Burroughs, Edgard Rice - Tarzan Tomo 4 - El Hijo de Tarzan

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    EDGAR RICE BURROUGHS

    El hijo de Tarzn

    Para Hulbert Burroughs

    I

    El alargado bote del Marjorie W. se deslizaba aguas abajo del ancho

    Ugambi, impulsado por la corriente y el reflujo. Sus tripulantes disfrutaban indolentemente de aquel momento de respiro, tras el arduo esfuerzo de remontar la embarcacin a golpe de remo. El Marjorie W. estaba fondeado tres millas ms abajo, listo para levar anclas en cuanto se encontraran a bordo y hubiesen colgado el bote de sus pescantes. De

    pronto, los marineros despertaron de su modorra o suspendieron sus parloteos para dirigir su atencin hacia un punto determinado de la orilla septentrional del ro. Con cascada voz de falsete, al tiempo que

    agitaba los extendidos y esquelticos brazos, la inconcebible aparicin de un ser humano les gritaba desde all a pleno pulmn.

    -Quin demonios puede ser ese tipo? -exclam uno de los remeros.

    -Un hombre blanco! murmur el piloto. Orden-: Dadle a las palas, muchachos, acerqumonos a ver qu quiere.

    Al aproximarse a la ribera vieron a una criatura demacrada, cuyas escasas greas blancas se apelotonaban en mugrienta maraa. Su enjuto cuerpo encorvado iba completamente desnudo, salvo por un

    exiguo taparrabos. Las lgrimas descendan por las hundidas mejillas picadas de viruela. El hombre les farfull algo en un idioma desconocido.

    -Debe de ser ruso -aventur el piloto. Se dirigi al individuo-: Habla ingls?

    Lo hablaba. Y en esa lengua, a saltos, entrecortada y vacilantemente,

    como si llevara aos sin emplearla, les suplic que lo llevasen con ellos, que lo sacaran de aquella espantosa regin. Una vez a bordo del Marjorie W., el extrao ser refiri a los que acababan de rescatarle una lastimosa historia de miserias, privaciones, dificultades y angustias cuya duracin se haba prolongado a lo largo de ms de diez aos. No les explic cmo

    haba ido a parar a frica, slo les dio a entender que haba olvidado todo lo concerniente a su vida anterior a la llegada all y a los terribles

    sufrimientos que tuvo que soportar y que acabaron por desquiciarle fsica y mentalmente. Ni siquiera les dio su verdadero nombre, por lo que slo le conocieron por el de Michael Sabrov. Y la verdad es que entre

    aquella lamentable ruina humana y el vigoroso, aunque falto de principios, Alexis Paulvitch no exista la ms remota semejanza.

    Diez aos haban transcurrido desde que el ruso escap al destino

    que acabara con su compinche, el diablico Rokoff y, en el curso de ese decenio, Paulvitch maldijo no una sino muchsimas veces al hado que

    concedi a Nicols Rokoff la muerte y le dispens as de todo

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    padecimiento, mientras le haba reservado a l, Alexis Paulvitch, los horrores escalofriantes de una existencia infinitamente peor que la

    muerte, una muerte que se neg empecinadamente a llevrselo. Cuando vio que las fieras de Tarzn y su salvaje amo y seor invadan

    la cubierta del Kincaid, Paulvitch se dirigi a la selva y, abrumado por el pnico que le inspiraba la idea de que el hombre-mono le persiguiera y le capturase, el ruso se adentr tanto por la espesura de la jungla que, al

    final, acab cayendo en poder de una de las silvestres tribus de canbales que haban sufrido el rigor de la mala sangre y la cruel brutalidad de

    Rokoff. Una extraa veleidad del jefe de dicha tribu salv a Paulvitch de la muerte..., slo para caer en una existencia plagada de tormentos y calamidades. Durante diez aos fue el blanco de todos los golpes y

    pedradas que quisieron descargar sobre l las mujeres y los nios de la aldea, el receptor de cuantas cuchilladas y desfiguraciones desearon administrarle los guerreros, la vctima de las fiebres recurrentes ms

    virulentas y malignas que impregnaban la zona. A pesar de todo, no muri. La viruela le clav sus horribles garras y lo dej

    indescriptiblemente sealado con sus repugnantes marcas. Entre la viruela y las atenciones que le dedicaron los miembros de la tribu, el semblante de Alexis Paulvitch estaba tan desfigurado que ni su propia

    madre hubiese podido descubrir un solo rasgo familiar en aquella deplorable cartula. Unos pocos mechones, ralos y grasientos, de color

    blanco pajizo, haban sustituido a la densa cabellera negra que otrora cubri la cabeza del ruso. Tena las extremidades curvadas y retorcidas, andaba arrastrando los pies, inseguro y vacilante, encorvado el cuerpo.

    No le quedaban dientes, sus salvajes amos se haban encargado de saltrselos. Incluso su inteligencia no era ms que un triste remedo de lo que fue.

    Lo trasladaron y subieron a bordo del Marjorie W., donde le dieron de comer y le cuidaron. Recuper una pequea parte de sus energas, pero

    su aspecto fsico no mejor gran cosa: segua siendo el desperdicio humano, machacado y destrozado que encontraron los marineros; y un desperdicio humano, machacado y destrozado continuara siendo hasta

    que la muerte se hiciera cargo de l. Aunque andaba todava por los treinta y tantos, Alexis Paulvitch hubiera podido pasar fcilmente por

    octogenario. Los inescrutables designios de la Naturaleza haban impuesto al cmplice un castigo muy superior al que infligieron a su jefe.

    La mente de Alexis Paulvitch no albergaba afn alguno de venganza,

    slo anidaba en ella un odio sordo hacia el hombre a quien Rokoff y l trataron infructuosamente de eliminar. Tambin haba all odio dedicado

    a la memoria de Rokoff, porque Rokoff fue quien le hundi en aquel infierno de horrores que tuvo que sufrir. Y odio hacia la polica de una veintena de ciudades de las que tuvo que escapar precipitadamente.

    Paulvitch odiaba la ley, odiaba el orden, lo odiaba todo. La morbosa idea de un odio total saturaba hasta el ltimo segundo de su vida consciente. Tanto mental como fsicamente, en su aspecto exterior, se haba

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    convertido en la personificacin del ms frustrante sentimiento de Odio, con mayscula. Alexis Paulvitch tena poca o ninguna relacin con los

    hombres que le haban rescatado. Se encontraba excesivamente dbil para colaborar en los trabajos de la nave y era demasiado arisco para

    alternar con los dems, de modo que el personal decidi en seguida dejarle tranquilo, a su aire, y que se las compusiera como pudiese.

    El Marjorie W. lo haba fletado un grupo de ricos fabricantes, que lo dotaron de un laboratorio y un equipo de cientficos, y lo enviaron a la bsqueda de cierto producto natural que los fabricantes que abonaban

    las facturas llevaban tiempo importando de Amrica del Sur a un coste enorme, excesivo. A bordo del Marjorie W. nadie, a excepcin de los cientficos, conoca la naturaleza de ese producto, y tampoco es este el

    momento de entrar en detalles acerca de eso. Lo nico que importa aqu es que, despus de subir a bordo a Alexis Paulvitch, el barco sigui su

    ruta hasta una isla situada a cierta distancia de la costa de frica. El barco permaneci varias semanas anclado frente a la isla. La

    monotona de la existencia a bordo empez a atacar los nervios a los

    miembros de la tripulacin. Desembarcaban a menudo y, al final, Paulvitch pidi que le dejaran acompaarlos a tierra, ya que la tediosa vida del buque tambin empezaba a resultarle insoportable.

    Densas arboledas cubran la isla. La espesa vegetacin descenda casi hasta la playa. Los cientficos del Marjorie W. andaban por el interior, a la bsqueda del valioso material que, si se haca caso a los rumores propagados por los indgenas del continente, era muy probable que encontrasen all en cantidades lo bastante apreciables como para

    permitir su explotacin comercial. El personal de la empresa naviera pescaba, cazaba y exploraba. Paulvitch iba arrastrndose de un lado a

    otro de la playa o se echaba a la sombra de alguno de los rboles gigantescos que la bordeaban. Un da, mientras los hombres, con-gregados a cierta distancia, inspeccionaban el cadver de una pantera

    abatida por el rifle de uno de ellos, que haba ido a cazar a. la selva, Paulvitch dorma tranquilamente al pie de su rbol. De sbito, le des-

    pert el contacto de una mano que acababa de posrsele en el hombro. El ruso se incorpor con brusco respingo: a su lado, en cuclillas, un inmenso antropoide le examinaba atentamente. El terror se apoder del

    hombre. Lanz una mirada hacia los marineros, que se encontraban a cosa de doscientos metros. El simio volvi a tocarle el hombro, al tiempo que emita una serie de inarticulados sonidos lastimeros. Paulvitch no

    vio amenaza alguna ni en la mirada interrogadora ni en la actitud del mono. Se puso en pie despacio. El antropoide hizo lo propio, junto a l.

    Medio doblado sobre s mismo, el hombre ech a andar, arrastrando los pies cautelosamente, hacia el grupo de marineros. El simio camin a su lado, tras cogerle del brazo. Casi llegaron hasta el puado de

    tripulantes del Marjorie W. antes de que los vieran y, para entonces, Paulvitch ya tena la absoluta certeza de que el animal no pretenda

    causar el menor dao. Era evidente que el simio estaba acostumbrado a

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    codearse con seres humanos. Al ruso se le ocurri que aquel mono representaba un valor considerable en efectivo y antes de llegar a la

    altura de los marineros ya haba decidido que, si alguien iba a aprovechar esa fortuna, ese alguien sera l, Alexis Paulvitch.

    Cuando los hombres alzaron la cabeza y vieron aquella extraa pareja que se les acercaba, el asombro los invadi y su primera reaccin fue echar a correr al encuentro de ambos. El mono no manifest temor

    alguno. En vez de asustarse, lo que hizo fue coger a cada uno de los marineros por el hombro y examinar su rostro durante largos segundos. Tras haberlos observado a todos, regres junto a Paulvitch, con la

    decepcin pintada en el semblante y en el porte. Los hombres se sintieron encantados con l. Se arracimaron alrededor

    de la pareja y, sin apartar la vista del antropoide, dispararon preguntas y ms preguntas sobre Paulvitch. El ruso se limit a decirles que el mono era suyo -no se mostr dispuesto a aadir ninguna explicacin ulterior-,

    y no le sacaron de ah. Repiti continuamente el mismo estribillo: El mono es mo. El mono es mo. Harto de or la misma cantinela, uno de

    los marineros se permiti pasarse de la raya con una broma pesada. Rode el grupo, se coloc detrs del simio y le clav un alfiler en la espal-da. Como un relmpago, el animal gir en redondo para plantar cara al

    que le atormentaba y en las dcimas de segundo que tard en dar aquella media vuelta, el apacible y amistoso animal se transform en un frentico demonio furibundo. La sonrisa de oreja a oreja que decoraba el

    semblante del marinero que haba perpetrado la simptica jugarreta se convirti en una congelada expresin de terror. Intent eludir los largos

    brazos que se extendieron en su direccin pero, al no lograrlo, sac el cuchillo que llevaba al cinto. Un simple tirn le bast al antropoide para arrancar el arma blanca de la mano del hombre, y arrojarla lejos.

    Inmediatamente despus, los colmillos del simio se hundan en el hombro del marinero.

    Armados de palos y cuchillos, los camaradas del tripulante del

    Marjorie W. se precipitaron sobre el animal, mientras Paulvitch alternaba los ruegos y las maldiciones al tiempo que bailoteaba alrededor de la

    pandilla de maldicientes y gruones energmenos. Ante las armas que empuaban los marineros, Paulvitch vea desvanecerse rpidamente en el aire sus ilusiones de riqueza.

    Sin embargo, el mono demostr que no senta el menor deseo de convertirse en presa fcil, por muy superiores en nmero que fuesen los

    adversarios dispuestos a acabar con l. Se incorpor, abandonando al marinero que desencadenara la gresca, sacudi los poderosos hombros para quitarse de encima los enemigos que se haban aferrado a su

    espalda y mediante unos cuantos golpes de sus formidables manazas, arreados con la palma abierta, derrib uno tras otro a los atacantes que

    se le acercaron ms de la cuenta, al tiempo que saltaba de aqu para all con la agilidad de un tit.

    El capitn y el piloto del Marjorie W., que acababan de desembarcar,

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    fueron testigos de la rpida escaramuza y Paulvitch observ que ambos echaban a correr en direccin a la escena de la lucha, al tiempo que

    desenfundaban sus revlveres. Los dos marineros que los haban llevado a tierra les siguieron pisndoles los talones. El simio contempl el

    estrago que acababa de producir y Paulvitch se pregunt si estaba esperando un nuevo ataque o si debata consigo mismo a cul de sus enemigos exterminara primero. Paulvitch no dio con la respuesta a la

    pregunta. Lo que s comprendi, no obstante, fue que en cuanto se encontrasen a la distancia adecuada para apretar el gatillo, los dos oficiales dispararan sus armas y acabaran en un santiamn con la vida

    del antropoide. A menos que l, Paulvitch, reaccionara rpidamente y lo impidiese. El mono no haba hecho el menor intento de atacar al ruso,

    pero a pesar de todo ste no tena ni mucho menos la certeza de que no pudiera hacerlo en el caso de que se interpusiera en los designios de aquel animal salvaje, cuya ferocidad se haba despertado en toda su

    bestial plenitud y al que el olor de la sangre sin duda exacerbara los instintos carniceros. Paulvitch titube unos segundos y en seguida

    volvieron a surgir en su imaginacin, con renovada fuerza, los sueos de opulencia que indudablemente poda convertir en realidad aquel gigantesco antropoide una vez pudiera llevarlo sano y salvo a alguna

    metrpoli importante como Londres. El capitn le grit que se quitase de en medio, a fin de poder abatir al

    mono; pero, en lugar de obedecerle, Paulvitch se lleg, arrastrando los

    pies, hasta el animal y aunque el miedo hizo que se le pusieran de punta los escasos pelos que le quedaban, se las arregl para dominar sus

    terrores y posar la mano en el brazo del simio. -Vamos! -le orden. Y apart al antropoide de los vencidos marineros,

    varios de los cuales estaban sentados en el suelo, con los ojos

    desorbitados a causa del pnico, o se alejaban a gatas de la fiera que acababa de derrotarlos en toda la lnea.

    El antropoide se dej llevar por el ruso y se apart despacio, sin

    manifestar el ms leve deseo de causarle dao. El capitn se detuvo a unos pasos de la extraa pareja.

    -Hgase a un lado, Sabrov! -conmin-. Voy a enviar a esa fiera a un sitio en el que no podr morder a ningn marinero ms.

    -l no tiene la culpa, capitn -aleg Paulvitch-. Por favor, no dispare.

    Fueron los hombres quienes empezaron la trifulca..., los que atacaron primero. Ver, es un animal realmente manso... y es mo, mo. Mo! No

    voy a permitir que lo mate! En su semidesquiciado cerebro cobraba vida de nuevo la idea de los

    placeres que el dinero poda comprar en Londres, un dinero cuya

    esperanza de poseer se volatilizara en cuanto perdiese el momio que representaba la propiedad de aquel antropoide.

    El capitn baj el arma.

    -Los marineros empezaron la pelea? -pregunt-. Qu decs a eso? Se volvi hacia los hombres, que ya se levantaban del suelo sin que

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    ninguno de ellos diera la impresin de haber sufrido daos fsicos excesivos, con la salvedad del que haba iniciado la gresca. ste sin duda

    iba a necesitar una semana de cuidados antes de que el hombro recuperase su estado normal.

    -Fue Simpson -acus uno de los marineros-. Le clav un alfiler al mono en la espalda y el animal se le ech encima y le arre el escarmiento que mereca. Despus la emprendi con los dems, cosa que

    no se le puede reprochar, puesto que le atacamos todos a una. El capitn mir a Simpson, el cual reconoci avergonzado la verdad de

    lo que deca su compaero. Luego se acerc al simio, como si quisiera

    comprobar por s mismo la clase de talante que tena el mono, aunque no dejaba de ser significativo el detalle de que, durante su acto, el hombre

    mantena levantado y amartillado el revlver, por si acaso. Con todo, se dirigi en tono tranquilizador al simio, que permaneca en cuclillas junto a Paulvitch, mientras la atenta mirada de ste iba de uno a otro de los

    marineros. Cuando el capitn se le acercaba, el simio se incorpor y le sali al encuentro con andares torpones. En su rostro se observaba la

    misma expresin extraa y escrutadora que lo decoraba cuando procedi al examen de cada uno de los marineros, al verlos por primera vez. Se plant ante el oficial, apoy una mano en el hombro del marino y estuvo

    un buen rato estudindole atentamente la cara. Al final, en su semblante apareci un gesto de profunda desilusin, dej escapar un suspiro casi humano y se apart del capitn para repetir su examen en las personas

    del piloto y los dos marineros que acompaaron a los oficiales. En cada caso, dej escapar su correspondiente suspiro de desencanto y, por

    ltimo, regres junto a Paulvitch y nuevamente se sent en cuclillas a su lado. A partir de entonces pareci perder todo inters por cualquiera de los dems hombres e incluso dio la impresin de haber olvidado por

    completo su reyerta con ellos. Cuando la partida regres a bordo del Marjorie W., el simio no slo

    acompaaba a Paultvitch, sino que pareca dispuesto a no despegarse de l. El capitn no puso ningn inconveniente y el gigantesco antropoide qued tcitamente admitido como miembro de la dotacin del buque.

    Cuando estuvo a bordo examin minuciosamente uno por uno los rostros de todos los hombres a los que vea por primera vez y, como haba ocurrido en la ocasin anterior, al rematar el escrutinio su

    semblante reflej un evidente desencanto. Los oficiales y los cientficos del barco comentaban entre s el comportamiento del animal, pero eran

    incapaces de explicarse satisfactoriamente la extraa ceremonia con que acoga la aparicin ante l de cada rostro nuevo. De haberlo encontrado en el continente o en algn otro sitio que no fuese aquella isla casi

    desconocida que era su hogar, es posible que hubiesen llegado a la conclusin de que el simio fue en otro tiempo compaero de algn

    hombre que lo haba domesticado, pero tal hiptesis resultaba inconcebi-ble a la vista de la incomunicacin en que se encontraba la isla. El animal pareca estar buscando continuamente a alguien y durante las

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    primeras jornadas del viaje de regreso se le vio a menudo olfatear en varios puntos de la nave, pero despus de haber visto y examinado los

    rostros de todas las personas que iban a bordo y de explorar hasta el ltimo rincn del buque se sumi en una profunda indiferencia respecto

    a cuanto le rodeaba. El propio Paulvitch apenas despertaba en l un inters que sobrepasase la mera indiferencia. Y eso cuando iba a llevarle comida. En las dems ocasiones, el simio pareca limitarse a tolerarle. En

    ningn momento posterior mostr el menor afecto por el ruso o por cualquier otra persona de las que viajaban a bordo del Marjorie W., como tampoco volvi a manifestar arrebato alguno de la fiereza con que respondi al ataque de los marineros la primera vez que se encontr entre ellos.

    Se pasaba la mayor parte del tiempo en la proa del vapor, dedicado a otear el horizonte, como si estuviese dotado de la suficiente capacidad de raciocinio como para comprender que el buque navegaba rumbo a algn

    puerto en el que habra otros seres humanos a los que l podra someter al escrutinio que tena por costumbre. En general, todos los que iban a

    bordo consideraban que Ayax, nombre con que le bautizaron, era el mono ms extraordinario e inteligente que haban visto en su vida. La inteligencia no era el nico atributo que posea. Su estatura y, sobre

    todo, su aspecto fsico eran aterradores incluso para un mono. Saltaba a la vista que era bastante entrado en aos, pero no daba la impresin de

    que su edad hubiese menoscabado en absoluto sus facultades fsicas y mentales.

    Por ltimo, el Marjorie W. lleg a Inglaterra, donde oficiales y cientficos, rebosantes de compasin por la lamentable ruina humana que haban rescatado de la jungla, proporcionaron a Paulvitch cierta

    cantidad de dinero y se despidieron del ruso y de su Ayax de la Fortuna. En el puerto y durante todo el trayecto hasta Londres, Ayax puso en

    bastantes aprietos a Paulvitch. El antropoide se empeaba en examinar meticulosamente todos y cada uno de los rostros que pasaban cerca de l, con gran terror por parte de las vctimas afectadas. Sin embargo, al

    darse cuenta de que le iba a ser imposible encontrar a la persona que buscaba, Ayax acab por sumirse en una indiferencia ms bien morbosa, de la que slo emerga de vez en cuando para echar una mirada a algn que otro semblante de los que pasaban junto a l.

    Al llegar a Londres, Paulvitch se dirigi con el antropoide al domicilio

    de cierto clebre adiestrador de animales. Impresion tanto al hombre la presencia de Ayax que accedi a amaestrarlo, a cambio de percibir una parte sustanciosa, ms bien leonina, de los beneficios que reportara la exhibicin del simio. El domador, por otra parte, correra con los gastos de manutencin del antropoide y de su amo, durante el periodo de

    adiestramiento del animal. Y as fue como lleg Ayax a Londres y empez a forjarse otro eslabn

    de la cadena de extraas circunstancias que afectaran a las vidas de

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    muchas personas.

    II

    El seor Harold Moore era un joven atento y de semblante bilioso. Se lo tomaba todo muy en serio, tanto su propia persona y su propia vida como el trabajo que desempeaba: el de preceptor del hijo de un

    aristcrata britnico. Al percatarse de que su alumno no adelantaba en los estudios todo lo que sus padres tenan derecho a esperar, el dmine fue a explicar escrupulosamente tal circunstancia a la madre del

    muchacho. -No es que el chico no sea inteligente en grado sumo -deca-. Si tal

    fuera el caso, un servidor tendra esperanzas de sacarle partido, porque me esforzara al mximo para que superase su escasez de luces. Lo malo es que posee una inteligencia excepcional y aprende con tal rapidez que

    no me es posible ponerle el menor reparo en lo que se refiere a la preparacin de sus lecciones. Lo que a m me preocupa, sin embargo, es

    el evidente hecho de que no se toma el menor inters en los temas y asignaturas que le enseo. El muchacho se limita a cubrir el expediente, toma cada una de las lecciones como una tarea que hay que quitarse de

    encima cuanto antes y tengo el convencimiento de que ninguna de las lecciones vuelve a entrar en su cerebro hasta que llegan otra vez las horas de clase y estudio. Lo nico que parece interesarle son las hazaas

    de tipo fsico y, en cuanto a lectura, devora cuanto cae en sus manos sobre fieras salvajes y costumbres de pueblos sin civilizar. Pero lo que

    ms le fascina son, las historias de animales. Puede pasarse horas y horas enfrascado en obras de exploradores de Africa y en dos ocasiones le he sorprendido en la cama, por la noche, leyendo un libro de Carl

    Hagenbeck sobre hombres y animales. La madre del alumno golpe rtmica y nerviosamente la alfombra con

    el pie.

    -No le permitir usted esas cosas, verdad? -aventur la mujer. El seor Moore se removi, incmodo.

    -Yo... ver... intent quitarle el libro -articul el preceptor, mientras un leve rubor tea sus mejillas cetrinas-, pero... ejem... su hijo tiene una fuerza muscular tremenda para sus aos.

    -El chico no consinti que usted se lo arrebatara? -pregunt la madre.

    -No se mostr dispuesto a ello -reconoci el tutor-. Es un chico con un carcter estupendo; como si se lo tomara a broma, se empe en simular que era un gorila y yo un chimpac que intentaba quitarle la

    comida. Se abalanz sobre m, al tiempo que emita los gruidos ms selvticos que jams o, me levant en peso por encima de su cabeza y me arroj sobre la cama. Despus mont todo un nmero, representando

    que me estrangulaba, se puso encima de mi cuerpo all tendido y lanz al aire un alarido espeluznante que, segn me explic, era el grito de

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    victoria del mono macho. Como remate, me llev hasta la puerta, me ech al pasillo y se encerr dentro de su cuarto.

    Transcurrieron varios minutos sin que ninguno de los dos dijese nada. Al final, la madre del alumno rompi el silencio.

    -Es de todo punto imprescindible, seor Moore -indic-, que haga usted cuanto est en su mano para eliminar del nimo de Jack esas inclinaciones, mi hijo...

    Pero no pudo continuar. En aquel momento irrumpi a travs de la ventana un resonante Bumba! que los impuls a ponerse en pie. La habitacin estaba en el segundo piso de la casa y al otro lado de la

    ventana que haba atrado la atencin de ambas personas creca un rbol bastante alto, una de cuyas ramas se extenda hasta quedar a escasa

    distancia del alfizar. Y en aquella rama descubrieron al objeto de su conversacin: un muchacho alto, recio y atltico, que se balanceaba con gran soltura sobre dicha rama y que, al observar la aterrada expresin de

    su pblico, empez a proferir sonoros gritos jubilosos. La madre y el preceptor corrieron hacia la ventana, pero antes de que

    hubiesen cruzado la estancia, el chico ya haba saltado gilmente al antepecho de la ventana, para a continuacin entrar en el cuarto y reunirse con ellos.

    -El salvaje de Borneo acaba de llegar a la ciudad -enton, a la vez que interpretaba una supuesta danza de guerra ante los ojos de su asustada madre y su no menos escandalizado preceptor. Coron su baile

    echando los brazos al cuello de la mujer y estampndole un beso en cada mejilla. Luego exclam-: Ah, mam! En un teatro de variedades de

    Londres exhiben un prodigioso mono amaestrado. Willie Grimsby lo vio anoche. Dice que, menos hablar, lo hace todo. Monta en bicicleta, utiliza cuchillo y tenedor para comer, cuenta hasta diez e incluso hace otras

    maravillas... Puedo ir a verlo yo tambin? Por favor, mam...! Djame ir, por favor!

    La madre acarici amorosamente la mejilla del muchacho, pero movi

    la cabeza negativamente. -No, Jack -dijo-, ya sabes que no me gustan esa clase de

    espectculos. -No s por qu, mam -repuso el chico-. Todos mis amigos van, como

    tambin van al parque zoolgico. En cambio, t me lo prohbes a m.

    Cualquiera dira que soy una chica... o un oo melindroso. Ah, pap! -exclam al abrirse la puerta y dar paso a un caballero de ojos grises-.

    Oh, pap! Verdad que puedo ir? -Ir a dnde, hijo? -quiso saber el recin llegado. -Quiere ir a un teatro de variedades en el que acta un mono

    amaestrado -explic la madre, a la vez que diriga a su esposo una mirada de significativa advertencia.

    -Quin? Ayax? -apunt el hombre. El muchacho asinti con la cabeza. -Bueno, pues eso es algo que no puedo reprocharte, hijo dijo el padre-

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    . A m tampoco me importara ir a verlo. Dicen que es estupendo y que, para tratarse de un antropoide, resulta extraordinariamente grande.

    Vayamos a verlo, Jane... qu opinas? Mir a su esposa, pero la dama deneg enrgicamente con la cabeza

    y, dirigindose al seor Moore, le pregunt si no era hora de que Jack y l pasaran al gabinete para dar la clase de la maana. Cuando ambos hubieron salido, la mujer se encar con su esposo.

    John, creo que hay que hacer algo para quitarle de la cabeza a Jack esa inclinacin a regodearse con cuanto pueda alentar su ya de por s agudo entusiasmo por la vida salvaje, algo que mucho me temo ha

    heredado de ti. Por propia experiencia ya sabes lo intensa que a veces puede ser la llamada de la selva. Te consta que has tenido que sostener a

    menudo una lucha violenta contigo mismo para superar el casi demencial deseo que te abruma en ocasiones de volver a una vida que llevaste durante tantos aos. Al mismo tiempo, sabes mejor que nadie lo

    espantoso que para Jack sera ese destino, en el caso de que la existencia en la selva le sedujera, le resultase demasiado atractiva.

    -Dudo mucho que exista el menor peligro de que haya heredado de m la pasin por la vida en la selva -replic el hombre-, porque no me es posible concebir que una cosa as se transmita de padres a hijos. Y a

    veces creo, Jane, que en tu preocupacin por el futuro del chico te excedes en tus medidas restrictivas. Le encantan los animales. Por ejemplo, su deseo de ver a ese mono amaestrado es de lo ms natural en

    un mozo sano y normal de su edad. El hecho de que quiera ver a Ayax no indica ni mucho menos que quiera casarse con una mona. Y aunque as

    fuera, te guardaras muy mucho de exclamar: Qu vergenza!. Y John Clayton, lord Greystoke, abraz a su esposa, dej escapar su

    buen humor en forma de alegre carcajada, inclin la cara sobre la de

    ella, vuelta hacia arriba, y la bes en los labios. Luego, de nuevo serio, prosigui:

    -Nunca le contaste a Jack nada respecto a mi vida anterior, ni has

    permitido que lo hiciera yo, y me parece que en eso te has equivocado. Si hubiese podido contarle las experiencias de Tarzn de los Monos sin

    duda me habra resultado fcil eliminar de su imaginacin todo el supuesto encanto y romanticismo que las mentes de los que jams vivieron tales experiencias selvticas alimentan en su fantasa. Puede

    que hubiera podido aprender algo de mi experiencia, pero ahora, si la llamada de la jungla le hechizase hasta el punto de impulsarle

    irresistiblemente a ir all, no dispondra de datos que le guiasen y tendra que valerse de sus propias intuiciones. Y s muy bien lo engaosas que pueden llegar a ser esas intuiciones cuando se trata de enviarle a uno en

    la direccin equivocada. Lady Greystoke se limit a denegar con la cabeza, como haba hecho

    en centenares de ocasiones anteriores, o sea, siempre que sala a relucir

    aquel tema del pasado. -No, John -insisti-. Nunca consentir en que se implante en el

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    cerebro de Jack sugerencia alguna respecto a la vida salvaje de la que ambos hemos querido protegerle, mantenerle al margen.

    Cuando el tema volvi a surgir ya era de noche. Lo sac a colacin el propio Jack. Estaba acomodado, hecho un ovillo en una butaca, leyendo,

    cuando sbitamente levant la cabeza y pregunt a su padre, yendo directamente al grano:

    -Por qu no puedo ir a ver a Ayax?

    -Porque a tu madre no le parece bien -respondi lord Greystoke. -Y a ti? -Esa no es la cuestin -eludi el hombre-. Basta con que tu madre se

    oponga. -Pues voy a ir a verlo -anunci el muchacho, tras un momento de

    silencio meditativo-. No voy a ser menos que Willie Grimsby ni que cualquiera de los chicos que lo han visto ya. No les hizo ningn dao y tampoco me lo har a m. Podra ir sin decrtelo, pero no pienso

    mantenerlo en secreto. As que te lo digo ahora, de antemano: voy a ir a ver a Ayax.

    Ni en el tono ni en la actitud del muchacho se apreci el menor desafo o falta de respeto. Era ni ms ni menos una declaracin desapasionada. El padre a duras penas logr reprimir una sonrisa y

    abstenerse de manifestar la admiracin que le inspiraba aquella resuelta norma de conducta adoptada por el mozo.

    -Me parece estupenda tu sinceridad, Jack -declar-. Permteme que yo sea igualmente franco. Si te atreves a ir a ver a Ayax sin permiso, tendr que castigarte. Nunca te he puesto la mano encima, pero te

    advierto que lo har en el caso de que incumplas los deseos de tu madre. -S, pap -contest el chico; luego aadi-: Ya te informar cuando

    haya ido a ver a Ayax. El seor Moore ocupaba la habitacin contigua a la de su joven pupilo

    y el preceptor tena la costumbre de ir todas las noches, antes de

    retirarse a descansar, a echar un vistazo al muchacho. Aquel da tuvo un cuidado especial en no olvidarse de cumplir tal deber, porque acababa de

    celebrar una entrevista con los padres de Jack, quienes le insistieron en la imperiosa necesidad de que extremara su vigilancia, al objeto de evitar que el muchacho fuera a visitar el teatro de variedades donde se exhiba

    el mono amaestrado. De modo que cuando, hacia las nueve y media, abri la puerta del cuarto de Jack, la excitacin nerviosa se apoder del dmine, aunque no puede decirse que le sorprendiera demasiado

    encontrar al futuro lord Greystoke completamente vestido de calle y a punto de descolgarse por la ventana del dormitorio.

    El seor Moore atraves rpidamente el aposento, pero su derroche de energa fue innecesario, porque cuando el chico le oy dentro de la estancia y comprendi que le haban descubierto, dio media vuelta y

    regres como si renunciase a la proyectada aventura. -A dnde ibas? jade el excitado seor Moore.

    Voy a ver a Ayax -respondi Jack, tranquilamente.

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    -No me lo puedo creer! -exclam el seor Moore. Pero su asombro se remont hasta el infinito cuando el muchacho se le acerc, lo agarr por

    la cintura, lo levant en peso, lo arroj boca abajo sobre la cama y le apret la cara contra la almohada.

    -Cllese -conmin Jack- si no quiere que le asfixie! El seor Moore se resisti, pero sus esfuerzos no le sirvieron de nada.

    Cualesquiera que fuesen las particularidades que Tarzn de los Monos

    hubiese o no podido transmitir a su retoo, de lo que no caba duda era de que el chico estaba dotado de un fsico casi tan maravilloso como el que el padre posea a aquella misma edad. El preceptor era un mueco

    en manos del muchacho. Jack se puso de rodillas encima del hombre, rasg unas tiras de la sbana y le lig las manos a la espalda. Despus le

    dio media vuelta, le introdujo en la boca un pedazo de tela de la misma sbana y le amordaz con otra tira, que at en la nuca de la vctima. Todo ello mientras le hablaba en voz baja y en tono de conversacin

    normal. -Soy Waja, jefe de los wajis -explic-, y t eres Mohamed Dubn, el

    jeque rabe que asesin a mi pueblo y rob mi marfil. Dobl y ech hacia atrs hbilmente las piernas del seor Moore, para

    enlazar los tobillos con las muecas y atarle juntos los pies y las manos.

    -Aj, malvado! Por fin has cado en mi poder. Ahora tengo que irme, pero volver!

    Y el hijo de Tarzn cruz el dormitorio,, pas por el hueco de la

    abierta ventana y se desliz, rumbo a la libertad, por la tubera de desage que descenda desde el alero.

    El seor Moore forceje y se debati encima de la cama. Estaba seguro de que morira all asfixiado como no acudiesen en seguida a rescatarle. En su frentico terror consigui rodar sobre el lecho e ir a

    parar al suelo. El impacto y el dolor consecuencia de la cada llevaron a su mente algo muy parecido a la sensatez, lo que le permiti considerar racionalmente su situacin. Hasta entonces haba sido incapaz de

    utilizar la inteligencia porque el terror histrico le dominaba, pero ahora que estaba algo ms tranquilo pudo reflexionar acerca del modo de salir

    de aquel apuro. Al final cay en la cuenta de que el cuarto en el que se encontraban lord y lady Greystoke cuando se despidi de ellos quedaba directamente debajo del dormitorio en cuyo piso yaca l. Haba trans-

    currido un buen rato desde que subi la escalera y lo ms probable era que el matrimonio se hubiese retirado ya a descansar, puesto que le

    pareca que estuvo toda una eternidad bregando encima de la cama para liberarse de las ligaduras. Comprendi, sin embargo, que lo mejor que poda hacer era intentar llamar la atencin de las personas de la planta

    de abajo y, tras un sinfn de tentativas infructuosas, logr colocarse de forma que le era posible golpear el suelo con la puntera de las botas. Lo hizo as a breves intervalos, hasta que, al cabo de lo que le parecieron

    siglos, oy el ruido de unos pasos que ascendan por la escalera y luego los golpes de alguien que llamaba a la puerta. Las punteras de las botas

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    del seor Moore golpearon el suelo con toda la energa que eran capaces de desarrollar. No poda responder de otro modo. Tras unos segundos de

    silencio, los nudillos volvieron a llamar a la puerta. El seor Moore se aplic de nuevo a la tarea de golpear el piso con la punta de las botas.

    Es que no iban a abrir nunca la puerta! Trabajosamente consigui acercarse rodando hacia el lugar por donde le llegaba el auxilio. Si pudiera colocarse tendido de espaldas junto a la puerta, la golpeara con

    los talones y seguramente le oiran. Se repiti la llamada de los nudillos, en esa ocasin un poco ms fuerte, y, por ltimo, una voz pregunt:

    -Seorito Jack?

    Era uno de los criados de la casa; el seor Moore reconoci la voz. Poco falt para que al preceptor le estallase un vaso sanguneo en sus

    esfuerzos por gritar: Adelante! a travs de la mordaza que le asfixiaba. Al cabo de un momento, el criado volvi a llamar a la puerta y a pronunciar el nombre del seorito. Al no obtener respuesta, prob a girar

    el pomo de la puerta, instante en el que repentinamente una oleada de terror aneg de nuevo el cerebro del seor Moore: record que tras entrar

    en el cuarto haba cerrado la puerta con llave. Oy al criado intentar abrirla varias veces, antes de retirarse.

    Entonces, el seor Moore perdi el conocimiento.

    Mientras tanto, Jack disfrutaba a sus anchas de los placeres prohibidos del teatro de variedades. Haba llegado a aquel templo de la alegra en el preciso instante en que empezaba el nmero de Ayax y como

    haba sacado entrada de palco se inclinaba sobre la baranda, contenida la respiracin, para no perderse el menor movimiento del simio, abiertos

    como platos los maravillados ojos. El domador no tard en observar la reconcentrada y entusiasta atencin con que aquel joven y bien parecido espectador contemplaba el nmero, y como quiera que una de las gracias

    ms celebradas de Ayax consista en entrar en uno o dos palcos durante su actuacin, ostensiblemente en busca de un pariente que haba

    perdido mucho tiempo atrs, explicaba el domador, el hombre comprendi que resultara de gran efecto que el simio irrumpiese en el palco de aquel atractivo mozo, al que indudablemente se le pondran los

    pelos de punta al ver ante s aquella impresionante fiera peluda. En consecuencia, cuando lleg el momento de que el simio saliera de

    entre bastidores para corresponder a los aplausos del pblico, el

    domador indic al animal el muchacho que casualmente era el nico ocupante del palco. El enorme antropoide dio un salto formidable en el

    escenario y se plant frente al chico, pero el domador se equivoc de medio a medio si esperaba provocar la hilaridad general con una ridcula demostracin de pnico por parte del muchacho. Una amplia sonrisa

    ilumin el rostro de Jack, al tiempo que apoyaba la mano en el velludo brazo de su visitante. El mono cogi al chico por ambos hombros y

    contempl su rostro larga e intensamente, mientras el chico le acariciaba la cabeza y le hablaba en voz baja.

    Nunca haba dedicado Ayax tanto tiempo al examen de una persona.

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    Pareca perplejo y bastante excitado, en tanto farfullaba y murmuraba incomprensibles slabas al muchacho, al que empez a acariciar como su

    domador no le haba visto hacerlo con nadie. El mono entr en el palco y se acurruc junto a Jack. El pblico se lo estaba pasando en grande,

    pero an se sinti ms encantado cuando, transcurrido el entreacto, el domador intent convencer a Ayax de que deba abandonar el palco. El mono ni se mova. El empresario empez a impacientarse porque el

    espectculo se retrasaba y apremi al domador para que acelerase las cosas. Pero cuando el adiestrador del simio entr en el palco, dispuesto a llevarse de all al reacio Ayax, se encontr con que el mono le reciba

    ensendole los dientes y emitiendo amenazadores gruidos. El respetable deliraba de alegra. Aclamaron al simio. Ovacionaron al

    muchacho. Abuchearon al domador y al empresario, que sin darse cuenta se haba dejado ver en escena en su intento de echar una mano al domador.

    Por ltimo, reducido a un estado de profunda desesperacin y con la certeza de que, si no pona fin de inmediato a aquella muestra de

    rebelda por parte de su valiosa pertenencia, caba la posibilidad de que no pudiese volver a utilizar al animal en el futuro, el domador decidi tomar medidas drsticas. Era cuestin de dominar en seguida a Ayax y

    demostrarle de una vez por todas que no poda comportarse como le viniera en gana, de modo que el hombre se apresur a ir a su camerino en busca de un convincente ltigo. Con l en la mano, regres al palco,

    pero cuando se aprestaba a enarbolarlo contra Ayax, se encontr con que tena dos enfurecidos adversarios en vez de uno, porque el muchacho se

    puso en pie de un salto, agarr una silla y se coloc junto a su recin encontrado amigo, hizo causa comn con l y se aprest a defenderle. En el agraciado rostro de Jack ya no haba asomo alguno de sonrisa. La

    expresin de sus grises pupilas detuvo en seco al domador. Adems, junto al muchacho se ergua el gigantesco antropoide, que no dejaba de gruir, listo para la lucha.

    De no ser por la oportuna interrupcin que se produjo entonces, lo que hubiera podido ocurrir slo puede suponerse, si bien la actitud de

    los dos enemigos que tena delante indicaba que el domador habra encajado una buena tunda. Eso en el mejor de los casos.

    Con el semblante lvido, el criado entr precipitadamente en la biblioteca de lord Greystoke, para anunciar que la puerta del dormitorio

    de Jack estaba cerrada con llave y que pese a haber llamado repetidamente con los nudillos e incluso de haber gritado el nombre del muchacho no obtuvo ms respuesta que un extrao repique y un rumor

    como del roce de alguien que se arrastrara por el suelo. John Clayton subi de cuatro en cuatro los peldaos de la escalera

    que llevaba al piso de arriba. Su esposa, as como el criado, corrieron

    detrs de l. Pronunci en voz alta el nombre de su hijo y, al no recibir contestacin, lanz contra la puerta toda la fortaleza de su enorme peso,

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    respaldada por sus poderosos msculos, que no haban perdido un pice de su vigor. Entre chasquidos de goznes que saltaban y madera que se

    astillaba, la pesada puerta cay hacia el interior del cuarto. All estaba el cuerpo del inconsciente seor Moore, sobre el cual cay

    la hoja de madera con sordo crujido. Tarzn atraves el hueco y segundos despus la claridad de una docena de bombillas inund la estancia de luz.

    Tardaron varios minutos en descubrir el cuerpo del preceptor, ya que la puerta le cubra por completo. Por ltimo, lo sacaron de debajo de la hoja de madera, le quitaron la mordaza, le cortaron las ligaduras y, tras

    aplicarle una generosa rociada de agua fra, consiguieron que recuperase el conocimiento.

    -Dnde est Jack? -fue la primera pregunta de John Clayton. Luego, el recuerdo de Rokoff y el temor de que hubieran secuestrado al muchacho por segunda vez le indujo a preguntar-: Quin hizo esto?

    Lentamente, el seor Moore se levant sobre sus vacilantes piernas. Su perdida mirada vag por la estancia. Poco a poco fue recuperando la

    memoria y los desperdigados detalles de su reciente y angustiosa aventura afluyeron a su cerebro.

    -Le presento mi dimisin, seor, irrevocable y con efecto inmediato -

    fueron sus primeras palabras-. Lo que necesita usted para su hijo no es un preceptor..., sino un domador de animales salvajes.

    -Pero, dnde est? -exclam lady Greystoke.

    -Se ha ido a ver a Ayax. A lord Greystoke le cost una barbaridad contener la sonrisa y, tras

    comprobar que el seor Moore estaba ms asustado que herido, el aristcrata pidi su coche y parti hacia cierto conocido teatro de varie-dades.

    III

    Mientras el domador, enarbolado el ltigo, titubeaba en la puerta del

    palco donde el muchacho y el simio le hacan frente, un caballero alto, de

    anchos hombros, lo apart a un lado, pas junto a l y entr en el palco. Los ojos de Jack se desviaron hacia el recin llegado y las mejillas del chico se sonrojaron levemente.

    -Pap! -exclam. El mono ech un vistazo al lord ingls y al instante se precipit hacia

    l mientras prorrumpa en un parloteo excitadsimo. Con los ojos desorbitados por el asombro, John Clayton pareci haberse convertido de pronto en estatua de piedra.

    -Akut! -reconoci. La mirada del desconcertado Jack fue del mono a lord Greystoke y

    luego otra vez de ste al simio. El domador se qued con la boca abierta mientras escuchaba lo que sigui, porque de los labios del caballero ingls brotaron los sonidos guturales propios del lenguaje de los simios,

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    a los que corresponda de idntica manera el gigantesco antropoide que se haba aferrado a l.

    Y desde el punto que ocupaba entre bastidores, un anciano encorvado, de rostro espantosamente desfigurado, contemplaba atnito

    la escena que tena lugar en el palco. Las facciones del viejo, marcadas por la viruela, se agitaban espasmdicamente y su expresin cambiaba de manera continua, en un despliegue de emociones cuya escala fue del

    regocijo al terror. -Llevo mucho tiempo buscndote, Tarzn -dijo Akut . Ahora que te he

    encontrado ir a tu selva y me quedar all a vivir para siempre. El hombre acarici la cabeza del simio. Por su cerebro pasaron a toda

    velocidad una serie de recuerdos que le devolvieron a las profundidades

    de la primitiva selva africana donde aquel gigantesco antropoide haba luchado junto a l, hombro con hombro, aos atrs. Con la imaginacin vio de nuevo al negro Mugambi, que blanda su mortfera estaca, y junto

    a l, erizados los bigotes y al descubierto los colmillos, la terrible Sheeta. Inmediatamente detrs, casi empujando a la salvaje pantera, los

    aterradores simios de Akut. El hombre dej escapar un suspiro. En su interior se agitaba una intensa nostalgia que le haca anhelar la selva, un

    sentimiento que ya crea muerto. Ah!, si pudiera volver a la jungla, aunque slo fuera durante un mes, para sentir el roce de la enramada sobre la piel desnuda, olfatear el olor de la vegetacin putrefacta,

    incienso y mirra que saludaba el nacimiento de la selva, percibir el subrepticio y silencioso movimiento de los grandes carnvoros que seguan su rastro; cazar y ser cazado; matar! El cuadro era seductor.

    Pero a continuacin vena otro: el dulce rostro de una mujer, joven y hermosa an, amigos, un hogar, un hijo... Encogi sus anchos hombros.

    -No es posible, Akut -dijo-, pero si deseas volver all, tratar de que lo consigas. Aqu no seras feliz... y puede que all no lo fuera yo.

    El domador avanz unos pasos. El mono ense los dientes y emiti

    un gruido. -Ve con l, Akut -aconsej Tarzn de los Monos-. Maana vendr a

    verte. Ttrico, de mala gana, el animal regres junto al domador. ste, al

    preguntrselo John Clayton, dijo dnde poda encontrarlos. Tarzn se dirigi a su hijo.

    -Vamos! -inst, y ambos abandonaron el teatro.

    Hasta haber entrado en la limusina, transcurridos varios minutos, ninguno de ellos habl. Luego, el chico rompi el silencio.

    -El mono te conoca -coment- y conversasteis en el lenguaje de los

    simios. Cmo es que te conoca y cmo aprendiste su lenguaje? Entonces, por primera vez, Tarzn de los Monos cont a su hijo el

    modo en que vivi sus aos iniciales: su nacimiento en la selva, la muerte de sus padres y el modo en que Kala, la gran simia, le amamant y le cri desde la infancia hasta casi la edad adulta. Tambin le explic

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    los peligros y horrores de la jungla, le habl de las fieras que acechaban da y noche, de los periodos de sequa y las temporadas de lluvias

    torrenciales, del hambre y el fro, del intenso calor, de la desnudez, el miedo y el sufrimiento. Le habl asimismo de todo lo que pudiera parecer

    ms espantoso a un ser civilizado, con la esperanza de que, al tener conocimiento de ello, el chico desterrara de su imaginacin el inherente deseo de ir a la selva. Sin embargo, eran precisamente las cosas que a

    Tarzn le gustaba evocar, las que hacan que recordase que era precisamente la vida en la jungla lo que adoraba. Al referir todo aquello, sin embargo, olvidaba un detalle -un detalle fundamental-: que el

    muchacho que estaba junto a l, todo odos, era el hijo de Tarzn de los Monos.

    Una vez el chico estuvo en la cama -sin sufrir el castigo con el que se le haba amenazado-, John Clayton cont a su esposa los acontecimientos de la velada, sin olvidarse de aadir que haba explicado

    al muchacho las circunstancias de su vida, la vida de Tarzn de los Monos, en la selva. Lady Greystoke ya contaba desde mucho tiempo

    atrs con que llegara un momento en que habra que informar a su hijo de aquellos aos terribles que pas el padre vagando por la selva, desnudo, como una depredadora fiera salvaje. La mujer se limit a

    sacudir la cabeza y a confiar, vana esperanza, en que la atraccin que an segua arraigada con enorme fuerza en el pecho del padre no se hubiera transmitido al hijo.

    Tarzn fue al da siguiente a ver a Akut, pero aunque Jack le suplic que le permitiera acompaarle, el chico no se sali con la suya. Aquella

    vez Tarzn vio al dueo del mono, pero en aquel individuo picado de viruelas no reconoci al astuto Paulvitch de otra poca. A instancias de Akut, que no cesaba en sus ruegos, Tarzn plante la cuestin de la compra del mono, pero Paulvitch se abstuvo de fijar precio alguno y a lo ms que lleg fue a decir que considerara el asunto.

    Al volver a casa, Tarzn se encontr a Jack excitado e impaciente por enterarse de los detalles de la visita de su padre. El mozalbete acab por sugerir que John Clayton comprase el mono y lo trasladara al domicilio

    de la familia. Sugerencia que horroriz a lady Greystoke. El chico insista. Tarzn explic entonces que haba querido comprar a Akut para devolverlo a su selva natal, idea ante la que la seora asinti con la cabeza. Jack solicit de nuevo permiso para ir a ver al mono, pero su peticin fue rechazada de plano. No obstante, el chico recordaba las

    seas que el domador diera a Tarzn y, dos das despus, aprovech la primera ocasin que tuvo de dar esquinazo al nuevo preceptor -el que

    haba sustituido al aterrado seor Moore- y tras una complicada bsque-da por un barrio de Londres en el que nunca haba estado, dio con el maloliente antro que ocupaba el anciano picado de viruelas. El viejo en

    persona respondi a la llamada de los nudillos de Jack, y cuando ste manifest que haba ido all a ver a Ayax, Paulvitch abri la puerta y le dej pasar al cuartucho que el anciano comparta con el gigantesco

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    simio. En otro tiempo, Paulvitch haba sido un granuja melindroso, con nfulas de elegante, pero diez aos de espantosa vida en la selva, entre

    los canbales de frica, haban eliminado de sus costumbres todo vestigio de pulcritud. Vesta ropas arrugadas y llenas de lamparones. Sus manos

    estaban sucias y el pelo era un escaso puado de greas despeinadas. La habitacin era un revoltijo de catico y asqueante desorden. Cuando Jack entr, el mono estaba acurrucado encima de la cama, cuya ropa

    formaba una pelota de sbanas cochambrosas y cobertores pestilentes. Al ver al chico, el simio salt al suelo y avanz arrastrando los pies. Paulvitch no haba reconocido al muchacho y, temiendo que el simio

    tuviera intencin de lastimarlo, se interpuso entre ellos y orden al mono que volviese a la cama.

    -No me har dao -exclam Jack-. Somos amigos y antes fue amigo de mi padre. Se conocieron en la jungla. Mi padre es lord Greystoke. No sabe que he venido. Mi madre me lo prohibi, pero yo quera ver a Ayax y estoy dispuesto a pagarle a usted para que me permita venir a visitarlo de vez en cuando.

    Paulvitch haba entornado los prpados al or la identidad del chico. En cuanto vio a Tarzn, desde las bambalinas del teatro, en el entorpecido cerebro del ruso haba empezado a alentar el ansia de ven-

    ganza. Es caracterstico de los dbiles y de los criminales atribuir a los dems las desgracias resultantes de su propia perversidad, de modo que

    nada tiene de extrao que Alexis Paulvitch, al ir recordando los acontecimientos de su vida pasada, fuese cargando las culpas de sus desdichas y del fracaso de los diversos planes que urdieron contra su

    pretendida vctima precisamente sobre el hombre al que Rokoff y l intentaron empecinadamente perder y asesinar.

    Al principio no se le ocurri ninguna forma, que resultase segura para

    l, de vengarse de Tarzn a travs de su hijo; sin embargo, no se le escapaban las evidentes posibilidades de desquite que le brindaba el

    muchacho, por lo que decidi ganarse y cultivar la simpata de Jack, con la esperanza de que el futuro le propiciase alguna oportunidad favorable de explotarla. Cont al muchacho cuanto saba acerca de la existencia de

    Tarzn en la jungla y cuando se enter de que haban mantenido a Jack durante tantos aos en la ms absoluta ignorancia respecto a todo aque-llo, de que se le prohibi que visitara el jardn zoolgico y de que para ir

    al teatro a ver a Ayax tuvo que atar y amordazar a su preceptor, el ruso adivin de inmediato la naturaleza del miedo que alentaba en el fondo del

    corazn de lord y lady Greystoke: teman que Jack sintiese el mismo anhelo por la selva virgen que haba sentido su padre. De modo que

    Paulvitch anim al chico a que fuera a visitarle con frecuencia y siempre procuraba fomentar la atraccin que Jack experimentaba hacia la jungla contndole cosas relativas a aquel mundo salvaje que tan familiar le era

    al ruso. Le dejaba a solas con Akut durante buenos ratos y no tard en percatarse, con gran sorpresa, de que el muchacho se haca entender por

    el antropoide... y que en seguida aprendi gran nmero de voces del

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    primitivo lenguaje de los simios. En el curso de ese periodo, Tarzn fue varias veces a visitar a

    Paulvitch. Pareca anhelante de comprar a Ayax, hasta que finalmente confes al ruso con toda franqueza que le apremiaba no slo el deseo de

    devolver el animal a la libertad de su selva natal, sino tambin el temor que albergaba lady Greystoke de que su hijo averiguase el paradero del mono y a travs de la inclinacin que el chico senta hacia el cuadru-

    mano le imbuyese el instinto aventurero que tanta influencia tuvo en la vida del propio Tarzn, como ste le explic a Paulvitch.

    Mientras escuchaba las palabras del hombre mono, el ruso apenas pudo reprimir una sonrisa, ya que ni siquiera haba transcurrido media hora desde que el futuro lord Greystoke parloteaba con Ay" con la fluidez

    de un simio nato, sentados ambos encima de la revuelta cama de la habitacin.

    En el curso de aquella entrevista se le ocurri a Paulvitch un plan, y

    como consecuencia del mismo convino en aceptar una considerable cantidad por el mono, a cambio de la cual, una vez recibida, embarcara

    a Ayax en un buque que dos das despus iba a zarpar de Dover, rumbo a frica. Al aceptar la oferta de Clayton, un doble propsito animaba al ruso. En primer lugar, el dinero influy poderosamente, ya que el mono

    haba dejado de constituir para Paulvitch una fuente de ingresos: desde que el antropoide vio a Tarzn se negaba en redondo a actuar en el

    escenario. Era como si el animal slo hubiera estado dispuesto a soportar el que lo sacasen de su selva natal y lo exhibieran ante miles de espectadores curiosos con la nica finalidad de buscar a su amigo y

    seor tanto tiempo perdido. Una vez lo encontr, pareca considerar innecesario seguir aguantando a aquella chusma de vulgares seres

    humanos. Sea como fuere, subsista el hecho de que nada ni nadie poda convencerle para que se dejase ver de nuevo sobre el escenario del teatro de variedades y, en la nica ocasin en que el adiestrador intent

    obligarle por la fuerza, los resultados fueron tan lamentables que el hombre se consider afortunadsimo de poder escapar con vida. Lo nico que le salv de perecer fue la accidental presencia de John Clayton, al

    que se le haba permitido visitar a Ayax en su camerino y que se apre-sur a intervenir en cuanto observ que la fiera pretenda ocasionar

    daos irreparables. Adems de la consideracin monetaria, en el nimo del ruso influa

    tambin muy poderosamente el deseo de venganza, cuya intensidad

    haba ido incrementando el propio Paulvitch al darle vueltas y vueltas en la cabeza a sus fracasos y desgracias, y achacarlos a Tarzn de los

    Monos, el ltimo de los cuales, y de ninguna manera el menos importante, era la negativa de Ayax a seguir ganando dinero para l, Alexis Paulvitch. La culpa de esa negativa la cargaba sobre los hombros

    de Tarzn y el ruso haba llegado al convencimiento final de que el hombre mono dio instrucciones al gigantesco antropoide para que no

    subiese al escenario.

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    El carcter malvolo por naturaleza de Alexis Paulvitch se vea agravado por el debilitamiento y desbarajuste de sus facultades, tanto

    fsicas como mentales, consecuencia de las miserias, privaciones y tor-turas que el hombre haba sufrido. El individuo perverso, fro,

    calculador, extraordinariamente inteligente haba degenerado hasta convertirse en la amenaza peligrosa e indiscriminatoria del desequi-librado mental. No obstante, su plan era lo bastante artero como para

    proyectar al menos la sombra de la duda acerca de la aseveracin de que su capacidad intelectual andaba a la deriva. Le garantizaba en primer lugar el cobro de la suma ofrecida por lord Greystoke a cambio de la

    deportacin del mono y despus la venganza sobre su benefactor a travs del hijo que ste idolatraba. Esa parte de la maquinacin era tosca y

    brutal, careca del refinamiento de tortura sutil que caracterizaba los golpes maestros del antiguo Paulvitch, cuando colaboraba con el virtuoso de la alevosa indigna, Nicols Rokoff... claro que al menos le aseguraba

    a Paulvitch la inmunidad respecto a posibles responsabilidades, que recaeran sobre el simio, el cual recibira el castigo que mereca por

    haberse negado a seguir proporcionando al ruso medios de subsistencia. Con diablica precisin, todo fue a confluir en las manos de Paulvitch.

    El hijo de Tarzn oy por casualidad la conversacin en la que lord

    Greystoke refera a su mujer las gestiones que llevaba a cabo para devolver a Akut a su selva natal y el muchacho se apresur entonces a rogar a sus padres que llevaran el mono a casa, donde podra jugar con

    l. Tarzn no hubiera puesto inconveniente alguno al asunto, pero la idea horroriz a lady Greystoke. Jack suplic a su madre, pero no le

    sirvi de nada. Jane se mostr inamovible y el chico pareci avenirse a la decisin materna: el simio deba volver a frica y Jack al colegio, a cuyas clases no asista en aquel momento porque se encontraba en periodo de

    vacaciones. Jack se abstuvo aquel da de ir a ver a Paulvitch y dedic su tiempo a

    otras ocupaciones. Siempre le haban proporcionado dinero sin reservas,

    de forma que de presentarse alguna necesidad ms o menos perentoria no tena dificultades para reunir varios centenares de libras. Parte de ese

    dinero lo invirti en adquirir diversos objetos extraos que introdujo en la casa a hurtadillas, sin que nadie se percatara de ello, cuando aquella tarde volvi al hogar.

    A la maana siguiente, despus de dar a su padre tiempo para que le precediera y concluyese el negocio que llevaba con Paulvitch, el

    muchacho se puso en camino hacia el cuchitril del ruso. Como no saba nada de la forma de ser del individuo, el muchacho no se atrevi a confiar plenamente en l, por temor a que el carcamal aquel no slo se

    negara a ayudarle sino que fuese luego con el chivatazo a John Clayton. En vez de contarle nada, Jack se limit a pedir a Paulvitch permiso para llevar a Ayax a Dover. Explic que eso ahorrara al anciano un fatigoso viaje y, en cambio, le introducira en el bolsillo un buen puado de libras, porque el joven se propona subvencionar generosamente al ruso.

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    -Ver -continu-, no existe el menor peligro de que lo descubran, puesto que se supone que ir al colegio en el tren de la tarde. Pero lo que

    har, en cambio, ser venir aqu, una vez me hayan dejado en el vagn. Entonces llevar a Ayax a Dover y me presentar en el colegio con slo

    un da de retraso. Nadie se enterar de nada, nadie saldr perjudicado y yo disfrutar un da ms de la compaa de Aya-Y, antes de perderlo para siempre.

    Aquel plan encajaba perfectamente en el proyecto que Paulvitch llevaba entre manos. De haber conocido el resto de las intenciones de Jack, seguramente habra abandonado de mil amores su propio plan de

    venganza para colaborar en la realizacin del que el chico se dispona a poner en prctica, el cual le habra venido de perlas a Alexis Paulvitch.

    La lstima para l era que no poda leer el futuro con unas horas de antelacin.

    Aquella tarde, lord y lady Greystoke despidieron a su hijo, tras verle

    cmodamente instalado en el compartimiento de primera clase de un vagn del tren que al cabo de pocas horas lo trasladara al colegio. Sin

    embargo, apenas se marcharon los padres, el muchacho recogi el equipaje, se ape del tren, sali de la estacin y se dirigi a una parada de coches. Subi a uno de ellos y dio al conductor la direccin de

    Paulvitch. Haba oscurecido cuando lleg a ella. El ruso le estaba esperando. Nervioso e impaciente, recorra la estancia de un lado a otro. Una gruesa cuerda ligaba al mono a la cama. Era la primera vez que

    Jack vea a Ayax atado de aquel modo y lanz a Paulvitch una mirada interrogadora. A guisa de explicacin, el ruso murmur que crea que el

    animal sospechaba que lo iban a enviar lejos y que seguramente intentara escapar.

    Paulvitch tena en la mano otro pedazo de cuerda. Remataba uno de

    los extremos un nudo corredizo con el que el ruso jugueteaba continuamente. Sigui paseando de una punta a otra de la estancia.

    Mientras hablaba en silencio para s, las facciones de su rostro marcado por la viruela adoptaban expresiones de lo ms desagradable. Jack nunca lo haba visto as... Se sinti incmodo. Por ltimo, Paulvitch se

    detuvo en el otro extremo del cuarto, lo ms lejos posible del simio. Ven aqu -indic al muchacho-. Te ensear cmo tienes que atar a

    Ayax en el caso de que d muestras de rebelin durante el viaje.

    Jack se ech a rer. -No ser necesario -respondi-. Ayax har lo que le diga. El anciano dio una furiosa patada en el suelo. -Te he dicho que vengas aqu -insisti-. Si no me obedeces, te

    quedars sin acompaar al mono a Dover... No quiero correr el riesgo de que se escape.

    Sin abandonar la sonrisa, Jack atraves la habitacin y se detuvo

    frente al ruso. -Date la vuelta y ponte de espaldas a m -indic Paulvitch- para que

    pueda demostrarte la forma de ligarle con rapidez.

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    El chico hizo lo que le deca y coloc las manos a la espalda, de acuerdo con las directrices de Paulvitch. Al instante, el viejo pas el lazo

    por una de las muecas de Jack, dio un par de vueltas en torno a la otra y anud la cuerda.

    En cuanto tuvo firmemente atado al hijo de Tarzn, la actitud del anciano cambi. Al tiempo que soltaba una colrica palabrota, hizo girar en redondo a su prisionero, le puso la zancadilla para arrojarlo al suelo y

    salt violentamente sobre el pecho de Jack, cuando lo tuvo tendido all. En la cama, Akut empez a gruir y a forcejear con las ligaduras. El chico no grit, rasgo heredado de su salvaje padre, al que los largos aos

    que pas en la selva, tras la muerte de su madre adoptiva, Kala, haban enseado que nadie acude en auxilio del cado.

    Los dedos de Paulvitch buscaron la garganta de Jack. Sus labios se contrajeron en una horrible mueca ante el rostro de su vctima.

    -Tu padre me arruin -dijo en un murmullo-. Con esto saldar la

    deuda. Creer que fue obra del mono. Le dir que lo hizo el mono. Que abandon la estancia un momento, que durante mi ausencia te colaste

    aqu y que el mono te mat. Una vez que te haya estrangulado, echar tu cadver sobre la cama y cuando llegue tu padre encontrar al mono agazapado encima de ti.

    El retorcido demonio dej or una risita cascada de placer perverso. Sus dedos se cerraron sobre el cuello de Jack.

    Detrs de ellos, los ya rugidos del enloquecido Akut repercutan

    contra las paredes de la zahrda. El chico palideci, pero en su rostro no apareci ningn otro sntoma de pnico, ni siquiera de miedo. Era el hijo

    de Tarzn. Aument la presin de los dedos sobre la garganta. Jack apenas poda respirar, jadeante. El mono segua bregando con la gruesa cuerda que lo sujetaba. Se dio media vuelta, se la enroll alrededor de las

    manos, como hubiera podido hacer un hombre, y dio un brusco tirn hacia atrs. Los formidables msculos se tensaron bajo la velluda piel. Reson el chasquido de madera que se astillaba, la soga resisti, pero en

    la parte de los pies de la cama se desprendi un trozo del mueble. Al or el ruido, Paulvitch levant la cabeza. El terror ti con una capa

    de lividez su espantoso semblante: el simio estaba libre. Un solo salto situ a la fiera encima del ruso. El hombre lanz un

    chillido. La bestia le arranc de las manos el cuerpo del muchacho. Unos

    dedos enormes se hundieron en la carne del ruso. Amarillentos colmillos se acercaron a su garganta -el hombre se debati, intilmente- y cuando

    las mandbulas se cerraron, el alma de Alexis Paulvitch pas a poder de los demonios que tanto tiempo llevaban esperndola.

    Jack se puso en pie trabajosamente, con la ayuda de Akut. A lo largo de dos horas, el simio se afan con los nudos que mantenan ligadas las muecas de Jack, siguiendo las instrucciones del joven. Por ltimo, las

    ligaduras entregaron su secreto y el muchacho se vio libre. Acto seguido, abri una de las maletas y sac de ella unas prendas de vestir. Tena bien trazados sus planes. No consult para nada al antropoide, que hizo

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    cuanto el chico le indicaba. Se deslizaron sigilosamente fuera del edificio, pero nadie que los hubiese visto con ojos despreocupados habra podido

    afirmar que uno de aquellos dos seres era un mono.

    IV

    La muerte del ruso Michael Sabrov, anciano y sin un solo amigo, perpetrada por su gigantesco mono amaestrado, mereci la atencin de la prensa durante unos cuantos das. Lord Greystoke ley la noticia y los

    comentarios subsiguientes y, al tiempo que adoptaba ciertas precauciones especiales para evitar que se relacionara su nombre con el

    suceso, procur mantenerse bien informado de las investigaciones que realizaba la polica para localizar al antropoide.

    Su principal inters en el caso, lo mismo que ocurra con el pblico en

    general, se centraba en la misteriosa desaparicin del homicida. Al menos, as fue hasta que, varios das despus de la tragedia, le

    informaron de que su hijo Jack no se haba presentado en el colegio, rumbo al cual lo dej bien acomodado en el compartimiento de un vagn de ferrocarril. Ni siquiera entonces relacion el padre la desaparicin del

    chico con el desconocido paradero del mono asesino. Transcurri un mes antes de que una investigacin minuciosa revelase el hecho de que el joven haba abandonado el tren poco antes de que ste partiera de la

    estacin de Londres. El conductor del vehculo de alquiler que lo tuvo como pasajero dio la direccin del anciano ruso como destino del chico y

    Tarzn de los Monos comprendi entonces que Akut deba de tener algo que ver con la desaparicin de Jack.

    A partir del momento en que el cochero dej al muchacho en la acera,

    delante de la casa donde se alojaba el difunto, el rastro desapareca. Nadie haba vuelto a ver ni al chico ni al simio, por lo menos nadie que

    continuase con vida. Cuando pusieron ante sus ojos un retrato de Jack, el propietario del edificio identific al chico como el frecuente visitante que acuda con cierta asiduidad al cuarto del anciano ruso. Aparte de

    eso, el casero no saba absolutamente nada. Y all, en la puerta de un inmueble viejo y mugriento de los barrios bajos de Londres, los investigadores se encontraron frente a un muro infranqueable...

    frustrados. Al da siguiente del violento bito de Alexis Paulvitch, un joven y la

    abuela enferma a la que acompaaba subieron a bordo de un vapor atracado en Dover. La anciana seora iba cubierta con un espeso velo y se senta tan dbil a causa de los achaques y de su avanzada edad que

    hubo que subirla al buque en una silla de ruedas. El muchacho no permiti que nadie, salvo l, empujase la silla y se

    encarg personalmente de llevar a la anciana hasta el interior del camarote... Y esa fue la ltima vez que los tripulantes del barco vieron a la vieja dama, hasta que la pareja desembarc. El nieto se empe en

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    realizar personalmente las tareas que correspondan al camarero encargado del arreglo del camarote, dado que, explic, su abuela sufra

    una afeccin nerviosa que la presencia de desconocidos acentuaba gravemente, a causa del extraordinario desagrado que le produca.

    Fuera del camarote -y nadie a bordo saba lo que haca dentro de dicho camarote-, el muchacho era exactamente igual que cualquier otro joven ingls normal y saludable. Alternaba con los dems pasajeros, se

    convirti en el favorito de los oficiales e hizo numerosos amigos entre los marineros. Era generoso y natural, lo que no le impeda hacer gala de un aire de dignidad y de una fortaleza de carcter que le granjearon la

    admiracin y el afecto de las personas con las que trab amistad. Entre los pasajeros figuraba un estadounidense llamado Condon, un

    estafador y jugador de ventaja reclamado por la justicia de media docena de ciudades importantes de los Estados Unidos. El individuo prest escasa atencin al joven hasta que en determinado momento, por

    casualidad, le vio sacarse del bolsillo un grueso fajo de billetes de banco. A partir de ese instante, Condon se esforz en cultivar el trato del joven

    britnico. No le cost demasiado esfuerzo averiguar que el muchacho viajaba en compaa de su anciana abuela enferma y que su punto de destino era un pequeo puerto de la costa occidental de frica, un poco

    ms al sur del ecuador. Se enter tambin de que se llamaba Billings y que no conoca a nadie en la reducida colonia a la que se dirigan. Condon comprob que el joven no pareca dispuesto a dar detalles acerca

    del motivo de su visita a aquel lugar, por lo que el hombre se abstuvo de insistir en sus preguntas: ya conoca cuanto le interesaba saber.

    En varias ocasiones intent Condon persuadir al muchacho para que participase en alguna que otra partida de cartas, pero el juego no le seduca lo ms mnimo a la posible vctima y las miradas de desconfianza

    de diversos pasajeros indicaron al estadounidense que era mejor que desistiese y buscara otro medio para trasladar a su bolsillo el fajo de billetes que ocupaba el del joven britnico.

    Por fin lleg el da en que el vapor ech el ancla al abrigo de un promontorio cubierto de rboles, donde algo ms de una veintena de

    barracas con tejado metlico emborronaban con su mancha desagradable el paisaje natural y proclamaban que la civilizacin haba asentado all sus plantas. Diseminadas por los alrededores se erguan las

    chozas con techo de blago de los indgenas, pintorescas en su salvajismo primitivo pero ms acordes con el teln de fondo de la jungla

    tropical, no slo armonizaban con la naturaleza sino que al mismo tiempo acentuaban la repelente fealdad de la arquitectura de los pioneros blancos.

    Apoyado en la barandilla del buque, el muchacho miraba ms all de la poblacin construida por el hombre, para contemplar la selva creada por Dios. Recorri su espina dorsal un leve hormigueo de anticipado

    placer; luego, sin que interviniese la voluntad, se encontr contemplando las amorosas pupilas de su madre y el rostro enrgico de su padre que,

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    bajo el vigor masculino de sus facciones, reflejaba un cario tan profundo como el que anunciaban los ojos de la madre. El joven not que

    su determinacin se debilitaba. Uno de los oficiales del buque gritaba rdenes a la flotilla de embarcaciones indgenas que se aproximaba para

    recoger la pequea carga del vapor consignada a aquel minsculo puesto avanzado.

    -Cundo har escala aqu el prximo vapor con destino a Inglaterra?

    -pregunt el muchacho. -El Emanuel se presentar en cualquier momento -respondi el oficial-

    . Me figuraba que bamos a encontrarlo aqu ya. Y el hombre continu voceando instrucciones a la turba de indgenas

    de piel oscura que cada vez estaba ms cerca del costado del buque.

    Result bastante ardua la tarea de bajar a la abuela del joven ingls hasta la canoa que esperaba junto al costado del vapor. El muchacho insisti en permanecer continuamente al lado de la anciana seora y

    cuando por fin la vio asentada firme y segura en el fondo de la embarcacin que los trasladara a tierra, el nieto se desliz tras la mujer

    como un felino. Tan reconcentrado estaba el chico en la misin de cerciorarse de que la seora se instalaba cmodamente que no se dio cuenta de que, mientras ayudaba a arriar por el costado del buque la

    eslinga que sostena a la anciana, del bolsillo de su pantaln empez a asomar un paquetito. Como tampoco se percat de que tal paquetito se

    deslizaba totalmente fuera del bolsillo y caa al agua. Apenas haba emprendido el camino hacia la orilla la embarcacin en

    la que iban el muchacho y la anciana, cuando Condon, en el costado

    contrario del vapor, llam a una canoa y tras regatear un momento con el propietario de la misma baj el equipaje y se acomod en la canoa. Una vez en tierra se mantuvo fuera de la vista de la atrocidad

    arquitectnica que ostentaba el letrero de Hotel para atraer a viajeros incautos hacia la multitud de incomodidades que el establecimiento

    brindaba. El estadounidense no se aventur a entrar en l hasta que hubo cerrado la noche.

    En una habitacin de la parte de atrs del segundo piso, el joven

    explicaba a su abuela, cosa que le resultaba harto difcil, que haba decidido regresar a Inglaterra en el siguiente vapor. Intentaba dejar claro ante la anciana seora que ella poda quedarse en frica si quera, pero

    que a l la conciencia le impulsaba a volver junto a sus padres, que sin duda estaran sufriendo lo indecible por culpa de su ausencia. De lo cual

    poda darse por supuesto que a los padres en cuestin no se les haba informado de los planes que nieto y abuela tramaron para lanzarse a la aventura por las selvticas soledades africanas.

    Una vez adoptada la decisin, el muchacho se vio aliviado en cierta medida del peso de los remordimientos que haban estado acosndole

    durante largas y numerosas noches de insomnio. En cuanto cerr los ojos empez a soar con el feliz reencuentro con los padres, en el hogar de la familia. Y mientras soaba, el destino, cruel e inexorable, se desliz

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    sigiloso por el tenebroso pasillo del desvencijado inmueble en cuya segunda planta dorma el joven... Un destino personificado por un

    timador estadounidense llamado Condon. El malhechor se acerc cautelosamente a la puerta de la habitacin

    que ocupaba el joven. Agazapado all, aguz el odo durante unos momentos hasta que la uniforme regularidad de la respiracin de los que estaban dentro del cuarto le convenci de que dorman. Introdujo

    silenciosamente una ganza en la cerradura. Con hbiles dedos, producto de una larga prctica en la manipulacin silenciosa de los pasadores y pestillos que protegan los bienes ajenos, Condon accion

    ambos simultneamente. Empuj con suavidad la hoja de madera y la puerta gir sobre sus goznes sin producir el menor ruido. El hombre

    entr en la estancia y cerr la puerta a su espalda. Densos nubarrones ocultaban momentneamente la luna. La penumbra reinaba en el interior de la habitacin. Condon anduvo a tientas hasta la cama. Algo se

    movi en el rincn del fondo... con mayor sigilo y silencio que el empleado por el experto delincuente yanqui. Condon no capt nada.

    Tena fija la atencin en el lecho donde crea que iba a encontrar a un mozalbete dormido junto a su abuela invlida e indefensa.

    El estadounidense slo pretenda hacerse con el fajo de billetes de

    banco. Si lograba echarle el guante sin que detectaran su presencia all, santo y bueno. Pero tambin estaba preparado para afrontar cualquier posible resistencia. Las ropas del chico estaban encima de una silla, al

    lado de la cama. Los dedos del norteamericano se deslizaron rpidamente sobre ellas: los bolsillos no contenan ningn fajo de billetes

    nuevos y crujientes. Sin duda lo habra puesto bajo la almohada. El ladrn se acerc ms al durmiente. Tena la mano a medio camino de la almohada cuando un claro de las nubes que cubran la luna permiti el

    paso de una oleada de claridad blanquecina que llen de luz el cuarto. En el mismo instante, el chico abri los prpados y sus ojos se clavaron en los de Condon. El hombre tuvo sbita conciencia de que el muchacho

    estaba solo en la cama. Trat entonces de echar las zarpas a la garganta de la vctima. Cuando el muchacho se incorporaba para hacer frente a la

    amenaza, Condon oy un sordo gruido a su espalda, not que el chico le agarraba las muecas y comprob que unos msculos de acero respal-daban aquellos dedos blancos y afilados.

    Otras manos se cerraron en torno a su cuello, unas manos speras y peludas que pasaron por encima de los hombros y le cieron la garganta.

    Volvi la cabeza, aterrado, y los pelos de la nuca se le erizaron ante lo que vieron sus ojos: el que le sujetaba por detrs era un simio enorme, semejante a un hombre. Los colmillos del antropoide estaban muy cerca

    de su garganta. El muchacho le tena inmovilizadas las muecas. Nadie produjo sonido alguno. Dnde estaba la abuela? Los ojos de Condon recorrieron el cuarto con una mirada que lo abarc por completo. El

    horror los desorbit cuando la espantosa verdad se hizo evidente. Haba cado en manos de unas criaturas dotadas de un misterioso poder! Breg

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    frenticamente para zafarse de la presa del muchacho y poder enfrentarse a la bestia escalofriante que tena a la espalda. Logr soltarse

    una mano y descarg un tremendo puetazo en el rostro del muchacho. Su accin desencaden la furia de un millar de demonios en la peluda

    fiera que le apretaba la garganta. Se produjo un sordo gruido salvaje. Fue lo ltimo que el estadounidense oy en esta vida. Su cuerpo se vio arrojado de espaldas contra el piso, una pesada mole cay sobre l, unos

    colmillos poderosos se le clavaron en la yugular, la cabeza empez a darle vueltas y se hundi en la sbita negrura que precede a la eternidad... Al cabo de unos instantes, el mono se levant del postrado

    cuerpo, pero Condon no lleg a enterarse: estaba completamente muerto. Horrorizado, el muchacho salt de la cama y se inclin sobre el

    cadver del hombre. Saba que Akut haba matado para defenderle, lo mismo que hizo en el caso de Michael Sabrov, pero all, en el frica sal-vaje, lejos de su casa y de sus amigos, qu podran hacerle a l y a su

    fiel antropoide? Jack Clayton no ignoraba que el asesinato se castigaba con la pena de muerte. Saba tambin que al cmplice poda aplicrsele

    la misma sentencia que al que cometi el homicidio. Quin iba all a defenderlos? Todo estara en contra de ellos! Aquella pequea comunidad estaba a medio civilizar y lo ms probable sera que por la

    maana los apresaran, a Akut y a l, y los colgasen de una rama del rbol que estuviese ms a mano... Haba ledo que tales cosas ocurran

    en Amrica, y frica era incluso peor y ms salvaje que el extenso Oeste del pas natal de su padre. S, los ahorcaran por la maana!

    No tenan escapatoria? Medit en silencio durante unos minutos y

    luego, al tiempo que emita una exclamacin de alivio, junt las palmas de ambas manos y se volvi hacia sus ropas, que seguan encima de la

    silla. Con dinero se compra todo! El dinero los salvara a Akut y a l! Introdujo la mano en el bolsillo donde sola llevar los billetes de banco. No estaban! Despacio al principio, con frentica rapidez luego, registr

    los dems bolsillos de sus prendas. Despus se puso a gatas y examin el suelo. Encendi la luz, desplaz la cama a un lado y, centmetro a cen-

    tmetro, revis toda la superficie del cuarto. Titube junto al cadver de Condon, pero acab por reunir el valor necesario para tocarlo. Dio la vuelta al cuerpo para ver si el dinero estaba debajo. No era as. Supuso

    que Condon entr en el cuarto para robar, pero no crea que hubiese tenido tiempo de apoderarse de los billetes. Sin embargo, como no estaban en ningn otro sitio, deban de encontrarse sobre el cadver.

    Registr la habitacin una y otra vez, para acabar volviendo siempre al cuerpo sin vida del estadounidense. Pero tampoco encontr all el dinero.

    La desesperacin le puso al borde del ataque de nervios. A dnde podran ir? Por la maana los descubriran y los mataran. Con toda la robustez y fortaleza fsica heredadas de su padre, no era, al fin y al cabo,

    ms que un chiquillo, un chiquillo empavorecido, que echaba de menos terriblemente su casa, un chiquillo al que la falta de experiencia propia

    de la juventud le impeda razonar como era debido. Slo era capaz de

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    pensar en un hecho deslumbrante: haban matado a un hombre, se encontraban entre salvajes extraos, sedientos de sangre y dispuestos a

    calmar esa sed con la primera vctima que cayese en sus garras. En las espantosas noveluchas baratas que calmaban su avidez lectora as era.

    Deban conseguir dinero! Se acerc otra vez al cadver. En esa ocasin de un modo ms

    resuelto. Desde un rincn del cuarto el mono, sentado en cuclillas,

    observaba a su joven compaero. El muchacho procedi a desnudar al estadounidense y a examinar minuciosamente una por una todas las piezas de su ropa. Hasta los zapatos revis con cuidadosa atencin.

    Cuando hubo terminado con la ltima prenda, se dej caer en la cama, desmesuradamente abiertos los ojos... que no vean ms que el terrible

    cuadro de dos cuerpos que se balanceaban colgados de la rama de un gigantesco rbol.

    No tuvo conciencia del tiempo que permaneci as. Finalmente, un

    ruido que lleg del piso de abajo le sac de aquel estado de aturdida inmovilidad. Con elstico movimiento se puso en pie, apag la lmpara,

    atraves la estancia en silencio y ech la llave a la puerta. Luego, tomada ya una determinacin, mir al simio.

    La noche anterior estaba firmemente decidido a emprender la vuelta a

    casa en cuanto se presentase la primera oportunidad y pedir perdn a sus padres por la loca aventura a la que se haba lanzado. Ahora se daba perfecta cuenta de que tal vez no volviera a verlos. Tena las manos

    manchadas con la sangre de un semejante: en sus morbosas reflexiones haba dejado de atribuir al mono la muerte de Condon. La histeria del

    pnico haba lanzado sobre l toda la culpabilidad de aquel asesinato. Con dinero hubiese podido comprar justicia, pero sin un penique! Ah!, qu esperanza podran tener en aquella tierra los extranjeros sin

    posibilidades econmicas? Sin embargo, qu habra sido del dinero? Se esforz en recordar

    cundo lo haba visto por ltima vez. No poda, de ninguna manera poda

    explicarse su desaparicin, porque estaba completamente ajeno a la cada al mar de aquel paquetito que se le sali del bolsillo cuando

    franqueaba la borda del buque para bajar a la canoa que le trasladara a tierra.

    Se dirigi a Akut y le dijo en el lenguaje de los simios: -Vamos! Sin percatarse de que slo llevaba encima un pijama, se encamin a

    la abierta ventana. Asom la cabeza y escuch atentamente. Un solo rbol creca a unos palmos de ella. Salt gilmente a la enramada, permaneci all aferrado unos segundos, como un gato, antes de

    deslizarse silenciosamente hasta el suelo. El enorme mono le sigui de inmediato. A unos doscientos metros de distancia, una avanzada de la

    selva cuya vegetacin llegaba casi hasta los lmites de la dispersa colonia. Hacia all dirigieron sus pasos. Nadie los vio y al cabo de un momento la jungla se los haba engullido. Jack Clayton, futuro lord

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    Greystoke, desapareci de la vista de los hombres, que a partir de entonces ignoraron su paradero.

    Bastante entrada la maana, un sirviente indgena llam a la puerta de la habitacin asignada a la seora Billings y a su nieto. Al no

    responderle nadie, introdujo la llave maestra en la cerradura, slo para comprobar que por la parte de dentro ya haba all puesta otra llave. Inform de tal circunstancia a Herr Skopf, el propietario, quien de inmediato subi tambin al segundo piso y aporre la hoja de madera. Como tampoco obtuvo respuesta, el hotelero se agach para mirar el

    interior por el ojo de la cerradura. Era un hombre bastante grueso y, al inclinarse, perdi el equilibrio y apoy la palma de la mano en el suelo para no caer. Not entonces algo suave, hmedo y viscoso bajo los dedos.

    Alz la mano, abierta, para, a la escasa luz del pasillo, verse la palma. Un leve escalofro estremeci al hombre, porque incluso en la semipenumbra del corredor pudo distinguir la mancha que enrojeca su mano. Se

    incorpor con brusco salto y lanz violentamente un hombro contra la puerta. Herr Skopf es un hombre corpulento, o al menos lo era por aquel entonces, ya que hace varios aos que no le veo. La frgil puerta cedi bajo el impulso de su peso y Herr Skopf irrumpi en la habitacin dando precipitados tumbos.

    All se dio de manos a boca con el mayor misterio de su vida. En el suelo, a sus pies, encontr el cadver de un hombre completamente

    desconocido. El difunto tena el cuello roto y la yugular seccionada por los dientes de alguna fiera salvaje. El cuerpo estaba desnudo de pies a cabeza y las ropas aparecan diseminadas alrededor del cadver. Ni la

    anciana ni su nieto se hallaban en la habitacin. La ventana estaba abierta. Debieron de marcharse por all, puesto que la puerta haba sido

    cerrada por dentro. Pero cmo pudo el muchacho cargar con la abuela y bajarla desde la

    ventana del segundo piso hasta el suelo? Era absurdo. El desconcertado

    Herr Skopf examin de nuevo la reducida estancia. Observ que haban separado la cama de la pared... Por qu? Por tercera o cuarta vez ech

    un vistazo debajo de la cama. Los dos huspedes haban desaparecido y, sin embargo, la razn le deca que era imposible que aquella anciana seora se hubiese podido marchar sin la ayuda de alguien que la

    transportase, como sucedi el da anterior, cuando tuvieron que subirla en peso.

    Cuanto ms profundizaba en el caso, ms oscuro era el misterio. Toda la ropa de los dos huspedes segua en el cuarto... Si se marcharon tuvieron que hacerlo desnudos o con las prendas de dormir. Herr Skopf mene la cabeza; luego se la rasc. Estaba hecho un lo. No tena noticias de la existencia de Sherlock Holmes; de ser as no hubiera

    perdido un segundo en solicitar la ayuda del clebre sabueso, porque all haba un autntico enigma: una anciana -una invlida que tuvieron que trasladar desde el barco a la habitacin del hotel- y un muchacho, su

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    nieto, haban entrado en