Apego, Psicoterapia y Transculturalidad...cultural (psicoterapia como construcción cultural...

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Apego, Psicoterapia y Transculturalidad Lorena Bertino Menna

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Apego, Psicoterapia y Transculturalidad

Lorena Bertino Menna

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1. Introducción En los últimos años se ha dado un claro incremento poblacional de personas inmigrantes extranjeras en la CAPV —como en el resto de autonomías. Si nos remitimos a las estadísticas, podemos apreciar cómo el número se ha cuadriplicado entre 1998 y 2005 (O.V.I, 2005), conformando un 3.43 % con relación a la población general. Estos movimientos aparejan cambios significativos en la estructura poblacional de los países receptores; uno de ellos es el incremento de la diversidad cultural y étnica. Consecuentemente a estos cambios, los psicoterapeutas que nos encontramos en contacto con población proveniente de otras culturas —con independencia de su motivación migratoria— nos enfrentamos al reto de cuestionar el modo de conceptualizar y practicar nuestra profesión. En el caso específico de la psicoterapia, la propia relación terapéutica se basa en elementos culturales compartidos implícitamente por el terapeuta y el/los pacientes/clientes. Sin embargo, cuando se trata con personas provenientes de culturas diferentes, tales premisas no son, necesariamente, compartidas. Surge, entonces, un planteo obvio vinculado directamente con la tarea psicoterapéutica —diagnóstico y tratamiento: ¿Son universalmente aplicables los modelos teórico-prácticos occidentales que utilizamos cotidianamente en nuestro ejercicio profesional? ¿Es posible una psicoterapia transcultural? ¿En qué aspectos la terapia debe asociarse con la cultura? ¿Cuáles son las bases universales de la psicoterapia y qué áreas varían de cultura a cultura? En la búsqueda de un elemento común que pueda servir para fundamentar una psicoterapia aplicable a personas provenientes de culturas muy dispares, me vinieron a la memoria los estudios comparativos que realizó Mary Ainsworth (entre 1967 y 1970), a través del método de la “situación extraña”, sobre los estilos de apego en las forestas de Uganda y en el ambiente urbano de Boston, concluyendo que existe, independientemente de la etnia, una homogeneidad en el funcionamiento de la mente vinculado a lo biológico y a la regulación emocional. En este sentido mostró la invariabilidad de los estilos respecto a la cultura, donde las reacciones del niño/a al alejamiento de la madre y a la presencia de un extraño son el resultado de un proceso que se refiere a un instinto universal: el de la cercanía a lo “familiar” para protegerse de lo “extraño-depredador”. A raíz de esto, pensé que la teoría del apego sería una buena base para sentar una psicoterapia que pretendiera un funcionamiento universal. Y es que el apego, como lazo afectivo, como conjunto de conductas que buscan favorecer el contacto con la persona cuidadora, se erige en un fenómeno universal cuya base biológica no puede ponerse en duda. Pero, como podrá apreciarse en este trabajo, la tarea no se presenta sencilla por dos razones. En primer lugar porque es necesario diferenciar dentro del sistema de apego mismo qué áreas pueden ser universales y cuáles varían de una cultura a otra (patrón de apego frente a conductas de apego).

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Una segunda dificultad se deriva del hecho de que como J. Bowlby y los teóricos del apego no desarrollaron, en su propuesta inicial, un modelo de intervención clínico que se derive directamente de la teoría, entonces, el aprovechamiento psicoterapéutico que de estos planteos se ha hecho fue a través de diferentes corrientes psicológicas que utilizaron las áreas del apego que mejor han encajado en sus teorías y praxis terapéuticas. La estructura del trabajo se inicia con algunas observaciones y problemáticas que atañen a la psicología y la psicoterapia transcultural. Seguido se exponen, brevemente, los postulados básicos de la teoría del apego y algunos de sus planteos transculturales. Luego se aborda la relación entre apego y psicoterapia, intentando subrayar el alto nivel de diferencias que la teoría del apego tiene para distintas corrientes psicoterapéuticas y, para ejemplificarlo, he tomado dos ejes: la terapia familiar sistémica y la terapia cognitiva constructivista. Para finalizar intento presentar algunas reflexiones sobre el apego y la terapia transcultural.

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2. Psicología y Psicoterapia Transcultural

Psicología transcultural En general puede afirmarse que los estudios de la psicología transcultural tratan de ampliar el ámbito de la investigación psicológica más allá de las poblaciones de los estados industrializados occidentales sobre las que, tradicionalmente, se ha centrado la psicología. La base sobre la cual se sustenta esta tesis es que la cultura, como variable independiente, ejerce un efecto importante en la vida y salud mental de las personas, esto es: sobre sus procesos psicológicos básicos, conductas, emociones, cogniciones, interacciones, psicopatología, etc. Si bien la cuestión puede parecer bastante obvia, los psicólogos han mostrado una ambigüedad patente al respecto, reconociendo por un lado la influencia de la cultura y, acto seguido, ignorando —a través del desinterés en la investigación o la ausencia del desarrollo de la disciplina— tal cuestión, como si se diera por sentada la universalidad de la mente y sus derivados. La tarea de avanzar en este ámbito del conocimiento puede catalogarse de muchos modos menos sencilla e incluso hay autores, como Overton (1997), que afirman que la cultura es un fenómeno indiferenciable de la propia mente. Pero, previamente al planteo transcultural es necesario adoptar una definición de cultura de entre las varias que existen. En general se coincide en que la “cultura” implica patrones de conducta, símbolos y valores. El antropólogo Clifford Geertz (1989) describe la cultura como “Un patrón de significados imbuidos en símbolos que son transmitidos históricamente, un sistema de concepciones inherentes expresadas de modo simbólico mediante la cual las personas se comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y actitudes sobre la vida”. Es decir, la cultura (a modo de esquemas cognitivos organizados) definiría las categorías que permiten efectuar una determinada lectura del mundo y dotar de sentido los eventos. Dichas categorías diferirían de una cultura a otra. Así pues la psicología transcultural, al efectuar estudios comparativos en distintas culturas, trata de determinar hasta qué punto son universales o específicos los procesos o fenómenos psicológicos. Es decir: analiza los aspectos diferenciales del funcionamiento mental y las causas que generan tales diferencias. Se han estudiado procesos y productos cognitivos, emociones, conductas, la expresión de los trastornos psicológicos, etc. Los resultados obtenidos no son fáciles de interpretar y a continuación presento algunos datos al respecto. En el caso de los procesos cognitivos (percepción, memoria, atención, etc.), la ley de diferenciación cultural defiende que mientras todos disponemos de los mismos procesos cognitivos y perceptivos, así como el mismo potencial para el

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desarrollo de ellos, los factores ecológico-culturales delimitan qué es lo que va a desarrollarse1. ¿Qué ocurre con otros procesos y productos mentales? Existe bastante controversia al respecto, la cual se deriva de confusiones metodológicas y/o conceptuales. Por ejemplo, en uno de los escasos títulos publicados en el Estado sobre el tema: “Psicología y Psiquiatría transcultural” (Pérez, 2004) afloran confusiones constantes entre patrones y conductas. Continuamente se mezclan los constructos con las conductas como si ambos estamentos fueran comparables (es decir, confunde la experiencia con la expresión). Así, puede llegar a negarse la universalidad del Yo o de ciertas emociones básicas (Matsumoto,1996). Eso es, también, lo que, a mi modo de entender, ocurre con el apego; que es un fenómeno universal —biológicamente sustentado— cuya expresión conductual varia culturalmente. Sin embargo, autores como Pérez (2004) toman como prueba de la especificidad del apego la variación de su expresión conductual:

Los clásicos experimentos de separación maternal temprana con monos de Harlow y otros han ido dando soporte a la idea de que la teoría vincular tendría una base biológica universal. Pero los estudios comparativos muestran que quizá no es así. Si se compara a niños crecidos en orfelinatos con niños crecidos en kibbutz, se puede ver que aunque en superficie ambos comparten una forma de separación extrema de los padres y un vínculo con terceros, en este último no existen las anomalías que aparecen en los primeros. La diferencia estribaría en que en los kibbutz se establecería un patrón de relaciones múltiples, pero afectivamente reconfortante, estable y gratificador.

O sea, a través de esto fundamenta que es cuestionable la base biológica universal del sistema de apego. Desde mi punto de vista, este planteamiento, refleja una confusión entre patrón y conducta. Psicoterapia (y Psicopatología) Transcultural Las dificultades de la definición de psicoterapia residen en dos fuentes: la propia naturaleza de la psicología, lo cual incluye, por supuesto, a la psicoterapia, como ciencia preparadigmática (con multitud de modelos explicativos y de intervención) y el hecho de que la propia psicoterapia conforme un ámbito de conocimiento y actuación teñidos por la diversidad cultural (psicoterapia como construcción cultural afectada por la variación). Feixas y Miró (1993) intentan sintetizar las distintas definiciones existentes y plantean que la psicoterapia consiste en “Un tratamiento ejercido por un profesional autorizado que utiliza medios psicológicos para ayudar a resolver problemas humanos en el contexto de una relación profesional. Algunas definiciones resaltan el valor del proceso interpersonal entre cliente y terapeuta 1 En uno de los estudios más conocidos, los investigadores encontraron evidencia de que los procesos perceptuales de los seres humanos se desarrollan de un modo diferente en función de los tipos de formas y ángulos a los que son expuestos las personas en su entorno cotidiano. Las personas que viven en países como los Estados Unidos, con muchos edificios que presentan ángulos de 90 grados, son más susceptibles a diferentes ilusiones ópticas que los individuos de zonas rurales africanas, donde esos edificios no son frecuentes.

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como característico de la psicoterapia. Otras destacan fines específicos en términos de la personalidad del cliente, o de sus pautas de comportamiento...” Por su parte Grencavage y Norcross (1990) sugieren que los elementos comunes a toda psicoterapia, independientemente de su orientación teórico-práctica, son cuatro: una relación cargada de emoción, un nuevo modo de percibir el problema, aliento para intentar una conducta nueva y la existencia de alguien (un terapeuta) que modela y fomenta la autoaceptación. Dada la mencionada pluralidad de enfoques psicoterapéuticos, se presenta asimismo una cierta disparidad de conceptualizaciones acerca de: quién puede o debe practicar la psicoterapia, cuál es su contenido y qué motivaciones del cliente/paciente son susceptibles de ser abordadas en psicoterapia. Para mayor desaliento, las dificultades anteriores se presentan al pretender definir la psicoterapia dentro del ámbito cultural occidental. Si a lo que se aspira es a una definición transcultural, la complejidad de la tarea adquiere proporciones, tal vez, desmesuradas. Hay que tener en cuenta que el concepto de psicoterapia obtiene parte de su sentido al vincularlo al de malestar, enfermedad, etc. y estas nociones se relacionan directamente a la cultura, pues lo que puede ser normal en un ámbito puede ser patológico en otro. Por ejemplo, en algunas culturas, como la mapuche, ciertas alucinaciones pueden considerarse normales: si una persona se encuentra con otra recientemente fallecida, eso se interpreta como un deseo del muerto de cuidar sus pertenencias y no como un trastorno de la percepción. Pareciera, también, que las expectativas y la deseabilidad social influyen en la prevalencia declarada de los trastornos. Por ejemplo, la tolerancia social de las alucinaciones facilita su aparición. Así, en culturas con alta frecuencia de alucinaciones visuales o auditivas el contacto con espíritus es altamente valorado. Por tanto los síntomas también difieren en las diversas poblaciones. En las culturas no occidentales tienden a aparecer más cuadros psicóticos agudos; los síntomas son más dramáticos, las reacciones de miedo y pánico son más frecuentes, etc. (Pérez, 2004). Cada cultura, entonces, presenta una etnoclasificación local de los trastornos2 y plantea sus propias teorías etiológicas en lo que se define como “trastorno” o “enfermedad” (desde, por ejemplo, divinidades a factores cognitivos), así como diferentes modos de “curación” (brujería, psicoterapia, etc.). Por ello, es obvio que los sistemas diagnósticos y de clasificación actuales de la psicoterapia y psiquiatría no tienen en cuenta los modelos existentes en el mundo. Así, por ejemplo, conforman un capítulo residual del DSM-IV denominado “síndromes asociados a la cultura”3. 2 La clasificación de un trastorno mental está basada en síntomas visibles por un observador externo y no en los procesos internos o vinculares que los generan. 3 Creo importante señalar que todos los síndromes presentan conexiones con la cultura y este modo de denominarlos tiene que ver con una mirada etnocéntrica occidental. Como explica

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Planteado todo lo anterior, hemos de preguntarnos si la psicoterapia occidental puede aplicarse universalmente. Las respuestas ante tal interrogante vuelven a dividirse. Jegede y Baiyewu (1989) creen imposible la psicoterapia occidental en culturas subsaharianas, ya que el paciente acude buscando el alivio de sus síntomas y no busca ni entenderse ni cambiar su modo de ser. Hofstede (1991) afirma que la psicoterapia exige una alta tolerancia a la incertidumbre (hay una búsqueda de conductas alternativas) y que podría ser efectiva en culturas con una alta tolerancia y aceptabilidad de la incertidumbre, lo cual no es el caso de varias culturas, como por ejemplo las asiáticas. En ellas la psicoterapia no constituye una herramienta de trabajo demasiado valiosa.

Pérez (2004) defiende, por su parte, que la psicoterapia occidental fomenta una serie de valores centrados en el individualismo, donde no se contempla la necesidad de reestructurar las relaciones comunitarias. Las personas de culturas colectivistas tienden a buscar el apoyo en situaciones dentro del grupo de personas con las que mantiene una relación interdependiente. La psicoterapia difícilmente puede tener su razón de ser si predomina la idea de que los problemas no deben contarse fuera del núcleo familiar (implicaría un deshonor o descrédito). Sin embargo hay quienes opinan que sí es posible una psicoterapia transcultural. En estos últimos años varias asociaciones de consejería y psicología han elaborado normas o pautas de actuación destinadas a aquellos profesionales que ejercen la psicoterapia transcultural. Pipes y Davenport (2004) resumen las ideas que guían la consejería multicultural. Según ellos, los terapeutas de individuos de grupos culturales diferentes:

1. Son conscientes de la influencia de su propia herencia cultural y de sus sesgos y valores que reflejan tal herencia; estos prejuicios y valores (tanto positivos como negativos) son revisados consistentemente y las actitudes perjudiciales son debatidas por el propio Yo de un modo continuo. Observan estas actitudes a través de las consultas, la supervisión o la terapia.

2. Respetan y aprecian los legados, creencias, actitudes y conductas culturalmente diferentes a las suyas.

3. Están informados sobre los grupos y subgrupos culturales, sobre todo en lo referente a las cuestiones biológicas, psicológicas y sociales que tienen un impacto negativo sobre tal conjunto de personas.

4. Son conscientes de que los supuestos y preceptos de las teorías relevantes para su práctica pueden derivarse de su cultura y por tanto son menos válidos y útiles, o incluso dañinos, cuando se aplican a sujetos procedentes de algunos grupos culturales.

Wig: “Respecto al concepto de síndromes ligados a la cultura, el psiquiatra que ejerce en el tercer mundo se siente algo perplejo y divertido cuando los psiquiatras occidentales plantean como hipótesis que aquello que se da en los hospitales de Europa o Estados Unidos es típico y no cultural, en tanto que los fenómenos psiquiátricos observados en los países de la periferia son “atípicos” y “ligados a la cultura”.

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5. Son conscientes del poder que puede concederles su posición profesional, especialmente con algunos grupos y se comprometen a emplear dicho poder para fortalecer el bienestar psicológico de los individuos.

6. Reconoce los límites de su experiencia y, cuando es necesario, remiten a los clientes a profesionales que conocen más esa cultura. Cuando esto no es factible acuden a consultarlo o buscan información sobre esa cultura.

7. Conocen los sesgos de los instrumentos de evaluación y los criterios diagnósticos empleados, y no emplean abordajes inútiles o cuestionables.

8. Interpretan los datos de los tests y el resto del material profesional en términos comprensibles y relevantes para las necesidades de quienes son objeto de estudio.

9. Interactúan con el idioma solicitado por el cliente o realizan remisiones apropiadas. Cuando no se encuentra disponible ninguna de las dos opciones, se emplea un traductor que conozca su cultura o un paraprofesional proveniente de la cultura del cliente.

10. Suministran a los clientes una estructura culturalmente apropiada cuando sea necesaria, negociando y/o clarificando expectativas y roles tanto en el consejero como en el cliente.

11. Respetan los roles de los miembros de la familia, las estructuras comunitarias y jerarquías de los clientes de grupos diferentes.

12. Reconocen, y son conscientes, de todas las formas de opresión y de sus efectos sobre el funcionamiento psicológico de los individuos de los grupos diferentes.

13. Trabajan para eliminar el sexismo, el racismo y otras formas de prejuicios y prácticas, tanto en las instituciones como en los individuos.

14. Se dedican activamente a actividades, tanto intelectuales como experienciales, que profundizan en el conocimiento de los grupos y subgrupos culturales.

15. Generan y mantienen una experiencia en las intervenciones de consejería que pueden ser útiles con grupos culturales o subculturales de individuos.

En definitiva, parece crucial escuchar, sin imponer en exceso la propia agenda, que el terapeuta sea empático y que durante la intervención no se debata la cosmovisión del cliente (el cambio tiene lugar cuando el terapeuta aporta planteamientos alternativos dentro del área problemática). Volviendo a Pipes y Davenport (2004), éstos sugieren que cuando se trabaje con personas procedentes de otras culturas:

1. Se trate de entender su identidad polifacética. Pregúntese también si la cuestión

parece ser predominantemente intrapsíquica o interpersonal. 2. Si las dificultades del cliente fuesen fundamentalmente intrapsíquicas, le sugerimos

que siga sus modelos usuales para tratar el conflicto intrapsíquico, prestando una atención particular a la necesidad de ofrecer apoyo y respeto a todos los aspectos del ego que se encuentran en conflicto.

3. Si las dificultades de los clientes son básicamente interpersonales, trate de asegurarse de que la aproximación más congruente con su cosmovisión general e identidad es la de trabajar en un cambio personal o intentar interactuar con (y provocar un cambio en) las demás partes.

4. Ya sea la decisión del cliente trabajar en un cambio en sí mismos y/o en el ambiente que provoca los problemas, considere en primer lugar el empleo un abordaje centrado en la solución.

Más específicamente en lo que atañe a la terapia familiar, hay que tener en cuenta, que el concepto mismo de familia varía culturalmente. Así, por ejemplo, podría presentarse la situación de que acudan a terapia un marido con varias de sus esposas. Por tanto, si el concepto global se modifica, también lo hará su estructura interna (nivel de fusión vincular, jerarquía, roles, etc.).

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Un antropólogo chino, Francis Hsu, introdujo el concepto de díada dominante en la familia. La idea fundamental es que la familia nuclear y la extensa tienen como centro principal una díada diferente. En la familia nuclear, normalmente la dominante es la compuesta por el padre y la madre. Sin embargo, si nuestra definición de familia es extensa la díada principal suele ser intergeneracional (madre-hija o padre-hijo), que varía de país en país y de cultura en cultura. Por ejemplo, la dominancia de la díada madre-hijo es típica en la India, Turquía y Japón, mientras que la de padre-hijo es común en China. Evidentemente estos son aspectos a tener en cuenta en un abordaje familiar, ya que el análisis de la jerarquía y el poder en la familia se verá afectado por estos conceptos, así como la intervención sobre la estructura y los límites con relación a la familia de origen. La terapia familiar americana ha considerado el triángulo transgeneracional como amenazante porque pone en riesgo la cohesión entre la mujer y el hombre. Si los arquitectos son el marido y la mujer, es necesario que éstos para tener una intimidad y una exclusividad de la relación, mantengan sus quejas y la resolución de sus problemas dentro de la díada. Por eso, la preservación de ese vínculo hace que uno juzgue como problemática a esas otras intromisiones a una relación. Lo que debemos recordar es que la idea de esos triángulos amenazantes se halla, también, relacionada con un ideal acerca de cómo la familia debe estar organizada. Otro aspecto vinculado a los cambios culturales y la terapia familiar se refleja en los roles. Así, por ejemplo, el poder sobre la toma de decisiones de una mujer latinoamericana en la pareja y la familia no es comparable con el adquirido en las culturas anglosajonas. Otro aspecto a considerar guarda relación con las nociones sociales de individualismo y colectivismo. Antes refería que existen culturas orientadas hacia un valor y otras no y muchas veces se parte de que, en la familia nuclear, los límites de cohesión y de proximidad deben ser claros y exclusivos. Sin embargo, en culturas latinoamericanas —por citar un ejemplo— el nivel de fusión entre los miembros con la familia extensa es mayor. Asimismo, también se presentan diferencias en el ciclo vital individual y familiar no solo en cuanto a su duración sino también a la naturaleza, la secuencia y el significado de la transición (Jaes Falicov, 2005).

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3. Teoría del Apego. Cuestiones Básicas. La teoría del apego es un planteamiento sistémico sobre la organización, la función y el desarrollo de la conducta de protección en los seres humanos. Su creador, John Bowlby (1907-1990), integró postulados provenientes de la etología contemporánea —basada, a su vez, en la biología evolucionista—, el psicoanálisis y la teoría cognitiva (Miró, tomado de Crittenden, 2002) y, además, se fundó en observaciones sistemáticas y repetidas en el tiempo de las interacciones madre-hijo/a. Esto constituye una divergencia con respecto al psicoanálisis del momento, el cual se apoyaba en reconstrucciones retrospectivas surgidas de las fantasías del paciente adulto (Lambruschi, 2001).4 A raíz de estos estudios observacionales desarrolló una teoría que generó un quiebre y una toma de distancia con relación a las propuestas psicoanalíticas ortodoxas que sostenían que las motivaciones más arcaicas eran de carácter “pulsional” o “energético”. En lugar de esto Bowlby sostuvo que la necesidad más básica consiste en obtener la protección de otro para asegurar la supervivencia y que el vínculo de apego se concibe como una relación primaria y no como una derivación secundaria de otras necesidades supuestamente más básicas como, por ejemplo comer. Según Miró (tomado de Crittenden, 2002), la disposición innata y universal con la que nace el ser humano es la de solicitar protección ante el peligro y consuelo ante el dolor5. Este sistema se halla biológicamente fundado6 y destinado a asegurar la supervivencia del individuo a través de la manutención de la proximidad entre el/la niño/a y la figura cuidadora primaria, garantizando así la seguridad física de éste/a y la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Con el fin de cubrir la necesidad anteriormente citada, el/la niño/a tiende a desarrollar ciertas conductas de apego —definidas por Bowlby como: “cualquier forma de conducta que tiene como resultado el que una persona obtenga o retenga la proximidad de otro individuo diferenciado y preferido, que suele concebirse como más fuerte y/o más sabio” (Bowlby, tomado de Feeney & Noller, 1996)— como succionar, aferrarse, seguir, sonreír, llorar, etc. Estos comportamientos pueden, a diferencia del sistema de apego, seleccionarse con cierta flexibilidad en función del ambiente7 y, en base a éstos, el sistema

4 En su libro “Una base segura” Bowlby manifiesta que considera desastroso el cambio de opinión que Freud hizo en 1897 con respecto a que las seducciones infantiles no eran más que el producto de la imaginación de sus pacientes. 5 La relación interpersonal está compuesta de diferentes tipos de interacción (el sistema que regula las interacciones competitivas, el que coordina las cooperativas, el que organiza las sexuales) de las cuales sólo una puede llamarse apego (sistema de cuidado). La disposición del apego es sólo una entre muchas disposiciones innatas que regulan la relación interpersonal. (Liotti, 2001) 6 Liotti (2001) sostiene que “la sede donde distintas redes neuronales, preprogramadas por la evolución, dan lugar a la producción, percepción e intercambio de las señales emocionales correspondientes a cualquier forma básica e innata de interacción es el sistema límbico”. 7 Éste tipo de patrón constituye esquemas más complejos y propios de las especies superiores en las que el comportamiento se selecciona de manera relativamente flexible en relación con el contexto ambiental. (Lambruschi, 2001)

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conductual del apego se plasmará para cada niño/a en configuraciones específicas y originales, dependiendo de una regulación constante en el infante del feedback recibido de los padres o cuidadores, esto es, de la interacción que con ellos se establece (Lambruschi, 2001). En tal caso, los comportamientos son múltiples y variados pero persiguen tres funciones básicas que corresponden al sistema de apego y son, por tanto, universales a la naturaleza humana: a) mantenimiento de la proximidad, b) base segura desde la cual explorar el mundo y c) refugio seguro en el que buscar consuelo y seguridad ante el peligro o la amenaza (Botella, 2005). El apego, en sus inicios, era entendido como cercanía física y el alejamiento físico como ausencia de apego. Posteriormente comenzó a concebirse como un proceso más complejo, el cual emergía de un continuo intercambio dialéctico entre cercanía y separación (Guidano, 1999). De esta manera, el alejamiento se entiende como parte integrante del apego y, cuando un/a niño/a puede tolerarlo y desempeñarse bien no implica que no tiene apego sino que es capaz de seguir vinculado/a a los cuidadores. Esta continuidad se da a través de la representación interna que de ellos hace8, denominada por Bowlby “Internal Working Models”9 (Casullo, 2001). Estos modelos contienen recuerdos, creencias, objetivos y estrategias que tienen su origen en experiencias tempranas y más que reflejar una visión objetiva de los padres contienen una historia de las respuestas parentales en términos de disponibilidad, accesibilidad y prontitud ante las demandas de seguridad. Estos modelos se organizan alrededor de la evaluación de a) la receptividad y disponibilidad de la figura de apego, y b) la probabilidad de que uno mismo provoque conducta de ayuda en los demás. Estas dos variables son las que determinan, según Ainsworth, la calidad del apego. Entonces, la tendencia innata y universal de búsqueda de protección se va completando de manera individualizada a través de la experiencia de relaciones de cuidado que cada persona tiene, primero en el seno de su familia y, posteriormente, dentro de otras relaciones interpersonales (Liotti, 2001). Según Ainsworth, estas diferencias se originan en tres factores: la experiencia individual (calidad de cuidado como receptividad al llanto, periodicidad de la alimentación, receptividad o accesibilidad psicológica, cooperación y aceptación de la madre), la constitución genética (temperamento del/a niño/a) y las influencias culturales. Esta autora, además, sugiere que los patrones organizados de conducta infantil pueden usarse para identificar estilos de apego hijo/a-madre y establece, a través de la técnica de la “situación extraña”10, una categoría basada en tres 8 Esta capacidad ha sido definida por Piaget como “permanencia de objeto” y se logra, aproximadamente, al final del primer año. 9 Bowlby establece una distinción entre la disposición innata al apego y los “internal working models”, derivados del ejercicio de dicha disposición. La primera consiste en la motivación fundamental de pedir ayuda, aunque puede ser reprimida por los modelos operativos internos y no se muestre explícitamente en la experiencia subjetiva y en la conducta de la persona. (Liotti, 2001) 10 Esta técnica es un procedimiento de laboratorio que consiste en evaluar el estilo de apego —generando un estrés leve pero cada vez más intenso— en el/la niño/a a través de una serie de

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grupos distintos definidos por la cantidad de interacción entre madre e hijo/a y la sensibilidad y receptividad de ésta a las señales y necesidades del niño/a. Éstos son:

- Seguros (B): exploran rápidamente en presencia de su cuidador/a primario, están ansiosos ante la presencia del extraño y le evitan, son perturbados por las breves ausencias de su cuidador/a, buscan rápidamente contacto con el cuidador/a cuando éste retorna y son reasegurados por éste.

- Ansiosos/evitativos (A): aparecen como menos ansiosos por la

separación, pueden no buscar la proximidad del cuidador/a después de la separación y pueden no preferir al cuidador/a más que al extraño.

- Ansiosos/resistentes (C): muestran limitada exploración y juego,

tienden a ser altamente perturbados por la separación pero tienen dificultad en reponerse después, mostrando agitación, tensión y continúan llorando o molestan de una manera pasiva. La presencia del cuidador/a o los intentos de calmarlo fracasan en reasegurarlo, y la ansiedad del infante y la rabia parecen impedir que obtengan alivio con la proximidad del cuidador/a.

Posteriormente, algunos investigadores han propuesto un cuarto grupo que reúne características tanto evitativas como resistentes: (Main y Solomon, 1986)

- Desorganizados (D): muestran conductas de acercamiento

contradictorias (por ejemplo, se acercan a la figura de apego con la cabeza mirando hacia otro lado), confusión o aprensión en respuesta al acercamiento de la figura de apego y afecto cambiante o deprimido.

Esta última clasificación presenta controversias teóricas ya que existen autores que postulan que el estilo desorganizado no corresponde a una entidad diferenciada. Patricia McKinsey Crittenden, por ejemplo, sostiene que la desorganización del apego es un hecho muy poco frecuente y que muchas de las clasificaciones de tipo D realizadas con el método originario de Main y Goldwin son, en realidad, comportamientos organizados y adaptativos. Propone, por tanto, clasificarlos como A/C11. separaciones y de reuniones con su madre y un extraño amistoso y observando los cambios en la conducta del/a niño/a frente a la figura de apego primaria.(Feeney y Noller, 1996) 11 Vittorio Guidano (1999), concordando con Crittenden, plantea que tanto la categoría de niños seguros como la de desorganizados no tienen entidad en si mismas sino que son los extremos de un continuo entre formas organizadas y desorganizadas, lo cual se condice con su postulado de que los patrones de apego son procesos y no entidades fijas: “… el componente seguro es la parte flexible y armónica de un niño evitante y ambivalente. En cambio, el componente no armónico es el componente desorganizado que se puede encontrar en los niños evitantes y ambivalentes. Cada patrón o cada actitud puede darse en su forma organizada o desorganizada…” Esta diferencia de posición se halla, quizá, anclada en el modelo en que los autores se basan a la hora de analizar: tipológico o dimensional. El primero atiende a la existencia de comportamientos, rasgos o síntomas que, siendo patognomónicos, permiten la categorización o clasificación diagnóstica de la persona que los presenta; mientras que el segundo se refiere, más bien, a un modelo que explica la continuidad, mediante grados variables de adaptación o de disfunción, de los procesos interactivos y de las funciones

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Esta misma autora ha planteado, también, subclasificaciones a los estilos originalmente elaborados por Ainsworth. Así, por ejemplo, dentro del patrón evitativo destaca como clínicamente significativos cuatro (A1-A2 evitantes inhibidos, A3 cuidadores compulsivos, A4 compulsivo complaciente) y dentro del patrón resistente seis (C1 amenazante, C2 desarmante, C3 agresivo, C4 indefenso, C5 punitivo, C6 seductor)12.

mentales implicadas en el apego. Tal y como explica Liotti (2001): … el modelo tipológico induce a reflexionar sobre la discontinuidad, y lleva a clasificar netamente las personas como pertenecientes a una u otra categoría. El modelo dimensional invita a tomar en consideración las tendencias y disposiciones que varían manteniendo una continuidad…” 12 Crittenden propone un modelo dimensional de apego, en que los tipos de información fundamentales son los afectos y las cogniciones, y destaca la importancia de estas dos fuentes en un sentido predictivo. A su vez conceptualiza las figuras de apego como las que proveen del contexto para que los niños aprendan a usar sus mentes. (Guidano, 1999)

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4. Apego y Cultura

La idea de que el apego satisface las necesidades instintivas del bebé (más allá de la alimentación) es un importante concepto de la teoría de Bowlby pues dirige a la comprensión de la relación madre-hijo como algo que acontece en todos los seres humanos, que rodea todos los límites culturales y/o étnicos en el cuidado de los hijos. (Reebye, Ross y Jamilson; 1999) Sin embargo, la comprensión actual de la conducta de apego madre-hijo se ha visto enriquecida por varios estudios entre los que se encuentran las observaciones transculturales de Ainsworth en Uganda y Boston (Pedroni, 2005). Esta autora plantea, básicamente y a este respecto, que la relación de apego es aplicable a los dos grupos tan diferentes reconociendo que sólo algunas conductas varían (por ejemplo, los niños estadounidenses daban abrazos y besos cuando volvía la figura de apego mientras que los ugandeses aplaudían). En el apartado anterior mencionaba que Ainsworth planteó que las diferencias en el apego se originan en tres factores: la experiencia individual, la constitución genética y las influencias culturales. En la investigación se han preponderado, claramente, los dos primeros factores y se ha relegado la atención al estudio transcultural del apego. Los escasos trabajos realizados se han centrado, principalmente en las frecuencias de los estilos de apego en diferentes culturas. Así, por ejemplo, Van Ijzendoorn y Kroonenberg (1998) señalan que la distribución de las clasificaciones del apego en ocho países muestra diferencias considerables tanto dentro de una misma cultura como entre culturas diferentes. Las variaciones se reflejan, mayoritariamente, en los estilos de apego inseguro (mayor frecuencia de clasificaciones tipo A en países del oeste de Europa y tipo C en Israel y Japón) y se cree que estas diferencias reflejan prácticas de crianza que tienen una base cultural13 (Feeney y Noller, 1996). Los valores culturales son concepciones básicas acerca de lo que es deseable dentro de un grupo de personas y éstos son un factor importante a la hora de contribuir a la sensación de identidad y a los modos de percibir, pensar, sentir y actuar. Un valor ampliamente citado por los norteamericanos es, por ejemplo, la importancia del individualismo, mientras que en África, Asia y Latinoamérica, lo colectivo es más importante que lo individual. (Triandis, Brislin y Hui, 1998 tomado de Reebye, Ross y Jamilson; 1999). Por ejemplo, la evidencia de los estudios de Japón sugiere que vínculos extremadamente íntimos entre la madre y el hijo son percibidos como adaptativos y esperables; y que la experiencia de los niños presenta efectos adversos mucho menores a raíz de tales relaciones de las que pueden presentarse en occidente. Otro ejemplo lo dan Klaus y Grossman (1981) que estudiaron a niños en Bielefeld (norte de

13 Estos autores han basado sus estudios en la situación extraña y sugieren que las diferencias culturales en las clasificaciones del apego podrían reflejar diferencias culturales en la conducta previa a la separación. En otras palabras, los episodios iniciales de la situación extraña, diseñados para introducir novedad y un ligero estrés, podrían provocar efectos diferentes en culturas distintas: niños de culturas que animan la independencia temprana podrían exhibir menos estrés en su respuesta ante estos episodios. Si así fuera, podría cuestionarse la utilidad transcultural de esta técnica. Sin embargo, encontraron que las respuestas anteriores a la separación mostraban pocas diferencias interculturales (Feeney y Noller, 1996).

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Alemania) y encontraron que dos tercios de su muestra se vinculaban de un modo inseguro y que la mitad correspondían a un patrón evitativo (casi triplicando los datos de los estudios estadounidenses). La naturaleza evitadora de estos niños se atribuyó, en parte, al hecho de que la independencia era muy valorada por los padres alemanes y que se alentaba una autoconfianza temprana antes del primer año. Asimismo se puede citar un estudio comparativo realizado por Wang con 409 díadas madre-hijo en tres grupos (Japón, Taiwán y Estados Unidos), en el cual se hallaron diferencias significativas en las siguientes variables: proximidad, vestimenta, contacto físico, acunamiento y conductas hacia el niño cuando dormía. Fernald y Morikawa (1993) encontraron, también, diferencias culturales entre madres japonesas y norteamericanas en el estilo de la interacción y las creencias sobre la crianza que influenciaban sobre la estructura y el contenido del discurso hacia los niños. Otra de las discrepancias citadas en los estudios transculturales tienen relación con el número de cuidadores. En sus desarrollos, Bowlby puso un gran énfasis en el vínculo entre madre e hijo/a y tendió a considerar el papel del padre como algo secundario.14 Sostuvo que la relación de apego se da con una figura en especial que suele ser la madre (Feeney y Noller, 1996) pero reconoció, a su vez, que pueden establecerse relaciones de apego con más de una figura. Esta formulación implica la existencia de una jerarquía. A este respecto Suárez Orozco (2002) reconoce una mirada occidentalizada y dice:

Ainsworth (1989) ha reconocido que los sustitutos de los padres, hermanos y grupo de pares pueden ser significativamente importantes como figuras de apego... la teoría de las relaciones objetales subraya la díada madre-hijo, privilegiando un punto de vista occidental sobre la familia nuclear (...) Pero cuando existen múltiples relaciones significativas, diversas personas que no sean los padres, pueden atender de modo efectivo las necesidades afectivas de los niños en evolución.

Pero, Marvin y otros (1997), en su estudio de los Hausa de Nigeria, mostraron el modo en el que el cuidado polimatriarcal (múltiples figuras maternas) de los niños y niñas influye en sus conductas de apego. Los resultados del estudio fueron consistentes con las concepciones actuales de una jerarquía de las relaciones en el que los niños y las niñas formaban relaciones de apego con muchas figuras maternas pero demostraban una preferencia por una relación por encima de todas (la que les abrazaba e interactuaba más frecuentemente con ellos/as). Una de las grandes complejidades que presenta la investigación transcultural es el reconocimiento de que los infantes aprenden a comportarse de un modo conducente a su adaptación exitosa dentro de las normas culturales que les rodean. Aunque la parte instintiva de la experiencia de apego madre-hijo es bien aceptada, la relación observada refleja los patrones requeridos de su medio social inmediato. El infante se comporta de un modo que responde a la conducta materna que es tanto instintiva como reflejo de la conducta esperada en su comunidad: la relación madre-infante no existe en el vacío sino que se

14 Este punto de vista tiene relación con los prevalecientes en la época de sus investigaciones.

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encuentra limitada por prácticas de parentalidad aceptadas y por influencias socio-culturales. (Reebye, Ross y Jamilson; 1999) Independientemente a estos planteos, lo que resulta claramente evidente, es que el estudio transcultural realizado sobre el apego no resulta, en ningún modo, suficiente.

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5. Apego y Psicoterapia Toda forma de terapia psicológica, se halla, ineludiblemente, ligada al concepto de cambio. Este es siempre el objetivo subyacente a toda intervención, independientemente de la corriente o escuela a la que se adscriba. Por tanto, sea cual fuere la orientación teórica desde la que se lleve a cabo, la psicoterapia se basa en la noción de que los seres humanos podemos modificar aspectos básicos de nuestro funcionamiento (ya sean cognitivos, emocionales, conductuales o relacionales). De hecho, el éxito en el resultado y en el proceso de la psicoterapia implica necesariamente un cambio (Botella, 2005). En los últimos años ha habido un importante movimiento para lograr trascender los límites tradicionales de las distintas escuelas en psicoterapia y desarrollar perspectivas más integradoras. Estas ideas se sustentan en el fracaso en investigación por demostrar consistentemente la superioridad de un modelo frente a otro y, paralelamente, en el vuelco cultural hacia una perspectiva posmoderna que trajo aparejada una concepción de la realidad más relativista y un sano escepticismo con relación a cualquier tipo de ideologías. En este contexto, la teoría del apego, fue un foco que facilitó la integración:

Casi treinta años después de que Bowlby completara su formulación, la teoría del apego se ha convertido en un centro de interés para psicoterapeutas de distintas escuelas. La razón de este interés tan difundido y ecuménico puede hallarse, por una parte, en las extensas y científicamente convincentes investigaciones controladas que la teoría del apego ha generado y, por otro lado, en la estructura conceptual que está en la base de la teoría. (Liotti, 2001)

Tal y como sostiene Liotti y, más allá de la integración o confrontación entre escuelas, la teoría del apego ha influido a diferentes corrientes psicológicas. En la actualidad, esta teoría, junto con el desarrollo narrativo, representa el punto de encuentro más común entre los modelos psicoterapéuticos que aspiran a ofrecer explicaciones de la psicopatología y del cambio terapéutico, independientemente de que se rotulen como psicodinámicos, cognitivos o sistémicos (Miró, tomado de Crittenden, 2002). Pero si bien los desarrollos del apego han abierto un campo de trabajo importantísimo, no existe en su propuesta inicial un modelo de intervención clínico que se derive directamente de la teoría. El aprovechamiento psicoterapéutico que de estos planteos se ha hecho fue, consecuentemente, a través de diferentes corrientes psicológicas que utilizaron las áreas del apego que mejor han encajado en sus teorías y praxis terapéuticas. Entonces cuando nos referirnos a la práctica psicoterapéutica del apego lo hacemos a través de una determinada “lente” que corresponde a la corriente psicológica desde la cual se ha trabajado la teoría inicial (psicoanalítica, sistémica, cognitiva). Si bien el objetivo del trabajo se halla en la relación que pueda establecerse entre la psicoterapia transcultural y los planteos del apego y, considerando lo dicho en el párrafo anterior —lo cual supone una nueva complejización— se evidencia que, antes de intentar establecer estas relaciones, deben efectuarse

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unas distinciones básicas de la teoría del apego entre las corrientes psicológicas. El principal punto de divergencia entre los planteamientos que las distintas corrientes psicoterapéuticas efectúan del apego se encuentra, probablemente, en el esquema conceptual que Bowlby desarrolló para entender el modo en el que la relación de apego contribuye a configurar el funcionamiento interpersonal y mental del niño (Bowlby tomado de Crittenden, 2002). Así, por ejemplo, el psicoanálisis y la terapia cognitiva sentaron la base con relación al funcionamiento interpersonal desde una visión interna —intrapsíquica— vinculada con el funcionamiento mental, mientras que la terapia familiar sistémica tomó los desarrollos del funcionamiento interpersonal desde un punto de vista externo al individuo, donde el eje del análisis y la intervención se funda en la propia relación y no en la mediatización de la percepción de ésta en los individuos. Sumado a las diferencias teóricas que cada corriente tiene entre si, esta constituye, quizá, la base relativa a la teoría del apego en donde se enmarcan las grandes diferencias. A efectos de los posteriores planteos trataré de esbozar la influencia que la teoría del apego tuvo tanto en la terapia familiar sistémica como en la psicoterapia cognitiva constructivista —tomada esta, y no el psicoanálisis, como motor de ejemplo del desarrollo intrapsíquico. Psicoterapia Cognitiva Constructivista En el apartado de introducción general al apego citaba los internal working models como el concepto con el que Bowlby se refería al modo en que los niños interiorizan la relación con sus cuidadores. Estos modelos han sido uno de los ejes de asentamiento de la corriente cognitiva constructivista o posracionalista, sobre todo, en cómo a través de estos modelos el niño se va percibiendo a sí mismo como sujeto y conformando como persona. En este sentido, el sistema de apego es considerado un proceso autorreferencial que permite construir un sentido de sí mismo y subyace, por tanto, al desarrollo y mantenimiento de la identidad personal. Estos modelos operativos internos15 están en la base del desarrollo de organizaciones cognitivas (Organizaciones de Significado Personal —OSP) que predisponen a trastornos psicopatológicos específicos. Éstas se refieren a la manera en que las personas organizan el dominio emocional —uno de los aspectos posibles de considerarse como universales— en una configuración capaz de proporcionar una percepción estable y definida de sí mismo y del mundo. Para Guidano, estas OSP se configuran en base a los diferentes patrones de apego16 que se establecen —principalmente— en la infancia, o sea, las OSP

15 Para estos autores, como para Bowlby, los modelos operativos internos se desarrollan a raíz de las representaciones mentales que los niños/as hacen en función de respuestas reales de sus progenitores ante sus demandas de apego y no por fantasías o deseos inconscientes. 16 El modelo se desarrolla basándose en la clasificación del apego que estableció Patricia Crittenden.

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serían el modo en el que el ser humano organiza las perturbaciones que se originan en su ambiente vincular y las transforma en información significativa para su orden interno dentro de un marco de coherencia. El conocimiento de la OSP que caracteriza y mantiene los trastornos emocionales y comportamentales de un determinado síndrome psicopatológico, es, evidentemente, de una gran importancia en la formulación de una estrategia psicoterapéutica. A través de ello, se desarrolla un modelo y método de intervención clínica que se orienta en las categorías psicopatológicas configuradas a raíz de los diferentes patrones de apego, pudiendo presentar sintomatología diversa que, desde un punto de vista nosológico descriptivo, podría pertenecer a diferentes clasificaciones. Por ejemplo, los niños que presentan un apego de tipo evitante inhibido (A1-A2) desarrollan este patrón como modo de supervivencia a un contexto rechazante. Esto favorece que se modelen como niños aislados, que no hablan y parecen no estar presentes, que evitan el contacto con los padres y/o cuidadores y también evaden la expresión de sus estados internos. Estos niños y niñas desarrollarían, según este modelo, una capacidad extraordinaria para disimular estados de sufrimiento como angustia, ansiedad y desesperación, ya que cuando lo han expresado no han sido reconocidos o atendidos en su ambiente y se han visto “obligados” a modificar su estrategia de contacto con los otros significativos. Este tipo de experiencias estaría en la base de lo que Guidano denomina OSP depresiva —no entendida esta terminología como el uso corriente que se le da en psicopatología— caracterizada por un sentido de sí mismo negativo y una percepción de los vínculos condicionada por un intenso sentido de pérdida, con preponderancia en el dominio emocional de emociones que oscilan entre el desamparo y la rabia. La intervención psicoterapéutica con este tipo de casos, consecuentemente con este planteo, se orientaría a la detección —por parte del paciente— de este modo de aprehender el mundo y las relaciones humanas a través de un análisis minucioso de sus estados emocionales internos generado de relaciones personales significativas, utilizando también como base la relación que se establece con el terapeuta. Por tanto, el seguimiento de la intervención no se basa tanto en el discurso del paciente sino en sus epifenómenos emocionales. Retomando lo anterior, y como puede verse, el desarrollo cognitivo posracionalista centra el análisis y la intervención sobre el diagnóstico de la OSP del paciente (basada, sobre todo, en las relaciones con la figura de apego que favorece el surgimiento de ciertos modelos representacionales internos que tienden a repetirse con posteriores relaciones, o al menos sirve de base en donde se asientan). Entonces, si bien el trabajo es relacional, lo es desde la experiencia o vivencia del sujeto individual.

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Terapia Familiar Sistémica Dada la naturaleza intrínsecamente relacional del apego, vinculado constantemente a las experiencias intrafamiliares del niño/a, también ha resultado fácil para algunos terapeutas familiares, al intentar renovar su praxis terapéutica, remitirse a la teoría del apego (Byng-Hall, 1999; tomado de Liotti, 2001). Existen notables similitudes entre uno y otro planteo tales como la preocupación por las relaciones humanas —sobre todo subrayando la importancia de los entornos “reales” y no fantaseados—, la influencia recibida de la teoría general de sistemas, la semejanza entre la consideración de las estrategias de apego inseguras como protectoras y adaptativas y el síntoma como un epifenómeno que surge como el mejor modo de sobrevivir o adaptarse al sistema, etc. Pero una y otra presentan, también, diferencias. La teoría del apego se centra en las dinámicas que implican protección, cuidado y sensación de seguridad mientras que la TFS se preocupa por las dinámicas familiares, las estructuras implicadas, los roles, los patrones de comunicación, los límites y las relaciones de poder. La primera centra sus desarrollos en los niños y su evolución, mientras que la segunda lo hace sobre los adultos y su funcionamiento en el rol de tales; o que una y otra se hallan basadas en diferentes metodologías de estudio —una en investigaciones empíricas con poblaciones normales y otra en estudios de caso con poblaciones clínicas. Así, también, la aplicación de la teoría del apego en terapia familiar ha dado lugar a muchas confusiones basadas principalmente en la falta de crítica y análisis sobre la posibilidad de correspondencia entre uno y otro ámbito. Por ejemplo, una de las cuestiones controvertidas básicas es el empleo de constructos diádicos de apego para referirse a patrones familiares de relación (Kozlowska, 2002), lo cual no tiene en cuenta que las familias se componen de una red de relaciones de apego, las cuales, bajo análisis, pueden caer dentro de una diversa cantidad de categorías. Por ejemplo, un niño podría mantener una relación de tipo B con su madre y A con su padre. Por lo que no es posible categorizar a una familia como ansiosa-ambivalente, evitante, etc. Más bien, la terapia familiar debería entender —consecuentemente a los postulados de la teoría general de sistemas— a los desarrollos de la teoría del apego como un enriquecimiento único sobre una relación diádica que se enmarca en un sistema más amplio como puede ser la tríada o la familia.17 Por tanto: “... un constructo que describa al patrón de interacciones de una díada suministra información útil y única acerca de lo que sirve para comprender mejor ese todo, pero no será capaz de capturar un patrón de interacciones en una familia” (Kozlowska, 2002).

17 Esto es consecuente con los desarrollos de la teoría de la complejidad que sostienen que: “... aunque cada sistema constituye una entidad, forma parte simultánea de un sistema más complejo y diferente por su propio derecho. Por tanto, en cada nivel de complejidad, el fenómeno observado presenta propiedades que no existen en un nivel inferior, aunque los distintos niveles se interrelacionan e interconectan y no pueden existir el uno sin el otro.” (Capra, tomado de Kozlowska, 2002).

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Pero si bien no debería hacerse una correspondencia directa entre el patrón de apego con el cuidador principal y un patrón de apego familiar, sí pueden establecerse relaciones —que no deberían entenderse rígidamente— entre la díada del apego y ciertas características del entorno familiar ya que los modelos del sí mismo y de los patrones de interacción social suelen desarrollarse en el contexto de entornos familiares relativamente estables (Feeney y Noller, 1996). Por ejemplo Barudy, en su libro “Maltrato infantil. Ecología social: prevención y reparación” establece relaciones entre el apego ansioso-ambivalente y las familias multiproblemáticas caracterizadas por una parentalidad que presenta negligencia y abandono; y entre el apego ansioso-huidizo y las familias maltratadoras, caracterizadas por límites rígidos y cerrados. Resumiendo, en la terapia familiar sistémica, a diferencia de la anterior corriente, el eje de atención e intervención no pasa sobre la representación interna que se hace de la relación sino en el comportamiento de los cuidadores y el vínculo que entre ellos y el niño se establece. Aspectos integradores Al inicio del apartado decía que la teoría del apego representa el punto de encuentro más común entre los modelos psicoterapéuticos. Pero, si bien el ecumenismo de las aplicaciones clínicas de esta teoría constituye una muy buena contribución, éste comporta no obstante el riesgo de que cada escuela psicoterapéutica subraye sólo aquellos aspectos de la teoría que le son más afines, perdiendo de vista la formidable síntesis de contribuciones al pensamiento psicológico contemporáneo, aparentemente lejanos y diversos entre sí, que Bowlby supo realizar. Como explica Liotti (2001):

Psicoanalistas, cognitivistas y terapeutas familiares han tratado hasta el momento las aplicaciones clínicas de la teoría del apego remitiéndose, lamentablemente, cada uno a la teoría y praxis terapéutica de su propia escuela.

La integración más eficaz, entonces, estaría dada en la habilidad para reconocer cada nivel de complejidad como algo distinto aunque interconectado: los modelos mentales se enmarcan en una díada que, a la vez, podría comprenderse como un patrón diferente que anida dentro de otro: la tríada, anidada, a su vez, en la familia y diferente de ambas. Esta, a su vez, formaría parte de un contexto cultural más amplio. Lo óptimo sería adquirir la capacidad de ver cada patrón desde la perspectiva de un todo, de una parte y de la relación entre ambas.

Otro de los aspectos fundamentales para la integración es la importancia depositada a la relación terapéutica pues brinda la posibilidad de modificar en sentido positivo las operaciones del sistema de apego del paciente y las representaciones vinculadas a dicho sistema. Como explica Botella (2005):

Desde una concepción de la psicoterapia como reconstrucción relacional colaborativa y de forma coherente con los planteamientos de la neurobiología relacional, la relación entre terapeuta y paciente (y especialmente la alianza terapéutica) se concibe como un

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elemento esencial en el proceso psicoterapéutico, no sólo como facilitador de la aplicación de técnicas sino como ingrediente activo en la promoción del cambio en el paciente.

Es una meta importante de cualquier terapia que considere los postulados de la teoría del apego ayudar a el/los paciente/s a reconocer y valorar sus emociones de apego, manifestarlas de manera adecuada y comprender qué personas en su ambiente pueden responder apropiadamente o al menos parcialmente y cuáles no. Como explica Bowlby en su libro “Una base Segura”, el terapeuta debe proporcionar al paciente una base segura desde la cual explorar los diversos aspectos dolorosos de su vida, en muchos de los cuales le resulta difícil o tal vez imposible pensar y reconsiderarlos sin un compañero confiable que le proporcione aliento, comprensión y, en ocasiones, una guía.

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6. Conclusiones

Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones.

Jorge Luis Borges

Uno de los aspectos que siempre ha despertado mi interés está vinculado a la diferencia que existe en el abordaje psiquiátrico sostenido en las clasificaciones que se recogen en el DSM-IV o el CIE-10 y la psicoterapia que, a pesar de considerar esta nosología, se dirige por otras cauces que tienen más que ver con procesos internos (en el caso de la psicoterapia cognitiva posracionalista) o procesos relacionales externos (en el caso de la terapia familiar). Yo entiendo que, si bien estas dos formas de comprender la patología se relacionan, tienen amplias diferencias en cuanto al foco de atención (de los síntomas a los procesos —ya sean internos o relacionales-) y, consecuentemente, al abordaje que se realice. Cuando me planteé este tema para el trabajo final de tercero, lo hice a conciencia de que las clasificaciones nosológicas descriptivas varían de cultura a cultura, dependiendo de la sintomatología y los síndromes. Con todo, quería ahondar en si existían también cambios en el área procesal. La idea básica, de la que partí, venía de una ponencia de Ingrid Pedroni en Buenos Aires que hablaba de cómo independientemente de la etnia existe una homogeneidad en el funcionamiento de la mente vinculado a lo biológico y a la regulación emocional. Esta ponente citó, entre otros, los trabajos comparativos que Ainsworth había realizado entre las forestas de Uganda y el ambiente urbano de Boston encontrando que los estilos de apego eran invariables con respecto a la cultura. A raíz de esto, y partiendo de un punto de vista procesual de la psicopatología, pretendía sostener en el sistema de apego —biológico y, por tanto, universal— un eje a raíz del cual plantear la posibilidad de una psicoterapia aplicable a todas las etnias y culturas. O sea, mi idea de partida era que si el quehacer clínico se orienta a través de una teoría que comprenda la psicopatología no desde un punto de vista sintomático-descriptivo sino de procesamiento emocional interno —basado en los vínculos— que se establecen en el apego y, si este sistema es universal había áreas en las que no tenía sentido un planteo psicoterapéutico transcultural. Sucedió, que al ponerme en contacto con los escasos estudios transculturales del apego, entre los que se encontraban los de Aisnworth y otros —como los de Triandis, Brislin y Hui; Klaus y Grossman; Wang; etc.— encontré que, más allá de sus diferencias, se podían agrupar en que todos señalaban la variancia cultural en las conductas de apego. Esto representó una primera discrepancia. Y una segunda se dio al ver que la teoría del apego se aplicaba de muy diferentes maneras de acuerdo al modelo de intervención que la tomase.

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Pero por otro lado, si bien todos los estudios transculturales del apego hablaban de la variancia conductual, ninguno refirió controversias con respecto a lo innato y universal del sistema de protección humana definido por Bowlby. Entonces, en este sentido, de acuerdo al enfoque terapéutico la noción de transculturalidad puede tomar dos vertientes:

1. si la psicoterapia que se basa en el apego lo hace a través de la aplicación y estudio sobre el sistema podría plantearse la posibilidad de que fuese universal.

2. si, en cambio, se basa en las conductas del apego, se hace necesaria una distinción cultural de las mismas.

En este sentido no encontré material que resulte claro pues presentan mucha ambigüedad y confusión entre estos dos niveles. A raíz de esto creo entender que, más allá de estos dos primeros aspectos, una psicoterapia no puede ser de aplicación universal ya que las variantes culturales deben ser tenidas en cuenta, aunque más no sea para contar con una idea a priori de lo que para ese sujeto/familia puede considerarse normal o patológico. Así se hace necesario conocer qué se considera como normal en cada cultura. Lo que sí queda en claro es que las diferentes psicoterapias tienen una clara visión etnocéntrica del sistema de intervención y que, cuando subrayan la importancia de realizar estudios que esclarezcan los aspectos específicos culturales, se quedan en una mera declaración de intenciones las más de las veces. Otro de los aspectos evidentes es que si el psicoterapeuta actúa respecto a las dinámicas de apego que el paciente expresa en la relación terapéutica, de modo sistemáticamente distinto al que actuaron las figuras de apego originarias (y distinto también a las actuales) el estilo de apego del paciente cambiará como mínimo dentro de la relación con el terapeuta y si dicha relación perdura en el tiempo, cambiará bastante y de modo duradero. Sólo la tendencia humana a buscar ayuda y consuelo en situaciones de peligro, dolor o soledad excesiva es inmodificable.

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