BIBLIOTECA POPULAR VENEZPIfiNA CECILIO...
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B I B L I O T E C A P O P U L A R V E N E Z P I f i N A
C E C I L I O ACOSTA
DOCTRINAE P I L O G O DE JOSE MARTI
P R E F A C I O Y S E L EC C ION DE
J . L . SALCEDO BASTARDO
©f n t e i n u t a n r L m m i s i u a i n n t í n i i f i c j n t 1 N n c m t n i
m u lo s d e la BIBLIOTECA POPULAR VENEZOLANA
SERIE ROJA: N o v e l a s y C u e nt os1.—Las Memorias de Mamá B lanca .— Teresa de la Pan*.4.—Tío Tigre y Tío Conejo.—Antonio Arráiz.7.—Cantaclaro .—Rómulo Gollegos.9.—Peregrina .—Manuel Días Rodríguez.
11.—Leyendas del Caroní.— Celestino Peraza.13.—Memorias de un Vividor.—F. Tosta García.15.—Las Lanzas Coloradas.—Arturo Uslar PietH.17.—Las Sabanas de B arinas .—Capitán Vowell.18.—El Mestizo José Vargas.—Guillermo Meneses.22.—Cubagua.-Orinoco.— Enrique Bernardo Núñez.25.—Por los llanos de Apure.—F. Calzadilla Valdés.
SERIE AZUL: H i s t o r i a y B i o g r a f í a
2.—Mocedades de Bolívar.—R. Blanco Fombona.5.—José Félix Rivas.—J. V. González.8.—Sucre.—Juan Oropesa.
12.—Hombres de Ideas en América.—Augusto Mijares.19.—Al M argen de la Epopeya.—Eloy G. González.21.—El Regente Heredia.—Mario Briceño Iragorry.24.—Vargas, el Albacea de la Angustia.—Andrés Eloy
Blanco.28.—Historia de M argarita .—Francisco Javier Yanes.SU.—Cinco Tesis sobre las Pasiones y otros Ensayos.
—Ismael Puerta Flores.S3 —El Misterioso A lm irante y su enigmático descubri
miento.— Carlos Brandt.S7.—Andrés B ello—Rafael Caldera.
SERIE MARRON: Antologías y Selecciones
í .—Cuentistas Modernos.—Julián Padrón.6.—Cancionero Popular.—José E. Machado.
10.—Añoranzas de Venezuela-i
•MMOÍKÁ. NACIONAL
CA«»CAS , VtNEZUtLA
Donado por:
R. J. LOVERA DESOLA.
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C E C I L I O ^ C O S T A
D O C T R I N A
ES P R O P I E D A D
ARTEGRAHA, S.
IMPRESO EN ESPAÑA
• • Aguitln d . Bathtncour, 19 . MADRID (E .p .ñ .)
P R E F A C I O
Libro de la verdad bien pudo ser el nombre deestas páginas seleccionadas entre aquellas que, con afecto sin igual, legara a su pueblo uno de los mÚ3
eximios maestros de la venezolanidad. La profesión de Cecilio Acosta es siempre la viril profesión de la verdad. Pero también presenta entre los más dominantes ingredientes de su personalidad un caudal soberbio de modestia, por eso el Maestro quizá habría preferido el título más lacónico, pero igualmente exacto que esta obra ostenta.
Todas las virtudes intelectuales y humanas de don Cecilio están presentes en este libro, con el cual, el Ministerio de Educación Nacional, multiplica el prestigio de la ya acreditada y meritoria b ib l io t e c a PO
PULAR v e n e z o l a n a . En cada una de las páginas d* este volumen se palpa el aliento del hombre; en todas se retrata el Maestro. La personalidad de Acosta no es susceptible de segmentación, no admita tu-
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biques, es una sola y vibrante unidad de fe patriótica, un solo llamado a la mejor dedicación venezolanista. Por elio, sólo por razones de método y de comodidad editorial, la obra aparece dividida en siete partes que corresponden a otras tantas facetas cecilianas. Así se encontrarán sucesivamente colocadas las mejores producciones del Maestro. Su insuperable disertación sobre la trascendencia de las letras— sin duda—, uno de los cinco grandes discursos venezolanos. También su lección de justicia y dignidad políticas. Su visión exacta del porvenir americano. Su opinión crítica, certera, vigente y constructiva, sobre la educación venezolana. Sus ponderadas y sinceras rejlexiones sobre la historia universal. Su inefable dimensión humana: la carta del hijo— antològica joya de ternura y pesar— ; la réplica fina, grave y valiente a Antonio Leocadio Guzmán; las páginas íntimas sobre la belleza, el Nazareno de San Pablo y las dictadas por el aprecio y la amistad hacia dos ciudadanos de mérito. Por último, su doctrina poética: La casita blanca y otras ¡lores estupendas de su lira. Se han incluido también algunos trabajos ajenos que son complemento indispensable de la obra ceciliana. El material ha sido tomado íntegramente de la edición de Obras de Cecili* Acosta ordenada por el Gobierno Nacional, y realizada en los años 1908 y 1909 en los talleres de la Empresa “El Cojo", en Caracas (cinco volúmenes). Los
trabajos aparecen todos sin mutilación alguna, tal como fueron publicados en la edición citada. Así tendrá oportunidad el lector de advertir la jorma suave, discreta, como el Maestro exponía su doctrina. Sin falsas actitudes; con voz de murmullo— de murmullo 4c oro y de hierro— , decía don Cecilio sus palabras mejores. Era el Maestro siempre, el maestro en la tribuna, el maestro en la cátedra, en el artículo, en la carta, en la noticia silenciosa, en la necrología sentida.
En una antología de Cecilio Acosta no podía ¡altar la oración elogiosa de José Martí, se publica aquí como epílogo, advirtiendo con recta intención crítica que se trata de una exégesis plena del vigor martiano, escrita toda al rescoldo generoso y bajo el dolor del amor más profundo.
Cecilio Acosta llega por este medio al pueblo. A la meta de su empeño. Y viene a repetir una vez más su evangelio de fructuosa pasión.
J . L . S a l c e d o B a st a h d o
Caracas, noviembre, 5 d* 1949.
DOCTRINA DE IA S DELIAS LETRAS
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Pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Certamen literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869, en el salón del Senado, en obsequio del orador y en correspondencia a la Real Academia Española por haberle, este Cuerpo, nombrado socio suyo en la clase de
Académico “Correspondiente Extranjero”.
t i tema del Certamen fué: “Las bellas letras son en »1 pueblo que las cultiva, el cultivo de su espíritu”.
El orador, antes de principiar, pronunció estas palabras:
“La Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras ha tenido a bien celebrar este acto en obsequio de la Real Academia Española. En cuanto a mi, me toca por g ra titud hacer la propia ofrenda, la cual es mi voluntad extender a la memoria de mi buen padre y a mi excelente m adre—a quienes tan to debo—como un pequeño tributo p ara ambos de mi inmenso amor filial; y además para que me bendigan en este trance. La bendición de los padres (lo sé por experiencia) allana todos los caminos y fecunda todas las obras. Vosotros no vais a hallar mal el haberm e visto pagar así esta deuda del corazón.”
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Y lucg» elijo:
Señor Director:
Me exento profundamente conmovido. Al subir a est* tribuna, osé contar con algunas fuerzas para este instan te solemne y noto que me fa ltan todas. Las grandes impresiones descargan todo su peso sobre el alma, y a lgunas veces hasta la oprimen. Esta Academia Venezolana, compuesta de tantos am antes del saber, identificados todos en el propósito de rendir el presente culto a las letras; este concurso que se congrega como para un objeto nuevo; este certam en de ingenio que acabamos de presenciar, como una especie de aspiración a la gloria; el sexo encantador asistiendo como un juez llamado a distribuirla; la reunión especial de hoy, hecha con el fin de tribu tar un hom enaje de respeto y reconocimiento a la Real Academia Española, y el ser la causa de ello el haberm e ese Cuerpo, de tradiciones ta n gloriosas, distinguido con la altísima honra de Socio suyo en la claco de Académico Correspondiente extranjero: todo esto tiene para mi tanto de extraordinario, que (si he de do- oírlo con llaneza) me busco a mí mismo y no me «n- •uentro.
¿Por qué no tengo yo a mi disposición la elocuencia varonil de Jovellanos, que supo siempre encerrar en cláusulas de oro ta n ta rica joya de pensamiento sublime, o la palabra fácil, abundante y te rsa de nuestro malogrado Baralt, abeja querida de todas las flores, cuando am bos en su recepción llenaron el recinto de aquella misma Ilustre Real Academia con su voz, para llenar yo ahora este salón con la mía y poder así dar noble hospedaje al noble obsequio académico?
lAh!, ¡si ta l fuese! H allara yo entonces m anera, con mano ya más firme y acertada, de derram ar aquí y exponer a vuestra vista nuestros más ricos tesoros. Presentaría a Bello, el que lo supo todo, Virgilio sin Augusto j pintor de nuestra zona. Presentaría la Zona suya bañada
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Cn luz y en roclo, ém ula de la del cielo. P resentarla aVargas y a Cajigal, sumos sacerdotes de las ciencias. Presentaría a Bolívar, la cabeza de los milagros y la lengua de las m aravillas; a Peña, rival de la elocuencia a n tigua; a Manuel Felipe de Tovar, varón ilustrado que llevó puesta siempre la arm adura para el honor y el honor sin m ancilla como fianza del deber; a Gual, lnglé# por escuela y americano por sentim iento; a Angel Quintero, hombre de líneas rectas, de voluntad Incontrastable, y figura sublime de estadista; a los dos Limardos. padre e hijo, ornam entos ambos de la Patria , de las ciencias y de las letras y ambos pertenecientes (yo puedo decirlo) a una fam ilia predestinada para la gloria; a Juan Vicente González, escritor de brillante colorido, el Tirteo de nuestra política y el Hércules de la polémica; a Avila, nuestro Basilio, especie de ángel con don de lenguas; • Toro, el gran pensador artista y el poeta filósofo: a José Hermenegildo García, plum a encarnada en el carácter y alma de romano con epidermis de acero; a los dos For- tiques, los talentos de la diplomacia y de la estética; a los obispos Méndez y Talavera, controversista el uno y orador brillante el otro; a José M aría Rojas, generaliza- dor profundo y publicista; a Andrés Eusebio Level, especie de u rn a donde cabía todo lo bello; a Espinal, bizarr* paladín de parlam ento y político, con el oído puesto siempre a la opinión; al doctor Arvelo, médico sagacísimo y oráculo del diagnóstico; a Porras, que por su inmensidad no podía reducirse a n inguna esfera científica y las invadía todas audaz; al doctor Cristóbal Mendoza, Ilustre abogado, gran patricio y grande adm inistrador; a José Luis Ramos, hum anista como pocos; a Revenga, Santos Michelena y Francisco Aranda, vaciados en molde para el gabinete, y el último de ellos además nacido para h a blar en libro siempre; a mis maestros todos, sobre quienes, por la modestia que de ellos me alcanza como a su alumno, me contento con echar un mismo m anto de gloria. Por último, presentarla a la Inm ortal Teresa Carre- fio, que tiene hoy suspenso al mundo, has ta oír de su boca 1« misteriosa palabra de a rte y ver salir de sus manos,
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aonvertido en armonías, el magnifico dram a social contemporáneo. Más: evocaría en masa a la antigua Colombia, que nos pertenece; haría ostentación de sus hombres, su historia y su esplendor; levantaría en alto todo ese conjunto, como para colgar en el espacio la gran Via láctea de nuestro espléndido cielo; y ya así y hom breándome hasta donde me fuese posible con la Real Academia Española, podría decirle con justo orgullo patrio. “El orador es pequeño, pero Venezuela es grande; y puesto que para ella es esa condecoración con que se me ha distinguido, bien cabe en su pecho.”
Pero está visto: yo no puedo hacer tan to y la ofrenda viene a ahogarme con su magnificencia. Reconozco el deber contraído, la responsabilidad abrumadora, el peso enorme echado sobre mis débiles hombros. ¿Dónde h allaré yo fianza o caudal bastante para la paga? ¿Cómo ha podido ser que el último de los venezolanos haya sido candidato y luego favorito de ta l gloria? Vamos, ya adivino: los pueblos de un mismo origen al fin lo reclam an- las razas se unifican por el espíritu; y yo, en el proceso de la actual civilización hispanoam ericana, no soy más que un accidente, un punto de mira, como hubiera podido serlo cualquiera otro compatriota mío, en este último lazo que hoy estrecha la patria de Pelayo y de Isabel la Católica con la patria de Bolívar, de Mariño, de ürdaneta, de Ribas, y de Sucre.
Este acontecimiento lo considero yo feliz, no sólo porque multiplica nuestros puntos de contacto ron el gran mundo, sino porque, si la civilización va bien por todas partes, va mejor y gana más por el camino de las letras.
Las letras lo son todo. Las letras viajan, son la luz que inunda en un instante el espacio y lo colora, la arista que lleva el grano de la idea y que es arrebatada por el viento de las edades, para llevar a todas partes germen, árbol, flor y frutos. Las letras crean: Homero ha dado origen a mundos en que él no soñó y que hov ruedan en el vacío de la gloria: sin la palabra de Demóstenes, la suerte de Grecia no lleea a Queronea: sin la de Cicerón. Catilina suplanta a César y precipita el tiempo de P ar-
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salla; y el siglo de Julio I I y León X es grande, y Canova ^hubiera podido poblar el museo Pío-Clem entino de obras suyas, porque habla libros santos que hablaban m aravillas, e historiadores y poetas que son dechados. ¡Qué siglo ése! Las galerías del Vaticano son historias del cielo; y se alcanzó a poseer, entre otros genios, a un Miguel Angel, que pudo desbaratar el orbe para llam arlo a juicio, y a un Rafael, que por la fuerza sola de su mano, hizo encarnar la Virgen en colores, tras de los cuales ve uno bu misma gracia divina. Las letras h an engendrado el canto y la arm onía: Beethoven, H aydn y Mozart, los maestros profundos, y Rossini, Bellint y Donizetti, los maestros melodiosos, creadores todos ellos de un poder incontrastable que va derecho al alm a y la cautiva, y después que la cautiva, la enseña, han calcado en su mayor parte las obras m aestras que los ilustran, en las obras m aestras de la poesía y de las letras; la poesía precede siempre a la m úsica, como el rayo de luz al arco Iris. Las letras son el tesoro Inagotable de las bibliotecas, que ocupan hoy los palacios mudos del saber, asi como son el oleaje Incesante del periodismo, que baña, ag ita y fecunda Industrias, opiniones, costumbres y creencias. Las letras han producido en las artes la estética, ciencia que encanta, n a tu raleza que ríe, especie de creación, donde no hay sonidos sin acorde, ni formas sin belleza. Las letras son en la am argura de la vida, miel; en la vida de los pueblos, aliento; en el espíritu, cultura; en los anales del género humano, la única página sin m ancha, y en la corriente de los siglos, el único bajel que no hace estadía n i nau fraga. Las letras son las que h an venido labrando este progreso que tenemos, esta civilización que nos honra, esta libertad que es nuestro orgullo. Las letras, por tin. han necesitado del fósforo para domesticar y poner a logro el fuego; del ferrocarril, para transportar el fruto que da el tipo de Im prenta, y del alambre para poner a su servicio la electricidad, el único órgano capaz de tra s mitir, con la rapidez que él tiene, el rayo fecundador de! pensamiento.
Y aquí, señores, me siento como con alas, como llevado
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por el hipógrifo de Astolfo, para recorrer de un vuelo lo* siglos. ¿Qué queda de Roma?: sus libros. ¿Qué de la Edad Media?: sus crónicas. ¿Qué del siglo x v í: el Renacim iento. ¿Qué de la edad horrible de César Borgla?: Maquia- velo. ¿Qué de la Ita lia hum illada del siglo xví?: Ariosto y Tasso... Ved: hay en la larga jornada de la hum anidad —como se nota ahondando un poco, y a veces sin ello— una estrella que siempre va, un rastro que siempre queda: de luz todo. ¿Será ésta la aguja misteriosa que m ar- •a sin cesar el rumbo del viaje, la voz de alerta dada a la peregrinación del porvenir, o el hilo de la Providencia, que, oculto a veces, a veces ostensible, burla todas las lógicas para hacer triun far la suya, y hace preeipitar la •orriente de los sucesos hacia sf, como hacia un centro absorbente? Mirad el siglo de Pericles: la musa del d rama y de la historia deja más para la Grecia y para el mundo, que las batallas de M aratón y Salam ina; Tuctdl- des casi fué el maestro de Tácito, y Eurípides íué tan grande, que había de ser corona histórica suya que el adusto Sócrates asistiese a la representación de sus obras, y que más tarde hubiese de inm ortalizar sus páginas la sangre preciosa de Tulio, que las leía, derram ada sobre •Has por los sicarios de Antonio. | Hermosos días ésos, en que los juegos olímpicos fueron tam bién palestra a Ingenios lidiadores, hubo en ellos susurro de aplauso en el •oncurso, voz de grata fam a corriendo de boca en boca, y en el autor afortunado, rubor de gloria bañando bu* mejillas!...
|O h!, |m e siento transportado! Quisiera hacer alto delante de esa edad florida, y que levantásemos aquí tra* tabernáculos, para contemplar de nuevo esa transfiguración del espíritu que todavía, después de más de velntidó* siglos, se ve pasar por sobre nuestras cabezas como u* meteoro brillante. ¿Qué dirá ahora la barbarle (yo la Interpelo para que comparezca a este lugar), qué d irá cuam- áo, en presencia de ese espectáculo. espléndido, vea ella p o r sus propios ojos, que la sangre no deja sino sangre, las tinieblas sino olvido, y que en la posteridad, sól* par* la r lr tw é h a y honra y para «1 tal*nto laura!?...
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Mi conmoción es extrema, pero prosigo. Augusto, soberano astuto y frío, para cuyo gobierno sensual y despótico no hay más explicación que el haberse encontrado al fln sin rivales o el haberse deshecho de ellos en tiem po, halló su ilustración en los varones de las letras de su época, y su mejor título a la vida póstera en la inm orta l lisonja de Horacio y de Virgilio. El reinado de Isabel de Ing laterra se nom bra menos por su infam e conducta con M aría Estuardo, que por Spencer, Bacon y Shakespeare. El de Luis XIV es célebre por el esplendor de espíritu, que iluminó más su gusto regio que sus triunfos; todavía, después de casi dos centurias, ese faro se alcanza a ver lo mismo: la soberbia pasó, el rastro de luz se mira aún: y si el gran m onarca hace gran figura en la historia, es porque le lleva de la m ano el gran Bossuet. Ese mismo siglo xvn fué el siglo de las ciencias, así como lo fué tam bién el siglo xviii, siendo éste además, por lo que hace a la religión y a las ciencias sociales, el de los espíritus fuertes, el de los libres pensadores. Del fondo del último saltó la chispa que produjo el incendio de la Re- Tolución francesa, el acontecim iento más grande del m undo político, bautismo ése de todas las ideas, piscina pro- bática para todos los errores, gran biblia donde hay para la libertad, anales; para el derecho, enseñanzas, y para progreso humano, advertimientos.
España fué un tiempo la monarquía universal; no cata ría mal dicho de ella que el sol se fatigaba para recorrerla. De Carlos V, en quien recayó por m uerte de su abuelo m aterno, pudo escribir en significativa frase Mon- tesquieu, aunque comprendiendo la Alemania también, que la tierra se había ensanchado para dar espacio a su grandeza. Felipe H, su hijo, salvo la dignidad imperial que tocó a Fem ando, su tío, todo lo demás lo heredó: dominios colosales que se extendían a la Península, au mentados éstos después en vida suya por la adquisición de Portugal, a Holanda, Bélgica, Oceanla, Asia, Africa y América. Este m onarca poderoso pudo en su reinado hacer oír su voz de las Islas Chiloé a las islas Filipinas; ha- aar hablar, por gala, au leneua, en casi todas las corta» ■
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poblar los mares con sus flotas, obtener la mano de M arta, triun far en San Quintín, poner espanto a Inglaterra y colmar a España con el oro del Perú. ¿Qué queda de todo eso y de lo demás del poderío español? Queda sólo (por no hablar más que de esos tiempos) la abundantísima cosecha de las letras en los siglos xvi y xvn, y en parte del xvm , llena, rica y varia, de rubios granos > jugosos vinos, cosecha que casi no cabía en los trojes y que rebosaba en los lagares; quedan las obras de erudición e inventiva, muchas de ellas Inimitables, que llenaron las bibliotecas y los teatros. Quedan los escritores distinguidos y los ingenios de prim er orden, algunos de ellos, puede decirse, únicos: S an ta Teresa de Jesús, que habló de la santidad en formas tan castas como castizas; Hurtado de Mendoza, de frase atildada, si bien concisa por extremo a fuerza de recortes. Meló, como historiador cultísimo y capaz de asuntos más vastos, como si dijéramos Roma; Garcilaso, cuyos versos deben leerse en medio de un jard ín de tomillos, que tenga nardos por cerca; Solís, estilo de filigrana; Ercilla, que componía balo el pabellón del campamento el libro que le dió in mortalidad; Herrera, águila siempre entre las nubes; Fray Luis de León, rival de Horacio has ta en la lengua; Fray Luis de Granada, escritor de epítetos espléndidos y enamorado del amor divino, que él sabia encerrar siempre, como dentro de cajas de música, en sus cláusulas cantantes; Calderón, un río de cascadas sonoras, por la a r monía; y Cervantes, cuya creación es un mundo, porque la sacó de la nada, y cuya Inm ortal obra será siempre la desesperación de los demás, porque casi no puede te ner Imitadores, t Tesoros todos esos preciosos, que form an como un museo en los anales de las grandezas humanas!
Heme aquí, señores, de vuelta ya de mí largo, si bien rapidísimo viaje por el ancho campo de la historia. Vengo contento, muy contento, porque os traigo lo que buscaba. Os traigo, que eso que hemos aprendido y leemos diariam ente en los libros del progreso, es todo cierto: que la civilización m archa; que la conciencia hum ana es tribunal; que la justicia es código; que la liber-
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tad triun fa y que el espíritu reina. He Interrogado a losfastos de todos los siglos y todos me h an respondido lo mismo. He atravesado la espesa noche de la barbarie y sólo silencio he hallado a llí; la historia misma calla. He extendido a la hum anidad delante de mi, como si fuese un m apa de estudio, para exam inar lo que contiene, y he visto, de un lado, fósiles sólo, osamentas, las petrificaciones y cenizas del error, que no sabe dejar por donde pasa sino escombros, cementerios, osarios; y del otro, el panteón de la inm ortalidad, donde se ven viviendo en galerías espléndidas todas las conquistas del trabajo y del ta lento: la industria que independiza, la riqueza que sustenta, las ciencias que ilustran, las a rtes que adornan, el libro que enseña, el periódico que difunde, el vapor que viaja, el rayo que obedece, y el derecho, que va siendo ya, por los triunfos que cuenta, patrimonio común, y, lo que es más, blasón acariciado de las clases oprimidas. ¡Qué porvenir, señores! i Que gloria!
Kste es el punto a donde yo deseaba Herrar para apostrofaros: ahí lo tenéis: esas son las letras, que representan realmente en el pueblo que las cultiva el cultivo de su espíritu. Aunque con desmaña, que debe perdonárseme en gracia siquiera del noble empeño que he puesto, no me h a sido difícil el haber logrado confirmar, si bien por modos diversos, el tem a del certamen. Yo hubiera querido o tra cosa. Hubiera querido tener voz de hechizo para evocar de sus tum bas los muertos Ilustres, ojos de á¡ruila para penetrar desde la altu ra en los abismos del tiempo, y alas de fuego para atravesar sin la tiera la prolongadísima extensión; hubiera querido ser Plutarco, oue cuenta con candor; Tito I,ivio. aije p inta con elegancia; Tácito, que castiga con azote; Bos- suet, que crea y maímiflea, y Guizot, que generaliza y sbarca: hubiera auerido recoger hechos, deducir leyes y am ontonar fastos, p ara de esta m anera, y con tal mundo grandioso a nuestra vista, poderos decir: esa luz que deia como un rostro de estrellas detrás y lleva como un camino de estrellas delante, es la luz de la civiliza-
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ción; ved, no se extingue; ese esplendor de las ciudades, ese afán de los mercados, ese hervir de los cam inos, esa facilidad de tener cada uno, por su salario, pan y goces, es el aprovechamiento de la naturaleza por la industria y el rescate del hombre infeliz por el trabajo, ved, ni la una se cansa, ni el otro cede; ese espíritu que va es la libertad; este concierto que queda es el orden; esa justicia que se distribuye es el derecho. Después de todo lo cual, si me alcanzaran las fuerzas para tanto, salvando el tiempo presente y ahondando más, divisando más y viendo abrirse en sucesión continua, como para dar paso al progreso, horizonte tras horizonte y bóveda tras bóveda, hasta tocar con el linde temporal de lo futuro, podría agregaros por último con voz de aliento y esperanza: ese camino inmenso, casi infinito, que recorro sólo en Idea, es el camino de la humanidad, y este palacio de cielos el palacio de las letras.
Esto hubiera yo querido; pero mis fuerzas son flacas, me encuentro además, por las impresiones, un tan to cansado, sobre que no quiero cansaros a vosotros, y hage sito aquí. Por una razón ta n principal como la dich» me gusta esta posa; porque con haberla hecho, he podido tropezar de nuevo con mi patria, con mi querida patria. He dicho m al: éste no es un accidente, Bino un hallazgo voluntario y feliz, porque yo la buscaba adrede, a fin de decir sobre ella algunas cosas que siento aquí, dentro del pecho. ¿Cómo en el gran festín dol espíritu quedarse ella sin entrar, cuando tiene cubierto j silla? ¿Cómo, en la gran parada de la civilización, no formar en fila ella, cuando tiene honra ganada y prez que lleva al pecho? Yo la amo con ese cariño que ss tiene al lugar donde uno nació, donde atravesó en in fantiles juegos el verde alfombrado de la m enuda hierba, donde corrió tra s las pintadas mariposas, donde se re subir el humo del hogar y le sale a uno al encuentro el perro de la familia, que le halaga y le conduce donde está el árbol, el río, la cascada, la loma a que subió de niño uno para ver despuntar el sol de la mafia- **; donde oyó por la prim era vez la voz del amor m i-
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teiao, tan dulce y al mismo tiempo ta n desinteresado, historia ésta la única que se lee todos los dias y qu# jam ás se va del corazón> Amo ademas a m i patria porque es un patrim onio espléndido. ¿Sabéis, señores, 1« que existe de una m anera casi visible en este lugar donde hablo? Dios, que levantó su trono de regalo y pasatiempo sobre esta naturaleza colosal. Aquí son los cielos palacios de luz y de zafiro, tienen los m ares por asiento perlas, pisan las bestias oro y es pan cuanto se toca con las manos. ¿Sabéis lo demás que tenemos? Casi todo: aqui se conocen las cosas sin los libros, se escribe sin modelos y se va adelante sin vapor; aqui hay una precocidad que adivina, un gusto que pule, un entendim iento que abarca, una imaginación que p in ta y un espíritu qu* vuela.
Pero todo está en bruto aún, y es preciso desprender •1 cuarzo para dejar el oro fino, llam ar la industria con garantías, que es como viene; llam ar al capital con h a lagos, que es como viaja, y trae r a la civilización de pilón, que es como crece, para de este modo aprovechar en nuestro suelo tan to tesoro oculto y ta n ta riqueza n a tural- |O h!, éste será con el tiempo un gran pueblo, y yo asisto en idea al espectáculo. E ntre tanto, y en cierto sentido, el genio nacional duerme, las alas plegadas, di aliento ansioso, aguardando sólo aire en que sostenerse y espacio que devorar.
He aquí por qué debemos estrechar alianzas y cultivar relaciones y por qué celebro yo, y debemos celebrar todos, este nuevo vínculo que por medio de la Real Academia Española nos une ahora de un modo más estrecho con España. Causas ya olvidadas nos pusieron un tiempo en desacuerdo, pero ahí está la historia para decirnos que somos una m ism a raza, y el destino, quo nos promete que seremos una misma familia.
H a llegado ya el momento de poner punto- Este mío no es un discurso de incorporación, ni es tampoco el discurso de orden, que h a tocado hacer con tan to brillo y sabiduría a mi digno e Ilustrado colega y amigo el señor doctor Rafael Seijas, en los cuales cabe m ateria más
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amplia, te la mejor urdida y compromisos más serlos, sino m eram ente una expresión de gratitud, en que las palabras deben ser sencillas, el tiempo de que se disponga modesto y los sentimientos candorosos. Esta gratitud es la que me empeña, por una parte, con la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras, que se ha dignado ta n generosamente dedicarme en parte este acto, y por otra, con la Real Academia Española, qUe tan to me ha distinguido por haberme incorporado a su seno. Dos cosas he notado: la una, que en esta ofrenda solemne que acabamos de hacer a los estudios, todos los dones han sido ricos, y el único óbolo el mió; sólo que es puro y el único tesoro de mi casa: no tengo mas; la otra, que en los magníficos discursos que acaban de pronunciarse he oído a mi favor muchos e inmerecidos elogios que yo quiero considerar como esos ramilletes de flores que algunas veces se dan por obsequio o porque hay de sobra en los jardines. A mí no me toca otra cosa que tejer con esas flores guirnaldas para colgarlas en los muros de este que yo quisiera llam ar templo del saber, a ñn de que m añana, cuando venga la posteridad, pueda decir con justicia que, si no hubo quien las mereciese, sí hubo quien las prodigase, por generoso culto del espíritu. Y ya al descender de esta tribuna, he de expresar un voto que me sale de lo hondo del pecho: que las ciencias y las letras se difundan tanto en mi país, que formen como una atmósfera social; que mis conciudadanos respiren por todas partes el aire de la civilización, y que sobrevenga por fin el reinado de paz, dicha y gloria a que está llamado, por índole y por suerte, un pueblo tan espiritual como Venezuela.
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DOCTRI NA POLI TI CA
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Discusión con Clodius
Querernos llam ar así ciertas ideas del momento qu» hace notable fa lta escribir, y m ucha más falta divulgar. í ’,n el estado actual, en que no deja de haber algún fermento en los ánimos, especie de liebre que cunde con si m alestar que la propaga; y próxima, puede decirse, una época eleccionaria, que da el blanco de todas las esperanzas y la fórm ula de todos los derechos, no será mal visto que, con ese modo templado que se oye, y por ei periodismo, que difunde, presentemos algunos pensamientos de paz. Muévenos m eram ente el propósito del bien común; no seremos n i blandos por tímidos, ni duros por exaltados; la im parcialidad es la justicia de la palabra.
No juzgamos lo pasado: ahi viene la historia, que lo hará. Ni rosas, n i ciprés; esa corona se teje a su tiem po. En la serie de errores que h an sido comunes a todo» los partidos, la posteridad tendrá que ser muy indulgente y ejercer muchos perdones; suerte ésta de todos los ensayos en la vida política, mucho más en razas como la nuestra, si inexperta y novicia, generosa y grande. Lo que h a enfermado siempre a .los pueblos americanos de la raza latina, y puede ser por algún tiempo su cáncer futuro, es el odio político: confunden de ordinario la idea con la persona, la doctrina con la parcialidad; se oyen a sí solos, se niegan la cooperación de la labor co-
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*»úa, y vienen, como resulta*, la esterilidad ea le* esfuerzos de la administración, la impotencia en lo» tra bajos de la paz y la pendiente que va a dar a los abismos de la guerra. Lástima grande, cuando ese odio no es social, cuando nos amamos m ás bien y cuando los gobiernos, que con frecuencia son gobiernos de partido, ta l vez continúan siéndolo a pesar suyo.
La mayor parte de estos vicios, si es que no todos, nacen de que aún no hemos querido en tra r en las verdaderas prácticas republicanas, en la discusión pacífica del derecho, en los usos respetables de asociación, en la prensa como luz, en la representación como reclamo, dejando con esto petrificarse los abusos y agravarse los males públicos, para después ocurrir a la guerra como único remedio y crear una nueva situación política en que se repitan, en perjuicio de vidas y fortunas, la mism a negligencia, por una parte, y por o tra la necesidad de caer en Idénticos desastres. Una cosa se Ignora, o no ha alcanzado todavía a hacerse fisonomía perm anente de nuestras costumbres sociales, a saber: que cada cual es inmune en la dem anda de su justicia, que nada a te rra más al espíritu de abuso que la vigilancia del derecho, que si hay quien se extravíe es porque hay quien calle, y que los gobiernos encuentran siempre en la actitud pacífica, pero al mismo tiempo celosa y digna de todos, sanción, consejo y gula.
Procediendo de esta m anera es como se conserva sin malos accidentes la salud del cuerpo social, el crecimiento se hace capa a capa y se logra el progreso sin saltos, las instituciones se acrisolan en el tiempo, que es su prueba, y el ejercicio de los derechos políticos en el respeto santo que debe haber por ellos, que es su escudo; viene la Inteligencia a ocupar su puesto, que es el de maestro; viene el verbo a subir al suyo, que es la tribuna, y deja de ser la constitución un libro de letra m uerta que se encierra con el partido que lo hace, para ser un código que perdura con la nación que la obedece.
No queremos adm itir ni como fatalidad de raaa, ni
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como condición de índole, ni «orno influencia del chmn., Mía propensión al quietismo, este abandono culpaou del dereciio social en las clases instruidas y capaces, que deben tener el empeño porque tienen el deoer de conservarlo. Es la misma raza de Colombia, la que dió an ales épicos entonces, la que dió anales cívicos después, la que ha tenido alguna vez dias blancos de paz pura y fiebre agitada de progreso, la que h a logrado mas Aqulles que Homeros, m ás hechos que historia, la que se combate por la noche y se abraza en la m añana; el m al no es, no, de la raza; es de la ía lta de costumbres; y es menester fundarlas en el ejemplo y difundirlas con la enseñanza.
El tiempo es oportuno, y él mismo viene a hacerl» necesaria: para la verdad, la enseñanza, y para la enseñanza, la ocasión. Repetimos que no nos proponemos formar juicio de apreciación; la verdad sintética sólo se puede proclamar, porque sólo se puede aprender en el silencio que se hace en la tum ba de los hombres como de las cosas. Nuestro ánimo es sólo tom ar los hechos como son, para deducir de ellos consecuencias inevitables. No usamos de la critica, sino de la dialéctica; no somos jueces, sino abogados; ni indiferentes, sino actores, y procedemos como partidarios de la libertad, que tanto amamos, y como hijos de esta Venezuela, cuyo progreso regular debe ser nuestro a lán y nuestro orgullo.
La guerra hoy sería un m al de largos años. No queremos en tra r en la cuestión de si este medio en los países constitucionales es alguna vez un derecho perfecto, y cuándo; esta cuestión es ardua aun para los que adm iten el principio, no por lo teórico de él, sino por su parte de aplicación. P ara nosotros, am antes y enamorados de las formas, el derecho sólo es tal por la sanción que le dé el tiempo, reservándonos entre tan to la tribuna para com batir l a . violencia, y el uso de la palabra para conservar la armonía. Tenemos ta n ta fe en las prácticas de gobierno y en el ejercicio de los derechos políticos, que con ellos juzgamos casi írrealiza-
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ble* los temores do perturbación. Haya intereses eollt» do», haya tuerzas respetables, reúnanse lo» gremio», persuada la im prenta, háblese de lo público como de 1» propio, osténtese más valor cívico y más cobardía bélica, y no habrá que arrepentirse mucho del poder conferido, ni necesidad de recurrir a agitaciones insanas y proceder violento para llam ar a juicio al apoderado. Se dice que los gobiernos tienen con frecuencia la culpa de las revoluciones: es verdad; pero tam bién lo es que la tienen del mismo modo los pueblos. Hablamos de aquellos donde existen formas de constitución; en los tala» la tiranía, si la hay, es más convencional que personal; y quebrante esto un tanto la vanidad de los aconsejadores, autores y fautores de revueltas públicas.
Debemos evitarlas en general por una m ultitud d t «onsideraciones, comunes a todos los tiempos y a to dos los países de la misma raza que la nuestra. En primer lugar, la adm inistración que nace de un campo de batalla por necesidad, se h a de resentir del elemento personal: creada por la fuerza, continúa representando la fuerza, porque los hábitos no se cambian de un di* para otro, y menos los que forma la disciplina militar. Puede ser muy bueno el personal socíalmente porque na m ata, pero muy malo políticamente porque no adm inistra ; puede no ser la ley azote, pero puede ser muda, j existir un régim en sin sangre con una situación de quebranto.
En segundo lugar, las revoluciones nuestras no se hsisen, como en otras partes, acaudilladas por los grandes intereses, que están en las ciudades populosas, en los bancos, en las bolsas, en los ricos gremios. Cuando así sucede, esos intereses, restituido el sosiego, vuelven otr» vez a su caja, que es ancha, y a sus trabajos, que son lucrativos, a su posición, que es expectable; dejan al gobierno en libertad de acción y no la reclam an como paga, aun ayudándolo, servicios de ciudadanos y deberes de patriotismo. E ntre nosotros, al contrario: la agitación va a asentar sus reales y a reclutar la mayor parte de sus prosélitos a los despoblados, gentes senci-
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Um y buenas, a quienes, convertidos en funcionarios do repente, con influjo y con poder, o se les despide disgustándolos, o se les retiene con gravam en o ahogos del Tesoro. Cuanto más larga se haga la serie de estas creaciones súbitas, mayor será el peligro social,- porque, • poder para todos, o revolución para los excluidos.
Además, conocida es la tendencia del espíritu democrático: el movimiento de abajo para arriba. Todo esto está bien, y es m ía ley, y es el blanco de nuestras instituciones. Pero es preciso que el proceso sea regular. El fln es la libertad, la libertad el equilibrio de los derechos, y los derechos, en especial los políticos, la facultad y capacidad de ejercer los propios y de conocer, representa r y proteger los de los demás. La asociación no es una partida de juego, en que gana el que tiene a su favor la carta, sino una organización divina en que hay un principio dominante, una graduación de méritos, una ley que los reconoce, un tesoro preciado llamado tuyo y mío, y una m agistratura competente que lo custodia y que se da, no al que quiere, sino al que puede. Pues bien, la paz es la única que acrisola la virtud y la vende por su precio; y la guerra, la que fabrica papel-moneda f lo hace circular por la violencia.
Da grim a esto; al cabo de tiempo hay categorías baldías, funcionarlos que no saben, adm inistración que no ve claro, política que tem e o que vacila, vocaciones frustradas, industrias desiertas, producción dim inuta, parásitos chupones; y flotando arriba, como una amenaza, hombres en otro tiempo felices con el trabajo, que son después, aunque desgraciados, enemigos de él, porque, ya exánime, no les da medios para sus goces ni fomento para su lujo. Hay dos pueblos: uno que se afana para las contribuciones, encorvado bajo el peso del Impuesto; otro, que vive de él; uno que llora, otro que ríe; y entretanto, el desequilibrio reventando la m áquina so- eial, el descontento aflojando sus resortes, lucha sorda •n tre gobernantes y gobernados, y señalado ta l vez un «ampo donde se libre la final, para cam biar papel*« r representar de nuevo el mismo drama.
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En ese movimiento ascendente y rápido, *n »se asalto, que no es menos, dado a las capas superiores, todo se pierde o se trastorna. Pierde la virtud su estimulo, las costumbres su lustre, el ta lento su prez, las trad iciones su gloria, la gloria sus títulos, la enseñanza su objeto, la luz su esplendor; baja lo alto, sube lo bajo, se confunde la obra del tiempo, se desbarata la escala del mérito, se hace una sola m asa de los panes de la ju sticia; después de lo cual no se ve más que un revuelto caos, en que bram an las tempestades, y de donde salen como rayos revoluciones preñadas de desastres. Digamos la palabra: un país asi se barbariza; y la América latina, si no retrocede en sus prácticas, si no adopta como sistema de vida la discusión pacifica del derecho y el ejercicio regular de los usos republicanos, va a desacreditar la democracia.
Tales son las razones que tenemos para condenar toda revolución que tenga por objeto conseguir por ella lo que se puede en paz por las elecciones venideras. Nos parece que estas razones pueden convencer a todo án imo m edianam ente despreocupado. En cuanto a nosotros, las hallamos tan palmarias, que juzgamos locura, locura Insanable, cualquier procedimiento en contrario.
H asta por el lado m aterial es imposible hoy cualquier movimiento por la fuerza que lleve en m ira una nueva transform ación política. Aun estando en las cabezas y en el deseo un propósito semejante, va mucho entre es'o y estar en lás manos; es decir, hay una distancia in mensa entre la idea y la ejecución. Llegado el momento en que se ven las cosas de bulto, en que están de un lado todos los parques, todas las municiones y pertrechos, las aduanas, las ciudades, los recursos colectivos, y del otro nada de esto; en que aparece acá la autoridad, que os cierta, y allá un trozo de gente arm ada, que va en pos de ella, es decir, en pos de una aventura, la prudencia en unos, el cálculo en otros, el tem or en los más, retrae a los comprometidos y aparta a los que no lo están, y librándose combates, se recogen, sin provecho para nadie, los cruentos frutos de la guerra.
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N# faltan otras consideración** da gran peso. La época aleccionarla esté cerca, y esto fija mucha* esperanzas allá y las retira de o tra parte. Hay más: suponiendo gran ferm ento y grandes recursos, el movimiento ahora se estrellaría. En el estado de organización actual, los Estados, en su mayor parte, son petrificaciones feudales que sirven de base a fuertes intereses locales, o de castillos a señores Interesados en conservar el mismo orden de cosas antiguo; y la ola llegarla a ellos o p a saría por ellos sólo para quebrantarse y volverse en leve espuma.
Aquí term inamos. Hacemos una vez más la protesta de que nuestra República la queremos en la paz, y de que creemos ser la par la única fórmula que en países, especialmente como el nuestro, resuelve todas las cuestiones de la libertad, del orden social y del progreso. Nos h a anim ado un sano espíritu en la exposición de estas ideas. De una cosa estamos ciertos: de que se nos h ará la justicia de creerlo así. Una cosa podemos asegurar: que nos abrasa el deseo del bien público.
Caracas, 16 de diciembre de 1867.
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A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Agutnagalde)
Libres un tan to ya de ocupaciones, entram os en la grata ta rea de contestar a Clodius la réplica que hace n nuestro artículo con el mismo título que el actual, publicado en El Federalista de 15 de diciembre último. Deseábamos esta ocasión; provocados, nos parece mejor m ontar a la tribuna que de propio impulso; así, n i hay magisterio -que echar a la cara, n i am or propio que poner del lado de la sospecha. Siempre es bueno decir 1o que uno es: somos humildes por pensamiento reflexivo, pero no tan to cuando se tra ta de creencias de convicción. Entonces, en la necesidad de defenderlas, la ciudadanía debe hacerse activa, y el temor resuelto, y olvidando has ta donde es dable delicadezas vanas, decirse la verdad desnuda y la doctrina severa. Pagamos con esto tributo al deber, que es sagrado, y a la sociedad que lo reclama. En ese campo deben poner todos su planta o su simiente, desde la que da la hierba de los campos, hasta la que alza el cedro del Líbano.
Los conceptos que preceden no son un aparato estéril. Tildados nosotros por Clodius de dogmatismo, honor que abandonamos a quien toque, y que no debe de ser bueno, pues se censura, no queda para nosotros, según 41, sino el ciego sistema, y ta n ciego como insensible; c* decir, el que condena sin ver y juzga sin comparar.
BtetlOfÉCÁ riiCICMAi
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Nosotros, ni peleamos ni vencemos, dice nuestro IIuf- trado adversario, sino que degollamos. Prescindiendo tíc la m etáfora, hay dureza en esto; nuestra palabra ha ido blanda, nuestras reflexiones comedidas, y hasta hemos tenido el cuidado de tocar las partes lastim adas con dedos de seda. No hemos aludido a situación determinada, no hemos mostrado a nadie designándolo; y aun siendo lo contrario, ni seria el derecho otra cosa que santo, ni los fines menos que generosos y patrió ticos. A nadie hemos ofendido, a nadie hemos querido ofender. ¡Pues si son éstos nuestros hermanos; pues si es tam bién nuestra la causa de la libertad; pues si h a blamos en familia; pues si es ésta nuestra patria, que tan to amamos, tierra bendita, donde el odio social no es índole, tienen los mares perlas por asiento, pisan las bestias oro y es pan cuanto se toca con las manos!
No; Clodius no ha andado justo aquí. Toma nuestras ideas, las confunde, las am asa y las mete en su molde para darles la figura de su capricho. ¿Con qué derecho, sí no se lo damos, saca él de nuestras generalidades alusiones, y dando diferente colorido a nuestro pensamiento, imnrovisa retratos que no hemos querido formar? Bu entendim iento es harto claro, su habilidad como escritor está a la vista, para que él necesite de tales subterfugios. Consérvese a su altura, no personifique la causa y deje que la libertad de escribir no sea sólo concesión del que manda, sino propiedad tam bién del que obedece. Entram os ya en materia.
Escritos como éste por fuerza han de resentirse de gu propia naturaleza; como no son el desenvolvimiento seguido de una idea única, no corren como sobre un plano inclinado, sino que m archan como a saltos; porque es preciso ir acá y allá, dondequiera que esté el enemigo, para combatirle. En este artículo contestamos a Clodius: y si nos viene en gana, y más que todo, si la ocasión sonríe, seguirán otros artículos, como complemento de ideas anteriores o desarrollo de temas indicados.
Clodius tiene mejores posiciones que nosotros: situado tra* al poder, que él mismo ha interpuegto entre él y
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nuestra humilde persona, nos llam a asi a la lid. Nopretendemos desalojarlo; allí está bien él, y nosotros también estamos lo mismo donde estamos, porque las ideas no conquistan terreno, sino creencias. Y luego, es tan santo el propósito, es tan noble la causa, que es la misma causa del pueblo, y ta n mágicos, tan poderosos e inmunes el acento de la libertad y la voz de la razón, que eso, lejos de inspirarnos temor, nos da osadía.
Principia Clodius por llam arnos partidarios y por poner esto a m ala parte. Si; lo somos, y tenemos a digno orgullo el haber sido leales a nuestra enseña. Nunca hemos sido hombres del poder, pero si somos hombres de doctrina. ¿Queréis saberla? Form as representativas, efectividad de garantías, adm inistración pública que obre y que custodie, adm inistración de Justicia independiente, gobierno responsable, libertad de im prenta y de palabra, no escrita, sino en acción, enseñanza para el pueblo tan extendida como el aire, instrucción científica, tan am plia cual puede ser, instrucción religiosa ccmo alimento del alm a y alm a de las costumbres, libertad del sufragio, libertad de representación, libertad de asociación, publicidad de los actos oficiales, publicidad de las cuentas, camino para toda aptitud, corona tejida para todo mérito; todo a fin de que haya industrias florecientes, paz y crédito interior, crédito fuera, funcionarios probos, moral social, hábitos honestos, amor al traarijo, legisladores entendidos, leyes que se cumplan; y de que la virtud suba, el ta lento brille, la ineptitud se esconda, la ignorancia se estimule y se vea al cabo en esta obra armónica—que es la obra de Dios—una nación digna, un pueblo organizado y una patria que no avergüence.
Por esto, por haber pensado siempre asi, se nos con dena; este es el partido de que somos partidarios; esta es )a culpa que tenemos...
¡Recuerdos de nuestros primeros años! ]Sombras venerandas de nuestros maestros y directores! ¡Nosotros os invocamos! Aprendimos entonces a vuestro lado o con vuestros consejos, en libros que h a consagrado la historia, en palabras graníticas talladas en la roca del tíem-
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(50, en esos dogmas bellos a que la moral política hr. dado forma ya, que la virtud es santa, que el mérito asciende, que la moral obliga, que los deberes atan , que •! desorden no es ley, que el empleo no es tráfico, que el poder no es negocio, y que los pueblos no son libres di- cléndoles que lo son y esclavizándolos, sino dejándoles como propiedad suya, y no absorbiéndoselo por contribuciones imposibles y otros medios reprobados, el pan de la enseñanza y el pan de la fam ilia... jVargas, Avila, Espinosa, Cajigal, Sanabria, Narvarte, Paül! Vosotros, que pobremente vestidos y ricam ente dotados y repu tados, nos enseñásteis esto tan tas veces, venid, venid y defendednos con vuestra palabra poderosa, con vuestra elocuencia desinteresada; venid a probar, con vuestro ilustre ejemplo en vida y vuestra espléndida fam a pór- tuma, que no nos engaflábais, y que vuestra doctrina ora ingenua, grande y bella... Nunca llegamos a im aeinar- nos que en esta tierra, donde habló Zea, adm inistró Mendoza y triunfó Bolívar, llegara un día en que se achacase poco menos que a crim en invocar la libertad para el orden, el orden para la paz, la paz para el derecho y el derecho, como patrim onio de todos, para *1 progreso indefinido.
Clodius nos habrá de perdonar este noble entusiasmo: es un culto inocente, y de ese género de Inocencia que tiene el indulto, porque es el resultado de las pasiones generosas. Un grano de incienso quemado en el a lta r de las ideas es siempre un holocausto digno de la libertad.
Por lo demás, y para term inar este punto, nos duele ver a Clodius comprendido en esta clase de resabios tan •omunes en los pueblos no educados afín en las p rácticas republicanas, en que se combaten los hombres y no las doctrinas, v prevalece la disputa ciega sobre la dls- euslón generosa.
Los pueblos de la raza latina en América justam ente por esto es que no adelantan, o adelantan muy poco (y aquí no es el dogma el que viene, sino la observación). Sus partidos, de ordinario, ni aprenden por los deseu- rafios. ni retroceden por las derrotas, ni hacen otra roía
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♦yéndose & sí solos (1), que sucederse mecánicamente tu ti poder, como en juego de quita y pon, para volver & lo» mismos extravíos y ser arrastxados de las mismjw pasiones. Su vida en el mundo es m as política que ad m inistrativa, más personal que común, más de círculo que de República; y contentos con denominaciones que toman y denominaciones que dan, que nada significan, no dejan, al retirarse, sino una lucha cruenta de mas, una esperanza querida de menos y el trabajo de volver a organizar-. Labor estéril que nunca acaba y que deja al fin las mismas formaciones caóticas de antes.
Estas Repúblicas padecen de hidrocefalia o de plétora; toda su vida está arriba, y abajo hay poco o nada animado. Como consecuencia de esto, se nota un fenómeno que se repite: que las manifestaciones son de servidumbre o epilepsia: que callamos o peleamos, que pa- «amos de la mordaza al fusil y que no sabemos hacer uso de ese térm ino medio que reparte el ca,lor en todo *1 cuerpo, del derecho escrito, de la palabra simpática, <Sm la reclamación digna, de la ciudadanía respetable.
Y aquí volvemos a encontrarnos con Clodius. Bomoi enemigos de la guerra como sistema, porque am ontona en vez de organizar y crea prestigio de la fuerza en vez de prestigios de mérito y virtud; proclamamos como má» fecundos los trabajos de la paz, decimos nuestra doctrina, alzamos nuestra bandera, y nada más que por eso nos cree él, y halla mal, que seamos partidarios. ¿Qué quiere Clodius entonces? ¿Qué derecho nos deja?
Ya que tocamos la guerra, es bueno decir dos palabras sobre revoluciones. Esa diferencia que trae Clodius entre el m otín y la revolución es sólo m etafísica; tu a que triunfe el uno o la otra, viene la sanción del tiem po, que es punto y aparte. Lo escolástico muchas vecj»
(1) Advertim os que en la segunda cita que Clodius líate de nuestro articulo de 15 de diciem bre últim o, que es part» ilel •eguudo párrafo , hay estas palabras, se excluyen a si solos, que deben cam biarse por se oyen a si solos. Fué un error 4« im prenta, como otros que salieron en el propio articulo.
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•»•alia en lo experimental. Sobre todo, la ta l diíei»n-•ia 110 ataca en nada nuestra teoría. Nuestra teoría et> que las revoluciones destruyen y atrasan. A nada vieno que sean a veces providenciaies, y a veces un derecho; también es providencial el trueno que arrasa, y el tem blor que atierra; tam bién es derecho m atar a uno en Justa defensa, y es un nombre el que se pierde. Nuestro program a político, prescindiendo de formas, es el que da el progreso del pueblo inglés, que va lento, pero quo va bien. Nuestro sistema es el del calórico, que cunde y vivifica, y no el del incendio, que vuelve todo cenizas. Aunque sea menos conmovedor, siempre será más digno ver a Cobden en M ánchester a la cabeza de la lig a , predicando la reform a del arancel, que ver a M arat en la tribuna de la Convención provocando a la guerra y la matanza.
No sabemos en qué se funda Clodius para decir que insinuamos, es decir, que introducimos especies, que usamos de rodeos, que ponemos disfraz a las palabras, para que signifiquen una cosa diferente de la que llevan en la forma. Una de dos: o esto es falso, y entonces él no tiene justicia para la aserción, o es cierto, y no tiene entonces derecho para contestar en el sentido que sospecha, porque no hay réplica sin cargo, ni cargo si no se hace expresamente. Vamos, aqui salvará a Clodius su buen propósito: gallardías del talento lidiador, que a veces pasea la plaza para lucir galas y arm adura.
Donde ha sido Clodius menos feliz es en su alusión a la política pasada. Suponemos que él abraza desde el año de 1830. Dejemos a los muertos en sus tum bas y no turbemos ese reposo inviolable en que ellos duermen ya su eterno sueño. Ese silencio es santo; Dios mismo no habla allí, porque ya habló, y es profanación toda algazara. Vamos bien ai pie de esos cipreses a llam ar a esos muertos hermanos, y si se quiere, a llorar, sin decirlo, sus errores. P ara todo eso hay derecho; para otra cosa, no. Por en medio de la niebla que aún no ha disipado el tiempo, ta l vez se descubran nombres muy digno«, reputaciones inmaculadas, y anales que pueden Ber
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»i*u»a v k «rgulio nuMtro, nuestros anales mitológicos. No nos empobrezcamos; no nos amengüemos por el aislamiento; no hagamos trizas nuestra ejecutoria; no botemos nuestras joyas a la calle; no toquemos e te rnamente la misma m atraca, el mismo monótono son de grillos, cadenas, pontones, cadalso, etc. H abrá quien piense que hasta ahora no tenemos más que lo pasado; nosotros, por lo menos, decimos que lo pasado 'es nuestro, nuestra propiedad, nuestro tesoro. No queremos ssr venezolanos si eso no nos pertenece.
Hay otro campo m ás noble donde pueden tratarse estas m aterias: el de la critica severa, el de la historia imparcial, la que da pero que quita, y si condena, loa también. No todo es malo, n i todo es bueno; y los asertos absolutos en política concreta son la form a natu ra l del ciego absurdo, o el recurso triste de las pasiones ignorantes.
Y no se nos venga ahora con la vieja canción de retrógrados, atrasados y otras cosas parecidas. Estos son ya resortes gastados, fraseología m uerta, baba corrompida de una demagogia rabiosa e impotente. Estáis engañados los que así pensáis. Desde la locomotora de las ideas, donde hemos sentado plaza, y donde vamos, devorando espacio y luz, os decimos adiós, apóstoles de una religión que ya no existe, y no os volvemos a ver más. Pasó ese tiempo; Víctor Hugo mismo no alcanza ya a descomponer, y es Víctor Hugo.
Clodius, venid a nuestra locomotora; ese es vuestro puesto.
Un rasgo más de vuestra plum a sobre esta m ateria. ¿Por qué nos dividimos siempre de lo pas&do, ponemos muro entre adm inistración y administración, y cortamos la unidad de la vida política? Esto, y variar nombres, y reformar sin motivo leyes porque otros las han hecho, y hacer otras que no sean más que la expresión de un partido, y dar culto a utopías, y llam ar el gobierno que sube al gobierno que cae tirano y opresor, constituye en mucha parte la índole fisonómica de nuestra raza. P ropiamente no sucede una adm inistración a otra, sino un
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gobierno & otro gobierno. Mala cosa y peor destino, poi que gobiernos que siempre recomienzan nunca organi- stan. El derecho público tendrá que ser muy indulgente con nuestros extravios, y muy resignado con nuestra# convulsiones.
Lo m ás extraño en el escrito de Clodius, que se roza #on la doctrina, es que él quiera com batir la nuestra con argumentos contradictorios. En sustancia dijimos que es mejor crecer capa a capa que buscar el crecimienu» con violencia; que la paz es la que organiza, que la guerra es la que destruye; y con este motivo, y para poner de bulto lo propio, hicimos ver los resultados de la una y de la otra. ¿Puede haber algo más inocente?
Pues bien, Clodius nos presenta atados al poste de las ■prerrogativas sagradas (¡en Venezuela prerrogativas!) como dando a entender que no queremos el progreso; y sin embargo, nuestro escrito fué la predicación del derecho, que es el alm a y la musa del progreso; nada más que la predicación del derecho. En o tra parte halla 61 mismo que “las revoluciones realizan en un momento lo que las ideas no hubieran podido obtener en años o en siglos”. Aquí Clodius está por la guerra. Vuelve a estar por el derecho, y aprueba nuestro proceder, cuando cree necesario “hablar, escribir, vulgarizar la buena doctrina eomo un sacerdocio augusto”.
Sabemos bien que en un escritor ta n hábil no caben, en lo que toca a su convencimiento, contradicciones tan palmarias. En cada una de esas proposiciones hay una inedia luz, una media verdad, y Clodius lo sabe. Lo que ha hecho mal Clodius es oponemos una u o tra según el lance y la conveniencia, y usar de una estratagem a qu« pierde en resultados todo lo que tiene de ingeniosa.
No estamos distantes del propósito, así que serenen más los tiempos, de fundar un periódico que sirva de órgano a la difusión de estas mismas Ideas.
Vamos a poner punto ya. Debemos a Clodius mucha fineza, y se la pagamos con gratitud. El h a arrojado a nuestros pies algunas flores, que no nos pertenecen.
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Nosotros las recogemos para hacer una corona y coronar con ella su talento en una lucha en que, si no de razón, ha alcanzado prez de bizarría.
Caracas, 8 de enero de 1868.
Jullius. fCecilio Acosia. 1
A T U L L I U S , S A L U D ( *)
Ya en calma, merced de la Divina Providencia, volvamos a la lucha.
Es bueno pelear las lides de la razón, sostener al fua- go de los choques de escuela y batallar, tesoneros, hasta vencer o caer muertos. Este pugilato de los principios, •ste florete de las ideas, estim ula favorablemente, entona las fibras del alm a y trae como resultas la difusión de la enseñanza. Mucho m ás cuando contenedores de la ta lla de Tullius son los que blanden en el campo arm as j cuentan reservas de brioso empuje. ¡Qué batallador y qué talento! ¡Qué líneas, qué matices y qué contornos •n la fisonomía de su palabra! Es verdad que no acelera la respiración, no se em pina para crecer, no truena conmoviendo; pero de otro lado, ¡qué blandura, que tran sparencia, cuánta luz en el tejido de sus oraciones! Dicción brillante, plum a-aurora, en la que todos no sólo podrán ver la gota de rocío que se mece temblando en los caracteres, sino aspirar el arom a que trasciende da la flor de sus pensamientos. De esa pluma, como de los dedos de la egipcia de los cantares, fluyen bálsamos. Escritor típico y delicadam ente suave, se adorna de blanco como las vestales de Numa. Haciendo de las frases anillos de encierro, no se perm ite ni la soltura de los movimientos, ni el ím petu en el vuelo, ni la libertad en los donaires; rem eda en el cam inar de sus períodos los
(*) No ai hila colocado el an te rio r articu lo 4* Llotlltii j •1 »lgulanta, p o r no hul>er podida obtaaarlo i.
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encogimientos ciei pudor. Bu estilo, parecido ai de Jeiio- lonte, es melifluo y elegante; y como a aquel filósoio, pudiéramos llamarlo la "Abeja á tica” de ia literatura nacional. Punto, y a otra cosa.
Nos m oteja Tuliius cuando a tirina que personificamos la causa; que al llamarlo paitiüario ponamos esto a mala parte, y que apoyamos en iunciamento tan to más sólido esta conducta, cuanto que escudadas nuestras posiciones con el poder, son más ventajosas que las suyas. Nos duelen aquellos rasgos de la piuma de Tuliius, y por esto, junto con una explicación satisfactoria, agregaremos sobre tal m ateria consideraciones de orden abstracto. Cuando os llamamos partidario iué de escuela, que, buena o mala, prueba la san ta libertad del que la adopta. El hecho de que la combatamos no envuelve la intención de tildarla con injuria; de modo que la mala parte la devolvemos a la malicia ajena, y convencidos de vuestro credo, os proclamamos liberal.
No hay ventaja ni desventaja al escribir tras el poder cuando la libertad garantiza la palabra, porque en la actual ocasión es preciso confesar dos cosas: la una, que habéis escrito según agrado y con soltura; y la otra, que en nuestra réplica anterior, como en la presente, ocupamos tribunas de doctrina y no bandos de persona. Nos duele aún más eso que habéis escrito, porque contribuís, de seguro sin notarlo, a este resultado. De ordinario quedan exhibidos los miembros de la escuela de cualquier partido que impere, como gozando de un derecho que sobrepuja y cercena consecuencialmente el de los hombres de principios opuestos; de suerte que la personalidad libre y pensadora, la conciencia y la responsabilidad, en el un caso, desaparecen bajo el gabinete que adm inistra; y del otro, el pensador contrario, despojándose sin motivo, previene a su favor algo que pudiéramos nom brar la sim patía que inspira el oprimido, la benevolencia que se atrae el débil, el interés que suscita la justicia entrabada. De todo esto se origina que de un escaño, al pensador o), se le titu la brillo del poder, como al pensador b), del opuesto, santidad del in-
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íortunio. O en otros térm inos: al uno se le grita que dice más de lo que puede y debe, y del otro se m urm ura que guarda mucho porque no le es permitido decirlo todo. De esta m anera, sin saberlo, escupimos la razón, escarnecemos el pensam iento y crucificamos el derecho. A los que ta l hagan, observémosles, Tullius, que en su proceder hay m ás traza que gallardía y más estratagema que fuerzas. Vos comprendéis muy bien esto.
No le encontram os acomodo inteligente a la seguridad de que nunca habéis sido hom bre del poder; y con vuestro permiso pasaremos raya a la aludida confesión. Pues si el poder es el cargo de la adm inistración; pues si lo adm inistrado pertenece al dueño, vos, y nosotros, y todos, pueden y deben ayudarlo sin desdoro, o a su lado participando, o del opuesto instruyendo. No es, por consiguiente, un titulo de patriotism o la seguridad de que blasonáis; ya que alguien o muchos pudieran arrim ar a m ala parte el que nosotros o los que vengan form en vecinos al Magistrado. En consecuencia permaneceremos, resueltos, donde estamos, como aplaudimos el lugar que habéis escogido.
Escribe Tullius su credo político y declaramos que es progresista. Reciba el parabién. En absoluto no dista mucho del nuestro: algunas variantes, contadas diferencias, pero el fondo común. Después de su auto de fe recogemos, complacidos, la sospecha que nos inclinaba a m irarlo como discípulo de otros bancos. Pero en lo que no tiene razón es al afirmar, que por haber pensado siempre de aquella m anera lo hemos condenado, y que tiramos a su rostro como culpa el catecismo de sus creencias. No hemos dado derecho a ta l queja; porque aun en el terreno de la sospecha referida, tuvimos m iram ientos en las contradicciones, y sumo respeto al santuario del pensador. Por Igual suerte: a la Invocación que d irige recordando sus primeros años, sus maestros y los tiempos memorables de los patriarcas de la gloria, negamos asiento de Justicia en el estrado de la polémica. Debemos, sin embargo, a la nerviosa susceptibilidad de Tullius el doble presente de la vulgarización de su credo,
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y ese bello trozo elegiaco al culto de sus amor»*. Ya lo sabíamos: la plum a que inflama el patriotismo, sabt tam bién llorar con la ternura de Tíbulo, con el apasionado acento de Young y las melancólicas tristezas de Petrarca. Clodius perdona ese entusiasmo en gracia de las lágrim as que lo santifican; y por extraño a la discusión, lo re tira de las filas, para venerarlo en silencio.
Inexorablemente lógico aparece de nuevo Tullius, condenando la historia de los partidos en Sur-América.
NI aprenden por los desengaños, ni retroceden por las derrotas. Cambian personas, se oyen a sí solos y tornan a iguales extravíos.
Aquí tomamos la venia de nuestro opositor, para afirm ar en contrario de lo que él sostiene, y del lado de nuestro partido, la justicia que nadie le negará. La bandera federal triunfan te ha cambiado, mejorando, las instituciones. Al centralismo que absorbía ha sustituido el gobierno propio, que dilata; a la bomba neum ática, que eoncentraba, ha reemplazado el derecho general que aspira. En este apostolado, el sistema federativo toca centro y reunión a todas las aptitudes: no pregunta quién $s, sino qué puede; premia todos los méritos, abre puerta franca a todos los esfuerzos; deja en la tum ba el pasado con sus errores, y glorificando al pueblo, Beñala el rumbo hacia los horizontes del porvenir. Esto es tanto «orno declarar que en el templo de la victoria ha coronado la frente de la democracia. El pueblo se sienta bajo del solio, y el humilde de todos los tiempos es ahora rey. ¿Quién lo destronará?
Tampoco ha manchado el día de su triunfo con ex travíos lamentables; recibió al vencido en sus brazos, no tuvo memoria de sus martirios, y aún de pie la cruz da las agonías, le tendió un velo por tem or a que siguiera avergonzando a la patria.
En sus prevenciones, Tullius, contra toda guerra, inculta muy a menudo la profunda convicción en que vive, para recelar de los prestigios que engendra la fuersa, porque casi nunca son de mérito ni de virtud.
I n este punto de la discusión se nos sitúa en círeule
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de embarazos. Si hablamos del personal de la federación, proclamando sus virtudes, viene a renglón seguido la ad vertencia de apasionados; y si con el orgullo de familia damos testimonio de sus méritos, se nos tilda de poco instruidos en las prácticas republicanas, y lo que es más duro, como partidarios de hombres y no de principios. ¿Qué quiere Tullius, entonces? ¿Qué recurso decente nos deja? Pero esperad: el cadalso ha sido proscrito, el deudor respetado, las cárceles vacías, no oye el destierro aquel super ilum ina Babilonis del que llora la patria, el hogar es inviolable, la correspondencia inmune, la palabra un derecho, el tránsito libre, la opinión franca y la ley hum ana. Esperad algo más: la resistencia del Gobierno es noble. Prim ero se cansarán los partidarios de la guerra de hostilizarlo que él de perdonar. Ya lo dijimos otra vez: “no confundamos las épocas, ni menos el papel que a hombres especiales toca desem peñar”. P ara el día siguiente al cataclismo, se requiere mucha benevolencia de parte del que no recibe, para construir, sino escombros.
Todo resorte se afloja, y toda norm alidad desaparece. El criador pide el rebaño que fué degollado; otro, la casa con cuyas m aderas avivaron las fogatas del odio; aquél, las arboledas opulentas de que se alim entaban sus hijos, y todos, mendigos de la persecución, asientan bus reale* a las puertas del Gobierno, que no puede m editar, herido por los lamentos, y que aplaza la mayor tirantez de la ley para cuando en tre en cauce la sociedad.
Visto el cuadro precedente, y prescindiendo de bu cau sa generadora, fallad, Tullius, si hay o no m érito y virtud en el crédito del hombre que le cupo en suerte p residirlo.
De sutileza metafísica conceptúa Tullius la diferencia de fondo que le observamos mediaba entre la revolución y el motín. No nos atreveríamos a calificar su respuesta de fácil, ya que él mismo, como sintiéndose poco sati»- fecho de la réplica, flanqueando aquella nuestra posición, 1« endereza fuerzas de refresco, tien ta desalojarno», y
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dando el frente, dispara nuevas baterías con las siguientes palabras:
“Nuestra teoría es que las revoluciones destruyen y atrasan. A nada viene que sean a veces providenciales, y a veces un derecho.”
Extrañam os la teoría, no tan to por el error que en vuelve, como por el hombre de quien procede. ¡Cómo! ¡Es Tullius el que niega el modo con que se ha consumado la civilización de hoy en todas las zonas de la tie rra y en todas las naciones del globo! ¡Es Tullius el que venda sus ojos, oculta lo que sabe, prescinde de los libros que han ilustrado su entendimiento, para lanzar, como síntesis de sus convicciones, lo que la historia contradice, lo que la conciencia rechaza y lo que el género humano confiesa! No, Tullius: permitidnos la enm ienda en esta otra parte de vuestro escrito. Las revoluciones, si destruyen, no a trasan : las revoluciones, al contrario, avanzan y civilizan.
Prestadnos el brazo, y demos un paseo por un cam po hermoso que os es muy familiar. No será necesario para vos el diseño característico de cada una de las columnas m iliarias que m arcan el espacio del progreso: bastarán grandes pinceladas, reminiscencias a saltos, como que hablamos con vos, notablemente entendido en el viaje costoso de la humanidad.
Del centro del Asia procedió la civilización, y fué su cuna un pais fértil. El hombre primitivo, después de mil evoluciones en que cae unas veces, obedece o se re bela, duerme o anda, se estaciona o prosigue, se declara al fin rey. Los cuatro primeros imperios, que conocéis por entre peripecias de guerras, de comercio, de am biciones y sacudimientos, tuvieron por heredero del p a trimonio que no podían conservar, a las naciones de Occidente pelasga, etrusca, griega y romana. Mostrando 1« historia en este lugar fisonomía más cercana, estamos autorizados para decir que aquí empieza propiam ente esa preñez admirable, esa fecundidad que no acaba del mejoramiento indefinido del hombre. Alejandro con ln espada, o lo que es igual, la revolución con el nombre
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de Alejandro, derro ta al Asia, que es inmóvil, y hace triunfar al Occidente, que es progresivo. El elemento griego, apoderándose de los enervados sucesores del hijo de Filipo. vuela del Oriente y se posesiona de la I ta lia : de aquí nace- Roma. La revolución, con el nombre de Roma, por entre lagos de sangre, aspira a la unificación de los pueblos; de este modo busca con la espada enlazar por medio de su política el círculo de las naciones. Continúa la revolución en las grandes guerras intestinas, en que adelantaba la civilización, porque produjeron la igualdad del derecho civil. En este instante, que es la plenitud de los tiempos, se presenta Jesucristo, el gran revolucionario. Con su doble autoridad de Dios y de hombre, en nombre de la fra te rn idad universal, destrona a César y corona a Pedro. Pero en el orden de las sociedades no estaba todo consumado: debía continuar la revolución, y el cielo puso su espada en manos de los bárbaros. La sangre caliente, pura y vital de los azotes de Dios, reanim ó el cadáver dándole lozanía de juventud. Parémonos aquí un momento. Tullius. ¡Infeliz de la m ujer! Allá asoma la revolución: viene arm ada de cim itarra y cubre el tu rban te su cabeza: se llam a M ahoma; pero hay que confesar, qu:- aunque m ata y exterm ina, propaga el saber, cultiva las nrtes y da a las tribus dispersas la unidad de la creencia. Continúa la revolución y se llam a los Papas, o mejor, la Iglesia: ella pelea por la unidad religiosa y política del mundo. Pone a su servicio a Cario Magno y. cierra, además, alianza con otros reyes. De su Beño nace la form a representativa, la igualdad civil, el amor al prójimo, el mérito como escala, el derecho personal, la virtud como título y la fra ternidad como dogma. Hijos del pueblo venezolano, sabed que de la Iglesia de Jesucristo brotó la democracia: de sus labios h a salido la palabra hum anidad: ella la que borró las denom inaciones de babilonio, egipcio, griego, romano y bárbaro, sustituyéndoles esta sola palabra: hombre. Pero de estas luchas, de estos combates surge o tra vez la revolución con el nombre de los cruzados: de la guerra de
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los cruzados nacieron los municipios, y salió tam bién la plebe de entonces, que como dice un historiador, es la m adre del pueblo actual. El pueblo conquistaba ya personalidad, y los esclavos se m anum itían. En esta laguna de la Edad Media, hay algo Tomo un sopor de la hum anidad, menos en la Iglesia, que velando ciempre, salva las letras, custodia la m oral y conserva sin detrim ento el celestial tesoro de la íe. Pero llegada la hora, bambolea el imperio de Oriente, crujen eos cimientos, se desploma y se hunde en aquella últim a noche, víspera de la aurora de los tiempos modernos. Estamos ya en los descubrimientos. La revolución be llama Vasco de G am a y Cristóbal Colón, porque ellos traen a Pizarro y a Cortés. No duerme, sin embargo, el demonio del sensualismo, la serpiente que envenena toda carne, se agita, gana terreno y emponzoña el corazón de las sociedades; el santuario, la familia, el gabinete, las asambleas, todo se ha depravado. Cúmplese la hora y la revolución se llam a la Reforma.
Entretanto, las naciones extienden su comercio, dila tan sus fronteras, organizan ejércitos, educan la diplomacia; las colonias de Norteamérica se proclaman república y viene la revolución con el nombre de 1789. Esta fecha lo dice todo; la Francia galvaniza el m undo, y nada de lo antiguo queda en pie.
La chispa cunde, el incendio se propaga, la idea cruza mares, traspone cumbres y la revolución aparecí «n el sur de América con el nombre de Bolívar. La América se declara independiente, y dejan de ser su* hijos encomienda, árbol o bestias. El americano aprende y sabe: vos sois un buen testigo. Asi progresan los pueblos, Tullius, por medio de las revoluciones. No parece sino que el Dios de los ejércitos, repite en toda* las épocas de grandes adelantos, e l immisit Dominus ola- diurn de la escritura, a los campos de Madian.
Soltadnos ahora, Tullius. Os dejamos entregado a las meditaciones de vuestra ilustrada conciencia. Dirigid «1 sspírltu de la contemplación a estas dos tesis: ‘'Las re
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voluciones a tra san ”, que es vuestra: "Las revolucione* civilizan”, que sostenemos. M ientras meditáis, iremos a desalojaros de otros puntos.
Desgraciados nos llam a en nuestra alusión a la política pasada. Aconseja que no turbem os el reposo de los muertos; que es profanación remover esas cenizas; que al pie del sauce de los sepulcros no debe haber sino llanto. Después agrega: no empobrezcamos el tesoro común, que en sus archivos reposan títulos de fam a im perecedera, y joyas de precio muy subido.
De nuevo suena Tullius la no ta de la lamentación. Como si quisiera m ostrarse pobre de alientos, ne cubre de negras gasas; mesa sus cabellos, alza al cielo los ojos del dolor,- y, goteando lágrimas, revive duelos y siembra angustias. No negaremos la habilidad en la ejecución; pero en medio del calor de la pelea, en presencia del ímpetu de las cargas y en la espectatlva de la pluma que ha de escribir el boletín de la victoria, esas distracciones le comprometen, esos apartes le condenan, sin que pueda Ignorar que toda re tirada extem poránea es síntoma de derrota. ¿Desde cuándo, Tullius, corre aceptada esa pretensión absurda de que los sepulcros h istóricos son Inviolables? ¿Quién dijo qe hay profanación al m irar por en tre la rendija de las tumbas, para inquirir de los m uertos del hogar, aunque vivos en el tiempo, la razón de su conducta, el móvil de sus acciones, y en salzar unas veces sus virtudes, o condenar otras sus extravíos? ¿Quién enseñó que el hombre público duerme? ¿De qué especie de respeto se nos habla que a fuerza de exagerado es incómodo y, por contrario al sentido •omún, inútil? Preciso es proclam arlo: los sepulcros de los hombres públicos, son hojas de los anales patrios: son fragm entos palp itantes del eterno libro de la historia nacional. Hoy, y después, y siempre, existe derecho para interrogar lo que dejaron, llam ar a juicio los hechos de que fueron actores, sentarlos en el banco de los acusados o batir palm as a la memoria de sus beneficios.
Esto por lo que hace a la digresión elegiaca; que re s pecto a alguno otro espíritu que miramos flotando en el
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párrafo aludido, diremos dos palabras. Respetamos, como cualquiera, la fosa del pasado: nos inclinamos -everen- tes ante sus grandes hombres: herencia común es el honor o la mancilla: y cuando llegue la posteridad, Babe- mos, que no el afecto ni la sim patía, sino la justicia y la razón dedicarán himnos o lanzarán anatem as.
Nos da en rostro Tullius con el cargo de que nuestros argumentos, al rozarse con la doctrina, son contradictorios. P ara probarlo anota primero lo que d ijimos hablando de las revoluciones, que en un día, consumen obras lentísimas: (aquí estamos por la querrá). Aparecemos, empero, más abajo partidarios del derecho, porque excitamos a instruir, hab lar y difundir la buena simiente.
Respondemos que no hay contradicción, sino que Tullius confunde ideas diferentes. P ara él, guerra y revolución son sinónimos; he aqui su error. Para nosotros, revolución es el derecho armado, la Idea con tra je de campamento, los pueblos tras las trincheras del Monte Sacro, la espada allanando los caminos del progreso. Por eso dijimos que las revoluciones realizan prodigios en poco tiempo; exigiendo, no obstante, para el complemento de la obra, el concurso benéfico e Inevitable d* la inteligencia que construye y del orden que consolida. Son dos turnos marcados por pausas muy sensibles: el zapador, que enviado por Dios, ta la; y la Inteligencia, que term inada la fatiga, siembra.
Dígase ahora si hay media luz y media verdad en las proposiciones explicadas. —Y de paso, dos palabras a este capítulo de la guerra (faz de las revoluciones), mal comprendido unas veces o falseado deliberadamente otras—. P ara nosotros, en la economía del muado moral, como en la del mundo físico, existen fuerzas diferentes, pero que todas son providenciales. Lo mismo entra para el equilibrio el huracán que devasta, como la nube que fecundiza; lo mismo la tempestad que drrasa, como el dulce fuego que temp’a. Todo está subordinado a una ciencia infinita, a una dirección suprema, a !a mano paternal de la Providencia. Y todo esto es bueno,
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y ha sido siempre asi, y continuará invariable en ia sucesión de las edades. La guerra, porque destruye, no merece maldiciones; y si la inteligencia edifica es porque anticipadam ente se le p repararon las vias. Seremos más justos, si dando a cada uno lo que le pertenece, no exaltam os uno de los elementos deprimiendo su antagonista.
¿Quién viene? | Desfilan Alejandro, Aníbal, César, Napoleón y Bolívar! En sus pasos se siente algo parecido al temblor de la catástrofe, algo de aquella llam a de fuego devorador, flammae ignis devorantis de Isaías. Que sigan: resignados nos descubrimos para verlos: traen en sus m anos lágrim as y desastres, son una fa ta lidad necesaria, pero h an recibido una misión, y Dios ordena que se cumpla. Llegan otros, ¿cómo se llam an? ¡San Pablo, Bacon, Santo Tomás, Bossuet, Vargas! Que caiga el espíritu de rodillas p ara saludarlos: visten de blanco y traen en las manos consuelo y salud. Benditos sean esos hombres, misioneros de la idea y de ia paz.
Concluiremos.P arte interesada, no somos competentes, Tullius, para
discerniros o negaros la ovación del triunfo: corresponde a un tercero ese fallo. Pero sí está en nuestras fa cultades te jer de siemprevivas y palm as una guirnalda que ponemos en la fren te del luchador: recibid ademas una lluvia de flores a vuestra moderación e inteligencia.
Caracas, enero 12 de 1868.
Cl o d iu s :I ldefonso R iera Aguinaqalue
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A Clodius
Aparece de nuevo Clodius en el campo; esta ve* ya descubierto, y como otras, y como es usanza suya, gentil, gallardo y fuerte: caballero novel de pocos años, pero así, probado en lides. El nos halla en nuestro puesto, siempre apercibidos al combate, las arm as las de la ley, la visera quitada, el sol partido. No será menester darse de tajos, reveses y mandobles, porque la cuestión es de principios, que él comprende, y la dem anda el derecho, que él proclama. Asi cerraremos un poco, como quienes se entienden o deben entenderse, como quienes no aparecen ya muy encontrados; y a vueltas de un simulacro de justa, en éste o en otro lance, nos parece que llegaremos a estar de acuerdo por ñn, y qu t hasta podremos salir juntos, platicando entre chistes, del palenque.
Nos gusta eso; nos gustan esas luchas: después d« ellas halla uno que la razón es algo, y el acatarla más, y lo que es mejor que esto, que se ha conquistado una idea, que en tra luego en el tesoro que las guarda. Así, el pensam iento va, y la convicción viene, y la luz s* esparce como una atm ósfera que inunda. Así, la prensa es arm a, la discusión recurso, la libeitad derecho y 1* ciudadanía un título preciado. ¿Qué queda de esas disputas innoblem ente apasionadas, después que tienen fin, más que el ruido de las palabras y la huella profunda de I03 odios? ¿Qué son la aleve in juria y la personall-
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dad vulgar escritas, Bino impotencia coates acia / sucia hiei vertida? Escribir de esta m anera es abandonar la tribuna por la plaza, la réplica por el insulto, la doctrina por los hechos, y el colorido espléndido por el vil lodo.
Clodius está sobre todo esto, sobre todas esas pequeneces, en la elevada región que es la suya por su elevado ta lento. A cada cual lo que le toca, y nosotros se lo reconocemos. Fácil, terso, rico, brillante, apasionado e in genioso en su lenguaje, en su estilo y en su lucha, asiste uno a ella como a un torneo antiguo. Pelea por bu dama, por su arnés, por su divisa y por un mote de gloria o un emblema de escudo. Con razón convence, aun sin razón adm ira. Es noble el contendor.
Entram os ahora a contestar.Sobre algunos puntos diremos poco, o hablaremos de
paso. Los unos, convenidos; los otros, pequeños, apenas merecen . una observación ligera o un rasgo de pluma.
Admitimos con gusto la explicación de Clodius BObre el uso que hizo de la palabra partidario, sólo que nos dice, después que expusimos nuestro credo poiítico, en qué difiere de nosotros. No hemos tenido culpa de la interpretación que dimos al vocablo, así porque lo creíamos en aquella circunstancia un tan to enfático, como porque lo hallam os contrapuesto a la confianza que inspire una opinión como imparcial en boca de quien se encuentre alistado a un partido. Comprendida la excusa; pero que se comprenda asimismo la defensa. Alertados en nuestro campamento, dimos el ¿quién vive?, y eso es todo.
Por lo demás, y ya que la ocasión lo trae, no sera maJ visto agregar dos palabras sobre esto. Nuestro credo no es abstracto. En política se pertenece a alguna comunión, y nosotros pertenecemos a la nuestra, por ideas, por sentimiento y por entusiasmo patriótico. Es derecho nuestro y es cariño nuestro, legítimo el uno, inocente el otro. De los dos partidos de Venezuela, el uno data desde el año de 1830. Con todos sus errores y pecados, más políticos que administrativos, ha dado días
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»•ranos, par, sabrosa y bellos anales. El otro partido principió propiam ente en 1846, desde cuando para acá la serie de revoluciones que se han sucedido, no .e han dado ni vagar ni tregua para que precise sus doctrina* como .opuestas a las otras, n i para que consolíde sus instituciones. El tiempo nos lo h a rá ver. En Venezuela, por o tra parte, no hay en tre ambos bandos diíerencia característica de doctrina, como en la Unión coloaibia- na, que citamos como m ás vecina, y como sucede en otras partes: hay dos tribunas, pero no hay dos evangelios; y si se va a exam inar bien todo, y se ponen a un lado pasiones, se h a lla rá que las doctrinas proclam adas son las mismas, y que la diferencia y la dificultad se h an puesto en la clase de los hombres para llevarlas a la práctica. Esto h a agriado la lucha, esto ha traído las guerras, y esta es la cuestión todavía. Lo que h a hecho fa lta has ta ahora, o lo que falta, es un Gobierno que para la sim ilaridad de las ideas busque la alianza de las aptitudes, que acerque los elementos, los una, incorpore y aproveche, y que no m antenga esas distancias estúpidas qus a lejan las voluntades y hacen imposible la labor común. Los grupos sociales, por la misma fuerza del progreso, se mezclan, se contunden, se modifican, se transform an, como sucede en el proceso de las asimilaciones químicas. Entre nosotros nada va de abajo por la parálisis; todo debe venir de arriba por la plétora. El día que haya paz, una cabeza hábli y una mano bien dirigida, que se dejen donde están los despojos corrompidos porque lo están, y los elementos desacreditados porque no sirven, y se pongan en un mismo cuerpo de ejército todas las Ideas m ilitantes nobles y todos los intereses generosos que aspiran y fo rcejean, la lucha del progreso será m agna y el triunfo espléndido.
Tal es sobre esto nuestro Juicio, que lo hemos dado imparcial, a pesar de ser partidarios. Nosotros diríamos al uno y al otro bando, saliendo de nuestras Alas: “P a rtido de los hombres, pensad en las ideas. Partido de las idea», pensad tam bién en otros hombres." A los unos:
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“m ás costumbres” : A loá otros: “m ás ensanche.” A los primeros: “no sois mas libres por mas palabras” ; a los segundos: “no desmejoráis vuestra obra por poner para ella mas obreros.” to to sucederá, esto vendrá, porque este es ei impulso de las necesidades, y la corriente que ai un lian ae tomar los intereses. A o tra cosa.
Cuanuo púa unos a Ciodius cerca del poder, como contraponiéndole a nosotros, que estamos a distancia, lúe poiqué ei dió colorido a nuestros cuadros y halló perso- nuicaciones que no habia. Todo nació de un desliz de pluma suyo: nos creimos desmejorados en la posición, y tomamos, para igualarla, el escudo de las ideas. ¿1 nos comprende. De resto, y por otras consideraciones, es exacto lo que él dice, que es lo mismo que decimos nos- otios, a saber: que aqui no hay alto ni bajo, porque no persuade quien puede, sino quien tiene la razón. Y con esto, y por estar de acuerdo ambos, le extendemos a Ciodius la mano, para pasar a otros capítulos.
Hicimos mención de no haber nosotros estado nunca en el poder, y es preciso que sepa Ciodius el motivo de esta referencia. Se tra taba de un pasado ilustre, se tra taba justam ente de nuestra historia patria, de lo que mas puede envanecernos, que ha sido muchas veces llamado a juicio por jueces no parciales, y otras por jueces incompetentes; y era justo, al hablar nosotros de ello, y mucho m ás siendo verdad, que nos presentásemos, para ser creídos, si con la filiación de las ideas, que son de suyo reflexivas, libres del compromiso de los in tereses políticos, que son de suyo apasionados.
Ciodius sabe esto, y sabe tam bién que hemos tenido causa, aunque sólo ocasional en sus escritos, para volver a los recuerdos de la infancia y a las impresiones generosas de la escuela. No fué un canto elegiaco éste; son lágrimas que hemos derramado, ¿sabéis por qué? Porque se ha calumniado mucho, y nosotros amamos mucho esa historia, y porque se ha querido poner tea m ancha en lo que debemos más bien conservar puro; por vos no, Ciodius; por otros si, que hacen muy mal, porque al fin m lo suyo lo que afean.
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B rillante es la p in tu ra y magnífico el program a que pone doüius an te ios ojos de 1a imaginación, cuando tra^a ei cmso ue nos de leche y miel, lo iu ia les Un pura touos y uiza sitial para el inenuigo. t s t a uoetnua u» buena como aspn ación, y mejor como cainnio, y lnucno m ejor como auento para m arenar; peio muy pengiosa cuando se da como promesa, y soore codo íaisa cuando se apnea a estos tiempos.
Esa Q o c u m a es una especie de enferm edad hoy, ta n to mas lam éntam e cuanto mas nustres son sus apestóles. Con la paiaura dei Dien en la noca, y ei m artnio destructor en la mano, touo les parece mal, menos lo« •6COU1010S que hacen. Siem bran la cizaña en el pueblo para am enguar el trigo de buena seuuiia; van ai templo y lanzan a Dios, van a la silla dei juez y sientan al crim inal; y sacudiendo todo ireuo, no quieren nías ley que la anarquía, ni otro reinado que ei del desorden. Sueñan, y escriben sus sueños; deuran, y dan sus delirios por reglas; y Ugurandose un mundo aparte, quieren modelar el suyo por su capricho.
Se perm itirá a nuestra pequeñez decir dos palabras •obre esto. Los adversarios son terribles, pero no nos fa ltan armas. Aunque se descarguen todas las artillerías Juntas, aunque sea Armstrong quien dispare, hay un muro que no cae ni suelta piedra: el que divide el error de la verdad. Todos los argum entos del soíisma caen o se extinguen a la luz de la razón: son mariposas que dan vuelta a la llam a y se consumen. El ingenio tam bién se extravía y es propiam ente quien se extravia más, porque es el que mas vuela.
¿Qué quieren esos escritores? ¿Qué pretenden Prou- dhon, Víctor Hugo, Emilio G irardin y Raspail? Que la sociedad no exista organizada, que no haya gooierno, que no haya prestigios, que no haya riquezas acum uladas, que el reparto del robo tenga el nombre dorado üe comunismo, que el ta ller del que se afana sea propiedad del que lo envidia, que la religión es m entira, que la virtud es hipocresía, que la propiedad es despojo, que las leyes son cadenas, que el número es razón, que 1a
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razón es individual, que el individuo es más que el todo y que el todo de lo que ha habido hasta hoy es un todo corrompido. Vamos: Dios ha estado en el error durante seis mil años, o lo que íuere de la edad actual del mundo; Dios había hecho mal en no haber consultado a estos nuevos maestros que vienen a enmendarle la plana. Estemos con ellos, seamos sus operarios, y ayudémosles a levantar su edificio de barro, que perdura, en ver. del edificio de granito, que amenaza.
No negamos sus talentos prodigiosos. De su boca 6aíe un río de oro, pero un río de oro derretido que quema. Son volcanes que dan luz, pero que dan también ardiente lava. Son audaces zapadores que van delante, pero que echan abajo lo bueno como lo malo. Quedara mucho de su doctrina, pero son autores peligrosos. Con ciertos escritos sucede como con el fuego, que es preciso tomarlos con cuidado.
El gran tema de la filosofía social es el mejoramiento y adelanto de las clases pobres, y su ascenso al terrado de la alta vida social y política, y el sacudimiento de toda traba que pueda embarazar la legitima libertad física, moral, económica, Intelectual y de derecho, en bu
más amplio desarrollo. Tal es nuestra escuela, y tales nuestras tendencias. Siempre se nos hallará en ese templo, como creyentes fervorosos, como apóstoles desinteresados.
¿Y qué es todo esto? ¿Qué significa ese prog'.amav Ese es el programa de la humanidad, lo que se verificará en toda su carrera, la última palabra que se diga al fin de la jornada, lo que resultará como saldo al cerrarse el balance de cuentas de la vida universal. Esa es la perfectibilidad, esa es la lucha, ese es el rumbo y esa la condición de la existencia. La perfectibilidad humana es como las asíntotas y las ramas de la hipérbola, que se acercan cada vez más, sin que se corten nunca sino en el Infinito. Quien aspire a otra cosa, asnlra ¿ un» imposibilidad social o a un absurdo matemático.
Tal es el error de esos escritores. Pretenden, como Breno, tomar a Roma en un día, y usan de pasos f»N
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9os para engañar; pero ahí está el Capitolio, que reala*
te, y Camilo, que triunfa de los galos. Los muros sagrados quedan libres otra vez y la ciudad eterna continúa siendo la señora.
La doctrina de esos autores es altamente perjudicial: es un alimento que tiene, hasta cierto punto, la forma de pan y la masa de veneno. Con un poder inmenso de generalización, traen hilos que no ve el observador vulgar de dónde vienen, aunque están fuera de trama, usan de metáforas brillantes, de imágenes espléndidas, de contrastes terribles, de lenguaje ardiente, de estilo tan terso y limpio como las inscripciones artísticas hechas en mármol de Paros; llevan la estética a las letras para embellecerlas, la luz al pensamiento para iluminarlo: ponen, pérfidos, el harapo cerca del chal, el cáñamo cerca de la seda, las lágrimas cerca del banco; se encaran con los riqos para residenciarlos, se acercan a los pobres para compadecerlos e irritarlos; y contentos con aplausos locos, como son los aplausos de una orgía, creen qu<* han hecho mucho con arar una tierra que no da, y dejar un nombre que se eclipsa.
Ya terminamos lo que teníamos que decir de esos en- ' critores. Les hacemos una inclinación respetuosa, y nos
volvemos. No haya qué hacer con ellos, sino generalizar nuestras doctrinas. Delante de ellos estábamos tímidos por su propia grandeza. Ya la sombra de Banco no está delante, y nos sentimos crecer, y nos empinamos, y viene la indignación al pecho generoso. ¿Por qué venir * alterar la paz de Dios, a romper la lazada de la ley, a cortar hilos preciosos de la trama y a hacer de la sociedad un conjunto de artificio? ¿A quién se ofende, ni a quién se provoca con seguir una marcha regular, con estimular intereses en vez de pasiones, y con tener encerradas las tempestades que turban el océano? ¿Quí vale más, agregar nuevas piedras al edificio, o estar echándolo siempre abajo para construirlo otra vez con los escombros?
yr Aquí nos volvemos a Ciodius, y aunque sobre él no caigan directamente estos cargos, por la buena fe de
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gu doctrina, y porque esa doctrina, no obstante *er la misma condenada, no es sistemática, sino expansiva, ni arma, sino tendencia, siempre tendremos que hacer algunas observaciones que si le vienen como de molde y en tiempo.
Siempre con nuestro tema, spmbrando la sana sl- mlente. para ver si germina: siempre con la América, para verla crecer más: siempre con nuestra querida patria, para que continúe siendo nuestro orcrullo. Tenemos el mal hábito de creer que las constituciones están en los libros, cuando las constituciones no tienen más ral- gamhre que las costumbres. Escribimos frases hermosas, irarantias preciadas, principios santos, y luzaramos haber hacho todo con esto. El pobre va es rico, el lernorante sabio, el labrleeo presidente, corre el oro. florecen las industrias, vuela el comercio, se abre el crédito, y todo es ventura, y poro, y bienandanza; y lo peor es que se dice, aunque no se crea, y se flntre creerlo, por traza o por lo que fuere, aunoue el espectro de la miseria pública ▼ privada se cierna sobre los campos y poblados. Alen más hacemos: hacemos cada rato constituciones como quien sopla porrinas de lahrtn. y la última es la meior; de donde resulta nue n1n<mna es buena, porque al fln viene otra oue la fulmina. Es un s’ntoma fatal en *l«ninos nuehlos el estar slemnre en fábrica* de leves; resu'ta *1 fln que nlnoima t1er>«n. o oue pln<nina acatan, 0 que plnenna se consoUda. Fl tlemno, el tiempo entra por buena parto la formación como en la conservación de las Instituciones humanas.
No nada de eso es asi. asi como se ensefia, así come se predica comúnmente. Lo míe Importa. lo nue debe »er es que el pohr» tepira pan, nue la Industria tensa trahalo que el trahalo ten<ra remuneración, nue hava jrarantfaa para la proniodod. oue la pronledad no *«a consumida por las contribuciones, oue las cont.rihudo- pes ipirroRori al erario v oue el erarlo s«a la cala Invio- jahia dpi oue administra jpterpK»s alepos. Fsto. y comer bien, v vivir m°<nr. y estar en naz. y s»ntlrse contento, y cozar por el fruto del sudor de la patria como de un
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bien propio, vale más que cláusulas pomposas y discursos huecos. Que se custodie, que se vigile, que se promueva, que se guarde el tesoro de todos como de todos, esa es la administración; que no se hieran intereses fuertes, que no se siembre semilla de odios, que no se desentierren rencores muertos, que no se combata nunca la opinión; esa es la política. Y de esta manera, seguro el gobierno y alegre el pueblo, el uno porque no teme y el otro porque goza, si no viene toda la felicidad en un día para la nación, vendrá la mayor posible a que alcanza el esfuerzo humano y la economía sabia de la
vida política y social.Tampoco es cierto lo otro que dice Clodius: que tal
forma es más absorbente, que tal otra es más expansiva; que en la una el círculo se torna en punto, y en la otra en infinito. Valga esto como teoría, y nada más; será cierta en el terreno donde prenda, aquí no; aquí es todo lo contrario. En naciones como la nuestra no son sólo de centralismo las tendencias, son algo más, son personales. |Pues qué! ¿Viene a saberse ahora que en un pueblo hace sólo su voluntad el prefecto porque es prefecto, el general porque es general, y el otra por presidente, y siempre la persona que tenga la credencial del poder o la divisa de la fuerza? ¿Es esto nuevo en la Indole de las costumbres? ¿Es de ahora no más?
Decimos esto no por hacer cargos, sino para combatir un error. Clodius no lo tiene, pero Clodius combatía. A veces es lícito en la lucha de los principios, y hasta *e ▼e como una gala, montarse en alas de lo abstracto para atravesar el éter y la luz.
Entramos ahora en una materia de suyo delicada, pero en que no emplearemos largo tiempo. Bastan algunas pinceladas, con tal que ífcan ingenuas, y sobre todo, con tal que tengan el color de la verdad. Escribimos de carrera, el tiempo urge, y no podemos decir sino lo necesario sobre un artículo salido ayer, de grandes dimensiones. y en que se ha acumulado tanta doctrina come habilidad.
Clodius nos llama al campo de la historia. Dejémosle
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•n él; all! està en su lugar, porque ella tal vee le tiratacomo amiga, y le sirve como apasionada. Las cuestione» históricas son muy complicadas; hay tanto interés, tantas faces, tantos resortes, tantos Impulsos, la religión, las costumbres, los hábitos, las creencias, la politica, las industrias, las ciencias, las artes, que es menester que el pincel sea muy fino para pintar, o el escalpelo muy cortante para la disección. Con la historia sucede como con el prisma, que divide y reparte los colores a voluntad y dándoles la dirección del que imprime el movimiento. Ese es un camino muy difícil por escabroso, y tal vez extraviado por oscuro. Es un enigma que no dice nada y dice todo; calla y habla, convence y contradice. Es preciso mucho ingenio para llegar allí y hacer vendimia. Tácito descubre el crimen; Macaulhy, las revoluciones’ Gulzot, el progreso; Bossuet, a Dios; pero es preciso 6er filos para penetrar tan adentro con la sonda, o para subir tan alto con las alas.
Nos excusamos por lo mismo de entrar en esta discusión en general, así porque nos sobra conciencia de lo que somos, aunque hayamos estudiado, como porque, aun confiando en nuestras fuerzas, nos faltaría tiempo par* ensayarlas. Con todo, algo diremos.
Asentamos que es mejor y inás seguro el progreso regular que el progreso que dan las revoluciones. Este es un aserto de fácil prueba y que hemos ya probado. Fs verdad que las revoluciones llevan y dejan inoculadas ideas nuevas; pero también lo es que echan abajo lo antiguo e imponen el trabajo de reconstruir. Son admisibles como providenciales, son justas como derecho; pero en uno y otro caso son una convulsión que trastorna aunque sean un remedio que regenera.
El ejemplo de Alejandi«#1nada prueba; a su muerte sus tenientes se dividen sus conquistas, y su vasto imperio es presa de anarquía, de guerras y desastres. La sangre no produce más que sangre. De Roma puede decirse que, aunque fué muy grande por las armas en tiempo de la república, fué más grande por las letras en tiempo de Augusto. Jesucristo no fué conquistador, ¿a
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qué eitarlo» El vino a tr&er la pan del Cielo, y a h&cw habitar Juntos, por el encanto de su doctrina, las águilas y las palomas, los corderos y los leones. En cuanto a la Iglesia, ella nunca ha peleado, sino predicado, y justamente es la institución que ha hecho más conquistas sólidas, porque son las conquistas del derecho: la palabra, la palabra es su arma. Vasco de Gama y Colón no fueron sino geógrafos y viajeros; ¿quién no ¿abe que llevaban como pendón de su cruzada la Cruz y el Evan gelio? La Revolución Francesa fué grande, sin duda, pero tuvo la grandeza del incendio; y en cuanto a los frutos que dejó, sin duda benéficos para la humanidad, la grandeza le vino de la labor pacífica de los siglos anteriores. Convenido: es un acontecimiento extraordinario; y si no se hubiera destruido tanto, más quednra de lo pasado. La gran revolución inglesa del siglo anterior tuvo menos desastres, y siendo tan justificada como la de Francia, tuvo mejores resultados para el pais.
Ya ve Clodius; sus citas no le ayudan. Las revoluciones son lo que dejamos explicado: buenas para derecho, malas para reconstrucción.
No halla bien Clodius que nosotros hallemos mal que ¡*e entre en estas circunstancias a hablar del tiempo que pasó. Volvemos a decir que comprendemos que se habla desde el año de 1830 Hay campos, como sucede con el de ese tiempo, que son un campo vedado, cuyo seto es ciprés funerario y amarga adelfa, y en cuyas tumbas reina la majestad del silencio. Esas losas guardan una prande historia. A su alrededor hay coronas cívicas, emblemas patrios y cantos mudos, mudos porque guardan el pudor de lo presente. De Venezuela se habló un tiempo mucho, y se habló muy bien; virgen hermosa y de hermosos atavíos: hoy todo muerto, frío, Inmóvil. E! manto de la virgen por el suelo, pero manto de estrellas; la corona pendiente, pero corona de siemprevivas; la fama de pie, y callando, pero la fama de la historia
Esto no lo decimos, ni lo hemos dicho por Clodiut. sino por no mortificar pequefieces y susceptibilidades enfermizas.
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T aqui terminamos, Clodius, no haciéndolo sin pagar de nuevo con gratitud vuestra fineza, y rendir homenaje sincero otra vez a la verdad de vuestro claro talento.
Caracas, 14 de enero de 1868.
Julliua. (Cecilio Aootta.)
D E B E R E S D E L P A T R I O T I S M OA Clodius
Un lance más, y Dios con todos. Clodius vuelve a la carga, y nosotros también. Hemos jurado bandera, puesto de honor y divisa, y aquí estamos para defenderla contra uno, contra mil. Tenemos el valor de la conciencia, y la conciencia de la causa. La causa es la del pueblo, del cual nos hemos hecho apóstol, por el cual abogamos y al cual queremos ver dichoso, grande y libre. Que en el taller suene el martillo, que a la tierra abra el arado, que en el hogar se hable ventura, que la paz sonría a todos, que la familia tenga holganza, que el sol no alumbre lágrimas, que la propiedad no esté en zozobras, que la justicia no sea favor, que el favor no sea la ley, que la ignorancia no sea un titulo, que la ciudadanía no sea una burla, que la virtud y el saber no «e encuentren sospechados; he aquí nuestro gran tema, y he aquí nuestra república. Naturalmente se alcanza que en este momento debe venir a nuestra memoria Venezuela, y que le deseamos que coseche tales bienes. ¿Y por qué no, si es nuestra patria? ¿Y por qué no, si es tan digna? Aquí, aquí en esta tierra habló Diosr aquí El, por gracia pura, derramó una parte de la redoma de sus bálsamos y de la urna de sus dones; y aquí fué magníficamente espléndido, dando a la tierra toda su fecundidad, al clima toda su dulzura, a la Índole toda su miel, a la vegetación todas sus galas, al cielo todos sus tin
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tes, y haciendo dudoso si fué ést* u otro el asiento dai Edén. ¿Por qué no ser felices? ¿Qué falta? ¿Quién
turba?Fué este un voto salido de lo hondo del pecho, con su
sabor inocente de queja, que no ofende a nadie ni impide continuar la discusión, ni atar de nuevo el hilo de lo abstracto. Clodius es justo; Clodius, dictando, nos hubiera dictado lo mismo, y nosotros lo hubiéramos escrito con nuestra pluma.
Hay en la vida de los pueblos épocas enfermizas, porque no está sano el cuerpo; cualquier airecillo altera, cualquier accidente indispone. El cuerpo parece el mismo en la forma, pero no es el mismo en sus funciones: hay delicadeza, hay debilidad y hasta puede haber exaltación. La medicina tiene que entrar medida, y la mano del médico, avisada; y todo para no hacer más mal que bien. Cuando el contento (y dejamos ya la metáfora) no es el estado universal, ni la armonía de los intereses la única ley del conjunto, el oído está atento a todo ruido a ver si murmura, y a toda frase que no venga de lo alto a ver si malpone o si denigra; y con ocasión del malestar, o tomando de él pretexto, pava los que tienen miedo o que lo inspiran, la constitución se torna en carta y el derecho en concesión. Se ve entonces la prensa andar como entre espinas, la palabra Ir como por entre quiebras, la libertad estar como indulta, y oírse sólo la voz del que permite, y poco, o con recortes y reservas, la voz del que reclama. La sociedad así está enferma, y es preciso tratarla como a tal; pero siempre procurándole el remedio.
Y ¿por qué no procurárselo? Además de ser necesidad social, es deber patrio. A cada uno toca, y por lo mismo toca a todos, pues que de todos es el bien, el intentarlo, pues que la justicia es común, el defenderla. En el foro de la discusión pacifica no hay juez que no oiga atento, y dentro del círculo de la santa libertad, no hay radio que no vaya a confundirse en el centro del derecho. SI hay partes ulceradas, se tocan blandamente, pero *e tocan; si hay malestar, se mejora; y si se ve que
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•uncí* la parálisis, s* deeplertah las fuerzas con reacti
vos poderosos.Así debe ser y asi es, porque está escrito, porque la*
sociedades no mueren, porque la inteligencia es poder, porque la virtud es fuerza, porque Dios vela. Si se echan tinieblas para ocultar, salta la luz por en medio; si se hace silencio para imponerlo, estalla a poco el trueno. Debajo de todas las capas que se pongan, al través de todas las tramas que se urdan, está la Providencia, oculta a veces, y a veces clara y terrible. Quien estudie la historia de la humanidad verá la propia cifra, la propia ley fatal: al fin se cumple. Es engañarse estultamente el creer otra cosa, o el contar con diversa economía.
Nosotros diríamos a los gobiernos extraviados: val* mal; por ahí vais a resultados tristes, a ganancias torpes o a duros desengaños. La noche pasó, y ha venido el día; la fuerza se fué, o se va, y reina el derecho. Ved ese torrente de luz que da la prensa del orbe; no se estaciona, sino que se precipita, y se desborda, y forma al cabo una atmósfera que inunda. Ved los intereses como en torbellino, yendo y viniendo; observan. Ved los millones de voces que forman un solo acento: reclaman. Poned el oído a las quejas de los oprimidos despojados: gritan. La violencia está casi derrotada, o está ya sin campamento, y el derecho lo toma, la tribuna se alza, la doctrina truena y el tipo de imprenta, que es el emblema de la paz y del progreso, y la encarnación de la luz, atraviesa los océanos para ir a fecundar los continentes. Es un espectáculo espléndido, sublime; las ideas ciñen la tierra como el mar, la libertad sopla en todas partes como viento, el periodismo va a dar a todas las playas como oleaje, y las sombras de Gutenbeig, de Fulton y Jouffroy se ciernen de un cabo al otro como complacidas y enamoradas de su obra. Un paso atrás, un paso atrás, gobiernos, y tomar otro camino; que ya no hay sombra amiga para la mengua, y si hay por fln sanción para el pecado.
A los pueblos diríamos: Vuestro hogar es Inviolable, % porque es el templo de la familia y el santuario del
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amor y de la paz. El uso •de vuestras facultades no tiene mas trabas que el deber, que es la ley de Dios, y el pacto que iiayais sancionado, que es la constitución escrita o ae costuniure. t>on vuestios el pensamiento, la palabra, la locomoción y toaos los dereclios civnes y políticos. Teneis derecho a la instrucción, que informa en las costumbres; ai trabajo, que paga ios aesveios; a la propiedad, que es seguro de la vida, y al uso inocente y legitimo ae la libertad en todos sentidos y para todos los objetos. Sois soberanos sujetos ai aeber; pero el deber liga también al gobierno, que sólo tiene por titulo el mandato. El sudor de vuestra frente no hay poi que no os produzca, el sudor en el campo, en el taller, en el escritorio y en el búlete; y si no, es que viene la esponja de la extorsión y lo absorbe, o el viento del malestar y lo seca. Si no se os quita, sino que se custodia y se promueve lo que os es propio, tendreis siempre pan de año y hartura de abundancia; ¡siempreI Si el impuesto oneroso no salva vuestras cercas, la codicia fiscal 110 espía vuestros sembrados, el üscalismo no hace de las aduanas factorías, el gendarme no os quita el libre paso, las leyes no son redes, ni la administración de justicia sistema de estafa u opresión, no veréis turbado nunca vuestro reposo, ni violados vuestros derechos, ni tornado en infierno el asilo de vuestra familia, donde es tan dulce el sueño; ¡nunca! ¡Oh pueblos! Ved esto, que os toca; defended esto, que es vuestro tesoro. Contad vuestro afán; a la noche debéis verlo convertido en moneda que corre o en sustancia que alimenta. Contad vuestros derechos, son todos, todos los derechos, porque la constitución no es más que su traba armónica o 6U abreviada cifra; y en el ejercicio de ellos debéis encontrar por lo menos, si es que no os lo arrebatan, honesto pasar, paz sabrosa y días serenos. El comunismo, los fa- lansterios, las organizaciones artificíales 6on sueños dorados, o doctrinas falaces, o estúpidos sofismas; pero no es sofisma la aspiración al bienestar y el derecho a él, como ley que es del hombre, promesa de Dios y deber de los gobiernos. Cuando falta el todo o parte de »so, es
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que falta algo muy Importante, que las leyes callan, que las reglas quiebran, que los intereses sufren, que se administra mal, en fin. Y entonces, ¡oh puebios!, oídme bien: el remedio es el uso de la palabra, de la imprenta y del derecho: ese remedio y no otro. Ese remedio es poderoso, mágico, y de efecto tan grande e inocente, que más puede verse que explicarse. La palabra no es el martillo que desmorona, sino el aliento que insufla; no es cayón, sino verbo; ni derrama sangre, sino luz. La palabra, por último, es en un sentido, el pararrayos quo descarga la nube, por los males que evita, y en otro, la electricidad del espíritu, por la vida que siembra y que difunde.
Natural es que vea Clodius, al llegar aquí nosotros, como traídos de la mano, que tocamos la orla del vestido de una cuestión que ya se iba, la cuestión de las revoluciones. La habíamos despedido por resuelta, y la volvemos a llamar para volverla a resolver. La lógica tiene eso: que es camino llano, y que por dondequiera que se marche, se marcha bien. La cuestión de las revoluciones es una esfinge de enigmas múltiples, un nudo de diversos hilos, una palabra oracular, difícil por oscura y oscura por compleja. Sin embargo, cabe interpretarla, y eso hemos hecho y a eso vamos de nuevo.
La revolución y la paz, el hecho y el derecho, se miran de reojo y constituyen, en su desenvolvimiento progresivo) la trama de la historia, la condición del hombre y la ley eterna de la humanidad. La humanidad, es cierto, marcha como un zapador por entre la paz y la guerra, por entre el hecho y el derecho; pero nótese que el fin legítimo de la Jucha, así como el progreso, consiste en hacer prevalecer la paz sobre la guerra y el derecho sobre el hecho. Esa lucha ha dado siempre triunfos que cada vez son más notables. La matanza en masa de log combates antiguos da horror; quien quiera conocer • Roma por este respecto, lea a Tácito y a Llvlo. Mas luego, en la Edad Media, y para copiar aquí palabras que hemos escrito otra vez, tuvo la ferocidad código», el asesinato blasón, ti odio d$ raza defensa, y los comba
tí
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tes diarios y frecuentes el aplauso de las costumbre». ■»Shakespeare será escrito lo Que fué Inglaterra antea de la célebre Isabel: Ricardo III pone espanto, y Macbetn hace erizar los cabellos. Conforme corra el tiempo, la difusión del cristianismo, el derrame de la imprenta, el vapor, el telégrafo, los viajes, el comercio y otras mil instituciones, han ido mejorando la condición del hombre más y más, y haciendo mas armónica la vida política y social. Se acortan las distancias, desaparecen los aledaños, se acercan las naciones, se abrazan los hombres en las fronteras, se ajustan los intereses en los mercados; y en este trato Intimo, que cambia necesidad por necesidad e idea por idea, y que da a todos los hombres el contacto, ya que no el amor de la familia, la guerra se va o se atenúa, la paz se consolida, las cuestiones llegan a hacerse menos de campamento que de gabinete y diplomacia, y el derecho público, que siempre» es el reflejo de la civilización contemporánea y la atesora, toma tintes más suaves en sus leyes y prepara poco a poco para la paz misma una jurisdicción más extensa y un imperio más seguro.
La conclusión de todo lo que 'antecede es: que siempre habrá guerras, pero cada vez menos comunes y cada vez más incruentas; y el principio en que resumimos nuestra convicción en la materia, el siguiente. Las Revoluciones es verdad que inoculan ideas, porque las representan o las desenvuelven; pero también lo es que acaban con otras, que alzan nuevas instituciones, pero echan abajo las antiguas; que tornan mudo el derecho y paralítica la ley, y que desbaratan para crear y deshacen para rehacer; siendo unas vecps el tormento de Sísifo, otras la tela de Penélope y pocas la tela que no pierde hilo. En suma, las revoluciones son explicables como un hecho de la Providencia y como una ley x post facto de la historia, pero no como un sistema a prion de progreso calculado.
Clodius nos entiende.Quedan algunos hilos desprendidos de este torzal, que
•onvlene recoger. Hemos contestado a Clodius esta pun-
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feo en general; pero tenemos qua hacer algunas observaciones sobre sus citas. El, como todo hombre de ta
lento, sabe aprovechar la historia para su causa; pero es necesario quitar con el tamiz la granza a la Historia para que dé el polvo tino.
Empecemos por Jesucristo. Lo citamos para la paz porque Clodius lo citó para las revoluciones; a El, al Dios-Hombre, al que dijo por su divina boca: Regnum meum non est de hoc mundo. Sabemos bien que nuestro ilustrado adversario no ignoraba esto cuando lo escribió, y que quiso señalar ésta como una causa de civilización, y la más poderosa de todas; pero tratándose de si hay o no, y cómo, progreso derivado de las guerras, se ganaba poco con la cita del iundador de una institución que las condena, y de una o de la otra manera era un arma inútil para el combate.
Hablaremos añora de Gregorio VII, el lamoso Hilde- brando, el célebre monje de Cluny, el ardiente cardenal de los papados de León IX y de Alejandro II, y el soberano Pontífice que ilustró tanto, después, la Silla Romana. Le trataremos con la veneración que merece un santo de la Iglesia y con la estima a que es »creedor un príncipe de genio y un hombre extraordinario.
Por la cuenta, Clodius trae ese ejemplo, o para probar que la Iglesia es guerrera, o en apoyo del tema favorito de algunos de que las revoluciones son sistema seguro de progreso. No se puede Juzgar lo pasado sin atender a las ideas reinantes, a las costumbres corrientes y al derecho contemporáneo; para cada cuadro, su luz. El imperio de Alemania, en el siglo xi, era un manojo de feudos, con una espiga saliente, llamada el Em perador; estado caótico y en formación, en que la autoridad no estaba segura y la obediencia era incierta. Reinaba ya en Alemania Enrique IV, príncipe corrompido, ambicioso y de costumbres depravadas, cuando fué exaltado Hildebrando a la Santa Sede, carácter enérgico, pensamiento fijo y hombre de mando y de gobierno. Desde algún tiempo antes los emperadores, para atraerse por el ejercicio de un derecho feudal que creían
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pertenecerlee, la adhesión de lo« principe«, asi s*culares como eclesiásticos, empezaron a dar a los unos la posesión ordinaria de sus Estados, según el medio que prescribía el derecho común, y a los otros lo que se llamó investidura, por medio del anillo, el báculo y la cruz, la cual, por haber sido desde el principio disputada, constituyó lo que se llamó a poco querellas de ese nombre.
Después que había reclamado Alejandro II, reclamó con más fuerza Gregorio VII este despojo violento que se hacía de los derechos de la Iglesia. Insiste y resiste Enrique: le excomulga el Papa; apela entonces el Em perador al medio de deponer a su antagonista en la dieta de Worms y al recurso triste de mandarle prender y vejarle por un miserable, a tiempo que celebraba los divinos oficios; después de todo lo cual íué que Gi'ego- rio desligó, en un concillo de Roma, a todos los súbditos alemanes de la obediencia a su soberano. Para ese tiempo el Imperio, o lo que se llamaba así, era un todo confuso: los sajones sometidos, pero no contentos; los principes en lucha de intereses opuestos a la unión; la autoridad sin resortes, el gobierno sin traba, y los señores feudales y Jos Estados con la cara vuelta al Pontífice como a un juez de controversias y a un centro de asilo; asi es que, y visto todo lo cual, la resolución de la Santa Sede ni era más que una declaratoria del estado que existía ya de hecho en Alemania, ni era menos que el ejercicio de una jurisdicción reclamada y la práctica del derecho contemporáneo consentido. La historia asi es que se ve, desde lo alto; porque los grandes acontecimientos tienen líneas grandes y grandes contornos.
Es Inútil seguir a Enrique a Espira, donde le hicieron prisionero sus propios vasallos, después al palacio de Canosa de la princesa Matilde, donde, abandonado de los suyos, se prosternó a los píes del Papa, mas después A Roma, que sitia y toma a sangre y fuego; ni hablar de sus guerras con Rodolfo, ni de sus intrigas para el nombramiento de Gullberto, ni de la defección proditoria de sus hijos, ni de la espantosa anarquía en que encontró, mantuvo y dejó a la Alemania. Príncipe turbulento que
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tuvo más pasiones que seso, y tanta disolución como perversidad.
Y bien, ¿qué hay en todo esto? Un Papa que se defiende y qué reclama espiritualmente y que no hizo guerra; y un principe que por haberia hecho, y por tener siempre el arma al hombro, provocó lágrimas que no pudo enjugar, y sembró quebrantos que hicieron su reinado infeliz y sus dias amargos.
Ya ve Clodius; aqui, ni la Iglesia conquistó, ni la guerra dió cosecha.
Debemos tocar, aunque sea de paso, las Cruzadas, así para saber lo que iueron, como para hablar de los frutos que dejaron. Este movimiento extraordinario, que duró casi dos siglos íué excitado, así por un sentimiento piadoso en favor de la libertad de los lugares santos, oprimidos por los turcos, como por el espíritu aventurero de una gran parte de los príncipes de Europa. La Europa secular estaba conmovida aun antes de la vuelta de Asia de Pedro el Ermitaño, que predicó por su cuenta contra la tiranía de los turcos; Clermont íué uno de los lugares donde se alzó este clamor y principió el entusiasmo religioso: los turcos eran un pueblo fuera del derecho de gentes; y el Papa, al dar calor a la idea, que era ya el propósito y el lema de medio continente, ni provocaba la guerra de suyo, ni hacía otra cosa que bendecir armas ya tomadas para defender la religión y el derecho.
Pasaron esos dos siglos, ¿y qué queda? Queda ver que los tiempos que se sucedieron fueron muy inferiores a los precedentes. Salvo algunos cambios en el sistema de la propiedad territorial, el engrandecimiento de algunas ciudades marítimas de Italia, como Génova, Ve- necia y Pisa, y la perfección del espíritu caballeresco, todo lo cual no es otra cosa que desborde y aluvión; por lo demás, y en el espacio de más de un siglo, no ha habido un tiempo en que la Europa haya sido más bárbara ni más Iliteraria. Después que los turcos tomaron a Cons- tantinopla en 1543 y destruyeron el imperio de Oriente, fué que las ciencias y las artes, espantadas de la bar-
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L O S P A R T I D O S P O L I T I C O SRíe propongo tratar esta materia—tan importante hoy
para disipar dudas y salir al encuentro a sofismas—con toda la benevolencia del amor patrio, la imparcialidad de la buena íe y el deseo de estrechar más y hacer más queridos los vínculos que deben unirnos como hermanos. No saldrá de mi pluma ni una palabra dura, ni una expresión de encono; pero al mismo tiempo se proclamará la verdad que enseña y la historia que aprovecha. No es preciso herir para convencer, ni maltratar para discutir: lo que tiene de grande la Prensa, es que como la luz va a todas partes sin ser pesada ni ofensiva. Hasta los espíritus débiles, por tímidos; los ciegos, por preocupados; los llenos de pasión, por interés; los exaltados, por fanáticos, y los que mienten libertad para aplicar como señores, o sufrir como súbditos cadenas, serán tratados blandamente y llamados a salir de sus errores; y en/ caso de que no lo quieran hacer, considerados siem - pré como miembros extraviados de la familia, pero no execrados ni maldecidos. La tolerancia, que es el respeto a las opiniones ajenas, es tan sagrada, que nunca es lícito faltar a ella; y el verdadero republicano es el que inculca la doctrina sin forzar jamás la conciencia.
Hago este advertimiento como un título que invoco para que se me oiga con atención, y por si puede éste ser un ejemplo contrario a algunos que se dan en reviviscencia de odios y en evocación de sombras que se debieran estar custodiadas en sus venerables sepulcros. Hay un término a todo: lo tienen las guerras, las lu-
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•has, la polémica y, sobre todo, lo tienen las pasiones, que acaban con la vida del hombre o con la vida de la generación que se agita. Pasó la fiebre, pasó la algazara, y sólo quedan las cenizas frías, que deben apreciarse con la fría Imparcialidad, y los hechos consumados por la justicia relativa contemporánea.
Tal es el organismo de las cosas, tal la condición solidaria de la sociedad y tal la túnica inconsútil del progreso, que no hay situación social que no tenga su razón de ser, que las generaciones se dan la mano las unas con las otras, que los Gobiernos sucesivos de un Estado son los eslabones responsables de una misma cadena; y el historiador filósofo que la observa, que ve en ella la ley de un mismo desenvolvimiento, aunque mayor éste o más ventajoso en una edad que en otra, y que tiene que investigar la vida integra, no debe separar partes ni mutilar miembros para dejar el todo monstruoso. Por mala que sea una época, y aun no queriendo oir para estudiarla sino a los que no figuraron en ella, dos cosas hay ciertas: que no se puede lanzar el anatema contra todos sus hombres, porque es inexplicable que toda una colección sea perversa; y que en la critica político-filosófica es preciso, al mismo tiempo que se discierna la causa del malestar, procurar encontrar, aunque sea ahondando mucho, el hilo orgánico social que constituye el desarrollo del progreso humano. Después de haberse inventado muchos sistemas filosóficos para brillar un momento y desaparecer a poco, después de tantos ensayos como se han hecho para dar con la razón social de las cosas que las conduce en tan concertado movimiento, la escuela histórica que ha prevalecido, como el sistema de Copérnico en el mundo, es la escuela providencial. es decir, aquella que tomando los grandes acontecimientos por síntomas, el tiempo por curso y los siglos por etapas, deja ver en la larga vida de la humanidad la mano próvida y estereotípica de Dios: en Jesucristo al Verbo de la doctrina y de la salvación, y al que vino a tornar en polvos las cadenas y a hacer vínculo de unión la caridad: en la propagación del Evan-
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jeito la buena nueva do una vida mejor para la Igualdad, la fraternidad y el amor; en la regularlzación de
los gobiernos, fatigada y oprimida la sociedad por la anarquía señorial de la Edad Media, un principio de orden y estabilidad para las clases; en el Renacimiento, la reaparición de las artes griegas y de la civilización romana; en Gutenberg, la luz del pensamiento conden- sada en tipos; en el descubrimiento de ambas Indias, el contacto de los continentes, el conocimiento de la geografía, y el uso de los mares para el negocio y el tráfico; en la gran Revolución Inglesa, el principio de perfección del sistema parlamentarlo; en la del 68, de Francia, la centella que contenia las chispas de todas las libertades; en Ja Independencia de América, de un cabo al otro, el grande acontecimiento de los tiempos modernos, puesto ya en el platillo, y que principia a Inclinar la balanza de este lado nuestro, donde los gobiernos son para todas las razas, los derechos para todos los hombres, y la' civilización, no un tesoro que consiste en el depósito de los siglos, únicamente utiíizable para la ostentación y el orgullo, sino un estado social en que todos tienen parte, llamados a tomarla por unas leyes Justas y una naturaleza generosa.
Por todas partes se ve esta acción, invisible en su movimiento instantáneo, pero que estallan con signos brillantes v espléndidos sucesos en los días solemnes de la humanidad: ya es media Europa que se lanza al Asia por el espíritu caballeresco que empezó a dulcificar las costumbres; ya es el ardor de empresa y el ansia de distinguirse, que puebla los mares y hace el barco el huésped de todas las costas: ya es el vapor que, con su
silbato, anuncia que va a devorar las distancias: ya es el telégrafo, aue pone de correo a la electricidad para hacer del mundo una nuez; y las guerras, y las naces, y los coneresos, y las alianzas, y el progreso de las artes y las ciencias, no son otra cosa que accidentes aue pisan. fenómenos que aparecen y joyas y riquezas que quedan como resultado de esa Inmensa elaboración continua y secreta en que el hombre sólo es Instrumento.
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las sociedadades formas transitorias, aunque n<*c»«arias, y únicamente Dios la causa motriz y eficiente. El tiempo viene, vienen las guerras y las pasiones a soplar el polvo a que queda reducida, al fln, ia obra humana, para ver debajo la divina; y rota la tela débil que van formando los siglos, la que nunca se rasga, la llamada a ser la continuación del progreso por su urdimbre y trama eterna, es la tela providencial.
Cuanto acabo de decir, que no extiendo a más, porque dicto deprisa y porque basta lo expuesto como fundamento, sirve para probar que la humanidad marcha surcando un océano de aciertos y errores; que 110 puniendo separarse del todo el hombre moral del hombre fisiológico, no debe condenarse lo bueno por lo malo; que muchas veces se confunde la luz de la verdad con el resplandor de las pasiones; que el modo de juzgar las cosas es tomarlas en el punto de vista y en el teatro en que pasaron; que el crítico tiene siempre más ventajas que el actor, porque censura sin peligros y tilda sin responsabilidad; qua la tolerancia es no sólo virtud, sino deber, y que la justicia contemporánea es la justicia relativa de la historia. Hay otra justicia, la póstera, la absoluta; pero esa no se puede aplicar sino por Dios mismo, o en el último día del mundo, cuando ya estén en Una sola fórmula todos los principios y todas las leyes, el arte y la ciencia, las combinaciones matemáticas y las formas estéticas, hayan desaparecido las tinieblas del entendimiento, y llegada a la perfección la perfectibilidad, no haya más que luz, verdad y justicia. Entretanto, hay mucha miseria que llorar y mucha benevolencia que ejercer.
No por esto oondeno a Tácito; hay veces en que cae muy bien su estilo de acero, su cólera sublime y su azote de puntas de diamante; pero en esos mismos castigos tremendos el sacriflcador se pone sus vestiduras de gala, Invoca a la historia fría como testigo, oye la acusación de millares de víctimas ahogadas en sangre, y cuando levanta el hacha, es para descargarla en nombre de la filosofía, de la sanción moral y el derecho. No
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arroja lodo, no se ensaña vil contra los culpables, no se complace en mortificarlos, sino que pronuncia la sentencia y da el golpe como el numen ofendido de la historia.
Esta sanción, esta severidad de la crítica debe usarse también, y entonces hasta es natural cierta dureza que sabe asumir la justicia, cuando no está, distante una época de malos gobiernos, de costumbres pervertidas, o de cualquier otro resabio ocasionado a servir de contaminación y ejemplo. En este caso, el grito es de queja, y la causa que se forma, es reivindicación del derecho. Recientes los sucesos, y vivo el temor de que se repitan, nada más propio que poner una valla y ceñirse para la empresa de defender la libertad. Los pueblóá no tienen otra manera de ponerse a cubierto de sus enemigos, que son los gobiernos Infleles, absolutos o tiránicos.
¿Por qué, si ayer no más se nos negó el uso de la imprenta y el derecho de asociación, se oprimieron con onerosos impuestos nuestras industrias, se sorbieron nuestros tesoros y se hizo gala de tenérsenos como ilotas, hemos hoy de permanecer en silencio o desear la continuación del propio sistema? ¿Por qué, si la república consiste en que la acción y protección de las leyes alcancen a todos y en que de todos sean los derechos políticos activos y pasivos, aparecer como apóstoles de un sistema de exclusión? ¿Cómo ha de ser racional después de tanta sangre derramada por la Independencia, después de tantos martirios por los principios, abandonar la causa de éstos por sostener hombres?
¿Y cómo, si el pueblo israelita tiene por promesa la tierra de promisión y ha soportado antes de llegar a ella el pan duro y la tarea de afán de los Faraones, no prevenirlo contra los peligros del propio mal, o dejar de censurar a los que quieren volver a las ollas de Egipto? ¿Por ventura ser ciudadano es ser mudo para no hablar, u obrero de ración, o eunuco de serrallo, o parásito de corte, o siervo de látigo que cuando no lo recibe lo reclama? Si ha habido una época semejante que
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está pared por medio con nosotros, y mucho mft», al esa época está caracterizada por la circunstancia de ser defensores de ella partidarios esclavos más humillados que los esclavos mismos, porque éstos alguna vez se huyen y aquéllos nunca, clamando siempre por amo, azote y pan, nada más natural que descargar el peso de la censura sobre aquélla, llamando a esos mismos extraviados al goce de una vida de derechos, a la práctica de la libertad, y a una situación que les quite los grillos y les obra los talleres. Aqui es explicable hasta el ceño de reprobación y de indignación contra estos fanáticos de la servidumbre: como se agitan ■ en sentido liberticida, como pervierten la historia, adulteran los principios, y circulan como un virus en las venas del cuerpo social, la medicación tiene que ser pronta para recuperar la salud, volver a ideas sanas y traerlos a ellos mismos a un estado de cosas que los exima de vejaciones para instalarlos en una situación de derecho y dignidad.
Muy diferente es el caso en que tenemos que Juzgar una época cubierta de tumbas: porque aunque el .luido haya de tener toda la exactitud de la verdad, debe Ir limpio de todo encono y libre de toda personalidad. Las cenizas están frías, la muerte ha puesto un sello, ese pasado llegó a ser un tiempo, de instituciones vivas; y la historia, al pronunciar su sentencia, al mismo tiempo que señale con el dedo los males causados para que no se repitan, debe tener el candor de confesar los bienes que observe. Al fin, en esa época ha estado la mano de Dios, v en esa época se han agitado intereses e Ideas y se halla un trozo del hilo de la humanidad, que la continuación del progreso.
Estas observaciones generales, nacidas de la propia ley del desenvolvimiento y de la marcha del mundo social, fué menester hacerlas preceder a la materia de los partidos políticos que encabeza este artículo, porque no déla de ser común en ellos, mayormente en algunas partes de nuestra querida América, el abuso que hacen de *u triunfo y preponderancia algunas veces
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y tira« d* su posición, su num*ro o la peiTortlón ds Isaideas en las multitudes, para extraviar éstas, inocularles el veneno del odio, mentir principios que no observan, vivir en luchas que no acaban, y preparar eternamente esas agitaciones febriles, causa de continuas guerras, errores repetidos, desengaños que no enseñan, y de un estado social en que hay más política que administración, más personalismo que ideas, y más anhelo por el predominio de cada bando, cueste lo que costare, que por el adelantamiento de las industrias y la dilu- sión de las máximas salvadoras, con grave perjuicio de las costumbres, y de la riqueza pública, sujeta a crecer hoy para ser ahogada manana por el casco del corcel de guerra o por la mano gravosa del impuesto.
Da lástima en países como éstos, llamados por sus dones naturales a aprovechar la fecundidad de su suelo y las invenciones de las artes, ver que sólo se presenta al escenario segunda, tercera y ulteriores ediciones de la misma obra teatral de nuestras parcialidades impenitentes, que se contentan con verse un dia vestidas de laránduia, para ir al siguiente a la platea a ver representar a sus contrarios, a quienes preparan su próxima caída, sin más provecho en todo esto que una ridicula farsa, y no con poca frecuencia una sangrienta tragedia. Da indignación mirarlas ensañarse las unas con las otras, enrostrarse los mayores crímenes y tratarse como enemigos irreconciliables, fuera del campo de la doctrina, fuera de la justicia histórica, y contando con el pueblo ignorante, al cual se le inocula la saña para que se ensañe también. Da vergüenza que aparezcan como hipócritas los que no practican en los negocios lo que predican en la Prensa, y como farsantes los que preparan astutamente su comedia para engañar a un público embobado. Y da risa ver a algunos necios que nunca dejan de tener en la boca ni nunca dejan de sonar cierta matraca como la de grillos, pontones, calabozos, tiranos, malvados, etc., cuando todo esto se halla detrás de medio siglo, por ejemplo, no hay ningún vivo responsable, está en medio el muro de la historia, están
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irla* las cenizas, que ni matan ni comen gente, y los niños pueden preguntar ¿qué peste es ésa que no cunde, y qué calamidad, que no se siente ni se ve? ¿A quién se hace el cargo? ¿Dónde está el reo? ¿Qué proceso puede abrirse de nuevo al • que ya ha sido sentenciado? ¿Cuándo es el día en que termina el odio, y en que principia la doctrina? A menos que se crea que el engaño puede ser de siempre, que la verdad no es el instinto popular, que los sufrimientos y los males públicos no son la escuela de las masas, y que después de haberlas envenenado con ciertas palabras de apariencia, se las pueda otra vez ministrar el mismo tósigo a titulo de medio de salud.
Los partidos, propiamente hablando, son agrupaciones de hombres que profesan y predican ciertas doctrinas con el objeto de hacer efectivo el bien púb'ico en el Gobierno como órgano, y en la sociedad como la llamada a ser beneficiada; pero para que sean útiles, han de combatirse entre sí en el terreno de los principios, y no deben ser ni excluyentes ni excluidos en sus derechos como ciudadanos y en sus relaciones con la patria. Uno puede ser más expansivo, otro más moderado; uno más vehemente, otro más mirado en las reformas; uno más utópico, otro más previsor; y no sería ni orgánico en el Estado, ni racional en uno de los bandos, ni otra cosa que provocar luchas estériles en vez de emulación, el que uno de los dos acuse al otro de miras preditorias, de enemigo de las institución^ y de que es contrario al sistema y a las leyes proclamadas. Fuera de ser esto imposible, porque nadie vive a perpetuidad—y un partido menos—en un país cuya manera de organización no ama, es ridículo también, porque equivale a suponer dos campamentos enemigos, uno enfrente del otro, bajo el amparo de unos mismos códigos, y los motivos de una guerra internacional, no entre dos naciones, sino en el seno de una sola.
Es necesario alguna vez , cerrar el círculo, poner punto a las cosas y dejar descansar a los muertos. En Cataluña, cuando llegó el ííempo, dejaron de nombrarse,
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si no es por narración histórica, los famosos bandos denarros y cadelles; en Florencia, los pafos y los medicis; en Navarra, los beamonteces y agramonteces, y en Vizcaya, los gambolnos y oñasinos. Se sabe lo que iueron ¡os tumultos de las Barricadas en tiempo de Enrique III, y los varios sucesos. Intrigas, proscripciones y odios en tiempo de la Fronda durante la minoridad de Luis XIV, todo lo cual no pasó de siete años, después de los cuales y de la entrada de la Regenta Ana de Austria con su hijo a Paris, quedó el recuerdo de los hechos, pero no el propósito de sangrar a cada momento la úlcera. Los Giielfos y Gibelinos agitaron primero la Alemania y después la Italia; y no obstante ser ésta una cuestión que envolvía los intereses de media, Europa, ya para el siglo xv estaba casi del todo olvidada, y se hablaba de ella como de arqueología o de curiosidades. Después del 18 de Brumario, casi no quedaron jacobinos de doctrinas profesadas, y los que aparecieron en las páginas sangrientas del Imperio, o eran muy pocos, o los que el Emperador había. creado para sus planes. Por todas partes, leyendo la historia, siguiendo el curso de los sucesos humanos, hallamos, como en la naturaleza, valles que acaban al pie de un monte, el cual sirve de límite de éste y de principio de otro valle que comienza; por último, hallamos propensión a indultar lo pasado, y utilidad sólo en combatir lo presente.
Hay, además, para recomendar la sobriedad en las apreciaciones y la Imparcialidad en los juicios, un motivo que está en la conveniencia personal de los propios partidos y en la ley orgánica de la vida, que están llamados a conservar o perder, según su conducta. Las leyes, así sociales como naturales, son inexorables; se las puede estudiar y aprender; pero nadie puede inventarlas, modificarlas, desconocerlas ni infringirlas. Consistiendo la influencia política de las doctrinas en el mayor número de los que las profesan, el arte está, como está la sabiduría, en atraer a ellas el mayor número de prosélitos, en aumentar el ejército de combate o hacer mayor el cuerpo de defensa; pero denominarse exclusi-
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▼amenta, circunscribir»« y aislarse para qus los a»m&»no salven la barrera, e insultarlos y alejarlos tratándolos como apestados, es el colmo de las pasiones humanas, si es que no una insania incomprensible. El cuerpo social, como el cuerpo humano, vive de asimilaciones constantes; y siendo cierto que la unión es la tuerza, y no hay tuerza sino en las cosas cuando están adheridas, puede decirse, si el fin es buscar la organización por la adhesión, que hay química política como hay química natural. En los pueblos, como Inglaterra, en donde la administración descansa como en tíos polos, en una Prensa libre y en la opinión ilustrada de los partidos, el afán de éstos es buscar soldados a su causa, y aunque hallen malo el evangelio contrario, nunca o rara vez a los evangelizadores mismos, a quienes saben respetar; lo cual sirve de explicación al sistema parlamentario de aquella nación, reflejo vivo de las necesidades y el espíritu público, a la marcha regular y siempre progresiva de su Gobierno, y a que todos los actos de la vida pública allí sean fecundos en bienes para el Estado y los asociados. Hacer lo contrario, plantar las tiendas griegas delante de Troya sólo para arruinarla, es conseguir un triunfo y no una idea, y lo que se hace con semejante manera de obrar es enflaquecerse para debilitarse, y acabar odiando y odiado. Si se comprendiera o quisiera practicarse que la magnanimidad política es un medio de atracción, que los principios son expansivos y los intereses restringentes; que cuanto más ancha sea la base de un partido, mayor será su duración, y que cuanta más incorporación haya, más elementos habrá de conservación y de salud, no sería difícil llegar al olvido como la única curación de las ofensas, y a la tolerancia como la virtud más asimiladora en la política.
También hay que tener presente un hecho que se repite con harta frecuencia en la historia, y que es tan olvidado como repetido; los intereses no tienen memoria sino para sí mismos. El hecho es el siguiente: como el mundo social es perfectible, como va en viaje de una
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jornada a otra, cada generación cree (y en eso puedatener razón), que la suya es aquella donde el camino está más llano y en que el tren se mueve más; lo cual quiere decir que desae que hay vida política y predicación de ideas y diiusion de opiniones, cada partido sostiene que las suyas son las mejores, las de última moda, y se llama él a sí mismo partido liberal. En electo, de ordinario lo es o puede serio, porque es una nueva etapa, un punto de descanso mas en la larga peregrinación humana. Esta es una gran verdad histórica. Pero viene otro partido, porque la marcha no cesa, e innova, y crea, y lunda, y convierte en instituciones de hoy lo que íueron principios ayer, y vuelve a llamarse liberal. Viene otro despues, y mejora mas, y se denomina lo mismo.
Pero sea lo que fuere, la época en que figure un partido, si su fin es tener larga vida o tener buena sucesión, debe evitar el aislamiento que lo inhabilita, y la propensión a no asimilarse prosélitos que lo desmedra. Debe evitar también el orgullo que lo desvanece en bu predominio, y la locura que lo hace creer haber encontrado la fórmula que resuelve todas las cuestiones sociales. El no es. más que el tenedor precario de una viña llamada civilización, destinada a ser mejorada por los otros tenedores que le sucedan; y por grande que él sea, por numerosas las conquistas que haya hecho, por preciados los presentes con que haya enriquecido la política, a vísta de lo más que queda por descubrir, beneficiar y aumentar, de lo indefinido que es el progreso y de la lucha que cuesta convertir en instituciones las Ideas y llevar los Intereses a una tela común, debe ser siempre muy moderado en sentimientos y en pasiones, y decir, cuando más, como Newton: “no sé por qué me llaman genio; lo que he hecho es encontrar unas Conchitas pintadas en la playa, mientras que el inmenso océano permanece inexplorado ante mis ojos”.
Espero que no se verá mal, sino antes bien se ma llevará a buena parte, el haber puesto en claro de la manera que yo lo sé, una materia como ésta, que viene
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siendo motivo de escándalo para unos, objeto de ata
que para otros, y blanco inucnas veces de insultos mal mirados; de censuras injustas, y nasta de burlas en que no se sabe qué es mayor, si la mala fe o la hipocresía. Me gustaría que cesase la grita y no se oyes« mas la matraca, buena sólo para el ruido, y no para llevar ni una idea al espíritu, ni una convicción a la conciencia. Trabajemos de consuno por unirnos, y para «lio por borrar y olvidar denominaciones desacreditadas que no debieran figurar ya, porque son despojos de tumba. No mintamos odios que tenemos en los labio» sin tenerlos en el corazón, y acordémonos que somos venezolanos, hijos de la tierra dotada de la índole más dulce que tiene el globo.
Las circunstancias son propicias, porque son las de una administración que protege una familia en que no. hay Ilijo pródigo; y lo es asimismo el dia que vamos a celebrar mañana en conmemoración del nombre de bautismo del Libertador.
Con este motivo, he de agregar cuatro palabras, por venir muy bien aquí. Aunque la Revolución Francesa había inundado el orbe con todas las ideas redentoras, sellada con la sangré del martirio, que es lo que más la consagra, y dado el grito de alarma en el fondo de todas las conciencias para restituir su Imperio a la razón, sobrevino a poco, como una tempestad salida del caos, el primer Bonaparte, el genio de la observación, de la concentración y del cálculo, que concebía y levantaba imperios como quien sopla bombas de jabón, y ante el cual desaparecieron en breve todas las instituciones, las tradiciones y las leyes; las fronteras de los Estados, los canceles divisorios de sus salones y antesalas; los reyes, sus parásitos, comensales o aduladores; la Europa, su ajedrez. El gran Jugador había burlado la libertad, y era preciso refrendar la historia, contradicha o callada por un momento.
¿En qué parte estaba, de dónde saldría el varón singular predestinado a la portentosa obra? ¿Quién volvería a hacer efectiva la marcha triunfal de los prin-
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La Providencia le tenia preparado: habla (laposctív el lue¡¿o ue ios Gi acos, las gracias, 1a elocuencia y ios tinentos aomhiistrativos de Cesar, w celeridad de Alejanuro, ti vasto genio de Gariomagno, ¿a constancia de íeuerico 11 y el patriotismo ue Wasnington; ei teatro paia sus ideas naoia ae ser America, su patria Venezuela, su nombre biMON B o l í v a r . ¡ wue íu -na, qué hazañas y qué hombres! Después de la primera protesta, que lúe el 19 de abril, uespues dsl primer disparo, se marchó de batalla en batalla, de triumo en tiiun- fo, desae las oí illas del mar Caribe hasta lijar ei pabellón de los libres en las argentadas cumDres del Potosí: tras todo lo cual, frescos todawa los sucesos, aparecieron ya nuestros anales como anales mitológicos, nuestros héroes como héroes homéricos; sobre todos ellos B olívar, como el hijo de Peleo, y lanzada al otro lado del Atlántico una nación grande, hoy nuestra amiga, que un tiempo no veia ponerse el sol en sus dominios. ¿Qué tiene que ver con nosotros la Grecia antigua en la época de las guerras médicas? Aquél era por entonce* un pueblo cultivado; y Maratón, Salamina y Platea no fueron sino el predominio del espíritu sobie la barbarie persa. Roma tiene más ruido militar que grandeza épica; su oficio durante largo tiempo fue endurecerse para los combates y prepararse para vencer; espacie de guerrero que dormía con la armadura puesta y tenía siempre centinelas avanzados. Lo que si es admi- íable es crear de la nada, conmover un mundo para despertarlo al derecho, y decir al tren en que va la humanidad: “vuela a tu destino, que ya está el camino llano”.
Ahora me vuelvo a los partidos de Venezuela, o, mejor dicho, a contados hombres suyos, a, quienes darí* lástima ver complacidos en continuar aún poniendo nombres, aplicando apodos, sembrando cizaña y reviviendo cuentos viejos. ¿Para eso se conquistó la independencia? ¿Para eso es que tenemos libertad? ¿Para eso fué la obra de Bolívar? ¿Qué diría él, resucitando, si nos viese «n esta vulgar tarea, en vez de ocupados en
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las altas cuestiones o Intereses de la política, de la Industria, del progreso y de la gloria? ¿Y cuál no sería su asombro al llegar a su conocimiento que habían resultado, poii pura calificación nuestra, apóstatas, muchos de sus más claros conmilitones y de sus descendientes, y patriotas únicos los hijos de los que, tal vez por inocente ceguedad, fueron en la magna lucha los enemigos de la Patria?
Que la memoria del padre de ella que dió de tantas virtudes tan noble y alto ejemplo, nos estimule a la cordura para la tolerancia, a la tolerancia para la Imparcialidad y a la formación—siempre bajo la idea liberal, nuestro único pabellón y nuestra herencia—da partidos doctrinarios.
Caracas, 27 de octubre de 1877.
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EL DOCTOR D. JOSE MARIA SAMPER
Venezuela ha sido afortunada en estos últimos meses; no sólo hemos tenido el gusto de recibir entre nosotros al célebre D. José Maria Samper, al respetable e ilustrado doctor Pradilla, al circunspecto general don A. Posada, al simpático y culto D. José Borda, que desempeña aquí el Consulado General de su país, y a otros caballeros colombianos más, sino el de agasajarlos cordialmente; y lo manifiesto— amigo como soy de Colombia—para que se sepa que conservamos sin romper y nos son caros siempre los lazos de familia.
Estos lazos se formaron por la naturaleza, que los hizo eternos en el origen de raza, la religión, la lengua y las costumbres, y vinieron a estrecharse más en los combates por la libertad y en los esfuerzos generosos por un destino común. Los pueblos que no quieren perecer han de conservar ileso su escudo e intacto el tesoro de sus tradiciones y su gloria; y es imposible registrar la nuestra, escrita toda ella en páginas de oro que dan ya materia al romance y a leyendas mitológicas, sin reconocer que en los grandes días de prueba venezolanos y granadinos derramaron juntos su sangre, Juntos llevaron al altar de la Patria holocaustos e Incienso y a los campos del honor gentil bravura; Juntos grabaron su nombre en el granito de los Andes, o lo dieron al viento de la fama en las costas de la mar y en el curso de los ríos, y después de una cruzada brillante, en que cada paso fué un sacrificio y cada hecho
un asombro, y sonada la hora del triunfo definitivo, ha-
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liaron haber sido unos mismos sus trances, sus vicisitudes, sus capitanes y trofeos, y que por sobre sus cabezas flameaba el pabellón de cien victorias, como un signo clásico de independencia y un título histórico de
Inmortalidad.Hoy, pasado no más un tiempo puede decirse corto,
con no tener éste aún lo indefinido de la distancia, ni la niebla de los siglos, vuelve uno sin cesar la vista a tanto suceso heroico y a tanto alto ejemplo, para llenarse de admiración y pasmo; para ver a Zea en el Congreso de Guavana, echando con su palabra los fundamentos de la Gran República, o tronando como tronaba D»móstenes con estro patriótico contra Fllipo; a Santander en los conseios y la Administración de la anticua Santa Fe, prestando servicios—bien que afeados después—oue nunca olvidará, la Libertad: a Sucre, atravesando páramos y desfiladeros y realizando pro- d<"ios: a Ricaurte pereciendo volado por el fue^o; a Marlfto. que todo lo dió a la Idea revolucionarla; a Páez. que poseía el valor sin par y no la cólera da Aautles: a Pllva y Urda neta, el Diómedes el uno. y el otro el Berthier venezolanos; a los Ayales y Mufiozes derramando su preciosa sangre, unidos como los eslabones de una misma cadena de gloria San Félix y Pantano de Vargas. Carabobo y Bovacá; y a Bolívar dirigiendo, como Júpiter desde el Olimpo, batallas da semidloses y héroes, o cargando sobre sus hombros, como Eneas, el escudo en que resaltaban ya en relleva los claros hechos de la futura triunfadora Roma; para aprovechar, en fin, todo ese conlunto de lecciones y ver si. al favor suyo, fortificamos, mejoramos y enaltecemos estas virtudes nuestras tan flacas, esta propensión a lo* goces epicúreos, que equivale a la molicie, este ánimo movible a todo viento de poder—que es una forma de aervldumbre—y este espíritu de partido, contento sólo con nombres por cosas y con personas por principios.
Lástima sólo que nuestros anales primitivos permanezcan todavía dentro de casa, y no los conozca bien para admirarlos mfts el mundo, porque el castellano, «o
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qu« están escritos, no es hoy, como lo fué un tiempo,órgano de comunicación universal, con serlo—y en esto no superado por ningún otro—de arte, expresión, elocuencia y gala; pero el día ha de llegar, y entonces nuestra grandeza épica entrará a la alta historia cual entra el Amazonas al océano, abriéndose paso triunfal por en medio de sus enemigas, resistentes y poderosas
olas.Tales recuerdos y sentimientos, que han caído natu
ralmente de la pluma, son los que tuve y experimenté cuando di la mano para dar con ella la bienvenida a los mencionados amigos; y me gusta verlos renovados ahora que voy a hablar, para hacer mi despedida, dsl
doctor Samper, en el cual me lijo de un modo especial porque es el que ha prolongado más largo tiempo su permanencia transitoria entre nosotros, y alcanzado, por sus precedentes de escritor distinguido y las prendas preciosas de su carácter, mayor número de simpatías y afectos.
Ya de tiempo atrás, sus escritos, llenos de nativo donaire, y prendidos con todas las galas del arte que dan atracción y belleza, o bien levantados en alas poderosas para las altas disquisiciones de la filosofía y la política, han venido siendo el estudio y encanto de los hombres serios, amigos de lo sobrio y profundo, y de la juventud culta y fantástica, prendada de la brillantez del estilo, la novedad de la elocución y las gracia» del ingenio.
Semejantes producciones se leían y releían, y no sólo eso, sino que llegaron a formar escuela de buen gusto, como asimismo objetos de emulación y estimulo; de manera que cuando el autor puso los pies en Venezuela, traía por delante un carácter conocido y un nom
bre afamado. Esta es la verdad, que me complazco en decir, como un triunfo de la civilización, y por ser un consuelo saber que el espíritu es cosmopolita, y que el que lo posee en grado eminente tiene en sus manos un medio de ilustración, un elemento de reforma y un Im
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pulso de progTeso. Haya apóstoles asi, y el evangelio de
la idea será cuanto antes dogma común.No es para ponderar, con estos antecedentes, la re
cepción que se ha hecho al doctor Samper: visitado de toda clase de personas, que se apresuraban por conocerle y ser sus amigos, invitado a obsequios continuados, festejado en salones distinguidos, mencionado con alabanza por la prensa de toda la República, honrado con distinciones por el alto Gobierno, considerado por los demás funcionarios públicos, y cercado por la juventud, que le llevaba serenatas para oir su palabra, ha sido objeto constante de atenciones delicadas y demostraciones exquisitas. Lo cual (sea dicho con orgullo patrio) es muy significativo en un pueblo como Venezuela, de tanta altivez, ingenio y gentileza; el espectáculo ha sido el de Atenas recibiendo a Esparta, y el honor el que ha alcanzado toda la Grecia.
El doctor Samper ha sabido corresponder como caballero y amigo, entusiasmar como orador diserto, engalanar los periódicos con escritos que pueden ya formar un volumen como escritor de fecundidad, profundidad, aliento y numen; y puedo decir que ha llenado la expectación pública, y que va a salir del país dejando el mismo entusiasmo con que entró. Privilegio éste del talento que no se impone y de la modestia que lo oculta.
Su trato es una red: queda uno cogido por todas partes; su fisonomía, abierta: entra uno por ella a su corazón por cualquiera de las cien puertas que tiene, como por las de la antigua Tebas de Egipto; y después de un rato de conversación, ve uno que ha alcanzado en él un vínculo y un afecto. Le he oído orar improvisando, y confieso que me ha cautivado por una palabra fácil, en que venían ya los pensamientos encadenados y las fra
ses hechas para redondear el pensamiento; y hay que adveitir que podía haber hablado lo que hubiera querido, y que todos querían que hablase más para deleíte.
Carácter firme, sentimientos de decoro, alma crlstla-
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n», e»vafón generoso; todo esto forma una propiedadde su sér y el complemento de sus partes.
¿Por qué caracteres tan perfectos, o permanecen alejados de la política, o no entran a ella como ejecutores, sino a mucho lograr como doctrinarios, y a veces están olvidados, retirados y hasta perseguidos? ¿Por qué desgracia, en gran parte de los países de la América latina, la inteligencia lo más que ha alcanzado es aconsejar, por si la oyen, difundir en los periódicos enseñanza por si la siguen, o hacer los códigos por si los observan, y casi nunca, o si alguna vez por accidente —y sí por accidente, de un modo transitorio, vergonzante o condicional—entra a funcionar en la acción administrativa? ¿Cuándo se querrá creer y profesar que la administración pública es una ciencia altísima; que no deben entrar a desempeñar aquélla los que aspiran, sino los que saben, y que se comete un grave error en entregar la máquina gubernativa en manos inexpertas, que la traban para el quietismo o la precipitan para la destrucción? ¿Cuál será el día, que al fin ha de llegar, en que_ se comprenda que la palabra es el órgano de la luz, la doctrina el principio de la práctica, la práctica ilustrada el elemento de organización, la organización la fuerza que da la vida social, y la sociedad asi la bendición de los asociados? ¿Por qué no se llaman al poder los hombres de decoro como garantía de dignidad, los hombres de honradez como garantía de Justicia, los hombres de luces como garantía de acierto? ¿Cuándo no ha nido verdad en la historia del género humano que la salud del régimen político es la obra única de talentos especiales o de los que han salido de los liceos, los colegios, las universidades, la prensa o las tradiciones de la gloría, y cuando se eligen otros operarios, o se obra para el desgobierno, o se preparan resultados para la anarquía, el desorden o la mengua?
Desengañémonos; la cábala como medio tenebroso, la confabulación como recurso de interés, el espíritu de
partido como máquina de combate y exclusión, las úe-
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nominaciones políticas como mote de aislamiento, y el engaño hecho al pueblo sencillo con promesas que no *e cumplen, programas que quedan en el papel, principio» que no pasan del ruido de las palabras, y tribunos malamente ambiciosos que lisonjean hoy para oprimir al día siguiente, ni fundan orden estable, ni dan libertad efectiva, ni hacen otra cosa que crear escándalos en lo presente para sonrojos en la historia. La grande escuela, la liberal, la mía, es la que respeta la conciencia como un santuario, la ley como una institución, la libertad como un derecho, la inteligencia como una cuia y la virtud como un título de merecimientos para ser considerada, y un diploma que habilita para desempeñar con rectitud los puestos del Estado.
Tenía esta queja dentro del pecho y debía manifestarla, siquiera por el amor que profeso a esta América en donde he nacido, cuyo progreso deseo ver floreciente y cuya gloria sfn mancilla. Aquí no se ve más que una pintura general, y no alusiones concretas. No quiero saber sí las hay en ellas; y si las hubiera, se echará »obre ambas para cubrirlas—que para eso lo tienen espléndido—el manto de su gloria.
Vaya, pues, el doctor Samper a su país, y tenga por eíerto que no ha estado entre extranjeros, sino entre hermanos, ni en casa ajena, sino en la propia.
Caracas, *1 de julio de 1877.
QéCttlo Aeotta
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DOCTRINA DEL PORVENIR
DE AMERICA
CARIA A DON R. J. CUERVO*
Caracas, 15 de febrero de 187a.
Señor D. Rufino J. Cuervo.
"Mi noble amigo y distinguido colega;Tengo vehementes sospechas de que mi última para
usted no ha llegado a sus manos, porque mi amigo el señor D. Miguel Gutiérrez Nieto, por cuyo conducto la remití junto con otras, después de harto tiempo para la ida y la vuelta no me dice haber entregado ninguna, ni siquiera haber recibido la propia; y esto me hace creer que todas han quedado estancadas en Barranqui- 11a, como no es raro que suceda y como sucedió no ha mucho con carta de mi queridísimo Miguel A. Caro de seis meses de atraso, la cual debí sólo a la bondad del señor Julio Ponthieur, que la sacó de la estafeta para remitírmela. Mientras continúen las cosas así, que será mientras no haya una convención postal, la correspondencia andará a merced del acaso, los negocios sin confianza en el tiempo, y expuesto a demoras y estorbos el cultivo de las relaciones recíprocas. Con lo que habré de ser en esta ocasión más extenso que de ordinario, así para llenar el vacío, como para desahogar mi corazón.
No puedo encarecer a usted lo contento y envanecido que estoy de haber logrado letra suya, y en ella, para ejemplo y enseñanza mía, tanta filosofía profunda, tanta idea honrada, tanta gracia de estilo; en fin, tanta
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cosa buena que yo me sé y que no digo; poique hay reces, sobre touo cuando se trata de mérito delante de la persona que lo posee, que la mejor paiabra es ia cañada. Y no vaya usted a pensar que yo 1a reservo por usted, tuya modestia no ha menester un cuito hipócrita, sino por un, en cuenta como estoy de que soio ueoo soltaría en alaoanza de nuevos tesoros de usted que codicio, y de ia natural sencillez, donane iacii y saol- dinia sentenciosa que me parece continuar «tenuo en su correspondencia, si usted se dignare seguir ia*ore- oiendoine con ella.
Ignoro si a la gravedad de usted, no distante de la que ai« ha tocado también por caracter, nayan de sonar mar semejantes demostraciones, que ai iauo de ia verdad no tienen otra demasía, si alguna, que ia dei entusiasmo y ios alectos; pero sobre 110 ser un pecado el candor, para eso es la amistad: para otorgar perdones si oíendida, o para ser indulgente si eniadaoa.
Verdadero y de mano maestra es el cuadro general que usted íorma de algunas de nuestras lepublicas hispanoamericanas respecto a lo que pudiera llamarse bu
condición poiitico-morai; y le aseguro con algo de sa- tisi acción propia que he venido a confirmarme en mis Ideas, si no vacilantes, tímidas a fuerza de desengaños, viéndolas autorizudas por las suyas. Porque ha de saber usted que después de observar mis principios—los mismos pioclamados en teoría por muciios actores en política—desmentidos por ellos en la práctica, y en medio dei natural desaliento de ver tornado el triunfo en ley y el éxito en dios, buscaba cómo consolarme en mi* tristezas patrióticas, y modo de hallar quién me confortase en las creencias y lecciones que bebí de boca de mis padres y maestros; y de todo corazón huelgo de saber una vez más, leyéndole a usted, que yo no estab* equivocado, que la justicia es eterna, que la virtud no muere, que las almas generosas dan siempre en el peligro el grito de alarma para salvarla y enaltecerla, y que los resabios sociales son como los trastornos de la naturaleza, duraderos sólo mientras ella recobra sus
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fuerzas armónicas y se viste otra vez de su belleza, sus galas y su pompa.. Harto me ha hecho usted provecho y bien; porque ya tendré, cuando lo defienda, una autoridad más de la doctrina y un nuevo abogado d» la causa.
Pero si me complazco en tal apoyo, no soy poderoso a borrar por completo el dolor que siento a vista de ios impulsos personales, los medios torpes, los fines interesados y los hábitos viciosos que prevalecen como pensamiento y como acción en varios de nuestros paises modernos; y hasta he llegado a imaginar, en íueiza de la corriente de las cosas, casi siempre por un mismo cauce, que yo era el que estaba en el error, con estar camino del derecho.
Da grima mirar cómo se le burla: se sanciona la ley para que quede escrita, la práctica otra; se levantan instituciones como se hacen los adornos de un baile, sólo para el recreo; el blanco el goce, los llamados a
gozarlas los triunfadores, con los cuales por lo común nacen y mueren; se crean favores para los que baten palmas, y para los vencidos penas; se invocan los principios para las aspiraciones propias, y la razón de Estado, que siempre ha de ser dura, para la humillación y los sufrimientos ajenos; y poniéndose calor activo de fermento para agitar la sociedad, y originándose de semejantes agitaciones luchas alternativas y de ellas rs- criminaciones y pérdidas frecuentes, se ven aparecer o conservarse partidos espantosos que no saben más- que odiarse y excluirse los unos a los otros, para dejar en el escenario donde han representado su papel huellas de rapacidad, de enconos y de sangre, y para el progreso moral, el más importante de todos, una esperanza menos y una ruina más.
De resultas, se vive de hoy para mañana; se hace para deshacer; se obra para destruir, se piensa para embaucar; se forman redes para prisiones, y emboscadas para sorpresas; el engaño es recurso, la mala fe viveza, la ruindad título, los bienes mal adquiridos poder, la desvergüenza credencial, el crimen hoja de ser-
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vicios, la chocarrería gracia, la concusión negocio, eldeshonor tráfico, el asesinato blasón; y lo que es más triste, por ser semillero para mayor cosecha de males, las costumbres públicas, que reciben su estimulo y su fuerza de los ejemplos autorizados, contaminadores ellos de suyo, se van a la posta contaminando y estragando, para que al cabo, cúal llama asoladora, no dejen de la virtud sino el nombre, y, ése para pronunciarlo en secreto, y de la obra del tiempo sino carbones y cenizas.
Lástima grande lo que pasa: índole tan generosa, entendimiento tan capaz, espíritu tan fino, ingenio tan feliz al lado de tanta perversión en las opiniones que se profesan o se afecta profesar por conveniencia. Los sentimientos tienen de ordinario el metal puro del corazón, pero la idea puede tener la mala liga de las pasiones personales o de los intereses de bando; de donde viene a ser que sobre un fondo bueno y de tela exquisita, pueda haber por mala mano, y lo que es peor, por malos fines, labores torpes, desmañadas o indecentes. Los pueblos, así como la materia, están sometidos a épocas semicaóticas como a épocas de formación y descomposición, y la filosofía que las estudia, ni debe por defenderlas calumniar o desconocer el código de las leyes morales, ni en presencia de éstas, sol que nunca se pone, dejar de señalar los errores para repararlos, y de afear los vicios para corregirlos.
Fuera de los dichos hay otros que sería largo enumerar. El ídolo es el del día, el interés el del momento, la causa la que ha obtenido la victoria, la ley la del embudo; y así como se está a la teoría de los hechos consumados, délos el puñal, la intiiga o el amaño, se vacían los principios en la turquesa de los intereses transitorios y egoístas, con forma éstos de razón pública para ennoblecer aquéllos, o de ideas conservadoras o liberales para seducir los caracteres estacionarios o arrostrar las Ilusas multitudes.
Se ríen después los malvados caudillos, o se hacen del ojo como los augures de la antigua Roma, para festejar su influjo o para aludir a sus tesoros, adquiridos
se
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sin más trabajo que frases huecas que nunca acaba de aprender la ignorancia, o ardides del fraude que nunca deja de emplear la ambición. Los gobiernos Bon de bandería, los partidos de gangas, las doctrinas de especulación, y todo es mentira: mentira los congresos, quu no saben, ni quieren, ni pueden, salvajes, famélicos o traficantes buena parte de sus miembros o casi todos, que acuden a la capital a sancionar lo que ignoran o les mandan, o lo que les aprovecha a ellos no más o a sus amos; mentira la administración, que sólo administra para sí; mentira la justicia, que rara vez se da al que la tiene; mentira los programas, llenos de promesas de que se burlan los mismos que las dictan; mentira la prensa, que o calla como un muerto, o tiene únicamente libertad contra el que pierde, y puede decirse que casi nunca contra el que gana.
Lo más lamentable es el espíritu de aniquilamiento; la fecha más célebre es la última, y el mejor tiempo el actual; se borra la tradición por añeja, y la gloria por importuna; se olvidan o no se leen los anales patrios, ayer no es hoy y por eso no vale; el grande heroísmo y las grandes virtudes pasaron, y por eso no brillan; la historia está en la tumba, y por eso no enseña; y aislándonos con esto, y debilitándonos, y empobreciéndonos, semejamos a un rio caudaloso al cual fuesen faltando sus afluentes y manantiales para convertirse a poco en hilo delgado que concluye antes de llegar al mar, o en charco sin renovación, propio sólo para fango, insectos, algas y mortíferos miasmas.
Otro de los caracteres distintivos de la actualidad es el afán de novedades peligrosas, que se ensayan porque lo son, tengan bueno o mal éxito, al modo de la mano de un cirujano empeñado en hacer experimentos an carnes humanas vivas. También es otro de los caracteres la rabia de destruir, todo lo que existe, como si lo que se ha de levantar no hubiese también de existir; con lo cual se da, respecto a lo que se crea como nuevo, el derecho de llamarlo viejo al día siguiente, y viene a resultar como consecuencia que la civilización Bería
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la baña o *1 rasero, el tiempo pasado el va oí» hasta
para la historia, el tiempo futuro el campo d» la nuev*
demolición hasta para id especulación filosófica, y tai- laudóme a mí mismo) «1 tiempo presente el de la no
ticia del último estrago, y la hada la última palabra *«
los siglos.fin este trastero continuo, un este vaivén eterno que
da a la sociedad un estado da quita y pon, siendo todo saituario, elimero y accidental, nada permaneae fijo oí tiene suelo para la plantación de las ideas, nada as sucesivo y creciente, que es la oondición fisiológica del progreso: la cepa añeja se arranca« el árbol robusta se derriba, el pimpollo lozano se troncha; poique la pasión es poner nueva simiente aunque sea dañino, y llenar la era aunque sea de cizaña. Hay tantas épocas cuantos triunfos, y tantos triunfos cuantos períodos electorales; un patriotismo es suplantado con ventaja por otro sólo porque es el más moderno, y una Idea por la que le sigue en tiempo sólo porque está en palacio; los de la misma escuela son desconocidos, los de la misma comunión rechazados por sus compañeros, si los unos no, y los otros sí están cerca de la renta o dsl poder, o con ambos o alguno de ellos en la mano; y como, se
gún estos políticos epicúreos, la libertad es para escrita y la patria para gozada, sostienen que está próspera y grande si la tienen en sujeción, en el engaño o en el bolsillo.
Según esto, y «orno nada está más oerea de prevalecer que lo que tiene de su parte el ejemplo de los poderosos y el aplauso de las costumbres, predominan éstas en la corte o en las oficinas del gobierno para los vicios dorados, la concusión y los negocios torpes, y en la sociedad para hábitos de molicie, disolución o servidumbre, para contiendas ardientes que producen una paz enfermiza, y para guerras engendradoras de caudillos y de amos; al fin se triunfa, que es lo que importa, es ello la moda, que es lo que agrada, y se está bien »i se ha pasado el día en banquetes, y la noche en mullida lacho o en liviandades, aunque otros estén mal y ol
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pueblo ham bre* y mendigue, como lo hacia «a otra
tiempo el de Roma, estando en los pórticos a la limoe- na y favor de los patricios y patronos, o viniendo a despertarlos antes de amanecer para obsequios bajos y demostraciones serviles (antelucana oíücia). Y lo que más duele es que se le engañe una vez y otra; que se le den
•n lugar de ideas palabras, y que con sólo .tomar un« de tsias y echarle el mantón de un nombre pomposa, se 1« pueda ya conducir a las calles para el tumulto, «1 pie de la tribuna para el aplauso, al loro para el sufragio y a los campos de batalla para el cuchillo; para qu« en fin de cuentas los salvados, vueltos a su hogar, no traigan sino miembros mutilados y miseria y lágrimas, en vez de pan, a sus familias.
Ni es para pasado en silencio, por los fatale« efecto«
que engendra, un fenómeno que en no raras ocasiones •s la obra de estos sacudimientos profundos, que yende hasta el fondo de la sociedad, la remueven y trastornan. Como el Estado asi se hace débil por falta de cohesión, la ambición desapoderada y audaz porque ne halla resistencia, y es proclamado jefe cualquiera que reúne un grupo de voluntarios a quienes conduce a la
matanza o al saqueo, resulta al cabo de algunos períodos de fuerza como éstos, interrumpidos apenas por treguas cortas llamadas paces, en que las libertades se tienen—cuando por acaso se tienen—porque se otorga« por los amos, que se verifica una verdadera revolución social, es decir, la. exaltación de las clases ineducadas al
poder político, que a poco adquieren, porque el influje está siempre cerca del mando, y luego (muchas veces a
la posta) al poder social consistente en las riquezas, las
cuales, por medio de impuestos civiles enormes, contribuciones militares y extorsiones, van pasando a sus manos de las manos de sus dueños en nombre del sabJe o de la ley. Dejan de representar el país, como debiera ser para su bien, funcionarios y hombres de Estado Ba
lidos de las universidades, las artes, los liceos, la escuela, la tribuna, la prensa y las nobles tradiciones de familia; llegan estos advenedizos, que mto convendría
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llamar especuladores o bárbaros, al poder como a unapie¡>a dmsiuie, o tomo a un aerecho hereditario; y sin practica ue ucfeociub, que es tan necesaria, sin ciencia auninnstrativa, que es tan importante y tan alta, siu vntuucs, sm aquella responsauniuau que nace del pu- uor y 1a vergüenza, aunque no nuuieia de nacer ue la uiui ai, no nocen ue 01 uinano mas que desatinos, que encuentro! ei elogio ae ios cómplices y la ínoucrencia de los tnmaos, decretos para ei tranco, sentencias para ei suuui nu, eontratos paia la concusion y leyes p<na 1a codicia y paia teuer a su disposición un erario »epieto, patrimonio seguro y recurso íacu para liviandades, ostentación y lujo.
Estos hombres no son malos de suyo; lo que hay es que están en mal camino, y llamados por su posición a
lanzar a otros a él. Del deseo que engendra en el público el fausto oficial y los goces del gobierno, no hay para llegar ai vicio sino un paso, y éste tanto más ía- cil cuanto que es una tentación, es aecir, un plano inclinado; de donde viene, con hombres así, caídos en el íondo, que pierda el pudor su túnica, pierda la vergüenza su rubor, pierda la gloria su prestigio y se hagan todos o .casi todos mudós para la servidumbre, parásitos para los manjares, bestias para el placer y cortesanos para el íavor; la virtud, nada; el oro, dios:
quaerenda pecunia primum est, Virtus post nummo.t.
El espectáculo que más postra el ánimo es el de la Juventud ciudadana que ha de Informarse con semejantes costumbres. Abierta la puerta de tantos halagos, se lanza desatentada y ciega tras ellos; y tan ardiente como sin freno, sólo piensa tn fruiciones continuas. liviandades locas, esperanzas necias y ocio blando. Sin más ilustración que la disolvente novela francesa, y ésa en malas traducciones, sin más gimnástica intelectual que el libelo que lee o en que se ensaya, ni otio afán con apariencias de Inocente que fabricar ver- seclllos para conquistar puestos o pasar divertidas las
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indolentes horas, no habrá que pedirle aquella mano que se endurece y honra en el taller o en el campo, ni aquella disciplina severa, aquella sabiduría sólida, aquel alto decoro, aquel vigor de alma y aquella gentileza de espíritu que forman los grandes repúblicos del Estado, y sirven tan ventajosamente para ennoblecer las artes de la paz y de la guerra.
Lo expuesto no es una censura amarga, ajena de todo punto de quien tanto ama y siempre ha defendido la causa de la libertad y del progreso, sino una queja fundada, a ver si sirve de advertimiento a tanto resabio y desatino, y un juicio honrado de los hechos, para que la historia tenga el modo de encontrar las causas, y la política el de señalar los errores y remedios. Mentir en los comicios, en las cartas familiares y en la prensa por costumbre de mentir, o por miedo a los caudillos, o por culpable Indiferencia, dejando de propósito la verdad perdida y sepultada bajo la lápida de narraciones falsas, es echar tiniebla sobre el tiempo que corre, pretender tornar en fósil lo que tiene carnes vivas, desfigurar la obra de Dios para ocultar la de los hombres y hacer difícil la obra del historiador, que se verla forzado a dpsoír mil voces que le ensañan y a atender tal vez al silencio, o a he-hos aislados, o a las ruinas, o al desaparecimiento de la propiedad y las familias, o a las cárceles repletas, o a las convulsiones repetidas, o a ’a sanorre derramada, o a la miseria pública, para asi estudiar la fisiología y hallar el organismo y el proceso social. la buena fe exige que se diga lo que ha sucedido v está sucediendo.
Ello, no hay duda, asi y todo es desenvolvimiento bien que informe y caótico en el sentido de la democracia. destino éste, porvenir y deseada dicha de América. Pero así como hay un Juicio póstero que explica las cosas en conlunto y busca en ellas, sin entrar en pormenores, un fln trascendental, hay una Justicia contemporánea o relativa que distribuye a cada actor vituperio o alabanza según ha representado su papel. SI se llama lealtad la servidumbre, orden la agitación, cul
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tura »1 libertinaje y heroísmo la matan*»; *1 »* crceque las reforma* consisten en aniquilar sin reponer, y en discutir sin crear; si las legislatura* son fábrica* de Interese* personales para medros de la codicia administrativa; si la riqueza particular no tiene más suerte que la absorción que hacen de ella el caudillaje y lo# gobiernos, reglamentados por sistemas tributarios gravísimos en la paz, y libre y sin reglamentos en la guerra; si el trabajo se retrae y los capitales se esconden o huyen por la desconfianza y el pánico; si el voto *« compra, si los empleos, si las sentencias, si el favor—▼ éste algunas veces con la Infamia—todo ello debe *er conocido para la enmienda, y callarlo es hacerse enemigo de la moral, o factor o cómplice del crimen.
Otra cosa es lo que debiera practicarse: hacer la ley
para cumplirla, hacer efectivo el sufragio popular, 11c-
nar los Congresos de hombres dignos y capaces para «1 bien, llevar a los puestos administrativos la virtud, la
eiencia y el mérito, en lugar de bestias, corrompido* • ahijados, y no ver en el gobierno un motivo de negocio. sino la ocasión para el cumplimiento de un deber y
para un título de honra.Y no me venga nadie a echarme en eara mis Idea»;
yo siempre he defendido las más liberales en política, •n administración, en instrucción, en Imprenta, en in
dustria, y estoy delantero como el que más; eso sl, sin separarme de la filosofía, de la» prácticas raciónale» n! del derecho. Lo que quiero es que haya progreso *ln •altos, y vida social sin dolencias: que no hagamos »1 de necios por el papel de novadores; que no seamo» vergüenza propia y escándalo aleño, y que el sucio vicio y la vil abyección sean reemplazados por el alto carácter v la gentil libertad.
Sed de hoc satis, como escribió Jovellanos en su famosa carta latina. Yo no sé sl he cansado a usted co* esta larga arenga; pero a lo hecho, pecho, diré a mi pluma, y a usted que me perdone.
Cada vez admiro más su libro de las Apuntactontt; ec mi vadtmitum y mi maestro. ¿Cómc ha llegado u*-
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(sed a saber tanto y tan blan? Sin estar entendidos usted y yo. seguí el mismo sistema en mis estudios sobre 1» lengua, enviados a la Academia, para servir a la nueva edición de los diccionarios.
Tenga usted la bondad de hacer una visita en mi nombre a la digna sefiora y a la respetable madre de don Miguel A. Caro, a quien me le dará un abrazo y
le señalará esta carta, por si yo no le escribiere largo; de significarle mi Inmenso «arlfio a D. Lino Rulz, y de manifestarle a D. M . Gutiérrez Nieto mi amistad y mi agradecimiento por el modo con que trató a usted, a
Caro y a Quijano Otero.Estoy muy contento con la eleeelón del General Tru-
Jlllo para Presidente de Colombia; tengo la mejor Idea de él, y en este sentido publiqué aqui un largo articulo, que creo habrá llegado allá.
Samper se volverá a su patria. Lo siento, porque »e me irá un amigo que tanto amo.
El doctor D. Nicolás González todavía no ha logrado el objeto que le trajo aquí. Hago por él lo que puedo, y le estimo y respeto, como a su venerable sefiora.
Todavía tengo luto por la muerte de mi adorada madre, porque ese duelo nunca se me va del corazón, nun- ea; y* puede usted creérmelo, riego esto que escribo con mis lágrimas. ¿Cómo he de olvidar Jamás a la que sacó de su oratorio cnanto bien me sucede en el mundo?
He escrito para su lápida dos inscripciones, y me he decidido por la simiente; por supuesto, está en nom
bre de todos sus hijos:Lachrymae hinc in coelum advolant nostrae.Hésame limosna de una oración para ella, y merced
da escribirme y de considerarme siempre e»mo au admirador y su mejor amigo.
Cacillo Acosta.”
IOS
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CAUTA A DON FLORENCIO ESCARDO
Caracas, 25 de mayo de 1878.
Señor D. Florencio Escardó.
Montevideo.
Muy digno señor y amigo mío:
La hermosa carta con que usted se ha dignado favorecerme, y cuya fecha no cito por no acostumbrar las demás que usted quiera escribirme a igual demora, llegó por fin a mis manos, usted podrá imaginar cuánta satisfacción y honra me ha proporcionado con ella, cuando sepa que lo primero que hice fué enviarla a la imprenta, ñado en que usted no llevarla a mal un paso que tiende a estrechar más a los ojos del público vínculos que de atrás vienen uniendo a dos repúblicas hermanas, y a hacer ver en el singular documento, todo él dedicado al amor de la familia común y al culto del arte y del espíritu, un *bello título de gloria para su afortunado autor y un justo motivo de orgullo americano.
Acierta usted en antever para nuestra América el espléndido porvenir que le prepara la suerte, y en señalar en los sucesos contemporáneos, tomados en globo y estudiados en sus tendencias generales, el desarrollo de ideas sociales y políticas que van en marcha rápida y triunfal a hacer, en época que ya casi se toca, la lü-
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Austria común, la agricultura próspera, la» arte* florecientes, las ciencias populares, la libertad práctica y a abrir para la humanidad una nueva era, no en que se defienden resabios antiguos o se luche estérilmente contra ellos, sino en que el progreso se siente en medio de una naturaleza flamante y rica en dones y de lo* recursos que ofrece un talento fácil y un Ingenio feliz, para poblar los caminos, ocupar los rumbos del mar, Inundar los mercados, llenar las universidades, museos y escuelas, y transformar el continente en una Inmensa área en que no se oiga otra cosa que el silbato de la locomotora, el ruido del tráfico, la voz del derecho, la reclamación de la tribuna, el contento del hogar y la historia de una felicidad que pasa, aumentada con los anales de otra felicidad que le sucede.
No será maravilla que esto acaezca, aunque se* una maravilla, acaecido; porque ni lo uno está distante, sino antes bien muy de acuerdo con el desenvolvimiento progresivo, ni lo otro aparecerá menos que como un hallazgo providencial, desoués de que por una experiencia dolorosa hasta ahora, hemos visto: a los siglos pasar como espectros para encerrarse en tumbas que no representan sino generaciones empobrecidas y humilladas, o para depositarlos en ellas, a la historia cariada de despojos traídos o de leyes cesáreas, todavl* subsistentes, que no han dado sino sangre, o de sistemas filosóficos que no han dado sino errores, o de sistemas políticos que no han dado sino burlas o de las lágrimas de la mayor parte del género humano, que sólo han sido lluvia para regar los campos, aceite para mover las máquinas y título infame para asegurar el de- Minio de los opulentos señores.
Por más que se haya adelantado en ciencias y artes; que la astronomía haya abierto Ignotos rumbos, ande eomo en un salón en el espacio y tenga sistemas planetarios enteros engastados como diamantes en b u anl-
Mo; que la química de entre los misterios de la combinación molecular haya sacado recursos numerosos par* 1* medicina, y tantos tinte* para las telas, y que lo* **-
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kudlos físicos hayan hecho de los tres reíaos de la naturaleza reinos suyos; todavía, lo que es en el mundo moral y social, queda mucho por hacer: la miseria aún la suerte del mayor número, la ignorancia el es
tado general del pueblo, el fanatismo la fe que se profesa en muchas partes, las constituciones las cartas que se quiere dar, y ésas, al capricho de los caudillos; «i voto popular el que se ordena por mandato o el que se compra por dinero; y como continúa el desequilibrio funesto entre el capital, que impone la ley, y el salario que la recibe, la sociedad con frecuencia’ se ve dividida en dos clases, la una que vive en los placeres, y la otra que muere en el yunque, en el arado o en los socavones profundos de las minas.
Tal fisonomía en las cosas, descriptiva especialmente de las que pasan en Europa, donde suena el mayor ruido de la civilización, que ha llegado allí a una altura pasmosa, está probando que si ésta no ha producido hasta hoy todos los frutos que debe, y de una manera particular los reclamados por las necesidades y aspira- eiones sociales, es o porque hay estorbos que no se ha podido remover, o porque es preciso echar por camino* más anchos, más directos y más a la mano con el engrandecimiento y el destino del hombre.
La Indulgencia es muchas veces la justicia en la filosofía de la historia, la cual debe tomar los hechos con sus condiciones de viabilidad propia, y no arrancarlos de su domicilio para llevarlos a otro, ni sentenciarlos por una legislación extraña a sus circunstancias y a su época; 1« cual, aplicado como doctrina y como criterio de fallo a los grandes movimientos, a las crisis solemnes y a largos períodos de la vida social, al mismo tiempo que deja libre y en capacidad de juez a la justicia coetánea, llamada a distribuir castigo o galardón según lo obrad», permite ver la verdad de la escuel». histórlco-provlden- •lal, consistente en que sí hay hilos falsos que al fin ,*e rompen como obra humana, hay otros de puestos que permanecen fijos como obra de Dios, para continuar la
tola sucesiva del progreso. •
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Europa se organizó (y de aquí los vicios aún de su estructura) en medio de la mayor confusión, producida por la tuerza, la conquista, la anarquía, el desorden, bordas que buscaban asiento, pueblos que defendían el suyo, un continente que se vaciaba en otro para ocuparlo, un mundo nuevo que trataba de someter el antiguo a sus doctrinas para regenerarlo, un derecho sin otro titulo que el acero y los hechos consumados, y podra juzgarse de la magnitud de la lucha, de la obstinación de los contendientes y de las victimas consagradas al cruento sacrificio, cuando se recuerde que el bajo Imperio, casi esqueleto al nacer, tuvo aliento para combatir más de diez siglos; que naciones enteras estaban con la alarma en la boca y las armas en la mano, y que una religión de abnegación, espíritu ” verdad tuvo que afrontarse con una de carne, cuyos ídolos cubrían el orbe, y cuyos ejemplos de corrupción autorizada eran halago y cebo de las costumbres públicas.
Nada está más cerca de la fuerza que la sangre; y con tanta derramada en una larga sene de años, natural era que se dividiese el territorio entre los vencedores, la mayor parte de él para los jefes; que sobreviniesen las Cruzadas y se alzase media Europa a hacerse matar y matar a tantos en Asia; que el feudalismo extendiese tu red de hierro y no dejase ver sino infelices villanos en los campos y señores de horca y cuchillo en los alcázares, y que se estableciese por fin lo que se ha llamado regularización de los gobiernos, o monarcas absorbentes; todo ello para continuar la misma cadena de las cosas, con alguna, pero no la deseada mejora social; porque Jo que es la corte, era la opulenta; lo que las altas clases, privilegiadas, y los destinos, la propiedad inmueble, el ejercicio de la magistratura, todo suyo; mientras que las clases menesterosas morían por no tener trabajo o por tenerlo duro, y el capital andaba de triunfos y de goces, y la mano de obra casi de limosna.
De entonces acá; la marcha de los principios, viajeros que jamás toman abrigo ni descanso; el desarrollo de! poder' municipal, primera conquista pacifica del pueblo;
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el grito constante de libertad, único código que no se deroga y única voz que uo se apaga, el uau> de Levante, pura aorn- con el ¿as puertas ai mayor comercio entontes a m mano; la aparición de la imprenta, especie de encarnación de la luz en su tipo, para hacer que el pensamiento sea tangible, y la paiaDra. ora ensene o retíame, inmortal y omnipotente; la orujuia, que hizo posiDie atravesar el pieiago; ios descubrimientos de la geografía, que tranqueo los mares y acerco los continentes; la Gran Revolución, que dió parlamento, y mas despues prensa libre; 17B9, que equivale a un desagravio y a una redención, todo esto, asociado a las varias escuelas sociales, económicas y íiiosóncas, a los adelantamientos mecánicos, a las Invenciones de las artes y al progreso cientluco, ha venido ilustrando las clases, emancipando valores, dividiendo la propiedad en Francia, haciendo sabio, benéfico y previsivo el gobierno de Inglaterra; levantando la poderosa existencia alemana para el orden, que en ella es perenne, el municipio, que allí es verdad, y el equilibrio europeo, que asi es posible; realizando la grande unidad de Italia, que tiene en su espíritu la gloriosa tradición de la república antigua, y en sus galerías los mayores prodigios del ingenio; y por último, dando vida a una situación ya hermosa por lo que se ha atesorado en adquisiciones y en riquezas, pero que será perfecta sólo cuando estén en igual cpmanda el capital y el salario, logren igual valimiento por su virtud el pobre y el rico, sea el voto popular común, sea la libertad efectiva, y el hombre sin fortuna ascienda por sus méritos, y no viva y muera como la ostra, pegada a la peña de su destino.
La mala organización de que atrás he hablado no tocó a América, en que no había hábitos vetustos y tenaces que combatir, una vez consumada la Independencia, ni distinciones de raza, ni privilegios seculares, ni vínculos, ni monopolios, ni absorción de propiedad, ni preocupaciones dinásticas; n9da de esto ni otra cosa es hoy estorbo, y la máquina social y política puede moverse libremente. Dejos coloniales quedaron; pero sobre ser éstos
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de segunda mano, pertenecen al múmero de los que •*
más fácil desechar que retener. Errores puede haber, y para eso es la censura, lo mismo que puede haber abusos, que se previenen y corrigen por la responsabilidad; p¿ro esas son pedrezuelas que ceden o se resquebraja» al impulso y peso de la rueda: la mala escuela desaparece, la farsa se acaba, y al ñn la verdad reluce, la institución queda y el derecho triunfa.
La empresa que los libertadores llevaron a cabo en la parte española de este nuevo continente todavia no ha podido ser bien apreciada en el antiguo porque hasta ahoia la mayor parte de su historia no esta escrita más que en castellano, que casi sólo se sabe y s* lee en los países de su raza; y sea por esto, sea porque se crea hallar creces para la honra propia en eJ decaimiento o deslustre de la ajena, sea porque algunos o muchos en ultramar no amen nuestras instituciones, y hayan creído útil ponerles malas nocas, lo cierto es que algunas vea«* se nos ha juzgado pésimamente y se nos ha desacreditado, citándose para ello nuestros ensayos como prematuros, nuestras novedades como peligrosas, nuestros cambios como frecuentes, nuestras constituciones como efímeras.
El juicio es un derecho; pero no lo es en nadie Inclinarlo a mala parte, ni. buscar en él ae propósito un motivo de desprecio a los demás. Nada tenemos de qué avergonzarnos delante de los extranjeros, y ellos sí mucho que aprender, gozar y admirar en esta índole nuestra que va al encuentro a dispensar el bien, o busca los medios de hacerlo por hacerlo; en estos cielos, todos de zafir, y como barridos, para hacer divino el azul, por1 la mano de los ángeles; en este aire, todo fomento, en esta vida, toda delicias, patriarcal, franca y de familia; en este espíritu, fino en el salón, alto en él gabinete y desparramado. e* la confianza; en este carácter, que da con la mano lo qua lleva dentro del pecho; en esta libfrtad, que si clama como los Gracos, salva como Cicerón, y es la misma en el foro, en el senado y en los comicios; en esta naturaleza. en que basta extender la mane para hallar pan, y
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pedirla cualquiera de bus formas o espectáculos sublime«
• hernioso* para en ellos ver a Dios.Si algo retarda el que se posean de lleno estos goces,
es que las cosas no han Uegaao aún a su punto, y sa
remueven en busca cada cual de su descanso; o la impaciencia de lo mejor, o el deseo de hacer figura, o los •elos del mando, o la ambición desapoderada, que es *1 mal de todos los tiempos, mantienen a veces una agitación febril, que si en los pormenores culpa, dejan también ver en el fondo un desarrollo de vida, y un movimiento de ascensión. Vamos, vamos con todas nuestras faltas, que son sombras de 4os cuerpos, en pos de un gran destino, y pronto tendremos en ejercicio, en medio da una abundancia que rebose, y de una paz, envidia ajena, la invención griega para las artes y el genio de Rom« para las leyes. ,
Entonces se comprenderá lo que han hecho los libertadores de Colombia, y sobre todo, lo creado por Bolívar. Bolívar es un hombre portentoso. Cuanto se platicó en las plazas de Atenas en la exultación de sus brillantes triunfos, cuanto soñó Platón de sub.'ime y bello, todo lo realizó él. Pasó por la tierra como un relámpago, porqu® sus días fueron cortos, y asombró el cielo de las grandezas humanas. Tuvo la celeridad de Alejandro, la elocuencia graciosa de César, el cálculo profundo de Napoleón; ' y, sin embargo, ni dominó a Roma, ni sojuzgó a Europa, ni ató a Asia, sino que desató al mundo. Con su espada y con su genio dividió la historia en dos mitades, y ss
oolocó y colocó a su obra en la mitad del derecho, de qu« fué adalid, amparo y numen. Purificó el templo de i* gloria, de donde lanzó a los tiranos, emancipó de la fuerza a las ideas; y tan extraordinaria se alza su figura en la corriente de los siglos, que si alguna vez las sociedad#* llegan a envolverse de nuevo en tinieblas y errores, «a
volverá la vista a él como a un evangelio para la doctrina y como un faro para la luz. El día que la libertad tenga su Olimpo, él será Júpiter; el día que el tiempa presente tenga nieblas, él será el mito; el día será «1 sol.
Tal vez habré de cansar a usted cuando me lea, con
Mi
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ésta ya larga y no sé si fastidiosa carta; pero, en fin, a
lo hecho, pecho, y que valga como cariño lo que no como parsimonia, y como amor patrio lo que pueda ser prolijidad.
Como se publicó la carta de usted yo me creo obligado a publicar mi contestación, cuyo original le entregará o le enviará nuestro Luis Malaussena, del cual paso ahora a decir dos palabras, equivalentes a un millón de afectos que ya le debe y que él merece. ¿Qué puedo yo decir a usted que usted no sepa ya de este excelente amigo? Su mejor ejecutoria es el cariño de usted, y la mía poseer el que él me brinda. El Gobierno venezolano acaba da condecorarle con el busto del Liberte dor, de lo que estoy muy contento; y se vuelve a esos lugares, donde será mi carta viva. Tiene un hermano, Antonio, cónsul general del Paraguay en Caracas, e ingeniero oficial de sus obras, el cual es muy estimado entre nosotros por sus buenas prendas y su ilustración.
Cordialmente me alegro de que usted haya hecho la estadística de varias de esas repúblicss, y más me alegrara si la tuviese a la mano. Usted va a tener la bondad de enviármela.
Continúe usted honrándome con su trato y créame su amigo de corazón.
C e c il io A c o s t a .
US
DOCTRINA DE IA EDUCACION VENEZOLANA
COSAS SABIDAS ¥ COSAS POR SABERSE
Caracas, mayo 8 de 1866.
Rure ego viventem, tu dici*
in urbe beatum.—Horat.
Mi querido amigo...
Recibí tu carta y me supiste dar un afio de contento, porque estaba tan festiva y juguetona, que remedó al amo muy bien. Si es cierto lo de Buífón, o de quien lo dijo, que el estilo es el hombre, ahora lo veo comprobado; y •ólo me falta por recomendarte que mandes mensajeros así con frecuencia, que encontrarán en mi casa, que es también la tuya y la de ellos, hospedaje con holgura.
Se conoce que la tienes en ese campo, de donde escribes, ancha, desembarazada, a pedir de boca; y aseguro que te envidio. Mesa parca y libre de cuidados, a lo Fray Luis de León; naturaleza liberal y hombres sin odios, como los pintan los poetas; diversiones tranquilas y serenas, como en otro tiempo las de Arcadia, salvo que no tienes, como allí, el son de la zampona; el alma en paz y el corazón en goces, yo no sé que haya más para el deseo: y el que no justifique tendrá que disculpar, con un juicio que casi se acerque a la alabanza, el cuadro y las ideas de Rousseau en la Academia de Dijón
Con tal fortuna quieres, sin embargo, trocarla por otra, y no contento con la vida rústica, aspiras a saber la vida ciudadana de nuestros días. No tengo dificultad en corn
il*
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placerte, mucho más >1 logra «1 rambla, que me guata
Dame tú las soledades de tu Tebaida, que yo te daré al tumulto de mi Alejandría; y poniendo ya por obra el tra
to, lee y aprende.De Congreso no te diré nada; que si asi íuera, enton
ces, ¿para qué te habían de servir Ir* diarios? Eso si: no alzo la mano de este punto sin celebrar contigo, aunque sea de paso, a Colombia. ¿No es verdad que este pensamiento es una necesidad de la época, un tributo hecho a ia historia, una proiesión de Bolívar? Despues de muchos años de errores, volvemos al evangelio dei Grande Hombre. Y no me arguyas con que él centralizó, y nosotros queremos federar, como para hacerme ver la diferencia. Acá para los dos, cada cosa es lo que debe, y tú vas a
decirme que es muy cierto.La Nación tenia, por ei tiempo de ia Independencia (de
bido esto en mucha parte a las costumbres) los deseos, mus bien que ia uiudad y la conciencia del poder para hacerla realizable: y sonada ia hora del destuio, el mismo debía proporcionar representante. No es la primera vez que los pueblos se mueven de isa manera: mayormente a loe principios, en que van a ensayar la vida social y en que no tienen organos para sus necesidades, bu caudillo sera el que las interprete y sutisiaga. En este sentido, la historia del heroísmo es de ordinario la historia primitiva ue la Patria, que ve su suerte unida al varón que la enaltece; y haciendo aplicación al Lioertador, si su vida ha Día de ser lucha, y la República el ejercito, «i ejército era preciso que estuviese donde estaba el adalid. Los que lo sospecharon de ambición a la perpetuidad d'sl manuo, ¿por que no hicieron su obra?, ¿por que no rescataron medio mundo?, ¿por que no dieron materia inacabable a la trompeta de la lama?, ¿por qué no contra
jeron con la gloria ese compromiso de honor que sólo se cumple en el martirio? Con menos ceguedad, hubier&u tenido más justicia. Cuando él murió, su espada estaba al lado, todavía con el olor de la pólvora quemada en el último combate: como un gigante bíblico, cuya sombra misma es pesada, que gasta sus fuerzas recorriendo d
Ufl
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eawipament.o para lfbertarl® de enemigo» y de»pu4» vi en*a expirar al pabellón. Pero recuerda conmigo que él no cesó de recomendamos las veníalas de !a nviói». que bl para entonces era personal, porque dfbla estar ronsubs- tanclada con su persona, para ahora ha de s^r real, porque debe buscarse en la combinación y equilibrio de las Instituciones. En suma, si en la Colombia de Bolívar el alma era él, en la Colombia nuestra el alma debe ser la federación, la cual no es otra cosa -si el fin es conciliar la libertad y los gobiernos) que la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad.
La paz, la ves. Este es uno de aquellos beneficios que no forman algazara, que de ordinario no se aprecian. Bino que más bien se malbaratan, y la única condición y el único camino para el adelanto de los pueblos. Ella es la que acerca y doctrina a los hombres, la oue los atrae y liga por el comercio, la que los reúne y hace amigos en los mercados, la que uniforma los inte re* es por el espíritu da asociación, que nace luego del tráfico; la que hace florecer las artes e Industrias, primera caus* de apego al suelo y fundamento de amor patrio; la que preside a las deliberaciones comunes, la que hace conocer y satisface las necesidades colectivas. Después de la telegrafía, el vapor y el periodismo, es preciso aguardar a oue vengan las ideas, que vendrán de un modo cierto. SI tardaren algo, es porque el tiempo entra en la resolución de todos los problemas; pero más tardarían con la guerra. Si se busca promoverlas o generalizarlas, si hay abusos, ahí está la Imprenta que forma cruzadas sin fanatismo, comoate stu armas, hiere y no mata, y crea Instituciones en vez de prestigios personales. ¿No hay valor para la discusión?..., pues no lo habrá para el campo de batalla; y en esto tengo a la experiencia por testigo. Las masas tienen hasta en su silencio majestad, y es oprimido por ellas quien lo turba con el rumor de la pelea. Se tiiunfa con la opinión, no contra la opinión; y la opinión es lo que existe. Más que los pueblos no puede saber sino Dios¡ y si el gobierno que ellos tienen no es el mejor, es el que quieren, y eso basta. Basta, no por humillación, tino por filosofía; no
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porque m lo deseable, sino porque es 1* posible. Quien aspire a otra cosa, enseñe y persuada; que la luz es la única arma que penetra y no lastima, que conmueve y no trastorna. Para la colección no hay más que idea»;
y quien no tenga prestigio para infundirlas, debe tener patriotismo para esperar. Peor es alii&r estériles altares, donde expiran las víctimas sin Dios, y crear para las familias un duelo que no les abona en cuenta la posteridad,
porque la posteridad jamás condena en cuerpo a las naciones. Tengo la confianza de que la historia de todos los tiempos no me dejará mentir: el martirio entre herma
nos no ha tenido altares nunca: y es porque la sangre de lucha fratricida no se seca, y sólo da gloria la que se derrama en lucha nacional. No se olvide jamás que el progreso (si eso es lo que se busca) es :nús ley individual que
ley de los gobiernos. Si no se logra otra cosa con la Intervención de ellos que el sosiego público, el adelanto vendrá por un desarrollo natural. Las convulsiones intestinas han dado sacrificios, pero no mejoras: lágrimas, pero no cosechas. Han sido siempre un extravio para volver al mismo punto, con un desengaño de más, con un tesoro de menos.
A lo que me preguntas de Universidad de Caracas, aunque sólo soy lego de ese convento y voy poco a él, te responderé que se le asiste con bastante celo por sus alto» funcionarios, y se cuidan y promueven los estudios por el método que hay. Solicitas, ademas, sobre esto, mi»
Ideas... para seguirlas (aseguras). Y lo último, ¿para que? In hoc non laudo. En los países donde no hay diarios muchísimos y locomotivas a centenares, tengo para mi (como hombre horado) que debe decirse siempre verdad,
pero no siempre la verdad. Sin embargo, como yo la amo tanto, la echaré fuera completa, aunque me perjudique, la carta ya es una reserva, tú eres otra... y bien, si se hubiere de saber, aunque se sepa. Al fin vale más ser mal
mirado por ingenuo que aplaudido por tonto; y si han de sobrevenir decires, hablillas y calificaciones, más consolador es que le pongan a uno del lado de la electricidad
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y el fósforo, que del lado del Jumento, aunque tonga buena albarda, el pedernal y el morrón
La pn«ftña.n7A debe Ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin, que es la difusión de las luces. La naturaleza, que sabe más que la sociedad, y que debe ser su gula, da a cada hombre, en general, las dotee que le habilitan para los menesteres sociales relacionados con su existencia: para ser padre de familia, ciudadano o Industrial; y de aquí la necesidad de la Instrucción elemental, que fecunda esas dotes, y la especie do milagro que se nota en su fomento. Es una deuda que es preciso satisfacer y que además cuesta muy poco. ¿Quién no ve que la capacidad colectiva nace de la individual, y que no hay bien público si no hay privado antes? ¿Quién dirá que ese bien pueda hacerse sin ser conocido, ser conocido sin ser buscado, ni buscarse en otra cosa que en los Inmensos trabajos que la humanidad ejecuta día por día? ¿Y quién negará que las primeras letras abren para ellos un órgano inmenso por donde se da y se recibe, por donde ee ensefia y se aprende, por donde va y viene el caudal perenne «?e las necesidades y los recursos, de los hechos y las ideas, de las comodidades y los goces? No hay duda: quien anhele alcanzar felicidad, ha de vivir con el género humano; y para no ser, aun en medio de él, un desterrado, poseer su pensamiento, es decir, poderlo leer y escribir. De esta manera todos Inventan, obran y labran para cada uno; cada uno labra obra e Inventa para todos, y se puede comer, al precio de corta moneda, en un banquete aderezado por muchas manos, y costeado con el tesoro de muchos. El prodigio es ése; y los Estados Unidos no tienen otra explicación para sus precoces maravilla«. t
Pero el talento especulativo, las facultades sintéticas, el genio, es de muy pocos: el estadista, el mecánico trascendental, el poeta, el orador, el médico de combinaciones, el calculador que ve en los números las relaciones, el naturalista que sorprende en los hechos las leyes, se cuentan con los dedos, y puede decirse en cierto modo (por lo que hace a la inspiración e intuición) que nacen ya sa
lí»
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bido». La enseñanza secundaria nada da cuanda na haygermen, nada, más bien extravía el sentido común, aunque parezca esto paradoja: cuando lo hay, hace sobre ei el efecto de la lluvia, que coopera sin crear. Y una de do», como consecuencia de lo dicho: o las Universidades, que son los cuerpos para los estudios de la última especie, deben quedar como museos, para que el que se sienta llamado pueda ir a decir a ellos como el Correggio en su caso, al ver un cuadro de Rafael: Anch'io son pittore; o mientras no llega esa suspirada ocasión, tener como Juez la sanción pública, como método la disertación, como monumentos las memorias, como gala los actos literarios, como prueba las obras de erudición o inventiva, y como días grandes los días de concurso. De esta manera se experimentan en la lucha los que han de quedar como adalides, y hecha la cernidura en el cedazo, queda separada la harina del salvado.
Figúrate ahora, por contraposición, un Cuerpo científico como el nuestro, puramente reglamentario, con mas formalidades que substancia, con preguntas por único sistema, con respuestas por único ejercicio: un Cuerpo en que las cátedras se proveen sólo por votos, sin conceder al público una parteclta de criterio: en que se recibe el título y no se deja en cambio nada: en que no quedan, con pocas y honrosas excepciones, trabajos científicos como cosecha de las lucubraciones, y en que el tiempo mide. y el diploma caracteriza, ¿no te parece una fábrica más bien que un gimnasio de académico?.? Agrega ahora que de ordinario se aprende lo que fui en lugar de lo que es; que el Cuerpo va por un lado y el mundo va por otro; que una Universidad que no es el reflejo del progreso es un cadáver que sólo se mueve por las r.ndas; agrega, en fln, que las profesiones son sedentarias e improductivas y tendrás el completo cuadro. El título no da clientela, la clientela misma, sí la hay, es la lámpara del pobre, que sólo sirve para alumbrar la miseria de su cuarto; y di- resultas vienen a salir hombres Inútiles para sí, Inùtile* para la sociedad y que tal vez la trastornan por despecho • par hambre, a la arruinan, llevados da que lea da *«-
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eealdades y no recur»**... i^ué da malesl ¿Yo di]« flu«se fabricaban académicos? Pues alioia sostengo que •* fabrican desgraciados, y apelo a los mismos que lo son.
Lo mejor en esto es que mi testimonio es imparcial: Et non ignarus malí, etc.; y así no se me podrá decir que me meto a catedrático sin cátedra, o a evangelista sin misión. Sí yo no dogmatizo (contestaría); si yo no predico; si yo no hago otra cosa, respecto a mi, que quejarme, respecto a los demás, que señalar. Ahí está: véase el doctorado, ¿qué es?; véanse los doctore«, ¿qué comen? Los que se atienen a su profesión alcan7an, cuando alcanzan, escasa subsistencia; los que aspiran a mejor, recurren a otras artes o ejercicio: y nunca es el granero universitario el que les da pan de año y hartura de abundancia. En cuanto a mi personita, para libertarla de censura, si tal fuera preciso, harto sabes que yo cambiarla la pluma del jurisconsulto por el delantal del artesano, y que suspiro por el momento en que, dado a otro trabajo análogo a mí gusto, pueda reírme a carcajadas del buen Gregorio López, por bueno que sea, y de otros tan buenos como el que han pretendido sustituir las citas a la lógica, el comentarlo a la ley y la autoridad a la razón.
Las creencias que he manifestado las tengo hace algún tiempo. Tú, que has leído mis cosas, sabes haber dicho yo alguna vez que la luz que aprovecha más a una nación no es la que se concentra, sino la que se difunde; y ya, ya vendrá la experiencia a comprobarlo más y más. La mejor lección es lo que se ve, y por ella se puede sacar lo que será. Los, sistemas duran, pero no siempre: al fin viene la sociedad con sus leyes, el progreso con su lógica, las Ideas con su esplendor, y los sepultan. La antigüedad es un monumento, pero no una regla; y estudia mal quien no estudia el porvenir. ¿Qué vale detenerse a echar da menos otros tiempos, si la humanidad marcha, si el vapor empuja, si en el torbellino de agitación universal nadie escucha al rezagado? ¿Quién puede declamar con fruto contra el destino, si es inexorable, sí es providencial, sí no mira nunca para atrás? ¿Qué son los métodos, las instituciones, las costumbres, sino hilos delgadísimos de agu»
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quo son arrastrado* en la gran corriente do los *lglo*?Después de transcurridos algunos de ellos, el que descoja lo* anales de los pueblos y los hechos hallará que unos y otros no son más que términos y guarismos de una fórmula, la cual a su vez es componente de otra fórmula más general para siglos posteriores. En ese afán sin tregua, en esa lucha del linaje humano, en esa tela de Idénticos lizos que él urde con varia labor, se nota una demanda única, un plan seguido, un mismo blanco. Algún día, el día que esté completa, la historia se hallará no ser menos que el desarrollo de los deseos, de las necesidades y el pensamiento; y el libro que la contenga, el ser interior representado. Las usurpaciones de mando, los desafueros en el derecho, el Yo por el Nosotros, son dramas pasajeros, aunque sangrientos, vicisitudes que prueban la existencia de un combate, cuya victoria ha de declararse al fln por. la fuente del poder, por la Igualdad de la justicia, por la totalidad de la colección. De los tronos, unos han caído y otros ya caen; la guerra feroz huye, la esclavitud es mancha, la conquista no se conoce, casi desaparecen las fronteras, las naciones se abrazan en el gabinete, los intereses se ajustan en los mercados, la autoridad va a menos, la razón a más: y multiplicados los recursos y expeditos los órganos, se acerca el momento do paz y dicha para la gran familia de los hombres. El pueblo triunfa, el pueblo debe triunfar: pongo para ello por testigo a la civilización, que le ha refrendado sus títulos, y a Dios, que se los dió. El i espira, él siente, él quiere y debe tener1 goces: él ha sufrido mucho y debe alguna vez sentarse a la mesa. No tarde (me parece que asisto al espectáculo), se le verá en el mundo batiendo palmas, libre y señor, y conversando de silla a silla, de Igual a Igual, como en un mismo salón Inundado de luz por el telégrafo y la imprenta.
En efecto, la Imprenta no podía estar satisfecha, mientras no tuviese a la electricidad como correo y al diario «orno órgano; porque, representante como es del pensamiento, debía sacudir, como estorbos, las distancias y ol tlompo, poner a hablar al oído a los antípoda* y haoer
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omnívaga a la Idea. Fatigábanla esa« largas Iniciacionesde los cursos, esos estudios artísticos de las lenguas de hipérbaton, esas lides sin provecho en que no habla mi» armadura que palabras, ese afán con que era menester sacar el tesoro de las ciencias de cajas durísimas donde se le había amartillado, y desenvolver la verdad de las amarras a que la había reducido el sistema tradicional de la enseñanza. Después de hechos los descubrimientos, después de verificada la teoría en el resultado de la práctica, no era mucho lo que se alcanzaba de esos frutos, o no era todo lo que podía alcanzarse de ellos; porque era preciso para recoger luz que el astro, que es el doctor, recorriese toda su órbita, y para recoger conocimientos, puesto que tal era el órgano autorizado en e6e tiempo, que saliese la obra, tardía para escribirse, tardía para leerse, y mucho más tardía para hacerse popular.
Otras eran, muy distintas, las esperanzas de la civilización que quiere todo para todos y para cada cual lo que le toca. Esas esperanzas consistían en ver sustituidos los conocimientos prácticos a la erudición de pergamino, <ií discurso libre a las trabas del peripato, la generalización al casuismo, el tema a la pregunta, la libertad al reglamento; preferido el sistema elemental al sistema secundarlo, la razón pública a la razón académica, la necesidad flamante de hoy a la necesidad histórica de ayer; economizadas en lo posible las Universidades, o reducidas a sus límites; con puesto sobre las calificaciones convencional»!, a las dotes naturales, sobre el título al talento; y con excelencia sobre el libro, por lo que le aventaja en oportunidad y ligereza a 2a hoja suelta.
Sin duda ninguna, tal es el espíritu general de la época, y tal el rumbo que llevan ya las cosas. Entre nosotros, no obstante lo rústico de muchas de nuestras poblaciones, que están aún en estado primitivo, se nos ha metido de rondón el telégrafo, como por desbordamiento, de los lugares donde sobra, como un heraldo de nuevos destinos, como una trompeta que viene a dar el alarma de la civilización, como un ángel de luz, ávido de devorar espacio« •n toda» parte». Esas misma» escaramuza» universitaria»
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que *e repiten con frecuencia, explican la lucha entre al presente y el pasado, entre la* idea* y el sistema, entre la fuerza y el obstáculo, entre la razón y la rutina.. Si la juventud quiere algo, es menester atenderla. Hay equivocación en creer que va errada la generación que tiene el encargo de continuar la cadena tradicional del pensamiento. Al fin vence porque la bandera es suya, el ejército suyo, y el porvenir su campamento bien guarnido. El engaño es vuestro: con vosotros hablo, apóstoles de una religión que ya no existe, hombres que pretendéis detener a gritos el torrente que salva la montaña. Todos los diccionarios no son el Calepino, el lutin no es el Idioma de las artes e industrias, ni los aforismos empolvados y la ciencia de alambique lo que sirve a dar las subsistencias; y tal es la causa del combate.
Hágase lo contrario y se hará con eso el bien. Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo. ¿No es un extranjero en su patria quien, después de que las profesiones académicas han dejado de ser categorías oficiales, para ser Industrias en concurrencia, se encuentra de reprnte al lado de una máquina, de que come y viste un muchacho, obrerito de ayer, y de que él no puede comer ni vestir con todos los veles de Olarte que tenga en la cabera? ¿Qué tiene que ver el ferrocarril con Antonio Gómez, las necesidades públicas con el magistraliter dico, ni el quid pañis con el quid juris? ¿Qué gana el que pasa siños y años estudiando lo que después ha de olvidar, porque si es en el comercio no lo admiten, si es en las fábricas tampoco, sino quedarse como viejo rabino entre crlstipnos? ¿Es posible que ni el martillo del tiempo haya podido hacer polvo ese sistema, y que a él se hayan sacrificado tantos talentos? Si el mundo truena, muge como ura tormenta con el torbellino del trabalo, si los canales de la riqueza rebosan en artefactos, si todos los hombres tienen derechos, ¿por qué no se desaristoteliza (cuesta trabajo hasta decirlo) la enseñanza? ¿Hasta cuándo se aguarda? ¿Hasta cuándo se ha de negar entrada a la dicha, que toca importuna a nuestra puerta? ¿Hasta cuándo se ha de preferir «1 N»-
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brlja, qua da hambre, a la cartilla d* las artes, que d*pan, y las abstracciones del colegio a las realidades dai taller?
Ya está escrita la palabra mágica, la palabra del siglo,que expúca al mismo tiempo sus glorias y su estrella. Las casas ael monopolio, las iortalezas guarnecidas de altas atalayas, los castillos de espesísimos muros, las traban opresoras del tráfico, la infamia anexa a los menesteres más honrosos, las ordenanzas gremiaJes, todas las demás Instituciones que desigualan han dado lugar, o lo van dando, a la libertad como medio, ul desarrollo del individualismo como fin; y el taller es hoy el palacio del ciudadano. Allí impera el menestral como señor, porque él provee, poique el impone leyes al mercado, porque todos lo necesitan y porque sus escarpias, sus armarios y sus bancos son el museo diario del trabajo humano. El no lee en infolios porque no va a disertar, sino en papeles sin coser poique busca precios o instrumentos; y a la hora del descanso es más feliz él con pan, vino y avisos, que el doctor ayuno, hastiado y con textos. La agricultura, que da granos y materias primas, el comercio, que las transporta, la mano de obra y las fábricas, que les labran y hacen formas y tamaño, son ramos todos tributarios del taller, adonde llevan sus aguas como al mar. AlU están las creaciones de la inventiva, y los frutos del sudor; el perno de la máquina de gas que va a atravesar el golfo, y las labores de la mesa para el festín del hombre acaudalado: allí hay luciente spou y paño pardo para todos; preparaciones que alimentan y afeites que acicalan; allí está, en conclusión, el orguho de la sociedad en lo material, porque está la historia oe sus progresos.
Pues bien; si tal es la perfección, pónganse los fundamentos para alcanzarla: si no come quien argumenta, sino quien obra, prefiérase el escoplo al silogismo: si no hay propiedad pública ni particular sin el trabajo, hónresele para que aliente, edúquesele para que rinda, alargúesele mano amiga para que íloiezca. Vamos, vamos por fin a ver sí tenemos hombres de provecho en vez de hombres baldíos. ¿Qué falta? Quersr y nada más. Des-
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M*trall««inoa 1« «melUn** pata tu« »** paia féo»\ d*UiOti« otro rumbo para que uo conduce« « 1« mi««tiA, quitémosla el orín y el Icumularlo para convertirla «* nauiame y popular; procuremos que sea racional para que se entienda, y que sta útil para que se solicite. Lo» medios de ilustración no deben amontonarse como leu nubes, para que estén en altas esleías, sino que deben bajar como la lluvia a humedecer todos los campos. No disputemos al sabio el privilegio de ahondar en las ocultas relaciones; pero despues que éstas son principios, pon-
\ gámoslos cuanto antes en contacto con las inteligencias, que son el campo que fecundan, y habremos logrado quitar a las ciencias el misterio que las hace inaccesibles. La verdad es colectiva, está hasta en el mozo de cordel; y se acortará el camino para hallarla multiplicando sus elementos y sus órganos. Cuantos más ojos vean, más se ve, cuantas más cabezas piensen, más se piensa; y si del bien público nace a su vez el privado, cuanta más familia coopere, será más abundante la labor. Nada vale seguir lo que fué, sino ejecutar lo que conviene. Si es menester penas a los padres para que obliguen a los hijos a aprender, que haya penas: si el inglés y el francés son los idiomas de las artes e industrias, hagámoslos, en lo posible, generales: si hubiere gastos, ningún gasto más santo que ei que se reembolsa con usura. Los conocimientos, como 1« luz, esclarecen lo que abrazan: como ella, cuando no iluminan a distancia, es porque tienen eftoroos por delante
Ya no puede haber tales estorbos, o es mengua que los haya. En otros tiempos, a pesar de la imprenta, a pesar de lo que se había atesorado y se sabia, no obstante, había lentitud en la propagación de las ideas. Decíase con este motivo, hablando del progreso de las naciones, que para ellas los siglos eran días. Pero hoy, especialmente después del telégrafo, que tan pronto como se tiene el pensamiento lo lleva como de la mano a fecundar la materia, es al revés: un día que corre es un siglo que pasa.
Tal sentencia no debe nunca olvidarse. La vida es obra, y los pueblos que más obren serán lo*, más civilizados. La acción debe ser varia para que sea abundante, coopera-
la«
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*▼» » u * 4U» m *110«. Ilustrad» par» qu» m proraatoa-•a. m al hombre no eatá en contacto con al nombra, y 1* humanidad con la naturaleza, su patrimonio y su regalo, la felicidad pública es una esperanza que sa sueña, pero no una realidad que se posee. En la sociedad no importa tanto el número que se cuenca cuanto el numeio qua tiene la capacidad y los medios para el trabajo. Quien sabe, puede; quien puede, produce; y si la cosecha es mi* rica conforme el saber mis se diíimaa, es tuerza ocurrir a la instrucción elemental. Con ella naccn hábitos honestos, se despierta el interés, se abren los ojos de la especulación, se habilitan las manos, como los grandes obreros de la industria, se suscita un espíritu práctico que cunde como el mejor síntoma del progreso, y se ve un linaje de igualdad social que satisface. La luz va y viene, la vida es derecho, la palabra vinculo de unión, todas las almas se hacen una sola alma, todos los pensamientos uu solo pensamiento; y con la facilidad de las comunicaciones, que luego se crean o mejoran, y con la rapidez de lot elementos para la difusión de las ideas, que 6e atropellan porque hierven, los recursos corren a donde los llaman las necesidades. Asi es como únicamente se forma la opinión, que viene a ser la conciencia de los Intereses generales. Así, conforme se vea más franca y libre la acción individual, se irá haciendo más remisa y economizando la acción gubernativa. Así el país prospera, la riqueza aounda, la enseñanza se hace práctica, las calles escuelas; y ahorrándose cada vez más el libro por granae, y la* Universidades por tardías, casi todo se busca, halla y aprende en la hoja suelta.
No es otro el resultado a que debe conducir el sistema racional de los estudios. En efecto, en las naciones donde tal se ha procurado, todavía está sin secarse la tinta con que se escribe la utilidad de un invento, todavía el artefacto tiene el calor de la mano que lo labra, y ya sale en el periódico, libro del pueblo, que él compra por nada y puede leer a escape en el vapor. Los periódicos no dispensan, sino derraman los conocimientos; los periódícoa, del umbral para afuera, no dejan nada oculto; los pe-
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rlódicoi hacen 1» vida social y verdaderamente índepe*diente y de familia; los periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público, criterio; los periódicos enseñan artes, ciencias, estadística, antigüedades, letras. En sunw: los periódicos son todo: y es una cosa que asombra ver que al abrir el carretero o el cerrajero la puerta de su casa por la mañana, vengan a dar a sus pies al favor de esos heraldos de la imprenta las oleadas del movimiento político, industrial y moral del mundo, después de pasados cortos dias, y del movimiento idéntico de su pais tras pocos minuto*» de Intermedio. Estos prodigios se deben a la Instrucción primaria, no a las Universidades, que Dios mantenga un paz, pero en su puesto.
Y con esto, bajo de la cátedra de política y de legislación, adonde me hablas tú hecho subir sin quererlo yo, y donde dije cosas que me mordían por salir íuera, y por las que tal vez me morderán. Pero, ¿y no es mejor estar en lo cierto, y cantarlo, si aprovecha? Yo a eso me atengo, y rabie quien rabiare.
Hoc opus, hoc stuiliuin p arv l properem us ct am p ll,SI p a tr iae vo lun ius, si n ob ls vi ve re charl.
Fuera de lo dicho no queda por ínlormarte sino lo que hay de más notable en el estado actual de nuestras relaciones exteriores: asunto llano, de pocas abstracciones, porque es de hechos; y para afrancesarlo, de fauteuil, porque debe tratarse mano a mano, con la calma que es la suya y un tabaco de lo bueno para cada uno. Pongo punto, me limpio el pecho y aparte.
Por diciembre de 1854, la Legación holandesa, llamando de su Gobierno las Islas de Aves, en el mar de las Antillas, protestó en nota al nuestro contra toda toma de posesión o auto de autoridad sobre ellas, alegando citas de la obra de Balbl, del Diccionario de' Coronel D. Antonio de Alcedo y otras, por lo que toca a la propiedad; y por lo que mira a la causa del reclamo, con el fin de justificar la ocasión, y hasta los términos en que se hacia, el haber
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sabido que la República se preparaba a despachar buque* de guerra para impedir allí la extracción que hacían de huano comerciantes de Norte América.
Contestóse, entre otras cosas: que el que aspira al goce de un derecho tiene que lundarlo de un modo claro: que las autoridades, en materia tan ardua, nada valen sin la prueba a priori que tal prueba en la propiedad territorial
que no trae su origen de un contrato traslativo, está en el hecho de la ocupación primitiva, formalmente consumada: que el Gobierno de la Península era el que habla ocupado esos lugares cuando estaban desiertos y sin hue
lla ni obra humana: que Venezuela, su heredera, cuando permanecían en el mismo estado, habla mantenido gente de custodia en ellos y ejercido actos de dominio, y que estaba tan de su parte la Justicia, que hasta la misma genealogía de la cosa le era favorable, pues el nombre de bautismo de la adquisición era español.
Be cruzó más de una comunicación por uno y otro lado; yfpomo no hubiese del opuesto nuevas razones aducidas, del de acá no se hizo otra cosa que persistir.
La referencia de este asunto es menester unirla con la de otro casi coetáneq, en atención a que se les habrá de ver juntos figurando en la cuestión que me ocupa. A principios de 1855, en la capital de Coro corrieron y se fijaron, de mano aun desconocida, unos impresos y pasqui
nes alarmantes contra negociantes hebreos establecidos allí; y muy a poco, y como consecuencias tal vez de esa mala disposición, cuya causa no es fácil averiguar, un grupo de hombres discurrió por la ciudad el 2 de febrero amenazando de muerte a aquellos industriales, de los cua
les algunos se fueron a Curasao, y el 4 llegaron los excesos hasta el punto de haberse derribado puertas de algunas casas y robado efectos de valor.
El Consulado general de Holanda hizo esto desde luego solicitud formal de Gabinete, con cuyo fin se dirigió al nuestro; y creyendo ver en él connivencia por parte de las autoridades locales, exigió el reemplazo del Comandante de Almas, del Gobernador y del Juea de Provin-
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cia como óbices mientras existiesen en puesto, para la averiguación judicial.
El Gobierno desconoció la legitimidad del carácter que se había dado al negocio: sostuvo que era de la competen- cía de los tribunales; pero al mismo tiempo, y considerando la queja como una excitación, resolvió suspender y someter a juicio al Gobernador, como el único funcionario sospechado vehementemente, estimuló a la Corta respectiva a la pronta y recta administración de Justicia y nombró nuevo Jefe de Provincia, a quien se encargó vigilar sobre el Juzgado del Crimen, hacer inquisición de lo acaecido y tomar todas las medidas conducentes a inspirar confianza, a fin de que volviesen los extranjeros que se habían ausentado.
Insistió, no obstante, el señor Cónsul en la separación del Comandante de Armas de su destino, y el Gobierno en la negativa; con la añadidura, por parte de éste, como razones nuevas, de que si, por un lado, aun en la discusión de la vía ordinaria, el Jefe de las Ararais no es responsable por omisión, en lo tocante a la tranquilidad y seguridad de la Provincia, porque el encargado ele ellas es el Gobernador; por otro, el General Palcón había prestado servicios personales en favor del orden.
Después de la llegada aquí del nuevo Gobernador, señor Mateo Plaza, que obró con verdadero celo de magistrado, informó él: que había llevado la causa a su despacho para inquirirla con el carácter de asonada y escándalo público: que nada había resultado contra el Comandante de Armas: que en lo demás, se \habla valido de todos los medios para averiguar la verdad; y que si, a pesar de todo, las cosas no hablan llegado a término de verla clara, debía atribuirse, por, una parte, a la falta de cooperación de los mismos agraviados en las medidas del Gobernador y Fiscal, y, por otra, a la contemplación del Juez de Provincia con los culpables, y al descuido del Procurador Municipal. También respecto de estos empleados se tomó la providencia de hacerlos procesar, para cuyo fin se pasaron los
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antecedentes a la Corte del 6.° Distrito, y se le encareció eficacia en el asunto.
No por esto se logró llegar a buena Inteligencia, y lo peor de todo es, que no se vislumbraba camino de lograrla, porque ninguno de los pasos había satisfecho. Al fin se hicieron, esta materia y la de las Islas de Aves, objetos de un mismo reclamo, cuya substancia ya conoces, y que yo he contado fielmente para sólo discurrir sobre la forma.
Asi estaban las cosas, la Holanda pidiendo y la República negando, cuando se presentaron en La Guaira, como apoyo de la solicitud, que, por lo visto empezaba a tomar ya un carácter desabrido, unos buques de guerra bien provistos y equipados, y con fecha 6 de marzo de este año, una comunicación del Cónsul neerlandés en aquel puerto, encargado veroalmente de continuar las negociaciones, reducida a forma de ultimátum, porque daba de plazo tres dias para la resolución de ambos puntos a vista de la fuerza, y dejaba entrever el ocurso a ella en caso negativo.
Mucho debió alarmar al Gobierno una actitud tan poco meditada; y haciendo apelación a aquellos sentimientos elevados que son la norma de los tratos diplomáticos, y siempre han distinguido al Gabinete holandés, rechazó con mano cortesana, si bien firme, la pretensión de su Representante, y convocó al Cuerpo de Ministros y Agentes extranjeros, porque la forma que había tomado la cuestión empeñaba los intereses más c,aros y se rozaba con los dogmas más santos del Derecho internacional.
Este paso del Despacho de Relaciones Exteriores, en especial después de tanta insistencia no vencida, venia reclamado por las circunstancias, y ponía a la vista la mesura y discernimiento con que se quiso proceder desde el principio. El honorable señor Ricardo Bingham, Encargado de Negocios y Cónsul General de S. M . B., respetabilísimo sujeto, que se habla excusado muy a luego de asistir a la conferencia de invitacióií pero qua llegó a tener una privada con el señor Gutiérrez, en
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medio de los deseos que manifestó tener por el arreglaamistoso del asunto, dejó entrever en algunas frases de franqueza que su propia caballerosidad le hizo atenuar en lo posible, que el consejo prudente era acceder a lo pedido: y ya ss ve, con tan respetables antecedentes,
con tales opiniones atravesadas en el camino, que el más seguro para conseguir pacifico éxito era el que se habla escogltado, no ciertamente por falta de luz y de Justicia, sino por sobra de consideración en la materia.
Este mismo impulso fuá el que movió al Gobierno a
nombrar un Encargado con poderes bastantes para abrir tratos y resolver inmediatamente con el Gabinete de La Haya, y quitar así las sombras que sabe interponer la distancia en las pretensiones reciprocas.
El día 12 del propio marzo se reunió por fin el Cuerpo de Diplomáticos y Agentes, el cual componían: el de los Estados Unidos, nación hermana que parte con nosotros en el rumbo del destino un mismo mar, un mismo cielo, unas mismas estrellas en el horizonte, y
que niña como es, casi de pechos, se sienta como la primera en el banquete de la civilización, donde se sientan reyes también; el de la España, nuestra madre por la sangre, nación de historia épica, de dominación univer
sal un tiempo, de grandes hombres en las letras y en las armas, de caballerosidad y galantería siempre; el de la Francia, nación para la cual las grandes ideas son
cosas vulgares, el valor instinto y ley, y hechos que ilustran sus anales, el haber llevado muchas veces su prestigio, como la espada de Breno, a la balanza donde se pesa el destino de los pueblos; el de la Dinamarca, na
ción de triunfos pacíficos en el comercio, de cuerdos consejos en el Gabinete y considerada en el mundo, en cuyos debates hace algún tiempo que interviene, más como mediadora que como parte, por el interés generoso que toma en los arreglos.
Las cuatro naciones estaban muy bien representadas, y te aseguro que bien merecen sus Encargados especial mención. Lo que me duele es que mi pobra carta
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110 se* una memoria, que así serla duradera la que yo quiero hacer de ellos.
El Honorable señor Carlos Eames, Ministro Residente de los Estados Unidos, que nos acompaña desde 1854 y que es el Presidente del Cuerpo, ha sabido en todo tiempo transcurrido llenar su puesto con mucha habilidad. La época de su llegada era de prueba, por los odios de bando que había; pero él, conociéndolos y evitándolos, se íué del lado de las personas, que ya no vieron en la suya un compañero, sino en su categoría la de un huésped nacional. De aquí a su objeto no habla sino un paso, que él dió, estrechando los dos países en un mismo vinculo de simpatía republicana. Después del interés de su nación, promueve el nuestro con calor, como quien creyese a los dos consubstanclados. No obstante sus estudios en humanidades y en diplomacia, ésta pudiera serle familiar sólo por su inclinación y por sus dotes. Posee la difícil facilidad de separar en él al estadista del hombre privado, lo cual lo ha situado en la sociedad, sin situarlo con los partidos. Conoce que ne tiene que ver con las opiniones domésticas, sino con los resultados; y de aquí, por obligación y conveniencia, laí buenas relaciones que lo unen al Gobierno. Alcanza en cada hombre la parte que blandea, y se lo gana; y en el trato, cuando no están de por medio sus altas funciones, compromete afectos, pero no deberes. La cortesanía de salón le es familiar; y en estilo que fluye abundante, si bien en lengua extraña, puede cambiar sin trabajo sus ideas. Nunca es derrotado en la discusión; si no convence, agrada. Nunca deja enemigos, ni aun en los contrarios, como si tuviese dedos de seda para manejar las cuestiones. En alguna, de materia bien grave, le hemos visto, desenvainando la espada de una lógica inevitable, ostentar que llevaba la mejor parte, en la vehemencia; mostrar que le correspondía, en la razón; y después de haberla persuadido, cambiar el tono grave en el de fiesta, como un caballero que después de haber luchado con otro con ventajas saliese Junto con él, platicando entre chistes, del palenque.
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El señor Don Juan Antonio López de Ceballos, Encargado de los Negocios de S. M. O., tiene entre nosotros tales simpatías, ha sabido hacer tantos adictos, que en las unas y en los otros está sin duda la Indole e historia de sus sentimientos. Joven como es, tiene instrucción en los libros y en el mundo, y cuesta trabajo saberlo cuando no ha llegado la ocasión solemne, no de manifestárlo él, sino de que se sepa a su pesar. El no sabe esto, porque la modestia es el único sentimiento que no tiene conciencia de si propio. Hombre de afectos sentidos y galante en el trato, más que arrygos alcanza partidarios. Poniendo en su punto las glorias de su patria, sabe honrar las nuestras sin ofenderse ni ofender; y discursos suyos he oido que me han dejado encantado. La dulzura y suavidad de' su Índole lo habilita para todas las condiciones sociales, con las cuales, a! parecer, se identifica. Cuando así no es, las recorre como un piano, y, o las conoce o las complace: ventaja ésta grande para la diplomacia, que, como todo arte de efecto sobre las voluntades, debe principiar por vencer el corazón.
El caballero Leoncio Levrand, Encargado de Negocio* de Francia, es todo un francés en sentimientos, salvo •fue es muy medido en las palabras; lo cual les da carácter y cierta especie de influjo dogmático al oído. Antiguo en la carrera, tiene tal pulr.o, que le son familiares las cosas de ella. Lo más importante para nosotros consiste en los muchos años que lleva manejando negocios americanos; porque conocida su índole, se halla a la mano y más fácil el arreglo. Circunspecto, prudente y hombre de hechos y verdad, tengo para mi que es un consejo dondequiera que se le busca, y un diplomático en su puesto.
El señor Guillermo Stiirup, Cónsul General de Su Majestad Danesa, es un sujeto que ha nacido para hacer impresiones agradables por sus maneras, y para granjearse estimación por sus sentimientos innatos y profundos de justicia. Tiene el sentido práctico, cuando no Instintivo, d« las cosas; y en la vida de mundo eso ec
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todo. Sus conocimientos son menos de pergaminos «iued» periódicos, hoy el órgano más frecuente de la enseñanza; y asi no ignora casi nada del movimiento so- elal. Con tales dotes es muy difícil que yerre, y el mismo tino tiene en el trato, en el cual es querido universalmente.
Mucho debía esperarse, como sucedió en efecto, de un Congreso como éste, pequeño (puede decirse) por el número de los miembros componentes, pero grande por la categoría y representación de las personas, por la índole de la cuestión que se iba a ventilar, local hoy, general mañana, y, puesto que no habla ningún Interés privado, por el sentimiento de imparcialidad que debía ser la regla de la común deliberación.
Los términos de ella fueron pocos, precisos, decorosos, conciliadores. Dijose bajo la firma de todos: que puesto que, a vista de los documentos de la materia, eran bien •onocldos los deseos del Gobierno venezolano, de atender al reclamo en una discusión líbre, tranquila y pa- oíflca; y en atención a que, además de ser éste el camino más llano y el que más derecho conduce a un cabo elerto, no podían ocultar su opinión de que las cosas no habían llegado al extremo de hacer necesario un ultimátum: su modo de pensar era: que ee aceptase el medio propuesto de un Enviado Extraordinario de la República, ya nombrado, que arreglase las diferencias con la Holanda, la cual verla en esto un paso do política: que era muy conveniente (y asi lo suplicaban al Señor Secretario de Relaciones Exteriores) la comunicación de tal parecer al señor Cónsul reclamante y al Comandante de los buques; y que empeñaban su palabra de interponer sus oficios amistoso* para el arreglo en paz ds la cuestión.
Cualquiera verá que no es posible hacer más en materia tan ardua por las circunstancia*, si bien en el fondo tap sencilla. Prescindiendo de lo substancial de ella, en lo cual *e ve, por una parte, el reclamo de una Isla, asunto no de un día, ni de un pequeño protocolo, y por otra el redamo por una Injuria particular, que siempre
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ha sido antes de subir al carácter diplomático, de la competencia de los tribunales; ¿cómo ha de ser Justificable el procedimiento seguido?, ¿cómo sa puede tratar a vista de naves armadas?, ¿qué estado era el que se habla adoptado? Ni el de represalia, ni'el de guerra, y total
mente desautorizado por el derecho común y el consuetudinario de todas las naciones. Y si en el caso de demanda, y suponiéndola Justa, no puede haber guerra sino después de la negativa, ¿cómo puede haber violencia antes de decidirse, y mucho menos, como en el caso presente, antes de proponerse el ultimátum?
Estas consideraciones, a fuerza de ser poderosas, porque estaban relacionadas con los intereses de la Justicia, con la regla universal de gentes, con trascendentales derechos, influyeron mucho en el ánimo del Gobierno y del Cuerpo Diplomático para dar al asunto una dirección conveniente a la salvación de las formas. Tanto como el de la armonía, ése fué un pensamiento dominante.
Semejante actitud pudo grandemente para poner las cosas en camino, como lo probó a poco el éxito. El 23 del mismo marzo, el Ministro inglés, el Cónsul holandés y el señor Gutiérrez se reunieron en la casa de Su Excelencia el Presidente de la República; y el primero de ellos, como conociendo cuánto vale conservar intac
ta la amistad, y adoptando en el fondo y ampliando las ideas y los medios indicados por sus Honorables colegas el 12, propuso, como término al estado que habla asumido la cuestión, el retiro del ultimátum y de las fuerzas: que se suspendiese, por vía de ínterin, la misión a Holanda: que se tomasen tres meses para el arreglo, en que él mismo obraría, yéndose en los buques a tratar con el Gobernador de Curasao: que si pasado el plazo
no habían llegado a un acuerdo común las conferencias, el Gobierno de Holanda y el de Venezuela determinarían dónde habían de continuar, sí en Caracas o en La Haya; y que de todas maneras, él estaba dispuesto a hacer prácticos sus buenos oficios por la paz. Convi
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nieron ambas partes, y ese resultado ha tenido hasta ahora el debatidisimo reclamo.
Es preciso hacer justicia al tino con que P. E. #1 Presidente de la República y el Secretario del ramo han sabido dirigir este negocio, y mantener asi las buenas relaciones que siempre han existido entre el nuestro y el Gabinete neerlandés. Ha habido diplomacia, ha habido dignidad y aquella elevada cortesanía que deja bien puestos el propio y el ajeno honor. Es un juego en qus nadie ha perdido, porque todos los jugadores han sido
hábiles.
Al llegar aquí, yo mismo me admiro de la extensión que ha alcanzado mi carta. Cuando acordé, la pluma había hecho largo viaje, y ya en él, era menester acabarlo. Había cosas que se me estaban pudriendo como al buen Sancho, si bien no en el estómago; y en cuanto a lo de Holanda, sólo así hubiera podido explicarte yo por menor, y comprender tú con facilidad un asunto que tal vez se desfigura. No hay absolutamente follaje, sino templanza; ni exageración, sino verdad. La balanza no se inclina a uno con preferencia a otro lado. Los personajes son los que ves, y no ha sido difícil retratarlos. Con sólo tomar los hechos, ha salido la forma sobre el lienzo.
Tú (supongo yo) te desquitarás ahora con Ja. historia de tu campo. En las diversiones de cacería perseguirás, ora en los espesos matorrales n la lapa, ora en las tendidas lomas al venado, de la una parte de los compafieros de monte desparramados en la falda, de la otra, los manchados perros saltando entre alegres ladridos la quebrada; mientras en la casa, que se mira desde lejos, se alza lentamente sobre el techo el humo de la lumbre del almuerzo. Bueno: con tal que eso sea en los días de huelga y de descanso; que en los otros, lo que me gusta es, que el alba te sorprenda a la orilla de tus sembrados, el sol te tueste haciendo el trazo de tus surcos, y a la tardecita, desuncidos los pacientes animales, se vayan ellos a su pasto, y tú a tu cena.
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. ..U t JuTat p a sta s í t n VIArre properante» d am u m l
Vidfire f f s so s vom erem in versum bovtt f olio trahentes lán gu id a 1
No podía ir ft la mano a esta reminiscencia de escuela, que ajustaba aquí como pintada. Yo sé que tú me habrás de reñir, porque tras la zurra a los textos, los halago, y peco en lo mismo que predico. Pero una no ec ninguna, y al que hace un yerro, y pudiendo no h a « más, por bueno le tendrás, y al que ya confiesa ra a 1« enmienda, y al cabo, al cabo a Dios.
Tu amigo,
C k c i l i » A b « s t a .
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DtiCIRINA BE LA REFLEXION HISTORICA
(H IAG M BU O )
REFLEXIONIS POLITICAS \ FILOSOFICAS SODRE LA HISTOillA HE LA M CIEÜAÜ
DESUE SU PRINCIPIO HASTA NOSOTROS
Preparábase por entonces un grande acontecimiento, que iba a cambiar la íaz del universo; mas antes será preciso volver atrás un momento, para decir dos palabras. Los pueblos habían hecho hasta esta época conatos inauditos para organizarse en forma regular: no hablemos de los hebreos, cuya constitución es para nosotros un misterio, porque era la obra típica de un Dios, para su futuros planes de redención; pero en cuanto a los otnc3 pueblos, ¿quién no observa el ansia, y podemos casi decirlo, el espíritu de vértigo, con que corrían desalados en pos de un venturoso porvenir?
Esparta tuvo sus leyes con este objeto; también las tuvo Atenas; también las tuvieron las demás repúblicas de la Grecia. Se acertó ya a introducir, de un modo más cabal, el elemento del pueblo en la organización del gobierno (1). ¿Qué nos indica la muerte de Tarquino, la introducción del gobierno consular, los plebiscitos, la dignidad del tribunado, el modo de hacer las leyes? ¿Qué
(1) Aunque Tebas tenia lo que se llamaba el Colegio do los Treinta, y el antiguo reino de los Faraones un senado d? ciudadanos para poner u raya la« pretensiones desmedidas de sus respectivos monarcas, todavía es cierto que estas cortapisas ei'ait liul todo lniuQcientos.
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el clamoreo de la plebe, la opresión del ¿ter.ado, los bandos, parcialidades y enconos; y de aqu el desorden, y de aquí los dtóaíueros, y de aquí la desesperación de la
República, que huyendo de sus propios hijos, que la desacreditaban, se arrojó en los brazos del Cesar, que había de matarla? No hay duda; la sociedad se movía a impulsos de un poderoso estimulo, el de su propia conservación: volvía ia caía hacia atras para leer en 10 pa
sado; pero el libro de la experiencia estaba en blanco; nadie había hecho nada, y era preciso tentarlo todo, emprenderlo todo: ensayar la democracia en Atenas para ver realizado el hermoso pensamiento de las formas populares; ensayar la monarquía a los principios de Roma, para ver si era posible dos formas ue gobierno contra
puestas; ensayar a poco la república, para ver si era hacedero gobernar siendo los delegados meros encargados, y el pueblo soberano; y cuando ya la cara libertad, por la que tanto se suspiraba, estuvo a punto de perecer entre las oleadas de la plebe, y la injusta persecución da los patricios, tal era el aíán de salvarla, y la ceguedad
con que se hacía, que no se vaciló en entregarla en la# manos de un dictador... Parece que ios antiguos inventaron de propósito la fábula de El vellocino de oro, para simbolizar con ella la libertad de los pueblos; porque al cabo, dtspués de una navegación tan larga y trabajosa, y tras tantos peligros y ansiedades, se ignoraba todavía el p;uaaeio de la opulenta y encantada Coicos.
De esta manera, y como resultas de algunos aciertos en medio de tantos extravíos, se iban echando poco u poco, y como por grados, algunos fundamentos del art» de gobernar; y si bien se distaba muchísimo del punto de perfección, mucho era lo que se esperaba por todo* de los progresos que había hecho la Filosofía. Sin embargo, la filosofía, que había nacido en Caldea de las lucubraciones de sus sabios sacerdotes; que ya cuando los
egipcios había adornado el cielo con una faja de estrellas; y que aspirando a explayarse desde el tiempo de Thales, se proclamaba señora universal desde que Aris
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tóteles la Ilustró con su talento, habla enseñado al hombre todo menos a ser feliz; habia traído al seno de la sociedad cuanto puede ilustrar el espíritu, pero habir. sido impotente para dulcificar los sentimientos del corazón (iJ. Grima pone fijar la vista en el cuadro de las costumbres de aquel tiempo: las naciones llamadas a estrecharse con los vínculos del mutuo Interes, separadas, menos por los mares y los montes, que por un sentimiento de egoísmo; el odio de raza perpetuado con las lamillas; la conquista considerada como un derecho, y la esclavitud como una necesidad; la guerra sin regulariza- ción; la justicia sin voz; la igualdad sin defensores, la moral sin sacerdotes.
Entonces fué cuando una Religión bajada del cielo, santa como su Autor, dulce como su Autor, penetró, hasta el corazón de la sociedad para inocular en él un sentimiento que le faltaba, el sentimiento de la caridad. Vestida de luz y hermosura, y cercada de una aureola de lns- puación y de gloria, se monta al Capitolio, llama a los pueblos del cabo del mundo, y diceles: La humanidad es una sola familia: vosotros no lo sabíais, pero yo os lo digo: ¿por qué levantáis manos airadas los unos contra los otros, vosotros los hermanos, vosotros los hijos del amor? Ese odio que os divide no es hijo del Cielo: miradlo; él no está escrito en vuestro corazón. Esa desigualdad que os degrada no es hija de la naturaleza: leed en vuestras almas y hallaréis en ellas el mismo noble orgullo, la misma ilación de conceptos, la misma alteza de origen. Yo he venido a proscribir la enemistad, a maldecir la guerra como un azote, y la esclavitud como un desafuero; a dar a las leyes un origen divino y a la magistratura un carácter de firmeza; a restablecer la igualdad perdida, a aterrar la Urania entronizada y a proclamar la libertad de las naciones.
(1) No parezca paradoja lo que es un hecho comprobado! Cicerón, después (le haber referido las opiniones de los llloso- fos anteriores a él en punto u filosofía moral, exclama: ''Expe lui n»n phllosophorum judíela, sed dulirantium tomnia."
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No es posible entrar ahora a señalar uno por uno lo«beneficios que trajo el cristianismo a la sociedad, después que hubo depositado en su seno este germen de progreso. Anudados otra vez los lazos que se hablan roto desde que los hombres dejaron de habitar una misma comarca; maldecido el egoismo como un principio de
atraso, y loado el interés común como un medio de adelanto; alzada la mujer a la preeminencia de señora por medio de la santificación del matrimonio, y restablecida asi la dignidad' primigenia de la mitad de la especie; derramado como un bálsamo el espíritu de mansedumbre, que debía amansar la barbarie; devueltos al hijo e u s derechos, al padre su amor, y al hogar doméstico su paz (1); admitida al consejo de los gobiernos una moral pura, que debía ser el mejor fundamento de sus le
yes, y el apoyo más firme de los Estados; abierto un porvenir inmenso ante la vista del hombre, a quien se le había dicho por la primera vez que era hijo del Cielo, que su estirpe era noble, que su alma no cabía en el espacio, y que su corazón era capaz de todas las inspiraciones de la gloria: y en medio de esto, y como por
cima y corona de todo, levantada en medio de los pueblos, que la miraban atónitos, una religión santa, que debía hacer habitar juntos el griego y el bárbaro, las palomas y las águilas, los corderos y los leones..., nunca
se había presentado un espectáculo más magnifico. Era la humanidad que iba a pasar a otra época.
Tres siglos de combates le valieron al cristianismo la posesión del mundo: al cabo de ellos se veía ya a la re- ligióh asentada en el solio de los Césares. Sin embargo, el imperio no habla muerto aún; conservaba la rudeza de las batallas, y era duro y feroz hasta para morir: que
ría morir como sus propios héroes; sobre el escudo. Asi fué: después de dos centurias, todavía respiraba. Enton-
(1) Se salic que la antigua legislación daba al patir# «1 ile- msho de vi nta, y el d» vida y muerte sobre les hjjo». Iji r»li- g.én cristiana predicó contra este abuso.
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oei la providencia de Dios llama a los bárbaros del Norte, que estaban como aguardando su voz: los bárbaros ge precipitan por la Europa, la inundan, la infectan, llevan derecho el puñal al seno de la gran Nación y la matan: echan por tierra tronos, instituciones, gobiernos, todo... No parece sino que estaba en el orden de las cosas que no quedase ni rastros de la antigua sociedad, que hasta lo bueno pereciese, para hacer germinar las nuevas semillas en una sociedad del todo virgen.
Para quien haya de escribir la crónica de la especie humana, y seguir paso ante paso su rumbo, quede el penetrar en ese laberinto oscuro de la Edad Media, donde todo volvió al estado caótico: como si dijéramos que con la introducción de un nuevo y el principal elemento do vida, los elementos de la sociedad se dislocaron, y
hubieron menester algún tiempo para volver a bu lugar. Dolor causa decirlo; pero ahi está la historia que no nos dejará mentir: en el espacio de muchos siglos no se nura por dondequiera sino tinieblas y errores; y es preciso atravesar hasta el siglo xv para encontrar otra vez la razón sobre la tierra- |Tan cierto es que la humanidad es lenta en sus progresos!
Nueva prueba hallamos en esto (y me detendré de paso para decirlo) de que las sociedades marchan siempre de reacción en reacción. La aparición del cristianismo debió trocar del todo la faz moral, civil y religiosa de loe pueblos antiguos: su olelo mitológico debió quedar desierto, sus oráculos sin voz, sus pitonisas sin estro, su* costumbres como bárbaras, sus leyes como injustas: tal era su misión. Pero como el hombre es propenso a gene
ralizar, se dijo: si estas instituciones han sido malas, por ser obras de la razón, todas las obras de la razón son malas, todas; hasta los mismos adelantos de la íiloso- fía natural: nada, pues, vale, ni el principio fecundante de Thales, ni los números y la armonía de Pltágoras, ni los átomos de Eplcuro, ni los sueños poéticos de Platón..., cuanto se ha hablado y enseñado en la Academia, •n el Pórtico y en el Lioeo son vanas teorías de hombres
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vanos también. Al cabo hubo de tenerse a la filosofíacomo un sueño, a la razón como un delirio, y a la revelación como el único principio dominante. Acabamos de ver que no es a la religión a quien deben achacarse estos errores.
Sin embargo, no fué menester más: mudas ya las artes, y confundidas entre las ruinas de los miamos monumentos que hicieron su antigua gloria (X); olvidados los trabajos del ingenio; y sin voz la inteligencia para hacerse oír, porque se la tachaba de pequeña y baludí, ¿cuál debió ser la suerte de la filosofía? Proscrita, perseguida, desacreditada, ella volvía la cara hacia sus viejas escuelas: recordando sus triunfos, dccia, que había dado leyes al pensamiento (2); que habla explicado la naturaleza del alma (3), y penetrado hasta los hondos senos de la materia para buscar su origen: recordando
su Imperio decía que un tiempo tuvo su trono en el sol (4), adonde había subido para despertar el sueño de la tierra, y echarla a rodar por el espacio: recordando su estirpe y su progenie, hablaba de los dioses como de sus abuelos (5), y de Pitágoras, Platón y Aristóteles, como de sus hijos queridos; pero en balde: nadie la escuchaba, y ella tuvo que ver con dolor sus méritos desconocido.:, y los lauros de tantas victoria» secarse sobre su frente.
En medio de tanto olvido de la razón y tanto trastorno de las buenas ideas, y cuando sólo se oía en las es-
(1) Se sabe que los bárbaros del Norte Arrasaron con muchos monumentos de la antigua arquitectura.
(2) I.a lógica de Aristóteles y la canónica de Zenón.(3) El idealismo de Platón y el empirismo o sensualismo
de Aristóteles, que sirvieron de divisa y de bandera a sus respectivas escuelas.
(i) El sistema celeste de Pitágoras, cuyo centro era el Sol, que él mismo llamaba el fuego central o el punto de observa- clon de Júpiter. Este mismo sistema fué adoptado después por Aristnrco de Samos.
(5) I.a sabiduría era hija de Minerva, y Minerva lo era d« Júpiter.
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cuelas generales de Europa la voz del Peripato, empeñada en las disputas eternas de una metafísica bárbara, no era de esperarse el progreso de la sociedad. Otra causa contribuyo también al propio mal, aunque por distinto camino. El orgullo del hombre, que tanto lo desvanece, logró persuadirle que era capaz de sondear los misterios de la Religión: se consideró además esta empresa como un medio de distinguirse y de ganar prosélitos y fama; de aquí nació el espíritu de secta; de aqui el furor supersticioso, que cundiendo por todas partes como un mal contagio, distrajo todos los espíritus y llamó todas las inteligencias hacia unas contiendas estériles, que no han dejado otras huellas, despues de tanto tiempo, que el ruido de sus males y la vanidad de sus doctrinas. Entonces fué cuando el feudalismo levantó su cabeza para engullirse la substancia de los pueblos. Entonces cuando los pueblos eran colonos y los colonos esclavos; entonces cuando los reyes hablaban de sus derechos, los señores de los suyos, y de los derechos de los pueblos, nadie; de los pobres pueblos, que no tenían más que una cadena que arrastrar, y ojos para mirar al cielo!... ¿Quién puede pintar tantos males?
DOCTRINA CECILIA1YA
CAUTA AL DOCTOR I. RIERA A G IM A G A ID E
Caracas, 1.° de diciembre de 1876.
Señor Doctor Ildefonso Hiera Aguínagalde.
MI querido Ildefonso:En medio de mi catástrofe— como puedo llamar la pér
dida de mi adorada madre— , de cuyo estupor no he vuelto aún, recibí tu sublime y patética carta fecha 9 del último noviembre, tan viva por el sentimiento y tan llena de lágrimas, que ha venido a aumentar, si cabe, las mías, ya casi agotadas a fuerza de sufrir; y tengo que agradecerte con ellas mismas, que es lo que me queda para pagar tal muestra de piadosa benevolencia.
Dos veces tuve que suspender su lectura, anegados mis ojos en llanto, para continuar la tercera y poden así apurar la última gota de acíbar, que estaba menos en el precioso documento que en este corazón mío, el cual amarga, después de su amargura, cuanto toca... Perdona a mi debilidad, si lo fuere, y a la postración de mi alma, que no* sabe levantarse del suelo: soy hijo, y el golpe ha sido cruel. Tu pensamiento ostentaba además toda la fúnebre pompa de la muerte: veía y sentía, leyéndolo, llegar la noche cubierta con su manto, el silencio ominoso, la tiniebla fría, el eco mudo, el horizonte sin alba, la naturaleza sin voz; notaba a pesar mío y quería ignorar que ya todos se habían ido de mi lado, mí madre también, y que yo había quedado solo y huérfano en el mundo para dar gritos de desesperación en
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un vacío que no oye, un lecho ya sin calor, un hogar desierto y una tumba solitaria; y ya podrás imaginar, tú que tienes alma sensible y elevada, cuál serla el estado de la mía delante de imágenes tan tristes, o mejor, en presencia de tan espantosa realidad, abierta a mis pies como un abismo y luego puesta en lienzo inmortal por tu pluma y tu talento.
Yo no alcanzo a encarecerte lo que ha pasado por mí, si no es señalando, como quien señala ruinas, mi desgracia, que nada me ha dejado de lo que me era propio hasta ayer: el polvo apenas de lo que fué, y la historia no más de hermosos días. Hoy no quedan de ellos sino como espectros que cruzan la memoria, la cual, en trances como éste, sólo sabe vivir de hechos muertos, tragedias lastimosas e inscripciones lapidarias. Cuanto me cerca lo veo negro, lo siento helado: la Boledad es fría y lo peor que tiene, es Insensible.
Ahora es que vengo a comprender el bien perdido, que s« ha ocultado a mi vista como una nube que no vuelve, como el tope de un buque tragado por el mar. Se fué, y se íué para no tomar más nunca, la que me llevó en su seno, meció mi cuna, dirigió los inciertos pasos de mi infancia, puso a Dios en mi conciencia, me hizo aprender el dulce nombre de María, me dió en miel—porque me dió en sus labios—la doctrina de Jesús, acumuló cuantas luces pudo para ilustrar mi entendimiento, me hizo amar la gloria, me informó en las buenas costumbres y me enseñó que la vida social nada vale sin la virtud, ni la virtud es digna y fuerte sin el decoro y el carácter. Ella fué la que velaba mí sueño, la que qje advertía los peligros, la que se interponía, cuando la suerte me era adversa, para recibir sus dardos por mi, la que salla a encontrarme a la puerta de la calle para ahogarme a cariños y colmarme de regalos, la que plantaba frutales en su huerto para traerme después en verde ramo la primera fruta madura.
Le, buena nueva, ella era quien me la daba; mi dicha, ella quien me la labraba; y cuanto bien gocé sn su vida
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—yo, no merecedor de él—salló siempre de su oratorio, de sus preces y sus coloquios divinos. Ya no tengo a quién referir mis cosas, ni de quién tomar consejos, ni quién sea en mis Ideas norte, en mi memoria gula y en mis empresas aliento. Todo se ha acabado para mi: todo, si no es estas tristes lágrimas que caen y con que borro estas líneas, más tristes todavía.
No te canse mi sufrimiento: es mi caudal hoy, y es el que pongo en mi carta. Tú sí tienes el privilegio de hablar del dolor: recoges aromas religiosos para que la pluma destile bálsamos, y luego, en presencia de las heridas, haces ver que las tribulaciones son pruebas, y la vida sólo una lucha. Lo reconozco: mi palabra ha ido
más allá del linde sagrado: yo he debido desde el principio adorar la voluntad suprema, y no aguardar para ello a desesperarme y agotarme; pero Dios está en el punto extremo de todo extravio y en el fondo de toda miseria, y El es al fln quien nos salva.
El corazón del hombre no tiene sino poquedades e impotencia: o goces de un día, o afectos que se le van; y cuando después los busca clamando, como sólo siente y habla con la carne, no hay nadie que le responda: detrás el vacío, delante el muro eterno, divisorio entre las dos vidas. La filosofía también es estéril para el consuelo; capaz de conocer las leyes cósmicas, se contenta con señalar apariencias o hechos caducos con el nomine de fenómenos, o con hacer tablas de muertes incesantes
con el nombre de transformaciones de los seres; va desde el abismo de la materia, que está en los átomos, en que se detiene para encontrar las afinidades químicas, hasta el disco del Sol a asentar en él su trono para explicar su sistema planetario, o penetra más y más aún para descubrir otros y otros sistemas celestes; atraviesa el espacio para medirlo, o persigue las combinaciones de los números hasta dar con el infinito de las fórmulas; pero al pasar con todo ese aparato de gloria, con toda esa luz de las ciencias, con toda esa pompa de triunfo*, ni para su carro delante de las lágrimas, ni las compreñ-
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de siquiera... La historia, reducida en gran parte hasta ahora a las guerras—por no decir a los crímenes—de la humanidad, salvo muchas conquistas llamadas derechos, y algunas mejoras prácticas llamadas civilización, que presenta como trofeos, no hace por lo común otra cosa que manchar sus páginas con sangre y cruzar los siglos por entre los escombros y el polvo de los imperios caídos, sin que dé nunca como cosecha, ella de suyo, ni una palabra de alivio ni una gota de refrigerio para las desgracias humanas; ¡sepulturera que sólo habla de tumbas, y sibila escapada de las ruinas!...
Al llegar aquí, como a ardua cima para divisar desde ella el mundo, no hallamos ni en sus recursos ni en su máximas nada que explique, aminore o cure el mal moral, el cual sería el más oscuro enigma, si no fuese, por consideraciones religiosas, motivo de lucha, para aspirar después de la lucha a un título de merecimiento.
La vida, desde el primer sollozo de la cuna, por los años que corren y las pérdidas que en proporción se experimentan, es una serie de muertes sucesivas hasta la última que disuelve el ser; toda ella, puede decirse, para pesares, y nada o casi nada para goces, con un pasado que no existe, un porvenir que es incertidumbre o amenaza, y un presente inestable que sólo dura el momento del llanto o de la queja. Así siempre; de manera que si vamos andando, nos vamos al mismo paso consumiendo.
Pero justamente como el hombre no está destinado a terminar ni con la materia ni en lo finito, lo que es al parecer nuestra desdicha es al propio tiempo el origen de nuestra ventura, si sabemos procurarla, y de nuestra bendición si sabemos merecerla. De la miseria no hay sino un paso a la necesidad de la misericordia, y de aquí
otro a la oración, que es el modo de pedirla y alcanzarla; viniendo con esto a hallarse en semejantes favores de Dios—que siempre tiene el oído puesto a nuestro reclamo—la hermosa integración de nuestro ser, y en la religión que tal enseña, como que nos hace asi dependientes del fin último, la doctrina mejor de la moral.
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Interrumpido este comercio, cortado este hilo da rela- eión con el Cielo, quedamos cual criaturas ílacas, con pies caedizos, voluntad incierta, ideas inestables, expuestos a todo viento de novedades que extravían o de infortunios que postran, y lo que peor es, con el fatal don de la Incredulidad, para ningún otro fruto derivado de ella, que el desconocimiento de nuestra excelencia, el despecho en nuestras adversidades, el pacto con el ciego hado y la negación de la Providencia precisamente en el instante en que ella olvida nuestras blasfemias y toca a nuestra puerta para enriquecernos con el tesoro de b u s
gracias.
Visto está que por esta senda, sin esfuerzo de ningún linaje, viene uno a tropezar con el Cristianismo, institución admirable por lo divina, que ha dado a la historia cuanto ella refiere de bueno y a las costumbres lo que tienen de puro; que ha creado la familia para la ternura, y la sociedad para los deberes; y que proclaman
do el perdón de los enemigos, ha hecho habitar juntos las palomas y las águilas, los corderos y los leones. Sin Jesucristo la humanidad es inexplicable; porque El es quien ha enseñado la piedad, es decir, el derecho de los pobres; quien ha hecho necesario el amor recíproco, es decir, la solidaridad humana, y quien no sólo olvida la culpa, sino que salva al culpable. Después de todas las catástrofes, después de todas las ruinas, después de un mar de lágrimas, le vemos siempre al lado ofreciéndonos su barca para conducirnos El mismo al mar adyacente de las misericordias.
Jamás me cansaré de alabarlas, ni de alabarle a El eomo su generoso distribuidor. El las ejerce en la limosna que prescribe, como correctivo necesario a la desigualdad de la suerte; en el hogar del pobre a donde va a llevar el pan del día y el reposo de la noche; en la angustia del desgraciado, al que dice al oído que El es quien borra el mal; en las preces, que El fecunda y cambia en gracias; en todos los accidentes de la existencia, tan propensa a caídas si no hay quien dé la mano. Nunca
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siente uno los pasos de Dios; pero El está, en toda« partes: ora se confunde con la trama y urdimbre de las cosas que nos cercan, para asistirnos callando; ora ordena que tuerzan suavemente el rumbo, para hacerlas encontradizas con nosotros en nuestras sendas extraviadas;
ora se manifiesta por signos visibles; y aunque no vea uno sus huellas, El sabe dejar 6us beneficios. ¿Qué logramos con desconocerlos? ¿Qué somos si no somos religiosos? Somos bestias. Por un poco de oro, que es tierra brillante; por un poco de poder, que es farsa de un dia; por un poco de salud, que es verdor de primavera, negamos hoy lo que mañana, ese otro día tenemos que confesar y proclamar, perdido ya todo, la fortuna ida
el mundo retirado, el ánimo para poco, la voluntad impotente. Se dice que los espíritus débiles son los que alimentan estas sanas creencias: es lo contrario, la debilidad está de parte de los que no las profesan, porque teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no oyen. Uno son
los peligros, en que debe mostrarse frente serena, y otro los principios cristianos en que no cabe sino la humillación del amor propio, el reconocimiento de leyes superiores, la apelación al que más puede y el candor de la verdad. Creer no es engañar, sino dar ascenso a lo que está probado por el criterio más seguro, para hallar asi recursos que satisfacen necesidades, remedios que ali
vian dolencias, e ideas que sirven a integrar el organismo espiritual; y no hay por qué avergonzarse de esta ingenuidad, que es honradez, y de esta buena fe, que e« salvadora. La fortaleza, en eso es que consiste, y no en ser ingrato a los favores.
Son muy grandes los que se han derramado sobre mi, no siendo de los menores esta confesión que hago de mi desesperado sufrir, casi equivalente a una Impiedad, y esta luz con que veo y venero la justa mano que da y ciutta. Por ella gocé tantos años mi perdido bien y por ella pude acompañarle en su larga y penosa enfermedad, y recibir, hincado de rodillas, al pie de su lecho mortuorio, en el instante supremo de su muerte, esa bendl-
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etón última a que se asocia Dios para hacerla fecunda y permanente. Esta despedida destroza el alma: es un adiós, es el último, y en el caso mío era el de mi madre. Y aquí vuelve el dolor a apoderarse de mi; pero me resisto de nuevo y torno a la conformidad. Es tal la mi
seria humana que los afectos más caros, idos, con estériles memorias es que uno los paga; que para dejar de padecer hay que olvidar, lo que es falta o crimen, y que hasta la resignación seria una especie de ingratitud, si no fuese un deber religioso.
Me someto, pues. No poca parte de esta resolución h ti te la agradezco, asi como te estoy obligado también por tus hermosos rasgos biográficos.
Mis hermanos y yo, en efecto, hemos debido la existencia a buenos padres; raza fuerte por el espíritu, celosa en el cumplimiento de los deberes y fácil y pronta para el bien. Mi padre murió dejando su familia pequeña, yo el mayor, de diez años; y salvo una hermanita que murió en años harto tiernos, los demás recibimos todo género de educación e Instrucción; Pablo y yo en la Universidad de Caracas y el Seminario Trldentino; Florencio, que acabó sus días a poco, en el acreditado
colegio del caballeroso señor Ignacio Paz del Castillo; y la única hermana que nos queda, María de los Angeles, en la casa paterna: baste decirte respecto a esta última, que hasta estudió buena parte de latín. Todo obra de nuestra madre, que buscaba los mejores profesores, que se ingeniaba en los recursos, que se desvivía por nosotros; y te lo cuento para que veas cómo una viuda con escaso patrimonio pudo hacer tanto.
Con voluntad firme, con capacidad para los negocios, con constancia a toda prueba, llevó a cabo lo que hubiera rendido a un ánimo que no hubiese sido varonil. Pensó en nuestro buen nombre y lo procuró, r.os inculcó que vale más que ser rico ser honrado, y lo que es mejor, nos enseñó a Jesucristo.
Ser superior a mi madre no he conocido (y aquí pongo a luí lado mi entrañable amor); doble naturaleza en
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que se reunía a una profunda penetración y a una vivacidad extremada el candor da un ángel; las manos siempre llena* de dones de caridad, o en busca de otros para llenarla* de nuevo, los pobres sus amigos, los niños a su lado. Casi siempre partidas de estos traviesos, en su presencia afectuosos, la cercaban y acompañaban en nuestra casa desde las oraciones hasta las ocho de la noche, ella en medio, entretenida con sus gracias, sus risas, sus bromas y sus fiestas. Caritativa como no se puede significar: tenía en sus campos cuartos para alojar, alimentar y curar desgraciados, a no pocos de los cuales llevaba después a su mesa; en la ciudad era el amparo de muchas familias indigentes; y en el hogar d» los desamparados, a que asistía de ordinario a llevar consuelos y limosna, como no tuviese dinero consigo, dejó alguna vez su túnica y se volvió sólo con el traje exterior, contenta con haber dado lo que tenía en el momento.
Dispensa este elogio, que tal vez está mal en mi pluma. Lo que hay es que la mojé en tinta de tu Bella madre, que es la mía también, y me salió el retrato sin pretenderlo.
Por no hacer eterno tu fastidio, voy a terminar esta ya prolija carta. La tuya ha sido aquí muy celebrada y muy solicitada. Yo diré que eso no puede ser de otro modo, porque así como todo árbol da de sus frutos, tú das de tu talento, que es portentoso. No hay quien no lo dig* y tú lo pruebas.
Tu estimable familia, a la que veo de vez en cuandss, está buena. ‘
Consérvate tú lo mismo, y oréeme el mejor da tu* amigos.
C ic k j« A ccjta.
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LOS ESPECTROS QUE SON, Y UN ESPECTRO QUE VA A SEil
EN DEFENSA PROPIA
Atacado con alevosía, me defiendo con la verdad
Era anoche el filo de la media noche, cuando cubría b u negro manto la ciudad de los muertos; hora cargada de tristezas que no admiten bálsamo ya, y lugar donde la tiniebla es espesa y fría, no tiene el adiós eco, se desespera uno llamando para que nadie le responda, y el silencio, que se sienta allí como una deidad sombría y eterna, no sólo es mudo sino ominoso. El buho de las torres derruidas y el pájaro oscuro del mechinal van allí a gozarse como en orgía fúnebre de que nadie bulle ni habla, y el grillo a soltar, no al viento, que no sopla, sino al aire que gravita como plomo, su canto monótono y su estridor seco, como una señal aciaga de que pasaron para no volved más nunca los días festivos y las músicas alegres; fuera de estos dos seres espantosos, ningún huésped más en la casa amarga. Las tumbas, sí, la pueblan como sus habitantes a su adorno, las unas medio inclinadas, hueco o flojo ya el descanso por haberlo abandonado los gusanos, las otras abiertas como cuencas horribles del esqueleto de un monstruo colosal, y acá y allá hierbas que no tienen más roclo que el del llanto, pinos que se enderezan al cielo como en actitud
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constante de preces, y sauces que desgreñan y dirigen a la tierra removida sus ramas para expresar así su dolor.
Ninguna voz humana que se oiga, sino la del que va a orar o a enterrar; ningún movimiento de vida, sino de la que vegeta, y ésa misma, poca: el rayo de la guerra duerme, la palabra de la elocuencia calla, de los siglos que han pasado no quedan ni segundos, de generaciones enteras ni memoria, y todas las riquezas de la conquista y todo el poder del conquistador han venido a reducirse a un hoyo, en donde soto entra la pala que saca y el pisón que rellena. Hubo un tiempo en que Alejandro ató a Egipto, inundó el Asia, pasó el Eúfrates y
el Indo vencedor, triunfó en Babilonia y en Persépolis, y quiso por orgullo bañar sus corceles en las remotas aguas del Ganges; hubo otro tiempo en que tal vez jugó el hijo del sepulturero con su cráneo, y luego ni el mismo espíritu de las ruinas, que vive de hacerlas y conservarlas a su modo, pudiera dar razón de su polvo; como no la pudiera dar del de César, tan grande en las Ga- lias como en el Rubicón y en el Senado, ni del de Aní
bal, que cruzó los Alpes para poner espanto a Roma; y cuando más, podría señalar las cenizas, cenizas no más, del pasmo de la especie humana, del que al galope de su caballo por Europa toda creaba constituciones e Imperios, del que vió a reyes y emperadores haciéndole antesala y aguardando a que se desocupase César para hablarle, si él se dignaba, en Dresde y en Eríurt.
Con todo, aunque sepultadas algunas bajo lápidas de siglos, muchas de tales grandezas mundanas conservan recuerdos permanentes en esos abismos de la nada, porque el vacío tiene huecos alfabéticos y las sombras frases fúnebres; y es de verse en ocasiones, a periodos Ajos, de ellos algunos milenarios, cómo ciertos espectros aviesos, o por Insano capricho o por maligna complacencia, amantes como son todavía de la servidumbre y de la sangre, danzan alrededor de esos ruidos ya sordos, de esos renombres ya pálidos, da esa gloria ya negra. Sólo
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1» virtud tiene alU culto: silencio la cubre siempre, pero silencio respetuoso.
Algo habia de nuevo en la sombría necrópolis. Salía una sombra, y otra, y otra, hasta formar largas hileras; paseaban en grupos o de dos en dos, tomadas de las manos; y como brujas descarnadas, sucias, fatídicas, ora se guiñaban el ojo y se hablaban para secretos profun- fundos y risotadas impuras y sarcásticas, ora hacían círculos y los deshacían luego, para mistificaciones negras, planes ocultos o misterios de magia. En el centro estaba el osario, alrededor del cual dieron todas nueve vueltas, echando sobre él al pasar polvo de reyes y de poderosos de la tierra que la principal sombra sacó de caja preciosa que llevaba al pecho; y después se sentó, ella en medio y las demás en alas, en un tribunal delantero en son de juicio y de sentencia solemne.
—Es preciso—gritó con voz chillona que repercutieron los muros espantados— ; es preciso traer para residenciar aquí al Viejo Impenitente, al llamado por si mismo Procer de 46, al amigo de Bolívar porque le proscribió, y del pueblo porque lo engañó, al falso Profeta, al Practicón político, a Petrus in cunctis y Paulus in nihil, al Evangelista sin fe, al Sabio sin ciencia, a la Máquina de palabras vacías y siempre las mismas, al Diccionario sin definiciones;” y volviéndose a una de las del Consejo, la más flaca, le ordenó que, si era menester, como ave de rapiña que agarra su presa, trajese ya al reo en volandas. Sus dificultades hubo que dieron lugar al pequeño diálogo siguiente:
— ¿Y sí resiste?—Es cobarde.— ¿Y si se oculta?—Se registran los fogones.— ¿Y si no puedo con él?— ¡Valiente objeción! ¿Pues no ves que aquello de
fuera no es más que una concha delgada de menjurges. baños, unturas, encaladuras, mudas y afeites? Sigue después un vacío, y él está en el fondo como si fuese una
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larra muerta. No creas con todo que lo está: al eonfcra- rio, puedes encontrarle fabricando venenos. No temas sin embargo: tocas como quien toca a una puerta, para despertarle si está dormido, y él con toda probabilidad como medroso que es, se presta dócil a entregarse en tus manos. Y si no, arrancarlo de cuajo de todos modos, que paia eso es tu resolución, que debe ser grande, y su peso, que es de pluma.
Decir y hacer íué todo uno: en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba el Prócer en el banco; bien que, de resultas de la prisa, con la peluca rodada y parte de la crisma desnuda, y a trechos abierto el muro cosmético y untuoso, que dejaba ver desastres dentro, y que procuraba remediar con esfuerzos vanos y sallvita-
“Pues bien’', exclamó la Presidenta dirigiéndose al traidor, que temblaba de miedo, y rechinando de gozo la osamenta del carnero, “tú ere3 acusado de varios capítulos: de vida postuma que debes a caldos y otros arti- ücios, y que mantienen sin empleo en el lugar de los castigos, las camisas de fuerza preparadas y los azotes que
mereces; de fraude, porque has vivido engañando; de hipocresía, porque has vivido fingiendo; de codicia, porqu* has vivido malamente acumulando; de lesa libertad, porque has sido su burla; de leso pueblo, porque has sido su embaucador; de lesa patria, porque has sido su enemigo; de lesa literatura, porque has sido su tormento, y de lesa moral, porque has sido su escándalo y su ruina. Salgan los acusadores.”
Una sombra de la Independencia se levantó y dijo:
—Tú recibiste educación frailuna y servil en Cádiz, / llegaste a Venezuela el año 25 para ser correveidile de proyectos monárquicos que sólo sirvieron a Bolívar de motivo de santa indignación, y dieron origen a aquellos documentos históricos espléndidos que le hacen aparecer cerniéndose sobre los siglos con la virtud de Wàshington y la elocuencia de Tulio. ¿Es verdad?
—Es verdad. Esas ideas me enseñaron, y ésas conservo todavía. Fuera de que yo siempre ha estado a la qua se
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cayó, si hago baza, y al primer pleito que «alga, si dinero; y en política, muchas veces farolear, es principiar. Como quiera fui y volví, até y desate, y heme aquí desde entonces metido en ruidos y en la cosa. SI la opinión me acusa, yo me entiendo: al fin vale más panza harta que vacia; y goces epicúreos a la mano que la virtud, que es viento; e historia hermosa, que es palabras.
Y con esto, se acicaló las patillas, y se vió en un «spé- jlto que sacó del frac.
—Tú fuiste sólo un escribiente entre centenar««, como tenía aquel Genio portentoso, ¿no ea verdad?
—Es verdad.
—Y entoncea, el procerato, ¿de dónd« vino, y qué lo abona?
—Vino de un congreso y de la voluntad de mi hijo; y lo abona mi peluca, que empezó a tejer Venus, tan hija de I03 dioses como Marte, fuera de abonarlo mis mentiras, que he logrado convertir en tipos y en leyes.
—Se te hace el cargo de especulador y procurador d« malas obras.
—Vaya en diablo, ya que no puede Ir en Dios.Y se sentó la sombra.
Entonces, una que estuvo por la separación de V*n*- auela, puesta de pies, cargó asi al Prócer:
—Paseaste por las calles de Valencia—Junto con otro« distinguidos venezolanos, que después prestaron los mejor ts servicios al nuevo Estado— el acta de desconocimiento de la autoridad del Libertador. Firmaste como Secretario interino del Interior, el decreto de 11 de septiembre de 1830, en donse se tildaba la conducta de aquel Padre de la Independencia como insidiosa, y ee daban facultades para proscribirle. Fuiste mucho tiempo Secretarlo privado de Páez y su adulador y cortesano. Le calificaste de alma de Wàshington y corazón de Murat, en un escrito tuyo que se publicó en un periódico de la capital. Condenastes las reformas y a los reformistas como criminales en los Fragmentos del cáustico y célebre escritor Tomás Lander, y llamaste del extranjero al señor
C i C I L I O A C O S T Á
Narrarte en oficio que se conserva original, tachando otra vez a aquéllos de reos, para llamarlos en otra época mártires, y llamarte a ti mismo su defensor, con lo cual te presentas, o como juez prevaricador o como testigo falso. Tú fuiste actor en todas estas fiestas porque bailabas en ellas, y después salistes del baile, no salido por tu propia cuenta, sino corrido, porque se te echó de la casa de Gobierno en que eras empleado en 1839. ¿Por qué aquella conducta, y por qué esta corrida?
Se le derritieron los ungüentos, no de pena, sino d<* confusión y humillación; se limpió, se repuso y contestó:
—En primer lugar, siempre he creído en los refranes, que para mi son sentencias de verdad, y desde entonces sabía yo que el rey es mi gallo, que para un toma debe haber dos dacas, que más valen las espumas de Canta- cho que las estrecheces de Basilio, que al sol que sale nó hay como un salve, que árbol caído da siempre leña, y que el que se va, se fué y adiós. En segundo lugar, y valiéndome de la oportuna expresión de un galeote 10- nombrado que venía en la cadena de Ginés de Pase- monte, si me corrieron fué por canario de lo indebido y por cantor de lo secreto, que es todo uno. A mí nunca se me han podrido las cosas en el estómago, si con charlas logro medras. Y dejémonos de cuentas y cuentas, que ya es mucho preguntar y se me arrisca el genio.
—Tu cargo, tú mismo lo has pronunciado.
V terminó la sombra.
Después se le encaró una que había cultivado la elocuencia:
—Y tú—le dijo— , no has hecho hasta ahora más que embaucar a los simples con frases hidrópicas y palabra* huecas. ¿Cómo ha sido eso?
—Muy fácil: con vivan los derechos del pueblo, en qu.' nunca he creído; viva la libertad (dicho esto con voz de garganta, y no de pecho), y con las expresiones ampulosas de la razón pública, el volumen de las ideas, la conciencia granítica, el pabellón de los libres, la tiranía doméstica, las faldas de Pichinca, el desierto de. Sachura,
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«
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mezclado todo con algunos verbos de mi cufio, por supuesto retumbantes, y variado eso poco según las combinaciones del binomio de Newton, que dan para acabar tarde o casi nunca, se tiene la salsa que he compuesto, y el fárrago con que he rellenado periódicos, memorias y discursos, y que me ha servido para llenar mi caja también.
— ¿Y eso solo ha bastado para el objeto?—No; que sin Gramática parda (black gramman, que
me la sé de coro, y mejor que eso, la he ejercido como profesor sin par, no hay ni tontos que engatusar, ni dinerillo, que es todo. Cuando he echado mis arengas (siempre las mismas, como los sermones del padre Có- mins), he echado también mis cuentas, y pensado para mí: palabra dicha, engaño hecho, y coma y beba yo con mis cincuenta casas que lo dan, y que he adquirido sin sudor, aunque otros pordioseen, hambreen y rabien.
— ¿Y no has fundado escuela ni tienes discípulos?—Lo que es en la gramática parda, todos me han B a
lido torpes: en la elocuencia, mi más distinguido alumno fué Francisco Franco Flores, pero era harto candoroso y bueno, y se murió a lo mejor del tiempo, es decir, cuando ya campaneaba más. El arte muere con el artista, y mi parola morirá conmigo.
— ¿Y no estás arrepentido y quieto?—No; que todavía afilo mi raboncito a ver si corta. y
pongo curare a mi romo aguijón a ver si envenena.
Acusado de embaucador por la sombra, se levantó la de la Justicia para acusarlo.
— ¿De qué has vivido toda tu vida?—le dijo.
—D e cizaña, para la discordia; de invenciones, parala calumnia, y de hacer el mal por el mal mismo- y por ver correr las lágrimas.
—Eres un maligno.
—Yo doy de mí lo que tengo-Entonces la sombra que representa las clases traba
jadoras, “te ofreciste”, le apostrofó, “como el Moisés de los pobres, y en vez de conducirlos a la tierra de Proml-
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sión, los has sepultado en la miseria; tfl y lo» tuyos opulentos, y ellos sin pan; tú y los tuyos, con millones; elloa de puerta en puerta. Contesta”
—Defendí al pueblo para hacerme rico con sus despojos y su sangre: desde que lo fui, lo que hago es echarlo de mi casa, o echarle los perros, o voltearle la espalda, o hacerme el desconocido. Grito, pateo, Insulto, blasfemo, y nadie me tose, porque el saco del limosnero es humilde. Ellos cogen y se van, y yo cojo y paso la llave, me arrelleno después en mi sillón a fumar mi puro, y no hay más nada. Ande yo caliente y riase la gente. Muy cándido me creen si se figuran que yo me la he pasado perdiendo el tiempo y papando moscas. Que me metan los dedos en la boca a ver si muerdo aún, aunque sea con las encías, que cuando tenia dientes, nadie lo hubiera intentado ni por pienso. Bonito me soy yo para simplezas: soy de los que creen que más vale un toma que dos te daré; que el que agarra la ocasión por el copete, en casa la mete; que vale más que andar en cueros, buen dinero; que el que no se apertrecha no pelecha; y soy también el que con estas mkximltas y otras parecida*, practicadas, ha llegado a la opulencia en que vive, dejando a los demás, entre ellos a mis protectore» y amigos, cargando mandil y divertidos con las nube*.
—Tu boca te ha sentenciado.Ahora, una sombra que habla estado en el Perú.
— ¿Y el millón—dijo— que dió la nación del Sol par» la familia de Bolívar?
—Ese milloncito me lo engullí casi todo, que para eso son mis tragaderas grandes; pero si se me volvió sal y agua, ya está visto cómo sin trabajo ninguno ni trabajar, pues nunca he agachado la espalda, engordo de nuevo y vivo como príncipe, cuyos aires tomo.
Entonces la sombra de la buena fe:
—Tú—le interpelaba—atacaste ayer a Cecilio Acosta, llamándole de oligarca empedernido y comparándole con Robespíerre y con Marat, de manera que, según tú, Ma- rat y Robespíerre eran godo* y la Revolución trance**
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D O C T R I N A
par» «etableeer el godlsmo. T luego, Cecilio Acosta ha sostenido siempre las doctrinas liberales, quiere gobierno de leyes, el ejercicio de todas las libertades, paga lo qus
debe, no engaña, no calumnia, no persigue, ha sido buen hijo, es buen hermano,, buen ciudadano, buen amigo, y sólo enemigo de las tiranías, y por todo, universalmente querido y respetado en Venezuela, en el resto de América y en Europa, en donde, como en nuestro continente,
tiene las más altas relaciones. Persuádete de una cosa, nadie te tiene a ti por liberal, sino por monstruo; liberal, según lo expresó muy bien un sabio de América, es el que da, y no el que quita. ¿Pues no ves que Cecilio Acosta y malvado son vocablos que, como decia Mirabeau, aunque con diferente motivo, braman entre si al verse Juntos?
—Es verdad: mi chirumen está perdido; estoy cierto que si me abren la cabeza como patilla, (sandia), me sacan los pocos sesos que me quedan, y me la rellenan con estopa, pienso lo mismo con la estopa que con los sesos El tiempo es la madre de las ruinas.
— ¿Y no sabes que Cecilio Acosta tiene una vida sin manchas?
—Sí, pero yo la he tenido siempre llena de crímenes, y mi política es engañar, fingir y calumniar.
—Y luego, ¿cómo te has atrevido a suponer que Bolet Peraza necesita ayuda? ¿No sabes que su Ingenio es tan fecundo como abundante, festiva y fácil su pluma, y cuando quiere, terrible como un volcán en acción? ¿Quién deja de ver la luz del Sol, sino los ciegos?
—La culpa está en estos pocos sesos míos ya secos, y •n esta resistencia que tengo a confesar la verdad. Le temo por su portentoso talento, pero trato de embotarlo con mis injurias, y le aplico mi raboncito y mi curare.
— ¿Y por qué te desgafiitas contra la fusión, cuando no hay con quién hacerla, ni nadie la pretende, ni tü tiene* derecho a condenarla, después que el 15 de marzo de 1858 se te vió por las calles de esta capital (te vló el mismo Cecilio Acosta) proclamándola, a caballo, chafarota al
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cinto, y gritando abajo los ladrones; ea decir, rueda la cabeza del que me libertó del patíbulo?
Bajó la cabeza y nada contestó.
Tras esto se levantó la sombra del decoro y le interpeló así:
— ¿Tú no tienes vergüenza?
—Ninguna.
—¿Por qué?
—Porque su color es de carmín, mis mejillas ya no lo tienen, y siempre he creído que el que se corre, corre y es vencido. Lo mejor es tener cara de no me doy por entendido, corazón de vaqueta, y ánimo dispuesto al viento que corra, si corre dando. Para ral, la Filosofía, es lo que entra, y la moral, lo que engorda. Y no me esté preguntando mucho, porque saco mi raboncito.
— ¿Y sigues calumniando y maldiciendo?
—Por supuesto.
—Pues Cecilio Acosta no te contestará ni una palabra más. Le atacaste y se defendió con tu historia, que es para una sola vez y no para repetida, porque produce asco. Lo que él te ha dicho, y esta sesión tétrica que va a imprimirse, quedarán como un monumento de verdad y un padrón de tu ignominia, que llevarán al brazo todos como las fllacterias los judíos; que se fijará en las casas en cuadros, como un documento de horror, y qur estudlarán de meanoria los ancianos y los niños, para aprender, con la ayuda de Dios, a preservarse del mal.
En este momento, la tiníebla fue más negra; el silencio, más profundo; el terror, más tétrico; la atmósfera más pesada; los presagios, más obscuros; la escena, más espantosa; los muros se estremecieron, las tumbas se abrieron, los pinos se inclinaron, los sauces destilaron acíbar, y~Ias sombras se vieron entre si, pero no se hablaron: como que había llegado un Instante de grandes revelaciones, de oráculos terribles, de verdades fúnebres, y una campana se oyó temerosa y sombría, que se toca cada centuria, y que anunció llegada una hora suprema.
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D O C T R I N A
El reo no pudo sudar a pesar del miedo, pero se íué todoél en chorreras de óleo.
Era la sombra de la libertad que pasaba, y que afrontándose con él, le dijo con voz estentórea:
—Tú no has sido el fundador del partido liberal, porque no lo fuiste en verdad, y porque al fin lo traicionaste. Lo fueron la nobilísima familia Ayalas y Muñoces, con cuyo martirio y cuyos hechos, como los de los Régulos y los Camilos de la antigua Roma, tendría Colombia para ennoblecer sus anales. Lo fueron los Carabaños, de ingenio fácil y patriotismo ardiente. Lo fueron los Monagas, tan bizarros en el campo de batalla como amigos de Bolívar- Lo fué Aranda, el gran escritor y estadista, como no hubo ninguno superior, mientras vivió, en el Gabinete inglés. Lo íué Mariano Montilla, el conquistador de Cartagena y el padre de la cortesanía y de las gracias. Lo fué Tomás Lander, el pensamiento profundo, la sal de ingenio y el chiste cáustico. Lo fué Francisco Mejía, nuestro Néstor hoy, y varón que ha vivido para la patria como un alumno para la libertad. Lo fué Manuel Maria Echeandía, el enamorado de ella, el paladín de los principios y el Tancredo del progreso. Lo fué Tomás José Sanavria, el eminente abogado, el promotor de los estudios universitarios, y que tenia de hombre público, de magistrado y caballero. Lo fué Diego Ibarra, el edecán amado de Bolívar. Lo fué Luis Blanco, que mu- * rió sin remordimiento propio ni ofensa ajena. Lo íué el General José Félix Blanco, cuya probidad, inteligencia y patriotismo serán ejemplo póstero y gloria patria. Lo fueron mil otros, como el gremio agrícola casi en masa, y dejo de contar.
Tú fuiste instrumento que después se quebró, y agente que abusó de los poderes.
El partido liberal, que es la causa de los pueblos y el porvenir de América, no quiere sino un Gobierno de leyes, y tú has sostenido el despotismo: sino principios, y tú quieres personas; sino respeto a las garantías, y tú has aconsejado que se violen; sino amor a los demás, y
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til los desprecias; sino tolerancia eon todos, y tú vives en gueiia continua; sino acatamiento a las opiniones ajenas, y tú no quieres sino que prevalezca la tuya, como tu dinero, tus casas, tu orgullo y tu insolencia. Al fin has terminado por defender el guzmancismo, es decir, tu obra; y la República no quiere señores sino ciudadanos.
A ti nadie te quiere, ni te solicita, ni te oye, ni te aplaude, y estás aislado sin otro compañero que tus gritos cuando los das en tu casa, y tus disparates cuando los escribes por la imprenta; “solus in Israel”.
Se te acusa por todo; porque estás ya Juzgado, y se te aguarda para la condena.
El instante más solemne de la hora suprema habla llegado; cosa que no sucede sino como cada cien años, cruzó un relámpago por el cementerio y se iluminó de súbito, se articularon los huesos del osario, y empezaron a pasar por delante del reo un esqueleto tras otro que, o lo señalaban con el dedo, o se le reían en su cara, porque todo* habían sido sus victimas, o sus perseguidos o sus mártires. Hubo un crujido espantoso en el osario cuando todos se recogieron, se desarticularon y ocuparon bu asiento fúnebre.
Después de esto pasó la sombra de Bolívar, el manto de la libertad pendiente al hombro, la corona de la gloria y de todos los prestigios ciñendo su frente, en la mano la ejecutoria de todos los genios, que le reconocen a él tomo al primero, y dijo al reo:
—Tú no querías para mí ni un palmo de tierra en la que yo conquisté con mis hazañas: ¿no es verdad?
—Sí, es verdad.Luego pasó la sombre de Páez, que llevaba un escudo
con relieve en que se representaba a Aqulles arrastrando a Héctor con correones que lo ataban a su carro, alrededor de los muros de Troya, y volviéndose al Prócer le Interpeló:
—Yo lie derramado mi sangre por la patria, y tú me llamas godo; mt atribuyen valor, y tú ms lo niegas- ¿Be verdad?
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B 0 C T R I K A
—El verdad.Tras cato pasó la sombra de Soublette, el Berthler ve-
nezolano. el director de la guerra de Colombia, el varónInmaculado, e interpeló al criminal:
—Tú me has llamado ladrón, y prolanas todos los días mi sepulcro. ¿Es verdad?
—Es verdad.El Prócer, cayó con esto en desmayo, no bullía ni mano
ni pie, aunque estaba vivo; la escena habla dejado de tener interés, y la sombra que presidia el Consejo, mandó que se le asiese y se le llevase en volandas al lugar de donde se le trajo. Asi se hizo, se disiparon las sombras, y volvió el silencio más profundo a ocupar la ciudad de los muertos.
Caracas: noviembre 15 de 1877.
Oc««W» ¿»o»te
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E L A L B A
Dedicado a las de trece a diecinueve años
Ningún espectáculo más hermoso que el Alba, la cual puede llamarse la risa de la naturaleza, porque todo contribuye a tenerla entonces de tiesta: las sombras de la noche ya son idas, el aura enamora con sus besos todas las flores del campo, los ángeles parece que han pasado por valles y alcores derramando las perlas que ellos fabrican en sus talleres celestes para bordar de propósito las hojas de la enramada; el cielo vuelve a mostrar su bóveda limpia y su azul puro, y las aves, en cántigas alegres, saludan la aparición del nuevo dia. El Alba es blanca como el color de la pureza, como el color de la esperanza, como el color de la castidad, como el color que asumen todos los matices de la luz cuando se mezclan; y era natural que Dios, en su sabiduría, eligiese esta tinta inocente para teñir el orbe en el Instante en que se elevan preces por sus beneficios y se le dan gracias por sus dones.
Un pintor no podría trasladar al lienzo lo que se ve en esa hora, que pudiera llamarse de Iniciación universal. Lo primero, se observa en el oriente una faja cándida que ahuyenta las tinieblas, como para abrir entrada al sol, el cual envía adelante para anunciarlo y formarle senda su luz blanca y sus resplandores ténues: parece como si quisiera antes vestir de esposa a la naturaleza, así tan majestuosamente, para celebrar después sus des-
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posorlos con ella. A luego las cimas de los altos monta«y de los collados que circundan los valles, se ven salir
d« la oscuridad para mostrar enseguida sus espesos
bosques y sus verdes y felpudas faldas. Los prados aparecen cubiertos de rocío, que vale mas que la plata, poi
que es la plata del cielo; las nieblas corren rastreras para depositar su frescura, el viento pasa para llevar aromas,
y no sé qué tiene el arroyo, que en esa hora es que aparece más limpio y salta más alegre, para irse a dormir
más luego a la llanura y llevar la nueva del nuevo día
a las espadañas y juncos que bordan sus orillas.Este espectáculo se repite todos los dias: el cielo, tea
tro de las grandes maravillas de la creación, entonces las manifiesta con todas sus galas; el sol, desde su inmenso lecho de oro derretido, donde duerme, nos envía, como
sus tesoros más preciados, la lus despojada de sus rayos caloríficos para hacerla suave y dulce, y Dios mismo pa- rece que se complace en levantar el telón de la naturaleza, a la cual él había vestido para presentarla untan» a nuestra vista.
¿Qué es el hombre para merecer tantos favores? N a
ció de la nada, y es nada, si no acude a Dios; nació de la
miseria, y no mejorará si no implora misericordia. Es«
espectáculo del Alba es un llamamiento a nuestra conciencia, un estímulo a nuestro olvido, una espuela a nues
tro abandono. ¿Será posible que Dios nos hable por me
dio de aquél y que nosotros permanezcamos lndiferent«« a su palabra suprema?
El Alba es el toque de Dios a nuestra puerta, y a nosotros nos corresponde abrirla al que todo lo hace porque quiere, y suplicar y venerar al que todo lo mareee por
infinito y al que todo lo otorga por generoso.
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EL NAZARENO DE SAN PAUL»
Hele ahí, cristiano, va cargado con el peso de nuettrot
pecados, va al Calvarlo a consumar la redención, clavado en la misma cruz que lleva; y, sin embargo, esa victima
propiciatoria es nada menos que el Hijo de Dios, que se
ofrece El mismo en sacrificio-Desde este acto sublime en que nuestro Señor empeftó
■u grandeza y sus dolores para rescatarnos de la mancha original, el mundo cambió de faz: se fueron las tinieblas, se fué el error, cayeron sobre su pedestal mismo los Ídolos
del Imperio romano, y los Césares tuvieron que abjurar
su superstición y abrazar la religión del Qalileo.
Ese que ves estampado, cristiano lector, es el propio
que nació sobre humildes pajas en Belén, y habla de
inundar con su luz el universo.Nada más grande tiene la historia en sus anales. Fi
gúrate a San Pedro, carácter rústico en maneras, ignorante, pero al cual habia de llenar el espíritu de Dios, en
viaje de las orillas del lago de Galilea, con sus sandalias,
*u bordón en la mano y su sencillez de campesino; que
tú le encuentras en el tránsito, que le preguntas a dónde va, y que él te contesta: “ voy a la capital del mundo a hacer variar de manera de pensar a ciento veinte mi
llones de almas; a quebrar el cetro a los Césares en sus
propias manos; a hacer callar las sibilas; a echar abajo el Capitolio, y a levantar mi silla, que algún dia estara
en la Basílica que lleve mi nombre, desde donde, como
Vicario de Dios sobre la tierra, dicte fallos inapelable«
d« las reglas de las costumbres; sea «1 primer Pontífice
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C E C I L I O A C O S T A
ds la nueva religión, y logre que las naeiones todas vuel
van la vista a mí y a mis sucesores para encontrar la luz y practicar la Justicia” . Tal respuesta, cristiano lec
tor, parecía un delirio, si la experiencia no hubiese ve
nido a comprobar la profecía. Conforme corrió el tiempo,
el orbe latino empezó a cambiar, cesaron los combates
de gladiadores, cesaron las luchas con las fieras, se des
acreditaron las tupercales y saturnales, los hábitos se hicieron más suaves, las tendencias más generosas; y to
mando la legislación el tinte de la nueva doctrina, se hu
manizaron los códigos, subió la mujer a la categoría de señora, llegaron los hijos a estar más cerca del amor de sus padres, llegó a dulcificarse el horror de la conquista, y todo tomó un aspecto nuevo en el sentido de la civili
zación y la cultura.
Pues bien, San Pedro, que al fin fué el Jefe de la Igle
sia militante, y los demás Apóstoles, fueron los pescadores, primero de peces y después de almas, que eligió Je
sús para divulgar su evangelio.
Este evangelio es la revolución más grande que han
presenciado los siglos, y la piedra angular que permane
cerá intacta hasta el último día de ellos.
La religión de Jesús, no sólo ha sido productora de mi
lagros, sino que ella es un milagro continuo: desafía al tiempo, que no puede nada sobre ella; desafía a la Filo
sofía, a la cual vence en su propio campo, o la obliga a abjurar sus errores; y sobreponiéndose a todas las ad
versidades y siendo más poderosa que todas las borras
cas juntas, después que el mar agitado por ellas ha se
pultado todas las flotas y armadas, la nave de Jesús es
la única que se ve empavesada con gallardetes y banderas, quedar inmune, y cortar las olas con su misma marcha triunfal.
Pasó el imperio griego, que duró más de diez siglos;
pasó el imperio de Occidente; pasaron todas las monar
quías formadas por los enjambres del Norte. ¿Qué queda
de los godos, suevos, normandos, vándalos y hunos, que
17«
D O C T R I N A
•tronaran un tiempo la tierra con sus victorias? ¿Que
queda del imperio de Cario Magno?
Pasó Alejandro, del cual sólo queda la tiniebla que cubre el rastro de esplendor que deja el rayo, sin más re
cuerdos que nombres vanos o ejemplos tristes, como las
embriagueces del héroe, y la memoria de Arbela y del Gránico como teatros de matanza. Pasó César, que íuera
v de sus Comentarios y su genio labrado para hacer, gu
grandeza personal, nada ha legado al mundo que lo m ejore y lo haga progresar. Pasaron las Repúblicas italia
nas, entre ellas Venecia, que nació cuando el cristianismo era ya viejo y que duró más de mil años, para desaparecer y dejar al cristianismo en pie.
Todas esas grandezas, todas esas naciones poderosas, a lo más tener, tienen la majestad de las tumbas, adonde
va uno a conocer el imperio de la muerte y a tomar
entre sus dedos el polvo de la nada. Lo único que esta íuera de esta ley de destrucción, lo único que se liberta del huracán que derriba cuanto nace, es la religión de
Jesús. En el espacio de más de mil ochocientos años, ge
neraciones innúmeras, pueblos poderosos, institución?* célebres, sistemas, costumbres, legislaciones, tendencias,
usos, modas, conquistadores y reyes, héroes y caudillos,
han aparecido sobre la tierra para pasar, uno tras otro,
como las nubes. Las nubes siempre pasan: lo que nunca pasa es el cielo azul, que es la religión del N a z a r e n o .
iQué religión es ésta! ¡Qué bella! ¡Qué consoladora!
Ella es la que dice al oído del que sufre, que hay quien
cure el mal. Ella quien está en el punto de todo extravio
y en el fondo de toda desgracia, para conducir de la mano al caminante y convertir en miel el acíbar- Ella quien pone en boca de la madre aquellas palabras auto-
rltativas que labran en el corazón del hijo la propensión
al bien. Ella quien toma el traje de la caridad y llena bu
cesto de panes para llevarlos a la casa de los que han
hambre. Ella quien toca a la puerta del que llora para llevarle el paño que enjuga. Ella la que no nos desecha
por pobres ni nos envanece por ricos, y no teniendo en
l T!
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E X C I L I O A C O S T A
cuenta la desigualdad de la fortuna, promete qua todos si son buenos, tendrán por gala la vestidura blanca d*
la justicia, y por premio el asiento excelso de la gloria. Ella quien lleva al hogar la paz, quien crea los lazos de familia, quien santifica el amor, quien enseña la sociedad, y quien predica que el dolor es un sacrificio que
cuando se sufre con ánimo resignado, es merecedor de la tranquilidad del espíritu y la gracia. En suma, el cris
tianismo es todo, y la verdad es que si no nos entregamos en sus brazos, tendremos que caer en los brazos de la
desesperación.Es una cosa digna de notarse la impresión profunda
que causan todos los pasos de la Pasión, y nada es más
hermoso por ejemplo, nada cautiva más el espíritu, que la figura del Nazareno o de un Crucificado. Esta impre
sión está fuera de la estética, y sólo puede explicarse por
la religión, que es la que obra más sobre los sentimientos. La paleta del pintor es la Naturaleza: la bóveda celeste que pintaban Miguel Angel y Rafael, los estremecimientos del dolor que pintaba Ribera, el aura de la m añana que pintaba Murillo; pero las líneas y colores que
dan la figura de Jesús son los que se toman en la reden
ción humana, en los designios de la Providencia y en los tintes místicos del cielo. No es Tintoreto quien ha he
cho esa imagen, ni Leonardo de Vinci: son los ángeles, que fueron el hervidero donde se cria la luz para tomar
el rayo más fino y el matiz más delicado.
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LA MUJER VENEZOLANA
Para pintar este fantástico ser no bastarla ni el pincel de Rembrandt, ni el de Velázquez, ni el de Rafael,
y eso que éste tenía el privilegio de las tintas del alba
y de los arreboles del ocaso, y apenas bastarían aquellos colores mágicos con que se pintan las nubes en que pona
Dios los pies cuando anuncia una nueva creación suya.La belleza venezolana no es ni la muelle de los grie
gos, delicada sí, pero sensual; ni la varonil de los romanos, que quería que el hermano viniese de> campo de ba
talla con el escudo o sobre el escudo: la belleza artística, la que sirve para el pincel por el arte, la que sirve'
para la piedad por la religión, la que sirve para la gloria por el laurel que distribuye; la que en el hogar, como
muchacho travieso, emboba a los padres con sus gracias y chistes; la que en el salón, da la norma de la -galante
ría culta, esa es la belleza de este clima privilegiado, don
de los campos son alfombras de esmeraldas, los pájaros
cantan cánticos divinos para celebrar la aurora, y el cíe
lo se viste de nubes blancas como nácares o, por gala, se despoja de ellas para ostentar su azul.
Si es el movimiento en nuestras mujeres, todo es donaire; si es el habla, todas ellas son mieles que se derra
man; sí es el espíritu, no tiene más que esplendores, ya como madre, ya como hija o esposa, y aquí es donde debe venirse a buscar el modelo en este género.
Los rasgos fisonómieos de nuestras mujeres, son espe
ciales: tienen, de la georgiana, la hermosura; de la an
daluza, el atractivo picante; de la morisca, las tintas mis
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C E C I L I O A C C S T A
teriosas y el amor concentrado; y lo que es en cuanto a trato, es el que más seduce, y, en cuanto a su voz, la que
expresa mejor la música del alma.Algún día, cuando la civilización haya derramado'todos
«us dones adquiridos, y nosotros la hayamos enriqueci
do a ella con sus dones naturales, la belleza venezolana, ora en los salones, ora en el hogar, será el modelo de
las bellezas y Venezuela la gran galería de las belleza«
d«l mundo.
Kl
L U I S S A N O J O
No tengo que dar a mt amigo en su última morada so
bre la tierra sino lágrimas, ya de antes amargas, y má¿
amargas hoy con motivo de su muerte, que nunca acaba
ré de llorar. Yo sé lo que él era: un sabio, un hombre virtuoso, un padre de familia ejemplar; así como sé tam
bién, y me espanta, el vacío que deja: vacío en las letras, de que fué timbre; en el foro, de que fué lustre; en la m agistratura, en que fué oráculo, y en la sociedad, para la
cual fué modelo. Aunque sea dura la palabra, es preciso
decirla: los dioses se van, y los altares se ven vacíos, sin
incienso, como sin adoradores; el templo solitario y la religión, de luto. No culpemos a nadie, sino a la guerra
civil, cuya llama al ün todo lo acaba: los grandes caracteres, el valor cívico, la dignjdad personal y la con
ciencia del deber, no quedándonos como herencia de las luchas, sino pasiones, que son debilidades; debilidades, que son transacciones del momento, y un ánimo apocado
y voluble, sumiso a todo Impulso y movible a todo viento- Han desaparecido las nobles aspiraciones: la gloria
es fantasma, la buena fe humo, el buen nombre un embarazo, y se vive hoy por hoy, y cuando más, de goce* que se han de saborear al dia siguiente. Tenemos, es ver
dad, todo lo que puede tener un gran pueblo: entendi
miento precoz, espíritu fino, ingenio fácil, índole gene
rosa; pero carecemos de la sanción pública que premia
o retrae, de las costumbres severas, que hacen práctica
y respetable la moral; y sin brújula ni norte, navegamos perdidos en un mar de tempestades que se suceden y de
itl
í
C E C I L I O A C O S T A
•las que nos arrastran. [Lástima grande! Venezuela eati llamada a continuar siendo Grecia antigua de los tiempos
modernos por el espíritu y el arte, y la Roma de los Régulos, los Camilos y los Scipiones por el valor y el de
coro; pero habernos menester renunciar a la guerra que nos trae el caudillaje, conservando, cueste lo que costare,
la paz, única nodriza de las virtudes cívicas y del progre
so material.
Lo expuesto no es una queja ni una acusación, muy
lejos ello de quien quiere a su patria con delirio y la tiene sobre las niñas de sus ojos, y de quien ama a todos los venezolanos, sin exceptuar uno, como a hermanos, hijos de una familia común; ha sido únicamente el de
seo de buscar un grande estinjulo para despertar nues
tra desidia. En esa tumba tenemos mucho que aprender; los días del sepultado en ella han sido todos llenos, y no ha habido uno que no sea lección y enseñanza. El
nos ha mostrado que se sirve a la República siendo sier
vo de la ley, que se sirve a la sociedad siendo observador de sus reglas, y que el mejor ciudadano no es el que gri
ta y engaña, sino el que comprende sus deberes y los cumple. Vivió cultivando los estudios útiles, en los cuales dló muestras de asiduo celo y talento claro; siendo
las delicias de la amistad, que sabía cultivar con exquisita
delicadeza; derramando bienes a los pobres, de quienes
siempre fué ayuda, y buscando alegrías para su hogar, que era para él su único deleite.
Toco aquí con la familia, y retiro ya mi palabra, que no tiene aliento para continuar. Comprendo esos dolores,
y cuál estará la desolada viuda y las interesantes hijas. Aquella voz ya no se oye, ni aquella mano agasaja, ni aquella bendición se recibe.
Aquí entra ya la religión de los misterios. Bendito sea el nombre y las obras del Señor. El es quien teje y desteje esta tela de la vida, de esta vida que no es nuestra
18«
D O C T R I N A
y la llamamos propiedad, qua es como las sombras de lai nubes que pasan, y la creemos duradera. A la orilla de la
tumba es qua uno ve claro a Dios y que las lágrimas se
secan; y si no se secan, sirven para ver al través de ellas, que la muerte no es sino un tránsito, y la vida eterna la
vida verdadera.Yo no sé lo que siento, pero estoy muy conmovido de
lo que sucede, y mientras lo grande sea grande y las virtudes se estimen como dignas, el nombre de Luis S a ñ o j o
resplandecerá en la Patria con luces inmortales.
DISCURSO PRONUNCIAIIOANTE EL FERETRO DEL JOVEN CORONEL MANUEL
HERNANDEZ MA1IR\L. EL 2« UE JUNIO UE 1863 (I)
Hagamos el silencio del dolor alrededor del silencio de la tumba. El dolor tiene sus momentos solemnes, las lágrimas sus días de magnificencia-
Aquí, en este lugar, en esta portada de lo infinito, está Dios, que casi veo; y en su presencia es menester decir
la verdad.
Esos restos helados que acabamos de conducir a la última morada, fueron ayer no más un mancebo gentil que
vivió sólo la mañana de su vida, recorrió completa la
extensión de sus deberes, hizo voto de ellos a la patria,
y murió por ella, proclamando la práctica honrada del sistema, y la unión cordial de los hermanos. Yo le vi
caer: parecíame ver a la Libertad recogiendo su san
gre en urnas de oro. Le mataron indigna, muy indigna
mente. Siquiera sus años, tan cortos; siquiera sus propó
sitos, tan elevados y nobles, debieron ser causa para ha
berle respetado. ¿A quién había ofendido? Estaba nue- vecito en el mundo; su palabra era miel, su trato víncu
lo, su corazón amor.El sacrificio, con todo, fué necesario, y necesario m o
rir. Pero él murió con gloria. La gloria de las guerras cl-
(1) Fué herido «1 23 del m isino m u m el asalto y tama de Caraca«.
1«6
» ¡ ¡ C I L I O A C O S T A
viles no consiste en vencer, sino en redimir. El brazo que dirigió la bala homicida, tal vez ignoraba que era por al,
el verdugo, esbirro de siempre o tirano de un dia, para
rescatarlo y salvarlo a él mismo el día siguiente, por quien
iba a derramar su sangre el niño generoso.Permitidme estas palabras que van ahogadas en lágri
mas. Ante los misterios del sepulcro, el llanto es, asi como homenaje, desahogo, consuelo.
Y bien, señores, ¿Dónde está la corona que debe ser tributo del mártir? He dicho mal: en lugar de una, debe haber dos coronas: la una, de siemprevivas, tejida por la
Gloria: la otra, de ciprés y amarga adelfa, tejida por la familia y por nosotros.
En este momento me acuerdo de la madre, de la afligida m^dre, que está que parte el alma verla. El hijo no está ya donde solía, ni volverá a estar más nunca. La
madre le busca ansiosa por todas partes, pero le busca en vano. Va a su estancia, y no está alli; tienta el lecho mortuorio y no hay calor, está frío; va a encontrarle a la puerta de la calle, y él no llega: da gritos llamándole,
desesperada, y no responde...No prosigo: mi conmoción es extrema. Toco, además,
el enigma de la vida, que sólo sabe desatar la Providen
cia- Ante sus decretos inescrutables, no cabe hacer otra cosa que inclinar la humilde frente. Yo inclino la mía.
Termino con la expresión de un deseo: que la familia
de la víctima vea en esta ordenación de Dios, por ser Dios, un motivo de consuelo; y con el voto que hago, voto
ferviente que me sale de lo hondo del pecho, de que esa
sangre derramada contribuya a sellar mejor y a afianzar más la alianza de los partidos.
IM
\
\
\
1) 0 C r n 1 N A P O E T I C A
L A C A S I T A B L A N C A
En un Album
¡Luzcan tus tardes de zafir y grama;Rosal disfrutes de tu mano Ingerto;
Coces, en medio a perfumado huerto.Las auras frescas de gentil mañana!
¡No Insomnios turben tu tranquilo su«A«;
No sombra empañe tus ensueños de oro,
De esos que suben hasta el almo coro,
O filtran en la sién dulce beleño!
¡Palomas bajen a picar tu suelo,
Que al lado esté de tu casita blanca,Y a poco veas que su vuelo arrancaLa turba Inquieta hacia el azul del cielo!
¡Mires cual sitio de encantada Ninfa Tersa laguna cual a veces vemos,
Y ánsares niveos de pintados remos Cortando lentos la argentada linfa!
¡Haya, no lejos, alfombrada loma,Que se alce apenas a la tierra llana,
Y allí subas a ver cada mañana,Sí el alba ríe, o cuándo el sol se asoma!
18*
a t a i L I O A O O S T A
\
1
[Haya, manto de vertí» y de rocto
En el momento en que los campos dora La pura luz de la rosada aurora;
Y en calle de naranjos que va al rlol
Y se abre al pie de la felpuda falda, Césped encuentres para muelle alfombra
Follaje rico para fresca sombra,Y fruta en que el color es de oro y gualda!
[A un lado esté la vega; el campo raso; Los ya formados surcos por la reja;El último que traza y detrás deja La tarda yunta en perezoso paso;
Y montado en el sauce culminante El canario gentil ser rey presuma,Y . ajustando la de oro regia pluma,A vista de su imperio gloria cante!
La partida de caza vocinglera La quinta deje al despuntar el día;Agil salga y festiva la jauría,
Atraviese del valle a la ladera,
Recorra sin ser vista la cañada,
Y tras de tramontar los altos cerros, Saltando observes los pintados perro».
Entre alegres ladridos, la quebrada;
¡Y después de subir agrio repecho,
De la cima en los altos miradores,Divisen los cansados cazadores Alzarse el humo del pajizo techo!
¡Al terminar el día, el afán duro
Del campo cese, que el vigor enerva;
Llegue buscando la feliz caterva Descanso en el hogar libre y seguro!
\
D O C T X l N Á
|La parda luz de la tranquila tard*
Apague de la noche al fin el velo;A poco luzca en el remoto cielo
De las estrellas el vistoso alarde;
Y mientras el aura entre las hojas su*na,
Haya para el placer bebida helada,En barros de primor blanca cuajada,
Y en medio a bromas mil rústica cenal
I Cerca esté del cortijo la vacada Que a las veces se sienta estar bramando,
Y al tiempo del ordeño, en eco blando,
Se queje la paloma en la hondonada!
[Venga en totuma con su pie de plat»La blanca leche a rebosar la artesa,Que el aire luego con su soplo espesa, Temblar haciendo la movible natal
¡Que el ave matinal tus pasos siga,
Vuele confiada a tu graciosa mano,
Y allí pique atrevida el rubio grano Que tú propia tomaste de la espiga!
¡Que tengas frutas que en sazón maduren,
Y vayas con tu cesta a recogerlas;Que tengas fuentes que salpiquen perlas; Que tengas auras que al pasar murmuren!
¡Murmuren cantos bellos, celestiales,Que sirvan a borrar fieras congojas,De ésos que forman al temblar las hojas,
O el arroyo al mover de sus cristales 1
¡Ante el altar que en sacras llamas arde,
Por ti tu madre su oración eleve,
Que grato Dios hasta su trono lleve,
Y El mismo en urna misteriosa guarde!
191
C K 9 1 L 1 9 A C O S T A
¡No la mía separes de tu historia; No mis deseos más te sean Ignotos; No olvides nunca mis fervientes votos, Ni me apartes Jamás de tu memoria!
102
M A D R I G A L
El roko hecho por DeliaDedicado a m i am igo el tañar
Gabriel jotí de A ramburu
Echó de menos la aurora Una vez su luz que dora,
Y como día tras día
Pálida siempre salla,
Dando quejas lastimosas,Lloró perdidas sus rosas,
Y en encontrarlas se aferra
Corriendo cielos y tierra...Delia, ya sé que es robado
El esplendor con que brillas,
Y que la aurora ha encontrad» Sus rosas en tus mejillas.
193
E P I T A F I O
Sobre la tumba de una niña
Lindísimo botón, partido en dos,
Hojas dió al mundo y el perfuma a Dios.
1*4
CARTA EN VERSO, DE D. MIGUEL ANTONIO CARO
A D Cecilio Acosta ( * )
Fuerza es que por ti, Cecilio, Yo otra vez la lira pulse,Y en ella apropiados sones
Mi agradecimiento busque;
Y ruegue a musas ya esquivas Que un último don no excusen,Y esta voz que entre civiles
Luchas se enronquece, endulcen,
Porque al tuyo generoso Eternas gracias tribute
M i afecto reconocido,
Cual a hidalgos pechos cumple.
Cuerdas de oro no les pido
Ni tonos que altos se encumbren, Sino frases verdaderas
Del alma, que otra alma escuche.
(*) Publicase esta eftrtft de D . Miguel Antonio Caro en e»1e lugar, como antecedente necesario a la contestación que obture d e C e c ilio A co st a .
1»3
C E C I L I O A C O S T A
Yo he visto ingenios sublimes
Que al cielo Inspirados suben,
O que en mitad de la vida En la eternidad se hunden (1);
Y dar lauro y dar afrenta
Vi a su omnipotente numen.Que ya el mérito, ya el crimen,O solemniza, o confunde.
Tú a castigar no enseñado,
Sólo de hacer bien presumes;
Y es gloria todo ese manto Con que a tus hermanos cubnes.
Ni sólo en amigas alas Alzas mi nombre a las nubes; Mas, cual la luz a las cosas,
M e das colores y lustre.
Ni te basta, dadivoso,Que asiento a tu lado ocupe,
Y haces también que cual propias
Brillen en mí tus virtudes.
¡Cuánto de Dios es Imagen
El que, cual tú, de hacer guste
Merced, por el bien que cede,
No porque en su bien redunde!
Lo que cálculo es en otros,En ti, que honor distribuyes,Es caritativo empeño,Es generosa costumbre.
(t) A las ita » Miju»! Angel y al Dante.
D O C T R I N A
Madre, esposa, hermanos,' cuantes Seres queridos reúne M i hogar, te aman y conocen;
Siempre a su memoria acudes,
Asi de lejos te miran,Cual contempla errante buque
Una estrella protectora En los espacios azules.
Como a amigo te bendicen,Cuya noble imagen bulle
En el pecho del que exclama:
“ ¡Grande honra! ¡Huésped le tuve!” (*).
i Oh!, si de estos corazones El común voto se cumple,
Cual hoy en bondad y en fama,No habrá en dicha quien te emule!
M. A- C ar».
Bogotá, 1873.
(*) Alud* «1 r tlra t» de Chctu* Ac»sia , qu« ést» «avié «1 •u to r dal romance.
197
CONTESTACION A MI DISTINGUIDO AMIGO
Y COLEGA
Sr. D . Miguel Antonio CaroBogotá.
Emulan en la tu amiga
Carta escrita en fácil verso, El lenguaje por lo puro,
El estilo por lo bello.
Y ésa, en ti de alto linaje,
Gentileza en sentimientos,
Que jamás mintió tu pluma, Ni tuvo ocultos tu pecho.
Te prodigas tanto en donesY eres conmigo tan bueno,
Que tu alto numen abates Por levantarme del suelo;
Y tras esto, generoso,
Finges dotes que no tengo,Y te despojas, por darme,
De las flores de tu ingenio.
19S-
D O C T R I N A
¿A qué, Miguel, me rtgala»
Elogios que no merezco,
Y tu caudal desperdicias En tan humilde sujeto?
¿Cómo quitarte coronas
Que están tu frente ciñende, Para ceñirme la mía,
Extraña a lauros y premio»?
¿Qué yo a ti, sino ur oscura Amigo que debe al Cielo,Por toda fama el olvido,
Por todo ruido el silencio?
|Si vinieras a mi casal
Y a no hay el antiguo huert»; Los árboles que en él puse,
Están marchitos o secos;
Y los que allí revolaban
Libres, pájaros parleros,Se han ido, huyendo a los mió»,
E n pos de valles ajenos.
Sin simiente están mis campo»
Que alguna vez florecieron,
Y sin mosto mis lagares,
Y sin granos mis graneros;
Ni atraviesan mis dehesas,
Pastando, greyes sin cuento,
Ni se ven en mi majada Blanca leche y blanco queso.
Ni, ansiosa más mi jauría, Llega a avisarme hasta el lech*,
Que el tiempo de caza anuncia De la mañana el lucero.
199
C t C l L l » A C O S T A
Ni en mis Jardines hay Aeres, Ni follaje en mis almendros,Ni acuden ya los canarios A cantar bajo mi techo;
Ni en mi vida rica pompa,
Ni hay en mi sala festejos,
Ni turba de aduladores Que venga tras el señuelo.
Pero pobre esté o aislado,Con mi suerte estoy contento:M e basta como tesoro.Si hago el bien y a nadie ofendo;
Que aquél sólo en su alma goza
Y tranquilo tiene el sueño,Que a Dios pide, y su ventura De Dios es que aguarda luego.
Tú sí, Miguel, a quien toca Don divino en privilegio,Y al renombre destinado Estás por querer del Cielo;
Tú, que en lucíferas alas,
Sin afán cruzas ni esfuerzo El espacio, arrebatado De tu poderoso estro,
Y en lo pasado estudiando Lecciones que enseña el tiempo, Sazonas en tus escritos Doctrina para los pueblos;
Tú, alumno de ciencias y artes,Y en todas ellas primero,
En la pluma soberano,Y en las virtudes modelo;
SM
D O C T R I N A
Tú, si, naciste a la gloria,Y tener puedes por cierto,
Que ya en tus obras alcanzas Nombre claro y lauro eterno.
Así lo dice la fama,Asi lo siente mi pecho;
Con lo cual te dejo, amiga,
La guirnalda de mi afecto.
Caracas, 18 de abril de 1874.
201
. v • • : ;■ i• ' ** * f w •■ •-
A E L L A
Para un Album
Te vi una vez en tu Jardín, hermosa, Reinando en medio de glorieta umbría
Que dosel de esmeraldas parecía:Si era cielo el jardín, tú eras la diosa.
Te vi después en la heredad no inculta,
En pos seguida de femíneo bando,Con leve pie pisar el céspesd blando.Que el ojo ve, pero la fimbria oculta.
De flores llena la graciosa falda,De donaire gentil el movimiento,
Flotábate a merced del vago viento
La negra cabellera por la espalda;
Y usando los encantos triunfadores Que a las grandes beldades Dios reserva. Ibas delante en la jovial caterva
Gracias sembrando y recogiendo amores.
Te pareció el jardín tan deleitable,
Tantas sendas cruzar todos te vieron,
Que, por correr, tus flores se cayeron,
[Ejemplo triste de la suerte inestable!
252
D O C T R I N A
Mas las quo tu vergel por gala lleva Son mil y mil, y pronto en la enramada
Te vi, de otras distintas adornada,Como en su Edén la encantadora Eva-
De hermosura ostentabas tal modelo,Que, al nacer sin nublados, la mañana
Por tu lindo color diera su grana,Y un querubín, si lo tuviera, un cielo.
M e acerqué a ti con la ambición más loca De verte cerca y como amigo hablarte;
Mas me faltó para alcanzarlo el arte, Ardiente el corazón, muda la boca;
Que habla digna de ti sólo sería La que explicase el modo en que atesora El alba perlas, o carmín la aurora,
O dijese el lugar do nace, el día;
Qué piensa un ángel cuando acaso sueña
En su almo cielo de color de armiño;Qué entre los brazos de su madre un niño,
O la flor solitaria entre la breña.
Nada pude lograr, por más que altiva
Se alzó mi mente en su ambicioso vuelo.Tú te quedaste en tu brillante cielo,Y yo otra vez en mi humildad nativa.
203
EPIGRAMAA
Cen motivo de haber dicho que era un mamarracho un
proyecto de Banco Agrícola hecho por Cecilio Acosta y aprobado por el comercio
Harto de cebollas y ajos,
Después de muchos trabajos,
Una vez un aldeano
Alcanzó a Ber ciudadano;Hasta a hacer real llegó el zote,Con lo cual se hizo un Quijote;
Algo más, llegó a ser mono
De lo que él creyó buen tono;
Y como el muy importuno Oyese una vez a uno
Decir mamarracho a algo,
Se le quedó al nuevo hidalgo
El vocablo tan impreso,Y tan lleno de él el seso,
Que a cada rato, a porfía,Por cuanta cosa veía,Rebuznaba siempre el macho:
“Eso es sólo un mamarracho
204
E P I L O G O
CECILIO ACOSTA
Y a está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fué cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos la
bios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y
yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fué siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al
mal rebelde. H a muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes natura
lezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!
Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fué casa; su patria, aposento; la historia, madre; y los hombres, hermanos, y
sus dolores, cosas de familia, que le piden llanto. El lo
dió a mares. Todo el que posee en demasía una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los que no la po
seen; y se le tenía a mal que amase tanto. En cosas de
cariño, su culpa era el exceso. Una frase suya da idea de su modo de querer: “oprimir a agasajos”. El, que
pensaba como profeta, amaba como mujer. Quien ge da a los hombres, es devorado por ellos, y él se dió entero; pero es ley maravillosa de la naturaleza que sólo este
completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida
hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa en bien de
los demás la nuestra. Negó muchas veces su defensa a
los poderosos; no a los tristes. A sus ojos, el más débil era ol más amable. Y el necesitado era su dueño. Cuan-
207
C E C I L I O A C O S T A
do tenia que dar, lo daba todo; y cuando nada ya tenia, daba amor y libros. ¡Cuánta memoria famosa de altos cuerpos del Estado pasa como de otro, y es memoria suya! ¡Cuánta carta elegante, en latín fresco, al
Pontífice de Roma, y son sus cartas! ¡Cuánto menudo artículo, regalo de los ojos, pan de mente, que aparecen como de manos de estudiantes, en los periódicos
que éstos dan al viento, y son de aquel varón sufrido, que se los dictaba sonriendo, sin violencia ni cansancio,
ocultándose para hacer el bien, y el mayor de los bienes, en la sombra! ¡Qué entendimiento de coloso!, ¡qué
pluma de oro y seda!, y ¡qué alma de paloma!
El no era como los que leen un libro, entrevén por
los huecos de la letra el espíritu que lo fecunda y lo
dejan que vuele, para hacer lugar a otro, como si no hubiese a la vez en su cerebro capacidad más que para
una sola ave. Cecilio volvía el libro al amigo y se quedaba con él dentro de sí; y lo hojeaba luego diestramente, con seguridad y memoria prodigiosas. Ni perga
minos, ni elzevires, ni incunables, ni ediciones esmera
das, ni ediciones príncipes veianse en su tomo; ni Be
velan, ni las tenía. Allá en un rincón de su alcoba hú
meda, se enseñaban, como auxiliadores de memoria, vo
luminosos diccionarios: mas todo estaba en él. Era Sú
mente como ordenada y vasta librería, donde estuvieran por clases los asuntos, y en anaquel fijo los libros, y a la mano la página precisa: por lo que podía decir su
hermano, el fiel Don Pablo, que no bien se le pregunta
ba de algo grave, se detenía un instante, como si pa
sease por los departamentos y galerías de su cerebro, y recogiese de ellos lo que hacia al sujeto, y luego, a modo de caudaloso río de ciencia, vertiese con asombro del concurso límpidas e inexhaustas enseñanzas.
Todo pensador enérgico se sorprenderá, y quedará cau
tivo y afligido, viendo en las obras de Acosta b u s mismos
osados pensamientos. Dado a pensar en algo, lo ahonda,
percibe y acapara todo. Ve lo suyo y lo ajeno, como si lo viera de montaña. Está seguro de su amor a los hom
208
D O C T R I N A
bres, y habla como padre. Su tono es familiar, aun cuando trate de los más altos asuntos en los senados más al
tos. Unos perciben la composición del detalle, y son los
que analizan, y como los soldados de la inteligencia; y
otros descubren la ley del grupo, y son los que sintetizan,
y como los legisladores de la mente. El desataba y ataba. Era muy elevado su entendimiento para que se lo ofus
cara el detalle nimio, y muy profundo para que se exi
miera de un minucioso análisis. Su amor a las leyes generales, y su perspicacia asombrosa para asirlas, no
mermaron su potencia de escrutación de los sucesos,
que son como las raíces de las leyes, sin conocer los cuales no se ha de entrar a legislar, por cuanto pueden col
garse de las ramas frutos de tanta pesadumbre que, por no tener raiz que los sustente, den con el árbol en tierra-
Todo le atrae, y nada le ciega. La antigüedad le enamora, y él se da a ella como a madre; y como padre de familia nueva, al porvenir. En él no riñen la odre clá
sica y el mosto nuevo, sino que, para hacer mejor el
vino, lo echa a bullir con la sustancia de la vieja cepa
Sus resúmenes de pueblos muertos son nueces sólidas, cargadas de las semillas de los nuevos. Nadie ha sido
más dueño del pasado; ni nadie— ¡singular energía, a
muy pocos dada!— ha sabido libertarse mejor de sus
enervadoras seducciones. “La antigüedad es un monumento, no una regla: estudia mal quien no estudia el porvenir.” Suyo es el arte, en que a ninguno cede, de
las concreciones rigurosas. El exprime un reinado en
una frase, y es su esencia; él resume una época en palabras, y es su epitafio; él desentraña un libro antiguo,
y da en la entraña. D a cuenta del estado de estos pue
blos con una sola frase: “en pueblos como los nuestros, que todavía más que dan, reciben los impulsos ajenos”
Sus juicios de lo pasado son códigos de lo futuro. Su
ciencia histórica aprovecha, porque presenta de bulto y con perspectiva los sucesos, y cada siglo trae de la mano sus lecciones. El conoce las visceras, y alimentos,
y funciones de los pueblos antiguos, y la plaza en que se
301
u
C E C I L I O A C O S T A
reunían, y el artífice que la pobló de estatuas, y la ra
zón de hacer fortaleza del palacio, y el temple y resistencia de las armas. Es a la par historiador y apóstol,
con lo que templa el fuego de la profecía con la tibieza
de la historia, y anima con su fe en lo que ha de ser la narración de lo que ha sido. D a aire de presente, como estaba todo en su espiritu, a lo antiguo. Era de esos que
han recabado para sí úna gran suma de vida universal, y lo saben todo, porque ellos mismos son resúmenes del universo en que se agitan, como es en pequeño todo pe
queño hombre. Era de los que quedan despiertos cuando
todo se reclina, a dormir sobre la tierra.
Sabe del Fuero Aníano como del código Napoleónico;
y por qué ardió Safo, y por qué consoló Bello. Chindas-
vinto le fué tan familiar como Cambacéres; en su mente andaban a la par el Código Hermogeniano, los Espe
jos de Suavia y el proyecto de Goyena. Subía con Mo-
ratin aquella alegre casa de Francisca, en la clásica calle de Hortaleza; y de tal modo conocía las tiendas
celtas, que no salieran, mejor que de su pluma, de los pinceles concienzudos del recio Alma Tadema. Aquel
creyente cándido era en verdad un hombre poderoso.
■ Qué leer! Así ha vivido; de los libros hizo esposa,
hacienda e hijos. Ideas: ¿qué mejores criaturas? Cien
cia: ¿qué dama más leal, ni más prolifica? Si le encendían anhelos amorosos, como que se entristecía de la soledad de sus volúmenes, y volvía a ellos con ahínco, porque le perdonasen aquella ausencia breve. Andaba
en trece años y ya había comentado, en numerosos cua
dernillos, una obra en boga entonces: Los eruditos a la violeta. Seminarista luego, cuatro años más tarde, esta
bleció entre sus compañeros clases de Gramática, de Li
teratura, de Poética, de Métrica. Se aplicaba a las cien
cias: sobresalía en ellas; el ilustre Cajigal le da sus libros, y él bebe ansiosamente en aquellas fuentes de la
vida física, y logra un titulo de agrimensor. La Iglesia le cautiva, y aquellos serenos días, luego perdidos, de
sacrificio y mansedumbre; y lee con avaricia al elegan-
210
D O C T R I N A
te Basilio, al grave Gregorio, al desenfadado Agustín, al osado Tomás, al tremendo Bernardo, al mezquino
Sánchez; bebe vida espiritual a grandes sorbos. Tiene el
talento práctico como gradas o peldaños, y hay un ta-
lentillo que consiste en irse haciendo de dineros para la vejez, por más que aquí la limpieza sufra, y más allá la
vergüenza se oscurezca; y hay otro, de más alta valía, que estriba en conocer y publicar las grandes leyes que
han de torcer el rumbo de los pueblos, en su honra y beneficio. El que es práctico así, por serlo mucho en bien
de los demás, no lo es nada en bien propio. Era, pues, Cecilio Acosta, ¡quién lo dijera, que lo vió vivir y mo
rir!, un grande hombre práctico. Se dió, por tanto, al estudio del Derecho, que asegura a los pueblos y refrena a los hombres. Inextinguible amor de belleza consumía
su alma, y fué la pura forma su Julieta, y ha muerto el gran desventurado trovando amor al pie de sus balcones. ¡Qué leer! Así los pensamientos, mal hallados con ser tantos y tales en cárcel tan estrecha, como que em
pujaban su frente desde adentro, y la daban aquel aire de cimbria.
Nleremberg vivió enamorado de Quevedo, y Cecilio
Acosta enamorado de Nleremberg. El Teatro de la Elocuencia. de Capmany, le servia muchas veces de almo
hada. Desdeñaba al lujoso Solis y al revuelto Góngora, y le prendaba Moratín, como él, encogido de carácter, y
como él, terso en el habla y límpido. Jovellanos le saca
ventaja en sus artes de vida, y en el empuje humano
con que ponía en práctica sus pensamientos; pero Acos
ta, que no le dejaba de la mano, le vence en castidad y galanura, y en lo profundo y vario de su ciencia. Lee
ávido a Mariana, enardecido a Hernán Pérez, respetuo
so a Hurtado de Mendoza. Ante Calderón se postra. No
halla rival para Gallegos, y le seducen y le encienden en amores la rica lengua, salpicada de sales, de Sevilla,
y el modo ingenuo y el divino hechizo de los dos m ansos Luises, tan sanos y tan tiernos.
Familiar le era Virgilio, y la flautilla de caña, y Cory-
a a
C E C I L I O A C O S T A
don, y Acates; él supo la manera con que Horacio llama a Telephus, o celebra a Lydia, o invita a Leuconoe a beber de su mejor1, vino y a encerrar sus esperanzas de
ventura en limites estrechos. Le deleitaba Propercio, por
elegante; huía de Séneca, por frío; le arrebataba y le henchía de entusiasmo Cicerón. Hablaba un latín puro,
rico y agraciado: no el del Foro del ¡Imperio, sino el dei Senado de la República; no el de la casa de Claudio,
sino el de la de Mecenas. Huele a mirra y a leche aquel
lenguaje, y a tomillo y verbena.
Si dejaba las Empresas de Saavedra, o las Obras v
Días, o El sí de las niñas, era para hojear a Vattel, releer el libro de Segur, reposar en Los Tristes de Ovidio,
pensar, con los ojos bajos y la mente alta, en las ver
dades de Keplero, y asistir al desenvolvimiento de las leyes, de Carlomagno a Thibadiau, de Papiniano a Hei-
neccio, de Nágera a las Indias.
Las edades llegaron a estar de pie, y vivas, con sus propios colores y especiales arreos, en su cerebro; asi, él miraba en si, y como que las veía Íntegramente, y
cada una en su puesto, y no confundidas, como confunde el saber ligero, con las otras— hojear sus juicios es hojear los siglos— . Era de los que hacen proceso a las
épocas, y fallan en justicia. El ve a los siglos como los
ve Weber; no en sus batallas, ni luchas de clérigos v
reyes, ni dominios y muertes, sino parejos y enteros, por todos sus lados, en sus sucesos de guerra y de paz, de
poesia y de ciencia, de artes y costumbres; él toma to
das las historias en su cuna y las desenvuelve paralelamente; él estudia a Alejandro y Aristóteles, a Pericles y a Sócrates, a Vespasiano y a Plinio, a Verclngétorix
y a Velleda, a Augusto y a Horacio, a Julio II y a Buonarroti, a Elizabeth y a Bacón, a Luis X I y a Frollo, a Felipe y a Quevedo, al Rey Sol y a Lebrún, a Luis X V I
y a Nécker, a Wàshington y a Franklin, a Hayes y a
Eddison. Lee de mañana las Ripuarias, y escribe de tar
de los estatutos de un Montepío; deja las Capitulares de
Carlomagno, hace un epitafio en latin a su madre ama-
D O C T R I N A
disima, saborea una página de Diego de Valera, dedica
en prenda de gracias una carta excelente a la memoria de Ochoa, a Campoamor y a Cueto, y antes de que cierre la noche— que él no consagró nunca a lecturas— echa
las bases de un banco, o busca el modo de dar rieles a un camino férreo.
Son Ion tiempos como revueltas sementeras, donde
han abierto surco, y regado sangre, y echado semillas,
ignorados y oscuros labriegos; y después vienen grandes segadores, que miden todo el campo de una ojeada, empuñan hoz cortante, siegan de un solo vuelo la mies
rica, y la ofrecen en bandejas de libros a los que afilan
en los bancos de la escuela la cuchilla para la siembra
venidera. Así Cecilio. El fué un abarcador ,y un juzga
dor. Como que los hombres comisionan, sin saberlo ellos
mismo*, a alguno de entre ellos para que se detenga en el camino que no cesa, y mire hacia atrás, para decirle» cómo han de ir hacia adelante; y los dejan allí en alto, sobre el monte de los muertos, a dar juicio; mas, ¡ay!,
que a esos veedores acontece que los hombres ingratos,
atareados como abejas en su faena de acaparar fortuna,
van ya lejos, muy lejos, cuando aquel a quien encarga
ron de su beneficio, y dejaron atrás en el camino, le* habla con alarmas y gemidos, y voz do época. Pasa da
esta manera a los herreros, que asordados por el ruido
de sus yunques, no oyen las tempestades de la villa; ni los humanos, turbados por las hambres del presente, es
cuchan los acentos que por boca de hijos inspirado« echa
delante de sí lo por venir.
Lo que supo, pasma. Quería hacer la América próspera y no enteca; dueña de sus destinos, y no atada,
como reo antiguo, a la cola de los caballos europeo*. Quería descuajar las Universidades, y deshelar la cien
cia, y hacer entrar en ella savia nueva: en Aristóteles,
Huxley; en Ulpíano, Horace Creeley y Amasa Wallcer;
del derecho, “ lo práctico.y tangible” : las reala* inter
nacionales, que son la paz, “la paz, única condición f único camino para el adelanto de los pueblos” ; la Im-
119
«
C E C I L I O A C O S T A
nomfa Política, que tiende a abaratar frutos de afuera, y a enviar afuera en buenas condiciones los de adentro-
Anhelaba que cada uno fuese autor de sí, no hormiga
de oficina, ni momia de biblioteca, ni máquina de inte
rés ajeno: “el progreso es una ley individual, no ley de
los Gobiernos” : “la vida es obra”. Cerrarse a la ola nueva por espíritu de raza,( o soberbia de tradición, o hábitos de casta, le parecía crimen público. Abrirse, labrar
juntos, llamar a la tierra, amarse: he aquí la faena: “el principio liberal, el único que puede organizar las so
ciedades modernas y asentarlas en su caja” . Tiene visiones plácidas, en siglos venideros, y se inunda de san
to regocijo: “La conciencia humana es tribunal; la jus
ticia, código; la libertad triunfa; el espíritu reina."
Simplifica, por eso ahonda: “La historia es el sér interior representado” . Para él es usual lo grandioso, m a
nuable lo difícil, y lo profundo transparente. Habla en pro de los hombres, y arremete contra estos brahmanes
modernos y magos graves que guardan para si la mag
na ciencia; él no quiere montañas que absorban los llanos, necesarios al cultivo; él quiere que los llanos suban,
con el descuaje y nivelación de las montañas. U n grande hombre entre ignorantes sólo aprovecha a si mismo:
“Los medios de ilustración no deben amontonarse en las nubes, sino bajar, como la lluvia, a humedecer todos los
campos.” “La luz que aprovecha más a una nación no
es la que se concentra, sino la que se difunde.” Quiere
a los americanos enteros: “La República no consiste en
abatir, sino en exaltar los caracteres para la virtud.”
Mas no quiere que se hable con aspereza a los que sufren: “Hay ciertos padecimientos, mayormente los de
familia, que deben tratarse con blandura.” De América
nadie ha dicho más: “pisan las bestias oro, y es pan todo lo que se toca con las manos” . NI de Bolívar: “la
cabeza de los milagros y la lengua de las maravillas” .
NI del cristianismo: “el cristianismo es grande, porque
es una preparación para la muerte” . Y está completo, con su generosa bravura, amor de lo venidero y forma
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- • - .
d o c t r i n a
desembarazada y elegante, en este reto noble: “Y 6l han
de sobrevenir decires, hablillas y calificaciones, más consolador es que le pongan a uno del lado de la electrici
dad y el fósforo, que del lado del jumento, aunque tenga buena albarda, el pedernal y el morrión”.
Más que del Derecho Civil, personal y sencillo, gusta
ba del derecho de las naciones, general y grandioso.
Como la pena Injusta le exaspera, se da al estudio asi
duo del Derecho Penal, para hacer bien. Suavizar: he
aquí para él el modo de regir. Filangierl le agrada; con Rceder medita- Lee en latín a Leibnitz, en alemán a
Seesbohm, en Inglés a Wheaton, en francés a Cheva-
lier; a Camazza Amari en italiano, a Pinhelro Ferreyra en portugués. Asiste a las lecciones de Blüntschlí en Heidelberg, y en Basllea a las de Feichman. Con Heffter
busca causas; con Wheaton Junta hechos, con Calvo colecciona las reglas afirmadas por los escritores; con
Bello, acendra su Juicio; con todos, suspira por el so
siego y paz del universo. Aplaude con intimo júbilo los
esfuerzos de Cobden, y Manclni, y Van Eck, y Bredlno por codificar el Derecho de Gentes. Dondequiera que se pida la paz, está él pidiendo. El pone mente y pluma al
servicio de esta alta labor. Hay en Filadelfla una liga para la paz universal, y él la estudia anhelante, y la
Liga Cósmica de Roma, y la de Paz y Libertad de Ginebra, y el Comité de Amigos de la Paz, donde habla
Stürm. El piensa, en aborrecimiento de la sangre, que
con tal de que ésta no sea vertida, sino guardada a dar
nos fuerza para ir descubriéndonos a nosotros mismos
— lo que urge, y contra lo cual nos empeñamos— , buenos fueran los Congresos anuales de Lorimer, o el superior
de Hegel, o el Areópago de Blilntschli. En 1873 escucha
ansioso las solemnes voces de Calvo, Pierantonl, Lori
mer, Mancini, Juntos para pensar en la manera de ir arrancando cantidad de fiera al hombre; icuán bien hu
biera estado Cecilio Acosta entre ellos! De estos proble
mas, todos los cuenta como suyos, y se mueve en ellos, y en sus menores detalles, con singular holgura. De te
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C E C I L I O A C O S T A
légrafos, de correos, de sistema métrico, de ambulancias
de propiedad privada; de tanto sabe, y en todo da ati
nado parecer, y voto propio. En espíritu asiste a los
Congresos donde tales asuntos, de universal provecho, se debaten; y en el de Zurich, palpitante y celoso está, él
en mente, con el Instituto de Derecho Internacional, nacido a quebrar fusiles, amparar derechos y hacer paces.
Bien puede Cecilio hacer sus versos, de aquellos muy
galanos, y muy honrados, y muy sentidos que él hacia; que luego de pergeñar un madrigal, recortar una lira o
atildar un serventesio, abre a Lastarria, relee a Bello,
estudia a Arosemene. La belleza es su premio y su re
poso; mas la fuerza, su empleo.
Y ¡cómo alternaba Acosta estas tareas, y de lo sencillo sacaba vigor para lo enérgico! ¡Cómo, en vez de dar
se al culto seco de un aspecto del hombre, ni agigantaba su razón a expensas del sentimiento, ni hinchaba éste
con peligro de aquélla, sino que con las lágrimas gene
rosas que las desventuras de los poetas o de sus seres
ficticios le arrancaban, suavizaba los recios pergaminos
en que escribe al derecho sus anales! Y a se erguia con Esquilo y braceaba como Prometeo para estrujar al bui
tre; ya lloraba con Shakespeare, y vela su alcoba sembrada de las flores de la triste Ofelia; ya se vela cubier
to de lepra como Job, y se apretaba la cintura, porque
su cuerpo, como junco que derriba el viento fuerte, era caverna estrecha para eco de la voz de Dios, que se
sienta en la tormenta, le conoce y le habla; ya le exalta
y acalora Víctor Hugo, que renueva aquella lengua en
cendida y terrible que habló Jehová al hijo de Edom.
Esta lectura varia y copiosísima; aquel mirar de fren
te, y con ojos propios, en la naturaleza, que todo lo enseña; aquel rehuir el juicio ajeno, en cuanto no estu
viese confirmado en la comparación del objeto juzgad«
con el juicio; aquella independencia provechosa, que no le hacía siervo, sino dueño; aquel beber la lengua e»
sus fuentes, y no en preceptistas autócratas ni en dic
cionarios presuntuosos, y aquella ingénita dulzura que
316
d o c t r i n a
daba a su estilo móvil y tajante todas las gracias feme
niles, fueron Juntos los elementos de la lengua rica que
habló Acosta, que parecía bálsamo, por lo que consolaba; luz, por lo que esclarecía; plegaria, por lo que se
humillaba; y ora arroyo, ora río, ora mar desbordado y opulento, reflejador de fuegos celestiales. No escribió frase que no fuese sentencia, adjetivo que no fuese resumen, opinión que no fuese texto. Se gusta como un
manjar aquel estilo; y asombra aquella naturalisima
manera de dar casa a lo absoluto, y forma visible a lo
ideal, y de hacer inocente y amable lo grande. Las palabras vulgares se embellecían en sus labios, por el modo
de emplearlas- Trozos suyos enteros parecen, sin embar
go, como flotantes, y no escritos en el papel en que se
leen, o como escritos en las nub^s, porque es fuerza subir a ellas para entenderlos; y allí están claros. Y es que quien desde ellas ve, entre ellas tiene que hablar;
hay una especie de confusión que va irrevocablemente unida, como señal de altura y fuerza, a una legítima
superioridad. Pero, ¡qué modo de vindicar, con su sencillo y amplio modo, aquellas elementales cuestiones que,
por sabidas de ellos, aunque ignoradas del vulgo que
debe saberlas, tienen ya a mrnos tratar los publicistas' Otros van por la vida a caballo, entrando por el estribo de plata la fuerte bota, cargada de ancha espuela; y él
iba a pie, como llevado de alas, defendiendo a indíge
nas, amparando a pobres, arropado en su virtud más
que en sus escasas ropas, puro como un copo de nieve,
inmaculado como vellón de cabritillo no nacido. Unos
van enseñándose, para que sepan de ellos; y él escondiéndose, para que no le vean. Su modestia no es hipó
crita, sino pudorosa; no es mucho decir que fué de vir
gen su decoro, y se erguía, cuando lo creía en riesgo, cual
virgen ofendida: “Lo que yo digo, perdura”. “Respétese
mi Juicio, porque es el que tengo de buena fe.” Su fren
te era una bóveda; sus ojos, luz ingenua; su boca, una sonrisa. Era en vano volverle y revolverle: no se velan
manchas de lodo. Descuidaba el traje externo, porqut
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C E C I L I O A C O S T A
daba todo su celo al interior; y el calor, abundancia y lujo de alma le eran más caros que el abrigo y el íausto del cuerpo. Compró su ciencia a costa de su fortuna; si
se es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser
sabio y ser rico. ¡Cuánta batalla ganada supone la ri
queza!, y ¡cuánto decoro perdido!, y ¡cuántas tristezas de la virtud, y triunfos del mal genio!, y ¡cómo, si b#
parte una moneda, se halla amargo y tenebroso, y gemidor su seno! A él le espantaban estas recias lides, re
ñidas en la sombra; deseaba la holgura, mas por cauces claros; se placia en los combates, mas no en esos de va
nidades ruines o intereses sórdidos, que espantan el alma, sino en esos torneos de inteligencia, en que ss
saca en el asta de la lanza una verdad luciente, y se la
rinde, trémulo de júbilo, debajo de los balcones de la patria! El era “hombre de discusión, no de polémica estéril y deshonrosa con quien no ama la verdad, ni lleva
puesto el manto del decoro” . Cuando imaginador, ¡qué
vario y fácil!; como que no abusaba de las imaginacio
nes, y las tomaba de la naturaleza, le sallan vivas y sólidas. Cuando enojado, ¡qué expresivo!; su enojo es dan
tesco; sano, pero fiero; no es el áspero de la ira, sino el magnánimo de la indignación. Cuanto decia en bu desagravio llevaba señalado su candor; que parecía, cuando se enojaba, como que pidiese excusa de su enojo. Y
en calma como en batalla, ¡qué abundancia!, ¡qué desborde de ideas, robustas todas!, ¡qué riqueza de palabras
galanas y macizas!, ¡qué rebose de verbos! Todo el pro
ceso de la acción está en la serie de ellos, en que siem
pre el que sigue magnifica y auxilia al que antecede.
En su estilo se ve cómo desnuda la armazón de los sucesos, y a los obreros trabajando por entre los anda-
mlos; se estima la fuerza de cada brazo, el eco de cada
golpe, la íntima causa de cada estremecimiento. A mil
ascienden las voces castizas, no contadas en los diccionarios de la Academia, que envió a ésta como en cum
plimiento de sus deberes, y en pago de los que'él tenía
por favores. Verdad que él había leído en sus letra« gó
218
D O C T R I N A
ticas La Danza de la Muerte, y huroneando en los desvanes de Villena, y decía de coro las Rosas de Juan de Tlmoneda, o el entremés de los olivos. Nunca premio íue
más justo, ni al obsequiado más grato, que ese nombra
miento de Académico con que se agasajó a Cecilio Acos-
ta- Para él era la Academia como novia, y ponía en tenerla alegre su gozo y esmero; y no que, como otros, estimase que para no desmerecer de su concepto es
fuerza cohonestar los males que a la Península debemos y aún nos roen, y hacer enormes, para agradarla, beneficios efímeros, sino que, sin sacrificarle fervor americano ni verdad, quería darle lo mejor de lo suyo, porque
Juzgaba que ella le habla dado más de lo que él mere
cía, y andaba como amante casto y fino, a quien nada
parece bien para su dama. |Cuán Justo fué aquel homenaje que le tributó, con ocasión del nombramiento, la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Cara
cas! |Cuán acertadas cosas dijo en su habla excelente,
del recipiendario, el profundo Rafael Seijas! ¡Cuántos lloraron en aquella Justa y ternísima fiesta! ¡Y aquel
discurso de Cecilio, que es como un vuelo de águila por cumbres! ¡Y la procesión de elevadas gentes que le llevó coreando su nombre, hasta su angosta casa! ¡Y aquella
madreclta llena toda de lágrimas, que salió a los um
brales a abrazarle, y le dijo con voces jubilosas: “Hijo mío: he tenido quemados los santos para que te sacasen con bien de esta amargura!” Murió al fin la buena
anciana, dejando, más que huérfano, viudo al casto hijo, que en sus horas de plática o estudio, como romano en
tre sus lares, envuelto en su ancha capa, reclinado en su vetusto taburete, revolviendo, como si tejiese Ideas, sus dedos impacientes, hablaba de altas cosas, a la margen
de aquella misma mesa, con su altarcillo de hoja doble,
y el Cristo en el fondo, y ambas hojas pintadas, y la luz
entre ambas, coronando el conjunto, a este lado y aquél
de las paredes, de estampas de Jesús y de María, que fueron regocijo, fe y empleo de la noble señora, a cuya muerte, en carta que pone pasmo por lo profunda, y
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C E C I L I O A C O S T A
daba todo su celo al Interior; y el calor, abundancia y lujo de alma le eran más caros que el abrigo y el fausto
del cuerpo. Compró su ciencia a costa de sii fortuna; si
se es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y ser rico. ¡Cuánta batalla ganada supone la riqueza!, y ¡cuánto decoro perdido!, y ¡cuántas tristezas de la virtud, y triunfos del mal genio!, y ¡cómo, si bo
parte una moneda, se halla amargo y tenebroso, y gemidor su seno! A él le espantaban estas recias lides, re
ñidas en la sombra; deseaba la holgura, mas por cauces claros; se placía en los combates, mas no en esos de va
nidades ruines o intereses sórdidos, que espantan el alma, sino en esos torneos de inteligencia, en que ge
saca en el asta de la lanza una verdad luciente, y se la rinde, trémulo de Júbilo, debajo de los balcones de la patria! El era “hombre de discusión, no de polémica estéril y deshonrosa con quien no ama la verdad, ni lleva puesto el manto del decoro”. Cuando imaginador, ¡qué
vario y fácil!; como que no abusaba de las Imaginaciones, y las tomaba de la naturaleza, le sallan vivas y sólidas. Cuando enojado, ¡qué expresivo!; su enojo es dantesco; sano, pero fiero; no es el áspero de la ira, sino el
magnánimo de la indignación. Cuanto decía en 6U des
agravio llevaba señalado su candor; que parecia, cuando se enojaba, como que pidiese excusa de su enojo. Y
en calma como en batalla, ¡qué abundancia!, ¡qué desborde de ideas, robustas todas!, ¡qué riqueza de palabras
galanas y macizas!, ¡qué rebose de verbos! Todo el pro
ceso de la acción está en la serie de ellos, en que siempre el que sigue magnifica y auxilia al que antecede.
En su estilo se ve cómo desnuda la armazón de los sucesos, y a los obreros trabajando por entre los anda-
mios; se estima la fuerza de cada brazo, el eco de cada golpe, la íntima causa de cada estremecimiento. A mil
ascienden las voces castizas, no contadas en los diccionarios de la Academia, que envió a ésta como en cumplimiento de sus deberes, y en pago de los que él tenía
por favores. Verdad que él había leido en sus letras g*-
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D O C T R I N A
ticas La D a m a de la Muerte, y huroneando en los desvanes de Vlllena, y decía de coro las Rosas de Juan de Tlmoneda, o el entremés de los olivos. Nunca premio fue
más Justo, ni al obsequiado más grato, que ese nombramiento de Académico con que se agasajó a Cecilio Acos-
ta- Para él era la Academia como novia, y ponía en tenerla alegre su gozo y esmero; y no que, como otros, estimase que para no desmerecer de su concepto es
fuerza cohonestar los males que a la Península debemos
y aún nos roen, y hacer enormes, para agradarla, beneficios efímeros, sino que, sin sacrificarle fervor ameri
cano ni verdad, quería darle lo mejor de lo suyo, porque
Juzgaba que ella le habla dado más de lo que él merecía. y andaba como amante casto y fino, a quien nada
parece bien para su dama, i Cuán Justo fué aquel home
naje que le tributó, con ocasión del nombramiento, la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Cara
cas! |Cuán acertadas cosas dijo en su habla excelente, del recipiendario, el profundo Rafael Seijas! i Cuántos
lloraron en aquella Justa y ternísima fiesta! ¡Y aquel discurso de Cecilio, que es como un vuelo de águila por cumbres! |Y la procesión de elevadas gentes que le llevó
coreando su nombre, hasta su angosta casa! ¡Y aquella
madrecita llena toda de lágrimas, que salió a los um
brales a abrazarle, y le dijo con voces Jubilosas: “Hijo
mío: he tenido quemados los santos para que te sacasen con bien de esta amargura!” Murió al fin la buena
anciana, dejando, más que huérfano, viudo al casto hijo,
que en sus horas de plática o estudio, como romano en
tre sus lares, envuelto en su ancha capa, reclinado en bu
vetusto taburete, revolviendo, como si tejiese ideas, sus
dedos impacientes, hablaba de altas cosas, a la margen
de aquella misma mesa, con su altarcillo de hoja doble,
y el Cristo en el fondo, y ambas hojas pintadas, y la luz
entre ambas, coronando el conjunto, a este lado y aquél
de las paredes, de estampas de Jesús y de María, que
fueron regocijo, fe y empleo de la noble señora, a cuya muerte, en carta que pone pasmo por lo profunda, y
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C E C I L I O A C O S T A
reverencia por lo tierna, pensó cosas excelsas el buen hijo, en respuesta a otras conmovedoras que le escribió
en son de pésame Riera Aguinagalde.
No concibió cosa pequeña, ni comparación mezquina, ni oficio bajo de la mente, ni se encelaba del ajeno mé
rito, antes se daba prisa a enaltecerlo y publicarlo. A n daba buscando quien valiese, para decir por todas partes bien de él. Para Cecilio Acosta, un bravo era un Cid; un orador, un Demóstenes; un buen prelado, un San
Ambrosio. Su timidez era igual a su generosidad; era él un Padre de la Iglesia, por lo que entrañaba a ella,
sabia de sus leyes y aconsejaba a sus prohombres; y pa
recía cordero atribulado, sorprendido en la paz de la majada por voz que hiere y truena, cuando entraba por
sus puertas y rozaba los lirios de su patio con la fulgente túnica de seda, un anciano Arzobispo.
Visto de cerca, ¡era tan humilde!; sus palabras, que — con ser tantas que se rompían unas contra otras como
aguas de torrente— eran menos abundantes que sus ideas, daban a su habla apariencia de defecto físico, que le
venía de exceso, y hacía tartamudez la sobra de dicción. Aun visto de lejos, ¡era tan imponente!: su desenvoltura
y donaire cautivaban, y su visión de lo futuro entusias
maba y encendía. Consolaba el espíritu su pur»«a: seducía el oído su lenguaje: ¡qué fortuna, ser niño siendo
viejo!: ésa es la corona y la sanidad de la veje*. El tenia la precisión de la lengua inglesa, la elegancia da la
italiana, la majestad de la española. Republicano, fuA
Justo con los monarcas; americano vehementísimo, al punto de enojarse cuando se le hablaba de partir glorias
con tierras que no fuesen ésta suya de Venezuela, dibujaba con un vuelo arrogante de la pluma el paseo Imperial de Bonaparte, y vivía en la admiración ardoro««
del extraordinario Garibaldi, que sobre ser héroe, tiene
un merecimiento singular: serlo en su siglo. B1 era que
rido en todas partes, que es más que conocido, y mt«
difícil. Colombia, esa tierra de pensadores, de Acosta tem
amada, le veía con entrañable afecto, como viera al mta
130
D O C T R I N A
glorioso d« sus hijos; Perú, cuya desventura le movió a cólera santa, le leyó ansiosamente; de Buenos Aires le ▼enlan abrumadoras alabanzas. En España, como hechos
a esta« galas, saboreaban con deleite su risueño estilo
y celebraban con pomposo elogio su fecunda ciencia; el premio de Francia le venía ya por los mares; en Italia
era presidente de la Sociedad Filelénica, que U&mó estupenda a su carta última; el Congreso de Literatos le te
nía en su seno, el de Americanistas se engalanaba con su nombre: “acongojado hasta la muerte” le escribe To
rres Caicedo, porque sabe de sus males: luto previo, como
por enfermedad de padre, vistieron por Acosta los pueblos que le conocían. Y él, que sabia de artes como si
hubiera nacido en casa de pintor, y de dramas y come
dlas como si las hubiera tramado y dirigido; él que pre
veía la solución de los problemas confusos de naciones lejanas con tal soltura y fuerza que fuera natural tener
le por hijo de todas aquellas tierras, como lo era en ver
dad por el espíritu; él. que en época y límites estrechos,
ni sujetó su anhelo de sabiduría, ni entrabó o cegó su
Juicio, ni estimó el colosal oleaje humano por el especial y concreto de su pueblo, sino que echó los ojos ávidos y el alma enamorada y el pensamiento portentoso por
todo« los espacios de la tierra; él no salió jamás de su
cuita oscura, desnuda de muebles como él de vanidades,
ni dejó nunca la ciudad nativa, con cuyas albas se le
vantaba a la faena, ni la margen de este Catuche alegre, y Guaire blando, y Anauco sonoroso, gala del valle, de
la naturaleza y de su casta vida. ¡Lo vió todo en si, de
grande que era!
Este fué el hombre, en junto. Postvió y previó. Amó,
supo y creó. Limpió de obstáculos la vía. Puso luces. Vió por sí mismo. Señaló nuevos rumbos. Le sedujo lo bello: le enamoró lo perfecto; se consagró a lo útil. Habló con
«ingular maestría, gracia y decoro; pensó con singular
viveza, fuerza y justicia. Sirvió a la tierra y amó al cie
lo. Quiso a los hombres y a su honra. Se hermanó con
los pueblos y se hizo amar de ellos. Supo ciencia« y le
2a:
C E C I L I O A C O S T A
tras, gracias y artes. Pudo ser ministro de hacienda y sacerdote, académico y revolucionario, Juez de noche y
soldado de dia, establecedor de una verdad y de un ban
co de crédito. Tuvo durante su vida a su servicio una gran fuerza, que es la de los niños: su candor supremo;
y la indignación, otra gran fuerza. En suma: de pie en su época, vivió en ella, en las que le antecedieron y en las que han de sucederle. Abrió vias que habrán de se
guirse; profeta nuevo, anunció la tuerza por la virtud, y la redención por el trabajo. Su pluma, siempre verde,
como la de un ave del Paraíso, tenia reflejos de cielo y punta blanda. Si hubiera vestido manto romano, no se hubiese extrañado. Pudo pasearse, como quien pasea con
lo propio, con túnica de apóstol. Los que le vieron en vida, le veneran; los que asistieron a su muerte, se es
tremecen. Su patria, como su hija, debe estar sin con
suelo: grande ha sido la amargura de los extraños, grande ha de ser la suya. Y cuando él alzó el vuelo, tenia limpias las alas.
José Mam
322
I N D I C E
I N D I C E
Pága.Prefacio, por J. L. Bastardo ..................................... ix
D O C T R IN A D E L A S B E L L A S L E T R A S ............... 1
Discurso académico .......................... ............... 3
D O C T R IN A P O L IT IC A ................................................. 10
Deberes del patriotismo.— Discusión con Clo-
dius .................................................................. 17
Deberes del patriotismo —A Clodius .............. 25
A Jullius, salud ... 35
” ” " A Clodius .............. *7
A Clodius .............. 59
Los partidos políticos.......................... .............. 71
El Dr. D. José M .a Samper ... ......................... 85
D O C T R IN A D E L P O R V E N IR D E A M E R IC A ........ 91
Carta a D. Rufino J. Cuervo .......................... 93
Carta a D. Florencio Escardó
Págs.105
D O C T R IN A D E L A E D U C A C IO N V E N E Z O L A N A . 113
Cosas sabidas y cosas por saberse................... 114
D O C T R IN A D E L A R E F L E X IO N H IS T O R IC A . 139
Reflexiones políticas y filosóficas sobre la
historia de la sociedad desde su princi
pio hasta nosotros ..................... ............... 141
D O C T R IN A C E C IL IA N A ... ...................................... 149
Carta al Dr. 1 Riera Aguinagalde ............... 151
Los espectros que son y un espectro que va
a ser ................................................................ 159
El alba .................................................................. 173
El Nazareno de San Pablq ............................ 176
La mujer venezolana ........................................ 179
Luis Sanojo ......................................................... 181
Manuel Hernández Madriz ............................. 185
D O C T R IN A P O E T IC A .................. ............................... 187
La casita blanca ............................................... 189
Madrigal 193
Epitafio 104
Pdg»
Carta» en verso:
De D. Miguel Antonio Caro a Cecilio
A costa ................................................... 185
De Cecilio Acosta a D. Miguel Antonio
Caro .................................... .............. 198
A ella ...v ...................................... ........................................ 202
Epigrama ............................................................. 204
Ep Il o g o , por José Marti ............................................. 209
U(f.'»B3S M i l l i n ' O l i t i l i i d i incili fi» • jj
■ f * U IO T t £ C - v .N A C I O N A L C a i > a c A P»
FONDO BIBLIOGRAFICO t'SPECIAL
DE AUTORES VENEZOLANOS
IIUIOIECA MACiüiML - CARACAS
Reg/ iCías, i/-^?//i»