Arquitecturas Minimas

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    de Marcos Xalabarder

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    Arquitecturas Mnimas

    Publicado por Marcos Xalabarder

    gracias a Lulu.com.

    2 edicin

    Marcos Xalabarder Aulet, 1996

    Todos los derechos reservados. Prohibida la

    reproduccin total o parcial de esta obra por

    cualquier medio o procedimientos sin el permisoescrito del autor.

    Registro de la Propiedad Intelectual num. B-19601

    Portada: Arturo Xalabarder

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    ndicePrlogo ...............................................................7

    La Ovacin .........................................................9Compromiso ................................................... 19

    Blando y hmedo ........................................... 23

    Bucle ................................................................. 35

    Corrientes ........................................................ 43

    De la construccin de las pirmides ............ 49

    De reojo ........................................................... 55

    Detalles ............................................................ 65

    Distracciones .................................................. 71

    Dos hijos ......................................................... 75

    Ejes ................................................................... 81

    El ascensor ...................................................... 89

    Equilibrio ....................................................... 101

    Exploraciones ............................................... 109

    Fricciones ...................................................... 115

    Impulso .......................................................... 121

    Inquietud ....................................................... 131

    Un juguete ..................................................... 137

    Aforismo........................................................ 143

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    Prlogo

    El libro que tienes entre tus manos se escribi a lo

    largo de unos cuantos meses entre 1993 y 1998. Supublicacin ha sido posible gracias a la propuesta de

    Lulu.com.

    Estos son relatos que pertenecen a otra poca de mi

    vida. A otra vida, de hecho. Oscuros y concentrados,

    un tanto alambicados, estn escritos desde la ms

    absoluta desconexin emocional con los dems. Son

    paisajes destilados por una mente afectada por la

    incomunicacin con el mundo que la rodeaba.

    Afortunadamente esos tiempos han pasado.

    Ahora, estos textos que en su da me sirvieron

    para exorcizar tantas y tan agolpadas emociones

    inexpresables, pueden al fin ver la luz en la forma

    de un humilde libro de relatos. Siento una emocin

    especial al releer estas pginas, que he procurado

    no mejorar ni corregir para serle fiel al Marcos que

    las escribi. Puedo verle sumido en su soledad, con

    la imaginacin estirndose hasta las esquinas del

    mundo para ampliar un poco su angosto espacio

    vital. Si hoy veo este libro publicado, lo considero

    un homenaje a l, que transit la parte ms sedienta

    y solitaria de mi vida.

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    Quiero dedicarle este libro a mis padres, a mi

    hermana Mara y a toda mi familia. Tambin se lo

    quiero dedicar a Ana, a quien le dije que le dedicara

    el primer libro que publicara: Ana, donde quiera

    que ests, ah va mi cario por nuestra amistad. Y

    especialmente se lo quiero dedicar a Judith, conquien anduve algunos caminos difciles del alma,

    pero siempre hacia la luz.

    Marcos Xalabarder Aulet. Madrid. Diciembre 2006

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    La Ovacin(premio Juan Benet de Relato Breve 1994)

    A Care

    La luz tambin. La luz tambin segua la

    direccin de su mirada y descubra al final de ella

    la imagen triste de la mujer del boticario, postradade enfermedad o de olvido sobre el escenario. Y

    los dems actores, congregados ya en torno a ella,

    anunciaban al pblico absorto el silencio que

    precede a la muerte. Todos, en una tensin perfecta,

    se dejaban desdibujar por la luz de los focos queslo atenda al camino entre los ojos del hombre y

    los labios de la mujer, que murmuraban las trgicas

    palabras del segundo acto. De pronto, un nuevo

    actor irrumpi en el escenario y un sbito impulso

    hizo estallar los aplausos entre el pblico.

    El arrebato se inici al unsono en las

    ltimas filas y, de inmediato, contagindose las unas

    a las otras, las dems filas tambin se sumaron a la

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    manifestacin de entusiasmo, aun cuando no tenan

    tiempo de comprenderla. Las lneas del fondo que,

    de tan alejadas, apenas podan entender lo que

    suceda realmente en el escenario, perciban aquel

    seguimiento como una aprobacin indudable de su

    iniciativa, como un consentimiento de quienes lesprecedan en el espacio. Era una seal de acierto que

    les invitaba a redoblar con energa los esfuerzos y a

    proyectarlos en seguida hacia delante. El estruendo

    ya se haba apoderado de tal forma de las voluntades

    que ningn individuo pudo renunciar por su propiacuenta a incorporarse a la espontnea ovacin.

    Pronto el teatro entero aplauda con un ritmo

    creciente, imparable, en una aclamacin inmensa.

    Cada lnea de espectadores pugnaba por ponerse

    a la altura que las dems le exigan. Por detrs, el

    fragor las espoleaba y las obligaba a engrandecer su

    entrega. Por delante, la carrera de las palmadas se les

    antojaba una gua que deban alcanzar si no queran

    ahogarse en el entusiasmo que se abalanzaba sobre

    ellos. El empuje y el ritmo cobraban forma y firmeza,

    y la direccin de los aplausos se haca cada vez ms

    ntida, hasta casi definirse como un solo camino

    posible, como una orden.

    La Ovacin

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    El rugido, unnime, era un solo cuerpo del

    que nadie poda sustraerse. Como una respiracin,

    vena desde los laterales, se verta desde los

    palcos hacia la platea y la inundaba hasta que los

    aplausos -uno a uno, y todos juntos, como un mar

    embravecido- se golpeaban entre s y emprendanel regreso en todas direcciones: hacia el techo,

    hacia los vestbulos, contra el escenario. Ora una

    columna constitua el eje de los aplausos y en torno

    a ella, simtricas, se congregaban y disgregaban las

    palmadas. Ora la orientacin cambiaba y el fragortrazaba un enorme crculo en cuyo centro se hunda

    la presin acstica, para brotar ms tarde, con la

    fuerza multiplicada, en alguna otra direccin.

    Cuando se perciba un descenso leve del clamor

    en alguna de sus latitudes, el empeo se arrojaba

    enrgicamente hacia los transgresores y contra esa

    esquina que ceda se proyectaban nuevos estmulos

    para reconstruir la euforia debilitada. Entonces los

    aplausos eran como pilares, como vigas de sostn

    que procuraban resarcir todos los desfallecimientos,

    cubrir los resquicios de una ingeniera aclamatoria

    casi perfecta, dirigida por un impulso colectivo

    inasible. Cualquier flaqueza poda poner en peligro la

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    arquitectura del conjunto y de esta suerte convertirse

    la euforia en mero estrpito y desorden. El pblico

    senta que su integridad dependa de la forma de la

    ovacin, del rigor de la ovacin, de la belleza de la

    ovacin. Ya nada importaban la escena ni el actor

    que haba encendido el impulso. No importaba la justificacin de aquellos aplausos, ni el estupor de

    los actores. No haba ms que concentracin en

    las propias palmadas. No haban ms miradas que

    las fijadas en los propios dedos: entrechocando,

    abrindose y cerrndose, estirndose y arandoseuna y otra vez.

    En medio de aquel teatro levantado en

    aplausos, slo el acoso contnuo de unos y otros

    suscitaba un temor ntimo y recndito, como de

    algo que se presenta pero a lo que era imposibleprestar atencin por el momento. En cada

    individuo pugnaba un aviso, una alarma que no era

    ms que un picor imposible de examinar mientras

    se estaba entregado al fervor. En aquella extrema

    concentracin, ni siquiera el ejercicio continuado de

    las palmas y el dolor de los msculos repetidamente

    excitados eran objetos de cuestin.

    Intilmente, los estmagos plaan sus

    La Ovacin

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    temores, incapaces de retener la atencin que se

    pona exclusivamente en las manos y el tempo de

    los golpes. Pero no existan resquicios para el alivio,

    para el descanso o la razn. No haban voces, no

    haban bravos que aadiesen o quitasen algo a la

    ovacin. Haba, debajo de ella, el silencio ms sordoy absoluto: ningn apoyo, ninguna ayuda acstica

    que alterase la cadencia adquirida de los aplausos:

    nada que prometiese el consuelo de una distraccin.

    El pblico slo obedeca al estmulo

    incansable de su alrededor, porque Qu lnea deespectadores iba a negarse a compartir lo que con

    tanta unanimidad y consenso estaba producindose?

    Y qu individuo solitario iba a transgredir el ritmo,

    a creer por un instante -un instante del que no

    dispona pues no poda detenerse- que tena ms

    argumentos que todos los dems para no aplaudir?

    De dnde habra sacado el tiempo para la reflexin

    estando como estaba atrapado en el fanatismo y,

    an ms, de dnde la fe en s mismo para acometer

    semejante empresa? Y si, por un brevsimo lapso,

    algn individuo hubiera conseguido zafarse, aun a

    pesar de la fuerza que sus manos deberan vencer para

    calmarse, cunto habra resistido a los contnuos

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    embates de los aplausos, que como golpes de viento

    volvan una y otra vez a concentrarse en l hasta

    conseguir de nuevo su adhesin? Y probablemente

    tras el enorme esfuerzo, y tras el enorme fracaso,

    aplaudira con ms rabia que antes, con mucha ms

    furia, para que se le oyese por encima de los demso para marcar un comps duro, resentido y exigente

    y ocultar as su soledad y su falta de energa a los

    dems. Para no sentir la vergenza.

    A medida que avanzaban los minutos, a

    medida que la exageracin de aquella ovacin erams grotesca y ya sin retorno, un sentimiento comn

    de horror iba unindose a la esclavitud individual del

    pblico. Sabindose a merced de las corrientes que

    indefectiblemente los traan y llevaban desde el fondo

    del aplauso hacia los crescendos, los espectadoressentan ya el ntimo desagrado de su inexplicable

    reaccin. Como una conciencia oscura, que nunca

    acababa de manifestarse, se acumulaban densamente

    el miedo y el asco en sus espritus.

    La loca alegra del principio, el irreverente

    entusiasmo de las primeras palmadas, se trocaron en

    rencor. Los aplausos eran ahora agresivos, acreedores

    y punitivos. Todas aquellas inteligencias, que en los

    La Ovacin

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    momentos ya imposibles de la calma habran podido

    evitar el estruendo o lo habran condenado, ahora,

    definitivamente desposedas de la razn, proyectaban

    al unsono su rabia y su celo contra el escenario,

    contra el actor que los haba puesto en evidencia los

    unos ante los otros. Pero tambin surga otro colorde las manos encarnadas: el dolor, el autocastigo.

    Los aplausos eran golpes cada vez ms severos que el

    pblico se propinaba para no tener que pensar, para

    distraer con el sufrimiento la imbecilidad que estaba

    protagonizando.

    Y el tiempo ya se enajenaba, y slo cuando su

    ltima nocin estaba por perderse en el sufrimiento

    de la ovacin los espectadores comenzaron a soltar

    lastre pesadamente. Hasta que, muy lentamente, conel tedio de saber que al silencio le seguira el juicio de

    todo lo ocurrido, uno tras otro dejaron de aplaudir.

    Cuando sobrevino milagrosamente la calma,

    el pblico levanto la vista hacia el escenario. All,

    desde las tablas, el actor les contemplaba asustado.

    Sin mirarse, con la respiracin agitada, los

    espectadores hincaban los ojos en la boca del actor.

    Quizs se haban malinterpretado mtuamente.

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    Acaso no se haban entendido y haban tomado la

    accin del actor por lo que no era. Puede ser que l

    los incitase, o que ellos se precipitasen. En cualquier

    caso, ahora lo pagaban con el oprobio y con la

    vergenza. Si hubiesen tenido un poco de tiempo,

    pensaban, una sola oportunidad o un intervalomnimo durante el cual alguien con el carcter y la

    fuerza de voluntad necesarios -y los haba entre el

    pblico-, alguien dispuesto a la renuncia y al arrojo,

    hubiese tomado las riendas de aquella locura y las

    hubiese detenido a tiempo... Quiz habra podidodirigir aquellas palmas desbordadas hacia el silencio,

    hacia la orilla de la salvacin, hacia una rendicin

    digna. Y entonces hasta habra sido posible la adhesin

    de uno, dos o quiz ms individuos dispuestos

    a colaborar y a detener la deriva del teatro, por lo

    menos como un signo de que se entraba en razn,

    de que se comprenda a qu extremo se haba llegado

    y de que as quera manifestarse pblicamente.

    Si hubieran respirado una sola vez y hubiesen

    logrado que el silencio se clavase por un instante

    en el fragor... Con unos pocos intentos algunos

    habran conseguido evadirse de aquella fiebre y

    entonces habran podido organizar una operacin de

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    emergencia, distribuyndose entre las filas y los palcos

    y actuando para que otros muchos abandonaran por

    fin la inoportuna e insensata ovacin.

    Ya todo, sin embargo, haba sucedido. Se

    escudriaban con perplejidad y con miedo, con

    reproche y con odio tensado. En aquella densidad,en el recinto repentinamente angosto del teatro, un

    sentimiento de humillacin sobresala entre todos:

    la evidencia de que haban estado aplaudiendo sin

    motivo, en una locura inexplicable suscitada por un

    actor desconocido que todava no haba recitadosu papel. Haban agotado, adems, los aplausos

    destinados a los dems actores. Qu sentido tendra

    ya aplaudir al final de la obra? Y acaso podan

    los actores reanudarla, como si nada se hubiera

    perpetrado all abajo, ante ellos? Acaso podancreer que en adelante su trabajo conseguira distraer

    al pblico del enorme escndalo en el que haba

    cado?

    El actor que haba irrumpido en el escenario

    permaneca quieto. En silencio, en la inmovilidad

    ms tensa, todos esperaban, pblico y dems actores,

    a que aquel hijo de la gran puta dijera lo que haba

    venido a decir.

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    Compromiso

    Dos hombres se dan un afectuoso apretn de

    manos en una Convencin de Psicologa Epidrmica.

    Se sonren y se miran a los ojos con alegra. Se sienten

    cmodos con su mutua demostracin de afecto. De

    pronto una voz interpela a uno de los dos hombresdesde un ngulo oblicuo y ste, sin soltar la mano

    de su colega, distrae la vista y atiende a la llamada.

    Mientras habla con el nuevo interlocutor, los dos

    hombres siguen cogidos, pero ya no hay ningn

    motivo para que continen as. ntimamente, sientenque el abrazo de sus dedos dura demasiado, pero

    temen que si retiran la mano la comunicacin se

    interrumpa bruscamente y sean groseros sin quererlo.

    Por eso, el hombre que no habla espera a que el que

    est distrado termine su inciso y vuelva a mirarle.Entonces apartarn sus manos al mismo tiempo.

    Cuando por fin el hombre deja de hablar

    con la voz, ambos reconocen al instante que llevan

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    demasiado tiempo tomndose las manos. Durante

    unos segundos de silencio sienten la impertinencia

    de ese apretn prolongado, pero intuyen que si uno

    retira la mano antes que el otro, todo el aprecio que se

    tenan se trocar en incomodidad: porque de pronto

    el inocente apretn se har improcedente, porqueser violento, porque habr un culpable. Son colegas

    y se estiman. Por eso ninguno se decide a soltarse ni

    tampoco a emprender ningn ademn que, por muy

    sutil que sea, d a entender al otro que se est molesto

    por su causa. As, no tratarn de reanudar el apretnpara zanjarlo, porque podra entenderse como una

    intencin deliberada de desembarazarse del otro.

    Tampoco aflojarn lo ms mnimo la presin de

    sus manos porque significara dejar en la mano del

    otro toda la responsabilidad de esta torpe situacin.

    Ninguno quiere incurrir en un gesto artificial,

    aunque les parece imposible recuperar la naturalidad.

    Mientras siguen as, imaginan el consuelo de que

    alguien venga en su ayuda y los desuna. Ensayan

    unas sonrisas y, cada uno por su cuenta, sondea a

    su alrededor en busca de una alianza que le ayude a

    desembarazarse sin perjudicar al amigo. Sin embargo,

    su situacin es tan ntima a los ojos de los dems, que

    Compromiso

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    nadie se atrevera a interrumpirlos. Por eso ambos

    no tardan en regresarse el uno al otro. Improvisan.

    Y si se arriesgan a abrazarse calurosamente? Podran

    intentarlo, aun siendo conscientes de que lo haran

    para separarse de inmediato. Sera digno darse

    unas palmaditas en la espalda, todava sonriendo, yalejarse luego henchidos del sentido de la educacin

    y el buen hacer. Pero podran quedar as pegados y

    volver a sentir que no pueden deshacer el abrazo. Y

    aunque pudieran recuperar sus distancias, todava no

    habran resuelto la mutua prisin de las manos: la

    alta temperatura que han alcanzado las palmas no

    dejara pasar sin violencia la ms nfima incursin

    del aire exterior.

    Como en un duelo, ambos se miran a

    los ojos. Se escudrian seriamente para no dejarse

    sorprender. Quin desenfundar primero la mano?

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    Blando y hmedo

    Sonri antes de volver a su lectura. Le haba

    parecido muy divertida la simptica conversacin

    de dos mujeres mayores en el pasillo. Una explicaba

    con gestos frescos y espontneos que cmo haba

    cambiado la vida en su barrio, que si su nieto, el de

    las melenas, haba tenido un tropiezo con la polica

    pero que pronto sentara la cabeza y se buscara una

    buena moza. Su risa, cortada, rpida y franca. Sus

    gestos, encantadores. Sus trajes oscuros y sencillos. El

    chico pens por un momento en levantarse y ceder

    su asiento a una de ellas pero desisti preveyendo

    un exceso de movimientos y desplazamientos que

    podran causar mucha ms molestia que favor:

    sentado como estaba junto a la ventana, habratenido que pasar por delante de la chica que haba

    a su lado y cuidar hasta el fin del viaje de sus cosas

    colocndolas aqu y all. Por eso se limit a sonreir

    ante la encantadora escena y a volver a su lectura

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    despus de contemplarla un momento. De pronto,

    la seora dej de hablar, lo mir fijamente y escupi

    desde el cerco de sus dientes un tremendo esputo

    que golpe la sien del muchacho.

    Y all se qued casi ingrvido, el esputo,

    parcialmente prendido de la patilla. Desconcertado,el joven palideci y se volvi hacia la seora al tiempo

    que dudaba de si deba o no dirigir su mano hacia la

    sien para palpar qu haba en ella.

    Su ngulo de visin se entorn de pronto,

    estrecho como el ojo de una aguja insolente ydolorosa. Frente a l slo vea dos ojos que se

    parapetaban tras los prpados terriblemente grandes

    y entornados de la seora que le sentenciaban con

    severidad por algn incomprensible motivo. Los

    rasgos de la mujer parecan converger hacia aquellas

    pupilas de veredicto inapelable, provenientes de la

    barbilla, de la frente surcada y del espacio sideral

    de sus cabellos enfriados por las canas. Con los

    labios apretados le miraba enojada, aunque ningn

    detalle en el gesto demostrase que lo estaba. Un

    terror blando y hmedo se apoder de l, repentino

    monigote de vud en manos de algn nio siniestro.

    Entonces, sin que el tiempo transcurrido importase,

    Blando y hmedo

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    la mujer dej de mirarle y continu hablando con su

    amiga de lo que cuestan hoy los hijos. En ese mismo

    momento el ngulo de visin del muchacho, antes

    tan indeciblemente agudo, se abri con violencia

    casi con el mismo ruido que un batir de puertas y

    capt todo su alrededor, desde la coronilla hasta lanariz.

    Qu asco!

    La muchacha que se sentaba a su derecha

    formul as en voz alta lo que estaba en la mente de

    todos los viajeros. El chico se aturdi, porque slo

    unos minutos antes se haban mirado y l hubiera

    jurado que se haban gustado. Ahora el sudor era

    abundante y senta hmedos los ojos, las manos, la

    espalda y las nalgas. Trat de mirar lo que le haban

    escupido pero ya lo senta demasiado, fro, como para

    querer verlo. Todos en el vagn y se le ocurra que

    incluso desde los coches delanteros y traseros le

    observaban, nunca compasivos, sino profundamente

    disgustados. Not en un instante cmo la chica setapaba los ojos usando la mano como una pared;

    cmo el seor y la seora que se sentaban enfrente

    mudaban su gesto, antes de una amable indiferencia,

    y volvan un tanto la cabeza contrayendo msculos

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    sin comps; cmo el joven que estaba de pie en la

    plataforma se volva de repente hacia el otro lado;

    cmo dos estudiantes rean sin ritmo; cmo el revisor

    se haca el distrado con la maquinita de expender

    billetes; cmo varios nios se ponan a dar vueltas

    como locos cerca de las puertas; cmo el mundoentero se hincaba en la blandura de sus sienes.

    El chico slo acert a poner la mano en

    forma de cuenco e intentar cubrirse el esputo.

    Pero ste amenazaba con resbalar y posarse en su

    palma, cosa que l no quera de manera alguna. Segir tambin para dar la espalda a toda esta gente

    que pensaba que qu asco, que el muchacho poda

    haberse trado un pauelo, que el chico no serva

    para nada, que siempre sudando, que se acordaran

    toda la vida de l y que le recordaran en el futuro,entre bromas, lo cochino que haba sido entonces.

    Permaneci unos momentos en una postura extraa,

    terriblemente asustado, lamentndose de su suerte y

    de su destino, que era el matadero de los marranos. Y

    en unos segundos de reflexin acab por admitir quela seora aquella haba hecho lo que tena que hacer,

    que tena incluso todo el derecho a escupirle.

    Saba que lo mereca de alguna forma.

    Blando y hmedo

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    Quiz por sonreir como un imbcil cuando nadie se

    lo haba pedido, quiz por haber querido colocarse

    al margen de aquella gente, como un espectador

    privilegiado, como un contemplador que de todo

    puede sustraerse. Cuando, en verdad, l no era un

    espectador, sino el mismo espectculo de la memezpor creer por un momento que con esa sonrisa era

    alguien y poda dar algo de s, o siquiera sentirse

    satisfecho.

    O bien no, y el motivo estaba en su forma

    de volver al libro, en ese gesto que por leve habacredo posible ejecutar sin despertar sospechas.

    Haba pretendido servirse del sutil movimiento con

    la ingenua esperanza de que slo l lo disfrutara y de

    que nadie lo notara. Haba querido adjudicarse una

    actitud suficiente o indulgente que nadie en el vagn

    haba pasado por alto, pues a ninguna inteligencia

    se le ocultaba que aquel joven mamarracho era un

    pedante o tan solo un presuntuoso gilipollas. l

    no tena el menor derecho a tomar a aquella gente

    respetable por una mera ancdota que poda tomar

    y dejar a su albedro, de la cual poda desprenderse

    como si nada, de la cual poda enajenarse como si

    estuviera por encima del bien y del mal, slo porque

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    l no era quin para hacerlo y para cualquier persona

    decente aquella pretensin era un insulto evidente

    que la seora benditamente atenta no le haba

    perdonado y por eso le haba escupido para bajarle

    los humos a ese cabrn. Y l tena que aprender

    necesariamente de aquella leccin y hacerse evidentesu impertinencia junto con su lamentable debilidad,

    para que todos en el vagn respirasen un poco y

    aquietasen su indignacin al contemplarlo por

    fin reprendido, aunque estaban todos lejos, como

    era lgico, de sentirse todava satisfechos con elcastigo que aquella buena y honesta seora le haba

    propinado. El muchacho segua agredindoles con

    aquel libro abierto, de pginas blancas e hirientes

    como referencia ineluctable para todos de su intento

    de superioridad. Quiz slo quera impresionar a

    la chica de su lado, pero sta ya haba entendido

    la falacia de aquel gesto y no haba dudado en

    corresponder con su asco a la indignacin y el rechazo

    unnime y justo de los dems. Por eso no importaba

    que se arrepintiese que se hubiera arrepentido,

    como crea haber hecho, una milsima despus de

    sonreir, porque la idiotez ya estaba consumada y

    castigada.

    Blando y hmedo

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    Con la mano izquierda procuraba evitar a los

    dems la visin de aquello y con la derecha palpaba

    los bolsillos en busca desesperanzada bsqueda

    de un pauelo. Senta con insistencia la humedad

    de su frente y de su entrepierna y apretaba los ojos

    al pensar en la marca que dejara en el asiento allevantarse y que todo el mundo vera y que a lo peor

    provocaba que nadie quisiera pudiera sentarse

    hasta que el sudor se evaporara y un equipo especial

    de limpieza efectuara una desinfeccin a conciencia.

    Pareca que la estacin no iba a llegar nunca y que liba a tener que estar as durante el resto de sus das,

    si no en la realidad, s en la mente de todos los otros

    y en las de aquellos que recibiran como un chiste la

    ancdota.

    Pens que si se decida a limpiarse aquello

    con la manga del jersei la gente lo vera y redoblara

    su asco hacia la peculiar situacin. Pens tambin

    que recogerlo con la mano era harto repulsivo y que

    no soportara tocarlo. Adems no habra resuelto el

    problema y todos le interrogaran en silencio sobre

    su siguiente paso. Mir brevemente a su alrededor

    suplicando con los ojos ayuda: qu s yo, un cleenex

    o un trapo. Pero lo hizo rpidamente porque ya saba

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    que no tena derecho a pedir eso, pues era l quien

    haba provocado todo y ya haba causado bastante

    desagrado en todos.

    Estaba en estos pensamientos cuando la

    muchacha de su lado no debi resistirlo ms y se

    levant. El ferrocarril se detuvo y ella baj en laestacin. El chico solt tmidamente la vista por la

    ventana, pero ella ni se volvi ni le mir. Fuera haca

    fro, sin duda, y la noche se deshaca en neblinas.

    Por un momento estuvo tentado de levantarse y

    bajar tambin, para resolverlo todo en los lavabos dela estacin. Pero habra tenido que utilizar las dos

    manos, dejando al descubierto aquello, y hacerse

    camino entre tanta gente, lo cual, por cierto, no le

    habra costado mucho esfuerzo pero s vergenza. Por

    eso se qued quieto como estaba no por orgullo,sino por execrable cobarda.

    Una mujer de unos cuarenta aos ocup el

    sitio que haba dejado libre la muchacha. Tena un

    bolso verde en el regazo y en l revolva algo. El chicola mir de reojo desde su rara postura y vio cmo

    sacaba un paquetito de pauelos de papel. Tembl

    unos instantes y consider muy velozmente esto:

    poda pedirle uno, porque la seora no sabra para

    Blando y hmedo

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    qu estara destinado, ya que no haba sido testigo detodo o de lo contrario no estara all; por otra parte,

    los dems viajeros no le diran nada, puesto que lo

    que ms deseaban ahora era olvidar ese lamentable

    incidente. Y luego, con las manos libres, podra

    recogerlo todo y salir apresuradamente de all, sinmirar a nadie. Con estas premisas el chico mir un

    ratito a la seora. Tena que girar mucho la cabeza,

    porque estaba puesto con el tronco de lado en el

    asiento, hacia la ventana donde contemplaba en

    los tneles sus ojos angustiados. Entonces, con unhilo de voz, le susurr algo ininteligible. La seora no

    se dio por aludida y el chico tuvo que intentarlo de

    nuevo. Esta vez la mujer se volvi un tanto extraada

    pero sonriente. El muchacho le pregunt que si

    tena un cleenex y, al darse cuenta de la obviedad

    de la pregunta, aadi a trompicones que si poda

    darle uno, que lo necesitaba urgentemente. La seora

    volvi a sonreir y le dijo que s. Sac un pauelo de la

    bolsita y se lo dio. El chico volvi a pensar; y esta vez

    pens cmo le estara viendo la mujer: con el cuerpo

    as torcido, mirndola de soslayo, tapndose la sien

    con una mano cncava y tomando el pauelo con la

    mano ms distanciada. Tambin crey ver a travs de

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    aquellos ojos femeninos el sudor de su propia frente

    y el que iba dejndose en el asiento, as como oler a

    travs de la nariz de la mujer el poderoso hedor de su

    cuerpo histrico. Pero tom rpidamente el pauelo

    y, despus de abrirlo con los dedos, se cubri con l

    la mano izquierda. A sabiendas de que era objeto detodas las miradas trat de ocultar en lo posible el

    esputo. Pero al retirar la mano de debajo del pauelo,

    ste se desliz un poco y la seora, que lo haba estado

    mirando con disimulada curiosidad, pudo contemplar

    por unos instantes aquello. Su reaccin fue inmediata:se llev las manos a los ojos acompandolas de un

    gesto de profundo disgusto. El chico hizo un esfuerzo

    sobrehumano para abreviar la evidencia, que ya

    duraba demasiado para todos. Se pas el pauelo por

    la sien varias veces, doblndolo por la mitad despusde cada repasada. Entonces busc sin xito un lugar

    donde deshacerse del pauelo, que ahora enarbolaba

    sin poder evitarlo como una bandera de oprobio y de

    vergenza. Se levant preso de una debilidad cada vez

    mayor. Sus vecinos de asiento, aquellos que no habantenido la audacia de levantarse y marcharse, acaso por

    un filantrpico sentido de la compasin, movilizaron

    sus rodillas al unsono para abrirle camino. Queran

    Blando y hmedo

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    facilitarle al mximo que emprendiera su marcha a la

    puta mierda. Aturdido, sosteniendo en un equilibrio

    inverosmil el pauelo a la vez que su cartera, sus

    carpetas y la chaqueta que haba tenido que rescatar de

    la estantera del tren, el muchacho se desliz entre los

    ojos de los viajeros soportando la intolerable imagende otras sonrisas lejanas que se agrandaban justo

    antes de desaparecer tras las puertas de una ventana.

    Atraves el estrecho pasillo como un reo que en su

    trayecto al patbulo portara para su propio escarnio

    el objeto de su crimen. El tren pareci aminorarla marcha, quiz regodendose en la dilatacin de

    su miseria. Antes de detenerse en una fra estacin

    todava exager aun ms la lentitud de su circulacin

    hasta el punto de que fue muy viva la impresin del

    joven de que el tren lo miraba con atencin para noolvidar su cara.

    Las puertas se abrieron impacientes y por

    fin sinti el chico la helada indiferente de un andn

    desconocido. Una brisa fra fue el nico aliento ajeno

    al calor del vagn y al ardor de sus dedos, donde

    todava yaca el pauelo de papel. A sus espaldas, el

    tren se haba dado prisa en desaparecer.

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    Era la nonagsima vez que se quitaba la

    vida. Su ltimo periplo humano haba sido el peor

    de todos con diferencia. Los fracasos cotidianos no

    le haban impulsado, como en otras ocasiones, a

    matarse en cuanto asomaran los primeros visos deautonoma, a los cuatro o cinco aos; ni tampoco

    haba llegado a un grado notable de placer que

    pudiera interrumpir sin remordimientos antes

    de experimentar un solo desasosiego. Su intento

    nmero noventa haba sido el ms tedioso y agotador.

    Durante los 35 aos que dur esta prueba no vivi

    ms que de expectativas siempre insatisfechas. El

    aburrimiento de todo y el hartazgo de s mismo se

    haban manifestado a una edad muy temprana. La

    imperceptible conciencia que le una a sus otras

    vidas sugera desde el principio que aquella no iba

    a ser su experiencia ms gloriosa. No tena por qu

    esperar para suicidarse de nuevo.

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    Poda haberlo hecho en infinidad de

    momentos en los que la incomodidad le sobrevena.

    De hecho, nunca haba tolerado tanta incomodidad

    en sus otras vidas. Antes hubiera echado mano de la

    bolsa de plstico o del revlver, como de costumbre.

    Precisamente el sentido de tantas autoinmolacionesestaba en una antigua determinacin de no consentir

    jams una vida donde lo desagradable afectase a su

    felicidad. Si iba a vivir hasta el final, no poda ser

    renunciando a la mejor de las existencias posibles.

    Pero esta vez haba nacido con alguna tara,seguramente. Algo as como una banal esperanza:

    un deseo sutil pero firme de algo lejano, un deseo

    indefinido que se proyectaba inexorable hacia el

    futuro, que le exiga toda su paciencia prometindole

    a cambio que sus insatisfacciones adquiriran unsentido pleno al cabo de los aos. Haba prestado

    crdito a una voz interior que le garantizaba que el

    ltimo da justificara y compensara plenamente

    todos los dems.

    A causa de esa quimera se haba dejado

    llevar. Haba dejado que le inundase el sudor, que lo

    acosaran los granos y las espinillas, que lo humillase el

    sentimiento de inferioridad y la propia conciencia en

    Bucle

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    Arquitecturas Mnimas 37

    esta ocasin desarrollada hasta un extremo antinatural-

    ; haba soportado la carencia de todo atractivo fsico

    e intelectual, a unos padres mezquinos y a unas

    amistades aburridas que nada tenan, por ejemplo,

    de la genialidad de aquellas que le acompaaron en

    su experiencia sesenta y ocho. Haba tolerado serespectador de la gloria ajena y soportado la indiferencia

    ms escandalosa a su alrededor. Elementos todos cuya

    mnima concurrencia en otras existencias habra

    bastado para que se arrancase esa vida imperfecta y la

    tirase a la basura.Y todo porque algn estpido msculo de su

    organismo palpitaba rogando paciencia, despertando

    sueos grandilocuentes que tenan tanta fuerza como

    probabilidades de inclumplirse. Sueos que, por

    otra parte, tenan la fea costumbre de abandonarle

    a cada instante entregndole al asco de s mismo y

    que slo volvan oportunistas, lamedores, cuando

    estaba a punto de finalizar con todo. Eran esperanzas

    que aspiraban a la supervivencia y que se servan de

    tretas para transformar su vieja y romntica tendencia

    suicida en una vergonzosa renuncia. Todos los

    motivos de los que otrora se habra servido para irse

    al otro barrio sin pestaear eran ahora instrumentos

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    de edificacin de un ego supuestamente heroico quele necesitaba mantener con vida.

    Aun as, cada da lo acosaba la firme

    determinacin de su hbito suicida, contenida

    con solo un pice ms de fuerza por ese deseo de

    vivir hasta el da siguiente, el da en que todas susdecepciones se transformaran en algo brillante y

    necesario para construir por fin una gloria ms grande

    y redentora. A veces estas expectativas lo llevaban a

    la exasperacin, por su ridculo planteamiento, por

    su imbecilidad.

    A estas alturas se haba dado mltiples

    plazos: hasta los 10 aos, hasta los 16, hasta los 20,

    los 25... pero hasta los 35 no consigui zafarse de

    aquella reticencia poderosa. Y fue sta la muerte mstriste que tuvo, porque temblaba pensando que el da

    siguiente a su muerte podra haber sido el sealado

    para su eterna felicidad.

    Antes de ingerir las cajas de barbitricos,

    y durante la agona, se remiti con ira a sus otras

    vidas. En una haba estado convencido de que era

    la mejor vida posible de todas las que haba tenido

    y tendra. Todo se haba desarrollado con un acierto

    Bucle

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    divino: una infancia inconsciente y alegre, un

    crecimiento sin traumas y repleto de protagonismos

    sin competidores que le hicieran sombra-, una

    adolescencia brillante y gozosa, aos de entusiasmo

    de s mismo y de xito... Pero tuvo que quitarse la

    vida precipitadamente cuando su tribu fue atacadapor unos salvajes canbales.

    Y haba sentido tanta rabia, otras veces...

    alguna vida haba sido ms desagradable de lo normal

    y no se haba dado cuenta a tiempo o haba vivido

    demasiados aos en un cuerpo defectuoso o en uncontexto engaoso. Entonces se haba cabreado tanto

    que se haba matado hasta seis y siete veces seguidas

    antes de nacer de nuevo. Y acaso haba sido entonces,

    en uno de esos arrebatos, cuando haba pasado de

    largo el nmero exacto, el momento preciso en queel destino le haba deparado la mejor de las vidas

    posibles. Y quiz se haba saltado, por culpa de un

    capricho, su nica oportunidad de hallar la verdadera

    felicidad.

    Su existencia, ya que no slo su vida, era

    un encadenado lleno de indignacin. Su propia

    furia acababa con l la mayora de las veces, antes

    incluso de nacer. Apareca a travs de las edades, con

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    su fijacin enfermiza y de imposible tratamiento.

    Volva a decepcionarle su presente, como si hubiera

    albergado siempre la semilla de una amargura que se

    le presentaba una y otra vez en un mnimo detalle.

    Por eso quera aventurarse de nuevo al vaco, con la

    esperanza de que se le concediera un lugar pacfico laprxima vez.

    Pero aun en el caso de que se encontrase de

    nuevo en una existencia maravillosa, la inquietud

    no le abandonaba: cul era el objetivo ltimo de

    esa bsqueda? Y si fallaba un solo da? Y si sufraun solo encuentro con la desolacin...? Esto haca

    que la mayor parte del tiempo se concentrara en las

    preocupaciones ms inmediatas, esto es, en estar

    atento, con un cuchillo sobre las venas, al primer

    signo de infortunio.

    Con todo, nunca haba estado tan inseguro

    como en su nonagsimo suicidio. Jams haba

    experimentado como entonces el caprichoso deseo de

    seguir viviendo, a pesar de todo. Se arrancaba la vidacontra su deseo. Se mataba cuando ms quera vivir:

    para llegar al da siguiente, para vencer los aos hasta

    el ltimo da, para perseguirlo, darle caza y vivirlo

    con todo el derecho. Cuntas oportunidades ms

    Bucle

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    Arquitecturas Mnimas 41

    tendra para alegrarse tanto de sobrevivir semanas

    enteras? Habra ms cuerpos que le pidiesen

    renunciar a su enfermiza costumbre?

    La muerte, tantas veces visitada, le tentaba

    ahora de otra manera, sin la voluptuosidad ni la

    lujuria de siempre. Esta vez vena seria, parca y lenta.Y tena una infinita desgana en la comisura de los

    labios.

    Al tiempo que las drogas arrasaban su

    estmago y su cerebro, el suicida nato miraba al techo

    blanco que pronto dejara de protegerle. Estiraba las

    manos hacia arriba, a sabiendas de que mora, pero

    sin ganas ya de seguir practicando nunca su juego.

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    Corrientes

    Tan slo acertaba a verle la frente que

    montaba las cabezas fugitivas de la Rambla. Detrs

    de la florista, la construccin flamante que regentaba

    tena la elegancia de una mansin empequeecida

    o de un mausoleo de la nobleza, en funcin de losramos que uno escogiera mirar. Armando se levantaba

    sobre las puntas de sus zapatos para vislumbrar los

    ojos de aquella mujer menuda y preciosa que extenda

    los ramos de orqudeas, amapolas y crisantemos

    dentro de los jarrones y las cestas de mimbre. Querareencontrarse con la rotundidad de sus pechos, con el

    olor de los cabellos vivos de rosas y lirios que acababa

    de sentir al pasar casualmente delante de ella. Y por

    efecto de la ansiedad que le haba obligado a darse la

    vuelta y a buscarla con todos sus sentidos, Armando

    se la haba imaginado desnuda, ofrecindole violetas e

    invitndole a besarla.

    Armando, que se haba visto empujado

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    por la multitud pasajera de la Rambla a la orilla

    opuesta de la florista, adivinaba su sonrisa joven

    a travs de los pedacitos de espacio que el espeso

    muro de carne humana fabricaba y deshaca. Por

    fin, despus de mantenerse de puntillas respirando

    devocin, se dej caer sobre las plantas de sus pies.Toda aquella blandura de pieles lisas y blancas sin

    inters, desapasionadas y flccidas, se le antojaba la

    cauterizacin de una herida hecha de clulas muertas

    que pronto se desprenderan. Y al otro lado de la

    barrera continente la sangre viva, clida, el ruborapasionado de la florista. Era necesario empujar,

    cortar loncha a loncha las masas intiles de ropas y

    de huesos; era necesario atravesar la corriente y no

    dejarse arrastrar sin haberla mirado, al menos, una

    vez ms a los ojos.

    Tom impulso y se meti entre las clavculas

    y las muecas, entre narices y pantorrillas, a travs de

    las barrigas y mejillas prximas y desagradables. En

    cuanto logr situarse en medio de la multitud se vio

    empujado metro a metro hacia abajo. A penas poda

    concentrarse en otra cosa que no fuera recuperar

    pedazos de espacio perdido y tena que prestar mucha

    atencin para no alejarse demasiado de su objetivo.

    Corrientes

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    Si antes de penetrar en la corriente haba sufrido con

    la perspectiva de unos momentos de angustia fsica e

    incluso de nusea por el contacto insistente con los

    cuerpos annimos y de dudosa procedencia, ahora

    ya poco le importaban las faltas de respeto de los

    transentes, que parecan considerarlo un elementoextrao al conjunto y no escatimaban esfuerzos para

    echarlo de su lecho. Para colmo, Armando deba

    ser la nica persona que no quera subir o bajar por

    la Rambla, sino atravesarla. Nadie con un mnimo

    sentimiento de dignidad estaba dispuesto a accederfcilmente a esta voluntad transgresora. Casi en

    consenso los paseantes se turnaban ora los que

    vienen, ora los que van- para empujar a Armando y

    hacerle rodar en crculos intiles y desorientadores que

    por momentos conseguan extraviarle. El bramido, lafuerza de golpes decididos e intencionados, consegua

    sacar a Armando de la corriente. Lo hicieron salir

    tres veces y tres veces ms Armando penetr en el

    tumultuoso paseo para encontrarse con la florista

    que lo esperaba al otro lado.

    Esta determinacin alert seguramente a los

    transentes, que se dieron cuenta de que persegua

    alguna cosa. La Rambla no estaba dispuesta a consentir

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    la impertinente insistencia, a ratos violenta, de una

    sola persona a la que ya haba tratado de disuadir

    amablemente. Es que acaso aquel hombrecillo

    pretenda imponerse a la mayora? Aunque no le

    viesen, los paseantes lo notaban movindose entre sus

    filas. No era suficiente con mostrarle cordialmenteel camino de regreso a su orilla. Armando empujaba

    cada vez con ms rudeza, tanta que la corriente no

    consegua hacerlo retroceder sino, como mucho,

    obligarlo a caminar en diagonal. Despus de muchos

    intentos, la Rambla solo haba logrado retrasarlo unosmetros de su objetivo final.

    Al tiempo que Armando luchaba por

    cada metro con el gento, lanz una mirada a la

    casita de la florista. Ella estaba all, repartiendo

    flores a placer a las personas que con suerte haban

    conseguido detenerse por unos segundos antes de

    verse arrastradas de nuevo. Armando haca gestos

    enormes y esfuerzos para reconquistar terreno. La

    florista, que hasta entonces haba permanecido

    distrada con las gardenias, mir hacia l y se qued

    observndolo. Vea que se mova con dificultad de

    aqu para all. l, que se haba dado cuenta de esto,

    ensayaba sonrisas y se secaba el sudor como poda.

    Corrientes

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    Arquitecturas Mnimas 47

    La florista regres a sus gardenias y luego continu

    mirndolo con curiosidad. Armando se arrojaba

    hacia delante, venciendo centmetros con mucha

    dedicacin. Se encontraba muy cerca de la orilla de

    la florista, pero una lnea intransigente de viandantes

    le impeda acercarse. De pronto, la direccin de lacorriente cambi y lo oblig a caminar hacia arriba

    con mucha rapidez, de manera que pas de largo a

    la florista sin dejar de mirarla a los ojos. Ella le vea

    fluctuar una vez y otra, alargando siempre la mano,

    estirando los dedos con una intencin desconocida,abriendo los ojos con la ansiedad de un enfermo. Al

    final se cans y se dedic a sonrer a los clientes que

    se detenan brevemente a las puertas de su pequeo

    palacio engalanado. Les enseaba las flores y les

    hablaba de sus gardenias y de que era el tiempo de

    los lirios y que los gladiolos estaban a muy buen

    precio. Mientras ella se hallaba distrada Armando

    aprovech un pequeo remolino de gente que se

    haba formado, dio una vuelta y cay justo delante de

    la florista interrumpiendo sus explicaciones. Casi sin

    tiempo para sobreponerse a la alegra que le produjo

    su xito, Armando ensay una sonrisa amplia y

    llena de satisfaccin. La florista, sin embargo, le

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    miraba a los ojos, seria y severa: Quiere algo?, le

    pregunt con dureza. A Armando le sorprendieron

    estas palabras. Tan solo quera verla, encontrarse con

    sus ojos negros, acercarse a su olor pero no haba

    pensado qu poda querer de ella ni de sus flores. No

    saba qu decir. Ella le miraba duramente, como si lahubiese ofendido y todava pretendiese alguna cosa

    que no fuera su desprecio. Qu es lo que quiere?,

    pregunt de nuevo. Armando iba hundindose en

    una pesadumbre densa y gruesa, una angustia arenosa

    que se emplastaba y se endureca entre el cuello y el

    esternn. Baj los ojos y en seguida la florista dedic

    los suyos a otro cliente que le haba pedido un ramo

    de margaritas.

    Una oleada repentina devolvi a Armando,inmvil y abrumado, dentro de la muchedumbre. La

    corriente le hizo rodar, Rambla abajo, hacia donde

    comienza la mar.

    Corrientes

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    De la construccin de las

    pirmides

    El monarca de Egipto es la VIDA. Ungido

    por los dioses y venerado por su pueblo, el faran ha

    congregado a sus sbditos ante el palacio para revelar

    una inspiracin divina que ha alumbrado su espritu

    durante la noche: Una Gran Obra se elevar hacia

    Ra. Se erigir una magnfica cmara de la muerte que

    se hincar en el cielo y el cielo ser mi templo.

    El monarca transmite a sus ingenieroslas indicaciones del magno proyecto. Ante sus

    extraordinarias dimensiones, los constructores

    levantan repetidamente las manos sobre sus cabezas.

    Sin embargo, el deseo del faran es firme y ordena

    que se emprendan las obras cuanto antes, poniendoen marcha todos los recursos disponibles.

    Incapaces de comprender el motivo de

    tamao designio, los esclavos comienzan a sembrar

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    los cimientos de la morada divina. Al pueblo le aflige

    no entender los extraos deseos de su joven rey, los

    ingenieros entrechocan sus frentes una y otra vez

    cuando examinan los planos de la pirmide que

    deben construir, por doquier se alzan voces que

    claman al cielo. Pero el faran se muestra inflexibley Egipto se entrega a la obra. Durante aos, el

    pueblo sufre penalidades sin nombre a causa de la

    inmensa tarea. El sufrimiento araa las frentes de

    los hombres y no les deja alzar la vista y ver con la

    misma clarividencia que tiene el Faran el sentidode lo que edifican. Para combatir su ignorancia

    el pueblo responde con una mayor dedicacin y

    capacidad de padecimiento. Pero a medida que

    los esfuerzos se multiplican, a medida que la arena

    golpea las espaldas de los obreros y les obliga aentornar los ojos, a medida que las piedras de

    lejano origen se elevan en la aridez del desierto,

    el pueblo va inteligiendo la magnitud y la gloria

    de lo que construye. El tiempo y el desierto traen

    la conciencia al pueblo, que por fin, un da, se dacuenta de la trascendencia infinita de la Gran Obra

    y decide que se sacrificar por ella.

    A partir de este momento los constructores

    De la construccin de las pirmides

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    Arquitecturas Mnimas 51

    viven slo para la Obra y se inmolarn en el empeo;

    los esclavos viven slo para la Obra y a sus pies

    hallarn la muerte; superando las expectativas del

    faran, todo el pueblo se entrega en cuerpo y alma

    para terminar la Construccin lo antes posible.

    Ahora que han comprendido toda su dimensin,no pueden permitir que tarde en consumarse.

    Una vez terminada, la Obra se quedar

    consigo misma y con todo lo que le pertenece. De

    hecho, el pueblo no puede permitir que el Faran

    la sobreviva demasiado tiempo. Sera ir contra laObra. Sera negarla. Se le habr de conducir, pues,

    lenta y ceremoniosamente, para que ocupe su lugar

    en la pirmide, para acelerar su reencuentro con las

    divinidades del Nilo. Por eso el pueblo, que antes

    pereca a ciegas para cumplir una orden que noentenda, ahora, del todo partcipe, ha tomado la

    iniciativa y se mata a conciencia para adelantar las

    obras.

    El reino, mientras tanto, loa al faran, queve cmo las obras crecen en intensidad y ritmo, cmo

    el pueblo inmola no slo a sus mejores esclavos,

    sino que tambin encomienda a sus primognitos

    y a los varones ms fuertes. Cuanto ms elevados son

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    los cnticos, tanto ms rpido se eleva la Obra, cuyo

    vrtice se apresura a cerrarse. Pronto el calendario

    previsto inicialmente se ve desbordado ante el nuevo

    impulso de las obras, que aceleran por diez y por

    veinte el ritmo de trabajo. Alarmado por la repentina

    y exagerada dedicacin de su pueblo, el piadoso reyintenta detener el frenetismo y el esfuerzo que ste

    dedica da y noche a la consagracin de la Obra,

    que avanza inexorable hacia su fin. Trata en vano

    de detenerlos escanciando ofrendas, ofreciendo

    distracciones, ensayando duros castigos. Pero ya sonfamilias enteras las que continan extenuando sus

    almas a los pies de la pirmide mientras glorifican

    a Ra y al Faran. Y por cada uno que perece, llegan

    muchos ms egipcios dispuestos a dejarse la piel sin

    contemplaciones para terminar la gran Obra antesde la prxima luna llena, segn es ahora el deseo de

    los fieles sacerdotes del rey, que acaso han tomado

    con demasiado celo sus deseos.

    La vspera de la coronacin de la pirmide

    pueden orse las oraciones que emanan de lostemplos. Los sacerdotes preparan la inhumacin

    de su joven rey, que lleva das encerrado en su

    palacio sin querer ver a nadie. Afuera, las fiestas se

    De la construccin de las pirmides

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    Arquitecturas Mnimas 53

    multiplican en todo el reino. Todo Egipto celebra

    con prisa el inminente viaje del Faran al reino de

    los muertos.

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    Arquitecturas Mnimas 55

    De reojo

    Entre los miembros de la Asamblea haba

    uno especialmente desagradable. Se sentaba junto a

    mi colega de la derecha. Yo ni le mir en toda la

    reunin porque ya me haba fijado vagamente en

    l antes de entrar y me pareci un don nadie. Perocada vez que yo intervena poda sentir sus ojos

    sobre m, observndome fijamente, no tanto como

    si estuviera interesado en todo lo que yo deca, sino

    ms bien como si le hiciera gracia alguna cosa de m.

    Pongamos que le haca gracia verme hablar no spor qu, ya que soy un hombre serio y contenido -.

    Incluso cuando yo ya no hablaba aquel individuo

    insista en mirar hacia mi perfil y me daba la

    impresin de que sonrea. Hice un gesto brusco hacia

    su lado y supongo que se dio por aludido porque ya

    no continu hacindolo. Ahora, en cambio, cada

    vez que yo tomaba de nuevo la palabra l fijaba

    la vista en mi compaero directo, de manera que

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    poda verme de reojo casi con la misma nitidez que

    antes. No entiendo por qu mi compaero toleraba

    aquella impertinencia. Es posible que se hubiera

    dado cuenta del juego y que no quisiera tomar

    partido. Por mi parte, decid que no consentira que

    aquel hombrecillo adquiriese la menor importanciapara m. Le negara toda mi atencin y, en adelante,

    evitara por todos los medios aceptar su presencia.

    l se debi enterar de mi determinacin

    porque, ms tarde, en los pasillos del Congreso, pas

    media docena de veces por delante, esforzndose porsaberse visto por mis ojos. No s bien qu buscaba

    aquel hombre, pero bajo ningn concepto estaba

    dispuesto a concedrselo. Yo no poda evitar que su

    imagen borrosa se deslizase por mi retina y formase

    parte de mi campo visual. Lo tena presente en algn

    rincn de mi vista aunque hiciera lo imposible por

    impedirlo. Notaba que se mova a un lado y a otro

    de mi ngulo de visin, como si fuera consciente

    de que lo invada. En aquellos momentos habra

    deseado disponer de esas piezas de cuero que llevan

    los caballos en los costados de los ojos, pero habra

    significado, adems de una ostentacin ridcula, un

    reconocimiento abierto del xito de sus propsitos.

    De reojo

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    Arquitecturas Mnimas 57

    Durante unos das me mantuve al resguardo

    de su impertinente presencia porque no lo vi. Quiz se

    haba ido de viaje, o bien se ocultaba tranquilamente

    detrs de mi espalda, mirndome con impunidad.

    En realidad yo no estaba dispuesto a darme la vuelta

    y concederle la victoria en su enfermiza ansia depertenecer a mi consciente. Pero result que, en un

    momento de comprensible distraccin yo no poda

    pasarme las cinco horas que estaba en el Congreso

    concentrndome en no encontrarlo -, estuve a

    punto de topar directamente con sus ojos. Surgide improviso por una puerta lateral y chocamos

    ruidosamente en uno con el otro. No es necesario

    que explique los esfuerzos que tuve que hacer para

    omitirle, para cortar de raz toda posibilidad de

    dilogo o comunicacin. Baj la vista tan pronto

    como intu que se trataba de aquel mismo individuo

    que combata con tanta insensatez mi resistencia.

    Habra significado una prdida considerable si

    llego a enfrentar mis ojos con los suyos. El tipo

    habra tenido una evidencia incontestable de que

    haba logrado penetrar mi indiferencia. En cuanto

    chocamos y lo reconoc en la informidad de su figura

    hu apresuradamente, aunque todava poda sentirle

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    clavndome los ojos, vencidos, eso s, en el cuello de

    mi chaqueta.

    Aprend a defenderme de su ambicin

    insaciable de ganarse un lugar en mi atencin. Pude

    disimular mi disgusto hasta el punto de que poda

    pasar por su costado sin sugerir ni remotamente queera consciente de su existencia, si bien de ninguna

    manera consegua apartarlo del todo de los rincones

    ms desenfocados de mi vista. Con todo, l esto

    no lo saba y seguramente yo ya estaba minando

    del todo su deseo y su confianza en adquirir unaposicin preferente en mi percepcin. A veces,

    cuando yo caminaba decidido hacia alguna sala de

    reuniones y me cruzaba con l, siempre inmvil

    junto a los pasillos, lo senta mirarme con cierta

    desesperanza, convencido de que no haba manerade que yo reparase en l. Con esta sensacin yo

    pasaba aun ms triunfante delante de l, blandiendo

    mi suprema indiferencia sobre su sombra minscula

    ya casi disuelta del todo. Puedo afirmar que cuando

    cruzaba la puerta del despacho ya no lo recordaba en

    absoluto.

    Dos das despus, sin embargo, me top con

    una penosa contrariedad. Me diriga a la cafetera

    De reojo

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    para encontrarme con un colega del trabajo. Desde

    la puerta le distingu. Estaba sentado en una mesa,

    al fondo del recinto. Hablaba animadamente con

    alguien a quien yo no poda identificar con claridad.

    Cuando me aproxim, al tiempo que dejaba vagar

    la mirada distradamente por otras mesas, dej caerlos ojos sobre los brazos distantes de mi colega, que

    se movan sin cesar empujados por la conversacin.

    De pronto intu la presencia de aquel don nadie

    justo delante de mi amigo. En efecto. A medida

    que me acercaba sin apartar los ojos de las manosde mi amigo, iba recomponiendo la figura nebulosa

    del otro individuo. Poda reconocerle las facciones

    frgiles, los cabellos aplastados, la nariz delgada que

    me haba apuntado tantas veces con insolencia. No

    quise acudir a su encuentro. Cmo habra podido

    enfrentarme a ello? Yo ya lo crea vencido. Imaginaba

    que haba desistido de su voluntad de interesarme.

    Pero ah estaba de nuevo, frente a m, sirvindose de

    toda su astucia para atravesar la lnea discriminadora

    de mi vista y meterse de lleno en la nitidez de

    mi conciencia. Haba encontrado una forma de

    coaccionarme. Si no poda conseguir que le mirase

    limitndose a pasar delante de m, al menos me

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    condicionara mezclndose con la gente con la quetrataba y deba tratar, imponindome su presencia all

    donde yo deba actuar. Y no poda ir y hacer como si

    nada porque exista el peligro de que se presentase o

    me lo presentasen y que, tcitamente, yo tuviera que

    reconocer que me haba ganado la partida, porquetendra que mirarle a los ojos y los dos sabramos que

    l haba conseguido penetrarme, abatir mi esforzada

    indiferencia, y que todo aquello a lo que habamos

    estado jugando hasta entonces adquirira su sentido

    y el sentido sera mi derrota. Me alej, abrumado,rumiando otro momento para compartirlo con mi

    amigo sin la presencia de aquel hombre.

    Los das de trabajo se me hicieron mucho

    ms difciles desde entonces. No poda dar cuatro

    pasos y ya me encontraba a ese individuo coartando

    mi libertad a unos metros de m. Siempre lo hallaba

    hablando con esta o con aquella persona, el trato con

    las cuales era fundamental en mi profesin. Y tena

    que esperar, sin dejar de aparentar jams que lo haca

    libremente, que no variaba el orden de mis gestiones

    por su culpa, que no dejaba para el ltimo momento

    asuntos de la mxima urgencia por su causa. A veces

    me vea obligado a pasar de largo a altos cargos

    De reojo

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    con los que deba tratar temas de importancia

    importancia que aquel hombrecillo impertinente ni

    siquiera deba sospechar tan slo porque el tipo

    estaba bromeando con ellos.

    Lo haca con toda la alevosa del mundo.

    Se fijaba en la direccin de mis ojos para saber haciadnde tena que correr. Yo trataba de despistarlo,

    pero era intil porque a l le daba igual ir hacia

    un lado o hacia otro insistentemente y sin otro

    propsito que avanzarse a mis pasos. Con toda la

    informacin que mis intenciones le proporcionarondurante aquella semana hubo suficiente como para

    que llegara un momento en que ya no necesitara

    escrutar mi mirada para adivinar mis gestiones.

    Aprendi quin era la gente importante y con quin

    mantena una simple amistad. A nadie le extraabaaquel mamarracho que iba arriba y abajo, dando

    saltitos delante de m como un perrito. Era un

    imbcil previsible y, si no le miraba, si le ignoraba

    a pesar de su descompuesta pero indeleble presencia

    en mi campo visual, conseguira hacerlo retroceder.Un tipo as no tena nada que hacer con la gente

    importante y ellos mismos se cansaran de l.

    Pero con todo no poda barrer la sensacin

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    de que l prosperaba entre MIS amistades. Durante

    los ltimos das, cuando yo ya avanzaba por el pasillo

    fijando la vista en un punto infinito, se filtraba por el

    rabillo de mi ojo su figura desdibujada, que hablaba

    con algn compaero mo a quien yo ya no poda

    ni siquiera reconocer. Y me pareca, al pasar junto aellos, que ambos detenan la conversacin y se giraban

    para mirarme, sonrindose de algo, como si supiesen

    que yo no poda hacer nada para evitar su invasin,

    su violacin. E incluso hacan algn gesto como

    agitar la mano o levantar las cejas, para enviarmela seal inequvoca de que se saban dentro de m,

    que saban que yo no los poda ignorar. Y les haca

    gracia mi obstinacin en aparentar que no me daba

    cuenta de nada cuando en realidad aquellas figuras

    borrosas de segundo plano eran mi nico universo,un universo mnimo en torno al cual yo revoloteaba

    ansiosamente, incapaz de deshacerme de l.

    Un da que yo no podra determinar con

    exactitud se produjo una ruptura sutil entre el

    individuo y yo. A medida que fue acostumbrndose

    al trato con mis colegas; a medida que este trato era

    ms estable y no slo una excusa, su espacio, y en

    consecuencia el espacio del que yo deba apartarme,

    De reojo

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    se hizo muy grande, inmenso. Poco a poco su

    omnipresencia se extendi hasta el punto de que yo

    me vea obligado a moverme en un margen cada vez

    ms insignificante para no rozarla. Tuve que evitar

    sistemticamente ciertos pasillos por los que l ya se

    mova con soltura. Y ms tarde fueron combinacionesmltiples de trayectos que ya no poda seguir

    con seguridad sin temer su aparicin. Si antes era

    suficiente con torcer ligeramente la mirada, ahora

    slo era posible evitarlo corriendo lejos, muy lejos

    de sus dominios crecientes. Ms all del Congreso,ms an de las calles, de las ciudades, de cualquier

    lugar donde un da, a causa de una indeseable

    negligencia, pudiese verle de reojo mirndome,

    tragndose mi figura minscula y relegndola al

    fondo inconmensurable de sus ojos.

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    Detalles

    Esta mujer, pens, es atractiva. Observndola,

    al principio, no lograba determinar cul de sus rasgos

    le seduca, cul de sus gestos eran el que lograba aferrar

    su inters. Quera darles un nombre, conjurar lo que

    fuera que ataba su atencin a cada uno de sus sentidos.Quera reconocer aquel punto indefinido que jugaba

    con l y lo atrapaba en la imagen de aquella mujer.

    Siempre, desde que era un nio sin curiosidades ni

    fantasas, haba necesitado desentraar los misterios

    mnimos y ms inadvertidos para desenmascarar sufuerza, para desnudar su poder. Quera baarlos de

    comprensin para que le abandonase el estpido

    plpito de su estmago, el vulgar e insufrible

    temblor de sus ojos. Quera extraer de los objetos

    su mecnica secreta, aunque poco le importaba su

    sentido. Exiga que se explicasen, que justificaran el

    reparo que tan generosamente depositaba l en ellos.

    Si algo tena la osada de tensar su inquietud, de

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    molestar la clarividencia con que todo transcurra,

    entonces diriga al culpable toda la fuerza de su

    inspeccin para someterlo y arrancarle los motivos

    que no consegua aprehender por las buenas. Y luego,

    por fin conocidas las claves y muerta la curiosidad,

    poda volver a su calma y olvidarse de la insultantepresencia del objeto, que desapareca por fin de su

    nimo y de su universo imperturbado.

    Ahora miraba a aquella mujer que se

    sentaba a tan slo unos pasos de l en el tren. La

    interrogaba en silencio sobre su poder. Querasaber por qu el vaco de su alrededor tena que

    interrumpirse precisamente en aquella silueta,

    por qu tiraban aquellos cabellos, aquellas manos

    cruzadas y aquellos ojos de los suyos, por qu se

    despertaban de repente en l las ganas arbitrariasde mirar en aquella direccin y no en otra. Se

    puso a escrutarla framente. Cedera la confusin

    a la inteligencia, localizara por fin el detalle que

    lo dominaba y podra acabar con l sin mayores

    problemas y volver a su tranquilo viaje.

    Se detuvo primero en sus manos. Ella las

    posaba sobre un bolso de piel negra. Traz una

    mirada inquisitiva mientras se refugiaba mediante

    Detalles

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    Arquitecturas Mnimas 67

    complicadas estrategias para disimular su examen.

    Intent primero observarla a travs del reflejo de los

    cristales oscuros. Pero las formas se desvanecan en

    cada extremo y las lneas que la ventana seleccionaba

    eran las ms inanes y sin vida. Tuvo que esforzarse

    para espiar su verdadero cuerpo sin que ella se dieracuenta. Observ sus manos sin descubrir nada que

    le atrajera y dej continuar su mirada brazos arriba,

    primero. Al llegar al pecho condujo bruscamente

    los ojos a las caderas y a las piernas, donde crea

    haber percibido el origen de la atraccin. Luego,decepcionado por los resultados, volvi a ascender

    hasta reencontrarse con su pecho. Algo le indicaba

    que se aproximaba al centro de todo aquel encanto.

    Slo ahora se impuso una observacin ms minuciosa

    y detallada. Conoci su busto, centmetro por

    centmetro. Su cuello esbelto y su barbilla elegante,

    el nmero y los tonos de sus cabellos, las graciosas

    curvas del lbulo, el recorrido de su nariz y el de

    sus mejillas. Examinaba, en una diseccin perfecta,

    cada rastro de su anatoma facial. Era necesario

    ir eliminando los rincones de su aspecto que no

    podan evocarle, aisladamente, ningn placer. Acot

    lentamente los mrgenes de su belleza. Fue dibujando

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    la lnea breve que estaba seducindole hasta que

    recort sus prpados del resto del cuerpo. Haban

    estado confundindose arriba, con las cejas unas

    cejas que ahora, desprovistas de aquel soporte, eran

    particularmente antipticas-, y por debajo con sus

    ojos solitarios, vulgares sin el manto sublime de losprpados-. Tenan, slo ellos, el corte esplndido de

    la gracia y la belleza. Eran los prpados ms hermosos

    que jams rostro alguno hubiera merecido. Solo una

    cara, una imagen sublime, los haba vestido ya, haca

    mucho tiempo. En cada milmetro de los prpadosque miraba reconoci la vida de aquellos otros que

    recordaba. Era aquella fina lnea todo el centro de su

    poder. Todo lo dems en la mujer converga y resurga

    en ese punto. La mujer, falaz, pretenda engaarle

    hacindole creer que su belleza era absoluta cuandoen realidad se trataba slo de los prpados que

    ostentaba ilegtimamente. l los haba visto en otra

    mujer cuyo esplendor s haba sido total. Pero esa

    infeliz que tena delante crea poder conmoverle por

    entero mediante uno solo de sus atributos. Evocabapausadamente la mujer en quien los haba visto

    cerrarse. Fue la primera que lo arranc de su plcida

    inmovilidad. Tambin entonces tuvo que escrutarla

    Detalles

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    Arquitecturas Mnimas 69

    para desentraar su misteriosa llamada. Descubri

    en ella no slo sus prpados, sino tambin unas

    manos dulces y el anuncio de unos senos sublimes.

    Cada parte de una mujer que haba visto le remita

    a otras mujeres. Y en stas haba hallado detalles

    de otras muchas. Supuso que todas las mujeres lehaban robado algo a una mujer primitiva, antigua

    y mtica, de cuya belleza innombrable provena el

    aliento de todas las dems. Saba que cualquier cosa

    que le atrajese de una mujer provena de la primera

    y nica. Y por eso, adems de por otras razones, se

    entregaba a esos exmenes, para que no le cupiese la

    duda de que podra haber otra belleza que l no fuese

    capaz de gobernar con su recuerdo.

    Volvi a mirarla de pies a cabeza, tratandode apreciar el conjunto. Pero ya fue imposible que

    aquella figura le sedujera. Toda su belleza se haba

    visto descubierta en unos prpados. Haba localizado

    y aislado su nico atractivo y ahora la mujer ya

    no poda conmoverle. Poda regresar a su calma

    tranquila y muerta, rodeada de objetos conocidos

    y domesticados, incapaces de provocarle la menor

    inquietud.

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    Distracciones

    Cuando golpeo a mi hermano lo hago

    con rabia. No escatimo las demostraciones de furia

    ni los deseos de herirle. Quiero que experimente

    en su carne todo el odio que intento comunicarle

    y que de ninguna manera permanezca indiferentea mis ataques. Por eso busco siempre ser lo ms

    duro posible con l. Si me pongo encima trato

    de hincarle el puo en los costados o en el plexo,

    porque quiero hacerle dao de verdad -no un dao

    irreparable, se entiende-. Intento descubrir susflancos, tarea difcil. Con su cara no cometo excesos:

    le propino cachetes y capones o le caliento las orejas

    o le pellizco. Normalmente, por defectos de nuestra

    postura habitual, me concentro en la parte de su

    cuerpo que va de la cintura a la cabeza, excluyendo

    del todo la espalda. De vez en cuando le apualo

    los muslos, pero nunca ms abajo ni ms adentro.

    Por lo dems, trato de conseguir que se resienta un

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    poco: que note que le he estado pegando. l sueledefenderse recogiendo las piernas y alzando el brazo

    hacia m. Tiende a encogerse instintivamente y mis

    puetazos no tienen a veces ningn efecto o acaso

    slo un efecto anecdtico. De hecho, muchas veces

    me invade cierta lasitud y tengo la viva impresin,mientras disputamos, de que los nudillos que clavo

    en su carne slo sirven para tenerme derecho. Por

    otra parte, l nunca me devuelve los golpes. Es ms,

    yo creo que se deja pegar.

    No lo hace siguiendo un instinto masoquista,sino como algo que entiende que debe cumplir de

    alguna manera. l cree que debe dejarse pegar de

    vez en cuando y participa ofrendndose cuando se

    tercia -jams dira que lo hace a conciencia, pero s

    noto una predisposicin. Siempre solemos forcejear

    al principio, a lo que sigue una toma de posiciones:

    yo encima, l debajo. Entonces se somete al juego,

    no exento de odio, que l entiende tan bien como

    yo aunque nunca hayamos explicitado las reglas.

    Tengo por costumbre enfadarme mucho mientras

    peleamos. Mi rabia va creciendo a medida que se

    desarrolla la lucha -mi lucha-. Al mismo tiempo,

    su relajacin aumenta casi hasta la euforia y cuando

    Distracciones

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    Arquitecturas Mnimas 73

    la supera el juego est por terminar. Entonces melevanto compungido y me marcho.

    Pienso que en el fondo es l el que dicta

    la intensidad y la duracin de cada enfrentamiento.

    Sabe decidir cundo se termina. Slo muchas

    sesiones despus he empezado a alarmarme al

    respecto. Mientras me agito sobre su enorme barriga

    le ofrezco numerosos puntos dbiles, lo cual me hace

    pensar que si l quisiera podra derribarme con slo

    abofetearme. Adems, un da puede decidir que no

    hay juego y levantarse y marcharse -y es algo que yo

    no puedo impedir dada su corpulencia-, y toda la

    certeza de la que yo haya hecho acopio hasta entonces

    viene a significar nada o, si acaso, un pedazo de

    humillacin que debo tragar.Pero l no quiere eso. Eliminara de golpe

    todas mis ganas de arrojarme sobre l y mi estpida

    confianza en inflingirle dao. Si mantiene mi

    esperanza y mi rabia tiene garantizada la continuidad

    del juego. Le basta con un instrumento: la sonrisa.

    Con esa sonrisa supera todo el dolor que yo pueda

    producirle -que es en verdad escaso- y consigue que

    mis acciones punitivas acaben por dirigirse contra m

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    mismo. l me mira directamente a los ojos, sereno.

    Observa cmo mi rabia va acentundose, cmo mi

    tranquilidad va quebrndose y cmo mis ojos se

    vuelven ms vulnerables a medida que los invaden

    las lgrimas. Al cabo de un rato, ya tiene ante s toda

    mi debilidad debatindose de la forma ms pattica.Es esto lo que le complace: mi impotencia. Entonces

    se sonre y desde detrs de mis golpes me mira como

    si estuviese viendo claramente algo de m. No: como

    si CONOCIESE algo de m. l sabe, mientras

    que yo no consigo entender nada respecto a l. Esaevidencia que l percibe tan felizmente le mueve a la

    risa, ms sonora cuanto mayor es el mal que quiero

    que sufra.

    Digo todo esto porque ltimamente siento

    con ms claridad que nunca que ni siquiera soy yoquien suscita las peleas. Veo a mi hermano caminar

    tranquilamente arriba y abajo de la casa, pensando.

    Entonces repara en m en un lugar del saln donde

    antes ni siquiera me haba sentido. Me provoca con

    un gesto y yo acudo repitindome una y otra vez quevoy a darle su merecido.

    Distracciones

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    Arquitecturas Mnimas 75

    Dos hijosA Judith

    Soy vieja y me falla la vista. Por mi edad y por

    mis frecuentes males debo guardar un gran reposo en

    este silln. Paso aqu casi todas las horas posibles. A

    muchas de esas horas las veo dilatarse de tarde entarde. Tanto, que a veces temo que les est doliendo

    lentamente. Mi soledad podra ser insoportable pero,

    por suerte, tengo dos hijos maravillosos que pasan

    mucho rato sentados junto a mis rodillas. Uno est

    a mi derecha y otro a mi izquierda. A travs de ellosconozco el mundo.

    Se acurrucan los dos a sendos lados de mi

    camisn y abren mucho los ojos para que nada

    que pueda interesarme se escape a su atencin. El

    de mi izquierda es atento y nunca se distrae de m.

    Me aprieta la mano entre las suyas y susurra en mi

    palma todo cuanto ve. Puedo sentir todo lo que

    l mira, porque es sangre de mi sangre y nuestra

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    comunicacin es perfecta. Con sus ojos yo entiendo

    que la luz cambia en el inmenso saln, que la noche

    es cerrada o slo entornada, que el polvo se destaca

    ms en uno o en otro rincn, que en el alfizar de la

    ventana cerrada parece que se pos una paloma de

    color. Cuando quiero saber qu sucede junto a laspuertas de caoba es decir, cercionarme de que nada

    sucede- o cuando quiero admirar el retrato de mi

    difunto marido que hay sobre la chimenea, emprendo

    un levsimo ademn sobre los cabellos de mi hijito y

    l se pone de inmediato a observar estos detalles. Losiento respirar junto a mi rodilla y, a veces, cuando

    su aliento es ms entrecortado, adivino que necesita

    un descanso y le invito con suavidad a soltarme de

    la mano y a retirarse. Pero casi nunca quiere dejarme

    y se aferra con ms fuerza hasta que cae, rendido, yse duerme.

    El hijo que tengo a mi derecha, en cambio,

    me trata con muy poca consideracin. No quiere

    acariciar los dedos que apoyo sobre su cabeza.

    Se muestra con frecuencia reacio al tacto de mi

    mano arrugada y es muy difcil que la tome y me

    comunique lo que l ve por su parte. Siento as un

    gran vaco a mi diestra. Adems no se deja conducir

    Dos hijos

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    Arquitecturas Mnimas 77

    por mis deseos ntimos yo slo puedo aspirar a ser

    intuida, porque mi voz es inaudible. A veces quisiera

    ver por su bando la luz en la ventana pero l, que

    siente mi deseo, gira obstinadamente la cabeza y

    pierde su atencin en algn punto indefinido y

    borroso de la habitacin. Mi corazn viejo y agotadono puede entender, con todo su amor, por qu mi

    hijo derecho no me deja percibir nada a travs de

    sus sentidos. Me da por pensar que es un egosta.

    No quiere transmitirme sus observaciones porque

    las quiere slo para l. Pero a veces, despus de unvaco muy prolongado, he llegado a alarmarme por

    la salud de sus ojos. Acaso es un enfermo y en l

    se consumen, como un relmpago, las impresiones.

    Pobre. En el fondo es posible que slo desee sentir

    como yo, aunque jams lo consigue y se limita amirar y a mirar, a dilatar y a contraer sus pupilas

    sin memoria para entender. Y en l mueren todas las

    luces y las sombras. Slo a veces, muy levemente y

    como por accidente, me acaricia el dorso de la mano

    y vuelvo a obtener alguna sensacin que aleja de mtodas estas sospechas.

    Con frecuencia me desorientan entre los

    dos con sus disputas silenciosas. Temo que haya

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    habido algn problema de celos sin que yo me haya

    dado cuenta y que el resultado sea la testarudez de

    mi hijo derecho y el excesivo celo del izquierdo.

    Del uno temo que me deje algn da del todo, sola

    y desamparada. Del otro, que me obligue a ver

    incluso lo que preferira no sentir: cuanto mayores mi deseo de que se desprenda de m ante una

    sensacin desagradable, tanto ms se aferra a mi

    mano, como si quisiera liberarse rpidamente de lo

    que est viendo y dejrmelo todo a m. Yo soy buena,

    pero debo imponer cierto orden en sus conductas oacabarn por afectar a mi salud y descanso. Cuando

    percibo que se miran, que se desafan o que se estn

    odiando, les tiro fuertemente de los cabellos y les

    obligo a mirar de nuevo hacia delante. Entonces

    siempre suceden unos minutos de cierta dejadez, enlos que no logro saber nada de mi alrededor y todo

    permanece borroso y hmedo.

    Hace mucho que he perdido la sensibilidad

    en la mayor parte de mi cuerpo. Mis manos ancianas

    es la nica parte de mi cuerpo por la que siento

    circular la sangre. A lo peor a mis hijos, por ser

    sangre de mi sangre, les ocurre lo mismo y son tan

    invidentes como yo. No s de qu extraos asuntos se

    Dos hijos

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    Arquitecturas Mnimas 79

    ocupan ah debajo, entrelazados a mis rodillas. A lo

    mejor ellos mismos se toman de las manos y los tres

    imaginamos en crculo un mundo que no existe.

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    Arquitecturas Mnimas 81

    Ejes

    La responsable de mi departamento est

    como un tren. Tiene una forma muy particular de

    observar a sus empleados -entre los que yo me cuento-

    mientras trabajan. No se insina, es demasiado

    independiente para eso. Se limita a mirarnos con undeje de condescendencia, casi acaricindonos cual

    nios con sus ojos. Creo que le gusta la armona que

    suscita nuestra rectitud en el trabajo y nuestro silencio.

    Si no fuera as, probablemente se enfadara y fruncira

    el ceo, con lo que no volveramos a sentir el placerde ser objetos de su mirada durante mucho tiempo.

    En este sentido, hay un comn entendimiento entre

    todos los empleados: para procurarnos su permanente

    atencin evitamos cualquier conflicto que pueda

    disgustarla.

    Pero no es fcil. Aunque todos colaboramos

    con nuestra aplicacin en la tarea de complacerla,

    no podemos evitar, en lo ms ntimo, la rivalidad.

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    Somos quince trabajadores diferentes. Quince

    personas. Quince HOMBRES. Y todos desearamos

    para nosotros la exclusividad de su vigilancia. En

    el fondo nos cuesta mucho acostumbrarnos los

    unos a los otros y siempre discurre entre las mesas

    de trabajo un caudal de sutilezas que nos enfrenta,aunque hacemos esfuerzos para que nuestras disputas

    silenciosas no trasciendan hasta la patrona.

    En apariencia los empleados de las primeras

    filas tienen ms ventaja y es contra ellos que se

    organizan a menudo estrategias de minimizacin.Decidimos en consenso que las primeras filas son las

    menos importantes. Aceptamos como obvio que ella

    les presta menos atencin, porque al estar tan cerca

    no tiene tanta necesidad de ejercer su control. Por

    extensin, sus tareas son las menos dificultosas, ya

    que no requieren un grado tan alto de responsabilidad

    ni el mismo nivel de preocupacin por parte de la

    patrona. Aunque esto no sea cierto -poco sabemos

    del trabajo de los dems- nos consuela pensar que

    es as, especialmente a m, que me siento al fondo

    de la oficina. Quiero creer que ella me mira con ms

    frecuencia, porque soy ms susceptible de requerir

    su supervisin, estando como estoy tan lejos del

    Ejes

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    Arquitecturas Mnimas 83

    centro de actividad. Aun as, mi imaginacin no es

    suficiente. Hay un obstculo que me impide creer

    con calma en mi privilegio: mi compaero.

    Junto a m slo hay otro oficinista. Es

    un hombre de edad indefinible y de aspecto ms

    bien desagradable. Es pulcro, pero hay en l algodifcil de localizar que le impregna de fealdad. No

    sabra decir quin es ms antiguo en la oficina, pero

    ambos asistimos a la llegada de la responsable del

    departamento, ambos dejamos entonces nuestro

    trabajo para escuchar con atencin a la nueva jefacuando nos recit las nuevas directrices y creo que

    luego ambos nos miramos y nos sonremos contentos

    -aunque esto puede ser slo una percepcin. As que,

    para ella, los dos somos igualmente veteranos. Cuando

    mira hacia aqu, necesariamente nos mira a los dos.Por eso, porque no tengo la exclusividad de mi zona,

    me hallo a veces en el trance de la insatisfaccin. De

    alguna manera estoy ligado a mi compaero y la

    idea que la jefa se haga de m y de mi trabajo estar

    condicionada por l.

    A veces me disgusta ver la indolencia y

    el abatimiento con que ejecuta su trabajo, porque

    redunda en m y en la impresin del conjunto. Sin

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    quererlo, los dos formamos un equipo y podramosquedar fuera de juego respecto a todos los dems.

    S de sobra que no puedo dedicarme a animarlo.

    Como mucho, he invertido parte de mi tiempo en

    reflexionar sobre l para intentar comprender su

    hasto. Pero esto, que de ninguna manera podrallevarme a abordarle -sera una obstruccin a

    nuestras mutuas obligaciones-, no ha hecho ms que

    distraerme de mi propia tarea. Incluso es posible que

    me excediese: ahora lo tengo siempre presente, como

    una referencia ineluctable, y no puedo desprendermede la sensacin de su presencia mientras trabajo.

    Esta sensacin es especialmente molesta cuando la

    jefa alza la vista -siempre estamos preparados para

    verla levantar la cabeza hacia nosotros-, porque

    soy consciente de que l est junto a m. En estasocasiones, hago esfuerzos por afirmar mi absoluta

    independencia. Digamos que intento trazar una

    lnea divisoria entre los dos con el nimo de evitar

    que asocie el aspecto cansino de mi compaero con

    mi absoluta dedicacin.

    ltimamente, sin embargo, mis esfuerzos

    en este terreno han aumentado en proporcin a

    su inutilidad. Cuando ambos alzamos la vista -sin

    Ejes

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    Arquitecturas Mnimas 85

    dejar de escribir- casi lo hacemo