Apuntes para la transición: rituales

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Apuntes para la transición Los rituales de la agricultura La historia de la agricultura resulta apasionante. Conocer de qué manera la humanidad ha resuelto el diario drama de su alimentación nos pone delante de una aventura que ya lleva más de 10.000 años. En ese lapso, la especie humana ha domesticado especies animales y vegetales, ha desarrollado métodos para proteger los cultivos y permitir su desarrollo, ha conducido ríos, se adaptó a situaciones diversas de suelo y clima, aprendió a usar herramientas ahorrando fuerzas y aprendió como conservar el fruto de sus cosechas para ser utilizados en otras épocas. Un error de cálculos, un clima adverso, una plaga o la falta de trabajo comunitario llevó a muchas sociedades al filo de su desaparición por hambre. Generar el alimento para el día de mañana fue, entonces, la principal preocupación de nuestros ancestros y lo sigue siendo en muchos lugares del mundo. Así, la forma en que cada pueblo obtuvo sus alimentos y el modo en que se organizó para ello, fue lo que determinó su cultura e idiosincrasia. Tal es así que podemos comprender muchos aspectos de un pueblo en particular conociendo qué come, cómo lo hace y de qué forma obtiene esos alimentos. La agri-cultura es, entonces, la madre de todas las culturas. Y de la misma forma en qué se desarrollaron técnicas específicas de cultivo, fue creciendo también una espiritualidad vinculada a la tierra con sus ritos y celebraciones. Estudiando un poco a las culturas más antiguas del mundo, encontramos que sus celebraciones más importantes coinciden con los ciclos agrícolas: la siembra, la cosecha, los cambios de estaciones o las fases lunares, son algunos de los casos. A modo de ejemplo, se ve que es común contar los años a partir del equinoccio de invierno. A partir del 21 de junio (en el hemisferio sur) y el 21 de diciembre (en el hemisferio norte), el planeta Tierra comienza a orientarse respecto al sol de forma que el largo del día comienza a hacerse mayor. Toda la naturaleza lentamente

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Apuntes para la transición

Los rituales de la agricultura

La historia de la agricultura resulta apasionante. Conocer de qué manera la humanidad ha resuelto el diario drama de su alimentación nos pone delante de una aventura que ya lleva más de 10.000 años. En ese lapso, la especie humana ha domesticado especies animales y vegetales, ha desarrollado métodos para proteger los cultivos y permitir su desarrollo, ha conducido ríos, se adaptó a situaciones diversas de suelo y clima, aprendió a usar herramientas ahorrando fuerzas y aprendió como conservar el fruto de sus cosechas para ser utilizados en otras épocas.

Un error de cálculos, un clima adverso, una plaga o la falta de trabajo comunitario llevó a muchas sociedades al filo de su desaparición por hambre. Generar el alimento para el día de mañana fue, entonces, la principal preocupación de nuestros ancestros y lo sigue siendo en muchos lugares del mundo.

Así, la forma en que cada pueblo obtuvo sus alimentos y el modo en que se organizó para ello, fue lo que determinó su cultura e idiosincrasia. Tal es así que podemos comprender muchos aspectos de un pueblo en particular conociendo qué come, cómo lo hace y de qué forma obtiene esos alimentos. La agri-cultura es, entonces, la madre de todas las culturas.

Y de la misma forma en qué se desarrollaron técnicas específicas de cultivo, fue creciendo también una espiritualidad vinculada a la tierra con sus ritos y celebraciones. Estudiando un poco a las culturas más antiguas del mundo, encontramos que sus celebraciones más importantes coinciden con los ciclos agrícolas: la siembra, la cosecha, los cambios de estaciones o las fases lunares, son algunos de los casos.

A modo de ejemplo, se ve que es común contar los años a partir del equinoccio de invierno. A partir del 21 de junio (en el hemisferio sur) y el 21 de diciembre (en el hemisferio norte), el planeta Tierra comienza a orientarse respecto al sol de forma que el largo del día comienza a hacerse mayor. Toda la naturaleza lentamente comienza a responder a este cambio de la mano del aumento de la temperatura del suelo, del aire y del largo del día. Se da aquí entonces un punto de inflexión que ha sido percibido y valorado por todos aquellos cuya existencia dependía (o depende) de los ritmos naturales. En las culturas nativas americanas, a este momento y a su celebración se las conoce como We Xipantú para los pueblos mapuches o Inti Raymi para los incaicos o quechuas. Es el nacimiento del sol, el momento de renovar energías, agradecer por lo obtenido y plantearse nuevos desafíos.

Algunas fuentes aseguran que cuando el Imperio Romano se convirtió al cristianismo, debió adoptar el 25 de diciembre como Navidad ya que en esa fecha se celebraba la fiesta pagana del “Sol que muere y vuelve a nacer”. Desde entonces, descorchamos sidras en una fecha de la cual hay mayores certezas astronómicas de la marcha de la Tierra que del propio nacimiento de Jesús.

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A estos eventos podemos agregar algunos más que tal vez “nos suenen más cercanos”: la fiesta de la vendimia (tradicional de Mendoza), celebrando el fin de la cosecha de la uva y la chaya riojana, con su algarabía de harina y albahaca, coincidente con la molienda del maíz.

Hace poco me llegó una linda anécdota relacionada con esto: en ciertas regiones de Europa, el momento en que se dejaba leudar el pan era el momento de oración para la familia entera. Del éxito de ese proceso dependía tener la panza llena al día siguiente…ameritaba entonces concentrar voluntades en torno a la masa.

Durante los primeros días de agosto, se le rinde homenaje a la Pachamama. Una diosa (sin mayúsculas!) con forma de mujer, que simboliza como tal a la fertilidad y que tiene el amor y la capacidad de generar desde su vientre todo lo conocido (“Ella pare pastos y animales, casas y personas y también hace parir…”, dicen los que reproducen la tradiciones orales de la Puna). De la misma forma y con el mismo amor, la gente le obsequia alimentos y coplas en agradecimiento y en pedido de buenas cosechas. El momento coincide con el inicio de las siembras en varias regiones del altiplano argentino, boliviano y peruano.

A veces cometemos el error de visitar estas fiestas como mero evento turístico-festivo desconociendo la raíz de lo que se está haciendo. No se trata de una muy eropeopampeana “fiesta del chorizo seco” sino que se trata de la conexión espiritual de los hombres y mujeres con su tierra y sus ritmos. Nada menos….!

Quizás hablar en términos técnicos sobre densidades de siembra, o calidad de suelos sea mucho más apropiable para la mayoría de los lectores de esta revista. A mi particularmente me resulta difícil escribir sobre este tema, pero si intentamos recuperar una nueva ruralidad, con formas de producción no agresivas y que se parezcan más a la naturaleza misma, también es necesario recuperar la conexión espiritual que nos ata a la tierra.

Es casi una locura hablar de esto en tiempos de drones, de genes que se sacan de bacterias para ser inyectados en una célula vegetal, de granos que se suben a un camión y que quince días más tarde están en Alemania o China y de “chacareros” de saco y corbata que deciden qué sembrar desde Puerto Madero. Pero todo esto también pone de manifiesto que la mística del agricultor ha sido desplazada por la idea del éxito, que ninguno de los “nuevos actores del campo” (inversionista-comisionista-ingeniero-vendedor de insumos-transportista-tractorista…) está vinculado al campo más que por el dinero y que tras esa desconexión, la pretendida agricultura sustentable es un verso.

Ufff….lo dije!!

Por eso quién realmente tiene la voluntad de volver a la tierra, a producir con respeto y a disfrutar de cosas tan sencillas como el retorno de las aves a sus nidos a la tardecita, debe trabajar y fortalecer su espiritualidad, generando verdaderas raíces en el lugar. Una espiritualidad que dé lugar a rituales y festividades genuinas, nuevas, como puente entre el entorno y el resto de las personas.

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Desde hace algunos años, las comunidades indígenas han abierto sus celebraciones a personas que respetan su cosmovisión y conjunto de valores. Es por eso que las celebraciones como el We Xipantu o las ofrendas a la Pachamama comiencen a realizarse en lugares en donde antes no se realizaban. También puede verse alguna bandera multicolor flameando…la wiphala. Y no es esto un intento de mimetizarse con una cultura indígena determinada, ya que no se trata de copiar e imitar rituales que no son propios, sino de generar otros nuevos, desde otras miradas, necesidades y anhelos.

Un poco de esto habla Francisco, el máximo dirigente de la Iglesia Católica, en su encíclica Laudato Si´, a la que he leído con respeto y asombro pese a no ser católico: de la necesidad imperiosa de fortalecer un cristianismo ecológico para cuidar así “la casa común”, según las palabras del texto.

El cambio no lo hacemos sólo con abonos. El humano no debe ser tan soberbio para creer que su poder de conocimiento y su técnica son infalibles y lo salvarán de cualquier situación.

Acuérdese de esto la próxima vez que visite una celebración en la Puna o esté al momento de sembrar el maíz…

CRISTIAN CRESPO

Docente, técnico y productor de la zona de Carlos Tejedor

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