Arte y biblia francis a schaeffer

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ARTE v BIBLIA

Cubierta: «Grupo de 3 hombresJI, escultura de bronce de Alberto Giacometti. Cortesía del Instituto de Arte de Chicago.

€EI sentimiento de las relaciones espaciales entre los seres humanos:., hecho real por mediq del fenómeno de las distan­cias. condujo a Giacometti, entre 1948 y 1950. a realizar figu­ras estáticas o en movimiento pero siempre incomunicadas. En sus obras. la gente pasa sin conocerse, extraños unos para otros, acostumbrado cada uno a su propia soledad, en­carcelado en su propia situación. Pero todavía más que la colocación de las figuras, determinada aunque no calculada, es su naturaleza lo que les impide encontrarse nunca.JI -

• Raoul-Jean Moulin, Giacometti: Sculptures (New York: Tudor Publishing Company, 19(4).

«Alberto Giacometti (Stampa, 1901 ; Coira , 1966) llegó a la escultura después de cultivar el dibujo y la pintura. Si la pug­na entre realidad y surrealismo, formas y espacios, ha fra­guado la personalidad del maestro. son las búsquedas de nuevos medios de expresión y calidades las que han sido las sugestiones estimulantes de su arte. que lo llevarán a cristalizar en la verticalidad de sus despojadas, delgadisimas figuras -al límite de todas posibilidades- su íntima y angus­tiosa soledad. Culmina el mensaje de arte que ha legado Gia­cometti... donde el espacio no está definido, pero se presiente en las figuras, estructuradas con imprecisos coágulos de ma­teria y de oquedades, que, a pesar de la libertad del espacio, siguen llevando el tormento de su incomunicabilidad.:. - Ma­rianna Minola de Galloti, Alberto Giacometti en Lugano, ar­tículo en cLa Vanguardia:., Barcelona 30-8-73.

LITERATURA EVANGELlCA

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Otros títulos del Dr. Francis A. Schacfft!r en castellano

HUYENDO DE LA RAZON

25 ESTUDIOS BIBLlCOS BASICOS

LOS CAMINOS DE LA JUVENTUD, HOY (La nueva superesplritualidad)

MUERTE EN LA CIUDAD

RETORNO A LA LIBERTAD Y LA DIGNIDAD

LA IGLESIA AL FINAL DEL SIGLO XX

GENESIS EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

Publicados por otras editoriales:

DIOS ESTA PRESENTE y NO ESTA CALLADO Editado por LOGOI

POLUCION y LA MUERTE DEL HOMBRE Editado por lo Coso Bautista de Publicaciones

En preparación:

DIOS ESTA AHI

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FRANCIS A. SCHAEFFER

Dos ensayos sobre la perspectiva biblica del arte

EDICIONES EV ANGELICAS EUROPEAS Barcelona, 1974

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IN DICE

1 EL ARTE EN LA BIBLIA

PÓRTI CO • • • • • • • • • • • • • • • • 9 1. El Señorío de Cr isto • • • • • • • • 11

Il. No te harás • • 17 lmagen • • • • • • • •

III. El Templo • • • • • • • • • • 25 IV. Arte con fines seculares . • • • • • • 33 V. El uso que Jesús hiza del arte • • • • 35

VI. La • 39 poeS1,a • • • • • • • • • • •

VII. La • • 47 mUSlca • • • • • • • • • • • •

VIII. El drama y la danza • • • • • • • • 51 IX. El arte y el cielo. • • • • • • • • 55

2 ALGUNAS PERSPECTIVAS SOBRE ARTE

PÓRTICO. . • . . . . . . . . . . . . . 61 1. La obra de arte como obra de arte. . . 63

11. Las formas artísticas dan relieve a la cosmovisión del artista . . . . . . . 71

IIl. Lo artístico y lo sagrado. . . . . . 75 IV. Las modernas formas del arte y el men·

saje cristiano. . . . . . . . . . . 89

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1 EL ARTE EN LA BIBLIA

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PORTICO

¿Qué lugar debe ocupar el arte en la vida cris­tiana? ¿Hemos de considerar el arte -especialmente las bellas artes como la pintura y la música- simple­mente como una manera de introducir la mundanali­dad por la puerta trasera? Sabemos que la poesía. por ejemplo, puede ser usada para alabar a Dios; esto es evidente en los Salmos y acaso también en los himnos, incluso en los modernos. Pero ¿qué dire­mos cuando se trata del arte escultórico o dramático? ¿Tienen esta clase de artes algún lugar en la vida cristiana? ¿No debería más bien el creyente concen­trar su mirada en <das cosas religiosas» solamente. olvidando completamente todo lo que tiene que ver con el arte y la cultura en general?

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I

El señorío de Cristo

En tanto que cristianos evangélicos, ha habido en nosotros en los últimos tiempos la tendencia de rele­gar el arte a las zonas marginales de la vida. Hemos creído que el resto de nuestra existencia es más im­portante. Y, a pesar de que constantemente hablamos del señorío de Cristo, hemos ido confinando su al­cance a tul área muy pequeña de la realidad. Hemos entendido mal el concepto del señorío de Cristo sobre la totalidad del hombre y la totalidad del universo; como resultado, no hemos hecho nuestras las riquezas que la Biblia tiene que ofrecernos para las esferas en donde se desenvuelve nuestra vida y para nuestra cultura.

El señorío de Cristo sobre la totalidad de la vida humana significa que no hay tal cosa como áreas platónicas de la existencia en el concepto cristiano; ninguna dicotomía, ni jerarquía, entre el cuerpo y el alma. Dios es quien hizo el cuerpo, tanto como el alma y la redención es para la totalidad de la per­sona hwnana. Se ha criticado a los evangélicos, con razón, porque demasiado a menudo se hallan tan tremendamente interesados en ver almas salvadas y listas para ir al cielo que se han olvidado de prestar atención, han descuidado, al hombre total.

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La Biblia, sin embargo, nos presenta muy clara· mente cuatro realidades:

1) Dios creó a la totalidad del hombre, al ser humano completo en todas sus partes.

2) Cristo redime a la totalidad del hombre. al ser humano completo, y no sólo alguna de sus partes.

3) Cristo es el Señor ahora sobre la totalidad del hombre y también sobre la totalidad de la vida cristiana.

4) Cuando Cristo vuelva, en el futuro, en su se­gunda venida, el cuerpo también resucitará de entre los muertos y la totalidad del ser hu­mano tendrá entonces una redención total.

Es sobre la base de estos principios revelados por Dios mismo en su Palabra que hemos de comprender el lugar del arte en la vida cristiana. Por consiguien­te, consideremos más detenidamente lo que significa ser totalmente humano; 10 que representa vivir como hombre total la totalidad de vida que se haBa bajo la soberanía de Cristo.

El concepto del hombre total y del señorío del ser humano sobre la creación aparece muy pronto en las páginas de la Escritura. En Génesis 1:26-27 leemos: «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y se­ñoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hom­bre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.»

Desde el principio, pues, al hombre y a la mujer -al ser creados a imagen de Dios (¡los dos!)- se les dio dominio (señorío) sobre la totalidad de la tie­rra creada. Eran los únicos seres que llevaban la

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imagen divina y, como portadores de la misma, de­bían asumír la responsabilidad de cuidar el jardín, guardarlo y preservarlo delante del Señor. Desde luego, ese dominio fue estropeado por la caída en un tiempo determinado de la historia, por lo que llamo a la caída un evento histórico que tuvo lugar en las dimensiones del espacio y del tiempo. De ahí que no sea ya posible mantener dicho dominio de una manera perfecta.

Sin embargo, cuando un hombre se sitúa debajo de la sangre de Cristo y se acoge a ella para salva­ción, toda su capacidad como hombre es remodelada. Su alma es salva, sí, pero también lo son su mente y su cuerpo. En tanto que cristianos, debemos estaJ: bajo el señorío de Cristo día tras día, puestos los ojos en él de manera continuada, porque Cristo quie­re producir fruto a través de nosotros. La verdadera espiritualidad estriba en el señorío de Cristo sobre el hombre total.

Ha habido épocas en el pasado en que los cris­tianos comprendieron esto mucho mejor que nosotros en las últimas décadas. Hace algunos años, cuando comencé a trabajar en una epistemología cristiana y en un concepto cristiano de cultura, mucha gente consideró sospechoso lo que yo estaba haciendo. Cre­yeron que porque estaba interesado en encontrar respuestas para mi intelecto -respuestas intelectua­les yo no debía ser bíblico_ Mas esta actitud re­presenta un empobrecimiento real. No acierta a com­prender que si el cristianismo es la verdad realmen· te, entonces debe abarcar la totalidad de la vida humana, incluyendo su intelecto y su creatividad. El cristianismo no es solamente «dogmáticamente» ver­dadero o «doctrinalmente» cierto. Más bien es verda­dero, es cierto, para la totalidad de lo ' que es real, auténtico, lo que está ahí; el cristianismo es verdad

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en toda el área donde se desenvuelve la totalidad de la existencia de todo el hombre.

Los antiguos tenían miedo de ir a los extremos conocidos de la tierra, por creer que si traspasaban los limites serían devorados por un dragón. Mas una vez comprendemos que el cristianismo es verdad y que en él tenemos la explicación de lo que está ahí, de la realidad, del entorno último el Dios infinito y personal que verdaderamente está ahí-, entonces nuestras mentes son liberadas. Podemos plantearnos cualquier cuestión y podemos estar seguros de que nunca traspasaremos los limites ni caeremos en el abismo detrás de ellos en donde espera el dragón. Nada es ajeno a la soberanía de Dios; Cristo es Se­ñor. Por consiguiente, toda actitud que ponga már­genes a dicho señorío empobrece al cristiano y limita a Dios. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por la soberanía divina en todas las esferas de la exis­tencia, nuestro cristianismo será fortalecido y adqui­rirá una madurez que, a menudo, no parece tener en nuestra época.

Pero queda todavía otro aspecto del señorío de Cristo que incluye toda la cultura: comporta el área de la creatividad. De nuevo, tengo que decir que en los últimos tiempos los cristianos evangélicos (que blasonamos de bíblicos) no hemos sido muy bíblicos en este punto, en donde hemos manifestado debili­dad. Todo lo que hemos sabido producir no va más allá de un arte escolar, muy romántico, para la Escuela Dominical. No parecemos comprender que las artes también deben estar sujetas al señorío de Cristo. ..

Suelo citar frecuentemente unas palabras de Fran­cis Bacon, uno de los primeros científicos modernos, quien creía en la uniformidad de las causas natura­les en un sistema abierto a la providencia, y quien, juntamente con otros hombres como Copérnico y Ga-

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lileo, creía que, dado que el mundo había sido creado por un Dios razonable, ellos, los científicos, podían proseguir estudiando la verdad del universo median­te la razón. Habrá cosas, desde luego, en las que no estoy de acuerdo con Francis Bacon, mas una de las afirmaciones suyas que me gusta citar es la si­guiente:

«Por la calda, el hombre cayó al mismo tiempo de su estado de inocencia y del dominio que le fue dado sobre la naturaleza. Ambas pérdidas, sin embargo, pueden incluso en esta vida ser reparadas en parte; la primera me­diante la religión y la fe, la segunda mediante las artes y las ciencias.» .

¡Cómo hubiese deseado que en los últimos cin­cuenta años los cristianos evangélicos de Gran Bre­taña y Estados Unidos, y de todo el mundo, hubieran tenido esta visión de Bacon!

Las artes y las ciencias tienen un lugar en la vida cristiana: no son periféricas. Para un cristiano, redimido por la obra de Cristo y viviendo de acuerdo con las normas de la Escritura, bajo la dirección del Espíritu Santo, y el señorío de Cristo, para un cris­tiano esta soberanía del Señor debería incluir un cierto interés en las artes. El cristiano debiera usar estas artes para la gloria de Dios, no simplemente como foUetos, no solamente como algo práctico y utilitario en un momento dado, sino como cosas bellas que por su misma belleza glorifican a Dios. Una obra de arte puede ser una doxología por eUa misma.

No obstante, aunque el concepto de la soberanía de Cristo sobre todo el mundo parece que implica la esfera artística también, muchos cristianos respon­derán que a pesar de todo la Biblia tiene muy poco que decir sobre las artes. Más concretamente, algu-

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nos dirán que los judfos no sintieron nunca interés por el arte debido a lo que la Escritura enseña en los Diez Mandamientos. Pero esto es precisamente lo que no podemos decir si leemos la Biblia con cui­dado. Al haber un cierto número de creyentes que sostienen dicha posición, es menester que considere­mos y examinemos su punto de vista con cierto de­talle para ver qué es lo que la Biblia enseña real· mente.

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No te harás • Imagen

Los que piensan que el arte se halla prohibido en las Sagradas Escrituras señalan, en primer lugar. el texto que encontramos en Exodo 20:4-5:

«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

»No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso.»

¿No está claro? Se afirma explícitamente que le está prohibido al hombre el hacer ninguna semejan­za de cualquier cosa que sea, no sólo de Dios, sino de cualquier cosa que se encuentre en el cielo o en la tierra. ¿No está suficientemente claro? Este texto no deja sitio para el arte en ]a vida del creyente.

Mas, antes de aceptar estas conclusiones, dirigi­remos nuestra atención a otro pasaje de la Escritura que nos ayudará a comprender lo que realmente sig­nifica el mandamiento dado en Exodo y su verdadero alcance:

«No haréis para vosotros ídolos, ni escultu­ra, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en

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vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Pios. Guardad mis días de reposo y tened en reve­rencia mi santuario. Yo Jehová> (Levítico 26:1).

Este pasaje nos enseña claramente que la Escri­tura no prohíbe el hacer arte representando cosas o personas, sino más bien la adoración de estas co­sas o personas. Solamente Dios debe ser adorado.

Así, el mandamiento que prohíbe la fabricación de imágenes, esculturas, o cualquier otra represen­tación artística con fines cúlticos, no va dirigido en contra del arte, sino en contra de adorar cualquier cosa que no sea el Creador Y. específicamente, en contra de adorar el arte mismo. Adorar el arte, ele­varlo a la categoría de ídolo, es incorrecto, pero crear arte no lo es .

El arte en el Tabernáculo

Uno de los más importantes principios en la inter~ pretación de la Biblia es el reconocimiento de que la Escritura no se contradice. Por ello es tan peren­torio observar que en el mismo Monte SinaÍ Dios en­tregó simultáneamente los Diez Mandamientos y or­denó a Moisés que diseñara un Tabernáculo de tal manera que incluyera en él casi todas las formas del arte representativo que los hombres conocen. ExaminernQS esto con más detalle.

Mientras Moisés se encontraba en el Sinaí, Dios le dio instrucciones concretas relativas a la manera como debía ser construido el Tabernáculo. Mandó a Moisés recoger oro y plata, telas costosas, lanas, joyas, etc.:

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«Jehová habló a Moisés, diciendo:

.Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su vo­luntad, de corazón, tomarás mi ofrenda .

• Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, acei­te para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, pie­dras de ónice y piedras de engaste, para el efod y para el pectoral.

»Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. •

»Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis» (Exodo 25:1-9).

¿De dónde tenían que sacar el modelo? Dios mis­mo lo facilitó. Esto se reafirma nuevamente en unos versículos que siguen poco después del texto citado:

.Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Exodo 25:40).

Fue Dios mismo quien mostró a Moisés el modelo del Tabernáculo. En otras palabras: Dios era el ar­quitecto, no el hombre. Una y otra vez, a lo largo del relato que nos cuenta cómo fue construido el Tabernáculo, aparece esta frase: «Así lo haréis: con­forme al modelo»; «Hazlo conforme al diseño" .», Dios enseñó a Moisés cómo debía construir el Ta­bernáculo en todos sus detalles. Se trataba de man­damientos también en este caso, mandamientos que venían de Dios, del Señor mismo que promulgó los Diez Mandamientos.

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¿Qué detalles, qué instrucciones dej6 Dios a Moi­sés? Muchas, desde luego. Pero nosotros vamos a detenernos en las que más directamente se relacio­nan con las artes en el Tabernáculo, el lugar mismo de adoración. Veamos:

1) Los dos querubines de oro. En primer lugar, hallamos esta afirmación sobre

el papel que el arte va a desempeñar en el Lugar Santísimo:

«Harás también dos querubines de oro; la­brados a martillo los harás en los dos extremos del propiciatorio. Harás, pues, un querubín en un extremo, y un querubín en el otro extremo; de una pieza con el propiciatorio harás los que­rubines en sus dos extremos. Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno en­frente del otro, mirando al propiciatorio los ros­tros de los querubines. Y pondrás el propiciato­rio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré.

»Y de allí me declararé a ti, y hablaré con­tigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimo­nio, todo lo que yo te mandare para · los hijos de Israel» (Exodo 25:18-22) .

¿Qué son los querubines? Por querubines se en­tiende una parte de las huestes angélicas. ¿ Qué es lo que manda Dios a Moisés en este lugar? Simple­mente, que es menester construir una obra de arte que sirva para adorno del Lugar Santísimo. ¿Y qué clase de arte es el que se menciona? Arte represen­tativo. Una representación estatuaria de ángeles que debía ser colocada en aquel sitio sagrado, el más

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sagrado del Santuario israelita: el lugar en donde, sólo una vez al año, un solo hombre el Sumo Sacer­dote- podía entrar. Y todo ello como mandamiento expreso de Dios. Fue Dios mismo quien lo ordenó.

Alguien dirá:

cEien, pero todo esto es muy especial, muy ex­cepCional, ya que se trata de ángeles que hay que hacer. Es un tema religioso, no equivale a la ordi­naria representación artística de cosas terrenas.»

Es cierto. Pero justo a la salida del Lugar San­tísimo topamos con un candelero de oro.

2) El candelero de oro. Tenemos aquí un trabajo

ver con cosas terrenas: artístico que tiene que

.Harás además un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el candelero; su pie, su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores serán de lo mismo. Y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero a un lado, y tres brazos al otro lado. Tres copas en forma de flor de almendro en un brazo, una manza­na y una flor; así en los seis brazos que salen del candelero, y en la caña central del cande­lero cuatro copas en forma de flor de almendro, sus manzanas y sus flores. Habrá una manzana debajo de dos brazos del mismo, otra manza­na debajo de otros dos brazos del mismo, y otra manzana debajo de los otros dos brazos del mismo, así para los seis brazos que salen del candelero. Sus manzanas y sus brazos serán de una misma pieza, todo ello una pieza labrada a martillo, de oro puro. Y le harás siete lampa­rillas, las cuales encenderás para que alumbren hacia adelante. También sus despabiladeras y sus platillos, de oro puro. De un talento de oro

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fino lo harás, con todos estos utensilios. Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte. (Exodo 25:31·40).

He ahí otra obra de arte: un candelero. ¿Y cómo hay que decorarlo? No con representación de ánge­les, sino con representaciones tomadas de la natu­raleza: flores, manzanas, cosas de la belleza natural. y habrá que colocarlas en el Santuario, por orden expresa de Dios, en medio mismo del lugar de ado­ración.

3) Las vestiduras de los sacerdotes. También en el libro de Exodo, más adelante, en·

contramos la descripción de los vestidos de los sacer­dotes del antiguo pacto:

« ... y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas cam­panillas de oro alrededor. Una campanilla de oro y una granada, otra campanilla de oro y otra granada, en toda la orla del manto alrede· dar. Y estará sobre Aarón cuando ministre; y se oirá su sonido cuando él entre en el san­tuario delante de Jehová y cuando salga, para que no muera_ Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello: SANTIDAD A JEHOV A. Y la pondrás con un cordón de azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará ... y bordarás una túnica de lino, y harás una mi­tra de lino; harás también un cinto de obra de recamador. Y para los hijos de Aarón harás tú­nicas; también les harás cintos, y les harás tia­ras para honra y hermosura. (Exodo 28:33-40).

De modo que cuando el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo tenía que tomar consigo unas

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vestiduras que llevaban adornos tomados de repre­sentaciones naturales, de la belleza de la naturaleza, y dichas representaciones entraban con él en la mis­ma presencia de Dios, sin que ello le molestara al Señor, antes al contrario: él mismo lo había man­dado. Ciertamente, en todo ello hemos de ver lo con­trario de un mandamiento en contra de las obras de arte. Constituye la antítesis de dicha eventual prohi­bición. Más bien deducimos que Dios se agrada de estas representaciones artísticas.

Pero hemos de observar todavía algo más en estos textos. En la naturaleza, las granadas son de color encarnado, pero las que aqUÍ se citan y ordenan tienen que ser de color azul, púrpura y carmesí. Púr­pura y carmesí podrían interpretarse como cambios naturales en el proceso de maduración de la granada. Pero no el color azul. La implicación obvia es que tenemos libertad para hacer algo que puede inspi­rarse en la naturaleza pero que puede ser distinto de ella, y que a pesar de esta diferencia, cuando la obra de arte ha llegado a su término de realización, no obstante, puede ser llevada hasta la presencia misma de Dios. En otras palabras, el arte no tiene que ser necesariamente «fotográfico» i en el sentido pobre, vulgar, que entendemos lo «fotográfico»! Nada tiene que ver nuestra expresión con la fotografía corno obra de arte también. Lo que queremos decir es que el artista puede dar rienda suelta a su imagi­nación y fantasía y es aceptable delante de Dios.

Resulta tentador leer a veces la Biblia como un «libro santo» que ofreciera los relatos históricos como si se tratara de narraciones que nada tienen que ver con la realidad de este mundo a ras de suelo. P ero debemos comprender que cuando Dios mandó que fueran hechas estas obras de arte, tuvo que haber algún artista para llevarlas a cabo. Y fueron reali­zadas aquí, en este mundo.

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El fenómeno artístico implica dos cosas: la crea­ción, por un lado, y los detalles técnicos, por el otro. El arte es creador, sí; mas el arte conlleva igual­mente una técnica del cómo hay que hacer cada trabajo artístico. En Exodo 37:7, el «libro santo. des­ciende a los pormenores y nos cuenta algo de estos detalles técnicos: <Hizo también los dos querubines de oro explica la Biblia-, labrados a martíllo, en los dos extremos del propiciatorio.» El querubín del arca no apareció repentinamente, como caído del cielo. Alguien tuvo que «ensuciarse las m8n05:b para darle forma, alguien tuvo que solucionar los proble­mas técnicos de su realización. Exactamente como hoy los artistas tienen que resolver sus problemas de toda indole .

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El templo

El templo, al igual que el Tabernáculo, no fue pla· neado por hombres. Una vez más, la Escritura insist~ en el hecho de que la idea, y todos sus detalles, vino de Dios mismo. David -nos explica el cronis­ta- dio a Salomón su hijo «el modelo (el plano) del pórtico del templo y sus casas ... Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Je­hová, que me hizo entender todas las obras del dise­ño. (1.0 Crónicas 28:11, 19). La experiencia que vivió David en todo lo relativo al templo y su construcción no fue nada ambigua; tuvo que ver con realidades terrenas y medios terrenos, con cosas de este mundo a ras de suelo, aunque fuera para glorificar al Señor a través de todo ello. Parte de la experiencia de David estribó en recibir una revelación proposicio­nal, concreta, acerca de la manera cómo el templo tenia que ser construido. Si David sabía exactamente cómo había que levantar el templo a Jehová en Jeru· salén, fue porque Dios mismo se lo había dicho. De hecho, David afirmó que él sabía cómo construir el templo porque el Señor se lo hizo comprender me· diante su propio escrito (<<me fueron trazadas por la mano de Jehová»). No sabemos concretamente por qué medios este escrito esta revelación proposicio·

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nal- llegó hasta David; ignoramos de qué se sirvió Dios pero se nos informa claramente de una cosa: David, por inspiración de Dios, tuvo este escrito que le dio el plano del templo.

¿Qué cosas debían llenar el templo? Entre otras muchas, las obras de arte debían ocupar un lugar prominente en el templo de Dios:

.Cubrió también la casa (de Dios) de pie­dras preciosas para ornamento; y el oro era oro de Parvaim. Así que cubrió la casa, sus vigas, sus umbrales, sus paredes y sus puertas con oro; y esculpió querubines en las paredes) (2.0 Crónicas 3: 6-7).

Observemos bien lo que dice el texto: el templo debía ser adornado con piedras preciosas para orna­mento, es decir: como decoración, para embelleci­miento de la casa de Dios. No eran razones de índole práctica las que motivaron esta orden divina; nada pragmático inducía a cubrir el templo de piedras preciosas. No había propósitos utilitarios en ello. Dios, simplemente, quería belleza en el templo. Dios se interesa por la belleza y, por consiguiente, quiso que el lugar donde su nombre era invocado y adora~ do fuera un lugar embellecido, un sitio hermoso.

Venid conmigo a los Alpes y contemplad allí las montañas cubiertas de nieve. No hay duda: Dios, el Creador, se halla profundamente interesado en la belleza. Dios hizo a las personas para que fueran bellas. Y la belleza tiene un lugar en la adoración al Señor.

La gente joven, a veces, señala la fealdad de algunos edificios, o locales, que albergan iglesias evangélicas. Por desgracia, a menudo, están en lo cierto. Parece como si, profundamente arraigada en nuestro corazón, hubiera una impotencia para com~

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prender que la belleza puede, y debe, ser utilizada para alabanza de Dios. Pero aquí en el templo que construyó Salomón, bajo la dirección del Señor mis­mo y siguiendo estrictamente todas las indicaciones divinas, a la hermosura se le concedió un importan­te lugar. Para algunos creyentes carece de importan­cia el que la casa de Dios sea bonita, esté decorada o sea una simple sala casi desmantelada y sin be­lleza alguna. Para Dios, por el contrario, el lugar donde se le rinde culto debe ser un lugar hermoso; aunque sencillo, si así lo ordenan las circunstancias, pero hermoso y dignamente bello.

El autor de las Crónicas prosigue en el v. 7 del texto que estamos comentando: «Cubrió la casa, sus vigas, sus umbrales y sus paredes y sus puertas con oro; y esculpió querubines en las paredes» (2.0 Cró­nicas 3:7). Más arriba consideramos los querubines en el Lugar Santísimo; eran obras escultóricas. Aquí se trata de relieves; lo que suele llamarse bajorre­lieves. Allí dondequiera que el adorador dirigiese su mirada, allí encontraba bajorrelieves. Junto a los bajorrelieves había también escultura: «y dentro del Lugar Santísimo hizo dos querubines de madera, los cuales fueron cubiertos de oro ... Hizo también el velo de azul, púrpura, carmesí y lino, e hizo realzar querubines en él» (2.0 Crónicas 3:10, 14).

En los versículos 16 y 17 leemos:

«Hizo asimismo cadenas en el santuario, y las puso sobre los capiteles de las columnas; e hizo cien granadas, las cuales puso en las cadenas.

»Y colocó las columnas delante del templo, una a la mano derecha y otra a la izquierda; y a la de la mano derecha llamó Joaquín, y a la de la izquierda, Boaz.7>

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He ahí dos columnas gratuitas, superfluas. No sos· tenían ningún peso arquitectónico y no tenían ningún significado utilitario para la ingeniería. Estaban allí solamente porque Dios lo había dicho; y lo habia dicho simplemente para que adornaran su casa de oración, para que la embellecieran. Y sobre los ca· piteles de las columnas hizo colocar granadas, sos­tenidas por las cadenas. Obra de arte sobre obra de arte; decoración sobre decoración; adorno sobre adorno; belleza sobre belleza. Si comprendemos ca­balmente lo que se lee en estos textos, si captamos su profundo significado, nos quitará el aliento. Por­que se trata de algo abrumadoramente bello.

En 2.° Crónicas 4 se nos informa cómo Salomón construyó un enorme altar de bronce y asimismo «un mar de fundición» (una piscina o estanque de metal a modo de lago), de diez codos de borde, enteramen· te redondo y de cinco codos de alto; un cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había en todo el contorno unas como figuras de bue· yes, diez por cada codo, colocadas en dos órdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres mirando al norte, tres mirando hacia el oeste, tres mirando al sur y tres mirando al este. El «mar de fundición», o de metal, estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior; su espesor era como de un palmo, y su borde como el borde del cáliz de la flor de lirio. Cabían en él tres mil medidas. El codo antiguo tenía 45 cms., y el de Ezequiel (ej. Ezequiel 40:5) tenía 52,5 cms. El palmo era la mitad del codo; el antiguo tenía 22,5 cen­timetros, y el de Ezequiel la mitad de 52,5 cms. De nuevo, pues, se nos ofrece un proyecto artístico para el templo.

Si agrupamos todo el complejo artístico que Dios mandó colocar en el templo, el balance será el si· guiente: ángeles representados por los bajorrelieves

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en forma de querubines, la naturaleza inanimada re· presentada por las flores y las granadas, y la natu­raleza animada en forma de bueyes. Tenemos, pues, que temas no religiosos son empleados en este arte realizado para ocupar un lugar central en el corazón mismo del templo donde se adorará al Dios vivo. Así, lo que representa la creación es traído al centro mis­mo del ámbito que sirve para la adoración.

Hasta cierto punto, podría decirse que los bueyes (2.0 Crónicas 4:4) eran funcionales, ya que sostenían el cmar de metal>. Pero, decidme, ¿qué función de· sempeñaba lo que se nos describe en el v. 5?

«y tenia de grueso un palmo menor, y el borde tenía la forma de un cáliz o de una fl6r

. de lis .•

El <mar de metah no tenía que ser algo liso, pura­mente funcional, sino que debía ser adornado con bordes en forma de flores de lis. Simplemente, por­que tenía que ser algo bonito.

En 1." Reyes 7:29 se nos suminístra un detalle adi­cional al darnos la descripción de los paneles (que nuestra versión Reina-Valera traduce: «tableros.) que había en las diez basas de bronce en el templo:

«y sobre aquellos paneles que estaban entre las molduras habla figuras de leones, de bue­yes y de querubines; y sobre las molduras de la basa, así encima como debajo de los leones y de los bueyes, había unas añadiduras de ba­jorrelieve.»

Dios está diciendo: «Quiero tener leones en mi casa, figuras de animales de mi creación, bueyes y leones; y, también, querubines, seres angélicos.» ¿Por qué? No por motivos pragmáticos, no por. neceo

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sidades funcionales, simplemente por amor a la be· Heza.

Podríamos, desde luego, continuar nuestra rese· ña y multiplicaríamos las citas y las referencias bíblicas sobre el arte en relación con el templo. Por ejemplo, en 1.0 Reyes 6:29 se lee:

«Hizo también en el Lugar Santísimo dos querubines de madera de olivo, cada uno de diez codos de altura (entre 4,5 y 5 metros). y cubrió de oro los querubines ... y esculpió todas las paredes de la casa alrededor de di· versas figuras, de querubines, de palmeras y de capullos abiertos de flores, por dentro y por fuera.»

Quiero llamar vuestra atención sobre el hecho de que esculpió todo en torno de los muros del templo con grabados de escultura de ángeles (querubines), palmeras, flores, etc.: «y esculpi6 todas las paredes de la casa alrededor ... » Esto significa que no dejó ni un solo muro sin decorar. Mas en este texto se pone énfasis igualmente en algo importante que no hemos considerado hasta este momento: aquí los que· rubines, las palmeras y las flores son colocados todos juntos. En otras palabras, tenemos arte representa­tivo de las dos realidades: el mundo invisible (los ángeles) y el visible (las palmeras y las flores). Ambas realidades quedan así unidas para ilustrar la gran verdad de su existencia auténtica. No creo que el vocablo «querubines» sea una figura de len­guaje; al contrario: el énfasis del texto es darnos la enseñanza de que los querubines tienen forma y son reales. De hecho, yo miro al futuro y espero po­der verlos algún día. Y, sin embargo, ahora podemos preguntarnos: «¿Cómo es posible elaborar una repre­sentación de algo perteneciente al mundo invisible?»

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La respuesta es simple: resulta fácil si es Dios mis~ mo quien nos dice cómo debemos hacerlo y nos sumi­nistra los datos. La realización de los querubines es algo parecido a la revelación verbal, en propo­siciones concretas, que Dios hace de sí mismo en la Escritura. Ezequiel, por ejemplo, vio querubines un par de veces (Ezequiel 1:4-25; 3:12-13) . No hay nada problemático, en absoluto. Nada de enigmas si Dios muestra cómo son estos seres al menos de alguna manera que nos permita su representación artística.

Hemos visto cómo en relación con el Tabernáculo de Dios el templo- Dios llamó a los artistas y cómo les instó a que solucionaran ciertos problemas técnicos inherentes a su labor. Tanto en el Taber~ náculo como en el templo luego, Dios dio instruccio~ nes sobre el lugar que el arte debía desempeñar en su santuario:

.Los fundió el rey en los llanos del Jordán, en tierra arcillosa, entre Sucot y Seredata. y Salomón hizo todos estos enseres en número tan grande, que no pudo saberse el peso del bronce. Así hizo Salomón todos los utensilios para la casa de Dios y el altar, y las mesas ... ; asimismo los candeleros .. . , las flores, lampari~ llas ...• (2.' Crónicas 4:17·22).

Así como Miguel Angel trabajó con sus manos el mármol de las grandes canteras italianas, así el ar­tista hebreo trabajó el bronce en un lugar geográ· fico particular entre Sucot y Seredata, un lugar ade· cuado en donde había abundancia de arcilla para hacer buenas formas para sus modelos. Estos artis­tas hebreos no eran diferentes de los hombres de hoy; ambos viven en el mismo mundo y tienen que tratar cuestiones técnicas que se les plantean al rea­lizar sus varias obras de arte.

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IV

Arte con fines seculares

Hasta aquí nos hemos ocupado del arte empleado, específicamente, para adornar los lugares en donde &

Dios recibía la adoración; arte que tanto podía tener como tema los ángeles como la naturaleza.

Todo este arte era considerado un don de Dios, además de tener su origen en el mandamiento de Dios; pero de eUo no se sigue que tan sólo los temas religiosos sean dignos del arte. Al contrario, el em­pleo de figuras relativas al mundo visible, natural, como son los animales, enseña que para el arte no siempre es necesario que los temas sean religiosos. El factor que constituye en cristiana una obra de arte no es que trate necesariamente de un tema reli­gioso.

En 1.0 Reyes 10 aprendemos algo también sobre el arte secular en días de Salomón. Se nos describe el trono de Salomón. Algo impresionante:

. Hizo también el rey un gran trono de mar· fil, el cual cubrió de oro purísimo. Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los cuales estaban colocados dos leones.

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. Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y de otro; en ningún otro r eino se había hecho trono seme­jante. (1.' Reyes 10 : 18-20).

Me intriga esta descripción; cada vez que la leo siento curiosidad y hago un esfuerzo para imaginar lo que seria aquel gran trono de marfil. Me gustarla haber podido ver esa magnífica obra de arte: «un gran trono de marfil, cubierto de oro purísimo», guar­dado por dos leones, y luego, sobre las gradas, de un lado y de otro, doce leones.

Los eruditos bíblicos se preguntan por qué los dos leones primero y después los doce son mencio­nados por separado; algunos sugieren que acaso los dos leones del trono eran animales vivos y los otros doce sobre las seis gradas formaban un grupo es­cultórico. No podemos estar seguros sobre el par­ticular; no podemos afirmar si era así o no, pero imaginad por un momento aquello: ¡Imaginad a Sa­lom6n, sentado en medio de dos leones -que, si bien estarían encadenados para mayor medida de segu­ridad, no dejarían de rugir al ver a personas extra­ñas, o visitantes-, y allí la magnificencia del trono de marfil sería todavía más des1umbrante y más espectacular! ¡Qué trono el de Salomón! ¡Y qué obra de arte, de arte secu1ar!

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v El uso que Jesus hizo del arte

Si alguien todavía se siente perplejo ante todo lo que acabamos de exponer en relación con la Biblia y el arte representativo, debería considerar con suma atención lo que las Escrituras dicen acerca de la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desier­to. Recordaréis que, mientras los hijos de Israel iban atravesando el desierto, se quejaron a Moisés sobre la falta de pan y de agua. El texto sagrado relata que Dios, entonces, «envió entre el pueblo serpientes ardientes que mordían y murió mucho pueblo de Is­rael> (Números 21:6). Los israelitas acudieron rápi­damente a Moisés, pero esta vez no para exponerle su desánimo y su bajo tono espiritual, sino para COD­

fesar su pecado y rogar al caudillo israelita que ora­ra por ellos, que intercediera, ante J ehová para que se vieran libres de las serpientes. Dios, entonces, contestó a la oración de Moisés :

«y Jehová dijo a Moisés : Hazte una serpien­te ardiente, y ponla sobre una asta; y cual­quiera que fuere mordido y mirare a ella, vi­virá» (Números 21:8).

Moisés obedeció y se aprestó a construir esta serpiente con metales que tenía a mano. Cuantos

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tomaron al pie de la letra la promesa divina y mi· raron a la serpiente de bronce vivieron.

Lo interesante aquí -y queremos subrayarlo- es el hecho de que Jesús se sirvió de este incidente y de esta obra de arte (pues así debemos considerarla por rudimentaria que fuese su realización) como una ilustración de su próxima muerte sobre la cruz: «y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levan­tado, para que todo aquel que en él cree, no se pier­da, mas tenga vida eterna. (Juan 3:14-15).

«y como Moisés levantó la serpiente . . . », es decir: tomada como modelo, al modo de ilustración, aquella representación artística sirvió a Jesús para explicar el significado central de su muerte expiatoria. Pres­temos atención: ¿Qué empleó el Señor para su ilus­tración? Una obra de arte.

Mas es posible, tal vez, que alguien objete: «Sí, claro, pero luego los judíos tuvieron que romper aquella obra de arte en pedazos. El piadoso rey Eze­quías dio la orden, según lo tenemos narrado en 2.0 Reyes 18:4 .•

j Es verdad! Y todavía más: Dios se complació de aquel acto del rey Ezequías. Pero no es ésta la cuestión: Mas bien hemos de preguntarnos: ¿Por qué rompió Ezequías la serpiente de bronce? La respues­ta la encontramos en el mismo texto sagrado:

< ... e hizo pedazos la serpiente de bronce que habla hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó Nehustán ("cosa de bronce").»

¿La destruyó Ezequías porque era una obra de arte?

Desde luego que no; Dios mismo, en última ins-

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ARTE Y BIBLIA 37

tancia, era el responsable de su existencia, pues él mismo había dado las órdenes a Moisés para que fuera construida.

Ezequías hizo pedazos la serpiente -aquella re­presentación artistica- porque los hombres la habían convertido en un ídolo. Lo que resuíta malo en cual· quier representación artística no es su existencia, en tanto que obra de arte, sino el mal uso que pueda darse a la misma.

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VI , La poesla

Hasta aquí nos hemos ocupado de las artes sun­tuarias, el arte representativo, pero la Biblia se ocu­pa también de otras formas de arte igualmente. El más obvio es el arte de la poesía, de la que están tan repletas las páginas de la Escritura. Cuando pen­samos en la poesía bíblica, inmediatamente nuestros pensamientos van dirigidos a los Salmos. Pero hay poesía en otras porciones bíblicas; y no sólo esto, los judíos aprendieron a usar la poesía incluso para fines profanos luego que la pauta les había sido dic­tada por la misma Escritura. En la Biblia encontra­mos temas seculares expresados de modo poético. Por ejemplo, 2." Samuel 1:19-27 resulta ser una oda secular, un poema escrito por David para alabar a Saúl y Jonatán como héroes nacionales.

Más adelante, en 2.° Samuel se nos dice que David escribió sus Salmos bajo la inspiración y la dirección del Espíritu Santo:

«Dijo David hijo de Isaí, Dijo aquel varón que fue levantado en alto, El ungido del Dios de Jacob, El dulce cantor de Israel: El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua»

(2." Samuel 23:1-2)

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En Hechos 2:25-31 hallamos la confirmación de que David era profeta. Así, podemos parafrasear las palabras de David de esta manera:

«Sí, yo fui poeta, pero más que esto: yo era, sobre todo, un profeta del Dios viviente. Fui profeta; vocero de Dios, portavoz de la pala­bra divina. ¿Y cómo escribí? Bien, mi respues­ta es clara y contundente: escribí bajo la inspi­ración del Espíritu Santo. Dios dirigió mi tarea como escritor sagrado.»

No podemos pensar que David escribió guiado por Dios solamente cuando empleó la prosa, por cuanto su poesía fue igualmente inspirada. David era, bá­sicamente, un profeta tanto cuando escribía poesía como cuando se servía de la prosa. ¿Quién, pues, se atreverá ahora a afirmar que Dios desprecia la poe­sÍa? ¿Cómo puede alguien sentir la más leve incli­nación a proferir semejantes dislates, de que Dios detesta el arte, si la poesía es arte y si Dios se sir­vió de ella para comunicarnos su mensaje inspirado?

Es interesante observar que en la versión griega de las Escrituras del Antiguo Testamento, llamada la Septuaginta o Versión de los Setenta, que fue rea­lizada en el segundo o tercer siglo antes de Cristo, tenemos un salmo que no se encuentra en nuestra Biblia. Se plantea una cuestión, desde luego: ¿es realmente un salmo de David? En cualquier caso, lo parece. No es de extrañar; tampoco hemos de pen­sar que todo lo que escribió David fuese inspirado, como lo es todo lo que ha quedado registrado en la Biblia. Por consiguiente, incluso en el caso de que se trate de un salmo de David, nos hallaríamos en presencia de una composición suya netamente huma­na sin la inspiración bíblica de otros de sus escritos. Ciertamente, no todo arte - ni siquiera el que reali-

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zaron hombres como David, usados por Dios en oca­siones como portavoces de su Revelación- debe ser considerado como Dios que habla cual musa por me­dio del artista. Más bien es lo humano que hay en el hombre lo que resulta capaz de crear arte. El ar­tista como hombre no desaparece, no queda en la penumbra para dar paso a la musa y dejarla sola bablando. Podemos considerar el siguiente salmo de la Septuaginta como una composición poética de Da­vid en la que la única intención era escribir poesía en tanto que poesía, hacer arte por amor al arte:

Yo era el más pequeño de entre mis hermanos, el más joven en la casa de mi padre.

Cuidaba las ovejas de mi padre. Con mis manos formé un instrumento musical

y mis dedos tocaron una salmodia. ¿Quién hablará al Señor? El Señor mismo, él mismo oirá. El envía a sus ángeles

11 me toma de entre las ovejas de mi padre. y me ungi6 con el aceite de su unci6n. Mis hermanos eran altos y apuestos,

pero el Señor no se complació en ellos. Yo salí al encuentro del filisteo,

quien me maldijo con sus ídolos.

Pero yo desenvainé su propia espada y le corté la y así libré del oprobio a los hijos de Israel. [cabeza

¿ Verdad que este texto suena como cualquier otro de los salmos de David? David mismo se presenta como un joven allí en las montañas paciendo sus rebaños. Mas, ¿qué hace el futuro rey de Israel? Es un artista y crea arte. Toma un pedazo de madera y se las arregla para convertirlo en un arpa: «con mis manos formé un instrumento musical». Como nos informa la Biblia, David realizó sus instrumentos con

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tal habilidad artesana que luego sirvieron para el uso en el culto, en el Tabernáculo.

Pero David era además un músico, no sólo un artesano. De sus dedos se dice que «tocaron una salmodia.. Como el que hoy toca su violín; David construyó sus instrwnentos para usarlos, para arran­carles notas y para complacerse en la belleza de las mismas. El escribir poesía, el hacer instrumentos de música, el tocar estos instrumentos, todo ello tiene un propósito: suscitar la belleza. Pero este propósi­to, en David, no se convierte en el último sino que sirve para otra finalidad superior: alabar a Dios. Así, el arte con toda su belleza se transfigura en un ejercicio espiritual destinado a glorificar al Señor.

Hay algo emocionante en todo ello. ¿Cómo puede el arte convertirse en una tarea suficientemente sig­nificativa? Si se ofrece meramente a los hombres, entonces no encuentran ningún punto suficiente de integración. Mas puede ser ofrecido a Dios. David pregunta: «¿Quién hablará al Señor?» Es decir: «¿ Quién le dirá al Señor que yo he construido un hermoso instrumento musical? ¿Quién le contará que entoné salmos con él? ¿Quién le explicará que yo mismo he escrito esta poesía a la que luego pongo música 7» Y David halla la respuesta a sus pregun­tas: «El Señor mismo, él mismo oirá.» ¡Qué consuelo y qué inspiración! Nadie tiene que ir a decirselo; Dios ya lo sabe, Dios ya ha escuchado, Dios ya ha apreciado lo que ha hecho su siervo. Asi, el hombre que realmente ama a Dios -que labora bajo el seño­río de Cristo- puede escribir su poesía o su prosa, componer su música, construir sus instrumentos si tiene habilidad para ello, moldear sus estatuas. pin­tar sus cuadros, incluso si no hay ningún otro ser humano que ]0 vea o sepa apreciarlo. El artista cristiano sabe qué Dios está ahí y que le está con­templando, a él y a su obra de arte.

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De modo que si preguntaras a David: .David, ¿por qué cantabas? ¿Simplemente para pasar el rato? ¿Para divertirte? S6lo las pequeñas ovejas podían escucharte. ¿Por quién, para quién canta­bas? A lo que David respondería: .En absoluto. Te equivocas. Cuando yo canto, cuando yo escribo, el Dios de los cielos y de la tierra me está escuchando: él oye mi canción y lee mis escritos, y esto -preci­samente esto- es lo que les da tan grande valor.»

El arte puede, pues, entrar en el templo. Pero hagamos una aclaración: no es menester que, nece­sariamente, sea introducido en el templo para que se convierta en algo para la alabanza de Dios.

Uno de los más sorprendentes poemas seculares en la Biblia es el Cantar de los Cantares de Salomón . • Yuchos cristianos en el pasado han creído que este poema representa el amor de Cristo por su Iglesia. El poema puede ser interpretado de esta manera. Pero no debemos nunca reducirlo exclusivamente al relato de esta relación de Dios con su pueblo. Si des· cr ibe la comunión entre Cristo y la Iglesia es porque toda relación adecuada entre el hombre y la mujer constituye una ilustración de la relación que se da entre Cristo y su Iglesia. La realidad es que Dios ha querido -y ha hecho- que el amor que un hom· bre siente por una mujer y el que ésta siente por aquél fuera representativo del amor de Dios por su pueblo: el amor del esposo por la esposa ilustra el amor de Cristo por su Iglesia. Mas en el Cantar de los Cantares Dios suscita un poema que expresa con gran fuerza el amor de un hombre por una mujer y DO lo deja en simple composición secular, puesto que lo incluye en la Palabra suya, en la Palabra de Dios, dándole así un carácter inspirado. Esta clase de poesía, como la que encontramos en los sal­mos, puede ser utilizada en la representación de algo bello y maravilloso. i Qué alabanza más hermosa

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a Dios en este poema! En un sentido, su inclusión en la Biblia es parecida, paralela yo diría, a la clase de arte secular que vimos en el trono de Salomón; pero en otro sentido resulta más significativo toda­vía porque este poema ha sido puesto en la Escritura como Escritura misma.

i Cuán a menudo los cristianos piensan en 10 sexual corno si fuera algo de segunda categoría! Pero qué equivocados estamos. Nunca, nunca, nunca debiéra­mos haber caído en este malentendido de acuerdo con la Palabra de Dios. Es todo el hombre el que Dios creó para que le amara; y cada aspecto de la naturaleza humana merece recibir la adecuada COD­sideración y así su exacto lugar dentro de los pro­pósitos de Dios. Entre estos propósitos se ' halla la vida sexual, que es don de Dios. También este aspec­to de la naturaleza humana debe recibir luz de la Palabra y ser tenido, y apreciado, dentro de la pers­pectiva biblica. Dios hace todas las cosas bien; y esto incluye la relación sexual entre una mujer y un hom­bre; una tremenda y maravillosa relación creada por Dios. En el principio mismo de la Humanidad, el Creador entregó a Adán una compañera: Eva. De aquí que la relación hombre - mujer pueda ser digna de un poema; es algo hermoso, querido por el Señor. Y, así, un poema de amor puede resultar maravillo­samente bello. De modo que si tú eres un joven, o una muchacha, y si tú amas a una chica, o a un chi­co, no me extrañaría que desearas expresar tus sen­timientos por medio de la poesía; tú puedes escribir poesía amorosa y crear algo bello. No temas; esto puede ser .. también una alabanza a Dias. Cuando los dos amantes -él y ella- son cristianos, esta alaban­za puede convertirse en una doxología consciente.

Antes de pasar a las otras formas de arte, desea· ría simplemente volver a llamar la atención al hecho de que, aunque utilice técnicas poéticas distintas de

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las que usa el inglés o el castellano, la poesía hebrea demanda estricta disciplina literaria. De hecho, la ¡JOPSía hebrea es probablemente más difícil de escri­

- que la española o la francesa, pongo por caso. ],lucho más que la poesía anglosajona también. Y así ..... .. 0 un artesano era consciente de que se le pedía :Zabajar con precisión a medida que moldeaba las estatuas de bronce, o vaciaba los bloques de piedra,

diseñaba los bajorrelieves sobre los muros del tem­plo, así también el poeta hebreo tenía que tener cui· :jada con los aspectos técnicos de su poesía y debía

bar por conseguir la excelencia técnica. En esta pugna por alcanzar la perfección artesana y artísti­ca hay lugar para la alabanza a Dios también .

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VII

La música

La música es otro arte que la Biblia no ignora. Una de las más fantásticas piezas del arte musical debió haber sido el cántico que los hebreos entonaron luego de haber sido liberados del ejército del Faraón. En Exodo 15 encontramos este bello cántico. Piensa en esta muchedumbre de israelitas -centenares de miles- agrupados en una de las orillas del mar Rojo y cantando este himno antifanal: era también una obra de arte:

«y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mu­jeres salieron en pos de ella con panderos y danzas.

»Y María les respondía:

Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido;

Ha echado en el mar al caballo y al ji-nete.:ti

(Exodo 15:20-21)

Tenemos aquí a los hombres entonando el himno, o «stanza. (que se nos da en Exodo 15:1-18), y a las

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mujeres conducidas por Miriam cantando a coro en una respuesta antífonal. Pensad en el gozo de la libertad recién obtenida, en la alegría de haber deja­do atrás la opresión de Egipto, y pensad también qué escena debió ser aquélla. Pues bien, para con­seguirla, hubo que componer música y hubo que es­cribir poesía. ¡Y qué resultado tan maravilloso!

Pero también en el templo había música. Se nos dice en 1.0 Crónicas 23:5 que:

•... cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que he hecho para tributar alabanzas».

¡Cuatro mil! Un cántico entonado por cuatro mil voces a la vez. Y el cronista añade:

eY los repartió David en grupos conforme a los hijos de Leví: Gersón, Coat y Merari» (v. 6).

En otras palabras, David dividió a los cantores en secciones haciendo lo que nosotros hoy llamaríamos un coro. Y el arte musical irrumpe con todo su es­plendor, con toda su belleza, con toda su fuerza, con todo su poder de comunicación y toda su gloria.

En los tiempos del rey Ezequías tuvo lugar un incidente que suelo recordar al pensar en estas cosas. La Escritura nos traza la escena, una escena que a mí me gusta rememorar. Una vez el piadoso monarca hubo limpiado el templo y el culto había sido refor­mado de acuerdo con la Palabra de Dios que por tanto tiempo había sido olvidada, y mientras eran ofrecidos los sacrificios rituales, Ezequías

«puso también levitas en la casa de Jehová con címbalos, salterios y arpas, conforme al man-

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damiento de David, de Gad vidente del rey, y del profeta Natán, porque aquel mandamiento procedía de Jehová por medio de sus profetas. y los levitas estaban con los instrumentos de David y los sacerdotes con trompetas •.

Pero hay más:

«Entonces mandó Ezequías sacrificar el ho­locausto en el altar: y cuando comenzó el holo­cautos, comenzó también el cántico de Jehová, con las trompetas y los instrumentos de David rey de Israel. Y toda la multitud adoraba, y los cantores cantaban, y los trompeteros sonaban las trompetas; todo eso duró hasta consumir~e el holocausto. Y cuando acabaron de ofrecer, se inclinó el rey, y todos los que con él esta­ban, y adoraron. Entonces el rey Ezequías y los príncipes dijeron a los levitas que alabasen a Jehová con las palabras de David y de Asaf vidente: y ellos alabaron con gran alegría, y se inclinaron y adoraron» (2." Crónicas 29:25-30).

Asistimos aquí a una tremenda combinación ar­tística en la que se dan cita la música y la poesía, y todo por mandamiento de Dios, mandamiento que fue dado por medio de sus profetas (v. 25).

Pienso que mi pieza favorita es el Dettingen Te Deum de Haendel. Tengo un disco con esta graba­ción (Fontana 875-015-CY), en el cual todos los ins­trumentos aportan su contribución, y puedo asegurar que el efecto es maravilloso. Cada vez que leo este pasaje del capítulo 29 del Segundo libro de las Cró­nicas, cada vez viene a mi memoria el Dettingen Te Deum, y pienso que lo que vivió la generación de Ezequías en aquellas ceremonias cúlticas debió ser diez veces más grande y más sublime todavía. Trom-

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petas, címbalos, salterios, arpas, todos los diversos instrwnentos de David -música sobre música, arte sobre arte , todos haciendo su contribución, todos señalando la posibilidad de que lo que el hombre hace, su creatividad, sea utilizado en la alabanza a Dios, todo elevado a un orden más alto de arte por el mandamiento del Señor. y cuando uno comienza a comprender estas cosas, uno empieza a respirar también. 05 diré por qué: todas las terribles presio­nes que hemos tenido que soportar, presiones que trataban de convencernos de que el arte, la creati­vidad artística era algo que estaba por debajo de lo espiritual, todas estas presiones desaparecen. Ya puedo gozar del arte. Y, con esta verdad, entro en contacto con la belleza, y, con esta belleza, a una nueva dimensión de libertad espiritual, delante de Dios.

Deberíamos observar que todo el arte relacionado con el templo contribuía, mediante cada una de sus específicas características, al conjunto para formar una unidad. El templo en sí era una obra de arqui· tectura, pero encerraba además todas las aportacio­nes de las otras artes y todo conducía a hacer de él una obra completa de arte, una unidad armónica en la que se encontraban las columnas airosas, la estatuaria impresionante, los bajorrelieves, la poesía y la música. Todo aquello había sido realizado con materiales, algunos de los cuales tuvieron que ser traídos desde muy lejos. Pero valía la pena. El conjunto resultaba impresionante: una obra de arte compacta, completa, para la alabanza del verdadero Dios. Ciertamente, esto debería decirnos algo a no­sotros acerca del posible uso de la arquitectura, y debiéramos pedir al Señor que nos indique la manera cómo hoy. nosotros, podríamos producir también esta clase de alabanza a Dios en medio de nuestra actual circunstancia específica.

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El drama

VIII

El drama y la danza

• En la Escritura se mencionan todavía dos formas

más de arte. La primera es el drama. En Ezequiel leemos:

«Tú, hijo del hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén. y pondrás contra ella sitio, y edi­ficarás contra ella fortaleza, y sacarás contra ella baluarte, y pondrás delante de ella cam­pamento, y colocarás contra ella arietes alre­dedor. Tómate también una plancha de hierro, y ponla en lugar de muro de hierro entre ti y la ciudad; afirmarás luego tu rostro contra ella, y será en lugar de cerco y la sitiarás. Es señal a la casa de Israel» (Ezequiel 4:1-3) .

¿De qué se trataba? Teatro, simplemente esto; la representación de un drama. El adobe tenía suficien­te elocuencia, por el diseño de la ciudad de Jeru­salén dibujado en él, para que todos los moradores de la ciudad supieran a qué hacia alusión: Jerusalén iba a ser sitiada y la advertencia que Dios tenia que

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dar al pueblo le fue ofrecida en forma de drama, por voluntad expresa del Señor.

Puntualicemos: no queremos decir que cualquier drama, que el uso de este arte, sea siempre automá­ticamente correcto; lo que queremos afirmar es que, per se -en sí mismo-, este arte no es malo. A Eze­quiel se le mandó que representara esta pieza teatral cada día durante un año. Durante este largo tiempo, día tras día, semana tras semana, y mes tras mes, el profeta actuó como actor por mandamiento de Dios y representó una pieza dramática delante del decorado construido de manera tan simple pero que, eficazmente, hacía comprender a Israel que Dios iba a mandar un terrible juicio.

La segunda expresión artística que hallamos en la Escritura y que nos faltaba mencionar es

La danza

Se la cita en el Salmo 149:3, en donde Israel es convocado para alabar al Señor:

«Alaben su nombre con danza; con pandero y arpa a él canten.»

Algunas versiones inglesas, en el margen, tienen una nota que indica que acaso no se refiera a la danza sino al caramillo o churumbelo. Con todo, ten­go mis reparos acerca de esta traducción.

En el Salmo 150:4-5 leemos:

«Alabadle con pandero y danza; alabadle con cuerdas y flautas.

Alabadle con címbalos resonantes; alabadle con címbalos de júbilo .•

Dos porciones sacadas de los textos históricos de la Biblia muestran que Dios se complacía con la

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danza de su pueblo. En Exodo 15: 20 se dice que «Ma­ría la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas •. Y en 2." Samuel 6:14-16 se nos informa que «David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino.. Imaginad a David trayendo el arca a Jerusalén: se trataba de un momento so­lemne, uno de los instantes más significativos para la historia de los judíos. El arca que había estado fuera era traída adentro y David exulta de gozo en su adoración. No puede contener esta profunda ale­gría espiritual que brota de su alma al adorar a Dios y trata de expresarla mediante la danza. La obser­vación de que David danzaba vestido con un efod de lino quizá no nos diga mucho a nosotros, pero adquirirá valor si pensamos que entre los paganos las danzas rituales religiosas solían celebrarse con bailarines desnudos.

Sin embargo, cuando la esposa de David contem­pló la escena de su marido bailando delante del arca se disgustó; no le agradó y, lo que es peor, menos­preció a su esposo en su interior:

«Cuando el arca de Jehová llegó a la ciudad de David, aconteció que Mical hija de Saúl (esposa de David) miró desde una ventana, y vio al rey David que saltaba y danzaba delante de Jehová; y le menospreció en su corazón» (v. 16).

Mical podía pensar lo que quisiera. A Dios le gus­tó este arrebato de David, esta danza de su siervo, y la mujer de David fue reprendida por haber re­prendido a su esposo:

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.Volvió luego David para bendecir su casa, y saliendo Mical a recibir a David, dijo: ¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, des­cubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cual­quiera!

.Entonces David respondió a Mical: Fue de­lante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel. Por tanto, danzaré delante de Jehová. y aún me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado.

»Y Mical hija de Saúl nunca tuvo hijos hasta el día de su muerte. (2.0 Samuel 6:20-23) .

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IX

El arte y el cielo

En Apocalipsis 15:2-3 leemos: •

«Vi también como un mar de vidrio mezcla­do con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su mar­ca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios.

'1J y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Gran­des y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso: justos y verdaderos son tus ca· minos, Rey de los santos.'>

El arte no se detiene a las puertas del cielo. Las formas artísticas son llevadas al cielo, para ayudar­nos a entenderlo un poco mejor. ¿Se produce aqw alguna separación de tipo platónico? ¡No, en abso­luto!

En el museo de arte de Neuchatel, en Suiza, hay tres grandes murales pintados por Paul Robert, quien durante ochenta años ha dado testimonio a todo el pueblo de Neuchiltel de que Cristo ha de venir otra vez. Uno de los murales testifica que Cristo tiene algo que ver con la agricultura; otro da testimonio

IsaacTerceros
Resaltado
IsaacTerceros
Resaltado
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sobre el hecho de que Cristo tiene también relación con la industria. Pero el tercero es el mejor. Des­cribe la relación entre Cristo, la vida intelectual y las artes. Paul Robert, un artista suizo que fue ade­más un verdadero hombre de Dios, comprendió muy bien esta relación de Cristo con la creatividad hu­mana.

En el fondo de este mural se puede ver la ciudad de Neuchatel, el lago junto al que está situada esta bella urbe suiza y hasta incluso el museo de arte que contiene el mural. En primer término, en el suelo, puede verse un dragón abatido de muerte. Debajo del dragón puede verse lo vil y lo monstruoso: la pornografía y su secuela de vicios, así como la vio­lencia y la rebelión. Arriba, se contempla a Jesús que viene en las nubes con sus huestes. Al lado iz­quierdo hay una escalera y en ella jóvenes y mucha­chas, bellos y sanos, que traen consigo los símbolos de las varias formas del quehacer artístico: la ar­quitectura, la música, etc. Y, a medida que suben la escalera, llevan estas artes arriba, alejándose cada vez más del dragón, para presentarlas a Cris­to. Y Cristo desciende para aceptarlas. Paul Robert comprendió la Escritura mucho mejor que algunos de nosotros. Vio que la segunda venida de Cristo sig­nificará la realización del señorío del Salvador; en su segunda venida, Cristo será soberano sobre todas las cosas y su señorío lo incluirá todo".

Pero comprendió también que si estas cosas tie­nen que ser presentadas al Señor para su gloria y alabanza y para que queden sometidas al señorío de Cristo en Su segunda venida, entonces ya ahora debiéramos ofrecérselas a Dios. Como he señalado, en el mismo mural representó la ciudad de Neucha­tel, el hermoso lago y el museo mismo. La intención era obvia: El museo de arte de Neuchatel y sus obras artísticas debieran ser para la alabanza de

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Cristo ahora. ¡La realidad del futuro tiene signifi· cado para el presente!

¿ Comprendemos la libertad que tenemos bajo el señorío de Cristo y las normas de la Escritura? ¿Está consagrada a Cristo la parte creativa de nuestra vida? Cristo es Señor de toda nuestra existencia y la vida cristiana debiera producir no sólo verdad -verdad llameante sino también belleza.

Elz .

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2 ALGUNAS PERSPEC­TIVAS SOBRE ARTE

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. - .

PORTleo

Todos nosotros, diariamente, tenemos alguna rela· ción, por ligera que sea, con el arte, aunque no sea· mas ni profesionales ni artistas aficionados. Lee11Ws libros, escuchamos música, miramos los «posters», admiramos un jarro de flores bien dispuesto.

El Arte, tal como empleo ahora la palabra, no i,!­cluye solamente «obras maestras», o «arte de cierta envergadura», es decir: pintura, escultura, poesía, música clásica, sino también sus expresiones más populares: la novela, el teatro, el cinema, la música popular y «rack>. De hecho, en un sentido muy real podríamos -deberíamos- decir que la vida cristia­na tendría que ser nuestra obra de arte maestra. Incluso para el más grande artista, la obra crucial de su existencia es su propia vida.

En las páginas que siguen quiero desarrollar una perspectiva cristiana sobre el arte en general. ¿Cómo tenemos, en tanto que dotados de creatividad y de la capacidad de gozar de la belleza, c6mo tenemos que comprenderla y evaluarla? Existen, creo yo, por lo menos once perspectivas distintas desde las que un cristiano puede considerar y emitir juicios de valor sobre el arte. Estas perspectivas no pretenden ser exhaustivas y agotar los varios aspectos que entraña el arte. Lo estético es un campo demasiado rico y complejo para que ello fuera posible. Pero estas once perspectivas cubren una porción significativa de lo que debiera ser una comprensión cristiana de esta área .

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I

La obra de arte como obra de arte

La primera perspectiva que hemos de considerar es la más importante:

1. Una obra de arte tiene valor en sí misma. Para algunos, este principio puede parecer dema­

siado obvio para que sea mencionado, pero para muchos cristianos es inimaginable. Y, con todo, si no comprendemos este punto, habremos perdido toda posibilidad de entender la misma esencia del arte. El arte no es algo que meramente analizamos o va­loramos por su contenido intelectual. Es algo para ser disfrutado; para que se halle gozo en su reali­zación o contemplación. La Biblia afirma que la obra de arte llevada a cabo en el templo. y antes en el Tabernáculo, fue realizada con el objeto de aportar belleza.

¿ Cómo debería LID artista empezar su trabajo en tanto que artista? Yo insistiría que comenzara su trabajo como artista disponiéndose, ante todo, a rea­lizar una obra de arte. Lo que esto significa es dis­tinto en la escultura y en la poesía, por ejemplo; se trata de artes diferentes. Pero en ambos casos el

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artista debería disponerse a realizar una obra de arte.

En tanto que cristianos sabemos por qué una obra de arte tiene valor. ¿Por qué? En primer lugar, por~ que toda obra de arte representa una labor creadora, y la creatividad encierra valor siempre, puesto que Dios es el Creador. La primera frase que aparece en la Biblia es la declaración de que Dios creó: «En el principio, Dios creó los cielos y la tierra ... » Y así también las primeras palabras del prólogo del Evan­gelio de Juan: «En el principio era la Palabra, la Palabra era con Dios y la Palabra era Dios ... Todas las cosas fueron hechas por la Palabra; sin la cual nada de lo que es sería» (Juan 1:1-3). Por consi­guiente. la primera razón que nos impulsa a afirmar que la creatividad tiene valor estriba en que Dios es Creador.

En segundo lugar, una obra de arte tiene valor como creación porque el hombre es hecho a seme~ janza de Dios y, por consiguiente, no sólo puede amar, y sentir, sino que también tiene capacidad para crear. Estando hecho a imagen del Creador, todo ser humano es llamado a alguna clase de creati~ vidad. De hecho, forma parte de la imagen de Dios el que el hombre sea creador. Jamás encontramos, ni hallaremos nunca, a ningún animal - a ningún ser no hombre realizando una obra de arte. Y, por otro lado, tampoco se da ninguna cultura, ' ningún grupo de hombres, en ningún lugar de la tierra, que no haya producido alguna obra de arte. El arte es consustancial con la condición humana. La creativi­dad constituye un aspecto de la distinción entre lo humano y lo no humano. Todas las personas, en al~ gún grado, son creadoras; potencialmente, la creati· vidad anida en el fondo de su ser y existir como humanos. La creatividad es intrínseca a nuestra con­dición humana.

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Pero hemos de tener cuidado para no caer en un error, invirtiendo las categorías expuestas más arri· bao No toda obra de arte es grande; es decir: no toda creatividad produce grandes obras de arte. No po­demos afirmar de cualquier creación que sea arte de calidad. No todo lo que hace el hombre es nece­sariamente bueno, ni en la vertiente intelectual ni en la moral. Así, mientras que la creatividad es algo bueno en sí mismo, ello no significa que todo lo que surge como producto del acto creador del ser huma­no sea bueno. Porque si bien es verdad que el hom· bre fue hecho a semejanza de Dios, también lo es que cayó y que, hoy, es un ser caído. Todavía más: dado que el hombre tiene varios dones y talentos pero no los reúne todos, tampoco puede ejercitarse en todos con igual perfección. El Creador ha repar­tido estos talentos y habilidades entre todos los seres humanos, dando a unos ciertos dotes de creatividad que no ha dado a otros, reservando para éstos dife· rentes ingenios; por consiguiente, no podemos afir· mar que cualquiera puede crear cualquier cosa igual· mente bien. Sin embargo, el punto más importante que quiero destacar aquí radica en el hecho de que la creatividad en tanto que creatividad es una cosa buena.

Cuando yo era más joven, pensaba que era equi· vocado hablar de crear - utilizar el vocablo crear­referido a las obras de arte. Opinaba que sólo podia ser empleada esta palabra en relación con las obras de Dios. Más tarde, comprendí que estaba totalmente equivocado; estoy convencido de que es importante comprender que tanto Dios como el hombre son crea· dores. Ambos crean. Ambos hacen algo. La distin­ción estriba en lo siguiente: Dios, porque es infinito, puede crear de la nada por medio de su palabra. Nosotros, porque somos finitos, tenemos que crear a partir de algo existente, algo que ya haya sido crea·

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do. Sin embargo, la palabra crear también es apro­piada para nosotros, dado que sugiere que lo que el hombre hace con lo que ya está ahí es transformarlo para sacar algo nuevo. Algo que no estaba ahí antes, algo que comenzó coma una simple parte de la rea­lidad y que luego, por la acción del hombre sobre ella, deviene una cosa nueva, transformada por el ser humano y que ahora refleja esa humanidad en su misma existencia remodelada y rehecha.

Estoy convencido de que una de las razones por las que se gastan millones en la construcción de museos de arte, no es porque allí va a reunirse un conjunto de cosas «estéticas», no se trata simplemen­te por estética que se hacen tales desembolsos, sino porque las obras de arte que se coleccionen consti­tuyen una expresión de la humanidad del hombre. Cuando contemplo la plata precolombina, o las más­caras africanas, o los bronces labrados de la antigua China, no sólo las veo como obras de arte, sino que las considero como expresiones de la naturaleza y el carácter de la Humanidad. Corno hombre, en cier­ta manera, estas obras son expresión de mí mismo. Puedo descnhrir en ellas los logros de la creatividad que es inherente a la naturaleza del hombre.

Muchos artistas modernos me parece que han ol­vidado el valor que el arte encierra en sí mismo. Demasiado del arte moderno es excesivamente iote­lectualizante para ser arte grande. Pienso, por ejem­plo, en artistas como Jasper Johos. Muchos artistas modernos dan la impresión de no saber distinguir entre lo humano y lo infrahumano. Forma parte del extravío del hombre moderno ---de su condición de ser perdido- el que no discierna ya ningún valor, o muy escaso, en la obra de arte como obra de arte.

Me temo que, no obstante, nosotros los evangéli­cos acabamos de cometer el mismo error. Demasiado a menudo pensamos que una obra de arte tiene valor

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solamente si sirve para ilustrar un folleto. Esto tam­bién es ver el arte como mensaje tan sólo para el intelecto. Existen, creo, tres posibilidades básicas sobre la naturaleza de una obra de arte:

1) La primera teoría es relativamente reciente; se trata del arte por amor al arte. Esta noción de­fiende la idea de que el arte está ahí, y ya tiene valor en sí mismo; está ahí y basta. No se puede hablar acerca de él, no puede ser analizado, no dice nada. Este punto de vista sufre una desorientación tremen­da. Digamos únicamente que ningún gran artista ha trabajado al nivel del arte por amor al arte, por el arte mismo solamente. Pensemos, por ejemplo, en el Renacimiento, primero, comenzando por Cima­bue (1240-1302) y pasando por Giotto (1267-1337), Ma­saecio (1401-1428), llegamos hasta Miguel Angel (1475-1564) y Leonardo da Vinci (1452-1519). Cada uno de estos artistas trabajó a partir de unas perspectivas dadas, a partir de uno o dos puntos de vista y, a veces, hubo confusión entre estos dos horizontes des­de los que realizaron sus grandes obras de arte. Su labor fue hecha, o bien a partir de la noción de Cris­tiandad (noción que a nosotros, desde un punto de vista bíblico, nos parece fue a menudo deficiente), o bien desde la perspectiva del humanismo renacen­tista. Florencia, por ejemplo, en donde tantas obras de arte excelentes se produjeron, fue asimismo un centro importante para el estudio del neoplatonismo. Algunos de los artistas estudiaron bajo Ficino (1433-1499), quizás el más convencido de los neoplatónicos y el que más influencia ejerció sobre toda Europa.

Es también cierto que los grandes artistas moder­nos, como Picasso, nunca trabajaron por el arte so­lamente, por amor al arte en sí mismo. Picasso tenia una filosofía subyacente en toda su obra y que fue mostrando a través de sus pinturas. Es verdad que algunos artistas menores, hoy, trabajan, o intentan

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trabajar, en un medio donde se dice amar el arte por el arte, pero los grandes maestros no forjaron de esta manera sus obras.

2) En segundo lugar: el arte es solamente la en­carnación de un mensaje, un vehículo para la propa­gación de un mensaje particular sobre el mundo, sobre los hombres, sobre el arte o sobre cualquier otra cosa. Este punto de vista ha sido sostenido tanto por cristianos como por no creyentes; la única dife­rencia entre las dos versiones se encuentra en la naturaleza del mensaje que el arte encarna. Pero, como ya he afirmado antes, este punto de vista re­duce el arte a una afirmación intelectual y la obra de arte en tanto . que obra de arte desaparece.

3) La tercera noción básica de la naturaleza del arte -la que yo creo es correcta, porque he obser­vado que es la que produce arte excelente, grande en posibilidades- es aquella en que el artista crea una obra que muestra su concepto del mundo. Nadie, por ejemplo, que comprende a Miguel Angel o a Leo­nardo puede contemplar sus obras sin discernir algo de sus respectivos pWltos de vista sobre el mundo. Sin embargo, estos artistas comenzaron a trabajar con el intento primordial de realizar obras de arte, y fue entonces, a medida que iban produciendo sus creaciones, que éstas reflejaron sus conceptos sobre la vida y el mundo. Mas cuando hablo del punto de vista de un artista sobre el mundo y la existencia, me estoy refiriendo a la totalidad de su obra, ya que resulta imposible reflejar la visión que de la reali­dad tiene un artista simplemente a través de una sola pintura, o sinfonía u obra de arte individuali­zada. Pero cuando examinemos la colección de pin­turas de un artista, o la serie de poemas de algún poeta, o cierto número de novelas de un escritor, tanto el bosquejo como algunos de los detalles de la

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obra en su conjunto, reflejan invariablemente el con­cepto que de la vida tiene el autor.

¿ Cómo, pues, debería comenzar un artista su tra­bajo? Yo insistiría en que empezara disponiéndose simplemente a realizar una obra de arte. Debería decirse a sí mismo: "Voy a crear una obra de arte.»

La perspectiva número uno es que la obra de arte debe ser, ante todo, una obra de arte.

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Las formas artísticas dan relieve a la cosmovisión del artista

Veamos la segunda perspectiva: •

2. Las diferentes formas artísticas dan relieve y fortaleza a la cosmovisi6n del artista, independien­temente de cuál sea esta cosmovisión o de si es co­rrecta o equivocada.

Piense el lector, por ejemplo, en una costilla de buey colgada en la tienda del carnicero. No tiene nada de particular. O. en todo caso, no es precisa­mente un espectáculo agradable. Mas si uno visita el Louvre y contempla el cuadro de Rembrandt titu­lado Costilla de buey colgada en la carniceria, la cosa es distinta. ¡Totalmente distinta! Es sorpren­dente dicha pintura porque en ella el observador atento encuentra mucho más de lo que indica el título. El arte de Rembrandt nos obliga a considerar la costilla de buey de manera diferente; yo diría, de manera concentrada. Hablo por mí solamente. pero debo decir que, luego de mirar una y otra vez este cuadro, ya no he sido capaz de contemplar nunca más una costilla de buey en la carnicería con la su­perficialidad con que lo hacía antes. El cuadro de Rembrandt dice mucho más de lo que meramente anuncian los catálogos: Una costilla de buey.

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Existe un paralelo en literatura. La buena prosa, como arte, tiene algo indefinible que no posee la mala prosa. Más aún, la poesía encierra un encanto especial que ni siquiera la buena prosa puede con­seguir. Podríamos sostener largas discusiones sobre lo que es este «algo», este «encanto», que hace mejor Wla cosa que otra; 0, si no mejor. al menos distinto y con diferentes atractivos, pero el hecho está ahí, es evidente. Incluso en la Biblia, la poesía añade una dimensión que falta en la prosa. De hecho, el im­pacto de cualquier proposición -verdadera o falsa­puede ser aumentado si se expresa en poesía o me­diante una prosa bien elaborada; en cambio, no pro­duce ningún efecto si se transmite con meras fórmu­las o en estilo descuidado.

Pasemos ahora a la tercera observación que deseo hacer:

3. En todas las formas de escritura, tanto en poe­sía com.o en prosa, se consiguen resultados tremenda­mente distintos si se da, o no se da, una continuidad con las definiciones normales de las palabras en la sintaxis corriente.

Muchos autores modernos hacen un esfuerzo deli­berado para que su lenguaje presente, no una conti­nuidad, sino una ruptura con el uso normal del idio- , roa; para ellos parece no contar el sentido, definido por el uso y la gramática, de las palabras y dentro '"" de las normas de la sintaxis. Si no existe continuidad, o afinidad, con la manera en que el lenguaje es nor­malmente empleado, entonces no hay modo de que el lector, o el público, entienda verdaderamente lo que se trata de decir.

Un artista puede, desde luego, usar lenguaje adoro nado con gran riqueza; puede llenar sus escritos de una gran variedad de figuras de dicción y de hipér­boles; puede hasta jugar con las palabras y con la sintaxis. Los grandes artistas de la palabra, los ge-

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nios de la literatura, suelen hacerlo así; van más allá del mero uso rudimentario de la gramática vi­gente y de la definición corriente de las palabras. Al obrar de esta manera, añaden profundidad y di­mensión a sus escritos. Shakespeare es el gran ejem­plo de lo que afirmamos. Entendemos sus dramas porque utiliza una sintaxis normal y sigue las defi­niciones usuales de las palabras; así, tenemos rela­tos comprensibles y una continuidad evidente entre la narración y los instrumentos artísticos que usa, lo que, no obstante, le permite igualmente lucirse con sus aportaciones personales y el empleo original que sabe hacer del idioma inglés. Sabemos lo que Sha­kespeare escribió, entendemos lo que quiso decir, no por las bellísimas y logradas metáforas que empleó o los giros verbales tan originales, sino sobre todo por la continuidad que todos estos instrumentos gra­maticales tienen con el relato, con las historias y con los dramas que imaginó, de tal manera que la comunicación que establecen entre el pensamiento del autor y el público es posible gracias al hecho de que Shakespeare se colocó en el nivel de las defini­ciones normales y de la sintaxis norma1. El producto es una firme coherencia de proposiciones que llegan al lector o al espectador de sus obras.

Lo que es verdad de la literatura lo es también de la pintura y la escultura. El vocabulario simbó' lico común que pertenece a todos los hombres (ar­tistas y espectadores) es el mundo que nos rodea, o sea: el mundo de Dios. Este vocabulario simb61ico tomado del entorno es paralelo a la gramática nor­mal y a la sintaxis corriente en el mundo de las artes plásticas o representativas.

Cuando, pues, no hay en el artista intención de usar este vocabulario simbólico en absoluto, la co­municación resulta imposible. No hay manera, para nadie, de interpretar lo que el artista dice. No afirmo

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que al trabajar en esta clase de arte el artista sea inmoral o anticristiano; simplemente, que se ha per· dido una dimensión artística muy importante.

El arte totalmente abstracto establece una rela­ción indefinida con quien lo contempla. El espectador se halla más o menos alienado del artista. Es lo que sucede con muchos pintores modernos: no consiguen establecer ninguna relación con el público; éste se encuentra totalmente alienado del artista. Se ha le­vantado un espeso muro entre ambos. El pintor y el espectador están separados el uno del otro en alie­nación total, una alienación superior que la que Gia­cometti pudo jamás mostrar en sus alienadas figuras.

Cuando Giacometti pinta la terrible alienación del hombre, crea figuras alienadas, pero él en tanto que pintor sigue viviendo en el mundo de Dios y todavía utiliza las formas simbólicas comunes, tomadas del entorno, independientemente de la distorsión que les hace sufrir. Juega con el vocabulario, pero el voca­bulario sigue allí y todo el mundo lo comprende. Así, existe comunicación entre Giacometti y el especta­dor, una comunicación titánica. Yo puedo entender lo que está diciendo y, como resultado, lloro.

En contraste con esto, se da una limitación con­creta, evidente, cuando pasamos a considerar el arte totalmente abstracto. Es lo que sucede también con la prosa o la poesía que han roto con la sintaxis nor­mal y con la definición corriente de los vocablos. Lo que se plantea en semejante tipo de arte es un dilema, o mejor dicho: un enigma, ante el cual a veces sólo .. sentimos emociones personales, vagas, y no sabemos ir más allá.

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Lo artístico y lo sagrado

Llegamos ahora a mi cuarta consideración: 4. El que algo sea una obra de arte no lo hace

por ello sagrado. En su obra ¿Qué es la Filosofía? Heidegger llega

a la conclusión de que existiendo seres pequeños -personas- capaces de verbalizar, podemos abrigar alguna esperanza de que el Ser tenga algún signi­ficado. Su clamor, al final del citado libro, es que tenemos que escuchar al poeta. Heidegger no nos aconseja que escuchemos el contenido de 10 que es· cribe el poeta, porque hallaríamos a muchos poetas que dan, cada uno, distintos y opuestos contenidos a su poesía. No importa lo que dicen los poetas; lo importante es que pueden decir algo. Así, la poesía se convierte para Heidegger en una vía de escape, una huida al estrato superior -al piso de arriba (*)-, que ofrece una esperanza irracional, un optimismo infundado.

(-) Piso de arriba, o estrato superior: términos usados por el autor en sus libros para designar lo que, en el pensamiento moderno, se refiere a 10 que suponemos significativo, con al­gún valor o sentido, pero que sin embargo no se halla abierto a la comprobación del mundo de los hechos, el cual constituye el «piso de abajo'tt, o «estrato inferior».

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En tanto que cristianos, debemos discernir que no porque un artista -ni siquiera un gran artista- sea capaz de describir Wla cosmovisión con pinceles o con la pluma, ya por ello tenemos que aceptar auto­máticamente, su concepto del mundo, su cosmovisión. El arte puede aumentar el impacto producido por una cosmovisión que ha encontrado al artista capaz de potenciarla; pero esto por sí solo no convierte en verdadera dicha perspectiva de la realidad. La ver­dad de cualquier cosmovisión presentada por un ar­tista debe ser juzgada sobre la base de distintos fundamentos que la simple habilidad, o aun grande­za, artística.

Pasemos al quinto punto:

5. ¿Qué clase de juicio aplicaremos, pues, a una obra de arte? ¿Sobre qué presupuestos emitiremos nuestra opinión?

Creo que hay cuatro normas básicas:

1) excelencia técnica; 2) validez; 3) contenido intelectual, la cosmovisión que

nos transmite, y 4) la integración del contenido con el vehícu­

lo, es decir: la armonía entre forma y fondo.

Discutiré la excelencia técnica en relación con la pintura, porque es fácil demostrar lo que quiero decir tomando este medio artístico como ejemplo . Consi~ deremos ef empleo del color, la forma, el equilibrio, la textura de la pintura, el trazado de las líneas, la unidad de la tela, etc. En cada uno de estos detalles puede darse una gran variedad de excelencia técnica con grados distintos de realización. Al reconocer la excelencia técnica como un aspecto de la obra de

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arte, nos hallamos en condiciones de admitir que, si bien no estamos de acuerdo con talo cual cosmo­visión del artista, sin embargo sabemos ver en su obra logros técnicos evidentes. A pesar de nuestro desacuerdo sobre su concepto del mundo O del hom­bre, admitimos que es un gran artista.

Pero no haremos justicia al artista como hombre si desestimamos su labor artística solamente porque no estamos de acuerdo con él en la filosofía de la vida. Ciertos colegios cristianos, ciertos padres cre­yentes y algunos pastores también han incurrido, al­guna vez, en el error de desaconsejar la carrera artística a algún cristiano porque han juzgado el arte prevaleciente, no como obra de arte, sino solamente por la cosmovisión del artista. Las escuelas cristia­nas, los padres cristianos y los pastores cristianos no acertaron a distinguir entre la excelencia técnica y el contenido. Grandes obras de arte han sido re­chazadas por los creyentes, haciendo de ellas objeto de burla o escarnio. Si la técnica de un artista es de calidad, debemos ijlabarle por ello, incluso si diferi­mos en lo que concierne a nuestras respectivas cos­movisiones. El hombre debe ser tratado siempre como hombre, honestamente; y deben serie admitidos todos sus logros. La excelencia, allí donde se encuentre, tiene que ser reconocida. Es un criterio importante, en el momento de enjuiciar una obra de arte.

La validez es el segundo criterio. Por validez en­tiendo la actitud del artista que es honesto consigo mismo y con su filosofía de la vida y sus tesis artís­ticas, a diferencia del que hace arte sólo por dinero o por buscar el aplauso. Si un artista hace obra de arte únicamente para satisfacer a un patrón -tanto si este patrón es el noble antiguo, o la moderna ga­lería de arte a la que busca tener acceso, o el mundo de los críticos del momento- ello restará validez a su realización artística. Las modernas formas de

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.el patróII» son más destructivas que las del antiguo mecenas.

Para hacer inteligible todo esto a nuestros lecto­res evangélicos, pondré un ejemplo tomado de nues­tros círculos. Veamos qué sucede con las formas de predicación. Hay muchos pastores cuya predicación es deficiente en lo que atañe a validez. Unos predi~ can para agradar a su congregación, bien sea porque les gusta el halago o bien porque se trata de quie­nes les sostienen materialmente. Otros buscan la con­formidad con el mundo. Es fácil jugar con el públi­co, con la asamblea, y arreglar lo que uno dice, o la manera como lo dice, de tal modo que produzca la clase de efecto deseado, que será, en último término, de provecho para el predicador. Cuando considera todo esto y lo relaciona con el Evangelio, la desho­nestidad se hace obvia. Estos predicadores deberían repasar el modelo de Jerernlas.

Podemos pensar en los modernos autores teatra­les, cuyo futuro se halla en manos de los críticos del momento. En drama, música, arte y cinema, tene­mos toda una serie de críticos -bien sea en Nueva York, en Londres y en cualquier ciudad importante e­que se encargan o de hacer o de destruir al artista según su antojo. Cuán fácil resulta jugar con la cri­tica y desestimar la seriedad del propio arte como expresión de 10 que el artista mismo pudiera comu­nicar.

El tercer criterio para analizar una obra de arte es el contenido, lo que refleja la cosmovisión del artista. Por lo que se refiere al cristiano, la filoso­fía de la vida que se muestra en las obras de arte debe ser, en último término, juzgada por la Escri­tura. La cosmovisión del artista no se halla libre del juicio de Dios y de su Palabra. En esto, el artista es como el científico. El científico puede vestir con cuello blanco y ser tenido por una «autoridad» en

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la sociedad, pero alli donde sus afirmaciones contra­dicen lo que Dios ha declarado en la Escritura, tam­bién él, el científico, cae bajo la última y suprema autoridad de la Palabra de Dios. Un artista puede adquirir mucha fama y hasta puede cubrirse de cier­ta aureola de santón, pero alli donde su obra demues­tra su concepto del mundo y de la vida, alli debe ser juzgado por su relación con la cosmovisi6n bíblica.

Pienso que podemos ver, ahora, cómo resulta fac­tible hacer tales juicios sobre la obra de arte. Si, como cristianos, nos paramos delante de una tela y reconocemos que en la misma se ha expresado un gran artista por su excelencia técnica y su validez, hemos de confesarlo: se trata de uoa buena obra de arte y de un gran artista como autor. Entonces, po­dremos pasar a decir que, no obstante, consideramos equivocada su cosmovisión. Hemos emitido nuestra opinión sobre la obra de arte por su excelencia téc­nica y por su auténtica validez como a tal. Por lo que atañe a su filosofía de la vida, hemos de juzgarla como juzgaríamos la de cualquier otro hombre, filó­sofo, albañil, campesino, administrador, etc.

Seamos más específicos. La noción conocida como «vida de Bohemia», que Jean-Jacques Rousseau pro­mulgó y que tanta aceptación tiene en la sociedad moderna, no tiene cabida en el pensamiento cristia­no. Rousseau buscaba una clase de libertad autóno­ma que justificara la actitud de W1 grupo de «super­hombres» cuyas existencias pudieran desenvolverse por encima de las normas de la razón y de la socie­dad. Durante mucho tiempo, la libertad, o vida bohe­mia, era considerada como el ideal del artista, y en las últimas décadas ha pasado a ser la norma para mucha gente que nada tiene que ver con el arte. Desde un punto de vista cristiano, sin embargo, esta clase de vida no está permitida. La Palabra de Dios

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obliga tanto al gran hombre como al pequeño, al científico y al hombre vulgar, al rey y al artista.

Algunos artistas ni siquiera saben que están ofre­ciendo una cosmovisión desde sus obras. Sin embar­go, así és aunque ello ocurra inconscientemente. In­cluso aquellas realizaciones que se produjeron bajo el principio del arte por amor al arte, independien­temente de toda otra consideración, incluso estas obras implican una cosmovisión. Porque hasta la fi­losofía de la vida que afirma no haber significado para la existencia comunica un mensaje. En cual­quier caso, tanto si el artista es consciente de la cosmovisión como si no lo es, en la medida en que ésta se exprese en sus obras cae bajo el juicio de la Palabra de Dios.

Tenemos que añadir algo a este tercer criterio. Debiéramos darnos cuenta de que si en una gran obra de arte aparece alguna inmoralidad, o algún ataque a la verdad, lo inmoral y lo engañoso serán más destructivos y devastadores que si fueran ex­presados a través de arte mediocre o afirmaciones prosaicas. Mucho del arte más crudo, esos produc­tos comunes de las comunidades «hippies» y de la contracultura, viene empapado de mensajes destruc· tivos, pero el arte en que se hallan envueltos es tan pobre que no alcanza mucho impacto. Carece de fuer­za. Cuanto mayor sea la excelencia de la expresión artística mayor y más importante serán las conse­cuencias para la sociedad; mayor también el juicio que la Palabra de Dios pasará sobre esta obra de arte. •

La reacci6n más corriente entre muchos actual­mente es, sin embargo, la opuesta. Por regla general, se siente la impresión de que cuanto mayor es la ca­lidad artística de una obra, menos críticos debiéra­mos ser de su filosofía de la vida. Pero nosotros

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debemos asumir una actitud que es justamente la contraria.

Un ejemplo del efecto devastador de lo que puede conseguir el arte bien realizado con los no cristianos lo tenemos en el Zen. Esta filosofia neobudista sos­tiene que el mundo es nada, el hombre es nada, cualquier cosa que podáis mostrarme es nada. Pero la poesía Zen lo afirma tan bellamente, que consigue un impacto más eficaz que el de la prensa «under· ground» de la contracultura. Esta clase de prensa también afirma en titulares de dos o tres frases, y en palabras de dos o tres letras, que el hombre no es nada, que el mundo no es nada, que nada es nada. Mas si acertaran a expresarlo con algo de belleza, - . creenamos que, a pesar de todo, hay algo, algo her-moso. Es lo que hace la filosofía Zen, que se pre· senta como arte de calidad y da el mensaje en un reCipiente bello. Mas el resultado es que la herida que nos infringe este neobudismo es más mortal, precisamente por el atractivo de sus formas artís­ticas.

Al llegar aquí nos formulamos una pregunta: ¿Es posible para una persona no cristiana -un escritor, un pintor- escribir, o pintar, de acuerdo con la cos­movisión bíblica, aun a sabiendas de que dicha per­sona no es cristiana? Para encontrar la respuesta adecuada hemos de saber distinguir entre los dos significados de la palabra cristiano. El significado primero, y esencial, es que cristiano es el hombre que ha aceptado a Cristo como su Salvador y que ha pasado de muerte a vida, del reino de las tinieblas al reino de Dios, por el nuevo nacimiento. Pero si un número de personas son realmente cristianas, presentan un consenso que, sociológicamente y con el tiempo, ejerce una influencia casi imperceptible: crean un ambiente, una atmósfera, un entorno. A ve­ces, los no cristianos pintan y escriben dentro de

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este consenso y se sirven del fondo del mismo y de sus puntos de referencia, aunque dichos artistas, en tanto que individuos, no son cristianos.

Hay, pues, cuatro clases de personas en el mun­do del arte. El primer grupo lo constituyen los naci­dos de nuevo, estos artistas cristianos que escriben o pintan, o realizan cualquier obra de arte, dentro de la total cosmovisión bíblica. En segundo lugar, tene­mos al no creyente que expresa su propia filosofía de la vida no cristiana. El tercero es el artista que, personalmente, no se ha adherido al Evangelio pero que, sin embargo, ejecuta sus obras de arte sobre la base del consenso cristiano por el que ha sido in­fluido. Tomemos como ejemplos, aunque dentro de otras áreas, a Benjamín Franklin o Thomas Jeffer· son, quienes, por todo lo que sabemos de ellos y según sus propias palabras, no eran cristianos. Sin embargo, produjeron algo que tenía en su base cier­ta referencia cristiana dado que lo realizaron den· tro del contexto y del consenso cristianos; se deja· ron guiar por los principios del Lex Rex de Samuel Rutherford. Así, dentro del marco creyente, Jeffer­son y Franklin, sin ser creyentes, fueron capaces de escribir que los hombres, todos los hombres, tie­nen ciertos derechos inalienables, un concepto deri· vado de la cosmovisión cristiana.

La cuarta persona es aquella que ha nacido de nuevo pero que no tiene ideas claras sobre la cos· movisión bíblica y así produce obras de arte que implican un concepto del universo y de la vida no cristianos. Lamentable, pero posible. Así como es factible que"un no creyente sea inconsistente y des· criba el mundo de Dios a pesar de su filosofía perso­nal, así también es posible que un cristiano -sea in· consistente y transmita en sus obras una cosmovisión no bíblica. Este es el caso más triste.

Un cuarto criterio para juzgar una obra de arte

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entraña la cuestión de ver cuán hábil ha sido el ar­tista para acoplar el vehículo -la forma- al men­saje el fondo---. Todas las grandes realizaciones muestran una estrecha correlación entre el estilo y el contenido. El más grande arte producido por el hombre armoniza la estructura usada con el mensaje

• • que se qwere comumcar. Un ejemplo reciente nos lo ofrece T. S. Elliot en

The Waste Land. Cuando Elliot publicó este poema en 1922, se convirtió en el héroe de los poetas moder­nos, porque por primera vez se había atrevido a construir la forma de su poesía de acuerdo con la naturaleza del mundo tal como él lo veía en aquel entonces, es decir: roto, dividido, absurdo. ¿En qué consistia la forma? Una colección de fragmentos dis­persos de lenguaje y de imágenes, con alusiones saca­das aparentemente por azar de toda clase de fuentes literarias, de toda suerte de filosofías y de escritos religiosos, tanto de los antiguos como de los moder­nos. Los poetas modernos se sintieron satisfechos, porque habían encontrado una forma poética que encajaba, y se adaptaba, a la cosmovisi6n del hom­bre contemporáneo.

Esta revolución, en el ámbito de la pintura, fue llevada a cabo por Picasso con su cuadro Demoi· selles d'Avignon (1907), un cuadro que toma su nom­bre (<<Las señoritas de Avignon») de una casa de prostitución de la Barcelona de comienzos de siglo. Picasso comenzó esta obra en la vena de otras obras de aquel mismo período, pero, como lo describe un crítico, la acabó «como una composición semiabs­tracta en la que las formas de los desnudos y sus accesorios se hallan quebradas, rotas y aplastadas contra un espacio vacío». Más específicamente, Pi­casso comenzó por la izquierda pintando las formas con bastante naturalidad; al llegar a la mitad, pintó como los primitivos pintores españoles, y finalmente,

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a la derecha, al acabar el lienzo, pintó a las mujeres sólo como formas abstractas y símbolos o máscaras. Consiguió convertir en monstruos sus sujetos huma­nos. Picasso sabía lo que estaba haciendo. Por un momento el mundo permaneció en «suspense». Se tra­taba de una expresión tan fuerte que por un cierto tiempo incluso sus amigos no aceptaron las nuevas formas de expresión. Ni siquiera querían contem­plar aquel cuadro. La verdad es que, al pintar aque­llas desgraciadas .mujeres, Picas so describió la na­turaleza fragmentada del hombre moderno. Lo que T. S. Elliot hizo en su poesía, Picasso ya lo había hecho en la pintura. Ambos hombres merecen todos los elogios por haber sabido adaptar el vehículo al

• mensaje. Ningún arte debiera ser juzgado sobre la base de

este criterio solamente. Hay otros valores que deben también ser tenidos en cuenta al evaluar una obra de arte: su técnica, su validez (u honradez artísti­ca), su cosmovisión y también, claro está, su habi­lidad para compaginar la forma con el contenido.

y llegamos a la sexta consideración: 6. Las formas artísticas pueden ser usadas por

cualquier clase de mensa1e, desde ~a pura fantasía hasta los pormenores hist6ricos. El que una obra de arte sea dada en forma de fantasía, o de épica, o en pintura, no significa que no sea portadora de un contenido, de unas proposiciones concretas. Exacta­mente como podemos tener afirmaciones proposicio­nales en prosa, pueden hallarse afirmaciones y pro­pósitos ideológicos bien definidos en la poesia, en la pintura, y en "Cualquier otra clase de modalidad ar­tística.

Hace algunos años, un teólogo de Princeton (Es­tados Unidos) comentaba que él no tenía ningún re­paro en recitar los credos con tal de que pudiera hacerlo cantando. Lo que quería decir, en realidad,

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era que mientras pudiera hacer de los credos obras de arte no tenía por qué preocuparse de su conte· nido. Pero tal actitud revela una teología pobre tanto como una pobre estética. Lo épico puede ser tan en· fáticamente -y tan certeramente hist6rico- como una sobria composición en prosa. La gran obra de Milton El Paraíso perdido, por ejemplo, encierra mu­chas afirmaciones que, aunque estén artísticamente expresadas, son casi teología pura. Que algo, pues, pase a ser una obra de arte no impide, en absoluto, para que sea igualmente veraz y exacto.

Mi séptima observación tiene que ver con el cam· bio de los estilos.

7. Algunos cristianos, principalmente aquellos •

que no están habituados a ver arte ni a pensar en él, rechazan la pintura moderna y la poesía contem· poránea, no porque transmitan un falso concepto de la vida y del universo de Dios, sino simplemente por· que se sienten amenazados por una nueva forma de arte que no entienden. Es perfectamente legítimo Que un cristiano rechace una particular obra de arte; intelectualmente, porque comprende lo que a través de ella quiere ser comunicado: artísticamente, por la carencia de buenas técnicas en su ejecución. P ero muy distinto es rechazar una obra simplemente por­que el estilo en que ha sido realizada es diferente del que estamos acostumbrados a ver. En otras pa­labras: Los estilos, en lo que concierne a las formas, cambian y no hay nada malo en que así ocurra.

Esta clase de cambio no sólo es verdad en las formas artísticas, es verdad también en todos los ámbitos de la vida. Chaucer escribía en inglés, y el autor de este libro también escribe inglés. P ero, por cierto, Que hay una diferencia enorme entr e los dos modos de escribir inglés. ¿Está equivocado Schaeffer por escribir un inglés distinto del que escribió Chau­cer en los albores de la lengua inglesa en la Edad

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Media? ¿Quién nos leería hoy si siguiéramos em­pleando las viejas formas medievales?

En realidad, el cambio es lo que establece la di­ferencia entre la vida y la muerte. No hay idioma vivo que no sufra un cambio constante. Las lenguas que no cambian -el latín, por ejemplo- son las len­guas muertas. En tanto que tengamos alguna forma de arte, estará expuesto al cambio. Las formas de arte del pasado no son necesariamente las adecuadas para hoy o para mañana. Pedir las formas de arte del pasado, en arte como en cualquier otra actividad, es un fracaso burgués. No podemos pensar que si un pintor se hace «más cristiano» asumirá necesaria­mente más y más de Rembrandt, por ejemplo. Esto sería como afirmar que el predicador será tanto más bueno cuanto más se acerque a las formas homílé­ticas del pasado; pobres de nosotros, ¿qué oiría­mas ... ?

Bien, pero alguien acaso esté musitando: «No pido que los predicadores vuelvan a la homi­

lética del pasado, ni a modelos medievales, o de otra época, pero, a mí, denme la versión Reina-Valera en la traducción de principios de siglo y me basta.»

Creo que todos amamos la versión castellana de la Biblia Reina-Valera, como los ingleses aman su King James, o los alemanes la versión de Lutero. Para muchos cristianos estas traducciones han mol­deado su estilo y no sólo sus almas. Hubo un tiempo en que la señal de la persona bien educada en los paises anglosajones era el saber de memoria porcio­nes de la Biblia King James y selecciones de Shake­speare. Mas ¿~ignirlca esto que si un predicador ya no predica en el viejo estilo de la King James, o de la Reina-Valera ya no es un buen ministro de la Pa­labra? ¿Debemos orar siguiendo siempre los modelos de la Reina,.Valera que traduce «conversación» por «conducta», entre muchos otros anacronismos? ¿No

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resulta mejor -no nos entenderán mejor- utilizando las modernas versiones, o revisiones de la Reina­Valera, y dejando a un lado las traducciones de si­glos pasados y el estilo de otras épocas? No es digna del creyente esta mentalidad acomodaticia. Los cris­tianos deben, consciente y absolutamente, rechazarla.

No solamente habrá cambios en el idioma, en las formas y estilos de las diferentes artes, sino que también habrá diferencias en las formas artísticas surgidas de varias localidades geográficas distintas, así como de diversas culturas. Tomemos por ejemplo la poesía hebrea. No utiliza la rima, pero en cambio se sirve constantemente del paralelismo. ¿Significa esto que no es poesía? ¿O significa, acaso, que c~si toda la poesía escrita en los idiomas modernos no es poesía porque rima y no tiene las características de la poesía hebrea? ¿Es que estamos obligados a verter todos los poemas en moldes hebreos? Más bien, cada forma artística, en cada cultura y en cada época, debe encontrar su propia relación entre la cosmovisión y el estilo.

Puedo entrar en un museo en el que nunca antes haya estado y sin leer la placa en la entrada que le identifica. Ante las obras allí expuestas, exclamo: <¡Ah, esto es arte japonés!» ¿Cómo lo sé? Por el es­tilo. La cuestión crucial es, desde luego: ¿muestra dicha realización artística el carácter japonés? ¿De­biera ser todo el arte según el estilo japonés, el hebreo? Obviamente, tenemos que contestar con un no rotundo.

Entonces, ¿qué decir del arte cristiano, dicho: del arte realizado por cristianos?

Conviene subrayar tres cosas aquí:

• o meJor

1) El arte cristiano, hoy, debiera ser arte del si­glo xx. El arte cambia.

Los idiomas cambian. La predicación del predica-

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dor moderno debe utilizar el lenguaje del siglo xx, o de lo contrario encontrará obstáculos para su com­prensión. Del mismo modo, si el arte que realiza un cristiano hoy no es arte del siglo xx, ello supondrá un obstáculo para su aceptación. Este obstáculo hace dicha clase de arte diferente y difícil en cosas y por razones en que no hay necesidad que lo fuera. Un cristiano, al pintar, no tiene por qué estar copiando a Rembrandt o a Browning.

2) El arte cristiano debe diferir de un país a otro. ¿Por qué se nos ocurrió obligar a los africanos a que usaran la arquitectura gótica? Ejercicio sin sentido. Todo lo que se consiguió fue convertir el cristianismo en algo más y más extraño para los africanos. Si un artista cristiano es japonés, sus pin­turas debieran ser japonesas; si es filipino, filipinas.

3) El conjunto de la obra de un artista cristiano debiera reflejar la cosmovisión cristiana. En otras palabras, si tú eres un joven artista cristiano debes esforzarte en trabajar según las formas del siglo xx, mostrando las huellas de la cultura de donde proce­des, reflejando tu propio país y la problemática ac­tual del mismo; además, en tu obra debes incorporar algo de la naturaleza del mundo tal como éste es visto desde una perspectiva cristiana .

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IV

Las modernas formas del arte y el mensaje cristiano

8. Cuando el artista cristiano trata'" de ser mo­derno en las formas de sus expresiones, halla algu­nas dificultades. En primer lugar, debemos distin· guir cuidadosamente entre estilo y mensaje. Dejadme decir firmemente que no hay tal cosa como un estilo santo y un estilo impío. Cuanto más se empeña W10

en establecer dicha distinción más confuso se con­vierte el planteamiento.

Recuerdo cierta ocasión en que me hallaba en Cambridge en un encuentro de cristianos que esta­ban estudiando la naturaleza del arte cristiano y de las formas artísticas. Uno de los artistas cristia­nos allí reunidos -un excelente organista- insistía en que había un estilo cristiano de música. Discu­timos este punto con cierta amplitud y le pedimos que nos definiera el criterio para descubrir el «esti­lo cristiano». Finalmente, contestó: «La música cris­tiana es aquella que me impulsa a aplaudir.» Esta respuesta, sin embargo, carece por completo de sen­tido.

Sin embargo, aunque no existe un estilo específi­camente santo y otro concretamente impío, no debe-

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mos ser tampoco tan ingenuos y pensar que varios estilos no tienen ninguna relación con el contenido o el mensaje que transmite la obra de arte. Los mis­mos estilos, con el correr del tiempo, evolucionan y se desarrollan como sistemas de símbolos o vehículos para ciertos mensajes y cosmovisiones. Durante el Renacimiento, por ejemplo, uno encuentra diferentes estilos para expresar diferentes pensamientos. Y la diferencia entre dicha época y lo que caracterizó a la Edad Media halla distintivas y peculiares formas artísticas respectivas. No se necesita mucha educa­ción artística para reconocer que lo que Filippo Lippi dijo sobre la naturaleza de la Virgen María es dife· rente de lo que habían estado diciendo los pintores de antes del Renacimiento. El arte durante el Rena­cimiento se convirtió en algo más cercano de la na­turaleza y menos iconográfico. En nuestra propia época, hombres como Picasso y T. S. Elliot han de· sarrollado nuevos estilos para comunicar un nuevo

• mensaje. Existe un paralelo con el idioma mismo. Me dicen

que el sánscrito se desarrolló como vehículo perfecto para la filosofía hindú. De hecho, he oído a algunos eruditos del sánscrito afirmar que el cristianismo no podría ni siquiera ser predicado en sánscrito. Es in· teresante que la mayoría de modernos idiomas euro­peos -como el castellano, el inglés y el francés, o el alemán, etc.- fueran codificados en sus modernas formas alrededor del mensaje cristiano. El idioma alemán es típico al respecto. Fue formándose a par· tir de varias zonas dialectales, cuando Lutero tradujo la Biblia. A \Jartir de esta traducción la lengua ger· mánica cobró forma estructurada y así permaneció. El alemán de Lutero se convirtió en el alemán lite· rario. En Inglaterra, las primeras traducciones de la Biblia, reunidas en la versión King James, hicie­ron algo parecido en favor del inglés moderno. Esto

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significó que el cristianismo pudo ser más fácilmen­te enseñado a medida que el significado general­mente aceptado de las palabras era el significado cristiano de estas palabras.

En el Japón, por otro lado, es muy dificil explicar la palabra culpa sin una larga explicación, porque en el Japón el vocablo culpa se desarrolló como ve­hiculo del concepto de impureza ceremonial. Si dis­ponemos de una palabra para significar la impureza ceremonial como vehlculo y tratamos de explicar la verdadera culpa moral en la presencia del Dios san­to, personal, tenemos delante de nosotros una tarea seria. Al usar el vocablo hemos de volver a reinter­pretarlo, a rehacer su sentido, hasta asegurarnos de que la gente a quien hablamos entiende exactameñte lo que queremos decirle y cómo usamos la palabra culpa en sentido bíblico. Debe significar algo total­mente distinto de lo que significaba en el sistema del cual surgió el vocablo japonés.

El mismo dilema se plantea a los artistas en lo que concierne al estilo y a las formas de su arte. Pensemos, por ejemplo, en T. S. Elliot y en su forma poética para The Waste Land. Su estilo fragmentado transmite la visión del hombre fragmentado. Pero nos da que pensar el hecho de que después que Elliot se convirtió a Jesús, al escribir como lo hizo, por ejemplo, en su poema The Journey 01 the Mogi ya no empleó aquel estilo fragmentado de The Waste Land. El estilo tenía que adaptarse ahora al mensaje nuevo que queria transmitir: un mensaje de natura­leza cristiana. Pero no por eso dejó completamente aquella fragmentada forma de escribir; le sirvió en algunos poemas también. No regresó totalmente al pasado, no volvió a Tennyson. Más bien adaptó la forma de The Waste Lond y trató de hacerla enca­jar en el mensaje que a partir de entonces comunicó a sus obras. En reswnen, T. S. Eniot, el cristiano,

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escribió un poco de manera diferente del T. S. Elliot «hombre moderno» simplemente.

Por consiguiente, si bien hemos de usar estilos siglo xx, no tenemos que hacerlo de tal manera que nos sintamos dominados por la filosofía de la vida que les ha dado el nacimiento. El cristianismo tiene un mensaje con contenido específico, concreto; no se trata de Wla colección de «cosas religiosas» que s610 tiene valor en el piso o estamento de arriba. El mensaje de Cristo va dirigido a todo el hombre, y ello incluye su mente tanto como sus emociones y su sensibilidad estética. Así pues, cualquier forma artistica, o estilo, que no sea ya capaz de comunicar contenidos objetivos y concretos no puede ser utili­zada para transmitir el mensaje cristiano. No estoy afirmando que el estilo sea en sí mismo malo, sino que digo que tiene sus limitaciones que le hacen in­adecuado para la proclamación del Evangelio. Una prosa totalmente fracturada o una poesía completa­mente nihilista no pueden ser usadas para dar el mensaje cristiano, por la simple razón de que son incapaces de llevar o soportar ningún contenido in­telectual. Y es imposible proclamar el cristianismo sin ningún contenido. El mensaje bíblico, la buena nueva, es buena nueva con contenido.

Es aquí donde el fondo, el contexto, es importante en relación con el estilo que el artista escoge. Diga­mos, por ejemplo, que tú tocas un instrumento en un grupo cristiano de música «rack». Intentas hacer una forma de arte del «rack». Y pretendes, además, co­municar el mensaje evangélico. Te supongo en uno de estos grupos que van a los «coffee-Bar:. o «coffe­houses» y usan el «rock» como un puente para pre­dicar el mensaje cristiano. Estupendo. Pero justa­mente ahí es cuando tienes que ir con cuidado. Aca­bas de tocar una pieza y tienes que preguntarte si la gente que te ha escuchado ha comprendido verda-

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deramente tu intención. ¿Han oído tu mensaje clara­mente porque tú usabas su lenguaje actual o han escuchado simplemente de nuevo lo que están acos­tumbrados a oír. con la sola diferencia de que ahora el «envoltorio» tenia un matiz cristiano? A veces, nuestra intención tiene éxito. A través de la música «rack», o de cualquier otro estilo, conseguimos ha­cernos oír. Pero en ocasiones la gente no entiende nada porque identifica nuestras palabras y nuestro mensaje con la filosofía sincretista que suele ser el acompañante de esta clase de música y estilos. No todas las situaciones son idénticas, cada caso requie­re una inteligente comprensión del entorno y de lo que intentamos verdaderamente hacer.

En la música «Íolk» se plantea este problema corno en la música «rack». Joan Báez canta maravillosa­mente aquello de «Vosotros podéis llamarle Jesús, pero yo le llamo Salvador». Pero, por lo que se re­fiere tanto a Joan Báez como a la mayoría de sus auditorios, cuando exclama: «yo le llamo Salvador», no se refiere a Jesús como el Salvador a la manera como los cristianos le llamamos Salvador. Ella pudo haber escogido otro tema para su «folk» sudista o campero, tanto como cualquier otro texto ltrico bien fuese hindú u occidental; 10 mismo da. Así, cuando nuestros jóvenes se presentan a sus compañeros y les dicen: «Nuestro propósito es cantar "folk" porque deseamos ser comprendidos», hemos de indicarles que tienen que encontrar también la manera de dejar bien sentado el hecho de que cuando nosotros, los cristianos evangélicos, cantamos música «folk» -o cualquier otra- estamos transmitiendo una filosofía de la vida, una cosmovisión, y no simple y única­mente un mero entretenimiento amenizado por la música folk.

La forma como sea comunicada nuestra filosofía de la vida podrá debilitar o fortalecer el mensaje,

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incluso cuando el lector, o el espectador, no la ana· lice en detalle. En otras palabras, dependemos del velúculo que empleamos; algo puede llegar al audi­torio sin que éste, a veces, se dé cuenta y, sin em­bargo, le está moviendo bien sea lejos o cerca de la cosmovisión que el vehículo ha transmitido. Uno puede hablar largo tiempo con el espectador o el lec­tor. Y, a medida que el cristiano adopta varias téc­nicas contemporáneas, debe enfrentarse con todo lo que se halla implicado en esta interacción forma ­fondo. Deberemos buscar la dirección del Espíritu Santo para saber cuándo hay que inventar, cuándo conviene adaptarse y cuándo no resulta aconsejable emplear esta o aquella técnica. He ahí cuestiones importantes con las que tiene que enfrentarse todo artista cristiano a lo largo de toda su vida; no se trata de algo que soluciona en un abrir y cerrar de ojos, ni una vez por todas.

En conclusión, diremos que al usar las formas del siglo xx -la técnica multiforme de nuestra época­debemos tener cuidado, de tal modo que nuestro em­pleo de las mismas no signifique debilitar -o borrar enteramente- la cosmovisión que nos distingue como cristianos, la cosmovisión implicita en nuestra fe. En un sentido los estilos son completamente neutra­les. Pero en otro sentido no deben usarse de manera poco inteligente, ingenua, pues pueden llegar a con­dicionar el mensaje.

De ahí la importancia de tener ideas claras acer­ca del punto de vista cristiano sobre el mundo y el hombre, sobre la vida y la historia: la cosmovisi6n bíblica. •

9. La cosmovisión cristiana puede ser dividida en dos partes: el tema mayor y el tema menor (los tér­minos mayor y menor los utilizo sin referencia a la música, por supuesto).

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1) El tema menor. Es la anormalidad de un mundo alterado, en re­

beldía. Esto podría subdivirse en dos partes: 1) Los hombres, en rebeldía constante contra Dios, si no vuelven a Cristo están eternamente perdidos; ellos comprueban lo absurdo de su existencia presente y tienen razón desde su peculiar punto de vista para desesperarse. Nietzsche puede afirmar que Dios está muerto, y Sartre le seguirá en la conclusión de que también el hombre está muerto. Sartre acertó desde su propia perspectiva. 2) La vida cristiana presenta lU1 lado pecaminoso, una vertiente de derrota. Si somos honestos con nosotros mismos, debemos admi­tir que en esta existencia no conseguimos jamás una vida totalmente victoriosa .En cada uno de nosotros permanecen aquellas cosas que son pecaminosas y decepcionantes, y mientras que por un lado vernos cierto progreso y sanidad espiritual que nos van ha­ciendo más cercanos a la voluntad de Dios, por otro lado en esta vida no alcanzamos nunca la perfección.

2) El tema mayor. Es el opuesto del menor; representa la vida con

significado y con propósito. Desde el punto de vista cristiano esto nos lleva a dos encabezamientos: me­tafísica, y moral. En el área de la metafísica Oa ciencia del ser, de la existencia, incluida la exis­tencia de cada ser humano) debemos afirmar en pri­mer lugar que Dios está ahí, que Dios existe. Por consiguiente, no todo es absurdo. Aún más, el hom­bre ha sido hecho a imagen de Dios y, por lo tanto, tiene significado. Juntamente con esto, se da el he­cho de que el amor -y no sólo el sexo- existe. Así pues, hay una moral verdadera que se opone a los meros condicionamientos o manipulaciones que tra­tan, hoy. de sustituir todo sentido de la ética como norma. Debemos también afirmar que existe la crea-

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tividad, opuesta a la simple construcción mecánica. Por consiguiente, en el área del ser tenemos razones para sentirnos optimistas; tal es el tema mayor que deseo presentar aqUÍ: no todo es absurdo, hay sig­nificado para la existencia. Pero lo más importante es que este optimismo tiene una base. No es algo suspendido sobre el suelo, no se trata de un vuelo por el que nuestra razón escapa a la realidad, sino que se apoya en la existencia del Dios infinito y per­sonal que existe, que está ahí, y que tiene un carác­ter moral y que ha creado todas las cosas, especial­mente al hombre a su imagen y semejanza.

Mas también se da un tema mayor en relación con la moral. El cristianismo ofrece una solución ética sobre la base del hecho de que Dios existe y que tiene él mismo un carácter moral que es ley para el universo. Tenemos, pues, un absoluto para la moral. No que haya una ley moral detrás de Dios que ata a Dios tanto como a nosotros. No, la verdad es muy otra: Dios mismo tiene un carácter moral y este carácter se refleja en sus leyes morales para con el universo. De modo que, cuando una persona se da cuenta de su inadecuada relación con Dios y se siente culpable, tiene una base no sólo para el sentido de culpa, sino para la realidad objetiva de esta culpa. El dilema del hombre no estriba simple­mente en que él es finito y Dios infinito, sino en que es pecador y culpable delante de un Dios santo. Mas entonces es cuando justamente se da cuenta de que Dios ha dado la solución al dilema; una solución que se nos ofrece ya ahora, aqUÍ en esta vida. ¿Cuál es la solución? Lo que Dios ha hecho por medio de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mis­mo», afirma la Escritura. El hombre es un ser caído, pero es redimible sobre la base de la obra de Jesu-

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cristo. Esto es maravilloso; es hermoso. Ofrece base a nuestro optimismo. Una apoyatura suficiente.

El cristiano, y su arte, pueden encontrar un lugar en el tema menor antes señalado. El hombre está perdido y vive una existencia anormal desde una perspectiva espiritual; incluso el cristiano puede con· tar sus derrotas. En mi propio vida no puedo contar solamente victoria y salmos de triunfo. Pero el arte y el cristiano que sabe utilizarlo no deben terminar aquÍ. Debe pasar al tema mayor: porque existe una respuesta optimista. Esto es importante y puede ser­vir de pauta para la clase de arte que el cristiano está llamado a producir. En primer lugar, el arte cristiano tiene que reconocer el tema menor: la de· rrota, el aspecto trágico incluso de la vida cristiana. Si nuestro arte sólo enfatiza el tema mayor, enton­ces no resultará en un arte totalmente cristiano sino simplemente en un arte romántico. Dejadme decir, con pesar, que durante muchos años nuestra litera­tura para la Escuela Dominical ha sido romántica en sus expresiones artísticas y ha tenido muy poco que ver con el arte cristiano genuino. Los cristianos más ancianos acaso se pregunten qué anda mal en estas expresiones artísticas de los cuadernos de la Escuela Dominical; es posible, al mismo tiempo, que se pregunten del por qué de la apostasía de muchos de sus hijos. ¿No ven una relación entre ambas co· sas? Puro romanticismo, apoyado en la noción de que el cristianismo tiene sólo una nota optimista.

Por otro lado, es posible también que un creyente enfatice tanto el tema menor y sólo hable del estado de perdición del hombre y de la anormalidad de un universo que no armoniza con la voluntad del Crea­dar, que a la larga su presentación sea igualmente antibíblica por incompleta. No obstante, esta clase de artistas cristianos que sólo ven lo negativo son excepción; la regla más general es que el tema ma-

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-yor sea el dominante, tan dominante que ahogue la realidad del menor.

El arte moderno, desde luego, no hace el menor caso del consenso cristiano y tiene la tendencia de enfatizar sólo el tema menor. Contemplamos los cua­dros en las galerías de arte modernas y nos sentimos impresionados por el análisis pesimista del hombre contemporáneo que se desprende de ellos. Hay, cla­ro está, algunas obras de arte moderno que son opti­mistas. Pero la base para semejante optimismo es insuficiente y, al igual que el arte cristiano que no tiene suficiente lugar para el tema menor, tiende a ser puro romanticismo. La obra del artista, en estos casos, aparece como deshonesta si se la enfrenta con los hechos de nuestro mundo, aqUÍ y ahora.

Finalmente, el artista cristiano debiera tener en mente constantemente la ley del amor en un mundo abocado a la destrucción. El poeta o el pintor cris­tiano tiene el deber de enfatizar ambas realidades: la representada por el tema menor y también la del tema mayor. Mas nuestro mundo al final del siglo xx presencia tanta destrucción sin que los artistas cris­tianos enfaticen el tema menor en la totalidad de su obra que ello añade pobreza y destrucción a nuestra generación. Un hombre de negocios que no opera sobre la base de la compasión no tiene derecho a llamarse cri1>tiano. Un hombre de negocios cristiano sabe que la compasión tiene que ser un aspecto de su carácter, pues ella expresa una de las normas bíblicas de la economía; asimismo, el artista cris­tiano que sólo se concentra en la anormalidad del mundo no vive plenamente la ley del amor que obliga a la presentación del tema mayor.

Existe un paralelo en nuestras conversaciones con los hombres y mujeres que nos rodean. Tenemos que presentarles tanto la ley como el Evangelio; no podemos terminar con tan solo la presentación de

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la ley. Incluso en aquellos casos en que sea neceo sario gastar casi todo el tiempo en la exposición del juicio a que nos lleva la ley divina, el amor nos dicta que debemos en algún momento ofrecer el Evangelio. y me parece a mí que dentro del cuerpo total de la obra de un artista debe haber suficiente lugar para el tema mayor.

Pasemos ahora a nuestra décima consideración: 10. El arte cristiano no tiene necesariamente que

ser siempre religioso, es decir: arte que trate de te· mas religiosos. Consideremos a Dios creador. ¿Es la creación de Dios totalmente involucrada en temas religiosos? ¿Qué me decís del universo?, ¿de los pá· jaros?, ¿de los árboles?, ¿de las montañas? ¿Qué me decís del cántico del pájaro?, ¿y del sonido del viento entre los árboles? Cuando Dios creó de la nada por su palabra, no se limitó a crear solamente «obje· tos religiosos». y en la Biblia, como hemos visto, Dios manda al artista -obrando dentro de la creación propia de Dios- a que moldee estatuas de bueyes y de leones y que grabe bajorrelieves con figuras de flores y otros temas para el tabernáculo y para el templo después.

Debiéramos recordar que la Biblia guarda un libro titulado El Cantar de los Cantares, la canción de amor entre un hombre y una mujer; y contiene tam­bién la canción de David en honor de los héroes nacionales de Israel. Ninguno de estos dos temas es específicamente religioso. Pero la creación de Dios -las montañas, los árboles, los pájaros y el cántico de los pájaros- representa también tema para el arte no específicamente religioso. Pensemos en ello. Si Dios hizo las flores, vale la pena pintarlas y vale la pena escribir acerca de ellas. Si Dios hizo los pá­jaros, son dignos de ser pintados. Si Dios creó los cielos, bien vale la pena pintarlos. Si Dios hizo el océano, bien haremos escribiendo sobre él bellos poe-

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mas. Es digno todo lo que el Creador ha hecho; y vale la pena que el arte del hombre se recree en sus obras de arte sobre estas obras de la creación divina.

La totalidad de lo que acabamos de exponer en· raíza en el hecho de que el cristianismo no es sólo un asunto de «salvación», sino que afecta al hombre total en la totalidad del universo. El mensaje cris· tiano comienza con la existencia de Dios y luego con la creación. No empieza con la salvación. Debemos alabar al Señor por la salvación; estarle eternamen­te agradecidos por ella. Pero el mensaje cristiano implica más que esto. El hombre tiene valor porque está hecho a la imagen de Dios y así el hombre -en tanto que ser humano- es importante, y por 10 tan­to es importante también para el arte cristiano. El hombre, como hombre -con sus emociones, con sus sentimientos, su cuerpo, su vida-, he ahí un tema importante para la poesía y para la novela. No estoy hablando ahora del hombre caído simplemente, de su estado de perdición; me refiero concretamente a su humanidad. En el universo de Dios el hombre cuenta, el individuo tiene un valor concreto; su hwna­nidad es importante. Por consiguiente, el arte cris­tiano debe ocuparse del hombre.

El arte moderno muy a menudo halaga al hombre, pero en términos muy abstractos; a veces, en un lienzo no sabemos si se trata de un hombre o de una mujer. ¿Por qué? Porque nuestra generación ha dejado muy poco lugar al individuo. Sólo la masa permanece. Mas, como cristianos, vemos las cosas de manera distinta. Porque Dios ha creado al hom· bre individual a su propia imagen, y porque Dios conoce al individuo y está interesado en su existen­cia, el individuo tiene valor y vale la pena que le pintemos, que le celebremos en nuestras obras de arte, en la literatura, en la escultura, etc.

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El arte cristiano es la expresión de la totalidad de la vida de la persona completa; el hombre total, totalmente considerado. Lo que un cristiano expresa en su arte es la totalidad de la vida. El arte no debe ser solamente un vehículo para cierta clase de eva n­gelismo autoconsciente.

Si, pues, el cristianismo tiene tanto que decir acer­ca del arte -y al artista-, ¿a qué se debe que en los últimos años hayamos producido tan poco arte genuinamente cristiano? Pienso que la respuesta, a esta altura, debe ser clara para mis lectores. No he· mas producido arte cristiano porque hemos olvidado mucho de lo que el cristianismo afirma acerca del arte y de la creación de Dios.

Los cristianos, por ejemplo, no debieran dejatse arrastrar por conceptos superficiales; como tampoco por su simple fantasía mal informada. La pintura grande no es simplemente «fotográfica», en el senti­do pobre de la fotografía. El arte que Dios mandó desarrollar en los tiempos del Antiguo Testamento no fue siempre fotográfico. Había allí granadas azu­les, en el templo, y sobre las vestiduras de los sacer­dotes. En la naturaleza no encontramos granadas azules. Pero el Sumo Sacerdote entraba con vesti­mentas, sobre las que esta fantasía se hallaba dibu· jada, en el Lugar Santísimo. Los artistas cristianos no tienen por qué temer la imaginación, ya que tienen una base para saber la diferencia entre la fantasía y el mundo real inmediato. Epistemológicamente, como he señalado en mi libro Dios está presente y no está callado, el hombre cristiano tiene una apo· yatura para conocer la diferencia que media entre el sujeto y el objeto. El cristiano es el hombre real· mente libre: libre para tener imaginación. Este es también nuestro privilegio; forma parte de la heren­cia cristiana. El creyente es aquel cuya imaginación debería volar más allá de las estrellas.

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Hay más, un artista cristiano no tiene por qué concentrarse sólo en temas específicamente religio­sos. Después de todo, hay muchos temas religiosos que son anticristianos; en muchos casos, la religión se opone a la revelación. ¿Queréis un ejemplo mo­derno de lo que acabo de afirmar? En algunos de estos periódicos «underground» de la contracultura y del mundo de los «hippies. he podido ver dibujos en los que Cristo y Krishna aparecen mezclados; arte religioso . por excelencia. Pero completamente anticristiano. Temas religiosos en las obras de arte no constituyen ninguna garantía de que sean de ins­piración cristiana, ni tampoco de que su mensaje será el evangélico. Por otro lado, el arte de alguien que acaso nunca se haya atrevido a pintar la cabe­za de Jesús, o la tumba vacía, puede ser un creador de arte genuinamente cristiano. Hay artistas que de suyo se sienten inclinados por temas religiosos sin ser creyentes. El artista cristiano no tiene por qué atormentarse si no se siente movido a pintar escenas bíblicas o temas específicamente religiosos. Esta es la libertad que el artista tiene en Cristo: poder es­coger sus temas bajo la dirección del Espíritu Santo.

Consideremos, finalmente, una obra de arte ais­lada y la totalidad de la creación de un artista:

11. Cada artista tiene eZ probZema de crear obras individuales de arte Y. al mismo tiempo, realizar una obra total, un cuerpo general que represente toda su labor artística.

Ningún artista puede decir todo lo que desearía, o construir todo 10 que podría en una sola obra de arte. Es cierto que algunas formas arUsticas, tales como la épica y la novela, permiten más amplias concepciones y tratamientos más complejos, pero in­cluso en estas esferas es imposible que el artista pueda hacer, de una vez por todas, todo lo que quiere realizar. Debemos, pues, juzgar la obra de un artis-

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ta, y la cosmovisión correspondiente, sobre la base de todo lo que podamos conocer de dicho artista. Es la obligación de todo crítico y de todo historiador de arte.

Tenemos aquí un paralelo con el sermón. Ningún sermón puede abarcar la totalidad de lo que debe ser dicho. Y nadie debe atreverse a juzgar la teolo­gía de un ministro del Evangelio, o el contenido de su fe, en base a un solo sermón escuchado. De hecho, el pastor que trata de ponerlo todo dentro de un solo sermón es verdaderamente un mal predicador. In­cluso la Biblia es un conjunto de libros el libro de los libros-, y no admite ser leída como si en uno solo de sus libros, o en uno solo de sus capítulos, se hallara incluido el todo; debe ser leida desde el comienzo hasta el final. Y si esto es verdad de la Pa· labra de Dios, ¡cuánto más lo es de toda obra de arte humana!

Si tú eres un artista cristiano no debes desespe­rar si crees que hasta aqw no has podido dar todavía aquello de lo que te sientes capaz. No temas de es· cribir un poema de amor aunque no puedas poner dentro de él todo lo que quisieras. No dudes en es· cribir, aunque no aciertes a comunicar la totalidad del mensaje cristiano. Sin embargo, si un hombre está llamado a ser artista su objetivo debe consistir en producir a lo largo de toda su vida un ampilo y profundo cuerpo de realizaciones.

La vida cristiana como una obra de arte

Me gustaría sugerir a mis lectores que tomaran todas estas perspectivas sobre arte y consideraran cómo pueden ser aplicadas a nuestra propia vida cristiana. Tal vez sería buena idea leer de nuevo este libro y aplicar sus enseñanzas, de manera es­pecífica, a la vida nuestra de cada día en tanto que

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cristianos. Ninguna obra de arte es tan importante como la propia vida de un creyente. En este sentido, cada cristiano está llamado a ser un artista. Acaso no tenga el don de escribir, ni el de pintar, ni el de componer música, pero cada hombre nacido en este mundo trae consigo el don de la creatividad en tér­minos existenciales y lo aplica a la manera como vive su vida. En este sentido, la existencia cristia­na tiene que ser una obra de arte. La vida cristiana tiene que ser algo verdadero -debe haber verdad en ella- y algo hermoso -debe encontrarse belle­za en la misma-, en medio de un mundo perdido sumido en la desesperación.

IsaacTerceros
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IsaacTerceros
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