APUNTES. Prehistoria de La Peninsula Iberica. Apuntes de La UNED

339
PREHISTORIA DE ESPAÑA

description

Prehistoria de la Peninsula Iberica. Apuntes de la UNED

Transcript of APUNTES. Prehistoria de La Peninsula Iberica. Apuntes de La UNED

PREHISTORIA DE ESPAÑA

2

TEMA 1.- INVASORES Y COLONIZADORES (1):

Indoeuropeos y fenicios.

1. Definición y origen de los pueblos indoeuropeos

Entre 1.250 y 238 a.C., y coincidiendo cronológicamente con la presencia de pueblos colonizadores en las costas mediterráneas, se van a producir una serie de in-vasiones de gentes centroeuropeas que van a modificar substancialmente la composi-ción peninsular y darán nuevo rumbo al comportamiento histórico de los pueblos ibéri-cos.

Se conocen como indoeuropeos a una serie de pueblos cuyos antepasados co-munes hablaron una misma lengua y pertenecieron a una misma raza. De esta comu-nidad formaron parte algunos creadores de grandes imperios o culturas: germanos, hititas, indos, medos, persas, griegos, eslavos, latinos, celtas, etc.

Los orígenes históricos de los pueblos indoeuropeos debemos buscarlos en las estepas del norte del Cáucaso, donde la abundancia de minas de cobre permitió a esta raza, fuerte y con espíritu de superación, alcanzar gran riqueza, progreso y poderío. Hacia el 2.500, debido al aumento demográfico, se habían extendido por las tierras me-ridionales rusas del Don, Volga y Ural y comerciaban con el cobre y el ámbar, desarro-llando al mismo tiempo una economía mixta. Agrícola y ganadera. En estos grupos de gentes ricas surgen sociedades fuertes, patriarcales y jerarquizadas.

A partir del 2.300 - 2.000 estos pueblos bien conocidos se disgregan del grupo originario indoeuropeo: indos, medos, persas, hititas, griegos, ilirios, y con el tiempo, la dispersión de estos pueblos y sus contactos con otras civilizaciones, y la adaptación a diversos medios geográficos y económicos fueron introduciendo nuevos modos de vida y de civilización.

Su religión es de orientación naturalista, que comporta tres niveles: sacerdotes, gobernantes y pueblo o guerreros. Tienen un culto al cielo y a los fenómenos atmosfé-ricos que de él se derivan: trueno, lluvia, luna y sol.

Tales esenciales y más características concepciones del mundo y de la vida serán traídas por los celtas a la Península, constituyendo grupos de población bien di-ferenciados de los aborígenes grupos mediterráneos.

2. Definición de los pueblos celtas

Hacia el 2.200 ocupan los celtas el centro de Europa, enmarcados aproximada-mente por el Rin, el Danubio y los mares del Norte. Durante el Bronce Antiguo, a partir de 1.800 hasta 1.450, prevalece allí la cultura de Unetice. Siguen siendo preferente-mente ganaderos, pero los príncipes atesoran grandes riquezas por el comercio y re-posan en lujosísimas tumbas. Estos pueblos que se mantienen en centro Europa du-rante esta época del Bronce Medio, desarrollarán la cultura típica de los Túmulos, pero ahora ya desarrollan en Europa Central el auténtico bronce, sin duda por la posesión abundante de minas de cobre y estaño que les permite la metalurgia y una amplia difu-sión de las armas y útiles de este metal.

Las gentes de la Cultura de los Túmulos levantan grandes necrópolis, con cen-tenares de enterramientos individuales por inhumación en fosas, que luego son recu-

3

biertas por montículos de tierra o piedra (túmulos). Pero hay una novedad, proliferan cada vez más en esta época las incineraciones, que en determinados cementerios de Bohemia y Eslovaquia igualan las inhumaciones. También en los Países Bajos, desde finales del Bronce Antiguo, se desarrolla la Cultura de las Urnas, de incineración “bajo túmulo” y este rito se extenderá a las Islas Británicas durante el Bronce Medio, donde había llegado a través de relaciones comerciales marítimas. Es interesante conocer esta faceta cultural atlántica de fines del II milenio a.C., porque parte de esta población y cultura tumular penetrará en la Península Ibérica por el Pirineo occidental navarro. Hacia 1.250, la economía de estas gentes centroeuropeas radica en la metalurgia y el comercio de metales. Al final de esta etapa de los Túmulos en Europa occidental, hacia el 1.200, comienza una fuerte emigración desde el centro de Europa hacia el mediodía europeo, sobre los países mediterráneos: dorios, celtas, itálicos, venetos e ilirios.

También a partir de 1.250 a.C. se van a definir los protoceltas en la llamada cul-tura de los “Campos de Urnas”, que constituye una evidente continuidad de la Cultura de los Túmulos. El crecimiento de la población celta les obligará a emigrar sobre Italia, la Galia, Islas Británicas y España, en unos lentos pero ininterrumpidos movimientos de gentes que duran varios siglos.

Esta Cultura de los Campos de Urnas se caracteriza porque practican la incine-ración o cremación del cadáver, cuyas cenizas depositan en el interior de una urna; esta se coloca en una fosa que se recubre de tierra, pero sin formar túmulo. Las urnas pueden ser globulares o bicónicas, con cuello cilíndrico. Al lado de la urna se depositan sobre la fosa recipientes para ofrendas, generalmente pequeños. Sus poblados denun-cian un mayor sedentarismo y mejor nivel de vida. Las casas son rectangulares y alar-gadas, del tipo megarón griego. Habitan poblados fortificados, y desarrollan una eco-nomía ya preferentemente agrícola.

Los movimientos de los protoceltas de los Campos de Urnas desde la región del Rin sobre la Galia, Islas Británicas e Hispania han sido relacionadas justamente con la irrupción doria sobre Grecia y con los consiguientes movimientos de los Pueblos del Mar, así como la marcha de amplios grupos itálicos sobre Italia y la de los ilirios sobre el Adriático.

2.1. Los celtas en la Península Ibérica

Hacia 1.200 las gentes indoeuropeas de la Campos de Urnas ocupan Cataluña por el paso de Perthus en el Pirineo oriental. Las urnas cinerarias que delatan la pre-sencia de estas gentes son bitroncocónicas con el cuello de embudo; el enterramiento se hace a escasa profundidad, acompañado de armas o adornos según el sexo. Can Missert en Tarrasa ofrece uno de los más antiguos cementerios; y por su perduración hasta el 700 a.C. proporciona la más clara periodización y etapas de cambios sucesi-vos.

La pervivencia de estos ritos funerarios antiguos nos explican el hecho de que fue Cataluña la más antigua región hispana indoeuropeizada.

La economía de estas gentes es preferentemente ganadera y pastoril en la mon-taña y decididamente agrícola en la tierras bajas del Segre, Cinca y Ebro. Las casas son de idéntica calidad y tamaño, lo que indica ausencia de castas o clases sociales. Novedad importante ofrecen los nuevos pobladores de Cataluña porque con ellos se desarrollan en el Norte ibérico las agrupaciones urbanas que en el Sur y Levante hab-ían iniciado los metalurgistas de los Millares y el Argar.

El pacifismo de estas gentes indoeuropeas se deduce del hecho de que apenas

4

si poseen armas y murallas defensivas. Tienen sus poblados capacidad para albergar pequeños grupos; seguramente en cada poblado se establece una unidad familiar, la característica gentilidad.

Durante los siglos IX - VIII a.C. aprecia en Cataluña M. Almagro Gorbea una evolución importante de los Campos de Urnas Antiguos; se conforma la llamada cultura de los Campos de Urnas Recientes. Surge esta nueva fase cultural como resultado de la evolución interna y de las influencias que a través del Pirineo llegan a Cataluña des-de el Languedoc. El crecimiento y la superioridad cultural indoeuropea terminan impo-niéndose a la población aborigen y extendiéndose por todo el territorio catalán. Incluso penetra en el bajo Aragón y alcanza por el sur las tierras de Sagunto. Se registran pro-gresivas migraciones de nuevos grupos celtas procedentes de la Galia que se asientan en los valles de los afluentes del Ebro. Su penetración es lenta, constante pacífica y en pequeños grupos gentilicios. Ocupan tierras llanas cultivables del curso de los ríos y eluden asentarse en los bordes montañosos donde se albergan las viejas poblaciones autóctonas pastoriles. Hacía el 850 a.C. les vemos en Azaila (Teruel), en Cortes de Navarra, y en el Roquizal de Ralla (Logroño). Estos poblados tienen larga duración y empalman con los comienzos de la Edad del Hierro hacia el 750 a.C.

Prevalecen las cerámicas excisas y el enterramiento tumular. Los poblados son de unas 20 casas rectangulares asentadas en pequeñas elevaciones junto a los ríos y buenos pastizales. La economía es agrícola y ganadera, y la metalurgia se acredita por los frecuentes hornos y moldes de fundición.

Otro rasgo característico de los pueblos indoeuropeos es la inexistencia de cla-ses sociales. La igualdad de las viviendas y la sobriedad de los ajuares en las sepultu-ras acreditan este extremo.

Entre el 750 y 500 a.C., en la Primera Edad del Hierro, se producen nuevas afluencias de gentes indoeuropeas, ya claramente definidas como celtas, que entran por todos los pasos del Pirineo. Estos grupos según Almagro Gorbea no llegan del Rin sino de Aquitania y el Languedoc. La superpoblación que producen en el Valle del Ebro les obliga a moverse sobre los pasos del Sistema Ibérico; terminando por ocupar toda la Mancha, mientras que otros grupos, después de atravesar la Meseta, alcanzan la franja Atlántica y cantábrica; con ellos se produce una auténtica celtización y cambio étnico en todo el occidente peninsular al norte del Tajo.

Miguel Beltrán trata de recomponer la historia de algunos de estos pueblos que entre el 800 y el 500 han llegado al Ebro procedentes de Westfalia y el occidente galo. Habrían penetrado diversos grupos por el Pirineo occidental y desde el Ebro habrían descendido hasta tierras de Aragón. Los detecta en el Redal de Ausejo (Logroño) y en Cortes de Navarra, para luego infiltrarse entre las gentes de los Campos de Urnas de Chiprana y Fábara. Van asentándose en los bordes meridionales del Ebro: los berones en La Rioja; los sedetanos en el bajo Aragón. También los conocidos celtíberos pro-pios: beles, titos, lusones. Hacia la Meseta Norte se han orientado los arévacos, vacce-os y pelendnes. También a juicio de Beltrán, sobre las tierras del Segre parecen confi-gurarse los futuros ilergetes.

2.2. La ocupación celta de la Meseta y los bordes atlánt icos

El asentamiento de pueblos celtas en la Meseta Norte y sobre los bordes atlánti-co y cantábrico es un hecho evidente históricamente. En la Meseta del Duero, hacia el 700, se produce el final de la cultura denominada “Cogotas”, que ofrece como sus prin-cipales testimonios en yacimientos próximos a los bordes montañosos de la cuenca del río Duero. A partir de esta fecha nace una nueva cultura agrícola, a la que da nombre el

5

yacimiento de “El Soto de Medinilla” (Valladolid). Difundiéndose esta cultura por todo el Valle del Duero, con una economía preferentemente pastoril.

Parece clara la raigambre indoeuropea de los creadores de la cultura del Soto de Medinilla a los que Palol califica de celtas. Son los agricultores conocidos en tiempos históricos como vacceos, arevacos, túrmogos, etc. A su llegada siguen con una agricul-tura cerealista de trigo y cebada y utilizan el bronce, hasta que hacia el 500 a.C. acce-den al uso del hierro.

La Submeseta Sur parece recibir inmigrantes indoeuropeos procedentes del Va-lle del Ebro, que han ascendido por la cuenca del río Jalón, ocupando las tierras de Cuenca, Albacete y Madrid primero, y luego el resto de Castilla la Nueva.

Otras estirpes indoeuropeas habían cruzado el Sistema Ibérico hacia las tierras castellanas del Sur, camino de Extremadura y la frontera de Portugal.

La penetración celta en Andalucía ha sido reiteradamente señalada por diversos autores. Las fuentes clásicas indican esta presencia de pueblos celtas que no debieron llegar antes del siglo VI a.C.

Existen pocos datos para fijar el camino y momento de los elementos indoeuro-peos que se detectan en Galicia, Asturias y Cantabria. Sobre los galaicos, cuyo territo-rio encierra el cuadrante Noroeste desde el norte del río Duero hasta el río Navia en Asturias, con unos 1.000 a 5.000 castros o poblados pequeños en elevaciones fortifica-das, se sabe que llegaron a constituir al menos 40 unidades gentilicias de nombre co-nocido por la epigrafía y las fuentes clásicas.

3. La presencia en España de algunos “Pueblos del Mar”

Algunos testimonios arqueológicos, de la toponimia o de la tradición legendaria nos permiten suponer la llegada a la Península Ibérica, concretamente al Mediodía y costas mediterráneas, de grupos de población de raigambre indoeuropea. Pero no lle-gados del continente, a través de los Pirineos, sino originarios de las tierras del Mar Egeo y de las costas de Asia Menor; del grupo de gentes a quienes los egipcios deno-minaron “Pueblos del Mar” o “Pueblos del Norte”.

Con la invasión doria sobre Grecia, se arruinó el reino de Micenas y, con la su-perpoblación de Grecia y sus islas, muchos helenos hubieron de emigrar, y así desde comienzos del siglo XIII a.C. embarcan en sus naves en busca de nuevas tierras en que asentarse. Sabemos que varios de estos Pueblos del Mar se desplazaron después de 1.188 a.C. al mediodía de Iberia; hacia tierras bien conocidas por su riqueza agríco-la y minera. Así la eclosión cultural que registra Andalucía en el siglo X a.C. contrasta con la continuidad étnica y de nivel de vida que prevalece en los yacimientos de los siglos XIV y XIII correspondientes al Bronce Medio, y esta evolución cultural no se ex-plica por el continuismo, sino por la llegada de nuevas gentes, que explica de igual mo-do la pronta aparición del hierro, la difusión precoz del carro de guerra y el uso del alfa-beto; ya desde el siglo XI a.C., cuando aún no existen ciudades fenicias estables en Iberia.

En resumen, con la llegada de indoeuropeos del Oriente se explicaría la amplia difusión de elementos minorasiáticos o griegos.

6

4. Los comienzos de la colonización fenicia y la funda ción de “Gadir”

No se poseen textos que documenten las causas que impulsaron a los fenicios a emprender sus exploraciones ultramarinas hasta el extremo occidental del Mediterrá-neo. Sólo hay referencias vagas, sobre todo en las fuentes bíblicas, que aluden a em-presas comerciales en época de Hiram de Tiro. En general parece que fue la búsqueda de metales una causa principal en su salida a ultramar.

Desde comienzos del siglo VIII a.C. se advierte una época crucial en la coloniza-ción fenicia del Mediterráneo y los testimonios arqueológicos así lo aseguran. La ex-pansión fenicia por el Mediterráneo supondría la contrapartida por la pérdida de los mercados del Mar Rojo. Los más antiguos restos fenicios por el Mediterráneo Central se documentan desde la primera mitad del siglo IX a.C., y desde fines de este siglo o comienzos del VIII se datan los de la Península Ibérica. Los metales fueron, pues, los productos codiciados por los fenicios en sus expediciones a Occidente.

Se argumenta también que la colonización se vio impulsada por los aconteci-mientos del Próximo Oriente, es decir, a causa de la presión militar asiria sobre las ciu-dades-estado fenicias, y que afectaron fundamentalmente a las tierras cultivables del interior, lo que dio lugar a un aumento demográfico de las ciudades costeras y a la búsqueda de nuevas fuentes de abastecimiento. Se produjo, pues, en la Península Ibé-rica, una colonización agrícola impulsada por la necesidad de hallar nuevas tierras habitables y aptas para el cultivo. Ello explicaría que en el sur peninsular se advierten numerosos yacimientos fenicios en las vegas de los ríos de la costa de Málaga a Al-mería, y desde luego en Cádiz y bajo Guadalquivir, como es el caso de Carmona.

4.1. La fundación de Gadir

La fundación de Gadir tuvo lugar en el año 1.100 a.C., según ha trasmitido Vele-yo Petérculo, un historiador latino del siglo I d.C. Gadir según una antigua tradición fue fundada después de dos intentos previos en Sexi (Almuñécar) y Onuba (Huelva). En el texto se narra que la incitativa partió de los fenicios de Tiro y que la fundación debía tener lugar junto a las columnas de Hércules. Lo que parece cierto es que la fundación de Gadir acaeció después de dos intentos fallidos.

Estos datos han constituido un punto de partida para el estudio de la coloniza-ción fenicia en la Península Ibérica, y el problema se debate entre quienes defienden esta cronología antigua y los que indagan en los testimonios arqueológicos, más objeti-vos, y que no se datan más allá del 800 - 775 a.C.

Cádiz adolece de investigación arqueológica en sus estratos más antiguos, y los restos arqueológicos conocidos, que proceden en su mayoría de necrópolis, no son más antiguos del siglo VI a.C. De modo que la falta de datos es todavía para algunos la esperanza de hallar en los estratos más arcaicos las pruebas de una cronología en tor-no a 1.100 a.C.

En cuanto a la elección de la isla, las investigaciones arqueológicos permiten señalar algunas razones. Parece evidente que el primer viaje hasta Sexi fue de simple prospección, de tanteo de las posibilidades comerciales y de establecimiento, descono-ciéndose la geografía de la costa y la ubicación de los poblados indígenas, mientras que la llegada a Onuba (Huelva) respondía a un conocimiento certero de las riquezas del lugar. Huelva debe identificarse con Tartesos, el emporio que controlaba la meta-lurgia de la plata y en donde no habría sido fácil un comercio ventajoso en los momen-tos iniciales. La navegación hasta Huelva les dio a conocer la zona costera del Guada-

7

lete al Guadalquivir, bastante poblada y poseedora de una extraordinaria riqueza agrí-cola y ganadera, además de un paso fácil hacia las minas de Aznalcóllar, eludiendo la ruta de Huelva (Tartesos) a Riotinto mediante el río Tinto, bajo el dominio de Tartesos. Gadir se fundó en una isla, según el patrón de asentamiento usual en su patria, cerca-na a una costa habitada a la que podía confluir un comercio activo del interior y con ríos navegables un buen trecho que conectaban la costa con el Aljarfe, Alcores y sierra ga-ditana. Gadir constituyó, pues, una situación ventajosa además, como puerto bien si-tuado, para el control costero y las navegaciones de ultramar hasta Marruecos, Medi-terráneo central y la metrópolis oriental.

4.2. Las colonias fenicias mediterráneas

Las costas peninsulares del llamado “círculo del Estrecho”, desde Huelva hasta Almería, y casi con total seguridad hasta Alicante, fueron al parecer, las que soportaron la presencia de los colonos fenicios desde finales del siglo VIII a.C.

Durante la segunda mitad de nuestro siglo, la arqueología ha descubierto una larga serie de pequeños establecimientos fenicios en esta área des sur peninsular. Esto no debe sorprendernos, ya que una de las colonias fenicias más importantes era Car-tago, situada en el norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez. Por otra parte, sabemos a través de las excavaciones arqueológicas que existían colonias en el islote de Mogador, cerca de la costa meridional marroquí. En el litoral atlántico de África, los fenicios fundaron una próspera ciudad, Lixus, exhumada hoy en gran parte por los ar-queólogos.

Así pues, la presencia fenicia en las tierras del otro lado del Estrecho (Huelva, Cádiz, Málaga y Almería) resulta algo natural. Quizás lo que llama particularmente la atención es el tipo de colonias que fundaron en Andalucía. En ningún caso parece que se tratara de auténticas ciudades, con la excepción de Cádiz. Con frecuencia formaban sólo pequeños núcleos situados en los cerros cercanos a la costa, siempre en altoza-nos dominantes, pero en contacto con el mar. Tanto por su tamaño reducido, como por la monotonía de sus productos cerámicos, no es fácil establecer con precisión como fue su evolución. La mayoría parece que tuvieron momentos de gran auge entre los siglos VII y VI a.C.

Si se observa con detalle uno de estos pequeños establecimientos, nos damos cuenta que el almacén es quizá la estancia más importante. En él se guardaban los recipientes de vino y aceite, base de las exportaciones fenicias. Sin embargo, sus necrópolis revelan que comerciaban con otros muchos productos, como joyas orienta-les, amuletos egipcios, huevos de avestruz pintados procedentes del norte de África y objetos de marfil.

Una de estas pequeñas factorías fue localizada en un cerro llamado “san Cristó-bal”, cerca de la actual población de Almuñécar, en el litoral granadino. A principios de los años sesenta se excavó este yacimiento, del que se exhumó una necrópolis fenicia con unas veinte tumbas. Era por tanto, un núcleo relativamente pequeño, ya que otros yacimientos fenicios, como el de Villaricos, tenían más de dos mil sepulcros, y en Gale-ra había más de trescientos. Las tumbas del cerro de San Cristóbal estaban alineadas y separadas unas de otras unos seis metros. Consistían en unos pozos de 1,50 metros de diámetro, con una profundidad que oscilaba entre los dos y los cinco metros. Al fon-do de cada uno de ellos hay unos nichos que harían las veces de cámaras funerarias. En el interior se encontraron urnas cinerarias con los huesos calcinados del difunto, protegidas por medio de piedras. Junto con los restos óseos se depositaron los objetos de uso personal del difunto (brazaletes, anillos, amuletos, escarabeos, etc.). También

8

había diversos vasos con ofrendas (aves, huevos de avestruz pintados y ocre). Quizá entre los objetos más importantes de esta necrópolis figuran unos vasos de alabastro hechos en Egipto, que llevan inscripciones jeroglíficas con el nombre de los faraones reinantes y escarabeos, es decir, amuletos que representan el escarabajo solar egipcio.

Todos estos elementos exóticos ponen de manifiesto las complejas relaciones comerciales de las ciudades fenicias y, también ayudan a precisar la cronología de los contactos coloniales.

9

TEMA 2.- LA CIVILIZACIÓN TARTÉSICA

5. TARTESOS EN LAS FUENTES ESCRITAS

Tartesos es uno de los grandes tópicos de la Historia de España antigua. Ya en 1.580 el Jesuita Pineda defendió la teoría de que la Tarsis bíblica era Tartesos y que se localizaba en el sur de la Península Ibérica. En el siglo XX, el hispanista alemán A. Schulten publicó en 1.922 “Tartesos”, llamando la atención sobre este misterioso reino que había cautivado poderosamente el interés de los autores antiguos.

En estos últimos decenios se ha trabajado en Andalucía y en la costa ibérica, avanzando considerablemente en el conocimiento material de las poblaciones de fina-les de la Edad de Bronce, a partir de los siglos X-IX a.C. Queda en pie el problema de casar los datos, que se obtienen de la arqueología, con los de la fuentes literarias, es-casas y fragmentadas. Por vez primera, el historiador empieza a tener una base cientí-fica cierta apoyada en la arqueología, que le permite reconstruir lo que debía ser Tarte-sos.

Las fuentes sobre Tartesos se agrupan en tres categorías: fuentes bíblicas, grie-gas y latinas.

Recientemente M. Koch, siguiendo a Schulten, ha vuelto a defender que la Tar-sis bíblica es Tartesos, pues piensa este autor que la gran abundancia de plata, de la que hablan los textos bíblicos, sólo pueden proceder de España.

Se suele considerar como fuente importante, para todo lo referente a Tartesos, el poema redactado por Rufo Avieno, autor que vivió en el siglo IV y que hacia el año 400 visitó Cádiz, cuando ya la ciudad había perdido gran parte de la pasada grandeza y quedaba en pie el Heracleion, uno de los más famosos templos semitas de la antigüe-dad. El problema de la “Ora Marítima” es precisar que fuentes utilizó. Varios autores (Schulten y García Bellido entre otros) defienden que la fuente principal es de origen fenicio, muy arcaica, seguramente redactada en el siglo VI a.C., lo que explicaría que los pueblos que se mencionan en ella ocupando las orillas del Guadalquivir o Betis no se recogen en fuentes posteriores, y que no se cite a Emporion (Ampurias), ya que el original fenicio remonta a una fecha anterior a su fundación por los griegos focenses, que acaeció poco después del 600. Otros autores antiguos defienden la misma teoría de ser Tartesos Gadir, fundación fenicia del año 1.100 a.C., magníficamente situada, ya que controlaba la desembocadura del Betis y toda la navegación por el Atlántico y por lo tanto toda la salida de los metales procedentes de Sierra Morena. Cádiz no ha dado hasta el momento presente material contemporáneo e su fundación, que según los últimos descubrimientos existía por lo menos desde el siglo IX a.C.

6. EL MARCO ARQUEOLÓGICO TARTÉSICO DE FINALES DE LA ED AD DEL BRONCE

Martín Almagro distingue varios periodos:

El comienzo del final de la Edad de Bronce hispánico se fecha en torno al 1.000 a.C. y se caracteriza por una cerámica fabricada a mano con carena y bruñidas. Entre los años 900 y 750 a.C. corre la etapa protoorientalizante, y que se caracteriza por la cerámica bruñida. En Cástulo, Carmona y el Carambolo se detecta ya el influjo orienta-lizante, debido a los fenicios, asentados en la costa. Se explotan a gran escala, con procedimientos nuevos traídos de oriente, las minas de Huelva, de Sierra Morena y de Cástulo.

10

En este periodo, seguramente antes, llegan al Sur gentes célticas, procedentes de la Meseta, documentado por las cerámicas grafitadas e incisas. Se asientan en las zonas mineras. Según A. Blanco y Sangmeister, estas gentes podían ser mercenarios contratados por los más pudientes del Sur. A ellos pertenecerían las llamadas estelas extremeñas, que se localizan también fuera del área de Extremadura portuguesa y es-pañola.

En las estelas aparecen escudos, muy similares a los utilizados por los asirios, bien conocidos por los fenicios y que estos repartieron por el Mediterráneo. Los feni-cios, o mejor los tartesios, los entregaron seguramente a los jefecillos de las tropas mercenarias que defendían los cotos mineros.

El tercer periodo, que abarca entre los años 750 - 600 a.C., es orientalizante. Los fenicios comerciaban intensamente con los pueblos del interior y originan una cul-tura orientalizante que comprende todo el sur de España y Portugal, desde el Tajo al Mediterráneo.

Entre los años 630 a.C., fecha aproximada del viaje de Colaios de Samos, y el 520 a.C., los focenses comercian directamente con Tartesos, en busca de metales, como lo indican las numerosas cerámicas griegas de Huelva, Málaga y el Cerro Maca-reno (Sevilla). Esta época conoce el torno, la escritura, la cerámica pintada, que en Cástulo copian claramente a las telas, todo traído por los fenicios. Las telas son uno de la principales productos del comercio de Tiro.

Los tartesios adquieren productos elaborados por los fenicios, principalmente de Cádiz, lo que prueba que se elevó el nivel adquisitivo de los indígenas. Posiblemente artesanos de origen oriental trabajaron entre las poblaciones indígenas para los reye-zuelos. Este periodo es el Tartésico, por excelencia, según F. Presedo, quien defiende que la siguiente etapa, que comprende desde el 600 al 450 a.C. es también tartésica. Esta etapa conoce ya el uso del hierro, traído por los fenicios, documentado poco des-pués del 700 en Sexi (Almuñécar) y en Villena. Su uso no se generalizó hasta el perio-do siguiente: ibérico o turdetano.

7. CONSTITUCIÓN POLÍTICA. CLASES SOCIALES

La monarquía fue la forma política de gobierno en Tartesos. El monarca más fa-moso fue Argantonio, nombre que alude a la riqueza en plata de su pueblo. Se conocen los nombres y los hechos de otros personajes tartésicos, como Gargoris, el cual descu-brió el aprovechamiento de la miel. Su hijo Habis, modelo de monarca legislador, en-señó a su gente a cultivar la tierra con bueyes uncidos al arado, prohibió a los nobles el trabajo y dividió a su pueblo en siete ciudades. La monarquía tartésica era de carácter hereditario y arrancaba seguramente de comienzos de la Edad del Bronce.

Del monarca tartésico Argantonio se conocen algunos rasgos. Su figura es le-gendaria, pero ya con fundamento histórico. Debió nacer hacia el 670 a.C. y gobernó, según la leyenda, desde el 630 a mediados del siglo VI. Herodoto, al referirse a su rei-nado, escribe que tiranizó “durante 80 años a su reino”. La tiranía para Herodoto posee un sentido muy preciso y se aplica a los tiranos de la época arcaica griega: Pisístrato en Atenas, Políctrates en Samos. Para Tucídides la Tiranía es un producto de la cre-ciente riqueza originada por el comercio, lo que encajaba bien en la personalidad de Argantonio, que disponía de fabulosas riquezas, pues Tartesos era Eldorado del Mundo Antiguo. El Mediterráneo era pobre en minas, y ésta quedaban lejos de los pueblos asentados en las orillas orientales.

11

Otro rasgo del carácter de Argantonio es el que intentase asentar a los focenses en su reino. La presencia de estelas en Tartesos, en las que se representan armas, indican claramente el carácter militar de su reino, apoyado en tropas mercenarias. Su nombre, Argantonio, parece indicar que es un monarca de origen céltico, de las pobla-ciones indoeuropeas llegadas a Tartesos, o quizás un jefecillo militar, que como tantos tiranos alcanzó el poder.

Hoy en día, y a la luz de las investigaciones, no se piensa que Argantonio con-trolase todo el reino de Tartesos; probablemente gobernarían al mismo tiempo varios reyes, que controlarían un territorio más o menos extenso. Seguramente Tartesos se asemejaría a la Etruria arcaica, donde gobernaban 12 reyes. Argantonio sería el mo-narca más rico, por controlar importantes explotaciones mineras o el más famoso por sus relaciones con los focenses.

Es probable que el carácter de la monarquía de Tiro influyera en la tartésica, pues el influjo fenicio en la religión fue extenso y profundo. Estos monarcas, estarían rodeados de una corte de noble, de clientes y de esclavos, de cuya existencia quedan huellas claras en las diferentes sepulturas de los túmulos de Carmona. El papel des-empeñado por esta nobleza tartésica se escapa totalmente, aunque quizá seria pareci-da a la oligarquía mercantil de Tiro, si bien el poder de estos reyezuelos seria absoluto.

El lujo que rodeaba a estos monarcas era grande, así lo indica la riqueza de los túmulos Carmona. Vivían, al igual que los aristócratas, rodeados de productos orienta-les, que les proporcionaban los fenicios desde la costa. Los tesoros de El Carambolo o del Cortijo de Évora, o de la Aliseda, a los que nos referimos más adelante, son prue-bas de una gran riqueza y de su preferencia por los modelos importados. La suntuosi-dad es otra de la características de estos reyezuelos. Probablemente estuvieron divini-zados, como se desprende de las grandes tumbas, pues parecen indicar que fueron las sepulturas de importante personajes heroizados.

8. LA CUESTIÓN DEL MERCENARIADO. ARMAMENTO

El poder de los monarcas tartésicos se apoyaba en la existencia de mercenarios celtas, de cuya presencia son buena prueba las estelas grabadas con armas: espadas, arcos, escudos, cascos y lanzas. En algunas estelas se representa al enemigo muerto, en tamaño diminuto, según costumbre del arte griego y fenicio. La panoplia de estos guerreros, junto a armas, es de clara procedencia atlántica, como las espadas; las res-tantes armas representadas, probablemente fueron traídas por los fenicios de Oriente. Con ellas se armaron los mercenarios, que defendían a los monarcas tartésicos y que proporcionaban a los fenicios de la costa las mercancías que ellos buscaban.

J.M. Blázquez ha defendido el origen oriental de los escudos representados en las estelas y de los carros. Los escudos, por la forma de sujetarlos, sólo por el centro, son los mismos que los utilizados por los asirios en el asalto de las ciudades, bien do-cumentados en los relieves asirios. Los carros siguen los modelos del representado en un pyxis del palacio de Nimrud, obra fenicia, y de los relieves neohititas de Karkemis.

Los arcos de las estelas son doble, y cuyo tipo está bien atestiguado repetidas veces en los citados relieves asirios.

Cascos con cuernos, que se encuentran en las estelas hispanas y que aparecen en el mundo oriental, así como también los cascos corintios aparecidos en Tartesos. El hallado en Jerez de la Frontera se fecha en la primera mitad del siglo VII a.C. El encon-trado en la Ría de Huelva pertenece al siglo VI a.C. Las espadas eran de origen atlánti-co, como lo indica el hallazgo de la Ría de Huelva, del siglo IX a.C., que también con-

12

tiene cascos.

Los tartesios utilizaron ya ingenios de asalto a las ciudades, introducidos en Oc-cidente por los fenicios. Macrobio refiere el uso de arietes contra Cádiz por el monarca tartesio Terón. Estos ingenios fueron después utilizados por los cartagineses, según Diodoro, en las guerras greco-púnicas de Sicilia del sigo V a.C., donde participaron gran número de tropas celtíberas, llamadas simplemente celtas por Diodoro, e íberas.

9. ECONOMÍA, COMERCIO Y PRODUCCIÓN ARTESANAL

La “Odisea”, en época de la gran colonización griega, descubre a los fenicios como hábiles navegantes, expertos comerciantes y piratas. También indica esta obra que los comerciantes fenicios empleaban un año entero en vender su cargamento. El comercio de los mercaderes fenicios con Tartesos debía ser mas constante y encon-trarse en manos particulares. Probablemente el Heracleion gaditano desempeñó un papel importante en el comercio con Tartesos. Comercio que por otra parte debió ser de intercambio, no monetal, pues Tartesos no conocía las monedas.

Probablemente muchos de los objetos que los arqueólogos encuentran deposi-tados en las tumbas tartésicas eran dones regalados por los fenicios a la aristocracia de Tartesos. Seguramente eran utilizados como medios de intercambio. Los reyezuelos y la nobleza tartésica recibían estos regalos y los intercambiaban por minerales, escla-vos y salazones. Los fenicios estaban interesados en obtener esclavos, probablemente de Tartesos.

Los bienes cedidos a los tartesios serían muy variados: bronces, trípodes, calde-ros, vasos de alabastro o de cristal de roca, joyas, amuletos, marfiles, telas y posible-mente también el vino y el aceite, introducidos en Tartesos por los fenicios.

Otro tipo de producto de intercambio eran las joyas, ya que los fenicios tenían fama de ser hábiles orfebres. Los comerciantes fenicios de Siria intercambian joyas, collares, objetos de adorno, etc., para las mujeres. Los alasbastrones de Huelva, de Carmona, etc., nos dan a conocer que los perfumes eran otro de los productos que in-trodujeron los fenicios, y con los cuales comerciaban.

El incienso también fue un producto del comercio fenicio, como se desprende de la presencia de quema perfumes en Huelva, Cástulo, etc.

Es probable que estos bienes circulasen en Tartesos como dinero. Estos regalos en principio, eran símbolos de riqueza, de prestigio y de tesaurización. A estos regalos y al comercio se debe la aparición de un periodo orientalizante en Tartesos. Este reino comerció mucho más intensamente con los fenicios que con los griegos. Los objetos griegos en Tartesos, salvo en Huelva y en Málaga, donde la cerámica griega es abun-dante, son muy escasos en número.

En lo que respecta a la comercialización del estaño atlántico (uno de los princi-pales productos buscados por los fenicios en Occidente), J. Alvar sostiene que se trata de una actividad compleja, que se realizaría por una doble vía. Los tartesios seguirían una ruta terrestre (la posterior vía de la Plata), a través de la cual drenarían la produc-ción procedente del Noroeste, mediante un comercio extremadamente segmentado, responsable de la distribución de los materiales orientalizantes en el interior.

En cuanto a la producción artesanal en Tartesos, en muy evidente el sello fenicio en estas obras, así vemos como el artesanado de Tartesos produjo un gran cantidad de bronces, siendo difícil conocer las piezas que salieron de talleres fenicios, proba-blemente asentados en Cádiz, de artesanos indígenas, o de importaciones.

13

Uno de los bronces de mejor arte y técnica es la cierva del Museo Británico, tra-bajada en hueco y formada de varias piezas ensambladas, según la técnica de trabajar el bronce en la Grecia arcaica.

En Tartesos se utilizaron grandes calderos de bronce de lejano origen asirio, muy de moda en el periodo arcaico. Cuencos semejantes a la páteras fenicias han apa-recido en Cástulo con el Caldero decorado por las Astartés. Los artesanos tartesios produjeron una gran cantidad de jarros en plata y bronce, utilizados en los rituales fune-rarios, al igual que los llamados “braserillos”, donde probablemente se quemaban per-fumes. De esta misma época, se conocen varios broches de cinturón decorados con motivos orientales, esta decoración de broches, aparecidos en diferentes lugares indica cómo el influjo fenicio fue extenso y profundo y afectó a la decoración de los mas varia-dos objetos.

La orfebrería tartésica se desarrolló profundamente, siguiendo técnicas fenicias, produjeron gran cantidad de piezas, y que debieron de ser objeto de regalo a jefecillos locales y su fabricación se piensa que fue en talleres peninsulares.

Dos grandes conjuntos de joyas se conservan. El más antiguo procede de la Ali-seda, y se fecha en torno al 600 a.C., y el segundo, de fecha posterior (600-550 a.C.) apareció en El Carambolo.

Las joyas de la Aliseda son muy variadas: un cinturón, una diadema, pendientes, brazaletes, colgantes, sellos y sortija. El uso de la diadema fue introducido por los feni-cios y gozó después de gran aceptación entre los íberos.

El segundo grupo, el de El Carambolo se compone de un pectoral, un collar y ocho placas. Se diferencia del grupo anterior por la decoración. El collar formado por una cadena doble, del que cuelgan siete anillos giratorios, frecuentes en la escultura chipriota y en joyas de Etruria, de Grecia y de Siria.

Los dos grupos componen un conjunto homogéneo. Proceden del mismo taller, situados a orillas del Betis, y los dos pectorales son probablemente obra del mismo ar-tesano.

14

TEMA 3.- INVASORES Y COLONIZADORES (2). Griegos y Cartagineses.

10. LA COLONIZACIÓN GRIEGA

10.1. INTRODUCCIÓN

La llegada de gentes colonizadoras y de productos griegos a la Península es un hecho arqueológicamente comprobado. La presencia griega en España tiene unos fun-damentos (como los de toda colonización) claramente económicos. La expansión co-mercial a través del Mediterráneo de un pueblo con un alto grado de desarrollo técnico, social y artístico que exporta fundamentalmente productos manufacturados a cambio de valiosas y rentables materias primas. El mar va a ser el camino de una corriente cul-tural y humana que, a lo largo de varios siglos, servirá de puente entre los mundos griegos e ibérico. También es de destacar la importante función que la presencia griega vino a desempeñar en la formación y en el desarrollo de la cultura y el arte ibérico.

La presencia griega en España está documentada por dos tipos fundamentales de datos: por un lado las fuentes literarias, esto es, aquellos testimonios antiguos que hacen referencia, de forma más o menos explícita, a los viajes de los navegantes grie-gos por el Occidente; por otro lado, las fuentes arqueológicas, es decir materiales que, descubiertos en las excavaciones, aportan paulatinamente nueva luz sobre la naturale-za y el valor del comercio griego en el extremo occidental del Mediterráneo.

11. LAS FUENTES LITERARIAS

El estudio global más extenso que se ha realizado hasta hoy sobre las fuentes li-terarias es obra del profesor Antonio García Bellido. Su libro Hispania Graeca puede considerarse una síntesis sobre la colonización griega en España en la década de 1.940.

Las fuentes literarias son fundamentalmente de dos tipos: por un lado, la narra-ción mítica o poética en la que la realidad queda desfigurada, y por otro las noticias de geógrafos e historiadores de la antigüedad que transmiten por lo general noticias muy anteriores a su época. Tal es el caso de la Ora marítima del tardío poeta latino Avieno, quien puso en verso un antiguo periplo de navegantes griegos. Su primitivo autor, un marino posiblemente de Marsella, hizo una descripción detallada de la costa desde Tar-tesos hasta aquella ciudad, señalando los lugares que iban apareciendo ante la nave griega en su recorrido. Basándose en este periplo se ha conjeturado la localización de primitivas colonias (Mainake, Homeroskopeion, Akra Leuke, etc.) cuya existencia no ha sido constatada aún en muchos casos por la arqueología.

A estos datos poco concretos, hay que añadir los relatos de algunos historiado-res antiguos en los que la realidad se mezcla con elementos imaginativos por lo que resulta necesario realizar previamente una cautelosa interpretación de los textos a la hora de extraer de ellos unos resultados históricos válidos. Uno de los relatos más sig-nificativos de este tipo fue escrito por Herodoto (primera mitad del siglo V a.C.), quien nos cuenta en sus historias el viaje improvisado de Kolaios, marino de la isla de Sa-mos, quien deseando viajar hacia Egipto, fue sorprendido por los vientos del Este y condujeron a la nave de los samios más allá de las columnas de Hércules, donde fi-nalmente arribó Kolaios como naufrago ante las mismas costas de Tartesos. Allí co-merció Kolaios y sus compañeros con los indígenas, tras lo cual emprendieron viaje de

15

vuelta a Samos con pingües ganancias. La narración de Herodoto, adornada con nu-merosos elementos imaginativos, refleja el atractivo poderoso (idealizado con la rique-za que comporta el comercio) que impulsa a diversas ciudades de Asia Menor de la Grecia arcaica a buscar en un occidente paradisíaco una salida vital para sus exceden-tes de población y para su pobreza.

12. LA COLONIZACIÓN FOCEA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Inician su etapa colonial cuando otros elementos griegos, principalmente eubeos de Calcis y rodios, ya estaban prácticamente concluyendo su proceso colonizador.

Herodoto insiste en que los foceos fueron los primeros griegos que llevaron a cabo navegaciones lejanas, descubriendo el Golfo Adriático, Tirrenia, Iberia, Tartesos. Afirmaciones que no concuerdan con otras fuentes escritas y/o arqueológicas. Sin em-bargo, es posible que sea relativamente válido para el extremo occidental del Medi-terráneo, ya que los foceos, al iniciar su fase colonial más tardíamente, se ven obliga-dos a navegar a regiones más alejadas que en periodos precedentes.

12.1. La colonización focea en el Sur peninsular (siglos VII - VI)

Desde el último cuarto del siglo VII a.C. parece claro que los foceos visitan y comercian con el reino de Tartesos regularmente, con tanto éxito que, Herodoto descri-be la amistad que los colonos - comerciantes focenses habían entablado con el rey de Tartesos Argantonio. Amistad que llevó al rey tartésico a ofrecerles tierras para que se instalaran en su reino ante la amenaza persa.

De estos testimonios podemos atisbar que el comercio focense con el reino de Tartesos tuvo que ser muy intenso durante la primera mitad del siglo VI a.C., en com-petencia con el llevado a cabo por los fenicios. En el área de Huelva los hallazgos son mucho más importantes en estos momentos que los que se producen en las factorías fenicias del sur peninsular.

Así, desde el 580 a.C. se reciben piezas de verdadero lujo, fabricadas en el Áti-ca, como el ánfora decorada con klitias, copas y shyphoi; junto a estas ricas cerámicas se reciben también mercancías más corrientes de la Grecia del este: copas jonias, ánforas samias, jonias, quiotas, etc.

Es en estos momentos cuando García y Bellido sitúa la fundación de Mainake, junto a Málaga, colonia más occidental del Oikumene como apoyo para el comercio griego. Estrabón no sólo menciona la existencia de Mainake, en cuyas ruinas puede reconocerse fácilmente la planta griega, sino que también considera fundación focea a Abdera.

12.2. La colonización focense en el Sureste y Levante pen insular (siglos VII-VI)

Casi simultáneamente a los viajes realizados al sur de la Península por samios y foceos, estos últimos inician sus viajes hacia el extremo noroccidental del Mediterrá-neo. Las excavaciones de Gravisca, cerca de Tarquina, han puesto de manifiesto la presencia griega oriental desde comienzos del siglo VI a.C., lo que implica que las pri-meras navegaciones de toma de contacto e produjeron en el siglo VII a.C. Quizá el fru-to de esos viajes fue la fundación de la colonia de Massalia (Marsella), cerca de la des-embocadura del río Ródano, en el transito de los siglos VII-VI.

16

Massalia crece rápidamente, con una gran prosperidad económica basada en la explotación de los mercados “bárbaros”. Fruto de ese crecimiento, y pocos años des-pués, fundan más al occidente Emporion (Ampurias), en el golfo de Rosas, primero en un pequeño islote (Palaiópolis). Unos años más tarde se instalan en tierra firme (Neá-polis).

Los restos arqueológicos más antiguos documentados nos llevan a establecer la fundación en torno al 575 a.C. La ubicación de la ciudad dentro de una zona pantanosa y rocosa, excluye totalmente su signo poblacional, debiéndonos decantar por un carác-ter meramente comercial y de mercado abierto, como indica su propio nombre.

Emporion dependió durante los primeros años de Massalia, como demuestra la frecuente aparición de ánforas de tipo massaliota que se han documentado en la Neá-polis ampuritana.

Los primeros años de existencia de Emporion debieron de ser los una pequeña ciudad o factoría de tipo mercantil que sirviera de apoyo a las navegaciones griegas para facilitar la creación de nuevos mercados comerciales, y serian simples y esporádi-cos tanteos, pasando con el tiempo a contactos sistemáticos, gracias al establecimiento de unas buenas relaciones con los indígenas peninsulares. A esto habría que añadir el mejor conocimiento de la costa peninsular en sentido Norte-Sur hasta llegar a enlazar en el área del Sureste con la ruta hacia Tartesos.

De la otra colonia importante del noreste peninsular, Rhode (Rosas) no tenemos noticias literarias ni arqueológicas para estas fechas de los siglos VII-VI a.C. Los restos de la colonia no se remontan, hasta el momento, más allá del siglo VI a.C.

12.3. El fin de las relaciones griegas con Tartesos

Tras casi siglo y medio de competencia económica y mercantil entre griegos y fenicios por el control del mercado tartésico, las transacciones comerciales griegas co-mienzan a decrecer considerablemente a partir del último tercio del siglo VI a.C., debi-do a las dificultades, cada día mayores, puestas por los comerciantes fenicio-occidentales.

Habiendo heredado la hegemonía fenicia en Occidente a mediados del siglo VI a.C., tras la ruina de las metrópolis fenicias, Cartago, la nueva metrópoli, recuperará el monopolio comercial con Tartesos, sobre todo para salvaguardar los intereses de los artesanos y comerciantes fenicio-occidentales de los mercaderes griegos. Fruto de esta situación será la firma del primer tratado romano cartaginés del año 509 a.C., en donde Roma, que en estas fecha será una pequeña ciudad con estructuras etruscas, y Carta-go se reparten las áreas de influencia e intercambios comerciales, cerrándose para los griegos las rutas hacia Tartesos. Aunque suponemos que estos tratados en el mundo antiguo no se cumplirían al cien por cien, lo cierto es que a finales del siglo Vi a.C. de-jan de recibirse importaciones griegas en Tartesos, pudiéndose afirmar que el comercio directo griego con Tartesos ha desaparecido. Esta sería una de las causas que provo-cará el subsiguiente colapso del reino de Tartesos, al convertirse nuevamente en un monopolio semita.

Los griegos a partir de este momento centrarán sus esfuerzos e intereses co-merciales en el sureste peninsular, ya que desde sus bases en esta área (Homerosko-peion) emprenderán un comercio terrestre de larga distancia hacia el interior peninsu-lar, y que no es extraño a los focenses. Este comercio llevaría desde el sureste penin-sular, desembocadura de los ríos segura (Guardamar) y Vinalopó (Santa Pola), hasta Cástulo con importantes riquezas mineras. Continuaría a través del curso de Guadiana

17

hasta Extremadura, pues los foceos conocerían desde sus contactos con Tartesos la riqueza de estas tierras de cinabrio.

12.4. Evolución de las colonias y factorías griegas (sigl os V-IV a.C.)

Es poco lo que se conoce sobre la vida y la expansión de las colonias griegas peninsulares durante los siglos V-IV a.C. Ampurias cobra un gran auge en la primera mitad del siglo V, adquiriendo en cierto modo la preponderancia que hasta este instante había ostentado Massalia, que vio cortado su comercio a través del interior de la Galia por los movimientos de los pueblos celtas.

La ciudad debió de tener un importante aumento demográfico como evidencian el comienzo de las acuñaciones ampuritanas, especialmente de sus dracmas.

También a partir del 480 a.C. comienzan a llegar grandes cantidades de cerámi-cas áticas. Se trata de cerámicas baratas destinadas a mercados con poca posibilida-des económicas o a gentes de gusto poco refinado.

Esta prosperidad de las factorías griegas se acrecienta a finales de siglo con el fin de la Guerra del Peloponeso. Atenas inicia, a partir de este momento, la recupera-ción y ampliación de sus mercados comerciales. Para tal fin inunda los mercados bárbaros con productos cerámicos del Ática. En la Península es Ampurias la que redis-tribuye estas vajillas de lujo entre las poblaciones indígenas. En estas fechas se fundan nuevas factorías en el Sureste: Alonis y Akra Leuke, facilitando así la penetración de las importaciones griegas en el interior peninsular.

A mediados del siglo IV a.C. se produce un cambio en el panorama comercial, quizás debido a la presión cartaginesa. Roma y Cartago firman un segundo tratado (348 a.C.), y como consecuencia de él, se establecen límites al comercio, fundación de colonias, etc. La actividad comercial griega volverá a circunscribirse a la fachada del levante peninsular, continuándose no obstante, las relaciones terrestres con el interior.

12.5. El siglo III y el final de la colonización griega e n la Península

Durante este periodo Ampurias engrandeció su Stoa y otros edificios anejos, aunque nunca llegó a ser una ciudad de carácter monumental, conservando siempre su naturaleza comercial y de mercado.

Rosas, por el contrario, experimenta una notable pujanza económica a lo largo del siglo III a.C. Se inicia este proceso a finales del siglo IV a.C., con el comienzo de las acuñaciones monetarias (dracmas) de plata como las de Ampurias, que tendrán una excelente acogida entre las poblaciones indígenas del Noreste y Provenza por su buen arte, siendo muy imitadas.

A este hecho hay que unirle la fabricación de cerámicas de barniz negro, que exportará sus productos a las poblaciones indígenas desde Cataluña y Languedoc has-ta la región de Murcia, a lo que hay que añadir un avanzado urbanismo.

Este periodo finaliza bruscamente sobre el año 240 a.C., momento en que tam-bién cesan las acuñaciones de dracmas. Se han barajado dos teorías sobre la recesión económica de Rosas. Por un lado se piensa que una acción militar combinada de Am-purias y Marsella la habrían anulado, suprimiendo de este modo a un importante rival y competidor.

Sin embargo, este fenómeno también pudo estar de algún modo relacionado con la llegada de los Bárquidas a la Península a partir del año 237 a.C., pues su presencia

18

en el Sureste ocurre en la misma época en que parecen extinguirse los productos de Rosas.

Después de esta fecha, Rosas quedaría como un punto fortificado de Ampurias. La nueva frontera impuesta por el tratado romano - cartaginés del año 226 a.C., el río Ebro, supondrá la desaparición de los intereses griegos al sur de este río.

La segunda Guerra Púnica posibilitó la llegada física de los romanos a la Penín-sula con el desembarco de los hermanos Escipiones en Ampurias el año 218 a.C. Tras esta guerra la Península comienza a incorporarse al mundo romano, pudiéndose con-siderar como concluida la etapa colonizadora griega.

12.6. La presencia cultural griega en la Península Ibéric a

Arqueológicamente se han constatado dos colonias griegas, ambas situadas en el golfo de Rosas: Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas).

El primer asentamiento se produjo en una islita cercana al continente. Esta isla en la actualidad está unida a tierra firme por los aportes del río Fluviá, allí se emplaza el pueblo de San Martí de Ampurias.

No se conocen restos del hábitat de la Palaiópolis, aunque la prolongación del establecimiento griego en la costa se produce pronto, ya que la necrópolis del Portixol, con enterramientos del siglo VI a.C., se encuentra ya en tierra firme. Al asentamiento del continente se le ha venido llamando Neápolis, en contraposición al primer núcleo fundacional. Esta Neápolis debía estar amurallada, situándose la cerca más potente al Sur y Oeste, ya que por el Este y Norte el mar serviría de protección. Contaba con un excelente puerto, protegido por en el Norte por la isla donde se ubicaba la Palaiópolis y al Sureste por un muelle. En la actualidad se conserva el de época helenística.

La configuración de la ciudad es rectangular, en sentido Norte-Sur y Oeste-Este, y el trazado del caserío tiene una fuerte tendencia hipodámica, con ciertas irregularida-des.

La única puerta de acceso conservada la encontramos al Sur, englobada dentro de la muralla, construida con grandes piedra de tipo ciclópeo y protegida por dos to-rreones defensivos. La cronología de esta muralla pertenece ya a un periodo helenísti-co, siglos III-II a.C.

Detrás de la muralla se encuentra el área sacra de la ciudad, compuesta por pe-queños templos: el templo in antis de Asklepios, en donde apareció la estatura del dios de la medicina, y que corresponden al siglo III a.C. Junto al templo de Asklepios existe otro, dedicado posiblemente a la diosa Higea. El tercer templo, de dimensiones algo mayores es el de Zeus - Serapis.

Hacia el Norte encontramos la plaza central o Ágora, pequeña y de forma cua-drangular. Fue edificada en el siglo II a.C., de aquí parte una arteria importante de la ciudad, y en ella se abría la Stoa, en la que puede distinguirse la planta compuesta por dos hileras de doce columnas y a fondo de las mismas nueve departamentos rectangu-lares que formaban las tiendas o almacenes. La vida en la ciudad debió de ser eminen-temente comercial a lo largo de toda su existencia.

La ciudad de Rhode (Rosas) ha sido hallada hace relativamente pocos años. Los restos exhumados son muy reducidos. Sin embargo los trabajos han puesto al descu-bierto parte del caserío. Se trata de un barrio con trazado hipodámico. La cronología de estas estructuras corresponde a los siglos IV y III a.C.

19

No se conocen hasta el momento otras edificaciones más significativas como templos o construcciones públicas. Futuros trabajos arqueológicos podrán descubrir la importancia de la colonia de Rosas.

13. EL PERÍODO CARTAGINÉS DE LA COLONIZACIÓN PÚNICA

Según Mª Eugenia Aubert, el espacio de tiempo comprendido entre los siglos VI y III a.C. corresponde al del imperio cartaginés pre-bárcida y coincide con aquel periodo en el que Cartago asume, gradual y militarmente, el control de los viejos territorios de población fenicia occidental. Se trata de un periodo de profundos cambios en el seno de la sociedad fenicia de Occidente.

En efecto, durante la segunda mitad del siglo VI a.C., la arqueología percibe en el Mediterráneo central, occidental y norteafricano una serie de cambios en las costum-bres funerarias, y la introducción de un conjunto de piezas, como terracotas, máscaras, navajas de afeitar y cascarones de huevos de avestruz, de indudable carácter carta-ginés, que constituyen los fósiles directores por los que podemos descubrir los influjos procedentes de Cartago.

Si se contrastan las características culturales de las viejas colonias fenicias de los siglos VIII-VII se advertirán cambios significativos, que se explican sólo por la inter-vención de los influjos cartagineses. Así por ejemplo, los tipos cerámicos y sus sobrias decoraciones hallan más similitudes con los que son propios de Cartago; la inhumación sustituye paulatinamente a la incineración. Lo mismo cabe decir de los cultos, con san-tuarios dedicados a divinidades del panteón cartaginés. Todo ello, proporciona unos esquemas culturales bien diferenciados de los más antiguos de las colonias fenicias, que serán más o menos intensos en los diferentes puntos peninsulares, según los gra-dos de aceptación o influencias más directas de Cartago. En general, desde el río Guadiana hasta el Segura se hallan las huellas de Cartago.

Durante el siglo VI se advierten en los poblados fenicios peninsulares huellas de rupturas con la etapa precedente, relacionados con diversos acontecimientos acaeci-dos en otros yacimientos del mediodía peninsular. Por ejemplo, a finales del siglo VII a.C. o en la primera mitad del VI, se ha determinado el final de la factoría de Toscanos.

La situación en la costa levantina peninsular muestra signos evidentes de los cambios de esta época. Los Saladares, Peña Negra y Vinarragell, que habían manteni-do importantes y continuas relaciones comerciales con los centros fenicios, cesando en la primera mitad del siglo VI a.C. La causa probable de estos cambios estriba con segu-ridad en los desequilibrios políticos y económicos que supuso la caída de Tiro en el 573 a.C., a donde en gran parte se dirigía el mercado fenicio occidental durante los siglos VIII y VII a.C. Cartago, aprovechando esta coyuntura favorable, se erigió en la heredera política y económica de Tiro y surgió por entonces como una potencia marítima a tener en cuenta.

A todo ello se añade que, desde los comienzo del siglo VI a.C., se inició un co-mercio activo griego oriental (focense), mayoritariamente dirigido hacia Tartesos, que finalizó hacia el 530-520 a.C., como sugieren la excavaciones realizadas en la ciudad de Huelva. Y poco más tarde, en la segunda mitad del siglo VI a.C., son evidentes las importaciones griegas en la bahía gaditana y sudeste peninsular. La presencia griega, al menos en el ámbito fenicio podría explicarse como un cierto debilitamiento en el con-trol de estas costas peninsulares y de sus recursos económicos, tras la caída de Tiro y el afianzamiento político de Cartago.

20

14. Marco histórico de Cartago hasta la época de los Ba rca

El marco geopolítico y económico de Cartago fue distinto al de Gadir y al de las colonias fenicias de la costa peninsular. Por Tucídides sabemos que, tras los primeros establecimientos fenicios en Sicilia, surgieron problemas con los griegos también allí asentados, al punto que tuvieron que retirarse a la extremidad noroccidental de la isla. Esto fue el comienzo, pues la historia de Cartago está marcada, y se jalona, por las continuas rivalidades con los colonos griegos, que alcanzaron el Mediterráneo central en el siglo VIII a.C.

La necesidad de apoyo de una gran ciudad tal vez fue el origen de los vínculos entre Cartago y las colonias fenicias del Mediterráneo, y desde luego del papel primor-dial que jugó esta ciudad. Tras la caída de Tiro, Cartago asume en el Mediterráneo el papel que le correspondería a la metrópolis, así pues la propia dinámica histórica, des-de los primeros establecimientos semitas, agudizada por la caída de Tiro, hizo posible el surgimiento de Cartago como una potencia militar a tener en cuenta. También se debe a su ubicación geográfica en el corazón del Mediterráneo, siendo un baluarte para la defensa de los intereses comerciales en su extremo occidental.

Su primera actividad exterior fue la fundación de una colonia (Ibiza), que Diodoro de Siracusa sitúa en 654-53 a.C., unos 160 años después de la fundación de Cartago, pues esta isla le aseguraba un punto necesario para el acceso a las costas peninsula-res. Los datos arqueológicos muestran, no obstante, que Ibiza, a mediados del siglo VII a.C., y durante su segunda mitad, se hallaba conectada con los intereses económicos de Gadir y no de Cartago, cuya huella no tendrá lugar hasta los comienzos del siglo VI a.C.

Un primer síntoma de la política cartaginesa en el Mediterráneo, contra los grie-gos, fue, según Tucídides, la derrota que los cartagineses sufrieron en su intento de obstaculizar a los foceos la fundación de Marsella, en torno al 600 a.C.

Otro hito importante acaeció en el 535 a.C. en la batalla de Alalia, frente a las costas de Córcega. La alianza etrusco-cartaginesa dio como resultado la derrota de los foceos, aunque las consecuencias económicas no debieron ser muy perjudiciales para los griegos. Sin embargo, supuso la delimitación de las esferas de influencias, corres-pondiendo Italia a los Etruscos, desde los Alpes a la Campania, y para los cartagineses quedaba una amplia zona del Mediterráneo occidental que incluía el sudeste peninsu-lar.

Hacia el 510 a.C. se debilitó esta alianza, a causa de los problemas internos de los etruscos, época en que Roma surgió como una república independiente. Esta vez es Roma la que, en el 509 a.C., concluyó un nuevo tratado con Cartago sobre la delimi-tación de las esferas de influencia.

En el 348 a.C., se concluyó un nuevo tratado entre Roma y Cartago, el cual be-neficiaba a Cartago ya que impedía a Roma el tránsito por el norte de África y sobra todo a la costa española comprendida desde Cartagena hasta Huelva, la zona que pod-ía ofrecer más incentivos comerciales. Cartagena, por la producción de sus minas, abastecía de plata a Cartago para el pago de sus tropas mercenarias, en la que los íberos constituían un porcentaje elevado.

Por esta época, Cartago dominaba prácticamente todo el norte de África, aunque siquiera fuese a niveles meramente comerciales, así como la costa meridional españo-la, sobre todo desde Almería al estrecho de Gibraltar, en donde Cartago mantenía una política comercial provechosa.

21

Nuevos tratados, que en la práctica repetían las cláusulas de los anteriores, se firmaron entre Roma y Cartago en el 306 y 279 a.C. Y en lo que respecta a la Penínsu-la Ibérica, Cartago confirmaba su zona de influencia por el Sur, que constituía una fuen-te de ingresos necesaria para su economía y la paga de sus mercenarios. Pero en el 264 comenzó la Primera Guerra Púnica, entre Roma y Cartago, las dos grandes poten-cias por entonces del Mediterráneo, que acabó en el 241 con la pérdida para Cartago de Sicilia. Así la situación, su única posibilidad fue la afirmación política y económica en España, para equilibrar de este modo los territorios perdidos en otros puntos del Medi-terráneo. Esta fu en suma, la política de los Barca en España.

14.1. La Ibiza púnica

La descripción más antigua y extensa que se posee de Ibiza se debe a Diodoro de Sicilia. En el texto escrito por este autor afirma que Ibiza es una colonia de Cartago y que su fundación acaeció hacia el 654-653 a.C., unos 160 años después de la funda-ción de Cartago. Afirma que su posición es optima por su cercanía a las columnas de Hércules, o Estrecho de Gibraltar, y de la costa norteafricana. Está provista de murallas que circundan un caserío numeroso, con una población de cuatro o cinco mil personas y que posee buenos puertos, necesarios para el desarrollo de sus actividades comer-ciales.

Sin embargo, y a pesar del texto de Diodoro, no está claro que la fundación de Ibiza se deba a iniciativas cartaginesas. El registro arqueológico denota que la funda-ción de Ibiza se debió a comerciantes del sur de la Península, probablemente de Gadir, como una avanzadilla en su expansión comercial por las costas levantinas hasta Cata-luña y sur de Francia, por la situación estratégica de la isla, que aseguraba un unto de apoyo para las embarcaciones. Su fundación también se justifica por la existencia de sus salinas y la cercanía a las poblaciones talayóticas de Baleares, con las que habría posibilidades comerciales. Si se añade a ella su situación, como puerto obligado para las embarcaciones que se dirigían a las costas peninsulares desde Oriente.

Las relaciones con Gadir se mantienen hasta comienzos del siglo VI a.C., cuan-do se advierten profundos cambios en las factorías fenicias andaluzas, como conse-cuencia de la caída de Tiro. Esta situación produjo transformaciones en Ibiza y cambios de orientación económica, advirtiéndose relaciones con Cerdeña, Etruria y Ampurias. A mediados de este siglo, y a causa de la expansión de Cartago por el Mediterráneo cen-tral, Ibiza formó parte de la estrategia de esta ciudad, lo que se tradujo en un crecimien-to poblacional y urbano considerable y, desde luego, en la aceptación de fórmulas cul-turales, de las que se poseen numerosos datos arqueológicos.

La arqueología ofrece los mejores testimonios para apreciar los cambios acaeci-dos a mediados del siglo VI a.C., como consecuencia de la presencia de Cartago en Ibiza. Síntomas de ello se advierten en los aspectos religiosos, como demuestran los santuarios de Isla Plana, Puig d’en Valls y Es Cuieram, donde se han hallado huevos de avestruz, cerámicas y terracotas muy simples, que representan a personajes de ambos sexos en actitud de oración. Las figurillas ofrecen formas acampanadas, de ca-bezas cilíndricas, y cónica la forma superior del cráneo, u ovoides con cabezas grotes-cas. La mayoría de estas estatuillas, que proceden del Mediterráneo, se han hallado en depósitos votivos de algún modo relacionados con un templo o santuario en las proxi-midades, y que testimonian claramente los vínculos religiosos de Ibiza con el mundo cartaginés en esa época.

Otro cambio tiene lugar a finales del siglo VI a.C., cuando, en los enterramientos, la inhumación sustituye prácticamente a la incineración, coincidiendo con la aparición

22

de las necrópolis de hipogeos, como en Puig des Molins.

El proceso de ocupación, iniciado probablemente a finales del siglo VI a.C., cul-minó en el siglo IV a.C., y a partir de entonces se advierte un crecimiento económico constante, que supuso la participación de Ibiza en las corrientes comerciales del Medi-terráneo occidental. Estos núcleos de producción, que ocupaban escasas hectáreas, dedicaban sus actividades al cultivo de la vid y al olivo principalmente, así como a la ganadería con la cría de ovejas, que proporcionaban una lana de excelente calidad, que dio lugar a una florecientes industria textil. Todo ello se debió completar con indus-trias de sal. Los restos arqueológicos, y sobre todo de ánforas, insinúan una economía agrícola de cierta importancia, cuyos productos se exportaban a los centros púnicos peninsulares, como Villaricos, y a los mercados del Nordeste, como Ampurias y Ullas-tret, alcanzando hasta el sur de Francia.

14.2. Los cartagineses en la Península Ibérica

Si los testimonios arqueológicos denotan con claridad la existencia de una colo-nia cartaginesa en Ibiza, los yacimientos peninsulares son más parcos en noticias y los influjos norteafricanos resultan más complejos de vislumbrar, al punto que se ha insi-nuado que jamás dependieron de la órbita política de Cartago.

Los datos arqueológicos sugieren la presencia de cartagineses en las costas pe-ninsulares desde finales del siglo VI a.C., sobre todo por los testimonios funerarios.

Las excavaciones de Luis Siret, sobre todo centradas en las necrópolis de Villa-ricos, han puesto al descubierto mas de dos mil enterramientos, que hoy por hoy cons-tituyen la manifestación púnica más importante del sur peninsular. Apenas se conocen restos urbanos, pero los trabajos arqueológicos ponen de manifiesto la existencia de una acrópolis, de unos 30 metros de altura, ceñida por un foso, posiblemente defensi-vo, en cuyo interior se hallaron varios niveles de habitaciones y restos de los siglos IV-III a.C. los enterramientos y sus rituales son por el momento los aspectos mejor cono-cidos del yacimiento.

El grupo más numeroso lo componen unas 400 tumbas de inhumación, situadas en torno a la cima central y la zona superior de las pendientes. Son fosas rectangula-res, pero que en ocasiones adquieren una disposición antropomorfa.

La costa malagueña se hallaba también habitada por una numerosa población fenicia desde el siglo VIII a.C. Estrabón recalca la importancia de Malaka por su carác-ter de ciudad y puerto, su paso hacia el Estrecho, sus industrias de salazones y las re-laciones comerciales con el norte de África.

Las excavaciones realizadas en la década de los 80 han proporcionado una po-tente estratigrafía de relleno de los siglos VI a I a.C., y que han permitido discriminas la historia de esta ciudad en tres fases principales: fenicio púnica (siglo VI), púnica (co-mienzo del siglo V y finales del III) y púnico - romana (finales del III a mediados del si-glo I).

Málaga seria un enclave importante en el programa político del naciente imperio cartaginés, coincidiendo con el fin de la hegemonía fenicia en Oriente (caída de Tiro) y como reacción a la expansión focense, que se advierte desde los inicios del siglo VI a.C. En este nuevo planteamiento político occidental se atribuye a Málaga la vigilancia del cierre del Estrecho al comercio griego, la desaparición del comercio libre en Maina-ke y tal vez una relación en el tratado romano - cartaginés del 509 a.C.

23

Además de ello, su importancia radicaba también en su propia situación, como un puerto próspero, sus relaciones comerciales con los yacimientos metalíferos del in-terior y su ubicación en la vía propuesta de Cástulo-Antequera-Málaga y la que accedía hasta Gadir y Tartesos. Fue su situación geoestratégica el factor principal para que Málaga llegara a ocupar una posición importante en el territorio libio-fenicio, como su-gieren los datos arqueológicos.

Las investigaciones en la ciudad de Cádiz han deparado escasa información so-bre su fase arcaica y restos de necrópolis de época púnica. Como sucede con los de-más yacimientos mencionados de la costa mediterránea, la información sobre la delimi-tación del factor cartaginés se conoce sólo a través de sus enterramientos.

La necrópolis de época púnica (siglos V-III a.C.) se sitúa, esparcida ampliamen-te, a extramuros de la ciudad de Cádiz. El rito predominante fue el de la inhumación, aunque al parecer, existen indicios de incineraciones en urnas y en pequeños sarcófa-gos monolíticos. Merece destacar el hallazgo de dos sarcófagos antropomorfos, que denotan la importancia y carácter santuario de la Gadir de época púnica.

El poblado portuario cercano, conocido como Castillo de Doña Blanca, ha ofreci-do una secuencia estratigráfica del primer milenio a.C. En la primera mitad del siglo VIII a.C. tiene lugar el inicio de la ocupación de la zona, primero como punto de comercio y poco más tarde como ciudad. El siglo VII a.C. supuso un momento de gran actividad y dinamismo comercial, con aperturas de comercio hacia el Sureste, alta Andalucía, Ex-tremadura y costa occidental de Marruecos.

A mediados del siglo IV a.C., y durante toda la segunda mitad, las relaciones con el norte de África parecen más intensas y se manifiestan en hallazgos de ánforas y de cerámicas rojas que imitan formas y decoraciones estampilladas griegas. Es probable que ello se deba al segundo tratado entre Roma y Cartago, del 348 a.C., que favorecía a la política cartaginesa en España.

A mediados del siglo VI a.C. cabe significar decadencia constructiva, y aquí tam-bién se advierte la crisis ya mencionada en las colonias fenicias del sur de la Penínsu-la, y es desde mediados del siglo V a.C. cuando en la bahía gaditana una floreciente industria de salazones que comerciaron con ciudades griegas del continente.

24

TEMA 4.- Pueblos Prerromanos (1). El Sur y las regiones orientales.

15. LOS TURDETANOS

A partir de finales del siglo VI se puede ya hablar de cultura turdetana, que hun-de sus raíces en el periodo orientalizante o tartésico. Las fuentes griegas y romanas referentes a este periodo son prácticamente inexistentes hasta la Segunda Guerra Púnica, que en gran parte tuvo como escenario a Turdetania.

15.1. ASPECTOS POLÍTICOS

La monarquía continuó siendo la forma política de gobierno en el sur de la Península Ibérica. Los datos que se conocen son ya de comienzos de la conquista ro-mana. Los monarcas tartésicos gobernaban, a veces sobre muchas ciudades, como Culchas, que dominaba más de 28 ciudades y que disponía de un ejercito de 3.000 infantes y 500 jinetes. En el año 197 a.C. se sublevó, al igual que las ciudades fenicias de la costa que habían firmado un foedus con Roma, pero que esta no respetaba, con-tra la feroz explotación de los romanos, con 17 ciudades, en compañía de otro rey tur-detano. Los reyes turdetanos apoyaron la causa de Roma y con la ayuda de ésta acre-centaron el poder, pues sin duda ya habían perdido el carácter de los grandes monar-cas tartésicos, como Argantonio. Estos reyes turdetanos vivían a la manera de los grandes déspotas orientales. Polibio recoge la noticia de que estos reyes vivían rodea-dos de lujosas cráteras de oro y plata. La institución monárquica en Turdetania duró hasta finales de la República, pues Roma no cambiaba las instituciones indígenas, pues se servia de ellas y las mantuvo. Venia sólo a explotar el país. Como resultado de esta explotación se implantó la cultura romana. Se desprende de los textos que los monarcas tartésicos fueron divinizados en vida y que recibieron culto en los altares, inciensos, sacrificios y súplicas.

La sociedad turdetana estaba dividida en clases. Es de suponer que hubiera una aristocracia a la que pertenecerían los magistrados de Obulco. Los esclavos ocupaban el nivel más bajo de la sociedad. La explotación de las minas se hizo con esclavos su-ministrados por las guerras. Los reyezuelos y los dueños de las fincas contarían con un gran número de esclavos. Posiblemente hubo en la sociedad turdetana una clientela importante. Es probable que los guerreros gozasen de status social elevado, pues en Cástulo hay tumbas de guerreros en cuyos ajuares hay numerosos vasos griegos, símbolo de riqueza.

Grande debió ser la importancia económica de los campesinos y mineros. No hay datos para conocer la posición dentro de la sociedad turdetana de los metalúrgicos, alfareros y artesanos en general, pero debieron ocupar todos ellos un escalón bajo. También existió una fuerte clase de comerciantes, que serian de origen fenicio, siendo Cádiz la gran metrópoli mercantil y marítima. Sus habitantes eran los que tripulaban más y mayores naves, tanto por el Mediterráneo como por el Atlántico. Esta prosperi-dad data de antiguo, como se desprende de que importaba sarcófagos antropoides de Fenicia.

La población de Turdetania, además de ser en gran parte de origen celta, que debía ocupar las capas altas de la sociedad, contaba con un fuerte componente semita.

25

15.2. ECONOMÍA Y COMERCIO

1.- Agricultura:

Las fabulosas riquezas de la Turdetania, descritas por Estrabón, databan de muy antiguo, de antes de la conquista bárquida, aunque éstos debieron mejorarla conside-rablemente, generalizando el regadía mediante los célebres canales tartésicos, e im-plantaron seguramente en Turdetania una agricultura semejante a la suya en África.

Desde finales de la Edad del Bronce se cultivó principalmente el trigo vulgar. El trigo bético era de tipo medio, tanto en peso, como en cualidad panificadora, muy se-mejante al siciliano y menos apreciado que el procedente de la Galia. Los cartagineses introdujeron algunas novedades en el cultivo agrícola como el uso de la máquina de trillar, que ha llegado en uso hasta hoy. El cultivo del olivo, la vid y otras plantas seme-jantes, crecían por toda la costa.

2.- Ganadería:

El ganado bovino era muy abundante, como se desprende de la localización en Tartesos del mito del robo de los toros de Gerión por Heracles.

Esculturas de bóvidos de época turdetana se conocen bastantes en los museos arqueológicos de Jaén, Córdoba y Sevilla. A la abundancia del ganado bovino aluden las monedas de época republicana de Cástulo, Vesci, Bailo y Obulco. El ganado caba-llar era también importante, si bien el caballo no se comía, se utilizaba mucho en la guerra y para la caza.

3.- Minería:

Las minas de la Turdetania fueron explotadas por los reyezuelos turdetanos, que intercambiaban los metales por otros productos a los cartagineses o mejor a los gadita-nos. Con la conquista bárquida las minas pasaron a ser propiedad estatal, al igual que las pesquerías, imitando en sus explotaciones la política seguida por los Tolomeos en sus dominios.

La riqueza en metales preciosos en Turdetania y su explotación fueron grandes. La gran cantidad de vasijas de plata de época helenística halladas en el Sur confirman esta riqueza. En el periodo turdetano se trabajaron con gran intensidad las minas de Oretania. Diodoro ha descrito el laboreo de las minas turdetanas antes de la llegada de los romanos.

Todos los metales producidos por estas minas, salvo lo que se necesitaba para la fabricación local de metales, se vendían a los cartagineses, que eran los únicos compradores.

4.- Salazones:

Estrabón alaba la riqueza fabulosa en pesca de la costa de Turdetania y señala la existencia de las principales fábricas de salazones, que remontan a un siglo antes.

Un texto de Timeo, que concede una importancia capital a la explotación del ga-rum y su comercialización, es aquel en el que afirma que el garum se exportaba a Car-tago y que lo que no se consumía en la ciudad se vendía a otros países.

5.- Comercio:

En la época turdetana, el comercio siguió siendo de intercambio. Es probable que la cerámica griega funcionara como moneda. La cerámica griega ática fue abun-dante en Oretania, Cástulo, Castellones de Ceal y en Bastetania, traída muy segura-mente por los cartagineses. Sería intercambiada, como objeto de lujo, que después se depositaba en las tumbas, habiéndose utilizado probablemente antes en los banquetes

26

funerales.

Como ejemplo del comercio de importación en Turdetania, se pueden examinar los datos que ha proporcionado el Cerro Macareno. No abundan las cerámicas griegas. Se han hallado dos kylikes áticos de barniz negro de buena calidad, de comienzos del siglo V a.C., y fragmentos de otros vasos, de crátera, etc. La cerámica griega está pre-sente hasta mediados del siglo III a.C. Las ánforas comunes hacen su aparición a fina-les del siglo VI a.C. Las ánforas griegas, que se creen de origen massaliota, aparecen en pequeñas cantidades desde finales del siglo VI a.C., y duran hasta mediados del siglo V. Transportaban vinos y se han puesto en relación con el comercio focense de vinos en tierras del Guadalquivir. Las ánforas grecoitálicas, que contenían vino itálico, comienzan a mediados del siglo III a.C. y señalan unas relaciones comerciales con Ita-lia.

15.3. RELIGIÓN TURDETANA

1.- Santuarios:

Los santuarios de Despeñaperros fueron muy visitados por los devotos en época turdetana hasta la conquista romana, pero la calidad de los exvotos disminuyó. Los ri-tuales, igual que los sistemas de fabricación de los bronces, son los mismos de la épo-ca tartésica. Las estatuillas recuerdan a las korai griegas o etruscas. Se imita torpe-mente el sinuoso contorno de las piernas, espalda y cintura.

Plinio menciona la isla consagrada de Juno (Tanit), que se identifica con la Isla de león, en Cádiz. El ara y el templo de Juno junto a Ébora, en la desembocadura del Guadalquivir, quizás sea el de lux Dioina o Phosphoros, recordado por Estrabón y el promontorio de Juno es citado por Mela entre el Estrecho y Baesippo. Como escribe Apuleyo en su Metamorfosis: “es la divinidad única a quien venera el mundo entero ba-jo sus múltiples formas, variados ritos, y los más diversos nombres”.

A juzgar por los datos suministrados por las monedas béticas de época republi-cana, los cultos a Tanit, a Hércules gaditano, y a un Baal metalúrgico estaban muy ex-tendidos en Turdetania, como no podía ser menos, dada la importante población semita asentada en el Sur. Es muy probable que se celebrasen desde época tartésica las Adonias en Hispalis.

2.- Rituales funerarios:

Continuó el rito de la cremación, depositándose las armas en las sepulturas de los guerreros y también joyas. Ya se ha indicado que seguramente los vasos griegos, áticos, se debían usar para las libaciones del banquete funerarios, y al igual que los latos de la Joya, se enterraban en las tumbas. En Cástulo se construyeron tumbas es-calonadas, con cámara rectangular en el centro. Probablemente estaban rematadas por un pilar estela coronado por un león, toro u oso. Sobre los escalones se colocó una cierva.

Ciervas y leones de carácter apotropaico, como en Etruria, Grecia y Fenicia, de-fenderían las tumbas en Turdetania. Otros seres de carácter apotropaico, que corona-ban las tumbas de influjo griego, fueron las esfinges y las sirenas. El lobo también tuvo un significado funerario, como lo indica la piel de lobo sobre el sarcófago de Villargordo.

La cámara sepulcral de Toya consta de tres cámaras con nichos y bancos para depositar las ofrendas y rampa de acceso, con dos carros depositados a la entrada. Se fecha en la primera mitad del siglo IV a.C. En un principio se creyó que era de influjo etrusco, pero hay se cree que es de influjo semita.

27

En Cástulo hay también tumbas vacías de cista cruzada, una en el interior de otra con pirámide escalonada de adobes y marco de pebble mosaic. Probablemente este tipo de sepultura escalonada estaba coronada por una estela y es de influjo grie-go.

Los reyezuelos, una vez muertos, estaban divinizados, al igual que en la religión semita, y como lo fueron los Bárquidas, a juzgar por sus efigies de las monedas. En la tumba escalonada de Cástulo, una placa con jinete, arrojada a la tumba, demuestra la creencia en la heroización ecuestre entre los turdetanos, al igual que el jinete de la Rambla (Jaén).

16. CONCLUSIÓN

Turdetania estaba muy poblada. Las 200 ciudades que cita Estrabón, o las 175 de Plinio, datan de muy antiguo. El siglo III es de decadencia en la cultura turdetana, a la que corresponde su máximo florecimiento desde finales del siglo VII al III a.C. A. Blanco señala que en este último siglo el influjo griego deja de actuar “con las desas-trosas consecuencias naturales: ruptura con la tradición, destrucciones sin cuento, que se suman a otras de dos siglos antes, y descenso de calidad”.

La asimilación de la cultura romana en Turdetania es reciente, y es precisamente allí, en Turdetania donde los clásicos situaron el robo de los rebaños de Gerión por Hércules, el jardín de la Hespérides, el reino de Hades, y las Islas Afortunadas. Y la erudición helenística hizo venir a Occidente a Ulises y a otros héroes troyanos, Eneas, Antenor, Diomenedes, Menelao, y otros muchos más. Lo que prueba que Turdetania fue para los escritores de época helenística un auténtico Edén, lleno de todo lujo y ri-queza.

17. LOS ÍBEROS

Tras los términos “iberia” e “iberos”, se encierran tres conceptos, geográfico, et-nográfico y cultural, cuya identidad nominativa ha provocado desde la Antigüedad una elevada dosis de confusiones.

La yuxtaposición de las ideas de tribu y cultura, que afecta a la historiografía contemporánea, parece que tampoco fue ajena a los escritores de la Antigüedad. Pare-ce que el término de pueblos iberos se aplica en las fuentes, en oposición a los tartési-co y ligur.

Avieno recoge en un periplo del siglo VI a.C. una dispersión de los iberos que abarca desde el Cabo de la Nao hasta el Ródano. Esto permitirá identificar los pueblos iberos con la expansión en la segunda mitad del siglo VI a.C. en el área costera, desde Alicante al Languedoc, del horizonte cultural ibérico antiguo y la consiguiente uniformi-zación cultural que éste conlleva.

El fenómeno, implique o no una expansión de grupos humanos, afecta a territo-rios con substratos diferenciados, abiertos desde fechas anteriores a influjos fenicios y griegos y en los que se había producido previamente una llegada de elementos cultura-les indoeuropeos. La lengua que subyace bajo los textos escritos en alfabeto ibérico - levantino parece ajena a lo indoeuropeo, pero los resultados de los estudios de Pérez Rojas abren una vía hacia esta posibilidad.

No obstante, el iberismo pleno, fruto entre otros aspectos de una fuerte heleni-

28

zación de las poblaciones costeras, nos sitúa ante un mosaico de grupos regionales diferenciados tribal y culturalmente. Muchos de los elementos de cultura material y es-piritual que caracterizan a la “civilización ibérica” tendrán su foco de dispersión en zo-nas ajenas a las “tribus ibéricas”, siendo por ejemplo especialmente relevante en el Su-reste el papel desempeñado por los pueblos mastieno-bastetanos y oretanos. Estos últimos serán los principales responsables de la iberización de la Submeseta Sur, en tanto que la difusión de los elementos culturales ibéricos por el Valle del Ebro tendrán su origen en los grupos edetano-ilergetes, en un proceso al que no es ajeno el expan-sionismo de estas poblaciones.

17.1. EVOLUCIÓN DE LA CULTURA IBÉRICA

1.- Época de formación:

Puede estructurarse en dos fases: un primer periodo orientalizante y otro segun-do de helenización progresiva, cuyo florecer determinará la aparición de lo que pode-mos considerar como ibérico pleno.

El periodo orientalizante será producto fundamentalmente del comercio fenicio, con elementos mediterráneos de origen diverso, dentro de los cuales juega un impor-tante papel el mundo Egeo, sobre todo a finales del siglo VII. No podemos aún hablar de cultura ibérica, sino en general de una facies orientalizante de las culturas regiona-les del Bronce Final.

La fase de helenización arranca de una sustitución gradual el Este y Sureste de la presencia activa fenicia a partir de mediados del siglo VI, firmemente asentada ya a comienzos del siglo V. El fenómeno es anterior en la costa noreste de Cataluña, donde desde el 575 se distribuyen la cerámica jonia y gris griega de occidente. Será ahora cuando realmente pueda ya hablarse de un horizonte ibérico antiguo y de una disper-sión amplia de las cerámicas pintadas típicamente ibéricas.

La cristalización definitiva de la facies cultural indígena, que prácticamente se mantendrá con ligeros matices hasta la llegada de Roma a la Península, es un hecho producido en la segunda mitad del siglo V y fundamentalmente hacia su final. El hecho cultural, que se liga a un incremento demográfico y a una nueva expansión geográfica de las formas materiales ibéricas, surge básicamente de un nuevo impulso helenizador, cuyo exponente cuantificable más palpable es la masiva llegada de las cerámicas áti-cas en el último cuarto del siglo V y el tránsito al IV.

El hecho es especialmente tangible en el Sureste, donde se produce una prolife-ración de nuevos asentimientos, adquiriendo un papel excepcional de la vía del Segura. En el Noreste, según Mª. A. Martín, la creciente influencia ampuritana crea un proceso durante los últimos años del siglo V que desemboca en el primer cuarto del siglo IV, en la existencia de una cultura material con rasgos originales, en especial en las cerámi-cas a torno pintadas.

Para el área entre el Júcar y el Ebro no ha sido señalada esta renovación de elementos materiales y núcleos de población, trazándose el inicio de la plena iberiza-ción con el siglo V. Así, a finales del siglo V a.C. hay que situar la eclosión del mundo ilergete, cuyo poblado característico supone un cambio de hábitat y el paso a la sis-temática ocupación de lugares elevados.

La iberización de la cultura material de la parte oriental de la Meseta Sur será también un fenómeno publicable a fines del siglo V a.C., a partir del área más sudorien-tal que se encontraba inmersa en la corriente cultural general del sureste peninsular desde el periodo orientalizante.

Por lo que respecta a Turdetania, mantiene su personalidad propia, por el fuerte

29

peso específico de lo tartésico, pero no fue ajena a esta inundación de producciones áticas.

Tras la convulsión cultural que se produce a finales del siglo V quedarán fijadas unas formas materiales y posiblemente sociales y económicas internas y que perdu-rarán, con muy escasas innovaciones, hasta la llegada de los Bárquidas a la Península. La potenciación del comercio interno de las distintas áreas y el mantenimiento de las técnicas y organización alcanzadas en las actividades agropecuarias permitió, que las cotas demográficas permanecieran inalterables.

2.- Facies tardía de la Cultura Ibérica:

La llegada de los Bárquidas y los acontecimientos que se desarrollan en la Península a partir de esta fecha provocaron la paulatina transformación de la estructura socioeconómica de los pueblos ibéricos y la progresiva sustitución de sus manifesta-ciones de cultura material por las romanas.

La situación llevará aparejado un incremente del comercio y los contactos tanto con el exterior como de las distintas regiones peninsulares entre sí, provocará un dina-mismo creativo dentro de la cultura ibérica, del que nacerán una serie de expresiones formales totalmente nuevas y a su vez plenamente propias. Las acuñaciones moneta-les indígenas, un último momento de esplendor de la plástica ibérica, o las nuevas pro-ducciones cerámicas con inclusión de esquemas decorativos de representaciones zoomorfas, antropomorfas y escenas de la vida cotidiana o de la tradición épica y mi-tológica, son ejemplos de lo que decimos.

Paralelamente a este renovación cultural, se produce un incremento de la pre-sión e influencia de sus formas culturales en las áreas limítrofes. Será a partir de esta fecha cuando más palpable sea el peso de lo ibérico en la cultura celtibérica, tanto por la aparición de las cerámicas pintadas, como por la expresión del alfabeto ibérico-levantino, hecho que no debe ser anterior al siglo II a.C.

3.- Perduración del iberismo en la sociedad Hispano - Romana:

Las áreas culturalmente ibéricas de la Península son las que sufren una mas pronta y profunda romanización.

Son diversas las evidencias e influencias de los prerromano en la sociedad y la cultura hispano - romana del área ibérica. Por ejemplo la perduración de ciertas institu-ciones como la clientela o la devotio ibéricas. En el terreno religioso, ha sido estudiado el proceso de sincretización de las divinidades, la permanencia de los lugares de culto e incluso el papel que la heroización de los caudillos militares indígenas tendrá para explicar la posterior extensión del culto al emperador en España. En el plano de la cul-tura material baste citar la adopción, por parte romana, de determinadas armas indíge-nas o la perduración de las cerámicas pintadas que llegan a conectar con las primeras producciones medievales.

Es innegable la vinculación del fenómeno urbano con la romanización del territo-rio y la población. Los núcleos urbanos del área presentan una distribución litoral, no constituyendo en el resto agrupaciones mayores que sus precedentes prerromanas.

En resumen, se piensa, que junto al peso e influencia que determinados elemen-tos de la cultura prerromana ibérica tuvieron en la cultura oficial hispanorromana, la pervivencia fundamental del iberismo se dio en las zonas rurales, donde se mantuvo la esencia ideológica de la población, con una cultura propia y marginada más que margi-nal, con respecto a la oficial.

30

17.2. ECONOMÍA Y COMERCIO EN LAS ÁREA DE CULTURA IBÉRICA

La base fundamental de la economía ibérica será la agricultura y en menor me-dida la ganadería. El otro gran sector, e importante para explicar el proceso histórico, social y económico de los pueblos ibéricos, será la minería. Los avances técnicos que se introducen en la agricultura y minería hicieron posible la existencia de unos exce-dentes de producción comercializables. Por otra parte, también las mejores técnicas en determinadas actividades artesanales, que permiten su industrialización y la existencia de una demanda de productos artísticos y suntuarios, determinará una profesionaliza-ción de ciertos sectores, abriendo el consiguiente proceso hacia la división del trabajo.

1.- La propiedad:

Hay que considerar al conjunto de los pueblos ibéricos como sociedades ya en tránsito hacia un sistema de clases y de propiedad privada de los medios de produc-ción. Por otra parte, la escasa mecanización hace de la fuerza de trabajo el principal bien a poseer, dado su carácter de elementos fundamental de la producción. Su apro-piación por la clase dominante se producirá a través de las distintas formas de servi-dumbre que se revelan en la sociedad ibérica o mediante la inserción del individuo libre en actividades productivas comunicarais, cuyos excedentes son controlados, comercia-lizados y rentabilizados básicamente por la “aristocracia”.

Respecto a la propiedad de la tierra se ha defendido la existencia de grandes te-rratenientes entre los íberos o de una posesión individualizada por familias. Sanahuja plantea la existencia de una división de la tierra en parcelas trabajadas por familias, que tendrían su usufructo y pagarían tributos al Estado, que detentaría su propiedad. La base de la explotación económica seria la tributación, siendo el único propietario el Estado, que es el que se apropia del excedente.

En lo que respecta a la ganadería, puede pensarse en un sistema comunal, y a esto apuntarían determinadas estructuras constructivas que se han relacionado con sistemas o recintos colectivos para guardar el ganado, otros aspectos nos señalan un carácter privado. Así por ejemplo, el carácter del caballo como exponente del prestigio social de su poseedor.

2.- Agricultura:

El carácter avanzado de la agricultura ibérica nos viene señalado por la presen-cia de animales de trabajo, el uso del arado y la existencia del regadío, que permitió una agricultura de huerta en las márgenes de los ríos y junto a los nacimientos de agua. De mayor importancia económica resultaría la agricultura de secano: cereales, vid, lino o esparto. Al mismo tiempo las labores de recolección seguirán manteniendo un cierto papel en la dieta alimenticia.

3.- Ganadería:

No creemos que pueda pensarse en la existencia de grandes rebaños, excepto en las zonas montañosas y en las dehesas andaluzas para el caso de los bóvidos. Ca-ro Baroja ya señaló la imposibilidad de la gran trashumancia en un sistema político tan fragmentado. Por ello se piensa que el modelo mas generalizado sería la vinculación del ganado con la pequeña economía familiar, bien como auxilio para el trabajo, bien como complemento para la alimentación o la obtención de cueros o lana.

El caballo tuvo gran importancia social por su uso para la caza y la guerra. Las pieles de bueyes figuran en listas de tributos y regalos en grandes cantidades; también se usaron como auxiliares en las tareas agrícolas y para el transporte.

31

Ovejas y cabras fueron abundantes, y los estudios sobre restos óseos muestran por lo general un predominio de animales adultos, lo que hace probable su aprovecha-miento como productores de lana.

No existen claras referencias sobre la cría del cerdo, aunque los restos óseos presentes en los poblados permiten suponer su importancia como productor de carne.

4.- Caza y pesca:

La importancia de la caza en la sociedad ibérica encuentra su principal demos-tración en las decoraciones cerámicas. En ellas vemos escenas de caza a caballo, con redes y lazos o cepos. En otra escena de Liria se reproduce una posible red para cazar pájaros. La paloma es reiteradamente reproducida en la plástica. El conejo era cazado con hurón.

Los textos clásicos ensalzan la riqueza piscícola de las costas peninsulares. F. Gracia supone “la existencia de una fuerte industria pesquera radicada en torno a las colonias griegas y poblados indígenas helenizados del norte de Cataluña y Sur de Francia. En el Sur la floreciente industria de salazones y “garum” estuvo siempre ligada al ámbito colonial fenicio - púnico.

5.- Industria textil:

La actividad textil tuvo un carácter familiar. Parece ser una labor vinculada a la mujer. Junto a la lana, las materias textiles más importantes fueron el lino y el esparto. En época romana se citan como productores de lino en el área ibérica la costa ampuri-tana, Tarraco y sobre todo Saitibi (Játiva).

El esparto se utilizó para redes y aparejos de barcos, cestas, gorros, zapatos y Plinio dice que de él hacían sus vestidos los pastores. D. Rivera y C. Obón consideran probable la existencia ya en este periodo de un amplio cultivo del esparto en laderas poco productivas para otro tipo de cultivo.

El empleo del huso y la utilización en el mismo de las fusayolas ha sido consta-tado y es segura la utilización del telar vertical de pesas y del “telar de placas”. Parte de las telas ibéricas eran teñidas antes de ser utilizadas. La combinación de colores en algunas piezas indica la utilización de fibras previamente teñidas.

6.- Otras industrias:

Una industria casera fue la molienda de la harina, facilitada por la introducción del molino circular de dos piezas. La península fue célebre en la Antigüedad por su producción de cera y miel.

7.- Minería:

La riqueza minera de la Península es factor fundamental para explicar la ubica-ción y desplazamiento de los principales focos culturales y económicos.

En cuanto a metales preciosos, el fundamental fue la plata, que se producía en Huelva, Cartagena, Sierra Morena y en el Alto Llobregat, en las cercanías de Berga. El oro se obtenía en las arenas auríferas de los ríos, Estrabón cita las minas de Sierra Nevada. Mayor importancia en el mercado indígena debió tener la minería del hierro y del cobre.

De gran importancia económica fue la sal, fundamental para la instalación de las factorías de salazones fenicio - púnicas, y para la conservación de la carne entre los indígenas. Al margen de los yacimientos costeros se citan otros del interior, como Ege-lasta. El plomo es frecuente en los yacimientos ibéricos y se extraería junto con la plata de Cástulo y Cartagena.

32

8.- El comercio:

Junto a un intercambio activo de cada comunidad con las vecinas o próximas, es evidente la existencia de contactos y rutas comerciales entre distintas áreas distantes entre sí. Este comercio interior debió estar en manos de mercaderes o buhoneros indí-genas. Es clara la importancia que para el enriquecimiento de ciertos poblados y de su aristocracia incluso para la formación de ésta, tuvo el control de los pasos y rutas co-merciales.

Este comercio interior usaría para el transporte animales de carga y carretas. Por lo que respecta al transporte fluvial, García y Bellido ya recopiló los datos de los textos clásicos sobre la navegabilidad de los ríos peninsulares y conocemos por los textos la existencia de barcos fabricados con un solo tronco.

Respecto al comercio exterior, no parece aventurado afirmar que el comercio marítimo se halló por entero en manos de colonos fenicio-púnicos y griegos y mercade-res ajenos a la población ibérica. Si para el periodo orientalizante son abundantes los materiales que pueden atribuirse al comercio fenicio, más difícil es determinar para época plenamente ibérica que elementos de cultura material han sido aportados por comerciantes cartagineses o ligados al área fenicia occidental. Hay que suponer al co-mercio cartaginés como responsable de una parte de las importaciones de vajilla ática. En cuanto al comercio griego, su exponente más palpable lo constituye la difusión de sus productos cerámicos, que llegarían a inundar a finales del siglo V a.C. los poblados indígenas. Muy escasos son los materiales de factura etrusca.

Por lo que respecta a las exportaciones de la Península, no creemos que fuera relevantes en cuanto a los productos agrícolas o ganaderos en época prerromana, li-mitándose en todo caso a aquellos producidos en el hinterland de las factorías colonia-les. Es posible pensar en la exportación de lino e incluso de prendas ya manufactura-das por parte de un centro como Saitibi. Pero sin lugar a dudas, lo que fundamental-mente condicionó la presencia colonial en la Península fue el comercio de metales. Es sobradamente conocido el papel de intermediario en el comercio del estaño atlántico que efectuó el sur peninsular. Hierro, plomo y oro debieron también se objeto de expor-tación y el minio ibérico se cita ya en el siglo IV, pero fueron la plata y el cobre los más importantes.

17.3. INSTITUCIONES SOCIALES Y POLÍTICAS DE LOS IBEROS

1.- Sistemas de organización política:

En el momento de la llegada de Roma a la Península, los pueblos ibéricos pare-cen presentar una diversidad de sistemas de organización política que nos sitúa ante una realidad compleja. Por lo general se nos presentan sistemas monárquicos que evo-lucionan hacia la monarquía.

La realidad de los sistemas monárquicos allí donde los hubo debió ser diversa según la tradición de los mismos. Asambleas comunicarais, Senados aristocráticos y consejos de pueblos aliados aparecen en diversas fuentes como responsables de la toma de decisiones, en ocasiones como reflejo de sistemas políticos ajenos al monár-quico y en otros casos como instituciones compatibles con la monarquía.

Dentro del área ibérica, Oretania y Turdetania parecen las regiones donde el sis-tema monárquico se encontraba mas desarrollado. Los textos griegos nos hablan de la existencia de un “basileus”, que parece controlar territorios relativamente amplios, don-de se engloban varias ciudades con sus respectivos campos y establecimientos meno-res. Estos “basileus” aparecen actuando plenamente en nombre de la comunidad, es-

33

tableciendo pactos y firmando alianzas que obligan a esta última.

Para el Sureste y la Contestania, la fuerte helenización permite pensar en un asentamiento de la ciudad como unidad política y las sepulturas, con monumentos del tipo pilar-estela, reflejan la existencia de una aristocracia, que posiblemente llegará a cristalizar en la aparición de reyezuelos.

Para Cataluña y el Valle del Ebro, podríamos pensar en un mayor peso de las estructuras tribales. Dejando al margen el caso de los ilergetes, no parece posible hablar de la existencia de reyezuelos en el sentido correcto de la palabra.

2.- Instituciones de carácter comunitario:

Dentro de este tipo de instituciones cabe citar primeramente el “hospitum”, me-diante el cual un individuo extranjero pasa a ser miembro de una comunidad. Existieron pactos entre ciudades, como el de Sagunto con Roma, o entre tribus. En estos últimos casos parece claro que se trata de alianzas coyunturales y de carácter bélico, no tenido noticias sobre como se articularían y con qué objetivo en tiempos de paz.

3.- Clases sociales:

La cúspide de la sociedad ibérica aparece ocupada por la aristocracia de origen económico, tribal o militar. Este grupo se fue articulando en una graduación en la que, al menos en las sociedades meridionales, el vértice será ocupado por los “basileus” con un escalón inferior en el que situarían los dinastías de los distintos poblados. Íntima-mente ligada a la clase dirigente se halla la clase militar. Esto traería consigo la exis-tencia de auténticos soldados profesionales, desligados de cualquier otra actividad pro-ductiva.

Las clases medias estarían representadas por los mercaderes y transportistas y posiblemente por los artesanos especializados, que estarían vinculados a productos de interés económico o prestigio social, pero no tendrían en sus manos el control de la comercialización y no rentabilizarían en su beneficio de forma directa sus productos. Su aprovechamiento estaría en manos de la comunidad y más concretamente en manos de los dirigentes de la misma.

En la base de la pirámide social se encontraría una gran mayoría de la pobla-ción, cuyo status dependería del de la propia comunidad en que se insertaban, domi-nante o dependiente. Finalmente habría que citar a los siervos de tipo personal.

No parece existir entre los iberos una clase sacerdotal. Se han interpretado co-mo sacerdotisas una serie de representaciones en exvotos o esculturas y es innegable que la existencia de santuarios debe llevar aparejado un número de servidores del templo.

17.4. EL ÁMBITO RELIGIOSO DE LOS PUEBLOS DE CULTURA IBÉRI CA

La religión ibérica podría resumirse como un animismo mágico de la naturaleza, girando en torno a la idea de salud como conservación e incremento de la vida en to-dos los niveles. Esta religión se integra en un tipo de religión predominante en el mun-do antiguo, en el que los orígenes de la nación y de la religión se confunden. Son reli-giones que no han tenido fundador, no han predicado una salvación individual, pero tienden a la conservación e incremento de la vida del cosmos y de la comunidad.

1.- Los dioses:

Dioses semitas recibieron culto entre las poblaciones indígenas del área ibérica: Melkart, Astarté-Tanit, Baal-Hammon y Adonis. Por lo que respecta a la influencia grie-

34

ga, tuvo especial incidencia el culto a la Artemis efesia, cuyos ritos fueron adoptados por los iberos, citando Estrabón santuarios en Homerocopeion y en Sagunto.

Parece haber predominio de las divinidades femeninas sobre las masculinas.

Posiblemente pueden reducirse en su mayoría a la gran madre mediterránea, cuya evolución la fue individualizando en diferentes advocaciones. Con la tierra madre A. Blanco ha relacionado una serie de damas sedentes del Sureste que coronaron monu-mentos funerarios, por lo que su carácter de protectoras del difunto parece evidente. La dama de baza y la de Elche tuvieron la función de urna cineraria. Damas entronizadas se encuentran pintadas en una urna de Galera, una fragmento cerámico de la Serreta de Alcoy o en otro monte de Santa Catalina (Murcia). Blázquez se inclina a considerar-las representaciones de Tanit-Astarté. Diosas metroacas se hallan representadas en la plástica. Identificadas con Tanit o Ártemis muestran un carácter de diosas de la fecun-didad y de los muertos.

3.- Los lugares de culto:

Los santuarios ibéricos clásicos se hallan en el exterior del núcleo principal de oblación. No son templos sino construcciones cuyo fin seria almacenar durante algún tiempo los exvotos. Estarían consagrados a númenes locales, cuyo culto tendría un carácter pragmático buscando la obtención de favores tangibles.

Los tres grandes santuarios ibéricos con exvotos de bronce son el Castellar de Santiesteban y el Collado de los Jardines, en Jaén, y el de Nuestra Señora de la Luz en Murcia. Exvotos de piedra que representan équidos caracterizan los santuarios del Ci-garralejo en Murcia y el de Pinos Puentes en Granada. Deben estar dedicados a una divinidad protectora de los caballos. El santuario de la Serreta de Alcoy presenta exvo-tos de terracota de variada tipología; debió estar dedicado a una diosa de la fecundidad que se representa en una de las piezas.

En el Cerro de los Santos (Albacete) se han hallado multitud de piezas escultóri-cas que fueron ofrecidas por los devotos. En la parte del Cerro se alza un templo de planta rectangular con dos escalinatas a los lados de la puerta y dos bancos corridos en el interior en los que se depositarían las esculturas.

En la Illeta del Campello se descubrió un posible templo con tres naves, de plan-ta rectangular, con un pórtico en uno de los lados y con dos columnas de fuste poligo-nal de piedra arenisca amarilla y cubierta con techumbre a doble vertiente de barro y ramas.

A través de los exvotos de los santuarios se han estudiado las actitudes de culto coincidentes con las que se encuentran paralelamente entre griegos, fenicios y cartagi-neses. Con ritos de fecundidad se relacionan algunos bronces con el sexo masculino o femenino bien marcado, varones con gigantescos falos o que se masturban.

En los santuarios no hay huellas de sacrificios, pero las oferentes de palomas muestran que al menos existieron estos sacrificios de aves.

Son dudosos los escasos testimonios que apuntan hacia la existencia de sacrifi-cios humanos. Ciertas inhumaciones de individuos con la cabeza cortada pueden inter-pretarse como ejecuciones en las que intervienen ideas mágico religiosas sobre el cráneo.

4.- El mundo funerario:

El rito generalizado es el de la incineración. La excepción la constituyen algunas sepulturas infantiles en necrópolis y las inhumaciones de niños en los poblados. Las

35

cenizas de la cremación se depositaron generalmente en urnas, que a su vez se colo-caron en fosas ovales o bien en los casos de los nobles bastetanos en tumbas de cámara. El ajuar se disponía, frecuentemente fragmentado, en el interior del nicho o dentro de la urna. El nicho se cerraba de diversas maneras, recubriéndose en ocasio-nes con un túmulo que en las sepulturas más ricas del Sureste se presenta escalona-do, llegando a alcanzar hasta los siete metros de lado. En Pozo Moro y Cástulo, pavi-mentos de guijarros rodeaban algunos túmulos.

En un área que por el momento puede constreñirse a Oretania y Contestania, las

grandes sepulturas correspondientes a la clase dominante se coronarían con monu-mentos turriformes como el de Pozo Moro o de tipo pilar-estela rematado habitualmente por una gola como soporte de una escultura de animal, que cumple misiones apotro-paicos y de tránsito.

Lo normal es que bajo un túmulo se halle un solo nicho. En algunos casos la se-pultura no contiene nada en su interior, por lo que hay que suponer que se construyó una tumba para el difunto aunque no se hubiese podido recuperar su cadáver. El análi-sis de los restos humanos de la necrópolis de Pozo Moro ha demostrado la asociación en cuatro casos en el mismo nicho, de una mujer y un niño de uno a dos años; parece, pues, que se les quema juntos cuando han fallecido ambos en el mismo momento, ya sea por una posible enfermedad infecciosa que afectase a ambos o tal vez podamos encontrarnos ante una forma de sacrificio del hijo ante la muerte de la madre.

Respecto al ritual funerario nada se sabe sobre estos, pero sí que la cremación se realizó sobre la tierra o en hoyos excavados en ésta. En ocasiones se aguardaba a la total combustión y enfriamiento (más de 24 horas) y en otras se apagaba el fuego para proceder a un enfriamiento rápido. Los restos se recogerían con una pala, bien indiscriminadamente junto a los carbones o efectuando una cuidadosa separación de los huesos.

18. LOS PUEBLOS MASTIENOS Y LA BASTETANIA

1.- Mastienos:

El periplo de Avieno ubica a los mastienos junto a los libiofenicios al este del río “Criso”. Habría que ubicar Massia entre el cabo de Gata y el de Palos, junto a un puerto situado en un profundo golfo. Esto ha llevado a identificarla tradicionalmente son la ubi-cación actual de Cartagena, lo que hasta el momento carece de confirmación arque-ológica.

Hecateo cita a los mastienos como una tribu cerca de las columnas de Hércules y entre sus ciudades cita Mastia, Mainobora (Mainake) y Sixo (Almuñécar). De todo esto parece deducirse una extensión por la costa que abarcaría desde el río Guadiaro hasta el Segura o el Cabo de Palos, extendiéndose por el interior hasta Sierra Nevada y el Sistema Bético, alcanzando posiblemente la cuenca sur del alto Guadalquivir, en las actuales provincias de Jaén y Granada.

Habría, pues, que poner en relación con los mastienos la cultura del Bronce Fi-nal y el periodo orientalizante del Sureste y costa de Andalucía oriental. En esta amplia área se evidencia matizaciones culturales regionales, consecuencia del diverso impacto de la presencia fenicia en la zona, mayor o menor contacto con los grupos e influencias del interior.

Una vez rota la unidad tartésica, los factores tendentes a la disgregación debie-ron hacerse más acusados, a la par que incidirán nuevos factores derivados de la in-

36

fluencia comercial y cultural griega y la expansión de la iberización tanto desde una perspectiva cultural como posiblemente a través de la llegada de nuevos grupos huma-nos.

El esplendor cultural que afines del siglo V a.C. reflejará el área mastiena del in-terior de Granada, permite hablar ya desde estas fechas de bastetanos.

2.- Bastetanos:

Tolomeo sitúa a los bastetanos en la costa, al norte de Baria, sin llegar a Carta-go Nova, prolongándose por el interior hasta la fuentes del Guadiana, ocupando un te-rritorio entre la Oretania al Oeste, la Contestania al Este y los celtíberos y lobetanos al Norte

37

TEMA 5. PUEBLOS PRERROMANOS (2): El interior de la Península.

19. ORETANOS Y CARPETANOS

19.1. ORETANOS

Localización geográfica e identidad.

Los datos extraídos de las fuentes textuales sobre la localización geográfica de los oretanos son poco precisos e incluso contradictorios. A grandes rasgos hay dos líneas de pensamiento en los autores clásicos: los que los sitúan en el interior y los que los hacen llegar hasta la costa.

Plinio, los ubica en el interior, en torno al Tajo. Tolomeo entre el Guadalquivir y el Guadiana. En líneas generales el territorio que ocuparon los oretanos estaría delimita-do por el Oeste con la actual divisoria entre Ciudad Real y Badajoz; por el Norte, con la Carpetania, es decir aproximadamente en la divisoria entre Cuenca y Albacete; por el Sur el norte de Jaén y de Murcia; y por el Este con el área alicantina y murciana.

El límite del territorio oretano por el Este no esta aclarado del todo. Según los autores antiguos, como Artemido de Éfeso, Estrabón, contemplan la llegada hasta la costa de los oretanos. Lo más probable es que en una fecha en torno al 380-375 a.C. se produzca en la ruta del Segura un retraimiento del grupo bastetano y una expansión de nuevos grupos que originarían una zona que podría denominarse oretano-contestana. Esta zona estaría ocupado por los oretanos orientales, los cuales son cita-dos en las fuentes.

El problema de los oretanos germanos, que Plinio y Tolomeo citan, se ha vincu-lado tradicionalmente con el de elementos que pudieron llegar a la Península con las denominadas invasiones indoeuropeas.

La importancia de los elementos indoeuropeos en el conjunto de la Oretania, como nombres, datos arqueológicos, etc. es clara.

En definitiva se puede hablar a nivel de cultura material, pese a la existencia de elementos comunes, de dos zonas con claras diferencias, la Oretania occidental y la oriental, incluso en su nivel de "iberización cultural".

Sociedad y Economía.

López Domecha ha defendido la ganadería como la base de la economía. Sin negar el papel de la ganadería, el desarrollo de la agricultura fue también un hecho. Respecto a la minería, creemos que los dos centros mineros fundamentales de la Ore-tania fueron Cástulo y Sísapo. Tanto por sí mismos como por las rutas comerciales que pasan en torno a las cuales se articulan los principales núcleos de población.

En nuestra opinión buena parte de la política comercial griega y fenicia-cartaginesa en el Sureste se basa en el acceso a las riquezas mineras oretanas. Por tanto la producción no se enfoca sólo a la demanda interna, sino también, y fundamen-talmente al comercio exterior. En el siglo VI a.C., podemos hablar de fenicios asenta-dos en Cástulo, y la explosión demográfica de la ciudad a finales del siglo V a.C. es acompañada del fuerte impulso comercial griego.

38

La creación de riqueza y la necesidad de asegurar las rutas comerciales, darían lugar a un dinámica interna que unido a los intereses de las potencias coloniales, crista-lizaría en una jerarquización piramidal de las distintas comunidades entre sí y de los individuos dentro de cada comunidad, hasta la aparición del poder centralizado. Turde-tania y Oretania son los únicos territorios donde las fuentes no explican claramente la existencias de auténticos "basileus" a la llegada de Amílcar Barca.

La existencia de una aristocracia queda patente en las necrópolis. Por otra parte las diferencias de sepulturas lleva a Almagro Gorbea a plantear la diferencia entre "ba-sileus" y "dinastas" locales. El carácter de heroización de estos monumentos hablan de un cierto nivel "sacro" de la realeza. Tal vez, asumieran funciones de la realeza.

De los bronces se puede deducir la existencia de una clase militar. Pero no esta claro del todo, pues casi toda la población masculina es enterrada con armas. Su inclu-sión en el ajuar funerario respondería a algún significado ideológico más que de función social.

La existencia de esclavos públicos o privados es polémica.

19.2. CARPETANOS

Localización geográfica.

Los límites geográficos extraídos de las fuentes son confusos. Polibio y Livio los sitúan al sur de los vacceos. Estrabón los sitúa al norte de los oretanos y más lejos los vettones y vacceos. Tolomeo los ubica al sur de vacceos y arévacos, etc. Además se añaden los problemas que plantea la expansión celtibérica, que fue frenada por Roma. En líneas generales, la Carpetania estaría delimitada al norte por Guadarrama, al sur por la divisoria entre las actuales Albacete y Cuenca, al Oeste por la región de Talavera de la Reina, y al este por el río Júcar.

Aspectos sociales, económicos y religiosos.

La información arqueológica sobre la Carpetania en la Edad del Hierro II es ex-igua. Junto a poblados asentados más o menos fortificados con viviendas cuadrangula-res con zócalos de piedra y alzado de adobes, perduran los llamados "fondos de caba-ña" en zonas llanas, y el hábitat en las cuevas.

En el terreno artístico destaca la presencia de una plástica que refleja influjos meridionales. En una vivienda de El Cerrón (Illescas) se ha encontrado un relieve en pasta de adobe, con representación de un desfile ritual de dos carros guiados con auri-gas, de influencia celta, y de un grifo de origen oriental cerrando la escena.

Un aspecto que identifica al grupo carpetano es la cerámica jaspeada o con de-coración imitando madera.

Los estudios arqueológicos del mundo cultural de Cogotas I, demuestran la con-tinuidad de las formas de vida frente a la síntesis paleoetnológicas tradicionales en las que irrumpirían gentes indoeuropeas.

Desde el siglo VII a.C. comenzaron a penetrar una serie de influjos meridionales, a lo mejor en relación con el creciente foco tartésico. Posteriormente harán su aparición elementos de Campos de Urnas: nuevos tipos de poblado, rito funerario de incinera-ción, introducción de la siderurgia y cerámicas relacionables con el área cultural surgida en torno al Bronce Final en las altas tierras limítrofes del Sistema Ibérico.

Almagro Gorbea se inclina a ver en estos cambios, más que la llegada de nue-vas gentes, el resultado de sucesivas adaptaciones e innovaciones. En esta evolución

39

la estructura socio-económica cambiaría. Tendencia a la jerarquización social, intro-ducción del arado y la trashumancia ganadera, aumento demográfico y de la inestabili-dad. Lo que con lleva una nueva organización defensiva y económica del territorio.

Uno de los aspectos que más llama la atención de las fuentes textuales es la mención en la Carpetania de reyes. Es difícil saber que tipo de institución sería, y hasta que punto se aproxima más a las monarquías meridionales e ibéricas o a los "princeps" celtibéricos.

Por otra parte la reciente expansión de los celtibéricos sobre el substrato carpe-tano podría marcar una clara diferencia entre estas élites militares y la masa autóctona de población. La cual estaría encuadrada en el sistema de gentilidades como base de la estructura tribal.

20. LOS CELTAS DE EBRO MEDIO. (CELTIBERIA ORIENTAL)

20.1. LOS BERONES

En algún momento de la I Edad del Hierro, entre el 700 y el 500 a.C., se asenta-ron en su solar histórico ¿área riojana? El significado de "berones" equivale a armados, lanceros.

Al igual que sus vecinos y aliados los autrigones, no son situados por los autores en la Celtiberia clásica, pero se trata, sin duda, de gentes célticas y han de negarse las opiniones que los incluyen entre los pueblos autóctonos superficialmente celtizados o indeoeuropeizados.

Su territorio era fronterizo con los de várdulos, autrigones, pelendones y túrmo-gos, siendo importante límite con estos tres últimos la Sierra de la Demanda. Su ciudad principal se llamaba Varia o Vareia, sobre el Ebro.

20.2. TITOS, BELOS, LUSONES

Las fuentes son muy parcas en detalles acerca de los celtíberos citeriores (titos, belos y lusones), pobladores de las tierras en torno a los ríos Jalón, Jiloca y Huerva. Los textos de estos celtíberos, aun siendo tan pocos, forman hoy el corpus más impor-tante del celta antiguo continental de que se dispone.

20.3. LA TERCERA CELTIBERIA

Los autores antiguos fueron muy escuetos en sus referencias a todas estas gen-tes. Los berones, al igual que los vascones sólo son nombrados, y muy parcamente, en las guerras sertorianas. Si al comienzo las fuentes se muestran dubitativas en la delimi-tación por lo que se entendió por Celtiberia, más tarde, a medida que la conquista pro-gresaba territorialmente, ésta apareció ceñirse a dos grandes ámbitos principales. Por una lado, los arévacos controlando la Celtiberia Ulterior, y por otro, la tierra de los titos, belos y lusones o Celtiberia Citerior.

Pero hay un aspecto a resaltar y no tenido en cuenta. El interés de Roma por el control de las márgenes del Ebro. La cual se realizó muy tempranamente; por lo que las fuentes posteriores no trataban dicho territorio (márgenes del Ebro) como hostil ni por conquistar. Se trata de territorio pacificado y sometido, verdadero "limes" romano en los que se instalan campamentos legionarios.

40

De ahí que los autores modernos se pregunten a menudo a que pueblos celtibé-ricos han de atribuirse zonas de tan notoria importancia estratégica y económica como el área de Caligurris y la zona moncaína. De todas formas las primeras acciones roma-nas pacificaron dichas tierras sin que peligrase su control.

20.4. LAS CIUDADES CELTIBÉRICAS

Los estudios de la arqueología han demostrado un proceso de importante altera-ción en el hábitat del área. Entre el siglo II-I a.C., se conocen un centenar de yacimien-tos celtibéricos que se reducen a una cuarta parte; y llegan a sobrevivir al asentamiento romano, entrando en la Era, en torno a una docena. Hay, pues, el engrandecimiento de unas ciudades en detrimento de otras que van perdiendo su función urbana. Y ha de observarse que este proceso empieza antes que la llegada de los romanos. Por otra parte, cuando las ciudades celtibéricas comienzan las acuñaciones monetarias, algu-nas ciudades (las que acuñaban plata y bronce) hegemonizaban a otras (las que sólo acuñaban bronce).

Además hay una gran regularidad en el hecho de que, en cada comarca, tan sólo era una ceca la que emitía metal precioso (así, en el Jalón, la bela Segeda, pero no Bílbilis ni Tierga). Como no se trata de una conducta aleatoria, se deduce que éstas dominaban políticamente un territorio amplio, en el que existían otras civitates de me-nor entidad.

Otros datos corroboran que la existencia de ciudades propiamente dichas entre los celtíberos es más antigua que la llegada de Roma. La ciudad de Complega-Kemelon, en 181, el caso de Segeda en 154, la cual crece a raíz de la decisión política de unos gobernantes de controlar un ámbito territorial en función de la ciudad misma, al exigir a los habitantes de poblaciones circundantes a ocupar Segeda; produciendo re-formas urbanas como la remodelación de las murallas. Dicho acto preocupó a Roma pues veía el crecimiento de una fuerte estructura centralizada y de articular unitaria-mente un territorio hasta ahora deshilvanado y de fácil conquista.

Por otra parte, las mismas fuentes clásicas continuamente se refieren a oppida o poleis, llamándolas por su nombre y, a veces, adjetivándolas de modo que no cabe du-da de que se trata de una ciudad ("nobilisima", "segura", etc.). La guerra se hace fre-cuentemente contra ciudades.

En algunas ocasiones las fuentes mencionan a un embajador, portavoz o jefe y se señala no la pertenecía étnica de éste, sino su ciudad de procedencia. Además si-guen existiendo otros marcos de desarrollo de la vida social como la etnia o tribu, la familia amplia, etc.

Es muy importante mencionar que los celtíberos, inicialmente, debían de haber organizado coaliciones muy amplias, aprovechando, esa especie de "continum" cultural céltico en el que podemos incluir a titos, belos, lusones, arévacos, sussetanos.

También hay que mencionar que los indígenas de la "Celtiberia romana" forma-ron como tropas auxiliares legionarias. En el año 146, belos y titos lucharon como tro-pas auxiliares romanas contra Viriato.

Creencias celtibéricas.

Diferentes estudios sobre la religiosidad y la ética celtibérica atestiguan que el mundo de creencias y valores de los celtíberos coinciden con el resto de los celtas eu-ropeos. El guerreo celtíbero busca la inmortalidad personal a través del combate y de la herida. Hace del arma un elemento fundamental de su vida, así como de la tradición

41

épica de su pueblo. La autopercepción del combatiente le lleva a la mutilación del ene-migo caído, cortándole la mano diestra al haber perdido el arma. También la decapita-ción del caído, para conservación indefinida de su cráneo, era costumbre. Ocasional-mente se dieron sacrificios humanos.

El guerreo celtíbero, una vez muerto, es expuesto para que, devorado por las aves, participe, a través de éstas, del tránsito cósmico al más allá.

21. DEFINICIÓN Y ORGANIZACIÓN ECONÓMICA DE PELENDONES Y ARE-VACOS.

Localización geográfica.

De las fuentes antiguas, el territorio arevaco abarcaría la provincia de Soria y la mayor parte de la de Guadalajara, hasta el nacimiento del Tajo, la mitad oriental de la de Segovia y el sureste de la de Burgos. Entre sus ciudades destacan Secontia (Si-güenza), Numantia (Numancia), Uxama, Termes.

Al norte de ellos se extendían los pelendones. Plinio les atribuye Numantia y To-lomeo les asigna ciudades de Visontium, Savia. De la confrontación de la lista de Plinio y Tolomeo resulta que el territorio norte de los arévacos, se superponía al de los pelen-dones.

La teoría más aceptada es que los pelendones, de economía predominantemen-te ganadera, les correspondería la cultura de los castros del norte de Soria. La substi-tución de ésta por otras gentes agricultoras en los poblados del Duero, hacia el siglo IV a.C., formarían la cultura numantina, cuyos responsables directos son los arévacos.

21.1. Organización económica.

Las economías de los arévacos y, en mayor medida, de los pelendones, eran de carácter fundamentalmente pastoril. Las especies ganaderas comprendían ovejas y cabras, ganado vacuno y caballar.

Se ha discutido mucho acerca del carácter trashumante de la ganadería celtibé-rica. Este régimen trashumante debió estar unido al nomadismo o seminomadismo de la primera Edad de Hierro, pero con el desarrollo de la ciudad-estado a finales del siglo III y durante el siglo II a.C., dicha trashumancia se debió ir limitando a las serranías, territorio de los pelendones, algunos de cuyos castros muestran signos de población intermitente.

En algunas zonas, dentro del territorio arévaco, como las de Uxama, Numancia y Termes, la agricultura era importante. Los cultivos principales eran de cereal de seca-no, trigo y cebada, que se cultivaban en las explanadas y vegas en los valles de los ríos.

Incluso en las proximidades de los ríos como en Langa de Duero, se practicaba una agricultura mixta de cereal y huerta.

Un aspecto importante en la economía celtibérica, y en especial entre los pelen-dones y arévacos, era la explotación minera, de hierro principalmente. El centro princi-pal era la explotación de los yacimientos del Moncayo, en época celtibérica y romana, como lo atestigua la arqueología. Se desconoce el volumen de producción minera, pe-ro, en cualquier caso, no parece que fuese muy grandes.

42

Sobre la base de esta producción minera se desarrollo en Celtiberia una manu-factura importante de armas de hierro, en especial espadas. Las cuales fueron desta-cadas por los autores antiguos; según Polibio podían herir por el filo y por la punta, además de ser resistentes. Durante la segunda guerra púnica fueron utilizadas por lo romanos con el nombre de gladius hispaniensis.

Otra manufactura que alcanzó importancia dentro de la economía celtibérica fue la confección de capas de lanas, en base a los abundantes rebaños de ovejas. La con-fección de estas prendas era una actividad doméstica encomendada, probablemente, a las mujeres.

El comercio de estos pueblos, antes la conquista romana, se basaban en el trueque Posiblemente durante el dominio cartaginés y comienzos de la conquista ro-mana ya se usasen lingotes o trozos de plata en algunos intercambios importantes o para atesorar riquezas. En la primera mitad del siglo II a.C. circulaba moneda extranje-ra (ampuritana, púnica, romana e indígena) de las zonas peninsulares más desarrolla-das.

El período de apogeo de las acuñaciones celtíberas se dio durante las guerras sertorianas. Después del siglo I a. C.; se sustituye los letreos en lengua indígenas por los latinos en las monedas de los talleres que continúan sus emisiones, cuya actividad se prolonga hasta el reinado de Calígula.

22. ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA Y VIDA URBANA DE LOS PUE BLOS DE LA CELTIBERIA OCCIDENTAL. HOSPITIUM, CLIENTELA Y DEVOTIO

22.1. Organización social y política

Las organizaciones sociales básicas son: gentes y gentilates; organizaciones de parentesco que aún subsistían en la época imperial.

La organización social de estos pueblos estaba fundada sobre los lazos de pa-rentesco; éstos constituían grupos de consanguíneos descendientes de un antepasado común que recibían en latín el nombre de gentes, los grupos mayores, y gentilates, los menores.

La vida gentilicia se manifestaba en las comidas en común y por el hecho de que todos los parientes dormían en común, como arqueológicamente lo atestiguan las ca-sas en Numancia, Tiermes, donde se comía en comunidad, sentados en bancos corri-dos adosados a las paredes, en torno a un hogar central, alrededor del cual también dormía el grupo de los parientes.

De los estudios epigráficos sobre los celtíberos, además de otros pueblos de la Meseta y del norte de la Península Ibérica, se deduce que la pertenencia de los indivi-duos a la gens o gentilitas, eran más fuerte que a la familia restringida. Los individuos con el gentilicio y no con la filiación. Es decir, que a la hora de expresar su nombre era más importante pertenecer a un grupo amplio de parentesco, que podía comprender otros subgrupos, dentro de los cuales la familia era el menor. A mediados del siglo I a.C. otros factores empiezan a tener importancia, se hallan menciones a la ciudad a la que pertenece el individuo, y aparece la filiación paterna, debido a la influencia romana. Esta influencia no es aún muy fuerte, por lo que estos factores podían haber empezado antes de la conquista romana.

Por el momento en que tenemos noticias históricas de los pelendones y aréva-cos, la organización social descrita se presenta dominada por el marco urbano en de-

43

trimento de los regímenes gentilicios.

Vida Urbana

Los celtíberos vivían en distintos tipos de asentamiento humanos que las fuentes literarias denominan poleis o urbes, civitates, vici y castella.

Las poleis o urbes eran del tipo de la ciudad-estado antigua; con un núcleo ur-bano más o menos desarrollado y un entorno agarro dependiente de él.

Las civitates eran organizaciones políticas indígenas autónomas que podían te-ner o no una configuración urbana.

Los vici y castella eran los asentamientos menores y corresponden a los pobla-dos y castros característicos de estos pueblos que documentan la arqueología.

Los hallazgos arqueológicos confirman que los asentamientos de carácter urba-no se ubican preferentemente en Carpetania, los valles del Jalón y del Ebro, es decir, en aquellas comarcas más ricas, más civilizadas y donde la vida urbana de tipo romano tuvo mayor difusión, En el territorio de los arévacos y pelendones habían algunas po-leis, como Numantia, Uxama o Termes, pero la población vivía fundamentalmente dis-persa en aldeas o poblados o en torno a torres defensa que aparecen mencionadas como vici y castella. El proceso de construcción de ciudades había empezado cuando llegado los romanos, en la primera mitad del siglo II a. C. Estas ciudades se formaban por el sinecismo de distintas comunidades tribales en torno a un mismo centro urbano.

La organización política de estas ciudades contaba con una asamblea popular, un consejo de ancianos o senado aristocrático y unos magistrados, presumiblemente electivos.

La organización política de las ciudades arévacas se basaba directamente en su organización social, en la que la aristocracia gentilicia constituía el grupo dominante. Aristocracia formada por los propietarios de grandes rebaños de ganado e importantes clientelas que constituían la base de su prestigio social; la riqueza económica se plas-maba en la adquisición de una espléndida armadura, distintivo de la aristocracia indí-gena y que les daba el papel militar principal. Él órgano político de esta clase era el consejo de ancianos, que en esta época ya no correspondía a un organismo de edad. Al parecer, era el consejo el que tenía un papel político principal en las ciudades, y la Asamblea únicamente decidía sobre las propuestas que éste les presentaba. Aunque la Asamblea era la que elegía al jefe militar, cuya duración de mandato era limitada, entre los arévacos, a un año.

En ocasiones las disputas eran grandes entre el consejo y la asamblea, gene-ralmente en la lucha contra Roma. La aristocracia (consejo) era menos bélica que la del pueblo (asamblea), porque un entendimiento con los romanos les aseguraban su posi-ción dominante sobre el pueblo.

Además se elegían a otras magistraturas de carácter civil que reciben en latín el nombre de magistratus, praetor, y en lengua indígena, el de viros, veramos. Estos ma-gistrados ejercían la administración de justicia en las ciudades o actuaban como repre-sentantes de las mismas (ciudades).

La confederación tribal

A comienzos del siglo II a. C. las distintas tribus constituían una liga o confede-ración militar cuya finalidad era la defensa de las ciudades acogidas a la misma. Esta confederación o liga la componían los arévacos, belos, titos, lusones y, probablemente los pelendones.

44

A comienzos del siglo II a. C. la estructura de la confederación no era estable, sino que funcionaba según las circunstancias, como eran los ataques de los romanos. Tampoco parece que la liga como tal tuviese ningún poder coactivo sobre las tribus o ciudades que la componían, sino que podían adoptar distintas actitudes en la lucha contra los romanos según evolucionaban las circunstancias. De todas formas, según se desprenden de los autores clásicos se puede suponer la existencia de ciertos meca-nismos de control. Sabemos que los numantinos tenían guarniciones propias en Malia y Lagni. Dichas guarniciones servían para reforzar la defensa de la ciudad y, para pre-servar la fidelidad de las mismas a los arévacos.

Seguramente la iniciativa de la formación de la liga partiría de los arévacos. En todo momento es la tribu dominante por su preponderancia militar. Es evidente que de-ntro de la confederación había desigualdades que fueron explotadas políticamente por los romanos para conseguir el triunfo en las guerras.

22.2. HOSPITIUM, CLIENTELA Y DEVOTIO

El hospitium (hospicio) o pacto de hospitalidad permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros grupos gentilicios o a individuos aislados. Como el grupo gentilicio estaba formado por los descendientes de un mismo antepasado común, las relaciones con otros grupos gentilicios o individuos tenían que darse sobre la base de la personalidad propia. Por lo tanto, no se trataba de una acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la mencionada personalidad propia se perdiera. Los contrayentes del hospitium se convertían en huéspedes (hospites) mu-tuos y el pacto de hospitalidad se solía acordar en un documento denominado tésera de hospitalidad. Estas téseras son láminas de metal recortado, en muchas de ellas figu-rando dos manos entrelazadas o la silueta de animales que quizás tenían un significa-do religioso. Se ha supuesto que el hospitium, inicialmente, se acordó en plano de igualdad, pero progresivamente al surgir diferencias económicas se iría pasando a un estado de dependencia que lo habría llevado a asimilarse, en su contenido, con la clientela. La mayor parte de los pactos de hospitalidad conocidos en Celtiberia contiene ya este elemento de desigualdad.

De entre los pactos de hospitalidad descubiertos, el más famoso es el denomi-nado "Bronce de Luzaga", que registra un hospitium entre las ciudades de Arecoratas y Lutia, al que probablemente se sumaban las gentilitates Belaiocum y Caricon.

Las clientelas consisten en comitivas constituidas en torno a los individuos más importantes de una comunidad tribal. La relación entre estos individuos, generalmente aristócratas, y sus seguidores era una relación contractual basada en la desigualdad de riqueza y posición social de ambas partes; el jefe normalmente debía alimentación y vestido a sus seguidores, mientras que éstos le debían apoyo incondicional. Estas clientelas frecuentemente tenían un carácter militar.

La devotio, era una clase especial de clientela. Al elemento contractual de la clientela se añadía un vínculo religioso, por el cual los clientes de un jefe tenían obliga-ción de seguirle a la batalla y de no sobrevivirle en caso de que éste muriera en comba-te. Tales clientes reciben el nombre de devoto o soldurios.

Con la clientela y la devotio los lazos de consanguinidad no juegan ya ningún papel. Las desigualdades sociales empujaban a los individuos más pobre a ponerse en la clientela de un aristócrata que les aseguraba los modelos de vida; estos aristócratas unían a sí mismo a individuos procedentes de sus propias organizaciones de parentes-

45

co, de otras organizaciones, y a individuos ajenos a cualquier tipo de organización. Al ser más fuerte el vínculo que unía con el jefe, y a veces mediante vínculos religiosos, que el vínculo consanguíneo; estas instituciones contribuyeron a disgregar los lazos de organización gentilicia.

El mayor desarrollo de las clientelas militares en Celtiberia parece haberse dado durante el período de las guerras civiles de la República tardía, cuando los distintos políticos implicados como Sertorio, Pompeyo, César, etc. labraron importantes cliente-las indígenas.

La proliferación de estas prácticas institucionales, junto con el desarrollo de la clase aristocrática y de las estructuras urbanas, fueron los elementos principales que contribuyeron a la evolución del sistema gentilicio, a su transformación y, ya bajo el dominio romano, a su progresiva desaparición.

23. LOS VACCEOS

Localización geográfica.

Uno de los pueblos más importantes de la Meseta Central es el de los vacceos. Es, además, el único cuyos límites quedan todos incluidos dentro de esta unidad ge-ográfica.

El territorio vacceo comprendía en términos generales las llanuras centrales de la cuenca del Duero que forman la actual Tierra de Campos: la totalidad de la provincia de Valladolid, la de Zamora al este del Esla, que los separaba de los astures, el sureste de la de León, la mitad meridional de la de Palencia, el suroeste de la de Burgos, la mitad occidental de la provincia de Burgos, y una zona al norte de la de Salamanca, entre el curso del Tormes, que haría límite entre vacceos y vetones.

En estas tierras se desarrolla durante la segunda Edad del Hierro una cultura material muy semejante a la que se desarrolla en el territorio arévaco, que conjunta-mente se les definen como la "Cultura del Duero".

23.1. Vacceos, arévacos y celtíberos.

De la semejanza de la cultura material del área vaccea y arévaca y de alguna ci-ta aislada de los autores clásicos, se ha derivado en fecha reciente una cierta confusión sobre los que históricamente fueron lo vacceos, los arévacos y los celtíberos y las rela-ciones entre estos pueblos.

La confusión parte de A. Sculten que al comentar un texto de Estrabón, el cual dividía la Celtiberia en cuatro partes mientras que otros lo hacen en cinco, lanzó la opi-nión de que quizá esa "quinta parte" fuesen los vacceos. Sí, además, se le añade la semejanza de cultura material entre el área vaccea y arévaca; se ha ido elaborando una teoría que hace de los vacceos no sólo una de las partes de Celtiberia sino, la par-te más importante de la misma y, dada la difusión de dicha cultura a partir del siglo IV a. C., se ha extendido el concepto de celtibérico prácticamente a la mayoría de la Me-seta. La confusión procede del hecho de que el material arqueológico y los fenómenos y realidades históricas difícilmente pueden equipararse, ya que se refieren a facetas distintas de la actividad humana.

Los historiadores actuales están de acuerdo en que los vacceos no formaron parte de la estructura federativa celtibérica y que son un pueblo distinto de los celtíbe-ros.

46

Colectivismo agrario.

Uno de los rasgos más destacados de la organización socioeconómica de los vacceos es la existencia de una importante actividad agrícola cerealista desarrollada sobre las bases de un régimen de propiedad colectiva, y por las condiciones naturales: las llanuras centrales del Duero. La importante actividad agrícola se recoge en distintos textos clásicos referentes a las guerras del 154-133 a. C., que muestran que los nu-mantinos y arévacos dependían de aquellos para aprovisionarse de cereal. Por esta razón los romanos cuando luchan contra Numancia, atacan el territorio vacceo, no para someterlos sino para destruir o apropiarse de sus cosechas.

Con todo, las bases económicas de los vacceos eran fundamentalmente gana-deras, aunque entre ellos el complemento agrícola fuese especialmente más importan-te que en los pueblos restantes.

La existencia de formas de propiedad comunal de la tierra, característica del régimen gentilicio que constituía los fundamentos de la organización social de estos pueblos, no era exclusiva de los vacceos, sino que la hallamos también en otros pue-blos de la Meseta Septentrional.

Un documento epigráfico del mayor interés, el denominado Bronce de Contrebia, hallado en la localidad de Botorrita (Zaragoza), muestra que a comienzos del siglo I a. C. coexistían en Celtiberia formas de propiedad pública o colectiva sobre la tierra y formas de propiedad privada. La situación entre los vacceos, seguramente, no debía de ser muy diferente a la que encontramos en el Bronce de Contebria, donde, además, es la ciudad, y no los grupos gentilicios, la que aparece como propietaria de dichos terre-nos. Esta situación se daría probablemente en las ciudades vacceas como Pallantia, Cauca o Intercatia.

Organización social.

Parece que no hubo una estratificación social muy acusada, que estaría en rela-ción con las formas de propiedad colectiva, y con las necrópolis vacceas, donde las diferencias de riqueza de ajuares son mínimas. Aunque puede ser que tuvieran una actitud diferente ante el fenómeno y los usos funerarios y no prueba la inexistencia de un grupo aristocrático rico y poderoso, como en el caso de los vetones.

La base de su sistema social la constituía el régimen gentilicio. Hacia finales del siglo III y comienzos del II a. C. algunos de sus poblados habían crecido en gran medi-da y surge el fenómeno de las ciudades. Este es el caso de Cauca, de Pallantia o de Intercatia.

En un texto de Plutarco que menciona ciudades vacceas, habla sobre la existen-cia de la esclavitud, lo que ha llevado a creer en la existencia de la esclavitud. Pero la practica de cortar las cabezas como trofeo de los enemigos vencidos hace lo más pro-bable, que el desarrollo de la esclavitud entre celtíberos, vacceos, vetones, etc. fuese muy escaso en época prerromana, y sólo se desarrollo con posterioridad a la conquis-ta.

Los textos referentes a las guerras de conquista muestran que al frente de las ciudades había consejos de ancianos o senados, como entre los celtíberos, que dirig-ían al parecer el gobierno de las mismas. Es posible que además existiese una asam-blea popular que decidiese por aclamación sobre las propuestas del consejo, como pa-saba entre los arévacos, y que se reuniesen en situaciones excepcionales como la de-claración de la guerra y de la paz. Al frente de los grupos gentilicios había jefes que recibían el título de princeps o magistratus, pero de los que ignoramos cuál era la natu-raleza de su poder, duración y funciones. Por otra parte, al frente de las ciudades había

47

magistrados, que en época romana representaban a las ciudades en los pactos de hospitalidad.

24. LOS VETONES.

Localización geográfica.

Los vetones ocupan las tierras suroccidentales de la Meseta Central; de manera aproximada, las provincias actuales de Ávila, Salamanca y la mitad oriental de la de Cáceres.

En líneas generales, los vetones limitaban con los vacceos al Norte, al Este con los carpetanos, al Sur con los oretanos, túdulos y célticos, y al Oeste con los lusitanos.

24.1. Evolución cultural.

Arqueológicamente este territorio corresponde al que ocupa la cultura denomi-nada Cogotas II o, "de los verracos". Dicha cultura se desarrolla a partir del siglo V a. C. como una evolución de la cultura preexistente en la zona a finales de Edad del Bronce (Cogotas I), sobre la que influyen la progresiva llegada de pobladores indoeu-ropeos. Según los arqueólogos, a los indígenas se debería la economía pastoril tras-humante, y una cultura que presenta contactos con los pelendones del norte de Soria. A los indoeuropeos llegados a estas tierras, se los atribuye la utilización cada vez más abundante del hierro, la aparición de nuevos tipos de cerámicas, y la introducción o potenciación del cultivo de gramíneas.

El amurallamiento de los castros salmantinos y abulenses en la segunda mitad del siglo V a. C. denota un incremento de la riqueza y de los recursos de la comunidad necesarios para hacer frente al coste económico y humano (horas de trabajo invertidas en la construcción en detrimento de tareas productivas primarias: agricultura y ganader-ía) de la edificación de dichas defensas. En este incremento de la riqueza debieron de jugar un gran papel los contactos con sociedades más avanzadas del Sur de la Penín-sula y con los pueblos colonizadores, con quienes había intercambios a través de una ruta prehistórica, que dará origen en la época romana a la "Vía de la Plata".

Por otra parte la construcción de estas murallas implica unas nuevas relaciones de poder dentro de las sociedades indígenas, al orientar el excedente de riqueza y tra-bajo a obras públicas. Su desarrollo esta relacionado con los intercambios comerciales y con el nacimiento de una aristocracia guerrera atestiguada en las necrópolis. Además, el fenómeno del amurallamiento de los castros supone un paso más en la se-dentarización de los grupos tribales en torno a un núcleo fortificado.

Un aspecto importante es que estas murallas eran complejas, reforzando las mismas con paramentos internos e incluso rodeándolas, en zonas concretas, de barre-ras de "piedras hincadas" para evitar el ataque de la caballería.

25. Los verracos.

Un rasgo llamativo de los vetones, son las esculturas de cerdos, jabalíes y toros denominadas comúnmente como "verracos". El origen de estas esculturas es proba-blemente la estatuaria meridional, donde son frecuentes las representaciones de diver-sos animales con significación funeraria. Se empezaron a construir en el 500 o 400 a. C. hasta la época romana. Su finalidad se ha venido discutiendo. La interpretación más acertada hasta al momento fue la propuesta por Juan Cabré. El hallazgo durante la ex-

48

cavación de tres ejemplares in situ en Las Cogotas, a poca distancia de la puerta de entrada y alejadas de las necrópolis, le permitió señalar que tal vez estas esculturas fuesen representaciones mágicas protectoras de los rebaños, que responderían a for-mas de religión primitiva. Un reciente hallazgo en Portugal parece demostrar que estas esculturas eran objeto de un culto.

25.1. Economía.

De todos los pueblos de la Meseta Central, los vetones son sin duda los que tie-nen una economía con un carácter ganadera más marcado. Los principales recursos económicos los constituían la ganadería y, de forma complementaria, la agricultura; en su territorio había metales, oro y estaño principalmente, que abunda en el margen occi-dental de la Meseta.

La ganadería se basaba en cerdos, vacas y caballos. La especialización ganade-ra era producto tanto de su menor desarrollo económico como del medio geográfico, poco apto para el desarrollo de una agricultura importante. La cría de caballo era muy importante. La importancia de la caballería entre los vetones se hallaba atestiguada arqueológicamente por la abundancia de bocados hallados en diversos enterramientos y por los campos de piedras hincadas delante de las murallas de los castros que serv-ían de defensa ante los ataques por sorpresa de la caballería.

La economía ganadera se complementaba con la agricultura, de las que hay tes-timonio en los molinos circulares y los útiles de labor hallados en los castros. Otra acti-vidad importante sería la recolección de bellotas y castañas, probablemente por parte de las mujeres, que debió jugar un papel importante en la alimentación de los pueblos de la Meseta occidental.

Respecto a la explotación de minería y el desarrollo de la metalurgia, la cantidad y la calidad de los objetos de bronce y hierro, principalmente armas, hallados en las necrópolis de la zona, atestiguan el perfeccionamiento y el desarrollo de la metalurgia entre los vetones. Los ejemplares más significativos son las espadas halladas en La Osera y las Cogotas, con nielados y damasquinados en plata y oro, así como los bro-ches de cinturón en bronce con damasquinados de plata, que debían pertenecer a la aristocracia.; son muy abundantes también armas comunes de hierro: puñales, espa-das, falcatas, puntas de lanza. No obstante la producción metalúrgica no parece que pasara de la estructura, en pequeños talleres, de fundiciones locales o incluso de arte-sanos ambulantes que abastecían al poblado y a la comarca circundante.

Durante mucho tiempo los intercambios económicos debieron darse en forma de trueque y, después de la conquista romana, la economía monetaria probablemente no se introdujo más que en las ciudades (Capara, Turgalium.) y en los núcleos más o me-nos urbanizados (Salmantica).

Durante el siglo II a. C. parece que entre los vetones se daban las mismas des-igualdades económicas que entre otros pueblos de la Meseta (celtíberos y lusitanos) y que eran la causa del fenómeno que conocemos como bandolerismo de estos pueblos. Dichas desigualdades, se debían a la aparición de una aristocracia gentilicia poseedora de grandes rebaños que acaparaban el uso de la tierra y de los pastos. Los individuos empobrecidos en este proceso buscaban una salida económica en el pillaje de los terri-torios más ricos de la mitad meridional de la Península. Otra salida a esta situación era el mercenariado, del que tenemos datos acerca del reclutamiento de vetones por el ejército pompeyano durante la guerra civil. De todas forma el problema de la desigual-dad entre los vetones no era tan acusado como entre los celtíberos y los lusitanos.

49

Sociedad.

La organización social de los vetones estaba fundamentada sobre el régimen gentilicio. Es frecuente hallar un modelo según el cual el individuo hace constar sólo su nombre propio y de la gentilitates a que pertenece; algunas de estas inscripciones son de los siglos II y III d. C. Ello quiere decir que en una fecha tan tardía la expresión de su pertenencia a este grupo social seguía siendo importante para estos individuos, incluso más que la expresión de la propia filiación, más que la familia restringida. Lo cual impli-ca que la romanización no fue profunda.

El grupo dominante lo constituía una aristocracia militar formada por los jefes de los clanes y los individuos más ricos, a quienes pertenecen los ajuares funerarios con espléndidas armaduras de las necrópolis de La Osera, Las Cogotas, etc. Siempre se ha señalado el carácter que tendría esta aristocracia poseedora de grandes rebaños y acaparadora de tierras; pero también hay que destacar el papel de intermediarios que debieron jugar en el comercio de los metales que, procedentes del noroeste de la Península, se dirigía hacia la zona tartésica a cambio de manufacturas y productos suntuarios. Los jefes de los clanes o de los poblados, como representantes de la co-munidad, debieron de actuar de intermediarios en este comercio. Con la conquista ro-mana, esta aristocracia perdió el poder político, pero se convirtió en el poder económi-co y social principal en una región en la que la llegada de inmigrantes itálicos fue esca-sa.

Los vetones en comparación con los vacceos o los arévacos, tuvieron una so-ciedad menos evolucionada. Ello se advierte en dos aspectos fundamentales: no cons-tituyeron una estructura política tan compleja como la confederación tribal celtibérica, y tampoco existía una vida urbana importante durante este período.

25.2. LA RELIGIÓN DE LOS PUEBLOS DEL DUERO

Conocemos muy imperfectamente la religión de estos pueblos, celtíberos, aré-vacos, vacceos y vetones

Podemos dividir el panteón indígena de estos pueblos en tres categorías de divi-nidades que no son excluyentes:

* Divinidades de carácter astral, que forman el sustrato de la religión indoeuropea. * Grandes dioses celtas, iguales que en otras zonas de la Península y fuera de ella

como en las Galias, Britania. * Divinidades menores, con un culto probablemente local, cuyo carácter parece indi-

car un substrato u origen de tipo animista o totémico, y que aparecen vinculadas, bien a accidentes topográficos (montes, bosques, etc.) o a organizaciones suprafa-miliares de carácter consanguíneo (gentilitates) o de tipo territorial (castros, aldeas, ciudades, etc.).

De entre los cultos astrales, los del sol y la luna debieron ser los más importan-tes entre estos pueblos.

Entre los grandes dioses celtas, el más importante parece haber sido Lug, que con la romanización fue asimilado a Mercurio. Otras divinidades importantes eran las Matres, diosas de la fecundidad, la tierra nutricia y las aguas, cuyo culto estaba exten-dido entre los celtas y germanos.

50

Los dioses con culto exclusivamente local fueron numerosísimos. Culto a un monte, un pozo o una fuente, un río, o a los árboles. Todos estos cultos locales que pudieron estar vinculados a una determinada comunidad gentilicia o a una localidad, son las más abundantemente representados.

Desconocemos la existencia en época prerromana de templos dentro de las ciu-dades o poblados indígenas. La norma general parece ser que los santuarios estuvie-sen fuera de las poblaciones, como los recintos naturales con graderías excavadas en la roca, localizados bajo la acrópolis de Tiermes, con un conjunto de piedras de sacrifi-cios con pocillos y canales. La excepción a esta norma parecen constituirlas las piedras sacrificiales halladas en los castros de Ulaca y las Cogotas

De la existencia, organización y formas que asumía el sacerdocio sólo conoce-mos la referencia de Estrabón. Es posible que algunos caudillos militares realizasen también ceremonias religiosas en presencia del ejército. Por otra parte, es probable que los jefes locales o las cabezas del linaje en el ámbito familiar realizasen determina-dos cultos. Al lado de estas formas de religiosidad habría posiblemente manifestacio-nes de profetismo por algunos personajes, según se desprenden de los escritores clásicos.

26. LOS LUSITANOS

26.1. Orígenes y situación según las fuentes antiguas

De los pueblos de la fachada atlántica, los lusitanos eran los más numerosos y los más aguerridos. Seguramente se establecieron hacia el siglo VI a. C. entre el Duero y el Tajo, provenientes de las montañas helvéticas. Sin embargo su origen étnico ha sido muy discutido actualmente.

Para Arbois de Jubainville, eran autóctonos, es decir, una tribu indígena, que sería sometida, al principio, por los celtas y que después ayudados por los cartagineses se sublevarían hasta conseguir su independencia.

Posteriormente, Lambrino señaló que los lusitanos eran una tribu de origen celta relacionada con los lusones de Contrebia, asentada en el este peninsular. Ambas et-nias serían originarias de las montañas suizas y habrían penetrado en la Península con motivo de las llamadas invasiones célticas.

Los recientes trabajos lingüísticos de Tovar, indican que los lusitanos serían una etnia, o un grupo confederado de pueblos, de carácter indoeuropeo, pero no celtas. El problema sobre el origen y fijación está aún sin resolver.

El territorio lusitano por excelencia abarcaba desde el Duero hasta el Tajo. Su núcleo central lo constituía la Sierra de la Estrella y la estribaciones de la Sierra de Ga-ta. Limitaba por el Sur con los célticos, por el Norte con los galaicos y por el Nordeste con los vetones.

26.2. Límites, pueblos y ciudades según las fuentes antig uas (examen)

La situación de los límites fronterizos es muy discutida. No obstante, el límite norte de los lusitanos y de los turduli veteres era el río Duero. Por Occidente tenían como frontera a los turduli veteres. Por el sur limitaban con los célticos. La frontera en-tre ambos estaría al sur del Tajo. Al este estaban los vettones.

De la descripción pliniana se desprende que bajo el nombre genérico de lusita-

51

nos había diferentes pueblos, como los turduli veteri y los paesusi, cuyo origen era dis-tinto, pero muy afines en cuanto a características culturales y materiales.

Los lusitanos era un nombre genérico, que incluía a varios pueblos dependien-tes, de ellos (los lusitanos), como los paesusi, celtici, tapori y los turduli veteres.

En resumen, el territorio del extremo occidental peninsular estaba ocupado por varios grupos étnicos, de los que el más significativo era el de los lusitanos, ubicados entre el Duero y el Tajo, en la región portuguesa de las Beiras.

26.3. Organización social y política

La presencia de grupos en régimen gentilicio entre los lusitanos es muy parca. No obstante, los hallazgos que proceden de zonas cercanas limítrofes con el territorio vetón nos hace suponer la existencia de un régimen tribal para toda la región lusitana. Suposición que puede apoyarse en la relación entre clanes o tribus y divinidades indí-genas, cuyos epítetos están relacionados con los nombres de las gentilitates.

Las inscripciones lusitanas muestran que la organización tribal indígena conti-nuaba vigente aún en los siglos II y III d. C. en forma de gentilitates o clanes cuya co-hesión venía dada por la identidad de los lazos de sangre de sus miembros. Estos la-zos era más importante que los que establecía la familia restringida.

El régimen de gobierno de los lusitanos era la jefatura militar, que se daba en momentos especiales, en caso de guerra. Los caudillos, o jefes militares, se elegían en asambleas populares. La existencia de esta jefatura militar, temporal y electiva, esta demostrada. No parece que existía una regla sucesoria, sino que su nombramiento se debe a una elección en la que los factores de valor, habilidad en la guerra, etc., eran los que se tenía en cuenta.

Otra característica de los lusitanos era su facultad de adoptar a extraños a su propio pueblo. Esto se conoce como hospitium

Los guerreros lusitanos formaban un grupo social muy importante.

26.4. Organización económica

Desde un punto de vista geográfico, la región habitada por los grupos céltico-lusitanos tenía importantes contrastes entre el interior y el litoral. Igualmente se da una diversidad climática entre el interior y el litoral.

Las fuentes principales de subsistencia de los lusitanos eran la ganadería y, de manera complementaria, la agricultura, de base cerealística principalmente, aunque también existían olivos y vides, así como el cultivo del lino. Los aperos de labranza en-contrados en algunos de los castros prerromanos hablan de la existencia de los cerea-les.

El ganado era la base económica. El ganado menor, fundamentalmente, el por-cino y el ovino, era el más numeroso, aunque también criaban el bovino y el caballar. Las representaciones escultóricas nos hablan del predominio de la ganadería.

El caballo constituía un elemento de especial importancia en la economía lusita-na, como demuestra la fama de buenos jinetes de que gozaron los lusitanos en la Anti-güedad.

Ganadería y agricultura eran actividades realizadas por los hombres, mientras que la recolección de frutos silvestres, las realizarían las mujeres.

52

La caza, muy abundante en el territorio lusitano, servía de complemento a la ga-nadería y agricultura. Los principales animales cazados serían la cabra salvaje y el ciervo.

La pesca, que servía de complemento en la alimentación, debía ser muy abun-dante en sus costas y ríos.

Respecto a las relaciones de propiedad de la tierra, ésta debía ser comunal, pe-ro los ganados no; pertenecerían a las diferentes familias y constituirían la expresión de su riqueza.

El problema agrario de la falta de tierras se agravaba por la densidad de pobla-ción. Este excedente de población, sin tierras y sin ganado, constituiría la base de las raíces y del bandolerismo lusitano.

La riqueza mineral no era inferior a la agrícola y ganadera. Las fuentes literarias hablan del río Tajo, como portador de oro y, de otros ríos como el Vouga, Mondego, Alba y Sabor. No obstante, no existen yacimientos excavados que sirvan para ilustrar el sistema de explotación y la tipología del hábitat minero durante la época prerromana, durante la II Edad de Hierro.

Existen algunos poblados mineros documentados, como el Castelo Velho de Sa-fara. Sin embargo, no se puede pensar en explotaciones a gran escala, sino en peque-ños talleres para abastecer las necesidades, o de áreas restringidas; pero también pu-dieron existir algunos centros de producción más especializada relacionables con la fabricación de armas. Así lo atestigua cascos, lanzas, corazas, espadas., que no sólo se empleaban en las guerras, sino también en el ritual funerario.

A esta industria metalúrgica, de carácter guerrero, habría que sumar también la fabricación de instrumentos agrícolas o artesanos destinados a diferentes usos, así como otras industrias de tejidos de lujo, según se desprende de Diodoro.

La orfebrería presenta formas y estilos orientalizantes. Destacan los recipientes de plata del tesoro de Pedráo, el brazalete de Estremoz, el tesoro de Segura de León. en los cuales tanto la técnica como iconografía confirman el cruce de elementos célti-cos y orientalizantes típico de la orfebrería prerromana de la Meseta. Se suele atribuir el uso de estas joyas a individuos de una clase social de rango elevado, probablemente a los jefes o caudillos militares lusitanos, que serían los portadores de este tipo de jo-yas.

Entre las actividades artesanales, la producción de cerámica ocupó un papel im-portante tanto para uso doméstico como para los rituales.

Respecto al comercio, la costa atlántica lusitana mantuvo unas relaciones co-merciales muy activas desde antiguo con Andalucía. Los hallazgos de ánforas y mone-das griegas son bastantes frecuentes en todos los yacimientos costeros a partir del si-glo V a. C., aunque tal hecho no es más que la continuidad de un comercio de carácter mediterráneo y costero que venía desde antiguo.

Existía una ruta, frecuentada ya desde el Bronce Final, que enlazaba la desem-bocadura del Guadiana con Alcocer do Sal y las regiones en torno al río Sado. Este río era navegable hasta Salacia, a unos 40 Km. de la costa.

Otra ruta, tal vez de época tartésica, que tenía por objeto buscar oro y estaño, empalmaba las regiones del Suroeste con las regiones próximas al Duero a través de

53

un camino, que, en el futuro, será la Vía de la Plata.

De la zona central de los lusitanos, entre el Duero y el Tajo, hacia el interior montañoso, carecemos de toda información.

26.5. Cultura material: poblamiento y urbanismo.

El poblamiento en el área de los lusitanos.- Se ha distinguido tres áreas de po-blamiento entre el Duero y el Tajo. Estas áreas corresponden a las comarcas portugue-sas de las Beiras, Ribatejo y Extremadura y el oeste de la provincia de Cáceres.

La Beira Alta, en torno a las cuencas de los ríos Vouga y Mondego. Su sistema de hábitat es de tipo castreño. Se trata de castros dotados de un fuerte sistema defen-sivo, de foso y muralla con aparejo poligonal. Sus viviendas son circulares y se ordenan en torno a patios o zonas abiertas con una disposición semejante a la de los hábitat castreños del norte del Duero. Ejemplo: S. Martín dos Mouros. Este territorio debería estar habitado por la tribu de los pesuri.

La Beira Baja, en el litoral, en el curso bajo del Mondego. El urbanismo de estos asentamientos era a base de casas de planta rectangular, con basamentos de piedra y muros de adobe, sin compartimentos internos. Se trata de un urbanismo pseudoorto-gonal. Ejemplo: Egetania. El territorio que abarca la Beria Baja hasta la cuenca del Tajo estaba habitado por los tapori y los igaeditani.

En la Extremadura portuguesa y en la comarca del Ribatejo se desarrolló lo que se conoce como Cultura de Alpiarca, que define la Edad del Hierro en el centro de Por-tugal. Según las fuentes estaba ocupada por los turduli, y una de las ciudades impor-tantes fue Olissipo (Lisboa).

Poblamiento del área de los célticos.- Los célticos ocuparon el extremo sur de la Península Ibérica, es decir, las actuales comarcas portuguesas del bajo Alemtejo y el Algarve. Se pueden diferenciar tres zonas:

La primera zona, entre el Tajo y el Guadiana. Aquí destaca el asentamiento de Castelo Velho de Beiros, con fortificación.

La segunda zona está vinculada a las zonas mineras del Sur (bajo Alemtejo y Huelva). Destacan ciudades como Caetobriga, Salacia. La influencia material de carác-ter orientalizante, púnicos o helénicos es muy patente.

La tercera zona hay que ubicarla al sur del Guadiana, entre el bajo Alemtejo y la baja Extremadura. Plinio distingue entre la Beturia céltica al Occidente y una Beturia túrdula al Oriente. Los poblados o castros célticos de la baja Extremadura se localizan en zonas ricas en recursos naturales, o en lugares aptos para el control de las rutas naturales. Ciudades como Segura de León, Fuente de Cantos. están siendo estudia-das. También hay que mencionar la presencia de Turres o pequeñas fortificaciones aisladas, de estructura cuadrangular, con muros de tipo ciclópeo, y su ubicación esta relacionada con las explotaciones mineras y con la protección de las rutas de distribu-ción y transporte del mineral.

En síntesis, el poblamiento del área oeste del Atlántico peninsular se presenta con algunos rasgos diferentes de otras regiones de la Península. Se aprecia la ausen-cia de grandes ciudades del tipo de Numancia o de enterramientos de carácter monu-mental. El territorio se organiza en torno a unas formas de hábitat comunes que adquie-ren rasgos peculiares en distintas zonas. El elemento fundamental de su organización territorial es el castro o poblado fortificado, estratégicamente situado en elevaciones fácilmente defendibles y a la orilla de un río o arroyo. Los castros céltico-lusitanos son

54

de dimensiones muy variadas, y son diferentes según la zona: en la montaña se confi-guran como hábitat con potentes defensas y viviendas circulares, y en el litoral presen-tan un urbanismo pseudoortogonal de viviendas angulares organizadas en torno a ca-lles, donde no siempre están presentes las fortificaciones, al estar situados en lugares estratégicos.

26.6. Religión y culto.

Se han registrado un considerable número de divinidades. Lusitania y la Tarra-conense son las zonas donde mayor número hay. Por lo que su distribución es por todo el territorial

Destaca el hecho de que muchas divinidades no están grabadas en aras o en otro tipo de monumento religioso, sino en rocas naturales, testimoniando así un culto inanimado (accidente geográfico). Hay que resaltar el número de veces que aparecen las divinidades grabadas, de las cuales las más repetidas son Bandue y Reve.

Bandue es una divinidad protectora y tutelar ligada, con seguridad, a comunida-des humanas y no a ciudades.

Reve, también, es una divinidad protectora, aunque su nombre esta menos repe-tido.

Aparte de estas dos divinidades existen otras muchas como es el caso de Araco, Aranioniceo, etc.

Entre las divinidades adoradas entre los célticos, al sur del Tajo, destaca Endo-velicus, como el más venerado. Su santuario constaba de un templo principal y varios templos erigidos por las gentes ricas de la zona.

Hay también muchas dedicaciones a la diosa Ataecina (célticos). Su carácter ha sido muy controvertido, desde considerarla como diosa agrícola, o divinidad infernal.

Sobre la organización del culto nuestra información es escasa. No parece que existiese una casta sacerdotal como estamento organizado, sino más bien una espe-cialización de algún personaje de cierto prestigio que actuaría en ocasiones. Sobre los ritos de carácter religioso se conoce el "suovetaurilla", rito indoeuropeo de purificación, que tuvo amplia difusión e importancia en el mundo romano

En cuanto al ritual funerario, está documentado el uso generalizado de la incine-ración en urnas con los ajuares correspondientes. En el área lusitana no existe ninguna necrópolis excavada.

En la sociedad lusitana se documentan algunos datos de sacrificio que nos per-miten conocer ciertas costumbres rituales. Sacrificio fundamentado en cultos sangrien-tos y adivinación.

26.7. Escritura y Lengua.

La escritura está documentada en la región de los célticos desde los inicios de la I Edad del Hierro. Escritura inscrita en las piedras. Se supone que su uso fue muy res-tringido, ligado a concepciones religiosas y funerarias, y utilizadas por grupos sociales muy reducidos.

La II Edad del Hierro se presenta como una época sin escritura. No obstante, hay una revitalización gráfica, en torno al siglo II a. C., debido, quizás, a estímulos pro-venientes de la cultura ibérica en expansión, y aparece de nuevo, con un carácter res-

55

tringido.

Nada sabemos de la lengua de los célticos. En el territorio de los lusitanos al pa-recer se hablaba una lengua lusitana.

El lusitano sería un dialecto con personalidad propia y distinto a las lenguas de la Meseta. Se hablaría entre el Duero y el Tajo y sería una lengua indoeuropea más ar-caica aun que otras lenguas prerromanas peninsulares, como el celtibérico.

26.8. Pervivencia del indigenismo bajo Roma.

Las inscripciones demuestras que la organización tribal indígena continuaba vi-gente aún en los siglos II y III d. C., manifestada en forma de gentilitates o clanes, cuya cohesión venía dada por la identidad de los lazos de sangre de sus miembros.

Por otra parte en elementos sociales y económicos subsistía el sustrato prerro-mano. En economía, los abundantes molinos, fusayolas, pesas de telar, aperos de la-branza, etc. hallados en las excavaciones, evidencian que el nivel de su desarrollo económico, en general, estaba orientada al autoabastecimiento.

En conclusión, los lusitanos no se romanizaron plenamente, y fue tan sólo en época visigoda cuando se produjo la total "destribalización" de Lusitania., desaparecie-ron la religión indígena y las distintas lenguas prelatinas.

56

TEMA 6.- Pueblos Prerromanos (3). El Norte Peninsular

27. LOS GALAICOS

A pesar de que Estrabón habla del Noroeste como una zona ocupada, a la lle-gada de los romanos, por tres etnias: galaicos, astures y cántabros, y de que llevaban una idéntica forma de vida. Todos los autores modernos como Pereira señalan que: “Gallaecia debe ser separada de esta zona porque no hay centurias ni el menor indicio de una organización gentilicia”.

Por esto se cree que conviene individualizar a los pueblos galaicos de los restan-tes pueblos del norte y Noroeste de la Península. Además por entender que el tipo de hábitat, el castro, que ha dado lugar a la “cultura castreña”, le confiere una personali-dad propia, y los presenta como una unidad cultural de gran relevancia dentro de la Península. Y aunque este tipo de hábitat se extiende por las regiones cántabro-astures e incluso en zonas del oeste de la Meseta. Si embargo, es en las regiones galaicas donde adquiere su propia fisonomía y personalidad.

También la sociedad de los castella galaicos era distinta a las sociedades del re-sto de la zona céltica y con unas características propias que la diferencian de las de-más sociedades prerromanas de la Península.

27.1. ORIGEN SITUACIÓN Y LÍMITES SEGÚN LAS FUENTES ANTIGU AS

Los pueblos galaicos seguramente llegaron al noroeste hispano en el siglo VI a.C., en el mismo momento que los lusitanos. De aquí que se haya creído que tengan ambos un origen céltico, oriundo de las montañas helvéticas.

El complejo étnico galaico estaba constituido, a la llegada de los romanos, por gentes de tradición megalítica y del bronce indígena (Oestrimnios). A ellos hay que añadir las aportaciones de los ilirio-ligures, de ascendencia griega, en la costa occiden-tal, más las oleadas indoeuropeas (entre otras los Saefe), y, finalmente, los influjos de la población y cultura de La Tène, difundida a partir del siglo III a.C. desde la Meseta. El resultado de todo esto seria el pueblo galaico.

Fuentes:

Son bastante tardías, dado que la penetración romana se realizó hasta la expe-dición de Bruto en el año 138 a.C. y la romanización del territorio no empezó hasta el final de las guerras cántabras. Los autores son: Estrabón, Mela, Plinio, Tolomeo y Apiano.

Las fuentes epigráficas y arqueológicas están haciendo posible un mejor cono-cimiento sobre su organización socio-política y económica.

Límites:

Las fuentes romanas nos presentan el territorio galaico dividido en dos conven-tos jurídicos: El Lucense, con su centro administrativo en Lucus Augustus, y el Braca-rense, con centro en Bracara Augusta.

Los galaicos ocupaban los núcleos montañosos de las provincias de Orense y Lugo. Limitaban por el Este con los astures, por el Sur con los vacceos y lusitanos. En suma, el área de los galaicos hay que concretarla entre el Duero y el Miño, de una par-te, y por las montañas de Géves y Quixa y los celtíberos, de otra.

57

Un buen criterio para determinar esta área lo ofrece la arqueología, con la apari-ción de los característicos castros y la organización en castella de la población.

27.2. TRIBUS Y PUEBLOS SEGÚN LAS FUENTES ANTIGUAS

Uno de los aspectos más significativos de los galaicos es su gran fraccionamien-to en pequeñas tribus. En el conventus iuridicus Bracarensis, Plinio enumera 29 ciuda-des y 285.000 hombres tributarios. Y en el de Lugo el mismo autor enumera 16 populi o civitates y un total de 166.000 hombres tributarios (libres).

En nuestra opinión se trata de gentes que habitaban en poblados o castros, de distinto origen étnico y sin ninguna relación entre ellos.

28. LA CULTURA CASTREÑA

El territorio de los galaicos es el que mejor se acomoda a la conocida “Cultura Castreña”. Pero sus límites son todo el noroeste hispánico, el territorio cántabro-astur, más algunas estribaciones de la Meseta.

La “Cultura castreña” está todavía muy mal conocida, tanto en sus orígenes co-mo en su desarrollo.

28.1. MODO DE HABITACIÓN

Es el rasgo más característico, en poblados o fuertes situados en lugares fácil-mente defendibles. Los “castros” o “citanias”. Este hábitat castreño no es exclusivo del norte, pero ha permitido individualizar la zona del noroeste como una unidad cultural de gran relevancia y personalidad.

Su área geográfica hay que situarla en Galicia y en el occidente de Asturias. Otro núcleo en el norte de Portugal (entre el Miño y el Duero). También se extendió por las provincias limítrofes de León, Salamanca y Ávila, alcanzando por el norte las de Cantabria y el País Vasco.

28.2. CRONOLOGÍA

El inicio de esta cultura se había fijado (según Avieno) en el siglo VI a.C., cuando las tribus Saefes (celtas) llegan a las costas del Noroeste, donde se enfrentaron con los oestrimnios, habitantes del área galaica. Los descubrimientos arqueológicos y los aná-lisis del C-14, confirman esta datación para los castros de Borneiro (La Coruña) y Pe-ñarrubia (Lugo).

El punto final no coincide con la llegada de los romanos, a pesar de la fuerte ocupación de estos hábitat. La fecha más tardía dada por el C-14 es del 570 d.C. en el castro de Mohías (Asturias).

La vida castreña se desarrolló pues arrancando desde finales del Bronce hasta el final del Bajo Imperio, coincidiendo con otras formas de hábitat (las villae).

Maluquer elaboró una periodización dividida en cuatro fases:

58

* Castreño I: Los poblados estaban construidos por agrupaciones de viviendas donde predominaban los materiales de origen vegetal: maderas, etc. Siglo VII a.C.

* Castreño II: Aparecen casas circulares de piedra y se organizan murallas y defensas (500 - 100 a.C.)

* Castreño III: Etapa de contacto con el mundo romano (100 - 29 a.C.) * Castreño IV: Pervivencia castreña en la cultura romana provincial, especial-

mente en áreas rurales, con un intento de asimilar el nuevo tipo de urbanismo (siglo I-IV d.C.)

28.3. HÁBITAT Y URBANISMO

Romero Masiá señala algunas de las características, ya que se puede hablar de dos tipos de emplazamientos: costeros e interiores.

Los costeros se construían sobre cabos o promontorios, porque así se asegura-ba su defensa por tres lados, y por el otro lado se construían obras defensivas. Los in-teriores se construían sobre penínsulas situadas al borde de los ríos, y otros sobre coli-nas exentas o montículos. L altura de los emplazamientos varía desde los 30 m. Hasta los 1.500 m., aunque lo normal era de 150 a 500 m. Por otro lado, la distribución era irregular, pues existían áreas donde se agrupa un elevado número de castros, media-nos o pequeños, y otras donde sólo hay un castro, pero de mayores dimensiones.

En lo referente a la adecuación del lugar del hábitat, cuentan con las defensas naturales y artificiales como fosos, parapetos, terraplenes, murallas, torreones y las llamadas “piedras hincadas”. Se trata de piedras de sección prismática, clavadas en la tierra y que sirven de defensa contra la caballería. La murallas suelen rodear los cas-tros en su totalidad y en cada uno de ellos suelen ser diferentes en complejidad y di-mensiones. Los materiales utilizados suelen ser pizarras (en Lugo y Asturias) y granito en las demás áreas.

A las murallas se accede a través de rampas o mediante escaleras de lajas de piedras. Las puertas pueden ser mediante torreones o de simple acceso. Los sistemas defensivos no suelen ser unitarios sino que existe una combinación de todos ellos: fo-sos, murallas, etc.

La mayoría de los castros poseen un solo recinto, aunque hay con dos y hasta con cuatro. Su forma suele ser variada (triangulares, circulares, ovalados, pero no rec-tangulares), y sus dimensiones son por término medio de 120 x 90 m.

28.4. LAS VIVIENDAS

Presentan tendencia hacia las formas curvas, bien redondeadas o bien rectangu-lares con ángulos redondeados. El origen de la planta circular hay que buscarlo en la fase constructiva anterior al mundo castreño, en la que se levantaron casas de este tipo con materiales ligeros (madera, ramas, etc.). Algunas presentan un pequeño vestíbulo a la entrada, lo que permitiría ampliar el área de habitación.

La cimentación en las casas era escasa, solían llevar zócalos de una o varias hiladas de piedra regulares, que sobresalían en la parte anterior de la vivienda. Los muros eran de altura considerable pero no se solía perforar de vanos, por lo que el ac-ceso se hacía a través de una sola puerta con adintelamiento y con jambas monolíti-cas. Los aparejos también eran variados, desde la mampostería hasta los sistemas más complejos, poligonales o en hiladas horizontales de pizarra. Los techos de las ca-

59

sas circulares debían de estar hechos a base de paja o vegetales recubiertos con barro y apoyados sobre un poste central. Su forma solía ser cónica. En algunas ocasiones se cubría con un tejado a una sola agua o con empleo de la falsa bóveda. El pavimento podía ser de barro pisado, granito machacado, roca rebajada o con un enlosamiento total o parcial. El hogar podía ser circular o rectangular y se encontraba en la parte cen-tral de la vivienda, en su interior y adosados a las paredes existían bancos corridos.

Los monumentos con horno son una de las construcciones más enigmáticas de los castros, según García Bellido, estos están situados cerca de la muralla de los po-blados, construidos en parte soterrados y en parte a cielo abierto; tienen canales de agua y piedras “formosas” en medio de los recintos. Poseen un ábside semicircular con cámara y atrio. Estas construcciones presentan restos de fuegos y carbones.

García Bellido los considera como monumentos funerarios en los que se realiza-ban cremaciones de cadáveres. Toros autores creen que se trata de santuarios de aguas, otros de hornos con fines industriales (de pan o cerámicos) y otros lo conside-ran como baños con funciones termales o medicinales. Lo cierto es que aun no se ha descubierto su utilidad exacta, aunque creemos que las más exactas son las que le confieren un carácter funerario o termal.

También hay que señalar construcciones de carácter religioso o ritual. Existe un único ejemplo dedicado a un ídolo fálico en el castro de Elviña.

El número de habitaciones por castro se ha considerado de una media de 250 habitantes por castro, y habitado por más de una familia nuclear. La población total de los castros del noroeste fue calculada de unos 200.000 habitantes en la época de Ves-pasiano (según Plinio).

28.5. EL URBANISMO DE LOS RECINTOS CASTREÑOS

Antes de las guerras cántabras respondían a una ordenación espontánea del espacio ocupado, adaptado a la topografía y que podíamos llamar “urbanismo morfoló-gico” por la tendencia al aislamiento geográfico y a la dispersión.

Tras la guerras cántabro-astures se produjo una evolución por el impacto roma-no. Estos aprovecharon los hábitats preexistentes y los sometieron a nuevos patrones urbanísticos, aunque el poblamiento castreño se mantuvo a pesar de la orden de Au-gusto de que las poblaciones se asentaran en el llano. En ello se reconoce el peso de la tradición indígena, pero se produce el paso del urbanismo espontáneo, de viviendas exentas, sin compartimentaciones internas, a un urbanismo en el que se organizan ca-lles y se pavimentan aceras.

Igualmente se remodela el interior de las viviendas. Primero la casa tendría coci-na con hogar central, dormitorio, silo y hórreo. Y después se compartimenta con hoga-res desplazados hacia la pared y con el empleo de tégulas.

Por último se introducen edificios con funciones públicas como el caso de los “monumentos con hornos”.

Cuando finaliza la conquista romana se inicia el desplazamiento de los castros más elevados a alturas medias en zonas aptas para el cultivo. Así se crearon los “cas-tros agrícolas” para fomentar la agricultura cerealística, y los “castros mineros”.

La presencia romana, en definitiva, afectó de dos formas:

Adaptación del hábitat preexistente al nuevo modelo urbanístico, aun cuando se mantuvieran las raíces indígenas en el sistema constructivo.

60

Creación de castros de fundación romana. Reagrupando la población de varios, o bien trasladándolos de lugar según la nueva política económica y estratégica de Ro-ma.

Pero a finales del siglo I d.C. los castros perdieron sus funciones, tanto de carác-ter económico como sociopolítico, porque nuevas formas de organización y nuevos in-centivos económicos aparecieron en el horizonte cultural de toda esta región.

28.6. ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL: LOS CASTELLA

los recientes estudios han modificado todos los conocimientos que hasta ahora teníamos sobre la organización social y política de los pueblos del Norte y Noroeste Peninsular. Hasta ahora todos ellos habían sido estudiados dentro de un sistema de organización social de tipo gentilicio, pero en base a tales estudios, la organización político-social de Gallaecia es distinta a la de los pueblos del Norte de la Hispania Céltica (el signo “s” a partir de Albertos hay que interpretarlo como castrum o caste-llum).

Siguiendo a Pereña, un castellum, es una comunidad que tiene un territorio pro-pio dentro del territorio de una civitas. Hay que suponer que el castellum tenia una cier-ta independencia administrativa y organizativa e incluso religiosa.

En general la organización social en los populi o civitas galaicos es así: En un populus o civitas existen una serie de asentamientos, no muy grandes, que deben co-rresponder con los castros, que reciben el nombre latino de castellum. En cada uno de estos asentamientos vive una comunidad autónoma respecto a las otras comunidades, pero que, únicamente con ellas compone una civitas o populus.

Estas comunidades no tienen una entidad suficiente para definir el rango de las personas, pero por el contrario tales comunidades son la entidad básica a la que perte-nece cada persona.

La desaparición de los castella y la utilización de las civitas suponen un cambio en la organización de las comunidades indígenas. La primera organización básica, la comunidad que da rango a las personas ya no son los castella, sino las civitates.

Así, con la llegada de los romanos se va a terminar este sistema de organización socio-política, que supone una forma de hábitat, de utilización de la tierras, etc. que no era conocida en ninguna otra parte del mundo conquistado por Roma.

28.7. ORGANIZACIÓN ECONÓMICA

Agricultura y recolección:

De la combinación de las diversas fuentes (literarias, paleontológicas y arque-ológicas), se puede inferir que en la cultura castreña existía una agricultura desarrolla-da, al lado de la cual se practica la recolección de algunos frutos. Es probable que fue-ra de tipo intensivo y que incluso se construyeran bancales en torno a los castros.

Se han encontrado restos de bellotas, pero también se dio agricultura cerealista (trigo, mijo, etc.) y leguminosas (habas, guisantes, etc.)

El número de útiles de campo encontrados no es muy elevado: arados, hoces. Además se han encontrado molinos en los castros, para moler bellotas, junto con una serie de cazoletas que se han interpretado como almireces para triturar bellotas u otros granos.

61

Se desconocen las formas de propiedad de la tierra, aunque parece que no existía la propiedad individual. Parece también que dominaba la pequeña y mediana propiedad, que serian trabajadas por mujeres principalmente, puesto que los varones se dedicaban a la guerra. Las técnicas agrícolas eran rudimentarias así como el utillaje por lo que el rendimiento agrícola debía ser muy bajo.

La Ganadería:

Se presenta como la forma tradicional de los pueblos de Noroeste. La cabaña ganadera según las fuentes estaba compuesta por vacas, ovejas, cabras, caballos (es-tos dos últimos, según Estrabón, eran utilizados además en ceremonias religiosas), a pesar de que los caballos están ampliamente documentados en las fuentes literarias y en las representaciones iconográficas de las estelas funerarias de época romana, no se han encontrado restos de huesos de caballo. También el cerdo, con cuya grasa se suplía el aceite, y la cría de aves de corral (gallinas).

El pastoreo se realizaba en tierras adscritas a cada castro. Existía un límite terri-torial en cada uno de ellos (Estrabón alude que los parricidas eran expulsados fuera de él). Es posible que existieran tierras o prado comunales aprovechados por varios cas-tros y un nomadismo estacional.

Minerales e Industria:

Las fuentes clásicas nos hablan de la riqueza minera del Noroeste en época pre-rromana: Estrabón nombra la plata, estaño y oro blanco que arrastrado por los ríos es recogido por las mujeres, y Plinio señala que Galicia y Cantabria producían estaño, plomo, magnetita, ámbar de hierro, etc.

La minería hunde sus raíces en la metalurgia del cobre y debió tener un amplio desarrollo en época romana, y ya en época prerromana Plinio considera que se debían emplear técnicas de extracción complejas, técnicas que fueron copiadas por los roma-nos.

Por los hallazgos de talleres metalúrgicos encontrados nos induce a pensar que la metalurgia estaba destinada principalmente a satisfacer las necesidades de carácter doméstico y bélico (puntas de lanza, escudos, hebillas, etc.) y fabricación de instrumen-tos mineros.

En la orfebrería se mezclan la tradición autóctona que arranca del Bronce Atlán-tico y la aportación de nuevas técnicas con la influencia centroeuropea del Hallstatt (re-pujado y estampado) reflejados en adornos masculinos (torques, amuletos, fíbulas y diademas) y la influencia orientalizante (filigrana y granulado) del mundo púnico o del arte griego que llegaron a través de los influjos del Sur de la Península, y que están reflejados en adornos femeninos (collares, pendientes y aros para el pelo). Esta orfe-brería se caracteriza por la gran cantidad de oro utilizada en las piezas.

Con la presencia romana la orfebrería castreña perdió su originalidad hasta lle-gar a desaparecer durante el siglo I d.C.

La industria estaba centrada en la satisfacción de las necesidades básicas (útiles para las tareas domésticas y bélicas).

La industria textil se centraba en la fabricación de tejidos y la confección de ves-tidos femeninos con telas de colores vivos, obtenidas de materiales vegetales.

Las actividades artesanales se reducían a la fabricación de vasos de madera y de cestos, mientras la cerámica (mal estudiada) era de mala calidad y los temas deco-

62

rativos son la línea bruñida, formando retículas, estampillados y en menor medida la incisión. La aparición de cerámicas a torno (las grandes dolías para contener provisio-nes), las asas de orejetas y las cerámicas comunes romanas se imitarán en los castros.

28.8. COMERCIO Y COMUNICACIONES

El comercio era de dos tipos:

El comercio interior (en el área castreña) realizado a base de trueque de mer-cancías en los forum o mercados. Estos servían tanto de mercados tribales como de castros administrativos. Los productos a intercambiar serían objetos perecederos (ali-mento y vestidos), productos metálicos y cerámica exótica y cuentas de vidrio (del exte-rior).

El comercio exterior relacionaba este área con los pueblos atlánticos y con otras áreas peninsulares, a través de rutas marítimas (Atlánticas) y terrestres. Por el Atlántico llegaba el estaño de las islas Casitérides y se comerciaba con los fenicios, púnicos y griegos, intercambiando estaño, plomo y cuero por vasijas de barro, sal y objetos de cobre. Estrabón alude a la navegabilidad del Miño y a la importancia del puerto de Ártabros (ría de La Coruña). Las técnicas empleadas en la orfebrería documentan es-tos contactos comerciales. Las rutas eran marítimas y terrestres. Con el tiempo crista-lizó el camino interior del S. Al NO en época romana con la Vía de la Plata. Los medios de transporte utilizados fueron el carro tirado por bueyes y caballos y el barco de cuero. Con la llegada de los romanos se construyeron barcos hechos con un tronco de árbol.

28.9. RELIGIÓN Y ARTE

Los abundantes teónimos recogidos por Blázquez han hecho suponer la existen-cia de un amplio panteón religioso entre los pueblos galaicos. Pero se ha demostrado que muchos de esos teónimos corresponden a diferentes nombres de un mismo dios. Destacan los dioses de la guerra, típicos de una sociedad guerrera. La concreción de todos puede verse en la divinidad de Cosus que aparece en gran número de epígrafes (en nombres simples o compuestos).

En base a esto, hay que pensar que, dentro del panteón indígena existió una única divinidad de la guerra y no a una masa de dioses guerreros independientes. Esta divinidad tenia las mismas funciones que el Ares griego y el Mars romano. Era el dios de los guerreros. En honor suyo se celebraban danzas y competiciones y según Es-trabón, se hacían sacrificios de caballos, machos cabríos.

Los galaicos no eran ateos y según Bermejo, hay que considerar que no hacían representaciones antropomórficas de sus divinidades. Posiblemente, este ateísmo hay que interpretarlo como un animismo y que, incluso, mejor hay que referirlo a los cánta-bros y astures.

Existen otras divinidades como el Mercurio romano con carácter comercial. También se veneraba a una divinidad que moraba en los montes (identificada con el Júpiter romano). A los dioses de los caminos, Lares viales, y a los dioses de las aguas, Navia. También se rindió culto al sol y a la luna. (danzas en las noches de plenilunio).

También se practicaban ritos populares de adivinación, valiéndose de las vísce-ras de los animales. Se supone así que la magia y la adivinación eran muy populares.

Se carecen de datos arqueológicos sobre templos, a excepción del castro de El-viña o de Mozinho.

63

Se sabe también que utilizaban el rito de la incineración, utilizando cajas de pie-dra para las cenizas, pucheros con función de vasija funeraria y sepulcros.

Las esculturas:

Según Cuevillas son de tres modalidades:

Antropomorfas: como las de guerreros galaico-lusitanos, de tamaño natural, que reproducen un tipo uniforme. Suelen llevar puñal y escudo redondo a la altura del vien-tre. (En Portugal y al sur de Orense). Algunos autores piensan que se trata de monu-mentos a un jefe guerrero, otros creen que son representaciones de dioses. Las cabe-zas sueltas son otras esculturas exentas y que según Cuevillas son cabezas de muer-tos. Blanco las interpreta como representaciones de deidades y Blázquez como piezas decorativas.

Zoomorfas: Las representaciones de verracos (cabezas de animales de difícil identificación: cerdos, jabalíes, toros, etc.) al parecer puede tratarse de piedras termina-les, señales para guiar al ganado, figuraciones de dioses protectores del ganado. Los más antiguos tuvieron un valor apotropaico, y los más recientes funerario por las ins-cripciones que los acompañan.

La ornamentación arquitectónica con motivos espirales, cruces, círculos concén-tricos, etc. que se encuentran como adorno de puertas y de paredes (en el s. De Gali-cia y en el Miño portugués).

29. LOS CÁNTABROS Y ASTURES

29.1. INTRODUCCIÓN

La cornisa cantábrica estuvo habitada por una serie de pueblos con influjos célti-cos o indoeuropeos: cántabros, astures, autrigones, túrmagos, carístios y várdulos, que presentan características sociales, políticas y económicas homogéneas, pero sin que se pueda señalar una absoluta identidad.

Muchos de estos pueblos eran nómadas o seminómadas y sus asentamientos no eran estables por ello se discute a veces sus emplazamientos y límites.

La repartición geográfica se ha basado en los autores clásicos (Estrabón, Plinio y Tolomeo) a los que se añaden los datos epigráficos, hallazgos arqueológicos y a la toponimia.

29.2. CÁNTABROS

Habitaban una de las regiones más inhóspitas del territorio peninsular. Loas au-tores clásicos nos dan noticias sobre el valor, rudeza y resistencia del pueblo cántabro ante las tropas romanas.

En cuanto a su origen, la zona cantábrica fue considerada tradicionalmente “céltica”, pero el elemento indígena constituyó un sustrato permanente en esta región. Sánchez Albornoz señaló que astures y cántabros fueron celtizados, pero no por ente-ro. Estrabón los distingue diciendo que usaban un “sagum” parecido. Así por ejemplo se dispone de datos que no concuerdan con las estructuras indoeuropeas patriarcales. Estrabón habla de la posición de la mujer, que gozaba de una situación de privilegio en la familia, incluso de su heroísmo en las guerras cántabras. Todo habla en favor de un matriarcado. Pero los cántabros acusaron una fuerte celtización, fundamentalmente

64

lingüística, producto de una fuerte influencia de la Meseta, que canalizó su cultura a través de los valles de los ríos que descendían de la cordillera y por las irrupciones de los cántabros sobre la Meseta para invadir los pueblos vecinos.

Trazar los límites de los cántabros es difícil, por las contradicciones en las fuen-tes escritas y porque sus asentamientos no eran estables en época romana. Pero pue-de decirse que abarcaban parte de las actuales provincias de Asturias y Santander desde el Sella al Nervión. En consecuencia los cántabros habitaron los rebordes mon-tañosos de la Cordillera, y la naturaleza de la región les impulsó a buscar mejores tie-rras en la Meseta.

29.3. LOS ASTURES

Junto con los cántabros protagonizaron las guerras cántabras: la última guerra de conquista de Roma en la Península.

Los romanos transformaron a los astures en el conventus de Asturum, con Astu-rica Augusta como capital, y los dividieron en astures augustanos (al sur de la Cordille-ra) y en astures tramontanos (al norte). Este es uno de los rasgos de los astures, el de tener dos tierras con características diferentes y con rasgos culturales también diferen-tes.

En la Edad del Hierro se da una penetración celta desde la Meseta y desde la región castreña, que es la responsable de la rica orfebrería de esta región.

A partir de la II Edad del Hierro (siglo II a.C.) los elementos celtas se multiplican y contaminan el sustrato celta indígena y el sistema gentilicio se afianza dando nuevas formas de convivencia y de relaciones sociales. Se da una celtización de todo el territo-rio documentada a nivel lingüístico y por la antroponimia y la toponimia.

La extensión era enorme en época romana, ocupaba parte de León, Oviedo, Va-lladolid, Zamora, y se internaba en Portugal y un poco de Orense. Por la costa com-prendía entre el Navia y el Sella (límite fronterizo entre cántabros y astures). El Navia, límite entre astures y galaicos, y el Esla los separaba de los vacceo y el Duero de los Vetones por el Sur.

29.4. HÁBITAT Y URBANISMO

Todo el territorio del N y NO de la Península en época romana se caracteriza por el hábitat de la cultura castreña (el castro).

En los cántabros se han distinguido dos tipos: el clásico en la parte Sur (ya en la Meseta), y el castro pequeño en el Norte, generalmente sobre un monte escarpado, de aspecto cónico muy regular.

Las diferencias eran debidas a la topografía, en el Norte debido a la estructura accidentada del paisaje y a la enorme vegetación existía una defensa natural, no haciendo necesario el poblado fortificado. Por el contrario en la Meseta tenían necesi-dad de edificar grandes fortificaciones.

En los castros grandes el eje puede pasar los 150 m. La muralla principal puede ser doble con un grosor de un par de metros y con complejos defensivos: fosos, empa-lizadas, etc.

En los pequeños, este sistema defensivo se simplifica, las viviendas eran caba-ñas de planta circular, agrupadas de forma desordenada, de paredes elevadas de pie-dra normalmente, pero la cubierta era de pajas y ramajes sostenida por un pilar central

65

de la vivienda.

La mayor parte de los castros cántabros fueron abandonados durante la época romana. Los habitantes bajaron a vivir al llano siguiendo la política de Augusto.

En los astures el número de castros era mayor (más de 300), y se dividen en tres áreas: lucense, paésica y la de los lugones.

Todos son centros fortificados, como función defensiva derivadas además por el emplazamiento donde se sitúan. Los poblados se adaptan a las condiciones topográfi-cas y falta un urbanismo geométrico y una alineación, debido en gran parte a las pare-des curvas de las viviendas.

El aparejo de las murallas se realizaba con los materiales de cada zona (granito, pizarras, etc.).

Las viviendas reúnen las mismas características que las de los galaicos, pero con la altura de las paredes de hasta 4 metros, y con un acceso a la vivienda mediante escalones.

No existe uniformidad cultural en el área castreña, unos están más vinculados con los grandes castros de la Meseta (Canavia), y otros más vinculados al del NO (Coaña).

En lo referente a la arquitectura funeraria, las cámaras funerarias son similares a las de la región galaico-portuguesa, pudiendo tener distintas funciones. Destacamos las mesas de granito o piedras cazoletas del interior de las cabañas. García Bellido las ca-taloga de funerarias. Jordá como aras o altares de carácter doméstico. Santos cree que tienen una finalidad económica o artesanal, para machacar granos o bellotas.

La mayor parte de los castros astures pervivieron en época romana, y es en el siglo II d.C. cuando se inicia su abandono con el asentamiento en zonas más llanas (valles de los ríos y zonas costeras), con la aparición de una nueva forma de hábitat: las villae astur-romanas que crean nuevos sistemas económicos tras abandonar las explotaciones mineras de oro por otras agropecuarias.

29.5. ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA

Los pueblos de las regiones septentrionales se incluyen en la zona indoeuropea, caracterizada por la existencia de una formas organizativas indígenas, documentadas en las fuentes epigráficas por medio de los términos gens y gentilitates. Se han carac-terizado, pues, por tener una sociedad de tipo gentilicio. (Esto está siendo muy discuti-do pero preferimos seguir refiriéndonos a éste, aunque con las modificaciones de los últimos años.

El régimen social de los pueblos del N. Ha sido calificado por Caro Baroja como matriarcado a partir de los textos clásicos (Estrabón). Pero algunos autores lo ponen en duda (Bermejo, Santos) porque no se ha documentado en las inscripciones. Pero la mujer tenia poder económico al trabajar en el campo o recogiendo oro. La herencia se transmitía por línea femenina (heredaban las hijas, no los hijos). Las hermanas busca-ban mujer a sus hermanos.

Sin embargo, el hombre también tenia poder económico, éste aportaba la dote al matrimonio, el poder militar residía en ellos al igual que la autoridad en la familia.

La práctica de la “covada” que consistía en que después de parir la mujer éste se quedaba en cama y recibía los cuidados de la mujer, con esta costumbre ser inten-

66

taba recuperar el prestigio masculino.

Conviene no utilizar el término matriarcado, ya que la sociedad estaba regida por varones, aunque existiera un cierto predominio femenino.

La sociedad se encontraba organizada en una serie de unidades, superiores a la familia, que tenían cierta relación entre sí y que se articulaban en orden de importancia.

El esquema del régimen gentilicio establecido por Caro Baroja, en base a una división tripartita de la estructura social es el siguiente:

* Tribu. * Fracción. * Gentilitates.

Este esquema se basa en el pacto de hospitalidad de los zoelae en una lámina de Astorga.

La unidad del tercer grupo (gentilitates) es la más importante en la organización piramidal (superior a la familia e inferior a la tribu) apoyada por vínculos consanguíneos apoyados sobre las agrupaciones familiares (la cognatio).

Las investigaciones han tratado de determinar el valor y significado social de las gentes y gentilitates que aparecen en las inscripciones. Para algunos autores son una misma realidad social pero hoy se cree que son dos realidades diferentes. La gens debía de ser de primer grado como unidad administrativa al igual que populus o civitas al comienzo del Imperio, por eso debió tener poca duración. El término gentilitas si que perduró y fue adquiriendo un carácter territorial. Gentilitas equivaldría a los castellas del territorio galaico.

La inclusión de estos pueblos en un esquema tripartito o piramidal y su definición como organizaciones gentilicias deriva de hacer el parentesco el único criterio de arti-culación. Por esto está siendo muy discutido.

Organización política:

Sabemos por Estrabón que los pueblos del norte comían en bancos corridos adosados a los muros de las casas y que ocupaban el sitio según dignidad y edad. Es-to nos indica una jerarquía social y política con magistraturas personales y colectivas que regulaban la vida del grupo, pero se desconoce su carácter, si los individuos eran elegidos o hereditarios, temporales o vitalicios.

Existía una jefatura, el princeps, encargado de las gentilitates o los castella (jefa-turas unipersonales).

Existían también un Consejo de Ancianos que tomaría las máximas decisiones (órgano colectivo). Y una Asamblea Popular en la que participaba toda la población, con el fin de ratificar las decisiones del Consejo de Ancianos. En esta Asamblea tendr-ían importancia los guerreros. Se puede hablar pues de una estratificación social.

La transformación social de estos pueblos hacia la estructura romana fue muy lenta. Los romanos no se preocuparon de transformar las organizaciones gentilicias indígenas. Sólo se preocuparon por explotar su riqueza minera. Así esta estructura se mantuvo hasta fines del Imperio Romano, aunque se modificara por el contacto con la civilización romana.

67

29.6. ORGANIZACIÓN ECONÓMICA

El régimen económico de los pueblos del norte es similar en todos ellos (ya indi-cado en los galaicos).

Recolección y agricultura:

La recolección de productos naturales, principalmente la bellota, tuvo mucha im-portancia para la subsistencia. Estrabón cuenta que las 2/3 partes del año se alimenta-ban con ellas, secándolas al sol y fabricando harina para hacer pan, esta labor era rea-lizada por las mujeres. Las piedras graníticas en forma de cazoletas de unos 20 cm. de diámetro está relacionadas con esta labor.

El cultivo de los campos no debió ser intenso, debían de ser pequeños huertos destinados a satisfacer las necesidades domésticas (labor también realizada por la mu-jeres). Cultivaban cereales: trigo, mijo, etc. pero eran deficitarios, ello justifica las incur-siones de los cántabros y astures en la Meseta.

Fueron desconocedores del cultivo de la vid y el olivo hasta la llegada de los ro-manos. Fabricaban una especie de cerveza (cebada), y utilizaban la manteca del cerdo como aceite. Cultivaban el lino para hacer vestidos y redes de caza.

Se carece de datos sobre el régimen de la tierra, pero se ha generalizado que no existía la propiedad individual. Se admite la existencia de un territorio para cada gentili-tas, del que toda la colectividad era propietaria. La familia o bien usufructuaria parte de la tierra o bien el campo era indivisible y se explotaba comunitaria mente (trabajado por mujeres). El hombre se dedicaba a la guerra y al saqueo de las propiedades de las tri-bus vecinas. Pero la agricultura no proporcionaría grandes rendimientos porque las herramientas (arados, azadas, etc.) y las técnicas agrícolas eran rudimentarias. Pero alcanzó una cierta relevancia con respecto a la ganadería.

Ganadería, caza y pesa:

La ganadería no era la fuente principal de la alimentación y de la riqueza. El ga-nado cabrío debió se abundante, según Estrabón estas gentes se alimentaban de car-ne de macho cabrío. También era utilizado como víctima en ceremonias sagradas.

El ganado porcino también fue abundante. Utilizaban su manteca como sustituto del aceite, y la abundancia de encinares favorecía su alimento. Plinio habla de la exce-lencia de los jamones.

El ganado lanar también fue importante. La lana astur alcanzó gran prestigio. De los bóvidos no se habla en los textos literarios, pero la arqueología si que ha descubier-to huesos, y para ella, tendrían una finalidad religiosa vinculada con los sacrificios de los machos cabríos y caballos. El ganado caballar si que se cita y sin embargo no se han encontrado restos. Alcanzaron gran importancia, pues eran utilizados para el transporte y la guerra, como víctimas en los sacrificios religiosos (bebían su sangre después), y aparecen muy representados en la simbología religiosa (lápidas funera-rias).

También debieron de criar conejos, gallinas, etc.

El régimen de explotación ganadera sería diferente según las especies, pero se supone que pastarían libremente en la zona de la gentilitates. También es posible que existieran corrales comunes en los poblados para cobijarlos en caso de peligro. Tam-bién parece posible un nomadismo estacional.

La caza debió de servir como complemento alimenticio y no como deporte. Con los romanos la caza adquirió importancia como ejercicio viril en época de paz.

68

Los restos de espinas y conchas en muchos yacimientos indican que practica-ban la pesca y el marisqueo. Se han encontrado arpones y anzuelos. Con la llegada de los romanos también se incrementa esta actividad al proporcionarles barcos más gran-des (primero eran de cuero, después de madera).

29.7. MINERALES E INDUSTRIA

La minería es el recurso más importante de los pueblos del norte. Las citas de los clásicos hablan de su riqueza minera (oro, plata, malaquita, minio, hierro, estaño, plomo, ámbar, etc.). Ello permitió una gran riqueza en orfebrería.

El oro, el mineral más importante del norte) se extraía de las arenas de los ríos y/o en las minas, o con el derrumbamiento de los montes. El cobre, el hierro muy abun-dante y la sal completan los productos mineros de la zona.

La industria estaba centrada en la satisfacción de las necesidades fundamenta-les (útiles para la guerra y para las tareas domésticas, agrícolas y mineras).

En Coaña se han encontrado hornos de fundición para la fabricación de armas y adornos. En cuanto a las armas, existían dos clases de escudos: la caetra, escudo pe-queño circulas y otro grande también circular, puñales de antena de origen Hallstático, espadas, lanza, puntas de flecha y cascos, bien de cuero o de metal.

La orfebrería se vincula con la riqueza minera, y hereda dos tradiciones cultura-les:

La indoeuropea, con sistemas decorativos elementales.

La mediterránea, con técnicas más depuradas (globulado y filigrana).

La orfebrería de estos pueblos reúne las mismas características que la de los pueblos galaicos. Las Fíbulas y los amuletos pectorales son muestra de esta orfebrería.

La cerámica se conoce poco, y se conocen dos tipos:

La más antigua se trata de una cerámica con impresiones.

La más moderna, a torno, de color claro y con decoración geométrica y con in-fluencia romana.

A estas se añade la cerámica de cocina o aprovisionamiento (la dolía) y otra de lujo, con líneas bruñidas o con motivos impresos.

La causa de la escasez de cerámica, es por la costumbre norteña de usar vasos de madera en los que calentaban el contenido introduciendo piedras candentes.

La industria textil de carácter doméstico utilizaba la lana para la fabricación del vestido típico: el sagum. También confeccionaban vestidos de colores vivos para las mujeres obtenidos de materiales vegetales (lino).

También realizaban otros trabajos artesanales como la labra de la madera para vasos y barcos. La industria del hueso para agujas y alfileres. También tuvo gran tradi-ción la cestería.

29.8. COMERCIO Y COMUNICACIONES

Estrabón escribe diciendo la falta de contacto con otras regiones debido a las condiciones geográficas. Hablando de su salvajismo y falta de sociabilidad. Tales datos hoy se creen un tanto equívocos y se empieza a tener otra idea. Según Avieno, los habitantes de las islas Oestrymides cruzaban el océano en barcos de pieles hasta Ir-landa, para comerciar con el estaño que se encontraba en las islas Casitérites (costas

69

gallegas).

Los pueblos del norte tenían relaciones con los británicos. También se relacio-naban con los del sur peninsular. Los gaditanos, según Posidonio, iban al norte en bus-ca de estaño, plomo, pieles y lo intercambiaban por vasijas de barro, sal, objetos de cobre, utilizaban por tanto una economía de trueque. También se relacionaban con los de la Meseta, pero a veces no pacíficamente, por sus incursiones en busca de trigo a las tierras de los vacceos y arevacos.

Medios de transporte:

El medio de transporte era el carro de tracción animal, tirado por bueyes o caba-llos. También se utilizaron estos animales como montura individual. Existen huellas de carros en el castro de Coaña. Así mismo se han encontrado carros votivos en la zona del Miño portuguesa.

El barco también fue uno de los transportes utilizados, en un principio fue de cuero, pero con la llegada de los romanos se utilizó el de madera.

Existían vías de comunicación que posteriormente aprovecharon os romanos pa-ra configurar las vías y calzadas que atravesaron Hispania de O-E y de N-S.

Como hemos dicho anteriormente, el comercio interior entre las gentilitates (po-blados) o entre los pueblos vecinos se hacia mediante el trueque en los fora.

29.9. RELIGIÓN Y CULTO

Según Estrabón, existía un dios parecido al Ares o Marte (bélico) que recibiría el nombre de Cosus. Sacrificaban machos cabríos, caballos y seres humanos en su honor. Existirían hecatombes de toda clase de víctimas. Realizaban juegos y danzas religiosas. Todos estos ritos religiosos se realizaban para que los dioses protegiesen la ganadería y para recibir favores en la guerra. Las danzas en las noches de plenilunio nos manifiesta que ya entonces la Luna era considerada como diosa de la fertilidad, incluso de ultratumba.

Se puede pensar que no hacían representaciones de sus dioses, y estos esta-ban representados por fenómenos naturales coma la Luna, objetos, seres vivos (caba-llos), etc.

El caballo estaba ligado a ideas de tipo solar y de ultratumba. Su sacrificio se acompañaba de la bebida de su sangre.

Se conocen otras divinidades a través de los documentos epigráficos, aunque se ignora lo que representaban: dioses cuyo nombre es un topónimo, de vegetación, de caminos, protectores de ganado, funerarios, de caminos, etc. Este panteón indígena se conservó durante la época romana por su política de respeto a las creencias de los pueblos. De aquí de encontremos lápidas votivas con divinidades indígenas asimiladas a las romanas.

Rendían culto también a las divinidades de los montes, a las que pronto se iden-tificaron con el Júpiter romano (Júpiter cantabricus). Rendían también culto a los lagos y a los bosques, donde se depositaban hachas (símbolos de buen augurio). Nos ha quedado un topónimo: Lucus.

Practicas funerarias:

Se sabe bien poco de éstas. Practicaban la cremación del cadáver, excepto de los guerreros que morían en combate, que quedaban para pasto de los buitres.

70

En algunos castros se han descubierto túmulos con piedras y lajas en forma irregular, con restos de cerámicas y armas. Son prácticas de incineración. En otros cas-tros, como el de Comillas existen restos de enterramiento en urnas de incineración. No existe constancia de templos funerarios.

30. LOS VASCONES Y SU TERRITORIO

Comprenden la situación del poblamiento de esta zona (200 a.C.) y exige tener en cuenta que se trata de un área geográficamente amplia y sin grandes barreras natu-rales.

Es en estos territorios donde se produce el contacto entre la Hispania “ibérica” y la de aspectos más indoeuropeos y célticos.

Hay que distinguir a los pueblos de lengua no indoeuropea, considerados como de cultura más “ibérica” por los restos de su cultura material y de su lengua. Entre ellos estaría un conjunto de poblaciones, algunas desconocidas, al que podría calificarse de pirenaico-vascón (de ámbito más amplio al vasco). Entre estos pueblos se encontrarían los vascones. También es útil recordar la existencia de muchas penetraciones cultura-les procedentes del Ebro, la Meseta y del otro lado del Pirineo en el territorio de los vascones entre el siglo I a.C. y el I d.C. Fue, pues, una zona de permanente contacto entre diversas culturas:

La indoeuropea y céltica, la pireinaico - vascona (el pueblo aquitano, lingüística-mente emparentado con el vasco de los Pirineos occidentales) y la ibérica, cuyas gen-tes se expresarían, predominantemente, en la misma lengua que los pueblos del litoral mediterráneo.

30.1. EL PROBLEMA DEL VASCOIBERISMO

La lengua no es un simple rasgo más en la peculiaridad cultural de un pueblo, sino que determina, en alto grado, un gran número de comportamientos culturales. Pe-ro la pertenencia a una zona lingüística no excluye la permeabilidad para la cultura ma-terial (caso de este área).

La percepción de una Hispania dual desde el punto de vista lingüístico es anti-gua (Humboltd 1.821), hoy escasamente aceptada, de que, la lengua ibérica extinta y el vascuence moderno eran antiguamente la misma cosa o ramas muy próximas de un solo tronco. Los defensores del vascoiberismo vienen a decir que, en la antigüedad se habló en la Península una lengua posiblemente autóctona (la ibérica), de la cual el úni-co descendiente vivo seria el vasco actual.

La posibilidad de descifrar el signario ibérico permitió comprobar que existían co-incidencias entre el euskera moderno y el extinto ibérico.

30.2. EL TERRITORIO INICIAL DE LOS VASCONES

Las fuentes antiguas (70 a.C.) designan que ocupaba parte del territorio navarro y amplias comarcas fronterizas con Navarra en el actual Aragón, pero no el solar del País Vasco. Se sustentan hoy dos hipótesis:

La que considera que amplios territorios de la cuenca media del Ebro estuvieron poblados por vascones (1.500 al 400 a.C.), y que los asentamientos indoeuropeos re-ducirían estos dominios paleovascónicos. De forma que la situación vista por los roma-nos en el siglo I a.C. fuese la que nos explican las fuentes antiguas.

La que considera que no hay suficiente documentación y se basa en la informa-

71

ción de los romanos a partir de la ocupación de la zona (195 a.C.). En ella se enumeran otros pueblos, pero no a los vascones, lo que hace suponer que el influjo celtibérico había “desvasconizado” el territorio desde fechas muy antiguas.

Está claro para nosotros que a la llegada de los romanos el territorio que luego se tendrá como característico de los vascones era plurilingüe y con una presencia pre-dominantemente indoeuropea.

La investigación arqueológica señala que, entre el paso del II al I milenio, se aprecia un profundo cambio en el ager Vasconum por las aportaciones indoeuropeas. Que traen ritos de incineración y una nueva ordenación territorial que se va desarro-llando entre el 900 y el 200 a.C. Estas gentes tienen dos procedencias: una de los Piri-neos Orientales y remontando el Valle del Ebro ocupan Navarro; y la otra por los pasos de los Pirineos occidentales que ocupan Álava.

Este solar vería la formación de una cultura “protoceltibérica” a base de la mez-cla de los aportes indoeuropeos, más el de la población indígena (culturalmente neolíti-ca y pastoril), más el de los grupos antiguos vinculados a la cultura de los túmulos. El paso a lo propiamente celtibérico se detecta, arqueológicamente, a través de la adop-ción del torno.

30.3. EL TERRITORIO DE LOS “PUEBLOS VASCOS” EN EL SIGLO I a.C.

Plinio dejó una relación sobre el territorio ocupado por los pueblos antiguos que ocupaban Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. La administración romana encontró entre unos y otros diferencias y los fragmentó en dos grupos: el de los vascones adscri-tos a la capitalidad administrativa de Caesaraugusta. Y el de los autrigones, caristios, várdulos y cántabros en dependencia de Clunia.

Había, pues, afinidades por razones de vecindad. De ahí que todos los pueblos del Pirineo central y occidental fuesen vistos como similares. Es decir, que no siempre es posible discernir con seguridad que grupos habían procedido de vascones u otros pueblos. Por el contrario, cuando Plinio habla sobre el distrito cluniense nombra a las distintas etnias o grupos: várdulos, caristios, vennenses. Según esto, un mapa de la zona en el siglo I a.C. podría establecerse así:

El conjunto autrigón indoeuropeo ocuparía los territorios de la izquierda del Ner-vión (Álava), en cuya zona no parece que haya habido lengua histórica ninguna de los vascos. Es posible que el territorio original de los autrigones fuese el meridional y que se desplazaron hacia el norte, hasta llegar a la costa. Fueron fuertemente celtizados.

Por otro lado, están las gentes del actual territorio vasco (caristios, vascones y várdulos). Y el complejo pirenaico vascón.

72

TEMA 7.- Hispania Romana hasta mediados del siglo I I a.C.

1. LAS ASPIRACIONES IMPERIALISTAS DE CARTAGO.

A partir del siglo III a.C. en el Mediterráneo occidental dos potencias van a dispu-tarse esta herencia universalista griega: Roma y Cartago, y en la que Hispania asumirá un notorio protagonismo. Sin duda, Hispania fue la gran plataforma de Roma para eli-minar la competencia de Cartago, dando con ello los más firmes pasos para el logro del Estado Universal, heredero del de Alejandro.

Roma logra un poder eminentemente territorial; sus armas serán las legiones in-vencibles y un inigualable espíritu cívico. Asentada sobre las costas africanas, Cartago ostenta un poderío comercial marítimo; escaso de tierras bajo su dominio, pero con una excelente marina, abundante dinero y grandes contingentes de soldados mercenarios. Hasta el siglo IV evolucionan ambas ciudades y amplían su poder sin que haya entre ellas mayores intereses comunes ni enfrentamientos, si bien cada una tenia como alia-dos a enemigos de la otra; Roma a los colonizadores griegos; Cartago se apoyó en los etruscos para combatir a sus rivales comerciales: los griegos. La incompatibilidad sur-girá a comienzos del siglo III, cuando ambas potencias han ampliado sus dominios y ambiciones hasta encontrarse en Sicilia. Entonces cada una ambiciona el poderío en exclusiva o, al menos, hegemónico y se harán incompatibles sus intereses.

Cartago venía aspirando a convertirse en potencia territorial. En los tiempos de la guerra contra Pirro era dueña de Córcega, Cerdeña, Ibiza, costa occidental de Sicilia, la costa meridional de España y norte de África, desde Cartago hasta Lixus. Cartago había ido sustituyendo aquellas relaciones comerciales de las metrópolis fenicias du-rante los siglos X al VI por un dominio real y por una imposición absorbente de los in-tercambios comerciales. A partir del siglo VI, varias colonias hispanas (Almuñécar, Toscanos, etc.), desaparecen y son sustituidas por nuevos centros vinculados directa-mente a Cartago. Domina también Ibiza y Villaricos. Desde el siglo V el afianzamiento de la autoridad de Cartago se hace evidente y generalizado en su ámbito colonial, don-de recluta mercenarios (libios, íberos, celta) y donde impone tributos regulares. A partir del 348, la fecha del tratado con Roma sobre límites de navegación, el sur de España cae definitivamente en manos de Cartago, que prohíbe en todas las colonias púnicas cualquier tipo de comercio con otra ciudad que no sea la propia Cartago.

A esta centralización comercial acompañó la imposición de un tributo, que su-ponía una parte importante de la cosecha. Cartago hubo de mantener un ejercito y una escuadra para proteger las tierras del ámbito sur del Mediterráneo occidental e impedir la navegación griega hasta sus colonias. La extensión de sus dominios africanos va desde Cartago a Lixus y en Hispania desde Mastia hasta las tierras atlánticas. Esta línea protectora incluye el occidente de Sicilia, pasa por Córcega y Cerdeña y sigue por Ibiza hasta Mastia, donde el pacto del 348 entre Cartago y Roma fija los límites de na-vegación para roma y sus aliados griegos que no pueden llevar sus naves al ámbito cartaginés. Paralelamente a este fortalecimiento de sus posiciones en Occidente, Car-tago lucha sin descanso por el dominio de la Sicilia griega, lucha que terminará enfren-tando a Cartago con Roma en la Primera Guerra Púnica (246-241 a.C.).

2. LAS ACTUACIONES DE AMÍLCAR BARCA Y ASDRÚBAL EN LA P ENÍN-SULA IBÉRICA.

Tres excelente generales, Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, todos ellos pertenecientes a la familia de los Bárquidas, se sucedieron con éxito creciente en la tarea de conquis-

73

tar Hispania para Cartago.

Amílcar Barca y Asdrúbal propugnaban un nuevo desarrollo comercial con base en los productos hispanos. A este plan de conquista territorial y de desarrollo comercial, se vinculaba el premeditado proyecto de establecer en Hispania una plataforma es-tratégica con vistas al desquite sobre Roma.

Amílcar en el año 238 desembarcó en Cádiz con un pequeño ejercito, integrado en su mayoría por tropas libias, un buen número de elefantes y una sólida escuadra al mando de Asdrúbal. Se cuenta que a la vista de Cádiz y antes de desembarcar hizo jurar a su hijo Aníbal, de nueve años, odio eterno a Roma.

Amílcar se dedicó inicialmente a conquistar la franja costera habitada por libio-fenicios, lo consiguió y se dedicó a reactivar el comercio. Sólo en el año 231 a.C. se dedicó a conquistar el interior de las tierras béticas, donde tuvo que luchar contra íbe-ros y turdetanos.

No siempre los métodos empleados por Amílcar fueron violentos, pues con fre-cuencia se limitó a ampliar su campo de influencia en la Bética a base de hábiles nego-ciaciones, en las que procuraba explorar las rivalidades ibéricas. De hecho, la Bética se le debió someter con cierta facilidad, pues según la historiografía romana apenas hubo de combatir y cuando encontró más resistencia fue con gentes celtas y no meridiona-les. Esto supone que el dominio cartaginés era ya un hecho con anterioridad a la re-conquista por Amílcar Barca.

A partir de este momento Amílcar acrecienta su ejercito con voluntarios indíge-nas, y hacia el 230 a.C. se dirigió a las costas levantinas. Amílcar ocupó allí Akra Leu-ke. Esta ciudad, a la que los romanos llamarían después Castrum Album, seria en lo sucesivo su base de operaciones.

La ocupación de Akra Leuke, que hasta entonces era centro del comercio griego, aunque no debía de tener el carácter de colonia griega, originó la protesta de Roma encabezada por el cónsul Papirio, que vino a Hispania, reclamando que los cartagine-ses había sobrepasado los límites de comercio otorgados a los griegos de Masalia. Es decir, alegaban los romanos que habían violado los tratados del 509 y 348 a.C., en vir-tud de los cuales se fijaba como límite de la navegación griega la línea de Mastia Tar-tesia, situada junto al cabo de Palos.

La reclamación de Roma en 229 a.C. se hace por un doble motivo, Akra Leuke suponía un establecimiento consolidado de comercio; además, ni Marsella ni Roma veían con buenos ojos la eliminación de uno de sus aliados y su sustitución por gentes enemigas. Roma se limita a informarse y en cierto modo se despreocupa de estos pro-gresos de Amílcar, por ello aceptan sin mayor inconveniente la respuesta que Amílcar dio a los embajadores de que “únicamente trataban de recaudar dinero con que pagar la deuda contraída con Roma”.

Así pues, consolidada la fundación de Akra Leuke, Amílcar, en el año 228 a.C., tomó una parte de su ejercito, dejó que los elefantes y el grueso de tropas invernaran en Akra Leuke y emprendió una incursión al interior para combatir a los oretanos situa-dos en la ciudad de Hélice (Belchite, Elche o Elche de la Sierra). Amílcar, derrotado, se vio obligado a levantar el asedio.

Según cuenta Diodoro, fue el rey Orisón quien, acudiendo en auxilio de los si-tuados, provocó la muerte de Amílcar cuando en la huida éste trataba de atravesar un río sobre su caballo. Beltrán supone que este río es el Ebro, aunque es difícil admitir que los cartagineses arriesgaran su ejercito penetrando prematuramente en tierras del interior de la Península. En todo caso, su yerno Asdrúbal sacaría una fructífera lección

74

de prudencia en su actuación con las temibles tribus de la Meseta. Porque algo que ignoraban aún los cartagineses era la implacable oposición que las gentes celtas del interior estaban dispuestas a ofrecer a quien pretendiera arrebatarles su libertad por la fuerza; estaban dispuestos a alianzas y a ofrecer cuantiosas tropas mercenarias, pero no a someterse al dictado de nadie.

La muerte de Amílcar de modo desastroso no detuvo las conquistas cartagine-sas. Su yerno, Asdrúbal tomó en el año 228 a.C. el mando del derrotado ejercito y se retiró a Akra Leuke. Desde allí trató de atraerse a los indígenas y al mismo tiempo acrecentó el número de soldados hasta alcanzar un contingente de 200 elefantes, 8.000 caballos y 60.000 infantes, muchos de ellos hispanos. Basó su política en el alar-de de fuerza y en la atracción de los indígenas: procedió con “mesura e inteligencia” al decir de Polibio. Sabemos que se casó con la hija de un reyezuelo, lo que le valió la sumisión y alianza de los íberos de la costa. No obstante se dirigió a castigar a Orisón y sometió a doce de sus ciudades. Después de estas campañas de sumisión de los ore-tanos y pactos con Lusitania funda Cartago Nova.

Cartago Nova está rodeada de ricas minas de plata, salinas y campos de espar-to. Será en lo sucesivo el centro estratégico y económico cartaginés. Estaba encuadra-da dentro de los límites acordados con Roma y los griegos en el año 348 a.C. Cartago Nova, hoy Cartagena es uno de los mejores puertos naturales del Mediterráneo. Se asentaba la antigua ciudad cartaginesa en el fondo de la bahía, sobre una península entonces existente en su borde más interior. Era, pues, un lugar ya conocido por sus excelencias como puerto de salida de abundantes metales de la zona inmediata y tam-bién de los extraídos en torno a Cástulo. Cartago Nova fue fortificada y mejorado su puerto natural. Se llenó rápidamente de artesanos, marineros y comerciantes, llegando a tener en 209 a.C., cuando fue tomada por Escipión, varios miles de ciudadanos li-bres. En sus cercanas y riquísimas minas de plata, aún hoy explotadas, trabajaban na-da menos que 40.000 hombres. Cuando Asdrúbal funda Cartago Nova, quiere dejar bien sentado que desea hacer de la nueva ciudad la capital y nuevo centro mercantil de Occidente. Además goza de todas las condiciones necesarias para procurar a los Bárquidas toda clase de regalías y ventajas estratégicas y económicas; su territorio circundante es lugar adecuado para campos de esparto que permitirían la confección de diversos aparejos marinos. Próximas existen numerosas salinas (Mata, Torrevieja, Egelasta, etc.), que le permitirán abrir un amplísimo mercado de sal, pesca y salazo-nes. Para el comercio en tierra también goza de buena situación, pues ocupa el centro de la vía que por Cástulo va hacia el interior de la Península y a lo largo del litoral tiene otra importante vía costera, la llamada vía Hercúlea. Todas estas nuevas riquezas de Cartago Nova serán propiedad de los Barca y les procurarán el dinero suficiente para sus empresas.

La febril actividad de Asdrúbal, hizo que Roma, temerosa de los progresos car-tagineses, tratara de poner coto a sus conquistas. Mediante una embajada entró en conversaciones con Asdrúbal. Entonces Roma y Cartago suscribieron el famoso “Tra-tado del Ebro” en el año 226 a.C. En él se estipulaba que el límite máximo de la expan-sión de Cartago no rebasara hacia el Norte la línea del río Ebro; este hecho demuestra que por entonces los Barca no buscaban otra cosa que consolidar en Hispania un sóli-do y lo más amplio posible poderío económico. No extraña que en esta línea de actua-ción económica, el pacto se efectuara a instancias de las colonias griegas, cuyo co-mercio podía resultar amenazado tras el avance cartaginés y las nuevas fundaciones de Akra Leuke y Cartago Nova. Apiano dice expresamente que cuando Asdrúbal funda Cartago Nova, los saguntinos, con Emporión y las colonias griegas, envían legados a Roma para que se interese por los movimientos cartagineses en el levante ibérico y constate el peligro que entraña para el comercio griego. Marsella y las colonias griegas

75

de Hispania y la Galia conseguían con este pacto tranquilizador con el que Roma limi-taba las ambiciones cartaginesas y daba satisfacción a sus aliados griegos de Occiden-te.

Pese a su política de apaciguamiento con los indígenas Asdrúbal fue asesinado por uno de ellos.

Aunque breve, el gobierno de Asdrúbal deja bien consolidado el poderío carta-ginés en Hispania: paz con Roma; excelentes puertos en Gadir, Malaka, Sexi, Cartago Nova y Akra Leuke; una amplísima franja meridional que comprendía a los oretanos y llegaba hasta Sierra Morena, incluyendo riquísimas minas de plata; pactos de amistad con las tribus del resto de la mitad meridional de Hispania, entre las cuales los púnicos podían alistar muchos miles de mercenarios.

3. LA CONQUISTA DE SAGUNTO Y EL TRATADO DEL EBRO DEL 2 26 a.C.

Con 25 años Aníbal hereda el mando del ejercito en 221 a.C. Pronto abandona la política de apaciguamiento y pactos con los indígenas, para emprender campañas de sumisión. En el año 220 a.C. sube a la Meseta Norte, ataca a los vacceos y somete a Helmántica (Salamanca) y Arbocala (Zamora o Toro). Esta victoria puso en sus manos casi todas las tierras que se extienden sobre el Tajo y buena parte del Duero. Entonces su ascendencia alcanza límites muy amplios, aunque existen ciertas tribus entre los vacceos, olcades y carpetanos que no reconocen su autoridad. Pero en líneas genera-les domina todo el Mediodía y Levante y tiene como aliados a los mas importantes núcleos de la Meseta, bien por conquista, bien por tratados de alianza o amistad, y el resto, al menos por temor, queda inmovilizado. Este hecho es importante, por primera vez en nuestra historia gran parte de la Península se integra bajo el mando o la iniciati-va de un solo poder, aunque extranjero. Livio dice que “tras la sumisión de los carpeta-nos, toda Hispania allende el Ebro era de Cartago, excepto Sagunto”.

3.1. La toma de Sagunto por Aníbal:

En el invierno entre 220-219 a.C. Aníbal debió meditar el ataque a Sagunto, cuya importancia y posibles consecuencias no ignoraba. Esperaría a la estación favorable, la primavera del año 219 a.C., para iniciar el asedio. Sagunto era una ciudad bien defen-dida que contaba con un excelente puerto de muy activo comercio. La ciudad, situada sobre un elevado cerro, estaba bien protegida por murallas en un circuito de 800 m. de largo por 100 de ancho. Las acuñaciones de la antigua Sagunto llevaban el nombre de Arse, lo que parece indicar que éste era el viejo nombre de la ciudad, frente a la cual convivía el poblado griego de Zaeynthos que ocupaba la parte principal de la ciudad.

La aspiración de Aníbal a dominar Sagunto estaba justificada, ya que su impor-tancia económica era notoria. A su puerto llegaba un rico comercio explotador de mine-rales, especialmente hierro del ámbito de Teruel; y probablemente también mineral de hierro del Sistema Ibérico que iba a Sagunto o bien a Emporión y Marsella destinado a las colonias griegas de Occidente. Marsella debía centralizar el comercio de minerales de todas estas pequeñas ciudades costeras que le proporcionaban importantes mate-rias primas para su comercio. Ello justifica a su vez la insistencia de Marsella cerca de Roma para que defendiera su independencia frente a las pretensiones expansionistas cartaginesas. Porque la alianza que Roma mantenía con Marsella implicaba la defensa de sus colonias.

El pretexto para el avance de Aníbal hacia Sagunto se lo dieron las disputas en-tre Sagunto y sus vecinos, los turdetanos o tuboletas. La historiografía romana vacila y

76

acusa a Aníbal de alentar las rencillas al objeto de encontrar motivos para atacarla.

Se dice que Aníbal acudió presto en ayuda de los turboletas atacando a Sagunto y poniéndola un estrecho cerco. Se atenía al pie de la letra al Tratado del Ebro que, fijando en el río Ebro el límite máximo de las conquistas cartaginesas hacia el norte, incluía consiguientemente la posible conquista de Sagunto. Ahora bien, Aníbal buscó pretexto en las disputas entre Sagunto y los turboletas para atacarla, lo que quiere de-cir que Aníbal tenia alguna evidencia de que había alguna vinculación o alianza entre Sagunto y Roma y que deseaba salvar su responsabilidad por no haber respetado la cláusula del Tratado del Ebro que garantizaba no sólo el límite del Ebro, sino también la independencia de los aliados de Roma. No se sabe con certeza que existiera realmente esta alianza, si Aníbal quiso ignorarla, o si entendía que había vinculaciones de Sagun-to con Marsella, pero no con Roma directamente, de modo que sólo Marsella era aliada de roma, pero no los aliados de su aliada. Por esta razón , en el curso del asedio a Sa-gunto, ante la reiterada petición de ayuda de Sagunto a Roma ésta no se decidió a acudir en su socorro pero envió una embajada, Aníbal se negó a recibirla, argumentan-do que no podía garantizar la vida de los mensajeros en aquella lucha tan enconada y difícil. Parece que Roma también vacilaba y carecía por entonces de razones absolutas para cargar con la responsabilidad de una guerra contra Cartago y una intervención directa en Sagunto.

Ocho meses duró el cerco a Sagunto, en el que Aníbal tuvo que emplear pode-rosas máquinas de guerra copiadas del mundo helenístico. La resistencia saguntina fue ejemplar ante la superioridad numérica y táctica de los cartagineses. Sagunto redobla-ba su heroísmo ante la esperanza de recibir ayuda de Roma. Los romanos, ante la ne-gativa de Aníbal a oírlos, se dirigieron al Senado cartaginés, pero éste, bien alecciona-do por los Bárquidas, les insistió en que la guerra había sido iniciada por Sagunto y no por Aníbal. Cuando la embajada romana volvió a Roma, los saguntinos habían sido aniquilados, después de rechazar toda oferta de paz. En una lucha tan cruenta como inútil, quemaron sus casas y sus bienes. Aníbal ordenó el último asalto, y la horrible matanza y el saque que toleró a sus soldados han sido recordados por la historiografía romana con tintes trágicos; los escasos supervivientes fueron vendidos como esclavos en toda España. El botín de guerra fue inmenso, sobre todo en metales preciosos; aunque como observa Tito Livio, la mayor parte de las riquezas habían sido destruidas y quemadas por sus dueños.

Con la toma de Sagunto Aníbal había dado un paso decisivo en el dominio car-taginés de Hispania. De su control sólo escapaba la franja costera catalana y el cua-drante noreste galaico. Roma había asistido impasible a la peligrosa recuperación del poderío cartaginés en la Península. Pero ante la toma de Sagunto, y la peligrosa aproximación púnica al Ebro, la propia Roma presta atención a las advertencias de sus aliados griegos, Marsella y Emporión. Hay desde entonces una decidida acción contra Aníbal y los cartagineses. Los hechos subsiguientes, la Segunda Guerra Púnica, inicia-da el 218 a.C. serán del máximo interés para Hispania y para el rumbo que tomará la Historia en Occidente. En efecto, la ocupación de España por Roma y la subsiguiente romanización introducen un cambio definitivo en el rumbo de la Historia de España; de ella surgen un largo periodo de unidad política y el cambio total de las estructuras so-ciales, económicas, religiosas y de la lengua y la cultura.

3.2. El Tratado del Ebro:

Polibio dice en sus escritos acerca del contenido de este Tratado: “Los cartagi-neses no cruzaron el río Ebro en son de guerra”. Pero al hablar del Tratado del Ebro precisa que constituía expresamente el no pasar el Ebro; y para nada menciona a Sa-gunto. En cambio, Tito Livio y Apiano afirman que en el Tratado del Ebro se garantiza-

77

ba expresamente a Sagunto. Tito Livio dice: “.y que se guarde la libertad de Sagunto y el río Ebro sea el límite de uno y otro imperio”. Apiano expresa igualmente: “.que los saguntinos y los otros helenos de Iberia permanecerían autónomos y libres”.

Polibio fue fuente escrita tanto para Apiano como para Tito Livio, en consecuen-cia, hubo falsificación en Livio y Apiano, o bien hubo otra fuente que efectivamente afirmaba que Sagunto estaba incluida en el Tratado del Ebro como aliada de Roma, aunque no ha llegado hasta nosotros ningún testimonio a este respecto. De ahí que deberíamos inclinarnos a pensar en una falsificación de la realidad, así como que los romanos, de los que se conservan los únicos testimonios, eludan la tremenda culpabili-dad de la guerra que acabó con la aniquilación absoluta de Cartago.

Pero en la cuestión del Tratado del Ebro, y de la responsabilidad de inicio de la Segunda Púnica, debemos considerar tres circunstancias:

Que sólo poseemos fuentes parciales, las de los historiadores romanos, pero no las del bando cartaginés.

Que la guerra fue tan calamitosa y cuajada de consecuencias que nadie querría asumir las responsabilidades de ser causante del conflicto bélico.

Que Cartago estaba interesada en vengarse de Roma, pero aún tenia que afir-mar su dominio en la Península y no quería dar pretexto a Roma para que esta cortara su recuperación económica y militar por culpa de una guerra precipitada.

Un hecho parece bastante claro, y es que Sagunto no estaba incluida en el Tra-tado del Ebro del año 226. Luego amenazada, habría pedido alianza con roma y ésta, en vista del avance de los cartagineses, habría aceptado la petición de alianza. Sanctis afirma que Aníbal no estaba obligado a respetar esta alianza de Roma con Sagunto porque, si la alianza era anterior al Tratado del Ebro, había quedado invalidado por éste; y, si era posterior, resulta contraría a dicho tratado.

En resumen, parece evidente que tanto Roma como Cartago practicaron un do-ble juego para eludir la responsabilidad de un enfrentamiento, aunque ambos deseaban la ruina de su contrario: Cartago para acabar con su opresora; Roma para detener el peligroso poderío adquirido por Cartago en la Península. Así Cartago aprovecha la pro-vocación de Sagunto contra sus aliados los turboletas, con lo que podría asediarla y asaltarla en el 219 y con ello eliminar un poderoso enemigo dentro de su línea de tierra hispanas conquistadas. A su vez, Roma se asigna una alianza con Sagunto y entiende que los cartagineses, al tomarla, han violado este Tratado del 226 y la alianza que han pactado; pues es evidente que también Roma tiene interés en buscarse apoyo para sí o para sus aliados, como las colonias griegas de Hispania mediatizadas por la podero-sa Marsella.

4. EL DESEMBARCO ROMANO EN AMPURIAS. LAS CAMPAÑAS DE P U-BLIO Y CNEO ESCIPIÓN

El periodo que discurre entre los años 218 y 205 a.C. es particularmente impor-tante porque supone el definitivo cambio en la orientación política, social y económica de la Península Ibérica.

En agosto del 218 a.C. desembarcó en Emporión Cneo Escipión al mando de un modesto ejercito (25.000 hombres y 60 naves); suficiente para enfrentarse al ejercito de los hermano de Aníbal (Asdrúbal y Annón). Además esperaban los romanos incremen-tar su ejército con ayuda de las tribus vecinas ya previamente comprometidas por la diplomacia romano y de los griegos que con ellos comerciaban.

78

Emporión era un modesto puerto. Pero los cartagineses nada hicieron para im-pedir el desembarco y consolidación de la defensa de Ampurias. En consecuencia, triunfó la pericia de Cneo Escipión, que incrementó sus legiones con tropas auxiliares indígenas de la costa.

En una segunda fase Cneo Escipión se arriesga a progresar por la costa hacia el Sur con vistas a dominar el resto de la costa catalana hasta el Ebro y adueñarse del excelente puerto de Tarraco. Inició sus operaciones en 218 a.C. Antes que Asdrúbal pudiera llegar desde Cartago Nova con tropas de socorro en ayuda de Annón, le atacó y derrotó en la batalla de Cesse, ciudad indígena yuxtapuesta al núcleo urbano griego de Tarraco. En esta batalla participó al lado cartaginés un fuerte ejercito de ilergetes. Tras esta victoria, Cneo pudo invernar con su ejercito en Tarraco, mientras Asdrúbal y Annón hubieron de repasar el Ebro y abandonar las tierras costeras catalanas, demos-trando así los hermanos de Aníbal durante los años que ostentaron el mando de la Península su incapacidad y la carencia de genio militar.

Tarraco sería desde entonces el más firme y fuerte bastión de los ejércitos de Roma. Los romanos, por otra parte, ampliaron sus alianzas entre los pueblos de la cos-ta, aunque de momento los poderosos ilergetes mantuvieron fidelidad a Cartago.

Pese a las ventajas iniciales de los ejércitos de Cneo, su situación era precaria: los ejércitos púnicos eran superiores en número y el aprovisionamiento ce víveres era deficiente. Además, ambos contendientes hubieron de reforzar sus ejércitos y marina. Así Asdrúbal, durante el invierno del 218/217 a.C. equipó 40 naves en Cartagena. Mientras Cneo debió solicitar ayuda a Marsella que le envió 35 naves bien armadas con las que actuará de inmediato.

En la primavera del año 217 Asdrúbal sale de su cuartel general de Cartagena con los 40 barcos bien armados mandados por Amílcar; el propio Asdrúbal conduce el ejercito de tierra y, costeando se reúnen en la desembocadura del Ebro. En tierra Cneo, es consciente de su inferioridad, pero el desordenado ataque cartaginés hizo fracasar la maniobra, y fueron puestos en fuga cayendo en manos de Cneo 25 naves cartaginesas. Ellos supuso dejar a los romanos la iniciativa por mar, y sus naves sa-quearon las costas del sur del Ebro hasta Alicante, Además la victoria romana del Ebro produjo un movimiento de rebeldía entre las gentes de la Bética, principalmente en los puertos; parece que muchas naves que servían en las filas de Asdrúbal desertaron.

La incorporación de Publio Cornelio Escipión y su presencia en Tarragona con 30 naves y 8.000 hombres expresa la importancia que los romanos daban a Hispania y su peso definitivo en esta contienda. El hecho es mas destacable dado que a finales del 217, la situación de los romanos en Italia era desesperada, pues tras la derrota del lago Trasimeno en el mismo corazón de Italia y no lejos de roma, sus ejércitos habían sido literalmente arrasados por Aníbal.

En Hispania la conjunción de los dos hermanos con los refuerzos aportados en naves, hombres y dinero situaba a los romanos momentáneamente en plano de supe-rioridad. Antes de esta ventajosa situación, deciden traspasar el Ebro, seguidos por la flora que cubre las costas. Asdrúbal no se atrevió a hacerles frente, permaneciendo con el grueso de su ejercito en Cartago Nova. Éste envió sólo un pequeño destacamento para vigilar a los romanos que se acercaron a Sagunto sin atacarla, porque los cartagi-neses habían fortificado la ciudad. Según Polibio los romanos desarrollaron en Levante una fuerte actividad de captación de los pueblos iberos encaminada a conseguir para Roma el favor y el apoyo de los indígenas.

Durante el año 216 los romanos seguían sin poder arriesgar su ejercito; pues en-tre tanto, en Roma hacían la gran recluta y acopios para enfrentarse a Aníbal. En la

79

batalla de Cannas todos sus efectivos fueron otra vez aniquilados. Así pues, se limita-ron a una labor provechosa de acosar a los cartagineses por la costa, sin asaltar sus ciudades y sobre todo sin arriesgar un ejército que, en caso de derrota, no podían re-hacer. En consecuencia parece que Publio conducía el ejercito de tierra y Cneo llevaba la escuadra costeando el Mediterráneo hacia el sur, con objeto de apoyarse mutuamen-te en caso necesario e impedirle la salida de Asdrúbal hacia Italia por tierra o por mar. La incapacidad de Asdrúbal les permitió por otro lado la penetración en tierras levanti-nas, donde también buscaban el modo de restar aliados iberos a los cartagineses, y al mismo tiempo amenazar Sagunto y Cartago Nova para cumplir su principal misión: im-pedir el envío de refuerzos a Italia.

En el verano del 216 Aníbal había aniquilado en Cannas un ejercito cercano a los 100.000 hombres. Sin embargo tras esta derrota, Roma tomó la decisión de reforzar el ejercito de los Escipiones en Hispania ya que la llegada de nuevos refuerzos cartagi-neses a Italia hubiera dado a Aníbal las fuerzas necesarias para el asalto final a Roma. Los Escipiones recibieron nuevas tropas mientras invernaban en Tarraco a finales del 216 a.C. Podrían, pues, hacer frente al ejercito de Asdrúbal que se dirigía hacia el norte hispano, camino de Italia; podrían así impedir la definitiva ruina de Roma.

Asdrúbal y los Escipiones se encontrarían en el Ebro, donde los cartagineses mantenían una ciudadela con el nombre de Hiberia, que debe identificarse con la actual Tortosa. Al llegar Asdrúbal ninguno de los contendientes rehusó la lucha y se produjo entonces una batalla campal. Triunfó el espíritu cívico romano que era consciente de que allí se decidía el destino de roma y se impuso la sagacidad estratégica de los Esci-piones sobre la incapacidad de los hermanos de Aníbal. Era la primera batalla en la que intervenían todas la fuerzas de cartaginesas y romanos. Éstos calificaron la victoria como la revancha de la tremenda derrota que les infringiera Aníbal en Cannas.

La realidad del ejercito romano, a pesar de la victoria, era poco tranquilizadora, como se deduce de las misivas enviadas por los Escipiones a Roma, “no tenían dinero para el estipendio, ni vestidos ni trigo para los soldados y la tripulación de las naves estaba falta de todo lo necesario”. Por otro lado Roma apenas podía enviar ayuda en hombres ni dinero, pues pasaba sus peores momentos de la guerra en Italia. Ante esta situación ninguno de los contendientes podía entregarse en Hispania grandes batallas, pues ambos disponían de un exiguo ejército y dependían demasiado de los respectivos y poco fiables aliados hispanos.

La situación de equilibrio dura poco y se va a inclinar por un tiempo del lado de Roma; en el año 214 a.C. Cartago tuvo que hacer frente a una rebelión en tierras afri-canas y obligó a repatriar gran parte del ejército africano destacado en Iberia. El propio Asdrúbal tuvo que conducir allí las tropas dejando desguarnecida Hispania y propician-do que los celtíberos empezaran a pasarse al lado de los Escipiones. La política mone-taria que roma venia llevando a cabo en el ámbito de las colonias griegas les fue do-tando de numerario con que pagar a los mercenarios celtíberos siempre dispuestos a seguir al mejor postor.

En 214 y ante la ausencia de Asdrúbal y su ejército, unido a la “traición” de los celtíberos, Publio y Cneo Escipión va a intentar alcanzar dos objetivos: reducir o dificul-tar el acceso a los puertos de Levante a las tropas cartaginesas; arrebatarles los mejo-res centros neurálgicos de Sierra Morena y si era posible de la propia ciudad de Carta-go Nova. Esto les podría permitir autofinanciarse en Hispania y asegurar la fidelidad del mercenariado.

Los romanos se aventuraron a penetrar en Levante y el Sur, llegando a ocupar o controlar las ciudades de Castrum Album (Alicante), Cástulo en el corazón minero, Ili-

80

turgis y Aurungis (Jaén). Sobre todo practicaron una labor de saqueo y abastecimiento en las tierras dominadas por Asdrúbal. Era asequible obtener botín en tierras de Sa-gunto, lo mismo que los abundantes centros mineros de Cástulo o en las fecundas tie-rras béticas. El botín obtenido les proporcionó los abundantes fondos que precisaban; y que no podían obtener de la empobrecida Italia, ni de sus aliados de la costa catalana.

La situación romana en el año 214 a.C. era ventajosa, pero no se tradujo en una sólida ocupación territorial, sino en una recuperación de aliados y recursos mineros de los Barcas. En todo caso recursos y ventajas fueron fugaces, pues la situación se pro-pició por la ausencia de los cartagineses, desplazados con el grueso de sus tropas a África.

En el año 212 a.C. vuelve Asdrúbal y reorganiza el ejercito cartaginés, consi-guiendo la colaboración de las tropas ilergetes, cuyas tierras los romanos venían de-predando desde el año 218.

Las luchas tuvieron como zona de operaciones las cuencas mineras del alto Guadalquivir y Levante. Los romanos trataban de controlar las regiones productoras de plata, de donde salía el dinero que utilizaban los cartagineses para costear la guerra. Parece que en este año los romanos toma por fin Sagunto y se lo devolvieron a sus antiguos habitantes; esta acción suponía una gran conquista en esta primera fase de la lucha, a su vez, y en este momento la ofensiva cartaginesa redujo a los turdetanos en la Bética y tomaron la ciudad de Iliturgi, aunque este hecho no empañó la victoria sa-guntina que provocó el paso de la ciudad de Cástulo al bando de Roma. Esta captación romana constituía un duro golpe para Cartago, pues Cástulo era un importante centro minero. La actitud de Cástulo confirma una evidencia: Hispania ya estaba cansada de la explotación a que se veía sometida por parte de los cartagineses. Pero poco tiempo después siguió la traición de los mercenarios celtíberos al servicio de roma, soborna-dos por los cartagineses. El trasvase de aliados hispanos era, como puede observarse, tan frecuente como peligroso.

4.1. Desastre y muerte de los Escipiones:

En el 211 a.C. se va a producir la derrota y muerte de los dos hermanos Esci-pión, como resultado de su ambiciosa política en Hispania. La situación y la sucesión de los acontecimientos se precipitaron contra Roma. Los cartagineses disponían de tres ejércitos, y los generales romanos quisieron con sus propias fuerzas reunidas ter-minar la guerra en Hispania, atacando por separado a Asdrúbal, que era a quien tenían más cerca, mientras los otros dos ejércitos dirigidos por Asdrúbal Giscón y Magón es-taban a cinco jornadas de distancia. Pero hicieron lo contrario, dividieron en dos cuer-pos las tropas romanas y alcanzar de una sola vez la conquista de Hispania. Pagarían su error: Publio marchó con dos tercios de su ejercito contra Magón y Asdrúbal Giscón. Cneo con el resto del ejercito fue contra Asdrúbal Barca.

Asdrúbal Giscón y Magón se percataron de la escasez de soldados romanos en el ejercito de Publio Cornelio Escipión y pactaron la no intervención de los 20.000 celtí-beros, que cobrarían sus soldadas de los cartagineses sin arriesgar sus vidas en la lu-cha. Publio entonces intentó retirarse, pero fue perseguido por las tropas cartaginesas, mientras que un ejercito de 7.000 ilergetes le cortaba la retirada. En el esfuerzo por abrirse paso perece Publio y todo su ejercito.

Los púnicos rápidamente tratan de aniquilar al otro Escipión, Cneo, que también intentó retirarse, y fue desecho todo su ejercito y muerto. Sólo unos 10.000 hombres de los 40.000 que formaban el ejercito romano salvaron sus vidas retirándose hacia el Norte. Los romanos debieron refugiarse de nuevo tras la línea del Ebro y renunciar a

81

los ricos ingresos y alianzas de las gentes del Sur. Pero los jefes púnicos no supieron explotar su ventaja absoluta en esos momentos y no osaron atacar Sagunto, ni menos Tarraco o Emporion en una ocasión única que se les presentó para expulsar a los ro-manos de Hispania y poder encaminar los refuerzos que Aníbal esperaba en Italia.

5. LA VENIDA DE PUBLIO CORNELIO ESCIPIÓN EL AFRICANO

El ejercito romano superviviente quedó al mando de Tito Fonteyo, que logró es-capar a la persecución púnica. Le acompañaba en el mando Lucio Marcio, otro antiguo general romano que actuaba en calidad de tribuno. Lucio Marco fue elegido jefe por los soldados. Pero esta elección no coincidía con los planes romanos. Claudio Nerón fue designado para el mando de Hispania durante el verano del 211 a.C.; era hombre ex-perimentado en asunto bélicos, como pretor había mandado en 213 uno de los tres ejércitos que sitiaban a Aníbal en Capua. Con el mismo ejercito se trasladó a Hispania. Tría a 12.000 infantes y 1.100 jinetes, que uniría en Tarraco a las tropas supervivientes del desastre. Nerón se limitará a contener las presiones cartaginesas protegido en sus ciudades fortificadas de Tarraco y Emporión. Se ignora si Claudio Nerón fue relevado rápidamente de su cargo a la vista de los fracasos o simplemente se impuso en roma la influencia de los Escipiones, para asumir de nuevo el mando y la misión de vengar su muerte.

Para sustituir a Claudio Nerón fue designado Publio Cornelio Escipión, hijo del procónsul del mismo nombre que acababa de morir combatiendo en Hispania. Carecía de experiencia como jefe del ejercito, aunque había participado en Italia luchando con-tra Aníbal en Cannas. A los 24 años recibía un mando ilegal de procónsul, ya que no había ejercido anteriormente ninguna magistratura. Pero en Roma conocían su valor y aptitudes para el mando que acreditaría suficientemente en Hispania , expulsando a los cartagineses y venciendo a Aníbal en la batalla de Zama del 202, en la propia África a donde Escipión llevó la guerra para acabar de una vez con el poder de Cartago.

Transportó su ejercito para desembarcar en Emporión. De allí bajó por tierra a Tarraco donde se reunió con el resto del ejercito que le había dejado Claudio Nerón. En total contaba con un ejercito de unos 35.000 hombres. Podría añadir refuerzos de mer-cenarios ibéricos con los 400 talentos que le había suministrado el Senado de Roma. Disponía, pues, de un ejercito suficiente no sólo para impedir todo intento de ayuda hispana a Aníbal, sino también para tomar la iniciativa contra los indecisos y divididos púnicos que no habían sabido aprovechar el desastre romano del 210.

En el futuro, con ejércitos igualados decidirá la eficacia y solidez y sobre todo la decisión y genio militar con que Escipión planteará la lucha. En tres golpes magistrales decidirá la suerte y acabará con el poder cartaginés en Hispania: la toma de Cartago Nova y las batallas de Baecula (Bailén) e Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla).

5.1. La toma de Cartago Nova:

Con ejércitos distantes entre sí, Cartago mantenía tres cuerpos de ejército en Hispania: uno mandado por Magón en el Algarve, otro dirigido por Asdrúbal en Lusita-nia, y el tercer ejercito ocupaba la Carpetania. Ya se ha apuntado que los Bárquidas se apoyaban en los elementos celtas de la Meseta y la costa atlántica, mientras que los romanos lo hacían entre los íberos. Esta división y alejamiento del enemigo va a ser aprovechado por Escipión, decidiéndose a atacar por sorpresa a Cartago Nova. Mien-tas invernaba Escipión en Tarraco se decidió a recoger toda la información pertinentes sobre las condiciones de defensa de la ciudad, para iniciar las hostilidades.

82

Escipión con un ejercito de unos 30.000 hombres se dirige a Cartagena en la primavera del año 209 a.C. Concibió un ingenioso plan de asedio y asalto a la ciudad. Cercó la plaza por tierra y por mar con la escuadra. Frente a los romanos Cartago dis-ponía de un ejercito más débil y menos preparado. El ataque de Escipión dio sus frutos, y los cartagineses, sorprendidos por la avalancha romana que llegaba tanto por tierra como por mar, provocaron el general desconcierto y acabaron pronto con toda la resis-tencia púnica. Hubo matanza y saque general.

Verdadero desastre supuso para Cartago la caída de Cartago Nova, y que trajo consecuencias de índole estratégico militar y económico, pues su pérdida suponía de-jar de poseer el bastión defensivo de una rica zona de minas de plata y sal, rodeada además por fértiles campos de cultivo, sobre todo de esparto.

Otras muchas ventajas económicas se seguirían del dominio romano en el Le-vante ibérico hasta Cartago Nova. Pues, demostrando Escipión desde el primer mo-mento lo que supondría Hispania para Roma, procedió a trasformar en posesión públi-ca del Senado y del Pueblo Romano no sólo las tierras que los Bárquidas poseían en la región, sino también las minas de plata y las salinas, las fábricas de salazón, bosques y campos de esparto de interés para embarcaciones de guerra y de pesca. Tales apro-piaciones abrieron nuevos horizontes de explotación a las sociedades romanas.

Luego de reforzar las murallas de Cartago Nova, Escipión retornó a su base de Tarraco, sometiendo de paso una ciudad Batheia (Villaricos), viejo emporio de comer-cio ocupado por gentes púnicas. En Tarraco se presentaron los príncipes y caudillos ibero y celtas con presentes para testimoniarle su agradecimiento. Como testimonio de su victoria Escipión envió a Roma grandes tesoros para el erario público.

5.2. La batalla de “Baecula”:

Inmediatamente después de la toma de Cartago Nova, Escipión trató de adue-ñarse de los ricos centros mineros de Sierra Morena. Los ejércitos púnicos estaban intactos pese a la caída de Cartagena, pues disponían de otros excelentes puertos y riqueza en el Sur, especialmente en Cádiz. Los púnicos, además de tener un buen ejército, dominaban las tierras de ambas mesetas, Lusitania y la Bética. Escipión tra-tará de desarticularles dándoles la batalla en el corazón de la Submeseta Sur, en torno a Baecula (Bailén).

En el año 208 Escipión trata de extender su dominio sobre Sierra Morena y sus ricos centros mineros. Los ejércitos de los tres jefes cartagineses se hallaban distantes entre sí: Magón en Cádiz, Asdrúbal Giscón en la costa mediterránea y Asdrúbal Barca en los montes que rodeaban Cástulo (Cazorla).

Escipión, igual que había hecho en Cartago Nova, decidió emplear la rapidez y la sorpresa. Asdrúbal Barca, aunque disfrutando de una posición ventajosa, pues ocu-paba las pendientes de Baecula (Bailén), intentó dilatar el enfrentamiento hasta el mo-mento de poder contar con el refuerzo de las tropas de los otros dos jefes púnicos. Pe-ro ante el peligro de que los aliados iberos abandonasen a los cartagineses, Asdrúbal se lanzó a una batalla en inferioridad numérica. Por Polibio y Tito Livio sabemos que tras el ímpetu de los legionarios romanos que arrolló con facilidad a los desordenados combatientes iberos y africanos, Asdrúbal rehusó una resistencia a ultranza y prefirió atrincherarse en espera de sus colegas. Para ganar tiempo y evitar una matanza de sus tropas optó por dejar que los soldados romanos se entregaran al pillaje de su cam-pamento, y decidió la retirada ordenada hacia el Norte, sobre la línea del Tajo hacia lusitanas; allí pudo salvar sus tesoros y elefantes y posteriormente reunirse con los otros dos ejércitos púnicos.

83

Aunque en la batalla de Baecula no hubo matanza, la victoria de Escipión fue importante sobre todo por las consecuencias que trajo consigo: Escipión vengaba en batalla campal la derrota y la muerte de su padre; además la victoria se produjo en un centro geográfico vital, pues Despeñaperros era la llave estratégica de la Bética y al mismo tiempo ratificaba la fidelidad de los iberos a Roma. Por lo demás, el botín logra-do en Baecula sobre el campamento cartaginés supuso el poder sostener largo tiempo a su ejercito, con ligeras exigencias a Roma, entonces exhausta.

Tras la batalla de Baecula, Asdrúbal saldría con un fuerte ejercito hacia Italia en ayuda de Aníbal. Los tres caudillos púnicos, que habían reunido su ejercito después de la batalla, aceptaron la idea de Asdrúbal Barca: reunir dinero y salir de Hispania. El es-fuerzo seria inútil porque su ejercito sería totalmente aniquilado en Italia.

La defensa púnica de Hispania se planificó de modo que Asdrúbal Giscón suma-ria a su ejercito el de Magón y se retiraría a Lusitania. Magón se dirigiría a Baleares para reclutar aguerridos mercenarios y Massinissa, con tres mil jinetes escogidos reco-rrería el interior de Hispania devastando los poblados y campos aliados de Roma.

Escipión se había retirado a invernar en Tarraco, sin intentar obstaculizar la mar-cha de Asdrúbal ni tampoco defender a sus aliados de los saqueos de Massinissa. No tenia suficiente ejercito para dispersarlo en guarniciones de protección a la ciudades iberas.

5.3. La batalla de “Ilipa”

Cartago no se desanimó por esta nueva derrota sufrida en tierras hispanas. Nuevas tropas de mercenarios africanos son enviadas a Hispania al mando de Annón, quien unido a Magón incrementó su ejercito con los celtíberos que ahora se sumaban masivamente a los púnicos en contra de los iberos prorromanos. Se situó en el territorio central de la Península, mientras que la Bética quedaba en manos de Asdrúbal Giscón.

El legado de Escipión, Marco Junio Siolano con un ejercito de 10.000 infantes y 500 jinetes, tras dispersar a los reclutas celtíberos, atacó por sorpresa a los ejércitos cartagineses acantonados en la Meseta. La ayuda de los celtíberos de la Meseta que-daba frustrada y con ello el panorama para Roma aparecía despejado, solo restaba conseguir la victoria final sobre los cartagineses en la Bética.

Escipión situó su ejercito entre Carmona e Ilipa, y actuó con su habitual rapidez, ataco de madrugada, y el ejercito cartaginés situado en Ilipa combatió cansado y ham-briento contra el cuerpo de tropas mas avezado y selecto de Escipión. La victoria ro-mana fue clara, el empuje fue tal, que sólo una inoportuna tormenta impidió una matan-za del ejercito cartaginés. Asdrúbal Giscón se retiró antes que las tropas romanas ase-diaran su campamento, dirigiendo sus tropas a Gades, con lo que aquel puerto se hacia inexpugnables, pues estaba bien protegido por un fuerte ejercito y una sólida es-cuadra.

La derrota púnica de Ilipa decidió su definitiva suerte en Hispania. Aunque Ga-des fuera de momento un sólido apoyo. Escipión se ganaría la adhesión ibera por pro-pia iniciativa o por imposición, y mientras los legados de Escipión fueron completando la sumisión de la Bética. Algunas ciudades ofrecieron mayor oposición al ejercito roma-no por la simple razón de que albergaban en su recinto una guarnición púnica, pero la sumisión de la Bética fue un hecho durante el año 206.

Con esta situación favorable Escipión se retiró a Tarraco y de allí pasó a Roma donde, previos sus informes al Senado, se decidió mantener la posesión de Hispania. Escipión volvería para proceder a la expulsión de los Cartagineses de Gades, reducir a

84

los pueblos iberos sublevados en su ausencia y organizar la tierra conquistada.

6. CATÓN EN HISPANIA

A su marcha en 206 a.C. Escipión había dejado en Hispania las más ricas tierras conquistadas: parte de la actual Cataluña, una estrecha franja costera desde el Ebro a Cartago Nova y las tierras encerradas entre el curso del río Guadalquivir y la costa me-ridional desde Cartagena a Cádiz. Pero constituían un núcleo de dominios muy distan-ciados, además se enfrentaban a dos grupos de pueblos poderosos: los celtíberos en la Meseta Norte y los lusitanos en la Sur.

Poco después, en Roma y bajo la influencia de Escipión se decidió dividir los te-rritorios hispanos. En consecuencia surgirán en Hispania dos provincias: la Hispania Citerior (la más próxima a Roma) y la Hispania Ulterior. Aunque la presencia casi cons-tante en Hispania de un cónsul, o un procónsul con mando en ambas provincias, y las necesidades de la guerra hicieron que la línea divisoria entre las provincias hispanas fuera más teórica que real.

6.1. Porcio Catón y su obra:

En el año 196 a.C. el Senado envió a Hispania a uno de los cónsules del 195 a.C., Catón, la persona que mejor encarnó la resistencia al nuevo espíritu, pues se mostró enemigo de las innovaciones políticas y de las aventuras e intrigó contra el pro-pio Escipión. Este pequeño propietario de origen plebeyo fue elevado a las mas altas magistraturas, y resolvería de momento los problemas hispanos utilizando a la vez la fuerza y la diplomacia política.

Las fuentes presentan a Catón como el arquetipo del romano de abolengo, justo, austero, patriota, respetuoso con la ley, fiel a las antiguas virtudes romanas y opuesto a cualquier intento de renovación. Con motivo de su consulado había impedido que Esci-pión el Africano obtuviese la provincia de Hispania reclamándola para sí mismo, porque temía que aquel encontraría en ella la ocasión propicia para exaltar su grandeza. Según sus contemporáneos Catón quería llevar a la práctica las aspiraciones de las capas más influyentes de la sociedad romana que controlaban los poderes político y económico.

En su política Catón seguía la pauta dictada por el imperialismo romano según la cual la paz y la autoridad, básicas para el enriquecimiento y engrandecimiento de Ro-ma, deberían imponerse por la fuerza de las armas. Al amparo de estos principios Catón aplicará una dura ley a los indígenas que se fueran sometiendo paulatinamente.

La obra pacificadora de Catón hay que contemplarla desde los puntos de vista militar, económico, político y administrativo. Las directrices impuestas por el cónsul ro-mano buscaban el control absoluto de los territorios sometidos, para lo cual procedió a la sistemática destrucción de las ciudadelas. A la vez organizó la defensa contra celtí-beros y lusitanos a través de una barrera formada por las tribus periféricas pacificadas y la organización sistemática y despiadada de su explotación económica. En lo referen-te a esta labor estableció grandes tributos sobre las minas de hierro y plata, que hicie-ron cada día as rica a la provincia. Estas, asignadas al estado romano, eran explotadas mediante adjudicación de una tasa fija para cada ciudad.

Hizo que los indígenas que habitaban los oppida en las alturas descendieran a los valles y se entregaran a tareas agrícolas y ganaderas. Catón añadió a esta acción desmanteladora de las ciudades hispanas una política de pactos y establecimiento de

85

campamentos romanos en lugares estratégicamente situados.

Aspecto importante a considerar en la obra de Catón es el administrativo. Orga-nizar las provincias para un romano significaba simplemente acentuar su explotación y rendimiento, buscando más su pacificación que imponer su justicia. No cabe duda de que las campañas del cónsul contribuyeron a precisar mas la línea de las fronteras de Hispania.

7. TIBERIO SEMPRONIO GRACO y las primeras fundaciones romanas en Hispania

Las profundas penetraciones en la Ulterior y las anexiones en la Celtiberia obli-garon a los romanos a frenar de momento su expansión para consolidar de manera definitiva estos dominios y llevar a cabo una explotación económica más intensa y or-denada.

Fueron elegidos gobernadores para el 180 a.C. Tiberio Sempronio Graco para la Citerior y L. Postumio Albino para la Ulterior. La obra reordenadora y pacificadora de Graco mereció elogios unánimes de la historiografía romana.

A la hora de evaluar la excelente obra romanizadora de Graco hay que insistir en varios aspectos importantes. El primero es la consolidación de las fronteras con el es-tablecimiento de castella y guarniciones, como garantía de pacificación, y las fundacio-nes coloniales. Graco intentó dar paz permanente a las fronteras, mediante la suscrip-ción de pactos y alianzas con las tribus recién incorporadas. Las cláusulas de los trata-dos obligaron a los indígenas a pagar un tributo anual a Roma, a prestar servicio militar en calidad de auxilia en los ejércitos romanos y a no fortificar sus ciudades. A su vez Graco intentó dar solución satisfactoria al gravísimo problema demográfico y socio-económico de las tribus celtibéricas distribuyendo entre los indígenas parcelas de tierra cultivables. Su política, más o menos equitativa, será recordada treinta años después por los celtíberos que exigirán al Senado romano que cumpla los tratados firmados por Graco.

Graco, igual que años antes había hecho Catón, procedió a desmantelar las pe-queñas ciudadelas fortificadas por los celtíberos. Algunas de ellas serian utilizadas por Graco para situar guarniciones o establecer castella que permitirían dar seguridad a las tierras conquistadas y a los aliados de Roma. En concreto no conocemos sus nombres, pero sabemos que bases importantes desde entonces fueron Segontia, Complega, Segóbriga. Salduie compitió en importancia estratégica y comercial con Ilerda sobre las tierras del Ebro y canalizó las vías de salida de los productos de este valle, al igual que siglos más tarde los Caesaraugusta, su sustituta.

Sempronio Graco fundó en 179 a.C. la colonia de Ilitugi en la Oretania, proba-blemente para controlar los centros mineros, se poblaría con celtíberos, auxiliares del ejercito romano, a quienes se dio tierras cultivables y el estatuto jurídico de aliados. Fundó también Gracurris (Alfaro) en tierras de vascones, donde había extendido el te-rritorio romano hasta los confines de Pancorvo; la colonia sería una avanzadilla encar-gada de controlar las posibles presiones de los arévacos y berones. Aquí se daría asiento y tierras a los vascones con celtíberos aliados.

86

TEMA 8. LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LUSITANOS. LA GUERRA SERTORIANA.

8. CAUSAS Y COMIENZO DE LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LU-SITANOS.

Las fuentes clásicas polarizaron estas guerras en torno a dos ejes: Numancia y Viriato, pero, en realidad, el conflicto desencadenado alcanzó prácticamente a toda la Península.

La situación en Hispania y Roma era distinta. A los problemas socioeconómicos de los pobladores celtas de la Meseta, en especial celtíberos y lusitanos, se añaden sus hábitos guerreros, su pobreza, su amor a la libertad. Y con ellos el desinterés de Roma por unas tierras pobres, sus luchas en Grecia, Próximo Oriente, y en el norte de África contra Cartago, lo que se traduce en la precariedad de Roma en hombres y dine-ro. Todo ello configura unas guerras lentas, crueles, trágicas, pero que van a cambiar la faz de Roma, con la consecución de sus afanes imperialistas y, la faz de la Hispania celta aún no sometida al dominio romano.

8.1. CAUSAS

Se pueden enumerar cuatro causas principales:

Los problemas sociales y económicos de los celtas de la Meseta.

Las provocaciones de Roma con su exigencia de tributos y sus exacciones.

La pertinaz violación de los pactos y absoluto desprecio por la vida y libertad de los pueblos hispanos.

La continuas guerras que sufría Roma y la convulsión política, social y económi-ca de la sociedad romana, ante el abierto imperialismo, cúmulo de riquezas y poder que se concentraba en la aristocracia dirigente.

8.2. ESTRUCTURA SOCIAL INDÍGENA

Se enfrentan dos estructuras políticas y sociales en aquella Hispania de mitad del siglo II a.C. Roma, que se basaba políticamente en la ciudad-estado y en la familia con desarrollo de la propiedad privada y el libre mercado como modo de producción. El mundo celta, gentilicio, en el que prevalece la comunidad de bienes y donde la propie-dad de la tierra está pasando a manos privadas o se ha acumulado en pocas familias. Ello provoca la formación de bandas y guerrillas que buscan en el saqueo y la guerra tierras en que asentarse y bienes con que atender a sus familias.

En la Meseta, la tierra escasa y más bien pobre no puede atender al crecimiento de la población. Roma, con su política de anexiones y de quedarse para el ager publi-cus con los mejores lotes de tierras cultivables, agravaba ese mal y no accedió con la frecuencia necesaria a los repartos de tierras reclamadas por las tribus.

Roma arrebataba tierras e impide el pillaje a unas gentes que tenían en las ar-mas y en su libre actuación guerrera la posibilidad de resolver sus problemas. Ni celtí-beros, ni lusitanos tenían otro modo de vida que la tierra para unos pocos y la guerra para el excedente de juventud; y Roma ponía límites a ambas. La riqueza que los ro-manos habían desarrollado en la Hispania conquistada, era apetecida y buscada por la

87

empobrecida población celta.

Además Roma debe defender a sus aliados del Ebro, Levante y la Bética que sufren las razzias de los pueblos de la Meseta. Pues Roma de momento no ambiciona unas tierras frías, pobres y pobladas por gentes rebeldes. Sobre todo porque los roma-nos se estaban enfrentando con Antíoco, Macedonia y últimamente con Cartago.

8.3. LAS PROVOCACIONES DE ROMA

Las provocaciones de Roma a los hispanos se generalizaron en una política tri-butaria de verdadero saqueo, y en una violación (por parte del Senado) de los pactos que el Senado impone. Pues debido a las circunstancias, los generales romanos tuvie-ron que pactar para evitar la aniquilación de sus legiones. Pactos que después no eran ratificados por el Senado.

Los jóvenes romanos eran sacrificados para las guerras, dejando descuidados sus campos y ofreciendo sus vidas por unas conquistas que daban gloria y dinero a las aristocracia, pero que a ellos les empobrecía cada vez más por el descuido del campo y la caída de los precios de sus productos agrícolas. Estos problemas se traducían en crisis como la que acaeció durante los Gracos. De ahí la dificultad de los generales pa-ra reclutar soldados, especialmente para Hispania, donde a la dureza del clima y fiere-za de la lucha se unía la pobreza del botín.

Las consecuencias fueron ejércitos mal preparados y también de mandos, pues los mejores eran enviados a Oriente, y es que a Hispania llegaron ejércitos bisoños y generales más ambiciosos y avaros que preparados.

Por otra parte las consignas del Senado era la utilización de métodos expeditivos y resultados en conquistas y botín, que excedían la capacidad de la Meseta. Y un trato inhumano a las gentes de la Meseta.

En definitiva, hubo pasividad en Roma frente a unos problemas que no querían resolver y frente a unos pueblos y tierras que no deseaban conquistar. Pues Roma en modo alguno quería incorporar las tierras pobres los lusitanos; sólo intervenía para de-fender su economía y los intereses de sus aliados o sometidos en el Ebro, Levante y la Bética.

8.4. CARACTERES

Estas guerra se definen por la ineptitud en inexperiencia de los mandos roma-nos, la crueldad mutua generalizada, y los métodos inhumanos por ambos contendien-tes. Tales métodos era resultado de las circunstancias que envolvían a uno y otro con-tendiente: falta de medios económicos, carencia de cuadros dirigentes en las poblacio-nes indígenas; también los romanos enviaron jefes inexpertos y gente sin moral, cuyo objetivo era acabar la guerra como fuese: soborno a traidores, rendición sin condición.

No hubo por parte de Roma una conquista planificada, sino una guerra de ase-dio y exterminio. Polibio califica estas luchas de "guerra de fuego" (guerras ininterrum-pidas). Solían acabar de noche, todo el día. Se continuaban en invierno. A diferencia de Oriente que en una batalla o dos, se acababa la guerra.

Por parte hispana los ejércitos no los componían todas las capas sociales, eran fundamentalmente los jóvenes ante sus mayores mejor situados en tierra y ganado. Fueron muchas veces rústicos pastores y casi nunca tuvieron jefes preparados e influ-yentes, sino héroes ocasionales.

88

El tipo de guerra utilizado por los celtíberos fue la emboscada y la lucha de gue-rrillas. Los romanos utilizaron como novedad el cerco de las ciudades. Es verdad que los enfrentamientos causaron numerosas bajas humanas, pero también contribuyeron a ello la dureza del clima de la Meseta y la alimentación, verdaderos azotes de los roma-nos.

8.5. COMIENZO DE LAS GUERRAS

La guerra comenzó como consecuencia de las razzias lusitanas. En el 156 a. C. se produjo un alzamiento de los lusitanos encabezados por un tal Púnico. Durante dos años devasto la Beturia y derrotó a los gobernadores de la Ulterior Manlio y Calpurnio. En uno de los saqueos a las antiguas colonias fenicias del Mediterráneo, pereció Púni-co.

Caisaros se puso al frente de las razzias lusitanas. El nuevo pretor de la Ulterior en el 153 a.C. Mummio, después de algunos fracasos, pudo poner freno a las razzias lusitanas. Caisaros atravesó el Océano por las columnas de Hércules saqueando las costas africanas, donde al final fue vencido.

En el 152, el nuevo pretor Atilo condujo su ejército al interior de Lusitania y con-quistó una de sus principales ciudades: Oxhraca. Atilo desenvolvió una política pruden-te y pacifista con los lusitanos. En el 151 a. C. le sucedió como pretor Galba, que rom-pió la política de paz y fue derrotado. El gobernador de la Citerior, Lúculo, ante las raz-zias de los lusitanos por sus territorios, se enfrentó a ellos y los derroto. Galba paso a la ofensiva y fue devastando región por región. Los lusitanos acorralados, solicitaron la paz. Galba la aceptó pero traiciono a los lusitanos ordenando una ejecución masiva, pocos se salvaron pero entre ellos estaba Viriato.

Galba se vio envuelto a su llegada a Roma en un proceso, debido a su actuación en Hispania, por parte de Catón y Cornelio en el Senado, del que salió absuelto.

9. LA INTERVENCIÓN ROMANA EN LA MESETA SEPTENTRIONAL ( 153-143 a. C.)

9.1. Las campañas de Nobilior y Marcelo en la Citerior.

La tribu de los bellos acaudillados por Caros, propusieron a otros pueblos veci-nos la rebelión contra Roma. El baluarte de la resistencia fue la ciudad de Segada, en donde se refugiaron los aliados. Por eso se proyectó ampliar sus murallas. Informado el Senado romano prohibió los trabajos de ampliación, apoyándose en el acuerdo suscrito con Graco. Los de Segeda se defendieron aduciendo que la ampliación de la muralla no estaba contemplada en el acuerdo. Como no se llegó a ningún acuerdo con el Se-nado romano, éste declaró la guerra.

El ejército romano al mando de Nobilor se presentó rápidamente en Segeda, donde aún no se habían concluido los trabajos de la muralla. Abandonaron la ciudad y buscaron refugio en la serranía soriana, zona de asentamiento de los pelendones, que tenían como centro más importante Numantia.

Nobilor fue derrotado por la coalición celtibérica, pero éstos cometieron el grave error de perseguir a los fugitivos, lo que les situó ante la caballería romana, que les causo grandes bajas, entre otras las del caudillo Caros. El cónsul persiguió a los aréva-cos hasta Numantia.

89

Los aliados celtibéricos refugiados en Numantia proclamaron jefes a Ambón y Leucón. El cónsul romano solicitó ayuda al númida Massina, aliado de Roma, que le envió 300 jinetes y 10 elefantes. De todas formas Nobilor fue derrotado. No repuesto de esta derrota, atacó a diversas ciudades aliadas, en donde los celtíberos tenían sus al-macenes de provisiones. El crudo frío , la nieve y la escasez de víveres causaron gran número de bajas en las filas legionarias. En resumen, los resultados de esta primera campaña no fueron positivos para los romanos.

En el 152 a. C. Marcelo, que desempeñaba el cargo consular por tercera vez, sustituyó a Nobilor en el frente celtibérico. Su proyecto era la pacificación de las regio-nes inmediatas a la frontera provincial, en el curso del alto Jalón. Su política hizo posi-ble que los celtíberos enviasen legados a Roma, para discutir y actualizar los antiguos compromisos acordados con T. Graco. El Senado escuchó por separado a sus aliados celtibéricos, a los arevacos, y a los legados celtibéricos enviados por Marcelo. La deci-sión final fue la rendición incondicional de los indígenas.

9.2. Licinio Lúculo y su expedición contra los vacceos.

En Roma se eligió como sustituto de Marcelo a Licinio Lúculo que en 151 a. C. detenta la magistratura consular. Lúculo, desde el territorio de los celtíberos franqueó el Tajo y llegó a la ciudad de Cauca (Coca) en donde acampó. El senado de Cauca acon-sejó a sus ciudadanos que firmasen la paz con el cónsul romano. Éste les exigió tres cosas: que entregasen rehenes, que diesen 100 talentos y que sumasen su caballería a la del ejército romano. Pero cuando la tropa ocupó la muralla, Lúculo dio orden de matar a la población.

Continuó por el río Eresma hasta el Duero y se presentó en Intercatia. Lúculo pi-dió a los intercatienses a pactar una alianza; pero éstos, conocedores de los recientes acontecimientos se negaron. Lúculo devastó la campiña y puso cerco a la ciudad. En combate singular el tribuno Escipión venció a un intercatiense. Escipión garantizó a los indígenas un pacto en el que se estipulaban las bases siguientes: tenían que entregar 10.000 sagi (prenda de vestir, para el frío), 50 rehenes y un número determinado de cabezas de ganado.

Una vez que Lúculo firmó el pacto con los de Intercatia, se dirigió a Pallantia, en donde se habían refugiado muchos vacceos. Debido a la escasez de víveres, tuvo que levantar el cerco de Pallantia y, se retiró hasta el río Duero. Posteriormente invernó en Corduba.

9.3. Un intervalo en la guerra hispana.

Entre el 150-145 a. C., las fuentes callan. Se debe a que Roma centró su aten-ción en otras empresas, tales como la rebelión de Andrisco en Macedonia (148 a. C.), la Tercera Guerra Púnica (149-146 a. C.) que terminó con la destrucción de Cartago y la guerra contra la Liga Aquea (146 a. C.).

10. VIRIATO Y EL FIN DE LA GUERRA LUSITANA

10.1. Viriato.

Las fuentes clásicas lo califican como dux e imperator. Pero los autores moder-nos lo presentan como un típico bandolero que carecía de una política y de un ideolog-

90

ía concretas; y que buscaba, fundamentalmente, primero la subsistencia y en segundo lugar el éxito. Según H. Gundel, sus campañas contra Roma tuvieron como objetivo la independencia de su pueblo de Roma y la búsqueda de la expansión para conseguir nuevas tierras.

10.2. Viriato contra los romanos (147-139 a. C)

En el 147 a. C. se iniciaron de nuevo las razzias lusitanas sobre el sur peninsu-lar; intentó frenarlas el pretor Vetilio. En una emboscada causó una fuerte derrota a los romanos y la muerte del propio pretor.

En el 146 a. C. vino a Hispania el pretor Plautio. Viriato, que llevaba sus razzias por la Carpetania, se enfrentó al romano y le derrotó. Posteriormente le infringió a Plau-tio nuevas derrotas. Estos éxitos aumentaron su prestigio entre las tribus de la Meseta y le llevaron a firmar alianzas con algunas de ellas. El pretor de la Citerior, siguió la misma suerte que su colega, Plautio, de la Ulterior, ya que Viriato le derrotó.

En el 145 a. C. se ponía fin a los problemas de Grecia y el Senado romano prestó más atención a Hispania. Mandó a uno de los cónsules Maximo Emiliano, her-mano de Escipión Emiliano, y al pretor Nigido. De nuevo Viriato salió victorioso ante Nigido pero no frente al pretor de la Citerior Lelio Sapiens ni ante Máximo que hizo que Viriato abandonase el valle del Betis.

En el 143 a. C., el cónsul encargado de la guerra contra Viriato fue Cecilio Mete-lo y como pretor Quincio. Ninguno destacaba por sus virtudes militares. Las campañas fueron favorables a Viriato y a los lusitanos que ganaron posiciones en el Sur. Viriato demostró que era dueño de la situación en la Bética.

En el 141 a. C., Roma se propuso poner fin a la pesadilla lusitana y envió a la Península al cónsul Máximo Serviliano, de la familia de los Escipiones. Después de éxitos alternativos, Viriato se vio obligado a retirarse a Lusitania. Serviliano castigó du-ramente a cinco ciudades de la Bética, aliadas de Viriato. Pero tuvo que hacer frente a los bandoleros Curio y Apuleyo que obligaron a Serviliano a retirarse a lugares seguros. Posteriormente Serviliano recuperó a algunas ciudades que se habían rendido a Viriato como Tucci, Astigi y Obulco.

En el 140 a. C. Viriato reanudó las hostilidades. Serviliano, puesto sito a la ciu-dad de Erisane, Viriato acudió en su socorro y derroto a Serviliano, el cual tuvo que negociar la paz. Las condiciones impuestas por Viriato eran que los romanos y lusita-nos debían respetar los límites que en este momento separaban ambos dominios. El pueblo romano dio el visto bueno al tratado y concedió a Viriato el título de amicus po-puli romani.

Pero el trato no podía ser duradero ya que Roma no toleraba pactos, en condi-ciones de igualdad, con ningún pueblo. En el 139 a. C., Servilio Cepión vino a Hispania Ulteriror como cónsul. Con el permiso del Senado emprendió las hostilidades, al igual que Lenas en la Citerior. Viriato sorprendido se retiró a la Carpetania y más tarde a la Lusitania. Cepión atravesó el territorio de los vettones y llegó hasta el de los galaicos, que por entonces ocupaban las tierras portuguesas que van del Duero al Miño.

Como apoyo a su penetración en el corazón de la Lusitania fue construyendo una serie de campamentos y ciudades como Vicus Caecilius, Metellium y otras.

A esta política obedece la construcción de ciertos puertos en el Atlántico: Turis Cepiones (Chipiona), Castra Caepionis (ría de Setúbal). Otros castra y castella se le-vantaron a lo largo de la vía de La Plata hasta tierras de Cáceres.

91

Viriato atravesaba una situación difícil, que se tornó mucho pero por la traición de los lusitanos más influyentes. De nada le valió la orden de ejecutar a algunos de ellos, como a su suegro Astolpas, que no apoyaban sus razzias. Viriato, obligado por su pueblo, tuvo que negociar, comisionó para ello a tres amigos: Audax, Ditalkon y Mi-nuros, naturales de Urso (Osuna), ciudad súbdita de Roma. Cepión soborno a los ami-gos de Viriato y les prometió favores personales en el futuro a condición de que asesi-nasen a Viriato, cosa que hicieron. El Senado romano no reconoció el pacto convenido entre Cepión y los asesinos, ya que consideró esta acción criminal como indigna y a Cepión le negó los honores del triunfo.

Los lusitanos hicieron suntuosas exequias a Viriato, incineraron su cuerpo en una pira funeraria, ofrendaron sacrificios en su honor y celebraron juegos fúnebres en forma de luchas de gladiadores.

10.3. Hacia el final de la guerra lusitana (139-137 a. C. ) (examen)

La muerte de Viriato no depuso el fin inmediato de la guerra, pero sí mermó con-siderablemente la resistencia lusitana, permitiendo a Roma centrar su atención en la represión de la rebelión celtíbera.

El sucesor de Viriato fue Tántalos que llevó a cabo algunas incursiones por la Ul-terior, aunque al poco tiempo, tuvo que rendirse a Cepión. En el año 138-137 a. C. Décimo Junio Bruto asentó a los lusitanos en la colina de Valentia, muy probablemente la actual ciudad del Levante español.

Junio Bruto consiguió triunfar sobre lusitanos y galaicos, haciéndose práctica-mente dueño de casi toda la Lusitania. Tras varias campañas domino a los galaicos.

11. NUMANCIA

Las tribus celtibéricas, estimuladas por las acciones y la diplomacia de Viriato, se habían sublevado de nuevo. La gravedad de la situación exigió la presencia de una persona experimentada, el cónsul Cecilio Metelo, gobernador principal de Hispania en el 143. Su estrategia se basaba en someter a las tribus celtíberas por partes.

Antes de dirigirse Metelo a Numantia se dedicó a arrasar el territorio de los vac-ceos para impedir que suministrasen grano a los numantinos. Quiso proseguir la guerra hispana, pero en Roma se hacían cada vez más tensas las luchas de las facciones políticas que ambicionaban el poder. La de Escipión se encargó de que no se prorroga-ra el mando a Metelo y designó como su sucesor a Q. Pompeyo. Las repetidas embos-cadas de los numantinos les causaron importantes bajas, teniendo que renunciar de momento al asalto de Numantia. Buscó un nuevo objetivo de revancha: Termantia. Y, cuando la campaña tocaba a su fin, Pompeyo atacó inútilmente a Numantia e idéntico fracaso sufrió al año siguiente.

Q. Pompeyo intentó paliar su derrota militar con un éxito diplomático; inició con-versaciones con los numantinos. También los numantinos la deseaban. Según Diodoro, también los termestinos. Ambas ciudades debían se comprometían a entregar a los romanos 300 rehenes, 900 sagi, 3000 pieles de buey, 800 caballos de batalla y todas las armas. Pero, estos acuerdos que guardó en secreto, no concordaban con las órde-nes del Senado. Por ello se le incoó un proceso en Roma.

En el 139 a.C. un nuevo cónsul, Polipo Lenas, tampoco tuvo fortuna en el sitio

92

de Numantia. Su sucesor Mancino fue acorralado en Torre Tartajo y se vio obligado a capitular. Los numantinos, exigieron la firma de un foedus aequum y, por consiguiente el reconocimiento por parte de Roma de su independencia y amistad en plano de igual-dad.

El Senado romano no lo aceptó, considerando el tratado humillante. Mancino fue reclamado por el Senado. El Senado decretó a que Mancino se entregase personal-mente a los numantinos. En el 136 a. C. fue enviado a Hispania y expuesto totalmente desnudo y con las manos atadas a la espalda ante las puertas de Numantia. Pero los numantinos no aceptaron la sumisión del cónsul pues eso significaba seguir la guerra.

El Senado, de momento, no permitió que se renovará la guerra. Hubo un armisti-cio entre los años 137 y 133 a. C.

Los cónsules de estos años centraron sus actividades contra los vacceos. Pero fracasaron ante la ciudad de Pallantia.

Todos estos hechos obligó al Senado a nombrar a una persona competente, pa-ra que pusiera fin a estos actos bochornosos. Ninguno más idóneo que P. Cornelio Es-cipión "el africano", el reciente destructor de Cartago, que volvió a ser elegido cónsul para el año 133. Pero su reelección iba en contra de los principios legales republicanos, sólo un plebiscito podía otorgarle este privilegio, como así acaeció. Sin embargo, el Senado le negó nuevas tropas, son pretexto de que las necesitaba para hacer frente a la sublevación de los esclavos en la isla de Sicilia.

Escipión recurrió a su clientela de los reyes de África y Asia, a los veteranos de la última guerra púnica y a 500 clientes romanos, que formaron el "escuadrón de los amigos", a imitación de los reyes de Macedonia.

El ejército que iba a recibir Escipión de sus antecesores en Hispania se caracte-rizaba por su bajo estado de moral. La tarea de Escipión consistió en imponer una dura disciplina antes de entrar en liza. Consiguió reunir unos 60.00 hombres, unas 300 cata-pultas y 12 elefantes que le envió Yugurta. Marchó hacia Numantia; pero, dando un rodeo mayor que el normal y penetró en territorio de los vacceos. Buscaba el trigo ne-cesario para su avituallamiento e impedir que se lo suministrasen a los numantinos. A continuación avanzó hasta las cercanías de Numantia llegando a este lugar hacia el mes de octubre.

Con una muralla de nueve kilómetros rodeó Numantia y construyó siete campa-mentos. La rapidez con que procedió a levantar este cerco dejó sorprendidos a los nu-mantinos. Un sistema de señales ópticas estaba dispuesto de tal manera que en bre-ves instantes se podían comunicar entre sí las novedades. La vigilancia era casi perfec-ta; casi porque un noble numantino, Rectúgenos, logró burlarla. Recorrió las ciudades arevacas para sublevarlas pero sólo Lutia se prestó a ayudarle, pero ésta fue asediada por los romanos y ocupada. La resistencia de Numantia llegó hasta límites heroicos y pocos sobrevivieron a la lucha. Exhaustos de fuerzas y sin víveres, se rindieron.

A la caída de Numantia siguió un período de paz de veinte años, durante el cual el proceso de anexión territorial se interrumpió o apenas creció. El río Pisuerga fue el límite del dominio romano en la Meseta Septentrional.

11.1. CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LU SI-TANOS

En Roma, se acentuaron graves crisis, pues es menester advertir que estas vic-torias se habían logrado, no sin protestas generalizadas por el elevado coste humano y económico que les había supuesto; al punto de que, en los últimos años de estas gue-rras, los reclutamientos se hacían cada vez con mayor oposición de romanos e itálicos

93

a trasladarse a Hispania. Además algunos de los métodos expeditivos de algunos ro-manos habían levantado infinitas criticas.

Hubo también en Roma cambios institucionales provocados pro las especiales circunstancias de la guerra hispana. A partir del año 151 la incorporación al mando de las legiones en Hispania se anticipa del 15 de marzo al 1 de enero de cada año, a fin de ganar unos meses para los operaciones. Acudieron también al inusitado plebiscito, en el caso de Escipión, con objeto de anular los plazos para el desempeño de la más alta magistratura del consulado; quedó en suspensos la Lex Villa Annalis del 151 a. C., y se le autoriza por el Senado a que haga alistamientos de tropas con clientes y ami-gos.

Acaece la práctica desaparición de la clase media italiana. Pues mientras perece o se arruina con el largo servicio militar buena parte de los pequeños propietarios italia-nos, crece la plebe urbana desposeída que busca en Roma vida fácil y aventura; o huye esta clase media a las provincias en busca de negocios o tierras fértiles del ager publicus o adquiridas por sus propios medios.

También para los provincianos hispanos se abrió la concesión de tierras, apertu-ra de minas e ingreso en la milicia: lusitanos en Valencia, hispanos en Mallorca, otros lusitanos reciben tierras dentro de su ámbito tradicional por orden de Bruto y César.

La Lex provinciae del año 133 a. C. fijará los tributos y dará fin a las exacciones. Nuevas perspectivas nacen para la población hispana.

12. LA FIGURA DE SERTORIO Y LA CONSOLIDACIÓN DE SU PODE R EN HISPANIA. (examen)

12.1. La situación de Roma y de Hispania entre el 133-82 a. C. (examen)

La caída de Numancia y la muerte de Viriato hizo que la población lusitana y celtíbera, agotada económica, humana y moralmente tras una cruel lucha sostenida contra Roma, se sumergiera en un proceso de paz que transformara definitivamente las estructuras políticas, sociales y económicas de la Meseta céltica.

Por otra parte, importantes grupos itálicos se van a asentar en la sociedad his-pana actuando como elementos transformadores: difusión de instituciones, de la mo-neda, activación del comercio, creación de colonias y municipios de corte romano, in-troducción de nuevos cultivos, etc. A estos contingentes de colonos civiles se sumó el de veteranos licenciados de las guerras de Hispania. Este colonialismo produjo la pro-gresiva desaparición de las tradicionales estructuras indígenas y la incorporación pau-latina de las formas socioeconómicas romanas en aquellas regiones en donde la pre-sencia de romanos e itálicos fue mayor. En consecuencia, las provincias hispanas fue-ron de las zonas más romanizadas de todo el Mediterráneo occidental. De ahí que la Península Ibérica sirviera de refugio a emigrados políticos implicados en las luchas de las diversas facciones.

Durante los años 133 y 82 a. C. se va a producir algunos hechos destacados:

La reorganización de las provincias hispanas

El Senado envió a la Península una comisión de diez miembros con la misiva de que regularan los asuntos que Escipión había dejado pendientes en las dos Hispanias. La comisión decidió sobre la reestructuración del territorio anexionado, la delimitación

94

de las fronteras de cada provincia; la distribución del ager publicus entre los pueblos sometidos, de acuerdo con su postura respecto a Roma, la regulación de tributos. De todas formas parece que la comisión entregó los mejores lotes a los dirigentes indíge-nas para ganarles a su causa y se sintiesen más filorromanos. Esta distribución de tie-rras del ager publicus no soluciono el problema de los celtíberos más jóvenes, siendo seguramente este factor el desencadenante de algunas sublevaciones a fines del siglo II.

La conquista de las islas Baleares por Cecilio Metelo

Parece que hubo varios motivos: la presión de los negociadores romanos dese-os de extender la esfera de su campo económico, razones de carácter político y es-tratégico (pacificación de Cerdeña y la Galia Transalpina), y privar a los piratas de este punto de apoyo. La conquista de las Baleares se redujo más bien a operaciones de limpieza y policía para sacar a los piratas de sus escondrijos. Posteriormente, Cecilio Metelo llevó a cabo la colonización de Mallorca, en donde fundó Palma, al este de Pal-ma de Mallorca, y Pollentia, próxima a Pollensa.

Coincidiendo con las invasiones de los cimbros y teutones, la sublevación del númida Yugurta y la revuelta de los esclavos en Sicilia en el 104 a. C. Los lusitanos se sublevaron en el 114 a. C., aunque parece que no debieron de ser más que revueltas locales y problemas de reparto de tierra. La insurrección fue reprimida en el 102 a. C., pues los asuntos de Hispanias fueron relegados a segundo término ante otros proble-mas más importantes (arriba reseñados). Los cimbrios y teutones tuvieron en jaque durante varios años a las legiones romanas. Llegaron a dominar toda la Galia transal-pina. En el 104 a. C. los cimbrios penetraron en la Península sin que el pretor Fluvio los pudiera contener. Cuando invadieron la Meseta, los celtíberos les hicieron frente y obli-garon a los cimbrios a cruzar el Pirineo. Poco después de este acontecimiento debió tener lugar la rebelión de los celtíberos; quizá decepcionados por el hecho de que Ro-ma no premiase su acción. La rebelión duró desde el 99 a. C. hasta el 93 a. C.

La "Turma Salluitana", escuadrón de caballería integradas por hispanos oriundos del valle del Segre, recibió del general C. Pompeyo el derecho de ciudadanía romana, por su valeroso comportamiento en la guerra de los aliados.

Hasta la época de Mario el ejército romano se reclutaba con levas de ciudada-nos que integraban los cuerpos de caballería e infantería ligera. A ellos había que aña-dir los socii itálicos y los auxilia indígenas. Pero, desde comienzos del siglo I a. C., el reclutamiento de itálicos no fue posible porque se había agotado su paciencia al no ver satisfechas sus aspiraciones a la ciudadanía romana. Para paliar esta falta de reclutas, a los romanos no les quedó otro remedio que sustituirlos por gentes provincianas, que aunque no fuesen ciudadanos romanos, se identificaban con su modo de vida y en concreto con lo militar. La larga estancia bajo los mandos romanos cambio la mentali-dad de estos indígenas. Este fue el caso de la Turna Salluitana.

12.2. SERTORIO

Sertorio, natural de Nursia, localidad de Sabina, se hizo célebre por la guerra ci-vil que enfrentaba a los populares y optimates. Cuando Sila, que dirige el partido aris-tocrático vuelve vencedor desde Oriente al frente de sus legiones, Sertorio y otros hombres de su partido popular se habían adueñado del gobierno de Roma y tiene que huir precipitadamente ante el decreto de proscripción y muerte dictado por Sila.

La escuela de aprendizaje militar de Sertorio fue el ejército modernizado por C.

95

Mario, cuyas innovaciones pudo poner en práctica en la guerra contra los cimbrios y teutones. En estas campañas empezó a destacar la astucia de Sertorio. Las fuentes recalcan las cualidades militares de Sertorio. Así, Apiano dice que fue el mejor general de su época. Esta fama, esta cimentada en sus dotes como organizador y estratega; pues venció a enemigos con ejércitos de número muy superior y a las legiones de Ro-ma, mucho mejor dotadas Durante ocho años mantuvo en jaque a generales como Pompeyo y Metelo. Su táctica preferida fue la guerra de guerrillas. Precisamente cuan-do la abandonó empezaron a declinar sus éxitos. Armó a los indígenas a la manera romana, les impuso una férrea disciplina, aunque les permitió combatir de acuerdo a sus maneras.

La política de Sertorio tenía como finalidad poner en tela de juicio y derribar lo más rápidamente posible al gobierno de los optimates, en este momento personalizado por Sila.

Algunos autores, creyeron que al crear en Osca (Huesca) un Senado y magis-trado perseguía la idea de un imperio hispanorromano. Pero el pensamiento sertoriano entendía que su gobierno en el exilio era el legítimo de Roma y que por consiguiente el Senado y los magistrados nombrados por él eran los verdaderos representantes de los romanos. Con estas innovaciones Sertorio actúa como auténticos defensor de las cons-titución romana.

12.3. LA GUERRA CIVIL DE SERTORIO EN HISPANIA (82-72 a. C .)

Cuando Sertorio regresó de las Galias, donde había servido a las órdenes de Mario, no tenía definido su partidismo político. Actuó como tribuno militar en Hispania y como cuestor en la Galia Cisalpina. Su adhesión al partido popular acaece cuando Sila veta su candidatura al tribunado de la plebe. Sertorio reaccionó con despecho y, unido a Mario y Cinna, participó en el asalto de Roma en el 87. Cuando Sila llega, a fines del 83, victorioso de Oriente, muchos optimates y demócratas se pasaron a sus filas, re-uniendo un importante ejército. Sila nombra a Sertorio gobernador de Hispania Citerior, con la finalidad de alejarlo de Roma.

Pero cuando Sila asume el poder revocó a Sertorio del cargo de gobernador y nombró en su lugar a un optimate. Enterado de su cese, Sertorio se apresuró a llegar a Hispania, pactó con las tribus ceretanas, que controlaban el paso del Pirineo catalán, y dejó a su lugarteniente Livio Salinatro con 6000 hombres para atajar a cualquier ejército enviado por Sila.

El ejército sertoriano que guarnecía el Pirineo fue derrotado y su jefe, Salinátor, muerto. Serotiro y sus tropas se embarcaron en Cartago Nova. El nuevo objetivo era Mauritania. Tras diversos avatares, ataque de indígenas en la ribera del Rif, unión a piratas cilicios, lucha contra la armada de C. Annio, periplo por la Bética, etc. arribó a Mauritania. A su llegada a Mauritania, apoyó a los indígenas de Tingis (Tánger) que se habían rebelado contra su rey Ascalis. Acto seguido tomó la ciudad de Tingis. Esta conquista le proporciono una buena y sólida garantía de refugio y base de futuras ope-raciones militares.

En el año 80 a. C., finalizada la guerra mauritana, Sertorio recibió la embajada de lusitanos que le informó de sus proyectos y le brindó el mando de sus gentes.

Sertorio abandonó Mauritania acompañado de un pequeño ejército. Le salió al paso el pretor Cotta, que fue derrotado. Sertorio se dirigió a Lusitania, a orillas del Guadalquivir el pretor Fufidio le ofreció resistencia, aunque sin éxito, pues fue fácilmen-te derrotado.

96

Informado el dictador, Sila, de los acontecimientos en Hispania y del fracaso de sus gobernadores, dio órdenes a Cecilio Metelo para que acudiera a la Ulterior con dos legiones. Su objetivo inmediato, era someter lo antes posible toda Lusitania. No tuvo dificultades hasta Olissipo (Lisboa) a la que tomó. Pero cuando intento reducir a los lacobrigenses, Metelo no pudo impedir que Sertorio los abasteciera. Metelo se vio obli-gado a levantar el cerco, al ser aniquilada una de sus legiones, y se retiró a la línea del Guadiana. Sertorio saqueó la parte occidental de la Bética.

Sertorio intuyó que Metelo pediría la colaboración de los ejércitos de la provincia Citerior. Sertorio mandó a su lugarteniente L. Hirtuleyo de que detuviera al gobernador de la Citerior, que fue derrotado en el río Tajo. A continuación Hirtuleyo se dirigió a Iler-da (Lérida), en donde derroto al procurador de la Narbonense.

Sertorio llamó a Hirtuleyo a Lusitania y se limitará a acciones defensivas contra los posible ataques de Metelo. Sertorio se dirigió a la Citerior, en el 77 a.C. ,y acabó con los focos hostiles como Caracca (Tarancón), Segóbriga (Saelices).

En ese mismo año, Sertorio recibirá importantes refuerzos. Los mandaba Per-penna, de la facción de los populares; procedente de Cerdeña, trajo consigo un ejército superior al que tenía Sertorio en Hispania.

Sertorio entre el 77 y 76 a. C., llevó a cabo la fundación de la escuela de Osca (Huesca) para la educación y formación de los hijos de la nobleza ibérica.

13. LAS VICTORIAS DE METELO Y POMPEYO, EL FIN DE LAS GU ERRAS SERTORIANAS

Ante la difícil situación en Hispania, el Senado romano se vio obligado a poner al frente de los asuntos de la Península a un jefe excepcional. El problema era encontrar-le. El presidente del Senado, recomendó a Cn. Pompeyo. A este joven que no había cumplido los treinta años se le nombro procónsul con un imperium extraordinario.

Pompeyo reclutó un ejército y se dirigió a Hispania a donde llegó a finales del 77 a. C. A su paso pacificó la Narbonense, en rebeldía, ya que podía servir de puente a Sertorio para ir a Italia. Sertorio tenía que impedir la unión del ejército de Pompeyo y Metelo. Sertorio mandó a Perpenna a la Ilercaonia, para frenar el avance de Pompeyo en el caso de que atravesara el Ebro. A su vez Hirtuleyo, en la Lusitania debería impe-dir que fuera Metelo el que se uniera con Pompeyo, Sertorio actuaría de comodín para apoyar al frente más necesitado.

Tanto Pompeyo como Sertorio fueron firmando alianzas con las diferentes tribus celtíberas.

Pompeyo, dio órdenes a su cuestor C. Memmio para que se dirigiera a Cartago Nova, plaza fundamental en la costa oriental de Sertorio. Acto seguido Pompeyo cruzó el Ebro y Perpenna no pudo impedirlo. Pompeyo se dirigió a Sagunto. Perppena se hizo fuerte en Valencia. Sertorio enterado de la difícil situación, acudió en su auxilio. Sertorio atacó la ciudad de Lauro, aliada del Senado, y una parte del ejército se dirigió a Cartago Nova, neutralizando a Memmio. Como consecuencia de estos éxitos, mu-chas ciudades aliadas del Senado se pasaron al bando de Sertorio. Pompeyo tuvo que retroceder a la parte norte del Ebro para atacar a los aliados de la Meseta.

En la Lusitania, Metelo había conseguido algunos éxitos sobre los sertorianos. Hirtuleyo no hizo caso de los consejos de Sertorio de que no luchara a campo abierto y fue derrotado en Itálica. Sertorio marchó con Perpenna a la Lusitania para reclutar nue-vos soldados que compensaran las enormes pérdidas que había sufrido el ejército de

97

Hirtuleyo.

En el año 75 a. C. Sertorio y Perpenna partieron de la Lusitania para la costa oriental. Hirtuleyo se quedó para enfrentarse con Metelo, de nuevo cometió el error de presentarse en campo abierto y, fue derrotado y muerto. Metelo se dirigía a Valentia. Por otra parte Perpenna fue derrotado por Pompeyo y obligado a abandonar Valentia, uniéndose a Sertorio en algún sitio cerca del Júcar. Sertorio, enterado del desastre de Hirtuleyo y que Metelo se acercaba, presentó batalla a Pompeyo. Allí venció al lugarte-niente de Pompeyo , mientras que Pompeyo vencía a Perpenna. Pero luego cambió su posición, de modo que Sertorio se enfrentó con Pompeyo y lo derrotó; pero a su vez, Perpenna fue derrotado por el lugarteniente de Pompeyo. Ante la proximidad de Mete-lo, Sertorio se tuvo que replegar al Norte. De nuevo sertorianos y pompeyanos se en-frentaron en el Turia, cerca de Sagunto con resultado indeciso. Sertorio se refugió en Sagunto en donde esperó la llegada de refuerzos indígenas. Como se avecinaba el invierno, Metelo fue a la Galia para proveerse de trigo y dinero, Pompeyo se dirigió a la Celtiberia para evitar que los pueblos aliados de Sertorio le enviasen refuerzos y vitua-llas.

Al objeto de no perder a sus aliados, Sertorio fue en su ayuda. Tras algunos en-cuentros con Pompeyo, éste ante el invierno se retiró a Pamplona.

13.1. EL FIN DE SERTORIO

Según las fuentes, entre el 76 o 75 a. C., Sertorio obtuvo al ayuda de Mitrídates, rey del Ponto. Sertorio reconocía la hegemonía de Mitrídates sobre todo el Asia Menor, y este le entregaba una suma de dinero y 40 navíos de guerra.

Ante la situación que podía crear semejante ayuda, Pompeyo escribió al Senado y este respondió a sus peticiones, con dinero, provisiones y soldados.

Pompeyo sabía que el único medio de poner fin a la resistencia de Sertorio era combatir en la Celtiberia. Por esta razón decidió atacar a los aliados celtíberos de Ser-torio. Pompeyo y Metelo destruyeron las cosechas de los vacceos. Pompeyo puso sitio a la ciudad de Pallantia, aunque no consiguió un resultado positivo. Acto seguido se dirigió a Cauca (Coca) a la que tomo. Por su parte Metelo tomó las ciudades de Bilbilis, Segobriga y otros núcleos de menor importancia. Muchas ciudades se pasaron al ban-do de Pompeyo.

En el 73 a. C. Pompeyo emprendió sólo la campaña de la Celtiberia. Perpenna intentó sublevar en la Ulterior a los indígenas, pero fue neutralizado por Metelo. La pre-sión de Pompeyo en la Meseta hizo que Sertorio se refugiase en el valle del Ebro. En este año llegaron los refuerzos prometidos por Mitrídates, pero ya era tarde porque las pocas plazas fieles que les quedaban habían sido neutralizadas. Sertorio se refugió en Osca. En el transcurso de un banquete una conspiración de la que formaban parte sus más íntimos colaboradores acabaron con su vida. La tradición acusa como máximo responsable a Perpenna. Pero, en realidad se ignoran los motivos,

Perpenna se puso al frente de las fuerzas sertorianas, pero fue derrotado por Pompeyo, y ejecutado.

13.2. CONSECUENCIAS

La guerra civil de Sertorio comportó importantes consecuencias: la Meseta del Duero y Lusitania dieron un gigantesco paso en el camino de la romanización; aumentó la población emigrante itálica, con numerosos partidarios políticos de Sertorio, que ter-

98

minada la guerra no podían volver a Italia. Nació una poderosa clientela de Pompeyo y Metelo debido a la concesión generosa de tierras y de la condición de cives romanus otorgada a hispanos y veteranos de los ejércitos empleados contra Sertorio. En definiti-va, la cultura romana se asentaba en la Meseta y la Lusitania.

99

TEMA 9.- CÉSAR Y AUGUSTO EN HISPANIA.

14. INTRODUCCIÓN

Entre la muerte de Sila (78 a.C.) y la dictadura de César (49 a.C.) ocurre la des-composición del régimen aristocrático, sustituido por unos dictadores de corte militar, que darán paso al Imperio.

Sila había dejado al frente del Estado a una nobleza senatorial oportunista y falta de escrúpulos. No había hecho caso del estado crítico del campesinado itálico. Agra-vando más la situación al arrebatarles las tierras para entregárselas a sus seguidores. Así agudizó más el problema agrario. Por otro lado, atendió más a los interese de Ro-ma ciudad que a los del Imperio.

La historia de Hispania durante los 20 años anteriores a la guerra civil entre César y Pompeyo acusa el incremento del poder personal de Pompeyo y los esfuerzos de Julio César por arrebatarlo. Hispania, prácticamente pompeyana, no pudo evitar el enfrentamiento de ambos líderes militares en su suelo.

Ambos pretendían el Imperio, y ambos pretendían también en esa lucha por el poder el apoyo hispánico (humanos y económicos). Posibilidades que ya se habían puesto de relieve con Sertorio.

15. POMPEYO Y EL ESTABLECIMIENTO DE SU PODER EN HISPANI A

Desaparecido Sila, el gobierno senatorial necesitaba los servicios de Pompeyo, cuya valía se había confirmado en sus éxitos contra Lépido, Sertorio, los seguidores de Mario en África y la pacificación de la Galia. A partir de ese momento el pueblo romano lo reconoce como héroe y salvador, y el Senado se ve obligado a darle nuevas empre-sas: la lucha contra los piratas del Mediterráneo y la expedición contra Oriente. Los que apoyaban a Pompeyo querían conseguir con él derrocar al inepto gobierno oligárquico.

En Hispania, algunos núcleos indígenas sertorianos seguían ofreciendo resis-tencia. Pompeyo en el 72 a.C., quiso sofocar estos núcleos rebeldes, entre los cuales se citan: En el valle del Ebro, Osca (Huesca) y Calagurris (Calahorra); en el valle del Duero, Uxama (Burgo de Osma), Termantia (Montejo de Liceras) y Clunia (Peñalba de Castro); en Levante, Valentia (Valencia).

Pompeyo presumía de haber sometido 876 ciudades de Galia e Hispania Cite-rior.

Las ciudades vencidas de Celtiberia durante muchos años siguieron temiendo el nombre de Pompeyo y no hubo por ello insurrecciones.

Con estos éxitos de Pompeyo el dominio romano sobre la Península se extendía hasta el Duero y Pisuerga.

Pero Pompeyo no se limitó a eliminar en la Celtiberia posibles brotes de rebeld-ía. Consolidó el poder de Roma en el Duero, e inició una política de atracción de los indígenas hispanos. Los aliados fieles de la Celtiberia recibieron como premio lotes de tierra y la fijación de los lindes de sus dominios territoriales, suscribiendo pactos de hospitalidad. Algunas comunidades tribales se iniciaron en la urbanización según los patrones romanos, como Pompaello (Pamplona), para los aliados vascones.

Pompeyo aplicó la ley Gellia-Cornelia, y concedió la ciudadanía a muchos habi-tantes del valle del Ebro y Levante que habían prestado servicios militares en calidad

100

de auxilia en su guerra peninsular, y a los notables indígenas.

Pompeyo seguía la línea iniciada por su padre con los componentes de la turna salluitana. De esta política se beneficiaron algunos saguntinos.

A su vez, la abundancia de antropónimos Pompeius avala la importancia y poder de éste y su popularidad.

Es lógico que los hispanos más beneficiados fueran los de la Citerior, por ser la provincia encomendada a Pompeyo, pero también se beneficiaron de esta política la Ulterior, donde se beneficiaron notables familias como los Balbos de Gades.

La facilidad con que Pompeyo y sus hijos, reclutaron legiones de cives romani confirma esta política de crear clientes hispanos, otorgándoles tierras y ciudadanía.

Pompeyo partió para Roma en el 71 a.C., una vez que hubo consolidado su po-der en Hispania. El Senado le premió con el triunfo.

Una vez que éste abandonó la Península algunos generales romanos debieron combatir algunas insurrecciones en las regiones periféricas de las provincias. En la Ul-terior el espacio habitado por lusitanos y vettones. En la Citerior en las tierras que serv-ían de límite entre astures y vacceos.

Durante estos años Roma tuvo que hacer frente a la revuelta de Espartaco, cuya derrota fue un éxito para Pompeyo.

En el 67 a.C. le concedían un ejército extraordinario para que acabara con la pi-ratería del Mediterráneo. Pompeyo distribuyó naves y guarniciones a lo largo de las costas del Levante en Hispania. Ordenando que se protegiera la zona de Baleares y del estrecho de Gibraltar. Su estrategia acabó con ellos y facilitó el comercio, que esta-ba paralizado, de Hispania con Roma.

16. CÉSAR EN LA PROVINCIA ULTERIOR

Julio César era aristócrata y por lazos familiares estaba vinculado al partido po-pular de Mario; por eso el triunfo de Sila detuvo, momentáneamente, su carrera política.

Su primera intervención en la magistratura romana, fue en el 69 a.C. desempe-ñando la cuestura en la provincia ulterior. Se encargó de la administración de la justicia en algunas ciudades como Gades. Entonces comenzó a estrechar vínculos con los no-tables indígenas y sus clientelas. En el 68 a.C. dejó su cargo.

En Roma desempeño la pretura y regresó a Hispania en el 60 a.C. como propre-tor de la Ulterior. Quería adquirir prestigio y riqueza en Hispania para saldar su deuda de 25 millones de denarios, de la que se había hecho fiador Craso para que pudiese salir de Roma.

Cuando llegó a Hispania no se preocupó de administrar justicia en las ciudades, sino que con el ejército se dirigió contra el resto de los pueblos hispánicos, a los que atacó uno a uno hasta conseguir que toda Hispania fuese tributaria de Roma. Mandó cantidades ingentes de dinero a Roma para ingresar en el erario público.

Cumplirá su doble propósito de lograr dinero y triunfos militares en Hispania. César añadió a las dos legiones, otra más (10 cohortes) integradas por legionarios y no por auxilia porque la concesión del derecho de ciudadanía le permitía contar con un ejército de ciudadanos.

Su campaña la inició obligando a los lusitanos a abandonar la Sierra de la Estre-lla y establecerse en el llano. Con el pretexto de que no se dedicaran al bandidaje y a

101

sabiendas de que no le obedecerían, encontrando así un pretexto para iniciar la guerra. Sometió a los que se opusieron incluso a tribus vecinas, los vettones. Realizando una incursión por este territorio. Después franqueó el río Duero y llegó al territorio de los gallaeci braconenses.

De nuevo se organizaron los vencidos lusitanos y cuando César regresaba de Gallaecia le atacaron y derrotaron. Refugiándose en la isla Berlenga al Norte de Lisboa donde pidió una flota enviada desde Gades para acabar con la resistencia lusitana, como así ocurrió.

Finalizada esta operación se dirigió de nuevo a Gallaecia. Conocía ya de sus ri-quezas de estaño por referencias de Craso. Los Balbos estaban muy interesados en esta expedición más por razones económicas que militares, pues su conquista abría nuevas rutas de comercio al Atlántico Norte.

Un grupo de enemigos de César le acusaron de su falta de escrúpulos para ob-tener riquezas, que había acumulado saqueando algunas ciudades de los lusitanos que no eran enemigos de Roma y pidiendo dinero a los aliados para pagar a sus soldados. Pero el propio Senado le reconoció el triunfo en Hispania.

A su regreso de la campaña contra los lusitanos y galaicos, César trabajó en la provincia. Sus dotes de gobernador quedan manifiestas en su intento de solucionar, los conflictos de las ciudades, ratificar las leyes, tomar medidas fiscales en favor de los indígenas, desarrollar una política edilicia de construcción de edificios públicos y se inyectar en los nativos las costumbres de vida romanas. Gades fue una de las ciudades más beneficiadas por estas medidas.

Se atrajo a los indígenas aligerando los impuestos extraordinarios que pesaban en la provincia desde la guerra sertoriana. Y promulgando alguna ley como la que limi-taba a los acreedores a retener las 2/3 partes de los ingresos del deudor y el resto de forma progresiva hasta saldar la deuda (eliminando el embargó de los patrimonios de los deudores).

Como se iniciaba el período electoral para la designación de cónsules del 59 a.C., César abandonó la Península. Sí quería ser cónsul debía estar en Roma y si quería recibir los honores del triunfo debía permanecer extra urbem hasta que se acor-dara el nuevo cónsul. César prefirió renunciar al triunfo para estar presente en la lucha electoral. Pero el Senado y el partido aristocrático se oponían. César ganó para su causa a Pompeyo y Craso. De este acuerdo saldría la decisión de gobernar conjunta-mente el Imperio de Roma.

De momento, César, conseguía el consulado, al año siguiente la misión de so-meter la Galia, la asignación del proconsulado, y un importante ejército. Aumentaba así su poder personal en Roma.

17. EL INICIO DE LAS HOSTILIDADES ENTRE CÉSAR Y POMPEYO Y LA CAMPAÑA DE ILERDA.

Desde el 59, el consulado posibilitó a César acelerar su poder personal. Apoya-do en la asamblea popular, desarrollaría una actividad legislativa en favor de las clases humildes. Tarea que interrumpió para conquistar la Galia, durante 10 años.

El éxito de César en la Galia relegaba a Pompeyo a segundo plano. Este quiso adscribirse a un cargo que le diera popularidad. Intrigó para que se le concediese el aprovisionamiento de víveres de Roma.

102

César procuró que el pacto no se rompiese para no perder su mando en la Galia. Se reunieron los tres y César se vio obligado a conceder a sus colegas las mismas prebendas para que reinara la igualdad y la concordia. Pompeyo y Craso ejercerían el consulado en el 55 a.C. y después un proconsulado de 5 años:

* Pompeyo eligió las 2 provincias de Hispania y la de África. * Craso eligió Siria (llevaría la guerra en Oriente). * César la Galia.

Los nuevos éxitos en la Galia acrecentaron su poder y su popularidad. La figura de jefe victorioso fue admirada por sus soldados y por los indígenas galos que le pres-taban servicio militar en calidad de auxilia. Esta fidelidad militar será fundamental en su éxito final.

Para contrapesar el poder militar de César en la Galia. Pompeyo tomó sus medi-das. Si podía controlar Italia e Hispania, su rival quedaría atenazado por él. El grave error de Pompeyo fue dejar a su ejército compuesto por siete legiones, la séptima re-clutada por hispanos, al mando de generales poco capacitados. Mientras él prefería quedarse en Roma intrigando con el grupo senatorial opuesto a Craso y César.

La muerte de Julia, hija de César y mujer de Pompeyo, debilitaron más la rela-ción entre ambos. El fallecimiento de Craso en el 53 a.C. dejaba en el escenario de lucha por el poder a César y Pompeyo. Este apoyado por la aristocracia y César por los populares. Las intrigas del Senado llevaron a ambos a la guerra civil en la que César contaba con las legiones de la Galia y Pompeyo disponía del apoyo del Senado, de Italia y de las provincias hispánicas.

Los comienzos de la guerra civil tendrán pues, inicialmente dos escenarios Ro-ma e Hispania. En el 49 a.C. César se proclama dictador en Roma, luego se adueña de Italia y expulsa a Pompeyo. Después viene a Hispania para atacar a las legiones de Pompeyo.

17.1. HISPANIA CAMPO DE GUERRA CIVIL

* En la campaña del 56 a.C. de César contra Aquitania, los galos contaron con el apoyo de ciudades hispánicas de la provincia Citerior (cántabros) designados como jefes porque conocían las estrategias de los ejércitos de Roma (por haber pertenecido al ejército de Sertorio).

* Otro episodio, fue la sublevación de algunas tribus: vacceos, arévacos y vetto-nes, que fue sofocada por el gobernador de la Citerior.

* Pero la desarticulación del ejército pompeyano en Hispania fue la primera deci-sión de César, una vez que se adueño de Roma e impuso su autoridad al Senado.

Apanio defendía la Hispania Citerior con 3 legiones.

Varrón defendía la Hispania Ulterior con 2 legiones.

Petreyo la Lusitania y la región de los vettones.

Petreyo exige a la Lusitania que le proporcione caballería y auxilia, y Apiano a los celtíberos y cántabros. Petreyo a través de los vettones se reúne con Apanio y de-ciden elegir Ilerda (Lérida) como escenario de lucha. Se concentraron 70.000 h. (La razón de esta elección era que en el valle del Segre, con centro en Lérida, Pompeyo

103

contaba con una clientela adicta, a la que su padre, en el 90 a.C. había concedido la ciudadanía romana: la turna Salluitana. Además Pompeyo ya había recibido apoyo en su lucha con Sertorio). Varrón debía permanecer vigilante en la Ulterior.

César se dirigía a Hispania encontrando en Massalia un pequeño obstáculo. En-vió por ello delante a su ejército de Italia (legiones VIII, XII y XIII) para que se unieran a Fabio, que se había asentado al N. de Ilerda.

Las fuerzas de las que disponía César en Hispania al mando de Fabio eran de 6 legiones, con más de 10.000 auxilia de infantería, 3.000 de caballería, y otro número semejante de auxilia procedentes de la Galia.

Tuvieron lugar algunos enfrentamientos entre cesarianos y pompeyanos, de po-ca importancia. Dos días después llegó César con 900 jinetes. Reparó los puentes del Segre para poder suministrar de provisiones y se trasladó hacia Ilerda.

Entre Ilerda y el campamento de Apanio y Petreyo (pompeyanos) había una dis-tancia de unos 4 Km. y entre ellos había un altozano, lugar que tomó César par inco-municarlos con Ilerda.

Después de algunos enfrentamientos una tormenta arrastró los puentes y el ejército cesariano sufrió dificultades al faltarle el trigo y el forraje. Además el convoy que se dirigía a suministrarles tuvo que detenerse al margen del Segre por su gran caudal siendo atacados por Apanio.

El precio del trigo se elevó mucho. (Este contratiempo de César se conoció en Roma, produciéndose algunos abandonos en su partido). Para solucionar el problema, César ordenó construir una flotilla a base de mimbres, madera y cuero para transportar a los legionarios que levantaron un puente al norte de Lérida. Así se solucionó el pro-blema de las provisiones.

Las gentes de Osca (Huesca) y otras ciudades se aliaron a César. (En esta zona había tenido lugar la lucha entre pompeyanos y sertorianos, de los cuales habían sido aliados). También se sumaron los tarraconenses y de otras ciudades.

Ante esta situación los pompeyanos querían trasladarse a la Celtibería, donde suponían que encontrarían mayor apoyo. César los persiguió. Apanio falto de víveres se rindió.

Al producirse la capitulación, César culpó a los jefes del ejército pompeyano, a éste (Pompeyo) y al gobierno senatorial de luchar contra él. Pero se mostró clemente con los vencidos. La única condición que les impuso fue el licenciamiento. Los domici-liados en Hispania (la 3ª parte) inmediatamente, y los otros cuando llegaron al río Varo (Niza).

Varrón disponía de dos legiones (una reclutada en Hispania). Informado de las dificultades de César en Ilerda, almacenó grandes cantidades de trigo para socorrer a los de Massalia, a Apanio y Petreyo. Encargó a los habitantes de Gades e Hispalis la construcción de diez naves de combate. Trasladó el tesoro del templo de Hércules a Gades. Obligó a los ciudadanos romanos de la Ulterior a que le entregasen para la ad-ministración pública cantidades de sestercios, plata y trigo. A las ciudades partidarias de César las cargó de tributos, confiscó algunos bienes y les impuso guarniciones. Y después de la derrota de Ilerda, éste planeó retirarse a Gades con sus legiones y pro-visiones para defenderse y prolongar la resistencia.

César además de dos legiones envió un edicto en el que señalaba que los ma-gistrados y notables de las ciudades se reunieran con él en Córdoba. César sabia que en esta provincia sería más fácil la victoria que la Citerior, pues contaba con más parti-

104

darios desde su época de cuestor y pretor.

La respuesta no tardó, ciudades como Corduba, Carmo (Carmona), Gades, ce-rraron sus puertas a Varro. La legión hispánica desertó. Así que Varrón se rindió en-tregándole todo a César.

César agradece el apoyo de las ciudades, restituye los bienes y dineros confis-cados, el tesoro del templo. Y con las naves marchó a Tarraco. Allí distribuye recom-pensas públicas y privadas a las ciudades de la Citerior.

Reunió un ejército y marchó a Italia. En Narbona se enteró que había sido nom-brado dictador. Sus éxitos en Hispania consolidaron su poder en Roma.

Seguirá su victoria en Farsalia, en Grecia, sobre Pompeyo y la muerte posterior de éste.

18. MUNDA Y EL FIN DE LA GUERRA CIVIL

Pero César no dominó totalmente Hispania por tres razones:

* La fuerza del partido pompeyano. * La mala gestión de su legado Casio Longino. * La tenacidad de los hijos de Pompeyo que le presentaron nueva batalla en Munda.

18.1. EL PARTIDO POMPEYANO

Los pompeyanos eligieron la provincia Ulterior como baluarte de resistencia en contra de los Cesarianos por:

El apoyo militar y civil desde tiempos de Sertorio. Las legiones de hispanos se-guían siendo fieles a Pompeyo a pesar de su derrota.

Los auxilia lusitanos y vettones aborrecían a César por sus acciones depredato-rias del 61 a.C.

El respaldo civil del valle del Betis, lugar de asentamiento de colonos (itálicos) creadores de núcleos urbanos ricos (Itálica, Corteria, Corduba, Hispalis.) y la de indí-genas hispanos con ciudadanía romana concedida por Pompeyo.

En fin, en Hispania había un gran grupo de gente rica; adicta al partido aristocrá-tico de Roma y enfrentados a los grupos de los populares. Los ciudadanos romanos y los notables indígenas se beneficiaban de los privilegios jurídicos y políticos. Estos se pronunciaron por Pompeyo y por César los desheredados.

18.2. LA SUBLEVACIÓN CONTRA CASIO LONGINO

Gobernador, legado de César, en la Bética. Expoliaba con toda clase de abusos, la Bética. Toda la provincia se alzó contra él. Éste procuró atraerse al ejército dándoles dinero de lo que expoliaba. Llevó a cabo una expedición también contra los lusitanos.

César le ordenó que trasladase su ejército a África, para anular a los pompeya-nos concentrados allí. Casio estableció su campamento cerca de Corduba, allí sufrió una conspiración de la que resultó herido.

105

La victoria de Farsalia sobre Pompeyo y la muerte posterior de éste no acabó con sus partidarios. Así en la Bética, Casio Longino tuvo que enfrentarse a una rebe-lión, las legiones mandadas por él se sublevaron y éste hubo de pedir ayuda al rey de Mauritania y a Lépido (procónsul de la Citerior).

César mientras tanto se enfrentó al ejército pompeyano reunido en África. Figu-raban allí Cneo y Sexto, hijos de Pompeyo. Estos fueron derrotados. Cneo se dirigió a Baleares y las conquistó. Paso a la provincia Ulterior, ganó algunas ciudades, puso sitio a Cartago Nova que se resistía a entregarse. Cneo pudo comprobar que esta provincia estaba en contra de César.

18.3. MUNDA

En el 46 a.C. César envió a sus legados para hacer frente a la sublevación de la Ulterior. Pero incapaces de frenarla pidieron ayuda a César, éste se presentó en Obul-co (Porcina) con nueve legiones. Los pompeyanos contaban con once o trece legiones.

Después de enfrentamientos distintos, en el 45 se enfrentaron en Munda (Monti-lla), murieron unos 30.000 soldados. Cneo huyó a Carteia (Algeciras), allí murió. César vencía en Corduba, Hispalis, Gades, etc. Desde allí habló en la asamblea a los hispa-lienses haciéndoles saber de su ingratitud, y de los muchos favores que él les había concedido.

Tras acabar la guerra César llevó a término una transformación político-social de la Ulterior. En esta provincia asentó numerosas colonias. Confiscó a los partidarios de Pompeyo sus tierras y las repartió entre los veteranos de su ejército: Corduba, Hispalis, Urso. A los indígenas fieles les concedió el derecho de ciudadanía. A las ciudades hos-tiles les gravó con cargas y a las otras las favoreció, Ulia (Montemayor), recibió el esta-tuto de municipio romano.

En la Lusitania se crearon colonias como la de Norba Caesarina (Cáceres), Me-tellinum (Medellín). En la Citerior se crearon colonias en Tarraco y Cartago Nova.

En conclusión, bajo César se conformará la estructura político-administrativa que recibirá como herencia Augusto y el Imperio. Se sistematizara la vida de las colonias y municipios romanos mediante una ley póstuma que define los mandos locales.

En el 44 a.C. César es asesinado.

18.4. EL FIN DE LA GUERRA CIVIL EN HISPANIA

El último de los Pompeyanos, Sexto Pompeyo, abandonó Corduba y se dirigió a la Celtiberia para buscar refugio y ayuda (reunió a un ejército con el que se dirigió a la Ulterior).

César mando fuerzas para poner fin a la guerra civil, y se sucederán distintos en-frentamientos. Mientras muere César.

Entretanto nace el segundo triunvirato (Marco Antonio, Octavio y Lépido en el 43 a.C.). Deseosos los triunviros de liquidar la guerra delegaron en Lépido. Hizo de inter-mediario para que Sexto entregara las armas. A cambio se le garantizaría la amnistía y la reintegración de su patrimonio; hubo acuerdo y paz definitiva en las provincias his-panas.

Hispania gobernada inicialmente por Lépido pasó a manos de Octavio. Entre el 41 al 30 a.C. el mando de las provincias pasó por varios delegados. Y sólo después de afianzarse Octavio Augusto en el 31 en su mando único, los destinos de Hispania to-

106

marían un rumbo de paz y romanización con la incorporación a Roma de la franja cantábrica.

19. PODERES Y PROGRAMA POLÍTICO DE AUGUSTO

Desde hacía tiempo, el sistema constitucional republicano se vio desbordado an-te su incapacidad de gobernar el vasto conjunto de tierras y pueblos englobados en el Imperio.

Para poder mantenerlo se necesitaba:

Reestructurar los órganos de gobierno, que debían de ser diferentes a los de la época inicial de explotación y depredación.

Modificar la plataforma ciudadana que ya no podía apoyarse en el reducido número de ciudadanos de Roma.

Necesidad de un ejército numeroso y profesional que vigilara permanentemente las fronteras del Imperio. ( La política de flexibilidad de las condiciones de reclutamiento para integrarse en las unidades auxiliares permitió ampliar el número. Los provincianos lo harían con la conciencia de que colaboraban en algo propio).

Fue Hispania, humana y económicamente, parte primordial en la reorganización del Imperio y en la ampliación de ciudadanos romanos.

Octavio Augusto consumaría el desmantelamiento institucional iniciado por César para configurar la nueva etapa Imperial. Estas reformas no iban a suponer una imposición violenta sino una actuación acorde con el sentir popular. El ideal de Augusto propugnaba la comunidad de los pueblos integrantes del Imperio con la condición de que aceptaran la paz y el derecho romano y se integrasen en las normas y costumbres de su civilización.

Augusto había puesto fin a un largo periodo de guerra civil Augusto inauguraría una nueva época, la del principado. El término deriva del princeps "primer ciudadano". Este título tenía carácter personal y vitalicio, no se podía heredar.

Esta forma de gobierno personal, no era una novedad, pues Sila, Pompeyo y César lo habían intentado.

Octavio pretendió inculcar a los ciudadanos que él era el restaurador de la Re-pública, aunque éstos no ignoraban que era una monarquía. Su autoritas la sustentó en poderes reales: potestas tribunicias, imperium, pontifex maximum, que se resumían en la denominación Imperator Caesar Augustus.

Augusto se buscó el apoyo popular por su labor de restaurador de la paz, la se-guridad y la prosperidad al concluir las guerras civiles.

Se presentó como benefactor de todos los habitantes del Imperio: cives o pere-grini. Papel de patrono, protector y defensor del pueblo romano.

Su principal poder lo constituye el ejército de 60 legiones con unos 450.000 hombres; la fidelidad de sus mandos a los que él personalmente nombra garantiza su poder.

Compartió con el Senado los poderes, para evitar que la ambición de algunos generales hiciera peligrar la estabilidad del régimen. Le entregó las provincias pacifica-das que no precisaba dotaciones regulares de ejército (provincias senatoriales). Logró así el mando único del ejército.

Impulsó la política exterior que hizo aumentar las fronteras del Imperio. (Contri-buyeron sus generales Agripa, Tiberio y Druso). Se propuso rematar la conquista de

107

Cantabria, Asturias, los bordes alpinos de Italia, Egipto, la Galia que por culpa de las guerras civiles del siglo I a.C. no se habían concluido.

Augusto asume los poderes monárquicos a partir de la victoria de Actium 31 a.C., cuando eliminado Marco Antonio queda como dueño único del Imperio. Desde entonces se acrecienta su autoritas y su papel de patrono, protector y defensor del pueblo. El senado le concedió el cognomen de Augustus que le concedió un aura reli-gioso, y un carácter divino. Nace el culto al Emperador, así lo demuestra las esculturas divinizadas de Augusto y Livia o el templo erigido a Augusto en Tarraco.

20. LA GUERRA CONTRA CÁNTABROS Y ASTURES

Desde el 44 al 31 a.C. Augusto hubo de enfrentarse a luchas armadas hasta hacerse con el mando único del Imperio.

El dominio de los romanos en el 29 a.C. estará señalado por una línea imagina-ria entre Asturica (Astorga) y Segisamo de E. a W. Entre esta vía y el sur de las estri-baciones montañosas habían tierras por la que los cántabros y astures hacían sus co-rrerías. Es aquí donde se llevaron a cabo los primeros enfrentamientos. Era necesario terminar con ellos porque lesionaban el prestigio de Roma.

Para ello era necesario antes conseguir la paz en las provincias de la Galia. Después remataría la pacificación total de Hispania.

20.1. CAUSAS DE LA GUERRA

* Necesidad de restablecer la paz en la Galia e Hispania. * Necesidad de aumentar su prestigio con victorias sobre enemigos. * Necesidad de olvidar la guerra civil entre los propios compatriotas. * Necesidad de metales preciosos (Cantabria rica en hierro, Asturias y Galicia en oro) * Necesidad de dominar a los cántabros y astures para que no saquearan las tierras

ricas en cereales de los vecinos aliados de Roma (vacceos, turmogos.)

20.2. ACONTECIMIENTOS ENTRE EL 29 Y 25 a.C.

En el 29, 28 y 27 a.C. se dan una serie de prospecciones de terreno y algunos encuentros de guerrillas que tenían como finalidad preparar el terreno para la guerra.

A fines del 27 Augusto decide llevar la guerra personalmente y se establece en Tarraco, capital de la tarraconense. Después trasladó su ejército a Segisamo. Dividió el ejército en tres bloques para cada uno de los frentes de lucha.

En el frente cántabro habría que encajar los acontecimientos del 26 a.C. La pe-netración al corazón cántabro seguía la margen izquierda del Pisuerga.

El frente Astur, en el monte Benorio. Su penetración se hacía por el margen iz-quierdo del río Esla. Y en Retortillo, para tener abierta la línea del Besaya hacia el Cantábrico, para suministrar tropas y provisiones desde Aquitania con la flota.

Cada campamento dominaba territorialmente 30 km.

Fueron 6 las legiones utilizadas por Augusto y sus generales, y varias cohortes. Tres luchaban en el frente cántabro a las órdenes de Augusto. Las otras tres en el fren-te astur. Poco a poco fueron vencidos.

108

Augustos ordenó que los indígenas descendieran de las montañas para estable-cerse en el llano y dio a los astures el campamento para que fuera su capital. Hizo lo mismo con los cántabros. Entregaba a ambos las tierras campamentales, a medida que eran abandonadas por el ejército. Continúan los enfrentamientos y continúan some-tiendo ciudades.

Augusto abandonó Tarraco en el 25 a.C. para celebrar su X consulado. En Ro-ma mando cerrar las puertas del templo de Juno, como si la guerra hubiera terminado, pero la resistencia cántabra resurgiría todavía.

En el 24 los montañeses asesinan a legionarios romanos que iban a recoger tri-go. Como represión se incendian y destruyen algunos castros.

En el 22 se dan nuevos encuentros. Los rebeldes incendian sus castros y se sui-cidan, y los capturados fueron vendidos como esclavos y a otros se les corta las ma-nos.

Entre el 22 y el 19 a.C. algunos esclavos asesinan a sus dueños y vuelven a lu-char en Cantabria.

20.3. FIN DE LA RESISTENCIA CÁNTABRA. 19 a.C.

El resurgir de la lucha en Cantabria, suponía un desprestigio para Augusto. Mandó a Agripa (general) a unirse con el gobernador de la Tarraconense Silio Nerva. El ejército estaba desmoralizado por una lucha tan larga y que a veces acababa en derro-tas romanas o en retiradas estratégicas del enemigo.

Agripa hará una labor semejante a la realizada por Escipión Emiliano en el cerco de Numancia: castigar a los indisciplinados y restaurar el espíritu militar. Estas medidas debieron surtir efecto; los norteños indómitos fueron derrotados y exterminados (los jóvenes), los restantes obligados a bajar al llano.

Lo mismo ocurría en el frente astur. Asturica (Astorga) se habilitaría para civiles y militares licenciados.

Finalizada la guerra se abandonan los campamentos y se crea otro de nueva fundación en Herrera del Pisuerga.

Augusto licenció a los más veteranos de sus soldados y les concedió la funda-ción de una ciudad nueva en Lusitania, Emerita Augusta (Mérida).

Los campamentos abandonados se adjudicaron a los nativos.

21. LA OBRA ADMINISTRATIVA Y ECONÓMICA DE AUGUSTO EN HI SPANIA.

La anexión de la franja cantábrica supuso la integración total de la Península Ibérica a Roma. Ello es uno de los eslabones que posibilitó la paz romana. Asía Hispa-nia se incorpora a los destinos de Roma. La política augustea afectó a lo militar, admi-nistrativo, económico y social.

21.1. REFORMAS ADMINISTRATIVAS

En el 27 a.C. Augusto divide la Península en tres provincias:

La senatorial de la Hispania Ulterior Baetica, con capital en Corduba, administra-da por el senado que delegaba sus funciones en un gobernador (praetor), un cuestor y un legado.

109

La imperial de la Hispania Ulterior Lusitania, con capital en Emerita Augusta, el Emperador delegaba sus funciones en un gobernador pretoriano asistido por un legato legiones. A esta provincia se habían incorporado Gallaecia y Asturias.

En la Imperial Hispania Citerior Tarraconense, capital en Tarraco, el gobierno la ejercía un consular que disponía de tres legati legionis. A esta provincia se había inte-grado Cantabria como campo a conquistar.

Entre los años 13 y 7 a.C. Augusto procede a un nuevo reparto: Galicia y Portu-gal hasta el Duero, Asturias y Cantabria, todas ellas de la Lusitania; y la franja entre Cartagena y Almería, de la Bética, pasa a la Tarraconense.

Augusto incrementó el número de municipios y colonias creadas por César. Des-tacan las colonias de Guadix (Acci), Elche (Ilici), Traducta (Tarifa), Barcino (Barcelona), Caesaragusta (Zaragoza). De los municipios, Bilbilis (Catalayud), Saguntum (Sagunto).

Todas las colonias recibieron deducciones de veteranos que debían de estar siempre dispuestos a empuñar las armas en defensa de los intereses de Roma (unos 80.000 que recibieron tierras del ager publicus).

En la Bética había 200 ciudades, en la Tarraconense 314 y en Lusitania 46. Pero el concepto de ciudad es relativo ya que en el N. hay que hablar de aldeas.

A partir de Augusto se desarrollan las ciudades. Para crear ciudades de nueva estructura mandó habitar sus campamentos, trabajar sus tierras y explotar minas.

21.2. PARTICIPACIÓN HISPANA EN LOS EJÉRCITOS IMPERIALES

Durante el período de conquistas los hispanos prestan sus servicios en calidad de auxilia. En el reinado de Augusto aumenta el alistamiento en el cuerpo de legiona-rios, cohortes y alas.

Para estos servicios se exigió la condición jurídica de ciudadano, al menos lati-no, lo que hace suponer que tenían que proceder de centros romanizados.

Se constituirían a veces cohortes y alas de carácter permanente integradas por grupos étnicos o tribales homogéneos, los cuales saldrán la mayoría de las regiones más tardíamente incorporadas. (Así se procura dar un medio de vida a un excedente de población en zonas poco desarrolladas).

Estos hispanos servían en los limes del Imperio, renano, danubiano y oriental. También algunos indígenas formaron parte de las guardias personales.

Todo el Noroeste dio muchos miles de voluntarios al ejército romano.

21.3. EL NACIMIENTO DEL CULTO AL EMPERADOR

Con Augusto apareció el culto al Emperador divinizado. De acuerdo con su polí-tica este culto debía ser el vínculo entre las provincias y el poder monárquico. Hispania ostentara la primacía en el tiempo y en su intensidad. Son prueba los testimonios nu-mismáticos, arquitectónicos, escultóricos y epigráficos.

En la Península Ibérica existía dos modalidades de vinculación al poder, una in-dividual (devotio ibérica), y otra colectiva (hospitium y clientela), a las que hay que aña-dir el patronato

La devotio y la clientela facilitaron el culto imperial. Entre los hispanos existía

110

una tradición de la consagración al jefe militar que se haría extensiva al Imperator Au-gustus. En Tarraco se consagró un templo al Emperador que sirvió de ejemplo a las otras provincias. Otro ejemplo son las esculturas de Azaila (Teruel) y las acuñaciones con la leyenda de Augusto.

21.4. EL DESPERTAR ECONÓMICO

Una de las obras de Augusto de mayor repercusión en el futuro económico y administrativo fue la red viaria. Bajo su reinado se constituyó el esqueleto que sería completado por Emperadores posteriores. En el Norte una vía conducía del valle del Ebro al Duero uniendo Tarraco, Brigantium (Betazoas), Tuy, Bracara. Asturica sería uno de los puntos de confluencia de las vías de la Meseta Septentrional.

Otra vía unía con Gades por la costa, que completó la vía Hercúlea que ahora se llamaría la vía Augustea.

Otra vía unía Gades con Emerita Augusta y Asturica, la vía de la Plata. Otra di-agonal unía Emerita y Caesaraugusta.

Se promocionaron también los puertos del Cantábrico como Portus Samanun (Castro Urdiales).

A tenor de los acontecimientos políticos también hubo una política monetaria en Hispania. (Al año 38 a.C. emisiones de un Augusto joven). Acuñaron 18 cecas bajo Au-gusto. Las emisiones del sur son efectuadas por orden del senado.

Las explotaciones mineras se encontraban en el momento álgido hasta el punto de agotar centros mineros.

El comercio de las áreas más romanizadas conocerán un gran auge: Cataluña, Valle del Ebro, Levante, Bética y Sur de Lusitania. Se exportaba vinos, aceite, cera, miel, trigo, minio, lanas y salazones. Algunos tipos de ánforas (preaugusteos) se fabri-caban en Cataluña y en ellos se envasaban los vinos que iban hacia Provenza y Roma, y los salazones béticos hacia la Galia y Germania.

111

TEMA 10. EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO ROMANO.

22. LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA DE HISPANIA

22.1. ETAPAS Y CARACTERES

En la decisión, adoptada por Roma entre los años 209 al 205, de proceder a la ocupación de Hispania tiene su punto de partida la romanización. Son inmensas las riquezas de Hispania meridional, su agricultura, sus industrias, sus yacimientos mineros son lo que decide al Senado a proceder a la ocupación. Roma desconocía las posibili-dades económicas hispanas, y sólo trajo inicialmente sus ejércitos con el ánimo de cor-tar las bases de suministros y expulsar a los Cartagineses para así impedir que desde Hispania siguiesen ayudando a Aníbal.

Cuando Escipión el Africano toma Cartago Nova el año 209 a.C. encuentra enormes riquezas atesoradas allí por los Barcas. Y descubre sucesivamente las minas que la circundan, así como las explotaciones de Castulo y Sierra Morena y luego toda la actividad minera, agrícola, ganadera, pesquera y demás excelencias económicas de la Bética. Desde el año 206 Escipión desarrollará una abierta política de ocupación de ciudades, exigencia de tributos, apropiación de tierras hispanas arrebatadas al enemigo que pasan a constituir el ager publicus romano. Tal proceder provoca el escepticismo de la voluntad de las ciudades y pueblos hispanos que se rebelaron ante esta nueva política que quebrantaba el pacto inicial de Roma: ayudar a los pueblos ibéricos a ex-pulsar a los cartagineses. En muchas ciudades de la Bética, Escipión había sustituido el foedus o pacto de alianza por la pura exigencia de tributos, practicada por igual con amigos o enemigos.

Desde el 205 Hispania será considerada como Provincia y como lugar de explo-tación y enriquecimiento; de tal modo que, por encima de toda disposición o norma le-gal, está el fin que roma quiere y que los generales romanos no dudan en practicar: sacar de la Península Ibérica todo el tributo o botín posible.

La conversión de las tierras hispanas convertidas en Provincia conlleva la pro-gresiva romanización, ese proceso histórico por el cual Hispania se incorpora a los mo-dos de vida de Roma en las más diversas facetas de la administración: régimen de ciu-dades, urbanismo, estructura de la sociedad y de la familia, religiosidad, cultura, len-gua, derecho, etc. Sin duda la máxima expresión romanizadora radica en la difusión del urbanismo y en el otorgamiento del régimen municipal romano en sus diversos grados y modalidades: colonia, municipio de derecho romano, municipio de derecho latino; o en la simple urbanización indígena, sin estatuto de privilegio pero con un ordenamiento interno de la ciudad que toma como modelo el romano.

El proceso de romanización fue lento y se difunde no sin cierta resistencia de la población indígena, en parte reacia a cambiar de modos de vida. Aun cuando la acción del Estado Romano suponía no pocas mejoras en la economía y el ordenamiento de la sociedad. La lentitud de la romanización vino impuesta en primer lugar por el ritmo de la conquista de nuestro suelo por Roma, que se prolongó por espacio de dos siglos. La verdad es que Roma conquistó su imperio para explotarlo económicamente, aunque luego la necesidad de afianzar este dominio y la propia evolución de sus ideas fueron cambiando los métodos de ocupación e incorporación de las gentes a la romanidad. En todo caso la resistencia a la acción colonizadora romana fue muy diversa en Hispania según fueran las formas de vida de los indígenas hispanos. La romanización fue rápida en las prósperas y civilizadas Bética, Levante y Cataluña; mas retardada en Celtiberia y

112

Lusitania; muy lenta en el Duero y sobre la franja cantábrica donde, además, Roma mostró escaso interés por asentar colonos romanos o itálicos, salvo en los centros ad-ministrativos de Clunia, Astúrica, Bracara y las ricas minas de oro astur. Un resultado importante de la romanización fue sin duda el paso de la polifacética sociedad prerro-mana a la uniforme sociedad romana y el avance desde una primitiva explotación del suelo y subsuelo hacia un también indiscutible y generalizado progreso económico.

Este ordenamiento, encajado dentro de la municipalización de la vida pública, acabará dando a Hispania unidad básica interna y, simultáneamente, a Hispania con el resto del mundo romano. El trasvase amplio de hombres, productos e ideas iniciará ese proceso unificador de la Península durante los tiempos de la República y se completará aún con más fuerza en el periodo imperial.

Cuando Roma decide crear las dos provincias hispanas, en nada distingue jurí-dicamente las tierras de Cataluña o Levante de las de la Bética, o de las arrebatadas en el interior al dominio cartaginés. Igualmente ocurre con las colonias griegas o alia-das, como Sagunto y las antiguas colonias fenicias. Las colonias amigas griegas y las enemigas fenicias reciben por igual el rango de aliadas (Gades, Malaca, Sagunto). Re-serva por igual a Emporiae, Tarraco o Cartago Nova como lugares estratégicos y de embarque, desembarque y entrenamiento de sus ejércitos. Y recién vencidos los cántabros, no duda Augusto en alistarlos en su ejercito para integrarlos en las alae y cohortes. Razones económicas determinarán el destino que Roma da a cada tierra y rincón de Hispania en el ámbito del inmenso Imperio: hubo mayor romanización donde hubo mayor desarrollo económico, como fueron los centros mineros, fábricas de sala-zones, ricas tierras béticas y de Levante, puertos de amplio comercio. Porque también, lógicamente, allí acudió mayor número de romanos e itálicos y allí fue donde Roma fundó preferentemente sus colonias con licenciados italianos o fieles amigos hispanos. En suma, el proceso romanizador de Roma en Hispania viene mediatizado por la lenti-tud de la conquista, por la variedad de pueblos, culturas y economías que se ven afec-tados por la evolución económica, política e ideológica de la propia Roma.

22.2. FACTORES DE LA ROMANIZACIÓN

Roma buscó obtener el máximo rendimiento económico con el menor costo po-sible. De ahí que su intervencionismo político con los hispanos atendió a lograr sim-plemente esa eficacia, de modo que en ciertas facetas de la vida la tolerancia de Roma fue muy amplia. Así, no impuso su religión y la propia organización política de no pocas ciudades y pueblos se mantuvo largo tiempo vigente.

Principales agentes romanizadores fueron sin duda los ejércitos y guarniciones. Con ellos trataban los indígenas en pactos y sobre todo como mercenarios, auxiliares, proveedores de víveres; hubo una abundante relación de los soldados romanos con las hispanas, a principios del siglo II a.C. se habla de miles de hijos nacidos de las relacio-nes entre romanos e hispanas. Estos ejércitos y guarniciones fueron instalándose pro-gresivamente por toda la geografía hispana hasta que desde el siglo I d.C. se concen-trasen en León y sus inmediaciones las tropas subsistentes durante el resto del Impe-rio. Hispanos y romanos conviven también en no pocas ciudades donde residen guar-niciones; muchos de estos soldados, sobre todo itálicos, fijarán su residencia en Hispa-nia tras su licenciamiento.

En son de paz o de guerra hubo siempre miles de hispanos en relaciones direc-tas con los integrantes del ejercito romano. Se copiaron mutuamente las estrategias y las armas y aprendieron sus respectivas lenguas.

113

La exigencia de rehenes como garantía de fidelidad, o al menos neutralidad en la lucha, también tuvo a la larga un efecto romanizador por la convivencia constante durante los largos años en que persistió esta costumbre. En estos contactos, los hispa-nos fueron aprendiendo la lengua y costumbres romanas.

Gran importancia romanizadora tuvieron las actividades de la administración, ejercicio de justicia, recaudación de tributos, compras y requisa de víveres, recluta-miento de auxiliares, etc. Lo mismo cabe señalar del infinito número de comerciantes y agentes de explotación de las minas, industrias o tierras que el pueblo romano se re-servó para propiedad y explotación directa en la Península.

Las guerras civiles romanas, que tuvieron decisivo campo de batalla en Hispa-nia, como la de Sertorio y Pompeyo o la de Cesar y los hijos de Pompeyo, fueron esen-cialmente propicias para estas comunicaciones de los magistrados romanos con sus fieles servidores hispanos. De esta manera, la larga lucha de dos siglos en Hispania se convirtió según señala Mommsen en “el baluarte del romanismo y en la provincia mas romanizada de Occidente”. Veremos a Hispania como fiel servidora de los intereses de Roma, sobre todo a partir del 133 a.C., como claros ejemplos de esta integración his-pana en la lucha y victoria de los celtíberos contra cimbrios y teutones; la participación de la Turma Sallautiana en la guerra contra los itálicos el 91 a.C.; la ayuda masiva a Sertorio, Pompeyo, Cesar y a los hijos de Pompeyo; la temprana presencia en roma de ilustres hombres hispanos como los Balbos o Higynus.

En suma, al cambio de Era, bajo Augusto, esta intensa acción romanizadora ha envuelto prácticamente a toda la tierra hispana en los más diversos campos: adminis-tración, sociedad y economía.

23. “PROVINCIA” Y MAGISTRADOS PROVINCIALES

23.1. EL RÉGIMEN DE PROVINCIA: El Senado, órgano del pode r provincial

Hasta la reorganización del Imperio por Augusto, Roma careció de funcionariado administrativo regular. La dirección de la administración recaería en los comicios, ma-gistrados y Senado. Durante el tiempo de la República son los gobernadores provincia-les (cónsules, procónsules, pretores y propretores) los que ejercen las administración en base a su Imperium. Las grandes familias se trasmiten de generación en generación los informes que la experiencia les ha puesto en sus manos. En la práctica el Senado actúa de órgano rector de las provincias; pues él otorga y fija el número de tropas y el dinero con que financiar las campañas; y él tiene finalmente la autoridad decisiva para sancionar los actos de cada magistrado a la salida de su magistratura: tributos de los vencidos, pactos, fundación de colonias, prestaciones de los aliados, reparto de botín.

No siempre el Senado refrendó las actuaciones de los magistrados, muy en par-ticular cuando no fueron acompañados de éxito, o cuando no conseguían un pingüe botín de guerra. Hay numerosos casos en el periodo de conquista de Celtiberia y Lusi-tania, cuando los ejércitos romanos sufrieron estrepitosas derrotas y al borde del ex-terminio hubieron de pactar con los hispanos y prometerles la paz y libertad o conce-siones de tierras. El vergonzoso hecho de Mancino, cónsul, desposeído de sus dere-chos de ciudadano romano y entregado desnudo a los numantinos, es conocido: Roma había denegado la paz so pretexto de que no había sido refrendada por el pueblo ro-mano.

114

La situación jurídica de las ciudades, territorios y habitantes de las provincias hispanas, fue compleja con arreglo a los pactos que cada pueblo o ciudad logró y que era acorde a la resistencia opuesta a Roma.

23.2. DEFINICIÓN DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

El propósito de Roma al actuar militarmente en Hispania en el año 218 a.C. no era ocupar tierras, que apenas conocían, sino expulsar a los cartagineses e impedir que desde aquí partieran nuevos refuerzos para Aníbal en Italia. Sin embargo, después de que Escipión el Africano tomara Cartago Nova y se adueñara de grandes riquezas, hace que el Senado en el 207 a.C. decida mantener las tierras ocupadas por el ejercito romano y convertirlas en provincia romana. Un senadoconsulto hacia el 206 a.C. deci-de la creación de las dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. De acuerdo con esta decisión de roma, Escipión cambió su actitud con los pueblos hispanos y va exigiendo de las ciudades y pueblos sumisión y tributos regulares, que sustituyen a los pactos de alianza y prestaciones voluntarias para la guerra. Entre los actos que paten-tizan el cambio de Roma están la ocupación militar de las ciudades béticas sin aceptar la simple sumisión, la exigencia de tributos a los ilergetes y la fundación de una colonia romana en Itálica.

Ya desde el 197 los pretores, y cuando la situación era muy difícil un cónsul (con ejercito consular de dos legiones) y un pretor (con ejercito de una legión), regirán los destinos de estas provincias. Ya los magistrados del año 197 a.C. traían la misión de pacificar Hispania uy fijar los límites entre ambas provincias.

Característico de las provincias hispanas es que no tienen capital o centro admi-nistrativo y donde está el magistrado romano con su ejército está el centro de decisio-nes. Tampoco se define el territorio fijo de cada provincia; los límites son aproximados e irán aumentando y fijándose al ritmo de la conquista y de la necesidad de contener a lusitanos y celtíberos, ocupando las plazas y bastiones que la estrategia militar aconse-ja en cada momento.

23.3. LOS GOBERNADORES PROVINCIALES

Si en el año 197, con la venida de los dos pretores a Hispania (Sempronio Tudi-tano para la Hispania Citerior y Marco Helvio para la Ulterior) comenzó la realidad jurí-dica de Hispania como provincia de Roma.

En principio el gobierno de cada provincia hispana será desempeñado por un pretor en cada una; pero en casos de excepcionales dificultades o guerra contra ene-migo poderoso, vendrá un cónsul y dos pretores. Ambos magistrados, cónsul y pretor, son magistraturas mayores cum imperium, es decir, con mando de tropas. El ejercito consular tiene dos legiones de cives romani, más dos legiones auxiliares de itálicos, mas otros tantos mercenarios hispánicos. Fueron estos magistrados elegidos por los comicios centuriados y con mando de un año. El Senado es el que consigna la provin-cia en que actuará la persona elegida y con los medios estimados por los senadores. Pero, aunque la duración de la magistratura es por un año, fue habitual la prórroga por otro, habida cuenta de la distancia de Hispania.

Poderes concretos de los magistrados son prácticamente todos, como corres-ponde al imperator en el campo de guerra: vida y muerte, paz y guerra. Reparten botín o tierras entre los soldados licenciados y entre indígenas fieles a Roma. Fundan colo-nias, imponen tributos, otorgan ciudadanía romana, reorganizan la explotación de mi-nas. Todo ello con el refrendo del Senado.

115

Las dificultades especiales de Hispania hicieron que el Senado otorgara el man-do de los ejércitos a través de los comicios con poder proconsular a algunos que no podían ejercerlo según las leyes romanas; así fueron irregulares los mandos de Esci-pión el Africano, Blasio, Esternino y Escipión Emiliano, el destructor de Numancia. De hecho los Escipiones o familiares suyos detentaron el mando en Hispania en el siglo II a.C.

Desde la dictadura de Sila (82-79 a.C.) el Senado elegía dos provincias del Im-perio que serían gobernadas por los cónsules al fin de su consulado en calidad de procónsules. El resto de las provincias pasarían a cargo de los pretores de roma tam-bién al finalizar su anualidad y las gobernarían en calidad de propretores.

23.4. LOS MAGISTRADOS MENORES EN LA PROVINCIA

Junto a los cargos mayores cum imperium, cónsul y pretor, vemos en la Penín-sula una serie importante de magistrados menores que actúan a sus órdenes y por su ausencia o muerte (caso de los hermanos Publio y Cneo Escipión) actúan en su lugar. Se constata desde los primeros años de la presencia romana de esta intervención de legati, tribuni militum, quaestores, praefecti. Constituyen el consilium del más alto ma-gistrado y con otros de su confianza integran la cohorsa micorum, en la que no faltaban hombres de la alta aristocracia y de la confianza del Senado. Con ellos venían gran número de itálicos para servicios menores: scribae, praecones, apparitores, lictores. La autoridad del cuestor es importante y sigue a la del gobernador de la provincia, pues sus competencias son militares y sobre todo de orden administrativo y financiero; y, aunque supeditado a los gobernadores, tienen cierta autonomía desde el momento en que han sido nombrados por los comicios y asignados a una Provincia. Incluso los cuestores podían recibir el imperium.

24. LA VIDA URBANA EN HISPANIA

La creación de nuevas ciudades con ciudadanos de Roma o Italia, junto con la transformación de localidades y poblados hispanos con régimen indígena en ciudades organizadas al modo romano, será objetivo prioritario de la política de Roma. La ciudad fue la unidad administrativa propugnada para la colonización de Hispania, frente al sis-tema de gentilidades y ocupación de altozanos fortificados u oppida que prevalecía en la mayor parte de la Península, en especial en la Hispania céltica. Así pues, la adminis-tración romana, desde el mismo momento en que decide su permanencia en Hispania, procede a sustituir las ciudades y ciudadelas indígenas, organizadas para su defensa, por centros urbanos de paz y trabajo. Catón y Graco procedieron a una sistemática destrucción de las ciudadelas, haciendo descender a la población hacia lugares abier-tos en el llano; al mismo tiempo desmantelan la mayoría de las ciudades amuralladas de la Bética y Levante, y obligan a las gentes a entregarse al cultivo de las tierras y al abandono de las armas. De este modo, en el curso del siglo II a.C. prácticamente cada unidad política estaba integrada por la ciudad y su territorio; en el que a su vez, podían existir pequeñas aldeas. Este era el régimen de la Ciudad-Estado que prevalecía desde siglos atrás en el mundo civilizado mediterráneo.

Roma había afianzado sus dominios en Italia sobre esta base de Ciudades-Estado del tipo griego; y sobre nuevas ciudades que con ciudadanos romanos o latinos había ido fundando en toda Italia, como medio más eficaz de pacificar y civilizar a los pueblos. En Hispania, desde que el Senado decidió su ocupación, Escipión el Africano inició esta línea de acción fundando Itálica en 205.

116

Las fundaciones coloniales será su mejor semilla de romanidad y asiento de gentes ciudadanas. Tarraco recibió en abundancia a viejos ciudadanos romanos. Ne-gociantes procedentes de Roma o Italia buscaron asiento en las ciudades hispanorro-manas, y sobre todo, su lugar más seguro contra los ataques de los hispanos fueron las ciudades portuarias: Emporion, Tarraco, Saguntum, Carthago Nova, Malaca, Ga-des.

En esta línea política de urbanización Roma trató de privilegiar y asimilar a las mas fieles ciudades indígenas, convirtiéndolas en municipios; serán de diversa condi-ción: municipium civium romanorum o de simple ius latii.

La urbs o vicus indígena y su territorium, al someterse a Roma conservaba de momento su organización indígena, pero fue perdiendo su gobierno colectivo. Con fre-cuencia el nombre de la gentilidad se mantuvo como nombre de la ciudad principal, pero olvidando su vieja organización política, económica o judicial; cada familia cultiva-ba sus tierras y pagaba sus tributos, mientras Roma decide en política exterior o rela-ciones intertribales y aún integentilicias a efectos de paz, guerra, ejercicio de la justicia, cada vez más controlada por la administración romana.

La situación jurídica de cada ciudad o grupo gentilicio se decidió por el grado de resistencia a Roma. Los pactos fueron definiendo la condición de cada una: Pactos que la rebelión o los buenos servicios a Roma pudieron hacer cambiar con el tiempo. Hubo tres modos de pactar con Roma: deditio, foedera, amicitia. El resultado fue la división de las ciudades en: estipendiarías, federadas y libres inmunes. Sólo unas pocas ciuda-des fuertes y poderosas, como Gades, fueron aceptadas por Roma como federadas. Pero después de aquellos momentos iniciales de Escipión, todas las ciudades debían aceptar la potestas, la soberanía o maiestas de Roma por simple deditio o sumisión, e integrarse en la categoría de estipendiarías. De modo que durante los dos siglos que duró la conquista de Hispania sólo en tres ocasiones se registraron pactos como fin de una guerra: Graco con los celtíberos en 175, con Viriato en 141 y con los numantinos en 137. Pero si Roma aceptó transitoriamente el pacto con Graco, pronto los hechos rectificaron aquellas promesas y tratos; y el Senado nunca aceptó los pactos con Viria-to, al que inmediatamente combatieron y asesinaron; ni con los numantinos, a los que se les quiso entregar a Mancino para que de él se vengaran.

25. LA CONDICIÓN JURÍDICA DEL SUELO PROVINCIAL

La situación jurídica del suelo se ajustaba lógicamente al estatuto que recibiera la ciudad o pueblo sometido a Roma. En principio la deditio conlleva la apropiación por Roma de todos los bienes y personas. En la práctica, salvo castigos ejemplares como el de Numancia, que vio arrasada la ciudad, la población reducida a la esclavitud y los campos entregados a los arévacos, fue excepcional. Roma ejecutó a los responsables y traidores, vendió a muchos como esclavos y se apropió del botín de guerra y de las tierras de los jefes enemigos como lo hiciera con las propiedades de los bárquidas. También se reservaba hasta ¼ de las propiedades comunales. Constituyen estas tie-rras el ager publicus. Pero de hecho normalmente las casas y el resto de las tierras y la mayoría de las personas son restituidas libres, pero mediante compra en subasta públi-ca o arriendo. En caso de compra quedará sujeto al pago del tributo, el stipendium, que caracteriza a las ciudades y pueblos estipendiarios.

En los inicios de la conquista el tributo, muy irregular y arbitrario, y casi siempre fue el trigo un especial objeto de especulación a cargo del tributo. A la colectividad sólo le deja en común prados y montes. Las tierras del ager publicus tenían suerte diversa; unas eran objeto de arriendo para pastos, viñedo o cultivo por cinco años, previo pago

117

de un canon, vectigal. Pagaban un precio muy bajo. Podía ser explotado por ciudada-nos romanos o indígenas. De estas tierras hicieron los gobernadores sus repartos entre los licenciados del ejército, normalmente para fundar colonias.

La asignación de tierras del ager publicus a los veteranos se hacía por centurias, o grupos de cien veteranos, a las que se daba cien heredades de dos yugadas, aunque este legado se aumentaba luego. Esta centuriación parece que se aplicó también a ciertos municipios indígenas, aunque no habían nacido como colonias, pero donde Roma situó también a licenciados del ejercito al dar a estas ciudades el privilegio de municipalidad. A parte de estas tierras cultivables, el suelo dedicado a pastos era muy extenso. Otros dos grupos de tierras eran llamadas de iure peregrino, que correspond-ían a las ciudades federadas y libres e inmunes, que no pagaban tributo alguno. Cabe señalar que hubo algunas tierras del ager publicus donadas a colonias, municipios, ins-tituciones, colegios sacerdotales o aun terratenientes. También se sabe de la excep-cional extensión alcanzada por el territorio de Emérita, hasta 200 Km. Las minas de todo tipo, cuya propiedad también se reservó Roma, eran explotadas mediante arrien-dos o concesiones temporales. De ellas obtuvo el herario público enormes ingresos. Por el valor estratégico y político de sus productos, oro, hierro, sal, cobre, plata y otros minerales, nunca Roma renuncia a su control mediante delegados especiales destaca-dos para ello. Algo similar hizo con importantes fábricas de salazones.

Desde los Gracos se procedió a esta fijación de los distritos mineros como ager publicus; tal como ocurrió en Cartago Nova. También recaudó ingresos el estado ro-mano de los montes y los prados comunales; amen de otros impuestos como los porto-ria o impuestos de exportación y la vicesima libertatis por manumisión de esclavos.

26. CIUDADES DE ORGANIZACIÓN ROMANA

26.1. COLONIAS

Colonia es una ciudad fundada con licenciados del ejercito u otros ciudadanos por un magistrado romano en el desempeño de su cargo; a veces se trata de una ciu-dad que se asienta y absorbe a un antiguo pequeño poblado indígena que con el nom-bre de incolae pueblan una aldea vecina o próxima. Podían situarse como colonos también a gentes indígenas. Pero en todo caso la colonia constituye una nueva ciudad creada por plebiscito y previa aprobación del Senado. A los pobladores se les otorga, si es que no lo poseen ya, el rango de cives romani. En el acto fundacional reciben suelo para su vivienda en la ciudad y tierras de cultivo; estas tierras eran detraídas del ager publicus y eran inalienables.

Su organización interna copiaba las instituciones de Roma, de modo que eran pequeñas Romas diseminadas por sus dominios y ejemplo de funcionamiento adminis-trativo, con sus duunviros, senado, ediles, etc. Destacaban también por su urbanismo desde el momento en que sus habitantes tenían un alto nivel económico y sus presta-ciones coadyuvaban a la monumentalidad de los edificios públicos mientras que tam-bién procuraban competir en belleza en sus viviendas privadas. Algunas como Itálica recibían donaciones de bellas esculturas griegas que le hiciera Mummio, recogidas en el saqueo de ciudades griegas.

Originariamente su misión era ante todo la de defender los intereses de roma, junto al límite de las tierras conquistadas, frente a pueblos peligrosos y aún no someti-dos a Roma. Así nacieron Italica, Iliturgi y Corduba en la Bética frente a los lusitanos y Gracurris en el Ebro frente a los celtíberos.

118

En Hispania es especialmente frecuente el asentamiento de ciudadanos hispáni-cos junto a los veteranos itálicos. Y no fue raro el caso en que a una ciudad de hispa-nos se le diera los honores de colonia. Fundación particular fue Carteia; denominada Colonia civium libertinorum.

Algunas ciudades indígenas accedieron al título de colonia sin que hubiera con-cesión de tierras. Tal Tarraco, que recibió el título en tiempos de César, pero que, sin duda, habría tenido deducciones antes; allí se situaron muchos romanos o itálicos por su propia cuenta junto a la población indígena; también heridos, convalecientes y ne-gociantes romanos. Esto suponía la residencia en Tarraco, al igual que en Emporiae y Cartago Nova, de numerosos cives romani; se explica esta afluencia romana por ser los grandes puertos de entrada y salida de los ejércitos y de abundantísima mercancía desde y hacia Italia.

Un aspecto a considerar en las colonias es la existencia de poblados anteriores a la propia fundación. Otros poblados adheridos surgieron desde el mismo momento de la fundación. Son incolae, que acuden al amparo de la nueva clase acomodada y que sirven como agricultores, comerciantes o artesanos. Algunos incolae terminaron vivien-do dentro de la colonia y en ocasiones las murallas abarcaban el recinto habitado por los incolae, y la mayoría se van integrando en el estatuto jurídico de la colonia.

26.2. MUNICIPIOS

El municipium supone la existencia anterior de una ciudad a la que el Senado otorga el régimen jurídico análogo a Roma; por tanto, da a sus habitantes derecho a la ciudadanía. Es una agrupación de ciudadanos romanos o latinos con participación co-lectiva en las cargas públicas, que luego serán repartidas entre los ciudadanos con arreglo a un censo de personas y propiedades; entre las principales obligaciones está la de contribuir a la construcción de murallas, ya que tienen un carácter defensivo con-tra pueblos limítrofes hostiles; los habitantes poseen sus tierras y no hay propiedad co-lectiva sino individual. La organización de los municipios era copia de los de Italia y te-nia quattuorviri, dos duunviros más dos ediles. En el municipium se integra la urbs, la población ciudadana, y el territorium o distrito rural, en el que entran algunos núcleos de población previamente existentes, incolae, mas dos hospites o gentes de residencia transitoria o aceptados por pactos de hospitalidad (hospitium). El municipio albergó, sin duda, ciudadanos romanos o latinos emigrantes, pero asentados allí espontáneamente y no por deductio como las colonias.

Las obras municipales, como en las colonias, corres a cargo de los cuadros de mando, pero no hay impuestos propios municipales, sino simples donaciones que las inscripciones ponen de relieve. Los gastos de las obras públicas dentro de los munici-pios, con objeto de atender a la construcción de templos, acueductos, teatros, murallas y demás necesidades urbanas, corrían normalmente a cargo de particulares: los ricos que detentan los cargos municipales. También formaban parte de este grupo benefac-tor algún rico personaje que mediante una generosa obra en beneficio de la ciudad tra-taba de obtener bien la ciudadanía local, bien un cargo público en la ciudad. A este tipo de personas deben ser dirigidas la mayor parte de las teseras de hospitium y clientela que abundan en nuestras ciudades del cuadrante noroeste de la Península durante el Imperio. Eran, pues, estas donaciones, que incluían a veces fiestas, banquetes, cultos, espectáculos, un camino de al ingreso en la ciudadanía y también el ascenso en el cur-sus honorum.

Inicialmente, los municipios no estaban obligados a admitir guarnición romana en su recinto urbano fortificado, ni pueden entrar allí los praefecti con objeto de recaudar

119

tributos o prestaciones arbitrarias. Se limitan a hacer prestaciones voluntarias en caso necesario o de situación extrema para Roma y su ejército. En suma, puesto que son ciudadanos romanos, aunque algunos solo con el ius latinun, parece que no debían soportar otras cargas que las de los ciudadanos de la propia Roma y el Lacio. Son ciu-dades sinesufragio, esto es, sin derecho a participar en los comicios de roma. También parece en su origen, que los municipios conservaban en parte sus instituciones y cos-tumbres locales y que sólo a partir de César y de la Lex Genetivae Iulia se inicia la uni-ficación de las instituciones municipales con la tendencia a desaparecer la costumbres locales. Esta transformación debió ser clara desde el momento en que recibían el título de Munipium civium Romanorum o de ius Latii.

27. EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO DE LAS CIUDADES INDÍGENAS

Todas las ciudades hispanas como sus habitantes, que no son colonias o muni-cipios romanos, entran en la categoría de peregrinae. Pero judicialmente en la adminis-tración romanas tienen diversa categoría. Ésta obedece casi siempre al modo de some-terse y su resistencia a las armas romanas: stipendiariae, liberae et inmunes, foedera-tae.

27.1. ESTIPENDIARÍAS

Las ciudades sometidas por la fuerza quedan a merced de Roma y son por tanto dedititiae. Deberán pagar stipendium por la devolución de sus casas y sus tierras y la libertad de sus personas; e ahí que se las conozca también como Estipendiarías. Si al principio de la conquista, hacia el año 197, Roma aceptó algunas ciudades en calidad de federadas, después rechazó casi sistemáticamente todo pacto que no implicara un sometimiento absoluto.

Las ciudades Estipendiarías tienen su propia organización, aunque progresiva-mente han aceptado la organización romana, pero sin que roma se obligue a corres-ponder con estatuto de privilegio. Pagan un tributo fijo que los gobernadores aumentan arbitrariamente, pues a menudo se les sigue tratando como a hostes (hostiles). Entre-gan por pacto un tributo, tropas auxiliares, servicios y víveres a precios fijados por los gobernadores y desde el 171 a.C. ya regulados por Roma y el Senado. Admiten guar-niciones romanas en su recinto, aunque con la mayor frecuencia Roma destruye sus oppida y establece estas guarniciones en Turris, Castra, Turris Lascutana, Castra Cae-cilia. La mayoría serían transformadas en ciudades y entregadas a los propios hispa-nos.

Fueron así surgiendo verdaderos núcleos urbanos que en el Norte fueron deno-minados Res publica, Forum, Castra, Civitas, Castellum según la peculiaridad original del núcleo urbano y centro administrativo. En definitiva Roma tendió a crear civitates con su territorium, a veces integradas por varios vicus o pagus que al reunirse como civitas se llamaron Contributa.

27.2. LIBRES E INMUNES

Ciertas ciudades alcanzaron la condición de libres o inmunes, sin que hubiera pacto mutuo de foedus o llegasen a ser asociadas o federadas. Eran declaradas liberae por decisión unilateral de Roma a través de una ley o decreto del Senado de Roma. Al igual que las federadas quedan libres de impuestos y de ocupación militar. Sánchez Arcilla opina que las ciudades libres debían abundar al principio de la ocupación roma-

120

na, pero que debieron perder esta condición durante los tiempos de la República y quizá sobre todo en tiempos de las guerras civiles, porque como señala Tito Livio, Ro-ma podía cambiar su condición de libres en cualquier momento y los avatares de los bandos políticos de Sertorio, Pompeyo, y César obligaron a muchas ciudades a ad-hesiones, con lo que el triunfo ocasional del adversario sirvió a Roma para ir eliminando estas variedades de condición jurídica.

27.3. FEDERADAS

Son ciudades en condiciones similares a las libres e inmunes con la sola dife-rencia de que no dependen de ninguna autoridad romana. Plinio dice que había tres ciudades aliadas de Roma o foederate y menciona que hay otras federadas en la Ta-rraconense y ninguna de esta condición en la Lusitania. Las de la Bética eran con se-guridad Gades, Malaca y Epora. En la Tarraconense, probablemente serian Ebusus, en la isla de Ibiza, y Bocchoris en la de Mallorca. Es evidente que las ciudades con las que roma pacta una federación fueron importantes puertos cartagineses. Al finalizar los tiempos de la República el estatuto jurídico de estas ciudades, cuyas estipulaciones de federación habían sido olvidadas por Roma cada vez que convenía a sus propios inter-eses, había sido sustituido por el de municipium o colonia de derecho latino o romano. Ebusus fue municipio con los Flavios, Tarraco fue colonia con César, Gades municipio con Augusto y Malaca fue municipio con los Flavios.

En principio las ciudades federadas basaban su condición en un tratado con Roma. Eran ciudades autónomas en su gobierno, libres de todo impuesto y sólo pres-taban a Roma ayuda militar estipulada a cambio de una recíproca ayuda de Roma en caso necesario. Como las ciudades libres, no recibían guarnición romana y podían acuñar su propia moneda sin permiso de Roma. En lo relativo a política exterior, como era habitual, quedaba reservada a la exclusiva iniciativa de Roma el derecho de paz o guerra con cualquier enemigo.

28. LA CONDICIÓN JURÍDICA DE LAS PERSONAS Y LA ADMINIST RACIÓN DE JUSTICIA

La población hispana tenia su rango administrativo. Paralelamente a la condición jurídica de las ciudades y pueblos de Hispania sometidos a Roma, hubo también dos grandes grupos en cuanto al estatuto jurídico de las personas: de un lado esta los cives romani en el que se integran los asentados en las colonias y los emigrantes romanos. Estos emigrantes residen en Hispania con el estatuto jurídico que poseen en Roma sea cual sea el estatuto de la ciudad en que residen dentro de los dominios romanos, pero no por ello participan en la vida municipal, pues ara ello tienen que figurar en el censo de la ciudad respectiva. Los hispanos en principio son peregrini si han aceptado la su-misión a Roma.

28.1. “CIVES ROMANI”

Pertenecen a este grupo los romanos asentados por deducciones de los magis-trados, los que trabajan al servicio de la administración y los que por propia iniciativa buscan fortuna o negocio lucrativo. pueden ostentar, según sea el estado jurídico de su ciudad, el derecho pleno de cives romanus que poseen los habitantes de Roma o de ius Latinum. Los cives romani ejercen cinco derechos fundamentales: derecho a votar (ius suffragi), derecho a ejercer cargos públicos (ius honorum), posesión de bienes y capacidad de testar (ius commercii) y derecho a matrimonio legal y a que sus esposas

121

e hijos sean también ciudadanos romanos (ius conubii). Junto a ellos hay ciudadanos que carecen de algunos de estos derechos y gozan del ius Latii.

28.2. “PEREGRINI” Y SU ACCESO A LA CIUDADANÍA

Los hispanos sometidos a Roma entraban en la categoría de peregrini, conser-vando sus diversos estamentos de situación social. Pero podían acceder por concesión individual o colectiva a la situación privilegiada de cives romani o cives latini, lo que su-ponía gozar de los derechos que poseían los habitantes de Roma y que luego se fue-ron extendiendo al Lacio y al resto de Italia.

El servicio militar fue siempre, en particular desde Augusto, el más importante modo de acceso a la ciudadanía romana. La ciudadanía romana otorgada a los indíge-nas fue, sin duda, el gran pilar de la romanización. Sin embargo Roma fue muy parca en este tipo de concesiones durante el siglo II a.C.

El primer testimonio claro de otorgamiento de ciudadanía por méritos de guerra a grupos de hispanos los vemos en la Turma Salluitana, en el año 90 a.C. Según el bron-ce de Ascoli 30 caballeros de Ilerda (Lérida) y de otras ciudades de su vecindad reci-ben la ciudadanía por orden de Pompeyo en pago de sus servicios militares en la Gue-rra de los Aliados.

El grupo especial de peregrini hispanos los constituyen los antiguos habitantes de las colonias romanas Generalmente se mantenían allí los hispanos junto a los vete-ranos asentados y que habían recibido todas o la mayor parte de las tierras circundan-tes; habitaban en poblados vecinos y se les denomina incolae. Se han descubierto por los arqueólogos estos poblados indígenas en Córdoba y en Itálica y debieron coexistir con los cives romani en todas las colonias, dedicados a servicios o al cultivo de tierras propias o de los romanos.

28.3. LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

Apenas existen datos de la administración de justicia durante los tiempos de la República. De los dos grandes grupos que integraban la población hispana en estos años es obvio que los cives romani se sometían a la jurisdicción de los gobernadores; bien residiesen en las colonias romanas o en poblados indígenas, o fueran comercian-tes sin domicilio fijo en la Península. Es de suponer que los indígenas que habían reci-bido el privilegio de cives romani o cives latini también cayeran bajo la directa jurisdic-ción romana y fueran juzgados según el código y normas vigentes en Roma en ese momento. Los indígenas estaban bajo sus propios sistemas judiciales o sus normas o costumbres tradicionales. En las ciudades libres o federadas se guardaba especialmen-te esta justicia peculiar y propia, aunque se sabe que en ocasiones los magistrados romanos intervinieron en este ejercicio de la justicia y cada vez con mas fuerza; se ci-tan casos de intromisión romana en el derecho consuetudinario (acostumbrado). P. Craso en el 96 prohibe los sacrificios humanos de Blestisama y es bien conocida la prohibición de César sobre Gades, donde quemaban vivos a los criminales. En las co-lonias romanas y municipios intervenían por delegación del gobernador el praefectus iure dicundo o a veces el quaestor, para casos graves, mientras los duoviri actuaban para casos menos graves.

Al crecer las provincias se fue haciendo necesaria la división de su territorio a efectos judiciales. Como nueva unidad administrativa surge en los tiempos finales de la República el Convento Jurídico. Supone una fragmentación de la provincia, con fre-cuencia muy extensa, y con César aparecen ya definidos. Poco a poco se perfilarán los

122

conventos Jurídicos para definirse en cuanto a funciones específicas en tiempos de Augusto. También progresivamente se definieron las capitales de los respectivos Con-ventos Jurídicos. Tal como los conocemos en los tiempos del Imperio, son distritos en los que actúa un legatus iuridicus como máximo responsable en materia de jurispru-dencia, culto al Emperador, cuestiones económicas, defensa, reclamaciones, etc. Plinio escribe, hacia el año 77 d.C., y refleja sin lugar a duda la situación jurídica de la Hispa-nia augustea, nos detalla ya los Conventos Jurídicos: cuatro de la Bética (Corduba, Hispalis, Gades y Astigi); tres de Lusitania (Emerita, Pax Iulia y Scalabis); y siete de la Citerior (Carthago Nova, Tarraco, Caesaraugusata, Clunia, Lucus, Bracara y Asturica).

29. LOS EJÉRCITOS ROMANOS Y LAS TROPAS INDÍGENAS

La presencia de tan importantes y continuados contingentes militares como Ro-ma tuvo destacados en Hispania durante dos siglos de conquista fueron forzosamente un profundo agente romanizador. La acción romanizadora del ejercito durante su tiem-po de campaña fue importante; sabemos que muchos se quedaron a vivir en Hispania, que hubo muchos tránsfugas, que tuvieron numerosos hijos fruto de la convivencia con hispanas y que todos tuvieron un amplio contacto con los hispanos auxiliares o en la vida cotidiana.

Como mínimo hubo siempre en Hispania desde el 218 a.C. dos legiones, una para cada pretor o gobernador de Provincia. Es decir siempre actuaron al menos dos legiones, unos 12.000 romanos; más 12.000 socii itálicos; a los que se unían otros 24.000 auxiliares hispanos; es decir unos 48.000 soldados que luchaban y convivían a la romana en su lengua y costumbres de vida y administración.

Durante el siglo II a.C. hubo ejercicio consular y por tanto entre 50.000 y 70.000 hombres en pie de guerra con la mayor frecuencia.

Estos ejércitos romanos destacados a Hispania crecieron en número durante las guerras civiles, primero Sertorio contra Pompeyo y Metelo; y después en las batallas entre César y los partidarios e hijos de Pompeyo.

A través de su organización en campamentos, guarniciones, servicios de armas y avituallamiento, vigilancia e información y tantos aspectos más de la vida castrense fueron creando una compleja trama de administración, ejercicio de justicia, etc.

29.1. EL MERCENARIADO Y LA CLIENTELA HISPANA

En virtud de los pactos de sumisión acordados entre Roma y los pueblos y ciu-dades indígenas sometidos (deditio in fidem) venían obligados a prestar servicio a Ro-ma en hombres y dinero. A través de este mercenariado muchos hispanos quedaron vinculados a la administración romana. Tanto más que recibían soldadas, beneficios diversos en el reparto del botín o asignación de tierras y muchas veces fueron asenta-dos oficialmente en colonias. Por razones lógicas estos servidores de Roma entraron de una u otra manera en el campo de la administración romana a la vez que fueron di-fusores activos de su lengua y modos de vida. Su número fue muy importante, pues era igual que el ejercito regular integrado como mínimo por dos legiones con sus aliados itálicos en un total de 24.000 legionarios; siempre hubo al menos un número de otros 24.000 auxiliares mercenarios hispanos.

Pero al margen de este mercenariado, los gobernadores romanos tuvieron a su disposición un grupo específico de adictos servidores o voluntarios de guerra, que se vinculaban y servían al gobernador de turno a título privado o personal. Son hispanos

123

que se vinculan al general a título de clientes, eligiéndole como patronus por sus condi-ciones como jefe.

30. LA “DEVOTIO” IBÉRICA Y LOS PACTOS DE HOSPITALIDAD.

Razones económicas explican esta masiva prestación militar hispana a los ejér-citos de Roma; pero también se explica, en gran parte, en razón a la vinculación de carácter personal que, muchos pueblos colectivamente por medio de sus jefes o indivi-dualmente a título privado, les unió s los gobernadores romanos. Confluyen la tradición itálica de la clientela y patronato con la fides o devotio ibérica.

30.1. LA CLIENTELA ROMANA Y SU ARRAIGO EN HISPANIA

Desde los orígenes de Roma las grandes familias, patricios, consideraban a otras familias como clientes; no tenían con ellas comunidad de origen sino un lazo de ascendencia. El cliente recibía del protector defensa, ayuda, sostenimiento; esto es, un obsequium. A cambio el protector exige del cliente prestaciones: pago de rescate de guerra, ayuda para casar a las hijas, vengar las ofensas o ataques al señor. Los que se vinculan con estas relaciones de cliente no pueden testimoniar ni votar contra la indica-ción o los intereses de su patrono. Nunca dejó el patrono de recordar las obligaciones al cliente con motivo de sucesiones, procesos judiciales o votaciones.

Hispania fue campo especialmente propicio al desarrollo de estos vínculos de clientela: entre los soldados itálicos integrantes del ejército romano aquí destacado, así como entre los mercenarios hispanos abundaban los desposeídos de tierra cultivable; Roma por las vicisitudes de la guerra se apropió de inmensas propiedades que pudo donar a sus fieles servidores; los generales romanos que se sucedieron fueron casi todos del círculo de los Escipión y pudieron heredar esta clientela forjada en Hispania.

30.2. LA “DEVOTIO” IBÉRICA

Una forma específica de la clientela militar hispana fue la devotio iberica. La clientela de los magistrados romanos y ciertos jefes del ejército que aquí combatía se institucionalizó a través de la devotio al modo ibérico. Los rasgos mas sobresaliente de aquella vieja institución tan difundida entre los celtas de la Península. Mediante jura-mento se comprometen a servir al jefe, en la idea de que el dios acepta la muerte del devotus en lugar de la del jefe. Y como dice Plutarco, sólo después de salvar la vida de su caudillo pasarán a preocuparse de la suya propia. Fue notorio el arrojo de los hispa-nos en el cumplimiento de tales juramento de fidelidad. Parece claro que la práctica de la fides iberica tiene sus raíces en la España prerromana y concretamente en el mundo céltico. Ya los jefes púnicos bárquidas, luego los generales romanos, aceptaron com-placidos y sacaron provecho de este tipo de vinculaciones personales cuya solidez y firmeza de cumplimiento llamó poderosamente su atención, así como de la historiograf-ía clásica que recogió amplia documentación al respecto.

Cabe preguntarse sobre la fidelidad a otros juramentos anteriores; porque sa-bemos que muchos pueblos iberos o celtas cambiaron de bando como consecuencia de una batalla. Después de la inicial victoria en Tarraco en 217, después de la toma de Sagunto y de las batallas de Baecula o de Ilipa hubo masivos trasvases de aliados al bando romano; algo parecido ocurrió en las guerras de Viriato o en las guerras civiles. Pero en general no hubo conculcación de los juramentos de fidelidad; lo que ocurre es que son vinculaciones personales no colectivas y, muerto o desaparecido uno de los

124

que pactan, se rompe el juramento. Además, la derrota que acarrea la muerte del jefe es seguida por el voluntario sacrificio del soldado.

30.3. PACTOS DE “HOSPITUM” Y PATRONATO

En el ámbito de los pueblos indoeuropeos la defensa de los intereses de un indi-viduo dependía de la gentilidad en que se integraba y que actuaba solidariamente cuando alguno de sus miembros se veía afectado o amenazado. Pero por la debilidad de algunos grupos gentilicios o individuos aislados de su gentilidad entienden ser nece-sario, o al menos útil, contar con la ayuda de agrupaciones gentilicias. Logran por tanto esta protección o derechos ciudadanos de que carecen, integrándose en grupos fami-liares o comunidades locales vecinas; esta integración al principio es verbal y con la garantía de la palabra o juramento; más tarde puede ser sancionada por un acto jurídi-co reflejado en las tabulae hospitium o patronatus. Diodoro Sículo nos dice que no se trataba siempre de una pura concertación, sino que lo normal era que tal pacto tuviera sus garantías de cumplimiento en las divinidades populares, a cuya justicia se metían los pactantes, y en las costumbres de las propias gentes. Es decir, que el hospitium tiene entre los celtas el doble refrendo religioso y civil. Una institución paralela, aunque con sus matizaciones y finalidades particulares, es la del patronato. En el patronatus las ciudades buscaban un poderoso ciudadano romano que actúe de benefactor de la ciudad y defensor de sus intereses.

La antigüedad de los pactos de patronato viene a coincidir con los primeros tes-timonios escritos acerca de la presencia de Roma en Hispania. Ya vemos en 205 a.C. que Gades eligió como patrono para que defendiese los intereses de la ciudad en Ro-ma a Cornelio Léntulo, al igual que los iberos, años después, en el 171 nombraron pa-tronos a Catón, Escipión, Paulo y Sulpino Galo.

125

TEMA 11. LA SOCIEDAD HISPANA.

31. TRANSFORMACIONES SOCIALES Y DESPLAZAMIENTOS DE LA P O-BLACIÓN INDÍGENA

Durante los tiempos de la República romana la estructura social de Hispania es compleja; por una lado, la población romana en diferentes estratos sociales (senado-res, orden ecuestre y simples cives romani), y de los cuales los más dotados económi-camente forman una oligarquía y nobleza municipal como grupos dominantes en la ciu-dad durante la República y el Alto Imperio, mientras que los menos dotados económi-camente formaran las clases de agricultores y artesanos. Por otro lado; la población indígena hispana, de la cual una parte importante, mercenarios y ricos hispanos, por sus servicios a Roma, serán integrados en el grupo de cives romani, en todas sus va-riados grupos y estamentos. El resto de la población indígena se agrupa en la masa de hombres libres, los peregrini dediticci; a ellos se ha de sumar un numeroso grupo social de esclavos y libertos de procedencia hispana o forastera.

El ideal de vida romano obtendrá la casi total aceptación en la sociedad indíge-na. Ello no quiere decir que la estructura social indígena desapareciera totalmente, ab-sorbida por el progreso de la romanización; pero hubo una natural aspiración en todo el mundo dominado por Roma a equiparase al poderoso romano, cuyos niveles de vida eran superiores.

Característico de todos estos grupos y estratos sociales (incluido el grupo de es-clavos) es que no constituyeron grupos cerrados. La libre circulación de bienes y per-sonas y la libertad de empresa abrió los caminos más insospechados a la iniciativa pri-vada, al éxito económico y al cursus honorum (carrera pública), normalmente facilitados por los inicios en cargos municipales, del culto al Emperador y a través del servicio mili-tar. De todas formas fue la acumulación de capital el mejor y casi único modo de lograr ascensos en la escala social. Ahora bien, la gran base numérica fue la plebe o simples libres; para ir disminuyendo su número en los grados de cargos municipales, orden equestre y orden senatorial.

En suma romanismo e indigenismo serán los dos grandes ingredientes de la so-ciedad hispana durante los tiempos de la República.

31.1. PRINCIPALES FACTORES Y ETAPAS DEL PROCESO DE TRANSF OR-MACIÓN SOCIA

En los tiempos que preceden a la conquista de Hispania por Roma, nuestro sue-lo se estructura en varias áreas de población y cultura profundamente diferenciadas, estas son:

La zona mediterránea y tierras andaluzas.- Alberga una sociedad urbanizada, culta, con grupos sociales jerarquizados en clases por su riqueza; las colonizaciones han impulsado su equiparación a las avanzadas culturas de Grecia, Oriente y Sur de Italia; conocen la escritura, la moneda, viven en ciudades gobernadas comúnmente por reyes o príncipes; practican una avanzada agricultura, minería y metalurgia.

La zona de la Meseta.- Predominan los pueblos celtas. Los grupos políticos y sociales son gentilidades vinculadas por el parentesco mutuo y la descendencia de un antepasado común; en el seno de esta comunidad gentilicia reside el ejercicio de la defensa, la justicia y el gobierno que detenta un senado o agrupación de hombres de más edad. Es una sociedad patriarcal cuyo parentesco se hereda por línea masculina;

126

tiene propiedades comunales y los integrantes de la comunidad gentilicia son libres e iguales y sólo sometidos a la autoridad de la asamblea de la gens; son agricultores y ganaderos y escasamente artesanos o dedicados a la industria y comercio que no sea la elaboración de armas, pues forman una sociedad esencialmente guerrera.

El litoral atlántico y la zona cantábrica.- Existen grupos de vida más atrasados, diferenciados de la Meseta por su economía pastoril y aún escasamente agrícola. Po-seen costumbres más rudas y belicosas, salvo los galaicos.

La romanización actuará con diferente fuerza en cada una de estas tres áreas.

Nada, anteriormente, será comparable al impacto colonizador romano que con-formó la mentalidad hispana y definió las grandes líneas de la estructura administrativa, económica y social que, a grandes rasgos, pervive hasta la actualidad. Este cambio iría progresando desde el litoral mediterráneo y el Sur hacia el interior y la costa atlántica al ritmo de la conquista y ocupación de las tierras por Roma. Pero el lentísimo proceso de conquista, con más de doscientos años de duración, contribuyó a acentuar más las di-ferencias de vida y cultura entre estas diversas áreas.

Tal pervivencia de estructuras sociales y modos de vida indígena fue en gran parte resultado de la tolerancia romana, cuyas exigencias se centraban en la recauda-ción de tributos y en la prohibición de las costumbres bélicas. No se quiso interferir en la lengua, vida, religión, ni aún sobre la administración interna de las ciudades

En todo caso, la estructura social indígena se mantuvo con más fuerza en la mi-tad norte y especialmente en el cuadrante noroeste; sólo la romanización fue influyente desde que se produjeron las conquistas de Augusto, pues con la paz surgieron centros mineros y administrativos, o de ocupación militar. Varias razones se aducen al retraso del proceso de romanización del Noroeste, como el agotamiento colonizador romano, mejores tierras en el Imperio para colonizar, etc.

31.2. CUANTIFICACIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN

De los diversos censos de población que Roma efectuó sobre Hispania, sólo ha llegado hasta nosotros algunos datos parciales recogidos por Plinio.

Según Plinio en el cuadrante Noroeste había 685.000 hab. libres: 240.000 en el convento de Astúrica (Asturias, León, Zamora); 160.000 para el convento de Lucus (provincias actuales gallegas); y 285.000 para el de Bracara (región portuguesa del Duero al Miño). La densidad de población parece crecida, pero allí no hubo devastado-ras guerras de conquista por Roma, como las que soportó la Meseta o Lusitania. De estas cifras se deduce una densidad de población de 8 hab. por Km. cuadrado.

Para Cantabria, la cuenca del Duero, Aragón y Cataluña se puede calcular una media de 8 hab. por Km. cuadrado. Pues, si la densidad de población no sería muy alta en Cantabria y la cuenca del Duero, duramente castigados por los conflictos bélicos, en el valle del Ebro, la región catalana y Levante llevaban varios años de paz e importante colonización romana. En consecuencia la Tarraconense podría contar muy bien con 3 millones de hab.

A Lusitania, según Feliciani, no tendría una media de población superior a 2 o 3 hab. por Km. cuadrado, para lo que hoy sería el Portugal del sur del Duero, más un ar-co de tierras que incluían a los vettones de Salamanca y toda Extremadura. En conse-cuencia, correspondería a la Lusitania un millón de hab.

En la Bética se explotaban sus varias fuentes de riqueza, agrícola, ganadera, mineras, industrias de pesca, comercio de exportación. A las numerosas ciudades ibe-

127

ras, se añadía ahora la fuerte emigración italiana y los asentamientos de veteranos del ejército. Por lo que es lógico calcular una densidad de población de 20 hab. por Km. cuadrado. En total unos dos o tres millones de hab.

La población hispana se puede calcular a fines de la República hacia el cambio de Era, en unos 6 millones de habitantes libres.

Beloch calcula 5 millones para tiempos de César, 7 a finales de Augusto. Alma-gro y otros historiadores vienen a confirmar estas cifras. Este autor cree que Hispania tendría estos 5/6 millones de habitantes durante el período de conquista, lo que puede suponer una población de uno o dos millones más para los años del cambio de Era, cuando Hispania había recibido las mayores oleadas de emigrantes italianos.

31.3. LA REUBICACIÓN DE LA POBLACIÓN INDÍGENA Y EL IMPACT O DESPOBLADOR

Los doscientos años de duras luchas de conquistas o guerras civiles, ocasiona-ron el más grave desgaste, sobre todo en la población joven.

Hubo fuetes remociones de la población hispana y fue habitual que los generales romanos trasladaran a la población de la montaña y de sus altozanos fortificados, los oppida, al llano. Lo mencionan constantemente las fuentes literarias. La arqueología confirma estos abandonos y destrucción de los viejos recintos amurallados celtas. Añá-dase los miles de celtíberos y lusitanos que fueron asentados lejos de su patria.

También queda constancia en las fuentes de algunos movimientos voluntarios de pueblos celtas. Durante los tiempos de la República los movimientos de emigración individual interna no son frecuentes. Las vinculaciones gentilicias no favorecían esta emigración dentro de la España céltica.

El impacto despoblador de las guerras romanas de conquistas fue importante. Las guerras de Hispania fueron particularmente duras y crueles. Illiturgi vio que toda su población era pasada a cuchillo. A continuación les tocó el turno a los de Astapa. Du-rante las campañas de Catón del año 195 a. C. sabemos que en un solo combate pe-recieron 40.000 hispanos de las tierras del Pirineo. Fue muy corriente durante la con-quista el exterminio de todos los enemigos sin distinción de sexo ni edad. Tales repre-siones fueron mucho más crueles en la Meseta y Lusitania.

Las guerras cántabras dejaron semidespobladaas la región. Aunque no eran ya los tiempos de las sistemáticas crueldades y ejecuciones despiadadas, la ferocidad de los combatientes cántabros y la prolongación de la lucha hizo desaparecer poblados enteros y a casi toda la juventud. Pues los pocos que sobrevivieron fueron deportados en esclavitud a la Galia. Y, tras la rebelión del año 19 a. C., fueron nuevamente aniqui-lados y se produjo una guerra de exterminio. Parece, incluso, que fue tal el despobla-miento de Cantabria y Asturias que Augusto hubo de repoblarlas con celtas de la Mese-ta.

Tan pronto como Roma expulsó de Hispania a los cartagineses y decidió adue-ñarse de la Península, los generales romanos empiezan a vender como esclavos a po-blaciones enteras: varones, mujeres y niños de las ciudades que más se resistieron a Roma y por supuesto a casi todos los prisioneros de guerra.

Algunos calculan en 200.000 el total de esclavos hispanos de los tiempos de la República romana; pero, sin duda, fue mayor porque el promedio de vida de los escla-vos no era largo y solamente para las explotaciones mineras de Cartagena, se precisa-ban, como indican las fuentes clásicas, 40.000 esclavos. Esta utilización de esclavos

128

hispanos en nuestras propias minas explica la ausencia de esclavos hispanos en Italia. Raro fue el cónsul o pretor de turno que no esclavizara a varios miles de hispanos para obtener unos buenos ingresos y debilitar la resistencia. Tanto es así que, con la mayor frecuencia los hispanos, previendo que serían reducidos a la esclavitud, preferían ma-tarse en masa; como hicieron mujeres, hombres y niños cántabros en tiempo de Au-gusto, o como en Numancia, Bacara.

Si en un principio los esclavos se mandaban preferentemente al sector minero, luego el comercio, industrias y empleo doméstico ampliaron las ocupaciones de la so-ciedad esclavista romana. Y cuando, faltan los esclavos hispanos para atender el cre-cimiento de la producción, se registró la afluencia de esclavos extranjeros.

32. INMIGRANTES Y REPOBLACIÓN.

La afluencia de gentes romanas e italianas a la Península cubrió en gran parte las bajas de la población hispana de los tiempos de las conquistas. Pero fue extraordi-nariamente importante, no sólo por el elevado número de colonos y emigrantes, sino también porque trajeron su cultura, su modo de vida, la lengua, etc. y porque domina-ron todos los aspectos de la vida social y económica. Diseminados prácticamente por toda Hispania, darían el más fuerte impulso al cambio de vida hispana; tanto más cuan-to que los comerciantes no despertaba, entre los hispanos, recelos y temores, con el ejército o los hombres de la administración.

El establecimiento de ciudadanos romanos en los terrenos conquistados fue el medio por el que Roma garantizó normalmente sus conquistas y su autoridad suprema. La ubicación en Hispania de colonos italianos asentados en ciudades de modo oficial aportó grandes ventajas para la propia Roma: primero consolida la conquista, pues las colonias servían para defender las tierras conquistadas, y segundo, resolvieron pro-blemas de densidad demográfica, económicos y sociales de la población romana.

Los asentamientos oficiales de itálicos canalizaron la emigración masiva italiana en los tiempos de las guerras civiles, desde el 80 a. C. hasta la paz hispana de Augus-to, en los años anteriores a nuestra Era.

Entre la deductio (repartición de tierras del ager publicus entre los veteranos de guerra), practicada por Escipión en el año 205 a. C. y las fundaciones augusteas de Caesarugusta, Asturica. no menos de 50 ciudades hispanas recibieron colonos. Resul-ta difícil cuantificar el número de colonos asentados por deductio a lo largo y ancho de toda Hispania. Deductio que los gobernadores romanos hicieron extensibles a fieles itálicos destacados como auxiliares y aun a servidores hispanos del ejército y de la ad-ministración. Con esta política Roma amplio la base ciudadana fiel a Roma y de esas ciudades puedo extraer contingentes para el ejército cuando, desde el final de la Re-pública, Roma y también Italia empezaron a cansarse de dar sus hijos al servicio de los ejércitos romanos. Hispania sería una de las principales zonas de reclutamiento.

El resultado de esta política de asentamientos en Hispania arroja, según estima-ciones, al cambio de Era en torno a unos 300.000 itálicos varones, lo que supondrá alrededor de un millón como total de itálicos o descendientes de itálicos. Pues Roma ya llevaba dos siglos de asentamientos ininterrumpidos, con varias generaciones que viv-ían en medios económicos privilegiados.

Cada colonización con varones licenciados en ciudades, con tierra de cultivo más su propio botín y soldadas, oscilaba entre 1500 y 3000 en cada ciudad. Sobre es-tos números hay que añadir un número probablemente mucho mayor de comerciantes y gentes del servicio de la administración, asignados a la recaudación de tributos; casi

129

todos estos emigrantes eran itálicos, pocos romano; y entre ellos se debió practicar el arrendamiento de las tierras del ager publicus, la explotación de minas, industrias de salazones y otros bienes del Estado romano. Y, por supuesto, la gran mayoría de estos negociantes fijaron en Hispania su residencia definitiva, pues aquí tenían sus propieda-des.

Hay que tener en cuenta en los asentamientos itálicos y romanos en Hispania a la gran multitud de heridos de guerra, que terminaron por fijar aquí su domicilio. Tam-bién los tránsfugas, traidores a Roma, formarían un elevado porcentaje de emigrantes; debido a las feroces luchas contra lusitanos y celtíberos, y en la que no pocos soldados romanos se pasarían al enemigo o desertarían.

Dentro de esta fuerte corriente migratoria hay que tener en cuenta a los emigran-tes producidos por las luchas políticas en Italia, subsiguientes a las proscripciones de las guerras civiles del siglo I a. C. Gente de todas las clases sociales, incluso del orden ecuestre e hijos de senadores. También, por ejemplo, los componentes del ejército de Sertorio, de los cuales la gran mayoría se quedaría en Hispania confundidos con los lusitanos y celtíberos ante el temor de la represalia política si volvían a su patria.

Desde el año 200 a. C., es decir, tan pronto como Roma decidió la anexión de las tierras hispanas, comienzan a primar los intereses económicos, pues eran los que habían decidido la anexión de Hispania. Entonces ya aparecen sociedades de nego-ciantes.

El cúmulo de industrias y comercio púnico es asumido en gran parte por empre-sarios romanos. Cierto que el desarrollo de la industria y comercio fue lento, porque Roma no tenía experiencia suficiente, ni técnicos especializados en este campo, como los griegos y fenicio. Pero no se registran en las fuentes animadversión de los indíge-nas hacia los negotitatores. Los indígenas debieron de continuar al servicio del nuevo dueño, Roma. Desde el siglo I a. C., ya pacificados los lusitanos y célticos, las explota-ciones industriales y las consiguientes sociedades se multiplican en la Bética y Sierra Morena.

Causas principales de tal afluencia es que cuando los países que bordean el Mediterráneo oriental se habían arruinado por las largas guerras de finales del s. II y comienzos del I, como las de Mitrídates; la Península pacificada y rica como ninguna en minas, ofreció las mejores perspectivas al capital romano y al alto poder adquisitivo de Italia, donde se había concentrado el oro mediterráneo y de Oriente. Los refugiados políticos fueron buen estímulo a estas empresas, porque invertían su capital en la Península y, aquí estaban libres de las más directas represalias.

Hispania era considerada entre los romanos como un buen lugar de refugio, donde la abundante prosperidad permitía, rehacer la vida del desterrado.

El flujo migratorio itálico hacia los lucrativos negocios hispanos fue muy grande. Esta abundancia de emigrantes hizo crecer muchísimo la población de cives romani en Hispania.

Respecto a la procedencia de los colonos itálicos, Menéndez Pidal sostiene la hipótesis de una emigración suritálica. El valle del Ebro fue ampliamente habitado por gentes oscas, sabinas y samnitas. La explicación históricas se basaría en la pobreza general del Mediodía de Italia, donde sus mejores tierras se hallaban en manos de vie-jas familias de la nobleza romana.

También muchos emigrantes procederían de Etruria. La venganza de Sila se cebó en esta zona, y muchos etruscos se unieron a Lépido en Cerdeña el año 78 a. C. y luego pasaron a Hispania con Sertorio y Perpenna.

130

La pluralidad itálica tarjo a Hispania un latín arcaico y voces de los dialécticos itálicos que perviven en las hablas de la Península. Ello se explica por el aire rústico y provinciano de estas gentes que trajeron su lengua: la mayor parte de los que queda-ron en Hispania eran licenciados del ejército. Habían sido reclutados muy jóvenes. Conservaban el habla de su tierra escasamente latinizada y a lo sumo conocían un latín muy elemental.

33. LOS GRUPOS SOCIALES HISPANORROMANOS

La familia es la unidad básica de la sociedad romana; solamente encuadrado en la familia ejerce el ciudadano romano la plenitud de todos sus derechos y deberes. La civitas es el conjuntos de los ciudadanos y sus unidades familiares cuyos derechos y deberes son defendidos y exigidos por la totalidad ciudadana y por las instituciones o magistrados que la representan y actúan por su delegación. Esta es la misma organi-zación jurídica que la administración romana extendió a las provincias.

La familia romana no está sólo constituida por el padre, el pater familias, la es-posa y los hijos legítimos, sino que también puede ser complementada por la adopción legal de una o más personas; que pasan a gozar de todos los derechos y deberes de los hijos.

La autoridad del padre respecto a los miembros de la familia y los bienes es total y absoluta: venta, muerte, castigo, premios. Es un derecho tiránico, que sólo la convi-vencia en la ciudad de Roma y su desarrollo fue suavizando y transformando.

Fuerte impacto social supuso en el norte de Hispania la conversión de importan-tes grupos de población en los que imperaba la sociedad matriarcal. El matriarcado, ajeno a la sociedad indoeuropea y por tanto a los grupos celtas de la Meseta del Duero, hunde sus raíces en los grupos de población emparentados con el substrato mediterrá-neo. La mujer transmitía la herencia en línea femenina, regulaba y ordenaba el matri-monio de sus hermanos, trabajaba el campo y mantenía la costumbre de la covada. Esta sociedad predominaba entre astures, cántabros y pueblos vascones. Sin romper bruscamente las instituciones que daban predominio económico y social a la mujer en la familia, fue instituyéndose progresivamente la autoridad del hombre. Al mismo tiem-po se sustituye la propiedad colectiva gentilicia para transformarla en propiedad privada y familiar. Entre los anteriores pueblos la transición se establece en la sucesión entre varones, pero por línea materna; hasta llegar a la sucesión por línea paterna.

La adquisición de bienes y el ejercicio de los cargos públicos fue creando en Roma, desde sus orígenes, la realidad de una diversidad de clases sociales, funda-mentalmente distinguidas entre nobles y plebeyos. Y, los mismo que se heredan los bienes del pater familias, se hereda el status social que pasa a todos los hijos indepen-dientemente de que hereden más o menos bienes; y que habilita el acceso a ciertos cargos públicos.

También en las ciudades hispanas indígenas, el estatuto de cives local dará op-ción a los cargos municipales. Los hombres libres constituyen la clase de los cives lo-cales, siempre que estén censados y tengan residencia en una ciudad peregrina.

Pronto en la Hispania indígena el logro de la ciudadanía romana fue una posi-ción jurídica y social buscada por todos los sometidos a Roma.

131

33.1. NOBLEZA

Durante la conquista, uno de los fenómenos sociales más claros fue la desapari-ción de los monarcas béticos y de los príncipes o caudillos. La desaparición de las mo-narquías ibéricas se fue produciendo en beneficio de las aristocracias locales que, inte-gradas en la vida municipal, erosionaron su poder hasta reducir a la monarquía a un carácter puramente representativo. Y nunca instauraron nuevas dinastías cuando se fueron extinguiendo.

Esta nobleza tradicional hispana va a desempeñar un importantísimo papel en la conquista romana; ella es la que pacta con Roma, imitará el lujo de Roma y comerciará con los publicanos y sociedades mercantiles, y ellos serán los primeros en acceder a la ciudadanía romana. Y en pedir la ayuda a Roma frente a las razzias de lusitanos, celtas o cántabros.

Frente a esta nobleza tradicional, surgirá una aristocracia del dinero con emi-grantes enriquecidos, son nuevos ricos, que pululan desde 133 a. C., particularmente, en las ciudades costeras y comerciales, principalmente, donde empezó a revertir el gran capital romano para invertir en minas, pesca, agricultura y el gran comercio medi-terráneo. La nobleza indígena y la hispanorromana participan en esta gran empresa económica y de ella veremos salir los primeros altos cargos consulares y senatoriales: los Balbo de origen semita en Gades, los Séneca indígenas de Corduba.

El ascenso político de esta aristocracia cristalizó, sobre todo, a través de la ad-ministración local. Estas aristocracias tuvieron gran influencia en las ciudades al incli-narse por una facción u otra en las guerras civiles. Fueron constituyendo una especie de clan para controlar la ocupación de cargos municipales. Pues el desempeño de es-tos cargos y la entrada en el ordo decuriorum se entendía como el logro de un status social mayor que se transmitía a los herederos. Otros, si no los poseían, buscarían la ciudadanía romana.

La aristocracia del dinero y de los terratenientes, que en escaso número durante la República consiguió pasar del cursus honorum local a los cargos senatoriales, aban-donaron definitivamente Hispania para domiciliarse en Roma y vincularse a la clase senatorial.

El mayor acceso de la aristocracia a la clase senatorial romana se produjo cuan-do las dictaduras de Sila y César abrieron el camino del Senado a los nombramientos directos de los dictadores. Ejemplos hispanos fueron Fabius Hispaniensis por Sila, los dos Cornelius Balbus (mayor y menor) por César, etc.

33.2. ORDEN ECUESTRE

Para integrarse en el orden ecuestre, equites, se precisaba un capital mínimo de 400.000 sestercios. La pertenencia a este orden daba opción a ocupar diferentes pues-tos en el ejército, la administración, explotación de bienes del Estado, etc. Por otra par-te, participaron en importantes tareas comerciales y financieras, como explotación de minas y fábricas de salazón.

En Hispania, el rango de caballeros, como el de senadores, correspondió espe-cialmente a colonos romanos. Se enriquecieron romanos o itálicos y con ellos pronto colaboró y se mezcló la oligarquía indígena que buscó la riqueza y tras ello la ciuda-danía romana y los honores superiores. También la aristocracia indígena buscó el in-greso en el orden ecuestre a través de los cargos locales. Pues, frente a las contadas familias senatoriales que surgieron en Hispania, hubo miles de equites porque las posi-bilidades de enriquecimiento fueron múltiples. El comercio de vino, aceite, fábrica de

132

salazones, explotación minera, explotación agrícola y ganadera, desempeño de cargos de la administración, etc. permitieron alcanzar el orden ecuestre. Los núcleos principa-les que proporcionaron grandes capitales, fueron, ante todo, las antiguas colonias feni-cias: Gades, Malaca, Carthago Nova y los nuevos grandes puertos de Emporiae, Bar-cion, Tarraco, Saguntum.

33.3. LA PLEBE

La gran mayoría de la población la constituía la plebe. La plebe es el conjunto de hombres libres y sus familias; agricultores, artesanos, mano de obra en servicios, en minas y en el comercio, obreros a sueldo, criados domésticos. Son, en definitiva, pe-queños propietarios o gentes desheredadas, pero no esclavos.

La aspiración fundamental de los hispanos no ciudadanos romanos era la de ser cives, lo que suponía según R. Nelia un rango o nacionalidad, una residencia estable y casi siempre tener tierra en el término de la ciudad o territorium. Ellos podrán, si pros-peran, optar a los cargos municipales en la ciudad con o sin estatuto municipal de privi-legio y organización romana.

En suburbio o aldeas próximas a la ciudad se constata la existencia de los inco-lae, seguramente población oriunda y ocupada al servicio de los ricos en la agricultura o en los oficios artesanos. Éstos no ocupan los cargos públicos. Sólo en época impe-rial, algunos accederán (pasando a la categoría de cives) porque han acrecentado su fortuna, y porque la ciudad necesitará de impuestos para Roma, y para embellecer su propia ciudad.

33.4. EL "CIVES LOCAL"

Los habitantes libres de las ciudades hispanas deseaban adquirir la condición de cives local. Ésta se abrió a grandes sectores sociales hispanos por varios razones: el deseo individual de los nuevos propietarios de tierras de tener una condición jurídica romana, las propias ciudades para ampliar el número de contribuyentes, etc.

El modo de aumentar los cives fue la adlectio inter cives; por este medio el se-nado local otorgaba la ciudadanía local a ricos de aldeas o suburbios venidos y gentes de otras nacionalidades mediante pactos de hospitalidad; a veces también admitieron libertos. Se hicieron muy frecuentes dar donativos para ser aceptados en el censo de ciudadanos. Con frecuencia aceptaron cargos municipales estas familias recién incor-poradas. Por el contrario, se debió dar el caso de incolae ricos que no quisieran acce-der a la ciudadanía local, para no tributar, o no encontraron atractivo en formar parte de las aristocracias locales. De estos cives locales sacaron fundamentalmente sus cliente-las Pompeyo, César y Augusto; y las aristocracias locales fueron las primeras en llegar a la ciudadanía romana.

Así llegó a formarse una auténtica casta, porque el servicio en la administración ciudadana se entendió no sólo como un servicio a la comunidad, sino como un honor y manifestación de categoría social. Lo cual con lleva al privilegio y a la hereditariedad del cargo municipal.

33.5. ARTESANOS

Mención especial merece el grupo del artesanado que aumentó al ritmo de la pacificación y al aumentó del nivel de vida y de circulación monetaria. El final de la Re-

133

pública y comienzos del Imperio conoció un incremento fuerte de este grupo social, con el inicio de la producción industrial.

Creció su apreció como grupo humano fabricante de artículos de necesidad pri-maria: vestidos, útiles de trabajo, utensilios domésticos, muebles, cerámica. Con el in-cremento del nivel de vida y la multiplicación de la clase pudiente, se llegó a una pro-ducción de calidad, que incluso enriqueció a algunos artesanos. Seguramente los arte-sanos especializados dieron movilidad a la clase plebeya pues tuvieron gran capacidad para lograr dinero con la comercialización de sus productos. Además, estos grupos so-ciales no constituyeron castas cerradas, aunque hubiera herencia familiar; pues el aprendizaje se abrió a gentes diversas.

Por otra parte, el gran comercio permitió más fácilmente la acumulación de capi-tal, que la concentración de propiedad agrícola, salvo que se adquiriese con capital in-dustrial o mercantil.

NOTA.- A continuación incluyó una pregunta del libro que no se contempla en el temario de la guía del curso.

33.6. LA DIFUSIÓN DEL URBANISMO POR LOS COLONIZADORES ROM A-NOS

Roma consolidó su gobierno provincial impulsando las agrupaciones urbanas y concentración de los órganos de gobierno local. Organizó en torno a un núcleo urbano importante la población, cuando estaba dispersa por el territorio vecino.

La extensión y población de las ciudades hispanorromanas, durante la Repúbli-ca, varió poco, pues vivían de la agricultura la mayor parte. Se exceptúan las ciudades portuarias, donde el comercio permitió una gran aglomeración ciudadana, como en Ta-rraco o Carthago Nova. La ciudad de Gades hubo de levantar poblados satélites en tierra firme y casas de varios pisos. Pero este tipo de vivienda fue más bien raro en la Península.

Razones estratégicas, saqueos celtíberos, lusitanos, cántabros, habían hecho que las ciudades se amurallasen. Con la paz, se respetó normalmente el recinto urbano amurallado y el crecimiento de las ciudades se hizo normalmente en forma de subur-bios y anejos. Esto ocurrió también en casi todas las fundaciones romanas de colonias y municipios, en las cuales se concentraron mucha población indígena; así ocurrió en Itálica.

El promedió de la población en cada ciudad hispanorromana, hasta los tiempos de César a mediados del siglo I a. C., no debió sobrepasar los 3.000 hab.; dado que eran ciudades dedicadas a la agricultura, y sólo unas pocas portuarias o mineras. La ciudad de Gades fue una de esas poblaciones superdesarrolladas y extraordinariamen-te enriquecidas con el comercio y que llegó a alcanzar los 50.000 hab. o quizá hasta los 70.000 hab.

El número de ciudades es difícil de constatar. Se sabe que abundaban en el Sur y el Levante y que eran más bien escasas y poco pobladas en la Meseta y cornisa cantábrica. Aquí sólo algunas, como Clunia, Asturia, Bracara, fueron creciendo des-pués de la paz de Augusto.

Se ve progresar el urbanismo y el lujo de las ciudades hispanas. Fueron frecuen-tes las calles ortogonales: Ampurias, Itálica. Sobre todo esta estructura urbana se reali-zaba en la ciudad de fundación romana y en las que fueron obligados a abandonar los elevados cerros para construir sus viviendas en el llano: Arce, Briviesca.

134

Desde los tiempos de César y Augusto, empieza a ser frecuente en Hispania el saneamiento de las ciudades mediante cloacas y abastecimientos de agua por acue-ductos: Segovia, Mérida, Lugo, Barcelona. Además se impone la costumbre de embe-llecerlas con suntuosos edificios públicos. Los ingresos, para este embellecimiento sol-ían salir de las donaciones de las autoridades romanas a las que dan el título de honorífico de patrono, o de un adinerado que recibe el título de cives local y, mediante una donación, era aceptado como tal cives, abriéndole con ello el acceso al cursus honorum.

Las grandes ciudades del Sur a mediados del siglo I a. C. tiene foros, plazas por-ticadas (Hispalis), teatro y circo (Gades y Malaca). En tiempos de Augusto se incre-mentan el embellecimiento de las ciudades hispanas. También la enrome riqueza económica fruto de las explotaciones mineras, comerciales, pesqueras, etc. repercutió en el embellecimiento de otras muchas ciudades, no solo costeras, sino también del interior.

135

TEMA 12. LA ECONOMÍA. ÉPOCA REPUBLICANA.

34. economía en época republicana

Hispania es el mejor distrito minero del Mediterráneo. Contaba también con bue-na agricultura, numerosas pescaderías y con posibilidades de alistar contingentes im-portantes de tropas mercenarias. Por ello Roma tras expulsar a los cartagineses (206 a. C.) hizo de las minas un monopolio estatal, que explotaba directamente o mediante arrendamientos parciales.

35. LA MINERÍA Y LOS MÉTODOS DE EXPLOTACIÓN DEL SUBSUEL O.

Hispania durante la República fue el distrito minero más rico del Imperio y el pri-mero que fue explotado con gran intensidad. Otros fueron Macedonia y Tracia.

Cuando los romanos arrojaron a los cartagineses, las minas de Sierra Morena y las de Carthago Nova, habían sido explotadas por los cartagineses, y antes por los íbe-ros. Plinio menciona que la mina de Baebelo, cerca de Cástulo, rentaba a Aníbal 300 libras diarias de plata. También menciona otras de plata cerca de Jaén. Así la marcha a Carthago Nova (209 a. C.) y a Cástulo en los momentos de las conquista, tiene fácil explicación, se trataba de conquistar las minas que financiaban los ejércitos de los car-tagineses.

Las minas conquistadas y el territorio tomado al enemigo pasaban a ser propie-dad del Estado romano.

Plutarco afirma que los metales costeaban los gastos de la guerra. Los genera-les romanos pedían a los indígenas tributos de talentos a cambio de la Pax.

Estrabón recoge datos sobre las explotaciones mineras hispanas y el procedi-miento de laboreo. Habla de la cantidad y calidad de oro, plata, cobre y hierro de His-pania, que no lo superan en otro lugar de la tierra. Cuenta cómo se extrae el oro; fun-damentalmente de minas y de las arenas auríferas de ríos.

En los ríos el oro se extrae y se lava allí cerca en pilas o en pozos a los que se lleva la arena para su lavado. En los lugares secos el oro no se advierte y, por ello se irriga para verlo relucir. Después se lava la arena. Por ello son más numerosos los la-vaderos que las minas.

Estrabón cuenta cómo se somete el oro a una cocción y purificación. De ésta se obtiene con una tierra aluminosa un residuo que es el "elektron". Si éste lleva oro y pla-ta se cuece de nuevo; la plata entonces se quema y queda el oro.

Comenta también de como los hornos de la plata se hacen altos para facilitar que los gases densos se volatilicen.

Posidonio exagera sobre la cantidad y calidad de los metales. Y dice que los tur-detanos trabajan con ahínco abriendo profundas galerías, reduciendo las corrientes por medio de los tornillos egipcios.

Habla de que la cuarta parte del mineral recogido por los mineros del cobre es cobre puro. Que los propietarios de minas de plata en tres días recogen un "talento" eubolico. Que el estaño se extrae excavando, de la zona de Gallaecia de donde se transporta a Massalia.

De la abundancia de oro, plata, oro blanco en el N. de Hispania y en el S.O. de Lusitania. Donde las mujeres amasan la arena arrastrada por los ríos y la lavan en ta-

136

mices en forma de cestas.

Diodoro cuenta de los íberos extraían cobre excavando la tierra, y obteniendo una cuarta parte de este metal sin ganga. Los que extraían plata, sin ser profesionales, podían obtener 1 talento en tres días de Eubea (región argentífera).

Luego los romanos, itálicos la mayoría, comprando esclavos al mando de capa-taces excavando la tierra en profundidad, muchos estadios, y trabajando en galerías trazadas al sesgo y formando recodos, hacen aflorar a la superficie la mena.

Se en lo profundo se topan con ríos subterráneos rompen su corriente con galer-ías transversales. Y hacen sus drenajes con los llamados "caracoles egipcios" que in-ventó Arquímides de Siracusa. A través de éstos hacen pasar el agua, hasta la boca de la mina. Así aflora la corriente del río subterráneo a la superficie con facilidad y dese-can el emplazamiento y lo acondicionan para la explotación minera.

El texto de Diodoro es muy importante por varios aspectos. Señala en primer lu-gar la extraordinaria riqueza de toda Hispania en metales. (muy diferentes a las minas de Ática que eran pobres).

La Península Ibérica estuvo sometida a una gigantesca colonización itálica. La presencia de los itálicos fue un factor importantísimo en la romanización y civilización de Hispania antigua.

Las explotaciones mineras contribuían en gran medida al desarrollo del capita-lismo romano. Esta fabulosa riqueza estaba basada en la explotación del hombre, ma-sas de esclavos, que debido al intenso trabajo perdían la vida pronto. Las condiciones de trabajo eran durísimas, ya que no había horas de trabajo fijas, y la vida del minero era insalubre. Hispania proporcionaba masas de esclavos y las minas.

Los procedimientos de explotación estaban muy adelantados: galerías, sistemas de desagüe, bombas de agua, tornillos de Arquímides, etc. Todas las minas habían sido ya explotadas por los cartagineses.

En la Geografía de Estrabón se recogen otros datos sobre la existencia de mi-nas. En la comarca de Ilipa y de Sisapo eran zonas de plata. Cerca de Kotinai había cobre y oro. Entre el Guadiana y Tajo había montes de metales. En Bastetania y Ore-tania abundaba el oro y otros metales. Cerca de Cástulo estaba la Sierra de la Plata. En el Noreste había minas de hierro, plata y de sal. en Hemeroscopeión de hierro. En la Bética sal fósil para conservas de pescado.

Las más famosas eran la de Carthago Nova y las de Cástulo (las que financiaron la segunda guerra púnica). De las de Carthago Nova, obtuvieron los romanos plata, despreciando el plomo. De ellas dice Polibio, que eran muy grandes y que en ella tra-bajaban unos 40.000 obreros.

La arqueología ha proporcionado datos importantes sobre el trabajo en las mi-nas. Se trabajaban los filones primeros en superficie pero luego se iba profundizando. Se perforaban pozos de extracción que llegaba hasta los filones, de unos 6 m. de diá-metro y 300 m. de profundidad. Las galerías eran poco espaciosas. Para construir los pozos y galerías se perforaban las rocas blandas y con maderas de pino sostenían las paredes. (Algunas maderas no procedían del país). Las rocas duras se golpeaban con mallei (picos de hierro), auxiliados por cuñas y pequeñas piquetas.

Teas, antorchas y candiles iluminaban las galerías. La extracción de agua se realizaba por medio de cubas que la transportaban a galerías de desagüe, facilitada esta tarea a veces por canales suspendidos en lo alto por medio de aros de madera de una sola pieza. Los cubos eran izados por medio de poleas. Extraído el mineral se sa-

137

caba al exterior en grandes espuertas de esparto que tenían una soga alrededor que servía de protección y de asidero, y un tirante que el obrero se pasaba por el hombro.

No lejos de la boca de la mina el mineral se sometía a trituración a mano o en molinos de piedra, y luego lavado mediante una corriente de agua que arrastraba las partes más ligeras. Y no muy lejos se fundía el mineral en lingotes (sobre los 35 kg.).

35.1. MINAS DE HISPANIA

Carthago Nova

La cifra del rendimiento de estas minas se ha interpretado de diferente modo. Creemos que Estrabón nos quiere indicar que el Estado romano obtenía de ellas un beneficio de 25.000 dracmas diarios. Se explotaban desde el tiempo de los Bárquidas hasta finales del siglo II. (emperadores flavios).

La importancia de estas explotaciones lo sugieren las escorias de la mina -las Herrerías- de Cartagena, que están calculadas en 276.000 Tm.

Los lingotes hallados en el litoral de Carthago Nova permiten conocer bien algu-nos datos sobre su explotación. Llevan los nombres de los negotiatores que pertenecen a tres momentos distintos: época republicana, comienzos del imperio, y de época au-gustea.

La procedencia de estos negotiatores es Campania e Italia meridional, que llega-ron después de la guerra Celtibérica. El dinero obtenido revería sobre Italia.

Algunas minas debió ser propiedad de la ciudad de Carthago, otras eran de par-ticulares. Cinco familias, explotaban las minas y alcanzaron altos cargos municipales, lo que prueba que las minas desempeñaron un papel importante en la vida política, económica y social de la ciudad.

El derecho romano no reconocía la propiedad del subsuelo. El Estado mantuvo siempre la propiedad sobre las minas. Al principio de la conquista, los gobernadores dirigían las explotaciones y el dinero se depositaba en el erario de Roma. Al disminuir los ingresos, hacia el 197 a. C. las explotaciones pasaron de los censores a compañías de publicanos, lo que originó la emigración itálica. (Compañías de este tipo son también las de Sisapo y Monte Ilurco). Ya no estaban explotadas directamente por el Estado, y pagaban a éste la cantidad estipulada anualmente, quedándose con el resto de los be-neficios. Pero a fines de la República las sociedades de publicanos fueron sustituidas por los particulares y sociedades privadas (alquiler de minas a particulares). Los nego-tiatores podrán formar compañías privadas como la del monte de plata, Ilucro, Ma-zarrón.

Cástulo

Después de las minas de Carthago Nova, las más importantes eran las de Cástulo, capital minera de Oretania. Y junto con éstas las de Diógenes (Ciudad Real), el Centenillo (Jaén), y Astigi (Ecija). De las que se obtenían prioritariamente plata y plomo.

En Almadén (Ciudad Real) iniciaron la explotación de mercurio. Las de Huelva (Tharsis, Sotiel, Coronada) y las de Vipasca destacaron por la producción en cobre, estaño, oro y plata.

138

En Sierra Morena la producción era muy variada.

Noroeste

El Noroeste se extendía por Tras-os-Montes (Portugal), Lugo, Orense, León, As-turias. La explotación más importante era la de oro, después minio, etc.

En Cáceres, Lusitania y Galicia (y las islas Casitérides), el estaño. En Cantabria, el País Vasco y Hemeroscopeión (Denia) el Hierro.

También se obtuvo oro de la criba de las arenas de los ríos (Miño, Duero y Tajo).

El minio más conocido es el de la región de Sisapo en la Bética. Hispania fue la mayor productora de minio.

Las explotaciones de las minas no mantuvo un ritmo regular. A fines de la Re-pública, se abandonan pozos de las minas sudeste y sudoeste (la Bética). Los motivos se han supuesto que eran políticos, enfrentamiento entre cesarianos y pompeyanos. Y también, porque se invertía más en las producciones agropecuarias. Se constata a co-mienzos del Imperio un auge en esta producción en el valle del Guadalquivir.

36. AGRICULTURA, GANADERÍA, CAZA Y PESCA

36.1. AGRICULTURA

La agricultura fue durante la antigüedad el eje de la economía. El trigo más plan-tado era el candeal. En las zonas altas el llamado grano vestido de donde se obtiene cerveza de trigo.

Las regiones del N. y S. se diferencian en las técnicas de cultivo, almacenaje y molturación.

En el N. seguían utilizando instrumentos no itálicos. Arados y hoces de tipo galo, trillos cartagineses, silos subterráneos y graneros sobre pivotes. En el S. se introduje-ron pronto los útiles de tipo itálico.

El rendimiento, condicionado por el regadío y la técnica, era de 5 Qm. por Ha. en secano y de 10 Qm. en regadío. El valle del Guadalquivir fue la mayor zona triguera que permitió exportarlo. La situación cambio en el siglo I a.C., cuando de los olivares se obtenían mayores beneficios y se generalizó su cultivo.

Las zonas levantinas y lusitanas producían para su consumo. El resto de la Península, excepto el valle del Duero, producía poco. Lo cual indica que Hispania ge-neralmente no era un país exportador de trigo a Roma, como lo fue Sicilia, Egipto o el África proconsular.

Los cartagineses generalizaron en algunas zonas un sistema de cultivos típicos de su país, que explica la gran cantidad de trigo y cebada almacenada en Carthago Nova, cuando ésta fue tomada por Escipión el Africano. También introdujeron el trillo, que ha llegado hasta nuestros días. Y construyeron canales de regadío en la Bética (los célebres canales tartésicos que no sólo se encontraron en Turdetania, sino en el Ebro). En el año 87 a.C. las comunidades de regantes próximas a Caesaraugusta, sí tenían problemas de regadío acudían al arbitrio de Roma. Ello produjo una gran pro-ducción cerealista que permitió a Hispania en el 203 a.C., recién expulsados los carta-gineses, exportar trigo a África y a Roma, lo que produjo una fuerte caída del precio.

Las guerras lusitanas y celtibéricas fueron motivadas por saquear las tierras del sur. Porque la riqueza agrícola y ganadera recaía en pocas manos y obligaba a la ma-

139

sa de la población a dedicarse al bandidaje o a alistarse a sueldo en los ejércitos de los cartagineses o romanos.

Las guerras cántabras fueron motivadas por las razzias de éstos a las tierras de los vacceos, turmodigos y autrigones ricas en trigo.

La administración romana conocedora de esta desastrosa situación económica y social, hizo grandes reparticiones de tierras. Como la de los Graco.

El territorio de los vacceos era triguero. La provincia Citerior recogía por ello buenas cosechas que guardaban en silos (la arqueología los ha descubierto). Durante la guerra civil socorrieron con él a César.

Pero la región cerealista por excelencia era la Bética. Estrabón compara sus tie-rras con las más ricas del mundo conocido. Durante la guerra sertoriana socorren con víveres a Pompeyo. Y durante la guerra civil Varrón almacena trigo para enviar a Mar-sella imponiendo tributos a los indígenas.

Varrón nos da datos sobre le cultivo de la vid. Las cepas se cultivaban sueltas. El vino se llamaba bacca. La fermentación hacía estallar los toneles.

Estrabón alaba el aceite bético. Además de la Bética, los olivos se cultivaban en Lusitania y en el centro de Hispania.

Las fincas de la Bética eran mixtas, el cultivo del olivo, de la vid y de los cereales se entremezclaba con la ganadería.

De los asentamientos romanos en Bética se deduce que la población estaba dispersa en le campo y la propiedad muy estaba muy repartida (pequeños propieta-rios).

Durante la guerra civil, las gentes que explotaban las minas, dejaron de trabajar en ellas e invirtieron su dinero en las explotaciones agrícolas. Por ello prosperó la Béti-ca a finales de la República y a comienzos del Imperio.

La arboricultura floreció mucho. Famosos fueron los higos de Sagunto. Según Estrabón, las raíces tintóreas, la vid, los olivos, la higuera abundan en las costas medi-terráneas.

De las costas septentrionales se dice que carecían de todas ellas por el frío y por falta de dedicación de los hombres.

El bandolerismo de Sierra Morena afectó a la Lusitania. César sobre el 60 a.C. la limpió de bandidos. Ello favoreció la agricultura a comienzos del siglo I a.C.

Los bosques en Hispania eran abundantes. Se escribe que entorpecían la mar-cha del ejército romano. (Grandes encinares ocupaban las tierras del norte. De las be-llotas se alimentaban las 3/4 partes del año).

36.2. GANADERÍA Y CAZA

La carne era la base de la alimentación en toda Hispania. Los lusitanos y celtíbe-ros eran fundamentalmente pastores. La existencia de las esculturas de toros y de ve-rracos probaría la abundancia de ganado bovino y porcino en las provincias de Ávila, Cáceres, Orense, Pontevedra, Salamanca, Segovia, Zamora. Tuvieron fama los jamo-nes cántabros y cerretanos. En los pueblos del N. se usaba la manteca.

140

En la Bética, según Estrabón, abundaban los ganados de toda especie.

En Hispania abundaba también los caballos salvajes. (En el N. se sacrificaban junto con machos cabríos a dios equiparado a Ares). El caballo tuvo mucha importancia en las guerras durante la conquista. La costumbre de los cántabros y celtíberos de la-varse los dientes con orina, presupone pueblos de grandes jinetes, representados en estelas, diademas y cerámicas. Se criaban razas de caballos veloces como en Olisipo (Lisboa) y en Sierra de Cintia.

El conejo era un animal típico de Hispania. Se criaba en las Islas Baleares y en Celtiberia. Se utilizó el hurón para su captura.

La caza era abundante. Aves de variadas especies, castores, conejos, ciervos. Algunas veces el ejército romano tuvo que alimentarse sólo de caza. Las cacerías tam-bién se representan en cerámicas (Liria). Pero la caza no tuvo importancia a nivel económico sólo como deporte.

36.3. PESCA Y SALAZONES

La riqueza pesquera de algunas costas hispanas era enorme y chocaba con la relativa pobreza de las costas del resto del Mediterráneo. Estrabón escribe sobre las riquezas de las costas de Turdetania: ostras, conchas, ballenas, orcas, congrios, atu-nes, que destacan por su cantidad y dimensiones.

Los pescadores gaditanos, además de los grandes navíos de los comerciantes, usaban otros más pequeños que llamaban "caballos". Con ellos pescaban a lo largo de las costas de Mauritania.

Estrabón escribe también sobre la riqueza del Tajo en peces y ostras. Plinio cuenta una leyenda que comenta el gran tamaño de los pulpos, sepias y calamares.

También mencionan los clásicos la existencia de viveros en Carteia, fábricas de salazón en Baelo, Estrecho de Gibraltar, Málaga, Sexi y Carthago Nova.

Las fábricas de salazón de Cádiz datan del siglo VI y V a.C., lo que indican que estas industrias contaban con gran tradición en el Sur.

Las fábricas asentadas en la costa meridional, entre Cádiz y Carthago Nova, comenzaron a trabajar a mediados del siglo I a.C. y el siguiente. El asentamiento ro-mano en Baelo estaba en función de la industria de salazón, que llevaba otras apareja-das, como la construcción naval, la fabricación de redes, la explotación de la sal, y la comercialización de las conservas. Todo esto requería mucha mano de obra.

Las ciudades con esta industria debían vivir, en su mayoría, de ella. El hecho de que atunes se representen en monedas señala la importancia que tenía para la eco-nomía en estas ciudades del sur.

En Baelo la capacidad de los depósitos de salazón alcanza los 4.500 m3.

Los marineros pescaban el atún tanto en la costa ibérica como en Mauritania Tingitana. No se descubren casas cerca de las fábricas, sino un pequeño templo, unas termas y una necrópolis, en relación con el plan urbanístico de la ciudad. La prosperi-dad de sus edificios públicos indican los fabulosos ingresos de esta fuente de riqueza.

Una fábrica de Baelo tenía una fachada de 15 m. de longitud y varios pisos. El primero de 4,30 m. de altura, con un puerta y 4 ventanas. Las salas para salar el pes-cado estaban aireadas. Las cubas se protegían del sol y de la lluvia. (Otras fábricas del Estrecho de Gibraltar siguen el mismo esquema).

141

Las fábricas no disponían de puertos propios. Se abastecían de pescado desde las almadrabas. Los atunes eran sacados a la arena, o llevados a un depósito. Se les limpiaba de agua y sangre. Finalmente se troceaban y almacenaban en cubas mezcla-dos con sal.

37. COMERCIO, TRIBUTACIÓN Y MONEDA.

37.1. COMERCIO

Al final de la República romana, y a comienzos del Imperio, se desarrolló mucho el libre intercambio de mercancías, sobre todo de artículos de primera necesidad. El comercio fue uno de los principales factores de asimilación de la cultura romana por los indígenas. Desde el primer momento de la conquista figuran comerciantes que acom-pañaban a los ejércitos. Eran los encargados de compra el botín a los soldados y a los prisioneros que pasaban a ser esclavos.

Desde la antigüedad los comerciantes de Cádiz negociaban con las islas Cas-sitérides y les intercambiaban cerámica, sal, utensilios de bronce, por metales y pieles.

En época helenística la exportación de salazones hispanos a Oriente era fre-cuente. Y de Turdetania se exportaban muchos de sus géneros. Se han encontrado ánforas ibéricas que denotan un comercio de miel durante esta época (s. III a.C.). Du-rante el dominio cartaginés se continuó este comercio, y el de salazones.

Estrabón ha dado una lista de los mercados hispanos a finales de la República, en las ciudades junto a ríos, o al mar. Carteia, Baelo, Córdoba y sobre todo Cádiz. (De ésta salían naves hacia el Mediterráneo y hacia el Atlántico. Ciudad pues de ricos co-merciantes).Otras ciudades como Nabrissa, Ilipa, Astigi, Obulco, Munda, Tucci, Malaca, etc.

Otros puertos fueron el de Carthago Nova, principal puerto de las mercancías procedentes del interior, que se cambiaban por las que llegaban de fuera. Se exportaba los metales y salazones del Sureste.

Por el puerto de Ampurias se exportaba el esparto para hacer cuerdas, princi-palmente a Itálica. (En el siglo II a.C. destacó como puerto de intercambio).

En el Noroeste el puerto más importante en la desembocadura del Miño, era el de Ártabros.

Hispania durante la conquista importó obras de arte que llegaron como regalo: cerámicas de tipo helenístico. De Mauritania se importaban aves y fieras. De Italia vi-nos, como lo indican las ánforas del siglo I a.C. El tráfico con Italia era intenso, como lo demuestra el cargamento de la nave hundida en aguas de la colonia de Sant Jordi con cerámicas campanienses.

Las ánforas de vinos campanos han aparecido preferentemente en las costas le-vantinas y catalanas. Los cargos administrativos y militares, los explotadores de las minas y los colonos itálicos continuaron bebiendo los caldos itálicos. Las llamadas ánforas greco-itálicas que se supone que proceden de Sicilia, han aparecido más en el Sur y en Ampurias.

También llegaron de oriente objetos de lujo, como tapices, que se empleaban en las fiestas. La costa catalana e Ibiza importaban también salazones. Probablemente se exportaba resina de los Montes Pirineos. Hispania también importaba lucernas italia-nas.

142

El comercio estaba favorecido por la industria de construcción naval. Las velas se fabricaban con esparto procedente de Ampurias y de Carthago Nova. Los navíos los construían en la Bética, en los arsenales de Cádiz y Carteia.

Otros productos de exportación eran los textiles. Turdetania exportaba lanas de gran belleza. Los saltietas fabricaban tejidos ligeros de gran calidad. Famoso era el lino de Ampurias. En Játiva fabricaban pañuelos. Pero al final de la República la industria textil pasó por una crisis.

Las fábricas de armas se favorecieron con las guerras de la conquista. Carthago Nova contaba con fundiciones famosas.

La orfebrería de Córdoba fue importante, como ejemplares se pueden citar: pa-tenas, vasos de plata de modelo helenístico. Esculturas también se fabricaron en Jaén, Sevilla, Cádiz, Tarragona, siguiendo modelos romanos.

Destacamos como prototipo de comerciantes hispanos ricos los gaditanos Bal-bos.

La navegación de los principales ríos hispanos favoreció el comercio. El Betis era navegable hasta Corduba e Hispalis (a 100 km. de la desembocadura) subiendo barcos de gran calado. Hasta Ilipa, sólo los pequeños. Más allá de Cástulo el Betis deja de ser navegable pero en el Guadalimar afluente del Guadalquivir hay restos de un muelle fluvial.

El Guadiana era navegable por barcos de menor calado pero no hasta Emérita. El Duero era navegable hasta unos 150 Km. Y el Miño igual. En el Ebro se ascendía hasta Logroño.

La construcción de calzadas favoreció también el comercio. La vía Hercúlea que costeaba el Mediterráneo iba desde las columnas de Hércules hasta Roma.

El dictador prolongó la vía Hercúlea desde Saetabis hasta Cástulo, y desde aquí por Corduba, Astigi e Hispalis hasta Gades.

37.2. TRIBUTOS

Livio ha recogido las cifras que en los primeros decenios de la conquista ingresa-ron los gobernadores en el erario romano.

Entre los años 206-169 a. C. se ingresó 96.400.000 denarios (botín de oro, plata, tasas, minas), lo que hace unos 695.000 denarios por año.

Para mantener los ejércitos los gobernadores se excedían en la recaudación de tributos (guerras sertorianas y la guerra civil).

Antes del año 197 a. C. es posible que Roma no tuviera una política administra-tiva fija.

Hispania era una colonia de explotación, como lo prueba el hecho de que César con lo obtenido en la Península pagó sus deudas de Roma.

El territorio conquistado al enemigo se convirtió en ager publicus. Las minas pa-saron a ser propiedad del Estado romano. Los generales fueron los que obtuvieron ma-yores ganancias. Pertenecían a la clase senatorial, al igual que los administradores, que amasaban en poco tiempo grandes riquezas.

143

37.3. MONEDA

Los Bárquidas generalizaron la economía monetal. Acuñaron grandes cantida-des de monedas para pagar a las tropas. Roma terminó con las acuñaciones de base cartaginesa y griega. Acuñó moneda de plata y bronce, con caracteres ibéricos y me-teorología itálica. Esta acuñación fue la primera fuera de Italia.

Se acuñó moneda en el Noreste, por el año 132 a.C. La serie del jinete es la más numerosa. Después del 132 a.C. los romanos permitieron la acuñación en Catalu-ña, Valencia y la cuenca del Ebro. En el Sur la ceca más importante es la de Obulco con 20 o 25 emisiones. Primero fueron de bronce y en el paso del siglo II d.C. en bron-ce, ases y sus divisiones, y en plata, denarios y quinarios.

Las primeras monedas de Lusitania llegaron de la Bética a finales del siglo II a.C. El uso del denario republicano se generalizó en el Tajo y Duero a partir del 87 a.C. Y en el Noroeste no se utilizó hasta finales de la República.

144

TEMA 13.- ÉPOCAS JULIO - CLAUDIA Y FLAVIA.

38. ASPECTOS RELEVANTES PARA HISPANIA DEL REINADO DE LO S JU-LIO-CLAUDIOS.

38.1. TIBERIO (14 - 37 d.C.)

La paz y prosperidad económica fue característica general de Hispania bajo el gobierno de Tiberio, pues hubo una gran continuidad en las grandes líneas de actua-ción marcadas por Augusto.

En la actuación política de la corte con respecto a Hispania aparecen dos puntos de especial interés emanados por parte de la administración central, muy cuidados am-bos por Tiberio: represión de los abusos a que dieran lugar algunos gobernadores pro-vinciales y especial atención a los problemas de la Tarraconense. Conocemos en pri-mer lugar la voluntad del Emperador en reprimir los abusos cometidos contra los nati-vos por los gobernadores provinciales, a los que se incoó procesos de concusión para lograr una mayor pureza administrativa, incluso en las provincias denominadas senato-riales. Este interés para conseguir una mayor limpieza administrativa no puedo eliminar la corrupción.

Tiberio mostró cierta predilección por la Tarraconense en la que había estado con Augusto durante las guerras cántabras. En ella llevó a cabo una política de reclu-tamiento de unidades de auxilia extraídas sobre todo del cuadrante noroeste. Según Tácito, el número e combatientes hispanos en los auxiliae era semejante al de los le-gionarios.

Bajo Tiberio se acusa una parquedad de fundaciones coloniales y de otros núcleos que gozaban de estatuto de privilegio; política que contrasta en gran manera con la desarrollada por sus predecesores César y Augusto. Entre ellas cabe citar la ciudad de Clunia (Peñalba de Castro), que fue elevada a la categoría de municipio, según acusan los magistrados de las emisiones numismáticas.

La epigrafía nos presenta a Tiberio como persona que fomentó la política de construcción de vías. A sus años de reinado pertenecen las siguientes: remata la vía Augusta completando el tramo entre Gades, Corduba y Cartago Nova, según certifican los miliarios (piedras que señalaban las millas en las vías). La vía Caesaraugusta - To-letum - Emerita, que unía diagonalmente los valles de los ríos Ebro, Tajo y Guadiana. Y remató la vía de La Plata que unía Emerita y Asturica, así como la de Bracara y Asturi-ca. Todas ellas con miliarios datados en el 33/34 d.C. Es probable que estas vías bus-caran el modo de aprovisionar a las tropas y trabajadores de los centros mineros del NE, así como la salida por mar, hacia el Mediterráneo, de los minerales extraídos.

Tiberio estructuró de manera definitiva el culto al Emperador, sabemos que en el 15 d.C., un año después de la muerte de Augusto, dio consentimiento para que se edi-ficara en Tarraco un templo y se le rindiera culto como a un dios. Hacia el 25 d.C. de-clinó la solicitud de la Bética que pretendía erigirle un templo en vida.

Diversas ciudades rindieron culto al Emperador entre ellas Olisipo, Carmo, Clu-nia y Saetabis y en algunas acuñaciones aparece la leyenda Deo Augusto. A su vez se crean los flamines y augustales como sacerdotes para este culto, de los cuales un ejemplo es el Pontifex Augusti citado en una inscripción de Italica. La divinización del Emperador y de su familia después de muertos es, pues, ya una realidad generalizada en toda Hispania. El documento del año 19 d.C., la Rogatio Ilicitana, establece los

145

honores divinos debidos al difunto Germánico.

Los seis últimos años del reinado de Tiberio (31-37) se caracterizaron por su ti-ranía. El gran arma del poder, la lex de Maiestate, del periodo republicano, fue utilizada con normalidad para actuar contra todos aquellos de los que podía sospecharse que atentaban con acciones o palabras contra la seguridad del Estado o sus representan-tes. Los fiscales habituales fueron los delatores que podían beneficiarse de la persecu-ción y condena de los supuestos implicados con una recompensa pecuniaria. Se multi-plicaron los destierros y las confiscaciones.

38.2. “CAIUS” CALÍGULA (37 - 41 d.C.)

Pese a la brevedad de su reinado, la obra de Calígula en Hispania es importan-te. En primer lugar, llevó a cabo un desmantelamiento militar de Hispania que ya no era un país de guerra. Así la apaciguada Hispania veía reducida a una sola legión, la VI Victrix, y a varias unidades auxiliares la defensa del orden interno.

Bajo se reinado se contabilizan ocho cecas, todas ellas pertenecientes a la Ta-rraconense. Siguiendo acuñando monedas algunas ciudades que lo hicieron bajo Au-gusto y Tiberio (Bilbilis, Caesaraugusta, Carthago Nova y Osca). Vemos así que se tiende a una disminución de las emisiones locales. Esta reducción se debió a la inicia-ción de un proceso que finalizaría con la imposición de un tipo de moneda única roma-na, que se consolidaría bajo el reinado de Claudio.

Bajo el mando de Calígula también es importante destacar la continuación del desarrollo de la red viaria, sobre todo en el NW y en la Lusitania.

38.3. CLAUDIO (41 - 54 d.C.)

La rápida desaparición de Calígula motivó el que no dejara un heredero. El Se-nado romano quiso aprovechar esta coyuntura para restablecer el ansiado régimen re-publicano, pues no quería entender que los tiempos habían cambiado y que ahora la fuerza residía en el ejercito. Claudio fue proclamado emperador por los pretorianos; era un hombre inteligente, bien aconsejado por sus libertos e individuos pertenecientes al ordo ecuestre. Tuvo una visión universalista y generosa del imperio y de la ciudadanía romana: lo que le enfrentó al Senado. Sobresale su política económica en busca de nuevos centros mineros, la conquista de Britania y la promoción de Mauritania a pro-vincia. El impulso dado a la Hispania atlántica era parte de este programa.

La política hispana de Claudio ha merecido opiniones totalmente contrapuestas. Así,. Mientras Charlesworth dice que no dejó huellas importantes, los estudios de D. Nony prueban que mostró un gran interés, sobre todo por la Hispania Atlántica. Claudio ordenó a los gobernadores provinciales que atendiesen as quejas de los nativos, for-muladas en las asambleas provinciales, que consolidaban las funciones de los Conven-tos Jurídicos. Tenia buenas razones para vigilar la administración porque las provincias de Hispania debía aprovisionar a las legiones que actuaban en Mauritania para intentar sofocar las revueltas de indígenas.

Claudio se mostró generoso con las concesiones del derecho de ciudadanía a los provinciales, a la vez que aceleró la romanización mediante numerosas fundaciones coloniales. Según Séneca, Claudio había prometido otorgar la ciudadanía romana a todos los griegos, galos, hispanos y bretones. Pero a juzgar por los datos de la arqueo-logía y de las fuentes escritas, sólo dos ciudades se beneficiaron de su favor: Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz), promovida al estatuto de ciudadanía, y Claudionerium (Mere-

146

jo, Ría de Camariñas), de la que se ignora si fue una fundación nueva o si obtuvo el derecho de ciudadanía. A su vez, Iulia Traducta (Tarifa) adquirió el rango de colonia, pero no el título, al recibir veteranos de la guerra mauritana de Tingis (Tánger).

Algunos autores se han preguntado si bajo el reinado de Claudio existió un clan hispano. Entre los hombres mas destacados de su reinado son seguros de Hispania Umbronious Silius y C. Appius Iunious Silanus. A su vez inician su carrera ecuestre o senatorial los tres hermanos Séneca. El Emperador prosiguió en la política dinástica de promover económicamente todas las regiones hispanas, en particular la provincia de Lusitania y la mitad occidental de la Tarraconense. Su impulso de la Hispania atlántica encaja bien en el marco de política pro-occidental. De ello se benefició Bracara cuyo comercio fue muy importante este comercio irradiaría hacia el Mediterráneo y el Atlánti-co Norte. Respecto a las cecas hispanas conviene señalar su práctica desaparición, pues tan sólo contabilizamos la de Ebusus, que también cesará bajo su reinado. Su preocupación por el desarrollo de la red viaria queda manifiesta en la cuantía de milia-rios que se conservan de este emperador, hasta 21 en las vías de Bracara-Asturica, Bracara-Olisipo y en la vía de La Plata, que quedó prácticamente completada.

La arqueología y la epigrafía acusan el recuerdo de algunas de sus obras. Se aproximan a la docena las inscripciones dedicadas a Claudio: Nebrissa (Nebrija), Cas-tulo, Cabeza de Griego (Sodales Claudiani). A su vez se conservan seis retratos de Claudio y Agripina. Todos estos hallazgos se detectan en ciudades que gozaron de estatuto de privilegio. Según Mac Elderry son deudoras de algún tipo de favor a Claudio las ciudades de Clunia, Lucus Augustus, Pompaelo, Segobriga, etc.

38.4. NERÓN (54 - 68 d.C.)

A la muerte de Claudio fue designado heredero Nerón. Bajo este Emperador se va a producir un cambio en la política, pues los libertos, que tan importante papel hab-ían desempeñado en el reinado anterior, serán alejados de los altos organismos minis-teriales. Nerón volverá a iniciar una política de colaboración con el senado a merced de la influencia que sobre el ejercían el hispano Séneca y Burro, prefecto del pretorio, diri-gentes del nuevo régimen. Durante los primeros años de su reinado se inspiró en la política de Augusto; luego degenerará en una etapa despótica entre los años 62 y 68 d.C. para llegar a un trágico final de su mandato.

Merced a esta inspiración sabemos de una posible revuelta de los astures duran-te el reinado de Nerón, y que fue sofocada. La supuesta rebelión debió tener lugar en-tre los años 53 y 60 d.C.; la importancia del combate no debió ser grande y simplemen-te se limitaría a una acción de policía. Es decir, no debió participar toda la legión, sino tan solo una primera cohorte. También se produjeron durante su reinado algunas re-vueltas en las Islas Baleares que obligaron a la creación de una administración especial de la que se encargó un prefecto dependiente del gobernador de la Citerior.

Se suele decir que en tiempos de Nerón se produjo un movimiento de cristiani-zación de Hispania. La epístola dirigida por San Pablo a los romanos, redactada en Corinto (aprox. Entre el 53-58 d.C.), donde les promete venir a Roma e Hispania. Apre-sado en Jerusalén, fue conducido a Roma en el 61 en donde debió permanecer hasta el 63. Según s. Clemente, S. Pablo vino a Hispania, pero en honor a la verdad faltan hasta el momento testimonios que avalen la existencia de comunidades cristianas en estos momentos.

Entre los años 37 y 68 se produjo un debilitamiento del culto al emperador. En cambio, durante el reinado de Nerón prosiguió la política de fomento de la red viaria; se hicieron reparaciones en la vía Augusta, y que certifican el interés del Emperador por

147

las comunicaciones de la zona norte de la Península.

39. VESPASIANO Y EL EDICTO DE LATINIDAD

39.1. VESPASIANO Y SU PROGRAMA DE GOBIERNO (69- 79 d.C.)

Vespasiano, natural de Reate, consiguió, merced a sus buenos y leales servi-cios, alcanzar altos puestos en el Estado. Su política tenia dos objetivos inmediatos, el restablecimiento de la autoridad imperial y la restauración del Imperio. Para extirpar el peligro militar llevará a cabo una política de inteligencia con el Senado. Pero efectuó una depuración de este organismo, apoyándose en la magistratura de la censura y los poderes que esta le confería.

Vespasiano heredó un herario público totalmente arruinado por los enormes gas-tos de las guerras civiles y las prodigalidades de los últimos julio-claudios. Para sanear las arcas estatales, procedió a la revisión del catastro y creó nuevos impuestos, vecti-galia. Así pues, ejercito y economía serán dos objetivos primordiales de su reforma política y en esta línea de acción Hispania le prestará la máxima ayuda.

El cuarto de siglo de gobierno de los Flavios transforman a Hispania en un núcleo básico de la consistencia del Imperio en el orden social, político y militar al lado de Roma e Italia. Y con tal idea de promocionar Hispania sobrepasó sus cálculos al convertirla en factor preponderante; con múltiples de sus hombres escalando vertigino-samente los más altos puestos del cursus honorum, capaces de competir en virtudes cívicas con los hombres de la Roma tradicional.

39.2. EL PROBLEMA DE “IUS LATII” HISPANO

El punto de partida y síntesis de la decisiva transformación de Hispania es el re-ordenamiento jurídico de las gentes establecido por el Edicto de Latinidad del que nos da cuenta Plinio “Vespasiano Emperador Augusto, lanzado a las procelosas luchas de la República, otorgó la latinidad a toda Hispania”.

Desde el año 89 a.C. en que Roma otorgara el derecho de romanidad a toda Ita-lia no se había producido un hecho de tanta importancia social en el mundo romano y por supuesto en Hispania.

Se ha debatido mucho sobre el alcance real del Edicto de Latinidad; discusiones que podemos sintetizar en tres interrogantes:

* ¿Afectó a las personas o a estatuto de ciudades? * ¿Tuvo efectos inmediatos o debían aplicarse progresivamente y mediante leyes

concretas para cada ciudad? * ¿Comprende a toda Hispania o es una simple opción para los más romanizados?

Para A. D’Ors se trata de Ius Latii Maius que incluyó a todos los hispanos, salvo los esclavos, y otorgó efectivamente los plenos derechos de latinidad. H. Braunert afir-ma que el Ius Latii es un derecho individual de las personas, al margen del estatuto jurídico de las ciudades a las que pertenecen. Galsterer piensa que Plinio exagera al hacer extensivo el privilegio de latinidad a toda Hispania y que no fue un hecho de apli-cación general, sino una simple opción y la creación de condiciones favorables al desa-rrollo de la vida municipal; afirma que el Edicto apenas fue aplicado en el NW, poco

148

civilizado, y solamente se hizo efectivo en la Bética y en la Tarraconense en sus partes oriental y meridional.

Estudios recientes permiten observar que no fue tan escasa en la parte NW, pues llegó a ser importante el convento Bracaraugustano, el Bierzo y toda la región del Duero. La reorganización de Hispania por Vespasiano, es un eslabón del engranaje de su plan político a nivel del Imperio. El Edicto de Latinidad sería el cauce legal para ob-tener dinero, hombres y crear unas condiciones previas a su papel de eje o centro y protagonista del Imperio. La razón del Edicto sería una promesa a Hispania en los días difíciles de Vespasiano. Las reforma económicas y sociales en Hispania, su promoción, serian una muestra de agradecimiento y confianza.

El censo fue parte integrante de las respectivas reformas administrativas. Ello le permitía un adecuado trato a la población a efectos fiscales, jurídicos y militares. Me-diante el censo de personas y su situación en la escala social podrían proceder a la creación de nuevos municipios o ciudades con estatuto jurídico. En el 73 Vespasiano asumió el título extraordinario de censor juntamente con su hijo Tito, según parece para llevar a cabo la reorganización del Senado y la eliminación de elementos no gratos y para sustituirlos por homines novi del mundo occidental, sobre todo de Hispania. Así, en el citado año dictará cartas de municipalidad para ciertas ciudades hispanas, prefe-rentemente de la Bética (Carbula, Munigua, Anticaria, Iluro, Igabrum). Tales testimonios inducen a pensar que la censura fue acompañada de una serie de reformas administra-tivas beneficiosas para buena parte de la ciudades hispanas: las de la Bética, por más romanizadas, serían las primeras y las que mayoritariamente obtendrían con la munici-palidad una ley especialmente dedicada.

39.3. MUNICIPIOS Y CIUDADES CON ORGANIZACIÓN ROMANA

los biógrafos de Vespasiano insisten en que una de las primordiales metas que se propuso fue el desarrollo sistemático de las ciudades en todo el Occidente. Hispania es un buen testimonio de ello. aunque son contados los casos que, como Flaviobriga, recibieron deducción de veteranos y el título de colonia; en cambio son muy abundan-tes las ciudades que en tiempos Flavios recibieron la municipalidad latina o romana y muchas también en el norte las que sin estatuto jurídico reconocido por los textos lle-van el cognomen de Flavias y que en consecuencia tenían alguna razón especial para honrar a los Flavios; unas en reconocimiento de su promoción al derecho latino; otras por recibir organización romana, como paso previo para el ejercicio de la latinidad por los individuos que allí habitaban.

Es difícil precisar el número de nuevos municipios surgidos como consecuencia de la política de Vespasiano. Según Mac Elderry no menos de 350 ciudades hispanas tuvieron carta de municipalidad bajo los Flavios. A esta cifra se llega teniendo en cuen-ta los datos concretos de las inscripciones con la expresa denominación de Municipium Flavium.

Las leyes municipales de los Flavios tenían como uno de sus fines primordiales permitir que en estas ciudades de privilegio los ciudadanos, ya latinos por el Edicto de Vespasiano, alcanzaran la plena ciudadanía romana por el ejercicio de magistraturas municipales.

A su vez, nos interesa constatar el impacto urbanizador efectuado tras el Edicto de Vespasiano que se acusa en el NW. Indicios epigráficos nos llevan a ver la transi-ción de muchos pueblos de su antigua organización gentilicia hacia la urbanización exi-gida por roma como elemento fundamental, junto a la pax, en su ordenación jurídica del Imperio. A este respecto son bien significativos la aparición de los topónimos Forum,

149

Respublica, Civitas; donde, en testimonios anteriores, había populi o gente. El forum era un mercado y capital comercial, creado o al menos favorecido por la administración romana.

Por otra parte, la amplísima difusión del onomástico Flavius, que se constata en las inscripciones, es buena prueba de la promoción a ciudadanos llevada a cabo por Vespasiano; además es más abundante esta onomástica precisamente en la Tarraco-nense occidental, es decir en la Hispania menos romanizada y a la que en consecuen-cia afectó más este Edicto de Latinidad.

40. PROMOCIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA EN LA HISPANIA DE VESP ASIANO

40.1. LA POLÍTICA MILITAR

En el orden militar la política de Vespasiano tenía dos metas. Por una parte la re-tirada de tropas que hasta entonces permanecían de guarnición en la Península y la utilización de nuestro suelo como base de reclutamiento, tanto para las unidades auxi-liares como para las legiones, pues estas fueron abiertas a los ciudadanos de provin-cias evolucionadas, entre ellas las de Hispania.

La zona norte de Hispania, en vías de romanización y con excedente demográfi-co era propicia para este reclutamiento. Según J.M. Roldán los militares de la legio VII, creada por Galba, desde Vespasiano son todos hispanos, predominando los del NW. Tampoco faltaron legionarios hispanos en las legiones que servían fuera de Hispania, pero en menor número. La epigrafía demuestra que esta unidades salidas de Hispania hacia Centroeuropa contaban con muchos reclutas hispanos procedentes de los cen-tros más romanizados: Bética, Tarraconense oriental, Emerita. Pero a su vez entendió que la zona NW estaba suficientemente pacificada y romanizada como para poder reti-rar todas las legiones: en el 70 no quedó ninguna en nuestro suelo, y sólo quedaron de guarnición permanente dos alas y cinco cohortes. Cuando el agobio cesó en el Imperio, en el 74, trajo a Hispania la legio VII Gemina, destinada a perpetuarse en nuestro suelo hasta el fin del Imperio romano.

40.2. REORGANIZACIÓN FINANCIERA Y ECONÓMICA

Las finanzas del Imperio venían siendo precarias con cargo a tres grandes capí-tulos de gastos: la corte, el ejercito y las obras públicas; se habían deteriorado con las locuras de Nerón y la guerra Civil, a la que acompañó la deficiente recaudación de im-puestos, usurpaciones y fraudes de los particulares sobre los bienes públicos. Vespa-siano trató de sanear el déficit restituyendo los bienes públicos y aumentando los ingre-sos.

La riqueza de la minería hispana debió seguir polarizando la atención de los ro-manos e itálicos en los primeros siglos del Imperio, y si bien no hubo afluencia de colo-nizadores agrícolas, si fue importante la afluencia de comerciantes.

En el último cuarto del siglo I estaban en explotación casi todas las minas hispa-nas, llegándose al máximo aprovechamiento con los Flavios y los Antoninos: las de Diógenes y Cartago Nova ricas en plata, las del sur de Portugal ricas en oro, plata, plomo, hierro y estaño y las de Somorrostro en hierro. Es posible que la fundación co-lonial de Flaviobriga (Castro Urdiales) se hiciera en función de las explotaciones mine-ras de Somorrostro como puerto de salido del mineral.

150

Se explica pues la necesidad de Vespasiano de regular con leyes los modos de vida y explotación de estos distritos mineros, así como el envío de numerosos procura-tores matallorum que se preocupaban del ordenamiento de las gentes, comercio, im-puestos, tasas de arriendo y demás problemas inherentes a esta amplísima riqueza. Tanto más que era oro lo que mayormente producían; y es bien conocida la penuria que de este metal padecía el erario imperial de Vespasiano.

La Lex Metalli Vipascensis supone el deseo de la corte imperial por asumir un perfecto control de los recursos mineros.

En lo que respecta a la economía agrícola son escasos los datos alusivos a las regiones del Duero y Cantabria, aunque son abundantes para todo el resto de Hispa-nia. Las alabanzas de Plinio prodiga son suficientemente elocuentes para el Sur y el Levante; las noticias abundan sobre la cantidad y calidad de diversos productos agríco-las.

Desde mediados del siglo I toma un incremento notable la sigillata hispana en detrimento de la sudgálica, según demuestran los alfares riojanos.

40.3. FOMENTO DE CONSTRUCCIONES

En tiempos de los Flavios se constata la construcción de templos, foros y costo-sas obras en Emerita, Corduba, Astigi, etc. Clunia levanta el foro y otros edificios muni-cipales. La actividad constructora de vías fue importante en el NW peninsular. Cuatro rutas unían Bracara y Asturica Augusta atravesando diversos centros mineros. Se sue-le atribuir a Vespasiano el mayor número de puentes romanos conservados en Hispa-nia; entre otros el de Villa del Ríos (Córdoba), San Pedro de Alcántara (Málaga). La mayor parte de los teatros y anfiteatros son de época flavia; en particular el de Itálica.

40.4. POLÍTICA FISCAL

El régimen tributario plantea problemas, sobre todo en relación con la posible inmunidad de las ciudades con ius italicum. En Hispania eran inmunes las colonias y municipios anteriores a Augusto, pero la concesión de latinidad no supuso una general exención de impuestos, pues no podía Vespasiano, frente a las necesidades suprimir unas fuentes de ingresos como las de las provincias Hispania. Algunos de sus primeros actos fueron anulaciones de semejantes exenciones otorgadas por Nerón a Grecia o por Galba a las Galias. Su política financiera tendió a restituir y aún a duplicar los in-gresos de ciertos sitios y ciudades. Vespasiano aumentó sus ingresos hispanos proce-dentes de campos y minas con su minuciosa labor de censo y regulación de arriendos.

40.5. LA PROMOCIÓN DE LA SOCIEDAD HISPANA

Vespasiano quiere llevar nueva savia a los ya desgastados cuadros de mando de Roma y de Italia. Con él aparece por primera vez en Roma un provinciano itálico, exento de prejuicios de clase. Consecuente con su origen y sus ideas cuajadas de rea-lismo político, no dudará en aceptar hombres de las provincias más romanizadas de Hispania para elevarlos a los cuadros de mando del ejercito, la administración, el orden ecuestre y el Senado. Los vacíos dejados por la vieja aristocracia los llenó don homines novi salidos de las provincias occidentales. La concesión del derecho de latinidad a toda Hispania fue sólo el inicio de la transformación social de Hispania. Hay noticias

151

epigráficas de hispanos que fueron promocionados por Vespasiano e introducidos en el cursus honorum de rango senatorial. Son conocidos los casos de M. Ulpius Traianus, padre del futuro emperador Trajano, Q. Licinius Silvanus Granianus y C. Licinius Maria-nus Voconius, hispanos que llegaron a altos cargos de la administración romana en tiempos de Vespasiano.

La importancia cualitativa y cuantitativa de los hispanos que alcanzaron las altas magistraturas del Imperio y llegaron a figurar en las filas del Senado bajo los Flavios y los Antoninos es verdaderamente sorprendente. Durante el reinado de Vespasiano, de 178 senadores de origen conocido, 14 eran occidentales, muchos de ellos hispanos.

En la política de Vespasiano hacia Hispania no se olvidó la promoción entre los más bajos de la escala social. Suetonio afirma que ascendió a ciertos libertos al orden ecuestre.

41. CONTINUIDAD DE LA POLÍTICA MUNICIPALIZADORA CON TIT O Y DO-MICIANO

41.1. TITO (79-81 d.C.)

Asociado al trono por su padre Vespasiano, Tito siguió sus mismas directrices políticas. Concedió a los soldados el derecho de testar, privilegio que no tenía prece-dente alguno.

Existen amplias referencias de su empeño constructor, tanto en Roma como en las provincias. En Hispania se le recuerda en los miliarios de la vía Bracara - Asturica.

La Lex Salpensiana afirma que el Edicto de Latinidad de Vespasiano fue refren-dado y desarrollado en tiempos de Tito. La documentación acusa que durante su reina-do hubo muchas ciudades con dificultades financieras en la administración de sus pre-supuestos; así vemos que en una careta de septiembre del 79, dirigida por Tito a los quattuoviri y decuriones de Munigua (Mulva), les anunciaba la condonación de una mul-ta que no pueden pagar.

41.2. DOMICIANO (81-96 d.C.)

Durante su mandato reinó en las provincias un relativo orden. Domiciano se mostró generoso con a concesión del derecho a la ciudadanía y a las comunidades hispanas se les facilitó la organización municipal. Tres ordenanzas municipales, de las ciudades de Irni, Malaca y Salpensa han llegado hasta nosotros. Domiciano practicó un severo control sobre las provincias. Según Suetonio, puso en ello tanto celo que jamás en otros tiempos los gobernadores resultaron más honestos y más justos.

Numerosos provincianos recorrieron su cursus honorum y entraron en el Sena-do. También se preocupó Domiciano del fomento de la red viaria, pues en Otañes, cer-ca de Castro Urdiales, aparece un miliario del año 85 en el que se hace referencia a la reparación de las vías y puentes destrozados por el paso del tiempo.

152

TEMA 14. LOS ANTONINOS, LOS SEVEROS Y LA CRISIS DEL SIGLO III.

42. antoninos y severos

El siglo de máximo esplendor corresponde a los años que van de Nerva a Cómodo (96-192 d. C.). En esta época un poderoso clan senatorial hispano ocuparan las máximas autoridades imperiales. Trajano, Adriano, Marco Aurelio, hispanos, ocupa-ran el mando imperial en el período de máximo esplendor político de Roma; no iguala-do antes ni después, salvo por el gobierno de Augusto. Ellos serán el colofón a un pro-ceso que se inició con la promoción de hispanos por César, Augusto y sus sucesores. Balbo, los Séneca, Marcial o Quintiliano destacaran en diferentes campos de la cultura, la política, la administración y el ejército.

Con Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio el poder central cono-ció el momento de mayor estabilidad; por eso los contemporáneos le definieron como el "siglo de oro". La explotación de las provincias adquirió un carácter más organizado y racional. Este desarrollo se plasma en diferentes aspectos: fomento de la actividad ur-banística, consolidación de una excelente red viaria y la implantación de una moneda imperial única. Las ciudades tuvieron mayor autonomía y, a consecuencia de un mayor desarrollo local de la economía, la cultura, la urbanización, etc.

Con los últimos Antoninos, Marco Aurelio y Cómodo, se aprecia cierto descenso de la capacidad económica del Estado. Hay una fuerte devaluación de la moneda, acompañada de una subida de precios generalizada. Sin, duda, el incremento de los gastos del ejército, sin una compensación económica por guerras de conquistas, redujo el volumen de los metales preciosos en el erario público. Si se le añade el déficit co-mercial con la India y China, ruta comercial abierta desde Trajano, produjo una gran escasez de metales preciosos que llevaron a devaluaciones sucesivas de las emisio-nes monetarias. Lo cual implica una subida de los impuestos para paliar el creciente déficit. Aunque la crisis económica fue más de la corte que de los ciudadanos del Impe-rio, pues ningún síntoma de decadencia económica se aprecia en la Hispania del siglo II d. C.

Pero, con los último Severos, se inicia una crisis de autoridad que desemboca en la llamada Anarquía Militar y los emperadores ilirios (235-284) en el siglo III d.C.

Hispania, durante el siglo III, padecerá los cambios políticos y sociales generali-zados en el Imperio, aunque no sufrió fuertes crisis económicas; al menos en lo que se refiere al sector agrícola y ganadero. El alejamiento de Hispania de las fronteras, donde durante el siglo III hubo permanentes conflictos y problemas militares de usurpaciones, contribuyó al mantenimiento de la estabilidad en la Península Ibérica.

43. TRAJANO E HISPANIA. (98-117 d. C.)

Nerva, siguiendo el consejo del influyente español Licinio Sura, escogió como sucesor a un prestigioso general hispano, que mandaba las legiones de Germania Su-perior desde su puesto de gobernador de la provincia.

Nerva, acaba con los escrúpulos familiares y los de la vieja aristocracia romana, para elevar al poder máximo a un provinciano, cediendo ante la fuerza de ciertos gru-pos de presión y las posibilidades que ofrece su candidato.

153

Este grupo de presión está formado por 14 senadores hispanos, de los 165 se-nadores, como Ulpino Trajano, padre, Licino Sura, Anni Vero. Añádese la presencia de ricos hombres de negocio o prestigiosos literatos, como Marcial y Quintiliano; pero so-bre todo el peso de ciertos mandos militares hispanos, como su sobrino Adriano que entonces ostentaba alto puesto de mando militar en Panonia y Severiano, cuñado de Adriano, con mando militar en la Germania Superior.

Trajano pertenecía a esa aristocracia hispana a la que los Flavios habían pro-mocionado. Nombró nuevos senadores procedentes de las provincias. Así, de los 231 en su tiempo contabilizados, 27 eran hispanos. Exigió a los nuevos senadores invertir en Italia un tercio de su capital en tierras, para reactivar la economía italiana y de paso que se identificaran con la propia Roma y las normas de vida tradicional.

Cuidó particularmente de la buena administración y no dudó en castigar a los gobernadores de provincias avaros y exactores que abusaban del poder que les confer-ía su cargo.

Reclutó para las guerras contra los dacios (101-106) múltiples unidades auxilia-res de hispanos. Esta política le causó problemas, pues los hispanos protestaron y, si parece que no tuvo dificultades de reclutamiento entre las gentes del norte, si las tuvo en algunos sectores más romanizados con derecho de cives romani.

Las campañas de Dacia y contra los partos le permitirían disponer de gran canti-dad de oro, que le posibilitaría desarrollar una política benefactora e impulsar las obras públicas. El botín de guerra distribuidos entre los soldados, comerciantes e inversión en obras públicas, fue un detonante de la reactivación económica, en la que la Península (con su aporte de hombres) se vio beneficiada.

De todas formas la riqueza del comercio bético sería suficiente. Itálica tuvo un magnífico puerto exportador de aceite, cereales y materias primas cuyos ingresos ele-varían el nivel de vida de las ciudades béticas. Así nos podemos explicar el que se pro-dujera durante este período una renovación total de la estructura urbana de muchas ciudades, entre otras Corduba, Mugnia, Astigi.

Trajano redujo los gastos inútiles y equilibro el presupuesto sin necesidad de aumentar los impuestos. Los superávits obtenidos le permitieron hacer frente a los ele-vados gastos de guerra y obras públicas. Su labor de fomento de la red viaria fue muy importante; se repararon las vías de Lusitania, el tramo Castulo-Corduba. Algunas construcciones de esta época son los puentes de Alcántara, los arcos honoríficos de Bará, Caparra y Mérida; el faro de La Coruña, el anfiteatro de Itálica, etc.

Trajano dio ámbito universal al culto de Hércules y Minerva gaditanos. En esta época se divinizan los emperadores e hijos en vida. El culto pierde así su carácter pri-vado para hacerse más oficial y público.

44. LA HISPANIA DE ADRIANO (117-138 d. C.)

Adriano, natural de Itálica, pertenecía a la familia bética de los Aelii. A los 15 años fue a Itálica para hacer sus estudios en un colegio de jóvenes. Su preparación en griego, latín y arte nos ponen de manifiesto el alto nivel alcanzado por las escuelas his-panas de Gades, Hispalis y Corduba entre otras. Su madre y su esposa eran gadita-nas. Sus servicios en las duras campañas de Dacia y Oriente le dieron una gran popu-laridad entre los militares; por eso fue proclamado Emperador por las tropas de Antio-quía.

154

Su principal objetivo era la paz, para ello utilizó la diplomacia, reforzó el ejército y el sistema defensivo. Su reinado supuso la evolución del Principado hacia un gobierno de corte monárquico-burocrático en le que la mayoría de los puestos administrativos se les confió a individuos del orden ecuestre y en particular a personas que habían servido en el ejército o en cargo civil, con preferencia a quienes tuvieran conocimientos jurídi-cos. La carrera en la burocracia acarreó una jerarquización de cargos y de los títulos honoríficos. Adriano era partícipe de que, para que hubiera un buen gobierno, el Empe-rador tenía que estar presente en todas las provincias, por eso de los 21 años de su reinado pasó 13 fuera de Roma.

En su visita a Hispania, impartió justicia y administró en Tarraco. Pidió soldados para la defensa del limes, pero los hispanos se mostraron remisos; no se sabe si por causa del elevado número de reclutas. De todas formas, la participación hispana en el programa militar de Adriano es evidente.

Durante el reinado de Adriano se produjo el renacer de la vida provincial reci-biendo muchas de las ciudades los derechos de colonia y municipio. Itálica fue cons-truida de nueva planta. La ciudad alcanzó una superficie de unas 30 hectáreas y cubrió en el siglo II d. C. su más gloriosa época urbanística.

Según diversos historiadores, la política de Adriano, favorable a la utilización de hispanos para desempeñar altos cargos de gobierno en sus primeros años, fue dismi-nuyendo progresivamente, de los 199 senadores de los que se conocen su proceden-cia 23 son hispanos. El número ha disminuido respecto a Trajano. De ellos la mayoría han nacido en la Bética. y en la Tarraconense. Adriano entregó la administración impe-rial a los caballeros en detrimento de los senadores, lo que motivó su animadversión; así el Senado intentará anular sus medidas y hubo negativa a divinizarle al morir.

Para paliar la crisis económica, Adriano se interesó especialmente por la admi-nistración de la explotación del aceite y de las minas, elementos básicos para la eco-nomía y abastecimiento de Roma. El momento culminante de las explotaciones se co-rresponde con los años 140-160 d. C.

El fisco imperial trató de resolver sus problemas económicos y las provincias de Hispania tuvieron que presenciar el reordenamiento económico. En Lusitana aparece los advocati fisci, nuevo cargo al servicio de los procuradores de distritos mineros.

Se regula la percepción de la vicessima hereditatum (5% sobre las herencias). De tiempos de Adriano es la redacción de la Lex Metalli Vispascensis que refunde las leyes anteriores. Bajo la tutela del procurador metallorum de cada distrito se organiza la explotación de las minas y a la población que allí trabaja y vive. La Lex Adriana trató de arreglar los problemas del campo regulando la ocupación de campos improductivos, dando tierras a las gentes más necesitadas y ordenando su situación bajo las normas de los procuratores Augusti.

Adriano fue un gran promotor de obras públicas. De esta época son parte de las murallas de Lucus, Barcino, Asturica, Legio y Caesaraugusta. Su preocupación por la red viaria es evidente, especialmente en las vías mineras como Bracara-Asturica, Bra-cara-Olisipo, Vía Augusta y Emerita-Caesaraugusta. Adriano siguió apoyando las insti-tuciones de carácter benéfico para la atención de los niños pobres, alimenta.

El culto de Isis comenzó a tener una cierta aceptación durante este reinado en toda la Península. Poseemos algunas representaciones de esta deidad en Regina, Va-lladolid y Clunia. Al igual que Trajano, Adriano dio ámbito universal al culto de Hércules y Minerva gaditanos. Por otra parte si dio fenómenos de sincretismo religioso entre cul-tos indígenas y romanos. Es posible que Adriano mandase reparar el santuario de Mel-qart gaditano, como indican las monedas.

155

45. LA ÉPOCA DE MARCO AURELIO Y CÓMODO

45.1. ANTONINO PÍO. (138-161 d .C.)

El reinado de Antonino Pío evidencia que el protagonismo hispano sufre un fuer-te descenso. Hay hispanos importantes en la administración romana; pero ya son los descendientes de aquellos hispanos llegados a Roma con toda la fuerza de su nueva savia y poder de iniciativa. Siguen aquellas viejas familias dando senadores a Roma. Pero ya no asistimos a la llegada masiva a Roma de homines novi hispanos.

Siguen las unidades auxiliares hispanas prestando sus servicios en Mauritania, en Oriente, o en el limes danubiano. Pero tampoco parece que se recluten unidades de nueva formación procedentes de Hispania; y, quizá, estas unidades de origen hispano cubran sus bajas con reclutas de las localidades en que prestan sus servicios.

Se acusa un claro descenso de interés en las prácticas del culto imperial. Al igual que la labor de reparación de vías.

45.2. MARCO AURELIO. (161-180 d. C.)

Era nieto del hispano M. Annio Vero, senador con Nerva, Trajano y Adriano. De profunda formación estoica, Marco Aurelio, cuidó especialmente de la justicia y buena administración de las provincias, a través de los curatores, cuyo número y poder desde entonces fue en aumento.

Durante su reinado, la Bética y Lusitania sufrió razzias de gentes mauritanas en-tre los años 171 y 176 d. C. La peligrosidad de la invasión mora obligó a transformar la provincia senatorial Bética en provincia imperial con un ejército a las órdenes de un legatus del emperador. A cambio, compensó al Senado con la provincia de Cerdeña.

Desde mediados del reinado de Marco Aurelio se produce un descenso econó-mico en la Península, que se ha calificado como crisis. Desde los años 160 y 200 d. C. la exportación de aceite bético ha descendido. Se han aducido, por los historiadores, diferentes causas: caída de su precio ante una superproducción y competencia por par-te del aceite africano que ocupó el primer puesto en el mercado; los reclutamientos mili-tares; la fuga de capitales y hombres. Desde Trajano se obligó a los senadores hispa-nos a invertir 1/3 de sus capitales en tierras de Italia para paliar la aguda crisis de la economía itálica. Con esta medida, además de proteger al campesino itálico que vend-ía sus tierras a precios elevados, se evitaba el absentismo de los senadores hispanos; y esto implica que los senadores hispanos trasladasen a Roma los beneficios de su capital hispano.

Otros datos aportados por Blázques y Sánchez de León hablan de decadencia y aun crisis en Huelva y en todo el Mediodía: la ausencia de sarcófagos procedentes de Roma que venían como carga de retorno de las exportaciones de vino, aceite, trigo; la disminución de esclavos y de circulación monetaria, la no reparación de los acueductos de Mérida, etc.

Ahora bien, más que crisis económica parece que sólo se constata el decaimien-to de ciertas ciudades. La aparición de ciertos mosaico de excelente factura en las zo-nas rurales parece indicar que las ciudades habían entrado en un período crítico y que eran abandonas por las gentes ricas. La decadencia de las ciudades arrastraría la del artesanado y el comercio.

156

Por otra parte en la zona del norte de la Península la producción minera seguía siendo buena.

45.3. CÓMODO (182-192 d. C.)

Lo más destacable del reinado de Cómodo fue la amenaza de Materno en el año 187 d. C. Al frente de unas bandas de esclavos y soldados desertores saqueó la Galia y el norte de la Península Ibérica, hasta el Ebro.

Es probable que en esta época aparezcan las primeras comunidades cristianas en Hispania. La legión VII Germania estuvo acampada en la región de Túnez, muy cris-tianizada desde hacía tiempo y, no resulta extraño que con la llegada de la legión, que acabó con la amenaza de Materno, vinieran de Túnez algunos cristianos, o bien que algunos soldados se hubiesen convertido. A parte del elemento militar, el cristianismo se difundió debido al grupo de mercaderes cristianos africanos que arribaron a nuestra Península a través del frecuentísimo comercio que unía ambas costas.

46. LA HISPANIA DE LOS SEVEROS

46.1. SEPTIMIO SEVERO (193-211 d. C.)

La rápida desaparición de la escena política de Cómodo no le permitió designar a su heredero. Los ejércitos del Imperio, casi al unísono, proclamaron emperadores a Clodio Albino en Britania, a Pescenio Niger en Siria y a Septimio Severo en Iliria y Pa-nonia. Septimio Severo estaba más próximo a Roma. Domino rápidamente la situación en Roma. Para ganar tiempo cedió a Clodio Albino el título de César y el alto mando de Hispania, Britania y Galia; de esta manera se enfrentó con tranquilidad a Pescenio, al que eliminó. En el 196 d. C. se enfrentó a Clodio Albino. Éste contó con la ayuda de tropas galas e hispanas. El legado de la Hispania Citerior se puso al lado de Albino con un fuerte grupo de senadores y algunos notables hispanos. Septimio Severo derrotó a Clodio Albino y a sus seguidores. Nombró heredero único del Imperio a su hijo de ocho años, M. Aurelio Antonino "Caracalla".

Tras la derrota de Clonio Albino, Severo llevó a cabo grandes confiscaciones en Galia e Hispania a costa de los partidarios de Albino. Dato que se corrobora con la gran cantidad de aceite bético que llegó a roma durante su reinado.

Septimio Severo, que había estado en el año 171 al frente de la Tarraconense y conocía bien los problemas de Hispania, tomó una serie de medidas que se perfilan en una clara orientación de Hispania hacia África. En el sentido de un mayor comercio his-pano-africano. La apertura de mercados nuevos en África podía compensar la evasión de capitales que Hispania había padecido debido a la inversión de tierras en Italia y que había descapitalizado Hispania.

Si bien es cierto que no pocos hispanos de la aristocracia fueron víctimas de la represión por su adhesión a Albino, parece claro que el propio Septimio Severo trató de reemplazarlos con otros influyentes hispanos. El más destacado fue, Cornelio Anullino, que fue su brazo derecho y brillante vencedor del aspirante al Imperio, Pescinio Niger.

Del gobierno de S. Severo en Hispania cabe destacar los arreglos administrati-vos, como fue la consolidación de un mando único, el legatus iuridicus, para Asturia et Gallaecia; y la responsabilidad de los magistrados municipales frente a los impuestos con sus propios bienes.

157

Se siguieron explotando las minas del Noroeste. El reclutamiento de hispanos parece que descendió masivamente. Ya que en el 193 abolió el priorativo reclutamiento de soldados que se hacía en Hispania e Italia.

46.2. CARACALLA (212-217 d. C.)

De Caracalla hay dos aspectos que definen su espíritu universal. El primero, el "Itinerario Antoniano" o descripción de las vías de comunicación de todo el Imperio con los nombres y distancias entre cada ciudad y el total de cada vía. El segundo, el Edicto de año 212 que concedía la ciudadanía romana a todos los súbditos del Imperio. En Hispania quizá no tuvo mucho impacto, ya que todos eran cives latini desde Vespasia-no y muchos habían accedido a cives romani mediante el desempeño de cargos muni-cipales.

En el año 214, seguramente, se produjo una nueva reorganización de las provin-cias de Hispania. Se crea una nueva Hispania Citerior Antoniniana. Para A. D´Ors es-taría formada por la Gallaecia et Asturia, el territorio de la Legio VII Germania (única unidad legionaria de guarnición de la Península) y el Conventus Cluniensis.

Para ciertos autores esta división debió ser efímera, pues apenas debió sobrevi-vir a Caracalla. Para otros fue duradera, pues este fenómeno se produce en otras zo-nas del Imperio, y hay una inscripción mutilada del siglo IV d. C. a la que hace referen-cia.

El gobierno de Caracalla prestó gran atención al fomento y cuidado de la red via-ria. En Hispania, se centró en las vías del Noroeste, donde estaban las minas. Ésta política estaba en relación con el saneamiento monetario que llevó a cabo, tras las de-valuaciones de S. Severo; ya que necesitaba un elevado rendimiento de estas minas de metales nobles.

Durante este reinado se produce el auge de las villae en la Tarraconense y Lusi-tania, aunque ya habían comenzado a mediados del siglo II d. C. Gran parte de la po-blación urbana se había retirado a estas villas, agobiada por la pesada carga de la ma-gistraturas municipales. Estos terratenientes se transformaron en la cabeza de un capi-talismo explotador, cuya base fue el colonato de hombres libres.

En el reinado de Caracalla se constata la abundancia de comerciantes sirios, judíos y fenicios. Con el control del comercio por Oriente y la descapitalización de Oc-cidente se iniciará el descenso económico hispano de fines del s. III.

46.3. MACRINO, HELIOGÁBALO Y ALEJANDRO SEVERO (217-235 d. C.)

Durante el reinado de estos tres emperadores en Hispania habían arraigado gentes judías y sirias dedicadas preferentemente al comercio o al ejercicio de profesio-nes liberales.

La preocupación por el estado de la red viaria del Noroeste continua. Macrino convirtió a Baal de Emesa en el dios supremo del panteón romano. Heliogábalo impuso el culto sirio.

Alejando Severo (223-235 d. C.) llegó al poder siendo muy joven, por lo que su madre se encargó de los asuntos del Estado. Los militares intentarán oponerse a la instauración de un régimen civil. Con Alejandro continuará la preocupación por las obras públicas, en especial la red viaria. Durante este reinado continuó la afluencia de

158

cultos orientales.

47. LA ANARQUÍA MILITAR Y LOS EMPERADORES ILIRIOS. (235 -284 d. C.)

La crisis del siglo III, que se va perfilando a través de una serie de acontecimien-tos políticos y sociales, va a afectar profundamente al Imperio romano en el campo político, social y económico; y con menor intensidad en Hispania.

En este tema se van a tratar los aspectos políticos, cuyo desarrollo es la base y fundamento principal de la crisis del Imperio. Tres momentos definen la inestabilidad política:

* La llamada Anarquía Militar (235-268) * La ruptura del límes del Rin por los bárbaros con la invasión de la Galia e Hispania. * El restablecimiento de la autoridad de Roma en las fronteras bajo los "Emperadores

Ilirios" (268-284 d. C.)

Hispania no sufrirá la inestabilidad política por dos circunstancias: El alejamiento de las fronteras conflictivas y del centro de las luchas civiles. En lo económico superara la crisis gracias a su excelente producción agrícola y minera. La holgada situación económica del siglo II permitió afrontar la crisis del siglo III, que repercute con más fuerza en el resto del Imperio que en la Península. De todas formas se aprecia, como en el resto del Imperio, una evolución del capitalismo esclavista hacia un latifundismo que se apoya en el colonato y el arrendatario libre, ante el crecimiento de la presión fiscal, la escasez y devaluación de la moneda, la progresiva desaparición de las clases medias y artesanas en la ciudad, el abandono de la ciudad, la propensión de los pode-rosos a la tesaurización y acaparación de las monedas y objetos de metales preciosos etc. Todo ello dificulta, cada vez más, las funciones administrativas del Estado y debilita el prestigio imperial y el número y poder de sus ejércitos fronterizos.

Aspecto importante es que los emperadores tiene breve reinado y casi todos du-rante este siglo desaparecen de forma violenta. Otros síntoma de la crisis política se detecta en el abandono de los deberes cívicos: rehusión de los pagos al fisco, avance de las religiones transcendentes, como el cristianismo y cultos orientales, el servicio en las legiones se hace cada vez más profesional (mercenarios, bárbaros, etc.). Avance de captación de poderes por parte de los señores de las villae frente al Estado; a los cuáles les compete la defensa de las vidas y el ejercicio de la justicia sobre los colonos y los trabajadores libres de sus tierras.

47.1. LA ANARQUÍA MILITAR

A partir del 235 el ejército se convierte en el instrumento desestabilizador en los nombramientos y deposiciones de los emperadores. Se suceden, hasta el 268 siete emperadores de breves años de reinado y que, salvo Valeriano que cae prisionero de los persas, perecen todos de muerte violenta.

En Hispania prosigue la política iniciada por Alejandro Severo sobre la red viaria. Durante esta época se constatan los primeros mártires cristianos. La carta sinodal constata la existencia de comunidades cristianas en las provincias de León-Astorga, Mérida, Zaragoza, Cartago Nova, Tarragona, Valencia. Es lógico que los puertos medi-terráneos y las sedes de las tropas fuesen los más cristianizados, como resultado del contacto militar y comercial con África en donde se encuentra la cuna de nuestro cris-tianismo.

159

Hacia el 252 todas las provincias del Imperio sufrieron la peste, que duro quince años, y que causo grandes estragos entre la población. Lo más seguro, es que en His-pania llegase bastante atenuada, sobre todo al interior, pues la peste venía de Oriente y penetraba en el mundo romano a través de los puertos mediterráneos.

Al final de este período se producen incursiones en las fronteras del Rin y del Danubio, y con ellas las usurpaciones. El emperador Galieno había confiado la defensa del limes renano a Póstuco. Éste fue aclamado emperador en 259 por las tropas acuar-teladas en la Galia. La rebelión se extendió por Britania, la Galia e Hispania. Se crea el Imperium Galliarum. La Galia se convirtió en la cabeza de un Estado independiente, que duró diez años (258-268), cuya capital fue Augusta Trevirorum (Treveris). Postu-mo, en su capital, organizó el nuevo Estado: creó un Senado galo, instituyó cargos civi-les y militares, y asumió los títulos habituales de los emperadores romanos. Su ejército estaba formado básicamente por galos pero también contaba con francos y alamanos. Toda Hispania reconoció a Póstumo.

47.2. IRRUPCIÓN BÁRBARA EN EL 260 d. C.

Las fuentes literarias hablan de una invasión bárbara (francos) en el 258 que pe-netró en la Galia, continuó por Hispania y llegó a Mauritania. Pero esta afirmación es hoy insostenible en lo que respecta a Hispania. La hipótesis más aceptada, fecha en el 260, a la muerte de Póstumo, la penetración bárbara en la Tarraconense oriental para cometer actos esporádicos de rapiña que no tuvieron porque afectar a otras regiones de Hispania. Lo que si es cierto es que no hubo invasiones sistemáticas, aunque tam-bién hay que mencionar que al finalizar el siglo III se produjeron destrucciones y oculta-ciones de tesoros ante posibles amenazas, los que no justifica invasiones sistemáticas y temporales, si no más bien es producto de actos de piratería y de asaltos circunstan-ciales.

Por otra parte, la penetración que en la Península Ibérica pudieron alcanzar las bandas de pueblos bárbaros resulta difícil de precisar mientras no tengamos datos y estudios más precisos sobre murallas, ocultación de tesorillos, etc. Lo que se ha podido estudiar parece indicar que las correrías no pasaron apenas del Ebro y que se limitaron a una estrecha franja de la costa catalana.

En conclusión, ni las reconstrucciones de las murallas, ni la ocultación de tesori-llos, ni la decadencia de muchos núcleos de población importantes son una prueba evi-dente del paso de unos invasores. Lo que sí es evidente es la devastación de las cos-tas catalanas hasta el Ebro y que alcanzó a Tarragona en fecha no inferior al 259.

47.3. LOS EMPERADORES ILIRIOS (268-284 d. C.)

Los emperadores ilirios reciben este nombre por proceder de las tierras del sur del Danubio. Tres circunstancias marcan su gobierno:

* Aparición frecuente de usurpadores. * La brevedad de su gobierno. * La tenaz lucha que sostuvieron en las fronteras para contener a los bárbaros, y que

fue culminada felizmente con Diocleciano.

160

De esta última circunstancia se deduce que la obra de los emperadores ilirios en Hispania fuese más bien escasa y poco notoria.

Claudio (268-270) ejerció sus poderes en la zona más septentrional de la Galia, próxima al Rin. En la parte meridional, otro general de Galineo, Victorino, fue reconoci-do por su ejército aunque no pudo ejercer el control de Hispania y la Narbonese que se pasaron a Claudio. Este emperador es recordado en algunas inscripciones en Hispania.

Aureliano (270-275) quiso reforzar su autoridad imperial haciéndose titular Do-minus et Deus. Algunas inscripciones aparecen en la zona noroeste. Su explicación puede ser la promoción de los puertos del litoral del norte para favorecer las relaciones comerciales de estas regiones con Britania y la Galia atlántica.

Tácito (275-276) siguió la línea política de Galieno y Aureliano. Intentó restaurar el poder civil. De este Emperador se conservan cinco miliarios en la zona meridional de Lusitania que ponen de manifiesto su interés por la red viaria de esta región.

Asesinado Tácito, parte del ejército aclamó emperador a su hermano Annio Flo-riano, reconocido en Italia por el Senado. Parece que mantuvo su poder, por algún tiempo en Hispania y las Galias. Pero será Probo (276-282) quien obtenga el título de Emperador. Probo permitió a las provincias cultivar libremente el viñedo, aboliendo el edicto de Domiciano; aunque no se sabe como afectó a Hispania. Puede ser que con esta medida intentase atraerse a las provincias en su lucha por el poder, pues tuvo que hacer frente a varios usurpadores.

Caro (282-283) nombró "Césares" a sus hijos Carino y Numeriano y les hizo más tarde "Augustos". No sabemos si estos emperadores tuvieron una gran preocupación por el buen estado de la red viaria peninsular, aunque de ellos se conservan algunos miliarios en las vías de Bracara-Asturica, Lusitania, etc.

En el año 284 empieza el gobierno de Diocleciano. Él dará solución a la mayor parte de los graves problemas que tenía planteado el Imperio: fronteras, crisis de auto-ridad y depresión económica. Restaura el valor de la moneda y la recaudación de tribu-tos e intenta dar cohesión religiosa, tratando en vano de acabar con la influencia cris-tiana y de unir a los pueblos en torno a la tradicional religiosidad pagana.

Su obra dará al Imperio fuerzas para prolongar su existencia gloriosa otro siglo; aunque no conseguirá detener el proceso de desintegración del mundo tradicional clásico romano que se orienta hacia una nueva estructura social, económica y adminis-trativa.

161

TEMA 15. LA ADMINISTRACIÓN EN EL ALTO IMPERIO.

48. PROVINCIAS, DIÓCESIS Y CONVENTOS JURÍDICOS

48.1. LAS PROVINCIAS

Las dos provincias hispanas nacidas el año 197 a.C., la Citerior (Tarraconense) y la Ulterior (la Bética), fueron aumentando en extensión al ritmo de la conquista.

Entre el 197 y 19 a.C. en que Augusto sometió la totalidad de Hispania incorpo-rando la franja cantábrica, cada una de las provincias fue delimitándose sobre una línea imaginaria que iba desde el sur de Carthago Nova a Cástulo y Almadén para llegar al Duero a la altura de Zamora. La Citerior incluía a los celtíberos y a toda la Meseta y la Ulterior a los lusitanos. Estos límites respondían más a necesidades de estrategia, pro-curando no fraccionar a los populi o gentilidades (vascones, oretanos.) y aceptar a los poblados más significativos de cada populi como unidades básicas de administración romana.

Entre el 27 y el 14 a.C. Augusto reorganiza el Imperio y divide las provincias en senatoriales e imperiales. Todas aquellas de más reciente conquista y no terminadas de pacificar quedaron bajo la administración del Emperador y ocupadas por tropas le-gionarias; las pacificadas no precisaban la presencia de las legiones y eran administra-das directamente por el Senado.

Esta diferencia entre provincias imperiales y senatoriales tubo consecuencias de orden político-administrativo. El senado elegía anualmente al gobernador con el título de procónsul. Este gobernador senatorial tenía todos los poderes civiles: justicia y or-den, y cobraban un impuesto para la caja imperial el erario senatorial (aerarium).

En las provincias imperiales el Emperador elegía al gobernador, legati Augusti, para permanecer en su cargo sin límite, y a un pretor para las finanzas de la caja impe-rial, el fisco (fiscus). Los gobernadores además de los poderes civiles tenían los milita-res, y eran ayudados por otros administrativos con poderes limitados a una parte del territorio provincial, como :

* Los legati iuridici (administraban justicia) * Los procuratores (administraban las finanzas). * Los legati legionis al frente del ejército provincial.

La posición privilegiada del Emperador permitió a éste intervenir también en los asuntos de las provincias senatoriales de varios modos:

Aceptando las quejas de los habitantes ante los abusos de los gobernadores.

Presionando en el senado para que la elección del gobernador recayera en uno de sus partidarios.

Haciendo intervenir a las legiones ante cualquier peligro (pues al no poseer le-giones no podían hacer frente al peligro).

Augusto aplicó a Hispania nuevos criterios de reestructuración de las provincias. Las dos antiguas provincias, la Ulterior y la Citerior, pasaron a convertirse en tres. (Re-parto entre el 27 y 16 a.C.)

162

La Ulterior se divide en dos: la Bética, hasta el río Guadiana y, la Lusitania, el re-sto de la Ulterior más los territorios recientemente conquistados a galaicos y astures.

La Citerior se amplia con la incorporación del territorio conquistado a los cánta-bros (25 y 24 a.C.)

La Lusitania y la Tarraconense serán imperiales, puesto que allí mantienen 7 le-giones en el período de la conquista y tres después de la pacificación.

Pero entre los años 16-13 a.C. por el segundo viaje a Hispania de Augusto se reestructura de nuevo las provincias.

La Bética perdió los distritos mineros de Cástulo (Linares, Jaén), Sisapo (Al-madén) y los ganó la provincia imperial Citerior con el pretexto de la existencia de ban-doleros. (De esta forma pierde poder y peso dicha provincia senatorial)

La Lusitania toma el Duero como frontera. Pierde los territorios galaicos y astu-res en favor también de la Citerior. Esta provincia se configura con las tierras portugue-sas entre el Duero y el Guadiana, y las provincias actuales de Cáceres y Salamanca.

La Citerior fue pues la provincia más extensa del Imperio y la más heterogénea. Contaba con grandes centros mineros y tres legiones.

Esta reestructuración marcó el poder de los gobernadores de la provincia Tarra-conense, por ello los gobernadores las vigilarán con celo. (Tiberio mandó asesinar al gobernador porque temía una rebelión).

48.2. LAS DIÓCESIS

En base a un texto de Estrabón, algunos historiadores modernos han hablado de la existencia de "diócesis" como subdivisión de la provincia Citerior. Pero preferimos referirlos a distritos militares.

Estos preconizaron una administración por separado ya desde Augusto. Así ve-mos como Gallaeica et Asturia se perfila como una unidad específica por sus rasgos geográficos, económicos y étnicos. Potenciada su individualización por la gran exten-sión de la provincia Tarraconense y por la lejanía de este territorio y por la unidad mili-tar que albergaba.

Para Colmenero la Citerior estaba subdividida en 4 distritos, a saber:

* Gallaecia-Asturica. * El área cántabra. * El interior. * El área costera del Este.

48.3. CONVENTOS JURÍDICOS

Los conventos fueron unidades administrativas con fines prioritariamente jurídi-cos en los que se dividieron las provincias de Hispania. Con el fin de:

Delimitar la zona de recaudación y reclutamiento.

Centralizan los cultos al Emperador.

Facilitar en ciudades bien comunicadas el ejercicio de la justicia por un legatus, allí donde el gobernador de la provincia encuentra dificultades de desplazamiento.

163

Las reuniones que se celebraban con motivo de los actos de culto al Emperador convirtieron a las capitales conventuales en centros económicos donde se ejecutaban transacciones. Y en el lugar de reclamaciones ante el gobernador provincial y el propio Emperador.

Estos conventos empezaron a configurarse desde antiguo, cuando César en la Bética actuó como cuestor, administrando justicia en Córdoba.

En la Tarraconense se localizaron:

En el Noroeste (en el distrito de Gallaecia-Astúrica) tres conventos con capital en Bracara, Lucus y Asturica.

En la parte Occidental, tres conventos, con capital en Tarraco, Carthago Nova y Caesaraugusta.

En el interior la Cluniense.

En la Bética, los conventos de Gades, Astigi (Ecija), Corduba e Hispalis.

En la Lusitania, los conventos de Pax Julia (Beja Portugal), Scollabis (Santarem) y Emérita Augusta (Mérida).

Las capitales de provincia y de conventos jurídicos, elegidos por sus buenas comunicaciones crecían y se embellecían por su condición de sedes administrativas judiciales. Se concentrará también la actividad económica regional. Se construirán templos, edificios públicos y de culto imperial, etc.

49. LOS CONCILIA Y LA BUROCRACIA PROVINCIAL

49.1. LOS CONCILIA

Las capitales de conventos jurídicos, las de provincia y, más tarde, las de la dió-cesis cobraron especial interés como centros de culto al Emperador.

Hispania tomó la iniciativa del culto al Emperador. En esas reuniones inicialmen-te de carácter religioso se fue involucrando aspectos de la vida social, económica y administrativa: sufragaba actos de culto imperial, celebraban festejos, espectáculos, realizan transacciones comerciales, presentan problemas para que por medio del go-bernador accedan al Emperador.

Tras la creación del Diócesis Hispaniarum por Diocleciano, los concilios que reú-nen a los delegados de toda Hispania llegan a adquirir carácter de órgano público de gobierno peninsular. En ellos pudieron fijarse los tributos de cada provincia. A estas sesiones conciliares asistían los más altos magistrados provinciales. La falta de asis-tencia se gravaba con una multa.

El poder político de las asambleas provinciales o diocesanas creció en los siglos IV y V, y continuó bajo el poder visigodo. Fueron elementos unificadores nacionales y reforzaron la conciencia de comunidad ciudadana, de convento, provincia y diócesis.

Cobran en ellos prestigio los sacerdotes y flamines, elegidos entre hombres ri-cos. El flaminado sirvió a muchos hispanos para el inicio del cursus honorum. Servían de portavoces de los problemas y gestiones de sus pueblos de origen para plantearlos o resolverlos en esas asambleas con motivo de los actos de culto que anualmente les reunía. Allí también acudían magistrados delegados del Emperador, que les interesaba reforzar ese culto, que vinculaba a los súbditos con el Emperador.

164

49.2. LA BUROCRACIA PROVINCIAL

Durante la república la administración de las provincias, careció de una burocra-cia preparada y por ello era nula la rendición de cuentas, y los altos cargos explotaban los territorios ocupados.

A partir de la reorganización imperial de Augusto, la administración de las pro-vincias cambió. Cesa la depredación y así se recupera económicamente el Imperio. Para ello el emperador Augusto estructuró los instrumentos de control. Creó órganos de administración provincial mediante una burocracia jerarquizada y responsable ante el Emperador:

* Gobernador general con el título de procónsul. * Pretor para las finanzas en las provincias senatoriales. * Un legatus augusti propaetore, como gobernador general en las provincias imperia-

les. * Legati, procuratores y praefecti como auxiliares.

(En la Tarraconense y Lusitania dos gobernadores debían tener experiencia mili-tar. Aunque las tropas estacionadas desde Augusto no intervinieron en acciones milita-res, pues apenas se alteró la paz. Más bien participaron en la construcción de puentes, etc.)

Así según, Estrabón, dos legiones vigilan el noroeste bajo el mando de un lega-tus. Otra legión se sitúa frente a los cántabros bajo el mando de otro legatus. Y otro legatus sin tropas está en la Tarraconense orienta, en las regiones ya pacificadas y romanizadas. Todos ellos están supeditados al gobernador. Para otras misiones finan-cieras cuenta con el procurator que tenía que realizan periódicamente censos, sobre los cuales el gobernador repartía los tributos. Excepcionalmente se podía nombrar un censor.

La magnitud de la provincia Tarraconense hace que desde el 138 d. C. haya un legatus iuridicus especialmente para Asturia et Gallaecia. Para las explotaciones mine-ras hispanas un praefecti metallorum para vigilar el orden de los esclavos y realizar la administración. También por el importante comercio con Roma se nombró un praefec-tus maritimae Tarracone que vigila los mares entre la costa levantina y Baleares.

Estos y otros funcionarios son profesionales con alto poder ejecutivo. Fueron por ello odiados por los magistrados republicanos cuyas competencias controlaron y limita-ron en beneficio del centralismo imperial. Además porque los altos cargos lo constituían esclavos, libertos y hombres del orden ecuestre.

Bajo Claudio esta amplia burocracia se estructura jerárquicamente. Para aseso-rar o ejecutar las disposiciones imperiales esta el Consilium Principis: amigo del Empe-rador, pariente, etc. jurista o profesional conocedor de la provincia a cuya administra-ción se integra.

Y durante el Bajo Imperio continuará aumentando esta burocracia, con las re-formas de Diocleciano y Constantino.

50. COLONIAS, MUNICIPIOS, POPULUS Y CIVITAS

Al igual que en la República, durante el Imperio van a coexistir en la Península ciudades de organización romana e indígenas. Pero desde Augusto el proceso de

165

transformación en ciudades romanizadas va a ser rápido.

50.1. COLONIAS Y MUNICIPIOS

Se conocen 34 colonias hispanas, 22 son de César y Augusto. Después dejaron de fundarse porque se prefirieron las tierras del Rin y Danubio. Además porque el ser-vicio militar de 20-30 años hacía que los soldados se enraizaran donde servían: en el limes. Por otro lado en el Duero, Noroeste y franja Cantábrica no se romanizó tanto como el Sur y Levante. Así desde la muerte de Augusto (14 d.C.) y el 74 (d.C.) cuando Vespasiano otorga el título de latinidad a toda Hispania pocas ciudades acceden al títu-lo de colonia.

A este número de colonias con ciudadanos romanos o itálicos hay que añadir los municipios o ciudades indígenas, 86 según Plinio, que tenían estatuto de privilegio en tiempo de Augusto.

50.2. DEL "POPULUS" A LA "CIVITAS"

Plinio nos refiere que, además de las ciudades, existen 114 populi en la Tarra-conense, 45 en Lusitania.

Plinio confunde a veces populus = civitas. Pero populus, carece de núcleo impor-tante de población.

Unidades fraccionadas de la vitas o populus (según la epigrafía) fueron la gentili-tates, cognationes y castellae.

En el Noroeste se va desintegrando la estructura social gentilicia y se afianza la romana en los populi. Lo vemos en los datos de las Tesseras de Hospitalidad, donde se da una libre adscripción de los individuos de una gentilidad a una ciudad y se ve que son libres de su persona y de sus bienes. Esta libertad no era posible en la estructura social gentilicia.

La antroponimia del Noroeste y Lusitania pervive como alusión toponímica, anti-gua gentilidad en que vivían "Valerio filius Celtigum" ya no delata una supeditación de la persona a sus gentilitas porque ya no está vigente la organización social indígena.

50.3. MUNICIPALIZACIÓN DEL NORTE, ENTRE AUGUSTO Y VESPASI ANO

Fueron muchos los núcleos indígenas del N. asentados en ciudades de nueva creación. Augusto mandó destruir sus poblados de la montaña y trasladarse al llano. Afianzó la paz otorgando la ciudadanía a algunos indígenas. Las ciudades donde se asentaron estos indígenas premiados llevan el nombre Iulia, como Segisama Iulia.

La promoción municipal de estos centros de población indígena, junto con la creación por Augusto de los grandes centros administrativos en Bracara Augusta, Lu-cus Augustus, Asturica Augusta, son claro ejemplo de que de Augusto a Vespasiano hubo clara intención en Roma de rematar en el Noroeste la política romanizadora ya avanzada en el resto de la Península.

Para apoyar el impulso de creación de centros urbanos donde realizar tareas fis-cales, judiciales, de reclutamiento, etc. donde no había ciudad, Roma tomó el populus como unidad administrativa, en el de mayor población o mejor comunicado. Con el tiempo y con la aparición del artesanado, comercio, etc., este centro se erige en una ciudad representativa del populus o de la gentilidad, como Vadinia.

166

En este procese de urbanización la epigrafía acredita en el Noroeste dos tipos de poblado: castellum y forum; son poblados en transición a civitates, aunque no logran pasar de simples aldeas.

El forum es originariamente un mercado situado en el centro de comunicaciones. Castellum acompaña a topónimos indígenas significando un vicus fortificado. Se aplicó a antiguos castros: Castellum tyde.

De todos los anteriores grupos de población vemos claros ejemplos de la evolu-ción urbana apoyada por Roma. Así muchos centros urbanos ostentan antes de los Flavios la municipalidad, o un tipo de organización romana que el Edicto de Latinidad de Vespasiano vendría a reconocer y ampliar. De estas ciudades saldrían astures, vet-tones. para integrar en las unidades auxiliares, alae y cohortes, para defender las fron-teras de Roma.

50.4. EL EDICTO DE LATINIDAD DE VESPASIANO

Con Vespasiano Hispania avanza hacia la total romanización. El decreto de lati-nidad en el 70 d.C., es el punto de arranque. (Momento en que es proclamado empera-dor y ha de luchar para librarse de los otros aspirantes). porque el peso de Hispania le importaba para solucionar los problemas.

Además Vespasiano pensó que los hombres de Hispania, promovidos a la ciu-dadanía, procurarían a Roma nueva savia para los ejércitos y para los mandos políti-cos. (Momento de agotamiento por las guerras civiles del 69-69).

Un censo de ciudades, bienes y personas del (73-74) permitirá el incremento de la tributación y de la incorporación a las unidades auxiliares y legiones.

Vespasiano promocionará a los hispanos para la administración, el mando de los ejércitos y cargos senatoriales. (Algunos fueron tres veces cónsules. Sura competiría con Trajano por el Imperio).

La ciudadanía que obtuvieron los hispanos a través de los Flavios fue tan nume-rosa que en las inscripciones hispanas un 10% de la onomástica, especialmente en el Noroeste, lleva el nombre de Flavius, pese a que esta dinastía duró del 69-96 d.C., en comparación con los siete siglos de dominio de Roma

A partir de Vespasiano todos los hispanos libres pasaron de su situación de pe-regrini a gozar de "ius latium minus" (ciudadanía latina). El ejercicio de cargos munici-pales, permitiría el acceso a los plenos derechos romanos. De tal modo que cuando se produzca el Edicto de Caracalla otorgando la plena ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio a Hispania no le afectará.

Así se implanta la organización municipal romana de modo generalizado. Y si se mantiene la alusión a la gentilidad no es como pervivencia de la organización indígena, sino como valor de identificación local.

Unas 350 ciudades obtuvieron el estatuto de municipalidad bajo los Flavios. Así la vieja organización de las ciudades indígenas desapareció para generalizarse la or-ganización romana.

La promoción de Hispania por los Flavios se hizo en todos los órdenes: político, militar y económico.

167

51. LAS LEYES MUNICIPALES DE LOS FLAVIOS

Los Flavios completaron la labor administrativa otorgando una serie de leyes municipales, que aparte de regular la vida del municipio conforme a las instituciones romanas, constituye una especie de privilegio y reconocimiento a sus méritos.

El más antiguo de estos documentos es la ley de Urso (ciudad). En él se alude a las disposiciones que afectan a los órganos de gobierno: oficiales, subalternos, magis-trados. Sueldo de 300 a 800 sestercios, calendario de fiestas, sobre la hacienda muni-cipal que procede del arriendo de sus tierras y multas; sobre el edil, responsable de que se cumplan las disposiciones, con multas a los infractores, etc.

La Lex Salpensana (Utrera), completa aspectos que no aparecen en la de Urso. Así trata del acceso a la ciudadanía a aquellos que ejercieron alguna magistratura.

La Lex Malacitana (Málaga). Aparece en ella otra novedad. La regulación de las elecciones municipales.

52. DECADENCIA DE LA VIDA MUNICIPAL EN EL SIGLO III d. C.

Al desarrollo que la vida municipal adquiere en Hispania en los siglos I y II d. C., van a seguir unos siglos de crisis política, económica y social; especialmente intensa a mediados del siglo III d. C., y que va a llevar a la decadencia de la estructura adminis-trativa del Imperio. Las ciudades se vieron particularmente afectadas, algunas llegan a extremos de despoblación y abandono.

El concepto de cives se restringe a los cada vez más reducidos habitantes del la ciudad. Ellos terminaran por integrarse como partícipes únicos de la curia (curiales). Mientras, los terratenientes, cada vez más enriquecidos, se retiran a sus propiedades (sus villae) para sustraerse a las cargas económicas que el fisco centralizó en la ciu-dad. Esta aristocracia lleva vida autárquica, arrebatando a la ciudad competencias tri-butarias, judiciales y de defensa, arrastrando al campo a muchos trabajadores.

En la ciudad sólo unos poco hacen frente a los gastos municipales y a los tribu-tos que Roma impone; y a los que se añadían últimamente las costosas construcciones de murallas por el bandidaje interior o la piratería costera.

La urbs perdió, además de su autonomía, la libertad ciudadana a partir del siglo III, pues, en lugar de la libre elección de curiales y magistrados por ciudadanos, la cu-ria, integrada por exmagistrados municipales, designaba a los nuevos magistrados. Se escogían a los ricos para que pagaran los gastos edilicios y suntuarios. Estos cargos no se hacían pues deseables porque los arruinaba. Ello fue causa de su decadencia.

Parece ser que fue Caracalla el introductor de la reforma (lo arriba dicho), al mismo tiempo que extendía la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio. Fue en-tonces cuando los ricos terratenientes empezaron a rehuir los cargos, reiterándose a sus villae.

Por otra parte, los possessores al tiempo que huyen del control estatal de la ciu-dad se hacen fuertes en su propiedad, donde explotan sus haciendas y eluden impues-tos. Fortifican sus villae y arman milicias entre sus servidores. Allí ricos y pobres asegu-ran su subsistencia y la defensa personal mejor que en la ciudad, donde existe toda clase de opresiones fiscales, la dejación en la justicia, y la inseguridad ciudadana llega a sus límites. Porque las magistraturas se hicieron hereditarias y se produjeron muchos abusos porque se olvidó la ley. Provocando un caos en los siglos IV y V d. C.

168

Las villae se organizaron con autarquía económica y administrativa, pues los lati-fundios debieron contar con todos los servicios: albañiles, herreros, etc.

El Estado terminó por exigir a los magistrados de la ciudad los impuestos globa-les, incluso haciéndoles depositar como fianza por anticipado a su nombramiento; y las cargas del municipio y los impuestos, que no siempre conseguían recobrar de los ciu-dadanos, pues los latifundios se resistían a estos pagos.

Así tuvo que crecer la intervención de los gobernadores provinciales sobre las ciudades, así lo acusan las leyes de esa época y las reformas de Diocleciano. Apare-cieron los curatores y luego el defensor civitatis, cuya misión es defender a los habitan-tes de las civitas y a los campesinos de los abusos de los curiales y señores de las vi-llae.

Las ciudades pasaron a ser gobernadas por índices y por comités civitates, según el Codex Theodosianus. Eran oficiales de la corte imperial que tomaban el man-do de las ciudades por razones de precariedad de su defensa. Ellos acapararon todos los poderes de la curia y de los magistrados civiles. El estado de peligro permanente o asedio aconsejó esta sustitución. (Los godos prefirieron heredar este tipo de organiza-ción del municipio romano y lo establecieron en ciudades incluso sin necesidad de de-fensa).

Los comités e iudices no gobernaron conjuntamente la urbs y su jurisdicción te-rritorial: es decir, la capital del antiguo municipium y su territorio. Pues, mientras en los comienzos del Imperio estaban ambos, campo y ciudad, poblados por habitantes con los mismos derechos de cives y bajo los mismos magistrados, ahora hay más bien ad-ministración separada.

52.1. COLONOS Y CURIALES EN LA NUEVA ESTRUCTURA ADMINISTR ATI-VA MUNICIPAL

La presión fiscal y la inseguridad ciudadana hizo que pequeños terratenientes renunciaran a sus tierras y se constituyeran en colonos.

Es difícil saber la situación jurídica del colono y ver si ya desde el Bajo Imperio se encuentra en una situación medieval de "siervo de la gleba".

La categoría de cives quedará sólo en los hombres libres que se mantienen en la ciudad, los que integran la curia.

Los colonos pierden esa condición de curiales y sus situación se aproxima a la condición de siervos a las órdenes de los grandes possessores. Pero muchos curiales prefirieron el colonato, ante la tiranía de los gobernadores provinciales, y porque el possessor al menos cubría sus necesidades de alimento y defensa que no siempre los garantizaba la ciudad.

A fines del siglo IV todos los bienes de familiares de miembros de la curia serían garantía de las obligadas donaciones al municipio. Esto hizo que se despoblaran las curias y que a principios del siglo V no hubiera magistrados curiales en ninguna ciudad prácticamente. Les reemplazaron en la administración los curatores civitatum.

52.2. LAS FUNCIONES DEL "CURATOR" Y DEL "DEFENSOR CIVITAT IS"

Desde finales del siglo III y durante el siglo IV, los duunviros, ediles y decuriones ya no existían, o carecían de autoridad ante los nuevos cargos como los iudices, cura-tor civitatis, defensor civitatis.

169

El cargo de curator apareció en el siglo I con la misión de inspeccionar tempo-ralmente la recaudación de tributos del municipio. Entonces era delegado imperial de-signado por el gobernador provincial de entre los decuriones municipales. Con el tiem-po el curator adquiere carácter permanente y creció la importancia de su cargo. A través del control de la administración municipal se convierten en los verdaderos recto-res de la ciudad por encima de los magistrados; esto se constata en Hispania desde Diocleciano y Constantino; el curator civitatis confecciona el registro de propiedad y establece la relación de contribuyentes ciudadanos.

Al final del Bajo Imperio las necesidades militares primaron. Así los defensores civitatum reemplazaron a los curatores y también a los antiguos patronos senatoriales que buscaba cada ciudad para que protegieran sus derechos ante Roma y los gober-nadores provinciales.

Con la desaparición de los curatores, los rectores provinciales actuaban pues al margen de la curia y lo hacían sólo por medio del defensor civitatis.

También el cargo de defensor civitatis tenía sus antecedentes en el Imperio, con Valentiano. Los nombraba el prefecto del pretorio y debían proteger a los humildes con-tra los abusos de la administración. El defensor civitatis fue aumentando sus funciones pudiendo intervenir contra los recaudadores de tributos y proceder en la tasación de bienes y tierras.

53. ORGANIZACIÓN MILITAR

Con la pacificación de Hispania tras la conquista de Cantabria (19 a. C.) queda-ron en la península tres legiones y algunas unidades auxiliares: la legio IV en Santan-der, y la VI y X en tierras astures. Vigilaban las explotaciones auríferas astures, donde se concentraban un importante comercio y un gran contingente de mano de obra. Pa-rece que se asentaron en torno a la calzada que va de Astorga a Bracara, por donde debía discurrir la exportación minera y la importación de abastecimiento.

Pronto se reducirán estas tropas: en el 39 d.C. sale la legio IV y en el 63 d. C. la X. Quedan pues, tan solo la VI y algunas unidades auxiliares.

Luego durante el turbulento año 69 d. C. se refuerza la X con otras dos la VII y la I. Cuando fue derrotado Vitelio las tres legiones hispanas apoyaron la candidatura de Vespasiano y este se afianzó como Emperador. En este momento salieron las legiones a defender las fronteras del Rin. Y desde el 74 volvería a estar defendida Hispania por una sola legión, la VII, formada por reclutas hispanos y ubicada en León, a cuya ciudad campamental deberá su nombre. Siendo ayudada en sus tareas por el ala II Flavia His-panorum y las cohortes en Celtiberia, Galia y Lucentium.

Tarea de estas tropas sería colaborar en obres de ingeniería; como construcción de vías, puentes, acueductos, explotación de minas. También loas vemos reprimiendo el bandolerismo y algún movimiento popular.

Desde Augusto existen pequeñas flotas marítimas que aseguran el mar contra los piratas, mandadas por un praefectus orae maritimae, con centro en Tarraco.

A partir de Diocleciano el ejército acusa fuertes innovaciones en su organización. Su obra es completada por Constantino y comprende dos aspectos:

Separación de los mandos civiles de los militares.

Estructuración del ejército en dos grupos: tropas fronterizas o limitanei, y comita-tensis o cuerpo de reserva móviles que desde el interior se desplazaban a los lugares

170

conflictivos.

El fronterizo es mandado por duces o comités. El de reserva acompaña al Empe-rador, quien los dirige junto con un recién creado officium de los magistri militum. Am-bos cuerpos pueden dividirse en dos grupos, los magistri peditum (infantería) y los ma-gistri equitum (caballería).

La defensa de Hispania entre finales del s. IV y principios del s. V nos ha sido dada a conocer a través de la Notitia Dignitatum. Según esta existen tropas de reserva (11 auxilia palatina y 5 legiones comitatenses); pero son sólo unidades teóricas que no llegaron a crearse, ni hubieran podido ser financiadas por el erario imperial. En todo caso no llegaron a estacionarse en la Península, pues hubieran intervenido en las inva-siones, Y sólo son las tropas residentes en Hispania clasificadas como limitanei. Además no hay testimonio escrito ni arqueológico que hablen de las revueltas de cántabros y astures en el s. IV ni del limes hispano.

Sobre estas unidades tradicionales cuya combatividad resulta muy discutible, pues apenas ejercen funciones de orden, existían unidades menores en las ciudades para su defensa. A fines del Imperio, Honorio y sus parientes las utilizaron para defen-der las fronteras hispanas contra suevos, vándalos y alanos (409) en los Pirineos.

53.1. LAS UNIDADES AUXILIARES

Los hispanos participaron ampliamente en los ejércitos romanos que fueron con-quistando la Península. Durante el siglo I a. C. fueron cada vez más numerosos los hispanos alistados en los ejércitos regulares de Roma para luchar en Italia (guerra de los Aliados) o en otros lugares del Imperio.

Esta participación hispana se incrementa con Augusto, pues, creándose unida-des (de infantería, cohortes, ya caballería, alae) profesionales, de servicio permanente, e integradas por grupos étnicos uniformes. Y de Hispania extrae el mayor número de estas unidades; y saldrán casi exclusivamente de las regiones más tardíamente con-quistadas: Lusitania, región del Duero, Cantabria y Vasconia.

Creando así un medio de vida a los excedentes de población en regiones económicamente poco desarrolladas aún. Y un vehículo de romanización y de trans-formación de las estructuras sociales y económicas de cuadrante Noroeste. En razón a que muchos de los varios miles de alistados cada año volvían enriquecidos y latiniza-dos a sus lugares de origen y con gran prestigio entre sus paisanos.

Estos hispanos servían en todas las fronteras del Imperio: África, Britania, Rin, Danubio, Oriente, Egipto. Ellos llevaron también por doquier modos de ser típicos his-panos.

También sirvieron en las cohortes pretorianas de la corte imperial a partir de Au-gusto. Al principio del Imperio es evidente pues la primacía de Hispania como fuente de reclutamiento para la escogida guardia pretoriana. Así como en las unidades auxiliares: alae y cohortes. Sobre unas 80 unidades hispanas.

La leva para estas unidades se hace por distritos, conventos jurídicos o tribus como especifican las referencias epigráficas.

Parece que en un principio estas unidades debían servir en las regiones propias, pues se dice que hubo revueltas por haber sido trasladados a otro lugar.

Dado el escaso número de ciudades y gentes con estatuto jurídico romano, los reclutas eran de condición peregrini, para obtener la ciudadanía romana en el licencia-

171

miento, tras 25 años de servicio. Sólo después de Vespasiano se adscribirán con dere-cho latino o romano.

Se calcula según García Bellido un número de hispanos en servicio en activo permanente de 45.000 (en cohortes de 500 soldados). Tal cifra de reclutamiento parece correcta en proporción al número de habitantes. En Plinio es de 1.400.000 hab./limes. El número de alistados equivaldría a un 4% de militares. Ello supondría un recluta anual de 7000 hab. para cubrir las bajas, licenciamiento y nuevas creaciones de unida-des durante el I siglo del Imperio.

53.2. HISPANIA RESERVA MILITAR A PARTIR DE VESPASIANO

Uno de los objetivos de Vespasiano con su edicto de latinidad para Hispania fue facilitar el reclutamiento. Hispania podía ofrecer legionarios y suplir la ausencia de ita-lianos. El número de ciudadanos romanos debió superar el millón, pues, en Hispania.

Legalmente sólo podían servir a las legiones cives romani; por tanto sólo estas ciudades podían dar legionarios. Pero desde el siglo I, se exige menos esta condición y se les admite con el ius latii. Así, tras la concesión del ius latii a toda Hispania, el Noro-este proporciona legionarios de dentro o fuera de la Península y también para las co-hortes pretorianas. De esta forma el Noroeste desde la reforma de Vespasiano consti-tuye la reserva de hombres para el ejército.

Así con Vespasiano nacen numerosas unidades auxiliares, las cohortes. Muchas se cubrirán de gloria en el Rin, Mauritania, etc.

172

TEMA 16.- LA SOCIEDAD HISPANA ALTOIMPERIAL.

54. POBLACIÓN Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS

54.1. LA POBLACIÓN: ASPECTOS BÁSICOS DE SU EVOLUCIÓN

Por los textos literarios y las inscripciones conocemos pocos aspectos cuantitati-vos de la población hispana durante el Imperio y aún menos sus fluctuaciones por pes-tes y emigración. La Historia Augusta nos refiere la terrible peste que en tiempos de Marco Aurelio padeció el Imperio y también Hispania; pero sin que tengamos noticias del alcance real.

En el siglo I d.C. la Península estaba relativamente poblada. El promedio de vida debía oscilar entre los cuarenta y cincuenta años, y el crecimiento a lo largo de cuatro siglos de paz no siguió la línea de aumento natural por causas diversas: guerras, pes-tes, reclutamiento militar. Así, hubo un primer aumento fuerte de la población tras las Guerras Cántabras, la definitiva pacificación, la afluencia de comerciantes y administra-tivos de Roma al cuadrante Noroeste, la creación de nuevas industrias, ampliación de tierras de cultivo y centros comerciales. En tiempos de Trajano y Adriano, a comienzos del siglo II d.C., la población hispana pudo alcanzar muy bien de 8 a 10 millones de habitantes. Pero Hispania al final del Imperio no parece que sobrepasara los 5 millones.

El ritmo decreciente parece que se inicia desde mediados del siglo II de nuestra era, parece que hubo levas de soldados excesivamente fuertes desde Vespasiano, que salían de Hispania en un número aproximado de 7.000 jóvenes cada año, de los cuales volvían más bien poco al ser licenciados, pues se quedaban en la frontera donde se habían casado y tenían sus hijos, y donde los emperadores les procuraban tierras.

Luego se registran terribles pestes a finales del siglo II y a mediados del siglo III. La peste bajo Marco Aurelio (161-180 d.C.) asoló a todo el Imperio, aunque quizá me-nos a Hispania. Finalmente la crisis económica del siglo III con las pestes, las luchas contra los bárbaros en la frontera y la radical disminución de la producción por falta de mano obra esclava, parece que condujo también con gran rapidez a una merma acen-tuada de la natalidad y de la población., pues la vida urbana había crecido pero no así la prevención sanitaria contra el hacinamiento.

El desarrollo de las ciudades también puede darnos idea de la evolución de la población. Hubo ciudades desde Augusto que ensancharon su recinto y aumentaron su población. Seguramente Gades estuvo sobre los 100.000 habitantes, Carthago Nova y Clunia al rededor de los 50.000, Corduba, Emerita, Tarraco y Caesaraugusta, también sobrepasaron en algún momento los 40.000 habitantes. Asturica Augusta, y Bracara crecieron en importancia, mientras al final del Imperio Gades y Tarraco decayeron, se-guramente porque su comercio perdió la prioridad de que gozó en tiempos de la Re-pública y primeros siglos de nuestra Era.

Una serie de rasgos fundamentales definen a la población hispana altoimperial. Ante todo la libre circulación de bienes y de personas libres permitió movimientos de emigración y de contratación en los oficios, en la agricultura, minas, comercio o el ser-vicio militar. Por otra parte, se camina a la total urbanización de la población y a la des-aparición de las estructuras indígenas gentilicias.

Con la libre circulación de bienes y de personas, hubo también libertad para la creación de empresas o desarrollo de oficios que generaron en los siglos del Imperio romano un amplio cosmopolitismo. Las tierras hispanas, sus costas y vías de circula-

173

ción no fueron ajenas a este tráfico de mercancías y de gentes. Nuestro suelo, rico en explotaciones mineras de todo tipo, acogió a numerosos emigrantes semitas, judíos, africanos, griegos e italos. En estos movimientos de población vemos acudir a Hispania gentes de Oriente y de los países centroeuropeos, y a los veteranos licenciados del ejercito, que se asientan en Hispania.

Con todo, el elemento básico de la población siguió siendo eminentemente indí-gena y no desprendido de cierto costumbrismo local, pese a la indudable e intensa pe-netración de la romanización y sus modos de vida.

54.2. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS

Emigración hispana hacia las tierras del Imperio.

El crecimiento de las ciudades fue en buena parte vegetativo, en parte resultado de la emigración por el atractivo que ejercieron algunos núcleos urbanos al ser centros mineros, de comercio o administración.

Tres razones fundamentales determinaran los movimientos migratorios desde y hacia Hispania: servicio militar, actividades comerciales, busca de trabajo. Emigrantes fueron los senadores, que lo hicieron hacia Italia, llevándose sus capitales. También hombres de negocio, intelectuales y algunos aventureros buscando su suerte en Roma. Allí veremos prosperar a muchos intelectuales desde que los Balbos hicieron acto de presencia en la política; así vemos a los Columela, Séneca, Marcial y Trajano, todos ellos son hispanos que acaparan los más altos cargos senatoriales, como Trajano, pa-dre del Emperador. Bajo Trajano las campañas de Dacia registraran la presencia extra-ordinaria de hispanos, no solo en la serie de unidades auxiliares hispanas que allí lu-charon, sino también en los altos mandos militares, como Licinio Saura y el futuro em-perador Adriano.

También los comerciantes hispanos frecuentan la Galia, Roma, Germania y Áfri-ca.

Emigración Interna (examen)

La Meseta produce alto número de emigrantes: destacan dos núcleos de emi-gración: Clunia y Uxama, que tienen como destino otras ciudades, principalmente Ta-rraco y Emerita. La pobreza de la región de Clunia impulsaba a sus gentes a buscar mejor fortuna, ya que, además, parece registrarse cierto crecimiento demográfico, al ser las familias de dos o tres hijos como promedio.

Tarraco era destino natural de no pocos cargos locales que temporal o definiti-vamente emigraban a la capital de la provincia. La atracción de Emerita se explica por ser un gran centro agrícola, donde los latifundios, amplios y ricos, precisaban mano de obra. Otras ciudades como Legio VII y Asturica, como centro militar, mercantil y minero fue de gran importancia. También ciertos núcleos urbanos del Noroeste: Vicus, Cangas de Narcea y los centros mineros de Orense, Lugo y el norte de Portugal.

Así, pues, la emigración generalizada de gentes de la Meseta busca una mejora de sus vidas en los centros mineros, de pesca, comercio o agricultura. Era una emigra-ción de tipo familiar, y sin duda, se atraían unas a otras.

Emigrantes extranjeros (examen)

La afluencia de gentes hacia Hispania se redujo lógicamente a las capitales pro-vinciales, las mas pobladas y donde el comercio y la actividad económica con el resto del Imperio era importantes: Corduba, Tarraco, Asturica Augusta. Vinieron a Hispania

174

gentes de países del confín mediterráneo. Pero ya no se dan aquellas emigraciones masivas itálicas procedentes de los asentamientos o de la presencia de comerciantes, industriales y explotaciones agrícolas, que afluyeron durante la República. En conse-cuencia, el cuadrante Noroeste hispano apenas si recibió gentes itálicas, salvo algunos asentamientos en tiempo de Augusto para Asturica y quizá Lucus. Con todo, pervive alguna afluencia de romanos e itálicos hacia la Península, principalmente negociantes, durante el Imperio. Así García Bellido señala negotiatores en Bracara y libertos roma-nos en Asturica. Pero es sobre todo en el Norte donde se asientan los libertos, vetera-nos o gentes libres, como en Lucus y León; vienen como técnicos o administradores del Emperador a estas minas de las mas ricas del Imperio y, por tanto, siempre muy vigiladas y controladas por agentes directos del emperador.

De la Galia llegan emigrantes al confín actual vasco-cantábrico; la inscripciones detectan galos en Barcino, Tarraco, Ampurias y Sagunto, y que son posiblemente estos galos los que trasplantan a Tricio las técnicas alfareras de la terra sigilata sudgálica a comienzos del siglo I d.C.

La aportación de gentes germanas a Hispania procede especialmente de solda-dos veteranos aquí asentados. De África y Oriente llegan, sobre todo, comerciantes, muchos de ellos con la condición de libertos.

Son también algunos de estos emigrantes aceiteros, mineros o de salazón. So-bre todo se asentaban en la costa y en las capitales importantes.

55. ESTRATIFICACIÓN SOCIAL

Rasgo importante en el análisis de la estructura social hispanorromana durante el Imperio es la tendencia a incorporar a toda la población indígena hispana dentro de la condición ciudadana, cives romani. Van desapareciendo, pues, aquellos viejos gru-pos indígenas de peregrini libres y su clasificación en nobles, plebeyos y clientes. La masiva concesión de ciudadanía romana desde César y Augusto, completada por el Edicto de Latinidad a toda Hispania por Vespasiano cierra esta incorporación global de la población libre hispana a la ciudadanía romana, y por tanto sólo se puede hablar desde entonces de la estructura social romana, basada en la riqueza y en la pertenen-cia por ascendencia a un grupo familiar.

Las cuatro clases sociales ciudadanas hispanorromanas:

* Aristocracia senatorial (ordo senatorialis) de altos magistrados, los más ricos en tie-

rras y dinero. * Aristocracia ecuestre (ordo equester) o de adinerados, que detentan otros cargos

menores. * Aristocracia local (ordo decurionalis) o ricos que ocupan los cargos de la adminis-

tración local. * Plebe (plebs) de hombres libres y artesanos o pequeños poseedores de tierra.

Sin duda la clase dominante en la Hispania romana del Imperio no fue la senato-rial, pronto asentada en Roma en torno a la alta política, sino las gentes del orden ecuestre y orden decurional. Estos son los que ocuparon, con la riqueza en tierras y dinero los poderes e influencias locales.

175

55.1. LA ARISTOCRACIA SENATORIAL

El orden senatorial constituye la aristocracia romana por excelencia. su reducido número en todo el Imperio, y consiguientemente más reducido en cuanto al número de los originarios de Hispania, presta mayor realce a su privilegiada situación. quizá no sobrepasó de 200 el número de los que accedieron a este alto rango social. Esta no-bleza era luego heredada en la línea familiar. Son los más ricos en tierras y en dinero sobrepasando el límite mínimo del millón de sestercios.

La procedencia de los hispanos que llegaron al orden senatorial fue doble. Por una parte la nobleza aborigen hispana enriquecida, caso de los Balbos de Gades, los Séneca de Corduba y los Trajano de Italica. Pero la mayoría son emigrantes itálicos, también enriquecidos en Hispania tras varios siglos de estancia, caso de los Ulpios (Adriano). El comercio, la minería, el arrendamiento de tierras del ager publicus o de servicios de tributación permitió crear grandes fortunas y latifundios.

Durante los primeros siglos de la República la aristocracia hispana aborigen o de ascendencia itálica no sobrepasó el desempeñó de los cargos de la administración mu-nicipal y otros secundarios de la administración pública romana en Hispania. Pero des-de los tiempos de César y Augusto no pocos hispanos fueron promovidos al ejercicio de los más altos cargos públicos (consulado, pretura) que permitían el acceso al ordo senatorialis; y no faltaron tampoco los que entraron en este orden por expresa designa-ción de los dictadores o emperadores.

A partir de Augusto empezó la promoción de hispanos al consulado y a otros primerísimos cargos centrales; promoción que tendría sus altibajos, pero no cesaría hasta el final de Imperio.

Cuando esta aristocracia hispana del dinero alcanzó los honores senatoriales se vio obligada a invertir un tercio de su fortuna en la adquisición de tierras en Italia y es-tas familias terminaron afincadas, casi sin excepción, en Roma. Esto tuvo una inciden-cia realmente negativa en la Península, especialmente en la Bética y costa catalana y levantina, de donde salieron la mayoría de los senadores durante los siglos I y II d.C. Se descapitalizó fuertemente Hispania y se perdieron muchos de los benefactores que habitualmente sostenían con sus liberalidades las obras y gastos públicos. Algunos de estos senadores trasladados a Roma actuaron de patronos de las ciudades en las que habían nacido, hicieron grandes donaciones y costearon edificios públicos.

55.2. EL ORDEN ECUESTRE

Siguió en importancia a la minoritaria clase senatorial hispana el ordo equester. Son más ricos en dinero que en tierras; pero también, como la alta nobleza senatorial, procura añadir a la posesión de grandes sumas de dinero, que les proporcionan los negocios y la administración, grandes posesiones territoriales. Acaparan la administra-ción, donde les vemos dirigiendo las minas o posesiones imperiales en la condición de procuratores, censores. La clase ecuestre hispana con frecuencia pasa desde el flami-nado provincial del culto al Emperador o desde la carrera militar a la alta burocracia de la cancillería imperial de Roma, donde su influencia es decisiva.

Se diferencian del grupo senatorial hispano en que normalmente los del orden ecuestre conservaron sus bienes raíces en Hispania y mantuvieron en ella su residen-cia habitual y la de sus familiares.

176

En la ostentación de cargos decurionales prevalecieron desde el momento en que añadían a su estatuto jurídico superior grandes fortunas con la posibilidad de pa-trocinar beneficiosos servicios u obras en favor de la ciudad. El cursus honorum de mu-chos de estos nobles hispanos se ha podido reconstruir gracias a que dejaron gran número de inscripciones propias o erigidas en su honor y como expresión de agrade-cimiento a sus servicios y donativos.

55.3. OLIGARQUÍA MUNICIPAL U “ORDO DECURIONUM”

Especial importancia tuvo el relativamente también numerosos grupo de los que detentaron la administración de las ciudades. La mayoría de ellos, discretos terrate-nientes y holgados comerciantes, que como más directas apetencias de mando y hono-res ostentaron los cargos municipales: duunviros, ediles, cuestores. Se integraban des-pués de ejercer los cargos en el senado de la ciudad: ordo decurionum.

Salieron los cuadros de mando de una clase media, bien acomodada, integrada por gentes de mediana fortuna, pero entre los que n faltaron cargos militares licencia-dos, intelectuales y aun adinerados o terratenientes importantes. Renunciaron a cargos mayores reservados al orden ecuestre a los que podían aspirar y se contentaron con los honores inherentes a las magistraturas locales. Esta oligarquía también odia optar al sacerdocio y flaminado del culto al Emperador.

La promoción social y acceso a los cargos municipales se concentró durante el Imperio en ciertos grupos privilegiados procedentes, ya de la aristocracia indígena, ya de los emigrantes itálicos y con fortuna en cada ciudad, constituyendo una auténtica casta. El rango se entiende no solo como servicio a la comunidad, a través de donacio-nes para obras y actos públicos durante el ejercicio del cargo, sino también como indi-cio del rango social y económico. Con frecuencia las donaciones son previas a los honores y cargos municipales.

Sin embargo, acceden no sólo familiar tradicionales sino nuevas de comercian-tes y libertos con grandes fortunas. Así adquieren los ornamentos decurionales por sus liberalidades con la ciudad. El desempeño del sevirato Augustal (culto al Emperador) fue también vehículo de promoción social.

La crisis del siglo III, conllevó en gran parte la ruina del orden decurional ya que los más grandes propietarios huyeron al campo, a sus latifundios, y la administración central obligó a los mayores propietarios urbanos a detentar los cargos edilicios y a responsabilizarse con sus propios bienes de los tributos centrales y de los gastos loca-les. Sólo se salvó aquella parte de la aristocracia local que consiguió convertirse en latifundista y huir a sus propiedades rústicas.

55.4. LA PLEBE

La plebe siguió siendo mucho más numerosa que las clases privilegiadas y me-dias; acrecentando con frecuencia su número con pequeños terratenientes que desde el siglo III hubieron de convertirse en colonos. Fueron pocos los que con su solo trabajo y reducida propiedad consiguieron lograr una mediana fortuna. El ingreso en el servicio militar es de las profesiones que más permitió escalar a la plebe hacia una clase media digna.

El grupo social de la plebe tuvo al principio del Imperio dos categorías: los que tenían estatuto jurídico de cives romano o cives local de un municipio indígena; y los simples hombres libres, normalmente residentes campesinos. Desde Vespasiano el

177

goce del derecho de ciudadanía lleva consigo la pertenencia a una determinada ciudad con los derechos y deberes consiguientes: participar en las asambleas populares, des-empeñar los cargos y honores, acatar las leyes y mandatos de los magistrados y sopor-tar los munera o cargas municipales. Entre estos munera están la prestación de servi-cios públicos, aportaciones personales, contribuciones en dinero; hay ciudadanos exen-tos de estas cargas, bien por decreto del gobernador, por la edad (menores de 25 año y mayores de 60), por el número de hijos, por ser veteranos del ejercito; también hay exención de cargas para algunos oficios (marineros, auxiliares del ejercito, médicos, retóricos, etc.).

56. ESCLAVOS Y LIBERTOS

56.1. ESCLAVOS

La España antigua conoció la esclavitud. Pero con el gran desarrollo augusteo, ésta, como factor de producción y en cuanto constituye numéricamente una parte de la población, merece una especial atención dentro de la sociedad hispanorromana. Para los romanos sirvió de mano de obra en la burocracia, el comercio, la industria minera, la agricultura y el servicio doméstico. No es mano de obra única, pues en Hispania el libre, ciudadano o no, también participa ampliamente en el trabajo. Pero aspiración de todo romano fue contar con trabajadores esclavos y, por ello, baratos, que aumentan sus rentas, su productividad y le permiten entregarse al ocio (otium).

Bajo el doble punto de vista jurídico y económico se ha de valorar la esclavitud como institución básica del sistema capitalista-esclavista del mundo romano. Si bien jurídicamente los esclavos no tienen más que una única condición, cual es la negación de toda personalidad ante la ley, en la práctica están diferenciados por el puesto de trabajo que ocupan; mientras los esclavos de la agricultura o de la minería se hallan en ínfimas condiciones de vida, trato y alimentación, otros, como pueden ser los esclavos que administran las villae, los que dirigen importantes negocios de comercio, ciertos esclavos de servicios domésticos, los esclavos del Estado o municipios y tanto más lo que sirven a la burocracia del emperador, gozan de amplia libertad bienes y aun poder.

Jurídicamente el esclavo carece de derechos o ius, no puede tener propiedad ni familia. Puede tener un peculio particular con el cual un día quizá pueda adquirir su li-bertad. Carece de esposa legítima y sus hijos también serán esclavos. Tampoco puede reclamar protección legal contra los malos tratos de su dueño.

Abundan en Hispania esclavos de Oriente con nombre griego porque en general constituían mano de obra especializada. El número más importante de esclavistas pro-viene de Italia. El capital de italianos sigue viniendo largo tiempo a España y se suce-den a los largo del Imperio al frente de importantes villas y explotaciones agrícolas, ga-naderas o industriales. Ellos solos poseen quizá la mitad de los esclavos y figuran co-rrelativamente como patronos manumisores de libertos. Le siguen en importancia gen-tes de Oriente, con nombre griego, comúnmente comerciantes orientales, que con sus esclavos han montado abundantes negocios de exportación en la Península. Pero hay buena parte de dueños de esclavos y patronos de libertos oriundos de Hispania, donde también hay muchos enriquecidos terratenientes y hombres de empresa.

Con frecuencia los dueños de los esclavos dan a estos un trato exquisito y apre-cian sus servicios, aunque también los hay que dueños descontentos de su esclavo, con razón o sin ella, podían libremente castigarle; las penas oscilaban desde la muerte hasta la simple privación de una parte de la dieta; sólo el interés por el valor material

178

del esclavo podía contener parte de la ira del amo. La Lex Metalli Vipascensis determi-na algunos de los castigos que debería sufrir el esclavo ladrón: sería azotado y vendi-do, habiendo de permanecer atado el resto de su vida, permitiéndosele sólo trabajar en las minas o en territorio minero. Esto indica que el trabajo minero debía ser interesante, bien por la remuneración, bien por que gracias a este empleo se accediera más fácil-mente a la libertad. Muchos de los esclavos que actuaban como gladiadores eran con-denados a esta profesión minera por algún delito grave; lo que significa que el trabajo en las minas era duro en cualquier caso.

En los latifundios del comienzo del Imperio romano prevalece la esclavitud como base de explotación.

En la ley de Vipasca se mencionan diversos oficios atendidos por esclavos; médicos, pedagogos, zapateros, barberos, albañiles, tintoreros, fundidores, músicos, notarios, domésticos. Esclavos caros por su calidad son los gladiadores.

Poseen esclavos públicos tanto las ciudades, municipios o colonias como los or-ganismo estatales. Proceden directamente de la guerra o por compra, y gozan de con-sideración social superior a los esclavos privados.

56.2. LIBERTOS

El esclavo puede comprar o recibir generosamente de su dueño la libertad. El que tal libertad recibe por primera vez en la familia pasa a ser liberto. El cato jurídico que regula esta concesión de libertad a un esclavo se llama manumisión. Muchos es-clavos públicos del Emperador o cargos del culto al Emperador recibían la libertad por tales servicios públicos. Hubo muchos de los libertos que contaban con fortuna.

Los libertos públicos gozan de una situación de privilegio con respecto a los li-bertos privados, y además se enriquecían mucho. Algunos de ellos en Hispania des-empeñaron cargos como el de procurator, o mandatarios gerentes de las minas de Rio-tinto. Entre los cargos más buscados por los libertos públicos o del Emperador figura el de Servi Augustales o servidores en las ceremonias solemnes del culto al Emperador.

57. LA VIDA PRIVADA EN LA HISPANIA ROMANA

57.1. LA VIVIENDA Y LOS EDIFICIOS PÚBLICOS

La estructura urbana de las ciudades hispanorromanas sufrió una profunda evo-lución. Surgieron nuevos edificios públicos y privados; las viejas poblaciones construi-das con fines defensivos resultaron destruidas por la acción conquistadora romana; otras veces Roma exigía, para evitar la resistencia indígena, que estas ciudades u op-pida fueran abandonadas para trasladar su población al llano; en ocasiones las propias ciudades decidieron este traslado al llano porque su crecimiento en la montaña y sobre las laderas resultaba difícil e incómodo; finalmente la administración romana fue crean-do nuevas ciudades, las colonias. Estas ajustaron sus calles y plazas al sistema hipodámico, incluso las viejas ciudades fueron perdiendo con el curso de los siglos su vieja estructura desordenada para organizar su vida ciudadana en torno a una plaza o foro y sobre grandes vías diagonales que hicieron fácil la circulación de vehículos.

Las calles, al menos en las grandes urbes fueron pavimentadas, con perfil cóncavo, para permitir el vaciado de las aguas de lluvia y darlas acceso a las cloacas. Conocemos la estructura del sistema de alcantarillado en alguna ciudad como Italica,

179

Tarraco, Emerita, Barcino, etc.

El suministro de agua para las viviendas y fuentes o estanques públicos en ciu-dades grandes o algo alejadas de ríos o manantiales salubres se hizo por medio de acueductos. Son conocidos los de Segovia, Tarraco y Emerita.

Conocemos también otras instalaciones urbanas de interés público: mercado de Tarraco, termas en Gijón, Emerita y Barcino; teatro en Emerita, Málaga, Clunia y Sa-gunto; circo en Italica y Emerita; palestra en Italica y Ampurias. Todos ellos son bellas muestras de grandes obras arquitectónicas que compiten en grandiosidad y tamaño con las mejores de todo el mundo romano.

Por todo el Imperio se generalizó el tipo de casa mediterránea, también utilizada en Roma. El acceso al interior se hace por medio de un patio porticado, a cielo abierto, para recoger las aguas de lluvia. Alrededor del patio de Columnas se adosan las habi-taciones familiares. Los dormitorios son sencillos y la habitación más noble es el come-dor. En torno a la mesa están los triclinios sobre los que se recostaban para las comi-das solemnes; ofrecían grandes comodidades y, a veces, lujo exquisito. En las casas se busca el adorno de columnas, estatuas y diversos objetos y utensilios artísticos. Cerámicas y vasos diversos revisten, a su vez, un gusto depurado. En enlosado se hace con preciosos mosaicos. Todo el mayor lujo corresponde a las familias de alto nivel económico.

Sólo algunas ciudades de gran población y escasa disponibilidad de solares, como el caso de Gades, se levantaron casas de varios pisos. Fue normal la casa de una planta baja a la que quizá se añadía un solo piso.

La iluminación de noche se logra con lámparas de aceite y sebo; hay lucernas con varios puntos de luz. Las letrinas se sitúan en la inmediación de la cocina. Las ca-sas mas lujosas tienen paredes de piedra y algunas, sobre todo en las villas de los lati-fundistas, añaden hermosos jardines. El mobiliario era escaso y de la mayor sencillez, aunque los alfares produjeron hermosas vajillas, vasos y jarros (terra sigilata).

Muchas casas y villas excavadas ofrece complicadas construcciones para hacer cómodos baños públicos y privados Las más acabadas de estas construcciones (ter-mas) tienen lugares específicos para desnudarse, piscina fría, piscina caliente, salas de exudación y gimnasio. Las gentes más ricas resolvían sus asuntos en estos lugares públicos. Normalmente estos baños eran costeados con cargo al erario municipal o su-fragados por gentes ricas del municipio que hacían legados a cambio de honores o cargos locales.

57.2. ESPECTÁCULOS Y DIVERSIONES

Los acomodados ciudadanos vivían en las ciudades más importantes; donde había edificios públicos: baños, termas, circo, teatro, foro, templos y aras de culto reli-gioso. Su vida discurría mayormente en estos lugares durante gran parte de la mañana y la tarde. Todo hombre acomodado, desde muy temprano cuida del arreglo de la bar-ba y pelo por uno de sus esclavos o bien en las tabernae donde hay expertos profesio-nales. El foro o los negocios propios o domésticos ocupan la mañana. La tarde se dedi-ca a la vida social, preferentemente en baños y termas, cuando no hay espectáculos extraordinarios de circo, teatro, carreras o se preparan jornadas de caza, pesca y de-porte.

Teatros, circos y anfiteatros daban ocasión de solaz extraordinario, no solo a los

180

vecinos de la ciudad en que se ubicaban, sino también a los viajeros ocasionales y a las poblaciones circundantes. El costo elevado de estas representaciones fue motivo de regulación por la administración. Sabemos que hay un cargo de Procurator de los ludi para el mundo romano occidental.

Lo más espectacular de las actividades circenses correspondía a los gladiadores y conductores de carros. Se conoce muchos aspectos de estos deportes y juegos cir-censes, el público hispano se apasionaba con aquellas competiciones y espectáculos a los que asistían varios miles de ciudadanos . La práctica de estos juegos en circos y anfiteatros se hizo especialmente por profesionales; casi todos de procedencia eslava.

57.3. RITOS SEPULCRALES

A cerca de las costumbres funerarias se conserva información muy abundante. Ésta proviene de las múltiples inscripciones dedicatorias y también de sepulturas que han sido excavadas. Entre los hispanorromanos se hizo costumbre erigir, en honor de los difuntos de familias acomodadas, ricas sepulturas. Han llegado hasta nosotros be-llos ejemplares de sarcófagos. Tenemos testimonios de la grandiosidad de los monu-mentos funerarios con una serie de inscripciones a través de las cuales podemos in-formarnos de las costumbres a este respecto. Sabemos que junto al sepulcro dedica-ban en su alrededor un terreno, y que acostumbraban a poner útiles cotidianos en la tumba; que acudían regularmente a visitar el lugar donde yacían los seres queridos desaparecidos.

Lo mas frecuente es que los cementerios se ubicasen en las proximidades de la ciudad, al lado de las vías de comunicación. Emerita y Carmona han proporcionado los más ilustrativos conjuntos sepulcrales.

181

TEMA 17. LA ECONOMÍA HISPANA ALTOIMPERIAL.

58. LA MINERÍA

58.1. TÉCNICAS Y MÉTODOS

Plinio distingue tres técnicas mineras en uso en su tiempo: El lavado de las are-nas de los ríos, la explotación de los filones mediante pozos y galerías, y la ruina mon-tium o arrugia para la que se utiliza la fuerza del agua en un terreno previamente hora-dado.

En Tres Minas (Portugal) y en Asturias se han hallado una gran cantidad de mor-teros de granito porfírico muy resistentes en los cuales con un pilón aún más duro se trituraban los fragmentos de cuarzo aurífero. En la Mina dos Mouros (Portugal) y en Brandomil (La Coruña) se utilizaron para la extracción del mineral pozos, galerías y ta-jos; pero este procedimiento fue raro, pues se aplicaba cuando la concentración de oro era grande y se justificaba un trabajo tan duro y prolongado. Para el hundimiento de la roca se empleaba el fuego y picos de hierro.

El oro en estado libre se podía obtener mediante trituración, lavado y quizá amalgamación. El oro asociado a sulfuros, se obtenía por un tratamiento más complejo de tostado, fusión y copelación. Como en Jales (Portugal). Más usada fue la técnica de arrugia o ruina montium. Se aplicaba a los depósitos de aluviones. Pepitas de oro se hallaban diseminadas, irregularmente por la arcilla roja. La operación consistía en cavar pozos y galerías destinados a provocar el hundimiento del monte. Esta operación se llamaba ruina montium; grandes depósitos de agua se colocaban en los puntos eleva-dos de la explotación, alimentados mediante una red de acueductos; se precipitaban grandes torrentes de agua sobre los montones de tierra que, en estado de lodo , fluían hacia los canales de decantación donde se recogían las pepitas de oro.

La característica de la arrugia estribaba en el hecho de obtenerse una enorme masa aurífera, explotación simultánea de gran cantidad de mineral y una gran econom-ía de mano de obra, y, por tanto, la explotación de los aluviones en plan industrial.

58.2. INGENIOS

El método más sencillo de desagüe, cuando era posible, consistía en un canal que con una suave inclinación vertía al exterior el agua. Otras veces aprovechaban los ríos subterráneos. Cuando les era imposible sacar el agua se empleaban mecanismo de elevación, de los que en las minas hispanas se utilizaron tres, a saber:

La noria. Consistían de una rueda o conjunto de ruedas que elevaban el agua. Muy usada en las minas del Suroeste: Tharsis y Riotinto, en Huelva, y Santo Domingo, en Portugal. En Riotinto se encontró un conjunto de catorce ruedas, colocadas de ma-nera sucesiva, que elevaban el agua a veinte metros de altura.

La polea con cangilones.- Es una variante de la maquina anterior; a la misma rueda se acoplaba una doble cadena de hierro, de la que colgaba cangilones de cobre, con una capacidad de 3.5 litros, que vertía el agua en la parte más alta sobre un canal o depósito a ese nivel. La ventaja de este ingenio es que extraía el agua de lugares más profundos. Aunque no fue tan usada como la noria.

182

El tornillo hidráulico. Cuya invención se atribuye desde la Antigüedad a Arquí-medes. Los tornillos se accionaban por medio de aletas aplicadas en la parte exterior, movidas con los pies por hombres apoyados en una barra. Los tornillos se colocaban en hilera y desaguaban en una caja en la que se alimenta el tornillo inmediatamente superior.

Parece ser que su usaba también la bomba de Ctesibio. Un ejemplar, proceden-te de la mina Sotiel-Coronada, se conserva en el Museo Arqueológico. Elevaba el agua a gran altura. Estaba sujeto al suelo por una obra de mampostería. Consta de dos reci-pientes gemelos de bronce unidos por un tubo en forma de horquilla, al que se ajusta un conducto vertical, la bomba. Los recipientes y los tubos llevan un juegos de válvulas que abren o cierran el paso del agua. En los recipientes cilíndricos hay sendos pisto-nes, que se accionan por medio de barras y palancas que impelen el agua a través del tubo central.

58.3. OTROS MINERALES

Gracias a los datos de Plinio es posible conocer otros minerales extraídos en Hispania. Así Cantabria producía piedra imán y hierro. En Lusitania y Galicia se encon-traba el plomo blanco, que muchas veces estaba a flor de tierra. El rubí se explotaba en pozos profundos en las proximidades de Olissipo.

Parece ser que los ríos hispanos arrastraban pepitas de oro y su producción era elevada. El poeta de época flavia, Silio Itálico menciona los río Tajo, Duero y Limia con arenas auríferas.

Las fuentes literarias mencionan diversos productos hispanos como el soro, del que se fabricaba una pomada para los ojos; una arena del tipo lapislázuli, que se utili-zaba en medicina para hacer crecer el pelo; la obsidiana, el topacio, el azur, y la espu-ma de plata, muy estimada.

La Península tenía buenas canteras de mármol. Las más conocidas son las de Macael (Almería), Estremoz (Portugal), Almadén de la Plata (Sevilla), y Alconera (Zafra, Badajoz).

La explotación de la cantera de Macael, la más estudiada, es a cielo abierto, en paredes verticales. Los bloques de mármol se separaban de la pared rocosa clavando con mallei unas cuñas de madera seca, que después se mojaban. Al secarse, las cu-ñas de madera, se expandían y provocaban grietas, en el sentido preferido (al hilo, a la hebra, al través). Las cuñas se colocaban a una distancia de 30 cm. Se martilleaba en cada agujero con cuñas mayores y se sujetaba con cuerdas el bloque, que se dejaba caer con cuidado. Los trabajadores vivían en las mismas canteras; estos eran esclavos, condenados o libres pagados.

Las piezas marmóreas, pocas en número, comparativamente, de Galicia, están fabricadas en piedras locales de la cantera de Incio en la sierra del Caurel (Lugo).

Las canteras de Medol, en Tarragona, abastecieron de caliza blanca a Tarraco y Barcino.

De todas formas Hispania importó mármoles: africanos, frigios, carios, tesalios, etc.

A. Canto sostiene que el gran número de personas de nombre griego que apare-ce en Hispania obedece a una importación expresa de obreros para trabajar el mármol, en lo que la Península no tenía ninguna tradición.

183

Canteras de otros tipos de piedra se explotaban en época romana en Hispania: las canteras de caliza blanca de Antequera (Málaga), que está considerada la mejor caliza española.

Entre los granitos se daban dos variedades, una fina, al Norte, y otra tosca , al Sur. Las canteras más explotadas eran las de Gilena y Gerena (Sevilla), que propor-cionaban granitos duros y resistentes. En Galicia se utilizaba el granito fino de Porrió (Pontevedra).

58.4. SIGLO I (d. C.)

El Sur

La serranía de Córdoba producía un cobre, que se hizo muy famoso y se llama-ba Mariano, del nombre del dueño de las minas. En época de Plinio era el más apre-ciado. Mario era un absentista, que vivía en Roma. Su riqueza fue se perdición, ya que fue acusado de incesto con su bella hija por Tiberio, para que sus bienes pasaran a ser propiedad del Emperador.

Minas de plomo a juzgar por los hallazgos, se explotaban en Alcazarejos (Córdoba).

Prototipo de una explotación de época imperial cabe reseñar la mina El Centeni-llo (Jaén), que ha sido bien explorada arqueológicamente.

La mina El Centenillo tenía dos series de filones: el filón sur y sus satélites, si-tuados a un kilómetro. Ambos grupos fueron explotados en la Antigüedad. Se extraía galena o sulfuro de plomo. La galena lleva frecuentemente plata, en cantidad variable. La de Centenillo es rica en plata y en las zonas superficiales la oxidación y cimentación ha producido fuerte concentración de plata nativa; explotada por los romanos hasta llegar a los sulfuros, de donde obtenían a un tiempo plata y plomo. La explotación co-menzaba abriendo en su afloramiento pozos o rajas por donde penetraban los mineros, y extraían el mineral. Al profundizar en la explotación se planteaban problemas para la extracción del mineral, de desagüe y de acceso. Se desaguaban los pozos mediante tornillos de Arquímedes. En los alrededores de los filones había tres grandes fundicio-nes para el tratamiento del mineral.

Sin duda, una empresa fuerte, de la que se conoce su nombre, Societas Castu-lonensis, explotaba la mina El Centenillo desde la primera mitad del siglo I a. C. hasta mediados del siguiente, por lo menos.

Los mineros son pobres; no emplean vasijas de lujo, sino vasos y platos de fa-bricación local; para otros usos utilizaban el plomo. Vivían aislados, encadenados a su trabajo.

El mineral se transportaba por barco, Guadalquivir abajo, hacia los puertos de embarque, Hispalis y Gades, como se deduce de la aparición en el puerto de Cádiz de lingotes de plomo. Este mineral procedía de la parte central de Sierra Morena, o sea, de las actuales provincias de Badajoz, Sevilla, Córdoba y Jaén. De las minas de Huelva no se extraía plomo. A partir del siglo I a. C. y a lo largo del todo el Imperio, una de las actividades importantes del valle del Betis era el transporte de minerales procedentes de Sierra Morena.

Un gran nivel técnico de explotación alcanzan, no sólo las minas del Suroeste, como Riotinto, Tharsis, Sotiel Coronada, sino las del Cerro Muriano, Posadas y El Cen-tenillo.

184

El Noroeste

El método más empleado para la extracción del mineral (oro) era la arrugia. Este procedimiento de extraer el oro era indígena y se empleó también en el Mediodía. La zona de pizarras auríferas que los romanos trabajaron por este procedimiento com-prende las actuales provincias de Asturias, Lugo, León, Orense y Zamora, terminando en Trás-os-Montes en Portugal.

Todos los yacimientos auríferos del Noroeste fueron explotados en la Antigüe-dad según diferentes procedimientos, ya descritos.

El interés de Roma por estas minas queda bien patente en la creación de la pro-curatela de Asturias y Galicia. Las minas de oro y plata eran propiedad del Emperador y dependían del fisco; eran controladas por el procurador de la provincia o por un pro-curador especial. La procuratela ducenaria de Asturias y Galicia fue creada en tiempos de Vespasiano o, mejor de Nerva.

Recientemente Sánchez-Palencia ha localizado un total de 606 explotaciones auríferas romanas en todo el Noroeste de la Península Ibérica.

El protagonismo estatal en la explotación minera del Noroeste no se debió a las complejidades técnicas, sino a una serie de circunstancias históricas y económicas en que se produjo: el mencionado atraso socioeconómico de los pueblos sometidos. Ello implicaba una ocupación militar prolongada, acentuación de la presencia administrativa y financiera del fisco imperial. Y el valor estratégico del oro en relación también con el nuevo sistema monetario creado por Augusto.

El protagonismo romano produjo una serie de consecuencias sociales y de-mográficas en las formas de ocupación del territorio. Los castros se utilizaron como poblados mineros, lo que explica su elevado número en las zonas mineras, general-mente situadas en lugares inhóspitos y con pocos recursos agropecuarios, a diferencia de la época prerromana. Carácter estacional de los mismos. Etc.

58.5. SIGLO II (d. C.)

El Sur

Las minas de Huelva se trabajaron intensamente desde finales del siglo I y du-rante los Antoninos. Su producción a juzgar por las monedas y la cerámica recogida, descendió considerablemente a finales del siglo II.

Los datos sobre las minas del Sudoeste arrojan unas cifras muy voluminosas, que indican que estas minas eran las más importantes del Sur en el siglo II. Riotinto, Tarsis, y Lusitania. Las tumbas de los mineros con sus vasos de terra sigillata y vidrios suelen ser mejores que las de otras comunidades de trabajadores. Hay también cierta abundancia de lápidas funerarias. La condición de los esclavos mejoró sensiblemente en las minas del Sudoeste en el siglo II.

El sector capitalista de las explotaciones mineras estaba formado por los coloni, socii y occupatores. Los obreros metalúrgicos y peones de las minas poseían también collegia, asociaciones cuyas actividades eran muy variadas: organizar fiestas en honor de los dioses patronos y banquetes en común en algunas fechas del año; organizar y administrar los fondos allegados al funeral, al entierro dentro del cementerio común y cuidar de las tumbas. Las lápidas del Sudoeste tienen la importancia de especificar la procedencia de los mineros que, como los colonos de las tierras, eran libres en su ma-yoría en estos años, lo que indica un cambio grande en los sistemas de explotación.

185

El Noroeste

La gran actividad de las minas del Noroeste comienza hacia mediados del siglo I y dura todo el siglo II. Varios argumentos demuestran que las minas del Noroeste se encontraban en pleno rendimiento en época de los Antoninos.

Entre los años 198 y 209 no funcionó la procuratela de Asturias y de Galicia, pues esta región volvió a depender de la Hispania Citerior. En el siglo II algunas unida-des están estacionadas en los alrededores de Tres Minas (Portugal) y de Gallica (Gali-cia). El distrito minero esta encabezado por los procuratores metailorum, que por lo ge-neral, en esta época, son libertos imperiales (los emperadores utilizan miembros de la casa imperial). Lo cual indica que las minas eran monopolio del Emperador. La presen-cia del ejército puede ser debido a la construcción de obras hidráulicas y para hacer la ruina montium; el ejército podía suministrar el personal técnico especializado para es-tas obras.

Se ignora la condición de la mano de obra, lo único que se sabe es que era nu-merosa. La población minera y el elemento militar formarían grandes agrupaciones humanas.

Las continuas reparaciones de las calzadas del Noroeste en época severiana constata el funcionamiento de las minas de oro. A finales de la dinastía severiana se deja de explotar varias minas de esta región, ignorándose las causas, pues el rendi-miento seguía siendo aceptable.

Funcionamiento del distrito minero

Las tablas de Aljustrel, Alemtejo (Portugal), es el primer código del Imperio ro-mano sobre minas que se conserva. Estas tablas contienen la reglamentación de un distrito minero y en las que se halla una información importantísima y única sobre re-glamentación fiscal y administración de las minas de cobre y plata.

En el territorio (la región minera de Vipasca) había diversos yacimientos mineros e incluso canteras de piedra. Todo el distrito minero, incluso la población ordinaria, se encontraba bajo el gobierno del procurator metalli, representante del fisco imperial, que podía ser del rango de los equites, pero que durante el siglo II suelen ser libertos impe-riales (de la casa del emperador).

De las dos tablas que se conservan, la primera fija los derechos de los diversos arrendatarios de los servicios de la localidad, del arriendo del impuesto, en las subas-tas, del pregón, de los baños públicos, de la zapatería, de la barbería, de la tintorería y del impuesto sobre el mineral extraído, de la inmunidad de los maestros (enseñanza) de Vipasca y del impuesto sobre la ocupación de los pozos mineros. La segunda tabla determina el régimen de explotación, desde el punto de vista jurídico y técnico y las medidas de policía.

59. LA AGRICULTURA Y LA GANADERÍA

59.1. LA AGRICULTURA

Los tres productos básicos de la agricultura hispana era el trigo, el vino y el acei-te. Del trigo se obtenía también bebidas, llamadas caelia o cerea. Se utilizaba para suavizar el cutis femenino.

Al inició del siglo I d. C. se sustituye en la Bética el trigo por el olivo y la vid, de mayor rendimiento. La colonización itálica en tiempos de César y Augusto aceleró este

186

proceso.

La Bética y África producían una cebada de la que se obtenía la tisana. La mejor era la producida en abril en Carthago Nova.

El uso de silos, como en África, Tracia y Capadocia, está atestiguado en la Península Ibérica. Plinio menciona también el hórreo.

En opinión del poeta Marcial el aceite de Córdoba era de calidad superior al de Venafro en Italia y al de Istria, pero para Plinio el mejor aceite era el de Italia, al que seguían los de Istria y el bético.

Plinio recoge datos concretos sobre el cultivo de la vid y sobre las explotaciones agrícolas, sin puntualizar la región hispana. Había dos clases de uvas: una de uva alar-gada y una segunda redonda. La uva preferida era la dulce; esta última competía con el vino albano.

Famosos fueron los viñedos lacetanos, los tarraconeneses, los lauronenses, éstos los fueron por su finura, y los baleáricos, que competían con los mejores de Italia. A comienzos del Imperio el vino de Jerez (Cádiz) era ya buscado.

Plinio menciona datos interesantes sobre el cultivo de la vid en Hispania, como que la parra se colgaba de unas cañas, y que las vides si estaban en terreno seco, se regaban.

Plinio también describe los diferentes árboles frutales cultivados en Hispania. El ricino, el peral de las cercanías de Numancia, los higos saguntinos. Los de calidad más fina eran los de Ebusus (Ibiza). La higuera estaba extendida por toda el sur de la Península.

Las bellotas se consumían como postre. En tiempos de escasez de cereales, se sacaba de ellas una especie de harina.

Cartagho Nova cultivaba la trufa y alcachofas, al igual que Córdoba. Ebusus la cebolla albarrana, que también se criaba en el resto de la Península Ibérica. Carpetania el comino, Gades la lechuga, etc.

Plinio menciona interesantes datos sobre el cultivo de los árboles, como injertos. En la Bética, según Plinio, se injertó una ciruela en un manzano, también se injertaba en almendro.

En la obra de Plinio se leen alusiones a la floricultura hispana; Carthago Nova cultivaba rosas tempranas en invierno. También se buscaba en Hispania hierbas medi-cinales.

59.2. LA GANADERÍA

La ganadería continuó teniendo la misma importancia que había alcanzado ante-riormente entre las poblaciones de la Hispania Antigua.

La Bética tenía buenos pastos. El ganado caballar era numeroso en la Bética y los asnos se empleaban para arar la tierra. En el Sur también era muy importante el ganado ovino. Los autores antiguos no se cansan de celebrar las lanas béticas. En las fuentes se hablan de la alta calidad de las lanas béticas fruto de cruce y de selección del ganado. Los sementales adquirían precios fabulosos.

En el Norte, galaicos y astures criaban buenas razas de caballos, llamados as-turcones y tieldones, que fueron muy populares en Roma.

187

Celtiberia era famosa por el ganado asnal. Algunas crías alcanzaban precios as-tronómicos.

Plinio conserva los nombres de algunas aves hispanas salvajes comestibles, como el flamenco, el cormorán de las islas Baleares, el pollo sultán y el buharro.

La caza siguió siendo abundante en época del Imperio. Cacerías de cabras, ja-balíes y ciervos era lo más frecuente.

En los alrededores de Ampurias y Carthago Nova se criaban abejas de excelen-te miel.

La ganadería imprimió su sello en la estructura social y territorial, en la economía y en el trabajo, e influyó poderosamente en las formas de vida hispana.

Incluso en regiones de agricultura floreciente, como la Bética, la importancia de la ganadería era enorme.

Pesca y salazones.

La riqueza pesquera en las costas atlánticas y meridionales de Hispania era grande. El pescado más apreciado en Cádiz era el zeus, llamado también faber y, en Ebusus la salpa, que para cocerlo había que apalearlo según Plinio. Columela alude a la murena tartésica. Los escombros se pescaban a lo largo de las costas de Mauritania, adonde iban los pescadores gaditanos. Los escombros se criaban también en los vive-ros y se empleaban preferentemente en la fabricación del garum. Ilice era famosa por sus ostras. En Sexsi se pescaba el pez colín.

En las obras de Estrabón y de Plinio se mencionan 18 clases diferentes de pe-ces y cetáceos, que se pescaban en Hispania: pulpos, sepia, calamares, ballenas, os-tras, conchas, cetáceos, orcas, marsopas, congrios, murenas, atunes, etc. La pesca constituía la base de la alimentación de los pueblos costeros del Norte. En los yaci-mientos se recoge una gran cantidad de pescado, conchas, mariscos, mejillones, alme-jas y veneras.

Las fábricas de salazones, en el Sur, continuaron trabajando intensamente hasta la crisis del siglo III. Toda la costa meridional y parte de la ibérica estaba llena de ellas.

60. EL COMERCIO

El comercio de exportación.

La paz de Augusto trajo consigo un gran desarrollo del comercio interprovincial imperial, principalmente de objetos de primera necesidad. productos alimenticios, la-nas, maderas de construcción, metales y productos manufacturados.

El comercio aceitero.

Hispania durante los dos primeros siglos del Imperio destacó por la comerciali-zación de estos productos. Los excedentes se exportaban a Roma y a Italia.

La difusión de algunas marcas de ánforas que procedían del valle del Guadal-quivir, prueban que el aceite hispano en el primer cuarto del siglo I había copado ya los mercados interprovinciales, pues no aparecen solo en Campania, sino en la Galia, Bri-tania.

El aceite bético estaba organizado como una gran empresa, y llegaba a toda Eu-ropa por transportes fluviales y marítimos. Los encargados de este transporte eran los nauicularii y los diffusores oleari; estos últimos estaban afincados en los lugares de lle-gada del producto. Ello requería una excelente organización de producción, fabricación

188

de envases, transporte, distribución y relaciones comerciales perfeccionadas.

La producción se centraba en la región entre Hispalis y Córdoba. Algunas mar-cas estuvieron en alza durante muchos años. El negocio solía transmitirse dentro de la familia, aceptando otros capitales, y creando filiales, como es el caso de la familia D. Caecilii.

Organización del comercio aceitero.- La vinculación entre productores de aceite, de ánforas, comerciantes y transportistas es algo que de momento no se puede escla-recer. La hipótesis más aceptada es que hay una cierta dicotomía general entre ambas funciones, apoyada por el hecho de que muchos de los navicularios eran extranjeros radicados en otros lugares.

¿Qué sistema se seguía en los transportes privados? Cabe dos posibilidades, o el naviculario transportaba productos adquiridos por él en el punto de origen o bien re-cibía un tanto por ciento por el transporte de los bienes de otro, sistema que parece debió ser el más usual, pues supone un menor riesgo de inversión para el naviculario.

Las asociaciones entre productores y navicularios fueron frecuentes. Existían también difusores olearii, es decir, corredores de comercio entre productores y comer-ciantes que canalizaban la exportación a los lugares de demanda.

El control fiscal del comercio aceitero.- El aceite era una materia estratégica de-ntro del Imperio, por tanto, la administración debió ejercer un continuo control, que según avanza en el tiempo, se va haciendo más exclusivo como demuestra las fuentes tardías al pasar los navicularios a ser considerados como un cuerpo del estado. Se puede entrever, debido a la falta de documentación, los grandes pasos de este proce-so:

El primero y fundamental se debe a Vespasiano, tras la concesión a los oppida de las orilla del Betis en municipios, lo que implica una mayor intervención de la admi-nistración romana en los asuntos municipales.

El segundo paso fue dado, posiblemente, por Cómodo. No se tiene documenta-ción, pero la organización de la armada africana para asegurar el abastecimiento del trigo en el Imperio, hace pensar en que se extendiera a otros productos básicos como el aceite.

El tercer gran paso fue dado por Septimio Severo con la creación de un órgano de control directo: el fiscirationis patrimoni provincia baeticae. A partir de Alejandro Se-vero vuelven a aparecer sobre las ánforas los nombres de los navicularios, hecho que significa una liberación del transporte y del comercio.

Según se desprende de diferentes estudios. Desde el siglo I d. C. el sur de His-pania reemplazó a Italia como región exportadora de productos, lo que implica la deca-dencia de la agricultura y viticultura itálicas; el vacío que en la exportación dejó Italia lo llenó la Bética.

La annona imperial era el primer consumidor del vino y aceite hispanos, es decir, la población de Roma y el ejército del limes europeo. Ello pone de manifiesto la gran importancia que esta provincia obtuvo dentro del Imperio y su inmenso valor estratégico y político dentro del mundo romano.

Estas exportaciones lleva aparejadas el cultivo del olivo, la fabricación de enva-ses, buenas vías fluviales y marítimas de transporte, gran número de puertos de em-barque, gran desarrollo de la industria de construcción naval y una gigantesca mano de obra: todo ello implica un comercio bien organizado y unas redes de distribución per-feccionadas.

189

El desarrollo de la industria aceitera hace pensar en una agricultura de tipo capi-talista, aunque la tendencia al latifundio no era muy acentuada en Hispania.

A juzgar por las inscripciones de las ánforas del monte Testaccio (gran concen-tración de ánforas en Italia), el auge del comercio aceitero hispano se puede situar en-tre los años 140 y 165.

Cálculos sobre el volumen de las exportaciones hispanas son muy difíciles de hacer.

60.1. OTROS PRODUCTOS

Hispania exportaba lanas sin trabajar. Satabis cultivó el lino más famoso de toda Europa. El lino de Tarragona se caracterizaba por su blancura y finura.

El esparto se enviaba a comienzos del Imperio a todos sus dominios, principal-mente a Italia. Había enormes extensiones de esparto cultivado en los alrededores de Carthago Nova y Ampurias.

En Lusitania crecía el coccus, utilizado para teñir el paludamento de los genera-les. En la fabricación de los colorantes Hispania aventajaba a Galia.

Hispania continuó exportando en los siglos imperiales grandes cantidades de sa-lazón, tan apreciada como las del Ponto Euxino, que eran las mejores. La salazón de Carthago Nova, el famoso garum sociorum era la más cara. Atunes figuran como em-blemas de muchas ciudades.

El pescado se exportaba en salmuera, troceado, o quizás los peces enteros, como lo indican las ánforas, de grandes bocas. La exportación del garum superaba en importancia a la del aceite.

La ruta de exportación desde las factorías de la costa atlántica o meridional de la Península Ibérica bordeaba la costa hispana, pasando por Gandolfo, Roquetas de Mar, Escombreras y Alicante, y desde aquí se dirigía el cargamento a las islas Baleares, al Estrecho de Bonifacio, y llegaban a Ostia, puerto de Roma, que era el principal consu-midor. Un tráfico menos importante continuaba por la costa catalana y sur de Galia.

Otra ruta costearía la Península Ibérica por el Oeste y Norte, con destino a la Galia.

La cerámica ibérica hallada en Italia prueba una exportación de mile hispana, muy apreciada.

Hispania exportó a Mauritania Tingitana desde la Bética grandes cantidades de terra sigillata. También exportó caballos para el circo, jamones cántabros y cerretanos, etc.

Durante el siglo II y III varias comerciantes hispanos y compañías se encuentran el Roma, en Ostia se conoce una corporación de mercaderes hispanos, que importa-ban vino, aceite y garum. En Alejandría aparecen muchos sellos de ánforas hispanas que prueban una exportación de aceite a Egipto.

Por otra parte, parece ser que corporaciones de comerciantes asiáticos y sirios, que comerciarían con garum y minerales, están afincados en Hispania. Se conoce una comunidad siria que vivía en Cordoba. En Málaga hay inscripciones que mencionan a comerciantes asiáticos y sirios.

En resumen, Hispania exportaba productos alimenticios, mineros, textiles y ga-nado. El principal receptor de los productos hispanos era Roma. Por otra parte, el mer-

190

cado interior de producto fue menos amplio.

Comercio de importación.

Italia exportó a la Península Ibérica, al comienzo del Imperio, terra sigillata, areti-na, vidrios y lámparas, no en grandes cantidades. En los primeros decenios del siglo I d. C. Hispania importó vinos itálicos, cesando a finales del mismo siglo. A mediados del siglo I los artesanos sudgálicos desplazados a Hispania fabrican la sigillata hispánica, dejando de importarse la terra sigillata.

El comercio con Oriente es bajo en cantidad. Está representado por algunas cerámicas, y por piezas escultóricas de los mercados atenienses.

Importados de Alejandría son los vidrios mosaicos de Palencia, Carmona, Ampu-rias y Cádiz. De Alejandría procede seguramente la hidria tallada de Baelo, y las tazas de la misma técnica de Iuliobriga y de Itálica, y fechadas en el siglo I.

Ungüentarios de Aquileya se han encontrado en Ampurias, Ibiza, Cádiz y Car-mona.

Durante el siglo II y III Hispania importó de África la sigillata clara, cuya distribu-ción fue fundamentalmente costera. La mayoría de las esculturas de Itálica deben pro-ceder de Roma, llegarían como carga de retorno de los buques que llevaban a Ostia el aceite y el garum.

El comercio a Britania, seguramente de aceite, hizo que un arquitecto indígena (hispano) construyese la Torre de la Coruña, aún hoy en uso.

Hispania exportaba más que importaba por lo que la balanza de pagos le era fa-vorable. El su de Galia e Italia eran los dos principales abastecedores.

61. TRIBUTOS, DISPOSICIONES FISCALES. ADUANAS

La Península es pobre en documentos fiscales sobre impuestos y recaudación. Según cálculos Hispania tributaba al fisco anualmente unos 50 millones de sestercios.

Se han localizado ocho puestos de portorium o adunas; todos localizados en la Bética, menos uno, lo que demuestra la importancia económica de dicha provincia. Os-tia contaba con una aduana especial para controlar las mercancías hispanas. La base era el 2% según la inscripción de Iliberris (aduana hispana, una de las ocho), y del 2.5% según la de Ostia.

La corporación de los negotiatores y navicularii estaban exentas de las cargas municipales en época de los Severos, al igual que los arrendatarios de los impuestos y de los dominios públicos.

Con las confiscaciones de los Severos a los partidarios de Albino, el patrimonio imperial en Hispania debió ser muy importante. Estas confiscaciones aumentaron las cargas de los municipios, pues el municipio ya no accedía a los impuestos de estos bienes, que han pasado al patrimonio imperial.

61.1. PATRIMONIO IMPERIAL

Debió ser grande en Hispania, a juzgar por los numerosos libertos y demás per-sonal. Al patrimonio imperial pertenecían los cotos mineros de oro y plata; se vio au-mentado continuamente por donaciones testamentarias, embargos de propiedades por falta de pago en los impuestos y las contribuciones sobre los juegos de gladiadores.

191

Las confiscaciones de propiedades de particulares se hacía a expensas de los grandes propietarios y no a expensas de los territorios de las ciudades; demostrando el predominio de los intereses del Estado sobre los de la población.

No esta claro si la Bética pagaba en especie o en dinero a Roma, y de si las propiedades imperiales, con anterioridad a la época de los Severos, desempeñaban un papel importante o secundario, es decir, si las mercancías llegadas a Roma eran fruto de un comercio libre o si se trataba de contribuciones en especie y de los pagos de tie-rras de la hacienda pública.

El principal monopolio fue en época imperial la minería. A. Balili defiende en la formación del patrimonio imperial hispano, un proceso lento pero progresivo de injeren-cia del Estado en el mercado aceitero y, en general, en los productos agrícolas.

62. LA CRISIS ECONÓMICA DE FINALES DEL ALTO IMPERIO.

62.1. CRISIS DE ÉPOCA DE LOS ANTONINOS Y DE LOS SEVEROS

En la segunda mitad del siglo II hay ya síntomas de crisis. En las fuentes escri-tas, se habla del agotamiento de Hispania que se ha relacionado con el exceso de re-clutamiento militar. Posteriores tesis centran dicho agotamiento de la ley de Trajano de que los senadores hispanos invirtiesen un tercio de su capital en Italia; ello produjo una importante fuga de capitales y de hombres, siendo especialmente grave para las pro-vincias de la Bética y la Tarraconense, de donde procedían los senadores hispanos.

En época de Marco Aurelio estalló una revuelta en Lusitania, cuya importancia y efecto sobre la economía se desconocen. Podía estar motivada por la dureza de las levas, por la recaudación de los tributos, y por la mala situación social y económica.

De esta época se conocen la desastrosa situación económica de algunas ciuda-des béticas. La aparición de mosaicos en las villas rústicas señala que los ricos iban abandonando poco a poco las ciudades. Los restos arqueológicos indican una disminu-ción importante de aceite y garum. La disminución de la moneda en circulación es un síntoma claro de una crisis fuerte en la economía.

La disminución de las explotaciones mineras en Huelva, a juzgar por las mone-das, demostraría que la producción era escasa. Después de los Severos prácticamente se dejó de trabajar en las minas del Noroeste por causas desconocidas.

Las calzadas no se repararon. Las invasiones de moros indican la mala situación de la Bética.

62.2. CRISIS DEL SIGLO III

La economía hispana desde finales de la dinastía de los Severos hasta la inva-sión de los francos en época de Galieno se debió mantener en líneas generales uni-forme. Esta invasión cambió radicalmente la situación económica.

Varios autores antiguos aludieron a tal invasión. Los restos arqueológicos seña-lan grandes destrucciones por estos años. En Cataluña, se interrumpe la vida en la Neapolis de Ampurias, Barcelona y Gerona fueron duramente castigadas. Se destruye-ron diversas villas como Tossa del Mar, Sabadell, el castro de San Cugat del Vallés. Tarragona también fue castigada.

192

Las destrucciones continuaron en la costa levantina, Tossal de Manises entró en una gran decadencia. A mediados del siglo III Ilici sufrió destrucciones. Castulo fue to-talmente arrasada y la ciudad del siglo IV está levantada con material de deshecho.

Destrucciones se documentan en la Meseta, como en las villas de Dueñas (Pa-lencia), de Prado (Valladolid). Clunia fue destruida e incendiada, al igual que Lancia (León).

En el Sur debió ser saqueada Itálica. Algunas fábricas de salazones o cesaron en el trabajo o lo aminoraron, como las de Jávea (Alicante), Cerro del Trigo (Huelva), Mellaria, Carteria, etc. Aunque estas fábricas podían estar afectadas por la acción de los piratas en tiempos de Probo.

Se ha supuesto dos invasiones francas en el siglo III. La invasión de la época de Galieno saquearía las ciudades de la costa levantina, de la Bética, y del norte de Mauri-tania Tingitana. El número de invasores y las destrucciones no se pueden fijar, pero un dato relevante lo da Osorio, al decir que los invasores vivieron sobre el terreno casi 12 años, lo que explica el gran número de destrucciones, al ser pueblos en movimientos. La segunda invasión entraría por Navarra, azotaría la Meseta Norte y pasaría a Lusita-nia.

El norte de Hispania, que seguía con una economía prerromana no fue afectado ni por la invasión, ni por la crisis del siglo III.

En la segunda mitad del siglo III hubo otros acontecimientos que explicarían las destrucciones y ocultamientos de tesorillos, como el dominio de Póstumo en Hispania, o de Próculo y Bonoso, y la extensión del movimiento bagáudico, ya brotado en el sur de la Galia.

62.3. EFECTOS DE LA INVASIÓN FRANCA

Las invasiones de los francos significaron un corte total en la vida política, social y económica de la Hispania. Comienza la ruralización en gran escala de la Península Ibérica. La economía hispana en lo referente a producción y exportación sufrió un im-presionante descenso. Por vez primera, regiones ricas, como la Bética y Levante, fue-ron arrasadas, con villas y ciudades destruidas y la población mermada considerable-mente.

La decadencia de municipios, cuyas finanzas ya en el siglo pasado no eran bue-nas, se acentúan ahora.

Los cementerios de la segunda mitad del siglo III de Ampurias, Valencia, Tarra-gona, etc. prueban una gran pobreza, generalizada en la población.

La disposición de Probo de permitir plantar vides a los hispanos puede enten-derse como una incentivación para salir de la crisis.

Esta crisis agudizará el proceso puesto en marcha de la ruralización de la pobla-ción y la aparición de los grandes latifundios, el colonato, etc.

Hispania comenzó a recuperarse a finales del siglo III.

62.4. CIRCULACIÓN MONETAL

Entre los años 193 y 260, en toda Hispania, se observa la progresiva desapari-ción del sestercio, desplazado por la moneda vellón.

193

El antoniniano llegó con cierto retraso, y en escaso número, lo que motivo que se mantuviera la circulación del bronce. Se impuso la moneda radiada. Es la única que circuló depreciándose continuamente y aumentando su número. Hasta Constantino sólo circula el vellón.

A partir del 260 aumentó la tesaurización. La moneda se deprecia continuamente y aumenta su número en circulación.

La mayoría de las monedas de los últimos años del gobierno de Galieno proce-den de talleres romanos. En tiempos de Diocleciano estos talleres perdieron su mono-polio. Un número elevado de monedas proceden de cecas orientales, seguidas por las de talleres romanos de Cartago y de la Galia.

NOTA.- Otras preguntas no contempladas en el temario, pero que aparecen en el libro.

62.5. ARTESANADO

Los talleres de tradición indígena, como el de Clunia, continuaron trabajando y exportaba sus productos a Numantia, Termantia, Langa del Duero, llegando hasta Ma-drid. En Tricio se encontraba un taller de sigillata hispana, que ha dado una gran canti-dad de moldes. Exportaba sus productos a Lancia, Asturica Augusta, Emerita, Itálica.

La comercialización de estos productos cerámicos precisaban de redes de distri-bución, transportes, almacenes, etc. muy abundantes y perfeccionados.

En Hispania también había fábricas de vidrio. Se han hallado en Santa Colomba de Somoza (León) y en Mataró, pero no parecen anteriores al siglo II.

En el valle del Guadalquivir hay vidrio de calidad, en fecha temprana. Estos talle-res dependían de las fábricas sirias de vidrio soplado. Estas fábricas hispanos produc-ían vasos con escenas de circo y anfiteatro.

Famosas fueron las fundiciones de Bilbilis y Turiaso, de las que se conservan ejemplares muy buenos, como el busto de Tiberio.

Los talleres que labraban la piedra estaban muy activos en época julio-claudia, principalmente en la Bética, como se deduce de las cabezas de Druso el Mayor, de Augusto, de Germánico, etc. En la capital de Lusitania trabajó un taller de gran calidad artística, que produjo excelentes retratos.

Plinio ha recogido las noticias de algunos inventos hispánicos, como el cedazo y el tamiz de lino.

Artistas griegos trabajaron el mármol en Hispania. Tarragona, Itálica y Emerita son las ciudades que contaron con mejores talleres de esculturas.

En los dos primeros siglos el mosaico hispano acusa influjo itálico y es en blanco y negro. A partir de ahora, se generalizan los mosaicos en colores.

62.6. COSTO DE VIDA

En opinión de Marcial el coste de vida era mucho más bajo que en Roma. Debe referirse principalmente a Bilbilis.

Circulación monetaria.- La circulación monetaria fue intensa en los años de Au-gusto-Claudio, 21 ciudades hispanas acuñan monedas; disminuye con Nerón y Vitelio, desapareciendo las acuñaciones hispanas. Una intensa circulación se dio entre los

194

años de Vespasiano a Marco Aurelio. Declinó con Cómodo, y más todavía con Sépti-mio Severo. En los dos primeros siglo dominaron el sestercio y el vellón.

Grandes terratenientes.- La existencia de grandes capitales queda bien reflejada en el lujo de algunos de los monumentos funerarios, como en la llamada tumba de Ser-vilia, en la necrópolis de Carmona, o la Torre de los Escipiones en Tarragona.

Se conocen algunos nombres de ricos importantes. Séneca el Retórico alude a riquísimas familias béticas.

La Península ofrecía grandes contrastes entre la Bética, la costa levantina y el valle del Ebro por un lado y el norte del río Duero hasta el Cantábrico, que seguía con una economía prerromana.

Patrimonio Imperial.- Era numeroso, pero no está bien localizado. Monopolio es-tatal eran las minas de oro. Al patrimonio imperial pasaron las minas confiscadas de S. Mario. Los juegos de gladiadores fueron una fuente de ingresos importante.

Gasto público.- El gasto público era el pago de la administración, la reparación de las calzadas y el sostenimiento del ejército. Terminadas las guerras cántabras, sólo la legio VII Gemina, estuvo acuartelada.

Impuestos.- Los impuestos indirectos eran la quinquagesima sobre la explota-ción; la vigésima sobre la herencia y la vigésima sobre la venta de esclavos.

Los censos perfeccionaron el sistema de impuestos sobre personas y riquezas. Se ocuparon de ellos los equites.

Las aduanas se encontraban colocadas en las principales ciudades. Los escla-vos controlaban las mercancías en el momento del embarque.

Centros comerciales.- Durante la época imperial y hasta de decadencia de la ciudad, continuaron los mismos centros comerciales que al final de la República. Roma favoreció la creación de fora, mercados, que dieron lugar con el tiempo a las ciudades. Además servían a la administración para recaudar tributos, lugar de reclutamiento. Su creación , por lo general, debe datarse de finales del siglo I d. C., como el Forum Limi-corum, en Guinzo de Limia, Orense, donde comerciaban los límicos; el Forum Biballo-rum, mercado de los bibalos, etc.

195

TEMA 18. RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD.

63. RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD

Una vez que Roma hubo finalizado la conquista de los países que bordean el Mediterráneo, surgió la necesidad de crear un equilibrio religioso entre las creencias y cultos de cada una de las provincias anexionadas y la metrópoli.

Se mostraron respetuosos con los cultos y creencias de los nativos, pues sus objetivos eran más de carácter material que espiritual. La religión romana fue pues una más de las que convivían en Hispania. Pero lo que fue inevitable fue la fusión de dioses que tenían la misma funcionalidad, en uno sólo, produciéndose en múltiples ocasiones el fenómeno de interpretatio. El proceso llevado a cabo permitió la aproximación de divinidades distintas por su naturaleza y por sus lugares de culto.

Entre los diferentes medios de difusión de la religión romana durante la época de dominación destacaron el ejército y el comercio.

64. DIVINIDADES ROMANAS E INDÍGENAS

Para el estudio de las deidades de la Hispania romana debemos considerar dos grupos, las romano-indígenas y las greco-orientales. Entre las primeras hay tres sub-grupos: las oficiales, las de culto privado y otras divinidades.

64.1. CULTO PÚBLICO U OFICIALES

El escalón más elevado de la pirámide divina la ocupaban Iupiter, Iuno y Miner-va, a los que se rinde culto en común, constituyendo la Tríada Capitolina o individual-mente despojados de su contenido político.

El estado romano fue el promotor de este culto porque era el lazo de unión que vinculaba Roma a las provincias diferentes del Imperio.

Las escasas dedicatorias a la Tríada (Tarragona, Astorga, etc.) acusan que este culto oficial no fue muy difundido.

Entre los templos dedicados a la Tríada destacan el de Urso (Osuna) y el de Hispalis. El mayor número de dedicatorias ofrecidas a Iupiter están la Tarraconense. En el Noroeste llegó a asimilarse a las deidades indígenas (Iupiter Óptimo Máximo Can-diedo). Los fieles a esta divinidad eran indígenas y libertos. En las leyes municipales la deidad se presenta como aval de los pactos.

A Iuno aportan el mayor número de dedicatorias, las ciudades romanizadas de la Bética. Y en el área de colonización fenicia la diosa púnica Tanit se asimiló a Iuno.

A Minerva le dedican las inscripciones de ciudades muy romanizadas como Ga-des, Tarraco y Asturica. Los fieles son decuriones, procuratores y sexuiri.

64.2. CULTO PRIVADO

La domus, templo familiar, tiene un conjunto de divinidades más o menos perso-nificadas, que constituyen la "tríada del Hogar": Vesta "encarnación de la llama", los Penates y el Lar, que velan por los intereses de la casa.

196

Los Penates aseguran la perpetuidad de la casa y se identifican con los inter-eses y los momentos de alegría y tristeza de la casa que protegen. El culto a los Péna-tes subsistió hasta la caída del paganismo. Tertuliano luchó por extirparlo y fue prohibi-do por el Código de Teodosio (392).

Los Lares abandonaron la intimidad del hogar para hacerse públicos, ubicándo-se en los cruces de los caminos y calles como divinidades protectoras de vías y viaje-ros - Lare Viales, Lares Competales-.

El Genius.- Cada humano tiene un genio "ángel de la guarda", que le acompaña toda su vida. Cuando el individuo muere el genio se cierne sobre la tumba con postura de espíritu bueno - Manes - o malo - Lemunres y Laruae-.

El Genio es de sexo masculino y Iuno (femenino). El culto de Genius en la Península se extendió mucho "Genio del pueblo" , de la legio VII, etc. Sus fieles son de los bajos estratos sociales.

Los Dioses Manes son divinidades funerarias cuyo culto también se arraigó en los sectores populares. En la época altoimperial se fusionó con las de los indígenas.

Los Dios curos -Castor y Polux- hijos de Zeus, eran deidades protectoras de los navegantes y de los comerciantes. A partir del siglo II d. C. se les rinde culto como divi-nidades funerarias. Aparecen en las estelas y sarcófagos como protectores de los muertos simbolizando la inmortalidad. Son la representación de la unidad cósmica. Ambos tuvieron culto por separado y sus fieles fueron libertos griegos.

64.3. OTRAS DIVINIDADES

Existía un culto a divinidades celestes. El culto a la luna lo menciona Estrabón en los celtíberos, etc. Su culto fue prohibido en el II concilio de Braga. El sol representa la vida y la fuerza. La luna fría y misteriosa se vincula a los muertos. En Hispania el sol y la luna recibieron culto bien conjuntamente o por separado.

Las aguas marítimas y terrestres se representan como Neptuno, los Nymphae y Salus. El culto a las aguas medicinas (salutiferas) arraigó en la Península, sobre todo en el Noroeste y perduraron como lo manifiestan los concilios. Estos cultos se asimila-ron a otros indígenas con las mismas atribuciones.

Las Numphae representaban la naturaleza vegetal y animal, utilizaban la hume-dad del aire, agua y bosques, y ejercían un poder fertilizante. Sus fieles pertenecían a las clases bajas, libertos y soldados.

También se rindió culto a Fons, Fontans. personificación de las fuentes.

Las protectoras de las artes y del comercio son Apolo y Mercurio. Según los pi-tagóricos el estudio de las ciencias divinizaba el alma que iba después de la muerte a reunirse con Apolo y las Musas.

Mercurio protegía a comerciantes y viajeros.

Marte y Hércules, deidades de la guerra y protectoras de las armas. Marte es el dios de la guerra. Se sintetiza con los indígenas Marso Tilenus, etc. Su culto en la Ta-rraconense y Lusitania refleja que depende del grado de pacificación de las provincias y de la presencia militar. Sus fieles son militares. Hércules como divinidad protectora de las armas era invocado junto a Marte y la Victoria. En Gades se asimiló el templo feni-cio de Melqart a Hércules. Su culto se desarrolló en sectores muy romanizados.

La existencia de creencias indígenas en dioses de la fecundidad y fertilidad de la tierra facilitó la expansión de las deidades romanas de análogas características. Las

197

Duillae (protectoras de la vegetación) y las Matres, que protegían la agricultura, los bosques y los jardines: Faunus, Pomona, Flora, Silvanus, Priapus y Liber. Este último es el dios de la Fecundidad cuyo símbolo es el órgano masculino y se veneraba como protector de la fertilidad agrícola y animal.

Deidades relacionadas con la caza era Diana. En Sagunto existía un rito que se ofrecía una vaca, una oveja blanca y una cerda (hembras).

El respeto que los romanos sentían hacia el poder divino y su pietas (piedad), hizo que vieran a Dios en todos aquellos fenómenos que les causaban admiración. Y no excluyeron tampoco las facultades anímicas de los seres humanos como Mens, Vir-tus, Pietas. Y las cosas deseables como Paz, Concordia y Salud. Las divinidades Tute-la y Fortuna se asimilaron a otras indígenas. Para los romanos Fortuna era el destino que regía a los hombres y pueblos.

65. DIVINIDADES GRIEGAS Y ORIENTALES

Desde tiempos prehistóricos se produce un contacto entre el Mediterráneo Oriental y la Península Ibérica, sobre todo con fenicios, púnicos y griegos; cuyos cultos, en particular los de estos últimos, se extendieron a las colonias por ellos fundadas y a las regiones vecinas. Más tarde fue Roma la encargada de canalizar el problema de la supervivencia personal se encontraron en los cultos mistéricos griegos y en las religio-nes orientales, que prometían el bienestar en este mundo y la felicidad eterna.

65.1. DEIDADES GRIEGAS

El culto a Asklepios, dios de la Salud, asimilado a Esculapio. Se documentan dos templos dedicados a esta deidad, uno cerca de Cartagena y otro en Ampurias. La ex-pansión de este culto por el occidente peninsular quizá estuvo motivada por su corres-pondencia con alguna divinidad indígena.

65.2. DEIDADES ORIENTALES

Las religiones orientales se extendieron fácilmente por el contenido misterioso de sus doctrinas, el proselitismo de sus gentes y la mancomunidad de religión y ciencia que dejaba a un lado la política. Este ensamblaje de sabiduría y religión colmaba las ansias de los creyentes, con la promesa de una vida en la eternidad. Los antiguos dio-ses fueron desbancados por otros que mueren pero que resucitan para no volver a mo-rir y que exigen a sus fieles una actividad constante por disfrutar de la gloria eterna.,

J. Bayet ha establecido una diferenciación entre las religiones de salvación, y las que se fundan en una visión cósmica del mundo, y adjudican a los ciclos de renovación de los astros un valor esencial.

Al grupo de las resurrecciones vegetales pertenecen las religiones de Dionisos, de Cibeles (asiático) y el de Isis (egipcio).

Dionisos está representado frecuentemente en los sarcófagos de los siglos II y III d.C.

Diversos monumentos hacen referencia a un culto a Cibeles-Magna-Mater y a Attis. La leyenda relata que Attis después de haber mantenido relaciones con Cibeles, se castró y falleció. Su actitud fue imitada por el sacerdote de la diosa, el gallus. Los sacerdotes formaban un colegio integrado por hombres y mujeres presidido por el ar-chigallus. El culto a Cibeles conoce su período más brillante con Domiciano, Trajano,

198

Adriano y Diocleciano.

El culto a Cibeles fue muy popular, se celebraban dos ceremonias: el taurobo-lium, sacrificio de un toro destinado a realizar un bautismo de sangre, y el criobolium sacrificio de un carnero. Las aras de taurobolium suelen reproducir la cabeza del toro y los instrumentos para su sacrificio. Este ritual decae a principios del siglo III d.C. y re-surge con Iuliano.

Los devotos de Attis recitan una oración con la que creían conseguir la felicidad eterna. A veces este culto no está ligado al de Cibeles.

El culto a Cibeles-Magna-Mater se expande en época Imperial, y los exvotos están diseminados en áreas próximas a la Vía de la Plata.

La época de mayor esplendor de los cultos egipcios correspondió al s. III y prin-cipios del IV. El culto a Isis, prohibido por Constantino, fue renovado por Juliano. Sus devotos pertenecían a los estratos sociales más elevados.

La documentación recoge teónimos correspondientes a divinidades astrales de origen sirio e iranio. Los romanos, influidos por caldeos y egipcios, creyeron que la ob-servación de los astros les permitía conocer el destino de cada hombre y en general el futuro. Muchos emperadores se manifestaron partidarios de la astrología y se impulsó junto con los cultos orientales. Según esta, los hados son los gobernadores del mundo y todo lo que en él habita está sometido a una ley determinada.

El culto de Mithra llegó a Hispania de Oriente. Según su doctrina dualista hay un dios principio del bien Ormuzd, y otro del mal, Ahriman, servidos por ejércitos de espíri-tus celestes o infernales. Mithra es un mediador entre el cielo y la tierra y se identifica con el sol. El fiel debe ser ayudado por Mithra para conseguir el reino del bien. Su ani-versario se celebra después del solsticio de invierno, el 25 de diciembre, cuando el sol comienza a recobrar su preponderancia en los días.

Sus iniciados debían de ir alcanzando siete grados relacionados con los siete planetas, hasta conseguir la gloria eterna. Los rituales ceremoniales se desarrollaban en templos subterráneos presididos por la imagen del Mithra sacrificando al toro.

65.3. DIVINIDADES GRECO-EGIPCIAS, SIRIACAS, FRIGIO-ANATOL IAS Y FENICIO-PÚNICAS

De las greco-egipcias, Némesis, diosa de la justicia, parece que recibió culto de los esclavos y libertos. Los esclavos de origen griego pudieron ser el medio de pene-tración. La religión de Serapis debió penetrar con los soldados procedentes de oriente.

Los cultos sirios tuvieron escaso impacto en la Península. En un ara de Córdoba se recogen teónimos de divinidades sirias, algunas relacionadas con el sol.

Entre las divinidades frigio-anatolias conviene mencionar a Cibeles, antigua dio-sa madre y a Ma-Bellona, diosa de la guerra y hermana de Marte, encargada de prepa-rar el carro que debía conducir a este dios al combate. En Trujillo (Cáceres) se rindió culto a esta deidad.

En el mediodía peninsular los fenicios y púnicos introdujeron a Estimun, se asi-miló a Asklepios-Esculapio, lo que nos permite entender la importancia del culto a la salud en Cartagena. Chrsor se equiparó a Efesto-Vulcano, Aresh a Mercurio, Astarté a Iuno y Baal-Hammnon a Cronos-Saturno. Las divinidades de origen fenicio que mayor vigencia tuvieron fueron Tanit-Iuno y Melqart-Hércules (Gaditanus).

199

66. CULTOS Y CREENCIAS

66.1. LUGARES SAGRADOS

Los textos clásicos, la epigrafía y la toponimia hacen referencia a una serie de lugares sagrados.

Ciertas islas y cabos fueron consagrados por fenicios y griegos: la Noctiluca cer-ca a Malaca (dedicada a la luna), la del Palmar (Valencia) a Minerva.

Algunos montes estaban consagrados a divinidades, como el Monte Teleno. También los bosques, Lucus Astrurum.

El conocimiento de la voluntad de los dioses se podía manifestar a través del sueño o de signos externos. En el templo del dios Endovellicus, los fieles pernoctaban para que el dios les comunicara mientras dormían.

Mediante el sacrificio el fiel trata de manifestar de forma externa su piedad y ve-neración a la divinidad. Se realizaban distintos tipos de inmolaciones: ofrendas públi-cas, se hace por el pueblo en nombre de la ciudad. Privadas cuando se dedican por una familia o un ciudadano. Los sacrificios eran múltiples y podían ser cruentos, cuan-do se sacrificaba algún animal, o incruentos en los que se dedicaba frutos, flores o líquidos (vino, lecho). Fundamentalmente debía ofrecerse un objeto de consumo, como las primicias de las cosechas.

Entre los ritos de inmolación destacan: la consagración de la víctima a la divini-dad, rociando la cabeza del animal con harina y sal. La muerte del animal cuando se le hiere con el cuchillo se deposita una parte de él en el altar, para examinar su interior y deducir la paz o cólera del dios.

Con estos ritos se quería manifestar el agradecimiento por los beneficios recibi-dos por los dioses para que continuaran asistiéndoles.

En las ceremonias rituales de los sacrificios existe un reglamento. Cada deidad apetecía una víctima concreta. Las femeninas gustaban por lo general de víctimas hembras, y las deidades preferían también unos colores determinados, las celestiales víctimas blancas, Vulcano las rojizas y las infernales las negras.

Las libaciones eran normales, así como quemar en las aras en los ceremoniales, o quemar incienso.

Determinados dioses aceptaban sacrificios humanos, Estrabón dice que los pueblos del norte inmolaban víctimas humanas a Ares o Marte. Los juegos de gladiado-res en sus orígenes tenían la finalidad de proporcionar sangre humana. Estos sacrifi-cios humanos eran exigidos entre otros por Saturno. En ellos la víctima era menos im-portante que el derramamiento de sangre. Después tendrían como fin el triunfo sobre el adversario.

Las prácticas adivinatorias permanecerán vigentes durante el Imperio. Los galai-cos y los lusitanos presagiaban lo que iba a suceder por el vuelo de las aves, las entra-ñas de las víctimas y las llamas sagradas. El Concilio XVI de Toledo fue en contra de ellos.

Las danzas fueron otros medios de comunicación con las divinidades, los juegos agnósticos y las mascaradas. En Cádiz las bailarinas y prostitutas sagradas vivían en el templo. La Iglesia cristiana prohibió las mascaradas. Los disfraces de animales tenían un significado determinado. Así el de toro representaba la virilidad y fecundidad.

200

67. EL CULTO A LOS MUERTOS

Los romanos creían que después de muertos se vivía una vida semejante a la terrena aunque disminuida. El culto a los muerto es una necesidad, una defensa por-que el difunto no complacido puede ser peligroso.

El culto funerario se inicia con una comida en la que se supone que participa el difunto. Sobre su tumba se depositan ramas de olivo, laurel y hiedra; su verde persis-tente era símbolo de supervivencia. También se dedicaba fiestas a los difuntos en Fe-brero y Mayo.

La religión y filosofía griega ejercieron influencias en las creencias romanas: concepción del infierno, distribución de los muertos según la justicia, la justicia o casti-go según haya sido bueno o malo, la creencia en la naturaleza aérea de las almas, que ascendían al cielo estrellado a través del aire. Así en los bajorrelieves funerarios se representa al viento, estrellas, luna (simbolismos de una inmortalidad astral).

67.1. LOS "COLLEGIA" Y SUS CULTOS

La organización de los cultos estaba a cargo de una familia, de un collegium, de una ciudad, de un conventus o de una provincia.

En la familia ejercía como sacerdote el pater familias en el culto tributado a los lares.

En los conventos y en las provincias desempeñaban esta labor los sacerdotes, flamines. Ciertas asociaciones de individuos, cofradías o collegio también organizaban sus cultos y cada uno tenía su propia divinidad:

El collegium de iuvenes: para practicar ejercicios físicos y formarse culturalmen-te.

* Los collegia profesionales: zapateros, pescadores, etc. * Los collegia funeraria: para costear los gastos de las honras fúnebres de sus aso-

ciados. * Los collegia religiosos: para rendir culto a una divinidad.

Su organización interna reproducía la municipalidad pero a escala menor. Eleg-ían al magister o sacerdote. Para ello debía ser ciudadano, tener fortuna y una hoja de servicios limpia.

Podrían ser nombrados con carácter vitalicio, disfrutando de privilegios como presidir en circos y teatros.

Administraban la economía de los templos y la organización de los festejos reli-giosos corría a su cargo (durante una año).

Solían ser diferentes los sacerdotes de culto imperial de los de culto municipal.

67.2. EL CULTO AL EMPERADOR

Entre los pueblos prerromanos ya existía un culto al jefe, precedente del culto al Emperador.

Anualmente y en la capital de cada una de las provincias se reunía el concilium provinciae, integrado por los delegados de todas las ciudades. Era una asamblea políti-

201

ca y religiosa en la que se tomaban decisiones referentes a cada provincia a la vez que se celebraban solemnes fiestas en honor del culto imperial. De ella salían los nombra-mientos anuales de los flamines o sacerdotes encargados del culto imperial provincial.

El culto al Emperador en la Península estuvo limitado a los conventus Lucensis, Bracaraugustanus, Asturicensis, Cluniensis y Carthaginensis.

Todos los testimonios hacen suponer que el culto del conventus se organizó a partir de los Flavios. Los flamines después de este cargo ocuparon otros importantes en la administración y el ejército.

Los emperadores pretendieron que su culto se hiciera extensivo a todos los sec-tores sociales económicamente desahogados. Surgiendo así en los municipios múlti-ples cofradías religiosas que se ocupaban del culto imperial. (La de los Lares Augusta-les, Córdoba, etc.)

Los encargados del nombramiento de los Augustales eran los magistrados mu-nicipales Exigiéndoles costear con sus bienes una parte de los gastos públicos del mu-nicipio.

En Tarraco hay un altar dedicado a Augusto (26 a.C.) Después en Emérita, Bra-cara(5 a.C.) Esto nos demuestra que este culto surgió en torno a los altares.

Augusto dará a la persona del jefe un valor y aura sagrados. Octavio fusionó las nociones latinas (genius y numen) creando una mística en torno a su persona, el ge-nius Caesaris, y recibió culto junto a los Lares Compitales. La herencia más importante que dejó Augusto fue el culto imperial. Este culto motivó un fuerte vínculo de unión en-tre Roma, Italia y las provincias.

202

TEMA 19. ASPECTOS POLÍTICOS DEL BAJO IMPERIO

68. INTRODUCCIÓN

Con el ascenso de Diocleciano al poder se inicia un período de absolutismo im-perial que se sustenta sobre los pilares religioso, político y militar.

La persona del Emperador se rodea de una aureola divina con la titulación domi-nus et deus; Diocleciano concibió la tetrarquía como un sistema teocrático y colegiado de gobierno (El emperador comparte con su colega el rango de Augusto). Y cada uno de ellos, ayudado por un césar en su sede, debería llevar a cabo un mayor control ad-ministrativo y unas intervenciones militares más efectivas).

Se creó un nuevo régimen, el Dominado, en el que el monarca adquirió un poder absoluto. Y la burocratización producto del centralismo administrativo sería la garantía del absolutismo imperial.

Los objetivos de los tetrarcas eran los mismos que los de los emperadores ilirios: mantener la unidad imperial y, la estabilidad política.

Por lo que respecta a la sucesión, durante el siglo IV se abandonó el sistema tetrárquico en beneficio del de la herencia dinástica. Lo ordinario fue que el emperador reconociera a un César o a un Augusto. Sí una dinastía se extinguía o si no se nom-braba a un sucesor, la elección la llevaban a cabo los jefes militares o altos funciona-rios civiles.

Los hijos de Constantino se dividieron el Imperio como Augustos, equiparados en derechos, pero al poco tiempo iniciaron la lucha por el poder. El nombramiento de antiemperadores hizo la situación más embarazosa. En Occidente fueron frecuentes las usurpaciones con el apoyo de las legiones. (Los emperadores-soldados, Valentiano I y Valente).

En este periodo Hispania, que carecía prácticamente de tropas militares, estuvo ajena a las intrigas y vivió en paz.

Los escasos éxitos de Teodosio contra los godos le facilitaron concentrar las fuerzas del Imperio en un conjunto unitario y resistente. A su vez impulsó la unidad reli-giosa del Imperio. Como soberano cristiano, quiso consolidar un Estado teocrático. Su lucha contra el paganismo fue sin cuartel, logrando cotas de éxito muy elevadas y con-siguiendo agrupar al mundo en torno al nuevo ideal religioso, después de que otras creencias religiosas hubieran fracasado en este esfuerzo unitario.

La Hispania del siglo IV ha sido estimada bajo puntos de vista contrapuestos. La visión más optimista nos presenta este momento como una época de paz y prosperidad (pasajes de Pacino y Prudencio). Una visión más pesimista (con Vola y Ausonio) guia-da por la inquietud de una sociedad abrumada por las incursiones de gentes fronterizas extrañas, y el bandidaje.

Pero la Hispania del s. IV carece de hechos políticos relevantes, excepto el apo-yo a algún candidato al Imperio, caso de Magno Magencio en el 350 d.C., pero en es-tas turbulentas luchas por el poder, en la península reinó la paz.

Hispania participó en la definición de un imperio romano-cristiano, con sus gran-des pensadores (Juvenco, Prudencio, Osorio). Momento pues de fortalecimiento cultu-ral.

203

También resurge la economía pero se acentúa la decadencia social. Socialmen-te se debe a la persistencia de la corriente de ruralización iniciada en el siglo II, siendo los latifundios la base de la propiedad, donde los grandes señores se enfrentan a una clase urbana arruinada y a un campesinado pobre.

Según algunos autores, la pobreza se acentuaría entre los pueblos cántabros y vascones (pero no hay testimonios literarios y arqueológicos que lo justifiquen).

En la Meseta Norte se acusa la riqueza de las villas y el poder político de sus hombres.

La marginación de los hispanos en el poder central cesa en el último tercio del siglo IV, y esto permitió resurgir a la Meseta con escasas o nulas importaciones y gran-des ingresos por venta de ganado.

Iniciado el s. V, la situación creada por Geroncio y su acuerdo con los bárbaros facilitó el asentamiento de los suevos, vándalos y alanos en la Diócesis Hispaniarum. Esto pone fin a la Hispania romana; aunque el emperador de Occidente, Honorio, si-guiera en el trono hasta el 423. La estructura social y económica romana subsistirá hasta la presencia árabe en el 711.

69. HISPANIA EN LA ÉPOCA DE DIOCLECIANO (284-305).

En el 284 d.C. las tropas de Nicomedia proclamaron emperador a un oficial dálmata, Diocleciano.

Ello acarreó un nuevo orden en la estructura política, aunque Diocleciano debe considerarse más un hombre del s. III que del s. IV. Renunció al gobierno personal y designó como colega suyo a Máximo a quien le impuso su cognomina.

En el 293 Diocleciano designó a dos generales ilirios como Césares; como ayu-dante suyo a Galerio y de Maximiano a Constancio. Surgió así la Primera Tetrarquía (293-305). Este es el esquema de sus campos de actuación.

AGUSTOS Diocleciano. 248 d.C. (Oriente) MAXIMIANO 286 d.C. (Italia, África, Hispania)

CESARES Galerio. 293 d.C.(Iliria). CONSTANCIO. 293 d.C. (Galia y Britania).

En Hispania apenas existen dedicatorias a Diocleciano. En cambio son frecuen-tes las que honran a Maximiano, Augusto Emperador de Occidente, y le celebran con el título de Augustus Invictus. También a Constancio reconociéndole como Nobleissimus Caesar Noster.

El régimen tetrárquico responde a una necesidad militar. Designó a los tres cola-boradores sin consultar al Senado y al ejército. A los Césares se les confiaron las tro-pas pero no las provincias.

Maximiano y Constancio tuvieron el mando en Occidente. Constancio (César) actuó sobre las inestables Galia y Britania, y colaboró con Maximiano en la administra-ción de las provincias de Hispania.

Entre el 295 y 298 los Augustos y los Césares llevaron a cabo empresas milita-res:

204

Diocleciano en Egipto. Maximiano contra francos en Hispania y África.

Galerio contra los persas. Constancio en Britania.

Según J. Arce en un relieve de Emérita, que representa a un emperador monta-do a caballo arrollando a un bárbaro, conmemora este triunfo de Maximiano contra los francos y en el N. de África contra los mauritanos.

Diocleciano reformó la organización territorial y el ejército (tema siguiente).

Su política religiosa refleja el totalitarismo. Entre el 303 y 304 promulgó una serie de edictos en los que ordenaba la destrucción de iglesias, la confiscación de libros sa-grados, el encarcelamiento del clero y la obligación para todos de sacrificar bajo pena de muerte o de deportación a las minas. Las persecuciones en la Diócesis Hispaniarum fueron iniciativa de Maximiano, siguiendo las directrices de Diocleciano. Prudencio nos da nombres de los que sufrieron martirio, abundando en las ciudades, lo que lleva a deducir que la cristianización había arraigado en los medios urbanos. De la vitalidad de las iglesias hispanas en el s. IV d.C. nos habla el concilio de Elvira (Granada) que tuvo importancia considerable.

70. HISPANIA DESDE LA ABDICACIÓN DE DIOCLECIANO HASTA L A AS-CENSIÓN DE TEODOSIO.

En el año 305. por acuerdo mutuo, abdicaron simultáneamente los Augustos y los Césares.

AUGUS-TOS.

GALERIO. (Iliria, Menos Panonia Y Asia Me-nor.

CONSTANCIO. 306 d.C. (GALIA, BRITA-NIA E HISPANIA).

CESARES MAXIMINO DAIA. (Resto de Oriente y Egipto). SEVERO. 307 d.C. (África, Italia y dos Panonia).

En el 306 muere Constancio y los soldados sobornados por Constantino le pro-clamaron Augusto. Al igual que bajo los Severos el principio dinástico cobraba vigencia de nuevo y el ejército había decidido en la elección. El enfrentamiento entre Constanti-no y Galerio era inevitable porque éste había designado a Severo como Augusto según le correspondía. La muerte de Severo en el 307 facilitaría la herencia de Constantino, pero surgiría el problema de Majencio.

¿A quién pertenecía pues Hispania en el 306? Hispania había pertenecido a Maximiano (286) y después la heredó Constancio. Y por el estudio de los miliarios se deduce que en esta fecha pasó a manos de Constantino.

Majencio hijo de Maximiano, no aceptó la situación, llevó a cabo una revuelta, se ciño la púrpura y se proclamó princeps. Las fuentes cristianas partidarias de Constanti-no le trataron de usurpador y tirano.

Maximiano se puso de parte de su hijo Majencio y recuperó el título de Augusto que abandonó un año antes. Constantino le reconoció como Augusto y dio a su hija como esposa de Majencio. Así Maximiano y su yerno Majencio formaron una nueva dinastía herculiana. A partir de este momento la Diócesis Hispaniarum correspondió a Majencio, aunque pasó definitivamente a Constantino (309-312).

205

Estos enfrentamientos destruyeron los propósitos de Diocleciano y crearon la máxima anarquía en el sistema tetrárquico. De momento había 4 augustos (Galerio, Maximiano, Majencio y Constantino) y un sólo Cesar, Maximino Daia. Las inevitables luchas civiles fueron eliminando candidatos al mando único.

En el 313 el Imperio estaba repartido entre dos Augustos, Constantino y Licinio. Este último fue derrotado en el 324, dejando el Imperio en las manos únicas del instau-rador del Imperium .

De todos estos emperadores se conservan miliarios.

70.1. CONSTANTINO (309-324)

Fue el fundador de una monarquía absoluta de derecho divino. Como cristiano, no podía ser emperador-dios, pero si ser de "filiación divina". Constantino fue empera-dor "por la gracia de Dios" y representante de él en la tierra. El reino terrestre de Cons-tantino pretende ser la imagen de un reino celeste. El emperador está rodeado de Césares como Dios de sus ángeles.

Durante este tiempo la Diócesis Hispaniarum permaneció al margen de los pro-blemas políticos más significativos. Hispania conoció una recuperación económica y se adaptó a las nuevas directrices de la administración. La diócesis se incluye en unidades administrativas superiores, praefecturae.

Creó nuevos cargos administrativos y remodeló la organización militar dioclecia-nea (tema siguiente).

En el 312 decretó algunas medidas a favor de la Iglesia, como la de que se resti-tuyeran a las comunidades cristianas los bienes confiscados. Este Emperador consi-deró el poder de la iglesia como uno de los principales poderes del Estado, de ahí que luchara por conseguir la unidad religiosa.

Estuvo influido por el obispo Osio de Córdoba. Osio defenderá en Nicea la uni-dad cristiana, base religiosa sobre la que Constantino fundamentará su nuevo Imperio.

De Constantino se conservan miliarios y varias inscripciones.

70.2. SUCESORES DE CONSTANTINO. (324-363)

Constantino repartió el Imperio entre sus 3 hijos: Constantino, Constancio y Constante, y sus sobrinos.

Constantino II obtuvo la supremacía sobre Occidente (Britania, Galia e Hispania) y hasta cierto punto ejerció una tutela sobre Italia, África y Panonia. En el Oriente Cons-tancio II se añadió Tracia. Según, parece, Constante quedó bajo la tutela del primogéni-to sin tierras y sin poder efectivo.

Por ello se enfrentaron los dos, muriendo Constantino en el 340. Constante re-cogió sus dominios. Asía Constancio II y Constante reinaran con armonía hasta el 350.

En el 344 tuvo lugar el Concilio de Serdica (Sofía). El Papa Julio envió a Osio de Córdoba para que lo presidiera. También estuvieron presentes otros hispanos. Los orientales atacaron con virulencia la primacía del Papa defendida por Atanasio y Osio.

En el 350 el comes Magencio se sublevó y ciñó la púrpura en Autun. El ejército y el pueblo de las Galias se unieron al usurpador. Constante partió para Hispania, pero fue asesinado por uno de los partidarios de Magnencio. Según se desprende de las fuentes literarias algunas provincias hispanas, en especial Gallaecia, se pasaron al

206

bando de Magnencio; otras seguían fieles a Constancio II. El usurpador fue derrotado.

Posteriormente se reforzaron las fronteras hispanas (360) debido a la subleva-ción de Cesar Juliano en la Galia. Hispania apoyó a Juliano cuando buscó en ella refu-gio al ser vencido por Constancio.

En esta época la Bética y Lusitania cambiaron de rango de praesidialis a consu-laris.

70.3. DINASTÍA VALENTINIANA. (364-379)

Los acontecimientos políticos del reinado de Valentiniano tuvieron poca repercu-sión en Hispania.

Pero se hace presente el clan hispano que va a preponderar en los medios polí-ticos y religiosos de fines del s. IV.

En el 366 se da un forcejeo entre el hispano Dámaso y Ursino por el papado. Triunfa Dámaso aumentando la influencia del papado en los medios políticos, e impo-niéndose la jerarquía de Roma sobre otras sedes episcopales cristianas.

El Papa Dámaso influirá sobre Graciano, hijo de Valentiniano. Graciano contro-lará Occidente hasta el 383.

La diócesis Hispaniarum tenía en estos momentos 6 provincias. Bética y Lusita-nia eran consulares, gobernadas por un consular, y el resto eran presidiales con un praeses.

Graciano elegiría como emperador aunque de manera simbólica a su hijo menor Valentiniano II, sometido al tutelaje de Teodosio.

71. DE TEODOSIO A LAS INVASIONES

Teodosio se declaró descendiente de Trajano. Nacido en Coca (Segovia) o en Gallaecia donde sus padres tenían propiedades.

Su ascenso al trono fue resultado de la influencia del clan hispano aliado al clan galo que dirigía Ausonio. Su padre Honorio Teodosio, hombre de altísimo prestigio, fue mandado decapitar por Graciano.

Con el ascenso de Teodosio se favoreció también a los amigos y parientes his-panos. Poseyendo éstos grandes propiedades rústicas en Cauca (Segovia), en cuyas cercanías la arqueología ha detectado lujosas villas de esta época.

La ideología de este grupo senatorial fue la defensa de la moral cristiana frente al paganismo. El providencialismo de Tito Livio y Virgilio, defendía la eternidad de Ro-ma por destino de los dioses. La interpretación cristiana (Prudencio, Osorio, S. Jeróni-mo y S. Agustín) defiende también la Roma eterna pero cristiana.

La mayoría de los homines novi del clan hispano procedían del N.O. de la Península Ibérica. Aristocracia que procede del campo y vive en sus grandes propieda-des rústicas.

Renuevan el senado tradicional romano mayoritariamente pagano. Sustituirán el culto al Emperador por el culto al poder de origen divino, materializado en el disco de Teodosio.

207

72. Prisciliano y el Priscilianismo

Nacido en Galicia y educado en el gnosticismo. Con un grupo dirigió una doctri-na basada en:

* La renuncia a las formas externas del poder. * Rigurosa disciplina y ayunos. * Menosprecio del matrimonio y de la estructura jerárquica de la Iglesia. * Gusto del retiro a los montes y desprecio de los bienes del mundo. * Estudio de las S. Escrituras. * Quiso reformar el clero con el celibato y abandono de las riquezas.

Este movimiento priscilianista se originó en Lusitania y lo difundieron los obispos y presbíteros de Astorga y Braga, y de las iglesias galaicas. Sobre el 379 durante el reinado del Emperador Graciano.

Este episcopado fue excomulgado. En el Concilio de Caesaragusta el Papa Dámaso no vio herejía en Prisciliano y se limitó a reprobar ciertas prácticas morales.

72.1. LOS SUCESORES DE TEODOSIO Y LA PENETRACIÓN BÁRBARA EN HISPANIA. (359-409 d.C.)

A la muerte de Teodosio en el 395 el Imperio romano unificado fue dividido entre sus dos hijos: Arcadio, recibió como Augusto Oriente, y Honorio, como Augusto Occi-dente.

Dos unidades administrativas, no radicalmente separadas, se convirtieron en conjuntos imperiales autónomos.

El reinado de Honorio (395-423) estuvo dominado por la figura de Estilicón, re-gente durante su minoría de edad.

Entre el 407-411 va a tener lugar la usurpación de Constantino III, controló Brita-nia y la Galia, así se enfrentaban con Honorio. Constantino quería apoderarse también de Hispania pero Honorio contaba en la Península Ibérica con el apoyo de la aristocra-cia hispana y de la familia teodosiana, pero estos carecían de mandos militares.

Otro sector de la diócesis Hispaniarum aceptaba a Constantino III y estos conta-ban con un ejército regular al mando del general Gerontio. El primer enfrentamiento de Gerontio y los teodosianos tuvo lugar en Lusitania. La victoria del Gerontio trajo consigo el saqueo, por sus tropas, de Tierra de Campos, donde se cobraron un importante botín de las numerosas villae que la arqueología ha detectado: Pedrosa de la Vega, Dueñas.

Más tarde Gerontio vio la oportunidad para iniciar su propia rebelión, aliándose con los bárbaros asentados en Aquitania para hacer frente a los ejércitos de Constanti-no III. Ello explica la facilidad de paso de los germanos hacia Hispania (409).

Hispania una vez más sería escenario de guerra civil entre los partidarios de Ge-rontio y los de Constantino III. Pero pronto Gerontio se suicidó. Así la situación en la Diócesis Hispaniarum facilitó el asentamiento de suevos, vándalos y alanos, con lo que se ponía fin al último capítulo de la Hispania Romana.

208

TEMA 20. LA ADMINISTRACIÓN DE HISPANIA EN EL BAJO IMPERIO.

73. ASPECTOS MÁS IMPORTANTES DE LAS REFORMAS DE DIOCLEC IANO

Diocleciano abordó los problemas que soportaba el Imperio de un modo más firme y completo que el adoptado por sus predecesores. Uno de los problemas más importantes que tenía el Imperio era el de restablecer la tranquilidad política del Imperio frenando las tendencias centrífugas alimentadas por las desastrosas condiciones económicas y sociales de las regiones. Diocleciano decidió asociar al poder a otro ofi-cial ilirio de su confianza, Maximiano, para que resolviese los problemas de la parte occidental del Imperio. Maximiano fue elevado a la dignidad de Augusto, ocupando, en el aspecto constitucional, una posición similar a la que ocupaba Diocleciano, aunque Diocleciano marcó las diferencias al tomar el título de Iovus (Júpiter), dios, y Maximiano el de Herculis (Hércules), héroe divinizado. Lo que implicaba una gradación que era sentida por las gentes. La elaboración de este sistema de principado colegiado manten-ía en su aspecto teórico una graduación que determinaba la subordinación de Maxi-miano a Diocleciano, aunque los dos llevasen el título de Augustus. En el poder y la autoridad no había equiparación.

La bipolarización del poder constitucional en dos Augustos para las dos partes del Imperio se revelaba insuficiente para atajar las presiones exteriores y la situación interior. En el 293 dos nuevas personas, también de extracción militar, fueron asocia-das al poder en calidad de Césares: Constancio para el Occidente y Galerio para el Oriente.

Se trataba, pues, de un poder compartido de un modo coherente que aseguraba la unidad de mando, por cuanto que los Césares obedecían a los Augustos y estos le-gislaban en común, sin que fuese en detrimento de la eficacia que suponía el que cada miembro de la tetrarquía tuviera su sede en una ciudad idónea para atender los pro-blemas surgidos en las zonas adyacentes. Diocleciano, residía preferentemente en Ni-comedia, Galerio en Sirmio, Maximiano en Milán o en Aquilea, y Galerio en Tréveris.

La tetrarquía era también un intento de asegurar con antelación la sucesión al poder. Para reforzar esta tendencia, los Césares se vieron forzados a repudiar a sus mujeres, para casarse Galerio con la hija de Diocleciano y Constantino con la hijastra de Maximiano.

No sólo del ejército procedían los problemas de las usurpaciones sino que tam-bién en él residía la defensa del Imperio. Diocleciano reformo el ejército dividiéndolo en dos partes: los limitanei, o ripenses, que atendían a la defensa en el limes, y los comita-tenses, tropas móviles de caballería y de infantería que dependían directamente de los Augustos y de los Césares. De esta forma se pensaba hacer frente de un modo más rápido a cualquier ruptura del limes o a cualquier usurpación o levantamiento interior.

Con la tetrarquía y la reforma del ejercito las legiones experimentaron un aumen-to numérico, pasando de 39 a 60, lo cual no implica que se cuadruplicara, como señala Lactancio, el número de los efectivos; ya que muchas legiones no llegaban al millar.

La transformación de la estructura económica y social iniciada a partir de la crisis del siglo III exigía una adecuación de las instituciones romanas. Las tendencias auto-nomistas, producidas por las tendencias centrífugas, hacían necesaria una reforma administrativa. La nueva distribución administrativa, que guardaba al mismo tiempo es-trecha relación con el nuevo sistema fiscal, evitaba la excesiva concentración en algu-nos lugares de fuertes poderes económicos, militares y políticos, y facilitaba una mayor

209

eficacia en la administración. Diocleciano procedió a la fragmentación de las actuales provincias, aumentando su número.

Las fuentes no coinciden sobre el número de provincias surgidas tras la reforma. 98, 113, 120, etc. Como estas fuentes se redactaron en épocas distintas, se deduce que posteriormente a Diocleciano hubo remodelaciones de las provincias.

Debido a las distintas dependencias y jurisdicciones no había unificación en los rangos de gobernador. Así, en el Bajo Imperio las provincias estuvieron mandadas por:

* Gobernadores procónsules, por ejemplo en África y Asia. * Correctores, funcionarios imperiales que se pasaron a ser regulares y permanetes,

que en la reforma de Diocleciano tenían asignadas las provincias de Italia. * Consulares, gobernadores senadores, que parecen derivar de los antiguos gober-

nadores de rango senatorial. * Praesides, que ocupaban el último rango entre los gobernadores.

En la reforma de Diocleciano, los gobernadores praesides y algunos de los co-rrectores procedían del orden ecuestre y llevaban el título de perfectissimi.

Para poder hacer frente a sus funciones, los gobernadores contaban con un per-sonal subalterno que les ayudaba y que constituía su oficium.

La ampliación del número de provincias podía dificultar las relaciones con el go-bierno central, por lo que Diocleciano reagrupó las provincias en circunscripciones más amplias, conocidas con el nombre de diócesis, al mando de funcionarios denominados vicarios, o de viceprefectos del pretorio. Inicialmente estos funcionarios pertenecían al orden ecuestre, pero con Constantino el cargo pasó a desempeñarlo el orden senato-rial. Las diócesis así obtenidas fueron: Italia, once provincias; África, seis; Hispania, seis; la Viennensis, siete; la de las Galias, nueve; la de Britania, cuatro; la de Pannonia, siete; la de Moesia, diez; la de Tracia, seis; la de Asia, nueve; la de Ponto, siete; y la de Oriente, diecisiete.

Posteriormente las diócesis se agruparan en unidades geográficas más amplias denominadas praefecturae, que no tuvieron un carácter constante en su número ni en su composición. Inmediatamente a la muerte de Constantino se contaba con las prefec-turas de Italia, Oriente, África y Galia. Al mando de las prefecturas estaban los prefec-tos.

Los prefectos tenían que acompañar a los Augustos y a los Césares en sus con-tinuos desplazamientos. Los prefectos del pretorio eran los funcionarios más importan-tes (con funciones administrativas, financieras y judiciales), en cuyos territorios debían mantener el orden y la paz, procurando que los vicarios y los gobernadores cumpliesen correctamente sus respectivos cometidos.

74. NUEVA DIVISIÓN PROVINCIAL DE HISPANIA

Diocleciano creó la Diócesis Hispaniarum que contenía seis provincias: la Baeti-ca, Lusitania, Carthaginiensis, Gallaecia, Tarraconensis, y Mauritania Tingitana (Norte de África). Mucho antes de esta reforma, Hispania había sido dividida en Provincia His-pania Citerior, Provincia Hispania Ulterior y Provincia Hispania Lusitania; luego Caraca-lla había constituido a Gallaecia en provincia, bajo el nombre de Provincia Hispania Ci-terior Antoniniana.

210

Las razones por las que Diocleciano dividió la provincia de Hispania Citerior en las provincias de Carthaginenesis, Tarraconensis y Gallaecia, se enmarcan dentro de la reorganización imperial (parar las usurpaciones, la autonomía,) y posiblemente a razo-nes específicas, debido a la gran cantidad de pueblos étnicos que comprendía la Cite-rior con diversos grados de desarrollo y romanización. La división de la Citerior parece haber buscado igualación desde le punto de vista territorial cuantitativo entre las pro-vincias de la diócesis, que resultaban así más homogéneas.

El hecho de que la Mauritania Tingitana fuese incluida dentro de la diócesis de Hispania probablemente se deba a que, en caso de eventuales dificultades políticas, resultaba más fácil abastecer esta zona desde la Bética.

La nueva división administrativa hay que datarla entre el 284 y el 288. Con pos-terioridad a esta división, se constituyó la diócesis y el cargo de vicario como funciona-rio encargado de su gobierno. La creación de esta circunscripción superior y su vicarios debieron de tener lugar en el 297.

Las divisiones provinciales y el número de provincias que componían la diócesis Hispaniarum no permaneció inalterable. En el 365-385 de la Cartaginense se separa el territorio de las islas Baleares, constituyendo una nueva provincia e integrándose en la diócesis de Hispania.

Según el tratado de Festo, de las provincias hispanas solo dos, la Baetica y la Lusitana, eran consulares: las otras eran presidiales. Luego, la Gallaecia pasó a consu-lar, que es la situación que refleja la Notitia Dignitatum. En el 382 la Lusitania pasó temporalmente a consular.

Cuando se creó la unidad territorial superior de la prefectura de las Galias en el 385, la diócesis de Hispania fue una de las que quedaron integradas en ella.

75. EL GOBIERNO DE HISPANIA.

Cuando en el 297 se creó la diócesis de Hispania, se creó también el cargo de vicario. Hacia el 313 se puso al lado del vicario un comes Hipaniarum, que pervivió has-ta Constantino II o Constante. El comes no tenía un carácter exclusivamente militar, como ocurrirá más tarde, sino que tenía también otras funciones jurídicas y civiles. Per-tenecía al rango senatorial. Del comes Hispaniarum dependían, en el campo militar, once unidades de auxilia palatina y cinco legiones de limitanei.

Los vicarios debían controlar las actividades administrativas de las provincias pa-ra enviar un informe al emperador o al prefecto de la situación de la diócesis.

Muchos de los cometidos de los prefectos eran desempeñados en sus diócesis por los vicarios; como por ejemplo, la represión de actividades religiosas no aceptadas, el control de los impuestos de las provincias y las obras públicas.

Los vicarios tenían también funciones judiciales en lo civil y en lo criminal. Los ciudadanos podían acudir al vicario o prefecto, la sentencia era apelable al emperador. Desde Constantino la sentencia del prefecto no era apelable al emperador.

Para poder conseguir sus cometidos, el vicario tenía también un officium muy semejante al de los otros altos funcionarios, con Princeps, Corunicularius, duo Numera-rii, Commentariensis, Ab actis, Cura espistolarum, Auditor, Subadiuvae, Exceptores Singulares et reliquom officium.

Respecto a los gobernadores de las provincias de la diócesis de Hispania, los

211

había según perteneciese a una provincia consular o presidial, y por tanto pertenecían al orden senatorial o ecuestre, y llevarían el título de clarissimus o perfectissimus, res-pectivamente. Pero hay que tener en cuenta el status personal elevado, como podría ser el caso de aquellos gobernadores de provincias praesides que un lugar de ser per-fectissimi eran clarissimi, y la ascensión de una provincia de rango, como es el caso de Gallaecia, que de ser presidial pasó a ser consular.

En la época de Diocleciano, los gobernadores proconsulares, consulares y la mayoría de los correctores eran del orden senatorial con título de clarissimi, mientras que los gobernadores praesides y algunos gobernadores correctores eran del orden ecuestre con el título de perfectissimi. Con el tiempo, todos los gobernadores correcto-res y algunos praesides serían del orden senatorial y, por tanto, clarissimi.

Los gobernadores tenían también su officium. Éste se componía de Princeps, Cornicularis, Tabularii duo, Adiutor, Commentariensis, Ab actis, Subadiuva y Excepto-res. La diferencia entre el officium del gobernador consular y del praesides, reside en que el Princeps en el oficium consular depende del pretorio y el del praesides depende de su officium.

Con las reformas de Diocleciano, los gobernadores pasan generalmente a des-empeñar tareas administrativas y jurisdiccionales; sólo los praesides de rango ecuestre podían a veces desempeñar cometidos militares.

Los gobernadores provinciales actuaban como jueces ordinarios de primera ins-tancia en asuntos civiles y criminales. Las penas que podían imponer llegan hasta la condena a muerte y la confiscación de los bienes, con el consentimiento del empera-dor. De las actividades administrativas, las más importantes se relacionan con la reco-gida de impuestos, de gran trascendencia para el Imperio. Además eran los responsa-bles del mantenimiento del orden en sus zonas.

Se mantuvo también la división entre aerarium sacrum y aerarium privatum. Con uno y con otro guardaban relaciones económicas la diócesis de Hispania y las provin-cias que la integraban. Ambos erarios tenían en Hispania altos funcionarios.

76. LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO HISPANO.

La defensa del Imperio fue uno de los problemas más importantes que tuvo Ro-ma durante toda la época bajoimperial. Con Diocleciano se modificaron los sistemas defensivos de acuerdo con un plan general en el que se incluyó a Hispania, aunque con ciertas peculiaridades.

Hispania, por su posición geográfica alejada del limes, se libraba de la presión de los bárbaros. Hispania no acumulaba en su espacio geográfico el número de legio-nes que las otras mantenían. Por otra parte, careciendo de contingentes militares im-portantes y siendo estos en el Bajo Imperio un factor decisivo en la destitución o impo-sición de emperadores, difícilmente podía Hispania desempeñar un papel importante. Se encontraba en gran medida dependiente del papel militar de las provincias vecinas que contaban con grandes contingentes de tropas, sobre todo de las decisiones toma-das en las Galias.

Se ha sobrevalorado, actualmente, la importancia de Hispania en el sistema de-fensivo romano, debido a su posición intermedia entre la Galia y África. Pero en la Anti-güedad, salvo en los momentos de lucha dinástica y usurpaciones, no se intuía el papel estratégico de Hispania como cerrojo de seguridad de África o como cabeza de puente de ataque a las Galias por la retaguardia.

Por eso, el exiguo contingente militar estacionado en Hispania no estaba desti-

212

nado a enfrentarse a una acción exterior, sino que estaba enfocada a tareas de vigilan-cia y represión de las zonas menos romanizadas.

Los destacamentos de la Legio VII Gemina controlaban y vigilaban las vías, so-bre todo aquellas de gran importancia comercial. Además de elementos de represión de las tensiones sociales heredadas de la crisis del siglo III.

La reforma del ejército por Diocleciano, y continuada por Constantino, afectó al sistema estratégico y a la distribución del ejército en Hispania.

La Notitia Dignitatum occidentalis aporta información sobre el ejército romano en Hispania. Éste ejército estaba dividido en tropas comitatenses y tropas limitanei. Las tropas comitantenses estaban al mando de un comes y no estaban asentadas en un lugar fijo. Las tropas limitanei estaban mandadas por un magister peditum praesentalis a parte peditum, y estaban asentadas a lo largo del norte de Hispania desde Galicia a Vascongadas.

77. LA CUESTIÓN DEL LIMES HISPÁNICO.

un limes problemático basa en datos de distinto valor y entidad.

hay limes tropas de limitanei, con un dux al mando, no en Hispania, con acuarte-lamientos estratégicamente situados en la frontera contra un enemigo real o potencial. Estos asentamientos mencionados por la Notitia Dignitatun sería Veleia, Lucus, Legio VII, Paetaonium, que establecerían la frontera desde un punto de vista geográfico y su función sería proteger a los pueblos peninsulares de los astures, cántabros y vascones, montañeses de espíritu belicoso y bárbaro. Sin embargo, se olvidan de que estos pue-blos estaban ya romanizados, según lo constata la arqueología.

El 2º argumento utilizado se basa precisamente en los datos arqueológicos en-contrados en el Valle del Duero de objetos utilizados por tropas de la frontera germáni-ca, llegándose por ello a la conclusión de que eran tropas de limitanei. Se da por su-puesto que si las tropas de Germania eran fronterizas, las de Hispania también debían serlo, y que este limes estaría defendido por jefes y soldados germánicos y no por tro-pas locales y privadas de los latifundistas. La existencia de castros fortificados o caste-lla junto a las necrópolis excavadas, parece reforzar esta tesis, lo que implicaría la in-capacidad de las tropas locales en el cometido de vigilancia.

Según los puntos anteriores, en Hispania existirían dos sistemas fronterizos: uno en la línea León-Vitoria, basado en la Notitia Dignitatum y otro, basado en los datos arqueológicos, en el valle del Duero, tan distintos y distantes ambos que han de ser rechazados.

Además la existencia de los laeti-limitanei en Hispania tiene puntos obscuros: cronológicamente los materiales de las necrópolis, castros, castella y villae no tienen una datación segura, se establece por corrientes estilísticas que van desde el II al V o VI. La cerámica estampada también encontrada es del V, tiene por tanto una datación muy reducida no ocurriendo lo mismo con el otro caso, que es muy dilatada, lo que no permite una explicación convincente de la existencia de una frontera, que de haber existido, sería anterior a la de los materiales.

Los instrumentos bélicos encontrados, broches de cinturón, puñales y cuchillos semejantes a los utilizados por los laeti y limitanei pueden tener otras causas, por ejemplo las luchas armadas del V encaminadas a mantener a los suevos en el NO pe-ninsular. Estas tropas estarían formadas por bárbaros o visigodos, con los que se re-forzaron las defensas y la vigilancia del importante nudo de comunicaciones del valle del Duero, lo que explicaría la razón de los materiales encontrados, para el mencionado

213

siglo, pero no lo justificaría para períodos anteriores.

En conclusión, no hay razones que justifiquen en esta época la existencia de un verdadero limes en la Hispania del IV.

214

TEMA XXI LA ECONOMÍA EN EL BAJO IMPERIO (1): Las ciudades y el campo

78. LA DECADENCIA DE LAS CIUDADES

Las transformaciones de la estructura económica y social del Imperio romano, con el deterioro de la clase dirigente de los curiales, la disminución del poder adquisiti-vo de estos y su entrada en el senado a través de diversas vías, coinciden en parte con un momento difícil en el cual las ciudades debían emprender la tarea de reconstrucción de lo destruido a consecuencia de las invasiones.

Desde luego, no todas las ciudades hispánicas sufrieron estas destrucciones ni afectó a todas por igual la decadencia de la vida urbana. Una determinada situación geográfica podía fortalecer la condición de una ciudad hasta el punto de hacerle con-servar sus riquezas en este tiempo de crisis. En cambio, hubo ciudades que apenas si se recuperaron como Bilbilis, Ilerda, y Calagurris, según cuenta Paulino de Nola, que viajó por la Península. Lo mismo parece haber ocurrido con Boetulo e Iluro dejaron de ser polos de atracción de la zona, en beneficio de la ciudad de Barcelona, que tampoco conserva, por su parte, la planificación urbana ni la vida ciudadana de épocas anterio-res afectadas también al parecer, por las invasiones. Cádiz había perdido igualmente su importancia.

Hispania al igual que otras provincias del Imperio, experimentó un cambio en la mentalidad urbana, al que contribuyó poderosamente el cristianismo. Contando con el apoyo que le prestaba el poder y con una adecuación idónea a los esquemas de la vida ciudadana, por cuanto muchos de los clérigos se reclutaban en el orden curial, el cris-tianismo peninsular es un fenómeno casi exclusivamente urbano, y se desarrolló prefe-rentemente en aquellos centros localizados junto a las vías de comunicación.

La Bética y su prolongación noroccidental del sur de la Lusitania han dado siem-pre un alto porcentaje de concentraciones urbanas, mientras que, por el contrario las zonas del Norte, Centro y Noroeste de la Península, contando con unas dimensiones espaciales considerables en proporción a las de la Bética y sur de Lusitania, tenían, sin embargo un número exiguo de ciudades muy distantes las unas de las otras, como pueden ser Asrurica Augusta, Bracara Augusta, Conimbriga, Clunia, Legio VII Gemina, Arcobriga, Segobriga, Toletum etc. La provincia Tarraconense, sobre todo en su parte noroccidental, seguía teniendo durante la época tardoimperial pocos centros urbanos importantes. Desde mediados del S. I hasta mediados del S. II había seguido una línea creadora de centros urbanos, con la consiguiente reducción del número de centros ru-rales, que pasaron de ciento catorce a veintisiete mientras se creaban ciento cinco nuevo núcleos urbanos. Muchos de estos pequeños nuevos centros urbanos se con-centrarían en la región noroccidental, pues la provincia Tarraconense contaba con zo-nas en un proceso de urbanización muy avanzado.

Las invasiones de francos y alemanes del S. III afectaron a pocas zonas de Ca-taluña, del Levante y de la Bética y posiblemente del norte y zona septentrional de la Meseta. Los tesorillos ocultados en estas épocas que tienen una dispersión muy gran-de que afecta a toda Hispania, no siempre pueden ser una prueba de invasión, pero si son indicios de terror e intranquilidad. Desde finales del S. III y comienzos del IV, mu-chas ciudades hispánicas, y no solo las que podían ofrecer una primera resistencia, comenzaron a construir o reconstruir recintos amurallados, incluso en un momento en que atravesaban problemas económicos municipales.

215

Dos razones pudieron contribuir a la reducción del área urbana de algunas ciu-dades: las necesidades defensivas y la decadencia de la vida urbana. Se trazaron las murallas buscando en la ciudad los lugares idóneos desde el punto de vista estratégico, aunque quedasen fuera de un trazado de ricas mansiones, como ocurre en Caninbriga Las áreas urbanas sufrieron generalmente reducciones de 20 a 10 hectáreas. Las ciu-dades hispánicas amuralladas durante el Bajo Imperio: Gerona, Ilerda, Cantabria, Lu-cus Augusti, Castra Legio VII, Emerita Augusta, Illice, etc.

Las ciudades del Imperio variaban muchísimo en proporciones en estructura so-cial y económica. Algunas eran muy populosas; otras eran ciudades industriales; otras, portuarias; otras ciudades administrativas, capitales de diócesis de provincia o de con-ventos. Pero la mayoría de las ciudades eran rurales. Sacaban la mayor parte de su riqueza de la agricultura y sus centros urbanos eran de importancia muy relativa; la ciu-dad media era el mercado de su territorio.

En tiempos del principado, las finanzas cívicas se obtenían por los siguientes conductos: a) las rentas de las tierras cívicas; b) el interés de dotaciones dinerarias, que frecuentemente se invertían en empréstitos hipotecarios; c) las contribuciones de los consejeros y los magistrados, ya fueran como derecho de inscripción, ya en forma de munuera patrimonalia (pago por servicios específicos, que estaban encargados de realizar). Las dotaciones, en tierra o en dinero, estaban frecuentemente destinadas gastos específicos. Las finanzas de las ciudades, por lo que a entradas se refiere, no han sido iguales en todas las épocas ni cuantitativa ni cualitativamente, sino que, según la política seguida por los distintos emperadores, experimentaron alteraciones impor-tantes.

Los intentos de dar solución válida a la decadencia de la ciudad, que corre pare-ja con el deterioro del orden curial, fallaban porque los ciudadanos más pudientes pro-curaban introducirse y pertenecer a esos grupos que gozaban de inmunidad respecto de las cargas curiales o procuraban, por medios legales, eludirlas. Finalmente, estas caían sobre las personas que ya tenían muy deterioradas sus economías.

Durante el Bajo Imperio se acentuó el contraste entre el campo y la ciudad en algunos aspectos, ya que la plebe del campo y la de la ciudad no estaban en igual si-tuación. La plebe del campo estaba sometida a la annona y a la capitatio, mientras que la plebe urbana no lo estaba.

La mayoría de los aristócratas y personajes importantes anteriormente vincula-dos a las ciudades se establecen en sus villas de campo, al frente unos latifundios que progresivamente van constituyéndose en unidades políticas, sociales, económicas y, en cierto modo, incluso religiosas, con la aparición de las iglesias domaniales y la ex-tensión del monaquismo. Como consecuencia de ello las ciudades se reducen . Muy pocas son las urbes que mantienen unos parámetros aceptables, como es el caso de Mérida que contaba con disponibilidades agrarias satisfactorias, La pequeña ciudad, por otra parte, ofrecía pocas oportunidades para una actividad industrial rentable.

79. LA TRANSFORMACIÓN DEL SISTEMA DE PRODUCCIÓN AGRÍCOL A

Durante el Bajo Imperio la agricultura continuaba siendo el sector más importan-te de la economía romana. Con anterioridad a la época del Bajo Imperio, el sector agrí-cola había experimentado un cambio no brusco sino gradual, que desembocó en una transformación de su estructura.

Las noticias que nos han transmitido las fuentes literarias respecto a las activi-dades ganaderas en Hispania son muy escasas y la ayuda que en este terreno han

216

brindado las excavaciones arqueológicas ha sido hasta ahora insuficiente. Con todo, la simple recopilación de los datos disponibles pone de manifiesto la importancia que la ganadería y los productos derivados de ella tienen en el sector exportador hispano de la época bajo imperial. Al margen de la valoración económica de cara a la exportación que tienen los productos comerciales de Hispania (los agropecuarios).durante el Bajo Imperio, las especies bovina, ovina, porcina y equina no parecen haber sufrido modifi-caciones sensibles. La selección de razas se había realizado en época republicana y altoimperial, procurando favorecer la adaptación de los animales llegados de otros lu-gares a nuestras condiciones geográficas y ambientales a través de cruces, como el que hizo el tío de Columela apareando ovejas de la Bética con carneros procedentes de África.

Un elemento esencia en la relación entre ganadería y agricultura es la produc-ción de estiércol, lo que los tratadistas agrícolas romanos consideran de gran utilidad para alcanzar mayores rendimientos en la producción de las plantas. Los teorizadores agrarios de épocas anteriores a las bajoimperiales resaltaban esta simbiosis agrope-cuaria, aconsejando no solo el empleo del estiércol sino incluso pormenorizando la es-pecificidad de los diversos tipos de estiércol para cultivos determinados. El ganado desempeñaba con relación a las tierras y zonas de arbolado otra función, consistente en la eliminación de las malas hierbas nacidas en los barbechos preparados para la siembra, las cuales, al ser comidas por el ganado desempeñaba con relación a las tie-rras y zonas de arbolado otra función, consistente en la eliminación de las malas hier-bas nacidas en los barbechos preparados para la siembra, las cuales, al ser comidas por el ganado, previamente a la difusión aérea de las semillas, ya no estorbaban la germinación.

La cantidad de ganado que se podía criar en Hispania estaba naturalmente en función de las praderas y pastizales destinados a él. Al tener la Península zonas ge-ográficas tan diversas se podían emplear las dos formas de crianza usuales en el Impe-rio para el ganado bovino y ovino, a saber, la trashumancia y la estabulación (siendo el segundo el mas corriente).

La explotación ganadera tiene una ventaja respecto a la explotación agraria, consistente en un menor empleo de mano de obra. Cuando el número de esclavos era elevado, sus precios eran bajos y las posibilidades de adquirirlos amplias, esta factor carecía de importancia decisiva, pero en la época bajoimperial, con la decadencia de la esclavitud, la necesidad de asegurarse la fuerza de trabajo por cualquier procedimiento se manifestaba como una exigencia imperiosa y, entonces, este factor conllevaba una mayor relevancia. En estas circunstancias, el ganado pudo ir ocupando terrenos de bosque y de marismas probablemente también en algunas zonas de tierra arable, y los cultivos de vid y olivo aumentaron a expensas de zonas de pasto.

En otra forma de crianza de ganado se da una mera yuxtaposición de lo ganade-ro y lo agrícola, sin el empleo directo y racional del estiércol. En los latifundios que con-taban con pastizales, el ganado ovino, aunque pastase al aire libre, era recogido por la noche en cercados y apriscos bajo la vigilancia de los perros para evitar el ataque de los lobos y de las demás fieras.

Los latifundios hispanos eran complejos que mantenían, con mayor o menor in-tensidad, era interrelación agropecuaria, puesta de relieve por las cantidades de hue-sos encontrados en las excavaciones de muchas villae hispanas, como en la zona de Soria. El ganado bovino, sobre todo los ejemplares machos, se empleaba como fuerza de laboreo de la tierra y como fuerza de tracción, sin dejar de resaltar su utilización co-mo alimento en proporciones muy semejantes a las que en otras zonas del Imperio constituían el porcino y ovino. En muchas zonas como en la Bética y en zonas celtibéri-

217

cas donde las condiciones del suelo lo permitían, el asno podía sustituir al buey en el tiro del arado. Las noticias literarias e iconográficas bajoimperiales hispánicas relativas a los diversos tipos de ganado, si bien no son numerosas, son lo suficientemente rele-vantes como para valorar la importancia del sector pecuario. A ellas habría que añadir la gran cantidad de instrumentos de tracción y los restos de carros encontrados. Hasta esta época se celebraba la fama de los caballos de Asturias, los famosos asturcones, que tenían gran elegancia y ligereza de paso. Había un tipo de caballos hispanos muy apreciados, que requería una selección, dadas las características de su utilización para las carreras de carros en los juegos circenses. Las citas para esta época bajoimperial son abundantes, como la de Claudio Claudiano, que especifica zonas de procedencia como la Bética, pero la mayoría les otorga origen hispano sin concretar su procedencia, al margen del asturcón y de las provincias de la Bética y la Lusitania, de las que se tie-nen citas concretas como fecundas criadoras de caballos veloces.

La crianza de ovejas debió mantenerse en el Bajo Imperio en unas tasas muy semejantes de la época republicana y del Alto Imperio.

En el Imperio romano se prestaba gran atención a la producción del forraje, para lo que se disponía de praderas permanentes naturales y de praderas preparadas para segar y recolectar el forraje con destino al alimento de invierno en los establos. Presen-tando diferencias entre la Hispania seca y la Hispania húmeda y aunque los Latifundios eran grandes complejos que a veces incluían extensiones de pastizales y de bosques además de los terrenos destinados a cultivo, los de las zonas húmedas de Hispania, contaban por sus propias características climáticas con verdes pastizales que exigían pocos cuidados y donde las ovejas asturianas, cuya lana se vio afectada por el edicto sobre precios de Diocleciano, podían pastar con tranquilidad.

Muchos latifundios de la Bética y quizá de Lusitania contaban con yeguadas que proporcionaban los tan alabados caballos de carreras, los que por sus propias carac-terísticas y calidad exigían grandes cuidados y alimentación constante. Hispania tam-bién había superado la fase primaria de producción del forraje que ofrecían las prade-ras naturales con producción permanente o en las que se practicaba la siega. Esto aportaba a la agricultura ventajas considerables, ya que el cultivo de estas plantas, ta-les como la esparceta (lupinun), la veza (vicia), etc. contribuía a regenerar terrenos con poca riqueza. La productividad de estos cultivos es muy grande si la comparamos con las de las praderas naturales, por lo que con extensiones inferiores se alimentaba a un mayor número de cabezas de ganado. Una plantación de médica (especie de alfalfa) en un terreno dotado de procedimiento de riego, podía alcanzar hasta seis cosechas. Pero incluso en terrenos pobres sembrados con estas plantas forrajeras y dedicadas al pastoreo directo del ganado, la producción del estiércol de este contribuía a aumentar las producciones del forraje y a mejorar las tierras.

El ganado que se veía obligado a permanecer más o menos tiempo estabulado, se le podía alimentar con leguminosas como las habas (vicia faba) o la arveja (vicia sativa). Algunas plantas como una especie de genista de gran capacidad nutritiva, es-taban destinadas en la Bética, en época altoimperial , al engorde de ovejas.

En Gallaecia confluyeron dos sistemas de explotación: el sistema de villae, con una explotación agropecuaria equilibrada y orientada, hacia la producción de granos y forraje; y el sistema indígena de castros, que tendrían en la ganadería el elemento prin-cipal de explotación y consumo.

Los fundi de las zonas cercanas de los Pirineos y otras montañas contarían sin duda con pastos altos. Las zonas de colinas bajas del espacio intermedio entre los Piri-neos y el valle del Ebro tenían viñedos y olivares y trigo en las partes llanas.

218

80. LA FORMACIÓN DE LOS GRANDES LATIFUNDIOS

Durante el Alto Imperio se había contemplado en su primera fase el latifundio basado exclusivamente en el trabajo de una mano de obra servil. Este dio paso a un latifundio más abierto, confiado a colonos vinculados al dueño de la propiedad (domi-nus) con vínculos de tipología jurídica diversa. Ciertamente las causas determinantes de esta transformación son varias y de operatividad gradual y diferente según los ca-sos, pero que modernamente se pone en relación, con mayor o menor éxito, con la productividad del trabajo. El rendimiento del esclavo era bajo, al no tener un incentivo en un posible aumento de la productividad, en cuyos beneficios no participaba legal-mente. A esto hay que añadir que el propietario, tanto si el esclavo trabajaba como si no, y rendía como si no, tenía unos gastos constantes de mantenimiento del mismo. Pero esta situación no afectaba por igual a todos los propietarios de la tierra. Los curia-les eran los que tenían sus propiedades explotadas con mano de obra esclava, y que con esos beneficios tenían que atender a los gastos públicos de su ciudad y a las ne-cesidades de su población para evitar una mayor radicalización de las tensiones socia-les que surgía en ellas. Si se añade esto a los inconvenientes propios a una explota-ción con mano de obra esclava, se puede encontrar, la causa de que se prefiriese un régimen de explotación agrícola basado en un sistema de arriendos. Las fugas de los arrendatarios fueron continuas y también las quejas, como ocurrió, por ejemplo, en los dominios imperiales de África.

En Hispania el proceso de concentración de la propiedad en pocas manos pudo verse favorecido, por la ruina de algunas familias senatoriales hispánicas bajo Septimio Severo y, posteriormente la derrota del movimiento bagáudico y el subsiguiente empeo-ramiento de los campesinos que le apoyaron; aunque estas causas se limitaron a zo-nas muy concretas y a las familias senatoriales implicadas.

La ampliación de algunas propiedades agrarias y su concentración en pocas manos fue un proceso en el que confluyeron numerosas causas que estaban interrela-cionadas. Las ganancias obtenidas por las diversas actividades económicas se concen-traban en manos de unos pocos, entre los que cabe contar a los senadores y altos fun-cionarios, sobre todo los implicados en el sistema financiero. Estos tenían grandes po-sibilidades de cometer frecuentes abusos, que las disposiciones legales trataban reite-radamente de atajar, dejando al descubierto la ineficacia de las medidas adoptadas. Una gran parte de las ganancias así obtenidas, sobre todo las de los senadores, se invertía en la agricultura. Hasta el 405 en que fue levantada la prohibición, los senado-res no podían invertir en actividades usurarias; por eso, las inversiones en la agricultura constituían un factor muy importante de sus actividades económicas.

El deseo de acumular tierra fue una preocupación constante de las clases adine-radas. Aunque esta concentración de tierra en pocas manos se hizo en parte a expen-sas de los propietarios medianos y pequeños, que se iban arruinando por la excesiva presión fiscal, lo que se aprecia tanto en la parte oriental como occidental del Imperio. Durante el reinado de Juliano se intentó reactivar al pequeño propietario, y entre las medidas que se tomaron están la disminución de privilegios fiscales que tenían los “po-tentiores” y la reducción de las tasas de impuestos.

El proceso de concentración de la tierra a expensas de la propiedad pequeña y mediana continuó a lo largo del S.IV y durante el S. V. El pequeño propietario, viéndose zarandeado por el fisco e indefenso ante él, se veía obligado a renunciar al disfrute de su propiedad y se colocaba bajo el disfrute de un gran terrateniente. De nada servía que los emperadores como Valente, considerasen estas renuncias ilegales, por lo que no pudo evitarse el deterioro del pequeño propietario.

219

Por otra parte las tierras comunales eran apetecidas y usurpadas por los latifun-distas potentiores, que además por regla general ocupaban también los altos cargos de la administración y el ejército. Como les acuciaba la presión fiscal que tenían que pagar por esas tierras estuvieran o no cultivadas, fueron abandonadas por los campesinos, o se entregaron a otros campesinos que tenían ya propiedades pequeñas o medianas, con la intención de que los curiales de la ciudad no tuviesen que pagar colectivamente los impuestos que gravaban esos agri deserti. También el sistema de los arriendos había cambiado desde la época Altoimperial a la Bajoimperial, por cuanto en la primera predominaban los arriendos de corta duración, y en la otra los de larga duración Los terratenientes eran los que tenían los resortes sociales y materiales suficientes para sacar provecho de estas oportunidades de arriendo casi perpetuo. Además, parece que en situaciones apuradas (al menos en Oriente), para hacer frente al ataque de los go-dos, se vendieron tierras propiedad del Estado a terratenientes a bajo precio.

Pero también contribuyeron otros factores a la formación de los latifundios, y eran las donaciones que hacían los emperadores a sus favoritos, que desde Constanti-no eran frecuentes. En consecuencia son distintas las causas que dan lugar a la conso-lidación y progresión de la gran propiedad a expensas de la pequeña y mediana pro-piedad de las tierras comunales y en ocasiones tierras estatales.

81. LA DISOLUCIÓN DEL PATRIMONIO FUNDIARIO DE LAS CIUDA DES

La crisis del siglo III ha exteriorizado ciertos factores que ya se insinuaban, en épocas anteriores. Uno de estos factores fue el decaimiento material y humano de la ciudad que en Hispania guarda relación directa con las invasiones del S.III. Los traba-jos de excavación realizados manifiestan que varias ciudades hispánicas sufrieron una sensible reducción de sus zonas habitadas, o una destrucción parcial o total con poste-rior utilización de los materiales, o bien una destrucción sin reconstrucción. Si las ciu-dades y centros urbanos son núcleos económicos importantes, los estudios realizados sobre esta serie de invasiones manifestaron que también los sectores comerciales e industriales, como las fábricas de salazones del sur y del levante, se vieron afectados, y lo mismo cabe suponer de las explotaciones mineras, ya que son más rentables las explotaciones mineras existentes en Europa como las minas de plomo de Britania que estaban en pleno rendimiento en ese momento.

Los desórdenes provocados por estas invasiones debieron de ser intensos, aun-que muchos de sus aspectos, se nos escapen. Del mismo modo, el sector agrícola se vio profundamente afectado en sus elementos básicos, como eran las explotaciones latifundistas a través del sistema de las villae, lo que provocó la ruptura del precario equilibrio anterior de las relaciones de producción.

El proletario urbano, que sufría una situación calamitosa, a veces se veía forza-do a exigir alimentos, a que se hiciesen las obras públicas necesarias y que se organi-zaran espectáculos al ritmo acostumbrado, cometidos que tenían que atender y satisfa-cer los curiales, lo que representaba una sangría importante, sobre todo teniendo en cuenta que los curiales eran en general terrateniente de tipo medio. Por otra parte, las demandas del gobierno central, necesitado como estaba de recursos para mantener su aparato burocrático y militar se endurecieron, ya que el cumplimiento exacto de las obligaciones tributarias se exigía generalmente de un modo imperioso, haciéndose res-ponsable al orden curial de las anomalías en la percepción del tributo. Este progresivo empeoramiento de la situación de los curiales llevó a muchos de ellos a desprenderse de esas tierras que eran causantes de sus dificultadas y a desertar por todos los me-dios a su alcance del orden curial y de sus responsabilidades. La huida del curial posi-bilitó la consolidación de la gran propiedad, de tal manera que en cierta medida el dete-

220

rioro de los curiales de las ciudades y el afianzamiento de la gran propiedad son fenó-menos coincidentes.

Por otra parte, el proceso afectó posiblemente no solo a las propiedades de los curiales sino también a las tierras comunales de las ciudades.

Las tierras comunales fueron objeto de las apetencias de los grandes propieta-rios agrícolas e, incluso, de los emperadores. La disposición del 365 y del 384 que prohibía a los curiales arrendarse a sí mismos o a otras personas que no fuesen del lugar las tierras comunales, es un indicio del proceso que se estaba desarrollando. Por cierto que esta prohibición no pudo frenar las apetencias del terrateniente por hacerse con parte de las tierras comunales y, sin embargo, contribuyó al deterioro de los curia-les, que constituían el elemento más débil y ahora no podían resarcirse de sus cargas municipales arrendándose a sí mismo las tierras comunales. Por algún tiempo y en al-gunos lugares del Imperio, esta doble apetencia de los emperadores y de los grandes propietarios de las tierras comunales de las ciudades mantuvo en suspenso el reforza-miento de las nuevas relaciones de producción que se insinuaban. Ya que con anterio-ridad, los emperadores ilirios trataron de impedir relativamente la consolidación de la gran propiedad de algunos terratenientes procediendo a una serie de grandes confis-caciones de grandes dominios, que pasaron a engrosar el dominio estatal; Constantino, por su parte amplió las tierras públicas de las ciudades mediante las confiscaciones, si bien las tierras de este tipo fueron pronto sustraídas del patrimonio municipal para pa-sar al estatal. Así, los emperadores no satisfechos con estas confiscaciones, pusieron también sus ojos en tierras comunales, aunque esto último estuvo siempre supeditado a las necesidades políticas del momento. Ante la desastrosa situación económica en que se encontraban inmersos muchos municipios, Juliano tuvo a bien reintegrar el pa-trimonio de las ciudades aquellas tierras que habían sido acaparadas por el poder esta-tal; era un intento ambicioso para ayudar a estabilizar las maltrechas economías muni-cipales, pero pronto fue abandonado. En algunos casos se les dejó disfrutar de un ter-cio de los beneficios de sus tierras comunales.

Pero, en tiempos de Constantino, ante el aumento de los gastos ocasionados por la maquinaria estatal se hizo imprescindible el cultivar la mayor cantidad de tierras posible con el fin de evitar que los impuestos alcanzasen cotas materialmente intolera-bles; por lo que se decidió que tierras que estuvieran cultivadas y que no fueran solici-tadas por nadie se otorgaran a los propietarios vecinos, disponiéndose además que, cuando se vendieran las tierras de buena calidad, se les añadiera una porción de tierra sin cultivar. Por otra parte, también el Estado concedía en arriendo casi perpetuo aque-llas tierras suyas improductivas que se querían poner en cultivo. Los arriendos que an-tes se hacían a corto plazo se transformaron en contratos de arriendo a largo plazo, con tal que las fincas se mejorasen. Al principio, las tierras de baja productividad some-tidas como estaban a la presión fiscal, eran una carga pesada, pero cuando lograron evitar esta presión, ya no ocurrió lo mismo. La evasión de impuestos no parece que fuera difícil, debido a la coincidencia de intereses entre los grandes terratenientes y los altos funcionarios del fisco. Los contratos de arriendo se convirtieron en contratos hereditarios durante la época de Teodosio, lo, que en definitiva, beneficiaba a los gran-des propietarios, que iban acaparando cada vez más fincas, en perjuicio del pequeño propietario del patrimonio fundiario de las ciudades

82. LOS DIFERENTES PROPIETARIOS DE TIERRA EN EL BAJO IM PERIO

El Estado era el propietario más importante. Durante el Bajo Imperio, los domi-nios imperiales contaban con la posibilidad de ampliación territorial o de aumento numérico a través de las confiscaciones de las tierras abandonadas o sin cultivar, de

221

las que se hacía cargo el fisco como señala en Código de Justiniano, o a través de las donaciones. Pero paralelamente a estas posibilidades de aumento, nos encontramos con otras de disminución de estos dominios imperiales como son las donaciones a cier-tos particulares y a los veteranos, así como las concesiones de tierras a los bárbaros. Se han hecho clasificaciones de estos dominios en virtud de algún rasgo diferenciador que no resulta decisivo. De algunas de estas categorías de propiedades imperiales no tenemos datos en todas las provincias del Imperio. Se habla de res privata, de fundipa-trimoniales y de domus divina. Los fundi de la res privata se daban en Hispania como en otras provincias. Bajo la dependencia del rationalis rei privatae, que en el 340 se convierte en comes rei privatae, en las provincias de la parte occidental del Imperio se encuentra nueve rationales rei private con jurisdicción sobre su officium y sobre los dominios. El Emperador era, el propietario agrícola más importante de las provincias, con propiedades por supuesto más amplias en unas provincias que en otras. Por deba-jo del emperador se encontraban forzosamente los grandes terratenientes, la nobleza senatorial, acostumbrada desde antiguo a invertir cantidades sustanciales de dinero en tierras, y los altos funcionarios de la administración. Los testimonios de Paulino de Pee-lla, Símaco, Sidonio Apolinar o Ausonio manifiestan nítidamente cómo la aristocracia constituía una clase de grandes propietarios rurales. Por ejemplo Melania tenía gran-des propiedades en Hispania, la documentación epigráfica nos ha reconstruido una parte de las familias senatoriales hispánicas del Bajo Imperio, algunas de las cuales habían conseguido sobrevivir a las azarosas convulsiones del S.III, y consolidar incluso sus posiciones, para adquirir luego mayor preponderancia política en época de Teodo-sio. Muchas familias senatoriales hispanas del Bajo Imperio no son descendientes de la antigua aristocracia hispanorromana, sino hombres en cierta manera novi, no proceden de las zonas hispanas que tradicionalmente ofrecían senadores a Roma La Meseta proporciona parte de esta nobleza, lo que no deja de ser significativo si tenemos pre-sente que por varios autores se admite un desplazamiento del eje económico de la pe-riferia peninsular hacia la Meseta, produciéndose de este modo la adecuación entre poder económico y poder político. Los miembros de esta clase social contaban con un poder económico basado en la agricultura, y sobre todo sus posesiones rurales cons-truyeron ricas mansiones. Los mosaicos hallados en algunas villae ofrecen a veces los nombres de sus possessores, que ciertamente no pueden identificarse con los de esta sociedad senatorial latifundista; sin embargo, los propietarios de estas villae debieron coincidir con los intereses de los latifundistas senatoriales al menos en el plano pura-mente económico.

83. EL FUNDUS

Durante mucho tiempo se mantuvo un cierto equilibrio entre la ciudad y el cam-po, pero a comienzos del siglo V este equilibrio se rompe. Los grandes dominios se configuran cada vez más como entidades autónomas, sólo dependientes del Estado, pero provistos de su propia ley o status domanial que determina los derechos y debe-res de los arrendatarios, los poderes de los intendentes, los ingresos a pagar etc.

Estos dominios o fundi tienen sus propios talleres, sus bandas armadas, a veces incluso sus propias cárceles y, por supuesto, su propio jefe, encarnado en la persona del propietario que detenta su patrocinio y ejerce una jurisdicción extra-legal. Estas tie-rras en las que los ricos pasan grandes temporadas entregados al ocio se denominan villae y la agrupación de varias villae constituye un fundus, dentro de ellos está la villa donde viven los propietarios y las casas donde viven los colonos. A veces estas casas están agrupadas y constituyen los vici (pequeñas aldeas). El dominio en su conjunto puede estar rodeado de muros

222

Los fundi se fueron configurando a partir de cesiones al ciudadano en plena pro-piedad de una parte de la tierra conquistada, conceptuada como ager publicus. Esta asignación de propiedad, que era realizada por el Estado romano, no se hacía a favor de todos los individuos que componían una colonia, sino tan solo a algunos de ellos. En este sentido, el trato dado por Roma a las ciudades hispánicas fue muy diferente según la mayor o menor resistencia que les hubieran ofrecido, y por eso, resulta difícil saber qué tierras pasaron a ser asignadas a los miembros de una colectividad, cuáles lo fue-ron individualmente y cuáles siguieron siendo ager publicus, aunque usufructuadas por las ciudades.

De las tierras asignadas con autonomía económica surgía, como hemos dicho, el fundus, que tomaba su nombre del gentilicio de la persona a quien se le había asig-nado. Este nombre, que solía llevar los sufijos de pertenencia anus o ius, seguía desig-nando cada una de las partes resultantes de la división de un fundus con partes de otros fundi, solía llevar todos los nombres de esas distintas partes. Razones administra-tivas de control fiscal justifican esta denominación pormenorizada.

La pervivencia de los nombres de los fundi en fincas y dehesas actuales y, sobre todo, en nombres modernos de ciudades, pueblos y aldeas, se explica porque el fundus daba nombre a la villa que le pertenecía (incluso los productos de los fundi llevaban sus nombres) y esta, en muchos casos, a una aldea, pueblo o ciudad.

J.M. Blázquez supone que un gran porcentaje de estos topónimos deriva de an-tiguos antropónimos de propietarios de tierras. Por ejemplo “El fundus Cornelianus” pertenecía a Cornelio. Algunos podrían proceder de época republicana, pero la mayoría pueden ser concretamente del Bajo Imperio. Hay que tener presente que el fundus no era inmutable, sino que sufría divisiones y anexiones. Las parcelas de un fundus sepa-radas o no, carecen de todas formas de autonomía económica, por lo que en realidad se trata de loca. Cuando el locus adquiere esa autonomía, se constituye en fundus, mientras que un fundus anexionado a otro dejaría de tener esa autonomía económica y pasaría a constituirse en locus. Un fundus concreto podía aglutinar a otro fundus o a una parte del mismo. Se configuraba así un fundus más complejo, que rebasaba las propiedades medias. Cuando adquiría una gran unidad y coherencia, aparecía desig-nado con un solo nombre generalmente el del fundus que formaba la cabeza original, el núcleo complejo. La distribución que presentan estos nombres da pie para suponer una dispersión muy grande, que reflejaría la existencia de una propiedad de dimensiones medianas. A pesar de todo, se supone que el proceso no alcanzó en la provincia de la Bética la intensidad de otras zonas del Imperio, basándose en el hecho de que las ex-cavaciones arqueológicas no han ofrecido todavía villae de características de la Liéde-na, Arróniz, La Cocosa, o de las del tipo de la Meseta, que, por la extensión de las de-pendencias construidas y por la calidad de los materiales y del utillaje, hacen suponer grandes latifundios. De todas formas no faltan villae de importancia, como la del Cortijo de Fuentedueñas en Écija, o la de Torrox en Málaga, lo que no está en contradicción, por otra parte, con el proceso general de creación y consolidación de la gran propiedad territorial. A esta también se llegaba por la concentración en pocas manos de propieda-des dispersas, que habiendo pertenecido originariamente a propietarios distintos, aca-baron por quedar aglutinadas en la propiedad de una gran terrateniente.

84. LA DISTRIBUCIÓN DE LAS VILLAE

Estudios llevados a cabo por M. Ponsich en la Bética demuestran que varias vi-llae del siglo IV se dedicaron a la explotación agrícola y con una orientación definida hacia la explotación de productos determinados, que podían ser completados por otros. Así una prensa de aceite, que se distingue con claridad de la del vino, señala la orien-

223

tación económica de la villa. Otro aspecto interesante en su localización. En aquellas zonas que tuvieron pocas disponibilidades de agua se observan pequeños asentamien-tos que debieron de estar en relación con otros vecinos, más amplios. Por el contrario, en Los Alcores se dan grandes superficies agrarias cultivadas, sobre las que existen instalaciones y construcciones espaciosas cercanas a pozos de agua y, un tanto aleja-das aunque relacionadas con ellas, pequeñas aglomeraciones humanas. Las villae rus-ticae de la Bética cuya tipología no ha sido establecida aún, se asentaban no solo en torno a las riberas del Guadalquivir sino también hacia el interior de la provincia.

En Coscosa (Badajoz), las excavaciones llevadas a cabo en esta villae, sugieren la existencia de un gran dominio cuyo dueño debió de tener un fuerte poder adquisitivo, a juzgar por el número y la amplitud de sus dependencias. Se trata de una explotación agrícola de grandes proporciones, como lo prueban los almacenes, lagar, prensas, mo-linos etc., con los que cuenta. El utillaje es también rico, lo mismo que los recipientes de almacenaje aperos agrícolas, rejas de arado, cuchillos, hoces, hachas, leznas, es-coplos, punzones, numerosos fragmentos de toneles, ánforas, molinos. Se trata, pues, de una villa que se dedicaba al cultivo de cereales, de olivo y de la vid y que no se vio afectada por las invasiones, prolongando su actividad agraria hasta el S. VII. Lo exca-vado en La Coscosa es solo una parte de un complejo constructivo que se extiende a lo largo de muchas hectáreas, pero lo bastante significativo para comprender que se trata de un gran complejo agrícola. De la provincia de la Lusitania se conocen también otras villae importantes como de Guareña, Santa Marta de los Barros, Solana de los Barros, Torres Novas, Malpica del Tajo, Macera de Arriba, Magazos, Almenara y San Julián de la Valmuza. Falta un trabajo sistemático de todas estas villae en base a la amplitud de las construcciones, la calidad de los materiales empleados y la cantidad de instrumen-tal encontrado, indicios estos que harían presumir unas diferencias de potencial económico.

En Alarçao (Portugal), la carencia de excavaciones metódicas no nos permiten conocer bien la evolución de las villae, pero se intuye que el proceso ha podido ser se-mejante: los grandes terratenientes abandonaron la ciudad para marchar al campo, donde construyeron suntuosas mansiones. Las concentraciones de estos latifundios con sus villae se encuentran sobre todo en el Alemtejo y el Algarve y son muchos me-nos frecuentes y más pobres en oras zonas. El hallazgo de monedas en estas villae, no rebasa cronológicamente el reinado de Honorio. La villae mejor excavada en Portugal en la de Torre de Palma, cuyo lujo y magnificencia en nada pueden envidiar a los de las grandes villae hispánicas. Contaba con una gran residencia para el propietario y dependencias para los trabajadores. La residencia de los señores se adornaba con ri-cos mosaicos, gozaba de las usuales instalaciones térmicas y tenía una basílica, que se encontraba un poco apartada.

En Gallaecia, los topónimos derivados de nombres de villa son también numero-sos. En esta provincia lo mismo que en la Meseta, escasean los topónimos en “en”, en cambio dominan los derivados de nombres de persona mediante el sufijo “ano, ana”. La toponimia romana de Asturias manifiesta que se ha producido una romanización muy intensa muy específicamente relacionada con la explotación de los sectores agrope-cuario y minero, y correspondiente, por lo tanto, a aspectos materiales.

Gallaecia cuenta con villae situadas al borde de los ríos, de la costa y de las vías de comunicación. Algunas de ellas guardan relación con las explotaciones mineras de las cercanías, sin que por eso hayan dejado de tener, al mismo tiempo, carácter agríco-la, como el cultivo de trigo y de forraje. Asturias perteneciente a Gallaecia, fue una re-gión productora de raza de caballos, los asturcones.

En Cataluña (Provincia Tarraconense) muchas villae contaban con una gran zo-

224

na residencia para los señores, con numerosas habitaciones, muchas de ellas adorna-das con ricos mosaicos, la explotación estaba basada en la recolección de cereales y la producción de vino y aceite entre otras destacan las de Liédena, Ramalete, Sádaba, Tossa de Mar Fraga etc.

En el Pirineo y montañas, por su propio condicionante geográfico, realizaban cul-tivos más apropiados al terreno, de tal manera que el llano se utilizaba para el cultivo del trigo; las colinas soleadas, para la viña y el olivar, y la montaña para pastos. Los mosaicos de algunas de estas villae nos proporcionan los nombres de algunos de sus dueños (Fortunatus para Fraga.), hecho que se repite en las villae de otras provincias.

En la provincia de la Cartaginense, contaba con villae en el litoral especializadas en el comercio y la industria, especializadas las del interior hacia las actividades agra-rias, En El Castellar (Puerto de Mazarrón), aparece un centro industrial de gran impor-tancia a juzgar por los materiales hallados (sigillata clara, bronces bajoimperiales, ánfo-ras y una tapadera de vaso sagrado cristiano) se ha sugerido que dada su situación geográfica era un jalón importante en la ruta hacia África. Algo parecido podría decirse de otros yacimientos como los de Águilas y la isla del Fraile. En el interior destacan vi-llae en Jumilla, Yecla y Campo de Lorca. Un rasgo característico de las villae del golfo de Cartagena es su especialidad en el cultivo del esparto, ya que se trataba de un pro-ducto que tenía gran demanda, y es uno de los mencionados expresamente en el edic-to de Diocleciano sobre precios.

Además con otras noticias esporádicas sobre la actividad agropecuaria de las vi-llae de estas provincias, aun dejando de lado las situadas en los valles del Duero y del Tajo, que, de acuerdo con la división administrativa bajoimperial quedaban incluidas en ellas. Así hay en mosaicos alusiones a la crianza de ganado vacuno y se documenta también el cultivo de los cereales, el olivo y la villa En Santa Cruz de Moya/Cuenca se ha hallado una presa de aceite.

225

TEMA 22.- LA ECONOMÍA EN EL BAJO IMPERIO (2). Producción, comercio y moneda.

No faltan en las fuentes alusivas al Bajo Imperio las alabanzas de la riqueza de Hispania en todos los órdenes materiales y culturales. En este contexto había que in-cluir las afirmaciones de Claudio Claudiano o de la Expositio totius mundi, que celebran las riquezas agropecuarias, comercial, industrial y cultural de Hispania. Pese a ello conviene fijarse en aquellos productos que por ser mencionados frecuentemente en estas fuentes parecen haber constituido la base de la actividad comercial. Por otra par-te, algunos de estos productos presuponen hasta cierto punto la existencia de una acti-vidad industrial un tanto diversificada y, en último término, nos pueden sugerir conside-raciones de tipo social relativas a la distribución de la mano de obra en las actividades agropecuarias y artesanales.

85. EL ACEITE Y EL TRIGO

Menciona la Expositio de un modo muy especial el aceite, que se exportaba ya desde antiguo, constituyendo un producto muy representativo de Hispania, hasta el punto de que esta aparece en lagunas representaciones gráficas de época anterior como una matrona con la cabeza coronada de olivo. Pese a que la mencionada fuente no alude a zonas especiales dedicadas a la producción de aceite, por testimonios ante-riores sabemos la importancia en este sentido de la Bética, así como de la Lusitania y de la Tarraconense; también se producía en zonas que luego constituirían la Cartagi-nense. La arqueología ha confirmado con hallazgos significativos las alusiones de las fuentes escritas: así se han hallado restos de prensas de aceite, de almacenes de este producto y numerosos fragmentos de recipientes en muchas villae hispánicas, y se sa-be también que este producto se exportaba no sólo a roma, en cuyo caso su transporte sería cometido por los naviculari, sino también a otros lugares del Imperio. Ausonio se refiere al aceite hispánico que le ha enviado su hijo; Paladio, por su parte, menciona en particular el aceite de la Bética, que parece el más afamado.

Otro tipo de fuentes, las médicas, nos ilustran sobre un aspecto muy interesante de nuestro aceite, el terapéutico; más de un autor lo recomienda, por ejemplo, para las dolencias hepáticas.

Desde época altoimperial la Bética pasaba por ser uno de los graneros de Ro-ma, siendo el trigo, junto con el aceite, uno de los productos que se exportaban con mayor frecuencia. Existen noticias de importantes envíos de trigo hispánico a Roma, en circunstancias especiales, cual fue el caso de la rebelión de Gildón, a consecuencia de la cual se vio cortado el suministro a Roma de trigo de África, que era el que normal-mente cubría las necesidades de la Urbe en este sentido, las noticias que se tienen de este hecho no precisan las zonas de procedencia dentro de Hispania, pero sabemos que la Bética en general tenia una excelente cosecha de cereales y que la mayor parte de las villae de la Tarraconense obtenían un excedente de grano.

86. EL GARUM Y OTROS PRODUCTOS DE EXPORTACIÓN HISPANA

Entre los productos de exportación, uno de los majares más apreciados de la mesa romana era el garum. Se trataba de una salsa espesa resultante de un proceso de fermentación microbiana; la sal y el calor (producido este último por una exposición al sol o por cocción especial del producto en grandes marmitas) eran los agentes de

226

esta transformación. El pescado que servía como base para la elaboración del garum era preferentemente la caballa, muy abundante en las costas meridionales hispanas, aunque se sustituía con frecuencia por el atún, no menos característico del medio ma-rino peninsular. El complicado proceso de preparación del garum dio lugar a una indus-tria hispánica muy especializada que se prolongó durante todo el imperio, aunque a partir del siglo III experimentó una sensible reducción. Su producción continuó durante el Bajo Imperio, y el testimonio de Ausonio, que consume en Burdeos un garum proce-dente de Barcelona, lo cual sugiere, un desplazamiento hacia la costa catalana de la comercialización de este producto a partir del sureste y del Estrecho, que era donde se encontraban sus centros tradicionales.

Un producto de exportación no menos famoso, al que alude la Expositio con el término iumenta, es el caballo. Siempre habían sido famosos los caballos de Callaecia y Asturica; los de Lusitania, preferentemente los que se criaban en curso final del Tajo; las burras de Celtiberia y, sobre todo, los caballos de carrera de la Bética, los cuales eran tan apreciados que en ocasiones se exportaban a zonas muy alejadas del Impe-rio, tanto de la parte occidental como de la oriental.

El jamón es otro producto de exportación hispano mencionado aparentemente por la Expositio con el término lardum. No es esta la única alusión bajoimperial al mis-mo, puesto que el Edictum de pretiis de Diocleciano menciona los jamones cerretanos, fijando para ellos un precio de 20 denarios por libra. La tribu de los Cerretanos se asen-taba en las comarcas de Cerdaña, Andorra y Alto Segre. La situación geográfica de estos lugares brindaba grandes posibilidades de exportación por vía marítima a través de los puertos de las costas mediterráneas catalana y del Rosellón.

El esparto es otro de los productos que celebra la Expositio y del que señala como zonas preferentes para su cultivo las de Cartagena y Tarragona, hay que supo-ner un aumento del cultivo del esparto, que intervenía de modo fundamental en el utilla-je minero; con él se fabricaban los grandes esportones dedicados al transporte del mi-neral. Había, pues, una industria derivada del empleo de esta materia prima. La calidad del esparto hispánico se alaba en la referida fuente de información (la Expositio) en relación con su empleo en la navegación, que era también muy importante.

Otros productos hispánicos de exportación eran la madera, destinada a la cons-trucción de barcos; la lana; el lino; algunos productos medicinales, como la vetónica; la sal de la Tarraconense y el minio de Sisapo. Hispania, que en épocas anteriores había tenido una gran producción minera en distintas zonas, no es mencionada en este tiem-po como exportadora de minerales. Sólo indirectamente, a través de los testimonios arqueológicos, se cuenta con ciertos indicios, aunque contradictorios, de una continui-dad de explotación en los yacimientos. Por ejemplo hay hallazgos de monedas bajoim-periales en las minas o en sus proximidades, y se observan reparaciones de la red via-ria del contorno. En este sentido, se supone que las minas de cobre y plata de la pro-vincia de Huelva se encontraban en explotación en pleno siglo IV, por haberse encon-trado en ellas monedas de Constantino y de Honorio.

87. LA MADERA Y LOS PRODUCTOS TEXTILES

La Expositio hace mención a la vestis varia como producto hispánico de exporta-ción: entendiendo el término vestis en su amplio significado de prendas de vestir y otro tipo de ropas, y el término varía como una alusión no sólo a la diversidad de las mate-rias primas empleadas, hemos de suponer la existencia en nuestro suelo de un impor-tante cultivo de plantas textiles (el lino hispánico es mencionado por Estrabón) y un no menos importante desarrollo del ganado ovino, cuya lana se menciona en el edicto de

227

los precios de Diocleciano.

La exportación de productos hispánicos se centra en las materias primas, entre las que sobresalen las de origen agropecuario. Hispania carecía de una estructura in-dustrial capaz de producir objetos de lujo, que, en la mayoría de los casos requieren el conocimiento de técnicas complejas y muy desarrolladas. En Hispania, al margen de la industria textil, no se cuenta con una planificación industrial desarrollada que soporte a un gran comercio de exportación. El sector más adinerado de la sociedad hispánica seguía la línea general de las patentes del resto del Imperio, consistente en no invertir capital en la industria, sino en el campo y en objetos de lujo. Por otra parte, los peque-ños talleres con que contaban las villae hispanorromanas hacían la competencia a las instalaciones industriales urbanas, frenándoles cualquier posible despegue. Exportando grandes cantidades de productos agropecuarios, algunos de los cuales de la conside-ración de materias primas, e importando productos de lujo, se comprende así que la balanza fuera desfavorable a Hispania, que difícilmente podía llegar a producir ella misma esos productos de lujo susceptibles de una exportación exterior.

Además, hay que tener en cuenta que el trabajo de la tierra era considerado con más noble que el aplicado a otras actividades. El comercio estaba prohibido a los se-nadores, que se encontraban entre las personas que contaban con mayores riquezas, obteniendo de la tierra y de la ganadería lo necesario para mantener el alto nivel de vida de que disfrutaban. Por otro lado, dentro de la clase aristocrática hispana, abun-daban los cristianos, y los padres de la iglesia, aún sin llegar a una condena de las ac-tividades comerciales, llevaban sus críticas contra los comerciantes que obtenían exce-sivas ganancias mediante sus actividades comerciales. La Iglesia mantenía una postu-ra contraria a aquellos que sacaban provecho d algo que habían comprado más barato. Así en razón de sus creencias cristianas, muchos latifundistas hispanos no senadores, se abstenían de invertir en el comercio y la industria. Sin embargo, las relaciones co-merciales de la Península con el resto del Imperio serian frecuentes, y el edicto sobre los precios de Diocleciano fijaba los costos de los transportes de Hispania con el Orien-te, con África y con Roma.

88. LOS PRODUCTOS DE IMPORTACIÓN

Sobre las importaciones hispánicas, las fuentes de conocimiento de este tema se centra única y exclusivamente en la arqueología.

Los productos cerámicos de alta calidad constituían un sector muy importante de las importaciones. Concretamente, África exportó a Hispania grandes cantidades de cerámica fina y muchas vasijas, que en general procedían de Cartago. El tipo fabricado allí es el de terra sigillata clara D, una cerámica estampada paleocristiana que, desde mediados del siglo III hasta finales del IV presenta un área de difusión muy amplia, pre-ferentemente por la zona de la costa mediterránea, a lo largo de las provincias de Lusi-tania, Tarraconense, Cartaginense y Bética.

Se ha supuesto una procedencia foránea para las teselas marmóreas de Cent-celles, aunque no se puede especificar su origen. Otro tipo de cerámicas importadas podrían ser orientales.

La importación de sarcófagos de lujo, tendente a satisfacer las apetencias del sector adinerado de Hispania, muestran cuán intensas fueron en este aspecto las rela-ciones comerciales de la Península con otros lugares del Imperio. Del puesto e Ostia salían para la Península con un trayecto que no duraba más de siete días de puerto a puerto. Estos sarcófagos de importación han aparecido en un área dispersa y amplia, encontrándose ejemplares en Córdoba, Martos, Cádiz. Berja, Hellín, Valencia o Tarra-

228

gona. Se cuenta con más de una treintena de sarcófagos completos y fragmentos que, por su semejanza con los que abundan en Italia, se supone que tienen un origen roma-no. Cabe añadir a estos los de procedencia oriental, aunque en la mayoría de los casos pudieron ser trabajados en la Península por artistas orientales, principalmente sirios.

Los objetos de vidrio, como los hallados en Iruña o Ampurias, eran productos de importación preferentemente de Italia, aunque quizá el de Ampurias tenga una proce-dencia oriental. El número exiguo de hallazgos parece sugerir que la importancia global de este producto como objeto de importación no fue muy grande. No parece excesivo suponer que, dado el prestigio que tenia Colonia como productora de vidrios de calidad y las relaciones que tuvo Hispania con la zona del Rin, pudieran llegar productos vítre-os de este lugar, y que los vidrios encontrados en las necrópolis del Duero tengan este origen. Los que los han estudiado encuentran una gran semejanza con los de la zona del Rin, y han sido considerados como un argumento a favor de la existencia de limita-nei en el norte de la Península.

Pequeñas piezas de bronce, pasarriendas, objetos de mármol y otros objetos, como el gran disco de Teodosio encontrado en Almendralejo, que pesaba 15 kg. De plata y que parece proceder de Grecia, vienen a sumarse a la lista de productos de im-portaciones documentados por la arqueología.

Como se ve, los productos que exportaba Hispania no exigían, en general, una manufactura compleja y especializada, salvo en el caso de las prendas confeccionadas o los tejidos teñidos con púrpura y en el caso del garum, en que se requerían manipu-laciones técnicas especiales. Por lo demás, nuestras exportaciones difícilmente podrían alcanzar la consideración de productos de lujo. Por el contrario, los productos importa-dos que nos documenta la arqueología, que son los menos perecederos, sí constituyen en su mayoría bienes de lujo, asequibles sólo a la clase adinerada. Las personas que se dedicaban a este comercio hispánico, que generalmente eran de origen extranjero, obtenían con él pingües beneficios.

89. SARCÓFAGOS, ESTELAS Y CERÁMICAS DE PRODUCCIÓN LOCAL

A medida que la apetencia de estos productos importados fue aumentando, em-pezó su producción en Hispania, copiándose de manera más o menos exacta las técni-cas y la temática de los modelos foráneos. Este es el caso de la producción peninsular de sarcófagos en el taller de Tarragona (394-445), que pudo arrancar incluso de una producción de sarcófagos paganos. El momento de la producción de estos sarcófagos se sitúa en los primeros decenios del siglo V. Otro taller de sarcófagos del que se con-servan varios ejemplares más rústicos es el de la Bureba (Burgos). Se fecha su pro-ducción en el siglo IV, dándose la coexistencia de sarcófagos producidos por los talle-res hispánicos con otros importados de fuera. También en la Bética había un taller de sarcófagos cuya producción se sitúa en el siglo V.

Durante el Bajo Imperio, Hispania no fabricó objetos de cerámica fina que con-trarrestaran las importaciones correspondientes, pese a que en épocas anteriores pro-ductos hispánicos de calidad llegaban a otros lugares del Imperio. En esta época, los talleres de cerámica utilitaria mantuvieron su importancia, aunque hay que tener pre-sente que el abandono de la ciudad por parte de los latifundistas hispanos y el desarro-llo en las villae de pequeños centros artesanales tendentes a satisfacer las necesida-des de los latifundios cada vez más autárquicos, supusieron una disgregación de la producción y un posible descenso de la calidad. La organización productiva de las villae podía dar respuesta a estas necesidades de almacenaje con productos de baja calidad y toscamente elaborados, pero que cumplían su misión. Las apetencias de los latifun-

229

distas y possessores de productos cerámicos de mayor calidad artística podían verse satisfechos con el tipo más perfeccionado de la sigillata hispana, o bien daban lugar a la importación de cerámica extranjera. En la Bética parece que contaron con talleres cerámicos no sólo para la fabricación de los envases de los productos agrarios y de los recipientes de uso doméstico, sino también de las lucernas y los ladrillos estampados. La gran cantidad de restos de envases cerámicos de productos agrarios hallados en diversos y distantes lugares de la provincia, sugiere la existencia de una pluralidad de hornos locales.

Los numerosos bronces bajoimperiales encontrados en la Península atestiguan una amplia difusión de los talleres de forja del metal, lo que indirectamente nos testi-monia una explotación, aunque sea exigua y para las necesidades interiores, de las minas de estaño, cobre y hierro hispánicas. Se trata de una producción artesanal, que no tiene pretensiones de proyectarse hacia la exportación.

Dentro de la producción broncista de filiación hispánica destacan unas pequeñas piezas muy abundantes por distintos lugares de la Península, que formaban parte del bocado de los caballos. Se trata de ruedecillas caladas a las que se dio una dimensión artística al esmerarse los forjadores en su decoración.

90. LAS REFORMAS DE DIOCLECIANO Y LA POLÍTICA MONETARIA DE CONSTANTINO

El Bajo Imperio heredó del siglo III una crisis que tuvo honda repercusión en la economía, puesto que las destrucciones, invasiones, usurpaciones y las medidas adop-tadas a nivel económico y social afectaron profundamente al capital de producción, ori-ginando una grave inflación y depreciación monetarias, que se cebarían sobre todo en las clases económicamente débiles, ya que la crisis afectó, como es natural, a los cam-bios y a la circulación monetaria.

Desde la época de Marcho Aurelio se produjeron diversas leyes monetales, pero estos cambios de la ley dieron lugar a que actuara el principio económico de que “la mala moneda elimina a la buena”, de modo que para las transacciones o el pago de deudas se utilizaba la moneda “barata”, reservándose la de ley más alta, que mantenía un valor más estable. Pero pronto los prestamistas dejaron de aceptar esa moneda, con lo cual la cara, cada vez más escasa, fue subiendo de valor.

Una medida seria de reforma en este sentido fue la emprendida por Aureliano, que ha sido interpretada de modo diverso. En la reforma general del Imperio, llevada a cabo por Diocleciano, se contemplan con la mayor preocupación los aspectos econó-micos, tanto los tributarios como los monetarios. El aureus de oro tenía 1/60 de libra, y el argenteus de plata 1/96 de libra, constituyendo la base del sistema monetario; por otra parte, se intentó dar un elevado apoyo a la moneda divisional, por la que Diocle-ciano quiso reconciliar lo irreconciliable. La situación a que se había llegado nos la puede presentar las continuas y elevadas variaciones del precio conocido del trigo: en el año 149, con cinco denarios se compraba un modio (8,75 kg.) de trigo; en época de Caracalla, el costo del modio era doble (10 denarios); en época de Diocleciano, con esta moneda divisional, el denario de 3,8 gr., el modio de trigo costaba 100 denarios. La conclusión que se puede sacar de esta situación es que el fracaso de las medidas de refuerzo de la moneda divisional, entre las que se encuentra la promulgación del Edictum de pretiis, afectaba directa y principalmente a las clases inferiores.

Constantino continuó las medidas monetarias adoptadas por Diocleciano, pero sacó las consecuencias de que Diocleciano no había podido o no había querido sacar. Constantino aparece como un verdadero innovador. No intentó apuntalar la moneda

230

divisional con medidas oficiales sobre los precios que mantuvieran un poder adquisitivo ficticio, sino que la abandonó a su propia suerte. Hasta ese momento el Estado había defendido la moneda divisional restringiendo las emisiones de moneda de oro o contro-lando los precios. Abandona ahora a su suerte y con los problemas económicos y so-ciales que ello causaría a quienes operaban con esta moneda. Constantino fundamentó su sistema económico en una nueva moneda de oro, el solidus, con un 1/72 de libra. La consecuencia que se derivará de esta política monetaria de Constantino será una inevi-table elevación de los precios pagados en moneda divisional. Si en tiempo de Diocle-ciano el modio de trigo valía 100 denarios, con Constantino y sus sucesores la cantidad es mucho mayor, aunque resulta difícil trazar una curva de precios. La reforma de Constantino, al favorecer esta política monetaria basada en el valor real del oro, que servía a los intereses de las clases pudientes, estableció un sistema económico que se mantuvo durante mucho tiempo. Esta reforma no supuso un aumento general de la in-flación, por cuanto los precios de los productos y los salarios podían adaptarse con gran movilidad a los altibajos del valor real de la moneda, pero los alquileres, sometidos a la duración de los contratos, eran los que podían sufrir más sensiblemente los efectos de la inflación, la cual repercutiría mucho en las finanzas de la ciudades, que tenían su patrimonio generalmente en arriendo.

Se produjo una constante sangría de moneda de oro destinada al pago de las importaciones de bienes suntuarios del Oriente y a las subvenciones que se concedían a los bárbaros para garantizar la paz en las fronteras, todo lo cual se ha considerado como causa de la decadencia económica e Roma. El Imperio sufría esta sangría y con-taba a la vez con un mercado en el que circulaba con toda libertad y bajo el control ofi-cial la moneda de oro, que estaba en manos de los ricos, senadores y latifundistas, los cuales hicieron grandes fortunas en oro.

91. LA CIRCULACIÓN MONETARIA EN HISPANIA. LA CUESTIÓN D E LOS TESORILLOS

Había en Hispania, y en todo el Imperio una circulación libre de oro, garantizada por el propio Estado, y que existían grupos senatoriales y latifundistas de la parte occi-dental del Imperio que tenían grandes fortunas en oro. Hispania contaba con un sector pujante de latifundistas, possessores, senadores, y con una jerarquía eclesiástica nu-merosa con iglesias de gran lujo y magnificencia, como; sin embargo, la circulación monetaria que nos indican los tesorillos sacados a la luz por las excavaciones arque-ológicas, pese a la falta todavía de una valoración de conjunto, ofrece un panorama difícil de adecuar a las coordenadas generales del sistema monetario. Dejando de lado los tesorillos de la época de la Anarquía Militar, cuya ocultación se pudo deber a moti-vos de seguridad, resulta que los de época bajoimperial nos proporcionan raras mues-tras de la moneda base del sistema que, era el solidus, y los tesorillos que cuentan con moneda de oro se localizan en zona minera. De acuerdo con la filosofía monetaria del sistema implantado por Constantino, esta era la moneda idónea para atesorar, por su valor intrínseco, debido a la cantidad de oro que tenia; en cambio, la moneda mala, la empleada generalmente por las gentes humildes en sus transacciones comerciales y la que más aparece en los tesorillos hispanos, era la que menos convenía tesaurizar y acaparar por ser tan proclive a las depreciaciones. Por otra parte, muchos tesorillos no deben de pertenecer a la clase media o baja, ya que se han encontrado en villae. De todo ello se deduce que muchas de las tesaurizaciones de Hispania no son tales. Los hallazgos monetales se dan en toda la Península. Callaecia ha proporcionado un gran número de tesorillos y la casi totalidad de las monedas son de cobre y bronce de diver-sos emperadores, y que probablemente no obedecen a un deseo de atesorar, sino que deben ponerse en relación las medidas de seguridad adoptadas en Callaecia ante la

231

invasión de los vándalos asdingios y suebos del año 411. También se han encontrado otros tesorillos con las mismas características que los de Callecia en Lusitania y la Bética.

Se suele atribuir este acaparamiento de monedas de tan bajo valor real al temor de las primeras invasiones (que explicaría la existencia de tesorillos en el siglo III), al temor de las invasiones del siglo V, o como resultado de la inseguridad, zozobra e in-quietud de sus gentes.

92. LA MONEDA EN LOS REINOS BÁRBAROS

Con la entrada de los pueblos bárbaros en la Península no se vino abajo el sis-tema monetario constantiniano basado en el solidus de 4,54 gr. Se acuñaba también otro tipo de moneda de oro que venia a ser un tercio del solidus, se conocía con el nombre de “tremis” o “triente” y que tenia 1,45 gr. de oro; se acuñaba igualmente una moneda de plata que se denominó siliqua y que tenia un valor equivalente a 1/24 del solidus, la moneda fraccionaria era de bronce.

Este esquema general es aplicable a los suebos y a los visigodos. Cuando los suebos se asentaron en Callaecia vieron la conveniencia de proceder a estas emisio-nes propias. Hicieron acuñaciones transitorias de solidi de peso rebajado, que se pue-den cifrar entre 4,24 y 3,60 gr., pero en muchas ocasiones solo acuñaron “trientes” a nombre de Valentiniano III; su ceca más importante se encontraría en Bracara. La mo-neda de plata siliqua tuvo una acuñación mucho más reducidas. Se cuenta con hallaz-gos de monedas suebas que corresponden a diversos reinados de reyes suebos.

Los visigodos también acuñaron monedas semejantes, empezando en Tolosa con los pesos normales y no con las oscilaciones que el sueldo tiene en el sistema mo-netal suebo. Alarico II, a comienzos del siglo VI, redujo el peso del sueldo a 3,65, ante la necesidad de contar con mayores recursos. Cabe suponer que la moneda sueba y visigoda desempeñarían en sus respectivas economías un papel muy semejante al de la moneda romana, de la que derivaban con todas las consecuencias sociales negati-vas que acarreaban. Pero dado que el comercio exterior de estas dos comunidades bárbaras era mucho más limitado y teniendo en cuenta, además, las dificultades inicia-les derivadas de una convivencia difícil con la sociedad hispanorromana, el papel de estas monedas sería más limitado.

232

TEMA 23.- LA NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL

1. INTRODUCCIÓN

Con anterioridad al siglo III se fueron insinuando nuevas relaciones sociales, y la crisis del siglo III determina esa nueva estructura.

Las usurpaciones, guerras civiles, requisas y constantes luchas contra los bárba-ros que tuvieron lugar en los siglos III y V afectaron a la economía de Hispania, se tra-duce en consecuencias materiales y sociales de las ciudades y villae hispánicas. Algu-nas desaparecen, otras se recuperan con dificultad, muchas no vuelven a recuperar el desarrollo industrial y comercial que lograron durante el Alta Imperio.

No se puede determinar de una manera global si la disminución de la actividad comercial industrial y agraria inmediatamente posterior a las invasiones continuó vigen-te o por el contrario, hubo una recuperación.

La arqueología parece indicar que en la Península Ibérica se había producido, y posteriormente consolidado, un desplazamiento del centro económico desde la periferia hacia el interior. La abundancia de necrópolis y de villae así parece señalarlo, aunque se trata de una zona que no tiene gran densidad de ciudades.

La decadencia de las ciudades y la reducción del perímetro de muchas de ellas llevó pareja una contracción de sus actividades industriales, artesanales y comerciales. Sobre todo en las situaciones de inseguridad que vivió la Península, con tensiones so-ciales y movimientos baugádicos y priscilianistas.

El sector agrario como consecuencia del descenso de los otros sectores, al-canzó una importancia mayor como fuente de ingresos del Imperio. De aquí la impor-tancia que adquiere la consolidación de la clase de los latifundistas frente a la masa de desposeídos que dependían de esta.

La multiplicidad de problemas del Imperio, tanto internos como externos, llevó a exigencias fiscales más rigurosas.

Las dificultades políticas e ideológicas exigían una mayor centralización del apa-rato burocrático. El mantenimiento de éste se conseguía mediante un sistema fiscal más completo y progresivo.

Debido a las dificultades económicas y a la forma que iba adoptando la propie-dad, se producirá una polarización de la sociedad en dos grupos distantes muy diferen-ciados.

2. HONESTIORES Y HUMILIORES. POTENTES Y TENUIORES

Pese a que desde la época de Caracalla todos los habitantes del Imperio disfru-taban de ciudadanía romana, no se da una sola clase social jurídicamente homogénea, sino una sociedad con grados sociales diferentes en el terreno jurídico; ante una misma infracción de la ley, las penas eran distintas, según se tratase de un grupo o de otro.

Los honestiores son individuos que merecen un honor debido al cargo elevado que desempeñan o a su pertenencia a un status social elevado.

Los potentiores son personajes poderosos económicamente. Solían abusar de su poder presionando a los gobernadores, resistiendo a la justicia, etc.

La mayor parte de los potentiores son al mismo tiempo honestiores, pero no to-

233

dos los que participan en el honor son potentes (entre los que se incluyen los decurio-nes).

El término Humiliores se aplica al pueblo, en tanto que es un sujeto de derecho común.

Los tenuiores corresponden a esa misma masa en la medida en que necesita protección legal contra los abusos de los ricos.

No existe correspondencia entre la realidad económica, social y jurídica. Los de-rechos de los Honestiores se mantuvieron vigentes pese a las diferencias económicas de unos honestiores a otros. Por ejemplo, a veces los decuriones municipales tenían una situación económica muy deteriorada, asemejándose a la de los humiliores pero seguían gozando de esas ventajas legales.

Por lo tanto, la estructura dicotómica no refleja verdaderamente la realidad. Se dan cuatro grupos según las posiciones económicas y jurídicas.

* Honestiores potentiores. * Honestiores tenuiores. * Humiliores potentiores. * Humiliores tenuiores. Los grupos 1 y 4 son los más numerosos.

La distinción entre ciudadanos Humiliores y Honestiores tuvo importancia en el derecho privado. Constantino dictaminó (Ley del 334) que en los procesos legales, el testimonio de los honestiores fuera preferido al de los humiliores.

En otra del 321 dice que los menores probarán su rectitud de costumbres con el testimonio de gentes pertenecientes al grupo de los honestiores.

En el derecho penal, de los castigos corporales estaban exentos los caballeros y los decuriones.

En resumen, tanto en el siglo IV como en el V se designa a los grupos elevados tomando como punto de partida el honor o la dignitas, pero también la riqueza. Y a los grupos inferiores según la humildad de procedencia o función y su pobreza.

Por ello, durante el Bajo Imperio se fue simplificando la sociedad en dos grupos: Honestiores y Humiliores, pero no son dos clases sociales en cuanto que no hay homogeneidad en los grupos, pues estos tienen diversidad de situación social y económica.

3. HISPANORROMANOS Y BÁRBAROS. Las relaciones entre lo s pueblos

La convivencia se inició una vez pasados los primeros años de anarquía y mor-tandad, que siguieron a la invasión del 409. Los problemas de convivencia durante el siglo V solamente se plantearon de modo continuado en las tierras de Galicia y Lusita-nia donde se había producido un asentamiento suevo. De manera discontinua se ofre-cieron en otras regiones: unas veces de forma violenta (expediciones) de suevos, visi-godos y vándalos, otras veces de forma menos agresiva, ocupando ciudades y lugares estratégicos de la Bética o la Cartaginense.

Pero la llegada de masas de población visigótica no se produjo hasta la última década del siglo V, surgiendo en ese momento auténticos problemas de convivencia. (Asentamiento tardío, después de permanecer un siglo en las Galias conviviendo con

234

población romana).

Fueron suevos y vándalos los pueblos que residieron en Hispania en su época barbárica. Idacio habla de la difícil coexistencia de bárbaros e hispanorromanos.

Orosio dice que los bárbaros trataban a los romanos como amigos hasta el pun-to de que había entre ellos quienes preferían vivir, pero libres, entre los invasores, a habitar en regiones que seguían siendo romanas, abrumados por las cargas fiscales.

Es indudable que la carga fiscal pesaría a menudo en exceso sobre los ciudada-nos de Hispania y las Galias, en las provincias que siguieron sujetas a la administración romana. Pero no parecen abundar los hispanos que prefiriesen asentarse junto a los suevos, dándose tensiones entre estos y la población galaica.

En las tierras de Galicia y Lusitania (Reino Suevo) la plebs galaica conservaba en sus manos los castillos más fuertes y constituía un poder autónomo, paralelo al po-der suevo. Ambos pueblos se combatían y hacían paces.

Los galaicos o lusitanos, bien romanizados, habitaban mayoritariamente los núcleos urbanos. Los suevos tuvieron bajo su poder la fortaleza de Oporto, pero en su mayoría vivían en el campo, donde existía una población indígena, rústica y más re-trasada que la urbana.-

El talante barbárico fue una dificultad para la pacífica convivencia de romanos y germanos. Así como la desigualdad de civilización, de lengua y de costumbres rudas y groseras que repugnaban a los hispanorromanos.

Pese a todo ello, en el Reino de Tolosa, la poderosa monarquía visigótica atraía a la aristocracia romana del siglo V (dignatarios romanos que traicionaban a Roma). Incluso se dio un trato de amistad entre la aristocracia romana y la corte tolosana, cola-borando en lo militar. Así oficiales bárbaros tuvieron altos cargos en el ejercito imperial, y los oficiales romanos también estuvieron al servicio de los reyes visigodos.

4. LA NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL

Al final del Imperio la realidad social divide la población libre principalmente en dos grupos:

* Los honestiores o muy ricos. * Los humiliores o clases inferiores.

La posesión de riquezas ha llevado a extremos máximos las diferencias, los es-clavos y libertos subsistieron como clases inferiores.

A partir de Diocleciano (284-305) la crisis del siglo III sólo en parte había sido re-suelta; se reestablecen la seguridad en las fronteras y la autoridad del Emperador; se resuelve la crisis religiosa con el triunfo del cristianismo respaldando a la autoridad im-perial, pero la economía sólo en parte se recupera. Pues siguen latentes las causas que la habían provocado, como la escasez de oro, la dificultad para recaudar los tribu-tos del Estado y la correspondiente presión financiera sobre las autoridades municipa-les, a las que se responsabiliza personalmente de esta recaudación. Ha disminuido fuertemente la mano de obra esclava, reduciéndose paralelamente la productividad y los excedentes de producción que alentaban el comercio y la creación de empresas en los siglos I y II d.C., la crisis de la ciudad acrecienta estos males.

235

Todo este proceso hizo que el terrateniente huyese al campo buscando mayor rentabilidad a su tierra. Tierras que se concentraban cada vez en menos manos por compra o cesión de colonos. Y el aumento de capital acentúa las diferencias sociales, a la vez que se ha intensificado el número de los pequeños propietarios y mano de obra campesina sin propiedad rústica. Han de buscar en el régimen de colonato o mercena-riado la garantía de un salario y la de su seguridad y defensa personal. Así, pues, tres aspectos concentraban este cambio social.

* El latifundismo. * El colonato. * Configuración de los extremos de la estructura social: honestiores y humiliores.

5. EL LATIFUNDISMO

El proceso latifundista del Bajo Imperio corre parejo con el fenómeno de ruraliza-ción de la población, antes preferentemente urbana.

En el Bajo Imperio el latifundista vive en el campo y sustituye la mano de obra esclava por otra que ahora le resulta más rentable: los incolae y sobre todo los coloni.

Varias causas contribuían a concentrar la propiedad de la tierra en ocas manos y a hacer del latifundismo un sistema de explotación de la tierra más rentable y seguro:

El reparto desigual de la propiedad territorial (dilatados terrenos se concedían a veteranos licenciados).

Los arriendos de las tierras privadas del Emperador, así como los capitales ori-ginados en negocios mercantiles y mineros, permitieron ensanchar los dominios a los antiguos senadores, a la aristocracia municipal y de orden ecuestre.

La distribución de un latifundio sería de unas 1.500 hectáreas, distribuidas así: 700 has. de monte y 500 de prado, y las plantaciones serian de 200 has. de cereales y legumbres y 100 de viñedo.

Así el rasgo de este latifundismo fue el autoabastecimiento en todos los órdenes: alimentación, artesanía, vestido, útiles, incluso la justicia y defensa de los habitantes de las villae corría a cargo de los possesores.

6. HONESTIORES Y HUMILIORES

Durante el Bajo Imperio hay una generalizada tendencia a simplificar la escala social hispanorromana. En el grupo inferior, se reduce el número de esclavos campesi-nos y pervive sobre todo el esclavo cualificado doméstico y urbano.

También se reduce la figura del pequeño propietario y el de los grupos artesanos urbanos especializados, para dar paso al artesanado de la villa que asume tareas muy diversas y menos especializadas, pues no trabaja para la venta competitiva de la ciu-dad. En definitiva, se simplifica la variedad de los grupos sociales menos favorecidos y de los pequeños propietarios convertidos en colonos. Todos se agrupan como Humilio-res.

Por otra parte, también logran subsistir los antiguos grupos privilegiados, senato-riales, orden ecuestre y oligarquía decurional; todos ellos componen en nuevo grupo de los potentes, los possesores, los honestiores, aún cuando no todos disfrutan de análo-ga extensión de propiedad territorial.

236

En realidad hay un matiz diferencial en esta denominación bajoimperial. Los po-tentes o potentiores son los más poderosos económicamente.

Los honestiores son los que ostentan los honores de los cargos. Aunque a veces los potentiores, poderosos en tierras y dinero, acceden casi siempre al honor de los cargos públicos. Pero no siempre los honestiores fueron poderosos económicamente, pues podían sólo gozar de una digna posición económica.

Sin embargo la ley sigue reconociendo la existencia de diversos grupos: senado-res, caballeros, libres y esclavos. Y la justicia tiene en cuenta la posición económica. Los humiliores tienen menor credibilidad y para mostrar su rectitud moral tienen que manifestarla uno de los honestiores, y no están exentos de castigos corporales (si los de orden decurional, ecuestre y senatorial).

237

TEMA 24. LAS CAPAS ELEVADAS DE LA SOCIEDAD.

7. INTRODUCCIÓN

Con anterioridad al siglo III se fueron perfilando nuevas relaciones sociales que se aceleraran con la crisis del siglo III. Las usurpaciones, guerras civiles, requisas y constantes luchas contra los bárbaros durante el siglo III debieron de afectar profunda-mente a la economía hispana. Ello produjo fuertes convulsiones en muchas ciudades y villae hispánicas. La decadencia de las ciudades tuvo como consecuencia una dismi-nución de las actividades industriales y comerciales, unido al ambiente de inseguridad que vivió la Península, con tensiones sociales y movimientos bagáudicos y priscilianis-tas.

La multiplicidad de los problemas del Imperio, tanto internos como externos, llevó a exigencias fiscales más rigurosas. Idénticamente, las dificultades políticas e ide-ológicas estaban exigiendo una mayor centralización del aparato burocrático estatal. El mantenimiento de este aparato burocrático estatal se conseguía mediante un sistema fiscal cada vez más completo y más opresivo, que alcanzaba a todo el Imperio y a una gran masa de la sociedad.

Debido a las dificultades económicas y a la forma que iba adoptando la propie-dad, se produciría una polarización de la sociedad en dos grupos distantes y muy dife-renciados: el de los honestiores y el de los humiliores. Así, jurídicamente, ante la mis-ma infracción de la ley, las penas eran distintas, según se tratase de un grupo o de otro.

Según se desprenden de las fuentes parece que hubo cuatro grupos sociales, estos son: los honestiores, los potentes, los humiliores y los tenuiores. Los honestiores son individuos que merecen un honor debido al cargo que desempeñan o a su perte-nencia a un status social elevado. Los potentes son personajes poderosos que cimien-tan su status en su potencial económico o en alguna otra situación de hecho. Parece que estos potentores ejercen real y virtualmente un abuso de poder, denunciado en muchos casos por las disposiciones legales. La mayor parte de los potentores son al mismo tiempo honestiores, pero no todos los que participan en el honor (como los de-curiones) son potentes.

En el otro extremo, los humiliores que comprenden a la masa del pueblo en tanto en cuanto esta sujeto al derecho común; y el de tenuiores a esa misma masa en la me-dida en que necesita protección legal contra los abusos de los ricos.

Hay que tener en cuenta la heterogeneidad de posiciones económicas, de situa-ciones sociales en las que se encuentran tanto los honestiores como los humiliores en general y en la realidad concreta de cada una de las distintas partes del Imperio. Así, en ocasiones la situación económica real de muchos decuriones municipales estará tan deteriorada que se asemejará mucho a la de los humiliores, aunque seguirán gozando de esas ventajas legales, que no dependen de su poder económico, pues en regiones cuya población parece contar con escasos recursos económicos, son inscritos como curiales personas que cuentan con un patrimonio de 25 yugadas.

En definitiva, la diversidad de situaciones legales, sociales y económicas de la sociedad romana hace difícil la concepción de un sistema unitario coherente. Más bien, durante el Bajo Imperio se tiende a la simplificación de la sociedad romana en dos gru-pos sociales (los honestiores y los humiliores) con numerosos grados sociales y económicos dentro de cada grupo. Por lo tanto se puede hablar de dos grupos sociales con diferentes grados pero no de clases sociales.

238

8. LOS SENADORES

Los potentes o potentiores eran todas aquellas personas que por el lugar que ocupaban en la administración o por las riquezas de que disponían disfrutaban de un poder real. Estos potentiores vivían en el campo con el máximo lujo. La explotación de las grandes propiedades llevó a una relativa autarquía económica frente a un estado inmerso en problemas interiores y exteriores que poca protección podía ofrecer a las personas más necesitadas. Estas personas necesitadas ante la presión de los ricos se ponían bajo su protección. No resulta extraño que para mantener el orden en sus pose-siones, evitar el pillaje y rechazar incursiones, estos potentiores formasen normalmen-te, con sus esclavos y arrendatarios, tropas privadas.

La preponderancia que les confería el poder económico les llevaba a enfrentarse con los funcionarios encargados de exigirles el pago de impuestos. Difícilmente el Es-tado podía atajar los abusos de los potentes, quienes por razones de amistad, familia, cargo e identidad de intereses, estaban estrechamente vinculados a los funcionarios del fisco, quienes los libraban de unos impuestos que luego los hacían recaer sobre los medianos y pequeños propietarios del campo.

Entre estos potentiores se encuentran los senadores. Apoyados en su prestigio moral y, sobre todo, en su riqueza territorial, aumentaban su influencia por más que su poder político hubiese descendido por el aumento de la burocracia estatal, civil y militar, ocupada por los numerosos caballeros introducidos en ella.

Los miembros de las antiguas familias senatoriales se constituían en senadores tras el desempeño de una magistratura, generalmente la cuestura. Pero hombres nue-vos, de distintas procedencias sociales, especialmente caballeros e incluso curiales, podían acceder al orden senatorial a través de dos procedimientos:

Indirecto: La inclusión por parte del emperador en el grupo de los clarissimi, aunque tenía que desempeñar alguna magistratura, que solía ser la pretura, para ser senador.

Directo: Adscripción por el emperador al senado, mediante la practica del adlec-tio inter consulares, que era una manera de inscribir nuevos senadores, aunque la per-sona elegida no hubiese desempeñado el consulado.

De esta forma el senado llegó a tener una composición muy heterogénea en cuanto a origen, cargos desempeñados, riqueza y procedencia de sus miembros.

La constitución de un segundo senado en Constantinopla (por Constantino) mo-dificó notablemente el carácter del orden senatorial y en su número, al incluir miembros del orden ecuestre. Se llamó a los miembros más importantes de los municipios y pro-vincias. La inclusión de estos nuevos elementos llegó a superar en número a los anti-guos senadores de Roma. Al principio el senado de Constantinopla contaba con tres-cientos miembros, con Constantino pasaron a dos mil. El senado de Roma, de seis-cientos, pasaron con Constantino a dos mil miembros.

La llegada de hombre nuevos produjo cierta distinción dentro del orden senato-rial. Las capas más altas del orden senatorial estaban constituidas por los ilustres y los spectabiles, a los que seguían los senatores y clarissimi.

El prestigio social, que antes emanaba de la pertenencia al orden senatorial, había descendido bastante, al tiempo que crecía el prestigio emanado del poder y de la propiedad. Hubo, en definitiva, cambios en la estructura.

La capacidad de influencia ante el emperador (el elemento decisorio), no la ten-ían los senadores residentes en Roma, al acudir muy poco los emperadores a ella, sino los consejeros (la mayoría de ellos senadores) que les acompañaban en sus despla-

239

zamientos y vivían con ellos en sus diversos lugares de residencia. Lógicamente un senado tan numeroso tenía muchísimas dificultades para reunirse tanto en Roma como el de Constantinopla. Además, el deterioro político de los senados, se plasma en la ley de Constancio que fijaba el quórum en cincuenta miembros. Los senadores no estaban obligados a asistir a las sesiones. Incluso, hacia la mitad del siglo V, el derecho de voto correspondía únicamente a la capa más elevada del senado, como era la de los Ilus-tres.

De todas formas hay que reseñar la tendencia del orden senatorial, especial-mente la vieja nobleza, a constituirse en una especie de clase social cerrada. La digni-dad senatorial se transmitía hereditariamente lo que favorecía dicha tendencia. De igual modo buscaban como medio de reforzar su ideología los matrimonios dentro de sus familias. Como grupo político consciente de sus privilegios y de su poder económico, sus miembros aspiraban a cierta independencia del emperador y de la administración central, cimentada en su inmensa propiedad territorial y en la gran riqueza.

Pese a las diferencias de rango social, religioso (paganos y cristianos), etc. que tenía el orden senatorial, había una gran identidad de intereses económicos más que la coherencia de una clase dirigente cuyas funciones y poderes se habían quedado muy recortados.

En el terreno económico había gran diferencia de riqueza entre los miembros del senado romano y los de Constantinopla, debido a que muchos de los miembros del senado romano procedían de aquellas antiguas familias nobles que habían acumulado grandes propiedades en el transcurso de los años, mientras que el senado de Constan-tinopla no contaba con estos miembros.

9. SENADORES Y CLASE SENATORIA HISPANA

De igual modo que los miembros del orden senatorial, los senadores hispanos obtenían sus riquezas de la tierra. Desde los primeros tiempos del Imperio, Hispania daría una serie de senadores, lo que hace factible la existencia de familias de rancio abolengo que habrían concentrado propiedades a lo largo de mucho tiempo. Pero la crisis del siglo III como las diferentes disposiciones de Diocleciano, Constantino, y otros emperadores, habrían afectado a las diferentes familias senatoriales hispánicas altoim-periales, que seguramente procederían de las provincias senatoriales más romaniza-das, por ejemplo, la Bética.

En Hispania habrían homines novi cuya situación social y procedencia descono-cemos, lo que hace sospechar que no debían de tener un origen demasiado ilustre. El siglo III facilitó la movilidad social, y las familias senatoriales de época bajoimperial que conocemos en la Bética, Tarraconense, Gallaecia y Lusitania dan la sensación de no proceder de la rancia aristocracia senatorial hispana del Alto Imperio; probablemente salieron de la aristocracia municipal hispánica.

En el desarrollo de la estructura económica y social de la Península influyeron tanto los senadores de origen hispánico como los senadores de otras procedencias que ejercieron sus funciones en Hispania, por su doble vertiente de propietarios y funciona-rios.

En función de los cambios político-religiosos, los emperadores llamaron a aristó-cratas hispanos a ocupar puestos de relieve en lugares fuera de Hispania. Como Aci-lius Severus, que posiblemente fue praeses de la Tarraconense y que continuó su ca-rrera ascendente siendo vicario de Italia en el 318, cónsul en el 323, y prefecto de Ro-ma en el 325.

240

Con Teodosio se asiste a la ascensión a altos cargos de miembros de su familia y de la familia de su esposa Flacila, algunos de los cuales ya habían ejercido altos car-gos en épocas posteriores. Se puede hablar de un pequeño clan de senadores hispa-nos. Varios de estos senadores lo acompañaron en la corte de Constantinopla, como Numio Emiliano Dexter, que en 379 y 387 fue procónsul de Asia, y a la muerte de Teo-dosio fue nombrado en el 395 prefecto del pretorio de Italia.

Materno Cinegio fue comes sacrarum largitionum, más tarde quaestor sacri pala-tii, y finalmente perfecto del pretorio de Oriente; se le considera de origen hispano ya que a su muerte, su esposa trasladó sus restos a Hispania en el 388 donde fue ente-rrado en la iglesia de los Santos Apóstoles.

Se consideraba también hispano a Nebridio, cuñado de la emperatriz Facila. Fue comes rerum privatarum en 382-384 y luego, en el 386, prefecto de Constantinopla.

Flavio Timasio, alto cargo militar de Teodosio, era pariente de la emperatriz Fla-cila, por lo que se le atribuye un origen hispano.

A la muerte de Teodosio y debido a las convulsiones producidas por las invasio-nes bárbaras, los miembros senatoriales de la casa imperial debieron de disminuir. Con ocasión del movimiento bagáudico que afectó a la Península, se vuelve a tener noticias de miembros senatoriales hispanos que desempeñan cargos importantes de carácter militar. Como Merobaudes, senador de la provincia Bética, con el cargo de magister utriusque militae, que tiene por misión la represión del movimiento bagáudico.

Por otra parte hay que tener en cuenta a algunos senadores hispanos y algunos miembros de familias senatoriales hispánicas, que aunque no llegaron a ocupar pues-tos importantes civiles o militares dentro o fuera de la Península, se destacaron, en algún aspecto particular. Paciano, perfecto del pretorio, fue nombrado obispo de Barce-lona, y desarrollo una gran militancia religiosa, sobre todo en sus escritos contra los novacianistas. Prisciliano, parece que perteneció a la clase senatorial hispana, y difun-dió ardientemente en los círculos aristocráticos de Lusitania sus ideas religiosas riguro-sas.

La muerte de Teodosio y las invasiones bárbaras, con las convulsiones sociales subsiguientes, afectaron también a la clase senatorial hispánica. Debido a las invasio-nes se iba consolidando una aristocracia germánica, aunque según reflejan las fuentes continuó la aristocracia hispana, como la noble familia de los Cantaber de Coimbra, uno de cuyos miembros fue capturado por los suebos, o, Lusidio, primer magistrado de la ciudad de Lisboa, que la entregó en el 468, o, algunos nobles y terratenientes de Cala-horra, Cascante, Nájera, etc. que ofrecieron resistencia (inútilmente) a los visigodos cuando invadieron la Tarraconenese.

10. LOS FUNCIONARIOS DE LA ADMINISTRACIÓN CENTRAL EN HI SPANIA

Constantino continuó con la línea de Diocleciano de jerarquizar las funciones administrativas que componían el cuadro burocrático del Estado romano. Utilizó viejas denominaciones pero con un nuevo significado. Así el término de comes Augusti, com-pañero de Augusto, se emplearía para designar funcionarios con cometidos diversos, tanto en la administración civil como militar. Algunos residían en la corte, pero otros estaban en las provincias. A partir del 313, Constantino nombró un comes Hispaniarum con cometidos civiles. En el 420 aparece otra vez el comes Hispaniarum, cargo ocupa-do por un tal Asterio, pero su función es diferente, pues en esta época tiene cometidos militares, y es un alto jefe militar.

241

Se tiene noticias de varios vicarios de Hispania, pero no se sabe con seguridad su procedencia. Parece que Mariano es de Galicia. Este hispano, vicario de Hispania en época de Teodosio, tenía inclinaciones paganas y era defensor de las ideas prisci-lianistas en la Península.

Había una tendencia a emplear para los importantes cargos a senadores nati-vos. La información disponible no lo aclara, y se deduce que los senadores hispanos alternan los cargos con otros senadores de procedencia italiana o hispana.

Respecto a los gobernadores, no conocemos el nombre de ningún gobernador de la Cartaginense ni de las islas Baleares. De la Bética, conocemos a varios y, proba-blemente hispanos a Egnacio Faustino, Decimio Germaniano, etc. A partir del 337 se pasa de gobernadores praesides a clarissimi.

De los ocho gobernadores de la Lusitania conocidos no se conoce el origen his-pano de ninguno de ellos. La provincia lusitana pasará de ser regida por un praeses a ser consular, y los que gobiernan, a clarissimi.

De la provincia Gallaecia se conoce el nombre de dos gobernadores, ambos cla-rissimi, sin que se pueda concretar su origen.

La Tarraconense mantuvo hasta el siglo V la categoría de gobierno de rango presidial. De los siete gobernadores que se conocen, parece que sólo Julius Verus ser-ía español.

Hay algún español, como el poeta Prudencio, que fue gobernador, de alguna provincia hispana cuyo nombre no se conoce.

Resumiendo, hubo españoles que desempeñaron altos cargos imperiales en otros lugares, y que, a su vez, algunos altos cargos peninsulares, como los de comes, vicario o gobernador, fueron cubiertos por personas foráneas, estableciéndose relacio-nes estrechas, incluso de parentesco, entre las diferentes aristocracias. La aristocracia hispana, sobre todo de la Tarraconense, estuvo muy relacionada con la aristocracia de la Galia.

11. LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA

A pesar de que en la parte occidental del Imperio el senado romano era deposi-tario de las tradiciones (paganismo) de Roma, las familias senatoriales hispánicas se caracterizaban, por lo general, por su militancia en la fe cristiana. Aunque también hubo excepciones como el vicario Flavius Salustius, pagano y amigo personal de Juliano, que lo utilizó para revitalizar el paganismo en Hispania. De todas formas no hubo un frente de oposición pagana en Hispania dentro de las clases superiores.

El cristianismo primitivo hispano era eminentemente urbano y el paganismo se-guía muy arraigado en las zonas rurales. Pocos paganos se conocen en las altas esfe-ras del poder en la Península y, en cambio se conocen a muchos cristianos en los altos cargos peninsulares e imperiales, y el predominio de estos en la clase senatorial hispa-na.

Aunque no hay mucha información, hay indicios de que en Hispania parte de la aristocracia cristiana procuraba controlar las sedes episcopales. Como Paciano en Bar-celona, Osio en Córdoba, o Prisciliano en Ávila.

Los obispos, aunque no sean nobles, se van asimilando rápidamente a la aristo-cracia senatorial. Gozan de muchos privilegios y de muchas posibilidades para enri-quecerse para que los cargos no sean apetecidos.

242

Las donaciones de propiedades agrícolas, edificios, rebaños, etc., que habrían de servir para atender a las necesidades de los pobres, posibilitaban el lujo de las igle-sias y la propensión del clero a enriquecerse, apoyándose en su cargo. Los privilegios y las grandes posesiones adquiridas colocaban a la jerarquía eclesiástica en un nivel de opresión social semejante al de los grandes propietarios o altos funcionarios imperiales. La Iglesia, en este caso la hispánica, perdió toda la carga revolucionaria y desintegra-dora que había tenido en sus inicios en la sociedad romana.

La concepción de la esclavitud y el trato dado a los esclavos no eran en la Igle-sia distintos de los que tenía el paganismo. La existencia de la esclavitud forma parte del orden establecido.

El patrimonio de la Iglesia sufrió una evolución. Su situación fue difícil cuando la Iglesia no era reconocida. Pero cuando la Iglesia fue reconocida por los emperadores su patrimonio además de legalizarse aumentó considerablemente mediante donaciones de los emperadores, muchas veces a costa del patrimonio imperial, donaciones de tie-rras de paganos, donaciones privadas, etc. Valentiniano I dirigió una normativa al Papa Dámaso ordenando que las iglesias de Roma prohibiesen a los clérigos recibir las su-cesiones de viudas y huérfanos.

Por otra parte la crisis económica replanteaba de vez en cuando las inmunida-des y exenciones de los bienes de la Iglesia, que sufrieron variaciones motivadas mu-chas veces por las necesidades de los tiempos.

Los obispos y clérigos, dándose cuenta de la importancia que tenía la nueva ins-titución, en el 364, del defensor civitatis como defensor de las gentes humildes contra los abusos de los poderosos, presionaron para que la elección de ese cargo se realiza-se por los miembros de la ciudad y no por el prefecto del pretorio. Se consiguió con Valentiniano II. De esta manera se consiguió una unidad de intereses entre los grandes terratenientes, los del clero y los curiales, únicos grupos que podían, en época Honorio, participar en la elección. En el primer concilio de Toledo se consolida la figura prepon-derante del obispo en los conflictos entre los poderosos y los pobres.

Diferentes concilios criticaron algunas actuaciones del clero. Así en el concilio de Cartago del 397 se critica abiertamente a los clérigos que se aprovechan de sus fun-ciones eclesiásticas para lucrarse y los exhorta a no recibir más herencias que las fami-liares.

De todas formas las donaciones por parte del emperador y de los particulares continuaron y fueron muy frecuentes, y nada prohibía al clero solicitar la generosidad de los fieles.

Los privilegios legales, sociales y económicos y las grandes posesiones adquiri-das, colocaban a la jerarquía cristiana hispánica al mismo nivel de opresión social que los grandes propietarios o altos funcionarios imperiales. La posesión de esclavos por la Iglesia cristiana hispánica era frecuente.

La iglesia hispánica optó por el camino de la intransingencia e intolerancia frente a los credos distintos y frente a las desviaciones de su propio credo. El concilio hispano de Elvira que tolera a los cristianos desempeñar el cargo sacerdotal pagano del fla-mianto, ataca a los judíos. Se prohibía a los cristianos comer con los judíos, bendecir sus frutos y contraer matrimonio con ellos. Estas barreras sociales levantadas contra los judíos cristalizaron, en la primera mitad del siglo V, en medidas más agresivas, obli-gando a los judíos de Menorca a aceptar el bautismo, hecho que se conoce por una carta del obispo Severo.

243

Se discute todavía sobre si el movimiento priscilianista se basaba sólo en cues-tiones disciplinarias, o por el contrario, incluía desviaciones dogmáticas, entrando así en el terreno de la herejía. Hay autores modernos que defienden las desviaciones dogmáticas apoyándose en las condenas anatémicas del concilio I de Toledo y en la carta que el obispo Toribio de Astorga le envía al papa León I. Sin embargo, hay que tener presente que el concilio de Zaragoza del año 380 es reiterativo en la casuística disciplinar y no en la dogmática, y que subyace en este problema, un enfrentamiento contra el alto clero fuertemente consolidado. Se ha llamado la atención que los obispos enemigos de Prisciliano son obispos de Córdoba, Mérida y Ossonoba, es decir, de pro-vincias o de zonas de provincias fuertemente romanizadas y cristianizadas, y cuyo cle-ro contaba con el aparato administrativo suficiente para acaparar privilegios, ventajas, exenciones, y grandes posesiones.

Pese a la identidad de intereses de la alta jerarquía frente a otros grupos socia-les, había latente un enfrentamiento entre los obispados ricos, que brindaba a su clero la posibilidad de enriquecerse, y los obispados más pobres, que carecían de ello, aun-que no hay datos que lo corroboren. Indudablemente, el movimiento priscilianista arraigó con profundidad en las zonas del noroeste peninsular y en las de Lusitania, que estaban menos romanizadas y cristianizadas. De todas formas, el particularismo regio-nal no fue suficiente para el arraigo del priscilanismo, influyó mucho la prédica ascética del clero partidario de una forma de vida más sobria y humilde. El priscilianismo, que prendió en círculos elevados, se extendió luego a zonas rurales sin tantas posibilidades económicas, añadiendo elementos nuevos que le confirieron los caracteres de un mo-vimiento social.

12. LOS CURIALES

Los curiales eran los que detentaban la administración de las ciudades. Forman el ordo decuriorum. Ostentaron los cargos municipales: duunviros, ediles, cuestores, etc.

Las invasiones y la crisis general del siglo III afectaron a las ciudades hispano-rromanas en unos momentos en que económica y socialmente los municipios ya esta-ban viviendo una crisis. Un rasgo importante de este proceso de deterioro sería la transformación de los cargos municipales, que de puestos honoríficos muy apetecidos se transformaron en pesadas cargas que todos quería eludir. Los curiales intentaban librarse de estas obligaciones impuestas, enfrentándose con el poder central, el cual intentó fiscalizar y regular toda la vida municipal, acentuando las tendencias centraliza-doras de la administración y ahogando los últimos restos de libertad política de los mu-nicipios.

La decadencia de la ciudad se iba agrandando a medida que los curiales busca-ban la defección de su cargo a través del recurso legal de ejercer en la misma ciudad una actividad, que como la de profesor de retórica o gramática, estuviera considerada por el Estado como una actividad pública, o por la huida. Los curiales con poca tierra preferían abandonarla antes que seguir soportando cargas tan pesadas. Aunque las leyes tardoimperiales impedían abandonar su ciudad y vender sus bienes, los casos de abandonos eran muy frecuentes.

Los curiales, pequeños o grandes propietarios, eran los que mantenían en activo la vida económica y cultural de la ciudad, realizando construcciones públicas y recreati-vas y proveyendo de víveres a la población.

Con Diocleciano y Constantino, los curiales se convirtieron en una casta heredi-taria a la que se haría responsable en sus respectivas ciudades de la recogida del im-

244

puesto y del aprovisionamiento de víveres. Ello implicaba enfrentarse con los podero-sos para que pagasen los impuestos, y con las clases pobres y desposeídas que los odiaban.

La condición económica de los curiales no era igual en todas las partes, sin que variaba de una ciudades a otra. Habían curiales en Antioquía que invertían en obras públicas y otros que eran muy pobres. Constancio estableció en el 342 que los propie-tarios de 25 yugadas formarán parte obligatoriamente del orden curial. De todas for-mas, pese a la diferencias económicas, las disposiciones legales conformaban un or-den decurional homogéneo con normas restrictivas a todos, tanto en Hispania como en el Imperio, tales como la imposibilidad de tomar en arriendo propiedades comunales, dar en arriendo en las propias o tomar las de otros, etc.

La curia (cargos municipales) era en las ciudades un reflejo del senado romano. En la época altoimperial, los miembros de la curia se elegían entre los ciudadanos que habían desempeñado una magistratura ciudadana o que reunían unas características especiales. En la época tardoimperial se pertenecía a la curia por la nominatio de nue-vos curiales y, posteriormente por la hereditariedad a los hijos.

Algunos grupos, como senadores, clero o funcionarios del ejército y de la admi-nistración, gozaban de inmunidad para estos cargos municipales. La ciudad perdía un amplio grupo de posibles curiales. El proceso era irreversible. Los curiales buscaban legalmente la forma de desprenderse de las servidumbres municipales, y si no podían optaban por la huida, sobre todo los más pobres. La ciudad se resentía por estos abandonos y huidas. Por más que el Estado excluyese a los curiales de ciertas activi-dades, éstos no estaban dispuestos a sobrellevar la pesada carga.

El poder central no llevaba una política armoniosa y coherente con los curiales. Unas veces los bienes del curial huido eran adjudicados al que lo reemplazaba. Los bienes del que moría sin dejar descendencia y sin testamento pasaba a la curia, y los bienes que había vendido un curial con objeto de eludir sus obligaciones también eran cedidos a la curia.

En definitiva, la propia administración aumentaba las contradicciones dentro del grupo curial , pues sí a nivel legal están incluidos dentro de los honestiores, con todos los privilegios legales que esto conlleva, desde el punto de vista económico estaban sometidos, respecto al Estado y con relación a sus propias ciudades, a unas exigencias fiscales que muchas veces resultaban insoportables. Teniendo que enfrentarse con los perjuicios sociales y económicos de los potentes, y presionando a los ciudadanos po-bres a cumplir con las exigencias fiscales.

245

TEMA 25.- LA PLEBE URBANA.

1. PLEBE URBANA

La evolución económica experimentada durante el Bajo Imperio ya no permite contemplar la sociedad bajo el prisma de los tres órdenes clásicos de senadores, caba-lleros y plebeyos, por más que continúe vigente en las fuentes jurídicas. El colonado se configura como una clase social bien diferenciada de la plebe de las ciudades que se encuentra, a su vez, claramente diferenciada de la categoría social de los curiales. La plebe no puede tener, pues la misma estructura que antaño. Las fuentes mencionan una plebe rústica y una plebe urbana y mientras que la plebe rústica se encuentra fuera de los muros de la ciudad la plebe urbana no se puede generalizar, ya que estaba inte-grada por distintos elementos, sectores de gentes desocupadas y sectores de pobla-ción urbana ocupada, unos de una manera estable y otros esporádicamente en activi-dades comerciales, industriales y de servicios. Había además, personas que, sin estar integradas en los órganos administrativos estatales y municipales elevados, se dedica-ban a actividades muy lucrativas, sacando grandes ganancias.

El deterioro observado en las ciudades había contribuido a radicalizar todavía más los contrastes entre ricos y pobres o entre potentiores y humiliores. Había un pro-letariado urbano de gentes desocupadas, que era fuente potencial de conflictos ante cualquier alza en los precios de los productos de primera necesidad o ante un eventual aumento de la desocupación. Se ha visto que el movimiento bagáudico era una contra-ofensiva natural del proletariado rural ante cualquier empeoramiento en su precario modo de vida. Inmerso como estaba este proletariado en unas condiciones económicas de mínima subsistencia, cualquier empeoramiento de ellas (por pequeño que fuese y a cualquier causa que se debiera), precipitaba a este proletariado en una situación límite, contra la que se veía forzado a reaccionar. El equilibrio interclasista urbano y rural era muy precario. Se observa en el Imperio que los síntomas de convulsiones y tensiones sociales vengan a coincidir con momentos en que las alzas de precios tienen rasgos inflacionistas. El equilibrio se rompía por cualquier contingencia natural o política, pero las ciudades, debido a los propios condicionantes de la economía antigua, no contaban con los resortes económicos necesarios para dar una respuesta inmediata que acallase la protesta. Las soluciones había que buscarlas fuera y con aumento en los costos, lo que no podía resultar atrayente para el orden curial, sobre el que recaían estos gastos, ya no sentidos como un servicio público sino como una opresiva carga probada por la existencia de este sector empobrecido. El proletariado, que no era una clase progresis-ta, contribuyó a la crisis esclavista y al deterioro de la ciudad.

Las diferencias entre la plebe urbana y la rústica no estaban exclusivamente mo-tivadas por el lugar de residencia sino también por las actividades y las exigencias im-positivas y de situación social real. A nivel fáctico, la plebe urbana no tenía una estruc-tura unitaria sino que incluía distintos grupos. Las grandes ciudades contaban con una población de composición diversa, como los esclavos, que abundaban en el servicio doméstico y se daban menos en otras actividades anteriormente eventuales por los cargos inferiores de la administración urbana; el personal libre empleado en las casas de la aristocracia municipal, y, en fin una masa de artesanos y comerciantes. Con los esclavos, los estratos más bajos de la población los constituían aquellos trabajadores eventuales que solo de vez en cuando encontraban trabajo. Esto ocurría preferente-mente en la construcción, cuya actividad depende de las contingencias atmosféricas. Las obras públicas se realizaban con mano de obra obtenida a través de prestaciones forzadas, pero había otras instituciones privadas y particulares que daban empleo a esta mano de obra eventual en las construcciones que emprendían. La plebs urbana

246

estaba configurada por diversos estratos cuya jerarquía social iba desde artesanos y comerciantes más acomodados hasta esclavos, los trabajadores eventuales y los obre-ros ínfimos de las industrias estatales. En ciudades con cierta entidad, la población ar-tesanal y comercial comprendía diversos grupos relacionados con las diversas activi-dades que desempeñaban.

2. EL SECTOR ARTESANAL

Algunos de estos artesanos y comerciantes estaban organizados generalmente en collegia. Muchos de los artesanos de la ciudad eran trabajadores independientes que trabajaban en sus pequeños talleres ayudados por sus familias, por aprendices y, en el caso de que sus posibilidades económicas se lo permitiesen, por algún esclavo. Apenas conocemos la estructura de la industria en Hispania; más bien conocemos los objetos producidos por ella, que poco informan sobre la organización industrial. Los restos arqueológicos de instalaciones industriales nos dan pie para suponer que exis-tieron industrias con importantes concentraciones de trabajadores libres y de esclavos. Lo más corriente parece haber sido el taller familiar. En general, las industrias más grandes eran estatales. Se sabe de la existencia durante el Bajo Imperio, de un taller estatal de tintorería-bafia en las Islas Baleares. Desde la época púnica se conoce la dedicación de estas islas a las actividades del preparados de la púrpura. Este taller es-tatal estaba bajo la jurisdicción de un procurator. Naturalmente, su actividad conlleva a que otros trabajadores proporcionen la materia prima, como los pescadores y recolec-tores de púrpura. Una ley de Valentiano I se refiere a los trabajadores de las tintorerías estatales con la expresión ex familia, como indicando que eran o fueron esclavos de la familia imperial. Es muy escueta la información que tenemos sobre este taller, pero es-tamos mejor informados sobre otros talleres imperiales. Sabemos que en ellos trabaja-ban esclavos, trabajadores libres y condenados. El trabajo en estas fábricas estatales se organizaba en unidades cerradas, que se administraban de una manera especial y se veían sujetas a unos reglamentos y disciplina muy semejantes a los del ejército, con penas también muy parecidas. Los talleres de tintorería tenían un tratamiento legal muy parecido al de los talleres de hilados y tejidos, que era más duro que el de otras insta-laciones estatales en lo que respecta al estipendio y a las oportunidades sociales.

Las dificultades de atender a las necesidades económicas del Imperio, sobre to-do del ejército y de la burocracia, llevaron al Estado a poner bajo su poder directo la producción de los objetos manufacturados de primera necesidad, que pasaría a produ-cirse en las fábricas estatales. Otros productos podían dejarse a la libre iniciativa, pero en un mundo en el que, como resultado de las nuevas relaciones de producción, la presión fiscal y la vinculación al oficio pesaban inexorablemente sobre artesanos y co-merciantes, que se constituían en unidades impositivas que y proporcionadoras de prestaciones. Estas metas las alcanzaba el Estado a través de los collegia que servían para controlar el pago del Impuesto. Muchas de estas prestaciones estaban relaciona-das con las exigencias del cursus publicos y con las necesidades de las mansiones. Las autoridades locales regulaban de esta forma la estabilidad de los precios aún con el enfrentamiento de los propios collegiati sobre todos el de los panaderos que se en-frentaban frecuentemente con las autoridades.

Con el tiempo el control estatal de los collegia se limitó a exigir que el vínculo que uniese al trabajador con su collegium tuviese un carácter patrimonial. Así la consti-tución de Valentiniano I imponía al heredero de un trabajador la continuación en el ofi-cio, so pena de perder la herencia. Pero después se pasó a una vinculación de carácter personal, imponiéndose la heredabilidad forzosa del oficio, para que se siguieran pres-tando esos servicios tan necesarios al Imperio. Impidiendo así la fuga de estos collegia-

247

ti prohibiéndoles el enrolarse en el ejército, marchar al campo para dedicarse a la agri-cultura o tomar las órdenes religiosas. Las dificultades estatales en la producción y la necesidad de buscar unos medios para asegurársela, se traducían en un control más opresivo y coactivo del artesanado.

En las grandes ciudades el número de artesanos y su diversificación profesional eran muy grandes. Tejedores, hiladores y tintoreros podían confluir en la elaboración de productos de alta calidad. Los forjadores del bronce, del cobre, de la plata y del oro, los trabajadores de la piedra en sus distintas posibilidades, los trabajadores de la ma-dera, del cuero, del vidrio, del barro o de la construcción eran en casi todos artesanos especializados. Algunos de estos artesanos pudieron trabajar para comerciantes. Pero, no todos tenían la misma consideración social ni la misma situación económica. Por ejemplo los orfebres y joyeros estaban muy por encima de los tejedores, bataneros, ceramistas que trabajaban en tenderetes. Prescindiendo de los artesanos selectos que en muchos casos vendían su mercancía directamente, los artesanos trabajadores viv-ían en una situación económica muy deteriorada, viviendo de un modo miserable en habitaciones destartaladas e insalubres y viéndose forzados a vender a sus hijos como esclavos.

Un lugar preeminente dentro de los grupos profesionales del comercio lo ocupa-ban los negotiatores, dedicados a la compraventa de artículos de lujo que suministra-ban a las clases adineradas provinciales y municipales. Algunos de estos comerciantes eran de origen oriental y guardaban buenas relaciones con sus lugares de procedencia, de los importaban muchos productos. Las colonias de mercaderes orientales en Hispa-nia contaban con una gran tradición sobre todo en las costas mediterráneas, sin que faltasen en el interior de la Península. También fueron numerosas las comunidades judías dedicadas al comercio en ciudades como Tarragona, Tortosa, Elche, Mérida To-ledo Zaragoza y otras.

3. LOS FUNCIONARIOS, LOS PROFESORES, LOS MÉDICOS

Durante el principado. la Administración Central y Provincial descansaba sobre el sector social de esclavos y manumitidos. Las reformas administrativas realizadas por Diocleciano con su aumento considerable de los servicios, intentaban entre otras cosas evitar que se configurara en el algunos sectores de la administración un poder excesi-vamente importante que llegara a apetecer el mando supremo, pero al mismo tiempo, perseguían metas de eficacia en la administración y el ejército. Estas reformas, que produjeron un aumento de las provincias y la creación de nuevos cargos intermedios entre el poder imperial y las provincias, exigían un aumento considerable de las planti-llas del funcionariado, y con ello en un momento en que el número de esclavos empe-zaba a disminuir. Esta masa de funcionarios ocupaban puestos subalternos, para los que se exigía solo una preparación general basada en la caligrafía, la estenotipia y unos conocimientos aritméticos fundamentales, podía reclutarse fácilmente entre los habitantes de la propia península Ibérica, sin necesidad de traer gente de fuera. Por la Notitia Dignitatum Occidentalis se aprecia como un gobernador de provincia tiene un centenar de funcionarios. De acuerdo con estos datos, las provincias de Hispania pod-ían tener más de 2.000 personas empleadas en los servios, aunque se trata en este caso de un cálculo aproximado sin confirmar. Estos puestos subalternos eran apeteci-dos por las posibilidades promoción que existían dentro del funcionariado, que eran semejantes a las del ejército.

Como consecuencia de las nuevas relaciones de producción resultantes de la

248

crisis del Siglo III, la sociedad romana se fue configurando en algo parecido a un siste-ma de castas de carácter hereditario, aun en el caso del funcionariado, con la flexibili-dad necesaria para cubrir los puestos más elevados o pos puestos nuevos con funcio-narios de los escalones inferiores que destacaban por su preparación , conocimientos y pericia, o por profesionales de la oratoria. El aparato burocrático montado por Diocle-ciano debía nutrirse, en efecto, de gente preparada en retórica, personas ilustradas, Intelectuales como Símaco y Ausonio, ven en la formación literaria el camino idóneo para alcanzar altos cargos en la administración. Hay muchos ejemplos de profesores de emperadores y de funcionarios importantes que, en el Bajo Imperio fueron promo-cionados a altos cargos de la administración. Hispania como el resto del Imperio, con-taba con un gran plantel de personas dedicadas a las actividades liberales, de distinto nivel social y situación económica.

Profesores: Tenía profesionales dedicados a las diversas etapas educativas. La enseñanza primaria o elemental, comprendía de los siete a los once años , con lectura, escritura y cuentas, era un reflejo de las realidades socioeconómicas y de la costum-bre. Las gentes menos acomodadas enviaban a sus hijos e hijas a escuelas colectivas, regentadas por gentes humildes de preparación un tanto deficiente, porque los reduci-dos ingresos y la escasa consideración social que se les concedía no era estímulos suficientes para que las personas de buena preparación se dedicasen a estas tareas: el Edicto de Diocleciano sobre precios fija el sueldo de un magister en cuarenta denarios por alumno y mes. Las familias ricas y aristocráticas elegían para sus hijos una educa-ción privada, con personal generalmente esclavo o liberto, convenientemente prepara-do para ello. El magister ludi era el encargado de impartir esas enseñanzas.

La segunda etapa educativa se encomendaba a un grammaticus. Este grado de enseñanza tiene también la opción, de acuerdo con la voluntad y disponibilidades económicas de los padres, de acudir a una escuela pública o seguir una enseñanza en casa. El grammaticus tenía mayor consideración social y sueldo que el magister ludi de la escuela primaria, y podía percibir doscientos denarios por alumno y mes. Este tipo de enseñanza se daba preferentemente en las ciudades, se impartían enseñanzas de materias como lengua y literatura latina y griega y generalidades de física, astronomía, geografía e historia. Muchos de estos profesores, algunos de ellos de procedencia griega, tenían un origen humilde.

A la enseñanza superior tenían acceso pocos alumnos, su finalidad era preparar a los aspirantes en la técnica y arte oratorias, tan necesarios para la vida pública y para los puestos administrativos. En esta enseñanza se insistía preferentemente en los po-sibles oradores, y las personas que la impartían recibían el nombre de rhetores u orato-res, disfrutando de una categoría social superior a la de sus colegas de la enseñanza primaria y media. Esta distinción se aprecia también en el sueldo que según el edicto sobre los precios de Diocleciano se cifraba en doscientos cincuenta denarios por alum-nos y mes.

Durante el Bajo Imperio se generaliza la enseñanza de una materia de carácter eminentemente práctico, se trata de los notarii, personajes indispensables de la admi-nistración en los servicios centrales imperiales y al lado de los altos cargos. Las posibi-lidades de promoción de este personaje son muy grandes. Literatos, personas privadas y padres dela Iglesia contaban con estenógrafos que recogían sus trabajos. Un profe-sor de estenografía percibía según el edicto 75 denarios, es decir, un sueldo superior al de los profesores de la enseñanza primaria , aunque inferior al que correspondía a un profesor de técnica arquitectónica.

En una sociedad caracterizada por su férrea y compleja burocracia, los estudios

249

de derecho abrían el camino para el desempeño de actividades lucrativas. La enseñan-za del derecho combinaba desde época republicana de un modo conveniente , el saber teórico y el estudio de los casos prácticos. El prestigio social del abogado era grande, y elevado su nivel económico. La preparación de una causa tenía una tasa global de 250 denarios.

Otra de las artes liberales mejor remuneradas era la MEDICINA, los que tenían recursos económicos se trasladaban para su aprendizaje a escuelas prestigiosas, co-mo las de Pérgamo, Esmirna, Alejandría, Marsella, Lyon etc., pero la mayoría tenía que conformarse con las enseñanzas de los médicos establecidos en las ciudades. A partir del Siglo III se produce una relativa intervención del Estado en este sector. Alejandro Severo establece un salario para los médicos; Antonio Pío concede a un determinado número de médico, según la importancia de su ciudad, inmunidad frente a las contribu-ciones. En las ciudades grandes había varios tipos de médicos: oculistas, cirujanos, dentistas, partera y demás. Muchos de estos médicos tenían un origen humilde y algu-nos procedían de Grecia.

Desde la época de Cesar y Augusto los profesores gozarían de ciertas inmuni-dades económicas. Tanto Diocleciano como Constantino, Valentiniano y Teodosio II continuaron concediéndoselas. Constantino otorgó a estos y a otros oficios, cuya reac-tivación se consideraba necesaria, exenciones semejantes a las de los profesionales de artes liberales, como médicos, veterinarios, pintores, escultores o arquitectos. Con Constantino Y en el 337 se eximió a miembros de 37 profesiones y actividades comer-ciales de todos los servicios municipales públicos, lo que puede ser indicio de una falta de personal especializado

4. LAS ACTIVIDADES RELACIONADAS CON LOS ESPECTÁCULOS P ÚBLI-COS

A la sociedad hispanorromana le agradaban muchos los espectáculos que ten-ían lugar en los circos y anfiteatros como los ludi scaenici, sobre todo las exhibiciones un tanto desenfadadas que tenían lugar en los Ludi Floralia. Hay numerosos testimo-nios de las representaciones teatrales en Hispania, y los teatros que existen dan prue-ba de la importancia de estos espectáculos. Además de los ludi scaenici, se daban también los ludi conocidos como munera, que tenían lugar en los anfiteatros. Se inclu-ían aquí las conocidas venaciones, que podían ser ejercicios de animales fieros domes-ticados, con alardes de dominio del animal, saltos o quiebros, que ejecutados hábil-mente, resultaban incruentos; o bien verdaderas cacerías de fieras en la arena, que comportaban el sacrifico de una gran cantidad de animales; había también enfrenta-mientos de fieras entre sí. La caza, el transporte de estas fieras y la matanza en la are-na, llevado a cabo por venatores o bestiarii, implicaban la dedicación profesional de algunas personas a esta actividad.

Pero, el espectáculo que parece haber ejercido mayor atracción sobre el público es el de los combates de gladiadores u hoplomaquias. En el caso de las lusiones, la lucha no era mortal, ya que se ejecutaba con armas forradas, pero el tipo más común era el munus; se trataba de combates singulares, sucesivos o simultáneos, que, salvo casos excepcionales de perdón, terminaban con la muerte del vencido. Los gladiadores eran generalmente prisioneros de guerra o esclavos, pero también personas libres que, mediante la suscripción de un contrato temporal renovable, pasaban a depender total-mente de un empresario libre o del Estado, sujetos a todo lo que obligaba la condición de gladiador.

La misma pasión que despertaban estos espectáculos celebrados en los anfitea-

250

tros provocaban los espectáculos circenses, que tenían lugar en construcciones dise-ñadas especialmente para estos juegos, consistentes en carreras de carros. El mante-nimiento de los caballos y todo lo requerido para el espectáculo, como aurigas, entre-nadores, encargados de refrescar con agua a los caballos y de enfriar el eje de los ca-rros animadores etc., corría a cargo de los componentes de cuatro factiones o cuadras (blancos, verdes, azules y rojos), con cuyos colores distintivos iban vestidos los auri-gas.

Los espectáculos en el Imperio romano respondían a una necesidad psicológica de liberación y esparcimiento frente al opresivo del sistema burocrático y social. Los profesionales de estas actividades gozaban de mala fama a nivel social y moral, aun-que dieran dinero y popularidad, llegaron a estar hereditariamente ligados a su profe-sión. Muchos hispanos se sintieron atraídos por estas actividades, sobre las que se tienen bastantes datos, y que, a pesar de los inconvenientes de riesgo físico y baja consideración social que comportaban, se veían compensados con popularidad y bene-ficios económicos. La actitud del cristiano fue claramente hostil a estas gentes, como se ven un canon del Concilio de Elvira, que exige la renuncia perpetua al oficio de auri-ga o de cómico a todo aquel que quiera hacerse cristiano.

251

TEMA 26.- LA PLEBE RÚSTICA.

Dentro del amplio muestrario de gentes que componían la clase de los humilio-res, se daban diferencias sociales entre las poblaciones del campo y de la ciudad. La plebe estaba constituida legalmente por los grupos de población situados fuera de la ciudad, a los que correspondían tareas en los dominios agrarios, y los cuales estaban sometidos a obligaciones impositivas.

1. TIPIFICACIÓN DE LOS TRABAJADORES AGRÍCOLAS

Tampoco la plebe rural tenía una composición unitaria, sino que incluía diversos grupos que, a nivel fáctico, se caracterizaban todos ellos por sufrir una calamitosa si-tuación que en cierto sentido difuminaba las diferencias legales y teóricas entre sus diversos componentes, uniéndolos en su penosa realidad, que les daba coherencia.

La mayor parte de la población plebeya rural dedicaba su actividad a las tareas agrícolas. Estos trabajadores del campo tenían condiciones diversas. Unos estaban sujetos a la tierra con un vínculo de dependencia y constituían el componente más nu-meroso. Pero había también otros que trabajaban y vivían en los grandes latifundios, los inquilini, con la posibilidad de abandonar el lugar cuando acabara su contrato. Se daba también la figura del trabajador asalariado que se apalabraba con un propietario percibiendo por su trabajo un sueldo. El empleo de estos trabajadores era más o me-nos eventual, pero podían disfrutar de toda una temporada estacional, como en el norte de África la figura del circumcellio, un jornalero libre que, formando grupos ambulantes, se ofrecía a los grandes propietarios, sobre todo cuando por imperativo del trabajo es-tacional aumentaba la necesidad de mano de obra. Pero, con la autarquía que comen-zaría a insinuarse en los grandes dominios, había empleados en ellos trabajadores no dedicados directamente a las actividades agrarias.

2. ASPECTOS JURÍDICOS DEL COLONADO, Y SITUACIÓN SOCIAL DE LOS COLONOS

La clase baja de la población tardoimperial tiene un panorama complejo: peque-ños propietarios agrupados en aldeas, campesinos con casa y pequeñas parcelas que tenían que arrendar otras tierras para poder vivir y los colonos, trabajadores agrícolas. El colonado es el tipo más característico de esta época.

El estado romano distribuyó, en todas las épocas, tierras para que fueran traba-jadas bajo diversas formas de explotación y tenerlas cultivadas con una alta productivi-dad que le proporcionase ingresos para mantener los inmensos gastos estatales.

En época republicana el colono primero recibía en propiedad un lote de tierra pública, en los siglos II y III el arriendo era por tiempo limitado, el colono entregaba par-te de la cosecha y realizaba ciertas tareas obligatorias y podía marcharse finalizado el tiempo del arriendo.

Muchas son las circunstancias que pudieron influir en el surgimiento y posterior desarrollo del colonado, pero la razón fundamental hay que buscarla en las necesida-des del Estado, como primer latifundista, y de los grandes propietarios, de disponer de mano de obra estable que sustituyera a la esclava, la cual resultaba cada vez más in-suficiente. El problema era perentorio en época bajoimperial, ya que siendo como era la tierra la base económica del Imperio romano, sólo una explotación regular de la misma podía garantizar la pervivencia de la sociedad y el mantenimiento del aparato burocráti-

252

co.

Los textos legislativos bajoimperiales al hablar del colonado describen rasgos muy diversos, pero el más significativo es la adscripción a la tierra bajo la dependencia del amo. En el año 332 aparece por 1ª vez una disposición de Constantino de este tipo, lo que no quiere decir que no se diera anteriormente, convirtiéndose los arrendamien-tos de tiempo limitado en perpetuos, bien por prórrogas o de forma directa.

Las condiciones jurídico-legales del colonado evolucionaron, según las fuentes jurídicas, según épocas y regiones, aunque la dependencia se fue imponiendo en todas las provincias y desconocemos si la disposición de Constantino del 332 se refería a todo el imperio o sólo a los ilirios. Valentiniano prohibió en el 371 a los colonos e inqui-linii abandonar las tierras y en 386 Teodosio señala que los colonos palestinos queda-ban adscritos a la tierra.

Por lo tanto, las situaciones jurídicas y las realidades socioeconómicas de los co-lonos eran muy diversas: el grupo de los adscritos al censo (adscripti censibus) los for-maban los colonos censados con su propia tierra, los censados globalmente en la al-dea donde estaban las tierras arrendadas, los que tenían tierras y cultivaban otras aje-nas en las que quedaban inscritos y los que no tenían tierra propia censados en la del dueño. La diversidad de la terminología empleada para designarlos implica diversas categorías de colonos y diversos modos de vinculación a la tierra. Se trata posiblemen-te de diferencias en la formación del colonado y en sus efectos legales, que no tienen un reflejo social nítido, causa por la cual nos resulta muy difícil reconstruirlas.

Según esta diversidad, las condiciones socioeconómicas no son similares a los colonos adscriticii, ordinarii e inquilinii. Los más dependientes eran los adscripticius, que estaban registrados en el censo de la tierra y el dueño del mismo, no podían tener tierra propia ni cultivar la de otros.

Los coloni originales estaban vinculados a la tierra por nacimiento y por el censo, de su propia denominación resalta el grado de dependencia y la hereditabilidad de su condición. En las grandes propiedades estaban los denominados inquilinii, de condición similar a la de los colonos, pero no igual. Se piensa que eran bárbaros asentados en grandes propiedades como jornaleros y artesanos. Valentiniano dispuso que tanto los inquilinii como los colonos debían regresar a los lugares donde estuvieran censados, donde nacieron o en los que habían crecido.

Tal es la variedad de situaciones jurídicas y sociales del colonado que investiga-dores modernos colocan a este grupo dentro de una categoría jurídica peculiar, entre el hombre libre y el esclavo, basándose en que muchas veces aparecen unidos coloni y servi, como si fueran dos formas equiparables, aunque nunca tuvieron la misma equi-paración jurídica, ni generalizada a todo el imperio. En algunas ocasiones al colono se le trata con brutalidad; tanto es así, que hubo que dar disposiciones para regular los derechos y deberes contra algunas prácticas muy superiores a los de los esclavos, y son muchos los casos de delitos por castigos practicados por los dueños y sus funcio-narios que se reflejan por otro lado en las fuentes.

El desarrollo del colonado tiene razones económicas, la presión fiscal del Esta-do para disponer de ingresos seguros y suficientes fue la causa de su crecimiento, so-bre todo a partir del siglo IV, debido a las guerras, destrucciones y reclutamientos, que originaron un descenso importante de población, por lo que hubo gran necesidad de mano de obra para las tareas agrícolas. Si se quería garantizar el cultivo de las tierras para obtener los ingresos estatales se debía adscribir a los colonos a la tierra, estable-cer su dependencia y hacer el oficio hereditario.

253

El colono es la piedra angular del Estado romano, el sector social que más con-tribuye no sólo a la vida confortable de la clase dominante sino también sosteniendo las múltiples cargas burocráticas y, sobre todo, a la alimentación de la mayor parte de la población urbana.

254

TEMA 27. OTROS ASPECTOS DE LA SOCIEDAD BAJOIMPERIAL

1. EL PATROCINIO

El patrocinio era una institución antiquísima, que tenía sus raíces en el antiguo fenómeno social de la clientela y en las relaciones que durante el expansionismo roma-no se establecieron entre determinadas provincias o ciudades y un personaje influyen-te. Estas relaciones no significaban en modo alguno una merma del poder político cen-tral.

Durante el Bajo Imperio se transforman estos vínculos o surge un nuevo tipo de relaciones entre latifundistas o autoridades militares -y más tarde eclesiásticas- e indi-viduos o colectividades.

El motivo por el que se acogían al patrocinio parece ser el deseo de librarse de los recaudadores de impuestos y desligarse de las obligaciones del consortium vici.

No había disposiciones legales que favorecieran este sistema; antes al contrario, tendían, aunque infructuosamente, a limitarlo.

El auge del patrocinio es un índice del deterioro de la autoridad imperial (segun-da mitad del siglo IV) y de la consolidación de la clase de los potentes. Estos protegían a sus acogidos no con procedimientos legales sino con su influencia ante los autorida-des militares y civiles.

El Estado no contaba con los resortes necesarios para defender a las clases humildes de las zonas rurales. Sus propios funcionarios, movidos por intereses econó-micos, se aprovechaban de esa debilidad. Lógicamente, los patronos no movían su influencia ni actuaban con resistencia violenta ante los recaudadores de un modo al-truista, sino a cambio de una compensación en natura, en dinero o en cesiones de tie-rra.

La razón por la que los trabajadores libres y el pequeño propietario buscaban el patrocinio era por la búsqueda de ventajas. En efecto, la situación de éstos era que no tenían que pagar al dueño, como hacían los colonos arrendatarios, una tasa de arrien-do, pero al ser pequeños propietarios, debían pagar sus impuestos. Era la clase que sufría más el peso de la presión fiscal y de las tensiones entre el decurionado y los fun-cionarios del fisco.

Las cargas fiscales, en teoría, debían afectar igual a los grandes propietarios y a los pequeños, pero los curiales eran impotentes para imponer una distribución equitati-va de las mismas. Los poderosos ofrecían una dura resistencia, así que los curiales presionaban sobre el sector que ofrecía menos resistencia, que era el más humilde.

En estas circunstancias, pocas seguridades les brindaba su trabajo y la posesión de una pequeña parcela. La alternativa mejor, era pues, acogerse al patrocinio de un poderoso, que los librara de esta situación a cambio de una aportación en dinero o na-tura en una primera fase, o de la propia tierra después. Porque en definitiva, era más ventajoso para el pequeño propietario renunciar a la propiedad de la tierra que pagar los impuestos. Con la entrega de la tierra al protector, el pequeño propietario se con-vertía en simple cultivador de tierra ajena.

El patrocinio se realizaba también con aldeas enteras constituidas por trabajado-res agrícolas libres que cultivaban la tierra de diversos propietarios, buscando liberarse de las tasas del decurionado y del arriendo que pedían sus dueños.

255

Se trata, pues el patrocinio, de la resistencia ofrecida por algunos trabajadores agrícolas libres a convertirse en colonos adscritos a la tierra de sus propietarios; y por los pequeños propietarios a una excesiva tributación.

La autoridad imperial dictaminó sanciones tendentes a impedir la practica del pa-trocinium, que del lado del que lo prestaba, resultaba ser a la larga un medio eficaz pa-ra concentrar bajo su propiedad más tierras y contar, además, con la fuerza del trabajo para explotarlas, mientras que al protegido le reportaba ventajas momentáneas, pero lo condenaba a engrosar a la larga el número de colonos vinculados a la tierra. Ante esta situación y el descontento, al campesinado solo le quedaba la alternativa del movimien-to bagaúdico.

2. LA BAGAUDIA

Las nuevas relaciones de producción que se fueron imponiendo durante el Bajo Imperio, afectaron a la población campesina de las provincias Occidentales del Imperio, Galia e Hispania. dando lugar al movimiento social bagaúdico.

Los autores antiguos, Salviano para las Galias, e Idacio para Hispania, exponen como motivos del movimiento, la injusticia y el sistema fiscal opresivo, aspectos que no llegan a totalizar todos los factores.

Los años en torno a la mitad del siglo V (441-454), catorce años, registraron una serie de episodios de violencia atribuidos a los bagaudas, y tuvieron por escenario las regiones del interior de la provinica Tarraconense, en especial el alto y medio valle del Ebro.

Esta delimitación territorial (según Idacio) implica la exclusión de otros fenóme-nos ocurridos en Gallaecia, que han sido relacionados con la agitación social bagaúdi-ca, sin que exista un fundamento satisfactorio. Como son las supervivencias del prisci-lianismo y manifestaciones de éste en Galicia. Asía la protesta social estuvo aquí unida al revisionismo religioso con un trasfondo de tensión entre las ciudades (núcleos de resistencia) y las zonas rurales controladas por los suevos, donde adquirió fuerza el priscilianismo.

Así como a las depredaciones y saqueos, obra de salteadores, que tuvieron lu-gar también en Gallaecia, en el "convento" bracarense, en el 456.

No hay razones suficientes para suponer que el movimiento bagaúdico penetró en Galicia. El deterioro del campesinado dio orígenes en la Galia a tensiones sociales importantes y a hechos esporádicos de bandidaje, como los subsiguientes a la toma de Braga, por el ejército visigodo, pero que no son considerados por Idacio como deriva-dos de la actuación bagáudica sino como obra de latrocinantes.

Aunque las causas de uno y otro fenómeno hayan sido las mismas, pudieron ac-tuar sobre componentes humanos diferentes, dando lugar a reacciones de tipo es-pontáneo y aislado -bandolerismo- o bien una reacción organizada que constituye todo un movimiento de marginación y oposición a la sociedad -el bagaudismo- resultante de una gran homogeneidad.

Bagaudia Tarraconense.- La agitación bagaudica aparece, por tanto circunscrita a la provincia Tarraconense, en un período de catorce años (441-454). En este tiempo Idacio reseña cinco episodios: * En el 441, el duque romano Asturico ocasiona la mantanza de bagaudas. * En el 443, Merobaudes quebranta por la fuerza la insolencia de los bagaudas de

256

Araceli. * En el 449, Basilio, al mando de una partida de bagaudas, mata al obispo de Tara-

zona. Después se une con su banda a Rekhiario y juntos devastaron la comarca de Zaragoza y se apoderaron de Lérida.

* En el 454, el príncipe Federico hizo una matanza de bagaudas actuando ex autorita-te romana.

¿Cuál sería la razón de que las actividades bagaudicas se sitúen todas en Ta-rragona? Se hace hincapié en la existencia de grandes latifundios en esta región, como acreditan las importantes villas romanas de Tudera, Huesca, etc., que han sido exca-vadas.

El régimen de gran propiedad predominante en la zona sería así el principal cau-sante de las revueltas. Pero esta explicación parece poco convincente. Existen también latifundios en la Bética, Cartaginense o Lusitania, y pese a ello, ninguna huella de acti-vidad bagaúdica se descubre en esas provincias. También lujosas villas se descubren en la área mediterránea de la Tarraconense sin que se diera allí movimientos rústicos rebeldes.

Estos hechos parecen sugerir la presencia de un específico factor regional en la agitación bagaudica hispana. Se reconsidera la hipótesis de Sánchez-Albornoz de que las bandas de bagaudas, que infestaban una parte de la Tarraconense, estuvieran in-tegradas por vascones.

Razones que explican esta opinión son:

* La bagaudia vascona.- De los cinco episodios, tres arrojan algo de luz. * La victoria de Merobaudes en Araceli fue sobre territorio vascón.

Basilio y su asalto a Tarazona (situada junto a la frontera meridional de los vas-cones, donde asesinaron a los mercenarios "federados", mercenarios bárbaros al ser-vicio del imperio, acreditan la importancia estratégica y de su obispo León).

Después se une al suevo Requiario y devastan Zaragoza y toman por sorpresa Lérida, e hicieron gran número de cautivos.

El elemento vasco mal romanizado es el que ofrece mayor resistencia. Las fuen-tes dejan traslucir muy poco las motivaciones ideológicas de este movimiento. Sus ob-jetivos por lo que se desprende de los hechos, son una lucha consecuente contra la aristocracia latifundista y una resistencia a la presión fiscal. El ataque a la iglesia que puede suponer el asesinato del obispo de León de Tarazona sería consecuencia más que del paganismo vascón de la condición de latifundista que tenía el clero.

Es decir, que estas violencias no se atribuyen a los campesinos de las regiones del Ebro. Las realizaron unas bandas procedentes de otras tierras, en el curso de una expedición o correría.

Se puede concluir, deduciendo que el movimiento bagaudico que aflora en la Ta-rraconense a mediados del siglo V no puede considerarse con independencia del pro-blema vascón. Y no fue este un factor circunstancial que se manifestó durante un breve período de tiempo, sino un problema crónico que durante siglos constituyó una perma-nente amenaza para las tierras del Alto y medio valle del Ebro.

257

3. LA DISMINUCIÓN DEL NÚMERO DE ESCLAVOS

Durante la República y parte del Imperio, la actividad económica se basaba pre-ferentemente en la mano de obra esclava. Sin embargo, las profundas transformacio-nes que sufrió después la posesión de la tierra llevaron parejos cambios en el empleo, disponibilidad y circulación de la mano de obra.

Ya durante el Alto Imperio se registra en la Península un descenso cuantitativo de la esclavitud, como ocurre, en general, en el resto del Imperio.

Hubo una restricción en algunas fuentes suministradoras de esclavos, como la guerra y el pillaje. Ya no se conseguían cantidades ingentes de prisioneros, además las decisiones que se tomaban acera de los enemigos capturados se adecuaban a las nuevas realidades socioeconómicas, Ahora se entregaban como colonos a los propie-tarios de tierra.

Tampoco se aprecia en el Bajo Imperio la posibilidad de que la planificación de los nacimientos de condición servil pudiesen paliar este descenso de la esclavitud.

Alföldi manifiesta que son pocos los esclavos que alcanzan la edad de los 30 años, y, en cambio, son muchos los manumitidos. Ello indica que la gran mayoría eran manumitidos antes de llegar a esa edad, lo cual reduce la natalidad esclava.

4. LA SITUACIÓN JURÍDICA Y SOCIAL DE LOS ESCLAVOS

El descenso de esclavos debía provocar un alza de su cotización. Pero la eleva-ción del precio no fue proporcional a la reducción de la mano de obra esclava. Quizá la razón fue, que se buscó otra mano de obra, el colonado o el arriendo a corto o largo plazo.

Así la mano de obra esclava había dejado de ser la fuerza fundamental de traba-jo. La nueva orientación económica y la disminución del número de esclavos son facto-res que están, pues, interrelacionados.

En este contexto económico es donde hay que situar la decadencia de la escla-vitud, incluida la influencia que pudiera ejercer las doctrinas estoicas y cristianas.

La propagación de las ideas estoicas con sus postulados de que solo el cuerpo del esclavo pertenece al dueño y no el espíritu. Así como la de que todos los seres humanos descienden de Zeus, y por tanto, esclavos y dueños son iguales; no ayudaron a los dueños a desprenderse de los esclavos. Es más , si éstos forzaban su libertad les aplicaban leyes para quitársela, incluso los seguidores de estas doctrinas como lo fue Marco Aurelio.

Las disposiciones legales de Constantino (317) tendieron a reducir los esclavos fugitivos. Si uno lo acogía debería entregarlo, o bien con otro o 20 solidi. Así se evitaba la huida de esclavos.

La iglesia cristiana se movía en dos vertientes distintas. La vertiente teórica de la igualdad y semejanza de todos los hombres ante Dios, por lo que se alaba la manu-misón, y la realidad de una Iglesia institucionalizada y jerarquizada, que se había intro-ducido en las clases de grandes propietarios con los mismos intereses que éstos. Un ejemplo es el del papa Gregorio el Grande, que alaba la manumisión, mientras que la Iglesia era propietaria de grandes cantidades de esclavos en sus dominios de Sicilia. De todas formas la Iglesia influyó en el aumento de las manumisiones. A los tradicona-les motivos y procedimientos de manumisión la iglesia añadió la práctica de la manumi-so in eclesia, es decir, la posibilidad de que los cristianos pudieran liberar a sus escla-vos en la Iglesia.

258

Este posible aumento de las manumisiones no es un hecho que haya llegado a ser determinante en el descenso de la esclavitud.

El cristianismo influyó más en el trato dado al esclavo, que alcanzó rasgos más humanitarios, en oposición a las disposiciones legales vigentes. Este es el caso de la unión entre un esclavo y otro libre que el papa Calixto en el s.III consideró válido, y el Estado no (considerada como contubernium).

Se daban también barreras en materia de penas. Para un mismo delito eran dife-rentes las sufridas por un esclavo a la de las personas libres, aunque se suprimió cier-tos suplicios como la cruz.

Algunas medidas legales protegían a los esclavos cristianos frente a sus dueños no cristianos. En el 339 se prohibió a los judíos adquirir esclavos cristianos. Otras dis-posiciones les permitían refugiarse en las iglesias y castigar a los dueños con la muerte a aquellos que obliguen a un esclavo cristiano a convertirse a otra creencia.

Otra muestra de suavización en el trato otorgado al esclavo es la que afecta a su estabilidad sexual y a las relaciones familiares derivadas de ella. Cuando los dominios imperiales son atribuidos a muchos dueños, una disposición de Constantino, ordena que en la distribución se tengan presentes los lazos afectivos de los esclavos. Tenien-do posibilidad de contar con un peculium de su propiedad, aunque no podía alienarlo sin el permiso del dueño. Lo adquirido pertenecía al dueño.

Se fue afianzando también en el Bajo Imperio un tipo de arrendamientos de tie-rras por esclavos que se asemejaba mucho a los arrendamientos por colonos. Esta nueva realidad económico-social de los esclavos arrendatarios necesitaba de una de-signación; "servi quasi coloni".

Eran esclavos arrendatarios por un período determinado y el dueño continuaba teniendo la posibilidad material de venderlos. A partir de Constantino (327) se limitó la posibilidad de venderlos por separado de sus tierras. Con Valentiniano I no puede ven-derlo sin desprenderse de la tierra a la que está unido.

Pese a haber experimentado estas mejoras, su situación se continuó conside-rando como muy onerosa, por lo cual continuaban salir de ella mediante al huida. En Hispania fueron frecuentes.

No se sabe la situación de esclavos agrícolas en Hispania, pero si que se sabe que muchos esclavos fueron utilizados por los propietarios como colonos.

Al asentarse los visigodos en la Península y pactar con la población hispanorro-mana la división de la tierra en base a la norma de hospitaidad de la tercia, obtuvieron 2/3 de la tierra y 1/3 de los esclavos.

En los concilios hispánicos se aprecia la pervivencia de los esclavos propiedad de la Iglesia y de los cristianos.

Apenas hay noticias sobre el número de esclavos dedicados a actividades indus-triales y comerciales pero todavía perduran en el Bajo Imperio. En Baleares, en los ta-lleres de tintorería trabajaban muchos esclavos.

En el concilio de Iberrirs se menciona al número elevado de esclavos domésti-cos. Lo común era que las familias de clase media contaran con más de un esclavo. Hasta las familias más pobres contaban con un esclavo. Se ocupaban de la cocina, limpieza. o de atender las puertas (debían ser eunucos estos últimos).

259

El deterioro económico en que cayeron las clases sociales inferiores era tan grande que muchos se ven forzados a vender a sus hijos como esclavos. Teodosio procuró dar libertad a aquellos que fueron vendidos por miseria.

Como a nivel teórico la Iglesia predicaba mayor humanismo algunos padres se desprendían de los hijos a la puertas de las iglesias. Ello permitía al que los recogiese considerarlos como libres o esclavos.

En esta época hay una mejora en las condiciones jurídicas y sociales de los es-clavos y los malos tratos están prohibidos.

260

TEMA 28. LOS CAMBIOS CULTURALES EN EL BAJO IMPERIO.

1. ASPECTOS GENERALES

El Bajo Imperio se diferencia de la etapa altoimperial no sólo en lo económico y social, sino también en lo cultural. La transformación socioeconómica, con la distorsión de la estructura social a que da lugar, produce una revolución espiritual en todos los órdenes. Pero esta "revolución" no se produce abruptamente sino que hay una larga etapa de revisión, en la que perviven los valores anteriores, experimentando ciertas revitalizaciones, generalmente breves; juntamente con un desarrollo de aquellos aspec-tos y contenidos que habían ocupado los niveles más bajos de la anterior escala de valores.

El concepto de cultura de élite lo sustituye el de cultura popular, rechazando los contenidos aportados por Roma, y realzando todo lo indígena o local. Desde esta pers-pectiva, algunos autores han definido el proceso como una culturalización nueva basa-da en dos aspectos fundamentales: democratización de la cultura y descolonización cultural.

En el terreno religioso, pierde fuerza la religión tradicional romana, que habría que llamar mejor grecorromana, frente a todas aquellas creencias que habían sido per-seguidas o minimizadas, y por los cultos locales.

Tal proceso (transformación cultural) que se desarrolla en el Bajo Imperio y que, en cierto sentido, es paralelo a la transformación de la estructura económica y social, en todo el Imperio, lo es también en Hispania. En esta transformación cultural en His-pania hay dos elementos a tener en cuenta:

"Descolonización" de algunos elementos culturales en la Península, progresiva en unos casos y discontinua en otros.

Nuevas concepciones ideológicas que elaboran autores hispanos como Pruden-cio, Osorio o Hidacio, en un contexto cristiano frente a un mundo pagano en decaden-cia.

De todas formas hay que tener presente que la descolonización de elementos romanos no asimilados o asimilados a medias y, que indudablemente conlleva la libera-lización y desarrollo de los elementos culturales indígenas no fue tan fuerte como en otras partes del Imperio. En Hispania, según la documentación existente, se centra más en aspectos sociales indígenas de grupos deprimidos en lo económico y un tanto mar-ginales, que en un desarrollo coherente de los elementos culturales indígenas.

2. PERVIVENCIA DE LAS LENGUAS HISPÁNICAS

Se aprecian preferentemente en el norte de Hispania reactivaciones de pervi-vencias indígenas en el mantenimiento de estructuras sociales y de aspectos religiosos y artístico, y, en menor proporción, en aspectos lingüísticos. Esta menor proporción de elementos lingüísticos es debido a la intensa colonización de Hispania en fecha muy temprana. Ahora bien, la escasa proporción de elementos lingüísticos y su difícil valo-ración no implica la desaparición de las lenguas indígenas, pues la lengua es el mayor vehículo transmisor de cultura, y la existencia de elementos culturales indígenas es debido a la lengua.

261

La península Ibérica contó con numerosas lenguas indoeuropeas y no indoeuro-peas, por más que desconozcamos muchas de las mismas. Así, la lengua o lenguas ibéricas contó con sistemas de escritura propios, como el del Algarve portugués, la es-critura meridional, la de la zona ibérica, etc. Pero esta lengua o lenguas y estos siste-mas fueron sepultados lentamente por los standard de vida romanos y el uso del latín para las actividades económicas, especialmente el comercio, y para la promoción so-cial de las gentes hispanas. Y esto mismo es aplicable a las demás lenguas hispanas.

La latinización de la Península como resultado de su romanización ahogó las manifestaciones culturales que se realizaban a través de estas lenguas. El desarrollo de la vida urbana, que tanto favoreció roma, como soldados, colonos, comerciantes, personal de la administración, etc. fueron agentes activos de la latinización de Hispa-nia. Solamente, las poblaciones nativas más pobres, que vivían en zonas relegadas, donde la romanización no fue tan fuerte son las más reacias a la asimilación cultural romana.

Se supone que para ésta época, Bajo Imperio, las lenguas hispánicas no perviv-ían más que en el norte, en algún foco aislado del interior, o en alguna zona relegada. Pero la transformación económica-social de la época del Bajo Imperio, que conlleva también una decadencia de las ciudades y un auge del ruralismo, produjo una relaja-ción de la presión de los elementos culturales romanos, sobre todo en las zonas hispa-nas menos romanizadas, reactivando los elementos culturales indígenas. Pero, junto con esta transformación económico-social del Imperio, se ha producido su cristianiza-ción, el cual influirá en las relaciones culturales indígenas.

Mientras el cristianismo fue minoritario, las prácticas tradicionales indígenas go-zaron de gran tolerancia en el contexto religioso politeísta romano. Pero con el mono-teísmo cristiano, las prácticas indígenas tenían muy difícil aceptación y asimilación. Y si la mayoría de las practicas tradicionales indígenas se transmiten por la lengua, se su-pone que el cristianismo no fomentaría dichas lenguas. Este es el punto de vista de aquellos historiadores que consideran que las creencias tradicionales y las lenguas na-tivas están íntimamente relacionadas.

Con todo, en el Bajo Imperio se dieron pervivencias de lenguas vernáculas, siendo la más destacada la zona lingüística vasca. Independientemente del vasco, en la obra de similitudine carnis peccati, se habla de la enseñanza cristiana en lengua vernácula (aunque no se especifica la localización geográfica), lo que no contradice la decisiva importancia que se concede al cristianismo como instrumento de latinización.

La problemática actual se centra si en la zona vasca, y sí durante el Bajo Impe-rio, el cristianismo introduciría término antiguos cristianos latinos en la lengua vasca, o sí los introdujo posteriormente, a partir de la época goda.

Se han aportado numeroso estudios sobre este aspecto basado en escritos de Prudencio, Terturliano, etc. Sin que se haya esclarecido todavía, se intuye por los tes-timonios godos y francos que los vascones seguían aferrados a sus formas culturales propias.

3. PERVIVENCIA DE LA ESTRUCTURA SOCIAL INDÍGENA

Durante la época bajoimperial se da la pervivencia de la estructura social indíge-na. Se cuenta con una serie de inscripciones latinas tales como las del Pico de Dobra (339), y las estelas vadinienses de los siglos III, IV y V. Pese a que estén escritas en latín, lo cual implican cierto grado de romanización, el mantenimiento de las estructuras indígenas suponen un rechazo de las formas socioeconómicas romanas.

262

Los vadinienses están organizados en gentilidades. Según se desprende de las estelas algunas instituciones son de carácter matriarcal. Además, parece que el pueblo de los vadinienses estaba en expansión consecuencia del nomadismo de sus tribus y clanes. La gran cantidad de gentilidades parece demostrarlo. Por otra parte, esta ex-pansión se sitúa en el siglo III, favorecida por las invasiones de los francos y alemanes y por la crisis imperial del mismo siglo. Aunque con la reforma de Diocleciano y la te-trarquía habría un mayor control.

De todas formas los datos son escasos y no esta claro que las manifestaciones sociales y culturales indígenas se deban a meras pervivencias o a una reactivación real de dichas estructuras durante el Bajo Imperio.

En el campo religioso pasa algo similar. La temprana romanización de la Bética y de la zona de Levante, y posteriormente la cristianización contribuyeron a la desapari-ción de las divinidades indígenas. Por el contrario, en el norte y en la zona noroeste, perviven durante el Bajo Imperio las divinidades y creencias indígenas, aunque se nota un cierto descenso durante el siglo III d.C., este descenso se explica más por el des-censo de las disponibilidades materiales con las que se exterioriza estas creencias que por una presión directa romana frente a los cultos indígenas en un siglo caótico.

Las religiones y divinidades indígenas habían llegado a una convivencia y asimi-lación con las romanas, debido al politeísmo de la religión romana. Esta situación cam-biará con el cristianismo a partir del edicto de Tesalónica del emperador Teodosio, en el cual la religión cristiana es la religión del imperio. El poder civil defenderá que la reli-gión cristiana es la única valida. Aun así, en Hispania, como en otros lugares del Impe-rio, se sigue venerando a divinidades indígenas.

4. RELACIONES RELIGIOSAS INTERCOMUNITARIAS

La religión romana, debido a su carácter politeísta, iba aglutinando a lo largo de su historia diversas concepciones religiosas, siempre que éstas no ofreciesen grandes resistencias para dejarse absorber, salvo dos excepciones: el monoteísmo judío y el monoteísmo cristiano, que ofrecen una tenaz resistencia a su inclusión en el politeísmo romano.

Durante el Bajo Imperio, tanto las comunidades judías como las cristianas se afianzaron y consolidaron en Hispania. El marco cultural religioso en Hispania era com-plejo. A estas comunidades, se añade la reactivación de las culturas de los pueblos indígenas hispánicos y, la aún activa cultura y religión romana. La interacción fue fre-cuente, de tal manera que los cristianos hispánicos tomaron muchas aportaciones cul-turales romanas para ponerlas al servicio de sus propias ideas religiosas, mientras que las comunidades judías fueron poco proclives a la absorción. Por otra parte, el paga-nismo romano que detentaba el poder no fue proclive a la intolerancia.

Las relaciones intercomunitarias variaron a partir de 313 d.C. cuando Constanti-no sugirió una política favorable al cristianismo, que se iría convirtiendo lentamente en la religión dominante.

Las creencias judías no gozaron bajo los emperadores cristianos de una toleran-cia tan amplia como la que les dieron los emperadores paganos. Solo hubo tolerancia respecto a su ritual y culto.

No hay muchos documentos que aporten información sobre las relaciones entre comunidades religiosas diferentes, sólo el concilio de Elvira aporta algo de información. La fecha de este concilio sigue siendo discutida, aunque por lo general los especialistas lo sitúan entre el 303 y 309. Por lo tanto antes del edicto de tolerancia del año 313

263

(Constantino). La jerarquía eclesiástica reunida en Elvira establece unas pautas de conducta a seguir, en los aspectos de disciplina y creencia, por los miembros de las comunidades cristianas y, al mismo tiempo, controlar las relaciones entre las comuni-dades cristianas, judías y paganas.

De dicho concilio destacan los siguientes puntos:

Diversos cánones denuncian la ósmosis que se va produciendo entre el paga-nismo y los cristianos. Especialmente en los flamines cristianos que durante el catecu-menado vuelven a sacrificar, y para los que el desempeño de un cargo municipal tiene mayor atractivo que la firmeza de su fe.

Otro canon intenta atajar la posible influencia de los esclavos paganos sobre sus amos cristianos, recomendando a los amos cristianos que si los esclavos están dis-puestos a defender su fe evitar a toda costa la intromisión.

Hay que reseñar la importancia de la acción proselitista de los esclavos domésti-cos paganos en casas cristianas. Lo mismo pasará con el emperador Juliano el Aposta-ta, en cuya política religiosa contraria al cristianismo, advertirá a los amos paganos de sus esclavos cristianos, y obligará a los sacerdotes paganos a que conviertan a sus esclavos cristianos y, si no puede los venda so pena de que sean destituidos de su cargo de sacerdote.

Hay varias disposiciones que están consideradas como antijudías. Una de ellas prohibe el matrimonio a las jóvenes cristianas con judíos y herejes no con paganos, aunque les estaba permitido hacerlo con gentiles.

El concilio de Elvira tuvo lugar cuando aún el cristianismo no era la religión del estado. De igual formas no se había tomado medidas contra el paganismo o el judaís-mo. De todas formas si a nivel teórico las medidas de intolerancia parecen más o me-nos duras, a nivel práctico se mantiene la convivencia entre las distintas comunidades hispanas con creencias religiosas diferentes. Lo anteriormente dicho lo reafirma la carta del obispo Severo de Menorca, fechada sobre el siglo V, cuyo contenido refleja la con-vivencia pacífica y la tolerancia imperante entre las comunidades cristianas y paganas de la ciudad de Mahón.

TEMA 29: ASPECTOS IDEOLÓGICOS DE LA ETAPA BAJOIMPERIAL

1. TRADICIÓN CULTURAL Y CRISTIANISMO

La religión romana como religión politeísta era capaz de ir aglutinando progresi-vamente a lo largo de su historia diversas concepciones religiosas, siempre que no ofreciesen grandes resistencias para dejarse absorber. De hecho, la capacidad de tole-rancia frente a otras ideas se da con más facilidad en los sistemas politeístas que en los monoteístas. Eso no quiere decir que la religión romana no pusiese obstáculos a ideas politeístas distintas de las romanas, pero lo normal era que las figuras que pene-traban o surgían en el mundo romano fueran de fácil asimilación por el politeísmo de Roma, con dos excepciones: el monoteísmo judío y el monoteísmo cristiano, que ofre-cen una tenaz resistencia a su inclusión en el politeísmo cristiano. En el primer caso, la razón debe ser que los judíos habían tenido a lo largo de su historia un comportamiento peculiar, exponente de una enraizada conciencia de pueblo, manifestada no solo en su actuación política sino también en sus vivencias religiosas. El problema de intolerancia no radicaba en la sociedad romana, que no combatía las ideas religiosas mientras es-tas no carcomieran los fundamentos sobre los que se cimentaba el Estado, y en este caso el judaísmo se situaba en un segundo plano.

En cuanto a los cristianos, pronto tuvieron en sus comunidades miembros que no procedían del grupo étnico judío y, por lo tanto, ya no se daba en ellos la adecua-ción entre grupo étnico y status legal de religión que tenían los judíos. Roma no se pre-ocupó mucho de esta realidad y solo intervenía cuando lo pedía el orden público, sin que se pudiese precisar siquiera cuál era el fundamento jurídico sobre el que se em-prendía la persecución contra los cristianos, que no contaban como los judíos con un status de religión lícita.

Durante el Bajo Imperio, tanto las comunidades judías como las cristianas se afianzaron y consolidaron en Hispania. Verdaderamente el marco cultural religioso de Hispania era complejo. Además de estas comunidades cristianas y jurídicas, con sus respectivas manifestaciones, se daba de hecho una reactivación, entre ellos los religio-sos de las culturas de los pueblos indígenas hispánicos, y, por otro lado seguía ope-rando con fuerza la cultura y religión romanas. La interacción fue frecuente, de tal ma-nera que los cristianos hispánicos tomaron muchas aportaciones culturales romanas para ponerlas al servicio de sus propias ideas religiosas, pero, al mismo tiempo había fuertes comunidades judaicas que eran poco proclives a la absorción. Las relaciones entre esta pluralidad social, pese a su diversidad y complejidad, no siempre fueron ten-sionales. El paganismo romano, en cuyas manos estuvo el poder, no prodigó excesi-vamente sus manifestaciones de intolerancia, desencadenando persecuciones.

En época de Constantino, a partir de 313 d.C., las relaciones cambiaron ya que surgió una política favorable al cristianismo, que se iría convirtiendo lentamente en reli-gión dominante. A partir de ese momento el cristianismo mejora sus posiciones. Mien-tras que las creencias judaicas no gozaron bajo los emperadores cristianos de una tole-rancia tan amplia como habían gozado con emperadores paganos. Solo hubo una tole-rancia relativa a su ritual y a su culto.

No abundan los documentos sobre las relaciones entre comunidades de creen-cias tan diversas, pero sin duda alguna el Concilio de Elvira constituye uno de esos do-cumentos. Se desconoce la fecha exacta de su celebración pero se supone que pudo celebrarse entre el 303 y 309, fecha anterior a la del Edicto de Tolerancia de Constanti-

265

no (313)

Los obispos ven con preocupación la ósmosis que se va produciendo entre el paganismo y los cristianos. Son diversos los cánones que muestran su preocupación por aquellos cristianos que bautizados que vuelven a sacrificar a los ídolos, cayendo de nuevo en la idolatría, y esto ocurre con flamines convertidos durante el catecumenado y con otros bautizados que vuelven a sacrificar, y para los que el desempeño de un cargo municipal tiene mayor atractivo que la firmeza de su fe. Otro de los cánones, marca las directrices de política religiosa que la jerarquía quiere seguir con los esclavos, lo cual, aunque estos mantuvieron una estrecha vinculación con el factor religioso, ha sido ob-jeto de preocupación a nivel teórico más que práctico para el paganismo y para el cris-tianismo. Se intenta atajar la influencia que los esclavos paganos que sirven en casa de amos cristianos puedan ejercer sobre estos. El canon recomienda a los amos cristianos que no tenga ídolos en su casas, pero que si temen las iras de sus esclavos, se man-tengan al margen. A la vista de esta disposición, cabe concluir que la piedad pagana estaba muy arraigada en algunos lugares de Hispania y era lo suficientemente fuerte como para que hubiese esclavos dispuestos a defenderla y a evitar a toda costa intro-misiones de sus amos. Esta acción proselitista de los esclavos domésticos paganos en casas cristianas, que toma en consideración el Concilio de Elvira, más tarde será objeto de preocupación en la política religiosa de Juliano, quien llama la atención sobre el im-portante papel de los esclavos cristianos en casas de sacerdotes paganos, cuya firme-za en la fe pagana es requisito indispensable para la reactivación pagana patrocinada por este emperador, después del auge alcanzado por el cristianos de la mano de los emperadores cristianos. Y no es que Juliano representa una actitud nueva del mundo romano, en relación con la esclavitud: dentro de su política religiosa solo le preocupan los esclavos cristianos, en cuanto que realizan un proselitismo y tienen un poder de infección a base de una doctrina que desea que no progrese y ante la cual ya no es recomendable desencadenar una persecución.

Por un lado pide Juliano la destitución de aquellos sacerdotes paganos que per-mitan que sus esclavos, mujeres y niños prefieran el ateísmo (cristiano) a la religión romana y, por otro, respecto a los esclavos cristianos en casas de sacerdotes paganos, el convertirlos y conservarlos o, en caso contrario, echarlos de sus casas y venderlos. Con todo, la intolerancia de Juliano contrasta con las medidas más suaves que los pa-dres del Concilio hispánico de Elvira han adoptado ante una cuestión semejante.

En el Concilio de Elvira se dan también disposiciones que están consideradas como antijudías, Una de estas prohibe a las jóvenes cristianas casarse con judíos y herejes, aunque les estaba permitido hacerlo con gentiles; la prohibición afecta solo a las hembras y no a los varones que parece que encontraban pareja en su círculo cris-tiano más fácilmente que las muchachas. Indudablemente, la intención de la jerarquía hispánica es mantener la integridad de la fe cristiana, pero, en este sentido supone que esta se ve más amenazada por los herejes y judíos que por los paganos, aunque a través de otro tipo de cánones hemos visto que los paganos eran considerados tam-bién como enemigos potenciales contaminantes. La jerarquía cristiana hispana veía en el trato de los cristianos con los judíos y paganos y en la participación en sus fiestas un peligro para sus comunidades cristianas.

El concilio de Elvira tuvo lugar en unos momentos en que todavía el cristianismo no estaba considerado como la religión oficial del Estado ni contaba con el apoyo del poder estatal. De la misma manera, no se había pasado a dictar medidas contra el pa-ganismo o cantar el judaísmo. Cabe pensar, además que si bien a nivel teórico las me-didas de intolerancia adoptaban un carácter más o menos duro, a nivel práctico se mantiene la convivencia entre las distintas comunidades hispanas con creencias reli-giosas diferentes, sin que, por otro lado, dejen de aflorar en algunas ocasiones entre

266

ellas tensiones en algunos lugares concretos. Cualquiera que sea el valor que se quie-ra dar a la carta del obispo Severo de Menorca, de una fecha que se puede situar quizá en el siglo V, el hecho es que no deja de reflejarnos una situación anterior que se des-taca por la convivencia pacífica y la tolerancia imperante entre las comunidades cristia-nas y paganas de la ciudad de Mahón, que luego dará paso a la represión

1.1. LA FIGURA DE PRUDENCIO

Aurelio Clemente Prudencio, es el poeta cristiano español más importante, fue conocido y admirado durante toda la Edad Media. Procedía de una familia noble cesa-raugustana o calagurritana y se vio promovido a importantes cargos de la administra-ción civil en la segunda mitad del siglo IV. En cierto momento de su vida abandonó, según la tradición, la frivolidad y el desenfreno en que había vivido y adoptó los princi-pios de la moralidad cristiana, dedicándose en adelante a componer poesía épica y lírica de temática cristiana. .La lírica de Prudencio adopta la forma del himnos. Se co-nocen dos colecciones: El peristéfanon, dedicado a una serie de mártires hispánicos e itálicos y con contiene muchos datos de valor histórico, y El Catererinón, guía y orienta-ción del cristiano para la distribución de tiempo diario.

Prudencio al igual que Orosio e Hidacio, son los escritores más importantes de ésta época, los tres proceden de zonas geográficas hispanas donde el paganismo es-taba fuertemente arraigado, por más que tales autores, lo mismo que Teodosio, sean representativos de la clase aristocrática hispanorromana y exponentes, al mismo tiem-po, de la cultura refinada romanocristiana que acrisoló sus concepciones con fuertes dosis de sus propias vivencias, generadas por el contacto con realidades hispanas concretas. Así Hidacio y Orosio parece que proceden de Callaecia, que junto con Lusi-tania eran las provincias donde los cultos mistéricos se habían mantenido con mayor fuerza. Por otra parte, es en esta zona donde el priscilianismo aflora con fuerza, con las implicaciones religiosas y sociales que este movimiento lleva consigo. Algo parecido ocurre con Prudencio, que procede de la zona periférica vasca, donde los problemas de cristianización, de pervivencia del paganismo y de desequilibrios sociales debían de ser acuciantes, pues no en vano esta zona vasca y el valle del Ebro es el marco ge-ográfico en que se desarrollará posteriormente el movimiento social bagáudico. Los tres autores, están en sus planteamientos dentro de la línea de los problemas genera-les del Imperio que Teodosio trató de solucionar, por más que alcancen en ellos un tra-tamiento especial dentro de la dimensión hispana en la que están inmersos. Además, en esta zona freática entre el cristianismo y el paganismo incide luego en el hecho de la invasión bárbara del 409 d. de C. que introduce elementos arrianos.

Así, el desarrollo ideológico de Prudencio, con sus implicaciones religiosas y políticas, se perfila en gran parte en función de la realidad vecinas de la gentilidad vas-ca, que se proyecta como contrapunto a su idea de romanidad cristiana de Hispania. Un elemento importante para la cristianización de la misma lo constituye el culto a los mártires que derramaron la sangre por sus creencias no olvida, desde luego, a aquellos que, por las mismas creencias, la derramaron en otros lugares del Imperio, pero el tra-tamiento que le da es secundario, respecto al que reciben los mártires hispanos. El pa-ganismo de las zonas rurales vascas, aferrado al culto a las piedras, a los árboles y a las prácticas adivinatorias, era un obstáculo permanente a la consecución de una His-pania cristiana. El desarrollo del culto a los mártires será, pues, el elemento que ablan-de los obstáculos que se presentan a esa romanidad cristiana que en el pensamiento de Prudencia, se opone a la barbarie pagana.

267

1.2. LA FIGURA DE OROSIO.

Presbítero lusitano, discípulo de Agustín. Viven las primeras décadas del S. V y escribe una Historia contra los paganos, inspirada en su maestro. Se trata de una His-toria de Roma desde los orígenes hasta el 417 d. de C., aunque solo los últimos años tienen un interés histórico propiamente dicho, Orosio desarrolló su pensamiento en su obra ADVERSUS PAGANOS, a instancias de Agustín con quien habría conectado al llegar a África huyendo de la invasión vándala. El español hizo una obra en la que so-bre bases del pensamiento agustiniano expone todo lo acontecido en la Historia Uni-versal, utilizando esquemas paganos sobre la sucesión de los Imperios y utilizando también crónicas cristianas. Escribe sobre la presión de los bárbaros sobre las fronte-ras o su presencia dentro de ellas y como consecuencia, los males de toda clase que se están cebando en Imperio. Como solución a estos problemas dice que consiste en la cristianización de los Bárbaros, lo que constituye un planteamiento simplista porque fundamenta la solución de todos los problemas en la adecuación del Imperio al cristia-nismo. por eso, bajo la perspectiva de la interrelación pecado - castigo, presenta una evolución histórica optimista, que va de las negras visiones y desgracias de los tempo-ra pagana a la mayor dulzura de la época cristiana. Orosio minimiza los sufrimientos que acaecieron con la toma de Roma y saca la conclusión de que Dios quiere salvar al Imperio y de que es la fe cristiana el camino que lleva a su conservación. El saqueo de Roma es obra de Alarico, que es cristiano, por eso su actuación aunque negativa no resulta trágica, por lo que especifica que los godos solo estuvieron en Roma tres días y que respetaron el derecho de asilo. Incluso , en relación con los vándalos que están asolando Hispania, supone que después de ponerse de acuerdo con Roma trocarían la lanza por el arado. Desde este punto de vista la gran amenaza para el Imperio que constituían los bárbaros queda sublimada, al convertirse en instrumento de la empresa divina de continuidad del Imperio romano en el Imperio cristiano, por lo que no hay que mirar a los bárbaros como romanos sino como cristianos.

1.3. LA FIGURA DE HIDACIO

La obra de Hidacio es fruto de su experiencia personal y en su calidad e obispo galaico, manifiesta su gran preocupación por los problemas en que estaba inmersa la sociedad de su época y sobre los que tenía un gran conocimiento, en especial los pro-blemas políticos y religiosos de Hispania, preferentemente los que guarda relación con su tierra gallega, que se encontraba muy afectada por las invasiones bárbaras., ya que desde el momento de la penetración de los bárbaros en el territorio hispano se plantea-ron problemas de convivencia, aunque también se buscó la paz y la estabilidad en la zona recabando la intervención del poder imperial ante los suebos. Hidacio participó de una embajada en solicitud de ayuda del poder imperial contra los suebos. Pese a que amplios sectores de la población de la provincia de Callaecia continuaban en el paga-nismo y por lo tanto tenían una actitud hostil contra los cristianos y también contra su jerarquía, la elección de Hidacio para la embajada ante Ecio y los acuerdos que los obispos galaicos conseguían en representación de la sociedad galaica ante los suebos significaba no solo el deterioro de los cargos administrativos provinciales, sino el auge y preponderancia que la alta jerarquía cristiana ha alcanzado en el terreno religioso y político. Este auge que llegó a tener la jerarquía eclesiástica en los asuntos terrenales es algo que iba con la dinámica de los tiempos. Numerosas herejías surgen afectando de manera especial a Callaecia, tales como el prisciliasmo, el arrianismo y el mani-queísmo, causando más daño que los propios bárbaros.

En medio de un mundo inmerso en tantos problemas, da la sensación de que Hidacio rezuma en su obra un negro pesimismo, consecuencia del progresivo deterioro

268

de la situación politico-social y religiosa a la que había llevado el cúmulo de tensiones.

2. EL PRISCILIANISMO

Prisciliano había nacido en Galicia, a mediados del Siglo IV, fue educado por Ägape, mujer noble, y por el retórico Elpidio que le acompañó a lo largo de su vida y le inició en el gnosticismo. Jerónimo e Idacio dicen que aprendió la magia en las lecturas de Zoroastro, Mago y Marcos de Menfis. Prisciliano entró en contacto con un pequeño grupo de laicos atraídos por la perfección. Éstos se dispersaron por Galicia y se propu-sieron hacerse con la dirección de las diócesis y sustituir a los sacerdotes que fallecían por simpatizantes suyos. El Prisciliano, estudioso de las Sagradas Escrituras, quería sacar de ellas aquellos aspectos que encajasen con el ascetismo que practicaba. El Priscilianismo se trata de una herejía de origen español que nace como una secta vin-culada al movimiento gnóstico. Sus miembros se llaman entre si hermanos y profesan un ascetismo fanático, que incluía la pobreza, la continencia y la abstinencia de carne. Las fuentes le atribuyen un extraordinario poder de captación, unido a una gran inteli-gencia y a una elevada formación cultural. por lo que pronto consiguió numerosos adeptos, entre los que se contaron los obispos Instancio y Salviano, que lo consagraron como obispo de Ávila. Aunque el movimiento priscilianista se originó en la Lusitania los principales autores que contribuyeron a su difusión fueron los obispos y presbíteros de las Iglesias de Astorga y Braga a los que se sumó el clero de las Iglesias galicas. La fase de incubación del priscilianismo hay que situarla antes del 379 durante el reinado del Emperador Graciano. Prisciliano predicó su ideal ascético como doctor laico itine-rante. El Obispo de Córdoba, Higinio denunció los progresos del movimiento priscilia-nista al metropolitano de Mérida, que inició sus ataques contra Prisciliano. Aislado de los Obispos de Lusitania, se vio obligado a utilizar los libros sagrados para defender su cristianismo y a hacer profesión de fe. El episcopado lusitano que se identificó con Prisciliano fue excomulgado por Idacio. En Zaragoza se reunió un Concilio para tratar sobre la secta, que ya tenía seguidores en Aquitania, y el Obispo de Ossonoba se unió a la causa de Hidacio e Itacio. En la lucha entre Prisciliano y los obispos de Mérida y Ossonoba estaban planteadas dos concepciones de la Iglesia antagónicas, una ascéti-ca y carismática, otra legalista, jerárquica y antiascética. El Concilio, por expresa carta del Papa Dámaso, no vio herejías en Prisciliano y se limitó a reprobar ciertas prácticas morales que no encontraba correctas. Posteriormente Magno Máximo ordenó al prefec-to de la Galia y al vicario de Hispania que Priciliano y sus compañeros fueran juzgado en un concilio en Burdeos, que habían sido acusados de maniqueos por el Obispo de Ossonoba Itacio. Priciliano y sus compañeros fueron condenados, siendo todos vene-rados en Hispania como mártires.

269

TEMA 30. LA CULTURA MATERIAL.

1. ARQUEOLOGÍA PALEOCRISTIANA

El cristianismo primitivo no creó una estructura arquitectónica peculiar para cele-brar sus reuniones. Existían unos precedentes arquitectónicos que utilizó para sus pro-pios fines culturales. Uno de estos precedentes de arquitectura cristiana peninsular lo constituye la sinagoga.

La sinagoga de Elche, cuyos restos pueden considerarse como correspondien-tes al siglo IV, prefigura, por su funcionalismo, a la basílica cristiana peninsular. La planta original, que también ha sido interpretada como la de una basílica comercial ro-mana, sufrió con posterioridad ampliaciones para pasar finalmente a ser utilizada como iglesia.

Indudablemente las comunidades cristiana hispanas utilizaron como primer lugar de reunión casas-iglesia, y en este sentido se interpretan las habitaciones con ábside doble o simple encontradas en villae como la de La de Dehesa de la Cocosa (Badajoz), la de Fortunatus de Fraga y la de Vila de Frades, entre otras.

El edificio y las ruinas del complejo arquitectónico de Centcelles constituyen uno de los monumentos arquitectónicos paleocristianos más importantes de la Península. El conjunto consta de dos salas centrales amplias, comunidades entre sí. Está cubierta por una cúpula, que es de media esfera. En la base alternan hileras de piedras y de ladrillos. La sala de la cúpula se encuentra decorada con pinturas y mosaicos que, par-tiendo de la parte alta del cilindro, alcanzan la cúpula.

De la villa de la Cocosa tenemos también otro tipo de edificios altamente intere-santes, algunos de ellos de carácter funerario, que bien pueden ser de una capilla fune-raria.

El martyriuym de La Alberca (Murcia) constituye uno de los monumentos cristia-nos más antiguos de la Península. Este edificio tenía en las proximidades una necrópo-lis, y parece, además, que formaba parte del complejo urbanístico de una villa. Se trata de una edificación de planta rectangular, precedida de un vestíbulo, mientras que por el otro lado se remata por un ábside semicircular adosado al resto del rectángulo por un muro.

Respecto de las iglesias hispánicas, hay testimonios literarios sobre unas cuan-tas del siglo IV, como la Iglesia de los Mártires de Zaragoza, la de los Santos Emeterio y Celedonio y la de Santa Eulalia de Mérida.

Una de las zonas que más testimonios arqueológicos ha dado ha sido la catala-na. Cabe destacar entre ellos la existencia en la antigua necrópolis de Ampurias de un pequeño edificio que puede ser una cella memoriae.

Las excavaciones realizadas en Barcelona han proporcionado restos de una basílica paleocristiana, que ha dado pie para sugerir la existencia de este templo ya desde el siglo IV o el V, y cabe suponer que formara parte del conjunto episcopal de Barcelona.

También en Tarrasa y Tarragona se encuentran estructuras de antiguos templos o cellas paleocristianas, cuya cronología corresponde a los siglos IV o V.

Correspondiente cronológicamente al siglo VI y testimonio de las posibilidades económicas que tenían los latifundistas para construir grandes complejos como el de Torre de la Palma (Portugal), tenemos la basílica de este lugar. Forma un gran conjun-

270

to, que bien puede ser funerario, a poca distancia de la villa. Se trata de un grandísimo complejo de proporciones alargadas que forma un edificio de tres naves, separadas por columnas.

En el grupo de basílicas de Baleares es donde mejor se aprecia la tipología y donde en cierto sentido se puede seguir la evolución histórica. Se trata de edificios que siguen la estructura basilical, manifestando una influencia siria y africana en sus diver-sos elementos en su organización, por más que se den ciertas variantes en una y otra. Este tipo basilical consta de tres naves separadas por pilastras o por columnas. Delan-te de estas aparecen una especie de vestíbulo o nartex, que era el lugar de los ca-tecúmenos. La nave central acaba en un ábside circular o rectangular flanqueado inte-riormente por dos espacios, el uno del lado de la Epístola (prothesis) y el otro del lado del Evangelio (diaconicon), existiendo un muro recto que cierra exteriormente uno y otro. En ocasiones aparecen también adosados, que son edificios destinados a baptis-terios.

Los baptisterios son piezas arquitectónicas muy desarrolladas por el cristianis-mo. En muchos casos se trataba de elementos integrados en la estructura de la basíli-ca porque se encontraban en una de las dependencias de la misma. No hay reglas fijas sobre el lugar que debían de ocupar las piscinas bautismales. Pueden encontrarse en una dependencia y en su parte meridional: tal es el caso del de Son Peretó. En otras basílicas el baptisterio aparece en la parte de la Epístola, como en Tarragona, o en el lado del Evangelio, cual ocurre en las piscinas bautismales de Torrelló y Son Bou.

En cuanto a las formas de las piscinas, la más frecuente es la de la cruz, con en Son Peretó. Otras siguen la forma circular, como en Es Fornás, mientras en otras, co-mo en Son bou, la cava es cuadrilobular. La piscina bautismal de Aljezares es circular, con dos escaleras de acceso opuestas diametralmente.

2. LOS MOSAICOS

Después de un paréntesis correspondiente a la época de crisis del siglo III, vol-vemos a tener mosaicos en número considerable, coincidiendo con el fortalecimiento económico que se registra durante la Tetrarquía. En la provincia Tarraconense destaca sobre todo lo conservado en la cúpula de Centcelles (Tarragona), perteneciente, quizá, al mausoleo de un hijo de Constantino y donde se combina el arte del mosaico con el de la pintura. La decoración se distribuye en frisos que recogen distintos motivos: re-presentaciones de villae y otras construcciones, escenas del Antiguo y Nuevo Testa-mento, escenas de caza, alegorías de las estaciones, etc. Destaca por su belleza y per-fección el llamado friso de la caza. Estos mosaicos, que se fechan a mediados del siglo IV, son de fabricación local, aunque entroncados en tradiciones orientales y romanas.

Aparece con frecuencia en los mosaicos hispanos de esta época el tema de Be-lerofonte montado en el caballo alado Pegaso y dando muerte a la Quimera, como ocu-rre en uno de Bell-Lloch (Girona).

La leyenda de este personaje, que fue un tema mítico muy explotado por la tra-dición pagana, alcanzó dentro del cristianismo un simbolismo peculiar. Belerofonte em-prende una tarea, una lucha contra el monstruo llamado Quimera, que, aparte de re-querir esfuerzo y valor, rebasa las posibilidades de la naturaleza humana, y sólo puede llevarse a feliz término con la ayuda de los dioses; estos le proporcionan el caballo ala-do Pegaso, que le permite volar (símbolo perfecto de la experiencia mística que se re-presenta tradicionalmente como un vuelo) por encima del monstruo y atacarlo con sus flechas desde una posición favorable. La lucha de Belerofonte contra la Quimera repre-senta a todas luces el combate del alma contra las pasiones cuya victoria se concreta

271

en la consecución de la ascensión mística, siguiendo un arquetipo de amplia tradición en la iconografía posterior. Es frecuente su tratamiento en los pavimentos de mosaicos.

Temas mitológicos presentan también los mosaicos encontrados en Santieste-ban del Puerto (Jaén), que recogen al menos tres grandes escenas. Una de ellas ofre-ce la coronación de Apolo después de su triunfo musical sobre Marsias.

Los temas mitológicos fueron tratados con gran profusión en los mosaicos his-panos. El de Venus y Cupido aparece desarrollado en una de las casas del Anfiteatro de Mérida, así como el de la Vendimia, que alude al mito y al culto de Baco. Ambos alcanzaron cierto desarrollo a fines del siglo III y comienzos del IV.

El tema báquico se recoge en muchos mosaicos, entre otros en el de Valdeara-dos (Burgos) y en el conocidísimo emeritense de Anio Ponio, donde se representa a Baco y Ariadna.

Teniendo presente que la inmensa mayoría de mosaicos aparecen como pavi-mento de las villae campestres, no debe extrañarnos que el tema de las cuatro estacio-nes, que tan estrecha referencia guarda con el ciclo vegetativo de la plantas, se en-cuentre profusamente representado. Una de estas representaciones se encuentra en el mosaico de las estaciones de Córdoba, que tiene forma rectangular y lleva una guirnal-da de hojas que lo recorre.

Varios mosaicos recogen escenas de cacería. De excepcional calidad es un mo-saico procedente de la villa de las Tiendas, próxima a Mérida, en el que, enmarcada en una ancha cenefa de profusa decoración, se encuentra una escena de cacería de jabalí llena de realismo y con un perfecto acabado de las figuras.

No todos los mosaicos existentes en la Península presentan representaciones de figuras, sino que la mayoría de ellos desarrolla motivos ornamentales geométricos, que suelen acompañar por otra parte a los figurativos. Las combinaciones de peltas y cuadros, hexágonos, scuta, trenzas, cuadros y octógonos abundan como criterio gene-ral en los mosaicos españoles del Bajo Imperio.

No resulta extraño que entre la gran cantidad de mosaicos hallados en la Penín-sula se encuentren representaciones de escenas de circo y anfiteatro, por cuanto la sociedad hispanorromana, como el resto de la sociedad romana, era muy aficionada a los espectáculos (ludi) en su doble vertiente de ludi circenses, que tenían lugar en los circos y anfiteatros, y de ludi scaenici o representaciones dramáticas realizadas en tea-tros.

El tema del circo ha sido muy representado en los mosaicos hispanos bajompe-riales. El mosaico de Barcelona nos ofrece una escena de circo con representación de una pista en el momento final de la carrera. El iaculator, en la meta final, vocifera el nombre del caballo vencedor.

La spina está tratada con una gran profusión de detalles: constituye su parte central un espacio lleno de agua sobre el que se levanta una serie de estatuas de ani-males y de atletas, en perfecta armonía temática y estilística con el lugar en que se de-sarrolla la carrera. Aparece también una persona que va a efectuar la sparsio. Sobre la grupa de algunos caballos aparece el nombre de sus respectivos propietarios. Los au-rigas, que van montados en los carros, llevan túnicas cortas con los colores de sus fac-ciones.

La afición de la alta burguesía por los temas de anfiteatro y circo y la prolifera-ción durante el Bajo Imperio de las villae construidas de nuevo o reconstruidas, como consecuencia del desplazamiento de la clase elevada de las ciudades hacia el campo, es la causa de que contemos con varias representaciones d este tipo correspondientes

272

al periodo de referencia. En la torre de Bell-Lloch (Girona) se encontró una serie de mosaicos, uno de los cuales recoge también un tema circense de carrera de caballos.

3. LOS SARCÓFAGOS

Las invasiones de francos y alemanes y la crisis del siglo III van a tener su in-fluencia en el arte lo mismo que en otros aspectos de la vida. Las manifestaciones artísticas bajoimperiales se verán afectadas por la decadencia que están padeciendo las ciudades, entrando a su vez en decadencia algunas de ellas como el retrato. Natu-ralmente, esta decadencia no fue general y tampoco progresiva en todos los lugares, y no se puede decir que no se hiciera nada por atajarla. La Tetrarquía supuso una reacti-vación de los distintos sectores de la vida política, social y económica, y consecuente-mente también del arte, lo cual conllevó la construcción de edificios que contaran con elementos decorativos exponentes del grado de evolución y transformación artística que se había operado durante el Bajo Imperio. Los historiadores del arte de esta época consideran que estas nuevas manifestaciones artísticas del Bajo Imperio tenían su pro-cedencia en Oriente.

En el curso del siglo III el arte experimenta una verdadera ruptura con lo anterior, que no deja de mantener, sin embargo, cierta vigencia en la temática y en algunos as-pectos formales. Pero la angustia moral, el dolor, la inseguridad política, la inquietud, la zozobra que se ha enseñoreado del Imperio a partir de la crisis del siglo III se dejan traslucir plásticamente.

El arte del relieve manifiesta con claridad el cambio de mentalidad operado en las clases superiores. La práctica de la inhumación del cadáver, que era muy frecuente en la parte oriental del Imperio, se fue generalizando también a la parte occidental, quizá debido a la popularización de la creencia en la vida del hombre más allá de la muerte, que fueron extendiendo entre las gentes las religiones mistéricas y que fue di-fundida también por el cristianismo.

Los sectores más elevados de la población generalizaron la costumbre de colo-car el cuerpo del difunto en un sarcófago adornado con relieves. Entre los motivos ico-nográficos que se utilizaban en estos relieves se encuentran las escenas de la vida dia-ria, pero sobre todo las escenas mitológicas, preferentemente del ciclo dionisiaco, por la vinculación que tenían con el tema funerario. También hay temas como el del filóso-fo, en el que este aparece sentado flanqueado por dos mujeres que parecen musas, mientras tres hombres, también filósofos, se encuentran un poco más alejados. El tono de pensamiento y de concentración que preside este tipo de escenas, el clima espiritual en que están inmersas todas ellas, ese mundo que ahora se abre al difunto, encierran todo el simbolismo funerario que se quería transmitir al espectador.

Los cristianos tomaron inicialmente de los judíos la prohibición de las represen-taciones figuradas; pero, más tarde, con el desarrollo y consolidación de la liturgia, y con el culto a los santos y a los mártires, se fue desarrollando un arte cristiano. Tam-bién ellos depositaron a sus muertos en sarcófagos adornados de relieves, y, pese a que los cristianos escogerán temas propios, no faltan elementos decorativos tomados de la tradición artística. Racimos de uva, ramas de olivo, flores o guirnaldas serán te-mas decorativos comunes a los sarcófagos cristianos.

Además de estos temas de raigambre pagana, el cristianismo desarrolla una amplia gama de temas que le son propios y que tienen una clara tradición bíblica. En los sarcófagos cristianos se representan escenas del Antiguo y del Nuevos Testamento tales como el Bautismo de Jesús, la Resurrección de Lázaro, o la adoración de los ma-gos, y, posteriormente, se va ampliando la temática con gran variedad de motivos, co-

273

mo los milagros operados por Jesús, los misterios de la fe, la salvación, la otra vida, etc. Entre los temas del Antiguo Testamento predominan algunos motivos como los de Adán y Eva, el Arca de Noé, Daniel en la cueva de los leones, los jóvenes en el horno, la fuente e Moisés, el sacrificio de Abraham y otros varios.

La Península Ibérica ha proporcionado, con anterioridad incluso a la época que estudiamos, varios sarcófagos, algunos de los cuales tienen una procedencia oriental, como puede ser el encontrado en Tarragona, que representa una batalla entre griegos y que, por lo que se refiere al modelado anatómico, corresponde a la más pura tradi-ción griega; lo mismo cabe decir del sarcófago de Hipólito encontrado en la desembo-cadura del Tajo, que procede de mediados del siglo III, representa el tradicional tema de la vendimia.

Los sarcófagos de importación romana encontrados en Hispania son más nume-rosos y presentan una mayor variedad temática. Se encuentran escenas pastoriles, como en el sarcófago de Covarruvias. En Córdoba se halla otro sarcófago con el tema de las puertas de Hades y del difunto con su compañera. De estos sarcófagos paganos importados de Roma tenemos más de una treintena, concentrados en su mayoría en la provincia de la Tarraconense, preferentemente en las zonas costeras. La mayor parte de los sarcófagos importados se localizan en las zonas próximas a las costas peninsu-lares y las que se encuentran en el interior se sitúan en zonas no muy alejadas de las cuencas fluviales del Guadalquivir y del Ebro, lo que puede ser indicio de que en su transporte hacia el interior se utilizó la vía fluvial.

Cuando, liberados de sus prejuicios iniciales, los cristianos emprenden el camino de las representaciones figurativas, algunas manifestaciones artísticas experimentaron una reactivación, como ocurre por ejemplo con los sarcófagos y los mosaicos. La apa-rición de una iconografía y de una cristianización de las manifestaciones artísticas es consecuencia de la consolidación de las manifestaciones artísticas es consecuencia de la consolidación y afirmación de un Imperio cristiano. Es precisamente a través de los sarcófagos con lo que las clases elevadas de Hispania manifiestan y expresan de for-ma más elocuente su participación en la nueva creencia. La diversidad geográfica de los lugares peninsulares en los que se han encontrado estos sarcófagos manifiesta el grado de cristianización que se ha conseguido en la Península Ibérica y la prosperidad económica alcanzada por los diversos sectores de la población.

En la primera parte del siglo IV, y más concretamente en la época de Constanti-no, es cuando las relaciones comerciales peninsulares con Roma, en lo que se refiere a las importaciones de sarcófagos paleocristianos, parece que han sido más intensas. Estas importaciones comenzaron a disminuir en la segunda mitad del siglo IV y apenas existen ya en el siglo V.

Una de las comunidades cristianas con alto poder adquisitivo que nos ha legado numerosos sarcófagos procedentes de Roma, y correspondiente al siglo IV, es la de Girona. Entre estos cabe destacar los dos estrigilados, considerados como los más an-tiguos hispanos de este tipo. El primero de ellos se conoce como el “sarcófago de los dos pastores y el orante”, el otro de este grupo es el sarcófago “con orantes en el cen-tro”. Otro con “la historia de Susana” cabe situarlo igualmente en la época tetrárquica.

De los sarcófagos constantinianos pertenecientes a una primera época cabe mencionar los dos de friso continuado pertenecientes al grupo de San Félix de Girona.

Dentro de los sarcófagos importados de Roma pertenecientes a la segunda mi-tad del siglo IV, tenemos una serie de ejemplares escasos en número. Esto indica con toda probabilidad, un descenso de este tipo de importaciones procedentes de Roma. Cabe destacar el sarcófago de Betesda en Tarragona, que, entre otras cosas, desarro-

274

lla la de la curación del paralítico. A esta época también puede pertenecer el fragmento de sarcófago de la catedral de Tarragona; mientras que el del Museo de Valencia desa-rrolla la Pasión de Cristo, recibe ahora una fluctuación cronológica que va desde los últimos decenios del siglo IV a los decenios iniciales del V. El sarcófago de Hellín co-rresponde a la segunda mitad del siglo IV, presenta una evolución o un cambio en el tema de las preocupaciones religiosas de las gentes.

Las exportaciones de sarcófagos paleocristianos romanos empiezan a disminuir en la segunda mitad del siglo IV hasta llegar, en el V, al cierre de los talleres, que pro-piciará el desarrollo de la producción autóctona. Desde el punto de vista estilístico, es-tos talleres peninsulares no pueden competir con la refinada producción romana, pero tienen el gran valor de darnos a conocer las corrientes artísticas hispanas y sus tradi-ciones.

En Tarragona se encontraba uno de estos talleres provinciales, que en la época anterior había producido ya sarcófagos paganos en piedra del país. En estos sarcófa-gos tarraconenses palpitan todavía temas y estilos que se aprecian en piezas de otros lugares del Imperio, se nota, desde el punto de vista iconográfico, una clara evolución; mientras que los sarcófagos paleocristianos de épocas anteriores se caracterizaban por un afán de resaltar la sensación dramática de las escenas.

El contar con un sarcófago esculpido era un privilegio de la alta sociedad y, por eso, la demanda de los mismos, cuando descendió la producción de otros lugares del Imperio, en especial de Milán y Roma, propició la implantación de un taller provincial en Tarragona que, como capital de provincia, era lugar de residencia de los altos funciona-rios del Imperio y de otras gentes de elevado rango social. Este hecho se constata en sarcófagos como el de Leocadio, que lleva incorporados epitafios. Se trata en este ca-so de un primicerius domesticorum, es decir, una persona perteneciente al alto funcio-nariado.

El descenso de las importaciones de sarcófagos no solo permitió el lanzamiento del taller de Tarragona sino también de otros lugares. No resulta extraño que en las proximidades del valle del Duero (hacia donde se ha trasladado el centro económico peninsular), en una ruta de comunicación tan importante como era la que unía las Ga-lias por Pamplona hacia Astorga e inmerso en todo ese complejo defensivo constituido por la línea del Duero, se encontrase en la zona de la Bureba en taller local de fabrica-ción de sarcófagos. Los artistas que trabajaron en este taller no están desvinculados de la tradición artística de la zona, que ya había proporcionado manifestaciones artísticas tan importantes como las estelas funerarias de Lara y Salas de los Infantes, y que da a este taller de la Bureba un sabor personal manifiesto en la tendencia a la estilización, a la ornamentación con palmeras, viñas, guirnaldas, que es más propia de la zona gre-cooriental.

El sarcófago de Briviesca es una pieza singular en cuanto que nos ofrece la re-presentación plástica de un episodio de la pasión de las antas africanas Perpetua y Felicitas, que no pertenecían al santoral hispano. Esto no debe extrañar si se tienen en cuenta las influencias del cristianismo africano en la introducción y desarrollo del cris-tianismo hispano.

4. LAS ESTELAS

Se trata de representaciones de pequeños monumentos ecomorfos de planta rectangular y cubierta a dos vertientes. En la fachada presentan una o varias puertas semicirculares, rectangulares y triangulares, dando lugar a una composición muy varia-da. Estas “estelas-casa” fueron consideradas en un principio como obras de tradición

275

céltica en sus aspectos temáticos y estilísticos. Esta tesis se veía reforzada por la pre-sencia de la decoración astral, identificada como característica del ambiente cultural celta. Sin embargo, otros autores que han estudiado tipos semejantes en las Galias piensan que no constituyen una pervivencia cultural céltica, es decir, no se pueden conceptuar como un elementos de aportación totalmente celta. Desee el punto de vista arquitectónico, las “estelas-casa” tienen orígenes clásicos en las formas de templo voti-vo o funerario, orígenes que ha contribuido sin duda a la configuración tipo de estas estelas. En ellos se han acrisolado las influencias clásicas indígenas, según muestran los motivos diversos con que se adorna la parte anterior. Muchos de estos están sugi-riendo un rico contenido simbólico, alimentado en una escatología astral y relacionado con temas que guardan una relación estrecha con lo funerario. En este sentido habría que interpretar la representación de algunos animales como la liebre y los pájaros. La liebre es un animal que aparece en otros ambientes culturales unida al tema funerario. Los pájaros alcanzan una significación funeraria al simbolizar el alma del difunto. Algo parecido cabe decir de los adornos de tipo vegetal, como las hojas de hiedra y los pi-nos, que tienen un simbolismo funerario de carácter escatológico. Por otra parte se re-presenta el Sol bajo la forma de rosa geométrica o de espiral con abundancia de ra-dios. También la luna en forma creciente se encuentra profusamente desarrollada en estos monumentos.

Merecen mención especial, por la cantidad de elementos indígenas que parecen recoger, aquellas estelas que contienen representaciones de animales y de personas integradas en escenas de índole diverso. Algunas de estas son representaciones de la vida cotidiana, tales como el transporte de bultos, las faenas de la recolección, del pas-toreo y del hilado. Otras inciden en el tema del banquete funerario. Muchos de los ele-mentos de la composición, como la jarra, las mesas y las sillas, tienen una raigambre romana que permite incluso apreciar su evolución cronológica. Se dan con frecuencia también escenas de combate y de jinetes armados, y en una de ellas, los cadáveres están siendo devorados por los buitres. De la misma forma abundan las estelas de ca-cerías con representaciones de jabalíes y ciervos acosados por jinetes y sus ayudan-tes.

5. CUCHILLOS, ADORNOS DE ARNÉS Y PASARRIENDAS

El deterioro de la autoridad imperial y la intensificación de los ataques bárbaros contra las provincias romanas durante el Bajo Imperio provocaron un clima de inseguri-dad que acabó por generalizarse a todo el Imperio. La consolidación en sus latifundios de la clase elevada conllevó también la creación de dispositivos privados de seguridad que reforzaban los estatales. En otros temas se habla de la posible existencia de un limes en el norte de Hispania, con el que puede guardar relación la cantidad de armas de las necrópolis encontradas en la línea del valle del Duero. No se tienen datos fe-hacientes que prueben la existencia de talleres de armas (que por otra parte constituían un monopolio estatal), aunque dada la abundancia de ellas en la Península y su tipo-logía, cabe considerar tal posibilidad.

Se trata de cuchillos aparecidos en diversos lugares y en las necrópolis de Si-mancas, Villa del Prado, Mucientes, Aldea de San Esteban, entre otros.

Hay cuchillos que en su hoja, por la parte del filo, presentan una curva no muy pronunciada, mientras que otros presentan escotadura. También respecto a los man-gos, los cuchillos presentan diferencias. En unos la hoja se prolonga mediante una es-piga para insertarla en un mango de bronce, y en otros llevan cachas de madera.

Antecedentes de cuchillos cortos, al menos iconográficamente, tenemos en la

276

Península en las estelas extremeñas de la Edad del Bronce y que tienen un lado afilado y presentan, al mismo tiempo, cierta curvatura. También se generaliza en España en época prerromana un tipo de cuchillo afalcatado que es frecuente en la Meseta, sin que haya grandes obstáculos para suponer que estos cuchillos hubieran penetrado en la Península en época anterior.

Los cuchillos son de hoja de hierro y el espigón del mango y de la hoja forman una sola pieza. El mango está a veces decorado con motivos diversos; la funda suele ser de cuero o de madera, materiales que se conservan mal a través del tiempo, y la decoración se logra a base añadidos de cobre o bronce.

Las placas de estas vainas están decoradas, las más ricas son nielados de bronce o plata. Estas placas de bronce caladas llevan temas típicamente hispanorro-manos. Se trata de una ornamentación que se estructura en torno a un elemento circu-lar central en la parte más ancha de la vaina, mientras que sus partes superior e inferior llevan motivos geométricos.

Dentro de esta ornamentación geométrica se encuentra la vaina adornada de cuchillo hallada en Aldea de San Pedro. La ornamentación está conseguida con la técnica del calado y sigue el esquema de un motivo central circular y otro tipo de ele-mentos decorativos.

Estas vainas bajoimperiales adornadas con círculos y la técnica del nielado tie-nen semejanzas con puñales cortos romanos que aparecen en la zona del Rhin en el siglo I. Tales paralelos han llevado a los investigadores a suponer que quizá el motivo ornamental y la tipología de esas armas los llevaron las tropas auxiliares hispanas o la Legio X Gemina, que fue trasladada de Hispania a dicha zona. Como la presencia de cohortes hispanas en el limes del Rhin fue muy abundante, no resulta extraño pensar que esta técnica armamentística hispana se propagase por dicha zona.

En esta necrópolis bajoimperiales y en otros lugares aparecen broches de cin-turón altamente interesantes que suelen tener tres piezas.

Algunas de las agujas de estos broches de cinturón tienen formas de animales, como pájaros con alas desplegadas, delfines, etc. Motivos prerromanos, motivos roma-nos e influencias foráneas han contribuido a crear el tipo de estos cinturones, que son muy frecuentes en el siglo IV.

Hay una serie de piezas de adornos de arnés, la mayoría de ellas son ruedas ca-ladas, que acaban en la parte superior en un estribo de forma triangular, rectangular o trapezoidal. Estas piezas presentan un agujero central que se desplaza hacia la parte inferior cuando la exigencia de la ornamentación, de temática zoomórfica y vegetal, así lo requiere. Estas piezas están trabajadas en cobre o bronce. Algunas de ellas han sido decoradas a troquel o buril, mientras que el resto se ha obtenido fundiendo totalmente la pieza. Algunas piezas caladas ofrecen el tema del crismón cristiano, representativo también en este caso de ese sector de la población hispana que había sido captada por la creencia cristiana.

Otro tipo de ruedas reproducen escenas varias, como la lucha de un hombre con un león. La escena puede tener un contenido mitológico, simbolizando la lucha del león de Nemea con Hércules. Otras piezas recogen en su interior figuras de caballos enjae-zados, tema frecuente en los pasarriendas.

Los tallares hispanos produjeron en todo el periodo romano, y concretamente durante el Bajo Imperio, una gran cantidad de piezas de uso cotidiano, como pasa-rriendas y atalajes de carros que confirman la abundancia de caballos que las fuentes literarias atribuyen a la Península. Con frecuencia, los pasarriendas revestían un carác-

277

ter decorativo independiente de la misión específica que tenían en el correaje. Se re-matan en su parte superior con figuras geométricas zoomórficas o humanas. Su com-paración con hallazgos semejantes de otros lugares del Imperio no proporciona los da-tos necesarios para su ubicación cronológica exacta; con todo, la mayoría de ellos es-tilísticamente pueden situarse en los siglos III y IV dentro de una producción en serie.

Los poderosos avances en el nivel de vida que durante el Bajo Imperio consi-guieron las clases elevadas peninsulares, a las que apenas afectó la inflación que hun-dió al resto de la población, les permitieron abastecerse de todos estos elementos de la vida cotidiana. Su afán de confort que se refleja también en las comodidades existentes en sus residencias, se manifiesta asimismo en estas piezas insignificantes de uso coti-diano. Talleres locales y a veces itinerantes se las proporcionaban en abundancia. La sencillez en los detalles y la vivacidad en la composición son las características que alcanzaron estos talleres en la producción de esos objetos de bronce. Las minas de cobre explotadas en la Península Ibérica desde épocas remotas aportaban la materia prima adecuada para su producción.

278

TEMA 31. LAS INVASIONES Y EL REINO DE TOLOSA.

1. INTRODUCCIÓN

El problema presentado por las invasiones que se abatieron sobre el Imperio romano a partir de finales del siglo IV es muy complejo. Su análisis se suele realizar a dos niveles: uno, el desarrollo militar de las invasiones y, otro, los efectos causados por las invasiones. (éste es el más significativo).

2. CAUSAS DE LAS INVASIONES

Por una parte hay que tener en cuenta las debilidades del Imperio romano, como consecuencia del bajo nivel demográfico, mala administración y malestar social princi-palmente. Debilidades que, sin duda, debieron facilitar las cosas enormemente.

Las invasiones no aparecen súbitamente. En el siglo I a.C. ya se dieron intentos migratorios de los germanos. La edificación del limes renano y del Danubio los contu-vieron durante largo tiempo. De nuevo, a fines del siglo II y en el III se produjo una gran oleada invasora. Tras un nuevo intervalo, a partir del último tercio del s. IV se produjo el segundo y definitivo asalto.

¿Cuales eran las causas de estas periódicas invasiones de pueblos germanos? Se exponen como factores:

* Climáticos. * Demográficos y sociológicos. * Movimientos de pueblos de las estepas eurasiáticas (hunos.) * Cambios en las agrupaciones sociales del mundo germánico.

Una serie de indicios arqueológicos y literarios, nos muestran que las poblacio-nes que habitaban la libera Germania sufrieron durante los siglos II y III un proceso evolutivo de progreso social y económico, explicitado en corrientes tendentes a una unificación de estructuras sociales y económicas.

Concretándose en la extensión inusitada de un tipo de explotación agrícola (Haufendörfer), y en el fortalecimiento de una clase dirigente de grandes señores de la tierra, ligados entre sí por lazos de parentesco y de asistencia mutua. (En este proceso jugó importancia el contacto con el mundo romano). Así en la época anterior a las grandes invasiones las instituciones de los pueblos germánicos tenían ya un fuerte carácter aristocrático. La aristocracia era la que determinaba la suerte de cada agrupa-ción tribal.

Esta aristocracia llegó a concentrar en manos de unos pocos un domino territo-rial (Hausherrer) sobre el que ejercían una plena soberanía sobre todos los que habita-ban y trabajaban en dicha unidad: esclavos y semilibres (lites). De estos Hausherren dependían clientelas, como las Gefolge, séquito alemán, por la que numerosos hom-bres libres se unían con un lazo de fidelidad y mutua ayuda a su señor.

Por todo ello no resulta difícil comprender que con las invasiones, uno de los grandes vencedores fuera la institución monárquica.

Hay que destacar también la organización y estructura de los germanos, que ex-plica el carácter de las invasiones y el mecanismo de formación de grandes unidades

279

populares (nacionales). Contaban para ello como aglutinante a una realeza dinástica portador del nombre y de las tradiciones. Si ésta resiste la agrupación popular se sal-vará y servirá para aglutinar a otras constituyendo una gran masa invasora. Ello expli-ca, a su vez, la exigüidad de las patrias o lugares de origen.

3. EL TRASFONDO HISTÓRICO DE LAS INVASIONES

La primera oleada invasora sobre el Imperio se centra en torno a dos hitos: la batalla de Adrianópolis (378) y el paso del Rhin a finales del 406. Estas agrupaciones populares intervinieron en un plazo corto en nuestra Península. Así para el análisis de las causas inmediatas de esta gran invasión recurrimos a la observación de lo que es-taba ocurriendo en el trasfondo del mundo germánico de las estepas centroeuropeas y eurasiáticas.

Tras una larga emigración desde el Báltico, los pueblos góticos se encontraron hacia el 230 asentados en el N. del Mar Negro, donde influenciados por nómadas ira-nios (alanos), habían adoptado ciertas tradiciones de éstos, al tiempo que fundaban los poderosos reinos. Allí, a lo largo del siglo IV sufrieron la influencia de Roma, de donde les llegó el cristianismo, en su credo arriano, lo que les dio mayor cohesión y personali-dad cultural. Pero todo ello se desmoronó cuando el principal de estos reino (el de los ostrogodos) fue derrotado por unos recién llegados del Asía Central: los hunos.

Tras la derrota y muerte del rey ostrogodo Ermanerico, el pánico se apoderó de la sociedad goda. Mientras que una porción importante, compuesta esencialmente de visigodos pidió del gobierno imperial ser acogida en Tracia, otros se asentaron de mo-mento en los Cárpatos y Moldavia bajo el protectorado de los hunos.

Ante el peligro de los godos de Tracia, en continua rebelión por la explotación de los funcionarios imperiales, el emperador Valente intentó aniquilarlos, pero murió en la batalla de Adrianópolis (378).

Teodosio el Grande consiguió apaciguarlos, convertidos en foederati del Imperio y establecerlos en Mesia.

Mas nuevas dificultades obligaron a Alarico a lanzarse al saqueo de la Península Balcánica. Y en el 401 se dirigió hacia Occidente en busca de botín y provisiones para su pueblo. En Italia tras enfrentamientos con Estilicón y Honorio en busca de subsidios se vio obligado al saqueo de Roma en el 410.

Tras los frustrados intentos de Ataulfo por entroncar con la familia imperial, y tras merodear con su pueblo por la región catalana y Provenza, su segundo sucesor Valia (415) al no conseguir pasar a África a través del estrecho de Gibraltar, llegó a un acuerdo con el nuevo dueño del gobierno imperial, el patricio Constancio. En virtud del nuevo foedus, el rey se comprometía a luchar contra vándalos y alanos que saqueaban Hispania a cambio de la entrega de subsidios alimenticios y la promesa de tierras don-de poder asentarse.

Los acontecimientos que desencadenaron la gran desbandada gótica del 375 debieron, en una u otra medida, forzar la tradicional presión germana sobre el limes del Rin. Esta línea fronteriza se encontraba, además, muy debilitada a principios del s. V por las continuas agitaciones internas del Imperio. Todo ello unido permitió su definitiva ruptura en la Navidad del 406. Tal hecho determinó la inundación de la Galia y, des-pués, de la Península Ibérica a partir del 409, por un vasto y heterogéneo conglomera-do de pueblos. Entre los que destacaban los vándalos (con sus dos ramas de asdingos y silingos), suebos y alanos. De esta forma, a partir del 409, la Península Ibérica se vio sometida a un profundo saqueo y destrucción.

280

4. LA SITUACIÓN DE HISPANIA EN EL MOMENTO DE PRODUCIRS E LAS INVASIONES Y SU ACTITUD FRENTE A LAS MISMAS

La situación en ese momento en la mitad superior debía ser bastante crítica. Hidacio, afirma que el país se encontraba ya muy empobrecido y agitado debido a las brutales exacciones del fisco (uno de los males endémicos del Bajo Imperio, que se vería ahora acrecentado por la anarquía de estos primeros años del siglo V y el aumen-to de las necesidades militares) y, a los desmanes de las tropas imperiales en él esta-cionadas, con preferencia en la zona galaica y al sur de la cordillera cantábrica y de-presión vasca.

En segundo lugar la zona de la Meseta superior se había visto sometida en ese mismo año 409 a los desmanes cometidos por las tropas de germanos federados veni-dos con el césar usurpador Constante. La acción devastadora de estos últimos debió de ser particularmente intensa en la actual Tierra de Campos, zona donde existían vi-llae muy lujosas y ricas, en su mayoría de parientes de Honorio. Es más, Orosio dice que habían sido estos mismos federados bárbaros (germanos) los que, colocados para vigilar los pasos occidentales del Pirineo, habían facilitado la entrada de las dispersas bandas de suebos, vándalos y alanos.

La situación que se produjo en ese momento en la Península debió ser confusa. La falta de fuerzas militares romanas organizadas, a consecuencia de las usurpaciones de Constantino y Constante primero, y de Geroncio y Máximo, después, debió facilitar enormemente los saqueos de estos grupos invasores. No se descarta incluso que pu-diesen ser en cierto modo utilizados por alguno de los usurpadores en provecho propio.

Hidacio nos informa de que dos años después de la entrada de los vándalos, suebos y alanos en la Península, llegaron al acuerdo de forma conjunta, de cesar en sus correrías y asentarse en ciertas zonas, sorteándolas. A los vándalos asdingios les correspondió Callaecia interior (de Lugo y Astorga), a los suebos la exterior. La Lusita-nia y Cartaginense a los alanos, y la Bética a los vándalos silingos.

Cuestión debatida y de importancia para evaluar los efectos de las invasiones, ha sido la del número de invasores en el 409. Se supone en unas 200.000 personas, contando mujeres y niños. Lo que da unos 56.000 combatientes. Supuso un total de un 5% de la población de la Península de 5 o 6 millones.

Se asentaron en grupos de mediano tamaño en lugares de importancia estraté-gica y de riqueza natural. Ocupando fincas abandonadas por sus antiguos propietarios (miembros de la aristocracia senatorial) que habían huido o perecido en las luchas en los años de Constante.

Dichos asentamientos se realizaron en zonas próximas a centros urbanos bien provistos de defensas, en los que podían establecer guarniciones para dominar el terri-torio circundante y prevenir ataques de la población local o de restos de las tropas del Imperio.

Como consecuencia de dicho asentamiento, se produjo en la Península una cier-ta tranquilidad. Se esperaba que convertidos en campesinos asimilarán la mayoría de hispanorromanos. Así se da la conversión de vándalos en aquel momento al cristianis-mo en su variante arriana. Pero este periodo de relativa paz terminó con la reacción del gobierno imperial que decidió restablecer su dominio socioeconómico en la Península.

Tal reacción por parte del gobierno imperial de Occidente se relaciona con el for-talecimiento de Honorio como emperador y la eliminación de los usurpadores galos y el restablecimiento político y militar del Imperio en la mayor parte de la Galia.

Con el asesinato de Ataúlfo eliminaban el principal obstáculo para llegar de nue-

281

vo a un acuerdo entre el Imperio y los visigodos, para su utilización como foederati. El nuevo rey Walia y el general romano Constancio firmaron un acuerdo, por el que el primero irrumpió bajo las águilas imperiales en la Península. Se dirigió contra los gru-pos bárbaros que habían ocupado las provincias más ricas y romanizadas, por los in-tereses económicos de los linajes senatoriales en esas zonas y el valor estratégico de las costas.

En las rápidas campañas de los años 416 y 417 llegaron hasta Gibraltar matan-do o haciendo prisioneros a los líderes-militares de los silingos y alanos. Así según el sistema stammesbildung, el resto popular se integraría con los vándalos asdingos.

Con esta intervención, los visigodos iniciaron un largo proceso de colaboración con el Imperio, en concreto, con la aristocracia del sur de la Galia y de Hispania. Así tras estas campañas en la Península fue renovado el antiguo foedus entre el gobierno imperial y los visigodos. Permitiendo su asentamiento en la zona del S.O. galo, en vir-tud del principio romano de la hospitalitas. Asentándose como plenos propietarios en una serie de fincas de las que les corresponderían los 2/3 de las tierras de cultivo, compartiendo el uso de los bosques con los romanos. Así en zonas vecinas a Tolosa se repartieron latifundios, quedando libres las pequeñas y medianas fincas.

Vemos, pues, como la aristocracia senatorial de esta parte de la Galia accede al quebranto de su potencial socioeconómico repartiéndolo con los visigodos por la de-fensa que estos les proporcionaban contra otros grupos bárbaros y de las revueltas campesinas de tipo bagáudico que amenazaban su privilegiada situación.

Ello también lo favoreció el hecho de que esta aristocracia tardorromana contara con un patrimonio muy disperso, incluso por diversas provincias del Imperio.

Con los repartos de tierras se benefició la aristocracia visigoda que entró en con-tacto con las formas de vida de la aristocracia romana. Y con este asentamiento se re-conocía por primera vez de forma oficial la existencia de un organismo político autóno-mo en el interior de sus fronteras. Quedando fundado el reino visigodo de Tolosa que tendría una importancia y significación decisiva posterior en la Península Ibérica, a par-tir del 418.

5. EL ASENTAMIENTO DE LOS INVASORES

En la penetración e implantación del poder visigodo de Tolosa en la Península Ibérica, y la concomitante ruina del aparato administrativo del Imperio, hay que distin-guir dos épocas: La primera llegaría hasta poco antes de la anulación del poder impe-rial en Occidente. Durante el reinado de Eurico (466) y, la segunda hasta la desapari-ción del reino de Tolosa (507).

La primera etapa se caracteriza por la intervención de los visigodos como tropas foederati. contra grupos bárbaros que habían penetrado en el 409. Ahora ya reducidos a dos grandes agrupaciones populares: suebos y vándalos asdingos, y contra los mo-vimientos bagáudicos. Actuaban, pues, como defensores de los intereses de la clase dirigente hispanorromana.

Con la intervención de Walia se restablece la autoridad imperial, en buena parte de la Península, y durante cierto tiempo no hay noticias de importancia bélica.

En el 419 se produce un conflicto entre los suebos y los asdingos por la pobreza de la zona que a los asdingos les había tocado en el 411. Los vándalos asdingos cer-caron a una porción de suebos. El extermino de éstos se evitó con la intervención del ejército imperial. Los vándalos con su rey Gunderico, abandonaron el cerco, tras dar muerte en Braga a muchos suebos y se retiraron definitivamente al S. peninsular.

282

El gobierno imperial quería impedir una supremacía de la agrupación popular más numerosa, los asdingos, y favorece al mismo tiempo el conflicto permanente entre las diversas agrupaciones bárbaras.

En el 412-422 el gobierno imperial manda una expedición comandada por el ge-neral Castino contra los vándalos que saqueaban la rica Bética. Pero ante la defección de los auxiliares visigodos este ejército sufrió una derrota. Esta derrota y los trastornos del poder imperial en occidente. tras la muerte de Honorio (423), marcarían un paso más en la ruina de la dominación romana en la Península. Toda la mitad S. de España sería víctima de las continuas depredaciones de los vándalos hasta su paso al N. de África (429). Siendo las áreas rurales las más castigadas. Y en algunos momentos las ciudades amuralladas de Cartagena, Sevilla, Mérida. La devastación y saqueo a que sometieron los vándalos a las zonas de la Bética, Cartaginense y Lusitania debió de influir para el abandono de estas provincias e invadir otras provincias aún intactas. La oportunidad de penetrar en la rica África romana (el gran granero imperial) por las dis-ensiones y disminución del poder en esa zona, fue aprovechada.

Los años sucesivos vieron en la Península como fuerza bélica de cierta entidad a los suebos sin que se pusiera a éstos más resistencia que la de los provinciales his-panorromanos. Hasta la década de los 40, el gobierno imperial de Occidente se encon-traba con grandes problemas (intentos de extensión del área visigoda en la costa pro-venzal, rebelión bagáudica en al Armónica, sublevación de los foederati burgundios del Rin, avance de los vándalos en el N. de África, falta de ayuda de foederati visigoda de Tolosa).

Así en la década de los 30 los suebos saquean otras provincias fuera de Gala-cia, más ricas y urbanas. Pero fueron incapaces de establecer un dominio territorial amplio y estable. Sólo se alcanzó en el S.O. de Callaecia, principalmente en la zona marítima en torno a Braga y en otros núcleos urbanos importantes. Incluso en esta zo-na de dominio suebo siempre subsistieron islotes y amplias zonas dominadas por la aristocracia local hipanorromana. Esta fragilidad del dominio suebo tiene su principal razón en la relación numérica con respecto a la población indígena. 20.000 suebos frente a 700.000 hispanorromanos. Representando sólo el 3%. Y también la escabrosi-dad del terreno facilitaba la defensa local de la población y la descentralización de va-rios grupos suebos. Descentralización facilitada también por la heterogeneidad étnica del componente popular suebo.

Hidacio señala las continuas escaramuzas entre suebos e hispanorromanos: re-lación de saqueos y acuerdos de paz que se rompían con facilidad. La aristocracia local era la que encabezaba la defensa.

Después los conflictos entre suebos y galaicos residían en el intento de los pri-meros por extender su dominio por la zona de Orense. La confirmación del status quo entre la aristocracia galaica y los suebos (obligó a éstos) a extender sus campañas de pillaje a la Lusitania, Bética y Cartaginense. Asía a principios de los 40, tan sólo la Ta-rraconense se mantenía bajo el control imperial, con la ayuda de tropas, posiblemente de foederati visigodos.

Cuando el reino suebo parecía encontrarse en plena extensión y consolidación tuvo lugar la decisiva inflexión.

En el 439 se lograba en el Imperio la estabilización del S. de la Galia con la firma de paz y cooperación con el visigodo Teodorico I. Nuevos asentamientos de federados entre el 440-443 estabilizaron la situación del Centro y Este de la Galia, permitiendo poner en solución a las revueltas bagáudicas. Parecía, pues, el momento oportuno pa-ra restaurar el predominio del Imperio en Hispania.

283

Y ahora en la Tarraconense, en la zona vasconavarra y en el valle medio del Ebro, la situación parecía tornarse peligrosa por la revuelta de tipo bagáudico.

A las profundas causas estructurales, origen del malestar de los campesinos du-rante la Antigüedad Tardía: La disminución de los pequeños propietarios y su conver-sión en gentes en un estado de dependencia personal, trabajando en parcelas autóno-mas en el seno de una gran propiedad; la mayor presión fiscal para atender a las nece-sidades bélicas tras las invasiones; la disminución de la autoridad del Estado y la con-fusión coyuntural provocada por las invasiones y, las acciones de saqueo. Hizo que muchos campesinos intentasen escapar a esta presión fiscal y a su dependencia de los grandes propietarios, abandonando los cultivos y dedicándose a su vez al pillaje y sa-queo, como una forma de lucha contra aquel desorden socioeconómico tardorromano. Este el origen del movimiento conocido como bagáudia, que se da en el s. V en la Galia y en zonas de Hispania. En el 441 se habla de la primera bagáudia hispana, que coin-cide con la segunda de la Galia. Esta irrumpe en Araceli (Huarte-Araquil) y Tarazona. Esta localización geográfica ha hecho pensar en una conexión con las poblaciones vasconas.

El Gobierno imperial una vez tuvo las manos libres en la Galia, trató de destruir los movimientos bagáudicos, porque ponían en peligro las bases socioeconómicas de las aristocracia, frenando de momento estos brotes.

También intentó el gobierno recuperar el predominio en la Bética y la Cartagi-nense frente a los suebos en el 446 pero fueron derrotados.

Desde ese momento hasta la intervención del visigodo Teodorico II en el 458, los suebos debieron de ejercer su supremacía en tales zonas. El rey Rechiario intentó con su conversión al catolicismo un entente con la aristocracia hispanorromana, y la expan-sión del área de influencia de su reino casándose con una princesa visigoda. De vuelta a Hispania Rechiario se unió con un nuevo rebrote de la bagáudia en el valles del Ebro. En el 449 lograron entrar en Tarazona y dieron muerte a los visigodos federados y al obispo de la ciudad, León. Saqueando también Zaragoza y Lérida.

En el 451 de nuevo el gobierno imperial con la ayuda de los federados visigodos vencen a Atila en la Batalla de los Campo Cataláunicos, intentando de nuevo restable-cer su dominio en la Península. Así una embajada de paz romana enviada a los suebos impiden a éstos futuras penetraciones e la Tarraconense, provincia cuya conservación parecía interesar al Imperio. Aplastado en el 454 de esta forma a la bagáudia tarraco-nense definitivamente.

Pero cuando todo parecía indicar un reforzamiento de la situación del Imperio (Galia e Hispania) todo iba a girar. Cuando se extingue la casa de Teodosio hasta la extinción del poder imperial en Occidente, se suceden una serie muy numerosa de em-peradores efímeros cuyos reinados comenzaban y terminaban con motines. En estos veintitantos años se producirá la definitiva ruina de la administración imperial en Hispa-nia y la penetración del poder de los reyes visigodos en Tolosa, que acabaron convir-tiéndose en la principal fuerza política y militar de la Península. Bajo esta perspectiva adquiere importancia la campaña de Teodorico II (456) y las acciones de los ejércitos de Eurico a partir de 468.

La elección como emperador del galo Avito con el apoyo del rey visigodo Teodo-rico II de Tolosa, permitió a éste intervenir en la Península con la finalidad de apoyar, obteniendo botín, a Avito. A su vez Rechiario (suebo) había roto los acuerdos de paz iniciando saqueos por la Cartaginense y la Tarraconense. Así Teodorico II penetró en la Meseta llegando a Astorga, y combatiendo a la orilla del Orbigo, derrotando a los sue-bos. Así el ejército visigodo se apoderó de la capital sueba de Braga y Oporto, donde

284

murió Rechiario. Más tarde saquearon Astorga, Palencia y Valencia de D. Juan.

Tras la muerte de Avito se nombra a un nuevo emperador romano, Mayoriano. Teodorico envió nuevas expediciones militares a la Bética, donde encontró el apoyo de la aristocracia local de Sevilla, hostil al predominio suebo.

La casi destrucción del reino suebo permitió un rebrote de la agitacióin social campesina, con una inusitada actividad de bandolerismo en el territorio de Braga. Se trataba de encontronazos menores entre suebos y la aristocracia, fuerte aún, de Lusi-tania y Callaecia contra los visigodos. (Tras la batalla del Orbigo).

Los caudillos suebos se autotitulaban, unos buscaban el apoyo de los visigodos y por tanto del Imperio. Otros buscaban el apoyo de hispanorromanos contrarios a la intervención visigoda e imperial y, de raíz priscilianista.

Pero la intervención visigoda cada vez era mayor, aunque todavía en nombre del Imperio.

El asesinato de Mayoriano en el 461 fue decisivo para el destino del Imperio en Occidente. En las provincias los reinos germánicos extendían y consolidaban sus áreas de influencia y la aristocracia senatorial perdía la esperanza de restablecer su hege-monía con intervenciones del Imperio, y, de esta forma, se muestra dispuesta a colabo-rar con los nuevos poderes en busca de una participación en la cúspide de dichos Es-tados.

El desinterés del nuevo emperador Ricimen por los asuntos extraitálicos, fue de-cisivo para la extensión del dominio visigodo a la Narbonense. Así el reino de Tolosa tenía acceso al mar y cortaba la comunicación terrestre entre el gobierno imperial y los dominios en la zona N.E. de Hispania.

Más tarde con el nuevo rey visigodo Eurico (466-484) desaparece toda la autori-dad imperial en Occidente, y el estado visigodo de Tolosa extiende su esfera de in-fluencia a grandes zonas de Hispania. Se independiza el reino de Tolosa del Imperio como una evolución normal del proceso sin que hubiese un acto deliberado de inde-pendencia.

Se produce un cambio de actitud de la antigua aristocracia de Lusitania y Ca-llaecia con respecto a los suebos con los que ahora pacta (el reino suebo, ahora, debili-tado y transformado tras la batalla del Orbigo) para conservar sus privilegios socioe-conómicos.

El peligro que el renio suebo presentaba para las apetencias hegemónicas de los visigodos fue vislumbrado por Eurico. Se asentó en Mérida llevando a término una política de entendimiento con la poderosa aristocracia senatorial allí asentada y esta-bleciendo una guarnición visigoda.

En la zona Este un ejército visigodo pasaba los Pirineos, por Navarra, y se apo-deraba de los núcleos urbanos entre Pamplona y Zaragoza. Otro ejército por la vía Hercúlea tras apoderarse de Tarragona ocupo los centros urbanos del litoral.

Más tarde Eurico renueva el foedus entre la monarquía Tolosana y el Imperio con Nepote. Se reconocía el domino visigodo sobre la Tarraconense.

6. LOS ASENTAMIENTOS VISIGODOS EN HISPANIA

Los años que van de la muerte de Eurico (484) a la derrota de los visigodos ante los francos de Clodoveo en Vouillé (507), señalan la ocupación y estabilización del po-der del reino visigodo de Tolosa sobre una buena parte de la Península Ibérica.

285

Salvo el área del N.O. y en una línea que partiendo de Lisboa correría por el ac-tual límite entre Galicia y León (reino suebo), las áreas cantábricas y vasconas inde-pendientes, Pamplona y los pasos pirenaicos de Navarra, el resto de Hispania debió de estar bajo dominio o influencia del reino visigodo de Tolosa. Tal influencia debió ser tenue en Andalucía.

Cronológicamente el período abarca el reinado del hijo de Eurico, Alarico II. La derrota de Vouillé (507) significaría la ruina del imperio visigodo en la Galia, que a partir de ese momentos, y hasta la invasión musulmana de principios del s. VIII, quedaría reducido a una estrecha franja costera que iba desde Cataluña hasta algo más al este que Nimes.

Hasta ese momento el centro del reino visigodo había estado constituido por sus territorios de la Galia. Las posesiones hispánicas eran, pues, un apéndice, cuya plena ocupación fue un hecho tardío y como consecuencia del desmoronamiento del poder imperial tras la muerte de Mayoriano.

Los visigodos intensificaron sus actividades en la Península, para dominar más la Tarraconense, última zona ocupada en la Península por los reyes de Tolosa. Es po-sible que ese mayor interés por los asuntos peninsulares se debiese a la mayor presión ejercida por los francos, lo cual parecía poner en peligro la zona de dominio visigodo en la Galia.

La Chronica Caesaraugustana testimonia una inmigración popular gótica de cier-ta consideración (similar al efectuado por Eurico en Mérida). Abadal creyó que tales asentamientos del 497 se habrían realizado en la Meseta superior (Tierra de Campos). Posteriormente expone la posibilidad de que este asentamiento fuese en la región de Zaragoza, en el valle del Ebro. Se trató de un asentamiento de grupos de godos con la finalidad ante todo militar (como el de Astorga de 468 y el de Mérida de 483).

7. LA INCIDENCIA DE LAS INVASIONES DEL SIGLO V SOBRE L A PENÍN-SULA

Convendrá alejar la idea de catástrofe y destrucción. Es evidente que hubo ac-ciones de saqueo y rapiña intensas (en la zona galaica de los suebos). Estas acciones debieron ser intensas en un primer momento, para ceder tras el asentamiento. Por otro lado, la lucha contra el invasor también obligó al poder imperial a enviar contingentes de tropas que con frecuencia realizaron actos de saqueos.

Tales acciones depredatorias se ejecutarían con preferencia sobre los núcleos urbanos, donde el botín era mayor. Fueron saqueadas Sevilla, Astorga, Palencia, Ilici, Braga, Cartagena y Conimbriga. Esta última saqueada por los suebos en el 464, la ciu-dad perdería su importancia en le siglo siguiente, desapareciendo incluso su obispado.

La vida rural también debió sufrir los efectos de la invasión (no se sabe hasta que punto se produjo el abandono de áreas de cultivo). Antes bien, parece que los asentamientos visigodos en la zona de Mérida y en la Meseta superior pudieron au-mentar la extensión de tierra cultivada. Por otro lado, más peligroso para la explotación agraria de grandes patrimonios debieron ser las revueltas bagáudicas, que los visigo-dos ayudaron a terminar con este peligro. Y la clase aristocrática bajoimperial tampoco salió demasiado malparada de las invasiones del siglo V.

Perduraron un gran número de miembros de la aristocracia senatorial. Por ejem-plo en la zona occidental de la Tarraconense donde se manifestó la bagáudia (a me-diados del s. V), pasada la tormenta, la aristocracia siguió teniendo poder e indepen-dencia. Son por otro lado pocas las villae que presentan señales de destrucción cuando

286

las invasiones.

La aristocracia senatorial hispánica aglutinada ideológicamente por la jerarquía episcopal católica podría conservar lo más fundamental de su poder e importancia. Con unos patrimonios fundiarios más pequeños, tal vez, pero también menos dispersos. La mayoría de los miembros lograría alcanzar un papel protagonista de las nuevas formas estatales, con la sola contrapartida de ceder una porción de su anterior exclusivismo socioeconómico y político a los miembros de la nobleza germánica.

A cambio, el menor poder central de las nuevas formaciones estatales, y su me-nor ámbito geográfico, ofrecía a los miembros de dicha aristocracia una mayor posibili-dad de influir directamente en el poder político y de ampliar su presión económica so-bre los campesinos de sus dominios.

En el código de Eurico (texto legal de aplicación en el reino visigodo de Tolosa en la segunda mitad del s. V.) se permite y fortalece la institución de los buccellarii, personas que a cambio de manutención se comprometen a servir de ayuda, principal-mente militar, a un poderoso.)

El camino hacia una protofeudalización del Estado, y con ello, del protagonismo político de la aristocracia fundiaria estaba en marcha. Será, pues, en el reforzamiento de la antigua aristocracia bajoimperial en la que habrá que buscar el continuismo so-cioeconómico de la Edad Media. Así como en lo ideológico será el cristianismo católico, representado por esa misma aristocracia.

287

TEMA 32. DEL REINO DE TOLOSA AL REINO DE TOLEDO.

Este tema va a tratar de la evolución histórica de la península Ibérica entre la catástrofe de Vouillé en el 507, que supuso la casi desaparición del reino visigodo de Tolosa, hasta la asociación al trono visigodo de Liuva I de su hermano Leovigildo hacia el 569.

Este período histórico de la Península es particularmente confuso y oscuro fun-damentalmente por lo escaso y fragmentario de las fuentes históricas, así como por la falta de unidad política en la Península como por la intervención de fuerzas políticas (como los ostrogodos de Italia o los bizantinos) ajenas a ella.

1. EL REINADO DE TEODORICO Y SUS SUCESORES (507-549)

1.1. Teodorico (508- 526)

Tras el desastre de Vouillé y ante la amenaza de derrumbe total del Estado visi-godo, Teodorico en el 508 se decidió a intervenir. Teodorico mandó a su general Ibbas al mando de un ejército, el cuál recobró Narbona a los burgundios y liberó del asedio que sufrían las ciudades de Arles y Carcasona. Mientras tanto Gesaleico, hijo natural pero no legítimo de Alarico II, que había sido nombrado (por algunos notables visigo-dos) rey de los visigodos, ante la corta edad del hijo legítimo de Alarico II, Amalarico, se había retirado a Barcelona al estar en desacuerdo con la intervención ostrogoda de Teodorico. Allí llevó una política contra los visigodos partidarios de la intervención de Teodorico, posiblemente ante el temor de verse desplazado, a un plazo más o menos corto, por su hermanastro Amalarico.

Teodorico ante esta situación se decidió por la intervención directa. En el 511 su general Ibbas, en nombre de los derechos de Amalarico, pasaba con un ejército a la Península Ibérica obligando a huir a Gesaleico que abandonó España y se refugió en el Reino vándalo de África. Regresó al año siguiente, pero fue derrotado de nuevo por Ibbas cerca de Barcelona. Fugitivo otra vez se ocultó durante un año en Aquitania y finalmente fue capturado y muerto por los ostrogodos en la frontera con el país burgun-dio. De esta manera comenzará de forma definitiva la regencia que, en nombre de su nieto Amalarico, iba a ejercer Teodorico sobre el reino visigodo hasta su muerte en el 526.

El reino visigodo sobre el que gobernó Teodorico se componía de la baja Pro-venza hasta el río Durance y la Narbonense, en tierras galas (lo único que se había podido salvar de la invasión franca), la Tarraconense, la Meseta central hasta el límite con el reino suevo por el este y el Tajo por el mediodía, la zona de Mérida en Lusitania y poco más; quedando gran parte de la Cartaginense y Lusitania, junto con toda la Bética, como áreas de futura expansión.

Hay que reseñar la posible afluencia de gentes visigodas de la Galia a la Penín-sula tras el desastre de Vouillé. Al igual que la llegada de ejércitos ostrogodos a la Península para restablecer la situación y defender el gobierno de Teodorico se produjo también cierta emigración a la Península de ostrogodos.

Teodorico encamino sus esfuerzos a la tarea de restauración interior de sus do-minios hispánicos y de fortalecimiento en ellos del poder central de la monarquía.

288

La política interna de Teodorico se basaba en la estructura imperial. El reino os-trogodo de Italia prácticamente conservó todo el aparato administrativo de los últimos tiempos del Imperio en Occidente. Por otra parte, separó la administración de sus súbditos romanos de las de sus godos. Para la administración romana mantuvo los órganos propios de la administración local y provincial, como central. Para la adminis-tración ostrogoda, consideró a al población ostrogoda como un ejército en cierta mane-ra extraño al resto de la población romana. Los ostrogodos se encuentran bajo la auto-ridad de los comités Gothorum civitatis, que al tiempo que son comandantes del ejército tienen jurisdicción entre godos, o entre un godo y un provincial, además de atribuciones de tipo fiscal y policial.

Teodorico intentará trasladar este esquema administrativo dualista al reino visi-godo. Teodorico delegó el gobierno del reino visigodo a dos autoridades con un ámbito de competencia bien delimitado. A la cabeza del aparato provincial heredado del Impe-rio (compuesto por gobernadores provinciales con sus officia, el defensor civitatis, etc.) situó a un prefecto del pretorio de las Españas con su oficium. Las funciones eran am-plias: recaudación de impuestos, persecución de los delitos de derecho penal, vigilan-cia sobre las autoridades de tipo romano inferiores, etc. Como par del prefecto de las Españas, situó a una persona de origen germano al mando del ejército godo allí esta-cionado, y probablemente como supervisor de la administración de las fincas existentes en el reino visigodo que en otro tiempo habían sido patrimonio imperial y luego real vi-sigodo, y que ahora dependían del soberano ostrogodo. De todas formas parece que existió el cargo de comes civitatis, lo que habría flexibilizado el sistema de dualidad de administración, para germanos y provinciales, pues la jurisdicción de dichos comités (con claras atribuciones militares) se extendía tanto a la población visigoda como a la romana.

Teodorico se preocupó enormemente de restablecer y ordenar la administración fiscal. Ordenó una minuciosa inspección de todas las personas y bienes imponibles, así como prohibió con severas penas el abuso tributario sobre los provinciales, el uso de pesas y medidas mayores que las reglamentarias, la doble exigencia, en especie y aderado, de la annona, requisiciones arbitrarias de caballos para el cursus publicus, apropiación de los funcionarios de tributos, etc. También impidió a los administradores de las fincas del patrimonio real exigir rentas desmesuradas a los cultivadores, e in-tentó cortar los vínculos de dependencia personal entre los cultivadores y los adminis-tradores, ya que socavaba la autoridad real, el poder central. De igual manera, reforzó la vigilancia, por parte del Estado, sobre las autoridades judiciales, con el fin de evitar penas capitales arbitrarias.

Teodorico con el fin de reforzar su situación en Italia, ordenó la reanudación de los envíos de trigo hispánico a Roma, tal como se había hecho en tiempos del Imperio. Con esta medida, indirectamente, reforzaba el poder central.

Se desconoce si estas medidas alcanzaron los objetivos perseguidos por Teodo-rico. En parte parece que sí, pues será sucedido sin problemas por su nieto Amalarico y, posteriormente por su lugarteniente Teudis. Pero lo que si parece claro es que las medidas tendentes al reforzamiento del poder central, sobre todo en su vertiente fiscal, ocasionarían cierto descontento entre los grupos dirigentes visigóticos e hispanorroma-nos, que además verían con desagrado la ocupación de los altos cargos administrati-vos hispanos por parte de los ostrogodos.

289

1.2. Amalarico II (526-531)

Con la muerte de Teodorico el Amalo, el 30 de agosto del 526, que supuso el fin del gobierno directo ostrogodo sobre el reino visigodo, le sucederá su nieto Amalarico II. Amalarico II llegó a un acuerdo pacífico con el nuevo gobierno ostrogodo de Atalari-co y su madre Amalasunta para liquidar los asuntos pendientes entre ambos reinos (ostrogodo, Italia, y visigodo). En virtud de dicho acuerdo, se devolvía a la monarquía visigoda la parte mas importante del tesoro real visigodo, se liberaba de la obligación de seguir enviando contingentes anuales de trigo hispánico a Roma, así como la repa-triación del ejército ostrogodo, permitiéndose permanecer a aquellos que hubiesen con-traído matrimonio con esposas del reino visigodo. Como es el caso de Teudis, último comandante supremo del ejército enviado a la Península por Teodorico, que se unió con una riquísima dama hispanorramana de estirpe senatorial, y que lograría alcanzar una posición de práctica independencia respecto a Teodorico y, después de Amalarico.

Se conoce poco de la política interna de Amalarico II. Todo hace suponer que seguiría con el esquema administrativo de Teodorico, al que lo adaptaría a la nueva situación de total independencia del reino. Se conoce el nombramiento en el 529 de un tal Esteban para el cargo de praefectus Hipaniarum.

Su política exterior es más conocida. Su objetivo era reforzar los dominios que poseía el reino visigodo en la Galia y si era posible extenderlos, en detrimento de la política de su abuelo (Teodorico) de ser Hispania el centro de su reino. Amalarico II situó su corte en Narbona. Este hecho no es fácil de explicar, puede ser que temiese el poder de Teudis o al casarse con una princesa franca, Clotilde, hija de Clodoveo, inten-tase reforzar su posición, y al mismo tiempo debilitar la de su rival Teudis, el cual pare-ce que se apoyaba en los merovinigos para preservar su autonomía.

Pero el merovingio Childeberto conquistará la Septimania visigoda, derrotando a Amalarico II cerca de Narbona. Tras esta derrota, Amalarico II huyó a Barcelona, y será detenido y muerto por un franco con el beneplácito de Childeberto y del ejército visigo-do (posiblemente controlado por Teudis). Las fuentes relativas a estos acontecimientos son confusas y contradictorias.

1.3. Teudis (531-548)

A la muerte de Amalarico II siguió la ocupación inmediata del trono por el ostro-godo Teudis. Este hecho supone la ruptura de la tendencia hereditaria en la sucesión real que había prevalecido durante un siglo, y la pujanza de los seniores Gothorum en las nuevas sedes territoriales y de su mezcla con la aristocracia fundiaria hispana de estirpe senatorial romana; es decir, del surgimiento de una poderosa aristocracia unida (que no impedirá sentirse a nivel ideológico como heredera de las tradiciones godas independiente de su origen), cuya base de poder está en la posesión de grandes patri-monios fundiarios trabajados por campesinos dependiente.

La política de Teudis se encamina al reforzamiento de la posición de la realeza y del poder central, en detrimento del poder de la nueva aristocracia fundiaria, tanto en el plano de la política interior como en la exterior.(Aparente paradoja, que se va a conver-tir en objetivo primordial del reino visigodo hasta su desaparición.)

En política interior, como se ha reseñado anteriormente, siguió la pauto marcada por Teodorico. En el 531, el praefectus Hispaniarum Esteban fue depuesto en una reu-nión (posiblemente de notables provinciales y altos cargos de la administración y el ejército) tenida en Gerona. Esta destitución se puede interpretar por la adhesión de Es-teban al desaparecido Amalarico, que acababa de ser suprimido; en este sentido, el

290

acto de Gerona cabría interpretarlo como un fortalecimiento de la posición de Teudis. Pero por otra parte, no se volverá a tener noticias de ningún nombramiento en este cargo. Las consecuencias son importantes ya que desaparece el mayor símbolo de una administración dualista (hispanorromanos-godos), máxime si se tiene en cuenta que Teudis es representante de esa aristocracia unitaria (senatorial-visigoda); y por otra parte se consigue un sistema administrativo unitario, que conlleva el fortalecimiento del poder central de la realeza al eliminar un poder intermediario entre la población hispa-norromana y el gobierno real.

Esta política unitaria y de fortalecimiento se refleja también en la llamada ley de Teudis, que estaba destinada a los gobernadores y demás autoridades judiciales con poder judicial sobre toda la población, tanto goda como romana. Esta ley intentaba fre-nar en lo posible el soborno de los jueces para obtener un veredicto favorable; para ello puso un límite a los pagos que los litigantes podían dar a los jueces en concepto de costes judiciales. Ahora bien, el alto límite a los pagos favorecía a los grupos dirigentes de la sociedad, del cual él (Teudis) había surgido.

Su política exterior se aplicó en dos frentes diferentes: en el norte, frente a los francos, y en el sur, frente a la independiente aristocracia bética y frente a los bizanti-nos del norte de África.

Con la victoria de Childeberto frente a Amalarico II, la amenaza sobre el dominio visigodo de la Septimania debía de ser seria. Aunque Childeberto debió retirase con prontitud de Cataluña y la Narbonense ante la hostilidad de la población, mantuvo en su poder algunas plazas en la Narbonense, que posteriormente recuperaría Teudis. La política de actuación de Teudis en el Sur de Hispania animó a los reyes francos Childi-berto y Clotario a nuevas correrías por la Tarraconense. Tras atravesar los Pirineos por Navarra, marcharon de Pamplona en dirección a Zaragoza, ciudad que fue sitiada, mientras se saqueaba la región zaragozana. Los francos se retiraron ante el temor de verse bloqueado por un ejército visigodo al mando del general Teudiselo que se dirigía a los Pirineos. En su retirada, los francos perdieron muchas vidas y botín.

Más importante fue su política en el Sur de Hispania. Por vez primera se vislum-bra la intención de dominar la totalidad del espacio geográfico peninsular. Teudis olvida el síndrome "reino de Tolosa" y, continua la obra de Teodorico de ser Hispania el cen-tro del reino visigodo, quedando las posesiones galas como mero apéndice. Teudis abandona Narbona como asiento de su corte, para establecerse en el Península, fun-damentalmente en Barcelona e incluso Toledo (ciudad secundaria, pero cuya red de calzadas romanas la convertía en ideal para el control de Hispania).

Anteriormente las zonas comprendidas en las actuales regiones de Murcia y An-dalucía, además de la provincia de Badajoz, el sur de Portugal y parte de la zona levan-tina, habían vivido en una independencia de facto frente a cualquier poder extraño. El poder político debió ser ejercido por los descendientes de la antigua aristocracia sena-torial del Bajo Imperio, pues estas regiones apenas habían sufrido los efectos devasta-dores de las primeras invasiones germánicas.

Los intentos de penetración de Teudis en el rico valle del Guadalquivir debieron de comenzar muy pronto. Allí entraría en contacto con los embajadores vándalos que buscaban ayuda ante la amenaza del general bizantino Belisario. La amenaza de Bi-zancio sobre el mediterráneo occidental, empujó a Teudis a afianzar su dominio en la zona. Con esta intención y la de para el avance bizantino ocupó Ceuta. Aunque poste-riormente será conquistada por los bizantinos, y Teudis fracasará en su reconquista en el 548.

Poco después de su fracasó en la reconquista de Ceuta, Teudis es asesinado

291

víctima de una venganza personal.

1.4. Teudiselo (548-549)

Parece ser que Teudiselo sucedió a Teudis sin grandes dificultades. Teudiselo intento continuar las grandes líneas políticas trazadas por Teudis, es decir: afianza-miento del poder visigodo en el valle del Guadalquivir, y fortalecimiento de la monarqu-ía.

Pero en el 549 Teudiselo cae víctima, en su palacio de Sevilla, de una conjura en que se supone debieron participar los miembros de la misma coalición aristocrática que le había alzado al trono. El motivo de su asesinato podría ser que intentó llevar una política dura y contraria a los intereses de la poderosa y naciente aristocracia, pero no se sabe con certeza.

2. LOS REYES OSTROGODOS Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA

Un rasgo común en la política de los reyes visigodos en el "periodo de supre-macía ostrogoda" (anterior pregunta) fue su actitud con respecto a la jerarquía católica. La Iglesia católica de la Península gozará de una gran libertad de actuación. Esta liber-tad y autonomía se refleja en la cantidad de concilios provinciales que se realizaron; Tarragona (516), Gerona (531), Toledo (540). Los concilios se realizaron en las provin-cias de la Tarraconense y Cartaginense, lo que coincide con el límite territorial del reino visigodo de esta época.

Este período de libertad de libertad y autonomía de la Iglesia católica peninsular se va a plasmar en una activa labor de reorganización interna y, en los inicios de ver-daderas escuelas episcopales para la formación del clero. En la obra las "Vidas de los Padres de Mérida" se habla de una escuela existente en la ciudad (Mérida), donde los niños vivían bajo la disciplina de un venerable praepositus cellae, y de otra escuela, cera del monasterio de Cauliana, donde otros muchachos aprendían también las letras sagradas. La Iglesia española se preocupaba por mejorar la calidad del clero, regulan-do la formación de los jóvenes candidatos. Éstos, tras ser ofrecidos por sus padres, habían de ser educados por un "prepósito", hasta alcanzar la edad de dieciocho años, en que elegirían libremente entre abrazar de modo definitivo el estado clerical o contra-er matrimonio.

La extracción de los obispos hispanos se realizaba de la aristocracia fundiaria hispanorromana, aunque también hubo alguna excepción como el obispo Paulo de Mérida que era un famoso médico de origen oriental.

Fruto de la situación de la iglesia católica fue la elaboración de obras de carácter teológico exegético, algunas de las cuales tendrán amplia difusión en tiempos posterio-res y cuyos autores florecieron en la época de Teudis como los obispos: Justiniano de Valencia, Justo de Urgel, etc. Son también años de fortalecimiento de la disciplina y jerarquía eclesiástica en beneficio de los obispos.

El clima de autonomía y libertad no se plasmó en la creación de una iglesia na-cional católica en íntima colaboración con el Estado visigodo. Por contra, en este per-íodo los contactos de la Iglesia hispánica del reino visigodo y la jerarquía romana fue-ron más intensos.

Por otra parte, los datos referentes a conflictos entre el poder político visigodo arriano y la religión católica fueron escasos y de raíz principalmente política, como el caso de Marracino desterrado en Toledo por causa de fe, aunque el destierro de su

292

obispado de Septimania se debería, posiblemente, a su conspiración contra Amalarico en favor de Clotilde, y posiblemente de los francos.

Un aspecto importante a reseñar es el florecimiento en esta época de la vida monástica como se desprende de los textos de los concilios. Juan, obispo de Tarrago-na en las primeras décadas del siglo VI, había sido un gran propulsor de la vida monás-tica. Otros obispos, como Sergio (sucesor de Juan) o el obispo Juliano de Valencia, fomentaron la vida monástica. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo VI, las aportaciones africanas reforzaron el monacato español. La llegada a las costas levanti-nas del abad Donato con 70 monjes y su biblioteca, dio lugar a la fundación del monas-terio Servitano en Cuenca, y poco después, otro africano, el abad Nancto, se estableció cerca de Mérida.

Otra manifestación de la vitalidad de la Iglesia hispana en este tiempo, fue la construcción o renovación de determinadas iglesias: el obispo Sergio de Tarragona como el obispo Justiniano de Valencia, restauraron, respectivamente, una iglesia en estado ruinoso, etc.

Un último aspecto de la vida de la iglesia en el siglo VI, es la acción misionera sobre los visigodos asentados en suelo español. Fruto de esta acción de la Iglesia será la pre-conversión de varios visigodos, que serán ilustres figuras de la jerarquía católica española posteriormente.

2.1. LA LUCHA ENTRE AGILA Y ATANAGILDO

Tras el asesinato de Teudiselo, los propios nobles conspiradores eligieron como sucesor a Agila. Inmediatamente, Agila que se encontraría en Sevilla, tuvo que hacer frente a graves problemas. A los pocos meses puso sito a Córdoba. La nobleza hispa-norromana de esta ciudad, acostumbrada a ser la única dueña de sus destinos políti-cos, que en época de Teudis había aceptado la soberanía de los reyes visigodos, se puso en rebeldía tras el asesinato de Teudiselo, con la esperanza de recuperar su au-tonomía. En uno de los ataques a la ciudad, Agila fue derrotado, perdiendo una buena parte de sus tropas, a su propio hijo, y lo más importante, el tesoro real. Agila tuvo que retirarse a Mérida. Fue entonces cuando las disensiones en el seno del grupo dirigente del reino visigodo (que ya debían de haber aparecido antes) cristalizaron: una persona de noble origen, Atanagildo, con el apoyo de una parte de la nobleza, se alzó en re-beldía proclamándose rey. (No hay pruebas de que la aristocracia rebelde de Córdoba apoyase a Atanagildo, pues a final de su reinado intentará infructuosamente tomar Córdoba).

Atanagildo, encerrado en el valle del Guadalquivir, en Sevilla, en medio de núcleos hostiles a todo poder visigodo, y consciente de su inferioridad, vio una salida a su situación solicitando la ayuda del emperador bizantino Justiniano. Éste volvía a tener la oportunidad de intervenir, por un asunto dinástico, en el último reino germánico inde-pendiente del Mediterráneo, tal como había hecho antes con el reino vándalo, y con el reino ostrogodo de Italia. Es posible que se pactará, en este momento, entre Atanagildo y el gobierno imperial, la ayuda militar bizantina a Atanagildo a cambio de la entrega de una franja costera que se extendería desde Valencia a Cádiz.

En la primavera del 522 una pequeña fuerza expedicionaria al mando del ancia-no Liberio, desembarcó en la Península Ibérica. En el verano de ese mismo año, el ejército imperial derrotó a un ejército que Agila había mandado contra Sevilla, cuartel general de Atanagildo. En los años siguientes debieron de suceder pequeñas escara-muzas entre Agila y Atanagildo, sin que el pequeño ejército bizantino interviniera, cons-ciente de su debilidad, y a la espera de que la guerra civil mermara las bases del Esta-

293

do visigodo en su propio beneficio.

Pero a finales del 554 la situación en Italia había girado a favor del imperio de Bizancio en su lucha con los ostrogodos. Bizancio podría enviar tropas a la península en un número suficiente como para intentar conquistar Hispania. En ese año, es posi-ble que nuevas tropas bizantinas desembarcaran en Cartagena.

Ante la amenaza bizantina, el grupo dirigente del reino visigodo debió de consi-derar que, de continuar la guerra civil, la catástrofe podría ser irreversible. Isidoro de Sevilla nos informa que los partidarios de Agila, faltando a sus juramentos de fidelidad, asesinaron en marzo del 555 a su rey y se pasaron en bloque a Atanagildo, que fue reconocido como rey único.

La política de Atanagildo seguramente se encaminó a reforzar el poder central del Estado, enormemente deteriorado tras la guerra civil, y a recuperar el dominio sobre las zonas que de una forma u otra se habían zafado de la administración visigoda. ¿En qué medida logró sus objetivos? Los datos existentes parecen indicar que no logró de-masiado.

Primeramente tuvo que hacer frente al peligro bizantino. Intentó que Bizancio no extendiese su influencia en la Bética y en la Cartaginense. Isidoro de Sevilla informa de las continuas luchas sostenidas por Atanagildo contra los imperiales, que si bien no dieron ningún éxito claro al rey visigodo, sí detuvo el avance bizantino estableciendo una frontera fija, que de inmediato los bizantinos la fortificaron a base de una primera y segunda línea de campamentos, y ciudades fortificadas en la retaguardia que sirvieran de apoyo logístico. Es posible que se llegara a una especie de acuerdo entre las dos parte, pues Atanagildo dirigió sus esfuerzos a recuperar el dominio del estratégico y rico valle del Guadalquivir. En esta área la situación se había vuelto inestable para el reino visigodo, a la rebeldía de Córdoba se sumó Sevilla (con posterioridad al 555), que hasta entonces, y desde la época de Teudis, había constituido la principal base de pe-netración y dominio visigodo en la zona. Atanagildo sólo pudo recuperar Sevilla poco antes de su muerte, fracasando varias veces en Córdoba.

Las consecuencias de las guerras del Sur de Atanagildo fueron graves para la monarquía visigoda. Los estudios actuales sobre las acuñaciones monetarias de la época aseguran la bancarrota de la hacienda real, que además estaría empobrecida por la pérdida del tesoro real visigodo en la derrota de Agila ante Córdoba en el 550. Otra consecuencia de estas guerras del sur sería el surgimiento en áreas marginales del reino visigodo de movimientos independentista, como en las zonas limítrofes con el reino suevo, en el Alto Ebro y la Rioja. Según las fuentes, en la Rioja, en los primeros decenios del siglo VII, vivían grandes propietarios que se consideraban descendientes de la aristocracia senatorial bajoimperial y eran llamados senatores. Por contra, en el área contigua al reino franco, la Septimania, no hubo conflictividad debido a la crisis interna merovingia. Es más, parece que hubo alianzas entre Atanagildo y los merovin-gios ante futuros intentos de avance de Bizancio por la Península o por la Provenza y el Nórico.

La herencia mas duradera dejada por Atanagildo a la historia del reino visigodo, es la de fijar su residencia en Toledo en función de los dominios controlados por el re-ino visigodo, y sus buenas comunicaciones con la Lusitania (Mérida) y con la Tarraco-nense, y desde ésta con la Septimania.

A mediados del 567 (fecha discutible), Atanagildo moría de muerte natural en Toledo. Según Isidoro de Sevilla, el reino, durante cinco meses, careció de rey. Se desconocen las causas pero estas podrían ser las desavenencias entre el grupo diri-gente visigodo. Finalmente será elegido en Narbona, Liuva como rey de los visigodos.

294

Su elección en Narbona, y no en Toledo, plantea problemas. Se ha sugerido la falta de clientela y adeptos, o la amenaza merovingia sobre la Septimania. En el 569 se registra movimientos de tropas francas cerca de la frontera con la Septimania, esto provocaría que con tan sólo un año y medio de reinado, asociara al trono a su hermano Leovigildo, el cual tuvo que casarse con la viuda de Atanagildo. Dicho enlace parece concebirse como consecuencia de un acuerdo entre los dos grupos políticos, facciones nobiliarias, dominantes por entonces en el reino visigodo; hipótesis que se refuerza en función de la libertad de movimientos y prepotencia con que gozó la viuda de Atanagildo.

2.2. LA RENOVACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL REINO SUEVO

La brusca interrupción de la crónica del obispo Hidacio en el 469 deja en la más absoluta falta de noticias sobre la posterior evolución del reino suevo. A partir aproxi-madamente del 550 contamos con datos transmitidos por Gregorio de Tours y Juan de Biclara (de donde los suele tomar Isidoro de Sevilla), siempre que estén en relación con acontecimientos de la Galia merovingia o del reino visigodo.

La falta de fuentes, de noticias, para el reino suevo durante más de 80 años a partir del 469 es muy importante, ya que durante este espacio de tiempo debió consoli-darse el reino suevo, que ocuparía la zona noroeste de la Península (con límite meri-dional en el Tajo oriental, hacia el Esla), y la integración de la población germánica con la galaicorromana. La falta de noticias durante estos 80 años ha hecho pensar a los historiadores modernos de una época pacífica para el reino suevo. Esta hipótesis se fundamenta en dos aspectos:

En las crónicas de los años inmediatos al 469 se observa por parte de la aristo-cracia romana cierto interés de lograr un entendimientos y coexistencia pacífica con los germanos (reino suevo).

El único documento sobre el reino suevo anterior al 550, la carta enviada en el 538 por el papa Vigilio al obispo de Praga, permite observar la completa libertad y au-tonomía de que por entonces gozaba la Iglesia católica en el seno de un reino suevo confesionalmente arriano. La jerarquía católica podía comunicarse libremente con el exterior, edificar iglesias, y hacer proselitismo de este credo.

Esta tendencia de integración entre las aristocracias hispanorromanas y germa-nas, y por consiguiente de la población en general, pudo desarrollarse en un clima de paz exterior. El relativo aislamiento geográfico y su relativa pobreza, unido a los difíciles momentos de la monarquía visigoda, parece indicar que durante los sesenta y pico primeros años del siglo VI, la real y efectiva independencia del reino suevo con respec-to a los visigodos se consolidó por entero.

En este clima pacífico interior y exterior, de casi aislamiento con el mundo cir-cundante, se produjo el acontecimiento definitivo de dicho procese de integración entre el elemento dirigente suevo e hispanorromano: la conversión al catolicismo de la familia real y su corte. Este acontecimiento es descrito en dos tradiciones historiográficas dis-tintas. Según Gregorio de Tours, la conversión se produjo con el rey Chariarico, en tor-no al 550. Pero para Isidoro de Sevilla fue 20 años después y por el rey Teodomiro. Además el problema se complica cuando se intenta establecer una secuencia cronoló-gica de estos dos soberanos y otros dos más: Ariamiro y Mirón.

El problema parece resuelto por Schäferdiek, tras realizar un análisis de las fuentes de información. Según él, con Chariarico (550-558/559) se produciría la con-versión al catolicismo bajo el influjo franco y la actividad misionera de Martín de Braga. Entre el 558-559 y el primer concilio de Braga (561) se situaría el reinado de Ariamiro.

295

Entre el 561 y el 570 habría ocupado el trono suevo Teodomiro, a quien le sucedería a partir de ese año Mirón.

Independientemente de la problemática anteriormente descrita, lo que si esta claro es la influencia de Martín de Braga en la conversión católica de la realeza sueva. Esta conversión hay que situarla en un contexto en la que convergen varias tendencias: integración entre ambos elementos de la población del reino (referida arriba), e influen-cias que se ejercieron a mediados del siglo VI por parte de los merovingios (vía maríti-ma) e incluso de los bizantinos, que verían en el reino suevo un punto de apoyo en sus disputas con los visigodos. Hay que tener presente, la segura estancia de Martín de Braga en el Oriente bizantino con anterioridad a su llegada a Galicia y, la coincidencia temporal de esta llegada a Galicia con el desembarco bizantino en la Península.La ac-tividad de Martín de Braga, desarrollada con el apoyo real, estaría dirigida a una cris-tianización profunda de toda la población y a la reorganización de la estructura de la Iglesia del reino suevo para adaptarla a la nueva situación política, con la creación de una auténtica Iglesia nacional. Para cumplir estos objetivos fueron importantes los dos concilios celebrados en Braga, presididos por él, y su actuación como obispo de Braga.

El concilio de mayo del 561 versó sobre la cuestión priscilianista y sobre proble-mas internos de la Iglesia. En el concilio de junio del 572, ya obispo de Braga, procedió a dotar a la Iglesia sueva de un consistente corpus canónico y disciplinar, en base a una selección de cánones tomados de los principales concilios de la Iglesia griega.

Entre el primero y segundo concilio, Martín fue nombrado obispo de Braga, y conjuntamente con Teodomiro, llevó a cabo una verdadera reorganización territorial de la Iglesia del reino entre 13 sedes episcopales, alguna de las cuales sería de verdadera creación. Estas trece sedes se agrupaban en dos grandes distritos o provincias: una meridional, teniendo como centro a Braga, y otra septentrional, con centro en la nueva sede metropolitana de Lugo. La creación de esta última (Lugo) se ajustaba a la realidad territorial y política del reino suevo, pues el norte se diferenciaba del sur por un eviden-te arcaísmo en sus estructuras socioeconómicas: casi inexistencia de núcleos urbanos, distritos con restos de estructuras de tipo tribal y cuya organización eclesiástica se es-tructuraba en torno a monasterios episcopales de tradición céltica, etc.

En definitiva, la labor de Martín de Braga culminó con la creación de una verda-dera Iglesia nacional del reino suevo.

296

TEMA 33.- EL REINO DE TOLEDO (1): La dinastía de Leovigildo

1. CARACTERIZACIÓN DEL REINO DE TOLEDO

El Reino de Toledo se desarrolla entre las fechas límites del 569 y 714. Ambas fechas vienen establecidas, respectivamente, por la fecha del comienzo de la actuación de la política del rey Leovigildo y por la ocupación islámica de los últimos reductos de importancia del reino visigodo tras la derrota del Guadalete. El período en cuestión ofrece el final de todo un proceso que vimos iniciarse con el comienzo de las penetra-ciones germánicas sobre la Península Ibérica, en el 409, en el se observará la comple-ta dominación de las tierras peninsulares (salvo ciertas áreas marginales que esca-parán de facto a una verdadera dominación visigoda) por el reino visigodo con capital en Toledo. Será entonces cuando el proceso iniciado en el 409 tenga su culminación natural al ser sustituido por completo el antiguo Estado Imperial en la Península por el visigodo de Toledo.

El Reino Visigodo de Toledo alcanzará un grado máximo de homogeneidad étni-ca, cultural y político-administrativa, así como geográfica, bajo el ropaje ideológico del dominio de la gens Gothorum como medio de sustentar la total independencia y auto-nomía política de iure del Imperio romano, representado ahora por Bizancio. En este casi siglo y medio de vida del Reino de Toledo se pueden señalar dos momentos que destacan en este período: el primero estaría representado por los reinados de Leovigil-do y su hijo Recaredo (569? -601) y Finalmente la incontenible evolución sociopolítica del reino visigodo en la segunda mitad del Siglo VII hacia una protofeudalización pro-funda (semejante en muchos aspectos a la que experimentaría el Estado Franco con los carolingios), que se verá bruscamente cortada por la invasión islámica. Con ella se puede dar por finalizada la llamada Antigüedad Tardía de la Península iniciada en el 409.

2. EL REINADO DE LEOVIGILDO Y LAS CAMPAÑAS MILITARES

Este período es sin duda uno de los más brillantes y esenciales para compren-der la posterior evolución del Reino, se corresponde a tres reinados sucesivos de miembros de la misma familia, abuelo, hijo y nieto Leovigildo (569-586); Recaredo (586-601) y Liuva II (601-603). Los reinados de los dos primeros, que con muchos son los más importes, señalan la plena consolidación del Estado visigodo en la península Ibérica, consiguiendo al mismo tiempo la plena integración política y cultural de los elementos dirigentes de etnia germana e hispanorromana. A partir de Leovigildo se podrá seguir el desarrollo histórico de una forma prácticamente unitaria. Las causas hay que buscarlas, de forma inmediata en la actividad del nuevo monarca en política exterior y, sobre todo, en su gran labor de reorganización interna del reino visigodo de Toledo. Nos han llegado muchos documentos que se refieren a esta época escritos por Isidoro de Sevilla, Gregorio de Tours, Juan de Víclara e incluso anónimos.

El reinado de Leovigildo se puede dividir en dos períodos: el primero, abarcaría desde su asociación al trono por su hermano Liuva hasta el comienzo de la gran suble-vación dirigida por su hijo Hermenegildo en el 579, el segundo iría desde ésta última fecha hasta su muerto en los primeros meses del 586.

Las primeras medidas que tomó el rey Leovigildo a su llegada al poder, fueron de orden militar, debido a la descomposición territorial en que se encontraba el reino y estaban destinadas a devolver al dominio del Estado, toda una serie de territorios que

297

en años anteriores habían conseguido de hecho autonomía e independencia. Una in-cansable actividad bélica y muchas victorias, permitieron a Leovigildo devolver el terri-torio provincial de los godos hasta sus primitivas fronteras durante los años 570 a 577. Las primeras acciones reconquistadoras se producirían en el Mediodía Peninsular, zo-na que por sus recursos naturales se había convertido desde Teudis en objetivo princi-pal de los monarcas visigodos y sobre todo ahora por el peligro que suponía el estable-cimiento en ella de los bizantinos. De esta forma, tras realizar una expedición a las zo-nas de Baza y Málaga ocupadas por los imperiales en el 570, con fines ante todo de tanteo de fuerzas y posiciones, al año siguiente realizaría ya un ataque directo sobre la zona mas occidental de dominio bizantino en la Península, que además de amenazar directamente el valle del Guadalquivir permitía a Bizancio el control del Estrecho de Gibraltar. De esta forma en el 571 Leovigildo lograría apoderarse por traición de es-tratégica de la ciudad de Medina Sidonia, y después de prevenir cualquier ataque por la espalda de los bizantinos, Leovigildo pudo dedicarse ya por completo a solventar el endémico problema planteado por buena parte de la aristocracia fundiaria del Guadal-quivir, que se apoyaba en la plaza fuerte de Córdoba junto con otras ciudades menores y villae fortificadas. En el 572 el soberano visigodo logra apoderarse de Córdoba, junto con otras ciudades y villae fortificadas de la nobleza todas en la zona del Guadalquivir, nobleza que había armado a sus campesinos dependientes. La muerte de su hermano Luiva a principios de 573, concentra en manos de Leovigildo todo el poder del reino visigodo.

Después de solucionar el grave problema de la Bética, Leovigildo pudo dirigir sus esfuerzos en recuperar el dominio del Noroeste, en zonas limítrofes con el reino suebo. Su conquista se vio dificultada no solo por su orografía, sino también por las aspiraciones expansivas del consolidado reino suebo. En el 573 Leovigildo atacó la región denominada Sabaria, logrando la sumisión de los sappos, a los cuales se les suele situar en torno al río Sabor, afluente por la derecha del Duero, al oeste de la Pro-vincia de Zamora. Al año siguiente lograría la sumisión del área del alto Ebro, norte de la provincia de Burgos y gran parte de la actual Rioja (zona conocida por Cantabria), que en los años anteriores había gozado de una completa independencia bajo el con-trol de una poderosa aristocracia fundiaria de origen tardorromano. En el 575 el monar-ca somete la región de los montes Aregenses, dominada por un rico propietario de nombre Aspidio, situada según parece entre las actuales provincias de León y Orense. Esta última anexión deja ya expedito el comino hacia el reino suebo. Un año más tarde Leovigildo acepta las propuestas de paz del rey subo Mirón. En el 577 el escenario bélico se traslada de nuevo al Guadalquivir, ocupando núcleos urbanos y las villae forti-ficadas en Orospeda, poco después que tuviese que reprimir una sublevación de cam-pesinos, lo que nos indica el régimen aristocrático y latifundista que había imperado hasta entonces, y que en la época de Atanagildo debía de haber conseguido una inde-pendencia real, apoyándose, entre otras cosas en la fragosidad de la orografía de la zona y en la proximidad con las posesiones bizantinas. Los campesinos dependientes de dicha aristocracia fundiaria podrían haber aprovechado la ocasión presentada por las luchas entre Leovigildo y la aristocracia local para rebelarse.

Leovigildo en tan solo ocho años había conseguido fortalecer la posición del re-ino visigodo en la Península, que de nuevo se presentaba como hegemónica. Había logrado recuperar el control sobre amplias zonas, control perdido a partir de la terrible guerra civil que enfrentó a Agila y Atanagildo. Por primera vez desde el reinado de Eu-rico, el reino suebo había sido amenazado directamente por el poder visigodo y se le había obligado a aceptar su diktatum, su plena anexión parecía incluso entrar en sus planes futuros. Tan solo los bizantinos del sur y de Levante habían presentado una re-sistencia muy seria a sus avances. Pero paralelamente a estas acciones bélicas, Leo-

298

vigildo (posiblemente ya desde finales del 573, y con mayor intensidad según iba obte-niendo sus objetivos militares) comenzó a desarrollar un profundo plan de reorganiza-ción interior de su reino, corrigió un gran número de leyes existentes en tiempo de Euri-co, habría añadido otras y eliminado aquellas consideradas superfluas, lo que se cono-ce en la historiografía como Codex Revisus de Leovigildo, no se ha conservado aunque existe la sospecha de a él habrían pertenecido un gran número de las 319 leyes califi-cas como el Código de Recesvinto. Pero, siempre encaminado a conseguir un Estado fuertemente centralizado y unitario con una monarquía poderosa capaz de refrenar cualquier veleidad independentista de la aristocracia fundiaria de cualquier origen étni-co. Para su propósito, Leovigildo tenía como único e influyente modelo a seguir el Es-tado del Bajo Imperio, y más concretamente el Bizancio de Justiniano.

Para conseguir sus objetivos Leovigildo dirigirá su acción interior en las siguien-tes direcciones:

* Acentuación esencial de las diferencias entre el rey y el resto de la población * Conversión de la monarquía hereditaria en su dinastía * Aumento y reforzamiento de las palancas del poder real, y * Unidad del Estado con la eliminación de las diferencias étnicas y religiosas, siendo

el vínculo general de súbdito el que deberá mantener el contacto entre los goberna-dores y el rey

Leovigildo para conseguir sus fines a la muerte de su hermano Liuva, asoció al trono a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, habidos de su anterior matrimonio con el fin de asegurar el trono en su familia y evitar las dificultades en la sucesión, pero ésta asociación se hace a imitación del Bizancio actual, por lo tanto nada tiene que ver con la idea típicamente germánica de la monarquía patrimonial. Esta imitación del mundo mediterráneo también se ve reflejada, según Isidoro de Sevilla, en la utilización del tro-no (Leovigildo es el primero de los visigodos que lo utiliza), vestiduras y adornos reales, cosas en las que sus antecesores no se habían distinguido del resto de sus nobles. Tales atuendos reales serían indudablemente las calzas y manto de púrpura, la corona y la diadema también imperial. Entre el 575 y el 577 datan los primeros trientes acuña-dos por Leovigildo a su propio nombre, desarrollados a partir de imitaciones anteriores de prototipos de Justino y Justiniano, aunque aparece con características propias más marcadas, busto del soberano ataviado con típicos atributos imperiales, como la dia-dema o el paludamentum. Con estos actos Leovigildo trata de ensalzar la realeza por encima de los miembros de la aristocracia del reino, señalando también su posición de compela soberanía e independencia frente a Bizancio. Otro signo importante de tradi-ción imperial es la fijación definitiva de la sede regia en la Ciudad de Toledo, cuya to-pografía irá tomando cierta semejanza con Constantinopla.

Leovigildo también tomo medidas de carácter administrativo, mientras otras lo eran políticas, la publicación de un remozado corpus legal, el enriquecimiento del teso-ro y del patrimonio fundiario de la monarquía, y una enérgica política contra la nobleza. Numerosos datos de la época de Recaredo hacen suponer también que Leovigildo levó a cabo una reorganización de la estructura administrativa, tanto a nivel central como territorial, en la que su modelo fue Bizancio contemporáneo, siendo otro acontecimiento la total anexión del reino suebo, así como la labor legislativa que parece que data de los tiempos de la Rebelión de Hermenegildo o incluso de época posterior. Probable-mente su política antinobiliaria, relacionada al mismo tiempo con el reforzamiento del poder real, es donde podría estar el origen profundo y estructural de lo que constituyó la principal crisis de su reinado: La rebelión de su propio hijo Hermengildo.

299

3. INTERPRETACIONES MODERNAS DE LA REBELIÓN DE HERMENE GIL-DO

Tras su larga serie de campañas, Leovigildo realizó en el 579 el matrimonio de su hijo mayor, Hermenegildo, con una princesa merovingia de nombre Ingunda, hija de Sigiberto de Austrasia. Con ello intentaba reanudar una alianza y colaboración con la corte de Austrasia, donde la situación era especialmente favorable para los intereses de la dinastía de Leovigildo a consecuencia de la reina Brunequilda. Pero esta opera-ción iba a atener unas consecuencias muy distintas a las planeadas por Leovigildo.

En efecto, ya antes incluso de consumarse el matrimonio se iniciaron al parecer los problemas. Al paso de la princesa merovingia por Agde, el obispo de esta Ciudad, Fronimio, la indujo a no abdicar a las presumibles presiones que se le iban a hacer pa-ra su conversión a la fe arriana. Llegada ya a Toledo, los conflictos con la reina Gosvin-ta, que era a su vez su abuela, a consecuencia de su negativa a bautizarse arriana fue-ron in crescendo. Gosvinta arriana convencida y fanática, estaba dolida en su amor propio por la conversión, en parte forzada de su hija Brunequilda al catolicismo y el tris-te destino de su otra hija, Galsvinta en la corte Neutrasia. La situación llegó a ser tan insostenible que Leovigildo, que no quería ver peligrar su alianza franca, decidió alejar a Hermenegildo y a su joven esposa de la corte y le confiaron el Gobierno de la Bética (zona de gran interés militar por las rebeliones de su aristocracia y la vecindad con los bizantinos asentados en la Península), fijando su residencia en Sevilla. Pero, el aleja-miento de Toledo en vez de calmar los ánimos iba a desembocar en una rebelión de Hermenegildo contra su padre. Allí la acción de Ingunda y, sobre todo, las predicacio-nes del metropolitano Leandro, terminaron por conseguir la conversión de Hermenegil-do a la fe católica.

Lo que sucedió después de dicha conversión ha sido objeto de muchas discu-siones. Al respecto cabe señalar una clara diferencia entre las noticias transmitidas por autores contemporáneos hispanovisigodos o extranjeros. De esta forma mientras Gre-gorio de Tours o Gregorio Magno señalan como causa de la rebelión la intolerable vio-lencia y persecución que Leovigildo ha desencadenado sobre su hijo como consecuen-cia de su conversión al catolicismo, los hispanovisigodos ocultan este factor religioso y reducen la actitud de Hermenegildo a la típica rebelión contra el poder real legalmente constituido, tachando en este sentido a Hermenegildo de tyrannus.

La moderna historiografía, desgraciadamente, ha terminado muchas veces de oscurecer los hechos al partir de caros presupuestos apriorísticos en su interpretación de la actitud de Hermenegildo En este sentido ha sido el menor obstáculo el querer descargar de toda la responsabilidad sobre la rebelión a Hermenegildo y Leandro de Sevilla, ambos considerados santos para la tradición católica posterior. No obstante las modernas aportaciones de Stroheker, Schäferdiek y Vázquez de Parga, han subrayado el esencia carácter y origen político de la rebelión de Hermenegildo. Los puntos de vis-ta de ambos Gregorios tendrían su base en parte, en la posterior política religiosa de Leovigildo, en la propaganda de ambos rebeldes (fundamentalmente de Leandro de Sevilla, amigo personal del papa Gregorio Magno), o en las claras intenciones antivisi-godas de la obra histórica del Turonenese.

Del relato de Juan de Bíclara (persona poco afín a Leovigildo) parece deducirse que, tras la conversión al catolicismo de Hermenegildo de Sevilla, la reina Gosvinta de-bió trabajar activamente para aislar al príncipe políticamente. Ante este hecho Herme-negildo no encontró otra salida que la rebelión contra el poder central. Pero, para com-prender correctamente esta rebelión hay que analizar cuales pudieron ser la base polí-tico social del rebelde y su cobertura ideológico-propagandista. Con respecto al primero es importantísimo señalar que Hermenegildo, al dar un paso tan decisivo, contó con la

300

poderosa aristocracia fundiaria, que en alguna manera se había visto perjudicada por la política de afianzamiento del poder central llevada a cabo por Leovigildo, ya que desde los primeros momentos Hermenegildo debió ver extendida su soberanía además de por Sevilla, donde residía, en prácticamente el resto del Valle del Guadalquivir, incluyendo la plaza de Córdoba, y posiblemente gran parte de la Lusitania incluida su capital Méri-da. Difícil de responder es el problema planteado por la actitud de la jerarquía episcopal ante la rebelión de Hermenegildo. Dicha dificultad tiene su origen principalmente en el deliberado silencio que el episcopado católico hispanovisigodo mantuvo sobre todo lo relacionado con Recaredo y del indudable pacto a que entonces se llegó con el herede-ro directo de Leovigildo. No obstante, aunque el metropolitano de Sevilla, Leandro fue un incondicional de Hermenegildo, la neutralidad mantenida en el conflicto por Masso-na metropolitano de Mérida a pesar de estar en la zona de soberanía de Hermenegildo, impide pensar en una actitud generalizada del episcopado católico en favor de Herme-negildo. Por otro lado, no se tienen noticias que en los primeros momentos de la rebe-lión algún obispo de las zonas que no se sumaron a ella estuviesen de parte de Her-menegildo. Así pues, queda claro que la diferencia religiosa no es el origen de la rebe-lión, sino más bien que Hermenegildo utilizó la cuestión religiosa como medio propa-gandístico y bandera ideológica de la sublevación, se comprueba al examinar las curio-sas leyendas de sus primeras acuñaciones de trintes, o la famosa inscripción oficial encontrada en Alcalá de Guadaira (Sevilla) datada en 580-581, en la que Leovigildo es tachado como “perseguidor” de su hijo rey. Hermenegildo buscó anexiones con el exte-rior para fortalecer su posición ante la guerra civil que veía inevitable, alianzas que se buscaron en reinos que querían el debilitamiento del poder visigodo. El rey suebo Mirón, el Emperador Tiberio II, y los soberanos merovingios Childeberto de Austrasia y Guntram de Borgoña. La alianza de estos últimos se vería neutralizada por Leovigildo.

Leovigildo ante la rebelión de su hijo actuó con prudencia y tan solo emprendería la guerra abierta contra él dos años después de haber estallado la rebelión, mientras tanto buscó el respaldo a su política en el exterior, buscó la unidad entre sus filas y planteado el conflicto en términos religiosos, era claro que debía de tomar medidas al respecto. En el mismo 580 se reunió en Toledo un sínodo de obispos arrianos, en dicho concilio se tomó la medida de facilitar la conversión de los católicos al arrianismo. Stro-heker ha pensado, que incluso se adoptaron posturas prácticamente macedonistas, que podían servir de puente de unión entre la doctrina arriana y católica en lo referente a la Trinidad. Por otro lado, la adopción por el rebelde Hermenegildo de la fe católica como factor diferenciador obligaba a Leovigildo a forzar en torno a él la unidad de los arrianos como punto de partida.

A partir de este concilio arriano en Toledo, Leovigildo va a realizar un política tendente a conseguir la unidad religiosa bajo la fe arriana que se autodenomina católi-ca, dando a esta última simplemente de romana, para llevar a buen término esta unidad religiosa, se utilizarán medios muy diversos, como el intento de apropiarse para la nue-va Iglesia estatal de las más venerables tradiciones culturales y martiriológicas de la Península, entre las que destacan la de Santa Eulalia de Mérida. Por otro lado Leovigil-do trató de atraerse a la jerarquía episcopal católica, para lo que utilizó medios pacífi-cos, aunque en una segundo fase se pudo llegar a medidas más enérgicas, como el destierro.

Guerra Civil: Leovigildo después de la reestructuración interior del Estado con vistas a conseguir la mayor unidad e integración posible de todos sus miembros, estuvo ya en disposición de enfrentarse directamente con la rebelión de Hermenegildo. Tras realizar previamente, en el 581 una expedición de castigo contra los vascones (con el fin de prevenir un ataque por la espalda), Leovigildo se dirigirá hacia el sur al año si-guiente. Iba a ser entonces cuando toda la intensa actividad diplomática desarrollada

301

por el usurpador se mostraría por completo ineficaz, ya que tan solo el suebo Mirón acudió con un ejército a liberar Sevilla del asedio del 583. Pero allí será totalmente de-rrotado por Leovigildo, que le obligaría a retirarse a Galicia tras reconocer la supremac-ía del visigodo. Abandonado a su suerte, Hermenegildo intentó refugiarse entre los bi-zantinos, permitiendo de esta forma la entrada triunfal de Leovigildo en Sevilla en el 584. Ese mismo año Leovigildo logra apoderarse de la misma persona del rebelde en Córdoba, tras haber llegado a un pacto con el general bizantino.(que confiado a sus propias fuerzas y sin poder recibir refuerzos de Italia o África, debía considerar inútil continuar con su apoyo a Hermenegildo), por el que se retiraba de la contienda a cam-bio de una indemnización de 30.000 sueldos de oro. Mientras Ingunda y su hijo Atana-gildo, tomados como rehenes, marchaban a la corte imperial, donde el joven príncipe sería durante algún tiempo utilizado por la diplomacia, como medio de presión sobre la corte de Austrasia, Hermenegildo destituido de todas sus prerrogativas, era conducido preso a Valencia y, posteriormente a Tarragona. En esta última ciudad sería en el 585, asesinado por un tal Sisbetio, sin que conste una directa intervención u orden del pro-pio Leovigildo.

Muerte de Leovigildo: En los casi dos años que van de la rendición de Hermene-gildo a la muerte de Leovigildo en abril del 586, iban a contemplar la continuación de la política de integración y unidad, ya emprendida con anterioridad, y hacer frente a las secuelas de la recién vencida rebelión. La intervención de Borgoña y Austrasia en favor de Hermengildo se vio truncada por las dificultades internas de los reinos merovingios. Tras la derrota de Hermenegildo, Austrasia continuó ocupada por la alianza con Bizan-cio que la obligó a enviar una tropa a Italia contra los lombardos. Mientras tanto Gun-tram de Borgoña vio la oportunidad de anexionarse la Septimania, sobre todo ahora que Leovigildo estaba ocupado en la conquista del reino suebo. Así mientras manda refuerzos por el Cantábrico al amenazado reino suebo, pero esta flota fue derrotada por los visigodos y un ejército visigodo mandado por Recaredo logra derrotarle e incluso ocupar posiciones estratégicas en las bocas del Ródano y cerca de Carcasona.

Pero, el mayor éxito militar del reinado de Leovigildo es la conquista y anexión del reino suebo, hecho que se vio precipitado por los sucesos de la rebelión de Herme-negildo. Mirón murió poco después de su derrota en Sevilla, sucediéndole su hijo Ebo-rico. Pero, la derrota y posición de subordinación aceptada por Eborico, iba a crear ma-lestar entre los suebos, por lo que en el 584, su cuñado Audeca se rebelaba, relegando a un convento a Eborico y tomando por esposa a la viuda de Mirón, lo que facilitó de inmediato la intervención de Hermenegildo y la conquista de este reino. Vencido Aude-ca fue recluido en un monasterio mientras Hermengildo se apoderaba del tesoro real, anexionando sin más el territorio del antiguo reino suebo a su reino. En el poco espacio anterior a su muerte fueron establecidos obispos arrianos en las diócesis gallegas, sin que Leovigildo llevase a cabo ninguna acción violenta contra la Iglesia católica de anti-guo reino suebo los obispos católicos continuaron en sus sedes, incluso allí donde se establecieron los arrianos.

4. EL REINADO DE RECAREDO Y SU CONVERSIÓN AL CRISTIANI SMO

A la muerte de Leovigildo, le sucedió en el trono su hijo Recaredo, asociado a la corona desde años antes. El reinado de Recaredo se nos presenta en cierta medida como una gran paradoja. A primera vista. Su conversión al catolicismo, su pacto con la Iglesia católica y su política de concordia con la nobleza laica, aparecen como contra-rios a la actividad política llevada a cabo por su padre Leovigildo. Pero sin embargo, los objetivos políticos llevados a cabo por Recaredo fueron en esencia los mismos de Leo-vigildo: la unidad e integración de todos los sectores dirigentes que componían el Esta-

302

do, y fortalecimiento del poder de la realeza, y en concreto de su dinastía.

El reinado de Recaredo se puede dividir en dos períodos separados entre sí por el acontecimiento más importante y transcendente de él: el tercer Concilio de Toledo, celebrado en mayo del 589. Los hechos de mayor relevancia de su reinado pueden incluirse en su totalidad en el primer período.

Recaredo heredaba al ascender al trono, dos problemas sin resolver del reinado de su padre uno de política exterior: la disputa con Gruntram de Borgoña, que de mo-mento se había saldado con ventaja para los visigodos, pero acontecimientos posterio-res demostrarían que el merovingio no había renunciado a anexionarse la Galicia góti-ca y otro de orden interno: trataba de los conflictos originados por la política religiosa de Leovigildo. Que como veremos su resución se entrelaza en el tiempo.

Política interna: Existe una tradición (representada por Gregorio de Tours y el Turonense) en la que se afirma la conversión al catolicismo de Leovigildo poco antes de su muerte. Aunque es probable que este dato sea incierto, existen indicios que abo-gan por cambio en la política religiosa de Leovigildo poco antes de su muerte. Tales serían, el final de los destierros de Massona y Leandro de Sevilla y lo que parece claro macedonismo, e incluso tendencia procatólica en la propia religiosidad de Leovigildo. Lo cierto es que uno de los primeros actos realizados por el nuevo rey Recaredo fue su conversión personal al catolicismo. Dicha conversión se realizó a los diez meses de su coronación. Las razones concretas permanecen ocultas, aunque es posible pensar que junto a la conciencia el fracaso de la política primitiva de su padre para conseguir la unidad de religión, pudiesen pesar también motivos personas de convencimiento. Co-nocedor de la oposición que podría encontrar en ciertos sectores muy influyentes del Estado, procuraría afianzarse en el poder mediante alianzas con los merovingios inclu-so con pactos con su madrastra Gosvinta, jefe de filas de una poderosa facción nobilia-ria y ferviente arriana, pero sobre todo intentaría ganarse para su causa al mayor número posible de obispos de la Iglesia arriana, a juzgar por las actas del Concilio III de Toledo, lograría un éxito bastante notable.

A pesar de todo, no pudo evitar que estallaran conflictos inmediatamente des-pués de su conversión, en todos los cuales la cuestión religiosa estaba presente. Pun-tos comunes a todos estos intentos serían:

* La dispersión territorial e incluso cronológica, que hace pensar en una falta absoluta

de coordinacón de esfuerzo y por tanto, en la carencia de un frente unido anticatóli-co y anti-Recaredo;

* La participación en ella de obispos arrianos que participarían como cabezas visibles de las sublevaciones y como creadores de un sustento ideológico de ellas, que legi-timaría la rebelión y el destronamiento de Recaredo(la legalidad de su reinado se había quebrado con su conversión a una fe errónea)

* La participación en todos los intentos de importantes miembros de la nobleza visi-goda, muchos de ellos ocupaban importantes cargos en la administración, con in-dependencia de la religión que practicara.

El primero de estos intentos de revbelión en estallar fue el que tuvo por foco la Lusitania y más concretamente la ciudad de Mérida. Aquí un grupo de nobles visigodos (comités civitatis de Lusitania), intentarían el 587 hacerlo mediante un golpe de mano, con el control de Mérida, con el asesinato del dux de Lusitania Claudio y del Metropoli-tano Massona, dos de los principales instrumentos de la política realizada por Recare-do, para deponer a Recaredo y nombrar rey a Segga. El intento fracasó, por falta de

303

apoyo popular y sobre todo porque Witerico (perteneciente a la aristocracia, y que pos-teriormente sería rey), y uno de los principales conspiradores se volviese atrás. Las medidas tomadas por Recaredo después de la sublevación muestran una extraordina-ria prudencia, tratando de atraerse a gran parte de los conspiradores e imponiendo cas-tigos selectivos a otros. El segundo de estos intentos parte del propio palacio, durane el tercer año del reinado de Recaredo. La poderosa reina Gosvinta y el obispo arriano de Toledo Uldila, tras demostrar estar de acuerdo con la nueva política intentarían la con-jura. La conjura no sale del propio y palacio y se neutraliza coincidiendo con la muerte de la Reina Gosvinta. El tercer intento tiene lugar durante el año 588 y principios del 589 y que con el tiempo se presentaría bastante más peligroso al contar con el intere-sado apoyo del Guntram de Borgoña; la rebelión estaría encabezada por dos ricos co-mités civitatis de Septimania, Granista y Wildigerno, y tendría como ideólogo al obispo arriano de Narbona (ciudad centro de la rebelión) Athaloco. Para cortar dicha rebelión se mando a Septimania al dux de la Lusitania, Claudio; este último, y contando con el apoyo de Childeberto y Brunequilda de Austrasi, obtendría una decisiva y cruenta victo-ria sobre las tropas expedicionarias borgoñonas mandadas por el franco Bosson. Sería entonces cuando el Rey Recaredo con el aplastamiento de las rebeliones, decidiría dar un paso decisivo a su política unitaria. con la convocatoria del Concilio de Toledo, con el fin de ratificar la abjuración oficial de la herejía arriana y realizar la pertinente reorga-nización de la nueva Iglesia unitaria y nacional.

El concilio convocado por el rey que ocupó al mismo tiempo la presidencia de sus sesiones, al mismo tiempo que señala ya, de una forma clara las atribuciones de protector y vigilante que se atribuía en la nueva Iglesia. Con este hecho, Recaredo re-forzaba y profundizaba en el proceso de imperialización de la realeza visigoda, ya ini-ciada por Leovigildo. En las actas conciliares el poder real es conceptuado como mai-estas e imperium a semejanza de los emperadores bizantinos, Recaredo es aclamado por los padres conciliares como orthodoxus rex y se le atribuyen funciones apostólicas.

Según las actas que nos han sido transmitidas del III Concilio de Toledo, este constó de dos partes muy bien diferenciadas. La primera, estuvo dedicada a manifestar y dar pública y oficial constancia de la conversión a la fe católica del rey, un número importante de obispos y clero arriano y determinados nobles visigodos, apareciendo Recaredo como promotor de la unidad e la Iglesia y de su paz .La segunda, estuvo de-dicada a la aprobación de una serie de cánones por los que se intentaba regular la es-tructura y funcionamiento de la nueva Iglesia del estado y, sobre soto, se traba de deli-mitar sus funciones de tipo gubernativo no estrictamente eclesiásticas en el Estado Vi-sigodo. También se procedió a regular los pasos a seguir a la fe católica del clero e Iglesias arrianas, por decisión real se decretaba el mantenimiento por estos de sus an-tiguos grados, al tiempo que se situaban los bienes de la desaparecida Iglesia arriana bajo la jurisdicción de los obispos católicos.

Política exterior: Recaredo se propuso dar una sólida solución al otro problema heredado de su padre, que eran las hostiles relaciones con algunas cortes merovingias. Dichos conflictos se centraban en torno a Brunequilda de Austrasia y Guntram de Bor-goña. Por medio de Gosvinta, Recaredo pudo llegar a un acuerdo con la corte de Aus-trasia, lo que venía a unirse a las tradicionales buenas relaciones con Chilperico de Neustria. Sin embargo, con Guntram las relaciones fueron muy distintas, las ambicio-nes de este de anexionarse la Septimania, no habían desaparecido, e intentó su con-quista aprovechando las rebeliones nobiliarias y arrianas en el año 589. La derrota su-frida por sus tropas acabó para siempre con cualquier intento de penetración en la Sep-timania visigoda.

304

Después del Concilio de Toledo, pocas noticias se tienen del reinado de Recare-do, solo algunas menciones que hace Isidoro de Sevilla de operaciones militares contra vascones y bizantinos. Los vascos a pesar de la derrota sufrida por Leovigildo, conti-nuaban sus acciones de independencia frente al poder visigodo. Mientras que los bi-zantinos debieron de ganar territorio en la Península, posiblemente en el sur. De todas formas Recaredo a finales de la década de los noventa, habría querido llegar a un arreglo pacífico en virtud del cual se garantizase el status quo fronterizo, para lo cual habría intentado servirse de los buenos oficios como intermediario ante la corte de Constantinopla del papa Gregorio Magno.

Cuando Recaredo murió de muerte natural en Toledo en diciembre del 601, pu-do ser sucedido, a lo que parece sin mayores contratiempos por su hijo Liuva II. El nuevo rey poseía, no obstante faltas graves para poder mantenerse en el trono. Hijo bastardo de Recaredo, carecía de sangre noble por parte de madre., lo que le restaba el apoyo nobiliario. Lo cierto es que en el verano del 603 un golpe de Estado, al parecer incruento, dirigido por Witerico (otro tiempo rebelde y traidor), le destronó y después le hizo asesinar.

5. LA DOMINACIÓN DE BIZANCIO EN LA PENÍNSULA

La política de expansión y reconquista del antiguo Imperio romano en occidente llevada a cabo por Justiniano, dio lugar a la ocupación por parte de Bizancio de parte de la Bética y de la Cartaginense (desde Cádiz hasta Denia), durante aproximadamen-te unos setenta años a partir del 552. Pero un aspecto muy importante en la domina-ción bizantina fueron las bases socioeconómicas a aparte de las políticas, que posibili-taron la reconquista de Justiniano y el mantenimiento de la dominación bizantina en el sur y levante durante al menos sesenta años. En 2º lugar hay que incidir en la organi-zación administrativa de dichas posesiones en esta época.

Es de destacar las posibles fuerzas e intereses sociales y económicos en que se basó la ocupación bizantina, ya que la diferencia de credo religioso existente en un primer momento (visigodos arrianos, bizantinos e hispanorromanos católicos) no jugó un papel esencial en la confrontación entre ambos. A este respecto, la diferencia ya reseñada entre los éxitos logrados frente a los bizantinos por Leovigildo y el relativo fracaso de Recaredo parece elocuente. El que la poderosa familia de Leandro de Sevi-lla abandonase sus posesiones en Cartagena y se trasladase a Sevilla y el que ciuda-des como Córdoba y Sevilla no pidiesen ayuda bizantina frente al visigodo, es debido a que la dura y centralizada administración fiscal y militar del Imperio no podía ser el me-jor aliciente para una aristocracia demasiado acostumbrada a su autogobierno desde finales del V. Por el contrario, es posible que los grupos comerciales de las ciudades podrían encontrar ciertas ventajas económicas en el gobierno imperial, al contar con mayores perspectivas para su tráfico comercial. Este hecho, junto a la misma geopolíti-ca de la ocupación bizantina (interés por dominar el Estrecho y el aferrarse hasta el final al dominio de la costa), el declarado interés de Justiniano por asegurar rutas co-merciales y el ejemplo de la conquista del África vándala, explica el sostén de la con-quista y ocupación bizantina en la península Ibérica, pues, no puede olvidarse la pre-sencia en toda la zona de activas colonias de comerciantes orientales.

Para el estudio de la organización administrativa de las posesiones bizantinas en la Península Ibérica, hay material epigráfico, epistolar, con las suscripciones de los concilios visigodos y la fundamental Descriptio Orbis Romani de Jorge de Chipre o descripción general de la estructura administrativa del Imperio en lo que se refiere a las provincias occidentales se fecha a finales del siglo VI o principios del VII. De acuerdo con ello se puede afirmar que la extensión de las posesiones imperiales en la Penínsu-

305

la hacia el 600, se limitaba a una estrecha franja costera que abarcaría desde aproxi-madamente el río Guadalete por el oeste, hasta más o menos Denia por el Noreste (después de las anexiones de Leovigildo). En cuanto a su penetración interior, dicha franja costera debería abarcar, entorno al 600, la actual provincia de Málaga, la parte más meridional de la de Granada (sur S. Nevada, dejando fuera a Granada y Guadix), parte de la de Almería con la excepción de la comarca de los Vélez y las zonas más orientales de las provincias de Murcia y Alicante. Estas posiciones peninsulares, junto con las islas Baleares, formaban hacia el 600 una sola provincia denominada Spania. Dada su posición extrema y rodeada por territorios externos al Impero por todas partes, la administración de esta provincia mostraba características militares especiales. En ella se había establecido un sistema fronterizo semejante al existente en las provincias más amenazadas de los exarcados de África e Italia. La defensa de la franja costera estaba confiada a una serie de campamentos o pequeños núcleos urbanos fortificados en 1ª línea, y por lo general una posición más retirada, un nº menor de ciudades fortifi-cadas, por lo general utilizando como gran línea estratégica la importante vía Augusta. Para defensa de todas estas plazas existían tropas limitáneas o de frontera; fuerzas de no demasiada calidad bélica a las cuales se les confiaba la defensa de un determinado sector del limes, a cambio de lo cual se les concedía la explotación en beneficio propio y heredable de tierras situadas en las cercanías de los acuartelamientos. Junto a estas se encontraban estacionados en la provincia varios numeri de tropas regulares o comi-tatenses, posiblemente de procedencia oriental. Al frente de esta organización militar se encontraba un dux el cual con frecuencia tenía en la jerarquía militar del Imperio el grado de magister militum y el título, de patricio. Sin embargo en zonas muy amenaza-das como en Spania este alto comandante militar había acabado por asumir una com-pleta jurisdicción y mando en la administración civil, de esta forma, en las posesiones bizantinas de la Península, a finales del S. VI, se había producido una total militariza-ción de la administración tal como ocurría a lo largo del s VII en todo el Imperio y tam-bién en el reino visigodo con Chidasvinto.

306

TEMA 34.- EL REINO DE TOLEDO (2). De Witerico a Tulga.

1. CARACTERIZACIÓN DE LA ÉPOCA

Se trata de una de las épocas más turbulentas, y en parte peor conocidas del re-ino Visigodo de Toledo. En el transcurso de los desiguales reinados de al menos ocho monarcas: Witerico (603-610), Gundenaro (610-612), Sisebuto (612-621), Recaredo II (621), Suintila (621-632), Sisenando (632-636), Chintila (636-639) y Tulga (639-642).

En esta época vamos a asistir realmente a éxitos resonantes del poder central del Estado, pero también a fracasos rotundos que señalan una quiebra irreparable e los ideales de gobierno esbozados en su día por Leovigildo y, en parte, por Recaredo. Bajo esta última perspectiva, este largo periodo de algo menos de medio siglo puede ser visto como intermedio entre esas dos grandes cúspides constituyentes del reino visigo-do de Toledo marcadas respectivamente por Leovigildo - Recaredo y Chisdasvinto - Recesvinto.

Los reinados de Witerico, Gundenaro, Sisebuto y buena parte del de Suintila se-ñalan un buen momento del poder central del Estado visigodo; es el momento en que este mismo poder central obtiene por otro lado éxitos exteriores de enorme trascen-dencia, como la recuperación total de las posesiones bizantinas en la Península Ibéri-ca. Por el contrario, los restantes reinados hasta el 642 marcan una profunda crisis del poder monárquico atacado por la supremacía socioeconómica, cada vez más evidente, de la aristocracia tanto laica como eclesiástica; y ante la incapacidad de institucionali-zar y reglamentar de forma estable en lo político dicha supremacía nobiliaria, surgirán por doquier rebeliones y golpes de Estado.

2. LOS REINADOS DE WITERICO Y GUNDENARO

En virtud de un golpe de Estado anterior, Liuva II fue sustituido en el trono por Witerico en el verano del 603. Este noble visigodo, rudo y bien dotado para la guerra, sería capaz de mantenerse en el trono hasta su asesinato en abril del 610. Los pocos datos que se tienen de su reinado parecen indicar que intentó realizar una enérgica política tanto en el interior como en el exterior. Se sabe de sus relaciones con los bizan-tinos y con el mundo merovingio, las dos únicas potencias limítrofes para el reino visi-godo en esta época. Isidoro de Sevilla nos informa de las frecuentes acciones bélicas contra las posesiones bizantinas realizadas durante su reinado; con ello Witerico volvía a la política ofensiva de Leovigildo, que se había visto frenada con una cierta recupera-ción bizantina en tiempos de Recaredo.

La reanudación de la ofensiva visigoda debió de verse facilitada por la terrible crisis interna y exterior por la que atravesaba entonces Bizancio con los negros años del gobierno de Focas. La inundación del Oriente bizantino por los persas y la renova-ción de la ofensiva lombarda en Italia impedirían cualquier envío de refuerzo a la lejana provincia de Spania.

Los ataques de Witerico debieron centrarse sobre todo en torno al extremo occi-dental de la provincia bizantina. Aquí Witerico debió restablecer en parte la situación alcanzada por Leovigildo con la conquista de Medina Sidonia. En efecto, los visigodos lograron apoderarse en ese momento de la importante plaza fuerte de Saguntia, situa-da un poco más al norte de Medina Sidonia sobre la misma estratégica calzada que unía Baesipo con Sevilla. La política llevada a cabo con la Galia merovingia debía obe-

307

decer a un doble fin: tanto la conservación del statu quo en las fronteras de la Septima-nia visigoda como buscar apoyos y seguridades exteriores a su familia y a su política ofensiva contra el Imperio.

Inciertas y escasas son las noticias que tenemos sobre la política interior del rei-nado de Witerico. Realizó una enérgica política frente a ciertos sectores de la aristocra-cia, sobre todo de la establecida en la Narbonense, para lo que se apoyaría en miem-bros del episcopado.

Esta política enérgica y limitativa para las prerrogativas de la nobleza debió oca-sionar hondo malestar, incluso en las propias filas de la aristocracia que le había lleva-do al poder en el 603. Aunque existen indicios de que al final de su reinado Witerico intentó llegar a un acuerdo con dichos sectores nobiliarios, lo cierto es que en abril del 610 el rey sería asesinado en el transcurso de un banquete, como consecuencia de un complot tramado en el seno de su propia facción.

A consecuencia de este nuevo golpe de Estado subió al trono, posiblemente por elección de los conjurados Gundenaro. Durante los dos años del reinado del nuevo rey se mantendría una política exterior en todo continuación de la propugnada con anterio-ridad por Witerico. Tal continuidad debía tener su base en el carácter de complot en el seno del propio grupo nobiliario dominante con Witerico.

Esta continuidad en la política exterior de Gundenaro la vamos a ver explicada en los dos frentes y acostumbrados del reino visigodo: el Imperio Bizantino y la Galia merovingia. Con respecto al Imperio, que se encontraba ahora sumergido en una ma-yor anarquía si cabe, Isidoro de Sevilla nos habla de una expedición de Gundenaro que tuvo como fin el asedio, parece ser que sin consecuencias, de una importante plaza fuerte en poder de los bizantinos. La política antibizantina, destinada ya a terminar con la presencia del Imperio en suelo hispánico, encontró su reflejo también en una decla-ración conjunta realizada por Gundenaro y un gran número de obispos de todo el reino en octubre de 610. En dicha declaración, muy posiblemente redactada por Isidoro de Sevilla, se afirma la indivisibilidad de la provincia Cartaginense, resaltándose la indiscu-tible primacía metropolitana en ella de la sede de Toledo. Tales afirmaciones estaban en abierta oposición con la creación, en tiempos de Recaredo, de la provincia de Car-petania con aquellos territorios de la antigua provincia Cartaginense en poder de los visigodos, lo que equivalía a reconocer la legitimidad del hecho de la presencia bizanti-na en la zona.

Por el contrario, la política interna del reinado de Gundenaro sí parece haber co-rrido por senderos diferentes, y aún opuestos, a la de su predecesor Witerico.

Gundenaro, que debía el trono precisamente al triunfo de la nobleza, debía en principio cambiar de actitud. En el decreto del rey y los obispos visigodos sobre la pro-vincia Cartaginense, muestra claramente un cambio de actitud por completo favorable a las pretensiones de la nobleza. En efecto, por debajo de un tono “imperializante”, en la jerga del decreto se marca claramente una fuerte delimitación de los poderes de la mo-narquía, así como una crítica velada a las medidas contrarias a la nobleza de Witerico; tal limitación era nada menos que la renuncia real a nombrar en el futuro obispos para las sedes vacantes de la Cartaginense en contra de los intereses del metropolitano y de la Iglesia en general. Esta política de concordia con la poderosa aristocracia fundia-ria le permitiría a Gundenaro acabar con su reinado en paz en 612. Gundenaro fallecía en Toledo de muerte natural.

308

3. LA ACTIVIDAD MILITAR DE SISEBUTO

Los grupos nobiliarios en el poder debieron ponerse de acuerdo para elegir co-mo sucesor a Sisebuto. En principio cabría esperar que la política a realizar por el nue-vo monarca tampoco iba a desviarse en demasía de las líneas marcadas por el corto reinado e su predecesor Gundenaro, que debía haber dejado a medio terminar impor-tantes acciones militares frente a los bizantinos del mediodía y levante y contra los siempre rebeldes y saqueadores pueblos septentrionales de la Península Ibérica.

La política militar de Sisebuto en estos primeros años de reinado estará dirigida a los dos frentes ya tradicionales de anteriores reinados: las posesiones bizantinas en la Península y los pueblos prácticamente independientes del norte. Contra los bizanti-nos dirigió dos campañas, en las que participó el entonces dux Suintila. Aprovechándo-se de la extremada situación por la que pasaba el Imperio en aquellos años, los visigo-dos lograrían apoderarse de una gran parte de la provincia bizantina. Los esfuerzos de Sisebuto se centraron sobre todo en la conquista del sector meridional; en estas cam-pañas cayeron ya definitivamente en poder del reino de Toledo las importantes plazas fuertes de Medina Sidonia y Málaga, con toda la zona circundante. Las acciones milita-res debían de estar terminadas en torno al 615; por las razones que sea, lo cierto es que en ese momento Sisebuto se avino a aceptar las proposiciones de paz presenta-das por el gobernador bizantino Cesario, en virtud de las cuales se confirmaban las ganancias territoriales obtenidas hasta la fecha por los visigodos. A partir de ese mo-mento la provincia de Spania debió quedar reducida, además de a las Islas Baleares, a una limitada franja de terreno en torno a la importantísima plaza fuerte de Cartagena en el sureste peninsular. Es de señalar la extremada magnanimidad ejercida por Sisebuto en sus campañas contra los imperiales para conseguir la lealtad de sus nuevos súbdi-tos: tal fue la compra, incluso a costa del propio tesoro real, de un gran número de pri-sioneros de guerra convertidos en esclavos.

Las acciones militares de Sisebuto contra las poblaciones norteñas debieron rea-lizarse a principios de su reinado, para estar ya prácticamente finalizadas en el 613, aun antes de comenzar las campañas contra los bizantinos. Estas acciones debieron de tener dos frentes principales e ir dirigidas cada una de ellas por un dux provinciae. Mientras que Richila penetraba por el occidente, consiguiendo con la ayuda de opera-ciones de desembarco en la costa el sometimiento momentáneo de los rebeldes astu-res trasmontanos, por su parte el posterior monarca Suintila, avanzaba desde el alta valle del Ebro en la zona de los montes de Oca y en Álava, para lograr una sumisión teórica y coyuntural de la población montañosa de los Ruccones.

4. EL REINADO DE SUINTILA

El reinado de este monarca puede dividirse en dos partes muy bien definidas, tanto por su actitud política y militar como por las fuentes que nos han llegado de cada una. Durante el primer periodo de su reinado, que abarca unos cinco años, destacan sobre manera sus actividades militares.

Estas actividades se iban a dirigir a los dos frentes bélicos ya visitados por Sise-buto: el sureste bizantino y las poblaciones septentrionales. En primer lugar, en el 621 Suintila dirigió sus fuerzas hacia el norte. La razón de esta campaña se debía a la peli-grosidad que estaban adquiriendo las penetraciones de las poblaciones de autónomos montañeses de estirpe vascona en el valle del Ebro. El ataque de Suintila debió partir de la zona de la Rioja para penetrar en la alta Navarra. La victoria conseguida por las armas visigodas debió ser bastante considerable: los montañeses le prometieron obe-diencia en el futuro, entregaron rehenes y se obligaron a colaborar en la construcción

309

de importante plaza fuerte, Ologicus, probablemente la actual Olite, donde se estable-ció una guarnición visigoda. Con ello Suintila procedía a organizar sólidamente una línea defensiva y de vigilancia sobre las poblaciones vascas orientales.

Más importancia tendrían ciertamente las operaciones militares realizadas entre el 623 y el 625 contra los restos de la provincia bizantina de Spania. En unos momen-tos en que la fuerzas bizantinas destacadas en la Península sólamente podían confiar en sí mismas. Con facilidad, Suintila pudo hacer prisioneros a dos comandantes suce-sivos de las fuerzas bizantinas y apoderarse de las ciudades que aun quedaban en po-der del Imperio tras las campañas de Sisebuto; en concreto Cartagena, que tras ser conquistadas sería destruida y abandonada, dejando de existir como tal ciudad y sede episcopal.

Más difícil resulta conocer las política interna desarrollada por Suintila; problema que., además, se encuentra íntimamente relacionado con la oscuridad que envuelve los últimos cinco años de su reinado. Esta oscuridad tan solo se encuentra en parte ilumi-nada por un documento de imparcialidad muy dudosa: la declaración de los obispos y nobles reunidos en concilio IV de Toledo en el 633, en la que se trata de justificar la rebelión contra Suintila que llevó al trono a Sisenando.

Isidoro de Sevilla, en la llamada versión larga de su Historia (625) alaba la políti-ca interior desarrollada hasta ese momento por Suintila. Isidoro, como representante que era de los intereses de la alta aristocracia laica y eclesiástica, recuerda como pruebas de esa óptima política, la generosidad desplegada por el monarca para con la Iglesia y el resto de la aristocracia, la fidelidad, la prudencia y la consulta previa antes de tomar cualquier decisión. En el fondo, tal proceder filonobiliario en los primero años del reinado de Suintila era de esperar si pensamos en cómo se produjo su ascensión al trono, tras el malestar de la nobleza por la política demasiado “realista” de los últimos tiempos de Sisebuto.

Pero tal como era el destino de todos los monarcas visigodos, los triunfos milita-res conseguidos en esos primeros cinco años de reinado debieron inducir a Suintila a un cambio de política interior, tendente a un reforzamiento de los aspectos “imperiales” de su gobierno y del poder de su familia. Ya en 625, después de su gran éxito sobre los bizantinos, Suintila se atrevió a dar un paso siempre muy mal visto por la poderosa aristocracia: la asociación al trono de su hijo Ricimiro. Los obispos del concilio de Tole-do del 633 señalaron como el principal crimen cometido por Suintila, la rapacidad del rey, que habría procedido a confiscar un gran número de propiedades eclesiásticas.

Todos estos datos, extrañamente coincidentes, señalan claramente el marco de una política antinobiliaria de Suintila, que a la fuerza se desarrolló en los últimos cinco años de su reinado; existe incluso algún indicio de ciertas depuraciones realizadas por el rey en personas que habían ocupado primerísimos lugares durante el reinado de Si-sebuto, tal sería el caso del dux Richila.

5. LA ASCENSIÓN AL PODER DE SISENANDO

Ante las circunstancias descritas al final del apartado anterior, no cabe extrañar que surgiese de inmediato un amplio complot de la nobleza, que se veía atacada en sus propios intereses y prerrogativas, para derribar a Suintila y elevar al trono a uno de los suyos dispuesto a reconocer tales derechos. El núcleo del complot nobiliario debió tener su asiento en la Narbonense a finales del 630. Elemento principal en la conjura habría de ser una poderosa familia fuertemente asentada en Septimania. El jefe de ella en aquel momento era Sisenando, muy posiblemente dux de la Narbonense, mientras que otro miembro de la familia, el padre del famoso asceta y obispo Fructuoso de Bra-

310

ga, ejercía también por las mismas fechas el cargo de dux de Callaecia.

Pese a que los conjurados contaban con importantes fuerzas dentro del mismo reinado visigodo, decidieron, para asegurar más el éxito de la rebelión, solicitar ayuda militar del merovingio Dagoberto, en pago de la cual se le entregaría una famosa fuente de oro de 500 libras de peso, perteneciente al tesoro real visigodo. Ante tal colación de fuerzas debieron de producirse gran cantidad de defecciones en las filas de Suintila; traiciones que alcanzarían incluso al propio hermano del rey, Geila. Cuando los rebel-des, en unión del ejercito expedicionario franco que había partido de Tolosa, llegaron a Zaragoza, Suintila y su familia se entregaron sin combatir, mientras la nobleza visigoda aclamaba rey al jefe de la rebelión. Sisenando.

La forma tiránica, contra el poder legalmente instituido, en que se había produci-do la deposición de Suintila y la elevación al trono de Sisenando, incitaría al nuevo rey a intentar legitimar y fortalecer su posición mediante el refrendo público de los poderes fácticos del reino: la nobleza laica y eclesiástica. Para conseguirlo el mejor medio era la convocatoria de un concilio general, hecho que no se había producido desde el 589. Pero lo cierto es que Sisenando se vio obligado a posponer tan fundamental y esencial acto hasta finales del 633, después de más de dos años y medio de haberse producido la deposición, por una gran parte de la nobleza, de Suintila.

6. EL IV CONCILIO DE TOLEDO

Las decisiones tomadas en el magno concilio general reunido en Toledo el 5 de diciembre del 633, marcan una etapa decisiva en la evolución de las relaciones monar-quía / nobleza, que a ciencia cierta constituían ya el eje de toda la vida política del reino visigodo. El carácter de rebeldía nobiliaria de la ascensión al trono de Sisenando y las dificultades en que este se encontró en los años inmediatamente anteriores al concilio, ofrecían a la nobleza una magnífica oportunidad para ver reconocidas sus aspiraciones políticas. Tales aspiraciones de la nobleza iban a verse realizadas reflejadas en el fa-moso canon 75 del IV Concilio e Toledo. El propósito que guió a los padres conciliares dirigidos por Isidoro de Sevilla (y verdaderos portavoces de los intereses de la noble-za). Redactar dicho canon, era nada menos que poner fin a una desastrosa situación anterior, concretamente en continuas rebeldías y luchas intestinas entre los nobles.

Para ello había una sola solución: reglamentar la sucesión real de forma tal que surgiesen las menores discordias y divisiones nobiliarias posibles. Fue con tal objetivo que el concilio propuesto que, a la muerte del rey, su sucesor habría de ser nombrado de común acuerdo por todos los obispos y la alta nobleza laica. Una vez que se hubie-se elegido rey, todos deberían de inmediato prestar juramento tanto por la conserva-ción de la vida de los reyes como por la propiedad y estabilidad del país y de la gens Gothorum, es decir de la nobleza. Por otro lado, los padres conciliares también decidie-ron (en estrecha comunión de ideas con la teórica política de Isidoro de Sevilla, que sostenía una concepción del rey como minister Dei, con unas obligaciones que cumplir, en una situación no superior a la iglesia, con unas funciones estrictamente definidas), que a partir de ese momento también los reyes habrían de atenerse de modo estricto al contenido de la ley, lo que era una clara limitación del poder real en beneficio de los nobles: a partir de entonces, sin el consentimiento de estos últimos no sería factible condenar a ningún miembro de la nobleza. Aún más, se decretaba que, en el futuro, aquellos reyes que se comportasen despóticamente serían apartados de la Iglesia, lo que equivaldría a su deposición tal como había ocurrido con Suintila, cuyo fin de esta forma se legitimaba. En lo referido a Suintila y su familia, a cambio de respetarles la vida, se les condenaba a la confiscación de todos sus bienes y al destierro de por vida: clara advertencia para los reyes futuros.

311

El concilio también se ocupó de otras cuestiones internas de la Iglesia, muy ne-cesitadas de reglamentación tras los muchos años transcurridos sin concilios genera-les. Así, se procuró lograr una mayor unidad de la iglesia visigoda uniformando sus practicas litúrgicas. También se dictaron numerosas decisiones sobre el patrimonio eclesiástico, intentando reglamentar la espinosa cuestión de los derechos respectivos de obispos, clero y fundadores y patronos de iglesias, y sobre todo se reforzaron los lazos de dependencia entre la Iglesia y sus esclavos y libertos, quedando estos últimos bajo una perpetua e indisoluble relación de patrocinio.

Numerosos cánones también se dedicaron a reforzar la disciplina y costumbres del clero; al tiempo que se excluía toda prerrogativa real en el nombramiento de obis-pos, así como se decretaba una verdadera inmunidad de prestaciones personales al Estado para todo el personal libre de la Iglesia.

Finalmente, unos diez cánones fueron dedicados de nuevo a tratar la cuestión judía. Los obispos, aún reconociendo lo radical y el fracaso de la conversión general decretada por Sisebuto, consideraron oportuno reforzar de nuevo las antiguas decisio-nes discriminatorias tomadas de Recaredo y Sisebuto, que debían haber sido un tanto incumplidas en tiempos de Suintila. Ahora, además, se decretaba la prohibición para los judíos e ocupar cualquier cargo público, así como la separación de sus padres de los niños judíos, que serían educados en instituciones eclesiásticas, prohibiéndose también las relaciones de cualquier tipo entre judíos conversos con los no cristianos.

312

TEMA 35.- EL REINO DE TOLEDO (3). De Chisdasvinto a la dominación árabe.

1. LOS REINOS DE CHISDASVINTO Y RECESVINTO

Lo esencial de la documentación existente para reconstruir estos años es de carácter conciliar (en estos años se celebraron 3 concilios generales y dos provinciales) y el legal (recopilación legislativa preparada por Chisdasvinto y publicada por Recesvin-to).

Esta abundancia de material legal y canónico resulta apropiado para el estudios de las reformas administrativas introducidas en esta época, así como para conocer la situación social y política de la Península en estos momentos.

Estos dos reinados, sobre todo el de Chisdasvinto van a señalar un gran esfuer-zo para fortalecer la institución monárquica y la idea de Estado centralizado y de índole pública heredada del Bajo Imperio. Pero, paradójicamente, este intento se va a realizar a partir de la estructuración sociopolítica del Estado visigodo en base a una aristocracia fundiaria, unido entre sí por lazos de dependencia, que da como consecuencia la for-mación de facciones nobiliarias en lucha continua por la hegemonía.

En el fondo la gran reforma administrativa de esta época será el intento de es-tructurar un Estado Centralizado y poderoso en base a esta realidad socioeconómica y política. El fracaso a largo plazo estaba garantizado.

Los primero años del reinado de Chisdasvinto están dedicados a poner orden en la caótica situación del reino, mediante un reforzamiento de su posición como rey y como miembro de una poderosa familia, como paso previo a la reorganización adminis-trativa. Al subir al trono, Chisdasvinto tenia 79 años. Había participado en conspiracio-nes nobiliarias y su ascenso al trono era por el pronunciamiento “tiránico” de un sector de la nobleza visigoda. Sabía bien en que consistía el mal interior que estaba amena-zando con desintegrar el reino visigodo, sin necesidad de una amenaza bélica del exte-rior.

Para conseguir sus fines Chisdasvinto recurrió a:

* Una mayor presión y control sobre los intentos de rebeldía de ciertos elementos de

la nobleza mediante “purgas” sangrientas y confiscaciones, así como una interven-ción en las posibles alianzas entre los nobles y un mayor control sobre los que ocu-paban cargos públicos.

* Creación de una “nobleza de servicio” muy adicta, mediante la concesión de nota-bles privilegios y beneficios.

* Fortalecimiento de la base económica personal. * Aumento de las instancias teocráticas de la institución real.

El carácter de rebelión que tuvo su subida al trono, originó en zonas del reino re-sistencia a su alzamiento (Mérida.). Chisdasvinto realizó por ello una importante purga (fueron ajusticiados 200 primates Gothorum y 500 mediogres. Otros huyeron al extran-jero y otros ingresaron en el estado clerical para salvar su vida. Tanto a los ajusticiados como a los huidos al exterior se les aplicó la consfiscación de sus bienes. Para ello promulgó leyes. A todos los rebeldes y expatriados, tanto laicos como eclesiásticos, se les castigaría con la pena de muerte y la total confiscación.

313

Por otra ley, se prohibían los matrimonios hasta el sexto grado de consanguini-dad, para frenar las facciones nobiliarias mediante alianzas matrimoniales.

Para controlar la administración territorial, y refrenar los deseos autonomistas de los nobles, concedió a los obispos poderes de inspección sobre los jueces laícos. Lo que, servía también para funcionarializar a estos.

Reforzó la antigua regalía sobre los nombramientos episcopales, interviniendo en los asuntos internos de la Iglesia. Y restringió el derecho de asilo eclesiástico.

También procuró construir una adicta nobleza de servicio que le apoyara frente a la antimonárquica. Mediante la concesión e privilegios y prebendas. Concediéndoles los patrimonios fundiarios confiscados a sus opositores, y haciendo casar a las viudas e hijas de los ajusticiados con sus fideles. Así al mismo tiempo reestructuraba en su pro-vecho los lazos de parentesco y alianza entre la nobleza.

Legisló también sobre la inajenabilidad de las donaciones reales y reforzó su ba-se económica aumentándoles propiedades fundiarias sirviéndose de las confiscacio-nes. Este aumento en la hacienda se reflejó en los trientes áureos acuñados por él, haciendo con ello propaganda de su poder, y procuró al mismo tiempo un mejor control de la hacienda real evitando las usurpaciones.

Reforzó las instancias teocráticas de su poder. El rey, vicario de Dios en la tierra es el ejecutor de la voluntad divina. La desobediencia era castigada con penas canóni-cas (justificando así su intervencionismo eclesiástico). No aumentó sin embargo la tra-dicional presión sobre los judíos, se contentó con impedir su proselitismo entre estos.

Se preocupó también del siempre presente problema de las incursiones de las poblaciones septentrionales de la Península. Éstas en los años de anarquía habían eludido el dominio visigodo. Realizó expediciones de castigo sobre la población del País Vasco y la Cordillera Cantábrica desde el 642.

En el 646 convocó un concilio general en Toledo donde aprobó las medidas an-tinobiliarias ya tomadas, y ponía coto a la codicia de algunos obispos gallegos de apo-derarse de los bienes de las parroquias rurales.

En el 647 daría el paso decisivo para consolidar el poder de su familia con la asociación al trono de su hijo Recesvinto (en contradicción con las normas de los conci-lios IV y V de Toledo). Padre e hijo se mantuvieron en el poder hasta la muerte de Chisdasvinto en el 653.

En los primeros años del reinado de Recesvinto se pusieron de manifiesto las debilidades estructurales de este sistema. Los intereses de los grupos nobiliarios privi-legiados eran opuestos al aumento económico de los del rey. Añadiéndose dos facto-res nuevos de desequilibrio:

* La gran concentración de poder tras las reformas administrativas en ciertos cargos,

como el de dux provinciae. * La persistencia de algunos grupos nobiliarios marginados por Chisdasvinto, pero

que aún seguían teniendo fuerza.

Estalló por ello una rebelión dirigida por Froja, dux de la Tarraconense. Se apro-vechó del descontento de la población vascona por la presión que se ejercía sobre ellos, y organizó con éstos un ejercito con el que se apoderó de una parte del Ebro y puso sitio a Zaragoza. Recesvinto logró derrotarle y darle muerte con la colaboración de parte de la nobleza. Ésta le pasaría factura por su ayuda.

314

Recibió fuertes presiones nobiliarias para que moderase las represalias a tomar contra los culpables de traición. En el concilio VIII de Toledo estas presiones se vieron reconocidas. Los obispos y nobles pidieron la amnistía para las damnificados en tiem-pos de Chisdasvinto.

Criticaron también el enriquecimiento del patrimonio familiar de Chisdasvinto y la no elección por la nobleza de Recesvinto. Decidiendo unir los bienes que habría adqui-rido Chisdasvinto al patrimonio de su corona (no eran heredables), debiendo entregar-se parte de ellos a la nobleza. El patrominio de Recesvinto se redujo a las propiedades adquiridas por Chisdasvinto antes del 642.

Recesvinto intentó oponerse dictando una leyu en este concilio que designaba como patrimonio de la corona todos aquellos bienes adquiridos desde Suintila, y que él podría disponer de ellos. Tal disparidad de criterios hizo chocar al rey con la nobleza. Al final claudicaba el rey.

El Concilio VIII también determinó que todo rey debía ser elegido por los obispos y altos dignatarios palatinos. Así, frente a las aspiraciones teocráticas de Chisdasvinto, el concilio volvió a conceptuar la realeza como un cargo, al que se exigían una condi-ciones para desempeñarlo según la teoría política anterior de Isidoro de Sevilla.

El concilio volvió a hacer hincapié también en las decisiones antijudias anteriores (conversiones presionadas desde el poder), y se ocupó además de algunas cuestiones referentes a las costumbres y vida del alto clero, degradado por la simonia, incontinen-cia y ocupación de cargos sin preparación. Condenando asó la política de Chisdasvin-to, de fuerte intervencionismo en los nombramientos episcopales.

Recesvinto, escarmentado, no volvió a convocar ningún concilio general para tratar de cuestiones políticas: los obispos se habían revelado como portavoces de los intereses de la alta nobleza.

Otro de los acontecimientos durante el reinado de Recesvinto fue la publicación en el 654 de su nuevo código de caractercaracterística “nacional”. El Liber Iudicum se constituye en la herencia más clara del antiguo reino visigodo. Recogía leyes antiguas de Leovigildo, Recaredo y Sisebuto y otras nuevas. Estas 87 leyes indican el giro de su política con respecto a la de su padre.

Su legislación refleja la estructuración de la sociedad en nobles y simples libres, además de esclavos y libertos.

Su legislación no es antinobiliaria. Se reconoce desde el punto de vista jurídico su posición privilegiada. Y se aumentan las funciones y el influjo del episcopado en la administración pública.

Para finalizar, nos referiremos a la profunda reforma administrativa de esta épo-ca, ya iniciada en el reinado conjunto de Chisdasvinto y Recesvinto. Tal reforma consis-tió en una militarización de la administración. Los funcionarios y mandos militares asu-men las funciones encomendadas antes a los funcionarios civiles. De esta forma, los antiguos dux provinciae de tiempos de Leovigildo, ahora 6 (Galicia, Bética, Lusitania, Cartaginense, Tarraconense y Narbonense) pasaron a desempañar todas las funciones atribuidas a los gobernadores provinciales, como jueces supremos y recaudadores de ciertos tributos.

En el territorium, centrado en torno a un núcleo urbano importante se situaba, como antes, el comes civitatis, con atribuciones judiciales, fiscales y militares; desapa-reciendo el antiguo cargo de defensor civitatis de carácter civil relacionado con la curia municipal que para esta época había dejado de existir.

315

Como agentes gubernativos inferiores aparecían ahora el vicario y el thiufadus, quingentenarius y centenarius, que el periodo precedente no habían tenido más que funciones militares.

Las causas de tal reorganización hay que buscarlas en el estado de inseguridad, por el poder central debilitado y por la avanzada feudalización de las estructuras socia-les y políticas del reino visigodo a mediados del siglo VII. Era necesario reestructurar la administración de carácter militar y más simplificada para controlar la nobleza, pero el futuro demostraría esta equivocación.

2. LA ETAPA FINAL DE LA MONARQUÍA VISIGODA Y LA ASCENS IÓN DE WAMBA AL PODER. LA REBELIÓN DE PAULO.

Este periodo abarca el reinado de seis reyes:

* Wamba (672 - 680). * Ervigio (680 - 687). * Egica (687 - 702). * Witiza (698 - 710). * Rodrigo (710 - 711). * Agila (711 - 714).

Se caracteriza por una desintegración interna del Estado, tendente a su feudali-zación y a su fragmentación en unidades locales de poder mucho más reducidas. Este proceso se vería acelerado con la catastrófica invasión islámica del 711.

Cuando muere Recesvinto en el 672 fue elegido por los altos dignatarios palati-nos, representantes de la nobleza, Wamba. Recibió la unción real, muestra de la sacra-lización de la realeza visigoda, pero sobre todo también refleja la intervención del epis-copado y la nobleza en la elección real, como cargo delegado de la divinidad (teoría de Isidoro de Sevilla).

Wamba se tuvo que enfrentar a una grave situación en el interior y en el exterior. Con el ejército marchó a la actual Rioja para realizar una expedición de castigo contra los vascones que en años precedentes habían reanudado su presión sobre las fronte-ras interiores del reino de Toledo. Cuando aún estaba en los comienzos de la expedi-ción tuvo noticias de una rebelión nobiliaria en Septimania, que con ayuda franca había logrado el control de zonas orientales de la Narbonense. Wamba destacó parte de su ejercito al mando de Paulo. Pero Paulo concibió la idea de rebelarse también para apo-derarse de la corona contando con el apoyo de sectores de la nobleza de Cataluña, de la zona de las clausuras pirenáicas, de importancia estratégica y de la Narbonense. En Narbona, fue elegido rey por los nobles conjurados, uniéndosele los anteriores rebeldes de Nimes.

Pero Paulo y sus compañeros encontraron nulo eco en el resto de las provincias visigodas. El avanzado proceso de fragmentación territorial que estaba padeciendo el Estado visigodo unitario era significativo. Todo ello por la presión de grupos nobiliarios arraigados socioeconómicamente y ahora de forma política al ocupar puestos de go-bierno territorial.

Ello inclinó a Paulo a intentar un acuerdo con Wamba, contentándose con la so-beranía real en la Narbonense y la Tarraconense. En una segunda etapa, y con el apo-yo mercenario de contingentes francos y de vascones, trataría de apoderarse del domi-nio del resto del reino visigodo, desbancando por completo a Wamba.

316

Pero el rey y los nobles que se encontraban en la expedición contra tierras vas-conas, decidieron terminar esta expedición de castigo y salir a reprimir la rebelión. Tras una incursión al otro lado del sistema fronterizo visigodo en Cantabria, en la que logran rehenes y tributos de comunidades vasconas, marcharan a Cataluña. Se apoderaron de las plaza fuertes de Barcelona y Gerona y de los huertos defensivos de las clausu-ras pirenáicas, significando ello el principio del fin de la rebelión de Paulo.

Logró apoderarse de Narbona, Nimes, etc. en el 673, y consiguió la rendición de los jefes rebeldes, juzgándolos de traición y aplicando las ordenanzas legales y conci-liares. Los condenaron a la pena de la decalvación, a la pena de testificar en los juicios y a la confiscación de sus bienes.

Tras organizar el gobierno de la Septimania con nobles leales a su causa, Wam-ba retornó a Toledo triunfante.

Pero Wamba era consciente de la gravedad de la rebelión de Paulo, que mos-traba la debilidad del poder central y el deseo creciente de autonomía de las noblezas locales. Por otro lado, Wamba debió tener dificultad para reclutar al ejército real ante la reticencia de los nobles. Así, una de las primeras medidas de Wamba fue evitar este inconveniente. Con su “Ley militar” estipula, en caso de invasión del exterior, como en caso de rebelión interna, la obligatoriedad de todos los que se encontrasen a no más de 100 millas de distancia, de acudir con sus fuerzas. En caso de incumplimiento se pagaría con el destierro, la confiscación de sus bienes y la pérdida de capacidad de testificar.

Esta ley revela que el ejercito real es esta época estaba protofeudalizado (al constituirse por contingentes armados de grandes propietarios feudarios) y representa-ba un esfuerzo de controlar esa estructura protofeudal por parte del Estado.

Con fines también centralizadores Wamba intentó sujetar a los funcionarios de la administración, nombrando para estos cargos a esclavos y libertos reales.

El control del episcopado y el inmenso patrominio eclesiástico se realiza creando nuevas sedes episcopales. Dictó leyes para impedir la rapacidad de algunos obispos que se apropiaban para su provecho personal de los bines de las iglesias y monaste-rios rurales.

Por otra ley puso freno al aumento de la fuerza del trabajo dependiente de los fondos eclesiásticos mediante la costumbre de hacer contraer matrimonio a personas de condición libre con libertos de la iglesia, así los hijos pasaban a estar bajo el patro-cinio de la iglesia. Esta política, contraria a la jerarquía de la Iglesia visigoda se refleja también en la ausencia en su reinado de un concilio general.

La política de Wamba, aunque tendía a fortalecer el poder central estaba basada en una profunda contradicción: reconocía que las fuerzas vivas del Estado estaban en los nobles y sus clientelas armadas, y que la seguridad del rey está en la lealtad de sus fideles, a los que, por tanto, hay que recompensar con bienes y cargos administrativos.

Wamba no pudo pensar en la dinámica política y social del estado visigodo. Su reinado acabó con un complot palaciego capitaneado por Ervigio. La obligación a toma hábiles, le obligaron a tomar hábitos y a nombrar un sucesor.

3. LAS TENSIONES SOCIALES Y LA LEGISLACIÓN ANTIJUDÍA

La subida de Ervigio al trono (680) señalaba el fracaso de la política centralista de Wamba. El nuevo rey buscó la colaboración de la jerarquía episcopal para que le sirviese de contrapeso a las influencias de la alta nobleza palatina del reinado anterior.

317

Se convoca el concilio XII de Toledo con el objetivo de que se legitimase su subida al trono y se sancionase la incapacidad de Wamba para reinar. A cambio concedía favo-res y privilegios al episcopado visigodo.

Intentará oponerse en ciertos aspectos a la nobleza laica, inmiscuyéndose en las alianzas mediante matrimonios (como Chisdasvinto), redactando también una nueva ley militar para sustituir la de Wamba. Sustituyó la pena ante el incumplimiento de la ley, como la de incapacidad de testificar, pero su ley que ordenaba la obligación de acudir con la décima parte de sus esclavos al ejercito real, reconocía la protofeudaliza-ción del Estado en la organización militar.

En el concilio XIII se demostró el poder de los nobles. Solicitó el perdón y la res-titución de los bienes confiscados de los participantes en la rebelión de Paulo. Esta pe-tición perjudicaba a una coalición nobiliaria que se había beneficiado con las confisca-ciones. El Concilio exigió para aceptar esa petición:

* Ampliar la petición a todos los damnificados desde Chintila. * Devolución de los bienes, tan sólo, que hubiesen sido unidos al fisco, pero no de

aquellos donados a otros nobles.

La petición de Habeas Corpus de los nobles, por la que tan solo podrían ser juz-gados por una reunión conjunta de todos sus pares, y antes de ser juzgados no podían ser encarcelados, maltratados ni se les confiscaría sus bienes.

Trató de cerrar la creación de una adicta “nobleza de servicio”.

A cambio de estas ganancias por parte de la nobleza, ésta le concedió a Ervigio cierta protección para su familia.

Fuera de esta actividad conciliar Ervigio llevó a cabo una nueva edición del Liber Iudicum, corrigiendo algunas anteriores o añadiendo otras.

Se reforzaron las medidas antijudías, reafirmando las medidas tomadas por Si-sebuto y Recesvinto, prohibiendo a los judíos tener esclavos cristianos y hacer proseli-tismo, pero además Ervigio impuso el bautismo obligatorio de la comunidad judía (el infractor recibiría 100 azotes, sufrirá la decalvación y sus propiedades confiscadas en beneficio del rey). Se repitió la prohibición de que ocupasen puestos de mando y nor-mas que impedían su circulación por el reino para impedir sus actividades.

Del cumplimiento de la legislación se encargaba a los obispos. De la repetición de estas medidas antijudías se deduce la ineficacia de muchas de ellas. Estas medidas atacaban a los judíos más poderosos y a éstos les sería más fácil el soborno de las autoridades.

En este periodo también se radicaliza la tensión social. El problema endémico de los esclavos fugitivos debió de agravarse exigiendo al Estado nuevas medidas. Se pro-curaba evitar la ayuda de otros esclavos o campesinos a los fugitivos.

Se daba un estado de insatisfacción y oposición en las capas más bajas de la sociedad. Las razones eran de orden estructural agravadas por una situación económi-ca grave: malas cosechas, hambruna, etc. por inclemencias climáticas desfavorables.

Ervigio toma las medidas de condonar los tributos directos en especies que an-tes de su reinado permanecían aún impagados y condena a la nobleza que abusa de los pequeños campesinos libres ante el pago de sus tributos, para hacerse con sus haciendas y convertidos en dependientes suyos.

318

En el 687 Ervigio cae enfermo y designa ante la nobleza a su yerno Egica como sucesor. El reinado de Egica se caracterizaría por sus intentos de fortalecer su posición personal y familiar, aceptando ya por completo la estructura protofeudal del Estado. Las confiscaciones de la nobleza es el rasgo esencial de su reinado; en un ambiente de creciente tensión social y en una situación exterior cambiante por el avance islámico en África.

Ervigio le había hecho prometer a Egica que defendería a sus familiares, pero éste al poco de subir al trono convocó un concilio general presentando dos peticiones: Que se le liberase del juramento que había hecho y que se anulase el juramento gene-ral exigido por Ervigio a todos sus súbditos en favor de sus hijos. El concilio se opuso a ambas peticiones.

Pronto surgieron choques entre el rey y sectores de la alta nobleza. Las tensio-nes fueron creciendo hasta que se conjuró contra el rey. Egica lo descubrió y comenzó su represalia. Obtuvo la renovación de las penas canónicas contra aquellos que ma-quinaran contra el rey, quedando a su voluntad la posibilidad de conceder el perdón.

En el reinado de Egica se asiste a un nuevo incremento de la tensión social. En el 702 la situación creada por los esclavos fugitivos era tan grave que se vio obligado a promulgar una nueva ley en la que se endurecen los métodos para impedir la fuga de esclavos. Impone la responsabilidad colectiva en caso de ocultación de estos esclavos a todos los habitantes de una aldea o finca señorial. Coincide esto con catástrofes na-turales de malas cosechas, hambre y epidemias.

También con más medidas antijudías, comenzadas en el concilio XVI de Toledo, por las que se prohibía a los judíos no convertidos la realización de negocios con cris-tianos. Se les imponía un nuevo tributo especial. Se les quitaba cualquier propiedad fundiaria adquirida de cristianos contra cierta compensación monetaria. Y ante la noti-cia de que los judíos estaban tramando una sublevación junto con sus hermanos del N. de África. Egica decretó la confiscación de todos sus bienes de los judíos no conver-sos, convirtiéndolos en esclavos y dispersándolos por todo el reino, entregándolos a personas que se comprometían a no dejarlos practicar sus ritos.

Égica asoció a su hijo Witiza al trono. A principios del siglo VIII estalló una rebe-lión nobiliaria, aprovechando la epidemia de peste y la tensión social. La rebelión fue sofocada pero cuando Egica muere, Witiza cree oportuno cambiar de política.

Muchos nobles castigados por Egica fueron repuestos en su cargo por Witiza, así como les eran devueltas sus posesiones confiscadas, favoreciéndolos con nuevas donaciones a costa de la hacienda real. Así la alta nobleza fue tomando un definitivo predominio sobre la realeza; y ello en un ambiente social enrarecido: esclavos fugitivos, judíos esclavizados, mientras que por Gibraltar asomaba el peligro del Islam.

Tras la muerte de Witiza en el 710 un sector de la nobleza eligen como rey a Rodrigo (dux de la Betica) y otro sector al descendiente de Witiza. Surge la guerra civil donde Rodrigo vence. Mas cuando Rodrigo se halla realizando una expedición de cas-tigo en las poblaciones rebeldes vasconas, llega una expedición musulmana que sa-queaba el valle del Guadalquivir.

En el 711 Rodrigo era destrozado en la batalla del Guadalete por los bereberes de Tarik, lugarteniente de Musa. Muere Rodrigo y derrotan en Écija a los restos del ejército visigodo en retirada. Las tropas musulmanas alcanzan la capital del reino, To-ledo. Ello impidió la elección de un nuevo rey visigodo, y a partir de entonces la resis-tencia al invasor estuvo falta de toda coordinación. Este hecho, junto con la mortandad de las recientes epidemias, las hambrunas y a la guerra civil entre las agrupaciones nobiliarias explican la rapidez de la conquista islámica.

319

TEMA 36. LA SOCIEDAD Y LA ECONOMÍA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA.

1. EL HÁBITAT RURAL

El hábitat rural variaba bastante de unas zonas a otras. Junto a la permanencia de la gran propiedad agraria, la villa típica del Bajo Imperio, tan abundante y lujosa en el valle del Duero, se detectan pequeños núcleos de habitados de carácter rural.

Respecto a las villae señoriales, establecimiento agrícola aislado, de esta época se observan una serie de diferencias con las del siglo IV. El carácter lujoso de las villas tardoimperiales desaparece en las villas hispánicas de los siglos V al VII. El carácter rural, de explotación agraria, desplaza al aspecto de aire señorial de antes. Por otro lado, la evolución arquitectónica de las villas hispánicas es evidente, se hacen más pe-queñas y con un marcado carácter y finalidad militar-defensiva (pasando a denominar-se con frecuencia castellum), de aspecto menos lujosas en el interior. Además surgen nuevas edificaciones que suelen yuxtaponerse a las antiguas residencias señoriales del siglo IV, o incluso aprovechar algunos de los amplios espacios absidales, de las anti-guas villas, ahora faltos de función. Estas nuevas edificaciones van a concentrar el lujo y, van a tener un marcado carácter religioso: son capillas o iglesias rurales, u oratorios de carácter martirial. De igual modo es frecuente que estos establecimientos religiosos yuxtapuestos a las antiguas villae se transformasen en monasterio. Este proceso esta unido a la cristianización de la aristocracia fundiaria, la cuál al edificar en sus dominios iglesias y monasterios dará lugar al origen en época visigoda de la iglesia o monasterio propio, de patronato. El patronato aseguraba a sus fundadores ciertas rentas, mayor sujeción de los campesinos a sus dominios y las inmunidades propias de la propiedad eclesiástica. Y en el noroeste peninsular en la segunda mitad del siglo VIII, dará lugar a los monasterios dúplices: que equivale a una transformación de un antiguo dominio laico a un monasterio, en la que el antiguo dueño del dominio y su familia, ocupaban los puestos jerárquicos, mientras que sus esclavos y clientes se convertían en monjes o servidores del monasterio; transformandose las antiguas dependencias personales en pactos de obediencia a una regla y al abad.

Junto a este hábitat agrícola aislado (villae) se daba también el hábitat rural agrupado en pueblos o aldeas (vicus); e incluso en ciertas regiones, el de tipo disperso aunque solían existir en las encrucijadas de los caminos ciertos lugares dedicados a las reuniones de los lugareños (compitalia). En estas comunidades rurales también apare-cieron edificios de carácter religioso, desarrollándose de esta forma una verdadera red de parroquias rurales en el siglo VII. Por otra parte, algunas prospecciones arqueológi-cas hacen sospechar de que bastantes de estas aldeas surgieron junto a una antigua villae señorial tardorromana. Este hecho es debido a la estructura de la gran propiedad en unidades autónomas de explotación, trabajadas por campesinos asentados.

2. PRINCIPALES CULTIVOS Y TÉCNICAS DE CULTIVO

Según las fuentes literarias los principales cultivos de la época eran los cereales, viñedos y olivos; productos que constituían las principales especies para el pago de los tributos.

La organización de las tierras de labor (terrae) eran por lo general abiertas sin cercas, aunque éstas solían utilizarse en el caso de los viñedos y huertos, así como en parcelas recientemente ganadas al bosque. Junto a las tierras agrícolas existían espa-cios de pastos y de monte o bosque. Estos espacios solían permanecer pro indiviso

320

(indivisibles) y ser comunales, tanto en las aldeas de campesinos libres como en las villas (para los campesinos asentados en ella). No obstante, también se daba espacios de montes y pastos cercados, por lo general privados y que podían alquilarse mediante el pago de un canon del orden del 10% de las ganancias (decimae). El uso de estas tierras (comunales o privadas) era fundamentalmente para la ganadería (que en ciertas zonas de la península, como en la región del Berzo, era la principal ocupación) y para la apicultura. Especial importancia tuvo en la Meseta el aprovechamiento de los bosque de glandiferas para la cría de cerdos en régimen de montería.

Una cuestión difícil de responder es la proporción existente entre superficie culti-vada y baldíos. Las fuentes de época visigoda mencionan cierta actividad de roturacion de anteriores baldíos; pero resulta imposible cuantificarla. Las roturaciones en época visigoda eran de dos tipos:

Individual y de pequeña extensión. Se trata de pequeños desmontes hechos en las zonas marginales de las tierras de cultivos. Suelen estar cercadas para defenderse de los animales y de la vegetación circundante. En muchos casos se trataría de permi-sos de roturación dados por el dueño del dominio a cambio de establecer relaciones de dependencia personal.

Institucional y de gran extensión. Se trata de la puesta en cultivo y roturacion de tierras realizadas por fundaciones monásticas, sobre todo en el siglo VII.

Las técnicas de cultivo empleadas no experimentaron cambios con respecto a las utilizadas en tiempos imperiales. El arado normal siguió siendo el de tipo mediterrá-neo, que no permitía un laboreo profundo de las tierras pesadas. La utilización de ins-trumental de hierro está bastante extendida, aunque su precio sería elevado. Se ha constatado la fabricación en el medio rural de los principales instrumentos férreos de utillaje agrícola (e incluso de defensa militar local). En los monasterios también había autarquía en la fabricación de los instrumentos férreos, e incluso se encomendaba la custodia a algún monje.

En determinadas zonas de la Península (Levante y valle del Guadalquivir) exist-ían complicados sistemas de irrigación. Las leyes visigodas e Isidoro de Sevilla señalan la existencia de redes de acequias y canales y la regulación de su aprovechamiento (mediante pagos de derechos de riego por horas de utilización); también documentan instrumentos para conseguir la elevación del agua desde el curso de los ríos o desde pozos: la ciconia o típico shaduf egipcio, la rota (rueda de cangilones o noria).Un hecho a destacar es el uso, generalizado, de los molinos de agua en la Península.

Los únicos métodos de mejora de la tierra conocidos eran el barbecho y el abo-no animal, lo que implica unos niveles de rendimientos muy bajos, casi de subsistencia. Este bajo nivel productivo, sólo aumentable con roturaciones ante cualquier incremento demográfico, explica la frecuencia de hambrunas; si además se añade, periódicas pla-gas de langosta, desde la segunda mitad del siglo VI en zonas orientales de la Meseta inferior, como el azote de la terrible peste bubónica en le 409-550 y siguientes, y fines del siglo VII y principios del VIII, daría como resultado una drástica reducción no sólo del potencial demográfico humano sino también de la cabaña ganadera.

3. PROPIEDAD FUNDIARIA Y CULTIVADORES

En la Antigüedad tardía la propiedad agrícola en la península Ibérica fue evolu-cionando. Paulatinamente la propiedad agrícola se concentra en pocas manos, con la consiguiente disminución de la pequeña y mediana propiedad libre. Por consiguiente en la época visigoda se dan dos tipos de propiedad: la pequeña y mediana propiedad, y la

321

gran propiedad (heredada del Bajo Imperio) que encerraba una mayor complejidad.

En el marco jurídico de la gran propiedad existía una parte que el propietario se reservaba y hacía trabajar directamente, en general por medio de esclavos, que con sus mujeres e hijos figuraban en los documentos de donación o de venta. El resto de la propiedad se desmembraba en una serie de pequeñas unidades autónomas, denomi-nadas sortes, entregadas para su explotación a gentes de muy diverso status jurídico (coloni, adscripti, precaristas, servi, casati, etc.), pero todos ellos obligados a donar en beneficio del propietario una serie de rentas en numerario, o más corrientemente en especie, y con frecuencia una serie de prestaciones de trabajo personal.

Los poseedores de sortes (de las grandes propiedades) tenían ciertos derechos comunitarios e interdependientes, además del individual de cultivar autónomamente su sors o sorte. Tales derechos se referían a la utilización, proporcional a las tierras culti-vables de su parcela, de los bosques que permanecían indivisos; también podían utili-zar de forma indistinta los terrenos baldíos de las respectivas sortes. La extensión de estas unidades no era fija y estaba en relación con el número de yuntas con que conta-se el que iba a cultivar.

Para conocer la estructura social de la época es importante saber quiénes y de que condición jurídica y socioeconómica eran los ocupantes de las sortes. Bastantes de ellas estaban ocupadas por esclavos, que poseían su peculium (regulado por las leyes, lo que les diferencia de los de época clásica), formado por bienes muebles, entre los que destacaban aperos y animales de labranza. Otros muchos eran libertos que per-manecían, tras su manumisión in obsequio, bajo el patrocinio de sus antiguos amos. (La corriente tendente a la manumisión, en parte favorecida por la doctrina cristiana, de los esclavos no perjudicaba la estructura de los grandes patrimonios fundiarios, ni alte-raba la fuerza de trabajo humana de los mismos). También, las sortes podían ser culti-vadas por una serie de gentes de condición libre. De los cuales, la gran parte de los mismos estaban en situación de encomendación; es decir, a lo largo de estos siglos, frecuentemente, los pequeños campesinos libres se acogieron a una relación de patro-cinio, recibiendo un lote de tierras de su señor para su cultivo. A cambio, tenían que dar a su señor el 10% de los frutos obtenidos, y a prestaciones de diversa clase. Pero el hecho más destacado es la desaparición prácticamente total de los colonos. Esta des-aparición se debió al hecho de que su situación económica a lo largo del siglo V había empeorado, llegando a confundirse con los simples esclavos, con los que habrían pa-sado a formar una única entidad jurídica. En definitiva, se tiende a la homogeneización jurídica, bajo el status de esclavo, de todos los campesinos dependientes que trabaja-ban en las grandes propiedades hispanovisigodas.

Un hecho a tener en cuenta y muy importante es que con gran frecuencia los grandes patrimonios fundiarios se encontraban muy dispersos, no formando en absolu-to bloques unitarios. Esto explica que junto a la gran villa aislada proliferen también al-deas donde habitaban campesinos dependientes de varios señores, cuyas tierras se encuentran entremezcladas en torno a la aldea. Dicha dispersión se explica por la práctica, en los patrimonios laicos, de las divisiones entre herederos.

Por otra parte, en esta época también siguió existiendo la pequeña propiedad fundiaria libre. Ahora bien, el rasgo histórico a señalar es la tendencia imparable a la disminución de la propiedad pequeña en beneficio de la gran propiedad, pasando sus antiguos propietarios a la situación de campesinos dependientes. El proceso, que había comenzado en el siglo IV, se aceleró a consecuencia de la alta presión fiscal y de la inestabilidad política. De esta forma, el campesino al convertirse en encomendado, bajo el patrocinio de un rico propietario, se aseguraba, en época de hambrunas y calamida-des de todo tipo, un trozo de tierra que le permitiese subsistir y, cierta protección frente

322

a la enorme presión fiscal por parte del Estado y ante los avatares políticos.

4. LA PRODUCCIÓN ARTESANAL

La producción artesanal es mal conocida por falta de datos y de estudios espe-cializados de esta época. De todas maneras, parece que la producción artesanal espe-cializada se concentraba en las principales ciudades; especialmente en el sector de la construcción. Hábiles trabajadores de la piedra ejercieron en Córdoba y Mérida en el siglo VI, y posteriormente en Toledo, en el VII: adoptando motivos y formas escultóricas de origen bizantino, principalmente del arte de Rávena y Sicilia. También se documenta para los siglos V y gran parte del VI una interesante producción de cerámica estampa-da, de origen norteafricano, en todo el valle del Guadalquivir.

Pero sin duda la rama artesana más apreciada en la Península será la orfebrer-ía. La producción joyera a principios del siglo VI mostró la incorporación de motivos ornamentales y estilísticos de procedencia germánica. Con posterioridad se impondrán los modelos de clara procedencia bizantina. La forma de trabajo de los orfebres era por encargo, se les entregaba la materia prima (oro, plata, pedrería), y ellos entregaban la obra terminada, quedándose por su trabajo con una porción de la materia prima apor-tada para su elaboración. Parece que los maestros monederos (monedas) que trabajan a cuenta del Estado actuaban de igual modo.

Entre las profesiones liberales la más importante era la práctica de la medicina, centrada en las grandes ciudades. Cobraban fuertes sumas de dinero, sobre todo si había alguna operación quirúrgica. La medicina se había convertido en una profesión privada pues el Estado y la corporación municipal habían dejado de sufragarla. Aunque hay noticias, en la segunda mitad del siglo VI en Mérida, de que la Iglesia construyera un hospital para enfermos y peregrinos, con médicos propios, donde se atendía gratui-tamente. Por contra desaparición de las ciudades los rectores o profesores de gramáti-ca, y sólo a partir del II concilio de Toledo la escuela pública será sustituida por la es-cuela episcopal, donde la enseñanza se centraba en la compresión y exégesis de las sagradas escrituras y de la patrística.

Se sabe que el trabajo artesanal estaba organizado en grados o cualificaciones, que incluía por lo menos aprendices y maestros, realizándose la enseñanza del oficio de forma individual y mediante el pago por el aprendiz de cierta cantidad, a parte de trabajar gratuitamente en lo que le mandase el maestro, el cual se encargaba de su enseñanza y manutención.

Es importante considerar que la mayor parte del trabajo artesanal se realizaba en las áreas rurales por personal no especializado; por lo que la producción artesanal de las ciudades se limitaba a productos de alto valor y que exigía un alto grado de es-pecialización, siendo el volumen de la producción no muy elevado.

5. COMERCIO EXTERIOR E INTERIOR

El comercio exterior se basaba fundamentalmente en productos de lujo, o en ge-neral de alto valor y reducido volumen y peso, que permitiesen su transporte lejano, costoso y siempre peligroso. Tales eran joyas, pieles de lujo, telas finas, códices, etc., e incluso, en momentos de extrema carestía, el trigo.

Dicho comercio se efectuaba en su mayor parte por vía marítima, situándose sus principales centros en las ciudades de las costas o ribereñas de los grandes ríos nave-gables, como el Guadalquivir, el Guadiana o el Ebro. Es en estos centros donde se do-cumenta hasta el segundo tercio del siglo VII la presencia de activas colonias de co-

323

merciantes orientales, muchos de ellos judíos. Esto implica que era esencial la comuni-cación con los países bizantinos, productores de mercancías de lujo. Se detecta vías comerciales con los puertos sirios, con Alejandría, Cartago e Italia. Otra vía comercial era la que unía las costas catalanas con el sur de la Galia, especialmente con Marsella, desde donde se tenía acceso por el valle del Ródano a las comarcas renanas y del Se-na.

Las comunicaciones con las Galias también podían realizarse por vía terrestre (a través de los pasos pirenáicos) y, sobre todo, a lo largo de la costa cantábrica y golfo de Vizcaya, donde existía una bien atestiguada ruta marítima de unión entre las costas gallegas y Burdeos; ruta que podía prolongarse incluso hasta las islas británicas y las costas de Frisia.

El comercio interior presenta una mayor dificultad de análisis. Aún así, en esta época se mantuvo en bastante buen estado la red de calzadas heredada del Bajo Im-perio, y su nivel de utilización siguió siendo bastante alto. La legislación visigoda regu-laría en algún código el uso de las calzadas (acampar, pastoreo en las márgenes del camino de los animales de carga, cortar leña para hacer fuego), así como siguió man-teniendo el servicio imperial del cursus publicus. Los particulares siguieron estando obligados a la entrega de caballerías para este medio de transporte oficial, al tiempo que el Estado visigodo intentaba evitar, sin conseguirlo, el abuso por parte de los pode-rosos a que daba lugar el cursus publicus.

De todas formas el costo elevado del transporte terrestre y su lentitud lo hacían prácticamente inutilizable para el comercio de objetos de uso diario de pesado tamaño y no demasiado valor, como por ejemplo los alimentos. Además hay que tener en cuen-ta la existencia de agentes no profesionales en los intercambios, el intercambio de bie-nes de consumo fuera de los circuitos comerciales, y el papel de la moneda y de la economía monetaria. Es evidente la existencia en esta época de muchas personas que se dedicaban al comercio de forma accidental (tales como clérigos, campesinos que se acercaban a la ciudad a vender en los mercados semanales (nundiane) los productos de sus huertos. Las pocas citas a los (negotiatores) agentes de comercio están en rela-ción con el comercio exterior. Por otra parte, la dispersión de los patrimonio fundiarios favorecía la autarquía, y tan sólo los excedentes o la carencia de algún producto eran puestos en manos de agentes privados para su comercialización. Las instituciones eclesiásticas realizaban un amplio evergetismo que ponía en circulación un gran núme-ro de bienes de consumo directo (alimentos, ropas, etc.) y de utilización general. La misma forma de trabajar de los orfebres muestra ya la tendencia a prescindir por com-pleto de los agentes de intercambio especializados.

6. LA ECONOMÍA MONETARIA

En esta época prácticamente se acuño moneda de oro (solidi y tremisses) y tan sólo, en contadas ocasiones, algún otro tipo de moneda. A partir de Leovigildo, cuando las series monetales pueden analizarse con cierta seguridad, tan solo se acuñaron trientes.

El sistema monetario visigodo se amoldaba al heredado del Bajo Imperio: 1 libra de oro = 72 sueldos de oro = 216 trientes de oro = 1278 silicuas de oro, constituyendo todas menos las trientes, y en parte los sueldos, unidades exclusivamente de cuenta pero no de curso.

La moneda de bronce no se utilizó en absoluto: la terrible inflación y el abandono a su suerte por el Estado, debido a la escasísima ganancia que se podía obtener de su acuñación, a partir de finales del siglo IV, la habían convertido en inutilizable para cual-

324

quier transacción comercial.

A partir de Leovigildo se puede detectar una serie de cecas de acuñación de trientes, muchas de ellas en Galicia, utilizadas para el pago en numerario del ejército en sus expediciones contra los rebeldes y autónomos pueblos del norte. A partir de Chindasvinto se observa una radical reducción de cecas, subsistiendo tan solo aquellas situadas en centros urbanos de importancia y con gran tradición acuñadora en los rei-nados precedentes. Esta reducción pudo deberse tanto a una finalidad centralizadora como a cambios muy significativos en la estructura de la hacienda real, tanto de sus entradas como de sus salidas. En efecto, la principal fuente de aprovisionamiento, por parte del Estado, de metal noble para realizar sus acuñaciones provenía del pago de los impuestos por vía de la aderación. La disminución constante de la masa metálica debido a la tesarurización y la ruina de muchos contribuyentes, produjo que las entra-das (ingresos) de la hacienda real se hiciese en especies, mientras que las salidas (pa-gos) cambiarían y a su principal deudor: el ejército, irá tomando una marcada tonalidad protofeudal.

Por otra parte, el análisis sobre el préstamo usurario y el crédito muestran la po-ca intensidad de este, y su frecuente realización en especie, y la rareza del dinero, que hace que este adquiera un enorme precio.

Todos los aspectos anteriormente mencionados nos llevan a la existencia de una sociedad en la que la posesión de las monedas de oro es privilegio de una minoría de la población. Esta última afirmación se constata por el hecho de que en muchas leyes contenidas el Liber Iudicum, el legislador prevé la posibilidad del no pago por las gentes humildes de las fuertes multas en numerario, prescribiéndose en su sustitución castigos físicos. Este último hecho nos pone frente a otra realidad: el fundamental papel político, y no estrictamente económico, de la moneda. Las monedas áureas son consideradas ante todo como instrumento de los pagos al Estado y como plasmación de esa "impe-rialización" de la realeza iniciada por Leovigildo; las monedas servían como poderoso medio de propaganda política y de símbolo del prestigio y poder de la autoridad central, real.

Como anteriormente se ha comentado, la cada vez más escasa masa numeraria debido a la constante tesaurización produjo una situación típicamente deflacionista; que afectó de manera diversa a los sectores o grupos sociales. Así, dicha inflación era be-neficiosa para aquellas personas, miembros de la aristocracia laica y religiosa, que po-seían un buen número de piezas áureas. En cambio, era desfavorable para aquellos individuos con dificultades de obtenerla como los humildes (grupos serviles y pequeños propietarios o artesanos libres), que por otra parte, al ser el grupo más numeroso influía decisivamente en la disminución drástica de la capacidad adquisitiva, con lo que la oferta al ser tan baja producía una contracción del mercado y una atonía de la distribu-ción comercial de objetos de consumo. Máximo si se piensa que el único mercado de bienes que no podía haber desaparecido, el comercio alimenticio, esta sometido a dos fuerzas muy poderosas que lo alejan del comercio. Tales fuerzas eran: la existencia de la estructura señorial en el sector básico de la producción social, la agricultura; y la concurrencia de circuitos de distribución de bienes de consumo necesario y diario al margen de los intercambios comerciales, fundamentalmente por medio de la institución de la limosna.

7. LA CLASE DIRIGENTE: EL PATROCINIUM Y LOS BUCELLARII

La clase dirigente de la sociedad peninsular de la época va a estar constituida por la aristocracia fundiaria laica y eclesiástica. El origen de esta gran aristocracia de la

325

tierra hay que rastrearlos en los epígonos de la antigua aristocracia senatorial tardo-rromana y en los miembros de la antigua nobleza gentilicia germánica, que tras su asentamiento se había convertido en gran propietaria al estilo tardorromano. Esta po-derosa nobleza hispanogoda se caracterizaría por la asunción de una cierta superes-tructua ideológica gótica, así como por la perduración de ciertas costumbres germanas, y por la permanencia de una tradición cultural clásica (Isidoro de Sevilla, Julián de To-ledo.) concentrada cada vez más en círculos más estrechos; cultura que tiende a cris-tianizarse. Cristianización de los potentes, que incluso se refleja (como ya se ha visto) en la estructura de las edificaciones propias de sus villae.

La verdadera base del poder socioeconómico y político de esta aristocracia era la institución del patrocinium junto con la propiedad fundiaria. En la estructura de la propiedad fundiaria se observa las relaciones de producción que en ella se daba, y las consecuencias que la institución del patrocinium tenía para la conversión de antiguos campesinos libres en dependientes. El patrocinium había sido una práctica tardorroma-na, por la cual la gran aristocracia senatorial, recibía bajo su patrocinium a bandas de soldados privados a quienes mantenían y armaban a cambio de sus servicios de policía o en luchas privadas; soldados privados encomendados a los que se daba el nombre de buccellarii. Ahora bien, el El Estado visigodo en vez de impedir estas clientelas ar-madas, las promovió. Las razones pueden ser diversas: debilidad del poder central, deseo de atraerse a la aristocracia senatorial, necesidad de contar con el mayor núme-ro de combatientes, etc. Además no hay que olvidar la existencia de instituciones entre los germanos muy parecidas al patronium, como las clientelas cuasiserviles y la Gefol-ge. A cambio de tales servicios armados y para su mantenimiento, el patronus solía entregar a estos soldados privados cierta cantidad de tierra a título condicional, pero heredable en el caso de que sus hijos siguiesen prestando tales servicios de armas.

La importancia del bucelariato es muy grande, pues se constituyó en un podero-so factor de movilidad social, y más concretamente, de ennoblecimiento. En las fre-cuentes luchas por el trono, rebeliones, etc., los bucelarios eran tanto socios activos en la lucha como pasivos partícipes en las fortunas o desgracias de sus patronos. Los bu-celarios, según H. J. Diesner, "formaron un elemento básico en la edificación del proto-feudalismo visigodo". De hecho si se observa la sociedad del siglo VII se puede com-probar que se ha formado una verdadera jerarquía vasallística. En la cima se encuentra el rey, cuya imagen se ha ido transformando a imitación de los emperadores tardorro-manos y recibiendo un fortísimo influjo eclesiástico, lo que se plasma en la ceremonia de la unción real. Por debajo del soberano se sitúan los potentes, que comprenden a los altos funcionarios de la administración (duces y comites), dignatarios palatinos de menor categoría (gardingi), y los grandes propietarios fundiarios. Criterios fundamenta-les de nobleza eran la riqueza (patrimonio al menos de 10000 sólidos) y el desempeño de un alto puesto administrativo: aspectos, que tenderían a estar unidos.

En definitiva, era el lugar ocupado dentro de las relaciones de patrocinium el que determinaba la situación de cada uno y las subsiguientes posibilidades de vida y ac-ción. El rey se convierte, así, en el patronus de sus grandes dignatarios palatinos, y estos, a su vez, tiene en relación de dependencia a otros nobles de rango inferior, o a simples bucellarii. Por otra parte, se daba la tendencia a que las prerrogativas y funcio-nes públicas (del Estado) fuesen usadas por los potentes en beneficio propio, con lo que se conseguía la inmunidad que en las condiciones sociales dadas se encontraban ya al alcance de la mano.

Por otra parte, estas mismas relaciones de patronato se daban también en el seno de la Iglesia, estando situado en la cúspide los obispos. Es más, los obispos se veían favorecidos por la concesión al personal al servicio de la iglesia, de la inmunidad tributaria y de otras cargas (desde el 663), jurisdicción propia interna, derecho de asilo

326

eclesiástico, etc.

Los obispos fueron aumentando paulatinamente, en el transcurso del reino de Toledo, sus funciones o prerrogativas dentro del aparato administrativo del reino, susti-tuyendo bastantes veces a funcionarios laicos. En resumen, la jerarquía eclesiástica formaba, junto con los nobles, un grupo social muy homogéneo, la nobleza, que en su conjunto representaba la clase dominante del Estado visigodo.

8. LA MASA PRODUCTIVA: DIVERSIFICACIÓN Y CONVERGENCIA DEL CAMPESINADO

En el otro extremo de la sociedad habría que situar a las personas directamente implicadas en la producción de bienes, y fundamentalmente en la agricultura. Jurídica-mente se distinguía entre hombres libres de los de condición servil o siervos. Pero económicamente y socialmente, como se ha visto anteriormente, se tendía a la forma-ción de una clase cada vez más homogénea de campesinos dependientes. La forma-ción de esta clase se venía gestando desde la crisis del siglo II, o incluso antes, con la transformación de la esclavitud de tipo clásico y la descomposición de la sociedad tribal imperante en los pueblos germánicos.

El grupo de hombres libres estaría formados por los pequeños propietarios agrí-colas denominados possesores o privati. Éstos estarían obligados, según una ley de Khindasvinto, al pago del impuesto territorial y al suministro de caballos para la posta oficial.

En una agricultura de rendimientos escasos, las malas cosechas, producto de las inclemencias climáticas o de plagas tales como la de langosta, el hambre y la mor-tandad debida a estas y a las grandes epidemias, abonaban un campo sobre el que recaía la presión de los poderosos y todo el duro peso de la fiscalidad del Estado visi-godo. Muchos pequeños propietarios libres se sometieron en esta época al patrocinio de un "potente", capaz de dispensarles la protección de que estaban necesitados. El precio del "patronato" consistió a veces en ceder al patrono la propiedad de las tierras, cuya tenencia sin embargo conservaban, y en el abono de un canon. Otros hombres libres, que carecían de tierras propias, entraban en la encomendación. A finales del siglo VII, se incrementaron las relaciones de patrocinio y las clientelas de encomenda-dos, factores principales del poder social de los patronos.

Las personas libres serían más numerosas entre los habitantes de las ciudades y aunque muchas de ellas sólo tenían su residencia y se dedicaban al cultivo de la tie-rra en los campos de las cercanías, otros vecinos desarrollaban actividades y profesio-nes típicamente urbanas (pequeño comercio y artesanía libre) y liberales (médico, ma-estro).

Los siervos o esclavos no constituyeron en la España visigótica una clase uni-forme. Se distinguían por su origen (la guerra, el comercio, el matrimonio, la pena, las deudas), aun cuando la fuente principal era el nacimiento. Hubo diversas categorías de siervos, destacando entre ellos los del rey y los de la iglesia. Los siervos palatinos (del rey) poseían sus propios esclavos y su testimonio en un juicio tenían igual valor que el de un hombre libre. Los siervos del Fisco regio, sin poder equipararse con los palatinos, gozaban de una posición superior a los siervos comunes y sus rentas constituían, junto a los tributos de los pequeños propietarios, la principal fuente de recursos de la Hacienda visigótica.

Los siervos de la Iglesia, también poseían una condición privilegiada dentro de la clase servil. Fueron muy numerosos y hubo iglesias con un alto número. La gran ma-

327

yoría de los servi ecclesiae eran siervos rurales, que trabajaban las tierras de las igle-sias. Como la rentabilidad de las tierras dependían de la existencia de brazos que las cultivasen, de ahí el interés por la posesión de siervos.

Al margen de estos grupos serviles privilegiados, los esclavos en general, se di-vidían en dos grandes grupos, según su capacidad técnica, los "idóneos" y los "rústi-cos". Los primeros eran siervos domésticos, convivían con sus dueños a los que se prestaban servicios personales valiosos y recibían mejor consideración y trato. Los siervos rurales constituían la gran masa de la población servil y cultivaban la tierra, bajo la vigilancia del propietario o de sus administradores. En cambio los siervos rústicos, pese a su peor condición que los "idóneos", avanzaron más rápidamente hacia la emancipación. La misma lejanía de los dueños facilitaba el acercamiento y hasta la confusión de aquellos siervos rurales con otros cultivadores de la tierra dependientes del mismo señor (colonos, libertos sub obsequium, encomendados, etc.). Aunque los siervos rústicos seguirán existiendo hasta el final de la época visigótica.

Los siervos manumitidos por sus dueños obtenían la condición de "libertos" infe-rior jurídicamente a la de los nacidos libres. Además, no solían recibir la libertad total. Lo habitual fue que continuasen en el "obsequio" de su antiguo dueño, muy extendido en la Iglesia. Los lazos que unían al liberto "bajo obsequio" con el antiguo dueño eran semejantes a los existentes entre señores y encomendados.

En definitiva, las relaciones económicas y sociales contribuyeron a la creación de una masa de población campesina (libres, libertos, esclavos, siervos) bastante homogénea y cuya situación puede definirse como de pre-servidumbre o semi-libertad.

9. FORMAS DE RESISTENCIA FRENTE AL ORDEN SOCIAL ESTABL ECIDO

El proceso de constitución de una clase cada vez más homogénea de campesi-nos dependientes se dio mediante una nivelación por la base, es perfectamente com-prensible que surgiese una aguda tensión social. Dicha tensión social se convirtió algu-nas veces en verdaderas rebeliones armadas contra el Estado.

La forma más habitual de esta oposición era el fenómeno de los esclavos fugiti-vos, el cual había experimentado un notable auge y generalización en el último tercio de la historia del reino visigodo, en relación con la formación de una típica estructura protofeudal por el Estado. En el Liber Iudicum se dedica nada menos que 21 leyes para intentar resolver este problema. Muchas de estas leyes hacen relación a los humildes del mundo rural que diesen asilo a esclavos fugitivos.

Otra forma de lucha era el bandolerismo, que se caracteriza por el origen humil-de de sus componentes y el apoyo que puede encontrar en los grupos más bajos y po-pulares de la sociedad. El bandolerismo, que había hecho su aparición de forma endé-mica en la región Bracarense en el siglo V, debió de experimentar un fuerte rebrote en la segunda mitad del siglo VII: convirtiéndose la figura del ladrón en familiar en los me-dios rurales más apartados, como, por ejemplo, el Bierzo. Es significativo la existencia de una ley que castiga, como mínimo con 200 latigazos, a los libres y esclavos que ocultasen voluntariamente a bandidos.

También puede ser que en esta situación de descontento entre tales sectores de la sociedad, habría que incluir el enorme éxito alcanzado por el monaquismo en el reino visigodo, muy acentuado en la segunda mitad del siglo VII. La jerarquía eclesiástica mantuvo siempre una actitud de recelo, y posteriormente de franca hostilidad, ante las manifestaciones más extremistas del monaquismo: los eremitas y anacoretas. Tampo-co resulta descabellado pensar que muchas pobres gentes acudían a los monasterios

328

para escapar de las pesadas cargas fiscales y militares impuestas por el Estado.

Como una forma de oposición de carácter ideológico, habría que reseñar la per-vivencia en las masas campesinas de restos de paganismo. Testimonio conciliares alu-den a un recrudecimiento de la lucha oficial desencadenada contra el paganismo en el reino visigodo a finales del siglo VII. Los elementos que aún permanecían aferrados a cultos indígenas de origen prerromano pertenecían casi exclusivamente al mundo rural, y a las más ínfimas categorías sociales existentes en los campos: esclavos rurales o campesinos dependientes que trabajaban las fincas de los poderosos; enfrentándose, ideológicamente, a la marcada cristianización de los poseedores de las grandes pro-piedades fundiarias.

También se ha sostenido cierto origen de protesta social para la herejía priscilia-nista, lo que explicaría la contumaz persistencia de restos de esta herejía entre las ma-sas rurales gallegas en los siglos V y VI.

10. LA VIDA URBANA.

Con frecuencia se ha afirmado que las ciudades, la vida urbana, en la península Ibérica sufrieron en estos siglos una crisis decisiva. Pero la verdad, es que más que crisis o decadencia, habría que hablar de mutación de las ciudades y de la vida urbana en relación con las típicas de época anterior. La mutación de las ciudades se dio en una doble vertiente: su aspecto físico y su contenido socioeconómico.

Físicamente, el aspecto típico de las ciudades peninsulares de ésta época, será su amurallamiento. Este proceso que se había iniciado en el Bajo Imperio, será ahora por completo general; cuidando el poder público del mantenimiento y reforzamiento de tales recintos amurallados. Aunque dichas construcciones constriñeran el espacio in-tramuros, no se puede hablar de disminución de tamaño y de la demografía urbana. Realmente lo que se buscaba eran ciudadelas de fácil defensa. Por contra, en muchas ciudades, surgieron barrios suburbanos en torno a un monasterio o basílica, tanto en el interior como en el exterior de los recintos fortificados. Y será precisamente esta prolife-ración de edificios religiosos, la nota característica de la nueva topografía urbana. Tales edificios se levantan aprovechando antiguas construcciones de carácter público (por lo general templos). Por contra, las calles y plazas, foros, sieguen conservando sus carac-terísticas trazas de época imperial. Por otra parte, se detecta la permanencia de mu-chos de los antiguos establecimientos termales; al igual que los circos o hipódromos.

Respecto a su contenido socioeconómico será la cristianización (o más bien, la clericalización) el rasgo definitorio y distintivo de las ciudades de la época. Por contra, el grupo de los curiales (característico de las ciudades del Alto Imperio) entrará en una aguda crisis, a consecuencia de las mayores cargas fiscales y del aumento de la gran propiedad fundiaria, que le llevará a su total desaparición. Esta desaparición era con-secuencia de la radical polarización de la estructura de la sociedad. Por contra, se de-tecta como muy frecuente la residencia de los potentes en las ciudades, que con sus recintos amurallados les ofrecen ahora mejores perspectivas de defensa. Será esta aristocratización de las ciudades, junto con el gran poder alcanzado por el clero urbano, en especial el obispo, otro rasgo característico de la ciudad en esta época. Ahora la ciudad estará regida por la aristocracia: el poder del comes civitatis y del obispo.

El carácter un tanto marginal del comercio y de la artesanía (salvo las grandes ciudades de la costa o de los bordes de los ríos navegables) reducirá al resto de la po-blación urbana al carácter de plebe mísera y hambrienta que vive a la sombra de los

329

poderosos. Y es en este contexto donde hay que comprender el evergetismo realizado por instituciones eclesiásticas para los humildes: creación de hospitales gratuitos, re-partos diarios de alimentos en el atrio episcopal, etc. Salvo las grandes metrópolis co-mo Tarragona, Toledo, Córdoba, Sevilla, Mérida, etc., la ciudad se convierte principal-mente en un centro defensivo, administrativo y religioso. Y serán los poderes laicos y eclesiásticos allí establecidos los que con su poder adquisitivo mantengan unos niveles mínimos de vida comercial y artesanal.

Hay que reseñar que salvo casos aislados como Conimbriga y Cartagena, y en menor medida Itálica, no se constatan abandonos de antiguos centros urbanos en esta época. Por el contrario se asiste a la fundación de nuevas ciudades, o a la transforma-ción de antiguos núcleos de carácter rural en auténticas ciudades, como el caso de Oporto, Caliabria, Lamego, todas ellas en Portugal.

330

TEMA 1.- INVASORES Y COLONIZADORES (1): Indoeuropeo s y fenicios. 1

1. Definición y origen de los pueblos indoeuropeos 2

2. Definición de los pueblos celtas 2

2.1. Los celtas en la Península Ibérica 3

2.2. La ocupación celta de la Meseta y los bordes atlánticos 4

3. La presencia en España de algunos “Pueblos del Mar” 5

4. Los comienzos de la colonización fenicia y la fundación de “Gadir” (examen) 6

4.1. La fundación de Gadir 6

4.2. Las colonias fenicias mediterráneas 7

TEMA 2.- LA CIVILIZACIÓN TARTÉSICA 9

5. TARTESOS EN LAS FUENTES ESCRITAS (examen) 9

6. EL MARCO ARQUEOLÓGICO TARTÉSICO DE FINALES DE LA EDAD DEL BRONCE 9

7. CONSTITUCIÓN POLÍTICA. CLASES SOCIALES (examen) 10

8. LA CUESTIÓN DEL MERCENARIADO. ARMAMENTO 11

9. ECONOMÍA, COMERCIO Y PRODUCCIÓN ARTESANAL 12

TEMA 3.- INVASORES Y COLONIZADORES (2). Griegos y C artagineses. 14

10. LA COLONIZACIÓN GRIEGA (examen) 14

10.1. INTRODUCCIÓN 14

11. LAS FUENTES LITERARIAS 14

12. LA COLONIZACIÓN FOCEA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA 15

12.1. La colonización focea en el Sur peninsular (siglos VII - VI) 15

12.2. La colonización focense en el Sureste y Levante peninsular (siglos VII-VI) 15

12.3. El fin de las relaciones griegas con Tartesos 16

12.4. Evolución de las colonias y factorías griegas (siglos V-IV a.C.) 17

12.5. El siglo III y el final de la colonización griega en la Península 17

12.6. La presencia cultural griega en la Península Ibérica 18

13. EL PERÍODO CARTAGINÉS DE LA COLONIZACIÓN PÚNICA (examen) 19

14. Marco histórico de Cartago hasta la época de los Barca 20

14.1. La Ibiza púnica 21

14.2. Los cartagineses en la Península Ibérica 22

TEMA 4.- Pueblos Prerromanos (1). El Sur y las regi ones orientales. 24

15. LOS TURDETANOS 24

15.1. ASPECTOS POLÍTICOS 24

15.2. ECONOMÍA Y COMERCIO 25

15.3. RELIGIÓN TURDETANA 26

16. CONCLUSIÓN 27

331

17. LOS ÍBEROS 27

17.1. EVOLUCIÓN DE LA CULTURA IBÉRICA (examen) 28

17.2. ECONOMÍA Y COMERCIO EN LAS ÁREA DE CULTURA IBÉRICA 30

17.3. INSTITUCIONES SOCIALES Y POLÍTICAS DE LOS IBEROS 32

17.4. EL ÁMBITO RELIGIOSO DE LOS PUEBLOS DE CULTURA IBÉRICA 33

18. LOS PUEBLOS MASTIENOS Y LA BASTETANIA 35

TEMA 5. PUEBLOS PRERROMANOS (2): El interior de la Península. 37

1. ORETANOS Y CARPETANOS 37

1.1. ORETANOS 37

1.1.1. Sociedad y Economía. 37

1.2. CARPETANOS 38

1.2.1. Aspectos sociales, económicos y religiosos. 38

2. LOS CELTAS DE EBRO MEDIO. (CELTIBERIA ORIENTAL) (examen) 39

2.1. LOS BERONES 39

2.2. TITOS, BELOS, LUSONES 39

2.3. LA TERCERA CELTIBERIA 39

2.4. LAS CIUDADES CELTIBÉRICAS 40

2.4.1. Creencias celtibéricas. 40

3. DEFINICIÓN Y ORGANIZACIÓN ECONÓMICA DE PELENDONES Y AREVACOS. 41

3.1. Organización económica. 41

4. ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA Y VIDA URBANA DE LOS PUEBLOS DE LA CELTIBERIA OCCIDENTAL. HOSPITIUM, CLIENTELA Y DEVOTIO. 42

4.1. Organización social y política. 42

4.1.1. Vida Urbana. 43

4.1.2. La confederación tribal. 43

4.2. HOSPITIUM, CLIENTELA Y DEVOTIO (examen) 44

5. LOS VACCEOS 45

5.1. Vacceos, arévacos y celtíberos. 45

5.1.1. Colectivismo agrario. 46

5.1.2. Organización social. 46

6. LOS VETONES. 47

6.1. Evolución cultural. 47

7. Los verracos. 47

7.1. Economía. 48

7.1.1. Sociedad. 49

7.2. LA RELIGIÓN DE LOS PUEBLOS DEL DUERO 49

332

8. LOS LUSITANOS 50

8.1. Orígenes y situación según las fuentes antiguas. 50

8.2. Límites, pueblos y ciudades según las fuentes antiguas. 50

8.3. Organización social y política. 51

8.4. Organización económica. 51

8.5. Cultura material: poblamiento y urbanismo. 53

8.6. Religión y culto. 54

8.7. Escritura y Lengua. 54

8.8. Pervivencia del indigenismo bajo Roma. 55

TEMA 6.- Pueblos Prerromanos (3). El Norte Peninsul ar 56

1. LOS GALAICOS (examen) 56

1.1. ORIGEN SITUACIÓN Y LÍMITES SEGÚN LAS FUENTES ANTIGUAS 56

1.2. TRIBUS Y PUEBLOS SEGÚN LAS FUENTES ANTIGUAS 57

2. LA CULTURA CASTREÑA 57

2.1. MODO DE HABITACIÓN 57

2.2. CRONOLOGÍA 57

2.3. HÁBITAT Y URBANISMO 58

2.4. LAS VIVIENDAS 58

2.5. EL URBANISMO DE LOS RECINTOS CASTREÑOS 59

2.6. ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL: LOS CASTELLA 60

2.7. ORGANIZACIÓN ECONÓMICA 60

2.8. COMERCIO Y COMUNICACIONES 62

2.9. RELIGIÓN Y ARTE 62

3. LOS CÁNTABROS Y ASTURES 63

3.1. INTRODUCCIÓN 63

3.2. CÁNTABROS 63

3.3. LOS ASTURES 64

3.4. HÁBITAT Y URBANISMO 64

3.5. ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA 65

3.6. ORGANIZACIÓN ECONÓMICA 67

3.6.1. Recolección y agricultura: 67

3.6.2. Ganadería, caza y pesa: 67

3.7. MINERALES E INDUSTRIA 68

3.8. COMERCIO Y COMUNICACIONES 68

3.8.1. Medios de transporte: 69

3.9. RELIGIÓN Y CULTO 69

3.9.1. Practicas funerarias: 69

333

4. LOS VASCONES Y SU TERRITORIO 70

4.1. EL PROBLEMA DEL VASCOIBERISMO 70

4.2. EL TERRITORIO INICIAL DE LOS VASCONES 70

4.3. EL TERRITORIO DE LOS “PUEBLOS VASCOS” EN EL SIGLO I a.C. 71

TEMA 7.- Hispania Romana hasta mediados del siglo I I a.C. 72

5. LAS ASPIRACIONES IMPERIALISTAS DE CARTAGO. 72

6. LAS ACTUACIONES DE AMÍLCAR BARCA Y ASDRÚBAL EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. 72

7. LA CONQUISTA DE SAGUNTO Y EL TRATADO DEL EBRO DEL 226 a.C. (examen) 75

7.1. La toma de Sagunto por Aníbal: 75

7.2. El Tratado del Ebro: 76

8. EL DESEMBARCO ROMANO EN AMPURIAS. LAS CAMPAÑAS DE PUBLIO Y CNEO ESCIPIÓN 77

8.1. Desastre y muerte de los Escipiones: 80

9. LA VENIDA DE PUBLIO CORNELIO ESCIPIÓN EL AFRICANO 81

9.1. La toma de Cartago Nova: 81

9.2. La batalla de “Baecula”: 82

9.3. La batalla de “Ilipa” 83

10. CATÓN EN HISPANIA (examen) 84

10.1. Porcio Catón y su obra: 84

11. TIBERIO SEMPRONIO GRACO y las primeras fundaciones romanas en Hispania. 85

TEMA 8. LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LUSITANOS. LA GUERRA SERTORIANA. 86

1. CAUSAS Y COMIENZO DE LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LUSITANOS. 86

1.1. CAUSAS 86

1.2. ESTRUCTURA SOCIAL INDÍGENA 86

1.3. LAS PROVOCACIONES DE ROMA 87

1.4. CARACTERES 87

1.5. COMIENZO DE LAS GUERRAS 88

2. LA INTERVENCIÓN ROMANA EN LA MESETA SEPTENTRIONAL (153-143 a. C.) 88

2.1. Las campañas de Nobilior y Marcelo en la Citerior. 88

2.2. Licinio Lúculo y su expedición contra los vacceos. 89

2.3. Un intervalo en la guerra hispana. 89

3. VIRIATO Y EL FIN DE LA GUERRA LUSITANA (examen) 89

3.1. Viriato. 89

334

3.2. Viriato contra los romanos (147-139 a. C.) 90

3.3. Hacia el final de la guerra lusitana (139-137 a. C.) 91

4. NUMANCIA (examen) 91

4.1. CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS CONTRA CELTÍBEROS Y LUSITANOS 92

5. LA FIGURA DE SERTORIO Y LA CONSOLIDACIÓN DE SU PODER EN HISPANIA. (examen) 93

5.1. La situación de Roma y de Hispania entre el 133-82 a. C. (examen) 93

5.1.1. La reorganización de las provincias hispanas 93

5.1.2. La conquista de las islas Baleares por Cecilio Metelo 94

5.2. SERTORIO (examen) 94

5.3. LA GUERRA CIVIL DE SERTORIO EN HISPANIA (82-72 a. C.) (examen) 95

6. LAS VICTORIAS DE METELO Y POMPEYO, EL FIN DE LAS GUERRAS SERTORIANAS 96

6.1. EL FIN DE SERTORIO 97

6.2. CONSECUENCIAS 97

TEMA 9.- CÉSAR Y AUGUSTO EN HISPANIA. 99

7. INTRODUCCIÓN 99

8. POMPEYO Y EL ESTABLECIMIENTO DE SU PODER EN HISPANIA 99

9. CÉSAR EN LA PROVINCIA ULTERIOR 100

10. EL INICIO DE LAS HOSTILIDADES ENTRE CÉSAR Y POMPEYO Y LA CAMPAÑA DE ILERDA. 101

10.1. HISPANIA CAMPO DE GUERRA CIVIL 102

11. MUNDA Y EL FIN DE LA GUERRA CIVIL 104

11.1. EL PARTIDO POMPEYANO 104

11.2. LA SUBLEVACIÓN CONTRA CASIO LONGINO 104

11.3. MUNDA 105

11.4. EL FIN DE LA GUERRA CIVIL EN HISPANIA 105

12. PODERES Y PROGRAMA POLÍTICO DE AUGUSTO 106

13. LA GUERRA CONTRA CÁNTABROS Y ASTURES (examen) 107

13.1. CAUSAS DE LA GUERRA (examen) 107

13.2. ACONTECIMIENTOS ENTRE EL 29 Y 25 a.C. (examen) 107

13.3. FIN DE LA RESISTENCIA CÁNTABRA. 19 a.C. (examen) 108

14. LA OBRA ADMINISTRATIVA Y ECONÓMICA DE AUGUSTO EN HISPANIA.108

14.1. REFORMAS ADMINISTRATIVAS 108

14.2. PARTICIPACIÓN HISPANA EN LOS EJÉRCITOS IMPERIALES 109

14.3. EL NACIMIENTO DEL CULTO AL EMPERADOR 109

14.4. EL DESPERTAR ECONÓMICO 110

335

TEMA 10. EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO ROMANO. 111

1. LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA DE HISPANIA (examen) 111

1.1. ETAPAS Y CARACTERES (examen) 111

1.2. FACTORES DE LA ROMANIZACIÓN (examen) 112

2. “PROVINCIA” Y MAGISTRADOS PROVINCIALES (examen) 113

2.1. EL RÉGIMEN DE PROVINCIA: El Senado, órgano del poder provincial (examen) 113

2.2. DEFINICIÓN DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 114

2.3. LOS GOBERNADORES PROVINCIALES 114

2.4. LOS MAGISTRADOS MENORES EN LA PROVINCIA 115

3. LA VIDA URBANA EN HISPANIA 115

4. LA CONDICIÓN JURÍDICA DEL SUELO PROVINCIAL 116

5. CIUDADES DE ORGANIZACIÓN ROMANA (examen) 117

5.1. COLONIAS (examen) 117

5.2. MUNICIPIOS (examen) 118

6. EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO DE LAS CIUDADES INDÍGENAS (examen)119

6.1. ESTIPENDIARÍAS (examen) 119

6.2. LIBRES E INMUNES (examen) 119

6.3. FEDERADAS (examen) 120

7. LA CONDICIÓN JURÍDICA DE LAS PERSONAS Y LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA 120

7.1. “CIVES ROMANI” 120

7.2. “PEREGRINI” Y SU ACCESO A LA CIUDADANÍA 121

7.3. LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA 121

8. LOS EJÉRCITOS ROMANOS Y LAS TROPAS INDÍGENAS 122

8.1. EL MERCENARIADO Y LA CLIENTELA HISPANA 122

9. LA “DEVOTIO” IBÉRICA Y LOS PACTOS DE HOSPITALIDAD. 123

9.1. LA CLIENTELA ROMANA Y SU ARRAIGO EN HISPANIA 123

9.2. LA “DEVOTIO” IBÉRICA 123

9.3. PACTOS DE “HOSPITUM” Y PATRONATO 124

TEMA 11. LA SOCIEDAD HISPANA. 125

1. TRANSFORMACIONES SOCIALES Y DESPLAZAMIENTOS DE LA POBLACIÓN INDÍGENA (examen) 125

1.1. PRINCIPALES FACTORES Y ETAPAS DEL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN SOCIA (examen) 125

1.2. CUANTIFICACIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN 126

1.3. LA REUBICACIÓN DE LA POBLACIÓN INDÍGENA Y EL IMPACTO DESPOBLADOR 127

336

2. INMIGRANTES Y REPOBLACIÓN. 128

3. LOS GRUPOS SOCIALES HISPANORROMANOS 130

3.1. NOBLEZA 131

3.2. ORDEN ECUESTRE 131

3.3. LA PLEBE 132

3.4. EL "CIVES LOCAL" 132

3.5. ARTESANOS 132

3.6. LA DIFUSIÓN DEL URBANISMO POR LOS COLONIZADORES ROMANOS133

TEMA 12. LA ECONOMÍA. ÉPOCA REPUBLICANA. 135

1. economía en época republicana 135

2. LA MINERÍA Y LOS MÉTODOS DE EXPLOTACIÓN DEL SUBSUELO. 135

2.1. MINAS DE HISPANIA 137

2.1.1. Carthago Nova 137

2.1.2. Cástulo 137

2.1.3. Noroeste 138

3. AGRICULTURA, GANADERÍA, CAZA Y PESCA 138

3.1. AGRICULTURA 138

3.2. GANADERÍA Y CAZA 139

3.3. PESCA Y SALAZONES 140

4. COMERCIO, TRIBUTACIÓN Y MONEDA. (examen) 141

4.1. COMERCIO (examen) 141

4.2. TRIBUTOS (examen) 142

4.3. MONEDA (examen) 143

TEMA 13.- ÉPOCAS JULIO - CLAUDIA Y FLAVIA. 144

1. ASPECTOS RELEVANTES PARA HISPANIA DEL REINADO DE LOS JULIO-CLAUDIOS. 144

1.1. TIBERIO (14 - 37 d.C.) 144

1.2. “CAIUS” CALÍGULA (37 - 41 d.C.) 145

1.3. CLAUDIO (41 - 54 d.C.) 145

1.4. NERÓN (54 - 68 d.C.) 146

2. VESPASIANO Y EL EDICTO DE LATINIDAD (examen) 147

2.1. VESPASIANO Y SU PROGRAMA DE GOBIERNO (69- 79 d.C.) (examen) 147

2.2. EL PROBLEMA DE “IUS LATII” HISPANO (examen) 147

2.3. MUNICIPIOS Y CIUDADES CON ORGANIZACIÓN ROMANA (examen) 148

3. PROMOCIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA EN LA HISPANIA DE VESPASIANO 149

3.1. LA POLÍTICA MILITAR 149

3.2. REORGANIZACIÓN FINANCIERA Y ECONÓMICA 149

337

3.3. FOMENTO DE CONSTRUCCIONES 150

3.4. POLÍTICA FISCAL 150

3.5. LA PROMOCIÓN DE LA SOCIEDAD HISPANA 150

4. CONTINUIDAD DE LA POLÍTICA MUNICIPALIZADORA CON TITO Y DOMICIANO 151

4.1. TITO (79-81 d.C.) 151

4.2. DOMICIANO (81-96 d.C.) 151

TEMA 14. LOS ANTONINOS, LOS SEVEROS Y LA CRISIS DEL SIGLO III. 152

1. antoninos y severos (examen) 152

2. TRAJANO E HISPANIA. (98-117 d. C.) (examen) 152

3. LA HISPANIA DE ADRIANO (117-138 d. C.) 153

4. LA ÉPOCA DE MARCO AURELIO Y CÓMODO (examen) 155

4.1. ANTONINO PÍO. (138-161 d .C.) (examen) 155

4.2. MARCO AURELIO. (161-180 d. C.) (examen) 155

4.3. CÓMODO (182-192 d. C.) (examen) 156

5. LA HISPANIA DE LOS SEVEROS (examen) 156

5.1. SEPTIMIO SEVERO (193-211 d. C.) (examen) 156

5.2. CARACALLA (212-217 d. C.) (examen) 157

5.3. MACRINO, HELIOGÁBALO Y ALEJANDRO SEVERO (217-235 d. C.) (examen) 157

6. LA ANARQUÍA MILITAR Y LOS EMPERADORES ILIRIOS. (235-284 d. C.) 158

6.1. LA ANARQUÍA MILITAR 158

6.2. IRRUPCIÓN BÁRBARA EN EL 260 d. C. 159

6.3. LOS EMPERADORES ILIRIOS (268-284 d. C.) 159

TEMA 15. LA ADMINISTRACIÓN EN EL ALTO IMPERIO. 161

1. PROVINCIAS, DIÓCESIS Y CONVENTOS JURÍDICOS (examen) 161

1.1. LAS PROVINCIAS (examen) 161

1.2. LAS DIÓCESIS (examen) 162

1.3. CONVENTOS JURÍDICOS (examen) 162

2. LOS CONCILIA Y LA BUROCRACIA PROVINCIAL 163

2.1. LOS CONCILIA 163

2.2. LA BUROCRACIA PROVINCIAL 164

3. COLONIAS, MUNICIPIOS, POPULUS Y CIVITAS (examen) 164

3.1. COLONIAS Y MUNICIPIOS (examen) 165

3.2. DEL "POPULUS" A LA "CIVITAS" (examen) 165

3.3. MUNICIPALIZACIÓN DEL NORTE, ENTRE AUGUSTO Y VESPASIANO 165

3.4. EL EDICTO DE LATINIDAD DE VESPASIANO (examen) 166

338

4. LAS LEYES MUNICIPALES DE LOS FLAVIOS (examen) 167

5. DECADENCIA DE LA VIDA MUNICIPAL EN EL SIGLO III d. C. 167

5.1. COLONOS Y CURIALES EN LA NUEVA ESTRUCTURA ADMINISTRATIVA MUNICIPAL 168

5.2. LAS FUNCIONES DEL "CURATOR" Y DEL "DEFENSOR CIVITATIS" 168

6. ORGANIZACIÓN MILITAR 169

6.1. LAS UNIDADES AUXILIARES 170

6.2. HISPANIA RESERVA MILITAR A PARTIR DE VESPASIANO 171

TEMA 16.- LA SOCIEDAD HISPANA ALTOIMPERIAL. 172

1. POBLACIÓN Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS 172

1.1. LA POBLACIÓN: ASPECTOS BÁSICOS DE SU EVOLUCIÓN 172

1.2. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS 173

2. ESTRATIFICACIÓN SOCIAL (examen) 174

2.1. LA ARISTOCRACIA SENATORIAL (examen) 175

2.2. EL ORDEN ECUESTRE (examen) 175

2.3. OLIGARQUÍA MUNICIPAL U “ORDO DECURIONUM” (examen) 176

2.4. LA PLEBE (examen) 176

3. ESCLAVOS Y LIBERTOS (examen) 177

3.1. ESCLAVOS (examen) 177

3.2. LIBERTOS (examen) 178

4. LA VIDA PRIVADA EN LA HISPANIA ROMANA 178

4.1. LA VIVIENDA Y LOS EDIFICIOS PÚBLICOS 178

4.2. ESPECTÁCULOS Y DIVERSIONES 179

4.3. RITOS SEPULCRALES 180

TEMA 17. LA ECONOMÍA HISPANA ALTOIMPERIAL. 181

1. LA MINERÍA (examen) 181

1.1. TÉCNICAS Y MÉTODOS (examen) 181

1.2. INGENIOS 181

1.3. OTROS MINERALES (examen) 182

1.4. SIGLO I (d. C.) (examen) 183

1.4.1. El Sur (examen) 183

1.4.2. El Noroeste (examen) 184

1.5. SIGLO II (d. C.) (examen) 184

1.5.1. El Sur (examen) 184

1.5.2. El Noroeste (examen) 185

1.5.3. Funcionamiento del distrito minero 185

2. LA AGRICULTURA Y LA GANADERÍA 185

339

2.1. LA AGRICULTURA 185

2.2. LA GANADERÍA 186

3. EL COMERCIO 187

3.1. OTROS PRODUCTOS 189

4. TRIBUTOS, DISPOSICIONES FISCALES. ADUANAS 190

4.1. PATRIMONIO IMPERIAL 190

5. LA CRISIS ECONÓMICA DE FINALES DEL ALTO IMPERIO. 191

5.1. CRISIS DE ÉPOCA DE LOS ANTONINOS Y DE LOS SEVEROS (examen)191

5.2. CRISIS DEL SIGLO III (examen) 191

5.3. EFECTOS DE LA INVASIÓN FRANCA 192

5.4. CIRCULACIÓN MONETAL 192

5.5. ARTESANADO 193

5.6. COSTO DE VIDA 193

TEMA 18. RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD. 195

1. RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD (examen) 195

2. DIVINIDADES ROMANAS E INDÍGENAS (examen) 195

2.1. CULTO PÚBLICO U OFICIALES (examen) 195

2.2. CULTO PRIVADO (examen) 195

2.3. OTRAS DIVINIDADES 196

3. DIVINIDADES GRIEGAS Y ORIENTALES 197

3.1. DEIDADES GRIEGAS 197

3.2. DEIDADES ORIENTALES 197

3.3. DIVINIDADES GRECO-EGIPCIAS, SIRIACAS, FRIGIO-ANATOLIAS Y FENICIO-PÚNICAS 198

4. CULTOS Y CREENCIAS 199

4.1. LUGARES SAGRADOS 199

5. EL CULTO A LOS MUERTOS 200

5.1. LOS "COLLEGIA" Y SUS CULTOS (examen) 200

5.2. EL CULTO AL EMPERADOR (examen) 200