ARTURO BORJA

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ARTURO BORJA Rosa lrica Prenda sobre tu seno esta rosada rosa, ebria de brisa y ebria de caricia de sol; para que su alma entera se deshoje amorosa sobre la roja y virgen flor de tu corazn. Tu hermana Primavera cante un aria gloriosa ensalzando tus quince aos en flor; y las Hadas, en coro, celebren la armoniosa gracia de tu mirada de luz y de fulgor. Que el Ideal te gue por todos tus caminos, l, a su vez, guiado por tus ojos divinos y que anide por siempre en tu alma el amor. Para que sea tu vida bella como la rosa rosada y perfumada que se muere amorosa sobre la roja y virgen flor de tu corazn.

HUMBERTO FIERRO Siringa Turb tu risa de cristal sonoro Al mirlo que habl perlas al jardn, Y el Cfiro sahumaba de jazmn Alborotando tu cabello moro. Bajo la nevazn del sicomoro El Grifo festoneado de Verdn, Prorrumpi en un alegro de violn Al inundar tu nfora de oro . . . Pan chispeaba sus ojos, en acecho Del nacarado ritmo de tu pecho . . . Y al ocultarse de l como de un tigre En el margen del ro, a poco trecho, Te trocaste en la caa de que ha hecho Su flauta azul a que la tarde emigre!

HUMBERTO FIERRO

Tu cabellera Tu cabellera tiene ms aos que mi pena, Pero sus ondas negras an no han hecho espuma . . . Y tu mirada es buena para quitar la bruma Y tu palabra es msica que el corazn serena. Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena Como un libro de versos de una elegancia suma; La magia de tu nombre como una flor perfuma Y tu brazo es un brazo de lira o de sirena. Tienes una apacible blancura de camelia, Ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia La princesa romntica en el poema ingls; Y un corazn del oro . . . de la melancola! La mano del bohemio permite, amiga ma, Que arroje algunas flores humildes a tus pies.

ERNESTO NOBOA CAAMAO Emocin vesperal Hay tardes en las que uno deseara embarcarse y partir sin rumbo cierto, y, silenciosamente, de algn puerto, irse alejando mientras muere el da; Emprender una larga travesa y perderse despus en un desierto y misterioso mar, no descubierto por ningn navegante todava. Aunque uno sepa que hasta los remotos confines de los pilagos ignotos le seguir el cortejo de sus penas, Y que, al desvanecerse el espejismo, desde las glaucas ondas del abismo le tentarn las ltimas sirenas.

MEDARDO ANGEL SILVA Se va con algo mo Se va con algo mo la tarde que se aleja; mi dolor de vivir es un dolor de amar; y al son de la gara, en la antigua calleja, me invade un infinito deseo de llorar. Que son cosas de nio, me dices; quin me diera tener una perenne inconsciencia infantil; ser del reino del da y de la primavera, del ruiseor que canta y del alba de Abril. Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave; trino, perfume o canto, crepsculo o aurora! Como la flor que aroma la vida y no lo sabe, como el astro que alumbra las noches y lo ignora.

JORGE CARRERA ANDRADE

Tu cuerpo es un jardin Tu cuerpo es un jardn, masa de flores y juncos animados. Dominio del amor: en sus collados persigo los eternos resplandores. Agua dorada, espejo ardiente y vivo, feudo de terciopelo, paraso nupcial, cielo cautivo. Comarca de azucenas, patria pura que mi mano recorre en un instante. Mis labios en tu espejo palpitante apuran manantiales de dulzura. Isla para mis brazos nadadores, santuario del suspiro: Sobre tu territorio, amor, expiro rbol estrangulado por las flores.

JORGE CARRERA ANDRADE

Tu cuerpo es un jardin Tu cuerpo es un jardn, masa de flores y juncos animados. Dominio del amor: en sus collados persigo los eternos resplandores. Agua dorada, espejo ardiente y vivo, feudo de terciopelo, paraso nupcial, cielo cautivo. Comarca de azucenas, patria pura que mi mano recorre en un instante. Mis labios en tu espejo palpitante apuran manantiales de dulzura. Isla para mis brazos nadadores, santuario del suspiro: Sobre tu territorio, amor, expiro rbol estrangulado por las flores.

JORGE ENRIQUE ADOUM El perseguidoEs posible que esto sea toda la historia, solo un da? Una noticia de ayer, perdida en la penltima pgina, la cotizacin cada? Te cobran por la fuerza, los arriendos vencidos de la tierra, te cobran por las cosas que tu lmpara hizo agonizar a puro nimbo y por el corazn y sus jvenes bestias que pacen suspirando: la plvora, tu amante, se sacude las manos: "asunto concluido". Ya eres el que ibas a ser, el mismo polvo del que algo te aliviaba tu cepillo de ropa. Cumplir tus encargos, sigo siendo el que eras. Ave de paso. Animal proftico. Salud, ngel de paso, irremediablemente intacto.

JORGE ENRIQUE ADOUM Entonces no hay olvido?y no podr jams confundirme de puerta y a nunca equivocarme de rostro de tranva comenzar el destino en la otra mano con una llave o un sombrero diferentes sin recorrer la misma duda y a la misma hora la misma calle con el mismo pie no entrar de nuevo al cuarto de uno donde uno se espera y nunca sale esperando al telfono llamadas de una voz que antes se escuchaba con el vientre noticias de ojal el horscopo para ayer que no acierta tampoco y se mira crecerle los adioses en la cara y no hay Gillette para el recuerdo no hay jabn para lo sido lo cernido de las ruinas de uno mismo argamasa de la edad como un templo donde ya no sucede nada cierto y tantas moscas rondndome simple mun de ti mi antes y en la mirada tambin queda lo sucio de estos dolores puesto su sucio a remojar a fondo por lo menos con esto me distraigo me corrijo la vida como debi haber sido hago cuentas de cunto debo irme para no estar conmigo en otra parte escondiendo analgsicas teoras olvidando soluciones criminalmente justas manuscritos de la tempestad al fin y al cabo con lo dems no hay cmo son las piedras honestas del que no fui y segu siendo otras veces del que quise nacerme sin mancha de pasado y si remueven un poco me veran debajo echando una lagrimita por aquello atnitos con melanosis santos retorcidos por la sabidura equilibristas con espasmo y catalepsia raquticos hipertrficos enfisematosos lnguidos msticos agnicos esqueletos forrados de pergamino pardo esqueletos envueltos con mosquitero dos rodillas recuerdo de otra pierna dos dientes reliquia de la vieja religin en la mejilla

FRANCISCO GRANIZO MUERTE Y CAZA DE LA MADRE Anima, vagula, blandula Adriano Amor meus, pondus meus San Agustn O si viderent internum aeternum San Agustn Mam Etaba de Nayo, a tu pato yebayoto habla infantil Divdame, dureza, y en agua sal su escama y su sigilo alfanje que no empieza y de la sirte en vilo toda la luna pjaro y rehlo. Ninguna travesa, nao feroz, su timonel cenceo, al alba prosegua a fallecer isleo, pobre el yantar y consumido el leo. Ni quilla, su deseo, a la abismada sed de la serviola, ni de alto devaneo qu son de caracola toca la evanescencia de la ola. A prisa, su pecado, la dulce valva y el delfn herido, del fondo desvelado y del arpn sumido toman, divinamente anochecido. Divinamente, a prisa y anochecer, qu arena gemidora detiene y martiriza desvanecida prora en tal escollo de frambuesa y hora. Y de presentimiento, en su profundidad y su atadura, por alga y vencimiento despavorida y dura el ave breve de la luz madura. En ngel de pavesa, en noche de amarantas y sanda, ya recrudece y pesa, asombro y alegra, la mariposa clida del da. Mas, indecible estela por algeras cales combatido, aventurada tela, y sordo desodo navega y tarda el corazn medido. Socaire de su salto, lbil cantil resgurdale dolores, y, lengua de basalto, le ha atravesado azores al vuelo de sus peces amadores. No su aterida brasa, no la encendida nieve de su lecho, ni de la urdida hilaza deshilvanado trecho bajo el ptalo mstico del techo. No alcoba ni postigo, y de la aleve brevedad absuelta, su perecer, el trigo, y la miga disuelta, y desasosegada el alma suelta. Por pan y de reposo tan excedida ausencia desahuciada, azahares y retozo al agua reparada deja, sobrevenida y resbalada. A dnde, desandando, aquellas liviandad y desventura venanse? Hasta cundo tardaba su figura toda desvalimiento v cortadura? Venanla siguiendo, a tientas de su gozo y de su vino, pasos, adolesciendo, y lquido el espino ahogando la su huella y su camino. Venase doliendo de la su soledad y su hermosura, y tanto desviviendo la lnea y la tersura en ala de jazmn y arquitectura. Letal, la retenida anmona de sal, a su cilicio, y desde la roda mudez, al precipicio finados dulcedumbre y maleficio. Slo solana y eco a los suaves lebreles acudidos su litoral reseco, y a flor de sus ladridos el duelo de los rastros perseguidos. Alzada y gemebunda desndenla, gacela engaadiza, su cntara jocunda, vaciada y quebradiza, de polvo y hora en la sazn concisa.

Crislida sufriente a rama de estos silbos ascendrados, de sueo, de repente, los peces insoados sobre los arrecifes acabados. Qu tierra y desvaro la magnolia sbita del celo, qu ruiseor de hasto al rbol de su pelo, enlunecidos msica y consuelo. Cuello que declinaba, los pechos avenidos, deseosa, y de solar y aldaba el aire en que reposa la dursima abeja presurosa. Vilano, la caricia, aparecido cierzo, su peldao, Cundo, celada, inicia desdn y desengao, asido el hierro si plegado el pao? A nada, blanda, plugo, apuradas la casa, la cancela, a cscaras y mendrugo su voz y cantinela, la sucedida puerta, la cautela. A nada, voz, detiene recogida de suelo, sus andrajos, de nada se enajene su nada de uva y tajos, para nada accedidos los atajos. Comparecida, vaga, sus indecisos trminos, huyente, y ardido y a la zaga, inconsoladamente,

recae y calla el corazn urgente. Ay, alma!, paso a paso, qu deleitosamente tropezando, huame, al ribazo la planta recatando, el aromado suspirar dejando. Y desapareca por la ladera de empinado canto, y ms la persegua, pisadas y quebranto, roto mastn de clera y amianto. Exilio, su desnuda, azucarada hiel y su punzada, y en la distancia cruda, atada, desatada, desventuradamente aventurada. La lejana, el alto revuelo de su lengua tornadiza, escombro del asalto la torre caediza, la derruida espadaa de su risa. Desala, posadero, de la su tarda broza y de su grano, la mesa y el brasero, la toalla y el temprano, desfallecido trance de tu mano. Estibador ileso de su dulce desliz y tesitura, al nardo de su peso cordeles de pavura y orinecido clavo, tu presura. Amada y amadora, para largo el silbido y la distancia

la muerte olvidadora, y a vuelo por la estancia, la enfurecida noche de fragancia. Era la desviada cuchilla de suavsimo elemento? La poza vulnerada y en su perecimiento toda la soledad del movimiento. Toda, en s misma, inmersa caracola, a la grava del desvelo nada diga que tuerza, y la reclame el suelo ahogada, dura, forma su recelo, la magra pesadumbre de recatadas pieles, al tropiezo del porte y la costumbre, a su cado hueso, de sus salinas oquedades preso. Cuando, recuperada de calabozo y signo y asumida, advirtola su nada feliz y desvestida, por imposibles polvos perseguida, no est ni pertenece a tiempo su desdn ni su cadena, y queda y endurece la nube amarga y llena de la cortada luna de su pena. Cundida, repentina de pesos altos a inleudados panes, volada presa atina la lengua de los canes por los desmenuzados ademanes.

Gacela, te volvas a solitud y siesta querenciosas en sombra y celosas, y hiedras memoriosas abranme las llagas amorosas. De bruces, devolviendo al suelo tu sudor y geometra, cesaste, decidiendo mi silbo y cacera a estadizos quebrantos y agona. De tu aire, en el repecho, del tu cansado olor y tu sonido queddome al acecho, asido y atrevido a la aosa ballesta de mi odo. Perdida v recolecta te intentan el olvido y el gusano. Ay, acosada y quieta! cmo lanzar mi mano para espantarte el sueo y el desgano? Playa. Altamar. Tu lento bajel de hierba. A vela asustadiza desparecido viento

v a la arrobada brisa procela de alcanfor y de ceniza. Vas alta arremetida, vas a la consuncin de la saeta, vas, heridora herida, desdibujada y neta, vas a todo y a nada, pez veleta. Vas, corza, cuando vienes de la estacin de tu cardea y fruta al hambre de mis sienes, y de tu almizcle y gruta a despearme por la muerte bruta. Ay, doloroso trapo! Ay, a desnudo amor, amor huido! Ay, carne! Ay, de mi harapo amor enfurecido, en esta tela y sueos detenido! Viajera y hortelana del diminuto campo y del roco; ni dimensin te afana, ni al paso de tu ro, piedra, tirada exhalacin, el fro.

No te afanan, mezquinos, ni nombre, ni verdad, ni mariposa -celestes inquilinos-, que, para cada cosa, tienes la certidumbre de la rosa. Vuelve buida nada por luee da florecer de todo; tu barca acoderada; tu salto en el recodo; y slo inmenso corazn de lodo. Abona y enternece la tierra minuciosa que te junta, te sana y acontece y djate trasunta en la disolucin de mi pregunta. Amada, descendiendo por tus aguas y tierras, sollozando, me estoy como viviendo, reclamos afilando a mi vivo morir que va tardando.

FRANCISCO GRANIZODe ti, exacta, la cifra Del principio y el trmino, La plenitud del cero, La frecuencia infinita.

La total armona De tu cuerpo en mi cuerpo, Tu sonido y tu tiempo Y tu peso de vida

Traspasada del nombre Ningn nombre te acoge Ms, audible, inefable,

Y la mano te sabe Por tu olor y tu porte De dulcsimo alfanje

EULER GRANDA Ma Oh rota, oh carcamal, recontra ma, hasta cuando no pueda ms; hasta la cacha ma; en las malas y en las peores pegada a m, a m adherida; pereciente ventosa, liquen, jarro viejo, queloide, que a veces da vergenza acostarse contigo. Como los que no pisan en el suelo yo renegu de ti, yo te mand a comer en la cocina; al virar las esquinas te pateaba pero t me seguas; para dejarte atrs me pona a volar pero t me seguas; me emborrachaba y vomitaba pero t me seguas y cuando me quitaba la peluca de las buenas costumbres y me tiraba de cabeza en el silencio al lado me gemas como un perro. T me comprendes, las mujeres a veces, te echaba a que durmieras en la calle, me esconda de ti, pero t me seguas y hasta hubo un momento que llegu a creerme demasiado bueno para ti, pero igual me seguas. Oh! misima, oh! contrahecha, oh! patoja, oh! tuerta, oh! desdentada, bacinilla de a perro, oh! vida sarnosamente ma, he regresado a ti hasta que llegue el da en que no puedas soportarme.

EULER GRANDA

Eso es el tiempo Ni la muralla china ni el alambre con pas ni los cordones de perros policas o policas perros que resguardan las nalgas sociales y cristianas del hot dog presidente, nada es capaz que yo sepa, nadie puede detenerte. Ni las minidevaluaciones, ni la maxi hambre, ni todos los bostezos juntos de la burocracia, ni la inflacin, ni la desinflacin, ni la deuda externa: ajena mortecina que nos cargaron en la espalda; ni el patriotismo a sueldo de las fuerzas desarmadas de la patria, ni las redes del miedo con que a ro revuelto pescan las religiones; contigo no se puede: a todos y a todo nos pasas por encima; a todo matas; todo lo pulverizas, lo desmemorias todo; a todos nos conviertes en morcillas para las aves de rapia; todo no es ms que una decrpita palabra escrita en la arena movediza del cerebro; eso es el tiempo y no huevadas de relojes.

ANA MARIA IZA Invasin En perfectas escuadras de belleza los pjaros invaden la tarde con sus alas. La cintura del viento se retuerce en los brazos fornidos de los rboles y suspiran las hojas dbilmente por los besos que crujen en las ramas. Es sbado. No me hace falta ms para sentirme libre en un mundo de esclavos.

ANA MARIA IZA Lobo azul No quise detenerte pensaste que era el viento fa fuerza de gravedad que te empujaba Y era el impulso mo la sed de lo que parte Bien puede ser el sol tras la montaa o la montaa en sombra desteida la ciudad que se esfuma en la ventana la estela en barco convertida el olor de los muelles la hora cero la cada del Dios que nos levanta La dulzura de las manos solas la mancha en los pauelos blancos No quise detenerte me gustabas por agua Llvate el lobo azul Djame el lila plido

MIGUEL ANGEL ZAMBRANO

ISLA DE ESPECTROS TORTURADOS El fogn, con dientes de ascua, muerde el caldero que hervoroso borbota espumarajos. Una lvida llama ahorcndose en humo, se retuerce, aletea, y se clava de pico entre las brasas. Sin soplo que la avive resurge y se enardece, suenan sus alas rojas y un brilloso escozor rehila la penumbra. Unas resecas manos salpicadas de chispas, trajinan espectrales. Sobre la mesa, cinco calavricos platos en espera, y al ruedo cinco figuras secas, cortadas en cartn, cinco pares de ojos enquistados en vidrios de aceituna y speros labios en sinuoso gesto comprimidos. Una profunda torre de silencio doblega las cabezas. Palabras para qu? Una idntica amiga todas las frentes hunde. Las palabras, idnticas palabras atraviesan los ojos, resbalan de los labios, caminan por las caras y cual culebras muertas por la caldeada semisombra ondulan. Las consumidas manos de la madre inician el reparto. La espera se resuelve en un oscuro brillo que abre un instante las pupilas; y en vagos movimientos que inquietan las figuras. Afuera est lloviendo. Desde el principio del mundo est lloviendo. El viento cogido por la cola bajo la puerta alla. El fro adelgaza las sombras, las manos y los huesos. En el camastro arrinconado, suena una tos y todas las cabezas se vuelven a la vez. Un cuchillo filudo corta de arriba abajo las espaldas y miradas oblicuas al cruce de ojos se deslen. Un quejido... Otro ms... Las cucharas resbalan de las bocas. Desciende la techumbre. Las paredes se acercan opresoras. Como en un turbio espejo cncavo, ms que la llama tsica, la madre se afila y palidece. Un mascarn tatuado de relmpagos asoma en la ventana. Truena. Desde el principio del mundo est lloviendo. Tirada en el camastro, revolvindose en fiebre y desvaro, la pequea mastica frases rotas a golpes de la tos que en la garganta dura le revienta racimos de uvas envenenadas. De lado a lado agita la cabeza. En los ojos dolidos se congela una splica. Los labios temblorosos se entreabren dibujando un nombre, una llamada. En sus labios los ojos de la madre. Pretende incorporarse y cae... La tos, la tos... El viento brinca a la ventana y mugiendo se enrosca a los barrotes,

suenan los vidrios retorcidos. Los pescuezos se estiran, las caras se desdoblan y las miradas se bifurcan. La figura materna se hunde en las aguas partidas del espejo. En lo alto la tiniebla se diluye y precipita a chorros: diluvio negro. Encendidos mordiscos la noche despedazan; y amenazantes signos la electrizan. Entre las luces rpidas las caras cortadas por la lluvia, manchadas por la tos, suben, bajan, se escurren, se esfuman y retornan. El viento se desata en rfagas y en gritos, trepidante, y la casucha cruje y tambalea:

Crcel de espejos torturados, isla flotante de fantasmas ebrios, arca de No de las sabandijas y los escarabajos, que en mar, delirio y tempestad zozobra. En qu cima -Ararat del Nuevo Gnesisse elevar la vida? Ah... la vida... Qu lejos! A cien gritos de angustia, en la punta del ltimo grito: cohete luminoso. Aqu, tos y viento, tos y lluvia, tos y sangre en los labios congelados.

MIGUEL ANGEL ZAMBRANO

ISLA DE ESPECTROS TORTURADOS El fogn, con dientes de ascua, muerde el caldero que hervoroso borbota espumarajos. Una lvida llama ahorcndose en humo, se retuerce, aletea, y se clava de pico entre las brasas. Sin soplo que la avive resurge y se enardece, suenan sus alas rojas y un brilloso escozor rehila la penumbra. Unas resecas manos salpicadas de chispas, trajinan espectrales. Sobre la mesa, cinco calavricos platos en espera, y al ruedo cinco figuras secas, cortadas en cartn, cinco pares de ojos enquistados en vidrios de aceituna y speros labios en sinuoso gesto comprimidos. Una profunda torre de silencio doblega las cabezas. Palabras para qu? Una idntica amiga todas las frentes hunde. Las palabras, idnticas palabras atraviesan los ojos, resbalan de los labios, caminan por las caras y cual culebras muertas por la caldeada semisombra ondulan. Las consumidas manos de la madre inician el reparto. La espera se resuelve en un oscuro brillo que abre un instante las pupilas; y en vagos movimientos que inquietan las figuras. Afuera est lloviendo. Desde el principio del mundo est lloviendo.

El viento cogido por la cola bajo la puerta alla. El fro adelgaza las sombras, las manos y los huesos. En el camastro arrinconado, suena una tos y todas las cabezas se vuelven a la vez. Un cuchillo filudo corta de arriba abajo las espaldas y miradas oblicuas al cruce de ojos se deslen. Un quejido... Otro ms... Las cucharas resbalan de las bocas. Desciende la techumbre. Las paredes se acercan opresoras. Como en un turbio espejo cncavo, ms que la llama tsica, la madre se afila y palidece. Un mascarn tatuado de relmpagos asoma en la ventana. Truena. Desde el principio del mundo est lloviendo. Tirada en el camastro, revolvindose en fiebre y desvaro, la pequea mastica frases rotas a golpes de la tos que en la garganta dura le revienta racimos de uvas envenenadas. De lado a lado agita la cabeza. En los ojos dolidos se congela una splica. Los labios temblorosos se entreabren dibujando un nombre, una llamada. En sus labios los ojos de la madre. Pretende incorporarse y cae... La tos, la tos... El viento brinca a la ventana y mugiendo se enrosca a los barrotes, suenan los vidrios retorcidos. Los pescuezos se estiran, las caras se

desdoblan y las miradas se bifurcan. La figura materna se hunde en las aguas partidas del espejo. En lo alto la tiniebla se diluye y precipita a chorros: diluvio negro. Encendidos mordiscos la noche despedazan; y amenazantes signos la electrizan. Entre las luces rpidas las caras cortadas por la lluvia, manchadas por la tos, suben, bajan, se escurren, se esfuman y retornan. El viento se desata en rfagas y en gritos, trepidante, y la casucha cruje y tambalea: Crcel de espejos torturados,

isla flotante de fantasmas ebrios, arca de No de las sabandijas y los escarabajos, que en mar, delirio y tempestad zozobra. En qu cima -Ararat del Nuevo Gnesisse elevar la vida? Ah... la vida... Qu lejos! A cien gritos de angustia, en la punta del ltimo grito: cohete luminoso. Aqu, tos y viento, tos y lluvia, tos y sangre en los labios congelados.

FRANCISCO TOBAR

SCORPIO Antes de comenzar el da, cuando el ltimo ro de la noche desemboca en una mar como el silencio y queda el mundo suspendido, como si un Dios enfermo, con los brazos de un nio, contemplase aquel milagro y, jugando con l, viera en el mundo slo una forma -esa marea de dolor, de renovada furia o deseo, mientras nada cesaen la agona, en la renunciacin, puede caber an este milagro: un alma que otra vez se yergue atnita a mirar la selva esplndida, porque es probable que el amor exista. Envejecen los rboles en donde el viento alguna vez, rotas las guas, se detuvo a mirar un nido, el seno aprisionado ... Envejecen los labios cansados de implorar a los dioses de sombra. Todo aquello que nace est ya condenado a la vejez y la madre que exulta, cuando ha nacido el hijo, en medio de su jbilo rechaza la copia fidedigna de la muerte. Sin embargo, ya cerca de Ella misma, en el terror y en la esperanza, me ha asaltado la dicha, como una extremauncin: es cierto que maana, de regreso a algn sitio, ver crecer mis manos, acariciarte, pura y nueva forma?

FERNANDO CAZON

EL ULTIMO RECADOA esta hora, amor mo, me sacarn las uas y no podr escribirte. Y todo el pensamiento que guardaba, todo lo que me dio tu cuerpo, nuestras noches, la historia que vivimos de silencio en silencio, las ms tiernas palabras cruzadas en voz baja, me lo han gastado a golpes. Me arrancaron los sonidos, primero, luego las maldiciones y los gritos y hasta el dulce sollozo que guardaba para el nacer del hijo me lo enrostraron como cobarda. Haba que decir algo, repetir un nombre que an no conoca, contarles de mis muertos y del itinerario que han de seguir los hombres cuando van a estar solos. Me sacaron con sangre tantas cosas, que he deseado ser lobo para aullar. Pero nada les import estos dolores que hablaron en sucesivas lenguas. Nada quisieron saber de mi corazn, nada de la alegra que me dieron los otros. Se me llevaron para siempre el sueo. Me doblegaron a verguenzas. Amor mo, nadie vino a salvarme, ni siquiera ese cadver que he temido tanto. Pero me han contagiado con sus odios, tambin me han transferido sus sogas y cuchillos, sus dientes apretados y la interrogacin siempre incesante. Por eso, tengo miedo de haber sobrevivido. De volver a crecer sin esas cosas que tu y yo comprendimos bajo la luz del da. Y que tenga que darte en lugar de mi mundo generoso una terrible llama para quemar la tierra. Voy a tener vergenza de mirarte desnuda. Y es que todo no puede ser lo mismo. Ya no ser el amor que bamos a tomar del mismo plato. A otra hora, mi amada volvern, me irn pisando el rostro y el cuerpo y la memoria hasta que lleguen a mi celda hasta empezar de nuevo. Y tengo miedo de no saber, de no haberme enterado de todos los sucesos y nombres y consignas, de toda aquella sucia delegacin que me piden.

FERNANDO CAZON

EL ULTIMO RECADOA esta hora, amor mo, me sacarn las uas y no podr escribirte. Y todo el pensamiento que guardaba, todo lo que me dio tu cuerpo, nuestras noches, la historia que vivimos de silencio en silencio, las ms tiernas palabras cruzadas en voz baja, me lo han gastado a golpes. Me arrancaron los sonidos, primero, luego las maldiciones y los gritos y hasta el dulce sollozo que guardaba para el nacer del hijo me lo enrostraron como cobarda. Haba que decir algo, repetir un nombre que an no conoca, contarles de mis muertos y del itinerario que han de seguir los hombres cuando van a estar solos. Me sacaron con sangre tantas cosas, que he deseado ser lobo para aullar. Pero nada les import estos dolores que hablaron en sucesivas lenguas. Nada quisieron saber de mi corazn, nada de la alegra que me dieron los otros. Se me llevaron para siempre el sueo. Me doblegaron a verguenzas. Amor mo, nadie vino a salvarme, ni siquiera ese cadver que he temido tanto. Pero me han contagiado con sus odios, tambin me han transferido sus sogas y cuchillos, sus dientes apretados y la interrogacin siempre incesante. Por eso, tengo miedo de haber sobrevivido. De volver a crecer sin esas cosas que tu y yo comprendimos bajo la luz del da. Y que tenga que darte en lugar de mi mundo generoso una terrible llama para quemar la tierra. Voy a tener vergenza de mirarte desnuda. Y es que todo no puede ser lo mismo. Ya no ser el amor que bamos a tomar del mismo plato. A otra hora, mi amada volvern, me irn pisando el rostro y el cuerpo y la memoria hasta que lleguen a mi celda hasta empezar de nuevo. Y tengo miedo de no saber, de no haberme enterado de todos los sucesos y nombres y consignas, de toda aquella sucia delegacin que me piden.

VIOLETA LUNA (Guayaquil, 1943) AFUERA DE LA TRAMPA Dejadme por favor vivir mi vida, amndola, mordindola, quitndole el veneno, limpindola. Dejadme que me salve o me condene, dejadme que vomite, que sangre, que sonra, que cante por el fin de tanta guerra, que llore por la guerra de los fines. Dejadme que en silencio escriba en vuestra culpa una sentencia, que borre la sentencia de la culpa. Dejadme que me hunda, que gima, que flote en lo intermedio, que suee, que pueda en una esquina pisar un alacrn inofensivo. Dejadme cuantas veces firmar cada recado sin mi nombre, dejad que me equivoque, que escupa, que piense, que llame con bondad al malo bueno, que llame con maldad al bueno malo. dejadme simplemente que cuente por decenas, qu coma con la izquierda, que te ame sin remedio. Dejadme por favor vivir mi vida, que escape, que reniegue, que grite por las lluvias que se enlodan, que ra por el lodo que se enlluvia. Dejadme si queris la trampa abierta, que caiga el corazn con todo el peso, dejad, pero dejad afuera de la trampa mi cabeza.

VIOLETA LUNA MI CORAZON DETRAS DE TI Est mi corazn desde hace tiempo rayado por tu espuela placentera. Y va mi corazn calladamente debajo de tu espuela desangrndose. Y quin iba a creerlo! que yo tuviera adentro un suave fruto que sangra por el peso de una espuela. Y dice el diccionario que una espuela es una espiga larga y acerada que sirve para hincar a los caballos. Ahora s comprendo por qu mi corazn se ha desbocado

Cesar Dvila Andrade Encuentros Nuestros encuentros no tienen mundo. Se hacen de pensamiento a pensamiento en el ter o en la vivacidad de los sepulcros, a mil insectos por centmetro. Nuestros encuentros se sirven de microorganismos y partculas de cobre. Podemos esperar mil aos, y an ms. Nuestros encuentros se realizan en el Iodo o entre el rumor de herraduras y lienzos que precede a las grandes migraciones: Nuestros encuentros se hacen en el ser instantneo que pasta y muere, -como pastor y bestiaentre surcos y siglos paralelos. Nuestros encuentros no tienen nmero ni punto. .