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r ASOCIACI ON DE OTO-RINO-LARI NGOLOGIA Sesión inaugural del Curso Ac(ldémico 1963-64 SORDOS Y DUROS DE 01DO J. ABELLÓ RosET Ilustre señor presidente de la Academia, distinguidos representantes de otras entidades médicas, señoras, queridos compañeros: Habiéndome conespondido el honor de leer el discmso inaugmal de las tareas del cmso 1964-65 de esta prestigiosa Academia, me encuentro con análogo problema que ante similar ocasión se ha planteado a otros compañeros; problema derivado de la conveniencia de desarrollar un tema relacionado con mi especialidad que, a la vez, no tenga, para un auditorio h eterogéneo, la aridez inl1erente a un tema rigurosamente científico. Con la esperanza de hermanar estos dos aspectos, he escogido el de "SORDOS Y DUROS DE O!DO", dedicado principalmente a señalar algu- nos aspectos psicológicos y sociales que se incluyen en su estudio y que, si supiera desarrollarlo con una mínima parte de la galanura merecida por este distinguido auditorio, me permitiría cohonestar la obligación de leer el discurso, con mi ferviente deseo de no fatigaries. o o o Sordo, en sentido estricto, es la persona que no oye nada, que tiene totalmente anulada la capacidad de audición, lo que no existe en realidad más que como rarísima excepción, pues la inmensa mayoría de los tenidos por tales, incluso los sordos congénitos, poseen restos auditivos y son capa- ces de percibir algunos sonidos, si éstos tienen la suficiente intensidad para alcanzar su alto umbral de excitabilidad. En el ienguaje corriente, se entiende por sordo aquel cuya audición está suficientemente limitada para q.ue sea incapaz de oír los ruidos y sonidos de intensidad COlTiente, espe- Cialmente los emitidos durante las conversaciones. . Para medir el grado de se emplean desde muy antiguo diversos lflstrumentos -además de la voz humana- , llevándose a cabo con estos el ementos la exploración llamada acumétrica. Actualmente se estudia la audición y sus trastornos utilizando un apa- r ato de funcionamiento eléctrico deno!)1inaclo audiónietro, que consiste en u na fuente sonora con la cual es posible emitir a diversas frecuencias 64 a 10.000 vibraciones dobles por segundo, que son los límites y superior que el oido humano puede percibir-, a disltmta inten- std . ad o presión auditiva, desde O a 100 decibelios, siendo el decibel la UUidad de intensidad sonora, de muy compleja fórmula matemática, que

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ASOCIACION DE OTO-RINO-LARINGOLOGIA

Sesión inaugural del Curso Ac(ldémico 1963-64

SORDOS Y DUROS DE 01DO

J. ABELLÓ RosET

Ilustre señor presidente de la Academia, distinguidos representantes de otras entidades médicas, señoras, queridos compañeros:

Habiéndome conespondido el honor de leer el discmso inaugmal de las tareas del cmso 1964-65 de esta prestigiosa Academia, me encuentro con análogo problema que ante similar ocasión se ha planteado a otros compañeros; problema derivado de la conveniencia de desarrollar un tema relacionado con mi especialidad que, a la vez, no tenga, para un auditorio heterogéneo, la aridez inl1erente a un tema rigurosamente científico.

Con la esperanza de hermanar estos dos aspectos, he escogido el de "SORDOS Y DUROS DE O!DO", dedicado principalmente a señalar algu­nos aspectos psicológicos y sociales que se incluyen en su estudio y que, si supiera desarrollarlo con una mínima parte de la galanura merecida por este distinguido auditorio, me permitiría cohonestar la obligación de leer el discurso, con mi ferviente deseo de no fatigaries.

o o o

Sordo, en sentido estricto, es la persona que no oye nada, que tiene totalmente anulada la capacidad de audición, lo que no existe en realidad más que como rarísima excepción, pues la inmensa mayoría de los tenidos por tales, incluso los sordos congénitos, poseen restos auditivos y son capa­ces de percibir algunos sonidos, si éstos tienen la suficiente intensidad para alcanzar su alto umbral de excitabilidad. En el ienguaje corriente, se entiende por sordo aquel cuya audición está suficientemente limitada para q.ue sea incapaz de oír los ruidos y sonidos de intensidad COlTiente, espe­Cialmente los emitidos durante las conversaciones. . Para medir el grado de so~;dera se emplean desde muy antiguo diversos lflstrumentos -además de la voz humana- , llevándose a cabo con estos elementos la exploración llamada acumétrica.

Actualmente se estudia la audición y sus trastornos utilizando un apa­rato de funcionamiento eléctrico deno!)1inaclo audiónietro, que consiste en una fuente sonora con la cual es posible emitir a diversas frecuencias :-de~de 64 a 10.000 vibraciones dobles por segundo, que son los límites 1~fenor y superior que el oido humano puede percibir-, a disltmta inten­std.ad o presión auditiva, desde O a 100 decibelios, siendo el decibel la UUidad de intensidad sonora, de muy compleja fórmula matemática, que

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fisiológicamente representa la mínima diferencia de intensidad de un tono dado que puede discernir un oído normal.

Esta exploración, denominada audiometria, se lleva a cabo en ambos oídos por vía aérea y por vía ósea, y los datos que con ella se obtienen se inscriben por separado en el audiograma constituido por una ficha doble -una para el oído derecho y la otra para el izquierdo-, y en cada una de ellas, los correspondientes a la vía aérea y a la vía ósea. Uniendo, por unos trazos continuos para ]a vía aérea e interrumpidos para la vía ósea, los diversos puntos obtenidos en la exploración, resultan unas líneas deno­minadas curvas de audición - aérea y ósea del oído derecho y del ·oído iz­quierdo-, en las que las abscisas representan las frecuencias, y las ordena­das, las intensidades que para cada frecuencia ha sido necesario emplear para ser empezadas a percibú· por el sujeto examinado.

La necesidad de explorar las dos vías--aérea y ósea- y obtener las curvas correspondientes es inexcusable por cuanto con la curva ósea cono­cemos el estado funcional de las vías nerviosas de la audición, desde el laberinto a los centros auditivos, y las diferencias del nivel entre ésta y la via aérea nos dan a conocer el estado de los órganos de transmisión de las ondas sonoras, desde el conducto auditivo e:x:terno al laberinto.

Estos datos que nos proporciona la audiometría y que quedan regís· trados en el audiograma nos permiten clasificar cada una de las sorderas en uno de los tres grandes grupos: De percepción, o debidas a deterioro de las formaciones nerviosas; de conclucci6n, llamadas así porque la parte afectada reside en algún ptmto del sistema de transmisión de las ondas sonoras, desde ei: pabellón al laberinto, y mixtas, en las que la pérdida auditiva se debe, en parte, a las vías de transmisión y, en parte, a las ner· viosas.

Sea cual fuere el tipo de sordera padecida, los sordos, tomando la pa· labra "sordo" con el valor antes señalado, pueden clasificarse en dos gru· pos fundamentales: el de los que nacen sordos o se vuelven sordos antes de adquirir o fijar el lenguaje, y el de los que se vuelven sordos después.

Los probi:emas planteaqos por cada uno de estos grupos son, evidente­mente, muy distintos, pero tienen una caracte.dstica común fundamenta~: la ausencia o, mejor, la marcada insuficiencia del preciado don de la audi· ción, cuya importancia para el equilibrio de la unidad psicosomática "hom· bre" resaltará claramente estudiando ]a utilidad de la audición y comparan· do sus funciones con las de los demás sentidos.

Se considera corrientemente que el hombre dispone ele cinco sent}~os: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Debería añaclírseles el sentido cenestes!CO, cuyas excitaciones no estimulan la corteza cerebral más que cuando son inadecuadas y nos advierten de algo que no funciona debidamente en nuestro organismo.

Cooperando con estas cenestesias se suma el sentido del equilibrio, de

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mecanismo muy complejo, muchos de cuyos órganos se encuentl'an en con­tacto con Jos correspondientes a la audición, intrincándose a menudo la patología de ambos.

Es fácil advertir la razón por la cual los sentidos viceral y del equilibrio no se incluyen en la enumeración corriente; sus estímulos son estrictamente propioceptivos, mientras los demás nos ponen en relación con el mundo exterior, aunque de manera muy distinta cada uno de ellos.

Así., para que el tacto, con sus variantes de calor, dolor, peso y sensa­ción táctil propiamente dicha, sea estimulado es necesario que nuestro revestimiento se ponga en contacto directo con los objetos qu.e nos rodean.

Los sentidos del gusto y del olfato requieren, para el mismo fin, no tan sólo un mero contacto, sino, en cierto orden, la incorporación de los obje­tos percibidos.

Estos tres sentidos -tacto, gusto, olfato- producen, por lo tanto, sen­saciones por contacto más o menos íntimo. Soíamente el sentido de la vista y del oído nos informan ele determinadas propiedades de los objetos dis­tanciados de nosotros, y sin ellos, sin estos dos sentidos, nuestra experien­cia del universo tendría sus límites en la superficie interna y externa del cuerpo humano.

En consecuencia, las sensaciones despertadas por estos dos sentidos contribuyen en medida extraordinaria al conocimiento del mundo exterior; son, además, más objetivas y mucho más precisas y definidas: es difícil des­cribir un olor, pero cada cara humana tiene su forma y cada voz su tim­bre. Son, además, menos sensuales, lo que queda expresado en el lenguaje coniente, por la distinción que hacemos entre lo bello y lo delicioso: la palabra "delicioso" incluye un innegable matiz de sensualidad y la usa­mos para calificar un perfume; "bello" es más espiiitual y nos sirve para elogiar una canción o una escultura.

~¡ algunas son las similitudes entre vista y oído,. mayores son sus Clife­rencias. Las ondas lumínicas son percibidas exclusivamente por el sistema que .forma el sentido de la visión; dicho de una manerEr sintética, receptor, el o¡o; transmisor, el nervio óptico, y perceptores, los centros nerviosos, donde se·,hacen conscientes los estímulos luminosos.

L~ vibración sonora en muchas ocasiones, especialmente cuando es muy ~~ensa y de tonalidad baja, es percibida por nuestro oído como tal sensac10n sonora; pero, al mismo tiempo, por todo nuestro cuerpo como una vibraéión. , . Como la onda luminosa se propaga en dirección rectilínea, percibimos ~lcamente lo que está frente a nuestros ojos, y sólo la movilidad de los 1~1Smos Y su compleja constmcción nos permite ampliar nuestro campo VIsual. Contrariamente, la vibración sonora se propaga en todas direccío­~~s Y nu~stro campo sonoro puede representarse por una esfera permea-

e al somao, de radio indefinido, y de la cual nosotros fuéramos el centro.

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Es muy fácil obtener la oscuridad, bastando con apagar una luz o cerrar los ojos; es imposible conseguir el silencio absoluto.

Por el hecho de que el sonido llega a nosotros desde cualquier punto, actúa como un estímulo dinámico, despierta reacciones motoras y provoca movimientos de los ojos, cabeza y cuerpo y actitudes de atención, defensa o atracción hacia el objeto señalado; y cuando el sonido es rítmico estimu­la movimientos sincrónicos y a su compás se baila, se oscila o se anda. Podríamos decir que el sonido es el estímulo apropiado a la reacción mo­tora.

Y no solamente por su ritmo, sino por las infinitas combinaciones a que se presta, la música -a través del oído- influye marcadamente sobre nuestro mundo emocional, provocando estados de ansiedad, tristeza, va­lentía o alegría y, con ellos, distintas ordenaciones neurohormonales y dife­rentes variaciones de conducta. Por esto se ha podido decir que, con la música, Orfeo dominaba a las fieras .

Todas estas cualidades del oído, enormemente importantes, palidecen cuando pensamos que la audición hace posible la e~tedorización de nue.~­tro mundo interior a través del lenguaje, al mismo tiempo que nos pro­porciona el conocimiento de la intimidad de nuestros semejantes. Más aÚI): este mismo mundo interior no puede desarrollarse debidamente si no dis· ponemos de los medios de expresión y comprensión de conocimientos y emociones por medio del lenguaje; lenguaje que, sin audición, no podría ser desarrollado ni tendría finalidad alguna.

Una sencilla y veridica anécdota me hizo compl'ender hasta qué punto el oído influye en nuestros sentimientos. Había regresado a Barcelona un joven médico, después de pasar unos años en Africa, quien, explicando con espontaneidad y entusiasmo sus primeras impresiones después del re­greso, me decía: "Donde he vivido estos años representa un tipo de civi· lizaci6n indiscutiblemente inferior a la nuestra en todos los órdenes; he pro· hado al llegar los deliciosos manjares habituales, casi olvidados; he gozado del espectáculo de la ciudad, be cambiado los olores de la suciedad por los aromas de w1a platea de teatro; pero nada me ha emocionado tanto como escuchar los ruidos ciudadanos y especialmente el reconocer las voces de los seres queridos. En el oído he encontrado el más sorprendente, por inesperado, deleite sentimental".

Todos los sustitutos del lenguaje hablado usados paxa las interrelaciones humanas quedan como suplencias del perfecto binomio que forman voz Y

oído. En su misma etimología - lenguaje procede de lengua-, ve~os que el hablado es el lenguaje por antonomasia, no así el mímico o el escrJt~, ·Y sin el primero el hombre estada todavía al ni\lel de la época cavernaria y no existirí~m las matemáticas, la música y la poesía.

Si el oído influye ele UJaa forma tan básica en el conocimiento del ¡ne¡ dio ambiente, en el de nosotros mismos y de nuestros semejantes Y en e

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desavxollo de la ciencia y artes, comprenderemos en qué medida está limi­tada la vida de relación y el desarrollo psíquico del sordomudo.

El cléncít sensorial que el niño sordo padece es tan grave y tan evi­dente que despierta en la sociedad actual una sensación profunda de pena y estimula los altruístas deseos de ayuda. Pero no siempre ha sido así: antiguamente se les consideraba imbéciles y, según épocas y países, ya como fruto del diablo, ya como tocados de la gracia divina, siendo de notar que, en id!oma inglés, la palabra dumb tenga el doble significado de "mudo" y "bruto" .

El niño ql\e nace sordo o se convierte en sordo antes de haber adqui­rido fhmemente el lenguaje queda o se vuelve mudo si es abandonado a su iniciativa. Esta relación entre sordera y mudez como causa y efecto no era comprendida todavía en tiempos de Hípócrates, y fue Plinio el Viejo, en el siglo I a. de J. C., quien supo distinguirla.

Celsio, el famoso médico del mismo siglo, habiendo observado que en algunos sordomudos la· sordera no era total, pretendía utilizar la vía ósea, hablándoles enc.ima de la cabeza.

Pero fue a mediados del siglo xvr cuando se les enseña a hablar poi primera vez en la historia, cabiéndole a un español, fray Pedro Ponce de León, la primacía mundial al idear un sistema de desmutización de los sordos, cuyas bases fundamentales son todavía utilizadas actualmente en la recuperación social de los sordomudos, sin más variaciones que el apro­vechamiento de las aportaciones de la moderna electrqacústica.

Como tantas otras veces, este mérito y este honor nos ha sido regateado, si no ignorado, atribuyéndose, en Francia y países anglosajones, al Abate de L'Eppée, quien vivió en pleno siglo xvm, dos siglos después de Ponce ele León y cuando ya ante~iormente el valenciano Juan Pablo Bonet había publicado el primer tratado para la enseñanza del lenguaje a los sordo­mudos con un sistema muy parecido al de fray Ponce de León y había extendido est.a enseñanza a sordomudos de toda condición social . . A nosotros, los catalanes, nos cabe la satisfacción de que Barcelona, la

cmdad española más sensible a las inquietudes espiútuales, haya perpe­tuado en piech·a la memoria debida a estos llos hombres geniales.

0 O D

El niño sordomudo se comporta durante el primer año de su vida co~o el oy~nte; s.u período de balbuceo o lalación es el mismo par¡¡. ambos Y emlte somdos inexpresivos, consecuencia de estímulos motores que re" cuerdan .~mchas veces el pa-pa o p-p-, raramente m-ma. Sin embargo, aun-9ue el nmo sordo balbucea parecidamente al oyente, es dificil observar en el aquello~ largos períodos en que el niño normal paiece encontrar un gozo en ouse y prolonga durante minutos y minutos su monótona y emo-

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cionante canción; como tampoco se produce en el sordo la precoz sonrisa del niño de pocos meses que adivina por su voz la proximidad de la ma­dre, sonrisa que en el sordo queda sustituida por una manifestación de sor­presa al verla aparecer inesperadamente ante sus ojos.

En la transición, del primero al segundo año, una persona mediaaamen­te observadora se dará ya cuenta de la diferencia entre un oyente y un sordo. El primero, el oyente, disminuye insensiblemente el número de so­nidos inexpt·esivos, que va sustituyendo por otros representativos; en cam­bio, el sordo pierde su balbuceo sin sustituirlo.

Iguales en inteligencia -cuando la sordera no va acompañada de otros u·astomos-, iguales en capacidad de movimientos musctilares necesarias para la emisión de la voz, la ausencia de imágenes verbales conduce al sordo a un grave empeñecimiento de su mundo interior, a consecuencia del cual se resiente también el desanollo de su memoria, tan dificil de ejercitar cuando para él los objetos no tienen nombre y las acciones no tienen verbo.

En general, es alrededor de los dos años cuando los padres constJltan al otólogo con el .fin de conocer la capacidad auditiva de su hijo sordo; ellos ya saben que no qye, hace ya mucho tiempo que lo sospechan, pero quieren dudar de ello por miedo a la dolorosa verdad y muchas veces se esfuerzan en engañar al médico, remarcando insistente y repetidamente que el niño se vuelve al golpear una puerta, al caer una silla, al dar una palmada en la pFo,xirnidad de su oído o que se asusta al darle un grito. Quieren alimentar su esperanza y, en el fondo, más o menos consciente· mente, no desean que el médico les diga la verdad -verdad que, además, no le agradecerán- , sino que les mantenga la esperanza hasta el máx:imo, aun a trueque de no poder evitar la terrible y última decepción.

Como ya hemos dicho antes, fue en España donde ;¡:¡aeieron las pri­meras tentativas serias de educación y desmutización de los sordomudos, y, gracias a Dios, en un tiempo en que el hombre de hoy empieza a descu· brir que los enormes avances de la civilización material y de ]as técnicas no han hecho nada para mejorarle moralmente; en una época en que hemos visto con horror la necesidad de crear una palabra nueva -"genocidio"­para indicar un crimen ejecutado contra todo un pueblo, una raza o un país, y que con mayor horror, si cabe, hemos tenido que contemplar cómo tantas personas que se tienen por dignas han sido incapaces de compren· der estos crímenes como tales, hemos tenido también la satisfacción de ver crecer y multiplicarse, en los ambientes verdaderamente cristianos, los esfuerzos para mejorar la vida material y moral de extensas colectividades humanas.

En esta corriente sentimental ele cooperación se halla incluida la aten· ción prestada actualmente a la educación y desmutización de los sordo· mudos, siendo en gran número las agrupaciones sociales creadas con este

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concreto fin e ingente la cantidad de trabajos, estudios e investigaciones encaminadas a alcanzarlo más eficazmente.

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Pero nuestra colaboración es merecida no tan sólo p or el sordo congé­nito, el sordomudo, sino también, con justicia, debe dirigirse hacia otras personas, que denominaremos los duros de oído, ya que en el lenguaje co­rrientemente empleado no se conoce el modo de nombrar con una sola pa­labra a quienes su defecto auditivo los clasifica como sordos. Por esto se les distingue con diferentes frases del mismo sentido, y así, además de la de "duro de oído", se dice de una persona que· oye poco, qrue oye mal, que tiene el oído flojo. Raramente se emplea la palabra "sordea", de un verbo que no existe en el diccionario; en cambio, se encuentra en él la palabra "disecea", del griego "dys" (trastorno) y "akeion" (oído), palabra que no me atrevo a recomendar, porque, aunque gramaticalmente correcta, no sería comprendida y su uso tiene ribetes de pedantería. Entre los otó­logos, estos duros de oído se clasifican dentro del extenso grupo de hipo­acúsicos.

El duro de oído, afectado de hipoacusia suficiente para ver gravemente dificultada la relación social, padece un defecto sensorial tan importante, por lo menos, como el del ciego. Pero así como éste mueve a lástima y esti­mula su p1;otección, aquél provoca la risa y la chanza. Pot esto se ha po­dido decir que la sociedad ha hecho, del ciego, una tragedia, y del sordo, una comedia.

Si nadie se atrevería a ridiculizar a un ciego, ¿cómo es posible que se haga con un sordo? . . Y, sin embargo, esta paradoja tiene fácil explicación. Los errores del

mego atentan a su integridad col'poral; al no distinguir los objetos se ex­pone a chocar contra el quicio de una puerta, a una caída por una escalera o al atropello por un coche inadvertido, siendo el resultado del accidente un espectáculo que conmueve fácilmente a todo el mundo.

El hipoacúsico no corre estos desgos; sus errores son debidos a la defectgosa interpretación del pensamiento de sus semejantes, de lo que nace el chiste que provoca la hilaridad, a veces difícil de reprimir aun entre personas educadas.

Y: si~ embargo, no tenemos en cuenta que el drama interior del sordo es m~s rmportante que el del ciego, ya que esta actitud del ambiente, y esp.ectalmente el aislamiento en que se halla ante sus seres queridos y sus atmgo~ es extraordinariamente grave, porque le desconecta de lo que más valoryene en el hombre: sus pensamientos, sus quereres, sus angustias y sus fleg.nas, si no de una manera absoluta, sin los matices que son la sal de a VIda. De aquí el conocido cuadro del ciego amable y plácido, en contras­te con el del sordo, agrio y desconfiado.

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L:a inlie_riorielad material del ciego merece, indiscliltiblemente., la ayl!lda y compasión que se le dirige, pero tanto o más la merece el drama interior de -los sqrdo.s. No es una exage;r.;ación el empleo de esta palabra: "drama"; es en la intimidad del gabinete de COLlsulta, a solas con el médico, ganada la confianza del duro de oído, cum1do éste, co.n verdadero d0lor, se lamen­ta: de su sensación de inferioridad, de su continuo y el'l.ervante temor de no haber ent.endido bien, de su aislamiento, de la poca caridad de los más íntimos familiares, qt1e se fatigan de su difíc..il trato y le eliminan de sus conversaciones, y nos pide, ang11stiaclo, el alivio ele su defecto.

El número de sordos parece que va en aumento, y se ha sostenido qJle el hombre normal actual c"arece ele la fina audición del .hombte primitivo, cuando éste se alimentaba de castañas y bellotas silvesti·es, buando teliÍa que cazar animales comestibles y guardars.e de las fieras peligrosas.

La:s pecesidades de la vida debían de ser enton.ces muy escasas; ellen­gyaje, parco¡ la: música, increada., y los sentimientos e ideas no mucho más complicados que los relacionados con .los instintos innatos de religiosidad y manten.i.qriento de la especie. Pero se necesitaba anclar con s~gilo ~ara no asustar la caza y oii· ~ distinguir los más finos nüdos para s~lyarse del aee· cho de las fieras más fuertes qme el hombre, y, en estas cohdicioll_es, uli

finísimo oído era la g.arantía de. supervivencia. El hombre actual se en.cuentra en muy distintas condiciones y vive Y.

lucha mitad contra Ja natliraleza, mitad· contra los demás hombres. La téc, nica ha ido domínando poco a · poco a. la prime¡;a, y es el lenguaj.e un instiumento de valor inapreciable del que cada uno de nosohos dispone COJttra los d.emás o a favor de los demás hombres.

Para esta relación nomnal entre los hombres, pm:a los fines eonversa· cioriales, iml_egablemente .. los más importantes entre las relaeiones huma­nas, sobra una parte de la cap·acidad auditiva de que dispone un oídq normal. Grosso mod@, podemos decir que· hasta no haber perdido un fer, cio de la audición no se nota ·el comienzo de una sordera, ·euarrdo, por el contrario, molesta la miopía de una sola diopttía; una pérdida notdble de audición por un solo oído pasa muchas veces inadve1tida, mientras q,ue una diferencia de visión de uno a otro ojo puede producir mayor trastor~o que si los dos ojos tuvieran igual defecto, au:oque éste fuera el del o¡o peor.

En ocasiones, una pérdida .c;le audición es d~sigual para las diversas frecuencias víbtatolias que dan el tono de un S011ido, y si la parte mejor conservada corresponde a las f1·eeuencia, al tono, proclttcido en el normal lenguaje humano, el defecto auditivo tiene que seP muy import.ante para que se haga aparente sin una e:x:plo.ración auéüométriqa. .

Es cuando 1,1na persona ha perdido buena parte de la cap!!!oidad atJdl ·

tiva para las frecuencias eonversacionales, que compt·ende entre las 50@ y las 4.000 vibraciones dobles por segundo, cuando empezamos a .notar 911e

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ARELLÓ. SORPOS Y OUHOS DE OÍDO 91

se está volviendo sorda, que es un duro de oído y, perdónenme por .una vez, que disecea. .

Esta sordera adquirida puede ser debida a mtly dive~·sas causas: desde el brutal traumatismo craneano, con fractura del temporal y destrucción del laberinto, hasta la consecutiva a un tapón ele cerumen, pasando pol' la acarreada por repetidos catarros, cada uno de los cuales deja una ciel'­ta disminución de la capacidad auditiva, por las lesiones nerviosas pro- . ducidas por los virus neurotropos, las consecutivas a supuraciones óticas, las acciones tóxicas de variados productos químicos, las de algunos medica­mentos -quinina, salicilatos, especialmente estreptomicina-, las lesiones degenerativas, como la otoesclerosis, las hipoacusias por ruido excesivo, la sordera senil o pl'esbiacusias.

El estudio o, simplemente, la más pequeña refel'encia a cada una de estas hipoacusias es materialmente imposible en esta ocasión.

La medicina actual está mucho mejor ~rmada que hace muy pocos · años; los adelantos de la· química y de las técnicas ha puesto en manos de los otólogos medios más eficaces para la prevención y tratamiento de las sorderas. Los antibióticos, los corticosteroides, los beneficios no espec­taculares, pero válidos, de la geriatría, el mejor conocimiento de la natu­raleza de la hipoacusia profesional por exceso de mido -la antiguamen­te conocida "sordera de los caldereros"-, constituyen algunos de los me­dios con que contamos para prevenir o tratar más eficazmente algunas hipoacusias.

Aun cuando la mayoría de los medios citados puedan ser útiles, espe­cialmente las medidas do prevención, hemos de reconocer que Sil eficacia es relativa.

Pero los avances de las modernas técnicas quirúrgicas y de la electró­nica ha hecho cambial' radicalmente la posibilidad de recuperación de ampüos grupos de hipoacúsicos.

Hace ya muchísimos años se hab.ían empleado diversos instrumentos para reforzar la intensidad de los sonidos qne llegahan al oído de los sordos, que te1;1ían, generalme11te, f01mas variadas de trompetillas.

Más modernamente se empezaron a fabricar groseros audífonos, de funcionamiento eléctrico, que han ido mejorando continuamente y que en la actualidad permiten de 1.ma manera cómoda, ya que no la curación, el alivio de este defecto, ampliando satisfactoriamente la posibilidad de oír y comprender.

Los éxitos conseguidos en la aplicación de prótesis acústicas, aunque. la iniciativa y el impulso hayan paxtido de los otólogos, se deben J?ljnci­pah:nente a los físicos.

A los otólogos se debe haber hallado una magnífica solución de la sordera de los otoesclerosos; y porque es de gran actualidad y ha produ-

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ciclo un fuerte impacto en los ambiente médicos y no médicos merece se le dedique un párrafo aparte.

La otoesclerosis es una afección de etiología muy discutida que pro­voca una sordera esencialmente progresiva por la pérdida de la elastici­dad de la cadena de huesecillos, especíaJ.n:ente por la fi jación de la plati­na del estribo al marco de la ventana oval, imposibilitando de esta forma la llegada de la vibración sonora al laberinto, donde por intermedio de la linfa debería estimular a las formaciones nerviosas del órgano de C01·ti, y caracterizada audiométricamente por tma curva aérea muy baja y una cuiva ósea normal o próxima a la normal.

Después de ideas y tentativas ya antiguas, se ha llegado recientemente, en el tratamiento quirúrgico de esta afección, a unos resultados que no temo en caliScar de espectaculares.

La operación que se practica puede ser comparada, en esquema, con la operación de la extirpación de las cataratas, y consiste, en esencia, en la eliminación del estribo, que se ha soldado a la ventana oval, y la susti­tución del mismo por una pequeña pieza de plástico que mantiene la continuidad de 4 cadena de huesccíllos.

La comparación de la enfeimedad y del tratamiento de la otoesclero­sis con la catarata es muy ilustrativa: la anquilosis del estribo representa, para la h"ansmisión de la vibración sonora, exactamente lo que la opacidad del cristalino para el paso de la onda luminosa.

El estado de las formaciones nerviosas del laberinto debe ser perfecto para el éxito de la operación, de la misma manera que lo debe ser el de la retina para la utilidad de la extirpación del cristalino.

La pequeña pieza de material plástico que se introduce en la caja timpánica, en sustihtción del esttibo extirpado, equivale a la adaptación de los lentes para el operado de cataratas, que hacen la función del cris­talino.

Esta operación, la estapedectomía, con sustitución del estribo por una pieza de plástico, es una operación reciente, de ejecución muy delicada, pero ya totalmente reglada; es muy poco traumatizante, dura una hora en la mayoría de los casos, se practica con anestesia local o general, el operado oye bien inmediatamente después de la operación y requiere so· lamente dos o tres días de hospitalización. Mediante cuidadoso estudio audiométrico preaperatorio es perfectamente previsible el grado de recu­pa·adón que se puede alcanzar en cada caso y el número de éxitos que se obtienen -al parecer, hasta ahora definitivos- llega al 95 o al 98 %, según estadísticas.

Dado que se calcula que entre los individuos de la raza blanca -ape­nas se presenta esta enfermedad en las oh-as razas- el número de los otoesclerosos alcanza el 2 % de la pobladón total, resalta claramente la

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trascendencia que representa para este enonne número de hipoacúsicos el haber encontrado lma solución eficacísima de su problema auditivo.

Como han visto, no cesan los esfuerzos, que son premiados muchas veces, al alcanzar mayores progresos en el u·at<uniento de las hipoacusias. A ¡pesar de esto, se afhma, como hemos dicho antes, que el n{unero de personas que acusan este defecto va en aLunento, afirmación difícil de demosb·ar por los diferentes medios en que se trabaja y por apoyarse en sistemas estadísticos dispares. Tampoco podemos afumar si los avan­ces en la prevención compensan o no este crecimiento natural.

Esta y otras facetas en el estudio de las hipoacusi<ls nos interesan a los otólogos como técnicos, pero no es únicamente lo que nos concierne corno médicos clínicos. Cuando se pTesen_ta a nuestra consulta un enfermo con sordera, no se trat.'l. de un caso más para incluir en una estadística que baraja los enfetmos como números. l\'os encontramos entonces -y lo que decimos tiene aplicación general en el ejercicio de nuestra pi·ofe­sión- ante un semejante que acude a nosotros con Ja angustia de que va volviéndose sordo y con el temor a los progresos de su enfermedad.

En este momento no puede preocuparnos si este caso representa el diez por ciento o el uno por mil de las sorderas; se trata ele un hombre que viene a pedimos nuesh·o auxilio y estamos obligados a prestárselo, po­niendo todo nuestro esfuerzo, 11uestra sensibilidad y nuesb·a preocupación para el mejor cumplimiento de este deber. Deber que ha de llevarse a cabo, además, con la norma caritativa a que nos obliga el haber aceptado la pesada y glotiosa carga de nuesh·a profesión, ya sea en la consulta pli­vada, ya en la visita hospitalaria, ya a Jos enfetmos cuya asistencia está organizada colectivamente.

Los directivos de estas organizaciones se han propuesto justamente poner al servicio de sus protegidos los medios materiales para que puedan luchar contra la enfermedad; pero no han sabido conseguir la adhesión cordial de los médicos, que son los que deben realizar la función funda­mental en cualquier segw-o de enfermedad.

Qtúzá, sin darse cuenta, no han previsto el grave l"iesgo que recae sobre la sociedad al proletarizar a una nobilísima profesión liberal, cuyos componentes, llenos de responsabilidades, no se sienten satisfactoriamen­te h·atados. Para conseguir la eficacia necesaria en el servicio médico a una ?ole~tividad es imprescindible, ciettamente, disponer de dispensarios bien •lummados, clínicas provistas de toCtos los modernos aparatos y equipos muy completos.

Todo esto es necesario; pero todo acto médico incluye, además, un problema de relación afectiva entre médico y enfermo, y esto, tan impor­tante, con-e peligro de extinguirse con las organizaciones actuales.

A pesar de todas las xazones que tengamos los médicos para lamentax­nos, 11o estamos libres de responsabilidades. Ante esta situación, el médico

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debe luchar consigo mismo para superar su deprimido estado de ánimo; mantenerse dentro de un generoso ejercicio de la medicina; seguir entre­gado con apasionamiento a la ayuda de sus semejantes y esperar que quien tenga la autoridad para modificar la presente situación se dé cuenta de la afortunada coincidencia de los intereses fundamentales de los mé­dicos con los de sus enfermos.

Si lo hacemos así habremos cumplido no tan sólo remediando a nues­tro prójin1o con el empleo adecuado de los medios que los progresos de la ciencia y la técnica nos proporcionan, sino también utilizando como arma el h·ato cariñoso que despierta la confianza del enfermo.

Mi experiencia, ya, afortunadamente y gracias a Dios, muy larga, me ha demostrado que, aun dentro de la especialidad otolaringológica, que parece tan localista, una gran proporción de las personas que vienen a consultarnos acuden, en realidad, para que les aliviemos sus angustias, temores o preocupaciones, y para alcanzar este fin disponemos de un me­dio del que ya Hipócrates, po~· intuición y experiencia, hablaba: de la "fuerza curativa de un bello díscmso"; y de cuya fuerza la realista visión de la moderna Medicina Antropológica nos ha dado a conocer su modo de actuar y demostrado que constituye un apoyo para la curación y bien­estar de nuestros enfermos? al que no podemos lícita.mente renunciar.