de cambios sociales y medioambientales bá­sicos ocurridos en aquella ciudad durante los últimos dos milenios (Butzer, 1981a).

La superficie original estaba formada por un substrato de roca pura recu­bierto por un espesor indeterminado de suelo (unidad 1). El horizonte B, pro­bablemente un limo arcilloso marrón no calcáreo, fue excavado a principios del período axumita (100-350 d.C.) para ser incorporado a un complejo de te­rrazas artificiales. Cantidades variables de escombros locales, en su mayor par­te descompuestos, fueron mezcladas y utilizadas como material de relleno arti­ficial (unidad 2); luego se colocaron varias estelas en las terrazas de 1,5 m de elevación resultantes. En algunos casos, esas mismas terrazas fueron escena de intensos y duraderos fuegos que dejaron espesas capas de ceniza y oxidaron los 30 cm superiores del suelo, sugiriendo grandes hogueras, posiblemente en­cendidas alrededor de las nuevas estelas. Poco a poco, en la parte occidental del Parque de las Estelas, se llegó a crear una superficie artificial que alcanza­ba 2 metros de altura y en ella se colocaron unas estelas sencillas pero adorna­das junto a unas losas planas horadadas destinadas a los sacrificios. Más tarde todavía, se acumularon grandes masas de relleno rocoso recién extraído de las canteras detrás de las murallas hasta una altura de 3 metros, y encima se colo­caron de forma destacada las estelas decoradas de mayor tamaño. Posterior-

92 Fundamentos

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Figura 6-4. Sección transversal del Parque de las Estelas, Axum, Etiopia. Segün Butzer (1981a) {Cor­tesía Society for American Archaelogy).

Fornzación de un yacitniento 93

mente se acumularon grandes masas de arcilla aluvial marrón delante o detrás de estas estructuras de cimentación, donde se mezclarían con escombros roco­sos dispersos. Esta arcilla es muy parecida a la de los depósitos fluviales con­temporáneos adyacentes, pero es diferente de cualquier suelo local elevado. Es de suponer que esas arcillas o bien se extrajeron del fondo del valle y fueron transportadas al Parque de las Estelas, o bien fueron depositadas por unas cre­cidas fluviales de gran amplitud en superficies favorables a unos cuatro metros por encima del valle aluvial normal. El enriquecimiento general de los suelos de la unidad 2, así como el contenido en carbonato (1-3 por ciento) de estas arcillas sugieren un origen "natural" de las mismas.

Esta área de culto y de enterramiento de principios del período axumita, to­davía sin evidencia de restos de habitación, fue abandonada o erosionada por la lluvia o intencionalmente alterado. A finales del siglo IV (Axumita medio a Axumita tardío) hubo una segunda fase de utilización y reutilización intensi­vas que duró hasta principios del siglo VIII. Se construyeron pocas estructuras elaboradas, pero gran parte del Parque de las Estelas se cubrió de casas y de algunas estelas en las zonas utilizadas principalmente para enterramientos (por ejemplo en las "tumbas de pozo" múltiples). En la mayoría de casos, esos es­tratos (unidad 3) más que rellenos artificiales, niveles de ocupación o cascotes de derrumbe, representan coluviones desplazados por las aguas pluviales. A fi­nales del siglo VIII el sitio había sido más o menos abandonado. La erosión por las aguas de lluvia alcanzó un máximo en esa época, pero la superficie aca­baría por estabilizarse y empezó a formarse un suelo oscuro de estructura pris­mática. Serían necesarios muchos siglos para oxidar la materia orgánica de los estratos axumitas y crear un perfil tan destacado.

El sitio permaneció intacto hasta el siglo XV, cuando los registros tradicio­nales lo identifican por primera vez. La pequeña aldea descrita por un viajero en 1805 ocupaba parte del Parque de las Estelas, al igual que la ciudad mucho mayor que se localizó durante las excavaciones de 1906. Una vez más, gran par­te del sedimento arqueológico (unidad 4), sobre todo el de la parte posterior del Parque, representa una extensa acumulación de materiales depositados por las aguas pluviales de más de 1,5 m de potencia. Muchos de los pozos abiertos por los saqueadores de tumbas, que atraviesan la secuencia, son anteriores a esos depósitos. El hecho de que todos los rellenos de pozos y tumbas estudia­dos sean altamente orgánicos (como la unidad 4) y muestren ocasionalmente laminaciones aluviales sugiere, además, que el mayor episodio de vandalismo data de la época del asentamiento del siglo XV.

Las actividades arqueológicas de 1954-57, el desplazamiento de las casas lo­cales y los cambios concomitantes ocurridos en el Parque de las Estelas se re­flejan en la unidad 5.

Así como el estudio de Giza ilustraba una serie de sedimentos arqueológicos terciarios, la sección de Axum incluye componentes primarios, secundarios y terciarios. Ambos ejemplos ilustran el potencial de las técnicas geo-arqueológicas.

En resumen, la valoración arqueológica de la sedimentación y de la forma-

94 Fundamentos

ción del sitio constituye una compleja labor de investigación que está práctica­mente por hacer. Pero su indiscutible alcance potencial para los patrones y pro­cesos de asentamiento y para el registro indirecto de las actividades de subsis­tencia ofrece tantas posibilidades de interpretación geo-arqueológica creativa como los métodos de excavación y los restos macrobiológicos. En el capítulo 7 nos ocuparemos con más detalle de los agentes y efectos de la modificación Y destrucción post-deposicional del yacimiento.

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CAPITULO 7

Geo-arqueología V: transformación y destrucción de los yacimientos

Transformación cultural de los restos arqueológicos

Los yacimientos arqueológicos, independientemente de su tamaño y compleji­dad, son funciones de la actividad humana y de los agentes no culturales, tanto durante como después de la ocupación. El subsistema geomorfológico local y regional proporciona el entorno paisajístico y favorece la combinación de pro­cesos culturales y no culturales que afectan a un sitio durante su ocupación para luego determinar su preservación o destrucción. La sedimentación, la preser­vación en una superficie estable o la dispersión por efecto de la erosión reflejan sólo en parte hasta qué punto estos restos culturales son representativos en el tiempo de la actividad humana. La multiplicidad de variables culturales es par­te de la misma ecuación, antes, durante y después de las fases finales de la acti­vidad humana relativa a una superficie concreta.

Schiffer (1976: Capítulo 3) presenta un marco de transformaciones cultura­les en términos de contexto sistémico en contraposición al contexto arqueológi­co. Un enfoque tan sofisticado resulta útil para una interpretación sociocultu­ral; en cambio, a efectos de estrategia de excavación, resulta más ventajoso considerar los factores implicados desde tres perspectivas.

1. Deposición r;,.i/tura/ primaria. Durante la utilización original de un centro de actividad, los distintos materiales arqueológicos se van progresivamente de­sechando (parcialmente en zonas especializadas para tal fin), perdiendo o agre­gando intencionalmente a los enterramientos, templos y escondrijos. Durante el abandono, se dejan atrás proporciones crecientes de materiales funcionales, especialmente en las áreas de producción, utilización y almacenamiento. El grado de representatividad del agregado de materiales abandonados respecto de las actividades cotidianas dependerá de si el abandono fue repentino o previsto, de si los objetos eran fáciles de sustituir o no, y de si eran fácilmente transpor­tables en términos de facilidades de almacenamiento y de la distancia prevista del viaje. Las estructuras, los enterramientos, etc. son menos problemáticos por­que son fijos.

2. Deposición cultural secundaria. Los materiales desechados o abandona­dos pueden ser reutilizados por sus propietarios originales, por otros miem­bros de la misma unidad social, o por otro grupo humano que ocupe el mismo sitio. El lapso de tiempo transcurrido entre el abandono y la reutilización pue-

95

96 Fundamentos

de ir de unos cuantos minutos hasta varios milenios. Por ejemplo, un útil de piedra puede haber sido tallado o modificado por retoque o nueva talla con ocasión de un único episodio de matanza de animales, durante el uso repetido de un campamento estacional durante el paso de una actividad a otra en una superficie de actividad múltiple, o durante la reutilización de esa misma super­ficie años o siglos más tarde. Los cambios de actividades y la reutilización de un sitio, aunque los protagonice el mismo grupo sociocultural, sirven para ''en­suciar" el registro de las actividades humanas concretas, al crear unas distribu­ciones espaciales atípicas de los diversos agregados, que sugieren incorrecta­mente asociaciones funcionales reales.

La reutilización de un sitio tipo cueva húmeda puede producir apisonamien­to y serias alteraciones en los 10 cm superiores de un nivel de ocupación ante­rior, con la incorporación parcial o completa a una nueva trama deposicional (véase Capítulo 6); si el producto resultante no contiene artefactos clave para el diagnóstico, la mezcla pasará probablemente desapercibida, y las estadísti­cas artefactuales resultantes estarán distorsionadas y carecerán de significado. Incluso en sitios al aire libre, el apisonamiento penecontemporáneo podrá con­tribuir a la dispersión del material artefactual de una ocupación única en el seno de sedimentos no compactados hasta una profundidad de 50 cm y hasta el punto de ofrecer la imagen de varios niveles, cuando, en realidad, la ''reubi­cación" de los artefactos y hojas líticas indicará que se trata de un solo nivel (Cahen et al., 1979). En sitios urbanos, por otro lado, la abundancia de cons­trucciones públicas implica normalmente el derribo y la eliminación de estruc­turas más antiguas, el levantamiento de nuevos terraplenes con los cascotes y escombros, etc. (Wilk y Schiffer, 1979) (ver Capítulo 6), con la posible intro­ducción de objetos clave para el diagnóstico en contextos mucho más recientes que pueden carecer de artefactos contemporáneos. Estos ejemplos ilustran los peligros de la reutilización de un sitio y la necesidad de ser prudentes ante la creencia simplista de que los restos arqueológicos no afectados por alteracio­nes no humanas representan modelos de actividad primaria bien definidos.

3. Alteración cultural. Las actividades culturales que reordenan o eliminan los materiales arqueológicos de un yacimiento no funcional incluyen el saqueo de sepulturas, los trabajos clandestinos y el escamoteo de artefactos especiales, las excavaciones, el laboreo de las tierras y varias actividades de restauración de monumentos. Particularmente dañinas resultan el escamoteo y el laboreo de la superficie de los yacimientos como también lo son las estrategias de exca­vación selectiva, que distorsionan la recuperación a favor de los artefactos de mayor entidad, los artefactos clave para el diagnóstico y los más acabados.

Esas tres categorías de transformación cultural plantean problemas enormes, a veces insuperables, a la hora de interpretar el contexto sociocultural. Pero re­presentan sólo una cara de la moneda cuando se trata de establecer qué es exac­tamente primario. A estos procesos se añade una serie de transformaciones cul­turales que incluyen la dispersión de los materiales arqueológicos antes de quedar enterrados, la alteración post-deposicional, y la modificación geo-bioquímica,

Transfonnación y destrucción de los yaci,nientos 97

Dirección de

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figura 7-1. Dispersión y redeposición secundaria en un taller situado en una barra de grava.

así como la destrucción del sitio y consiguiente dispersión de los artefactos. Fedele (1976) ha presentado un marco conceptual para los yacimientos antiguos, y también existe una metodología para analizar estos yacimientos y sus respec­tivos paisajes (Butzer, 1981a).

Dispersión previa al enterramiento

La dispersión puede definirse como un movimiento horizontal primario de los agregados de superficie que afecta en diferente medida a partículas de masa y forma distintas y que produce la distorsión o eliminación de las relaciones micro-espaciales originales. En el caso de distorsión, puede hablarse de distor­sión parcial; en el caso de la destrucción de las interrelaciones, hablaremos de dispersión efectiva.

Antes de quedar sepultados dentro y debajo de un sedimento, los materiales arqueológicos transportables tienen tendencia a desplazarse en respuesta a pro­cesos geomorfológicos. En el caso de los restos enterrados inmediatamente des­pués o poco después del abandono, las corrientes de agua son el agente poten­cial principal de dispersión. Para los restos que nunca han quedado atrapados en un sedimento, las fuerzas de gravedad, las heladas y el viento pueden ser factores que contribuyen a su dispersión durante largos períodos de tiempo.

El mayor peligro de dispersión suele coincidir en el tiempo con el cubrimien­to del sitio y tiende a ser una función de la energía neta que afecta a toda la superficie del yacimiento. Las aguas superficiales pueden ejercer su acción en la forma de crecidas tumultosas canalizadas, que pueden dispersar los artefac­tos líticos abandonados en un banco de grava o arena en período de estiaje (Fi­gura 7-1); o pueden dispersar su energía cuando la riada desborda por un pun­to bajo de los márgenes del cauce y deposita sus arenas o sus lodos en el borde interior o en toda la extensión de la planicie aluvial. Los lagos y las marismas de las planicies expuestas a las inundaciones ofrecen condiciones ideales de baja energía. Los manantiales suelen ser propicios a la sedimentación de baja ener­gía, pero algunos acuíferos profundos favorecen las explosiones periódicas de energía a través de los caudales tumultuosos de sus fuentes que trastocan las capas atravesadas provocando su dispersión y redeposición (Figura 7-2) (But-

98 Fundamentos

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Figura 7-2. Dispersión de fósiles y huesos por la erupción de una veta artesiana. A: fósil humano empujado hada arriba desde un lecho basal más bajo. B: fósiles desplazados de la capa de turba 1 por la erupción. C: artefactos de superficie de la capa de turba 2 redepositados con los limos del manantial. D: artefactos de superficie de la capa 2.

zer, 1973a). La circulación de las aguas en las pendientes puede también tradu­cirse en dispersiones y sepultamientos, o ambos a la vez. La circulación super­ficial puede adoptar desde la forma de una fina película de agua desplazándo­se sobre un suelo herboso hasta la de una impetuosa avenida extendiéndose por toda la superficie o canalizada por una multitud de pequeños regueros. Las llu­vias muy intensas, sobre todo en medioambientes semiáridos, también pueden arrastrar grandes masas de material detrítico fino en suspensión y dar lugar a torrenteras de Iodo con más sedimento que agua, capaces de arrastrar incluso grandes rocas. Por último, los bordes de mar y de lagos están sometidos a otra potente forma de energía hidráulica.

Un estudio efectuado en Alexandersfontein, cerca de Kimberley, en Africa del Sur, nos ofrece un buen ejemplo de dispersión de artefactos. En esta locali­dad los artefactos líticos del Paleolítico medio han sido periódicamente despla­zados por las aguas e incorporados en sucesivas generaciones de sedimentos coluviales. La erosión moderna, predominantemente por efecto de las aguas superficiales, socava esos sedimentos, que forman una sucesión de extensiones horizontales herbosas bruscamente interrumpidas por superficies denudadas unos 15-50 cm más bajas, que ofrecen inclinaciones de 1 a 5" y que, a su vez, penetran unos 5 metros o más en las superficies herbosas contiguas. Cada tor­menta deja al descubierto y redistribuye nuevos artefactos, que vuelven a que­dar sepultados más abajo en la pendiente. Tras una tormenta de esas caracte­rísticas, cartografié dos bolsadas naturales de artefactos, indicando el eje principal de su orientación y la inclinación. Los artefactos mostraban una lige­ra tendencia a agruparse en relación con pequeños cambios laterales y longitu-

Transformación y destrucción de los yacilnientos

Pendiente\,

N 22°0 \

N mag

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Rc,,,,71,4 \ j a=48,9

Conjunto 1 N,,,,23

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Cuadrantes de inclinación Inclinación media 4,5±.5,7º (Superficie=2ª_1

N mag

Pendiente

N 27ºE X:ccN 13°E Ac=69,09 a=49.4

Conjunto 2 N=87

Cuadrantes de inclinación Inclinación media 6,8±9,0º (Suoerficie""'3º)

99

Figura 7-3. Dirección del rumbo (cuadrantes de 15º), orientación modal de la pendiente, direc~ión de la inclinación (cuadrantes de 90º) y buzamiento medio (con desviación estándar) de dos conJun­tos de artefactos superficiales en Alexandersfontein. Longitud de los vectores pr~porcional a las fre­cuencias. Panimelros de orientación según Johansson (1976): X = vector medm; Re = factor de coherencia; tJ = desviación estándar,

dinales de inclinación hacia la parte inferior de una pendiente de 2 a 3 ", Y a orientarse en "rosa de los vientos". lo cual, junto con los estudios estadísticos realizadas por Johansson (1976) demostraron la existencia de una marcada di­rección preferente en este tipo de acumulaciones de artefactos (Figura 7-3). Cu­riosamente la orientación vectorial media se desviaba unos 14 a 20" en rela­ción a la dÍrección de la pendiente, debido principalmente a microvariaciones de superficie. Las inclinaciones generalmente coincidían con la pendiente'. pero contra todo pronóstico, se veían afectadas por microvariaciones aleatorias en la pendiente, especialmente allí donde los artefactos se habían depositado so­bre pequeñas piedras (que habían sido socavadas), o habían sido desplazad~s por el paso de animales (huellas claras de pezuñas) y enclavados en l?s se~1-mentos a ángulos de 5-17". El cuadrante principal del diagrama de mclmac1on

100 Fundamentos

ofrecía una divergencia de 90° con respecto a la dirección de la pendiente, y la orientación preferente (Figura 7-3) presentaba un aumento de la inclinación en relación con el ángulo de la pendiente.

La aportación global del estudio de Alexandersfontein es que puede esperar­se que las aguas superficiales formen acumulaciones con una orientación apa­rentemente aleatoria, sobre todo allí donde la superficie es irregular y la incli­nación neta pequeña, como cabría esperar en las superficies locales de deposición con inclinaciones inferiores a 1 º. Los parámetros de orientación adecuados son esenciales para verificar esas impresiones visuales. Otras características intere­santes de Alexandersfontein son la abrasión del borde de los artefactos y la ausen­cia de objetos de menos de (5 cm de longitud entre un total de 110 piezas; estas ya hacía tiempo que habían sido seleccionadas por la movilización diferencial a que estaban sometidas. Esto sugiere que los "niveles" locales de artefactos sepultados, incluso cuando se hallan agrupados y demostradamente no orien­tados, pueden ser secundarios, a menos que los artefactos presenten bordes fres­cos, desplieguen una amplia gama de tamaños e incluyan hojas laminadas muy finas; aun así la dispersión parcial es probable, dada la movilidad de los agre­gados de superficie en la región. De los estudios de Alexandersfontein puede concluirse que la no dispersión es algo que necesita demostrarse; no puede pre­suponerse cuando se trata de artefactos sepultados carentes de rasgos inaltera­dos, como por ejemplo, los hogares y los fosos.

Los materiales arqueológicos también pueden resultar dispersados bajo los efectos de la gravedad, el hielo y el viento, en adición a la acción de las aguas superficiales, tanto en las pendientes suaves como en las más pronunciadas. Rick (1976) descubrió debajo de una cueva peruana, en una pendiente de 10 a 44° parcialmente cubierta de vegetación, que los artefactos líticos, los huesos y los fragmentos de cerámica se habían desplazado de 20 a 300 metros en el plazo de unos 4000 años, observándose un desplazamiento por gravedad mayor de los objetos más pesados que de los ligeros.

Lo mismo ocurre con las heladas en medioambientes más fríos al cubrirse de hielo las piedras (a causa de una conductibilidad más elevada que en los suelos). Los cristales de hielo pueden empujar un artefacto lítico hacia arriba; cuando el hielo se derrite, el artefacto se desliza ligeramente pendiente abajo antes de volverse a asentar. Este proceso ha sido reproducido en condiciones de laboratorio (Wood y Johnson, 1978). Los fenómenos relacionados con el suelo reflejan la importante intervención de las heladas estacionales en la sepa­ración de los sedimentos finos y las piedras en configuraciones circulares en las superficies horizontales, y alargadas en las pendientes.

En el yacimiento de Torralba, un sitio en las montañas del centro de España ocupado durante un período glaciar del Pleistoceno, llegué a demostrar que la disposición anular de las piedras más grandes de los nieveles arqueológicos más antiguos no tenía una explicación cultural, sino que era el resultado de la congelación del suelo: en pendientes de 2 a 5°, los anillos eran circulares, con diámetros internos que aumentaban con el tamaño de las piedras; en pendien-

Transfor,nación y destrucción de los yacin1ientos 101

tes de 5 a 10º, las piedras formaban guirnaldas elípticas causadas por movi­mientos descendientes; en declives superiores a 10°, la solifluxión había con­vertido las guirnaldas en hileras de piedras (perpendiculares a las curvas de ni­vel) o en lechadas de cantos rodados con la elongación de las piedras dispuesta paralelamente o, al contrario, perpendicularmente con respeto a las curvas de nivel (Figura 7-4). Como resultado de la congelación del suelo, los materiales arqueológicos de este nivel concreto se hallaban parcialmente dispersos en las pendientes de 2 a 5 º, mientras que la dispersión era total en las pendientes su­periores a 8 º.

Las influencias eólicas sobre la dispersión son particularmente visibles en las pequeñas depresiones excavadas por el viento en las arenas más antiguas. Los artefactos que aparecen cuando se retiran las arenas subyacentes suelen hallar­se en las paredes de esos cráteres a 5-15º, abiertamente expuestos a la acción de las lluvias. Con el tiempo, un conjunto de artefactos anteriormente disper­sos puede volver a concentrarse en el fondo del cráter y presentarse como un conjunto primario (Figura 7-5).

Los agentes geomorfológicos con mayor incidencia en la dispersión se han descrito en el capítulo 4 y en otros textos (Butzer, 1976a).

Alteración postdeposicional

Los yacimientos sepultados pueden describirse como materiales arqueológicos dentro de una matriz de sedimento (es decir, geológicamente in situ), en con­traste con los yacimientos al aire libre, en los que los restos culturales afloran a la superficie, debido a la erosión de la matriz de sedimento que envolvía el material sepultado o al afloramiento de materiales sepultados como consecuencia de perturbaciones ulteriores. Muchos yacimientos comprendidos en el horizonte A de un suelo deberían considerarse yacimientos de superficie (Lewarch y O'Brien, 1981), cuando han sido mezclados y enterrados en el suelo como re­sultado de la acción de las lombrices.

La perturbación es un concepto que sirve para describir la reordenación in situ de los yacimientos sepultados. Aquí el término se define como un movi­miento fundamentalmente vertical de los agregados sepultados, que afecta a partículas de masa, forma y material distintos, y que introduce cambios de in­clinación, de orientación y de posición horizontal o vertical que distorsionan o eliminan las relaciones tridimensionales originales. Esta perturbación puede ser parcial o completa, y puede ser fisiogénica (por procesos mecánicos) o bio­génica (por procesos biológicos).

Congelación del suelo. Las heladas penetran más rápidamente en las piedras que en el suelo, razón por la cual los cristales de hielo se concentran selectiva­mente debajo de las piedras. El suelo aumenta de volumen y las rocas son em­pujadas hacia arriba. Cuando el hielo se derrite, los espacios que ocupaban sus cristales se llenan con partículas de suelo, lo que impide que la roca vuelva

102 Fundamentos

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104 Fundamentos

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Figura 7-6. Levantamiento y rotación angular experimentales de tacos de madera sometidos a tres ciclos hielo-deshielo. A notar que la madera tiene una conductividad muy inferior a la de las piedras y los fragmentos de cenimica; de ahí las velocidades y tipos diferentes de perturbaciones. Modifica­do de Wood y Johnson (1978: Figura 9.11).

a su posición inicial. Como resultado, la piedra queda ligeramente inclinada o levantada, o ambas cosas a la vez. Repetidos ciclos de hielo-deshielo favore­cen una lenta migración ascendente de las piedras con los cambios progresivos de inclinación e, incluso, de orientación de las piedras (Figura 7-6), lo que en medios templados pone en peligro las asociaciones verticales (y en menor me­dida, las horizontales) de los artefactos de la zona estacional de hielo-deshielo (entre 10 y 300 cm de profundidad, según los climas). En esas condiciones, la perturbación parcial, que empieza con el abandono inicial, es más la regla que la excepción. En medioambientes fríos o subpolares, la congelación diferencial del suelo a partir de cada otoño intensifica el proceso de perturbación hasta alcanzar el substrato impermeable o perennemente helado. Pueden crearse in­tensas presiones criostáticas o hidrostáticas que ocasionan distorsiones genera­lizadas del subsuelo todavía fluido. Esta crioperturbación queda registrada en las estructuras deformadas, festoneadas o "flameantes" de los materiales, re­partidos de acuerdo con su textura o contenido orgánico, generalmente visible en las variaciones de color. Las implicaciones geo-arqueológicas son importan­tes porque los materiales arqueológicos aparecerán revueltos, y varios niveles aparecerán mezclados, creándose así múltiples horizontes a partir de un solo nivel inicial (Figura 7-7) o reagrupándose un o más subniveles siguiendo los solapamientos de las superficies empujadas, como ocurre por ejemplo, en el sitio de Hungry Whistler, de Colorado (Benedict y Olson, 1978). Este tipo de perturbación suele ser ''completa''.

Movimientos masivos. La congelación del suelo también puede contribuir a la dislocación horizontal de los agregados del subsuelo a través de una lenta rep­tación de los suelos de las pendientes o de los suelos viscosos producto de la gelifluxión. La reptación y la solifluxión en medios templados se combinan con los procesos coluviales en la denudación de las pendientes a través de desplaza­mientos "secos" de detritos en la base de los acantilados y movimientos masi­vos viscosos "húmedos", como los deslizamientos de tierras y las coladas de

Transforn1ación y destrucción de los yacin1ientos

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105

Figura 7-7. Substrato del sitio de Engigstdak, Yukon, Canada. Los artefactos y huesos se localizan en los suelos enterrados y en las grietas de la turba, acumulados por los movimientos convectivos producidos por las alternancias hielo-deshielo y por la soliíluxión en las capas superficiales de sue­lo. Modificado de Mackay et al. (1961: Figura 5).

barro y tierras (ver Capítulo 4). La suma de esos procesos puede provocar a la larga la perturbación parcial o total de la dimensión horizontal y, a proximi­dad de la base de las colinas, producir múltiples horizontes coluviales suscepti­bles de recubrir los materiales arqueológicos y formar una secuencia vertical invertida (Figura 7-8).

Dinámica de la arcilla y de la sal. En medioambientes cálidos con alternancia de estaciones secas y húmedas, la abundancia de arcillas dilatables (montmori­llonita o esmectita) puede producir efectos tan espectaculares como el hielo. Estas arcillas se expanden cuando están húmedas y se contraen al secarse, lo que provoca que las piedras y los artefactos se mezclen lateralmente y sean em­pujados hacia arriba por la expansión selectiva contigua a los objetos sólidos. A la larga, algún o varios horizontes arqueológicos subsuperficiales pueden re­sultar perturbados y terminar transportados hasta la superficie. Durante la es­tación seca suelen abrirse profundas grietas de deshidratación en estos suelos y los artefactos de la superficie puede hundirse de 10 cm a 1,5 m en las grietas, dándose así un potente mecanismo de mezcla (Figura 7-9). En medios particu­larmente áridos, los 20 a 50 cm superiores de suelo relativamente fino también pueden reaccionar a la humedad ocasional con la expulsión del aire contenido en los huecos a medida que el agua penetra. Esta reacción, junto con el aumen­to de volumen de las arcillas expansionables, tiende a empujar hacia arriba agre­gados mayores, que se van acumulando poco a poco en la superficie. A partir

106 Fundamentos

Figura 7-8. Erosión hipO!ética de un yacimiento arcaico con deposición en pie de pendiente de los materiales de ocupación arcaica por encima de la cerámica Woodland, más reciente.

A B e D Sepullamiento de Las altemancias de Los artefactos caen Los mismos arle-rocas humedad (hinchamiento) en las grietas factos y artelalos por y de sequir>

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Figura 7-9. Movilidad de los artefactos en las arcillas dilatables.

de lo que originalmente había sido un solo horizonte de subsuelo, pueden for­marse dos horizontes (Figura 7-10) (Butzer y Hansen, 1968:179). En los desier­tos, la imbibición y la deshidratación de las sales del suelo pueden producir efectos similares ya que las sales cristalizan y se expansionan al secar. La imbi­bición de los suelos arcillosos también facilita la compactación por apisona­miento, y Stockton (1973) ha demostrado que en una cueva, bajo esas mismas condiciones, los objetos pequeños pueden desplazarse hacia arriba, mientras que los más grandes lo hacen hacia abajo. Por último, la perturbación de las asociaciones artefactuales en contextos de manantial propicios a erupciones oca­sionales de caudales de respiradero o de descarga constituyen otra perturba­ción del subsuelo relacionada con el agua (Figura 7-2).

Deflación. La erosión eólica de materiales secos y disgregados puede dejar al descubierto uno o más niveles de materiales arqueológicos sepultados y trans-

Transfor,nación y destrucción de los yacinlientos 107

Interrupción Deflación

de la deflación ~eva

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Figura 7-10. Movilidad de los artefactos en los suelos desertices provocada por la expulsión de aire y la dilatación de la sal y la arcílla durante los periodos de humedad.

formarlos en una capa de revestimiento parcial o totalmente perturbado o en acumulaciones de pavimientos que más tarde pueden quedar sepultadas bajo un nuevo sedimento fresco (Figura 7-5). La deflación ataca por lo general a arenas y limos eólicos antiguos e incluso los fondos desecados de los lagos.

Deformación. La compactación diferencial (por ejemplo, de substratos areno­sos o arcillosos adyacentes, o de rellenos estructurales, como los silos o fosos de almacenamiento) puede provocar un hundimiento relativo de restos en ca­pas orgánicas y en capas ricas en arcilla, posiblemente desbaratando un nivel originalmente horizontal. Esta compactación horizontal diferencial, o el desli­zamiento lateral de unidades de sedimentos superficiales sobre arcillas húme­das o substratos afectados por el hielo, también pueden producir fallas tensio­nales horizontales o verticales a pequeña escala. Esas microfallas, con desplazamientos característicos de 10 a 70 cm, son particularmente comunes en medios muy fríos recientes y del Pleistoceno (Figura 7-4). Como resultado, los empujes ascendentes o descendentes pueden introducir horizontes arqueo­lógicos no afines en un mismo nivel, mientras que los desplazamintos laterales pueden truncar áreas de actividad (Figuras 7-11 y 7-12). Las perturbaciones de carácter sísmico tambien son posibles, tal como lo ilustra Folk (1975) para la ciudad clásica de Stobi, en Macedonia.

Bioturbación. Un gran número de perturbaciones son debidas a las actividades subterráneas de ciertos animales, roedores sobre todo, preferentemente en am­bientes exteriores secos y en la cuevas. Los artefactos y los restos de carbón ve­getal pueden hundirse en esas galerías (llamadas ero/ovinas, cuando se rellenan con sedimentos más recientes) y dar lugar a dataciones por radiocarbono erró­neas. En suelos arenosos, las crotovínas pueden ser lo suficientemente densas como para desplazar los yacimientos de superficie a la subsuperficie a gran es­cala. Por ejemplo, en el yacimiento de Sarah West (Watseka, Illinois), los arte­factos arcaicos y de Woodland se hallan dispersos en 50 cm del relleno de arena

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Figura 7-11. Deformación de los estratos del Pleistoceno medio en los yacimientos de Torralba y Ambrona, en la España central. La. lubricación de las arcillas subyacentes produjo el desbordamien­to lateral, probablemente ayudado por las heladas, hacia los valles adyacentes. l\-fodificado de But­zcr (1965).

SEDIMENTOS SUELOS DETALLES

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Figura 7,12. Microfullas del yacimiento de Dry Creek, Alaska, con unidades alteradas anteriores al 11.000 B.P y hasta el 3500 B.P. La separación entre estacas es de I metro, Y el subsuelo permanentemente helado se sitúa por lo general entre I,2 y 1,5 m de profundidad. Las capas individuales muestran los efectos de las heladas (crioturbación), y las microfallas mü!tiples de 5 a 25 cm de desplazamiento vertical reflejan la presión producida por el hielo y el desbordamiento, bajo el mismo efecto, hacia el borde inferior de la terraza (derecha). Segün Thorson y Hamilton (1977: Figura 5). Cortesía .University of Washington.

llO Fundamentos

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Figura 7-B. rvtovimiento descendente y alineamiento en el subsuelo de artefactos y rocas superficia­les como resultado del desplazamiento ascendente de los productos e.xtraidos por las lombrices en un suelo hümico de Norteamérica (A) y por la actividad de las termitas en un suelo semiñrido afri­cano (B).

laminada de un antiguo respiradero; sin embargo, todos los artefactos se han localizado en zonas relativamente orgánicas carentes de laminación (es decir, en crotovinas). Se ha observado asimismo que los ciempiés han perforado ver­ticalmente 4 m de sedimentos de cueva secos (Rose Cottage Cave, Africa del Sur) para transportar paja fresca a través de una red de diminutos pasajes; las consecuencias potenciales para una datación ulterior por radiocarbono de la materia orgánica amorfa son fáciles de imaginar. Por otro lado, los excremen­tos que las lombrices evacúan hasta la superficie pueden llegar a cubrir muy rápidamente todo tipo de objetos. A lo largo de un extenso período de tiempo, la actividad de las lombrices en un suelo altamente húmico puede producir el sepultamiento gradual de una superficie y la consiguiente estratificación de los materiales originales en los 25 a 30 cm de este sedimento biogénico (Figura 7-13).

En suelos más secos y en climas cálidos, las termitas consiguen mezclar el suelo hasta grados increíbles, incorporando en las termiteras minerales de diag­nóstico procedentes de profundidades que pueden alcanzar los ocho metros (D.M. Helgren comunicación personal). El resultado de esta actividad a gran escala de las hormigas es que los artefactos de superficie pueden haber sido desplazados hasta 30 cm o más de profundidad (Figura 7-13B). Aunque mu­chos de los horizontes pétreos del subsuelo ("lineas de piedras") descubiertos en Africa son antiguos lentes coluviales, otros son el resultado de la actividad de las termitas. En el Zaire, Cahen y Moeyersons (1977) han descrito casos de separaciones verticales de I metro o más entre algunos artefactos líticos y sus respectivas hojas en sedimentos arenosos (los objetos más pesados debajo, por supuesto), resultado de la combinación de la actividad de las termitas y de los cambios de gravedad producidos por las alternancias periódicas de humedad y sequedad del sedimento.

Thmbién la vegetación tiene un rol activo en la bioturbación, en parte a tra­vés de la oxidación de la materia orgánica procedente de rellenos, que abre in­tersticios huecos y favorece la compactación diferencial. Los efectos de las raí­ces de los árboles y arbustos que penetran muy profundamente, incluso en

Transfor,nación y destrucción de los yacimientos lll

sedimentos compactos, son quizá más extensos todavía; cuando las raíces se pudren, los espacios que ocupaban se llenan con suelo más reciente de encima y, a veces, con los artefactos contiguos, arrastrados por las aguas superficiales, cambiando su posición vertical y su orientación. Finalmente, la urdimbre que forman las raíces finas de diversas plantas puede llegar a desplazar Y distorsio­nar las distribuciones arqueológicas en las matrices no consolidadas al traspa­sar un horizonte concreto.

En conjunto, esos factores fisiogénicos y biogénicos apuntan a la necesidad urgente de realizar un concienzudo trabajo de campo para detectar posibles al­teraciones de los restos arqueológicos. Quizá la situación más fiable sea aque­lla en que los artefactos se encuentran en horizontes lenticulares intactos de hogares tridimensionalmente bien delimitados, o en pavimentos orgánicos en relación con estructuras bien definidas, como los silos y los hogares excavados en el pavimento. Estos requisitos se observan sobre todo en sedimentos con un fuerte componente cultural -por ejemplo, un túmulo de habitación urbana, el pavimento de una vivienda, o una cueva. Los principales problemas empie­zan sobre todo allí donde los materiales aparecen en matrices predominante­mente minerales carentes de esos rasgos de no transportabilidad. En el caso de matrices no homogéneas con una estratificación visible, una distribución cro­mática compleja o la distorsión de los sedimentos pueden documentar directa­mente una perturbación; en cambio, el estudio de las matrices homogéneas exi­ge tediosas y monótonas evaluaciones de distribución horizontal, de orientación y de inclinación. La presencia del geo-arqueólogo es indispensable para deter­minar si el contexto original ha sido o no preservado, lo cual suele exigir un estudio de las orientaciones y los buzamientos.

Para un estudio más comprehensivo de los factores de perturbación de los suelos ver Wood y Johnson (1978). Los procesos de perturbación han sido tra­tados por Butzer (1976a).

Modificación geo-bioquímica

La modificación geo-bioquímica puede definirse como la preservación, la alte­ración, la movilización y la transformación de los restos culturales y orgánicos por procesos orgánicos e inorgánicos. La modificación afecta a toda la gama de productos alimenticios vegetales y animales y a sus desechos primarios Y se­cundarios así como a las materias primas orgánicas y a los productos acaba­dos utiliz~dos en la manufactura y la construcción. Los componentes básicos son restos de plantas, de huesos y los residuos y compuestos bioquímicos (ver Capítulo 6). Las principales variables activas son el agua, las soluciones mine­rales, la microfauna, las bacterias y los hongos. Los factores microambientales que controlan esos procesos son el régimen de humedad, la presencia o ausen­cia de soluciones mineralizantes y de sales de sodio (Figura 7-14).

112 Fundamentos

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Figura 7-14. Algunos procesos geoquimicos en subsuelos de distintos mcdioambicntes.

Régimen de humedad. En presencia de una deshidratación total y permanente, los procesos de disolución, oxidación y destrucción por los organismos se inhi­ben, Y los materiales y compuestos orgánicos tienden a permanecer estables y a oxidarse muy lentamente. La desecación total conserva muy bien el hueso Y los restos vegetales, aunque el hueso se reduce al secarse, y la falta de solucio­nes mineralizantes tiende a dejarlo en un estado quebradizo subfósil.

En presencia de saturación acuosa permanente, las condiciones anaeróbicas inhiben o por lo menos retrasan la descomposición. No obstante, si hay despla­zamiento lateral del agua, los compuestos bioquímicos pueden movilizarse y provocar la pérdida parcial de los componentes originales y su sustitución por otros.

Dado un ritmo de imbibición y desecación estacional o esporádico, los ma­t~riales orgánicos tienden a oxidarse y descomponerse, y los compuestos orgá­nicos pueden movilizarse verticalmente, redistribuirse o incluso desplazarse. Como consecuencia, los pH, el carbonato de calcio, la materia orgánica y el fosfato arrojarán valores distintos, distorsionados o en todo caso carentes de significado. Por ejemplo, la materia orgánica, el potasio y el nitrógeno son gra­dualmente destruidos o expulsados del horizonte, mientras que los fosfatos en solución pueden fijarse o pueden desplazarse a horizontes inferiores del sub­suelo. Por consiguiente, la preservación de estos indicadores básicos en un me­dioambiente húmedo pero ventilado es una función del tiempo, y sus valores pueden verse reducidos tras varios milenios al nivel de meras lecturas de fondo. Los valores en fosfato anormalmente altos entre 50 y 100 cm de profundidad pueden documentar asimismo una superficie de ocupación (Eidt, 1973, 1977), posiblemente destruída por el laboreo y no por niveles de ocupación en pro-

Transfortnación y destrucción de los yaci111ientos 113

fundidad, porque el fósforo, en horizontes inferiores, se lixivia fácilmente. Ci­clos alternantes de disolución, movilización y precipitación de los compuestos del suelo explican las posibles sustituciones o acreciones minerales -un factor fundamental en la fosilización de los huesos y los restos vegetales (ver Capítu­los 10 y 11).

Soluciones mineralizan/es. La presencia de cal, hierro soluble, sílice móvil (co­loidal) y de fosfatos disponibles favorece la concentración de estos compuestos o sus combinaciones en las aguas del suelo. Esto ocurre sobre todo en medioam­bientes sometidos a una alternancia de períodos de imbibición y de desecación o a una alternancia de condiciones oxidantes y anaeróbicas. Estos procesos fa­cilitan la formación de cementos calcáreos, ferruginosos, silíceos y de fosfato cálcico (apatita) en los huecos preexistentes o en forma de sustituciones de los minerales disueltos. Esta mineralización crea productos minerales macizos de alta densidad y gran durabilidad.

Sales de sodio. En medioambientes oxidantes, el cloruro de sodio (halita) al igual que otras sales y otros álcalis (pH de 9 o más) son nocivos para la preser­vación de los componentes orgánicos. El hueso y los restos vegetales se corroen, se desintegran y a veces se descomponen, mientras que la destrucción y la de­sintegración de los compuestos órganominerales es seguida por su integración en minerales de neoformación.

Resulta difícil predecir la sucesión de procesos interviniendo en la preserva­ción de las sustancias orgánicas, y la presencia o ausencia de materiales orgáni­cos suele interpretarse con ayuda de la imaginación. No obstante, esas conside­raciones son necesarias para la planificación de las estrategias de excavación y son particularmente importantes para calcular las posibilidades de preserva­ción selectiva. En el curso de una excavación también es importante tomar en consideración los procesos químicos que afectan a los restos orgánicos, porque los horizontes pueden identificarse ad hoc según la coloración orgánica, y en base a los restos macroscópicos descubiertos, se podrán adoptar las decisiones pertinentes sobre los métodos de criba y de flotación de la materia orgánica. Las deformaciones aparentes en el seno de una secuencia estratificada pueden ser resultado de la oxidación y desaparición de materiales orgánicos, que pue­den llegar a constituir casi el 100 por cien de algunos residuos originales de gran volumen, generalmente caracterizados por su compactación reducida y sus densidades excepcionalmente bajas. Para distinguir los verdaderos complejos de hogar de los residuos orgánicos amorfos, hay que saber diferenciar la ceniza mineral blanca de la materia carbonizada por combustión parcial, y de las lá­minas rojizas oxidadas y en parte vitrificadas por la proximidad del fuego (ver Capítulo 6). Por último, la alteración química, la oxidación y la humificación, así como los cambios estructurales relacionados, pueden vincularse a los hori­zontes de suelo o de alteración atmosférica que limitan o interrumpen una se­cuencia de ocupación (Dimbley y Bradley, 1975; Liebowitz y Folk, 1980). Estos

114 Fundamentos

Impacto de la lluvia ~seo ,('i

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Figura 7-15. Fases de evolución morfológica (1, 2 y 3) de un uimulo, y procesos usualmente respon­sables.

puntos no hacen más que destacar una selección de posibles formas de inter­pretación de los rasgos geo-bioquímicos de los sitios abandonados.

Cook y Treganza (1950), Cook y Heizer (1965), Davidson (1973)r, Hassan y Lubell (1975), y Hall y Kenward (1980) ofrecen ejemplos particularmente ins­tructivos de análisis químicos de otra índole de los restos orgánicos. Sjoberg (1982) ha propuesto un marco sistemático más amplio para la utilización de los datos químicos como indicadores de actividades de distribución microes­pacial.

Destrucción de los yacimientos y dispersión de los artefactos

La historia de un sitio abandonado es una función de los agentes humanos, biogénicos y fisiogénicos que actúan directamente sobre o en el yacimiento, y también de los procesos geomórficos periféricos que condicionan o aceleran su deterioro. Supongamos, por ejemplo, un taller lítico situado en una barra fluvial de cantos rodados parcialmente dispersado por una arroyada con sus vestigios sepultados bajo una espesa capa de grava y arena; un canal de irriga­ción cegado por el limo y recubierto por las arenas movedizas; una villa saque­da, incendiada y arrasada, desapareciendo bajo las coladas de lodo de un to­rrente contiguo.

La metamorfosis de un montículo de habitación emergiendo en medio de la proliferación de cimientos de una o más ciudades posteriores es aún más com­pleja. Las interacciones de las fuerzas potenciales que obran para nivelar los túmulos de ocupación o "tells" abandonados (veáse Capítulo 6) pueden resu­mirse de la manera siguiente (Figura 7-15):

Transforrnación y destrucción de los yacinlientos 115

l. Compactación y alteración atmosférica. La compactación por gravedad y el relleno de los huecos restantes por microderrumbe y transporte a pequeña escala por las aguas subterráneas aumentan la densidad volumétrica a costa de una reducción del relieve. La alteración química, la lixiviación y la actividad biogénica es probable que a su vez acentúen la modificación de la morfología de la superficie.

2. Movimientos del suelo, aguas de superficie y viento. La reptación y el des­prendimiento del suelo combinados con las arroyadas concentradas o difusas continúan erosionando la superficie del túmulo. Tras el proceso de denudación general, los promontorios sufren una reducción, las concavidades se llenan, y el sedimento superficial es barrido desde el centro del tell hasta la periferia, donde se amontona en un faldón de sedimento coluvial susceptible de dividirse localmente en delgados abanicos aluviales. Al cabo de un tiempo, pendientes originales de 15-25º pueden quedar reducidas a 2° o menos. Folk (1975) ha des­crito un caso impresionante de movimientos del suelo que han llegado a des­truir partes enteras de un sitio en Stobi, donde un desprendimiento en un acan­tilado próximo arrasó más de 100 metros de la ciudad, que más tarde seria parcialmente destruída por un terremoto. La deflación puede también ser un elemento activo en la eliminación de material fino seco, aunque la acreción eólica sea quizá también importante, como se ha observado con los materiales de gra­nulometría fina (0,005-0,05 mm) procedentes posiblemente del Jecho estacio­nalmente seco del río de Stobi, o con las capas de cenizas volcánicas que sepul­taron Herculano, Akrotiri y Thera (Davidson, 1978) y varios sitios de América central (Sheets y Grayson, 1979: capítulo 17).

3. La intervención humana. Los sitios abandonados han servido tradicional­mente de canteras de piedra, reservas de madera, adobe, materias primas para la fabricación de ladrilJos, temple de cerámica y compuestos fertilizantes. En Egipto los "buscadores de fertilizantes" (sebakhin) llegaron a destruir sitios urbanos enteros en busca de fosfatos, nitratos, potasio y cal. En el valle del Nilo los antiguos asentamientos también han tenido una utilización secundaria como cementerios, gracias al mejor drenaje de los túmulos que se elevan por encima del nivel de la inundación anual.

4. La actividad de las aguas corrientes. A los peligros tradicionales de la com­pactación in situ, la denudación y la intervención humana que acechan a los Jugares de ocupación se añaden los ataques directos o indirectos de los ríos y riachuelos adyacentes. Los riachuelos próximos a los montículos impulsan la formación de afluentes que socavan la base de los túmulos acelerando la denu­dación y favoreciendo la formación de regueros en las pendientes del área de captación del riachuelo. El curso de los ríos cercanos puede desviarse en direc­ción de los túmulos y acercarse Jo suficientemente de éstos como para provocar socavones y derrumbes. Davidson (1976), Davidson et al. (1976b) y Turnbaugh (1978) ofrecen ejemplos instructivos de destrucción de yacimientos por las aguas corrientes.

Los túmulos artificiales de habitación experimentan una evolución geo-

116 Fundamentos

arqueológica predecible (Kirby y Kirby, 1976). Las formas topográficas de los tells, tras el derrumbe inicial y la erosión de las paredes, se van aplanando y adquieren gradualmente una forma elíptica o circular. A medida que el relieve se reduce, el perfil del montículo se va aproximando a una sinusoide. Bajo unas condiciones idénticas de clima, de materiales utilizados y de masa y elevación iniciales, la reducción del túmulo que de hecho es una función del tiempo, pue­de servir para establecer una datación estimativa (Kirby y Kirby, 1976). La evo­lución de un túmulo también puede ser cíclica, porque los sitios de este tipo suelen ser reutilizados.

El estudio de Kirby y Kirby tiene además otras importantes implicaciones respecto a la preservación e interpretación de los restos cerámicos y líticos de la superficie. La denudación artificial de los materiales más finos produce una concentración diferencial de fragmentos cerámicos en la superficie, sobre todo al pie del núcleo del túmulo residual. A la periferia del asentamiento, la con­centración de fragmentos vuelve a disminuir como consecuencia de su recubri­miento por los sedimentos fluviales, de la bioperturbación y de los trabajos de laboreo que tienden a incorporarlas al suelo (Figura 7-15). Por encima de los restos del túmulo, la apertura de fosos y canteras contribuyen a la concen­tración y a la redistribución de los restos cerámicos en los sedimentos superfi­ciales. Con el tiempo, los fragmentos de cerámica superficiales experimentan a) una acumulación residual por efecto de la erosión progresiva del sitio, b) una trituración producida por las pisadas, y c) un desplazamiento pendiente abajo, como resultado de la circulación del agua y de la gravedad (Kirby y Kirby, 1976). El efecto neto durante los primeros 50-100 años después del abandono del sitio es el aumento de las concentraciones de cerámicas de superficie, seguido luego de una disminución exponencial, de acuerdo con una curva de variación climá­tica que también se ve afectada por el relieve del túmulo y por el grado de efec­tividad de los agentes responsables de la mezcla vertical. Estos descubrimien­tos, tanto deductivos como inductivos, tienen profundas implicaciones para la prospección de la superficie y para la comprobación arqueológica de los túmu­los. Tumbién aconsejan prudencia a la hora de predecir las distribuciones en profundidad a partir de los descubrimientos realízados en la superficie (Red­man y Watson, 1970; Binford, 1972).

Modificación medioambiental de los restos arqueológicos

"El registro arqueológico de un yacimiento es una estructura estática y tridi­mensional de materiales que existen en el presente. Los restos del yacimiento han sufrido sucesivas transformaciones desde la época en que participaron de un sistema de comportamiento hasta el momento que el arqueólogo los obser­va" (Schiffer, 1975:828). Tal como dice Schiffer y según lo que se ha explicado aquí, las transformaciones implican dos conjuntos distintos de procesos: a) Las actividades culturales que trasladan los materiales culturales residuales desde su contexto original de comportamiento hasta el contexto arqueológico, y b)

Transforn1ación y destrucción de los yacbnientos 117

los factores medioambientales que modifican estos restos culturales a través de la erosión o el sepultamiento, la destrucción o la preservación selectiva, y de la alteración vertical y horizontal. Schiffer consideraba estas últimas "trans­formaciones n" (es decir, transformaciones no culturales) como un conjunto de "leyes" experimentales que explican y predicen las interacciones entre los materiales depositados culturalmente y las variables medioambientales. Estas transformaciones n deben su contenido sistemático a las ciencias naturales, pero Schiffer afirma que son los arqueólogos quienes deben estudiarlas y formularlas.

Aunque simpatizo con este llamamiento implícito a que los arqueólogos em­piecen a ocuparse de estas transformaciones n, los temas de la dispersión, la perturbación y la modificación química son obviamente demasiado complejos para que un excavador poco experimentado pueda diagnosticarlas. Esto es in­cumbencia del geo-arqueólogo, y puede afirmarse que la formación y modifi­cación de un yacimiento son el por qué y el porque de la arqueosedimentología.

En base al contenido de este capítulo, ahora es posible sistematizar la trans­formación medioambiental de los restos arqueológicos mediante dos subsiste­mas gráficos, uno ocupándose de la dispersión, el sepultamiento y la perturba­ción (Figura 7-16, parte superior}, el otro ocupándose de la preservación de los restos orgánicos (Figura 7-16, parte inferior).

En el diagrama de flujo de la movilización, las diversas condiciones de dis­persión, sepultamiento y/o perturbación producen yacimientos de superficie o yacimientos sepultados que pueden ser primarios, semiprimarios o secundarios. Estos términos requieren una definición específica desde una perspectiva me­dioambiental: Un yacimiento primario incluye restos culturalmente filtrados, tanto de superficie como sepultados, que apenas han sufrido dispersión y per­turbación. Unyachniento se1niprin1ario consiste en una superficie cuyos mate­riales han sufrido una dispersión y/o alteración parciales, pero cuyas asociacio­nes relativas siguen intactas al menos en parte del yacimiento. Un yacimiento secundario se compone de materiales arqueológicos que han experimentado una dispersión efectiva y/o una perturbación completa, y que conservan escasas o nulas asociaciones informativas. Estas definiciones sirven para describir aspec­tos del contexto medioambiental, no cultural. La distinción es esencial para evitar que cunda la confusión conceptual. Digamos también que la Figura 7-16 no incluye todas las permutaciones posibles de los yacimientos sepultados, de su­perficie, primarios, semiprimarios y secundarios. Por último, la Figura 7-16 no toma en consideración yacimientos secundarios potenciales que dejan al des­cubierto y quizá vuelven a sepultar restos arqueológicos.

El diagrama de flujo geoquímico (Figura 7-16, parte inferior) trata de los pro­cesos y productos de preservación fundamentales que son relevantes para los restos de plantas, huesos y residuos bioquímicos, especialmente los que se ge­neran de los outputs B, C y D (Figura 7-16, parte superior) (es decir, que afec­tan a los sitios sepultados). Los restos orgánicos raramente se conservan (al me­nos de forma visible) en los yacimientos de superficie.

La combinación de ambos diagramas suministra una clasificación geo-

118 Fundamentos

Modificación medioambiental de los residuos culturales SUBSISTEMA DE MOVILIZAC!ON: Dispersión-sepul!amiento-perturbación A Yacimiento primario

~-~~ de superficie

Residuos

culturalmenteÍ--- -----­filtrados

1 s,

1

1 Recubnm1ento-=-~

1

SI

L_ No __ _

Yacimiento No _______ J primario aislado

6f-G>a No

1

Si 1

1

1 _____ _) Yacimiento semi primario aislado

Yacimiento ~-"'--~

secundario o Yacimiento secundario aislado de superficie

SUBSISTEMA GEOQUIMICO: Preservación selectiva

P: Restos de plantas H: Hueso

p H En gran parte

~-~~ A - destruidos

P parcialmente oxidados H destruidos

A: Restos bioqúimicos

í-----1 1 Intermitente

1

1

D~I HumedadJ>-c---, Permanente

e 1

L __ Nul:_ __

R parcialmente movilizados

Si _______ ) (vertical)

,.____s~s. ! J~ No minecalizante¡V

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1 _____ _) P parcialmente oxidados

P deshidratados, buenos

H Subfósi/es quebradizos R estables

P anaeróbicos buenos H fosilizados ~-~~ H subfósiles, r~b/andecidos A parcialmente

8' A parcialmente movilizados mov11!zados (horizontal) {vertical)

A'

Figura 7-16. Representación sistémica de la modificación medioambiental de restos arqueológicos. (Clave de los simbolos en Figura 2-1.)

Transfor111ación y destrucción de los yacünientos 119

arqueológica basada en tres criterios medioambientales: a) de superficie versus sepultado; b) primario o secundario, y c) presencia o ausencia de (y preserva­ción selectiva de) restos orgánicos. Por ejemplo, el contenido de una tumba egip­cia puede ser BA' (primario, sepultado, con preservación orgánica completa); el de una turbera danesa CB' (semiprimario, sepultado, con presencia orgánica bastante completa); el contenido de la grava fluvial de un río francés DC' (se­cundario, sepultado, con algo de preservación orgánica), y el de una dispersión superficial arcaica EE' (secundario, sepultado, prácticamente sin preservación orgánica).

Concluiremos diciendo que una de las metas fundamentales de la explora­ción geo-arqueológica es o debería ser una adecuada comprensión de la modi­ficación medioambiental de los restos arqueológicos. Si estos procesos no se dilucidan, las transformaciones culturales seguirán adoleciendo de una innece­saria ambigüedad o serán incluso indescifrables. Sólo si se entienden los con­textos cultural y medioambiental de un yacimiento, podrá emprenderse la in­terpretación sociocultural del contexto sistémico de una comunidad prehistórica.

CAPITULO 8

Geo-arqueología VI: el impacto humano sobre el paisaje

La actividad humana y el sistema suelo-sedimento

Los impactos de las actividades humanas preindustriales se concentran en (y en torno de) las áreas de habitación, pero éstas sólo representan una pequeña parte de una región. Muchos arqueólogos, al ocuparse sólo de los yacimientos, no pueden valorar los efectos más difusos, pero igualmente reales, de los gru­pos humanos sobre el paisaje en sentido amplio. En el caso de los 'recolectores prehistóricos, estos efectos pueden ser muy sutiles y casi inperceptibles, a tra­vés del uso del fuego para facilitar la caza, de la perturbación local de la vege­tación, de la dispersión involuntaria de plantas económicas, y de cambios de fauna como resultado de la caza selectiva (Butzer, 1971a). Pero los agricultores y los pastores tienen por lo general influencias muy significativas e, incluso es­pectaculares, sobre el medio.

Aquí conviene tener muy en cuenta que la cobertura vegetal y la capa super­ficial del suelo suponen un recurso crítico y también un amortiguador protec­tor entre la atmósfera y la corteza terrestre. En circunstancias normales, en un paisaje húmedo, la lluvia es interceptada por las plantas más altas, que rompen el impacto de las gotas de lluvia y previenen los efectos directos de la lluvia sobre el suelo mineral. Un manto orgánico de hojarasca en varios estadios de descomposición forma una capa superficial que amortigua el impacto del agua, actuando al mismo tiempo como una esponja que la absorbe. La microfauna de la capa orgánica superficial también mantiene una estructura de suelo es­ponjoso al convertir los restos orgánicos en subproductos aprovechables, que aumentan la ventilación esencial para el buen crecimiento de las plantas y faci­litan la infiltración del agua en el suelo. Esto transforma las aguas superficiales de las torrentadas en una circulación lateral más lenta o en un aporte suple­mentario para la capa freática más profunda. Mientras tanto, las raíces refuer­zan la cohesión del suelo. El resultado final es la reducción de la circulación superficial y de la velocidad de las aguas, mientras que la humedad del suelo se intensifica y las filtraciones de agua subterránea se mantienen, incluso du­rante las épocas más secas del año (Figura 8-1). Las crecidas de los ríos que suceden inmediatamente a las fuertes tormentas se reducen o se retrasan, y se mantiene, en cambio, el caudal durante la estación seca. De esta forma, la ve­getación y el suelo no sólo condicionan la productividad sino que también re-

120

El ilnpacto luunano sobre el paisaje 121

PENDIENTE BOSCOSA - Intercepción importante - Infiltración máxima

1 - Circulación f - Escorrenlia retardada y filtración lenta,

ti t ¡ "

firme y horizontes orgánicos vírgenes

TERRENO DESPEJADO - Intercepción nula - Escorrentía rápida sin obstáculos - Infiltración reducida

EROSION 1

(ORCA~}_

i ,,;_ ::-;-,:-¡ ; t /,: /REGUEROS / COLUVIOl'JES fi .,,'~DE EROSION

RECIENTES i ¡¿_ ,/' i ~FORMACION / f ;...-::.-:::; t /RIACHUELOS

-Figura 8-1. Escorrentia e infiilración comparadas en pendientes boscosas y en pendientes cultiva­das. Segtin Butzer (1976a: Figuras 6-2). Cortesía Harper & Row, Publishers, Inc.

gulan el ciclo hidrológico. Las actividades humanas, sin embargo, se centran consciente o inconscientemente en la biosfera. Por consiguiente, y según sean sus intensidades, estas actividades pueden modificar o eliminar la vegetación y el suelo y, por tanto, interferir en el ciclo hidrológico. El impacto resultante puede ser tan espectacular como un cambio climático, al desencadenar reajus­tes en el subsistema medioambiental que regula los procesos hídricos, edáficos y geomórficos (ver Figura 2-2).

Los componentes de estas perturbaciones son los siguientes: l. Desforestación. La cobertura vegetal indígena puede desaparecer parcial

o totalmente, primero de algunas áreas locales, y con el tiempo, de gran parte de la superficie de la tierra a través de una serie de procesos: tala de los bos­ques, desmontes, quema e incendios de sabana, pastoreo, instauración de mo­nocultivos exóticos, que favorecen el crecimiento de una vegetación secundaria simplificada -pasto codiciado por los animales e intensamente explotado por el ganado (Figura 8-2). La tala, la quema y el consumo de brotes de árboles y arbustos por los animales reducen la intercepción de las gotas de lluvia por la hojarasca, y la cobertura vegetal se reduce o desaparece bajo la acción de la pala, la azada, el arado o en el estómago de las cabras y las ovejas. Incluso después del abandono humano, la regeneración forestal se ve obstaculizada o impedida por el fuego, el pastoreo y la competencia de las plantas en busca de la luz, favoreciendo un monte bajo abierto o, incluso, una "estepa cultu­ral". Una vegetación plagioclimática tan simplificada (Figura 8-2) suele ser más

122 Fundamentos

BOSQUE CLIMAX

DE MAX!MA FRONOOSlOAD Gran diversidad

SUELO DE­NUDADO

Después de una quema y/o cultivo (semanas)

RECOLONI-ZACION

Sucediendo al fuego

o por cul-tígenos

y cizai'ias (meses)

c1ón del suelo

FORMACION BOSQUE SE-DE MATORRAL CUNDAA!O

Variedad re- DE FRON-ducida DOSIDAD

de céspedes, DISCONTINUA hierbas, Aumenta la di-

arbustos y versidad rn o pequeños árbo- de especies ar- u,

les (años) bóreas o e rn o e:

" )> X

c1ón (lel suelo c1ón del suelo

Figura 8-2. Evolución de la vegetación en las zonas forestales. El apacentamiento prolongado de ganado puede producir una vegetación subclfma.,¡ indefinida de matorral degradado.

pobre en plantas alimenticias (menos legumbres y frutas arbóreas, pero más tubérculos y bayas) y, en suelos de bajo poder nutritivo, puede favorecer la ex­pansión de pastos menos nutritivos y con un mayor contenido en celulosa.

2. Disgregación del suelo. El cultivo sirve para romper el tepe, desmenuzar la red cohesiva de raíces, y disgregar y exponer el suelo a los elementos atmos­féricos. Las pezuñas de los animales domesticados también dañan el suelo ve­getal y, junto con el pastoreo intensivo de animales como las ovejas, deterioran las cualidades regenerativas del manto vegetal, contribuyendo a comprimir el suelo y reducir su capacidad para absorber agua (Figura 8-3). El suelo disgre­gado y expuesto a los elementos es altamente erosionable, y su materia orgáni­ca se oxida rápidamente al sol; cuando se abandona, este suelo tiende a com­pactarse de nuevo. Un suelo compactado absorbe menos agua durante las lluvias, acelera la circulación superficial y favorece la erosión.

3. Cambios en !as aguas de superficie y en las aguas subterráneas. La desfo­restación y el deterioro del suelo tienen importantes efectos secundarios sobre la humedad del suelo. En medioambientes húmedos templados, con suelos de bajo poder nutritivo, la supresión del bosque reduce la evapotranspiración de las plantas y hace subir aún más el nivel hidrostático; además, la desforesta­ción reduce los biotos del suelo, aumenta su acidez, y favorece por tanto la lixi­viación de los elementos nutritivos del suelo. Este proceso hace que las plantas acidófilas, como por ejemplo el abeto, el brezo y los musgos, se expandan, re­forzando la tendencia a la formación de suelos ácidos donde se acumula el hu­mus (Figura 8-4A). La deshidratación periódica de los suelos expuestos provo­ca una deshidratación irreversible de los óxidos de hierro y aluminio, que favorece

El bnpacto luanano sobre el paisaje

en w 1-z 2 o: o I

1141'LU ;¡¡¡,_tt:4,!$J A2

B

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Manto de hojas Detritos orgánicos parcialmente descompuestos Suelo vegetal mineral

Suelo vegetal lixiviado

Subsuelo arcilloso

Substrato arenoso/rocoso parcialmente descompuesto

Substrato inalterado

123

Figura 8-3. Un perfil estó.ndar de suelo. El arado destruye los horizontes 01 y 02 y degrada el hori­zonte AL Al quedar expuesto el horizonte A2 o el B, el suelo resulta muy erosionable. Modificado de Butzer (1976a: Figura 4-6).

la formación de una capa dura en el subsuelo y que además impide un adecua­do drenaje interno del suelo (Figura 8-4B). Con el tiempo se forman podsoles, turbas y páramos culturales saturados, creando suelos marginales o inadecua­dos para la agricultura, mientras favorecen una vegetación ácida de poco valor para el pasto. Así se formaron en el noroeste y norte de Europa grandes eriales culturales (páramos y terrenos yermos) sobre todo en medioambientes monta­ñosos y sobre sustratos arenosos (Simmons y Proudfoot, 1969; Evans, 1975: capítulo 5; Moore, 1975). En medios más secos, el efecto es inverso, pero igual­mente nocivo. El desarraigo de las plantas, la deshumificación, y una ventila­ción y capacidad de infiltración del suelo, así como un escurrimiento superfi­cial acelerado, reducen la filtración del agua de lluvia en el subsuelo y su incorporación a la capa freática. La retención de agua en el suelo disminuye y el nivel freático baja reduciendo el caudal de los manantiales y reduciendo gran parte de la aportación de agua a los ríos, que de otro modo hubieran man­tenido un estiaje básico durante los períodos interpluviales más secos. El cau­dal fluvial es menos seguro, y los recursos de agua potable pueden quedar mer­mados; en los sustratos más secos del suelo, más pobres en biotos edáficos, Y por tanto menos ricos, la productividad agrícola disminuye (Figura 8-5). Los tipos de suelos más aridos se expanden como parte de la estepa cultural (Lo­zek, 1975, 1976).

4. La construcción. La construcción y actividades similares intensifican pro­gresivamente la interferencia humana en el equilibrio ecológico. El agua de llu-

124 Fundamentos

A Antes

Bosque caducifolio mixto

Podsol

Después B

Esfagno con coníferas dispersas

Turba! ácido

SUBSTRATO NO ARENOSO

Antes Matorrales Después de brezal ácido con coníferas dispersas

Acuífero . Acuífero

Arcilla compacta

Podsol Podsol ácido, lixiviado

SUBSTRATO ARENOSO

Figura 8-4. Cambios en suelos ácidos de medioambientes frescos y húmedos producidos por los cultivos o por la tala y quema del bosque. El esfagno secundario de A se desarrolla pendiente arriba fonnando un manto, y el brezal reposa sobre un horizonte A2 muy susceptible a la deflación.

via canalizada desde los tejados se concentra en el suelo perturbado alrededor de los edificios. En el caso de ciudades muy pobladas, el aumento y la concen­tración del escurrimiento superficial acentúan la erosión en el perímetro de la ciudad (Figura 8-6). Alrededor de los abrevaderos y pozos rurales se crean otros focos de erosión. Las aguas arrasan los caminos y veredas, convirtiéndolos en superficies erosionadas por torrentes y arroyadas, mientras que los caminos pa­vimentados concentran las aguas en sus bordes, y las zanjas de las carreteras propician desprendimientos de tierras y socavones. Las terrazas de las faldas de montañas y los fondos inclinados de los valles sirven de protección, pero cuando dejan de mantenerse, los suelos flojos y los muros de piedra y otros medios de contención pueden ser barridos rápidamente, con posibles efectos devastadores. Los canales y acequias de irrigación retienen sedimento en los declives suaves; cuando se abandonan, canalizan y aceleran las fuerzas de ero­sión en pendientes más pronunciadas, como si se tratara de desagües artificia­les. Las presas provocan una deposición prematura de finos residuos minerales y orgánicos, privando a las tierras de aluvión del valle, aguas abajo, de sedi­mento y de fertilizantes naturales; cuando las presas se rompen, las aguas esca­pan con una fuerza erosiva inhabitual y el consiguiente peligro para las cose­chas, el ganado y las personas. En efecto, la modificación de la geometría de paisaje (Moss y Walker, 1978), incluso en las sociedades no industriales, inter­fiere en el equilibrio armonioso de los innumerables componentes de una su­perficie tridimensional. La acometida de las aguas se concentra en los puntos débiles, provocando desajustes hidráulicos a varios niveles.

5. Erosión acelerada del suelo. El desarraigo de las plantas deja al suelo ex­puesto a los efectos de la lluvia y a la erosión por placas, efectos que se intensi­fican con el cultivo, especialmente con el arado, que destruye el tepe y el siste­ma radicular. En superficies inclinadas, el cultivo inicial puede producir una erosión repentina del suelo, que pondrá en suspensión el material de grano fino y lo arrastrará por la pendiente hacia ríos lejanos. Si la erosión afecta a sustra-

El i,npacto htunano sobre el paisaje 125

1880

1920

------------------------------Acuiiero

Figura 8-5. Consecuencias de la erosión del suelo, del abarrancamiento Y del descenso de !a capa acuifem en Nuevo México, entre 1880 y 1920. Seglin Butzer (1976a: Figura 7-11). Cortesía Harper & Row, Publishers, Inc.

BOSQUE CULTIVOS BOSQUES y URBANO APACENTAMIENTOS

CONSTRUCCION--_ 700

'"E ~

Jso e

Fi1rn1a 1'-(1. Ll,xtos de los cultivos y las construcciones urbanas en la genemción de sedimentos de u;a cuenca de Maryland, entre 1800 y 1965. Modificado de \Volman (1967).

126 Fundamentos

Por extensión ascendente (C)

Por ensanchamiento (A)

Por profundización (8) ··• .•..

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Figura 8-7. Erosión lateral y erosión ascendente.

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Fases 1- 2 --- 3,,.,

tos más compactos o pedregosos, o si se abandonan los campos, se restablece un cierto grado de estabilidad al cabo de pocos años. Pero el laboreo persisten­te sigue llevando a la superficie un suelo fino altamente erosionable, causando inevitablemente un empobrecimiento del suelo a medida que se elimina selecti­vamente la arcilla y la materia orgánica (Moss y Walker, 1978). El escurrimien­to superficial de las aguas afectará a toda la superficie, pero en faldas más ba­jas o más inclinadas puede producirse una erosión más intensa y localizada en forma de regueros, muchas veces facilitada por los surcos del arado. A medida que los regueros se extienden, pueden excavar profundos surcos que luego se desarrollan por impulso propio: cuando el agua los invade, se precipita con gran velocidad en la depresión y con energía suficiente para arrancar y arrastrar in­cluso partículas pesadas; el surco se profundiza y empieza a extenderse pen­diente arriba, formando un riachuelo que se autoperpetúa; poco a poco esos riachuelos, con el tiempo, forman redes intrincadas que continúan hundiéndo­se y avanzando pendiente arriba de varios metros con cada tormenta, llegando a destruir parajes enteros que se pierden para la agricultura (Figura 8-7). Los movimientos de tierras, incluyendo los deslizamientos y hundimientos del sue­lo, ya están en marcha o son acelerados por las pisadas animales en pendientes de 5° o más; una vez empezada la formación de regueros, los hundimientos y los desprendimientos masivos de tierras siguen facilitando y acelerando su

El itnpacto lnunano sobre el paisaje 127

200 uc 500 ciC

Figura 8-8. Un valle italiano antes y después de la deposición de aluviones lluviales por erosión del suelo en la epoca tardo-romana. l\ilodificado de Butzer (1976a: Figura 7-20) .

desarrollo. Las torrenteras de lodo pueden también barrer las faldas más per­turbadas, transportando incluso cantos rodados y bloques, dado que se trata de movimientos que afectan a laderas enteras. Un último agente es la defla­ción, que erosiona suelos secos y poco cohesionados durante las largas sequías estivales (Figura 8-IB), sobre todo en medios semiáridos.

El conjunto de procesos que destruyen un suelo en un tiempo más corto del que tarda en regenerarse se llama erosión acelerada del suelo. Se trata ante todo de un fenómeno cultural vinculado a la desforestación y a la destrucción del tepe y de la capa superficial orgánica producidas por el cultivo o por un abuso del pastoreo intensivo (Butzer, 1976a:114-19). Al cabo de unas pocas generacio­nes, o incluso de pocos años, esta erosión acelerada puede llegar a cambiar la forma de la superficie y destruir más suelo que milenios de cambio medioam­biental (Trimble, 1974; Butzer, 1977a). Las consecuencias para la productivi­dad son consiguientemente enormes, desde el momento en que parajes enteros pierden gran parte o la totalidad de su suelo vegetal, para convertirse forzosa­mente en zonas de pastoreo extensivo o de vegetación secundaria. Gran parte, aunque no la totalidad, de la erosión catastrófica registrada tiene que ver con las sociedades industriales. Sin embargo, el cultivo practicado en laderas inter­medias con sedimentos relativamente poco cohesionados ya habían producido en la época clásica paisajes igualmente devastados en algunas partes del mun­do mediterráneo. Incluso allí donde los efectos visibles de la erosión del suelo resultan menos evidente, la desaparición del 20 o el 30 por ciento de la capa superficial más fértil tiene unos efectos devastadores sobre la rentabilidad de las cosechas. Estas condiciones no eran infrecuentes en zonas con los mejores suelos tres o cinco milenios atrás.

6. Hidrolog(a. La erosión acelerada del suelo es inseparable del cambio igual­mente fundamental de los procesos hidrológicos que reducen la productividad de las tierras bajas. Una proporción mucho mayor de agua de lluvia se precipi­ta directamente ladera abajo en lugar de filtrarse en el subsuelo, erosionando

128 Fundamentos

Tras una erosión intensiva del suelo

(1920-30)

A principios de la colonización (siglo XVIII)

Tras la adopción de medidas de conservación y estabilización

(1970-80)

Figura 8-9. Evolución de los paisajes del Piedmont meridional entre 1700 y 1970. Según Trimble (1974: Figura 29). Cortesia Soil Conservation Society of America.

la superficie y depositando masas de materia mineral y a menudo de piedras al pie de las laderas, en forma de abanicos aluviales delgados que recubren sue­los más fértiles de las tierras bajas (Figura 8-8). Las aguas se desbordan rápida y devastadoramente, inundando periódicamente las tierras bajas (Gentry y Lopez-Parodi, 1980). Los cauces se llenan de limo y arena, creando ríos eleva­dos inestables que con frecuencia desbordan sus márgenes o cambian su curso, y los niveles freáticos suben y contribuyen a la saturación de las tierras bajas (Figura 8-9). Una gran parte de las tierras bajas cultivadas tendrán que conver-

El i,npacto luunano sobre el paisaje 129

Agua de riego Evaporación y cristalización

de la sal en el subsuelo, con solutos eflorescencias superficiales

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Acuífero

Figura 8-10. Irrigación y salinización

tirse en pastos, a medida que la agricultura va resultaudo más precaria y menos productiva y que las enfermedades epidémicas se ceban en las extensas zonas pantanosas.

Así se formaron las tierras bajas costeras palúdicas de la cuenca mediterrá­nea hace 2000 años, contribuyendo al declive económico de Grecia y de la pe­nínsula italiana.

Las tierras bajas irrigadas de los medios semiáridos y desérticos ejercen otro tipo de impacto hidrológico; aquí las inundaciones períodicas de los campos y la irrigación de aporte facilitan la deposición de pequeñas cantidades de sal (White, 1973; Worthington, 1978) (Figura 8-10). Dado que esta sal muy raras veces es expulsada del suelo, especialmente allí donde el nivel freático se acerca a la superficie, la salinización se generaliza y poco a poco destruye el potencial agrícola de las tierras irrigadas, provocando su abandono progresivo (Jacobsen y Adams, 1958; Hardan, 1971; Gibson, 1974; Lisitsina, 1976; Lawton y Wilke, 1979), en parte como respuesta a una disminución del caudal fluvial (Kay y John­son, 1981). La salinización reciente de las tierras antiguamente irrigadas pone en peligro los yacimientos arqueológicos, porque la sal del agua subterránea que asciende para evaporarse en la superficie provoca la descamación de la pie­dra de los monumentos.

Indicadores geo-arqueológicos de la erosión del suelo

El escenario antes descrito explica una gama de procesos que son sintomáticos de una patología ecosistémica, desencadenados o exacerbados por la utiliza­ción humana de la tierra. Estos cambios de paisaje pueden documentarse en perfiles de suelo y en formas y sedimentos geomorfológicos, así como en va­rios registros biológicos.

Criterios edafológicos. a) Perfiles de suelo alterados. El arado elimina las sub­divisiones distintivas (capa de hojas, fermentación y zonas húmico-minerales) del suelo vegetal, creando un horizonte distintivo y homogéneo (Ap) drástica­mente diferenciado del horizonte B de debajo, más ligero. Muchas veces estos perfiles alterados pueden reconocerse milenios después, particularmente en zo-

130 Fundamentos

PENDIENTE ARRIBA PENDIENTE ABAJO

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Figurn 8-11. Alternción ascendente del suelo o truncamiento, y deposición coluvial descendente en· orden inverso de los derivados del suelo (escala vertical e."\agerada).

nas agrícolas permanentemente abandonadas (Figura 8-11). b) Perfiles de suelo truncados. La erosión del horizonte A, o incluso de parte del horizonte B, es igualmente reconocible (Figura 8-11), por ejemplo, en áreas marginales del no­roeste de Europa, abandonadas en 1350-1700 d.C., donde adoptan la forma de horizontes A frescos y delgados situados sobre horizontes B inusualmente del­gados (Machann y Sammel, 1970). Los restos de las aldeas y granjas abando­nadas sirven para fechar estos intentos inútiles de colonización. c) Suelos rede­positados. La erosión ascendente puede acabar sepultando el pie de la pendiente, creando horizontes A anormalmente gruesos, o incluso una secuencia inversa de material rocoso original por encima de un subsuelo arcilloso y de la capa superficial orgánica, que a su vez recubren un perfil sepultado pero intacto (Fi­gura 8-11). En algunos casos, pueden reconocerse y fecharse arqueológicamen­te varias superposiciones gracias a los restos de cerámica (Lozek, 1976). Lim­brey (1975:236-9) ha analizado este tipo de evidencia empírica; véase igualmente los trabajos de Cook (1963), Proudfoot (1970), Dimbleby y Bradley (1975), Evans (1975:capitulo 5), Dimbleby (1976), Taylor (1979) y Simmons y Tooley (1981).

Criterios geo,nórficos. Los sistemas geomórficos reaccionan frente a la erosión del suelo a varios niveles, según la duración y la magnitud de la condición pa­tológica. Con la excepción de los suelos redepositados al pie de las pendientes, los mejores indicios se conservan en y bajo las tierras de aluvión. En ellas la agradación fluvial temporal puede quedar registrada en lentes de elementos de­tríticos del suelo toscos y mal clasificados intercalados con limos de aluvión, o en las acumulaciones anormalmertte espesas y extensas de estos limos, refle­jando períodos de influjo sedimentario lateral excepcional o repetidas inunda­ciones extremas en combinación con cantidades anormales de sedimento en sus­pensión. Los incipientes horizontes A de cobertura pueden indicar períodos de

El ilnpacto luunano sobre el paisaje 131

llanura fluvial

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Figura 8-12 Intercalaciones de limos y lentes de arenas tmduciendo mó.ximos de las crecidas, y de lentes secundarias producidas por el influjo espor.idieo de suelos erosionados y de materiales pri­marios que reflejan la alteración cultural de la cuenca.

renovada estabilidad (Figura 8-12). La agradación fluvial general suele favore­cer el desarrollo de unas tierras de aluvión más altas en largos trechos fluviales, prueba de los cambios ocurridos en los procesos hidrológicos que, al incluir mayores proporciones de arena y grava, aceleran el relleno de los cauces fluvia­les. Los cursos fluviales pueden desplazarse repetidamente, pasando posible­mente de un modelo meándrico a un sistema trenzado inestable. Estos canales trenzados, vinculados a los abanicos aluviales arenosos en las confluencias de los afluentes, sugieren escurrimientos superficiales y arroyadas intensas en pen­dientes más distantes, haciendo que afloren materiales primarios más toscos o sustratos sin alterar.

A menudo que una gran parte de las superficies erosionadas se recubren de vegetación secundaria, las pendientes se estabilizan, y los aportes de sedimen­tos sufren una reducción drástica. Esto normalmente propicia nuevos reajustes en los procesos hidrológicos y en la geometría de las tierras aluviales, con una obstrucción del dispositivo fluvial que deja las tierras aluviales como una "te­rraza'' no funcional varios metros por encima de un nuevo fondo de valle más estrecho, con parámetros hidrológicos más parecidos a los iniciales (Figura 8-13). Varios de estos ciclos ''excavación/relleno'' pueden crear múltiples terrazas, cada una de las cuales puede coincidir con un episodio de expansión catastrófica de los asentamientos. La erosión del suelo puede quedar también registrada en la lodización costera de ensenadas relativamente poco profundas, provocando una progradación litoral hacia el mar, a medida que los ríos que drenan áreas de captación perturbadas tierra adentro depositan más y más sedimentos. Cam­bios litorales de este tipo modificados en detalle por pequeños cambios de ni­vel del mar y desplazamientos tectónicos menores, son especialmente llamati­vos en la cuenca mediterránea (Eisma, 1962; Kraft et al., 1977, 1980a, 1980b).

Criterios geoquímicos. Los modelos de sedimentación lacustre son también sen­sibles a la utilización de las tierras dentro de un área de captación dada, reac-

132 Fundamentos

A

Figura 8-13. Desarrollo de una terraza aluvial en cinco fases. Una llanura fluvial (A) inicialmente convexa es sepultada por sedimentos mó.s toscos como resultado de una aluviación r.ipida de unos canales fluviales trenzados (B). Se crea una llanura fluvial llana mtls estable (C). Otro cambio hi­drológico provoca la erosión vertical en los aluviones (D) y el abandono de la llanura fluvial. Se establece una nueva llanura fluvial convexa (E) por depósito de sedimentos finos Y ap!anamienio lateral, acercándose a las condiciones de la fase A. tvtodificado de Butzer {1976a: Figura 8-13).

cionando a las perturbaciones con aumentos exponenciales de las acreciones de sedimentos en suspensión de carbón vegetal, carbón orgánico, carbonato cál­cico, fosfatos y otros iones cuyas proporciones varían de acuerdo con el me­dioambiente regional. Por ejemplo, la desforestación y el desarrollo de pára­mos que tuvieron lugar en las tierras altas del norte de la Gran Bretaña en el Holoceno medio provocaron un aumento de las concentraciones de potasio, manganeso, sodio y cloro a medida que los bosques disminuían, que la acidez del suelo se elevaba y que los sedimentos en suspensión aumentaban en res­puesta a las perturbaciones mesolíticas y neolíticas (Mackereth, 1965; Penning-

El in1pacto Jnunano sobre el paisaje !33

ton, 1970). En el norte de Guatemala la erosión del suelo y la ocupación huma­na aceleraron la deposición de carbonatos y fosfatos (Deevey et al., 1979).

Otros cationes y aniones cuya deposición puede aumentar en condiciones si­milares son los del amoníaco, los nitratos, el hierro y los sulfatos. Las verdade­ras fuentes de estos minerales son difíciles de determinar con precisión, porque pueden reflejar una lixiviación acelerada de suelos alterados, una expulsión me­cánica de partículas de suelo ricas en iones de las pendientes hacia los lagos, mayores aportaciones de desechos humanos y animales, o una aportación de la vegetación ribereña a las aguas contaminadas. En Guatemala, Deevey et al. (1979) observaron que los limos producidos por perturbaciones causadas por obras de construcción eran inusualmente pobres en fósforo. Otro problema es que las concentraciones varían en función del caudal. El amoníaco, los cloru­ros y los sulfatos disminuyen con la dilución, mientras que la turbiedad, los sólidos en suspensión, el hierro, el manganeso y los fosfatos aumentan en rela­ción directa al volumen de agua (Ruhe et al., 1980). A pesar de estas dificulta­des de interpretación, muchos lagos conservan un registro geoquímico razona­blemente continuo bastante sensible a los procesos de utilización del suelo.

Criterios biológicos. Dadas unas buenas condiciones de conservación orgáni­ca, el registro biológico de utilización del suelo puede ser igualmente tangible. La palinología ha demostrado los efectos del desmonte y del cultivo en Gran Bretaña, Dinamarca y Holanda, reflejado en unas repetidas "sucesiones de in­cendios" con un declive temporal del polen arbóreo, seguido de má,-ximos efí­meros de polen de las primeras plantas colonizadoras, cereales y gramíneas que requieren luz (Smith, 1970; Evans, 1975:capítulo 6; Groenman-Van Waaterin­ge, 1978) (Figura 8-14). Los estudios palinológicos han exonerado también a los pueblos prehistóricos de toda culpabilidad en relación con algunas formas de cambio biótico. Por ejemplo, el registro detallado de 1000 años de horizon­tes de vegetación y de carbón vegetal en los bosques del noreste de Minnesota ha demostrado que los incendios fueron de origen natural, que su frecuencia aumentó durante las épocas de clima cálido, y que la protección artificial con­tra el fuego en décadas recientes ha provocado cambios en la composición del bosque (Swain, 1973). Lo que implica que no todas las oleadas de incendios pueden atribuirse a la acción humana, y que el fuego es parte integrante de la mayoría de los ecosistemas naturales. En Checoslovaquia se han documen­tado transformaciones a largo plazo de los biotos por obra del hombre, con procesos de desforestación, erosión del suelo y "estepización" progresiva del paisaje que durante los 5000 años de ocupación humana favorecieron la susti­tución de una fauna de moluscos mixta (bosque-campo abierto) por otra más resistente a la sequía (Evans, 1972, 1975:116-31; Smolíkova y Lozek, 1973, 1978). Para más información sobre los criterios bióticos, véase Capítulos 10 y l l.

134

Edades

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LJ Alteración/regeneración

Uso del suelo:

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Erosión:

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LJ Reducida

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~ Alta

ffi Muy alta

Figura 8-14. Registros de vegetación, de uso de la tierra, y de erosión de! suelo en dos núcleos lacus­tres del noreste de Escoda. Modificado de Edwards (1979: Figura !).

La erosión del suelo en el registro geo-arqueológico

Los perfiles de suelo y los depósitos aluviales suministran registros sensibles de los efectos indirectos del impacto humano sobre el paisaje. Su análisis siste­mático se hace necesario para abordar la arqueología de los grupos agriculto­res y pastores. Disponemos de buenos estudios monográficos sobre la intru­sión humana relativamente antigua en el registro arqueológico de Europa; en

El itnpacto hu111ano sobre el paisaje 135

algunos casos claramente anterior a la aparición del asentamiento agrícola. En Lepenski Vir, aguas arriba de las Puertas de Hierro del Danubio en el

noreste de Yugoslavia, Brunnacker (1971) ha documentado en la aldea mesolí­tica de esa localidad (aproximadamente 7500-6800 B.P.) cómo la nivelación del pavimento de las casas afecta a los suelos existentes, lo que produce una redis­tribución coluvial de las arenas, a veces con desprendimiento de los taludes de sedimentos y la formación de lentes de detritos culturales húmicos de un metro de potencia. La aldea neolítica (aprox. 6800-6300 B.P.) de Lepenski Vir intensi­ficó estos procesos hasta que las capas de arena húmica, los cascotes de las pen­dientes, y detritos culturales de hasta 1,8 m de potencia se diseminaron por todo el sitio. Se han documentado efectos mesolíticos similares en Gran Bretaña, don­de las ocupaciones repetidas de Oakhanger (Hampshire) llevaron a la quema de los bosques de hoja caduca (carbón abundante) y luego al sepultamiento del sitio bajo arenas erosionadas, hacia el 6300 B.P. (Rankine y Dimbleby, 1960). Por esas fechas, otra ocupación mesolítica en lping Common (Sussex) fue res­ponsable de la deforestación, de la formación de páramos e, indirectamente, del deterioro del suelo y de la consiguiente actividad eólica (Evans, 1975:97-9). Parece que la perturbación mesolítica fue muy localizada y que probablemente fue debida a la utilización del fuego para eliminar la maleza (y localizar la caza más fácilmente) o en las batidas de caza (Simmons, 1969). Los efectos fueron temporales, excepto en medioambientes marginales tales como las tierras altas húmedas o en las arenas pobres en nutrientes, donde la acidez aumentó y el páramo sustituyó al bosque, intensificando el deterioro del suelo: en los suelos húmedos se formaron turbas cenagosas, y sobre los sustratos arenosos se for­maron podsoles extremadamente lixiviados, propicios a la erosión.

En los diagramas de polen y en los perfiles de suelos de la Europa templada se detectan cada vez más actividades agrícolas y ganaderas desde principios del Neolítico hasta la Edad del Bronce (Simmons y Proudfoot, 1969; Pennington, 1970; Smith, 1970; Evans y Valentine, 1974; Lozek, 1976; Slager y Van Wete­ring, 1977) (Figura 8-15). Esta perturbación fue invariablemente local, provo­cando cierta erosión por capas, con deposición coluvial esporádica en las de­presiones y movilización ocasional de cascotes de pendiente en terreno montañoso. Después del 3500 B.P., la amplia difusión del arado, junto con la rápida expansión demográfica durante la Edad del Bronce medio y reciente, tuvieron repercusiones más generales sobre el paisaje: talas extensivas, cultivo y agradación de los valles aluviales (Lozek, 1976; Brunnacker, 1971, 1978b; But­zer, 1980a, Richter, 1980). Existen indicios de estabilización y de renovación del suelo hacia el 2500 B.P., seguidas por otra ola de erosión de las pendientes y deposición de aluviones en los valles después del 100 d.C. en zonas de asenta­miento romano concentrado (después del 750 d.C. en paisajes al este del Rin y del Danubio afectados por la expansión de los asentamientos medievales).

En la cuenca mediterránea, el cuadro es similar, con indicios locales de alte­ración vegetal (robledales degradándose en monte bajo mediterráneo) que em­pieza a finales del Neolítico o principios del Bronce, pero que se generaliza en-

136 Fundamentos

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hgura 8-15. Perfiles aluviales y edáficos de Chccoeslovaquiu que reflejan alteraciones y erosión del ,uelo en el Neolítico, e! Bronce mrdío, la Edad del Hierro y la Edad Media. /l.1odificado de LoZek (1975) y Smolívoka y LoZek (1973).

tre el 3800 y el 3100 B.P. en diferentes áreas, a medida que se van destruyendo los suelos y se agradan los depósitos de los valles (Eisma, 1962; Judson, 1963; Van Zuidam, 1975; Faugeres, 1979; Davidson, 1980b; Van Andel et al., 1980). La segunda ola de erosión del suelo que fue casi universal y, en ocasiones, ca­tastrófica, se inició como resultado del abandono de las laderas atenazadas en­tre el 200 d.C. y el 500 d.C.; repitiéndose de nuevo más tarde con la coloniza­ción medieval de medioambientes más marginales (Vita-Finzi, 1969; Butzer, 1980a) (Figura 8-8).

Carecemos todavía de una visión sistemática del impacto humano prehistó­rico sobre el paisaje en otros continentes. Sin embargo, pueden citarse algunos ejemplos. En el yacimiento de Koster, en Illinois centro-occidental, el coeficiente de coluviación fue un 50 por cien más alto que los niveles de fondo durante la fase de ocupación más intensiva del período Arcaico (horizonte 6), hacia el 5500 B.P.; las causas son posiblemente atribuibles a la perturbación de la vege­tación de las laderas y del suelo en relación con actividades de obtención de alimentos y con actividades derivadas de la permanencia in situ de los morado­res (Butzer, 1977a) (Figura 8-16). Cerca de Tepic, en el oeste de México, se han identificado tres episodios de erosión del suelo que han sido vinculados a fases de explotación agrícola creciente, la más reciente de las cuales fue histórica (Cook, 1963) (Figura 8-17). El registro de Tepic se basa en horizontes de suelo truncados, grados relativos de reconstitución del suelo, y múltiples ciclos de

El in1pacto hunzano sobre el paisaje

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138 Fundamentos

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Figura 8-17. Fases de asentamiento de Tepic, centro-oeste de México, definidas a partir de la erosión del suelo y la datación cerámica. Modificado de Cook (1963: Figura 11).

"extracción y relleno" que permiten determinar las concentraciones locales de asentamientos. En el norte de Guatemala, los lagos Sacnab, Yaxha y Quexil registran una utilización intensiva de tierra agrícola con aumentos exponencia­les en sus contenidos de polen de gramíneas, arcilla, materia orgánica, carbo­natos y fosfatos desde el 3500 B.P. aproximadamente, correlacionados con la expansión demográfica hasta hace más o menos un milenio (Deevey et al., 1979; Harrison y Thrner, 1978). Estos ejemplos del Nuevo Mundo sirven para demos­trar que la utilización intensiva de la tierra y la degradación del paisaje no fue un fenómeno exclusivo de las áreas europeas afectadas por la agricultura de arado.

Un estudio monográfico de erosión acelerada del suelo: Axum, Etiopía

La discusión anterior ilustra el impacto geo-arqueológico de la utilización hu­mana de la tierra a nivel general, y puede complementarse con un estudio más detallado de un sitio específico de otro continente, Africa. Axum, en el norte de Etiopía, es un buen ejemplo. En el capítulo 6 ya se ha descrito la geo­arqueología urbana de esta ciudad durante el primer milenio d.C. Aquí exami­naremos los cambios del paisaje que afectan a la cuenca de drenaje circundante (Figura 8-18) (Butzer, 1981a).

Axum está situada al pie de un grupo de colinas volcánicas, en el valle de un pequeño sistema de drenaje (4km') que desciende abruptamente por lade­ras de 22º a 45º hasta alcanzar el pie de las colinas con pendientes de 2° a 5°. Se estudiaron los perfiles de una serie de secciones excavadas y de afloramien­tos naturales: en el interior del antiguo centro urbano (Parque de las Estelas, Debterá), en la cuenca del río local (en Enda Kaleb en las fuentes del río, en Mai Shum, en el curso medio, en Enda Iyasus, algo más arriba de su entrada en el Parque de las Estelas) y, en un eje transversal, en el piedemonte, al oeste y este de Axum.

El hnpacto hu,nano sobre el paisaje

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139

Figura 8-18. Sinopsis gco.arqueológica de Axum, Etiopía. Modificado de Butzcr (1981a: Figura 4).

140 Fundamentos

Los detritos de las construcciones que se indican en la Figura 8-18 incluyen terrazas artificiales y sus rellenos, restos arquitectónicos, cascotes de derrum­be, y detritos culturales parcialmente refundidos (véase Capítulo 6). La grada­ción hasta la categoría de derrubios del suelo es una gradación continua en Axum. Los depósitos predominantemente coluviales destacados en la Figura 8-18 incluyen suelos redeposítados, suelo depositado por las aguas mezclado con detritos culturales, y cascotes de derrumbe refundidos. Las categorías alu­viales representan depósitos finos y toscos arrastrados por la corriente, que in­cluyen limos y arcillas transportados en suspensión, arenas y gravas arrastra­das por la tracción del lecho, y depósitos intermedios de granulometría mixta, en forn1a de bolsas y lentes de combinaciones de arena-limo y arena-arcilla, y cantos rodados aislados.

Las superficies más antiguas del lecho del valle cerca de Axum comprenden arcíllas aluviales basales oscuras y los correspondientes suelos compactos repo­sando sobre el sustrato a lo largo del piedemonte occidental. Estas arcíllas mont­morillonítícas friables delimitan superficies periódicamente húmedas y son an­teriores a la ocupación axumita.

La primera agradación (fase I) coetánea a la ocupación axumita se inició en torno al 100 d.C. y finalizó hacía el 350 cl.C. Esta acumulación incluye las arci­llas marrón-grises refundidas, enclavadas en la unidad 2e del Parque de las Es­telas (Figura 6-4), arcílla marrón prismática debajo del Debterá, suelos marro­nes arrastrados por las aguas y cascotes del píedemonte occidental, y marga rojiza de las pendientes a lo largo del píedemonte oriental (Figura 8-18).

Esta disposición de los depósitos axumitas tempranos índica fuertes inunda­ciones periódicas, suelos húmedos en las laderas, y humedad abundante según las estaciones. La deposición de uno a dos metros de sedimentos relativamente finos en todos los valles aluviales locales y en gran parte de los píedemontes adyacentes supone una intensa movilización de material a través de gran parte de la cuenca. Esta ingente acumulación en el espacio de uno a tres siglos supo­ne una erosión culturalmente acelerada del suelo en respuesta al desarraigo par­cial de la vegetación, el deterioro de la cobertura vegetal, una elevación de la circulación superficial inmediatamente después de las lluvias, con máximos de deposición muy altos. Pero los sedimentos de las tierras aluviales y del píede­monte oriental sugieren asimismo un cambio espectacular en el control del equi­librio de las pendientes relacionado con unas lluvias más intensas o con una mayor periodicidad estacional de la circulación superficial del agua. En el con­texto de una explotación intensificada del suelo en el Axum antiguo, yo sugeri­ría una coincidencia de los inputs culturales y no-culturales en el sistema me­dioambiental. El resultado de esta combinación fue un rápido cambio en el aspecto y la composición del suelo que, a primera vista, no cambiaron de for­ma significativa la productividad potencial del mismo.

La segunda agradación (fase II), que se inició hacía el 650 d.C. y duró unos 150 años, incluye suelos depositados por las aguas y detritos culturales proce­dentes de la capa de suelo superior (Enda Kaleb), grava tosca y margas areno-

El ilnpacto luunano sobre el paisaje 141

sas marrones procedentes del sector superior del valle (Maí Shum), detritos cul­turales refundidos en el Parque de las Estelas (véase Figura 6-4), suelo col u vial pedregoso en el píedemonte occidental, y suelos de pendiente redepositados en el píedemonte oriental (Figura 8-18).

Estos depósitos, que corresponden al período a,'{umita medio y reciente, tie­nen también una potencia modal de uno o dos metros, pero su carácter sedi­mentario es distinto del de la agradación l. Apenas hay indicios de derivados de arcílla oscura pero en cambio hay abundantes cascotes de pendiente y detri­tos arquitectónicos. Algunos materiales fueron refundidos por el agua en pun­tos muy localizados (por ejemplo, la lengua de cantos rodados y bloques de cascotes encontrados en un depósito fangoso), pero la mayor parte de ellos su­pone una activa denudación de las alturas que dominaban Axum. Esto explica la inestabilidad del suelo y laderas en respuesta a una explotación híperintensí­va del suelo, sobre todo en tierras marginales, y a un abandono generalizado del campo y del poblado. Pero la humedad del suelo era mucho menor que en la agradacíón l.

El impacto neto de la agradacíón II fue negativo: muchas pendientes queda­ron denudadas y convertidas en sustratos pedregosos que tan sólo admitían ac­tividades marginales de recolección y de carboneo; las tierras de las colinas vol­cánicas sometidas a una agricultura extensiva fueron o bien destruidas o reducidas a una pequeña fracción de su potencial agrícola; incluso en las pen­dientes más suaves de las tierras bajas, los horizontes A más orgánicos y mejor ventilados fueron denudados selectivamente o cubiertos con derivados areno­sos o pedregosos procedentes de la base de los antiguos perfiles del suelo. Las pruebas geomorfológicas de la degradación medioambiental culturalmente in­ducida son directas; las pruebas relativas a la vegetación y a la agricultura son indirectas, pero no menos convincentes.

La tercera fase de agradacíón (fase III) apenas registra algún breve reajuste geomorfológíco tras un episodio tardío de abandono o destrucción deliberada (Figura 8-18).

La fase final de agradación (fase IV) incluye derrubios de suelo y detritos en el Parque de las Estelas (véase Figura 6-4), cascotes de derrumbe refundidos en el Debterá, y excavaciones y allanamientos del siglo XX.

Uso de In tierra y fertilidad del suelo

Todas las formas de cultivo modifican y, hasta cierto punto, destruyen los sue­los. Incluso cuando la erosión es mínima o se ha prevenido, la fertílídad del suelo suele fluctuar, con cambios rápidos y a veces irreversibles. La fertílídad es una cuestión compleja dependiendo de una serie de factores, que tanto el cultivo como la erosión pueden modificar (Pítty, 1979).

l. Nutrientes nzinerales. Los microorganismos de un suelo sano generan ni­trógeno en forma de amoníaco, pero el cultivo, la oxidación y la lixiviación ago­tan este suministro. La lenta alteración atmosférica de las rocas produce fósfo-

142 Fundamentos

ro, potasio, calcio y magnesio, y los minerales resultantes disponibles son reci­clados una y otra vez entre la vegetación y el suelo. De ahí que el desarraigo de las plantas comprometa seriamente el suministro de minerales, y que una excesiva lixiviación de un suelo poco compacto expulse gran parte de los que quedan a la circulación de superficie o a las aguas subterráneas (Likens et al., 1970). Contrariamente a lo que ocurre con el nitrógeno, que es sustituido de forma natural cuando el ciclo orgánico tiene tiempo para recuperarse, el fósfo­ro y el potasio son difíciles de restituir, de modo que un déficit prolongado afec­tará a todo el crecimiento vegetal, incluso el de los tipos forestales dominantes.

2. La materia orgánica y los microorganismos. El humus no-ácido debida­mente descompuesto es fundamental para la productividad del suelo, porque se combina con partículas arcillosas para formar agregados moleculares con altas valencias que se enlazan con (y estabilizan) el amoníaco, el potasio, el fós­foro, el calcio y el magnesio. Este humus "blando" altamente productivo es producido por los microorganismos que proliferan en los suelos, los mejores tipos de los cuales son muy sensibles a la deshidratación, a la saturación acuo­sa y a la acidificación. El cultivo reduce la actividad de los microorganismos y retrasa la asimilación de la materia orgánica, que sigue permaneciendo en su forma bruta o ácida. El pH ácido inhibe todavía más a estos microorganis­mos, y los nutrientes básicos se hacen móviles y poco a poco abandonan los agregados moleculares donde son sustituidos por iones de hidrógeno, que aumen­tan la acidez, con la consiguiente eliminación por lixiviación de los nutrientes. La regeneración de la vegetación natural en 20 años o más puede restablecer el ciclo orgánico, pero si el pH ha descendido por debajo de 5, el daño puede ser irreversible si no se aplican fertilizantes artificiales (cal para incrementar el pH, y bases minerales para el crecimiento de los tipos de plantas que generan detritos orgánicos no-ácidos). Este ciclo orgánico es fundamental no sólo para retrasar la lixiviación, sino también para asegurar una buena permeabilidad, la retención de agua y la ventilación, propiedades implícitas, todas ellas, en el concepto de estructura del suelo. Estas propiedades intervienen en el ciclo or­gánico, garantizando un microclima favorable en el suelo: ni demasiado seco ni demasiado húmedo, y con una ventilación adecuada, lo que permite que los microorganismos prosperen y respiren dióxido de carbono libremente.

3. La textura. La matriz mineral básica del suelo también es importante, so­bre todo la cantidad de minerales arcillosos y los tipos de arcilla representados. Las arcillas desempeñan dos roles distintos. Primero, su presencia es fundamental para la retención de agua, y gracias a una dinámica que les es propia, los suelos se expanden con la humedad (retrasando una filtración y una lixiviación mecá­nica excesivas) y se retraen cuando se secan (suministrando ventilación y per­meabilidad para una posterior infiltración del agua de lluvia). Según la capaci­dad de dilatación que tenga el tipo de arcilla (la montmorillonita alta, la illita media, la kaolinita muy poca), menos de un 5 a 10 por ciento de arcilla· resulta inadecuado para una apropiada retención de humedad, mientras que un conte­nido de 25 a 50 por ciento resulta excesivo porque provoca una saturación tem-

El i,npacto Juunano sobre el paisaje 143

peral o permanente y una mala ventilación. La materia orgánica decupla las propiedades productivas de las arcillas, pero un cultivo excesivo de suelos arci­llosos propicia la compactación, una mala ventilación y la saturación tempo­ral, la disminución del crecimiento vegetativo y la inhibición de la actividad microorgánica. Los minerales de las arcillas tienen distintas valencias para unirse con las bases nutritivas (kaolinita baja, illita alta, montmorillonita diez veces superior a la kaolinita), una capacidad que se incrementa sensiblemente en los agregados moleculares de arcilla-humus. El número de enlaces eléctricos dis­ponibles para las bases minerales se llama capacidad de intercambio; junto con el pH, que expresa el índice de la proporción de cargas eléctricas de que dispo­nen realmente las bases, la capacidad de intercambio suministra una medida objetiva de la fertilidad potencial. Por consiguiente, la erosión selectiva de las arcillas por las aguas superficiales, sin contar la destrucción de los segmentos arcillosos o del perfil del suelo por la acción de las arroyadas, tendrá unos efec­tos catastróficos sobre la fertilidad del suelo. Dado que las arcillas se forman muy lentamente a lo largo de muchos milenios, una intensa erosión del suelo impone esencialmente restricciones permanentes a la productividad potencial.

En general, la fertilidad del suelo es un bien frágil, y muchas formas avanza­das de deterioro son casi irreversibles, a menos que se aplique una tecnología especial, que supone grandes costos en mano de obra y en inversión de capital, muy pocas veces asequible a las economías de subsistencia. Es probable que algunas formas prehistóricas de utilización del suelo hayan tenido efectos dis­tintos sobre el mantenimiento y la productividad, Clarke (1976), Kirch (1978) y sobre todo Denevan (1978) han estudiado estos efectos.

Las pequeñas poblaciones dispersas de la Europa del Neolítico utilizaron, al parecer, el sistema de barbecho prolongado, cultivando pequeñas parcelas dispersas durante un año o dos y dejando un período de 20 años o más de rege­neración forestal. Este método no es nada precario: las pérdidas por erosión son mínimas, los nutrientes y la humedad del suelo se conservan y la regenera­ción es rápida. Pueden mantenerse poblaciones mayores en base a períodos de barbecho más breves, de 4 a 20 años, por lo general suficientes para mejorar la ventilación del suelo y restaurar la materia orgánica y el nitrógeno, y mante­ner así un grado razonable de fertilidad y de productividad (Greenland y Nye, 1959); pero al mismo tiempo aumenta la probabilidad de deshidratación y de erosión superficial, y la mayor densidad en la distribución de los campos pro­picia una mayor perturbación y un deterioro más generalizado.

Un barbecho arbustivo o herbáceo de sólo uno o tres años requiere una ma­yor aportación de mano de obra, porque la cizaña y las plagas se hacen endé­micas, y la conservación de la ventilación y de la estructura del suelo requiere trabajos de laboreo más elaborados para aflojar y mezclar el suelo. Es proba­ble que los agricultores prehistóricos no entendieran de técnicas de fertiliza­ción. La ausencia de documentación al respecto en el Egipto de los faraones (Butzer, 1976:89-90) es muy significativa. Por consiguiente, la caída de rendi­miento de los cultivos era inevitable y la pérdida progresiva de suelo probable.

144 Fundamentos

Las parcelas agotadas quedaban abandonadas, los suelos lixiviados y a menu­do más ácidos ya no permitían el crecimiento de árboles por falta de sustancias nutritivas, favoreciendo una vegetación secundaria dominada por distintas es­pecies; en medioambientes húmedos templados esto provocó un avance de las tierras baldías y de las turberas cenagosas. El pastoreo, la ganadería y el fuego intencionado, junto con las pisadas animales y una continua erosión pluvial inhibiendo la recuperación del suelo y acelerando su erosión pueden haber im­pedido permanentemente la recuperación forestal. Esta vegetación crecientemente degradada produce muy pocas plantas útiles para el consumo humano y, en presencia de ganado, puede sostener menos especies de caza mayor.

La erosión y el agotamiento del suelo varían enormemente según el tipo de preparación que se realice. La preparación con azada de pequeñas parcelas de siembra rompe tan sólo una fracción del tepe, y se ha demostrado con experi­mentos modernos que esta técnica sin laboreo puede reducir la erosión del sue­lo entre un l y un 2 por ciento en relación con la que produce el arad'J en con­diciones idénticas, y el escurrimiento superficial del agua hasta en un 50 por ciento (Phillips et al., 1980). Con el cultivo con azada se obtiene un rendimien­to inferior a corto plazo, pero posibilita una productividad continuada, no sólo por la escasa o nula pérdida de suelo que se produce, sino también porque se conserva la humedad del suelo, la deshidratación estacional resulta menos pro­bable, y las temperaturas del suelo son más bajas, lo cual conlleva una oxida­ción menor de la materia orgánica, al tiempo que que la estructura y la activi­dad microorgánica del suelo se mantienen.

En cambio, la agricultura de arado produce un mayor rendimiento por área unitaria a corto plazo y aproxima los estratos del subsuelo a las plantas, debido a la mayor profundidad de la rotura. Pero el arado puede transformarse fácil­mente en un desastre ecológico; en circunstancias óptimas, la erosión y el ago­tamiento del suelo resultan prácticamente inevitables. Pueden conseguirse ren­dimientos a largo plazo sólo mediante la aplicación a gran escala de fertilizantes, una tarea casi imposible para los agricultores de subsistencia. Las huertas de gran productividad próximas a los asentamientos representan un tercer tipo de agricultura. Esta horticultura reposa normalmente en una aplicación generosa de abono animal o humano y mantiene una buena actividad microorgánica, garantía de altos rendimientos por un tiempo. Si el clima es suficientemente cálido y la irrigación se aplica cuando es necesaria, pueden obtenerse hasta dos o tres cosechas por año en cada parcela.

Las estrategias agrícolas denotan evidentemente cierto grado de conocimien­to de las alternativas de maximización a corto y largo plazo. Limpiar y prepa­rar la tierra de una nueva parcela puede implicar menos trabajo que luchar contra la vegetación secundaria y las plagas para mantener la productividad de parce­las más viejas. Las disponibilidades y los costos efectivos de la tecnología, la mano de obra y las nuevas tierras han sido y siguen siendo las consideraciones principales en tales decisiones. De ahí las modificaciones sutiles, aunque perti­naces, impuestas sobre el paisaje. La minuciosa datación de los núcleos lacus-

El i111pacto hun1ano sobre el paisaje 145

tres británicos nos ofrece una primera aproximación a la duración de los perío­dos de desmonte, cultivo y regeneración. En cambio, las perturbaciones locales menores del tipo que producen los barbechos prolongados o cortos parecen haber sido demasiado breves para ser identificadas con los métodos actuales. En va­rios yacin1ientos británicos se han documentado episodios agropecuarios de 100 a 1000 años de duración (Edwards, 1979; Turner, 1979), que representan el re­gistro acumulado de innumerables desmontes locales en un área emisora de polen que registra una actividad humana extensiva y a menudo ininterrumpida que documenta probablemente barbechos arbustivos o herbáceos.

Los rasgos geo-arqueológicos del paisaje

En las secciones anteriores nos hemos ocupado de la importancia de la activi­dad humana para los suelos, un factor que por lo general los arqueólogos no suelen tomar en consideración. Ahora nos toca analizar el registro de la inter­vención humana creativa sobre el paisaje (véase Capítulo 3). Sus principales rasgos pueden resumirse de la siguiente forma:

l. Horizontes de arado (Ap) en áreas anteriormente cultivadas pero actual­mente sin cultivar (Limbrey, 1975:331-2) o sepultadas bajo los materiales de an­tiguos fosos, terraplenes o túmulos.

2. Vestigios de pozos, fosos y terraplenes así como túmulos primarios que recubren superficies más antiguas para crear paleosuelos (Dimbley y Speight, 1969). En las depresiones artificiales se acumula sólo una parte del suelo fria­ble y erosionable, dejando irregularidades manifiestamente visibles en la mor­fología de superficie.

3. Re11eno de los pozos, fosos, improntas de viga de las empalizadas y pozas suelen ser visibles en la superficie o desde el aire, porque retienen más hume­dad y se cubren con una vegetación más densa, incluso cuando la compacta­ción no ha dejado una huella negativa. Los rellenos de sedimento suelen incluir lentes estratificados complejos debidos a la selección te.xtural, a la mezcla, a la inversión de la textura de los perfiles del suelo y a los múltiples horizontes húmicos (Limbrey, 1975:292-9, 304-9: Evas, 1978:112-21; Vermeersch y Walter, 1978) (Figura 8-19). Estos modelos de superficie y de subsuelo, fundamentales para identificar configuraciones arqueológicas, nos ofrecen igualmente indica­ciones precisas sobre el uso de la tierra. Gabriel (1979) describió una serie de rasgos arqueológicos "naturales" en el Sabara fácimente confundibles con los rasgos geomórficos: silos subterráneos, concavidades en las rocas producidas por la acción de piedras de molino, múltiples ranuras en la roca resultado de afilar útiles, y piedras dispuestas geométricamente que representan restos de estructuras de ocupación.

4. Caminos y senderos prehistóricos, aun cuando por ellos no hubieran pa­sado vehículos con ruedas ni animales, tienden a presentar huellas patentes vi­sibles en el paisaje como resultado del escurrimiento acelerado de las aguas su­perficiales, de la formación de regueros y de la erosión del suelo. Estas

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. Horizonte moderno A

CoJuvión '

Loess

O 50 cm

Figura 8-19. Relleno pseudomorfo en empalizada, ca. 5250 B.P., en Thieu,ies, cerca de rvtons, Bélgi­ca. Modificado de Vermeersch y \\1altcr (1978: Figura 3).

depresiones lineales, al igual que las formas convexas de las carreteras pavimen­tadas y los escalones tallados en la roca, también afectan a los modelos de ve­getación porque retienen la humedad de forma distinta a la de los campos ad­yacentes. Pueden citarse numerosos ejemplos en Italia, en las tierras limítrofes del Imperio Romano, en el altiplano del Perú de los incas, y en la cuenca de San Juan en el suroeste de Estados Unidos.

5. Campos en terraza son patentes en terrenos accidentados Y montañosos de la mayoría de los continentes, desde la Oran Bretaña (Bowen, 1961; Fowler y Evans, 1967) hasta el Sureste asiático (Spencer y Hale, 1961; Wheatley, 1965) y América latina (Donkin, 1979). La construcción de terrazas obedece a la idea de construir muros bajos de piedra siguiendo una curva de nivel o a través de la ladera inferior de un campo. Luego, con material de la parte de abajo de cada uno de estos muros se rellena la parte de arriba del muro inmediatamente inferior, creando una superficie escalonada donde cada parcela ofrece la mitad de la pendiente original. Estas terrazas (llamadas lynchets en Oran Bretaña) retrasan el escurrimiento de las aguas superficiales y la erosión del suelo (Figu­ra 8-20). Incluso cuando debido a fuertes tormentas o al abandono se hallan parcialmente arrasadas, estas terrazas siguen siendo un rasgo característico del paisaje durante muchos milenios.

6. Las zanjas de irrigación, los canales, las acequias y compuertas de con­trol son una parte importante del registro arqueológico de muchos entornos

El i111pacto luunano sobre el paisaje 147

Muro de Suelo am contención

entonado Excavado

-,,~~i~ Base de la terraza ------<¡__J

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Figuru 8-20. Formación de terrazas en la ladera de una colina de la cuenca mediterránea.

semiáridos y desérticos. Su disposición esquemática ha podido ser cartografia­da a partir de fotografías aéreas o de estudios de campo (Adams y Nissen, 1972), pero todavía son excepcionales los estudios detallados y de reconstrucción (Achenbach, 1976; Farrington y Park, 1978). De hecho, yo mismo pude identi­ficar una pequeña red de irrigación el primer día de visita a un proyecto ar­queológico de gran alcance (que no cito, porque, tras diez años de trabajo, ni siquiera habían conseguido reconocer unos canales llenos de arena.

7. Los concheros son acumulaciones de detritos arqueológicos, que suelen incluir desechos orgánicos, conchas, hueso o ceniza. Su tamaño varía desde unos pocos metros cuadrados hasta los túmulos de 50 a 100 m de largo y unos 15 m de altura, verdaderos hitos del paisaje. Muchos de los grandes concheros sir­vieron también como sitios de ocupación; los pequeños fueron en su mayoría lugares de procesamiento especial o los basureros de asentamientos mayores. Especialmente sorprendentes son algunos concheros costeros constituidos en gran parte por conchas de molusco (Evans, 1978:126-9), con arena intersticial eólica, fragmentos de suelo arrastrados por las aguas y ceniza. Los túmulos de caracoles o ("escargotieres") de Argelia y Tunez, compuestos de ceniza, hueso y una infinidad de caracoles terrestres (Hassan y Lubell, 1975) son otra varian­te de conchero.

8. Los enterramientos y los túmulos funerarios de los cementerios prehistó­ricos también son parte de la topografia arqueológica, si bien las tumbas sim­ples tienden a colmarse en el mismo orden en que fueron abiertas y pueden fácilmente pasar desapercibidas. Los amontonamientos de piedras (túmulos o mojones), los bloques megalíticos y los túmulos de tierra son mucho más noto­rios, como es el caso de los "barrows" de la Edad del Bronce de Inglaterra, que consisten en túneles funerarios revestidos con piedras y cubiertos de tierra (Evans, 1975:116-17, 132-33). La estratigrafia de los túmulos funerarios colecti­vos de los indios del centro y este de los Estados Unidos es más compleja (Schroedl, 1978) (Figura 8-21). Los enterramientos pueden ser identificados (in­cluso en el caso de que el hueso se haya descompuesto) mediante análisis de

148 Fundamentos

i o

El ifnpacto humano sobre el paisaje

Desperdicios

Substrato de caliza yesosa Vetas de cuarzo

Cantera -relleno-

149

Diabasa intrusiva

L3 m

Figura 8-22. Canteras prehistóricas de cuarzo y pizarra dura en Gran Bretaña. lvlodificado de Evans (1974: Figuras 54 y 56).

fosfatos (Proudfoot, 1976) o a partir del estudio de las manchas identificadas en la planta de los mismos (Biek, 1970).

9. Las minas de sílex prehistóricas eran importantes en Gran Bretaña y Bél­gica (De Laet, 1972; Evans, 1975:124-8: Bosch, 1979; Shepherd, 1980) y en otros países. Destacan sobre todo las grandes excavaciones abiertas en las formacio­nes que recubren la caliza que contiene el pedernal, y que a veces se tranfor­man en profundos pozos que alveolan el substrato rocoso hasta unos 20 m de profundidad. Estas minas y sus vertederos son visibles incluso después de ha­ber sido parcialmente colmatadas (Figura 8-22). Las minas de metales básicos de la Edad del Bronce y del Hierro tienden a ser más desarrolladas, y la escoria procedente de los hornos puede ocupar un lugar preponderante en el registro geo-arqueológico.

10. Los suelos artificiales no son algo excepcional en ciertos medioambien­tes agrícolas marginales de Europa, especialmente en los marjales, pantanos y ciénagas recuperados a lo largo del litoral y en los valles aluviales mal drena­dos. Ejemplos complejos de esta categoría son las zanjas de drenaje, los diques protectores, los caminos pavimentados de madera, y las parcelas agrícolas ele­vadas, reforzados con las tierras extraídas de las zanjas y con intercalaciones de aportaciones de suelo mineral y fertilizantes orgánicos (Slicher van Bath, 1963; Limbrey, 1975:335-41). La turba margosa subyacente puede extraerse para ser utilizada como combustible. En forma más elaborada, esta técnica siguió utilizándose durante toda la Edad Media y los tiempos modernos, a medida que se iban recuperando y ocupando más y más tierras pantanosas. Los cam­pos elevados artificialmente, que permitían el cultivo de áreas mal drenadas, también abundan en medioambientes tropicales (Denevan y Turner, 1974; Tur­ner y Harrison, 1981).

Los rasgos que acabamos de esbozar nos ofrecen una perspectiva global de los numerosos indicadores geo-arqueológicos que registran las actividades hu­manas en el paisaje y que documentan los patrones espaciales de asentamiento.

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Estos rasgos son relativamente visibles, tanto morfológica como analíticamen­te, Y deberían servir para recordarnos los registros menos visibles, pero más uni­versales, de la modificación y degradación del paisaje documentados en los per­files del suelo y en la geomorfología de los valles aluviales. Un obstáculo importante a la hora de identificar los modelos tridimensionales prehistóricos de utilización de la tierra es la despiadada intervención de las sociedades indus­triales en casi todos los rasgos del paisaje. Un segundo obstáculo igualmente inaplazable tiene más fácil remedio: el desprecio general de los criterios de uti­lización de la tierra en los proyectos de investigación arqueológica y en las dis­cusiones metodológicas.

La productividad y la degradación del paisaje

La capacidad humana de modificar el medioambiente supone que la relación entre los grupos humanos y su medio es una relación recíproca. Por consiguiente, si se desea mantener el sistema de asentamiento de subsistencia en una relación estable con el medioambiente, no hay que sobreexplotar los recursos. El uso de la tierra denota algo más que una estrategia adaptativa, porque incluye los efectos de los grupos humanos sobre el paisaje. La estrategia geo-arqueológica que hemos expuesto aquí permite realizar una estimación comprehensiva de los impactos acumulados directos e indirectos de las actividades humanas sobre los suelos y la sedimentación en concreto y sobre los ecosistemas en general. Un enfoque de estas características es fundamental en la casi totalidad de las perspectivas temporales y espaciales de las sociedades agrícolas y los grupos pastoriles.

La perspectiva espacial se centra en la distribución y el modelo de las activi­dades de un mesoambiente complejo. Estas actividades deben definirse, en la medida de lo posible, en términos inductivos reales, tales como los que resultan de la utilización del análisis de las áreas de captación de un sitio (Vita-Finzi Y Higgs, 1970; Higgs y Vita-Finzi, 1972; Higgs, 1975:223-4). Las áreas de cap­tación pueden ser estudiadas y reconstruidas de forma productiva por equipos de investigadores cualificados que deseen y sean capaces de utilizar nuevas es­trategias de recuperación más allá de los confines inmediatos de una excava­ción. El geo-arqueólogo, al igual que el agrónomo moderno (Davidson, 1980a; Margan, 1979), puede crear una serie de mapas representativos del período de ocupación que incorporen datos sobre el relieve y las asperezas del terreno, la textura de los sedimentos superficiales y cualquier indicador de intervención en el manto superior del suelo y de los procesos hidrológicos contemporáneos. Estos criterios, junto con la evidencia biológica, son importantes tanto para localizar los mosaicos de vegetación como para estimar la humedad del suelo, la productividad y la erosionabilidad (véase Capítulo 13). En base a estos crite­rios generales, los investigadores podrán crear modelos locales de productivi­dad primaria, de biomasa y de capacidad de supervivencia de los macroconsu­midores, y determinar los rendimientos potenciales de los alimentos vegetales

El i111pacto luunano sobre el paisaje 151

cultivados frente a los recolectados y de los recursos animales domesticados frente a los salvajes. Una vez complementados estos aspectos mediante un aná­lisis arqueológico adecuado, se podrá, al menos teóricamente, realizar una va­loración espacial realista de las actividades humanas prehistóricas. Dadas las contingencias de la financiación de la investigación y el limitado número de expertos cualificados existentes, parece difícil que se logre esta resolución espa­cial en el futuro inmediato. Quizá lo máximo que podamos esperar por el mo­mento sea unas investigaciones de compromiso, tales como los análisis empíri­cos de la distribución y la obtención de recursos de Kirkby (1973), Flannery (1976: Capítulo 4) y Harrison y Turner (1978).

Respecto a las perspectivas temporales, el registro geo-arqueológico es un com­plemento indispensable de la excavación y de los estudios de asentamientos de­bido a su capacidad inherente de identificar las tensiones impuestas al sistema ecológico. Los ecosistemas naturales intactos mantienen cadenas tróficas com­plejas donde el tamaño de la población se regula de forma que puedan mante­nerse de año en año modelos similares de distribución de energía. En los eco­sistemas degradados, en cambio, la productividad anual fluctúa mucho más, porque al haber una mayor cantidad de individuos y menos especies distintas la regulación interna es más difícil y se producen fuertes fluctuaciones en las poblaciones consumidoras (Woodwell, 1970; Odum, 1971). Esta apreciación bio­lógica conlleva una comprensión de los paisajes del suelo, por un lado, y de los sistemas adaptativos humanos, por otro. La desforestación, el pastoreo y el cultivo crean mantos de suelo muy frágiles y sensibles a los efectos de la llu­via, al escurrimiento superficial de las aguas, a una infiltración y ventilación reducidas, a la deshidratación períodica, a la erosión y a la pérdida de fertili­dad. Se hacen posibles altas densidades de población humana, mucho mayores que las de las sociedades de recolectores, donde los grupos humanos no son más que un pequeño segmento de la comunidad consumidora. Pero la produc­tividad agrícola y ganadera fluctuará mucho más drásticamente que la de los cazadores-recolectores de un ecosistema intacto, y en ausencia de inputs masi­vos de tecnología, mano de obra y capital, podrá disminuir. Los ecosistemas agrícolas, por consiguiente, representan estrategias de maxirnización a corto pla­zo, a menos que tras generaciones de tanteos y perfeccionamientos se haya lo­grado un equilibrio homeoestático. El registro geo-arqueológico de la erosión del suelo y sus respectivos ciclos de ''extracción y relleno'' demuestra que a lar­go plazo casi nunca se ha conseguido un equilibrio homeoestático.

En la región de Dartmoor, en el sudoeste de Inglaterra, los estudios palino­lógicos y los trabajos edafo-estratigráficos han documentado una perturbación progresiva, pero inicialmente localizada. La desforestación y la actividad agro­pecuaria de finales de la Edad del Bronce provocaron la lixiviación generaliza­da del suelo, la acidificación y la expansión de turbas cenagosas que termina­ron durante la Edad del Hierro, llegando a destruir casi toda la productividad de Dartmoor (Simmons y Proudfoot, 1969).

Durante el Auxumita medio, el medioambiente del norte de Etiopía babia

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sido probablemente desposeído de gran parte de sus recursos de exportación, como el marfil, el incienso y el almizcle de civeta. Cuando la interrupción del comercio internacional durante el siglo VII d.C. redujo sus ingresos, Axum per­dió los mecanismos para controlar los recursos de sus provincias fronterizas; razón por la cual tuvo que intensificar la presión sobre su propia tierra, con la consiguiente y rápida degradación del medioambiente, y la destrucción per­manente de la mayor parte de su potencial agrícola (Butzer, 1981a). Pueden ci­tarse ejemplos similares relativos a sociedades industriales contemporáneas, como la de los Estados Unidos, donde las pérdidas estimadas de suelo en la mitad del país representan el doble de la cantidad considerada compatible con una agricultura permanente (Pimentel et al., 1976; Brink et al., 1977). Estas perturbaciones modernas tienen su corolario en la destrucción de los yacimien­tos arqueológicos: la agricultura mecanizada e, indirectamente, las altas des­cargas puntuales de los ecosistemas degradados favorecen la erosión del yaci­miento o su sepultamiento profundo tras la rápida agradación de los valles aluviales.

La investigación geo-arqueológica del contexto del paisaje, junto con la ex­ploración arqueológica, puede dilucidar las sutiles respuestas recíprocas de los sistemas de asentamiento y los ecosistemas a lo largo del tiempo; puede asimis­mo identificar las profundas y a veces irreversibles modificaciones de los eco­sistemas regionales. Las sucesiones de vegetación interrelacionadas, los cam­bios de los regímenes hidrológicos, y las modificaciones del delicado equilibrio entre la formación y la erosión del suelo representan mucho más que un simple interés esotérico por el paisaje. Reflejan cambios significativos en la producti­vidad automórfica, con consecuencias directas tanto para los animales como para el hombre. El éxito de una adaptación prolongada se basa evidentemente en estas variables medioambientales dinámicas.

CAPITULO 9

La arqueometría: prospección, procedencia y datación

Alcance y finalidad de la arqucomctría

El término "arqueometría" es de uso corriente desde 1958, cuando el Labora­torio de Investigación para la Arqueología (Research Laboratory far Archaeo­logy) de Oxford publicó el primer volúmen de la revista Archaeometry. Esta revista se especializa en la descripción técnica de métodos físicos y químicos de datación e identificación de materiales en arqueología. El Journal aj Ar­chaeologica/ Science (desde 1974) y la Revue d'Archéometrie (desde 1977) tam­bién publican contribuciones de mucho interés para la arqueometría (Beck, 1980). La obra de Brothwell y Higgs, Science in Archaeo/ogy (1970, primera edición 1963), y la de Brill (1971) presentan una gama más amplia de técnicas y aplicaciones relevantes. A pesar de cierto solapamiento con la investigación geo-arqueológica y labio-arqueológica, la aportación de las metodologías físi­cas y químicas a la arqueología sigue siendo original, y es por ello que la desig­naremos con el nombre de arqueometría. Sus tres aplicaciones principales son: a) la prospección del subsuelo, b) la identificación y procedencia de los mate­riales, y e) la datación "absoluta" o cronométrica.

En su gran mayoría, las técnicas arqueométricas requieren un equipamiento costoso cuyo precio puede oscilar entre varios miles y más de un millón de dó­lares, y tienden a incorporar procedimientos largos en el tiempo o manipula­ciones altamente repetitivas que siguen una rutina muy concreta y que pueden reproducirse fácilmente. Muchas de estas técnicas son fáciles de aprender y de aplicar, con resultados reproducibles, en un tiempo relativamento corto.

Es por ello que la arqueometría tiende a diferenciarse de la geo-arqueología y de labio-arqueología, donde las necesidades de equipamiento son modestas, pero cuya aplicación competente requiere muchos años de experiencia y la adap­tación imaginativa de los métodos fundamentales a proyectos concretos. Las datos e interpretaciones geo-arqueológicos dependen en gran medida de los mé­todos de observación y del enfoque comparativo y a menudo resultan muy difí­ciles de reproducir. Por eso no es de extrañar que los geo-arqueólogos tengan una formación geo-científica, mientras que un número creciente de arqueome­trólogos norteamericanos procede del campo de la arqueología-antropología (Burgess, 1980). Esta nueva conexión disciplinaria viene ejemplificada por la sección ''Archaeometric Clearinghouse'' de D.W. Beck, que aparece períodica-

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154 Fundamentos

mente en la revista Journal of Field Archaeology desde 1975, y por el esfuerzo colectivo internacional que supone la publicación de Art and Archaeo!ogy Tech­nica/ Abstracts por el Centro de Conservación, del Instituto de Bellas Artes de la universidad de Nueva York, desde 1955. El resultado tangible de esta.ten­dencia es ya manifiesto en el abandono progresivo de la informatica científica Y l.¡, manipulación de los datos en favor de subdisciplinas específicamente ar­queológicas (es decir, centradas en las redes de intercambio prehistóricas y en la tecnología de los materiales). Esta es la orientación adoptada por el Centro para la Investigación de Materiales de Arqueología y Etnología del Massachus­setts Institute of Technology.

Este capítulo pretende ser una introducción muy breve y nada técnica al inte­rés arqueológico de la prospección, la procedencia y la datación. El manual técnico más completo sobre el tema es el de Tite (1972).

La prospección del subsuelo

La exploración y los estudios arqueológicos acuden a una amplia variedad de técnicas. Aparte de la investigación de campo centrada en los artefactos líticos, los fragmentos de cerámica y los rasgos topográficos, la localización de un ya­cimiento puede descubrirse a partir de la interpretación de fotos aéreas y otros métodos de teleprospección (Gumerman y Lyons, 1971), de preferencia en con­junción con la realización de mapas geomorfológicos y de suelos.

Una vez localizado un yacimiento, la decisión de excavar o no y, en caso afir­mativo, de dónde hacerlo, puede tomarse en base a consideraciones visuales o criterios cuantitativos. Los artefactos de superficie pueden ser muestreados a partir de un sistema de cuadrícula o, si existe alguna expresión topográfica, mediante la construcción de un mapa microtopográfico (con curvas de nivel cada 20 a 100 cm). Pero lo más corriente es que las configuraciones fundamen­tales relativas al modelo y a la identificación de actividades intra-yacimiento permanezcan sepultadas en el subsuelo. Es en este caso que las técnicas de ex­ploración geofísica y geoquímica adquieren toda su importancia. Aunque re­sulten caras en términos de equipamiento y de hombre-horas, pueden resultar más económicas e informativas que la excavación aleatoria de numerosas catas.

El método más corriente de exploración es la prospección magnética. Con un magnetómetro portátil de protones se miden los cambios relativamente pe­queños de la intensidad del campo magnético en los puntos de intersección de una red de prospección que cubre el terreno a estudiar. El magnetómetro de protones detecta los objetos y rasgos del subsuelo que difieren en sus concen­traciones absolutas o relativas de óxido de hierro y de hierro magnético (Fe,04), como resultado, en parte, de procesos complejos de oxidación­reducción. Aparte de los objetos de hierro, esta técnica también puede utilizar­se para localizar configuraciones de materiales y estructuras calcinados (ladri­llos, escondrijos de cerámica, hornos de cerámica), fosos y zanjas rellenos de suelo orgánico y de escombros, paredes, cimientos, tumbas y caminos que pro-

Prospección, procedencia y datación 155

vocan marcadas diferencias en las intensidades magnéticas. Una cuadrícula de exploración suele tener una malla de 1,5 o 3 m, pero las anomalías magnéticas más interesantes pueden examinarse posteriormente a intervalos menores.

Un técnica complementaria es el estudio de la resistividad. Este método mide las conductividades eléctricas diferenciales relacionadas con el contenido de agua, la concentración de carbono, y la densidad de los objetos (Klasner y Ca­lengas, 1981). Los dos electrodos se espacian a una distancia similar a la pro­fundidad supuesta de los rasgos del subsuelo.

Estas técnicas de exploración geofísica, individualmente o combinadas, per­miten identificar las anomalías y las discontinuidades del subsuelo que reflejan paredes y cimientos de muro, paviementos de casas, fosos, tumbas, terraple­nes, zanjas y caminos (McDonald y Rapp, 1972: Capítulo 15; Tite, 1972: Capí­tulo 2; Graham, 1976). Técnicas más sofisticadas, como por ejemplo el radar y la sonda de ultrasonidos, son económicamente prohibitivas, pero las imáge­nes del radar se han utilizado con mucho éxito para reconstruir las redes de drenaje de las tierras bajas de los mayas (Adams et al., 1981). La fotografía oblicua o vertical infrarroja (Gumerman y Neely, 1972), cuando es practicable, también puede ayudar a identificar anomalías de densidad, porque el conteni­do diferencial del agua influye sobre las temperaturas de la superficie del suelo. Estas diferencias pueden también ser detectadas por fotografías normales en blanco y negro, en parte a traves de sombreados grises del suelo de superficie, en parte a través de la distribución de la vegetación del suelo.

Cada una de estas técnicas de prospección geofísica tiene su aplicación en los yacimientos sepultados con un cierto grado de expresión arquitectónica. La exploración de yacimientos no-arquitectónicos da más y mejores resultados con el método geoquímico, en particular cuando se determina el contenido de fós­foro en puntos fijos de la cuadrícula (Proudfoot, 1976; Sj6berg, 1976; Eidt, 1977). El mapa de las concentraciones de fosfato permite identificar los lugares de ocupación. Midiendo además el fósforo a varias profundidades, puede re­construirse una gráfica tridimensional, adecuada quizá para identificar áreas de actividad (Konrad et al., 1981). La prospección geoquímica debe contrastar­se con muestras de control del exterior del yacimiento y las lecturas del fósforo se complementan muy bien con las de otros elementos (por ejemplo, magnesio y calcio). La técnica puede servir para distinguir los asentamientos agrícolas de los asentamientos pastoriles.

La tabla 9-1 resume la estrategia básica de prospección del subsuelo. Tanto la complejidad como la importancia de la tecnología utilizada para la prospección geofísica pueden apreciarse en las páginas de la revista especializada, Prospe­zioni Archeo/ogiche, de Roma, publicada por la Fondazione Lerici, desde 1966.

Identificación, procedencia y tecnología de los materiales

La identificación de las materias primas utilizadas en las diversas transforma­ciones artefactuales precisa de técnicas físicas y químicas. Para un resumen de

156 Fundamentos

Thbla 9-1. Métodos y objetivos de la prospección del subsuelo en arqueología

Método

Fotografía y detección remota

Levantamiento de mapas microtopográficos

Prospección geofísica

Prospección geoquímica

Rasgos

Irregularidades topográficas

Irregularidades del subsuelo, que reflejan la densidad, la humedad y las concentraciones orgánicas y ferruginosas diferenciales atribuibles a los muros, pavimentos, hornos, pozos, terraplenes, acequias, caminos, etc.

Aplicación

Ubicación del yacimiento

Establecimiento de patrones intrayacimiento

Identificación de la actividad del yacimiento

Reconstrucción del patrón de asentamiento

las distintas metodologías y una selección de ejemplos, puede consultarse los trabajos de Tite (1972), Beck (1974) y Carter (1978).

Uno de los enfoques fundamentales es el petrológico, que sirve para identificar las variedades líticas utilizadas en la fabricación de artefactos de piedra (por ejemplo, pedernal obsidiana y otras piedras volcánicas), así como las arcillas y temples utilizados en la fabricación de cerámica. El método tradicional se basaba en la identificación óptica de las estructuras de cristal en láminas delgadas. Este método se ha ido ampliando con el microscopio electrónico de barrido, la difracción por rayos X, y el microanálisis por sonda electrónica (Shotton y Hendry, 1979; Luedtke, 1979; Dickinson y Shutler, 1979; Shepherd, 1980), sin olvidar otras pruebas geoquímicas (Sieveking et al., 1972). Su objeto es la identificación de minerales fundamentales, como el cuarzo, el feldespato, la mica, el piroxeno, la hornblenda y similares presentes en las rocas y en los temples. El análisis de las arcillas de cerámica precisa de información acerca de la composición y textura de los minerales de las arcillas (Matson, 1960; Shepard, 1965; Butzer, 1974c; Peacock, 1977). Sin embargo, una cuidadosa comparación de los pedernales, las obsidianas, las piedras semipreciosas, las tégulas y la cerámica con los recursos potenciales específicos de materia prima depende de pruebas geoquímicas todavía más sofisticadas (Wilson, 1978), tales como la determinación de oligoelementos por el método de activación de neutrones.

Casi todos los estudios metalúrgicos se ocupan fundamentalmente de metales primarios como el cobre, el hierro, el oro y la plata o de metales de aleaciones como el cinc, el plomo y el estaño, y se sirven de varias pruebas geoquímicas (Tite, 1972, Capítulos 7-9; Gilmore y Ottaway, 1980; Rapp et al., 1980) y utilizan varios tipos de espectroscopia (de masa, de emisión óptica, de absorción atómica, de fluorescencia de rayos X) o técnicas como la activación de neutrones, la determinación del plomo isotópico y pruebas de gravedad específica. Los elementos mayores y menores del vidrio, los barnices, la porcelana y los pigmentos inorgánicos son identificados también por las variantes de este tipo

Prospección, procedencia y datación 157

de técnicas. Por último, los materiales orgánicos como la madera, las fibras, el hueso, las pieles, la concha, el ámbar y los adhesivos pueden identificarse por microscopía, espectroscopia, cromatografía de gases, y coeficientes isotópicos (018/0 16 ó C13/C12) (Stross y O'Donnell, 1972).

Estos estudios especializados son muy importantes porque permiten comprender la tecnología implicada, y las áreas de procedencia de los recursos y la identificación de posibles redes prehistóricas de intercambio. El estudio de los materiales, y más especialmente de la tecnología y de la localización de las fuentes de aprovisionamiento de recursos, tiene una larga y prestigiosa tradición en arqueología, que arranca de la primera edición (1926) del libro de Alfred Lucas, Ancient Egyptian Materials (Lucas y Harris, 1962). En los últimos años se ha resaltado un importante vínculo entre el estudio de materiales, la tecnología y la etnoarqueología (Merrill, 1968; Lechtman y Merrill, 1977; Gould, 1978; Hudson, 1979; Rice, 1982). Hoy se están buscando vínculos alternativos igualmente importantes en la reproducción y utilización experimental de útiles líticos (Ingersoll et al., 1977; Hayden, 1979; Keeley, 1980). Y por último, aunque no por ello menos importante, la detección de los oligoelementos (o minerales presentes en cantidades infinitesimales) y los isótopos en las materias primas exóticas ha proporcionado información sustantiva para la reconstrucción de los marcos espaciales de los sistemas prehistóricos de intercambio: sílex de finales del Paleolítico en Europa oriental (Kozlowski, 1973), obsidiana de finales del Paleolítico y postpaleolítica en Asia occidental (Renfrew y Dixon, 1976), conchas Spondylus neolíticas del Egeo frente a las originales del Mar Negro (Shackleton, 1970), metalurgia europea y norteamericana primitiva (Sherratt, 1976, Farquhar y Fletcher, 1980) y comercio interinsular de cerámica del Océano Pacífico (Dickinson y Shutler, 1979). Un estudio del coeficiente aproximado de producción prehistórica de obsidiana de California (Singer y Ericson, 1977) ha ofrecido una nueva dimensión de estas inferencias de intercambio.

Estos ejemplos sugieren un paradigma contextual capaz de integrar los estudios altamente técnicos, físicos y químicos, por un lado, y los intereses de la etnoarqueología, la arqueología experimental y la arqueología teórica, por otro (Thbla 9-2). Lo importante aquí es la definición amplia de la tecnología de producción, en tanto que extracción, manipulación, transformación e intercambio de materia. A un nivel inferior de análisis, esta subdisciplina depende básicamente de la identificación sobre el terreno de las fuentes de recursos. A un nivel intermedio de interpretación, los datos experimentales Y la reproductibilidad permiten la identificación de pautas tecnológicas Y sus variabilidades espaciales y temporales. Por último, a niveles más altos de integración sistemática, estas construcciones de nivel intermedio permiten una descripción o una explicación de los subsistemas tecnológicos respons~bles de la agregación y transformación de la materia. En este contexto, puede afirmarse a) que el origen de la materia prima o la procedencia extra-sitio no es _me.nos importante que la procedencia intra-sitio de los artefactos y b) que. las tecmcas de fabricación son tan fundamentales para valorar la tecnologia como los componentes estilísticos.

158 Fundamentos

o -o 8 ~

Prospección, procedencia y datación 159

La datación cronométrica

El concepto de tiempo (véase Capítulo 5), pese a tener una importancia muy concreta en arqueología, es relativo, porque lo que cuenta son las comparaciones intra e ínter-yacimiento. Gran parte del trabajo de campo se dedica a determinar los horizontes sincrónicos, la procedencia microestratigráfica, y las estratigrafías arqueológicas locales. La datación "absoluta" (en contraposición a la datación relativa o cronométrica) es importante porque facilita la interpretación de la variabilidad temporal o de las pautas ínter-yacimiento sincrónicas. Por ejemplo, las fechas de radiocarbono pueden aproximarse a la duración real de una secuencia del yacimiento, o indicar si horizontes arqueológicos similares de yacimientos adyacentes son o no contemporáneos, o interrelacionar dimensiones temporales de secuencias arqueológicas mixtas de diferentes regiones. Los arqueólogos, al revés que los historiadores, se ocupan sobre todo de obtener aproximaciones razonables, para las que la coherencia interna y externa es de vital importancia. La datación cronométrica tiende a ser un cometido de alta tecnología, dominado aunque no exclusivamente, por los geofísicos y los geoquímicos. Los fondos de investigación arqueológica han servido para crear y mantener muchos de los laboratorios existentes, algunos de los cuales están en manos de arqueólogos cualificados. La datación arqueológica ha suministrado asimismo unas excelentes oportunidades de investigación para los geofísicos desde aproximadamente 1950, y los vínculos profesionales son estrechos. Aunque existe una amplia gama de métodos de datación, estos varían enormemente en cuanto a adaptabilidad, precisión y coste (Tubla 9-3). En la presentación que sigue de algunos de estos métodos haremos mayor hincapié en estos aspectos que en los aspectos técnicos, para los que remitimos al lector a los trabajos de Tite (1972: Capítulos 2-5), Michels (1973: Capítulos 7-13) y Fleming (1976).

Radiocarbono. El método cronométrico disponible de mayor aplicación en arqueología es la datación por radiocarbono, realizada en casi 100 laboratorios. El bombardeo por la radiación cósmica de los atamos de carbono en la atmósfera produce isótopos radioactivos C14 • Estos se incorporan a todos los sistemas que mantienen un equilibrio con el dióxido de carbono de la atmósfera (es decir, con los organismos vivos, los océanos, lagos y ríos y los carbonatos de las cuevas y los suelos). El C14 , una vez incorporado a los materiales orgánicos o al carbonato cálcico inorgánico, disminuye a un ritmo predecible, con una vida media calculada originalmente en 5568 años, pero que ahora se estima más próxima a los 5730 años. En cualquier momento, la proporción de C14 con respecto al isótopo standard C12 suministra una medida de la edad. Para un análisis reciente de los problemas y posibilidades relativos a esta técnica recomendamos la reseña de Browman (1981).

Esta técnica plantea tres problemas básicos: l. Se ha demostrado que los cambios en el input de rayos cósmicos a lo largo

del tiempo provocan cambios en la producción de C14 • Las tablas de conversión

160 Fundamentos

Tabla 9-3. Alcance y limitaciones de las principales técnicas cronométricas

Materiales Período de Técnica más adecuados datación efectiva Principales limitaciones

Radiocarbono Materiales orgánicos, Hasta 20.000-40.000 Muestreo defectuoso; C" carbonatos inorgánicos años, según el contaminación por

material materiales más jóvenes

Potasio- Roca y minerales Ilimitado, pero Disponibilidad de roca argón volcánicos estimación bruta volcánica inalterada; (K~º/Ar40) preparación de las

muestras; contaminación

Método del Coral, moluscos, 30.000-300.000 años Escasez de laboratorios; uranio travertinos controversias técnicas; (U23\ Th210

1 Pa2,1) contaminación

Geomagnetismo Sedimentos inalterados Ilimitado, pero Escasez de laboratorios o rocas estimación bruta volcánicas

Termoluminis~ Hornos u hogares 2000 afias Calibrado; aplicación cencia intactos limitada

Hidratación de Cerámica 10.000 años o más Margen de error; la obsidiana escasez de laboratorios

Racemización de Artefactos de obsidiana 35.000 años Requiere marco regional aminoácidos calibrado de referencia

Datación Hueso, conchas Varios 100.000 Sólo en fase experimental; geoquímica marinas años escasez de laboratorios

Varvas, núcleos Hueso Relativa Aplicación a un sitio de hielo concreto exclusivamente

Dendrocronología Sedimentos, láminas de 15.000 años Aplicabilidad limitada hielo o más

Anillos de crecimiento 7500 níl.os Especificidad regional

de los árboles

que incorporan las correcciones de vida media sirven para obtener aproximaciones cronológicas para los últimos 6500 "años" de radiocarbono (Damon et al., 1974).

2. La calidad de la muestra, que puede haber sido afectada por la contaminación inherente al subsuelo o por técnicas de muestreo deficientes, sólo está garantizada parcialmente por el sofisticado tratamiento previo de laboratorio. Excepto en algunos casos (por ejemplo, manipulación animal o humana, adherencias fósiles bituminosas o de carbonatos inorgánicos de origen lacustre o hidrotermal), las fechas del C14 tienden a ser demasiado recientes.

3. Debido a la brevedad de la vida media del C14 , la capacidad práctica de la mayoría de los contadores de radiocarbono varía de 35.000 a 50.000 años, según su sensibilidad. Varias formas de "enriquecimiento" de isótopos permite

Prospección, procedencia y datación 161

teóricamente llegar hasta los 65.000 o incluso a los 75.000 años (Grootes, 1978). Pero un mero 1 por ciento de contaminante moderno en un resto orgánico de un millón de año bastará para producir una edad aparente de 37 .000 años, y un 1 por ciento de contaminante moderno en una muestra de 23.000 años de edad reducirá la edad aparente a 21.700 años (Stuckenrath, 1977). Resulta, por lo tanto, imposible saber si estas concentraciones tan bajas de contaminantes sobreviven siquiera al pre-tratamiento más estricto. Las comparaciones de suelos fósiles fechados mediante C14 enriquecido, con otras secuencias estratigráficas fechadas de manera independiente (Grootes, 1978: Figura 2) demuestran que incluso las dataciones por C14 más "absolutas" no son más que estimaciones mínimas de los 40.000 años. El nuevo método de datación por acelerador de partículas resulta técnicamente válido hasta los 100.000 años (a condición de que la radiactividad de fondo pueda ser eliminada por completo del ciclotrón), pero su aplicación quedará probablemente restringida a muestras minúsculas de materiales especialmente preciosos que requieren una gran precisión (Berger, 1979).

Potasio-argón. El volcanismo crea potasio fresco (K40) que muy lentamente se

transforma en argón (Ar'º) cuando la lava o la ceniza volcánica se ha enfriado. La vida media del K40 de 1330 millones de años supone un alcance ilimitado de datación, si bien la precisión técnica es, en el mejor de los casos, del orden de más o menos unas pocas decenas de milenios. Así como el C14 es útil para los últimos 20.000 a 40.000 años, el potasio-argón se aplica principalmente a escala de varios cientos de miles a varios millones de años. La alteración atmosférica introduce argón atmosférico, que da fechas excesivamente recientes, mientras que la incorporación de fragmentos volcánicos solidificados más antiguos a las cenizas volcánicas posteriores produce fechas demasiado antiguas (Curtís, 1975). De ahí que la datación mediante potasio-argón propicie errores considerables, para no mencionar el problema de que un material adecuado de datación sólo en muy contadas ocasiones aparece asociado a secuencias arqueológicas.

Método del uranio. Durante el proceso de consolidación o de fosilización, una cierta cantidad de isótopos de uranio se fijan en las calizas lacustres, coralíferas y de las cuevas, en los moluscos, huesos y turbas. Luego se descomponen, produciendo elementos independientes con una media vida variable: el U234

244.000 años, el Th23º 75.200 años, y el Pa231 32.500 años. Pueden calcularse algunos coeficientes alternativos, tales como el Th230 /U234 ("deficiencia de ionio" o método del torio-uranio), con un alcance de datación efectiva de 300.000 años, y el Pa231 /Th23º (método del protactinio-ionio/torio), con un campo de acción de 125.000 años. Surgen complicaciones porque la concentración original de U234 en el agua es variable y porque los episodios de solución y recristalización pueden reestablecer el reloj radiométrico otra vez a cero. La datación mediante uranio ha demostrado ser útil (aunque controvertida)

162 Fundamentos

para los yacimientos litorales y las cuevas, principalmente para el intervalo de tiempo de 30.000 a 3.000.000 años (Harmon et al., 1975; Peng et al., 1978; Schwarcz et al., 1980). Las dataciones experimentales de depósitos de turba (Vo­gel Y Kronfeld, 1981) también parecen prometedoras. Hay pocas instalaciones por desgracia, y las salidas comerciales son inexistentes. ,

Pa/eomagnetismo. La dinámica del núcleo fundido de la Tierra provoca conti­nuos cambios tanto en la posición de los polos magnéticos como en la intensi­dad Y polaridad del campo magnético. La medición de los registros magnéticos de elementos volcánicos y de rocas sedimentarias estables con cierta cantidad de Fe'O' ha proporcionado secuencias geomagnéticas detalladas que pueden d~tarse con frecuencia mediante potasio-argón (macroescala), C1' (escala me­dia) o mediante controles históricos (microescala).

l. El registro bruto incluye "inversiones" prolongadas de gran alcance y "acontecimientos" a medio-plazo durante los cuales varía la polaridad del cam­po magnético de la Tierra. Durante los últimos 730.000 años hemos tenido una polaridad "normal" (época de polaridad Brunhes), posiblemente marcada por breves episodios hace unos 20.000 y 100.000 años. La época de polaridad Ma­tuyama anterior, hace 2,48-0, 73 millones de años, presentaba una polaridad in­versa, interrumpida por varios episodios normales importantes hace 2,16-2,12 Y 2,04-2,01 millones de años, (dos episodios Réunion), hace 1,87-1,67 millones de años (episodio Olduvai) y hace 0,97-0,90 millones de años (episodios Jara­millo) (Mankinen y Dalrymple, 1979). Habiéndose obtenido una calibración razonablemente precisa, esta escala de tiempo puede utilizarse para fechar de for~a aproximada tanto secuencias marinas como continentales, sobrepasan­do mcluso la precisión de la datación regional del método de potasio-argón de calibraje original. Por desgracia, el registro goemagnético de sedimentos ines­tabl:s puede destruirse y luego reestablecerse (por ejemplo, cuando una caliza se disuelve y recristaliza parcialmente, o cuando la fracción fina de un sedi­mento detrítico tosco es movilizada).

2. Los cambios paleomagnéticos a escala media pueden detectarse mediante mediciones detalladas de declinación, inclinación y sobre todo intensidad. Pero los perfiles obtenidos a partir de lechos lacustres británicos y suecos indican variaciones impredecibles en las velocidades de sedimentación o hiatus deposi­cionales repetidos, o ambos (por ejemplo, Thompson, 1973; Thompson y Ber­glund, 1976). Pero se está obteniendo un modelo de referencia provisional para los últimos 15.000 años. Esto puede ser de utilidad para una datación compa­rada, especialmente si se dispone de una columna ininterrumpida de sedimen­to que abarque un período de al menos 3000 años.

3. Los cambios paleomagnéticos a pequeña escala de los últimos dos mile­nio_s se conocen relativamente bien y pueden detectarse en hornos, hogares y arcilla cocida no alterados (Torling, 1975). Estos estudios arqueomagnéticos pue­den aportar controles de datación de las cronologías arqueomagnéticas, si las muestras han sido recogidas por una persona cualificada. En el Sudoeste

Prospección, procedencia y datación 163

americano, donde los cambios a pequeña escala del 1000 al 1500 d.C. están muy bien documentados, la precisión puede alcanzar más o menos 20 años (Eighmy, et al., 1980).

Ter,nohaniniscencia. La expos1c1on de materiales, como la ceram1ca, a temperaturas muy altas pone en marcha un reloj, por decirlo así, que permite "medir" la radiación emitida por las impurezas radioisotópicas. Para medir este efecto se calienta dos veces rápidamente a 500 ºC la cerámica pulverizada; el débil diferencial de luminosidad durante la primera exposición al calor cuantifica esta radiación y se llama termoluminiscencia (TL). Técnicamente, la TL sirve para fechar cualquier tipo de cerámica, pero los rayos "• /3 y r que intervienen en la TL varían en función de la composición del suelo, la textura de la cerámica y de la mineralogía, así como de otras variables engañosas (Aitken, 1976; Fleming, 1980). Incluso las mejores dataciones por TL tienen un margen de error de más o menos 5-10 por ciento, tras el análisis de la matriz del suelo y refinamientos parecidos. Por lo general, la TL es útil sobre todo para autentificar la edad de la cerámica artística. Su aplicación al sílex quemado está preñada de problemas e hipótesis. Se han obtenido resultados más satisfactorios con sedimentos marinos, que adquieren una débil TL cuando están expuestos al sol antes de su deposición (Wintle y Humtley, 1980). Esta técnica puede aplicarse, potencialmente, a sedimentos terrestres como el loess (Wintle, 1980).

Hidratación de la obsidiana. Los artefactos de obsidiana absorben agua y forman una capa de hidratación, cuyo espesor puede medirse con un microscopio polarizante. El índice de hidratación de las superficies de descamación varía en función del tiempo, pero varía también en función del tipo de obsidiana y de medioambiente. Se suele aplicar la calibración del radiocarbono para poder utilizar esta técnica relativa en una región determinada. Utilizada con cuidado y con muestras suficientemente grandes de variabilidad limitada y de procedencia incuestionable, la datación por hidratación de la obsidiana puede suministrar fechas con una precisión de más o menos 50 años. Mediante verificaciones cruzadas con el radiocarbono, el potencial máximo de esta técnica de datación es del orden de los 35.000 años (Friedman y Obradovich, 1981).

Race,nización de los an1inoácidos. Los distintos aminoácidos presentes en las proteinas de los organismos vivos están constituídos exclusivamente por enantiomeros I; en el transcurso del tiempo la racemización produce los aminoácidos d correspondientes. La relación d/1 resultante del aminoácido varía en función del tiempo, pero el proceso varía según el tipo de aminoácido estudiado, y de la temperatura y condiciones de humedad de la matriz del sedimento a través del tiempo (Hare, 1980). El aminoácido de utilización más corriente es el ácido espártico del hueso. A 20ºC, la vida media de este ácido es de unos 15.000 años (Masters y Bada, 1978). La datación depende de la calibración mediante radiocarbono de una o más muestras de control procedentes

164 Fundamentos

del mismo microambiente. Las fechas que da la racemización más allá de los 40.000 años son, en su mayoría, extrapolaciones que pueden o no corroborar la historia microclimática de la muestra y por lo tanto son imprevisibles en cuanto a precisión. Además, los índices de racemización varían de un género de fósil a otro. Un modelo más realista de cambio de la temperatura del Pleistoceno, con verificaciones cruzadas mediante el método del uranio, sugiere que podría conseguirse una datación bastante más precisa a partir de la racemización de la leucina en determinados moluscos marinos de hasta varios cientos de miles de años de edad (Wehmiller y Belknap, 1978). Cuando estos modelos cinéticos resulten más comprensibles, la racemización debería permitir deducir las desviaciones de la temperatura medioambiental en muestras de edad conocida (Schroeder y Bada, 1973; McCullough y Smith, 1976).

Criterios geoqu1ínicos. Las concentraciones de elementos tales como el flúor, el nitrógeno y el uranio en el hueso fosilizado varían, dentro del mismo medioambiente de mineralización, en función del tiempo. Por consiguiente, los huesos de edad similar hallados en el mismo depósito deberían tener concentraciones similares de F, N y U. Estos datos son útiles sobre todo para verificar si unos fósiles sacados de su contexto sedimentario por la erosión son contemporáneos o no. Estos elementos sirvieron para demostrar que el ''hombre de Piltdown" era un fraude: la mandíbula y el cráneo tenían concentraciones absolutamente diferentes, y ambos diferían de los huesos animales con los que supuestamente fueron descubiertos.

Varvas y otros elen1entos de variación periódica. En muchos depósitos inorgánicos se producen ciclos anuales. Los lagos periglaciares de Escandinavia presentan un ritmo periódico estacional de influjo de sedimentos procedentes de la nieve en fusión, seguido de una deposición orgánica más lenta durante el verano, dando lugar a laminaciones periódicas. Mediante diversas técnicas de correlación, se enlazaron sucesivas cuencas lacustres entre sí para conseguir una cronología de 15.000 años para la cuenca del Mar Báltico que hizo posible fechar la frontera entre el Pleistoceno y el Holoceno en el 7912 a.c. Esto se logró una generación antes que se desarrollara la técnica del C14. Investigaciones posteriores han descartado la fiabilidad del recuento de varvas para fechar lagos poco profundos, en los que las tormentas de verano pueden producir múltiples láminas en un solo año. El método de las varvas se ha probado sin éxito en los lagos glaciares de América del Norte, y también en latitudes inferiores, en presencia de limos y solubles sometidos a ciclos periódicos de fluctuación. Las acumulaciones laminadas pueden también identificarse en los escudos de hielo (Groenlandia, Antártica) en base a los períodos de acumulación de nieve y de deshielo; las columnas de hielo, estudiadas en términos de relaciones 0 18 /016

, se han fechado aproximadamente en unos 120.000 años, a partir de la potencia de la columna fundida por presión y compactada (véase Figura 2-5).

Prospección, procedencia y datación 165

Dendrocronología. La datación a partir de los anillos de crecimiento de los árboles tuvo su origen en el Sudoeste americano, que ahora suministra fechas de calendario precisas de menos de 2000 años de existencia en una infinidad de sitios; también aporta datos paleoclimáticos inestimables para varias regiones importantes (Fritts, 1976; Hillam, 1979). Los especímenes vivientes de Pinus arista/a o !ongaevia del Sur de California constituyen un caso especial; estos pinos proporcionan una dendrocronología de 4000 años, que se ha ampliado hasta 5400 años para calibrar el C14 (Damon et al., 1974). La datación dendrocronológica en conjunción con la datación por C14 se está implatando en Europa central, donde las series de anillos en parte incompletas abarcan un periodo de 8700 años de C 14 y han empezado a ofrecer escalas cronológicas de fenómenos medioambientales más representativas (Frenzel, 1977).

Desde 1965, la datación cronométrica no ha experimentado más cambios revolucionarios. El radiocarbono sigue siendo la técnica absolutamente dominante; se ha ampliado la utilización del potasio-argón, y sus limitaciones se conocen ahora mejor; la datación a gran escala mediante paleomagnetismo ha asumido una importancia fundamental para la estratigrafía del Pleistoceno inferior y medio; la dendrocronología se ha utilizado con éxito en Europa. Pero las aplicaciones de la mayoría de las demás técnicas sigue siendo limitada, debido a la falta de materiales adecuados, a los alcances limitados para la datación efectiva, y a la escasez de laboratorios y cualificado. Parece que los próximos 15 años depararán mejoras crecientes en cronometría pero ninguna revolución.

Al igual que la prospección y los estudios de procedencia, la datación cronométrica aporta datos empíricos y también un marco teórico para la arqueología, pero mientras los estudios de prospección y de procedencia sirven para llamar la atención sobre los sistemas espaciales intra e interyacimientos, la cronometría es esencial para definir las coordenadas temporales necesarias para el análisis de la evolución sistémica.

CAPITULO 10

La arqueobotánica: la utilización de la flora

El registro1 arqueobotánico

La identificación de los restos de plantas en los contextos arqueológicos tiene una larga y venerable tradición, que se remonta hasta mediados del siglo XIX. En cambio, las disciplinas especializadas con un "sabor" decididamente ar­queológico son más recientes. Probablemente una tercera parte de los arqueo­botánicos trabajando actualmente en América del Norte tuvieron un forma­ción básica en antropología (Burgess, 1980), y algunas de las colecciones botánicas comparativas más efectivas se han creado en los departamentos de Antropología de distintos museos y universidades. Esta tendencia puede expli­carse en base a dos motivos principales: a) que los materiales paleobotánicos, que sólo pueden ser identificados con la ayuda de graneles colecciones de refe­rencia, proceden cada vez más de sedimentos arqueológicos, y b) que los restos arqueobotánicos requieren una interpretación profesional en cualquier progra­ma de investigación arqueológica. Mientras que los métodos y resultados pa­leobotánicos se tratan exclusivamente en media docena de buenas revistas espe­cializadas, el trabajo arqueobotánico, en cambio, se encuentra disperso en muchos otros medios informativos.

Estos avances arqueológicos, en contraste con los avances botánicos, han fa­vorecido la diversificación de las técnicas de investigación afectadas trascen­diendo el interés tradicional por el análisis de polen. Ahora existe una mayor preocupación por los restos vegetales macroscópicos tales como semillas, fru­tos, brotes y hojas, que por lo general se encuentran en estado carbonizado en los estratos arqueológicos. Otra área que se ha beneficiado de este resurgir de los intereses arqueobotánicos es el estudio de las estructuras silíceas microscó­picas de las plantas, conocidas como ópalos de las plantas o fitolitos.

Sin embargo, el estudio arqueológico de los residuos botánicos requiere algo más que la extracción de sedimento del yacimiento y colecciones de referencia. Siguen siendo necesarios estudios ecológicos de campo centrados en las distri­buciones y asociaciones de las plantas modernas. Esta investigación es un ele-

1Lamentablemente no contamos con un término de uso corriente que destaque el rol que juega

la arqueología en la arqueobotánica al mismo nivel que se destaca en los términos geo-arqueología y zoo-arqueología.

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La utilización de la }lora 167

mento esencial de la interpretación arqueobotánica -tan esencial como resulta para la interpretación de los datos sobre el polen en el trabajo paleobotánico el muestreo de polen moderno. Quizá el aspecto más importante de la investi­gación arqueobotánica moderna sea que se centre menos en la reconstrucción medioambiental que en las interrelaciones entre los grupos humanos y las plan­tas. Desde los tiempos más remotos, una gran parte de la subsistencia humana, ha estado basada en los alimentos vegetales. De hecho, es imposible tener una idea global y completa de la subsistencia prehistórica si no se logra recuperar, identificar e interpretar contextualmente las plantas alimenticias potenciales. Las plantas, evidentemente, sirven para algo más que la alimentación. Propor­cionan madera para la construcción y combustible, fibras para el vestido, útiles y otros utensilios, ingredientes y compuestos medicinales y símbolos socio­religiosos (Ford, 1979). Esta larga dependencia humana de la tradición ha su­puesto una constante demanda de plantas, grandes y pequeñas. A medida que los grupos humanos crecían en múmero y tamaño, estas demandas se acelera­ron hasta el punto de que las pautas de explotación lograron modificar el frágil equilibrio ecológico de las comunidades vegetales. En las sociedades agrícolas estos modelos básicos de explotación han conducido de hecho a una elimina­ción intencionada de comunidades vegetales indígenas para dejar paso a unas nuevas poblaciones simplificadas aparentemente de mayor productividad. En los entornos industriales modernos, esta proclividad humana para transformar la vegetación se ha intensificado hasta el punto de que la explotación despiada­da e incluso el desarraigo de los recursos bióticos han cambiado profundamen­te o destruido paisajes enteros. Un estudio arqueobotánico conceptual tiene por tanto que llamar la atención sobre el rol fundamental que desempeñan las plantas en los sistemas humanos de subsistencia y sobre el impacto de los grupos hu­manos sobre la vegetación.

Los recursos vegetales pueden localizarse en cuatro microhábitats: a) en el ramaje de los árboles, b) a nivel del suelo, c) debajo del suelo, y d) en medios acuáticos. El ramaje de los árboles fue explotado por los antropoides a princi­pios del Terciario medio, y hoy continúa suministrando una variedad de hojas, cortezas, frutas y semillas comestibles a muchos monos y simios. Estos recur­sos forestales, que incluyen muchos recursos no comestibles, siguen siendo ase­quibles a los grupos humanos terrícolas, y en diversos medioambientes ~'.'l mun­do todavía ofrecen un microambiente fundamental para su explotac10n. Los alimentos vegetales y las fibras no comestibles que se hallan a poca distancia del suelo en los horizontes inferiores de la cobertura vegetal han sido tradicio­nalmente explotados por los monos y simios que viven en el suelo, Y siguen siendo un foco fundamental de las actividades humanas. Los recursos de deba­jo del suelo incluyen una amplia gama de alimentos y fibras subterrá11;eos que aún hoy siguen siendo recolectados por algunos grupos humanos Y act1vam_en­te explotados por un gran número de especies animales. De hecho, los cult1~e­nos desarrollados y plantados por los agricultores primitivos servían para m­crementar la productividad de los recursos comestibles de encima Y debajo el

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suelo. Por último, las orillas de los ríos, los torrentes, las marismas, los lagos de agua dulce, los estuarios, los bajíos y las costas ofrecen una gran variedad de hábitats especiales -los mismos donde nuestros antepasados humanos en­contraron una selección especial de recursos bióticos, con predominio de los animales, por supuesto, pero también una enorme variedad de plantas acuáti­cas, fuente de recursos nutritivos y de fibras muy preciadas por sus múltiples utilizaciones, desde la hierba de las yacigas hasta los materiales fundamentales para diversos tipos de tejidos. La Tabla 10-1 ofrece un esquema general de los recursos propios de estos microhábitats fundamentales.

La recuperación de la información arqueobotánica

Las categorías básicas de la información arqueobotánica han sido muy bien descritas por Dimbleby (1978: Capítulos 7-10) y Ford (1978) y resumidas por Evans (1978: Capítulo 2) y Ford (1979).

Palinología. La más antigua y todavía una de las técnicas cuantitativas más im­portantes de la paleobotánica consiste en la recuperación, identificación y re­cuento de los granos de polen fosilizados. Las plantas polinizadas por el viento producen un output importante de polen móvil y resistente. El polen de cada familia vegetal, y con frecuencia de cada género, posee una morfología distin­tiva. Vistos a) microscopio, los granos de polen ofrecen una gran diversidad de formas y contornos, grietas y prominencias e, incluso, detalles de ornamen­tación superficial. La identificación de los granos de polen según su tipo mor­fológico, su familia y su género e incluso especie, depende de una identifica­ción microscópica competente. Deben identificarse y contarse entre 200 y 500 granos de polen por muestra, y compararse con materiales de referencia, un proceso que muchas veces exige recurrir al microscopio electrónico de barrido.

La palinología es, sobre todo, una técnica comparativa que requiere colec­ciones diversificadas de polen moderno y fósil, y también mucha experiencia. La identificación a nivel de género o de especie es particularmente difícil, pero puede ser determinante para la obtención de datos ecológicos. Una vez termi­nadas las identificaciones básicas, las fluctuaciones polinílicas pueden ser cal­culadas a través del tiempo, calibradas, si posible, mediante Cl4. La valoración de la columna de polen en términos de cambio diacrónico de vegetación sigue constituyendo un problema. Las precipitaciones de polen moderno procedente de muchos microambientes distintos de reconocida abundancia en especies son un ingrediente esencial de los perfiles. Otro problema fundamental es la preser­vación selectiva: ¿hastá qué punto un espectro individual de polen es realmente comparable con una lluvia de polen moderno, aun cuando los parámetros cuan­titativos coinciden? Si pueden darse respuestas satisfactorias a esta pregunta, entonces la valoración estadística de los espectros de polen y sus cambios en el tiempo pueden ser viables. Durante la última década, estos métodos inter­pretativos se han ido perfeccionando, y el estudio de la preservación e interpre-

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tación del polen de los sedimentos arqueológicos ha ganado mucho interés (Bryant, 1982; Fall et al., 1981). Kummel y Raup (1969), Tschudy y Scott (1969), Faegri e !versen (1975), y Moore y Webb (1978) ofrecen unas buenas introduc­ciones a la investigación palinológica.

Macrofósiles. Existe una amplia gama de restos macrobotánicos susceptibles de ser recuperados en muchos sedimentos arqueológicos y otros sedimentos or­gánicos. Por ejemplo, a partir de los años cincuenta, varias escuelas palinoló­gicas han optado cada vez más por complementar la investigación palinológica estándar con la identificación de semillas, frutos, nueces, carbón vegetal, teji­dos, fibras y otros restos diagnósticos (Delcourt et al., 1979) procedentes de la matriz sedentaria suministradora del polen, que permite verificar por parti­da doble los datos polinílicos y determinar, por ejemplo, si los principales tipos de polen están o no representados también por otro tipo de datos, o, si a su vez, los restos macrobotánicos incluyen o no especies no representadas en el registro arqueológico (Grüger, 1972). Otra corrie.nte, en la investigación macro­botánica es la recuperación de residuos orgánicos identificables procedentes de muestras de sedimentos arqueológicos. El principio subyacente es que los ma­teriales orgánicos y los granos minerales tienen densidades distintas y pueden separarse por flotación (Watson, 1976; Keeley, 1978). Las plantas de flotación suelen ser complicadas y el proceso es larguísimo, de ahí el interés que hay en seleccionar los métodos más simples y eficaces. Uno de ellos, la flotación con espuma, se basa en la incorporación de parafina al sedimento pulverizado. La cera impregna el material orgánico, y en una solución detergente, la espuma de fosfato hace flotar los restos orgánicos en la superficie del agua (Jarman et al., 1972). La materia orgánica separada con una espumadora se pone a se­car, se clasifica y se identifica (Van Zeist y Bakker-Heeres, 1979). El potencial de estos residuos para reconstruir la paleonutrición y la estacionalidad de la ocupación es evidente (Wing y Brown, 1980). Otras formas de identificación macrobotánica incluyen la ampliación a gran escala de los restos de las estruc­turas de madera preservadas en el carbón vegetal (Schweingruber, 1978; Dea­con, 1979). Esta investigación requiere una gran experiencia regional y mate­riales comparativos adecuados. Estos existen para algunas zonas de América del Norte, Europa, Africa y Sudeste asiatico. El carbón vegetal es particular­mente abundante en los contextos arqueológicos, y no hemos hecho más que empezar a explotar su potencial para ticos puede someterse al análisis isotópi­co cola identificación de las principales fuentes de combustible y madera. Las improntas de las plantas /mn otro recurso importante en arqueobotánica; por ejemplo, se puede identificar el salvado que se suele utilizar como temple en la fabricación de cerámica y ladrillos de adobe, y también son identificables los moldes e incluso las simientes y los granos preservados (Renfrew, 1973). Las hojas de las plantas a veces quedan registradas con gran detalle en forma de improntas preservadas en los lodos consolidados, en las cenizas volcánicas fi­nas, y en los depósitos calcáreos de las fuentes y las aguas estancadas.

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Coprolitos. Las heces humanas y animales fosilizadas, o coprolitos, son espe­cialmente útiles para determinar las pautas dietéticas gracias a la presencia de polen en abundancia y restos macrobotánicos (Bryant, 1974, Thompson et al., 1980). El polen que no viene corroborado por la presencia de restos macrobo­tánicos suele reflejar, por lo general, condiciones de fondo indicativas del en­torno medioambiental. Las demás plantas, identificadas gracias a su polen, se­millas, frutos, cutículas y similares, registran directamente las dietas y pueden, si tal fuera el caso, indicar la estacionalidad de la ocupación del sitio. Los in­sectos e incluso los parásitos gastrointestinales son susceptibles de ofrecer in­formación de interés paleopatológico (Hall, 1979).

Fitolitos. El estudio de los fitolitos u ópalos de las plantas, abundantes en las cenizas, los hogares y sedimentos arqueológicos, ha progresado mucho desde principios de los años sesenta (Rovner, 1971, Pearsall, 1978). Estos cuerpos silí­ceos pueden clasificarse según su forma y tamaño, pero sigue siendo muy difí­cil identificarlos con un género determinado, aún más, por supuesto, con una especie. Incluso cuando los materiales comparativos han seguido acumulándo­se y se haya utilizado el microscopio electrónico de barrido como complemen­to del microscopio óptico, sigue habiendo problemas de identificación. Sin em­bargo, el amplio interés despertado por este tipo de investigaciones permite esperar resultados más satisfactorios en un futuro no muy lejano. Incluso la identificación básica de morfotipos tales como monocotiledóneas, gramíneas y juncos puede proporcionar información muy valiosa sobre el régimen dietéti­co y el medioambiente general; y el silicio fitolítico puede someterse al análisis isotópico con 0 18/0 16 y C13/C12 •

Plantas C3 y C,. Casi todas las plantas y árboles de clima templado asimilan dióxido de carbono en una molécula "normal" de tres carbonos (ácido fosfo­glicérico ). Sin embargo, a raíz de un largo proceso de adaptación a un clima cálido y seco, y a fuegos periódicos, la mayoría de hierbas y plantas crasas tro­picales han desarrollado unos sistemas respiratorios que prefieren moléculas "anómalas" de cuatro carbonos (ácido málico). Estas vías de fotosíntesis C3 y C4 conllevan agotamiento diferencial del isótopo de carbono pesado C13

, lo que produce relaciones C13/C 1' distintas en los fitolitos afectados, proporcio­nando un indicador paleoclimático potencial de las regiones subtropicales (Vo­gel, 1977; Vogel et al., 1978). En el sistema óseo humano, los coeficientes C1' /C12 ofrecen un índice muy claro del consumo de alimentos vegetales tro­picales tales como el maíz, el sorgo, el mijo y la caña de azúcar (Van Der Mer­we y Vogel, 1978; Bender et al., 1981). Niveles altos de alimentos C4 entre los indios woodland o del Misisipí reflejarán sobre todo cultígenos de origen me­soamericano: maíz, por descontado, pero también diversas clases de fríjoles, amarantos en grano, cucurbitáceas, e incluso plantas indígenas como, por ejem­plo, quenopodios en grano (Yarnell, 1977).

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Herencia genetica

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Factores COMUNIDAD 3 ·g históricos- VIVIENTE - ~ $ _..

CONJUNTO MUERTO

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Organismos muertos lnputs med1oamb1en esparcidos por mul!1-

ples modos selectivos de desplazamiento

Organismos destruidos por el sepultamiento

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y la preservación diferenciales

CONJUNTO FOSIL

Figura l0-1. Transformación de una comunidad biótica viviente en un conjunto fósil. Ivlodificado de Evans (1978: Figura I).

La interpretación paleobotánica

Dos consideraciones fundamentales vienen a complicar la interpretación de los conjuntos de restos de polen y de plantas fósiles (Evans, 1978:13ff): a) los pro­cesos que transforman la estructura y composición de las comunidades vivien­tes en conjuntos fósiles y b) la interpretación ecológica de esos conjuntos. Los diversos factores que influyen en la transformación de una comunidad biológi­ca viva en un conjunto fósil vienen ilustrados en la Figura 10-1.

La comunidad viviente es compleja, tanto por su configuración espacial como por su organización vertical. Refleja diversos inputs medioambientales a dife­rentes escalas así como su herencia genética y sus factores históricos tales como las migraciones de las plantas y los controles geográficos de los índices de mi­gración respectivos. Al morir, los múltiples organismos de esa comunidad pue­den ser dispersados por una amplia gama de procesos, entre los cuales, el vien­to y el agua desplazan selectivamente objetos de determinada forma, dimensión o masa. Los factores culturales también pueden filtrar y condicionar la selec­ción de organismos eventualmente reunidos en una comunidad concreta de muer­te o tafocoenosis.

La preservación diferencial constituye una fase posterior; sólo una pequeña parte de los organismos acumulados quedarán sepultados y sólo una fracción de ellos se preservará. Por lo tanto, un conjunto fosilizado es sólo un reflejo parcial de una comunidad viviente transformada por el desplazamiento, el se­pultamiento diferencial y la preservación selectiva. Puede haberse dado igual­mente una intervención cultural importante, tal como la recolección o produc­ción humana intencionada o un proceso prolongado de agotamiento por sobreexplotación o por extracción. Por último, puede que la comunidad viviente

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original ya era de por sí difícil de analizar y de interp_retar. Por lo tanto, sería ilusorio equiparar un conjunto fósil con una comunidad v1v1ente.

El ejemplo del polen ilustra algunos de los problemas de interpretación de los fósiles:

l. El polen se acumula a ritmos distintos en superficies distintas. La recepti­vidad de la superficie de un lago o de una marisma es mucho mayor que la de un suelo pedregoso y denudado. Y las condiciones de preservación post­sepultamiento son asimismo infinitamente mejores.en áreas con s.edimentación activa y en micromedioambientes acuáticos. De ah1 que las acrec1ones y la pre­servación a corto plazo de las partículas de polen estén sujetas a una considera­ble variación.

2. El polen de áreas restringidas de sedimentación activa tales como los la­gos, las tierras de aluvión, o un yacimiento arqueológi~? es el q~e se est~d1a con más frecuencia. Esto significa que el área de captac10n de sedimento llene que ser contrastada con el área de captación del polen. L~ movilizació~ natural y los factores de sedimentación concentrarán una selecc10n ~e !as partic~las_d_e polen caídas en el conjunto del área de captación geo~orfologica. Esto sigmfi­ca que se mezclarán los pólenes procedentes de vanos micromed10a".'bientes locales. Al mismo tiempo, los factores aerodinámicos siguen mtroduciendo el polen al sistema sedimentario. Por ejemplo, los anillos concéntricos de pl_antas acuáticas, semiacuáticas y plantas terrestres resistentes al agua aportaran di­versos pólenes a los sedimentos de una zona pantan~sa o de_ un lago. Este po­len local se mezclará con los pólenes de árboles y hierbas situados a muchos kilómetros de distancia, o de superficies y sustratos totalmente diferentes. Una parte del polen procederá incluso de medioambientes cl_imáticos dis:intos, tales como bosques de montaña a cientos de kilómetros de_ distancia del area de ~ap­tación sedimentaria local. Por consiguiente, los registros de polen que fmal­mente se presentan al análisis reflejan hábitats diversificados, tanto en térmi­nos geomorfológicos como en términos bióticos. La interpretación de los mosaicos de vegetación locales frente a los mosaicos regionales supone, por con­siguiente, un importante desafío (Figura 10-2). Esto~ problemas.pueden com­pensarse parcialmente mediante un muestreo extensivo de l?s polenes i_noder­nos, y también atendiendo a la densidad de polen por umdad de sedimento (Davis et al., 1973; Jacobson y Bradshaw, 1981) ..

3. La sobre y la subrepresentación de polen constituye un tercer g~an proble­ma. Muchas plantas se polinizan a través de los insectos y la dispers10n_d: estos pólenes no suelen seguir las mismas paut_as que_ l~s de las pl~ntas pohmzadas por el viento. Por consiguiente, las especies pohn1zada~. por ~nsec.tos acusan, incluso en las mejores condiciones, una subrepresentac1on pr1mar1a en las llu­vias de polen moderno. La productividad del polen también varía de un género a otro· es alta en los pinos, abedules y avellanos, y baja en los arces. La masa y las e;tructuras aerodinámicas de los pólenes también varían considerableme.~te: los granos compactos esféricos, generalmente con un.a pr?fusa ornamentac1on, se dispersan con dificultad; en cambio los granos ehpsmdales aplastados, con

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Bosque de pinos

Anillos de árboles Bosque caducifolio de tierras sem,-acua·1,·cos e Anillos de árboles

'-a111a~s .lco'cnts.uu.upe'"d-"lc'"le!<s5.h~e,:.'.bl'.:os'r'.a-S's \~hl=g~,ó~lil~osj!.2.~C'..\ad¡,_u"'cl,5lfo~lio;i's1_í:?_:~semi-acuáticos

Turbera cerrada

\ Polen: 80 °/o de bordura de turbera 15 O/o de tierras altas 5 o/o de montaña

Lago con afluente

/ Polen: 50 °/o de margen lacustre 40 O/o de tierras altas 10 º/U de montaña

Figura 10-2. Mosaico vegetal de una cuenca de drenaje y respuestas diferenciales del hábitat frente dos típicas "trampas" de polen: una turbera sin desagüe y un lago alimentado por un río.

bolsas de aire (por ejemplo, pino y abeto) vuelan fácilmente por la parte supe­rior de la atmósfera cubriendo distancias de cientos de kilómetros. Nichols et al., (1978) han logrado reconstruir los modelos eólicos de la parte superior de la atmósfera del Holoceno en el Artico a partir del influjo a larga distancia de pólenes de aliso, pino y abeto. Otros granos de polen se descomponen fácil­mente Y, por lo tanto, están insuficiente o nulamente representados (por ejem­plo, el álamo, arce, fresno, castaño, abedul y enebro).

4. Una vez el polen sepultado en el sedimento, la preservación diferencial entra en acción. Por lo general, la preservación es óptima en medios perma­nentemente saturados de agua, ácidos y reductores. Es de intermedia a baja o impredecible en medioambientes sedimentarios neutros o ligeramente alcali­nos sujetos a procesos alternativos de humedad-sequedad. La preservación es mínima en medioambientes fuertemente alcalinos, sobre todo en presencia de sodio. Estos grados de preservación del polen significan que el polen se destru­ye progresivamente en función del tiempo en respuesta a las condiciones varia­bles del subsuelo (véase Figura 7-17). Una buena preservación en determinadas condiciones puede, siglos o milenios más tarde, invertirse, en la medida en que el medioambiente del suelo acusa los cambios fundamentales del ecosistema regional. Esto significa que la densidad del polen varía enormemente y que la preservación en sedimentos de baja densidad tiende a ser altamente selectiva, sobreviviendo sólo pequeñas fracciones de los tipos de granos más resistentes. En este punto, el significado de los pólenes que han sobrevivido se hace dudo­so. Los granos preservados en una preparación específica pueden proceder de un sustrato más antiguo (por ejemplo, esporas del Cretáceo) mientras que otros tipos pueden haber sido extraídos de estratos más antiguos (por ejemplo, polen

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del Terciario o de principios del Pleistoceno incorporado en depósitos del Ho­loceno ). Hasta cierto punto, esta mezcla de granos más antiguos es detectable a partir de la morfología, el tamaño y el grado de corrosión, y a partir del bri­llo diferencial bajo la luz ultravioleta o fluorescente. Pero la destrucción selec­tiva y total de los pólenes de muchos géneros una vez incorporados a un sedi­mento concreto ya no tiene remedio. Esto invita a proceder con una gran cautela a la hora de valorar el polen procedente de sedimentos de medioambientes se­cos con densidades de polen por unidad sedimentaria muy bajas.

5. Digamos por último que los perfiles del polen pueden estar incompletos o afectados por índices diferenciales de sedimentación dentro de un mismo me­dio deposicional. La primera de estas dificultades es particularmente seria en ciénagas turbosas, donde los fuegos naturales y las extracciones de turba pue­den crear discontinuidades difíciles de detectar. El segundo aspecto puede po­nerse de manifiesto con un muestreo paleomagnético detallado de las cuencas lacustres, que revelará inconsistencias considerables de un perfil a otro (Thomp­son, 1973).

En suma, un conjunto de polen refleja la diversidad biótica primaria, la acu­mulación diferencial, el medio geomorfológico de sedimentación, el medioam­biente geoquímico de preservación, y posibles alteraciones post-deposicionales.

A pesar de las dificultades, los espectros y perfiles de polen constituyen he­rramientas cuantitativas muy potentes para medir la variabilidad espacial y tem­poral (Butzer, 1971a; 249ff). Por ejemplo, los espectros de polen pueden servir para reconstruir mapas regionales de polen que no reflejan necesariamente la vegetación, pero que, con la ayuda de lluvias de polen comparativas, pueden delimitar aproximadamente los patrones de los elementos bióticos dominan­tes. El mapa resultante puede, por tanto, ser equivalente a grandes rasgos a los mapas de vegetación generales de los atlas estándar de los distintos continen­tes. Con controles radiométricos adecuados, un grupo de diagramas fechados permitirá establecer mapas de polen regionales para sucesivos períodos de tiem­po. A un nivel más detallado, también es posible relacionar uno o más espec­tros de polen con un medioambiente biótico local variable mediante compara­ciones sistemáticas con una gama suficientemente amplia de analogías modernas (Webb y Bryson, 1972) interpretadas en combinación con patrones de sedimen­tación y de formación de suelos contemporáneos. Los diagramas de polen tam­bién pueden arrojar luz sobre los procesos y patrones de cambio biótico regio­nal (sucesiones de vegetación, índices de migración de las plantas, y fluctuaciones de la posición de los ecotonos ecológicamente sensibles, tales como los límites de la vegetación arbórea en regiones montañosas, subpolares y áridas). Final­mente, los diagramas de polen suficientemente detallados pueden servir para identificar los efectos de algunas actividades humanas, tales como episodios breves de desmonte y cultivo o la transformación a largo plazo de un paisaje biótico regional (Edwards, 1979).

Las frutas, nueces, simientes y carbones vegetales estudiados por otras técni­cas paleobotánicas, si son lo suficientemente abundantes, pueden proporcio-

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nar datos semicuantitativos, sobre todo si se extraen de sedimentos arqueológi­cos por flotación (Asch et al., 1972, 1979: Pals y Voorips, 1979). Aparte de la variación estacional de la ocupación y la probabilidad de carbonización y pre­servación (Hally, 1981), un problema específico a la hora de valorar estos restos arqueobotánicos es el filtro cultural que suponen las actividades humanas de subsistencia (Tabla 10-2). Por ejemplo, en un área de captación en expansión puede seguir recolectándose la misma proporción de alimentos vegetales aún cuando la abundancia de.estos recursos estén disminuyendo en respuesta a un cambio medioambiental; o un desplazamiento de interés hacia cierto tipo de nuez o de simiente puede ser una nueva respuesta a la sobreexplotación de otros alimentos vegetales deseables en un área determinada de captación-recolección. Más tarde analizaremos otras variaciones intrayacimiento relativas a las activi­dades de subsistencia.

Otros restos macrobotánicos y polínicos procedentes de sedimentos arqueo­lógicos también exigen cierta prudencia. El polen moderno y otros restos orgá­nicos pueden introducirse fácilmente en las muestras extraídas de estratos más antiguos, y ello puede ocurrir sea durante la recogida de muestras o por conta­minación de las paredes de la cata antes de la recogida. Esto explica la gran cantidad de objetos modernos normalmente presentes en las muestras de flota­ción; los materiales no-carbonizados deberían excluirse siempre del estudio. Sin embargo, muchos de los procesos modernos responsables de la presencia de res­tos botánicos no-carbonizados hacia la base del perfil de un suelo sin perturba­ción aparente también operaron en el pasado (Minnis, 1981). Este es el caso de distintas formas de bioperturbación (véase Capítulo 7) y de iluviación me­cánica de granos de polen e incluso de semillas en sedimentos no compactos, porosos y agrietados naturalmente por la acción de la gravedad y de las aguas infiltradas. Por consiguiente, hay que analizar cuidadosamente pequeñas can­tidades de cultígenos poco corrientes de estratos sorprendentemente tempranos.

Algunas consideraciones generales complican la interpretación macroambien­tal general de los registros paleobotánicos, como por ejemplo, las múltiples po­sibilidades de respuesta biótica por vía adaptativa a los cambios medioambien­tales (por ejemplo, las formas enanas), la migración (pero con supervivencia local en refugios adyacentes) y la extinción. El resultado neto es la complejidad de las adaptaciones a gran escala de los patrones regionales de vegetación -com­plejidad que todavía complicará más la interpretación de los conjuntos fósiles simplificados. La recolonización tras un cambio medioambiental importante será lenta, y se verá complicada por el alejamiento de las diversas comunidades colonizadoras, por la movilización diferencial de los distintos géneros, por la sucesión edáfica local relacionada con las tendencias de formación del suelo, Y por sucesiones colonizadoras de formas que necesitan luz y de formas adap­tadas a la sombra con una lenta tendencia a la intrincada estructura vertical de las comunidades culminantes. Por ejemplo, la recolonización forestal de Euro­pa durante el Holoceno fue tanto una reflejo de estos factores interdependien­tes como una función del cambio climático bruto (Godwin, 1975; Simmons y

La utUización de la flora

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Tooley, 1981). A pesar de todo, incluso los conjuntos sucesionales proporcio­nan una importante información sobre los medioambientes regionales y loca­les, sobre todo si se combinan con estudios de sedimento y de suelo.

A nivel estratigráfico, los cambios de vegetación a lo largo del tiempo pue­den tener un valor temporal que trasciende la comparación tradicional de las discontinuidades bióticas de los perfiles adyacentes. Turner y West (1968) des­cubrieron desarrollos cíclicos de vegetación durante los 10 a 30 o más milenios característicos de varios interglaciares europeos. Estas fases evolutivas reflejan una combinación de factores climáticos y edáficos y otros factores sucesionales que, acumulados, permiten identificar fases temporales muy prolongadas de verdadero valor estratigráfico. Un estudio sistemático de las floras cada vez más modernas de una misma área, como los Países Bajos, permitió reconocer otra implicación estratigráfica: la exterminación acumulativa de géneros semitropi­cales exóticos a finales del Cenozoico venía determinada por el factor tiempo (Van Der Hammen et al., 1971; Zagwijn, 1975).

Para conseguir información macroambiental óptima pueden conbinarse da­tos polínicos y datos macrobotánicos obtenidos a partir de los ecotonos (King y Graham, 1981). Estos entornos tan sensibles, cuyos exponentes serían los con­tactos árbol-hierba y árbol-tundra, son enormemente propicios al cambio en respuesta al franqueo de umbrales medioambientales bajos. Los centros de los grandes biomos, por otro lado, tienden a ser mucho menos sensibles a todos los cambios excepto los más importantes, como los ele longitudes de onda de 5000 a 25.000 años (véase la Tabla 2-3).

La dcndroccología y la dendroclimatología

Los estudios de los anillos de crecimiento de los árboles no se limitan sólo a cuestiones de datación. El anillo de crecimiento anual es en muchos sentidos similar a una varva. En latitudes medias, el crecimiento es rápido durante los meses húmedos de primavera, cuando la energía y la insolación aumentan. Lue­go, durante los meses calurosos y relativamente secos de verano, el índice de crecimiento se reduce, desciende todavía más durante el otoño, y puede cesar totalmente en invierno. Por consiguiente, el crecimiento en anchura anual de­pende del clima de la estación de crecimiento. En áreas semiáridas cálidas, la humedad existente controla el índice de crecimiento radial. El anillo de un año húmedo es ancho, el de un año seco es estrecho. En regiones subpolares, el ín­dice de precipitaciones es menos significativo, porque las nieves tardías de pri­mavera mantienen un alto contenido de agua en el suelo; en cambio, las tempe­raturas de pleno verano se correlacionan muy estrechamente con el crecimiento radial. Los factores que en realidad determinan el crecimiento radial son bas­tante más complejos, e incluyen efectos de intervalos de retardación de hasta 15 meses. Una valoración satisfactoria de estas interrelaciones ha sido posible sólo gracias a la introducción de técnicas polivalentes, sobre todo gracias al tra­bajo de Fritts (1971, 1976).

La utilización de la flora 179

Las interrelaciones entre la dendrocronología y la dendroclimatología hace tiempo que se conocen. Los primeros trabajos tendían a utilizar simples medi­ciones, utilizando una cantidad limitada de muestras que se comparaban con una o dos variables climáticas. No resulta sorprendente, por tanto, que lasco­rrelaciones entre un área y otra y entre distintos puntos de la misma región fue­ran poco satisfactorias. La interpretación paleoclimática sólo fue posible cuan­do se incorporaron suficientes variables y un sentido de ecología forestal regional más fuerte. Comprendiendo las complejidades del crecimiento de los árboles en función de las variables edáficas locales y las diferencias microclimáticas, trabajando con muestras mayores (es decir, con muchos árboles), y tomando en consideración efectos esporádicos, como incendios, enfermedades y años de alta producción de semillas, se ha podido eliminar el "ruido" de fondo de los anillos. También se han aplicado nuevas técnicas más sofisticadas, como la me­dición por rayos X del tamaño y densidad de la célula, que se reflejan en la productividad y en la acumulación de materia seca. Una revalorización tan so­fisticada de la dendroecología ha convertido la dendroclimatología en una he­rramienta fiable. Esta técnica resulta más efectiva en áreas de "stress" climáti­co, donde el crecimiento de los anillos varía significativamente de un año a otro como respuesta a la variabilidad de los inputs climáticos.

Fritts (1976) y también LaMarche (1978) han suministrado unas reconstruc­ciones de incalculable valor de anomalías climáticas de tipo medio para el oes­te semiárido de los Estados Unidos, que cubren muchos siglos. Las observacio­nes de las fluctuaciones de los caudales fluviales y de las precipitaciones en el registro meteorológico también han demostrado estar estrechamente correla­cionadas con los parámetros regionales de los anillos de los árboles. Ello supo­ne que los datos dendroclimatológicos pueden convertirse en estadísticas cli­matológicas sustitutivas que permiten ampliar en siglos el registro observacional de algunas regiones del mundo (Fritts et al., 1979). Sin embargo, todavía no se ha demostrado satisfactoriamente que estos datos sustitutivos puedan am­pliarse del ámbito de los anillos de los árboles a la reconstrucción de las ano­malías de circulación hemisféricas (Baker, 1980). Durante la última década, la dendroclimatología ha empezado a utilizarse con éxito en Europa occidental (Frenzel, 1977; Hillam, 1979) y en las zonas templadas de América del Sur (La­Marche, 1978).

La dendroclimatología puede utilizarse asimismo en estudios más comple­jos; por ejemplo, en combinación con los desplazamientos de los límites de los bosques de las montañas y de límites bosque-estepa. LaMarche (1973) ha pre­sentado un ejemplo particularmente útil para las White Mountains de Califor­nia. Allí el clima era 2ºC más caliente entre 5400 y 2200 a.c., luego más frío y más húmedo entre 1500 y 500 a.c., y finalmente frío y seco entre 1100 y 1500 d.C. Frenzel (1977) ofrece ejemplos parecidos para las fluctuaciones de los lí­mites del bosque del Holoceno en los Alpes.

En conjunto, la dendroclimatología promete aportar apreciaciones cada vez más detalladas de la variabilidad climática de corto y medio plazo en muchas

180 Fundamentos

áreas de asentamiento prehistórico. El análisis de año en año de las anomalías climáticas contemporáneas del asentamiento de los indios pueblo de la meseta de Colorado es un buen ejemplo (Fritts, 1976). En combinación con la palino­logía Y los análisis macrobotánicos, la dendroclimatología podría proporcio­nar a la larga estimaciones regionales precisas del impacto humano sobre la vegetación, y también posibles respuestas al stress medioambiental.

La utilización humana de las plantas

La importancia de las plantas silvestres y de las fibras vegetales para la alimen­tación Y las actividades humanas cotidianas es muy anterior a la aparición de sistemas culturales sofisticados. Incluso tras la domesticación de determinados cultígenos, la explotación de la vegetación nativa más que decrecer se intensifi­có. Actualmente, aunque las extensiones forestales de latitud media se han es­tabilizado en las sociedades industrializadas productoras de fibras sintéticas y protectoras de sus recursos forestales, los bosques tropicales supervivientes es­tán siendo diezmados a un ritmo que permite vaticinar su total desaparición dentro de 60 años en el Nuevo Mundo y en Asia, y dentro de 120 años en Afri­ca. Las utilizaciones de la madera de estos bosques incluyen maderaje para la co~strucción, objetos y muebles domésticos, herramientas y armas, además de la msaciable demanda de combustible.

En los tiempos prehistóricos las necesidades eran similares, aunque a menor escala. Un refugio de invierno de los mistassini cree del norte de Québec preci­sa 200 troncos de abeto de buena calidad obtenidos en un radio de hasta 400 metros. El musgo de turbera (Sphagnum) se utiliza extensivamente para cubrir los techos y colmatar las grietas. Las construcciones menos elaboradas de los pigmeos mbuti del Congo necesitan una estructura de ramas y una cobertura de hojas grandes. Los pueblos pastores-recolectores aún existentes continúan dependiendo de las plantas silvestres para su alimentación, su vestido sus me­dicinas Y tinturas. Nunca se insistirá bastante, pues, en el papel de lo; pueblos del pasado, incluso durante el Pleistoceno, en la cosecha, manipulación y so­breexplotación periódica de algunos recursos vegetales concretos (Dimbleby, 1978). La cuestión no reside, entonces, en el impacto humano sobre la vegeta­ción. Lo importante es el tamaño de la población y la demanda económica. Véase sino el ramoneo y la acción a veces destructiva de los elefantes africanos Y se tendrá una idea del rol potencial que pudieron desempeñar las bandas dis­persas y móviles de cazadores-recolectores.

Hasta cierto punto, las bayas, frutas, nueces y bulbos y raíces comestibles se regeneran eficazmente y prosperan cuando se recolectan regularmente. Pero aun sin quedar selectivamente diezmados, su distribución puede modificarse o incluso extenderse, a juzgar por la perturbación de la vegetación asociada a la depredación que realiza el oso negro en las zonas ricas en bayas. Al deter­minar las interrelaciones y la productividad "naturales" de las plantas no hay que olvidar que todos los herbívoros alteran con efectos acumulativos la cober-

La utilización de la flora 181

tura vegetal de una manera visible, aunque las interacciones sistémicas nor1na­les resulten difíciles o imposibles de cuantificar en más de un nivel local (Gwynne y Bell, 1968). De forma parecida a como las ardillas entierran sus nueces, las acciones de los pueblos recolectores pudieron favorecer probablemente la dis­persión accidental o la generación competitiva de determinadas plantas econó­micas o, a través de este tipo de uso, dar una ventaja a plantas competidoras menos deseables.

Los incendios accidentales o intencionados de la vegetación son tan corrien­tes entre las sociedades modernas que también tienen que presuponerse para los tiempos prehistóricos. El fuego facilita la caza y el pastoreo al reducir el crecimiento de los árboles y favorecer las especies herbáceas y arbustivas resis­tentes al fuego. Al mismo tiempo, el fuego elimina temporalmente el crecimiento de las plantas inapetecibles con un alto contenido en celulosa en las paredes celulares en favor de brotes frescos con altas concentraciones en proteínas (West, 1973); esto atrae a la caza, y la hace más visible en medio de una vegetación reducida, y mejora, aunque sólo sea temporalmente, los pastizales. El efecto final es la expansión de los espacios abiertos y la acentuación de los límites entre vegetaciones diferentes (contactos pastos-matorrales y pastos-bosques), aunque las principales tierras de pasto del mundo no son de origen humano (Harris, 1980: 21). Todavía no disponemos de registros prehistóricos convin­centes sobre la perturbación humana de carácter local, aunque dos columnas de polen del Pleistoceno medio, de Gran Bretaña y otro de Alemania, confir­man la desaparición del bosque local y la posterior recolonización con plantas totalmente nuevas; sólo uno de estos niveles está asociado a artefactos y polvo de carbón vegetal, y los tres pueden ser contemporáneos, lo que hace igual­mente plausible una explicación climática (Thrner, 1975). Sin embargo, algu­nos asentamientos mesolíticos de corta duración de Gran Bretaña ofrecen prue­bas evidentes de perturbación por el fuego (véase Capítulo 8) (Simmons y Tooley, 1981). En la Australia semiárida subtropical (Nueva Gales del Sur), las partícu­las de carbón vegetal, evidencia de incendio o de fuego, aumentan espectacu­larmente en torno al 125.000 B.P., favoreciendo una proliferación de Eucaly­ptus y de especies resistentes al fuego asociadas, sin precedente en el cuarto de millón de años anteriores del registro de polen. En el Queensland tropical y subhúmedo, este mismo cambio empezó alrededor del 35.000 B.P. Singh y sus colaboradores (1981) lo atribuyen a la intervención humana.

En el sitio pre-Neolítico de Lepenski Vir,, se han observado perturbaciones intensivas de vegetación alrededor de asentamientos de larga duración (véase Capítulo 8) en forma de una erosión local del suelo, probablemente desencade­nada por una combinación de recolección de leña, tala intencionada del bos­

. que, apisonamiento y vertidos de escombros. Sean cuales fueren sus causas, gran parte del terreno alrededor del sitio quedó denudado, eliminándose la vegeta­ción predominante y provocando probablemente una aparición de plantas nue­vas, empezando por cizañas y gramíneas (véase Figura 8-2) (Baker, 1972; De Wet y Harlan, 1975).

182 Fundamentos

Las prácticas agrícolas en zonas adyacentes a las comunidades primitivas con­dujeron con toda seguridad a la deforestación y desvegetación locales median­te tala o quema, o ambas a la vez (!versen, 1956) (véase Capítulo 8). Algunos grupos prehistóricos alimentaban presumiblemente al ganado con los retoños de los árboles, en algunos casos cortados y amontonados intencionadamente (Troels-Smith, 1960; Simmons y Dimbleby, 1974; Simmons y Tooley, 1981), una práctica todavía vigente en el mundo mediterráneo y en el sudeste de los Esta­dos Unidos. Durante largos períodos de tiempo, la desforestación o ramoneo de los bosques o ambos conducirán a la simplificación del ecosistema, con una reducida productividad fotosintética y consumos periódicos de casi la totali­dad de la producción biótica por parte de los macroconsumidores herbívoros, propensos a crecientes fluctuaciones de población (Woodwell, 1970). En me­dioambientes templados y húmedos, estos ecosistemas degradados (plagiocli­max) favorecen la acidificación, la elevación de los niveles freáticos, y la expan­sión de los helechales y los páramos cubiertos de musgo de las turberas (véase Figura 8-4). En medios más secos, surgirá una vegetación xerófila dispersa con escasa variedad de hábitats (Fall et al., 1981).

Durante el Holoceno, la agricultura de secano a pequeña escala y de baja tecnología fue gradualmente sustituida por la horticultura intensiva de riego, o por la agricultura intensiva de las tierras inundables en medioambientes se­cos, o por el arado en tierras más frescas y húmedas, donde se introdujeron gradualmente arados cada vez más pesados tirados por animales en sistemas de rotación con dos o tres campos (Sherratt, 1980; Denevan, 1981). Las rutas de dispersión y las mutaciones adaptativas resultantes de los cultígenos son fun­damentales para localizar los centros originales de domesticación, para com­prender los procesos iniciales de la domesticación primaria o secundaria, y para identificar los contactos culturales tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo (Renfrew, 1973; Ford, 1979). Al mismo tiempo, las plantas mismas suministran una información intrínseca relativa a las estrategias de nutrición, a la estacio­nalidad y al stress periódico (Cowan, 1978; Wetterstrom, 1981).

La divulgación a gran escala de la agricultura más allá de los confines de los hábitats nativos de cultígenos específicos provocó a la larga una completa y generalizada sustitución de la vegetación indígena por comunidades nuevas, dominadas por el monocultivo, muchas veces de especies exóticas (Thomas, 1956). Las plantas cultivadas se concentraban con frecuencia en plantíos puros (98-100 por ciento) de un solo cultivo (Dennell, 1974) (Figura 10-2). Estos cultí­genos fueron sometidos, consciente o inconscientemente, a reiterados procesos de selección, para adaptarlos a los nuevos medios y aumentar su resistencia a las enfermedades y su productivdad (Flannery, 1973). La mayoría de los paisa­jes del mundo están constituidos actualmente por comunidades vegetales ho­mogéneas a escala subcontinental. Los ecosistemas resultantes y muchos de sus componentes fundamentales son artefactos culturales: su alta productividad neta y su estabilidad se mantienen gracias a inputs masivos de energía en términos de cultivo, de control de las malas hierbas, y de exclusión de otros macroconsu-

La utilización de la flora 183

midores, y gracias a la adición de fertilizantes. Este proceso se documenta en la persistencia de malas hierbas invasoras específicas en determinados suelos y climas de la Alemania de principios del Neolítico (Kniirzer, 1979), en la Gran Bretaña de la Edad del Hierro (Turner, 1979) y en el Michigan del siglo XIX (Webb, 1973).

Estos ecosistemas artificiales se volvieron cada vez más frágiles, como de­muestra el registro prehistórico de la erosión del suelo (véase Capítulo 8). Cuando los crecientes costos de mantenimiento dejaron de ser rentables, se abandona­ron las tierras, muchas veces en un estado tan deteriorado que serían necesa­rios siglos o milenios de regeneración para devolverles un nivel razonable de productividad. Por consiguiente, la sobreexplotación y las "tensiones" artifi­ciales excesivas sobre los ecosistemas resultan antieconómicas tanto a medio como a largo plazo. Esto quiere decir que la maximización a corto plazo suele ser incompatible con una productividad biótica continuada. La sobreexplota­ción quizá no haya provocado la extinción de ninguna especie vegetal, pero ha destruido comunidades y hábitats únicos. En efecto, cuando el stress altera el ecosistema biótico, el ciclo hidrológico y el equilibrio del suelo resultan direc­tamente afectados (véase Capítulos 2 y 8). Estos cambios en la amplitud, la frecuencia y los efectos acumulativos de los procesos a pequeña y gran escala sobre el paisaje tienen una importancia fundamental para el agua, el suelo y los recursos bióticos, esenciales todos ellos .para la supervivencia humana. In­cluso a nivel global, el impacto acumulativo de milenios de deforestación, de­sertización y salinización había aumentado antes de este siglo el albedo plane­tario en un 5"7o. Esto probablemente provocó un enfriamiento neto de 1,2 ºC por causa del aumento de la reflexión de la radiación solar (Sagan et al., 1979). Esta disminución de la temperatura es como mínimo la mitad de la diferencia entre las temperaturas globales modernas y las temperaturas experimentadas durante las fases más calurosas del Holoceno, hace aproximadamente de cinco a ocho milenios (Butzer, 1980e).

Para concluir, digamos que la arqueobotánica es más que un estudio de los indicadores paleoambientales o de los restos económicos que reflejan el consu­mo de alimentos y las variaciones estacionales de las actividades de subsisten­cia. Proporciona también un registro fundamental de las relaciones recíprocas entre los grupos humanos y las plantas en ecosistemas dinámicos particular­mente sensibles a las distintas formas de la actividad humana (véase Tabla 11-2).

CAPITULO 11

La arqueozoología: la fauna y la obtención de animales

La temática arqueozoológica

El estudio de los huesos fósiles y de otros restos animales tiene una larga tradi­ción en las ciencias geológicas. En efecto, la paleontología moderna se nutre en gran medida de la teoría biológica y, según su materia de estudio, también de la zoología. Las excavaciones prehistóricas estuvieron asociadas desde el prin­cipio a una corriente especial de la paleontología, y muchos arqueólogos del siglo XIX tuvieron una formación paleontológica. Durante la primera mitad de este siglo, los paleontólogos apenas intervinieron en las excavaciones, pero se les confiaba la labor de identificar selecciones de los huesos recuperados más interesá.ntes. Los pocos datos que se publicaban, casi siempre muy poco repre­sentativos, aparecían por lo general como apéndices de los informes arqueoló­gicos y adolecían de la pretensión de representar todo el espectro de animales salvajes de un medioambiente determinado o de animales salvajes y/o domesti­cados consumidos por un grupo prehistórico.

Durante los años sesenta, muchos arqueólogos empezaron a darse cuenta de que los restos animales podían aportar tanta información económica como los artefactos recuperados de un yacimiento. El potencial de este descubrimiento fue comprendido por los arqueólogos americanos después de los trabajos de White (1953-4) y posteriormente fue reforzado por los proyectos mejicanos de Tehuacán y Oaxaca (Flannery, 1967; 1968; MacNeish, 1967, 1972). En cualquier caso, desde finales de los sesenta la investigación arqueoozológica ha conocido un rápido desarrollo (Burgess, 1980). La nueva generación de arqueozoólogos de América del Norte viene a complementar a grupos similares ya existentes en las universidades de Londres, Groningen y Munich.

El objetivo principal de la arqueozoología es delucidar los patrones prehis­tóricos de subsistencia, pero su máxima aspiración es estudiar las relaciones entre los grupos humanos y los animales en función de su interacción espacial Y en función del cambio de sus patrones mutuos de adaptación con el tiempo. Existen asimismo formas de investigación complementarias muy importantes:

l. Los trabajos tafonómicos (Voorhies, 1969) han empezado a identifiar los procesos selectivos de acumulación y preservación de los huesos específicos de diferentes tipos de medioambientes microdeposicionales como resultado de la acreción mecánica, de las muertes naturales, de la actividad carnívora y de los

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La fauna y la obtención de anitnales 185

modos de subsistencia humanos (Behrensmeyer y Hill, 1980; Gifford, 1981). 2. Se han aplicado criterios estadísticos para tratar los problemas de la par­

cialidad de las muestras y de la representatividad de las arqueofaunas (es decir, la cantidad mínima de individuos) (Casteel, 1976; Klein, 1978; Grayson, 1979, 1981). Estos métodos de cribado afectan considerablemente la determinación de la naturaleza de los yacimientos arqueológicos como sitios de matanza o lugares de habitación, distinguiéndolos de las acumulaciones de los carnívo­ros; gracias a lo cual también pueden contribuir a la identificación de las técni­cas de caza prehistóricas y su eficacia mediante la comparación de conjuntos arqueozoológicos con la composición por edades y sexos de las manadas salva­jes en libertad (Reher, 1974, Klein, 1979).

3. La extinción de los animales prehistóricos sigue siendo tema de debate, sobre todo por lo que se refiere al posible rol de los cazadores primitivos en la drástica disminución o erradicación de ciertas especies o géneros al final del Pleistoceno (Martín y Klein, 1982).

Estas cuestiones han sido objeto todas ellas de un montón de informes teóri­cos. Tampoco faltan los manuales dedicados a la identificación, medición e in­terpretación de los huesos (Cornwall, 1956; Olsen, 1964, Kurtén, 1968; Cha­plin, 1971; Schmid, 1972; Gilbert, 1973; Clason, 1975; Driesch, 1976; Meadow y Zeder, 1978). En cambio, apenas se han publicado descripciones de los gran­des conjuntos faurústicos que han sido bien excavados. La arqueozoología debe, pues, ser considerada una disciplina joven y en expansión, donde los esfuerzos de investigación siguen siendo hasta cierto punto experimentales. Serán nece­sarias muchas más excavaciones a gran escala de conjuntos faunísticos en dis­tintos contextos sedimentarios y topográficos antes de que el análisis compara­tivo entre los distintos conjuntos pueda ofrecer resultados sistemáticos o descripciones representativas de las técnicas humanas de aprovechamiento. Por consiguiente, este capítulo se ocupará de los temas que actualmente parecen de mayor interés: tafonomía, interpretación medioambiental, actividades de aprovisionamiento e impacto humano sobre las faunas.

La tafonomía

Los problemas básicos que plantea la valoración de los conjuntos son similares a los de la arqueobotánica (véase Capítulo 10 y Figura 10-1). Los factores fun­damentales incluyen el tipo de muerte y las modificaciones del hueso resultan­tes en distintos medioambientes microdeposicionales (véase la Tabla 4-1) con respecto a la alteración atmosférica, el transporte, el enterramiento, la fosiliza­ción y la preservación selectiva final.

Acunzulaciones geológicas. No es infrecuente que los animales muy jóvenes, débiles o muy viejos mueran durante las épocas de stress climático: durante la estación seca, en medioambientes tropicales semiáridos; durante la estación fría y húmeda en latitudes más altas. A menos que estos animales queden sepulta-

186 Fundamentos

dos por depósitos aluviales, o eólicos, o cubiertos por la crecida de las aguas de un lago, las partes carnosas del cuerpo serán devoradas o desmembradas por los microorganismos y las alimañas, y sus huesos se desecarán, se oxidarán y se descompondrán. Incluso cuando están sepultados o sumergidos, la mine­ralización del hueso dependerá del nivel freático o de las aguas del lago, de la presencia de cal, hierro, sílice o soluciones fosfáticas mineralizantes, y de la con­centración de sales sódicas destructivas (véase Capítulo 7). La preservación en estas circunstancias es poco probable, aun cuando se trate de huesos aislados grandes y resistentes. Las excepciones incluyen los hábitats acuáticos alrededor de lagos no salinos y las preservaciones aleatorias de cadáveres y partes del cuerpo transportados río abajo hasta un lago o un estuario. Las concentraciones de fósiles en los llamados lechos naturales de huesos no son corrientes y suelen reflejar medioambientes microdeposicionales especiales (por ejemplo, turberas, rezumaderos de petróleo, y lagos de brea, donde periódicamente los animales se encenegan y se mineralizan rápidamente).

Acumulaciones animales. Si bien la depredación regular que sufren los herbí­voros jóvenes y viejos a manos de los carnívoros favorece tan poco la preserva­ción como la muerte natural, algunos carnívoros concentran sus actividades alrededor de medioambientes microdeposicionales favorables (Behrensmeyer y Boaz, 1980). Las guaridas de hiena son un buen ejemplo de ello; las hienas arras­tran partes de sus presa hasta sus cubiles donde los huesos podrán resultar pre­servados por las aguas circulantes o infiltradas ricas en carbonato cálcico. Brain (1981) y Klein (1975) han descrito los lechos de huesos de Makapansgat y otros depósitos de hiena en Africa del Sur. Estas acumulaciones suelen escasear en elementos pesados o voluminosos, como cráneos adultos de grandes ungula­dos Y huesos blandos, tales como occipitales jóvenes. Los más corrientes son los huesos largos faltos de epífisis. También los zorros y los chacales pueden acumular huesos en sus guaridas más modestas. Obviando la competencia de las hienas y los leones, los leopardos suelen devorar a sus presas en los árboles, Y los huesos pueden acumularse en las oquedades inferiores, como en Swart­krans (Brain, 1976, 1981); dado que los félidos no están equipados para ronzar los huesos, en los amontonamientos de los huesos de leopardos y de los "leo­nes" de las cavernas del Pleistoceno destacan las piezas articuladas postcra­neanas. Los puercoespines son vegetarianos, pero acumulan huesos en las pro­fundidades de las cuevas, no como alimento, sino como una forma de mantener sus incisivos en buenas condiciones; estos huesos presentan por lo general nu­merosas huellas roídas (Brain, 1981). Las aves de presa, especialmente las le­chuzas, suelen refugiarse en las cuevas y vomitan periódicamente los huesos Y pellejos no digeridos de sus presas (roedores, murciélagos, pájaros y otros animales pequeños) en forma de pelotillas muy compactas. Aunque los mate­riales de superficie pueden ser arrastrados y caer periódicamente en cuevas, grie­tas Y pozos, que a veces sirven como trampas naturales, la mayoría de estas acumulaciones representan desechos humanos o de carnívoros.

La .fauna y la obtención de anin1ales 187

Lugares de matanza y sitios de habitación. Las actividades cinegéticas huma­nas han contribuido desde siempre a la acumulación de huesos animales en mi­croambientes selectos, muchos de ellos propicios para el enterramiento y la pre­servación de huesos. Las características básicas de estas acumulaciones incluyen la presencia de artefactos, un alto grado de fragmentación ósea y, posiblemen­te, evidencia de fuego (elementos carbonizados, carbón vegetal y hogares) (Tho­mas, 1971; Noe-Nygaard, 1977; Frisan, 1978; Brain, 1981). Patrones distintivos de abundancia y de dispersión de huesos permiten diferenciar los sitios de ma­tanza (abundancia de articulaciones óseas, huesos axiales relativamente abun­dantes, escasa diversidad de especies, fragmentación y dispersión limitadas) de los sitios de habitación o de acabado final (huesos desarticulados, fragmenta­dos y dispersos, huesos apendiculares relativamente frecuentes, diversidad de especies relativamente alta). Los lugares de procesamiento y de descuartizamiento tienen características intermedias (Sivertsen, 1980) (véase Capítulo 13). Los ar­tefactos asociados también son fundamentales para la interpretación de este tipo de sitios; de ahí que la ausencia total de líticos en los estratos de los yacimien­tos de cueva o exteriores entre los huesos fragmentados sugiera actividad de carnívoros o de trampas mortales, más que ocupación humana (Clark, 1977; McGuire, 1980). Una cohorte de actividades asociadas puede acelerar la sedi­mentación en los sitios homínidos. Gifford y Behrensmeyer (1977) citan la per­turbación de un campamento de cuatro días consiguiente a la acción posterior de los carroñeros y a las repetidas inundaciones en un medioambiente árido cerca de un lecho fluvial arenoso y poco profundo de Kenia.

La investigación de la~ acun1ulaciones de huesos fósiles tiene que tratar con una serie de agentes y procesos que incluyen: el tipo de muerte; el transporte por agentes geomorfológicos, animales o humanos; corrosión, sepultan1iento y fosilización; naturaleza e historia del medioambiente microdeposicional. En un grado u otro, esto exige análisis efectuados y revisados por expertos geo­arqueólogos y arqueozoólogos de los siguientes factores: matriz sedimentaria; orientación, inclinación, dispersión y modelos de agregados de diferentes par­tes del hueso de distintas masas (véase Capítulo 7); condiciones físicas en rela­ción con la alteración atmosférica, la abrasión, raimiento, ruptura, corte, etc.; composición del punto de vista especies, sexo, edad y estructura de la comuni­dad. Parte de este inventario de investigación ha sido discutida con cierto deta­lle por Behrensmeyer y Hill (1980) y Gifford (1981), pero hasta el momento no existe un compendio de procedimientos unánimamente adoptado ni un com­pendio representativo de datos para la tafonomía. Existe, sin embargo, un am­plio consenso en torno a la afirmación fundamental de que el hueso preserva­do es un palimpsesto incompleto y parcial de los animales originalmente presentes en cualquier comunidad biótica.

Valoración ecológica de los conjuntos fósiles

La valoración de un conjunto preservado de huesos en términos de comunida-

188 Fundan1entos

des vivientes y de las preferencias medioambientales que pueden inferirse de ellos es compleja y difícil. Por lo tanto resultaría útil identificar los problemas clave y las orientaciones a dar a los estudios. Estos incluyen la parcialidad de la acumulación o concentración iniciales y de la preservación selectiva, las rela­ciones de los grandes y pequeños mamíferos y de las faunas no mamíferas con los micro y los macroambientes, la contribución de los estudios geoquímicos, los criterios de variación estacional, y las implicaciones estratigráficas de los conjuntos faunísticos y fósiles guías.

Parcialidad de la acun1ulación inicial. Los agentes hidráulicos, animales, hu­manos y gravitatorios que contribuyen a la concentración de los huesos en me­dioambientes microdeposicionales favorables actúan de forma selectiva sobre el tamaño de los animales y de los huesos y el tipo de auimales. Exceptuaudo el transporte fluvial a larga distaucia de cadáveres enteros, que suelen flotar debido a los gases producidos por la descomposición, los procesos geomórfi­cos seleccionan los huesos por tamaño según la energía del transporte. Esto resulta particularmente aparente en los amontonamientos de gravas fluviales, donde la masa de los huesos preservados se corresponde estrechamente con la clase modal de los cantos rodados (por ejemplo, dientes y grava fina, huesos más grandes en grava más gruesa). Los depósitos que bajo la acción de la gra­vedad se acumulan en la base de las fisuras de la superficie y en pozos de cueva tienden asimismo a conservar huesos y fragmentos de hueso de categorías muy bien delimitadas que suelen corresponder casi siempre al submáximo más den­so de la distribución de partículas de roca presentes. Estas relaciones han em­pezado a verificarse empíricamente en el caso del transporte hidráulico (Boaz Y Behrensmeyer, 1976; Hanson, 1980), pero no se han podido establecer reglas de validez generalizada. Según mi propia experiencia cualitativa en varios si­tios de Africa del Este y de Africa del Sur, los efectos tanto del agua como de la gravedad discriminan a los huesos grandes, sobre todo cráneos y pelvis enteros, salvo en condiciones especiales, como es el caso del transporte de ca­dáveres flotantes. Una preservación compleja de los huesos de casi todas las partes del cuerpo con diferentes tamaños parece estar asociada más con el se­pultamiento directo que con el transporte de este tipo de material o con la se­lección y reordenación hidráulicas parciales (Gifford y Behrensmeyer, 1977). La valoración de la dispersión de los huesos debería incluir, pues, una verificación del ''equivalente hidráulico'' de huesos con formas y masa específicas en cana­lones de laboratorio, así como estudios sistemáticos de orientación (véase Ca­pítulo 7).

La depredación animal es igualmente selectiva, porque los carnívoros y las alimañas capturan a los herbívoros que pueden cazar y transportar más eficaz­mente en términos de energía consumida por comparación a la energía poten­cial ingerida. Esto concierne· automáticamente a unos tipos concretos de ani­males e, indirectamente, a unas partes del cuerpo de tamaños restringidos. Diferentes tamaños de acumulaciones corresponderán por consiguiente a de-

La fauna y la obtención de anbnales 189

terminados carnívoros: roedores y pájaros; herbívoros de tamaño medio, etc. Los huesos de carnívoros también están bien representados en las acumulacio­nes de carnívoros, mientras que en los sitios homínidos son excepción.

Los patrones de depredación humana adolecen de la misma parcialidad de acuerdo con a) el factor de riesgo a la hora de atacar a animales feroces, b) la adecuación de las técnicas de caza disponibles para hacerse con cantidades razonablemente importantes de herbívoros carnosos asequibles, y c) el esfuer­zo requerido para transportar animales enteros o partes del cuerpo hasta el si­tio de habitación. De ahí que los huesos arqueológicos sean, como mínimo, un reflejo tanto de la tecnología, de los patrones de movilidad y de los modos de subsistencia como de la comunidad biótica (Frisan, 1978; Klein, 1979, n.d.2).

Parcialidad de la preservación. Antes de mineralizarse, el hueso es altamente sensible a la descomposición química y a la abrasión y trituración físicas. Un 20 a 25 por ciento del hueso fresco seco es orgánico, mayoritariamente en for­ma de colágeno proteínico. Cuando un hueso queda expuesto a la superficie, la deshidratación y la oxidación dilatan la estructura porosa interna del fosfato cálcico (hidroxiapatita) (Rottlender, 1976) y dejan al descubierto los sistemas de canales y las estructuras de crecimiento más débiles; los compuestos no­minerales se contraen. Este hueso subfósil es ligero y quebradizo y, si no se en­tierra enseguida, se desintegrará al cabo de uno o dos años de exposición (ln­gersoll et al., 1977: Capítulo 14). Si consigue escapar de las alimañas desde el principio, el hueso reciente sobrevivirá al transporte mucho mejor que el hueso subfósil pero salvo en condiciones especiales, los huesos muy pequeños o los muy frágiles no sobrevivirán al apisonamiento o al transporte por agua o gra­vedad. La principal excepción es el enterramiento in situ rápido por derrubios de cueva, limos aluviales, polvo eólico o ceniza volcánica, sin desplazamiento alguno. Pasada esta fase crítica, la supervivencia del hueso dependerá de la cir­culación y composición del agua del suelo. Las aguas ácidas, sobre todo en un subsuelo que no sea permanentemente anaeróbico, lixiviarán gradualmente los componentes minerales, mientras que los compuestos orgánicos se oxidan. Las aguas altamente alcalinas con concentraciones de sodio introducirán solutos que se dilatan y se contraen dentro de los intersticios interminerales a medida que absorben agua y luego se deshidratan, rompiendo así las estructuras óseas y provocando su desintegración. En condiciones de pH intermedio, y en pre­sencia de aguas mineralizantes, algunas sustancias empiezan a precipitar en las estructuras interminerales: carbonato cálcico, yeso, baritina, óxidos y sulfuros de hierro, sílice, aluminosilicatos, o compuestos fosfáticos secundarios (Parker y Toots, 1980). Los intersticios acaban colmatándose, la densidad aumenta con­siderablemente y el hueso se litifica. Cualquier episodio posterior de erosión y transporte encontrará por lo general un hueso fósil resistente, a menos que el hueso permanezca expuesto en la superficie durante períodos prolongados de tiempo.

Esta secuencia sepultamiento-litificación favorece, por supuesto, a los gran-

190 Fundamentos

des huesos Y fragmentos, y a los huesos más duros, como los dientes. Esta pre­servación preferencial de los huesos de los mamíferos mayores ha sido demos­trada cuantitativamente en la reserva natural de Amboseli en Africa del Este (Behrensmeyer y Boaz, 1980). Los experimentos de Amboseli han verificado además que los animales de los hábitats húmedos tienden a conservarse mejor, probabh,mente debido a unas condiciones de enterramiento más favorables, lo que sugiere que la proximidad de medioambientes microdeposicionales favora­bles también mediatizará la distribución de las faunas fósiles. La preservación en matrices arqueológicas y carnívoras es variable: las hienas suelen triturar los huesos más pequeños y las partes más blandas, mientras que las pelotillas de lechuza son ideales para la preservación de restos microfaunísticos. Los huma­nos tienden a partir los huesos largos para extraer el tuétano, y muchos huesos son destruidos in situ por apisonamiento, el fuego y los ácidos orgánicos resul­tantes ele la actividad humana. La fosilización posterior se debe principalmen­te a la calcificación en medioambientes de suelo calcáreo o a la calcificación producida por el calcio liberado de las cenizas de los hogares.

Microhábitats. Los animales tienen patrones de movilidad y tolerancias ecoló­gicas diversos. Las aves migratorias y casi todos los mamíferos gregarios son altamente móviles, y pueden cruzar o explotar distintos microhábitats; pueden mcluso ocupar distintos biomos según las estaciones del año, o debido a una adaptabilidad inhabitual. Por otro lado, una amplia gama de grandes herbívo­ros solitarios, roedores, insectos, caracoles, moluscos marinos, reptiles y anfi­bios, peces y foraminíferos están estrechamente vinculados a nichos ecológicos específicos. Sus preferencias bien definidas por ciertos alimentos, ciertas ma­trices topográficas y exposiciones suelen otorgarles un significado ecológico poco corriente. De ahí que la investigación realizada durante las últimas dos décadas se haya centrado cada vez más en estas pequeñas formas no migratorias y ma­yoritariamente no mamíferas (Brothwell y Higgs, 1970; Evans, 1972, 1978: Ca­pítulo 3; Anderson, 1981). Algunos de los estudios realizados se ocupan explí­citamente de yacimientos arqueológicos (Lubell et al., 1976), otros de la reconstrucción ecológica de hábitats más universales (Grindley, 1969; Thunnell, 1979; Preece, 1980).

Macroambientes. La mayoría de los herbívoros de tamaño medio o grande que predominan en la mayoría de los conjuntos fósiles eran migratorios abarcando diferentes hábitats y desplegando una gran plasticidad ecológica en respuesta a la variabilidad medioambiental de corto y largo plazos (véase Capítulo 2). En cierto sentido resulta desafortunado que la mayoría de las faunas preserva­das Y que han sido objeto de estudio sean de este tipo, porque ello dificulta su interpretación -un problema que deriva tanto de la parcialidad como de la presencia de espech,s y géneros extinguidos entre los conjuntos del Pleistoce­no. Pero, aún así, los estudios de la estructura de las comunidades bióticas mo­dernas (Klein, 1978, n.d.l; Andrews et al., 1979) y de las adaptaciones anató-

La fauna y la obtención de anilnales 191

micas (por ejemplo, dentales) (Kurtén, 1968) han mostrado que los obstáculos no son insuperables. De hecho, si se cuenta con unos conjuntos amplios y me­ticulosamente estudiados y con una experiencia neozoológica adecuada, será posible identificar faunas no sólo a partir de determinados biomos, sino tam­bién a partir de hábitats mixtos, ecotonos y mosaicos bióticos.

Por ejemplo, en la cueva de Nelson Bay en la costa sur de Africa del Sur, Klein (1980) ha podido demostrar que una fauna gregaria de pradera o de saba­na constituida por el wildebeest negro, el hartebeest bastardo, el spring bok el facócero y la cebra fue sustituida entre el 12.000 y 8000 B.P. por un agregado diferente de formas solitarias de gamos, cerdos salvajes y grysbok de bosque o matorral. El registro sedimentario confirma un paisaje de grandes espacios con una cobertura vegetal incompleta, sustituida al final por una vegetación más densa, y por la estabilización y el desarrollo del suelo (Butzer y Helgren, 1972). También en Border Cave, en la frontera Swaziland-Natal, se observa una relación inversa entre las frecuencias de cerdos salvajes, búfalos, antílopes tra­gelafinos (kudu-nyala) e impalas durante los períodos de clima templado o cá­lido y las frecuencias de facóceros, cebras, antílopes alcelafinos durante los pe­ríodos helados (Butzer, Beaumont y Vogel, 1978; Klein, 1980).

Datos geoquí,nicos. Los restos faunísticos suministran una gran variedad de fuentes potenciales de información medioambiental y ecológica. Por ejemplo, el aminoácido del colágeno de los huesos parece registrar las variaciones de tem­peratura y humedad, aunque las variables sigan sin entenderse del todo (Hare, 1980). Los registros de plantas C3 y C4 conservadas en los huesos fósiles de los herbívoros, determinados por el método de C 13/C12 (Vogel, 1978) (véase Capí­tulo JO), prometen arrojar luz sobre los cambios dietéticos que a su vez reflejan cambios de hábitat en las praderas de las bajas latitudes. Asimismo, los coefi­cientes de C13/C 12 en los huesos humanos están relacionados con las dietas ali­menticias, y en varios contextos del Nuevo Mundo parecen documentar el paso de la caza-recolección a la recolección de plantas silvestres y a una agricultura basada en cultígenos exóticos (Bumsted, 1981). Las concentraciones de estron­cio, un componente mineral relativamente estable del hueso, proporcionan tam­bién información sobre las dietas alimenticias humanas y animales (Parker y Toots, 1980). Las concentraciones de estroncio son mucho más altas en los mo­luscos que en los alimentos vegetales, y pueden indicar lentos e importantes cambios de dieta en algunos sitios arqueológicos (Schoeninger y Peebles, 1981). Las moléculas proteínicas del hueso humano pueden también conservarse du­rante milenios, lo que permite identificar grupos sanguineos y relaciones bioló­gicas en el registro funerario arqueológico (Lengyel, 1975). Los ensayos de ra­dioinmunología permiten, de hecho, identificar proteínas residuales en fósiles de millones de años, y prometen suministrar datos revolucionarios sobre las re­laciones genéticas entre homínidos y hominoides fósiles, y entre ellos y las for­mas vivientes (Lowenstein, 1980). Para la datación del hueso fósil, véase el ca­pítulo 9.

192 Fundamentos

Estacionalidad. Los ungulados tienen estaciones de nacimiento muy bien defi­nidas en medioambientes donde las estaciones frías o secas controlan la pro­ductividad vegetal. De ahí que la erupción de dientes concretos, la muda de la cornamenta, etc., puedan servir para determinar la edad de un animal en el momento de su muerte, así como el momento o la estación del año (Bahn, 1977; Klein, 1978, n.d.l; Spiess, 1979; Monks, 1981). Las aves migratorias, los mamíferos marinos, los moluscos, los peces que disponen de hábitats tróficos estacionalmente diferenciados, e incluso las formas estacionales de crecimiento de los insectos pueden servir para inferir la época del año (Churcher, 1972; Par­kington, 1972; Akazawa, 1980). La medición de la línea de crecimiento diario de la almeja Meretrix /usoria documenta no sólo pautas de variación estacio­nal, sino también los intervalos de tiempo que transcurren en la acumulación de los concheros japoneses (Koike, 1979). La estacionalidad de los moluscos también ha podido identificarse por el método de O'" /0 16 , aplicado al anillo final de crecimiento, porque los incrementos de la concha registran cambios estacionales de las temperaturas isotópicas de las aguas, y permiten incluso di­ferenciar entre hábitats marinos y hábitats de estuario (Shackleton, 1970, 1973; Killingley, 1981). A pesar de estos avances técnicos, los estudios de estacionali­dad de los huesos y conchas arqueológicos consumen todavía mucho tiempo, con muy pocos especialistas cualificados dispuestos a realizarlos. Requieren, asimismo, muestras muy grandes de unidades temporales bien delimitadas. De ahí la poca información sistemática disponible sobre la mayoría de áreas y pe­ríodos de tiempo.

Estratigrafía Jaunística. Los estudios faunísticos tradicionales han destacado principalmente la utilización de las faunas como indicadores estratigráficos o "fósiles guías". En el Pleistoceno, ciertas grandes formas, como los elefantes y los rinocerontes, evolucionaron rápidamente y pueden identificarse fácilmen­te a partir de dientes de referencia. Sin embargo, la ausencia de una forma con­creta no es concluyente, y no cabe esperar que la aparición o desaparición de un fósil guía concreto sea verdaderamente sincrónico en los distintos biomos que abarcan grandes territorios, como ocurre en Eurasia. Estos problemas pue­den soslayarse en parte con los análisis de conjuntos que permiten vincular aso­ciaciones características de los grandes mamíferos con zonas bioestratigráficas específicas (véase Capítulo 5) (Kurtén, 1968; Butzer, 1971a: capítulo I 7; Kahl­ke, 1975). En Europa varias faunas del Pleistoceno medio (estepa mixta-bosque) y las alternancias de faunas de los periodos glaciares (mezclas de asociaciones de tundra-estepa-bosque) e interglaciares (asociaciones de bosque templado) del Pleistoceno superior son particularmente informativas. Se ha documentado un cambio similar a finales del Pleistoceno en America del Norte, un aconteci­miento atribuido con frecuencia a la extinción a manos de los cazadores pre­históricos (Martín y Klein, 1982). Dataciones más exactas de las sustituciones faunísticas en el Pleistoceno-Holoceno de Europa, Africa del Sur y América del Norte indican que la sustitución tardó hasta cinco milenios en biomos com-

La fauna y la obtención de ani,nales 193

piejos. En conjunto, los índices de evolución animal varían considerablemente de una familia a otra, con muchos pequeños animales evolucionando rápida­mente, aunque algunos de los animales mayores, como los elefantes, también se difundieron rápidamente. Los roedores parecen tener un valor estratigráfico especial debido a sus tasas evolutivas y a su sensibilidad a los cambios de los microhábitats (Jánossy, 1975); sin embargo, por esta misma razón, las correla­ciones de gran alcance basadas en criterios microfaunísticos son dudosas.

En los contextos del Pleistoceno Inferior y Medio, las faunas tienen impor­tancia estratigráfica para la arqueología, sobre todo en regiones que no permi­ten otros métodos de datación. Para los períodos más recientes es mejor el pro­ceso inverso, es decir, fechar las sustituciones faunísticas con técnicas cronométricas para comprender sus implicaciones ecológicas.

Los cazadores y sus presas

Las importantes interrelaciones entre los grupos humanos y los animales se con­firmaron por primera vez en yacimientos de Africa oriental de hace 1,8 millo­nes de años, y se han venido documentando posteriormente gracias a los com­ponentes arqueozoológicos de innumerables yacimientos. En el lecho ( de 01-duvai hay indicios de utilización y caza, al menos en parte, de una ampha gama de animales grandes y pequeños, reptiles incluidos, en los márgenes de un lago con fluctuaciones estacionales de nivel (Leakey, 1971). Los yacimientos ache­lenses del Pleistoceno medio sugieren que unos cazadores bastante eficaces con­centraron sus actividades de caza alrededor de abrevaderos, tierras pantanosas, ríos y lagos, aunque la tendencia más marcada en favor de la caza mayor puede en parte reflejar procedimientos de preservación o excavación difere.nci~es; véas~, por ejemplo, la discusión de Clason y Prummel (1977) sobre las t~c?-'cas de_ cn­ba. A principios del Pleistoceno superior, los recursos ahment1c10s mannos -moluscos peces, mamíferos marinos y aves- se explotaban activamente (Os­born, 1977;,Bolman, 1978; Klein, 1979; Emslie, 1981). Pero las aptitudes cine­géticas de los grupos prehistóricos de hace 130.000 a 35 .000 años eran todavía limitadas. En Africa del Sur, los animales peligrosos y las aves voladoras rara­mente eran capturados y, exceptuando los bóvidos más dóciles, predominan los individuos muy jóvenes o muy viejos (Klein, 1979, 1982). Sólo a finales del Pleis­toceno y durante el Holoceno se constata la presencia de cazadores experimen­tados, que disponiendo de una amplia gama de técnicas y a~mas -arcos Y fle­chas, y una variedad de trampas y cepos- fueron los pnm~ro~ capaces de explotar toda la gama de recursos animales o, incluso, de especiahzars? en u~a selección óptima de los mismos (Noe-Nygaard, 1974; Frison, 1978; Dav1s Y W1l­son 1978· Klein, 1979, 1982; Binford, 1981).

Este br~ve esbozo apunta a una selección intencionada de los animales por especies y edades, y en relación con otros factores tales.co1:10 el tamaño,.la fe­rocidad, la movilidad, el hábitat preferido y la tecnolog1a d1spomble. Seran ne­cesarios muchos más ejemplos detallados de yacimientos concretos para poder

194 Fundamentos

empezar a trazar unos patrones y contestar a otras cuestiones fundamentales, como las estrategias de caza y pesca en función de la abundancia y predictibili­dad de los recursos y de las preferencias alimenticias (Parkington, 1972; Stark y Voorhies, 1978; Limp y Reidhead, 1979; Smith, 1979a).

Los animales suministraban además una amplia gama de materias primas: cueros Y pieles para el vestido, alfombras y materiales para la construcción de abrigos ligeros; pellejos, cuernos y órganos utilizados como recipientes; tendo­nes utilizados como fibras; huesos, astas, dientes y conchas para la confección de herramientas y ornamentos; grasa y estiércol para combustible (Cornwall, 1968: Capítulo 4) (véase Tabla 10-1). Pero, ante todo y sobre todo, los cazado­res prehistóricos dependían de los animales como fuente de alimentos.

Los huesos animales suminstran un índice muy útil de rendimientos calóri­cos, aunque la cantidad mínima de individuos de las distintas especies docu­mentadas en el nivel de un yacimiento no puede convertirse sin más en kilos de carne por pieza ni, por extensión, en calorías por cazador. Las prácticas de matanza, los factores del transporte y el tamaño del grupo influyeron de forma significativa en las proporciones de comida desperdiciada o estropeada (Lyman, 1980). Otro imponderable es la relación alimentos animales/alimentos vegeta­les, porque estas categorías se conservan y se cuantifican de distinta forma, y sus preservaciones relativas raramente son iguales en todos los yacimientos. Las reconstrucciones dietéticas, como las que realizaron Flannery (1968) y MacNeish (1967), representan modelos valiosos, aunque no más precisos que sus presu­puestos subyacentes. Quizá no sea posible determinar el tamaño del grupo sin hacer deducciones dudosas sobre consumos y rendimientos calóricos.

La disponibilidad estacional de diversos alimentos animales y vegetales pue­de determinarse en condiciones favorables de preservación y con modelos razo­nables de patrones de subsistencia. Pero los modelos disponibles no toman en consideración la variabilidad entre un año y otro de la biomasa animal y de la productividad de las plantas en respuesta a anomalías climáticas, enferme­da~es e interaciones ecológicas (Reher, 1977; Baker y Brothwell, 1980). Estas vanables podrían simularse matemáticamente, a partir de unos datos ecosisté­rr_iicos de los que ahora generalmente carecemos. Por consiguiente, las interac­c10nes estacionales y anuales básicas entre la biomasa, la productividad y la demogr~fía humana (nacimientos, muertes, tamaño del grupo) no son, hoy por hoy, mas que conjeturas acerca de los recolectores prehistóricos.

Las perspectivas de una configuración de patrones de asentamiento en rela­ción con la alimentación y la movilidad animal son más prometedoras, porque los estudios bio-arqueológicos, la información tecnológica y las analogías de comportamiento (MacNeish, 1972; Flannery, 1976) pueden producir datos cua­litativos interesantes.

Un último tema relacionado con la caza prehistórica es el efecto potencial de l_a depredación humana en la biomasa animal. El registro arqueológico del Ple1s:o.ceno indica que en el lapso de unos 2 millones de años, los primeros hom1n1dos se transformaron de carnívoros menores o incidentales en humanos

La fauna y la obtención de anilnales 195

modernos, asumiendo el rol de depredadores dominantes del mundo. Por lo tanto, no es sólo posible, sino muy probable, que la biomasa de los animales de caza preferidos quedase seriamente alterada en algunos hábitats y biomos, y que entre otros herbívoros y sus depredadores carnívoros tuvieran lugar im­portantes ajustes ecosistémicos. Algunas extinciones históricas, algunas cuasi­extinciones y extinciones locales pueden atribuirse directamente a los cazado­res (por ejemplo, el bisonte de America del Norte, el elefante del Norte de Afri­ca, y la cebra quagga y el antílope azul de Africa del Sur). Pero el registro ar­queozoológico, por enigmático que parezca, no confirma directamente ni la extinción ni la aniquilación parcial como resultado de la caza prehistórica (Mar­tin y Klein, 1982).

Una ola de extinciones de animales marcó el final del Pleistoceno en todos los continentes. Los cazadores más eficientes se dispersaron con el paso de los niveles de equilibrio medioambientales del Pleistoceno a los del Holoceno. Las extinciones no fueron simultáneas en cada uno de los biomos, y afectaron a varias clases distintas de animales, incluyendo una amplia gama de aves (Gray­son, 1977), lo que sugiere respuestas ecosistémicas complejas a más de un fac­tor causal. Ni la depredación prehistórica ni los cambios medioambientales han podido vincularse directamente con ninguna extinción (Thompson et al., 1980). Sin embargo, las transformaciones medioambientales

pueden crear una grave tensión sin llegar realmente a eliminar un hábitat con­creto. El deterioro iniciaría la competencia interespecífica entre animales con roles ecológicos similares, aunque no idénticos, provocando a la larga la po­sible eliminación de las especies menos adaptables de esta fauna. El restable­cimiento de las condiciones medioambientales originales en altitudes supe­riores o inferiores también llevarían a la fragmentación de los hábitats y a un proceso complicado de cambios y reajustes ecológicos tanto de las plan­tas como de los animales. La reocupación del hábitat restablecido estaria li­mitada a los miembros más fuertes de la fauna original. Así, los cambios medioambientales pueden crear tensiones de muchas clases que afectan a las distintas formas de manera distinta según las épocas (Butzer, 1971a: 508).

Combinados con las presiones de la caza selectiva, los cambios y fragmenta­ciones biómicos incluirán presiones competitivas, sobre todo en contra de los animales con largos períodos de gestación, tendientes a la reducción del tama­ño crítico de la manada, o contra animales afectados por el aislamiento de las poblaciones reproductoras en medioambientes crecientemente fragmentados (Klein, 1982).

Domesticación y cambio faunístico

La domesticación de animales gregarios en el Próximo Oriente durante los pri­meros milenios del Holoceno precisa de una perspectiva completamente nueva de las interrelaciones entre humanos y animales. Algunas especies potencial-

196 Funda,nentos

mente adaptables, como las ovejas, las cabras, el ganado vacuno o los cerdos fueron sometidas a la modificación directa o indirecta de la reproducción se­lectiva. Cambiados su tamaño, su morfología ósea y su variabilidad (Zeuner, 1963; Uerpmann, 1973; B6k6nyi, 1974; Hender, 1975: 39-50), estas nuevas espe­cies ("razas") gregarias cuidadas y estimadas por el hombre empezaron a des­plazar a otros animales nativos de sus hábitats, a menudo alterando esos mis­mos hábitats hasta el punto de impedir el desarrollo de otras especies. Estos y otros animales domesticados -animales de tiro y aves de corral- se exten­dieron por toda Eurasia y parte de Africa y finalmente hasta las Américas y Australia.

El ramoneo de las vacas y cabras en los bosques y el apacentamiento de ove­jas y ganado vacuno en campo abierto redujeron la capacidad productiva de unos bosques cada vez más deteriorados y de unos pastos sobreexplotados. Es­tos animales domesticados fueron un factor fundamental en la eliminación de la cobertura vegetal de protección y consiguiente aceleración de la erosión del suelo bajo la acción de las aguas superficiales (véase Capítulo 8). Con sus há­bitats asolados, sus nichos destruidos u ocupados, y bajo las crecientes presio­nes depredadoras de los agricultores y pastores, los herbívoros indígenas fue­ron diezmados y confinados a fragmentos marginales, lejanos y fragmentados de sus praderas originales. Bajo el impacto de estos cambios ecosistémicos fun­damentales los carnívoros quedaron privados de sus medios de subsistencia y, por primera vez en la historia humana, fueron cazados agresivamente por la amenaza que representaban para el ganado domesticado. La transformación de los hábitats también afectaría a las faunas no mamíferas y a los moluscos, favoreciendo formas cada vez más xeromórficas en las zonas de secano (Evans, 1975: Capítulo 6) y formas hidromórficas en los sistemas de agricultura por irrigación y de cultivo de tierras húmedas (Higham y Kijngam, 1979).

Al mismo tiempo, el registro arqueológico sufría una serie de nuevas y po­tentes transformaciones culturales (véase Tabla 11-1). Estas transformaciones, junto con las que acompañaron a la dispersión de las plantas de cultivo (véase Tabla 10-2), crearon una gama de nuevos productos, subproductos y contextos de asentamiento que reflejaban el nuevo modo económico y las distintas activi­dades que lo constituían.

Haciendo una valoración final, puede decirse que las diferentes corrientes de la investigación bio-arqueológica se centran principalmente en los datos a pequeña escala más estrechamente vinculados a las actividades humanas, de forma parecida a como hace la arqueosedimentología (véase Capítulos 6 y 7). Estas distintas subdisciplinas aportan, por tanto, resultados y observaciones esen­ciales para valorar los sistemas socioeconómicos prehistóricos. Los componen­tes analíticos básicos de la arqueobotánica y de la arqueozoología aparecen es­bozados en la tabla 11-2, que es equiparable a la tabla 3-1 relativa a los componentes para el estudio de la geo-arqueología.

Las metodologías de la bio-arqueología y de la geo-arqueología son, de he­cho, muy similares, porque ambas tienen que tratar diversos factores (registro

"

g o

198 Fundamento..,'i.:

Tabla 11-2. Componentes analíticos de la bio-arqueología'

Contexto paisajístico

l. Microambiente del yacimiento valorado en función del transporte, la acumulación, el sepulta­miento Y la mineralización (Figura 10-1) mediante estudios sedimentológicos, geoquimicos y ta­fonómicos apropiados, incluyendo diagramas tridemensionales de la posición de los huesos, su orientación e.inclinación; recogida de huesos, polen y muestras de flotación

2. Mesoambiente del yacimiento, basado en las plantas y animales específicos de hábitats restrin­gidos (acuático, litoral, copa de los árboles, arbustos, cuevas, etc.) en relación con el sistema topográfico (Capítulo 4)

3. Macroambiente del yacimiento: en particular, identificación del biomo o del mosaico biótico, en base a las distintas comunidades vegetales y animales representadas, complementada con la interpretación de fotografías aéreas e imágenes de satélite

Contexto estratigrdfico

l. Reconstrucción de los cambios de flora y fauna en el tiempo registrados en las unidades mi­croestratigráficas y determinados por los análisis de laboratorio: comparación con la informa­ción sedimentológica y el registro arqueológico de los cambios de actividades humanas

2. Valoración de la secuencia biótica local, en la medida en que ésta es representativa de los cam­bios del mosaico medioambiental

3. Comparación de la bioestratigrafia local y los conjuntos fósiles con los perfiles y conjuntos e.x­ternos de referencia para establecer una correlación bioestratigráfica y un control cronoestrati­gráfico

Fonnación del yaci111iento

l. Identificación del agente geológico, animal o humano de la acumulación; naturaleza de las des­viaciones de la acumulación inicial

2. Interpretación detallada de los procesos de acumulación y de los factores de desgaste en ténni­nos temporales y microespaciales

3. Valoración de cualquier linea de evidencia relevante en cuanto a la variación estacional de la ocupación Y la duración total de la utilización del yacimiento por animales y grupos humanos

4. Distinción de restos primarios vegetales y animales y sus productos secundarios (plantas carbo­nizadas o digeridas, coprolitos, huesos y conchas roídos, trabajados o triturados), y sus resi­duos terciarios (compuestos orgánicos, carbón, fosfatos, etc.)

5. Patrones de las actividades humanas de acuerdo con los registros basados en otros criterios ar­queológicos (patrones de estratificación, hogares, pozos, improntas de viga y estructuras; arte­factos Y otros materiales exóticos, sus patrones de dispersión; identificación de la áreas de acti­vidad: áreas de manipulación de alimentos, talleres, concheros, dormitiorios, etc.)

6. Valoración de las técnicas de recolección, caza, siembra, ganadería, a partir de análisis de con­juntos, de muestras internas y de la información tecnológica

7, Valoración de las técnicas de manipulación y utilización en base a los patrones de actividad, la tecnología y la modificación de los restos vegetales y animales (Tablas 10-2 y ll-1)

A1odijicación del yacin1ie11to

l. Valoración de las transformaciones culturales que modifican las distribuciones y concentracio­nes de restos bio-arqeológicos tras su abandono

2. Valoración de las transformaciones geoquímicas, geomorfológicas y biogénicas no culturales que modifican posteriormente el contexto arqueológico a través de la dispersión o de la modifi­cación y fosilización, la alteración o la destrucción selectiva

lvlodificació11 biótica externa

l. Cuantificación de las actividades de recolección y caza selectivas ajustadas a la preservación diferencial; estudio de las estructuras de los grupos de edad y sexo de varias especies animales

La fauna y la obtención de anilnales 199

Tubla 11-2. (cont).

2. Determinación de la posible sobreexp!otación, que suele quedar registrada en el empobrecimiento progresivo de las especies, en el tamaño corporal decreciente de las mismas, etc.

3. Valoración de la evidencia biótica local (polen, plantas, caracoles, roedores, etc.) de una vegeta­ción intacta o alterada

4 Identificación de los animales y plantas domesticados, de su variabilidad genética, de sus simi­. litudes con progenitores silvestres y salvajes concretos y, en el caso de los animales, de sus es-

tructuras de grupo de edad y sexo . 5. Determinación de la importancia de la cizañas y otros patrones vegetales anomalos para los

sitios agrícolas y pastores; información sobre los perfiles del suel.~ Y su fertilid~d Y productiv~­dad potenciales; porcentaje y clases de animales salvajes en relacion con los animales domestt-cados y sus cambios temporales . . .

6. Evaluación de la cobertura vegetal local y regional y de los factores ludrológ1cos registrados en los perfiles de suelo y en los sedimentos tras una acele.ración de .la erosión _(Capítulo 8) .

7 Evaluación de los efectos directos e indirectos acumulativos de la interferencia humana, la ex­. plotación biótica y el uso generalizado de la tierra a la luz de lo~ _datos ~eo-arqueol~gi~os Y

socioeconómicos; valoración de la productividad o de la degradac1on continuas del paisaJe en relación con las plantas y animales silvestres y salvajes o domesticados utilizados como alimen­to, combustible o con otras finalidades

"Ver también Tablas 3-1 y J-2.

incompleto, parcialidad de las muestras, causalidad múltiple, respuestas sisté­micas ambiguas) y basarse en un enfoque comparativo muy dependiente de la experiencia moderna. Los resultados y las conclusiones no son ni más ni me­nos garantizados que los de otras ciencias observacionales, pero representan una gran mejora con respecto a la interpretación tecnológica y económica de tipo deductivo del registro artefactual. En combinación con otras investigacio­nes empíricas, como el análisis de las trazas de desgaste lítico (Hayden, 1979; Keeley, 1980) y la arqueología experimental (lngersoll et al., 1977; Gould, 1978; 1980; Coles, 1979; Kramer, 1979; Watson, 1979; Carlton, 1981), la bio­arqueología y la geo-arqueología prometen revolucionar la obtención de datos y el potencial interpretativo de la arqueología de los años ochenta.

PARTE III

Síntesis

CAPITULO 12

La integración espacial I: modelos cuantitativos para el análisis de patrones

Componentes, subsistemas y ecosistemas humanos

El objetivo fundamental de'un enfoque contextual es el estudio del registro ar­queológico en tanto que parte de un ecosistema humano en el que las comurú­dades del pasado se interrelacionaban espacial, económica y socialmente con la trama medioambiental donde estaban integrados adaptativamente (véase Ca­pítulo !). Los inputs metodológicos de las ciencias biológicas, físicas, químicas y de la tierra (geo-ciencias) analizadas en los capítulos 3 al 11 han servido para identificar los principales componentes medioambientales. Como ya vimos en detalle, estos componentes representan variables dinámicas características de diversos subsistemas fundamentales de interacción dinámica entre los pueblos prehistóricos y sus medioambientes biofísicos: los lugares de asentamiento como subsistemas sedimentarios especiales, el uso del suelo como intervención sobre el paisaje, la utilización de plantas y animales como intervención biótica o in­cluso como transformación ecosistémica.

Una vez identificados los subsistemas interactivos, lo mejor es integrarlos al­rededor de los sistemas de subsistencia-asentamiento espaciales y temporales. Este complejo dispositivo temático marca la interc.onexión entre la arqueología contextual y la arqueología social. Tombién determina las contribuciones fun­damentales de la investigación arqueológica a la comprensión de los ecosiste­mas humanos modernos y a la cultura humana. Se trata de una tarea de gran envergadura, y no es previsible que podamos realizarla con éxito en un futuro inmediato. Pero sigue siendo un objetivo esencial, e incumbe a los arqueólogos definir y utilizar trayectorias de investigación capaces de crear un modelo com­prehensivo de los ecosistemas humanos que incluya parámetros realistas de la variabilidad espacial y que, en última instancia, trascienda el tiempo.

El enfoque contextual que aquí se articula propone una serie secuencial de exploraciones: la utilización de modelos mecárúcos o semicuantitativos para ana­lizar los patrones espaciales (Capítulo 12), el valor de los modelos socioecoló­gicos para delucidar la dinámica de los sistemas locales y regionales (Capítulo 13), la reconstrucción empírica de los sistemas de asentamiento (Capítulo 14) y, por último, la naturaleza y la conservación de los sistemas adaptativos (Ca­pítulo 15). Al revés que la sección empírica anterior (Capítulos 3-11), donde se destacaban los componentes ecológicos, sus metodologías y subsistemas in-

203

204 Síntesis

teractivos asociados, esta última parte (Capítulos 12-16) presenta puntos de vista teóricos, ejemplos expuestos a interpretaciones alternativas, y modelos que aún no pueden verificarse adecuadamente. Esta es la parte más estimulante y a la vez 1;'ás frustrante de todas las áreas de investigación. No pretendo que los puntos de vista Y los temas seleccionados, defendidos y contestados sean representati­vos de la totalidad de ideas y esfuerzos aportados por mis colegas durante la última década. Pero son coherentes con los objetivos contextuales definidos, Y se o frecen a modo de contribuciones constructivas a un debate y a una bús­queda que no ha hecho más que empezar.

La arqueología espacial

Con el fin de analizar el patrón espacial de las actividades humanas del pasa­do, la arqueología ha incorporado algunas técnicas analíticas de la geografía Y las ha adaptado con cierto éxito. Otros enfoques arqueológicos proceden di­rectamente de la teoría ecológica. El resultado es un corpus importante de lite­r~tura, ge.nerado durante los años setenta, que merece denominarse arqueolo­gia espacial. Los elementos de esta subdisciplina incluyen materias primas, artefactos, rasgos, estructuras, sitios de actividad de todo tipo, rutas, zonas de rec~rsos Y los grupos humanos que los establecieron (Clarke, 1977). La arqueo­logia espacial se ocupa de un conjunto de elementos y relaciones que represen­tan "actividades humanas a todas las escalas, las huellas y artefactos que aque­llas han dejado, la infraestructura física que las acogió, los medioambientes con los que interfirieron y la interacción entre todos estos aspectos" (Clarke, 1977:9). Destacan tres escalas de estudio: a) la microescala, dentro de las estructuras (a?rigos, habitaciones, casas, sepulturas, silos y lugares de culto), b) la semi­nucroescala, dentro de los sitios (asentamientos domésticos centros ceremo­niales, cementerios y campamentos estacionales), y e) la ma~roescala entre si­tios (distribuciones arqueológicas a gran escala en el seno de sistemas de sitios integrados o dispersas en el paisaje) (Clarke, 1977:11-15).

Los estudios intraestructurales e intrasitios son fundamentales para compren­der los patrones de la actividad humana, según se refíejan en la formación de un yacimiento (véase Capítulo 6), en las asociaciones artefactuales (Isaac, 1971; 'Yhallo_n, 1973, 1974; Bordes, 1975; Clark, 1979; Sivertsen, 1980) y en las con­f1gurac1~nes estructurales (Fletcher, 1977; Raper, 1977). Sin embargo, lo que

- hoy no~ interesa son las interacciones sistémicas a gran escala presentes en los compleJos Y en las redes de asentamientos y sus zonas de recursos correspon­dientes.

_El análisis espacial nos ofrece las herramientas y las perspectivas con que exa­minar las distribuciones de los asentamientos prehistóricos. Pero antes de exa-1'.'inarlas en detalle, es importante tener una idea clara de la naturaleza y obje­l!vo~ del análisis espacial en geografía. Cada uno de los distintos enfoques sum1n1stra modelos deductivos de organización económica, tal como se confi­guran en respuesta a las presiones y limitaciones del lugar. Las variables esen-

T Modelos cuantitativos para·et análisis de patrones 205

ciales son el espacio, las funciones económicas y las estructuras políticas y ad­ministrativas. Los temas fundamentales son a) los patrones de ubicación y de flujo de los grupos humanos, de los bienes y servicios, y de la información y b) la organización vertical de las correspondientes estructuras y agregados de­mográficos. Pero, tal como señalaba Lukermann (1972), este tipo de enfoque parte de dos premisas improbables: a) un medioambiente indiferenciado, sin variaciones en el relieve, los suelos y la productividad y b) una premisa ahistó­rica, ''la génesis inmediata de una economía de escala carente de antecedentes e interrupciones" (Lukermann, 1972: 156). Estos supuestos, que plantean se­rios problemas a la hora de analizar el mercado moderno y las economías in­dustriales, sólo pueden exacerbar los problemas de interpretación arqueológica de los asentamientos y de las redes de intercambio.

El espacio no es una abstracción topológica homogénea. Independientemente de si la perspectiva es económica, social, religiosa, cognitiva o medioambien­tal, no todos los puntos del espacio tienen el mismo valor (Butzer, 1978e). El espacio medioambiental es particularmente complejo y heterogéneo. Los fac­tores de clima, topografía, suelos, hidrología, vegetación y comunidades ani­males no se superponen simplemente uno encima de otro. Sus interrelaciones se definen dentro de los ecosistemas y en respuesta a distintos conjuntos de va­riables. Cada elemento tiene una relevancia particular específica para los orga­nismos y ecosistemas a pequeña, media, y gran escala. Los patrones en mosai­co son más la regla que la excepción a cualquier escala, excepto a las mayores, y el tamaño, la frecuencia y la variabilidad interna de las piezas del mosaico difieren de un medioambiente a otro.

La disposición en mosaico del contexto paisajístico (véase Capítulo 4) desta­ca la importancia de los conceptos ecológicos de parcheado y de malla. Wiens (1976) definió un cuadro como un área delimitada de sus alrededores por dis­continuidades medioamientales; el término malla se refiere a la respuesta bióti­ca al mosaico medioambiental. El parcheado es una función del número de ti­pos de cuadros y de las dimensiones y distinciones relativas que existen entre ellos. La malla, que puede ser fina o gruesa, depende de la movilidad de un organismo y de la escala de su hábitat significativo. Por consiguiente, el núme­ro de unidades de recursos en términos de organismos específicos es menor en um mosaico medioambiental con cuadros de tamaños muy diferentes que en un mosaico con cuadros de tamaño aproximadamente iguales (Wiens, 1976). La importancia del cuadro y de la malla para los patrones de movilidad asocia­dos con la caza y la recolección ha sido subrayada por Winterhalder (1981). La importancia de la variabilidad edáfica y topográfica para los mosaicos agrí­colas y las líneas de comunicación es evidente.

Las distribuciones espaciales no quedan adecuadamente descritas en las re­laciones procesuales sincrónicas. Esto es igual de válido para los patrones hu­manos como para las distribuciones biofísicas relacionadas con ellos. Las con­figuraciones físicas y bióticas varían según las distintas escalas y amplitudes temporales, mientras que los componentes ecosistémicos individuales respon-

206 Síntesis

den a diferentes grados y con distintas periodicidades. Por ejemplo, la produc­tividad de las plantas varía de una semana a otra durante el ciclo estacional, que a su vez varía de un año a otro en términos de regulación y variación tem­poral exactas. Los movimientos de las poblaciones animales pueden ser todavía más rápidos, y muchas veces igual de erráticos, mientras que las propiedades del suelo varían más lentamente en respuesta a los cambios de humedad y del drenaje del suelo. Los cambios fundamentales, como pueden ser los cambios de equilibrio provocados por la interferencia humana o la variación climática, pueden tardar años, siglos o milenios (véase Toblas 2-2 y 3-2). Los desfases de tiempo entre los inputs medioambientales y la respuesta son comparables a otros desfases complejos en la adaptación socioeconómica (Winterhalder, 1980). Por último, las adaptaciones raramente son momentáneas, sino que tienden a ser acumulativas, y reflejan medioambientes locales donde un grupo humano ha hecho su aprendizaje igual que lo hicieron sus predecesores (Wagner, 1974).

Los geógrafos han ideado métodos de transformación, tales como la técnica de atenuación espacial de Tobler (1975) y el algoritmo de Rushton (1972), que pueden reducir las distorsiones producidas por las variaciones medioambienta­les y los efectos de desfase de los patrones espaciales. Varios antropólogos eco­nómicos (Smith, 1976a, 1976b) han adoptado transformaciones parecidas. Es­tas transformaciones no están pensadas para servir como teroía explicativa (positiva), sino como dispositivos normativos que aislan e identifican las des­viaciones respecto a un modelo de ordenación ideal para plantear problemas de interés analítico y expositivo específico (Chisholm, 1975). Los arqueólogos no tienen un interés especial en configurar un intercambio idealizado de bienes y servicios en condiciones de demanda uniforme por todo un paisaje económi­co sin fronteras. En cambio se preocupan mucho por las desviaciones espacia­les potenciales que reflejan un medioambiente no uniforme, o por la toma de decisiones sobre criterios sociales, religiosos y cognitivos, o por las considera­ciones económicas y estratégicas (véase Capítulo 13). Esta distinción de un en­foque normativo en contraste con un enfoque positivo debe tenerse en cuenta durante la discusión que sigue acerca de la teoría y las técnicas espaciales.

Los modelos de gravedad

La premisa que subyace tras los modelos simples de gravedad es que la intensi­dad de la interacción entre dos asentamientos es directamente proporcional al número de personas que viven en ellos e inversamente proporcional a la distan­cia que existe entre ambos (Hodder y Orton, 1976: 187-195; Hodder, 1978; Crum­ley, 1979; Morrill y Dormitzer, 1979). La ecuación de gravedad viene dada por

I = P1P2

R

donde I es un medida de interacción, P1 y P, son las poblaciones de los asen­tamientos, y R la distancia entre ellos.

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones 207

Jochim (1976: 56-62) ha desarrollado un modelo de gravedad útil para anali­zar las interacciones entre una población humana y varios de los recursos pre­feridos. Dado que esta interacción es proporcional a la importancia dietética de un recurso determinado, luego

I = kp

donde k es una constante y pes la proporción dietética de un recurso. La densi­dad de esos recursos se expresa por

M = wna

donde M es la masa de un grupo de recursos, w es el peso de un individuo, n el número de individuos, y a el área. El modelo de gravedad puede reformu­larse para incluir la distancia entre un grupo y un recurso dietético:

k Pwna

p= R'

donde P es la población del grupo y R la distancia entre el grupo y el recurso. La distancia puede determinarse reordenando la ecuación:

R 2 = Pivna

kp

La constante k y la población P pueden ignorarse si queremos considerar la distancia relativa con el fin de obtener una relación manejable:

R 2 = lvna

p

Este modelo de gravedad de los recursos puede servir para expresar las dis­tancias relativas de los recursos-muestra (Tobla 12-1). Si el resto de las condi­ciones no varía, los sitios se ubicarán más cerca de los recursos menos móviles, menos densos y menos agrupados (Jochim, 1976: 60). Este modelo ha sido apli­cado como dispositivo normativo para calcular la distribución de los recursos estacionales de los cazadores-recolectores del Mesolítico de la cuenca del alto Danubio.

Tobler y Wineburg (1971) aplicaron un modelo de gravedad a un corpus de una excepcional calidad de datos escritos y arqueológicos para una sociedad agrícola urbanizada para obtener el mapa de "ubicación-predecible" de los cen­tros comerciales del Bronce reciente de Anatolia. Sin embargo, la red obtenida ignora el hecho de que muchos nódulos cercanos están separados por impor­tantes barreras topográficas. Los enlaces relacionados con la gravedad pueden también quedar distorsionados por la presencia de grandes centros urbanos con suficiente fuerza de coerción para atraer flujos de recursos lejanos.

El problema especial de la ordenación lineal de los asentamientos a lo largo

lvlodelos cuantitativos para el análisis de patrones 209 " 8

de un valle fluvial o de la costa ha sido abordado mediante modelos de grave-o -~ dad (Steponaitis, 1978) y mediante la técnica lineal del "vecino-más-próximo", 1l .e que describe aglutinamientos o espaciamientos sistemáticos (Dacey, 1960; Wash-

~ bum, 1974; Stark y Young, 1981). Reynolds (1976) también ha verificado asen-'O o o o o o

8 o ~ oo_ ~~ tamientos fluviales mediante una cadena Markov de doble dependencia. o ,-: sS

El modelo de von Thünen

~ El modelo 1826 de van Thünen (1966) postula que un centro aislado de pobla-.§ u

u ción ubicado en un medioambiente uniforme creará una serie de círculos con-o.

1;i u

céntricos de utilización de la tierra. El primer círculo a partir del centro está >:'; -o ~

dominado por una horticultura intensiva de mercado y por una ganadería le-~

·¡¡ u

"' ~ ,') chera; el segundo círculo incluye bosques para combustible, carbón vegetal y o. e:; µ'l

_,. M .,, " ó ó ó ó

maderamen; los siguientes tres círculos incluyen diversas combinaciones de cul-.g o ~

" o ti vos cerealísticos, pastos y barbechos; el último círculo está dedicado a la cría ;, u ;, ~

extensiva de ganado. De hecho, las actividades económicas estarán gobernadas ¡;¡, u -o

por la ley de disminución de ingresos con la distancia, sobre todo con los mo-~ o " o.

dos tradicionales de transporte de principios del siglo XIX (Hodder y Orton, ¡::: o

~ o u

1976: 229-36; Smith, 1976a: 7-10; Haggett et al., 1977: 214-15). E d

Los elementos básicos del modelo de van Thünen son similares al "análisis e ~ E: u

del área de captación de recursos de un sitio" de Vita-Finzi y Higgs (1970). Es--¡¡ u 'O

tos autores afirman que las actividades de subsistencia suelen estar limitadas ,,¡ " u ·¡¡ por la distancia que puede cubrirse caminando en dos horas a partir de un si-~ u

~ o 00 o. _,. ~- :¡¡ _,. tia; lo que equivale a un círculo de 10 km de diámetro, que sirve para definir "' µ'l ó o ó ó

E: el área de captación de un sitio de cazadores-recolectores prehistóricos, con va--i;J rios círculos de diámetro menor correspondientes a los sitios agropecuarios. Los § círculos de utilización del suelo pueden ajustarse a las irregularidades de la to-J, j pografia y a las diferencias de productividad. Existen aspectos poco satisfacto-e !:! u ríos a la hora de poner en práctica la técnica de Vita-Finzi (1978) y Higgs(l972, a "' u

1975): a) la aplicación de categorías modernas de utilización de la tierra (es de-1:: > "

-8 u

cir, tierras irrigadas, cultivos irrigados, tierra arable/cultivable, pastos pobres, ·¡¡ u _,.

~ "' _,.

o buenos pastos potencialmente cultivables) a la definición de las áreas de cap-o. µ'l o º- o o

~ ó o ó ó !ación de los cazadores-recolectores; b) la suposición de que las distribuciones

<i bióticas del Pleistoceno eran similares o idénticas a las actuales; c) la suposi--2: - ción de que la tecnología es una variable independiente que determinará la gama -'.:! 1:: " de recursos a explotar y afectará, por tanto, a la ubicación y forma del área u

~ B' -~ ~ u de captación, si bien la tecnología es hasta cierto punto una respuesta a la na-u 'O u o. d o

" u ,. ~ ,. o ;¡;

turaleza y distribución de los recursos. Para otras críticas, véase el trabajo de ::: d o. - u -a d É ~ ] " rJ 'O .¡;¡ •d u u o ~ E § Hodder y Orton (1976: 230-36) y Roper (1979). A pesar de todo, los ejemplos 'O ~ ;q .:'.J -¡; "' o "' 8 u

8 ~ "' ~- más precisos de análisis de áreas de captación, sobre todo los de Dennell y We-Q 'O > e "' - u d~ :a ~ d -a u .el 't:l 1 bley (1975), Flannery (1976: capítulo 4) y Barker (1981) sobre comunidades agrí-- u " ·¡¡ -o u o ·o e:

'" ·.::: ~ o o ·o o ·o

colas, son científicamente rigurosos y dan una idea de la variabilidad de los ·t: ~ u o ;:l ·t;; B ·o ~ - ª 'º .S E ·a o o o d o

recursos a escala intermedia. En el capítulo 8 se indica cómo confeccionar ma-" o. a.~ o. a;, ~ :o e~ o ¿ o 8 o·-'é,' 8 ·;;, o. ·;;, E ~ pas comparables de productivídad, biomasa y rendimiento agrícola potenciales. ¡"1 d u ~ u 'O "' o. "' "' ~

210 Síntesis

El mismo van Thünen (1966: 268) reconoció las debilidades fundamentales del modelo de los círculos, dado que presupone el aislamiento económico, una sola forma de transporte, un comportamiento económico racional y un me­dioambiente uniforme. Por lo tanto sugiere modelos alternativos que tomen en cuenta los múltiples centros y los múltiples medios de transporte, y también suelos de productividad variable (von Thünen, 1966: 216; Haggett et al., 1977: Figuras 6.12 y 6.13). Foley (1977) ideó un modelo parecido particularmente so­fisticado para el Africa oriental, de gran interés para el comportamiento de la recolección en un hábitat diferenciado consistente en clasificar cuantitativamente la productividad de las plantas y la biomasa animal en los bosques de las zonas de montaña, de los bosques de las llanuras, de los matorrales, de las galerías forestales ribereñas, de la sabana aluvial, en los márgenes lacustres y en las pra­deras. Foley reconoció explícitamente que el gasto de energía humana no de­pende solamente de la distancia, sino también de la tecnología, de los recursos, del hábitat y de la topografía. Hammond (1972) ha propuesto un modelo de círculos distinto, aplicable a centros urbanos, que distingue entre espacios cere­moniales, residenciales y de recursos en el seno de un medioambiente variado.

La teoría del lugar central

La teoría del lugar central (TLC) es una teoría normativa a macroescala pensa­da para cuantificar la organización horizontal y vertical de los sistemas de asen­tamiento. Al formular los principios de la TLC en 1933, Christaller (1969) se centró principalmente en la jerarquía de los asentamientos y en sus respectivos ámbitos económicos (Smith, 1976a: 10-32). En estas jerarquías es fundamental la variedad de bienes, de recursos y de servicios disponibles en un asentamien­to concreto. Estos determinan una escala jerárquica que debe quedar reflejada especialmente en las distancias entre sitios de distinto rango y en sus patrones nidales. Se pueden reconocer tres principios-guía (mercado, tráfico y adminis­tración) que, al parecer, están reflejados en el número (k) de asentamientos de orden inmediatamente inferior que utiliza los servicios de cada lugar central (Christaller, 1966) (Figura 12-1). Estas diferencias no afectarán de forma signi­ficativa a la forma de los territorios poligonales, pero determinarán el patrón evolutivo de la nidación jerárquica. Allí donde domina el principio de merca­do, el suministro de bienes procedentes de los lugares centrales debería estar lo más cerca posible de los lugares dependientes mejor situados para acceder a tres lugares centrales (k = 3, un número obtenido contando un tercio de los seis asentamientos fronterizos más el lugar central). Cuando domina el princi­pio del tráfico, los costos del transporte y la distancia determinan la ubicación de los principales asentamientos en caminos de intersección radial; los centros dependientes están a mitad de camino entre dos lugares centrales (k = 4, la mitad de seis asentamientos fronterizos más el lugar central). Por último, allí donde domina el principio administrativo, los asentamientos están dentro del territorio hexagonal y no en su perímetro (k = 7, el lugar central más seis asen-

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones

Principio de marl(eting (k = 3)

Lugares dependientes compartidos por varios lugares centrales en la intersección de los exágonos

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Pincipio de tráfico (1~ "" 4)

Lugares dependientes compartidos por varios lugares centrales y ubicados en el ca· mino directo entre dos lugares centrales

Pincipio administrativo (k = 7)

Lugares dependientes dentro de territorios exagonales

211

Figura 12-1. Jerarquías a tres niveles de !as redes de los lugares centrales de Christaller con k =

3, k = 4, y k = 7. Modificado de Haggett et al. (1977: Figura 57).

tamientos de rango inmediatamente inferior situados todos ellos dentro del he­xágono).

Desde el momento en que las jerarquías funcionales de los asentamientos y de los centros especializados son ingredientes fundamentales, la TLC es rele­vante sólo en el caso de comunidades agrícolas sedentarias con un cierto nivel de urbanismo. Hodder (1972), Marcus (1973), Johnson (1975, 1977), Flannery (1976: Capítulo 6) y Hodder y Orton (1976: 60-69) analizan la aplicación de esta teoría a los problemas arqueológicos haciendo resaltar varios problemas prácticos: a) una exploración arqueológica incompleta o una preservación in­completa; b) controles inadecuados para determinar si los sitios son o no es­trictamente contemporáneos, e insuficiente información sobre el crecimiento del sitio y posible cambio de rango; c) datos poco fiables o incompletos acerca del tamaño o de la población del sitio y de las actividades económicas. A me-

212 Síntesis

nos que exista una riqueza poco habitual de documentos escritos, la jerarquía de los asentamientos y la diferenciación jerárquica en su conjunto están sujetas a errores, aumentando la probabilidad de que se construyan patrones hexago­nales incorrectos.

Incluso cuando los problemas relativos al ranking de un registro arqueológi­co extraordinariamente bueno pudieran resolverse, la selección de la jerarquía k es fundamental. En teoría no parece probable que el principio de mercado racionalizado sea aplicable a la distribución de los asentamientos prehistóri­cos; aun así Marcus (1973) y Smith (1979b) adoptaron una jerarquía de k=3 para los mayas de Yucatán y los aztecas del Valle de Méjico. Dada la importan­cia capital de los factores religiosos, simbólicos y políticos de la organización territorial azteca (Licate, 1980), una jerarquía de k=7 resulta más adecuada (Evans, 1980). De hecho, Earle (1976) consiguió resultados más satisfactorios para el Valle de Méjico utilizando un análisis del "vecino-más-próximo". Flan­nery (1976: 170-71) admitió que para el caso maya sería preferible una jerarquía modificada, con una secuencia más continua de centros, sin niveles distintivos. En cualquier caso, una jerarquía de k incorrecta tendrá serias repercusiones para la interpretación funcional y la delimitación del espacio de obtención de recur­sos. Además, las secuencias del número de centros y dependencias difieren con­siderablemente: 1-2-6-18-54-162 cuando k=3, 1-3-12-48-172 cuando k=4, y l-6-42-294-2058 cuando k=7, con los efectos correspondientes sobre la inter­polación funcional de sitios oscuros y sobre el valor predictivo para los sitios por descubrir utilizando hexágonos de TLC.

Incluso cuando se hayan cumplido todos los requisitos de la TLC, la contri­bución a la arqueología espacial puede adolecer de las simplificaciones inhe­rentes a la teoría misma: un plano liso, sin rasgos, y una estructura jerárquica escalonada con valores fijos de k. L6sch (1967) propuso una alternativa a la TLC de Christaller (Haggett et al., 1977: 148-53; Bell, 1980), integrándola en la realidad geográfica partiendo de la idea de que los niveles de rango son fluí­dos Y no graduados rígidamente, que las jerarquías de k no son fijas, sino va­riables, y que los asentamientos de tamaño similar no tienen porqué tener fun­ciones idénticas. Así, el modelo espacial de L6sch puede ajustarse a las irregularidades de la distribución de los asentamientos y de los recursos, por­que pone el acento no en las jerarquías, sino en la competencia del mercado. En consecuencia puede utilizarse para identificar distintos patrones dinámicos siempre que exista una base completa de datos. Como quiera que la informa­ción disponible es por definición incompleta, puede afirmarse que las geome­trías espaciales tienen poco más que un valor heurístico cuando se trata de in­terpretar las redes de asentamientos arqueológicos. El éxito en la interpretación de las funciones de un sitio o en la localización de centros "desaparecidos" será probablemente fortuito. A pesar de todo, la TLC proporciona más que una teoría de relleno capaz de ordenar poblaciones y recursos en un paisaje, porque supone que el comportamiento territorialmente competitivo entre centros se­mejantes es tan importante como la geometría jerárquica. Existen, pues, posi-

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones 213

bilidades para desplazar el énfasis de la teoría básica de las jerárquías a los es­pacios de los recursos mediante una transformación adecuada.

Otra técnica muy relacionada con la anterior consiste en trazar líneas per­pendiculares en los puntos equidistantes a los centros verificados para obtener los llamados polígonos de Thiessen (Hodder y Orton, 1976: 59-60, 78-80, 187; Bell, 1980). Suponiendo que los centros sean realmente contemporáneos, estos polígonos otorgan igual peso a los centros de diferente tamaño, y por consi­guiente, subrepresentan las áreas de servicios y las zonas de recursos de las ciu­dades mayores, a menos que se predetermine la jerarquía de los asentamientos. La utilización de las distribuciones por rango-tamaño (el rango y población del centro) podría potenciar este método (Adams y Janes, 1981).

Wobst (1976) ha estudiado asentamientos de cazadores-recolectores a partir del apareamiento de sistemas unidos por territorios hexagonales carentes de es­tructura vertical. Sean cuales fueren los méritos intrínsecos de un modelo que destaca el contexto social por encima del contexto medioambiental en áreas de captación de recursos de recolección, Wobst afirma que los medioambientes lineales crean una fuerte dicotomía locacional entre los grupos ubicados en el centro y los grupos ubicados en la periferia, con la probabilidad de que esta ordenación pueda representar "una sobrecarga para los mecanismos sociales propios de las bandas igualitarias" (Wobst, 1976: 56). Al sugerir que las pobla­ciones ordenadas linealmente no pueden seguir siendo igualitarias por mucho tiempo, Wobst confunde jerarquía de asentamiento con desigualdad social. Por ello resulta poco plausible su afirmación de que las ubicaciones supuestamente marginales, tales como las islas costeras, las penínsulas, los oasis, los valles de montaña y los límites superiores de las cuencas fluviales, "discriminan contra" sus ocupantes en cuanto a redes de apareamiento, lo que provoca a la larga una subexplotación de estas áreas productivas (Wobst, 1976: 57). Las concentracio­nes de concheros a lo largo de cualquier sector litoral del norte de España con fácil acceso topográfico a la playa (Clark, 1971) contradicen esta teoría.

Antes de concluir esta discusión acerca de la TLC y métodos asociados, de­bemos detenernos en el modelo de ubicación-asignación de Bell y Church (1980) para valorar las configuraciones de los asentamientos arqueológicos que no tra­tan de transformar el espacio físico ni conseguir una regularidad geométrica (Bell, 1980). El método otorga un peso relativo a los criterios estratégicos, a la limitación de recursos, a los principios de eficacia económica, al control po­lítico, y a la interconexión del transporte; como ejemplo, véase el modelo de heterarquía regional de Crumley (1979). Aquí se parte de la premisa de que un patrón de asentamiento arqueológico no es caótico, sino el resultado de fuer­zas políticas, económicas y ecológicas que se abren paso en el paisaje. Los sis­temas de lugar central resultantes son nídales, pero no requieren un relleno he­xagonal, aunque abarquen todos los asentamientos distribuídos irregularmente. La eliminación del requisito del relleno desemboca en unos sistemas k que ne­cesitan menos centros de servicios, pero donde los consumidores también tie­nen flexibilidad para elegir su lugar central. Este enfoque de objetivo múltiple,

214 Síntesis

al centrarse en las características de la solución más que en la geometría dedu­cida, promete suministrar una TLC más flexible y más general. Esta técnica ha sido aplicada con éxito por Kaufman (1981) en los asentamientos lineales ramésidas del Valle del Nilo.

Modelos de concentración de recursos

La TLC Y sus derivados sirven para describir o analizar las relaciones espacia­le~ entre asentamientos de diferente tamaño e, implícitamente, entre los asenta­rruentos Y la ubicación de los recursos. Estos factores convienen sobre todo para los asentamientos permanentes que presentan diferencias de tamaño y función. Deben utilizarse modelos y técnicas diferentes para analizar las estrategias de ubicación, los patrones de movilidad, y los factores que afectan a la toma de decisiones de los cazadores-recolectores y pastores con patrones más flexibles de residencia, para los que el acceso a los recursos es mucho más importante que la distancia de los mercados. El modelo de gravedad de Jochim (1976: 58-60) ilustra un método para incorporar la movilidad (predictibilidad), la densidad (productividad) y la aglomeración (dispersión) de los recursos. Los análisis de área de captación de recursos que explican la productividad diferencial en rela­ción a la proximidad del sitio son otro ejemplo. Sin embargo, estos métodos no se ocupan de las estrategias de subsistencia a una escala lo suficientemente grande (Kay, 1979) y, por consiguiente, no logran ofrecer una teoría general de los asentamientos para los pueblos cazadores-recolectores o los pueblos pastores.

El problema espacial puede inicialmente simplificarse suponiendo unos re­cursos estáticos. Consideremos tres tipos de modelos distintos. Muchos mode­los implícitos tradicionales presuponen una uniformidad medioambiental (Fi­gura 12-2A). En ellos, los grupos humanos pueden dispersarse por todas las zonas habitables, alcanzando una distribución pseudo-aleatoria que depende de las capacidades tecnológicas y de los límites sociales. Otros modelos que re­conocen la productividad diferencial de las plantas y la biomasa animal de bio­mos diferentes (Butzer, 1971a: Capítulo 9; Lieth, 1973) suponen, no obstante, una distribución relativamente uniforme de recursos dentro de cada biomo. Estos modelos ecológicos tan primitivos suponen una densidad grupal mayor en los biomos preferidos, dando lugar a fuertes gradientes de población entre medioam­bientes óptimos y medioambientes marginales, con discontinuidades importantes en las fronteras o cerca de ellas (Figura 12-2B). Otros modelos ecológicos más sofisticados explican las concentraciones de recursos discontinuas dentro de los biomos con productividades globales distintas y también dentro de los medioam­bientes en mosaico de los ecotonos afectados. En este caso, las estrategias de asentamiento se ajustarán tanto a los recursos predecibles como a los no­predecibles de productividad diversa a lo largo de un gradiente ecológico más complejo (Figura 12-2C).

La importancia de cada una de estas alternativas puede juzgarse a partir de dos interpretaciones recientes de una distribución de asentamientos achelenses

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones

A

' ' '

' ' ' '

' ' B

'

Dispersión aleatoria por distintos

biornos

X Grupos de po-blaciones

1,2,3,4 Biomos no especificados

Dispersión aleatoria dentro de biornos

diferenciados

Dispersión en grupo

en torno a caneen-!raciones

de recursos dentro de biomos

diferenciados y a lo !argo

de ecotonos

215

Figura 12-2. Modelos alternativos de patrones de a~entamiento a gran escala de los cazadores~ recolectores prehistóricos.

del Pleistoceno inferior y medio. Isaac (1972: Figura 7) ha propuesto un mode­lo de gravedad modificado para explicar las bajas tasas de cambio direccional en la tecnología y la tipología lítica durante el millón de años de duración del Achelense africano. El modelo supone una baja densidad y una dispersión uni­forme de los grupos. En estas condiciones de gravedad mínima el flujo de in­formación es prácticamente nulo, y hay poco cambio direccional; gran parte de la variabilidad observada se explica por los procesos estocásticos (la hipóte­sis del "paseo al azar" de D.L. Clarke (Clarke, 1968). Para el Pleistoceno supe­rior, Isaac (1972) ha propuesto una distribución grupal de mayor densidad, que se traduce por una agregación creciente favoreciendo así la distribución regio­nal de sistemas de gobierno y de lenguaje que luego crean barreras de inteligi­bilidad y agregaciones culturales parciales. El modelo de Isaac no toma en con­sideración la variabilidad de los recursos -un factor que milita en contra de la dispersión uniforme en la mayoría de medioambientes. Por su parte, Deacon (1975:550) admitía sin restricciones la impresión de que las distribuciones ache­lenses intersectan "la amplia zonificación ecológica excluyendo, aparentemen­te, sólo los extremos de desierto seco ... y bosque". Pero esto no es así, porque

216 Síntesis

los sitios achelenses de Africa, al margen de lo que pueda ser la ecozonifica­ción contemporánea, dependían de los recursos de agua de lo que entonces eran macroambientes semiáridos o subhúmedos, y cualquier conjunto fósil asocia­do supone tierras provistas de praderas o mosaicos de galerías forestales (But­zer Y Cooke, 1981). Deacon (1975: 553) postularía, además, aglomeraciones alea­torias de las unidades achelenses de población, implícitamente relacionadas con una utilización ineficiente de los recursos en el espacio.

La debilidad fundamental de estos modelos es que atribuyen a los primeros homínidos menos eficacia de la que han demostrado las observaciones etológi­cas modernas respecto del comportamiento espacial de otros pri:nates, carní­voros, aves y hormigas. Tonto los estudios etnológicos como los etológicos han confirmado las tres premisas articuladas por Renfrew (1978): a) los grupos so­ciales básicos se definen por la asociación habitual de personas dentro de un territorio; b) la organización social humana es segmentaría por naturaleza, y en consecuencia la organización espacial es celular y modular; c) los grupos sociales básicos no existen aisladamente, sino que se integran en grupos mayo­res en interacción periódica. Estos supuestos pueden incorporarse a varios mo­delos de asentamiento de escala media de cazadores-recolectores prehistóricos que postulan una utilización fundamentalmente racional de los recursos (Figu­ra 12-3). El primero (Figura 12-3A) representa un medioambiente medio con una distribución relativamente uniforme o pseudo-aleatoria de los grupos en relación con la abundancia de agua y con una dispersión de los alimentos vege­tales y animales de alta predictibilidad. Los límites promedios de un medioam­biente operacional de un grupo concreto pueden intersectar los de otro grupo, pero las estrategias territoriales de las hormigas indican que los territorios esfé­ricos discontinuos (H6lldobler y Lundsden, 1980) pueden proporcionar un mo­delo mejor, incluso para los primeros homínidos. La Figura 12-3B muestra una concentración difusa de grupos en relación con concentraciones igualmente di­fusas de recursos alimenticios, agua y rasgos topográficos relevantes para la ubi­cación del sitio. Los ejemplos incluyen unas condiciones edáficas dentro de la trama topográfica que influyen en la disponibilidad de agua, en la productivi­dad Y en la frecuencia de ubicaciones apropiadas. La Figura 12-3C presenta una ordenación lineal de redes grupales en relación con una ordenación similar de recursos en un litoral marítimo, en un valle de montaña, en un río, o en una línea de manantiales dictada por una topografía de escala media. Por último, la Figura 12-3D ilustra una concentración radial de grupos alrededor de un con­junto circular o elíptico de recursos, como, por ejemplo, un lago, un pantano o un oasis alimentado por un manantial.

Horn (1968) propone un modelo que introduce perspectivas dinámicas en los recursos móviles frente a los recursos estables, a partir del comportamiento es­pacial del mirlo de Brewer. El modelo sugiere distintos tamaños grupales ópti­mos en relación con los recursos alimenticios estables o incluso dispersos, por oposición a los recursos concentrados móviles. Esta noción sería desarrollada más tarde por Wilmsen (1973) y convertida en una formulación matemática de

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones 217

Ocupación colectiva • en todas épocas

,....- ... 1

Limites medios de los medio-( __ ,.... ambientes operacionales colectivos

Figura 12-3. Patrones de asentamiento a escala media de los cazadores-recolectores, modificados en función de unos recursos dispersos y unos recursos locales {ó.reas sombreadas). Modificado de Haggett et al. (1977).

interacción social para los cazadores-recolectores basada en el modelo de gra­vedad. Sus interrelaciones fundamentales pueden describirse de la siguiente manera:

l. El esfuerzo medio de aprovisionamiento en tanto que una función de la distancia recorrida se minimiza en caso de recursos dispersos estables cuando los gn1pos están dispersos y regularmente espaciados a proximidad de los re­cursos, mientras que una ubicación central es más eficaz que la dispersión en caso de aglomeraciones de recursos móviles. En la práctica, esta generalización se complica debido al consumo mixto de alimentos vegetales (fijos) y alimen­tos animales (móviles y fijos) por los humanos, que contrasta con la dieta más simple de un ave; véase las contradicciones etnográficas expuestas por Dyson­Hudson y Smith (1978). Una formulación algo más compleja, presentada como un índice de diversidad, aparece en Harpending y Davis (1977), demostrando que la movilidad de los cazadores-recolectores debería ser alta en un medioam­biente pobre y con pocos recursos, sobre todo cuando hay un desfase estacio­nal entre ellos y, en cambio debería ser baja cuando los recursos muestran muy poca variación espacial y cierta variación temporal.

218 Síntesis

2. La extensión del territorio es una función de las estrategias y de la tecno­logía de los recursos, así como de las limitaciones de los recursos.

3. La población de cualquier grupo depende de la dispersión de los recursos y de la agregación y distribución de todos los demás grupos en un área deter­minada.

4. La intensidad de la interacción es proporcional al tamaño del grupo cer­cano, de modo que la interacción dentro de un área delimitada será mayor que las interacciones entre unidades separadas por fronteras.

5. Las relaciones así establecidas son aplicables sólo a un punto a la vez. Por último, Winterhalder (1981) ha perfeccionado una aplicación diferente

del modelo de Horn (1968), incorporando la teoría de la recolección óptima (Orians, 1975), que se aplica a las decisiones "ideales" tomadas por un depre­dador para maximizar el consumo de energía potencial en relación al tiempo dedicado al forrajeo.

l. Winterhalder (1981) afirma que los cazadores-recolectores de un medioam­biente con recursos estables y regularmente distribuidos tenderán a una disper­sión regular de las más pequeñas unidades sociales viables, mientras que los recursos agrupados y ubicados de forma impredecible favorecerán la agrega­ción de las unidades sociales en un lugar central. De acuerdo con MacArthur Y Pianka (1966), Winterhalder toma asimismo en consideración las interrela­ciones entre el número de tipos de recursos que intervienen en la alimentación de un grupo concreto y los costos medios de aprovisionamiento.

2. La economía dictará una dieta razonablemente amplia, más que una die­ta estrecha y especializada (una consideración importante para calibrar la ca­pacidad de supervivencia de los primeros homínidos cada vez más omnívoros).

3. La amplitud de la dieta de los cazadores-recolectores económicamente efi­caces se verá afectada por los cambios en la abundancia de sólo los recursos más prestigiados. El número de tipos de cuadros explotados para procurarse alimento influirá los costos en términos de búsqueda y recolección, y también en términos de rendimiento de las cosechas (MacArthur y Pianka, 1966). Por ejemplo, resulta económico disminuir el número de tipos de cuadros incluidos en un itinerario de recolección cuando aumenta la densidad de los recursos. De igual modo, los cazadores-recolectoes de un hábitat con un parcheado de malla fina tenderán a un uso generalizado de los tipos disponibles de cuadro, mientras que un hábitat de malla gruesa estimulará el uso especializado de los tipos de cuadros.

4. Por último, existe una relación entre el tiempo consumido en un cuadro Y el consumo energético neto (Charnov, 1976). Los cazadores-recolectores "óp­timos" abandonarán un cuadro antes de agotar sus recursos, sencillamente por­que el rendimiento crecientemente marginal de ese cuadro llega a ser equivalen­te al rendimiento medio de la totalidad de tipos de cuadros generalemente explotados. Un aumento de la densidad de los recursos reduce el tiempo nece­sario de explotación y, por lo tanto, acelera el movimiento en el conjunto de tipos de cuadros visitados.

lvlodelos cuanthativos para el análisis de patrones 219

Estos argumentos en torno a la estrategia de recolección óptima de Winter­halder representan el modelo de estrategias más sofisticado al alcance de los cazadores-recolectores en un espacio medioambientalmente variable. Un coro­lario de esta hipótesis es el argumento de Dyson-Hudson y Smith (1978), según el cual se llegará a la territorialidad cuando los recursos básicos son suficiente­mente abundantes y predecibles en el espacio y en el tiempo, de forma que los costos del uso y defensa exclusivos de un área son inferiores a los beneficios acumulados del control de los recursos. Por otro lado, cuando los recursos se exponen a cambios rápidos e impredecibles, resulta preferible una estrategia adaptativa más flexible y móvil. En este sentido, las adaptaciones del compor­tamiento, la organización social y el espacio medioambiental están sistemática­mente interrelacionados.

La concentración y la predictibilidad de los recursos pueden también apli­carse a la ubicación de los asentamientos agrícolas, pero no suele ser una prác­tica corriente debido al mayor interés que despierta el intercambio de produc­tos dentro de las redes jerárquicas. Ni que decir tiene que los bienes y servicios pueden ser apropiados para las economías de mercado, pero las redes asocia­das apenas justifican las economías de subsistencia. Resulta más satisfactorio el análisis que hace Johnson (1978) de la variabilidad espacial para establecer patrones de movilidad de las comunidades de pastores recientes, o también el modelo de Lees y Bates (1974) para los orígenes del pastoreo centrado igual­mente en los patrones espaciales y temporales de los recursos.

En todos estos esfuerzos relacionados con la concentración de los recursos existe un elemento común: el análisis puntual de patrones de interacción y de distancia (Hodder y Orton, 1976: Capítulo 3). Los diversos modelos utilizan una amplia gama de técnicas y métodos matemáticos (o al menos semicuanti­tativos), entre los cuales los más corrientes son las diversas mediciones de dis­tancia (análisis del vecino-más-próximo) para densidades puntuales (Hodder, 1972; Washburn, 1974; Whallon, 1974; Wood, 1978; Adams y Janes, 1981; Stark y Young, 1981). También se han investigado métodos cuadráticos para compa­rar los patrones reales de frecuencia con las distribuciones aleatorias (Thomas, 1972; Whallon, 1973), incorporando a veces en este proceso estadísticas de gra­vedad. Pero las pruebas efectivas siguen siendo difíciles de demostrar, debido a la escasez de datos arqueológicos incontrovertibles.

Uno de los mejores ejemplos en su género es un estudio regional de yaci­mientos paleoindios en una zona de Nuevo México (Judge y Dawson, 1972; Jud­ge, 1973). Wood (1978) identificó cinco tipos de yacimientos en base a la varia­bilidad de los artefactos líticos (actividad múltiple; actividad múltiple, armamento dominante; actividad múltiple, tratamiento dominante; actividad limitada, armamento; actividad limitada, tratamiento) analizados en términos de distancia respecto de los recursos fundamentales (distancias horizontales y verticales hasta la reserva de agua más próxima, distancia hasta la zona de oteo, distancia hasta la zona de caza y distancia hasta la zona de trampas potencia­les). Las estadísticas de las distancias muestran una correspondencia general

220 Síntesis

y cierto grado de lógica interna en la ubicación de los sitios en relación con las estrategias de recursos, pero el tamaño de la muestra (16 yacimientos) es demasiado pequeño para ofrecer argumentos concluyentes. Al igual que los de­más modelos analizados anteriormente, el de Wood tiene sobre todo un valor heurístico más que operativo. Pero sigue habiendo un déficit de enfoques ma­temáticos alternativos y complementarios, en particular de estudios de simula­ción para tratar el comportamiento locacional (Zimmerman, 1978).

CAPITULO 13

La integración espacial II: modelos socioecológkos para el análisis de asentamientos

Análisis de escala de los asentamientos

Un yacimiento arqueológico puede definirse como el registro tangible de un lugar de actividad humana en el pasado. Los yacimientos varían en escala, des­de el lugar donde se efectúa un solo tipo de actividad hasta el asentamiento urbano complejo. También varían en duración, desde una permanencia efíme­ra hasta milenios de ocupación secuencial. La dimensión espacial es el plano de referencia de las actividades humanas. La arqueología contextual se ocupa de la ubicación de los sitios en un paisaje contemporáneo, de las funciones de los sitios, de las redes de subsistencia y de interacción definidas por grupos de sitios contemporáneos, y de las configuraciones cambiantes de los sitios y las redes en el tiempo. Las perspectivas espaciales generales analizadas en el capí­tulo anterior pueden aplicarse ahora a un examen más explícito de los asenta­mientos en términos de espacios de recursos variables y de las limitaciones suti­les impuestas a las interacciones por la percepción, la información y la tecnología.

Pueden señalarse dos clases modales de asentamientos: las simples y a veces rudimentarias trazas de los campamentos de cazadores-recolectores prehistóri­cos, por un lado, y los complejos registros de las comunidades agrícolas, pas­toras y agriopecuarias, por otro. El primer tipo viene ejemplificado por los tí­picos restos descubiertos en los sitios paleolíticos y mesolíticos del Viejo Mundo y en sitios paleoindios y arcaicos del Nuevo Mundo. El segundo tipo está repre­sentado por las aldeas y poblados tradicionales que han sobrevivido hasta hoy, documentados igualmente por numerosos estudios históricos y arqueológicos de distintos continentes. Ambas clases suponen sin embargo una dicotomía que abarca muchas formas intermedias de subsistencia con sus respectivos restos ocupacionales que no consiguen explicar ni los asentamientos de recolectores carentes de artefactos líticos, ni las comunidades urbanas complejas. Pero son modelos útiles que ilustran las distintas escalas jerárquicas y ponen de relieve las funciones básicas y las esferas interactivas.

La tabla 13-1 presenta un modelo de este tipo relativo a los asentamientos de cazadores-recolectores y a sus redes respectivas, utilizando la terminología de escala interna de Clarke (1977) en relación con las esferas espaciles externas de Butzer (1971a: 401-402). Frisan (1978), Johnson y Holliday (1980), Judge y Dawson (1972), Wood y MacMillan (1976), Flannery (1968, 1976), MacNeish

221

222 Síntesis

Tabla 13-1. Asentamientos y redes de los cazadores-recolectores formulados a partir de los restos arqueológicos paleo/(ticos y mesol(ticos

Jvlicroescaia Patrones de actividad intrayacimiento (manipulación de animales, plantas y útiles; comidas, horas de

suefio Y descanso, ritual, eliminación de los desechos) inferidos a partir de la naturaleza, distribución Y asociación de los restos óseos, vegetales y artefactuales, fragmentos líticos correspondientes y estruc­turas asociadas

Se111i-microescafa Agregación Y función del yacimiento en calidad de foco de actividades limitadas o múltiples de duración

breve o prolongada, durante las giras anuales o multianuales del grupo, con episodios repetidos de fragmentación temporal del grupo

Actividad limitada: l. Yacimientos-taller y/o yacimientos-cantera: a proximidad de las fuentes de material lítico-lechos íluviales

con cantos rodados o afloramientos rocosos. Se trata de sitios especializados en la manipulación pre­liminar de la piedra, ocupados durante unas pocas horas o días. Caracterizados por grandes concen­traciones de lascas y esquirlas desechadas durante la preparación de artefactos; mazas, esbozos y pie­zas rotas no utilizadas, útiles imperfectos, útiles gastados; restos escasos o nulos de hueso, hogares poco frecuentes

2. Yacimientos-matadero o de descuartizamiento: localizados cerca de obstáculos o trampas topográfi­cas, tales como marismas, fosos, acantilados, desfiladeros o cañones. Sitios de manipulación prelimi­nar de la carne, ocupados durante unas horas o unos pocos días. Suelen incluir esqueletos incomple­tos, parcialmente articulados de uno o más animales (pocos géneros y especies, sobre todo de gran tamaño; huesos sin carne y cráneos abundantes), con dispersión limitada. Pequeña cantidad de útiles líticos, predominando los items cortantes y de núcleo bifacial, que incluyen posiblemente puntas de proyectil o microlitos con empuñadura. Detritos liticos escasos o nulos

Actividad múltiple: l. Campamentos de corta duración: Yacimientos menores que registran una residencia de varios días por

parte de subgrupos de cazadores o recolectores móviles, a proximidad de recursos especiales al aire libre o al abrigo de prominencias rocosas. Pueden contener restos de pequeños animales, concheros Y huesos de peces. Abundancia y diversidad moderadas de artefactos líticos, junto con hogares aisla­dos y/o estructuras temporales

2. Campamentos de larga duración: yacimientos complejos y grandes, que traducen actividades diversi­ficadas de todo un grupo durante varias semanas o meses. Ubicación en función del agua y de los recursos alimenticios; sirven de refugio contra los rigores del tiempo y posibles peligros (viento, sol, lluvia, inundación, fuego, otros depredadores), al aire libre o en cuevas, que suelen servir de camufla­je o de oteo, por lo general en una trama topográfica compleja. Abundantes desechos de hueso, pero desarticulados, fragmentados y dispersos, pertenecientes a muchas especies e individuos, con carne o tuCtano, frecuentemente carbonizados o quemados. Materiales líticos moderadamente abundantes o abundantes, con preponderancia sobre el material óseo. Abundan los útiles cortantes y los raspado­res de tipo ligero, con proporciones moderadas de detritos líticos, producto del retoque, el afilamiento o la remodelación; máxima variedad de tipos artifactuales. Arcas de actividades especiales, tales como la preparación de pieles o la talla de madera, reflejadas en concentraciones de útiles especializados; otros lugares especiales marcados por restos vegetales carbonizados, hogares, cenizas, etc.; estructuras registradas a partir de las improntas de viga, disposiciones de piedras, etc. Los grandes concheros son un caso especial. La reocupación repetida del mismo Jugar puede registrar una residencia sistemática en campos-base muy céntricos o una explotación periódica/estacional de sitios de recursos específicos a proximidad de aguadas importantes o de hábitats acuáticos/marinos

Macroescala Patrones interyacimiento, que incluyen la red completa de sitios de actividad limitada y múltiple, de du­

ración variable, utilizados por un grupo y sus subgrupos contemporá.neos durante una o varias sema­nas. Definen un área operacional activa que comprende una matriz topográfica con diferentes grados de complejidad biótica. Dependiendo de la predictibilidad y movilidad de los recursos dispersos y con­centrados, una variedad de movimientos circulares u oscilatorios, tanto estacionales como anuales, definen el patrón de movilidad (Figura 13-l). Los vínculos entre áreas operacionales activas de varios grupos contiguos o adyacentes crean distintas redes poligonales, lineales o circulares de interacción no jerárquica {Figura 12-3).

Modelos socioecológicos para ase11tarnie11tos 223

(1972) y muchos otros han publicado ejemplos de este tipo referentes al Nuevo Mundo, y Howell (1966), Freeman (1978), de Lumley (1969, 1975), Klein (1973), Chavaillon et al., (1978), Isaac (1977), Clark (1960, 1975), Deacon (1976), Me­llars (1978) sobre el Viejo Mundo. Sivertsen (1980) ha esbozado un modelo de­tallado para la coexistencia hueso/piedra, y Yellen (1977) ha descrito un regis­tro etnoarqueológico alternativo de yacimientos no líticos en medioambientes desprovistos de materias primas adecuadas para la industria lítica. Ammerman y Feldman (1974) han realizado un trabajo experimental en relación con la in­dustria lítica, que resulta fundamental para calibrar los problemas inherentes a la interpretación de los pisos de ocupación. La tabla 13-1 se basa en estas fuentes y también en mis propias interpretaciones de los yacimientos achelen­ses y musterienses españoles (Butzer, 1971a: 456-61; 1981c) y de los yacimientos del Paleolítico Medio y Superior del interior de Africa del Sur (Butzer, 1978f; Butzer, Beaumont, y Vogel, 1978; Butzer et al., 1979; Butzer y Vogel, 1979).

El segundo modelo, el de los asentamientos agropecuarios y sus respectivas redes, se presenta en la tabla 13-2. Pueden citarse innumerables ejemplos ar­queológicos del Neolítico Precerámico y Cerámico del Próximo Oriente, del Neo­lítico de la Cerámica de Bandas en Alemania y Holanda, del Misisipiense del este de los Estados Unidos, del Anasazi, Hohokan y Mogollón del sudoeste americano, y del Período Formativo de Mesoamérica y Perú. Pueden citarse asimismo aldeas y ciudades más avanzadas desde la Edad del Bronce hasta la Edad del Hierro (Europa), de principios de la época histórica (Próximo Orien­te y Este de Asia), y período Clásico (Mesoamérica). Los estudios etnoarqueo­lógicos a microescala y a semimicroescala que han empezado a publicarse a raíz de algunos proyectos realizados en el Próximo Oriente y en Mesoamérica destinados a complementar análisis anteriores de la vida cotidiana rural de la Europa medieval son igualmente informativos. Pero la información sobre las comunidades de pastores es todavía limitada (David, 1971; Hale, 1974; 1978a; Sterud, 1978; Johnson, 1978). La tabla 13-2 se basa en una selección de estos recursos, en la geografía ocupacional de Niemeier (1972) y en los recientes ma­pas de Elisabeth Butzer y yo mismo de comunidades agropecuarias parcialmente abandonadas de las montañas del este de España. Esta tabla precisa de un ni­vel adicional de diferenciación para poder distinguir las estructuras y compo­nentes intrayacimiento (semimicroescala) de los patrones de agregación intra­yacimiento (mesoescala).

Ahora es posible analizar los distintos patrones intrasitio de los cazadores­recolectores y de los agricultores-ganaderos a macroescala, diferenciando los parámetros espacio-temporales de las variables interactivas demográficas y sub­sistenciales.

Macro-modelos de movilidad de los cazadores-recolectores

Los modelos implícitos del comportamiento espacial de los cazadores­recolectores suelen tener visos evolucionistas. La premisa fundamental se basa

224 Síntesis

Tabla 13-2. Redes de asentamientas agropecuarios formuladas para el presente etnográfico o el pasado histórico

A1icroesca/a Patrones de actividad intraestructural en relación con la manipulación de animales, plantas y úti­

les; almacenamiento, comida, descanso, sueño y ritual; eliminación de los desechos. Inferidos a partir de los restos de estructuras, artefactos, huesos y plantas

Se,11 i-111 icroesca/a Componentes intrayacimiento y sus funciones en calidad de foco de actividades limitadas o múlti­

ples du~ante operaciones temporales, estacionales o permanentes de la comunidad y sus subgru­po~ sociales especializados. Dichos componentes incluyen viviendas, almacenes, establos, cemen­tenos, huertos, campos, pastos y bosques:

Viviendas:

l. Casas permanentes de plano y elevación variables (uno o más pisos) y materiales de construc­ción de distinta durabilidad. Por lo general divididas internamente en áreas comunitarias y áreas segregadas (comedores, dormitorios, obradores), que "'"~den incluir un patio interior o huerto. Montones de basura asociados

2. ~structuras temporales, que incluyen cabañas y chozas utilizadas durante los periodos de traba­JO en campos alejados, así como tiendas y otras estructuras utilizadas temporalmente por los pastores

Almacenes:

Silos, hórreos, desvanes y cobertizos, despensas y cámaras frigoríficas, etc., para el almacenamien­to de víveres, forrajes, aperos y elementos de transporte

Estructuras animales: Establos, caballerizas, corrales, palomares, perreras, etc.; cercados exteriores con muros perma­nentes de madera, adobe o piedra; corrales con cercos provisionales de madera, zarzas, esteras, etc.; abundantes montones de estiércol y desechos procedentes de la matanza y similares

Otras estructuras especializadas: Pozos, _hornos exteriores, hornos para cocer cerámica y ladrillos, hornos metalúrgicos, talleres de

carpintería Y de talabartería; edificios ceremoniales y administrativos; fortificaciones y defen­sas, con sus propias acumulaciones de desechos

Espacios exteriores: Cementerios, jardines y huertos, eras para la trilla, campos cultivados y barbechos, praderas y pas­

tos no mejorados, pasos de transhumancia, bosques y otras parcelas comunales; caminos y vere­das; vallas, parapetos, muros de piedra y setos; terrazas y acequias de drenaje, canales de riego, etc.

lvlesaescala

Agregación intrayacimiento de los locales de las explotaciones agropecuarias. Patrones de comuni­dad de segregación socioeconómica, en forma de núcleos de casas rodeadas de silos y recintos par.ª. los animales; dispersión o concentración de estructuras dedicadas a fines especiales; sepa­rac1.on de las familias de agricultores, de pastores y de artesanos; segregación social en base a la nqueza Y el prestigio. La forma de las parcelas refleja el mosaico de utilización, los patrones de rotación de cultivos y la distribución de la propiedad

Tipos de asentamiento mixto: l. Asentamientos aislados, con campamentos de pastores o alquerías 2. Asentamientos dispersos, con núcleos o conjuntos de edificios de la explotación agropecuaria 3, Asentamientos nucleados lineales, a lo largo de los caminos, canales o valles 4. Asentamientos geométricos nucleados no lineales, en torno a una fortaleza, un centro ceremo­

nial, la plaza mayor, un prado comunal, alrededor de un recinto para los animales, al pie de las murallas o en los terraplenes limítrofes

Modelos socioeco/ógicos para asentanlientos 225

Tabla 13-2 (cont.)

5. Asentamientos nucleados irregulares, dispuestos por lo general en un cruce de caminos o en re­lación con una topografía particular

6. Asentamientos de plano regular, con un trazado en cuadricula o en anillos concéntricos corta­dos por caminos radiales

7. Asentamientos aglomerados mixtos con múltiples redes de comunicación que reflejan agrega-ciones temporales o segregaciones socioeconómicas

Patrones de parcelas: 1. Irregulares, con límites incurvados o poligonales 2. Regulares, con formas rectangulares, trapezoidales o cuadradas 3. Regulares, según un plano lineal, distribuidos en bandas paralelas (longitud/anchura del orden

de 10), con frecuencia perpendiculares a los caminos, canales, ríos u otros rasgos topográficos

Macraesca/a Patrones interyacimiento: por un lado intervinculados con espacios de aprovechamiento de recur­

sos diversificados; por otro, oragnizados en torno a uno o más nodos de nivel superior relacio­nados con funciones defensivas, administrativas, ceremoniales o mercantiles. La ubicación del asentamiento refleja, ante todo, el acceso y la distancia al agua, a los recursos agrícolas y pecua­rios, a las vías de comunicación, a los mercados, las materias primas no comestibles y productos acabados, en el conte."to de una tecnología determinada. La jerarquía del asentamiento refleja muy especialmente las funciones mercantiles, ceremoniales, administrativas o militares. Tanto la ubicación como la jerarquía influyen en el tamaño de la población, y son modificadas por las fronteras lingüísticas, religiosas, judiciales o políticas o por barreras topográficas mayores. Todas estas variables constituyen el patrón de la interacción espacial y vertical de una jerarquía anidada dentro de una ecozona determinada.

en una progresión que va desde las bandas nómadas no especializadas, pasan­do por los cazadores-recolectores especializados con desplazamientos bien de­finidos desde un centro, hasta los agricultores con asentamientos permanentes (Braidwood, 1960). Este modelo fue expuesto por Macneish (1964, 1967, 1972) para describir el registro arqueológico del Valle de Tehuacán del centro de Mé­xico dentro en un marco de ocho fases temporales que abarcan seis grandes zonas medioambientales de los últimos 10.000 años. Por ejemplo, la primera fase (Ajuereado, aprox. 12.000-8700 B.P.) incluye 13 sitios o componentes de sitio, todos ellos pequeños y dispersos a través de distintos medioambientes sin correlación aparente con la actividad estacional. Esos asentamientos fueron de­finidos por consiguiente como ''micro bandas nómadas, es decir, grupos de fa­milias dedicadas a la caza en todas las estaciones al margen de cualquier esque­ma de subsistencia y de cualquier delimitación territorial" (MacNeish, 1972: 71). En la segunda fase (El Riego, aprox. 9000-7000 B.P.) existen 11 grandes asentamientos o componentes (identificados con macrobandas diferenciadas) y 29 pequeños (identificados como asentamientos satélite de microbandas), que delimitarían tres o cuatro agrupaciones comunitarias contemporáneas. Esas fue­ron descritas como micro-macrobandas estacionales con territorialidad y con un sistema subsistencia! centrado en ecozonas y recursos concretos en diferen­tes épocas del año. En torno al 900 a.c. se asentaron unas cinco o seis aldeas

226 Síntesis

permanentes, cada una con uno o más caseríos asociados, con un 60 por ciento del alimento procedente de los productos agrícolas. Por último, hacia el siglo XI d.C., el valle incluía cinco o más ciudades-estado con una jerarquía vertical de asentamientos pequeños y grandes asociados. El fondo arqueológico de este esquema, complementado con excelentes datos bio-arqueológicos e interpreta­do en el contexto de unas ecozonas claramente definidas, resulta mejor de lo que cabría esperar. Sin embargo, los patrones de movilidad y de organización social atribuidos a las comunidades cazadoras-recolectoras son hipotéticos, es­tablecidos según un modelo evolutivo estadial de corte socioeconómico (Mor­tensen, 1972).

Un enfoque alternativo de carácter deductivo supondría que los cazadores­recolectores primitivos compartían la capacidad de los grandes herbívoros gre­garios para explotar recursos concentrados y dispersos mediante estrategias adap­tativas distintas, y de ajustar sus desplazamientos estacionales a los altibajos de la productividad de los recursos a través de un ciclo anual. Los yacimientos achelenses del Pleistoceno Medio, de Torralba y Ambrona, en España, parecen confirmarlo (Butzer, 1965, 1971a; Howell, 1966; Freeman, 1978). Estos yaci­mientos están situados en el único paso de montaña de baja altitud y pendiente moderada que atraviesa la cordillera oeste-este que divide las altas mesetas de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva. Torralba y Ambrona aparecen como un foco de campamentos estacionales situados a lo largo de esta ruta de migración de herbívoros entre los pastos de invierno (dehesas y pinares) al sur y los pastos de verano (pastos de estepa) al norte. En primavera y otoño, los cazadores pro­bablemente atacaban sistemáticamente las manadas en desplazamiento obliga­das a seguir la estrecha ruta de montaña con sus tramos inundados y profun­dos (Figura 13-1). En invierno y verano, los cazadores se subdividían en varios grupos, desplegándose en sucesivos campamentos temporales (ocupados du­rante varias semanas por grupos de tamaño medio) y en asentamientos efime­ros de actividades especiales (ocupados por subgrupos con objetivos concre­tos) desde donde podrán vigilar estrechamente los puntos de agua, la posición de las manadas, y las canteras de sílex y cuarcita. Esta interpretación se basa en la excepcional concentración de sitios y artefactos de superficie en el paso Torralba-Ambrona, así como en los sistemas fluviales del Tajo y del Duero más hacia el sur y hacia el norte. Tumbién viene confirmada por otros hallazgos: aves migratorias halladas entre la fauna, abundante sílex exótico traído desde muchos kilómetros de distancia (H.P. Schwarcz, comunicación personal). En

Figura 13-l. Un modelo de movilidad estacional de los cazadores-recolectores achelenses en la Es­pafia del Pleistoceno medio, basado en parte en la información procedente de Torralba y Ambrona. En primavera y otof10, los cazadores acechaban a las manadas migratorias a su paso por la~ rutas de montaña (mapa detallado ángulo inferior izquierdo); en invierno y verano, los cazadores se sub­dividían en grupos más reducidos y se desplegaban por una sucesión de asentamientos temporales Y campamentos efímeros, seleccionados en función de los recursos en agua, la ubicación de las ma~ nadas y la proximidad de canteras de sfle., y cuarcita. Según Butzer (1977b: Figura JO). Corles!a Sigma Xi.

Modelos cuantitativos para el análisis de patrones 227

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228 Síntesis

este caso, podría aplicarse un patrón radial fluctuante de movimiento estacio­nal (Figuras 13-1 y 13-2E).

Torralba y Ambrona suponen un caso especial del modelo de recursos con­centrados de la figura 12-3B. Otros ejemplos hipotéticos serían las depresiones africanas de suelos arenosos con acuíferos elevados y recursos de agua relativa­mente garantizados, incluso durante la estación seca. Ahí, los campamentos de larga duración podrían estar situados preferentemente en áreas de suminis­tro óptimo de agua, de máxima productividad, y abundante biomasa. La caza Y recolección durante la estación húmeda podrían desplegarse en pulsaciones radiales para beneficiarse de los recursos estacionales situados a cierta distan­cia (Figura 13-3) (Yellen, 1977; Silberbauer, 1981). Incluso en áreas de alta pro­ductividad con una concentración limitada de recursos, como es el caso de las selvas del Zaire habitadas por los pigmeos bambuti-bambote (Terashina, 1980), la dispersión radial de cazadores en campamentos temporales es corriente, aun­que el radio de movimiento sea sólo de 3 a 5 km, en contraste con los 15 km en el desierto de Kalahari. Otro caso específico es el de un complejo de valles Y cuevas fluviales en la región montañosa del sudoeste francés. Allí Bordes et al. (1972), valiéndose de conjuntos líticos diferenciados y del registro faunísti­co de finales del Pleistoceno establecerían media docena de modelos diferentes de asentamientos estacionales con objetivos múltiples, y de asentamientos tem­porales de actividad limitada (David, 1973; Bahn, 1977; Spiess, 1979).

Estos ejemplos reflejan diversos patrones potenciales de movilidad relacio­nados con distintas estrategias de explotación impuestas por la concentración y variación estacional de los recursos (Figura 13-2). Respetando la primacía de las variables espaciales y temporales, los campamentos se diferencian según la duración de su utilización: efímeros (desde varias horas hasta unos pocos días), temporales (varios días a varias semanas), estacionales (varios meses), y semi­permanentes (varios meses, repetidamente durante varios años). Sus implica­ciones funcionales y sociales (Tabla 13-1) no son explicitas, pero en algunos ca­sos específicos pueden intuirse. La figura 13-2A muestra un conjunto de cam­pamentos estacionales que definen un movimiento circular anual pseudoaleatorio. Este es el clásico modelo nómada aplicable a un medioam­biente con recursos dispersos relativamente uniformes. Pero lo más probable es que el stress estacional favorezca el uso alternativo de campamentos estacio­nales de larga duración, ocupados durante varios meses, utilizados durante va­rias semanas cada uno. Si el stress de la estación seca o de la estación fría es lo suficientemente intenso, cabe esperar que un determinado grupo se divida en varios subgrupos, algunos quizá sólo de varones, para optimizar el uso de recursos dispersos y menos predecibles. De esta forma, el movimiento se carac­terizará por la dispersión y la reagrupación estacionales, según sean los recur­sos dispersos o concentrados. Al término de varios años, la trayectoria resul­tante describirá un círculo más o menos regular (Figura 13-2B).

El patrón nómada elíptico de Johnson (1978: Figura 7) supone otra posible respuesta a las alternancias estacionales de penuria-abundancia. La adaptación

Modelos socioecológicos para asentanlientos 229

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Figura 13-2. Modelos de movilidad u mucroesculu pura cazadores-recolectores.

de este patrón a una estrategia de caza-recolección de un pueblo cazador­recolector supone el establecimiento de campamentos estacionales de larga du­ración en una ecozona productiva, como, por ejemplo, un valle fluvial africa­no durante la estación seca; durante la estación de las lluvias, la movilidad po­dría aumentar a medida que los subgrupos se reparten en una serie de campamentos temporales para aprovechar unos recursos abundantes pero efí­meros, y evitar simultáneamente las fiebres recurrentes endémicas de las tierras bajas más húmedas en esa época del año (Figura 13-2C). Los desplazamientos fluctuantes estacionales de los nómadas desde las tierras bajas hasta los valles de las montañas (Johnson, 1978) sugieren asimismo analogías con los cazadores­recolectores que explotan la topografía más accidentada de las tierras altas frías tras la fusión de las nieves para optimizar el aprovechamiento del crecimiento estacional de las plantas y tener fácil acceso a la caza. De esta forma, la presión sobre las fuentes de recursos de las tierras bajas se reducirá, permitiendo el al­macenamiento de alimentos vegetales en otoño y la caza invernal de las mana­das reconstituidas (Figura 13-2D).

Muchos campamentos utilizados estacionalmente pero revisitados año tras año están ubicados cerca de aguadas estratégicas o a proximidad de gargantas o desfiladeros, como ocurre en Torralba-Ambrona (Figura 13-1). Estos campa­mentos sirven de bases semi-permanentes durante varios meses del año, cuan-

230 Síntesis

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Intersecciones de los medioambientes operacionales

Figura 13-3. Dos itinerarios de recolección del grupo dobe de los bosquimanos del Kalahari hacia las concentraciones de recursos bUsicos (bosques de nuez mongongo); ambos requieren 18 días y fueron recorridos a un mes de distancia. Los campamentos efimeros en ambos itinerarios de 50 km fueron ocupados de tres a cuatro días de promedio. El área operacional de los dobe tiene un radio medio de 15 km. Adaptado de Yellen (1976: mapa 2.3) Cortesia del President and Fellows of Har­vard College.

do las manadas se concentran alrededor de algunas pocas aguadas permanen­tes o emprenden la marcha por los angostos desfiladeros cercanos. En tales cir­cunstancias, podría darse un movimiento oscilatorio bien definido, con una fuer­te agregación grupal en torno a esta área de recursos concentrados durante una estación, seguida de una dispersión radial centrifuga de los grupos en otras épo­cas del año (Figura 13-2E). Este modelo presenta similitudes con el modelo de Johnson de transhumancia de los rebaños a través de las barreras montañosas para explotar los pastos de dos ecozonas distintas, y también con la reconstruc­ción que realiza Kay (1979) de los desplazamientos de los indios wisconsin ha­cia los territorios de caza estacionales concentrados a lo largo de los sistemas fluviales.

Es de suponer que el amplio espectro de actividades subsistenciales de espe­cialización estacional de muchas sociedades cazadoras-recolectoras del Pleisto­ceno final dieron lugar a asentamientos semipermanentes en áreas de alta pro­ductividad o de alta biomasa. Estos quizá fueran también lugares adecuados para las primeras manipulaciones y experimentaciones con alimentos vegetales

Modelos socioecológicos para asenta,nientos 231

y, en algunos casos, de cuidados o incluso de cultivos intencionados de algunas parcelas de cultígenos como el centeno y el trigo. En las épocas del año en que no había granos silvestres ni plantas frescas, el grupo podría haberse subdividi­do para sacar mayor rendimiento de las manadas de animales más móviles y de los alimentos vegetales más dispersos (Figura 13-3). El patrón resultante po­dría haber sido un patrón estacional (Figura 13-2F).

Estos modelos heurísticos de movilidad también puede aplicarse a socieda­des agrícolas y sociedades urbanas más complejas, sin bien su configuración tendrá que incluir dimensiones verticales y horizontales, y conceder mayor re­levancia a las redes de intercambio. Pero el intercambio entre grupos es impor­tante incluso para los cazadores-recolectores (Earle y Ericson, 1977). De he­cho, el registro etnográfico-arqueológico de California (aprox. 1780-1830) muestra que el nivel de población, el tamaño del área operacional, y la necesi­dad de un comercio de corta o larga distancia estaban estrechamente relaciona­dos con la disponibilidad y productividad de los recursos (Hornbeck, 1981).

Generalizaciones aplicables a los asentamientos de subsistencia de cazadores-recolectores

La discusión precedente sobre la concentración de recursos y los modelos de movilidad sugiere la posibilidad de formular cierto número de patrones y rela­ciones fundamentales de distribución de recursos, de estrategias de subsisten­cia, de redes colectivas y de agregaciones demográficas. Estas generalizaciones se presentan a título de hipótesis probabilísticas (es decir, como modelos nor­mativos de comportamiento espacial):

l. Los grupos ubicados en medioambientes con recursos regionalmente con­centrados tenderán probablemente a agregarse en macropatrones relacionados con concentraciones dispersas, lineales o anulares (Figura 12-3B-D) caracteri­zadas por áreas operacionales asimétricas relativamente grandes, cuyas formas reflejan una expansión por la vía de la menor resistencia y de la mayor disponi­bilidad de recursos. En medioambientes con recursos abundantes y con una dis­tribución relativamente uniforme de los mismos (Figura 12-3A), la dispersión del grupo tenderá probablemente a ser más aleatoria, con esferas operacionales circulares más pequeñas. En otras palabras, las formas de las áreas operaciona­les (Tobla 13-1) dependerán de los patrones de distribución de los recursos y de los patrones de movilidad, como también de la matriz topográfica.

2. Los grupos ubicados en medioambientes de baja productividad con re­cursos limitados, periódicamente desfasados, tenderán probablemente a ser más móviles que los grupos asentados en medioambientes con escasa variabilidad espacial y de mayor productividad (Harpening y Davis, 1977). El radio del me­dioambiente operacional vendrá determinado mucho más por estas caracterís­ticas de los recursos que por la distancia y la topografía.

3. Los grupos de medioambientes con recursos estables y distribuidos de for­ma homogénea tenderán probablemente a ser menores que los grupos de me-

232 Síntesis

dioambientes con recursos localizados y/o impredecibles (Horn, 1968; Wilsen, 1973; Winterhalder, 1981). Cuanto más homogéneo sea el medioambiente en el espacio y en el tiempo, más relativamente estable tenderán a ser sus pobla­ciones.

4. Los grupos optarán probablemente y en la medida de lo posible en favor de una dieta razonablemente variada con el fin de reducir su dependencia de la productividad fluctuante de un número reducido de recursos altamente apre­ciados pero escasos, y para optimizar asimismo el tiempo medio empleado en la búsqueda y la cosecha de alimentos (MacArthur y Pianka, 1966; Winterhal­der, 1981).

5. Los grupos explotarán probablemente menos elementos del mosaico en la medida en que aumenta la densidad de los recursos, y vice-versa (Winterhal­der, 1981).

6. Los grupos en medioambientes en mosaico de malla fina tenderán proba­blemente a un uso generalizado de los tipos de elementos del mosaico disponi­bles, mientras que los hábitats de malla gruesa tenderán a un uso más especia­lizado de los elementos del mosaico (Winterhalder, 1981).

7. Los grupos tenderán probablemente a ejercer derechos territoriales para mantener el uso exclusivo de hábitats altamente productivos y predecibles (Dyson-Hudson y Smith, 1978), mientras que los medioambientes con recursos impredecibles expuestos a una productividad muy fluctuante pueden propiciar la movilidad y la flexibilidad intergrupo.

8. Los grupos tenderán probablemente a optimizar la utilización de los re­cursos disponibles, alternando la agregación y la dispersión según la variación estacional. La dispersión puede ser la respuesta al stress de la estación de pro­ductividad mínima, o puede servir para explotar recursos dispersos en partes marginales del medioambiente operacional durante la estación de máxima pro­ductividad (Figura 13-2C).

9. Los grupos considerarán probablemente antieconómico la sobreutilización de recursos dispersos, porque los rendimientos decrecientes aumentarán el tiempo de cosecha (Charnov, 1976; Winterhalder, 1981).

10. Si los recursos están uniformemente distribuidos, el tamaño del grupo tenderá probablemente a ser proporcional al radio de un medioambiente ope­racional circular; si los recursos decrecen con el tiempo o bien el tamaño del grupo disminuirá o bien el radio operacional aumentará, y viceversa, a menos que cambien las preferencias por los recursos (Butzer, 1978c).

11. Las tendencias a largo plazo a la mejora de los recursos favorecerán pro­bablemente la dispersión centrífuga de los grupos para explotar áreas periféri­cas cada vez más productivas, y reducirán la presión ejercida sobre los hábitats primarios centrales (Butzer, 1977b) (Figura 13-4).

12. Las tendencias a largo plazo a la disminución de los recursos favorecerán probablemente la convergencia centrípeta de grupos en hábitats más predeci­bles y más productivos, provocando una mayor presión sobre estos recursos, una mayor competencia intergrupo, la posible reducción del grupo y el aisla-

lvlodelos socioecológicos para asentanlientos 233

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Figura 13-4. tvlodelo para el impacto de las anomalías climáticas a largo plazo sobre la distribución de los asentamientos de cazadores-recolectores. Modifcado de Butzcr (1977b: Figura 11).

miento a macroescala de las acumulaciones grupales. Estas relaciones probabi­lísticas ponen de relieve una serie de controles medioambientales que se cen­tran en la variabilidad espacial y temporal de los recursos fundamentales de los cazadores-recolectores. En cambio, no toman en consideración ni la com­petencia biótica ni la enfermedad, y los no menos importantes factores socio­culturales están, en el mejor de los casos, implícitos. La tabla 13-3 presenta un marco mucho más amplio y menos desequilibrado para calibrar las posibilida­des y limitaciones de los recursos, no sólo para los cazadores-recolectores, sino también para las economías agropecuarias. La tabla es convertible en diagra­ma de flujos de input-output complejos.

Determinantes espaciales del asentamiento agrícola

La agregación intrasitio y el patrón intersitios de los asentamientos agrícolas­pastoriles (Tabla 13-2) reflejan una combinación de factores medioambientales y socioculturales (Flannery, 1972a). Este enunciado puede analizarse en base a una gama de variables básicas que determinan conjuntamente las formas Y procesos del asentamiento agrícola a media y gran escala.

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lvlodelos socioeco/ógicos para asenta,nientos 235

Recursos intrasitio. La naturaleza y distribución espaciotemporal de los recur­sos económicos influyen en la ubicación de un asentamiento y en la disposi­ción de sus recursos dentro de las limitaciones impuestas por el subsistema so­cioeconómico y por una compleja serie de factores interactivos a escala regional:

l. La trama topográfica contribuye a definir cuáles son las tierras potencial­mente adecuadas para el cultivo, pasto o uso más extensivo, en base a las su­perficies lisas, a las pendientes suaves, a la erosión y drenaje del suelo, a los peligros de inundación y a la abundancia de agua. Por ejemplo, en las pendien­tes pronunciadas los cultivos intensivos y la horticultura requieren la construc­ción de terrazas, e incluso las pendientes suaves están expuestas a una rápida erosión si se cultivan o se usan intensivamente para pasto. Las partes húmedas pueden retrasar la siembra en primavera y comprometer la cosecha en otoño, por lo que suelen dedicarse al pasto, a la recolección de plantas silvestres, y a la caza. En Europa Central, durante el Neolítico antiguo las ovejas y cabras eran apacentadas en las tierras altas y secas, y el ganado vacuno en las tierras húmedas, y a cabras y ganado se les permitía vagar en bosques y terrenos acci­dentados (Sielmann, 1972).

2. La textura del suelo (es decir, la variabilidad a pequeña escala de los sue­los y de sedimentos superficiales no consolidados) está relacionada con la tra­ma topográfica, las variaciones del sustrato y la historia del paisaje, y a su vez define las posibilidades y las limitaciones para la agricultura y el pastoreo. Los factores fundamentales son la profundidad del suelo, la presencia de piedras, los afloramientos rocosos, el contenido de arcilla y de arena, las concentracio­nes de materia orgánica y nutrientes, la capacidad de absorción de la hume­dad, la presencia de sales tóxicas, la posibilidad de saturación o de erosión (véase Capítulo 8). Por ejemplo, los suelos pesados de las tierras bajas pueden resul­tar demasiado difíciles de trabajar con una tecnología determinada o pueden ser propensos a la saturación o a la inundación; los suelos ligeros de las tierras altas pueden ser demasiado ligeros y arenosos para dar buenos rendimientos o estar expuestos a las sequías veraniegas o a una erosión excesiva. La agricul­tura y la ganadería del Neolítico antiguo centro-europeo se localizaban casi ex­clusivamente (68-87 por ciento de los sitios en cuencas más secas, el 96-100 por ciento de los sitios de las cuencas más húmedas) en suelos loéssicos bien drena­dos de textura intermedia (Sielmann, 1972). Sólo la introducción de los pesa­dos arados de vertedera (Sherratt, 1980) en la Europa Occidental durante la época romana permitió un cultivo eficaz de los suelos arcillosos, favoreciendo una expansión sustancial de la agricultura durante el milenio siguiente. En Bélgica y Francia, el cultivo celtico-romano se había limitado a los suelos de las tierras altas de textura intermedia, pero el asentamiento germánico posterior pudo con­centrarse en suelos aluviales más pesados gracias a la nueva tecnología del ara­do. En Gran Bretaña, la despoblación rural de la época tardo-romana permitió a los colonizadores sajones seleccionar áreas de vegetación más dispersa con sustratos más secos, como por ejemplo las gravas de terraza cubiertas de loess o los pies de las escarpaduras de piedra caliza.

236 Síntesis

Los hurones de Ontario de principios del siglo XVIII, que sólo disponían de una tecnología simple y esencialmente lítica sin arados, escogían suelos are­nosos de baja productividad. Los asentamientos se concentraban a lo largo de las zonas de transición topográfica que daban acceso al agua, a la pesca y a la caza, por la parte inferior, y a suelos de fácil labor pero expuestos a sequías, más arriba. Aunque las aldeas cambiaban de sitio más o menos cada década, la productividad del maíz cultivado y de las plantas recolectadas permitía una densidad de 25 a 50 personas por kilómetro cuadrado -la más alta del Cana­dá pre-europeo (Heidenreich, 1971). Prendergast (1979) señala una ordenación topográfica similar en un asentamiento agrícola de principios de la Edad del Hierro en Zimbabwe. Las tierras bajas mal drenadas se utilizaban como pasto para el ganado vacuno, para cultivos de hortalizas y para la pesca fluvial, mien­tras que los suelos lixiviados y arenosos de las tierras altas se abandonaban al bosque para la obtención de combustible, madera, caza menor y miel; las al­deas Y los campos de cereales de sus alrededores se concentraban en los suelos arcillosos bien drenados de las pendientes intermedias.

3. La trama biótica (es decir, los tipos de mosaico y la malla de la vegetación anterior al desmonte) dependerá de la trama topográfica y de la textura del suelo. Los patrones complejos de utilización de la tierra pueden eliminar algunos de los elementos originales del mosaico biótico, si se trata de unidades preferentes para cultivos y pastos. Los restantes elementos de ese mosaico, controlados o no, continuarán definiendo recursos potenciales de plantas alimenticias y me­dicinales, de combustible y madera, pescado y aves acuáticas, y caza mayor y menor; los competidores ecológicos de las cosechas en los campos, de los ali­mentos almacenados y de los pastos, y los predadores del ganado, también que­darán reflejados en los elementos supervivientes del mosaico biótico. Los ani­males Y las plantas silvestres como recursos complementarios de las formas domesticadas varían considerablemente de un caso a otro, pero han sido im­portantes en la mayoría de paisajes agrícolas hasta hace tan sólo unos pocos siglos; por lo que respecta a Europa, véase el trabajo de Phillips (1980: Capítu­los 5-7).

La variabilidad de recursos en el espacio es fundamental para la instalación de los asentamientos e influye en la trayectoria de la ocupación y en la apari­ción de los patrones de uso de la tierra. Pero no por ello estos recursos se con­vierten en "constantes" del ecosistema humano, sino que se comportan como procesos biofísicos que siguen interactuando con el subsistema humano, res­pondiendo de forma compleja a la manipulación o a la extracción. La labran­za, los fiemos, la rotación de cultivos y la estabulación tienen efectos a corto Y largo plazo sobre los ciclos tróficos e hidrológicos (véase Capítulo 8), y afec­tan a los rendimientos de las·cosechas anuales y a la capacidad del suelo para mantener la productividad agraria durante décadas o siglos. Los distintos com­ponentes de la capa del suelo también responden de forma distinta a los años húmedos Y secos, y a los años fríos y calurosos, con repercusiones en las cose-

lvlodelos socioecológicos para asentarnientos 237

chas y las manadas. En conjunto, esta variabilidad a corto, medio y largo pla­zo, según su amplitud, proporcionará un continuo feedback a las modalidades de uso del suelo y a las estrategias socioeconómicas. En otras palabras, la reci­procidad entre las comunidades agrícolas y sus recursos es tan dinámica e inde­finida como la de los cazadores-recolectores.

Factores socioeconón1icos intrasitio. El subsistema socioeconómico de toda co­munidad comprende una serie de posibilidades y limitaciones internas funda­mentales respecto a una explotación continuada o intensiva de los recursos. Di­versas variables dietéticas, de captura y de mantenimiento determinan la estructura interna de los asentamientos y su respectivo espacio de aprovecha­miento de recursos:

l. La tecnología y las estrategias de subsistencia disponibles en cualquier punto del tiempo se basan en una asociación concreta de cultígenos, animales domes­ticados y alimentos silvestres. Algunos de estos recursos pueden haber sido in­troducidos o pueden haber existido durante la fase más temprana del asenta­miento agrícola; otros fueron incorporados posteriormente por difusión o por inmigración de nuevos pobladores. La eficacia de estas estrategias depende, en parte, de las técnicas de desforestación disponibles (fuego, tala, o corte anular de los árboles, etc.), de los útiles y aperos de cultivo y labranza (palos cavado­res, azadas, arados diversos), de los animales de tiro y de transporte (bueyes, camellos, caballos, asnos, llamas), y del empleo de fertilizantes (abono animal, excrementos, leguminosas fijadoras de nitrógeno).

2. La organización socioeconómica complementa la tecnología extractiva y manipulativa a través de una trama de derechos de propiedad, obligaciones la­borales, planificación del trabajo, patrones de extracción, reciprocidad intra­grupo y redistribución vertical de energía y materiales (Homans, 1941). Estas normas sociales y estructuras económicas gobiernan la vida cotidiana y la ron­da de actividades estacionales, y determinan la eficacia de la tecnología de sub­sistencia y la extracción de recursos, que a su vez se reflejan en las estrategias de organización y en los patrones de uso del suelo.

3. La organización socioeconómica, la subsistencia y los asentamientos es­tán a su vez influidos por una gama de valores simbólicos y estéticos, necesida­des ceremoniales y estímulos sociales. Estos afectan a casi todos los ámbitos de actividad a través de la interpretación ideológica, la percepción de los recur­sos, las actitudes medioambientales, la flexibilidad de la planificación, y la reac­tividad para la información y las tecnologías nuevas (Cohen, 1976a). En con­junto, estos factores dejan una impronta tangible en la forma y función de los asentamientos a micro, semimicro, y mesoescala, incluyendo las estructuras in­dividuales, el trazado del asentamiento y las formas de los campos (1abla, 13-2).

Interacciones intersitio. La ordenación y la imbricación vertical a meso y ma­croescala de los asentamientos y su espacio de aprovechamiento de recursos re­flejan un conjunto de variables medioambientales, espaciales, históricas Y so-

238 Síntesis

cioeconómicas: l. La trama topográfica regional a gran escala, que comprende valles, tierras

llanas, zonas de colinas y cordilleras montañosas (véase Figuras 4-10 y 4-12), influye en la instalación del sitio y en las rutas de comunicación, observada en un conjunto perfectamente simétrico de hexágonos imbricados (véase Figu­ra 12-1). Los ríos navegables pueden servir de arterias de comunicación (por ejemplo, el Nilo), mientras que los valles fluviales profundos (por ejemplo, el Colorado) o los extensos estuarios de tierras aluviales pantanosas pueden pre­sentar obstáculos importantes al tráfico. El espaciamiento y la orientación de los valles, expresados a través de la ramificación aleatoria o geométrica de los afluentes y en la densidad de las líneas de drenaje, condicionan también la con­figuración de las comunicaciones, de los lugares de asentamiento, y del espacio de aprovechamiento de recursos. Lo rrúsmo puede aplicarse a la presencia o ausencia y a la extensión de las llanuras, de extensiones onduladas o modera­damente irregulares, y también a la aspereza y relieve de las tierras altas que constituyen las líneas divisorias entre cuencas de drenaje. Por último, los valles de montaña paralelos y transversales controlan los patrones de uso de la tierra y las líneas de comunicación. A esta escala, la trama topográfica modifica las grandes líneas de los patrones bióticos y climáticos, muchas veces con influen­cias evidentes en la densidad e interconexión de los asentamientos.

2. Otro elemento importante en la configuración del modelo intersitio es la trayectoria histórica del uso agrícola del suelo, que incluye fases repetidas de expansión o intensificación, como respuesta a nuevos pobladores, a una nueva tecnología, o a cambios demográficos y socioeconómicos internos. Tampoco es infrecuente que una sucesión de grupos étnicos y culturas distintas, a lo lar­go de milenios dejen una huella compleja, aunque no menos real, en la expre­sión acumulativa del paisaje cultural. En Europa este factor histórico explica la concentración de varios tipos distintos de asentamiento en regiones que pre­sentan una uniformidad étnica moderna, como resultado de fases acumulati­vas de historia ocupacional (Schroeder y Schwarz, 1969).

La Europa medieval ofrece ejemplos de ''relleno'' por parte de diferentes po­bladores o mediante nuevas tecnologías (Figura 13-5). El primer asentamiento germano en el área de Leipzig (aprox. 1025-1125 d.C.) provocó una gradual ex­pansión de las aldeas indígenas sorbías más antiguas hasta llegar a formas de asentamiento de orden compuesto (E. Butzer, n.d.). Más tarde, la colonización directa provocó la desforestación a gran escala y la creación de nuevos asenta­rrúentos, con trazados funcionales diferentes, en suelos menos buenos no utili­zados previamente (aprox. 1125-1200 d.C.). Durante los 150 años siguientes, el crecirrúento se concentró en las ciudades, con ocupación lirrútada de tierras mar­ginales; los nuevos pobladores procedían principalmente de la expansión de­mográfica local (hasta mediados del siglo XIV). Debido a las notables diferen­cias de productividad, los espacios de aprovechamiento de recursos de las antiguas y fértiles áreas de asentamiento tenían un promedio de 5 km2, en con­traste con los 20 km2 de las nuevas tierras, menos fértiles. El número de aldeas

Modelos socioeco/ógicos para asenta111ientos 239

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ll!il Lugar central con estatuto de ciudi3.d

9 Otros lugares centrales

o Aldeas del siglo· X e Aldeas en expansión (1025-1125)

...__ Principales vias de comunicación • Aldeas fundadas entre 1125 y 1350

E3 Tierr~s húmedas II zonas desforestadas II Bosques residuales º~--' (maqales, pastos Y bosques) durante los siglos XII Y XIII km

Figura 13-5. Colonización agrícola medieval de la región de Leipzig, Aleman!ª· Enlre e~ 1025 Y el 1350 d.C., 122 de los 306 asentamientos originales en esta región de 5330 km- se extendieron con­siderablemente (principalmente en las fértiles zonas de suelo loéssico del oeste), Y se les aímdiero~ 116 nuevos asentamientos (principalmente en ;ireas originalmente forestales con suelos arenosos li­xiviados). Modificado de Butzer (s.d.).

240 Síntesis

(con un promedio de espacio de aprovechamiento de recursos de 12,6 km', en contraste con los 725 km' de los ¡kung dobe, Figura 13-3) y la población ru­ral total permanecieron prácticamente sin cambio durante 500 años, pese a que Leipzig se había convertido en un centro urbano importante gracias a sus privi­legios comerciales y a su ubicación central ideal.

En América del Norte también se observa esta múltiple superposición de pa­trones de uso del suelo en las regiones de antiguos asentamientos franceses del Québec, en el Midwest, y en los asentamientos españoles y de Luisiana, en el Sudoeste. También se encuentran superpuestas las huellas de los sistemas de riego de los hohokam, de los mormones y de los sistemas de riego modernos en el Valle del Sal! River de Arizona -los canales indios influyeron en el traza­do de los sistemas posteriores. A nivel geo-arqueológico, en Mesopotamia se conocen transformaciones y superposiciones sucesivas en un paisaje de irriga­ción que abarcan seis milenios (Adams, 1981).

3. La proximidad es fundamental en el proceso de ocupación de una región subdesarrollada. La ubicación y la abundancia de las primeras aldeas perma­nentes seguirá influyendo en la ocupación potencial de los lugares de asenta­miento en juego (y de sus espacios de aprovechamiento de recursos) durante siglos Y milenios, en la medida en que las nuevas comunidades rivalizan con las más antiguas por el uso de la tierra cultivable y por los bosques aparente­mente disponibles. El asentamiento israelí en las tierras comunales de Palestina es un ejemplo moderno de un antiguo problema, comparable a la intrusión fran­cesa en Argelia un siglo antes. Los índices diferenciales de crecimiento de las aldeas son parte del mismo tema, en la medida en que surgen centros de orden superior para asumir las funciones de mercado y otras que modifican poste­riormente el desarrollo demográfico y del tráfico de otras comunidades dentro de su esfera de servicios. Por último, está la difícil cuestión del espacio social (Doxiades, 1970), responsable de un asentamiento disperso en un área durante una fase de colonización, y de un asentamiento muy concentrado en otra. La concentración es percibida de forma distinta por culturas distintas, y los resul­tados suelen ser evidentes en los asentamientos, así como en su tamaño y espa­ciación.

4. La seguridad juega un papel importante en las estrategias de asentamien­to en todas las escalas (Rowlands, 1972), desde la capacidad defensiva de la alquería familiar hasta las aldeas fortificadas y la erección de castillos y fuertes para controlar las rutas de acceso. Las marcas fronterizas de la Europa medie­val constituyen un ejemplo ilustrativo de este proceso. Las instalaciones defen­sivas pueden erigirse también en el perímetro de las redes de asentamientos, a proximidad de las fuentes de materias primas básicas, y en los límites de los barrios segregados en las ciudades. Otros asentamientos se establecen cerca de los templos o iglesias fortificados o al pie del castillo del potentado local. Estas consideraciones sobre seguridad afectan al grado de nucleación del asentamiento, a la forma de los asentamientos individuales, y a la ubicación de aldeas y cen­tros, Y pueden desencadenar transformaciones fundamentales en las redes de

lvlodelos socioeco/ógicos para asenta1nientos 241

asentamiento, tales como el abandono de caseríos y aldeas pequeñas en favor de pueblos más grandes, en el transcurso de una o dos generaciones. El impul­so puede ser externo, pero también puede ser interno, como, por ejemplo, el bandidaje incontrolado o la rivalidad interasentamiento.

5. Las redes de intercambio y sus respectivas estructuras juegan un papel fun­damental en la aparición de lugares centrales. Las redes de asentamiento gran­des y pobladas tienden a necesitar formas cada vez más complejas y diversifi­cadas de integración económica. Los mercados periódicos pueden cubrir las necesidades de las redes simples de las aldeas orientadas principalmente hacia la subsistencia, pero las sociedades de tecnología más avanzada precisan de flujos horizontales y verticales más complejos de productos y servicios. Esto, a su vez, favorece el desarrollo de una jerarquía de asentamientos. La red de intercam­bios resultante incluye la reciprocidad entre unidades y comunidades de rango social similar, el intercambio redistributivo entre comunidades de rango desi­gual, el intercambio intermedio entre lugares centrales, y el intercambio exte­rior entre redes de sitios diferentes (Renfrew, 1975). Los medios de intercambio, a través de los mercados, los intermediarios, o las fuerzas centralizadas de mo­vilización, varían enormemente de un período, de una cultura o de una organi­zación política a otra. Los patrones resultantes se reflejan inicialmente y reper­cuten en las gradaciones medioambientales y sociales, pero a medida que se desarrolla la jerarquía de asentamientos, aquellos tienden a estar cada vez más dominados por fuerzas tecnológicas, demográficas, socioreligiosas y políticas (Trigger, 1972; Smith, 1976a, 1976b; Earle y Ericson, 1977; Hirth, 1978; Ren­frew, 1978).

6. En sociedades más complejas, las redes de asentamientos son modifica­das o sustancialmente transformadas por procesos que subordinan los criterios económicos a las superestructuras religiosas, políticas o militares (Johnson, 1970). Se establecen barreras en las redes intersitio, redefiniendo la naturaleza del intercambio intermedio y externo, y las jerarquías establecidas pueden su­frir una revisión o quedar superpuestas, con la creación, transformación o eli­minación de los asentamientos de rango inferior.

Dada la complejidad de los factores medioambientales, socioculturales, eco­nómicos y supraorgánicos que influyen o controlan el asentamiento agrícola a diferentes escalas, una teoría tipológica general del asentamiento de poco ser­virá a la hora de interpretar cualquier caso concreto. En cambio, los factores fundamentales discutidos anteriormente nos proporcionan las bases de una teoría general de los asentamientos centrada tanto en las interacciones como en las configuraciones (Tabla 13-4).

Medioambientes reales y medioambientes percibidos

La diferenciación territorial azteca fue el resultado de un proceso de acción mental y social. Los aztecas percibían el espacio como algo existencial no geométrico, como real no abstracto, y como orgánico no neutral. Además

242 Síntesis

Tabla 13-4. lvlatriz analítica del patrón de asentamiento agrícola'

Recursos interasentamiento (ubicación del asentamiento, desarrollo del uso de la tierra, producti­vidad sostenida)

Matriz topográfica (distribución espacial de las categorías potenciales de uso de la tierra)

lvlatriz del suelo (potencial diferencial a corto y largo plazo para la productividad agrícola)

Matriz biótica (patrones fundamentales de las plantas silvestres, pastos, bosques y animales salvajes)

Factores socioeconómicos intraasentamiento (estruct1ua interna del asentamiento, patrones de dis­tribución de los campos, capacidad de explotación estable o intensificada de los recursos)

Tecnología (equipamiento y estrategia de subsistencia para la extracción y la manipulación)

Organización (estructuras socioeconómicas reguladoras de la eficacia sustentadora)

Valores culturales (actitudes, percepción, íle.xibilidad, y receptividad a la información)

Interacciones interasentamiento (red horizontal y jerarquía vertical de los asentamientos)

Matriz topográfica regional (ubicación, densidad y patrón de los asentamientos y de las vías de comunicación)

Trayectoria histórica (superposición de asentamientos sucesivos, con fenómenos de desfase)

Proximidad (ocupacion secuencial, crecimiento diferencial y espacio social)

Defensa (nodos o perímetros fortificados, procesos de nucleación)

Estructuras de intercambio (integración económica, aparición de jerarquías de asentamiento complejas)

Superestructuras organizativas (desarrollo de redes de asentamientos vinculadas entre si, con estructuras y jerarquías impuestas)

'se enumeran las variable, fundamentales, con sus respectivos procesos y contlguradone, entre parén1esis.

del hombre y otras criaturas terrenales, el espacio estaba habitado y domi­nado por seres supra-humanos, que determinaban de una manera directa la condición humana (Licate, 1980: 28). Las formas territoriales erigidas o adoptadas por los aztecas en tanto que complejos de símbolos y significados reflejaban y articulaban conceptos de organización del espacio terrestre; en tanto que signos y direcciones, refleja­ban y configuraban las normas aplicables a la experimentación del espacio terrestre. Las creencias se traducían y se actualizaban en la ordenación de los fenómenos de los paisajes culturales del imperio a través de las actuacio­nes de las principales instituciones sociales (Licate, 1980: 43).

Estos comentarios expresan claramente la importancia de las dimensiones no económicas a la hora de valorar la configuración espacial de los sistemas de asentamiento. El espacio, de hecho, puede analizarse desde varias perspectivas distintas: como un conjunto de recursos disponibles, como una esfera de con­trol político o militar, o como una identificación social o un valor simbólico (Cohen, 1976a; Butzer, 1978e). En términos conceptuales, incluso el medioam­biente mismo puede dividirse en diferentes componentes si adaptamos la clasi-

]l¡fodelos socioecológicos para asenta111ientos

Limite del medioambiente geográfico

--.. - ' .... - -- ' , . . . \ / Espacio de recursos per1féncos

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FOCO DE LAS ACTIVIDADES

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Límite del ' medioambiente percibido

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/ operacional

243

Figur.i 13-6. Un modelo de esp¡¡cio medioambiental y su percepción por los cazadores-recolectores.

ficación de Sonnenfeld (1972) al ejemplo rudimentario de los cazadores­recolectores prehist6ricos:

l. El medioambiente geográfico es el paisaje físico y biológico global donde el grupo humano y los grupos asociados viven e interactúan.

2. El medioambiente operativo es el espacio de aprovechamiento de recur­sos donde tienen lugar las actividades de subsistencia a corto y largo plazo de un grupo concreto.

3. El mediaambiente modificado es el área de manutención inmediata de un Jugar de habitación donde la actividad frecuente o efectiva produce una modi­ficación o transformación tangible del medioambiente.

4. El medioambiente percibido consiste en las partes de los medioambientes geográficos y operativos, tanto visibles como no visibles, de las que el grupo es consciente, y con respecto a las cuales se toman las decisiones. Estos me­dioambientes distintos pueden ilustrarse con un modelo de conjuntos parcial­mente superpuestos (Figura 13-6).

Los medioambientes geográficos, operativos y modificados constituyen con­juntamente el medioambiente real u objetivo. La dimensión percibida o de com­portamiento es la parte del medioambiente .real que es percibida por los seres humanos, con motivos, preferencias, modos de pensar y tradiciones propios de su contexto sociocultural (Kirk, 1963). La parte del mundo real que queda excluida del medioambiente percibido de una sociedad no tiene relevancia para la toma de decisiones ni para el comportamiento espacial (Kirk, 1963). Por ejem-

244 Síntesis

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.... RE Medioambiente real MP Medioarnbiente percibido

Figura 13-7. Medioambientes percibidos por los cazadores-recolectores y por los agricultores­ganaderos, a partir de un medioambiente real constante (A) o un cambio medioambiental de las condiciones del Holoceno (B) respecto a las del Pleistoceno. Modificado de Davidson (1972: Figura !).

plo, las capas de carbón no son útiles para una sociedad que no reconoce su existencia o su utilidad, o que carece de tecnología para extraerlas. La superpo­sición incompleta entre el medioambiente real y el ambiente percibido ha sido tratada por Davidson (1972). Según este autor, los determinantes de un asenta­miento preagrícola dependían de la proximidad del agua y del acceso a las áreas de caza y recolección, mientras que los intereses de las comunidades agrícolas se centraban sobre todo en los suelos y terrenos cultivables. En otras palabras, la percepción prehistórica de la diferencia entre medioambientes óptimos y me­dioambientes marginales, o de la ubicación de un sitio adecuado, era totalmen­te distinta en los cazadores-recolectores y en las aldeas agrícolas (Figura 13-7 A). A tenor de la presión de los cambios medioambientales, esta divergencia debe­ría ser todavía mucho mayor (Figura 13-7B), tanto más cuanto los sitios ar­queológicos de los pastores del Paleolítico y los de los agricultores neolíticos estaban concentrados en partes distintas del mismo paisaje. En consecuencia, Davidson (1972) afirmaría que el enfoque cognitivo del comportamiento apli­cado a la arqueología medioambiental puede ayudar a evitar la sobrevalora­ción estática de los recursos a la hora de analizar o reconstruir un asentamien­to, Y suministrar, en cambio, una apreciación más completa de la adaptación del grupo a su medioambiente (Davidson et al., 1976a; Crumley, 1979).

La cartografía cognitiva no se limita a la percepción de los recursos, sino que incluye también componentes espaciales: a) la distancia en función de la tecno­logía, del tiempo de desplazamiento y de los factores sociales; b) la ubicación, como una función de los factores económicos, sociales simbólicos y estéticos;

Modelos socioeco/ógicos para asentamientos 245

c) la accesibilidad como una función del valor cultural otorgado a la facilidad o dificultad de acceso físico o social. Estas perspectivas espaciales influirán en la delimitación y utilización de un área operativa por parte de un grupo concre­to, así como en la intensidad de la interacción entre grupos vecinos. Evidente­mente, la identificación de los componentes medioambientales, la existencia de recursos y su configuración espacial, los objetivos subsistenciales, las medidas de actuación y las estrategias de programación (Churchman, 1968) están todos estrechamente vinculados a la percepción del grupo. En última instancia, la re­lación entre el medioambiente percibido y el real es fundamental para la adap­tación (Gibson, 1970) y, por ende, para la arqueología contextual.

Una población inmigrante probablemente acotará un nuevo medioambiente con la ayuda de información y de tecnología importadas para conseguir explo­tar un medioambiente inicialmente percibido (Brookfield, 1969). Luego éste se valora en términos de recursos, y la masa resultante de información vieja y nueva se vuelve a valorar para modificar tanto el medioambiente percibido (indirecta­mente) como las decisiones futuras (directamente). Si los recursos medioam­bientales, la población y la tecnología se mantienen constantes, y si no se gene­ra o importa nueva información, el subsistema perceptual alcanzará una situación estable (Brookfield, 1969). Una situación de estas características pudo muy bien darse repetidas veces durante el Pleistoceno, cuando durante milenios no se pro­dujo introducción de nueva tecnología o información. De hecho, el medioam­biente percibido puede ser mucho más receptivo a la nueva información que a los cambios del medioambiente real. Aunque los recursos son una propiedad del medioambiente real, no resulta ventajoso considerarlos "como una valora­ción atribuida al medioambiente percibido" (Brookfield, 1969: 64). Esto es apli­cable a la valoración que los cazadores-recolectores hacen de su espacio de apro­vechamiento de recursos en términos de caza y alimentos vegetales, Y también es aplicable a sociedades más complejas, donde los líderes evalúan el medioam­biente en base a un fondo mayor de información y de tecnología. En ambos casos, las decisiones se adoptan en relación con las necesidades percibidas Y con las condiciones anticipadas de futuro que pueden o no coincidir con la rea­lidad objetiva (Flannery y Marcus, 1976).

No podemos pretender comprender al hombre en la Tierra sin algún tipo de conocimiento sobre lo que hay en la mente del hombre ... Los que toman de­cisiones operan dentro del medioambiente que ellos perciben, no del que es en realidad. Debemos aceptarlo como es. Pero hacerlo en términos concep­tuales es una cosa, y encontrar formas de incorporar el medioambiente tal como es percibido en nuestro método empírico global es un problema total­mente distinto (Brookfield, 1969: 75-6).

Brookfield (1969: 66) se fijó tres objetivos, con "pocas esperanzas de éxito": a) simulaciones descriptivas de los medioambientes percibidos generalizad?s; b) explicación del medioambiente percibido en términos de sus fuentes de m­formación, y valoración de su vulnerabilidad a los cambios y de su nivel de

246 Síntesis

Tabla 13-5. Percepción, comportamiento espacial y registro arqueológico"

Medioambiente ---• Toma de decisiones ___ Comportamiento percibido individuales y colectivas espacial

t Filtro psicológico

t Información

t rviedioambiente real

en parte en las sugerencias de T.P. Volman.

Procesos y configuraciones espaciales

+ Transformaciones culturales

+ Transformaciones no-culturales

+ Restos arqueológicos

respuesta a los nuevos inputs de información; c) contrastar la simulación en términos de precisión, resolución, profundidad, alcance y continuidad.

Las verdaderas dificultades para definir el medioambiente percibido de una cultura viva y valorar sus intenciones y su dinámica (Bunting y Guelke, 1979) se multiplican al infinito cuando se trata de una sociedad extranjera, ahistórica o extinguida. Los datos arqueológicos son finitos. Podemos reconstruir el me­dioambiente real contemporáneo y deducir una gama incompleta de activida­des a partir de los restos conservados. Pero las analogías etnográficas tienen escasa validez a la hora de generalizar valores cognitivos prehistóricos (Leach, 1973). La única forma de calibrar un medioambiente percibido potencial y el proceso aparente de toma de decisiones que Jo vinculan a las actividades cultu­rales (Tubla 13-5) sería mediante un modelo deductivo de predicción (Bell y Church, 1980). Un enfoque así es estimulante y útil parta discutir cuestiones del tipo innovación versus difusión, pero la verificación dependerá de hipótesis relativas al concepto de optimalidad prehistórica. El valor primario de la pers­pectiva perceptual en un análisis de integración espacial es su capacidad para destacar las limitaciones inherentes al modo interpretativo racional.

CAPITULO 14

La integración espacial III: reconstrucción de los sistemas de asentamiento

La ubicación del asentamiento

El comportamiento espacial es fundamentalmente racional en términos econó­micos, pero no es necesariamente óptimo y nunca es exclusivamente económi­co (véase Capítulo 13). El principio del rninimo esfuerzo no es exclusivamente humano: los pasos de ganado que convergen en una dehesa y las huellas de animales hacia un abrevadero pueden extenderse varios kilómetros en línea rec­ta. Pero, para alcanzar áreas de pasto más distantes, estos senderos se adaptan a las asperezas del terreno y su sinuosidad normal implica una relación entre la impulsión del cuerpo y un mínimo de aleatoriedad en el desplazamiento. Las rutas y caminos tradicionales indican un ajuste similar a la mínima distancia, la topografía y una variedad de factores menos tangibles. En consecuencia, el comportamiento espacial humano pocas veces se aproxima realmente al princi­pio de optimización, es decir, al del mínimo esfuerzo para un máximo de ren­dimiento (McFarland, 1978). Dos imponderables importantes se interponen en la concepción y realización de las estrategias de movilidad y subsistencia. Pri­mero, la distribución, la predictibilidad y las variables competitivas que con­trolan la disponibilidad y la limitación de recursos (véase Tubla 13-3) exigen decisiones complejas que admiten múltiples opciones alternativas. Segundo, las variables culturales y socioeconómicas aumentan la multiplicidad de opciones alternativas posibles con respecto al medioambiente percibido, más que al real (véase Tubla 13-4).

En consecuencia, la ubicación de un sitio es esencialmente racional, raramente óptimo, y siempre, algo idiosincrásico. Las decisiones de los cazadores­recolectores dependen de los sitios seleccionados durante períodos de tiempo relativamente cortos con respecto a los grandes espacios de recursos aprove­chables, e implican elementos de riesgo, diversidad y productividad a largo plazo distintos de los que influyen en las decisiones de las comunidades agrícolas y agropecuarias. Las ventajas que perciben unos y otros de un asentamiento y de su espacio de ocupación difieren, pero en cada caso los parámetros espacia­les implícitos se aproximan a un facsímil del medioambiente real.

La dificultad intrínseca para predecir la ubicación de un asentamiento estri­ba en el hecho de que las estrategias de subsistencia no sólo dependen de los espacios de aprovechamiento de recursos y de la tecnología, sino que incluyen

247

248 Síntesis

múltiples opciones en términos de planificación y agregación demográfica. El objetivo primario de la planificación del avituallamiento es garantizar un su­ministro satisfactorio de alimentos y materias primas y mantener al mismo tiem­po un equilibrio razonable entre los costes de la persecución y captura y los costes de cosecha, por un lado, y los rendimientos de los recursos, por otro (relación input-output) (Winterhalder, 1981). Los objetivos secundarios de la planificación del uso de los recursos incluyen las preferencias y la diversidad dietética, las funciones de prestigio de los alimentos y de las actividades relati­vas a su obtención, y la diferenciación de los roles sexuales (Jochim, 1976). La agregación demográfica interviene en función de la dependencia de la concen­tración de la población respecto a la distribución, la densidad y la predictibili­dad de los recursos, por un lado (Jochim, 1976), y de la conservación de los lazos sociales cooperativos y de la viabilidad reproductora, por otro (Wobst, 1974).

Esta interpendencia funcional hace que la ubicación real de un asentamiento represente probablemente un ajuste satisfactorio, sino óptimo, a los paráme­tros medioambientales (Wolpert, 1964).

En otras palabras, los requisitos subsistenciales y socioculturales dictan res­puestas espaciales y temporales flexibles, más que estrategias de asentamiento humanas bidimensionales estáticas. Por tanto, las ubicaciones y los patrones de un yacimiento necesitan un enfoque probabilístico, y no determinista.

Estudio de los yacimientos arqueológicos

La definición de un yacimiento arqueológico en tanto que registro tangible de la actividad humana en un Jugar determinado (véase Capítulo 13) es de dificil utilización en muchas ocasiones prácticas. Los agentes geomorfológicos y las actividades humanas posteriores desplazan y reelaboran los artefactos líticos Y los restos de cerámica, desplazándolos o dispersándolos a distancias varia­bles (véase Capítulo 7). Los sitios pequeños, y más particularmente los que ofre­cen una baja densidad de artefactos, plantean un problema muy particular.

Plog et al., (1978) prefieren una definición estrecha de yacimiento: una agre­gación delimitada en el espacio, de materiales culturales en cantidad y calidad suficientes como para producir incidencias en el comportamiento del Jugar. Esta definición es aplicable sobre todo a las actividades humanas de los últimos mi­lenios Y a los asentamientos donde los vestigios siguen siendo en su mayoría visibles en la superficie de un paisaje que apenas ha experimentado cambios significativos. Pero cuando se trata de asentamientos de cazadores-recolectores de mayor antigüedad, afectados por procesos de sepultamiento o erosión de gran magnitud, cada hallazgo de artefactos tipológicamente distintivo adquie­re importancia. Lo más normal es que no haya rasgos que registren actividades específicas, que el comportamiento no pueda inferirse fácilmente y que la dis­persión extensiva sólo pueda excluirse previo estudio geo-arqueológico. Estas distintas dificultades pueden resolverse describiendo este tipo de no yacimien-

Reconstrucción de los sisten1as de asentatniento 249

tos como hallazgos. Su aportación a los patrones de asentamiento y de yaci­miento será relativa.

Las prospecciones arqueológicas han contado tradicionalmente con una va­riedad de procedimientos, algunos rigurosos, otros oportunistas (Hester et al., 1975; Capítulo 3): a) muestreo selectivo de superficie; b) muestreo completo de materiales visibles, incluyendo los hallazgos; c) muestreo de cuadrículas sis­temáticas; d) combinación de muestreo sistemático y aleatorio, de acuerdo con una cuadrícula local, regional o superpuesta; e) muestreo alrededor de mani­festaciones culturales o de paisajes culturales. El valor de estos estudios depen­de del nivel del registro de detalles y de la naturaleza del registro arqueológico estudiado. Los problemas de procedimiento son fundamentales para la inter­pretación, como afirman Binford (1964), Mueller (1975), Schiffer et al. (1978), Plog et al. (1978), y Lewarch y O'Brien (1981). Schiffer et al. (1978) han identi­ficado diversos criterios útiles:

l. Abundancia: la densidad de sitios o tipos de artefactos por unidad de su­perficie.

2. Agrupación: el grado de agregación espacial. 3. Obviedad: la probabilidad de que los materiales puedan detectarse me­

diante una sola técnica, sobre todo en relación con los rasgos del subsuelo y la modificación geoquímica.

4. Visibilidad: el grado en que un observador puede detectar materiales en un punto determinado o debajo de él, en función de los hallazgos de superfi­cie, de los patrones de terreno y vegetación, de la prospección geofísica y de las excavaciones de control.

5. Accesibilidad: con respecto al clima y los biotos, al terreno y los caminos, y a los patrones de explotación del suelo.

Las decisiones con respecto al tipo de muestreo probabilístico, densidad de control y tecnología apropiada deben tomarse de acuerdo con los factores an­teriores.

Un enfoque paisajístico del estudio de asentamientos

Los métodos de muestreo son sólo una parte del problema. Los procesos geo­morfológicos sistemáticos que afectan a la destrucción, sepultamiento o pre­servación superficial selectivos de un sitio son igualmente importantes. En con­secuencia, se requiere una estrategia geo-arqueológica. Las preguntas que siguen se plantean como un paso previo esencial a la realización del estudio (Butzer, 1960a: 1617):

l. ¿Cuáles son los parámetros de ubicación de los yacimientos prehistóricos conocidos en el área estudiada?

2. ¿Cuáles son las relaciones entre estos entornos y los sedimentos, los sue­los y el terreno del área de estudio? ¿Cuáles son las situaciones que con mayor probabilidad pudieron haber sido seleccionadas intencionadamente por los gru­pos prehistóricos o accidentalmente preservados de la destrucción natural?

250 Síntesis

3. ¿Qué generalizaciones regionales pueden hacerse sobre la probabilidad de los yacimientos? ¿Existe alguna relación entre los hiatus arqueológicos discer­nibles y la erosión de sedimentos o superficies contemporáneos, con una sedi­mentación más reciente en amplias zonas, o con una ausencia de ocupación anterior, debida a mesoambientes poco atractivos o bien a una ubicación en el espacio intersticial entre medioambientes operativos?

4. ¿Qué porcentaje de yacimientos de una época determinada pueden ha­berse conservado? ¿O, es que los yacimientos conocidos son representativos de la densidad de los asentamientos prehistóricos?

5. ¿Cuáles fueron las condiciones geomorfológicas, hidrológicas y bióticas más características durante esta fase concreta de asentamiento, y cómo pueden haber influido en la selección del sitio?

Estas preguntas pretenden detectar los factores que afectaron a la ubicación de un asentamiento y también a su posterior dispersión, sepultamiento, ero­sión y preservación. Dados los limitados recursos de que solemos disponer para la verificación subsuperficial de cualquier tipo, existe una necesidad urgente de incorporar una estrategia geo-arqueológica a la prospección de todas las hue­llas arqueológicas, exceptuando las más recientes.

Existe un ejemplo de este tipo de prospección geo-arqueológica en el Valle del Nilo del Medio Egipto (Butzer, 1960a, 1961; Kaiser, 1961). Los yacimientos predinásticos (aprox. 4000-3150 a.C.) parecían estar originalmente ausentes en un segmento de 175 km del valle aluvial que seguía siendo un área de asenta­miento de poca densidad hasta el primer milenio a.C. (Butzer, 1976c: 79-80, 101). Varios factores fueron responsables de los hiatus que aún subsisten en la recuperación de los yacimientos (Figura 14-1). En primer lugar, este sector del valle aluvial del Nilo se caracteriza por grandes cuencas cuyo nivel hidráulico era muy difícil de controlar, impidiendo así el desarrollo agrícola. Hasta el 1050 a.C. la forma dominante de subsistencia siguió siendo la ganadería, y la densi­dad moderna de asentamientos sólo se consiguió en época romana (Butzer, 1960b). En segundo lugar, la preservación y la exposición de los yacimientos no eran favorables. La mayoría de asentamientos predinásticos e históricos tem­pranos estaban ubicados en los márgenes elevados del Nilo, hoy enterrados bajo varios metros de a1uviones recientes o cubiertos por túmulos de ocupación más recientes. Sólo a los limites de las tierras de aluvión con el desierto, se han des­cubierto sitios preservados y expuestos en forma de cementerios y de asenta­mientos periféricos posiblemente relacionados con una gama limitada de acti­vidades. Su comparación sistemática con otros sitios prehistóricos tardíos del Alto Egipto demostraría que los asentamientos al borde del desierto suelen des­cubrirse allí donde los rellenos aluviales más antiguos forman terrazas escalo­nadas bien definidas al limite del valle aluvial moderno. En el Medio Egipto, estas situaciones son raras. El borde oriental del valle se caracteriza por acanti­lados rocosos que se alzan abruptamente por encima de una franja aluvial es­trecha, mientras que en el borde occidental, los sedimentos más antiguos pre­sentan una inclinación casi imperceptible hacia el límite del valle aluvial

Reconstrucción de los siste111as de asenta,niento

v Cementerios dinásticos + Tumbas dinásticas excavadas en \a roca

El Asentamientos dinásticos e Cementer·1os pred1násticos/d1nést'1cos tempranos

O Asentamientos predinásticos ~ Terrazas y abanicos de alu.viones tm dominando la llanura fluvial ~ Desierto recubierto por la llanura llu.vial; li:::J fraccionamiento de las terrazas proximas r=:i Desierto recubierto por los aluviones i::.::J recientes cu!r1vados f""'"7l Dunas y arenas desplazadas recubriendo L.:.:J parcialmente la llanura fluvial ~ Horizontes de aluviones: a menudo s~\inos, WZl:J recubriendo las superl1c1es de eros1on

251

Escarpas de desierto con intercalaciones dis­[¿ continuas de formaciones desérticas anlAnores í7JI Escarpas de desierto dominando directamente ~ la llanura fluvial

0 Otras escarpas .y acantilados

O 15

m

Figura 14-1. Panimelros geo-arqueológicos de la prospección de un yacimiento predinástico en los

bordes del desierto del Egipto Medio.

252 Síntesis

moderno. Estas antiguas superficies han sido erosionadas por las aguas super­ficiales y recubiertas por campos de dunas o arenas movedizas (Butzer, 1959), sepultadas bajo el barro del Nilo, destruidas por la incorporación paulatina de la superficie inferior del desierto a las tierras agrícolas intensamente modifica­das, o camufladas por la superposición de grandes cementerios coptos e is­lámicos.

El mapa geo-arqueológico resultante (Figura 14-1) tiene valor predictivo para el descubrimiento potencial de otros asentamientos y necrópolis predinásticos y dinásticos en los bordes del valle en el Medio Egipto.

Drew (1979) ha esbozado otra estrategia geo-arqueológica para la ubicación de sitios pre-Clovis de América del Norte. Modificando una clasificación arqueo­geomorfológica de yacimientos establecida por Butzer (1971a: 228), Drew con­sideró la posibilidad de que los contextos sedimentarios aluviales, de cuenca, costeros, subacuáticos, de cueva, de pendiente, eólicos y volcánicos de la edad adecuada pudieron aflorar y eventualmente proporcionar medios razonables para la ubicación original y preservación final de los yacimientos del Pleistoceno. Sobre estas bases Drew propuso un programa de verificación en términos de áreas generales, de selección específica de cuencas, de exploración local y de métodos de excavación.

El muestreo de probabilidad de áreas enteras es lógico en el caso de una pros­pección comprehensiva, sobre todo si los sitios relativamente recientes son de interés primario. Si sólo interesan los yacimientos y hallazgos de un período determinado, resulta más económico y más efectivo adoptar un enfoque paisa­jístico, basado en una estrategia geo-arqueológica:

l. Los sedimentos superficiales y las superficies de erosión (por ejemplo, las terrazas fluviales, los abanicos aluviales, las plataformas, y similares) deben iden­tificarse y cartografiarse a partir de fotos aéreas (Gumerman y Lyons, 1971; Lyons y Avery, 1977; Dickinson y Shutler, 1979) y verificarse sobre el terreno. Las escalas convencionales de este tipo de fotografías van del 1:18.000 al 1:55.000. El 1:35.000 es una escala conveniente para un mapa exploratorio.

2. Las unidades sedimentarias identificadas en el mapa se valoran luego so­bre el terreno para reconstruir una historia geomorfológica, si posible apoyada en controles de radiocarbono.

3. Los yacimientos conocidos de una fase arqueológica determinada se in­cluyen en este marco espaciotemporal para preparar una prospección de cam­po racional.

4. La primera fase de la prospección de campo debe centrarse en elementos del paisaje (por ejemplo terrazas o abanicos aluviales) con mayores probabili­dades de contener concentraciones de yacimientos bien conservados. Los resul­tados obtenidos dictarán, entonces, la escala de la cuadrícula, la densidad del muestreo, la intensidad de la fase dos.

5. La segunda fase debería abarcar todas las unidades del paisaje suscepti­bles de incluir restos arqueológicos intactos o reelaborados del periodo estu­diado, utilizando distintas escalas e intensidades de muestreo para las unidades

Reconstrucción de los sisten1as de asentan1iento 253

centrales y las periféricas. Los resultados identificarán los patrones espaciales de ubicación o preservación preferencial fundamentales para una formulación detallada de la estrategia de la fase tres.

6. La terce.a fase de la prospección incluirá todas las formas de exploración y verificación subsuperficiales, incluyendo a) el examen de todos los afloramien­tos naturales de las unidades a mano, b) la perforación con obtención de nú­cleos y la excavación de pozos de prueba en áreas con índices superficiales de yacimientos enterrados (Reed et al., 1968; Butzer, 1977a; Stein, 1978; Schwartz y Tziavos, 1979), y c) la prospección magnética y geoquimica de los sitios pro­metedores (véase Capítulo 9), seguida de calicatas cuando se justifique. La fo­tografía de detalle y la fotografía infra-roja pueden facilitar la identificación (Gumerman y Neely, 1972; Dunnell, 1980b).

7. Finalizada la prospección del yacimiento, su ubicación debería valorarse en términos de patrón de recursos y condiciones físicas de la ocupación origi­nal y su preservación posterior. Para ello puede recurrirse al análisis de labora­torio de las muestras de sedimento procedentes de una cuadrícula superficial y de perfiles verticales, al estudio de los mapas edáficos detallados disponibles y a la interpretación de fotos por vía satélite (a una escala de 1:250.000 o mejor).

Una vez terminado el estudio arqueológico del paisaje, la configuración del patrón del sitio puede valorarse en términos de preservación, de !acunas espa­ciales, de concentración en unidades paisajísticas específicas, y en relación con los recursos bióticos potenciales, que pueden simularse a partir de la informa­ción sobre los suelos y de las condiciones del sustrato reflejadas en las imáge­nes por vía satélite. Todo está listo para un análisis más comprehensivo del asen­tamiento .y para la interpretación sistémica (Davidson et al., 1976a). Las excavaciones minuciosas en uno o más sitios, junto con un programa de inves­tigación bio-arqueológica, son los indicados en esta fase. La figura 14-2 pre­senta un modelo simplificado de este tipo de enfoque paisajístico para la ubi­cación de yacimiento.

Debe advertirse que al margen del grado de precisión de una prospección, el registro contrastado será con toda probabilidad incompleto. Los índices de superficie, tales como los restos de cerámica, se van destruyendo o recubriendo progresivamente con el tiempo, de forma que la impresión empírica aparente de un aumento exponencial del número de sitios en fases arqueológicas sucesi­vamente más jóvenes puede deberse a la pérdida progresiva de información so­bre los sitios más antiguos (Kirkby y Kirkby, 1976). Además, los índices de re­cuperación de los yacimientos de períodos de asentamiento diferentes son interdependientes y están influidos por la densidad global de asentamientos. Tal como K.irkby y Kirkby (1976) pudieron demostrar, los coeficientes de sitios de distintos períodos no pueden interpretarse simplemente en términos de cam­bios en las poblaciones y de su distribución en el tiempo. Los errores serán ma­yores para fases con bajas densidades de población. Junto con la destrucción progresiva en el tiempo, esto supone que ''las interpretaciones de los patrones culturales de los períodos más tempranos de cualquier área no sólo son las más

254 Síntesis

m Colinas G Terrazas del Pleistoceno C] Llanura fluv. Holee. Medio D Canales trenzados históricos

Figu:a 14-~, Un modelo de ubicación de yacimientos ibéricos y romanos en el este de España. (A) M:tl1oam~1ente montañoso marginalmente productivo con asentamiento romano discontinuo y de baJa densidad. (B) Suelos de grava poco fértiles y marginales para la agricultura. Asentamientos romanos concentrados cerca de los bordes inferiores, (C) Suelos de te.,¡tura media de fondo de valle coevos del asentamiento romano; concentraciones importantes de yacimientos parcialmente ente: rra~os bajo los aluviones de los márgenes inferiores. (D) Barras efimeras de grava y aluviones pro­duc1das por la erosión reciente del suelo aguas arriba; yacimientos romanos destruidos.

sospechosas, sino que los propios patrones pueden pasar desapercibidos" (Kirkby y Kirkby, 1976: 252).

La reconstrucción de los patrones de asentamiento: los cazadoresMrecolectores

En distintos momentos de su existencia, determinadas partes del Viejo y del Nuevo Mundo estuvieron períodica o permanentemente habitadas por grupos humanos. La suma de medioambientes operativos en un momento determina­do define el mundo habitado el oikoumene. Una serie de factores impusieron de forma estacional o permanente limitaciones prácticas, aunque temporales, a una e~?ansión ilimitada: frío extremo, gran altitud, aridez, junglas y panta­nos casi impenetrables. A pesar de todo, tarde o temprano, las transformacio­n_e,s tecnológicas, organizativas y socioculturales permitirían una mayor exten­s1on del oikoun1ene. Pero aún dentro de estas macrolimitaciones reales o percibidas, la ocupación de muchas partes del mundo fue disconti~ua hasta hace sólo uno o dos siglos. Ello refleja, hasta cierto punto, la concentración de re~urs?s, la productividad y la predictibilidad, la organización tecnológica Y social disponibles y una serie de actitudes y percepciones específicas de cada

Reconstrucción de los sisten1as de asenta,niento 255

cultura. En consecuencia, los patrones de asentamiento no pueden predecirse simplemente en base a la suma total de las ubicaciones de sitios potencialmente aptos para su ocupación.

Dadas las limitaciones empíricas y teóricas para la cartografía inductiva y la reconstrucción deductiva ¿es realmente posible estudiar el patrón de los asen­tamientos prehistóricos? En un sentido literal, sí lo es, pero sólo en el caso de épocas relativamente recientes, de comunidades sedentarias y de una preserva­ción excepcional. Si analizamos algunos ejemplos representativos de los pro­blemas que plantean algunos registros arqueológicos de diferentes épocas, ten­dremos una idea de estas limitaciones prácticas y de las posibilidades de una reconstrucción generalizada de los asentamientos.

Como primer ejemplo, podemos considerar un estudio monográfico del Pleis­toceno (Paleolítico medio) del sur de Africa. En 1974-77 establecí el registro aproximado de asentamientos asociados del área de Kimberley, donde el Pa­leolítico medio, en su mayor parte puede atribuirse probablemente a una sola variante, la facies de Alexandersfontein (Butzer, 1976d). Basada en el estudio de las colecciones de museo, en excavaciones de sondeo, y en las definiciones originales de Goodwin (1929, 1936), esta facies se caracteriza por abundantes hojas (lascas, como minimo el doble de largas que de anchas), algunas hojas y puntas Levallois (es decir, hojas y puntas obtenidas a partir de núcleos prepa­rados), y unas pocas piezas con desbaste o retoque secundario, principalmente puntas triangulares con bordes convergentes. (No es seguro que existan dos sub­facies distintas, caracterizadas por diferencias de longitud de las hojas y por la presencia o ausencia de núcleos Levallois o discoidales.) La materia prima provenía exclusivamente de los yacimientos de pizarra metamórfica o lidianita del contacto entre las pizarras pérmicas y triásicas y las rocas volcánicas (dole­rita o diabasa) del Mesozoico superior (Karroo). No se conserva ningún hueso ni ningún yacimiento primario, pero los sitios y los hallazgos aislados son muy frecuentes y son característicos dentro de un medioambiente circunscrito por los afloramientos de lidianita y por la frontera climática semiárida-subhúmeda actual (Figura 14-3). La facies de Alexandersfontein parece haber dependido de materias primas y condiciones ecológicas específicas. Estratigráficamente, la facies se asocia a la formación Riverton, miembro III, una unidad litoestra­tigráfica muy extendida acusando netamente más de 40.000 años de radiocar­bono y probablemente de principios del Pleistoceno superior (Butzer et al., 1979).

En torno al yacimiento-tipo (Figura 14-4A) se llevó a cabo una exploración limitada a partir de líneas de prospección radiales, extendidas lateralmente para seguir cualquier rasgo topográfico transversal. En un área de 110 km2 se pu­dieron identificar unos 28 hallazgos, que catalogamos como yacimientos por comodidad, con un mínimo de 150 artefactos y una concentración de 2 a 75 artefactos por metro cuadrado. Tres otros yacimientos fueron localizados en el interior de la cuenca de 330 km2 que desemboca en el pan (playa) de Alexan­dersfontein, y veinte más entre el cercano Valle del Vaal (Humphreys, 1973) y en la llanura aluvial del Modder (Figura 14-4B). Otros veinte sitios fueron lo-

256 Síntesis

G Yacimientos mesolíticos de facies Alexandersfontein

1 ntrusiones de l<arroo y afloramientos de lidianita

Figura 14-3. Distribución de los yacimientos mesolfticos de facies Alexandcrsfontein en la cuenca del Orange-Vaal, Africa del Sur.

calizados en el resto de la región (Figura 14-3), algunos de ellos a partir de la información que proporcionaron los archivos de museo o gracias a la cortesía de G.J. Fock y otros, todavía, a partir del estudio de Sampson sobre el río Orange (MSA I y 5) (Sampson, 1972). En general, los yacimientos se ubican en los le­chos de travertino en vías de erosión, en depósitos de concentración situados en o debajo antiguas playas lacustres y en los piedemontes a proximidad de afloramientos de dolerita, supuestamente cerca de los yacimientos de lidianita, por lo que los hallazgos en su mayoría no son sólo secundarios sino que están sumamente dispersos, debido a repetidos efectos geomórficos. Sólo uno de los sitios excavados puede considerarse semiprimario (tipo CE del Capítulo 7). Aun­que aporte escasa información sobre las actividades de subsistencia, el registro de Alexandersfontein sugiere un modelo de distribución de asentamientos en la proximidad de fuentes de agua y de materias primas en un paisaje de erosión cortado por varios ríos y salpicado por numerosas depresiones cerradas y pe­queñas cuencas deposicionales asociadas.

El espacio de aprovechamiento de recursos predecibles aunque dispersos de los dobe san actuales, que dependen estrechamente de las nueces mongongo, cubre unos 725 km2 del semiárido Kalahari nordoccidental (Yellen, 1977: Ca­pítulo 4). Sin embargo, existe una gran flexibilidad en la posición del grupo, y los miembros adultos proceden de un área de más de 12.000 km2 (Yellen,

Reconstrucción de los siste111as de asenta111iento 257

O 2

l<m

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\\ 1

A

1111 Yacimientos mesotiticos E] Llano lacustre del H?loceno infer. m. Depósito de manantial, J

11111111 lacustres y de playa del Pleisloc. super.

1111 Yacímientos mesoliticos F1 Areas depos1cionales LJ y pans (playas)

Co11ñas y terreno accidentado

O 5 ~

B

Figura 14.4, Yacimientos de facies Alexandersfontein estudiados por el autor en torno al yacimiento­tipo (A), y tal como suelen darse en la región de Kimberley, entre el Vaal y el Motlder (B).

258 Síntesis

1977: Figura 1-2). Los patrones son similares en el Kalahari central, donde los gw1 explotan recursos menos productivos pero del mismo nivel de predictibili­dad, particularmente el melón silvestre tsama (Silberbauer, 1981: Figura 16). El área operativa de Alexandersfontein, con alimentos vegetales en cierto modo comparables a los de los gwi de Botswana, debió desbordar los límites de la cuenca (330 km2

) y haber abarcado una gran extensión entre los ríos Vaal y Modder, quizá los 6000 km2 representados en la figura 14-4B. Así pues, el sec­tor tnangular de 80.000 km2 de la cuenca del Orange-Vaal con yacimientos del tipo Alexandersfontein pudo haber sostenido más o menos una docena de gru­pos del Paleolítico medio.

Adoptando otro enfoque, existen al menos 28 asentamientos (equivalente a 0,25 por km2

) en el área inmediata explorada (Figura 14-4A). Suponiendo una destrucción del 50 por ciento de los yacimientos originales a lo largo de unos 100.000 años, la densidad original pudo ser de 0,5 sitio/km' en esta área de recursos concentrados. La densidad original de los asentamientos de toda la cuenca endorreica era como mínimo cuatro veces mayor que la densidad indi­cada por el número de yaciminetos recuperados, cuenta habida de la falta de e~ploración sistemática y la destrucción extensiva (0,35 yacimiento/km'). La cifra de densidad alta puede servir para extrapolar un censo original de por lo menos 3250 yacimientos en los 1300 km de extensión frontal del río (hoy p_ermanente) con una media de 5 km de anchura (6500 km2) (Figura 14-3). La ~1fra de densidad más baja podría indicar además 25.725 sitios en los espacios mtercalados, dando un total de cerca de 30.000 yacimientos, de los cuales sólo 71 se han recuperado. Estas cifras son modestas, pero ilustran hasta qué punto una exploración moderada, dada una preservación media puede esperar loca-lizar yacimientos del Pleistoceno. '

Si aceptamos la hipótesis de una docena aproximada de grupos, y suponien­do que hubiesen creado 15 concentraciones artefactuales importantes al año, los ~0.000 yacimientos serian el resultado de 2000 años de ocupación continua del area representada en la figura 14-3. Si la facies de Alexandersfontein abarca toda la duración de Riverton III, esta estimación sigue siendo demasiado baja, porque los depósitos del Miembro III son mucho más importantes que los del Miembro V, fechado entre el 4500 y el 1300 B.P. (Butzer et al., 1979).

La distribución de la facies de Alexandersfontein coincide ampliamente ade­más, c?n la región de los grabados rupestres de finales del Holoceno, y es' simi­lar al area modal utilizada por las gentes de habla de lenguas san propias de esta región a principios del siglo XIX (Butzer et al., 1979: Figuras 2 y 8) (Figu­ra 14-5). La mayoría de los 10.500 grabados rupestres registran ocupación du­rante los últimos cuatro milenios, con destacados cambios estilísticos y técni­cos que acompañan un desplazamiento hacia campamentos ribereños de base tras el advenimiento de condiciones más secas en torno al 700 d.C. En otras palabras, el modelo sugerido para la facies de Alexandersfontein coincide con la utilización de la misma área por grupos de una sola y misma unidad con conciencia de identidad entre el 4000 B.P. y 1300 B.P. aproximadamente, una

Reconstrucción de los sisten1as de asentanliento

O 100 '--'!1m \

Fronteras lingü(sticas ... San oe\ siglo XIX r - ..,,.

O 100 km

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259

Figura 14-5, Distribución de grabados rupestres prehistóricos (ca. 4000 B.P. - siglo XIX) de Africa del Sur. Compárese con la Figura 14-3. l'vlodificado de Bulzer et al. (1979).

época con mayor abundancia de agua y vegetación. Esto indica que los mode­los espaciotemporales válidos en las fases finales del asentamiento del Paleolí­tico superior sirven perfectamente para explicar los restos del Paleolítico medio del mismo medioambiente. Resulta significativo que la misma área permane­ciera desocupada durante al menos los 50.000 años anteriores al 15.000 B.P. y también del 5500 al 4000 B.P. En suma, el asentamiento del Pleistoceno en el interior de Africa del Sur estuvo espacialmente acotado y fue temporalmente definido, con períodos de total abandono de la región que durarían muchos milenios.

El modelo de asentamiento de Alexandersfontein es compatible con otros es­tudios de campo regionales de los cazadores-recolectores prehistóricos por lo que refiere a la localización de las concentraciones de campamentos, la delimi­tación de los hallazgos, y períodos de tiempo relativamente precisos. Por ejem­plo, los yacimientos con un sílex de color chocolate del tecnocomplejo de la punta pedunculada están concentrados en los valles aluviales de un sector de 50.000 km' de la Polonia central y fechados en torno al 11.600-9800 B.P. (Schild, 1976). Judge y Dawson (1972) han documentado patrones de ubica-

260 Síntesis

ción de asentamientos paleoindios en Nuevo México entre el 10.000 y el 7000 B.P. Y Vencl (1971) describió asentamientos mesolíticos en Checoslovaquia del 10.000 al 6500 B.P. Según la actividad del sitio, existen notables diferencias en la prioridad de los suministros de agua, puntos de oteo y materias primas. Un estudio geo-arqueológico de ubicaciones de asentamientos mesolíticos y ante­riores en el Bajo Rin ha mostrado que los yacimientos mesolíticos de superficie se asientan exclusivamente en los llanos de montaña y en los valles de los afluen­tes más pequeños, porque en el valle aluvial propiamente dicho están sepulta­dos en (o bajo una) masa aluvial de 9000 a 6000 años de existencia (Brunnac­ker, 1978b).

Si bien el ritmo de producción de conjuntos líticos distintivos se acelera ha­cia el final del Pleistoceno (Isaac, 1972; Butzer, 1981c), los últimos patrones de asentamiento de cazadores-recolectores avalan las impresiones del estudio de Alexandersfontein, en el sentido de que el oikoumene del Pleistoceno fue discontinuo y que muchos medioambientes, quizá marginales, estuvieron ocu­pados sólo durante unos pocos milenios sin interrupción. Por ejemplo, un área como el Sáhara pudo haber estado ocupada durante un período acumulativo de quizás un 1 % del millón de años o más cubiertos por el Achelense en el nor­te de Africa. Durante el final del Pleistoceno pueden detectarse tecnocomple­jos distintos y disyuntivos en lo que hoy son microambientes diferentes. Hace 90.000 (más o menos 5000) años (Butzer, Beaumont y Vogel, 1978; Butzer, 19781), durante una fase climática templada (fase isotópica 5b), en las monta­ñas Y costas del sur de Africa existió una industria singular del Paleolítico me­dio con abundantes microlitos, que incluye formas geométricas indicativas de útiles compuestos con empuñadura (Magosiense o de Howieson's Poort) (Vol­man, 1981) (Figura 14-6). Aparentemente, en esa época las tradiciones macrolí­ticas del Paleolítico medio perduraban en partes del interior, hasta que una vez más, milenios más tarde, sustituyeron al Howieson's Poort. Luego, hacia 40.000 B.P., en la zona montañosa de Africa central y suroriental, aparecieron unos pocos sitios de otro tecnocomplejo (de principios del Paleolítico superior) con algunos útiles de hueso y cuentas de cáscara de huevo (Van Noten, 1977; But­zer Beaumont y Vogel, 1978; Butzer y Vogel, 1979). Sin embargo, el tecnocom­plejo tradicional del Paleolítico medio perduraría todavía JO milenios en unos pocos sitios de la región de El Cabo (Deacon, 1979; Volman, 1981) (Figura 14-6). Incluso entonces, los grupos más numerosos del Paleolítico superior no llega­ron a ocupar el interior ahora semiárido hasta hace unos 15.000 años.

Es posible que los grupos del Paleolítico medio, de número muy reducido, se retirasen, según la variación estacional, a la zona de lluvias invernales del sur de El Cabo, mientras los grupos de principios del Paleolítico superior ex­plotaban esporádicamente la zona montañosa del Transvaal y del Natal duran­te las épocas más cálidas y húmedas del año en las áreas operativas mejor defi­nidas de la región de los lagos del Africa centroriental. De esta forma, gran parte del sur de Africa pudo permanecer básicamente desocupada durante mu­chos milenios, con poca probabilidad de encuentros entre grupos de distinta

Reconstrucción de los siste111as de asenta,niento

O Yacimientos neolilicos O Yacimientos mesotiticos

Sincrónicos } 40.000-30.000 B.P.

C> Yacimientos de Howieson·s Poort 90.000 ±5000 B.P.

o

~ Principales cordilleras O Zona árida moderna

261

250

Figura 14-6. Los yacimientos de Howison's Poort, fechados en la fase isotO~ica ce.mp!ada Sb, c~tán limitados a las partes coster.1s y montañosas de Africa del Sur. Los mas a~tJguos (:':eolluco) (40.000-30.000 B.P.) eran coevos de los del tvtesolítico de otras partes de la misma reg10n.

identidad. Aunque no estén probados de forma incontrovertible, estos argumen­tos hablan en favor de distintos "aislamientos culturales parciales" con territo­rios delimitados y de alguna forma de adaptación ecológica concreta, desde hace aproximadamente unos 100.000 años. Este modelo interpretativo encierra un gran potencial para el registro del Paleolítico.

Esta heterogeneidad espacial de las redes de asentamiento de los cazadores­recolectores que caracteriza al Paleolítico medio africano se hace más ~ más compleja en el Valle del Nilo a partir de hace 18.000 años. Desd_e esa ~poca hasta el establecimiento unos 12 milenios más tarde de las economias agncolas existieron en Egipto como mínimo tres y a veces hasta cinco industrias con.cu­rrentes (Figura 14-7) (Butzer y Hansen, 1968; Phillips y Butzer, 1973; Sm1th, 1976c; Wendorf y Schild, 1976, 1980; Bar-Yosef y Phillips, 1977; Butzer, 1979). Estas industrias no representaban meras diferencias de facies o complejos líti­cos y, con frecuencia, su tecnología básica y la materia prima utiliz~da eran distintas. Sus localizaciones casi contemporáneas pueden aparecer a solo unos pocos kilómetros de distancia, y en algunos casos industrias distintas_altern~n unas con otras en el mismo yacimiento; otras tienden a agruparse en areas dis­tintas. Sin embargo, las redes de asentamientos no pueden ser reconstruidas, porque serían necesarios controles temporales muy exactos para lo que proba­blemente no son más que campamentos estacionales. Las guerras entre grupos vienen documentadas por cementerios que contienen un alto porcentaje de es-

262

4

6

8

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30

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34

38

Síntesis

Hoja micro/ftica

----- Tecnología levalfoisiense ~~~~ ~~--~

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EG!P1D COLONIAL

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CLIMA DESERTICO

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Figura 14-7 Indu t · J · • Nilo del

8·. . 5 n~s Y tec~ocomp eJ~s del Pleistoceno superior al Holoceno inferior del valle del

l• Y • mm. Las mdustnas descubiertas en Nubia y en el Alto Egipto aparecen en mayúsculas· as demas llevan nombres Jo J La · · · • · · '

1 . ca es. coex1stencm de tres a cinco mdustnas simultáneas (distintas

por O ge~eral, a mvel tecnológico) posteriores a 18.000 B.P. es un hecho a destacar. Nota· el Khor: musense mc!uye el "Buh "· J H l" · J • • tardfo"· el . en • e a ,ense me uye el Kohr el S1J; el Aficnse incluye el "Scbiliense

1 , !snense mcluye el Menchianiense; el Sebekiense incluye el Dabasoraniense "E" y (?)·

e Qadense in~luye el "Wadi"; el Fakhuriense incluye el "D"; el Shamarkicnse incluye el Elkabien~ se Y .el Qarumense; el Neolítico ccr.i.mico incluye el Neolítico de Jartum "Abkan" F~yu "A" Menmde, • , ... m Y

Reconstrucción de los sistenzas de asentan1iento 263

queletos con heridas de proyectiles. Las 13 industrias nilóticas preagrícolas tie­nen una duración media de 2800 años (sigma 2200), similar a la de las familias lingüísticas históricas y protohistóricas (por ejemplo, celta, germánica). La apa­rición y desaparición de estas industrias coinciden, por lo general, con cam­bios medioambientales (Figura 14-7), lo que hace pensar en repetidos reajustes ecológicos.

Las faunas presentes asociadas a los yacimientos del Valle del Nilo están cons­tituidas principalmente por búfalos salvajes y facoceros, algunas gacelas, as­nos salvajes, hipopótamos, jabalíes, y un búfalo extinguido. Las muestras fau­nísticas son demasiado pequeñas para saber si hubo o no diferencias en las preferencias de caza de los grupos responsables de estas industrias, pero en al­gunos sitios hay abundantes espinas de pescado y también algunas tortugas y cocodrilos. Los tipos de útiles sugieren que la pesca fue importante en varias de estas adaptaciones.

Las piedras de moler, asociadas sólo a algunos de los yacimientos de algunas industrias (Kubbaniyense, Afinense, Qadense, Isnense, Figura 14-7), a veces junto con microlitos de hoces, confirmarían la existencia de manipulación de plan­tas, algo que viene avalado por la presencia de polen de tipo Gramineae en un lugar isnense y de granos de cebada carbonizados en un yacimiento kubbani­yense. Varios siglos de inundaciones excepcionales asociadas a un Nilo "salva­je" con desbordamientos períodicos de 8 o 9 m por encima de sus aluviones recientes entre 12.000 y 11.500 B.P. pudieron haber puesto punto final a esta adaptación especializada en la recolección de granos. Las poblaciones ulterio­res del Valle del Nilo fueron escasas y pequeñas, y se dedicaron principalmente a la explotación acuática hasta la llegada de los colonos neolíticos procedentes de los desiertos occidentales (Butzer, 1976c; Capítulo 2).

Los yacimientos del Pleistoceno final de Israel muestran una mayor unifor­midad tecnológica, pero con complejos líticos diferentes, en áreas que hoy son áridas y húmedas (Bar-Yosef, 1975). Las numerosas ocupaciones de cuevas pro­dujeron estratos notablemente más potentes que las ocupaciones nilóticas más extensivas pero menos profundas, lo que sugiere una residencia repetida y pro­longada. La extensión de los asentamientos varía desde los 150 a 400 m' del Kebarense (aprox. 18.000 B.P.) hasta los 500 a 7000 m2 del Natufiense (aprox. 10.500 B.P.). La disposición de los asentamientos natufienses, su tamaño y sus faunas indican adaptaciones locales diversificadas reflejadas en cuatro patro­nes típicos de asentamiento (Bar-Yosef, 1975).

Estas tendencias son similares a las de Egipto, pero demuestran que las rápi­das transformaciones de los patrones de asentamiento y subsistencia de finales del Pleistoceno fueron únicas dentro de cada mosaico ecológico. Había desde luego unos pocos, aunque extensos, iatus intersticiales. Pero los comportamientos espaciales de amplio espectro de los recolectores "intensivos" de Egipto e Is­rael, por un lado, y de los cazadores-recolectores ''extensivos'' de Polonia y Nuevo México, por otro, eran sustancialmente diferentes en cuanto a densidad y complejidad. Las adaptaciones posteriores de principios del Holoceno man-

264 Síntesis

tuvieron esta dicotomía en cuanto a concentración, predictibilidad y movilidad de los recursos. Por ejemplo, el período Arcaico del Este de América del Norte Y el Mesolítico europeo se basaron en los abundantes recursos fluviales y sugie­ren una movilidad limitada, mientras que las ''tradiciones del desierto'' ameri­canas Y el Smithfield del interior seco sudafricano se reflejaban en patrones espaciales reminiscentes de los que predominaron antes de 20.000 B.P. La mis­ma dicotomia ha persistido entre los cazadores-recolectores recientes (por ejem­plo, los pigmeos mbuti del Congo y los shoshone de la Gran Cuenca).

Reconstrucción de los patrones de asentamiento: las comunidades agrícolas

La h~ella arqueológica de la ocupación sedentaria es mucho más tangible en el paisaJe que la de los cazadores-recolectores nómadas, en parte porque los rasg?s estructurales traducían cierta voluntad de permanencia, en parte debido a la impronta acumulativa de una utilización permanente a largo plazo. En los casos en que se emplearon materiales duraderos para la construcción y que los campos se d_elimitaron con terraplenes o profundos surcos de arado, el registro del asentamiento continúa suministrando información detallada muchos mile­n_ios después. No todos los asentamientos agrícolas fueron permanentes (es de­c1r, ocupados durante una o dos generaciones), y no todos los sitios de cazadores­recolectores fueron efímeros. Pero, en general, las posibilidades de reconstruc­ción arqueológica de los asentamientos y espacios de aprovechamiento de re­cursos son mayores en las comunidades agrícolas prehistóricas que en los com­plejos de sitios cazadores-recolectores. Además, en caso de grandes aldeas y cmdades permanentes, el registro espacial del comportamiento de la comuni­dad es relativamente inteligible (Tabla 13-2). Puede estudiarse intensivamente a microescala, a semi-microescala y a mesoescala para producir información socioeconómica detallada y fiable, algo casi imposible cuando se trata del re­gistro de los cazadores-recolectores. Este es por consiguinte el tema central de la arqueología de los asentamientos esencialmente inductiva, Willey (1953: 1), Ch~ng (1968): Trigger (1968), Parsons (1972) y Tringham (1972). Y también es el llpo de registro arqueológico susceptible de interpretación sociocultural de­ductiva reivindicada en otras declaraciones programáticas (Hill, 1972). . Este breve :epaso se limita a caracterizar los tipos de configuraciones espa­

ciales d1scermbles a partir del registro arqueológico de las comunidades agrí­colas prehistóricas y de sus contextos ecológicos. Esto se verá mejor con una serie de ejemplos.

Los patrones de asentamiento y de uso de la tierra en paisajes no irrigados, desde el Neolítico hasta la época histórica, están particularmente bien docu­mentados en Gran Bretaña gracias a los trabajos de Evans y Limbrey (1975) Y de Limbrey Y Evans (1978), una serie de mapas detallados para la época pre­romana, romana, Edad Oscura y período normando publicados por el British Ordnance Survey, que incluye reseñas de todos los yacimientos, desde la cerá-

Reconstrucción de los siste111as de asentan1iento 265

mica y los hornos de cocción, hasta fuertes, templos y lugares sagrados. Estos son los datos que utiliza Hodder (1972, 1977) en sus análisis espaciales. En el trabajo de Evans (1975: Capítulos 6-7) pueden encontrarse buenas ilustracio­nes de los tipos de planos de asentamientos y criterios para el trabajo de campo (véase Capítulo 8); y Eradley (1978) ha analizado los diversos tipos de hitos­mojones de los cainpos. El aprovechamiento de este extenso corpus de infor­mación al servicio de la interpretación funcional y ecológica de las redes de asentamientos y de sus cambios a lo largo de milenios apenas ha empezado.

En Holanda y en algunas zonas de Alemania y Escandinavia se han creado corpus similares de información pero todavía hay que contrastarlos y valorar­los y hacerlos más asequibles y comprehensivos. Los estudios más limitados no son tan útiles para un análisis espacial a macroescala, pero suelen ganar en profundidad a la hora de analizar los procesos de asentamiento a través del tiem­po. El estudio de Potter (1979) de Etruria del Sur es un ejemplo de este tipo de estudios, y sirve como modelo de continuidad y cambios de asentamiento en los paisajes de secano de la cuenca del Mediterráneo.

Los estudios a gran escala de conjuntos de asentamientos e irrigación en ivle­sopotamia documentados e interpretados por Adams (1965, 1981) y por Adams y Nissen (1972) son comparables a los estudios a macroescala de Gran Bretaña. Johnson (1975) ha intentado realizar un análisis espacial muy sugestivo sobre una parte de estos datos. Pero sigue existiendo el problema de la falta de traba­jo geo-arqueológico, lo que hace que el rol potencial de los principales cambios de los cursos y descargas fluviales (De Meyer, 1978: 1-56) no pueda todavía dis­tinguirse de la regulación y redistribución artificiales de los suministros de agua dentro o entre las redes de canales. Las ventajas de un mapa detallado se ponen de manifiesto en el estudio a macroescala de Pricket (1979) sobre la distribu­ción de los campos en un abanico aluvial del sureste de Iran del cuarto milenio a.c.

En el Nuevo Mundo, el estudio de la cuenca de México realizado por San­ders et al. (1979) marca un hito similar a macroescala (25 mapas que cubren unos 3500 km2) en la determinación de criterios de asentamiento y de uso de la tierra. Earle (1976) y Smith (1979b) (cf. Evans, 1980) han intentado estudios espaciales preliminares, y T.L. Bell ha emprendido un estudio más comprehen­sivo. El estudio de la cuenca de México viene a añadirse a otros estudios regio­nales realizados en Mesoamérica por Flannery (1976) y por Harrison y Turner (1978), así como a diversos estudios específicamente urbanos.

Estos ejemplos, a los que hay que sumar otros estudios a menor escala de varias otras regiones, demuestran el carácter sustantivo de la documentación relativa a algunas de las redes de asentamientos agrícolas prehistóricos. La base de datos no es perfecta y necesita un toque geo-arqueológico y cronométrico. Los esquemas existentes para el estudio regional sistemático necesitan el desa­rrollo y la verificación de unos modelos espaciales a la medida de la informa­ción disponible. Estos modelos deberían tratar de elucidar los patrones de ubi­cación de los asentamientos, la utilización y modificación de los espacios de

266 Síntesis

aprovechamiento de recursos, y las interacciones dentro y entre las distintas re­des de asenta~ientos. Estos modelos descriptivos comprehensivos del paisaje humano debenan trascender el clásico objetivo del comportamiento espacial abst;acto, Y tratar de identificar los patrones de los recursos y también las inte­r~cc1on_es entre las sociedades y sus medioambientes que se reflejan en las con­f1gurac~ones culturrues y otras improntas del paisaje biofísico. Para ello hacen falta cm_enos multJdimensionales que puedan aplicarse a los elementos de in­formac10n generados mediante un enfoque contextual explícito.

CAPITULO 15

Sistemas diacrónicos I: la adaptación cultural

La integración temporal

En los capítulos precedentes hemos analizado los modelos y datos empíricos que tratan de describir los procesos y configuraciones espaciales de los ecosis­temas humanos. Analizamos dos categorías modales, los cazadores-recolectores móviles y los agricultores sedentarios, para destacar la variabilidad del com­portamiento espacial. Pero el análisis tenía que ser forzosamente sincrónico si queríamos poner de relieve la expresión geográfica de unos fenómenos que los arqueológos analizan tradicionalmente desde una perspectiva temporal. Un eje temporal resulta, sin embargo, esencial para entender la dinámica de los ecosis­temas humanos individuales y también el registro de la continuidad y el cam­bio en la historia humana. Estos objetivos diacrónicos difieren no tanto en con­tenido, sino en escala, porque la trayectoria de la continuidad y del cambio representa las interacciones y transformaciones a más largo plazo de múltiples ecosistemas humanos.

Visto con la perspectiva de miles o millones de años de prehistoria, el regis­tro arqueológico demuestra cambios significativos en la forma humana y en el comportamiento cultural: a) una "modernización" tangible del género Homo desde nuestros antepasados simiescos del Terciario hasta las poblaciones ac­tuales; b) un aumento general de la capacidad intelectual, y c) un aumento sus­tancial de la complejidad cultural. Estos cambios biológicos y culturales repre­sentan una evolución fundamental en la que ambas variables estuvieron inextricablemente interconectadas. Más allá de estas premisas básicas, apenas existe acuerdo a nivel semántico, conceptual o de interpretación procesual.

Los paradigmas tradicionales para la investigación de los orígenes humanos no sirven a la hora de analizar los fenómenos de los últimos 5 o 10 milenios. Lo que puede ser válido para la megaescala de la prehistoria del Pleistoceno puede resultar incorrecto, inaplicable o inadecuado para los cortos períodos de tiempo y la complejidad de la era histórica. En parte, el problema es de escala, de macroevolución o microevolución, una distinción que no plantea problemas en términos biológicos, pero que resulta difícilmente aplicable a los fenómenos culturales, planteando la pregunta de si los cambios biológicos y culturales pue­den o no interrelacionarse objetivamente, salvo en los términos más generales. El problema radica también, en parte, en el propio paradigma cultural consis-

267

268 Síntesis

tente en considerar la cultura como un conjunto de fenómenos jerárquicos de interés intrínseco, o como cultura percibida en tanto que medio estructurado, pero flexible, capaz de garantizar el éxito del grupo y, en última instancia, la supervivencia de la especie. Extraer dicotomías simplistas del tipo estructural­funcional; ideológico-materialista oscurece la complejidad y la globalidad de la cultura humana en tanto que proceso integrador que satisface necesidades psicológicas, sociales y materiales.

Los intereses básicos del antropólogo cultural y del arqueólogo, más que el reflejo de unos conceptos fundamentalmente distintos de la cultura, son unos paradigmas diferentes para estudiar diferentes fenómenos que son tangibles para ambas disciplinas. También existen diferencias fundamentales en los objetivos inmediatos de la investigación mediante un enfoque sincrónico comparable al enfoque adoptado por la antropología, o el enfoque diacrónico propio de mu­chos arqueólogos.

La premisa subyacente es que la investigación prehistórica y la investigación histórica se justifican no como una reconstrucción ·esotérica, sino como una contribución directa a la comprensión de la naturaleza de la cultura humana. Directa o indirectamente, estos esfuerzos suministran una dimensión diacróni­ca fundamental para dilucidar la dinámica de los sistemas culturales. El térmi­no dinámica implica aquí más que el ritmo, la amplitud y la dirección del cam­bio; abarca asimismo la naturaleza intrínseca de los procesos interactivos interpretados en el pasado y en el presente y anticipados en el futuro.

Los patrones del comportamiento individual o colectivo, sorprendentes en situaciones de stress crónico o repentino, ejemplifican una de estas facetas. Más allá del problema más general de las relaciones sociales dentro y entre los gru­pos, las interacciones entre las poblaciones humanas y los componentes no­humanos de sus ecosistemas son igualmente importantes. La experiencia dia­crónica es fundamental para la formulación y verificación de los modelos de comportamiento con respecto a la agresión, el altruismo, la sexualidad y, sobre todo, a la utilización de recursos y a la ecología. ¿Hasta qué punto estas res­puestas reguladoras están programadas genéticamente? La controversia socio­biológica sobre el tema es sólo un aspecto del problema no resuelto de saber exactamente cómo se interrelacionan la evolución biológica y la adaptación cul­tural (Durham, 1978).

En cualquier campo de investigación, los problemas planteados prefiguran los métodos potenciales de investigación. Una vez identificados, estos métodos precisan de un marco conceptual explícito capaz de facilitar el análisis y evitar confusiones. El paradigma así definido representa un universo finito, delibera­damente restringido con el fin de posibilitar la exploración de problemas con­cretos. En este sentido, los paradigmas antropológicos y arqueológicos son ló­gicamente diferentes, pese a su interés común por la cultura humana. Similarmente, en la arqueología, el paradigma contextual y el paradigma social están también estructurados de diferente manera, pese a su interés diacrónico compartido por la cultura humana. Al optar por el paradigma adaptativo que

Adaptación cultural 269

sigue a continuación, Jo hago en interés de un enfoque eficaz que pueda dar cuenta de los componentes interactivos humanos y no humanos del ecosistema humano.

La adaptación cultural

David Clarke caracterizó originalmente los atributos básicos de los sistemas cul­turales ''no como actividades, artefactos o creencias arbitrarias sino como la 'información' que controla y regula esas tres expresiones de la tradición cultu­ral" (Clarke, 1968: 85). En su desarrollo de la analogía cibernética, Clarke com­paró la cultura con "un sistema de información cuyos mensajes representan la suma de información de supervivencia y de información parásita aleatoria propia de cada sistema y de su trayectoria pasada" (Clarke, 1968: 85) (Flan­nery y Marcus, 1976) ... Estos sistemas culturales están sujetos a oscilaciones de equilibrio en respuesta a las variaciones del medioambiente que los contiene: a) oscilaciones sincrónicas, por las que los sistemas acoplados se ajustan casi simultáneamente; b) fenómenos de retraso, cuando la nueva información se in­corpora al sistema cultural más tarde que la transformación medioambiental; c) fenómenos desencadenantes, cuando las transformaciones reales o potencia­les pueden preverse consciente o inconscientemente, provocando ajustes en el sistema cultural (Clarke, 1968: Figura 11).

La interacción constante no se limita a la interrelación entre los sistemas cul­turales y sus medioambientes y los reajustes espacio-temporales resultantes. Se trata también de interacciones fundamentales dentro del sistema y entre sus múl­tiples subsistemas. Las oscilaciones, ajustes y transformaciones resultantes suelen ser respuestas a una nueva información, incluyendo tanto elementos externos susceptibles de ser aceptados, integrados o modificados (difusión), como ele­mentos internos generados por recombinaciones de los componentes existentes para producir resultados notablemente diferentes (innovación) (Clarke, 1968).

Oran parte de la innovación parece ser el resultado de la multiplicación de trayectorias oscilantes y "de búsqueda" permitidas dentro de un sistema cultu­ral, posibilitando un desarrollo estocástico múltiple que "puede dar con un dis­positivo preñado de promesas" (Clarke, 1968: 93). Sea cual fuere su origen, la nueva información a) puede ser compatible con la información existente, con­firmando esta información o produciendo un beneficio neto, b) puede suponer una variedad alternativa al conjunto de la información disponible, apuntando a opciones y trayectorias alternativas, oc) puede ser parcial o totalmente con­tradictoria, provocando la incertidumbre o favoreciendo la destrucción de par­te del cuerpo original de información (Clarke, 1968).

Este enfoque de la cultura como información es complementario del enfo­que de la adaptación cultural. Este es otro concepto prestado en este caso por las ciencias biológicas, y tiene, también, ventajas y desventajas. En su forma original, la adaptación biológica puede ser interna (fisiológica) reguladora del sistema, como por ejemplo el mantenimiento de una temperatura corporal cons-

270 Síntesis

tante o externa (evolutiva) -la adaptación de un sistema a su medioambiente exterior para provocar el cambio evolutivo (Alland, 1975). La adaptación cul­tural deriva de esta última variante y supone ajustes no genéticos a largo plazo de las culturas a sus respectivos medioambientes (Alland, 1975). Las ventajas de un paradigma dinámico centrado en la continuidad y el cambio, más que en las fases evolutivas estáticas o en la suma total de rasgos, son evidentes. Pero enseguida surge un problema: ¿Cómo medir la adaptación o cómo distinguir los rasgos adaptativos de los rasgos inadaptados?

Se han ofrecido dos criterios básicos: uno, esencialmente biológico, según el cual la adaptación supone el "éxito" demógrafico a largo plazo (Alland, 1975; Durham, 1978). El otro es económico y afirma que la adaptación puede estar inversamente relacionada con la energía total desplegada por individuo y mu­dad de tiempo (Alland, 1975; Kirch, 1980a). Estas mediciones diagnósticas son hasta cierto punto incompatibles, porque la viabilidad demográfica sólo es po­sible mediante drásticos reajustes y restricciones socioeconómicos.

Las paradojas que aparecen a la hora de deterntinar qué es exactamente adap­tativo son particularmente evidentes en muchos ejemplos modernos de stress colectivo analizados en un trabajo en equipo dirigido por Laughlin y Brady (1978): no es posible determinar objetivamente si los grupos concretos estudia­dos están bien adaptados o no, porque falta el requisito de la profundización en el tiempo -una ausencia importante en el enfoque neo-ecológico ahistóri­co. Incluso cuando se dispone de información acumulada durante casi un si­glo, como ocurre con los dassanetch de la zona deltaica del río Orno en el su­roeste de Etiopía (Butzer, 1971b: 131-44, 175; Almagor, 1972; Carr, 1977), se pueden identificar los mecanismos adaptativos, pero no se puede medir el éxito adaptativo, porque la reciente expansión demográfica de los dassanetch ha pro­vocado una degradación medioambiental intensiva, con las consiguientes pre­siones en favor de transformaciones culturales significativas. Volviendo a la de­finición original, la adaptación hace referencia al éxito a largo plazo, no a corto plazo. De hecho, Slobodkin y Rapoport (1974) insistieron en que el éxito adap­tativo tiene que medirse en relación a una profundidad concreta de tiempo. Las posibles deficiencias a la hora de aplicarla a situaciones contemporáneas no justifican el rechazo de la adaptación como concepto arqueológico útil, por­que en la investigación arqueológica la profundización en el tiempo es suficiente.

La adaptación, sin embargo, sigue siendo un concepto teórico, con las ''caí­das" o extinciones demográficas como únicos fenómenos capaces de medir la inadaptación (Rappaport, 1978). No existe, evidentemente, ningún problema fundamental para analizar la adaptación de grupos y sistemas culturales que no han sobrevivido. Sin embargo, para estudiar los grupos y las sociedades su­pervivientes puede resultar más práctico concentrarse en los mecanismos adap­tativos que en las mediciones, de acuerdo con el concepto implícito en los "sis­temas adaptativos complejos" de Buckley ..

Buckley (1968) combinó las analogías cibernéticas y biológicas para definir un sistema adaptativo que a) está en intercambio constante con el medioam-

Adaptación cultural 271

bien te, b) aporta una reserva potencial de variabilidad adaptativa que permite identificar variedades y limitaciones nuevas y más detalladas dentro del me­dioambiente para preservar y propagar las variables más logradas del sistema. Corolario: las estrategias adaptativas pueden definirse como conjuntos de com­portamientos, bien simultáneos bien secuenciales, que reflejan una cartografía cognitiva del medioambiente y mediante los cuales el sistema se ajusta tanto a los cambios internos como a los externos. Una de las ventajas del concepto sistémico de Buckley es que representa un modelo de sistemas abierto que re­salta las interacciones entre los subsistemas socioculturales y medioambienta­les dentro de un sistema mayor (Wood y Matson, 1975). Otra ventaja es que resalta la variabilidad, y que por consiguiente contempla la selección cultural (Kirch, 1980c), un mecanismo realmente evolutivo (Dunnell, 1980a). Por últi­mo el concepto adaptativo de Buckley resalta la cognición y la toma de decisio­nes, y por consiguiente contempla implícitamente soluciones adaptativas alter­nativas capaces de trascender la tendencia determinista de los modelos tecnoambientales (véase Bettinger, 1980: 237-40).

La estrategia adaptativa es una variable esencial en las interacciones cultura­medioambiente, porque puede estar relacionada con el nicho ecológico (es de­cir, el rol funcional y las limitaciones impuestas desde el exterior a la pobla­ción) (Odum, 1971: 234). En un espacio definido por el hábitat, los recursos y el tiempo, la estrategia adaptativa determina la forma del nicho (Kirch, 1980a). Por ejemplo, un nicho amplio es una estrategia óptima en un medioambiente altamente variable, de grano grueso, o de baja productividad. Frente a circuns­tancias adversas, una población debe experimentar nuevas combinaciones de alimentos vegetales y animales, puesto que el nicho más amplio es el que pro­porciona sustitutos de los recursos más escasos, y asegura posiblemente la via­bilidad de un sistema de asentamiento de subsistencia de tipo familiar. Las es­trategias de optimización no son adaptativamente óptimas en medioambientes marginales o incluso en medioambientes productivos pero de riesgo moderado. Una alternativa es la estrategia "más prudente posible" o minimax, que mini­miza el riesgo máximo, y que garantiza los mejores resultados no óptimos en cualquier situación (Clarke, 1968:95; Bettinger, 1980). Un ejemplo de estrate­gia minimax es la combinación de diferentes cultivos básicos con distintas pre­ferencias climáticas para asegurar los máximos rendimientos en cualquier se­cuencia de años buenos y malos (Clarke, 1968: 119). Estos puntos, apenas esbozados aquí, se complementan con la discusión de la estrategia óptima de recolección del Capítulo 12 (Winterhalder, 1980, 1981) y con los modelos explí­citos presentados por Bettinger (1980) y Green (1980a) para los cazadores­recolectores y para la agricultura de subsistencia.

Los cambios en la estrategia adaptativa pueden vincularse provechosamente con el proceso de selección cultural, que opera en respuesta a limitaciones me­dioambientales que canalizan o determinan el alcance potencial de los com­portamientos, así como a través de procesos cognitivos que reflejan la inteli­gencia, las necesidades percibidas, los valores culturales, la anticipación de

272 Síntesis

futuras necesidades y la valoración del comportamiento (Rappaport, 1971b; Kirch, 1980a; Orlove, 1980). Kirch (1980a: 122-23) ha identificado tres clases de selección:

l. La selección estabilizadora. En una situación con un alto grado de adap­tatividad a un medioambiente estable, la selección tenderá a eliminar compor­tamientos periféricos variantes, manteniendo así la gama total de variación a un mínimo.

2. La selección direccional. En una situación de stress, tal como una rápida alteración medioambiental o la colonización de un nuevo medioambiente, al­gunos comportamientos anteriormente periféricos pueden resultar selecciona­dos durante el período de experimentación y cambio para lograr un nuevo sis­tema adaptativo.

3. La selección diversificadora. En un medioambiente parcheado heterogé­neo pueden desarrollarse dos o más normas adaptativas y coexistir dentro de una misma población cultural.

Así las presiones selectivas tenderán a ser estabilizadoras, direccionales o di­versificadoras, dependiendo de si el medioambiente es estable, cambiante o com­plejo, respectivamente.

Así como la adaptación es básicamente una estrategia de supervivencia, la adaptabilidad es la capacidad del sistema. La adaptabilidad depende de la ca­pacidad del sistema para incorporar nueva información. Cuanto más variabili­dad de comportamiento se tolere, más probable resultará la armonía entre las nuevas ideas y los valores existentes y la ~irtual aceptación de aquellas.

Cuantas más opciones se acepten, tantas más probabilidades de que por azar o intencionamente, se produzca un cambio del valor adaptativo. Así pues, la tolerancia de ·una variabilidad elevada en el comportamiento de un grupo debería ser un factor de gran valor adaptativo ... Las comunidades adoptarán nuevos atributos, no necesariamente porque comprendan correctamente su valor adaptativo, sino porque el nuevo comportamiento es coherente con los patrones formales y funcionales del grupo y tan sólo produce un ligero cam­bio de forma (Fletcher, 1977: 142-43).

Cabe suponer que muchos grupos humanos serán incapaces de adoptar nue­vas ordenaciones espaciales por mera incompatibilidad con el modelo espa­cial internamente coherente de la comunidad (Fletcher, 1977: 146).

La tolerancia a la variabilidad es sólo un aspecto de la ecuación del compor­tamiento. La adaptabilidad aumenta cuando un sistema incorpora una varie­dad suficiente de modos de actividad y de atributos materiales, sea en sistemas complejos o en sistemas rudimentarios no especializados, donde la diversidad de recursos reduce la vulnerabilidad del sistema. Por otro lado, un sistema es­pecializado y altamente institucionalizado se volverá probablemente más con­servador cuánto más éxito tenga; cuánto menos receptivo a las nuevas ideas, más no adaptativo resultará fuera de un medioambiente específicamente deter-

Adaptación cultural

CAMBIO EXOGENO Medioambiente

humano v no humano

1 1 1 1 1 1

SISTEMA ADAPTATIVO

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ro Q.

OPORTUNIDADES DE RECURSOS

273

Procesos evolutivos y revolucionarios

Figura 15·1. Un modelo tridimensional de las variables interactivas de un sistema adaptalivo.

minado o menos capaz de sobrellevar la variación externa (Clarke, 1968: 98, Sahlins, 1977).

Como conclusión de este análisis de la adaptación cultural y sus procesos inherentes, diremos que la definición de sistema adaptativo puede ser modifi­cada para identificar explicitamente las variables básicas y sus manifestaciones materiales de forma que resulte aplicable a las sociedades del pasado. Esta de­finición, que aparece ilustrada en la figura 15-1, puede formularse de la siguiente forma: La intersección tridimensional definida por el comportamiento social, la tecnología y la abundancia o restricción de recursos representa un siste111a adaptativo que se refleja en las estrategias de subsistencia y en los patrones de asentamiento, y que responde y se ajusta a los procesos internos Y a los cam­bios del medioambiente humano y no humano.

274 Síntesis

Modos dinámicos de los sistemas adaptativos

Para poder de~ar:ollar una metodología capaz de analizar los sistemas adapta­tivos Y su dmamica temporal en el Capítulo 16, es necesario primero acordar un co~cepto adecuado de análisis de escala. Este concepto puede desarrollarse a partlf de la b10logía, según las directrices siguientes.

Los biólogos perciben los ecosistemas modernos como comunidades interac­tivas definidas por varios parámetros y que se ajustan a cambios internos y ex­ter~os mediante múltiples feedbacks positivos y negativos. Aquí se subraya el caracter procesual y sincrónico. Por otro lado, el carácter de las trayectorias temporales solamente puede determinarse mediante una perspectiva evolutiva basada en el registro paleontológico. Durante el Cenozoico, y sobre todo du­rante el Pleistoceno, aparecen tres tipos de cambio biótico:

l. . Se dan transformaciones evolutivas durante las cuales surgen nuevas co­m~mdades de plantas y animales, proceso que se acelera en presencia de ten­s1on o de una progresiva colonización de nuevos medioambientes. La extinción Y apari:ión de nuevos géneros tienden a ser frecuentes durante este tipo de trans­formac1ones, aunque los linajes individuales evolucionan según patrones tem­porales que muchas veces no coinciden con los cambios bióticos complejos. En o_tra~ palabras, la evolución de nuevas comunidades bióticas supone nuevas asoc~ac1ones. d~ nuevas y viejas formas que colectivamente representan un nue­vo mvel de exito adaptativo.

2 .. ~ª. evolución de la comunidad es distinta a la sustitución individual, ya s~a filetica (es decir, evol_ución lineal de formas adaptadas diferentes) o ecoló­gica !es dec!f, desplazamiento lateral por parte de especies y géneros más com­petitivos).

3. El tercer tipo de cambio es la sucesión biótica, en la que un acontecimien­to catastrófico -incendio, huracán, deterioro climático- destruye temporal­~ente. una asociación biótica, que luego se reconstituye a través de una secuen­cia efimera de comunidades recolonizadoras (véase la figura 8-2).

Algunas de las grandes transformaciones evolutivas pueden identificarse du­rante los 65 millones de años del Cenozoico. Una de ellas es la aparición de las grandes praderas, junto con la expansión adaptativa de ungulados cursorí­ped~s hace de 15 ~ 10 millones de ~ñas, en el Mioceno. Otro caso es el despla­zamiento progresivo de las comumdades de los bosques semitropicales de las lati:udes medias durante los 2 millones de años del Pleistoceno. Estos cambios se vieron favorecidos por tendencias medioambientales de sexto nivel (véase Tabla 2;2) aceleradas por oscilaciones climáticas de quinto orden, responsables a tra­v~s de un feedback positivo, de la introducción de transformaciones medioam­bientales secundarias. Pero el impulso evolutivo inherente a unos ecosistemas terrestres cada vez más complejos fue tan significativo como los mecanismos ext~rnos que guiaron, aceleraron y determinaron la trayectoria del cambio evo­lutivo.

Los cambios frecuentes y relativamente rápidos de los biomos continentales

r

Adaptación cultural 275

durante los ciclos individuales de glaciar-interglaciar del Pleistoceno (cambios de quinto orden; véase Tabla 2-2) representan un tipo distinto de cambio bióti­co. Estas oscilaciones a gran escala provocaron la sustitución individual (por ejemplo, en los grandes herbívoros) sin una transformación evolutiva real; a su vez, cada cambio de equilibrio produjo el desplazamiento de la comunidad, acompañado por sucesiones bióticos regionales que duraron varios milenios.

Pueden identificarse también reajustes bióticos más sutiles en respuesta a cam­bios de cuarto y tercer orden (véase Tabla 2-4); esas adaptaciones tuvieron por lo general sólo una significación local.

Estos rasgos ecosistémicos presentan analogías de importantes consecuen­cias para los sistemas adaptativos humanos, como puede apreciarse en la tabla 15-1:

l. Las transformaciones evolutivas fundamentales, que implican el desarro­llo de modos adaptativos radicalmente nuevos, son relativamente poco corrientes y suelen tener repercusiones continentales o globales. Ejemplos de esta morfo­génesis en el registro histórico y prehistórico incluyen la hominización, la apa­rición de sistemas culturales diversificados a finales del Pleistoceno, los oríge­nes de la agricultura, la colonización de nuevos medioambientes, la urbanización, la industrialización, y más recientemente, los intentos de ''modernizar'' el Ter­cer Mundo. Cada una de estas transformaciones adaptativas vino acompañada de cambios en los tres ejes de la figura 15-1: comportamiento social, tecnología y utilización de recursos.

2. Los sistemas adaptativos regionales experimentan repetidas discontinui­dades en sus niveles de equilibrio o en sus tendencias direccionales a largo pla­zo (es decir, condiciones de equilibrio dinámico o metaestable) (véase Figura 2-3). Estos cambios suelen afectar a los recursos o a la producción, como resul­tado de una información mejor o peor adaptada (Rappaport, 1978) o de la va­riación medioambiental; para responder a ellos, se facilitan o se precisan ajus­tes tecnológicos o de comportamiento importantes. Pueden adoptarse o descartarse ciertas pautas culturales. Estos ajustes importantes, y la selección direccional resultante en los sistemas adaptativos duraderos, pueden describir­se como modificaciones adaptativas, que son menos fundamentales que las trans­formaciones, pero que trascienden el simple ajuste frente a las perturbaciones recurrentes inherentes al mantenimiento del equilibrio. Quizá la mejor indica­ción para saber si estas modificaciones adaptativas son positivas o negativas reside en las tendencias demográficas a largo plazo (Figura 15-2). Repetidas des­viaciones positivas y negativas de este tipo definen, por lo general, los ciclos demográficos a gran escala vinculados a periodicidades sociopolíticas (por ejem­plo, en varias civilizaciones primitivas y, más recientemente, en la India de los Moghules y de soberania británica). Estas son las tendencias llamadas de as­cendencia, de climax y de regresión en el esquema histórico evolutivo de Willey y Phillips (1958) y en las fases formativas, coherentes (clásicas), y post-coherentes en el modelo de "ontogenia del sistema cultural" de Clarke (1968). Sin embar­go, la modificación ecosistémica proporciona un modelo mejor, porque no pre-

276 Síntesis

Hambruna y enfermedad Hamtruna ¡ ,

0/\ (\ (\ f\ I\ (\ f\ /\ (\ f\ l vvv V VV\J~V~V Estado de equilibrio fijo

'--'r,f\--f--\-,..-t'-\--f\-..,..-.P'rf'4---- Primer nivel de equilibrio

Equilibrio metastable Nueva tecnologia

Figu.ra 15-2. Las curvas demográficas coinciden con la calidad de la adaptación humana. Un tipo corriente de ~quilibrio es el estado fijo (arriba), en el que hambrunas frecuentes y epidemias provo­can flu~tuac10nes demográficas continuas sin cambio direccional a largo plazo. En sociedades más co~pleJa~ •. n~evas estrategias a~aptativas pueden propiciar uno o más saltos en los niveles de equili­bno ~eqmhbn? metastable, abaJo), y las posteriores oscilaciones demográficas pueden ser de menor ampl.,t~d; los mputs sociales y medioambientales negativos también pueden tener efectos inversos, Mod1f1cado de Butzer (l980c: Figura 1).

supone una_ interacción secuencial de procesos predecibles (Butzer, 1980c). De hech~, los sistemas adaptativos suelen sobrevivir a repetidas modificaciones de este tipo con o sin cambios de identidad cultural.

. 3. Los sitemas adaptativos también experimentan oscilaciones a corto y me­d10 plazo que no implican ni cambios de equilibrio ni tendencias a largo plazo. Los procesos de feedback positivo y negativo se equilibran para mantener un e~tado est~ble (Figura 15-2). Las crisis económicas y sociales se resuelven me­diante rea!?stes menores o a corto plazo dentro del espectro de comportamien­t~ Y tambien dentro del espectro tecnológico del sistema adaptativo. Perturba­c~o~es. tales como epidemias, hambrunas, guerras destructivas y cambios di~as!Jcos son algunos ejemplos. Estos "ajustes adaptativos" constituyen par­te mtegrante del mantenimiento del equilibrio.

L~s tres escalas de transformación, modificación y ajuste adaptativos pro­porcmnan un modelo útil para analizar el registro prehistórico en términos sis­témico~. Los criterios relevantes se formulan de forma sistemática en la tabla 15-1.

La figura 15-1 presenta dos estímulos primarios del cambio, el estímulo exó­geno y el estímulo endógeno:

l. .~s estímulos externos incluyen: la frecuencia y gravedad de los peligros geologicos (Sheet y Grayson, 1979), los acontecimientos climáticos directos !A~eldoorn, 1978; Hinchey, 1979; Torry, 1979) y las repercusiones climáticas mdirectas (Butzer, 1980c, 1981b); las tendencias direccionales en la productivi­dad del me~i.oambiente biofísico debidas a cambios climáticos (véase Tabla 2-4) o al deseqmhbrio ecosistémico (véase Capítulo 8) (Gibson, 1974; Kirch, 1980b; Butzer, 1981a); la colonización de nuevos medioambientes (Kirch J980b· Green 1980b); las rivalidades entre grupos, como la migración y la gu~rra (C~rneiro:

Adaptación cultural 277

Tubla 15-1. Modos dinámicos de los sistemas adaptativos

Transforn1ación adaptativa

Casos de morfogénesis cultural, con desarrollo de modos adaptativos radicalmente nuevos, que implican selección cultural en cuanto a comportamiento social, tecnología y utilización de recursos

Con el tiempo, las transformaciones tienen repercusiones continentales o globales sobre la subsis* tencia, los asentamientos y la demografia

Las transformaciones pueden estar o no intervinculadas con la evolución biológica (macro o micro)

Eje1nplos: la hominización pliocénica-pleistocénica; la diversificación adaptativa y cultural del fi* nal del Pleistoceno; orígenes del pastoreo y de la agricultura a principios del Holoceno; la e.x­pansión agrícola en el Holoceno medio y tardío hacia nuevos medioambientes, Y consiguientes transformaciones ecosistémicas; la urbanización; la Revolución Industrial

Modificación adaptativa

Casos de revisión substancial de las estrategias adaptativas dentro del contexto de un sistema adap* tativo viable y persistente, que implican ajustes tecnológicos y de comportamiento, inputs Y pro­cesos externos e internos y adopción o pérdida de rasgos culturales

Esas modificaciones tienen, a la larga, repercusiones regionales en la subsistencia, el asentamiento y la demografía, y pueden provocar cambios en la identidad cultural (étnica o lingüística)

Ejen1plos: perfeccionamientos de los sistemas adaptativos del final de la Prehistoria y principios de la Historia a través de la intensificación agrícola, la expansión demográfica Y el crecimiento del estado; periodicidades en las civilizaciones de Mesoamérica, Egipto y Mesopotamia; ciclos de crecimiento, auge y declive de otros sistemas adaptativos regionales

Ajuste adaptativo

Casos de reajustes menores y a corto plazo dentro del espectro comportamental y tecnológico del sistema adaptativo para resolver crisis económicas y sociales y así mantener fijo el estado sistémico

Estos ajustes se vinculan a oscilaciones demográficas locales y regionales

Ejemplos: desastres geofísicos, epidemias, hambrunas, guerras destructivas y cambios dinásticos

1970; Vayda, 1974); la difusión de nueva información generada fuera del eco­sistema, como por ejemplo, a través del comercio (Renfrew, 1975; Earle y Eric­son, 1977).

2. Los estímulos internos incluyen la innovación, los procesos demográficos (Cohen, 1976b; Turner et al., 1977; Hassan, 1980, 1981; Kirch, 1980b), disposi­tivos jerárquicos (Flannery, 1972a; Redman, 1978), dificultades cibernéticas (Flannery, 1972a; Rappaport, 1978), y demandas excesivas de productores agrí­colas (Wittvogel, 1957; Butzer, 1980c) (Figura 15-3). En la tabla 15-2 se presen­ta un grupo más completo aunque no exhaustivo de variables (Wenke, 1981). No hay que olvidar que los componentes biofísicos y socioculturales del me­dioambiente son parte integrante del sistema adaptativo: es su dinamismo in­herente que queda con mucho fuera del control de los participantes humanos del sistema. Un cambio en cualquiera de estas variables exógenas o endógenas exigirá reajustes en una o más de las demás variables, porque las partes del eco-

278 Síntesis

11111! 111

Figura 15-3. Las jerarquía~ sociopolfticas simples o complejas pueden compararse con las organiza­ciones de los niveles tróficos de una cadena alimenticia. Estos modelos esquemáticos ilustran mo­dos diferentes de flujos de energía y de información en las jerarquías sociopolíticas crecientemente complejas propias de las sociedades preindustriaJes. El primer modelo carece de estructura vertical; hay flujo de información horizontal pero no vertical, y cambio lento. El segundo modelo indica una estructura vertical limitada, con algo de flujo informativo vertical y más dinamismo, El tercer modelo describe una estructura vertical desarrollada, caracterizada por un flujo eficaz de energía Y de información, donde cada nivel y todo el sistema se hallan en equilibrio dinó.mico o en estado de equilibrio fijo. El cuarto modelo representa una estructura vertical de vértice ancho, con flujo informativo bloqueado, un consumo de energía incrementado por la conservación del sistema, de­mandas excesivas sobre el substrato productivo, y un equilibrio metastable. Modificado de Butzer (1980: Figura 2).

sistema humano son interdependientes. Estos bucles de feedback abarcarán por lo general dos o más de las columnas de la tabla 15-2, tales como los complejos procesos de aculturación.

Es evidente que tanto los estímulos o procesos internos como los externos son parte integrante de cualquier interpretación del cambio adaptativo. Este pun­to merece atención, porque una de las corrientes de la arqueología, reflejada en un volumen de actas editado por Hill (1977), atribuye el cambio prehistórico principalmente, por no decir exlusivamente, a los mecanismos desencadenan­tes extrasistémicos. El tema es igualmente relevante para los modelos de causa­lidad del cambio adaptativo que acopla mecánicamente subsistemas culturales Y medioambientales polarizados (Wood y Matson, 1975).

Un sistema adaptativo con su medioambiente circundante presenta una tra­ma de recursos y limitaciones al alcance potencial de la variabilidad del com­portamiento (Figura 15-1). Al explotar estas oportunidades y al confrontar las condiciones fronterizas fluctuantes, los individuos de un sistema cultural pue­den escoger entre una infinidad de opciones potenciales de asentamiento-

r Adaptación cultural 279

Tabla 15-2A. Estímulos y procesos exógenos del cambio adaptativo

Componentes biofísicos

l. Riesgos estacionales predecibles, tales como la calidad y la duración de la estación de productividad primaria, en relaci~n al su: ministro de agua y a la abundancia de ali­mentos vegetales y animales

2. Riesgos aperiódicos impredecibles, relacionados con la geologia (terremotos, desprendimientos de tierras, erupciones volcánicas, inundaciones destructivas), el clima (huracanes, tornados, anomalias catastróficas en la calidad/duración de la estación de crecimiento) y con las enfermedades epidémicas y su frecuencia

3. Tendencias a medio y largo plazo en la productividad de los recursos, relativas a cambios direccionales (cambios de equilibrio dinámico) de 10 a 1000 ai:1.os de duración, relacionados con los cambios climáticos o con los cambios tectónicos \ocales y con el desequilibrio ecológico (sin1plificación del ecosistema, erosión o destrucción del suelo, cambio hidrológico o topográfico); frecuentes vínculos , . secundarios con enfermedades cndem1cas

4. Discontinuidades medioambientales, asociadas a rupturas importantes del equilibrio de 1000 a 25.000 ai:los de duración o con colonización de nuevos medioambientes ecológicamente divergentes

Componentes socioculturales

J. Contacto interregional a través de las redes de intercambio, relativo al comercio directo, al intercambio, a los intermediarios y a los centros comerciales especializados

2. Difusión de información verbal, visual y abstracta; productos tangibles, tecnología y comportamiento; asociaciones tangibles e intangibles con dichos productos, tecnología y comportamiento

3. Ivligración, en forma de infiltración de inmigrantes (con o sin formación de enclaves), colonización de espacios intersticiales, exclusión competitiva, y circunscripción envolvente de la red de asentamiento de otros pueblos

4. Guerra, con costos demog~áficos Y económicos directos; detenoro de la seguridad interna o externa; ajustes internos para movilizar la mano de obra Y los recursos; reajustes externos, tales como pérdida o conquista de territorio, de recursos esenciales y de acceso a las redes de intercambio; dominio, exterminación, esclavitud y colonización

Tabla 15-2B. Estímulos y procesos endógenos del cambio adaptativo

Mecanismos de feedback postivo

l. Innovación en tecnología, en estrategias de subsistencia, en organizació~ social, en las artes y en el ámbito de las ideas

2. El rápido crecimiento demográfico alcanzado gracias a las innovaciones, a la difusión de tecnologías y a los cambios medioambientales positivos, genera una demanda secundaria de intensificación o expansión de la agricultura, favoreciendo así nuevas innovaciones

3. Los procesos socioeconómicos Y sociopoliticos, favorecidos por innovaciones sucesivas y por el aumento de la . productividad, posibilitan uno o mas feedbacks positivos, tales como la aparición de las jerarquías, la especialización económica, las redes de distribución, la estratificación social Y una élite administrativa

Mecanismos de feedback negativo

l. Las presiones demográficas frente un_os recursos limitados y unas contingencias tecnológicas acaban imponiendo una . . reducción demográfica y una product1V1dad estable o decreciente, posiblemente vinculadas a un desequilibrio ecológico

2, La complejidad vertical de los componentes administrativos y sociales provoca, a la larga, inestabilid.ad jerárquica (equilibrio metastable), a medida que la estructura sociopolitica (de vértice muy desarrollado) es cada véz más propensa a un flujo de información retrasada, inadecuada e incorrecta entre los elementos del sistema, mientras que el. consumo creciente de energía necesana para la . conservación del sistema plantea excesivas demandas al estrato productivo.

280 Síntesis

subsistencia, que pueden adoptar o rechazar. En este sentido, la respuesta adap­tativa, sea cual fuere el grado de condicionamiento medioambiental y de racio­nalización espacial, es explícitamente el resultado de la percepción y decisión humanas. Esta posición puede argumentarse de la forma siguiente:

l. El rol limitativo está altamente generalizado, y tanto la tecnología como la organización social atenúan sistemáticamente las limitaciones.

2. Se toman decisiones respecto del medioambiente percibido, no del real; existe un número casi ilimitado de percepciones del medio, muchas de las cua­les pueden ser adaptativamente equivalentes.

3. Los sistemas culturales son más sensibles que los sistemas biológicos, más receptivos al "ruido parásito" lo que explicaría parte de la considerable varie­dad que existe entre las culturas humanas en medioambientes similares. De he­cho, gran parte del ruido aparente puede representar respuestas pautadas a me­dioambientes percibidos.

4. La cantidad potencial de posibles adaptaciones a toda la gama de variabi­lidad medioambiental es, en consecuencia, incluso mayor que la amplia varie­dad documentada en el registro etnográfico de los pueblos existentes.

5. Son los individuos los que conciben y realizan las acciones, por numero­sas o anónimas que sean. Pero éstas tienen que ser examinadas y aprobadas por la comunidad en el contexto de la información aceptada antes de que las decisiones puedan traducirse en respuestas. En este sentido es la comunidad, más que los individuos, el árbitro real del cambio adaptativo.

6. Independientemente de si los estímulos internos y externos son o no rea­les, la percepción cognitiva genera un feedback negativo o positivo que, con el tiempo, representa una adaptación cultural, independientemente de que la adaptación acabe o no con éxito.

7. El hecho de que entre una amplia gama de opciones potenciales las deci­siones se tomen en relación con la información disponible y aceptable es fun­damental, porque las decisiones pueden ser subóptimas, y desde una perspecti­va de medio y largo plazo pueden ser incluso inadaptativas. Tanto si podemos como si no podemos identificar la dimensión cognitiva en un estudio mono­gráfico real, la consideración explícita de esta variable sirve para recordarnos que no puede haber causalidad entre parámetros medioambientales y patrones adaptativos, y que la respuesta adaptativa a un cambio exógeno no puede pre­decirse unívocamente.

CAPITULO 16

Sistemas diacrónicos 11: continuidad y cambio

La discusión metodológica precedente sobre la adaptación y los sistemas adap­tativos aporta un marco conceptual capaz de abordar eficazmente las interrela­ciones entre los grupos humanos y su medioambiente. Este paradigma permite una integración sistémica de las muchas variables medioambientales y, sobre todo, de los procesos interactivos que han sido el tema central de este libro. Este paradigma está perfectamente equipado para el análisis diacrónico e in­cluye la dimensión espacial. En este último capitulo utilizaremos el paradigma del sistema adaptativo para analizar brevemente dos transformaciones adapta­tivas fundamentales en la historia humana, y para evaluar luego las modifica­ciones adaptativas que permitieron la persistencia durante unos cinco milenios de los sistemas hidráulicos de Egipto y Mesopotamia. Esta presentación adop­tará la forma de una sinopsis interpretativa, con la que se pretende ilustrar el rol de las múltiples variables en el cambio o en la continuidad culturales.

La transformación adaptativa en el registro del Pleistoceno: la hominización

Al abordar las adaptaciones culturales desde una perspectiva diacrónica, las diferencias fundamentales entre el sistema adaptativo prehistórico y el sistema histórico deben subrayarse. En el caso del Paleolítico inferior y medio, anterior al 35.000 B.P., encontramos estructuras adaptativas rudimentarias con pocos componentes e interrelaciones, al principio quizá no mucho más complejas que los de los chimpancés modernos. En cambio, en el caso del Paleolítico superior y de los sistemas adaptativos más recientes hay pruebas de estructuras intrinca­das de componentes múltiples análogas a los sistemas modernos y propensas a una gama casi ilimitada de variación parcialmente idiosincrásica. Los restos materiales de los sistemas adaptativos del Paleolítico inferior muestran una mí­nima variación direccional a lo largo de cientos de miles de años, mientras la cultura material destaca por sus ritmos exponenciales de cambio durante los últimos milenios, cuando las discontinuidades étnicas surgen a medida que las naciones y los imperios aparecen y desaparecen.

Independientemente de los linajes filogenéticos que se reconozcan, la radia­ción de los primeros homínidos fue rápida hace de 5 a 1 millón de años. Hubo

281

282 Síntesis

una divergencia progresiva, o al menos una desviación de caracteres de com­portamiento, ecológicos o morfológicos (Brown y Wilson, 1956). La ubicación de los primeros homínidos en los medioambientes en mosaico de los ecotonos de Ia sabana africana estacionalmente seca aboga por un radio de acción sim­pátrico, con explotación de múltiples oportunidades ecológicas imbricadas (But­zer, 1977b, 1978g).

Suponemos que las innovaciones culturales reflejadas en los primeros útiles líticos y en los lugares de descuartizamiento como Olduvai y Koobi Fara senta­ron las bases (Zihlman y Tanner, 1978) del éxito sin precedentes de la especie, acelerando enormemente el desplazamiento de caracteres (Butzer, 1977b). En este punto, quizá hace unos 2 millones de años, empezó a divergir rápidamente un grupo polimórfico de homínidos más evolucionados a partir de otros homí­nidos de la época. Hace un millón de años, como mucho, el número de estos protohumanos ya había aumentado y desplazado completamente a sus parien­tes más próximos, los restantes linajes de australopitecinos, sin que esta desa­parición pueda atribuirse con certeza a una pugna directa o indirecta por los recursos o a la agresión o depredación directas.

Las distribuciones geográficas e incluso las ubicaciones de sitios superpues­tos hacen muy difícil la diferenciación microambiental de los primeros homíni­dos. Los primeros sitios homínidos no-arqueológicos representan en su mayo­ría lugares de enterramiento natural, o de muerte y enterramiento. El desgaste dental por abrasión y descamación difiere considerablemente de una especie a otra y sugiere que los primeros homínidos usaron una variedad considerable de alimentos, según las oportunidades estacionales y regionales. Esto es exac­tamente lo que demuestran algunos de los primeros sitios arqueológicos, como los del Lecho I de Olduvai (Leakey, 1971). La misma versatilidad de las dietas hominidas hace difícil la interpretación del desgaste dental y puede llegar a os­curecer diferencias significativas en las preferencias dietéticas gobales, en las actividades de búsqueda de alimentos y en las aptitudes para la recolección y la caza.

Las manifestaciones culturales más extendidas y duraderas del Pleistoceno medio pertenecen al Achelense (Butzer, 1971a; Capitulo 26; Butzer y Isaac, 1975). Este complejo lítico del Paleolítico inferior se extiende de 1,5 millones a 200.000 años B.P., y se caracteriza por sus grandes útiles de talla bifacial, esencialmente hachas de mano y hendedores. Los yacimientos achelenses que contienen hue­sos animales demuestran la gran importancia de la caza mayor, pero la preser­vación lógica y fortuita de residuos vegetales supone asimismo cierta impor­tancia de los alimentos vegetales. La gama total de restos óseos confirma que la caza era todavía una actividad oportunista no especializada, pero en con­traste con el registro de sitios más antiguos, tales como el lecho I de Olduvai, se observa que se cazaban animales grandes y muchas veces adultos, que los cazadores preferían las especies de caza mayor más fácilmente capturables en cualquier área, y que las preferencias dietéticas se centraron en una variedad generalmente más reducida de recursos.

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Continuidad y can1bio 283

1 a evidente que los achelenses, inicialmente representati~1os

bi:i~~/~0t:~:f ;~~1~ erect'.1s, eran cult';;alme;::i::~~:t~:!:;:~ ~sst::1~:i~~: cirros primitivos y de los pnmerns port:áf~;~smucho más amplio, y la manota­ses se dispersaron por un espacio ~eog a de vida humana con patrones nía de sus restos arqueológdkos sutg1~re uEn:pf~~:able que su estrategia de subsis-b . d f idos aunque ru imen anos. . . d d

1en e 1n , . , des en consecuencia el area on e tencia necesitara de territorios mas gran . ' y hora sólo podía mantener a

b. bs tido los anteriores australop1tecos a . . d ha mn su IS L Td d v la perindicidad de las act1V1da es muchos menos achelenses. a mov1 i a .

b". d" on haber sido bastante mayores. estacionales tam ien P~ ierde los achelenses fueron notablement_e estables en

Los sistemas ad~pta!Jvos d" f fv de la cultura matenal achelense el espacio Y en el t1emp~. Un r~sgo ~emr~ ºresión constante Y unilineal hacia es la ausencia en los con¡untos hticos P .g . (! ac 1972 1977) Esto su-formas más vru:i~das, más sofisticadas Yo ~~:~~~sdir:~ci~nal. Pero ta~bién su­pone una ~stab1hdad ~madera,_ :od:;:'ani ulativas, cognitivas y organizativas pon"¡ un_ ?1velo~~ie!~:t~:~~t;:s Jimitaci!es biológicas e intelectuales y con en re ac10n P . . l d los primeros humanos. la escasa exper1enc1a acumu ~ a p~r , que acumulativo y la transición al

El cambio fue ;.:b;~t:!~: ~::~~:~~::S'adaptativos del P;leolítico superior Hamo saptens Y

1 a El r cio en sufrimiento humano de una

fue peniblemente lenta y tortuosa. P eh b "d muy alto· en el transcur-. · r· z tuvo que a er si o · trayectoria evolutiva tan me ica b bl muchos miles de grupos achelenses so de 1,5 millones de añ_os es _P_ro a e que dioambientes marginales o a raíz aislados de~aparecieron me;n1s~bleme;:~ =~::e de su capacidad adaptativa. de acontec1m1entos natura es h u¡"'a . ·an en la mayor parte de los tres con-

Hacia el 500.000 B.P. los ac e e;:Jav1:ciones medioambientales no pueden tinentes del V1eJo Mundo, pero ~ul d P pervivencia que presenta poca varia-. distinguirse de la cult~ra mat~n~ e_ s~al que estilístico. Los yacimientos co­

ción geográ~~ª. de c;r:~~: ;~si~::~ieren una preferencia implícita P?r las nacidos de nea, u anadas de herbívoros gregarios. Los med10am­g:andes praf eras, e~: ;;~:d;~:mientos incluyen desiertos Y bosques, pero ~u b1entes mo ernos , . . . e en la é oca de su ocupación prevalec1e­contexto geo-arqueolog1c_o_md1cas;:húmedot (Butzer y Cooke, 1981), que abar­ron macroamb1entes senuar1dos o . al l Este de Africa ecuatorial hasta can desde lo que eran sabana_s trop1c E:s ::a ede la era glaciar. Las condiciones las tierras de pasto de montana en la P bundante Y relativamente fiable.

. . . . o taban menos que una caza a . chmaticas 1mp r . b . n de bosques claros extensas areas De hecho, los fríos períodos glaciares cu. nero incrementando conside-Y galerías forestales en las latitudes meddms¡ deb~vurorop,a, tan atractivos para los

l b. asa de los gran es ,er I o ' , d rablemente a 10m d nicho familiar Los peno os cazadores-recolectores achelenses en¡ bdusca e uc?1eron el regreso de los bosques . l . , cálidos por otro a o, cono . . 1nterg ac1ares mas , . d . d I capacidad de superv1venc1a . biomasa más ba¡a re uc1en o a . .

mas densos y una_ . 1 'd l latitudes inferiores eran inhosp1tos. humana. Los desiertos y las ¡ung as e as

284 Síntesis

La perspectiva achelense de un medioambiente óptimo dependía de los gran­des espacios con una alta biomasa animal.

Dentro de la amplia gama macroambiental de este tipo de praderas o de sa­banas, parece que los yacimientos se ubicaron preferentemente en función de los recursos de agua (ríos, manantiales, cuevas cársticas, playas lacustres y cos­tas) y de piedra adecuada para sus útiles. En algunos hábitats, los grupos ache­lenses parecen haber utilizado campamentos temporales o estacionales durante sus desplazamientos anuales, mientras que en otros prefirieron un ciclo repo­sando en un campamento base bien situado, utilizado repetidamente en una época concreta del año (véase Figuras 13-1 y 13-2).

Esta imagen de pequeñas bandas de cazadores-recolectores tecnológicamen­te rudimentarios distribuidas por las grandes llanuras de Africa y Eurasia, con­cuerda con las pruebas osteológicas de una variabilidad biológica considerable (especialmente polimorfismo craneal) del Hamo erectus en el tiempo y en el espacio. Si poblaciones suficientemente numerosas hubieran quedado aisladas en un área continental periférica o por biomos circundantes poco atractivos, se hubieran dado probablemente mayores brotes de evolución biológica o de innovación cultural, o ambos.

Estos centros regionales progresivos con selección direccional acelerada apa­recen entre el 500.000 y el 200.000 B.P., en forma de poblaciones biológicas cada vez más politípicas (representando formas tempranas de Hamo sapiens, según muchos autores) y en forma de múltiples culturas materiales de transi­ción sustituidas finalmente por variantes regionales del Paleolítico medio (Edad de Piedra Media en el Africa sub-Sahariana, Musteriense en Eurasia). Con la dispersión de poblaciones cada vez más grandes y más diferenciadas a partir de uno o más centros, aparecen importantes discontinuidades culturales y bio­lógicas en el registro arqueológico de las áreas circundantes, donde la densidad de población es muy baja, y también en los registros de las áreas centrales de actividad achelense, donde la selección estabilizadora y el estado de equilibrio fijo habían evitado hasta entonces el cambio.

Con una tecnología y organización tan simples es probable que las fluctua­ciones aperiódicas en los recursos alimenticios fueran muy duras para los ache­lenses. Cabe preguntarse si el stress medioambiental periódico o los cambios ecológicos de larga duración tuvieron un impacto positivo o negativo sobre la evolución humana. En general, el stress debería haber favorecido la supervi­vencia de los grupos mejor adaptados. En áreas con concentraciones difusas de grupos achelenses, ciclos alternantes de años buenos y malos pudieron ha­ber acelerado, de hecho, la evolución (Clark, 1960; Hiernaux, 1963).

Durante los períodos de alta productividad de recursos, los grupos tenderían a multiplicarse y a dispersarse, al menos inicialmente, favoreciendo el aislamiento de las poblaciones reproductoras, con pérdida aleatoria de genes (deriva gené­tica). Durante los períodos de productividad decreciente, los grupos debían aban­donar las áreas marginales, estableciéndose un movimiento centrípeto alrede­dor de las fuentes de alimento y de agua más fiables. En esas épocas los vestigios

Continuidad y ca,nbio 285

de poblaciones reproductoras temporalmente aisladas serían atraldos hacia con­centraciones regionales más amplias, favoreciendo así el flujo de genes. A una escala suficientemente grande, las fluctuaciones medioambientales podrían es­timular la evolución biológica a través de un mecanismo de feedback, consis­tente en una selección ininterrumpida en favor de la capacidad para manipular la cultura, por un lado, y en una alternancia de deriva genética y flujo de genes por otro (Butzer, 1977b ).

Es probable, pues, que los factores medioambientales jugaran un rol básico en la evolución biológica y en la adaptación cultural que llevaron a la aparición del Hamo sapiens. En mi opinión, un pre-requisito para esta evolución fue la desigual distribución de recursos a escala subcontinental, de forma que las re­giones subcontinentales incluían varias áreas de tamaño intermedio con una densidad y productividad de recursos suficientes para mantener amplios nú­cleos poblacionales, mientras que en las grandes áreas intercaladas la ocupa­ción era incompleta. El segundo pre-requisito fue la variación cíclica a largo plazo de la productividad de los recursos, que creó suficiente stress ecológico para impulsar la selección natural y los movimientos alternativamente centrí­fugos y centrípetos de las poblaciones reproductoras dispersas (véase Figura 13-4), que propiciarían la deriva genética y al flujo de genes, por un lado, y la selección direccional en favor de nuevos rasgos adaptativos, por otro. Estas circunstancias aportarían los potenciales para un rápido cambio local en los entornos marginales o periféricos, con las consiguientes transformaciones de las poblaciones biológicas y culturales en los entornos centrales u óptimos, un ejemplo de equilibrio puntual en el sentido de Eldredge y Gould (1972) (But­zer, 1977b).

La imagen tradicional del advenimiento del anatómicamente moderno Hamo sapiens sapiens implica un escenario europeo donde los neandertales y su cul­tura material musteriense fueron sustituídos en torno al 37 .000 B.P. por gran­des poblaciones del tipo Cro-magnon esencialmente moderno venido del este; estos nuevos pueblos del Paleolítico superior eran superiores en capacidad tec­nológica y organizativa y fueron los primeros en desarrollar el arte rupestre. Pero el Hamo sapiens sapiens de aspecto moderno de la Border Cave de Africa del Sur (Rightmire, 1979) está vinculado a la industria Howieson's Poort y puede fecharse (por extrapolación de los coeficientes de sedimentación fechados por radiocarbono y mediante la correlación de los horizontes de derrumbes de te­cho de cueva de clima frío) en la base isotópica fría 5b, en torno al 90.000 B.P. (Butzer, Beaumont y Vogel, 1978). Otro tipo físico moderno aparece en los ni­veles musterienses de la cueva de Jebe! Qafzeh, Israel, donde pudo aparecer en torno al 65.000 B.P. (Farrand, 1979). Estos fósiles suponen que se estaba produciendo una rápida evolución biológica en Africa, y quizá también en Asia, en una época en que las industrias tradicionales del Paleolítico medio conti­nuaban dominando el Viejo Mundo.

En Europa la fase de transición entre el Musteriense y el Paleolítico superior parece ser más temprana en el este que en el oeste: anterior al 44.000 B.P. en

286 Síntesis

zonas de los Balcanes (Klein, 1973), y 35.000 B.P. en el norte de España (But­zer, 1981c). Esto supone que la sustitución de los neandertales en Europa no fue en absoluto repentina. Quizá sea incluso posible, con más información, con­firmar un grado de continuidad cultural en partes de Francia y norte de España.

Contemplando desde una perspectiva más amplia el proceso de hominiza­ción que quedó completada en lo fundamental entre el 90.000 y el 20.000 B.P., se observan vagas configuraciones que denotan gradaciones interregionales en la evolución biológica y en la complejidad de la cultura material. Las repetidas discontinuidades temporales también evidentes en el registro sugieren que las tendencias no fueron idénticas en todas partes, ni fueron ininterrumpidas en ninguna región, por no decir que estuvieron sujetas a un cambio direccional lineal o exponencial. La dispersión achelense hacia nuevos medioambientes extra­tropicales fue una clara respuesta adaptativa muy importante. La cuestión de si los cambios adaptativos permitieron o no esta expansión del oikoumene, o de si la expansión determinó o no la readaptación, no tiene respuesta y, hasta cierto punto, resulta redundante. Lo que sí resulta particularmente interesante es el patrón de los nuevos biomos ocupados y del nicho tradicional seleccionado.

Debemos hacer una importante distinción entre la cultura material, por un lado, y las estrategias adaptativas intangibles, por otro: Parece que el utillaje lítico fue mucho menos importante para la adaptación humana en un medioam­biente en transformación que los dispositivos organizativos. Y, sin embargo, los métodos arqueológicos tradicionales siguen centrándose casi exclusivamen­te en los restos artefactuales y en su tipología. En consecuencia, aunque la evi­dencia biofísica no deje lugar a dudas sobre los cambios medioambientales re­petidos de amplitudes y longitud de ondas diferentes, no existe ninguna razón arqueológica para los reajustes tecnológicos o de comportamiento asociados causalmente. El argumento que tanto la cultura como el medioambiente sirvie­ron de catalizadores de la evolución humana (Butzer, 1977c) concuerda con la evidencia, pero debe plantearse sólo a nivel teórico.

Las formas de vida del Pleistoceno inferior al Pleistoceno medio estaban ne­cesariamente adaptadas a la supervivencia en medioambientes espacialmente variables y muchas veces impredecibles en el tiempo. Con una tecnología limi­tada y una información mínima, los grupos proto-humanos tenían escasas fa­cilidades materiales y sociales para mitigar los efectos de las alteraciones me­dioambientales. Su estrategia fundamental parece haber sido una estrategia de alta flexibilidad y de minimización del riesgo basada en opciones de recursos múltiples percibidas en un espacio económico amplio y heterogéneo. Hollings (1973: 21) describió este sistema como elástico y capaz de absorber y acomodar futuros acontecimientos ''en cualquiera de sus formas, por inesperadas que fue­ran". Semejante grado de flexibilidad habría favorecido un estado de equili­brio fijo. Con una trayectoria direccional, a finales del Pleistoceno medio las perturbaciones habrían ocasionado reajustes dinámicos dentro del sistema adap­tativo existente, más que cambios abruptos que serían percibidos como discon­tinuidades en el registro arqueológico. Es probable entonces que las disconti-

Continuidad y ca111bio 287

nuidades observadas representen reocupaciones de áreas abandonadas durante mucho tiempo y que la selección direccional quedase limitada a áreas periféri­cas particularmente precoces en su evolución biológica o cultural.

Las transformaciones adaptativas del Holoceno: control del medioambiente

En los últimos 10 milenios del Pleistoceno, la evolución cultural se aceleró y se diversificó hasta el punto de eclipsar totalmente la evolución biológica. La microevolución continuó, desde luego, incluyendo la disminución del tamaño facial y de la musculatura craneana en respuesta a una mejor manipulación de los alimentos y también a complejas adaptaciones fisiológicas como resultado de la selección en favor de los individuos menos sensibles a las enfermedades crónicas y epidémicas surgidas con las mayores densidades demográficas, los cambios dietéticos, y la utilización de nuevos biomos y hábitats. Pero el interés radica sobre todo en las espectaculares transformaciones culturales que prece­dieron, acompañaron y siguieron la invención de modos de subsistencia basa­dos en la produción de alimentos.

La obtención de capacidades intelectuales y sistemas culturales similares a los de los humanos actuales la alcanzaron por primera vez los pueblos del Pa­leolítico superior de Eurasia, que se integraron en grandes grupos, ocuparon los mismos lugares de habitación durante períodos más prolongados, cazaron eficazmente una caza mayor más selecta en medioambientes subárticos, Y colo­nizaron el Nuevo Mundo. La rápida dispersión de los paleoindios desde Amé­rica del Norte hacia el sur por toda la cordillera andina hasta Tierra de Fuego iniciada hacia el 12.500 B.P. duró menos de cuatro milenios. La rapidez Y el éxito evidente de los movimientos paleoindios a través de la casi totalidad de medioambientes existentes en el mundo constituyó quizá la hazaña más impre­sionante del hombre del Pleistoceno. Prueba no sólo de la adquisición y domi­nio de modos de subsistencia viables, sino también de talentos organizativos, de iniciativa y de flexibilidad en absoluto inferiores a los desplegados por las naciones europeas occidentales después del 1492 d.C. Las continuas innovacio­nes en los útiles líticos del Paleolítico superior y el arte rupestre magdaleniense (aprox. 17.000-11.000 B.P.) suponen una gran capacidad artística y técnica así como la adopción de unos valores estéticos comparables a los nuestros. Estos cazadores especializados en la caza mayor fueron el resultado de una respuesta adaptativa de humanos modernos dotados de complejas capacidades _cultura­les y su forma de vida fue un logro que ha sobrevivido en las adaptac10nes ~e los modernos esquimales, pero a la larga fue menos afortunada que el ampho espectro de modos de pastoreo que prevalecieron en los complejos ecosistemas de medioambientes más cálidos.

El final del Paleolítico en el Valle del Nilo y en Israel, como ya vimos en el capítulo 14, representó una nueva concentración de esfuerzos subsistenciales para la producción de alimentos vegetales de gran rendimiento Y fiables que

288 Síntesis

requerían nuevas técnicas de recolección y manipulación (por ejemplo, hoces con empuñadura y molinos). En otras regiones, los métodos de caza utilizados aseguraban buenos rendimientos alimenticios a partir de la explotación siste­mática de pequeños mamíferos, mientras que en los hábitas acuáticos prospe­raban la pesca a gran escala y el marisqueo. En cada caso, la atención se dirigía ahora a una variedad de pequeñas plantas alimenticias o a animales menos cor­pulentos susceptibles de ofrecer una producción regular y abundante con rela­tivamente poco riesgo, a condición de disponer de trampas sofisticadas, cestas, redes y encañizadas. Este cambio en favor de las especies pequeñas, de vida más corta y altamente productivas, de "selección-r" representa una tendencia generalizada entre el 18.000 y el 8000 B.P., en beneficio de unas poblaciones más grandes y más sedentarias (Hayden, 1981). Estos recolectores de espectro amplio administraban expertamente sus recursos para poder disponer de una amplia variedad de productos durante todo el ciclo estacional (Harris, 1977). De ahí que la mayoría de cazadores-recolectores supervivientes en el registro etnográfico se adaptaran a una u otra forma de recolección de espectro ancho.

El impulso de la transformación adaptativa de finales del Pleistoceno pudo haber sido el aumento de la presión demográfica consiguiente a la expansión de poblaciones tecnológicamente competentes y al aprovechamiento de recur­sos anteriormente infra-utilizados. Al agotarse el potencial de expansión terri­torial, el crecimiento demográfico conduciría a reajustes dietéticos (Cohen, 1976b). El paso de una caza mayor codiciada pero escasa a unos recursos se­cundarios más abundantes pero menos apetitosos (especies de selección-r) se traduciría por un crecimiento y una mayor fiabilidad de los recursos alimenti­cios. No hay duda de que los cambios demográficos acompañaron y siguieron a los cambios de los patrones tecnológicos o subsistenciales, o ambos. Pero aún no se ha identificado un ejemplo en el que las presiones demográficas precedie­ran a cambios tecnológicos y ocupacionales prehistóricos. Los 14 criterios ar­queológicos de Cohen con respecto al cambio demográfico (Cohen, 1976b: 78-83) se basan en cambios socioeconómicos observados (en acción o acaba­dos), razón por la cual la existencia de una tensión demográfica anterior no se puede demostrar en base a criterios arqueológicos. Algunos estudios mono­gráficos mejor documentados de épocas más recientes (Butzer, 1976c; Kirch, 1980b) sugieren que los cambios demográficos probablemente acompañaron a las transformaciones adaptativas, aunque evidentemente también contribuye­ron a desencadenar o imponer modificaciones adaptativas posteriores.

Un estímulo más probable de las transformaciones adaptativas del Pleistoce­no superior fue la combinación de sistemas culturales dinámicos e innovadores en un ambiente de patrones de aprovechamiento de recursos regionales caracte­rísticos. Los medioambientes con abundante caza mayor (especies de selección-]() (Hayden, 1981) propiciaron el desarrollo de economías cazadoras especializa­das, mientras que los hábitats diversificados con una amplia gama de especies de selección-r favorecieron el desarrollo de estrategias de recolección complejas e intensivas. Esta tendencia a la diversificación, a la experimentación y a la in-

Continuidad y ca,nbio

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289

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Movilidad

residencial

Figura 16-l. Interacciones sistemáticas que afectan a los niveles demográficos de los cazadores­recolectores. Según Harris (1978: Figura 1). Cortesía University of Pittsburgh Press y Gerald Duck­worth and Co.

novación probablemente se aceleró con los cambios de biomo de finales del Pleis­toceno y también con la expansión humana hacia nuevos medioambientes, como se puede observar en el Mesolítico europeo (Phillips, 1980: Capítulo 4), en el Wilton de Africa del Sur (Deacon, 1976), y en el período Arcaico del Centro­este de los Estados Unidos (McMillan y Klippel, 1981). Harris (1977, 1978) ha propuesto varios modelos de stress que incorporan el cambio medioambiental, el grado de sedentarismo, la eficacia de la recolección y la presión demográfi­ca. El cambio de las interacciones del estado de equilibrio fijo del Pleistoceno al equilibrio dinámico de finales del Pleistoceno, con bucles de feedback posi­tivo, se ilustra en las figuras 16-1 y 16-2.

290 Síntesis

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Figura 16-2. Interacciones de feedback positivo que favorecen el aumento del sedentarismo una expl~tación má~ eficaz de los alimentos no domesticados y/o la producción de alimentos. Según Harns (1978: Figura 2). Cortesía University of Pittsburgh Press y Gcrald Duckworth and Co.

Induso _antes del final del Pleistoceno, la mayor diversidad de estrategias de subs1~tencrn ~ntre y dentro de los distintos medioambientes ya había creado un ~osaico de sistemas adaptativos divergentes en el Próximo Oriente (véase Ca­pitulo 14). El gradiente espacial resultante en la información favoreció la difu­sión _periódica de tecnología, con la consiguiente manipulación local de la nue­va información a través de múltiples permutaciones. Las sucesivas r7:ombinaciones favorecieron nuevas innovaciones, aumentando la diversifica­crnn Y t~mbién el dinamismo regional del cambio adaptativo, en términos de estrategias de subsistencia, planificación de recursos y patrones de asentamien­to. En un contexto de explotación controlada de los recursos, en combinación con un ba~co de datos tan diversificado, es muy probable que las manipulacio­nes mtenc1onadas de las plantas y los animales más apropiados pudiesen in-

Continuidad y can1bio 291

cluir la siembra, el cultivo y la selección consciente o inconsciente. En este sen­tido, la domesticación primitiva fue parte integrante de una transformación adap­tativa más amplia que incluía otras muchas opciones viables e incluso competi­tivas. Que la domesticación pudiera tener lugar o no, dependía de la presencia de animales y plantas domesticables. Y si se produjo fue a causa de dicha pre­sencia así como de los rendimientos comparativos de los productos silvestres y los productos cultivados.

En ninguna parte la domesticación inicial asumió inmediatamente un rol sub­sistencia] dominante. En efecto, durante los dos primeros milenios el registro arqueológico demuestra la existencia de economías mixtas, incluyendo grandes asentamientos permanentes que vivían casi exclusivamente de plantas y anima­les silvestres (por ejemplo Jericó y Tell Bouqras) y complejos mosaicos locales de comunidades sea predominantemente recolectoras, o predominantemente agrícolas. En el suroeste de Asia, este período transicional proto-agrícola (Fi­gura 16-3), con múltiples opciones de subsistencia y de asentamiento dentro de cada sistema adaptativo, data aproximadamente del 10.500 al 8000 B.P. In­cluso a partir de esas fechas, sistemas adaptativos diferentes, basados predomi­nantemente en cultivos y ganado domesticados, optaron por diferentes conjuntos de animales y plantas domesticados, utilizaron diferentes utillajes y adoptaron estilos de asentamiento distintos (véase en Bender, 1975, la bibliografía, en parte anticuada sobre el tema). Sólo hacia el 6800 B.P. (ajustado a 5500 a.C.) surgi­ría un modelo estándar de agricultura de secano con una amplia gama de ce­reales y rebaños en los medioambientes mediterráneos de verano seco entre Iran y el Egeo. Hacia la misma época, en la Europa templada y en el Sabara árido ya se habían difundido otras variantes adaptativas de este modelo agrícola. El cuadro en Mesoamérica es similar; la transición agrícola empieza hacia el 9000 B.P. y concluye después del 3000 B.P. (MacNeish, 1964, 1972; Flannery, 1968) época en que las pautas agrícolas ya se habían implantado en el Perú y empe­zaban a penetrar en el suroeste americano y en la cuenca del Misisipí.

La transisición proto-agrícola sigue siendo mal comprendida. El registro ar­tefactual es ambiguo, los datos bio-arqueológicos son incompletos y los mode­los interpretativos están distorsionados por la profunda dicotomía conceptual entre recursos silvestres y recursos domesticados. El registro imperfecto denota modos adaptativos muy diversos, una gran variabilidad intrarregional y alter­nancias periódicas de crecimiento y equilibrio económico. El proceso no fue irreversible, porque los grupos podían volver a dedicarse a la recolección a tiempo completo durante los años de stress excepcional, y los animales y plantas do­mesticados podían igualmente revertir al estado salvaje y silvestre primitivo. El proceso de transformación agrícola no siguió una trayectoria lineal previsible, sino que fue discontinua en el espacio y en el tiempo, debido a episodios de crecimiento acelerado y de regresión que no tuvieron porqué ser necesariamen­te sincrónicos o generales.

Incluso una vez establecida, la subsistencia agrícola fue una adaptación di­námica. La agricultura no suministró necesariamente más y mejores alimentos

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Continuidad y ca,nbio 293

a un menor costo. La agricultura necesita abundante mano de obra. Además, la dieta rica en fécula y en proteína de mala calidad no era ideal y solía ser poco fiable, y la nucleación trajo la aglomeración humana, condiciones higié­nicas deficientes y enfermedades, reduciendo así la fertilidad y elevando la mor­talidad. La agricultura generalizada complementada con alimentos silvestres su­puso una dieta mejor y una mayor flexibilidad, pero que sólo podía sostener una población reducida con un mayor espacio de aprovechamiento de recur­sos. La agricultura especializada (con irrigación) pudo mantener poblaciones mayores con dietas especializadas menos nutritivas, pero estaba sometida a fluc­tuaciones extremas de producción y sólo prosperaba en áreas restringidas ex­puestas a las enfermedades epidémicas y parasitarias que diezmaban la pobla­ción. Los procesos socioeconómicos adoptaron tendencias hacia la defensa de la propiedad, la reciprocidad según las líneas del parentesco, una rígida divi­sión sexual del trabajo, la especialización artesanal, la estratificación social y la territorialidad. Así pues, la transformación agrícola se caracterizó por una interacción sistémica que aumentaría en complejidad con el tiempo.

Paradójicamente, esta transformación pretendía elevar la productividad y las reservas de recursos, pero las presiones resultantes en favor de una mayor in­tensificación se tradujeron por una simplificación del ecosistema y una reduc­ción de la diversidad seguidas de un incremento de las perturbaciones medioam­bientales a corto plazo y de degradación a largo plazo, lo que posiblemente provocó una disminución demográfica o mayores gastos de energía, o ambas cosas (Sanders y Webster, 1978).

La colonización agrícola de nuevos hábitats dentro de una misma región con una proto-agricultura en vías de desarrollo fue una parte integrante de la tran­formación adaptativa. De hecho, Flannery (1973) consideraba que el cultivo y la cría de ganado se convirtieron en opciones de subsistencia competitivas sólo cuando las plantas silvestres y los animales salvajes dejaron de aprovecharse en cantidad suficiente, después de que los grupos se hubieran desplazado de medioambientes montañosos productivos y complejos a las tierras bajas más secas y menos productivas del Próximo Oriente. En este punto, los domestica­dos potenciales familiares asumen una importancia crucial.

La colonización de nuevos biomos, tales como las zonas de bosques de la Europa templada, las tierras altas húmedas y los oasis del Sáhara, representó una nueva transformación adaptativa. Este proceso puede dividirse en distin­tas fases de acuerdo con un modelo que viene avalado por los datos arqueoló­gicos del Neolítico de la Europa central y suroriental, y por los datos de me­dioambientes áridos como el Sáhara y las tierras bajas de Mesopotamia:

l. Es probable que la dispecsión inicial fuera posible gracias a unas pocas innovaciones que facilitaron la segregación de grupos reproductivamente via­bles equipados para desplazarse a tierras desocupadas potencialmente explota­bles como las que existen en el oeste de la cuenca del Egeo o a los límites del Sáhara. Siguieron la emigración y la creación de nuevos asentamientos (por ejem­plo, en Yugoslavia y Bulgaria y en los oasis y las llanuras aluviales del desierto.

294 Síntesis

2. Al cabo de una o dos generaciones, fuerdn necesarias numerosas innova­ciones adaptativas para responder a las condiciones locales. Tuvieron que pro­barse nuevos tipos de suelo y adaptarse las técnicas de preparación de los sue­los a comunidades vegetales diferentes, como las praderas profundamente arraigadas en los mosaicos de praderas/bosques de Europa, y a las condiciones edáficas propias de las tierras de aluvión y de los lechos de ríos y torrentes esta­cionales del Sáhara y de las tierras bajas de Mesopotamia. Se hicieron cambios experimentales de la estación de la siembra en respuesta al frío del invierno, al calor del verano, y a la sequía. Si los veranos eran a la vez calientes y húme­dos, como ocurría en Bulgaria, la siembra podía hacerse en primavera en lugar de otoño. Las estrategias tradicionales de ubicación y de organización y cons­trucción de asentamientos probablemente trajeron consigo una reevaluación del drenaje, del acceso a mejores suelos, del clima, de las principales materias pri­mas y de las nuevas tendencias demográficas.

3. Las interacciones con los cazadores-recolectores de la región, como las que se observan en Yugoslavia, propiciaron una nueva evaluación de las técnicas de forrajeo para el aprovechamiento de alimentos especiales y plantas medici­nales Y para mejorar las estrategias de caza y pesca. El cruce del ganado vacu­no Y porcino domesticado con sus prototipos salvajes, como se ha comproba­do en Hungría, produjo un ganado mejor adaptado. Al mismo tiempo, los recolectores indígenas adoptaban quizá una selección de rasgos tecnológicos Y organizativos comprendiendo tipos de útiles y el cuidado incidental o perma­nente de algunos animales domesticados, inicialmente quizá producto del robo.

4. La expansión y la adaptación seguían avanzando tras los grupos de colo­nos en busca de hábitats los más parecidos posibles a sus hábitats de origen (en las cuencas de loess de Europa central y las tierras altas del Sáhara). En los nuevos centros de asentamiento, de la selección consciente o inconsciente de nuevas mutaciones de plantas en busca de una mayor productividad en di­versas condiciones de clima y competición, nuevos cultivos, algunos de ellos a partir de gramíneas salvajes, prosperaron en los campos y huertos de la Euro­pa templada. El ganado vacuno y el porcino desplazaron a ovejas y cabras en las llanuras húmedas de Hungría y en los bosques de las regiones montañosas de Alemania.

5. Espacialmente concentradas en las llanuras discontinuas de Centro-Europa Y en las tierras altas aisladas del Sáhara, y abiertas al creciente contacto con pastores indígenas, los colonizadores agrícolas empezaron a desarrollar identi­dades regionales, acentuándose la divergencia cultural y biológica y la apari­ción de nuevos sistemas adaptativos, mientras que los cazadores-recolectores locales eran gradualmente asimilados o absorbidos, pero en algunos casos, poco frecuentes, fueron expulsados o eliminados.

6. Este nuevo sistema agrícola regional estaba en condiciones de experimen­tar una nueva modificación que abriría otra secuencia de expansión, sea hacia nuevos biomos, como las llanuras glaciares del norte de Europa y el Magreb, sea en los espacios intersticiales desocupados de la Europa central o suroriental.

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Continuidad y ca,nbio 295

Con ajustes menores este modelo básico de colonización puede servir para analizar toda una gama de procesos similares, desde la expansión neolítica ha­cia la Europa templada, hasta el asentamiento anglo-americano en los Estados Unidos. En estas transformaciones intervienen dos tendencias antitéticas; por un lado, una selección direccional y diversificadora en favor de los rasgos más logrados del sistema adaptativo, y por otro, una modificación fundamental y una simplificación creciente del ecosistema. Empezaron a surgir nuevos peli­gros a largo plazo en forma de agotamiento y destrucción del suelo y de cam­bio hidrológico, muchas veces asociados a la salinización de las tierras de alu­vión, que afectaban a la continuidad de la productividad. En su esfuerzo para reducir los riesgos y aumentar la productividad, los grupos humanos impusie­ron desacertadamente un paisaje de subsistencia tipico del Próximo Oriente en medioambientes nuevos y con frecuencia poco adecuados. Al principio, los há­bitats fueron modificados, luego muchos fueron eliminados, hasta que el bio­mo original se hubo transformado de tal modo que resultaba irreconocible. Aquí, el éxito agrícola se traducía por un paisaje cultural impuesto que era percibido como una domesticación de la naturaleza. Pero, aunque en apariencia domes­ticados, estos ecosistemas simplificados se hicieron cada vez más frágiles, im­predecibles y sujetos a un deterioro irreparable (véase Capítulo 8).

La fase final de la transformación ecosistémica fue la intensificación de los sistemas agrícolas que acompañaron a la evolución de sociedades complejas. En el Próximo Oriente y en el Este asiático la inténsificación estuvo estrecha­mente asociada a la manipulación hidráulica, en particular a la irrigación arti­ficial mediante canalización, control y dispositivos de elevación del agua. En las tierras de aluvión del Eufrates-Tigris, del Nilo, del Indo y del Huangho, la irrigación artificial coexistió con la agricultura de secano y la irrigación por gravedad. La agricultura de alta productividad, a su vez, posibilitó densidades de población mayores y, en los centros urbanos, la aparición de artesanos espe­cializados -alfareros, herreros, ebanistas y carpinteros navales. Existía un co­mercio de productos industriales a larga distancia en manos de la nueva clase mercantil. En las sociedades urbanas resultantes, las economías plurales y la estratificación social compleja llegaron a ser la regla, no la excepción. Estas, a su vez, mantuvieron unas superestructuras políticas cada vez mayores que do­minaron la historia antigua.

Los mecanismos de feedback positivo que favorecieron el aumento de la pro­ductividad, el crecimiento demográfico, la desigualdad social y la aparición del estado han sido incorporados a un modelo coherente por Redman (1978) (Fi­gura 16-4). Las estructuras organizativas basadas en el estado pretendían pro­teger a la población y a la productividad agrícola de las perturbaciones me­dioambientales mediante una prorrata espacial (a través de redes eficaces de intercambio y anexión de subsistemas adaptativos adyacentes con recursos dis­tintos) y una prorrata temporal (almacenamiento de la producción excedente para su redistribución en época de escasez) (Isbell, 1978).

En las áreas de secano, la introducción del arado y las sucesivas innovado-

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Figura 16-4. Interacciones de feedback positivo favorables a la aparición de una sociedad urbana estratificada en Mesopotamia. Segtin Redman (1978: Figura 14-2). Cortesia Academic Press, Inc.

nes tecnológicas aportadas al mismo, la tracción animal, la rotación de culti­vos y los fertilizantes jugaron un rol ecológico similar. Aquí también apareció la estratificación socioeconómica junto con la jerarquización de los asentamien­tos y crecientes grados de urbanización (Figura 16-3). Los centros urbanos, se­parados por hinterlands rurales intensivamente explotados servían para definir una nueva reciprocidad entre la cultura y un medioambiente que era tan dife­rente de la agricultura extensiva de subsistencia como las adaptaciones neolíti­cas lo fueron de la recolección del Pleistoceno.

En suma, la sucesión de transformaciones adaptativas ocurridas desde fina­les del Pleistoceno hasta el final de la prehistoria en el Próximo Oriente, Euro­pa, Asia, Mesopotamia y los Andes, incluía una serie aparentemente inexora­ble de potentes bucles de feedback positivo, por Jo general en la forma de un

Continuidad y canzbio 297

mayor control humano sobre el medioambiente. Cada secuencia de feedback supuso cambios socioeconómicos, demográficos y ecológicos fundamentales, umbrales de equilibrio que requerían una redefinición de las interrelaciones en­tre las variables clave.

Si bien los cambios medioambientales de finales del Pleistoceno pudieron haber impulsado la diversificación contemporánea de los modos de recolección, las transformaciones siguientes -inicio, expansión e intensificación de la agri­cultura, así como la urbanización y la industrialización- no muestran víncu­los significativos con el flujo medioambiental. El potencial medioambiental tuvo unos efectos mucho mayores, en el sentido de que los animales y las plantas domesticados más estables procedían de áreas restringidas del Próximo Orien­te, del Sudeste asiático y de Mesoamérica. Los primeros pasos en el proceso de su domesticación tuvieron lugar, necesariamente, en estas mismas áreas. Pero desde ese momento, los sistemas adaptativos agrícolas trataron de acomodar estos domesticados exóticos a las nuevas condiciones medioambientales. Como resultado de ello, los principales sistemas agrícolas del mundo fueron un com­promiso entre la trayectoria histórica y las oportunidades y limitaciones me­dioambientales regionales. Esto sugiere que las principales transformaciones adaptativas del registro arqueológico fueron más idiosincrásicas o incluso esto­cásticas que deterministas. Las comunidades humanas han intentado tradicio­nalmente imponer soluciones adaptativas creadas en otros Jugares y en circuns­tancias distintas en situaciones o medioambientes nuevos. Esta predisposición ineherente, fundamental para el concepto de cultura, ciñe el objetivo implícito de los sistemas adaptativos, para lograr un modus vivendi con el medioambiente biofísico que esté en consonancia con las predilecciones del acervo cultural.

La modificación de los sistemas adaptativos regionales: las periodicidades históricas

Las grandes transformaciones adaptativas que llevaron al establecimiento de sistemas de agricultura intensiva, de sociedades urbanas y de estados centrali­zados hicieron posible las grandes civilizaciones que durante tanto tiempo han sido los objetivos centrales de la investigación arqueológica e histórica de Me­soamérica, Próximo Oriente y Este asiático. Los constantes altibajos de los rei­nos o imperios asociados a esas civilizaciones se han interpretado por Jo gene­ral en términos ontogenéticos. Pero, como ya señalamos anteriormente, estas estructuras sociopolíticas pueden ser analizadas también como sistemas adap­tativos regionales sujetos a inputs internos y externos y a ajustes periódicos de comportamiento y de tecnología.

Muchas veces las sociedades complejas respondieron a los nuevos inputs con cambios relativamente repentinos de equilibrio, que a su vez provocaron más transformaciones sociopolíticas fundamentales, con o sin cambio en la estrate­gia adaptativa, como si las trayectorias temporales de las altas civilizaciones, en particular, hubiesen tendido hacia un modelo de equilibrio metaestable, mar-

298 Síntesis

cado por umbrales a partir de los cuales se producían oscilaciones positivas y negativas en el nivel de equilibrio (Figura 15-2). Asi como el modelo evolutivo establecido relativo a las civilizaciones presenta por lo general una sucesión de rellanos homeoestáticos cada vez más altos, seguidos de caídas abruptas, el mo­delo sistémico, en cambio, puede acomodarse tanto del concepto de equilibrio metaestable como del estado de equilibrio fijo, dando cabida también a las ten­dencias direccionales no disyuntivas a largo plazo (equilibrio dinámico) (But­zer, 1980c).

Se puede, por consiguiente, imaginar las civilizaciones como ecosistemas que emergen en respuesta a conjuntos de oportunidades ecológicas, es decir, como econichos a explotar. Al cabo de algún tiempo tendrán lugar, inevitablemente, múltiples ajustes internos (sociales) y externos (medioambientales); algunos de ellos tendrán é)tito, y producirán una expansión demográfica; otros serán retró­gados, y exigirán una disminución demográfica. Estas tendencias demográfi­cas suelen estar asociadas con (y acompañar a) los altibajos del poder político, si bien esto no es siempre así. Sin embargo, las estructuras políticas suelen ser menos duraderas que la identidad cultural o que la consciencia étnica, y éstas, a su vez, son menos persistentes que el sistema adaptativo básico al que perte­necen. Esto es coherente con la analogía del ecosistema, porque los componen­tes estructurales de una población son los mecanismos que aseguran el éxito adaptativo (y no viceversa).

Los procesos integrantes de la ascensión y regresión son compatibles con un modelo sistémico. La ascensión puede considerarse como una transformación sociopolítica cuya organización estructural favorece un flujo óptimo de ener­gía dentro del sistema. El concepto ecológico de niveles tróficos en las comuni­dades bióticas es muy útil: en las comunidades bióticas los organismos con há­bitos alimenticios similares definen eslabones sucesivos entrelazados en una cadena trófica vertical. U na jerarquía social eficaz comprende varios niveles tróficos dispuestos en una pirámide achatada, con una amplia base de produc­tores agrícolas y entre ella y el vértice administrativo central, un número razo­nable de agentes burocráticos de escalafón medio (Figura 15-3). Las estructu­ras verticales sirven para canalizar los alimentos y la información, mientras que un flujo eficaz de energía permite que cada nivel trófico se desarrolle en un equilibrio de estado estable o incluso dinámico.

Una pirámide más achatada con escasa o nula estructura vertical aportará menos flujo informativo y, en consecuencia, limitará la productividad poten­cial del sustrato. Esta versión del modelo toma en cuenta el crecimiento, puesto que los nuevos mecanismos tecnológicos u organizativos de origen interno o externo que propiciarán una creciente generación de energía a niveles tróficos inferiores. Por otro lado, una pirámide más elevada, con una pesada burocra­cia en el vértice, supondrá unas exigencias excesivas para los productores y pondrá en peligro la cadena alimenticia (1abla 15-2). El modelo de pirámide aguda re­presenta un sistema propenso al equilibrio metaestable con inputs internos y externos apto a socavar el sustrato productivo y, en consecuencia, a destruir

r

Continuidad y ca,nbio 299

la superestructura no productiva; el resultado probable será una pirámide mu­cho más simplificada.

A título de ejemplo, podemos aplicar este punto de vista ecosistémico de las civilizaciones al antiguo Egipto (Butzer, 1976c, 1980c, 1981b).

La historia política de Egipto suele dividirse en varios ciclos: el Imperio An­tiguo (aprox. 2760-2225 a.C.), el Imperio Medio (2035-1668 a.C.) y el Imperio Nuevo (1570-1070 a.C.). Cada uno en su momento alcanzó su cénit durante un episodio de fuerte gobierno central, seguido de un largo período de estanca­miento y posterior declive. La Primera Dinastía (aprox. 3170-2970) representa asimismo el apogeo de un desarrollo protohistórico cuya delineación es menos clara. Cada fase de retroceso política estuvo acompañada de un deterioro eco­nómico y de un declive demográfico temporal o prolongado. La mayor densi­dad demográfica, anterior a las mejoras tecnológicas radicales de los últimos 100 años, se logró a principios de la época romana.

Los períodos de crecimiento fueron posibles gracias a innovaciones tales como la mejor organización de los sistemas de riego, los dispositivos para controlar la distribución del agua durante los años de escasez, los dispositivos de eleva­ción para regar áreas marginales y obtener varias cosechas al año, y nuevos cul­tígenos para los suelos pobres o secos o para los cultivos de verano (en un siste­ma agrícola originalmente equipado únicamente para cultivos de invierno post-inundaciones). Los efectos básicos de esta mejor eficacia organizativa, de la nueva tecnología y de la expansión e intensificación de la agricultura fueron el aumento de la mano de obra y el aumento de la productividad nacional. Pa­ralelamente, la población del país pasaría de menos de un millón bajo la Pri­mera Dinastía a cerca de 5 millones en el siglo II a.c.

Se suele admitir que la irrigación de las tierras de aluvión suministraba un ecosistema excepcionalmente productivo y predecible, en el que los inputs me­dioambientales no producían cambios significativos. Pero, en realidad, esta es una forma excesivamente esquemática de ver las cosas.

La agricultura predinástica, del Imperio Antiguo y del Imperio Medio se basó en un sistema rudimentario de riego del valle aluvial con las aguas de crecida del río, carente de un nivel tecnológico básico para a) cultivar todas las tierras del valle aluvial, b) garantizar un mínimo razonable de alimentos durante los años de escasa inundación y c) obtener más de una sola cosecha por parcela y año, excepto en los huertos regados a mano. La agricultura faraónica hacia el 2000 a.c. era extensiva, no intensiva, con, quizá, el 50 por ciento de las tie­rras agrícolas dedicadas al pastoreo o dejadas en barbecho y con grandes ex­tensiones de tierras de aluvión potencialmente fértiles todavía infravaloradas en el siglo XI a.c.

El sistema de irrigación estaba organizado de forma local, no centralizada. Las instalaciones para almacenar alimentos incumbieron al ámbito privado hasta el Imperio Nuevo, e incluso entonces la redistribución pública en tiempos de escasez fue ineficaz. Los niveles de las crecidas disminuyeron drásticamente du­rante la Segunda Dinastía (aprox. 2970-2760 a.C.), y a finales del Imperio An-

300 Síntesis

tiguo hubo repetidos estiages catastróficos del Nilo, mientras que en la segun­da mitad del Imperio Medio (1840-1770 a.C.) hubo varias crecidas igualmente catastróficas. Los principales reajustes negativos en la hidrología del Nilo du­raron varias generaciones poco después del 1200 a.c., cuando las tierras de alu­vión nubias dejaron de ser inundadas por el ria y tuvieron que ser abandonadas.

Estos factores ofrecen una perspectiva diferente para evaluar los largos inter­valos de estancamiento económico, el declive demográfico y la discontinuidad política del Egipto faraónico. El denominador común en cada caso fue la des­población rural y la disminución de la productividad económica. Los procesos causales fueron complejos e implicaron al menos dos de los tres principales fac­tores: demandas excesivas sobre la población productiva; incidencia de inunda­ciones insuficientes o de las inundaciones excesivas y destructivas del Nilo; in­seguridad debida a la inestabilidad política, a la invasión y a la dominación extranjera. Cada fase regresiva coincidió con desarrollos sociales negativos en la sociedad, Y también con intervenciones medioambientales negativas o inter­venciones sociales desde el exterior.

En los casos del Imperio Antiguo y del Imperio Nuevo, la evolución social interna fue desfavorable durante al menos los tres siglos que precedieron al de­clive político, lo que sugiere una posible incidencia de inputs externos en el rea­juste drástico de un sistema sociopolítico que ya se hallaba en una situación de equilibrio metaestable. Sin embargo, en el caso de la Primera y Segunda Di­nastías Y del Imperio Medio, no existe evidencia tangible de presiones excesi­vas; el declive se inició un siglo después de la aparición de los primeros indicios de debilidad política, lo que sugiere un fuerte e impredecible stress ejercido so­bre un sistema que, a pesar de todo, era funcional. Las fuertes oscilaciones en la productividad desde el siglo VIII a.c. fueron menos coherentes, resultado de la recurrente intervención extranjera.

En este análisis de los períodos de crecimiento y declive pueden identificarse varias variables clave. En primer lugar, un factor importante aunque no univer­sal fue una patología social progresiva, vinculada a nuestro modelo de pirámi­de sociopolítica metaestable de vértice pesado. Wittfogel (1957) describió esta situación como de sobreexplotación progresiva de las masas por parte de una élite crecientemente improductiva, lo que provocó un desequilibrio social y a la larga un colapso político-económico. Este proceso es identificable en el caso del Imperio Antiguo y el Imperio Nuevo, así como en la época romana tardía Y en el período bizantino. Pero no resulta verificable ni durante la Segunda Di­nastía ni durante el ocaso del Imperio Medio.

La importancia del liderazgo, entonces como ahora, constituye obviamente una segunda variable clave. La intervención extranjera es la tercera. Hasta la invasión de los hyksos en el 1668 a.c., la sociedad egipcia había sido funda­mentalmente autosuficiente y había funcionado hasta cierto punto como un sistema autárquico; tras el episodio de los hyksos, el Imperio Nuevo se parecía a un sistema abierto, y con la incursión asiria en el 664 a.c., Egipto se convirtió en un subsistema de una red socioeconómica mucho mayor que abarcó el Pró-

Continuidad y ca1nbio 301

ximo Oriente y finalmente todo el mundo mediterráneo. Una cuarta variable básica fue el stress ecológico, como resultado del com­

portamiento del Nilo. La ce-responsabilidad del descenso del Nilo en el colap­so del Imperio Nuevo es algo incuestionable, y es plausible en el caso de la de­sintegración del Imperio Antiguo. En la época de la Segunda Dinastía y a finales del Imperio Medio, el comportamiento aberrante del rio fue no sólo la única variable externa que aparece en el registro arqueológico, sino también el agente más prominente de todos, aunque no el elemento determinante. A un nivel de­terminado de tecnología, el ecosistema nilótico ofreció un conjunto de oportu­nidades y limitaciones a la productividad agrícola que variaba de una estación a otra, y de un año a otro.

Las variables clave destacadas en este ejemplo son más o menos específicas de Egipto. En la figura 15-1 y en la tabla 15-2 se daba una lista más completa de variables potenciales que afectan a los sistemas adaptativos regionales.

En términos de valoración general podemos afirmar que las sociedades com­plejas están protegidas contra las variables externas por múltiples redes de tec­nología, de organización social y de intercambio. El umbral de inestabilidad de un sistema semejante es muy elevado en proporción a la cantidad de meca­nismos de feedback negativo capaces de absorber o rechazar los efectos de las variables externas, particularmente a corto plazo. Pero a largo plazo, los siste­mas complejos de fuerte pendiente no son estables (ver también los puntos de vista y argumentos diferentes de May (1977) y de Rappaport (1978)). La multi­plicidad de los componentes sistémicos fue lo que incrementó la probabilidad de una concatenación casual de inputs negativos. Por ejemplo, la coincidencia inesperada de un liderazgo débil, una patología social, una tensión política ex­terna y una alteración medioambiental puede desencadenar una sucesión ca­tastrófica de acontecimientos que se refuerzan mutuamente (Figura 16-5) y que el sistema es incapaz de absorber.

Un modelo sistémico tiene la ventaja sustancial sobre el enfoque ontogenéti­co de no ser determinista y de admitir la aleatoriedad. De hecho, dada la abun­dancia de variables conexas, las modificaciones de un sistema altamente estruc­turado, vertical y metaestable, tienden a ser más estocásticas que teleológicas. Que los sistemas culturales, al igual que las instituciones humanas, acaben hun­diéndose es una cuestión de probabilidad, no de inevitabilidad orgánica. El mo­delo sistémico trasciende una interpretación funcional o sincrónica; el nuestro incluye componentes sincrónicos (Figura 15-3) y también dimensiones diacró­nicas o temporales (Figuras 15-2 y 16-5). Puede, en consecuencia, incorporar alternancias cíclicas seculares en momentos de crecimiento de población y pro­ductividad, y de declive demográfico y de devolución política. Estas periodici­dades se interpretan no como ciclos orgánicos de crecimiento y declive, sino como reajustes entre las variables procesuales que mantienen el sistema adap­tativo.

Una civilización es un tipo de sistema adaptativo que puede estudiarse obje­tivamente, como ha hecho Adams (1978) en su estudio del impacto de la maxi-

302 Síntesis

FAVORABLE Concatenación positiva

Concatenación negativa DESFAVORABLE

Figura 16-5. Varios procesos con periodicidades variables pueden coincidir ocasionalmente, refor­zándose mutuamente y creando una tendencia global desfavorable (inílexión de las tendencias) o favorable (pico) para el sistema. lvfodificado de Butzer (1980c: Figura 7).

mización agrícola a corto plazo durante períodos de control jerárquico, com­parado con el impacto a largo plazo de las economías agropecuarias mixtas durante épocas de fragmentación política, con objeto de identificar dos modos distintos de equilibrio adaptativo ininterrumpido en Mesopotamia. Aquí, tam­bién, las discontinuidades simuladas por colapso sistémico pueden analizarse sin recurrir a las interpretaciones subjetivas tradicionales y a menudo morales, como ocurre al hablar de decadencia.

La prolongada historia egipcia ilustra el dinamismo de un sistema adaptati­vo caracterizado por ajustes sociales flexibles y persistentes estrechamente vin­culados a su medioambiente (las crecidas y los aluviones del Nilo). Las princi­pales crisis, tanto internas como externas, fueron superadas mediante una reorganización de la superestructura política y económica, que reconducía el poder nacional o al menos la productividad económica. Los componentes bá­sicos de las adaptaciones socioculturales y medioambientales sobrevivieron más o menos intactos hasta· el siglo XIX d.C., aun cuando la identidad política (y, en última instancia, también la identidad étnica) se transformara. En otras pa­labras, durante las épocas de discontinuidad política, la civilización egipcia so­brevivió como un sistema adaptativo flexible, y el éxito de esa adaptación se refleja en las continuidades fundamentales que unen el Egipto antiguo y el mo­derno. Lo mismo puede decirse de la antigua Mesopotamia y la moderna Siria.

El sistema adaptativo es un carácter mucho más básico que los logros artísti­cos y políticos de una civilización. En este sentido, es a nivel del sistema adap­tativo que los estudios procesuales pueden dar los mejores resultados en el exa­men de las relaciones causa-efecto inherentes a la modificación y al ajuste adaptativos (Thbla 15-1). Para concluir, es evidente que las civilizaciones se com­portan como sistemas adaptativos, volviéndose inestables cuando las deman­das de energía de unas estructuras socioeconómicas cada vez más complejas se hacen excesivas. Las crisis son el resultado de concatenaciones fortuitas de procesos que se refuerzan mutuamente y no de la senilidad o de la decadencia.

Continuidad y ca111bio 303

Consideraciones generales y perspectivas

Quizá el testimonio más elocuente de las capacidades culturales del Pleistoce­no sea la capacidad de un organismo tropical de expandirse a casi todos los medioambientes del globo con una adaptación fisiológica mínima. Una y otra vez, los ajustes y la elegancia de un repertorio flexible de modos de su.bsisten­cia permitieron una feliz adaptación a nuevos medioambientes. A escala regio­nal, también habrían permitido densidades de población mayores. Sin embar­go, la estabilidad fue más la regla que la excepción en el desarrollo demográfico del Pleistoceno, posiblemente con las mismas tasas relativamente bajas de na­talidad y mortalidad características de los grupos cazadores-recolectores del pre­sente etnográfico. Los niveles de población se ajustaron probablemente a los mínimos recursos disponibles (para una determinada tecnología de subsisten­cia) los años, poco frecuentes, de escasez.

Al final del Pleistoceno e, incluso más todavía durante el Holoceno inferior, pueden inferirse ciertas tendencias demográficas dinámicas como mínimo en varios sistemas adaptativos regionales, presumiblemente en respuesta a cam­bios en los recursos medioambientales, a la eficacia de los cultivos, a la organi­zación de los asentamientos y a la presión demográfica. Esas tendencias sirvie­ron para establecer gradientes espaciales, en los que intervenían también información y tecnología, favoreciendo así una difusión constante a ritmos muy superiores a los de la prehistoria del Pleistoceno. Las constantes recombinacio­nes de información garantizaron además una cadena continua de innovaciones.

A raíz del nacimiento de la agricultura y el pastoreo, los registros prehistóri­co e histórico están marcados por ecosistemas cada vez más controlados (y sim­plificados). También vale la pena destacar una nueva estrategia demográfica destinada a mantener altos niveles de población, incluso a riesgo de una reduc­ción involuntaria durante intervalos sucesivos de stress medioambiental. Las altas tasas de natalidad (y de mortalidad) garantizaban la mano de obra nece­saria para las estrategias de subsistencia que implicaban un output calórico bajo para un importante input de trabajo. Aunque las relaciones causa-efecto no es­tán claras, los tipos de agricultura cada vez más exigentes en mano de obra, y el crecimiento demográfico prolongado suelen coincidir en varios ecosiste­mas regionales. El equilibrio dinámico en términos demográficos fue caracte­rístico de las fases de crecimiento económico, a las que seguirían reajustes ca­tastróficos a una nueva fase de estabilidad con unos niveles de equilibrio sustancialmente inferiores a medida que el mantenimiento de los sistemas so­cioeconómicos se hacía excesivamente costoso en términos de demandas de ener­gía y flujos de información.

Según sugieren los estudios comparativos, todas las antiguas civilizaciones que incorporan estrategias de intensificación fueron metaestables, y sus trayec­torias de crecimiento pueden entenderse como trayectorias de extracción acele­rada de energía, hasta el punto de que tanto el ecosistema como las estructuras socioeconómicas fueron apuradas al máximo, con una productividad calórica

304 Síntesis

absoluta y coeficientes de input-output constantes o decrecientes. Se trata de una interpretación materialista de las civilizaciones que apenas arroja luz sobre su vitalidad creativa, pero que llama la atención sobre las limitaciones impues­tas a los ecosistemas regionales, dado un medioambiente socioeconómico de­terminado.

La Revolución Industrial, nacida de la economía redistributiva colonial y cuyo posterior crecimiento y difusión se debió a una revolución de las comunicacio­nes a nivel mundial, ha creado un megasistema global que ahora se acerca muy rápidamente a sus condiciones límites. Las enormes disparidades interregiona­les de crecimiento demográfico, de productividad económica y de consumo de energía reflejan una red socioeconómica con graves dificultades cibernéticas, cada vez más propensa a la simplificación catastrófica. La interpretación con­textual de los registros arqueológicos e históricos puede servir de control para los procesos socioeconómicos incorporados en los modelos probabilísticos no ecológicos. El pasado es fundamental para comprender el presente y, más aún para calcular las consecuencias potenciales de las tendencias modernas. El en­foque contextual aplicado al pasado crea una interconexión con los grandes te­mas de la geografía humana: desarrollo regional, gestión de los recursos, pro­ductividad sostenida y armonía ecológica. En la medida en que el pasado continúa revelándose, se hace cada vez más evidente que las antiguas genera­ciones, las civilizaciones 1nuertas, y la historia ecológica pueden orientarnos tanto como la investigación contemporánea sobre la viabilidad de las estrate­gias futuras.

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Indice

Achelense, 102, 108, 194, 217-18, 225, 227-28, 262, 284-8

adaptación cultural, 10-1, 29, 220-1, 247, 265, 266, 269, 283

adaptabilidad, 10, 275 adaptaciones sistemáticas, 278-9, 283,

299-306 cambio, 11-2, 185, 265, 266, 271, 283 estímulos endógenos, 271, 278, 302-3 estímulos exógenos, 271, 278-82, 301-3 estrategia adaptativa, 194-205, 213-4,

272-5, 299-300 factores biofísicos, 272-6, 278-82, 295-300 factores cognitivos, 273-6, 280-2 factores socioculturales, 272-6, 277-82 información, 270-2, 279-81, 284-5, 288,

292, 300, 305-6 medidas, 272-3, 277-8, 280-2 modificaciones sistemáticas, 277-9, 283,

299-306 selección cultural, 272-5, 286-9, 295-300 sistema adaptativo, 206, 272-3, 283 solución mínima, 273-5 transformaciones sistemáticas, 277-9,

283-300, 304-5 ver ta1nbié11 ecosistema; equilibrio; asenta­

miento; subsistencia agricultura, 181, 192, 209, 211-2, 277, 279,

281, 293-303 Alexandersfontein (Kimberley), 98-100,

252-62 animales, 12,14-5, 30, 60, 152, 168-9, 180-2,

207-8, 210, 223, 224, 244, 273-4 carnívoros, 186-7, 189, 236 explotación humana, 184-90, 294-201,

289-90, 224, 228-30, 236-8, 265 extinción, 186, 196-7, 184-90 herbívoros, 181-2, 189-90, 191-2, 236, 285-6

antropología, 10-1, 154 ecológica, 5, 29 sociocultural, 10-1, 270-1

arqueobotánica, 5, 11-2, 33, 166, 197 estacionalidad, 182-3, 200 interpretación ecológica, 167, 172-8 residuos macrobotánicos, 166, 170-l, 175-6,

201 ver ta111bién fitolitos; plantasa; subsisten­

cia; vegetación arqueología

ambiental, 4-5, 34, 246 experimental, 156-7, 199, 225 ver tarnbién asentamiento; arqueología es­

pacial; contexto arqueología espacial, 4, 6, 9, 37, 205, 222, 249

agrícola y pastoral, 208, 213, 216, 220-1, 225-8, 235-44, 246-7, 249, 266-9, 293

cazador-recolector, 207, 215-21, 222-5, 227-34, 246-7, 249-50, 256-66, 269, 286-7, 291-2

espacios de recursos, 213-22, 231-9, 242, 249-50, 252, 254-5, 258, 268, 285, 291-2

modelo de concentración, 216-21, 232-4 modelo de movilidad, 223, 225-35 modelo de van Thünen, 209, 212-3 principio de satisfacción, 249-50 teoría del lugar central, 213-6, 243 ver tan1bié11 asentamiento; subsistencia

arqueometría, 5-6, ll-2, 33, 153 arqueozoología, 5, 11-2, 33, 185

estacionalidad, 192-3, 195, 200 identificación del hábitat, 191-3, 200 interpretación de la comunidad, 191-2, 195,

201 paleontología, 185 tratamiento faunístico, 186, 200 ver también animales; estratigrafía; ta-

fonomía Arcaico, 105-6, 107, ll7, 136-7, 222, 266, 291 arte rupestre, 9, 260-1, 287-9 asentamiento, 6, 9, 12, 34, 36, 39, 86-7, 129,

154-6, 165, 179-80, 205, 222, 249, 224-6, 279, 28!

341

342 Indice

colonización, 240-2, 281, 284-9, 293-7 estudio del paisaje, 250-6 factores cognitivos, 27-9, 207, 208-9, 222,

242, 244-9, 256, 280-5 jerarquías, 207, 212-5, 220, 225-7, 243-4,

281, 298 reconstrucción del asentamiento, 246, 249 redes, 207, 213-6, 220-1, 222-32, 242-4,

257-61, 262, 267-8 teoría general, 253-44 territorialidad, 218, 220-1, 227, 234, 242-4 ubicación, 207, 218-9, 221, 223, 227, 236,

238, 244, 246-7, 249-50, 252, 254 urbanismo, 213, 225, 227, 277, 279, 294,

298-9 ver ta,nbién arqueología espacial; yaci­

miento atmósfera, 5-6, 15, 20, 24, 28-9, 60 Axum,

8-9, 89-90, 91-2, 140-2, 152, 294 Axurn, 8-9, 89-90, 91-2, 140-2, 152, 294

bio-arqueología, 29, 130-1, 171-2, 185, 227-8, 293

biocoro, 14, 17, 27 biología, 10-1, 13-4, 185 biomo, 8-9, 13, 60-3, 178, 196, 200, 216-8,

276, 285-6, 288-9, 293-6 biosfera, 13, 15, 27 bosques, 106, IIO, 172

carbono, análisis isotópico, 156-7, 171-2, 192 civilización, 277, 279, 299-206 clima, 7, 15, 18, 21-8, 35, 40, 57, 61, 115-6,

142-2, 171-2, 178-80, 183, 207-8, 223, 263-5, 241, 278, 281

conchas de molusco, 72-3, 169, 191-4, 223 contexto, 3

método contextual, 6-12, 20, 40, 251 paradigma contextual, 7, 11-2, 157-8, 271 ver tarnbién interpretación contextual del

yacimiento Cueva Morín, 44-5, 79-80, 82-3 cultura, 29, 205, 240, 245, 269, 283

cambio, 11-2, 269-71, 277-9, 283 contenido, 270-2 estratificación, 243, 280-1, 294-5, 298-9 identidad, 263-5, 300 procesos sociopolíticos, 9, 242-4, 280-1,

297-300, 303-5 sistemas, 270-2, 277 ver ta,nbién adaptación; asentamiento;

subsistencia cibernética, 5, 271-2, 279-80, 306

datación cronométrica, 34, 66, 69-73, 153-4, 157, 159-65, 175

aminoácido, 159, 163-5 aqueomagnetismo, 159-62 geoquímica, 164, 165 obsidiana, 159-64 potasio-argón, 159, 161-2, 165 radiocarbono, 157, 159-60, 164, 165, 170,

294 series del uranio, 159, 161-2 termoluminiscencia, 159, 162-4 varvas, 159, 164-5 ver tan1bién dedrocronología; geomag­

netismo demografia, 8-9, 29-30, 33, 232-35, 238,

240-2, 250, 255, 272-3, 277-9, 281, 290-2, 293-6, 298-9, 300-2, 304-6

dendrocronologia, 159, 164-5, 179 dendroecologia, 69, 178-80 domesticación,

animales, 197-9, 201, 220-1, 240, 296 plantas, 172, 177, 179-80, 182-3, 192 procesos, 292-5, 299

ecología, 6-7, 11, 13, 206-7 econicho, 14, 272-4, 288, 299-300 ecosistema, 13, 33

biomasa, 8, 14, 27, 60-1, 151, 195-6, 230, 236, 286

cambio, 23-7, 62-3, 196, 247 desequilibrio o degradación, 9, 36, 201,

236, 278, 281, 295, 297 flujos de energía, 7, 14-5, 29-30,' 182-3,

280-1 humano, 5-6, 13, 29-30, 35, 38, 182-3, 205,

208, 218, 238, 269-71, 274, 277, 280, 298, 300

mosaicos, 197, 200, 207-8, 220-1, 233-4, 237-8, 265

perturbaciones, 9, 22-3, 25, 25, 278-9, 281, 289, 293-5, 297-8, 301-4

productividad, 14, 18, 27, 36, 60-1, 150-2, 182-3, 195, 201, 236, 278, 298

ver ta111bién addaptación; equilibrio; varia­bilidad

ecotono, 14, 217-8 Edad del Bronce, 38, 67, 135-6, 147-9, 152,

211, 225

Indice

Edad del Hierro, 149, 152, 182-3, 238, 294 Egipto, 8-9, 25, 83, 90-1, ll9, 143, 157,

252-3, 263-6, 279, 283, 300-6 ejemplos africanos, 7, 25 ejemplos británicos, 37-38, 46, 134-5, 145-9,

150-2, 162, 180-2, 166-7 ejemplos en la cuenca mediterránea, 22, 25,

28, 45-7, 51-2, 70, 76, 80, 82-4, 100, 102, 108, 115, 127-9, 132, 136, 146-7, 157, 182, 255, 267, 293-4

ejemplos europeos, 25, 26-8, 46-7, 62, 66-7, 119, 130, 134, 135-6, 143, 146, 157, 164-5, 170-1, 180, 222, 225, 237, 240-2, 261-2, 264-5, 266-7, 286, 288, 291, 293-8

ejemplos mesoamericanos, 52, 115, 132, 136, 140, 171-2, 185, 214-5, 224, 225-6, 244-5, 267-8, 279, 293, 298-300

ejemplos en el Próximo Oriente, 37, 197, 209-11, 225, 242, 265, 287-9, 292-4, 297-300, 303

ejemplos sudamericanos, 146, 180, 289, 293, 298

enfermedad, 228, 236, 278-9, 281, 295 equilibrio, 8, 20, 40, 276

dinámico, 20, 25·8, 280-1, 288, 294, 299-300, 306

feedback negativo, 8, 20, 24, 276, 278-82, 291-2, 303

feedback positivo, 20, 24, 276, 278-82, 291-2, 298-9

honeostasis, 10, 20, 151 mantenimiento, 40, 182-3, 278, 280 metaestable, 21, 24, 25-7, 278-81, 299-300,

302-4 mosaicos, 9, 21, 25-7, 178, 298, 299-300,

302-4 resistencia, 21, 289 ver ta,nbién adaptación; equilibrio; varia-

bilidad escala, 7-9, 36, 39-41, 53, 60, 167, 169 espacio, 6-9, 40, 207-8, 220-1, 244-6 estratigrafía, 9, 33, 36, 64

bio-estratigrafía, 64-6, 69-70, 178, 193-4, 200

climatoestratigrafia, 64-6, correlación, 68-73 cronoestratigrafia, 64-6, 69, 159-65, 198 lito-estratigrafía, 64, 66, 69, 73 magneto-estratigrafía, 64-6, 71, 163, 165 ver ta,nbién datación

Etiopía, 9, 83, 89-90, 93-4, 138-40, 152, 272-3

343

etnoarqueologia, 3,5 156-7, 225-6, 231-2, 248, 258-60

evolución biológica, 276-7 humana, 269-70, 283, 289 sistemática, 276-9, 299-300, 303-4

fauna, ver animales; arqueozoología fitolitos, 166, 171-2 fuego, 121, 124, 175, 179, 180-2, 190-1

geo-arqueologia, 5-6, 28, 29, 33, 41, 64, 74, 95, 153-4, 199, 201, 251-6, 267

componentes, 34-8 ejemplos, 80, 82-4, 89-94, 98-101, 134-41,

252-3, 256-61 estrategias, 35, 38-9, 94, 149 formación, 40, 116-7, 154 procedimientos analíticos, 37-9, 87-90,

99-101, 108, 111, 150-1, 153-4 ver tan,bién formación del yacimiento; mo­

dificación del yacimiento; rasgos paisajís­ticos; sedimentos; suelo; topografía

geografía, 10-1, 14, 33 humana, 4, 10-1, 206-16

geología arqueológica, 5, 33 ver ta,nbién geo-arqueologia

geomagnetismo, 25, 64, 71, 159, 162-3, 165 geomorfología, 18-9, 25, 27-30, 33, 36, 39,

41, 60-1, 66-8, 74, 95, 120, 186-7, 189-91, 200

ver también sedimentos arqueológicos; ya­cimientos

Giza, 119-21, 124

hidrología, 19, 27-8, 38-8, 61, 67, 93, 120, 182-3, 201, 207, 236, 252, 296-7

Holoceno, 24, 57, 69, 77, 164-5, 174, 178, 181-2, 183, 194, 196-7, 247, 260, 264, 279, 304-5

lllinois, 8, 25, 50-1, 57-8, 107, 136-7 irrigación, 128-9, 130, 196-7, 212, 226, 244,

266-7, 293-4, 297-8, 301

litosfera, 14, 19, 30, 60

materiales, identificación, 153-4, 156-9 procedencia, 153-4, 156-9, 165

344 Indice

Mesolítico, 132, 134-5, 181, 222-3, 293-4, 291 Mesopotamia, 9, 48, 242, 279, 283, 295-6,

298-9 musteriense, 50-1, 225, 286-7, 298

Neolítico, 38, 75-6, 132, 134, 135-6, 143, 182, 225, 237, 246-7, 265, 267, 294, 295-6, 298

ontogenia, 10, 277, 279, 300, 303 oxigeno, análisis isotópicos, 23, 71-2, 156-7,

171-2, 193

paisaje, impactos humanos, 36-8, 40, 120 ver tarnbién ecosistema

Paleoindio, 221-2, 252-4, 289 Paleolítico, 37, 51, 75-6, 80, 82-3, 84, 156-7,

222-5, 246-7, 283-9, 294 palinologia, 9, 23, 26-8, 69, 71, 134-5, 166,

168, 170-1, 172-6, 180, 200-1 peces, 169, 192, 193-5, 210, 223, 289 percepción, ver asentamiento plantas, 12, 14-5, 166, 207-8, 210, 244

exterminación, 17, 176 malas hierbas, 181-3, 297 migración, 17, 175-6, 178, 180-2 utilización humana, 167-9, 175-7, 179-83,

225, 236-8, 264-5, 273-4, 289-90 Pleistoceno, 22, 60, 62-3, 66, 69-73, 76-84,

100, 108, 164-5, 174, 180-1, 186, 191-2, 193-4, 196, 211-2, 217, 228, 232, 247, 254, 256-64, 269, 276-7, 279, 283-92, 304-5

intervalos glaciares, 23-4, 26, 60, 98, 70-1, 100, 193, 276, 285

intervalos interglaciares, 23-4, 26, 60, 66, 70-1, 178, 193, 276, 286

población, ver demografía predinásticos, 8, 252-3, 264

rasgos paisajísticos, 36, 120, 266-7 Caminos, 36, 125, 146

campos aterrazados, 36, 91-2, 124, 146-7 concheros, 36-7, 91-3, 147-9, 226 criterios biológicos, 134-5 criterios geomórficos, 131-3 criterios geoquímicos, 132-3 criterios de suelo, 130-1, 135', 266-7 montones de desperdicios, 36, 145, 226 rellenos, 149, 150 túmulos, 147, 150

ríos, ver hidrología

Sabara, 25, 28, 50, 145, 293-7 sedimentos arqueológicos, 36, 41, 74, 252-4

de cava, 42, 44-5, 54, 70-2, 187-9 deltaicos, 48-9, 55 detritos del piso, 42, 49, 50, 55, 94, 97-8,

109, 127-9, 130-3, 140-1, 188-9, 252-4 eólicos, 42, 50-1, 55, 61, 103, 114 facies, 42, 87-9 karstícos, 44-54 lacustres, 47-8, 54, 187, 258 litorales, 42, 44-7, 54-5 de manantial, 50-2, 55-8, 61-2, 91, 124-6,

139-41 de pendiente, 42-4, 54, 98, 106-7, 164, 187 relleno artificial, 76, 86-7, 91-2 urbano~·. 83-94, 140-1 volcánicos, 42, 51-3, 55, 115

sistemas de intercambio, 157-8, 207-8, 209, 213-6, 221, 232, 240, 242-4, 298, 303

subsistencia, 6, 9, 150-2, 167, 185, 192, 195, 207, 222, 273-5, 276, 279, 286

dicta, 167-9, 170, 176, 182-3, 192, 195, 198, 208, 210, 219-20, 232-3, 238, 284, 286, 293

información, 9, 29-30, 217, 222, 245-8, 292 estrategias, 144, 151-2, 182, 195, 220-1,

223, 226-35, 246-7, 249-50, 272-5, 284, 289-93, 295

estructura socio-económica, 213-5, 236, 243-4, 293

productividad, 210-2, 220-1, 228, 233-8, 242, 249-50, 279

relación input/output, 11, 219-20, 234-5, 250, 295, 306

tecnología, 29-30, 157-8, 182, 212, 223, 224-5, 236-7, 243, 247, 256-7, 262-4, 276, 272-9, 281, 285, 289-90, 293-4, 295, 298, 300-1, 303, 304

ver ta1nbién sistemas de intercambio; va­riabilidad

suelo, 12, 15, 27-8, 34-6, 56-63, 67, 70, 86-8, 92-4, Jl4, 120, 182, 196, 208, 236-8, 244, 295-6

acidificación, 123-4, 144-5, 152, 182 aridificación, 123-5, 134, 182 erosión., 18, 20, 98-9, 115-6, 120, 135-41,

182, 201, 244, 296-9 factores edáficos, 17, 56-8, 61 fertilidad, 17, II5, 124, 127-8, 141-2, 201,

Indice

211-2, 238, 240-1, 254-5, 281 paisaje, 35, 56-8 salinización, 129, 130, 183, 297

tafonomia, 172, 186-8, 200 acumulaciones animales, 187-8, 190, 200 acumulación geológica, 187, 189-92, 200 acumulación hominidad, 188-90, 200 fosilización, 187, 189-92, 200 preservación de los huesos, ver modifica-

ción del yacimiento teoría de sistemas, 5 terciario, 22-4, 174, 269, 276 toma de decisiones, 8-9, 10, 29, 219-20,

247-9, 280-2 topografía y terreno, 6-7, 15, 53-60, 150-1,

207, 212, 218, 223, 224-5, 233, 235-6, 240, 244, 249, 251-5

Torralba/Ambrona, 51, 100, 102, 108, 2'.!7-30

Valle del Nilo, 7-8, 25, 34, 49, 216, 240, 252-3, 263-5, 289, 298, 301-3

variabilidad espacial, 7-9, 12, 13, 167-9, 205, 222, 249

variabilidad temporal, 8, 9, 38, 269, 283 aperiódica, 236, 281 cíclica, 9, 21-2, 27, 236, 277, 279, 299-300 fenómenos de retraso, 69, 208, 271 procesos estocásticos, 22, 272, 303 ver tarnbién ecosistema; equilibrio

vegetación, 14, 19, 24, 26-8, 56-60, 207 factores edáficos, 56-8, 176, 178, 295 fisionómica, 17, 27, 28, 56-61 modificación humana, 57, 120-2, 134-8,

143-5, 151-2, 180-3, 294, 296

yacimiento arqueológico, 7, 41 definición, 250-1, 258 estudio, 35, 42, 115-6, 246, 250-69 excavación, 35, 185, 254, 255 prospección, 35, 39, 116-7, 153-6, 165, 251,

254 tapado, 36, 101, 117-9 ver tan1bién arqueología espacial; asenta­

miento yacimiento, formación, 35, 42, ll5-7, 246,

250-68 acumulación de cueva, 43-5, 54, 74, 76-84 agua, 81, 114 arcilla, 81, 114 ceniza, vegetales, 81, 114, 191-2

345

componentes biogénicos, 36, 74-5, 78-9, 81-2, 85-8

componentes fisiogénicos, 39, 54-5, 73 coprolitos, 79, 81, 170-1, 200 cetritos líticos, 76-7, 82, 99 esquirlas ceni.micas, 75, 85, 89-90, 99, 103,

115-6, 130-1 gravedad, 51-2, 84, 88-91 iones solubles, 39, 75, 78-9, 81-2, 84-7,

112-3, 115-6, 130, 132-3, 115-6, 187 materia vegetal, 74, 83-90 sepultamiento, 54-5, 97, 117-9 suelo mineral, 39, 74, 77 viento, 84, 86-8, 91 ver ta,nbién sedimentos arqueológicos

yacimiento, interpretación contextual, 36, 38-40, 41, 117-9, 200

actividad, 95-7, 119, 154-6, 200, 221, 223-4 contexto estratigráfico, 35-6, 66-9, 200 contexto paisajístico, 35, 200, 207 escala, 36, 39, 41 matriz deposicional, 36, 41, 286 matriz regional, 60-3 matriz topográfica, 36, 43, 53-60, 63 primario, 36, 39, 117-9 secundario, 36, 39, 117-9 semiprimario 36, 39, 117-9 ver ta111bié11 sedimentos

yacimiento, modificación medioambiental agua, 36-8, 97-9, 115-6, 130-1, 259-4 alteración postdeposicional, 36, 50, 117-9 bioturbación, 107-ll, 116 deformaciones, 107-9, 114 destrucción del yacimiento, 35-6, 114-17,

129, 152, 252-4, 255 dinámica de las arcillas, 36, 105-7 dispersión de artefactos, 6, 98-101, 114-6 dispersión pre-sepultamiento, 36, 54-5,

97-101, 117-9, 252-4 gravedad, 36, 99, 101-2, 104-5, 115, 126,

140-1 hielo, 36, 55, 100-2, 104-5, 106~9 metorización, 36-7, 97, 114-5, 185-6 preservación de los huesos, 54-5, l 13,

117-9, 187-91 preservación de las plantas, 54-5, ll3-4,

117-9, 174 sales, 36, 54, 85, 103, 112, 115, 174 soluciones mineralizantes, 54, 112, ll8, 187 viento, 36-7, 85-7, 97, 115, 253-4