Anthony Horowitz - Alex Rider 02 - Point Blanc

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~22~~

TTrraadduucciiddoo eenn eell FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ppoorr eell aappooyyoo ddee::

Anne_Belikov, Silvery, Golden , Anelisse, cYeLy

DiViNNa , Xhessii, Masi y Aya001

SSttaaffff ddee CCoorrrreecccciióónn::

María José, Xhessii, Anne_Belikov, Čāяσł, Silvery,

Sera y Nanis

RReeccooppiillaaddoo ppoorr::

NNaanniiss

DDiisseeññaaddoo ppoorr::

AAnnjjhheellyy

GGrraacciiaass aa TTooddaass ppoorr ssuu aayyuuddaa ppaarraa

ppooddeerr rreeaalliizzaarr eessttee pprrooyyeeccttoo..

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~33~~

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~44~~

Índice

Sinópsis 5

Capítulo 1 6

Capítulo 2 13

Capítulo 3 20

Capítulo 4 27

Capítulo 5 38

Capítulo 6 50

Capítulo 7 61

Capítulo 8 68

Capítulo 9 77

Capítulo 10 88

Capítulo 11 101

Capítulo 12 110

Capítulo 13 117

Capítulo 14 127

Capítulo 15 136

Capítulo 16 144

Capítulo 17 128

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Sinópsis

Una investigación sobre la "accidental" muerte de dos de los hombres

más poderosos del mundo ha puesto de manifiesto un vínculo. Ambos tuvieron un hijo

que asiste a Point Blanc Academy, un exclusivo colegio para rebeldes niños ricos,

dirigido por el siniestro Dr. Grief en lo alto de una cima en una montaña aislada de los

Alpes franceses. Alex debe infiltrarse en la academia como alumno y establecer la

verdad sobre lo que realmente está sucediendo allí. Antes de saber esto, Alex se ha

quedado atascado en un internado a distancia en lo alto de los Alpes franceses con los

hijos de los poderosos y ricos, donde algo anda mal. Estos antiguos delincuentes

juveniles se han convertido en chicos estudiosos con buen comportamiento, de la

noche a la mañana.

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Capítulo 1

Yendo Abajo

Michael J. Roscoe era un hombre cauteloso.

El auto que lo conducía al trabajo a las siete y quince cada mañana era un Mercedes

tradicional con placas de acero reforzado y ventanas antibalas. Su conductor, un agente

retirado del FBI llevaba una Beretta, una pistola automática y semi-compacta, y sabía

cómo usarla. Había sólo cinco escalones desde el punto donde el auto se detenía hasta

la entrada de la torre Roscoe en la Quinta Avenida de Nueva York, pero el circuito

cerrado de las cámaras de televisión seguía cada pulgada del camino. Una vez que las

puertas automáticas se hubieron deslizado para cerrarse tras él, un guardia

uniformado -y también armado- lo miró cuando cruzó el vestíbulo y entró en su propio

elevador privado.

El elevador tenía paredes de mármol blanco, una alfombra azul, un asidero de plata y

ningún botón. Roscoe presionó su mano contra el pequeño panel de vidrio. Un sensor

leyó sus huellas dactilares, verificándolas, y activó el elevador. Las puertas se cerraron

y el ascensor se elevó hasta el sexagésimo piso sin detenerse. Nadie más lo usaba.

Tampoco se detenía nunca en cualquiera de los otros pisos del edificio. Al mismo

tiempo que estaba subiendo, la recepcionista en el vestíbulo estaba en el teléfono,

dejando que el personal supiera que el Sr. Roscoe estaba en camino.

Todos los que trabajaban en la oficina privada de Roscoe habían sido seleccionados

cuidadosamente e investigados a fondo. Era imposible verlo sin cita. Conseguir una

reunión con él podía tardar tres meses.

Cuando eres rico, tienes que ser cauteloso. Hay maniáticos, secuestradores, terroristas

desesperados y desposeídos. Michael J. Roscoe era el presidente de Electrónica Roscoe

y el noveno o décimo hombre más rico del mundo, y él realmente era muy cauteloso.

Desde‖ que‖ su‖ rostro‖ aparecía‖ en‖ la‖ portada‖ de‖ la‖ revista‖ Time‖ como‖ “El‖ Rey‖ de‖ la‖

Electrónica”‖sabía‖que‖se‖había‖convertido‖en‖un‖blanco‖visible.‖

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Cuando estaba en público caminaba rápidamente, con su cabeza agachada. Sus lentes

habían sido elegidos para ocultar tanto como fuera posible de su redondo y atractivo

rostro. Sus trajes eran costosos pero anónimos. Si él iba a cenar o al teatro, siempre

llegaba en el último minuto, preferentemente para no merodear esperando. Había

docenas de diferentes sistemas de seguridad en su vida, y a pesar de que a veces lo

irritaban, siempre les permitía continuar con la rutina.

Pero pregunta a cualquier espía o agente de seguridad. La rutina es la única cosa que

puede hacer que te maten. Si el enemigo sabe cuándo y a donde irás, estará ahí. La

rutina iba a matar a Michael J. Roscoe, y precisamente ese era el día en que la muerte

había elegido para venir llamándolo.

Por supuesto, Roscoe no tenía idea de esto cuando salió del elevador que se abrió

directamente en su oficina privada. Era una enorme habitación que ocupaba la esquina

del edificio, con las ventanas que iban desde el suelo hasta el techo proporcionando

vistas en dos direcciones. La Quinta Avenida al este, Central Park justo unas cuantas

calles hacia el sur. Los dos muros restantes contenían una puerta, un estante de libros

pequeño, y una sencilla pintura, un vaso de flores pintado por Vincent Van Gogh.

La superficie de vidrio negro de su escritorio estaba igualmente despejada; una

computadora, una libreta de cuero, un teléfono y una fotografía enmarcada de un chico

de catorce años. En cuanto él se quitó su chaqueta y se sentó, Roscoe se encontró a sí

mismo observando la fotografía del chico. Cabello rubio, ojos azules y pecas. Paul

Roscoe lucía exactamente como su padre había lucido treinta años antes. Michael

Roscoe tenía ahora cincuenta y dos años, y su edad se empezaba a acentuar a pesar de

su bronceado. Su hijo era casi tan alto como él lo era. La fotografía había sido tomada el

verano anterior, en Long Island. Ellos habían pasado el día navegando. Luego habían

tenido una parrillada en la playa. Había sido uno de los pocos días felices que habían

pasado juntos.

La puerta se abrió y su secretaria entró. Helen Bosworth era inglesa. Ella había dejado

su hogar y en efecto, a su marido para venir a trabajar a Nueva York, y todavía amaba

cada minuto de ello. Había estado trabajando en su oficina durante once años y en todo

ese tiempo nunca había olvidado un detalle o cometido un error.

—Buenos días, Sr. Roscoe —dijo ella.

—Buenos días, Helen.

Ella puso una carpeta en su escritorio. —Las últimas cifras de Singapur. Los análisis de

costos del Organizador R-15. Tienes una comida con el Senador Andrews a las doce y

media. He reservado en Ivy.

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— ¿Recordaste llamar a Londres? —preguntó Roscoe.

Helen Bosworth parpadeó. Ella nunca olvidaba nada, así que ¿por qué preguntaba?

—Hablé a la oficina de Alan Blunt ayer por la tarde —dijo ella. La tarde en Nueva York

era casi la noche en Londres.―‖El‖Sr.‖Blunt‖no‖estaba‖disponible,‖pero‖he‖arreglado‖una‖

llamada personal contigo esta tarde. Podemos tenerlo arreglado para que tengas la

conversación a través de tu auto.

—Gracias, Helen.

— ¿Tendría que enviarte un café?

—No, gracias, Helen. No tomaré café hoy.

Helen Bosworth salió de la habitación seriamente alarmada. ¿No café? ¿Qué era lo

siguiente? El Sr. Roscoe había comenzado su día con un doble expreso por tanto

tiempo como ella lo había conocido. ¿Podría ser que él estuviera enfermo? Ciertamente

no había sido el mismo últimamente, desde que Paul había regresado a casa de esa

escuela en el Sur de Francia. ¡Y esas llamadas telefónicas a Alan Blunt en Londres!

Nadie le había dicho quién era él, pero ella había visto su nombre en un archivo. Tenía

algo que ver con inteligencia militar. MI6. ¿Qué estaba haciendo el Sr. Roscoe,

hablando con un espía?

Helen Bosworth regresó a su oficina y calmó sus nervios, no con café -ella no podía

soportar esa cosa- sino con una refrescante taza de té inglés. Algo extraño estaba

sucediendo y a ella no le gustaba. No le gustaba nada de eso.

Mientras tanto, sesenta pisos abajo, un hombre caminaba en el área del vestíbulo

vistiendo un traje gris con una insignia anexada a su pecho. La insignia lo identificaba

como Sam Green, ingeniero de mantenimiento de X-Press Elevators Inc. Él llevaba un

portafolio en una mano y una larga caja de herramientas plateada en la otra. Colocó

ambas en frente del escritorio de la recepción.

Sam Green no era su nombre real. Su cabello negro y ligeramente grasiento era falso,

así como sus lentes, bigote y sus dientes desiguales. Él lucía de cincuenta años, cuando

en realidad estaba cerca de los treinta. Nadie sabía el nombre real de este hombre, pero

en los negocios en que estaba, un nombre era la última cosa que podía permitirse. Era

conocido‖ sólo‖ como‖ “El‖ Caballero”‖ y‖ era‖ uno‖ de‖ los‖ m{s‖ bien‖ pagados‖ y‖ efectivos‖

asesinos a sueldo del mundo. Le habían dado ese sobrenombre porque siempre

enviaba flores a las familias de sus víctimas.

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El guardia del vestíbulo lo miró.

—Estoy aquí por el elevador —dijo él. Habló con un ligero acento de Bronx, a pesar de

que nunca había pasado más de una semana de su vida en ese lugar.

— ¿Qué tiene?—preguntó el guardia—. Tu gente vino la semana pasada.

—Sí, seguro. Encontramos un cable defectuoso en el elevador doce. Tenía que ser

reemplazado pero no teníamos las partes. Así que me enviaron de nuevo. —El

Caballero buscó en su bolsillo y sacó una arrugada hoja de papel—. ¿Quieres llamar a

la oficina? Estoy cumpliendo mis órdenes aquí.

Si el guardia hubiera llamado a X-Press Elevators Inc. habría descubierto que ellos en

efecto empleaban a Sam Green, a pesar de que no se había presentado al trabajo en dos

días. Esto era porque el Sam Green real estaba en el fondo del Río Hudson con una

navaja en su espalda y un bloque de concreto de veinte libras atado a sus pies. Pero el

guardia no hizo la llamada. El Caballero había adivinado que no se molestaría en ello.

Después de todo, los elevadores siempre se arruinaban. Había ingenieros entrando y

saliendo todo el tiempo. ¿Qué diferencia podría hacer uno más?

El guardia señaló con el dedo pulgar. —Adelante —dijo él.

El Caballero guardó la carta, recogiendo sus portafolios, y luego yendo hacia los

elevadores. Había una docena de ellos sirviendo en el rascacielos, además de un

treceavo para Michael J. Roscoe. El elevador número doce estaba al final. En cuanto fue

a él, un mensajero con un paquete trató de seguirlo.

—Perdón —dijo El Caballero—. Está cerrado por mantenimiento. —Las puertas se

cerraron. Estaba por su cuenta. Presionó el botón hacia el piso sesenta y uno.

Le habían dado este trabajo sólo una semana antes. Había trabajado rápido, matando al

ingeniero de mantenimiento real, tomando su identidad, aprendiendo el plano de la

Torre Roscoe y poniendo sus manos en esas sofisticadas piezas de equipamiento tan

rápido como fue posible. Más importante, habría que hacerlo parecer un accidente. Por

esto,‖El‖Caballero‖había‖demandado―y‖le‖habían‖pagado―‖cien‖mil‖dólares.‖El‖dinero‖

había sido depositado en una cuenta de banco en Suiza; la mitad ahora, y el resto

cuando hubiera terminado.

La puerta del elevador se abrió de nuevo. El piso sesenta y uno era usado

primariamente para mantenimiento. Este era donde guardaban los tanques de agua, así

como las computadoras que controlaban el calor, el aire acondicionado, las cámaras de

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seguridad, y los elevadores en todo el edificio. El Caballero desactivó el elevador,

usando una llave manual de anulación que pertenecía a Sam Green, luego fue hacia las

computadoras. Él sabía exactamente donde estaban. En realidad, podría haberlas

encontrado con los ojos vendados. Abrió su portafolio. Había dos secciones en la caja.

La parte de abajo era una computadora portátil. La parte superior estaba cubierta con

un gran número de taladros y otras herramientas, todas ellas atadas en sus lugares.

Le tomó quince minutos abrirse paso a la computadora central de la Torre Roscoe y

conectar su portátil al circuito dentro. Hackear los sistemas de seguridad de Roscoe le

tomaron un poco más pero al final estaba hecho. Escribió un comando en su teclado.

En el piso de abajo, el elevador privado de Michael J. Roscoe hizo algo que nunca había

hecho antes. Subió un piso extra, al nivel sesenta y uno. La puerta, sin embargo, se

mantuvo cerrada. El Caballero no la necesitaba para entrar.

En cambio, tomó el portafolio y la caja de herramientas plateada y regresó al mismo

elevador que había tomado en el vestíbulo. Giró la llave de acceso y presionó el botón

hacia el piso cincuenta y nueve. De nuevo, desactivó el elevador. Luego extendió la

mano y empujó. La parte superior del elevador era una trampilla que daba al exterior.

Empujó el portafolio y la caja plateada por delante de él, luego subió y escaló sobre el

techo del elevador. Ahora estaba dentro del conducto principal de la Torre Roscoe.

Estaba rodeado en los cuatro lados por vigas y tuberías ennegrecidas con aceite y

suciedad. Gruesos cables de acero colgaban hacia abajo, algunos de ellos zumbando

mientras llevaban sus cargas. Mirando hacia abajo, pudo ver un aparentemente

cuadrado túnel sin fin iluminado solamente por grietas de luz de las puertas que se

deslizaban abriéndose y luego cerrándose en tanto los elevadores arribaban a varios

pisos. De alguna manera la brisa de la calle había encontrado su camino dentro, el

polvo girando y picándole en los ojos. Enseguida de él, había una serie de puertas de

elevadores que, de haberlas abierto, le habrían llevado directamente a la oficina de

Roscoe. Por encima de éstas, sobre su cabeza y a pocas yardas hacia la derecha, se

encontraba la parte inferior del elevador privado de Roscoe.

La caja de herramientas estaba a su lado, en el techo del elevador. La abrió

cuidadosamente. Los lados de la caja estaban alineados con una gruesa esponja.

Dentro, en un espacio moldeado especialmente, estaba lo que parecía un complicado

proyector de películas, plateado y cóncavo con una gruesa lente. Lo sacó, luego miró el

reloj. Ocho treinta y cinco de la mañana. Iba a tomarle una hora conectar el dispositivo

al fondo del elevador de Roscoe y un poco más asegurarse de que estaba trabajando.

Pero tenía suficiente tiempo.

Sonriendo para sí mismo, El Caballero tomó un destornillador y comenzó a trabajar.

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A las doce en punto, Helen Bosworth llamó por teléfono. —Su carro está aquí, Sr.

Roscoe.

—Gracias Helen.

Roscoe no había hecho demasiado esa mañana. Había estado consciente de que sólo la

mitad de su mente estaba en el trabajo. Una vez más, miró la fotografía en su escritorio.

Paul. ¿Cómo podían las cosas entre padre e hijo ir mal? ¿Y qué podría haber pasado en

los pocos últimos meses, para hacer que fueran mucho peor?

Se levantó, poniéndose su chaqueta, y caminó a través de la oficina, en su camino para

comer con el Senador Andrews. Usualmente comía con políticos. Ellos querían su

dinero, sus ideas o a él. Cualquier persona rica como Roscoe tenía un amigo poderoso,

y los políticos necesitaban todos los amigos que pudieran obtener.

Presionó el botón de su elevador y las puertas se abrieron. Dio un paso hacia delante.

La última cosa que Michael J. Roscoe vio en su vida fue el interior del elevador, con sus

paredes de mármol blanco, la alfombra azul y los asideros de plata. Su pie derecho,

cubierto por un zapato de cuero negro que había sido hecho para él por una pequeña

tienda en Roma, viajó hasta la alfombra y siguió caminando a través de ella. El resto de

su cuerpo lo siguió, inclinándose en el ascensor y luego a través de él. Y luego cayó

sesenta pisos hacia su muerte.

Estuvo tan sorprendido de lo que había pasado, tan totalmente incapaz de comprender

lo que había sucedido, que ni siquiera pudo llorar. Simplemente cayó en la oscuridad

del conducto principal, rebotó dos veces en las paredes y luego se estrelló en el sólido

concreto del sótano, quinientas yardas más abajo.

El elevador se mantuvo donde estaba. Lucía sólido pero, en realidad, no lo era. Roscoe

había caminado dentro de un holograma, una imagen proyectada en el espacio vacío

del conducto del elevador donde el real debería haber estado.

El Caballero había programado la puerta para abrirse cuando Roscoe presionara el

botón y había observado quietamente como él caminaba en el olvido. Si el

multimillonario se hubiera ocupado de mirar hacia arriba por un momento, habría

podido ver el plateado proyector de hologramas, la radiante imagen, a pocas yardas

por encima de él. Pero un hombre entrando en su elevador de camino a una comida no

lo hace. El Caballero sabía esto. Y nunca se equivocaba.

A las doce treinta y cinco, el chofer llamó para decir que el Sr. Roscoe no había llegado

al auto. Diez minutos después, Helen alertó a seguridad, quienes comenzaron a buscar

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alrededor del vestíbulo del edificio. A la una en punto, llamaron al restaurante. El

senador estaba ahí, esperando por su invitado. Pero Roscoe no llegó.

En realidad, su cuerpo no fue descubierto hasta el día siguiente, momento en el cual la

desaparición de varios millonarios encabezaba las noticias. Un accidente extraño, eso

era lo que parecía. Nadie podía saber lo que había pasado. Porque para ese tiempo, por

supuesto, El Caballero había reprogramado la computadora, removido el proyector y

dejado todo como había estado, antes de salir tranquilamente del edificio.

Dos días después, un hombre que en nada parecía como un ingeniero de

mantenimiento caminó en el Aeropuerto Internacional JFK. Estaba a punto de abordar

un vuelo a Suiza. Pero primero, había visitado una tienda de flores y ordenado una

docena de tulipanes negros para ser enviados a cierta dirección. El hombre pagó en

efectivo. Y no dio su nombre.

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Capítulo 2

Sombra Azul

El peor momento para sentirse solo es cuando estás en medio de una multitud. Alex

Rider estaba atravesando el patio del colegio, rodeado por cientos de chicos y chicas de

su edad. Todos ellos se dirigían al mismo sitio, todos llevaban el mismo uniforme azul

y gris, todos ellos tenían probablemente los mismos pensamientos. La última lección

del día acababa de terminar.

Los deberes, la cena, y la televisión rellenarían las horas restantes para irse a la cama.

Otro día de colegio. Así que, ¿por qué se sentía tan aislado, como si estuviera mirando las

últimas semanas del trimestre de primavera desde el otro lado de una pantalla de cristal

gigante?

Alex le dio un tirón a su mochila por encima del hombro y continuó hacia el cobertizo

de las bicicletas. La mochila era pesada.

Como‖siempre,‖contenía‖doble‖tarea<‖Francés‖e‖Historia.‖Había‖perdido‖tres semanas

de colegio y estaba trabajando duro para ponerse al día. Sus profesores no habían sido

compasivos. Nadie le había dicho mucho, pero cuando finalmente había regresado con

una carta del médico “Una mala dosis de gripe con complicaciones”, habían asentido y

sonreído y en secreto habían creído que era un poquito consentido y malcriado. Por

otro lado, habían tenido que mostrarse indulgentes. Todos ellos sabían que Alex no

tenía padres, que había estado viviendo con un tío que había muerto en algún tipo de

accidente de coche. Pero aún así. ¡Tres semanas en la cama! Incluso sus amigos más

íntimos tenían que admitir que era demasiado.

Y no podía contarles la verdad. No se le permitía contar a nadie lo que en realidad

había pasado. Eso era lo peor de todo.

Alex miró a los niños corriendo a través de las puertas del colegio, algunos pateando

balones de fútbol, algunos con sus teléfonos móviles. Miró a los profesores, metiéndose

en sus coches de segunda mano. Al principio, había pensado que el colegio entero

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había cambiado de alguna manera mientras él estaba fuera. Pero sabía ahora que lo que

había pasado era peor. Todo seguía igual. Él era el único que había cambiado.

Alex tenía catorce años, era un chico normal en edad escolar en un colegio normal de

West London. O lo había sido. Tres semanas antes, había descubierto que su tío era un

agente secreto, trabajando para el M16. El tío, Ian Rider, había sido asesinado, y el M16

había obligado a Alex a ocupar su lugar. Le habían dado un curso acelerado en el

Servicio Especial Aéreo de técnicas de supervivencia y lo habían enviado a una misión

lunática en la Costa Sur. Había sido perseguido, disparado, y casi asesinado. Pero

primero, le habían hecho firmar el Acta Oficial de Secretos. Alex sonrió al acordarse.

No necesitaba firmar nada. ¿Quién le hubiera creído de todas formas?

Pero era la confidencialidad lo que estaba consiguiendo ahora. Cuando alguien le

preguntaba qué había estado haciendo en las tres semanas que había estado fuera, lo

habían obligado a decir que había estado en la cama leyendo, andando alrededor de

casa, lo que fuera. Alex no quería alardear de lo que había hecho, pero odiaba tener que

engañar a sus amigos. Lo cabreaba. El M16 acababa de ponerlo en peligro. Habían

encerrado toda su vida en un gabinete de archivos y le habían tirado la llave.

Había‖alcanzado‖el‖cobertizo‖de‖las‖bicis.‖Alguien‖murmuró‖un‖“adiós”‖en‖su‖dirección‖

y él asintió, después alzó la mano para cepillarse los singulares hilos de pelo claro que

habían caído sobre su ojo. A veces deseaba que todo el negocio con el M16 nunca

hubiera ocurrido. Pero al mismo tiempo tenía que admitir que una parte de él quería

que todo volviera a ocurrir. A veces sentía que ya no pertenecía al seguro y confortable

mundo de Brookland Comprehensive. Había cambiado demasiado. Y al final del día,

nada mejor como una doble ración de deberes.

Levantó su bicicleta fuera del cobertizo, la desbloqueó, se puso la mochila en los

hombros, y se preparó para irse. Ahí fue cuando vio el coche blanco todo golpeado. De

nuevo por fuera de las puertas del colegio por segunda vez en esa semana.

Todos conocían al hombre de interior del coche blanco.

Tenía unos veinte años, sin pelo con dos huecos donde deberían haber estado sus

dientes y cinco tachuelas de metal en su oreja. No anunció su nombre. Cuando la gente

hablaba sobre él, lo llamaban Skoda, por la marca de su coche. Pero algunos decían que

su nombre era Jake y que había estado una vez en Brookland. De ser así, se había

vuelto como un fantasma‖ inoportuno;‖aquí‖un‖minuto,‖desapareciendo‖el‖siguiente<‖

de alguna manera siempre unos segundos antes de que algún coche de policía o un

profesor demasiado inquisitivo pasaran.

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Skoda vendía drogas. Drogas suaves, como marihuana o cigarrillos, a los chicos más

jóvenes, y cosa más difícil, a cualquiera de los mayores lo suficientemente estúpidos

como para comprarla. Resultaba increíble para Alex que Skoda consiguiera marcharse

con todo tan fácilmente, comerciando con sus pequeños paquetes a plena luz del día.

Pero por supuesto, había un código de honor en el colegio. Nadie entregaba a nadie a

la policía, ni siquiera a una rata como Skoda. Y siempre estaba el miedo de que si

Skoda caía, algunas de las personas que él suministraba -amigos, compañeros de clase-

podían ir con él.

Las drogas nunca han sido un gran problema en Brookland, pero recientemente eso

había empezado a cambiar. Un grupito de chicos de diecisiete años había comenzado a

comprar los productos de Skoda, y como una piedra que cae en una piscina, las ondas

se habían expandido rápidamente. Había habido una crecida de robos, así como

también repugnantes incidentes de intimidación, los niños pequeños que son obligados

a traer dinero para los mayores. Los productos que Skoda estaba vendiendo parecían

volverse más caros a medida que se compraban, y no habían sido baratos al principio.

Alex observó como un chico ancho de hombros con ojos oscuros y serios problemas de

acné se movía a trompicones hasta el coche, parándose en la ventana abierta, y después

continuaba su camino. Sintió como surgía un repentino chorro de puro aborrecimiento.

El nombre del chico era Colin, y un año antes, había sido trabajador y popular. En esos

días, sólo se le evitaba. Alex nunca había pensado mucho sobre drogas, aparte de saber

que nunca las tomaría. Pero pudo ver que el hombre del coche blanco no estaba

envenenando sólo a un puñado de niños estúpidos. Estaba intoxicando al colegio

entero.

Un policía que patrullaba a pie apareció, caminando hacia la puerta. Un momento

después, el coche blanco se había ido, con el humo negro borboteando del tubo de

escape estropeado. Alex estaba en su bicicleta antes de que supiera lo que estaba

haciendo, pedaleando rápido para salir del patio y regateando a la secretaria del

colegio, quien también estaba de camino a casa.

— ¡No tan rápido, Alex! —le gritó, suspirando cuando él la ignoró. Miss Bedfordshire

siempre había tenido un punto suave para Alex sin ser demasiado tímida. Y sólo ella

en el colegio se había preguntado si no había algo más en su ausencia que lo que

sugería la nota del doctor.

El Skoda blanco aceleró bajando la carretera, girando a la izquierda y después a la

derecha, y Alex pensó que iba a perderlo. Pero entonces torció a través del laberinto de

calles traseras que llevaban‖ a‖King’s‖ Road‖ y‖ que‖ pillaban‖ el‖ inevitable‖ atasco‖ de‖ las‖

cuatro en punto, que paralizaba una doscientas yardas por delante.

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La velocidad media del tráfico en Londres es -al comienzo del siglo veintiuno- más

lenta que si estuviéramos en tiempos Victorianos. Durante las horas normales de

trabajo, ninguna bicicleta se batiría con un coche en casi ningún duelo en absoluto. Y

Alex no estaba montando sólo en una bici cualquiera. Todavía tenía su Condor Junior

Road Racer, construida a mano por él mismo en el taller que había sido abierto para los

negocios en la misma calle en Holborn por más de cincuenta años. Recientemente la

había mejorado con un freno integrado y un sistema de palanca de cambios adaptado

al manillar, y sólo tenía que presionar con el pulgar para sentir como la bicicleta

cambiaba de marcha, con los piñones de titanio ligero rodando suavemente por debajo

de él.

Cogió‖al‖coche‖justo‖cuando‖giraba‖una‖esquina‖y‖se‖unía‖al‖resto‖del‖tr{fico‖en‖King’s‖

Road. Tendría que esperar que el Skoda se fuera a quedar en la ciudad, pero de alguna

manera Alex no creía probable que fuera demasiado lejos. El traficante no había

elegido Brookland Comprehensive como objetivo simplemente porque hubiera estado

allí. Tenía que ser algún sitio de su vecindario, no demasiado cerca de casa pero

tampoco demasiado lejos.

Las luces cambiaron y el coche blanco avanzó a trompicones hacia delante,

dirigiéndose al oeste. Alex pedaleó lentamente, manteniéndose varios coches por

detrás, sólo por si acaso a Skoda le daba por mirar por el espejo. Alcanzaron la esquina

conocida como el Fin del Mundo, y de repente, la carretera estaba despejada y Alex

tuvo que cambiar las marchas de nuevo y pedalear fuerte para mantenerse. El coche

condujo,‖a‖través‖de‖Parson’s‖Green y hacia abajo por Putney.

Alex torcía de una calle a otra, cortando por delante de un taxi y recibiendo el estallido

del claxon como recompensa. Era un día cálido, y podía sentir sus deberes de Francés e

Historia jalándole la espalda. ¿Cuánto más lejos iban a llegar? ¿Y qué iba a hacer él cuando

llegaran allí? Alex estaba empezando a preguntarse si eso había sido una buena idea

cuando el coche paró y se dio cuenta de que habían llegado.

Skoda se había deslizado hasta una áspera área de alquitrán, un estacionamiento

temporal al lado del río Támesis, no muy lejos de Putney Bridge. Alex permaneció en

el puente, permitiendo que el tráfico lo pasara, y observando al traficante salir del su

coche y empezar a caminar. La zona estaba siendo reconstruida, otro bloque de pisos

prestigiosos levantándose para contorsionar el horizonte de Londres. Ahora mismo el

edificio no era más que un feo esqueleto de vigas de acero y bloques de cemento

prefabricado. Estaba rodeado por un enjambre de hombres con cascos resistentes. En

una señal se leía: CASA CON VISTAS AL RÍO. Y por debajo: TODOS LOS

VISITANTES AVISEN EN LA OFICINA LOCAL.

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Alex se preguntó si Skoda tenía algún tipo de negocio en aquel lugar. Parecía estar

dirigiéndose a la entrada. Pero entonces se desvió. Alex lo observó, cada vez más

desconcertado.

El edificio estaba trabajado entre el Puente y un grupo de edificios modernos. Había un

pub, después lo que parecía como un centro de conferencias completamente nuevo, y

finalmente una comisaría con un estacionamiento medio lleno de coches patrulla. Pero

justo al lado del edificio, sobresaliendo del río, estaba un embarcadero de madera con

dos cruceros con camarotes y una vieja barcaza de hierro enmoheciéndose en las aguas

tenebrosas. Alex no se había dado cuenta del embarcadero al principio, pero Skoda

caminó directamente hacia allí, y después se subió a la barcaza. Encontró una puerta, la

abrió, y desapareció dentro. ¿Estaba viviendo allí? Ya estaba oscureciendo, y por algún

motivo Alex dudó si prepararse para subir a un crucero de placer por el Río Támesis.

Volvió a subir en su bici y pedaleó lentamente hasta el final del puente, y después

hacia el estacionamiento. Dejó la bicicleta y mochila fuera de la vista y continuó a pie,

moviéndose más lentamente cuando alcanzó el embarcadero. No tenía miedo de que lo

cogieran. Eso era un lugar público, e incluso si Skoda reaparecía, no habría nada que

pudiera hacer. Pero tenía curiosidad por saber, ¿qué era lo que el traficante estaba haciendo

a bordo de la barcaza? Parecía un lugar muy raro para pararse. Alex todavía no estaba

seguro de lo que iba a hacer, pero quería echar un vistazo al interior.

Después decidiría.

El embarcadero de madera crujió bajo sus pies cuando caminó por encima. La barcaza

se llamaba Sombra Azul, pero quedaba muy poco azul en la pintura desconchada, en el

áspero hierro, o en la sucia cubierta llena de aceite. La barcaza tenía casi treinta yardas

de largo y un cuadrado con un simple camarote en el medio. Permanecía en calma en

el agua, y Alex supuso que la mayoría de los camarotes estarían por debajo. Se

arrodilló en el muelle y fingió atarse los cordones, esperando ver a través de las

estrechas e inclinadas ventanas. Pero las cortinas estaban echadas. ¿Y ahora qué?

La barcaza estaba amarrada en un lado del muelle. Dos camarotes de crucero estaban

uno al lado del otro. Skoda quería privacidad, pero también debía de necesitar luz, y

no habría necesidad de cerrar las cortinas por el otro lado, con nada más por allí que el

río. El único problema era que para mirar por las otras ventanas, Alex tendría que

escalar por la barcaza. Lo consideró un momento. Tenía que merecer la pena el riesgo.

Estaba lo suficientemente cerca del edificio en obras. Nadie iba a intentar hacerle daño

a plena luz del día.

Colocó un pie en la cubierta, después lentamente pasó todo su peso a bordo. Tenía

miedo de que moviendo la barcaza, lo alejaría. Sin duda, la barcaza se sumergió con su

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peso, pero Alex había elegido un buen momento. Una lancha de policía pasó

navegando, dirigiéndose hacia el río y de vuelta a la ciudad. La barcaza oscilo

naturalmente con su estela, y al mismo tiempo que se asentaba, Alex ya estaba a bordo,

agazapándose al lado de la puerta del camarote.

Ahora podía oír música que venía del interior. El fuerte ritmo de una banda de rock.

No quería hacerlo, pero sabía que había sólo una manera de mirar dentro. Intentó

encontrar una zona en la cubierta que no estuviera demasiado cubierta de aceite, y

después se tumbó sobre su estómago. Agarrándose a la barandilla, bajó con su cabeza y

hombros hasta el lado de la barca y se cambió hacia delante para que casi colgara

cabeza abajo por encima del agua.

Tenía razón. Las cortinas de ese lado de la barcaza estaban abiertas. Mirando a través

del sucio cristal de la ventana, pudo ver a dos hombres. Skoda estaba sentado en una

litera, fumando un cigarrillo. Había un segundo hombre, rubio y feo, con los labios

torcidos y una barba de tres días, que llevaba un sudadera rota y unos vaqueros,

preparándose una taza de café en un pequeño hornillo. La música venía de un altavoz

situado en lo alto de una balda. Alex miró alrededor del camarote. Además de las dos

literas y la cocina en miniatura, la barcaza no ofrecía en absoluto comodidades. En vez

de eso, había sido transformada con otro propósito. Skoda y su amigo lo habían

convertido en un laboratorio flotante.

Había dos superficies de trabajo de metal, un fregadero y balanzas eléctricas. Por todas

partes había tubos de ensayo, mecheros de Bunsen, frascos, tubos de cristal, y cucharas

para medir. El lugar entero estaba asqueroso. Obviamente, ninguno de los dos

hombres se preocupaba de la higiene, pero Alex sabía que estaba mirando el corazón

de su operación. Ahí era donde preparaban las drogas que vendían: las cortaban, las

pesaban, y las empaquetaban para repartir entre los colegios. Era una idea de locos

montar una fábrica de drogas en un bote, casi en medio de Londres, y a sólo un tiro de

piedra de la comisaría de policía. Pero al mismo tiempo, era una idea muy astuta. ¿A

quién le daría por mirar allí?

El hombre rubio se giró de repente, y Alex se alzó con todo su cuerpo y reptó de nuevo

a la cubierta. Por un momento se quedó mareado. Estar colgado bocabajo había hecho

que la sangre se le subiera a la cabeza. Tomó un par de respiros, intentando recolectar

sus pensamientos. Sería demasiado fácil caminar hasta la comisaría y contar al agente a

cargo lo que había visto. La policía podía encargarse desde allí.

Pero algo en el interior de Alex rechazó la idea. Quizás es lo que habría hecho unos

meses antes: permitir que alguien más se encargara de ello. Pero no había pedaleado

todo ese camino para ahora llamar a la policía. Pensó de nuevo en la primera vista del

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coche blanco en las puertas del colegio. Recordó a su amigo Colin caminando a rastras

hasta él y sintió una vez más un breve estallido de ira. Esto era algo que quería hacer

por sí mismo.

¿Pero qué podía hacer? Si la barcaza hubiera estado equipada con un tapón, Alex habría

tirado de él y habría hundido la barca entera. Pero por supuesto no era tan fácil como

eso. La barca estaba atada al muelle por dos gruesas cuerdas. Podía desatarlas, pero

eso tampoco ayudaría. La barca se iría a la deriva, pero eso era Putney. No había

remolinos ni cataratas. Skoda podía simplemente encender el motor y la barca volvería.

Alex miró alrededor de él. En el edificio en obras, el día de trabajo estaba tocando a su

fin. Algunos de los hombres ya se habían marchado, y mientras observaba, vio una

trampilla abrirse a unas ciento cincuenta yardas por encima de él y a un hombre

regordete comenzar a bajar desde la cima de la grúa. Alex cerró los ojos. Una serie

completa de imágenes flashearon su mente, como diferentes piezas de un

rompecabezas.

La barcaza. El edificio en obras. La comisaría. La grúa con un enorme gancho, colgando

por debajo del brazo de la grúa.

Y el parque de atracciones de Blackpool. Había ido allí una vez con su ama de llaves, a

falta del Starbright, y había visto como ella ganaba un osito de peluche, cogiéndolo con

un gancho en una cabina de cristal y llevándolo hasta el conducto.

¿Se podía hacer? Alex volvió a mirar, calculando los ángulos. Sí. Probablemente podía. Se

quedó parado y avanzó a rastras de vuelta a la cubierta hasta la puerta por la que había

entrado Skoda. Un tramo de alambre estaba colgando por un lado, y lo levantó,

después lo enredo varias veces alrededor de la manilla de la puerta. Ató el alambre en

un gancho en la pared y lo sujetó tenso. La puerta estaba efectivamente cerrada. Había

una segunda puerta en la parte de atrás del bote. Alex aseguró esa con su propio

candado de la bicicleta. Hasta donde podía ver, las ventanas eran demasiado estrechas

para gatear a través de ellas. No había otra manera de entrar o salir.

Avanzó lentamente por la barcaza y volvió al embarcadero. Después la desató, dejando

la delgada cuerda floja alrededor de los pivotes de metal que la había sujetado. El río

estaba en calma. Pasaría un rato antes que de que la barcaza se fuera a la deriva.

Se enderezó. Satisfecho con su trabajo hasta el momento, comenzó a correr.

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Capítulo 3

Enganchado

La entrada al edificio estaba llena de obreros preparándose para ir a casa. Alex se

acordó de Brookfield una hora antes. Nada cambiaba cuando te hacías mayor excepto

que quizás no te daban deberes. Los hombres y mujeres saliendo del lugar estaban

cansados, con prisas por estar lejos. Esa fue probablemente la razón de que ninguno

intentara detener a Alex cuando se deslizó entre ellos, andando decididamente como si

supiera a donde iba, como si tuviera todo el derecho de estar allí.

Pero el cambio de turno no se había terminado completamente. Otros trabajadores

todavía cargaban herramientas, apartando maquinaria, embalando para la noche.

Todos llevaban casco protector, y viendo un montón de cascos de plástico, Alex cogió

uno y se lo puso. La gran extensión del bloque de apartamentos que se estaban

construyendo se alzaba delante de él. Para atravesarlo, se vio obligado a pasar por un

estrecho pasillo entre dos torres de andamios. De pronto un hombre corpulento con un

mono blanco se puso delante de él, bloqueándole el camino.

— ¿A dónde vas? —exigió.

—Mi‖padre<‖—Alex hizo un vago gesto en la dirección de otro trabajador y siguió

andando. El truco funcionó. El hombre no volvió a desafiarle.

Se dirigió hacia la grúa. Se alzaba en el aire, el sumo sacerdote de la construcción. Alex

no se había dado cuenta de lo alto que era hasta que no la alcanzó. La torre de apoyo

estaba atornillada a un bloque masivo de hormigón. Era muy estrecho cuando se

escurrió por las vigas de hierro, se podía estirar y tocar los cuatro lados. Una escalera

corría hacia arriba en el centro. Sin pararse a pensar, Alex empezó a subir.

Es solo una escalera, se dijo a sí mismo. Has subido escaleras antes. No tienes nada de qué

preocuparte. Pero esta era una escalera con trescientos peldaños. Si Alex se soltaba o se

resbalaba, no habría nada para detenerle de caer a su muerte. Había restos de

plataformas a intervalos, pero Alex no se atrevió a pararse a recuperar el aliento.

Alguien podría mirar hacia arriba y verle. Y siempre quedaba la posibilidad de que el

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remolque, suelto de sus amarres, pudiera ir a la deriva. Alex sabía que tenía que darse

prisa.

Después de doscientos cincuenta peldaños, la torre se estrechó. Alex podía ver la

cabina de las palancas de control directamente sobre él. Miró hacia abajo. Los hombres

en el edificio de repente se veían muy pequeños y muy lejanos. Subió el último escalón.

Había una trampilla sobre su cabeza, conduciendo a la cabina. Pero estaba cerrada.

Afortunadamente, Alex estaba preparado para esto. Cuando M16 le había enviado en

su primera misión, le habían dado un numero de dispositivos -no podía llamarlos

exactamente armas- para ayudarle en una situación difícil. Uno de estos era un tubo

marcado ZITCLEAN, PARA LA PIEL SALUDABLE. Pero la crema de dentro del tubo

hacia mucho más que limpiar los granos.

Aunque Alex había usado la mayor parte, se las había arreglado para aferrarse a los

últimos restos y normalmente llevaba el tubo con él como una especie de recuerdo.

Ahora lo tenía en su bolsillo. Aferrándose a la escalera con una mano, cogió el tubo con

la otra. Quedaba muy poca crema, pero Alex sabía que un poco era todo lo que

necesitaba. Abrió el tubo, apretó parte de la crema en la cerradura, y esperó. Hubo un

momento de pausa, entonces un silbido y una voluta de humo. La crema se estaba

comiendo el metal. La cerradura se abrió. Alex apartó la trampilla y subió los últimos

peldaños. Estaba dentro.

Tenía que cerrar la trampilla de nuevo para crear suficiente espacio en el suelo para

ponerse de pie. Se encontró en una caja de metal, cuadrada, casi del mismo tamaño que

un asiento en un juego de arcado. Había un asiento de piloto con dos palancas -uno en

cada brazo- y en vez de una pantalla, una ventana del suelo-al-techo con una vista

espectacular del lugar de construcción, el río, y todo el Oeste de Londres. Un pequeño

monitor de ordenador se había instalado en una esquina, y al nivel de las rodillas,

había un transmisor de radio.

Las palancas de mando al lado de los brazos eran sorprendentemente poco

complicados. Cada uno tenía sólo seis botones -dos verdes, dos negros, y dos rojos.

Incluso había diagramas de ayuda para mostrar que hacían. La mano derecha subía y

bajaba el gancho. La mano derecha lo movía alrededor del brazo, más cerca o lejos de

la cabina. La mano izquierda también controlaba toda la parte superior de la grúa,

girándola trescientos sesenta grados. No podía ser más simple. Incluso el botón START

estaba claramente etiquetado. Un interruptor grande para un juguete grande.

Hizo girar el interruptor y sintió la subida de tensión en la cabina de control. El

ordenador se encendió con un gráfico de un perro ladrando mientras el programa se

cargaba y cobraba vida. Alex se acomodó en la silla del operador. Todavía quedaban

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entre veinte y treinta hombres en el lugar. Mirando hacia abajo entre sus rodillas, les

vio moverse silenciosamente a lo lejos. Nadie se había dado cuenta de que algo iba mal.

Pero aun así sabía que tenía que moverse rápido.

Apretó el botón verde en el control de la derecha para mover, entonces tocó con sus

dedos el joystick y empujó. ¡No pasó nada! Alex frunció el ceño. Quizás iba a ser más

complicado de lo que pensaba. ¿Qué se le había pasado? Descansó sus manos en los

joysticks, mirando a izquierda y derecha por otro controlador. Su mano derecha se

movió ligeramente y de repente el gancho se elevó del suelo. ¡Estaba funcionando!

Alex no lo sabía, sensores de calor ocultos en las asas de las palancas de los joysticks

habían leído su temperatura y habían activado la grúa. Todas las grúas modernas

tenían el mismo sistema de seguridad instalado, en caso de que el operador sufriera un

ataque al corazón y muriera. No podía haber accidentes. Calor corporal era necesario

para hacer funcionar la grúa.

Y afortunadamente para él, esta grúa era un Liebherr 154 EC-H, una de las más

modernas del mundo. La Liebherr era increíblemente fácil de usar, y también

remarcablemente precisa. Incluso sentado tan alto sobre el suelo, el operario podía

coger una bolsa de té y dejarla caer en una pequeña tetera china. Ahora Alex empujó

de lado con la mano izquierda y jadeó cuando la grúa se dio la vuelta. Frente a él podía

ver el brazo estirándose, balanceándose alto sobre los tejados de Londres. Alex se

reclinó más en la silla y tiró hacia atrás, preguntándose que podría pasar después.

Dentro del barco, Skoda estaba abriendo una botella de ginebra. Había tenido un buen

día, vendiendo mercancía con valor de más de ciento cincuenta dólares a los niños de

su antigua escuela. Y lo mejor era, que ellos volverían por más. Pronto, él les vendería

la mercancía si ellos le prometían que se las enseñarían a sus amigos. Entonces los

amigos también se convertirían en clientes. Era el mercado más fácil del mundo. Los

tenía enganchados. Eran suyos para hacer con ellos lo que quisiera.

El hombre de pelo rubio trabajando con él se llamaba Beckett. Los dos se habían

conocido en prisión y decidieron hacer negocios juntos cuando salieran. El barco había

sido idea de Beckett. No había una auténtica cocina y no había baño, y se congelaba en

invierno<‖pero‖funcionaba.‖Incluso‖les‖impresionaba‖estar‖tan‖cerca‖de‖una‖estación‖de‖

policía. Algunas veces les divertía ver los coches de policía o barcos pasarles. Por

supuesto, los cerdos nunca pensarían en buscar criminales justo en su puerta.

De repente Beckett juró. — ¿Lo‖que<?

— ¿Qué pasa? —Skoda alzó la vista.

—La‖taza<

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Skoda miró a la vez que una taza de café, que había estado sobre un estante, empezó a

moverse. Se deslizó de lado, entonces se cayó con estrépito, derramando café frío en el

trapo gris que llamaban alfombra. Skoda estaba confundido. La taza parecía haberse

movido por sí sola. Nada la había tocado. — ¿Cómo has hecho eso? —preguntó.

—Yo no he sido.

—Entonces<

El hombre rubio fue el primero en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pero

incluso él no podía adivinar la verdad.

―‖¡Nos‖estamos‖hundiendo!‖—gritó.

Corrió hacia la puerta. Ahora Skoda lo sintió por sí mismo. El suelo se estaba

inclinando. Tubos de ensayo y cubiletes se deslizaron entre sí, entonces se estrellaron

contra el suelo, esparciendo cristales. Juró y siguió a Beckett cuesta arriba ahora. Con

cada segundo que pasaba, el grado de inclinación se profundizaba. Pero lo más extraño

era que el barco no parecía estar hundiéndose en absoluto. Al contrario, la parte frontal

parecía estar saliéndose del agua.

— ¿Qué está pasando? —gritó Skoda.

— ¡La puerta está atascada! —Beckett había logrado abrirla un centímetro, pero el cable

en el otro lado parecía sujetarla fuertemente—. ¡Comprueba la otra puerta!

Pero la segunda puerta estaba muy por encima de ellos. Más botellas rodaron de la

mesa y se rompieron. En la cocina, platos sucios y tazas se chocaron entre sí, trozos

volando. Con algo entre un sollozo y un gruñido, Skoda intento escalar la montaña

interior en lo que se había convertido el barco. Pero ya estaba demasiado empinado. La

puerta casi estaba sobre su cabeza. Perdió el equilibrio y se cayó de boca, gritando a la

vez que, un segundo después, el otro hombre se cayó encima de él. Los dos rodaron

hacia una esquina, enredados entre sí. Platos, tazas, cuchillos, tenedores, y docenas de

piezas de equipamiento científico se estrellaron contra ellos. Las paredes del barco

estaban chirriando contra la presión. Una ventana rota. Una mesa se había convertido

en un ariete y se había enterrado a sí misma en ellos. Skoda sintió el chasquido de un

hueso en su brazo y gritó en voz alta.

El barco estaba completamente vertical, de pie sobre el agua a noventa grados. Durante

un momento descansó donde estaba. Entonces empezó‖a‖subir<

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Alex miró fijamente al barco con asombro. La grúa estaba levantando a media

velocidad -algún tipo de anulación se había activado, frenando la operación- pero ni

siquiera se estaba esforzando. Alex podía sentir el poder bajo sus manos. Sentado en la

cabina con sus dos manos en los joysticks, sus pies separados y el brazo de la grúa

sobresaliendo delante de él, sintió como si él y la grúa fueran uno. Solo tenía que

moverse un centímetro y el barco de cinco toneladas sería llevado hacia él. Podía verlo,

colgando en el gancho, balanceándose lentamente. Agua fluía por la proa. Estaba ya

fuera del agua, elevándose unos cinco metros por segundo. Se preguntó cómo debía

sentirse estando dentro.

Entonces la radio al lado de su rodilla se encendió.

— ¡Operario de grúa! Esta es la base. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

¡Cambio! —Una pausa, una ráfaga de estática. Entonces la voz metálica había vuelto.

— ¿Quién‖est{‖en‖la‖grúa?‖¿Quién‖est{‖allí‖arriba?‖¿Quiere‖identificarse<?

Había un micrófono serpenteando cerca de la barbilla de Alex y estaba tentado de decir

algo. Pero decidió que mejor no. Escuchar la voz de un adolescente solo sembraría más

pánico.

Miró hacia abajo por entre sus rodillas. Cerca de una docena de trabajadores de la

construcción estaban acercándose a la base de la grúa. Otros estaban apuntando hacia

el barco, charlando entre ellos. Ningún sonido llegaba a la cabina. Era como si Alex

estuviera aislado del mundo real. Se sentía muy seguro. No tenía duda de que más

trabajadores habían empezado a subir por la escalera y que pronto se acabaría, pero

por el momento era intocable.

Se concentró en lo que estaba haciendo. Sacar el barco del agua solo era la mitad de su

plan. Todavía tenía que terminarlo.

— ¡Operario de grúa! ¡Baje el gancho! Creemos que hay gente dentro y estas poniendo

en peligro sus vidas. Repito. ¡Baje el gancho!

La barcaza estaba casi a doscientos pies de altura sobre el agua, balanceándose en el

extremo del gancho. Alex movió su mano izquierda, girando la grúa alrededor para

que el barco formara un arco sobre el río y terminara en tierra firme. Hubo un

repentino zumbido. El brazo se detuvo. Alex empujó el joystick. No pasó nada. Miró

hacia el ordenador. La pantalla se había vuelto negra.

Alguien al nivel del suelo había recobrado los sentidos y había hecho la única cosa

sensata. Había desconectado la fuente de alimentación. La grúa había muerto.

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Alex se sentó dónde estaba, mirando el barco balancearse con la brisa. No había tenido

mucho éxito en lo que se había propuesto hacer. Había planeado bajar el barco -junto

con su contenido- de forma segura en el estacionamiento de la estación de policía. Se

habría convertido en una grata sorpresa para las autoridades, pensó. En vez de eso el barco

estaba colgado sobre el centro de conferencias que se veía desde Putney Bridge. Pero al

final del día, supuso que no habría mucha diferencia. El resultado sería el mismo.

Estiró sus brazos y se relajó, esperando a que se abriera la trampilla. Esto no iba a ser

fácil de explicar.

Entonces escuchó un sonido de desgarre.

La columna de sujeción de metal que sobresalía al final de la cubierta nunca se diseñó

para soportar el peso entero del barco. Era un milagro que hubiera durado tanto

tiempo. Mientras Alex miraba, con la boca abierta, la horquilla se soltó. Durante unos

segundos se aferraba por un extremo a la cubierta. Entonces el último remache de

metal se soltó.

El barco de cinco toneladas había estado a unos sesenta metros por encima del suelo.

Ahora empezó a caer.

En el centro de conferencias de Putney Riverside, el jefe de la Policía Metropolitana

estaba dirigiéndose a una gran multitud de periodistas, cámaras de TV, funcionarios

públicos, y funcionarios del gobierno. Era un hombre alto, delgado, que se tomaba a sí

mismo muy en serio. Su uniforme azul oscuro estaba impecable, con cada pieza de

plata de su tachón en sus hombreras a sus cinco medallas pulidas hasta brillar. Este era

su gran día. Estaba compartiendo la plataforma con nada menos que el mismísimo

ministro de Interior. El asistente del jefe de policía estaba allí también con sus siete

oficiales de menor rango. Un slogan estaba siendo proyectado en la pared detrás de él.

GANAR LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS

Letras plateadas sobre un fondo azul. El jefe de policía había escogido los colores él

mismo, sabiendo que hacían juego con su uniforme. Le gustaba el slogan. Sabía que

estarían en los periódicos más importantes al día siguiente -junto con, igual de

importante, una foto de él.

— ¡No hemos dejado que se nos escape nada! —estaba diciendo, su voz haciendo eco

alrededor de la moderna sala. Podía ver a los periodistas escribiendo cada una de sus

palabras. Las cámaras de televisión estaban todas enfocadas en él—. Gracias a mi

implicación personal y esfuerzos, nunca hemos tenido tanto éxito. —Sonrió al ministro

de Interior, quien le devolvió la sonrisa enseñando los dientes—. Pero no nos estamos

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durmiendo en los laureles. ¡Oh, no! Cualquier día desde ahora nosotros esperamos

anunciar otro gran avance.

Eso fue cuando la barca golpeó el techo de cristal del centro de conferencias. Hubo una

explosión. El jefe de policía tuvo el tiempo justo para ponerse a cubierto a la vez que un

objeto enorme se precipitaba hacia él. El ministro de Interior fue impulsado hacia atrás,

sus gafas volando de su cara. Sus hombres de seguridad se congelaron, impotentes. El

barco se estrelló en el espacio frente a ellos, entre el escenario y la audiencia. El lado de

la cabina se había arrancado, y había un laboratorio, expuesto, con los dos traficantes

tendidos juntos en un rincón, mirando aturdidos a los centenares de policías y oficiales

que ahora les rodeaban. Una nube de polvo blanco se multiplicó elevándose y cayendo

en el uniforme azul oscuro del jefe de policía, cubriéndole de pies a cabeza. Las

alarmas de incendio se habían apagado.

Las luces se fundieron. Entonces los gritos empezaron.

Mientras tanto, el primero de los trabajadores de la construcción llegaron a la cabina de

la grúa y miraba, asombrado, al chico de catorce años que había encontrado allí.

— ¿Tú<?‖—balbuceó—. ¿Tienes idea de lo que has hecho?

Alex miró al gancho vacío y al enorme agujero en el techo del centro de conferencias, al

huno y polvo que ascendía. Se encogió de hombros como disculpándose.

—Solo‖ estaba‖ trabajando‖ con‖ las‖ cifras‖ de‖ delincuencia‖ ―dijo‖ él―.‖ Y‖ creo‖ que‖ ha‖

habido un descenso.

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Capítulo 4

Buscar & Reportar

Al final no fueron lejos para llevarlo.

Dos hombres bajaron a Alex de la grúa, uno encima de él en la escalera de mano y el

otro por debajo. La Policía estaba esperando debajo. Observado por los incrédulos

trabajadores de construcción, se marchó del edificio y fue a la Estación de Policías que

estaba a unas cuantas puertas. Mientras pasaba el centro de conferencias, miró a la

multitud dispersándose. Las ambulancias ya habían llegado. La secretaria estaba

siendo llevada en una limosina negra. Primero Alex estaba verdaderamente

preocupado, preguntándose si había muerto alguien. Él no pensó que podría terminar

de ésta manera.

Una vez que llegaron a la Estación de Policía, todo sucedió en un torbellino de

portazos, se enfrentó a oficiales en blanco, paredes encaladas, formas y llamadas

telefónicas. Se le preguntó a Alex su nombre, su edad, su dirección. Vio a un sargento

de la policía golpeando los detalles en una computadora, pero lo que pasó después lo

tomó por sorpresa. El sargento pulsó ENTER y visiblemente se congeló.

Se giró y miró a Alex, y luego a toda prisa abandonó su asiento. Cuando Alex había

entrado en la estación de policía, había sido el centro de atención, pero de repente todo

el mundo estaba evitando su mirada. Un oficial de mayor rango apareció. Las palabras

eran intercambiadas. Alex fue conducido por un pasillo y puesto en una celda.

Media hora más tarde, un oficial de policía apareció con una bandeja de comida.

—La cena —dijo.

— ¿Qué está pasando? —preguntó Alex. La mujer sonrió nerviosamente, pero no dijo

nada—. Dejé mi bicicleta por el puente —dijo Alex.

—Está bien. La tenemos —No podía salir de la habitación lo suficientemente rápido.

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Alex comió los alimentos: salchichas, tostadas, un trozo de tarta. Había una litera en la

habitación, y detrás de una pantalla, un fregadero y un aseo. Se preguntó si alguien iba

a venir y hablar con él, pero nadie lo hizo. Finalmente se quedó dormido.

La siguiente cosa que supo es que eran las siete de la mañana. La puerta estaba abierta

y un hombre que conocía demasiado bien estaba de pie en la celda, mirándolo.

—Buenos días, Alex —dijo.

—Señor Crawley.

John Crawley parecía un director de banco junior, y cuando Alex lo había conocido, se

le había dicho que trabajaba para un banco. El traje barato y una corbata a rayas que

podría‖ haber‖ venido‖ de‖ la‖ sección‖ “Hombre‖ de‖ Negocios‖ Aburrido”‖ de‖Macy’s.‖ De‖

hecho, Crawley trabaja para la M16. Alex se preguntaba si la ropa era una cubierta o

una elección personal.

—Puedes venir conmigo ahora —dijo Crawley—. Nos vamos.

— ¿Me vas a llevar a casa? —preguntó Alex. Se preguntaba si alguien ya habría dicho

dónde estaba.

—No. Todavía no.

Alex siguió a Crawley afuera del edificio. Esta vez no había oficiales de policía a la

vista. Un auto con un chofer esperaba afuera. Crawley se metió en la parte trasera junto

con Alex.

— ¿Dónde vamos? —preguntó Alex.

—Ya verás —Crawley abrió un ejemplar de Daily Telegraph y empezó a leer. No

volvió a hablar.

Condujeron hacia el Este, atravesando la Ciudad y por la Avenida Liverpool. Alex

supo de inmediato a dónde se lo llevaban y, por supuesto, el coche giró en la entrada

de un edificio de diecisiete pisos cerca de la estación y desapareció por una rampa en

un estacionamiento subterráneo. Alex había estado aquí antes. El edificio pretendía ser

la sede del Real y General del Banco. De hecho, éste era el lugar donde la División de

Operaciones Especiales de la M16 se ubicaba.

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El auto se detuvo. Crawley plegó el periódico y salió, guiando a Alex delante de él.

Hubo un ascensor en el sótano, y lo llevaron a la del décimo sexto piso.

—Por aquí —Crawley hizo un gesto a una puerta marcada con 1605. La Conspiración de

la Pólvora, Alex pensó. Era un absurdo flash en su mente, un fragmento de la historia

de la tarea que debería haber hecho la noche anterior. Guy Fawkes había intentado

volar las Casas del Parlamento en el año 1605. Bueno, parecía que la tarea iba a tener

que esperar.

Alex abrió la puerta pero Crawley no lo siguió. Cuando Alex miró a su alrededor, el

hombre ya estaba caminando.

—Cierra la puerta, Alex, y entra.

Una vez más, Alex se encontró de pie frente al hombre atildado, sin sonreír, que

marcaba al M16. Traje gris, la cara gris, gris... la vida de Alan Blunt parecía pertenecer a

un mundo totalmente incoloro. Estaba sentado detrás de un escritorio de madera en

una gran oficina cuadrada que podría haber pertenecido a cualquier negocio en

cualquier parte del mundo. No había nada personal en la habitación, ni siquiera una

foto en la pared o una fotografía sobre la mesa. Incluso las palomas picoteando en el

alféizar exterior eran grises.

No estaba solo. La señora Jones, la Jefa de Operaciones Especiales, estaba con él,

sentada en un sillón de cuero, con una chaqueta de marrón barro, y como siempre,

chupando un caramelo de menta. Miró a Alex con los ojos negros, en forma de cuentas.

Parecía estar más contenta de verlo de lo que su jefe estaba. Era la que había hablado.

Blunt había registrado apenas el hecho de que Alex había entrado en la habitación.

Entonces Blunt alzó la vista. —No esperaba verte tan pronto —dijo.

—Eso es justo lo que iba a decir —respondió Alex. Sólo había una silla vacía en la

oficina. Se sentó.

Blunt se deslizó una hoja de papel sobre su escritorio y la examinó brevemente.

— ¿En qué diablos estabas pensando? —preguntó—. Este negocio tuyo con la grúa.

Has hecho una enorme cantidad de daño. Prácticamente se destruyó un centro de

conferencias de tres millones de dólares. Es un milagro que nadie haya muerto.

—Los dos hombres que estaban en el barco van a estar en el hospital durante meses —

añadió la señora Jones.

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— ¡Se podría haber matado al Ministro Interior! —Blunt continuó—. Eso habría sido el

colmo. ¿En qué estabas pensando?

—Fueron los narcotraficantes —dijo Alex.

—Que hubiéramos descubierto. Pero el procedimiento normal hubiera sido llamar a la

policía.

—No podía encontrar un teléfono —Alex suspiró—. Se soltaron de la grúa –explicó—.

Iba a poner el barco al lado del Departamento de Policía. En la puerta.

Blunt parpadeó una vez y agitó una mano como si todo despido que había pasado.

—Es tan bueno como que tu Estatuto Especial se levantó en el ordenador de la policía

—dijo—. Ellos nos llamaron y hemos manejado el resto.

—No sabía que tenía un Estatus Especial —dijo Alex.

—Oh, sí, Alex. No eres nada sino especial —Blunt le miró por un momento—. Es por

eso que estamos aquí.

— ¿Así que no me van a enviar a casa?

—No. La verdad es que Alex, que estábamos pensando en ponernos en contacto

contigo de todas formas. Te necesitamos de nuevo.

—Tú eres probablemente la única persona que puede hacer lo que tenemos en mente

—añadió la señora Jones.

— ¡Esperen un minuto! —Alex sacudió la cabeza—. Todavía tengo dos semanas de

clases antes de Semana Santa. ¿Y si suponemos que no estoy interesado?

La señora Jones lanzó un suspiro. —Podríamos, desde luego, hacer que vuelva a la

policía —dijo—. Según tengo entendido, se mostraron muy deseosos de realizar ésta

entrevista.

— ¿Y cómo está la señorita Starbright? —Blunt preguntó.

Jack Starbright —Alex no sabía aún si el nombre es una abreviatura de Jackie o de

Jacqueline—, es el ama de llaves que lo había estado cuidando desde que su tío había

muerto. Era una muchacha brillante, una pelirroja americana que había llegado a

Londres a estudiar Derecho, pero nunca regresó. Blunt no estaba interesado en su

salud, Alex lo sabía. La última vez que la miró, había hecho clara su posición. En tanto

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que Alex hiciera lo que le dijeran, podía seguir viviendo en el apartamento de su tío

con Jack. Si salía de la línea, ella podría ser deportada a Estados Unidos.

A Alex le gustaba Jack. Durante diez años, había sido casi como una hermana mayor

para él. También la necesitaba. Sabía que era demasiado joven para vivir por su cuenta

y que una vez que estuviera fuera de la foto, las autoridades tendrían la custodia de él.

Eso significaría una institución sombría en el norte de Inglaterra. Blunt lo ha dejado

claro también.

— ¿Le has dicho dónde estoy? —preguntó.

—Por supuesto. No parece gustarle la idea de... cómo te emplearemos. La verdad es

que debo recordar que venga para que firme el Acta de Secretos Oficiales. No me

gustaría que hablara a la gente equivocada.

La señora Jones se hizo cargo. —Vamos, Alex —dijo—. ¿Por qué pretender que eres un

estudiante ordinario más?

Estaba tratando de parecer más amigable, más como una madre. Pero incluso las serpientes

tienen madres, Alex pensó.

—Ya te lo has demostrado una vez a ti mismo —siguió diciendo—. Nosotros te

estamos dando la oportunidad de hacerlo otra vez.

—Probablemente llegarás a nada —continuó Blunt—. Es algo que necesita ser

examinado. Lo que llamamos una Búsqueda e Informe.

— ¿Por qué Crawley no lo puede hacer?

—Necesitamos un niño.

Alex se quedó en silencio. Miró de la señora Jones a Blunt y viceversa. Sabía que

ninguno de ellos dudaría un segundo antes que lo retiraran de Brookland, lo alejaran

de sus amigos, y lo enviarían... a donde sea. De todos modos, ¿no era esto lo que él había

estado pidiendo el día anterior?

Otra aventura.

Otra oportunidad para salvar el mundo.

—Está bien —dijo—. ¿De qué se trata esta vez?

Blunt asintió con la cabeza a la señora Jones, quien desenvolvió otra menta y empezó.

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—Me‖pregunto‖ si<‖¿sabes‖ algo‖acerca‖de‖un‖hombre‖ llamado‖Michael‖ J.‖Roscoe?‖—

preguntó.

Alex pensó por un momento. —Fue el hombre de negocios que tuvo un accidente en

Nueva York —Había visto la noticia en la televisión—. ¿No se cayó por el hueco del

ascensor o algo así?

—Roscoe Electronics es una de las mayores empresas de Estados Unidos —dijo la Sra.

Jones—. De hecho, es uno de las más grandes del mundo. Computadoras, videos,

reproductores de DVD... todo, desde teléfonos celulares a las lavadoras. Roscoe era

muy‖rico,‖muy‖influyente<

—Y muy torpe —cortó Alex.

—Ciertamente parece haber sido muy extraño e incluso para ser un accidente por

descuido —coincidió la señora Jones—. El ascensor de alguna manera no funcionaba

bien. Roscoe no miraba por dónde iba. Cayó en el pozo y murió. Esa es la opinión

general. Sin embargo, no estamos tan seguros.

— ¿Por qué no?

—En primer lugar, hay una serie de detalles que no cuadran. El día que Roscoe murió,

un ingeniero de mantenimiento con el nombre de Sam Green llamó al edificio de

oficinas en la Quinta Avenida, donde trabajaba Roscoe. Sabemos que fue Green o

alguien que se parecía mucho a él, porque lo hemos visto. Tienen un circuito cerrado

de cámaras de seguridad, y fue filmado cuando fue. Dijo que había ido a ver un cable

defectuoso. Pero de acuerdo con la empresa que lo empleaba, no había algún cable

defectuoso y ciertamente no estaba actuando bajo las órdenes de ellos.

— ¿Por qué no hablas con él?

—Nos gustaría pero Green se ha desvanecido sin dejar rastro. Creemos que pudo

haber sido asesinado. Creemos que alguien pudo haber tomado su lugar y de alguna

manera provocar el accidente que mató a Roscoe.

Alex se encogió de hombros. —Lo siento. Lo siento por el señor Roscoe. Pero, ¿qué

tiene eso que ver conmigo?

—Estoy llegando a eso —La señora Jones hizo una pausa—. Lo más extraño de todo es

que el día antes de morir, Roscoe telefoneó a esta oficina. Una llamada personal. Pidió

hablar con Alan Blunt.

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—Conocí a Roscoe en la Universidad de Cambridge —dijo Blunt—. Eso fue hace

mucho tiempo. Nos hicimos amigos.

Lo que sorprendió a Alex. No pensaba en Blunt como el tipo de hombre que hacía

amigos. — ¿Qué le ha dicho? —preguntó.

—Desafortunadamente, no estaba aquí para tomar la llamada —respondió Blunt—. Me

las arreglé para hablar con él al día siguiente. Para entonces, ya era demasiado tarde.

— ¿Tiene alguna idea de lo que quería?

—Hablé con su asistente —dijo la señora Jones—. Ella no fue capaz de decirme mucho,

pero entiende que Roscoe quería hablar con nosotros sobre su hijo, tenía un hijo de

catorce años, Paul Roscoe.

Un hijo de catorce años de edad. Alex estaba empezando a ver por dónde las cosas

iban.

—Paul era su único hijo —explicó Blunt—. Me temo que los dos tenían una relación

muy difícil. Roscoe se divorció hace unos años, y aunque el muchacho decidió vivir

con su padre, en realidad no se llevaban bien. Estaban los problemas de la adolescencia

como es habitual, y por supuesto, cuando uno crece rodeado de millones de dólares,

estos problemas a veces son amplificados. A Paul le iba mal en la escuela. Hacía

novillos, jugaba y pasaba tiempo con algunos amigos muy indeseables. Tuvo un

incidente con la policía de Nueva York, nada grave, y Roscoe logró taparlo, pero aún

así, lo perturbó. Hablé con Roscoe de vez en cuando. Estaba preocupado por Paul y

sentía que el muchacho estaba fuera de control. Sin embargo, no parecía mucho lo que

podía hacer.

— ¿Así que es eso lo que quieres para mí? —Alex interrumpió—. ¿Quieres que haga

frente a éste niño y hablar con él sobre la muerte de su padre?

—No —Blunt negó con la cabeza y le entregó un archivo a la señora Jones. Lo abrió.

Alex alcanzó a ver una fotografía: un hombre de piel oscura con uniforme militar.

—Recuerda lo que le te hemos hablado de Roscoe —dijo—, porque ahora quiero

hablarte sobre otro hombre —Deslizó la fotografía para que Alex pudiera verlo—. Se

trata de General de División, Viktor Ivanov. Ex-KGB. Hasta el pasado mes de

diciembre fue el jefe del Servicio de Inteligencia Exterior y probablemente el segundo o

tercer hombre más poderoso en Rusia después del presidente. Pero entonces algo pasó

con él también. Fue en un accidente de canotaje en el Mar Negro. Su crucero explotó...

nadie sabe por qué.

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—¿Era un amigo de Roscoe? —preguntó Alex.

—Probablemente nunca se conocieron. Pero tenemos aquí un departamento que

supervisa constantemente noticias del mundo, y a sus equipos le han parecido una

extraña coincidencia. Ivanov también tenía un hijo de catorce años de edad... Dimitry.

Y una cosa es cierta. El joven Ivanov sin duda conocía al joven Roscoe porque van a la

misma escuela.

—Paul y Dimitry... —Alex estaba perplejo—. ¿Qué hace un niño ruso en una escuela en

Nueva York?

—No estaba en Nueva York —Blunt se hizo cargo—. Como le dije, Roscoe estaba

teniendo problemas con su hijo. Problemas en la escuela, problemas en casa. Así que el

año pasado se decidió a actuar. Envió a Paul a Europa, a un lugar en Francia para

terminar la escuela. ¿No sabes lo que es un colegio para señoritas?

—Pensé que era el tipo de lugar donde los ricos enviaban a sus hijas —dijo Alex—.

Para aprender modales en la mesa.

—Ésa es la idea general. Sin embargo, esta escuela es para niños solamente, y no sólo

los niños normales. Las tarifas son quince mil dólares por plaza. Este es el folleto.

Puedes echar un vistazo —Pasó un folleto cuadrados pesados a Alex. Escritas en la

portada, con letras de oro sobre negro, estaban dos palabras: POINT BLANC.

—Es justo en la frontera franco-suiza —explicó.

—Al sur de Ginebra. Justo encima de Grenoble, en los Alpes franceses. Se pronuncia

Point Blanc. —Pronunció las palabras con acento francés—. Literalmente, el punto

blanco. Es un lugar extraordinario. Construido como una casa privada por algunos

lunáticos en el siglo XIX. Como de hecho, eso es lo que se convirtió después de su

muerte en un manicomio. Fue tomada por los alemanes en la Segunda Guerra

Mundial. Lo utilizaron como un centro de recreación para su personal de categoría

superior. Después se cayó en el abandono hasta que fue comprada por el actual

propietario, un hombre llamado Grief. El Dr. Hugo Grief. Él es el director de la escuela.

Alex abrió el folleto y se encontró mirando a una fotografía en color de Point Blanc.

Blunt tenía razón. La escuela era como nada de lo que había visto en su vida, algo entre

un castillo alemán y un castillo francés, directamente de cuento de hadas de los

hermanos Grimm. Pero lo que hizo a Alex sacar su aliento, más que el edificio en sí, fue

el escenario. La escuela estaba en lo alto de una montaña, con nada más que montañas

alrededor, un montón de ladrillos y piedra rodeado de un paisaje cubierto de nieve. No

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parecía haber nada que hacer ahí, como si hubiera sido arrancado de una ciudad

antigua y accidentalmente cayó allí. No había caminos que condujeran hacia o desde la

escuela. La nieve siguió todo el camino hasta la puerta principal. Pero al mirar de

nuevo, Alex vio un moderno helipuerto que se proyecta sobre las almenas. Supuso que

era‖la‖única‖manera‖de‖entrar<‖y‖de‖salir.‖

Giró la página.

Bienvenido a la Academia en Blanc Point, ―comenzó la introducción. Se había

impreso con el tipo de letra que Alex esperaba encontrar en el menú de un restaurante

caro―. Es una escuela única, que es mucho más que una escuela, creada para los

niños que necesitan algo más que el sistema educativo ordinario no puede

proporcionar. En nuestro tiempo, hemos sido llamados escuela de "niños problema",

pero no creemos que el término se aplique. Hay problemas y hay niños. Nuestro

objetivo es separar los dos.

—No hay necesidad de leer todas esas cosas —dijo Blunt—. Todo lo que necesitas

saber es que la academia tiene los niños que han sido expulsados de todas sus otras

escuelas. Nunca hay muchos de ellos sólo seis o siete a la vez. Y es única en otros

sentidos. Para empezar, sólo tiene a los hijos de los súper ricos.

—Por quince mil dólares por trimestre, no me sorprende —dijo Alex.

—Te sorprenderías de hasta qué punto muchos padres han solicitado enviar a sus hijos

allí —prosiguió el Blunt—. Pero supongo que sólo tienes que buscar en los periódicos

para ver lo fácil que es salirse del plato cuando se nace con una cuchara de plata en la

boca. No importa si son políticos o estrellas pop, la fama y la fortuna de los padres a

menudo traen problemas para los niños... y mientras más exitosos sean, mayor será la

presión que padecen. La academia se dedicó al comercio para enderezar a los jóvenes,

y por todas las cuentas, ha sido un gran éxito.

—Se estableció hace veinte años —dijo la señora Jones—. En ése tiempo había una lista

de clientes que encontrarías difícil de creer. Por supuesto, han mantenido los nombres

confidenciales. Pero te puedo decir que los padres que han enviado a sus hijos allí

incluyen un vicepresidente estadounidense, un ganador de Premio Nobel científico, y

un miembro de nuestra propia familia real.

—Además de Roscoe y éste hombre, Ivanov —dijo Alex.

—Sí.

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Alex se encogió de hombros. —Así que es una coincidencia. Justo como dijiste. Dos

padres ricos con dos niños ricos en la misma escuela. Los dos están muertos en

accidentes. ¿Por qué estás tan interesado?

—Porque no me gustan las coincidencias —respondió Blunt—. De hecho, no creo en la

casualidad. Cuando algunas personas ven una coincidencia, veo conspiración. Ese es

mi trabajo.

Y eres bienvenido, pensó Alex. Pero lo que dijo fue: — ¿Realmente crees que la escuela y

este hombre -Grief- podrían haber tenido algo que ver con las dos muertes? ¿Por qué?

¿Se les olvidó a los padres a pagar las cuotas?

Blunt no sonrió. —Roscoe me llamó porque está preocupado por su hijo. Al día

siguiente, el hombre muere. También supimos a partir de fuentes de inteligencia rusas

que una semana antes de morir, Ivanov había tenido una violenta discusión con su

hijo. Aparentemente Ivanov estaba preocupado por algo. ¿Ahora ves el enlace?

Alex pensó por un momento. —Así que quieres ir a ver en esta escuela —dijo. —

¿Cómo vas a manejar eso? No tengo padres, y nunca fueron ricos de todos modos.

—Ya nos hemos preparado para eso —dijo la señora Jones, y Alex se dio cuenta de que

debió haber hecho sus planes antes de que el negocio con la grúa hubiera pasado.

Incluso si él no hubiera llamado la atención sobre sí mismo, habrían venido por él. —

Vamos a proporcionarte un padre rico. Su nombre es Sir David Friend.

—Amigo...‖ ¿cómo‖ en‖ Friend’s‖ Supermarkets?‖ —Alex había visto el nombre con

bastante frecuencia en los periódicos.

—Los supermercados. Los grandes almacenes. Galerías de arte. Equipos de fútbol

soccer —La señora Jones hizo una pausa—. Friend es, sin duda un miembro del mismo

club que Roscoe. El club de los multimillonarios. Esta también muy involucrado en los

círculos gubernamentales, como asesor personal del primer ministro. Muy poco de lo

que sucede en este país Sir David no está involucrado de alguna manera.

—Hemos creado una identidad falsa para ti —dijo Blunt—. A partir de este momento,

quiero que empieces a pensar en ti como Friend Alex, el hijo de catorce años, de Sir

David. Has sido expulsado de Eton. Tiene un historial criminal... robo, vandalismo y

posesión de drogas. Sir David y su esposa, Caroline, no saben qué hacer contigo. Así

que te han inscrito en la academia. Y has sido aceptado.

— ¿No están las vacaciones escolares a punto de comenzar?

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—No tienen vacaciones oficiales. La escuela está abierta todo el año.

— ¿Y Sir David ha accedido a todo esto? —preguntó Alex.

Blunt olfateó. —Como cuestión de hecho, él no era muy feliz al respecto, sobre el uso

de alguien tan joven como tú. Pero le hablaba con cierta extensión y sí, está de acuerdo

para ayudar.

— ¿Así que cuando voy a entrar en la academia?

—Cinco días a partir de ahora —dijo la señora Jones—. Pero primero hay que

sumergirte en tu nueva vida. Cuando salgas de aquí, hemos quedado en que seas

llevado a la casa de Sir David. Tiene una casa en Lancashire. Vive allí con su esposa, y

tiene una hija. Ella es un año mayor que tú. Pasarás el resto de la semana con la familia,

lo que debe darte tiempo para aprender todo lo que necesitas saber. Es vital que tengas

una cubierta fuerte. Después de eso, irás a Grenoble.

— ¿Y qué hago cuando llegue allí?

—Te daremos un informe completo cuando se acerque esa fecha. Esencialmente, tu

trabajo consiste en averiguar todo lo que puedas. Puede ser que esa escuela sea

completamente normal y que no haya ninguna relación entre las muertes. Si es así, te

voy a sacar. Sin embargo, queremos estar seguros.

— ¿Cómo me pongo en contacto con usted?

—Vamos a arreglar todo eso —La señora Jones echó un vistazo a Alex, luego se volvió

hacia Blunt—. Vamos a tener que hacer algo acerca de su apariencia —dijo.— No viste

exactamente para su cargo.

—Revísalo —Blunt dijo.

Alex suspiró. Era extraño, de verdad. No era más que pasar de una escuela a otra,

desde una perspectiva integral de Londres a un colegio para señoritas en Francia. No

era de todo la aventura que había estado esperando. Se levantó y siguió a la señora

Jones fuera de la habitación. Cuando se iba, ya estaba Blunt tamizando a través de sus

documentos como si se hubiera olvidado que Alex había estado allí o existía aún.

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Capítulo 5

Grupo de Tiro

El chófer que conducía un Rolls Royce Corniche cruzó a lo largo de una avenida

bordeada por árboles, penetrando cada vez más en el campo Lancashire, su motor de

6.75 con presión V8 era apenas un susurro, Alex soportaba el gran silencio a sus

espaldas, tratando de no sentirse impresionado por ese coche que costaba tanto como

una casa. Se olvidó de las alfombras de felpa, los paneles de madera y los asientos de

cuero. Era sólo un coche.

Fue el día después de la reunión en M16, cuando mandaron a Alan Blunt, su aspecto

había cambiado por completo. Parecía un rebelde, el hijo de familia rica que quería

vivir una vida hecha con sus propias reglas. Así que Alex se había vestido con ropa

provocativa a propósito. Llevaba una camiseta de corte tan bajo que la mayor parte de

su pecho quedaba al descubierto, y se puso una correa de cuero alrededor del cuello.

La camisa de cuadros holgada, la mayoría de sus botones se habían perdido, así que

caía sobre los hombros y sobre sus vaqueros desteñidos de Tommy Hilfiger,

deshilachados en las rodillas y los tobillos. A pesar de sus protestas, le cortaron el

cabello tan corto que casi parecía un skinhead, y se había colocado un piercing en su

oreja derecha. Aún sentía el pálpito debajo del pendiente que se había puesto para que

el agujero no se cerrara.

El coche había alcanzado una serie de puertas de hierro forjado, que se abrían

automáticamente para recibirlo. Y ahí estaba el Haverstock Hall, una gran mansión con

figuras de piedra en la terraza y siete cifras en el precio. La familia de Sir David había

vivido allí durante generaciones, le había contado el Señor Jones. Ellos también

parecían ser dueños de la mitad del campo Lancashire. Las tierras se extendían en

millas en cada dirección, a un lado las ovejas parecían simples puntos en las colinas, al

otro lado había tres caballos mirando al cercado.

La casa en sí misma era georgiana: ladrillo blanco con delgadas ventanas y columnas.

Todo parecía muy limpio. Había un jardín vallado con camas uniformemente

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espaciadas, una vivienda cuadrada de cristal con una piscina de natación, y una serie

de setos ornamentales con cada hoja perfectamente en su lugar.

El coche se detuvo, los caballos giraron en torno a sus cuellos para ver a Alex salir, sus

colas rítmicamente sacudían las moscas. Nada más se movía.

El chófer caminó alrededor del maletero. —Sir David estará dentro —dijo. Había

desaprobado a Alex desde el momento en que puso sus ojos en él. Por supuesto, no lo

había dicho. Era un profesional. Lo mostraba con la mirada.

Alex se alejó del coche, atraído por el conservatorio del otro lado. Era un día cálido, el

sol caía sobre el cristal y el agua del otro lado parecía acogedora. Pasó por un conjunto

de puertas abiertas. El ambiente era cálido dentro del invernadero. El olor a cloro del

agua parecía asfixiarlo.

Había pensado que la piscina estaba vacía, pero a medida que miraba, una figura

nadaba desde lo profundo de la piscina, rompiendo a la superficie justo delante de él.

Era una chica, vestida sólo con un bikini blanco. Tenía el pelo largo y negro y ojos

oscuros, pero su piel era pálida. Alex supuso que tendría quince años y recordó que el

Señor‖Jones‖le‖había‖dicho‖algo‖sobre‖Sir‖David.‖“Tiene‖una‖hija‖un‖año‖mayor‖que‖tú”‖

así que debería ser ella. La vio estirándose fuera del agua. Su cuerpo era de la misma

manera, más cercano al de una mujer que al de la niña que había sido. Iba a ser muy

hermosa. De eso estaba seguro. El problema era que ella lo sabía. Cuando miró a Alex,

la arrogancia brilló en sus ojos.

— ¿Quién eres tú? —preguntó ella— ¿Qué estás haciendo aquí?

—Soy Alex.

—Oh, sí —cogió una toalla y la enrolló alrededor de su cuello—. Papá dijo que

vendrías, pero no esperaba que entraras así —su voz era adulta y de clase alta. Era

extraño que saliera de esa boca de quince años—. ¿Nadas? —le preguntó.

—Sí —dijo Alex.

—Esto es una vergüenza. No me gusta tener que compartir la piscina. Especialmente

con un chico. Y menos con un chico que tiene el mal olor de Londres —pasó la vista

por Alex, capturando sus vaqueros rasgados, el pelo rapado y el pendiente de su oreja.

Ella se estremeció—. No puedo pensar en lo que ha hecho mi padre, consentir que te

quedes —prosiguió—, ¡y tener que aparentar que eres mi hermano! ¡Qué idea más

espantosa! Si tuviera un hermano, puedo asegurarte que no se parecería a ti.

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Alex se estaba preguntando si debería cogerla y lanzarla de espaldas a la piscina o a

través de una ventana cuando hubo un movimiento detrás de él, y se giró para ver a un

hombre alto y aristocrático con pelo gris y rizado y gafas, vestido con una chaqueta de

deporte, camisa de cuello abierto y con cordones, que estaba de pie justo detrás de él.

También parecía un poco sacudido por la aparición de Alex, pero se recuperó

rápidamente y extendió la mano.

— ¿Alex? —preguntó.

—Sí.

—Soy‖ David‖ Friend.‖ ―Alex le estrechó la mano—. ¿Cómo estás? —dijo

amablemente—. Espero que hayas tenido un buen viaje. Veo que has conocido a mi

hija —Le sonrió a la chica, que ahora estaba sentada junto a la piscina, secándose y

haciendo caso omiso a los dos.

—En realidad, no nos hemos presentado —dijo Alex.

—Su nombre es Fiona.

—Fiona Friend —Alex sonrió—. Es un nombre que no olvidaré.

—Estoy seguro de que os llevaréis bien —Sir David no parecía convencido. Hizo un

gesto de vuelta hacia la casa—. ¿Por qué no vamos y hablamos en el estudio?

Lo siguió al otro lado del camino y entró en la casa. La puerta principal daba a un

pasillo que parecía haber salido directamente de una de las páginas de revistas caras.

Todo era perfecto, los muebles antiguos, los adornos y las pinturas todo bien colocado.

No había ni una mota de polvo que se viera, incluso la luz del sol, que entraba por las

ventanas, parecía artificial, como si sólo estuviera allí para sacar lo mejor de todo

aquello a lo que tocaba. Era la casa de un hombre que sabía perfectamente lo que

quería y tenía tiempo y dinero para conseguirlo.

—Bonito lugar —dijo Alex.

—Gracias. Por favor, ven por aquí —Sir David abrió una pesada puerta con paneles de

roble que mostraba una sofisticada y moderna oficina más allá. Había un escritorio y

dos sillas, un par de ordenadores, un sofá de cuero blanco y una serie de estanterías de

metal. Sir David hizo un gesto hacia la silla y se sentó detrás del escritorio.

No estaba seguro de sí mismo. Alex pudo verlo inmediatamente. Sir David Friend era

capaz de dirigir un imperio de negocios que costaban millones, incluso billones de

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dólares, pero esto era una nueva experiencia para él. Teniendo a Alex aquí, sabiendo

quién y qué era, no estaba seguro de cómo reaccionar.

—Me han contado muy poco sobre ti —comenzó—. Alan Blunt se puso en contacto

conmigo y me pidió que te tuviera aquí el resto de la semana, fingiendo que eres mi

hijo. Te tengo que decir, que no te pareces en nada a mí.

—No me parezco a mí mismo tampoco —dijo Alex.

—Eres de la manera de algunos colegios franceses de los Alpes. Quieren que lo

investigues —hizo una pausa—. Nadie pidió mi opinión —dijo—, pero te la daré de

todos modos. No me gusta la idea de que un muchacho de catorce años sea utilizado

como un espía. Es peligroso.

—Puedo cuidar de mí mismo. —Alex le cortó.

—Quiero decir, es peligroso para el gobierno. Si consigues que te maten y nadie se

entera, podría provocarle al primer ministro una gran vergüenza —Sir David suspiró.

—Le aconsejé lo contrario, pero por una vez me rechazó. Parece que la decisión ha sido

tomada. La escuela-academia ya ha llamado para decirme que el asistente de dirección

vendrá para recogerte el próximo sábado. Es una mujer, la Señora Stellenbosch. Es un

nombre‖sudafricano,‖creo.‖―Sir‖David‖tenía un voluminoso montón de archivos sobre

su escritorio. Los deslizó hacia delante. — Mientras tanto, entiendo que tienes que

familiarizarte con los detalles de mi familia. He preparado una serie de archivos.

También encontrarás información sobre la escuela a la que te han destinado al

expulsarte de Eton. Puedes empezar a leerlo esta noche —Alex los cogió y él continuó.

— Si necesitas saber algo más, sólo pregunta. Fiona estará contigo todo el tiempo —

bajó la mirada a sus manos. — Estoy seguro de que en sí mismo será todo una

experiencia para ti.

La puerta se abrió y entró una mujer. Era delgada, con el pelo oscuro, se parecía mucho

a su hija. Llevaba un sencillo vestido malva, con un collar de perlas alrededor del

cuello.

—David —comenzó, pero se detuvo mirando a Alex.

—Esta es mi esposa —dijo Friend—. Caroline, este es el chico del que te hablé, Alex.

—Es un placer conocerte, Alex —Lady Caroline trató de sonreír, pero sus labios sólo

lograron una débil contracción—. Tengo entendido que vas a permanecer con nosotros

durante un tiempo.

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—Sí, mamá —dijo Alex.

Lady Caroline se ruborizó.

—Tiene que hacerse pasar por nuestro hijo —le recordó Sir David. Se volvió hacia

Alex—. Fiona no sabe nada sobre M16 ni el resto. No la quiero alarmar. Le he dicho

que tiene que ver con mi trabajo... un experimento social, si te parece. Fingirá que eres

su hermano, para darte una semana en el país como parte de la familia. Preferiría que

no le dijeses la verdad.

—La cena estará en media hora —dijo Lady Caroline—. ¿Comes carne de venado? —

ella olfateó—. Tal vez te gustaría tomar una ducha antes de la cena. Te mostraré tu

habitación.

Sir David se puso de pie. —Tienes mucho que leer. Me temo que tendré que volver a

Londres mañana, tengo que almorzar con el presidente de Francia, así que no podré

ayudarte. Pero, como he dicho, si hay algo que no sabes...

—Fiona Friend —Dijo Alex.

Le habían dado a Alex una pequeña y cómoda habitación en la parte trasera de la casa.

Tomó una ducha rápida, y a continuación se puso su ropa vieja de nuevo. Le gustaba

sentirse limpio, pero parecía sucio, parecía la clase de chico que se suponía que era.

Abrió la primera carpeta de archivos. Sir David había sido cuidadoso. Le había dado a

Alex los nombres y la historia reciente de casi toda su familia, así como fotografías de

vacaciones, detalles de la casa y de los establos de Mayfair, los apartamentos de Nueva

York, París y Roma, y la villa en Barbados. Había recortes de periódicos, artículos de

revistas... todo lo que se podía necesitar.

El gong sonó. Eran las siete en punto. Alex bajó al piso de abajo y entró en el comedor.

La habitación tenía seis ventanas y una mesa de caoba lo suficientemente pulida como

para sentarse durante quince años. Pero sólo tres de ellos estaban allí: Sir David, Lady

Caroline y Fiona. La comida ya estaba servida, presumiblemente por un mayordomo o

cocinero. Sir David hizo un gesto hacia una silla vacía. Alex se sentó.

—Fiona justo estaba hablando sobre Salomon —dijo Lady Caroline. Hubo una pausa.

— Salomon es un caballo. Tenemos un montón de caballos —se volvió hacia Alex. —

¿Tú montas?

—Sólo mi bicicleta —dijo Alex.

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—Estoy segura de que a Alex no le interesan los caballos —dijo Fiona. Parecía estar de

mal humor—. De hecho, dudo que tengamos algo en común. ¿Por qué tengo que

aparentar que es mi hermano? Todo esto es completamente...

—Fiona... —murmuró Sir David en voz baja.

—Bueno, está muy bien tenerle aquí, papá, pero está destinado a ser mis vacaciones de

Semana Santa —Alex se dio cuenta de que Fiona debía ir a una escuela privada. Su

trimestre habría terminado antes que el suyo—. No creo que sea justo.

—Alex está aquí por mi trabajo —continuó Sir David. Era extraño, pensó Alex, la forma

en que hablaban de él como si realmente no estuviera allí—. Sé que tienes muchas

preguntas, Fiona, pero sólo vas a hacer lo que te diga. Estará con nosotros sólo hasta el

final de la semana. Quiero que cuides de él.

— ¡Pero él es un chico de ciudad! —insistió Fiona—. Va a odiar estar aquí. Y de todos

modos, ¿cómo ayuda el aparentar ser mi hermano con el trabajo de tus

supermercados?

—Fiona... —Sir David no quería más argumentos—. Es lo que te dije, un experimento.

¡Y le harás sentir bienvenido!

Fiona cogió su vaso y miró directamente a Alex por primera vez desde que había

entrado a la habitación. —Ya lo veremos —dijo.

La semana parecía interminable. Después de sólo dos días, Alex empezó a pensar que

Fiona estaba en lo cierto. Él era un chico de ciudad. Había vivido toda su vida en

Londres, y se sentía completamente perdido, asfixiándose en la enorme pantalla de

campo verde. La finca se prolongaba en lo que respectaba a la vista, y los Friend

parecían no tener relación con el mundo real. Alex nunca se había sentido tan aislado.

El propio Sir David había desaparecido a Londres. Lady Caroline hacía todo lo posible

por evitar a Alex. Una o dos veces fue a Skipton, la ciudad más cercana, peor por lo

demás parecía pasar mucho tiempo arreglando el jardín o las flores. Y Fiona...

Había dejado claro desde el principio lo mucho que le disgustaba Alex. No había razón

para ello. Lo único es que era simplemente un intruso y Fiona parecía desconfiar de

todo lo que no perteneciera al diminuto mundo de Haverstock Hall. Le había

preguntado en varias ocasiones qué era lo que realmente estaba haciendo allí. Alex se

encogía de hombros y no decía nada, lo que hacía que le gustaría aún menos.

Y entonces, al tercer día, ella les presentó a algunos amigos.

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—Voy a tirar —le dijo ella—. Supongo que no querrás venir.

Alex se encogió de hombros. Se había aprendido de memoria los detalles de todos los

archivos y pensó que fácilmente podría pasar por un miembro de la familia. Ahora,

contaba las horas para que llegara la mujer de la academia y se lo llevara de allí.

— ¿Has visto alguna vez cómo se tira? —preguntó Fiona.

—No —dijo Alex.

—Me voy de caza y de tiro —dijo Fiona—. Pero, por supuesto, eres un chico de ciudad,

no lo entenderías.

— ¿Qué hay de genial en matar animales? —preguntó Alex.

—Forma parte de la vida de campo. Es la tradición —Fiona lo miró como si fuera un

estúpido. Como siempre lo había mirado—. De todas formas, los animales disfrutan.

El grupo de tiro resultó ser jóvenes y, excepto Fiona, enteramente masculino. Cinco de

ellos estaban esperando en el borde del bosque de Haverstock. Rufus, el líder, tenía 16

años, con el pelo negro, rizado y bien cortado. Parecía ser el novio de Fiona. Los otros:

Henry, Max, Bartholomew y Fred tendrían la misma edad. Alex los miró con el

corazón apesadumbrado. Tenían chaquetas de Barbour como uniformes, pantalones de

tela, gorro de plato y botas de cuero de cazador. Hablaban con acento de clase alta.

Cada uno de ellos llevaba una escopeta con el cañón en el brazo.

Dos de ellos estaban fumando. Miraron con desprecio a Alex apenas disimulando.

Fiona les debería haber hablado de él. El chico de ciudad.

Rápidamente, hizo las presentaciones. Rufus se adelantó.

—Es bueno tenerte con nosotros —dijo arrastrando las palabras. Le echó un vistazo a

Alex, y no se molestó en ocultar su desprecio.

—Vamos a disparar un poco, ¿verdad?

—No tengo arma —dijo Alex.

—Bueno, me temo que no voy a prestarte la mía —Rufus cerró el cañón en su lugar y

se lo hizo ver a Alex. Era un arma hermosa, con veinticinco centímetros de reluciente

acero oscuro adornado con tallados, placas laterales de sólida plata—. Es una escopeta

con seguro en el gatillo y desmontable, hecha a mano por Abbiatico y Salvinelli —

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dijo—. Me costó treinta de los grandes, o a mi madre, de todos modos. Fue un regalo

de cumpleaños.

—No sería fácil de envolver —dijo Alex—. ¿Dónde puso la cinta?

La sonrisa de Rufus se desvaneció. —No sabes nada de armas —dijo. Asintió con la

cabeza a otro de los jóvenes, que le entregó a Alex un arma mucho más común. Estaba

vieja y un poco oxidada—. Y si eres tan bueno, no te metas en el camino. Quizá pilles

una bala.

Todos se rieron de eso. Entonces los dos fumadores apagaron sus cigarrillos y

partieron hacia el bosque.

Treinta minutos después, Alex supo que había cometido un error al ir. Los chicos

atacaban lejos, de izquierda a derecha, apuntando a todo lo que se movía. Un conejo

hizo un trompo con una bala roja y brillante. Una paloma torcaz se desplomó de las

ramas y aleteaba en las hojas del suelo. Daba igual la calidad de las armas, los

adolescentes no daban buenos golpes. Los animales se las arreglaron para socorrer al

herido, y Alex sintió una enfermedad cada vez mayor, a raíz del rastro de sangre.

Llegaron a un claro y se detuvieron para recargar. Alex se volvió a Fiona.

—Voy a volver a casa —dijo.

— ¿Por qué? ¿No puedes soportar la visión de un poco de sangre?

Alex miró a una liebre que estaba a unos quince metros de distancia. Estaba tumbada

de lado con las piernas traseras dando trompicones.

—Me sorprende que te dejen llevar armas —dijo—. Pensé que tenías que tener los

diecisiete.

Rufus le escuchó. Dio un paso adelante con una mirada fea en los ojos.

—No te preocupes de las normas del campo.

— ¡Quizá Alex quiera llamar a la policía! —dijo Fiona.

—La estación de policía más cercana está a unas cuarenta millas —dijo Rufus con una

sonrisa fría.

— ¿Quieres tomar prestado mi teléfono? —dijo otro de los chicos.

Todos se rieron de nuevo. Alex había tenido suficiente. Sin decir una palabra más, se

dio media vuelta y se marchó.

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Le llevaron unos treinta minutos llegar al claro, pero treinta minutos después aún

estaba perdido en el bosque, completamente rodeado de árboles y arbustos silvestres.

Alex se dio cuenta de que se había perdido. Estaba molesto consigo mismo. Debería

haber mirando hacia dónde iba cuando estaba siguiendo a Fiona y a los otros. El

bosque era enorme. Caminaba por el camino equivocado y podría confundir el Norte

de los páramos de Yorkshire... y podría transcurrir varios días antes de que lo

encontraran. Al mismo tiempo, el follaje de primavera era tan espeso que apenas se

podía ver más de diez metros en cualquier dirección. ¿Cómo podría encontrar el

camino? ¿Debería tratar de volver sobre sus pasos o continuar con la esperanza de

tropezar con el camino correcto?

Alex sintió el peligro antes de escuchar el primer disparo. Tal vez era el chasquido de

una rama, o el clic de un pestillo de metal que se puso en su lugar. Se quedó

paralizado, y fue eso lo que lo salvó. Hubo una fuerte explosión, cercana, en un árbol

un paso por delante de él, había astillas rotas de madera que danzaban en el aire. Alex

se dio la vuelta, buscando a quien había disparado.

— ¿Qué estás haciendo? —gritó—. ¡Casi me dañas!

Casi inmediatamente se produjo un segundo disparo, y justo detrás, una carcajada. Y

entonces Alex se dio cuenta de lo que estaba sucediendo: no lo habían confundido con

un animal. Le estaban disparando por diversión.

Se echó hacia delante y empezó a correr. Los troncos de los árboles parecían

presionarle por todos lados, amenazándole con cerrarle el paso. El suelo era blando a

causa de la lluvia, y arrastró los pies intentando pegarlo en su lugar. Hubo una tercera

explosión. Se agachó, sintiendo el roce de la bala sobre su cabeza, fragmentando el

follaje.

En cualquier parte del mundo, esto hubiera sido una locura. Pero esto era en medio del

campo inglés y estos eran unos ricos y aburridos adolescentes que estaban

acostumbrados a hacer las cosas a su manera.

De alguna manera, Alex los había insultado. Tal vez había sido la mofa sobre el papel

de embalar. Tal vez su negativa a Fiona de decir quién era realmente. Pero habían

decidido darle una lección, y ya se preocuparían por las consecuencias más tarde.

¿Querían‖ matarlo?‖ “No‖ nos‖ preocupamos‖ por‖ las‖ reglas‖ en‖ el‖ campo”,‖ había‖ dicho‖

Rufus. Si Alex fuese gravemente herido o incluso muerto, de alguna manera se saldría

con la suya. Un terrible accidente. No miraba por dónde iba y entró en la línea de

fuego.

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No. Era imposible.

Estaban intentando asustarle, eso era todo.

Dos disparos más. Un faisán erupcionó fuera de la tierra, una bola de plumas, y gritó

hasta el cielo. Alex echó a correr, su respiración era ronca en la garganta. Una rama

gruesa se extendió sobre el pecho y le rasgó la ropa. Todavía tenía el arma que le

habían dado y la utilizó para abrirse camino.

Una maraña de raíces casi lo tumba.

— ¿Alex? ¿Dónde estás? —la voz pertenecía a Rufus. Era aguda y burlona, procedente

del otro lado de una barrera de hojas. Hubo otro disparo, pero este fue por encima de

su cabeza.

No podían verlo. ¿Había escapado?

No, no lo había hecho. Alex dio un traspié. Había salido del bosque, pero de repente se

sintió perdido. Lo que es peor, estaba atrapado. Había llegado a la orilla de un ancho y

sucio lago. El agua era como café cubierto de escoria y parecía casi sólido. No había

patos ni aves salvajes en ningún lugar cerca de la superficie. El sol de la tarde caía y el

olor a descomposición se amontonaba.

— ¡Fue por ahí!

— ¡No, por allí!

— ¡Vamos a intentarlo por el lago!

Alex escuchó las voces y sabía que no podía permitir que lo encontraran. Tuvo una

súbita imagen de su cuerpo, cargado de piedras, en el fondo del lago. Pero eso le dio

una idea. Tenía que esconderse.

Entró en el agua. Necesitaría algo para respirar. Había visto gente hacer eso en las

películas. Podían encontrarse en el agua y respirar a través de una caña hueca. Peor no

había cañas ahí. Aparte de la espesa hierba y algas viscosas que crecían por todos

lados.

Un minuto después, Rufus apareció en la orilla del lago, con el arma todavía

enganchada en el brazo. Se detuvo y miró a su alrededor con unos ojos que conocían

bien el bosque. Nada se movía.

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—Debe haber dado la vuelta —dijo.

Los otros cazadores se habían reunido detrás de él. No había tensión entre ellos, sino

un silencio culpable.

Sabían que el juego había ido demasiado lejos.

—Olvidémosle —dijo uno de ellos.

—Sí...

—Le hemos dado una lección.

Tenían prisa por llegar a casa. Como uno, que desapareció por dónde había venido.

Rufus se abandonó a su suerte, sin soltar su arma, buscando a Alex. Echó un último

vistazo al agua, entonces, se dio la vuelta para seguirlos.

Entonces fue cuando Alex le golpeó. Había estado tumbado en la orilla del agua,

viendo las vagas formas de los adolescentes como a través de una hoja de cristal

marrón. El cañón de la escopeta estaba en su boca, el resto de la pistola estaba justo

encima de la superficie del lago. Estaba usando los tubos huecos para respirar.

Entonces se levantó como una criatura de pesadilla, rezumando agua y barro, con furia

en sus ojos. Rufus le oyó, pero fue demasiado tarde. Alex le estaba apuntando en la

parte baja de la espalda. Rufus gruñó y cayó sobre sus rodillas, su propia arma se le

cayó de las manos. Alex la recogió. Había dos cartuchos en la recámara. Chasqueó la

pistola.

Rufus le miró, y de repente la arrogancia le había abandonado, y era sólo un estúpido,

un adolescente asustado, luchando por cogerse las rodillas.

—Alex... —la palabra sola sonó como un gemido. Era como si estuviera viendo a Alex

por primera vez.

— ¡Lo siento! —se sorbía los mocos—. No te íbamos a hacer daño de verdad. Era una

broma. Fiona nos puso a su altura. Sólo queríamos asustarte. Por favor...

Alex hizo una pausa, respirando con dificultad. — ¿Cómo puedo salir de aquí? —

preguntó.

—Sólo tienes que seguir el borde del lago —dijo Rufus—. Hay un camino.

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Rufus seguía de rodillas. Tenía lágrimas en los ojos. Alex se dio cuenta que estaba

apuntando con la escopeta plateada en su dirección. Se dio la vuelta, disgustado

consigo mismo. El muchacho no era el enemigo, no era nada.

—No me sigas —dijo Alex. Y comenzó a caminar.

— ¡Por favor! —dijo Rufus detrás de él—. ¿Me puedes devolver mi arma? Mi madre

me matará si la pierdo.

Alex se detuvo. El arma pesaba en sus manos, y entonces la lanzó con todas sus

fuerzas. La escopeta artesanal italiana giró dos veces en la luz mortecina, y luego

desapareció con un chapoteo en medio del lago.

—Eres demasiado joven para jugar con armas —dijo.

Se alejó, dejando que el bosque se lo tragara.

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Capítulo 6

El Túnel

El hombre sentando en la antigua silla dorada giró su cabeza lentamente y miró por la

ventana las laderas cubiertas de nieve de Point Blanc. El Doctor Hugo Grief tenía casi

sesenta años con un pelo blanco corto y una cara que también parecía sin color. Su piel

era blanca, sus labios eran sombras tenues. Incluso su lengua no más que gris. Y más

aún, contra el banco fondo, llevaba una gafas circulares de alambre con lentes de rojo

oscuro. Para él, el mundo entero sería del color de la sangre. Tenía dedos lagos, con las

uñas primorosamente recortadas. Llevaba un traje oscuro abotonado hasta el cuello. Si

hubiera algo parecido a un vampiro, puede que se pareciera mucho al Doctor Hugo

Grief.

—He decidido desplazar el Proyecto Géminis hasta su última fase —dijo. Hablaba con

un acento de Sudáfrica, agarrando cada palabra antes de que saliera de su boca—. No

puede haber más retrasos.

—Lo entiendo, Doctor Grief.

Una mujer se sentaba al otro lado del Doctor Grief, vestida con un traje ajustado de

fibra elástica con una cinta alrededor de su cabeza. Era Eva Stellenbosch. Acababa de

terminar su entrenamiento matutino de dos horas de levantamiento de pesas y aerobic,

y todavía respiraba fuertemente, con sus enormes músculos subiendo y bajando. La

señorita Stellenbosch tenía una estructura facial que era demasiado para un humano,

con los labios curvándose lejos de su nariz y briznas de brillante pelo pelirrojo

sobresaliendo por su alta frente. Llevaba un vaso lleno de algún líquido verde lechoso.

Sus dedos eran gruesos y rechonchos. Tenía que tener cuidado para no romper el vaso.

Sorbió de su bebida, y después frunció el ceño.

— ¿Estás seguro de que estamos preparados? —preguntó.

—No tenemos elección en ese punto. Hemos tenido dos resultados insatisfactorios en

los últimos meses. Primero Ivanov. Después Roscoe en Nueva York. Dejando a un lado

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el gasto de reparar las terminaciones, es posible que alguien pueda relacionar las dos

muertes.

—Posible, pero no probable —dijo la señorita Stellenbosch.

—Los servicios de inteligencia son inactivos e ineficaces, esa es la verdad. La CIA en

América. El M16 en Inglaterra. Incluso la KGB. Todos ellos son sombras de lo que

solían ser. Pero incluso así, siempre está la opción de que uno de ellos pueda

accidentalmente haber tropezado con algo. Cuanto antes terminemos esta fase de la

operación, más posibilidades tendremos de pasar desapercibidos. —El Doctor Grief

juntó las manos y descansó la barbilla en sus dedos—. ¿Cuándo llegará el último chico?

—preguntó.

— ¿Alex? —La señorita Stellenbosch sorbió de su taza y la dejó. Abrió su bolso de

mano y sacó un pañuelo, que usaba para limpiarse los labios—. Voy a viajar a

Inglaterra mañana —dijo.

—Excelente. ¿Llevarás al chico a París de camino aquí?

—Por supuesto, Doctor. Si eso es lo que usted desea.

—Es mucho lo que deseo. Podemos hacer allí todo el trabajo preliminar. Ahorraremos

tiempo. ¿Qué hay del chico Sprintz?

—Me temo que todavía necesitamos otros cuantos días.

—Eso significa que él y Alex estarán aquí al mismo tiempo.

—Sí.

El Doctor Greif lo consideró. Tenía que hacer balance entre el riesgo de que los dos

chicos se encontraran contra los peligros de moverse demasiado deprisa. Tenía suerte

de tener una mente científica. Sus cálculos nunca se equivocaban.

—Muy bien —dijo—. El chico Sprintz puede permanecer con nosotros unos días más.

Tengo la sensación de que se está alterando cada vez más, y un nuevo amigo puede

que descanse su mente.

La señorita Stellenbosch asintió. Alzó su vaso y vació el contenido, con las venas de su

cuello palpitando cuando tragó.

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—El Amigo Alex es un excelente anzuelo para nosotros —dijo el Doctor Grief.

— ¿Supermercados? —La mujer sonó poco convencida.

—Su padre tiene la oreja del Primer Ministro. Es un hombre impresionante. Su hijo,

estoy seguro, reunirá todas nuestras expectativas —sonrió el Doctor Grief. Sus ojos

resplandecieron rojos—. Muy pronto, tendremos a Alex aquí, en la academia. Y

entonces, por fin, el Proyecto Géminis estará completo.

***

—Te estás sentando mal —dijo Fiona—. Tu espalda no está recta. Tus manos deberían

estar abajo. Y tus pies están apuntando en la dirección equivocada.

— ¿Qué importa, con tal de que estés disfrutando? —preguntó Alex, hablando con los

dientes apretados.

Era el cuarto día de su estancia en Haverstock Hall, y Fiona había estado

persuadiéndolo para salir a montar. Alex no estaba disfrutando en absoluto. Primero

había tenido que aguantar el inevitable discurso, aunque casi no había escuchado. Los

caballos eran Ibéricos o Húngaros. Había ganado medallas de oro a mogollón. A Alex

no le importaba. Todo lo que sabía era que su caballo era grande y negro y atraía a las

moscas. Y eso que estaba montándolo con todo el estilo de un saco de patatas en un

trampolín.

Ambos casi ni habían mencionado el asunto del bosque. Cuando Alex había vuelto a la

casa, mojado y congelado, Fiona había ido a buscar una toalla educadamente y le había

ofrecido un taza de té.

— ¡Estaban tratando de matarme! —dijo Alex.

—No seas idiota. —Fiona miró a Alex con algo de pena en los ojos—. Jamás haríamos

eso. Rufus es un buen chico.

—¿Qué?

—Es sólo un juego, Alex. Sólo un poco de diversión.

Y ahí Fiona había sonreído como si todo hubiera estado explicado y después se había

ido a nadar. Alex había pasado el resto de la tarde con sus archivos. Estaba intentando

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entender una historia falsa que abarcaba catorce años. Había tíos y tías, amigos de

Eton, una multitud entera de gente que tenía que conocer sin haber conocido a

ninguno de ellos. Más que eso, estaba intentando sentir ese estilo de vida lujoso. Eso

era por lo que estaba allí ahora, montando a caballo con Fiona, ella erguida con su

chaqueta de montar y sus pantalones bombachos, él dando brincos por detrás.

Había montado duran una hora y media cuando llegaron a un túnel. Fiona había

intentado enseñar a Alex un poco de técnica, la diferencia, por ejemplo, entre caminar,

trotar, y galopar. Pero eso este era un deporte que ya había decidido que nunca

practicaría. Cada hueso de su cuerpo había sido moldeado, y su culo estaba tan

magullado que se preguntó si volvería a ser capaz de sentarse. Fiona parecía disfrutar

con su tormento. Incluso se preguntó si ella había elegido una ruta particularmente

llena de baches para añadir a sus magulladuras. O quizás sólo era un caballo

particularmente incómodo.

Había una única línea de ferrocarril delante de ellos, cruzada por un diminuto pasaje

con una barrera automática provista con una campanita y unas luces de flash para

advertir a los motoristas de cualquier tren que se acercara. Fiona guió a su caballo, uno

más pequeño y gris, hacia allí. El caballo de Alex lo siguió automáticamente. Supuso

que iban a atravesar la línea, pero cuando ella alcanzó la barrera, Fiona se paró.

—Hay un atajo que podemos tomar su quieres llegar a casa —dijo.

—Un atajo estaría bien —admitió Alex.

—Es por ahí.

Fiona señaló la línea hacia el túnel, un agujero negro en un lado de la montaña,

rodeado por ladrillos rojo oscuro. Alex la miró para ver si estaba bromeando.

Obviamente estaba hablaba bastante en serio. Se giró de nuevo al túnel. Era como el

cañón de una pistola, apuntándolo, advirtiéndole que se mantuviera alejado. Casi

podía imaginar el dedo gigante del gatillo, en algún sitio de la montaña. ¿Cómo era de

largo? Mirando con más atención, pudo ver puntito de luz al otro extremo, quizás

media millas.

—No estás hablando en serio —dijo.

—De hecho, Alex, no suelo bromear. Cuando digo algo, lo digo en serio. Soy igual que

mi padre.

—Excepto que tu padre no está completamente loco —murmuró Alex.

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Fiona fingió no oírlo.

—El túnel tiene casi una milla de largo —explicó—. Hay un puente al otro lado

después de otra barrera. Si cogemos este camino, podemos estar en casa en treinta

minutos. De lo contrario, hay una hora y media si volvemos por donde hemos venido.

—Entonces volvamos por donde hemos venido.

— ¡Oh, Alex, no seas como un gatito asustado! —Fiona le hizo pucheros—. Hay sólo un

tren‖cada‖hora‖por‖esta‖vía‖y‖el‖próximo‖no‖debe‖de‖venir‖hasta<‖—miró su reloj—

veinte minutos. He pasado por el túnel cientos de veces y nunca lleva más de cinco

minutos. Menos si galopas.

—Aún así es de locos cabalgar por un vía de tren.

—Bueno, tendrás que encontrar el camino de vuelta tú solo si regresas por ahí. —

Espoleó con sus talones y su caballo avanzó dando tumbos hacia delante, pasando la

barrera hasta la vía—. Te veré luego.

Pero Alex la siguió. Jamás habría sido capaz de volver montando él solo. No sabía el

camino, y casi no podía controlar a su caballo. Incluso ahora estaba siguiendo a Fiona

sin instigarlo. ¿Entrarían de verdad los dos animales en la oscuridad del túnel? Parecía

increíble, pero Fiona había dicho que ya lo había hecho antes, y sin duda, los caballos

caminarían por dentro de la montaña sin ni siquiera vacilar.

Alex tembló cuando la luz se cortó de repente detrás de él. Hacía frío y era húmedo en

el interior. El aire olía a hollín y combustible. El túnel era una cámara natural que hacía

eco. Los cascos de los caballos traqueteaban a su alrededor cuando golpeaban la grava

con sus patas. ¿Qué pasaría si su caballo tropezaba? Alex alejó ese pensamiento de su

mente. La silla de cuero crujió. Lentamente sus ojos se acostumbraron a la oscuridad.

Una tenue luz solar se filtraba por detrás. La salida era claramente visible justo por

delante, y el círculo de luz se ensanchaba con cada paso. Intentó relajarse. Quizás no

iba a estar tan más después de todo.

Y entonces Fiona habló. Había aminorado el paso, permitiendo que su caballo

alcanzara al suyo.

— ¿Todavía estás preocupado por el tren, Alex? —preguntó con desprecio—. Quizás te

gustaría ir más rápido.

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Él oyó el silbido del buche del animal a través del aire y sintió que su caballo pegaba

un tirón cuando Fiona lo azotó fuertemente en el trasero. El caballo relinchó y se

encaminó hacia delante. Alex casi salió disparado hacia atrás de la silla de montar.

Hincándose con sus rodillas, se las arregló para aferrarse, pero su cuerpo entero estaba

en un ángulo muy raro, con las riendas desplazándose hacia la boca del caballo. Fiona

reía. Y cuando Alex fue consciente sólo del viento que pasaba a su lado, la espesa

oscuridad se cernía alrededor de su cara y los cascos del caballo golpeteaban

duramente la grava cuando el animal se precipitó alocadamente hacia delante. El hollín

se le metía en los ojos, cegándolo. Pensó que iba a caer. Los minutos parecieron pasar

en meros segundos.

Pero entonces, milagrosamente, prorrumpieron en la luz. Alex luchó por el equilibrio,

y después volvió a poner al caballo bajo control, cogiendo de nuevo las riendas y

apretando los flancos del caballo con las rodillas. Cogió una profunda bocanada de aire

y esperó a que Fiona apareciera.

Su caballo había ido a descansar al puente que ella había mencionado. El puente a la

moda con las vigas de hierro y que cruzaba un río. Había habido mucha lluvia ese mes

y, como a cincuenta pies por debajo de él, el agua iba a mucha velocidad, de verde

oscuro y profundo. Con cuidado, se giró alrededor para encarar el túnel. Si perdía el

control aquí, sería fácil caer por el borde. Los lados del puente no podían tener más de

tres pies de alto.

Pudo oír a Fiona acercándose. Había estado galopando detrás de él, probablemente

riendo todo el camino.

Él miró dentro del túnel, y fue cuando el caballo gris de Fiona salió, corriendo a su

lado, y desapareció por la barrera al otro lado del puente.

Pero Fiona no estaba sobre él.

El caballo había salido solo.

Alex le llevó unos segundos de trabajo. Su cabeza estaba devanándose. Ella debía de

haber caído. Quizás su caballo había tropezado. Podía estar tendida en el interior del

túnel. En las vías. ¿Cuánto tiempo quedaba para el próximo tren? Veinte minutos,

había dicho. Pero al menos cinco de eso minutes ya habían pasado, y puede que ella

hubiera estado exagerando para empezar.

Alex maldijo. Condenada chica con su comportamiento de mocosa consentida y sus

juegos casi suicidas.

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Pero no podía dejarla. Se agarró a las riendas. De alguna manera conseguiría que su

caballo le obedeciera. Tenía que sacarla, y tenía que hacerlo rápido.

Quizás su desesperación se las apañara para comunicarse por sí misma con el cerebro

del caballo. El animal giró alrededor e intentó retroceder, pero entonces Alex lo golpeó

con sus rodillas, avanzó hacia delante y de mala gana entró en la oscuridad del túnel

por segunda vez. Alex lo espoleó de nuevo. No quería hacerle daño, pero no se le

ocurría otra manera de hacer que lo obedeciera.

El caballo trotó. Alex buscó por delante.

— ¡Fiona! —llamó. No hubo respuesta. Había esperado que estuviera caminando hacia

él, pero no pudo oír ningún paso. ¡Ojalá hubiera más luz!

El caballo se paró y allí estaba ella, justo enfrente de él, tumbada en el suelo, con sus

brazos y su pecho realmente en las vías. Si venía un tren ahora, la cortaría por la mitad.

Estaba demasiado oscuro para verla la cara, pero cuando habló puedo oír el dolor en

su voz.

—Alex<‖—dijo—. Creo que me he roto el tobillo.

— ¿Qué pasó?

—Había una telaraña o algo. Estaba tratando de mantenerme a tu ritmo. Me vino a la

cara y perdí el equilibrio.

¡Había estado tratando de seguir su ritmo! Casi sonaba como si lo estuviera culpando,

como si hubiera olvidado que había sido ella quien azotó a su caballo en primer lugar.

— ¿Puedes levantarte?

—No lo creo.

Alex suspiró. Manteniendo tensas las riendas, se deslizó por su caballo. Fiona había

caído justo en el medio del túnel. Se obligó a no sentir pánico. Si lo que le había dicho

era cierto, el próximo tren todavía estaba al menos a diez minutos de distancia.

Se agachó para ayudarla a levantarse. Su pie se apoyó‖en‖uno‖de‖los‖raíles<

<y‖sintió‖algo.‖Debajo‖de‖su‖pie.‖Haciendo‖temblar‖su‖pierna.‖La‖vía‖estaba‖vibrando.

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El tren estaba en camino.

—Tienes que levantarte —dijo, intentando mantener el miedo fuera de su voz. Ya

podía ver el tren en su imaginación, estridente por la vía. Cuando se zambullera en el

túnel, sería un torpedo de quinientas toneladas que los haría pedazos. Podía oír el

rechinamiento de la ruedas, el rugido de los motores. Sangre y oscuridad. Sería una

manera horrible de morir.

Pero todavía había tiempo.

— ¿Puedes mover los dedos de los pies? —preguntó.

—Creo que sí. —Fiona estaba agarrándose a él con avidez.

—Entonces probablemente tengas el tobillo torcido, no roto. Vamos.

La arrastró hacia arriba preguntándose si sería posible permanecer en el túnel, a un

lado de las vías. Si se aplastaban contra la pared, el tren puede que simplemente los

pasara. Pero Alex sabía que no habría suficiente espacio. E incluso si el tren los pasaba,

todavía golpearía al caballo. ¿Y si se descarrilaba? Docenas de personas podrían

resultar muertas.

— ¿Qué tren sigue este camino? —preguntó—. ¿Lleva pasajeros?

—Sí. —Fiona sonaba llorosa—. Es un tren de Virginia. Dirigiéndose a Glasgow.

Alex suspiró. Sólo tenía su suerte para conseguir el único tren de Virginia llegara a

tiempo.

Fiona se paralizó.

— ¿Qué es eso? —preguntó.

Había oído el sonido de una campana. ¡La barrera! Estaba señalizando que se acercaba

un tren, bajándose sobre la carretera.

Y entonces Alex oyó un segundo sonido que hizo que la sangre se le congelara. Por un

momento no pudo respirar. Era extraordinario. Su respiración estaba atascada en sus

pulmones y se negaba a llegar hasta su boca. Su cuerpo entero estaba paralizado como

si hubieran apagado algún interruptor en su cerebro. Estaba simplemente aterrorizado.

El chirrido de la bocina de un tren. Todavía estaba a una milla o más de distancia, pero

el túnel estaba actuando como conductor del sonido y podía sentirlo cortando dentro

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de él. Y entonces otro sonido: el trueno arrollador del motor. Se movía rápido hacia

ellos. Por debajo de sus pies, el raíl vibraba más violentamente.

Alex tragó aire y obligó a sus piernas a que le obedecieran.

—Sube al caballo —gritó—. Te ayudaré.

Sin preocuparse del daño que le causaba, arrastró a Fiona al lado del caballo y la obligó

subir a la silla. El ruido se hacía más fuerte con cada segundo que pasaba. La vía estaba

zumbando suavemente, como gigante. El escaso aire dentro del túnel parecía

estar en movimiento, girando a derecha e izquierda como si intentara quitarse del

camino.

Fiona gritó y Alex sintió que su peso dejaba sus brazos como si se dejara caer en la silla.

El caballo relinchó y dio un paso lateralmente, y por un espantoso momento Alex

pensó que se iba a ir sin él. Había justo la luz suficiente para remarcar las figuras del

caballo y su jinete. Vio a Fiona agarrando con fuerza las riendas. Volvía a controlarlo.

Alex se alzó y se sujetó a la crin del caballo. Usó el grueso pelo para subirse él mismo a

la silla, por delante de Fiona. El ruido del tren se estaba volviendo más y más fuerte. El

hollín y el cemento desprendido estaban goteando de las paredes curvas. Las

corrientes de viento se arremolinaban más rápido, con los raíles sonando. Por un

momento los dos se arrejuntaron, pero después él tenía las riendas y ella estaba

aferrada a él, con los brazos alrededor de su pecho.

— ¡Vamos! —gritó él y espoleó al caballo.

El caballo no necesitó más estímulo. Corrió hacia la luz, galopando por la vía del tren,

lanzando a Alex y Fiona hacia delante y atrás, contra ambos.

Alex no se atrevió a mirar hacia atrás, pero sintio el tren cuando se acercó a la boca del

túnel y se zambulló en él, viajando a 105 millas por hora. Una onda expansiva los

golpeó. El tren estaba perforando el aire a su paso, llenando el espacio con acero sólido.

El caballo comprendió el peligro y explotó hacia delante con renovada velocidad, con

sus cascos volando por encima de las vías a grandes pasos. Por delante de ellos la boca

del túnel se abrió, pero Alex sabía, con una deprimente sensación de desesperación que

no iban a conseguirlo. Incluso cuando salieran del túnel, todavía estarían atrapados en

los lados del puente. La segunda barrera estaba a cien yardas por allá de las vías.

Puede que salieran pero morirían a campo abierto.

El caballo pasó el final del túnel. Alex sintió el círculo de oscuridad deslizarse por sus

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hombros. Fiona estaba gritando, con sus brazos agarrados alrededor de él tan

fuertemente que casi no podía respirar. Apenas podía oírla. El rugido del tren estaba

justo detrás de él, y cuando el caballo comenzó una desesperada carrera por el puente,

lanzó una mirada furtiva alrededor. Y tuvo el tiempo justo para ver a la enorme bestia

metálica salir estruendosamente del túnel, dirigiéndose hacia ellos, con el cuerpo

pintado de brillante rojo de los colores de Virginia, el maquinista miraba con horror

desde detrás de la ventana. Hubo un segundo estallido de la bocina del tren, al mismo

tiempo que espoleaban con el otro pie. Sólo esperaba que el caballo entendiera lo que

se proponía hacer.

Y de alguna manera funcionó. El caballo cambió de dirección. Ahora se dirigía hacia un

lado del puente. Hubo una explosión atronadora desde el tren. El humo del

combustible los ahogó. Alex espoleó otra vez con todas sus fuerzas. El caballo saltó.

El tren pasó rugiendo, sin cogerlos por centímetros. Pero ahora estaba en el aire, por

encima de uno de los lados del puente. Los vagones todavía estaban pasando, como

una mancha roja. Fiona gritó por segunda vez. Todo pararía estar pasando a cámara

lenta cuando caían. Un momento estaban al lado del puente, un momento después por

debajo de él y todavía cayendo. El río verde se acercaba para recibirlos.

El caballo y sus dos jinetes cayeron a plomo por el aire y chocaron contra el río. Alex

tuvo el tempo junto para coger aire. Se temía que el agua no fuera lo suficientemente

profunda, que los tres acabaran con los cuellos rotos. Pero golpearon la superficie y

pasaron a través de ella, cayendo en los helados y oscuros remolinos verdes que los

succionaron ávidamente, amenazando con dejarlo allí para siempre. Fiona se estaba

separando de él. Sintió que el caballo pateaba para liberarse. Las burbujas explotaron

de su boca y se dio cuenta de que estaba gritando.

Finalmente, Alex salió a la superficie de nuevo. El agua pasaba rápidamente y,

arrancando su ropa y sus zapatos, nadó torpemente hacia la orilla más cercana.

El maquinista no había parado. Quizás había estado demasiado atemorizado por lo

que había ocurrido. Quizás quería fingir que no había pasado nada en absoluto. En

cualquier caso, el tren se había ido. Alex alcanzó la orilla y se impulsó, temblando, en

la hierba. Hubo un balbuceo y una tos por detrás de él, y Fiona apareció. Había

perdido su gorra de montar, y su largo pelo negro estaba colgando por su cara. Alex la

miró. El caballo también se las había arreglado para alcanzar tierra firme. Trotó hacia

delante y se sacudió, aparentemente ileso. Alex se alegraba por ello. Cuanto todo

estaba sentenciado, el caballo les había salvado la vida a ambos.

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Se puso de pie. El agua le chorreaba de la ropa. No había ninguna sensación en todo su

cuerpo. Se preguntaba si sería por el agua helada o por el shock por lo que acaba de

pasar. Fue hasta Fiona y la ayudó a levantarse.

— ¿Estás bien? —preguntó.

—Sí. —Le estaba mirando de manera muy extraña. Trastabilló, y él le puso una mano

para estabilizarla—. Gracias —dijo.

—Está bien.

—No. —Ella se aferró a su mano. Su camisa había caído abierta y se la sacó por la

cabeza, revolviendo su pelo sobre los ojos—.‖Lo‖que‖hiciste‖allí‖atr{s<‖fue‖fant{stico.‖

Alex, lo siento por haber sido tan horrible contigo toda la semana. Pensé, porque

estabas aquí sólo por caridad y todo eso, pensé que eras sólo un oik. Pero me

equivocaba contigo. Eres realmente genial. Y ahora sé que vamos a ser amigos. —

Medio cerró los ojos y se movió hacia él, con sus libros ligeramente abiertos—. Puedes

besarme si quieres —dijo.

Alex se apartó de ella y se giró para alejarse.

—Gracias, Fiona —dijo—. Pero francamente, preferiría besar al caballo.

______________________ 1 N. T. Instrumento que mide el compás de un sonido.

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Capítulo 7

Edición Especial

El helicóptero voló en círculo dos veces sobre el Haverstock Hall antes de comenzar su

descenso. Era un Robinson R44, una aeronave de 4 plazas, de construcción

norteamericana. Sólo había una persona de piloto en su interior. Sir David Friend había

regresado de Londres, y él y su esposa salieron fuera para verlo tomar tierra en frente

de la casa. El ruido del motor fue perdiendo fuerza y las hélices empezaron a

ralentizarse. La puerta de la cabina se abrió, y el piloto salió, vestido con un traje de

vuelo de cuero de una sola pieza, un casco y unas gafas protectoras.

El piloto se acercó a ellos, extendiendo una mano.

—Buenos días —gritó ella por encima del ruido de las hélices—. Soy la señora

Stellenbosch. De la academia...

Si Sir David y Lady Caroline se habían quedado desconcertados cuando vieron por

primera vez a Alex, el aspecto de la asistente de dirección les dejó congelados en su

sitio. Sir David fue el primero en recuperarse.

— ¿Piloteó el helicóptero usted misma?

—Sí...estoy cualificada —respondió la señora Stellenbosch.

— ¿Le gustaría entrar? —dijo Lady Caroline—. Quizás le gustaría tomar un poco de té.

Les condujo hacia la casa y hacia la sala de estar, donde la señora Stellenbosch se sentó,

con las piernas separadas, su casco sobre el sofá junto a ella. Sir David y Lady Caroline

se sentaron en frente de ella. El té fue traído en una bandeja.

— ¿Les importa si fumo? —preguntó‖ la‖ señora‖Stellenbosch.‖―Metió‖ la‖mano‖en‖un‖

bolsillo y sacó un pequeño paquete de cigarrillos sin esperar una respuesta. Encendió

uno y soltó el humo—. Tiene una casa muy hermosa, Sir David. ¡Georgiano, diría yo,

pero decorado con mucho gusto! ¿Y dónde, si puedo preguntar, está Alex?

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—Se fue a dar un paseo —dijo Sir David.

—Tal vez está un poco nervioso —Ella sonrió de nuevo y cogió la taza de té que Lady

Caroline le había ofrecido—. Entiendo que Alex ha sido una gran fuente de

preocupación para ustedes.

Sir David Friend asintió con la cabeza. Sus ojos no revelaban nada. Durante los

siguientes minutos, le habló a la señora Stellenbosch sobre Alex, cómo había sido

expulsado de Eton, cómo se había convertido en alguien fuera de control.

Lady Caroline escuchaba todo esto en silencio, en ocasiones agarraba el brazo de su

marido.

—Estoy al final de mi comprensión —concluyó Sir David—. Tenemos una hija mayor,

y ella es totalmente encantadora. ¿Pero Alex? Él vagabundea por la casa. No lee. No

muestra ningún interés en nada. Su aspecto... bueno, lo verás por ti misma. La

Academia Point Blanc es nuestro último recurso, señora Stellenbosch. Estamos

desesperadamente deseando que lo puedan enderezar.

La asistente de dirección dio un golpe al aire con su cigarro, dejando una estela gris.

—Estoy segura de que ha sido un padre maravilloso, Sir David —le aduló—. ¡Pero

estos niños modernos! Es desgarrador el modo en que algunos de ellos se comportan.

Ha hecho lo correcto, viniendo a nosotros. Como estoy segura de que sabe, la academia

ha tenido una tasa de éxito notable con los años.

— ¿Qué es exactamente lo que hacen? —preguntó Lady Caroline.

—Tenemos nuestros métodos. —Los ojos de la mujer brillaban. Echó las cenizas en su

plato—. Pero les puedo prometer, que arreglaremos todos sus problemas. ¡No se

preocupen! Cuando regrese a casa, será un chico totalmente diferente.

* * *

Alex había llegado al borde de un campo a una media milla de la casa. Había visto al

helicóptero aterrizar y sabía que su hora había llegado. Pero no estaba listo todavía

para irse. La señora Jones le había telefoneado la noche anterior. Una vez más, el M16

no le iba a enviar con las manos vacías a lo que podría ser territorio enemigo.

Vio cómo una cosechadora venía retumbando lentamente hacia él, cortando una franja

a través de la hierba. Esta dio una sacudida y se paró a muy poca distancia, y la puerta

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de la cabina se abrió. Un hombre salió con dificultad. Estaba tan gordo que tuvo que

sacar, primero una nalga, luego la siguiente y, finalmente, el estómago, los hombros y

la cabeza. El hombre vestía una camisa a cuadros y mono azul de granjero. Pero

incluso si hubiera tenido un sombrero de paja y una hoja de maíz entre los dientes,

Alex nunca le podría haber imaginado en realidad cultivando nada.

El hombre le sonrió. — ¡Hola, viejo amigo! —dijo.

—Hola, señor Smithers —respondió Alex.

Smithers trabajaba para M16. Él le había suministrado los diversos dispositivos que

Alex había utilizado en su última misión.

— ¡Encantado de volver a verte! —exclamó. Le guiñó un ojo—. ¿Qué piensas de la

tapadera? Me dijeron que me mezclara con el campo.

—La cosechadora es una gran idea —dijo Alex—. Salvo que, estamos en abril. No hay

nada que cosechar.

— ¡No había pensado en eso! —Smithers sonrió con alegría—. El problema es que no

soy realmente un agente de campo. ¡Agente de campo! —Miró a su alrededor y se rió.

— De todos modos, estoy contento por tener la oportunidad de trabajar contigo de

nuevo; Alex he pensado en unos pocos bits y piezas para ti. No a menudo tengo un

adolescente. ¡Mucho más divertido que los adultos!

Metió la mano en la cabina y sacó una maleta.

—En realidad, ha sido un poco más difícil esta vez —añadió.

— ¿Tienes otra Nintendo Game Boy? —preguntó Alex.

—No. Tengo sólo esa. La escuela no permite Game Boys, o cualquier otro tipo de

ordenador de todas formas, para el caso. Ellos proporcionan sus propios ordenadores

portátiles. Podría haber escondido una docena de aparatos dentro de una computadora

portátil, ¡pero ahí lo tienes! Ahora, veamos... —abrió el maletín—. Me han dicho que

todavía hay gran cantidad de nieve en Point Blanc, por lo que necesitarás esto.

—Un traje de esquí —dijo Alex. Eso era lo que estaba sosteniendo Smithers.

—Sí. Pero es altamente aislante y también a prueba de balas. —Sacó un par de gafas

con‖cristales‖verdes‖tintados―.‖Se‖trata‖de‖unas‖gafas‖de‖esquí.‖Pero‖en‖el‖caso‖de‖que‖

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tengas que ir a alguna parte por la noche, en realidad son infrarrojos. Hay una batería

oculta en el marco. Sólo tienes que pulsar el interruptor y podrás ver a unos veinte

metros,‖ incluso‖ si‖ no‖hay‖ luna.‖―Smithers‖metió‖ la‖mano‖ en‖ la‖maleta‖por‖ segunda‖

vez—. Ahora, ¿qué más podría llevar con él un muchacho de tu edad?

Afortunadamente, tienes derecho a tener un discman de Sony, siempre y cuando todos

los discos sean clásicos —Le entregó a Alex el aparato.

—Así que mientras la gente me está disparando en el medio de la noche, me pongo a

escuchar música —dijo Alex.

—Por supuesto. ¡Sólo no pongas Beethoven! —Smithers levantó el disco—. El discman

se convierte en una sierra eléctrica. El CD es el canto de un diamante. Cortará casi

cualquier cosa, útil si necesitas salir a toda prisa. Hay también un botón de pánico que

he construido adentro. Si estás en verdaderos problemas y necesitas ayuda,

simplemente pulsa el botón de avance rápido tres veces. Enviara una señal que nuestro

satélite recogerá. ¡Y entonces podremos avanzar rápido para sacarte!

—Gracias, señor Smithers —dijo Alex, pero estaba decepcionado y lo demostró.

Smithers se dio cuenta —Se lo que quieres —dijo—. Pero sabes que no puedes tenerla.

¡Nada de armas! El Sr. Blunt es inflexible. Piensa que eres demasiado joven.

—Sin embargo no soy demasiado joven para matar.

—Lo sé. Así que le he puesto unas pocas ideas y colocado un par de... medidas de

defensa, por así decirlo. Esto queda entre tú y yo, ¿entendido? No estoy seguro de que

el Sr. Blunt lo apruebe.

Le tendió una mano. Un pendiente de oro de dos piezas descansaba en el medio de su

palma: una forma de diamante para la parte delantera y una presilla para sostenerlo en

la parte posterior. El aparato parecía pequeño rodeado de tanta carne.

—Me dijeron que te habías perforado la oreja —dijo—. Así que te hice esto. Ten mucho

cuidado después de habértelo puesto. Uniendo las dos piezas juntas se activará.

— ¿Activar el qué? —Alex parecía dudoso.

—El pendiente es un pequeño pero muy poderoso artefacto explosivo. Como una

granada en miniatura. Separando las dos piezas de nuevo, se pondrá en marcha.

Cuenta hasta diez y hará un agujero alrededor de cualquier cosa... o cualquiera,

debería agregar.

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—Con tal de que no explote en mi oído —murmuró Alex.

—No, no. Es perfectamente seguro siempre y cuando las piezas permanezcan unidas

—Smithers sonrió—. Y, por último, estoy muy complacido con esto. Es exactamente lo

que tú esperabas encontrar en el equipaje de un niño, y yo lo he diseñado

especialmente para ti. —Había fabricado un libro.

Alex lo cogió. Era una edición de tapa dura del último libro de Harry Potter.

—Gracias —dijo—, pero ya lo he leído.

—Esta es una edición especial. Hay un arma integrada en el lomo, y la cámara se carga

con un dardo paralizante. Sólo tienes que apuntar y pulsar el nombre del autor.

Noqueara a un adulto en menos de cinco segundos.

Alex sonrió. Smithers volvió a subir a la cosechadora. Por un momento parecía haberse

atascado permanentemente en la puerta, pero luego con un gruñido se las arregló para

meterse de lleno.

—Buena suerte, viejo amigo —dijo—. ¡Vuelve de una sola pieza! ¡Realmente disfruto

teniéndote alrededor!

Era hora de irse.

* * * El equipaje de Alex estaba siendo cargado en el helicóptero, y él estaba de pie junto a

sus nuevos padres, apretando el libro de Harry Potter. Eva Stellenbosch lo estaba

esperando debajo de las hélices. Se había quedado muy sorprendido por su aspecto, y

al principio había tratado de ocultarlo. Pero luego se había relajado. No tenía que ser

educado. Alex Rider puede tener buenos modales, pero a Alex Friend no le importa un

comino lo que ella pensara. La miró con desprecio ahora y se dio cuenta de que lo

estaba observando atentamente mientras se despedía.

Una vez más, Sir David Friend hizo su papel perfectamente.

—Adiós, Alex —dijo—. ¿Nos escribirás y nos harás saber que estás bien?

—Si quieren —dijo Alex.

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Lady Caroline se movió hacia delante y lo besó. Alex se apartó de ella como

avergonzado. Tuvo que admitir que parecía realmente triste.

— ¡Vamos, Alex! —La señora Stellenbosch tenía prisa por salir. Ella le había dicho que

el helicóptero tenía un alcance de sólo cuatrocientos kilómetros y que necesitarían

parar en París para repostar.

Y entonces apareció Fiona, cruzando el césped hacia ellos. Alex no había hablado con

ella durante los últimos dos días, no desde el asunto en el túnel. Ella tampoco había

hablado con él. Él la había rechazado, y sabía que nunca se lo perdonaría. Ella no había

bajado a desayunar esta mañana, y él había asumido que no se mostraría de nuevo

hasta que se hubiera ido. Entonces, ¿qué estaba haciendo aquí ahora?

De pronto Alex lo supo. Había venido a causar problemas, un último empujón antes

del golpe. Podía verlo en sus ojos y en la forma en que iba caminando enfadada sobre

el césped con las manos apretadas en forma de puños.

Fiona no sabía que era un espía. Pero debía saber que él estaba aquí por una razón, y

había adivinado que tenía algo que ver con la mujer de Point Blanc. Así que había

decidido salir a estropearle las cosas.

Tal vez iba a hacer preguntas. Tal vez iba a dar a la señora Stellenbosch un pedazo de

su mente. De cualquier manera, Alex sabía que su misión terminaría antes de haber

empezado siquiera. Toda su tarea memorizando los archivos y todo el tiempo que

había pasado con la familia habría sido para nada.

—Fiona... —Sir David murmuró. Sus ojos eran graves. Había llegado a la misma

conclusión que Alex.

Ella lo ignoró. — ¿Es usted de la academia? —le preguntó, hablando directamente a la

señora Stellenbosch.

—Sí, querida.

—Bueno, creo que hay algo que debería saber.

Sólo había una cosa que Alex podía hacer. Levantó el libro de Harry Potter y apuntó a

Fiona, y entonces presionó el lomo del libro una vez, fuerte. No hubo ruido, pero sintió

que el libro tembló en su mano. Fiona puso su mano al lado de su pierna. Todo el color

desapareció de su cara. Se desplomó en el césped.

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Lady Caroline corrió hacia ella. La señora Stellenbosch parecía perpleja. Alex se volvió

hacia ella, con el rostro blanco.

—Ésa es mi hermana —dijo—, es muy emotiva.

Dos minutos después, el helicóptero despegó. Alex, observaba a través de la ventana

como Haverstock Hall se volvía cada vez más pequeña y después desaparecía detrás

de ellos. Miró a la señora Stellenbosch, inclinada sobre los controles, con los ojos

ocultos por sus gafas. Él se acomodó en su asiento y se dejó llevar hacia el cielo oscuro.

Entonces las nubes aparecieron. El campo se había ido. Así como la que era su única

arma. Alex iba por su cuenta.

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Capítulo 8

Habitación 13

Llovía en París. La ciudad se veía cansada y decepcionada, la Torre Eiffel luchando

contra la masa de densas nubes. No había nadie sentado en las terrazas de los cafés, y

por una vez los pequeños quioscos vendiendo pinturas y postales estaban siendo

ignorados por los turistas, que corrían de vuelta a sus hoteles. Eran las cinco de la tarde

y la noche se acercaba, inadvertida. Las tiendas y las oficinas se estaban vaciando, pero

a la ciudad no le importaba. Sólo quería que la dejaran sola.

El helicóptero aterrizó en un área privada del aeropuerto de Charles de Gaulle, y un

coche había estado esperando para conducirles dentro. Alex no había dicho nada

durante el vuelo y ahora estaba sentado solo en la parte de atrás, mirando a los

edificios pasar rápidamente. Estaban siguiendo el Sena, moviéndose

sorprendentemente rápido a través de un ancho camino de dos carriles que cruzaba

por encima y por debajo del nivel del agua. Su ruta les llevaba pasado Notre Dame.

Entonces giraron, abriéndose paso a través de una serie de calles secundarias con

pequeños restaurantes y boutiques luchando por espacio en las aceras.

—Le Marais2, —le dijo Mrs. Stellenbosch a Alex, señalando por la ventana.

Fingió mostrar interés. De hecho, él había estado en Le Marais una vez con su tío y lo

conocía como una de las secciones más sofisticadas y caras de Paris.

El coche viró en una gran plaza y se detuvo. Alex miró por la ventana. Estaba rodeado

por los cuatro lados por altas, clásicas casas por las que Paris era famoso. Pero la plaza

estaba desfigurada por un solo hotel moderno. Era blanco, rectangular, las ventabas

provistas de cristales oscuros que no permitían ver el interior.

Se alzaban cuatro plantas con un tejado plano y el nombre HOTEL DU MONDE en

letras doradas sobre la puerta principal. Si una nave espacial aterrizaba en la plaza,

aplastando un par de edificios para hacerse hueco, no se podría haber visto más fuera

de lugar.

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—Aquí es donde nos hospedamos, —dijo Mrs. Stellenbosch—. El hotel es propiedad de

la academia.

El conductor sacó las maletas del maletero. Alex siguió a la asistente de dirección hacia

la entrada, la puerta abriéndose automáticamente para permitirles entrar. El vestíbulo

estaba frío y vacío, mármol blanco y espejos con una sola planta puesta en un rincón

como una ocurrencia tardía. Había una pequeña mesa de recepción con un

recepcionista serio en un traje negro y gafas, un ordenador, y una fila de casilleros.

Alex los contó. Había quince. Presumiblemente, el hotel tenía quince habitaciones.

—Bonsoir3, Madame Stellenbosch. —El recepcionista asintió levemente con la cabeza.

Ignoró a Alex—. Espero que haya tenido un agradable viaje desde Inglaterra. —

Continuó, todavía hablando en francés. Alex miraba sin comprender, como si no

hubiera entendido una palabra. Alex Friend no hablaba francés. No se molestaría en

aprender. Pero Ian Rider se había asegurado que su sobrino hablara francés casi al

mismo tiempo que hablaba inglés. Sin mencionar el alemán y el español también.

El recepcionista cogió dos llaves. No le pidió a ninguno de los dos que se registraran.

No preguntó por una tarjeta de crédito. El hotel pertenecía a la escuela, así que no

habría ninguna factura cuando se marcharan. Le dio a Alex una de las llaves.

—Espero que no seas supersticioso, —dijo él, hablando ahora en inglés.

—No, —Contestó Alex.

—Es la habitación trece. En la primera planta. Estoy seguro que le resultara más que

agradable. —El recepcionista sonrió.

Mrs. Stellenbosch cogió su llave. —El hotel tiene su propio restaurante. —dijo ella. Su

voz era ronca y extrañamente masculina. Su aliento olía a humo de cigarro—. También

podríamos cenar aquí esta noche. No queremos salir con esta lluvia. De todas formas,

la comida aquí es excelente. ¿Te gusta la comida francesa, Alex?

—No mucho, —dijo Alex.

—Bueno, estoy segura de que encontrarás algo que te guste. ¿Por qué no te refrescas un

poco después del viaje? —Miró su reloj—. Comeremos a las siete, dentro de una hora y

media. Nos dará una oportunidad para poder hablar juntos. Podría sugerir, quizás,

¿alguna ropa más pulcra para la cena? Los franceses son informales, pero, si me

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disculpas por decir esto, querido, te tomas la informalidad un poco demasiado lejos. Te

llamaré cuando falten cinco minutos para las siete. Espero que la habitación este bien.

La Habitación 13 estaba al final de un largo, estrecho pasillo. La puerta se abrió hacia

un sorprendentemente enorme espacio, con vistas a la plaza. Había una cama doble

con un edredón negro y blanco, una televisión y mini bar, un escritorio, y, en la pared,

un par de fotografías enmarcadas de París. Un botones había traído la maleta de Alex,

y tan pronto como se fue, Alex se quitó los zapatos y se sentó en la cama. Se preguntó

porque habían venido aquí. Sabía que el helicóptero necesitaba combustible, pero eso

no debía obligarles a permanecer pasada la noche. ¿Por qué no volar directamente a la

escuela?

Tenía más de una hora para pasar el tiempo. Primero fue al baño (más cristal y mármol

blanco) y se tomó una larga ducha. Entonces, envuelto en una toalla, volvió a la

habitación y encendió la televisión. Alex Friend iba a mirar la televisión. Había unos

treinta canales para escoger. Alex hizo zapping por los canales franceses y se detuvo en

la MTV. Se preguntaba si estaban monitorizándole. Había un gran espejo al lado del

escritorio, y sería bastante fácil ocultar una cámara tras él. Bueno, ¿Por qué no darles

algo sobre lo que pensar? Abrió el mini bar y se sirvió una copa de ginebra. Entonces

fue al baño, rellenando la botella de agua, y volviéndola a colocar en la nevera.

¡Bebiendo alcohol y robando! Si ella estaba mirando, Madame Stellenbosch sabría que

tenía sus manos llenas con él.

Se pasó los cuarenta minutos siguientes viendo la televisión y haciendo como que

bebía ginebra. Entonces se llevó el vaso al baño y lo tiro por el lavabo. Era hora de

vestirse. ¿Debía hacer lo que le habían dicho y ponerse ropas más pulcras? Al final, se

comprometió. Se puso una nueva camisa, pero se dejó los mismos tejanos. Un

momento después, el teléfono sonó. Era su llamada para la cena.

Mrs. Stellenbosch estaba esperándole en el restaurante, una amplia, vacía sala en el

sótano. Suave iluminación y espejos se habían utilizado para hacerla sentir más amplia,

pero aun así era el último lugar que Alex habría escogido. El restaurante podía haber

estado en cualquier parte, en cualquier parte del mundo. También había otros dos

comensales, hombres de negocios, por su aspecto, pero por lo demás estaban solos.

Mrs. Stellenbosch se había cambiado a un vestido de noche negro con unas plumas en

el cuello, y tenía un collar antiguo de cuentas negro y plata. Conforme más elegantes

sus ropas, pensó Alex, más fea se veía. Estaba fumando otro cigarro.

— ¡Ah! ¡Alex! —Echó el humo—. ¿Has descansado? ¿O has estado mirando la TV? —

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Alex no dijo nada. Se sentó y abrió el menú, entonces lo volvió a cerrar cuando vio que

todo estaba en francés.

—Debes dejarme pedir por ti. Alguna sopa para empezar, ¿tal vez? Y después un filete.

Todavía no he conocido a ningún chico que no le guste un filete.

—Mi primo Oliver es vegetariano. —dijo Alex. Era algo que había leído en uno de los

archivos.

La asistente de dirección asintió como si ya lo supiera. —Entonces no sabe lo que se

pierde, —dijo ella. Un camarero de aspecto pálido vino y ella pidió en francés—. ¿Qué

quieres beber? —Preguntó.

—Tomaré una Coca-Cola.

—Siempre he pensado que es una bebida repugnante. Nunca he entendido su gusto.

Pero por supuesto, tú debes tomar lo que quieras.

El camarero trajo la Coca-Cola para Alex y una copa de champán para Mrs.

Stellenbosch.

Alex miró las burbujas ascender en los dos vasos, las suyas negras, las de ella de un

pálido amarillo.

—Sante, —dijo ella.

— ¿Disculpe?

—Es para brindar en francés.

—Oh.‖A‖tu‖salud<

Hubo un momento de silencio. Los ojos de la mujer estaban fijos en él como si

pudiera ver a través de él. —Así que estabas en Eton. —dijo con indiferencia.

—Así es. —Alex se puso de repente en guardia.

— ¿En qué casa estabas?

—La Hopgarden. —Era el nombre de una verdadera casa en la escuela. Alex se

había leído el archivo cuidadosamente.

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—Visité una vez Eton. Recuerdo una estatua. Creo que era de un rey. Está

justo‖al‖pasar‖la‖puerta‖principal<

Estaba probándolo. Alex estaba seguro de ello. ¿Sospechaba de él? O era

simple precaución, ¿algo que siempre hacía? —Está hablando de Enrique VI. —dijo

él—. Su estatua está en el patio de la universidad. Él fundó Eton.

—Pero no te gustaba estar allí.

—No.

— ¿Por qué no?

—No me gustaba el uniforme y no me gustaban los picos. —Alex tuvo cuidado de no

usar la palabra profesores. En Eton, se conocían como picos. Medio sonrió para sí

mismo. Si quería un poco de charla-sobre-Eton, él se la daría—. Y no me gustaban las

reglas. Sancionados por el Pop4. O que te pongan en el Libro de Tardanzas5. Siempre

recibía Rips6 y Infoes7<‖ o‖ anotado‖ en‖ la‖ Bill8. Los castigos eran aburridos<

—Me temo que en realidad no entiendo una palabra de lo que has dicho.

—Divs son lecciones. —Explicó Alex—. Rips es cuando no realizas un buen

trabajo.

— ¡Ya veo! —Dibujó una línea con su cigarro—. ¿Es por eso por lo que prendiste fuego

a la biblioteca?

—No, —dijo Alex—. Eso fue simplemente porque no me gustan los libros.

El primer plato llegó. La sopa de Alex era amarilla y tenía algo flotando en ella. Cogió

su cuchara y removió receloso. — ¿Qué es esto? —Preguntó.

—Soupe de moules.

Le miró sin comprender.

—Sopa de mejillones. Espero que te guste.

—Hubiera preferido tomate. —dijo Alex.

Los filetes, cuando llegaron, eran típicamente franceses, apenas cocinados.

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Alex tomó un par de bocados de la carne ensangrentada, entonces dejó su cuchillo y su

tenedor y usó sus dedos para comerse las patatas fritas. Mrs. Stellenbosch le habló

sobre los Alpes Franceses, sobre esquiar, y sobre sus visitas a varias ciudades

Europeas. Era fácil parecer aburrido. Estaba aburrido. Y empezaba a sentirse cansado.

Tomó un trago de su Coca-Cola, esperando que la fría bebida le despertara. La comida

parecía alargar toda la noche.

Pero al menos los postres -helado con salsa de chocolate blanco- vinieron y se fueron.

Alex rechazó el café.

—Te ves cansado. —dijo Mrs. Stellenbosch. Encendió otro cigarro. El humo se curvó

alrededor de su cabeza y le hizo sentirse mareado—. ¿Te gustaría irte a

la cama?

—Si.

—No necesitamos marcharnos hasta mañana al mediodía. Tendrás tiempo para hacer

una visita al Louvre, si te gusta.

Alex sacudió la cabeza. —En realidad, las pinturas me aburren.

— ¿De verdad? ¡Qué pena!

Alex se levantó. De alguna forma su mano golpeó el vaso de Coca-Cola,

derramando el resto sobre el prístino mantel blanco. ¿Qué pasaba con él? De

pronto, estaba agotado.

— ¿Quieres que suba contigo, Alex? —Preguntó la mujer. Le miraba

detenidamente, un pequeño atisbo de interés en sus ojos de otro modo

muertos.

—No. Estaré bien. —Alex se apartó—. Buenas noches.

Subir las escaleras era un suplicio. Estaba tentado de tomar el ascensor,

pero no quería encerrarse en ese cubículo tan pequeño, sin ventanas. Se habría sentido

sofocado. Subió las escaleras, sus hombros descansando pesadamente contra la pared.

Entonces tropezó por el pasillo y de alguna forma cogió su llave y la metió en la

cerradura. Cuando finalmente entró, la habitación daba vueltas. ¿Qué pasaba? ¿Había

bebido‖m{s‖ginebra‖de‖la‖que‖pretendía,‖o‖estaba<?

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Alex tragó saliva. Había sido drogado. Había algo en la Coca-Cola. Estaba todavía en

su lengua, una especie de algo amargo. Sólo había tres pasos entre él y su cama, pero

podían haber sido kilómetros. Sus piernas ya no le obedecían, sólo levantar un pie le

llevó todas sus fuerzas. Se calló hacia delante, estirando sus brazos. De alguna forma se

las arregló para impulsarse lo suficientemente lejos. Su pecho y sus hombros golpearon

la cama, hundiéndose en el colchón. La habitación daba vueltas a su alrededor, rápido

y más rápido. Intentó ponerse de pie, intentó hablar, pero no salió nada. Agradecido,

permitió que la oscuridad se lo llevara.

Treinta minutos después, hubo un suave clic y la habitación empezó a cambiar.

Si Alex hubiera sido capaz de abrir los ojos, habría visto el escritorio, el mini bar, y las

fotografías enmarcadas de París subir por la pared. O eso le habría parecido a él. Pero

de hecho las paredes no se estaban moviendo. Era el suelo que estaba hundiéndose

bajo un sistema hidráulico oculto, llevando la cama (junto con Alex) a las

profundidades del hotel. La habitación al completo no era nada más que un ascensor

enorme que le llevaba, un centímetro a la vez, hacia el sótano de debajo.

Ahora las paredes eran hojas de metal. Había dejado el papel pintado, las luces, y las

fotos bien por encima de él. Estaba descendiendo a través de lo que parecía un pozo de

ventilación con cuatro barras de acero guiándole hacia el fondo. Brillantes luces pronto

le inundaron. Hubo un suave clic. Había llegado.

La cama se había parado en el medio de un centro clínico subterráneo. Equipo

científico llenaba todo a su alrededor. Había un número de cámaras: digitales, de

video, infrarrojas, y rayos-X. Había instrumentos de todos los tipos y tamaños, la

mayoría irreconocibles para cualquiera sin una licenciatura de ciencias. Una maraña de

cables en espiral salía de cada máquina hacia un banco de ordenadores que

parpadeaban en una larga mesa de trabajo en una de las paredes. Si Alex hubiera

estado despierto, se habría estremecido por el frio. Su aliento apareció como una tenue

nube blanca, situándose en torno a su boca.

Un hombre regordete con una bata blanca estaba esperando para recibirlo. El hombre,

que tendría unos cuarenta años, tenía el pelo amarillo que llevaba peinado hacia atrás,

y una cara rápidamente hundiéndose en la mediana edad, con mejillas hinchadas y un

grueso, graso cuello. El hombre llevaba gafas y un pequeño bigote. Dos asistentes

estaban con él, también llevando batas blancas. Sus caras también eran blancas.

Los tres se pusieron a trabajar a la vez. Manejando a Alex como si fuera un saco de

verduras (o un cadáver) lo cogieron y le quitaron la ropa. Entonces empezaron a

fotografiarle, empezando con una cámara convencional. Comenzaron con sus pies, y se

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movieron hacia arriba, haciendo al menos unas cien fotografías, el flash encendiéndose

automáticamente y el carrete avanzando. Ningún centímetro de su cuerpo escapó de su

examen.

Cortaron un mechón de su pelo y lo colocaron en una bolsa de plástico. Un

oftalmoscopio fue utilizado para producir una perfecta imagen de la parte posterior de

su ojo. Hicieron un molde de sus dientes, deslizando un pedazo de masilla en su boca y

manipulando su barbilla para hacerle masticar. Tomaron buena nota de su marca de

nacimiento en su hombro derecho, la cicatriz en su brazo, e incluso los extremos de sus

dedos. Alex se mordía las uñas, eso también se registró. Finalmente, le pesaron en una

pesa alta y delgada y le midieron (su altura, la medida de su pecho, su cintura, el

interior de su pierna, el tamaño de sus manos, y así sucesivamente) tomando nota en

sus libros de cada medida.

Y todo el tiempo, Mrs. Stellenbosch miraba desde el otro lado de la ventana. No se

movió en absoluto. La única señal de vida en algún lugar de su cara era su cigarro,

atrapado entre sus labios. Brillo rojo, y humo salió.

Los tres hombres habían terminado. El de pelo amarillo habló por un micrófono. —

Hemos terminado. —dijo.

—Deme su opinión, Mr. Baxter. —la voz de la mujer resonó por un altavoz oculto

detrás de la pared.

—Es pan comido. —El hombre llamado Baxter era inglés. Habló con acento de clase

alta, y estaba obviamente satisfecho de sí mismo—. Tiene una buena estructura ósea.

Muy conveniente. Cara interesante. ¿Te has dado cuenta de la oreja perforada? Se lo ha

hecho recientemente. Nada más que decir, realmente.

— ¿Cuándo operaremos?

—Cuando tú digas, amiga mía. Sólo házmelo saber.

Mrs. Stellenbosch se giró hacia los otros dos hombres. — ¡Envoyez lui!9 —chasqueó las

dos palabras.

Los dos asistentes le volvieron a poner la ropa a Alex. Les llevó más tiempo que

quitárselas. Mientras trabajaban, tomaron cuidadosas notas de todas las marcas. La

camiseta Quiksilver. Los calcetines Gap. Para cuando terminaron de vestirle, sabían

tanto de él como un doctor de un recién nacido. Todo había sido anotado.

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Mr. Baxter caminó hacia la mesa de trabajo y presionó un botón. A la vez, la alfombra,

la cama, y el mobiliario del hotel empezó a ascender. Desaparecieron por el techo y

continuaron. Alex durmió mientras lo subían de vuelta a través del pozo de

ventilación, finalmente llegando al espacio que él conocía como habitación 13.

No había nada para mostrar lo que había sucedido. Toda la experiencia se había

evaporado, tan rápido como un sueño.

____________________ 2 Le Marais: Barrio francés situado en los distritos parisinos III y IV. Es un distrito de moda con negocios y

empresas de ámbito legal y bancario. En el reside la población judía más importante de Europa.

Considerado uno de los barrios más cosmopolita del viejo continente. 3 N.T. Buenas tardes/ Buenas noches, en francés. 4 Pop: Sociedad de Eton, de la universidad de Eton, más conocida como Pop.

5 Libro de tardanzas: Tardy Book, un chico que llegaba tarde para cualquier división u otra cita debía

firmar en este libro. También‖se‖usa‖para‖trabajos‖entregados‖tarde< 6 Rips: Lo‖contrario‖de‖conceder‖una‖matrícula,‖o‖por‖un‖trabajo‖excelente‖―se‖concede‖un‖Show‖up―,‖en‖

este caso, con un trabajo mediocre, o de poco nivel, te dan un Rip. Acumulando varios puede suponer que

te concedan castigos.

7 Infoes: Término usado para Rips más leves. También conocido, como info-rip, o sing for information. 8 Bill: Es cuando el estudiante acumula faltas más graves que las que se registran en el libro de tardanzas,

con lo cual requiere que el estudiante tenga una cita con el Director para tratar sus faltas. Las más graves

pueden incluso resultar en expulsión. 9 Envoyez lui: Regrésenlo

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Capítulo 9

Mi Nombre es Grief

La academia en Point Blanc había sido construida por un lunático. Por un tiempo fue

usada como un asilo. Alex recordó lo que Alan Blunt le había dicho mientras el

helicóptero empezaba su descenso final, el helipuerto rojo y blanco se acercaba para

recibirlos. La fotografía en el folleto había sido tomada con maestría. Ahora que podía

ver‖el‖edificio‖en‖frente,‖únicamente‖lo‖podía‖describir‖como<‖loco.

Había un revoltijo de torres y almenas, tejados verdes e inclinados y ventanas de

cualquier forma y tamaño. Nada encajaba apropiadamente. El diseño total debió haber

sido lo suficientemente simple: un área central circular con dos alas. Pero un ala era

más larga que la otra. Los dos lados no concordaban. La Academia era de cuatro pisos

de altura, pero las ventanas estaban alineadas de tal forma que era muy difícil decir

dónde terminaba un piso y empezaba el otro. Había un patio interior que ni siquiera

era cuadrado, con una fuente maciza congelada. Inclusive el helipuerto, que sobresalía

del tejado, era feo y embarazoso, como si alguien hubiera tirado un Frisbee10 gigante

que chocó contra la mampostería y se alojó en ése lugar.

La Señora Stellenbosch sacudió los controles.

—Te llevaré abajo para que conozcas al director —gritó por encima del sonido de las

hélices—. Tu equipaje será bajado después.

Estaba frío en el tejado. A pesar de que casi era el final de Abril, la nieve que cubría la

montaña todavía no se había derretido y todo era blanco hasta tan lejos como el ojo

alcanzaba a ver. La Academia había sido construida en el lado de la pendiente

empinada. Un poco más abajo y Alex vio una gran lengua de hierro que empezaba a

nivel del suelo pero luego se curvaba hacia fuera como si la ladera de la montaña la

tirara. Era una rampa de saltos de ski11<‖ la‖ clase‖de‖ cosas‖ que‖ él‖ había‖ visto en las

Olimpiadas de Invierno. El final de la curva tenía cuando menos cincuenta pies sobre

del suelo, y por debajo, Alex podía ver un área plana, con forma de una herradura,

donde se suponía que los saltadores aterrizaban.

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Lo estaba mirando, imaginando como sería impulsarte al espacio con sólo dos esquís

para parar tu caída, cuando la mujer tomó su brazo.

—No lo usamos —dijo—. Está prohibido. ¡Vamos! ¡Salgamos del frío!

Fueron a través de la puerta por el lado de una de las torres y bajaron en una estrecha

escalera en espiral -cada peldaño tenía una diferente distancia de separación- que los

llevó hacia la primera planta. Ahora estaban en un largo y estrecho corredor con

muchas puertas pero sin ventanas.

—Los salones —explicó la Señora Stellenbosch—. Los verás después.

Alex la siguió por el extrañamente silencioso edificio. La calefacción central había sido

encendida dentro de la Academia, y la atmósfera era caliente y pesada. Pararon en un

par de puertas modernas de cristal que se abrieron al patio que Alex vio desde arriba.

Del calor volvieron al frío, cuando la Señora Stellenbosch lo condujo a través de las

puertas y pasaron la fuente congelada. Su ojo atrapó un movimiento, y Alex alzó la

mirada. Esto era algo que no se había dado cuenta antes. Un centinela se paraba en una

de las torres. Tenía un par de binoculares alrededor de su cuello y una metralleta

colgaba a través de un brazo.

¿Guardias armados? ¿En una escuela? Alex llevaba aquí unos cuantos minutos y ya

estaba aterrorizado.

—Por aquí. —La Señora Stellenbosch abrió otra puerta para él, y se encontró en la sala

de recepción principal de la Academia. Un tronco se quemaba en una chimenea

gigantesca con dos dragones de piedra que cuidaban las llamas. Una grandiosa

escalera lo llevó hacia arriba. El vestíbulo estaba alumbrado por un candelabro con por

lo menos cien bombillas. Las paredes estaban tapizadas con madera. La alfombra era

gruesa, color rojo oscuro. Una docena de ojos siguieron a Alex mientras él seguía a la

Señora Stellenbosch por el siguiente corredor. El vestíbulo estaba decorado con cabezas

de animales: un rinoceronte, un antílope, un búfalo acuático, y, lo más triste de todo,

un león. Alex se preguntó quién les pudo haber disparado.

Fueron a una puerta individual que sugería que habían llegado al final de su viaje. Por

ahora, Alex no había encontrado a ningún chico, pero mirando por la ventana, miró a

dos guardias más que marchaban despacio, ambos cargaban dos metralletas

automáticas.

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La Señora Stellenbosch golpeó la puerta.

— ¡Adelante! —Incluso con ésa palabra, Alex atrapó el acento Sudafricano.

La puerta se abrió, y ellos entraron a una enorme habitación que no tenía sentido.

Como el resto del edificio, su forma era irregular, ninguna de las paredes corría

paralelamente. El techo estaba como a cincuenta pies de altura con ventanas

recorriéndola completamente, dándole una mirada impresionante de la ladera. La

habitación era moderna con iluminación tenue que venía de unidades ocultas en las

paredes. El mobiliario era feo, pero no tan feo como las cabezas de animales en las

paredes y la piel de cebra en el piso de madera. Había tres sillas junto a la pequeña

chimenea. Una de ellas era dorada y antigua. Un hombre estaba sentado en ella. Su

cabeza giraba mientras Alex entraba.

—Buenas tardes, Alex —dijo—. Por favor entra y siéntate.

Alex anduvo sin prisas en la habitación y tomó una de las sillas. La Señora Stellenbosch

se sentó en la otra.

—Mi nombre es Grief —continuó el hombre—. Doctor Grief. Estoy muy contento de

conocerte y de tenerte aquí.

Alex miró al hombre que era el director de Point Blanc, la piel blanca como el papel y

los ojos quemados detrás de los lentes rojos. Era como conocer a un esqueleto, y por un

momento perdió las palabras. Entonces se recuperó.

—Bonito lugar —dijo.

— ¿Eso crees? —No había emoción alguna en la voz de Grief. Sólo movió su cuello. —

Éste edificio fue diseñado en 1857 por un hombre francés que era claramente el peor

arquitecto del mundo. Éste fue su único encargo. Cuando los primeros dueños se

mudaron, le dispararon.

—Todavía hay bastantes personas aquí con pistolas —Alex miró hacia fuera de la

ventana mientras otro par de guardias pasaban caminando.

—Point Blanc es único —explicó Dr. Grief—. Como pronto descubrirás, todos los

chicos que han sido enviados para acá vienen de familias de gran riqueza e

importancia. Tenemos a los hijos de emperadores e industriales. Chicos como tú. Eso

nos hace ser un blanco fácil de los terroristas. Los guardias, por lo tanto, están aquí

para tú protección.

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—Es un detalle de su parte —Alex sintió que estaba siendo muy educado. Era tiempo

de demostrarle a éste hombre, el tipo de persona que podía ser—. Pero para ser

honesto, yo no quiero estar aquí. Entonces, si usted me muestra como ir al pueblo, tal

vez pueda agarrar el próximo tren para casa.

—No hay caminos para ir al pueblo —El Dr. Grief levantó una mano para detener a

Alex de interrumpirlo. Alex miró a sus largos y esqueléticos dedos y a los ojos

brillando de rojo detrás de las lentes. El hombre se movía como si cada uno de los

huesos de su cuerpo hubiera sido quebrado y vuelto a poner.— La temporada de

esquiar se ha acabado. Es demasiado peligroso ahora. Sólo esta el helicóptero, y sólo te

llevará fuera de aquí cuando yo lo disponga.

La mano bajó de nuevo.

—Estás aquí, Alex, porque has decepcionado a tus padres. Has sido expulsado de la

escuela. Has tenido dificultades con la policía.

— ¡No fue mi culpa! —Alex protestó.

— ¡No interrumpas al doctor! —dijo la Señora Stellenbosch.

Alex la miró con furia.

—Tu apariencia es ofensiva —continuó Dr. Grief—. Tu lenguaje también. Es nuestro

trabajo convertirte en un chico del que tus padres puedan estar orgullosos.

—Soy feliz como soy —dijo Alex.

—Eso no es relevante —el Dr. Grief cayó en silencio.

Alex tembló. Había algo acerca de ésa habitación, demasiado grande, demasiado vacía,

tan torcida, sin forma. Y éste hombre que era ambos: joven y viejo a la vez, pero se veía

que no era completamente humano.

—Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo? —Alex preguntó.

—No hay lecciones para iniciar —la Señora Stellenbosch dijo—. Por el primer par de

semanas queremos que te integres.

— ¿Qué significa eso?

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—Que‖te‖integres.‖Que‖te‖ajustes<‖que‖te‖adaptes<‖que‖te‖guste‖—Era como si ella lo

estuviera leyendo de un diccionario —. Hay seis chicos en la Academia por el

momento. Los conocerás y pasarás tu tiempo con ellos. Habrá oportunidad para los

deportes y para ser social. Hay una buena biblioteca, y leerás. Pronto aprenderás

nuestros métodos.

—Quiero llamar a mamá y a papá —dijo Alex.

—El uso de los teléfonos está prohibido —explicó la Señora Stellenbosch. Trató de

sonreír con simpatía, pero en su rostro no era posible—. No queremos que nuestros

estudiantes añoren su casa —continuó—. Por supuesto, puedes escribir cartas si

quieres.

—Prefiero e-mail —dijo Alex.

—Por la misma razón, el e-mail no es permitido.

Alex encogió los hombros y maldijo debajo de su respiración.

El Dr. Grief lo vio.

—Deberías ser educado con la Asistente del Director —dijo. No alzó la voz, pero las

palabras habían sido en un tono ácido—. Deberías ser consciente, Alex, de que la

Señora Stellenbosch ha trabajado para mí durante veintiséis años y que cuando la

conocí había sido elegida como Miss Sudáfrica durante cinco años consecutivos.

Alex observó a la cara hostil.

—¿En un concurso de belleza? —preguntó.

—En el Campeonato de Levantamiento de Pesas —El Dr. Grief observó la chimenea. —

Muéstrale —dijo.

La Señora Stellenbosch se levantó y fue a la chimenea. Ahí había un póquer en la

parrilla. Ella lo tomó con las dos manos. Por un momento se miraba concentrada. Alex

suspiró. El metal sólido, de casi dos pulgadas de ancho, se fue torciendo muy despacio.

Ahora tenía forma de U. La Señora Stellenbosch no estaba sudando. Juntó las dos

puntas y lo tiró de nuevo en la parrilla. Hizo un sonido metálico al chocar contra la

roca.

—Nosotros hacemos cumplir estrictamente la disciplina aquí en la Academia —dijo el

Dr. Grief—. La hora de dormir es a las diez en punto, ningún minuto más. No

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toleramos las malas palabras. No tendrás ningún contacto con el mundo exterior sin

nuestro permiso. No intentarás irte. Y harás lo que te digamos instantáneamente, sin

vacilación. Y finalmente<‖—Se inclinó hacia Alex—. Sólo tienes permitido entrar en

ciertas partes de éste edificio —Gesticulaba con una mano, y por primera vez Alex se

dio cuenta de que había una segunda puerta en el final de la habitación—. Mis

alojamientos privados están por allá. Y sólo puedes quedarte en el primer y segundo

piso. Ahí es donde se encuentran los dormitorios y los salones ubicados. El tercer y

cuarto piso está fuera de tú límite. El sótano, también. Y otra vez, esto es por tu

seguridad.

— ¿Tienes miedo de que me tropiece en las escaleras? —Alex preguntó.

El Dr. Grief lo ignoró.

—Debes irte —dijo.

—Espera fuera de la oficina, Alex —la Señora Stellenbosch dijo—. Alguien vendrá a

recogerte.

Alex se levantó.

—Te convertiremos en lo que tus padres quieren —dijo el Dr. Grief.

—Tal vez ellos no me quieren para nada.

—Podemos arreglar también eso.

Alex se fue.

—Un‖chico‖desagradable<‖unos‖cuantos‖días<‖m{s‖r{pido‖de‖lo‖normal<‖el‖Proyecto‖

Géminis<‖se‖acerca.

Si la puerta no fuera tan gruesa, Alex hubiera sido capaz de escuchar más. En el

momento que abandonó la habitación había pegado su oído contra el ojo de la

cerradura, esperando poder obtener algo que fuera útil para el M16. Seguro el Dr. Grief

y la Señora Stellenbosch estaban demasiado ocupados en el otro lado, pero Alex oyó un

poco... y entendió menos.

Una mano sujetó su hombro y se giró, irritado consigo mismo. ¡Un espía era atrapado

escuchando por el ojo de una cerradura! Pero no era uno de los guardias. Alex se

encontró mirando a un chico de cara redonda con un largo, pelo oscuro, ojos azul

oscuro y piel pálida. Llevaba una camisa muy vieja de Star Wars, jeans rotos y una

gorra de béisbol. Recientemente estuvo involucrado en una pelea, y se miraba que se

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llevó la peor parte. Había una magulladura alrededor de un ojo y un corte profundo en

su labio.

—Te dispararán si te descubren escuchando en las puertas —dijo el chico. Miró a Alex

con ojos hostiles. Alex se preguntó si él era la clase de chico que no confiaba fácilmente

en alguien—. Soy James Sprintz —dijo—. Me dijeron que te mostrara los alrededores.

—Alex Friend.

—Entonces, ¿cómo llegaste a éste basurero? —preguntó James mientras caminaban por

el corredor.

—Fui expulsado de Eton.

—Yo fui echado de una escuela en Dusseldorf —James suspiró—. Pensé que fue lo

mejor que me pudo haber pasado. Hasta que mi padre me envió aquí.

— ¿A qué se dedica tu padre? —Alex preguntó.

—Es un banquero. Juega en los mercados de dinero. Ama el dinero y tiene mucho —Su

voz se escuchaba plana y sin emoción.

— ¿Dieter Sprintz? —Alex recordó el nombre. Estuvo en las portadas de todos los

periódicos en Inglaterra unos años atrás. El hombre de los cientos de millones de

dólares. Al mismo tiempo, la libra se había devaluado y el Gobierno Británico casi

colapsaba.

—Sí.‖No‖me‖digas‖que‖te‖muestre‖una‖fotografía,‖porque‖no‖tengo‖alguna.‖Por‖aquí<

Llegaron al vestíbulo principal con la chimenea de dragón. Desde ahí, James le mostró

el comedor, una habitación larga y de techos altos con seis mesas y una ventana que

daba a la cocina. Después, visitaron dos salas, una de juegos, y una biblioteca. La

Academia‖ le‖ recordaba‖ a‖ Alex‖ un‖ Centro‖ Turístico‖ de‖ Esquí<‖ y‖ no‖ sólo‖ por‖ su‖

ubicación. Había un tipo de fuerza en éste lugar, el sentido de‖ser‖cortado‖del<‖mundo‖

real. El aire era cálido y silencioso, y a pesar del tamaño de las habitaciones, Alex no

podía dejar de sentirse claustrofóbico. Grief había dicho que actualmente sólo había

seis chicos en la escuela. El edificio podía albergar sesenta. Había espacios vacíos por

doquier.

Tampoco‖ había‖ nadie‖ en‖ las‖ salas<‖ sólo‖ una‖ colección‖ de‖ sillones,‖ escritorios,‖ y‖

mesas<‖pero‖encontraron‖a‖un‖par‖de‖chicos‖en‖la‖biblioteca.‖Esta‖era‖una‖habitación‖

larga y estrecha con estantes de roble a usanza antigua llenos con libros en una

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variedad de idiomas. Un traje medieval de una armadura suiza se paraba en un nicho

al final.

—Éste es Tom. Y él es Hugo —dijo James—. Probablemente estén haciendo ejercicios

extra de matemáticas o algo, así que mejor no los molestamos.

Los dos chicos miraron hacia arriba y asintieron brevemente. Uno estaba leyendo un

libro de texto. El otro estaba escribiendo. Estaban mejor vestidos que James y parecían

muy amigables.

—Espeluznante —dijo James tan pronto como dejaron la habitación.

— ¿En qué sentido?

—Cuando me hablaron de éste lugar, dijeron que todos los chicos tenían problemas.

Pensé que iba a ser salvaje. ¿Tienes un cigarrillo?

—No fumo.

—Genial,‖uno‖m{s<‖llegué‖aquí‖y‖esto‖es‖como‖un‖museo‖o‖un‖monasterio‖o<‖no‖sé‖

qué. Parece como si el Dr. Grief estuviera muy ocupado. Todos están callados,

trabajando duramente, y aburridos. Dios sabrá cómo le hizo. Succionó sus cerebros con

un popote o con algo. Hace un par de semanas me peleé con un par de ellos, fue un

infierno —apuntó a su cara—. Me golpearon y me sacaron de mí, y volvieron a sus

estudios. ¡Realmente espeluznante!

Fueron a la sala de juegos, la cual contenía una mesa de tenis, dardos, una televisión

pantalla plana y una mesa de ping-pong.

—No intentan jugar ping-pong —dijo James—. La habitación está inclinada y las

pelotas se van en el sentido incorrecto.

Subieron las escaleras, donde los chicos tenían sus habitaciones – estudios. Cada uno

tenía una cama, un sillón, una televisión -“Sólo‖muestra‖ los‖programas‖que‖Dr.‖Grief‖

quiere‖ que‖ veas”‖ dijo‖ James-, una cómoda y un escritorio. Una segunda puerta los

conducía a un baño pequeño con un retrete y una regadera. Ninguno de los cuartos

estaba cerrado con llave.

—No tenemos permitido cerrarlos con llave —explicó James—. Estamos atrapados

aquí sin ningún lugar al que ir, así que nadie se molesta en robar algo. Escuché que

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Hugo Vries, el chico de la biblioteca, solía robar todo lo que llegara a sus manos. Fue

arrestado por hurtar en las tiendas en Ámsterdam.

— ¿Y ya no lo hace?

—Él es otra historia de éxito. Regresa a casa la próxima semana. Su padre posee minas

de diamantes. ¿Por qué molestarse en hurtar las tiendas cuando puedes comprar el

negocio completo?

El estudio de Alex estaba al final del corredor, con vistas sobre el salto de esquí. Sus

maletas ya habían sido subidas y lo estaban esperando en la cama. Todo se sentía muy

vacío, pero de acuerdo a James, los estudios–dormitorios eran la única parte de la

escuela que los chicos podían decorarlos como quisieran. Podían escoger sus propias

colchas y cubrir las paredes con sus propios pósters.

—Dicen que es muy importante expresarte —dijo James—. Si no has traído nada

contigo la Miss Stomach-Bag12 te llevará al Grenoble13.

— ¿Stomach-Bag?

—La Señora Stellenbosch. Ése es mi nombre para ella.

— ¿Cómo la llaman los demás chicos?

—La llaman Señora Stellenbosch —James suspiró—. Te estoy diciendo que éste es un

lugar verdaderamente extraño, Alex. He ido a muchas escuelas porque nme han

echado de un montón de escuelas. Pero esta es la peor de todas. He estado aquí

durante seis semanas y apenas he tenido lecciones. Tienen tardes de música y tardes de

discusión e intentan hacerme leer. De lo contrario, ya me hubiera ido.

—Quieren‖que‖te‖“integres”‖—dijo Alex, recordando lo que el Dr. Grief había dicho.

—Esa es‖su‖palabra.‖Pero‖este‖lugar<‖lo‖llaman‖“escuela”,‖pero‖es‖m{s‖como‖estar‖en‖

prisión. Ya viste a los guardias.

—Pensé que estaban aquí para protegernos.

—Si te crees eso, eres más idiota de lo que pensé. ¡Piénsalo! Hay como treinta. ¿Treinta

guardias para siete chicos? Eso no es protección. Es intimidación —James se detuvo en

la puerta. Examinó a Alex por segunda vez—. Sería genial pensar que finalmente llegó

alguien con quien me pueda relacionar —dijo.

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—Tal vez puedas —Alex dijo.

—Sí. ¿Pero por cuánto tiempo?

James se fue, cerrando la puerta detrás de él.

Alex empezó a desempacar el traje de esquí y las gafas infrarrojas estaban en la cima de

su primera maleta. No parecía que las fuera a necesitar. No sería así si hubiera traído

esquís. Entonces sacó el‖Discman.‖Recordó‖ las‖ instrucciones‖que‖ Smithers‖ le‖dio.‖ “Si‖

est{s‖en‖verdaderos‖problemas,‖sólo‖presiona‖el‖botón‖de‖Avance‖R{pido‖tres‖veces”.‖

Casi estuvo tentado a hacerlo. Había algo preocupante acerca la Academia. Lo podía

sentir incluso ahora, en su habitación. Era como un pez de colores en una pecera.

Cuando miró hacia arriba, casi espero ver un par de ojos enormes asustándolo, y sabía

que estarían usando lentes tintados de rojo. Pesó el Discman en su mano. Todavía no

podía presionar el botón de pánico. No tenía nada que reportarles al M16. No había

nada para conectar a la escuela con las muertes de los dos hombres en Nueva York y en

el Mar Negro.

Pero si había algo, ya sabía dónde encontrarlo. ¿Por qué dejar dos pisos completos del

edificio fuera de su alcance? No tenía sentido. Presumiblemente los guardias dormían

ahí, pero incluso si el Dr. Grief empleaba un pequeño ejército, habría aún así un

montón de habitaciones vacías. El tercer y cuarto piso. Si algo pasaba en la Academia,

tenía que estar pasando ahí.

Una campana sonó abajo. Alex tiró su maleta, dejó su habitación y caminó por el

corredor. Miró a un par de chicos caminando por delante, hablando discretamente.

Como los chicos que había visto en la biblioteca, estaban limpios y bien vestidos con un

corte de pelo corto y bien arreglado. Realmente escalofriante, le había dicho James.

Alex, inclusive al verlos por primera vez, estaba de acuerdo.

Alcanzó la escalera principal. Los dos chicos habían ido para abajo. Alex vio en su

dirección, y luego subió. La escalera giraba en una esquina y luego paraba. Adelante de

él había una hoja de metal que cruzaba del piso al techo y todo lo ancho, por lo que

bloqueaba su mirada. La pared había sido añadida recientemente, como el helipuerto.

Alguien había sido cuidadoso y deliberadamente había partido el edificio en dos.

Había una puerta en la pared de metal y a un lado un teclado con nueve botones

pidiendo un código. Alex alcanzó la manilla de la puerta, su mano se cerró contra ella.

No esperó que la puerta se abriera, ni esperó lo que iba a pasar después. El momento

en que sus dedos se pusieron en contacto con la manilla, la alarma empezó a sonar, el

chillido de la sirena hacía eco en todo el edificio. Unos cuantos segundos después,

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escuchó pasos en las escaleras, se giró para encontrar a dos guardias encarándolo, con

sus pistolas a medio levantar.

Ninguno habló. Uno de ellos corrió rápidamente y puso un código en el teclado. La

alarma paró. Y la Señora Stellenbosch estaba ahí, apresurando sus cortas y musculosas

piernas.

— ¡Alex! —exclamó. Sus ojos se llenaron con sospecha—. ¿Qué haces aquí? El Director

te dijo que las plantas de arriba están prohibidas.

—Sí<‖bueno,‖lo‖olvidé‖—Alex la miró directamente—. Escuché la campana y estaba en

camino para el comedor.

—El comedor está bajando las escaleras.

—Cierto.

Alex caminó y pasó entre los dos guardias, quienes dieron un paso a un lado para

dejarlo pasar. Sintió a la Señora Stellenbosch mirarlo mientras se iba. Puertas de metal,

alarmas y guardias con metralletas. ¿Qué estaban tratando de esconder? Entonces,

recordó algo más. El Proyecto Géminis. Ésas eran las palabras que el escuchó cuando

oía a través de la puerta del Dr. Grief. Géminis. Los Gemelos. Uno de los doce signos

del‖zodiaco.‖Pero<‖¿qué‖significaba?‖Girando‖ésa‖pregunta‖por‖ su‖cabeza,‖Alex‖bajó‖

para conocer al resto de los estudiantes.

____________________ 10 Fresbee: Es el término utilizado para referirse a los discos voladores que se lanzan con la mano. Son

generalmente plásticos, ásperos, de 20 a 25 centímetros de diámetro y tienen el borde redondeado.

11 Ski: Deporte de montaña que consiste en el deslizamiento por la nieve, por medio de dos tablas sujetas a

la suela de las botas del esquiador mediante fijaciones mecanicorobóticas, con múltiples botones con

funciones diversas.

12 Stomach-Bag:‖Significa‖“Señorita‖Bolsa‖Estomacal”‖Es‖un‖modo‖de‖burla‖entre‖su‖apellido‖y‖por‖haber‖

participado en Campeonato de Levantamiento de Pesas ganando cinco veces el título de Miss Sudáfrica. 13 Grenoble: Es un pueblo en los Alpes Franceses, conocida como la Capital de los Alpes Franceses. Es un

lugar lleno de cultura y famoso por ser cuna de muchos artistas famosos franceses, de dramaturgos y

pintores (como Stendhal, escritor‖y‖autor‖de‖la‖famosa‖novela‖“Rojo‖y‖Negro”),‖así‖como‖también‖era‖casa‖

del Delfín francés (Por lo que también se le llama Capital del Delfinado). Es conocido por sus artesanías y

obras de arte. Tiene unas montañas hermosas, en verano como en invierno, los deportistas pueden

disfrutar de los placeres de los deportes de montaña: caminatas, alpinismo, esquí, surf... Por ello, ha sido

sede de los Juegos Olímpicos de Invierno. Actualmente es un importante centro científico y tecnológico en

Europa, y toda una ciudad universitaria.

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Capítulo 10

Cosas que hacen click en la noche

Al término de su primera semana en Point Blanc, Alex elaboró una lista de seis chicos

con los que había convivido en la escuela. Era a mediados de la tarde, y estaba solo en

su habitación. Una libreta estaba abierta en frente de él. Le había tomado cerca de

media hora organizar los nombres y los pocos detalles que tenía. Deseaba haber

conseguido un poco más de información.

Hugo Vries, Holandés. Vive en Ámsterdam. Cabello castaño, ojos verdes. Nombre de

su padre: Rudi. Posee minas de diamantes. Habla un poco de inglés. Lee y toca

guitarra. Muy solitario. Fue enviado a Point Blanc por robar en grandes tiendas e

incendiarlas.

Tom McMorin, Canadiense. De Vancouver. Padres divorciados. Su madre dirige un

imperio multimedia -periódicos, televisión-. Cabello pelirrojo, ojos azules. Buen

cuerpo,‖ jugador‖ de‖ ajedrez.‖ Robo‖ de‖ coches‖ y‖ conducir‖ ebrio<‖ fue‖ por‖ lo‖ que‖ lo‖

enviaron a Point Blanc.

Nicolas‖Marc,‖Francés<‖de‖¿Bordeaux?‖Expulsado de una escuela privada en Francia,

por causas desconocidas. ¿Drogas? Cabello castaño, ojos castaños, en muy buena

forma. Tatuaje de un diablo en el hombro izquierdo. Bueno para los deportes. Padre,

Anthony Marc. Aerolíneas, música pop, hoteles. Nunca menciona a su madre.

Cassian‖James,‖Estadounidense.‖Cabello‖rubio,‖ojos‖cafés.‖Madre,‖Jill<‖jefa‖de‖estudio‖

en Hollywood. Padres divorciados. Escribe poesía, toca el piano. Expulsado de seis

escuelas. Varios delitos por drogas. Enviado a Point Blanc después de un arresto por

contrabando. Cuenta chistes. Es muy popular.

Joe Canterbury, Estadounidense. Pasa mucho de su tiempo con Cassian. Cabello

castaño, ojos azules. Su madre -de nombre desconocido- es una senadora de Nueva

York. Su padre es algo así como un comandante en el Pentágono. Vandalismo,

ausentismo escolar, robo. Dice haber tenido su propia motocicleta y tres novias (¡!) en

Los Ángeles.

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James Sprintz, Alemán. Padre, Dieter Sprintz, banquero, financiador conocido (el

número cien de los más millonarios). Su madre vive en Inglaterra. Cabello castaño, ojos

azul oscuro, pálido. Vive en Dusseldorf. Expulsado por herir a un profesor con una

pistola de aire.

El amigo más cercano que tengo en Point Blanc, el único que realmente odia estar aquí.

Tendido en su cama, Alex estudió la lista. ¿Qué diría él? No era gran cosa.

Primero, todos los chicos tenían la misma edad: catorce, la misma edad que él. Al

menos tres de ellos, y posiblemente cuatro, tenían padres que estaban divorciados o

separados. Todos provenían de ambientes enormemente ricos. Blunt le había dicho que

ése era el caso, pero Alex estaba sorprendido por lo diverso que eran los padres.

Aerolíneas, diamantes, políticos, y cineastas. Francia, Holanda, Canadá y Estados

Unidos. Cada uno de ellos era la cima de su campo y esos campos cubrían

prácticamente todas las actividades humanas. Él mismo se suponía que era el hijo de

un Rey de los Supermercados. Comida. Esa era otra industria mundial que podría

marcar.

Al menos dos de los chicos habían sido detenidos por robo. Dos habían estado

envueltos en asuntos de drogas. Pero Alex sabía que la lista de alguna manera ocultaba

más de lo que revelaba. Con excepción de James, era difícil precisar qué hacía a los

chicos de Point Blanc diferentes. En una extraña forma, todos parecían iguales.

Sus ojos y cabello eran de diferentes colores. Vestían prendas diferentes. Todos los

rostros eran diferentes. Tom guapo y confiado, Joe silencioso y vigilante. Y por

supuesto, hablaban no sólo con diferentes voces, sino incluso en varios idiomas. James

había hablado sobre cerebros siendo succionados con pajitas, y él tenía un punto. Era

como si la misma consciencia de alguna manera los hubiera invadido a todos. Eran

como títeres, bailando en la misma cuerda.

Sonó el timbre abajo. Alex miró a su reloj. Era exactamente la una en punto, la hora de

la comida. Esa era otra cosa de la escuela. Todo se hacía en el minuto exacto. Lecciones

de las nueve hasta las doce. Comida de una a dos. Etcétera. James hacía puntos

llegando tarde a todo y Alex se había unido a él. Era una pequeña rebelión pero los

satisfacía. Demostraba que ellos todavía tenían un pequeño control sobre sus propias

vidas. Los otros chicos, por supuesto, eran tan puntuales como un reloj. Estarían en el

comedor ahora, esperando en silencio hasta que la comida fuera servida.

Alex rodó sobre la cama y alcanzó una pluma. Escribió una simple palabra en la libreta,

debajo de los nombres.

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¿LAVADO DE CEREBRO?

Tal vez ésa era la respuesta. De acuerdo con James, los otros chicos habían llegado a la

academia dos meses antes que él. Él había estado ahí sólo por tres semanas. Eso

sumaba once semanas en total, y Alex sabía que no puedes tomar a un puñado de

delincuentes y volverlos perfectos estudiantes sólo dándoles buenos libros. El Dr. Grief

tenía que estar haciendo algo más. Drogas. Hipnosis. Algo.

Esperó cinco minutos más, luego ocultó la libreta debajo de su colchón y salió de la

habitación. Desearía poder echar llave a la puerta. No había privacidad en Point Blanc.

Incluso los baños no tenían cerraduras. Y Alex no podía quitarse de encima la

sensación de que todo lo que hacía, incluso lo que pensaba, estaba siendo de alguna

forma monitoreado, documentado incluso. Evidencia que podría usarse contra él.

Era la una y diez cuando llegó al comedor, y bastante seguro, los otros chicos estaban

ya ahí, tomando sus alimentos y hablando tranquilamente entre ellos. Nicolas y

Cassian estaban en una mesa. Hugo, Tom y Joe en otra. Nadie picaba los guisantes.

Nadie ni siquiera ponía los codos en la mesa. Tom estaba hablando sobre una visita

que había hecho a un museo en Grenoble. Alex había estado en la habitación sólo unos

segundos, pero ya había perdido el apetito.

James llegó justo antes que él y estaba en una de las ventanas de la cocina, sirviéndose

a sí mismo la comida. La mayoría de los alimentos llegaban cocidos, y los guardias los

calentaban. Hoy era estofado. Alex tomó su comida y se sentó junto a James. Los dos

tenían su propia mesa. Se habían hecho amigos sin esfuerzo. Todo el mundo los

ignoraba.

— ¿Quieres ir afuera después de comer? —preguntó James.

—Claro. ¿Por qué no?

—Hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Alex miró más allá de James a los otros chicos. Estaba Tom, a la cabeza de la mesa,

alcanzando una jarra de agua. Estaba vestido con una camiseta polo y jeans. A su lado

estaba Joe Canterbury. Él estaba hablando con Hugo ahora, agitando un dedo para

enfatizar su punto. ¿Dónde había visto Alex ese movimiento antes? Cassian estaba

justo detrás de ellos, con su cara redonda, el fino cabello castaño claro, riendo por una

broma.

Diferentes pero iguales. Observándolos de cerca, Alex intentó descifrar qué significaba.

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Todo estaba en los detalles, las cosas de las que no te enteras a menos de que las veas

juntas, como sucedía ahora. La forma en que estaban sentados con sus espaldas rectas

y los codos pegados a los lados. La forma en que sostenían sus cuchillos y tenedores.

Hugo reía, y Alex comprendió en ese momento que él era como un reflejo de Cassian.

Ellos eran dos chicos diferentes. No había duda de eso. Pero comían de la misma

forma, como si se estuvieran imitando entre ellos.

Hubo un movimiento en la puerta y de pronto apareció la Sra. Stellenbosch.

—Buenas tardes, chicos —dijo.

—Buenas tardes, Sra. Stellenbosch. —Cinco personas respondieron, pero Alex sólo

escuchó una voz. Él y James habían permanecido en silencio.

—Las lecciones de esta tarde comenzarán a las tres en punto. Las asignaturas serán

Latín y Francés.

Las lecciones serían enseñadas por el Dr. Grief o la Sra. Stellenbosch. No había otros

profesores en la escuela.

A Alex todavía no le habían enseñado nada. James estaba dentro o fuera de clases,

dependiendo de su humor.

—Habrá una discusión esta tarde en la biblioteca —continuó la Sra. Stellenbosch—. El

tema es Violencia en la televisión y el cine. Tom, abrirás el debate. Después habrá

chocolate caliente y el Dr. Grief nos dará una lectura sobre los trabajos de Mozart.

Todos son bienvenidos a asistir.

James metió un dedo en su boca y sacó la lengua. Alex sonrió. Los otros chicos estaban

escuchando en silencio.

—El Dr. Grief también quiere felicitar a Cassian James por ganar la competencia de

poesía. Su poema fue elegido para el tablón de anuncios en la sala principal. Eso es

todo.

Ella se volvió y salió de la habitación. James rodó los ojos.

—Salgamos de aquí y tomemos aire fresco —dijo él—. Me estoy sintiendo enfermo.

Los dos subieron las escaleras y se pusieron sus abrigos. James tenía la habitación

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contigua a la de Alex, y había hecho lo posible para hacerla más acogedora. Había

posters de películas viejas de Ciencia Ficción en la pared y un sistema solar móvil

colgando encima de la cama. Una lámpara de lava burbujeaba y remolineaba sobre la

mesita de noche, emitiendo un resplandor naranja. Había varias prendas por todas

partes. James obviamente no creía en guardarlas. De alguna manera se las arregló para

encontrar una bufanda y un solo guante. Él guardó una mano en su bolsillo.

—Vamos —dijo él.

Ambos bajaron y luego siguieron a lo largo del corredor, pasando la sala de juegos.

Nicolas y Cassian estaban jugando tenis, y Alex se detuvo en la puerta para

observarlos. La pelota rebotaba hacia delante y hacia atrás y Alex se encontró a sí

mismo hipnotizado. Estuvo ahí por sesenta segundos, observando. Kerplink,

Kerplunk, Kerplink, Kerplunk14, ninguno de los chicos marcaba. Ahí estaba de nuevo.

Diferentes pero iguales. Obviamente, había dos chicos ahí.

Pero la manera en que jugaban, el estilo de su juego, era idéntico. Si se hubiera tratado

de un muchacho golpeando la pelota contra el espejo, el resultado habría sido el

mismo. Alex se estremeció. James estaba de pie tras su hombro. Los dos se movieron.

Hugo estaba sentado en la biblioteca. El chico que había sido enviado a Point Blanc por

robo estaba leyendo una edición holandesa de la revista National Geographic.

Alcanzaron el vestíbulo, y ahí estaba el poema de Cassian, clavado destacadamente en

el tablón de anuncios. Él había sido enviado a Point Blanc por contrabando de drogas.

Ahora escribía sobre narcisos.

Alex abrió la puerta principal y sintió como el aire frío golpeaba su rostro. Estaba

agradecido por ello. Tenía que recordar que había un mundo real fuera de esta extraña

pecera de oro.

Comenzó a nevar otra vez. Los dos chicos caminaron lentamente alrededor del edificio.

Un par de guardias caminaron hacia ellos, hablando suavemente en alemán. Alex

contó treinta guardias en Point Blanc, todos ellos hombres jóvenes alemanes, vistiendo

uniformes que consistían en un suéter de cuello de cisne negro y chalecos del mismo

color. Los guardias nunca hablaban con los chicos. Eran pálidos, con rostros

enfermizos y con el cabello muy corto, como se esperaba. El Dr. Grief había dicho que

ellos estaban ahí para su protección, pero Alex todavía lo dudaba. ¿Estaban ahí para

mantener a los intrusos fuera, o a los chicos dentro?

—Por aquí —dijo James.

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James caminó hacia delante, con sus pies hundiéndose en la espesa nieve. Alex lo

siguió, mirando hacia atrás a las ventanas de los terceros y cuartos pisos. Era

exasperante. La mitad del castillo, tal vez más, se había cerrado para él, y todavía no

podía pensar en una manera de acceder a ella. No podía escalar. Los ladrillos eran

demasiado lisos y no había hiedra conveniente para agarrarse. Los desagües parecían

muy frágiles para soportar su peso.

Algo se movió. Alex detuvo sus pasos.

— ¿Qué es eso? —preguntó James.

— ¡Ahí! —Alex señaló hacia el tercer piso. Pensó que había visto una figura

observándolos desde detrás de la ventana que daba directamente a su habitación. Fue

sólo un momento. El rostro parecía estar enmascarado. Una máscara blanca con una

rendija estrecha para los ojos. Pero incluso mientras señalaba, la figura retrocedía,

desapareciendo fuera de la vista.

—No veo nada —dijo James.

—Se fue.

Siguieron caminando, en dirección a la abandonada pista de esquí. De acuerdo a

James, la pista había sido construida justo antes de que el Dr. Grief comprara la

academia. Había habido planes para convertir el edificio en un centro de

entrenamiento de deportes de invierno. La pista nunca había sido usada. Llegaron a las

barreras de madera que cruzaban la entrada y se detuvieron.

—Déjame preguntarte algo —dijo James. Su aliento se convertía en niebla en el frío

aire—. ¿Qué piensas de este lugar?

— ¿Por qué tenemos que hablar de esto aquí afuera? —preguntó Alex. A pesar de su

abrigo, estaba empezando a temblar.

—Porque cuando estoy dentro del edificio, tengo la sensación de que alguien escucha

cada palabra que digo.

Alex asintió.

—Sé lo que quieres decir. —Consideró la pregunta que James le había hecho—. Creo

que tenías razón el primer día que nos conocimos —dijo—. Este lugar es horripilante.

—Entonces, ¿cómo te sentirías respecto a salir de aquí?

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— ¿Sabes cómo volar el helicóptero?

—No, pero sabré. —James se paró y miró alrededor. Los dos guardias se habían ido a

la escuela. No había nadie más a la vista—. Puedo confiar en ti, Alex, porque todavía

estás aquí. Él no ha conseguido llegar a ti. —El Dr. Grief. James no necesitaba decir su

nombre—. Pero créeme —continuó—, no va a tardar mucho. Si estás aquí, terminarás

como los otros. Estudiantes modelo. Esa es exactamente la palabra que usan ellos. Es

como si todos ellos estuvieran hechos de plástico. Bueno, he tenido suficiente. No lo

voy a dejar hacerme eso a mí.

— ¿Vas a huir? —preguntó Alex.

— ¿Quién necesita huir? —James miró hacia la pendiente—. Voy a esquiar.

Alex miró a su vez la pendiente. Caía abruptamente hacia abajo, prolongándose por

siempre.

— ¿Es eso posible? —preguntó—.‖Pensaba‖que<

—Sé que Grief dijo que era muy peligroso. Pero sólo es él, ¿no? Es cierto que es un

experto en carreras negras y está destinado‖a‖tener‖toneladas‖de<

— ¿No suele derretirse la nieve?

—Sólo un poco más abajo. —James señaló—. He estado en el fondo —dijo él—. Lo hice

la primera semana que estuve aquí. Todas las pistas dan a un solo valle. Es llamado La

Vallee de Fer. Realmente no puedes esquiar hasta la ciudad porque en el pueblo hay

una vía de tren que la atraviesa. Pero si puedo llegar a la pista, creo que puedo caminar

el resto del camino.

— ¿Y luego?

—Un tren de regreso a Dusseldorf. Si mi padre intenta enviarme de vuelta aquí, me iré

con mi mamá a Inglaterra. Si ella no me quiere, desapareceré. Tengo amigos en París y

Berlín. No me importa. Todo lo que sé, es que tengo que irme, y si sabes lo que es

bueno para ti, vendrás conmigo.

Alex lo consideró. Estaba casi tentado de unirse al otro chico, si sólo pudiera ayudarlo

en su camino. Pero tenía un trabajo que hacer.

—No tengo esquís —dijo.

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—Tampoco yo. —James escupió en la nieve—. Grief se llevó todos los esquís cuando la

temporada terminó. Los tiene bajo llave en alguna parte.

— ¿En el tercer piso?

—Quizá. Pero los encontraré. Y luego me iré de aquí. —Extendió su mano sin guante a

Alex—. Ven conmigo.

Alex sacudió su cabeza.

—Lo siento, James. Ve tú, y buena suerte para ti. Voy a aguantar un poco más. No

quiero quebrarme el cuello.

—De acuerdo, es tu elección. Te enviaré una postal.

Los dos caminaron de regreso a la escuela. Alex hizo un gesto a la ventana donde había

visto el rostro enmascarado.

—¿Te has preguntado qué sucede allá arriba? —preguntó.

—No. —James se encogió de hombros—.Supongo que es donde viven los guardias.

— ¿En dos pisos enteros?

—Hay un sótano, y las habitaciones del Dr. Grief. ¿Piensas que duerme con la Sra.

Bolsa Estomacal15? —James hizo una mueca—. Ese es un pensamiento brutal, el de

ellos dos juntos. Como Darth Vader y King Kong. Bien, iré a buscar mis esquís y saldré

de aquí, Alex. Y si tienes sesos, vendrás también.

* * * Alex y James esquiaron juntos por la pendiente, la cuchilla cortó sin problemas a través

de la superficie de la nieve. Era una noche perfecta, todo congelado y tranquilo. Habían

dejado la academia tras ellos. Pero luego Alex vio la figura delante de ellos. El Dr. Grief

estaba ahí. Estaba inmóvil, vistiendo su traje negro, sus ojos ocultos por los alambres

de sus gafas redondas. Alex se alejó de él. Perdió el control. Se estaba moviendo cada

vez más rápido por la pendiente, sus palos de esquí agitando el aire, sus esquís se

negaban a girarse. Pudo ver la pista de esquí delante de él. Alguien había removido las

barreras. Sintió que sus esquís dejaban la nieve y se disparaban directamente al hielo

sólido. Y entonces cayó hacia abajo gritando, yendo cada vez más lejos en la noche,

sabiendo que no había retorno. El Dr. Grief se reía, y en el mismo momento en que se

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escuchó un clic, Alex fue lanzado al espacio, haciéndolo girar una milla por encima del

suelo‖y‖luego‖cayó,‖cayó,‖cayó<‖

Se despertó.

Estaba acostado en su cama, la luz de la luna derramándose en las sábanas. Miró su

reloj. Las dos y quince. Intentó volver al sueño que había tenido, intentando escapar

con James. El Dr. Grief los había estado esperando. Tuvo que admitir que la academia

estaba comenzando a atraparlo. Normalmente no tenía pesadillas. Pero la escuela y la

gente en ella se deslizaban bajo su piel, trazando el camino hasta su mente.

Pensó‖acerca‖de‖lo‖que‖había‖oído.‖El‖Dr.‖Grief‖se‖reía‖y‖había‖algo‖m{s<‖el‖sonido‖de‖

un clic. ¿Qué había hecho ese clic? ¿Había sido realmente parte del sueño? De pronto,

Alex estaba completamente despierto. Salió de la cama, fue a la puerta y giró el

picaporte. Estaba en lo correcto. No había imaginado el sonido. Mientras estaba

dormido, la puerta había sido cerrada desde afuera.

Algo tenía que estar pasando, y Alex estaba determinado a ver qué era. Se vistió tan

rápido como fue posible, después se arrodilló y examinó la cerradura. Pudo distinguir

dos pernos, al menos de media de pulgada de diámetro, uno arriba y el otro abajo.

Debían ser activados automáticamente. Una cosa era segura: no iba a salir por la

puerta.

Eso dejaba la ventana. Todas las ventanas del dormitorio estaban sujetas con una

varilla de metal que les permitía abrirlas diez pulgadas pero no más. Alex tomó su

reproductor de CD, puso el disco de Beethoven y lo cerró. El disco se movió a

velocidad fantástica, y luego lentamente hacia delante por el borde, hasta que

finalmente salió fuera de la carcasa. Alex presionó el borde del CD contra la varilla de

metal. Tomó sólo unos pocos segundos. El CD cortó a través del metal como tijeras

cortando papel. La varilla cayó, permitiendo que la ventana fuese completamente

abierta.

Todavía estaba nevando. Alex apagó el reproductor de CD y lo lanzó de regreso a su

cama. Luego le echó encima algunas camisetas y su abrigo, y escaló fuera de la

ventana. Estaba a dos pisos. Normalmente una caída de esa altura le reportaría un

tobillo o una pierna rota. Pero había estado nevando por la mayor parte de las pasadas

diez horas y el manto blanco se había acumulado contra la pared, debajo de él. Alex

descendió lo más que pudo, luego saltó. Cayó por el aire y golpeó la nieve,

desapareciendo hasta la cintura. Sus pies golpearon el suelo duro, pero el manto de

nieve lo protegió. Estaba frío y húmedo incluso antes de haber comenzado. Pero ileso.

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Escaló fuera de la nieve y comenzó a moverse alrededor del lado derecho del edificio, y

luego iría hacia el frente. Sólo podía esperar que la entrada principal tampoco tuviera

llave. Pero de alguna forma estaba seguro de que no tendría. Su puerta había sido

cerrada automáticamente. Presumiblemente por un interruptor, y todas las otras

habitaciones también. La mayoría de los chicos estaría durmiendo. Incluso los que

estaban despiertos no podrían ir a ninguna parte, dejando al Dr. Grief libre para hacer

lo que quisiera, ir y venir como le placiera.

Alex acababa de terminar por el lado del edificio cuando escuchó a los guardias

aproximarse, las botas crujiendo. No había lugar donde ocultarse, así que se lanzó de

cara a la nieve, abrazando a las sombras. Había dos guardias. Los podía escuchar

hablar suavemente en alemán, pero no se atrevió a mirar. Si él hacía cualquier

movimiento, lo verían. De todas formas, si venían demasiado cerca, probablemente lo

verían. Contuvo el aliento, su corazón latiendo con fuerza.

Los guardias pasaron caminando y dieron vuelta en la esquina. Su camino los llevaría

bajo su habitación. ¿Se darían cuenta de la ventana abierta? Alex había apagado la luz.

Con suerte, no habría razón para que ellos miraran hacia arriba. Pero todavía estaba

consciente de que quizá no tuviera mucho tiempo. Tenía que moverse ahora.

Se levantó y corrió hacia delante. Sus ropas estaban cubiertas de nieve, y más copos

seguían cayendo a la deriva en sus ojos. Era la hora más fría de la noche y Alex estaba

temblando para cuando alcanzó la puerta principal. ¿Qué haría si estuviese cerrada con

llave como las otras? Ciertamente no era capaz de quedarse ahí hasta que la abrieran

por la mañana.

Pero la puerta estaba sin llave. Alex la empujó para abrirla y se deslizó dentro en la

calidez y oscuridad del vestíbulo principal. La chimenea de dragón estaba enfrente de

él. Había tenido fuego a principios de la tarde, y la leña quemada todavía residía en su

corazón. Alex acercó las manos al resplandor, intentando atraer un poco de calor para

sí mismo. Todo estaba silencioso. Los corredores vacíos se estrechaban a la distancia,

iluminados por unos pocos focos de bajo voltaje, que habían colocado a intervalos. A

Alex se le ocurrió que podía haberse equivocado desde el principio. Tal vez las puertas

eran cerradas cada noche como medida de seguridad. Quizá había saltado demasiado

rápido a la conclusión equivocada y no sucedía nada en absoluto.

— ¡No!

Era una voz de chico, un largo y tembloroso grito que hizo eco a través de la escuela.

Un momento después, Alex escuchó pies estamparse contra un corredor de madera en

algún lugar de arriba. Miró por un lugar donde esconderse y lo encontró dentro de la

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chimenea, al lado de la leña. El fuego actual estaba contenido en una canasta de metal y

había un gran espacio a cada lado entre la canasta y los ladrillos. Alex se agachó,

sintiendo el calor a su lado en su rostro y piernas. Miró hacia fuera, pasando los dos

dragones, esperando ver lo que estaba pasando.

Tres individuos bajaban por las escaleras. La Sra. Stellenbosch era la primera. La

seguían un par de guardias, que arrastraban algo entre ellos. ¡Era un chico! Iba

bocabajo, vestido únicamente con su pijama, sus pies desnudos deslizándose en los

escalones de piedra. La Sra. Stellenbosch abrió la puerta de la biblioteca y entró. Los

dos guardias la siguieron. La puerta se cerró. El silencio retornó.

Todo había pasado demasiado rápido. Alex había sido incapaz de ver la cara del chico.

Pero estaba seguro de saber quién era. Lo sabía sólo por el sonido de su voz.

James Sprintz.

Alex salió de la chimenea y cruzó el vestíbulo, yendo hacia la puerta de la biblioteca.

No había sonidos viniendo del otro lado. Se arrodilló y miró por la cerradura. No había

luces dentro de la habitación. No podía ver nada. ¿Qué debería hacer? Si volvía arriba

podía regresar a su habitación sin ser visto. Podía esperar hasta que se les quitara la

llave a las puertas y luego deslizarse en la cama. Nadie sabría que él había estado

fuera.

Pero la única persona en la academia que le había mostrado la menor amabilidad

estaba del otro lado de la puerta de la biblioteca. Había sido arrastrado ahí. Quizá le

estaban‖ lavando‖el‖ cerebro<‖batiendo, incluso. Alex no podía sólo darse la vuelta y

dejarlo.

Alex había hecho su elección. Abrió la puerta y caminó dentro.

La biblioteca estaba vacía.

Se quedó de pie en la puerta, parpadeando. La biblioteca sólo tenía una puerta. Todas

las ventanas estaban cerradas. No había luces ni signos de que alguien hubiese estado

ahí. La armadura estaba al final de la alcoba, mirándolo mientras se movía hacia

delante. ¿Podía estar equivocado? ¿Podían la Sra. Stellenbosch y los guardias haber

entrado en una habitación diferente?

Alex volvió a la alcoba y miró detrás de la armadura, preguntándose si había una

segunda salida oculta. No había nada. Tocó la pared con un nudillo. Curiosamente

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parecía estar hecha de metal, pero a diferencia de la pared de las escaleras no había una

palanca, nada que indicara que había una salida.

No había nada más que pudiera hacer aquí. Alex decidió volver a su habitación antes

de que fuera descubierto.

Pero sólo había llegado al segundo piso cuando escuchó las‖ voces‖ de‖ nuevo<‖m{s‖

guardias, caminando lentamente por el corredor. Alex vio una habitación vacía y se

deslizó dentro, una vez más agachándose fuera de la vista. Estaba en la lavandería.

Había una lavadora, una secadora y dos tablas de planchar. Al menos estaba cálido

aquí. Sintió que estaba rodeado del olor a jabón.

Los guardias pasaron, y pronto el sonido de sus pasos desapareció. Hubo un segundo

clic metálico que parecía estrecharse completamente en el corredor y Alex se dio cuenta

de que todas las puertas habían sido abiertas al mismo tiempo. Podía volver a su cama.

Se arrastró hacia fuera y se apresuró hacia delante. Sus pasos lo llevaron pasando por

la habitación de James Sprintz, contigua a la suya. Se dio cuenta de que la puerta de

James estaba abierta. Y luego una voz vino desde dentro.

— ¿Alex? —Era James.

No. No era posible. Pero alguien estaba en su habitación.

Alex miró dentro. La luz se encendió.

Era James. Estaba sentado en la cama, con la vista nublada, como si apenas se estuviera

despertando. Alex lo miró. Vestía el mismo pijama que el chico que había visto siendo

arrastrado‖en‖la‖biblioteca<‖pero‖no‖podía‖ser‖él.‖Tenía‖que‖ser‖alguien‖m{s.

— ¿Qué estás haciendo? —preguntó James.

—Pensé que había oído algo —dijo Alex.

—Pero estás vestido. ¡Y también empapado! —James miró su reloj—. Son casi las tres.

Alex estaba sorprendido de que hubiera pasado tanto tiempo. Era sólo un cuarto

después de las dos cuando él se había despertado.

— ¿Va todo bien? —preguntó.

—Sí<

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— ¿No‖ha<?

— ¿Qué?

—Nada. Te veré mañana.

Alex se arrastró de regreso a su propia habitación. Cerró la puerta y luego se quitó la

ropa mojada, secándose con una toalla y volviendo a la cama. Si no había sido James el

que había visto siendo arrastrado a la biblioteca, ¿Quién era? Y, sin embargo, había

sido James; estaba seguro de ello. Había escuchado el grito, visto la cojera en las

escaleras.‖Así‖que<‖¿por‖qué‖estaba‖James‖mintiendo‖ahora?

Alex cerró los ojos e intentó volver a dormir. Los movimientos de esa noche habían

creado más rompecabezas y resuelto ninguno. Pero al menos, había conseguido algo de

todo esto.

Ahora sabía cómo llegar hasta el tercer piso.

___________________ 14Kerplink, Kerplunk: Sonidos que hace la pelotita al chocar contra la mesa mientras rebota de un lado a

otro. 15Bolsa Estomacal: Originalmente Mrs. Stomach-Bag. James juega con las palabras, refiriéndose a la Sra.

Stellenbosch.

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Capítulo 11

Ver para Creer

James ya se estaba comiendo su desayuno cuando Alex bajó: huevos, tocino, pan

tostado y té. Tomaba el mismo desayuno todos los días. Levantó una mano en señal de

saludo cuando Alex entró. Pero en el momento en que lo vio, Alex tuvo la sensación de

que algo andaba mal. James estaba sonriendo, pero parecía de alguna manera distante,

como si sus pensamientos estuvieran en otras cosas.

—Entonces, ¿qué fue todo eso de anoche? —preguntó James.

—No lo sé. —Alex estuvo tentado de decirle todo a James, incluso el hecho de que

estaba aquí bajo un nombre falso y que había sido enviado a espiar a la escuela. Pero

no pudo hacerlo. No aquí, tan cerca de los otros chicos—. Creo que tuve una especie de

mal sueño.

— ¿Te fuiste sonámbulo a la nieve?

—No. Me pareció ver algo, pero no pude descubrirlo. Sólo tuve una noche extraña. —

Cambió de tema, bajando la voz—. ¿Has pensado algo más sobre tu plan? —le

preguntó.

— ¿Qué plan?

—Esquiar.

—No se nos permite esquiar.

—Quiero decir... escapar.

James sonrió como si simplemente hubiera recordado sobre lo que Alex estaba

hablando.

—Oh, he cambiado de opinión —dijo.

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— ¿Qué quieres decir?

—Si me escapo, mi padre sólo me mandará de vuelta. No tiene sentido. También

podría sonreír y aguantarlo. De todos modos, nunca conseguiría bajar todo el camino

por la montaña. La nieve es muy fina.

Alex miró a James. Todo lo que decía era exactamente lo contrario de lo que había

dicho el día anterior. Casi se preguntaba si este era el mismo chico. Pero por supuesto

que lo era. Era tan desordenado como siempre. Los moretones decolorados ahora

estaban allí en su cara. El cabello oscuro, sus ojos azul oscuro, su piel pálida: era James.

Y, sin embargo, algo había sucedido. Estaba seguro de ello.

Entonces James se dio la vuelta, y Alex vio que la señora Stellenbosch había entrado en

la habitación, llevando puesto un vestido particularmente desagradable de color verde

lima que le llegaba hasta las rodillas.

— ¡Buenos días, chicos! —anunció—. Empezáremos las lecciones de hoy en diez

minutos. La primera lección es historia en el aula de la torre. —Se acercó a la mesa de

Alex—. James, espero que vayas a unirte a nosotros hoy.

James se encogió de hombros. —Muy bien, señora Stellenbosch.

—Excelente. Estamos estudiando la vida de Adolf Hitler. Un hombre muy interesante.

Estoy segura de que lo encontrarás de lo más valioso. —Se alejó.

Alex se volvió a James. — ¿Vas a ir a clase?

— ¿Por qué no? —James había terminado de comer—. Estoy encerrado aquí y no hay

mucho más que hacer. Tal vez debería haber ido a clase antes. No debes ser tan

negativo, Alex. — Hizo un gesto con el dedo para subrayar lo que decía—. Estás

perdiendo el tiempo.

Alex se congeló. Había visto antes ese movimiento, la forma en que había saludado con

el dedo. Joe Canterbury, el muchacho americano, había hecho exactamente lo mismo

ayer.

Los títeres que bailan en la misma cuerda.

¿Qué había sucedido la noche anterior?

Alex vio como James se marchaba con los demás. Sentía que había perdido a su único

amigo en Point Blanc, y de pronto quería estar lejos de este lugar, lejos de la montaña y

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de vuelta al mundo seguro de Brookland Comprehensive. Podía haber habido un

momento en que había querido esta aventura. Ahora sólo quería salir de ella.

Presionando fuerte tres veces en su reproductor de CD y M16 vendría por él. Pero no

podía hacerlo hasta que tuviera algo de que informar.

Alex sabía lo que tenía que hacer. Se levantó y salió de la habitación.

Había visto el camino la noche anterior, cuando estaba escondido en la chimenea. La

chimenea se inclinaba y giraba hacia el aire libre. Había sido capaz de ver un rayo de

luz desde el fondo. La luz de la luna. Los ladrillos fuera de la academia podrían ser

demasiado lisos para escalar, pero dentro de la chimenea estaban rotos e irregulares

con abundantes puntos de apoyo para manos y pies. Tal vez habría una chimenea en

los pisos tercero o cuarto. Pero incluso si no hubiera, la chimenea lo llevaría a la azotea

y, suponiendo que no hubiera guardias esperándole, podría ser capaz de encontrar un

camino hacia abajo.

Alex llegó a la chimenea con las dos piedras con forma de dragones. Miró su reloj. Diez

en punto. Las clases continuarían hasta el almuerzo, y nadie se preguntaría dónde

estaba. El fuego se había apagado finalmente, aunque las cenizas aún estaban calientes.

¿Vendrían algunos de los guardias a limpiarlo? Sólo tendría que mantener la esperanza

de que lo dejaran hasta la tarde. Levantó la vista hacia la chimenea. Podía ver una

rendija estrecha de color azul brillante. El cielo parecía estar muy lejos, y la chimenea

era más estrecha de lo que había pensado. ¿Qué pasaba si se queda atascado? Apartó la

idea de su cabeza, echó mano a una grieta en el ladrillo, y se impulsó.

El interior de la chimenea olía a cientos de fuegos. El hollín flotaba en el aire, y Alex no

podía respirar sin tener que se le entrara. Se las arregló para encontrar un punto de

apoyo y empujó, deslizándose un poco más para arriba. Ahora estaba atascado en el

interior, forzado a estar en una posición sentada con los pies contra una pared, con la

espalda contra la otra, y sus piernas y la parte inferior colgando en el aire. No tendría

que usar sus manos en absoluto. Sólo tenía que estirar las piernas y empujarse hacia

arriba, utilizando la presión de sus pies contra la pared para mantenerse en su lugar.

Empujo y se deslizo. Tenía que tener cuidado. Cada movimiento traía más hollín poco

a poco. Podía sentirlo en su cabello. No se atrevía a mirar hacia arriba. Si le entraba en

los ojos, le cegaría. Empujó y se deslizó de nuevo, y otra vez. No muy rápido. Si sus

pies se deslizaban fuera, caería todo el camino hacia abajo. Ya había hecho un largo

camino por encima de la chimenea. ¿Hasta dónde había llegado? Por lo menos un

piso... lo que significaba que tenía que estar a dos tercios de su camino. Si se cayera

desde esa altura, se rompería las dos piernas.

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La chimenea era cada vez más oscura y más estrecha. La luz en la parte superior no

parecía estar más cerca. Alex encontró difícil su maniobra. Apenas podía respirar. Su

boca entera parecía estar cubierta de hollín. Empujó de nuevo, y esta vez se golpeó las

rodillas en el ladrillo, enviándole un espasmo de dolor hasta los pies. Fijándose en su

lugar, Alex se paró y trató de sentir dónde estaba. Había una pared en forma de L que

sobresalía por encima de su cabeza. Sus rodillas se habían golpeado con la parte

inferior de la misma. Pero su cabeza estaba detrás de la sección vertical. Cualquiera

que fuese la obstrucción, efectivamente cortaba el camino por la mitad, dejando sólo el

más estrecho hueco para que los hombros de Alex y su cuerpo pasaran a través de ello.

Una vez más, la posible pesadilla de quedarse atascado cruzó por su mente. Nadie lo

encontraría. Se ahogaría en la oscuridad. Se quedaba sin aliento para respirar y el

hollín se metía. ¡Un último intento! Empujó más, sus brazos se extiende a lo largo de la

cabeza. Sintió su espalda deslizarse por la pared, el ladrillo en bruto desgarrando su

camisa. Entonces sus manos se engancharon en lo que, se dio cuenta que, debía ser la

parte superior de la L. Se puso de pie y se encontró mirando una segunda chimenea,

compartiendo la chimenea principal. Esa era la obstrucción que había escalado

rodeándola. Alex se levantó sobre la parte superior y se lanzó torpemente hacia

adelante. Más leños y cenizas interrumpieron su caída. ¡Había llegado a la tercera

planta!

Salió de la chimenea. Sólo unas semanas antes, en Brookland, había estado leyendo

acerca de los deshollinadores de las chimeneas victorianas, cómo niños tan jóvenes de

nueve años habían sido forzados a trabajar virtualmente como esclavos. Nunca había

pensado que aprendería cómo se sentían. Tosió y escupió en la palma de su mano. Su

saliva era negra. Se preguntó lo que debía parecer. Tendría que tomar un baño antes de

que fuera visto.

Se puso de pie, el tercer piso estaba tan silencioso como el primero y el segundo. El

hollín goteaba de su pelo, y por un momento estuvo ciego. Se apoyó contra una estatua

mientras se secaba los ojos. Luego miró de nuevo. Estaba apoyado en un dragón de

piedra, idéntico a uno de los de la planta baja. Miró a la chimenea. Eso también era

idéntico. De hecho...

Alex se preguntaba si no había cometido un terrible error de alguna manera. Estaba de

pie en una sala que tenía los mismos detalles que la sala de la planta baja. Estaban los

mismos corredores, la misma escalera, la misma chimenea... incluso las mismas

cabezas de animales mirando miserablemente desde las paredes. Era, como si hubiera

subido en círculo llegando otra vez a donde había empezado. Giró sobre sí mismo. No.

Aquí había una diferencia. No había puerta principal. Podía mirar para abajo hacia el

patio delantero desde la ventana. Había un guardia apoyado contra una pared,

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fumando un cigarrillo. Este era el tercer piso. Pero había sido construido como una

réplica perfecta del primero.

Alex se acercó de puntillas hacia adelante, preocupado de que alguien pudiera haberle

oído salir de la chimenea. Pero no había nadie alrededor. Siguió el pasillo hasta la

primera puerta. En el primer piso, esta llevaría a la biblioteca. Suavemente, un

centímetro cada vez, abrió la puerta. Llevaba a una segunda biblioteca, de nuevo, la

viva imagen de la primera. Tenía las mismas mesas y sillas, la misma armadura

protegiendo la misma alcoba. Echó un vistazo a lo largo de los estantes. Incluso tenía

los mismos libros.

Pero había una diferencia al menos, una que Alex pudiera ver. Se sentía como si se

hubiera perdido en uno de esos puzles impresos en los cómics o revistas: dos

fotografías idénticas, pero diez errores deliberados. ¿Puedes encontrarlos? El error aquí

era que había un gran equipo de televisión integrado en un estante en la pared. La

televisión estaba encendida. Alex se encontró mirando una imagen de una nueva

biblioteca. Estaba empezando a sentirse mareado. ¿Cuál era la biblioteca de la pantalla

del televisor? No podría ser esta porque Alex no se estaba viendo en ella. Así tenía que

ser la biblioteca en el primer piso.

Dos bibliotecas idénticas. Podías sentarte en una y ver la otra. Pero ¿por qué? ¿Cuál era

el asunto?

Le llevó a Alex unos diez minutos descubrir que el tercer piso entero era un calco de la

primera planta con el mismo comedor, salas de estar y de juegos. Alex se acercó a la

mesa de billar y colocó una bola en el medio. Se coló en el hueco de la esquina. La

habitación estaba en el mismo punto de vista. Una pantalla de televisión mostraba la

sala de juegos de la planta baja. Era lo mismo que con la biblioteca: una sala espiando

otra.

Volvió sobre sus pasos y subió las escaleras hasta el cuarto piso. Quería encontrar su

propio cuarto, pero primero fue al de James. Era otra copia perfecta: los mismos

posters de ciencia-ficción, el mismo móvil colgando sobre la cama, la misma lámpara

de lava sobre la misma mesa. Había incluso la misma ropa esparcida por el suelo. Así

que estas habitaciones no estaban construidas sólo para ser parecidas, estaban

cuidadosamente dispuestas. ¿Cualquier cosas que ocurriera en el piso de abajo, ocurría

en el piso de arriba? Pero, ¿significaba eso que había alguien viviendo aquí, vigilando

cada movimiento que hacía James Sprintz, haciendo todo lo que hacía? Y si fuera así,

¿había estado alguien más haciendo lo mismo por él?

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Alex se dirigió a la puerta de al lado. Fue como entrar en su habitación. De nuevo había

la misma cama, el mismo mobiliario, la misma televisión. La encendió. La fotografía

mostraba su habitación en el primer piso. Allí estaba el reproductor de CD, acostado en

la cama. Allí estaban sus ropas mojadas de la noche anterior. ¿Había estado alguien

observando cuando salió por la ventana y se dirigió a la noche? Alex sintió una

sacudida de alarma, luego se obligó a relajarse. Esta habitación, la copia de su

habitación, era diferente. Nadie se había trasladado aquí todavía. Podía decirlo, con

sólo mirar a su alrededor. En la cama no se había dormido. Y los más pequeños

detalles todavía no habían sido copiados. No había ningún reproductor de CD en la

habitación duplicada. Ninguna ropa mojada. Había dejado la puerta del armario de la

planta baja abierta. Aquí estaba cerrada.

Todo era como algún tipo de rompecabezas alucinante. Alex se veía obligado a pensar

en ello de principio a fin. Cada chico nuevo que había llegado a la academia era

observado. Todas sus acciones eran duplicadas. Si colgaba un cartel en la pared de su

habitación, un cartel idéntico se colgaba en una habitación idéntica. Había alguien

viviendo en esta habitación, haciendo todo lo que Alex hacía. Recordó la figura que

había visto el día anterior... alguien que llevaba lo que parecía una máscara blanca.

Quizás esa persona había estado a punto de instalarse. Pero toda la evidencia sugería

que, por la razón que fuera, no estaba aquí todavía.

Y eso aún dejaba la pregunta más grande de todas. ¿Cuál era el asunto? Espiar a los

chichos era una cosa. ¿Pero copiar todo lo que hacían?

Una puerta se cerró y oyó voces, dos hombres caminando por el pasillo exterior. Alex

se arrastró hacia la puerta y se asomó. Sólo tuvo tiempo de ver al Dr. Grief pasar a

través de una puerta con otro hombre, una figura pequeña y regordeta con una bata

blanca. Habían ido a la lavandería. Alex salió de la habitación duplicada y los siguió.

—...ha terminado el trabajo. Se lo agradezco, Sr. Baxter.

—Gracias, Dr. Grief.

Habían dejado la puerta abierta. Alex se agachó y miró por ella. Había al menos una

sección de la tercera planta que no se reflejaba en la primera. No había lavadoras o

tablas de planchar aquí.

En cambio, Alex se encontró mirando a una habitación con una hilera de lavabos y un

segundo juego de puertas que llevan a una completa sala de operaciones al menos dos

veces más grande que la lavandería del primer piso. En el centro de la habitación había

una mesa de operaciones. Las paredes estaban forradas de estanterías con material

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quirúrgico, productos químicos, y dispersadas por la superficie, lo que parecía

fotografías en blanco y negro.

¡Una sala de operaciones! ¿Cuál era su papel en este extraño y diabólico

rompecabezas? Los dos hombres habían entrado en ella y conversaban entre sí, de pie,

Grief con una mano en el bolsillo. Alex eligió ese momento, y entonces se deslizó en el

cuarto exterior, en cuclillas al lado de uno de los sumideros. El segundo conjunto de

puertas estaba abierto. Desde allí podía ver y escuchar mientras los otros hablaban.

—Así que... Espero que estés contento con la última operación. —Fue el señor Baxter el

que habló. Se había dado media vuelta hacia las puertas, y Alex pudo ver una cara

redonda y fofa con el pelo amarillo y un bigote fino. Baxter llevaba una corbata de lazo

y un traje a cuadros debajo de su bata blanca. Alex nunca había visto a ese hombre

antes. Estaba seguro de ello. Y, sin embargo, sintió que lo conocía. ¡Otro rompecabezas!

—Totalmente —respondió el Dr. Grief—. Lo vi tan pronto como salió de las vendas. Lo

has hecho muy bien.

—Siempre fui el mejor. Pero eso es por lo que pagaste. —Baxter se rió entre dientes. Su

voz era zalamera—. Y ya que tratamos del tema, tal vez deberíamos hablar sobre mi

pago final.

—Ya se te ha pagado la suma de un millón de dólares.

—Sí, Dr. Grief. —Baxter sonrió—. Pero estaba preguntándome si no podrías pensar en

algo‖como‖un‖pequeño<‖plus.

—Pensé que teníamos un acuerdo. —El Dr. Grief giró la cabeza muy lentamente. Las

gafas de color rojo se centraron en el otro hombre como reflectores.

—Teníamos un acuerdo para mi trabajo, sí. Pero mi silencio es otra cosa. Estaba

pensando en otro cuarto de millón. Dado el tamaño y el alcance de su Proyecto

Géminis, no es mucho pedir. Entonces me retiraré a mi casita en España y nunca

volverá a saber de mí otra vez.

— ¿Nunca oiré de usted otra vez?

—Lo prometo.

Dr. Grief asintió con la cabeza. —Sí. Creo que es una buena idea.

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Su mano salió de su bolsillo. Alex vio que sostenía una pistola automática con un

grueso silenciador que sobresalía del cañón. Baxter estaba todavía sonriendo cuando

Grief le disparó una vez, en el centro de la frente. Se cayó a sus pies y sobre la mesa de

operaciones. Se quedó quieto.

Dr. Grief bajó el arma. Se acercó a un teléfono, lo recogió, y marcó un número. Hubo

una pausa mientras su llamada era contestada. Entonces...

—Soy Grief. Tengo un poco de basura en la sala de operaciones que debe ser

eliminada. ¿Podrías informar por favor al equipo de eliminación? —Colgó el teléfono y

mirando por última vez a la figura que estaba todavía en la mesa de operaciones, se

dirigió al otro lado de la habitación. Alex lo vio apretar un botón. Una sección de la

pared se abrió para revelar un ascensor en el otro lado. El Dr. Grief entró. Las puertas

se cerraron.

Alex se incorporó, demasiado pasmado para pensar con claridad. Se tambaleó hacia

adelante y entró en la sala de operaciones. Sabía que tenía que actuar rápido. El equipo

de eliminación que el Dr. Grief había solicitado estaría en camino. Pero quería saber

qué tipo de operaciones se llevaban a cabo aquí. El Sr. Baxter había sido probablemente

el cirujano. Pero ¿para qué tipo de trabajo le habían pagado un millón de dólares?

Tratando de no mirar el cuerpo, Alex miró a su alrededor. En un estante había una

colección de bisturís, más horribles que cualquier que hubiera visto en su vida, las

hojas eran tan finas que casi se podía sentir su toque con sólo mirarlas. Había rollos de

gasas, jeringas y botellas que contenían diferentes líquidos. Pero nada que dijera para

lo que Baxter había sido contratado. Alex se dio cuenta de que era inútil. No sabía nada

de medicina. Esta habitación se podría haber utilizado para cualquier cosa desde quitar

una uña encarnada del dedo del pie hasta cirugía del corazón en toda regla.

Y entonces vio las fotografías. Se reconoció a sí mismo, tendido en una cama que sabía

que conocía demasiado bien. ¡Era París! La habitación 13 del Hotel du Monde. Recordó

el edredón blanco y negro, así como la ropa que llevaba esa noche. La ropa había sido

eliminada en la mayoría de las fotografías. Cada centímetro suyo había sido

fotografiado, a veces un primer plano, a veces más amplio. En cada fotografía, sus ojos

estaban cerrados. Mirándose, Alex sabía que había sido drogado y, por primera vez,

recordó cómo la cena con la señora Stellenbosch había terminado.

Las fotografías le repugnaban. Había sido manipulado por gente que pensaba que no

valía nada en absoluto. Desde el momento en que les había conocido, le había

disgustado el Dr. Grief y su asistente de dirección. Ahora sentía puro odio. Todavía no

sabía lo que estaban haciendo. Pero eran malvados. Tenían que ser detenidos.

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Fue sacado de sus pensamientos por el sonido de unos pasos subiendo las escaleras. ¡El

equipo de eliminación! Miró a su alrededor y maldijo. No tenía tiempo para salir, y no

había ningún sitio en la habitación para ocultarse. Entonces recordó el ascensor. Se

acercó y con urgencia pulsó el botón. Los pasos se estaban acercando. Oyó voces. A

continuación, los paneles se abrieron. Alex entró en un habitáculo pequeño y plateado.

Había cinco botones: S, R, 1, 2 y 3. Presionó R. Sabía el suficiente francés para saber que

la R debía entenderse por Rez-de-chaussee... o primer piso. Con suerte, el ascensor lo

llevaría de vuelta a donde había empezado.

Las puertas se cerraron unos segundos antes de que los guardias entraran en la sala de

operaciones. Alex sintió que se le cerraba el estómago cuando le llevó para abajo. El

ascensor iba lento. Se dio cuenta de que las puertas podrían abrirse en cualquier lugar.

Podría verse rodeado de guardias, o por los otros chicos de la escuela. Bueno ya era

demasiado tarde. Había hecho su elección sin pensar.

Sólo tendría que hacer frente a todo aquello con lo que se encontrara.

Pero tuvo suerte. Las puertas se abrieron para revelar la biblioteca. Alex asumió que

esta era la biblioteca real, y no la otra copia. La habitación estaba vacía. Salió del

ascensor, se dio la vuelta. Estaba frente al cenador. Las puertas del ascensor formaban

la pared del cenador. Estaban camuflados con brillantez, con la armadura partida

ahora exactamente en dos, una mitad a cada lado. Mientras las puertas se cerraban de

forma automática, la armadura se deslizaba de nuevo juntándose de nuevo,

completando el disfraz. A pesar de sí mismo, Alex tuvo que admirar la simplicidad de

todo. Todo el edificio era una caja impresionante de trucos.

Alex se miró las manos. Todavía estaban sucias. Casi había olvidado que estaba

completamente cubierta de hollín. Salió de la biblioteca, tratando de no dejar huellas

negras sobre la alfombra. Después se apresuró para regresar a su habitación. Cuando

llegó, tuvo que recordarse que se trataba efectivamente de su cuarto y no de la copia

situada dos pisos más arriba. Pero el reproductor de CD estaba allí, y eso era lo que

más necesitaba.

Sabía lo suficiente. Era hora de llamar a la caballería. Apretó el botón de avance rápido

tres veces, luego se fue a tomar una ducha.

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Capítulo 12

Tácticas Retardadas

Llovía en Londres, del tipo de lluvia que parecía nunca cesar. El temprano tráfico de la

tarde se entremezclaba, yendo a ninguna parte. Alan Blunt estaba de pie junto a la

ventana, mirando hacia la calle, cuando alguien llamó a la puerta. Se volvió casi a

regañadientes como si la ciudad húmeda en su máxima expresión ejerciera una

influencia sobre él. La Señora Jones entró. Llevaba una hoja de papel. Cuando Blunt se

sentó tras su escritorio, se dio cuenta de las palabras MUY URGENTE impreso en rojo

en la parte superior.

―Hemos‖oído‖de‖Alex‖―dijo‖la‖Señora‖Jones.

―‖¿Ah,‖sí?

―Smithers‖ le‖ puso‖ un‖ transmisor‖ euro‖ satélite‖ construido‖ en‖ un‖ reproductor‖ de‖CD‖

portátil. Alex nos envió una señal esta mañana, a las 11:27 horas, de su horario.

―‖¿Lo‖que‖quiere‖decir‖que...?

―O‖tiene‖problemas,‖o‖ha‖averiguado‖que‖van‖tras‖él.‖De‖cualquier‖manera,‖tenemos‖

que sacarlo.

―Me‖pregunto...‖―Blunt‖se‖recostó‖sobre‖el‖sillón,‖sumido‖en‖sus‖pensamientos.‖Como‖

un hombre joven, había ganado honores en Matemáticas en la Universidad de

Cambridge. Treinta años después, aún veía la vida como una serie de cálculos

complicados―,‖¿Alex‖ha‖estado‖en‖Point‖Blanc‖por‖‖cu{nto‖tiempo?‖―preguntó.

―Una‖semana.

―Según‖ recuerdo,‖ no‖ quería‖ ir.‖ Según‖ Sir‖ David‖ Friend,‖ su‖ comportamiento en

Haverstock Hall fue, al decir por lo menos, antisocial. ¿Sabías que hirió al amigo de su

hija con un dardo paralizante? Al parecer, también estuvo a punto de morir en un

accidente ferroviario.

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La‖Señora‖Jones‖se‖sentó.‖―‖¿Qué‖est{s‖diciendo‖Alan?‖―exigió.

―Sólo‖que‖Alex‖puede‖no‖ser‖cien‖por‖cien‖fiable.

―Envió‖el‖mensaje‖―la‖Señora‖Jones‖no‖pudo‖mantener‖la‖exasperación‖en‖su‖voz.―‖

Por lo que sabemos podría estar en serios problemas. Le dimos el dispositivo como

señal de alarma, para hacernos saber si necesitaba ayuda. No podemos sentarnos sin

hacer nada.

―No‖ estaba‖ sugiriendo‖ eso‖ ―Alan‖ Blunt‖ miró‖ con‖ curiosidad‖ a‖ su‖ cabeza‖ de‖

operaciones.―‖ No‖ estar{s‖ formando‖ una‖ especie‖ de‖ apego‖ a‖ Alex,‖ ¿verdad?‖

―preguntó.

La Señora Jones desvió la mirada.‖―No‖seas‖ridículo.

―Parece‖que‖te‖preocupas‖por‖él.

―‖¡Tiene‖catorce‖años,‖Alan!‖¡Es‖un‖niño,‖por‖el‖amor‖de‖Dios!

―Solías‖tener‖hijos.

―Sí‖―la‖Señora‖Jones‖giró‖su‖cara‖hacia‖él‖de‖nuevo―.‖Tal‖vez‖eso‖hace‖la‖diferencia.‖

Pero debes admitir que es especial. No tenemos otro agente como él. ¡Un chico de

catorce años! La perfecta arma secreta. Mis sentimientos hacia él no tienen nada que

ver con eso. No podemos permitirnos el lujo de perderlo.

―Es‖ que‖ no‖ quiero‖ tropezar‖ con‖ Point‖ Blanc‖ sin‖ ningún‖ tipo de información sólida

―dijo‖Blunt―.‖En‖primer‖lugar,‖es‖Francia‖de‖lo‖que‖estamos‖hablando,‖y‖sabes‖cómo‖

son los franceses. Si nos ven invadiendo su territorio, nos patearán y liarán un

escándalo de infierno. En segundo lugar, Grief se ha apoderado de algunos niños de

las familias más ricas del mundo. Si vamos asaltando con SAS, o lo que sea, la cosa es

que podría estallar en un incidente internacional.

―Querías‖una‖prueba‖de‖que‖el‖colegio‖estaba‖relacionado‖con‖las‖muertes‖de‖Roscoe‖e‖

Ivanov‖―dijo‖la Señora‖Jones―.‖Alex‖puede‖tenerla.

―Es‖ posible‖ que‖ lo‖ tenga‖ y‖ es‖ posible‖ que‖ no.‖ Un‖ retraso‖ de‖ veinticuatro‖ horas‖ no‖

debería de marcar la diferencia.

―‖¿Veinticuatro‖horas?

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―Pondremos‖una‖unidad‖en‖estado‖de‖alerta.‖Pueden‖estar‖vigilando‖las‖cosas.‖Si‖Alex

está en problemas, lo descubriremos lo suficientemente pronto. Podría jugar a nuestro

favor si se las ha apañado para revolver las cosas. Es exactamente lo que queremos.

Forzar a Grief a mostrar su mano.

―‖¿Y‖si‖Alex‖contacta‖con‖nosotros‖otra‖vez?

―Entonces‖entraremos.

―Podría‖ser‖demasiado‖tarde.

―‖ ¿Para‖Alex?‖―Blunt‖ no‖mostró‖ emoción‖ ninguna―.‖ Estoy‖ seguro‖ de‖ que‖ no‖ nos‖

tenemos que preocupar por él, Señora Jones. Puede cuidar de sí mismo.

El teléfono sonó, y Blunt respondió. La discusión había terminado. La Señora Jones se

levantó y se fue a hacer los arreglos para una unidad SAS para volar a Ginebra. Blunt

estaba en lo cierto, por supuesto. Las tácticas retardadas podrían funcionar a su favor.

Claramente con los franceses. Descubrir lo que estaba pasando. Y sólo eran

veinticuatro horas.

Sólo tenía que esperar que Alex sobreviviera ese tiempo.

* * * Alex se encontraba tomando su desayuno por su cuenta. Por primera vez, James

Sprintz había decidido unirse a los otros chicos. Allí estaban, seis de ellos, de pronto los

mejores amigos. Alex miró cuidadosamente al muchacho que había sido su amigo,

intentando ver qué había cambiado en él. Sabía la respuesta. Era todo y nada.

James era exactamente el mismo y completamente diferente al mismo tiempo.

Terminó‖su‖comida‖y‖se‖levantó.‖James‖le‖gritó:‖―‖¿Por‖qué‖no‖vienes‖esta‖tarde‖Alex?‖

Es Latín.

Alex‖sacudió‖la‖cabeza.‖―El‖Latín‖es‖una‖pérdida‖de‖tiempo.

―‖¿Eso‖es‖lo‖que‖piensas?‖―James‖no‖pudo impedir la entrada del desprecio en su voz,

y por un momento Alex se sobresaltó. Sólo por un segundo, no había sido James quien

estaba hablando para nada. Había sido James quien había movido su boca, pero había

sido el doctor Grief quien decía esas palabras.

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―Disfrútalo‖―dijo‖Alex.‖Se‖apresuró‖a‖salir‖de‖la‖habitación.

Ya habían pasado más de veinte horas desde que había pulsado el avance rápido del

discman. Alex no estaba seguro de lo que había estado esperando. Una flota de

helicópteros que volaban con la bandera del Reino Unido hubiera sido tranquilizadora.

Pero hasta ahora no había sucedido nada. Incluso se preguntó si la señal de alarma

había funcionado. Al mismo tiempo, se sintió molesto consigo mismo.

Había visto a Grief disparar al hombre llamado Baxter en la sala de operaciones, y

sentía pánico. Sabía que Grief era un asesino. Sabía que la academia era mucho más

que terminar la escuela. Pero aún no tenía todas las respuestas. ¿Qué era exactamente

lo que el Doctor Grief iba a hacer? ¿Había sido el responsable de las muertes de

Michael J. Roscoe y Viktor Ivanov, y si era así, por qué?

El hecho era que no sabía lo suficiente. Y para cuando llegó M16, el cuerpo de Baxter

había sido enterrado en alguna parte de la montaña y no había nada que sugiriera que

algo iba mal. Alex parecería un tonto. Casi podía imaginar al Doctor Grief contando su

versión‖de‖los‖hechos<

―Sí.‖Hay‖una‖sala‖de‖operaciones‖aquí.‖Fue‖construida‖hace‖años.‖Nunca‖usamos‖las‖

dos plantas superiores. Hay un ascensor, sí. Fue construido antes de que llegásemos.

Le explicamos a Alex lo de los guardias armados. Ellos están aquí para su protección.

Pero como pueden ver, señores, no hay nada desagradable ocurriendo aquí. Los otros

chicos están bien. ¿Baxter? No, yo no conozco a nadie con ese nombre. Es evidente que

Alex ha estado teniendo pesadillas. Estoy sorprendido de que fuera enviado aquí para

espiarnos. Quisiera pedirle que se lo llevara con usted cuando se vaya...

Tenía que encontrar más, y eso significaba volver hasta el tercer piso. O tal vez bajar.

Alex recordó las letras del ascensor. R para Rez de chaussee16, la S debería significar

Sous Sol17.

Se acercó a la clase de latín y miró por la puerta entreabierta. El Doctor Grief estaba

fuera de la vista, pero Alex podía oír su voz.

―Felix‖qui potuit rerum cognoscere causus18...

Se oyó el sonido de unos arañazos, de tiza en la pizarra. Y ahí estaban los seis chicos,

sentados en sus escritorios, escuchando con atención. James estaba sentado entre Hugo

y Tom, tomando nota. Alex miró el reloj. Les quedaba una hora más allí. Se iría por su

cuenta.

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Volvió por el pasillo y se metió en la biblioteca. Se había despertado oliendo

ligeramente a hollín y no tenía la intención de hacer el camino de vuelta por la

chimenea. En su lugar, cruzó por la armadura. Ahora sabía que la alcoba ocultaba un

par de puertas del ascensor. Se podían abrir desde el interior. Probablemente habría

algún tipo de control externo también.

Le tomó unos cuantos minutos encontrarlo. Había tres botones integrados en la coraza

de la armadura. Incluso de cerca los botones parecían parte de la coraza... algo que un

caballero medieval habría usado para amarrar con una correa las cosas. Pero cuando

Alex pulsó el botón del medio, se trasladó. Un momento más tarde, la armadura se

dividió y se encontró mirando a la espera del ascensor.

Esta vez fue hacia abajo, no hacia arriba. El ascensor parecía viajar un largo camino,

como si el sótano del edifico hubiese sido construido bajo tierra. Por último, las puertas

se abrieron de nuevo. Alex giró por un pasillo con azulejos que le recordaba un poco a

la estación de metro de Londres. El aire era frío ahí abajo. El pasaje estaba iluminado

por bombillas desnudas, atornillados en el techo a intervalos.

Miró, y a continuación, se agachó. Un guardia estaba sentado en una mesa al final del

pasillo, leyendo un periódico. ¿Habría escuchado las puertas del ascensor abrirse? Alex

se inclinó hacia delante de nuevo. El guardia estaba absorto en las páginas de deportes.

No se había movido. Alex se arrastró y se alejó por el pasillo lejos de él. Llegó a la

esquina y giró hacia otro pasillo forrado con puertas de acero. No había nadie más a

simple vista.

¿Dónde estaba? Tenía que haber algo por aquí o no habría necesidad de un guardia.

Alex se acercó a la puerta más cercana. Había una mirilla fijada en la parte delantera, y

miró a través de ella, encontrándose con una celda desnuda, blanca con dos literas, un

inodoro y un lavabo. Había dos chicos en la celda. A uno que nunca antes lo había

visto, pero reconoció al otro. Era el muchacho pelirrojo, Tom McMorin. ¡Pero él había

visto a Tom en la clase de Latín hace apenas unos minutos! ¿Qué estaba haciendo allí?

Alex se trasladó a la celda de al lado. En esta también había dos chicos. Uno de ellos

era rubio, con ojos azules y pecas. Una vez más, reconoció al otro. Era Jamen Sprintz.

Alex examinó la puerta. Había dos pestillos, pero por lo que pudo ver, no había llave.

Se echó hacia atrás y tiró del pomo hacia abajo. La puerta se abrió. Entró.

James‖se‖puso‖de‖pie,‖asombrado‖de‖verlo.‖―‖¡Alex!‖¿Qué‖est{s‖haciendo‖aquí?

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Alex‖cerró‖la‖puerta.‖―No‖tenemos‖mucho‖tiempo‖―dijo.‖Habló‖en‖voz‖baja,‖aunque‖

había‖pocas‖posibilidades‖de‖que‖lo‖escucharan―.‖¿Qué‖te‖ha‖pasado?

―Vinieron‖ por‖ mí‖ la‖ pasada‖ noche‖ ―dijo‖ James―.‖ Me‖ sacaron‖ de‖ la‖ cama‖ y‖ me‖

metieron en la biblioteca. Había una especie de ascensor...

―Detr{s‖de‖la‖armadura.

―Sí.‖No‖ sabía‖ lo‖ que‖ estaban‖haciendo.‖ Pensé‖ que‖me‖ iban‖ a‖matar.‖ Pero‖ luego‖me‖

dejaron aquí.

―‖¿Has estado aquí durante dos días?

―Sí.

Alex‖ negó‖ con‖ la‖ cabeza.‖ ―Te‖ vi‖ hace‖ quince‖ minutos‖ desayunando‖ en‖ el‖ piso‖ de‖

arriba.

―Nos‖han‖hecho‖un‖ duplicado‖―el‖ otro‖ chico‖habló‖ por‖ primera‖ vez.‖ Tenía‖ acento‖

americano―.‖ ¡A‖ todos‖nosotros!‖No‖sé‖cómo‖ lo‖han‖hecho ni por qué. Pero eso es lo

que‖han‖hecho‖―miró‖hacia‖la‖puerta‖con‖furia‖en‖los‖ojos―.‖He‖estado‖aquí‖durante‖

meses. Mi nombre es Paul Roscoe.

―‖¡Roscoe!‖¿Tu‖padre‖es...?

―Michael‖Roscoe.

Alex se quedó en silencio. No podía decirle a este chico lo que le había sucedido a su

padre y miró hacia otro lado, con miedo a que Paul lo leyera en sus ojos.

―¿Cómo‖has‖llegado‖aquí?‖―preguntó‖James.

―Escucha‖―dijo‖Alex.‖Hablaba‖r{pidamente‖ahora―.‖Fui‖enviado‖aquí‖por‖M16.‖Mi‖

nombre no es Alex Friend.

―‖¿Eres‖espía?‖―James‖se‖asustó,‖evidentemente.

Alex‖asintió‖con‖la‖cabeza.‖―Soy‖una‖especie‖de‖espía,‖supongo‖―dijo.

―Has‖abierto‖ la‖ puerta.‖ ¡Podemos‖ salir‖ de‖ aquí!‖―Paul‖Roscoe‖ se‖puso‖de‖pie,‖ listo‖

para moverse.

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―‖¡No!‖―Alex‖levantó‖las‖manos―.‖Tienes‖que‖esperar. No hay ningún camino en la

montaña. Quédate aquí y volveré con ayuda. Te lo prometo. Es la única manera.

―No‖puedo...

―Tienes‖que‖hacerlo.‖Confía‖en‖mí,‖Paul.‖Voy‖a‖tener‖que‖cerrarla‖de‖nuevo,‖para‖que‖

nadie sepa que he estado aquí. Pero no será por mucho tiempo. ¡Volveré!

Alex no podía esperar a ningún argumento más. Volvió hacia la puerta y la abrió.

La señora Stellenbosch estaba fuera.

A penas tuvo tiempo de registrar el impacto de verla. Intentó abrir la mano para

protegerse a sí mismo, para poner su cuerpo en posición de patada de kárate. Pero ya

era demasiado tarde. Su brazo salió disparado, el talón de ella iba hacia su cara. Alex

sintió cada hueso de su cuerpo como un sonajero. La luz blanca estalló tras sus ojos.

Entonces estaba fuera.

___________________ 16 Rez de chaussee: Planta baja en francés. 17 Sous Sol: Sótano en francés. 18 Felix qui potuit rerum cognoscere causus: Feliz aquel que está capacitado para descubrir las causas de

las cosas.

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Capítulo 13

Cómo controlar al Mundo

— ¡ABRE LOS OJOS, ALEX! ¡El Dr. Grief desea hablar contigo!

Las palabras vinieron atravesando un océano. Alex gimió y trató de levantar la cabeza.

Estaba tirado en el suelo, con los brazos atados detrás de la espalda. Todo el lateral de

la cara lo sentía amoratado e hinchado, y en su boca estaba el sabor de la sangre. Abrió

los ojos y esperó a que la habitación dejara de dar vueltas. La Señora Stellenbosch

estaba de pie delante de él, con su puño relajado en la otra mano. Alex recordó la

fuerza del golpe que lo había noqueado. Su cabeza entera palpitaba, y recorrió la

lengua por los dientes para ver si faltaba alguno. Era una suerte que hubiera rodado

con el puñetazo. De otra manera, probablemente le habría roto el cuello.

El Dr. Grief estaba sentado en su silla dorada, mirando a Alex con lo que posiblemente

hubiera sido curiosidad o repugnancia, o quizás un poco de ambas. No había nadie

más en la habitación. Todavía estaba nevando fuera, y un pequeño fuego ardía en la

chimenea. Las llamas no eran tan rojas como los ojos del Dr. Grief.

—Nos has causado grandes inconvenientes —dijo.

Alex enderezó la cabeza. Intentó mover las manos, pero se las habían atado juntas a la

silla.

—Tu nombre no es Alex Friend. No eres el hijo de Sir David Friend. Tu nombre es Alex

Rider, y trabajas para el servicio secreto británico. —El Dr. Grief simplemente relataba

hechos. No había ninguna emoción en su voz.

—Tenemos micrófonos ocultos en las celdas —explicó la Señora Stellenbosch. —

Algunas veces nos es útil para oír las conversaciones entre nuestros jóvenes huéspedes.

Todo lo que has dicho lo ha oído el guardia que me ha informado.

—Has malgastado nuestro tiempo y nuestro dinero —continuó el Dr. Grief—. Por lo

que serás castigado. No es un castigo del que vayas a sobrevivir.

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Las palabras eran frías y rotundas, y Alex sintió el miedo que le provocaban. Corrió

por su flujo sanguíneo, hasta acercarse a su corazón. Respiró profundamente,

obligándose a permanecer bajo control. Había avisado al M16. Debían estar de camino

a Point Blanc. Puede que ahora aparecieran en cualquier minuto. Sólo tenía que ganar

tiempo.

—No pueden hacerme nada —dijo.

La Señora Stellenbosch parpadeó, y casi lo lanza hacia atrás cuando la parte posterior

de su mano le golpeó en un lado de la cabeza. Sólo la silla lo mantuvo derecho.

—Cuando hables con el director, te referirás a él como Dr. Grief —dijo.

Alex miró alrededor, con los ojos acuosos.

—No puede hacerme nada, Dr. Grief —dijo—. Lo sé todo. Sé lo del Proyecto Géminis.

Y ya le he contado a Londres lo que sé. Si me hace algo, lo matarán. Están de camino

hacia aquí.

El Dr. Grief sonrió, y en ese mismo instante Alex supo que nada de lo que dijera

cambiaría lo que estaba a punto de pasarle. El hombre estaba demasiado seguro de sí

mismo. Era como un jugador de póker que no sólo se las arreglaba para ver todas las

cartas sino que también robaba los cuatro ases para él.

—Probablemente tus amigos estén de camino —dijo—. Pero no creo que les hayas

contado nada. Hemos mirado en tu equipaje y hemos encontrado el dispositivo de

transmisión oculto en el Discman. Advierto también que es una ingeniosa sierra

eléctrica. Pero como trasmisor, puede enviar una señal pero no un mensaje. Cómo te

hayas enterado de lo que es el Proyecto Géminis no me interesa. Doy por hecho que

oíste el nombre de refilón mientras escuchabas a escondidas detrás de una puerta.

Deberíamos haber sido más cuidadosos, pero que el servicio de inteligencia británico

enviara‖un‖niño<‖era‖algo‖que‖no‖podíamos‖esperarnos.‖Déjanos‖presuponer‖que‖tus‖

amigos llamarán. No encontrarán que vaya nada mal. Tú mismo habrás desaparecido.

Les diré que huiste. Diré que mis hombres te están buscando incluso en ese momento,

pero que mucho me temo que habrás muerto de una muerte fría y lenta en la montaña.

Nadie se imaginará lo que he hecho aquí. El Proyecto Géminis será un éxito. Ya es un

éxito. E incluso si tus amigos toman la decisión de matarme por su cuenta, no habrá

diferencia. No me pueden matar, Alex. El mundo ya es mío.

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—Quiere decir, que pertenece a los chicos a los que ha contratado para actuar como

dobles —dijo Alex.

— ¿Contratado? —El Dr. Grief murmuró unas palabras a la señorita Stellenbosch en un

áspero y gutural lenguaje. Alex supuso que debía ser Afrikaans19. Sus gruesos labios se

separaron y se rió, mostrando unos dientes duros y descolorados.

— ¿Eso es lo que piensas? —preguntó el Dr. Grief—. ¿Eso es lo que crees?

—Los‖he‖visto<

—No sabes lo que has visto. ¡No entiendes mi genialidad! Tu pequeña mente no puede

ni empezar a comprender lo que he logrado. —El Dr. Grief estaba respirando

fuertemente. Parecía llegar a una decisión—. Es muy excepcional para mí entablar un

“cara‖ a‖ cara‖ con‖ el‖ enemigo”‖ —dijo—. Siempre me ha frustrado que nunca podré

comunicar al mundo la brillantez de lo que he hecho. Bueno, desde que te tengo aquí,

una audiencia cautiva, si se puede decir así, puedo permitirme el lujo de describir el

Proyecto Géminis. Y cuando te vayas, gritando, a tu muerte, entenderás que nunca

hubo ninguna esperanza para ti. Que no puedes esperar rebelarte contra un hombre

como yo y ganar. Quizás eso lo hará más fácil para ti.

—Voy a fumar, si no le importa, Doctor —dijo la Señora Stellenbosch. Cogió sus

cigarrillos y encendió uno. El humo danzó enfrente de sus ojos.

—Soy, como estoy seguro que sabes, Sudafricano —empezó el Dr. Grief—. Los

animales del hall y de esta habitación son todos souvenirs de mi época allí, cazados en

safari. Todavía añoro mi tierra. Es el lugar más bonito de la tierra. Lo que

probablemente no sepas, sin embargo, es que durante muchos años fui uno de los

primeros bioquímicos de Sudáfrica. He encabezado el departamento de biología en la

Universidad de Johannesburgo. Más tarde ejecuté el Programa del Instituto Cíclope

para la Investigación Genética en Pretoria. Pero el peso de mi carrera comenzó cuando,

aunque aún tenía veintitantos años, John Vorster, el Presidente de Sudáfrica, me

nombró Ministro de Ciencia.

—Ya ha dicho que me va a matar —dijo Alex—, pero no creí que eso significara que iba

matarme de aburrimiento.

La Señora Stellenbosch tosió en su cigarro y avanzó hacia Alex, con el puño cerrado.

Pero el Dr. Grief la paró.

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—Deja que el chico tenga su pequeño chiste —dijo—. Tendremos suficiente dolor para

él, más tarde.

La asistente del director miró a Alex con ira, pero volvió a su sitio. El Dr. Grief

continuó.

—Te estoy contando esto, Alex, sólo porque te ayudará a entender. Quizás no sepas

nada sobre Sudáfrica. Los escolares ingleses son, como he encontrado, los más vagos e

ignorantes del mundo. ¡Todo eso cambiará! Pero permíteme que te cuente un poco

sobre mi país, como era cuando era joven. Las personas blancas de Sudáfrica controlan

todo. Bajo las leyes que son conocidas por el mundo como discriminantes, a las

personas negras no se les permite compartir con los blancos los baños, restaurantes,

campos de deporte, o bares. Tienen que llevar pases. Son tratados como animales.

—Es horrible —dijo Alex.

— ¡Era maravilloso! —murmuró la Señora Stellenbosch.

—Ciertamente era perfecto —estuvo de acuerdo el Dr. Grief—. Pero cuando los años

pasaron, empecé a ser consciente de que también sería por poco tiempo. La revuelta de

Soweto20, la creciente resistencia, y el rumbo del mundo entero, incluyendo tu apestoso

país‖ conspirando‖ contra‖ nosotros<‖ Sabía‖ que‖ los‖ blancos‖ de‖ Sud{frica‖ estaban‖

sentenciados, e incluso adiviné el día en el que el poder recaería sobre las manos de un

hombre como Nelson Mandela.

— ¡Un criminal! —añadió la Señora Stellenbosch. El humo salía de sus fosas nasales.

Alex no dijo nada. Estaba muy claro que tanto el Dr. Grief como su asistente estaban

locos. Lo locos que estaban se volvía más claro con cada palabra que decían.

—Miré al mundo —dijo el Dr. Grief—, y comencé a ver lo débil y patético que estaba

empezando a ser. ¿Cómo pudo pasar que un país como el mío, se le diera gente que no

tenía ni idea de dirigirlo? ¿Y por qué el resto del mundo estaba decidido a permitir

eso? Miré a mi alrededor y vi que la gente de América y Europa se había vuelto

estúpida y patética. La caída del muro de Berlín sólo empeoró las cosas. Siempre había

admirado a los rusos, pero rápidamente se infectaron con la misma enfermedad. Y

pensaba‖para‖mí‖mismo:‖“Si‖yo‖controlara‖el‖mundo,‖qué‖fuerte‖sería.‖Cu{nto‖mejor<”

—Para usted, quizás, Dr. Grief —dijo Alex—. Pero para nadie más.

Grief lo ignoró. Sus ojos detrás de los cristales rojos, estaban brillantes.

—Ha sido el sueño de unos cuantos hombres controlar el mundo —dijo—. Hitler era

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uno. Napoleón era otro. Stalin, quizás, el tercero. ¡Grandes hombres! ¡Hombres

extraordinarios! Pero dominar el mundo en el siglo XXI requiere algo más que fuerza

militar. El mundo es un lugar mucho más complicado ahora. ¿Dónde reside el

verdadero poder? Oh, sí, en los políticos. Los Primeros Ministros y Presidentes. Pero

también encontrarás poder en la industria, en la ciencia, en los medio de comunicación,

en‖el‖petróleo,‖en‖Internet<‖La‖vida‖moderna‖es‖un‖gran‖tapiz,‖y‖si‖quieres‖controlarlo‖

todo, debes aferrar cada hilo. Esto es lo que decidí hacer, Alex. Y fue porque mi

posición exclusiva en el único lugar que era Sudáfrica, y fui capaz de intentarlo —Grief

cogió aire—. ¿Sabes algo sobre trasplante nuclear? —preguntó.

—No sé nada —dijo Alex—. Pero como dijo usted, soy un chico de colegio. Vago e

ignorante.

—Hay otra palabra para ello. ¿Has oído hablar de clonación?

Alex casi se echa reír.

— ¿Se refiere como la oveja Dolly?

—Para ti puede ser una broma, Alex. Algo sacado de la ciencia ficción. Pero los

científicos han estado investigando la manera de crear réplicas de ellos mismo durante

más de cien años. La palabra en sí misma es griega.

—El término griego para vástago —murmuró la Señora Stellenbosch.

—Piensa en cómo una ramita empieza como una sola pero luego se divide en dos —

continuó Grief—. Eso es exactamente lo que se ha logrado con los lagartos, con los

erizos de mar, con los renacuajos y las ranas, como los ratones y, sí, el 5 de julio de

1996, con una oveja. La teoría es bastante simple. El trasplante nuclear: coger el núcleo

de un huevo y recolocarlo en una célula cogida de un adulto. No te aburriré con los

detalles, Alex. Pero no es una broma. Dolly fue la copia perfecta de una oveja que había

muerto seis años antes. Fue el resultado de no menos de cien años de experimentación.

Y en todo ese tiempo, los científicos compartieron un mismo sueño: clonar a un adulto

humano.‖Y‖bueno<‖¡He‖logrado‖ese‖sueño!

Se paró.

—Si quiere una ovación de aplausos, tendrá que quitarme las esposas —dijo Alex.

—No quiero aplausos —gruñó Grief—. No de ti. Lo que quiero de ti es tu vida, y eso es

lo que cogeré.

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—Así que, ¿a quién ha clonado? —preguntó Alex—. Espero que no sea a la Señora

Stellenbosch. Habría pensado que con una de ella es más que suficiente.

— ¿A quién crees? ¡Me he clonado a mí mismo! —El Dr. Grief agarró los brazos de su

silla, como un rey en el trono de su propia imaginación—. Veinte años atrás empecé mi

trabajo —explicó—. Te lo dije, yo era ministro de ciencia. He tenido todo el equipo y el

dinero que he necesitado. Además, ¡era Sudáfrica! Las reglas que obstaculizaban a los

otros científicos por todo el mundo no se aplicaban a mí. Era capaz de usar seres

humanos, prisioneros políticos, para mis experimentos. Todo se hacía en secreto.

Trabajé sin descanso durante veinte años. Y luego, cuando estuve preparado, robé una

gran cantidad de dinero del gobierno de Sudáfrica y me vine aquí. Eso fue en 1981. Y

seis años después, casi una década entera antes de que los científicos ingleses

maravillaran al mundo clonando a una oveja, hice algo mucho, mucho más

extraordinario<‖ aquí,‖ en‖ Point‖ Blanc.‖Me‖ cloné‖ a‖mí‖mismo.‖ ¡No‖una‖vez!‖Dieciséis‖

veces. Dieciséis copias exactas de mí. Con mis apariencias. Mi cerebro. Mi ambición. Y

mi determinación.

— ¿También están todos ellos tan locos como usted? —preguntó Alex, y pegó un

respingo cuando la Señora Stellenbosch lo golpeó de nuevo, esta vez en el estómago.

Pero quería hacer que se enfadaran. Si se cabreaban, podían cometer errores.

—Para empezar, eran bebés —dijo el Dr. Grief—. Dieciséis bebés que crecerían hasta

ser réplicas de mí mismo. He tenido que esperar catorce años para que los bebés se

hicieran niños y los niños se volvieran adolescentes. Y aquí Eva ha sido una madre

para todos‖ellos.‖Los‖has‖conocido<‖a‖algunos‖de‖ellos.

—Tom,‖ Cassian,‖ Nicolas,‖ Hugo,‖ Joe.‖ Y‖ James<—Ahora Alex entendía porqué de

alguna manera le habían parecido el mismo.

— ¿Lo ves, Alex? ¿Tienes idea de lo que he hecho? Nunca moriré porque incluso

cuando este cuerpo se termine, viviré en ellos. Yo soy ellos y ellos son yo. Somos uno y

el mismo. —Sonrió de nuevo—. Eva me ha ayudado en todo, y también había

trabajado conmigo en el gobierno de Sudáfrica. Había trabajado en BOSS, nuestro

propio servicio secreto. Fue una de las principales interrogadoras.

— ¡Qué días aquellos! —murmuró la Señora Stellenbosch.

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—Juntos levantamos la Academia. Porque, ya ves, ésa era la segunda parte de mi plan.

Había creado dieciséis copias de mí mismo. Pero no era suficiente. ¿Recuerdas que te

hablé sobre los hilos del tapiz? Tenía que retomarlos aquí, para atraerlos juntos.

— ¡Para reemplazarlos con copias de usted mismo! —De repente Alex lo vio todo. Era

totalmente de locos. Pero era la única manera de darle sentido a todo lo que había

visto.

El Dr. Grief asintió.

—Observé que las familias con salud y poder, frecuentemente tenían chicos

problemáticos. Los padres que no tienen tiempo para sus hijos. Hijos sin el amor de sus

padres. Esos chicos se volvieron mis objetivos, Alex. Porque, como ves, quería lo que

eso chicos tenían. Coge a un chico como Hugo Vries. Un día su padre le dejará con un

total del cincuenta por ciento en el mercado mundial de diamantes. O Tom McMorin.

Su madre tiene periódicos por todo el mundo. O Joe Canterbury. Su padre en el

Pentágono, su madre una Senadora. ¿Qué mejor para empezar una vida en la política?

¿Qué mejor que empezar incluso por el futuro presidente de los Estados Unidos? A

quince de los más prometedores chicos que han sido enviados aquí a Point Blanc, los

he reemplazado con copias de mí mismo. Alterados quirúrgicamente, por supuesto,

para que se parezcan al original.

—Baxter,‖el‖hombre‖al‖que‖disparaste<

—Has estado ocupado, Alex. —Por primera vez, el Dr. Grief pareció sorprendido—. El

difunto Sr. Baxter era un cirujano plástico. Lo encontré trabajando en Harley Street, en

Londres. Tenía deudas de juego. Fue fácil traerlo aquí bajo mi control, y su trabajo fue

operar a mi familia, cambiar sus caras, su color de piel, y sus cuerpos donde era

necesario para que se parecieran exactamente a los adolescentes que reemplazaban.

Desde el momento en que llegaron los chicos reales aquí a Point Blanc, estuvieron

sometidos a observación.

―Con‖habitaciones‖idénticas‖en‖el‖tercero y cuarto piso.

—Sí. Mis dobles eran capaces de observar sus objetivos en los monitores de televisión.

Para copiar cada movimiento. Para aprender sus gestos. Para comer como ellos. Para

hablar como ellos. En resumen, para ser ellos.

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Alex nunca había dejado de trabajar retorciéndose en la silla, intentando encontrar

alguna palanca en las esposas. Pero el metal estaba demasiado tirante. No se podía

mover.

— ¡Los padres sabrían que los chicos que les habían devuelto eran falsos! —insistió. —

Cualquier madre sabría que no es su hijo, incluso aunque pareciera el mismo.

La Señora Stellenbosch rió tontamente. Había acabado su cigarrillo. Ahora encendió

otro.

—Estás bastante equivocado, Alex —dijo el Dr. Grief—. Para empezar, estás hablando

de padres ocupados y obsesionados con el trabajo que no tienen ni un ratito para poner

a sus hijos en primer lugar. Y olvidas que la principal razón de que esa gente envíe a

sus hijos aquí era porque querían que cambiaran. Esa es la razón por la que todos los

padres mandan a sus hijos a los colegios privados. Oh, sí, piensan que esos colegios

cambiarán a sus hijos para mejor, más listos, más seguros de sí mismos. De hecho,

estarían decepcionados si sus hijos regresaran igual. Y la naturaleza, también, está de

nuestro lado. Un chico de catorce años abandona su casa durante seis o siete meses.

Pero cuando vuelve, la naturaleza ha dejado su marca. El chico será más alto. Será más

gordo o más delgado. Incluso su voz habrá cambiado. Es parte de la pubertad, y los

padres cuando lo vean dirán: “Oh, Tom, te has vuelto tan grande, y estás tan crecido”. Y no

sospecharán nada. De hecho, estarían preocupados si su hijo no hubiera cambiado.

—Pero Roscoe lo adivinó, ¿no? —Alex sabía que había llegado a la verdad, la razón por

la que había sido enviado allí en primer lugar. Sabía por qué Roscoe e Ivanov habían

muerto.

—Ha habido dos ocasiones cuando los padres no creyeron lo que veían —admitió el

Dr.‖Grief―,‖con‖V.‖Michael‖ J.‖Roscoe‖en‖Nueva‖York.‖Y‖con‖el‖General‖Mayor‖Viktor‖

Ivanov en Moscú. Ninguno de los dos hombres adivinó completamente lo que había

pasado. Pero no estaban contentos. Discutieron con sus hijos. Hicieron demasiadas

preguntas.

—Y sus hijos le contaron a usted lo que había pasado.

—Puedes decir que me lo conté a mí mismo. Mis hijos, después de todo, son yo. Pero

sí. Michael Roscoe sabía que algo iba mal y llamó al M16 de Londres. Supongo que así

es cómo te viste desafortunadamente involucrado en esto. Tenía que pagar por tener a

Roscoe muerto como pagué por la muerte de Ivanov. Pero casi esperaba que hubiera

problemas. Dos de dieciséis no es tan catastrófico, y por supuesto, no hubo ninguna

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diferencia en mis planes. De muchas maneras, incluso me ayuda. Michael J. Roscoe

dejó su fortuna al completo a su hijo. Y entiendo que el presidente ruso está teniendo

un interés personal en Dimitry Ivanov, siguiendo la pérdida de su padre. En resumen,

el Proyecto Géminis ha sido un éxito sobresaliente. En unos pocos días, el último de los

chicos dejará Point Blanc para ocupar sus lugares en el corazón de sus familias. Una

vez que esté satisfecho al haber sido aceptados, tengo la intención, me temo, de tener

que deshacerme de los originales. Morirán sin dolor. Lo que no se puede decir de ti,

Alex Rider. Me has causado una gran molestia. Propongo, además, hacer todo un

ejemplo de ti. —El Dr. Grief buscó en su bolsillo y sacó un dispositivo que parecía

como un buscapersonas. Contenía un simple botón, que presionó—. ¿Cuál es la

primera lección de mañana por la mañana, Eva? —preguntó.

—Biología —contestó la Señora Stellenbosch.

—Como pensaba. ¿Quizás has estado en clases de biología dónde una rana o una rata

han sido diseccionadas, Alex? —preguntó—. Durante algún tiempo ahora, mis niños

han estado pidiendo ver una disección humana. Esto no me sorprende. Yo mismo asistí

a una disección humana a la edad de catorce años. Mañana por la mañana, a las nueve

y media, su deseo será concedido. Te llevaremos al laboratorio y te abriremos para

echarte un vistazo. No usaremos anestesia, y será interesante ver cuánto sobrevives

hasta que tu corazón deje de latir. Y después, por supuesto, diseccionaremos tu

corazón.

— ¡Está enfermo! —gritó Alex. Ahora casi se estaba batiendo a golpes en la silla,

intentando romper la madera, intentando romper las esposas. Pero estaba desesperado.

El metal le cortaba. La silla se bamboleaba pero permanecía de una pieza—. ¡Es usted

un lunático!

— ¡Soy un científico! —El Dr. Grief escupió las palabras—. Y por eso es por lo que te

estoy dando una muerte científica. Al menos en tus últimos minutos me habrás sido de

alguna utilidad —Miró a Alex—. Llévatelo y cachéalo a fondo. Después enciérralo para

la noche. Lo veré de nuevo mañana por la mañana.

Alex había visto al Dr. Grief convocar a los guardias, pero no los había oído entrar.

Estaba apresado de espaldas, las esposas lo tenían amarrado, y fue llevado hacia atrás

fuera de la habitación. Su última visión del Dr. Grief fue del hombre extendiendo las

manos para calentarlas con el fuego, con las llamas retorciéndose reflejadas en sus

gafas. La Señora Srellenbosch sonrió y sopló el humo.

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Entonces la puerta se cerró de un golpe y Alex fue arrastrado por el pasillo sabiendo

que Blunt y el Servicio Secreto tenían que estar en camino, pero preguntándose si

llegarían antes de que fuera demasiado tarde.

_____________________ 19 Afrikaans: Es una lengua germánica, derivada del neerlandés, hablada principalmente en Sudáfrica y

Namibia. 20 Soweto: El 16 de junio de 1976, surge la protesta para sustituir la educación en inglés por el afrikaans (un

idioma descendiente del holandés). Espontáneamente, los compañeros de la escuela de Peterson, Morris

Isaacson High School, el 16 de junio de 1976 salieron al frío invierno de Sudáfrica a protestar y se

dirigieron a la Orlando West School, donde se les unieron otros centenares de estudiantes. La policía

respondió con perros y gas lacrimógeno. Cuando los jóvenes, desarmados, mataron a dos perros, los

policías dispararon con fuego real. La revuelta se prolongó por semanas y se extendió a todo el país. Más

de 500 estudiantes fallecieron en tres semanas. Los boicoteos internacionales económicos a Sudáfrica se

iniciaron. El Gobierno intentó diversas reformas en la Bantu Education, pero las quejas continuaron y las

organizaciones de estudiantes engrosaron las filas de los movimientos antirracistas hasta 1994.

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Capítulo 14

Negro Correr

La celda medía dos metros por doce y contenía una litera sin colchón y una silla.

La luz de la luna se inclinaba a través de una pequeña ventana, en gran medida

excluida en lo alto de la pared. La puerta era de sólido acero. Alex había oído una llave

en la cerradura después de haber sido encerrado. No le habían dado nada de comer o

beber. La celda era fría, pero no había mantas en la cama.

Por lo menos los guardias habían quitado las esposas. Habían revisado a Alex

expertamente, eliminando todo lo que habían encontrado en los bolsillos. Le habían

quitado también el cinturón y los cordones de sus zapatos. Quizás el Dr. Grief había

pensado que se ahorcaría. Él necesitaba a Alex fresco y vivo para la lección de biología.

Eran las dos de la mañana, pero Alex no había dormido. La mala elección de poner

fuera de su mente todo lo que Grief le había dicho. Eso ahora no era importante. Sabía

que tenía que escapar antes de las 9:30 porque<‖le‖gustara‖o‖no<‖al‖parecer‖estaba‖por‖

su cuenta. Más de treinta y seis horas habían pasado desde que había presionado el

botón de pánico que Smithers le había dado, y nada había ocurrido. O bien la máquina

no funcionaba, o por alguna razón M16 había decidido no venir. Por supuesto, era

posible que algo pudiera suceder antes del desayuno del día siguiente.

Pero Alex no estaba dispuesto a correr el riesgo. Él tenía que salir.

Esta noche.

Por vigésima vez que se acercó a la puerta y se arrodilló, escuchando con atención.

Los guardias lo habían arrastrado hacia el sótano. Estaba en un pasillo independiente

de los otros presos.

Aún así todo había pasado muy rápido, Alex había tratado de recordar donde había

sido capturado. Fuera del ascensor y a la izquierda. Giro en la esquina y luego por un

pasillo en segundo lugar a una puerta al final. Estaba por su cuenta. Y escuchando a

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través de la puerta, estaba bastante seguro de que no había un guardia plantado en el

exterior.

Alex tenía un poco de esperanza a la que aferrarse. Cuando los guardias lo habían

cacheado, que no lo habían cogido todo. Ninguno de los dos se había dado cuenta del

montante de oro en la oreja. ¿Qué había dicho Smithers?

―Es‖ un‖ artefacto‖ explosivo‖ pequeño‖ pero‖ muy‖ potente,‖ como‖ una granada en

miniatura. Separar las dos piezas lo activa. Cuenta hasta diez y va a hacer un agujero

en casi cualquier cosa.

Ahora era el momento de ponerlo a prueba.

Alex se acercó y desatornillar el perno de la oreja. Lo sacó y metió las dos piezas en el

ojo de la cerradura de la puerta, dio un paso atrás, y contó hasta diez.

No pasó nada. ¿Estaba el perno roto, al igual que el transmisor discman? Alex estaba a

punto de renunciar a ello cuando hubo un destello repentino, una hoja llameante de

color naranja intenso. Afortunadamente no hizo ruido.

La antorcha siguió durante unos cinco segundos, luego se apagó. Alex volvió a la

puerta. El botón hizo un agujero en ella, del tamaño de un dólar de plata. El metal

fundido seguía brillando. Alex se acercó y empujó. La puerta se abrió.

Alex sintió una oleada de entusiasmo momentáneo, pero se obligó a mantener la

calma. Él podía estar fuera de la celda, pero todavía estaba en el sótano de la academia.

Había guardias en todas partes. Estaba en la cima de una montaña sin esquís y no

había manera obvia de bajar. Todavía no estaba seguro. No por un largo camino.

Se deslizó fuera de la habitación y siguió de nuevo por el pasillo hacia el ascensor.

Estuvo tentado de buscar a los otros niños y ponerlos en libertad, pero sabía que no

podía ayudar. Sacarlos de las celdas sólo los pondría en peligro.

De alguna manera, encontró su camino de regreso al ascensor. Se dio cuenta de que el

puesto de guardia que había visto esa mañana estaba vacío. O bien el hombre había ido

a hacerse un café o Grief había relajado la seguridad en la academia. Con Alex y todos

los demás niños encerrados, no quedaba nadie de quién protegerse. O al menos eso

pensaban.

Alex se apresuró hacia adelante.

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Tomó el ascensor hasta el piso segundo. Sabía que su única forma de salir de la

montaña estaba en su dormitorio. Grief sin duda había examinado todo lo que había

traído con él. Pero, ¿qué había hecho con ello?

Con poca luz Alex se arrastró por el pasillo y entró en la habitación. Y allí estaba todo,

tirado en un montón en la cama. El traje de esquí. Las gafas. Incluso el discman con el

CD de Beethoven. Alex exhaló un suspiro de alivio. Iba a necesitarlo todo.

Él ya había pensado lo que iba a hacer. No podía esquiar por la montaña, porque aún

no tenía idea de dónde se guardaban los esquís. Pero no era más que una manera de ir

por a la nieve.

Alex se congeló cuando un guardia caminó por el pasillo fuera de la sala. ¡Así que no

todo el mundo en la academia estaba dormido! Tendría que actuar con rapidez. Tan

pronto como la puerta de la celda rota fuera descubierta, la alarma aumentaría.

Esperó hasta que el guardia se había ido y a continuación, se coló en el cuarto de

lavado unas pocas puertas más allá. Cuando salió, llevaba un objeto largo y plano de

ligero aluminio. Lo llevó a su dormitorio, cerró la puerta y encendió una pequeña

lámpara. Tenía miedo de que el guardia viera la luz en caso de regresar. Pero él no

podía trabajar en la oscuridad. Era un riesgo que tenía que tomar.

Había robado una tabla de planchar.

Alex había hecho snowboard sólo tres veces en su vida La primera vez, había pasado la

mayor parte del día cayendo o sentado en su trasero. El snowboard es mucho más

difícil de aprender que el esquí, pero tan pronto como aprendes a colgarte, puede

avanzar rápido. Al tercer día, Alex había aprendido a montar, bordear y cortar el

camino por las laderas del principiante. Ahora necesitaba una tabla de snowboard. La

tabla de planchar tendría que serlo.

Cogió el discman y lo encendió. El CD de Beethoven giró, luego se deslizó hacia

adelante, sus bordes de diamantes sobresalían. Alex hizo un cálculo mental, y luego

comenzó a cortar. La tabla de planchar era más amplia de lo que le hubiera gustado.

Sabía que cuanto más largo fuera el tablero, más rápido podía ir, pero si lo dejaba

demasiado largo, no tendría ningún control. La tabla de planchar era plana. Sin ningún

tipo‖de‖curva‖en‖el‖frente<‖o‖la‖nariz,‖como‖se‖le‖llamaba<‖él‖estaría‖en‖la‖misericordia‖

por cada bache o raíces giradas. Él empezó.

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El disco giró en rodajas a través del metal. Con cuidado, Alex dibujó alrededor,

formando una curva. Uno de los extremos de la tabla de planchar cayó. Cogió el otro.

Lo acercó a su pecho. Perfecto.

Ahora cortó los soportes, dejando cerca de seis pulgadas hacia arriba. Sabía que el

piloto y el tripulante podían trabajar juntos si los enlaces eran perfectos, y que no tenía

nada... ni botas, ni correas, ni ningún respaldo alto para apoyar el talón. Iba a tener que

improvisar. Rompió dos tiras de la chapa de la cama, luego se metió en su traje de

esquí. Tendría que atar una de sus zapatillas de deporte a lo que quedaba de la tabla de

planchar apoyada. Era terriblemente peligroso. Si se caía, se dislocaría el pie.

Pero estaba casi listo. Rápidamente, Alex subió la cremallera del traje de esquí.

Smithers había dicho que era a prueba de balas, y se le ocurrió que probablemente iba

a necesitarlo. Se puso las gafas al cuello. La ventana aún no había sido reparada.

Dejó caer la tabla de planchar, a continuación, salió tras de ella.

No había luna. Alex se encontró el interruptor oculto en las gafas y lo encendió. Oyó

un suave zumbido como el de una batería oculta activada. De pronto, el lado de la

montaña ardía de un misterioso verde Alex era capaz de ver los árboles, la pista de

esquí desierta, y el lado de la montaña.

Con cuidado, tomó su posición en la tabla de planchar, su pie derecho a cuarenta

grados, el pie izquierdo en veinte. Él era un mentecato rematadamente fallido. Eso era

lo que el instructor le había dicho. Sus pies debían haber estado a la inversa. Pero no

era el momento de preocuparse acerca de la técnica. En cambio, utilizó las tiras de la

hoja rasgada para amarrar la tabla de planchar a sus pies, entonces se quedó donde

estaba, contemplando lo que estaba a punto de hacer. Sólo había descendido por las

pistas verdes y azules con los colores de los principiantes y las laderas intermedias.

Sabía por James que esta montaña era un experto negro hasta el final de la bajada.

Su aliento se levantó en nubes verde delante de sus ojos. ¿Podría hacerlo? ¿Podía

confiar en sí mismo?

Una señal de alarma estalló detrás de él. Las luces se encendieron a lo largo de la

academia. Alex se impulsó, y salió ganando velocidad a cada segundo. La decisión

había sido tomada por él. Ahora, cualquiera que fuera el paso, no podía haber marcha

atrás.

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* * * El Dr. Grief, vestido con un largo vestido plateado, estaba junto a la ventana abierta de

la habitación de Alex. La señora Stellenbosch también llevaba una bata. La suya era de

seda rosa y se veía extrañamente horrorosa, colgando de su cuerpo con grumos.

Tres guardias estaban observando, esperando instrucciones.

―‖¿Quién‖buscar{‖al‖niño?‖―preguntó‖el‖Dr.‖Grief.‖Él‖ya‖había‖puesto en manifiesto la

puerta de la celda con el quemado agujero circular en la cerradura.

Ninguno‖ de‖ los‖ guardias‖ respondió,‖ pero‖ sus‖ rostros‖ se‖ había‖ puesto‖ p{lidos.‖ ―

Esta‖es‖una‖cuestión‖que‖debe‖resolverse‖por‖la‖mañana‖―continuó‖el‖Dr.‖Grief.‖―‖Por‖

ahora, lo único que importa es encontrarlo y matarlo.

―Él‖debe‖estar‖caminando‖por‖la‖ ladera‖de‖la‖montaña‖―dijo‖ la‖señora‖Stellenbosch.‖

―‖No‖tiene‖esquís.‖Él‖no‖puede‖hacerlo.‖Podemos‖esperar‖hasta‖mañana‖y‖recogerlo‖en‖

el helicóptero.

―Creo‖que‖el‖niño puede ser más inventivo de lo que creemos.

―El‖Dr.‖Grief‖recogió‖los‖restos‖de‖la‖tabla‖de‖planchar―.‖¿Lo‖ves?‖Se‖ha‖improvisado‖

una‖ especie‖ de‖ trineo‖ o‖ tobog{n.‖ Con‖ todos‖ los‖ derechos<‖―Había‖ llegado‖ a‖ una‖

decisión. La señora Stellenbosch se alegró de ver‖ la‖ seguridad‖regresar‖a‖ sus‖ojos.‖―‖

Quiero‖dos‖hombres‖en‖motos‖de‖nieve,‖que‖le‖sigan‖hacia‖abajo.‖¡Ahora!‖―Uno‖de‖los‖

guardias salió corriendo de la habitación.

―‖¿Qué‖pasa‖con‖la‖unidad‖a‖los‖pies‖de‖la‖montaña?‖―dijo‖la‖señora‖Stellenbosch.

―De‖hecho‖―el‖Dr.‖Grief‖sonrió.‖Había‖mantenido‖siempre‖un‖hombre‖y‖un‖conductor‖

en el fondo del valle por última vez en el caso de que alguna vez alguien tratara de

salir de la academia con los esquís. Era una precaución que estaba a punto de dar sus

frutos–. Alex Ryder tendrá que llegar a La Vallee de Fer. Lo que él está usando para

bajar, va a ser incapaz de cruzar la línea de ferrocarril. Podemos tener una

ametralladora establecida, esperándole. Suponiendo que logra llegar tan lejos, él será

un blanco fácil.

―Excelente‖―ronroneó‖la‖señora‖Stellenbosch.

―Me‖ hubiera‖ gustado‖ verlo‖ morir.‖ Pero,‖ sí.‖ El‖ joven‖ jinete‖ no‖ tiene‖ esperanzas.‖ Y‖

podemos volver a cama.

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* * * Alex estaba en el borde del espacio, aparentemente cayendo hacia su muerte segura.

En el lenguaje de snowboard, estaba capturando aire, lo que significaba que había

disparado a distancia desde el suelo. Con cada pie se iba hacia adelante, la montaña

desapareciendo otros cinco pies hacia abajo.

Sintió que el mundo giraba en torno a él. El viento le atizaba en la cara. Entonces de

alguna manera se había puesto en consonancia con la siguiente sección de la pendiente

y disparó la tabla de planchar cada vez dirigiéndose más lejos de Point Blanc.

Se movía en una terrible velocidad, los árboles y formaciones rocosas pasaban en un

verde luminoso borroso a través de sus gafas de visión nocturna. De alguna manera,

las pendientes más pronunciadas se hacían más fáciles. Una vez, había intentado hacer

un‖aterrizaje‖en‖una‖parte‖plana‖de‖la‖montaña<‖una‖mesa<‖yendo‖m{s‖lento.‖Había‖

terminado en el suelo con un hueso roto accidentalmente que le había dejado sin ver

completamente y había tomado los próximos veinte metros casi totalmente a ciegas.

La tabla de planchar se estremeció y agitó locamente, y le tomó todas sus fuerzas para

hacer los giros.

Estaba tratando de seguir la línea de caída natural de la montaña, pero había

demasiados obstáculos en el camino. Lo que más temía era la nieve derretida. Si la

plancha aterrizaba en un trozo de barro a esta velocidad, iba a ser lanzado y matado. Y

sabía que cuanto más abajo iba, mayor llegaría a ser el peligro.

Pero había estado viajando durante varios minutos y hasta ahora sólo había caído dos

veces en ambas ocasiones los gruesos bancos de nieve lo habían protegido. ¿Hasta

dónde podría llegar? Trató de recordar lo que James Sprintz le había dicho, pero el

pensamiento era imposible a esta velocidad. Estaba teniendo que usar cada gramo de

su pensamiento consciente, simplemente para mantenerse en posición vertical.

Llegó a un pequeño saliente en la superficie del nivel y se dirigió al borde de la tabla en

la nieve, trayéndose a un alto arrastre. Delante de él, el suelo, volvió a retirarse de

manera alarmante. Apenas se atrevía a mirar hacia abajo. Había montones de espesos

árboles a la izquierda y a la derecha. En la distancia sólo había una mancha verde. Las

gafas sólo podían ver hasta cierto límite a lo lejos

Y entonces oyó el sonido que venía detrás de él.

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El‖grito‖de‖al‖menos‖dos<‖tal‖vez‖m{s‖motores.‖Alex‖miró‖por‖encima‖del‖hombro.‖Por‖

un momento no había nada. Pero luego los vio, negras moscas nadando en su campo

de visión. Había dos de ellos, encabezando su camino.

Los hombres de Grief conducían una especialmente adaptada Yamaha Mountain Max,

una moto de nieve equipada con 700 c.c. y motores de tres cilindros. Las motocicletas

estaban‖ volando‖ sobre‖ el‖ hielo‖ en‖ sus‖ pistas<‖ de‖ 141‖ pulgadas,‖ sin‖ esfuerzo‖ en‖

movimiento, cinco‖veces‖m{s‖r{pido‖que‖Alex.‖Los‖faros‖de‖300‖vatios<‖ya‖lo‖habían‖

visto. Ahora los hombres aceleraron hacia él, reduciendo a la mitad la distancia entre

ellos y a cada segundo que pasaba.

Alex saltó hacia adelante, buceando en la próxima ladera. Al mismo tiempo, hubo una

charla de repente, una serie de distantes cracs y la nieve voló a su alrededor.

¡Los hombres de Grief tenían ametralladoras instaladas en sus motos de nieve! Alex

gritó cuándo se abalanzó por la ladera de la montaña, apenas capaz de controlar la hoja

de metal de debajo de sus pies. El improvisado vinculante se rompió en los tobillos.

Todo vibraba locamente. Él no podía verlo. Sólo podía aguantarse, tratando de

mantener el equilibrio, con la esperanza de que el camino a seguir estuviera claro.

Los faros de la Yamaha más cercana le iluminaron, y Alex vio su propia sombra,

extendiéndose por delante de él en la nieve. Hubo otro sonido de la ametralladora y

Alex se agachó, casi sintiendo la lluvia de balas en aerosol sobre su cabeza. La segunda

moto sonó, pronto en paralelo con él.

Tenía que bajarse de la montaña. De lo contrario, sería fusilado o le pasarían por

encima. O las dos cosas.

Obligó a la plancha en su borde, haciendo un giro. Había visto un hueco en los árboles

y se enfilo hacía él.

Ahora estaba corriendo por el bosque, con ramas y troncos azotando a su paso como

las animaciones de un juego loco de ordenador. ¿Podrían las motos de nieve seguirle

por aquí? La pregunta fue respondida por otra ráfaga de la ametralladora, a través de

las hojas y ramas. Alex buscó un camino estrecho. La plancha se estremeció, y fue

lanzado casi de cabeza. ¡La nieve estaba adelgazando! Tableó y giró dirigiéndose a dos

de los árboles más gruesos. Pasó entre ellos con pulgadas de sobra.

La moto de nieve no tenía otra opción. El piloto se había quedado sin caminos, y

viajaba demasiado rápido para parar. Él trató de seguir Alex entre los árboles, pero la

moto de nieve era demasiado amplia. Alex oyó la colisión. Hubo una crisis terrible,

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luego un grito, y luego una explosión. Una bola de fuego naranja saltó sobre los

árboles, enviando a las sombras en un baile loco. Delante de él, Alex vio otro montículo

y más allá, un hueco en los árboles. Era el momento de salir del bosque.

Voló hasta la colina y, una vez más capturó aire. Al salir de los árboles detrás de él, a

seis pies del aire, vio la segunda moto de nieve. Le había alcanzado. Por un momento,

los dos estaban uno al lado del otro. Alex dobló hacia adelante y agarró la nariz de su

tabla. Aún en el aire, se torció la punta de la tabla, con lo que la cola giró alrededor. Lo

había calculado perfectamente. La cola se estrelló contra la cabeza del segundo piloto,

casi tirándolo de su asiento. Alex luchó para mantener el equilibrio.

El conductor gritó y perdió el control. Su moto de nieve se sacudió de lado como si

tratara de hacer un giro increíblemente apretado. A continuación, cuando dejó el suelo,

la rueda del carro giró otra vez. El piloto fue expulsado, a continuación, gritó cuándo la

moto de nieve completó su giro final y cayó encima de él. El hombre y la máquina

rebotaron en todo la superficie de la nieve y quedaron inmóviles. Mientras tanto, Alex

se estrelló contra la nieve y patinó hasta detenerse, su aliento nublando, verde, delante

de sus ojos.

Un minuto más tarde, empujó de nuevo. Delante de él, pudo ver que todos los caminos

conducían a un solo valle. Este debe ser el cuello de botella se llama La Vallee de Fer. ¡Lo

había conseguido! Había llegado a la parte inferior de la montaña, pero ahora estaba

atrapado. No había otra manera de salir alrededor. Podía ver luces en la distancia. Una

ciudad. Seguridad. Pero también podía ver la línea de ferrocarril que abarcaba todo el

valle, desde la izquierda a la derecha, protegida a ambos lados por un muro de

contención y una cerca de alambre de púas.

El resplandor de la ciudad lo iluminada todo. Por un lado luz salía de la boca de un

túnel. Avanzó alrededor de un centenar de metros en línea recta antes de una curva

cerrada que llevó a todo el otro lado del valle y desapareció de la vista.

Los dos hombres en la camioneta gris vieron esquiar a Alex hacia ellos. Ellos estaban

estacionados en una carretera en el otro lado de la línea de ferrocarril y habían estado

esperando sólo unos minutos. No había visto la explosión y se preguntaron qué había

pasado con los dos hombres sobre sus motos de nieve. Pero eso no era su

preocupación. Sus órdenes eran matar al muchacho. Y allí estaba él, derecho a la

intemperie, bajando expertamente la última cuesta abajo por el valle. Cada segundo lo

llevaba más cerca de ellos. No había ningún lugar para ocultarse.

La ametralladora era una belga FN MAG y podía cortarlo por la mitad.

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Alex vio la camioneta. Vio la ametralladora dirigida a él. No se podía parar. Era

demasiado tarde para cambiar de dirección. Había llegado hasta aquí, pero ahora se

había acabado. Sentía la fuerza drenándose de él.

¿Dónde estaba M16? ¿Por qué tenía que morir, aquí, por su cuenta?

Y luego hubo una explosión repentina de un tren que salió del túnel. Era un tren de

carga, viajando cerca de veinte kilómetros por hora. Había por lo menos treinta

vagones tirados por un motor diesel, y se formó una pared móvil entre Alex y la

pistola, protegiéndole de ella. Sin embargo, sería sólo por unos pocos segundos. Tenía

que actuar con rapidez.

Casi sin saber lo que estaba haciendo, Alex se encontró un último montículo de nieve

y, utilizándolo como una plataforma de lanzamiento, barrió en el aire. Ahora estaba al

nivel del tren... ahora por encima de él. Cambió el peso y vino hacia abajo sobre el

techo de uno de los vagones. La superficie estaba cubierta de hielo, y por un momento

pensó que se caería por el otro lado, pero se las arregló para pivotar alrededor de los

techos de los vagones, saltando de uno a otro, mientras que era barrido por la pista,

lejos de las armas de fuego en una ráfaga de aire helado.

¡Lo había hecho! ¡Él había salido! Todavía estaba deslizándose hacia delante, el tren

añadía velocidad a la propia. Ningún esquiador se había movido nunca tan rápido.

Pero el tren llegó a la curva en la pista. La tabla no tenía nada para evitar que se

deslizara sobre la superficie helada. Cuando el tren aceleró hacia la izquierda, la fuerza

centrífuga lanzó a Alex a la derecha. Una vez más, se elevó en el aire. Pero finalmente

se había quedado sin nieve.

Alex cayó al suelo como un muñeco de trapo. La tabla fue arrancada de sus pies.

Rebotó dos veces y luego se enganchó cerca del alambre y se detuvo con la sangre

difundiéndose en torno a una profunda herida en su cabeza. Tenía los ojos cerrados.

El tren aró a través de la noche. Alex permaneció inmóvil.

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Capítulo 15

Después delFuneral

La ambulancia verde y blanca corrió por la Avenida Maquis de Gresivaudan, en el

norte de Grenoble, en dirección al río. Eran las cinco de la mañana y no había tráfico

todavía, así que no necesitaba la sirena. Justo antes del río giró en un complejo de feos

y modernos edificios. Era el segundo hospital más grande en la ciudad. La ambulancia

se detuvo frente a la sala de emergencias. Los técnicos de emergencias corrieron hacia

ella en cuanto las puertas se abrieron de golpe.

La Sra. Jones salió de su taxi y observó el cuerpo lánguido e inmóvil de un muchacho

en una camilla baja era transportado a una camilla alta y luego precipitado hacia

dentro a través de las puertas dobles. Ya había un suero salino entrando a su brazo, y

una máscara de oxígeno cubría su rostro. Había estado nevando en las montañas, pero

aquí abajo no había más que una aburrida llovizna barriendo la calzada. Un doctor en

una bata blanca se inclinó sobre la camilla. Suspiró y negó con la cabeza. La Sra. Jones

había visto esto. Cruzó la carretera y siguió a la camilla dentro.

Un hombre delgado con el cabello muy corto vistiendo un abrigo negro y chaleco

también había estado mirando en el hospital. Vio a la Sra. Jones sin saber quién era.

También había visto a Alex. Él sacó su celular e hizo una llamada. El Dr. Grief querría

saber<

Tres horas después, el sol se elevaba sobre la ciudad. Grenoble era en gran medida

moderna; incluso con su perfecto fondo de montañas, aún luchaba por ser atractiva. En

este día húmedo y nublado claramente no lo era. Fuera del hospital, otro automóvil se

detuvo, y Eva Stellenbosch salió de él. Vestía un traje a cuadros blanco y plateado, y

llevaba un sombrero posado en su cabello rojizo. Cargaba una bolsa de cuero, y por

una vez se había puesto maquillaje. Quería lucir elegante. Parecía un travesti.

Ella caminó en el hospital y encontró el escritorio principal de recepción. Una joven

enfermera se sentaba detrás de un montón de teléfonos y pantallas de computadora. La

Sra. Stellenbosch se dirigió a ella en fluido francés.

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—Disculpe —dijo—. Tengo entendido que un joven muchacho fue traído aquí esta

mañana. Su nombre es Alex Friend.

—Un momento, por favor. —La enfermera ingresó el nombre en su computadora. Ella

leyó la información en la pantalla y su semblante se volvió serio—. ¿Puedo preguntar

quién es usted?

—Soy la asistente de dirección de la Academia Point Blanc. Él es uno de nuestros

estudiantes.

— ¿Es usted consciente de la gravedad de sus heridas, Madame?

—Me dijeron que estuvo envuelto en un accidente de esquí. —La Sra. Stellenbosch sacó

un pequeño pañuelo y se secó los ojos.

—Intentó hacer snowboard montaña abajo de noche. Se vio envuelto en una colisión

con un tren. Sus heridas son muy graves, Madame. Los doctores lo están operando

ahora.

La Sra. Stellenbosch asintió, tragándose las lágrimas. —Mi nombre es Eva Stellenbosch

—dijo—. ¿Puedo esperar por nuevas noticias?

—Por supuesto, Madame.

La Sra. Stellenbosch tomó un asiento en el área de recepción. Durante la hora siguiente,

observó cómo la gente iba y venía, algunos caminando, y otros en sillas de ruedas.

Había otra gente esperando noticias de otros pacientes. Uno de ellos, se dio cuenta, era

una seria mujer con un mal corte de pelo azabache y ojos muy negros. Ella era sin duda

de Inglaterra, porque estaba mirando periódicamente una copia del London Times.

Luego una puerta se abrió y un doctor en una bata blanca salió de ella. Los doctores

tienen un cierto semblante cuando comunican malas noticias. Este doctor lo tenía

ahora. — ¿Madame Stellenbosch? —Preguntó él.

— ¿Si?

— ¿Es la directora de la academia?

—La asistente de dirección, sí.

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El doctor se sentó a su lado. —Lo siento mucho, Madame. Alex Friend ha muerto hace

cinco minutos. —Él esperó mientras ella asimilaba las noticias—. Tenía múltiples

fracturas: sus brazos, su clavícula, su pierna. También tenía fracturado el cráneo.

Operamos, pero desafortunadamente tuvo una hemorragia interna masiva. Entró en

shock y fuimos incapaces de reanimarlo.

La Sra. Stellenbosch asintió, luchando por decir algunas palabras. —Debo notificar a su

familia —susurró.

— ¿Es él de este país?

—No.‖ Es‖ inglés.‖ Su‖ padre<‖ Sir‖ David‖ Friend<‖ tengo‖ que‖ decirle.‖ —La Sra.

Stellenbosch se puso de pie—. Gracias, doctor. Estoy segura de que hicieron lo que

pudieron.

Por el rabillo del ojo, la Sra. Stellenbosch se dio cuenta de que la mujer con el cabello

negro también se había parado, dejando que el periódico cayera en el piso. Ella estaba

atendiendo la conversación. Lucía conmocionada.

Ambas mujeres dejaron el hospital al mismo tiempo. Ninguna de ellas habló.

El avión que estaba esperando en la pista era un Lockheed Martin C-130 Hércules.

Había aterrizado poco después de mediodía. Ahora esperaba bajo las nubes, mientras

tres vehículos se dirigían a él. Uno era un auto de policía, otro un jeep y el último una

ambulancia.

El aeropuerto de Saint-Geoirs en Grenoble no veía muchos vuelos internacionales, pero

esa mañana el avión había volado desde Inglaterra. Desde el otro lado de la cerca que

rodeaba el perímetro, la Sra. Stellenbosch observó a través de sus prismáticos

amplificados. Una pequeña escolta militar se había formado. Cuatro hombres en

uniformes franceses habían levantado un ataúd que parecía patéticamente pequeño en

comparación con sus anchos hombros. El ataúd era simple: madera de pino con asas de

plata. Una bandera del Reino Unido estaba doblada en un cuadrado en el centro.

Marchando por tiempos llevaron el ataúd hasta el punto de espera. La Sra.

Stellenbosch enfocó sus prismáticos y vio a la mujer del hospital. Ella había estado

viajando en el auto de policía. Estaba de pie mirando como el ataúd era colocado en el

avión, luego regresó al coche y se alejó manejando. Para entonces, la Sra. Stellenbosch

sabía quién era ella. El Dr. Grief mantenía archivos extensos y la había fácilmente

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identificado como la Sra. Jones, líder de Operaciones Especiales del M16 y número dos,

sólo superada por su jefe, Alan Blunt.

La Sra. Stellenbosch se quedó ahí hasta el final. Las puertas del avión se cerraron. El

jeep y la ambulancia se fueron. Las hélices del avión comenzaron a girar, y luego el

avión se movió pesadamente hacia delante sobre la pista. Unos pocos minutos después

despegó. Como un trueno en el aire, las nubes se abrieron como si fueran a recibirlo y

por un momento sus alas plateadas fueron bañadas con la brillante luz del sol. Luego

las nubes se cerraron y el avión desapareció.

La Sra. Stellenbosch marcó un número en su celular y esperó hasta que estuvo

enlazada. —El pequeño cerdito se ha ido —dijo.

Regresó a su auto y se fue.

* * * Después de que la Sra. Jones dejara el aeropuerto, regresó al hospital y subió las

escaleras al segundo piso. Llegó a un par de puertas resguardadas por un policía,

quien asintió y la dejó pasar. Al otro lado había un corredor que conducía a un ala

privada. Caminó hacia la puerta, ésta también custodiada por un policía. No tocó, sólo

entró.

Alex Rider estaba de pie en la ventana, mirando hacia Grenoble al otro lado del Río

Isere. Muy por encima de él, cinco burbujas de acero y cristal se movían lentamente a

lo largo de un cable, transportando a los turistas hasta el Palacio de Bastille. Él se giró y

vio a la Sra. Jones entrar. Tenía una venda alrededor de la cabeza, pero por lo demás

parecía ileso.

—Tienes suerte de estar vivo —dijo.

—Pensé que estaba muerto —replicó Alex.

—Esperemos que el Dr. Grief también lo crea. —A pesar de sí misma, la Sra. Jones no

podía mantener la preocupación fuera de sus ojos—. Realmente fue un milagro —

dijo—. Debiste al menos romperte algo.

—El traje de esquí me protegió —dijo Alex. Había intentado volver a pensar en ese

confuso, desesperado momento en que había sido lanzado contra el tren—. Había

maleza. Y la barrera me atrapó. —Él se frotó la pierna e hizo una mueca—. Incluso si

era un alambre de púas.

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Caminó de regreso a la cama y se sentó. Después de que terminaran de examinarlo, los

doctores franceses le habían traído ropa limpia. Ropa militar, se dio cuenta. Chaquetas

y pantalones de combate. Esperaba que no intentaran decirle algo.

—Tengo tres preguntas —dijo—. Pero comenzaré con la más importante. Pedí ayuda

hace dos días. ¿Dónde estaban?

—Lo siento mucho, Alex —dijo la Sra. Jones—. Tuvimos problemas logísticos.

— ¿Si? Bueno, mientras ustedes tenían problemas logísticos ¡el Dr. Grief se preparaba

para cortarme!

—No podíamos irrumpir en la academia. Eso podría haber conseguido que te mataran.

Podría haber conseguido que nos mataran a todos. Teníamos que movernos despacio,

tratar de resolver lo que estaba sucediendo. ¿Cómo crees que te encontramos tan

pronto?

—Esa era mi segunda pregunta.

La Sra. Jones se encogió de hombros. —Hemos tenido gente en las montañas desde que

obtuvimos tu señal. Ellos han estado acercándose a la academia. Oyeron el fuego de la

ametralladora cuando las motos de nieve te perseguían y te siguieron hacia abajo en

esquís. Vieron lo ocurrido con el tren y llamaron para pedir ayuda.

—Correcto. Entonces, ¿Por qué todo ese lío del funeral? ¿Por qué quieres que el Dr.

Grief piense que estoy muerto?

—Es simple, Alex. Por lo que nos dijiste, mantiene quince chicos prisioneros en la

academia. Esos son los que planea reemplazar. —Ella sacudió la cabeza—. Tengo que

decirlo, es la cosa más increíble que he oído. Y no lo habría creído si lo hubiera

escuchado de otro que no fueras tú.

—Eres muy amable —murmuró Alex.

—Si el Dr. Grief piensa que sobreviviste a anoche la primera cosa que hará es matar a

cada uno de los chicos. O tal vez los usaría como rehenes. Sólo teníamos una esperanza

de tomarlo por sorpresa. Si creía que tú estabas muerto.

— ¿Lo van a tomar por sorpresa?

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—Lo haremos esta noche. Te lo dije. Hemos reunido un escuadrón de ataque aquí, en

Grenoble. Estaban en las montañas anoche. Planean atacar tan pronto como oscurezca.

Están armados y tienen experiencia. —La Sra. Jones dudó—. Sólo hay una cosa que

ellos no tienen.

— ¿Y qué es eso? —Preguntó Alex, sintiendo una repentina sensación de malestar.

—Necesitan a alguien que conozca el edificio —dijo la Sra. Jones—. La biblioteca, el

elevador‖secreto,‖la‖colocación‖de‖los‖guardias,‖el‖pasadizo‖con‖las‖celdas<

— ¡Oh, no! —Exclamó Alex. Ahora entendía la ropa militar—. ¡Olvídalo! ¡No voy a

volver ahí! ¡Casi me mato intentando escapar! ¿Crees que estoy loco?

—Alex, serás asistido. Estarás completamente seguro.

— ¡No!

La Sra. Jones asintió. —Está bien. Puedo entender cómo te sientes. Pero hay alguien a

quien quiero que veas.

Como a una señal, alguien llamó a la puerta. Ésta se abrió para revelar a un hombre

joven también en ropa de combate. El hombre tenía buena complexión y cabello negro,

hombros cuadrados y un rostro oscuro y alerta. Estaba finalizando los veintes.

Él vio a Alex y sacudió la cabeza. —Bien, bien, bien, esto es una sorpresa —dijo. —

¿Cómo te va, cachorro?

Alex lo reconoció enseguida. Era un soldado que él conocía como Lobo. Cuando el M16

lo había enviado once días a entrenar con el SAS21 en Gales, Lobo había estado a cargo

de su unidad. Si el entrenamiento había sido el infierno, Lobo lo había hecho aún peor,

molestando a Alex desde el principio y casi consiguiendo que lo echaran. Aunque al

final, había sido Lobo el que estuvo cerca de perder su lugar en el SAS y fue Alex quien

lo había salvado. Pero Alex no estaba seguro de donde lo habían dejado, y el otro

hombre no estaba dispuesto a darle una respuesta.

— ¡Lobo! —dijo Alex.

—Escuché que estabas hecho polvo. —Lobo se encogió de hombros—. Lo siento, olvidé

las flores y la canasta de fruta.

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— ¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Alex.

—Me llamaron para resolver el lío que dejaste atrás.

—Entonces ¿dónde estabas cuando estaba siendo perseguido en la montaña?

—Parecía que lo estabas haciendo bien por tu cuenta.

La Sra. Jones se hizo cargo. —Alex ha hecho un buen trabajo hasta ahora —dijo ella. —

Pero la realidad es que hay quince jóvenes prisioneros en Point Blanc y nuestra

principal prioridad debe ser salvarlos. Por lo que Alex nos dijo, sabemos que hay

treinta guardias dentro y alrededor de la escuela. La única posibilidad que tienen estos

chicos es que una unidad del SAS entre. Y tiene que suceder esta noche. —Ella se

volvió hacia Alex—. La unidad estará siendo comandada por Lobo.

La SAS nunca utiliza rango cuando se encuentran en servicio activo. La Sra. Jones

estaba cuidadosamente utilizando sólo el nombre en código de Lobo.

— ¿Por qué el chico tiene que participar en esto? —Demandó Lobo.

—Él conoce la academia. Sabe la posición de los guardias y la localización de las celdas

de los prisioneros. Te puede llevar hasta el ascensor.

—Puede decirnos todo lo que necesitamos saber aquí y ahora. —Interrumpió Lobo. Se

volvió hacia la Sra. Jones—. No necesitamos a un niño —dijo él—. Sólo va a ser una

carga. Vamos a ir en esquís. Habrá sangre. No puedo perder a uno de mis hombres

para que sostenga su mano.

—No necesito que sostengan mi mano —Alex replicó furiosamente—. Ella está en lo

correcto. Conozco más de Point Blanc que cualquiera de ustedes. He estado ahí y he

salido de ahí, pero no gracias a ustedes. Y también conozco a muchos de esos chicos.

Uno de ellos es mi amigo. Prometí que volvería para ayudarlo y lo haré.

—No si te matan.

— ¡Puedo cuidar de mí mismo!

—Entonces está arreglado —dijo la Sra. Jones—. Alex te llevará ahí, pero no tomará

parte en la operación. Y para su seguridad, Lobo, te hago personalmente responsable.

—Personalmente responsable, por supuesto —gruñó Lobo.

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Alex no pudo contener una sonrisa. Se había mantenido cuerdo y había conseguido

regresar a la academia con el SAS. Luego se dio cuenta de lo que había sucedido. Unos

pocos momentos antes había estado discutiendo violentamente justo contra eso. Miró a

la líder de Operaciones Especiales. Ella lo había manipulado, por supuesto, trayendo a

Lobo a la habitación. Y ella lo sabía.

Lobo asintió. —Bien, cachorro —dijo—. Parece que estás dentro. Vamos a jugar.

—Por supuesto, Lobo —Alex suspiró—. Vamos a jugar.

___________________ 21 SAS: Servicio Especial Aéreo Británico (Special Air Service)

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Capítulo 16

Ataque Nocturno

Ellos llegaron por la esquina de la montaña. Eran siete, Wolf en el frente y Alex a su

lado. Los otros cinco hombres los seguían por detrás. Se habían cambiado a pantalones,

chaquetas blancos con camuflajes para las montañas, que los ayudarían a mezclarse

con la nieve. Un helicóptero los había dejado dos millas al norte y cerca de doscientas

yardas por encima de Point Blanc, y equipados con sus gafas de visión nocturna,

rápidamente encontraron su camino. El clima estaba estable otra vez. La luna había

salido. A pesar de él, Alex había disfrutado el viaje, el susurro de los esquís cortando la

nieve, las vacías montañas bañadas en luz blanca. Y era parte de la unidad descifradora

del SAS. Se sentía seguro.

Pero entonces la Academia apareció en frente de él, y una vez más tembló. Antes de

que se fueran, había pedido una pistola, pero Wolf había sacudido su cabeza.

—Lo siento, Cachorro. Son órdenes. Nos cuelas adentro y luego sales de nuestra vista.

Era la misma vieja historia. Cuando lo necesitaban, era un hombre. Luego cuando

pedía algo para protegerse, era sólo un niño.

No había luces en el edificio. El helicóptero había llegado de París, agachado en el

helipuerto como un insecto resplandeciente. El Salto de Esquí estaba a un lado, oscuro

y olvidado. No había nadie a la vista. Wolf hizo señas con una mano y ellos se

dividieron para detenerse.

— ¿Guardias? —murmuró.

—Dos que están patrullando. Uno en el tejado.

—Saquémoslo a él primero.

La Señora Jones había dicho sus instrucciones absolutamente claras. No iba a haber un

derramamiento de sangre a menos que fuera absolutamente necesario. La misión era

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sacar a los chicos. La SAS se haría cargo del Dr. Grief, la Señora Stellenbosch, y los

guardias en una cita tardía.

Ahora Wolf hizo señas con una mano y uno de los otros hombres pasó algo sobre él.

Era‖una‖ballesta<‖no‖del‖ tipo‖medieval‖ sino‖una‖ sofisticada‖arma‖de‖alta‖ tecnología‖

con un barril de aluminio y con alcance láser. Él cargó una flecha anestesiada, la alzó, y

apuntó. Alex lo miró y sonrió. Entonces su dedo apretó el gatillo y la flecha brilló a

través de la noche, viajando a trescientos pies por segundo. Luego hubo un tenue

sonido sobre el tejado de la Academia. Fue como si alguien hubiera tosido.

Wolf bajó la ballesta.

—Uno abajo —dijo.

—Claro —murmuró Alex—. Y ahora sólo faltan veintinueve.

Wolf hizo una señal y continuaron, más lento ahora. Estaban como a veinte yardas de

la escuela, cuando vieron que la puerta principal se abrió. Dos hombres salieron, las

metralletas colgaban en sus hombros. Como si fueran uno, los hombres del SAS

giraron a la derecha, desapareciendo a un lado de la escuela.

Ellos se detuvieron sin alcanzar la pared, tirándose al suelo para descansar en sus

estómagos. Dos de los hombres se habían movido un poco hacia delante. Alex se dio

cuenta de que habían pateado sus esquís en el mismo momento en que ellos se habían

detenido.

Los dos guardias aprovecharon. Uno de ellos hablaba silenciosamente en alemán. La

mitad de la cara de Alex estaba sepultada en la nieve. Él sabía que los trajes de combate

lo harían invisible. Había alzado un poco la cara justo en el momento para ver que dos

figuras se alzaban de la tierra, como fantasmas de una tumba. Dos cachiporras con

peso en un extremo se movían bajo la luz de luna. Los guardias se desplomaron. En

segundos ellos estaban amarrados y amordazados. No iban a ir a ningún lado ésa

noche.

Wolf hizo una señal de nuevo. Los hombres se levantaron y corrieron hacía adelante,

llegando a la puerta principal. Alex precipitadamente se quitó sus esquís y los siguió.

Alcanzaron la puerta en una línea, sus espaldas contra la pared. Wolf miró adentro

para estar asegurarse de que estaba solo. Él asintió. Ellos entraron. Fueron a la pared

con los dragones de piedra y las cabezas de animales. Alex se encontró junto a Wolf y

le dio su ubicación, apuntando a las diferentes habitaciones.

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— ¿La biblioteca? —Wolf murmuró. Estaba totalmente serio. Alex podía ver la tensión

en sus ojos.

—Por aquí.

Wolf dio un paso adelante, entonces se agachó, su mano golpeó una de las bolsas de la

chaqueta. Otro guardia apareció, patrullando el corredor. El Dr. Grief no tendría otra

oportunidad. Wolf esperó hasta que el hombre pasó y entonces asintió. Uno de los

hombres del SAS fue tras él. Alex escuchó un golpe y el suave estrépito de una pistola

cayendo.

—Hasta ahora muy bien —Wolf susurró.

Ellos fueron a la biblioteca. Alex le mostró a Wolf como llamar al elevador, y Wolf silbó

suavemente mientras la armada se dividía en dos partes. —Éste es un lugar silencioso

—murmuró.

— ¿Vas a subir o a bajar?

—Bajar. Vamos a asegurarnos que todos los niños estén bien.

Apenas había espacio suficiente para los siete en el elevador. Alex le advirtió a Wolf

del guardia en la mesa, que vigilaba el elevador, y Wolf no tenía oportunidad: salió

disparando. De hecho, había dos guardias, uno estaba deteniendo una taza de café

mientras el otro prendía un cigarro. Wolf disparó dos veces.

Dos flechas con anestesia más cruzaron la distancia corta a través del corredor y

encontraron sus blancos. Otra vez, todo sucedió en casi total silencio. Los dos guardias

colapsaron. Los hombres del SAS salieron al corredor.

De repente Alex recordó. Estaba molesto consigo mismo por no haberlo mencionado

antes. —No puedes ir a las celdas —murmuró—. Se activan con el sonido.

Wolf asintió. — ¡Muéstrame!

Alex le mostró a Wolf el pasadizo con las puertas hechas de hierro. Wolf apuntó a dos

de los hombres. —Quiero que se queden aquí. Si somos encontrados, este es el primer

lugar donde Grief vendrá.

Los hombres asintieron. Ellos entendían. El resto volvió al elevador, hacia la biblioteca

y para salir del corredor.

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Wolf se giró hacia Alex. —Vamos a tener que desactivar el sistema —explicó—. ¿Tienes

alguna‖idea<?

—Por aquí. Las habitaciones privadas de Grief están del otro lado.

Pero antes de que él pudiera terminar, tres guardias más aparecieron, caminado por el

pasadizo. Wolf le disparó a uno otro dardo con anestesia y uno de sus hombres tomó a

los otros dos. Pero esta vez ellos fueron una fracción de segundo más lento. Alex vio a

uno de los guardias sacar su arma. Probablemente él estaba inconsciente antes de

arreglárselas para disparar. Pero al momento final, su dedo se apretó en el gatillo. Las

balas salieron disparadas hacia arriba, golpeándose contra el techo, trayendo yeso y

astillas de madera hacia el piso. Nadie había sido golpeado, pero el daño ya estaba

hecho. Las luces parpadearon. Una vez más, la alarma empezó a sonar.

A veinte yardas, una puerta se abrió y entraron más guardias.

— ¡Abajo! —Wolf gritó.

Había sacado una granada. Le quitó el seguro y la tiró. Alex golpeó el piso, y un

segundo después hubo una suave explosión mientras una gigantesca nube de gas

lacrimógeno llenaba el pasadizo. Los guardias se tambaleaban, ciegos e inútiles. Los

hombres de SAS rápidamente los tomaron.

Wolf lo agarró y lo acercó a él. — ¡Encuentra un lugar para esconderte! —gritó—. Ya

nos metiste. Ahora nosotros haremos el resto.

— ¡Dame una pistola! —Alex gritó de regreso. Un poco del gas lo había alcanzado, y

ahora podía sentir sus ojos quemándose.

—No. Tengo órdenes. Con la primera señal de problemas, tú te vas de nuestro lado.

Encuentra un lugar seguro. Vendremos por ti después.

— ¡Wolf!

Pero Wolf ya se había levantado y había corrido. Alex escuchó una metralleta de algún

lugar abajo. Entonces Wolf tenía razón. Uno de los guardias había sido enviado para

hacerse‖cargo‖de‖los‖prisioneros<‖pero‖ahí‖estaban‖dos‖hombres‖del‖SAS‖para‖hacerse‖

cargo, esperándolo. Y ahora las reglas habían cambiado. La SAS no podía permitirse el

riesgo de poner en peligro las vidas de los prisioneros. Iba a haber derramamiento de

sangre. Y Alex sólo podía imaginarse la batalla que estaba tomando lugar. Pero él no

iba a ser parte de ella. Su trabajo era esconderse.

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Más explosiones. Más disparos. Había un sabor amargo en la boca de Alex mientras el

regresaba a las escaleras. Era típico del M16. La mitad de tiempo ellos estaban felices

de que él hubiera sido asesinado. La otra mitad del tiempo lo trataban como a un niño.

Un guardia apareció de repente, corriendo hacia el sonido de la pelea. Los ojos de Alex

todavía estaban escociendo por el gas, y ahora iba a hacer uso de eso. El trajo su mano

a su cara, pretendiendo llorar. El guardia vio al chico de catorce años llorando. Se

detuvo. Al el momento Alex el giró su pie izquierdo, elevando la parte alta de su pie

derecho‖al‖estómago‖del‖hombre<‖le‖hizo‖la‖patada‖de‖la‖casa‖redonda‖o‖mawashigeri‖

que había aprendido en karate. El guardia no tuvo tiempo ni para llorar. Sus ojos

giraron y quedó todo flojo. Alex se sintió un poco mejor después de eso.

Pero todavía no había ninguna otra cosa que hacer. Entonces hubo otra ronda de

disparos, luego la suave explosión de una segunda granada. Alex fue al comedor.

Desde ahí podía ver a través de las ventanas hacia el lado del edificio que tenía el

helipuerto. Se dio cuenta que las hélices del helicóptero giraban. ¡Alguien estaba

adentro! Se acercó más a la ventana. ¡Era el Dr. Grief!

Tenía que hacérselo saber a Wolf.

Entonces se giró.

La Señora Stellenbosch estaba parada en frente de él.

Nunca la había visto menos humana que en ése momento. Su cara estaba

completamente contorsionada con furia, sus labios se giraban hacia fuera y sus ojos

parecían navajas.

— ¡No lo hiciste! —exclamó—. ¡Todavía estas vivo! —Su voz era apenas un gemido,

como si estuviera demasiado lejos—. Entonces tú los trajiste. ¡Haz arruinado todo!

—Es para lo que me pagaron —dijo Alex.

— ¿Qué fue lo que me hizo buscar aquí? —La Señora Stellenbosch soltó risitas para ella

misma. Alex casi podía ver la cordura huir de ella—. Bueno, al menos este es uno de

los pequeños negocios que finalmente seré capaz de terminar.

Alex se tensó, sus pies se separaron, el centro de gravedad bajó, justo como si estuviera

pensando. Pero era inútil.

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La Señora Stellenbosch se tambaleó hacia él, moviéndose con una velocidad aterradora.

Era como correr detrás de un autobús.

Alex sintió el impacto de su peso corporal, entonces dos manos gigantescas lo

detuvieron y lo tiraron a través de la habitación. Se estrelló en una mesa, golpeándose,

y luego giró para alejarse del camino de la Señora Stellenbosch y de su primer ataque,

azotándose con una patada que le pudo haber quitado la cabeza de los hombros, si no

se hubiera alejado una pulgada.

Se levantó de un salto y se paró ahí, jadeando por aire. Por un momento su visión era

borrosa. La sangre salía de la esquina de su boca. La Señora Stellenbosch se puso

nuevamente a la carga. Alex se tiró hacia delante, usando otra de las mesas como

palanca. Sus pies giraron, esquiando por el aire y sus dos rodillas se le clavaron en la

cabeza de ella.

Cualquier otra persona hubiera sido noqueada en ese mismo instante. Alex sintió la

sacudida de haberse estirado en todo su cuerpo, pero la Señora Stellenbosch apenas

titubeaba. Mientras Alex dejaba la mesa, sus manos se movieron hacia abajo,

golpeándose contra la gruesa madera. La mesa se desbarató y ella caminó por encima

de ella, tomándolo de nuevo, esta vez por el cuello. Alex sintió a sus pies alejarse del

suelo. Con un gruñido lo azotó contra la pared.

Alex gritó, preguntándose si su espalda se fracturó. Se cayó al piso. No se podía mover.

La Señora Stellenbosch se detuvo, respirando pesadamente. Miró por la ventana. Las

hélices estaban a toda velocidad ahora. El helicóptero se alzó primero hacia adelante y

luego lentamente subió en el aire. Era tiempo de irse.

Ella se agachó y recogió su bolso de mano. Tomó una pistola y apuntó a Alex.

Alex la miró. No había nada que pudiera hacer.

La Señora Stellenbosch sonrió. —Y esto es para lo que me pagan —dijo.

La puerta del comedor se abrió.

— ¡Alex! —Era Wolf. Y tenía una metralleta.

La Señora Stellenbosch alzo la pistola y disparó tres tiros. Cada uno de ellos golpeó en

su blanco. Wolf fue herido en el hombro, el brazo y el pecho. Pero incluso cuando caía,

abrió fuego. Las balas pesadas golpearon a la Señora Stellenbosch. Fue lanzada hacia

atrás a la ventana, la que se rompió detrás de ella. Con un grito desapareció en la noche

y en la nieve, su cabeza primero, y luego sus pesadas y cortas piernas detrás de ella.

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El shock que había pasado le dio a Alex nueva fuerza. Se paró y corrió hacia Wolf.

El hombre del SAS no estaba muerto, pero estaba gravemente herido, su respiración

era entrecortada.

—Estoy bien —Se las arregló para decir—. Vine a buscarte. Estoy feliz de haberte

encontrado.

—Wolf<

—Está bien —Él le dio un golpecito a su pecho y Alex vio que estaba usando chaleco

antibalas debajo de su chaqueta. Había sangre saliendo de su brazo, pero las otras dos

balas no lo habían alcanzado.

—Grief<‖—dijo.

Wolf hizo un gesto y Alex miró alrededor. El helicóptero había dejado el helipuerto.

Estaba volando bajo en las afueras de la Academia. Alex vio al Dr. Grief en el asiento

del piloto. Tenía una pistola. Disparo. Hubo un grito y un cuerpo cayó de algún lugar

por encima de él. Uno del los hombres del SAS.

De repente Alex estaba molesto. Grief era un loco, un monstruo. Él era el responsable

de‖ todo‖ esto<‖e‖ iba‖ a‖ escapar.‖ Sin‖ saber‖ lo‖ que‖ hacía,‖ le‖ arrebató‖ el‖ arma‖ a‖Wolf‖ y‖

corrió hacia la ventana rota, paso el cuerpo sin vida de la Señora Stellenbosch y entró

en la noche. Trato de apuntar. Las hélices del helicóptero giraban encima de la

superficie de la nieve, cegándolo, pero él apuntó la pistola y disparó. Nada paso. El jaló

el gatillo otra vez. Todavía no pasaba nada. O Wolf había usado todas sus municiones

o la pistola se había atascado.

El Dr. Grief jaló los controles y el helicóptero se alejó, siguiendo la ladera de la

montaña.‖Era‖demasiado‖tarde.‖Nada‖podría‖detenerlo.‖A‖menos<

Alex tiró la pistola y corrió. Había una motoneta de nieve a unas cuantas yardas, su

motor seguía encendido. El hombre que la había estado conduciendo, estaba ahora

boca abajo en la nieve. Alex se montó en el asiento y giró el acelerador a todo lo que

daba. La moto salió disparada, deslizándose por la nieve, siguiendo el camino del

helicóptero. El Dr. Grief lo vio. El helicóptero bajó la velocidad y se giró. Grief alzó una

mano, diciendo adiós. Alex pudo ver las gafas rojas, los esbeltos dedos alzarse en un

último gesto de desafío. Con sus manos agarrando el manubrio, Alex se paró,

tensándose para lo que sabía que tenía que hacer. El helicóptero se alejó otra vez,

ganando altura. En frente de Alex apareció el Salto de Esquí.

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Estaba yendo a setenta, ochenta millas por hora, y la nieve y el viento pasaban

rápidamente a su lado. En frente de él había una barrera de madera, en forma de cruz.

Alex se apresuró a través de ella, luego se lanzó.

La moto siguió, su motor seguía girando.

Alex giró y giró por la nieve, astillas de madera y hielo caían en sus ojos y en la boca.

Se las arregló para quedar sobre sus rodillas.

La moto llegó al final del Salto de Esquí.

Alex la observó saltar en el aire, propulsada por la enorme resbaladilla de metal.

En el helicóptero, el Dr. Grief apenas tuvo tiempo de ver que quinientas libras de peso

en acero sólido venían hacia él en la noche, sus faros todavía estaban encendidos y el

motor encendido. Sus ojos, de un rojo brillante se abrieron en shock. El torpedo

improvisado golpeó su banco en el centro. ¡Point Blank22!

La explosión alumbró completamente la montaña. El helicóptero desapareció en una

enorme bola de fuego, y luego cayó. Todavía se estaba quemando cuando golpeó el

piso.

Alex se hizo consciente de que atrás de él, la balacera había parado. La batalla había

acabado. Caminó lentamente hacia la Academia, de repente temblaba por el aire frío de

la noche. Mientras e aproximaba, un hombre apareció en la ventana rota y lo saludó.

Era Wolf, apoyado contra la pared. Pero muy vivo. Alex fue con él.

— ¿Qué paso con Grief? —preguntó Wolf.

—Parece‖como‖si‖lo‖hubiera‖“convertido‖en‖un‖trineo”‖—contestó Alex.

En las laderas, los restos del helicóptero brillaban y se quemaban mientras el sol de la

mañana empezaba a salir.

__________________________________

22 Point Blank: Se refiere a que dio en el centro del blanco. Ya que en los blancos el punto con más puntos

es‖el‖centro‖y‖éste‖es‖blanco‖se‖le‖llama‖así.‖Literalmente‖es‖“Punto‖en‖el‖Blanco”.

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Capítulo 17

El Círulo de la Muerte

Unos días más tarde, Alex se encontró sentado frente a Alan Blunt en la oficina sin

rostro en la Calle Liverpool, con la señora Jones torciendo menta entre los dedos. Era

primero de mayo, un día festivo en Inglaterra, pero de alguna manera sabía que los

días de fiesta nunca llegarían al edificio llamado el Banco Royal & General. Incluso la

primavera parecía haberse detenido en la ventana. Afuera, el sol brillaba. En el interior,

había sólo sombras.

—Parece que una vez más tenemos una deuda de agradecimiento —fue lo que dijo

Blunt.

—Usted no me debe nada —dijo Alex.

Blunt se quedó realmente perplejo. —Tú posiblemente cambiarás el futuro de este

planeta —dijo—. Por supuesto, el plan de Grief era monstruoso, loco. Pero sigue siendo

el hecho de que su... —Buscó una palabra para describir el ensayo, las creaciones de los

tubos que habían sido enviados fuera de Point Blanc—... su descendencia podría haber

causado una gran cantidad de problemas. Por lo menos hubieran tenido el dinero. Dios

sabe lo que habrían hecho si hubieran permanecido sin descubrir.

— ¿Qué ha pasado con ellos? —preguntó Alex.

—Hemos rastreado quince de ellos y los tenemos bajo llave —respondió la señora

Jones–. Fueron detenidos en silencio por los servicios de inteligencia de cada país en el

que vivían. Nosotros nos encargaremos de ellos.

Alex se estremeció. Tenía la sensación de que sabía lo que la señora Jones había

querido decir con esas últimas palabras. Y era la certeza de que nadie vería a las quince

réplicas Grief de nuevo.

—Una vez más, hemos tenido que callar esto —continuó Blunt—. Todo este asunto

de... la clonación. Causó una gran cantidad de inquietud pública. Las ovejas son una

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cosa, ¡pero los seres humanos! —él tosió—. Las familias que participan en este negocio

no tienen deseo de publicidad, por lo que no se habla. Ellos están justamente contentos

de tener sus propios hijos reales de vuelta. Lo mismo, por supuesto, va para ti, Alex. Ya

has firmado la Ley de Secretos Oficiales. Estoy seguro de que podemos confiar en que

seas discreto.

Hubo un momento de pausa. La señora Jones miró atentamente a Alex. Ella tuvo que

admitir que estaba preocupada por él. Sabía todo lo que había sucedido en Point Blanc,

lo cerca que había llegado de una muerte horrible, sólo para ser enviado de vuelta por

segunda vez a la Academia. El muchacho que había llegado detrás de los Alpes

franceses era diferente del que la había dejado. Había una frialdad en él, tan tangible

como la nieve de las montañas.

—Lo hiciste muy bien, Alex —dijo.

— ¿Cómo está Lobo? —preguntó Alex.

—Él está bien. Todavía está en el hospital, pero los médicos dicen que va a tener una

recuperación completa. Esperamos que lo saquen a operaciones en unas pocas

semanas.

—Eso es bueno.

—Sólo tuvimos un muerto en el asalto a Point Blanc. Ese fue el hombre que viste caer

desde el techo. Lobo y otro hombre resultaron heridos. De lo contrario, fue todo un

éxito. —Hizo una pausa—. ¿Hay cualquier cosa que quieras saber?

—No —Alex sacudió la cabeza. Se puso de pie—. Me dejaste ahí —dijo—. Pedí ayuda y

no viniste. Grief iba a matarme, pero no te importó.

—Eso no es cierto, Alex. —La señora Jones miró a Blunt por ayuda, pero él no la miró a

los ojos—.‖Había‖dificultades<

—No importa. Sólo quiero que sepas que he tenido suficiente. No quiero ser más un

espía, y si me lo preguntas de nuevo, voy a rechazarlo. Sé que piensas que puedes

chantajearme. Pero ahora yo sé mucho acerca de ti, por lo que no funcionará más. —Se

acercó a la puerta—. Solía pensar que el ser un espía sería emocionante y especial,

como en las películas. Pero me acabas de utilizar. En cierto modo, ambos son tan malos

como Grief. Van a hacer cualquier cosa para conseguir lo que quieran. Bueno, quiero

volver a la escuela. La próxima vez, pueden hacerlo sin mí.

Hubo un largo silencio después de que Alex se hubiera ido.

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Al fin habló Blunt. —Él va a estar de vuelta —dijo.

La señora Jones levantó una ceja. — ¿De verdad lo crees?

—Él‖es‖demasiado‖bueno‖en‖lo‖que‖hace<‖demasiado‖bueno‖en‖el‖trabajo.‖Y‖esto‖est{‖

en su sangre. —Se puso de pie—. Es bastante extraño —dijo—. La mayoría de los

estudiantes sueña con ser un espía. Con Alex, tenemos un espía que sueña con ser un

estudiante.

— ¿Realmente lo usarás de nuevo? —preguntó la señora Jones.

—Por supuesto. Hay un archivo. Entró esta mañana. Un caso interesante. Directo hasta

su callejón. —Él sonrió—. Le daremos unos días para calmarse y luego vamos a

llamarlo.

—No va a responder.

—Ya veremos —dijo Blunt

.

* * * Alex se fue a casa desde la parada de autobús y entró en la elegante casa de Chelsea

que compartía con su ama de llaves y su mejor amiga, Jack Starbright. Jack sabía lo que

Alex había sido y lo que había estado haciendo. Sin embargo, ellos dos habían llegado

a un acuerdo para no discutir su participación en el M16. A ella no le gustó, y se

preocupaba por él. Pero en última instancia, los dos sabían, no había nada más que

decir.

Ella se sorprendió al verlo. —Pensé que acababas de salir —dijo.

—No.

— ¿Recibiste el mensaje por teléfono?

— ¿Qué mensaje?

—El señor Bray quiere verte esta tarde. A las tres en punto en la escuela.

Henry Bray era el director de Brookland. Alex no estaba sorprendido por la citación.

Bray era el tipo de director que lograba dirigir una escuela ocupada y todavía

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encontrar tiempo para tomar un interés personal en todos los alumnos de allí. Él había

estado preocupado por la larga ausencia de Alex en el inicio del semestre de

primavera. El hecho de que Alex también había perdido las dos últimas semanas del

mismo término le preocupaba más. Así que él le había llamado a una reunión.

— ¿Quieres comer? —preguntó.

—No, gracias. —Alex sabía que tendría que fingir que estaba enfermo de nuevo. Sin

duda sería el M16 quien por supuesto produciría otro justificante médico. Pero la idea

de mentir a su director echó a perder su apetito.

Se puso en marcha una hora más tarde, llevando su bicicleta, que había sido devuelta a

casa por la policía de Putney. Pedaleó lentamente. Era bueno estar de vuelta en

Londres, para estar rodeado de una vida normal. Se dio la vuelta por King's Road y

pedaleó‖ por‖ la‖ calle‖ lateral‖ donde<‖ se‖ sentía‖ como‖ hacía‖ un‖ mes<‖ que‖ él‖ había‖

seguido al hombre en el Skoda blanco. La escuela se alzaba delante de él. Estaba vacía

y permanecería abierta hasta el trimestre de verano.

Pero cuándo Alex llegó, vio una figura que cruzaba el patio hacia la puerta de la

escuela y reconoció al Sr. Lee, el cuidador de la escuela de ancianos.

— ¡Tú de nuevo!

—Hola, Bernie —dijo Alex. Eso era cómo todo el mundo lo llamaba.

— ¿De camino para ver al señor Bray?

—Sí.

El cuidador negó con la cabeza. —Él nunca me dijo que ibas a estar hoy aquí. ¡Pero

nunca me dice nada! Sólo voy a las tiendas. Vuelvo a las cinco para cerrar, para

asegurarme de que entonces estás fuera.

—De acuerdo, Bernie.

No había nadie en el patio de la escuela. Se sentía extraño, caminando por la pista por

su cuenta. La escuela parecía más grande con nadie por allí, el jardín se extendía

demasiado lejos entre los edificios de ladrillos rojos con el sol cayendo a plomo, que se

reflejaba en las ventanas. Alex estaba deslumbrado. Nunca había visto el lugar tan

vacío y tan tranquilo. La hierba de los campos de juego casi parecía demasiado verde.

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Cualquier escuela sin niños en edad escolar tenía su atmósfera peculiar y Brookland no

era la excepción.

El Sr. Bray tenía una oficina en el bloque D, que estaba al lado del edificio de ciencias.

Alex llegó a las puertas oscilantes y las abrió. Las paredes aquí estaban cubiertas

normalmente por los carteles, pero todos habían sido bajados al final del plazo. Todo

estaba blanco, blanco. Había otra puerta abierta a uno de los lados. Bernie había estado

limpiando el laboratorio principal. Él había descansado su fregona y un cubo a un lado

cuando había ido a las tiendas a recoger cigarrillos, presumió Alex. El hombre había

sido un fumador encadenado toda su vida, y Alex sabía que iba a morir con un

cigarrillo entre los labios.

Alex subió las escaleras, golpeando los talones contra la superficie de la piedra. Llegó a

un‖pasillo<‖a‖la‖izquierda‖para‖biología,‖a‖la‖derecha‖para‖física<‖y‖continuó en línea

recta. Un segundo corredor, con ventanas de cuerpo entero en ambas partes, llegando

al bloque D. El estudio de Bray estaba directamente delante de él. Se detuvo en la

puerta, vagamente preguntándose si debería haberse vestido para la reunión. Bray

estaba siempre saltándoles a los niños con sus camisas o colgando lazos torcidos.

Alex llevaba una chaqueta Gortex, camiseta, pantalones vaqueros, y zapatillas Nike de

deporte<‖ la‖ misma‖ ropa‖ que‖ había‖ llevado‖ esa‖ mañana‖ en‖ M16.‖ Su‖ cabello‖ era‖

demasiado corto para su gusto, aunque había comenzado a crecer de nuevo. Con todo,

todavía parecía un delincuente juvenil, pero ya era demasiado tarde. Y de todos

modos, Bray no quería verle para hablar de su aspecto. Su no comparecencia en la

escuela era más al grano.

Llamó a la puerta.

— ¡Adelante! —dijo una voz.

Alex abrió la puerta y entró en el despacho del director, una sala abarrotada con vistas

al patio de la escuela. Había un escritorio repleto de papeles y una silla de cuero negro

con la espalda hacia la puerta. Un armario lleno de trofeos de pie contra una pared. Los

otros se alineaban sobre todo con los libros.

— ¿Quería verme? —dijo Alex.

La silla se volvió lentamente alrededor.

Alex se congeló.

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No era Henry Bray, el que estaba sentado detrás del escritorio.

Era él mismo.

Él estaba buscando a un chico de catorce años de edad, con pelo rubio muy corto, ojos

marrones, y una cara pálida y delgada. El chico incluso estaba vestido idéntico a él. A

Alex le llevó lo que parecía una eternidad aceptar lo que estaba viendo. Estaba de pie

en una habitación mirándose a sí mismo sentado en una silla. El chico era él.

Con tan sólo una diferencia. El muchacho llevaba un arma.

—Ven —dijo.

Alex no se movió. Él sabía lo que estaba enfrentando y estaba enojado consigo mismo

por no haberlo previsto. Cuando fue esposado en la academia, el Dr. Grief se había

jactado de que se había clonado a si mismo dieciséis veces. Pero esa mañana la señora

Jones‖había‖dicho‖"quince‖de‖ellos".‖Eso‖dejó‖una‖de‖las‖piezas<‖un‖niño a la espera de

ocupar su lugar en la familia de Sir David Friend. Alex le había vislumbrado mientras

estaba en la academia. Ahora recordaba a la figura con la máscara blanca, mirándolo

desde una ventana mientras caminaba hacia el salto de esquí. La máscara blanca

habían sido vendas. El nuevo Alex había estado espiando mientras se recuperaba de la

cirugía plástica que había hecho que los dos fueran idénticos.

Y hasta hoy no había habido pistas. Tal vez había sido el calor del sol, o las

consecuencias de su visita al M16. Pero había estado demasiado envuelto en sus

propios pensamientos para verlas.

Jack, cuándo llegó a casa. —Pensé que acababas de salir.

Bernie, en la puerta. — ¡Tú otra vez!

Ambos habían pensado que lo habían visto. Y en cierto sentido, lo habían hecho.

Habían visto al chico sentado frente a él. El muchacho que estaba apuntando un arma a

su corazón.

—He estado esperando esto —dijo el otro chico, y a pesar del odio en su voz, Alex no

podía dejar de maravillarse. La voz no era la misma que la suya. El chico no había

tenido suficiente tiempo para hacerla correctamente. Pero por lo demás era un círculo

de muerte.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Alex—. Está todo terminado. El Proyecto Géminis

ha terminado. Tú puedes muy bien cambiarte a ti mismo. Necesitas ayuda.

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—Necesito sólo una cosa —se burló el segundo Alex—. Necesito verte muerto. Yo voy

a disparar. Esto es lo que voy a hacer ahora. ¡Tú mataste a mi padre!

—Tu padre era un tubo de ensayo —dijo Alex—. Nunca tuviste una madre o un padre.

Eres un monstruo. Hecho a mano en los Alpes franceses, al igual que un reloj de cucú.

¿Qué vas a hacer cuando me hayas matado? ¿Tomar mi lugar? Tú no durarías una

semana. Es posible que te parezcas a mí, pero hay mucha gente que sabe lo que Grief

estaba tratando de hacer. Y lo siento, pero tienes 'falso' escrito todo sobre ti.

— ¡Tendríamos que haber logrado todo! ¡Habríamos tenido el mundo entero! —La

réplica de Alex casi gritó las palabras, y por un momento Alex creyó oír al Dr. Grief en

algún lugar de allí, culpándolo desde más allá de la tumba. Pero entonces la criatura

que tenía delante era el Dr. Grief... o parte de él—. No me importa lo que me pase a mí

—continuó—, con tal de que estés muerto.

Extendió la mano con la pistola. El cañón le estaba apuntando a él. Alex miró

directamente al chico a los ojos.

Y vio la vacilación.

El falso Alex no podía decidirse a hacerlo. Ellos eran muy similares. La misma ropa, el

mismo organismo, las mismas caras. Para el otro chico, sería como pegarse un tiro.

Alex todavía no había cerrado la puerta. Él se echó hacia atrás, hacia el corredor. Al

mismo tiempo, el arma se disparó, la bala explotó a pulgadas por encima de su cabeza

y se estrelló en la pared del fondo. Alex cayó al suelo sobre su espalda y salió por la

puerta cuando una segunda bala se estrelló contra el suelo. Y luego se fue corriendo,

poniendo tanto espacio entre él y su doble como pudo.

Hubo un tercer disparo mientras corría por el pasillo y la ventana a su lado se rompió,

la lluvia de vidrio cayó hacia abajo. Alex llegó a las escaleras y se los bajo de tres a la

vez, asustado de que pudiera caer y romperse un tobillo. Pero entonces él estaba en el

fondo, en dirección a la puerta principal, desviándose sólo cuando se dio cuenta de que

sería un blanco demasiado fácil al cruzar el patio de la escuela. En su lugar, se

zambulló en el laboratorio, casi cayendo de cabeza en una cubeta de limpiador de

Bernie.

El laboratorio era largo y rectangular, dividido en estaciones de trabajo con mecheros

Bunsen, frascos, y docenas de botellas de productos químicos hacia fuera en los

estantes que se extendían a todo lo largo de la habitación. Había otra puerta en el otro

extremo. Alex se lanzó detrás de la mesa más alejada. ¿Su doble lo había visto entrar?

¿Podría estar buscándolo, incluso ahora, en el patio?

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Con cautela, Alex asomó la cabeza sobre la superficie, entonces se agachó cuando

cuatro balas rebotaban a su alrededor, astillando la madera y destruyendo una de las

tuberías de gas. Alex oyó el silbido de un escape de gas. Luego hubo otra detonación y

una explosión que lo lanzó hacia atrás, extendiéndose en el suelo. La última bala había

encendido el gas. Las llamas saltaron para arriba, lamiendo el techo. Al mismo tiempo,

el sistema de rociadores se abrió, rociando toda la habitación. Alex se arrastró en sus

manos y pies, en busca de refugio detrás del fuego y el agua, esperando que el otro

Alex quedara ciego. Sus hombros golpearon con fuerza la puerta. Él se puso en pie. No

había otra oportunidad. Fue a través de otro corredor y un segundo tramo de escaleras

en línea recta.

Las escaleras conducían a ninguna parte. Iba a mitad de camino antes de que lo

recordara. Había una sola aula en la parte superior que se utilizaba para biología.

Había una escalera de caracol que conducía a la azotea. La escuela tenía tan poca tierra

que habían planeado construir un jardín en la azotea. Luego se habían quedado sin

dinero. Había un par de invernaderos. Nada más.

¡No había forma de bajar! Alex miró sobre su hombro y vio al otro Alex volver a cargar

su arma, ya en su camino hacia arriba. No tenía otra opción. Él tuvo que continuar a

pesar de que pronto sería atrapado.

Llegó a la clase de biología y cerró la puerta detrás de él. No había ningún bloqueo, y

las mesas estaban atornilladas en el suelo. De lo contrario, podría ser capaz de hacer

una barricada. La escalera de caracol iba por delante de él. Subió corriendo sin parar, a

través de otra puerta y hacía el techo. Alex se detuvo para tomar aliento y ver qué

podía hacer.

Estaba de pie en un área amplia y plana, con una valla corriendo todo el camino. Había

media docena de macetas de terracota llenas de tierra. Algunas plantas germinadas,

buscando más muertos que vivos. Alex olfateó el aire. El humo enroscándose desde las

ventanas de dos pisos más abajo, y se dio cuenta de que el sistema de riego no había

podido apagar el fuego. Pensó en el gas, llegando a la sala, y los productos químicos

apilados en los estantes.

¡Podría estar de pie sobre una bomba de tiempo! Tenía que encontrar un camino hacia

abajo.

Pero entonces oyó el sonido de los pies en el metal y se dio cuenta que su doble había

llegado a la parte superior de la escalera de caracol. Alex se agachó detrás de uno de

los invernaderos. La puerta se abrió de golpe.

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El humo consiguió engañar a Alex en el techo. Dio un paso hacia adelante. Ahora Alex

estaba detrás de él.

— ¿En dónde estás? —El falso Alex gritó. Tenía el pelo empapado y su rostro

desencajado por la ira.

Alex sabía que su momento había llegado. Nunca tendría una mejor oportunidad.

Corrió hacia adelante. El otro Alex giró alrededor y disparó. La bala golpeó su hombro,

una espada fundida se dibujó a través de su carne. Pero un segundo después había

llegado, agarrándolo por el cuello con una mano y agarrando la muñeca con la otra,

obligándolo a tirar el arma. Hubo una gran explosión en el laboratorio de abajo y el

edificio entero se sacudió, pero ninguno de los chicos parecía darse cuenta. Fueron

encerrados en un abrazo, dos reflexiones que se habían convertido en un enredo en el

espejo, la pistola en la cabeza, luchando por el control.

Las llamas estaban luchando en el edificio. Alimentadas por una variedad de

sustancias químicas, se precipitaron por la planta, derritiendo el asfalto. En la lejanía, el

grito de los camiones de bomberos penetró en el aire lleno de sol. Alex tiró con todas

sus fuerzas, tratando de tomar el arma. El otro Alex lo agarró, no gritando en inglés,

sino en africano.

El final llegó muy pronto.

El cañón se retorció y cayó al suelo.

Un Alex atacó, golpeando el otro hacia abajo, luego se zambulló por la pistola.

Hubo otra explosión, y una hoja de químicos en llamas dio un salto. Un cráter había

aparecido de repente en el techo, tragándose el arma. El muchacho lo vio demasiado

tarde y se cayó. Con un grito, desapareció en el humo y el fuego.

Un Alex Rider se acercó al agujero y miró hacia abajo.

El otro Alex Rider yacía de espaldas, por debajo de dos plantas. Él no se movía. Las

llamas se acercaban.

Los bomberos habían llegado a la escuela. Una escalera inclinada hacia el techo.

Un muchacho con el pelo corto, rubio y ojos marrones con una chaqueta Gortex, una

camiseta y pantalones vaqueros, se acercó al borde de la cubierta y empezó a bajar.

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Fin…

Fin del segundo libro de la saga “Alex Rider”

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Lean el tercer libro de la Saga Alex Rider

Skeleton

Key

Sinópsis:

Alex Rider, un espía-adolescente, se compromete a mantener los ojos

abiertos a los problemas en los campeonatos de tenis de Wimbledon, y se encuentra a

si mismo siendo el objetivo de una organización criminal china. Para escapar de los

sicarios chinos que le perseguían, Alex acepta a regañadientes curbir a los agentes de la

CIA que desean buscar al Ex General Ruso Sarov en una casa aislada en una isla

cubana controlada por él. El General Sarov sin embargo, tiene otros planes para Alex.

Traducida por cYeLY DiviNNa

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Anthony Horowitz

Escritor y guionista inglés, Anthony

Horowitz es conocido principalmente por sus

series de libros para jóvenes adultos, con más de

cincuenta títulos publicados. Horowitz también ha

trabajado para la televisión ITV adaptando clásicos

del crimen a la gran pantalla, además de crear las

suyas propias como Los asesinatos de Midsomer.

Además de varias obras históricas y de aventuras,

Horowitz logró el éxito internacional gracias a las novelas protagonizadas por Alex

Rider, un joven miembro del MI6 británico, y con su serie de Los cinco guardianes.

Saga Alex Rider:

Stormbreaker

Point Blanc

Skeleton Key

Eagle Strike

Scorpia

Ark Angel

Snakehead

Crocodile Tears

Scorpia Rising

Yassen

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