Burroughs, Edgar Rice - Tarzan El Invencible

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    Tarzn el invencible Edgar Rice Burroughs

    NDICE

    I El pequeo NkimaII El hindIII Fuera de la tumba

    IV En la leoneraV Ante las murallas de Opar VI TraicionadoVII Bsqueda intilVIII La traicin de Abu BatnIX En la celda de la muerte de Opar X El amor de una sacerdotisaXI Perdido en la jungla XII Por senderos de terror XIII El hombre lenXIV Abatido por un disparo

    XV Mata,Tantor, mataXVI Regresad!XVII Un puente sobre un golfo

    IEl pequeo Nkima

    No soy historiador ni cronista, y, adems, tengo la ms absoluta conviccin de queexisten ciertos temas que los escritores de ficcin deberan dejar en paz, entre los quedestacan la poltica y la religin. Sin embargo, no me parece que carezca de tica el piratear una idea de vez en cuando de unao de otra, con tal de que el tema sea tratado deun modo que se vea claramente que se trata de ficcin.

    Si la historia que estoy a punto de contarles hubiera aparecido en los peridicos deciertos dos poderes europeos, se habra podido producir otra y ms terrible guerramundial. Pero eso no me interesa particularmente. Lo que me interesa es que se trata deuna buena historia que se adapta a mis necesidades por el hecho de que Tarzn de losMonos estuvo ntimamente relacionado con muchos de sus episodios ms emocionantes. No voy a aburrirles con la rida historia poltica para no cansar su intelecto

    innecesariamente cuando trataran de descifrar los nombres ficticios que utilizo aldescribir a ciertas personas y ciertos lugares que, me parece a m, en inters de la paz y eldesarmamento deben permanecer en el anonimato.

    Tmense la historia como otra simple historia de Tarzn que espero les entretenga ydivierta. Si en ella encuentran temas sobre los que pensar, mucho mejor.

    Sin duda alguna, muy pocos de ustedes vieron, y an menos recordarn haber visto, unanoticia que apareci discretamente en los peridicos hace algn tiempo, en la que se decaque corra el rumor de que las tropas coloniales francesas estacionadas en Somalia, en lacosta noreste de frica, haban invadido una colonia africana italiana. Tras esa noticiahay una historia de conspiracin, intriga, aventura y amor; una historia de canallas y denecios, de hombres valientes, de mujeres hermosas, una historia de las bestias de la selvay de la jungla.

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    Si fueron pocos los que vieron en el peridico la noticia de la invasin de la Somaliaitaliana en la costa noreste de frica, tambin es cierto que ninguno de ustedes se enterde un incidente horrendo que ocurri en el interior un tiempo antes de este asunto. Que pudiera existir alguna relacin, de cualquier clase, con la intriga internacional europea ocon el destino de las naciones no parece ni remotamente posible, pues slo fue un monto

    que hua por las copas de los rboles lanzando gritos de terror. Era el pequeo Nkima, perseguido por un mono fuerte y de gran tamao, mucho mayor que el pequeo Nkima.Por fortuna para la paz de Europa y del mundo, la velocidad del perseguidor no era

    proporcional a su desagradable estado de nimo y, por eso, Nkima escap de l; peromucho rato despus de que el mono mayor abandonara la persecucin, el ms pequeosegua huyendo por las copas de los rboles, chillando con toda la potencia de suestridente vocecita, pues terror y huida eran las dos principales actividades del monito.

    Tal vez fue la fatiga, pero ms probablemente una oruga o un nido de pjaro, lo que puso fin a la huida de Nkima y le dej parloteando mientras se columpiaba en una ramamuy por encima del suelo de la jungla.

    El mundo en el que el pequeo Nkima haba nacido pareca, en verdad, un mundo

    terrible, y l se pasaba la mayor parte de las horas en que estaba despierto parloteando alrespecto, actividad en la que era tan humano como simio. Al pequeo Nkima le parecaque el mundo estaba poblado por grandes y fieras criaturas a las que les gustaba la carnede mono. Estaban Numa, el len, ySheeta, la pantera, e Histah, la serpiente; era un triun-virato que haca inseguro todo su mundo desde la ms elevada copa de rbol hasta elsuelo. Y luego estaban los grandes simios, y los simios inferiores, y los mandriles, eincontables especies de monos, a todos los cuales Dios haba hecho ms grandes que al pequeo Nkima y todos los cuales parecan tener algn motivo de rencor contra l.

    Por ejemplo, la bruta criatura que le haba estado persiguiendo. El pequeo Nkima nohaba hecho ms que arrojarle un palo mientras dorma en la horcadura de un rbol, yslo por eso haba perseguido al pequeo Nkima con incuestionable intencin homicida;utilizo esta palabra sin proyectar ninguna reflexin del monito. Nunca se le habaocurrido a Nkima, como al parecer jams se les ocurre a algunas personas, que, igual quela belleza, el sentido del humor en ocasiones puede resultar fatal.

    Nkima reflexionaba con tristeza sobre las injusticias de la vida. Pero haba otra causa detristeza ms profunda que deprima su pequeo corazn. Haca muchas lunas que su amose haba marchado y le haba abandonado. Era cierto que le haba dejado en un bonito yconfortable hogar, con gente buena que le alimentaba, pero el monto echaba de menos algran tarmangani, cuyo hombro desnudo era el nico refugio desde el que poda lanzarinsultos al mundo con absoluta impunidad. Durante mucho rato el pequeo Nkima habaafrontado los peligros de la selva y de la jungla en busca de su amado Tarzn.

    Como los corazones se miden por el amor y la lealtad, y no por dimetros encentmetros, el corazn del pequeo Nkima era muy grande -tan grande que detrs de l podan esconderse el corazn del ser humano medio y hasta l mismo- y durante muchotiempo haba sido la causa de un gran dolor en su diminuto pecho. Pero, por fortuna parael pequeoManu, su mente era tan ordenada que se distraa con facilidad incluso cuandosenta una gran afliccin. Una mariposa o un gusano poda llamar de pronto su atencin ysacarle de las profundidades de sus cavilaciones, lo cual estaba bien, ya que de locontrario se habra muerto de pena.

    Y ahora, al volver sus pensamientos melanclicos a la contemplacin de su prdida,

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    stos alteraron de pronto su tendencia al soplar una brisa de la jungla que llev a suaguzado odo un sonido que no era uno de los que formaban parte de sus instintoshereditarios. Era una disonancia. Y qu es lo que provoca disonancia en la jungla ascomo en cualquier otro lugar en que entre? El hombre. Eran voces de hombres lo que

    Nkima oa.

    En silencio, el monito se fue deslizando por los rboles en la direccin de donde provenan los sonidos; y despus, cuando los sonidos se oyeron ms fuertes, le lleg loque era, en lo que se refera a Nkima o, en realidad, a cualquier otro habitante de la jungla, la prueba definitiva de la identidad de quienes producan el ruido: el rastro de olor

    Todo el mundo ha visto que un perro, quiz su propio perro, le medio reconoce a uno por la vista; pero alguna vez ha quedado completamente satisfecho sin probar y aprobarcon su sensible olfato lo que han visto sus ojos?

    Y as ocurra con Nkima. Sus odos haban sugerido la presencia de los hombres, yahora su olfato le aseguraba definitivamente que haba hombres cerca. No pens en elloscomo hombres, sino como grandes simios. Entre ellos haba gomangani, grandes simiosnegros: hombres negros. Esto se lo dijo su olfato. Y tambin haba tarmangani. stos, que

    para Nkima seran grandes simios blancos, eran los hombres blancos.Su olfato busc con impaciencia el rastro de olor conocido de su amado Tarzn, pero nose encontraba all, eso lo supo incluso antes de tener a los extraos al alcance de la vista.

    El campamento que ahora contemplaba desde un rbol cercano estaba bien montado.Era evidente que haca das que se encontraba all y caba esperar que permaneciera anms tiempo. No era un campamento para pasar una sola noche. Las tiendas de loshombres blancos y los beyts de los rabes estaban dispuestos casi con precisin militar ydetrs se hallaban los refugios de los negros, construidos con los materiales que lanaturaleza haba proporcionado en el mismo lugar.

    En el interior de un beyt rabe, que tena la abertura frontal abierta, estaban sentadosvarios beduinos blancos bebiendo su inevitable caf; en la sombra de un gran rboldelante de otra tienda haba cuatro hombres blancos absortos en una partida de cartas;entre los refugios de los nativos, un grupo de fornidos guerreros galla jugaban a minkalaTambin haba negros de otras tribus, hombres de frica Oriental y de frica Central, yalgunos negros de la costa occidental.

    Catalogar esta variada agrupacin de razas y colores habra desconcertado a cualquierviajero o cazador africano con experiencia. Haba demasiados negros para creer que todoseran porteadores, pues con todos los fardos del campamento listos para su transporte nohabra habido ms que una pequea carga para cada uno de ellos, aun despus de haberincluido ms que suficiente entre los askari, que no llevan ninguna carga aparte de su rifley municin.

    Tambin haba ms rifles de los necesarios para proteger incluso a un grupo de mayor tamao. En verdad pareca haber un rifle para cada hombre. Pero stos eran detallesmenores que no causaban ninguna impresin en Nkima. Lo nico que le impresionaba erael hecho de que hubiera tantos tarmangani y gomangani extraos en la regin de su amoy como para Nkima todos los extraos eran enemigos, estaba intranquilo. Ahora ms quenunca deseaba encontrar a Tarzn.

    Un indio de piel oscura, con turbante, estaba sentado en el suelo con las piernascruzadas ante una tienda, aparentemente absorto en la meditacin; pero si uno hubiera podido ver en sus oscuros y sensuales ojos, habra descubierto que su mirada distaba de

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    ser introspectiva: estaba constantemente puesta en otra tienda, un poco apartada de lasdems, y cuando de ella sali una muchacha, Raghunath Jafar se levant y se acerc asta. Sonri con hipocresa mientras le hablaba, pero la muchacha no le devolvi lasonrisa cuando le respondi. Habl de forma civilizada, pero no se par, sino que prosigui su camino hacia los cuatro hombres que jugaban a cartas.

    Cuando se aproximaba a su mesa, los hombres levantaron la mirada y en el rostro decada uno de ellos se reflej alguna emocin agradable, pero si era la misma en cada unola mscara a la que llamamos rostro y que est entrenada para ocultar nuestros verdaderos pensamientos no lo revel. Sin embargo, era evidente que la muchacha gozaba de popularidad.

    -Hola, Zora! -exclam un tipo con la cara larga y de facciones suaves-. Has echadouna buena siesta?

    -S, camarada -respondi la muchacha-, pero estoy cansada de dormir. Esta inactividadme crispa los nervios.

    -A m tambin -coincidi el hombre.-Cunto tiempo ms esperars al norteamericano, camarada Zveri? -pregunt

    Raghunath Jafar.El hombre corpulento se encogi de hombros.-Le necesito -respondi-. Podramos pasar sin l, pero vale la pena esperar, por el efecto

    moral que producir en el mundo tener a un norteamericano rico y de alta cunaidentificado activamente con el asunto.

    -Confas en ese gringo, Zveri? -pregunt un fornido joven mexicano que estabasentado al lado del hombre corpulento de la cara de facciones suaves, que era a todasluces el jefe de la expedicin.

    -Nos vimos en Nueva York y de nuevo en San Francisco -respondi Zveri-. Han hechoaveriguaciones y me lo han recomendado muy favorablemente.

    -Siempre sospecho de estos tipos que deben todo lo que tienen al capitalismo -declarRomero-. Lo llevan en la sangre; en el fondo, odian al proletariado, igual que nosotros lesodiamos a ellos.

    -Este tipo es diferente, Miguel -insisti Zveri-. Le han persuadido de tal modo quetraicionara a su propio padre por el bien de la causa, y ya est traicionando a su pas.

    Una leve e involuntaria mueca, que pas inadvertida a los dems, frunci el labio deZora Drinov cuando oy esta descripcin del miembro del grupo que faltaba, que an nohaba llegado a la cita.

    Miguel Romero, el mexicano, an no estaba convencido.-No me gustan los gringos de ninguna clase -dijo.Zveri se encogi de hombros.-Nuestras animosidades personales carecen de importancia -dijo- en comparacin con

    los intereses de los trabajadores del mundo. Cuando llegue Colt, debemos aceptarle comouno de los nuestros; tampoco debemos olvidar que, por mucho que detestemos EstadosUnidos y a los estadounidenses, no se puede conseguir nada en el mundo de hoy sin ellosy sin su sucia riqueza.

    -Riqueza obtenida con la sangre y el sudor de la clase trabajadora -gru Romero.-Exactamente -coincidi Raghunath Jafar-, pero tanto ms apropiado es que esta misma

    riqueza se utilice para socavar y derribar a la Amrica capitalista y devolver a lostrabajadores lo que es suyo.

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    -Eso es precisamente lo que pienso -dijo Zveri-. Preferira emplear el oronorteamericano antes que cualquier otro por el bien de la causa... y despus, el britnico.

    -Pero qu significan para nosotros los insignificantes recursos de este norteamericano?-pregunt Zora-. No es nada en comparacin con lo que Estados Unidos ya est vertiendoen la Rusia sovitica. Qu es su traicin comparada con la traicin de esos otros que ya

    estn haciendo ms para acelerar el da del comunismo mundial que la propia TerceraInternacional? No es nada, ni una gota en un cubo.-A qu te refieres, Zora? -pregunt Miguel.-Me refiero a los banqueros, a los fabricantes, a los ingenieros de Estados Unidos, que

    nos estn vendiendo su propio pas y el mundo a nosotros con la esperanza de aadir msoro a sus arcas ya rebosantes. Uno de los ciudadanos ms piadosos y loados estconstruyendo grandes fbricas para nosotros en Rusia, para que hagamos tractores ytanques; sus fabricantes estn compitiendo entre s para suministrarnos motores paraincontables miles de aeroplanos; sus ingenieros nos estn vendiendo sus cerebros y suhabilidad para construir una grande y moderna ciudad industrial, en la que se pueda producir municin y motores de guerra. Estos son los traidores, estos son los hombres

    que estn acelerando el da en que Mosc dictar la poltica de un mundo.-Hablas como si lo lamentaras -dijo una voz seca junto a su hombro.La muchacha se volvi al instante.-Ah, eres t, jeque Abu Batn? -dijo al reconocer al atezado rabe que haba

    abandonado su caf-. Nuestra buena fortuna no me ciega a la perfidia del enemigo, ni mehace admirar la traicin en nadie, ni siquiera cuando yo saco provecho de ello.

    -Eso me incluye a m? -pregunt Romero, receloso.Zora se ri.-Sabes que no, Miguel -dijo-. T eres de la clase trabajadora, eres leal a los obreros de

    tu pas, pero esos otros son de la clase capitalista; su gobierno es un gobierno capitalistaque se opone tanto a nuestras creencias que nunca ha reconocido a nuestro gobierno; sinembargo, en su codicia, esos cerdos estn vendiendo a los de su clase y a su propio pas por unos cuantos podridos dlares ms. Les odio.

    Zveri se ech a rer.-Eres una buena roja, Zora -dijo-; odias al enemigo tanto cuando nos ayuda como

    cuando es un obstculo.-Pero odiando y hablando se consigue muy poco -replic la muchacha-. Me gustara

    hacer algo. Estar aqu sentados sin hacer nada me parece intil.-Y qu haras t? -pregunt Zveri, de buen talante.-Al menos podramos intentar ir a por el oro de Opar -dijo-. Si Kitembo est en lo

    cierto, all hay suficiente para financiar una docena de expediciones como la que estis planeando, y no necesitamos a ese norteamericano... cmo le llaman, comepasteles?.. para que nos ayude en la aventura.

    -Yo he estado pensando algo similar -dijo Raghunath Jafar.Zveri frunci el entrecejo.-Quizs a alguien ms le gustara hacer esta expedicin -dijo con sequedad-. S lo que

    me hago y no tengo que discutir todos mis planes con nadie. Cuando tenga rdenes quedar, las dar. Kitembo ya ha recibido la suya, y se estn haciendo preparativos desde hacevarios das para la expedicin a Opar.

    -El resto estamos tan interesados y arriesgamos tanto como t, Zveri -espet Romero-.

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    bamos a trabajar juntos, no como amo y esclavos.-Pronto os enteraris de que yo soy el amo -replic Zveri en tono spero.-S -dijo Romero con desprecio-, el zar tambin era el amo, y Obregn. Sabes lo que

    les pas?Zveri se puso en pie de un salto y sac un revlver, pero cuando apunt a Romero, la

    muchacha le dio un golpe en el brazo y se interpuso entre ellos.-Ests loco, Zveri? -exclam.-No te metas, Zora; esto es asunto mo y da lo mismo zanjarlo ahora que despus. Soy

    el jefe y no voy a aguantar a ningn traidor en mi campamento. Aprtate.-No! -dijo la muchacha con decisin-. Miguel estaba equivocado y t tambin, pero

    ahora derramar sangre, nuestra sangre, sera arruinar cualquier posibilidad de xito.Sembrara la semilla del miedo y el recelo y nos costara el respeto de los negros, puessabran que hay desacuerdo entre nosotros. Adems, Miguel no va armado; dispararlesera asesinarle cobardemente y perderas el respeto de todo hombre decente de laexpedicin. -Haba hablado con gran rapidez en ruso, idioma que, de los presentes, sloentendan Zveri y ella; luego, se volvi de nuevo a Miguel y se dirigi a l en ingls-.

    Estabas equivocado, Miguel -dijo con suavidad-. Ha de haber un responsable, y elcamarada Zveri fue elegido para asumir la responsabilidad. Lamenta haber actuadoirreflexivamente. Dile que sientes lo que has dicho, y luego, los dos, daos un apretn demanos y olvidemos todos este asunto.

    Por un instante, Romero vacil; luego, extendi la mano hacia Zveri.-Lo siento -dijo.El ruso acept la mano en la suya e hizo una tensa inclinacin de cabeza.-Olvidmoslo, camarada -dijo; pero tena el entrecejo fruncido, aunque no era un gesto

    ms amenazador que el que empaaba el rostro del mexicano.El pequeo Nkima bostez y se colg de una rama muy alta cogido por la cola. Su

    curiosidad respecto a estos enemigos estaba saciada. Ya no le proporcionaban diversin, pero saba que su amo se enterara de su presencia; y esa idea, al penetrar en su cabecitale record la pena y la aoranza que senta por Tarzn, hasta el extremo de que volvi aimbuirse de la inflexible determinacin de proseguir su bsqueda del hombre mono.Quizs en media hora cualquier suceso sin importancia volvera a distraer su atencin, pero de momento era la misin de su vida. El pequeo Nkima, colgndose de rama enrama por el bosque, tena el destino de Europa en la rosada palma de su mano, pero no losaba.

    La tarde iba menguando. A lo lejos rugi un len. Un estremecimiento instintivorecorri la espalda de Nkima. En realidad, sin embargo, no tena mucho miedo, pues sabaque ningn len le alcanzara en lo alto de los rboles.

    Un hombre joven que andaba cerca de la cabeza de un safari lade la cabeza y aguz elodo. -No tan lejos, Tony dijo.

    -No, seor; demasiado cerca -replic el filipino.-Tendrs que aprender a dejar de llamarme seor, Tony, antes de reunirnos con los

    dems -advirti el hombre joven.El filipino sonri.-De acuerdo, camarada -asinti-. Estoy tan acostumbrado a llamar seor a todo el

    mundo que me cuesta cambiar.-Entonces, me temo que no eres un buen rojo, Tony.

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    -S, s lo soy -insisti el filipino-. Por qu estoy aqu, si no? Crees que me gusta venira este pas dejado de la mano de Dios, lleno de leones, hormigas, serpientes y mosquitosslo para dar un paseo? No, he venido a dar mi vida por la independencia filipina.

    -Eso es noble por tu parte, Tony -dijo el otro con seriedad-, pero de qu manera estohar libres a los filipinos?

    Antonio Mori se rasc la cabeza.-No lo s -admiti-, pero causar problemas a Amrica.Arriba, en las copas de los rboles, un monito se cruz en su camino. Por un instante, el

    animal se par a observarles; luego, reanud su viaje en sentido opuesto.Media hora ms tarde, el len volvi a rugir, y lo hizo tan desconcertantemente cerca y

    de forma tan inesperada se elev la voz del trueno desde la jungla, a sus pies, que el pequeo Nkima por poco no se cay del rbol por el que pasaba. Lanzando un grito deterror subi lo ms arriba que pudo y all se sent, parloteando con furia.

    El len, un macho de magnfica cabellera, entr en el claro que haba bajo el rbol en elque se encontraba temblando el pequeo Nkuma. Una vez ms elev su poderosa vozhasta que el suelo se movi. Nkima mir hacia abajo y de pronto dej de parlotear. Se

    puso a dar saltitos lleno de excitacin, lanzando grititos y haciendo muecas. Numa, ellen, levant la mirada; y entonces ocurri una cosa extraa. El mono dej de dar grititosy emiti un sonido bajo y extrao. Los ojos del len, que antes miraban hacia arriba conferocidad, adoptaron una expresin nueva y casi amable. Arque el lomo y se frot elcostado placenteramente contra el tronco del rbol, y de aquellas salvajes fauces brot unsuave ronroneo. Entonces, el pequeo Nkima se dej caer por entre el follaje del rbol,dio un ltimo salto y aterriz sobre la espesa cabellera del rey de las fieras.

    IIEl hind

    Con el nuevo da lleg una nueva actividad al campamento de los conspiradores. Ahorael bedawy no beba caf en el mk'aad; los naipes de los blancos estaban guardados ylos guerreros galla ya no jugaban a minkala.

    Zveri estaba sentado tras su mesa plegable dando rdenes a sus ayudantes y, con laayuda de Zora y de Raghunath Jafar, entregaba municin a la fila de hombres armadosque iban pasando por delante de ellos. Miguel Romero y los dos restantes blancossupervisaban la distribucin de cargas entre los porteadores. El negro salvaje Kitembo semova sin cesar entre sus hombres, dando prisa a los rezagados en las fogatas deldesayuno y formando en compaas a los que haban recibido su municin. Abu Batn, e jeque, estaba sentado en cuclillas con aire altivo con sus guerreros quemados por el solEllos, siempre a punto, observaban con desprecio los desordenados preparativos de suscompaeros.

    -Cuntos dejis para proteger el campamento? -pregunt Zora.-T y el camarada Jafar os quedaris aqu -respondi Zveri-. Tambin se quedarn

    vuestros criados y una guardia de diez askaris.-Ser suficiente dijo la muchacha-. No hay peligro.-No -coincidi Zveri-, ahora no, pero si Tarzn estuviera aqu sera diferente. Me cost

    mucho asegurarme de su ausencia antes de elegir esta regin para nuestro campamento base, pero me enter de que estara ausente bastante tiempo; participa en alguna estpida

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    expedicin en dirigible de la que no se sabe nada. Lo ms seguro es que est muerto.Cuando el ltimo de los negros hubo recibido su parte de municin, Kitembo reuni a

    los hombres de su tribu a cierta distancia del resto de la expedicin y les areng en voz baja. Eran basembos, y Kitembo, su jefe, les hablaba en el dialecto de su pueblo.

    Kitembo odiaba a todos los blancos. Los britnicos haban ocupado la tierra que haba

    sido el hogar de su pueblo desde antes de que el hombre tuviera memoria; y comoKitembo, jefe hereditario, se haba negado a aceptar la dominacin de los invasores, lehaban depuesto y en su lugar haban colocado a una marioneta.

    Para Kitembo, el jefe -salvaje, cruel y traidor-, todos los blancos eran anatema, perovea en su relacin con Zveri la oportunidad de vengarse de los britnicos; y por esohaba reunido a muchos de los hombres de su tribu y los haba enrolado en la expedicinque, segn Zveri le prometa, arrebatara para siempre la tierra a los britnicos y dara aKitembo un poder y gloria an mayores que los que haban posedo los anteriores jefes basembo.

    Sin embargo, no era fcil para Kitembo mantener el inters de su gente en esta empresa.Los britnicos haban socavado en gran medida su poder e influencia, de forma que los

    guerreros, que antiguamente se habran doblegado a su voluntad como esclavos, ahoraosaban cuestionar abiertamente su autoridad. Hasta el momento no haban puesto reparos pues la expedicin no entraaba mayores penalidades que cortas marchas, campamentosagradables y comida abundante, con negros de la costa oeste y miembros de otras tribusmenos guerreras que los basembo como porteadores para acarrear la carga y hacer todo etrabajo pesado; pero ahora que la lucha se cerna sobre ellos, algunos deseaban saber quiban a sacar de ello, pues, al parecer, tenan poco estmago para arriesgar el pellejo con el

    fin de satisfacer las ambiciones u odios del blanco Zveri o del negro Kitembo.Suavizar estos descontentos era la razn por la que ahora Kitembo estaba arengando a

    sus guerreros, prometindoles botn en una mano y despiadado castigo en la otra para queeligieran entre la obediencia y el motn. Algunas de las recompensas que les puso ante suimaginacin tal vez habran perturbado considerablemente a Zveri y a los otros miembros blancos de la expedicin si hubieran entendido el dialecto basembo; pero quizs el mejoargumento para que obedecieran sus rdenes era el autntico miedo que la mayora de susseguidores an senta por su despiadado jefe.

    Entre los otros negros de la expedicin se encontraban miembros proscritos de variastribus y un nmero considerable de porteadores contratados de la manera corriente paraacompaar lo que oficialmente se describa como una expedicin cientfica.

    Abu Batn y sus guerreros estaban impulsados a una lealtad temporal hacia Zveri pordos motivos: la codicia por el botn y el odio a todos los nasrny, representados por lainfluencia britnica en Egipto y en el desierto, que ellos consideraban su propiedad porherencia.

    Los miembros de otras razas que acompaaban a Zveri se supona estaban motivados por aspiraciones nobles y humanitarias; pero era cierto, no obstante, que su cabecilla leshablaba con mayor frecuencia de la adquisicin de riquezas personales y poder que del progreso de la fraternidad del hombre o de los derechos del proletariado.

    As pues, esta heterognea aunque formidable expedicin parti aquella agradablemaana en busca del tesoro de la misteriosa Opar.

    Mientras Zora Drinov les observaba partir, sus bellos e inescrutables ojos permanecieron fijos en la persona de Peter Zveri hasta que hubo desaparecido de la vista

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    por el sendero del ro que penetraba en la oscura jungla.Era una joven contemplando, agitada, la partida de su amante en una misin llena de

    peligro, o...?-Tal vez no regrese -dijo una voz untuosa junto a su hombro.La muchacha volvi la cabeza para mirar a los ojos entrecerrados de Raghunath Jafar.

    -Volver, camarada -dijo ella-. Peter Zveri siempre vuelve a m.-Ests muy segura de l -declar el hombre con una mirada impdica.-Est escrito -replic la muchacha encaminndose hacia su tienda.-Espera -dijo Jafar.Ella se par y se volvi hacia l.-Qu quieres? -pregunt.-A ti -respondi l-. Qu ves en ese cerdo inculto, Zora? Qu sabe l de amor o de

    belleza? Yo s valorarte, hermosa flor de la maana. Conmigo puedes alcanzar latrascendente felicidad del amor perfecto, pues soy adepto al culto del amor. Una bestiacomo Zveri slo te degradara.

    La muchacha disimul la repugnancia que el hombre despertaba en ella, pues

    comprenda que la expedicin podra estar fuera muchos das y que durante ese tiempoella y Jafar estaran prcticamente solos, salvo por un puado de salvajes guerrerosnegros cuya actitud hacia un asunto de esta naturaleza entre una mujer y un hombreextraos no poda prever; pero estaba, no obstante, decidida a poner fin a lasinsinuaciones de Jafar.

    -Ests jugando con fuego, Jafar -dijo con calma-. No estoy aqu en una misin de amor,y si Zveri se enterara de lo que me has dicho te matara. No vuelvas a hablarme de esetema.

    -No ser necesario -respondi el hind, enigmticamente. Tena los ojos entrecerrados yclavados en los de la muchacha. Durante menos de medio minuto los dos permanecieronas, mientras una sensacin de creciente debilidad, de prxima capitulacin, invada aZora Drinov. Hizo esfuerzos para controlarla, midiendo su voluntad con la del hombre.De pronto, ella apart los ojos. Haba ganado, pero la victoria la dej dbil y temblorosacomo alguien que acabara de experimentar un encuentro fsico muy reido. Se volvi congesto rpido y se dirigi presurosa a su tienda, sin atreverse a mirar atrs por miedo aencontrar de nuevo aquellos pozos gemelos de poder perverso y maligno que eran losojos de Raghunath Jafar; y por eso no vio la untuosa sonrisa de satisfaccin que torca lossensuales labios del hind, ni oy que repeta en un susurro:

    -No ser necesario.

    Mientras la expedicin segua el serpenteante sendero que conduce al pie de la barrerade acantilados de la frontera inferior de la rida meseta tras la que se yerguen las antiguasruinas de Opar, Wayne Colt, muy al oeste, avanzaba penosamente hacia el campamento base de los conspiradores. Al sur, un monito cabalgaba a lomos de un gran len, lanzandoinsultos ahora con total impunidad a toda criatura de la jungla que se cruzaba en sucamino; entretanto, con igual desprecio por todas las criaturas inferiores, el poderosocarnvoro avanzaba con altivez en la direccin del viento, seguro de-s mismo puesconoca su incuestionable poder. Una manada de antlopes que coma hierba en su caminocapt el acre olor del felino y se puso en movimiento con nerviosismo; pero cuando

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    Tarzn el invencible Edgar Rice Burroughs

    estuvo al alcance de su vista, se apartaron un poco para dejarle paso; y, cuando an podan verlo, se pusieron de nuevo a comer hierba, ya que Numa, el len, se habaalimentado bien y los herbvoros lo saban, pues las criaturas de la jungla saben muchascosas que escapan a la embotada sensibilidad del hombre y no sintieron ningn temor.

    Lejos de all, el olor del len lleg hasta otros; y tambin ellos se movieron con

    nerviosismo, aunque su miedo era menor del que haban sentido en un principio losantlopes. Estos otros eran los grandes simios de la tribu de To-yat, cuyos poderososmachos tenan pocos motivos para temer incluso al propio Numa, aunque sus hembras ycachorros podran muy bien echarse a temblar.

    A medida que se acercaba el felino, el mangani se puso ms inquieto y ms irritable.To-yat, el rey simio, se golpe el pecho y ense sus grandes colmillos. Ga-yat, con los potentes hombros encorvados, se acerc al borde de la manada, ms cerca del peligro quese aproximaba. Zu-tho pate el suelo en gesto de amenaza. Las hembras llamaron a suscachorros y muchas saltaron a las ramas inferiores de los rboles ms grandes o buscaron posiciones cerca de una va de escape arbrea.

    En ese momento, un hombre blanco semidesnudo cay del denso follaje de un rbol y

    aterriz en medio de ellos. Saltaron los nervios tensos y el mal genio. La manada,rugiendo y gruendo, se precipit hacia el odiado humano. El rey simio iba en cabeza.-To-yat tiene mala memoria -dijo el hombre en la lengua de los mangani.El simio se detuvo un instante, sorprendido quiz al or brotar de los labios de un

    humano la lengua de los de su especie.-Soy To-yat! -gru-. Yo mato.-Soy Tarzn -replic el hombre-, poderoso cazador y poderoso luchador. Vengo en son

    de paz.-Matar! Matar! -rugi To-yat, y los otros grandes machos avanzaron, amenazadores,

    mostrando los colmillos.-Zu-tho! Ga-yat! -espet el hombre-, soy Tarzn de los Monos -pero ahora los machos

    estaban nerviosos y asustados, pues perciban con fuerza el olor de Numa y

    la conmocinque haba producido la sbita aparicin de Tarzn les haba hundido en el pnico.

    Mata! Mata! -rugieron; pero no atacaron, sino que avanzaron lentamente, creando enellos el necesario frenes que terminara en un ataque repentino que ninguna criatura viva podra resistir y que no dejara ms que fragmentos ensangrentados del objeto de su ira.

    Y entonces un estridente grito brot de los labios de una grande y peluda madre quellevaba un cachorrito a la espalda.

    Numa! -grit, y, volvindose, corri a refugiarse en el follaje de un rbol prximo.Al instante, las hembras y cachorros que quedaban en tierra se subieron a los rboles.

    Los machos por un momento desviaron su atencin del hombre y la fijaron en la nuevaamenaza. Lo que vieron trastorn la poca ecuanimidad que les quedaba. Avanzando rectohacia ellos, con sus grandes ojos amarillo-verdosos reluciendo de ferocidad, se hallaba un poderoso len amarillo; y posado en su lomo iba un monito que les gritaba insultos. Veresto fue excesivo para los simios de To-yat, y el rey fue el primero en reaccionar. Lan-zando un rugido cuya ferocidad acaso salv su autoestima, dio un salto para subirse alrbol que estaba ms cerca; y, al instante, los otros simios se dispersaron y huyeron,dejando al gigante blanco solo para enfrentarse con el enojado len.

    Echando chispas por los ojos, el rey de las fieras avanz hacia el hombre, con la cabeza baja, la cola extendida y la melena al viento. El hombre pronunci una sola palabra en un

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    tono bajo que slo se habra odo a unos metros. Al instante el len levant la cabeza y lahorrible mirada desapareci de sus ojos; y en ese mismo instante, el monito, lanzando unestridente grito de reconocimiento y placer, salt por encima de la cabeza de Numa y contres prodigiosos saltos se plant sobre el hombro de Tarzan, rodeando con sus bracitos el bronceado cuello del hombre.

    -Pequeo Nkima! -susurr Tarzn, con la suave mejilla del mono apretada contra lasuya.El len avanz majestuosamente. Olisc las piernas desnudas del hombre, frot la

    cabeza contra su costado y se tumb a sus pies.-Jad-bal-ja! -salud el hombre mono.Los grandes simios de la tribu de To-yat observaban la escena desde los rboles, a

    salvo. Su pnico y su ira haban desaparecido. -Es Tarzn -dijo Zu-tho.-S, es Tarzn -repiti Ga-yat.To-yat gru. No le gustaba Tarzn, pero le tema; y ahora, con esta nueva prueba del

    poder del gran tarmangani, le tema an msDurante un rato, Tarzn escuch el parloteo del pequeo Nkima. Se enter de la

    presencia de los extraos tarmangani y de los muchos guerreros gomangani que habaninvadido el dominio del Seor de la Jungla.Los grandes simios se movan inquietos en los rboles, deseando descender; pero

    teman a Numa, y los grandes machos pesaban demasiado para desplazarse seguros en loselevados y frondosos senderos por los que los simios inferiores pasaban sin peligro, porlo que no podan marcharse hasta que lo hubiera hecho Numa.

    -Vete! -grit To-yat, el rey-. Vete y deja a los mangani en paz.-Ya nos vamos -respondi el hombre mono-, pero no tenis que temer ni a Tarzn ni al

    len dorado. Somos vuestros amigos. He dicho a Jad-bal-ja que nunca tiene que hacerosdao. Podis bajar.

    -Nos quedaremos en los rboles hasta que se haya ido -dijo To-yat-; podra olvidarse.-Tienes miedo -dijo Tarzn con desprecio-. Zutho o Ga-yat no tendran miedo.-Zu-tho no tiene miedo de nada -alarde el gran macho.Sin decir una sola palabra, Ga-yat baj pesadamente del rbol en el que se haba

    refugiado y, si no con marcado entusiasmo, al menos con leve vacilacin, avanz haciaTarzn y Jad-bal-ja, el len dorado. Sus compaeros le miraban con atencin, esperandoverle atacado y destrozado por el destructor de ojos amarillos que yaca a los pies deTarzn, observando todos los movimientos del simio. El Seor de la Jungla tambinobservaba al gran Numa, pues ninguno saba mejor que l que un len, por acostumbradoque est a obedecer a su amo, siempre es un len. En los aos que haban pasado juntosdesde que Jad-bal-ja era una bolita peluda con manchas, nunca haba tenido motivos paradudar de la lealtad del carnvoro, aunque algunas veces le haba resultado difcil y peligroso calmar algunos de los ms feroces instintos hereditarios de la fiera.

    Ga-yat se acerc, mientras el pequeo Nkima parloteaba desde la seguridad que le proporcionaba el hombro de su amo; y el len, parpadeando perezosamente, por findesvi la mirada. El peligro, si es que haba existido, desapareci; lo que es un mal presagio es la mirada fija del len.

    Tarzn avanz y puso una mano amistosa en el hombro del simio.-ste es Ga-yat -dijo, dirigindose a Jad-bal ja-, amigo de Tarzn; no le hagas dao. No

    habl en la lengua del hombre. Quizs el medio de comunicacin que utiliz Tarzn no

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    podra llamarse propiamente una lengua, pero el len, el gran simio y el pequeoManu leentendieron.

    -Dile al mangani que Tarzn es amigo del pequeo Nkima -dijo el monito con vozestridente-. No debe hacer dao al pequeo Nkima.

    -Es como dice Nkima -asegur el hombre mono a Ga-yat.

    -Los amigos de Tarzn son amigos de Ga-yat -respondi el gran simio.-Est bien elijo Tarzn-, y, ahora, vmonos. Diles a To-yat y a los otros lo que hemosdicho y tambin que hay hombres extraos en esta regin, que es la de Tarzn. Que losobserven, pero que no se dejen ver por los hombres, pues quiz son hombres malos, quellevan los palos de trueno que matan con humo y fuego y gran estruendo. Tarzn ahora vaa ver por qu estn en la regin esos hombres.

    Zora Drinov haba evitado a Jafar desde la partida de la expedicin a Opar. Apenashaba salido de su tienda, fingiendo tener dolor de cabeza, y el hind no haba hechoningn intento de invadir su intimidad. As transcurri el primer da. En la maana del

    segundo da, Jafar llam al jefe de los askaris, que se haba quedado para protegerles y procurarles comida.-Hoy -dijo Raghunath Jafar- sera un buen da para cazar. Las seales son propicias. Ve,

    pues, a la jungla, con todos tus hombres, y no vuelvas hasta que el sol est bajo en eloeste. Si lo haces, habr regalos para ti, adems de toda la carne que puedas comer de lascarcasas de los animales que hayas matado. Lo entiendes?

    -Si, bwana -respondi el negro.-Llvate al chico de la mujer. Aqu no le necesitaremos. Mi chico cocinar para

    nosotros.-Quiz no vendr -sugiri el negro.-Vosotros sois muchos, l slo es uno; pero que la mujer no se entere de que os lo

    llevis.-Cules son los regalos? -pregunt el jefe.-Un retal de tela y cartuchos -respondi Jafar.-Y la espada curvada que llevas cuando vamos de marcha.-No -respondi Jafar.-No es un buen da para cazar -replic el negro, dndose media vuelta.-Dos retales de tela y cincuenta cartuchos -sugiri Jafar.-Y la espada curvada -y as, tras mucho regatear, hicieron el trato.El jefe reuni a sus askaris y les orden que se prepararan para la caza, diciendo que el

    bwana moreno lo haba ordenado, pero no dijo nada de los regalos. Cuando estuvieronlistos, envi a buscar al criado de la mujer blanca.

    -Tienes que acompaarnos de caza -dijo al muchacho.-Quin lo ha dicho? -pregunt Wamala.-El bwana moreno -respondi Kahiya, el jefe. Wamala se ech a rer.-Yo recibo rdenes de mi ama, no del bwana moreno.Kahiya salt sobre l y le dio una sonora bofetada en la boca mientras dos de sus

    hombres agarraban a Wamala por ambos lados.-T recibes rdenes de Kahiya -declar. Unas lanzas de caza se apretaban al cuerpo

    tembloroso del muchacho-. Vendrs de caza con nosotros? -pregunt Kahiya.

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    -Ir -respondi Wamala-. Slo era una broma.Mientras Zveri guiaba su expedicin hacia Opar, Wayne Colt, impaciente por unirse al

    cuerpo principal de los conspiradores, instaba a sus hombres a apretar el paso en su bsqueda del campamento. Los principales conspiradores haban entrado en frica pordiferentes puntos para no llamar demasiado la atencin. Siguiendo este plan, Colt haba

    llegado a la costa oeste y viajado tierra adentro en tren hasta la estacin terminal, desdedonde tena que realizar un largo y penoso viaje a pie; as que ahora, cuando su destinocasi se hallaba a la vista, estaba ansioso por poner fin a esta parte de su aventura.Tambin senta curiosidad por conocer a los otros miembros principales de esta peligrosaempresa, pues slo conoca a Peter Zveri.

    El joven norteamericano no era desconocedor de los grandes riesgos que corra alunirse a una expedicin que persegua la paz de Europa y el control ltimo de una granseccin del frica nororiental a travs del descontento extendido mediante propaganda detribus nativas populosas y guerreras, en especial en vista del hecho de que gran parte desu operacin deba llevarse a cabo en territorio britnico, donde el poder britnico eramucho ms que formal. Pero, como era joven y entusiasta, aunque anduviera

    desencaminado, estas contingencias no pesaban mucho en su nimo, el cual, lejos de estadeprimido, se encontraba, por el contrario, ansioso de accin.El tedio del viaje desde la costa no se haba visto aliviado por una compaa agradable

    o adecuada, ya que la mentalidad infantil de Tony no poda elevarse por encima de unturbio concepto de la independencia filipina y la consideracin de la ropa elegante queiba a comprar cuando, mediante un proceso econmico vagamente visualizado, obtuvierasu parte de las fortunas de los Ford y los Rockefeller.

    Sin embargo, a pesar de las carencias mentales de Tony, Colt estaba autnticamenteencariado con el joven y, entre la compaa del filipino y la de Zveri, habra elegido al primero, pues su breve encuentro con el ruso en Nueva York y San Francisco le habaconvencido de que como compaero dejaba mucho que desear; tampoco tena motivos para prever que encontrara socios ms agradables entre los conspiradores.

    Avanzando con dificultad, Colt slo era vagamente consciente de las vistas y sonidos,ahora ya familiares, de la jungla, los cuales para entonces, haba que admitirlo, haban perdido bastante atractivo. Aunque hubiera tomado nota de esto ltimo, cabe dudar que suodo no entrenado hubiese captado el persistente parloteo de un monito que le seguadesde los rboles; tampoco esto le habra impresionado particularmente, a menos quehubiera sido capaz de saber que este monto concreto iba montado en el hombro de un bronceado Apolo de la jungla, que se mova en silencio detrs de l por un frondosocamino de las ramas inferiores.

    Tarzn haba adivinado que este hombre blanco, cuyo rastro haba encontrado de formainesperada, se encaminaba hacia el campamento principal del grupo de extranjeros que eSeor de la Jungla estaba buscando; y as, con la persistencia y paciencia del cazadorsalvaje, sigui a Wayne Colt; mientras, el pequeo Nkima, que iba en su hombro,regaaba a su amo por no destruir inmediatamente al tarmangani y a todo su grupo, puesel pequeo Nkima era un alma sedienta de sangre cuando el derramamiento de esta sangreiba a llevarlo a cabo otro.

    Y mientras Colt instaba con impaciencia a sus hombres a ir ms deprisa, y Tarzn lesegua y Nkima parloteaba, Raghunath Jafar se aproxim a la tienda de Zora Drinov.Cuando su figura oscureci la entrada, arrojando una sombra sobre el libro que ella lea

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    tumbada en un camastro, la muchacha levant la mirada.El hind sonri con hipocresa.-He venido a ver si tu dolor de cabeza se haba calmado -dijo.-Gracias, pero no -dijo la muchacha con frialdad-; pero si nadie me molesta quiz

    pronto me encuentre mejor.

    Pasando por alto la indirecta, Jafar entr en la tienda y se sent en una silla decampamento.-Me siento solo -dijo- desde que los otros se marcharon.Ati no te pasa?-No -respondi Zora-. Estoy muy bien sola y descansando.-El dolor de cabeza te ha venido de pronto -dijo Jafar-. Hace un rato parecas estar la

    mar de bien y animada.La muchacha no respondi. Se preguntaba qu se haba hecho de su criado, Wamala, y

    por qu no haba cumplido sus instrucciones explcitas de no permitir que nadie lamolestara. Tal vez Raghunath Jafar le ley los pensamientos, pues a menudo se atribuyen poderes extraordinarios a los indios orientales, por poco demostrada que est estacreencia. Sin embargo, las palabras que pronunci Jafar sugeran esta posibilidad.

    -Wamala se ha ido a cazar con los askaris -dijo.-Yo no le he dado permiso -replic Zora.-Me he tomado la libertad de hacerlo yo -declar Jafar.-No tenas derecho -protest enojada la muchacha, incorporndose-. Has supuesto

    demasiado, camarada Jafar.-Un momento, querida -dijo el hind con calma-. No discutamos. Como sabes, te quiero

    y el amor no halla confirmacin en las multitudes. Quizs he supuesto mal, pero slo lohe hecho con el fin de darme una oportunidad para presentar mi causa sin interrupcionesy, adems, como sabes, en el amor y en la guerra todo est permitido.

    -Entonces, consideremos que esto es una guerra -dijo la muchacha-, pues sin dudaalguna no es amor, ni por tu parte ni por la ma. Hay otra palabra que describe lo que teempuja a ti, camarada Jafar, y lo que me empuja a m ahora es el odio. No te soportara niaunque fueras el ltimo hombre que hubiera en la tierra, y cuando Zveri regrese, te prometo que se lo contar todo.

    -Mucho antes de que Zveri regrese te habr enseado a quererme -dijo el hind con pasin. Se levant y se acerc a ella. La muchacha se puso en pie de un salto, mirandorpidamente alrededor en busca de un arma de defensa. Su cartuchera y su revlvercolgaban de la silla en la que Jafar se haba sentado, y su rifle se encontraba en el ladoopuesto de la tienda.

    -Ests desarmada -dijo el hind-. Me he asegurado de ello cuando he entrado en latienda. No te servir de nada gritar pidiendo ayuda; no hay nadie en el campamento msque t, yo y mi criado, que sabe que si valora su vida es mejor que no venga si no lellamo.

    -Eres una bestia -dijo la muchacha.-Por qu no eres razonable, Zora? -pregunt Jafar-. No te hara ningn dao ser

    amable conmigo, y las cosas seran mucho ms fciles para ti. Zveri no tiene por qusaber nada de esto, y una vez estemos de nuevo en la civilizacin, si an crees que nodeseas seguir conmigo, no te retendr; pero estoy seguro de que puedo ensearte aamarme y que seremos muy felices juntos.

    -Sal de aqu! -orden la muchacha. No haba miedo ni histeria en su voz. Era una voz

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    muy calmada y controlada.Para un hombre no completamente cegado por la pasin esto habra significado algo

    -una inflexible determinacin a defenderse hasta la muerte-, pero Raghunath Jafar slovio a la mujer a la que deseaba y se acerc a ella y la agarr.

    Zora Drinov era joven, gil y fuerte; sin embargo, no era rival para el corpulento hind,

    cuyas capas de grasa escondan la gran fuerza fsica que haba debajo. Ella intentliberarse y escapar de la tienda, pero l la atrap y la arrastr de nuevo dentro. Luego, ellase volvi contra l con furia y le golpe repetidamente en la cara, pero l la estrech anms entre sus brazos y la llev al camastro.

    IIIFuera de la tumba

    El gua de Wayne Colt, que se haba avanzado un poco a los norteamericanos, se parde pronto y mir atrs con una amplia sonrisa. Luego, seal hacia delante:

    -El campamento, bwana! -exclam, triunfante.

    -Gracias a Dios! -exclam a su vez Colt con un suspiro de alivio.-Est vaco -dijo el gua.-Eso parece -coincidi Colt-. Echemos un vistazo y, seguido por sus hombres, entr en

    el campamento. Sus cansados porteadores dejaron sus cargas en el suelo y, con losaskaris, se tumbaron despatarrados bajo la sombra de los rboles mientras Colt, seguido por Tony, investigaba el campamento.

    Casi de inmediato, la violenta sacudida de una de las tiendas llam la atencin del jovennorteamericano.

    -Ah dentro hay alguien o algo -dijo a Tony, mientras avanzaba con bro hacia laentrada.

    Lo que vio en el interior de la tienda hizo brotar de sus labios una abrupta exclamacinun hombre y una mujer luchaban en el suelo, el primero con las manos en la garganta desu vctima mientras la muchacha le golpeaba dbilmente la cara con los puos apretados.

    Tan absorto se hallaba Jafar en su infructuoso intento de someter a la muchacha que nose dio cuenta de la presencia de Colt hasta que una fuerte mano le cogi por el hombro yle apart violentamente.

    Consumido por una furia manaca, se puso en pie de un salto y peg al norteamericano, pero ste le dio un golpe que le hizo retroceder. Volvi a atacar y de nuevo fue golpeadofuertemente en la cara. Esta vez cay al suelo, y cuando se pona en pie, tambaleante,Colt le cogi, le hizo girar en redondo y le lanz fuera de la tienda, acelerando su partidacon una oportuna patada.

    -Si intenta volver a entrar, disprale -espet al filipino, y se volvi para ayudar a lamuchacha a ponerse en pie.

    Medio arrastrndola, la puso sobre el camastro y, al encontrar agua en un cubo, le lavla frente, la garganta y las muecas.

    Fuera de la tienda, Raghunath Jafar vio a los porteadores y a los askaris tumbados a lasombra de un rbol. Tambin vio a Antonio Mori con el entrecejo fruncido y un revlveren la mano, y, lanzando una enojada imprecacin, se volvi y se encamin hacia sutienda, con el rostro lvido de ira y ganas de asesinar en su corazn.

    Entonces Zora Drinov abri los ojos y vio el rostro solcito de Wayne Colt inclinado

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    sobre ella.Desde el frondoso retiro de un rbol que daba al campamento, Tarzn de los Monos

    contemplaba la escena. Una sola slaba en un susurro haba silenciado el parloteo de Nkima. Tarzn haba observado las violentas sacudidas de la tienda que haban llamado laatencin de Colt y haba visto la precipitada salida del hind del interior y la amenaza-

    dora actitud del filipino que impeda a Jafar regresar al conflicto. Estos asuntosinteresaban poco al hombre mono. Las peleas y deserciones de aquella gente ni siquieradespertaban su curiosidad. Lo que deseaba conocer era la razn de su presencia all, ytena dos planes para obtener esta informacin. Uno consista en mantenerles bajoconstante vigilancia hasta que sus actos revelaran lo que deseaba saber. El otro eradeterminar quin era el jefe de la expedicin y luego entrar en el campamento para pedirla informacin que deseaba. Pero esto no lo hara hasta que supiera lo suficiente paratener ventaja. Lo que ocurra dentro de la tienda no lo saba ni le importaba.

    Durante varios segundos despus de abrir los ojos, Zora Drinov mir atentamente alhombre que se inclinaba sobre ella.

    -Debes de ser el norteamericano -dijo por fin.

    -Soy Wayne Colt -repuso l- y, puesto que has adivinado mi identidad, supongo queesto es el campamento del camarada Zveri.Ella asinti.-Has llegado a tiempo, camarada Colt -dijo ella.-Doy gracias a Dios por ello -dijo l.-Dios no existe -le record la muchacha.Colt enrojeci.-Somos criaturas de la herencia y la costumbre -explic.Zora Drinov sonri.-Es cierto -dijo-, pero es tarea nuestra romper muchos malos hbitos, no slo por

    nosotros sino por el mundo entero.Como la haba tumbado en el camastro, Colt haba examinado a la muchacha

    disimuladamente. No saba que habra una mujer blanca en el campamento de Zveri, perode haberlo sabido es seguro que no habra previsto que fuera como sta; ms bien habraimaginado a una agitadora capaz de acompaar a una banda de hombres al corazn defrica como una campesina tosca y desaliada de edad madura; pero esta muchacha, des-de la cabeza, con su glorioso pelo ondulado, hasta los pies, pequeos y bien formados,lejos de estar desaliada, era tan elegante como poda ser una mujer en aquellascircunstancias y, por aadidura, era joven y hermosa.

    -El camarada Zveri est fuera del campamento? -pregunt.-S, ha salido a hacer una corta expedicin. -Y no hay nadie para presentarnos?

    -pregunt con una sonrisa.-Oh, perdona -dijo ella-. Soy Zora Drinov.-No haba previsto una sorpresa tan agradable -dijo Colt-. Slo esperaba encontrar

    hombres sin ningn inters, como yo. Y quin era el tipo al que he interrumpido?-Era Raghunath Jafar, un hind.-Es uno de los nuestros? -pregunt Colt.-S -respondi la muchacha-, pero no por muchotiempo; no lo ser cuando Peter Zveri regrese. -Quieres decir...?-Quiero decir que Peter le matar.

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    Colt se encogi de hombros.-Es lo que se merece -dijo-. Quiz debera haberlo hecho yo.-No -replic la muchacha-, djaselo a Peter.-Te dejaron sola en este campamento sin proteccin alguna? -pregunt Colt.-No. Peter dej a mi criado y diez askaris, pero Jafar se las ha arreglado para que se

    fueran todos del campamento.-Ahora estars a salvo -dijo-. Me ocupar de ello hasta que el camarada Zveri regrese.Ahora voy a preparar mi campamento, y enviar a dos de mis askaris para que haganguardia ante tu tienda.

    -Eres muy amable -dijo ella-, pero creo que ahora que ests aqu no ser necesario.-Lo har de todos modos -replic-. Me sentir ms seguro.-Y cuando hayas preparado el campamento, vendrs a cenar conmigo? -pregunt la

    muchacha, y aadi-: Oh, lo olvidaba. Jafar tambin ha hecho marchar a mi criado. Nohay nadie que cocine para m.

    -Entonces, cenars conmigo -ofreci l-. Mi criado es bastante buen cocinero.-Estar encantada, camarada Colt -agradeci ella.

    Cuando el norteamericano sali de la tienda, Zora Drinov se recost en el camastro conlos ojos entrecerrados. Qu diferente era aquel hombre de lo que esperaba. Al recordarsus facciones, y en especial sus ojos, le cost creer que un hombre como aquel pudieraser un traidor a su padre o a su pas, pero entonces se dio cuenta de que muchos hombresse haban vuelto contra los suyos por una idea. Con su propia gente era diferente. Nuncahaban tenido una oportunidad. Siempre haban estado bajo el dominio de un tirano uotro. Crean implcitamente que lo que hacan era por su bien y el de su pas. A los queestaban motivados por la sincera conviccin no se les poda acusar de traicin, y sinembargo, aunque ella era rusa hasta la mdula, no poda por menos de contemplar condesprecio a los ciudadanos de otros pases que se volvan contra su gobierno para contri- buir a satisfacer las ambiciones de un poder extranjero. Puede que estemos dispuestos aaprovecharnos de la actuacin de mercenarios y traidores extranjeros, pero no podemosadmirarles.

    Mientras Colt iba de la tienda de Zora hasta donde sus hombres esperaban lasinstrucciones necesarias para preparar su campamento, Raghunath Jafar le observabadesde el interno de su tienda. Un gesto de perversidad enturbiaba el semblante del hindy el odio se reflejaba en sus ojos.

    Tarzn, que observaba desde arriba, vio al joven norteamericano dar instrucciones a sushombres. La personalidad de este joven extranjero haba impresionado favorablemente aTarzn. Le gustaba tanto como poda gustarle cualquier extranjero, pues en el fuerointerior del hombre mono estaba grabado el recelo de la fiera salvaje hacia todos losextranjeros y en especial hacia los blancos. Mientras le observaba ahora nada escapaba asus ojos. As pues, vio a Raghunath Jafar salir de su tienda con un rifle. Slo Tarzn y el pequeo Nkima lo vieron, y slo Tarzn lo interpret de un modo siniestro.

    Raghunath Jafar se alej del campamento y penetr en la jungla. Avanzando en silencio por los rboles, Tarzn de los Monos le sigui. Jafar hizo un semicrculo en el interior delverdor de la jungla que le ocultaba y se par. Desde donde se encontraba vea todo elcampamento, pero su posicin quedaba oculta por el follaje.

    Colt observaba la disposicin de sus cargas y el montaje de su tienda. Sus hombresestaban ocupados con las diversas tareas que su capataz les haba asignado. Estaban

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    cansados y hablaban poco. Trabajaban en su mayor parte en silencio, y una quietudinusual reinaba en el lugar; una quietud que fue quebrada, repentina e inesperadamente por un grito angustiado y un disparo de rifle, tan prximos ambos que era imposible decirqu haba sido primero. Una bala pas silbando junto a la cabeza de Colt y rasgu ellbulo de la oreja de uno de sus hombres, que estaba de pie detrs de l. Al instante las

    pacficas actividades del campamento se trocaron en un gran revuelo. Por un momentohubo disparidad de opiniones en cuanto a la direccin de la que haban procedido eldisparo y el grito, y entonces Colt vio un poco de humo que se elevaba en la jungla, justodespus del lmite del campamento.

    Ah -dijo, y ech a andar hacia ese punto.El jefe de los askaris le detuvo.-No vaya, bwana -le aconsej-. Quiz se trata de un enemigo. Disparemos primero

    hacia la jungla.-No -dijo Colt-. Primero investigaremos. Coge algunos de tus hombres y que vayan por

    la derecha, y yo coger al resto e iremos por la izquierda. Penetraremos en la junglalentamente hasta que nos encontremos.

    -S, bwana -acept el jefe, y llam a sus hombres para darles las instrucciones pertinentes. Ningn ruido ni nada que sugiriera una presencia viva salud a los dos grupos cuando

    entraron en la jungla; tampoco encontraron seal alguna de ningn merodeador cuandounos momentos despus, se encontraron. Ahora formaban un semicrculo y, a una ordende Colt, avanzaron hacia el campamento.

    Fue Colt quien encontr a Raghunath Jafar muerto en el suelo, en el lmite delcampamento. Con la mano derecha agarraba su rifle y tena una gruesa flecha clavada enel corazn.

    Los negros que se agolparon en torno al cuerpo se miraron unos a otros con aireinterrogativo y, luego, miraron hacia la jungla y los rboles. Uno de ellos examin laflecha.

    -Nunca he visto una flecha igual -afirm-. No la han hecho las manos del hombre.De inmediato los negros se llenaron de temores supersticiosos.-El disparo iba dirigido al bwana -dijo uno-; por lo tanto, el demonio que ha disparado

    la flecha es amigo de nuestro bwana. No debemos tener miedo.Esta explicacin satisfizo a los negros, pero no a Wayne Colt. Le dio vueltas al asunto

    mientras regresaba al campamento, despus de ordenar que enterraran al hind.Zora Drinov estaba de pie en la entrada de su tienda y, cuando le vio, fue a su

    encuentro.-Qu ha ocurrido? -pregunt-. Qu ha sido eso?-El camarada Zveri no matar a Raghunath Jafar -dijo.-Por qu? -pregunt ella.-Porque Raghunath Jafar ya est muerto.-Quin puede haber disparado la flecha? -pregunt la muchacha cuando l le cont

    cmo haba muerto el hind.-No tengo la ms remota idea -admiti l-. Es un misterio absoluto, pero significa que

    estn vigilando el campamento y que debemos ir con mucho cuidado de no entrar solosen la jungla. Los hombres creen que han disparado la flecha para salvarme de la bala deun asesino; y si bien es posible que Jafar pretendiera matarme, creo que si yo hubiera ido

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    a la jungla solo en lugar de ir l, sera yo el que ahora yacera muerto. Los nativos os hanmolestado desde que acampasteis aqu, o habis tenido alguna experiencia desagradablecon ellos?

    -No hemos visto a ningn nativo desde que estamos aqu. A menudo hemos comentadoel hecho de que esta zona parece estar completamente desierta y deshabitada, pese a que

    est llena de caza.-Esto puede ayudar a explicar el hecho de que est deshabitada -sugiri Colt-, oaparentemente deshabitada. Tal vez sin querer hemos invadido la regin de alguna tribuinusualmente feroz que tiene esta manera de recibir a los recin llegados y de indicarlesque son personanon grata.

    -Dices que uno de nuestros hombres ha resultado herido? -pregunt Zora.-No es nada grave. Slo ha sido un rasguo en una oreja.-Se encontraba cerca de ti?-Estaba de pie detrs de m -respondi Colt. -Creo que no cabe duda de que Jafar tena

    intencin de matarte -dijo Zora.-Quiz -concedi Colt-, pero no lo consigui. Ni siquiera me ha quitado el apetito; y si

    consigo calmar el nerviosismo de mi criado, podremos cenar.Desde lejos, Tarzn yNkima observaban el entierro de Raghunath Jafar y, un poco mstarde, vieron el regreso de Kahiya y sus askaris con el criado de Zora, Wamala, quehaban sido enviados fuera del campamento de Jafar.

    -Dnde estn -pregunt Tarzn a Nkima- todos aquellos tarmangani y gomangani queme dijiste que haba en este campamento?

    -Han cogido sus palos de trueno y se han marchado -respondi el pequeoManu-.Estn buscando a Nkima.

    Tarzn de los Monos sonri, cosa que haca en raras ocasiones.-Tendremos que ir a buscarles y averiguar qu pretenden, Nkima -dijo.-Pero en la jungla oscurece pronto -protest el monto-, y estarnSabor, y Sheeta, y

    Numa,e His

    tah,y ellos tambin buscan a

    Nkima.Haba oscurecido antes de que el criado de Colt anunciara la cena, y, entretanto, Tarzn,tras cambiar sus planes, haba regresado a los rboles que daban al campamento. Estabaconvencido de que haba algo irregular en el objetivo de la expedicin cuya base habadescubierto, y por el tamao del campamento saba que constaba de muchos hombres.Adnde haban ido y con qu fin eran asuntos que deba averiguar. Como crea quecualquiera que fuera el objetivo de la expedicin, ste poda ser tema de conversacin enel campamento, busc un punto de observacin desde donde pudiera escuchar lasconversaciones que tenan los dos miembros blancos del grupo; y as, cuando ZoraDrinov y Wayne Colt se sentaron a cenar, Tarzn de los Monos se agazap entre el follajede un gran rbol junto a ellos.

    -Hoy has sufrido una experiencia penosa -dijo Colt-, pero no parece haberte afectadomucho. Crea que tendras los nervios destrozados.

    -He sufrido demasiadas experiencias penosas en mi vida, camarada Colt, para que mequeden nervios -repuso la muchacha.

    -Ya lo supongo -dijo Colt-. Debiste de vivir la revolucin en Rusia.-En aquella poca no era ms que una nia pequea -explic ella-, pero la recuerdo con

    claridad.Colt la miraba con atencin.

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    -Por tu aspecto -dijo-, imagino que no pertenecas al proletariado.-Mi padre era bracero. Muri en el exilio bajo el rgimen zarista. As aprend a odiar

    todo lo monrquico y capitalista. Y cuando me ofrecieron esta oportunidad de unirme alcamarada Zveri, vi otro campo en el que aplicar mi venganza, al tiempo que avanzabanlos intereses de mi clase en todo el mundo.

    -Cuando vi a Zveri por ltima vez, en Estados Unidos -dijo Colt-, evidentemente nohaba trazado los planes que ahora est llevando a cabo, pues no mencion ningunaexpedicin de esta clase. Cuando recib rdenes de reunirme aqu con l, no me diodetalles, o sea que ignoro cul es su propsito.

    -Los buenos soldados se limitan a obedecer -le record la muchacha.-S, lo s -coincidi Colt-, pero incluso un pobre soldado a veces puede actuar con ms

    inteligencia si conoce el objetivo.-El plan general no es secreto para ninguno de nosotros, por supuesto -dijo Zora-, y no

    traicionar la confianza de nadie si te lo explico. Forma parte de un plan mayor para quelos poderes capitalistas se involucren en guerras y revoluciones de tal modo que jams puedan volver a unirse.

    Nuestros emisarios llevan mucho tiempo trabajando para que culmine la revolucin deIndia, que distraer la atencin y las fuerzas armadas de Gran Bretaa. En Mxico no nosva tan bien como tenamos planeado, pero an quedan esperanzas, mientras que nuestras perspectivas en las Filipinas son brillantes. Las condiciones de China ya las conoces; estcompletamente indefensa y esperamos que, con nuestra ayuda, a la larga constituya unaautntica amenaza para Japn. Italia es un enemigo muy peligroso, y en gran parteestamos aqu con el fin de que entre en guerra con Francia.

    -Pero cmo se puede hacer eso en frica? -pregunt Colt.-El camarada Zveri cree que es muy sencillo -dijo la muchacha-. Las sospechas y los

    celos que existen entre Francia e Italia son bien conocidos; su carrera por la supremacanaval casi llega al escndalo. Al primer acto evidente de uno contra otro podra estallar laguerra, y una guerra entre Italia y Francia involucrara a toda Europa.

    -Pero cmo puede Zveri, operando en las tierras vrgenes de frica, hacer que Italia yFrancia entren en guerra? -pregunt el americano.

    -Hay ahora en Roma una delegacin de rojos franceses e italianos con esta misin. Los pobres slo conocen una parte del plan y, lamentablemente para ellos, ser necesarioconvertirlos en mrtires de la causa para el progreso de nuestro plan mundial. Se les hanentregado papeles que sealan un plan para la invasin de la Somalia italiana por parte detropas francesas. En el momento oportuno, uno de los agentes secretos del camaradaZveri en Roma revelar la conspiracin al gobierno fascista; y, casi simultneamente, unacantidad considerable de nuestros negros, disfrazados con los uniformes de tropas nativasfrancesas, conducidas por los hombres blancos de nuestra expedicin, uniformados comooficiales franceses, invadirn la Somalia italiana.

    Entretanto, nuestros agentes estn avanzando en Egipto y Abisinia y entre las tribusnativas del norte de frica, y ya tenemos la seguridad de que, con la atencin de Franciae Italia distrada por la guerra y con Gran Bretaa preocupada por una revolucin enIndia, los nativos del norte de frica se levantarn en lo que ser casi una guerra santacon el fin de quitarse de encima el yugo de la dominacin extranjera y crear estadossoviticos autnomos en toda la zona.

    -Una empresa atrevida y estupenda -exclam Colt-, pero que requerir enormes

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    recursos de dinero y de hombres.-Este es el esquema bsico del camarada Zveri -dijo la muchacha-. No conozco, claro

    est, todos los detalles de su organizacin ni el apoyo con que cuenta; pero lo que s s esque, si bien dispone de financiacin para las operaciones iniciales, depende en granmedida de este distrito para proveerse de la mayor parte del oro necesario para llevar a

    cabo las enormes operaciones que sern necesarias para asegurar el xito final.-Entonces, me temo que est condenado al fracaso -dijo Colt- porque seguramente noencontrar suficiente riqueza en este pas salvaje para llevar a cabo un programa comose.

    -El camarada Zveri opina lo contrario dijo Zora-; en realidad, la expedicin en la queahora se encuentra tiene como fin obtener el tesoro que busca.

    Sobre ellos, en la oscuridad, la figura silenciosa del hombre mono yaca cmodamentesobre una gran rama, con los odos atentos a todo lo que ellos decan, mientras en su bronceada espalda dorma Nkima, completamente ajeno al hecho de que poda haber escuchado palabras calculadas para sacudir los cimientos de los gobiernos organizados detodo el mundo.

    -Y dnde -pregunt Colt-, si no es un secreto, espera el camarada Zveri encontrar unacantidad tan grande de oro?-En las famosas arcas del tesoro de Opar -respondi la muchacha-. Seguro que has odo

    hablar de ellas.-S -respondi Colt-, pero nunca las he considerado otra cosa que pura leyenda. El

    folclore de todo el mundo est lleno de estas mticas arcas del tesoro.-Pero Opar no es un mito -replic Zora.Si la asombrosa informacin que le fue revelada afect a Tarzn, no produjo en l

    ninguna manifestacin exterior. Escuchando en un silencio imperturbable, pues estabaacostumbrado al mximo refinamiento de autocontrol, era como si formara parte de lagran rama en la que yaca, o del sombreado follaje que le ocultaba de la vista.

    Durante un rato Colt permaneci sentado en silencio, contemplando las grandes posibilidades del plan que acababa de escuchar. Le pareca casi el sueo de un hombreloco, y no crea que tuviera la ms mnima posibilidad de xito. Comprendi el peligro enel que colocaba a los miembros de la expedicin, pues crea que no habra escapatoria para ninguno de ellos una vez que Gran Bretaa, Francia e Italia fueran informadas de susactividades; y, sin querer, sus temores parecan centrarse en la seguridad de la muchacha.Conoca el tipo de gente con la que estaba trabajando y, por tanto, saba que sera peligroso expresar una sola duda sobre la practicabilidad del plan, pues apenas sinexcepcin los agitadores con los que haba tratado pertenecan, de forma natural, a doscategoras diferentes: el visionario, que crea todo lo que quera creer, y el bribn astuto,motivado por la avaricia, que esperaba aprovecharse con poder o riquezas de cualquiercambio que pudiera provocar en el orden establecido. Colt encontraba horrible que unamujer joven y hermosa hubiera sido atrada a semejante situacin desesperada. Parecademasiado inteligente para ser una simple herramienta sin cerebro, y su breve asociacincon ella le haca difcil creer que fuera una bribona.

    -La empresa sin duda est llena de graves peligros -dijo-, y, como es bsicamente unatarea para hombres, no entiendo por qu te han permitido correr los riesgos y sufrir las penalidades que sin duda entraa semejante campaa.

    -La vida de una mujer no vale ms que la de un hombre -declar ella-, y yo era

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    necesaria. Siempre hay que hacer trabajo de oficina importante y confidencial que elcamarada Zveri slo puede encargar a alguien de absoluta confianza. l confia en m y,adems, soy taquimecangrafa experta. Esas razones por s mismas son suficientes paraexplicar por qu estoy aqu, pero otra muy importante es que yo deseo estar con elcamarada Zveri.

    En las palabras de la muchacha, Colt vio la admisin de una aventura amorosa; pero para su mente norteamericana era an mayor razn para que la muchacha no hubiera idoall, pues no conceba que un hombre expusiera a la chica amada a aquellos peligros.

    Sobre ellos Tarzn de los Monos se mova en silencio. Primero se incorpor sobre unhombro y levant al pequeo Nkima de su espalda. El monto se habra quejado, pero unasombra de susurro le hizo callar. El hombre mono tena varios mtodos para hacer frentea los enemigos, mtodos que haba aprendido y practicado mucho antes de ser conscientedel hecho de que l no era un simio. Mucho antes de ver a otro hombre blanco, habaaterrorizado a los gomangani, los hombres negros del bosque y la jungla, y habaaprendido que se puede dar un gran paso hacia la derrota del enemigo desmoralizndole primero. Saba ahora que aquella gente no slo eran invasores de su dominio y, por lo

    tanto, sus enemigos personales, sino que amenazaban la paz de Gran Bretaa, a la que lamaba mucho, y del resto del mundo civilizado, con el cual, al menos, Tarzn no peleaba.Es cierto que senta un considerable desprecio por la civilizacin en general, pero anmayor desprecio senta por los que interferan en los derechos de los dems o en el ordenestablecido en la jungla o la ciudad.

    Cuando Tarzn dej el rbol en el que se haba escondido, los dos de abajo no se dieronms cuenta de su partida que lo que se percataron de su presencia. Colt intentabadesentraar el misterio del amor. Conoca a Zveri, y le pareca inconcebible que una chicadel tipo de Zora Drinov se viera atrada por un hombre de la clase de Zveri. Desde luegono era asunto suyo, pero de todos modos le molestaba porque le pareca que constitua unreproche a la chica y que rebajaba su estimacin por ella. Le decepcionaba, y a Colt no legustaba que las personas por las que se senta atrado le decepcionaran.

    -Conociste al camarada Zveri en Amrica, verdad? -le pregunt Zora.-S -respondi Colt.-Qu piensas de l? -le pidi ella.-Le encontr muy enrgico -dijo Colt-. Creo que es un hombre que llevara a cabo

    cualquier cosa que se propusiera. No se poda encontrar mejor hombre para esta misin.Si la muchacha esperaba sorprender a Colt con una expresin de desagrado personal

    hacia Zveri no lo consigui, pero si era as, ella era demasiado lista para seguir con eltema. Se dio cuenta de que trataba con un hombre del que obtendra poca informacinque l no quisiera compartir con ella; pero, por otro lado, era un hombre que fcilmentearrancara informacin a los dems, pues era del tipo que pareca invitar a que le hicieranconfidencias, sugiriendo, con su actitud, su forma de hablar y sus modales, una verdaderarectitud de carcter que no era concebible que abusara de la confianza. A ella le gustabaese joven norteamericano, y cuanto ms vea de l, ms le costaba creer que fuera untraidor a su familia, sus amigos y su pas. Sin embargo, saba que muchos hombreshonorables lo haban sacrificado todo por una conviccin y tal vez l era uno de ellos.Esperaba que sta fuera la explicacin.

    Su conversacin deriv a diferentes temas: a sus respectivas vidas y experiencias en sutierra natal, a lo que les haba sucedido desde que haban entrado en frica y, por ltimo

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    a las experiencias del da. Y mientras hablaban, Tarzn de los Monos regres a losrboles, pero esta vez no lo hizo solo.

    -Me pregunto si alguna vez sabremos quin mat a Jafar -dijo ella.-Es un misterio, y el hecho de que ninguno de los askaris reconociera el tipo de flecha

    con que le mataron no lo reduce, aunque por supuesto podra explicarse porque ninguno

    de ellos pertenece a esta zona.-Ese incidente ha crispado considerablemente los nervios de los hombres -dijo Zora-, y,la verdad, espero que no vuelva a ocurrir nada similar. He descubierto que estos nativosno necesitan mucho para ponerse nerviosos, y, si bien son valientes frente a peligrosconocidos, pueden desmoralizarse por completo ante cualquier cosa que roce losobrenatural.

    -Me parece que se han encontrado mejor cuando han tenido al hind bajo tierra-observ Colt-, aunque algunos no estaban completamente seguros de que no fuera avolver.

    -No es muy probable que lo haga -coment la muchacha riendo.Apenas haba dejado de hablar cuando las ramas que tena sobre su cabeza susurraron y

    un pesado cuerpo cay sobre la mesa que haba entre ellos, aplastando el frgil mueble.Los dos se pusieron en pie de un salto, Colt sacando su revlver y la chica ahogando ungrito al tiempo que daba un paso atrs. Colt sinti que se le erizaba el vello de la nuca ylos brazos y la espalda se le ponan de carne de gallina, pues entre ellos yaca de espaldasel cadver de Raghunath Jafar, con los ojos muertos levantados hacia la noche.

    IVEn la leonera

    Nkima estaba enfadado. Le haban despertado de un profundo sueo, lo que era yadesagradable, pero ahora su amo haba empezado a ir de un lado a otro en la oscuridad dela noche; mezclados con el parloteo de

    Nkimase oan sus gemidos de miedo, pues en

    cada sombra veaa Sheeta, la pantera, acechando, y en cada rama retorcida del bosquecrea ver a Histah, la serpiente. Mientras Tarzn haba permanecido en las proximidadesdel campamento, el monito no haba estado particularmente inquieto, y cuando habaregresado al rbol con su carga, el animal estaba seguro de que iba a quedarse all el restode la noche; pero haba partido de inmediato y ahora avanzaba por la negra selva con un propsito evidentemente fijo que no presagiaba nada bueno ni para el descanso ni para laseguridad del pequeo Nkima durante el resto de la noche.

    Mientras que Zveri y su grupo haban emprendido la marcha lentamente por sinuosossenderos de la jungla, Tarzn casi volaba a travs de ella hacia su destino, que era elmismo que el de Zveri. El resultado fue que antes de que Zveri llegara a la pared casi perpendicular que formaba la ltima y mayor barrera natural del valle prohibido de Opar,Tarzn y Nkima haban desaparecido tras la cima y cruzaban el desolado valle, en cuyoextremo se cernan los gruesos muros y elevadas agujas y torreones de la antigua Opar.Bajo la brillante luz del sol africano, cpulas y minaretes relucan en tonos rojizos ydorados sobre la ciudad; y, una vez ms, el hombre mono experiment la mismasensacin que cuando, aos atrs, sus ojos se haban posado por primera vez en elesplndido panorama de misterio que haba aparecido ante ellos.

    Desde tan lejos no se apreciaban las ruinas. Una vez ms, con la imaginacin,

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    contempl una ciudad de magnfica belleza, con las calles y templos abarrotados degente; y, una vez ms, su mente juguete con el misterio del origen de la ciudad, cuando,en algn lugar de aquel paisaje, una raza rica y fuerte haba concebido y construido aquemonumento a una civilizacin extinguida. Era posible concebir que Opar hubiera existidocuando una gloriosa civilizacin floreca en el gran continente de la Atlntida, que,

    hundida bajo las olas del ocano, abandon a aquella colonia perdida a la muerte y ladecadencia. No pareca improbable que sus pocos habitantes fueran descendientes directos de sus

    poderosos constructores, en vista de los ritos y ceremonias de la antigua religin que practicaban, as como por el hecho de que casi no se poda ofrecer ninguna otra hiptesisde la presencia de un pueblo de piel blanca en aquella remota e inaccesible extensin defrica.

    Las peculiares leyes de la herencia, que en Opar parecan practicarse como en ningunaotra parte del mundo, sugeran un origen que difera materialmente del de otros hombres, pues es un hecho peculiar que los hombres de Opar guarden poco o ningn parecido conlas mujeres de su pueblo. Los primeros son de baja estatura, de complexin fuerte,

    peludos, casi como simios, mientras que las mujeres son esbeltas, de piel suave y amenudo hermosas. Haba ciertos atributos fisicos y mentales de los hombres que a Tarznle sugeran la posibilidad de que en algn momento del pasado los colonizadores, o poreleccin o por necesidad, hubieran cruzado entre s a los grandes simios de la regin; ytambin saba que, debido a la escasez de vctimas para el sacrificio humano, que surgido culto les exiga, era prctica comn entre ellos utilizar con este fin a hombres omujeres que se desviaban considerablemente de la normalidad que el tiempo habaestablecido para cada sexo, con el resultado de que, mediante las leyes de la seleccinnatural, una abrumadora mayora de hombres eran grotescos y las mujeres, normales yhermosas.

    En estos pensamientos se ocupaba la mente del hombre mono mientras cruzaba eldesolado valle de Opar, que se extenda reluciente a la fuerte luz del sol aliviada tan slo por la sombra de un ocasional rbol retorcido y reseco. Delante de Tarzn, a la derechase encontraba el pequeo montculo rocoso en cuya cima estaba situada la entradaexterior de las arcas del tesoro de Opar. Pero esto ahora no le interesaba; su nico objetoera avisar a La de la llegada de los invasores para que pudiera preparar su defensa.

    Haba transcurrido mucho tiempo desde que Tarzn visitara Opar; pero en la ltimaocasin, cuando devolvi a La a su pueblo y reestableci su supremaca tras la derrota delas fuerzas de Cadj, el sumo sacerdote, y tras la muerte de este ltimo bajo los colmillos ygarras de Jad-bal-ja, se haba marchado por primera vez con la conviccin de que gozabade la amistad de todo el pueblo de Opar. Durante aos haba sabido que La en secreto erasu amiga, pero que sus seguidores salvajes y grotescos siempre le haban temido yodiado; y por eso ahora se aproximaba a Opar como podra aproximarse a cualquier ciudadela de unos amigos, sin sigilo y sin dudar de que sera recibido con amistad.

    Sin embargo, Nkima no estaba tan seguro. Las sombras de las ruinas le aterraban. No paraba de parlotear y suplicar, pero no serva de nada; y por fin el terror venci a su amory lealtad de tal modo que, cuando se acercaban al muro exterior, que se ergua muy porencima de ellos, salt del hombro de su amo y se alej corriendo de las ruinas que tenadelante, pues en el fondo de su corazoncito anidaba el miedo a los lugares extraos ydesconocidos y ni siquiera su confianza en Tarzn era capaz de vencerlo.

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    Los aguzados ojos de Nkima haban observado el rocoso montculo por el que haban pasado poco antes, y a la cima de ste huy por considerarlo un lugar relativamenteseguro desde el que aguardar el regreso de su amo.

    Cuando Tarzn se acercaba a la estrecha fisura que permita la entrada a travs de losenormes muros exteriores de Opar, era consciente, como lo haba sido aos antes, cuando

    fue por primera vez a la ciudad, de que haba ojos invisibles puestos en l, y en cualquiermomento esperaba or un saludo cuando los vigas le reconocieran.Sin embargo, sin vacilar y sin aprensin alguna, Tarzn penetr en la estrecha grieta y

    descendi un tramo de escalones de cemento que conducan al sinuoso pasadizo delinterior del grueso muro exterior. El pequeo patio tras el cual se cerna el muro interiorse hallaba silencioso y vaco; tampoco se quebr el silencio cuando lo cruz hasta otroestrecho pasadizo que atravesaba la pared; al final de ste lleg a una ancha avenida, encuyo lado opuesto se erguan las ruinas del gran templo de Opar.

    En silencio y soledad traspas el portal, flanqueado por hileras de majestuosos pilares,desde cuyos capiteles le contemplaban grotescos pjaros como haban hecho duranteincontables siglos desde que manos olvidadas los tallaron en la slida roca de los

    monolitos. Tarzn sigui adelante en silencio hacia el patio interior, donde saba que serealizaban las actividades de la ciudad. Tal vez otro hombre habra dado aviso de sullegada, saludando a gritos para anunciarles su presencia; pero Tarzn de los Monos enmuchos aspectos es menos hombre que bestia. Se mueve con el silencio de los animalessin malgastar aliento en intiles palabras. No haba pretendido acercarse a Opar consigilo, y saba que le haban visto llegar. Por qu se retrasaba el saludo no lo saba, amenos que, tras anunciar a La su llegada, esperaran instrucciones de sta.

    Tarzn recorri el corredor principal, observando de nuevo las tablas de oro con susantiguos jeroglficos sin descifrar. Pas por la cmara de los siete pilares de oro y cruz elsuelo dorado de una sala contigua y seguan el silencio y la soledad, aunque con vagassugerencias de figuras que se movan en las galeras que daban a los aposentos por losque pasaba; y, por fin, lleg a una pesada puerta tras la cual estaba seguro de que encon-trara sacerdotes o sacerdotisas de aquel gran templo del Dios Llameante. Sin temor alguno la abri y cruz el umbral, y en aquel mismo instante un nudoso garrote descendi pesadamente sobre su cabeza y le hizo caer al suelo sin sentido.

    Al instante le rodearon una veintena de hombres robustos y musculosos; sus barbasenmaraadas les caan sobre el peludo pecho y sus piernas eran cortas y curvadas.Emitan sonidos bajos y guturales mientras ataban a su vctima por las muecas y tobilloscon gruesas correas, y luego le alza ron y se lo llevaron por otros corredores y a travs delos semiderruidos esplendores de magnficos aposentos hasta una gran sala embaldosadaen uno de cuyos extremos una mujer joven estaba sentada en un trono, colocado sobreuna tarima que se alzaba ms de medio metro por encima del nivel del suelo.

    De pie junto a la joven se encontraba otro hombre robusto y musculoso. En sus brazos y piernas llevaba brazaletes de oro y muchos collares en torno al cuello. En el suelo, bajoestos dos, haba un grupo de hombres y mujeres: los sacerdotes y sacerdotisas del DiosLlameante de Opar.

    Los capturadores de Tarzn llevaron a su vctima a los pies del trono y arrojaron sucuerpo al suelo de baldosas. Casi al mismo tiempo, el hombre mono recobr elconocimiento, abri los ojos y mir alrededor.

    -Es l? -pregunt la muchacha del trono.

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    Uno de los capturadores de Tarzn vio que haba vuelto en s y, con la ayuda de otros, le puso bruscamente en pie.

    -Lo es, Oah -respondi el hombre que estaba a su lado.Una expresin de odio venenoso crisp la cara de la mujer.-Dios ha sido bueno con Su suma sacerdotisa -dijo-. He rezado para que llegara este da

    como rec por el otro, y ste ha llegado igual que lleg el otro.Tarzn pas la mirada de la mujer al hombre que tena a su lado.-Qu significa esto, Dooth? -pregunt-. Dnde est La? Dnde esta vuestra suma

    sacerdotisa?La muchacha se puso rpidamente en pie con gesto de enojo.-Has de saber, hombre del mundo exterior, que yo soy la suma sacerdotisa. Yo, Oah, soy

    suma sacerdotisa del Dios Llameante.Tarzn no le hizo ningn caso.-Dnde est La? -pregunt de nuevo a Dooth.Oah fue presa de un ataque de rabia.-Est muerta! -grit acercndose al borde de la tarima como si fuera a saltar sobre

    Tarzn; el mango del cuchillo del sacrificio, adornado con piedras preciosas, reluca a laluz del sol que se derramaba por una gran abertura, producida por el derrumbe de una parte del antiguo techo de la sala del trono-. Muerta como estars t cuando honremos aDios Llameante con la sangre de un hombre. La era dbil. Ella te amaba, y as traicion asu dios, que te haba elegido a ti para el sacrificio. Pero Oah es fuerte; fuerte por el odioque ha albergado en su seno desde que Tarzn y La le robaron el trono de Opar.Llevoslo! -grit a sus capturadores-, y no quiero volver a verlo hasta que est atado alaltar en el patio de los sacrificios.

    Cortaron las ataduras de los tobillos de Tarzn para que pudiera andar; pero aunquetena las muecas atadas a la espalda, era evidente que an les produca mucho miedo, pues le pusieron cuerdas alrededor del cuello y brazos y le condujeron como si fuera unlen. Le llevaron a la conocida oscuridad de los fosos de Opar, iluminando el camino conantorchas; y cuando por fin llegaron a la mazmorra en la que estara confinado, tardaronun poco en reunir suficiente coraje para cortarle las ligaduras de las muecas, y aun as nolo hicieron hasta que le hubieron atado de nuevo los tobillos para que no pudiera escaparde la cmara y corrieron el cerrojo de la puerta, pues tan poderosamente se haba grabadola habilidad de Tarzn en la mente de los retorcidos sacerdotes de Opar.

    Tarzn haba estado antes en las mazmorras de Opar y haba escapado; por eso se pusoa trabajar de inmediato para encontrar una va de escape de su situacin, pues saba queera probable que Oah no retrasara mucho el momento por el que haba rogado: el instanteen que hundira el reluciente cuchillo del sacrificio en el pecho de Tarzn. Rpidamentese quit las correas de los tobillos y se movi a tientas avanzando junto a las paredes hasta que hubo completado el circuito; luego, examin el suelo de forma similar. Descubrique se hallaba en una cmara rectangular de unos tres metros de largo por dos y medio deancho y que si se pona de puntillas rozaba el techo. La nica abertura era la puerta por laque haba entrado, en la que haba un pequeo cuadrado vaco, protegido por barrotes,que proporcionaba el nico medio de ventilacin, pero, como daba a un corredor oscurono permita la entrada de luz alguna. Tarzn examin los cerrojos y las bisagras de la puerta, pero, como haba conjeturado, eran demasiado robustos para ser forzados; yentonces, por primera vez, vio que haba un sacerdote de guardia en el corredor, lo que

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    puso fin a toda idea de huida furtiva.Durante tres das y noches los sacerdotes se relevaron con intervalos; pero en la maana

    del cuarto da, Tarzn descubri que el corredor estaba vaco y, una vez ms, concentr suatencin en la posible huida.

    Ocurri que, en el momento de la captura de Tarzn, su cuchillo de caza qued

    escondido por la cola de la piel de leopardo que formaba su taparrabos; y, con laexcitacin, los ignorantes sacerdotes semihumanos de Opar lo haban pasado p