Burroughs, Edgar Rice - Las Fieras de Tarzan Tomo III

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    Las fieras de Tarzn(Tomo III)

    Edgar Rice Burroughs

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    Las fieras de Tarzn Edgar Rice Burroughs

    A, Joan Burroughs

    NDICE

    I SecuestroII Abandonado en una playa desiertaIII Fieras al ataqueIV SheetaV MugambiVI Una tripulacin aterradoraVII TraicionadoVIII La danza de la muerteIX Nobleza o villana?X El sueco

    XI TambudzaXII Un pcaro negroXIII HuidaXIV A travs de la junglaXV Ro Ugambi abajoXVI En la oscuridad de la nocheXVII Sobre la cubierta del KincaidXVIII Paulvitch trama su venganzaXIX El hundimiento del KincaidXX De nuevo en la Isla de la SelvaXXI La ley de la jungla

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    ISecuestro

    -El misterio ms profundo envuelve el caso -manifest D'Arnot-.Tengo informes de primera mano, segn los cuales ni la polica ni los

    agentes especiales de su estado mayor tienen la ms remota idea delmodo en que se consum la fuga. Todo lo que saben es que NicolsRokoff se les ha escapado.

    John Clayton, lord Greystoke -en otro tiempo Tarzn de los Monos-,permaneci silencioso, sentado all, en el piso parisiense de su amigoPaul D'Arnot, con la meditativa mirada fija en la puntera de suinmaculada bota.

    En su imaginacin se agitaban mil recuerdos, provocados por laevasin de su archienemigo de la crcel militar en la que cumpla lasentencia a cadena perpetua a la que le condenaron merced al testimo-nio del hombre-mono.

    Pens en la cantidad de intentos de asesinato que haba urdido Rokoffcontra l y comprendi que lo que aquel individuo hizo hasta entoncesno era nada comparado con lo que tramara y deseara hacer ahora queestaba libre de nuevo.

    Tarzn acababa de trasladar a Londres a su esposa y a su hijo, con elfm de ahorrarles las incomodidades y peligros de la estacin lluviosa desu vasta hacienda de Uziri, el territorio de los salvajes guerreros waziricuyos extensos dominios africanos gobern tiempo atrs el hombre-mono.

    Haba atravesado el canal de la Mancha para hacer una breve visita asu viejo amigo, pero la noticia de la fuga del ruso haba proyectado una

    sombra ominosa sobre su viaje, de modo que, aunque acababa de llegara Pars, ya estaba considerando la conveniencia de volver de inmediato aLondres.

    -No es que tema por mi vida, Paul -rompi Tarzn su silencio por fin-.Hasta la fecha, siempre he superado todas las tentativas asesinas deRokoff contra m, pero ahora he de pensar en otras personas. O muchome equivoco o ese criminal se apresurar a ensaarse con mi mujer ocon mi hijo, antes que atacarme a m directamente, porque es indudableque sabe que as puede infligirme mayores tribulaciones. De modo quehe de regresar en seguida y permanecer junto a ellos hasta que Rokoff seencuentre de nuevo entre rejas... o en el cementerio.

    Mientras Tarzn y D'Arnot mantenan esta conversacin en Pars,otros dos hombres dialogaban en una casita de campo de los alrededoresde Londres. Se trataba de dos sujetos esquinados, de aire hosco,siniestro.

    Uno era barbudo, pero el otro, la palidez de cuyo rostro denotaba unalarga permanencia en lugar cerrado, mostraba en su semblante unasomo de pelo negro que slo llevaba creciendo unos das. Este ltimo

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    era el que haca uso de la palabra.-Es preciso que te afeites esa barba tuya, Alexis -recomendaba a su

    interlocutor-. Si no lo haces, te reconocer al instante. Hemos desepararnos antes de una hora. Confiemos en que, cuando volvamos areunirnos, a bordo del Kincaid, nos acompaen nuestros dos huspedes

    de honor, que poco se imaginan el crucero de placer que les hemosprogramado.Dentro de dos horas estar camino de Dover con uno de ellos y

    maana por la noche, si sigues al pie de la letra las instrucciones queacabo de darte, te presentars con el otro, siempre y cuando, natural-mente, el tal husped regrese a Londres con la rapidez con que supongose apresurar a hacerlo.

    Placer y provecho, as como algunas otras buenas cosas ser larecompensa que obtendremos a cambio de nuestros esfuerzos, miquerido Alexis. Gracias a la estupidez de los franceses, tan majaderosellos que han ocultado mi fuga durante tanto tiempo que he podido

    disponer de oportunidad de sobras para planear esta pequea aventura.Y la he proyectado con tanta minuciosidad y detalle que son prctica-mente nulas las probabilidades de que surja el menor contratiempo quepudiese tirar por tierra nuestro plan. Ahora, adis! Y buena suerte!

    Tres horas despus, un mensajero suba la escalera que llevaba alpiso del teniente Paul DArnot.

    -Un telegrama para lord Greystoke -dijo al criado que le abri lapuerta-. Est aqu?

    El domstico respondi afirmativamente y, tras firmar elcomprobante, llev el telegrama a Tarzn, que ya se preparaba parapartir hacia Londres.

    Tarzn abri el sobre y, al leer el contenido del mensaje, su rostro sepuso blanco.

    -Lelo, Paul -tendi a D'Arnot el rectngulo de papel-. Ya ha ocurridolo que me tema.

    El francs cogi el telegrama y ley:

    Jack raptado en jardn con complicidad criado nuevo. Veninmediatamente.

    Jane

    Cuando Tarzn se ape de un salto del turismo que haba ido abuscarles a la estacin y corri escaleras arriba, en la puerta de su casade Londres le recibi una mujer que, aunque tena los ojos secos, seencontraba en un estado de agitacin casi frentica.

    Jane Porter Clayton le cont rpidamente cuanto haba podidoaveriguar acerca del secuestro del nio.

    La niera paseaba en el cochecito a la criatura, por la soleada acera,

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    cuando un taxi fren en la esquina de la calle. La mujer slo prest unaatencin fugaz al vehculo, si bien pudo observar que de l no se apeabaningn pasajero, sino que el taxi permaneca junto al bordillo, con elmotor en marcha, como si estuviera aguardando a un cliente a punto desalir del edificio ante el que se haba detenido.

    Casi simultneamente, el servidor recin contratado, Carl, salicorriendo de la residencia de lord Greystoke, para decir que la seoraquera hablar un momento con la niera y que sta deba dejar alpequeo Jack a su cuidado, al cuidado de Carl, en tanto ella regresaba.

    La mujer dijo que ni por asomo sospech que el hombre albergasemotivos inconfesables... Hasta que lleg a la puerta de la casa y se leocurri volverse para advertirle que no colocara el cochecito de forma queel sol pudiera caer sobre los ojos del nio.

    Cuando volvi la cabeza para avisar al criado vio, sorprendida, que elindividuo empujaba el coche y lo haca rodar con rapidez por la acera.Observ que, al mismo tiempo, se abra la portezuela del taxi y se

    enmarcaba en el hueco el rostro atezado de un hombre.Instintivamente, en la mente de la niera irrumpi centelleante la

    comprensin de que el beb estaba en peligro y, a la vez que emita unchillido, se lanzaba escalinata abajo y echaba a correr por la acera endireccin al taxi, mientras Carl tenda el chiquillo al individuo morenoque estaba dentro del vehculo.

    Un segundo antes de que la niera llegara al taxi, Carl salt al interiordel automvil y cerr de golpe la portezuela. Simultneamente, elconductor intent poner en marcha el vehculo, pero result que, al pare-cer, algo no funcionaba apropiadamente, como si los engranajes delcambio de marchas se resistieran a encajar. La demora que eso produjo,

    mientras el hombre daba marcha atrs y haca retroceder el coche unosmetros, antes de poner de nuevo la primera para arrancar, dio a laniera tiempo para llegar al taxi.

    Salt al estribo e intent arrebatar el nio de los brazos deldesconocido. All, entre gritos y forcejeos, continu aferrada despusincluso de que el coche se pusiera en marcha. Carl no consiguidespedirla de la ventanilla hasta que el vehculo, que haba cobrado yabastante velocidad, pas por delante de la residencia de los Greystoke.Entonces le aplic un feroz puetazo en pleno rostro y la mujer fue aparar al pavimento.

    Las voces de la niera atrajeron a sirvientes y miembros de las

    familias que ocupaban las residencias de la vecindad, as como del hogarde los Greystoke. Lady Greystoke haba sido testigo de los valerososesfuerzos de la niera y de la celeridad con que reaccion e intentimpedir que el automvil se alejara de all a toda marcha, pero lamuchacha lleg demasiado tarde.

    Eso era cuanto se saba y lady Greystoke ni por soacin pudosuponer la posible identidad del hombre que se encontraba en el fondo

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    de aquella maquinacin, hasta que Tarzn le inform de que NicolsRokoff se haba fugado de la crcel francesa en la que todos esperabanpermaneciese recluido de por vida.

    Trataban lord y lady Greystoke de determinar cul sera la mejor lneade conducta que pudiesen seguir, cuando son el telfono en la

    biblioteca situada a la derecha de Tarzn. ste se apresur a responder ala llamada.-Lord Greystoke? -pregunt una voz masculina, desde el otro

    extremo de la lnea.-S.-Han raptado a su hijo -continu la voz- y slo yo puedo ayudarle a

    recuperarlo. Estoy al corriente del plan de quienes han secuestrado alnio. A decir verdad, intervine en la operacin e iba a participar en losbeneficios que reportara, pero los dems quieren jugrmela, as que voya darles una leccin y le ayudar a rescatar a la criatura, si usted secompromete a no presentar denuncia alguna contra m por haber

    tomado parte en el secuestro. Qu me contesta?-Si me conduce al lugar donde tienen escondido a mi hijo -respondi

    el hombre-mono-, nada tiene que temer en lo que a m respecta.-Muy bien -repuso el otro-. Pero ha de acudir usted solo a la cita

    conmigo, porque ya es suficiente con que tenga que fiarme de su palabra.No puedo arriesgarme a permitir que otras personas conozcan miidentidad.

    -Dnde y cundo podemos encontrarnos? -quiso saber Tarzn.El comunicante le dio el nombre y la direccin de una taberna de los

    muelles de Dover, un establecimiento frecuentado por marineros.-Vaya all esta noche -concluy el hombre-, hacia las diez. Si se

    presenta antes de esa hora, no adelantar nada. De momento, su hijo nocorre peligro y puedo llevarle a usted, sin que nadie se entere, al lugardonde lo tienen secuestrado. Pero tenga buen cuidado en venir solo. Yque no se le pase por la cabeza, bajo ninguna circunstancia, avisar aScotland Yard. Sepa que le conozco y que le estar observandocontinuamente.

    Si le acompaa alguien o si detecto la presencia de individuos queme huelan a agentes de polica, no me acercar a usted y se le habresfumado la ltima oportunidad de rescatar a su hijo.

    Sin pronunciar una palabra ms, el hombre colg.Tarzn refiri a su esposa lo esencial de aquella conversacin.

    La mujer le suplic que le permitiera acompaarle, pero l argumentcon firmeza que ello poda redundar en perjuicio del resultado, puestoque dara pie al comunicante para cumplir su amenaza de negarse aayudarles en el caso de que el hombre-mono no acudiera solo a la cita.De forma que se separaron y Tarzn parti en seguida hacia Dover,mientras lady Greystoke se quedaba en casa, ostensiblemente, a laespera de que su marido le notificara el desenlace de la operacin.

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    Poco podan suponer lord Greystoke y su esposa las contrariedadesque les reservaba el destino antes de que volvieran a reunirse, o loremoto que... Pero, por qu adelantarse a los acontecimientos?

    Tras la marcha del hombre-mono, Jane Clayton estuvo diez minutospaseando inquieta de un lado a otro sobre la suave alfombra de la

    biblioteca. Verse despojada de su primognito le destrozaba el corazn.Su cerebro era un angustiado torbellino de esperanzas y temores.Aunque la razn le deca que todo saldra bien si, conforme a las

    instrucciones del misterioso desconocido, Tarzn acuda solo a aquellacita, el instinto no le dejaba desterrar de la mente la alarmante idea deque enormes peligros acechaban a su esposo y a su hijo.

    Cuantas ms vueltas le daba en la cabeza a aquel asunto, mayor erasu convencimiento de que la llamada telefnica que acababan de recibirno poda ser ms que una aagaza para mantenerlos mano sobre mano,sin hacer nada, hasta que los secuestradores tuviesen tiempo de ocultaral nio en un lugar seguro o llevrselo fuera de Inglaterra. Aunque tam-

    bin caba la posibilidad de que se tratara de un reclamo para atraer aTarzn y que cayese en poder del implacable Rokoff.

    Al irrumpir tal pensamiento en su cerebro, lady Greystoke se detuvoen seco, desorbitados de terror los ojos. La sospecha se convirtiinstantneamente en certeza absoluta. Mir el gran reloj que en uno delos rincones de la biblioteca marcaba el transcurrir de los minutos.

    Era demasiado tarde para coger el tren de Dover que pensaba tomarsu esposo. Sin embargo, poco despus sala otro que le permitira llegaral puerto del canal con tiempo para presentarse, antes de la horaacordada para la cita, en la direccin que el desconocido haba dado aTarzn.

    Convoc a la doncella y al chofer y les dio una serie de rpidasinstrucciones. Diez minutos despus atravesaba las rebosantes calles deLondres, rumbo a la estacin de ferrocarril.

    Eran las diez menos cuarto de la noche cuando Tarzn entraba en eltabernucho de los muelles de Dover. Se dispona a adentrarse por elmaloliente local cuando una figura embozada se cruz con l, camino dela calle.

    -Acompeme, seor mo! -le susurr el desconocido.El hombre-mono dio media vuelta y sigui al individuo a un callejn

    sumido en la penumbra al que la costumbre haba dignificado

    aplicndole el ttulo de pasadizo. Una vez all, el individuo se adentr enla oscuridad, hacia un lugar cerca de un embarcadero en el que fardos,balas, cajas y barriles se elevaban hasta bastante altura y proyectabandensas sombras. El hombre se detuvo all.

    -Dnde est el nio? -pregunt Greystoke.-En aquel pequeo vapor cuyas luces puede usted ver all lejos

    -respondi el desconocido.

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    Los ojos de Tarzn trataron de atravesar la oscuridad para distinguirlas facciones del sujeto, pero no reconoci en l a nadie a quien hubieravisto antes. De haber adivinado que su gua era Alexis Paulvitch hubiesecomprendido al instante que en el espritu de aquel hombre slo podahaber traicin y que el peligro estara acechndole en cada paso que

    diera.-Nadie lo custodia ahora -prosigui el ruso-. Los secuestradores seconsideran completamente seguros de que no los van a descubrir y salvoun par de tripulantes, a los que he proporcionado suficiente ginebra paraque permanezcan callados unas cuantas horas, nadie se encuentra abordo del Kincaid. Podemos subir al barco, coger al nio y regresar a tie-rra sin el ms leve temor.

    Tarzn asinti.-Adelante, pues -dijo Tarzn.El gua le condujo hasta un bote amarrado al embarcadero. Ambos

    subieron a la barca y Paulvitch se aplic a los remos. El bote surc las

    aguas con rapidez, rumbo al buque. El negro humo que despeda lachimenea del vapor no sugiri en aquel momento absolutamente nada aTarzn. En lo nico que pensaba era en que, dentro de unos instantes,se materializara su esperanza de tener de nuevo a su hijo en los brazos.

    En el costado del barco vieron una escala cuya parte inferior quedabaa su alcance y los dos hombres treparon sigilosamente por ella. Una vezen cubierta, se desplazaron apresuradamente hacia la popa, donde elruso seal con el dedo una escotilla.

    -Ah tienen encerrado al nio -dijo-. Ser mejor que baje usted abuscarlo, ya que es posible que si le coge un extrao se asuste y seponga a llorar. Permanecer de guardia aqu.

    Tan angustiosos eran los deseos que tena Tarzn de rescatar a suhijo que ni por un segundo se le ocurri recelar de las extraascircunstancias que envolvan al Kincaid. No haba nadie en cubierta,aunque era evidente que la caldera estaba encendida y, a juzgar por elvolumen de humo que despeda la chimenea, no caba duda de que elvapor se aprestaba a zarpar. Pero Tarzn no repar en ninguno de talesdetalles.

    Con la idea fija de que en cuestin de unos segundos volvera a tenerentre sus brazos el precioso cuerpo de su hijito, el hombre-mono seprecipit hacia las tinieblas de las entraas del buque. Pero no habahecho ms que apartar la mano del marco de la escotilla cuando la

    pesada hoja de madera se cerr estruendosamente sobre su cabeza.Se dio cuenta automticamente de que haba sido vctima de una

    celada y de que, lejos de rescatar a su hijo, lo que hizo fue caer ltambin en poder del enemigo. Y aunque reaccion raudo e intentrpidamente levantar la trampilla, conseguirlo le result imposible.

    Encendi una cerilla, explor el lugar donde haba cado y comprobque se encontraba en un compartimento aislado del espacio general de la

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    bodega, al que slo se poda acceder o salir por el hueco de la escotillaque acababa de cerrarse encima de l. Era evidente que aquel cubculose haba dispuesto ex profeso para que le sirviera de calabozo.

    En el compartimento no haba ningn objeto ni ninguna otra persona.Si el nio se encontraba a bordo del Kincaid, indudablemente lo

    albergaban en otro sitio.A lo largo de ms de veinte aos, desde la infancia hasta la edadadulta, el hombre-mono haba vagado por la selva sin ninguna compaahumana. Durante aquel periodo de su vida, en el que las impresiones sefijan con mayor intensidad, aprendi a aceptar los placeres y lossufrimientos del mismo modo que los animales aceptan los que lescorresponden.

    As que en vez de enfurecerse y maldecir al destino, se carg depaciencia y se dispuso a esperar los acontecimientos, aunque siemprecon la mente lista para sacarle el mximo partido a cualquier coyunturaque se presentara susceptible de permitirle salir de aquel trance. A tal

    fin, examin minuciosamente aquella celda, tante los gruesos tablonesque formaban sus tabiques y midi la distancia que le separaba de laescotilla.

    Y mientras se entretena con tales ocupaciones lleg de pronto a susodos la vibracin de las mquinas y el zumbido de la hlice.

    El barco se mova! Hacia dnde y a qu clase de destino le llevaba?Y al tiempo que tales pensamientos surcaban su cerebro, por encima

    del estruendo de los motores Tarzn capt algo que llen su nimo deglida aprensin.

    Desde la cubierta de la nave le lleg, claro y estridente, el chillido deuna mujer asustada.

    IIAbandonado en una playa desierta

    Instantes despus de que Tarzn y su gua se hubieran perdido devista entre las densas sombras del muelle, la figura de una mujer con elrostro cubierto por un espeso velo penetraba en el estrecho callejn y sediriga con paso rpido hacia la entrada de la taberna que acababan deabandonar los dos hombres.

    Hizo una pausa al llegar a la puerta, ech un vistazo a su alrededor yluego, como si tuviese ya la seguridad de haber llegado al lugar que

    buscaba, cruz el umbral y se aventur intrpidamente por el interior deaquel tugurio repugnante.

    Una veintena de marineros y ratas de malecn alzaron la cabeza paracontemplar el all inslito espectculo de una dama vestida conelegancia. Con paso vivo, la seora se acerc a la desaliada y mugrientacamarera, que se haba quedado mirando a aquella afortunadacongnere con una expresin en la que la envidia y la antipata

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    alternaban a partes iguales.Pregunt la dama:-Ha visto usted hace un momento en este local a un hombre alto y

    bien vestido, que vino a reunirse con otro? Lo ms probable es queambos se marcharan juntos.

    La muchacha contest afirmativamente, pero no le fue posibleprecisar la direccin que tom la pareja de clientes. Un marinero que sehaba acercado a escuchar la conversacin inform de que un minutoantes, cuando se dispona a entrar en la tasca, vio salir de ella a doshombres que se alejaron hacia el embarcadero.

    -Indqueme la direccin que tomaron -exclam la seora, al tiempoque deslizaba una moneda en la mano del marinero.

    El hombre la acompa al exterior y uno junto al otro apretaron elpaso hacia el muelle; al cabo de un momento vieron un bote que enaquel instante se confunda con las sombras de un vapor fondeado aescasa distancia.

    All los tiene -musit el marinero.-Diez libras si se agencia una barca y me lleva a ese buque -ofreci la

    dama.-Rpido, pues -acept-, hay que darse prisa si queremos llegar al

    Kincaid antes de que leve anclas. Lleva tres horas con la calderaencendida, a la espera de ese pasajero. Me lo dijo un miembro de sutripulacin con el que estuve de chchara hace cosa de media hora.

    Mientras hablaba, el hombre se dirigi al extremo del embarcadero,donde saba que estaba amarrado otro bote. Ayud a la seora a subir ala barca, salt a bordo l tambin e impuls el bote para separarlo delmuelle. Pronto estuvieron surcando las aguas.

    Al llegar junto al buque, el marinero solicit su paga y, sin contarsiquiera la cantidad exacta, la mujer puso un puado de billetes debanco en la tendida mano del hombre. Una rpida mirada le bast almarinero para tener la certeza de que se le haba remunerado conesplendidez. Ayud a la dama a encaramarse a la escala y luego mantuvoel bote al costado del vapor, por si aquella generosa pasajera decida mstarde que la llevase de vuelta a tierra.

    Pero, entonces, el zumbido de un motor auxiliar y el chirrido de uncabrestante indicaron que el Kincaid recoga el ancla. Un momentodespus, el marinero oy el rumor de la hlice que empezaba a girar y,lentamente, el vapor se alej del bote y se adentr por el canal.

    Cuando daba la vuelta para remar hacia tierra oy un grito de mujerprocedente de la cubierta del barco.

    -Eso es lo que llamo suerte perra -monolog el marinero-. Tambinpoda haberme embolsado yo toda la pasta de la ciudadana.

    Al subir a la cubierta del Kincaid, a Jane Clayton le pareci que elvapor estaba abandonado. No slo no se vea el menor rastro de los

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    individuos que buscaba, sino que al parecer no haba nadie a bordo. Demodo que se apresur a emprender la bsqueda de su esposo y del nio,a los que, contra toda esperanza, confiaba hallar en el buque. Se dirigivelozmente a la cabina de mando, cuya mitad superior sobresala porencima del nivel de la cubierta. Mientras se apresuraba por la escalera

    que descenda hacia la entrada de la cabina, a ambos lados de la cual seencontraban los camarotes de los oficiales, la mujer no se percat de queuna de aquellas puertas se cerraba precipitadamente ante ella. Atravesla cmara principal hasta el extremo contrario y luego volvi sobre suspasos. Se detena ante cada una de las puertas, aguzaba el odo y, contoda la cautela del mundo, probaba a levantar el picaporte.

    All todo era silencio, un silencio profundo, hasta el punto de que susobreexcitado cerebro temi que la estruendosa alarma de los latidos delcorazn repicase por todo el barco.

    Las puertas fueron abrindose una tras otra, slo para revelar elespacio vaco de los camarotes. Tan absorta estaba la mujer en aquella

    bsqueda que no se dio cuenta de la sbita actividad que se produca enel buque: el zumbido de los motores, la vibracin de la hlice. Haballegado a la ltima puerta de su derecha y acababa de abrirla, cuando unsujeto corpulento, de atezado semblante, tir de ella y la introdujobruscamente en la atmsfera enrarecida y maloliente del interior.

    El repentino susto producido por aquel ataque inesperado arranc unpenetrante alarido a la garganta de la mujer; pero el asaltante seapresur a sofocarlo aplicando violentamente una mano spera sobre laboca femenina.

    -Hasta que nos hayamos alejado de la costa, nada de gritos -dijo elindividuo-. Luego podr desgaitarse a gusto, si quiere.

    Lady Greystoke volvi la cabeza y su rostro qued muy cerca delbarbudo y burln semblante del hombre. ste afloj la presin que susdedos ejercan sobre los labios de Jane Porter. Al reconocer a su ata-cante, la muchacha dej escapar un gemido de terror y retrocedi,encogida sobre s misma.

    -Nicols Rokoff! Monsieur Thuran! -exclam.-Su rendido admirador -el ruso acompa sus palabras con una

    reverencia.-Mi hijo! -se apresur a preguntar Jane Porter, sin hacer caso del

    cumplido-, dnde est mi hijo? Devulvamelo. Cmo puede existiralguien tan cruel -ni siquiera usted, Nicols Rokoff-, tan completamente

    desprovisto de clemencia y compasin? Dgame dnde est mi hijo. Seencuentra a bordo de este barco? Oh, por favor, si en su pecho late algoparecido a un corazn, trigame a mi hijo!

    -Si hace usted lo que se le ordene, el nio no sufrir el menor dao-replic Rokoff-. Pero no olvide que si usted est aqu, nadie ms queusted tiene la culpa. Ha subido a bordo por propia voluntad, de modoque atngase a las consecuencias.

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    Poco poda imaginarme -pens el ruso para su fuero interno- que lasuerte me iba a favorecer con este regalito.

    Sali del camarote, ech la llave a la puerta, dejando a su prisioneraencerrada dentro, y subi a cubierta. Durante varios das, Jane no volvia verle. La verdad es que las cualidades marinas de Nicols Rokoff

    dejaban mucho que desear y, como desde el inicio de la travesa elKincaidnaveg por aguas agitadas, el ruso se refugi en su litera parasoportar mejor el mareo que lo tena postrado.

    Durante ese tiempo, la nica persona que visit a Jane fue un rudotripulante sueco, el adusto cocinero que le serva la comida. Se llamabaSven Anderssen y de lo nico que poda enorgullecerse -y se enor-gulleca- era de que su apellido llevaba dos eses.

    Era un hombre alto y esqueltico, de aspecto enfermizo, largo bigoteamarillento y uas de luto. Verle introducir hasta el fondo su asquerosopulgar en aquel estofado que, a juzgar por las veces que lo repeta, loconsideraba el orgullo de su arte culinario, era suficiente para que a la

    muchacha se le quitara el apetito.Los ojillos azules y muy juntos de aquel individuo no sostenan nunca

    la mirada de Jane. Tena un aspecto ladino, falso, a tono con susandares gatunos, y aquel conjunto fsico se complementaba con la suge-rencia siniestra que aportaba el largo cuchillo que siempre llevaba alcinto, sujeto por el cordel grasiento con que se sujetaba el mugrientomandil. A todas luces, aquel cuchillo no era ms que una simpleherramienta de su oficio; pero la muchacha no poda apartar de sumente la certeza de que la menor provocacin bastara para que elhombre utilizase el cuchillo en menesteres mucho menos pacficos einofensivos.

    Trataba a Jane de modo hurao, a pesar de que ella siempre le dirigaamables sonrisas y nunca dejaba de darle las gracias cada vez que lellevaba la comida, aunque en la mayora de las ocasiones, en cuanto elcocinero cerraba la puerta a su espalda, Jane arrojaba aquella bazofiapor la portilla del camarote.

    Durante las angustiosas jornadas que siguieron a su captura, en elcerebro de Jane Clayton dos cuestiones prevalecan sobre cualquier otraidea: el paradero de su esposo y el de su hijo. Tena el pleno con-vencimiento de que el nio se encontraba a bordo del Kincaid, si es quesegua con vida, pero ignoraba si habran permitido a Tarzn continuarviviendo, despus de atraerlo a aquel maldito buque.

    Conoca, naturalmente, el intenso odio que senta el ruso haciaTarzn, y Jane no ignoraba que slo por una razn le atrajeron a bordodel barco: para liquidarlo con relativa seguridad en venganza por haberdesbaratado los planes que con tanto deleite y perversidad tramaraRokoff y por haber sido finalmente el culpable principal de queencarcelaran al ruso en un presidio francs.

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    Por su parte, Tarzn yaca en la oscuridad de su calabozo, ajeno porcompleto al hecho de que su esposa se hallaba prisionera en uncamarote situado casi encima del cubculo que ocupaba l.

    El mismo sueco que serva a Jane llevaba tambin la comida a Tarzn, pero aunque el hombre-mono intent varias veces entablar

    conversacin con aquel hombre, nunca lleg a conseguirlo.Haba confiado en averiguar mediante aquel sujeto si el nio estaba ono a bordo del Kincaid, pero para cada pregunta que se le formulabasobre tal tema, el hombre siempre responda lo mismo: Craio qui prontotindrimos incema un vindaval de mail dimoneos. As que, tras unascuantas tentativas infructuosas, Tarzn se dio por vencido.

    Durante semanas que a los prisioneros se les antojaron meses, elvapor naveg con rumbo desconocido, hacia nadie saba dnde. Hizo unaescala para reponer carbn y reanud de inmediato aquel viaje quepareca interminable.

    Desde que la encerr en el pequeo camarote, Rokoff slo haba

    visitado una vez a Jane Clayton. La serie continua de mareos le dejdemacrado y ojeroso. El objeto de la visita era obtener de la muchachaun cheque personal por una suma importante, a cambio del cual se legarantizaba la seguridad personal y el regreso a Inglaterra.

    -Cuando me desembarque y me deje sana y salva en un puertocivilizado, con mi esposo y con mi hijo -replic Jane-, le pagar en oro eldoble de la cantidad que pide. Pero hasta entonces no ver un centavo,ni la promesa de un centavo, bajo ninguna circunstancia.

    -A m me parece que va a darme el cheque que le pido -gru el ruso-,o ni su hijo ni su marido desembarcarn en puerto alguno, civilizado ono civilizado.

    -No puedo fiarme de usted -contest Jane-. Qu garantas tengo deque, tras coger mi dinero, no dispondr luego a su antojo de m y de losmos, sin molestarse en cumplir su promesa?

    -Creo que har lo que le ordene -afirm Rokoff, y se dispuso a salir delcamarote-. Recuerde que tengo a su hijo... Si por casualidad oye losgemidos agnicos de un nio torturado, tal vez le consuele pensar que elsufrimiento de la criatura se debe a la obstinacin de usted... y que esenio es su hijo.

    -No har una cosa as! -exclam la joven-. No es posible... no esposible que sea tan diablicamente cruel!

    -El cruel no soy yo, sino usted -respondi el ruso-, porque es usted

    quien permite que una irrisoria cantidad de dinero se interponga entresu hijo y la inmunidad al sufrimiento del nio.

    Al final, Jane Clayton acab extendiendo, firmando y entregando aNicols Rokoff un cheque por una alta suma. Con una amplia sonrisa desatisfaccin en los labios, el ruso sali del camarote.

    Al da siguiente se levant la trampilla de la celda donde estabaencerrado Tarzn y cuando el hombre-mono alz la mirada vio la silueta

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    del busto de Paulvitch enmarcada en el cuadrado de claridad.-Suba -orden el ruso-. Pero grbese en la cabeza la seguridad de que

    le acribillarn a balazos como se le ocurra hacer el menor intento deatacarme a m o a cualquiera de los que estamos a bordo.

    Tarzn subi gilmente a cubierta. A su alrededor, aunque a

    prudencial distancia, vio media docena de marineros armados de fusilesy revlveres. Frente a l se encontraba Paulvitch. Tartn tena el convencimiento de que Rokoff estaba a bordo. Lo

    busc con la mirada, pero no vio el menor rastro del ruso.-Lord Greystoke -empez Paulvitch-, a causa de su continua, molesta

    y ridcula injerencia en los planes del seor Rokoff ha acabado porcolocarse usted y colocar a su familia en esta desdichada situacin. Algoque slo debe agradecer a s mismo. Como puede suponer, financiar estaexpedicin le representa al seor Rokoff un gasto considerable y como laculpa de ese enorme dispendio es exclusivamente suya, de usted, lolgico es que el seor Rokoff trate de que usted se la reembolse.

    Es ms, me atrevo a decir que slo atendiendo las justas demandasdel seor Rokoff puede usted evitar las desagradabilsimasconsecuencias que esto puede tener para su esposa y su hijo, y al mismotiempo conservar la vida y recobrar la libertad.

    -A cunto asciende la suma en cuestin? -pregunt Tarzn-. Y conqu garantas cuento de que cumplirn este acuerdo en su totalidad?Tengo razones ms que suficientes para desconfiar de dos criminales tanredomados como Rokoff y usted, ya sabe.

    Paulvitch se puso como la grana.-No se encuentra precisamente en la situacin ideal para permitirse el

    lujo de insultarnos -dijo-. Aparte de mi palabra, no tiene seguridad

    ninguna de que cumpliremos el acuerdo, pero de lo que s puede estarseguro es de que acabaremos con usted en seguida, caso de que seniegue a extender el cheque que le pedimos.

    A menos de que sea infinitamente ms imbcil de lo que imagino, sehabr dado cuenta ya de que nada nos proporcionara mayor placer queordenar a esos hombres que le cosan a balazos. Si no lo hacemos, ello sedebe a que hemos ideado otras formas de castigo ms sutiles y matarleestropeara esos planes nuestros.

    -Respndame a una pregunta -pidi Tarzn-. Est mi hijo a bordo deeste barco?

    -No -repuso Alexis Paulvitch-, su hijo est a buen recaudo en otro

    sitio; no lo sacrificaremos hasta que usted se haya negado de maneradefinitiva a acceder a nuestras peticiones. Si se hace necesario matarle austed, no habr ninguna razn para dejar con vida al nio, puesto quedesaparecida la nica persona a la que deseamos castigar a travs de lacriatura, sta no representar para nosotros ms que una fuente cons-tante de molestias y peligros. Comprender, por lo tanto, que slo puedesalvar la vida de su hijo mediante la salvacin de la suya propia y que

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    slo puede salvar su propia vida entregndonos el cheque que lepedimos.

    -Muy bien -se avino Tarzn, convencido de que estaban dispuestos acumplir la siniestra amenaza que Paulvitch haba expresado y de queexista la remota esperanza de que, accediendo a las exigencias de

    aquellos miserables, pudiera salvar al nio.Ni por asomo pens que entrase en el terreno de lo probable laposibilidad de que le permitieran seguir viviendo una vez hubieseestampado su firma en el taln. Pero estaba firmemente decidido aplantearles una batalla que nunca olvidaran y en el curso de la cualposiblemente se llevara a Paulvitch consigo a la eternidad. Slolamentaba que no estuviese all Rokoff.

    Se sac del bolsillo el talonario y la estilogrfica.-Cunto? -pregunt.Paulvitch cit una cifra desmesurada. Tarzn a duras penas logr

    contener la sonrisa.

    La misma codicia de la pareja iba a ser la causa de su fracaso, almenos en lo que concerna al rescate. Fingi titubear y hasta regate unpoco, adrede, pero Paulvitch se mostr inexorable. Por ltimo, el hombre-mono extendi el taln por una cantidad superior al saldo que tena en lacuenta.

    Al volverse para tender al ruso aquel intil rectngulo de papel, sumirada pas casualmente por encima de la amura de estribor delKincaid. Yvio con gran sorpresa que el buque se encontraba a slo unoscentenares de metros de tierra. Una tupida selva tropical llegaba casihasta el mismo borde del mar, mientras que en segundo plano, hacia elinterior, se elevaba un terreno cubierto de foresta.

    Paulvitch observ la direccin de su mirada.-Ah vamos a dejarle en libertad -dijo.El plan que alimentaba Tarzn para vengarse inmediatamente del

    ruso se desvaneci en el aire. Supuso que la tierra que tena ante scorresponda al continente africano y comprendi que si le liberaban allle iba a resultar relativamente fcil encontrar y cubrir el camino deregreso a la civilizacin.

    Paulvitch cogi el cheque.-Desndese -orden al hombre-mono-. Ah no va a necesitar la ropa.Tarzn vacil.Paulvitch indic los marineros armados. El ingls procedi entonces a

    desvestirse lentamente.Se arri un bote y condujeron a Tarzn a tierra, fuertemente

    custodiado. Media hora despus, los marineros estaban de vuelta en elKincaidyel buque se aprestaba despacio a reanudar la navegacin.

    Mientras Tarzn contemplaba desde la estrecha franja de playa lapartida del barco vio asomar por la borda una figura que empez a dargrandes voces para llamar su atencin.

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    El hombre-mono se dispona a leer una nota que le haba entregadouno de los marineros del bote, poco antes de regresar al vapor, pero alor los gritos de aviso alz la cabeza y mir hacia la cubierta del Kincaid.

    Vio all a un hombre de negra barba que se burlaba de l entrerisotadas, al tiempo que mantena por encima de su cabeza la figura de

    un nio pequeo. Tarzn hizo un movimiento como si fuera a lanzarse almar para intentar llegar a nado hasta el vapor, que ya estaba en marcha,pero al darse cuenta de lo estril de tan insensato intento se detuvo en elmismo borde del agua.

    All permaneci, con la vista clavada en el Kincaid, hasta que el buquedesapareci tras un promontorio que se destacaba de la lnea de la costa.

    En la espesura de la selva, a su espalda, unos ojos feroces, inyectadosen sangre, le contemplaban a travs de las colgantes hebras de unascejas hirsutas.

    Grupos de pequeos monos parloteaban y rean en las copas de losrboles. A lo lejos, en las profundidades de la selva, reson el rugido de

    un leopardo.Pero John Clayton, lord Greystoke, continu all, ciego y sordo,

    sumido en el dolor de los alfilerazos que se le clavaban al pensar en laoportunidad perdida al dejarse embaucar por la falsa oferta de ayuda dellugarteniente de su enemigo.

    Al menos -pens Tarzn-, me queda el consuelo de saber que Janeest a salvo en Londres. Gracias a Dios, ella no ha cado tambin en lasgarras de estos facinerosos.

    A su espalda, el ser velludo cuyos perversos ojillos haban estadocontemplndole, como un gato acecha al ratn, se desplazabasigilosamente hacia l.

    Dnde estaban los adiestrados sentidos del salvaje hombre-mono?Dnde su finsimo odo?Dnde su extraordinario olfato?

    IIIFieras al ataque

    Tarzn desdobl lentamente la nota que el marinero le haba puestoen la mano. La ley. Al principio, sus sentidos ofuscados por el dolor nopercibieron bien lo que significaba aquel texto, pero, al final, el objetivode aquella espantosa conjura vindicativa se despleg en toda su

    envergadura y alcance frente a la imaginacin del hombre-mono. Deca lanota:

    Esto le explicar la exacta naturaleza de mis intenciones respecto austed y a su retoo.

    Naci usted simio. Vivi desnudo en la selva... Le devolvemos, pues,a su ambiente natural; pero su hijo se elevar un peldao sobre el nivel

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    del padre. Es la inmutable ley de la evolucin.El padre era una bestia, pero el hijo ser un hombre..., ascender al

    peldao inmediatamente superior de la escala del progreso. El hijo noser una fiera que viva completamente desmida en la selva, sino quellevar taparrabos, ajorcas de cobre en los tobillos y tal vez un aro en la

    nariz, porque lo educarn hombres: una tribu de canbales salvajes.Podra haberle matado, pero eso hubiera acortado en buena medida

    el castigo que se ha ganado a pulso y que deseo aplicarlepersonalmente.

    Muerto no podra experimentar el sufrimiento que le representarconocer la difcil situacin en que se encuentra su hijo; pero vivo y en unlugar del que no podr evadirse para ir a buscar o a auxiliar a su hijo,la tortura de su sufrimiento ser mil veces peor que la muerte. Se

    pasar el resto de la vida pensando en los horrores que caracterizarnla existencia de su hijo. Esto, pues, ser parte de su castigo por haberosado enfrentarse a

    N. R.

    P.D. El resto del correctivo que voy a aplicarle se refiere a lo que leocurrir a su esposa... Algo que dejo a su imaginacin.

    Al concluir la lectura, un leve sonido que se produjo a su espalda hizodar un respingo al hombre-mono, al tiempo que regresaba al mundo dela realidad.

    Todos sus sentidos se despertaron automticamente y volvi a serTarzn de los Monos.

    Cuando gir en redondo y vio ante s al gigantesco mono macho que

    se precipitaba sobre l, Tarzn era ya una fiera acorralada, vibrante ensu espritu el instinto de conservacin.

    Los dos aos transcurridos desde que Tarzn abandon la selvavirgen en compaa del hombre al que haba rescatado, nomenoscabaron prcticamente nada las impresionantes facultades que lepermitieron erigirse en invencible seor de la jungla. Sus extensaspropiedades de Uziri le exigieron gran parte de su tiempo y atencin, yall encontr amplio campo para utilizar y mantener sus poderes casisobrehumanos; pero luchar a brazo partido, desnudo y desarmado, conaquella bestia peluda, de cuello de toro, feroz y musculosa, era unaprueba que al hombre-mono no le hubiera hecho ninguna gracia afrontar

    en ninguna poca de su existencia selvtica.Sin embargo, no le quedaba ms alternativa que la de enfrentarse a

    aquella furibunda criatura exclusivamente con las armas que le habaproporcionado la naturaleza.

    Por encima del hombro de aquel macho Tarzn vio los bustos deacaso una docena ms de aquellos formidables antecesores del hombreprimitivo.

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    Saba, no obstante, que las probabilidades de que le atacasen eranmnimas, dado que en las facultades de raciocinio de los antropoides noentra la idea de considerar o apreciar el valor de una accin conjuntacontra un enemigo. De otro modo, hace mucho tiempo que seran losautnticos dueos y seores de su territorio, dado el terrible poder de

    destruccin de sus poderosas zarpas y sus atroces colmillos.Al tiempo que profera un sordo rugido, la bestia se abalanz sobreTarzn, pero el hombre-mono haba descubierto, entre otras muchascosas asimiladas en el mundo civilizado, determinados sistemascientficos de lucha desconocidos entre los pobladores de la jungla.

    Y si bien aos atrs hubiera plantado cara a la fiera recurriendoexclusivamente a la fuerza bruta, ahora dio un gil salto hacia laizquierda y esquiv as la embestida de su enemigo. El impresionantesimio pas junto a Tarzn, quien le asest un tremendo puetazo en laboca del estmago.

    El simio lanz un alarido en el que se mezclaban la rabia y la

    angustia, al tiempo que se doblaba sobre s mismo e iba a estrellarsecontra el suelo, aunque casi instantneamente empez a bregar paraincorporarse.

    Sin embargo, antes de que consiguiera ponerse en pie, su adversariode piel blanca haba dado ya media vuelta y se aprestaba a atacarle.Automticamente, al lord ingls se le disolvi la superficial capa de civi-lizacin que le cubra.

    Volvi a ser la salvaje fiera de la jungla que gozaba en el sangrientocombate con los de su clase. Otra vez era Tarzn, hijo de Kala la simia.

    Sus fuertes y blancos dientes se clavaron en la peluda garganta de suadversario, mientras tanteaba para localizar la palpitante yugular.

    Dedos poderosos mantenan a distancia de su propia carne loscolmillos enemigos o golpeaban y batan con la violencia de un martillopiln la rugiente y espumeante cara del enemigo.

    De pie, en crculo alrededor de los luchadores, los restantes miembrosde la tribu de monos contemplaban y disfrutaban del combate. Emitanguturales gruidos de aprobacin cada vez que volaban por el aire trozosde piel blanca o puados de ensangrentado pelo desprendidos de uno uotro de los contendientes. Pero en general guardaban silencio, expec-tantes y mudos de asombro cuando vieron que el poderoso mono blancose colocaba a la espalda del rey de la tribu, sus msculos de acero setensaban por debajo de las axilas del mono macho y las palmas de sus

    manos se enlazaban sobre la nuca de ste y ejercan presin sobre elcuello. El rey de la tribu de simios no pudo hacer ms que lanzar gritosatribulados, dar vueltas impotentes sobre s mismo y pisotear la espesaalfombra de hierba.

    Del mismo modo que venci Tarzn al colosal Terkoz aquella vez,muchos aos antes, cuando el hombre-mono se dispona a ir en buscade seres de su propia especie y color, as derrotaba ahora a aquel mono

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    gigantesco, con la misma llave efectiva que descubri por casualidaddurante aquel otro combate.

    La reducida concurrencia de feroces antropoides oy el chasquido queprodujo al romperse el cuello de su rey, mezclado con los gritos de dolory los espantosos rugidos del cuadrumano.

    Son luego un restallido sbito, como cuando la violencia delvendaval desgaja la rama de un rbol. La cabeza en forma de bala cayhacia adelante, para quedar apoyada flccidamente sobre el peludopecho. Cesaron los aullidos y rugidos.

    Los porcinos ojillos de los espectadores se trasladaron de la inerteforma de su jefe a la figura de aquel mono blanco que se pona en piejunto al vencido. Tas miradas volvieron despus al destronado rey comosi, estupefactos, fuesen incapaces de comprender por qu no selevantaba y daba cuenta de aquel presuntuoso extrao.

    Vieron que el recin llegado plantaba un pie sobre el cuello de lainmvil figura tendida ante l, echaba hacia atrs la cabeza y lanzaba al

    viento el singular grito de desafo del mono macho que ha consumadouna muerte. Comprendieron entonces que su rey acababa de morir.

    Las espeluznantes notas de aquel grito de victoria reverberaron a lolargo y ancho de la selva. Los micos situados en las copas de los rbolessuspendieron su parloteo. Tambin guardaron sbito silencio las chi-llonas aves de brillante plumaje. De la distancia lleg la respuesta algrito de desafo que emiti un leopardo, a la que sigui el rugidoprofundo de un len.

    El Tarzn de otros tiempos selvticos dirigi la mirada interrogadorade sus ojos hacia el reducido grupo de simios que tena frente a s. Fue elantiguo Tarzn quien sacudi la cabeza como si tratara de apartar de la

    cara y echarse hacia atrs la espesa melena: vieja costumbre de aquellapoca pasada en la que las largas guedejas negras le caan sobre loshombros y a menudo se colocaban delante de los ojos, en los instantescruciales en que tener despejada la visin poda significar la vida o lamuerte.

    El hombre-mono saba que era posible que le atacase de inmediato elmono macho que se considerara ms fuerte y preparado para competirpor el cargo de rey de la tribu. Entre los antropoides de la comunidad deTarzn no era inhabitual que un absoluto desconocido entrase a formarparte de ella y, tras despachar al rey, asumiera la jefatura de la tribu ytomara posesin de las hembras del monarca cado.

    Por otra parte, si no haca el menor intento de seguirlos, lo msprobable era que se alejaran de l poco a poco y que, posteriormente, loscandidatos al trono lucharan entre s para conseguir los regios atributos.Tena la plena certeza de que, si se lo propona, estaba a su alcanceerigirse en rey de aquella tribu, pero, en cambio, de lo que no poda estarseguro era de que tal situacin de mando le interesara, puesto quecomportaba a veces obligaciones fastidiosas y no alcanzaba a ver qu

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    posibles ventajas particulares podra reportarle.Uno de los simios ms jvenes, una gigantesca bestia de msculos

    imponentes y aire amenazador, se fue aproximando al hombre-mono.Ense los colmillos y dej or a travs de ellos un torvo gruido.

    Tarzn no le quitaba ojo; observ atentamente cada uno de sus

    movimientos, erguido y rgido como una estatua. De haber retrocedidoun paso, habra provocado una acometida inmediata; si se hubiera pre-cipitado al encuentro del simio, la consecuencia habra sido la misma, otal vez el belicoso mono hubiera emprendido la retirada... todo dependade la cantidad de valor que tuviese el joven antropoide.

    Permanecer completamente inmvil, a la espera de la iniciativa que elcontrario pudiese tomar, era el adecuado trmino medio. En ese caso, elmacho provocador, de acuerdo con la costumbre, se aproximara hastasituarse muy cerca del objeto de su atencin. Soltara espantososgruidos amedrentadores y enseara los babeantes colmillos.

    Procedera a girar lentamente en crculo alrededor del otro, como si

    algo le ligase a l... Y eso fue lo que hizo aquel cuadrumano, tal comoTarzn haba anticipado.

    Acaso se tratara de un farol majestuoso, aunque, por otra parte, elcerebro de un simio es tan inestable que cualquier arrebato sbito podaimpulsar aquella masa peluda sobre el hombre, sin previo aviso, connimo de desgarrar y despedazar con saa.

    Mientras la fiera giraba a su alrededor, Tarzn fue volvindosedespacio tambin, con los ojos clavados en su antagonista. La opininque se haba formado de aquel mono joven era la de que se trataba de unindividuo que hasta entonces nunca se haba considerado capaz devencer al rey en ejercicio, pero que estaba convencido de que algn da

    iba a conseguirlo. Tarzn observ que era un ejemplar de proporcionesmagnficas, que se alzaba hasta una altura de dos metros diez sobre suscortas y arqueadas extremidades inferiores.

    Incluso levantado en toda su estatura, los largos brazos casi lellegaban al suelo y sus tremendos incisivos, muy cerca del rostro deTarzn en aquel momento, eran excepcionalmente largos y afilados. Aligual que los dems integrantes de la tribu, se diferenciaba en muy pocosdetalles, todos secundarios, de los monos entre los que Tarzn vivi suinfancia y juventud.

    Al principio, nada ms ver los velludos cuerpos de los antropoides, unestremecimiento de esperanza agit a Tarzn..., la esperanza de que, por

    una extraa veleidad del destino, hubiera regresado al seno de su propiatribu. Pero un examen ms atento le haba convencido de que aquellossimios pertenecan a otra familia.

    Mientras el amenazador macho segua dando vueltas, muy tieso ymovindose espasmdicamente, a la manera en que lo hacen los perroscuando entre ellos aparece un individuo desconocido, a Tarzn se le ocu-rri comprobar si el lenguaje de su propia tribu era idntico al de aquella

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    otra comunidad, as que se dirigi a su presunto adversario, hablndoleen la lengua de la tribu de Kerchak.

    Quin eres t -le pregunt- que te atreves a amenazar a Tarzn delos Monos?

    La sorpresa apareci en el semblante de la peluda bestia.

    -Soy Akut-replic en el mismo lenguaje simple, primitivo, tan bajo enla escala de las lenguas orales que, como Tarzn haba supuesto, eraidntico al de la tribu en la que haba vivido los veinte primeros aos desu existencia.

    -Yo soy Akut-repiti el mono-. Molakha muerto. Soy el rey. Mrchatesi no quieres que te mate!

    -Ya viste con qu facilidad he matado a Molak -replic Tarzn-. Siquisiera ser rey, te matara a ti del mismo modo. Pero Tarzn de losMonos no tiene ningn inters en ser rey de la tribu de Akut. Lonicoque desea es vivir en paz en esta tierra. Seamos amigos. Tarzn de losMonos puede ayudaros y vosotros podis ayudar a Tarzn de los Monos.

    -T no puedes matar a Akut-contest el simio-. Nadie es tan grandecomo Akut. Si t no hubieses matado a Molak, Akut lo habra hecho,porque Akutestaba ya listo para ser rey.

    A guisa de respuesta, Tarzn se abalanz hacia la enorme fiera, queen el curso de la conversacin haba bajado la guardia ligeramente.

    En un abrir y cerrar de ojos aferr la mueca del gigantesco mono, leoblig a dar media vuelta antes de que tuviese tiempo de abrazarlo a l yse encaram de un salto en las amplias espaldas del antropoide.

    Ambos cayeron juntos, pero la maniobra le sali a Tarzn a las milmaravillas, tan perfectamente que antes de que llegaran al suelo yahaba inmovilizado a Akutcon la misma presa que poco antes empleara

    para romper el cuello a Molak.Poco a poco fue aumentando la presin y luego, de la misma manera

    que en otra poca pasada brind a Kerchakla oportunidad de rendirse yconservar la vida, ofreci a Akut -en quien vea un posible aliado deenorme vigor y recursos considerables- la opcin de vivir en paz yamistosa armona con l o morir como momentos antes haba visto caera su hasta entonces salvaje e invencible rey.

    -Ka-goda?-susurr Tarzn al mono sobre el que se encontraba.Era la misma pregunta que haba formulado a Kerchak y que en el

    lenguaje de los monos significa, en versin ms o menos libre: Terindes?.

    Akutrecord el chasquido que oy poco antes de que el grueso cuellode Molakse tronchase. Se estremeci.

    La idea de renunciar a la jefatura le fastidiaba enormemente, as quebreg con todas sus fuerzas para liberarse. Sin embargo, una repentina ytorturante presin sobre las vrtebras arranc a sus labios unangustioso Ka-goda!.

    Tarzn afloj un poco la presa.

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    -An ests a tiempo de ser rey, Akut-dijo-. Tarzn te ha aseguradoque no quiere serlo. Si alguien pone en duda tu derecho a la soberana,Tarzn de los Monos te ayudar en tus peleas.

    El hombre-mono se levant y Akut se puso en pie lentamente.Sacudi su enorme cabeza en forma de proyectil y, entre gruidos de

    furia, regres hacia su tribu. Mir uno tras otro, retadoramente, a losgigantescos machos de los que poda esperar que pusieran en cuestinsu jefatura.

    Pero a ninguno se le ocurri desafiarle; por el contrario, se fueronretirando al acercrseles y, al cabo de un momento, toda la comunidadse adentraba de nuevo en la selva y Tarzn volvi a encontrarse solo enmedio de la playa.

    Al hombre-mono le dolan las heridas que poco antes le infligieraMolak, pero estaba habituado al sufrimiento fsico y lo soportaba con lamisma entereza y tranquila resignacin con que lo resistan las fierassalvajes. Esas fieras le haban enseado a sobrellevar las vicisitudes de

    la vida de la selva de acuerdo con el sistema propio de los que hannacido en ella.

    Comprendi que lo que necesitaba prioritariamente era disponer dearmas de ataque y de defensa, porque su encuentro con los simios, laslejanas notas de los rugidos de Numa, el len, y de Sheeta, la pantera, leavisaban de que all no le aguardaba una vida tranquila y segura,apoltronada en la indolencia.

    Haba vuelto nada ms ni nada menos que a la antigua existencia deconstante peligro y efusin de sangre: a ser cazador y pieza que losdems podan cazar. Como en pocas pasadas, le acecharan temiblesfieras y ni durante los selvticos das ni en el curso de las noches

    terrorficas, habra momento alguno en que no necesitara las toscasarmas que pudiera fabricarse con los materiales que tena a mano.

    En la orilla del mar encontr una afloracin de quebradi7as rocasgneas. Le cost un buen rato de esfuerzo, pero consigui desgajar unalasca alargada, de unos treinta centmetros de longitud y cosa decentmetro y medio de grueso. Cerca de la punta, el canto era bastanteafilado. Era un autntico cuchillo rudimentario.

    Armado con l, Tarzn se adentr en la selva, hasta dar con un rbolcado de cierta especie de madera dura que le era familiar. Cort unarama, bastante recta, cuya punta aguz.

    Despus practic un pequeo agujero redondo en la superficie del

    cado tronco. Introdujo en l unos puados de corteza seca, previa ymeticulosamente desmenuzada. Insert la punta de la rama y, sentado ahorcajadas en el tronco, procedi a girar rpidamente la rama en unsentido y en otro, entre las palmas de las manos.

    Al cabo de un momento empez a elevarse de la masa de corteza unadelgada columna de humo e, instantes despus, brot la llama.Amonton Tarzn sobre la minscula lumbre ramitas y palos un poco

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    Las fieras de Tarzn Edgar Rice Burroughs

    ms gruesos y no tard en tener una crepitante y respetable lumbre en lacavidad del tronco seco, cavidad que el propio fuego fue ampliando.

    Introdujo all la hoja de su cuchillo de piedra y, cada vez queempezaba a recalentarse, la extraa para aplicarle una gota de agua juntoal borde del canto. La zona humedecida se agrietaba y de ella se des-

    prenda luego una pequea escama.As, con perseverante calma, el hombre-mono inici la tediosa tareade afilar su primitivo cuchillo de monte.

    Desde luego, no tena intencin de cumplir tal hazaa de unasentada. De momento se conform con afilar un borde cortante de unoscinco centmetros, que utiliz para fabricarse un arco largo y flexible, unmango para el propio cuchillo, una estaca de buenas proporciones y unaabundante provisin de flechas.

    Lo escondi todo en un rbol muy alto que creca a la orilla de unarroyo, en cuyas ramas construy tambin una plataforma que coroncon un tejado de hojas de palmera.

    Cuando daba fin a su labor, la noche empezaba a caer y Tarzn sintiun deseo apremiante de echarse algo al estmago.

    Durante la breve excursin que haba hecho por el bosque habaobservado que a escasa distancia del rbol que ocupaba, arroyo arriba,haba un abrevadero que, a juzgar por lo pisoteado que apareca el barrodel piso de sus accesos, sin duda lo frecuentaban gran cantidad deanimales de todas clases, que acudan a l a beber. Hacia aquel punto sedesplaz silenciosamente el hambriento hombre-mono.

    Vol a travs de las ramas de la parte superior de los rboles con lagraciosa agilidad de un mico. A no ser por el enorme peso de la angustiaque le oprima el corazn se habra sentido inmensamente feliz al verse

    de nuevo disfrutando de la vida en absoluta libertad, como en sujuventud.

    Sin embargo, tal peso no le impidi caer en las inclinaciones ycostumbres de su anterior existencia, que en realidad formaban parteintegrante de su persona en mayor medida que la capa superficial decivilizacin con que le haba recubierto su contacto, durante los ltimostres aos, con el hombre blanco del mundo occidental. Un ligero barnizque lo nico que logr fue disimular las tosquedades del animal salvajeque haba sido Tarzn de los Monos.

    De haberle visto sus compaeros de la Cmara de los Lores sehabran llevado las nobles manos a la cabeza, henchidos de sano horror.

    Tarzn se agazap en silencio sobre las ramas bajas de un gigante dela floresta que dominaba la senda del abrevadero. Mantuvo atentos lossensibles odos, mientras los ojos penetrantes escudriaban la selva, pordonde a no tardar iba a emerger su alimento.

    No tuvo que esperar mucho.Apenas se haba acomodado en una postura conveniente, estiradas

    las flexibles y musculosas piernas al estilo de la pantera que dispone sus

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    Las fieras de Tarzn Edgar Rice Burroughs

    cuartos traseros para ejecutar su salto, cuando Bara, el ciervo, aparecicon sus andares elegantes. Se acercaba a beber.

    Pero no iba solo. Tras el airoso animal marchaba otro al que el ciervono poda ver ni ventear, pero cuyos movimientos resultabanperfectamente visibles para Tarzn, desde la elevada atalaya oculta en la

    que estaba al acecho.An no conoca con exactitud la naturaleza del ser que tansigilosamente se mova a travs de la espesura de la selva, a doscientos otrescientos metros por detrs del ciervo; pero tena la absoluta certeza deque se trataba de un gran animal de presa, que persegua a Baracon lasmismas intenciones que le animaban a l a aguardar la llegada del velozrumiante. Numa, tal vez, o Sheeta, la pantera.

    En cualquier caso, Tarzn tuvo plena conciencia de que la cena se leescapara de las manos, a no ser que Barase aproximara al vado msdeprisa de lo que lo estaba haciendo.

    Al mismo tiempo que tal idea surcaba el cerebro de Tarzn, el ciervo

    debi de captar algn ruido a su espalda, porque se detuvo de pronto,permaneci inmvil y tembloroso unos segundos y luego dio un saltohacia adelante y corri en direccin al ro y al punto donde se hallabaTarzn. Su intencin consista en atravesar el vado y emprender la huidatras salir por la orilla contraria del ro.

    Apareci Numa,ya a menos de cien metros del ciervo.Tarzn lo vea con toda claridad. Baraestaba a punto de pasar por

    debajo del hombre-mono. Podra lograrlo? A la vez que se formulaba esapregunta, el hambriento Tarzn se dej caer en peso sobre el lomo delsobresaltado ciervo.

    Segundos despus, Numase encontrara sobre ellos, de modo que si el

    hombre-mono quera cenar aquella noche, y comer durante los dasinmediatos, no le quedaba ms remedio que actuar con rapidez.

    No haba hecho ms que aterrizar sobre la tersa piel del ciervo, con talviolencia que el pobre animal dobl las rodillas, cuando ya tenaaferrados los cuernos del animal con ambas manos. Mediante un bruscotirn torci el cuello del ciervo y fue aumentando la presin hasta queoy el chasquido de las vrtebras al quebrarse.

    Numaruga furioso, casi encima de ellos, mientras Tarzn se echabael ciervo al hombro, sujetaba con los dientes una de las patas delanterasy daba un salto hacia una rama baja extendida sobre su cabeza.

    Se cogi a la rama con ambas manos y, en el preciso instante en queNumasaltaba, se puso lejos de las crueles garras del len.

    Reson el ruido sordo de un golpe al chocar contra el suelo el burladofelino, mientras Tarzn de los Monos, tras poner a buen recaudo susrecin conseguidas provisiones en las ramas altas del rbol, baj lamirada hacia los brillantes ojos amarillos de la fiera, a la que dedic lasmuecas ms guasonas de su repertorio y las pullas ms provocativas einsultantes que se le ocurrieron, al tiempo que paseaba la pieza cobrada

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    ante las fauces del cazador al que acababa de birlrsela.Con el tosco cuchillo de piedra cort un suculento filete de los cuartos

    traseros del ciervo y, mientras el enorme len paseaba de un lado paraotro, sin dejar de emitir rabiosos gruidos, lord Greystoke se llen elselvtico estmago. Y ni siquiera la ms exquisita especialidad culinaria

    del ms selecto de los clubes londinenses le habra sabido mejor queaquella carne cruda.La caliente sangre de la presa le ti de rojo la cara y las manos y los

    efluvios que ms complacen a los carnvoros salvajes saturaron sus fosasnasales.

    Y cuando dio por concluida la cena, guard el resto del ciervo en unahorquilla de la parte alta de la enramada y, sin preocuparse de Numa,que le sigui por tierra, todava buscando venganza, Tarzn volvi alrefugio que se haba construido en la copa del otro rbol, donde durmihasta que, a la maana siguiente, el sol estuvo muy alto en el cielo.

    IVSheeta

    Los das inmediatos los dedic Tarzn a completar su armamento y aexplorar la selva virgen. Se prepar cuerdas para el arco con lostendones del ciervo que le haba procurado la cena aquella primeranoche en la nueva playa en que le desembarcaron, y aunque hubiesepreferido utilizar las tripas de Sheetapara ese fin, tuvo que conformarsecon esperar a que se presentara la ocasin propicia para matar a uno deesos grandes felinos.

    Tambin trenz una larga cuerda de hierbas..., como la que tantos

    aos atrs utiliz para sacar de quicio al malvolo Tublat, y que msadelante se convirti en un arma de prodigiosa eficacia en las diestrasmanos del joven muchacho-mono.

    Se fabric una vaina y un mango para el cuchillo de monte, ademsde una aljaba para las flechas y, con la piel de Bara, un cinturn y untaparrabos. A continuacin se aprest a reconocer aquella tierradesconocida en la que se encontraba. Comprendi que no poda tratarsede la costa occidental del continente africano tan familiar para l, ya queencaraba el este: el sol surga del ocano por delante del umbral de lajungla.

    Pero saba, asimismo, que no se trataba de la costa oriental de frica,porque tena la seguridad de que el Kincaid no haba navegado por elMediterrneo, ni por el canal de Suez ni por el mar Rojo. Y tampocohaba tenido tiempo de doblar el cabo de Buena Esperanza. As queTarzn, desconcertado, ignoraba por completo dnde poda encontrarse.

    Se pregunt en ms de una ocasin si el buque no habra atravesadoel Atlntico para depositarle en alguna playa selvtica de Amrica delSur; pero la presencia de Numa, el len, le hizo comprender que tal no

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    poda ser el caso.Mientras caminaba en solitario por la selva, paralelamente a la orilla

    del mar, sola sentir un intenso deseo de verse acompaado, de formaque, poco a poco, empez a lamentar no haberse integrado en la tribu demonos. No haba vuelto a verlos desde el da de su llegada, cuando ms

    predominaba en su nimo la influencia de la civilizacin. Casi habaregresado de nuevo a su antigua condicin de Tarzn de los Monos yaunque se daba cuenta de que entre l y los grandes antropoides existanpocas cosas en comn, no dejaba de decirse que estar con ellos eramejor que carecer por completo de compaa.

    Avanzaba sin prisas, a veces por tierra y a ratos desplazndose derama en rama. De vez en cuando se entretena en recoger frutos o endarle la vuelta al tronco de un rbol cado, para buscar algn insecto delos de mayor tamao, bichos que an le resultaban tan agradables alpaladar como en los viejos tiempos. Habra recorrido cerca de doskilmetros cuando atrajo su atencin el olor de Sheetaque el viento, que

    soplaba de cara, llev hasta su olfato.A Tarzn le alegraba extraordinariamente que Sheetase cruzara en su

    camino, porque precisamente estaba deseando tropezarse con unejemplar de pantera para agenciarse sus resistentes tripas, que utilizaracomo cuerdas del arco, y la piel de los lomos, con la que seconfeccionara un taparrabos. De forma que, si bien hasta entonces ladespreocupacin haba presidido sus paseos, a partir de ese momento Tarzn se convirti en la personificacin de la marcha cautelosa yfurtiva.

    Rpida y silenciosamente se desliz a travs de la floresta, en pos delsalvaje felino. Y el perseguidor, con toda su noble estirpe, no era menos

    brbaro que la fiera criatura a la que acechaba.Al acercarse a Sheeta,Tarzn adivin que la pantera, por su parte,

    andaba tras alguna pieza y, en el preciso instante en que la idea llegabaa su mente, lleg tambin a sus fosas nasales, impulsado por una levebrisa que soplaba desde la derecha, el fuerte olor de una comunidad degrandes simios.

    Cuando Tarzn la avist, Sheetase encontraba a cierta distancia, enun rbol gigante y, ms all de la pantera, el hombre-mono vio a la tribude Akut, cuyos miembros descansaban en un pequeo claro natural.Algunos dorman apoyados en los troncos de los rboles, mientras otrosremoloneaban por all, arrancaban trozos de corteza y, si descubrandebajo algn gusano, escarabajo o cualquier otro bicho comestible, seapresuraban a echrselo al coleto glotonamente.

    Akutera el ms prximo a Sheeta.El enorme felino se encontraba agazapado sobre una gruesa rama y el

    denso follaje lo ocultaba a la vista del mono. La pantera aguardabapacientemente a que el antropoide entrara en su radio de accin, sepusiera al alcance de su salto.

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    Con toda la precaucin propia del caso, Tarzn tom posiciones en elmismo rbol en que estaba Sheeta, un poco por encima de la pantera.Empuaba en la mano izquierda el fino cuchillo de piedra. Hubierapreferido emplear la cuerda, pero la densidad de la fronda que rodeaba alfelino no garantizaba ni mucho menos que el lanzamiento del lazo fuese

    certero.Akut se haba aproximado mucho, casi estaba debajo de la ramadonde la muerte le aguardaba. Sheetadistendi un poco ms las patastraseras y, de sbito, al tiempo que emita un rugido espantoso, se aba-lanz sobre el gigantesco simio. Pero una dcima de segundo antes deque el felino saltara, otro animal de presa se dej caer encima de l y elalarido de ste se mezcl con el salvaje rugido de la pantera.

    Cuando el sobresaltado Akutalz la cabeza, se vio a la pantera casiencima y, sobre el lomo de la misma, al mono blanco que le habavencido aquel da cerca de la corriente de agua grande.

    Los dientes del hombre-mono estaban hundidos en el cuello de

    Sheetay subrazo derecho se cea en torno al cuello de la fiera, mientrasla mano izquierda, que esgrima un afilado cuchillo de piedra, suba ybajaba repetidamente, descargando golpes furiosos en el costado delfelino, por detrs de la paletilla izquierda.

    Akut tuvo el tiempo justo para dar un salto lateral y evitar as versecogido entre aquellos dos monstruos de la jungla enzarzados en ferozcombate.

    Cayeron estruendosamente a los pies del simio. Sheeta grua,chillaba y ruga de forma espeluznante, pero el mono blanco segua tenazy silenciosamente aferrado al cuerpo de su presa, que no cesaba en sussacudidas frenticas.

    De modo constante, implacable, el cuchillo de piedra atravesaba unay otra vez la lustrosa piel de la pantera... Una y otra vez se hundaprofundamente en el cuerpo del felino, hasta que ste, tras un ltimosalto, acompaado de un aullido de agona, rod sobre un costado yqued tendido all, sin vida, completamente yerto e inmvil, salvo por lasvibraciones espasmdicas de los msculos.

    El hombre-mono levant entonces la cabeza, erguido sobre el cadverdel derrotado adversario, y, de nuevo, el salvaje grito retador, anuncio dela victoria, hizo estremecer el aire de la jungla.

    Convertidos en asombrados espectadores, Akut y sus simioscontemplaron, entre el temor y la maravilla, el cuerpo inerte de Sheetayla gil y erguida figura del hombre que la haba matado.

    Tarzn fue el primero en hablar.Haba salvado la vida a Akut con un objetivo y, conocedor de las

    limitaciones intelectuales del mono, no ignoraba que deba explicar esepropsito con sencillez y claridad al antropoide, si quera que le sirvierade acuerdo con sus esperanzas.

    -Soy Tarzn de los Monos -dijo-. Poderoso cazador. Luchador

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    formidable. Junto a la corriente de agua grande perdon a Akut la vidacuando poda habrsela arrebatado y erigirme en rey de la tribu de Akut.Ahora he salvado a Akut de morir bajo los colmillos desgarradores deSheeta.

    Cuando Akutola tribu de Akutest en peligro, llamad a Tarzn as...

    El hombre-mono lanz al aire el aterrador alarido con el que la tribude Kerchak convocaba a los miembros ausentes cuando surga algnpeligro.

    -Y cuando oigis que Tarzn os llama -continu-, recordad lo que hahecho por Akut yacudid con la mxima rapidez que podis. Haris loque os dice Tarzn?

    -Jiu! -asinti Akut, y los dems integrantes de la tribu emitieron ununnime Jiu!.

    A continuacin, reanudaron su descanso y bsqueda de cosas quellevarse a la boca, como si nada hubiese ocurrido. En esa tareaalimenticia les acompa John Clayton, lord Greystoke.

    Observ, con todo, que Akutse mantena siempre cerca de l y que amenudo se le quedaba mirando con una extraa expresin de perplejidaden sus ojillos inyectados en sangre. Lleg incluso a hacer algo que, en loslargos aos que haba vivido en la tribu de antropoides, Tarzn no habavisto hacer a ninguno de ellos una sola vez: al encontrar un bocado delos que los simios consideraban exquisito, se lo tendi a Tarzn.

    Durante las caceras, el reluciente cuerpo del hombre-mono semezclaba con las pieles de color pardo y cubiertas de pelo de suscompaeros, Con frecuencia se rozaban o tropezaban, al cruzarse, perolos monos ya daban por normal la presencia de Tarzn entre ellos y loconsideraban uno ms, tan miembro de la tribu como el propio Akut.

    Si se acercaba ms de la cuenta a una madre joven con su hijopequeo, la hembra le enseaba los dientes y grua en tonoamenazador. A veces, un macho joven con tendencia a lo truculento, simientras estaba comiendo se le acercaba Tarzn, le ruga a guisa deominosa advertencia. Pero en todo eso no reaccionaban de maneradistinta a como lo hacan cuando se trataba de cualquier otro miembrode la tribu.

    Por su parte, Tarzn se senta a sus anchas entre aquellos feroces yvelludos progenitores del hombre primitivo. Con gil rapidez se ponafuera del alcance de toda hembra agresiva, ya que esa es la forma deactuar de los monos en tales circunstancias y, en cuanto a lostremebundos simios jvenes, les pagaba en la misma moneda: lesenseaba los dientes y les devolva los gruidos. As, casi sin darsecuenta, regres Tarzn a su antiguo sistema de vida, con tan naturalfacilidad como si nunca hubiera saboreado la convivencia con seres desu propia especie.

    Durante cerca de una semana deambul por la selva con sus nuevosamigos, en parte a causa de su deseo de tener compaa y en parte

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    porque pretenda que su persona se grabara de forma indeleble en lamemoria de los antropoides, en los que, en el mejor de los casos, losrecuerdos nunca permanecen mucho tiempo. Por su pasada experiencia,Tarzn saba que poda resultarle muy til estar en buenas relaciones ycontar con una tribu de animales tan poderosos y terribles, a los que

    llamar para que acudieran en su ayuda.Una vez tuvo el convencimiento de que haba logrado, hasta ciertopunto, imprimir su personalidad en el entendimiento de los simios, tomla decisin de reanudar sus exploraciones. A tal objeto, un da se pusoen marcha, a primera hora de la maana, rumbo al norte, y avanz conpaso rpido en paralelo a la playa hasta que casi se haba hecho denoche.

    Cuando sali el sol a la maana siguiente comprob que seremontaba en el cielo un tanto a su derecha y, como estaba en la playa,le extra no encontrrselo de frente, surgiendo al otro lado del agua,como siempre. Razon entonces que la lnea de la costa tenda hacia el

    oeste. Continu su veloz marcha a lo largo de la segunda jornada ycuando Tarzn de los Monos quera ir deprisa, se desplazaba por el nivelintermedio de las enramadas, con la rapidez de una ardilla.

    Aquella noche el sol se puso por el mar, al otro lado de la tierra, loque hizo adivinar por fin al hombre-mono la verdad que llevaba ciertotiempo sospechando.

    Rokoff le haba desembarcado en una isla.Tena que haberse dado cuenta! Si exista un plan que elevara al

    mximo las dificultades de la situacin, haciendo sta insuperablementeterrible, no caba duda de que el ruso lo iba a adoptar, y qu poda serms horroroso que dejarle abandonado en una isla desierta, condenado a

    una tensin, una incertidumbre y una angustia vitalicias?Sin duda, Rokoff haba puesto proa al continente, donde le resultara

    relativamente fcil dar con el modo de poner al nio Jack en manos deunos padres adoptivos salvajes y crueles que, como amenazaba el rusoen su nota, se encargaran de criar al chico.

    Un estremecimiento sacudi a Tarzn al pensar en los espantosossufrimientos que soportara el pequeo en el curso de semejanteexistencia, incluso aunque cayera en poder de individuos cuyasintenciones hacia l fueran de lo ms afectuoso. El hombre-mono habatenido suficiente experiencia con las tribus salvajes africanas de la escalahumana inferior para saber que incluso entre ellas podan encontrarse

    las virtudes de la misericordia y la humanidad, en su ms tosco aspecto;pero la vida de los mismos era un encadenamiento de terriblesprivaciones, peligros y sufrimientos.

    Luego estaba el horrendo futuro que le aguardaba al muchacho amedida que fuera desarrollndose rumbo al estado adulto. Slo lasespantosas costumbres que formaran parte de su educacin le pros-cribiran para siempre de todo contacto con las personas de su propia

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    raza y estado social.Un canbal! Su hijo reducido a la condicin de salvaje antropfago!

    Era demasiado pavoroso para imaginrselo.Dientes afilados, nariz partida, la carita pintarrajeada de modo

    repelente.

    A Tarzn se le escap un gemido. Si pudiera cerrar sus dedos deacero sobre la garganta de aquel miserable ruso!Y Jane!Qu atroces tormentos estara sufriendo a causa de la duda, la

    incertidumbre y el miedo! Comprendi que la situacin en que l seencontraba era infinitamente menos terrible que la de ella, porque almenos l saba que uno de sus seres queridos estaba a salvo en la patria,mientras que Jane ignoraba por completo el paradero de su esposo y desu hijo.

    Para Tarzn no dej de ser una suerte ignorar la verdad, porqueconocerla hubiera centuplicado su dolor.

    Mientras avanzaba despacio a travs de la selva virgen, absorta lamente en sombros pensamientos, llegaron a sus odos unos extraosroces, como araazos, cuya naturaleza no poda determinar.

    Se encamin cautelosamente hacia el lugar de donde emanaban yunos segundos despus encontraba una enorme pantera que se debatabajo el rbol cado que la aprisionaba contra el suelo.

    Al acercarse Tarzn, la fiera, rugiente, se revolvi para mirarle y bregfrentica, loca por zafarse de lo que la retena all, pero la gruesa ramaatravesada sobre su lomo y la maraa de follaje y otras ramas mantenaninmviles sus patas y slo pudo adelantar unos centmetros en direccina Tarzn.

    El hombre-mono se detuvo frente al impotente felino y coloc unaflecha en el arco, dispuesto a despachar a la fiera que, de todas formas,iba a morir de inanicin. Pero cuando tensaba el arco una idea, tanrepentina como caprichosa, detuvo su mano.

    Por qu privar a aquella pobre criatura de la vida y la libertad,cuando tan fcil resultaba restituirle ambas cosas? La pantera agitabalas cuatro extremidades en su intil intento de liberarse, lo que hizocomprender a Tarzn que su espina dorsal no haba sufrido dao algunoy, por la misma razn, supo que tampoco tena rota ninguna pata.

    Afloj la cuerda del arco, volvi a poner la flecha en el carcaj, se echel arco al hombro y se acerc hasta la aprisionada fiera.

    De los labios del hombre-mono brot el suave ronroneo tranquilizadorque suelen emitir los felinos cuando se sienten felices y contentos. Era loms parecido a un gesto de amistad que poda ofrecer en el lenguaje deSheeta.

    La pantera dej de gruir y observ atentamente al hombre-mono.Para alzar el enorme peso del rbol que sujetaba al animal, Tarzn tenaque situarse al alcance de las largas y fuertes garras, aparte de que,

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    cuando hubiese levantado el rbol, quedara totalmente a merced de labestia salvaje. Para Tarzn, sin embargo, el miedo era algo quedesconoca por completo.

    Una vez tomada la decisin, actu rpidamente.Se meti sin vacilar en el enredo de follaje y ramas, al costado de la

    pantera, sin suspender su amistoso ronroneo conciliador. El felino volvila cabeza para no apartar los ojos del hombre..., lo mir fija e inte-rrogadoramente. Enseaba los largos colmillos, pero ms a la defensivaque en plan amenazador.

    Al aplicar el hombro al tronco del rbol, por debajo de ste, la piernade Tarzn toc el sedoso costado de la pantera, tan cerca estaba elhombre del gran felino.

    Poco a poco, Tarzn fue tensando sus msculos gigantescos.El enorme rbol y la maraa de su enramada se levantaron

    gradualmente, separndose de la pantera que, al notar que aquel pesoinmovilizador se le quitaba de encima, se apresur a deslizarse para salir

    de la trampa. Tarzn dej caer el rbol en el suelo y las dos selvticascriaturas dieron media vuelta para contemplarse mutuamente.

    Una torva sonrisa curvaba los labios del hombre-mono, sabedor deque haba puesto su vida al albur del capricho de aquella salvaje criaturade la jungla a la que acababa de liberar. No le hubiera sorprendido loms mnimo que el felino se abalanzase sobre l en cuanto se violiberado.

    Pero no lo hizo. Sheeta permaneci quieta a unos pasos del rbol,mientras observaba los movimientos con que el hombre sedesembarazaba de las ramas y sala de aquel ddalo vegetal.

    Fuera ya de l, Tarzn se encontr a menos de tres pasos de la

    pantera. Poda haberse elevado velozmente hacia las copas de los rbolesdel lado contrario, ya que Sheeta no poda llegar a las alturas quenormalmente alcanzaba Tarzn, pero algo inexplicable, acaso afn defanfarronera, impuls al hombre-mono a acercarse a Sheeta, como sideseara comprobar la posibilidad de que la pantera experimentase unsentimiento de gratitud que le indujese a mostrarse amistosa.

    Cuando estaba a punto de llegar al impresionante felino, ste seapart precavidamente a un lado, y Tarzn pas de largo junto a l, acosa de un palmo de las abiertas fauces. El hombre-mono continu haciael bosque y entonces la pantera ech a andar tras l y le sigui como unperro.

    Transcurri bastante tiempo antes de que Tarzn pudiera precisar sila fiera le segua inducida por el afecto o simplemente iba tras l a laespera de que se le despertara el apetito. Finalmente, Tarzn no tuvoms remedio que dar por cierto que era el sentimiento de amistad lo queimpulsaba a Sheetaa comportarse as.

    Entrado aquel da, el olor a venado lanz a Tarzn a las frondas de lasalturas y, cuando el lazo se cerr en torno al cuello del ciervo, convoc a

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    Sheeta mediante un ronroneo similar al que haba empleadoanteriormente para apaciguar a la fiera y ahuyentar sus recelos, aunqueesta vez el tono era un poco alto y estridente.

    Muy semejante al que haba odo producir a las panteras despus dehaber cobrado una pieza, cuando salan a cazar por parejas.

    Casi al instante cruji la maleza a escasa distancia y apareci a lavista de Tarzn el cuerpo alargado y elstico de su inslita compaera.Cuando los ojos de Sheetacayeron sobre Barayel olor de la sangre

    lleg a las fosas nasales del felino, dej or un penetrante rugido y, uninstante despus, ambos animales devoraban uno junto a otro la tiernacarne del ciervo.

    Durante varios das, los dos integrantes de aquella extraa parejavagaron juntos por la selva.

    Cuando uno de ellos mataba una presa, llamaba automticamente alotro, de forma que ambos se alimentaban bien y con frecuencia.

    En una ocasin, estaban regalndose el paladar y el estmago con la

    carne de un jabal que poco antes haba sacrificado Sheeta, cuandoNuma, el len, fiero y terrible, sali de entre los embrollados matojos dehierbas que crecan muy cerca de ellos.

    Con un furibundo rugido de aviso, se precipit hacia adelante, paraarrebatarles la pieza. Sheeta dio un brinco y busc refugio en unbosquecillo de arbustos prximo, en tanto Tarzn se izaba a la rama deun rbol que tenda su follaje sobre ellos.

    Una vez asentado en la rama, Tarzn desenroll la cuerda que llevabacolgada al cuello y, mientras Numa permaneca sobre el cadver deljabal, erguida la desafiante cabeza, el sinuoso lazo descendi raudo paraceirse alrededor del cuello del len y un brusco tirn tens la cuerda

    violentamente. Tarzn llam a Sheeta con agudas voces, a la vez quelevantaba al batallador len hasta que slo las patas traseras tocaban elsuelo.

    At rpidamente el extremo de la cuerda a una robusta rama,mientras la pantera, en respuesta a su llamada, se plantaba all de unsalto. Tarzn se dej caer del rbol, junto al forcejeante y frentico Numa,yse abalanz sobre l por un lado, en ristre el largo cuchillo afilado, entanto Sheetale atacaba por el otro.

    La pantera desgarr y despedaz el cuerpo de Numapor la derecha, almismo tiempo que el hombre-mono hunda una y otra vez su cuchillo depiedra en el costado contrario. Y antes de que los poderosos zarpazos delrey de las fieras lograsen romper la cuerda, Numaqued inerte, colgadodel nudo corredizo, muerto e inofensivo.

    Y al unsono, desde el fondo de dos gargantas salvajes, se remontaronen el aire de la selva el grito retador del mono macho y el rugidovictorioso de la pantera, que se combinaron para formar un lgubre ypavoroso ululato.

    Cuando las ltimas notas se extinguan en un prolongado y aterrador

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    gemido final, una veintena de guerreros pintarrajeados que varaban en laplaya su larga canoa de guerra, se detuvieron para aguzar el odo ydirigir la mirada hacia la selva virgen.

    V

    Mugambi

    Cuando Tarzn hubo cubierto la vuelta completa a la isla y efectuadovarias incursiones hacia diversos puntos del interior, tuvo elconvencimiento absoluto de que l era el nico ser humano que laocupaba.

    En ninguna parte descubri el menor indicio de que hombre algunohubiera asentado all sus reales, ni siquiera de modo transitorio. Desdeluego, conoca lo rpidamente que la exbera vegetacin tropical losumerge todo de manera rpida y completa, salvo los monumentospermanentes de los hombres, as que era posible que se equivocara en

    sus deducciones.Al da siguiente de la muerte de Numa,Tarzn y Sheetase dieron de

    manos a boca con la tribu de Akut. Al ver a la pantera, los gigantescossimios emprendieron veloz retirada y Tarzn tard un buen rato enpersuadirlos para que volviesen.

    Se le haba ocurrido que intentar la reconciliacin de aquellos tal vezfuera un experimento al menos interesante. Tarzn acoga encantadocualquier oportunidad de hacer algo til durante su tiempo libre ymantener viva la mente durante los espacios muertos en que se aburra.Cuando, cumplida la necesidad de buscar comida y llenar el estmago,estaba ocioso, los ms negros y lgubres pensamientos hacan presa en

    l.Transmitir su plan a los monos no fue una cuestin particularmente

    difcil, aunque el restringido, el ms que exiguo vocabulario de losantropoides le oblig a esforzarse un tanto. Por otra parte, imbuir en elpequeo yperverso cerebro de Sheetala idea de que l, Tarzn, tena quecazar con ellos, para la comunidad, y no exclusivamente para s mismo,result una tarea casi superior a las facultades del hombre-mono.

    Entre sus otras armas, Tarzn dispona de una estaca larga y gruesay, despus de atar la cuerda alrededor del cuello de la pantera, utilizprdigamente el garrote sobre el rugiente felino, hasta que le grab en lamemoria el precepto de que bajo ninguna circunstancia deba atacar a

    aquellas colosales y peludas criaturas semejantes a hombres, las cualesse haban aproximado ms a la pareja una vez comprendieron lafinalidad de la cuerda que sujetaba a Sheetapor el cuello.

    El que aquella fiera no se revolviese y desgarrara a Tarzn era unautntico milagro; un prodigio que sin duda tena algo que ver con elhecho de que las dos veces que el felino os gruir al hombre-mono, steno se anduvo con miramientos y descarg la estaca violentamente contra

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    el sensible hocico de Sheeta, inculcndole en la masa enceflica un msque respetable y sano temor a la estaca y a los bestiales simios a los quela misma respaldaba.

    Queda en el aire la duda de si la causa originaria de su afecto porTarzn an segua viva en el cerebro de la pantera, aunque desde luego

    subsista algn hechizo inconsciente, hiperinducido por aquella raznprimaria, e incitado y apoyado por la costumbre de los ltimos das. Talsortilegio contribuy de forma poderosa a imponer a la fiera el respeto alhombre-mono y a tolerarle aquel castigo que, infligido por cualquier otracriatura, habra lanzado Sheetaa lagarganta del temerario.

    Entraba en juego tambin la fuerza incuestionable de la mentehumana, que ejerca su formidable influencia sobre aquel ser de unorden inferior. Al fin y al cabo, muy bien pudo ser ste el poderoso factoren la supremaca de Tarzn