Año XII / Número 14 / 2021

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Año XII / Número 14 / 2021 XIV

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CONSEJO EDITORIAL

Clara Grande López (Cilengua)

PRESIDENTE DEL CONSEJO CIENTÍFICO

José Antonio Pascual Rodríguez (Real Academia Española)

CONSEJO CIENTÍFICO

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Paz Battaner (Universitat Pompeu Fabra)

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José Ramón Carriazo Ruiz (Universidad Nacional de Educación a Distancia)

Yolanda Congosto Martín (Universidad de Sevilla)

Jaime Coullaut Cordero (Universidad de Salamanca)

Steven N. Dworkin (University of Michigan)

Rosa María Espinosa Elorza (Universidad de Valladolid)

Jorge Fernández López (Universidad de La Rioja)

Javier Fernández Sebastián (Universidad del País Vasco)

M.ª Ángeles García Aranda (Universidad Complutense de Madrid)

Rafael García Pérez (Universidad Carlos III de Madrid)

Juan Gutiérrez Cuadrado (Universidad Carlos III de Madrid)

José Carlos de Hoyos Puente (Université Lumière Lyon 2)

Carmen Isasi Martínez (Universidad de Deusto)

Ángeles Líbano Zumalacárregui (Univesidad del País Vasco)

Dora Mancheva (Universidad de Sofía y Universidad de Ginebra)

M.ª Jesús Mancho Duque (Universidad de Salamanca)

Javier Mangado Martínez (Universidad de La Rioja)

Josefa Martín García (Universidad Autónoma de Madrid)

Dieter Messner (Universität Salzburg)

Marisa Montero Curiel (Universidad de Extremadura)

Jesús Pena Seijas (Universidad de Santiago de Compostela) †

Ralph Penny (University of London)

José Ignacio Pérez Pascual (Universidade da Coruña)

Miguel Ángel Puche Lorenzo (Universidad de Murcia)

Daniel Riaño Rufilanchas (Universidad Autónoma de Madrid)

M.ª Nieves Sánchez González de Herrero (Universidad de Salamanca)

Ramón Santiago Lacuesta (Universidad Complutense de Madrid)

Carsten Sinner (Universität Leipzig)

Blanca Urgell Lázaro (Univesidad del País Vasco)

Concepción Vázquez de Benito (Universidad de Salamanca) †

M.ª Belén Villar Díaz (Université Lumière Lyon 2)

Roger Wright (University of Liverpool)

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REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN

Cilengua - Instituto Historia de la Lengua Plaza del Convento, s/n.

26226 San Millán de la Cogolla. La Rioja Página web: https://cuadernos.cilengua.es/ Correo electrónico: [email protected] Teléfono: 941.373.389 / Fax: 941.373.390

Periodicidad: anual I.S.S.N.: 1889-0709

Depósito Legal: LR-273-2008

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua nació en el año 2008 con un triple propósito:

reunir trabajos dispersos sobre cuestiones lingüísticas y culturales atinentes a la historia del español en ambos mundos para dar cuenta de investigaciones en curso (Artículos, de carác-ter monográfico); contribuir, por medio de entrevistas, al conocimiento de algunas claves de la lingüística histórica actual; y, en tercer lugar, por medio de las recensiones de la bi-bliografía imprescindible referente a lo histórico, particularmente del ámbito léxico, infor-mar sobre las principales novedades editoriales (Reseñas). El leitmotiv de los trabajos de Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua es la historia del español entendida en sentido amplio, desde los orígenes remotos de la lengua hasta el mismo momento presente, por lo que esta publicación está dirigida a investigadores y pro-fesionales interesados en los avances de la lingüística hispánica.

CUADERNOS ESTÁ INCLUIDA EN LAS BASES DE DATOS

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• Dialnet. Portal de difusión de la producción científica hispana.

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Sociales y Jurídicas.

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Latina, el Caribe, España y Portugal.

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• Regesta Imperii. Akademie der Wissenschaften und der Literatur Mainz.

• Erih Plus. Academic journal index for the HSS (Humanities and Social Sciences) society

in Europe.

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incluido el diseño de la maqueta y cubierta, su inclusión en un sistema informático, su transmisión en

cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros

métodos, sin el permiso por escrito de la REDACCIÓN DE LA REVISTA.

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Índice

Presentación Clara Grande López. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Artículos

La etimología del futuro de subjuntivo en oraciones condicionales, temporales y relativas: el FUTURUM PERFECTUM latino Stefan Koch. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .

11

Una aproximación a la puntuación castellana en los siglos XVII y XVIII Rocío Díaz Moreno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

49

Apreciaciones léxico-semánticas en torno a un inventario aragonés de 1658 Demelsa Ortiz Cruz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

81

Voces locales en la documentación dieciochesca del este de Madrid Delfina Vázquez Balonga. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

99

Léxico en torno a la moda en el Periódico de las Damas (1822) Marta Torres Martínez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

121

Aproximación a la configuración léxica del español en el suroeste de los Estados Unidos (1733-1900) Diego Sánchez Sierra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

147

Fenómenos de contacto español-francés en un corpus epistolar franco-chileno (s. XIX) Elena Diez del Corral Areta y Ricardo Pichel . . . . . . . . . . . .

187

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Reseñas

Gómez de Enterría, Josefa (2020): El vocabulario de la

medicina en el español del siglo XVIII.

Itziar Molina Sangüesa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215

Martín Aizpuru, Leyre (2020): La escritura cancilleresca

de Fernando III, Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV.

Estudio paleográfico y gráfico-fonético de la documen-

tación real de 1230 a 1312

Vicente J. Marcet Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PRESENTACIÓN

Presentamos el número 14 de Cuadernos del Instituto Historia de la Len-gua. La revista cuenta, en esta ocasión, con sierte artículos y dos reseñas con los que viajamos en el tiempo —desde Orígenes hasta el siglo XIX— a través de las palabras y los documentos.

El primer artículo de este número de Cuadernos es el trabajo de Stefan Koch, de la Universidad de Graz (Austria) titulado «La etimología del futuro de subjuntivo en oraciones condicionales, temporales y relativas:

el FUTURUM PERFECTUM latino». En él, el autor realiza un recorrido por las hipótesis sobre la evolución de esta forma verbal desde el latín al castellano, ofreciendo datos importantísimos de las mismas y mostrando, también, cuál es su tesis al respecto. En segundo lugar, encontramos la investigación «Una aproximación a la puntuación castellana en los siglos XVII y XVIII» de Rocío Díaz Moreno, de la Universidad de Alcalá, quien se centra en analizar los signos de puntuación —y las pautas que rigen su uso— empleados en documentos de los siglos XVII y XVIII tomados del Corpus de documentos españoles anteriores a 1900 (CODEA+2015). A continuación, contamos con dos artículos que tienen en común el estudio del léxico atestiguado en documentación inédita: por un lado, «Apreciaciones léxico-semánticas en torno a un inventario aragonés de 1658» de Demelsa Ortiz Cruz, de la Universidad de Zaragoza, y por otro, «Voces locales en la documentación dieciochesca del este de Madrid» de Delfina Vázquez Balonga, de la Universidad de Alcalá. Después, con la investigación «Léxico en torno a la moda en el Periódico de las Damas (1822)» de Marta Torres Martínez, de la Universidad de Jaén, nos trans-portamos al estudio del léxico documentado en prensa. Creemos, al igual que las autoras, que estos estudios que toman documentación inédita de archivo o prensa histórica como corpus de trabajo son importantísimos para ampliar el conocimiento del léxico y ver ejemplos de uso genuinos y sin encorsetamientos.

Termina la sección de Artículos con dos trabajos que se centran, de igual manera, en corpus inéditos. Son los siguientes: por una parte, la contribución «Aproximación a la configuración léxica del español en el suroeste de los Estados Unidos (1733-1900)» de Diego Sánchez Sierra, de la Universidad de Alcalá, basada en la documentación contenida en el Corpus Diacrónico del Español de Norteamérica (CORDINA); y por otra, «Fe-

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nómenos de contacto español-francés en un corpus epistolar franco-chileno (s. XIX)» de Elena Diez del Corral Areta, de la Universidad de Lausana (Suiza), y Ricardo Pichel, de la Universidad de Alcalá. Los auto-res analizan un conjunto epistolar que pertenece a la colección “Pillot Family Papers” del Departamento de manuscritos de la Huntington Li-brary (San Marino, California).

Para finalizar, en el apartado de Reseñas, el lector encuentra dos en es-te número: en primer lugar, la de la monografía El vocabulario de la medicina en el español del siglo XVIII de Josefa Gómez de Enterría, publicada en 2020 en la editorial Peter Lang. Como afirma la reseñadora, Itziar Molina Sangüesa, de la Universidad de Salamanca, “esta obra ofrece las claves para la interpretación de la terminología médica en español en un perio-do trascendental de su historia. Gracias a la aportación de Josefa Gómez de Enterría [...] disponemos de una sobresaliente caracterización y guía acerca de este tecnolecto en el siglo XVIII”. Y, en segundo lugar, la re-seña de la obra La escritura cancilleresca de Fernando III, Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV. Estudio paleográfico y gráfico-fonético de la documentación real de 1230 a 1312, de Leyre Martín Aizpuru, publicada también en 2020 en la editorial Peter Lang. Vicente J. Marcet Rodríguez, de la Universidad de Salamanca, reseña esta contribución que describe como “un libro muy interesante y particularmente útil para todos aquellos lingüistas interesa-dos en el estudio de los aspectos gráfico-fonéticos del castellano medie-val, especialmente en el periodo de la generalización de la escritura en romance a lo largo del siglo XIII y comienzos del XIV”.

Deseamos que este número 14 de Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua sea, igualmente, útil y resulte de su interés. Esperamos que, como nosotros, disfruten de este recorrido a través de los documentos y de las palabras.

Clara Grande López

Cilengua

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Artículos

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La etimología del futuro de subjuntivo en oraciones condicionales, temporales y relativas: el FUTURUM

PERFECTUM latino

Stefan Koch Universidad de Graz

Recibido: 31/08/2021 Aceptado: 29/10/2021 Resumen: El presente artículo sostiene que el paradigma del futuro

de subjuntivo español únicamente procede del paradigma latino del futuro perfecto. Primero, se muestran algunas incongruencias de otras hipótesis en cuanto al supuesto origen del futuro de subjuntivo; después, se demues-tra que en oraciones condicionales, temporales y relativas contingentes se ha empleado siempre, desde el latín hasta hoy día, el futuro perfecto latino > futuro de subjuntivo en la prótasis/oración subordinada cuando una referencia explícita al futuro esté intencionada. Y, finalmente, se expone que el futuro perfecto y el pretérito perfecto de subjuntivo latinos —este último habiéndose asumido como involucrado en la formación del futuro de subjuntivo— eran bien distinguibles en latín, por lo que no se pudo producir una mezcla de los paradigmas y, por tanto, un paradigma híbrido en el romance ibérico, como es sostenido frecuentemente.

Palabras clave: Futuro de subjuntivo, origen, futuro perfecto latino. Abstract: The present paper sustains that the Spanish future subjunc-

tive derives solely from the Latin paradigm of the future perfect. First, incongruencies in other hypotheses on the future subjunctive’s origin are brought to light. Secondly, it is shown that the Latin future perfect > Span-ish future subjunctive has always, from Latin times until today, been used in the protasis/subordinate sentence of objectively contingent

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conditionals, temporals and relatives whenever an explicit reference to the future is intendend. Finally, it is clarified that the Latin future perfect and perfect subjunctive, the latter having often been considered as playing a part in the formation of the Spanish future subjunctive, were very well distinguishable in Latin, and therefore no hybrid paradigma (future per-fecto + perfect subjunctive > Spanish future subjunctive) can have evolved.

Keywords: Spanish future subjunctive, origin, Latin future perfect

1. INTRODUCCIÓN

En la Iberorromania se conservó una curiosidad de la morfología ver-bal, a la cual la bibliografía tradicional se suele referir como “futuro de subjuntivo” (es. cantare, cantares, etc.). Este expresa —o expresó, ya que algunos autores lo consideran extinto— condiciones posibles y referentes al futuro en oraciones condicionales, tales como eventos posibles y futuros en oraciones temporales y relativas, cuando el punto exacto en el tiempo de la producción de estos eventos se presenta como desconocido, pero la producción misma de estos eventos sí se considera posible. Según nuestra línea de argumentación, la forma verbal misma en origen no denota la cua-lidad de improbable en cuanto a la realización del evento exprimido en el sintagma verbal. Más importante aún, el futuro de subjuntivo tampoco implica ninguna convención u opinión del hablante hacia el evento conte-nido en el sintagma verbal, es decir, no existe, modificación modal que exprese el punto de vista subjetivo del hablante (o escriba) en cuanto a la probabilidad de la producción del evento. Lo último sería un definiens del modo subjuntivo, pero no existe en la semántica verbal del que se ha dado en llamar “futuro de subjuntivo”, como veremos. Por eso no considera-mos la forma verbal en cuestión como parte del modo subjuntivo, sino como una forma del indicativo, es decir, un futuro de indicativo, si bien solo en una relación de subordinación, por lo que cabría hablar de un futuro subordinado.

La evidencia de este hecho se halla en el uso medieval, cuando en do-cumentos jurídicos —procedientes de los reinos de Castilla y de León— todavía se empleaba la forma verbal estudiada con mucha frecuencia, y antes —de forma aún más clara— en la tradición latina (desde el latín ar-caico).

Como expondremos, el único tempus latino involucrado en el desa- rrollo del futuro de subjuntivo es el futuro II o FUTURUM PERFECTUM, el

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cual por definición es indicativo en latín. Tal etimología refuerza la línea de argumentación expuesta arriba sobre la caracterización funcional del futuro de subjuntivo. La percepción de la forma romance como parte del subjuntivo se debe probablemente a reinterpretaciones de gramáticos re-nacentistas, pero el uso medieval de la forma no lo confirma (cf. p. ej. Koch 2020: 215). Las páginas que siguen son un subproducto de otra obra del autor sobre la concurrencia del futuro de subjuntivo con las formas del imperfecto de subjuntivo en -se, del presente de indicativo y del presente de subjuntivo en la Edad Media, así como sobre el desmantelamiento final ya casi total del futuro de subjuntivo (Koch 2020: 169–306), obra que tam-bién hizo necesario un estudio de las cuestiones aquí tratadas. Con lo que sigue tratamos de resolver, pues, una discusión en romanística que se pro-longa durante más de siglo y medio en el ámbito de la transición del latín al romance.

2. EL FUTURO DE SUBJUNTIVO EN LA ROMANIA Y EN IBERORRO-

MANCE

El paradigma del futuro de subjuntivo se encuentra tanto en español moderno, donde está reducido, en lo fundamental, a textos jurídicos escri-tos (p. ej. leyes) y a unos pocos dichos, como en portugués actual, donde tiene gran vitalidad, en la lengua hablada y en la escrita (Becker 2011: 106; Comrie y Holmback 1984: 213–220). El gallego sigue al ejemplo del espa-ñol, en cuanto el futuro de subjuntivo aparece solo en fórmulas fosilizadas (RAGAL 2012: 109).

En otras zonas de la Romania, se documentan también corresponden-cias etimológicas del futuro de subjuntivo, es decir, resultados morfológi-cos del FUTURUM PERFECTUM latino (según la propuesta que defende-mos). Así, existen cognados morfológicos en el gascón, donde las formas se usan como futuro/condicional (Rohlfs 1970: 220–221), en scriptae me-dievales sicilianas (Hall 1983: 78), en el dalmático (Maiden 2007), en el rumano medieval y en el arrumano (Elcock 1960: 105), el último actual-mente hablado en Macedonia del Norte y Grecia, entre otros (Ionescu 1999: 35).

El paradigma también se documenta en las scriptae leonesas y castella-nas medievales (y más adelante) en los contextos sintácticos mencionados. Compárese p. ej. la documentación leonesa de San Pedro de Eslonza (Vi-gnau y Ballester 1885; Staaff 1907; Ruiz Asencio y Ruiz Albi 2007) con la documentación castellana de Miranda del Ebro y la provincia de Burgos (Sánchez González de Herrero et. al. 2014). El aragonés medieval, en

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contextos sintácticos de subordinación similares, muestra con frecuencia el futuro de indicativo, donde en castellano o leonés encontramos un fu-turo de subjuntivo (vid. Arnal y Enguita 1993: 66; Lapesa 2000a). Así el castellano y el leonés se diferencian tanto del iberorromance occidental (gallego-portugués), donde el futuro de subjuntivo mantiene su vitalidad hasta hoy día, como del iberorromance oriental, es decir del aragonés, y, sobre todo, del catalán, en el cual no se documenta un paradigma flexivo comparable al futuro de subjuntivo (cf. Fabra 1933: 69–95; Moll 2006: 207–210).

Nuestro trabajo tiene también implicaciones para el estudio de todas las lenguas romances que disponen o dispusieron en cualquier época de su historia de un paradigma que morfológicamente y a menudo funcional-mente corresponda al futuro de subjuntivo iberorromance central y occi-dental.

2.1. El paradigma en castellano y leonés

En las variedades habladas del castellano y leonés actuales, las formas del futuro de subjuntivo ya cayeron en desuso total, con la excepción de algunas oraciones fijas como sea como fuere (Luquet 1988; Penny 2002: 216). A pesar de lo anterior, en algunas zonas dialectales consideradas como leonesas, todavía existen formas verbales que o bien son claramente for-mas del futuro de subjuntivo (en mirandés) o bien han sido consideradas como tales por algunos autores (en asturiano), lo cual requiere un breve comentario al respecto.

2.1.1. ¿Futuro de subjuntivo en asturiano actual?

En algunas variedades asturianas, el imperfecto de subjuntivo puede aparecer —por razones morfo-fonológicas— comi si se tratase de un fu-turo de subjuntivo (tiempo verbal que no existente en estas variedades hoy día). Tal impresión puede venir reforzada por la afinidad que, en ciertos contextos sintácticos medievales, demostraban el futuro de subjuntivo, el imperfecto de subjuntivo en -se y, en consecuencia, el pluscuamperfecto medieval en -ra (posteriormente también imperfecto de subjuntivo). En otras palabras, la posibilidad de usar en contextos semántico-pragmáticos casi análogos las formas del futuro y del imperfecto de subjuntivo en cas-tellano y astur-leonés en la Edad Media puede llevar a conclusiones erró-neas para las variedades actuales.

En asturiano existen dos formas alternativas del imperfecto de sub-juntivo: cantara y cantare (Cano González 1992: 665; Ledgeway 2011: 456;

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ALLA 2001: 181–182, 208). Las formas en -re, que podrían confundirse con un supuesto futuro, en realidad proceden únicamente del pluscuam-perfecto latino en -(VE)RAM, -(VE)RAS, -(VE)RAT, etc., como en CANTE-

VERAM ‘(yo) había cantado’, como demuestra Koch (2020: 125–128). La desinencia en -re se debe a la morfo-fonología del asturiano, es decir, a la palatalización de la vocal final /a/ a /e/ (vid. p. ej. García Arias 1995: 627; Viejo 1998: 46).

2.1.2. El cruce de caminos del leonés y del portugués: el mirandés

En territorio portugués (Mirando do Douro), existe una variedad dia-lectalmente atribuida al continuo dialectal leonés: el mirandés. Este con-serva, aún en variedades orales, el futuro de subjuntivo (Merlan 2012: 292, 305, 307, 310–313). No está del todo claro si esto se debe a la presión del portugués, o sea, si se trata de un fenómeno reciente, o si nos encontramos ante una continuación histórica desde el protorromance, paralela al portu-gués. El segundo caso resulta más probable por la escasa distancia geográ-fica entre Porto y Miranda do Douro y por el hecho de que, en la Edad Media, Mirando do Douro se encontraba bajo dominio portugués. Ade-más, parecen posibles tendencias de Überdachung ‘proceso de cobertura (lingüística)’ (en el sentido de Kloss 1978), en cuanto comenzaron a actuar como poder político el condado de Porto, primero, y el resultante reino de Portugal, después, en la región fronteriza entre León y Porto/Portugal. Las fronteras políticas habrían causado, pues, diferentes desarrollos lin-güísticos (mantenimiento vs. pérdida; véase en general para países germa-nófonos Auer 2004; 2005; 2011).

2.2. El resto de la Romania

Mientras que la Iberorromania presenta una imagen bastante clara, bi-partida, en el resto de la Romania solo quedan residuos de las formas co-rrespondientes al futuro de subjuntivo. A este respecto, sigue siendo in-cierta la función exacta de la forma en siciliano antiguo y en dalmático (por desaparecer la lengua entera), y en rumano (por ceder las formas su fun-ción a otros paradigmas verbales) ya no contamos con formas parecidas al futuro de subjuntivo. Solo en gascón (Rohlfs 1970: 220–221) y en macedo-rumano se supone un uso continuado en la lengua oral, aunque sea muy dudoso en el caso del último idioma (véase la lista de paradigmas en Kahl y Pascaru 2018: 64–66). Para el arrumano, vid. Elcock (1960: 105).

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3. HIPÓTESIS POSTULADAS EN CUANTO A LA ETIMOLOGÍA DEL

FUTURO DE SUBJUNTIVO

Para sostener que el futuro de subjuntivo del iberorromance y los tiempos correspondientes de otras lenguas romances se basan exclusiva-mente en el FUTURUM PERFECTUM, es necesario dar una visión panorá-mica de las otras hipótesis hasta ahora defendidas. Se han postulado cuatro hipótesis diferentes para el origen del futuro de subjuntivo. Siguiendo a Álvarez (2001: 17–25), las presentaremos brevemente, pero antes daremos los paradigmas flexionales latinos que juegan un papel en dichas propues-tas. Se trata del FUTURUM PERFECTUM o EXACTUM/futuro perfecto, del CONIUNCTIVUS PERFECTI/perfecto de subjuntivo y del CONIUNCTIVUS

IMPERFECTI/imperfecto de subjuntivo latinos (vid. Tabla 1 para CAN-

TARE; Kühner y Holzweissig 1982: 710, 748; Hall 1983: 73, 77, 95; formas breves Bayer y Lindauer 1991: 73; Penny 1991: 178).

Futuro perfecto Perfecto de subjun-tivo

Imperfecto de sub-juntivo

CANTAVERO CANTARO

CANTAVERIM CANTARIM

CANTAREM

CANTAVERIS CANTARIS

CANTAVERIS CANTARIS

CANTARES

CANTAVERIT CANTARIT

CANTAVERIT CANTARIT

CANTARET

CANTAVERIMUS CANTARIMUS

CANTAVERIMUS CANTARIMUS

CANTAREMOS

CANTAVERITIS CANTARITIS

CANTAVERITIS CANTARITIS

CANTARETIS

CANTAVERINT CANTARINT

CANTAVERINT CANTARINT

CANTARENT

Tabla 1: Los tiempos verbales latinos involucrados en las diferentes propuestas.

Recopilamos las cuatro propuestas mencionadassobre el origen del fu-

turo de subjuntivo en la siguiente lista. La entrada (1) corresponde a la hipótesis que defendemos nosotros.

1º procedencia sola y exclusivamente del futuro perfecto latino (un

tiempo verbal)

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2º procedencia de un sincretismo formal (2a) o formal-funcional-se-mántico (2b) del futuro perfecto y del perfecto de subjuntivo (dos tiempos verbales)

3º procedencia sola y exclusivamente del perfecto de subjuntivo (un tiempo verbal)

4º procedencia de un sincretismo del futuro perfecto, perfecto de sub-juntivo y del imperfecto de subjuntivo (tres tiempos verbales)

Las hipótesis (3) y (4) se aceptan minoritariamente hoy día, siendo la

competencia fundamental la que se da entre las hipótesis (1) y (2). En lo que sigue, trataremos cada propuesta por separado. Siempre haremos hin-capié en los contextos sintácticos en los que el futuro de subjuntivo en el castellano y el leonés medievales aparece con más frecuencia, es decir, en oraciones condicionales, relativas y temporales (vid. § 1), las cuales, en aras de una comparación más fácil, trataremos junto con los correspondientes tipos oracionales en latín, con especial foco en las condicionales.

3.1. Hipótesis (1): solo futuro perfecto

Esta hipótesis se remonta hasta el fundador de la romanística, Frie-drich Diez (1844: 303–304; 1858: 160), aunque parece que en sus primeros días de actividad científica todavía estuviera convencido de que fuese la hipótesis (3; solo perf. de subj.) la más adecuada sobre el origen del futuro de subjuntivo (cf. Foth 1877: 280; Delius 1868: 220).

A la hipótesis (1) se unieron Meyer-Lübke (1972 [1894]: 353–354), Menéndez Pidal (p. ej. 1966: 312) o el temprano Lapesa (1942). Álvarez (2001: 18) y Kíteva-Vasíleva (2019: 311) sostienen que, incluso en 1981, Lapesa seguía siendo partidario de hipótesis (1), citando a Lapesa (1981: 92). Pero nos encontramos ante una incongruencia en el opus magnum de Lapesa, la Historia de la lengua española, ya que en otra parte de la misma edición de 1981 (Lapesa 1981: 211) habla de “confluencias de formas que

habían sido independientes en latín, como cantaro, pudiero (-AVĔRO, PO-

TUERO) y cantare, pudiere (-AVĔRIM, POTUERIM)”. Esto hace pensar en La-pesa más como un partidario de la hipótesis (2; sincretismo) en 1981. De hecho, Lapesa después de 1942 cambia opinión (compárese Lapesa 1942 y 1950) y defiende la hipótesis (2) (vid. § 3.2), que mantiene a lo largo de su carrera (cf. Lapesa 2000b: 769).

Algunos representantes más modernos de esta hipótesis son, por ejemplo, Pountain (1983; 2001) y el mismo Álvarez (2001).

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El aspecto crucial del que tiene que dar cuenta una hipótesis que pos-tula la procedencia exclusiva del futuro de subjuntivo a partir del futuro perfecto latino es la morfología del paradigma en la Edad Media y hoy día. Concretamente, se trata de la primera persona singular, que, en general, es el ‘objeto de combate’ central en la discusión entre defensores de las hipó-tesis (1) y (2). Quien defienda la hipótesis (1) debe explicar por qué, desde los principios del iberorromance y durante el Medioevo, encontramos for-mas —según hipótesis (1) etimológicas— en -o (yo cantaro < lat. fut. perf. CANTA(VE)RO) paralelamente a formas en -e (yo cantare), las cuales, siempre según (1), serían analógicas, y por qué son justamente estas últimas las que se mantienen hasta hoy día, mientras que las formas en -o no persisten después de la época medieval.

Este hecho se explica normalmente con procesos de analogía, por los cuales la primera persona etimológica en -o se adapta al resto del paradigma hasta principios del siglo XV (cf. Menéndez Pidal 1985: 312). No obstante, se plantea la cuestión de si este desarrollo analógico no había comenzado ya mucho antes, en tiempos latinos (vid. p. ej. § 3.2.2).

3.2. Hipótesis (2): sincretismo de futuro perfecto y pretérito per-fecto de subjuntivo latinos

La hipótesis (2) defiende una procedencia del futuro de subjuntivo a partir de un sincretismo paradigmático del FUTURUM PERFECTUM y del perfecto de subjuntivo latinos (dos paradigmas latinos > un paradigma romance). La romanística moderna suele mencionar a Blase (1898) como autor de esta hipótesis, que —según Álvarez (2001: 22) y Kítova-Vasíleva (2019: 311)— sigue reuniendo hasta hoy el mayor número de lingüistas en sus filas.

Dentro de los partidarios de esta hipótesis, existen dos corrientes di-ferenciadas: por un lado, los que, siguiendo a Blase (1898), postulan una unificación tanto formal (morfológica) como funcional (semántica) de fu-turo perfecto y perfecto de subjuntivo, ya en el latín, (2b); y, por el otro, los que sostienen que se trata meramente de una continuación morfoló-gica, pero no semántica, de ambos tiempos latinos (2a)1.

Las dos corrientes se basan en la sospecha de que el futuro perfecto y el perfecto de subjuntivo latinos a partir de un cierto punto ya no fueran

1 En el caso de (2a), p. ej. recurre la idea que en el futuro de subjuntivo se unen las formas morfológicas

del perfecto de subjuntivo con la semántica de futuro perfecto, mientras en (2b) se está inclinado a creer que también semánticamente hay una fusión y que las semánticas de los dos paradigmas latinos involucrados crean una nueva semántica verbal del futuro de subjuntivo romance.

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fonéticamente distinguibles y por eso mostraran cierto potencial de fusión. Para defensores de (2a), las formas de la primera persona del futuro de subjuntivo en -o y en -e que aparecen paralelamente en las primeras docu-mentaciones escritas del del castellano y leonés se deberían considerar am-bas etimológicas en cuanto a su morfología (para una síntesis vid. Álvarez 2001: 22–23). Para los partidarios de (2b), las dos formas medievales (-o o -e) serían continuadoras directas de formas latinas, que se remontan a su vez a la variación morfológica de un asumido único paradigma verbal hí-brido latino (fut. perf. + perf. de subj. > tiempo verbal amalgamado), que unas veces mostrara la desinencia -ERO y otras veces -ERIM en la primera singular. De lo expuesto resultan, no obstante, varias incongruencias entre la hipótesis de Blase (1898) y la realidad lingüística del latín en los contex-tos sintácticos relevantes de contingencia futura.

Entre los partidarios de la hipótesis (2), en cualquiera de sus dos co-rrientes, se hallan, entre otros: Bourciez (1930: 226), Grandgent (1963: 96, 98, 251), Väänänen (1981: 134), Lathrop (1989: 76), Lausberg (1972: 218–219, 263–264, 279) y, sin duda, el tardío Lapesa (2000a; 2000b; pero ya 1950). Representantes más recientes son Camus Bergareche (1990: 410–411), Eberenz (1990: 386–387), Penny (1991: 178–179) o López Rivera (1994: 18–19).

Bourciez (1930: 442) tiene una visión diferenciada con respecto al desarrollo del futuro de subjuntivo: llama al tiempo castellano “futur passé”, según lo que se esperaría, por tanto, en el caso de una procedencia exclusiva del futuro perfecto latino. Precisa Bourciez (1930: 442) que

on trouve également I sg. cantaro qui est d’accord avec le latin, mais où e a prévalu sous l’analogie des autres personnes, et aussi par confusion an-cienne avec le parfait du subj. latin.

Lathrop (1989: 76, 193–194), por el contrario, es un caso particular. En un principio parece partidario de hipótesis (2) (cf. Lathrop 1989: 76), solo para luego declarar —en una explicación casi perfecta de hipótesis (1)— que

[e]l futuro de subjuntivo se derivaba del futuro perfecto de indicativo clásico […] En español la terminación de la primera persona del singular es […] analógica del resto de la conjugación.

Rafael Lapesa tiene que considerarse representante de la hipótesis (2) a partir de que viera la luz la segunda edición de su Historia de la lengua española (cf. Lapesa 1950: 151). Solo en la primera edición de la obra, Lapesa

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(1942: 53, 116) deduce las formas del futuro de subjuntivo únicamente del futuro perfecto latino y explica la primera persona en -re por analogía. Ya en 1950, encontramos la mencionada incongruencia: en principio constata Lapesa (1950: 67) que “[e]l futuro AMAVERO sólo queda precariamente en España y en la Romania oriental (port. cantar, dormir; esp. cantare, durmiere [...])”, para luego hablar de “confluencias de formas que habían sido inde-

pendientes en latín como cantaro, pudiere (-AVĔRO, POTUERO) y cantare, pu-

diere (-AVĔRIM, POTUERIM)” (Lapesa 1950: 151). Estas incongruencias per-sisten, en esta exacta formulación, hasta la última edición de 1981 (cf. La-pesa 1981: 92, 2212). No obstante, hay que destacar que estas posiciones no se contradicen necesariamente: así, se podrían interpretar las citas de Lapesa de tal manera que, en el primer caso, (Lapesa 1950: 67) se estuviera refiriendo solo al origen funcional-semántico del futuro de subjuntivo (para él, entonces, solo el futuro perfecto latino), mientras que en el se-gundo caso (1950: 151) se refiriera al origen puramente morfológico (para él, entonces, un sincretismo exclusivamente morfológico de futuro per-fecto y perfecto de subjuntivo latinos, pero que solo mantiene la semántica del futuro perfecto). Esto acercaría a Lapesa a la posición de Foth (1877), que trataremos en el apartado 3.2.3. El Lapesa tardío (2000b: 732–733) incluso deja entrever cierta predilección por hipótesis (4).

No es menos curioso que Väänänen (1981: 165), tratando oraciones condicionales con valor de “potenciales”, solo hablara del hecho de que en latín tardío la combinación futuro perfecto en la prótasis con futuro imperfecto en la apódosis (AMABO, etc.) se mostrara como combinación de tiempos predominante, que luego se mantenía con esa misma función condicional-modal hasta el iberorromance. Es imprescendible destacar el hecho de que esta combinación en latín representa el caso hipotético del REALIS, y no del POTENTIALIS, como se podría sospechar por el uso de la palabra potencial. Väänenen, al parecer, mezcla lecturas latino-tardías y ro-mances. En el iberorromance medieval una oración condicional con

2 Podría advertirse que Lapesa (1950: 67) solo hace referencia a la suerte del futuro perfecto, sin que

esto excluya automáticamente la postulación de un sincretismo en el desarrollo del futuro de sub-juntivo español y paradigmas semejantes en las lenguas romances. En esta misma página Lapesa precisamente solo habla del FUTURUM PERFECTUM, aunque, si de verdad Lapesa ya era partidario de esta hipótesis, habría sido oportuno algún indicio ya en ese punto de su exposición en cuanto al posible sincretismo. Además, se observa que en la cita (Lapesa 1959: 67) el autor solo da ejem-plos para los resultados romances de lat. AMAVERO con una desinencia en -re (cantare, durmiere). Ya de este hecho se puede deducir una tendencia del autor hacia la hipótesis (2) del sincretismo. Hecho y tendencia que se hacen obvios en la segunda cita (Lapesa 1950: 151), en la cual habla de “confluencia” de paradigmas antes independientes, explícitamente mencionados como futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latinos.

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futuro de subjuntivo (< futuro perfecto) en la prótasis y futuro simple (amaré) —que reemplaza al futuro imperfecto latino— en la apódosis sí podría considerarse potencial, pero solo en el sentido de que la realización de la condición es posible en el futuro, sin que esto incluya información modal sobre la actitud personal del hablante hacia la (im)probabilidad de dicha realización. Potencial no es sinónimo del latín POTENTIALIS, en el cual sí se trasmite también la actitud u opinión del hablante hacia la probabili-dad del evento, por lo que el caso hipotético POTENTIALIS se expresa en latín siempre con subjuntivos en prótasis y apódosis. Poco antes, Väänänen (1981: 134) habla todavía de una “mezcla” de futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latino que al final resultaría en el futuro de subjun-tivo; sin embargo, los dos comentarios de Väänänen (1981: 134 y 165) no se contradicen, porque es cierto que el futuro perfecto latino continúa existiendo en el futuro de subjuntivo iberorromance, aunque el autor no menciona en su segundo comentario que, para él, esto se produce en com-binación con el perfecto de subjuntivo (por más que él mismo lo hubiera postulado explícitamente treinta páginas antes). Por último, nace otra pre-gunta adicional de esta incongruencia: si el futuro perfecto latino se man-tiene en oraciones condicionales en el iberorromance —como sostiene Väänänen (1981: 165)—, y si sabemos que el futuro de subjuntivo solo se usa(ba) en condicionales de contingencia futura —y relativas y temporales afines—, en las que en latín y latín tardío justamente se utilizaba casi ex-clusivamente el futuro perfecto, ¿dónde exactamente podría el perfecto de subjuntivo latino haber jugado un papel importante, como tan decidida-mente había postulado Väänanen en su primera mención al tema (1981: 134)? El futuro de subjuntivo, pues, solo se emplearía, según Väänänen, en contextos que en latín requerían el futuro perfecto. La conclusión lógica debería ser que el futuro de subjuntivo procede exclusivamente del futuro perfecto latino.

En cada caso se muestra que Álvarez (2001: 18), en su resumen de los representantes y/o supuestos representantes de hipótesis (2), solo toma en cuenta eclécticamente las obras de Lathrop (1989), Lapesa (1942 hasta 1981) y Väänänen (1981), aunque el descubrimiento de dichas incongruen-cias sería de altísimo interés: primero, facilitaría la adscripción fundada de ciertos autores a la hipótesis (1) o (2) y, segundo, resolvería de manera más clara la disputa en favor de hipótesis (1). Resulta que Álvarez (2001), por su lado, simplemente reporta las citas mencionadas por López Rivera (1994: 18). Este último (1994: 18–20) ni siquiera muestra una clara identi-ficación con la hipótesis del sincretismo, sino que solo deja traslucir una leve tendencia hacia esta. Si Álvarez (2001) y López Rivera (1994) hubieran

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tenido en cuenta la literatura citada por ellos —las páginas citadas por Ál-varez (2001: 18) son siempre las primeras, en las obras correspondientes, en las que se menciona el futuro de subjuntivo—, a buen seguro habrían advertido tanto las posibles contradicciones y la obvia falta de claridad por parte de Lapesa (a partir de 1950) y Väänänen (1981), como la clara con-tradicción en Lathrop (1989). Estas contradicciones e imprecisiones esta-ban hasta hoy sin descubrir.

Mientras que podemos calificar a Lapesa —por sus comentarios tar-díos (2000a; 2000b) y el cambio de posición en su Historia de la lengua espa-ñola a partir de 1950— como inclinado a preferir la hipótesis (2), en el caso de Väänenen (1981) no parece del todo obvio. La posición de Lathrop (1989) queda muy poco clara, sin que podamos llegar a conocer qué origen del futuro de subjuntivo propone realmente (Lathrop 1989: 76 o 193–194). Incluso, presenta una tercera propuesta (probablemente por un error tipográfico; Lathrop 1989: 280), según la cual el futuro perfecto latino da-ría lugar al imperfecto de subjuntivo iberorromance.

Es de lamentar que, en el resumen de la investigación del futuro de subjuntivo, no se haya estudiado de manera profunda los autores citados. Esto es un problema de historiografía lingüística y de cómo ciertos lugares comunes encuentran especial facilidad para su transmisión. Es más impor-tante para nuestros fines el hecho de que un estudio exacto de los repre-sentantes supuestamente más destacados de la hipótesis del sincretismo revele que estos no solo resultan imprecisos o incluso ambiguos al postular el sincretismo como origen del futuro de subjuntivo, sino que además tien-dan a argumentar —consciente o inconscientemente— en favor del futuro perfecto latino como única fuente del futuro de subjuntivo iberorromance. La hipótesis (2) pierde así gran parte de su peso argumentativo.

3.2.1. Idiosincrasias en el supuesto creador de la hipótesis del sincretismo y el ver-dadero autor de la misma: los artículos de Blase (1898) y Foth (1877)

En este punto hay que revisar las dos fuentes primarias que constitu-yen la gestación de la hipótesis (2). Por un lado, hay que estudiar con más rigor el artículo de Blase (1898) al cual, al parecer, se remonta una opinión científica que se ha venido prolongando por más de un siglo. Por otro, tenemos que subrayar el hecho de que Blase tiene un precursor importante en Foth (1877), que amerita la condición de verdadero creador de la hipó-tesis del sincretismo. Teniendo en cuenta las líneas de argumentación de algunos representantes actuales de la hipótesis (2) (cf. p. ej. Eberenz 1990: 387), parece mucho más probable que se refieran al romanista Foth que al

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latinista Blase. Sin embargo, también parece que Foth nunca haya sido to-mado en consideración (ni citado), ya que faltan referencias a su trabajo en la literatura relevante.

3.2.2. Blase (1898) y su “presente de CONDICIONALIS”

El artículo de Blase (1898) —que cabe leer como una respuesta a Foth (1877; cf. Blase 1898: 313)— en realidad solo trata de dar una respuesta a la cuestión del uso de ciertos tiempos verbales en latín. Sin embargo, tal vez, el planteamiento de su trabajo pudo estar estimulado por la entonces reciente discusión en la romanística de la época (Diez 1844; Foth, 1877; entre otros) en cuanto al futuro de subjuntivo. El mismo Blase (1898: 313) lo menciona en la introducción del artículo.

La tesis central de Blase es que los tempora latinos del FUTURUM PER-

FECTUM y del pretérito perfecto de subjuntivo ya se mezclaron en latín tardío para formar lo que Blase (1898: 317, 335) denomina presente de condi-cionalis. Blase trata de demostrar su hipótesis mediante numerosas pruebas extraídas de la tradición literaria latina, que le llevan a argumentar que esta fusión funcional posiblemente ya se había iniciado en la latinidad clásica o incluso arcaica, siendo muy común en hablantes de menor educación (cf. Blase 1898: 335–336).

No obstante, hay que advertir que, a nuestro entender, la distinción de futuro perfecto y perfecto de subjuntivo en la latinidad tardía era aún po-sible (cf. § 4). Además, podemos encontrar argumentos incongruentes en Blase (1898). Las razones que, según este autor, hicieron posible tal fusión de tiempos verbales, deberían buscarse en el hecho de que el perfecto de subjuntivo latino en realidad fue un futuro de subjuntivo (es decir un futuro perfecto de subjuntivo) y el futuro perfecto latino fue el correspondiente futuro perfecto de indicativo, siendo ambos tiempos solo discernibles en la desinencia de la primera persona singular -ERIM (subj.) vs. -ERO (ind.) (vid. § 4.4 para contraargumentos). Indicativo y subjuntivo estarían todavía unidos, siempre según Blase, en el futuro perfecto latino en Séneca y otros autores, tratándose de un solo tiempo verbal indeterminado en cuanto al tiempo y modo, sin definición de niveles temporales (al. zeitstufenlos, ‘sin gradación temporal’; cf. Blase 1898: 338–339). Foth también (1877: 282) llama al perfecto de subjuntivo latino “Fut. exact. Conj [sic]”, es decir, fu-turo perfecto de subjuntivo, pero solo en cuanto a su función (p. ej. en oraciones condicionales como POTENTIALIS).

En latín tardío, Blase (1898: 333) nota una prevalencia marcada de se-cuencias condicionalis —en su propuesta, pues, fut. perf. y perf. subj.

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fusionados— en la prótasis, seguidas de futuro imperfecto o presente de indicativo en la apódosis, en construcciones condicionales referidas al pre-sente o futuro. Se trata de una evolución que, como ya fue señalado por Pountain (1983: 177), se refleja en los textos romances tempranos y me-dievales por la secuencia futuro de subjuntivo (prótasis)/futuro simple (apódosis), en casi directa y exacta correspondencia con el modelo latino, sustituyendo solo el futuro imperfecto latino por el nuevo futuro romance ‘sintetizado’ (< INF + pres. ind. de haber) en la apódosis. Blase mismo (1898: 333) observa que —aunque asume una fusión de los paradigmas (presentando a veces –ERIM y a veces –ERO en primera persona)— en los ejemplos tardolatinos casi solo prevalecen formas en –ERO, que en prin-cipio estaban reservados para el futuro perfecto, como Blase mismo (1898: 329) advierte. Esto está conforme con Álvarez (2001: 63), quien presenta evidencia de que el futuro perfecto con respecto al perfecto de subjuntivo fue más frecuente en textos postcesáreos. Sabanéeva (1996: 107) incluso sostiene que el perfecto de subjuntivo en general fue muy poco usado en latín.

En vez de concluir, pues, que se trate de verdad de formas del futuro perfecto y que este siguiera usándose como el tiempo canónico para ex-presar una condición explícitamente futura (y explícitamente concluida) en la oración subordinada, distinguiéndose así del perfecto del subjuntivo, Blase (1898: 333) simplemente sospecha que la primera singular en -ERO del postulado condicionalis había prevalecido como única forma, con lo que dejaba -ERIM al margen de la historia lingüística.

Esta observación no se toma en cuenta de ninguna manera por los partidarios actuales de la hipótesis del sincretismo. Si lo hicieran, para ellos, las formas iberorromances como cantaro deberían ser las únicas formas eti-mológicas posibles (y yo cantare una forma analógica romance), también según la hipótesis (2), porque ya en la época de transición del latín al ro-mance solo habían quedado formas en -o que podían seguir desarrollán-dose hasta resultar en el futuro de subjuntivo. Así la hipótesis del sincre-tismo en su corriente (2b) (fusión formal-funcional) tendría que explicar las formas en -e de la primera singular también como analógicas. La co-rriente (2a) (fusión formal) no sería posible en tiempos protorromances tardíos, solo en latín, tal como es sostenido por Blase (1898: 333), aunque él postula adicionalmente una fusión funcional.

Únicamente Penny (1991: 179) se refiere a esta observación morfoló-gica de Blase en cuanto a la prevalencia de -ERO, pero en un contexto no pertinente. Penny cita a Blase aludiendo a la sustitución de un hubiere can-tado romance por —dependiendo del tipo de oración subordinada

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(condicionles vs. temporales, relativas)— ha cantado o haya cantado en, como dice, “recent centuries”, pero Blase solo se ocupa de la situación en el latín y no de la del iberorromance a partir de la Edad Media.

La hipótesis de Blase (1898: 333) de una fusión del futuro perfecto y perfecto de subjuntivo, cuyo resultado presentara solo -ERO en la primera singular es, en nuestra opinión, difícil de mantener. De hecho, si prestamos atención a los ejemplos de Blase (1898), comprobamos que desde el prin-cipio parecen poco adecuados para probar cualquier tipo de fusión de fu-turo perfecto y perfecto de subjuntivo, ya sea formal-funcional (> presente de condicionalis de Blase), ya sea solo formal; esto se debe al hecho que las oraciones condicionales, temporales y relativas en las que se basa Blase expresan siempre condiciones o eventos futuros y contingentes (§ 1) en las prótasis o en la oración subordinada, que per se requieren el futuro per-fecto en latín ya que se intenciona una referencia explícitamente futura (de aspecto perfectivo), y no existe modificación modal en cuanto a una posi-ble actitud del hablante hacia la probabilidad de la realización del evento en cuestión (cf. Kühner y Holzweissig 1982a: 147–152). No sorprende, pues, que en los ejemplos de Blase (1898) no aparezcan formas del per-fecto de subjuntivo en -ERIM, porque estas constelaciones sintácticas se-gún la consecutio temporum latina no requerían el perfecto de subjuntivo. Ade-más, las formas de primera persona citadas por Blase son relativamente escasas —solo ocho ejemplos—, tienen todas la desinencia -ERO y se pue-den identificar, también morfo-sintáctimente, como formas del futuro perfecto (cf. Blase 1898: 321, 325–326, 330–332; Álvarez 2001: 23).

Las incongruencias en Blase (1898) hacen cada vez más difícil de en-tender cómo sigue siendo defendida hipótesis (2) como communis opinio de la lingüística histórica romance. La hipótesis del sincretismo se basa en fundamentos no exactamente fuertes al leer a Blase (1898) detenidamente, pero sigue en manuales como los citados Alvar y Pottier (1983: 278) y Maiden (2011: 179) como si fuera absolutamente segura y no existiera la necesidad de investigar más. Se podría intuir que Blase no ha sido leído directamente, sino que muchas veces ha tenido lugar una trasmisión indi-recta de sus ideas por terceros autores.

3.2.3. Foth (1877), el mediador entre la hipótesis (1) y la hipótesis (3), como creador de la hipótesis del sincretismo (2)

Hay que subrayar el mérito de Foth (1877), quien se debe reconocer como el verdadero creador de la hipótesis del sincretismo, como el propio Blase (1898: 313) menciona explícitamente. Foth mismo llama a su

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hipótesis al. Vermittelung (Foth 1877: 280), ya que representa una ‘media-ción’ entre hipótesis (1), solo futuro perfecto, y (3), solo perfecto de sub-juntivo. Foth —entre todos los otros partidarios de hipótesis (2)— es el autor que, ya hace 144 años, tuvo la visión más precisa del desarrollo del futuro de subjuntivo desde el latín. Todavía hoy el enfoque de Foth se puede sostener, aunque con algunas reservas en cuanto a sus conclusiones.

Foth (1877: 280–281) constata que las formas del futuro de subjuntivo —y formas afines en rumano— en el ámbito funcional se remontan ex-clusivamente al futuro perfecto latino, pero que las formas romances en el ámbito puramente morfológico proceden tanto del futuro perfecto como del perfecto de subjuntivo, lo que según Foth es visible en la vacilación entre es. ant. canta-ro y canta-re. Esta opinión se encuentra también en Laus-berg (1972) y Eberenz (1990), sin citar a Foth. Lamentablemente, Foth no profundiza en su idea para mostrar cómo exactamente pudo producirse la mezcla de paradigmas en el ámbito morfológico. Además, queda aclarar que Foth (1877: 282) no asume strictu sensu un influjo del perfecto de sub-juntivo latino en la formación del futuro de subjuntivo iberorromance, pero sí en el origen de las formas correspondientes en macedorumano (en palabras de Foth Südwalachisch ‘valaquio del sur’). Esta constatación de Foth probablemente sedujo a Elcock (1960: 105, 144–145) a ver en el fu-turo de subjuntivo iberorromance una continuación del futuro perfecto latino, en vez de las formas macedorumanas -rimu, -ris que considera solo continuadores del perfecto de subjuntivo. Foth mismo no elabora sobre esta bipartición y prosigue en el resto de su artículo con su idea de un paradigma híbrido para todas las formas romances, occidentales y orien-tales, en -re, -ro y -ri-.

A Foth (1877) se le debe recordar como el verdadero creador de la hipótesis del sincretismo y hay que constatar que es él quien ha conseguido una de las visiones panorámicas más precisas en cuanto al desarrollo del futuro de subjuntivo iberorromance y formas afines romances. A nuestro entender, solo le falta una exclusión de la influencia morfológica del perf. de subj. y una más clara tendencia hacia hipótesis (1), que semánticamente ya defiende.

3.3. Hipótesis (3): solo perfecto de subjuntivo latino

La tercera hipótesis se remonta al siglo XIX. Fue enunciada por Diez en la primera edición de su gramática de las lenguas romances (1836–1838; cf. Foth 1877: 281; Delius 1868: 220) y repetida por Delius (1868). El re-presentante más prominente de esta hipótesis sigue siendo Mohl (1899:

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216–218), quien sorprendentemente no tomó en cuenta los entonces re-cientes artículos de Foth (1877) y Blase (1898) ni tampoco la obra de Diez (1844; 1858). Este último se pronunciaba ya desde 1844 —el tercer tomo de la todavía primera edición de su gramática— a favor de una proceden-cia única del futuro perfecto latino, lo que continuó haciendo en la segunda edición del segundo tomo en 1858.

Además, Mohl ni siquiera menciona las formas canta-ro etc. del ibero-rromance medieval, lo que a lo mejor le habría llevado a repensar hipótesis (3). Delius (1868: 220) por lo menos se esfuerza en considerar la desinencia iberorromance medieval -ro como resultado de una asimilación romance arbitraria, muy semejante a la primera singular del imperfecto italiano amavo, para hacer distinguibles la primera y tercera persona del singular.

La hipótesis (3) hoy día ya no se considera válida y Mohl (1899: 216–218, 326) constituyó el último ensayo en el que se la presentaba.

3.4. Hipótesis (4): sincretismo de tres tiempos latinos

La cuarta hipótesis propone la fusión de tres tiempos latinos: el futuro perfecto, el perfecto de subjuntivo y el imperfecto de subjuntivo. Estos se habrían asimilado unos a otros con el paso del tiempo, especialmente en el aspecto fonético. Finalmente, esta homonimia habría llevado a una mez-cla y fusión funcionales.

Esta hipótesis parece ser la más reciente tesis sobre la procedencia del futuro de subjuntivo. Ya Wright (1931: 107) se veía tentado a asumir tal etimología, pero al final no se pronunció a favor de esta. El único claro representante de (4) antes de los setenta es Togeby (1966: 177, 180–181, 183), quien no da más que una frase en la que postula hipótesis (4) para todas las lenguas romances sin explicación alguna. Parece que Togeby (1966: 183), en primer lugar, quiera utilizar la hipótesis (4) para explicar el uso del pluscuamperfecto de subjuntivo latino como el irrealis del presente, pluscuamperfecto, que rellenaría el hueco que dejaba el imperfecto de sub-juntivo con la fusión, según hipótesis (4), con los dos otros tiempos lati-nos. Desde Wright y Togeby, la hipótesis está presente implícitamente en la investigación romanística, pero no es hasta Lloyd (1987: 103, 169, 311, 367) cuando por primera vez se enuncia explícitamente en un manual de lingüísitca histórica. Al mismo tiempo, este parece ser el primer ensayo en establecer (4) como doctrina3. En España son Marcos Marín (1979: 92; et passim) y Andres-Suárez (1994: 34, 116) los que defienden esta hipótesis.

3 Véase también la versión española de From Latin to Spanish (Lloyd 1993: 278, 495) donde el autor

presenta esta idea de una manera aun más detallada.

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Lloyd (1987) no se refiere a ningún precursor pero se esfuerza en dar argumentos a favor de la hipótesis (4) en el plano morfo-fonológico (vid. también Hall 1983: 76). Por otra parte, sigue siendo un enigma por qué Marcos Marín (1979: 92) llega a pronunciarse por hipótesis (4): no se en-cuentra ninguna reflexión sobre el origen del futuro de subjuntivo y los ejemplos latinos que da como prueba de (4) de hecho no la apoyan de ninguna manera. Así sigue siendo en Marcos Marín (1984: 404), con exac-tamente los mismos ejemplos y el párrafo correspondiente simplemente copiado de 1979.

Andres-Suárez (1994: 115–116) trata de deducir la hipótesis (4) de los hechos lingüísticos, sin que se declare inspirada por obras anteriores. Solo hace referencia a precursores (p. ej. Bassols 1948), cuando se refiere a la supuesta indistinguibilidad del futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latinos. Curiosamente, Andres-Suárez concluye su exposición sosteniendo que el futuro de subjuntivo iberorromance desde el punto de vista morfo-lógico solo procedería del futuro perfecto latino. Esto lleva a la cuestión de por qué antes se pronuncia a favor de hipótesis (4). Andres-Suárez añade que en el ámbito semántico el futuro perfecto latino y el futuro de subjuntivo iberorromance sí se distinguían de manera significativa, hecho que seguramente no carece de cierta exactitud, en la medida en que el fu-turo de subjuntivo iberorromance con mucha probabilidad ya no tiene exactamente el mismo valor semántico del futuro perfecto latino. Implíci-tamente, se podría interpretar la argumentación de Andres-Suárez de tal manera que este cambio semántico-funcional viniera a producirse a causa de un sincretismo únicamente funcional de los tres tiempos latinos invo-lucrados, sirviéndose como vehículo de las formas morfológicas del futuro perfecto latino.

Queda la pregunta de cómo se pudo producir una fusión funcional, si, según Andres-Suárez (1994: 117), solo el futuro perfecto fue la base mor-fológica del futuro de subjuntivo. Se podría argumentar que una fusión semántica solo pudo realizarse después de una fusión morfológica —aun-que no es de excluir lo contrario, como se puede observar en los dos pa-radigmas del imperfecto de subjuntivo en castellano. Todos los represen-tantes de hipótesis (2) argumentan a favor de la primera solución (fusión morfológica > fusión semántica). Andres-Suárez asume un desarrollo in-teresante, pero explícitamente solo menciona diferencias semánticas entre el futuro perfecto latino y el futuro de subjuntivo iberorromance. Además, el autor (1994: 117), en sus conclusiones, casi no hace más referencia a la hipótesis (4) que defiende antes (cf. Andres-Suárez 1994: 116). Si se ob-serva, como deduce Andrés-Suárez (1994: 115) las formas del fut. subj.

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iberorromance desde el punto de vista indoeuropeo y latino clásico, pro-bablemente debería incluso figurar entre los representantes de hipótesis (1).

Así queda otra vez solo Lloyd (1987) como partidario de (4) que me-rece mención. Ridruejo (1990: 366–367) trata (4) al menos como posibili-dad.

Aparte de los mencionados autores, la hipótesis (4) no ha hallado más seguidores hasta hoy.

3.5. Valoración de las hipótesis

Las hipótesis (3), solo perf. de subj., y (4), sincretismo de tres paradig-mas, hoy día se consideran rechazadas o muy improbables (cf. últimamente Kítova-Vasíleva 2019: 311–312). En el caso de (4) puede parecer muy construido que dos paradigmas latinos del patrón flexivo del perfecto y un paradigma del patrón flexivo del presente se fusionaran en un solo para-digma. Mientras todavía sería fonológicamente posible en el caso del verbo CANTARE, p. ej. en la tercera persona singular, no lo es en el caso de la tercera conjugación latina, p. ej. para el verbo DICERE. En el caso de CAN-

TARE nos encontraríamos, pues, ante una apócope de la /t/ final del im-perf. de subj. y ante un desarrollo similar en las formas cortas del fut. perf. y del perf. de subj (con cambio regular de la vocal final > /e/): lat. CAN-

TARE(T) > es. cantare y lat. CANTARI(T) y CANTARI(T) > es. cantare. Para verbos de la tercera conjugación como DICERE resulta imposible. Mientras DIXERIT (fut. perf.) y DIXERIT (perf. de subj.) darían lugar al es. ant. dixere, es. dijere, la forma del imperfecto de subjuntivo DICERET daría algo como *dizere, *dizire, *dezire o incluso *dizre (< sin cambio de acento). Una mezcla de los tres paradigmas es, pues, fonológicamente imposible, en verbos procedientes de la tercera (y segunda, cf. tuviere vs *tenere) conjugación la-tina4. En el ámbito funcional del latín el papel del imperfecto de subjuntivo (irrealis presente) fue asumido por el pluscuamperfecto de subjuntivo (Penny 2002: 201), que luego llegó a ser imperfecto de subjuntivo en ro-mance. Solamente el infinitivo flexionado portugués, parcialmente homó-fono con las formas del futuro de subjuntivo en sincronía, suele relacio-narse de vez en cuando con el imperfecto de subjuntivo latino (cf. Elcock 1960: 105, 432). Pero en portugués sí hay dos formas diferentes para el verbo dizer en el futuro de subjuntivo y en el infinitivo flexionado, p. ej.

4 Lo observa también últimamente Kítova-Vasíleva (2019: 311–312).

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dissermos vs. dizermos, así que una continuación del imp. de subj. latino pa-rece por lo menos posible —en el ámbito fonológico— en dicha lengua.

En el lado semántico, la tentación de la hipótesis (4) se explica por el hecho de que el imperfecto de subjuntivo latino se utilizó, entre otras co-sas, como expresión del irrealis del presente (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 398) en condicionales. Esto dejaría suponer ciertas afinidades al uso de los otros dos tiempos latinos (fut. perf. y perf. de subj.) —el primero como tiempo que expresa el realis del futuro, el segundo que expresa el potentialis del presente. Lo dicho vale especialmente si no asumimos una frontera fija entre potentialis e irrealis5, sino que lo consideramos un continuo gradual (cf. Becker 2014: 390). La consecutio temporum latina, al contrario, es relativa-mente rígida en este aspecto: normalmente, aparecen invariablemente de-terminados tiempos verbales según las exigencias semánto-pragmáticas. Por ejemplo, un perfecto de subjuntivo en la prótasis de una condicional latina expresa una condición en el presente o el futuro inmediato, perci-bida como improbable (pero posible) en cuanto a su realización —y en los inicios del latín probablemente también perfectiva (cf. Müller-Wetzel 2001: 128, 135–136)— y no una condición contra-factual, cuya realización está excluida desde el principio, la cual, cuando se hace referencia al presente, en latín habría requerido un imperfecto de subjuntivo, en sí mismo además imperfectivo (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 398; Metz 2013: 312).

La hipótesis (3) (solo perf. de subj.) ya se considera descartada, como hemos expuesto en el apartado 3.3.

Las hipótesis (1; solo fut. perf.) y (2; sincretismo fut. perf. y perf. de subj.) siguen planteándose hasta hoy día, si bien hay una tendencia a pre-ferir hipótesis (2) (cf. Álvarez 2001: 22). Por nuestra parte, al contrario, defendemos hipótesis (1), una vuelta a Diez (1844), en palabras de Álvarez (2001). Especialmente, las no pocas incongruencias en los representantes de hipótesis (2) apoyan nuestro planteamiento, incongruencias que hacen que dichos representantes parezcan muchas veces más inclinados a la hi-pótesis (1) que a (2) (vid. § 3.2).

A continuación, nos centraremos en dos puntos adicionales que pue-den subrayar nuestra propuesta. Insistiremos en que el futuro perfecto y el perfecto de subjuntivo latinos eran morfológica, sintáctica y semántica-mente mucho mejor distinguibles, y por mucho más tiempo, de lo que los representantes de (2) han propuesto.

5 Potentialis: realización del evento, según el hablante, algo improbable o probable e improbable por

igual. Irrealis: enunciado contra los hechos, no se realiza y se sabe.

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4. EL ORIGEN MORFOSINTÁCTICO: FUTURO PERFECTO LATINO

VS. PERFECTO DE SUBJUNTIVO LATINO

Estos son, según nuestra opinión, los puntos que apoyan la verosimi-litud de hipótesis (1).

1º El iberorromance, en los contextos sintácticos futuros y contingen-

tes que son característicos del futuro de subjuntivo, continúa directamente las secuencias sintácticas —prótasis/apódosis, oración subordinada/ora-ción principal— latinas con futuro perfecto, casi sin cambio (§ 4.1).

2º Los dos tiempos latinos, futuro perfecto y perfecto de subjuntivo, solo podían coincidir semánticamente en muy pocos, si acaso algunos, contextos sintácticos (§ 4.2).

3º Existen indicios de que los dos tiempos latinos se pudieron distin-guir morfo-sintácticamente y fonológicamente de manera clara en latín ar-caico, clásico y tardío hasta incluso la fase protorromance (§ 4.3–4.4).

4.1. Futuro perfecto y perf. de subj. en oraciones condicionales, temporales y relativas en latín clásico

En el ámbito funcional, el futuro perfecto, como indicativo, y el per-fecto de subjuntivo estaban estrictamente separados en latín (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 291), aunque este hecho a veces ha sido discutido desde Blase (1898). Muchas discusiones de los filólogos clásicos en el pasado circulaban en torno a la cuestión de si una forma latina, fuera de la primera singular, se debiera calificar como futuro perfecto o perfecto de subjun-tivo, ya que supuestamente eran indistinguibles6. Pero si se estudia más profundamente el contexto sintáctico en el que se encuentran las formas en cuestión, creemos que en la mayoría de los casos se puede resolver la pregunta. En las condicionales, temporales y relativas con referencia ex-plícita futura y contingente, sin modificación modal —es decir, sin inten-ción de codificar y, así, comunicar de manera intrínseca la opinión del enunciante en cuanto a la probabilidad de la realización del evento expre-sado por el sintagma verbal—, la consecutio temporum latina requería clara-mente una forma del indicativo de futuro (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 391–393), específicamente en textos jurídicos de manera formularia y fi-jada7. Con mucha regularidad, y con el tiempo completamente

6 Véanse ya las posiciones recopiladas por Blase (1898: 317, 340–343) y los comentarios de Ridruejo

(1990: 366) al respecto. 7 Véase ya la Ley de XII Tablas (cf. Düll 1995: 32) hasta el período latino tardío/protorromance en las

tablas visigodas (Velázquez 2004: 154).

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convencionalizado como futuro subordinado (cf. Väänänen 1981: 133, 165; Stotz 1998: 322–323), se utilizaba el futuro perfecto, nunca el perfecto de subjuntivo (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 392 y 395 (ejemplos), 407). No obstante, en el larga y compleja historia del latín, fueron posibles tam-bién otras combinaciones de tiempos en dichas oraciones. Por ejemplo, se encontraba también el futuro imperfecto (AMABO, etc.) en la prótasis de condicionales futuras —como el futuro simple romance (amaré, etc.) en las scriptae aragonesas todavía en el siglo XV (cf. Arnal y Enguita 1993: 66–67; Enguita 2005: 576)— así como en su inicio el futuro perfecto en las apó-dosis, como atestan Kühner y Stegmann (1982a: 149–150). En la época clásica tardía se fija cada vez más el futuro imperfecto, junto al imperativo que había estado siempre, de manera formularia en la apódosis de la ora-ción condicional (y en la oración matriz de temporales y relativas). El fu-turo imperfecto —luego sustituido en romance por el futuro analítico AMARE + HABEO > amaré— se va desarrollando de manera paulatina como un tiempo verbal de la oración principal, mientras que el futuro per-fecto asume el papel de un tiempo puramente subordinado (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 391–392 (ejemplos), 407; Väänänen 1981: 165; Stotz 1998: 322–323). Nunca pudo usarse el perfecto de subjuntivo en estos contextos.

Para acciones o eventos (perfectivos) en el futuro valía lo siguiente: en los contextos sintácticos en cuestión, la condición —implícita en tempo-rales y relativas— se expresa por medio del futuro perfecto, mientras que la consecuencia se expresa por medio de un futuro simple, es decir: imper-fecto, o una expresión futura en la oración principal (Kühner y Stegmann 1982a: 151)8. Como resultado, las convenciones escriturales de textos ju-rídicos romances continúan estas secuencias (cf. Pountain 1983: 177). Las oraciones romances correspondientes siempre muestran futuro de subjun-tivo —solo con la intrusión esporádica del imperfecto de subjuntivo en -se (cf. Koch 2020: 169–306)— en la prótasis/oración subordinada.

Incluso en las oraciones relativas futuras y contingentes con antece-dente no específico o no mencionado introducidas, en español antiguo, por conjunciones como ki, quien, que, donde, cuanto, etc., oraciones que Pountain (1983; 2001) todavía considera una innovación romance, se en-contró el futuro perfecto ya en latín, por ejemplo en frases introducidas por lat. QUI o QUISQUIS, como ejemplificamos en (2).

8 Véanse también las atestaciones recogidas en Kühner y Stegmann (1982a: 151–152).

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(2) Latín (Livio 24, 38, 5 apud Kühner y Stegmann 1982a: 151) Qui prior strinxerit ferrum, eius victoria erit. ‘Quien primero tome la espada, ganará la victoria’ 9

Así, también en estas relativas con referencia futura vemos una conti-

nuación del futuro perfecto latino como futuro de subjuntivo romance. El perfecto de subjuntivo latino a su vez generalmente expresa el caso

hipotético potentialis del presente (cf. Müller-Wetzel 2001: 150; Metz 2013: 312; Kühner y Stegmann 1982a: 176). Aún más frecuente era el presente de subjuntivo en este caso (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 393; Sabanéeva 1996: 107). En condicionales se usa entonces, tanto en la prótasis como en la apódosis, el perfecto (o presente) de subjuntivo. La condición se in-terpreta, pues, como algo incierto o indeciso, como mera asunción, supo-sición o esperanza (según Kühner y Stegmann 1982b: 393), además de verse como una posibilidad indecisa, tanto, si tiene lugar en realidad o no, si la realización es posible o no (según Kühner y Stegmann 1982a: 176). Recordemos que es el subjuntivo que hace que la probabilidad de la con-dición y del enunciado se exprese como algo percibido de forma subjetiva por el hablante (> modificación modal), al contrario al uso de futuro per-fecto (indicativo) que haría que la realización de la condición fuera apenas objetivamente abierta en el futuro, sin que la actitud subjetiva del hablante en cuanto a la probabilidad de esa realización se expresara por el tiempo de la forma verbal (vid. Kühner y Stegmann 1982b: 200). Dado que puede parecer esta distinción muy fina, en el pasado, los partidarios de la hipóte-sis (2) podían haber estado tentados de asumir un potencial de mezcla en-tre futuro perfecto y perf. de subj., y de suponer un paradigma híbrido romance10. Pero ocupándose rígidamente de las funciones de los tiempos y modos latinos esta asunción parece poco probable. Futuro perfecto y perf. de subj. muestran una distinción semántica bien clara y definida y una distribución en su mayor parte complementaria en latín.

9 Traducción del autor. 10 Obviamente, solo si no se habían ocupado en profundidad de las funciones de los tiempos latinos.

Muchos probablemente quedaron despistados por la designación futuro de subjuntivo en Nebrija (libro 5, capítulo 4: subjuntivo del tiempo venidero). Opinando que futuro debería remontarse a un futuro latino y subjuntivo a un subjuntivo latino, simplemente se supuso una fusión de futuro per-fecto y perfecto de subjuntivo latino, tiempos verbales que, al parecer, casi no se distinguían mor-fológicamente menos en la primera persona singular. Se veían confortado por la existencia de las formas paralelas en -ro y -re en temprano romance medieval y suponían que -ro al final desapareció por analogía en romance.

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4.2. Interferencias entre futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latinos solo posibles en la oración condicional

La probabilidad de (2) se reduce aún más si se observa el uso del futuro perfecto y del perfecto de subjuntivo de modo separado para condiciona-les, temporales y relativas. La supuesta confusión de las funciones de los dos tiempos solo podía producirse en oraciones condicionales, es decir, oraciones introducidas por SI. En las temporales y relativas futuras tenía que usarse el futuro perfecto (o futuro imperfecto) si una referencia al fu-turo estaba intencionada. Además, el lat. cum temporale, como lat. QUANDO, rigen en latín el indicativo11. De igual manera, los pronombres que intro-ducen relativas sin antecedente explícito (ing. headless relatives, con lectura free choice), QUISQUIS, QUICUNQUE, UBICUNQUE etc. —en iberorromance medieval mayoritariamente quien, qui, donde— exigen el indicativo. Se argu-menta que en latín el predicado en estas suordinadas se considera real, y que la inseguridad en cuanto al agens involucrado se expresa únicamente por el pronombre al inicio de la oración (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 197–198; Becker 2014: 573), del mismo modo que el SI en las condiciona-les cambia por sí mismo la semántica de la oración. En temporales y rela-tivas, es, pues, obligatorio uno de los dos FUTURA latinos cuando hacen referencia explícita al futuro. Para los headless relatives (subordinadas sustan-tivas de relativo, en la tradición gramatical española) se puede observar una leve tendencia hacia el futuro perfecto (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 198), mientras que en las temporales introducidas por CUM ya estaba cla-ramente establecida la secuencia fut. perf. (subordinada) – fut. imp. (ora-ción matriz) en latín (cf. Kühner y Stegmann 1982b: 334). Hacia el latín tardío se va imponiendo el futuro perfecto sobre el futuro imperfecto en dichas subordinadas, hecho que conlleva una pérdida continua del valor perfectivo por parte del futuro perfecto (cf. Väänänen 1981: 133, 165; Ve-lázquez 2004: 539–540, 540 nota al pie 379). Además, se cristaliza una ten-dencia general hacia el futuro perfecto como tiempo de subordinadas, y al futuro imperfecto como tiempo de oraciones principales (cf. Stotz 1998: 322–323).

En las temporales y relativas futuras y contingentes en cuestión no existe, como consecuencia, la posibilidad de una confusión funcional de futuro perfecto y perfecto de subjuntivo. Las discusiones en la lingüística histórica romance y latina al respecto solo y únicamente se pueden referir

11 cf. Kühner y Stegmann (1982b: 331–342). QUANDO hacia el tránsito del latín al romance sustituye

al primero (CUM; cf. Kühner y Stegmann 1982b: 197, 365; ya en la Ley de XII Tablas, cf. Düll 1995: 30).

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a secuencias condicionales, lo que disminuye aún más la frecuencia de po-sibles colisiones semántico-pragmáticas entre los dos tiempos latinos. Las oraciones temporales y relativas, que en romance exigen el futuro de sub-juntivo, ya desde el principio, desde el latín, solo podían llevar futuro per-fecto o imperfecto. Como argumento a favor de la hipótesis del sincre-tismo solo se podría, pues, recurrir al uso de los dos tiempos en un único tipo de oración, es decir, en las condicionales. Pero también allí se usaba solamente futuro perfecto —y a veces futuro imperfecto— para expresar condiciones explícitamente futuras y contingentes (realis). Estos hechos apoyan claramente hipótesis (1).

4.3. Posible distinción morfosintáctica de futuro perfecto y per-fecto de subjuntivo fuera de las primeras personas del singular

Para poder argumentar a favor de una clara distinción funcional entre futuro perfecto y perfecto de subjuntivo, es necesario poder identificar clara y constantemente cada tiempo verbal en los contextos condicionales mencionados. La primera persona del singular tiene una posición promi-nente en tal ‘empresa’, ya que en latín es posible comprobar exactamente si se trata de un futuro perfecto (-ERO) o un perfecto de subjuntivo (-ERIM). Esta identificación, fuera de la primera persona singular, ha cau-sado controversias en la tradición latinista (vid. § 4.1; Blase 1898: 337, 339, 341; Ridruejo 1990: 366), pero es la que forma la base de la investigación semántico-pragmática de los dos tiempos latinos en cuestión. Sostenemos que tal identificación es posible también fuera de la primera persona sin-gular si se estudian con profundidad las secuencias condicionales latinas.

El futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latinos no son tan fácil-mente confundibles como los partidarios de la hipótesis (2) (sincretismo) han sostenido. Es posible una distinción en las condicionales, infiriéndola del contexto sintáctico.

La consecutio temporum latina establecía unas reglas para la selección de los tiempos en prótasis y apódosis. Si se trataba de un potentialis del pre-sente, se utilizaba no solo perfecto de subjuntivo en la prótasis, sino tam-bién en la apódosis. En el caso de un realis del futuro se usaba futuro per-fecto en la prótasis y futuro imperfecto o una forma del imperativo en la apódosis (cf. Kühner y Stegmann 1982a: 151–152; Kühner y Stegmann 1982b: 396; ya Blase 1898: 329), del mismo modo que en romance, espe-cialmente en época medieval, se usa futuro de subjuntivo en la prótasis y futuro simple o un imperativo en la apódosis. Así, los dos tiempos latinos son discernibles, incluso sin que el investigador tenga ante sí una forma en

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primera persona singular, si se tiene en cuenta toda la secuencia condicio-nal. El esquema número (3) muestra cómo se distinguen los tiempos en las condicionales, primero para una primera persona singular (distinción clara morfológica), luego para una tercera del plural (distinción morfosin-táctica):

(3) Latín (a y c: realis del futuro; b y d potentialis del presente (futuro implícito)) a) SI POTUERO (futuro perfecto), FACIAM (futuro imperfecto) ‘Si puedo, haré’ REALIS del futuro (neutral) b) SI POTUERIM (perf. de subj.), FECERIM (perf. de subj.) ‘Si puedo/pudiese, posiblemente haga/hiciera’ POTENTIALIS del presente (implica la actitud personal del hablante en cuanto a la probabilidad de la realización, > modificación modal) c) Si POTUERINT (futuro perfecto), FACIENT (futuro imperfecto) ‘Si pueden, harán’ REALIS del futuro (neutral) d) SI POTUERINT (perf. de subj.), FECERINT (perf. de subj.) ‘Si pueden/pudiesen, posiblemente hagan/hicieran’ POTENTIALIS del presente (véase b)

Las flechas en el esquema anterior representan el hecho de que la iden-

tificación del tiempo en la prótasis se realiza solo sobre la base del tiempo en la apódosis. Esto es, de hecho, un procedimiento muy común en lin-güística moderna, por ejemplo, en el inglés, para identificar así llamados subjunctive conditionals (cf. Ippolito 2013: 1–2, 21).

Del uso del futuro imperfecto en la oración matriz en (3c) cabe, pues, inferir que se trata sin duda de un futuro perfecto en la prótasis y que nos encontramos ante un caso del realis del futuro. En secuencias condiciona-les latinas que expresaban el potentialis o el irrealis, siempre se encontraba el mismo tiempo del subjuntivo, tanto en la prótasis como en la apódosis, como en (3b) y (3d), dos veces perfecto de subjuntivo > potentialis del pre-sente.

Se trata de otro indicio de que el argumento principal de los represen-tantes de la hipótesis (2), la casi indistinguibilidad de fut. perf. y perf. de subj., no resulta del todo válido. Al contrario, los dos tiempos se pudieron distinguir casi siempre.

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4.4. Distinción morfo-fonológica de futuro perfecto y perfecto de subjuntivo desde el latín arcaico

Como suplemento a 4.1–4.3 expondremos cómo fut. perf. y perf. de subj. latinos no solo eran distinguibles por inferencia en oraciones condi-cionales, sino, durante un período bastante largo (aunque de difícil acota-ción en cuanto a su fin), en el plano morfo-fonológico.

Para este fin hay que estudiar los orígenes protoindoeuropeos de los dos tiempos latinos.

Según las tendencias generales del indoeuropeo, en el caso del futuro perfecto latino se trata originariamente de una formación subjuntival (ao-risto de subjuntivo; cf. Kühner y Stegmann 1982a: 147) y en el caso del perfecto de subjuntivo de un antiguo optativo (perfectivo; cf. Kühner y Holzweissig 1982: 664, 686, 753)). Los dos paradigmas tienen como base la raíz del perfecto latina (p. ej. AMA-V-), de donde toman su perfectividad originaria, que, no obstante, el futuro de perfecto mantuvo por más tiempo (cf. Kühner y Stegmann 1982a: 147–150, 176).

En el caso del futuro perfecto, esta raíz del perfecto se combina con desinencias que corresponden a las formas conjugadas del futuro imper-

fecto del verbo esse: -ĔRO, -ĔRĬS, etc. Estas originariamente eran subjun-tivas, es-o (vs. indicativo (e)s-u-m con desinencia personal /m/; cf. Kühner

y Holzweissig 1982: 663), lo que corresponde al griego antiguo εΣ-ω (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 664; Kühner y Stegmann 1982a: 147). La /s/ intervocálica cambia a ser /r/ en latín (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686).

El perfecto de subjuntivo latino se forma por combinación de la raíz del perfecto con un aoristo con s flexionado de manera atemática, corres-pondiente al optativo del presente s-i-m (según Kühner y Holzweissig 1982: 686). El presente de subjuntivo latino del verbo ESSE (SIM, SIS, SIT, etc.) es, pues, originariamente un optativo, que, en el panorama (proto)in-

doeuropeo se distingue por la marca del modo -IĒ- o -Ī- (vocales largas) en la sílaba final. Solo los antiguos subjuntivos tienen una desinencia /-o/ en la primera persona del singular, mientras que los optativos llevan la desinencia /-m(-)/ (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 663–665). Así se ex-plica también la diferencia en la primera persona singular del futuro per-fecto AMAVERO y el perfecto de subjuntivo AMAVERIM. La tabla 2 muestra el origen diferente de los dos paradigmas latinos:

Futuro perfecto (raíz del perfecto + ex. subjuntivo (> futuro) -es-o, -es-i-s

Perfecto de subjuntivo (raíz del

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etc.) perfecto + optativo -(e)sim, -(e)sis etc.)

amav + -er-o (< ant. -es-o) amav + -er-i-s (< ant. -es-i-s) amav + -er-i-t (< ant. -es-i-t) amav + -er-i-mus (< ant. -es-i-mus) amav + -er-i-tis (< ant. -es-i-tis) amav + -er-i-nt (< ant. -es-*u/i-nt)

amav + -es-i-m (> lat. -er-i-m) amav + -es-i-s (> lat. -er-i-s) amav + -es-i-t (> lat. -er-i-t) amav + -es-i-mus (> lat. -er-i-mus) amav + -es-i-tis (> lat. er-i-tis) amav + -es-i-nt (> lat. -er-i-nt)

Tabla 2: Orígen del futuro perfecto y del perfecto de subjuntivo latinos (Kü-hner y Holzweissig 1982: 664, 686; Meiser 2010: 215).

La /s/ intervocálica también en el caso del perfecto de subjuntivo la-

tino pasa a /r/ (> AMAVERIM). La marca del antiguo optativo -IĒ-, en

sílaba final simplemente -Ī-, presenta cantidades largas (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 683). Estas vocales largas continúan en las formas del perfecto de subjuntivo (cf. tabla 2): al inicio en todas las personas y al final, en latín clásico, todavía en muchas (vid. tabla 3). Las vocales largas en las desinencias en todos los paradigmas verbales latinos se sustituyen por vo-cales breves en la primera y tercera persona singular y la tercera persona plural (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686). La [i:] larga en la sílaba final del perfecto de subjuntivo, se mantiene, pues, en la segunda singular y la primera y segunda plural (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 663, 686–687; tabla 3). La /i/ en el futuro perfecto es meramente una vocal conectiva y por eso es siempre breve ([i]; cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686). La ter-cera persona plural del futuro perfecto debe, en un principio, haber sido

*AMAVĚRŬNT según su etimología original, pero se sustituyó, posible-mente por coincidir con la forma alternativa de la tercera plural del per-

fecto de indicativo homónima (originariamente AMAVĒRUNT > forma al-

ternativa AMAVĚRUNT; cf. Kühner y Holzweissig 1982: 670–673), por

AMAVĚRĬNT (cf. Meiser 2010: 215). Se asume que el futuro perfecto se sirve en esta ocasión de una forma del perfecto de subjuntivo de manera suple-tiva (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 754; Prosdocimi y Marinetti 1993: 254; Leumann 1977: 610).

La tabla 3 muestra los dos paradigmas, tal como se presentaban en latín temprano y todavía en latín clásico:

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Futuro perfecto Perfecto de subjuntivo (1a, 3a sing., 3a

plural en latín regulares con vocal breve)

amav-ero amav-eris amav-erit

amav-erimus amav-eritis amav-erint

amav-erim amav-eris amav-erit

amav-erimus amav-eritis amav-erint

Tabla 3: Futuro perfecto y perfecto de subjuntivo en latín clásico temprano.

En principio, la posibilidad de confundir los dos paradigmas, sin con-

texto sintáctico, solo existía en las terceras personas (singular y plural). Al inicio, quizá, incluso solo en la tercera singular, ya que la tercera plural del futuro perfecto terminaba originariamente en *-UNT (cf. Meiser 2010: 215; Kühner y Holzweissig 1982: 753–754).

Al final las formas (fut. perf. y perf. de subj.) de hecho se asimilan en latín clásico, de manera que también las formas del subjuntivo que seguían llevando vocales largas incorporaron vocales breves. Supuestamente esto sucede por interferencia del futuro perfecto, que siempre había tenido vo-cales breves [i] en las desinencias (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686, 753; Meiser 2010: 215; Penny 2002: 215 para la asimilación de las cantidades; Leumann 1977: 609–610). Se podría argumentar que el futuro perfecto se presenta como el tiempo “más fuerte” que influye al paradigma del per-fecto de subjuntivo, a lo mejor por ser el paradigma más usado. De hecho, Sabanéeva (1996: 107, 137) asume que el perfecto de subjuntivo ya despa-reció muy temprano de los idiomas latinos hablados, además demasiado temprano para poder haber jugado un papel en la morfología verbal del romance.

A pesar de dicha asimilación fonológica en latín clásico siguen docu-mentándose vocales largas en la segunda persona singular y la primera y segunda plural del perfecto de subjuntivo mediante la métrica de versos líricos (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686, 753). Todavía a finales del siglo IV, el gramático Servius comenta una vocal breve en una forma del per-fecto de subjuntivo como corrupta (cf. Kühner y Holzweissig 1982: 686). Adams (2013: 70), al contrario, sostiene que las vocales largas y las canti-dades en general ya deberían haber desaparecido en la mayoría de las va-riedades a este punto en el tiempo. De esto resulta que la idea de una po-sible discernibilidad morfológica de futuro perfecto y perfecto de

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subjuntivo hasta la tardía antigüedad fuera de la primera persona singular debe tratarse con más cuidado. Adviértase, con todo, que los hablantes cultos, según Adams (2013: 70), todavía estaban en grado de distinguir cantidades, aún de manera seguramente impostada y no siempre correcta. Esto significa que también en el siglo IV existía una conciencia rudimen-taria en cuanto a las cantidades y, por ende, en cuanto al hecho de que futuro perfecto y perfecto de subjuntivo se discernían justamente por esta oposición vocálica en las desinencias. Así, no solo existía una distinción funcional, sino también una morfo-fonológica, y esta última —aunque ha-cia el final apenas en algunos usos siguiendo la norma más conservadora— por mucho más tiempo de lo que se asume en romanística.

5. CONCLUSIONES

Seremos breves puesto que cada apartado ha resumido una línea de argumentación que apoya nuestro propósito: la hipótesis de la procedencia única del futuro de subjuntivo iberorromance y tiempos afines en otras lenguas romance a partir del futuro perfecto latino.

Los subapartados 3 (resumen y crítica de la bibliografía anterior) y 4 (futuro perfecto y perfecto de subjuntivo en latín) subrayan por qué el futuro de subjuntivo solo pudo desarrollarse a partir del futuro perfecto latino y no pudo ser el resultado de un sincretismo entre futuro perfecto y perfecto de subjuntivo latinos. Muchos partidarios de la segunda hipótesis (sincretismo) revelan en sus publicaciones (de manera consciente o in-consciente) que, en realidad, creen en la sola procedencia del futuro per-fecto y apoyan esta posibilidad sin darse cuenta con su propia argumenta-ción. En el apartado 4 pudimos aclarar una discusión central en este ám-bito: la que circula sobre la cuestión de si el futuro perfecto y el perfecto de subjuntivo eran discernibles en latín o no más allá de la primera persona singular. Hemos podido comprobar que lo eran por mucho más tiempo y de manera más fácil de lo que sostenían muchos romanistas en el pasado, así que un sincretismo, con toda probabilidad, no se pudo realizar. En primer lugar, son las secuencias sintácticas de las condicionales las que desde hace casi 2500 años siguen con las mismas combinaciones tempo-rales basadas en la combinación originaria latina (futuro perfecto en la pró-tasis, futuro imperfecto en la apódosis), que se refleja uno a uno en las condicionales iberorromances con futuro de subjuntivo en la prótasis y futuro simple (inf. + haber), que sustituye al futuro imperfecto latino, en la apódosis. El futuro de subjuntivo no es subjuntivo, sino futuro

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subordinado de indicativo, como se comprueba en la documentación me-dieval del castellano y leonés.

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Una aproximación a la puntuación castellana en los siglos XVII y XVIII

Rocío Díaz Moreno Universidad de Alcalá

Recibido: 02/07/2021 Aceptado: 25/10/2021

Resumen: El presente estudio se propone describir y analizar algunos

rasgos de los sistemas de puntuación en la documentación castellana en un periodo de cien años. Para ello, vamos a utilizar documentos originales que pertenecen al «Corpus de documentos españoles anteriores a 1900 (CODEA+ 2015)», textos transcritos por el grupo de investigación de la Universidad de Alcalá, GITHE, y que en la actualidad cuenta con dos mil quinientos documentos transcritos. Debido al número de provincias que abarca CODEA, nos vamos a centrar en dos de las que ocupan el centro peninsular, Madrid y Guadalajara, para que el corpus del estudio resulte más homogéneo. Así mismo, aunque cronológicamente CODEA abarca un periodo muy amplio, desde el siglo XII hasta el XVIII, ambos inclusive, los textos seleccionados pertenecerán a los siglos XVII y XVIII, concre-tamente a la segunda mitad del XVII y primera del XVIII. De este modo, las líneas de investigación que pretendemos seguir con este trabajo son: analizar qué signos de puntuación se utilizan en esta época, su distribución y su valor, ¿son los mismos que los actuales o hay variedad?, ¿es una pun-tuación idiosincrásica? Se trata, en definitiva, de ofrecer una descripción lo más sistemática posible del sistema de puntuación que se emplea en estos textos castellanos de los siglos XVII y XVIII, no solo para comprender mejor las reglas que rigen el empleo de estos elementos en dichas centu-rias, sino también para aportar datos con los que poder comparar en estu-dios posteriores.

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Palabras clave: Puntuación, signos, CODEA, Historia de la lengua española.

Abstract: This study aims to describe and analyze the system(s) used

by Spanish notars to punctuate texts over a period of 100 years. In order to achieve this, the author selects a number of texts from the corpus CODEA+ 2015, an online corpus of archival documents in Spanish writ-ten before 1800 and transcribed by the GITHE research group of the Uni-versity of Alcalá, which contains today more than 2100 documents. Due to the number of Spanish provinces that CODEA covers, we will focus on two that are at the center of the peninsula, Madrid and Guadalajara, so that the corpus of the study is more homogeneous. Likewise, although chronologically CODEA covers a very broad period, from the twelfth to the eighteenth centuries, the selected texts will belong to the seventeenth and eighteenth centuries, specifically the second half of the seventeenth and the first half of the eighteenth. In this way, the lines of research that we intend to continue with this work are to analyze the punctuation marks that are used at this time, their distribution and their value, and if they are the same as the current ones or if there is a variety and an idiosyncratic punctuation. In short, it is about offering a description as systematic as possible of the punctuation system used in these Castilian texts of the sev-enteenth and eighteenth centuries, not only to better understand the rules that govern the use of these elements in those centuries, but also to pro-vide data with which to compare them in subsequent studies.

Keywords: Punctuation, signs, diachronic textual corpus, History of the Spanish Language.

1. ANTECEDENTES PARA EL ESTUDIO DE LA PUNTUACIÓN

El objetivo del presente trabajo es examinar los signos de puntuación empleados en el español del centro peninsular de la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII e intentar concretar el mayor o menor empleo de cada uno de ellos, así como las pautas que rigen su uso.

La razón de estudiar este periodo en concreto obedece, por un lado, a ser el periodo previo al intento de normativización lingüística realizado por la Real Academia de la Lengua Española en la segunda mitad del siglo XVIII (en 1741 se edita la Orthographia y en 1771 la 1ª edición de la Gramá-tica), y, por otro, a la falta de estudios al respecto, si lo comparamos con los realizados sobre etapas anteriores. Así mismo, se ha optado por anali-zar la puntuación en textos archivísticos o notariales, no solo para poder

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obtener una visión sobre la incorporación o cumplimiento de las normas de puntuación en la documentación manuscrita generada por los escriba-nos o notarios, tal y como pautaban las gramáticas de la época, sino porque este tipo de escritos refleja una multiplicidad de tipos textuales diferentes y, con ello, una mayor diversidad gráfica y gramatical.

En su estudio sobre puntuación, R. Santiago (1998, 243) indica que las investigaciones sobre esta en la Edad Media son numerosas, así cita los trabajos de J. Roudil (1978), M. Morreale (1980) o M. Blecua (1984), entre otros. No obstante, aunque las aportaciones sobre este tema han seguido apareciendo, así lo atestiguan los trabajos de C. Fernández (2014), de P. Sánchez-Prieto (2017) y de M. las Heras (2020), las publicaciones sobre la puntuación del XVI en adelante son algo escasas (Martínez Marín (1992), Bédmar (2006), Sebastián Mediavilla (2007), Company (2009) o Ramírez Luengo (2013)).

No es la primera vez que se alude a la falta de estudios sobre este aspecto concreto. Company en 2009 y Ramírez Luengo en 2013 (p. 39) insisten en que quizá sea la puntuación «uno de los aspectos menos inves-tigados en la crítica textual actual, lo que da como resultado la existencia en estos momentos de un gran vacío informativo sobre las prácticas de puntuación en periodos pasados».

Desde finales del siglo XV y principios del XVI, la práctica de la pun-tuación era un recurso habitual en los textos impresos, tal y como reflejan obras como La Celestina (1499), editada por Fadrique de Basilea, Las Siete-cientas de Fernán Pérez de Guzmán (1506) o las Trescientas de Juan de Mena (1520), impresas en Sevilla por Cronberger en la primera mitad del siglo XVI, la edición del Lazarillo, publicada en Burgos por Juan de Junta (1554), o La Vida de la Madre Teresa de Jesús, impresa por Guillelmo Foquel en Salamanca (1588), en la segunda mitad1. Así mismo, ni que decir tiene que, durante el siglo XVII, su uso continúa e incluso se acrecienta; algunos sig-nos como [,] o [;] aumentan y consolidan su práctica, mientras que otros como [:] descienden.

Por lo tanto, considerando este panorama, parece indiscutible que el empleo de los signos de puntuación en los textos impresos era habitual y estaba consolidado. Sin embargo, ¿sucede lo mismo con la documentación manuscrita generada por un sinfín de escribanos públicos, notarios o es-cribanos reales, entre otros?

1 Cfr. R. Santiago (1998): «Apuntes para la historia de la puntuación en los siglos XVI y XVII», en

Estudios de Grafemática en el dominio hispano; F. Sebastián Mediavilla (2007): «La puntuación del Quijote», Anales Cervantinos, vol. XXXIX, 101-145.

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2. CORPUS DOCUMENTAL DEL ESTUDIO

Para responder a esta pregunta hemos utilizado una selección de do-cumentos pertenecientes a CODEA (Corpus de Documentos Españoles Ante-riores a 1900). CODEA es un corpus primario, puesto que los documentos que incluye se han seleccionado y transcrito con criterios específicos, se ha realizado con fuentes documentales procedentes de numerosos archi-vos españoles, como el Archivo Histórico Nacional, el Archivo General de Simancas, el Archivo General de la Comunidad de Madrid, el Archivo Municipal de Toledo o el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, entre otros2, y que, en la actualidad, se encuentra en una fase avanzada de ampliación.

En este momento, CODEA ofrece 2500 documentos en español de casi toda la geografía peninsular, de diferentes ámbitos de emisión (canci-lleresco, municipal, judicial, eclesiástico o privado) y distintas tipologías (textos legislativos, cartas de compraventa, testamentos, actas, privilegios o notas de abandono, entre otras). Así mismo, los textos se presentan en una edición triple (facsimilar, paleográfica y crítica) que permite un acer-camiento a los mismos desde cualquier campo o ámbito de investigación. De este modo, para establecer las oportunas comparaciones, hemos tra-bajado con la transcripción paleográfica, porque es donde se refleja con un respeto absoluto la puntuación original de los textos.

El corpus base del análisis lo constituye una selección de 34 documen-tos, datados en Guadalajara y Madrid durante la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII y distribuidos equilibradamente de la siguiente manera: 18 textos de Guadalajara, 10 del siglo XVII y 8 del XVIII, y 16 textos de Madrid, 8 del siglo XVII y 8 del XVIII. Así mismo, se ha procu-rado que la tipología diplomática sea variada, por lo que contamos con varias cartas particulares (CODEA-0035, CODEA-1878, CODEA-1880, CODEA-2144, CODEA-1996, CODEA-2303, CODEA-2302, CODEA-1928, CODEA-1955), dos peticiones (CODEA-0036 y CODEA-1260), una carta de recomendación (CODEA-0037), dos censos (CODEA-0180 y CODEA-0190), una carta de poder (CODEA-0187), una carta de em-peño (CODEA-0188), una carta de pago (CODEA-0189), una certifica-ción (CODEA-0191), un testamento (CODEA- 0192), una tasación (CO-DEA-0193), una carta ejecutoria (CODEA-0818), un inventario de bienes (CODEA-0819), dos cartas de privilegio (CODEA-1001 y CODEA-

2 En la actualidad, CODEA cuenta con documentos seleccionados de 47 archivos, se puede consultar

el listado completo de archivos en http://corpuscodea.es/#

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1047), una real provisión (CODEA-1846), dos memoriales (CODEA-1014 y CODEA-1879), una autorización (CODEA-1026) y un informe (CODEA-2424). En la tabla 3 que se muestra en el Anexo 1, se puede ver una relación detallada de cada uno de los documentos estudiados, de los que se ofrecen los siguientes datos: número de CODEA, signatura, año, lugar de emisión y un breve regesto3.

3. SIGNOS EMPLEADOS

3.1. Funciones de los gramáticos y ortógrafos

Durante el periodo en el que se insertan los documentos seleccionados para el presente estudio, los signos que más se utilizaban eran los siguien-tes: [,], [.], [;] y [:], tal y como veremos a continuación.

El uso de [,] es el más descrito en las ortografías del siglo XVII, quizás por ser el signo más empleado, según consta en los datos aquí presentados. Estas ortografías, además de recoger las funciones de los gramáticos y or-tógrafos del XVI, donde [,] se utilizaba para diferenciar y dividir las partes más pequeñas en que se resuelven las mayores4, incluyen otras nuevas como su empleo antes del relativo y de la conjunción copulativa o disyun-tiva. La edición de 1741 de la Orthographia de la Academia sigue recogiendo los mismos usos del siglo XVII:

«Coma, que se figura assi (,) sirve, para dividir la claúsula, ó periodo en sus partes mas menudas: ponese lo primero al fin de cada oración: lo segundo antes de todo relativo, ó conjuncion: lo tercero quando algunos nombres substantivos, ó adjetivos se refieren al mismo verbo, ó varios verbos al mismo nombre, ó algunos adverbios se juntan al mismo verbo, y antes, y despues de todo vocativo» (1741, 263).

Por lo que se refiere al [.], todos los ortógrafos señalan su empleo al final de la oración, del capítulo o del total del escrito cuando el sentido del fragmento ha concluido y no queda en suspenso. Así mismo, algunos

3. Los documentos que figuran como CODEA-sin asignar serán incorporados al corpus de CODEA-

2015 próximamente. El equipo de GITHE está trabajando en la transcripción de una nueva selección de documentos, que incluyen hasta el siglo XIX y se sumarán a los 2500 que ya figuran en CODEA.

4 La Orthographia y pronunciacion castellana, publicada en 1582 por López de Velasco y que presentaba una clara labor unificadora de criterios escriturarios y lingüísticos, señalaba que «para differenciar y diuidir las partes mas pequeñas y menudas, en que se resueluen las mayores, ay otro punto, como éste, que llaman medio punto, o coma, que quiere decir, incision, o cortadura pequeña» (p. 287).

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indican la necesidad de utilizar mayúscula después de [.]. Ahora bien, nin-guna de las gramáticas del siglo XVI ni del XVII distingue entre punto y seguido y punto final. Parece que no será hasta 1940 cuando se diferencie entre punto seguido, punto y aparte y punto final, y será la Ortografía com-pleta de la lengua española. Vademécum de bolsillo en verso, de Baldomero Sánchez Fernández:

«Todo escrito, al terminar, | reclama punto final. | Pero conviene ilus-trarte | en lo que es punto y seguido | y lo que es punto y aparte: | Punto y seguido se llama, | si se ve que no reclama | dar un salto a otro renglón, | por ser la misma cuestión; | pero el cambio de concepto | dentro de aquel mismo asunto | pide a voces poner punto. | Mas si el asunto en cuestión | ya lo das por terminado, | punto y aparte has hallado, | lo cual te quiere decir: | Vete a otra línea a escribir.» (p. 22).

Respecto al uso de [;], este aparece algo más tarde, en la segunda mitad del siglo XVI, no obstante, aunque no era del agrado de los gramáticos, López de Velasco o Correas, ya en el XVII, desaconsejaban su uso, «porque esta es mucha particularidad y menudencia para escritura caste-llana» (López de Velasco 1582, 289), este aseguraba que era suficiente con el uso de los signos que aparecían en su Orthographía:

«con el medio punto, o coma, las mas menudas y pequeñas: […] y con el colon, o dos puntos, los miembros mas principales, […]: y con el final, o periodo, donde la razon, o clausula se cerrare: y aun en escriptura ordi-naria de mano, donde no se puede yr con tanta cuenta, bastarâ usar del punto entero».

Sí se documenta en algunas obras impresas del XVI, sirvan como ejemplo las Obras de Garcilaso (1580), De los Nombres de Cristo y La perfecta casada de fray Luis de León (1583), y conforme avance el siglo XVII irá consolidando su empleo. Según las gramáticas, su función era la de po-nerlo donde parecería poco la coma y para dividir cosas contrarias. No obstante, el obispo Palafox y Mendoza, en su Breve tratado de escrivir bien y de la perfecta ortographía (Madrid, 1662), señala que no hay mucha diferencia entre la función del punto y coma y la de los dos puntos: «En las dos primeras de dos puntos, y punto, y coma; no hallo mucha diferencia, por-que entrambas sirven á un mismo intento, que es â dar algun descanso al aliento, y discurso de la clausula, quando es larga» (p. 25).

Por último, en cuanto a la función de [:], tanto los tratados de los gra-máticos del siglo XVI como los del XVII establecen su uso para dividir las

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partes principales de la oración, donde puede haber una pausa y puede quedar el sentido suspenso, o para la reproducción del discurso directo; incluso la Academia en el siglo XVIII indica que: «sirven para notar que en la oración aun no está expressado perfectamente el concepto, y que falta algo para concluir del todo el sentido de ella» (Diccionario, 1726: LXIII).

Estos usos propuestos por los gramáticos y tratadistas, tanto el de [,], el de [.], el de [;], como el de [:], como veremos a continuación, no coinci-den con la práctica realizada en los textos manuscritos, ni de la segunda mitad del siglo XVII ni de la primera del XVIII. 3.2. Frecuencia de uso

En los 34 textos estudiados se documentan cuatro signos de puntua-ción: [,], [.], [;] y [:].

Si atendemos a la siguiente tabla podemos evidenciar la frecuencia de uso de cada uno de ellos.

2ª mitad XVII

Sig- nos

[,] [.] [;] [:] Total signos

Total plbs.

Gu. 4

(12%) 25

(76%) 0

(0%) 4

(12%) 33 (100%) 5796

M. 4 (23,5%) 8 (47,1%) 5 (29,4%) 0

(0%) 17

(100%) 16615

1º mitad XVIII

Sig- nos

[,] [.] [;] [:] Total signos

Total plbs.

Gu. 49

(53,8%) 24

(26,4%) 9

(9,9%) 9

(9,9%) 91

(100%) 1726

M. 118

(81,4%) 18

(12,4%) 8

(5,5%) 1

(0,7%) 145

(100%) 1624

Tabla 1: Frecuencia total de los signos de puntuación del corpus

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Como se puede apreciar durante la segunda mitad del siglo XVII el signo más frecuente es el [.], con un 76% en Guadalajara y un 47,1% en Madrid, seguido de [,] y [:], con un 12% en cada uno en Guadalajara, y de [;] con un 29,4% en Madrid. En cambio, en la primera mitad del siglo XVIII, aumenta el uso de [,], con un 53,8% en Guadalajara y un 81,4% en Madrid5, y desciende el de [.], con un 26,4% en Guadalajara y un 12,4% en Madrid. C. Company (2009, 68), en su estudio sobre la puntuación en tex-tos novohispanos no literarios del XVIII, también atestigua que durante la primera mitad de dicho siglo «la práctica escritural manuscrita había in-corporado ampliamente este signo de puntuación».

Así mismo, se observa que se mantienen grosso modo la frecuencia de uso tanto de [;] como de [:], con un leve crecimiento del primero en la primera mitad del XVIII en Guadalajara, puesto que de un 0% de la se-gunda mitad del XVII pasa a un 9,9%, no así en Madrid, donde el [;] des-ciende del 29,4% de la segunda mitad del XVII a un 5,5%6.

También se ha considerado el número total de palabras, para ver cada cuántas hay un signo de puntuación, así en la primera mitad del siglo XVIII se percibe un claro aumento de los signos con respecto al periodo anterior; en Guadalajara se pasa de un signo cada 175 palabras en la segunda mitad del XVII a uno cada 19 en la primera mitad del XVIII, y en Madrid, de un signo cada 977,3 palabras en la segunda mitad del XVII a uno cada 11,2 en la primera del XVIII. 4. FUNCIONAMIENTO EN EL CORPUS

Ahora bien, más allá de las frecuencias de uso de cada uno de los sig-nos empleados, resulta especialmente interesante analizar las funciones que desempeña cada uno de ellos.

4.1. Función de [,]

En lo que respecta a la [,] en el siglo XVII se emplea: -Para marcar incisos, ejemplo (1), eso sí, tal y como marcaba la ten-

dencia del siglo XVII. Según Sebastián Mediavilla, en el siglo XVII «Lo más frecuente es que el inciso se marque en su término, pero no cuando comienza» (2008, 58).

6 En el anexo 1 se incluyen dos tablas, 4 y 5, con el número de signos empleados en cada uno de los

documentos estudiados.

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(1) <…> otor{13}go yconozco quecomo deudor del d<ic>ho çensso porsertal con{14}prador delas ypotecas conel cargo del porestaescriptura publi{15}ca, ago yotorgo Reconocimiento del d<ic>ho çensso <…> (Guadalajara, 1682)

-Como separación de los miembros de una coordinación, ya sean ora-ciones (2) o sintagmas preposicionales (3), y casi siempre delante de la conjunción y. En esta ocasión, hay que señalar que este uso se recoge en la Ortographia (1741, 263), que indica que [,] «ponese lo primero al fin de cada oración: lo segundo antes de todo relativo, ó conjunción».

(2) dondeago destinaçion dela paga, y meobligo de {4} tener guardar cumplir y pagar

todas las condiciones (Guadalajara, 1682). En este ejemplo se observa cómo se cumple con lo pautado en la Ortographia poniendo [,] de-lante de la primera conjunción, si bien no se plasma delante de la segunda.

(3) {h 1r} {1} EN EL {2} Nom{3}bre de {4} La santissima Trinidad, y {5} de la Eterna vnidad (Madrid, 1661).

-En la data, entre el lugar de emisión y la fecha (4) (4) yante mi en guadalaxara, aVeintiseis dejullio de mill y {26} seis çientos yochenta

ydos años (Guadalajara, 1682) -Para separar las oraciones subordinadas de relativo de su antecedente,

independientemente de que se trate de una oración especificativa o expli-cativa (5)

(5) la pretension, {4} Con que se halla enel Conss<ejo>, El Capitan Don Lo-

renzo {5} de medrano y mendoza, (Madrid, 1696). -O, incluso, para introducir construcciones subordinadas circunstan-

ciales de distinta función, como modal (6) y consecutiva (7) (6) admitto La Confianza que me dispenssa. en la pretension, {4} Con que se

halla enel Conss<ejo>, El Capitan Don Lorenzo {5} de medrano y men-doza, mandandome La ayude (Madrid, 1696).

(7) Y aguardando aque sobre ella se de memorial {13} para Con todo mi mayor empeño Asistirla, pues mereçien{14}do esse Cauallero por su Calidad y seru<icios>, como por los de su {15} P<adre> el Patrocinio de V<ues-tra>S<eñoria>, es preçisso que (Madrid, 1696).

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En el siglo XVIII se constata su uso en: -La separación de los miembros de una coordinación nominal (8), ad-

jetival (9), oracional (10) o preposicional (11), e, independientemente del número de miembros de la coordinación, delante de las conjunciones y y o.

(8) {1} Blas Medel <e>s<crivano> desu M<a>g<esta>d del Numero perpetuo,

y Aiuntam<iento> {2} desta Ciudad de Guadalaxara (Guadalajara, 1751) {24} seaparte legitima ensu fecho, y causa propia (Guadalajara, 1751) {13} de su maior agrado, y servicio (Madrid, 1704) {7} <…> salud, y gracia (Madrid, 1734) villa de Archidona, y Pedro Rodri{11}Juez Acevo (Madrid, 1734) montes, {18} Dehesas, Prados, y Valdíos (Madrid, 1734)

(9) {14} largos, y felices a<ños> (Madrid, 1704) su {18} mas afecto, Y Ren<dido>: s<ervidor>: (Guadalajara, 1748)

(10) en Virtud de la facultad quepara {13} ello la esta Conzedida, y p<ara> la manutenz<ion> de d<ic>hos dos religiosos (Guadalajara, 1751) le {3} partizipa la elebazion a el trono, y manda {4} que esta Ciudad, luego Lebante el Estandarte {5} y Pendones (Guadalajara, 1724) {9} <…> del pende, y se litiga pleito (Madrid, 1734) <…> eran {7} precisos para presentarlos en el nuestro Conse{8}jo, y dirigir la defensa (Madrid, 1734) {12} <…> se compulsasen, y entregasen (Madrid, 1734)

(11) Rey de Castilla de {2} Leon, de Aragon, de las dos Cicilias, de Jerusalem, {3} de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de {4} Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de {5} Cordova, de Corcega, de Murcia, de Jaen, Señor de {6} Viscaya, y de Molina (Madrid, 1734) ante los del nuestro Consejo, y en sala de Jus{9}ticia (Madrid, 1734) en el archi{27}vo de esa dha villa, o en poder de otra qualquier {h 2r} persona (Madrid, 1734)

-La marca de incisos. En el ejemplo (12), ciento y veinte y siete fanegas de

trigo, que es el sujeto paciente de se consignan, va separado del verbo por un inciso con [,] en el término, faltaría otra delante de en virtud, circunstancia que se mantiene igual que en el siglo anterior, tal y como hemos visto más arriba en (1). Si bien, encontramos algún caso en el que no es así, como sucede en los ejemplos de Guadalajara 1724 y Madrid 1734 donde se cons-tatan ambos signos.

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(12) yencada {12} vn año se consignan por esta Ciu<dad> en Virtud de la facul-tad quepara {13} ello la esta Conzedida, y p<ara> la manutenz<ion> de d<ic>hos dos religiosos, ciento {14} y veinte y siete f<****s> de trigo (Gua-dalajara, 1751) fiada en que {8} por lo mucho que vs. le estimaba en vida, le á de {9} continuar en muerte la maior fineza, (Madrid, 1704) en su R<eal>. nombre, conforme {6} Costumbre, y siendo esta funzion del {7} Estandarte de V<uestra>.é<xcelencia>. (Guadalajara, 1724) Dn. Pablo Manuel Gonzalez, Abogado de nues{13}tros Consejos, (Madrid, 1734)

-En la data, entre la localidad de emisión y el mes (13)

(13) Gua{10}dalaxara, y Febrero 12 de 1756 (Guadalajara, 1756) -Ante complementos circunstanciales (14)

(14) enel Citado Colegio hande {7} Continuar las Cathedras de grammatica; y primeras letras, con la {8} direcz<ion> de dos Padres dela misma Compa-nia (Guadalajara, 1751) ciento {14} y veinte y siete f<****s> de trigo, en esta forma (Guadalajara, 1751) {24} seaparte legitima ensu fecho, y causa propria, p<ara> la percepz<ion> {25} y cobranza de d<ic>has rentas (Guadalajara, 1751)

-En oraciones subordinadas adjetivas, con que (15), o subordinadas adjetivas no flexionadas, sin que, cuyo núcleo verbal es un participio que concuerda en género y número con el antecedente (16).

(15) i aier le falto la terziana {12} maior, que zierto La temiamos, (Guada-lajara, 1739) dos Padres dela misma Compania, quesehan de mantener {9} end<ic>ho Colegio (Guadalajara, 1751) (16) á quien en cinco días de enfermedad, amagada mucho antes, pero no conocida de los médicos (Madrid, 1704) esta funesta noticia, fiada en que {8} por lo mucho que vs. le estimaba en vida, le á de {9} continuar en muerte la maior fineza, (Madrid, 1704)

-En construcciones subordinadas circunstanciales con diversa función

(17): adversativas, causales, modales, finales y concesivas.

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(17) á quien en cinco días {3} de enfermedad, amagada mucho antes, pero no {4}

conocida de los medicos, fue n<uest>ro. Señor servido lle{5}varlo para si, porque ia yo no lo debía merecer mas {6} largo tiempo la maior fineza, rogando á {7} Dios por su Alma; (Madrid, 1704) Nos supli{10}co fuésemos servido mandar librar nuestra {11} Real provision Compulsoria, para que con ci{12}tacion de esa villa, se compulsasen, y entre-gasen (Madrid, 1734) no la deJan que tenga el mas Leve {20} desCanso, aunque esprovidenzia de Dios {21} que goza mui buena Salud. (Guadalajara, 1739)

-Al final de una oración, donde cabría esperar [.] (18). Este uso solo lo

hemos documentado en Madrid en 1734 y alternando con [;] y [:] con el mismo valor de [.].

(18) Alcalde maior eligieredes, todo {4} lo qual executareis con citación (Madrid,

1734) y concertar {7} las dhas compulsas, y mandamos a las justicias (Madrid, 1734)

-Entre verbo y complemento directo (19) (19) enel Caso depade-{4}zerse, laplaga de Langosta (Guadalajara, 1756) -Para separar una oración subordinada sustantiva en función de sujeto

del resto de la oración (20) (20) porque es cosa natural, que su retirada {6} sea â esos parages (Madrid, 1731) -Para introducir el estilo directo (21) (21) y ella {10} dijo, pues yo no se como es {11} esto (Madrid, 1749)

4.2. Función de [:] y [;]

En cuanto a [:], en el siglo XVII solo se han registrado cuatro casos en Guadalajara y ninguno en Madrid, y sirven para indicar:

-La marcación de incisos (22), solo en su parte final, práctica que viene a coincidir con la ya señalada de [,]:

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(22) {h 1r} {1} Pedro Sanchez <e>s<cri>v<ano>. del numero desta Ziudad {2} subzesor Enelofiçio y Papeles deAlonso San{3}chez difunto mi Padrey Diego demurçia {4} <e>s<cri>v<anos>. que fueron ded<ic>ho numero: Parezco anteV<uestra>m<erce>d (Guadalajara, 1690)

-El final de oración (23), uso que hoy se corresponde con el punto y

seguido y que también coincide con el de [,] de la segunda mitad del XVIII, tal y como se ha mencionado anteriormente en (16):

(23) q<ue> si se ofreziere lo {5} diria: Traeras pers<ona>. q<ue>. diga las

Señas (Guadalajara, 1689) y fuera del atodos los Ynstru{11}mentos y autos que los suso d<ic>hos hizie-ron: Y {12} Por escusar costas (Guadalajara, 1690) y aunque esto sea por merito quegana es mucho {26} enel seruiçio que a nuestro señor haze: concuerda con la d<ic>ha clausula y traslado de {27} la fundaçion que esta en mi poder (Guadalajara, 1692)

En el siglo XVIII, aumentan someramente los casos de [:], con 9 en Guadalajara y 1 en Madrid, y se emplean:

-Para marcar el final de párrafo (24):

(24) se lo partizipa para que de la proui{9}dienzia combeniente, y a esta Ciudad mu{10}chas órdenes de su agrado: (Guadalajara, 1724)

-Ante complementos circunstanciales (25):

(25) elige y {7} nombra por tal ess<cribano>. ael presente: paratodos los Autos

y {8} dilixenzias queseo frezcan enel progreso de d<ic>ha {9} residencia (Guadalajara, 1740)

-Delante de la conjunción y en oraciones coordinadas copulativas

(26):

(26) Por a{2}ber llegado el Lunes Tarde el {3} Propio Con La CartadeV<ues-tra>m<erced>: Y no {4} aVer Lugar de Responder a ellano {5} Lo Y hize: Y aelmismo Tiempo {6} allarmeYn dispuesto estos dias {7} de un corimiento demuelas Ydi{8}entes de que me asido forzoso dar{9}me dos Sangrias: Y aun q<ue>: algo {10} flojo. me asido preziso el Benir {11} aestaCiudad (Guada-lajara, 1748)

-Detrás del año (27):

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Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

(27) Guadalajara {16} Y Abril. 8 de 1748: (Guadalajara, 1748)

-En el encabezamiento (28):

(28) {1} Señores mios: (Guadalajara, 1756)

-Para señalar el final de un inciso, valor igual que el de [,] (29):

(29) Y Por Lo q<ue>: mira aesta Villa: no {21} an Conpuesto Los mil. Reales (Guadalajara, 1748)

En cuanto a [;], son escasas las ocurrencias en el siglo XVII, puesto

que en Guadalajara no se documenta ningún caso y en Madrid solo 5, que presentan los siguientes usos: -Al final de una construcción subordinada circunstancial antepuesta, donde cabría esperar [,] (30):

(30) mandandome La ayude en {6} La Ocassion de Verse a fin de que Consiga el Grado Y {7} Sueldo de Capitan de Cauallos. en attenzion asus Seru<icios> {8} Y al desseo Conque se halla de Continuarlos a Ymittazion {9} de su Padre; puede V<uestra>S<eñoria>, asegurarse q<ue> enquanto depen{10}diere de mi me a de hallar s<iem>pre con segura Voluntt<ad>, (Madrid, 1696) y despues demuchas neçesidades y aprietos enlas conçiençias que no son {4} para escritos sino para llorados; no se leda otro nombre aeste conuento sino {5} de echizeras, brujas y alcaguetas (Madrid, 1650)

-Delante de una construcción subordinada circunstancial final, donde también correspondería el uso de [,] (31):

(31) es preçisso que sus prezeptos los {16} benere yo mucho; Como el q<ue> S<u> M<agestad> los atienda (Madrid, 1696)

-Al final de oración y delante de la conjunción y (32):

(32) Y por este Gouierno se conoçera como esta esta casa y quanto {17} neçesita de Vna rigurosa visita por persona demucho Çelo {18} yentereza; y aunque sean dado diuersos auisos al Consejo de {19} las ordenes desde el año de 641 no sebe el remedio (Madrid, 1650)

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-Para marcar el final de un inciso (33), en lugar de [,]:

(33) hauiendo {5} llegado atan perniciossas extremidades la relax<acion> {6} de

la disciplina regular que deue professar, con escandalo {7} y nota publica; verasse en el conss<ejo> de las ordenes y se dis{8}pondra que (Madrid, 1650)

Y en el siglo XVIII, el [;] aparece con los siguientes valores: -Ante complementos circunstanciales (34): (34) se ottorgo resp<uesta> de Combenio; entre esta Ill<ustrísima> {4}

Ciu<dad> yensu *** sus Caualleros Comisarios (Guadalajara, 1751) -Para separar el verbo de su objeto directo, en esta ocasión constituido

por una oración subordinada sustantiva (35): (35) quedaron comvenidos; que enel Citado Colegio hande {7} Continuar (Gua-

dalajara, 1751) -Para separar los elementos de una coordinación, delante de la con-

junción copulativa y, bien sean sintagmas nominales (36) u oraciones coor-dinadas copulativas (37):

(36) {h 1r} {1} Mui S<eñor> mio; i mi amigo (Guadalajara, 1739)

Cathedras de grammatica; y primeras letras (Guadalajara, 1751) (37) Hago el mas distincto aprecio del {2} anuncio de Pasquas conque Vuestra Se-

ñoria me previene; y {3} deseo que Vuestra Señoria las aya conseguido mui felices (Madrid, 1751)

-Marcar el final de una oración (38) (38) y deello de testimonio; Dada en {21} Madrid (Madrid, 1734)

al tiempo que se hubiese {9} de Contestar la demanda; por tanto Nos su-pli{10}co (Madrid, 1734) salud, y gracia; Saved {8} que ante los del nuestro Consejo (Madrid, 1734) el escribano que eligieredes: Y visto por los {19} del nuestro Consejo (Madrid, 1734) mill setez<ientos> y sesenta y dos; yencada {12} vn año se consignan por esta Ciu<dad> (Guadalajara, 1751)

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-Al final del encabezamiento (39):

(39) {h. 1r} [cruz] {1} Mui Señor mio; Hago el mas distincto aprecio (Madrid, 1751)

4.3. Función del [.]

Tal y como se ha señalado anteriormente, el empleo de [.] desciende en el periodo estudiado, y pasa de ser el signo más empleado en la segunda mitad del siglo XVII (76% en Guadalajara y 57% en Madrid) a ser el se-gundo por detrás de [,] en la primera mitad del XVIII (26,4% en Guada-lajara y 12,4% en Madrid).

Respecto a los usos, encontramos los siguientes en el siglo XVII: -Entre verbo y complemento directo (40): (40) {h 1r} [cruz] {1} Alegrareme. Sauer de la salud. de V<uestra>m<erce>d

(Guadalajara, 1689)

-Entre el sustantivo y su complemento, bien esté formado por un sin-tagma preposicional (41) o un adjetivo (42):

(41) {h 1r} [cruz] {1} Alegrareme. Sauer de la salud. de V<uestra>m<erce>d (Guadalajara, 1689) y digo queParalasaca. de Algunos ynstru{6}mentos queseotorgaron (Guada-lajara, 1690) En la Ziudad. de Guadalaxara A Veintte y {11} ttres dias del mes demaio (Guadalajara, 1690) dio en ella en veinte y cinco de Mayo. {34} del ano de mill y seiscientos y cinquenta y tres (Madrid, 1668)

(42) oel pecado. Nefando (Madrid, 1668)

-Entre pronombre y verbo (43):

(43) pesaroso {5} estoy deq<ue> V<uestra>m<erce>d. aya padezido estorsion {6} en la Carzel p<or>. Las Vacas Lo qual. e echo {7} Las dilig<encias> tan Viuas Como V<uestra>m<erce>d Vera (Guadalajara, 1689)

-Delante de la conjunción y al separar los elementos de una coordina-ción donde correspondería [,], ya sean oraciones (44) o sustantivos (45):

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(44) ayer Dom<ingo>. 11 deste mes Vino aesta {9} Villa de Aljete Laguarda

de fresno de {10} torote. Y preguntandole Sisauia delas va{11}cas q<ue>. en ocasiones leauia preguntado porellas {12} me dijo (Guadalajara, 1689) en que {11} seafirmo y rratifico. y lo firmo (Guadalajara, 1690)

(45) y de rrentas. Alcaualas y yerbas (Madrid, 1661)

-Delante de un complemento circunstancial (46):

(46) {3} admitto La Confianza que me dispenssa. en la pretensión (Madrid, 1696)

-Al final de la data (47):

(47) M<adrid> Y {18} febrero 28 De 1696. (Madrid, 1696)

-Detrás del lugar de emisión de la data, donde cabría esperar [,] (48):

(48) dada en esta villa de Madrid. A beinte y siete {26} de hebrero del an<n>o de mill y quinientos y nobenta y siete (Madrid, 1661) dada en la Ciudad de valladolid. A diez y nuebe de nobiem{24}bre del ano de mill y quinientos y Cinquenta y seis (Madrid, 1661)

-Para marcar el final de un inciso (49):

(49) {1} Yo thomas del castillo escriuano del Rey n<uest>ro s<eñor> y del numero y {2} Padrones dela Çiudad deGuadalaxara. Doy fee que (Guada-lajara, 1695)

-Para marcar el final de una oración, como punto y seguido (50):

(50) lea causado Mayor {15} ber que el mismo dia de s<an> Juan por parezer del Prior canto enel {16} coro. Y por este Gouierno se conoçera como esta esta casa (Madrid, 1650)

-Al final de párrafo, como punto y aparte (51):

(51) si quisie{16}ren anadir y quitar y declarar lo dispuesto en el d<ic>ho {17} patronazgo en todo o emparte en la forma y Como me{18}jor les pareciere lo pudiesen executar todo A su vo{19}luntad. (Madrid, 1668)

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Por último, en la primera mitad del siglo XVIII, el [.] presenta los si-guientes usos: -Marcar el final de una oración, como punto y seguido (52):

(52) fran<cisco> Geronimo medio vn {2} recado de V,m,d. Leinformase siavian quedado bienes de Ju*** {3} zamoranos vecino destavilla. devo decir a V,m,d. queno de{4}xo nada (Guadalajara, 1742) q<ue> g<uarde> n<uest>ro {8} s<eñor> los m<uchos> a<ños> que puede. M<adrid>. 25 de Diz<iembre> (Madrid, 1719) la nieve q<ue>oi cahio no es mui buen {13} remedio. siempre quedo anelando ocassiones de complazer a {14} V<uestra> M<erced> y q<ue> la g<uard>e como desseo. B<ue>n Retiro y Marzo 30 de 1749 (Madrid, 1749)

-Marcar el final de párrafo, como punto y aparte (53):

(53) {7} De no bedades no ai mas que infinitos {8} terzianarios, ialgunos tabar-dillos {9} aunque no muere gente. {10} En casa tenemos a Pedro el negro, i a Joseph {11} Juares, i Escanez enfermos aunque todos {12} estan mui mejorados. (Guadalajara, 1739)

-Marcar el final de texto, como punto final (54):

(54) m<adrid> y maio a 25 {10} de 1726. (Madrid, 1726)

-En la data, ocupando distintas posiciones entre la localidad de emi-sión y el día, entre el mes y el día o entre el día y el mes (55):

(55) M<adrid.> 25 de Diz<iembre> (Madrid, 1719) Guadalajara {16} Y Abril. 8 de 1748 (Guadalajara, 1748) M<adrid> à 5. de En<ero> {15} de 1704 (Madrid, 1704)

-Al final del encabezamiento (56):

(56) {h. 1r} [cruz] {1} Querida Madre mia. he recivi={2}do la carta (Madrid, 1749) {h 1r} Ex<celentísimo>. Señor. (Guadalajara, 1724)

-Para separar los elementos de una enumeración, delante de la conjun-ción y, y como vemos alternando dicho uso con [,] (57):

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(57) ella {9} no salio de su silla. y luego {10} el se fue a caza, y nosotras {11} a la

Encarnacion (Madrid, 1749)

-Delante de sintagma preposicional en función de complemento de nombre (58):

(58) en virtud. dela falcultad. que sele conzedep<or> {5} el titulo deeste pliego parala eleczion y Nombram<iento> {6} deess<cribano>. y Alguazil maior (Guadalajara, 1740)

-Delante de oración subordinada adjetiva especificativa (59):

(59) en virtud. dela falcultad. que sele conzedep<or> {5} el titulo deeste pliego parala eleczion y Nombram<iento> {6} deess<cribano>. y Alguazil maior (Guadalajara, 1740)

-Para marcar el final de un inciso, en lugar de [,] (60):

(60) Y aun q<ue>: algo {10} flojo. me asido preziso el Benir {11} aestaCiudad aBer ael amigo {12} D<on> Migel Y despedirme de el Y {13} tomar Los Reales q<ue>: tengo pues<to> {14} enSupoder (Guadalajara, 1748)

-Entre un determinante numeral y el sustantivo, de este uso solo se constata un ejemplo (61):

(61) no {21} an Conpuesto Los mil. Reales (Guadalajara, 1748) 5. CONCLUSIÓN

Como hemos podido constatar del análisis de estos documentos, los signos utilizados durante la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII son los mismos que empleamos en el español actual: [,], [;], [:] y [.].

Ahora bien, como se ha podido observar, no existe un reparto regular en el uso de los distintos signos, puesto que la mayoría de ellos son com-partidos por más de un signo. Si observamos la tabla 2, para marcar inci-sos, separar los elementos de una coordinación, delante de un comple-mento circunstancial y al final de cláusula se utiliza cualquiera de los cuatro signos. No obstante, la mayoría de las prácticas documentadas son

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asistemáticas, se percibe alternancia entre el uso o la ausencia de los signos en todas las relaciones sintagmáticas analizadas.

Signos

Usos [,] [:] [;] [.]

Entre verbo-complemento directo X X

Entre verbo-complemento régimen verbal X

Entre pronombre relativo-verbo X

Entre sujeto-oración X

Entre sustantivo y su complemento X

Marcación de incisos X X X X

Separación de coordinación X X X X

Data (entre localidad y día) X X

Data (entre localidad y mes) X

Data (al final, detrás del año) X X

Data (entre mes y día) X

Delante de oración subordinada de relativo (con o sin antecedente)

X X

Delante de construcciones subordinadas cir-cunstanciales

X X

Delante de complemento circunstancial X X X X

Final de oración X X X X

Final de párrafo X X

Final de texto X

Introducir estilo directo X

Encabezamiento X X X

Detrás de construcciones subordinadas circuns-tanciales antepuestas

X

Tabla 2: Funciones sintácticas de los signos de puntuación.

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Por otra parte, todas las aplicaciones atestiguadas en nuestro corpus también han aparecido documentadas en otros estudios, como en el de Sebastián Mediavilla (2007), exactamente en su estudio sobre el Quijote, en el de Company (2009), sobre textos novohispanos no literarios del XVIII, y en el de Ramírez Luengo (2013), sobre unas cartas que analizó del clérigo de Fuenterrabía/Hondarribia, Manuel Martierena del XVIII. De este modo, si para [,] hemos identificado once funciones de tipo gra-matical, Company, destacando en su estudio el carácter polifuncional de los signos de puntuación, identifica seis funciones relacionantes básicas, de las que tres coinciden con las registradas en nuestro trabajo (para dividir los miembros de una coordinación, ya sean nominales u oracionales, para separar oraciones subordinadas adjetivas o de relativo, con o sin antece-dente, y para introducir construcciones subordinadas circunstanciales); de la misma forma, Ramírez Luengo señala siete colocaciones, de las que cinco coinciden, tanto con nuestro estudio como con el de Company (mar-cación de incisos, separación de elementos de una coordinación, separa-ción entre verbo y alguno de sus argumentos, separación entre oración subordinada de relativo y su antecedente y separación de secuencias con-ceptuales de distinto tipo, como de carácter circunstancial). En consecuen-cia, ¿podríamos hablar de ciertas normas en cuanto al uso? De momento, parece que la puntuación se centraba más en la buena lectura, en las pausas para descansar y respirar, que en las relaciones sintácticas.

No obstante, somos conscientes de la necesidad de ampliar el número de documentos en los que estudiar la puntuación y comprobar si, por ejemplo, son más los incisos puntuados o sin puntuar, si, tal y como dice Company, «en el empleo de los signos de puntuación existe un nivel de decisión y creatividad individual» (2009, 75), o, quizás también, tal y como recoge Ramírez Luengo (2013, 41) si «está determinado por las exigencias que marca la respiración». Posiblemente podría ser una marca de lectura o de pausa fonética lo que motivaba al escribano a puntuar. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ACADEMIA ESPAÑOLA (1726): Diccionario de la lengua castellana, Madrid, Im-

prenta de Francisco del Hierro. Disponible en <https://bvfe.es/es/directorio-bibliografico-diccionarios-vocabula-rios-glosarios-tratados-y-obras-lexicografia/14773-diccionario-de-la-lengua-castellana.html>, en Manuel Alvar Ezquerra (2021): Biblioteca Virtual de la Filología Española (BVFE): directorio bibliográfico de gramáticas,

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Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

diccionarios, obras de ortografía, ortología, prosodia, métrica, diálogos e historia de la lengua [en línea] [fecha de consulta: 15 de junio de 2021].

BÉDMAR SANCRISTÓBAL, Mª Elena (2006): «Problemas de edición de tex-tos manuscritos modernos: la puntuación», en Lola Pons Rodríguez (coord.), Historia de la lengua y crítica textual. Madrid: Iberoamericana-Vervuert, 127-180.

COMPANY COMPANY, Concepción (2009): «La puntuación en textos no-vohispanos no literarios del siglo XVIII», en Belem Clark de Lara, Concepción Company Company, Laurette Godinas y Alejandro Hi-gashi (eds.), Crítica textual. Un enfoque multidisciplinario para la edición de textos. México DF: El Colegio de México / Universidad Nacional Au-tónoma de México / Universidad Autónoma Metropolitana, 65-75.

FERNÁNDEZ LÓPEZ, Mª Carmen (2014): «Estudio contrastivo de hábitos de interpunción en manuscritos medievales castellano: ¿sistematiza-ción en los usos de los copistas?», en Rocío Díaz Moreno y Belén Al-meida Cabrejas (eds.), Estudios sobre la historia de los usos gráficos en español. Lugo: Editorial Axac, 23-72.

FRENK ALATORRE, Margit (1983): «La ortografía elocuente (Testimonios de lectura oral en el Siglo de Oro)», en A. David Kossof, José Amor y Vázque, Ruth H. Kossoff y Geoffrey W. Ribbans (coord.), Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Madrid: Istmo, 549-556.

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Las Heras Calvo, Miguel (2020): La puntuación sintáctica en la “General Esto-ria” de Alfonso X el Sabio, Tesis Doctoral.

LÓPEZ DE VELASCO, Juan (1582): Orthographía y pronunciación castellana, Burgos, Felipe de Junta (ed.). Disponible en <https://bvfe.es/es/di-rectorio-bibliografico-ortografia-ortologia-prosodia-metrica/11276-orthographia-y-pronunciacion-castellana.html>, en Manuel Alvar Ez-querra (2021): Biblioteca Virtual de la Filología Española (BVFE): directorio bibliográfico de gramáticas, diccionarios, obras de ortografía, ortología, prosodia, métrica, diálogos e historia de la lengua [en línea] [fecha de consulta: 15 de junio de 2021].

MARTÍNEZ MARÍN, Juan (1992): «La ortografía española: perspectiva his-toriográfica», Cauce, 14-15, 127-180.

PALAFOX Y MENDOZA, Juan de (1662): Breve tratado de escrivir bien y de la perfecta ortographía, Madrid, María de Quiñones (ed.). Disponible en <https://bvfe.es/es/directorio-bibliografico-ortografia-ortologia-

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prosodia-metrica/11224-breve-tratado-de-escrivir-bien-y-de-la-per-fecta-ortographia.html>, en Manuel Alvar Ezquerra (2021): Biblioteca Virtual de la Filología Española (BVFE): directorio bibliográfico de gramáticas, diccionarios, obras de ortografía, ortología, prosodia, métrica, diálogos e historia de la lengua [en línea] [fecha de consulta: 15 de junio de 2021].

RAMÍREZ LUENGO, José Luis (2013): Una descripción del español de mediados del siglo XVIII edición y estudio de las cartas de M. Martierena del Barranco (1757-63). Lugo: Axac.

SÁNCHEZ FERNÁNDEZ, Baldomero (1940): Ortografía completa de la lengua española. Vademécum de bolsillo en verso, Segovia, Imp. de «El Adelantado». Disponible en <https://bvfe.es/es/directorio-bibliografico-ortogra-fia-ortologia-prosodia-metrica/11258-ortografia-completa-de-la-len-gua-espanola-vademecum-de-bolsillo-en-verso.html>, en Manuel Al-var Ezquerra (2021): Biblioteca Virtual de la Filología Española (BVFE): directorio bibliográfico de gramáticas, diccionarios, obras de ortografía, ortología, prosodia, métrica, diálogos e historia de la lengua [en línea] [fecha de consulta: 15 de junio de 2021].

SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, Pedro (2017): «La puntuación en los códices de la General estoria de Alfonso X el Sabio», Atalaya, 17, [en línea] [fecha de consulta: 1 de mayo de 2021]. URL: http://journals.openedi-tion.org/atalaya/2570; DOI: https://doi.org/10.4000/atalaya.2570.

SANTIAGO, Ramón (1998): «Apuntes para la historia de la puntuación en los siglos XVI y XVII», en José Manuel Blecua, Juan Gutiérrez y Lidia Sala (eds.), Estudios de grafemática en el dominio hispánico. Salamanca: Edi-ciones Universidad de Salamanca / Instituto Cara y Cuervo, 243-280.

SEBASTIÁN MEDIAVILLA, Fidel (2007): «La puntuación del Quijote», Ana-les Cervantinos, XXXIX, 101-145.

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ANEXO 1

Número Signatura Año Lugar Regesto

CODEA-0187

AHPGU, Pro-tocolo Fran-cisco Gutié-rrez, caja 4068/13

1650 Guadala-

jara

Carta de poder por la que Francisco Sanz nombra procurador suyo a Geró-nimo de Rueda para que le represente en la petición de una capellanía.

CODEA-1014

AHN, Órde-nes Militares, legajo 7017 (legajo 22, do-cumento 23)

1650 Madrid

Memorial dirigido al mar-qués de Mirabel sobre la relajación de la disciplina monacal en el convento de monjas de la orden de Santiago de Granada y con la petición de que el con-sejo de órdenes disponga medidas para corregir este problema.

CODEA-0188

AHPGU, Pro-tocolo Fran-cisco Gutié-rrez, caja 4068/10

1652

Guadala-jara

(Tara-cena)

Carta de empeño por la que don Jil Suárez Zim-brón y doña Francisca Ra-mírez empeñan una viña ubicada en Valdenoches a Melchor Magro.

CODEA-1026

AHN, Órde-nes Militares, legajo 7017 (legajo 21, nº 32ª)

1655 Madrid

Carta de Felipe IV por la que se autoriza la petición de la monja doña Ana Ma-ría Espejo para salir del monasterio de Sancti Spí-ritus, situado en Sala-manca, a fin de curarse de su enfermedad, y se manda a la comendadora del convento que actúe en consecuencia.

CODEA-1260

AHN, Órde-nes Militares, legajo 7017 (legajo 21, nº 32D)

1655 Madrid

Petición de licencia de Ana María de Espejo, monja en el convento de Sancti Spíritus, de Sala-manca, para salir unos días del convento.

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CODEA-0189

AHPGU, Pro-tocolo Fran-cisco Bérriz, caja 662

1660 Guadala-

jara

Carta de pago por la que Mateo de Ibarra reconoce que ha recibido determi-nada cantidad del concejo y vecinos de Valdarachas por medio de Juan del Bado.

CODEA-1047

AHN, Clero, Cuenca, car-peta 558, nº 8

1661 Madrid

Carta de privilegio de Fe-lipe III por la que se con-cretan las cantidades de juro, después de una deva-luación, al convento de Nuestra Señora del Rosa-rio de Villamayor de San-tiago (Cuenca).

CODEA-1001

AHN, Clero, Sevilla, carpeta 1680, nº 7

1668 Madrid

Carta de privilegio de Car-los II por la que se entre-gan 26.250 ducados anua-les por juro de heredad a Baltasar de Padilla, vecino de Sevilla.

CODEA-0190

AHPGU, Pro-tocolo, caja 35

1674 Guadala-

jara

Carta de renovación de censo por la que Francisco Fernández renueva el censo sobre una tierra de pan llevar que había con-cedido a la fábrica de Nuestra Señora de la Con-cepción de Guadalajara.

CODEA-0818

AMAH, Al-calá de Hena-res, legajo 4823

1674 Madrid

(Alcalá de Henares)

Carta de Carlos II y de Mariana de Austria, reina gobernadora, a Alcalá de Henares sobre cierto pago que debe realizar esta ciu-dad para contribuir a las obras del puente de To-ledo.

CODEA-0180

AHPGU, Desamortiza-ción, Censos, caja 22

1682 Guadala-

jara Reconocimiento de censo.

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CODEA-0819

AMAH, Al-calá de Hena-res, legajo 6679

1688 Madrid

(Alcalá de Henares)

Inventario de bienes de don Pedro Fernández de Pando, fallecido en Alcalá.

CODEA-0035

AMGU, 1H5A.

1689 Guadala-

jara

Carta particular de Fran-cisco de Fuentes a Fran-cisco Martínez, vecino de Guadalajara, en la que se le informa sobre el destino de las vacas que este había perdido.

CODEA-0191

AHPGU, Pro-tocolo Tomás del Castillo, caja 4102/30

1690 Guadala-

jara

Expediente de reconoci-miento de la legitimidad de los instrumentos emiti-dos por Alonso Sánchez y Diego de Murcia, escriba-nos difuntos.

CODEA-0036

AMGU, 1H46 1692 Guadala-

jara

Carta por la que Alfonso de Medrano y Mendoza, regidor del convento de Nuestra Señora de la Pie-dad, pide al escribano del ayuntamiento de Guadala-jara, Francisco Óñez de la Torre, copia de la cláusula 24 del testamento que doña Brianda de Mendoza y Lurra otorgó en 1534, por la que se establecía el sueldo del regidor del con-vento antes citado.

CODEA-0192

AHPGU, Pro-tocolo Tomás del Castillo, caja 4108/18

1695 Guadala-

jara

Testimonio de aparta-miento de herencia y rela-ción de bienes.

CODEA-0037

AMGU, 1H3.25

1696 Madrid

Carta por la que el remi-tente promete su apoyo a una petición de ascenso a capitán de caballos para Lorenzo de Medrano y Mendoza, en atención a sus méritos y a los de su padre.

Page 76: Año XII / Número 14 / 2021

Una aproximación a la puntuación castellana... 75

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

CODEA-0193

AHPGU, Pro-tocolo Tomás del Castillo, caja 4102/31

1697 Guadala-

jara

Mejora de puja en la subasta de un molino del convento de san Barto-lomé de Lupiana.

CODEA-1928

Archivo Mu-nicipal de Ali-cante, 11, 1 (1-A), f. 348r

1704 Madrid

Carta de la marquesa del Risco en la que informa de la reciente muerte de su marido.

CODEA-2144

AMTo, 410 1719 Madrid

Carta del Marqués de Me-jorada y la Breña en la que felicita la Pascua al ayunta-miento de Toledo.

CODEA-sin asig-

nar

AHN, No-bleza, Osuna, CT. 151, D. 40-41

1724 Guadala-

jara

Carta de la ciudad de Gua-dalajara en la que informa al marqués de Santillana de que le corresponde como alférez mayor levan-tar el estandarte por la ele-vación al trono del Rey [Felipe V].

CODEA-1996

AHPSG, le-gajo 4312, do-cumento 17

1726 Madrid

Petición de Antonio Álva-rez al doctor Antonio de Sandoval sobre un guarda en Valsaín.

CODEA-2424

AHPCU, 10507 MA, ff. 10-11

1731 Madrid

Carta del arzobispo de Va-lencia que informa de la partida enviada en perse-cución de una cuadrilla de gitanos entre Alcalá y Guadalajara.

CODEA-1846

AHN, No-bleza, Osuna, C. 63, D. 59-60, ff.1r-2r

1734 Madrid

Real provisión de Felipe V y el Consejo de Castilla otorgada al alcalde mayor de la villa de Archidona (Málaga) sobre el pleito entre Pedro Zoilo Téllez-Girón, duque de Osuna, y el concejo de Archidona, por el aprovechamiento de los montes, dehesas, pra-dos y baldíos del término de dicha villa.

Page 77: Año XII / Número 14 / 2021

76 Rocío Díaz Moreno

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

CODEA-1878

AMGu, caja XX, f. 1r

1737 Guadala-

jara

Carta por la que Francisco Palacios, mayordomo de los propios y rentas de la ciudad de Guadalajara, de-clara que dará y pagará al anterior mayordomo, Ma-teo Pérez, la cantidad que le corresponde.

CODEA-sin asig-

nar

AHN, No-bleza, Osuna, CT. 157, D. 112-113

1739 Guadala-

jara

Carta de Juan José de Montesdeoca a Diego Martel, en la que da noti-cia de la salud de algunas personalidades, incluida la de la reina [Isabel de Far-nesio, Reina de España].

CODEA-sin asig-

nar

AHN, No-bleza, Osuna, C. 78, D. 58-87

1740 Guadala-

jara

Carta para la elección y nombramiento de escri-bano y alguacil mayor.

CODEA-1880

AMGu, caja XX, f. 1r

1742

Guadala-jara

(Málaga del

Fresno)

Carta por la que Miguel Cristóbal comunica a Ma-nuel Parrales el recado de Francisco Gerónimo.

CODEA-sin asig-

nar

AHN, No-bleza, Villago-nzalo, C. 37, D. 156-299

1747 Guadala-

jara

Cuentas correspondientes a la tutela y curaduría de María Teresa y Ana Teresa de Ugarte.

CODEA-sin asig-

nar

AHN, No-bleza, Osuna, C. 74, D. 26-36

1748 Guadala-

jara

Carta de Juan Francisco de Villegas a Juan Antonio Faguada en la que le in-forma de varios asuntos sobre su salud y el estado de las cuentas.

CODEA-2303

AHN, Estado, legajo 2507, nº 44

1749 Madrid

Carta de María Bárbara de Braganza a la reina viuda Isabel Farnesio en la que se da el pésame por la muerte de la primera in-fanta de Nápoles.

CODEA-2302

AHN, Estado, legajo 2577, carta 167

1749 Madrid Carta autógrafa de la in-fanta María Antonia Fer-nanda a su madre Isabel

Page 78: Año XII / Número 14 / 2021

Una aproximación a la puntuación castellana... 77

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

Tabla 3: Relación de documentos estudiados

de Farnesio en la que cuenta las actividades que ha realizado a lo largo del día.

CODEA-1879

AMGu, caja XX, ff. 1r+v

1751 Guadala-

jara

Carta en la que el escri-bano Blas Medel recoge lo acordado en el mes de enero acerca de la manu-tención de los religiosos del Colegio de la Compa-ñía de <…>.

CODEA-1955

Archivo Mu-nicipal de Ali-cante, 12, 2 (1-A), f. 94r

1751 Madrid Carta en respuesta a una felicitación de Pascuas.

CODEA-sin asig-

nar

Archivo Mu-nicipal de Meco

1756 Guadala-

jara

Carta de don Bernardo de Rojas y Contreras sobre las medidas que se han de tomar en el caso de que haya una plaga de lan-gosta.

Page 79: Año XII / Número 14 / 2021

78 Rocío Díaz Moreno

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

Guadalajara

2ª mitad XVII 1ª mitad XVIII

Año (doc.

CODEA) [,] [.] [;] [:]

Año (doc.

CODEA)

[,] [.] [;] [:]

1650 (CODEA-

0187) 0 0 0 0

1724 (sin asignar)

8 2

(12ab.) 0 1

1652 (CODEA-

0188)

0 (1ab.)

0 (15ab.)

0 0 1737

(CODEA-1878)

0 (1ab.)

0 (1ab.)

0 0

1660 (CODEA-

0189) 0 0 0 0

1739 (sin asignar)

19 (2ab.)

11 (16ab.)

1 0

1674 (CODEA-

0190) 0 0 0 0

1740 (sin asignar)

1 2

(5ab.) 0 1

1682 (CODEA-

0180) 4

0 (3ab.)

0 0 1742

(CODEA-1880)

0 (4ab.)

1 (5ab.)

0 0

1689 (CODEA-

0035) 0

18 (14ab.)

0 1 1748

(sin asignar) 1

(3ab.) 7

(3ab.) 1

6 (20ab.)

1690 (CODEA-

0191) 0

3 (48ab.)

0 2 1751

(CODEA-1879)

9 0 7 0

1692 (CODEA-

0036)

0 (20ab)

0 (7ab.)

0 1 1756

(sin asignar) 11

1 (9ab.)

0 1

1695 (CODEA-

0192) 0 4 0 0

1697 (CODEA-

0193) 0 0 0 0

Tabla 4: Número de signos de puntuación por documento en Guadalajara7

7 Aunque en las tablas de los anexos se han incluido los signos de puntuación que se emplean para

marcar las formas braquigráficas entre paréntesis y con la marca ab., estos no se tienen en cuenta en el cómputo, pues no funcionan como signo de puntuación, sino que forman parte de la marca de abreviatura.

Page 80: Año XII / Número 14 / 2021

Una aproximación a la puntuación castellana... 79

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 49-79

Madrid

2ª mitad XVII 1ª mitad XVIII

Año (doc.

CODEA) [,] [.] [;] [:]

Año (doc.

CODEA) [,] [.] [;] [:]

1650 (CODEA-

1014) 0 0 0 0

1704 (CODEA-

1928) 9

2 12(ab.)

1 0

1655 (CODEA-

1026) 0 0 0 0

1719 (CODEA-

2144) 2

1 (1ab.)

0 0

1655 (CODEA-

1260) 0 0 0 0

1726 (CODEA-

1996) 0 1 0 0

1661 (CODEA-

1047) 1 4 0 0

1731 (CODEA-

2424) 8

0 (2ab.)

0 0

1668 (CODEA-

1001) 0

1 3(ab.)

0 0 1734

(CODEA-1846)

75 1

9(ab.) 3 1

1674 (CODEA-

0818) 0 0 0 0

1749 (CODEA-

2302) 16 9 0 0

1688 (CODEA-

0819) 0 0 0 0

1749 (CODEA-

2303) 8 3 1 0

1696 (CODEA-

0037)

3 7(ab.)

3 2 0 1751

(CODEA-1955)

0 1

8(ab.) 3 0

Tabla 5: Número de signos de puntuación por documento en Madrid

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Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

Apreciaciones léxico-semánticas en torno a un inventario aragonés de 1658*

Demelsa Ortiz Cruz Universidad de Zaragoza

Recibido: 09/09/2021 Aceptado: 28/10/2021

Resumen: En este trabajo se analizan los aspectos léxicos más signi-

ficativos de un inventario aragonés de 1658. Dicho inventario posee un indudable valor, no solo por tratarse de un corpus inédito, sino también por contener voces o acepciones que interesan desde un punto de vista dialectal (como barrastra o caza, por ejemplo), así como sentidos o palabras escasamente documentadas (como [taza] campanilla o embutidor, entre otras).

Palabras clave: Léxico, Siglo XVII, Inventarios de bienes, Aragón. Abstract: This paper analyses the most significant lexical aspects of

an Aragonese inventory of 1658. This inventory has an enormous value, not only because it constitutes an unpublished corpus, but also because it contains some words or meanings that are interesting from the dialectal point of view (like barrastra or caza, for example), as well as some hardly documented significances or words (like [taza] campanilla or embutidor, among others).

* El presente trabajo se inscribe dentro de la línea del Grupo de investigación de referencia Lingüística Arago-

nesa (ARALING; cód. H31_20R), reconocido por el Gobierno de Aragón, del que somos miem-bro, y cuyo IP es el Dr. Vicente Lagüéns. Además, desde ARALING estamos trabajando en el Proyecto de Investigación Lengua general y léxico regional: el caso de Aragón (LEREAR) de la Agencia Es-tatal de Investigación (Ministerio de Ciencia e Innovación; PID2020-114882GB-I00), dirigido por el citado Dr. Lagüéns y la Dra. M.ª Luisa Amal. Asimismo, somos miembro del Instituto Universi-tario de Investigación en Patrimonio y Humanidades (IPH) de la Universidad de Zaragoza.

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Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

Keywords: Vocabulary, 17th century, inventories, Aragon.

1. INTRODUCCIÓN

Desde hace ya algún tiempo, se viene destacando la necesidad de abor-dar el análisis de los inventarios de bienes desde un punto de vista filoló-gico, especialmente en lo que al léxico se refiere, pues en ellos aparecen con frecuencia voces de la vida cotidiana de sumo interés para el lingüista, bien porque se trata de vocablos o acepciones escasamente atestiguados, bien porque son términos o definiciones de carácter dialectal.

Si bien esta tipología documental tiene cada vez más aceptación en el mundo de la filología hispánica, lo cierto es que textos de ciertas épocas y áreas geográficas han recibido un mayor tratamiento que otras. En el caso de Aragón, conviene destacar que ya Pottier (1948-1949) destacó la riqueza que, desde un punto de vista lexicológico, poseían las relaciones de bienes de la época medieval. Junto a él, aunque más recientemente, otros estudio-sos han contribuido al desarrollo de este tipo de estudios en el área arago-nesa, como Montes (2014 y 2018) para el siglo XV, Laguna (1991 y 1992) y Moliné (1998) para el siglo XVI, Ortiz Cruz (2013, 2014, 2017a, 2017b, 2020 y 2021) para el siglo XVII y esta misma autora (Ortiz Cruz, 2015a, 2015b, 2017a, 2017b, 2019 y en prensa) para el siglo XVIII.

En esta ocasión, el presente trabajo se centra en el análisis de algunas voces y acepciones seleccionadas localizadas en un inventario aragonés fe-chado en el año 1658 y constituye, además, una continuación de una pu-blicación anterior (Ortiz Cruz, 2021) sobre este mismo texto inédito. En este primero, analizamos la forma (a)bellotado/a en referencia a unos boto-

nes de almohada, la alternancia en uso de babador~babadero~babero, un tipo de lienzo denominado gasconil, la forma adjetival noguerado/a, la denomina-

ción oriental plato (de) polla y la frecuente designación rajolado/a~rajo-

leado/a~rejolado/a para la ropa de mesa1. Pero los datos que aguarda este documento exigen una nueva aproximación léxico-semántica, con el estu-dio de nuevas formas y acepciones, que a continuación se presentan.

1 También atestiguamos estas últimas formas en un inventario oscense de 1643 (Ortiz Cruz, 2020: 88-

89).

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Apreciaciones léxico-semánticas inventario aragonés 1658... 83

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

2. ESTUDIO LÉXICO-SEMÁNTICO DE VOCES SELECCIONADAS

En este apartado se analizan algunos aspectos de interés de las palabras atestiguadas en este inventario aragonés del año 1658, dispuestas por or-den alfabético.

2.1. Azuela

En la parte del documento dedicada a la enumeración de los bienes del reposte, esto es, la denominación aragonesa para la ‘despensa en que se guardan los comestibles’ (DLE: s.v.), se atestigua la presencia de varias azuelas (1):

(1) En el reposte del aceyte, ay seys tenajas para aceyte y tres para vina-

gre. Más otras dos pequeñitas para vinagre. Más dos azuelas para cortar carne y vna azuela para carniceros. Más dos gamellas de salar (6v/23).

La forma azuela deriva del hispanolatino ASCIOLA, diminutivo del latín

ASCIA ‘azuela’, ‘hacha’ (DECH: s.v.). Aunque se halla documentada desde antiguo con el sentido de ‘herramienta de carpintero para desbastar’ (consta en el Fuero de Usagre de mediados-finales del siglo XIII, según los datos del CORDE)2, lo interesante del registro apuntado es que difiere, desde el punto de vista semántico, del sentido canónico indicado3: obsér-vese que, en ambos ejemplos, la azuela alude a un elemento cortante de productos cárnicos, pues así queda manifestado de forma específica en nuestro texto («para cortar carne» y «para carniceros»). Por ello, la azuela no solo sería, en la línea de lo apuntado por Morala (2020: 85-87), un útil de carpintería, sino que, al menos en el siglo XVII, se habría utilizado para otros fines, por lo que, en consonancia con lo registrado en nuestro inven-tario, se podría definir más bien como un tipo de cuchillo o hachuela para cortar la carne, sentido que debería añadirse a los constatados por este autor (Morala, 2020).

2 El ejemplo es el siguiente: «Et el ferrero de la aldea que non touiere conplimiento de XXX. reias,

tenga fata XV. reias et sea escusado por ellas, et fagan reias II. uegadas de nueuo, et dent aguze et calce, segur et açadon, et açuela et escopro» (1242-1275, Anónimo, Fuero de Usagre; CORDE).

3 Desde un punto de vista lexicográfico, azuela tan solo figura en los repertorios del NTLLE (s.v.) con el significado técnico de carpintería. Por otro lado, en los diccionarios regionales consultados no se considera la voz analizada.

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84 Demelsa Ortiz Cruz

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

Imagen 1. Varias azuelas en La carnicería (Bartolomeo Passerotti, c. 1580).

2.2. Barrastra

En distintas ocasiones (2 y 4) aparece el término barrastra (junto a la correspondiente variante masculina barrastro, 3), en contextos en los que se citan ciertos utensilios, entre ellos, algunos relativos a las labores del campo:

(2) Siete tenajas para tener vino, la vna rota. Quatro trillos. Vna barrastra para llegar la parba. Vna docena de arcas. Quatro palas. Tres arcones (12v/15).

(3) Vna botija grande. Dos barrastros. Vna silla de cestillas vieja (14v/15).

(4) Vnos ganchos. Vna horca de hierro. Vna barrastra de limpiar de la era (14v/19).

En la línea del primero de los ejemplos aquí consignados, podemos

definir barrastra como el ‘instrumento empleado para recoger la parva tri-llada’ (Vilar, 2008: 103). Se trata de una voz en desuso hoy en día, aunque, al parecer, bastante acotada en su extensión geolectal, puesto que parece tratarse de un aragonesismo léxico (Ortiz Bordallo, 2001: 208), localizado en el suroeste (Enguita, 1991: 218) y oeste de Zaragoza (DDEAR: s.v.), tanto en el este como en el oeste de Teruel (DDEAR: s.v.) y en localidades limítrofes de Cuenca, Guadalajara y Valencia (Vilar, 2008: 104).

En lo que respecta a su origen etimológico, si bien no se considera en el DECH ni en el DHLE, se trataría de un derivado de rastra (emparentado

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Apreciaciones léxico-semánticas inventario aragonés 1658... 85

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

con rastro, procedentes del latín RASTRUM ‘rastrillo de labrador’), con pró-tesis de ba- difícilmente explicable (a juicio de Gargallo, 1987: 524)4.

En cuanto a su datación, son pocos los testimonios documentales de barrastra (y de la correspondiente variante masculina), puesto que no hay ejemplos registrados en las bases de datos del CORDE, del CorLexIn ni de CHARTA, por lo que los nuestros podrían ser de los primeros ejemplos textuales de los que se tendría constancia, a juzgar por las fuentes maneja-das.

Los repertorios lexicográficos tampoco ayudan a este respecto: la Aca-demia no da cuenta de las formas anotadas en las sucesivas ediciones de su Diccionario ni se lematiza en ninguna de las obras consignadas en el NTLLE. En el ámbito de los diccionarios regionales, se prescinde de ba-rrastra en el de Siesso de Bolea ([c. 1720] 2008), Peralta ([1836] 1987) y Borao ([1859] 1908); sin embargo, tanto Moneva ([c. 1924] 2004: s.v.) como Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) y Andolz (1992: s.v.) sí que la consideran con el sentido de ‘portadera hecha de rama de árbol para arrastrar pesos gran-des’5.

2.3. [Taza] campanilla

En la enumeración de los enseres de cocina, se encuentran tazas de diversas características, entre ellas una denominada taça campanilla (5):

(5) Más vna taça ymperial con vnas puntas, sobredorada, pessa veinte y quatro onças. Más otra taça campanilla, sobredorada, pessa nuebe onças y media. Más vna taça pico de grulla, pessa seys onças (7r/15).

Si nos centramos en el segundo de los elementos, huelga decir que

campanilla es la forma diminutiva de campana (del latín tardío CAMPĀNA, abreviación de VASA CAMPANA ‘recipientes de Campania’, como indican Corominas y Pascual en el DECH: s.v. campana). Lo interesante no es tanto esta palabra, sino el empleo que aquí se hace de ella: campanilla se docu-menta con el sentido de ‘úvula’ desde Nebrija (DECH: s.v. campana); pos-teriormente, en 1570, en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana de Casas figura como un cierto tipo de planta (NTLLE: s.v.). Sin embargo,

4 Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) sugiere que barrastra sea una lexicalización de la expresión verbal ir

arrastras, origen motivado por el funcionamiento que se le da a este objeto. 5 Moneva ([c. 1924] 2004: s.v.) localiza esta acepción en Zaragoza y añade que también significa ‘tabla

para recoger la parva y la trillada’ en Mora de Rubielos (Teruel). Por su parte, Andolz (1992: s.v.) constata que en la localidad turolense de Alcalá de la Selva barrastra adquiere además el sentido de ‘recogedora del trigo en la era’.

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86 Demelsa Ortiz Cruz

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

en alusión a la forma, no queda recogida esta acepción hasta el Autoridades (s.v.), haciendo referencia a los fluecos de campanilla: ‘se llaman aquellos que se hacen de seda ò plata, y fuera del flueco salen colgando unas borlitas, que por semejanza se llamaron campanillas’. Como puede comprobarse del ejemplo proporcionado en (5), al menos en el siglo XVII la voz anali-zada tuvo otro uso, en aposición a taza, para designar un vaso pequeño (inferior en tamaño a la jícara) de forma campaniforme de procedencia oriental, generalmente hecho de porcelana y que se fabricó desde inicios del siglo XVII, que servía para beber chocolate y que era conocido tam-bién “como taza de campana en la literatura occidental” (Museo Nacional de Artes Decorativas, en línea).

Aunque no se hallan otros testimonios en las fuentes manejadas (CORDE, CorLexIn y CHARTA), nuestro registro no es el único, puesto que hemos localizado dos casos más de taça campanilla en otros dos textos aragoneses del siglo XVII, de los años 1613 (6) y 1624 (7), respectiva-mente:

(6) Una taça con el nombre de Jessús en medio, de pesso de dos onzas quinze arienços; una portadora labrada, de pesso de siete onzas doze arienços; más una taça cuchareteada a lo viejo, de pesso de diez onzas y doze arienços; más una taça campanilla, de pesso de cinco onzas dos arienços; una taça llana con rossa en medio, onze onças siete arienços; más una taça penada picalte labio vuelto, diez onças y dos arienços (1613, Berdejo se asocia con Lacueva para realizar cierto negocio con unas piezas de plata blanca y dorada, procedentes del convento de N.ª S.ª de la Merced de Uncastillo [Za-ragoza]; Bruñén, Julve y Velasco de la Peña, 2005: 83).

(7) Vna taça de plata blanca lisa con pie. Vna taça de plata sobredorada grabada que pesa diez y siete onças. Vna taça campanilla de plata. Vna varquilla lisa de plata. Vn salero de tres pieças de plata blanca labrada. Vna pimentera de plata (1624, Inventario de los bienes de Andrés de Arana, pintor; Pallarés, 2001: 324).

Por lo tanto, observamos que al menos desde 1613 (como figura en 6)

algunos aragoneses disponían entre su ajuar de mesa de este tipo de reci-piente, muy a la moda en ese siglo.

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Apreciaciones léxico-semánticas inventario aragonés 1658... 87

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

Imagen 2. Taza campanilla (1660-1680, Museo Nacional de Artes Decorativas)

2.4. Caza

En la descripción de los objetos existentes en la cocina, se hallan caças con diversas utilidades (8 y 9):

(8) Tres parrillas de assar, vna mayor que otra. Dos sartenes pequeñas de haçer huebos estrellados. Dos sartenes pequeñicas. Vna caça pequeña para haçer huebos eruidos. Dos rasseras, vna larga y otra redonda (5r/18).

(9) Dos caças de colar. Tres escalfadores de arambre de massar, dos gran-des y vno pequeño, biejos (5r/22).

Como indican Corominas y Pascual en el DECH (s.v. cazo), la forma

femenina es la propiamente aragonesa para designar al cazo ‘vasija de metal con un mango para manejarla’ y, al igual que esta última, posee un origen problemático e incierto.

Caza con el significado anotado figura en la documentación aragonesa al menos desde 1331 (DECH: s.v. cazo)6. Otros ejemplos presentes en re-laciones de bienes procedentes de esta diatopía de diversas épocas son los de (10 y 11).

6 En catalán se atestigua cassa ‘instrumento compuesto de un recipiente de metal, relativamente pro-

fundo, unido a un mango largo, que sirve para sacar materia líquida o semilíquida y transportarla a otro lugar’ en un documento de c. 1388 (“Una cassa d’argent”, DCVB: s.v.).

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88 Demelsa Ortiz Cruz

Cuadernos del Instituto Historia de la Lengua (2021), 14, 81-98

(10) Una caça de arambre con mango de fierro (1484, Inventario de bienes de 1484; Gual, en línea: s.v.).

(11) Vna palanga del fuego, vna caza del fuego, vna cuchara para baciar arambre (1656, Inventario y arriendo de la farga de Bielsa a Gilberto Cubero, Bielsa, Huesca; CorLexIn).

Aunque en los repertorios generales presentes en el NTLLE no figura

caza con el sentido aquí atestiguado, sí que lo hace en algunos de los voca-bularios aragoneses manejados: por un lado, en los de Borao ([1859] 1908: s.v.), Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) y Andolz (1992: s.v.) se presenta como sinónima de lebrillo, esto es, la ‘vasija de barro vidriado, de plata u otro metal, más ancha por el borde que por el fondo, y que sirve para lavar ropa, para baños de pies y otros usos’ (DLE: s.v.). Por otro lado, en el DDEAR (s.v.) caza se define como el ‘recipiente de cocina, con mango, en el que se calientan los líquidos; cazo’ y se localiza en el norte de Zaragoza. Junto a esto, Alvar (1978a: 31) lo encontró con el significado de ‘cazo para sacar agua de la herrada o tomarla de la fuente’ en el habla de Ansó y con el de ‘cazo empleado para escaldar’ en la Navarra nordoriental (Alvar, 1978b: 266).

2.5. Embutidor

En el siguiente fragmento (12) se citan, junto a otros utensilios de co-cina, unos embutidores para hacer longanizas:

(12) Vna doçena de gubiletes. Vnas orquillas para andar los gubiletes. Vna tenaja de la miel. Dos orzas grandes bidriadas. Media doçena de embutidores de longaniça. Vn foguerico de hierro (5v/29).

Está claro que embutidor ‘máquina o aparato que sirve para embutir’

(DLE: s.v.) es un derivado de embutir (antiguamente embotir) y este de BOTO ‘odre’ (por lo que el verbo tendría el significado de ‘rellenar como un odre’; DECH: s.v. embutir). Sin embargo, a pesar de esta evidencia, la forma ana-lizada no figura en la obra de Corominas y Pascual (aunque sí lo hace la forma femenina embutidera7).

7 En cuanto a esta forma femenina embutidera, aparece por primera vez en la 3.ª edición del Diccionario

académico de 1791, si bien con el sentido de ‘pedazo de hierro fuerte de figura casi circular con asiento en su parte inferior, y en la superior con un hueco adonde á golpe de martillo entra el clavo que meten los caldereros en los cazos, sartenes, etc. segun lo han menester para su intento. Las hay de diversos tamaños’ (NTLLE: s.v.).

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Una búsqueda exhaustiva del vocablo masculino permite constatar la ausencia de este en la mayor parte de las fuentes manejadas: así, no hay ejemplos en el CorLexIn ni en CHARTA y los que ofrece el CORDE (de mediados del siglo XX) aluden a máquinas de trabajo mecánico. De hecho, este sentido se ajusta más a uno de los que canónicamente ha tenido embu-tidor: el de ‘pequeño instrumento de hierro, que sirve para la colocación de los clavos en las piezas de cobre, hierro, etc.’ (así considerado desde el Diccionario nacional de Domínguez de 1853; NTLLE: s.v.). Más antigua es la acepción referida a la persona que embute, presente desde el Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa de Palet de 1604 (NTLLE: s.v.). Sin embargo, para el significado aquí anotado debemos esperar al Diccionario manual de la Academia de 1984 (‘máquina o aparato para hacer embutidos’; NTLLE: s.v.).

A la vista de lo sucedido con la alternancia entre los sufijos -dor/a y -dero/a con otros étimos (abrevador, cernedor, enfalcador o tapador; Ortiz Cruz, 2019: 118), la selección de embutidor (frente a embutidora o embutidera) podría deberse a factores regionales: un cotejo del Fichero general de la Academia nos aporta ejemplos de la voz analizada en Teruel, Valencia y Albacete, lo cual esboza cierta continuidad geográfica; frente a esto, embutidora se loca-liza en Álava, Navarra y Extremadura, y embutidera, en Cuenca. En este sentido, más registros documentales al respecto ayudarán a esclarecer esta cuestión. En todo caso, interesa destacar que per se el registro de embutidor de nuestro inventario sería, de acuerdo con las fuentes manejadas, una voz escasamente documentada en el siglo XVII.

2.6. Filimpúa

En la descripción de diferentes tipos de delantecama (esto es, la ‘tela adornada con puntillas y bordados que se pone bajo el jergón de la cama para ocultar los travesaños y las patas’, DDEAR: s.v.), se especifica que algunos de estos están hechos de filimpúa (13):

(13) Vn delantecama texido de lino con vnas labores como deshilado, vssado. Otro delantecama de filimpúa texido con el mismo deshilado, roto. Vn delantecama de filimpúa labrado con vnas tiras de diferentes co-lores, vssado (3r/10 y 11).

Con el término filimpúa se alude a una ‘cierta tela de lino delgado’, se-

gún define Siesso ([c. 1720] 2008: s.v.), quien propone, además, que esta denominación provenga del sintagma hilo de púa (y estos, a su vez, del latín FĪLUM ‘hilo’ y de una base de origen incierto, tipo *PUA, *PŪGA o *PŪCA,

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respectivamente; DECH: s.vv. hilo y púa). En el DECat (s.v. fil) se añade que la palabra filempúa ‘tipo de paño que se bordaba con hilo o seda’ vendría motivada por la púa o púas de los antiguos telares, ya que habría ciertos tipos de tela que se hacían pasando cinco hilos por la púa, otros pasando tres hilos y también había de dos.

Existen testimonios documentales de este vocablo en el área oriental, al menos, en catalán desde 1363 y en Aragón desde 1497 (DECat: s.v. fil). En la zona geográfica que nos concierne, podemos afirmar que no solo existe continuidad de filimpúa en textos del siglo XVII (como el ejemplo aquí señalado), sino que, como hemos atestiguado en Ortiz Cruz (en prensa), también era de uso aragonés en la época dieciochesca8.

Como orientalismo léxico que es, aparece lematizado en repertorios lexicográficos dialectales: así, con la definición citada anteriormente de Siesso ([c. 1720] 2008: s.v.), Moneva ([c. 1924] 2004: s.vv.) considera filimpúa como propia del Alto Aragón y la hace sinónima de filimpia, recogida con el sentido de ‘toca o madeja de algodón o de lino delgado’. Por su parte, filimpias se recoge también en los diccionarios de Borao ([1859] 1908: s.v.), Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) y Andolz (1992: s.v.), con la acepción ano-tada.

2.7. Legona

En alusión a las pertinencias de un vecino apellidado Jarque, se recoge una legona (14):

(14) Más tiene Jarque vna tenaja de ocho cántaros para agua y vna legona buena (14v/25). Con este término se alude al legón, esto es, una ‘especie de azadón’

(DLE: s.v.), vocablos que provendrían de LĬGŌNEM, con idéntico signifi-cado (DECH: s.v. legón). Apuntan Corominas y Pascual que la forma feme-nina que nos interesa “figura ya en el valenciano Jaume Roig, en 1460”, mientras que “en Aragón dicen ligona” (atestiguada esta última al menos desde 1306; Gual, en línea: s.v.)9. Sin embargo, comprobamos con este

8 El ejemplo procede de un inventario zaragozano de 1732: «Seis cortinas blancas de filimpúa». Para

otros registros aragoneses cuya cronología se prologa a fines del siglo XVIII, véase la correspon-diente explicación de filimpúa en Ortiz Cruz (en prensa).

9 Ligona es la forma preferente en los repertorios lexicográficos regionales manejados, pues así se le-matiza en el de Borao ([1859] 1908: s.v.), en el de Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) y en el DDEAR (s.v., localizado en Zaragoza y Teruel). En este último diccionario, legona se da como regionalismo extendido con el sentido anotado (DDEAR: s.v.).

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registro que la forma valenciana legona no es exclusiva de esta zona, sino que, a juzgar por los datos a los que se han tenido acceso, se halla mucho más extendida de lo que inicialmente se pensaba: se atestigua en Teruel, Castellón, Valencia, Alicante, Murcia, la Andalucía oriental (Almería y Granada, llegando hasta Córdoba), pero también en algunas localidades de las provincias de Guadalajara, Cuenca y Albacete (Gordón, 1989: 201-202; y Fichero general: s.v.); asimismo, se atestigua en el Vocabulario palentino de Gordaliza Aparicio (según consta en este Fichero general: s.v.). Por ello, todo parece indicar que se trataría de un regionalismo de preferencia oriental.

Desde un punto de vista cronológico, ya hemos señalado que la forma que aquí nos concierne figura en documentación valenciana desde media-dos del siglo XV (DECH: s.v. legón). A esto cabría añadir que en el siglo XVII legona era forma aragonesa, a juzgar por nuestro ejemplo junto a otros dos de mediados de dicha centuria procedentes del CorLexIn (15 y 16)10:

(15) Vn mortero con su mano; dos jarricos pequeños; vn picher bueno; vna legona mediada; tres pelejos uiejos; vnas tenazas del fuego; vn herrojo de hierro (1641, Partición de los bienes de Domingo Gómez y Juana Villalba, Villalba Baja, Teruel; CorLexIn).

(16) Jtem assí mesmo le dan las herramientas necesarias a vn labrador como son legona y azada escabadera y rozadera y vnos ganchos y vn arado y yubo (1647, Capitulaciones matrimoniales de Miguel Jorge y María Franco, Ma-luenda, Zaragoza; CorLexIn).

2.8. Perola

Junto a las anteriores caças ‘cazos’ (§2.4.), aparece descrita una perola (17):

(17) Dos caças de colar. Tres escalfadores de arambre de massar, dos grandes y vno pequeño, biejos. Dos calderos de fregar, medianos. Vn rallo con su coladera. Vna perola de haçer confintura con dos cucharas,

10 También figuran dos ejemplos madrileños en el CorLexIn, ambos de Torrelaguna, localidad próxima

a Guadalajara (“Yten, vna legona viexa tasada en seis reales”, Carta de dote de María de Acebos, 1658, Torrelaguna, Madrid; “Quatro legonas tassadas en veinte y ocho reales. Yten, tres legonçillas paralas güertas tasadas en doce reales”, 1657, Carta de dote de Estefanía Núñez, Torrelaguna, Madrid; CorLexIn).

Por otro lado, no hay más registros en las restantes bases de datos manejadas (CORDE y CHARTA).

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vna con ajugeros y otra sin ellos, de açofar. Cinco calderos de colar con dos treudes (5r/25).

Con esta denominación se alude a una ‘especie de perol, más pequeño que el ordinario’ (DLE: s.v. perola), siendo el perol la ‘vasija de metal, de forma semejante a media esfera, que sirve para cocer diferentes cosas’ (DLE: s.v.).

Desde un punto de vista etimológico, ambas formas provienen del catalán perol íd., diminutivo de pér, procedente del galo *PARIUM (hermano del galés pair); además, es también una voz murciana (DECH: s.v. perol), así considerada con la acepción anotada en diversas ediciones del Diccionario académico (concretamente, desde la 16.ª del año 1936 hasta la 18.ª edición del 1956; NTLLE: s.v.), mientras que desde la 19.ª (de 1970; NTLLE: s.v.) hasta la 23.ª edición (DLE: s.v.) aparece como general.

Por otro lado, en los repertorios aragoneses de Borao ([1859] 1908: s.v.) y Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.)11 y en un estudio de Nebot (1982: 110) se indica que la perola es el cazo, esto es, un ‘recipiente de cocina, de metal, porcelana, etc., generalmente más ancho por la boca que por el fondo, pero a veces cilíndrico, con mango y, por lo general, un pico para verter’ (DLE: s.v. cazo). Sin embargo, esta acepción no se corresponde con la ates-tiguada en nuestros documentos, dado que, junto a la perola, se registran, como ya hemos visto, «dos caças de colar», diferencia semántica que se mantiene también en los textos aragoneses del siglo XVIII (Ortiz Cruz, en prensa), por lo que sería más adecuado pensar en el sentido indicado por Siesso ([c. 1720] 2008: s.v.), quien equipara la voz perola a la de perol.

En cuanto a su datación, la voz analizada perola se atestigua con el sig-nificado anotado, de acuerdo con los datos volcados en el CORDE, desde las últimas décadas del siglo XVI, pues aparece mencionada en el Libro de experimentos médicos, fáciles y verdaderos12 de Jerónimo Soriano, autor turolense que vivió en la segunda mitad de esta centuria. Por todo ello, podría tra-tarse de una voz de uso oriental, cuyo empleo se documenta al menos en textos aragoneses, catalanes (DECat: s.v. perol) y murcianos13.

11 Pardo Asso ([1938] 2002: s.v.) distingue, además, un segundo sentido para perola, el de ‘perolón,

aum[entativo] de perol; perol grande’. 12 «Vnguento que diuinamente cura las vlceras de las espinillas, y otros. Toma de litargirio de oro, tres

onças de albayalde vna onça: de vinagre fortissimo quatro onças: de estoraques liquidos vna onça: de cera amarilla quatro onças: de azeyte rosado ocho onças: de rasina de pino cinco onças: de azeyte de nuezes ocho onças: lo que se pudiere hazer poluo se haga, y mezclese con todo lo demas, y cuezase en vna perola, o vaso apto, hasta que quede en forma de vnguento, muy bien hecho» (1598, Jerónimo Soriano, Libro de experimentos médicos, fáciles y verdaderos; CORDE).

13 En esta base de datos se encuentra perola repetidamente en la obra del murciano Javier Fuentes y Ponte del último tercio del siglo XIX, como se ejemplifica en el siguiente fragmento: «Era el

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Imagen 3. Cazas y perolas en el Bodegón con recipientes de cocina y espárragos

(Ignacio Arias, c. 1652).

3. CONCLUSIONES

A la vista de lo expuesto en los apartados anterior, podemos destacar las siguientes cuestiones obtenidas del análisis de este inventario de bienes aragonés de 1658: desde un punto de vista dialectal, como era de esperar, se han localizado diversas formas y acepciones regionales, con mayor o menor extensión en su ámbito geográfico de uso. Así, a juzgar por los datos a los que se ha tenido acceso, barrastra ‘instrumento empleado para recoger la parva trillada’ sería un aragonesismo léxico; caza ‘cazo’, uno morfológico; filimpúa ‘cierta tela de lino delgado’, un orientalismo; y legona ‘azadón’, un regionalismo de preferencia oriental.

Junto a estos datos, se atestiguan formas o acepciones que interesan advertir desde un punto de vista cronológico: la ya citada barrastra de

primer viernes de Marzo, y de añeja costumbre viene al monte ir á ofrecerle en devocion y romería á la Virgen la simiente del gusano de la seda, que por entónces y á poco revive, por lo cual, y atento van muchas personas, aunque de calidad sean, descalzas, con velas y votos de cera, como milagros en tabla de pintura, que cada cual su cosa ofrece por la mañana; la perola de arroz con pollo hacen luégo bajo un pino cabe alguna cueva de ermitaño, para hacerle á la postre caridad de lo quedado; y la tarde pásanla bailando parrandas los mozos y zagalas al son de los timpliquios y postizas; lo cual, como mucha gente en carretas, carricos, hacas y pollinas acude, y siémbrase por tal sitio, que ameno es y una vista descubre maravillosa, ventana parece de la gloria» (1872, Javier Fuentes y Ponte, Murcia que se fue; CORDE).

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nuestra relación de bienes podría considerarse hasta el momento el testi-monio documental más antiguo; esto también sucede con embutidor ‘má-quina o aparato para hacer embutidos’, forma quizá también de preferen-cia oriental. Por otro lado, se ha constatado un nuevo sentido de azuela (‘cuchillo o hachuela para cortar la carne’) no atestiguado en los repertorios lexicográficos ni en la documentación ni en la bibliografía sobre esta voz; lo mismo sucede con el significado de (taza) campanilla ‘vaso pequeño de forma campaniforme de procedencia oriental, fabricado desde inicios del siglo XVII, que servía para beber chocolate’.

En definitiva, con este trabajo insistimos en la riqueza lingüística que aguardan los inventarios de bienes, aportando nuevos datos que permiten matizar algunas cuestiones del devenir histórico de estas voces.

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Voces locales en la documentación dieciochesca del este de Madrid

Delfina Vázquez Balonga Universidad de Alcalá

Recibido: 16/08/2021 Aceptado: 28/10/2021

Resumen: El estudio previo de documentos de la Comunidad de Madrid de los siglos XVI al XIX ha permitido establecer la existencia de algunas palabras locales, tanto en el territorio de la región como en otras provincias limítrofes. En la misma línea, en este trabajo se muestra una ampliación del corpus documental ALDICAM con nuevas piezas del área este de la región madrileña datadas en el siglo XVIII. Por medio de la comparación con documentos históricos y los estudios de dialectología actual, nuestro objetivo es investigar posibles voces locales y su relación con otras áreas próximas.

Palabras clave: documentos archivísticos, léxico, siglo XVIII, Madrid, dialectología, lingüística diacrónica.

Abstract: The previous study of documents of the Community of

Madrid from the 16th to the 19th centuries has made it possible to establish the existence of some local words, both in the territory of the region and in other neighboring provinces. In this investigation line, this work shows an expansion of the ALDICAM corpus with new pieces from the eastern area of the Madrid region from the 18th century. Through comparison with historical documents and studies of current dialectology, our objective is to investigate possible local words and their relationship with other nearby areas.

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Keywords: archival documents, vocabulary, 18th century, Madrid, dialectology, diachronic linguistics.

1. INTRODUCCIÓN

1.1. Estudios sobre el habla de Madrid

En las últimas décadas se ha producido un creciente interés por la caracterización del habla actual de la Comunidad de Madrid a partir de datos empíricos, tanto en una perspectiva sociolingüística como dialectológica (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018). Además de esto, podemos mencionar la relevancia de trabajos basados igualmente en encuestas directas en diversos puntos de la comunidad de Madrid, como el ADiM (García Mouton y Molina Martos 2015) y trabajos elaborados a partir de esta investigación (García Mouton y Molina Martos 2014 y 2017), así como la recopilación de diversas fuentes para el Diccionario de Madrileñismos (Alvar Ezquerra 2011)1.

Por otra parte, los estudios de lingüística diacrónica basados en documentación archivística histórica de Madrid han quedado reflejados en trabajos centrados en la capital (Sánchez-Prieto Borja y Flores Ramírez 2005), pero también en puntos concretos de la región, como se ha podido ver en Paredes García (2010); en cuanto al estudio del léxico, mencionamos a Morala Rodríguez (2014)2, Vázquez Balonga (2015), Sánchez Sierra (2020), entre otros.

Desde el punto de vista de la historia del español de Madrid, ha sido un avance importante la constitución del corpus documental ALDICAM, dentro del proyecto homónimo (2016-2019)3. Los documentos recopilados proceden de más de 50 localidades de diversas comarcas de la Comunidad de Madrid, desde la capital hasta localidades de menor población, y están datados entre los siglos XIV y XIX, ambos incluidos.

1 No podemos olvidar estudios centrados en algunas áreas concretas de la región

madrileña, como Ruiz Martínez (2000). 2 Estas publicaciones tienen como objeto de estudio documentos notariales del Corpus

Léxico de Inventarios (CorLexIn), en el que hay piezas de toda la geografía española y de algunos países americanos; por ejemplo, para la voz hintera ‘mesa para heñir’, se menciona que, entre otros puntos geográficos, está documentada en Pinto (Madrid) en 1653 (Morala Rodríguez 2014, 9).

3 ALDICAM-CM (S2015/HUM 3443). Proyecto en el que formaron parte la Universidad de Alcalá (coordinador), ILLA-CSIC y la Universidad Complutense de Madrid. http://aldicam.blogspot.com/

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Si nos detenemos en la documentación del este de la región, el corpus ALDICAM cuenta con un considerable conjunto de piezas emitidas tanto en el nordeste (Montejo de la Sierra, La Hiruela, Puebla de la Sierra, Robledillo de Jara, Torrelaguna) como en el área centro-sur (Alcalá de Henares, Arganda del Rey, Camarma de Esteruelas, Campo Real, Carabaña, Cobeña, Corpa, Daganzo de Arriba, Fuente el Saz del Jarama, Loeches, Meco, Morata de Tajuña y Torrejón de Ardoz). No obstante, están adscritos al siglo XVIII un total de 20 documentos datados en las localidades de Arganda del Rey, Camarma de Esteruelas, Campo Real, Corpa, Daganzo de Arriba y Perales de Tajuña.

1.2. Áreas dialectales de Madrid

Para este trabajo, partimos de la división propuesta por Moreno Fernández (2004, 229-230), por la que el espacio correspondiente a la Comunidad de Madrid estaría compuesto por una zona occidental, más cercana a las hablas de Segovia, la oriental, vinculada con Guadalajara, y la meridional, con rasgos comunes al habla de Toledo. A través del estudio de las fuentes documentales del corpus ALDICAM se han podido registrar algunos elementos léxicos comunes entre la Comunidad y las provincias próximas4, mientras que otros se documentan exclusivamente en los textos madrileños5 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018, 375).

Estos datos abren una vía de investigación en la que es fundamental el uso de las encuestas dialectales actuales para determinar la existencia y extensión de estos regionalismos. Por ello, nuestro objetivo es estudiar en el corpus documental del este de Madrid las voces locales, su pervivencia en la región actualmente y su relación con sus provincias vecinas, en particular, la cercana Guadalajara.

4 Un caso destacado son cacera, ‘cauce para agua’, aún registrado en ADiM en la zona oeste

y sur. Otro de interés es cucharrena ‘espumadera’, documentado en Montejo de la Sierra en 1863, que está recogido en ADiM en la misma comarca de la Sierra Norte, al igual que está indicado en DLE que es voz propia de Soria y Segovia, cercanas a Montejo.

5 Por ejemplo, cerviajo ‘borde alto’ (Daganzo de Arriba, 1782) y pasto siego ‘tierra para pasto y cultivo’ (Hoyo de Manzanares, 1704).

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2. CORPUS DOCUMENTAL

Para este estudio hemos analizado un conjunto documental que consta, por una parte, de una selección procedente de ALDICAM6 y, por otra, de una serie de piezas recientemente incorporadas como ampliación del dicho subcorpus. Los 22 documentos están datados entre 1753 y 1789 en las localidades de Carabaña, Camarma de Esteruelas, Corpa y Loeches, ubicadas en las áreas centro y sur del este de la Comunidad de Madrid. De acuerdo con la división de comarcas turísticas de la región, contamos con un municipio perteneciente a Las Vegas (Carabaña) y dos al Corredor del Henares (Camarma de Esteruelas y Corpa). La documentación histórica de estas localidades está conservada en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (ARCM), en los fondos municipales. Nos interesa especialmente esta documentación por estar en un área poco explorada y que, por un examen previo, consideramos que puede aportar voces propias de su área geográfica, tanto en la región de Madrid como en correspondencia con otras limítrofes7.

3. APROXIMACIÓN A LA LENGUA DEL CORPUS

La documentación estudiada, al ser de mano profesional, no muestra tantos fenómenos de la lengua oral como aquellos que proceden de scriptores menos formados8. A grandes rasgos, los documentos presentan algunas características propias de otros documentos de la época en la región madrileña, como la vacilación de vocales átonas, sobre todo /i/-/e/ (tenajillas ‘tinajillas’, simental ‘semental’) pero también /a/-/e/ (restrojo ‘rastrojo’) y /o/-/u/ (almuada ‘almohada’). Por su parte, el consonantismo muestra algunos ejemplos de adición de líquidas con ejemplos como frascritos ‘frasquitos’ o trueque de las mismas (brentiles ‘ventriles’), algo no extraño en la documentación madrileña de ámbito urbano y rural en este período (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2020). Tampoco son excepcionales en la historia del español los casos de confusión de fonemas /b/ y /g/ en ejemplos como abuja ‘aguja’ aunque también documentamos otros menos habituales (frígola por frívola), así como la metátesis de otras

6 Los documentos judiciales del fondo municipal de Camarma de Esteruelas (1-12) fueron

transcritos y editados por Gallardo López (2017). 7 No tenemos el propósito de trabajar con un corpus definitivo de la zona este de Madrid,

sino con una muestra que pueda proporcionar información de una parte de este espacio de la Comunidad.

8 Para ampliar sobre scriptores y sus niveles de pericia gráfica, ver Almeida Cabrejas (2014).

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consonantes (gujón ‘jugón, jubón’). Igualmente es visible el debilitamiento y omisión de /b/ en la palabra taburete, como se puede comprobar en otros inventarios de bienes9. El proceso de lenición de las consonantes finales se puede probar por algunos casos de confusión de estas, como alguacid ‘alguacil’ (18, Camarma de Esteruelas, 1776). Es destacable la sustitución de /d/ intervocálica en lugar de /t/ únicamente en la unidad léxica cuenta en la expresión de mala cuenta: “una albarda de mala cuenda” (12, Corpa, 1765); “un lenzón de mala cuenda” (14, Camarma de Esteruelas, 1769).

Por su parte, el corpus elegido muestra una preferencia hacia el sufijo diminutivo -illo (banquillo, capotillo, taburetillo) pero se observa la importante presencia de -ito tanto con el valor descriptivo del tamaño (arquita, frasquito, mesita, tenajitas), como el aplicado a adjetivos (chiquito, medianito), mientras que de manera residual se encuentra -uelo (brazuelo, lenzuelo) y -ejo (hacholeja10). En el aspecto de la morfología nominal, destacamos el registro de menora (“nueva adjudicazión a la menora”, 20, Carabaña, 1753), que está presente en la historia del español, aunque sea en la actualidad un uso antinormativo. En cuanto a los pronombres átonos de tercera persona, se documentan fenómenos de leísmo y laísmo en todo tipo de textos. Se encuentran ejemplos del primero referido tanto a inanimado (“es cierto que dicho solar de casa me le vendió”, 21, Loeches, 1772), como a animado (“haviéndole enviado [al mozo]”, 12, Corpa, 1765). En cuanto al laísmo referido a animado femenino, habitual en Madrid y Guadalajara, encontramos también registros: “la vendiese un cuartillo de leche [a Ana Isidro]” (5, Camarma de Esteruelas, 1756; Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018: 352; Gallardo López 2017); “el mucho cariño y voluntad que la tubo [a Ana Martínez]”, 16, Camarma de Esteruelas, 1754). Asimismo, documentamos laísmo referido a inanimado: “haviendo enmaderado la dicha pieza grande, poniéndola zarzo” (23, Loeches, 1789).

4. CLASIFICACIÓN DEL LÉXICO

En primer lugar, y antes de profundizar en una clasificación del vocabulario, es necesario insistir en las características del mismo en una documentación emitida por escribanos profesionales. En el caso de los inventarios de bienes, la realización al dictado debía ser una garantía de

9 Puede servir de muestra la gran cantidad de ejemplos de taurete que hay en el CorLexIn,

en inventarios de bienes del siglo XVII de provincias diversas como Palencia, Navarra, Teruel o Ávila.

10 En este caso, además, está fijado, como muestra la extensión de choleja y el diminutivo cholejilla.

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fidelidad al término presente en la lengua viva, lo que ha permitido encontrar coincidencias con su variedad dialectal (Morala Rodríguez 2014). En cuanto a la documentación judicial, si bien no muestra una densidad de vocabulario tan alta como los inventarios, a menudo aporta voces empleadas en la lengua cotidiana, ya que estas podían ser determinantes en el desarrollo del proceso legal. Un caso claro sería el de los procesos por injurias, aunque también por robo, agresión, impagos o embargos11. Por esto, aunque tenemos en cuenta la indudable presencia de la lengua administrativa en esta documentación, consideramos que esta puede reflejar usos lingüísticos y, en concreto, léxicos, propios de una variedad determinada. De hecho, la aparición de voces y expresiones coloquiales o marcadamente diatópicas son una prueba de la fidelidad del escribano a las palabras de quienes intervienen.

Para dividir el léxico, nos aproximamos a la clasificación

onomasiológica propuesta por Carriazo Ruiz (2012), con algunas

modificaciones debido a las características del corpus documental. Nos

interesa especialmente el ámbito de la vida cotidiana, que suele mostrar

mayor variedad diatópica. En este corpus hay algunos ámbitos que no son

apenas representados, mientras que otros muestran un alto índice de ítems,

como se puede ver a continuación.

En el ámbito referencial de la agricultura, documentamos posesiones

y terrenos: alameda, centeno, erial, huerto, majuelo, mata, olivar, olivos, tierra, trigo,

tierra, tierra ricial, viña, zepas. Se mencionan igualmente los frutos como son

cevada y trigo o trigo morisco. Dentro del mismo, también contamos con otro

importante grupo, el correspondiente a los aperos: arnero, azada, azadillas,

azadón boquiancho / de monte / retamero, banasta, béstola, bielo, calzo, cama, cesto,

choleja, cholejilla, criba, empedradera, espuerta, garabatos, orca, oz, picarro, rastrillo,

rodillo, palas, trilla, trillo. Destacan en particular los nombres que denominan

partes del arado: arado, béstola, cama, dental, estevas, reja, timón, yugo / yubo12.

Además, en la documentación se incluyen nombres referidos al aparejo de

11 Por ejemplo, hemos documentado la voz cerril ‘cría de asno’ en una denuncia del fondo

municipal de Camarma: “y pollina que se ha llevado es de bastante altura, pelo negro, algo patoja, y al presente está criando un zerril” (Gallardo López 2017; Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018).

12 En la documentación se encuentra yugo, salvo un caso en el que coexiste en el mismo

documento con yubo (Camarma de Esteruelas, 1769). Por lo tanto, hay un cambio respecto a la documentación del siglo anterior, en la que dominaba yubo en la Comunidad de Madrid (Vázquez Balonga 2015: 282; Morala Rodríguez 2016: 141).

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las caballerías: aguaderas, albarda, alforjas, cincha, colleras, estribos, grillos, manta

para mulas, rastra, quitaipones, silla de montar, ventriles. Los animales que más

aparecen son los que forman parte del ganado bovino (bueyes, ganado bacuno,

res bacuna, ternera, torete), porcino (cerda, cochinillo, macho de cerda semental) y

ovino (ovejas). En un documento se mencionan gallo y gallina y, entre las

caballerías, apuntamos cerril / cerrila, mula, pollina y yegua.

En la esfera de la vida doméstica, sobresalen las referencias al ajuar de

cocina, del que apuntamos las siguientes voces: agrazera, alcuza, almirez,

artesilla, asador, barillas, bedriado, botellas, caldera, cántaro, cazo, cedazos,

chocolatera, cobertera, cubilete, cuchar, cuchara, cuero, embudo, espumadera, frasquitos,

gamella, garfios, hachaleja, hachas, masera, sartenes, tenajilla, olla, palancana, paletas,

perol, peso, pesa panadera, parrillas, rallo, redoma, rosquillero, tajo, tartera, tenazas,

trébedes, trillas y varreño. En menor cantidad también hay anotados nombres

de alimentos sólidos (aceite, alcaravea, almortas, arroz, garvanzos, guisantes,

harina, judías, manteca, pescado, pimentón, queso, tocino, vizocochos), además de

bebidas (aguamiel, aguardiente, leche y vino).

No faltan algunos términos para la categoría de la calefacción (brasero,

calentador, fuelles, morillos), la iluminación (belón, bujía, candelero, candiles,

palmatoria,) y la vajilla de mesa (baso, jarra, jícaras, platos, tazas). En algunos

hogares hay inventariadas armas (escopeta, espada, espadín, pistolas), aunque es

más abundante en este corpus el campo de las herramientas de trabajo:

agujas para tapias, aserrucho, azuela (de cabestro), biela, cello, cigüeña, cuchillas,

cuchillo, escoplo, esportillas terreras, fixa, martillo, martillejo, maceta (de cantero),

piqueta, plomada, sierra, llanas, cepillo, barrenas, galápago, gradillas, pisón, justal,

frontera, raedera, rodillo. Papel importante juegan, sobre todo en los

inventarios, las voces relativas a la ropa de cama (almohada, colcha, colchón,

cubridor de almohadas, engerga, frazada, sábanas, manta, paño de manos) y la de

hogar (cortina, tabla de manteles, manteles, servilletas, sobremesa, tendal, toalla). El

ámbito de mobiliario y accesorios está conformado por aro de cubo, arca /

arquita, banco /banquillo, botijón, bufete, cajita, cama, campanilla de calote13,

cangilones, carpetilla, cofre, costal, cuadro, cuna, cruz, devanaderas, engerga, escarpia,

espejo, mesilla, países, papelera, pellejo, relox de sol, santos, sillas, tableros, tablón,

taburetillo, tenajas / tenajillas y tinillos.

13 La encontramos en una dote (Camarma de Esteruelas, 1749). Con toda probabilidad el

material de la campanilla es caloto, nombre registrado en el siglo XVIII pero no recogido en el DLE. Se refiere a un metal asociado a una reliquia de una campana de Caloto, una localidad colombiana del departamento de Cauca (Ortiz Cruz, en prensa).

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Igualmente unido a la vida cotidiana está el léxico de la indumentaria,

que presenta los siguientes ítems: ajustador, almilla, basquiña, bestido,

calzonzillos, calzetas, calzón, camisa, camissola, capa, capotillo, casaca, casaquilla,

chupa, corbata, camisa, delantales, dengue, devantal, escusalí, faldillas, guardapiés,

jugón / jubón, justillo, ligas, mangas, manteletas, mantillas, manto, medias, mitones,

montera, muda, mudadura, paletina, pañuelo y traje. Junto a estos nombres de

prendas de vestir, hay una mención a unos zapatos y a diferentes joyas y

adornos: abuja, aderezo, arillos, collar, diges, manillas, medallas, pendientes,

rascamoño, rosario. Con la mención a la vestimenta y la ropa de cama y hogar

siempre está la referencia a los tejidos y material de costura: albornoz,

barragán, bocadillo, cáñamo, cotonía, bayeta, damasco, estopa, filipichín, gamusa,

gorgorán, griseta, lana, lienzo, lino, mantillas, morlés, muselina, olandilla, paño, paño

de damas, prinzipela, saetín, seda, sempiterna, serafina, tafetán, tela de princesa, terliz,.

Tampoco faltan alusiones a las labores hechas en el tejido como alimanisco,

desilados, encage, granillo de trigo, labrado, y randas.

En el campo referencial de la vivienda, debemos dividir este en

elementos de construcción (boquerón, bovedillas, enmaderado, entabicado, palos,

piezas, puertas, soportal, suelos, tapiales, tejado) y partes de la casa (alcova,

caballeriza, cocedero, corral, cortes, corralizas, cozina, cuadra, cuarto, dormitorio,

horno, pajar, patio, pila, portada, portal, pozo, sala y soportal). En otro ámbito

clasificamos las unidades de medida, que están representadas en las voces

arrobas, baras, carro, celemines, libras, onzas y piernas. Por último, hay un grupo

de elementos variados que denominamos “Otros”, con voces como

abanicos, cuerdas, galera, paja, plancha, retama, retazo, sogas y yerro.

5. VOCES MARCADAS DIATÓPICAMENTE

Seguidamente mostramos una selección de voces del corpus que, gracias a los trabajos recientes de dialectología sincrónica, han podido ser relacionadas con el habla de un área geográfica determinada. Contamos, sobre todo, con los citados ADiM (García Mouton y Molina Martos 2015), el Diccionario de Madrileñismos (Alvar Ezquerra 2011) y el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Castilla-La Mancha (ALECMAN) (García Mouton y Moreno Fernández 2003), aunque también nos resultan de gran utilidad otras publicaciones relacionadas con la lengua de diversos puntos del centro peninsular. Otro apoyo fundamental para la investigación es la comparación de estas voces con otros testimonios de documentos archivísticos históricos cercanos en el tiempo a nuestro corpus.

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ACEITERO

“Una pieza grande, que me había de servir de aceitero”; “poniendo la

pieza aceitero con su texado y tavicados” (23, Loeches, 1789).

La acepción de esta voz como ‘lugar donde se almacena el aceite’ no

aparece en otras fuentes textuales ni lexicográficas. No obstante, ha sido

documentada en un inventario de bienes de la localidad de Carabaña en

1631 (Vázquez Balonga 2015, 177) y en prensa madrileña de la primera

década del siglo XIX, en anuncios que tratan inmuebles de localidades

ubicadas en el área este de Madrid. El primero de ellos consiste en una

venta de una casa en Valdilecha: “con qto.baxo y principal, cámaras,

bodega y aceitero con tinajas para 500 arrobas de cabida” (Diario de Madrid,

31 de mayo de 1803). Asimismo, encontramos otro registro en una venta

pública de bienes en Alcalá de Henares: “Otra en la calle del Limonero,

que linda a norte con casa y aceitero de D. Josef Yarritu” (Diario de Madrid,

10 de octubre de 1810)14. Por otra parte, en ALECMAN se registra aceitero

como ‘lugar en el que se deposita el aceite’ en la provincia de Cuenca

(Cañaveras)15.

BIELO / BIELA

“Item tres vielas, y unas horcas viejas, tres rodillos y dos vielos

pequeños”, “un bielo, rastra y rodillo” (15, Camarma de Esteruelas, 1769),

“y un bielo” (19, Carabaña, 1749)

Como variante de bieldo, la forma bielo se encuentra en la localidad

oriental de Patones, junto a horca y pala, bajo el significado de ‘instrumentos

para aventar’, según indica el ADiM. Por otro lado, también se documenta

en otras localidades del este de la región de Madrid, como Valdilecha,

14 Diario de Madrid. Disponible en la Hemeroteca Digital Hispánica

<http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/> 15 En esta pregunta, los informantes responden sobre recipientes (tinillos, tinajas,

recipiente) como lugares fijos (depósito, pocillos, silos). Por lo tanto, no es seguro que aceitero en Cuenca sea una estancia de la casa como en la documentación de Carabaña y Loeches.

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Ambite de Tajuña y Paracuellos del Jarama. Del mismo modo, el

ALECMAN muestra esta forma en Casar de Salamanca y Mondéjar

(Guadalajara) y Seseña (Toledo), todas localidades cercanas a los límites

con la Comunidad de Madrid. En documentación histórica, se pueden ver

registros de bielo en Atienza y Tordelrábano, en la provincia de Guadalajara

(CorLexIn) durante todo el siglo XVII y principios del siguiente, así como

en Carabaña en la primera mitad del siglo XVII (Vázquez Balonga 2015).

Por otra parte, biela aparece documentada en la actualidad en el

noroeste de Madrid en Alvar Ezquerra (2011, de Ruiz Martínez 2000),

como un instrumento semejante al bielo: ‘Instrumento agrícola que sirve

para aventar y tiene sus gajos más grandes que los del bieldo’. En

ALECMAN también se señala biela con este significado en Azuqueca de

Henares, en el extremo occidental de Guadalajara16. Por lo tanto, esta sería

la diferencia semántica en las voces biela y bielo que encontramos en el

documento de Camarma de Esteruelas de 1769.

BOTIJÓN

“Un botijón” (19, Carabaña, 1749), “por un botijón de agua al pozo” (3,

Camarma de Esteruelas, 1754).

Esta voz no está documentada en el DLE, pero Autoridades (1726) la

reconoce como ‘la botija grande con mucha barríga, y angosta de cuello,

la qual se hace de barro’. Según Alvar Ezquerra (2011), en Campo Real y

Chinchón, ‘vasija parecida al cántaro, aunque más pequeña, empleada para

llevar agua al campo’. En inventarios de bienes de Cuenca y Toledo del

siglo XVII se documenta botijón, pero con la indicación de que se emplea

para llevar aceite (CorLexIn)17. El testimonio de Camarma de Esteruelas

deja claro su uso para llevar agua, por lo que nos inclinamos a considerar

que también sería este el significado en Carabaña.

16 Ambas voces bielo y biela aparecen recientemente en la serranía de Guadalajara, en

concreto, en Robledo de Corpes y Prádena de Atienza (Alonso et alii 2017). 17 Los ejemplos se encuentran en Navahermosa (Toledo) en 1638 y Villamayor (Cuenca)

en 1635.

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CERRIL

“[La pollina] está criando un cerril” (12, Corpa, 1765), “Una borrica

con su cría y una zerrila de dos años” (19, Carabaña, 1749).

En Alvar Ezquerra (2011) no aparece la voz cerril para ganado mular,

solamente la acepción empleada en Colmenar Viejo y Collado Mediano:

‘[ganado de campo, especialmente vacas terrenas] que no se ordeña ni se

mantiene en cuadras o establos’. En el caso documentado en Camarma de

Esteruelas y Carabaña, se acerca más a la definición del DLE: ‘dicho del

ganado caballar, mular o vacuno: no domado’. En ALECMAN, aunque

dominan otras voces como buche, pollino, borriquillo o burrillo, para el

significado ‘pollino’ se documenta cerril en Castejón (Cuenca).

Por los registros de la voz en Camarma de Esteruelas, es posible que

se pueda referir a asnos muy jóvenes, incluso en etapa de crianza. Además,

en ambos se ha producido una lexicalización del término como sustantivo

desde el adjetivo.

CHOLEJA

“Una choleja” (19, Carabaña, 1749), “Otra choleja vieja” “Cholejilla”,

“Otra choleja” (20, Carabaña, 1753).

Aunque no aparece en los diccionarios de NTLLE, esta voz está

marcada en Alvar Ezquerra (2011) como propia de Carabaña,

Navalcarnero, Valderacete, Valdilecha y Orusco como ‘hacholeja, hacha’.

Resulta evidente la correspondencia geográfica de dicho término, ya que

no solo está documentada en la actualidad en la misma localidad,

Carabaña, sino también en otras próximas como Valdilecha y Orusco.

Confirma todo esto la presencia única de choleja en el ADiM, también en

el punto de encuesta de Carabaña.

CORTE

“Un pajar algo undido con sus cortes para zerdos” (18, Camarma de

Esteruelas, 1776).

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Si bien corte está recogido en el DLE, encontramos que la acepción es

‘corral o establo donde se recoge de noche el ganado’. Alvar Ezquerra

(2011) incluye corte como un madrileñismo actual propio de localidades de

diversas áreas de la región con la acepción de ‘pocilga, establo para

cerdos18. Este significado corresponde con el registrado en este

documento. Además, dicha acepción está recogida en el ALECMAN en

numerosos puntos de las provincias de Guadalajara y Cuenca19 (Sánchez-

Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018, 368). En dos vocabularios de

Guadalajara también aparece como voz local; en concreto, en Robledo de

Corpes y Valverde de los Arroyos (Alonso et alii 2017) y en el Alto Jarama

(Sanz Casarrubios 2007, 20). Igualmente, está presente con este significado

en el mapa correspondiente del ADiM, donde corte se ha registrado en

puntos orientales de la Comunidad de Madrid, entre los que se cuenta,

precisamente, Carabaña20.

LENZÓN

“Un lenzón de mala cuenda” (15, Camarma de Esteruelas, 1769).

No está recogido en el DLE, pero sí aparece en Ruiz Martínez (2000,

apud Alvar Ezquerra 2011) como ‘tendal para recoger aceitunas’ en

Paracuellos del Jarama, al noreste de Madrid. Además, se halla en

ALECMAN bajo el significado de tendal dentro del ámbito “Oliva y

aceite”, en las localidades de Casar de Talamanca y Valdepeñas de la Sierra,

ubicadas en el área occidental de la provincia de Guadalajara. Aunque

dicho atlas no lo recoge, lenzón también está registrada como voz propia

de Marjaliza (Toledo) (Sánchez Miguel 1995).

18 Concretamente, está documentada en localidades del este como Talamanca del Jarama y

Paracuellos (Ruiz Martínez 2000). 19 Los registros se encuentran en puntos de encuesta de toda la zona limítrofe con Madrid,

en localidades como Galve de Sorbe, Bustares, Azuqueca de Henares y Loranca de Tajuña (Guadalajara) y Barajas de Melo y Huete (Cuenca), entre otras.

20 Se documenta en Patones, Mangirón, Meco, Alalpardo, Colmenar de Oreja y la citada Carabaña. De forma excepcional se halla registrado en El Boalo, en el occidente.

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PICARRO

“Un picarro” (6, Camarma de Esteruelas, 1756), “Un picarro grande de

yerro” (14, Camarma de Esteruelas, 1769).

La voz picarro aparece en el DLE como ‘pájaro carpintero’, acepción

que no corresponde a nuestros documentos y tampoco aparece en otras

fuentes lexicográficas del NTLLE. En cuanto a la dialectología sincrónica,

no hallamos respuesta en Alvar Ezquerra (2011) ni ADiM. No obstante,

sí está documentada en 1591 en un inventario de bienes de la localidad

madrileña de Daganzo de Arriba (CODEA 1811), muy cercana a

Camarma de Esteruelas, por lo que se confirma la extensión de este

término en la zona este de la Comunidad de Madrid al menos entre los

siglos XVI y XVIII. Pese a no que no disponemos de una definición,

consideramos que se trata seguramente de un tipo de pico para las labores,

como propone Sánchez Sierra (2020, 210).

VENTRIL

“Unos brentiles de estopa”; “(…) un par de colleras y bentriles para las

mulas” (15, Camarma de Esteruelas, 1769).

Esta voz está documentada en el DLE, con la primera acepción: ‘pieza

de madera que sirve para equilibrar la viga en los molinos de aceite’. La

siguiente está marcada geográficamente como propia de León: ‘vara del

carro de bueyes a la cual se unce el ganado’, mientras que la última lleva la

marca de Palencia: ‘correa que pasa por debajo del vientre de las mulas y

se une al yugo’. Debido a la información que nos dan los dos registros de

los documentos, nos inclinamos por el último significado como el más

apropiado, aunque la marca geográfica no se corresponde con la región de

Madrid ni provincias limítrofes21. Hay que tener presente que en los

inventarios de bienes de diversas regiones se han podido documentar

numerosas voces con el sufijo -il con un origen adjetival que se

21 Se encuentra también en un glosario del habla de Torrescárcela (Valladolid)

(“Torrescárcela y el campo. Aperos de labranza” <http://torrescarcela.webcindario.com/aperos/aperos.html>).

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nominalizan, como frontil, breguil o escañil (Morala Rodríguez 2017). Es

posible, por todo ello, que la extensión de ventril fuera mayor en el siglo

XVIII que en la época actual22.

6. VOCES NO DOCUMENTADAS

Además de unidades léxicas presentes en las fuentes escritas actuales e históricas habituales, apuntamos una serie de voces que están atestiguadas en los textos consulados y que, no obstante, podrían formar parte del conjunto de localismos del área dialectal correspondiente a la Comunidad de Madrid como más extensa. APURADERA

“Una apuradera de cáñamo” (19, Carabaña, 1749).

Aunque la voz no está registrada en los diccionarios del siglo XVIII

disponibles en el NTLLE, podríamos considerar que fuera esta una

variante de apurador, ya que son habituales en los inventarios de bienes las

formas -dera en lugar de -dor (Morala Rodríguez 2012). De hecho, en la

primera fuente lexicográfica, Autoridades 1726, está registrada la voz

apurador, con unos significados que no encajan con lo que se apunta en el

documento que nos ocupa, ya que se trata de ‘preguntón, averiguador’ o

‘el que hostiga y aprieta’. En la edición académica de 1770 se añade otra

acepción: ‘llaman en Andalucia los cosecheros de aceyte al que despues del

primer vareo de los olivos, va derribando con una vara mas corta las

aceytunas que se han quedado’. Ya que en el documento se deja claro que

es un objeto elaborado con cáñamo, podría tratarse de una especie de paño

basto para limpiar o cerner23, si se tiene en cuenta el citado significado de

‘instrumento’ del sufijo -dera y la acepción de apurar recogida en

22 Con el mismo sentido aparece en CORDE, en las instrucciones para el régimen de

palacio de fray Hernando de Talavera (h. 1500): “cadenas e xaquimas, ataharres, sobrecinchas, ventriles e petrales”. El uso de esta voz por parte del religioso, natural de Toledo, podría indicar una extensión en el sur en el pasado.

23 Probablemente este sea el significado de apurador que aparece documentado en un

inventario de bienes (Cuenca, 1631) procedente de CorLexIn: “Yten, unos çedaços, tres reales. Yten, un apurador y otras barillas de cerner, dos reales”.

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Autoridades (1726): ‘purificar ó limpiar alguna materia, como el oro ó la

plata de las partes impuras ó estrañas’.

EMPEDRADERA

“Una empedradera” (16, Camarma de Esteruelas, 1769).

Esta voz está documentada junto a otros instrumentos de labranza, por lo que se puede asociar a la labor de cubrir con piedras las tierras, mencionada en textos del área central peninsular en la época: “un pedazo de era de pan trillar, empedrada” (CODEA 1861, Guadalajara, 1781). El sufijo femenino -dera, empleado en este caso con el significado ‘instrumento’, nos lleva a proponer como significado ‘herramienta para empedrar el suelo’, sin poder establecer la extensión geográfica ni cronológica de este término. JUSTAL

“Seis justales y dos pisones de tapias” (16, Camarma de Esteruelas, 1769).

Debido a que esta unidad léxica está registrada en un inventario en la parte dedicada a las herramientas y se apunta junto a unos pisones, podría ser un elemento utilizado para estabilizar o apretar las tapias. Ante la falta de más testimonios, podría proceder de un cruce entre justo y puntal, si consideramos la definición de Autoridades (1737) de esta última: ‘el madéro que se pone hincado en tierra firme, para sostener y afirmar la paréd que esta desplomada, ò el edificio que amenaza ruina’.

7. CONCLUSIONES

Tras el análisis del léxico del corpus y el cotejo de encuestas dialectales actuales y textos históricos de otras procedencias, hemos podido identificar con rigor las voces locales de puntos orientales de Madrid. Esto se ha podido comprobar gracias a los datos actuales en territorio madrileño, en casos como las voces bielo / biela, botijón, choleja y corte, detectadas como madrileñismos, aunque no sean empleadas únicamente en su territorio. Algunas de ellas, como corte y bielo, se encuentran en la actualidad en territorios de Madrid y Guadalajara, de manera que se

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establece una línea continua entre las dos provincias. El sustantivo ventril es una excepción, al documentarse en el siglo XVIII en nuestro corpus, pero de la que se infiere una pertenencia al área central-norteña.

En otros casos, la falta de información no nos permite proponer más que una hipótesis sobre el carácter local de ciertas unidades léxicas, como apuradera, empedradera o justal. El registro de algunas voces en documentación histórica en la misma zona dialectal resulta útil para determinar la extensión geográfica y cronológica, como sucede en picarro y aceitero. Por todo ello, queda patente la importancia del estudio de las fuentes documentales históricas, ya que estas son el más claro testimonio del habla de cada lugar en su época. Si a este trabajo sumamos los datos que nos aporta la dialectología, podemos ampliar la perspectiva temporal y caracterizar con mayor exactitud el habla reflejada en los documentos.

TABLA 1. LISTA DE DOCUMENTOS DEL CORPUS

Nº Regesto Signatura Lugar y año

1 Declaración de Cristóbal del Castillo sobre la causa de haber encontrado res vacuna en un plantío.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1754

2 Causa contra Felipe Díaz por haber dado de golpes a Lorenzo Garrido.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1754

3 Causa contra Lorenzo Garrido por haber querido violentar a Josefa de Fuentes, mujer de Felipe Díaz.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1754

4 Causa por haber herido a un carretillero que había entrado en un campo de trigo.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1754

5 Declaración de Ana Nieto en la causa de Ana Isidro, ‘‘tía Galinda’’, contra Andrés y Francisco Mínguez, por

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1756

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haberle imputado echar harina a la leche que vende.

6 Embargo de los bienes de Andrés Mínguez

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1756

7 Declaración de un testigo en la causa contra Juan F. Carralero, vecino de Alcázar del Rey, por haber robado trigo.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1759

8 Confesión de José Puche, criado de Juana Juliana Puche, de haber robado paja.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1760

9 Declaración del preso Baltasar Hurtado por lesiones.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1760

10 Denuncia a Antonio López por dejar a su ganado comer en un centeno.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1761

11 Declaración de Pablo Berlinches en la causa por golpes a Cesáreo López.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1761

12 Denuncia de Domingo y Manuel García por el robo de una pollina por parte del mozo Gaspar

ARCM, 75791/1

Corpa, 1765

13 Declaración de Esteban Martínez por la muerte del macho de cerdo semental.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, h. 1765

14 Bienes de José López y Ana Sanz.

ARCM, 75791/1

Camarma de Esteruelas, 1765

15 Bienes de Antonia López, esposa de Vicente González.

ARCM, 75777/1

Camarma de Esteruelas, 1769

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16 Hijuela de Francisca Martínez y sus hermanos por muerte de sus padres Gregorio Martínez y Francisca.

ARCM, 75777/1

Camarma de Esteruelas, 1769

17 Carta dotal de Ana Martínez.

ARCM, 75911 Camarma de Esteruelas, 1754

18 Bienes raíces de Ramón Muñoz.

ARCM, 75777/1

Camarma de Esteruelas, 1776

19 Inventario y tasación por muerte de Lucía Montero, mujer de Lorenzo Sánchez.

ARCM, 169040 Carabaña, 1749

20 Bienes de Francisco Fernández para su hija María Francisca Fernández.

ARCM, 169040 Carabaña, 1753

21 Bienes de José Montero. ARCM, 169040 Carabaña, 1756

22 Denuncia y testimonio por los daños que causa la obra de un pajar junto a a su casa.

ARCM, 96009/16

Loeches, 1772

23 Denuncia por la mala construcción de una pieza aceitero.

ARCM, 96009/16

Loeches, 1789

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Léxico en torno a la moda en

el Periódico de las Damas (1822)

Marta Torres Martínez Universidad de Jaén

Recibido: 10/08/2021 Aceptado: 25/10/2021

Resumen: En esta investigación nos aproximamos al léxico de la

moda documentado en prensa escrita en español del siglo XIX, un periodo especialmente relevante para la historia de nuestra lengua. En concreto, nuestro objeto de estudio será el Periódico de las Damas (1822), que cuenta con veinticinco números publicados y que, como afirma Palomo Vázquez (2014), fue pionero al ofrecer el habitual contenido de las publicaciones destinadas a la mujer. El objetivo se centra, particularmente, en las deno-minaciones de prendas de ropa o tejidos descritos en la sección destinada a la moda en cada número de la publicación seleccionada, permeables —a priori— a las innovaciones y tendencias de la época. En definitiva, se trata de completar la aproximación al léxico histórico de la moda en espa-ñol, realizada en trabajos como los de Montoya Ramírez (2008), Sánchez Orense (2008) o Štrbáková (2013), a fin de compilar, secuenciar y reper-torizar los términos objeto de estudio atendiendo a la metodología de la lexicografía histórica.

Palabras clave: léxico histórico de especialidad, moda, prensa escrita en español, siglo XIX.

Este trabajo se inscribe en el proyecto Ideas lingüísticas y pedagógicas en la prensa del siglo XIX (PGC2018-

098509-B-I00]), financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y dirigido por Victoriano Gaviño Rodríguez (Universidad de Cádiz) y María José García Folgado (Universidad de Valencia).

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Abstract: This research analyses the lexicon of fashion documented in the written press in Spanish from the 19th century, which is especially relevant for the history of our language. Specifically, the object of study is el Periódico de las Damas (1822), which has twenty-five published numbers and was a pioneer in offering the usual content of publications aimed at women, as stated by Palomo Vázquez (2014). Our objective mainly ana-lyses the names of garments or fabrics described in the section of fashion of the issues of the selected publication, as they permeate the innovations and trends of the time a priori. In conclusion, this paper contributes to the research on the historical lexicon of fashion in Spanish—carried out in works such as those of Montoya Ramírez (2008), Sánchez Orense (2008) or Štrbáková (2013)—by compiling, sequencing and adding to the reper-toire the terms under study according to the methodology of historical lexicography.

Keywords: historical specialized lexicon, fashion, written press in Spanish, 19th century.

1. INTRODUCCIÓN

En esta investigación nos aproximamos al léxico de la moda docu-mentado en prensa escrita en español del siglo XIX, un periodo especial-mente relevante para la historia de nuestra lengua. Además, como han sos-tenido muchos estudiosos de la literatura, historia o la sociología, el siglo XIX es, por excelencia, el siglo de la prensa escrita (Mejías y Arias 1998: 241), que se convierte en un medio privilegiado para la transmisión y me-diatización de ideas. En este sentido, Mejías y Arias (1998: 241) recuerdan cómo

la prensa del XIX fue consciente, en todo momento, de su poder en lo que se refería a la difusión de ideas políticas, culturales, religiosas o de cualquier otro tipo. Se sentía “educadora” y cumplió, conscientemente, este papel: por esta razón, en los periódicos y revistas del siglo XIX en-contramos secciones dirigidas a los hombres (sobre todo, las referentes a las noticias políticas y culturales), otras diseñadas para las mujeres con artículos sobre moda [...].

Por ejemplo, en relación con las revistas de moda destinadas a mujeres

especialmente, encontramos trabajos como los de González Díez y Pérez Cuadrado (2009) o Velasco (2016), centrados en el siglo XIX.

El afán por dar a conocer saberes de múltiples y diversos ámbitos lo observamos también en los repertorios léxicos de corte enciclopédico

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publicados profusamente en este siglo, si bien, ya desde los orígenes de la lexicografía monolingüe del español con Sebastián de Covarrubias y su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), se documentan artículos con amplia y detallada información acerca de los lemas recogidos (Azorín 1996-97; Anaya 1999-2000: 8). Entre los materiales que se acopian, aten-demos en este estudio a los relativos a la moda a fin de aproximarnos al vocabulario de especialidad empleado. Particularmente, la recepción del léxico de la moda se ha estudiado en nomenclaturas del francés y el espa-ñol (Carranza y Bruña, 2011) o en diccionarios académicos generales (Fer-nández Martínez, 2020).

En concreto, nuestro objeto de estudio será el Periódico de las Damas (1822), que cuenta con veinticinco números publicados y que, como afirma Palomo Vázquez (2014), fue pionero al ofrecer el habitual conte-nido de las publicaciones destinadas a la mujer.

A juicio de Jiménez Morell (1992: 33), el Periódico de las Damas se alza como un periódico novedoso porque

en sus páginas se van delineando ya los rasgos de la mujer ideal del Mo-dernismo: esposa y madre amantísima, supeditada al marido, pero reina y señora del hogar doméstico. Ideal que choca frontalmente con la reali-dad y las necesidades más apremiantes de subsistencia de amplias capas de la población femenina.

El objetivo es comprobar las ideas culturales y lingüísticas existentes

en las publicaciones seleccionadas y, particularmente, revisar las denomi-naciones de prendas de ropa o tejidos descritos en la sección destinada a la moda en cada número de la publicación seleccionada, permeables —a priori— a las innovaciones y tendencias de la época. En definitiva, se trata de completar la aproximación al léxico histórico de la moda en español, realizada en investigaciones previas y, de este modo, compilar, secuenciar y repertorizar los términos objeto de estudio atendiendo a la metodología de la lexicografía histórica.

2. INTERÉS POR EL LÉXICO DE LA MODA

Según señala Alessandra (2015: 45), en un estudio acerca de la didác-tica del léxico de especialidad en el ámbito del español como lengua ex-tranjera:

La moda ocupa un lugar destacado en la sociedad moderna. Es un fenó-meno estético social, histórico, cultural y económico, expresa valores y

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características del momento, de la época. Hoy es uno de los pilares de esta sociedad mediatizada, que privilegia ante todo la imagen y las apa-riencias.

Además, Alessandra (2015: 46-47) apunta que

por su alto grado de variabilidad, los términos técnicos son inestables, tienen una vida limitada y cambian al ritmo de las variaciones e influen-cias sociales, culturales y económicas. Así se generan nuevos significantes y significados que estarán en boga durante un tiempo y que, si tienen suficiente fuerza, superarán el límite del uso inmediato, determinado por las coyunturas, y se llenarán de contenido linguístico, pasando a formar parte del léxico común.

Interesa la tipología indicada por Alessandra (2015: 48) al observar la

índole de los términos lingüísticos relativos al ámbito de la moda: (i) vo-cablos arcaicos, en desuso, referidos a prendas antiguas; (ii) neologismos surgidos en la actualidad, según las tendencias; (iii) voces extranjeras, to-

madas y/o asimiladas de otra comunidad linguística. También apunta que, desde el punto de vista semántico, cada ítem puede situarse en un dominio hiperonímico —vestimenta, ropajes, atuendo, atavío, indumentaria, vestiduras—, hiponímico —pantalón, falda, camiseta, sombrero— y meronímico —manga, solapa, tacón, cuello—. Los hipónimos están más sujetos al cambio y a la obsolescencia.

También hallamos estudios como el de Ávila y Linares (2006), cen-trado en el discurso verbal sobre la moda, que analiza, por ejemplo, el tratamiento de la connotación moral de algunas expresiones sobre el se-guimiento de la moda.

Carranza y Bruña (2011), por su parte, estudian en nomenclaturas que contienen el francés y el español, publicadas entre los siglos XVI y XIX, la evolución del paradigma léxico de la indumentaria. Carranza y Bruña (2011: 35) también hablan del tratamiento en nomenclaturas del siglo XIX de dos ítems léxicos documentados en nuestro corpus. Un ejemplo es pan-talón, registrada en la nomenclatura políglota de Juan de Frutos de 1804, mientras que el diccionario académico español no la incorporó hasta la edición de 1822. Algo parecido ocurre con frac, calco español del angli-cismo francés, aunque lo más llamativo de esta voz, con idéntico signifi-cado en las dos lenguas, es que, si bien aparece con frecuencia en la co-lumna del español de las nomenclaturas del XIX analizadas, no tiene ca-bida en la columna del francés.

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Sánchez Orense (2008), de otro lado, analiza el tratamiento lexicográ-fico de voces del ámbito de la moda en la segunda mitad del siglo XVI, mientras que Štrbáková (2013) observa la neología léxica en el contexto de la moda en el siglo XIX. Fernández Martínez (2020) estudia la presencia del léxico de la moda en diccionarios del español, desde el punto de vista actual, a partir de un corpus conformado por los números publicados en-tre 2015 y 2018 de Telva, única revista femenina de alta gama de origen español, con más de 50 años de vida editorial ininterrumpida.

En cuanto a los préstamos en el ámbito de la moda, a juicio de Mon-toya (2008: 229), habitualmente, la lengua receptora acepta las nuevas crea-ciones directamente sin prejuicio ni extrañeza, dada la imposibilidad de disponer de unos términos propios que puedan designar inmediatamente la realidad que los extranjerismos representan.

En la actualidad la Fundéu-RAE ha elaborado un Glosario de la moda, en el que se recogen y explican términos empleados en este ámbito y donde se ofrecen recomendaciones lingüísticas.

3. EL PERIÓDICO DE LAS DAMAS (1822) Y SU CONTEXTO DE APA-

RICIÓN

Considerado el primer periódico español de modas, al estilo de los que se publican en esos años en París o en Londres, el Periódico de las Damas ve la luz en el convulso contexto político del Trienio Liberal.

Tal como se indica en la presentación de la Hemeroteca digital de la Bi-blioteca Nacional de España, este periódico se ofrece en entregas de 48 páginas, más cuatro de cubiertas, que están acompañadas de una hoja suelta con un dibujo a pluma coloreado de figurines parisinos de mujeres y hombres procedentes de L’Observateur des modes. Su frecuencia es semanal y comienza el primer lunes de enero de 1822, si bien los primeros ocho números carecen de data. Su propietario y principal redactor es el impresor y editor madrileño, de talante liberal moderado, León Amarita Reverte, que en 1820 había fundado El Censor, el periódico de mayor prestigio del Trienio Liberal, en el que escribirán Lista, Hermosilla y otras celebridades de la época.

Compuesto a una columna, contiene artículos, noticias y comunicados acerca de la influencia de las mujeres en la sociedad, pero también sobre la actividad política parlamentaria y constitucional del periodo. Además, se nutre de otros de carácter literario (poesías, diálogos o anécdotas histó-rico-moralizantes), de modas y de amenidades (charadas y enigmas). Entre

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sus textos, destacan las “Cartas de una madre a una hija que va a tomar estado”, una serie de consejos a las mujeres sobre el matrimonio y el hogar.

Destinado a las señoras de las clases altas y difundido por suscripción en Madrid y provincias, el Periódico de las Damas termina de publicarse el 24 de junio de 1822, con su entrega número 25. Tal como indica Roig (1986: 98),

eran muy pocas aquellas que sabían leer y es posible que por esta razón la empresa se viniera abajo, a pesar del atractivo de los grabados de figu-rines extraídos de L’Observateur des Modes que se repartían entre las sus-criptoras.

Por su parte, Jiménez Morell (1992) sitúa el Periódico de las Damas en la

transición entre el periodismo femenino del siglo dieciocho y el de la mitad del diecinueve, y en sus últimos números defenderá abiertamente la incor-poración de la mujer al trabajo1. En su estudio sobre la prensa femenina en España (desde los orígenes a 1868), esta investigadora destaca cómo esta publicación aboga por la profesionalización y especialización de aque-llas mujeres «que tienen necesidad de vivir con el trabajo de sus manos», un planteamiento muy avanzado si se tiene en cuenta el momento histó-rico en que se produce (Jiménez Morell, 1992: 31).

De otro lado, Sánchez Hernández (2009: 242) afirma que las primeras publicaciones de prensa femenina, pertenecientes a los siglos XVIII y XIX, están dirigidas a una mujer tradicional, sin destacar por su ideología política o social y que asume el rol asignado de esposa y madre que la sociedad tradicional le ha impuesto, si bien el siglo XIX da paso asimismo a una prensa reivindicativa, donde la mujer participará de una forma más activa. Ya durante el siglo XX se publica prensa relacionada con la dicta-dura franquista, relativa fundamentalmente a la formación de la mujer, aunque siguen viendo la luz publicaciones dirigidas a la mujer ama de casa.

Cabe destacar, además, la relación entre moda y literatura señalada por Palomo (2014), al recordar que Galdós, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, alude a que la vestidura, entre otros aspectos como las fisonomías, el lenguaje o las viviendas, «diseña los últimos trazos externos de la personalidad». Curiosamente, esta autora apunta que, en su

1 Jiménez Morell (1992: 33 y ss.) propone cuatro etapas en el desarrollo de la prensa femenina: (i)

desde 1811 a 1833 (nacimiento de la libertad de imprenta); (ii) regencias de M.ª Cristina y Espartero (publicación de nuevos títulos de revistas femeninas incluso en provincias); (iii) desde los primeros años del reinado de Isabel II (publicaciones destinadas a una mujer sumisa, dedicada, sobre todo, a las labores domésticas y a la beneficencia); (iv) la dinastía entra en crisis.

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biblioteca, Galdós disponía de la colección casi completa del Periódico de las Damas.

El interés por el tratamiento de la moda en la prensa motiva incluso la exposición ¡Extra, moda! El nacimiento de la prensa de moda en España, que se pudo visitar del 22 de noviembre de 2019 al 1 de marzo de 2020 en el Museo del Traje y que invitó a la reflexión sobre el modelo de prensa de moda en la sociedad actual viajando a sus orígenes, desde finales del siglo XVIII hasta finales del XIX. Figurines de moda, trajes y otras piezas de la colección del propio museo conformaron esta muestra junto con fondos de otras instituciones públicas y colecciones privadas2.

Precisamente, De Mello (2014: 353) puntualiza cómo

en el siglo XIX la moda continúa siendo, para el grupo femenino, la gran arma en la lucha entre los sexos y en la afirmación del individuo dentro del grupo. Una serie de factores, como el advenimiento de la burguesía, la mejora de las vías de comunicación y el número creciente de figurines —cuyos modelos de modas eran copiados por los periódicos y revistas de la provincia y de otros países— hicieron que esta no fuese más el privilegio de una clase y se difundiera fuera de los grandes centros de irradiación cultural.

No obstante, Prego de Lis y Cabrera (2019: 22) apuntan que a finales

del siglo XVIII ya aparece un periódico destinado al público femenino y con noticias sobre moda: La Pensadora Gaditana, dirigido por Beatriz Cien-fuegos:

La Pensadora nace como reacción a los ataques que contra la mujer realiza desde Madrid el ilustrado José Clavijo y Fajardo en su periódico El Pen-sador (1762-1767). La temática de los ensayos de La Pensadora comprende un amplio abanico de asuntos en torno a la vida social, la política, las relaciones entre hombre y mujer, la familia, el matrimonio, los hijos, etc., sin dejar de lado el tema que nos ocupa, la moda.

2 La exposición, organizada por el Museo del Traje y Acción Cultural Española, muestra las

circunstancias y las causas que provocaron la aparición de las revistas de moda, debido al desarrollo de las industrias del lujo y textil, el inicio del sistema de temporadas y la llegada de nuevos tejidos y prendas. Se expusieron de manera conjunta publicaciones y revistas de moda, figurines y patrones, trajes, accesorios y complementos de vestir junto a otros objetos, con el propósito de generar una reflexión en el visitante sobre el tratamiento de la moda en la prensa (https://www.culturaydeporte.gob.es/mtraje/exposicion/temporales/historico/2019/extra-moda.html).

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4. LÉXICO DE LA MODA EN EL PERIÓDICO DE LAS DAMAS (1822): CORPUS OBJETO DE ESTUDIO

Tras el análisis de la sección destinada a la moda en los veinticinco números publicados del Periódico de las Damas (1822), se han recopilado 125 términos dispuestos, seguidamente, desde el punto de vista onomasioló-gico y por orden de aparición. En concreto, atendiendo al significado de los ítems léxicos, se han creado ad hoc siete categorías temáticas o subcam-bos que pueden englobarse dentro de la macrocategoría moda: (i) prendas de ropa, (ii) adornos, (iii) complementos, (iv) tejidos, (v) colores, (vi) mo-dos o maneras y (vi) otros:

(i) Prendas de ropa:

Mantilla, basquiña, dulletas, vestido, capote, pelliza, chal, chaleco, medias, capa, esclavina, falda, corpiño, zagalejo, delantal, peto, manguitos, chaqueta, gorro, coroza, carrik, camisola, frac, levita, dominó, túnica, pañoleta.

(ii) Adornos:

Bollo, cordonería, blonda, encaje, rizo, vivo, marabout, volante, filete, alfiler, borla, canutillo, guirnalda, hojuela, lentejuela, bandó, bellota, presilla, trencillo, rollo, jardinera, pattes.

(iii) Complementos:

Espencer/espeincer/espincer, sombrero, toca o turbante, anteojo o luneta, guante, pomito de olor, pañolito/pañuelito, saco o ridículo, aderezo, abanico, pei-neta, careta, falbalá, corbata, capotte, bufanda, bolívar, sombrilla.

(iv) Tejidos:

Raso, seda, merino, felpa, cachemira/casimira, terciopelo, gasa, tul, piqué, crespón, gros de Naples, percal, paño, Barege, sarga o levantina, estopilla, tafetán, muselina, linón, organdí, trafalgar.

(v) Colores:

Amaranto, carmesí, verde esmeralda, pistacho, blanco, rosa, cereza, negro, grana, azul, colorado, amarillo, turquí, lila, celeste, ceniza, vicuña o ceniza de laurel, junquillo, limón, morado de Parma, punzó, bronce, tórtola.

(vi) Modos o maneras:

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(Vestido) a la Terpsícore, (collar) Maria Stuard, (cuello) a la María Luisa, (cinta) escocesa, (mantilla y basquiña) á la parisienne, (mantilla) a la española, polonesa.

(vii) Otros:

Petimetra/petimetre, estar en boga, modista, figurín.

Por motivos de espacio, vamos a centrarnos en los términos que en-cuentran acomodo en la tradición lexicográfica del español a lo largo del siglo XIX, centuria en que se publica el periódico objeto de estudio3.

En la siguiente tabla, se puede observar la sucesiva incorporación de los diferentes ítems léxicos a lo largo del período decimonónico, aten-diendo a la distinción entre la tradición académica y no académica:

Repertorios lexicográficos académicos

DRAE 1803 hojuela, sombrilla, muse-lina, petimetra, modista

DRAE 1803S Pelliza

DRAE 1817 chal, chaqueta, bollo, pei-neta

DRAE 1837 Levita

DRAE 1837S frac, figurín

DRAE 1843 Celeste

DRAE 1869S Bellota

DRAE 1884 Trafalgar

DRAE 1899 Vivo

Repertorios lexicográficos

Núñez de Taboada 1825

Linón

Salvá 1846 pañoleta, merino, piqué, percal

3 Tras la búsqueda en el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), constatamos que muchos

de los ítems documentados ya se recogen en los primeros repertorios monolingües del español, a saber, el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Covarrubias —vestido, capote, medias, capa, falda, corpiño, delantal, túnica, encaje, borla, guirnalda, sombrero, toca, turbante, guante, raso, seda, felpa, terciopelo, gasa, paño, tafetán, carmesí y grana— y el Diccionario de autoridades (1726-39) de la Real Academia Española —mantilla, basquiña, esclavina, zagalejo, peto, manguitos, gorro, coroza, camisola, cordonería, rizo, volante, filete, alfiler, trencillo, rollo, aderezo, abanico, falbalá, corbata, turquí y petimetre—. Por su parte, el Diccionario castellano (1786-1793 [1767]) de Terreros recoge por vez primera chaleco, dominó, lentejuela, jardinera, luneta, pomo y punzó, mientras que también se van incorporando otros términos en la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) —blonda y anteojo— y en el DRAE (1780) —presilla, careta y crespón— y en el suplemento del DRAE (1783) —capucha—.

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no académicos Castro 1852 bufanda, cachemira, estar en boga

Domínguez 1853 dulletas, marabout, canu-tillo, gro, organdí, polo-nesa

Domínguez 1853S pañolito

Gaspar y Roig 1855 levantina, tul

Gaspar y Roig 1855S Ridículo

Tabla 1. Recepción de ítems léxicos a lo largo de la tradición lexicográfica decimonónica académica y no académica

En cuanto a las prendas de ropa, cinco voces del corpus se registran

por vez primera en diccionarios académicos: pelliza, en el suplemento del DRAE (1803) con el significado ‘especie de vestido hecho ó forrado de pieles’4; chal (‘Especie de manteleta que usan las mugeres, suelta y tan an-cha en los extremos como en el medio’)5 y chaqueta (‘Vestidura en forma de un chaleco largo con mangas, que solapa para el abrigo del pecho’)6 en el DRAE (1817) y levita y frac en el DRAE (1837) y su suplemento, respec-tivamente: ‘Traje moderno de hombre, que se diferencia de la casaca en que los faldones son de tal amplitud que se cruzan por delante’7 y ‘Especie de casaca con solapas que cruzan sobre el pecho’8. Pañoleta y dulletas, sin

4 No obstante, en el DRAE (1884) el género próximo de la definición se sustituye por ‘prenda de

abrigo’ y, además, a partir del DRAE (1925), quedan incluidas otras dos acepciones relativas al vestido, una general (‘Chaqueta de abrigo con el cuello y las bocamangas reforzados de otra tela, que usan por lo común los trabajadores’) y otra marcada (‘Mil. Parte del uniforme del cuerpo de cazadores, consistente en una chaqueta de paño azul con las orillas, el cuello y las bocamangas revestidos de astracán y con trencillas de estambre negro para cerrarla sobre el pecho’).

5 Desde el DRAE (1925) la definición es mucho más descriptiva y enciclopédica: ‘Paño de seda o lana, mucho más largo que ancho, y que, puesto en los hombros, sirve a las mujeres como abrigo o adorno’. Esta voz se incluye en el DHLE, donde se especifica que se documenta por primera vez, con la acepción 'prenda de vestir de abrigo o adorno que consiste en una banda de tela ancha y larga que se lleva sobre los hombros y que cubre la espalda y los brazos', en 1775, en la traducción de Miguel Terracina de la Historia general de los viajes: Bernier 1664.

6 También, a partir del DRAE (1925), chaqueta muestra una definición sustancialmente distinta a la codificada en los diccionarios decimonónicos: ‘Prenda exterior de vestir, con mangas y sin faldones, que se ajusta al cuerpo y pasa poco de la cintura’.

7 No obstante, llama la atención cómo en el suplemento de esa misma edición del DRAE se vuelve a incluir levita con otra definición más sintética (‘Especie de casaca de faldones mas anchos y que cruzan por delante’), que, curiosamente, no se reproduce en las siguientes ediciones.

8 En la edición de 1869, la Academia ofrece una definición más extensa de la voz frac: ‘Vestidura de hombre, que por delante llega hasta la cintura, y cubre todo el pecho, cuando se abotona, y por detrás tiene dos faldones más ó ménos anchos y largos’. Lo cierto es que frac y levita son términos que suelen confundirse, por el parecido de su composición. De hecho, tal como se recoge en el Fichero General de la RAE, Antoni Puigblanch en sus Opúsculos gramático-satíricos (1832) llama a esta

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embargo, se codifican, como novedad, en dos diccionarios extraacadémi-cos, el Nuevo diccionario de la lengua castellana (1846) de Salvá y el Gran diccio-nario clásico de la lengua española (1853[1846-47]) de Domínguez, respectiva-mente: ‘neol. Pañuelo pequeno que usan las mujeres para el cuello’9 y ‘Es-pecie de bata ancha que se pone en tiempo de frio por encima de los ves-tidos que llévan en casa’.

En el grupo relativo a los adornos, los diccionarios académicos lema-tizan a lo largo del siglo XIX las voces hojuela (‘Hoja muy delgada, angosta y larga de oro, plata, ú otro metal, que sirve para galones, bordados y otras cosas’), bollo (‘Cierto plegado de tela de forma esférica usado en las guar-niciones de vestido de señoras, y por los tapiceros en los adornos de casas’) y vivo (‘Filete, cordoncillo ó trencilla que se pone por adorno en los bordes ó en las costuras de las prendas de vestir’), en las ediciones de 1803, 1817 y 1899, respectivamente. En la corriente no académica se codifican mara-bout (bajo la variante marabú y en el artículo referido a un tipo de ave: ‘Tiene en las alas unas plumas muy lindas, de las cuales se hace hoy grande co-mercio para los prendidos y adornos de señora’)10 y canutillo (‘Art. Hilo rizado de oro ó de plata, con que se borda’), en el Gran diccionario clásico de la lengua española (1853[1846-47]) de Domínguez, así como bellota (‘Un adorno de cordoneria’)11, en el suplemento (1869) de este mismo reperto-rio.

prensa «fraque ó casaca, levita o sobretodo». En su Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (1983-86), la Academia detalla la diferencia entre frac y levita en el artículo lexicográfico de este último lema: ‘Vestidura moderna de hombre, cuyos faldones, a diferencia de los del frac, llegan a cruzarse por delante’. Corominas y Pascual (1981-90) apuntan que, en francés, se documenta desde 1767.

9 Al hablar de la pañoleta, en el Periódico de las Damas (1822, XXII: 24) se especifica «draperie en francés». En efecto, el Trésor de la Langue Française informatisé (TLFi) define esta voz como ‘Étoffe souple servant de vêtement, formant de grands plis souples et harmonieux’.

10 Marabú se lematiza en “Vocabulario de términos técnicos”, parte final del Arte del plumista de Madame Celnart, traducido por Lucio Franco de la Selva en 1833 e incluido en el Manual del florista o arte de imitar toda especie de flores naturales […] (Torres 2008a). En el Periódico de las Damas (1822) también se registra la variante morabito: «Plumas de Marabut o morabito, colocadas en forma de grupo sobre el ala superior» (XIV: 42) o «llevando por adorno flores ó plumas tiesas de Morabito y de otras diferentes aves estrañas» (XVIII: 46). El DHLE registra este lema y cita, precisamente, el Periódico de las Damas al hablar de su primera documentación: «Se documenta por primera vez, con la acepción 'ave zancuda del orden de las ciconiformes, con el cuello y la cabeza desplumados; se alimenta de carroña y vive en zonas tropicales de Asia y África', en 1822, en un artículo sobre moda publicado en el Periódico de las Damas (Madrid) […] En esa misma fecha, 1822, y en el mismo periódico, también en un artículo dedicado a la moda, se atestigua como 'adorno de algunas prendas de vestir hecho con plumas de marabú'».

11 En el caso de la tradición académica, esta acepción tiene cabida a partir del DRAE (1925): ‘Adorno de pasamanería, que consiste en una piececita de madera, de forma de bellota, cubierta de hilo de seda o de lana’.

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En lo concerniente a los complementos, sombrilla (‘Quitasol pequeño’) se lematiza a partir del DRAE (1803), mientras que bufanda (‘Chalina para el cuello. Úsanla mucho los hombres en invierno para taparse la boca’)12, pañolito (‘dim. Pañuelo chico ó bonito’) y ridículo (‘Bolsa que llevaban las señoras y formaba parte de su traje de calle para guardar como en la escar-cela antigua el dinero, pañuelo, etc.’) se recogen en tres repertorios extra-académicos: Biblioteca Universal. Gran Diccionario de la Lengua Española (1852) de Adolfo de Castro, el suplemento del Gran diccionario clásico de la lengua española (1853[1846-47]) de Domínguez y Diccionario enciclopédico de la lengua española (1855) de Gaspar y Roig, respectivamente13.

En el subgrupo de los tejidos14, se encuentra un buen ramillete de ítems léxicos codificados en los diccionarios del español durante el siglo XIX. Por una parte, la tradición académica incluye muselina (‘Tela de algo-don muy fina y delicada’) y trafalgar (‘Tela de algodón, especie de linón ordinario, que por lo común se emplea para forrar vestidos de mujeres’) desde el DRAE (1803) y el DRAE (1884). En los repertorios extraacadé-micos se recogen nueve términos: uno en el Diccionario de la lengua castellana (1825) de Núñez de Taboada (linón, ‘Tela de lino finísima y trasparente’), tres en el Nuevo diccionario de la lengua castellana (1846) de Salvá (merino, ‘neol. Tela delgada de lana, de que hacen hoy dia mucho uso las señoras para vestidos’; piqué, ‘Tela de algodon labrada, que se gasta especialmente para chalecos’ y percal, ‘Especie de indiana fina de algodón, muy usada para ves-tidos de mujer, cortinajes, etc.’), tres en el Gran diccionario clásico de la lengua española (1853[1846-47]) de Domínguez (levantina, ‘Com. Especie de tela de seda, procedente de Levante’, gro, ‘Com. Especie de tela de seda, muy se-mejante al tafetan, aunque de mas cuerpo. Llámase tambien grodetur ó grodetours por fabricarse en esta ciudad de Nápoles; nombre que se da á una especie de gro que viene de aquel reino’15 y organdí, ‘Com. Especie de

12 Corominas y Pascual (1980-91) apuntan que en francés solo se documenta desde 1853. 13 Este último repertorio incluye la voz jardinera (‘ant. adorno de flores, con una grande en medio, que

se ponían las mujeres sobre el tupé’), solo recogida en este diccionario y, anteriormente, a finales del siglo XVIII en Terreros (‘adorno de flores, con una flor grande en medio, que se ponen las mujeres sobre el tupé, y que se extiende á lo largo por un lado, y otro ácia las orejas: estos nombres suelen durár tan poco como las modas’). En el Periódico de las Damas (1822) encontramos la voz jardinera en dos números: «Varias señoritas elegantes adornan en el dia sus cabezas con guirnaldas de flores, que llaman jardineras [...] Las guirnaldas jardineras de ahora se componen de florecitas del campo de varios colores, muy bien escogidos y casados» (XIII: 35) y «guirnalda de flores campes-tres y espigas que llaman jardinera» (XV: 39).

14 En Torres (2018b), al estudiar el léxico textil hallado en un inventario de telas fechado en 1783 y recogido en un protocolo notarial conservado en el Archivo de la Diputación Provincial de Jaén, ya analizamos algunos términos como raso, felpa, gasa, paño, estopilla, tafetán y muselina.

15 La variante grodetur ya se lematiza en el Diccionario castellano (1786-1793 [1767]) de Terreros: ‘tela de seda, parecida á la cotonía en los cordoncitos con que se vá tejiendo, los cuales son yá mas, y yá

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muselina ó tela de algodon, muy clara’) y uno en el Diccionario enciclopédico de la lengua española (1855) de Gaspar y Roig (tul, ‘Tejido de punto, hecho con seda, algodón o lana, que forma un calado continuo de octaedros. Le emplean las mujeres para bordar en él o para mantillas, velos y otros ador-nos’). Es curioso el caso de cachemira, variante documentada en la Biblioteca Universal. Gran Diccionario de la Lengua Española (1852) de Adolfo de Castro, en cuyo artículo se remite a cachemir y se ofrece información muy detallada, de índole enciclopédica, acerca de esta tela: ‘Segun autores consultados, se da este nombre á unos schales fabricados con el pelo de las cabras, que se crian en el valle de este nombre en la India. Los hay de varias calidades y precios, segun la superioridad del pelo que se emplea en esta manufactura. Los inferiores valen 10.000 reales, van gradualmente subiendo hasta 40 y 50.000 reales que son los superiores, reservados para el uso de los prínci-pes musulmanes, sultanas y favoritas del Gran Señor’16. Es llamativo, a la hora de denominar telas, cómo se ha documentado una creación léxica espontánea, chaparrones de marzo:

en aquellos dias se vió la primera vez en Paris una tela nueva de seda, á que los mercaderes han puesto el nombre estravagante de Chaparrones de marzo por los visos que hace, ó por el efecto que el dibujo produce en la vista (XIX: 47).

A la hora de observar los ítems léxicos documentados referidos a los

colores, observamos una gama cromática muy amplia17. Como se ha indi-cado anteriormente, carmesí, grana, turquí y punzó se documentan en diccio-narios de los siglos XVII y XVIII, mientras que, de los ítems léxicos

menos gruesos: esta tela, que se trahe de Tours, como lo que significa el Cast. abreviado el Fr. Gros de Tours, aunque hermosa, y de bastante dura, se corta con facilidad: otros dicen grodetú’. En el Periódico de las Damas (1822) se define como «tela de seda tan flexible como la sarga, pero mas doble, llamada en francés gros de Naples. Podriamos españolizarla dandola el nombre de grodenápoles, como nuestros mayores llamaron al gros de Tours, grodetur» (XIII: 36). En efecto, gros de Naples se documenta, desde 1586, en el Trésor de la langue française informatisé (TLFi) como ‘étoffe de soie plus forte que le taffetas’. En la publicación objeto de investigación también se emplea el término grodenápoles: «una corbata de grodenápoles negra» (XVIII: 47) o «la sombrilla que lleva en la mano esta figura sirve para decirnos, que como antes se llevaban de tafetan, ahora son preferidas las de grodenápoles; y no hay duda que las de esta tela serán de mayor duracion, y no por eso mas pesadas» (XXII: 39).

16 La variante casimira (‘Tela de lana muy fina, como medio paño’) se documenta a partir del DRAE (1822).

17 Cabe destacar la celebración, en el Museo del Traje, de la exposición Modachrome. El color en la historia de la moda, del 10 de mayo al 23 de septiembre de 2007. En ella se exploró la relación histórica y social entre la moda y el color desde el siglo XVIII hasta nuestros días, a través de cinco áreas cromáticas (negro, multicolor, azul, rojo/amarillo y blanco).

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documentados, solo se ha registrado la inclusión de celeste en repertorios decimonónicos, concretamente en el DRAE (1843): ‘Lo que es de color azul claro, como el del cielo’. Es habitual que las denominaciones de los colores apunten a realidades observables, tales como la esmeralda, el pis-tacho, la ceniza, el junquillo18, el limón, el bronce o la tórtola19. En el Pe-riódico de las Damas (1822) se indica que «Los colores que mas han brillado entre las damas han sido los de limón, lila, junquillo y morado de Parma, que nombran también llama de ponche» (XVIII: 45)20. Precisamente, en cuanto al color morado de Parma, Pasalodos (2014: 714) destaca, a propósito de las flores en los tocados, especialmente las violetas y, entre ellas, «las de Parma y las violetas rusas eran las más habituales».

Al compilar el corpus objeto de estudio, se ha atendido al modo o manera indicado, en ocasiones, para llevar una prenda de ropa o un com-plemento. Cabe destacar la dicotomía entre á la parisienne y a la española, especialmente a la hora de referirse a la mantilla y la basquiña21. Precisa-mente, Carranza y Bruña (2011: 34) apuntan que Chantreau en su Arte de hablar bien francés o Gramática completa dividida en tres partes (1781), por ejem-plo, explicaba que la basquiña y la mantilla eran prendas particulares del conjunto femenino español y aclaran que las correspondencias en francés, basquine y mantille, eran «voces afrancesadas por los franceses que viven acá [en España], ya que en Francia no se llevan»22. Además, se registran

18 Al definir junquillo, ya el Diccionario de autoridades (1726-39) de la Academia hace referencia a su color:

‘Flor, especie de Narciso de color blanco o amarillo, que tiene el tallo liso y parecido al junco, de donde tomó el nombre’.

19 También, en el caso de tórtola, el primer diccionario académico ofrece una descripción en la que se alude al color del animal: ‘Ave conocida, especie de paloma; aunque mas chica: su color es ceniciento, y por el lomo tira á gamuzado. Hai algunas enteramente blancas’.

20 No hay que olvidar que «Los descubrimientos de Herculano, en 1738, y Pompeya, en 1748, revivieron la fascinación por el mundo clásico y la recuperación de sus colores. Destacaban entre ellos el burdeos, el marrón, el azul oscuro, los malvas y los verdes» (Llorente, 2019: 5).

21 «Nuestras damas se cubren mas ó menos la cabeza con la mantilla: las de París han llevado esta sobre los hombros, como si fuese un peynador, quedando la cabeza fuera y cargada con todo el volumen de plumas, gasas y cintas que acompañan al sombrero mujeril, el cual no puede llevarse con la mantilla española. La basquiña de nuestras damas es un trage de calle, de forma muy distinta del que llevarán las mimas por la noche á un bayle ó á una visita de mucha ceremonia: la llamada basquiña por las señoras francesas tiene el mismo corte, las mismas guarniciones y los mismos adornos de realce que cualquier otro vestido con que podrían presentarse en palacio un dia de gala» (XX: 45-46).

22 Además, a juicio de lo expuesto en el Periódico de las Damas (1822), parece que las señoras españolas ya habían quedado seducidas por la moda francesa: «entre las señoras principales de Madrid va desterrandose poco á poco el uso de las basquiñas españolas, aun para acompañar á la mantilla; pues no lo son muchas que lo parecen en la iglesia y en la calle, sino mas bien vestidos á la francesa, bordados ó guarnecidos con arreglo al gusto y á las facultades de la persona que los lleva» (XI: 28). No en vano, como indica Llorente (2019: 5), «En España en el cambio de siglo se produce

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términos como polanesa23 (‘Especie de traje o vestidura de mujer’, Gran dic-cionario clásico de la lengua española, 1853[1846-47], de Domínguez) y escocés/es-cocesa24 (‘Aplícase a telas de cuadros y de rayas formando cuadros de varios colores’, DRAE 1925), recogidos en los diccionarios desde mediados del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, respectivamente. Pasalodos (2014: 91) explica cómo la necesidad, la casualidad, el capricho o un acon-tecimiento concreto pueden determinar los motivos por los que una moda puede surgir o implantarse. En este sentido, esta investigadora indica que «incluso los nombres de personajes célebres se han asimilado a la moda, convirtiéndose en padrinos de formas, colores o adornos» (Pasalodos, 2014: 92). Tal es el caso de (vestido) a la Terpsícore25, (collar) Maria Stuard26, y (cuello) a la María Luisa27.

Cabe comentar que algunas de las voces de los subcampos temáticos contemplados más arriba, se incorporan ya en diccionarios publicados en el siglo XX. Tal es el caso del anglicismo carrik, ‘(pal. ingl.). m. Capote ó abrigo con varias esclavinas’, en el Nuevo diccionario enciclopédico ilustrado de la lengua castellana (1901) de Toro y Gómez28, o de barege, ‘(de Barèges, ciudad de Francia). f. Lino grosero, con el que se hace una tela ordinaria para

una singularidad en el vestir: las mujeres podían elegir entre el “traje nacional” español (basquiña y mantilla) o la moda internacional, francesa».

23 Amaro (2018: 313) apunta que en 1770 comenzó a utilizarse el vestido a la polaca, esto es, robe à la polonaise, llamado en España polonesa y que tiene un cuerpo muy entallado y una falda interior de la misma tela. La falda del vestido se recogía con unos cordones deslizantes que podían fruncirse formando faldones redondeados.

24 En el Periódico de las Damas (1822) se documenta exclusivamente para referirse a un tipo de cinta: «un lazo grande de cinta a la escocesa» (XVII: 47) o «cinta escocesa que aunque nada tiene de particular ha caído en gracia y ahora es de moda» (XX: 38).

25 La voz Terpsícore queda recogida por el Diccionario castellano (1786-1793 [1767]) de Terreros (‘una de las nueve musas, que algunos dicen era la 5, y la inventora de las artes de la humanidade, y que presidia al bayle, y segun otros su inventora, como tambien de la cítara’) y, ya a finales del siglo XIX, por el Diccionario enciclopédico de la lengua castellana (1895) de Zerolo (‘Mit. Musa que persidía á la danza y al canto. Se la representa coronada de guirnaldas, com una lira en la mano; según refiere la tradición, el Aqueloo la hizo madre de las sirenas’).

26 «La forma del collar es antigua y se llama en Francia María Stuart, la cual apenas se verá ya aquí, como no sea al cuello de alguna imagen de la Virgen» (X: 23). María I de Escocia (1542-1587), de nombre María Estuardo (en inglés, Mary Stuart), fue reina de Escocia del 14 de diciembre de 1542 al 24 de julio de 1567 y reina consorte de Francia del 10 de julio de 1559 al 5 de diciembre de 1560.

27 «El cuello es alto y tieso, á la Maria Luisa; y sobre el mismo se ve atada flojamente una pañoleta de cachemira», XIII: 36). Todo apunta a que el personaje referido es la archiduquesa María Luisa de Austria (1791-1847), primogénita del emperador Francisco I y segunda esposa de Napoleón Bonaparte.

28 El Diccionario histórico de la RAE, en su edición de 1936, recoge esta voz y detalla tanto su etimología como su etapa de uso: ‘(Del nombre de Garrick, actor inglés) m. Especie de gabán o levitón muy holgado, con varias esclavinas sobrepuestas de menor a mayor. Estuvo en uso en la primera mitad del siglo XIX’.

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trajes femeninos’, en el Diccionario de la lengua española (1917) de Alemany29. En el caso de los colores, se hallan numerosos términos registrados pau-latinamente: lila (‘Color morado claro, como la flor de la lila’, Gran diccio-nario de la lengua castellana, 1902-31, de Pagés), amaranto (‘Color carmesí’, suplemento del DRAE 1970), esmeralda (‘Color de esta piedra’, Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, 1983-86, RAE), ceniza (‘Dicho de un color: Semejante al de la ceniza’, Diccionario de la lengua española, 2014, RAE-ASALE) y limón (‘Dicho de un color: Amarillo claro semejante al del li-món’, Diccionario de la lengua española, 2014, RAE-ASALE).

Otros términos no llegan a encontrar lugar en la tradición lexicográfica del español, como los galicismos bandó y pattes, el primero adaptado y el segundo crudo. De un lado, bandó, en francés bandeau, se define en el Trésor de la langue française informatisé (TLFi) como ‘Bande généralement d'étoffe dont on ceint le front, la tête’30. De otro lado, pattes también se documenta en el TLFi como ‘Petite bande d'étoffe attachée à un vêtement et qui porte soit un bouton soit une boutonnière ou encore une boucle ou un ruban’31. Otro galicismo crudo no repertorizado es capotte («El sombrero (capotte) de esta dama tiene dos bordes», XVIII: 48), también documentado en el Tré-sor de la langue française informatisé (TLFi) (‘Chapeau de femme, garni de ru-bans, à brides et à coul’)32.

29 En el Periódico de las Damas (1822) también se indica la etimología del término: «el figurín atado al

cuello flojamente un pañuelito de Barege, tela de lana fina muy elástica que toma su nombre del lugar en que se fabrica» (XII: 34). Aunque los diccionarios incluyen barege ya en el siglo XX, el Diccionario histórico de la lengua española (1936) de la Academia lo documenta desde mediados del siglo XIX: ‘(De Barège, nombre de una ciudad francesa). f. Tela ordinaria de lino. “160 varas brin. 80 varas barege. 7.401 arrobas cera blanca”, Lerdo, Comerc. de Méjico, ed. 1853, n. 35’.

30 En el caso del Periódico de las Damas (1822), bandó se registra en el siguiente contexto: «en la cabeza, un bandó de perlas á raiz del pelo, detenia unos rizos muy abultados, entre los cuales se mezclaban sucesivamente el marabout y las margaritas, formando un volúmen igual á cada lado, y de atras el pelo muy bajo» (VII: 37). De hecho, en el Trésor de la langue française informatisé (TLFi) también se registra una acepción relativa a un tipo de peinado y marcada diatécnicamente (‘MODES’): ‘Coiffure en bandeaux. Coiffure qui sépare les cheveux au milieu du front, les ramenant sur les côtés du visage et couvrant ou non les oreilles’.

31 En la publicación objeto de estudio se detalla en qué consiste el adorno al que se refiere la voz pattes: «El sombrero es de raso, y su adorno le forman unos pedazos de felpa cortados al sesgo, de figura triangular y á manera de orejas, que los franceses llaman pattes» (XIII: 36).

32 La voz capote, referida a la prenda de ropa y no a un tipo de sombrero, sí se registra desde los comienzos de la tradición lexicográfica del español. Se documenta habitualmente en el Periódico de las Damas (1822) —«En el dia todos los capotes de señora, sean de seda ó de merinos, conservan el talle largo, se ajustan al cuerpo por la cintura, y tienen siempre pliegues ó un fruncido en medio de la espalda» (XIII: 35)—.

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Las variantes espencer/espeincer/espincer33 provienen del anglicismo spen-cer, que se halla tanto en el CORDE («pecho casi desnudo, y mal ceñido por un chaquetín de solapilla, denominado spencer, y acortado a las bre-vísimas dimensiones del talle en boga», Monografía histórica e iconografía del traje, 1886, de Josep Puiggarí i Llobet) como en el Fichero general («un spen-cer y pantalón recto, qué fatiga», ¿Somos?, 1982, de Eduardo Gudiño Kief-fer), pero no se registra en los diccionarios de nuestra lengua. Sí se docu-menta en el Trésor de la langue française informatisé (TLFi), donde se indica que, desde 1795, denota una prenda de vestir de hombre (‘Veste très courte d'homme, sans basque, remplaçant l'habit, généralement en drap ou en velours, ne descendant qu'à mi-dos, à longues manches très ajustées, à col droit et haut, souvent garnie de tresses en olives et ayant sur la poi-trine deux petites poches horizontales’) y, a partir de 1799, una pieza de mujer (‘Corsage court ou veste courte de femme’). Además, se ofrece la etimologia del término, de Sir George John Spencer (1758-1834).

Tampoco se registra en diccionarios generales bolívar, voz que apunta a un tipo de sombrero y que sí se halla en el Fichero general, concretamente en el Diccionario de venezolanismos (1983) de María Josefina Tejera: ‘hist. Som-brero de ala ancha que puso de moda el Libertador’.

Finalmente, nos centramos en cuatro voces que aparecen de manera recurrente a lo largo de los veinticinco números del Periódico de las Damas (1822): petimetra/petimetre, estar en boga, modista y figurín. De un lado, petimetre se lematiza desde el Diccionario de autoridades (1726-39) y se define como ‘s. m. El joven que cuida demasiadamente de su compostura, y de seguir las modas. Es voz compuesta de palabras Francésas, è introducida sin nece-sidad’. Ya en 1803 se considera un substantivo masculino pero también femenino (petrimetra). En 1846, el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Salvá añade a la definición la siguiente consideración: ‘[Se toma tambien muy de ordinário por el que es asseado y gusta de vestir bien]’. De hecho, a mitad del siglo XIX, Domínguez ya caracteriza este término como ‘per-sona muy compuesta y acicalada, que cuida demasiado del adorno de su persona’34. De otro lado, en la Biblioteca Universal. Gran Diccionario de la

33 En el Periódico de las Damas (1822) esta voz se emplea frecuentemente: «hasta ahora se hacen cerradas

por delante con un espeincer por encima» (I: 34), «espincer o ajustador que trae sobrepuesto» (XII: 33) o «El espencer es de grodenápoles» (XVII: 46).

34 Cabe destacar el siguiente fragmento documentado en el Periódico de las Damas (1822): «Los petimetres de París, decía en su tiempo Montesquieu, son afeminados, y sus adornos se parecen mucho á los de las mugeres; de manera que al verlos emplear tanto tiempo en mirarse al espejo, tanto arte en rizarse el pelo, y tanto cuidado en abrillantar su cutis, se pudiera pensar que no hay mas que un sexo solo en toda aquella ciudad» (XXIII: 36). Martín Gaite (1972: 72), que apunta el

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Lengua Española (1852) de Adolfo de Castro, se recoge por vez primera la expresión estar en boga o poner en boga (‘estar muy en uso ó moda, ó hacer que se ponga en moda ó uso. Es frase modernamente introducida en len-gua castellana’). La Academia la recoge desde el DRAE (1780), pero con el significado ‘lo mismo que usarse mucho’35. En lo que respecta a mo-dista36, en el DRAE (1803) se define como ‘el que hace las modas, o tiene tienda de ellas’, si bien ya en el Gran diccionario clásico de la lengua española (1853[1846-47]) de Domínguez se caracteriza como: ‘s. f. la que trabaja y se ocupa principalmente de todas aquellas cosas que sirven para adornos, ó que constituyen el traje de las mujeres || s. m. Comerciante en géneros ó cosas de moda: y tambien que trabaja en ellos’37. Finalmente, figurín se empieza a lematizar a partir del suplemento del DRAE (1837), ‘dibujo ó modelo pequeño para los vestidos y adornos de moda’. Como señaló La-pesa (1989: 404), «Circulaban revistas francesas de modas cuyos figurines eran de apasionante interés para el público femenino». En efecto, tal como indican Pérez Sánchez y López Castillo (2020), desde el último tercio del siglo XVIII, las estampas de figurines relacionadas directamente con la apariencia, el gusto y la moda, difundidas desde la prensa, tienen en Es-paña una especial significación a la hora de orientar a las élites urbanas e

origen etimológico del término (petit maître), caracteriza a los petimetres como «seres afeminados y fatuos conocidos en todos los escritos del tiempo y objeto de generales diatribas».

35 Lapesa (1989: 403) apunta que el ejemplo más antiguo, conocido por Corominas, de la expresión estar en boga es de Capmany, en El arte de traducir el idioma francés al castellano (1776). Álvarez de Miranda (2012) advierte que modista se generaliza en nuestra lengua en el siglo XVIII, aunque hay algún rarísimo ejemplo del XVII en textos de marcado influjo lingüístico francés. Varela (2009: 1609) confirma que el término francés modiste, derivado de mode, se documenta en 1636 con la acepción ‘persona que sigue las modas’ y solo en 1777 con la de ‘persona dedicada al comercio o confección de prendas femeninas’. En español, Corominas y Pascual (1980-91) sitúan su primera aparición en el Diccionario de autoridades (1726-39), si bien Álvarez de Miranda la encuentra ya en una traducción del francés de finales del siglo XVII. Varela (2009: 1610) apunta, además, que tanto la Academia como Corominas y Pascual (1980-91) y Álvarez de Miranda (1992) coinciden en señalar que modista es una palabra derivada de moda y no un galicismo.

36 En los números cuatro y cinco del Periódico de las Damas (1822), se alude a la gran destreza de las modistas de la capital: «No tiene Madrid que envidiar en el dia á ninguna otra corte de Europa, la afluencia de personas extremamente diestras en el ramo de industria perteneciente á modas […]» (IV: 31). Además, se cita el nombre de alguna de algunas modistas de la época, por ejemplo, en la calle de la Montera ofrecían sus servicios Doña María Pia Villanova, Madama Casadaban y Madama Rencuel (V: 37).

37 Álvarez de Miranda (2012) señala dos novedades en la definición de Domínguez: «solo se recoge la posibilidad de que las modistas sean mujeres («la que…») y son mujeres, también, las destinatarias de su actividad». Además, constata que los diccionarios académicos siguen esta tendencia: ‘Hoy es la mujer que corta y hace los vestidos y adornos elegantes de las señoras, y la que tiene tienda de modas’ (DRAE 1869), así como ‘mujer que tiene por oficio cortar y hacer vestidos y adornos para las señoras’ y ‘la que tiene tienda de modas’ (DRAE 1884). No obstante, el DRAE (1914) vuelve a la calificación ‘com[ún]’ y define ‘persona que tiene por oficio hacer trajes y otras prendas de vestir para las mujeres’.

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ilustradas. Se trataba, en definitiva, de estar al día de las novedades y ade-lantos que se producían en todos aquellos objetos y elementos destinados a priorizar el estatus y la elegancia conforme a los dictados que se gestaban en las grandes capitales europeas que marcaban las pautas de la distinción.

Como se ha comentado más arriba, los números del Periódico de las Da-mas (1822) ofrecían una hoja suelta con un dibujo a pluma coloreado de figurines parisinos de mujeres y hombres procedentes de L’Observateur des modes. No obstante, en la Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España se han documentado catorce, pues no se encuentran disponibles los supuestamente distribuidos en los números dos, tres, cuatro, seis, ocho, nueve, dieciocho, veinte, veintiuno, veintitrés y veinticinco.

A continuación, se presenta la reproducción del figurín incluido en el número once del Periódico de las Damas, publicado el 18 de marzo de 1822, así como la descripción del mismo:

Imagen 1. Figurín incluido en el número 11 del Periódico de las Damas (18/03/1822)

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Vamos ahora á describir el figurin que acompaña á este número. Repre-senta una señora vestida con la elegancia propia de la capital de los fran-ceses, para presentarse en una visita. El adorno de su cabeza consiste en un prendido hecho de raso tejido de plata, en forma de panales, y coro-nado de un gran plumero que cubre todo el casco. Estas plumas son de avestruz, rizadas y pintadas del mismo color de la tela del prendido. El vestido es de raso blanco, guarnecido de gasa ó tul y manojos de ale-líes. Sobre el ruedo de la falda campea un falbalá ó guarnicion, dividida en tres órdenes iguales de cuatro tiras de gasa cada una, plegadas en me-nudos bollos, que por su forma semejante á la de los panales de miel llaman los franceses ruches, y prendidas en ondas desde la altura de la rodilla hasta el borde, galoneado de un rouleau ó rollo ancho de la misma tela del vestido. Alrededor de la cintura, en las bocamangas del brazo y en el peto se ve la misma guarnición del ruedo, compuesta de tiras de gasa abollada mas estrañas; siendo de observar que las del peto van pro-gresivamente ensanchándose desde la cintura hasta los hombros, y pasan á la espalda para formar una especie de pañoleta (fichú). El escote viene á ser redondo, y se abrocha por medio, formando á la entrada del pecho con pliegues de la misma tela y una presilla, cierta especie de lazo elegante y muy bonito. Se advierte por el abanico que tiene esta dama en la mano derecha, y por el collar que adorna su cuello, que sigue todavia en Paris el bizarro capricho de los abanicos redondos de box y los aderezos á la Marie Stuard (XI: 30-32).

5. FINAL

Según se indica en la segunda entrega del Periódico de las Damas (1822): La moda, como todas las cosas, tiene sus justos límites y restricciones. Su objeto es adornar con gusto nuestro cuerpo; y cuando este fin no se consigue con ella, seria fuera de propósito el sujetarse rigorosamente á la moda (II: 30).

Precisamente, a propósito de la voz moda, Álvarez de Miranda (1992:

656) afirma que su significado comenzó siendo más amplio que el que presenta actualmente, pues «moda se empleaba como ‘uso, costumbre’ sin necesidad de que a esa idea se agregaran los rasgos semánticos de ‘reciente’ y, en consecuencia, ‘transitorio’». Por su parte, Varela (2009: 1609) apunta que moda terminó por desplazar otros vocablos como uso, usanza o manera, debido a que «a diferencia de ellos, podía utilizarse como tecnicismo en el ámbito de la indumentaria».

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Además, Varela (2009: 232) constata que «el vestido no sufre dema-siados cambios durante la Alta Edad Media» y que «el ritmo con que se producen las transformaciones se acentua progresivamente a partir de la Baja y el Renacimiento, hasta alcanzar una velocidad vertiginosa en nuestra época» (Varela, 2009: 232).

En nuestra investigación, se ha comprobado cómo en la tradición le-xicográfica del español se da cabida de manera paulatina a numerosas vo-ces relativas al ámbito de la moda, documentadas en una de las primeras publicaciones destinadas a la mujer que ven la luz en el siglo XIX: el Perió-dico de las Damas (1822). Tras la clasificación en ámbitos temáticos (prendas de ropa, adornos, complementos, tejidos, colores, modos o maneras y otros), se ha destacado el flujo de ítems léxicos incluidos en la macroes-tructura de diccionarios de índole académica y no académica. Se ha obser-vado la introducción de galicismos, tanto adaptados (por ejemplo, marabú, bandó, gro o barege) como crudos (marabout, pattes o capotte)38, pero también de anglicismos (carrik o espencer/espeincer/espincer), así como el carácter no-vedoso de las voces que se van incorporando, a juicio de la etiqueta o paráfrasis cronológica que presentan algunas como pañoleta y merino («neol.», ‘neologismo’), marabú («se hace hoy grande comercio para los prendidos y adornos de señora») o estar en boga («es frase modernamente introducida en lengua castellana»). Además, en ciertos términos se registra una marca diatécnica que encabeza la definición: en canutillo («Art.», ‘Ar-tes’) o levantina, gro y organdi («Com.», ‘Comercio’). También destaca la nó-mina de epónimos documentados (spencer, bolívar, Mary Stuart, María Luisa o trafalgar), muy habituales en el ámbito de especialidad, que ponen de ma-nifiesto la necesaria relación entre la entidad designada por el nombre en cuestión y el referente cultural al que apunta, tal como hemos indicado más arriba.

En definitiva, se ha pretendido, de un lado, confirmar el papel de la prensa histórica como fuente idónea para compilar un corpus léxico de especialidad y, de otro lado, constatar la importancia de los diccionarios como testigos de la historia del léxico español.

38 “En el caso de la indumentaria los galicismos se filtran gota a gota, de manera distanciada e

independiente en el tiempo. Al menos durante todo el siglo XVI y los dos primeros tercios del XVII; a partir de 1660, la influencia francesa en todos los campos, y especialmente en el de la vida cortesana y la moda, preludia la admiración que gran parte de los españoles va a sentir por la cultura y el modo de vivir francés durante el siglo XVIII” (Varela, 2009: 234-235).

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Aproximación a la configuración léxica del español en el suroeste de los Estados Unidos (1733-1900)*

Diego Sánchez Sierra

Universidad de Alcalá Recibido: 13/09/2021 Aceptado: 29/10/2021

Resumen: El español del suroeste de los Estados Unidos, a pesar

del interés que ha suscitado en sincronía y de la complejidad de su deve-nir histórico, todavía no ha sido suficientemente estudiado en el plano diacrónico. Partiendo de la documentación contenida en el Corpus Diacró-nico del Español de Norteamérica (CORDINA), el presente trabajo pretende aportar algunos datos sobre el léxico empleado en los actuales estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas entre 1733 y 1900, y más concretamente sobre todos aquellos elementos que se pueden calificar de americanismos, con el propósito de ofrecer una primera descripción de la configuración léxica del español hablado en dicho territorio durante el periodo en cuestión.

Palabras clave: historia del español del suroeste de los Estados Unidos, siglos XVIII y XIX, léxico, americanismo, corpus CORDINA.

Abstract: In spite of the interest aroused on it from a synchronic

point of view and its historical complexity, the Spanish of the South-western United States has not yet been sufficiently studied at diachronic level. On the basis of documents from Corpus Diacrónico del Español de

* Este trabajo forma parte de los resultados del proyecto de investigación «HERES. Patrimonio

textual ibérico y novohispano. Recuperación y memoria» (CAM 2018-T1/HUM-10230), finan-ciado por la Comunidad de Madrid y dirigido por Ricardo Pichel desde la Universidad de Alcalá. Agradecemos a José Luis Ramírez Luengo y a Ricardo Pichel su atenta lectura y sus inestimables observaciones.

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Norteamérica (CORDINA), this paper aims at providing some data on the lexicon used in the current states of California, Arizona, New Mexico and Texas between 1733 and 1900, and, more specifically, on all those elements that can be regarded as Americanisms, in order to offer a first description of the lexical configuration of the Spanish that was spoken in that area during the period concerned.

Keywords: history of the Spanish of the Southwestern United States, 18th and 19th centuries, lexicon, Americanism, CORDINA.

1. INTRODUCCIÓN: LA DESCONOCIDA HISTORIA DEL ESPAÑOL

EN EL SUROESTE DE LOS ESTADOS UNIDOS

A nadie se le escapa que, del mismo modo que no podemos hablar de un español de América como de un bloque unitario, sino de un complejo mosaico de dialectos más o menos diferenciados, tampoco existe un norma homogénea de español estadounidense (Torres Torres, 2010: 403), pues en esas tierras fronterizas, como en otras pertenecientes al inmenso Virreinato de la Nueva España, ni los colonos eran lingüísticamente homogéneos, ni las poblaciones indígenas tenían lenguas y culturas idén-ticas, ni las condiciones socioculturales fueron las mismas en todas las regiones ni en todas las épocas (Lope Blanch, 1992: 622). En este senti-do, la naturaleza del español de los Estados Unidos se define por la su-perposición de distintas variedades –mayoritariamente mexicanas– tras-plantadas allí con los movimientos migratorios –no siempre continuos– desde diversas regiones hispanohablantes y en diferentes momentos1, en

1 En el suroeste de Norteamérica, «las primeras oleadas de hispanohablantes se concentraron prime-

ro en Nuevo Méjico y Arizona, como ganaderos, y mineros de las explotaciones de oro y cobre; después, en Tejas y, por último, en California» (Quilis, 1992: 91). En el contingente de explora-ción de Nuevo México que encabezó Juan de Oñate en 1598, un tercio de los hombres hablaba un castellano norteño; otro tercio, la incipiente variedad del español mexicano, y algo menos del tercio restante, andaluz occidental-canario (Moreno Fernández, 2008: 182). Sin embargo, des-pués de la revuelta de los indios pueblo en 1680, los peninsulares eran minoritarios frente a los criollos, de los que casi la mitad procedían de la ciudad de México, y durante el siglo XVIII las llegadas de nuevos colonos a la provincia fueron muy escasas (Sanz-Sánchez, 2013: 326-327), de modo que el español neomexicano del XIX era fundamentalmente de cuño mexicano (Alvar, 1992: 477). El sur de Texas fue progresivamente poblado a lo largo del siglo XVIII principal-mente con gente llegada de México, aunque también con contingentes españoles de diferente perfil dialectal, así que cabría esperar un español muy influido por las hablas del norte de Méxi-co, pero con rasgos lingüísticos de origen español (Moreno Fernández, 2008: 184-185). Desde que en 1770 comenzara a establecerse el sistema misional en el territorio que los españoles de-nominaron Alta California, llegaron pobladores de México, algunos pocos directamente de Es-paña, y otros de Sudamérica (Quilis, 1992: 91, n. 186). En 1824, los españoles o descendientes de españoles eran unos 4080, por 360 estadounidenses y 90 colonos mejicanos (Moreno de Al-ba y Perissinotto, 1988; cit. Alvar, 1992: 472), de modo que el cuño de aquel español era de la

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coexistencia, ya en época más tardía, con el inglés (Alvar, 1992: 471; Torres Torres, 2010: 410).

Esas tierras fronterizas del Imperio español que, con el tiempo, for-marían parte de los Estados Unidos pueden dividirse, de acuerdo con Craddock (1992: 803), en tres regiones, según la configuración geográfica y la historia particular de cada una: Florida, Luisiana y el Suroeste (fun-damentalmente los actuales estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California), donde el español fue la lengua de prestigio desde mediados del siglo XVII hasta la primera mitad del XIX (Silva-Corvalán, 2000: 65). A su vez, Cárdenas (1970) distingue en el suroeste estadounidense cuatro grandes zonas dialectales: Texas, Nuevo México y el sur de Colorado, Arizona y, por último, California (cit. Ramírez, 1992: 25). Es en esos cuatro primeros territorios, además de en Luisiana, donde se conserva el español más antiguo –denominado patrimonial, tradicional o vestigial–, mientras que desapareció en aquellos donde hubo presencia española (Torres Torres, 2010: 403), como Florida y California.

A pesar de que el español estadounidense de origen mexicano ha si-do profusamente investigado, dentro del contexto de la dialectología del español y en conjunción con el contacto de lenguas e intercambio de códigos (Lipski, 1996: 295), y de que, como acabamos de señalar, el de-venir de la lengua española en los Estados Unidos ha sido históricamente muy complejo y, por tanto, suscita el máximo interés, sorprende la esca-sez de estudios puramente diacrónicos sobre las variedades de español más antiguas de los Estados Unidos, laguna que, afortunadamente, se ha ido llenando en los últimos años gracias a la aparición de varias investi-gaciones, algunas de ellas en curso. En este sentido, junto al trabajo pio-nero de Blanco (1971), que traza la evolución del español en la historia de California desde el periodo colonial hasta los años sesenta del siglo pasado, atendiendo a las influencias mutuas entre el inglés y el español, así como a los clásicos de Craddock (1992), centrado en estudiar desde una perspectiva diacrónica el mantenimiento de la aspiración /h/ proce-dente de /f/ en el habla de Nuevo México, y Perissinotto (1992), que pretende determinar la filiación dialectal del español de California basán-dose en documentación relacionada con el establecimiento del Presidio de Santa Bárbara en 1782, podemos citar, entre otros, Coll (1999), donde se describe el español neomexicano del siglo XVII a partir de un escrito

banda europea, aunque probablemente modificado y afectado ya por el mexicano. La fiebre del oro trajo consigo, desde 1842, numerosas oleadas de norteamericanos que provocaron que el trasfondo hispánico desapareciera paulatinamente (Alvar, 1992: 472-473).

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de defensa presentado por doña Teresa de Aguilera ante el Tribunal de la Inquisición, que la acusaba de delitos de judaísmo; Balestra (2008), don-de se abordan las formas de tratamiento en correspondencia californiana y neomexicana del siglo XIX; Lipski (2008: 191-209), una panorámica del contexto sociohistórico en que se desarrolló el español tradicional de Nuevo México; Sanz-Sánchez (2009), que analiza con exhaustividad varios fenómenos fonéticos y morfológicos en documentación neomexi-cana generada entre 1683 y 1926; Sanz-Sánchez y Villa (2011), donde se estudia la génesis del español de Nuevo México como fruto de la concu-rrencia de varios factores, entre los que se cuenta el contacto dialectal; Lamar Prieto (2012, 2018), que se adentra en el español de un centenar de documentos impresos y, sobre todo, manuscritos emitidos en diver-sos puntos de California entre 1802 y 1884; Sanz-Sánchez (2013), que presta atención a los factores sociales y lingüísticos que determinaron la formación del español de Nuevo México durante el periodo colonial a partir de documentación neomexicana de finales del XVII y principios del XVIII, hallando indicios de la conexión histórica entre dicho español y el del centro de México; Villa y Sanz-Sánchez (2015), donde, con datos léxicos procedentes de documentos y entrevistas desde 1839 hasta la actualidad, se demuestra la aparición de un repertorio dialectal comparti-do en contacto con el inglés a partir del cual se desarrolló el español de origen mexicano en el oeste de los Estados Unidos, o Kania (2020), que examina el léxico del español neomexicano de principios del XVII en base a los testimonios de testigos recogidos en la Probanza de méritos de Vicente de Zaldívar.

Del anterior estado de la cuestión se colige que el léxico del español neomexicano de buena parte del XVIII y del primer tercio del XIX no ha sido aún abordado con exhaustividad, que Arizona y Texas constitu-yen zonas poco exploradas lingüísticamente y que, en cualquier caso, todavía no se ha establecido la configuración léxica del español hablado en el suroeste estadounidense, uno de los principales objetivos del pre-sente trabajo. Esta situación de relativo desconocimiento muy probable-mente se debe a la dificultad de carecer hasta momentos relativamente recientes de corpus adecuados para afrontar tales investigaciones, y en este punto es de obligada mención los fondos estadounidenses atesora-dos en CORDIAM, entre los que destacan la documentación notarial y las relaciones de sucesos, los cuales convierten al citado repositorio en uno de los más importantes para el estudio histórico del español esta-dounidense, así como los del Proyecto Cíbola, dirigido por Jerry R.

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Craddock, o los que figuran en el corpus Colonial Texts, editado por Sonia Kania y Francisco Gago Jover.

Dicho esto, debido al conocimiento aún incompleto ya señalado so-bre los diferentes dialectos del español en el suroeste de los Estados Unidos, sumado a la heterogeneidad del corpus en lo que a fechas y luga-res de emisión se refiere, hemos optado por tratarlos de forma provisio-nal como si pertenecieran a un macrodialecto –con las imprecisiones que esto puede suponer–, si bien señalaremos puntualmente diferencias entre territorios, todo ello con el mero deseo de contribuir a sentar unas mí-nimas bases para futuros estudios más exhaustivos y arrojar algo de luz sobre la que no exageraríamos en calificar como una de las regiones me-nos estudiadas del continente desde el punto de vista diacrónico.

Antes de proseguir, conviene aclarar la estructura que se va a seguir en el artículo: tras esta introducción (§ 1), nos referiremos a los objetivos principales que persigue el trabajo y al corpus en que se fundamenta (§ 2), para pasar a continuación a clarificar los conceptos de configuración léxica y de americanismo (§ 3), de suma importancia para el análisis que llevaremos a cabo; posteriormente se estudiarán las voces que, a partir de lo indicado en el punto anterior, se incluyen dentro de ese último con-cepto (§ 4), para lo cual se atenderá a los subtipos de americanismos (§ 4.1.) y a los indigenismos (§ 4.2.) que registramos en la documenta-ción; después analizaremos la configuración léxica del español en el sur-oeste estadounidense durante los siglos XVIII y XIX (§ 5); el artículo se cierra con unas conclusiones (§ 6) donde se exponen los principales ha-llazgos de la investigación, así como nuevas tareas que sería necesario abordar en futuros trabajos.

2. OBJETIVOS DEL ESTUDIO Y CORPUS ANALIZADO

Con la presente investigación buscamos aportar algunos datos que per-mitan enriquecer la visión todavía parcial a la que se ha aludido en el apartado anterior. De este modo, se llevará a cabo un análisis de todos aquellos elementos que se pueden calificar como americanismos2 y/o indi-genismos, a fin de determinar la configuración léxica del español del sur-

2 La mayoría de ellos, indigenismos, entre los cuales figuran, a su vez, términos tan ampliamente

documentados en la España de los siglos XVIII y XIX que ya en esa época habían perdido su carácter de americanismo, según se explicará más adelante.

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oeste de los actuales Estados Unidos entre 1733 y 19003 y poder ofrecer una descripción del léxico empleado en el territorio y el periodo mencio-nados.

Así pues, los objetivos específicos que se persiguen en este trabajo son los siguientes: 1) identificar las voces que se pueden incluir en la categoría de americanismos tal como la concebimos aquí; 2) estudiar a nivel cuantitativo los subtipos de americanismos y su distribución en campos semánticos; 3) analizar –como categoría solo parcialmente coincidente con la anterior– los indigenismos del corpus, sus orígenes y su distribu-ción en campos léxicos; y 4) detectar y describir las distintas estrategias de americanización del vocabulario presentes en la documentación, con el objetivo de establecer, según se ha advertido ya, la configuración léxica del español de la zona y determinar si en los siglos XVIII-XIX existe ya cierta especificidad a nivel léxico que permita hablar de una variedad propiamente estadounidense del español. La idea es atender, como de-fiende Ramírez Luengo (2021a: 70),

no tanto a la presencia o ausencia de vocablos concretos, sino más bien a los grandes procesos de transformación que terminan por dotarle de una personalidad propia [...], trascender la historia de las palabras para pa-sar a una auténtica historia del léxico, entendida como el análisis del voca-bulario en su carácter de nivel lingüístico estructurado, comparable a otros del sistema.

Con este propósito, se ha tomado como corpus base de análisis el

conjunto documental contenido en el Corpus Diacrónico del Español de Nor-teamérica (en adelante, CORDINA)4, que en su fase actual consta de 367

3 Debido a la relativa escasez de estudios del español en esta zona desde el plano diacrónico que

permita establecer alguna etapa en su conformación, las fechas que abarca esta investigación responden al arco cronológico del corpus, al que nos referiremos en breve.

4 El corpus CORDINA se enmarca en el mencionado proyecto «HERES» y se encuentra disponible en el servidor de la Universidad de Alcalá: <https://corpora.uah.es/cordina/>. La documentación transcrita en este corpus, aunque incipiente, se está revelando sumamente interesante para la historia lingüística y la dialectología histórica del español no solo a nivel léxico –como se pretende demostrar en estas páginas–, sino también gráfico (no pocos documentos se deben a escriptores inhábiles), fonético (indicios de seseo, yeísmo, vacilación vocálica, aspiración de f-, trueque de líquidas...), morfológico y sintáctico (derivación adjetival, casos de laísmo, interferencias del inglés en el régimen verbal, etc.). En la edición se han seguido los criterios de la Red Internacional CHARTA: <https://www.redcharta.es/>.

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documentos archivísticos emitidos en California, Arizona, Nuevo Méxi-co y Texas5 entre 1733 y 1900.

Los 115 documentos californianos, todos ellos conservados en la Huntington Library (San Marino, California), fueron emitidos entre 1833 y 1895 en diecinueve municipios6, presentan una tipología documental muy variada7 y se deben a escriptores de diferente nivel socioeducacional y habilidad escriptoria (22 de ellos, mujeres). De los 14 documentos en que hallamos algún americanismo, conocemos el origen de ocho de sus escribientes: el soldado oaxaqueño Aniceto Zabaleta (doc. 3); James Ri-chard Berry (doc. 21), coronel irlandés del ejército mexicano; el general oaxaqueño Manuel Micheltorena (doc. 27); el sargento californio Nasario Galindo (doc. 36); el peruano Manuel Torres (doc. 50); María Amparo Ruiz de Burton, natural de la Baja California (docs. 59, 61)8; el californio de familia franco-chilena Adolph Pillot (doc. 86)9, y el teniente oaxaque-ño Manuel Garfias (doc. 114).

Los 4 documentos de Arizona, obtenidos de la Newberry Library (Chicago, Illinois), son cartas personales escritas por el misionero fran-ciscano Francisco Hermenegildo Tomás Garcés, natural de Zaragoza, en los años 1768 y 176910 en la misión de San Xavier del Bac (a 16 km al sur de la ciudad de Tucson), que fue fundada en 1699 por el misionero jesui-ta austriaco-italiano Eusebio Francisco Kino.

Los 201 documentos neomexicanos, procedentes, asimismo, de la Newberry Library, fueron emitidos entre 1759 y 190011 en quince locali-

5 El número de piezas documentales es, de momento, muy dispar entre territorios, y esto se refleja

en el número de palabras, pues del total de 119420, contamos 4031 en Arizona; 13057, en Texas; 26106, en California, y 106226, en Nuevo México.

6 Anaheim, *Bodega, *Guadalupe, *Los Ángeles, *Monterrey, Sacramento, *San Diego, *San Francisco, San José, San Juan Bautista, San Pablo, San Rafael, Santa Ana, Santa Bárbara, Santa Clara, Santa Cruz, Sausalito, *Sonoma y Ventura. Marcamos con asteriscos aquellos en que advertimos americanismos.

7 Hallamos acuerdos, certificaciones, declaraciones de testigos, inventarios, notas, peticiones, proce-sos judiciales, recibos y reclamaciones, pero claramente predominan las cartas personales (entre familiares, amigos, misioneros u oficiales militares).

8 Las cartas de María Amparo Ruiz de Burton incluidas en CORDINA, inéditas, se estudian en Giménez-Eguíbar y Pichel (2022, en preparación) y Giménez-Eguíbar (2022, en preparación). Véanse Sánchez y Pita (2001) para la edición del corpus epistolar de Ruiz de Burton conocido hasta la fecha y Moyna y Martín (2005-2006) para un estudio de la interferencia lingüística espa-ñol-inglés en dicha correspondencia.

9 Para el contexto sociolingüístico de esta familia y un primer acercamiento al contacto español-francés en su correspondencia, puede verse Diez del Corral Areta y Pichel (2021).

10 Publicadas en García Figueroa (1792[1856]: 365-377). 11 Solo veinte fechadas en el s. XVIII.

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dades12, responden de nuevo a una tipología documental muy diversa13 y en ellos intervinieron escriptores de diferente nivel socioeducacional y habilidad escriptoria (solo dos de ellos, mujeres). De todos los emisores mencionados en los 23 documentos en que hallamos algún americanismo cuyo lugar de nacimiento hemos podido identificar, sabemos que Juan Manuel Velásquez (doc. 326) es natural de Colorado, y los 14 restantes, neomexicanos: de Santa Clara es originario Francisco Sánchez (doc. 171); de Albuquerque, Pedro Antonio Martínez (doc. 202); de Jemez Pueblo, Juan Bautista Valdez (doc. 243); de El Rito, Juan Martín (doc. 277) y José María Chaves (doc. 334); de Nambé, Ignacio Ortiz (doc. 324), y de Abi-quiú, Manuel Sabino Salazar (docs. 176, 275), Pedro Ignacio Gallego (docs. 220, 244), Manuel García de la Mora (doc. 242), José Pablo Truji-llo (doc. 246), José Antonio Manzanares (doc. 265), José Vicente Jarami-llo (doc. 284), José Eugenio Naranjo Gallegos (doc. 339) y José Narciso Epigmenio Quintana (doc. 367).

Por último, los 47 documentos texanos, custodiados en la Benson Library (University of Austin, Texas), son cartas personales que a lo largo de 1733 envió semanalmente el jesuita Mateo Amador –cuyo origen ignoramos– al padre general Josef Ferrer, procurador general de la Com-pañía de Jesús en la Nueva España, desde la misión de San Antonio de Valero, establecida por el franciscano onubense Antonio de San Buena-ventura en 1718, posteriormente conocida como El Álamo y origen de la actual ciudad de San Antonio.

Se trata, pues, de un corpus que permite estudiar el español de y en el suroeste de los Estados Unidos14 a partir de documentación pública y privada de diferentes géneros textuales15, lo cual, por un lado, se traduce en contenidos notablemente variados que redundan en una mayor pre-sencia de voces pertenecientes a muy distintos ámbitos referenciales. Por

12 *Abiquiú –de donde procede la mayoría de documentos–, Bernalillo, *Coyote, El Rito, Escondida,

Las Cruces, Las Nutrias, Los Luceros, Mesilla, Mora, *Ojo Caliente, Placitas, *Santa Fe, Taos y Tierra Amarilla.

13 Aunque son claramente mayoritarias las cartas de venta, contamos también con cartas de obliga-ción, cartas de pago, cartas de poder, cartas privadas, certificaciones, cesiones, contratos, cuen-tas, declaraciones, donaciones, notas, oficios, particiones de bienes, permutas, peticiones, reci-bos, sentencias y testamentos.

14 Téngase en cuenta que las piezas documentales fueron generadas tanto por nativos de los territo-rios estudiados como por otros emigrados que, supuestamente, no solo traerían usos propios que luego se generalizarían en la zona, sino que también adoptarían usos autóctonos.

15 Salta a la vista, pues, que a la hora de incorporar piezas al corpus no se ha excluido ninguna en función de su tipología textual ni de la procedencia de su autor. Con todo, hemos podido identificar el origen de 24 de los 39 escribientes en cuyos documentos hallamos algún americanismo, lo cual supone un nada despreciable 61,5 %.

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otro lado, encontramos, dada esta diversidad textual, escriptores profe-sionales con una gran destreza en el manejo del lenguaje formulario y la caligrafía, pero también personas aparentemente no acostumbradas a expresarse por escrito, lo cual nos permite capturar –siquiera parcialmen-te– la variación sociolingüística existente en la correspondiente comuni-dad durante un determinado periodo, y como estos últimos escribientes suelen manifestar características del hablante semiculto (Österreicher, 1994: 158), su escasa capacidad para filtrar elementos no estándares favo-rece la presencia de voces marcadas diatópicamente16.

3. MARCO CONCEPTUAL

Llegados a este punto, resulta del todo necesario ofrecer un marco conceptual adecuado antes de pasar a estudiar los procesos de dialectali-zación que, en el plano léxico, experimentó el español del suroeste esta-dounidense en los siglos XVIII y XIX. El proceso de americanización, por el cual el español llevado a América a partir de 1492 se adaptó a la nueva realidad americana para seguir siendo un instrumento de comunicación eficaz, afectó especialmente al vocabulario, el cual experimentó una pro-funda reorganización en los diferentes dialectos americanos que acabó por generar «un mapa léxico propio que va a identificar a una región por medio de un conjunto de voces que [...] constituyen un rasgo de identi-dad que distingue esa variedad del español de todas las demás del mundo hispánico» (Ramírez Luengo, 2012: 395).

En estas páginas –siguiendo a Quirós García y Ramírez Luengo (2015: 186, n. 3)–, entendemos por configuración léxica el empleo preferen-te de determinadas estrategias por parte de una determinada variedad dialectal17 en ese proceso de dialectalización (en este caso, de americani-

16 A este respecto, nuestra percepción tras el análisis de la documentación de CORDINA difiere de

la de Craddock (1992: 805), quien, refiriéndose al español de Nuevo México y de Luisiana, con-sidera que «arroja muy poca luz sobre el verdadero carácter de estas hablas la documentación de tipo oficial; [...] tampoco revela gran cosa el acopio de cartas personales, [...] pues todo eso suele estar redactado en un español básicamente normativo que solo de vez en cuando delata alguno que otro americanismo fonético o léxico».

17 En la preferencia de cada variedad por una u otra estrategia influyen diversos factores sociohistóricos, tales como «el contacto más o menos temprano de los españoles con los pueblos indígenas de la región, la presencia más o menos abundante de estos, el mantenimiento más o menos continuado de ese contacto, la mayor o menor integración de los pueblos autóctonos en la sociedad criolla o el estatus más o menos prestigioso de las lenguas indígenas en la zona» (Ramírez Luengo, 2017: 606); también depende del campo semántico en cuestión (Ramírez Luengo y San Martín Gómez, 2020: 190), como veremos más adelante.

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zación)18, estrategias que se reducen básicamente a dos: por un lado, la estrategia de incorporación, que supone el empleo de voces tomadas de otras lenguas, fundamentalmente las amerindias; por otro, la estrategia de modifi-cación, es decir, la resemantización de unidades léxicas patrimoniales para que se adapten a los nuevos referentes autóctonos (Ramírez Luengo, 2017: 605)19.

Ahora bien, dicha americanización léxica se refleja en la aparición de voces diatópicamente marcadas que se suelen categorizar como america-nismos, los cuales, partiendo de la definición de mexicanismo que plantea Company (2007: 28-29), Ramírez Luengo (2015: 116) concibe como aquellas unidades léxicas que caracterizan «el habla urbana, popular o culta, o ambas, de América y cuyo uso muy frecuente y cotidiano distan-cia la variedad americana respecto del español peninsular». Que la identi-ficación de los americanismos dependa exclusivamente del uso y no del origen etimológico conlleva que existan distintos subtipos de america-nismos –dependiendo de la manera en que las unidades léxicas se ajusten a la definición anterior, lo que permite distinguir entre puros, semánticos y de frecuencia20– y que dicha categoría posea un carácter eminentemente dinámico/histórico, de acuerdo con lo cual «la valoración de determina-do elemento como americanismo no se mantiene inalterada a través del tiempo, sino que puede variar a lo largo de la historia» (Ramírez Luengo, 2012: 398)21, dependiendo de los procesos de extensión léxica que los de-

18 Véanse Ramírez Luengo (2012) para la aplicación de este concepto en la Bolivia andina del siglo

XVIII; Quirós García y Ramírez Luengo (2015), para el español yucateco de los siglos XVII y XVIII; Ramírez Luengo (2021a), para la Guatemala de principios del XIX, o Ramírez Luengo (2021b), para el español nicaragüense (1680-1820).

19 A estas dos se deben añadir otras tantas: «la estrategia de creación, por medio de la cual se elaboran nuevas voces a partir de los mecanismos lexicogenésicos de la lengua, muy habitualmente la derivación», y «la estrategia de prelación, que supone privilegiar el empleo de un elemento concreto frente a distintos sinónimos también presentes en el sistema» (Ramírez Luengo, 2021b: 56, n. 1). Dicho investigador denomina estrategias primarias a las dos primeras, dado su carácter más general y su activación en los casos en que se produce el trasplante geográfico de un idioma, y estrategias secundarias a estas dos últimas, por cuanto suponen procesos propios de la lengua no vinculados a los trasplantes mencionados.

20 Company (2010: XVII) denomina puros a las ‘voces empleadas en el español general de América inexistentes en el español peninsular general’; semánticos, a aquellas ‘voces y construcciones for-malmente compartidas con el español peninsular, pero que han desarrollado en América valores semánticos propios’, y de frecuencia, a las ‘voces o construcciones compartidas, en forma y signifi-cado, con el español peninsular castellano, pero que muestran en América una mucho mayor frecuencia de empleo y de generalización’. Huelga decir que a veces no resulta nada sencillo ubi-car ciertas unidades dentro de alguna de estas categorías teóricas; para ejemplos de esta proble-mática, véase Quirós García y Ramírez Luengo (2015: 188, n. 8).

21 De este modo, mientras que, por ejemplo, los indigenismos chocolate y tomate que registramos en CORDINA constituían en sus orígenes americanismos puros, hoy en día (y ya en los siglos XVIII-XIX) han perdido tal consideración y poseen un carácter panhispánico.

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terminados elementos presentan en una época concreta, entendida esta no como la adquisición de nuevos significados por parte de un término concreto (una extensión, pues, de tipo semántico), sino como ‘todo pro-ceso (histórico) de modificación en la distribución geográfica de una voz, sea de expansión (generalización) o de reducción (dialectalización)’ y que, por supuesto, puede afectar tanto a la voz en sí como únicamente a al-guno de sus valores (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 189, n. 9).

A este respecto, conviene señalar que si ya resulta complicado de-terminar tal extensión en sincronía (Frago, 2010: 198)22, mucho más lo es en épocas pasadas, debido a «los vacíos en la información –diatópica, pero también diastrática y diafásica, fundamental para valorar algunos de estos elementos– a los que se enfrenta el investigador» (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 189). Sin embargo, y a pesar de estos impedi-mentos, coincidimos con Quirós García y Ramírez Luengo (2015: 192) en que un estudio profundo y riguroso de la historia del léxico del espa-ñol americano y de la configuración de su especificidad regional debe considerar el carácter dinámico del concepto de americanismo y valorar el carácter diferencial/regional de los diversos vocablos desde la sincro-nía que se está analizando, pues, en caso contrario, «se corre el riesgo de ofrecer una visión anacrónica y poco ajustada a la realidad de los proce-sos de dialectalización que este nivel lingüístico experimenta en América a lo largo de su historia». A manera de ejemplo, los datos de CREA obli-gan a rechazar canoa y maíz como actuales americanismos de frecuencia, pero lo cierto es que los que arroja el CDH para el período 1733-1900 indican que eran palabras mucho más habituales en América que en la península, según se detalla en el subapartado 5.2.

4. LOS AMERICANISMOS EN EL ESPAÑOL DEL SUROESTE ESTA-

DOUNIDENSE EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX

El estudio pormenorizado de las piezas documentales contenidas en CORDINA arroja un total de 56 unidades léxicas que se pueden consi-derar americanismos en el periodo analizado (1733-1900), dado que se ajustan a la definición de este concepto que se ha ofrecido en el epígrafe anterior y parecen presentar tal carácter ya en esa época de acuerdo con

22 Prueba de ello es que el DAMER no registre como mexicanas –o centroamericanas– voces

presentes en CORDINA como asoleadero, atilmado, harnear, palomino, machero, ranchería, toruno y zanjeo, aunque ello podría deberse no a una deficiencia lexicográfica, sino a su desaparición del español mexicano, en virtud del proceso de extensión léxica ya mencionado, con posterioridad a los siglos XVIII-XIX.

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su ámbito geográfico de uso y su frecuencia de empleo: apache, asoleadero, atilmado, avío, banda, barrial, belduque, cajete, canoa, capulín23, cemita, chagüístele, chile, chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, chiricahua, comal, coyote, cuate, du-razno, elote, enjarrar, frijol, garambullo, gileño, guacal, harnear, indio, jacal, jano, machero, maíz, metate, mezcal, milpa, palomino, pápago, pima, plata, ranchería, rancho, renguear, saguaro, seca, seri, sobaipuri, tanate, tapeite / tapeste, tegua, toma-do, tortilla, toruno, tular, zacate, zanjeo, zarape.

Desde un punto de vista metodológico, conviene apuntar una serie de decisiones que se han tomado teniendo en cuenta el marco conceptual descrito en el apartado anterior: por un lado, el carácter dinámico que se propugna para el americanismo ha obligado a acotar el análisis de estos elementos al arco cronológico del corpus (1733-1900); por otro, se ha interpretado como americanismo puro aquel vocablo que solo se advier-te en América o en textos clasificados por el CDH como españoles, pero de temática americana –al estilo, por ejemplo, de la Descripción de las costas de California (1783), del aragonés fray Íñigo Abad y Lasierra–; se han in-corporado a los americanismos semánticos aquellos elementos que pre-sentan un significado coincidente con el actual americano (según el DAMER y el DLE) y divergente del que le asignan los repertorios lexi-cográficos de los siglos XVIII y XIX que componen el NTLLE24; final-mente, solo se ha considerado como americanismo de frecuencia aquella unidad léxica cuyo empleo americano en el CDH –expresado en casos por millón de palabras (CMP)– como mínimo duplica el peninsular en la sincronía ya indicada25. Dicho esto, somos conscientes de lo provisional de estas soluciones, que solo permiten un acercamiento parcial a esta

23 Resulta indudable la naturaleza toponímica que este término –al igual que coyote– muestra en

CORDINA: «me obligo a trabajar a dicho señor un reprezo para juntar agua en el lugar del Ca-pulín» [CORDINA-0292. Abiquiú (Nuevo México), 1892]; «Coyote, Nuevo México, febrero 5 de 1900» [CORDINA-0326. Coyote (Nuevo México), 1900]. No obstante, hemos optado por in-cluirlos en nuestra investigación porque su uso en el español hablado en México y Estados Uni-dos como sustantivo común nos anima a pensar que se trataba de un elemento funcional en la época.

24 Excepto en el caso de banda (vid. nota 33). 25 Este subtipo de americanismos no se halla exento de problemas teóricos y prácticos (Ramírez

Luengo, 2017: 614-615, n. 25): cómo definir la «mayor frecuencia de uso y generalización» (Company, 2007: 31) que exige su establecimiento –absoluta, por registro, por grupo social...–; cómo determinar dónde y con qué criterios se establece el límite entre una voz general y un americanismo de frecuencia (Ramírez Luengo, 2021b: 59-60, n. 9), o qué hacer con aquellas vo-ces –como indio, presente en el corpus– cuyo mayor empleo en América no tiene que ver con elecciones de carácter normativo –entendido este concepto a la manera de la norma normal de Coseriu–, sino principalmente con la naturaleza americana del referente (Quirós García y Ramí-rez Luengo, 2015: 195-196, n. 26). En cualquier caso, los datos del CDH han de interpretarse de manera orientativa, pues el claro desequilibrio cuantitativo entre sus fondos americanos y españoles a favor de estos últimos resta profundidad a las conclusiones.

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cuestión y que deberán mejorarse en trabajos futuros, especialmente en el caso de los americanismos de frecuencia.

4.1. Tipos de americanismos

De los 56 americanismos registrados en el corpus, 41 son puros, 7 se pueden considerar semánticos y 8 se incluirían dentro de los de frecuen-cia. A nivel cuantitativo, descubrimos que los americanismos suponen un 0,18 % de las palabras del corpus (217 de un total de 119420), con una frecuencia dispar entre los actuales estados norteamericanos: Arizona (60 casos; 1,49 % del total de palabras26), Texas (54; 0,41 %), California (39; 0,15 %) y Nuevo México (64; 0,06 %).

A la luz de estos datos, podemos plantear una serie de observaciones de interés: primeramente, la notable proporción de americanismos en la documentación de Arizona, que prácticamente cuadruplica a la que ob-servamos en Texas, la cual, a su vez, supone casi el triple que la de Cali-fornia y siete veces más que la de Nuevo México; en segundo lugar, la esperable coexistencia de los tres tipos de americanismos en el español estadounidense de los siglos XVIII y XIX; en tercer lugar –y quizá más importante–, la constatación de que no todos los tipos de americanismo tienen una presencia cuantitativamente similar en esta variedad lingüísti-ca, pues mientras que los americanismos puros predominan claramente –con un 73 % del total–, los de frecuencia y los semánticos parecen ser mucho más escasos, al equivaler, respectivamente, a un 14 % y a un 13 % de todas las voces27.

En cuanto a los americanos puros, los datos que el CDH facilita para los siglos XVIII y XIX han permitido interpretar de este modo las si-guientes 41 palabras28: apache, asoleadero ‘lugar donde se expone al sol

26 Vid. nota 5. 27 Situación que contrasta con la que se descubre en el Yucatán de los siglos XVII y XVIII (Quirós

García y Ramírez Luengo, 2015: 193), en la Guatemala de principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021a), en la Nicaragua de entre finales del XVII y principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021b) y en la Bolivia andina del siglo XVIII (Ramírez Luengo, 2012: 400), donde los de frecuencia son claramente inferiores y, por lo general, los puros y los semánticos muestran índices muy parejos, así que en ningún caso los puros superan al conjunto de los semánticos y los de frecuencia, como tan ampliamente sucede en CORDINA.

28 El significado de todas las palabras aquí estudiadas se recoge en el DLE, el DAMER o el DEM (solo indicaremos el que presentan en el corpus por ser polisémicas), y en la red puede encon-trarse abundante información sobre los etnónimos de los diferentes grupos indígenas que po-blaron determinadas zonas de Arizona y Nuevo México. Constituyen excepciones atilmado y zan-jeo, para las que, al no consignarse en ninguno de los repertorios lexicográficos manejados, pro-ponemos provisionalmente los sentidos de ‘dicho de un zarape: confeccionado a manera de til-

ma’ y ‘acción y efecto de zanjear (‖ hacer zanjas)’, respectivamente, a partir del respectivo con-

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granos, semillas, etc. para que pierdan humedad’, atilmado, belduque, cajete, capulín, cemita ‘pan de acemite’, chagüístele29, chile ‘fruto del ají’, chino ‘cres-po’, chino ‘rizo del pelo’, chiricahua, comal, coyote ‘especie de lobo’, cuate ‘do-ble’, elote, enjarrar ‘aplicar enjarre’, garambullo, gileño, guacal ‘armazón de varas o tablas para transportar a la espalda objetos delicados’, harnear, jacal, jano, metate ‘piedra sobre la cual se muelen el maíz y otros granos’, mezcal ‘aguardiente extraído del agave’, milpa ‘terreno plantado de maíz’, pápago, pima, ranchería ‘conjunto de ranchos’, renguear, saguaro, seri, sobaipuri, tanate ‘canasta de palma’, tapeite / tapeste, tegua, toruno ‘toro castrado a par-tir de los tres años’, tular ‘terreno plantado de tule’, zacate ‘pasto usado como forraje’, zanjeo y zarape. Salta a la vista la presencia mayoritaria de indigenismos entre estos americanismos –33 de 41, el 80 % del total30–, pero también se anotan términos endohispánicos (generalmente deriva-dos, al estilo de asoleadero, enjarrar, harnear, ranchería, toruno y zanjeo31). Cabe destacar, asimismo, la pertenencia de estos elementos a campos semánti-cos variados, tales como la flora y la agricultura (capulín, milpa, saguaro...) o los enseres y utensilios (cajete, guacal, tanate, etc.) –favorecedores del em-pleo de este tipo de voces, dadas las especificidades de la realidad y la vida americanas–, pero también en otros como la vestimenta (atilmado, zarape) o los apelativos (chiricagua, pima, sobaipuri...), todos ellos etnónimos referidos a grupos que, en mayor o menor medida, poblaban Arizona32.

texto de aparición: «cuatro sarapes atilmados» [CORDINA-0246. Abiquiú (Nuevo México), 1839]; «los de la acequia de la Plaza Colorada están obligados a dar la agua de dicha acequia al dueño de dicho terreno [...] por haber esedido el sangeo» [CORDINA-0367. Abiquiú (Nuevo México), 1886].

29 Se trata de un lapsus calami o de una variante no documentada de chahuiztle ‘hongo que ataca al nopal y a ciertas plantas gramíneas, como el trigo o el maíz’ (DAMER, s. v.) con refuerzo articu-latorio velar y epéntesis en el interior del grupo consonántico náhuatl /tl/. Esta forma de rom-per una secuencia consonántica tan difícil para quien no es mexicano tendría mucho sentido en caso de que el escribiente fuera español –recuérdese que no pudimos determinar su origen–.

30 Cifra no muy distante del 73 % que descubren Quirós García y Ramírez Luengo (2015: 193) en el español yucateco de los siglos XVII y XVIII.

31 También encontramos derivados según la morfología del español a partir de raíces indígenas: atilmado, gileño y tular; se trata, de esta forma, de «elementos a mitad de camino entre las dos ca-tegorías mayoritarias señaladas, habida cuenta de que no son indigenismos, pero tampoco caben –al menos, cómodamente– dentro de la categoría de elementos endohispánicos» (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 194, n. 22).

32 En este punto, el elevado número de americanismos puros en el campo de los apelativos contrasta con su menor (o incluso nula) presencia en el Yucatán de los siglos XVII-XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 197), la Guatemala dieciochesca (Polo Cano, 2005: 189) y de principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021a: 83), El Salvador en la Centuria Ilustrada (Ramírez Luengo, 2019: 256-257), la Nicaragua de entre finales del XVII y principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021b: 64) y la Bolivia andina del XVIII (Ramírez Luengo, 2012: 399-400); del mismo modo, este tipo de voces relativas a la alimentación es más escaso que en Yucatán, y lo mismo podemos decir de los términos vinculados a la fauna con respecto a Guatemala (Polo Cano,

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Por lo que se refiere a los americanismos semánticos, el corpus alberga tan solo 7 términos que se pueden incluir dentro de esta categoría por mostrar, ya en el periodo que nos ocupa, una acepción distinta a la que poseían en el español de España: avío, banda33, machero, palomino, rancho, tomado y tortilla34. El análisis de este segundo tipo de americanismos–claramente minoritarios en el corpus35– permite extraer dos conclusiones de cierto interés: por un lado, el hecho de que, lógicamente, todas las voces que pueden figurar en esta categoría pertenezcan al fondo léxico patrimonial del español; por otro, que estos americanismos formen parte de campos semánticos muy variados que remiten a diversas realidades de la vida cotidiana, como son la alimentación (tomado, tortilla), la industria y construcción (machero, rancho), el clima y la geografía (banda), la ganadería (palomino) y las medidas y monedas (avío), circunstancia que confirma «la importancia que tiene este procedimiento de metaforización y modifica-ción semántica en la configuración del léxico del español de América» (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 194). Ahora bien, como todos estos términos se documentan con dicho valor en México y, dependien-do del caso, en otras áreas hispanohablantes con anterioridad a nuestros testimonios –salvo el mexicanismo machero, que no se descubre hasta un

2005: 189), Nicaragua y Bolivia, y a los relacionados con la organización social si los comparamos con Yucatán, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. Esto demuestra la influencia decisiva del corpus empleado en los resultados que se obtienen en la búsqueda de americanismos, como ya señaló Ramírez Luengo (2017: 608).

33 Si bien este marinerismo de tierra adentro (Frago, 2010: 59) no se recoge en el DAMER con el valor de ‘lado’ con que lo consignamos en el corpus y figura sin marcas diatópicas en el DLE y en todos los diccionarios del NTLLE, los escasos resultados entre 1733 y 1900 que devuelve el CDH proceden de obras de temática americana, por lo que, al igual que Quirós García y Ramírez Luengo (2015), se ha decidido incluirlo aquí.

34 A continuación se ofrecen los significados españoles (tomados de las obras del NTLLE más cercanas cronológicamente a los testimonios del corpus) y americanos de los vocablos, excepto de banda, por los motivos expuestos en la nota anterior; por supuesto, es el sentido americano el registrado en el corpus: avío ‘prevención, apresto’ (Academia usual 1780, s. v.) – ‘préstamo en dinero o efectos, que se hace a los labradores, ganaderos o mineros’ (DLE, s. v.); machero ‘planta nueva de alcornoque’, ‘alcornoque que no está todavía en explotación’ (Academia usual

1899, s. v.) – ‘corral para machos (‖ mulos)’ (DLE, s. v.); palomino ‘pollo de la paloma’, ‘mancha del excremento que suele quedar en las camisas’ (Salvá 1846, s. v.) – ‘caballo o yegua de color amarillo oro con las crines y el rabo blancos’ (DAMER, s. v.); rancho ‘junta de varias personas que en forma de rueda comen juntos’ (Autoridades 1737, s. v.), ‘lugar fuera de poblado, donde se albergan diversas familias o personas’ (Academia usual 1884, s. v.) – ‘hacienda ganadera’ (DAMER, s. v.); tomado ‘part. pas. de tomar’ [con los sentidos de ‘coger’, ‘recibir’] (Domínguez 1853, s. v.) – ‘borracho’ (DAMER, s. v.); tortilla ‘fritada hecha de huevos batidos en aceite o manteca, hecha en figura redonda a modo de torta’ (Academia usual 1837, s. v.) – ‘alimento en forma de torta circular y aplanada, elaborado con masa de maíz o trigo’ (DAMER, s. v.).

35 A semejanza de lo que sucede en el español yucateco del XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 194).

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siglo después36–, seguramente este procedimiento no se originó en el seno del español estadounidense, sino ya en la variedad mexicana que allí fue trasplantada.

Por último, los americanismos de frecuencia son igualmente minoritarios en el corpus, al traducirse únicamente en estos 8 elementos: barrial ‘barri-zal’, canoa ‘embarcación de remo muy estrecha’, durazno ‘fruto del duraz-nero’, frijol ‘habichuela’, indio, maíz, plata ‘dinero’ y seca ‘sequía’. Es impor-tante destacar, en primer lugar, que entre ellos se cuentan mayoritaria-mente voces del fondo patrimonial hispánico (barrial, durazno, frijol, indio, plata, seca), pero también indigenismos (canoa, maíz), y en segundo lugar, que, tal como sucede en los dos subtipos anteriores, estos americanismos no se circunscriben a un campo semántico determinado, sino que se distribuyen en varios de ellos: clima y geografía (barrial, seca), flora y agri-cultura (durazno, frijol, maíz), medidas y monedas (plata), organización social (indio) y transportes (canoa).

En el plano geográfico, descubrimos que los 56 americanismos regis-trados en el corpus se observan en la época que nos ocupa (1733-1800)37 principalmente en el territorio que actualmente corresponde a México (52 términos), seguido de lejos por Guatemala (22); Costa Rica (18); Chile (17); Perú (16); Colombia (15); El Salvador (14); Argentina y Cuba (13); Venezuela y Uruguay (12); Ecuador, Bolivia y Paraguay (10); Nica-ragua (9); Honduras (6); República Dominicana (5), y Panamá y Puerto Rico (4), según se refleja en el Mapa 1:

36 Vid. nota 39. 37 Para ello nos hemos basado en repositorios (CORDIAM, CDH, LEXHISP), así como en trabajos

citados en estas páginas (Ramírez Luengo, 2012, 2019, 2021a, 2021b; Polo Cano, 2005) y en otras obras consultables en la red, como las Gacetas de México (1784) de M. A. Valdés, Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala (1895) de A. Batres Jáuregui, el Censo General de la República de Honduras (1887) de A. R. Vallejo, Apuntamientos sobre la topografía física de la República del Salvador (1883) de D. J. Guzmán, la Historia de Nicaragua (1882) de T. Ayón, Nahuatlismos de Costa Rica (1892) de J. Fernández Ferraz, los Códigos del estado soberano de Panamá (1871), Prontuario de agricul-tura general para el uso de los labradores y hacendados de la isla de Cuba (1856) de A. Bachiller y Morales, La Revista de Lima (1863), el Diccionario geográfico de la república de Bolivia (1890) de Ballivian e Idiá-quez, el Diccionario de chilenismos (1875) de Z. Rodríguez o el Vocabulario rioplatense razonado de (1800) de D. Granada.

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Mapa 1. Distribución geográfica de los americanismos del corpus (1733-1900).

Conviene advertir que estos datos, si bien pueden servir de orienta-ción, no deben interpretarse como reflejo de la situación que ofrece el español americano de la época en lo relativo a los americanismos, sino más bien como una consecuencia de la cantidad tan desigual de fuentes documentales y estudios diacrónicos sobre el léxico consultables en los diferentes países, especialmente notable en aquellos centroamericanos que hasta bien entrado el XIX pertenecieron al Virreinato de la Nueva España, como Honduras o Nicaragua, lo que demuestra la importancia de corpus como CORDINA y otros citados en estas páginas en los que se edite con criterios filológicos y se ponga a disposición del investigador el mayor número posible de piezas documentales, pues ello permitirá estudiar con mayor precisión la variación diatópica externa del léxico.

No obstante, y sin dejar de lado las precauciones con que deben to-marse esos datos, parece claro que en los siglos XVIII y XIX el español del suroeste de los Estados Unidos compartía con México un considera-ble caudal léxico específicamente americano, lo cual no sorprende en absoluto, habida cuenta de que «las modalidades dialectales del español estadounidense tienen en las hablas mexicanas sus raíces más profundas» (Lope Blanch, 1987: 203). Otra prueba más de esta influencia se aprecia en el hecho de que los americanismos que, a tenor de las fuentes consul-tadas, nunca se han empleado fuera de México suponen casi un tercio del

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total (17 de 56), en su mayoría indigenismos: apache, chagüístele, chino ‘cres-po’, chino ‘rizo del pelo’, chiricahua, cuate, enjarrar, garambullo, gileño, jano, machero, pápago, pima, saguaro, seri, tanate y tapeite / tapeste; cifra que, contan-do con los países centroamericanos, se amplía a 24 americanismos (43 % del total), de nuevo casi todos indigenismos: asoleadero, cajete, comal, elote, metate, tular y zacate. Todo ello permite corroborar que «el español patri-monial de los Estados Unidos incluye desde sus orígenes multitud de elementos característicos del español de América, concretamente mexi-cano y centroamericano» (Moreno Fernández, 1993; cit. Moreno Fernán-dez, 2008: 189).

En otro orden de cosas, y aunque ya se han dado algunas pinceladas sobre este tema en párrafos previos, resulta interesante analizar de forma general los campos semánticos en los que se pueden encuadrar todos los americanismos del corpus, a fin de averiguar si existe algún referente que se ve favorecido en estos procesos de americanización del léxico. Así, partiendo de la clasificación de los americanismos que se propone en estudios similares (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 197; Ramírez Luengo, 2021b: 64), los 56 que se encuentran en CORDINA pueden agruparse en las siguientes categorías38:

CAMPO LÉXICO CASOS VOCES

Flora / agricultura 13 (23,21 %) capulín, chagüístele, chile, durazno, elote, frijol, garambullo, harnear, maíz, milpa, saguaro, tular, zacate

Apelativos 9 (16,07 %) apache, chiricagua, gileño, jano, pápa-go, pima, seri, sobaipuri, tegua

Industria / construcción

8 (14,29 %) asoleadero, enjarrar, jacal, machero, ranchería, rancho, tapeite / tapeste, zanjeo

Enseres / utensilios 6 (10,71 %) belduque, cajete, comal, guacal, meta-te, tanate

Alimentación 4 (7,14 %) cemita, mezcal, tomado, tortilla

Fauna / ganadería 4 (7,14 %) coyote, palomino, renguear, toruno

Clima / geografía 3 (5,36 %) banda, barrial, seca

Medidas / monedas 2 (3,57 %) avío, plata

Vestimenta 2 (3,57 %) atilmado, zarape

38 A pesar de que en esta clasificación se producen solapamientos entre algunas de sus categorías,

conviene seguirla para poder confrontar nuestros resultados con los obtenidos por los citados investigadores en otras zonas del continente americano.

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Organización social 1 (1,79 %) indio

Transportes 1 (1,79 %) canoa

Otros 3 (5,36 %) chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, cuate

TOTAL 56 (100 %) Tabla 1. Distribución de los americanismos del corpus en campos léxicos.

Los datos arriba expuestos evidencian que son campos semánticos como la flora y la agricultura, los apelativos y la construcción –con trece, nueve y ocho elementos, respectivamente– los que acaparan la mayoría de americanismos del corpus, y no así otros que se presuponen más pro-picios a la presencia de estos elementos, tales como la fauna, el clima y la geografía o la vestimenta, escasamente representados. Debemos señalar, sin embargo, que estos resultados no han de interpretarse como un fiel reflejo de la situación que probablemente ofrecía el español estadouni-dense de los siglos XVIII-XIX en lo tocante a los americanismos, sino como una consecuencia de la tipología textual y el tenor de la documen-tación que alberga el corpus, lo cual se aprecia claramente en el caso de los nueve apelativos consignados, ya que se concentran en dos cartas de Arizona.

En cualquier caso, la conclusión más interesante que se desprende de este análisis por campos léxicos es, precisamente, la diversidad de ámbi-tos referenciales en los que se adscriben los americanismos del español estadounidense, lo que, de nuevo, demuestra que

«la americanización del léxico no solo afecta a las realidades más carac-terísticas e idiosincrásicas del Nuevo Mundo, como puede ser la flora, sino que en realidad tal fenómeno se produce en prácticamente todos los aspectos de la vida, y supone, por tanto, una auténtica reorganiza-ción de todo el sistema léxico del español que llega a tierras americanas» (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 198).

Por último, dada la escasa atención que ha merecido la diacronía del

español del suroeste estadounidense, no es de extrañar que la presencia de determinadas voces en el corpus constituya en no pocas ocasiones su primera datación, cuestión de innegable interés para comprender con mayor profundidad cómo y en qué momento se va configurando el léxi-co de la zona. En efecto, CORDINA ofrece los que por el momento son los testimonios más tempranos en toda Hispanoamérica de los america-nismos asoleadero (anticipamos 10 años la primera aparición), chino ‘cres-

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po’ y ‘rizo del pelo’ (42 años), chiricahua (15 años), cuate (90 años), garam-bullo (8 años), gileño (15 años), machero (116 años), pápago (11 años) y ren-guear (67 años)39. Por lo que se refiere al suroeste de los Estados Unidos, algunos de los términos consignados constituyen el primer testimonio (mezcal y tanate adelantan 21 y 111 años, respectivamente, los california-nos vigentes hasta ahora40) o incluso el único anterior a 1900, bien en todo el territorio (asoleadero, avío, barrial, capulín, cemita, chagüístele, cuate, durazno, enjarrar, garambullo, gileño, guacal, harnear, machero, palomino, pápago, pima, renguear, saguaro, seca, seri, sobaipuri, tomado, tortilla, toruno), bien en un estado concreto, sobre todo en Arizona (apache, canoa, chiricahua, chocolate, comal, frijol, indio, jacal, jano, maíz, mezcal, milpa, ranchería, rancho), pero tam-bién en Texas (frijol, indio, maíz, milpa, tanate), California (elote, tomate, zara-pe) y Nuevo México (belduque, cajete, tapeite / tapeste).

4.2. Voces de origen indígena

Desde otro punto de vista, resulta también interesante examinar los indigenismos mencionados en el corpus –tengan carácter de americanis-mo o lo hayan perdido ya en este momento–, pues constituyen «la prue-ba más evidente del contacto interlingüístico que se produce en América y de las consecuencias que este hecho conlleva en el nivel léxico» (Quirós García y Ramírez luengo, 2015: 198). En concreto, en los documentos de CORDINA se anotan un total de 33 indigenismos: apache, cajete, canoa, capulín, chagüístele, chile, chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, chiricahua, chocola-te, comal, coyote, cuate, elote, garambullo, guacal, jacal, jano, maíz, metate, mezcal,

39 A continuación confrontamos el correspondiente testimonio del corpus con el más antiguo de que

tenemos constancia: asoleadero [CORDINA-0159. San Antonio (Texas), 1733] – asoleadero [1743, Relaciones geográficas del Arzobispado de México (México)] (CDH); chinos ‘rizos del pelo’, chinito ‘cres-po’ [CORDINA-0061. San Diego (California), 1853] – chino ‘rizo del pelo’, ‘crespo’ [1895, F. Ramos y Duarte: Diccionario de mejicanismos]; chiricaguas [CORDINA-0167. Tucson (Arizona), 1769] – Chiricaguis [1784, M. A. Valdés: Gazetas de México]; cuate [CORDINA-0339. Abiquiú (Nuevo México), 1837] – cuate [1927, El agricultor mexicano, vol. 43]; garambullo [CORDINA-0171. Abiquiú (Nuevo México), 1759] – garambullo [1767, L. de Neve y Molina: Reglas de ortografía, dic-cionario y arte del idioma otomí]; gileños [CORDINA-0167. Tucson (Arizona), 1769] – Gileños [1784, M. A. Valdés: Gacetas de México]; machero [CORDINA-0126. San Antonio (Texas), 1733] – mache-ro [1849, I. Cumplido: El álbum mexicano, vol. 1]; pápagos [CORDINA-0166. Tucson (Arizona), 1769] – pápagos [1780, México] (LEXHISP); renguea [CORDINA-0123. San Antonio (Texas), 1733] – renguear [1800: D. Granada: Vocabulario rioplatense razonado]. En todos los casos, los (hasta ahora) primeros testimonios se circunscriben a México, excepto renguear, que procede de Argen-tina.

40 Mezcal [CORDINA-0166. Tucson (Arizona), 1769] – mescal [1790, California] (CORDIAM); tanate [CORDINA-0162. San Antonio (Texas), 1733] – tanate [1844, California] (Blanco, 1971: 330).

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milpa, pápago, pima, saguaro, seri, sobaipuri, tanate, tapeite / tapeste, tegua, tomate, zacate y zarape41.

En vista de la lista anterior y de los datos que arroja el CDH para el periodo 1733-1900, vale la pena destacar, en primer lugar, la gran canti-dad de los elementos señalados –31 de 33, esto es, el 94 % de ellos– que conservan todavía en esa época su carácter de americanismo42; y en se-gundo lugar, que todas las voces enumeradas arriba se conocen exclusi-vamente en América (son, pues, americanismos puros), generalización de la que escapan canoa y maíz, que –como se indicó en el subapartado ante-rior– probablemente constituyen en esa época americanismos de fre-cuencia, lo cual permite constatar –como cabría esperar– la estrecha relación que existe entre los indigenismos y los americanismos puros, que –recordemos– suponen el 80 % del total de estos elementos.

A nivel cuantitativo, llama poderosamente la atención que el 0,10 % que representan los indigenismos sobre el total de palabras del corpus (117 de 119420) se sitúa muy cerca del 0,09 % que registró Lope Blanch (1967: 399) en las encuestas orales realizadas en Ciudad de México en los años sesenta, lo cual evidencia que, al menos a nivel léxico, ya en el los siglos XVIII y XIX existía una conexión entre las hablas mexicanas y el español del suroeste de los Estados Unidos. Ahora bien, dicha frecuencia varía ostensiblemente entre los estados norteamericanos representados en CORDINA, pues la considerable proporción de indigenismos en la documentación de Arizona (45 casos; 1,12 %) cuadruplica a la que ob-servamos en Texas (33; 0,25 %), la cual, a su vez, supone ocho veces más que la de Nuevo México (31; 0,03 %) y California (8; 0,03 %). Si compa-ramos los americanismos de origen indígena con el total de americanis-mos en los diferentes territorios norteamericanos, descubrimos que el componente indígena en la americanización del léxico goza de un peso notable en Arizona (73 %) y, en menor medida, Texas (61 %), mientras que reviste la misma importancia que el elemento endohispánico en

41 Tanto para determinar las unidades léxicas que tienen origen en las lenguas autóctonas americanas

como para establecer ese mismo origen se han seguido las indicaciones del DCECH y del DAMER, excepto para chino (Buesa y Enguita, 1992: 142), saguaro (Olea, 1980: 179), tapeite / ta-peste (Rosenblat, 1987: 153), zarape (Hernández, 2000: 389) y los etnónimos apache (McCall, 1992: 5), chiricahua (Hayes, 1999: 337), jano (Beckett y Corbett, 1992: 48), pápago (Swanton, 1953: 365), pima (Ortiz y Saldaña, 1994: 5), seri (Santillán Mena, 1993: 35) y sobaipuri (Bolton, 1936: 249). No se ha podido determinar el étimo de garambullo, pero su presencia exclusiva en México (DA-MER, s. v.; CDH) nos ha llevado a clasificarlo –provisionalmente, eso sí– como tal.

42 No así, ciertamente, chocolate y tomate, que se encuentran ampliamente documentados en la España de la época en textos de muy diverso tipo.

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Nuevo México (50 %) y resulta mucho menos relevante en California (20 %), donde

«las lenguas habladas por los indios influyeron muy poco en el caste-llano y [...] tampoco los mexicanismos tuvieron una presencia muy viva, sobre todo durante la primera etapa, debido a que los pobladores de California tenían poca relación con Nueva España» (Sobrequés i Calli-có, 2010: 504).

Por otra parte, se antoja obligatorio el análisis de los orígenes etimo-

lógicos de los indigenismos contenidos en el corpus, por cuanto este dato proporciona valiosa información sobre la influencia que las diferen-tes lenguas autóctonas ejercen sobre el español de la zona. De este mo-do, es el náhuatl –con 20 vocablos– la que en mayor medida aporta indi-genismos al español del suroeste de los Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX, mientras que el pima, las lenguas antillanas43 y el cahíta suponen una contribución bastante más modesta –de tres a dos elemen-tos– y las lenguas restantes (ópata, purépecha, tegua, yaqui, zuñi) acusan una presencia meramente anecdótica, reducida a un solo préstamo:

LENGUA CASOS VOCES

Náhuatl 20 (60,60 %)

cajete, capulín, chagüístele, chile, chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, chocolate, comal, coyote, cuate, elote, guacal, jacal, metate, mezcal, milpa, tanate, tapeite / tapeste, tomate, zacate

Pima 3 (9,09 %) pápago, pima, sobaipuri

Lenguas antillanas 2 (6,06 %) canoa, maíz

Cahíta 2 (6,06 %) jano, saguaro

Ópata 1 (3,03 %) chiricahua

Purépecha 1 (3,03 %) zarape

Tegua 1 (3,03 %) tegua

Yaqui 1 (3,03 %) seri

Zuñi 1 (3,03 %) apache

Indeterminado 1 (3,03 %) garambullo

TOTAL 33 (100 %) Tabla 2. Lenguas de origen de los indigenismos registrados en el corpus.

43 Se ha decidido agrupar los indigenismos isleños bajo la denominación general de lenguas antilla-

nas, debido a las dificultades que en ocasiones existen para determinar el origen taíno o arahua-co de muchos de ellos.

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La respuesta al porqué de la contribución léxica tan dispar entre las distintas lenguas reflejadas en la tabla anterior guarda relación, en primer lugar, respecto a los nahuatlismos, con el hecho de que «las modalidades dialectales del español estadounidense tienen en las hablas mexicanas sus raíces más profundas» (Lope Blanch, 1987: 203) y que «en el caso de México, la lengua americana que más ha influido en la española ha sido, sin duda, el náhuatl» (Lope Blanch, 1996: 85). Conocida en amplias zo-nas de dicho país y en partes de América Central a principios del siglo XVI, pues constituía la lengua general y de comunicación del Imperio Azteca, mantuvo esta situación preponderante también durante la época colonial (Ramírez Luengo, 2007: 77) e impuso, en número bastante ele-vado, su vocabulario en todo el territorio del antiguo virreinato y en Centroamérica (Buesa y Enguita, 1992: 74), de ahí que hoy en día la pre-sencia de nahuatlismos léxicos sea «una de las características más apre-ciables del léxico texano, como ocurre en Nuevo México» (Moreno Fer-nández, 2008: 191), variedades a las que –a tenor de los datos de CORDINA ya mencionados– podemos añadir el español de Arizona hablado en los siglos XVIII y XIX.

En segundo lugar, puesto que

«había en la Nueva España, además del náhuatl, otras muchas lenguas que han dejado reliquias en el español regional o provincial donde ante-riormente tuvieron vitalidad; pero [...] pocos vocablos de estas otras lenguas han pasado al español mejicano» (Buesa y Enguita, 1992: 74),

quizá zarape, de posible origen purépecha44, se trate de una de esas

escasas voces que pasaron al español mexicano, y de ahí, a través de diferentes movimientos migratorios, a territorio norteamericano.

En tercer lugar, la aparición de antillanismos se debe a que en la va-riedad mexicana, que es la que en sucesivas oleadas fue trasplantada al suroeste norteamericano,

«se incrustó un elevado número de voces isleñas que llegaron [...] en la-bios de los conquistadores; los cuales habían aprendido en las Antillas a nombrar las realidades americanas, para ellos hasta entonces descono-cidas, con palabras taínas, arahuacas o caribes. Y esas voces poseían ya un arraigo y una vitalidad extraordinarios en el habla de los primeros

44 Se trata de una lengua aislada que abarcaba principalmente el actual estado mexicano de Michoa-

cán.

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hispanoamericanos45. De ahí que al entrar en concurrencia tales térmi-nos con las palabras de origen nahua [...], solieran ser aquellas las triun-fadoras en un alto porcentaje: maíz se impuso y sofocó a los nahuatlis-mos centli y tlaulli» (Lope Blanch, 1992: 618-619).

Quizá sea interesante resaltar que, si bien la presencia mayoritaria de

nahuatlismos en nuestro corpus –60,6 %– concuerda con la que se ob-serva –entre el 38 % y el 65,5 %– en el Yucatán de los siglos XVII y XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 199), en la Guatemala dieciochesca (Polo Cano, 2005: 192) y decimonónica (Ramírez Luengo, 2021a: 81) y en El Salvador de la Centuria Ilustrada (Ramírez Luengo, 2021b: 255), en los citados trabajos entre un 10,5 % y un 33 % de los indigenismos proceden de lenguas antillanas, mientras que en nuestro caso apenas equivalen a un 6,06 %, disparidad que probablemente se deba a la propia constitución del corpus mencionada antes.

En cuarto y último lugar, salta a la vista que el aporte léxico de las lenguas locales46 en nuestra documentación –al margen de topónimos47 y etnónimos– resulta notablemente escaso, ya que se reduce al sustantivo de origen cahíta saguaro, lo cual concuerda con el aserto del profesor Lipski de que, a excepción del náhuatl, ninguna otra lengua amerindia tuvo consecuencias significativas para el español de los territorios de los actuales Nuevo México y Arizona (1996: 19). Esta situación podría refle-jar los efectos de las barreras culturales entre los hablantes de español y las comunidades indias de los respectivos territorios, como ya notó Sanz-Sánchez (2013: 333) en documentación neomexicana de finales del XVII y el XVIII; no obstante, la mención de dichos etnónimos no deja de ser

45 Hecho que corroboran los datos aportados por Company y Melis (2002) para el Altiplano Central,

donde se descubren voces como canoa o maíz ya en 1525 y 1526, respectivamente. 46 Todas ellas, salvo el zuñi (una lengua aislada) y el tegua (de la familia kiowa-tañoana), pertenecen,

como el náhuatl, al uto-azteca, y se extendían hasta el territorio de Nuevo México, Arizona y Colorado (Moreno Fernández, 2008: 182).

47 A excepción de Temescal, del náhuatl temazcalli ‘casa donde se suda’, y Terrenate, híbrido hispano-náhuatl con el valor de ‘terreno de color de masa’, los topónimos referidos a lugares situados en el suroeste estadounidense proceden de lenguas pertenecientes a pueblos asentados en dicha zona: Abiquiú y Taos significan ‘lugar de capulines silvestres’ y ‘nuestro pueblo’, respectivamente, en tegua; Gila deriva del apache tsihl o dzil ‘montaña’; Sonoma se traduciría como ‘valle de la luna’ en miwok; Suisun proviene del patwin; Tucson es una alteración

hispánica del pápago Cuk Ṣon ‘al pie de la montaña del manantial negro’, y el resto procede del pima (Cocóspera es una hispanización de Coespan ‘lugar de perros’, y Tubac, de Cuwak ‘lugar de

aguas oscuras’; Sonoita se originó a partir de Ṣon ’Oidag ‘campo de primavera’; Tumacácori se traduciría como ‘lugar donde se recolectan chiles silvestres’; Pitic significa ‘donde se unen dos ríos’, y Guevavi equivale a ‘gran agua’). No se ha detectado en el corpus ningún antropónimo de origen indígena.

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valiosa, por cuanto da fe de que se produjo ese mínimo contacto inter-lingüístico.

Respecto a los campos semánticos en los que aparecen dichos indi-genismos, la clasificación aplicada más arriba para los americanismos ofrece los siguientes resultados:

CAMPO LÉXICO CASOS VOCES

Flora / agricultura 10 (30,30 %) capulín, chagüístele, chile, elote, garambu-llo, maíz, milpa, saguaro, tomate, zacate

Apelativos 8 (24,24 %) apache, chiricagua, jano, pápago, pima, seri, sobaipuri, tegua

Enseres / utensilios 5 (15,15 %) cajete, comal, guacal, metate, tanate

Alimentación 2 (6,06 %) chocolate, mezcal

Industria / cons-trucción

2 (6,06 %) jacal, tapeite / tapeste

Fauna / ganadería 1 (3,03 %) coyote

Vestimenta 1 (3,03 %) zarape

Transportes 1 (3,03 %) canoa

Otros 3 (9,09 %) chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, cuate

TOTAL 33 (100 %) Tabla 3. Distribución de los indigenismos del corpus en campos léxicos.

A tenor de estos datos, cabe destacar –al igual que se indicaba para los americanismos– la variedad de campos léxicos a los que se adscriben los préstamos de las lenguas indígenas, lo cual «pone de manifiesto la generalidad de este recurso a la hora de americanizar el léxico del español del Nuevo Mundo y, con ello, la trascendencia que posee en los procesos de dialectalización de este nivel lingüístico» (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 202). Como vemos, el empleo bastante escaso de présta-mos indígenas a nivel cuantitativo contrasta con su importancia cualitati-va, rasgo que el español del suroeste estadounidense de los siglos XVIII y XIX comparte con el salvadoreño del Siglo de las Luces (Ramírez Luengo, 2019: 257-258) y el guatemalteco de principios del XIX (Ramí-rez Luengo, 2021a: 84).

Son los campos semánticos de la flora y los apelativos –con diez y ocho elementos, respectivamente– los que concentran la mayoría de indigenismos del corpus, y no tanto otros que se relacionan más estre-chamente con la vida cotidiana de los hablantes de las lenguas autócto-nas, como la alimentación, la fauna o la vestimenta, mínimamente repre-sentados. La considerable presencia de apelativos y, en cambio, los esca-

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sos términos relativos a estos tres últimos campos en comparación con los datos de Mejías (1980: 19) para el español americano del XVII y de otros corpus que ya señalamos para el conjunto de americanismos48 tiene su reflejo, lógicamente, en los indigenismos. Merece la pena destacar que, al igual que en el español yucateco de los siglos XVII y XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 197), el aporte indígena en los campos de la construcción, el clima y la geografía, las medidas y monedas y la organización social es menor dentro del conjunto de americanismos en favor de las voces endohispánicas, debido posiblemente a una mayor semejanza entre la realidad en el Nuevo Mundo y aquella a la que alude el término acuñado en español, sin olvidarnos –una vez más– de la in-fluencia decisiva de la propia documentación que integra el corpus.

5. LA CONFIGURACIÓN LÉXICA DEL ESPAÑOL EN EL SUROESTE

ESTADOUNIDENSE DURANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX

5.1. Estrategias primarias de americanización: modificación vs. incorporación

Una aproximación a la forma de presentarse en el corpus permite establecer una primera división entre voces integradas y ocasionalismos, entendidos estos como «palabras que no pertenecen al uso habitual de la lengua receptora, sino que se usan ocasionalmente en ella [...] con plena conciencia de su condición de extranjeras y sin voluntad de integrarlas» (Álvarez de Miranda, 2009: 144), normalmente introducidos con una marca discursiva que revela su naturaleza exógena y que por lo general se manifiesta en el empleo de un sinónimo o en una explicación sobre su significado. Tomando esta última cuestión como criterio diferenciador entre ambos tipos, podemos señalar que todas ellas aparecen en CORDINA plenamente incorporadas a la narración, sin ningún elemento lingüístico que denote su carácter de préstamos.

El examen del vocabulario contenido en el corpus permite detectar, partiendo de los principios teóricos y metodológicos que se acaban de explicar, un total de 40 palabras que parecen responder a las estrategias principales de americanización, esto es, incorporación y modificación, las cua-les se manifiestan en proporciones muy desiguales, según se advierte en la Tabla 4:

48 Vid. nota 32.

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ESTRATEGIA CASOS VOCES

Incorporación 33 (82,5 %)

apache, cajete, canoa, capulín, chagüístele, chile, chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, chiri-cahua, chocolate, comal, coyote, cuate, elote, garambullo, guacal, jacal, jano, maíz, metate, mezcal, milpa, pápago, pima, saguaro, seri, sobaipuri, tanate, tapeite / tapeste, tegua, tomate, zacate, zarape

Modificación 7 (17,5 %) avío, banda, machero, palomino, rancho, toma-do, tortilla

TOTAL 40 (100 %) Tabla 4. Estrategias de americanización en el corpus

(incorporación vs. modificación).

Como vemos, en CORDINA se contabilizan 33 unidades léxicas, equivalentes al 82,5 % del total, que se corresponden con la estrategia de incorporación, mientras que la de modificación se advierte en el 17,5 % restante, esto es, en un total de 7 elementos. Basándonos en estos datos, por tanto, podemos establecer ya la configuración léxica del español estadounidense en los siglos XVIII y XIX, la cual se caracteriza, de acuerdo con este corpus, por mostrar preferencia, de más de sesenta puntos porcentuales, por la estrategia de incorporación49, cuestión que probablemente se deba a la considerable presencia de nahuatlismos en la variedad mexicana de los pobladores mayoritarios del territorio que nos ocupa y a la mención de etnónimos procedentes de lenguas locales deri-vada de la propia naturaleza del corpus, así como a factores sociohistóri-cos que convendría estudiar en futuros estudios. Cabe advertir que, mientras que la modificación genera exclusivamente americanismos se-mánticos, la integración va a producir sobre todo americanismos puros (comal, pima, saguaro, zarape...), pero también de frecuencia (canoa, maíz) e incluso voces panhispánicas (chocolate, tomate), en virtud de los procesos de extensión léxica, según se indicó en el apartado 3. Al desglosar estas cifras en función de cada uno de los actuales territorios estadounidenses observamos que, si bien la estrategia de incorporación es mayoritaria en

49 Resulta interesante destacar que esta proporción no coincide con la del español guatemalteco de

principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021a: 91) ni con la del nicaragüense de finales del XVII y principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021b: 63), pues en ambos casos la estrategia de modifi-cación (54 %) predomina ligeramente sobre la de incorporación (46 %), pero sí con la del espa-ñol yucateco de los siglos XVII y XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 203), aunque solo cualitativamente, ya que la estrategia de incorporación supera a la de modificación por casi diez puntos porcentuales.

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todos ellos, su preponderancia sobre la de modificación es mucho más amplia en Arizona (93 %) y Nuevo México (89 %) que en Texas (67 %) y California (64 %).

Ahora bien, estos datos se vuelven considerablemente más revelado-res si atendemos no tanto la configuración léxica general de todo el cor-pus como a la que se descubre en los distintos campos semánticos que se han establecido previamente, por cuanto dicho análisis «permite observar cómo se produce la americanización de los diversos ámbitos de la reali-dad del Nuevo Mundo» (Ramírez Luengo y San Martín Gómez, 2020: 189); y en este sentido, los datos que ofrece CORDINA son los que figuran en la Tabla 5:

CAMPO LÉXICO INCORPORACIÓN MODIFICACIÓN Clima / geografía banda

Medidas / monedas avío

Alimentación chocolate, mezcal tomado, tortilla

Industria / cons-trucción

jacal, tapeite / tapeste machero, rancho

Fauna / ganadería coyote palomino

Flora / agricultura capulín, chagüístele, chile, elote, garambullo, maíz, milpa, saguaro, tomate, zacate

Apelativos apache, chiricagua, jano, pápago, pima, seri, sobaipuri, tegua

Enseres / utensilios cajete, comal, guacal, metate, tanate

Transportes canoa

Vestimenta zarape

Otros chino ‘crespo’, chino ‘rizo del pelo’, cuate

TOTAL 33 (82,5 %) 7 (17,5 %) Tabla 5. Estrategias de americanización por campo léxico

(incorporación vs. modificación).

Resulta evidente que no todas las esferas de la realidad americana se comportan de igual modo a la hora de experimentar el proceso de ameri-canización que se está analizando. Aunque la relativa escasez de datos impide señalar poco más que tendencias, cabe destacar que el del clima y la geografía y el de las medidas y monedas son los únicos campos en los que predomina la estrategia de modificación; que los de la alimentación,

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la fauna y ganadería50 –tradicionalmente permeables a la influencia indí-gena– y la industria y construcción se reparten equitativamente entre ambas estrategias, y que los campos restantes se decantan claramente por la incorporación: la flora y agricultura –tradicionalmente favorecedor de la presencia de indigenismos–, los apelativos, los enseres y utensilios, los transportes, la vestimenta e incluso el rubro otros, donde se encuentran elementos generalmente de naturaleza más abstracta que tienden a expre-sarse en otros corpus (Ramírez Luengo, 2021a: 94; Ramírez Luengo, 2021b: 64) mediante voces endohispánicas semánticamente modificadas. Los términos pertenecientes al campo de la organización social no res-ponden a ninguna de estas dos estrategias, sino a la de prelación, a la que nos referiremos después.

Vale la pena insistir en que la preferencia de determinado campo lé-xico por una estrategia u otra depende, en buena medida, de las mismas circunstancias sociohistóricas que se han mencionado más arriba, y en este sentido, no es de extrañar, por ejemplo, que en ámbitos estrecha-mente vinculados con la cultura de los pueblos autóctonos como los enseres y utensilios exista un claro predominio de indigenismos, y que los elementos relativos a la industria y la construcción –llevados desde Eu-ropa, por más que se adapten a la realidad de su entorno– se expresen preferentemente con voces de base hispánica, aunque en coexistencia con las amerindias.

5.2. Estrategias secundarias de americanización: creación y prelación

De ningún modo las dos estrategias que acabamos de ver, a pesar de su importancia, son las únicas que los hablantes utilizan a la hora de dia-lectalizar el léxico del español americano, pues descubrimos otros dos procesos que –aunque la mitad de frecuentes en el corpus (30 %) que la incorporación (58 %), pero casi el doble que la modificación (12 %)51– «no dejan [...] de aportar originalidad a este nivel lingüístico de las diver-

50 Los dos casos hallados se antojan insuficientes para extraer conclusiones definitivas, pero podrían

indicar –como ya notó Ramírez Luengo (2021b: 65, n. 17)– cierta especialización de cada una de las estrategias, puesto que, mientras que para designar la fauna autóctona se recurre a los indigenismos, son las voces hispánicas semánticamente modificadas las elegidas en el ámbito de la ganadería, una actividad de origen hispánico que se debe adaptar a la realidad norteamericana.

51 Las unidades léxicas que responden en CORDINA a las dos estrategias primarias son más del doble que las de las estrategias secundarias, pero cinco veces superiores en la Guatemala del XIX (Ramírez Luengo, 2021a) y cuatro veces más en la Nicaragua de entre finales del XVII y principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021b).

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sas variedades americanas, y [...] contribuir, por tanto, a que estas adquie-ran la robusta personalidad léxica que presentan a día de hoy» (Ramírez Luengo, 2021b: 66).

La primera de estas estrategias secundarias de americanización es la denominada estrategia de creación, que –recordemos– supone la formación de nuevo vocabulario, propiamente americano, por medio de los proce-sos lexicogenésicos de la lengua (Ramírez Luengo, 2021b: 56, n. 1), en el corpus, concretamente mediante la sufijación (asoleadero, gileño, ranchería, toruno, tular) y, en menor medida, la derivación regresiva (harnear, zanjeo), la prefijación (enjarrar) y la parasíntesis (atilmado). Lógicamente, estas unidades léxicas se incluyen dentro de los americanismos puros, habida cuenta de que se crearon en América y se encuentran restringidas diató-picamente en mayor o menor medida52, lo cual permite considerarlas un índice de dialectalización más (Ramírez Luengo, 2021a: 99) que, junto con las demás estrategias de americanización, contribuye a dotar de per-sonalidad al vocabulario del español del suroeste de Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX. Centrándonos en los territorios norteamericanos que nos ocupan, advertimos un peso algo mayor de esta estrategia en Texas (5,3 %)53 que en Arizona (3,5 %), California (3,5 %) y Nuevo Mé-xico (3,5 %).

La última de las estrategias, la de prelación, mediante la cual se produ-ce «la imposición y/o generalización diatópica de un vocablo concreto frente a otras posibilidades presentes también en el sistema» (Ramírez Luengo y San Martín Gómez, 2020: 191), manifiesta en CORDINA un empleo (14 %) ligeramente inferior que la de creación (16 %), con mayor relevancia en Nuevo México (10,5 %)54 que en California (7 %), Texas (7 %) y Arizona (5,3 %). Las unidades léxicas que se ajustan a la citada definición –comparando para ello las frecuencias española y americana, en casos por millón de palabras (CMP), que proporciona el CDH entre 1733 y 1900– son las ocho que se recogen en la Tabla 6:

52 En el periodo considerado (1733-1900), circunscritos a un solo territorio (atilmado, en Nuevo

México), a un único país (enjarrar y gileño, en México) o a varios de ellos (asoleadero y tular, en Centroamérica, pero harnear, ranchería, toruno y zanjeo, en distintos países dispersos por todo el continente).

53 Cálculo realizado sobre el total de elementos afectados por alguna de las cuatro estrategias ameri-canizadoras.

54 Vid. nota anterior.

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VOCES ESPAÑA AMÉRICA barrial 0,30 1,47

canoa 3,87 24,42

durazno 0,23 3,90

frijol 0,93 10,97

indio 87,10 1132,42

maíz 19,26 78,00

plata 0,45 41,32

seca 0,70 2,50 Tabla 6. Estrategia de prelación en el corpus (CMP).

Aunque la frecuencia de uso difiere considerablemente entre algunas de estos voces, en todos los casos se rebasa el mínimo teórico expuesto al comienzo del cuarto apartado, y en este sentido, junto con las más ajustadas maíz y seca –para las que América triplica o cuadruplica los ca-sos españoles–, son especialmente claros los casos de durazno, frijol e indio, con un empleo al otro lado del Atlántico entre doce y diecisiete veces superior al de la península, así como plata, cuyas apariciones en los fon-dos americanos superan más de 90 veces los españoles, todo lo cual permite sostener la existencia de

«ciertas preferencias léxicas que, dentro del vocabulario español, mani-fiestan las diversas variedades del Nuevo Mundo, en un claro proceso de selección normativa que también contribuye –y no poco– a la dialec-talización de este nivel lingüístico» (Ramírez Luengo, 2017: 69).

Existe, por consiguiente, una muy estrecha relación entre la estrategia

de prelación y los americanismos de frecuencia, pues «los elementos pertenecientes a este subtipo adquieren su valor diferencial precisamente a partir del proceso de selección léxica que [...] experimentan las varieda-des diatópicas de América» (Ramírez Luengo, 2021b: 68).

6. CONCLUSIONES

El análisis efectuado en estas páginas permite extraer, llegados a este punto, una serie de conclusiones de cierta relevancia para la historia léxi-ca del español del suroeste estadounidense en los siglos XVIII-XIX y, por tanto, para la reconstrucción diacrónica de esta variedad.

En primer lugar, la esperable coexistencia de los tres tipos de ameri-canismos establecidos se manifiesta en un predominio de los puros (73 %) frente a los de frecuencia (14 %) y los semánticos (13 %). Con

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una proporción del 0,18 % sobre el total de palabras, los americanismos de Arizona prácticamente cuadruplican a los de Texas, donde, a su vez, suponen casi el triple que en California y siete veces más que en Nuevo México. Asimismo, se constata la existencia de indigenismos y elementos endohispánicos, con una presencia abrumadora de los primeros en el seno de los puros (80 %), pero mayoritaria de los segundos (75 %) en los de frecuencia y exclusiva dentro de los semánticos. En el plano geográfi-co, ha quedado probado que en los siglos XVIII y XIX el español del suroeste de los Estados Unidos compartía con México un considerable caudal léxico específicamente americano, pues en dicho país advertimos nada menos que 52 de los 56 americanismos del corpus, casi un tercio del total –indigenismos en su mayoría– aparentemente de forma exclusi-va. Dichos americanismos no se circunscriben a realidades que se presu-ponen propicias a su incorporación como la fauna, el clima y la geografía o la vestimenta, sino que aparecen en diversas esferas de la vida, tales como la flora y la agricultura, los apelativos, la construcción, los enseres, la alimentación, etc., demostrándose así que la americanización del léxico no se redujo a ciertos aspectos, sino que supuso una reorganización de todo el sistema léxico. Además, CORDINA ofrece las que por el mo-mento parecen ser las primeras atestiguaciones históricas de algunas de estas voces en toda Hispanoamérica y, ya en el suroeste estadounidense, los testimonios más tempranos o incluso los únicos anteriores a 1900, bien en todo el territorio, bien en un estado concreto (sobre todo, en Arizona).

En segundo lugar, respecto a los indigenismos, cabe destacar que el 94 % conserva todavía en los siglos XVIII y XIX su carácter de america-nismo (no así chocolate y tomate, ampliamente documentados en la España de la época). En el plano cuantitativo, su proporción en el corpus sobre el total de palabras (0,10 %) se sitúa muy cerca de la existente en el espa-ñol de la Ciudad de México el siglo pasado (Lope Blanch, 1967: 399), indicio una vez más de la conexión léxica ya en el los siglos XVIII y XIX entre las hablas mexicanas y el español del suroeste de los Estados Uni-dos, con una frecuencia considerable en Arizona (1,12 %) que cuadrupli-ca a la de Texas (0,25 %), la cual, a su vez, supone ocho veces más que la de Nuevo México (0,03 %) y California (0,03 %). Además, descubrimos que el componente indígena en la americanización del léxico goza de un peso notable en Arizona (73 %) y, en menor medida, Texas (61 %), mientras que reviste la misma importancia que el elemento endohispáni-co en Nuevo México (50 %), y resulta mucho menos relevante en Cali-fornia (20 %). En cuanto a su etimología, el claro predominio de voces

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náhuatl (61 %) se explica por ser esta la lengua que más influyó en el español mexicano –variedad trasplantada al territorio que nos ocupa en sucesivas oleadas migratorias–, y el 27 % de términos procedentes de lenguas locales (pima, cahíta, ópata, tegua, yaqui, zuñi), casi todos ellos etnónimos, responde a la propia constitución del corpus, pues se concen-tran en dos documentos de Arizona. También interesante resulta la di-versidad de campos semánticos a los que se adscriben estos préstamos –sobre todo, la flora y la agricultura, los apelativos y los enseres, en bue-na medida reflejo de lo que sucede con el conjunto de americanismos–, algo que pone de manifiesto la frecuencia de este recurso a la hora de dialectalizar el léxico americano en general y el estadounidense en parti-cular.

Por último, los datos del corpus permiten una aproximación a la configuración léxica del español del suroeste estadounidense de los siglos XVIII y XIX que arroja luz sobre los diversos fenómenos que producen la dialectalización de este nivel lingüístico y, con ello, dotan de personali-dad a dicha variedad. En efecto, las cuatro principales estrategias ameri-canizadoras que se han descrito teóricamente se detectan en CORDINA, con preponderancia de la incorporación y la modificación (70 %)–propias de las situaciones de trasplante lingüístico– sobre la creación y la prelación (30 %), según se advierte –con mayor diferencia– en la Guate-mala del XIX (Ramírez Luengo, 2021a) y en la Nicaragua de entre finales del XVII y principios del XIX (Ramírez Luengo, 2021b); en cualquier caso, resulta incuestionable su importancia en el proceso de dialectaliza-ción léxica. Dentro de las estrategias primarias, la incorporación (58 %) predomina ostensiblemente sobre la modificación (12 %), situación ob-servable –aunque con una diferencia menor– en el Yucatán de los siglos XVII y XVIII (Quirós García y Ramírez Luengo, 2015: 203), y que pue-de explicarse por la notable presencia de nahuatlismos y de etnónimos derivados de lenguas locales, así como por numerosas razones sociohis-tóricas que convendría estudiar en el futuro con mayor detenimiento y a partir de un corpus más amplio y equilibrado en cuanto a la tipología textual. Si bien la incorporación es mayoritaria en todos los territorios norteamericanos, su preponderancia sobre la modificación es mucho más amplia en Arizona (93 %) y Nuevo México (89 %) que en Texas (67 %) y California (64 %). Respecto a las estrategias secundarias, la de prelación (14 %) es algo menos frecuente que la de creación (16 %).

En definitiva, no cabe duda de que CORDINA se erige en un recur-so de primer orden para el estudio de la situación léxica que presenta el español estadounidense de épocas pasadas y, por qué no, de la diacronía

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de otras variedades hispanoamericanas. Asimismo, la investigación reali-zada demuestra que en los siglos XVIII y XIX ya se había generado cier-ta especificidad en el léxico que parece personalizar el español del suroes-te de los Estados Unidos. Con todo, será necesario verificar si este dato se refleja en otros niveles lingüísticos y examinar documentación más antigua para tratar de precisar el momento en que se originó un habla tan apasionante y a la vez tan inexplorada en el plano diacrónico como es el español del suroeste de los Estados Unidos.

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Elena Diez del Corral Areta Université de Lausanne

Ricardo Pichel Universidad de Alcalá

Recibido: 16/09/2021 Aceptado: 28/10/2021

Resumen: Si las investigaciones del español en contacto con el fran-

cés son poco numerosas, en comparación, por ejemplo, con el interés que ha suscitado el estudio del contacto español-inglés, su escasez resulta aún más perceptible en otros estadios históricos. Del siglo XIX, y en cartas manuscritas, desconocemos la existencia de trabajos como este, en el que analizamos la variedad del español de América con la que un francés es-cribe a su mujer chilena desde la California de la fiebre del oro, señalando las abundantes transferencias de su lengua nativa en su escritura, reflejadas en tres planos lingüísticos: gráfico-fonético, morfosintáctico y léxico.

Palabras clave: historia de la lengua, español de América, contacto español-francés, francés, español de Chile, California.

Abstract: While study on the interaction of modern Spanish and

French is limited in comparison to, say, the interest in studies about

* Este trabajo es fruto de la colaboración entre los proyectos de investigación “El español en la Suiza

francófona”, de la Université de Lausanne (<https://wp.unil.ch/colesfran/>), y “HERES. Patrimonio textual ibérico y novohispano. Recuperación y memoria”, de la Universidad de Alcalá (GITHE, CAM 2018-T1/HUM-10230; <https://heres.web.uah.es/>); así como de los corpus derivados, respectivamente: COLESfran (Corpus de la lengua española en la Suiza francófona) y CORDINA (Corpus Diacrónico del Español de Norteamérica).

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Spanish-English contact, this paucity becomes much more obvious when focusing on earlier times. We are unaware of the existence of research pa-pers like this one, which examines the Latin American Spanish in a 19th-century corpus of manuscript letters written by a French man to his Chil-ean wife during the Californian Gold Rush. The various French transfer-ences are highlighted in this study in three linguistic levels: graphopho-netic, morphosyntactic, and lexical.

Keywords: History of Language, Latin American Spanish, Spanish-French Contact, French, Chilean Spanish, California.

1. LA COLECCIÓN “PILLOT FAMILY PAPERS”

El reducido pero significativo conjunto epistolar analizado aquí perte-nece a la colección “Pillot Family Papers” del Departamento de manuscri-tos de la Huntington Library (San Marino, California). Se trata de una co-lección incorporada recientemente a los ricos fondos bibliográficos de esta institución1, compuesta por 57 unidades documentales datadas entre 1828 y 1879 y relacionadas, en su mayor parte, con correspondencia privada de la familia franco-chilena Pillot durante su estancia en California. La mayo-ría de las cartas, redactadas en español, francés y puntualmente inglés, son de Julien Pillot, de su hermano Domingo, de su esposa Petra y de algunos de sus hijos; aunque también hay correspondencia de familiares en Chile y Argentina, así como de otros amigos residentes en California2.

El corpus seleccionado para este trabajo está constituido por las cinco cartas redactadas por Julien Pillot, en las que, además, interviene, ocasio-nalmente, su hijo mayor Alejandro. Sin embargo, para su análisis, es nece-sario, primero, contextualizar la restante correspondencia en español de la colección, que se reparte, principalmente, entre las ocho cartas escritas por Antonio, probablemente el segundo hijo del matrimonio, dos de su madre Petra, tres más escritas por sus hijos Eloísa, Matilde y Adolfo, además de otras seis redactadas por algunos familiares y amigos relacionados con los Pillot, en particular, los Claveau y los Chaboureur3. Son también de gran

1 Los fondos proceden de una donación realizada en octubre de 2015 por Mary Pitzer y la familia A.

A. Emilie Benoit (Black 2015). 2 Una selección de estas cartas (21 docs.), expedidas desde California, ya se ha integrado en el corpus

CORDINA (<https://corpora.uah.es/cordina/>), donde también se podrá consultar la docu-mentación estudiada en este trabajo. En la transcripción y edición de las cartas analizadas aquí han participado Elena Diez del Corral Areta, Ricardo Pichel y Diego Sánchez Sierra. La documentación contenida en la colección “Pillot Family Papers” se conserva en doce carpetas, pero sin signaturas específicas. Las cartas de Julien Pillot se encuentran en las carpetas 5 (docs. 2-5: 12/03/1849, 09/06/1849, 06/07/1849 y 10/09/1849) y 9 (doc. 1: 26/12/1848).

3 Todas ellas editadas en CORDINA (docs. 66-72 y 74-84).

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interés las cuatro cartas redactadas por el cuñado de Petra, Domingo Pillot, residente en Mendoza, capital de la provincia homónima argentina, y dos cartas más escritas desde Valparaíso por D. Bautista Miguel, amigo de la familia4. Entre otros temas, se trata por extenso el viaje de Julien a San Francisco, los primeros años del matrimonio en San José, el trabajo de uno de los hijos en las minas de Guadalupe, diferentes eventos personales de la familia, noticias de los familiares en Chile y California, así como otras informaciones referidas a escrituras de propiedad y de construcción.

2. LOS PILLOT. CONTEXTO FAMILIAR E HISTÓRICO

Del origen e historia familiar de los Pillot conocemos apenas algunos detalles gracias a los datos extraídos de la correspondencia conservada en la Huntington Library y de algunas fuentes archivísticas adicionales5. Julien Pillot, natural de Francia, habría migrado a Santiago de Chile, como muy tarde, a comienzos de la década de los 40 del siglo XIX, en donde ejerce, entre otros, el oficio de carpintero6. Allí se casa poco tiempo después con la santiaguina Petra Silva, con la que tiene, al menos, seis hijos: el mayor, Alejandro, que acompaña a su padre en su viaje a San Francisco en 1849, y los demás, Antonio, Adolfo, Germán, Eloísa y Matilde7, que emigran más tarde con su madre, quizás ya a comienzos de la década de los 508. A partir de ese momento, la familia al completo fija su residencia en San José9

4 Estas seis cartas se encuentran en las carpetas 3 y 10 de la colección “Pillot Family Papers”. 5 Entre otras, la documentación conservada en la San José Public Library (<https://www.sjpl.org/>). 6 En la colección “Pillot Family Papers” se conservan algunos documentos (carpeta 1) que nos

confirman que, por aquella época (1842-1844), Julien había arrendado una habitación cerca del convento dominico de la capital chilena y ya trabajaba como carpintero para varios clientes.

7 No debieron ser los únicos hijos del matrimonio, pues consta que, a finales de 1855, por tanto, ya en suelo norteamericano, tuvieron otra hija, aunque, por desgracia, fallecería repentinamente a los nueve meses (CORDINA-0068, ls. 12-14; cf. infra).

8 Por dos cartas del hermano de Julien, Domingo Pillot, fechadas a finales de octubre y noviembre de 1849, parece que el viaje de Petra a California debía de ser inminente por aquella altura, aunque, en realidad, llevaba varios meses (al menos desde febrero) determinada a viajar, como demuestran la correspondencia de su marido y otra carta de su cuñado fechada en marzo de 1849. Lo corroboran también dos cartas enviadas el 10 y el 12 de diciembre de ese mismo año por D. Bautista Miguel desde Valparaíso, informando a Petra, entre otros asuntos, de la pronta salida del buque Chateaubriand hacia San Francisco. Las cinco cartas mencionadas de Domingo Pillot y D. Bautista Miguel se conservan en las carpetas 3 y 10 de la colección.

9 El primer registro que hemos encontrado, por ahora, de la presencia de la familia en San José es un inventario de tasas municipales fechado en 1853, conservado en la San José Public Library, en el que figura el nombre de Petra Silva. En cualquier caso, en la última carta conservada escrita por Julien (10 de septiembre de 1849), él y su hijo ya se encuentran allí instalados. Por lo que cuenta en ella, es de suponer que Petra y los demás hijos no tardarían mucho en llegar a San Francisco (quizás ya a finales de ese año) y de ahí se desplazarían hasta San José, donde Julien ya había conseguido una nueva casa para alojarlos a todos.

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(condado de Santa Clara). Julien fallece, al parecer, en mayo de 185910 y a partir de 186011 sus dos hijos menores, Antonio y Adolfo, se mudan a Guadalupe y a Chile, respectivamente12.

Centrando nuestra atención en la correspondencia generada por el pa-dre de este núcleo familiar, Julien Pillot, las cinco cartas conservadas en la Huntington Library nos ofrecen una información biográfica detallada y valiosa para conocer de primera mano la experiencia de los primeros tra-bajadores chilenos embarcados rumbo a los placeres californianos en el contexto del golden rush (1848-55) a partir de septiembre de 184813. Las cartas de Julien Pillot abarcan un periodo de nueve meses, desde finales de diciembre de 1848, momento en el que se embarca en el puerto de Valpa-raíso junto con su hijo Alejandro14, hasta mediados de septiembre del año siguiente, en el que ya se encuentran instalados en San José a la espera de

10 En diciembre de ese año se conserva una carta de Francisco Devoto y Francisco Pozo dirigida a

Petra en relación a la liquidación de una deuda con su difunto esposo (CORDINA-0056). El silencio epistolar con los amigos de la familia debido a este impás se refleja en la preocupación de la Sra. Chaboureur en una carta dirigida a Petra a comienzos de julio de 1859 (CORDINA-0072).

11 Por la correspondencia, sabemos que, en agosto de 1861, Petra escribe desde San José a un tal Don Eugenio solicitando un adelanto de dinero (CORDINA-0057).

12 Las cartas de Antonio Pillot a su madre, escritas desde San José y Guadalupe entre comienzos de octubre de 1860 y finales de enero de 1861 (CORDINA-0074 a 0081), reflejan algunos datos interesantes sobre su trabajo como grocero (dependiente de una grocery) en las minas de Guadalupe. En ellas también se da cuenta de la conflictiva vuelta de Adolfo a Chile, con la que no están de acuerdo ni Antonio ni su madre (CORDINA-0075). En cuanto a Germán, nombrado por algunas fuentes como Germain Patrick (1844-1904), sabemos, entre otros detalles, que permanece varias temporadas en San Francisco (CORDINA-082). A Matilde y a Eloísa las conocemos a través de dos bellas cartas autógrafas de agradecimiento hacia sus padres (1857, CORDINA-0070) e informando, en el caso de Matilde, del boletín de notas escolar (1863, CORDINA-84).

13 Por lo que se refiere la masiva llegada de trabajadores latinoamericanos a San Francisco a raíz de la noticia del descubrimiento de grandes placeres auríferos en el valle del Bajo Sacramento, la colonia chilena —conocida bajo la denominación de los “argonautas del 49”— constituyó una de las olas migratorias más tempranas e intensas en el contexto de la agridulce “fiebre del oro” californiana, aún vigente a finales de la década de los 50. Para el año 1850 se estima un mínimo de 5.000 chilenos trabajando en California en diversos oficios asociados con el negocio aurífero (Guerrero Yoacham 2014: 70 y 103, n. 2). En particular, sobre la población chilena emigrada a San Francisco en el contexto del Gold Rush, hemos consultado, entre otros, los trabajos clásicos de Hernández Cornejo (1930), Giacobi (1967), Beilharz y López (1976) y López Urrutia (1993). Una bibliografía crítica y actualizada al respecto en Guerrero Yoacham (2014). Para la influencia francesa en este mismo contexto —incluido el contacto con la comunidad chilena— véase Rohrbough (2013).

14 Documento 1 (26/12/1848). Con una mezcla de entusiasmo y estoicismo, así proclamaba Julien la inminente partida hacia California: “Mi querrida petite: te desiré qu’estamos en buen saluda. Oy [‘yo’] y Alegrandro emos echo el viaque de Siantiago a Valparaízo, sin cansarnos y bastante divertido, por el camine muy acompañado. Llegamos en Valparaízo el sábado por la mañana a la siete. No escriví al momente de llegar por saver el resultado de un bouco franseso que deve de salir mañana 27, que me parese que saldremos a borde deste bouco. Don Simont á echo todo lo posible para consequirme el pasaque pagando siete o ocho onsa por mí y por Alegandro, porque non avía más lugar en el bouco. Hay por serca de sien pasaquer, pero sin embargo creo que se á consequido” (D1 1r1-13).

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la llegada de Petra y el resto de la familia15. La angustiosa espera por parte de ambos núcleos familiares, separados durante más de un año, se refleja tanto en la correspondencia de Julien como en la de su hermano. Así se expresaba el primero a comienzos de julio de 1849:

yo non poudría vivir sinon fouese la esperainse de volver louego a estar counto con vós. Save vós, iquita, que te querro bastanta, que non pouedo estar un momente sin pensar en vós. Antonse, teniendo saludo commo lo tengo sienpro, counteré alguna cosa y paseremos una vida más des-cansada. Te ameré, te adoreré; estaremos pagado los dos de nouestro buene matrimoiñio (D4, 2r4-8).

Por su parte, Domingo Pillot procuraba consolar a su cuñada algunas semanas más tarde ante la ausencia de noticias por parte de su familia en San Francisco:

Comadrita, la encuentro a usted un poco desconsolada en su carta. Usted no tiene asta ahora por qué aflijirse con respecto a mi hermano. Él no á tener nobedad, y pronto sabrá usted de él. No se fica en esas noticias mal que asen correr sobre la California, que todo eso es mentira. Pronto será usted desengañada. Es imposible que Dios deje de ayudar a mi hermano por su buen corasón y su onradés. Conque pasiensa, cuñadita (Pillot Fa-mily Papers, carpeta 3, 27/08/1849).

Así pues, tras un viaje de unos dos meses a bordo de un buque francés, padre e hijo desembarcan en el puerto de San Francisco, y durante los meses siguientes (marzo-agosto de 1849) Julien recorre y trabaja en alguno de los emplazamientos auríferos de la región, como Stockton (estoctorne en las cartas), Placer County o Monterrey16. No es este el lugar para desglosar con detalle las diferentes informaciones que nos proporcionan estas cartas, pero, en cualquier caso, los aspectos que más recurrentemente se tratan tienen que ver con la precariedad en los sueldos de los trabajadores, la carestía de víveres o las particularidades de la alimentación en la zona, los diferentes oficios solicitados (cocineros, albañiles, carpinteros, jornaleros, mineros, cargadores, etc.), las enfermedades conocidas en la región (espe-cialmente en los meses de verano), la organización económica de la familia (el envío de dinero a Chile, los préstamos comprometidos), los preparati-vos para el viaje y la llegada a San Francisco de Petra y los hijos, o las vicisitudes del establecimiento en San José (la compra de terrenos, la cons-trucción de la vivienda).

15 Documento 5 (10/09/1849). 16 Documentos 2-4 (12/03/1849, 09/06/1849, 06/07/1849).

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El oficio de Monsieur Pillot durante los primeros años de emigración en los placeres californianos debió pasar por albañil, recolector y cargador, como la mayor parte de sus compatriotas chilenos, para después asentarse como carpintero constructor17 en San José junto a su familia. Las dificul-tosas circunstancias del día a día a las que se enfrentan en la que fue la primera capital del nuevo estado de California a partir de 185018, así como la lentitud en lo que concierne a la productividad del trabajo, quedan re-flejadas en algunas cartas de la familia, como en la que firma Petra en no-viembre de 1856, desde San José, en la que relata a los Mailleu, unos ami-gos de la familia, el desgraciado fallecimiento de su hija pequeña y las vici-situdes por las que pasan en esa altura:

Hace cerca de un año que tuve la gran desgracia de perder la niña que tuve en los días que ustedes se fueron, de edad de nueve meses, muy gorda y robusta. La perdí en menos de ocho días de enfermedad de una tos violenta que anduvo algún tiempo en todos los niños de su edad, y así perdí en ella todo mi consuelo. Ahora estamos viviendo en una casa de adoves para estar menos espuestos al fuego, edificada en el mismo terreno donde quemamos. Tocante a nuestra suerte, estamos siempre lo mismo; Pillot trabaja bastante, pero no adelanta mucho (CORDINA-0068, ls. 10-18).

3. ANÁLISIS LINGÜÍSTICO: LA ESCRITURA DE JULIEN PILLOT

Una vez presentado un sucinto panorama sociohistórico de la familia Pillot, nos adentramos, a continuación, en el análisis escripto-lingüístico de las cartas producidas por Julien Pillot; una primera aproximación a su escritura que, sin duda, deberá ser en un futuro comparada con la de otros miembros de su familia, tanto de primera generación francófona (su her-mano Domingo), como de segunda (en particular, en el caso de sus hijos Alejandro —sobre el que, en todo caso, se apuntan algunos rasgos más adelante— y Antonio).

En las cinco cartas que conforman el corpus estudiado hallamos mu-chos aspectos lingüísticos dignos de mención, pero un análisis exhaustivo de todos ellos resulta imposible para los límites de espacio de este

17 Así consta en una carta dirigida por Manuela Claveau, amiga de la familia y madrina de uno de sus

hijos, en relación a un asunto judicial a mediados de diciembre de 1857 (CORDINA-0069). 18 La ciudad de San José, conocida originariamente como “El Pueblo de San José de Guadalupe”, fue

fundada en 1777 por el gobernador español Felipe de Neve y Padilla, por lo que constituía el primer asentamiento poblacional español en California.

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artículo19. Por esta razón, nos centramos aquí únicamente en señalar y ex-plicar los fenómenos lingüísticos más destacables del contacto español-francés que observamos en las cartas, mencionando de manera sucinta al-gunos rasgos gráfico-fonéticos que pueden encontrarse en otros textos del siglo XIX, así como varias características propias de la variedad americana con la que Julien Pillot se dirigía a su esposa chilena, Petra Silva.

Si hay una característica fundamental de la escritura de Pillot que po-demos destacar, perceptible al ojo incluso en una lectura superficial, esta es la variación gráfica. La constatamos con gran facilidad a lo largo de las cinco epístolas en todo tipo de formas lingüísticas. Las variaciones habi-tuales en algunas palabras de uso común nos conducen a pensar que la escritura de Julien Pillot podría ser característica de una mano medio há-bil20 que duda o no sabe cómo consignar los diferentes vocablos que uti-liza. Solo así podemos entender la diversidad de variantes que presenta una misma palabra en los cinco documentos que conforman el corpus, hallándose incluso en nombres propios como el del hijo de su autor: Ale-jandro o Alexandre, según se emita en español o en francés. Para la versión en nuestra lengua documentamos cuatro formas diferentes: alegandro (D3, 1r13)21, alecandro (D5, 1r4), alejando (D1, 1v1) y alejandro (D1, 1r3) —esta última con una especie de grafía híbrida entre <j> y <g>, aunque el trazo de la <j> parece más fuerte y posterior al de la <g>—, mientras que para el nombre en francés contabilizamos otras dos posibilidades más: alejandre

19 En estos momentos estamos preparando un análisis histórico-lingüístico más profundo de la corres-

pondencia familiar, incluida la de otros familiares. 20 Esta adscripción, relativa al nivel de habilidad escrituraria, no resulta, sin embargo, convincente o,

al menos, es matizable, si atendemos a las competencias caligráficas que muestra nuestro autor en sus cartas, ya que presenta una escritura cuidada —muy similar a la de su hermano Domingo— en la que no se hallan vacilaciones en el ducto, aunque sí, y de manera habitual, en la representa-ción gráfica de algunas secuencias vocálicas o consonánticas de la lengua meta —un español ru-dimentario y muy interferido por el francés como consecuencia de un proceso mental automático de traducción desde la lengua materna— con la que se pretende expresar en un contexto tan privado y familiar como el que aquí nos ocupa. La escritura de su hermano, sin embargo, pese a presentar la misma factura gráfica, apenas registra algunas interferencias lingüísticas ocasionales en el plano fonográfico y morfológico, especialmente en el caso de ciertas terminaciones (ej. salido por salida) y con algunas unidades consonánticas (ej. familla por familia). Véase, entre otros, Al-meida Cabrejas (2014) para el estudio de la relación entre habilidad gráfica y nivel socioeducacio-nal en documentación del siglo XIX.

21 Para cada ejemplo expuesto incluimos entre paréntesis el número de documento en el que se encuentra (D1 = la primera carta, D2 = la segunda y así sucesivamente), el número de folio (recto o verso) y la(s) línea(s) del manuscrito en la(s) que se halla. Todos los ejemplos del análisis se han extraído de las transcripciones paleográficas, aunque hemos prescindido de la acentuación original —en gran medida aleatoria— y las marcas editoriales se han indicado en nota, especialmente cuando se trata de intervenciones correctivas del autor en las que se pueden identificar la forma primigenia y la variante corregida.

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(D1, 2r8) —con la misma grafía mixta entre <j> y <g>— y alecsandre (D4, 2r15; D4, 1r5, este último con la <c> en interlineado)22. Valgan como ilustración de estos ejemplos las imágenes siguientes:

(D1, 1r3) (D1, 1v1) (D3, 1r13)

(D5, 1r4) (D1, 2r8) (D4, 2r15)

(D4, 2r15)

Estas variantes ponen en evidencia las dificultades o el poco cuidado y atención que Julien Pillot parecía tener a la hora de escribir. Aunque el hecho de emplear el español —una segunda lengua para nuestro remi-tente— podría estar indicándonos sencillamente un escaso conocimiento en la escritura de este código, las variaciones que hallamos en determinadas palabras, como los nombres propios recién mencionados, parecen mos-trarnos que se trata más bien de una peculiaridad general de sus prácticas escriturarias y no de una característica determinada por el uso concreto de una lengua23.

22 Este tipo de variaciones se hallan también en los nombres propios de los distintos individuos a los

que se refiere Julien en sus cartas. Por ejemplo, en la primera de ellas se habla del señor don quan bautis elisegaray (D1, 2r5), al que se menciona en la segunda carta como don quan baptiste elissegaray (D2, 1r13), en la tercera como don quan batisto elisegarall (D3, margen 2v2) y en la quinta como don quan bautisto ellisegarall (D5, 1v3), don quan bautiste elisegarall (D5, 2r4) y don quan bautiste elisegarall (D5, 2v14-15). Estas alternancias sorprenden también cuando nuestro autor escribe su propio nombre en las despedidas de las cartas, pues, aunque habitualmente firma como Julian (D1, margen 2r3; D3, margen 2v3; D4, margen inferior derecha), también hemos documentado en una ocasión Julan (D2, 2v10).

23 De los vocablos que aparecen en francés llama la atención, por ejemplo, el nombre de un buque que Julien escribe como chataux brian (D4, 2v21), cuando muy probablemente sería Chateaubriand en

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Esta escasa pericia en la selección de las grafías, junto a los datos biográficos conocidos de Julien Pillot (§ 2), nos conducen a considerarlo, al menos, en principio —y con todas las reservas que se requieren hasta no analizar un corpus más amplio de este scriptor24— como una persona perteneciente a un nivel sociocultural de clase medio-baja. Así, no sor-prende que documentemos en el corpus ciertos fenómenos como el olvido de la <h> etimológica25 —en numerosas palabras: ase (D2, 1r4), asta (D2, 1r6), emos (D2, 1r6), ay (D2, 1r21), onbre (D4, 2v19), entre otras— rasgo marcado gráficamente desde los inicios del siglo XIX como característico de scriptores con un nivel socioeducacional no alto (Almeida Cabrejas 2014: 188). De la misma manera, hallamos inestabilidad en el vocalismo átono: cierre en las vocales seguidas de nasales como inpedimiente (D1, 1r18) —que presenta a su vez una diptongación en la vocal tónica—, inbarcando (D1, 1r17), incontre (D2, 1r6), infermida (D2, 1v16) —en la que se dan dos cierres vocálicos—, tenbien (D1, 1v17) —documentada asimismo como tanbien (D2, 1v14)—, tenpoco (D2, 1r21) —escrita también como tanpoco (D4, 2v23)—; y apertura de la vocal en antonse (D4, 2v13). No puede des-cartarse algún tipo de interferencia de los usos gráficos del francés —que este scriptor recibe de manera más clara en los casos descritos en § 3.2— pero nos inclinamos más a atribuir estos rasgos a la escasa habilidad escri-turaria de su autor —o a la tendencia a las variantes previamente des-crita— fruto, probablemente, de su pertenencia a un nivel sociocultural no elevado.

Sea como fuere —y siguiendo las indicaciones que dábamos al prin-cipio de este epígrafe— para describir la escritura de Julien Pillot, vamos a centrar nuestro análisis, por un lado, en los rasgos que nos permiten acercarnos al español americano (§ 3.1) que había aprendido Pillot —pro-bablemente, una variante chilena por haber vivido en el país y haberse casado, además, con una mujer de allí—; y, por otro lado, en los fenóme-nos de contacto español-francés (§ 3.2) que se documentan ampliamente en las cartas debido a que el francés era su lengua nativa.

3.1 Rasgos del español americano

Entre los rasgos característicos del español americano de hoy en día, pero también del siglo XIX, podemos mencionar el seseo, cuya

honor, quizás, al conocido escritor romántico y diplomático francés François-René de Chateaubriand.

24 Siguiendo a Almeida Cabrejas (2014), utilizamos la palabra scriptor para designar a todo aquel individuo que escribe, ya sea de forma profesional o no.

25 No se halla, sin embargo, ninguna h- antietimológica.

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generalización fue relativamente rápida desde un punto de vista histórico en todo el territorio hispanoamericano (Fontanella de Weinberg 1992a: 133). La falta de oposición entre sibilantes dentales y alveolares es uno de los rasgos gráfico-fonéticos más trascendentes en la configuración del es-pañol de América26, compartido también, claro está, con el español de al-gunas zonas de Andalucía, así como de Canarias. En las cartas de Pillot lo documentamos con frecuencia: se escribe <s> en lugar de <c> en pala-bras como fransico (D2, 1r1), notisia (D2, 1r4), posision (D2, 1r4), desir (D3, 1r19), sierto (D2, 1r16), commersio (D3, 2r11), ofisio (D3, 2v22), desente (D4, 1v22), entre muchas otras; se emplea <s> en vez de <z> en términos como marso (D1, 1r1) o gosar (D3, 1r12) —también documentado como gossar (D4, 1v20)—, y se usa <z> en vez de <s> en el nombre de la ciudad de valparaizo (D2, 1r3).

En un plano morfosintáctico encontramos también en el corpus uno de los rasgos más característicos del español americano: el voseo. Las for-mas gramaticales de la segunda persona en español han sido las que más alteraciones han sufrido desde el siglo XV, cuando al final de la Edad Me-dia surgió una nueva sociedad caracterizada por una fuerte jerarquía que se reflejaba en las variadas interacciones entre personas de diferentes clases (Sánchez Méndez 2003: 304). En el castellano que se llevó a América vos ocupaba un lugar que fue adquiriendo cierta complejidad con las múltiples variaciones formales que se fueron produciendo en las distintas regiones americanas. Las variedades de las diferentes zonas geográficas se fueron decantando por el voseo o por el tuteo en un proceso de generalización de ambos fenómenos que ocurrió —en comparación, por ejemplo, con el seseo mencionado antes— de manera muy lenta (Ramírez Luengo 2007: 50). En la actualidad, en las zonas voseantes, entre las que se encuentra Chile, el voseo presenta un paradigma pronominal mixto por el que se utiliza el pronombre vos como sujeto y término de preposición, mientras que se emplea te como objeto y tu como posesivo (Fontanella de Weinberg 1992b: 20).

Este paradigma pronominal es el que encontramos en las cartas ana-lizadas, en las que el pronombre vos aparece como sujeto y como término de un sintagma preposicional —encabezado por a, con, de, en y para— y las formas propias de tú se documentan en el objeto te y en tu posesivo (docu-mentado en 6 ocasiones, junto a los sustantivos prima, esposo, familia y

26 Uno de los primeros estudios históricos rigurosos y exhaustivos del español de América, realizado

por Cock Hincapié (1969), trata precisamente sobre los orígenes y la implantación de este fenómeno, concretamente en el Nuevo Reino de Granada (1500-1650).

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hermana). Por lo que respecta al paradigma verbal, en Chile predomina hoy en día vos sobre tú en la norma inculta informal (Vaquero de Ramírez 1996: 24), combinándose las formas de la segunda persona plural con diptongo y las formas monoptongadas. En el siglo XIX, cuando Bello llegó a Chile en la segunda década de la República ya señaló que el voseo era la forma general usada en el trato familiar e informal (Carricaburo 1997: 34), por lo que no sorprende su uso en el corpus estudiado. En las cinco cartas que le escribe Julien Pillot a su esposa hallamos el pronombre vos junto a las formas verbales de segunda persona del singular, aunque a veces, por la ausencia de la <s> final o de algunas terminaciones podamos pensar que se trata de una tercera persona del singular. En el indicativo lo documen-tamos en tiempos verbales del presente —“si vos te aflica tante te pouede resultar una infirmidado” (D3, 2v8); “vos me dis que non te puede aser lo ore moui bien” (D3, 2v5), “y non te mando la plata por lo que vos vea que non se a podido conseqir el viaco sin pagar27 pero petite non tenca quidado que al momento de llegar en californi puede contar por segoure que te manarre alguna cosa” (D1, 1v3-5)—, del pasado —en imperfecto “vos pensava” (D1, 2r10) y en pretérito perfecto simple “vos me mandaste” (D3, 1r3)— y del futuro: “non te digo mas quedo con la confians que vos estara un poco mas resouelto a aguardarme28 con mas tranquilidado por tou sa-lude” (D4, 2v22). Con la segunda persona del plural lo atestiguamos úni-camente en imperativo: “save vos iquita que te querro bastanta que non pouedo estar un momento sin29 pensar en vos” (D4, 2r5).

El tratamiento de usted lo hallamos únicamente en la escritura de Ale-jandro cuando se dirige a su madre en las notas que le escribe en algunas de las cartas de su padre. Al final del documento 3, por ejemplo, su hijo trata a Petra de la siguiente manera:

Mi gerida mamita dios qiera que la encuentre en buena salud a usted y atodos Mis hermanos. y ermanas y a mi prima. yo y mi papa estamos buenos resiba un abraso de su amate alejandro Pillot. sin olvidarse de mi tia y de Millet30 (D3, margen 2r.1-3).

27 La secuencia “el viaco sin pagar” se apuntó en el interlineado. 28 La segunda <r> de la palabra se incluye en el interlineado. 29 Esta preposición aparece en el interlineado. 30 Intervenciones correctivas del autor: dios (< dias), encuentre (la <n> y la <-e> corregidas), a usted (la

<a> corregida), atodos (< a atodos; la primera <a> tachada), ermanas (el segmento <er> corregido), yo (< ya), estamos (el segmento <os> corregido), buenos (la <b> y la <n> corregidos), resiba (la <r> corregida), alejandro (el segmento <ndro> corregido; antes aparece la forma yo tachada), Millet (< Millit; la <e> sobrescrita es lectura dudosa).

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Por último, en un nivel léxico-semántico, encontramos también varias palabras en el corpus que identificamos hoy en día como características de América. Entre ellas, podemos citar, por ejemplo, el término plata en la séptima acepción del DLE (RAE) con el significado de ‘dinero, riqueza’31. La documentamos en 11 ocasiones en fragmentos como el siguiente:

ese povre don simont a quedado de pedir plata pretada para conpletar me la plata del viaco (D1, 1r13-14).

Otro americanismo que emplea Julien Pillot es la palabra choclo del que-chua chuqllu, ‘mazorca de maíz’, tal y como lo define el Diccionario de ameri-canismos (ASALE 2010). En él se recogen dos acepciones para Chile: 1) ‘mazorca tierna de maíz’ y 2) ‘maíz tierno desgranado, crudo o cocido’. En el documento en el que Julien utiliza esta palabra no podemos saber a cuál de las dos acepciones podría estar refiriéndose32:

alecsandre esta moui contente destar en el poueblo de san gose moucho mas le agrada que san fransico porque alli comme choclo sandilla y pera varria33 (D5, 2r20-22).

3.2 Fenómenos de contacto español-francés

Los rasgos lingüísticos más interesantes y abundantes de las cartas son, sin duda alguna, los que presentan transferencias por contacto de la lengua francesa al español. En el plano gráfico-fonético estas transferencias son frecuentísimas y muy llamativas, por lo que a veces se requiere incluso una segunda o tercera lectura de una forma para entender bien la palabra34.

31 Según el mapa de diccionarios, esta acepción se recoge por primera vez en el diccionario académico

de 1992, aunque hacía ya mucho tiempo que se utilizaba en América. 32 Junto a estas dos palabras encontramos otras que, si bien no se consideran americanismos ni su uso

se restringe a América, por su frecuencia de aparición en la actualidad, nos remiten allende los mares. Un claro ejemplo es lindo: “san gose disen que va aser la capital ay un plan lo mas lindo que se pouede ver esta rodiado de mina de plata, de covre, de asoga, de fier, de cal, es un paiy mouirique” (D5, 2r16-18; en la forma moui, la <i> aparece interlineada). También documentamos pasaje como ‘billete’: “don simont a echo toto lo posible para conseqir me el pasaque pagando siete o ocho onsa por mi y por alegandro” (D1, 1r9-11); y maneras cariñosas de referirse a su esposa como mi hijita o hijita mia.

33 En este fragmento también se alude a la fruta sandilla que es la sandía. En la actualidad, el término sandilla se emplea en países como El Salvador y en el noroeste de Costa Rica (ASALE 2010), aunque es probable que su uso esté más extendido por la tendencia antihiática que incluye alguna consonante epentética entre las dos vocales. En las cartas analizadas, Pillot añade <ll> entre <i> y <a> en otras palabras como se indica en § 3.2.

34 Si leyéramos aisladamente algunos de los términos que aparecen en las cartas, nos costaría entenderlos, como es el caso, por ejemplo, de coneque (D2, 2r8) que significa conejos o de llieguasite (D5, 2v23) que corresponde a yegüecita, diminutivo de yegua.

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Las grafías correspondientes a sonidos del francés que se trasladan al español son diversas, entre las cuales destacan las vocálicas. Hallamos nu-merosos vocablos escritos con <ou> para el sonido vocálico /u/ en pala-bras como moui (D1, 1r19), resoultado (D2, 1r15), ningouna (D2, 1r21), moucho (D2, 1v4), bouen (D3, 1r20), lougar (D1, 1r11), despoues (D3, 1v16), nouevé (D3, 1v15), pousimos (D3, 2r4); <au> para /o/ en autra (D3, 2v17); y <ai> para /e/ en containto (D1, 1r19), paraisido (D2, 2r23) y taingo (D4, 2r15), entre otras.

Por otro lado, llama la atención el hecho de utilizar la suma de la vocal <e> más la consonante <t> para representar el sonido vocálico /e/. En francés, la conjunción copulativa et se pronuncia /e/, dado que la conso-nante en posición final no tiene ningún valor fónico. Pillot traslada esta relación gráfico-fonética al español y emplea estas dos grafías contiguas en vocablos como etcho (D3, 2r7), etmos (D3, 2v2), et tenido (D3, 2r20) y etcon-nomia (D2, 1r22).

Junto a estos rasgos vocálicos, cabe mencionar también la abundancia de duplicaciones gráficas que hallamos en las consonantes. Muchas de las grafías dobles que encontramos en los documentos existen en francés como <mm> o <nn>, si bien también documentamos dígrafos del espa-ñol, como es el caso de <rr>, pero para fonemas distintos en posiciones en que no representan a la vibrante múltiple, es decir, cuando la grafía se emplea en posición intervocálica. Con <mm> atestiguamos únicamente palabras precedidas de <co>35: términos como commida (D3, 1r12), commo (D3, 1r14), commersio (D3, 2r11) e incommodidado (D5, 2v19). La grafía <nn> aparece en posición intervocálica —en buenna (D5, 2v25), algunno (D1, 1r17), tienne (D3, 1r17), gannando (D3, 1r6), marinnérro (D3 1v15), entre otras—, pero también la documentamos en posición final en “los gasto es tann tan grande que se ha ido casi todo la gannanse” (D3, 2r10). Por lo que respecta a la <rr>, la encontramos con bastante frecuencia en palabras como erran (D3, 2r8), varria (D3, 2r6), verra (D4, margen 1v2), cosinerro (D5, 2r2), pastelerro (D5, 2r8), dinerro (D5, 2v13) y nesesairrio (D5, 1v23). Repre-sentando a la vibrante múltiple en posición intervocálica también se em-plea, pero solo aparece una palabra con este fonema y posición en todo el corpus: terreno (D5, 1r8).

Para el sonido de la grafía española <ñ>, podríamos haber esperado encontrar <gn>, grafía empleada en francés en palabras como espagnol o

35 Si bien en francés existen palabras en las que las grafías <co> van seguidas de <m>, el porcentaje

del mantenimiento de la grafía doble en esta secuencia es altísimo, por lo que, de manera global, la influencia de la ortografía francesa en estos ejemplos resulta muy clara.

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Espagne. Sin embargo, en las cartas hallamos el uso de <nñ> en la palabra conpanñia (D3, 1r7) —aunque principalmente se documente como conpañia (D4, 2v16)— y en anñio (D3, 2v21), aunque también se atestigua como añio (D4, 2v10). En esta última palabra vemos cómo se añade la vocal <i> tras la <ñ>, adición que documentamos con frecuencia en términos como ni-ñio (D3, 1v1), aconpañiarte (D4, 1v2), pequeñio (D5, 1r5) y doñia (D5, 1v19). Por otro lado, la grafía <ñ> también se incluye en palabras que no la tienen en español, como es el caso de matrimoiñio (D4, 2r9), eñero (D4, 2r22), don ougeñio (D5, 2r7), castilaño (D5, 2r26) o ñiaman (D2, 1v16), esta última con una confusión entre la palatal lateral y nasal.

Otra de las interferencias gráficas del francés en la escritura de Julien Pillot es el uso casi sistemático del adverbio de negación non en lugar del español no. Con la forma francesa lo hemos detectado en 120 casos, mien-tras que sin la <n> final Julien lo escribe solamente en 2 ocasiones en la primera carta (D1, 1r5; D1, 1r17) y en la secuencia sobrescrita del siguiente fragmento:

es presisio gastar dos pesso al dilla, an venido con nosotro dos cosinerro para poner un café en san fransico y no a podido estableser se por falta de casa36 (D2, 1v1-3).

Por su lado, Alejandro, el hijo de Petra, utiliza el adverbio en una única ocasión y lo consigna como se escribe en español: no (D1, margen 2r2).

Más allá de estos usos gráficos, encontramos otros de gran trascen-dencia fonética, principalmente a final de palabra, aunque también de sí-laba. Son frecuentes, por ejemplo, las apócopes, incluso de más de un so-nido. Así, por ejemplo, de las 10 veces que Julien se refiere a California, solo lo escribe con la vocal final en una ocasión, en la fecha del encabeza-miento de la tercera carta (D3, 1r1). En los otros 9 casos, nuestro autor escribe californi, tal y como se pronuncia en francés el nombre del estado norteamericano, aunque se escriba Californie.

Del mismo modo, la escritura de Pillot resulta fonética en palabras como pasapor(te) (D1, 1r16)37 del francés passeport o en person(a) (D1, 2r7) del francés personne. La dificultad reside a veces en discernir si la apócope se debe a la variedad americana que hablaría Pillot —pensando, en con-creto, en la aspiración y pérdida de la <s> en palabras, por ejemplo, como felise(s) (D1, 2r14), commida(s) (D3, 1r12), dosiento(s) pasaquero(s) (D3, 1v14) y

36 Intervenciones correctivas del autor: cosinerro (la <s> sobrescrita), y no (la secuencia <no>

sobrescrita), a podido (el verbo a interlineado), estableser (la secuencia <er> interlineada). 37 Entre paréntesis indicamos la parte “reconstruida” que no se escribe en la documentación, pero que

debería pronunciarse en español.

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dia(s) (D3, 1v16)— o si podría deberse a una influencia del francés por la ausencia fónica de muchas de sus terminaciones en plurales, en casos como terminad(o) (D1, 1r15), siento vente pasaquer(os) (D4, 2v21), son moui pe-nos(os) (D3, 1r11) o sin embargo des(o) (D3, 1r12). Más difíciles de explicar son las apócopes de palabras como pla(ta) (D4, 2v11) o car(os) (D5, 2r13), si bien, para entender todos estos ejemplos de manera global, hay que te-ner en cuenta la confluencia de varios factores que hemos ido apuntando: la propia pronunciación del español que tendría Pillot, la exposición a los usos fónicos y gráficos del francés y su impericia en la escritura.

Frente a estas apócopes, encontramos, por otro lado, paragoges en verbos en infinitivo como conseguire (D1, 1v14), ire (D3, 1r5), salire (D3, 1v17) —que probablemente habrá influido en la hipercorrección de fine: “nosotro pensamos salire al fine desta semana” (D2, 1v8-9)—, o compraro (D2, 1v3) —explicable, quizás, en este caso, por una armonización vocá-lica con la palabra previa en o: es presiso conpraro (D2, 1v3)—, pero también en adjetivos que no poseen un morfema específico de género masculino en español, como francés, documentado como franseso (D2, 1r10) o español como españiolo (D2, 2r5). Esta hipermorfologización de las palabras a las que nuestro autor añade la marca de género -o/-a la encontramos también en salouda (D3, 1r13) para salud. Asimismo, hallamos una paragoge en el determinativo indefinido une, cuando actualiza a terren, cuyo género en francés es masculino. Una hipótesis del origen de esta paragoge es que se haya producido por analogía con la del verbo en infinitivo que lo precede: “es presiso conpraro une terren” (D2, 1v3-4).

Otras variaciones gráficas que cabe resaltar son las que se producen para representar la consonante africada sorda y la consonante líquida late-ral sonora. Aunque para el indefinido mucho/a —escrito siempre por Julien con <ou> en la vocal cerrada38— se utiliza principalmente el dígrafo ch con el que se escribe en español (moucha, D4, 1v4), también documenta-mos <sh> o <s> en: mousha (D3, 1r14) y mousa (D3, margen 1r1). Por lo que respecta a la consonante líquida, se documentan diferentes grafías en posición intervocálica en palabras como caballo que atestiguamos como ca-vallo (D1, 1v1) y cavallio (D2, 1v21); en llevar escrito como llevar (D3, 2v23) y lievar (D5, 2r5); o en ello escrito ellio (D3, 2r4). La grafía <ll> se emplea también: en palabras que en español se escriben con <l>, como jullio (D4, 1r1) —por transferencia probablemente con el francés juillet— o albanill (D5, 2v3); entre vocales que conforman un hiato como dilla (‘día’, D5,

38 Alejandro, sin embargo, en las notas que escribe en las dos primeras cartas, utiliza la <u> en mucho

(D1, margen 1v3; D2, 2v16), aunque también utiliza <h> para el sonido africado: muhas (D2, 2v18).

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1v30)39, frillo (‘frío’, D5, 1v27) o sandilla (‘sandía’, D5, 2r21); y en términos que se escriben más habitualmente con <y> como llo (D5, 1r26) —aunque solo aparece en una ocasión frente a las 18 veces en las que emplea yo— mallior (D4, 1v7) —o mallor (D5, 2v8), pero nunca mayor—, alludar (D3, 1v15) —pero también alioudarté (D4, 1v8)— y olle (D5, 1r30).

Para acabar con el plano gráfico-fonético, nos queda mencionar uno de los fenómenos más abundantes de las cartas: la vacilación en el voca-lismo postónico final en vocablos como suerta (D1, 1v8), nadia (D1, 1v20), notisio (D2, 1r4), conpadro (D2, 2r14), seño (‘seña’, D1, 2r1), parta (‘parte’, D3, 2r6), nouque (‘nunca’, D1, 2r7), memorrio (‘memorias’, D1, 2r21), camine (D3, 1r4) y et quipaca (‘equipaje’, D3, 1v22), entre muchos otros. Estas va-riaciones son un indicio de la inseguridad lingüística que parece mostrar Pillot a la hora de escribir en español, lo que le conduce a producir hiper-correcciones y a querer aplicar bien la morfología del español, utilizando el morfema -a para nombres femeninos y -o para señalar el género mascu-lino en palabras donde no lo llevan.

En un nivel morfosintáctico son también habituales y variados los ras-gos de contacto que encontramos en las cartas. En las preposiciones, por ejemplo, hallamos confusiones entre por/para, a/en o sobre/en. Los usos y significados de por y para en español no corresponden siempre a pour y par en francés, por lo que los francófonos que aprenden nuestra lengua come-ten incorrecciones. En las cartas de Pillot encontramos ejemplos como los dos siguientes:

1) Le da una bra para mi40 (D1, 2r20).

2) Soufre para mi (D5, 1r26).

Tanto en 1 como en 2 habría que utilizar por, ya que en 1) Julien pide a su destinataria que le dé un abrazo a alguien “en su lugar” y en 2) le pide a su mujer también que sufra ella “por él”.

Entre las confusiones de a/en hallamos con frecuencia el uso de en con verbos de movimiento —llegamos en valparaizo (D1, 1r5), et venido en san fransico (D5, 1r15), llegar en California (D1, 1v4)— y el empleo de a en ex-presiones fijas como al momento de por transferencia del francés au moment de. También llama la atención la ausencia de a delante de complementos

39 Esta forma la documentamos en las cartas 2, 4 y 5 en cinco ocasiones, si bien alterna con dia,

registrado en 16 ejemplos distribuidos por las cinco cartas. 40 La <i> aparece sobrescrita.

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indirectos de persona (3) o, por el contrario, su presencia por calco sintác-tico con complementos directos de objeto (4)41:

3) deles muhas memoria ø mi tia y amis primos (D2, 2v18).

4) quando yo volve de las mina despue de aser este travaco tan penos et sin gannar nada por non tocar a esa plata que te mande me vine a pie (D5, 2v21).

Asimismo, se documenta el uso de sobre, en vez de en, donde el francés utilizaría sur:

5) el va salire sobre autre bouco tres o quatre dia despues de nosotro (D1, 1v10).

En la misma categoría gramatical es digna de mención la presencia de de en contextos sintácticos donde el francés la requiere, como en la intro-ducción de un complemento de infinitivo encabezado por el verbo decir (6-7) o aconsejar (8), en vez de una oración subordinada completiva intro-ducida por que42:

6) me a dicho de desir a m<onsieur> gerbaux que a borde del bouco lorian se nesesito dos cosinero (D1, 1v12).

7) Me dice de decirle que non venga por que esta mal por sou ofisio (D3, 2v19).

8) a donme voi estableser me an aconsecado moucho de non aserte trai todavia por lo que non ay casa adondé poder vivir43 (D3, 2r20).

La presencia expletiva de de la hallamos en numerosas construcciones sintácticas:

41 En francés existe toucher à (https://cnrtl.fr/definition/toucher), por lo que es probable la influencia

en nuestro ejemplo de la estructura sintáctica francesa. Aun así, no hay que olvidar la documentación de testimonios en el primer español moderno que incluyen esta preposición ante objetos no animados (Carmona Yanes 2020: 93). Su presencia podría ser posible también en textos coetáneos a nuestras cartas.

42 El uso de de como introductor de oraciones de infinitivo de sujeto/objeto tenía ya un carácter muy marcado en el siglo XIX y, aunque se han encontrado algunos ejemplos en la prosa culta, estos se deben al influjo del francés (Octavio de Toledo y Huerta 2019: 118; este autor incluye precisamente un ejemplo de la novela Cornelia Bororquia con el verbo ‘aconsejar’, similar al ejemplo 8 de nuestro corpus, que atribuye al calco de modelos franceses). Hoy en día, algunos de estos usos se consideran también como marcados (NGLE 2009: 3257). Cf. De Benito y Pato (2015) para una completa descripción de la construcción en el español peninsular actual.

43 Intervenciones correctivas del autor: voi (la <o> sobrescrita), trai todavia (secuencia interlineada).

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9) todavia non hai nada de terminad perro creo44 que tendra efecto (D1, 1r15).

10) Mi querida petita et resivido tou carta del 28 de mayo que me adado moucho gouto de saver de tou notisio y de todo la familla questan todo en Bouenasaloudo (D5, 1r3).

11) Por el camine pouede ser que necesita de algouna cosa en plata para pagar al cosinerro (D5, 2r1).

Si queremos ofrecer una traducción posible en francés de estas ora-ciones, necesitamos, en efecto, introducir casi siempre la preposición de: en la oración 9 podríamos decir “il n’y a rien de terminé”, en la 10 habla-ríamos de “être heureux d’apprendre quelque chose” et “d’avoir de nou-velles”, y en la 11 de “avoir besoin de quelque chose”.

Junto a estos calcos sintácticos, encontramos otros en diferentes cons-trucciones a lo largo del corpus, como podemos ver, por ejemplo, en las siguientes frases:

12) emos etcho la mitan del camine en nounos monte a donde parraisia ser cardin45 (D3, 1v6-8) > nous avons fait la moitié du chemin dans des montagnes qui semblaient être un jardin.

13) el va salire sobre autre bouco très o quatre dia despues de nosotro (D1, 1v10) > il va partir sur un bateau trois ou quatre jours après nous.

14) creo que por el presio difisilmente puede incontrare mecor (D1, 2r11-12) > je pense que pour le prix, on peut difficilement trouver mieux.

15) el todo por mil peso (D5, 1r15) > le tout pour mille pesos.

Por lo que se refiere a los verbos, hallamos confusiones entre ser y estar probablemente por influencia del contacto, dado que ambos verbos en francés se expresan a través de uno solo: être. De este modo, no resulta sorprendente documentar frases como:

44 Con anterioridad aparece la forma “cro” tachada. 45 Algunas de las construcciones que mencionamos, como la de este ejemplo en concreto, son más o

menos habituales en textos españoles del XVIII y primeras décadas del XIX, por lo que, aunque nuestro scriptor tiene una interferencia constante e incuestionable de la lengua francesa, estos fe-nómenos no necesariamente son fruto del contacto. Sobre la vigencia de estas construcciones en la primera mitad del XVIII, cf. Pons Rodríguez (2008) y Octavio de Toledo y Huerta (2016); para el XIX cf. Octavio de Toledo y Huerta (2019). Sobre el influjo del francés en algunos aspectos gramaticales del español del siglo XVIII, cf. Espinosa Elorza (2012).

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16) disen que el bouco adonde viene m<onsieur> laviña deve de ser perdida (D2, 2r22-23).

17) non seri de más para aconpañiarte (D4, 1v2).

18) los gasto es tann tan grande que se a ido casi todo la gannanse (D3, 1r10).

19) agame el favor de aser moucho memorio a monsieur richau y sou famille digale que lo que llegera sou ico si yo le pouede estar util en algo que lo aré con moucho gousto (D4, 2v24-26).

De esta categoría gramatical también cabe destacar la manera inco-rrecta de conjugar algunos tiempos y formas, sobre todo en los verbos irregulares. Entre ellos documentamos, por ejemplo, el uso de pretéritos perfectos simples como desiré (D5, 1r5) y tenimos (D3, 2r5), o el participio del verbo escribir, como escrivida (D3, 1v8) o escrivido (D2, 2r11). Por otro lado, debido a la variación gráfica característica de la escritura de Pillot, consignamos también futuros como seri (D4, 1v2) y podri (D4, 1v6); con-dicionales con alteraciones vocálicas como pagueria (D4, 1r19) o paseria (D4, 1v2); o incluso presentes en indicativo como quero (D1, 2r19) para quiere, se necesito (D1, 1v13) para se necesitan, o esten (D1, 1r16) para están.

La confusión entre los modos indicativo y subjuntivo se atestigua en algunas construcciones completivas y de imperativo negativo como:

20) Si te falta algo vende lo que puede (D1, 1v7).

21) Non abla a nadia46 (“no hables”) (D1, 2r4).

En construcciones temporales hallamos también el uso del futuro en vez del presente de subjuntivo: “pero toma pasiensia que puede ser que estaremos felise” en una de las transferencias más habituales en los tiempos verbales que tienen los francófonos al aprender español47.

Como ilustración de algunos de los fenómenos lingüísticos menciona-dos, incluimos a continuación un fragmento de una de las cartas, concre-tamente de la número 2, de la que ofrecemos su transcripción paleográfica e imagen:

46 De cualquier manera, hay que tener en cuenta que puede tratarse más bien de un problema gráfico

por la variación en el vocalismo postónico final a la que aludíamos antes. 47 El uso de este tiempo verbal en subordinadas temporales no es, por otro lado, ajeno al español:

durante la Edad Media e incluso a principios de la época clásica se documentan ejemplos esporádicos (Eberenz 2014: 4189). Sin embargo, en un autor como Pillot, en cuya escritura constatamos una acumulación de diferentes interferencias del francés, la vía del contacto se presenta como una de las más plausibles a la hora de explicar las decisiones tomadas en contextos más o menos abiertos a la variación.

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{h 2r} {1} digalé al conpadre gerbaux que aguarda el resultado dela mina {2} porque [tachado: s] non se ficamente si me podre estableser en san fransico {3} oen otra parta emos ido a ir domingo et [tachado: mosido]48 a pasiar a la mision es un {4} lugar distante de dos legua de san fransico adonde ay una {5} iglesio que abitava ante los padre españiolo todo el canpo non {6} es mas que arena ay unos monte tan toupido que casia nos {7} aviamos perdido dise que ay moucho animale perro non emos {8} vista a nada algounos paso de orso alguno coneque, {9} digalé a don agusto el que temia de vener por lo que non tenia {10} ofisio ques non inplica nadia para ira a la mina que aguarda {11} un poco mas le daré un resultado mas segura, digale a don {12} gosé marsel que me informado de su patron y que non esta {13} en san fransico agalé moucha memorio a todo los conosido {14} el conpadro choqué por su ofisio tenpoco non valé nadia por de{15}sir mecor49 non valé nadia de nigun ofisio mas que carpinterro {16} y degargador50 esta mecor todavia un pion estando ocoupado {17} gana lo menos dies pesso al dia para lievar un baulito {18} distanté de dos quadre valé un pesso y todavia se asé {19} rogar memorio a don gosse rihaux y asu famil al conpadre {20} clavaux a don pedro el italian de la plasa que non me et {21} visto todavia con el coven que sallio de su casa para venir {22} poraca disen que el bouco adonde viene m<onsieur> laviña devé {23} de ser perdido por que toda via non a paraisido a san fransico

48 La secuencia “et mosido” aparece interlineado, al igual que la <n> de “domingo”. 49 La <e> se añadió en el interlineado superior. 50 La primera <g> tal vez fue objeto de corrección o vacilación; y la segunda fue añadida en el

interlineado inferior.

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D2, fol. 2r (© Huntington Library, Pillot Family Papers, box 1-5, doc. 1)

Para terminar este subapartado, no podemos dejar de mencionar algu-nos rasgos característicos del léxico, el componente lingüístico más permeable a las transferencias (Thomason 2001; Castillo Lluch 2020: 302). Aunque la lengua en la que escribe Julien Pillot a su esposa es el español, las transferencias léxicas del francés son habituales. Como préstamos no integrados, documentamos palabras como pain (pan), unique (único), quatre

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(cuatro) y famille (familia). Para referirse a una persona o personas las cartas nos ofrecen préstamos adaptados fonéticamente o préstamos no integra-dos del francés: para el singular Pillot utiliza person (D4, 1r13) y para el plural person (D1, 2r7), pero también personnes (D2, 1v23). Por otro lado, los gentilicios son una categoría léxica en la que el contacto se percibe también fácilmente, como en italian (D2, 2r20) y american (D2, 1r3).

Otro préstamo no integrado empleado con cierta frecuencia en las car-tas es petite. Lo hallamos en los apelativos cariñosos con los que se dirige Pillot a su esposa, como en el encabezamiento de la primera carta —“mi querrida petite” (D1, 1r2)— o en vocativos en el cuerpo del texto: “pero petite non tenca quidado” (D1, 1v3-4). Asimismo, en las cartas se encuentra la variante petita, con una vocal final diferente, pero con las mismas fun-ciones discursivas que petite: “Mi querida petita et recibido tou carta del 28 de mayo [...]” (D5, 1r2) y “pero agame el favor petita toma un poco pasien-sio” (D3, 2r16-17).

Entre los préstamos integrados, es decir, aquellos que se han adaptado fonética y/o morfológicamente al español, encontramos palabras como orso (D2, 2r8) para oso del francés ours y toto (D1, 1r9) para todo del francés tout.

Por último, cabe mencionar la presencia de algún falso amigo, como ‘exprimir’ en lugar de ‘expresarse’, este último escrito en francés como ex-primer. En la carta número 4 lo documentamos conjugado en primera per-sona del presente del singular: “non se commo esprimarme para darte a co-nocer el gousto que taindri si soupies questaria containto que non te falte-ria non mas que mi presiensio” (D4, 2r1-3).

4. CONSIDERACIONES FINALES

Como se ha visto, la colección “Pillot Family Papers” de la Hunting-ton Library contiene varias piezas de interés histórico-cultural que mere-ceren la pena analizarse en un estudio más amplio que el que presentamos aquí. Precisamente por las limitaciones de espacio que impone un trabajo de estas características, hemos decidido concentrar nuestro estudio en el análisis de cinco cartas escritas por el francés Julien Pillot a su esposa chi-lena Petra Silva desde Chile y California.

Nuestro objetivo ha sido principalmente describir la escritura de este scriptor, cuya variedad de español puede asimilarse claramente a América, y, más concretamente, a Chile, por influencia de su experiencia de migra-ción, así como de su matrimonio con una santiaguina.

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Además de contextualizar la escritura de Pillot en su época y de inten-tar bosquejar el perfil sociolingüístico al que podría adscribirse nuestro au-tor, nos hemos detenido principalmente en mostrar la riqueza y variedad de fenómenos lingüísticos de contacto español-francés que pueden estu-diarse en tres planos principalmente: uno gráfico-fonético, otro morfosin-táctico y, por último, léxico.

Para un futuro muy próximo, tenemos en cuenta la necesidad de abor-dar el estudio de todos estos fenómenos lingüísticos de manera más deta-llada, contrastándolos, asimismo, con las transferencias del francés que puedan hallarse en la segunda generación de la familia Pillot, a través del análisis de la escritura de los hijos de Julien y Petra. En esta próxima in-vestigación será interesante, también, explorar la posible presencia de ras-gos lingüísticos imputables a las variedades del español californiano y al contacto español-inglés, especialmente en lo que respecta a la correspon-dencia de Antonio Pillot51.

Considérese, por tanto, este artículo como el inicio de un conjunto de estudios que nos permitirán ahondar en la historia del español en contacto con el francés —tarea necesaria, como ya se ha puesto de relieve en Cas-tillo Lluch y Peña Rueda (2020)— en una época, además, poco estudiada en la historia del español en general, como es el siglo XIX52.

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51 Para el español de California (tanto de los propios californios como de la población emigrada desde

las regiones del sur, especialmente México), aún carente de un estudio exhaustivo, y la interferencia lingüística con el inglés en este territorio, pueden consultarse desde los clásicos trabajos de Blanco (1971) y Perissinotto (1992), hasta las investigaciones de Moyna y Martín (2005-2006), Balestra (2008) y, en época más reciente, Lamar Prieto (2012, 2018), Sánchez Sierra (2021), Giménez-Eguíbar (2022) o Giménez-Eguíbar y Pichel (2022).

52 Sobre la necesidad de acometer investigaciones en esta centuria cf. Zamorano Aguilar (2012), Ramírez Luengo (2012), Buzek y Sinková (2015) y Carpi y García Jiménez (2017), entre otros.

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Reseñas

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Gómez de Enterría, Josefa (2020): El vocabulario de la medi-cina en el español del siglo XVIII, Berna, Peter Lang, 589 pp.

ISBN: 978-3-0343-3772-4.

El monográfico publicado recientemente por la profesora Josefa Gómez de Enterría en la colección Fondo Hispánico de Lingüística y Filología de la editorial Peter Lang es una excelente aportación al estudio del léxico médico en lengua española. Centrado en el siglo XVIII —periodo del que la autora es buena conocedora, pues en las últimas décadas ha llevado a cabo multitud de investigaciones y trabajos acadé-micos sobre el léxico de la economía, el comercio y la medicina de esta época—, este libro recopila y analiza una nutrida selección de voces de especialidad que arrojan luz sobre el avance y la renovación científica que experimentó la medicina hispana en la época ilustrada.

La obra que reseñamos está encabezada por un prólogo del académi-co don Pedro Álvarez de Miranda (pp. 7-8), al que le sigue una relación de abreviaturas y siglas empleadas en la misma (pp. 9-12) y la nómina del corpus textual en el que se cimienta esta investigación, compuesto por unas doscientas referencias (pp. 13-44) —organizadas, asimismo, en una tabla ordenada según un criterio cronológico (pp. 45-54)— que abarca desde el último cuarto del siglo XVII [1674, Arredondo, Verdadero exa-men] hasta las tres primeras décadas del siglo XIX [1831, Lorente, Elemen-tos de Medicina]. Además, ofrece la autora un listado en el que detalla el corpus lexicográfico —formado por repertorios tanto académicos como extracadémicos (cfr. NTLLE) y diccionarios terminológicos (pp. 55-62) — de los que se ha servido para la confección de este libro, entre los que sobresalen el Diccionario de medicina y cirugía de Ballano (1815-1817) o el Vocabulario médico-quirúrgico de Hurtado de Mendoza (1840).

A continuación, hallará el lector los cuatro capítulos o bloques fun-damentales del trabajo: “I. Marco histórico” (pp. 63-86), “II. Fuentes docu-mentales” (pp. 87-94), “III. Características del vocabulario de medicina en el siglo

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XVIII” (pp. 95-152) y “IV. Vocabulario” (pp. 153-576), este último cons-tituye, de hecho, el grueso de la aportación, tal y como reza el título de la obra. Por último, se consignan las referencias bibliográficas (pp. 575-582) y el índice de palabras citadas en el libro, dispuestas alfabéticamente (pp. 583-589).

Como señala en el prólogo Álvarez de Miranda (p. 8), esta obra aborda, con buen criterio, el estudio de un “siglo XVIII ampliado” pues se centra, en realidad, en el análisis de 150 años, que parte de las obras médicas publicadas en España, a finales del siglo XVII, con el comienzo del movimiento novator, “abriendo las puertas a la europeización de la medicina hispana” (p. 88), gracias al empleo de la lengua castellana como cauce para la expresión científica (“el gusto por expresar la ciencia en lengua vernácula es una constante en la obra de los médicos novatores, que apuestan por la renovación del saber”, p. 70). Así pues, frente al galenismo tradicional medieval, los saberes, las técnicas y los métodos de la revolución científica fueron acogidos con entusiasmo un por grupo de científicos españoles en Madrid, Valencia y Sevilla. Adscritos a este mo-vimiento novator destacan prestigiosos médicos, entre otros: Casalete, Cabriada, Juanini, Cardona (en el primer periodo), Muñoz Peralta y Mateo Zapata (en el segundo) y Martínez junto a De Porras (en el terce-ro), cuyos textos serán fundamentales para la introducción de la nueva terminología médica, como se advierte en el trabajo de Gómez de Ente-rría.

Asimismo, el reformismo ilustrado de los Borbones y la fundación de los reales colegios de Cirugía de Cádiz, Barcelona y Madrid (los cuales contaron con innovadores y revolucionarios planes de estudios) favore-cieron el cambio que esta disciplina experimentó en el setecientos. En esta línea, la autora presta atención a la contribución científica de tres médicos españoles dieciochescos (§ 1.5): el naturalista Gaspar Casal (1680-1759), el médico de cámara de Fernando VI Andrés Piquer (1711-1772) y el anatomista Antonio Gimbernat (1734-1816), pues, en palabras de Gómez de Enterría (2020: 75), “sus escritos acercan los avances de la medicina europea y con ellos la renovación léxica”.

En efecto, durante el siglo XVIII asistimos al desarrollo de la nosografía moderna y la epidemiología, la terapéutica, la pediatría y la fisiología experimental (§ 1.6), también a la profesionalización de la ciru-gía, entre otros muchos avances que irán permeando en España “gracias a las traducciones de los grandes tratadistas que llegarán ya en el periodo ilustrado” (p. 81) y a la “participación activa y la contribución eficaz de los médicos españoles más destacados en la Ilustración europea” (p. 85).

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En este contexto, la prensa dieciochesca también desempeñó un pa-pel importante en el desarrollo de la ciencia, “actuando como vehículo de difusión del progreso y siempre atenta para acoger las noticias que, sobres los últimos avances, llegaban desde el extranjero” (p. 72). Así, la autora hace hincapié en el impacto que tuvo a lo largo de esta centuria la literatura médica de corte divulgativo (§ 1.7), hecho que incrementa e intensifica, además, la actividad traductora en el periodo ilustrado: “este fenómeno de la divulgación médica, destinada a un lector lego, es decir, interesado pero sin estudios ni preparación alguna en medicina o cirugía, responde a la nueva mentalidad social de valoración de la vida humana y de la salud, ya afianzada en la sociedad dieciochesca” (p. 83).

Como se especifica en el segundo bloque (II. Fuentes documentales), por un lado, el corpus textual constituido para este estudio está compuesto por obras originales y traducciones escritas en lengua castellana —habitualmente, a través del francés (con las implicaciones léxicas que este hecho supondrá, § III)— que acogen desde tratados especializados en medicina, cirugía y farmacia (como los trabajos de Sydenham, Boerhaave, Van Swieter, Hunter, Tissot, Buchan, etc.) a obras de divul-gación, manuales para la formación de médicos y cirujanos, así como actas y memorias de las reales sociedades. También se tienen en cuenta para la investigación una serie de textos publicados en la América no-vohispana, como las traducciones de Bartolache. Por otro lado, el corpus lexicográfico lo componen, entre otras muchas, las obras de Fontecha o Terreros, las distintas ediciones del diccionario académico consignadas en el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), el Fichero Gene-ral de la RAE, los diccionarios históricos de la lengua española de 1933-36 y 1960-96 y el Nuevo diccionario histórico del español (NDHE) de la docta corporación, así como el Diccionario de textos médicos y antiguos dirigido por M.ª Teresa Herrera, el Diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina y el Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico (Dicciomed) de Francisco Cortés Gabaudan.

A lo largo de las páginas que conforman el tercer bloque (III. Caracte-rísticas del vocabulario) hallamos una breve descripción de un “vocabulario en transformación”, pues el proceso de renovación científica favorece el nacimiento de un léxico científico moderno en Europa, mayoritariamen-te difundido y escrito en español por los médicos novatores, quienes parten de las lenguas clásicas como base fundamental para la formación de la nueva terminología médica.

Como asevera en su estudio Gómez de Enterría, son muy producti-vos los préstamos semánticos, como el que experimentan las voces férula

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o arteriotomía en el ámbito quirúrgico (véanse pp. 111-118), esto es, tér-minos acuñados con voces tomadas del latín, clásico o científico, que adoptan un nuevo significado en la centuria dieciochesca, como sucede con los vocablos bíceps y tríceps (p. 101). Asimismo, menudean las crea-ciones inducidas o calcos lingüísticos, como los galicismos bisturí, enteritis, epizootia o torniquete. Por lo que respecta a las relaciones morfogenéticas, destaca la productividad de varios afijos en la formación de términos médicos, como los sufijos -oso en sarcomatoso, icoroso, catarroso, parenquimato-so; -ar: celular, lumbar, valvular; -ante: coagulante, corroborante; -ez: putridez, tisi-quez; ítico: sifilítico, nefrítico; -ismo: estrabismo, histerismo; -itis: carditis, frenitis, etc. o los prefijos anti-: antihético, antipleurítico; sub-: subcutáneo, subintrante y semi-: semicorvo, semiterciana. Por otro lado, se certifica: a) la pérdida léxica en una serie de voces “de vida efímera” (p. 109), como impuridad, senciente, leniente o pulsatil; b) la creatividad léxica “de palabras de autor”, como fluxilidad (acuñada por el novator Manuel de Porras) o sinfisar (propuesta por Cascarón) y c) la documentación de “palabras fantasma”, como arra-rar, acaso una errata documentada en el texto de Cabriada, según las pesquisas de Gómez de Enterría.

Con todo, se centra la autora en el cambio léxico y la neología deri-vada dos hitos históricos para la medicina del siglo XVIII y divide su análisis lexicológico entre: “el vocabulario renovado de la cirugía” (rela-cionado con el debate y las discrepancias de la época acerca de las nuevas técnicas —auspiciadas por los cirujanos franceses de la corte borbóni-ca— para la sangría practicada en una arteria; a saber: la arteriotomía, cuya discontinuidad léxica en la historia de la lengua española es abordada de manera excelente por Josefa Gómez de Enterría, § 3.1, pp. 111-132) y “las nuevas voces de la oftalmología” (como la revitalización de las voces ateroma [con el sentido de ‘tumor en el párpado’] y estafiloma [con la acep-ción de ‘tumor en la córnea’], § 3.2, pp.133-149) y su repercusión en los repertorios lexicográficos del español.

En suma, nos hallamos ante un léxico rico en transformación, en el que abundan “palabras rehabilitadas o reintroducidas […] para designar un nuevo concepto que posee algunos rasgos en común con el de la voz recién adquirida, aunque muchas veces la misma voz ya hubiera estado antes en los textos médicos” (p. 150). La neología de sentido (y la conse-cuente polisemia que desencadena) se erige, por tanto, como un meca-nismo lingüístico rentable en el establecimiento de la terminología médi-ca en el XVIII, como podrá advertir el lector en el glosario que ofrece en este volumen.

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Por lo que respecta al cuarto y último bloque del libro, el Vocabulario, en primer lugar, explica la autora el contenido de las entradas léxicas que lo conforman —tanto desde el punto de vista macroestructural como del microestructural— y una serie de advertencias sobre la transcripción de los pasajes o la datación de las voces que lo integran.

La selección terminológica que se ha llevado a cabo se ha basado, como explica Gómez de Enterría, en recopilar: “a) sustantivos que se refieren a conceptos médicos básicos como términos anatómicos y fisio-lógicos, además de voces que nombran enfermedades, técnicas quirúrgi-cas, instrumentos para la realización de operaciones, etc.; b) adjetivos que denominan las características de los conceptos médicos y quirúrgicos, además de los fármacos y remedios para la curación de enfermedades; y c) verbos, sobre todo los relativos a los procesos quirúrgicos y terapéuti-cos” (p. 154).

En cuanto a la microestructura de los ítems compilados en el Vocabu-lario (§ IV), podemos apreciar que cada artículo lexicográfico presenta una clasificación tripartita: 1. Lematización, variación grafico-fonética —como endémico y endemio o cóccix y coxis— e información etimológica, gra-matical y semántica (en concreto, marcación diatécnica y sinonimia), así como la primera documentación del vocablo; 2. Documentación obteni-da de los corpus léxico y lexicográfico, dispuesta según un criterio crono-lógico ascendente y 3. Nota lexicológica, en la que se incluyen “comenta-rios léxicos, gramaticales o históricos que puedan surgir en torno al na-cimiento o vida de la voz” (p. 155) objeto de análisis (véanse, por ejem-plo, las observaciones en presbiopía, oftalmodinia, reumatalgia, sindón o subulto: voces de marcado carácter esporádico y ocasional en el léxico médico dieciochesco).

Este capítulo IV proporciona un exhaustivo y pormenorizado glosa-rio de más de trescientas voces, de acinesia a xeroftalmia. Tras su lectura o consulta, llama la atención “el gusto por las denominaciones geométricas de la anatomía, acordes con la concepción mecanicista del universo” (p. 78), entre las que destaca, por ejemplo, el adjetivo poliédrico atribuido a la córnea (pp. 481-482). Se constatan, pues, trasvases entre diferentes do-minios o léxicos de especialidad, como el que desencadenó el descubri-miento de los efectos de la electricidad y sus aplicaciones a la medicina y, de ahí, electrización como método curativo y terapéutico (s. v. electrizar, p. 307).

En definitiva, este libro nos ofrece las claves para la interpretación de la terminología médica en español en un periodo trascendental de su historia. Gracias a la aportación de Josefa Gómez de Enterría, los lexicó-

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logos y lexicógrafos diacrónicos interesados en las voces de especialidad referidas a esta parcela del conocimiento científico —entre otros muchos potenciales lectores— disponemos de una sobresaliente caracterización y guía acerca de este tecnolecto en el siglo XVIII.

Itziar Molina Sangüesa Universidad de Salamanca

Recibida: 16/03/2021

Aceptada: 01/10/2021

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Martín Aizpuru, Leyre (2020): La escritura cancilleresca de Fernando III, Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV. Estudio paleográfico y gráfico-fonético de la documentación real de 1230 a 1312, Berna, Peter Lang (colección Fondo Hispánico

de Lingüística y Filología), 364 pp. ISBN: 978-3-0343-3997-1.

La obra que reseñamos a lo largo de estas páginas se trata de un libro muy interesante y particularmente útil para todos aquellos lingüistas in-teresados en el estudio de los aspectos gráfico-fonéticos del castellano me-dieval, especialmente en el periodo de la generalización de la escritura en romance a lo largo del siglo XIII y comienzos del XIV. Asimismo, puede resultar un instrumento de gran utilidad para los paleógrafos diplomáticos e historiadores interesados en el funcionamiento de la cancillería real cas-tellana durante este periodo.

El propósito principal de la obra es ofrecer un estudio filológico de la documentación procedente de la cancillería real castellana a lo largo del siglo XIII, concretamente desde la unión nominal de los reinos de León y Castilla en la persona de Fernando III en 1230, y comienzos del siglo XIV, hasta el final del reinado de Fernando IV en 1312. Se abarcan, por lo tanto, además de los mencionados, un reinado tan interesante desde el punto lingüístico en el desarrollo de la lengua y la escritura castellana como es el de Alfonso X (1252-1284) y el mucho menos estudiado de Sancho IV (1284-1295). La autora se plantea como punto de partida el dar respuesta al interrogante de la existencia a lo largo de este periodo del concepto de «norma» cancilleresca medieval y si debe hablarse de una o varias, y, de ser así, cuáles son sus respectivas características. Y lo hace llevando a cabo una investigación interdisciplinar, de forma muy acertada, en la que los conocimientos filológicos se apoyan en la historia, la diplomática y la pa-leografía, respondiendo a una demanda en la que vienen poniendo el foco

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los lingüistas desde hace algunas décadas (Sánchez-Prieto 1998, Gutiérrez Cuadrado 2004, Fernández Ordóñez 2011).

El libro consta de dos partes claramente diferenciadas: el marco teó-rico (Parte I) y la presentación y el estudio del corpus (Parte II), además de una parte introductoria dedicada a la presentación de los objetivos, la metodología seguida y la estructura de la obra. El marco teórico, más breve en comparación con la descripción y análisis del corpus, consta de dos capítulos. El primero está dedicado, muy acertadamente, dado la finalidad principal de la obra, a la definición del concepto de norma lingüística me-dieval y, en concreto, a la existencia de la denominada «norma lingüística» alfonsí. También se aborda brevemente el establecimiento del castellano como lengua oficial en la cancillería real, el progresivo abandono del latín en el ámbito cancilleresco y la acción lingüística de Fernando III y Alfonso X. El segundo capítulo está dedicado al funcionamiento de la cancillería real castellana entre 1230 y 1312, pues, como señala la autora, aspectos tales como la génesis documental, los distintos funcionarios (cancilleres, notarios y escribanos) que operaban en ella o la tipología documental po-dían tener su reflejo en la caracterización gráfico-fonética de los documen-tos de ella emanados.

La segunda parte consta, a su vez, de cuatro capítulos. El primer capí-tulo está dedicado brevemente a la descripción del corpus seleccionado. Se especifican los criterios de selección, transcripción y edición de los do-cumentos. El segundo capítulo se centra en la caracterización diplomática y prosopográfica del corpus, y contempla específicamente la descripción de las partes constitutivas del documento y la función de los diversos fun-cionarios intervinientes en su elaboración.

El tercer capítulo de esta parte, el más extenso junto con el cuarto, está dedicado a la descripción paleográfica de la documentación. Incluye el capítulo una clasificación y descripción, según la nueva terminología empleada en el ámbito paleográfico, de los principales tipos de letra em-pleados en la cancillería castellana durante el periodo analizado: gótica fracturada, gótica fracturada usual y gótica fracturada corriente. Destaca en este apartado el estudio cuantitativo de los tipos góticos y su relación con los tipos de documentos y los redactores. Le sigue un apartado dedi-cado al estudio de los elementos validatorios del texto legal y a la presencia de otros elementos codicológicos (como los deterioros) y aquellos que pueden aparecer en el proceso de escritura (como el interlineado, el can-celado o el cambio de mano, entre otros). Se incluye, a continuación, un interesante apartado, aunque breve, dedicado al sistema braquigráfico, al que se ha prestado muy escasa atención hasta fecha relativamente reciente

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en los estudios sobre lingüística histórica. Se destacan las principales abre-viaturas empleadas y su relación con la posición ocupada dentro de la pa-labra y en la línea. Concluye este capítulo con un apartado dedicado al estudio de los alógrafos i/j, por un lado, y u/v, por otro.

El último capítulo se centra en el estudio gráfico-fonético del corpus documental y se subdivide en tres apartados. El primero está dedicado a cuestiones de grafemática, tales como las distintas grafías empleadas en la representación de /i/ o de /ts/, el empleo –ya sea etimológico o no– de la grafía h, los usos de m y n ante b y p, y los usos particulares de las grafías dobles (ff, ll, rr y ss) en relación con sus homólogas simples. El segundo apartado se centra exclusivamente en el fenómeno de la apócope, tanto de -o como, especialmente, de -e, analizada esta última en función de la clase de palabra y el contexto fonotáctico en el que se produce; se lleva a cabo, asimismo, una descripción cuantitativa del fenómeno que atiende a su evo-lución cronológica y a su distribución por documentos y redactores. El tercer apartado está dedicado a tres fenómenos consonánticos de gran re-levancia en la historia del sistema fonológico castellano: la evolución de las tres parejas de sibilantes, el betacismo y la evolución de F- inicial latina.

Finaliza la obra con unas breves conclusiones en las que la autora re-sume brevemente las preguntas iniciales planteadas en la introducción y que se han ido respondiendo detalladamente a lo largo del volumen: la existencia de dos «normas» ortográficas en la escritura cancilleresca del periodo analizado (una correspondiente a los reinados de Fernando III y Alfonso X y otra a los reinados de Sancho IV y Fernando IV) y la notable relación existente entre los fenómenos paleográficos y los gráfico-fonéti-cos.

Entre los principales aciertos de la obra, podemos destacar, en primer lugar, que el estudio lingüístico y filológico que se ofrece se ha efectuado sobre documentos originales editados siguiendo las reglas de transcripción de la Red Internacional CHARTA (Corpus Hispánico y Americano en la Red), que ha desarrollado, de forma rigurosa y consensuada entre la co-munidad científica, unos criterios específicamente ideados para la trans-cripción y edición de textos hispánicos antiguos (https://www.redcharta.es/criterios-de-edicion/).

En segundo lugar, destaca el volumen por la ambición y la amplitud del corpus seleccionado, pues está integrado por un total de 516 documen-tos, un número más que suficiente para poder obtener una descripción fiable y representativa de los usos escriturarios y gráficos de la cancillería real castellana en un momento tan importante en la configuración escrita

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del castellano en su vertiente no literaria a lo largo del siglo XIII y comien-zos del XIV. Los documentos reflejan una amplia variedad, puesto que encontramos privilegios, cartas plomadas intitulativas y notificativas, car-tas abiertas, etc.

El elevado número de documentos que integran el corpus tiene, asi-mismo, su reflejo en la amplia variedad de archivos consultados para la selección de los documentos originales en los que se basa el estudio, un total de diecisiete. En la selección se incluyen documentos conservados tanto en archivos catedralicios (cuyo acceso para el investigador no siem-pre es sencillo), como es el caso del Archivo capitular de Toledo, el Ar-chivo Catedralicio de Ourense, el Archivo Catedralicio de Zamora, el Ar-chivo de la Catedral de Cuenca y el Archivo de la Catedral de Salamanca, además de la Institución Colombina, que atesora documentación proce-dente del Archivo de la Catedral de Sevilla y el Archivo General del Arzo-bispado, entre otros. También se encuentran representados archivos civi-les, como el Archivo Histórico Municipal de Baeza, el Archivo Histórico de la Universidad de Salamanca, el Archivo Municipal de Burgos, el Ar-chivo Municipal de Cartagena, el Archivo Municipal de Ledesma, el Ar-chivo Municipal de León, el Archivo Municipal de Miranda de Ebro, el Archivo Municipal de Oviedo, el Archivo Municipal de Sevilla, el Archivo Municipal de Valladolid y el Archivo Real y General de Navarra. Como puede apreciarse, en la selección se abarcan documentos dirigidos a buena parte de los dominios que integraban la corona de Castilla y León a lo largo del siglo XIII y comienzos del XIV.

También cabe reseñar, como ya hemos indicado, la importancia del amplio periodo escogido en la configuración de los usos escriturarios can-cillerescos del castellano, pues, además de analizar las peculiaridades grá-fico-fonéticas de la documentación emitida durante un periodo tan impor-tante como el de Alfonso X, se amplía el estudio al reinado de Fernando III (1230-1252), momento clave en el paso de la escritura en latín a la ro-mance en la documentación notarial, y a los de Sancho IV y Fernando IV, momentos, como bien señala la autora en la introducción, escasamente atendidos, en comparación con los de sus predecesores, por parte de los historiadores de la lengua.

Otra novedad muy interesante que aporta este volumen es el estudio paleográfico que realiza la autora de la documentación cancilleresca, parejo al gráfico-fonético. Se trata de un aspecto prácticamente desatendido en los estudios de lingüística histórica hasta fecha relativamente reciente, pese a que los usos paleográficos, como han puesto de manifiesto varios inves-tigadores (Sánchez Prieto, 1998 o Pichel Gotérrez, 2012, entre otros),

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guardan en muchos casos una estrecha relación con determinados fenó-menos gráfico-fonéticos. En el análisis de la autora, además, no solo se tiene en cuenta el tipo de letra empleado y su relación con los usos gráfi-cos, sino también el tipo de documento o el funcionario que participa en la redacción del texto. Esta inclusión persigue determinar (lo cual puede considerarse otra de las grandes aportaciones de la obra) si estos factores extralingüísticos, así como los cambios de reinado, influyen —y en qué medida— en la caracterización lingüística de la prosa documental caste-llana de la época.

La consulta de la obra se ve facilitada por la inclusión de un índice de tablas (un total de 163), imágenes (36) y gráficos (15). En las tablas, a su vez, se incluyen numerosas imágenes en color de fragmentos de documen-tos en las que poder observar las —en ocasiones sutiles— diferencias en el trazo de determinadas letras y abreviaturas y su posible repercusión en el plano fonológico.

Se trata, en suma, de una obra muy útil para establecer comparaciones, ya sean de semejanza o divergencia, y establecer, así, posibles influencias entre la escritura castellana cancilleresca y otros corpus documentales de la época, ya sean castellanos o procedentes de otras regiones de la penín-sula o escritos en otras variedades iberorromances.

La obra plantea varios interrogantes interesantes a los que la autora va dando respuesta ampliamente documentada y ejemplificada a lo largo de las páginas, al mismo tiempo que deja abiertos otros, como indica la propia autora en la introducción, para que puedan ser resueltos en futuras inves-tigaciones, lo que se convierte también en un sugerente revulsivo para aquellos historiadores de la lengua interesados en este periodo tan impor-tante en la configuración del castellano en todos sus niveles y sobre el que todavía pueden llevarse a cabo muchas investigaciones. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, Inés (2011): La lengua de Castilla y la formación del

español. Madrid: Real Academia Española. GUTIÉRREZ CUADRADO, Juan (2004): «Cómo estudiar la primitiva docu-

mentación leonesa», en Orígenes de las lenguas romances en el reino de León. Siglos IX-XII. León: Centro de Estudios e Investigación «San Isidoro», vol. I, pp. 427-499.

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PICHEL GOTÉRREZ, Ricardo (2012): «El anisomorfismo braquigráfico en el gallego medieval como fuente para la investigación filológica y lin-güística: compendios abreviativos híbridos», en M.ª Jesús Torrens Ál-varez y Pedro Sánchez-Prieto Borja (eds.), Nuevas perspectivas para la edición y el estudio de documentos antiguos. Berna: Peter Lang, pp. 219-232.

SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, Pedro (1998): «Para una historia de la escritura castellana», en Claudio García Turza, Fabián González Bachiller y José Javier Mangado Martínez (eds.), Actas del IV Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española. Logroño: Universidad de La Rioja, vol. I, pp. 289-302.

Vicente J. Marcet Rodríguez Universidad de Salamanca

Recibida: 26/10/2021

Aceptada: 02/11/2021