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1 APRENDIENDO DE LAS ASAMBLEAS BARRIALES ARGENTINAS El movimiento asambleario en Argentina: balance de una experiencia Ezequiel Adamovsky: “El movimiento asambleario en Argentina: Balance de una experiencia”, El Rodaballo (Buenos Aires), no. 15, invierno 2004, pp. 12-20. Se publica con pequeñas modificaciones estilísticas Inmediatamente después de la rebelión de los días 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina, surgió un nuevo movimiento social de “asambleas populares”. En muy poco tiempo, más de ciento cincuenta asambleas de entre quince y trescientos vecinos se formaron espontáneamente en Buenos Aires, y otras en Córdoba, Rosario, Mendoza, Santa Fe y otras ciudades. Ya en enero de 2002 se organizó una coordinación de estas asambleas, primero a nivel de la ciudad y luego a nivel nacional: la asamblea “Interbarrial de Parque Centenario” y la “Interbarrial nacional”. El fenómeno prometía convertirse en una fuerza social arrolladora. Luego de casi un año de intensa actividad, sin embargo, el movimiento asambleario comenzó a mostrar signos de decaimiento: muchos vecinos se alejaron, y las “Interbarriales” e incluso muchas asambleas locales desaparecieron. Hoy, a más de dos años de la rebelión, sólo algunas de aquéllas asambleas iniciales siguen trabajando, menguadas en energía y en concurrencia. Lo que sigue es un intento de realizar un balance crítico del movimiento, basado en mi experiencia como miembro de la Asamblea Popular Cid Campeador y en esfuerzos previos por pensar nuestras prácticas. El significado de un nuevo movimiento (…) “Que se vayan ellos, que acá estamos nosotros”. De esa mutación de sentido surgieron las asambleas. El horizonte de posibilidades abierto por la perspectiva de un mundo sin políticos, pero con sujetos activos encontrándose en las calles, abrió la grieta por la que, sin premeditación, se colaron las reuniones de vecinos decididos a deliberar y decidir por ellos mismos. Quizás estas primeras reuniones obedecieran a un impulso casi instintivo frente al sentimiento de desolación producido por una economía y un sistema político en añicos. Nadie las planificó ni organizó de antemano. Ningún partido o líder las había propuesto o llamado. Frente al colapso de una sociedad organizada a partir del mercado y del (su) Estado, muchos vecinos sencillamente volvieron al grado cero de la vida social: el encuentro con el prójimo (próximo) a través de la palabra. A esta forma y contenido primigenios –el encuentro y la palabra– fueron sumándose formas y contenidos más complejos, y que no eran obvios ni necesarios. Desde el nombre mismo, “asamblea”, las reuniones de vecinos fueron abrevando de las pocas experiencias y discursos disponibles y no sospechados, y adaptándose a su propia realidad. El rechazo de toda forma de representación, muy fuertemente instalado desde

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APRENDIENDO DE LAS ASAMBLEAS BARRIALES ARGENTINAS

El movimiento asambleario en Argentina: balance de una experiencia Ezequiel Adamovsky: “El movimiento asambleario en Argentina: Balance de una experiencia”, El Rodaballo (Buenos Aires), no. 15, invierno 2004, pp. 12-20. Se publica con pequeñas modificaciones estilísticas Inmediatamente después de la rebelión de los días 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina, surgió un nuevo movimiento social de “asambleas populares”. En muy poco tiempo, más de ciento cincuenta asambleas de entre quince y trescientos vecinos se formaron espontáneamente en Buenos Aires, y otras en Córdoba, Rosario, Mendoza, Santa Fe y otras ciudades. Ya en enero de 2002 se organizó una coordinación de estas asambleas, primero a nivel de la ciudad y luego a nivel nacional: la asamblea “Interbarrial de Parque Centenario” y la “Interbarrial nacional”. El fenómeno prometía convertirse en una fuerza social arrolladora. Luego de casi un año de intensa actividad, sin embargo, el movimiento asambleario comenzó a mostrar signos de decaimiento: muchos vecinos se alejaron, y las “Interbarriales” e incluso muchas asambleas locales desaparecieron. Hoy, a más de dos años de la rebelión, sólo algunas de aquéllas asambleas iniciales siguen trabajando, menguadas en energía y en concurrencia. Lo que sigue es un intento de realizar un balance crítico del movimiento, basado en mi experiencia como miembro de la Asamblea Popular Cid Campeador y en esfuerzos previos por pensar nuestras prácticas. El significado de un nuevo movimiento (…) “Que se vayan ellos, que acá estamos nosotros”. De esa mutación de sentido surgieron las asambleas. El horizonte de posibilidades abierto por la perspectiva de un mundo sin políticos, pero con sujetos activos encontrándose en las calles, abrió la grieta por la que, sin premeditación, se colaron las reuniones de vecinos decididos a deliberar y decidir por ellos mismos. Quizás estas primeras reuniones obedecieran a un impulso casi instintivo frente al sentimiento de desolación producido por una economía y un sistema político en añicos. Nadie las planificó ni organizó de antemano. Ningún partido o líder las había propuesto o llamado. Frente al colapso de una sociedad organizada a partir del mercado y del (su) Estado, muchos vecinos sencillamente volvieron al grado cero de la vida social: el encuentro con el prójimo (próximo) a través de la palabra. A esta forma y contenido primigenios –el encuentro y la palabra– fueron sumándose formas y contenidos más complejos, y que no eran obvios ni necesarios. Desde el nombre mismo, “asamblea”, las reuniones de vecinos fueron abrevando de las pocas experiencias y discursos disponibles y no sospechados, y adaptándose a su propia realidad. El rechazo de toda forma de representación, muy fuertemente instalado desde

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un comienzo, fue seguramente resultado de la desconfianza respecto de los representantes y los partidos, ambos en profundo descrédito. A su vez, el recurso a la acción directa (no utilizábamos esa expresión al principio) deriva de tal rechazo a las instituciones representativas. La defensa de la “horizontalidad” –otra novedad en el vocabulario político de esos días– también se transformó en uno de los principios rectores de las asambleas. En su origen, seguramente estuviera tanto la desconfianza respecto de los líderes y autoridades existentes, como la reacción frente a los militantes de partidos de la izquierda jerárquica que pretendían manipularnos imponernos sus “programas”. Otras formas y contenidos fueron ingresando paulatinamente, y muchos permanecen como terreno de disputa dentro del movimiento. Muchas asambleas, por ejemplo, pronto adoptaron un discurso claramente anticapitalista. En el plano puramente formal-procedimental, algunas optaron por las listas de oradores o las votaciones por mayoría y minoría, mientras que otras prefirieron el debate espontáneo o las decisiones por consenso. Las opciones en uno u otro sentido estaban condicionadas tanto por la presencia de gente con tal o cual experiencia previa, como por el grado de confianza y respeto mutuos que los vecinos lograran generar. Otro terreno de disputa fue y sigue siendo el de la estrategia política a adoptar en lo referente a la construcción de poder y al Estado. Para algunos, el concepto de “autonomía” –otra novedad en nuestro vocabulario político–, combinado con el de horizontalidad, ayudaba a pensar estrategias no centradas en la “toma del poder” mediante partidos y a construir, en cambio, “contrapoderes” más ligados al trabajo territorial y a través de redes sin autoridad central. La ola de tomas de edificios e instalación de centros sociales autónomos protagonizada por las asambleas hacia mediados de 2002 es un buen ejemplo de esto. Otros asambleístas, sin embargo, continúan apegados a la herencia socialista o populista, e imaginan la construcción de un movimiento que lleve a “uno de los nuestros” al poder. En rigor, todas estas ideas novedosas venían siendo exploradas por grupos de activistas ya desde, por lo menos, mediados de los noventa. Pero fue la grieta abierta por el QSVT, el desplazamiento de sentido que operó la rebelión, lo que permitió la “contaminación” de vastos sectores de la sociedad con esos saberes hasta entonces casi herméticos. En cualquier caso, y más allá de contenidos explícitos o procedimientos formales, lo que más importa del movimiento asambleario son los procesos y cambios casi invisibles que su funcionamiento cotidiano genera y atestigua. El plano donde esto se hace particularmente evidente es el de las identidades socio-políticas. Tanto la heterogénea composición de las asambleas como sus pautas de funcionamiento horizontales hicieron indispensable un proceso continuo de negociación de diferencias, y la puesta en cuestión de las identidades heredadas. En el caso de mi asamblea esto se evidenció de varias maneras. Por ejemplo, en el tozudo rechazo a identificarse como “de clase media”, según la veloz sociología que proponían los medios de comunicación. Por otro lado, las identidades que proponía el discurso de izquierda tradicional tampoco podían aplicarse sin un evidente forzamiento: no éramos “clase obrera”, ni estábamos dispuestos a portar con culpabilidad una identidad de “pequeñoburgueses”. La asamblea asumió con orgullo, en su propia autopercepción, la alianza tácita que la rebelión instaló entre clase media y los sectores populares. De los primeros integrantes de la asamblea, sin embargo, podría decirse que pertenecían a la clase media porteña. Y, aun así, la voluntad de romper con las divisiones de clase a que nos somete el sistema hizo que la asamblea se volcara constantemente a tejer lazos con las clases populares hasta, pasados unos meses, incorporar efectivamente miembros de esas clases. De más está decir que esto no fue un

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proceso sencillo, ni mucho menos concluido: las tensiones y prejuicios de clase se nos colaron y siguen colando de mil maneras en el lenguaje, en el trato, en la distribución de tareas, etc. Asimismo, la asamblea permitió hasta cierto punto la negociación de las identidades nacionales, un poco por el aporte de un internacionalismo consciente de algunos miembros, y otro poco por la presencia de integrantes que, de hecho, no habían nacido en Argentina. Retrospectivamente, me resulta evidente que fuimos pasando de concebirnos protagonistas de una lucha puramente nacional, a pensarnos como parte de una lucha global. En este proceso fue fundamental la imagen de nosotros mismos que nos devolvía el Otro extranjero: las decenas de activistas internacionales que pasaron por nuestra asamblea, los informes sobre las repercusiones de nuestras luchas y nuestras ideas en otros países, y la participación en acciones de solidaridad con movimientos en lugares distantes del globo reforzaron la tendencia hacia el debilitamiento del componente nacional de nuestras identidades primarias. Otras formas de negociación de identidades –por ejemplo las de género y las generacionales– se hicieron también evidentes En suma, las asambleas no sólo son producto de una multiplicidad d sujetos sociales, sino también, al menos potencialmente, agentes productores de multiplicidad. En conclusión, diría que el significado histórico del movimiento de asambleas reside en que señala (en su doble sentido: atestigua y produce), junto con otros movimientos similares, una transición hacia una nueva forma de concebir la política emancipatoria. Recuperando mucho del legado de la izquierda tradicional, las asambleas sin embargo marcan desplazamientos en varios sentidos fundamentales. En la producción de espacios de deliberación, autonomía y acción directa, el movimiento se aparta de la política puramente estatal y representativa; en su funcionamiento horizontal tanto como en la producción de horizontalidad y multiplicidad, las asambleas se alejan de la política jerárquica y autoritaria de la vieja izquierda y de su concepción sustancialista y limitada del sujeto emancipatorio. Finalmente, las asambleas producen una superposición de las nociones de “forma” y “contenido” y las de “medio” y “fin”, a la vez que ponen en cuestión la concepción lineal del tiempo propia de las narrativas de izquierda anteriores. Se ha criticado muchas veces a las asambleas por carecer de un “programa” político. Sin embargo, en el funcionamiento asambleario, es el propio procedimiento (forma) el que está preñado de los contenidos. El “programa” de una asamblea –si pudiera llamárselo así– consiste en la multiplicación de espacios asamblearios, es decir, la creación de un mundo a su imagen y semejanza: horizontal, múltiple, abierto, y libre (es decir, autónomo). Por ello, a diferencia de la concepción instrumentalista de la política propia de la vieja izquierda – que genera una disociación entre medios (jerárquicos y autoritarios) y fines (igualdad y libertad)– en la política asamblearia medios y fines coinciden. En otras palabras, las asambleas prefiguran o anticipan el mundo que desean. Es por todo esto que las asambleas también subvierten la concepción del tiempo cara a las tradiciones revolucionarias del pasado. La política emancipatoria tradicional se basa en la narrativa de un tiempo lineal, en el que la tarea del presente es destruir el pasado y acumular fuerzas para avanzar hacia un punto radiante y conocido, ubicado en el futuro. (…) Sin embargo, la nueva política emancipatoria que el movimiento de asambleas ejemplifica cuestiona la linealidad temporal del camino a la emancipación. Pasado, presente y futuro conviven “reconciliados” en un presente que es el que encarna el momento de la utopía. El proceso de negociación de diferencias descrito más arriba implica una dialéctica de reconocimiento mutuo de los sujetos en lucha que, por su misma naturaleza, supone la aceptación (reconocimiento) del pasado como componente

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del presente por derecho propio. Pero, a su vez, la negociación de diferencias en el presente es orientada no por un futuro externo y predeterminado, pero sí por un horizonte de expectativas y posibilidades que la propia lucha presente construye y que, por ende, permanece necesariamente abierto. Por todo esto, la efectividad política de las asambleas no puede medirse en términos de un supuesto futuro que les es ajeno, ni en función de su acumulación de poder o su continuidad ininterrumpida. Por el contrario, la “productividad” del hecho asambleario sólo puede medirse en términos de los horizontes de posibilidad que inaugura, de las preguntas que habilita, de los desplazamientos y rupturas que genera en el proceso de invención de una nueva cultura política. Y, en la medida en que este proceso es colectivo y global –es decir, excede la situación del movimiento asambleario argentino– el éxito o fracaso de las asambleas tampoco puede medirse por su simple continuidad temporal. Las asambleas podrían perfectamente desaparecer y, sin embargo, eso no supondría necesariamente el fracaso del movimiento como tal: los desplazamientos políticos que contribuyeron a generar, las ideas y experiencias que exploraron, podrían mutar de forma y/o alimentar y “contaminar” a otros movimientos. Por el contrario, la continuidad ininterrumpida de lo mismo a través del tiempo, sin cambios de formas, bien puede ser signo de esterilidad política (prueba de ello es la improductiva supervivencia de los partidos de izquierda tradicional). (…) Limitaciones y tensiones de la construcción asamblearia Claro que esta explicación acerca de los criterios de efectividad de los movimientos sociales bien podría servir para negarnos a ver los problemas y limitaciones del movimiento asambleario. No se trata aquí de instalar una celebración a priori de cualquier situación de lucha, sino de habilitar una reflexión sobre los alcances y limitaciones de las luchas en su forma actual. Con todo su potencial, las asambleas han encontrado importantes limitaciones en su construcción y, sin dudarlo, mucho del declive de los últimos meses obedece a ellas. Lo que sigue es un intento por identificar y analizar las más importantes. 1- VINCULOS INTERNOS (o las dificultades de la horizontalidad) Muchas de las limitaciones del movimiento asambleario tienen que ver con la dificultad para establecer relaciones de confianza entre sus miembros. A su vez, esta dificultad está relacionada con la forma particular en que nacieron las asambleas: como espacios 1) no fundados en vínculos de afinidad previos o al menos presuntos y 2) radicalmente abiertos e igualitaristas. Las asambleas surgieron en desafío a uno de los preceptos fundamentales que orienta la construcción de muchos de los nuevos movimientos anticapitalistas: “Habrás de unirte con tus semejantes en grupos ‘de afinidad’; con los no (tan) afines te articularás en red, estableciendo consensos puntuales en la medida de las posibilidades”. Al haber surgido como agrupamiento espontáneo, instintivo, ante el colapso del mundo circundante, las asambleas siguieron el camino inverso: desde un principio agruparon una heterogeneidad tal, que construir afinidades resultaba a veces imposible. Los vecinos reunidos en primeras asambleas eran jóvenes y viejos; empobrecidos y de buena posición económica; con educación superior y de instrucción básica; con experiencia política y sin ella; militantes de partidos y antipartidarios; “machos” y de temperamento

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más blando. Además, todos traíamos, en mayor o menor medida, la cultura autoritaria, individualista, “guerrera” e intolerante en que nos educa el sistema. En este contexto, la negociación de diferencias y la producción de multiplicidad se vieron enormemente dificultadas. Con demasiada frecuencia, la dialéctica del reconocimiento del Otro –proceso lento y trabajoso– se reemplazó por el procedimiento más rápido y sencillo de conseguir la unificación mediante el “aniquilamiento” del diferente. En el proceso de construcción de mi asamblea, por ejemplo, altos niveles de agresión verbal y mecanismos indirectos de exclusión estuvieron siempre muy presentes, con el resultado de que decenas de personas fueron indirectamente “expulsadas” en varias oleadas. Primero, muchos vecinos sin experiencia política, que se acercaron tímidamente los primeros días, pronto se alejaron, probablemente ante la falta de posibilidades de hablar sin someterse a la “aprobación” o “desaprobación” del conjunto, y ante la comprobación de que no manejaban los “saberes” mínimos de los oradores más intrépidos. Por otro lado, los altos niveles de agresión verbal fueron alejando a todos aquellos sin la fortaleza de temperamento necesaria como para soportarlos. En una segunda oleada, más o menos luego de cinco meses de trabajo juntos, se desarrolló una encarnizada batalla de agresiones verbales entre los asambleístas de izquierda radicalizada y aquellos de opiniones más “moderadas”. El resultado fue el alejamiento de todo un grupo de vecinos pertenecientes a la Central de Trabajadores Argentinos, más otros que simpatizaban con ellos. En una tercera oleada –aproximadamente al año y medio de existencia de la asamblea, cuando ya todos los que quedábamos éramos claramente anticapitalistas– la batalla de agresiones se dio entre algunos de los militantes más “machos” y guerreros, y un grupo de jóvenes de disposición más artística y festiva. El resultado: éstos terminaron abandonando la asamblea en bloque.5 Y hoy mismo, más de dos años luego de la fundación de la asamblea, continúa la batalla entre los “antipartido” y los afines a los partidos de izquierda. Esta dinámica del “aniquilamiento” del otro dificultó el establecimiento de relaciones de respeto y confianza, indispensables si se quiere instalar una verdadera dinámica horizontal. La asamblea rechazó sistemáticamente las propuestas de decidir por consenso, como un modo de forzarnos a adoptar la dialéctica del reconocimiento en lugar de la dinámica del aniquilamiento. Los argumentos para tal rechazo provenían de aquellos más apegados a la cultura de izquierda tradicional: “el consenso demora mucho”, “nunca nos vamos a poner de acuerdo”, etc. Como es habitual, estos argumentos se transformaron en profecías autocumplidas: quienes se sentían propietarios de la verdad única, jamás se disponían sinceramente a negociar diferencias. Asimismo, la pesada herencia de la cultura política tradicional también hizo extremadamente difícil encontrar mecanismos para mejorar las relaciones interpersonales. En efecto, en ojos de la cultura de izquierda heredada, lo personal y los vínculos afectivos se perciben como un ámbito “no político” o “femenino” –es decir, opuesto al comportamiento “aguerrido” que se espera del militante. Casi todas las propuestas de discutir una “política de la afectividad” –tomo esta frase de Martín K, ex asambleísta de Colegiales– chocaban contra la sospecha y la mirada cínica de los asambleístas “machos” (independientemente de su género). En este contexto, fue imposible desarrollar procedimientos para lidiar con los inevitables problemas personales, que terminaban obstruyendo una y otra vez el desarrollo de las reuniones. El establecimiento de relaciones horizontales y de confianza mutua se vio resentido por otro factor: el carácter “radicalmente abierto” e igualitarista de las asambleas. En su carácter espontáneo y autoconvocado, las asambleas dieron siempre la bienvenida a quienquiera que se acercara.

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No existe ningún procedimiento de selección, admisión ni formación de los nuevos miembros. Cualquiera tiene derecho a voz y voto desde el primer momento, y desde que se acerca a la asamblea es un “igual”. Esto no es un mero enunciado formal: literalmente, no es infrecuente que aparezca una persona totalmente desconocida en una reunión de asamblea, hable, vote, y jamás se la vuelva a ver. En la experiencia de mi asamblea, por ejemplo, esto significó tener que lidiar de igual a igual con personas con serios trastornos mentales, o con militantes de partidos que venían “encubiertos”, deliberadamente, a inclinar una votación puntual en favor de tal o cual propuesta. Los problemas que devienen de esta “apertura radical” e igualitarismo en las formas son difíciles de visualizar y de debatir, debido a una concepción romantizada de la horizontalidad y a una idea abstracta de la igualdad. Ambas provienen, a su vez, de un falso colectivismo que impide percibir/aceptar las diferencias individuales. La premisa de las asambleas, “todos somos iguales, ergo, todos tenemos los mismos derechos”, no deja de ser cierta. Pero, en rigor, ni la igualdad ni la horizontalidad existen por decreto de la mera voluntad. Una comunidad política (por ejemplo, una asamblea) adquiere un carácter horizontal no por una simple decisión formal de que todos los que están allí serán iguales, sino por un esfuerzo consciente y constante de garantizar las condiciones para la igualdad real. Una persona sin experiencia que recién ingresa a la asamblea dos años después de que ésta comenzara a funcionar, no es en modo alguno “igual” a uno de los miembros fundadores. Éstos cuentan con todo un bagaje de conocimientos y experiencias que hacen que, en la práctica, tengan más posibilidades de aprovechar su “igualdad” que el recién llegado. Si nadie se toma el trabajo de transmitir a éste la información mínima, de poco vale su derecho formal a la igualdad. Por otro lado, una persona muy sensible a las agresiones personales no es igual a quien la agrede: a falta de prevenciones colectivas, éste terminará prevaleciendo. Del mismo modo, tiene poco sentido otorgar igual derecho de voz y voto a cualquiera, aun si tiene escasa o ninguna vinculación con las posibles consecuencias de su decisión, ni con el trabajo necesario para que esa decisión se materialice en efectos concretos. Esta forma de igualdad abstracta, en los hechos, violenta el derecho a la igualdad real de los demás. Por ejemplo, en mi asamblea hubo gente que estaba “de paso” y que, sin embargo, se permitió votar sobre los dispositivos de seguridad a tomar durante una acción directa en la que no iban a participar ni colaborarían en organizar. Por otro lado, en una ocasión todos votamos “igualitariamente” si nueve de nuestros compañeros que estaban procesados por la justicia debían aceptar presentarse ante el juez. En ambos casos, todos fuimos “iguales” a la hora de discutir y votar medidas cuyos prerrequisitos y efectos, sin embargo, recaerían “desigualmente” sobre cada uno. La verdadera horizontalidad no consiste en esconder bajo la alfombra las desigualdades existentes, sino en superarlas o reconocerlas. En el caso de aquellas desigualdades que sea conveniente y posible eliminar –por ejemplo, la del recién llegado que no tiene idea de los temas que se discuten, o la del “sensible”–, horizontalidad significa trabajar para superarlas, por ejemplo ofreciendo instancias de formación política para los nuevos miembros o formas de controlar la agresividad. Para aquellas desigualdades que sea imposible o indeseable eliminar –por ejemplo, el hecho de que sólo algunas personas sufrirán los efectos de no comparecer ante un juez, o el hecho de que alguien sólo está “de paso”– lo único que queda es reconocerlas y poner los derechos políticos en sintonía con ellas. En otras palabras, la verdadera igualdad política en una organización horizontal consiste en un principio muy simple: que cada cual tenga el derecho a decidir exactamente en la medida en que esas decisiones lo afectan.

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Así como las asambleas en general tuvieron serias dificultades para desarrollar mecanismos no traumáticos de superar las diferencias internas, tampoco avanzaron en la creación de dispositivos de reconocimiento/ superación de las desigualdades reales. Por otro lado, el carácter “radicalmente abierto” de las asambleas las hizo demasiado vulnerables a los ataques externos y, por ello, complicó aún más la tarea de lograr confianza mutua. Por estos motivos, la construcción de la horizontalidad dentro del movimiento asambleario encontró límites muy precisos. Dadas las condiciones de nuestro nacimiento, pensando retrospectivamente, cabe concluir que las asambleas teníamos pocas posibilidades reales de sortear con éxito estos problemas de “apertura radical” y de construcción desde la “falta de afinidad”. Surgimos con esas características –no lo elegimos así, sólo nos sucedió– y quizás perezcamos con ellas. No se culpe a nadie: lo importante es aprender de la experiencia para poder avanzar por otros caminos. (…) 3- ESTRATEGIA (o los dilemas de la autonomía) La dificultad para fortalecer los lazos internos, y establecer formas de cooperación que vayan más allá de pequeños núcleos, ha funcionado como un bloqueo fundamental para el desarrollo de una estrategia política fundada en la autonomía. En el ciclo de crecimiento y retracción del movimiento asambleario he visto casos de compañeros que, habiendo apostado a la construcción de una política autónoma, terminaron aceptando las reglas de juego de la política pensada desde el poder. Ante la falta de capacidad para organizar una política autónoma que trascienda el espacio meramente local del barrio, con frecuencia terminamos entregándonos a las estrategias de coordinación/unificación de los partidos. Es que, aunque hayan demostrado una y otra vez su infertilidad, éstas al menos ofrecen una aparente fortaleza y materialidad. (…) El mismo problema se reproduce al exterior del campo de las organizaciones en lucha. La falta de mecanismos que nos permitan articular nuestras fuerzas dispersas para transformarlas en alternativas reales y con- cretas de cambio, nos viene alejando cada vez más de la sociedad no movilizada. (…) Además de los factores ya comentados, existe un último elemento que dificulta la tarea de diseñar y explorar formas de política autónoma efectivas. Se trata de una concepción ingenua y romantizada de autonomía y horizontalidad que circula entre muchos “autonomistas”. Para algunos, la política autónoma trata de construir “espacios autónomos” de encuentro político y de producción económica, por fuera y al margen del mercado y la política organizada desde el Estado. Más que resolver los dilemas con que nos enfrenta uno y otro, para los autonomistas ingenuos se trata simplemente de ignorarlos, y de construir una “sociedad paralela” a fuerza de pura voluntad y entusiasmo. Contra el individualismo del presente imaginan una maniobra evasiva que consiste en negar al individuo y reemplazarlo por una comunidad imaginada donde lo individual se “disuelva” en lo colectivo. Contra la opresión de las instituciones políticas (el Estado y los partidos) y económicas (el mercado), imaginan que alcanza con sólo eliminar toda regla e institución y despejar así el terreno para un libre flujo de las energías comunitarias; por definición, éstas solas, espontáneamente, crearán las condiciones para la felicidad colectiva.

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Esta concepción pierde de vista, sin embargo, que la lucha por la autonomía se extiende a todo lo largo de la sociedad, incluido el Estado. Si sólo ignoramos la política estatal, jamás podremos combatir las estrategias de recaptura que el Estado diseña cada vez que generamos un éxodo, una autonomización importante de la vida social respecto del poder. Si no desarrollamos formas diferentes de gestión global y efectiva de lo social, la gente terminará siempre en las garras de lo conocido: el Estado y la política pensada desde el poder, y relaciones económicas donde prime el interés individual. Es fundamental inventar una interfase que nos permita accionar sobre el plano del Estado/mercado sin que éste termine cooptándonos o fagocitándonos. La estrategia Lula –construir un partido y poner a “uno de los nuestros” en el poder–, está visto, sólo sirve para desactivar los movimientos sociales. Precisamos instituciones políticas, e incluso representativas, de características hasta ahora impensadas. Asimismo, si no inventamos instituciones de nuevo tipo –tanto para nuestros movimientos como para la gestión de lo social– nos exponemos a lo que la feminista norteamericana Jo Freeman llamó hace ya años, no sin clarividencia, “la tiranía de la falta de estructuras”. Incluso eliminando totalmente las clases sociales, el patriarcado, y toda forma de opresión, las sociedades modernas no se organizarían espontáneamente, dejando todo en manos del “libre flujo de la energía comunitaria”. Necesitamos desarrollar instituciones, reglas, y formas de funcionamiento de nuevo tipo, que puedan visualizarse, discutirse, controlarse, limitarse. De lo contrario, sólo estaríamos abriendo las puertas a los liderazgos informales y los poderes inconfesos, o simplemente al reinado del estancamiento y la inefectividad políticas. Lo mismo vale para el vínculo entre el individuo y la comunidad. No es factible ni deseable eliminar o “disolver” al individuo: la tarea fundamental de la política autónoma es renegociar los espacios de uno y otra de modo tal de garantizar que la solidaridad sea el valor superior de la vida social. Sin resolver estas cuestiones no conseguiremos trabajar con porciones importantes de la población; y, sin ellas, no existe política autónoma. El refugio en soluciones románticas nos arroja indefectiblemente al campo de la irrealidad. Palabras finales Aunque me dediqué a hacer un balance del movimiento de asambleas en Argentina, estoy seguro de que mis conclusiones son aplicables, mutatis mutandis, a otros movimientos horizontales y autónomos del país y quizás también del exterior. Retrospectivamente, pueden encontrarse movimientos parecidos a las asambleas, que corrieron una suerte similar. Como las asambleas, los primeros piqueteros y los clubes del trueque, por mencionar sólo dos ejemplos, también regresaron al grado cero de la vida social ante la debacle del mundo estatal-mercantil. Como las asambleas, ellos también se desarrollaron en formas y experiencias novedosas y reveladoras. Y también como las asambleas fueron víctimas de las fuerzas disolventes y disciplinadoras del Estado y del mercado, y de su propia incapacidad de desarrollar alternativas efectivas de nuevo tipo. El movimiento de asambleas, que alguna vez aterrorizó a la prensa conservadora (que temía la llegada de los “soviets”) y al presidente Duhalde (“no se puede gobernar con asambleas”), hoy agoniza. Quizás renazca, quizás mute en otra cosa, quizás desaparezca completamente. Tal vez el movimiento asambleario haya servido sólo para dejar planteados los problemas y las preguntas que otros, en el futuro, quizás lograrán responder. Si así hubiera sido, ha desempeñado un rol fundamental. Buenos Aires, 26 de marzo de 2004

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Hernán Ouviña

Las asambleas barriales y la construcción de lo “público no estatal”: la experiencia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Informe final del concurso: Movimientos sociales y nuevos conflictos en América Latina y el Caribe. Programa Regional de Becas. CLACSO. 2002 Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/2002/mov/ouvina.pdf (…) Las asambleas –en tanto instancias de “desprivatización” de lo social– permitirían recuperar la idea de lo “público” como algo que excede a (y hasta se contrapone con) lo propiamente estatal. El hecho de que la mayoría de ellas funcionen en ámbitos abiertos, en muchos casos reapropiándose de terrenos anteriormente sumidos en una lógica privada1, no hace más que reafirmar esta hipótesis. La recuperación activa de lo “público”, tan imprescindible para la superación de la dinámica mercantil propia de la sociedad capitalista, es practicada a diario por los vecinos-asambleístas2. Reformulando el planteo del movimiento feminista, podría decirse que “lo vecinal es político”. Así pues, aquello que tanto desde el Estado como desde el mercado es considerado un problema individual emerge como una cuestión colectiva, a resolver en el ámbito de la comunidad. Se quiebra así uno de los pilares básicos para el triunfo del neoliberalismo. La política –entendida en su más amplio sentido– se reinscribe en lo barrial, al calor de la lucha y la construcción constante3.

1Un caso paradigmático ha sido el de la asamblea de vecinos autoconvocados de Villa Urquiza,que en sus inicios se reunía en la Plaza Echeverría. Al enterarse de que el supermercado Coto había usurpado unos terrenos baldíos cercanos a la estación de tren, decidieron derribar el alambrado y bautizar ese espacio como Plaza de los Vecinos, trasladando el lugar de encuentro de la asamblea. Desde ese entonces, allí se han realizado numerosas actividades (charlas-debates, festivales, etc.), e incluso se ha logrado también recuperar un local deshabitado –a cargo del Órgano Administrador de Bienes del Estado– ubicado frente al predio, con el objetivo de instalar allí un comedor comunitario y un centro cultural. De manera similar, la asamblea “20 de diciembre” de San Telmo recuperó un predio ubicado en San Juan y Cochabamba, en donde actualmente funcionan un club del trueque, reuniones de organizaciones sociales, ferias ambulantes y un sinfín de actividades más. Meses más tarde, la asamblea Popular de Paternal ha tomado un enorme lote municipal en Cucha Cucha al 2500, constituyendo allí un merendero, así como talleres de prevención de VIH y grupos de apoyo escolar. También las asambleas de Palermo Viejo, Almagro, Villa Crespo, Cid Campeador y Lezama se reapropiaron en sus respectivos barrios, con fines similares o complementarios (creación de huertas orgánicas, talleres de oficios para desocupados), de ex bancos, oficinas estatales o centros de abastecimiento en desuso. Como veremos en el apartado del artículo referido a la experiencia de los predios “recuperados”, en algunos casos (Lezama Sur y Villa Crespo), luego de meses de trabajo territorial, han sido desalojados por orden de la justicia 2 Es interesante, al respecto, reproducir lo que un asambleísta de la zona norte de Capital Federal escribió en un mail de comunicación inter-asamblearia: “A este nuevo espacio acuden los parecidos y los diferentes, los de siempre y los de ahora, los sensibles y los duros, los dogmáticos y los poetas, los simpáticos y los serios, los impacientes y los tranquilos y también los desesperados. A diferencia del shopping, en estos espacios tenemos relaciones con el semejante (en todos los sentidos de la palabra), y esto es quizás lo fundamental de la asamblea, porque es a partir del vínculo con el semejante que podremos construir una comunidad que resista al individualismo imperante” (Quintar et al., 2003) 3 Tal como expresa la Asamblea de Scalabrini Ortiz y Córdoba (2002) en su Boletín Nº 3, “nos dimos cuenta de que no podemos salir de esta situación cada uno por la suya, que tenemos que hacer algo entre todos. Hemos dado el primer paso: romper el aislamiento”. La práctica política –según ellos– excede por

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(…) El antecedente más próximo de prácticas asamblearias, dejando de lado las experiencias que anteriormente enunciamos, lo constituyen los numerosos grupos “piqueteros”, que en diversos barrios y rutas comenzaron a realizar, desde fines de 1996, un claro ejercicio de democracia directa. (…) Cabe destacar que, en los sucesivos piquetes, la dinámica asamblearia devino no sólo en órgano de decisión política, sino en auténtico dispositivo de regulación de la vida, tomando como parámetro la solidaridad y el compañerismo. De esta manera, tal como expresa Pablo Perazzi (2002: 56), poco a poco el piquete “deja de representar únicamente una medida de acción directa –y por lo tanto de duración limitada–, expresando cada vez más un modo de organización relativamente estable que suele exceder la inmediatez del reclamo puntual”, buscando tornar visibles idearios político-sociales, a través del traslado de la oscura realidad barrial a una geografía pública. (...) en las entrevistas realizadas, se refleja una compleja multiplicidad en términos de edades, género, inserción laboral, nivel educativo o experiencias políticas previas. Así pues, una de las características distintivas de las asambleas es su alto grado de heterogeneidad, (…) En este tipo de espacios (auto) organizativos, cientos de vecinos y vecinas confluyeron en pos de un proyecto colectivo diverso, que se delinea en su propia acción cotidiana como una instancia fundamental de aprendizaje (con)vivencial. Ligado a esta cuestión, un tema que generó mucha discusión desde el origen mismo del movimiento fue su carácter vecinal. Algunos autores han planteado que esto no hace más que expresar el contenido pequeñoburgués de esta instancia organizativa: la categoría de vecino –afirman– subsume y opaca la clásica dicotomía entre capital y trabajo, o bien entre burguesía y proletariado. Sin embargo, creemos que la recuperación de una palabra tan bastardeada como la de “vecino” contiene numerosas potencialidades. Merecen destacarse las siguientes. La noción se vincula con la idea de territorialidad. -- Esto puede observarse también en el movimiento piquetero, pero no sólo en él, ya que tanto los zapatistas chiapanecos como el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil arraigan gran parte de sus luchas en la recuperación de un espacio a nivel colectivo, en paralelo a la recomposición de los lazos de solidaridad rotos por el Estado y la dinámica fragmentaria del mercado. El vecino no necesita, pues, hacer “entrismo” en su barrio. Sería sencillamente un contrasentido. -- El vecindario permite asumir un compromiso de lucha que, hoy en día, a raíz de la reestructuración capitalista de las últimas décadas, se torna cada vez más difícil en el ámbito laboral. Frente a una tasa de desocupación y subocupación enorme, y una flexibilización galopante, muchos hombres y mujeres encuentran en el barrio un espacio propicio para la construcción de una contrahegemonía social, política y cultural. La organización interna y sus dinámicas de funcionamiento Con referencia a los numerosos debates generados en torno a las limitaciones y potencialidades de la democracia directa, las asambleas han dado cuenta de esta tensión en sus propias prácticas. Desde sus orígenes, fueron conscientes de que la horizontalidad, si bien imprescindible para la construcción permanente de nuevos

demás a la tradicional lógica gubernamental: “queremos meter la nariz y las manos en lo que siempre nos dijeron que era prerrogativa de otros: de los especialistas, nuestros ‘representantes’, los políticos profesionales”

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vínculos, no puede, bajo ningún concepto, devenir en un “fetiche” remedio de todos los males4. Antes bien, es necesario combinar los métodos de participación y discusión colectiva con los de la designación rotativa de delegados, que permitan llevar a cabo las actividades consensuadas con los vecinos. Esta forma de construcción no implica, sin embargo, la generación de liderazgos ni la escisión entre dirigentes y dirigidos. Tampoco, reificar una falsa dicotomía entre representación política y democratismo acérrimo, principal “caballito de batalla” de los impugnadores de la forma asamblearia. A contrapelo, las múltiples comisiones de trabajo, Mesas de Enlace, Encuentro de Asambleas Autónomas y respectivas Interzonales por barrio demuestran cuán equivocados están quienes interpretan como caótico y desarticulado a este espacio comunal. No están ausentes en él, por supuesto, las contradicciones. Aquí radica, aunque pueda resultar paradójico, uno de los sustanciales aportes de las asambleas: lejos de intentar saldarla –o anularla lisa y llanamente–, han decidido poner la contradicción en movimiento, echarla a andar para que, en la misma dinámica de la lucha y la discusión, pueda ir constituyendo un motor para la creación de lo nuevo, sustentada por recursos y fuentes no convencionales que potencian la desobediencia civil. Sepultar la soberbia política ha sido uno de los objetivos prioritarios de las asambleas. Al parecer, en el transcurso de este tiempo, los partidos y organizaciones tradicionales fueron los menos permeables a esta tarea quijotesca que plasma en la praxis misma una profunda autocrítica con relación a las formas de in(ter)vención política. Cabe agregar que, en especial a partir de 2003, casi la totalidad de las asambleas han dejado de votar para la toma de decisiones, llegando a acuerdos generales basados en el consenso. Consideramos que esto no anula la diversidad ontológica que cada espacio asambleario cobija, sino que evidencia una notable madurez social ligada a una nueva forma de construcción basada en la confianza, el respeto y la escucha de esa pluralidad de voces habitada por el hacer-pensar, estando contenidos los fines propuestos en los propios medios de construcción. Se ha pasado, en palabras de un vecino de la asamblea Gastón Riva de Caballito, “de la declamación a la pregunta”. De esta manera, la práctica militante, lejos de ser obturada por lo afectivo, se ha ido nutriendo de ello, dando origen así a una amalgama de acciones cooperantes, en donde el deseo no se contrapone sino que confirma la validez de la creación política por parte de esta congregación de voluntades críticas, que reniega de aplazar para “después de la revolución” la consolidación de vínculos fraternales. La vinculación con otros actores sociales y políticos Otro aspecto que merece destacarse es la relación o vínculo que las asambleas barriales han generado desde su surgimiento. En primer lugar, cabe mencionar al Estado, no solamente como interlocutor sino también en tanto antagonista político. Resulta claro que, más allá de ser reacias, nunca fueron totalmente ajenas con respecto al Estado5: de manera análoga al movimiento piquetero, tres son las formas de “vinculación” de las asambleas con respecto a lo estatal.

4 Al respecto, cabe señalar que, si bien la inmensa mayoría de las asambleas funcionan de manera totalmente horizontal, existen algunas pocas en las que se ha constituido una especie de Comisión Directiva o instancia decisional superior 5 Entendiéndolo en sus diversas dimensiones, a saber: relación social de dominación; conjunto de aparatos institucionales; y políticas públicas. Para una profundización de esta concepción, ver Ouviña (2002a).

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Reapropiación colectiva de las energías expropiadas -- por la forma- Estado a la comunidad (gestión democrática de espacios y servicios públicos, apertura de merenderos, etcétera). -- Cooptación institucional (por ejemplo, a través de los Centros de Gestión y Participación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires u otras instancias estatales)6

Represión manifiesta (como la sufrida por -- los vecinos de la asamblea de Merlo) o latente (amenazas reiteradas de Eduardo Duhalde y el ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli, denunciando que “con asambleas en la calle no es posible gobernar”)724. En el caso específico de las asambleas de la Capital Federal, la relación más frecuente la establecen con el Gobierno de la Ciudad, a través de sus diferentes instituciones. Los Centros de Gestión y Participación, ubicados en cada uno de los barrios, son un referente permanente a la hora de exigir demandas vecinales825. También la Comisión Municipal de la Vivienda y la Secretaría de Promoción Social, debido a sus funciones asistenciales, tienden a recibir petitorios y propuestas por parte de las asambleas (bolsones de alimentos, subsidios habitacionales, etc.). De las entrevistas realizadas se deduce que casi la totalidad de ellas han tenido o mantienen en la actualidad un vínculo con el gobierno municipal, aunque en la mayoría de los casos este vínculo no implica subordinación o dependencia política con respecto a él. En cuanto a los partidos políticos, coincidimos con Ana Fernández en que la tensión asambleas/organizaciones partidarias es una de las más presentes desde el comienzo mismo del proceso abierto con el 19 y 20 (Fernández et al., 2003). También, diversas son las estrategias que han desplegado los partidos políticos para garantizar la dirección de las asambleas en las cuales participan sus miembros26. (…) Teniendo en cuenta estas relaciones conflictivas, es importante destacar que el recelo de muchos asambleístas con respecto a los partidos de izquierda no significa, per se, despolitización. Por el contrario, en muchos casos supone un paso frustrado y traumático por sus asfixiantes filas. (…) Resulta sorprendente observar a cientos de personas que promedian los cincuenta años debatir en plazas y esquinas. Tres años

6Es sintomático el eslogan utilizado durante 2002 y 2003 por parte de los CGP del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires –“¡Que se vengan todos… los vecinos!”–, con una clara intención de acercamiento a, y búsqueda de institucionalización de, los espacios asamblea rios de autoorganización barrial, que tendían a impugnarlos desde su mismo surgimiento. Basta recordar que una de las resoluciones aprobadas por la primera Asamblea Interbarrial Nacional el 17 de marzo de 2002 instaba a la “disolución de los CGP y que todos sus bienes pasen bajo el control de las Asambleas Barriales”. 7 Un caso paradigmático fue el del senador Raúl Alfonsín, quien, apelando al artículo 22 de la Ley de Defensa de la Democracia, intentó –en sus propias palabras– “armar una acción política en contra de la anti-política” de las “sediciosas” asambleas barriales (Página/12, 2002). 8 Una discusión central que atraviesa a casi todas las asambleas capitalinas es qué posición tomar con respecto a la supuesta descentralización del poder a través de la creación de las Comunas y la sanción de un presupuesto participativo. Si bien no podemos extendernos en este punto, vale la pena mencionar el proyecto de “Iniciativa Popular” para que la Legislatura Porteña trate y apruebe la propuesta de participación directa impulsada por la asamblea de Villa Mitre, que cuenta con el aval de más de 8.500 firmas de vecinos de la ciudad (el doble de aquellos que hasta el momento han asistido a la totalidad de reuniones barriales convocadas por los distintos Centros de Gestión y Participación para consultar sus opiniones acerca de la Ley de Comunas). Apoyado activamente por varias asambleas (Coghlan, Villa Urquiza, Colegiales y Plaza Noruega, entre otras), este proyecto propone la constitución de “veinte unidades descentralizadas de gestión política y administrativa con competencia territorial”. Cada una de estas Comunas, a su vez, se dividiría en diez Vecindarios, de manera tal que se torne posible la participación directa de los vecinos, quienes a través de Asambleas Comunales y Vecinales elegirían a los mandatarios.

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atrás, la mayoría de ellos no trascendía tal vez de la protesta individual frente al televisor o la noticia de tapa del diario. Además, si bien denuncian y luchan contra el sometimiento y la opresión general, hacen un fuerte hincapié en desarticular las relaciones de dominación locales y específicas que, aunque (o precisamente por) invisibles y sutiles, garantizan la reproducción del orden existente día a día. Esto ha sido olvidado por casi la totalidad de las organizaciones populares, que reducen el combate a una mera disputa y acumulación de fuerzas por el poder estatal, subestimando las redes capilares de expropiación del hacer humano que operan cotidianamente. (…) En otras ocasiones, el reparto de bolsones de comida por parte de asambleas generó un vínculo cercano al asistencialismo con vecinos en condiciones de pobreza extrema, tornando problemático el trabajo territorial en el barrio. El resto de las asambleas, si bien no descartan prácticas en común con ningún grupo, han ido priorizando, crecientemente, el vínculo y la solidaridad con los MTDs integrantes de la Coordinadora Aníbal Verón, debido a su mayor grado de afinidad, por su carácter “autónomo”. De hecho, alrededor de veinte de ellas han conformado un espacio de reunión mensual denominado Ronda de Pensamiento Autónomo, que, si bien comenzó realizándose en la fábrica recuperada Grissinópoli, al poco tiempo se trasladó a Roca Negra, un predio cedido por las Madres de Plaza de Mayo a los MTDs de Solano, Almirante Brown y Lanús, ubicado en el barrio de Monte Chingolo (…) Los espacios recuperados La dinámica de constante deliberación y acción callejera antes descripta fue generando en muchas asambleas una bifurcación en su trayectoria que dio comienzo a un proceso propio de ocupación de predios abandonados, con el objeto de recuperarlos para su uso público. En algunos casos, este derrotero estuvo acompañado por un abandono de las esquinas y plazas como ámbito de reunión, trasladando las asambleas a lugares públicos pero cerrados; y, en tal sentido, los ámbitos ocupados fueron un espacio privilegiado para esos encuentros (Quintar et al., 2003). La noción de lo “público no estatal” cobró, en estas ocasiones, una relevancia sustancial a los efectos de caracterizar el tipo de densidad asociativa que se pretendía construir territorialmente. Su función comunitaria fue variando de acuerdo al tipo de lugar “recuperado”, pero en todos los casos implicó un sinuoso tránsito desde dispositivos asamblearios de debate colectivo a la búsqueda de concreción de formas de gestión popular solidaria, a través de la implementación de comedores para sectores pauperizados, emprendimientos de trabajo cooperativo, ferias artesanales, salas de asistencia médica y centros culturales, que inauguraron nuevas prácticas políticas, no exentas de tensiones. La ocupación de predios y espacios públicos por parte de diversas asambleas barriales fue una de las actividades más originales y pujantes realizadas desde este movimiento. El primer espacio fue un ex Banco Mayo ubicado en las inmediaciones de Parque Avellaneda. Al poco tiempo, el sábado 16 de febrero, la asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza recuperó para el barrio, con el objetivo de convertirlo en una plaza pública, el predio que supermercados Coto había usurpado “ilegítimamente”. De acuerdo a los vecinos, “mediante una dudosa concesión por 20 años, la empresa pretendía asegurar la posesión de espacio sin contemplar los intereses del barrio” (Periódico Asamblea de Villa Urquiza, 2002). Semanas más tarde, varias asambleas avanzaron en un mismo sentido tomando espacios, en sus respectivos barrios, sumidos

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en el abandono y la suciedad, para convertirlos en ámbitos de experimentación colectiva9. Según relatan varios asambleístas que participaron en tomas de espacios, en cada uno de los casos ha sido una constante el hecho de que los meses posteriores a la apropiación del edificio estuvieron surcados por las lógicas contingencias vinculadas a cómo garantizar en el tiempo la toma del local (Svampa et al., 2002: 54). La mayoría de las veces, esta cuestión tendió a desgastar a los integrantes de la asamblea, en la medida en que, tal como testimonian numerosos vecinos, muchas de susprácticas “estaban supeditadas a ese objetivo prioritario”. El balance provisorio brinda resultados disímiles: mientras que en unos pocos casos la ocupación de edificios generó una especie de implosión y quiebre al interior de la asamblea vecinal (tal es el caso de la frustrada experiencia del predio recuperado por la asamblea de Villa Crespo), en otros brindó un espacio para la expansión de múltiples actividades comunitarias de vinculación con el barrio (Asamblea Popular del Cid Campeador y La Alameda de Lacarra y Directorio), potenciando –y hasta desbordando– la práctica territorial de los propios asambleístas.

(…) A modo de conclusión: las asambleas barriales como laboratorios de experimentación Revisadas las principales dimensiones que caracterizan a la asambleas barriales, podemos expresar que la multiplicidad de emprendimientos, acciones y espacios de coordinación llevados a cabo por las asambleas les han permitido conquistar una legitimidad social considerable en la población, que ya no ancla en la práctica mediática que al inicio reificaban muchas de ellas a través de desgastantes movilizaciones hacia la Casa Rosada, supuesto emblema del “poder”. Numerosos vecinos que quizás no participan más, físicamente, de la asamblea de su barrio, mantienen todavía una vinculación permanente con ella a través de variadas redes de intercambio y apoyo, que exceden en demasía a la propia reunión semanal. A tal punto esto es así que, en varias ocasiones, ocurre que el arraigo territorial de la asamblea es inversamente proporcional a la cantidad de miembros que la componen. De cientos de vecinos vociferando de manera caótica en esquinas y plazas, hoy han quedado –luego de sucesivos tamices– comprometidos activistas que pueden ser vistos como sedimentos del 19 y 20 de diciembre de 2001, materializados en prácticas cooperantes, periódicos alternativos, bibliotecas y ollas populares, comisiones de trabajadores desocupados, talleres de serigrafía, de salud reproductiva y de autoempleo, merenderos, grupos de arte callejero, y un conjunto de actividades colectivas que conforman un espacio “público no estatal”, allí donde antes existían bancos quebrados, predios abandonados, terrenos baldíos,

9 A modo de simple descripción, podemos mencionar los siguientes: asamblea Popular del Cid Campeador, Av. Ángel Gallardo 752 (local abandonado del Banco Mayo); asamblea de Florida Este, Vicente López (ex complejo de canchas de paddle); asamblea de Almagro, Medrano al 400 (predio abandonado); asamblea de Villa Crespo, Padilla y Scalabrini Ortiz (local abandonado del Banco Provincia); asamblea de Parque Lezama Sur, Suárez 1244 (local abandonado del Banco Mayo); asamblea de Paternal, Cucha Cucha 2452 (predio municipal); asamblea de Villa Pueyrredón (lavadero de autos abandonado); asamblea Popular de Villa Urquiza, Triunvirato entre Monroe y Roosevelt (ex pizzería La Ideal); asamblea de Villa del Parque, Cuenca y Marcos Sastre; asamblea de Parque Avellaneda, Lacarra y Directorio (ex bar La Alameda); asamblea Palermo Viejo, Bompland 1660 (ex mercado municipal); asamblea Plaza Palermo Viejo, Gurruchaga y Nicaragua (ex mercado municipal); asamblea de Saavedra, Plaza Oeste y Núñez; asamblea de las 7 esquinas, Escalada y Alberdi (ex mercado abandonado); asamblea de Corrientes y Juan B. Justo, Humboldt y Corrientes (local abandonado).

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espacios privatizados o lazos de solidaridad rotos. En esta edificación, medios y fines instituyen una reciprocidad inmanente. En la actualidad, varios son los interrogantes que atraviesan a las asambleas: cómo articular lo estrictamente barrial con las luchas nacionales, regionales y hasta mundiales que se desenvuelven a diario de forma dramática, o cuáles deben ser los criterios que fomenten la conformación de nuevas relaciones sociales duraderas y sustraídas de la lógica de la dominación estatal, sin perder la creatividad exploratoria que constituye la columna vertebral del movimiento. Las respuestas, por supuesto, no son meramente teóricas, sino un producto de la praxis que se va delineando en el propio andar. De ahí que “Caja de Pandora” sea quizás la metáfora más correcta para caracterizar el destino de las asambleas barriales, en la medida en que su forma de construcción supone una apuesta sin garantías. Por ello, si bien podemos expresar que las asambleas han sido y son un complejo espacio “público no estatal” en el cual se combinan (…) cierto es que algunas asambleas han desaparecido, otras sufrieron divisiones, y muchas han mutado o bien sobreviven al calor de la intemperie y la fragmentación, con unos pocos vecinos que a fuerza de pulmón y alegría batallan contra la soberbia del poder. No obstante, luego de sucesivas marchas, represiones, rupturas, abandonos y frustraciones, siguen aventurándose a construir una nueva manera de hacer política, anclada en una temporalidad opuesta a la electoral. La cuestión es saber si, como vecinos de la ciudad, estamos dispuestos a ejercer prácticas de in(ter)vención desde su núcleo vivencial, para que –tal como añoraban los surrealistas del siglo pasado– nuestros sueños conmuevan la realidad.

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Las Asambleas Barriales: un tipo de acción colectiva muy particular. La Asamblea Barrial Parque Saavedra. Mariana Ortale. (Tesis de grado). -- Presentada en Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación para optar al grado de Licenciada en Sociología. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.527/te.527.pd

(…) 4.2. La Asamblea Barrial Parque Saavedra (…)Como dijimos más arriba, la Asamblea Barrial Parque Saavedra comenzó un 6 de febrero. En ese primer encuentro sólo eran alrededor de 15 personas que se informaron de la convocatoria a partir de la radio o por un volante que circuló por las puertas de las casas del barrio. Según lo comentado por algunos asambleístas hubo dos personas que llamaron a la conformación de la Asamblea Barrial Parque Saavedra, que tomaron la iniciativa para poder construir algún espacio de participación política que proviniera de los propios vecinos. Lo cierto es que en ésta reunión ‘fundacional’ que se realizó en el Parque eran sólo unos pocos vecinos pero, con el paso de las reuniones, el número se incrementó incluso llegándose a cifras considerablemente grandes como son las 100 personas. Los temas discutidos giraban en torno a la grave situación política, económica, social e institucional y se debatía intensamente sobre qué se podría hacer en el marco de la cercanía temporal con los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 y de todos los desequilibrios político-institucionales que le siguieron. De todas formas, lo que hay que rescatar es la importancia de la apertura de un espacio de participación que ha ido, a través del tiempo, de las reuniones y de las discusiones y el debate, tomando cierto carácter y definición que aún está en movimiento. Características de su funcionamiento. La Asamblea Barrial Parque Saavedra se reúne desde los primeros días de febrero los días viernes a las 18 horas. La elección del día se realizó de manera aleatoria pero el horario se definió considerando la finalización de la jornada laboral, estimándose que alrededor de esa hora la misma ha culminado o está pronta a hacerlo. (…) La metodología que define a las reuniones es, para comenzar, la elección de: la persona que toma nota para luego redactar el acta, aquella que cumple el rol de coordinador y la de aquel que ordena la palabra de los oradores a través de una lista. Con respecto a la primer figura, es aquella que se va a encargar de registrar en un papel los temas y cuestiones que se abordan a lo largo de la reunión para luego transcribirlas en forma prolija y ordenada en una computadora para ser leída y entregada en la siguiente reunión. O sea, una vez elegidas las tres figuras (labrador de actas, moderador de la palabra y coordinador) lo primero que se hace es la lectura del acta del encuentro anterior. La finalidad central de esto es que se produzca una aprobación sobre lo discutido y resuelto y se establezca la posibilidad de retomar cuestiones que no se resolvieron o que no fueron tratadas por falta de tiempo. La figura de coordinador esta caracterizada por ser el que, como su nombre indica, coordina el funcionamiento, es decir, releva los temas a tratar escuchando las propuestas de los participantes y establece aproximadamente tanto un orden de prioridades como cuánto tiempo se va a tratar cada punto intentando que todos sean discutidos, señalando el fin de uno y el inicio de otro. Además se encarga de orientar la discusión cuando esta se dispara hacia otras cuestiones que se consideran secundarias y que pierden el foco sobre el que se quiere profundizar.

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Es el que llama al orden cuando la discusión se encauza bajo carriles diferentes por los que se ha consensuado que han de discurrir: el respeto de la palabra del otro y el saber escuchar sin interrumpir. De todas maneras va a ser el coordinador el que señale, en el caso de que los tiempos se acorten, cuándo se cierra y se abre la lista de oradores para cada punto de los temas que conforman la agenda del día, teniendo desde este punto de vista, mayor capacidad de dirección que la persona que dirige la lista de oradores. Es una cuestión a destacar que las personas que cumplen estos papeles rotan permanentemente, es decir, al inicio de cada reunión se pide voluntad para ocupar los roles y de forma espontánea los asambleístas se ofrecen para actuar ya sea de coordinador, del labrador del acta o de dirigir la lista de oradores. Lo que se intenta con este mecanismo rotativo es que los espacios no sean ocupados por la misma persona para que no se reproduzca una de las tantas cuestiones que se critican como es el aferramiento a los puestos políticos en el orden de la política nacional, para indirectamente fomentar o restaurar la forma de hacer política bajo reglas más democráticas y horizontales. La Asamblea Barrial Parque Saavedra no posee Estatuto básicamente porque no es una Asociación Civil inscripta en ningún ente estatal que la regule, por lo tanto, no es obligatorio que lo posea; igualmente en varias ocasiones se dio la discusión sobre la conveniencia de contar con un reglamento interno de este tipo aunque finalmente siempre se descartó por el rechazo hacia los formalismos legales, sobre todo aquellos que no son necesarios para la Asamblea. Se puede decir que sin Estatuto desarrolla sus discusiones y actividades sin mayores problemas, entre otras cuestiones, por la claridad con que se cumplen los roles de los que participan de este espacio; hay acuerdos básicos en lo referido a las formalidades de funcionamiento. Ya se dijo que las reuniones de la Asamblea Barrial Parque Saavedra se realizan los viernes a las 18:30 horas pero valga la aclaración, ése es el día y la hora de la reunión central de la Asamblea, es decir, el plenario en donde las comisiones que funcionan los demás días de la semana acercan a los demás asambleístas lo debatido y resuelto durante sus respectivas reuniones. Es decir, para entenderlo con más claridad, dentro de la Asamblea Barrial Parque Saavedra hay una serie de comisiones que tratan sobre problemáticas específicas que se dedican a profundizar los temas que les son propios y en cada encuentro semanal brindan a sus compañeros un informe sobre lo realizado durante la semana. Lo que se pretende es evitar que todos los participantes debatan todas las cuestiones, perdiendo de esta forma la eficacia que se logra trabajando en comisiones, en donde cada uno opta por participar en aquella que más le interese o en la que tenga un conocimiento más profundo para así aportar al trabajo grupal desde lo individual. Las comisiones que se han abierto durante los meses que lleva funcionando la Asamblea Barrial son la de defensa del consumidor, la de trabajo y empleo, la de asuntos constitucionales, la de medio ambiente, la de salud y educación, la de prensa y difusión y la de más reciente creación que es la denominada de discusión política, siendo las tres últimas las que se han mantenido activas constantemente mientras que las otras han dejado de existir salvo cuestiones puntuales que las han revitalizado esporádicamente. Ninguna de las comisiones poseen carácter resolutivo, es decir, exponen en el plenario los días viernes lo discutido y las opciones presentadas para que todos los que participan de la Asamblea tengan la posibilidad de informarse sobre lo acontecido y puedan emitir su opinión personal. Una vez debatido y discutido determinado problema, se resuelve de manera conjunta y consensuada un curso de acción. En el caso de no lograr consenso, situación atípica en términos generales, se procede a la votación individual optándose por la perspectiva que obtiene la mayoría de votos.

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Esta característica de la Asamblea Barrial Parque Saavedra con su división en comisiones le asigna un perfil característico puesto que la Asamblea no sólo desarrolla sus actividades los días viernes de cada semana sino que sus miembros, repartidos en las comisiones, se reúnen al menos una vez por semana (en la casa de alguno de ellos) a reflexionar sobre los asuntos particulares de cada comisión. Otro asunto a considerar dentro de este apartado sobre el funcionamiento de la Asamblea Barrial es el medio de comunicación que utilizan entre sí los participantes de la Asamblea Barrial Parque Saavedra: internet. Es a través del correo electrónico que se transmiten informaciones, novedades y se entablan vínculos con otros actores pertenecientes a otros espacios sociales brindándoles información sobre las actividades realizadas desde la Asamblea Barrial Parque Saavedra. Además, este medio de comunicación les permite establecer un contacto permanente con aquellos que no acuden asiduamente a las reuniones plenarias pero que están ligados igualmente al desarrollo de las actividades que realiza la Asamblea Barrial. Esta diferenciación en el carácter de la participación será definida y explicada más adelante. Sobre las actividades que realiza la Asamblea Barrial Parque Saavedra. Desde que la Asamblea Barrial Parque Saavedra comenzó con sus reuniones, también sus participantes sintieron la necesidad de hacer cosas concretas, de realizar actividades por intereses particulares de la propia Asamblea Barrial, por colaborar con alguna institución u organismo o simplemente para acercarse a aquellos vecinos que no conocen a la Asamblea Barrial y que pueden comenzar a considerarla al menos por las “cosas que hacen por el barrio.” Se han hecho festivales solidarios, más precisamente dos, con el objetivo de juntar ropa usada y obtener dinero para la compra de pañales a través de la venta de comida destinado a brindar ayuda básicamente a los hospitales de la zona y a la escuela del barrio. Estos festivales (el primero realizado en conjunto con la Cooperadora de la Escuela nº11) duraron la jornada prácticamente entera y se presentaban grupos de teatro y títeres o bandas de música, junto con actividades para los más chicos. El lugar donde se realizaron fue en el mismo parque con la idea de que los transeúntes pudieran unirse a alguna de las actividades propuestas y así promocionar la participación en la Asamblea Barrial Parque Saavedra mientras se desarrollan acciones solidarias Continuando con esta línea de colaborar con alguna entidad barrial intentando para ello sumar a la mayor cantidad de vecinos posible, a fines del mes de mayo se organizó y concretó un “abrazo” al Hospital de niños para reclamar, de esta forma simbólica (aunque en esta ocasión también se juntaron pañales), un mayor presupuesto y un mejoramiento de la calidad del área de salud tanto a nivel nacional como provincial y municipal. La organización corrió por cuenta de varias Asambleas (Parque Castelli, Meridiano V, Hipódromo, Villa Elvira, Parque Saavedra) junto con asociaciones de trabajadores del área de la salud y otras agrupaciones propias de los hospitales de la zona como son las cooperadoras y la asociación de padres de los hospitales Sor María Ludovica, Noel Sbarra y San Juan de Dios. (…) En los primeros días del mes de octubre salió la primera Revista de la Asamblea Barrial Parque Saavedra. El financiamiento se logró a partir de la publicidad de los comercios que decidieron participar del proyecto con la idea de publicar un número de la revista al mes. Los pequeños artículos relatan de qué se trata esto de las Asambleas Barriales y cuáles son las actividades que se realizan a partir de la del Parque Saavedra. La distribución es gratuita y la primera tirada fue de 600 ejemplares (la revista tenía 8 carillas, de las cuales la mitad están dedicadas a propaganda)

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A partir de noviembre se dio lugar a otras actividades con el objetivo de que continúe una vez al mes: la puesta en práctica de una feria artesanal. Esta idea surgió del auge que presentaron en la ciudad este tipo de actividad y se consideró la posibilidad de reunir a aquellos artesanos que libremente quisieran participar. (…)A diferencia de otras ferias artesanales, desde la Asamblea Barrial Parque Saavedra no se pusieron trabas a los feriantes en el sentido de que cada uno podía vender lo que quisiera y podía haber la cantidad de puestos que se reclamaran sin ningún tope. Todas estas actividades son coordinadas y presentadas en el plenario centralmente por las comisiones de prensa y difusión y la de salud y educación. La Asamblea Barrial Parque Saavedra en relación con el barrio y sus organizaciones Rasgos básicos de los participantes En la Asamblea Barrial Parque Saavedra y, más concretamente, en los plenarios que se desarrollan los viernes, acuden alrededor de 20 personas, cantidad promedio ya que hay reuniones con escasa participación (12-15 personas) mientras que hay otras en que la personas llegan casi hasta la treintena. Estas 20 personas son en su totalidad mayores de 35 años y hay igual cantidad de hombres que de mujeres. En su mayoría son profesionales y poseen actualmente un trabajo u ocupación. Otro punto que caracteriza a los participantes y que hace a la esencia del grupo es que son todos vecinos del barrio del Parque Saavedra desde hace ya muchos años, es decir, se sienten pertenecientes al barrio y lo demuestran continuamente por sus conocimientos relativos al mismo (ubicación de personas, de lugares, etc). También es un rasgo destacado el hecho de que la casi totalidad pertenece además a otra organización social, como son Asociación de Trabajadores del Estado, la Corriente Clasista Combativa, la Central de Trabajadores Argentinos, Asociación de Mujeres Bonaerenses, Democracia Obrera, Juventud Radical y otras agrupaciones políticas, sindicales y sociales. (…) Características de la Participación. Las Asambleas Barriales, y en este caso particular la del Parque Saavedra, son uno de los tantos fenómenos colectivos novedosos, particulares y diferentes en relación con las prácticas colectivas que se han desarrollado en los últimos tiempos en la Argentina. Ya no son ni los partidos, ni los sindicatos o asociaciones similares los que encauzan las demandas y reclamos de los individuos debido al descreimiento que generaron en sus bases, entre otros motivos, por sus prácticas turbias y corruptas. Desde estas organizaciones se nucleaba a grandes masas de personas pero actualmente existen pocos espacios en donde se participe, donde los individuos sientan reflejados sus intereses y ofrezcan su voluntad para actuar por el beneficio de sus pares. Asistimos, a partir de la década del noventa, a dos cambios que repercuten directamente sobre esta situación: por un lado, hay una percepción de deslegitimidad y descreimiento crecientes frente a estas instancias tradicionales de participación y, por otro lado, y como efecto del primer cambio, ha descendido abruptamente la participación concreta y directa en estas organizaciones políticas y sociales. Pero lo interesante es que en estos últimos tiempos, y sobre todo luego del 19 y 20 de diciembre de 2001, este panorama cambió. Pero no porque se revitalizaran estos espacios tradicionales sino porque se comenzaron a revalorizar otras viejas instancias de participación y se fomentó la creación de otras nuevas. Tenemos, como ejemplos de esto, el auge del Trueque, del Voluntariado y las asociaciones de “acorralados”. Es en este marco de construcción y renovación en donde nos encontramos con las Asambleas Barriales y con la figura del Vecino como su protagonista central. Ya más

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arriba comentamos que una de las características de los miembros de la Asamblea Barrial Parque Saavedra era su posición de Vecino. Pero no sólo eso: se es vecino pero también trabajador o miembro de alguna organización política y a su vez cada uno participa de la Asamblea de una forma distinta y particular. Cabe aclarar aquí que el hecho de que los asambleístas participen en su mayoría en otras agrupaciones políticas y sociales no produce alteraciones en la “naturaleza” de la Asamblea. Esto es, la experiencia en otros espacios actúa de manera positiva al momento de organizar alguna actividad o discutir sobre alguna problemática. Pero por otra parte la totalidad de los asambleístas, con sus acciones y propuestas permanentemente rescatan los mecanismos propios de las Asambleas. Es decir, en ésta Asamblea del Parque Saavedra no se presentan situaciones turbias ni “aparateadas”, por esto se prioriza la figura de Vecino por sobre la de militante de otros espacios a la hora de participar Como la Asamblea Barrial Parque Saavedra no es un partido político no podemos hablar de una diferenciación según sea miembro, simpatizante o militante, por ejemplo, sino que se debe establecer una clasificación que esté en relación con la naturaleza de su participación. Dicha clasificación va a estar basada en dos criterios. En primer lugar, en la asistencia a las reuniones plenarias de los viernes de forma regular. Como estas reuniones son centrales para seguir el desarrollo de las discusiones y resoluciones de la Asamblea, se supone que el que acuda más seguido va a contar con un mayor contacto directo sobre el desenvolvimiento general de la Asamblea Barrial, y por ende su participación será de tipo más comprometido. La instancia de los plenarios es central porque allí se definen, discuten, organizan y resuelven el curso de acción por el que la Asamblea Barrial va a discurrir concentrando sus esfuerzos. El otro criterio acentúa la presencia y participación ya no en las discusiones de las reuniones sino más bien en las actividades concretas que la Asamblea Barrial Parque Saavedra realiza. La presencia física en los eventos organizados es fundamental porque demuestra a los ojos de los demás, pero también a los propios de la Asamblea, cuánta fuerza poseen respecto de la capacidad de convocatoria. En las actividades es en donde se intenta unir a la mayor cantidad de personas posibles. Este criterio es de menos significación respecto del compromiso en la participación, pero va a señalar el perfil de un amplio sector de Vecinos cuyo único vínculo que tiene con la Asamblea Barial Parque Saavedra es acudir a las actividades (pero no por este tipo de relación muy específica deja de ser participante). Cabe aclarar que no se pretende establecer ninguna tipología ni clasificación “dura” sino explicar con la mayor claridad y precisión los diferentes grados o tipos de participación. Si imaginamos un círculo compuesto por dos anillos concéntricos podemos ubicar dentro de cada anillo tres tipos particulares de participación, que definen un perfil de participante con sus respectivas relaciones respecto de los dos criterios mencionados. Si nos ubicamos en el centro del círculo tenemos el llamado “núcleo duro”. Aquí nos encontramos con aquellos Vecinos que acuden regularmente a la casi totalidad de las reuniones plenarias, que participan además dentro de alguna comisión y que organizan actividades participando además de ellas. Podemos decir que aquí tenemos el “alma” de la Asamblea Barrial Parque Saavedra porque desde este grupo de gente emanan las discusiones y propuestas más fuertes ya que su contacto es mayor, lo que les permite conocer de manera acabada los temas que se discuten, las estrategias propuestas, la forma de implementar los cursos de acción y otras cuestiones fundamentales que permiten que la Asamblea Barrial Parque Saavedra mantenga su fuerza y se sienta “viva”. La existencia y mantenimiento de este grupo es de suma importancia.

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El siguiente anillo que rodea a este núcleo duro lo podemos denominar “intermedio”. Aquí tenemos a aquellos Vecinos que acuden a las reuniones irregularmente, que participan en las actividades emanadas por la Asamblea Barrial, colaborando en la organización cuando son personalmente convocados para ello por alguna cuestión de índole personal (mayor conocimiento sobre un tema o contactos y vínculos, por ejemplo), es decir, de forma esporádica. Durante algunas épocas su constancia es mayor pero por otras desaparecen de todo lo relacionado con la Asamblea Barrial. Las personas de este anillo están caracterizadas fundamentalmente por su irregularidad pero también por su mantenimiento en el tiempo aún cuando por períodos largos de tiempo se ausentan de la Asamblea Barrial Parque Saavedra. Por último está aquel anillo de participación en donde se ubican aquellos Vecinos que no acuden a las reuniones, que tampoco organizan pero que cuando son convocados por alguna cuestión en particular responden positivamente. Son los que, podríamos decir, se asemejan más a la figura de “simpatizante”. Se cuenta sólo con su presencia para las actividades que pretenden ser masivas Para entender cómo desde el núcleo duro la información relativa a las discusiones, actividades y resoluciones se propaga a los que ni siquiera van a las reuniones debemos hacer entrar en juego a Internet. Desde el núcleo duro se expande la información hacia el segundo y tercer anillo vía correo electrónico. A través de lo que se llama “cadena de mails” la totalidad de los participantes de la Asamblea Barrial Parque Saavedra están al tanto de lo que ocurre en dicho espacio pudiendo de esta forma acercarse por una cuestión concreta a la Asamblea. Es fundamental, entonces, este medio de comunicación e información para el desarrollo de la Asamblea. Pero no sólo este papel cumple sino que también opera como canal de información con relación a otras Asambleas Barriales u organizaciones sociales ya que se intercambias datos y experiencias en diferentes foros de discusión virtuales que existen en la red. Igualmente este medio de comunicación posee también sus inconvenientes: el que no posee computadora o acceso fácil a internet pierde contacto e información y, por otro lado, la red sufre también de problemas internos que pueden afectar la comunicación entre los participantes de la Asamblea Barrial. Cuando alguna de estas cosas sucede, lo que se hace es retomar y reforzar el contacto por vía telefónica, pero siempre se intenta volver a la vía electrónica por ser la de mayor practicidad y menores costos. (…) 5.3 Un caso particular de Asamblea: la Asamblea Barrial del Parque Saavedra. Dentro de las Asambleas Barriales de la ciudad de La Plata, la del Parque Saavedra es una de las más firmes y esto en dos sentidos centrales: su continuidad en el tiempo ha provocado un afianzamiento de la relación entre sus miembros y su número estable de participantes que ha facilitado la organización interna de tareas (esto se ha producido en los últimos meses, recordemos que durante los primeros meses en que la Asamblea Barrial empezó a funcionar los relatos de las personas que presenciaron ese momento dan cuenta de una participación cercana a las cien personas). Respecto del primer punto, a partir de la observación de las reuniones plenarias es claro cómo la relación entre los participantes, luego de ya varios meses de compartir el espacio de la Asamblea, se desarrolla con una cada vez mayor confianza, generando esta situación vínculos más estrechos que afianzan directamente a la Asamblea Barrial en general. Esto, sin embargo, a pesar de ser un dato positivo para la Asamblea, por otro lado puede llegar a desfavorecerlos ya que puede resultar un obstáculo al momento de la integración de alguna persona que pretenda incorporarse a la Asamblea: el grupo ha logrado a todas luces afianzarse, con los pro y los contra que supone esta situación. No

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se siente muy cómoda una persona que pretende sumarse a un espacio en donde los que ya se encuentran poseen una historia en común, un código y un lenguaje aportado por la experiencia acumulada. Significa todo un desafío recibir vecinos nuevos como así incorporarse a este espacio de participación.. Este mantenimiento de participantes en el tiempo, además de favorecer a la Asamblea de las puertas para adentro, también lo hace con relación a las demás Asambleas y espacios. Esto se hace claro cuando se produce alguna actividad que pretende nuclear a varias organizaciones sociales y comparativamente con relación a otras Asambleas, los miembros de la del Parque Saavedra la gran mayoría de las veces suman más personas y voces. Se ha reflejado esta situación en varias reuniones de la Multisectorial, de la Asamblea Interbarrial y en los Foros de Salud. Por otro lado, es constante la recepción de personas que acuden a las reuniones plenarias a invitar a la Asamblea a que participe de alguna actividad (charla-debate, marchas, etc) o las invitaciones que llegan a través de alguno de los miembros de la Asamblea. Esto señala la importancia que parece significar la participación de la Asamblea Barrial Parque Saavedra en las actividades políticas que se realizan desde múltiples espacios. En relación al segundo punto, la estabilidad en el número de participantes, ha derivado en una organización más fuerte por la seguridad al momento de dividir tareas de que cada uno se hará responsable de la propia encomendada con la subsiguiente garantía de concreción de lo pactado. Al ser pocos (cabe aclarar que estamos hablando aquí del “núcleo duro” de los participantes, los demás anillos exteriores siguen oscilando en cantidad de vecinos) y al conocerse desde hace ya varios meses, la posibilidad de lograr un cometido es más alta que en momentos anteriores. Estos vecinos que siguen participando comparten, además en su mayoría, una característica en común: tienen cierta experiencia en política (o porque participan actualmente o porque lo han hecho en momentos anteriores) y se han transformado casi en lo que podríamos llamar “militantes de la Asamblea Barrial Parque Saavedra”. Esto en el sentido de que su compromiso con la Asamblea es muy alto, sobre todo si observamos cómo participan en la mayoría de las actividades que realiza la Asamblea Barrial: acuden a los plenarios, organizan las tareas, van a las actividades que se concretan, forman parte de las comisiones de la Asambleas, se turnan entre ellos pero participan de las reuniones de la Asamblea Interbarrial y de la Multisectorial. En este grupo hay alrededor de unas diez personas que están concentradas en darle continuidad a la Asamblea Barrial Parque Saavedra, aportando sus ganas, canalizando sus deseos de participación y dando su tiempo libre a la construcción y mantenimiento de este espacio. Por otro lado, y acompañando a estos dos rasgos que caracterizan a la Asamblea, hay que considerar que en los últimos meses se ha producido un cambio central: si durante los primeros meses las reuniones estaban caracterizadas centralmente por cuestiones de índole política sobre lo que estaba sucediendo en ese momento en nuestro país (sin descartar la organización de actividades), ahora la Asamblea Barrial Parque Saavedra se encuentra más abocada hacia cuestiones de índole práctica, de diagramación y de actividades concretas. Como evalúa Luis, uno de sus miembros, con bastante claridad: “primero discutíamos mucho, pero eso era necesario porque teníamos que conocer mejor a quién teníamos enfrente, qué es lo que estábamos buscando, cómo nos íbamos a organizar. Pero ese momento ya pasó, ahora tenemos que pasar a la acción porque si nos quedamos encerrados en cuatro paredes no arreglamos nada, tenemos que demostrar que las asambleas tienen poder y que somos capaces de hacer cosas para los demás” Este cambio de perfil de la Asamblea se ha evidenciado en otras cuestiones relativas a su organización interna: el moderador prácticamente ha dejado de tener utilidad ya que

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las discusiones acaloradas han pasado a tener la forma de un intercambio de opiniones respecto a cuestiones más puntuales de organización que contienen menos controversias por lo que el consenso ha ganado un lugar fundamental en las reuniones plenarias. Además, y producto de esta situación, los temas que se discuten ya no son en su mayoría mantenidos a lo largo de varias reuniones sino que han ganado terreno aquellos cortoplacistas y de mediano plazo. De todas maneras, cabe aclarar que las comisiones siguen funcionando y allí se mantienen las discusiones sobre temas que requieren de un seguimiento en el tiempo. En lo que hace a las actividades realizadas, este cambio por el que se está atravesando ha generado una situación particular y que está proveyendo a la Asamblea Barrial Parque Saavedra de un carácter singular signado por la multiplicidad de actividades y acciones. Si bien desde un comienzo se llevaron a la práctica cuestiones múltiples, como ser festivales solidarios, charlas-debates, actos paralelos en las fechas patrias, entre otros, actualmente, además de estas actividades, se coordinan otras ya sabiendo que se van a sostener en el tiempo (o por lo menos cuando se las diagrama se pretende que ello ocurra). Ejemplo de esto último son la feria artesanal y la revista, actividades que se van a realizar una vez al mes, la feria el primer domingo de cada mes y la revista a fines de cada mes. Esta proyección es un indicador bastante claro de la idea positiva que se sostiene frente al mantenimiento de la Asamblea Barrial Parque Saavedra y de la necesidad de que este esquema de actividades concretas sea el que afiance, al menos hasta el momento, el sostenimiento en el tiempo de este espacio de participación. Pero además este abanico de acciones refleja, por otro lado, cómo la Asamblea Barrial Parque Saavedra pretende, en la medida en que sus posibilidades concretas se lo permiten, tener la suficiente habilidad entre sus miembros como para reaccionar ante los reclamos de los vecinos o las simples actividades que se le presentan digamos, sin un perfil específico ni estático. Es decir, desde la Asamblea Barrial que estamos investigando se produce el efecto como el de un techo con grietas que se van agrandando en número y tamaño con el paso del tiempo, sobre el que algunas cuestiones siguen quedando afuera mientras que otras nuevas van entrando sobre el techo cada vez más agujereado. Como expresa Andrés, uno de los miembros más jóvenes de la Asamblea a la hora de definir los puntos sobre los que la Asamblea trabaja y que hace a la diferencia con otras organizaciones sociales y políticas: “la asamblea creo que no tiene un objetivo claro, es como que venimos y planteamos diferentes ideas y tratamos todos, en la medida que se pueda, apoyar o no apoyar las iniciativas que se presentan en una gama grande de acciones; me parece que las otras organizaciones se abocan a una actividad más particular y concreta, mientras que la asamblea es como una amalgama de ideas y de proyectos de la que surgen a su vez proyectos intermedios...podemos actuar en muchos sentidos pero no en uno particular” A partir de esta reflexión podemos además dar cuenta de cómo la Asamblea Barrial se diferencia de otras organizaciones políticas y sociales. Mientras que los piqueteros, los “acorralados” y otros agrupamientos similares se organizan y luchan por demandas concretas y permanentes, la Asamblea Barrial responde a más de una necesidad (reclamos por la salud, por la educación, por la implementación de la tarifa social de los impuestos, por las políticas municipales sobre el transporte, por la seguridad, entre otros temas) y va recibiendo los problemas transformando constantemente su agenda de cuestiones y las acciones para luchar por los distintos reclamos. Además no sólo engloba cuestiones materiales sino también aquellas de índole más subjetivo como son la falta de espacios de participación en donde poder juntarse con otro vecino y construir salidas ante los problemas que se presentan. Es decir, por un lado la Asamblea no es un

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nucleamiento de personas que unifican sus esfuerzos para lograr un bien común, definido y constante, sino que más bien se produce la situación inversa: no se unen porque tienen que lograr determinado fin concreto que homogeneiza sus intereses y pretensiones sino que en un primer momento se juntan para en una segunda instancia establecer qué cosas pretenden hacer y cómo, siendo este proceso una construcción constante mediante una discusión permanente. La Asamblea define y redefine continuamente su camino a seguir: la Asamblea es una forma especial de acción colectiva, un ámbito de participación cuyos objetivos y medios cambiantes le proveen un carácter innovador dentro de lo que comúnmente conocemos como organizaciones políticas y sociales. Esta afirmación nos permitiría explicar por qué las Asambleas Barriales no son un movimiento social: la clave estaría entonces en la falta de un objetivo concreto y particular, en la ausencia de un fin que defina su esencia y su organización interna e identidades. En todo caso sí podemos ubicar a las Asambleas Barriales dentro de una situación (tampoco cabría decir ‘de movimiento’ porque nada se está moviendo con una fuerza destacada en nuestra sociedad) en la que una serie de fragmentos o sectores sociales y políticos están cobrando e intentan mantener cierto protagonismo en el campo de la lucha social. Las Asambleas pueden llegar a ser, junto con los Piqueteros, las organizaciones de ahorristas estafados, los organizadores de la red del Trueque, parte de una situación que se convierta en conflictiva, pero mientras tanto debemos ubicarlas como lo que sin duda son: ámbitos sociales de participación con objetivos cambiantes según el consenso de los propios participantes. La Asamblea no tiene, por ser Asamblea, una meta que la defina como tal; en todo caso es el carácter asambleario basado en la discusión de los miembros, en la rotación y horizontalidad de las posiciones de los participantes lo que le provee su particularidad. De ahí a ser un movimiento social hay un gran paso. Otro de los puntos claves a ser analizados a partir de esta investigación y que salta a la vista luego de estos meses de observación es aquel relacionado con la identidad colectiva. Según Alberto Melucci, intelectual europeo dedicado a la temática de la acción colectiva y de la identidad en particular, la identidad de un grupo (ya sea en un movimiento social o en un tipo de acción colectiva) se define como el resultado de la construcción colectiva de los propios individuos que forman parte del mismo a lo largo del tiempo Esta perspectiva desde la que se estudia la identidad es formulada en clara contraposición a las corrientes que consideran que los intereses se determinan estructuralmente, es decir, que los intereses y motivaciones de los grupos son el mero reflejo de lo que las estructuras sociales le transmiten. Pero desde la investigación de fenómenos colectivos como son, en este caso, las asambleas barriales, se rescata la concepción de Melucci porque, según lo que se viene exponiendo aquí, la Asamblea Barrial Parque Saavedra continuamente a partir de las discusiones que se desarrollan en sus reuniones hasta las actividades que realizan, son permanentemente modificadas y el espacio va cobrando por momentos rasgos distintivos que son constantemente rearticulados. Deteniéndonos en la definición propuesta por Melucci de la identidad colectiva, sostiene que es:

“una definición interactiva y compartida, producida por varios individuos y que concierne a las orientaciones de acción y al ámbito de oportunidades y restricciones en el que tiene lugar la acción: por ‘interactiva y compartida’ entiendo una definición que debe concebirse como un proceso, porque se construye y negocia mediante la activación repetida de las relaciones que unen a los individuos.”

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Por contener las ideas de interacción, de compartir y por el carácter procesual de la construcción es que es una definición precisa para entender lo que sucede desde la Asamblea Barrial Parque Saavedra. La idea de la interacción es clara ya que estamos estudiando a un grupo que constantemente interactúa tanto con sus propios miembros como con otros similares que forman parte de otras agrupaciones. En la interacción es en donde se discuten, intercambian ideas, se analizan problemáticas, se proponen soluciones y se va construyendo el camino a seguir. Ya dimos cuenta de que las reuniones y el debate se caracterizan por la tranquilidad y el buen entendimiento entre los participantes, situación que favorece a que el intercambio entre los asambleístas sea lo más constructivo posible. Aquellas personas que continúan participando con la intensidad y la fortaleza de las primeras reuniones comparten con sus pares además de una experiencia común, un marco de perspectivas y de orientaciones generales frente a lo que se pretende lograr desde la Asamblea. Esta situación provoca dos fenómenos muy diferentes: aquellas personas que siguen compartiendo código e ideas y que a medida que pasa el tiempo esto sigue sucediendo, la relación es cada vez más fuerte y la consolidación del grupo es cada vez mayor; pero por otro lado, se produce el efecto contrario, esto es, la marcha de aquellas personas que deciden abandonar el proyecto cuando el mismo toma un curso distinto al deseado. Pero de todas formas, lo que interesa mas allá de hacia donde van las personas individualmente, es cómo la interacción continua afecta a todos los miembros y cómo este contacto y discusión va generando cierta visión del mundo que es compartido con al menos la mayoría de los participantes. (….) Y es aquí que se evidencian las heterogeneidades de los miembros: se puede decir que hay un acuerdo en lo que respecta a los fines mientras que no sucede lo mismo en lo que atañe a los medios. Cuando se interroga a los asambleístas por los objetivos o fines de la asamblea, las respuestas se caracterizan por la amplitud del contenido: desde generar un espacio de discusión y participación hasta tomar las riendas de las actividades que el Estado ha abandonado, pasando por solucionar los asuntos particulares del barrio. Pero a pesar de esta multiplicidad de fines u objetivos que se acompaña con una amplia gama de medios que son diferenciales según el objetivo pretendido, es interesante ver que la Asamblea puede llevar a cuestas esta heterogeneidad sin derrumbarse. Una posible respuesta a este fenómeno singular es que la Asamblea contiene a la gran mayoría de las temáticas a partir de sus recursos organizativos y no desestima cuestiones a ser resueltas. El hecho de que existan comisiones de discusión política o de salud y educación indica cómo se da una continuidad a los temas de más difícil solución y además cómo se realizan actividades (como por ejemplo la feria artesanal) para brindar una salida a aquellos artesanos del barrio que no tienen un lugar donde vender sus productos. Pero centralmente lo que permite entender el mantenimiento de este espacio de participación es, precisamente, el tipo de participación que se desarrolla. Si ya dijimos más arriba que la Asamblea no tiene incluida una forma particular y específica de acción (como podría darse, en otro caso, en un sindicato, en una agrupación o partido político, en un grupo ecologista o en defensa de algún derecho particular) debemos centrar la mirada en el lazo que une a sus miembros. Algo de esto nos intenta decir Melucci cuando habla de las inversiones emocionales que son parte de la identidad colectiva que se desarrolla en algunos fenómenos colectivos. (…)No importa tanto cuáles son los objetivos, qué se va a lograr y cómo, sino que los asambleístas vuelcan sobre el espacio de la Asamblea no solo su tiempo y su esfuerzo:

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desean participar por el mismo hecho de hacerlo. No buscan recompensas materiales, más bien sentirse parte de un grupo que quiere hacer ‘algo’, no quieren quedarse quietos en sus casas viendo cómo ciertas cuestiones de la realidad social se descomponen cada día más. Aquí no existen incentivos, ni derechos u obligaciones: es un espacio que toma la forma deseada por sus participantes que se acercan porque desean hacerlo y nada más. A pesar de los altibajos en la participación, de las diferencias que se presentan constantemente por discusiones entre los asambleístas y del cambio constante de rumbo de las actividades de la Asamblea, hay algo que unifica y prácticamente diluye las diferencias: el aporte que significa la dedicación y el deseo de participación por la participación misma de los propios asambleístas. Aquí no vemos racionalidad ni egoísmo sino todo lo contrario: desinterés, voluntad y ganas de participar por el hecho mismo de participar.

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DE LAS ASAMBLEAS BARRIALES A LAS ASAMBLEAS SOCIOAMBIENTALES: LA CONSTRUCCIÓN DE NUEVAS SUBJETIVIDADES POLÍTICAS. ARGENTINA 2001 - 2011. María Gisela Hadad, María Comelli y María Inés Petz Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires Astrolabio nº 9 de 2012, http: //revistas.unc.edu.ar/index.php/astrolabio Según un documento publicado en marzo de 2002 por el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, existían en todo el país 272 asambleas. En la Ciudad de Buenos Aires, que contenía el 41% de las asambleas (112), los barrios típicos de clase media capitalina concentraban la mayor cantidad de asambleas (…) Durante los primeros meses de gestación, las asambleas se caracterizaron por una amplia concurrencia (entre 100 y 150 personas) que con el correr de los meses fue mermando hasta que un año más tarde la cantidad de personas fluctuaba entre 20 y 40 según la asamblea (Di Marco, Palomino, Altamirano, Méndez y Libchaber de Palomino, 2003). En ellas confluía una multiplicidad de actores con respecto a la edad, sexo, nivel educativo, inserción laboral y experiencia política previa, aunque siempre se resaltaba la figura del vecino3 como común denominador. Ese carácter vecinal también fue reflejado en los distintos nombres elegidos por las propias asambleas: “Asamblea barrial…”; “Asamblea vecinal…”; “Asamblea Popular de…”; “Vecinos Autoconvocados…”. De esta manera, la experiencia asamblearia quedaba delimitada territorialmente: “…el territorio vecinal se ha convertido en el terreno de una disputa o, si se prefiere, en el sitio de una subjetivación” (Colectivo Situaciones, 2002: 169). Desde el barrio entonces, los vecinos comenzaron a reapropiarse del espacio público, a través de debates y discusiones en las esquinas, en las plazas y en las calles. Desde sus mundos de vida cotidianos (Schutz y Luckman, 2003), los vecinos emprendieron la tarea de conocer sus necesidades y problemáticas para pensar y concretar soluciones. A través de un proceso de reflexión y actividad permanente, las asambleas realizaban reuniones semanales y acciones directas e ideaban proyectos y estrategias de subsistencia ancladas en cada barrio, por lo que cada asamblea fue adquiriendo una impronta particular. Como nuevas formas de intervención en el espacio público, las asambleas desplegaron un amplio abanico de acciones de protesta: movilizaciones, cacerolazos, llaverazos, apagones, escarches a los políticos, a los bancos, a las empresas de servicios privatizadas, a los jueces de la Corte Suprema de Justicia, etc. Entre los diversos proyectos de autogestión y estrategias de subsistencia que surgieron se pueden destacar: ferias artesanales, ferias del trueque, huertas orgánicas, ollas y comedores populares, actividades culturales, centros de ayuda escolar, compras comunitarias, etc. Además las asambleas no sólo establecieron vínculos entre sí (interbarriales) sino que se relacionaron con otros actores como los movimientos de trabajadores desocupados, cartoneros, fábricas recuperadas, sindicatos autónomos, trabajadores de la salud, entre otros, generando lazos solidarios y proyectos en común, como las redes comerciales con empresas recuperadas, la asistencia a las urgencias de los cartoneros, trabajadores y

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desocupados de la zona de influencia de las asambleas, el apoyo a los hospitales públicos, etc.

La búsqueda de soluciones prácticas a los problemas que afectaban directamente la vida cotidiana de los asambleístas (tarifas de los servicios, desocupación, confiscación de sus ahorros, etc.) los llevaba a discutir sobre cuestiones político-ideológicas y más generales como por ejemplo, el modelo neoliberal, la corrupción e inoperancia de la clase política, el sistema democrático, las privatizaciones, las políticas represivas, el presupuesto participativo, etc. De esta manera a medida que transcurría el tiempo, además de reunirse semanalmente en asambleas se fueron conformando comisiones (de prensa, salud, medio ambiente, juventud, cultura, problemas barriales, desocupación, presupuesto participativo, inter-asambleas, finanzas, etc.) para poder abarcar todas las problemáticas que iban surgiendo (Di Marco et al, 2003).

El rechazo a las lógicas del sistema de representación y a las instituciones políticas tradicionales requería de las asambleas la capacidad de crear nuevas propuestas acerca del manejo de los asuntos comunes de la ciudadanía. Se puede describir su trabajo entonces como una forma de invención (Fernández, 2011), en la que se intentaba preservar la horizontalidad en la participación, el principio de democracia directa en la toma de decisiones y una reflexión permanente sobre las formas de funcionamiento asambleario.

En contraposición al predominio de ciertos valores que caracterizaron a la década menemista, tales como el individualismo, la verticalidad, la exclusión y el personalismo, en las asambleas se resaltaba la construcción colectiva, la horizontalidad, la tolerancia y el compañerismo.

Desde sus orígenes, las asambleas recuperaron para la sociedad el sentido de hacer política, redefiniendo esta práctica por fuera de la esfera político-institucional y resaltando la idea de ciudadanía.

(…) La política en las calles: construyendo alternativas desde abajo A partir de lo expuesto consideramos que el análisis de la dinámica asamblearia y las relaciones existentes entre las prácticas de las asambleas barriales en el contexto de la crisis de 2001-2002 y las subsiguientes experiencias de asambleas socioambientales se inscriben en el marco general de las relaciones entre la sociedad y la política, por un lado, y de la cuestión de la representación en el marco de la democracia, por el otro.

(…) Por otro lado la conformación asamblearia de 2001-2002 puede inscribirse también en el marco de lo que podemos caracterizar en términos generales como una experiencia de democracia radical4. En este sentido Rancière (2007) nos permite pensar en uno de los posibles sentidos de este hecho, tomando como eje la dicotomía policía-política y analizando el contenido de esta última según sus términos. Este autor considera que la política existe cuando los excluidos del sistema, aquellos que no tienen voz o no pueden hacer oír su postura, logran finalmente expresarse. La política implica la lucha por cambiar el orden establecido –nominado policía por el autor–, y se da cuando “una parte de los que no tienen parte” conquistan el derecho a expresarse, a manifestar su postura y con ello, evidenciar su existencia subjetiva, hasta ese momento invisibilizada. Para el filósofo francés “Hay política porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la

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contradicción de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son y aquel en que no son…” (Rancière, 2007: 43). (…) Esta caracterización de una democracia radicalizada junto con las ideas de Rancière expuestas anteriormente nos ayudan a posicionar a las asambleas barriales no solamente como un exponente de la crisis de representación desatada en aquellos años, sino también como una experiencia con cierta proyección, una primera instancia política, en términos del autor francés, que posiblemente encuentre en las asambleas socioambientales una importante continuidad. De este modo postulamos que la efervescencia asamblearia dejó una huella profunda en la experiencia organizativa contemporánea, y a su vez, se constituyó como una de las formas principales en que se canalizó lo que Tapia (2008) conceptualiza como subsuelo político, es decir, el espacio donde se concentran los discursos y las ideas políticas que pugnan por constituirse en contrahegemónicos, es decir, que tratan de visibilizarse como contestatarios al poder de turno. (…) El subsuelo político puede contener entonces tanto elementos arcaicos que constituyen la memoria de los colectivos, como componentes modernos e innovadoras formas de concebir la política y las relaciones sociales, recogidos en forma desarticulada y experimental. Lo interesante es que en este espacio se ensayan permanentemente formas políticas y sociales novedosas, donde se “…inventan valores, principios y posibles derechos ciudadanos, que se ponen a prueba en el subsuelo o se promueven luego como reformas de la superficie institucional.” (Tapia, 2008: 105-106). Es allí donde están contenidas las formas otras de concebir el mundo, que en ocasiones particulares encuentran la manera de emerger y disputar los sentidos políticos. (…) Una de las primeras instancias de la lucha de los movimientos sociales es la destrucción de las estructuras sociopolíticas que los marginan, por lo que prima, por un lado, la desobediencia a la autoridad y, por el otro, las formas propias de organización. La organización asamblearia se inscribe claramente en esta perspectiva, constituyendo, como veremos más adelante, un espacio político con reglas propias y disímiles de las de la política institucional y una clara vocación destituyente, por lo menos en sus inicios. (…) Consolidación de las nuevas formas de subjetividad política: las asambleas socioambientales

La vinculación de todo lo anteriormente expuesto con el tema de este apartado viene dada tanto por la semejanza de las dos experiencias asamblearias como forma de acción de protesta como por las connotaciones de ambas a nivel político. En ambos casos, como veremos a continuación, estamos dando cuenta de organizaciones de base, con fuertes componentes de autonomía y horizontalidad y que, a los fines de nuestro trabajo, nos permiten apreciar interesantes líneas de continuidad entre ellas.

(…) Así han surgido en esta última década las asambleas de vecinos en rechazo a la explotación minera a cielo abierto en las zonas cordilleranas; las luchas de los “pueblos fumigados” contra el monocultivo de soja y los desmontes en el centro y norte del país; las protestas frente a la construcción de represas e instalación de pasteras en la región del noreste del país; etc. Los habitantes de las poblaciones afectadas por estas industrias extractivas7 comienzan a juntarse, a autoconvocarse, portando diferentes nombres como “Vecinos Autoconvocados”, “Asambleas contra el saqueo y la contaminación”, “Madres en

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defensa de la vida y el futuro de nuestros hijos”, “Ciudadanos por la vida”; pero todas comparten un mismo objetivo: organizarse en asambleas, donde prima la intención de convocar a participar a todos los habitantes de la localidad, pueblo o departamento que estén comprometidos con la lucha por el cuidado del medio ambiente y sus condiciones de vida, siempre que esta participación abierta no implique la pérdida de autonomía, tanto de los partidos políticos como del Estado8. A partir de las entrevistas y observaciones realizadas en nuestro trabajo de campo podemos caracterizar a las asambleas socioambientales como una forma de organización que busca crear nuevos espacios de participación, heterogéneos, horizontales, sin líderes ni conductores, en los que la ciudadanía puede expresarse y (re)crear otras prácticas políticas. Al igual que las asambleas barriales, su composición es de carácter heterogéneo y multisectorial, puede participar cualquier persona más allá de su profesión, afiliación política, trabajo o nivel socio-económico. En estos espacios de intercambio convergen hombres y mujeres de distintas edades, provenientes de diferentes trayectorias políticas y ocupacionales (comerciantes, productores agropecuarios, docentes, amas de casa, estudiantes, etc.) con una importante presencia de sectores medios.

La formación de las asambleas es un proceso plagado de encuentros, desencuentros y contradicciones a los que lleva la misma práctica asamblearia. Muchas de estas experiencias organizativas se formaron a raíz de los rumores sobre la instalación de un nuevo emprendimiento extractivo en sus territorios.

(…) De esta forma, a través del boca en boca, se iban convocando unos a otros hasta que siendo un número considerable de vecinos comenzaban a organizar algunas acciones, como marchas alrededor de la plaza principal o frente a los edificios públicos, junta de firmas o denuncias por contaminación a la justicia local. A este proceso de concientización y de difusión de información que muchas veces iniciaron unos pocos, en algunos casos cuatro o cinco personas, se fueron sumando más vecinos, hasta formar un grupo numeroso y constituirse en asamblea. Integrar estos colectivos supone un compromiso, que va desde la presencia en las acciones de protesta, “poner el cuerpo”, “estar ahí”, hasta la participación activa en la toma de decisiones cada vez que se reúnen. La asamblea tiene una dinámica horizontal en la cual las propuestas pueden ser llevadas a votación o bien puede intentar arribarse un acuerdo por consenso, que casi siempre se logra luego de arduas discusiones y negociaciones al interior de la misma. El principio de igualdad supone que en el momento asambleario se suspenden las inscripciones sociales, cada hombre/mujer es no sólo un voto sino un portador de palabra significativa capaz de generar un sentido colectivo. Sin embargo, este punto en la mayoría de las asambleas se muestra en tensión, ya que esta horizontalidad que intenta la suspensión de toda diferencia parece ser por momentos inalcanzable cuando la característica principal de estas organizaciones es su heterogeneidad y policlasismo

(…) Asimismo, los asambleístas también reclaman que les hayan arrebatado la posibilidad de decidir acerca de su propio destino y que no se hayan abierto canales democráticos de consulta. En síntesis el cuestionamiento de las asambleas intenta ir más allá y poner en cuestión el modelo de desarrollo hegemónico y monocultural existente donde, como dice Martínez Alier (2004), los lenguajes de valoración de los pobladores son silenciados a favor del lenguaje de la valoración monetaria. Asimismo, explica el reconocido especialista catalán, este tipo de asambleas –enmarcadas en lo que él mismo define como ecologismo de los pobres11– intenta sacar

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el debate por los recursos naturales de la esfera económica y de la lógica mercantil, por lo que no aceptan el discurso de la compensación. Esto implica una concepción del problema basada en derechos básicos que no pueden ser traducidos en valor monetario, atribuciones concebidas bajo la órbita de los Derechos Humanos12 que implican la solidaridad de los pueblos para hacerlas efectivas.

(…) En varias oportunidades las empresas multinacionales han ofrecido a los pobladores resarcimientos económicos a través de obras de infraestructura como arreglo de calles y rutas o donaciones en escuelas y hospitales, las que en varias ocasiones han sido rechazadas por parte de las asambleas, no sin antes ser motivo de tensiones y debates entre los asambleístas y pobladores. Frente al discurso hegemónico del desarrollo sustentable que promueven las empresas y algunos organismos del Estado –en el que el crecimiento económico está signado por la innovación tecnológica, el mercado y la despolitización de las prácticas de gobierno– las asambleas irrumpen en el espacio público cuestionando esta conceptualización y repolitizando la idea misma de desarrollo. Desde la resistencia hacen visible la multiplicidad de actores, valores y proyectos que están en juego a la hora de definir los modos de producción y de vida de sus comunidades.

La misma magnitud del conflicto, interpela a las asambleas a repensar sus propias prácticas productivas y discursivas, a la vez que reflexionan sobre la cuestión de la representación política y social. De este modo se observa que en el proceso de resistencia y construcción de subjetividades políticas por parte de las asambleas, el cuestionamiento a la concepción de desarrollo sustentable también se encuentra estrechamente vinculado el derecho de “autodeterminación de los pueblos”, es decir, a la facultad de decidir las formas de producción y de vida en sus comunidades.

(…) El ser parte de una asamblea lleva a sus integrantes a involucrarse con los problemas que atañen a la comunidad y a tomar parte en el conflicto. El compromiso con el resto de los asambleístas los convoca a ser actores comprometidos y dejar de ser meros observadores externos. Este cambio ruptura de “dejar de ser y pasar a hacer”, tiene fuertes implicaciones en la construcción de una subjetividad nueva y distinta. Subjetividades que no son estáticas, sino que están en constante cambio y proceso de construcción, en el mismo devenir del conflicto, pues el actuar en conjunto es complejo, conflictivo y asimétrico. (…) Creemos que esta expropiación en su dimensión política condujo a las asambleas a crear “algo nuevo”, ante el rechazo a las lógicas del sistema de representación y de las instituciones políticas tradicionales. A través de la acción colectiva, las asambleas no sólo se oponen a las industrias extractivas y a la contaminación, sino que además intentan poner de manifiesto su rechazo a las prácticas políticas clientelares y feudales características de la muchas de las provincias afectadas, lo que Machado Aráoz llama democracia colonial, “…en la que los gobiernos “representativos” asumen como propios los 'planes de desarrollo' de los inversionistas, aún en contra de la voluntad de las poblaciones” (2011: 151). Por eso, al igual que las asambleas barriales de 2001, las asambleas socioambientales se constituyen como una experiencia en la que se intenta preservar la horizontalidad en la participación, el principio de democracia directa en la toma de decisiones y una reflexión permanente sobre las formas de funcionamiento asambleario. La horizontalidad en la toma de decisiones aumenta la integración, potencia el involucramiento, el compromiso y la transparencia. Estos espacios abiertos al debate y

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la democratización en la toma de decisiones generan instancias novedosas para los asambleístas, les permite construir nuevas relaciones, intercambiar experiencias, tomar parte en las decisiones, expresarse y participar libremente y resignificar el espacio/tiempo de la política. En la lucha se reconstruyen y reconfiguran los lazos sociales y la identidad. La asamblea es un momento fundacional, revela el momento del cambio y el paso de una lógica individual a una lógica colectiva. Este pasaje de una subjetividad individual a una vivencia de lucha colectiva, conduce a la ampliación de la dimensión política de la subjetividad “…por cuanto implica una ubicación de la interacción humana en la esfera de lo público…” (Alvarado etal., 2008: 31).

Nos preguntamos entonces, ¿qué hizo que en un determinado momento los habitantes de estas regiones decidieran reunirse en asamblea y empezar a hacer algo? Y ¿cómo eso marcó un quiebre en su subjetividad? Porque la cuestión política tiene que ver con la actividad pública, es aquella del actuar y no del ser individual.

(…) Asimismo, Escobar (2011) al introducirnos en las principales características de la Ecología Política de la Diferencia, plantea que son estas alternativas provenientes de los bordes epistémicos de la colonia moderna (las comunidades negras e indígenas, las asambleas y los movimientos sociales), las que surgen desde estos límites como diferencia, y desde ese mismo lugar de la diferencia construyen conocimiento y emergen como “otras formas de mundo”. La existencia de la diferencia abre la puerta a la creación de proyectos contra-hegemónicos, y esa misma lógica de la diferencia, dice Escobar “…es un medio para ensanchar el espacio político y la intensificación de la democracia.”(2011: 74). Así se ponen en juego los elementos que constituyen el subsuelo político (Tapia, 2008) que mencionáramos en el apartado anterior, reflejando la riqueza de la experimentación política desde abajo para la construcción social. Las dificultades con las que los sujetos se enfrentan en la práctica asamblearia y básicamente la tensión siempre presente entre horizontalidadverticalidad, autonomía-heteronomía de las resoluciones, se nos presentan como un interrogante acerca del futuro de estas organizaciones. ¿Es posible mantener en el tiempo una organización asamblearia?, ¿Cuáles son las condiciones que deben darse para que esto ocurra? En nuestro caso, las tensiones no devienen sólo en relación a la forma de organizarse para actuar o a la toma de decisiones, sino también a la complejidad y el debate que genera el estar peleando por el “no” al modelo de desarrollo hegemónico. Un “no” que cuestiona las bases mismas del desarrollo propuesto para estas regiones13. Es por esta razón que el intento de las asambleas por concientizar y generar consenso para legitimar las luchas se hace tan difícil. Muchas poblaciones están divididas entre los que se ven favorecidos por el auge de las industrias extractivas en la región y/o fueron “cooptados” por el gobierno provincial, y los que luchan contra la amenaza de la contaminación y pérdida de sustentabilidad de sus territoritos.

(...)

Palabras finales… No fue nuestra intención plantear una mirada romántica y esencialista de las asambleas socioambientales ya que no sólo no constituyen una forma acabada y perfecta de una política otra, sino que de ser así esto invisibilizaría las grietas y tensiones que toda organización asamblearia conlleva por su propia dinámica de funcionamiento y por su carácter de organización política. Nos propusimos, en cambio, rescatar estas nuevas prácticas organizativas para pensar la relación entre medio ambiente, conflicto y política

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en nuestro país, y la herencia que las precursoras asambleas de 2001-2002 dejaron en ellas.

(…) Pero recordemos que las formas institucionales de participación política como son los partidos políticos o las asociaciones sindicales y gremiales también entraron en crisis con el modelo neoliberal. La política de la estabilidad y la regularidad, organizada en espacios delimitados, fue contrarrestada por las formas no institucionales de participación política, con participación directa, lo que redunda en una dificultad mayor para el Estado en la negociación. Dificultad que quizás sea temporaria –dada la capacidad del Estado moderno de adaptarse a las distintas condiciones societales existentes– pero que hasta ahora, a casi diez años de surgidas las primeras experiencias asamblearias socioambientales, se ha mantenido. Lo cual no deja de ser un dato auspicioso. La crisis del neoliberalismo en su dimensión política y económica abrió un abanico de novedosas resistencias acordes a los tiempos que corren, entre ellas, las experiencias asamblearias –barriales y socioambientales– que irrumpen en el espacio público llevando la política a las calles con creatividad y nuevas formas y discursos.