ANTES Y DESPUÉS uno, dos, mil muros - youkali.net · en el que nací 2. Mi madre ya no está....

14
En estos 20 años hemos tenido mucha suerte, den- tro de nuestra desgracia. ¿Habría yo preferido lo contrario? El mundo ha cambiado completamente. Ya no tengo país de origen, porque ha desaparecido aquél en el que nací 2 . Mi madre ya no está. Muchos amigos y, todavía muchas más, amigas, han muerto. Las co- municaciones han transformado nuestras relaciones con los otros, con el tiempo, con el espacio (email, skype). Hace trece años, cuando Goran iba a trabajar a Haití o a Guatemala, yo me quedaba días o sema- nas sin noticias y sin poderle llamar, porque los telé- fonos podían no funcionar o porque no los había. Ahora podemos hablar todos los días incluso estando en el otro extremo del mundo. Hubo “nuestra” guerra, la separación de las aguas de mi vida. En adelante hay un “antes” y un “des- pués” de esa guerra, igual que para nuestros padres hubo un “antes” y un “después” de la Segunda Guerra mundial. Pasé 1987 en la India. Un año sabático gracias al departamento de filosofía de la universidad de Zagreb. Como la primera vez que había estado allí por mi tercer ciclo (1970), disponía de una pequeña beca yugoslava; hasta mi viaje había corrido por cuenta de mi Facultad. Esta vez fui desde Ginebra, donde trabajaba Goran. Llegué a la Benarés Hindu University, un campus sombreado de mangos y for- mado de edificios universitarios construidos en un estilo colonial modesto, rojo descolorido, en cuyo te- jado se paraban los pavos. Benarés fluyendo, rodan- do, chorreando en cascada, reticulado de estrechas callejuelas y con grandes escaleras-ribera –los ghāt- sobre el Ganges. El ombligo del mundo está allí. La ciudad parecía de otro siglo, sobre todo entonces. Aún no había teléfonos portátiles, se tardaba dos se- manas en llamar a Europa desde el “Acantona- miento”. No había ningún barco a motor en el río sa- grado. Yo pensaba seguir allí mi trabajo sobre las fi- losofías comparadas, pero terminé por leer cosas to- talmente distintas. Leí y conocí al psicoanalista Sudhir Kakar, a la socióloga Veena Das, a las feminis- tas indias; volví a encontrarme en Benarés con Daya Krishna, que vino a verme a mi terraza: filósofo de la universidad de Jaipur, curiosísimo, capaz de traducir entre las camarillas, las disciplinas, las culturas. Leí a los nuevos historiadores “subalternos” y postcolonia- les y, como siempre en la India, de ello salió otra co- sa 3 . Fui a Calcuta en avión de carga desde Kāśī, otro nombre de Benarés, a encontrarme con Debiprasad Chattopadhyaya (al que no hay que confundir con su contemporáneo un poco más joven, también filósofo –y filósofo funcionario-, igualmente de Bengala pero nada marxista: D.P. Chattopadhyaya) para realizar con él una entrevista que nunca conseguí publicar. Algunos años antes yo había leído, y sigo apreciándo- YOUKALI, 9 página 85 (testimonios) uno, dos, mil... muros ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com www.youkali.net 1 El presente texto apareció en el número 23-24 de la revista Lignes, dedicado al tema “Vingt années de la vie politique et intellectue- lle” (“Veinte años de la vida política e intelectual”), pp. 409-436. La traducción es de Juan Pedro García del Campo. 2 Ver Lignes, nº 10, “Yougoslavie. Penser dans la crise”, Hazan, septiembre, 1993. 3 Indija - Fragmenti osamdesetih. Filozofija i srodne discipline (India - Fragmentos de los años ochenta. Filosofía y disciplinas empa- rentadas), Zagreb, Biblioteka FI, 1989 ; y Benares. Esej iz Indije, Zagreb, GZH, 1990 ; en francés, Bénarès. Essai d’Inde, traducido por Mireille Robin, París, L’Harmattann 2001 ; Druga Indija (Otra India), Zagreb, Skolska knjiga, 1982. ANTES Y DESPUÉS por Rada Ivecovic 1

Transcript of ANTES Y DESPUÉS uno, dos, mil muros - youkali.net · en el que nací 2. Mi madre ya no está....

En estos 20 años hemos tenido mucha suerte, den-tro de nuestra desgracia. ¿Habría yo preferido locon trario?

El mundo ha cambiado completamente. Ya notengo país de origen, porque ha desaparecido aquélen el que nací2. Mi madre ya no está. Muchos amigosy, todavía muchas más, amigas, han muerto. Las co-municaciones han transformado nuestras relacionescon los otros, con el tiempo, con el espacio (email,skype). Hace trece años, cuando Goran iba a trabajara Haití o a Guatemala, yo me quedaba días o sema-nas sin noticias y sin poderle llamar, porque los telé-fonos podían no funcionar o porque no los había.Ahora podemos hablar todos los días incluso estandoen el otro extremo del mundo.

Hubo “nuestra” guerra, la separación de las aguasde mi vida. En adelante hay un “antes” y un “des-pués” de esa guerra, igual que para nuestros padreshubo un “antes” y un “después” de la Segunda Guerramundial.

Pasé 1987 en la India. Un año sabático gracias aldepartamento de filosofía de la universidad deZagreb. Como la primera vez que había estado allípor mi tercer ciclo (1970), disponía de una pequeñabeca yugoslava; hasta mi viaje había corrido porcuenta de mi Facultad. Esta vez fui desde Ginebra,donde trabajaba Goran. Llegué a la Benarés HinduUniversity, un campus sombreado de mangos y for-mado de edificios universitarios construidos en unestilo colonial modesto, rojo descolorido, en cuyo te-jado se paraban los pavos. Benarés fluyendo, rodan-do, chorreando en cascada, reticulado de estrechascallejuelas y con grandes escaleras-ribera –los ghāt-sobre el Ganges. El ombligo del mundo está allí. Laciudad parecía de otro siglo, sobre todo entonces.Aún no había teléfonos portátiles, se tardaba dos se-

manas en llamar a Europa desde el “Acantona -miento”. No había ningún barco a motor en el río sa-grado. Yo pensaba seguir allí mi trabajo sobre las fi-losofías comparadas, pero terminé por leer cosas to-talmente distintas. Leí y conocí al psicoanalistaSudhir Kakar, a la socióloga Veena Das, a las feminis-tas indias; volví a encontrarme en Benarés con DayaKrishna, que vino a verme a mi terraza: filósofo de launiversidad de Jaipur, curiosísimo, capaz de traducirentre las camarillas, las disciplinas, las culturas. Leí alos nuevos historiadores “subalternos” y postcolonia-les y, como siempre en la India, de ello salió otra co-sa3. Fui a Calcuta en avión de carga desde Kāśī, otronombre de Benarés, a encontrarme con DebiprasadChattopadhyaya (al que no hay que confundir con sucontemporáneo un poco más joven, también filósofo–y filósofo funcionario-, igualmente de Bengala peronada marxista: D.P. Chattopadhyaya) para realizarcon él una entrevista que nunca conseguí publicar.Algunos años antes yo había leído, y sigo apreciándo-

YO

UK

AL

I, 9

gina

85

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

1 El presente texto apareció en el número 23-24 de la revista Lignes, dedicado al tema “Vingt années de la vie politique et intellectue-lle” (“Veinte años de la vida política e intelectual”), pp. 409-436. La traducción es de Juan Pedro García del Campo.

2 Ver Lignes, nº 10, “Yougoslavie. Penser dans la crise”, Hazan, septiembre, 1993.

3 Indija - Fragmenti osamdesetih. Filozofija i srodne discipline (India - Fragmentos de los años ochenta. Filosofía y disciplinas empa-rentadas), Zagreb, Biblioteka FI, 1989 ; y Benares. Esej iz Indije, Zagreb, GZH, 1990 ; en francés, Bénarès. Essai d’Inde, traducidopor Mireille Robin, París, L’Harmattann 2001 ; Druga Indija (Otra India), Zagreb, Skolska knjiga, 1982.

ANTES Y DESPUÉSpor Rada Ivecovic1

lo, su Lokāyata4. Ese libro, historia de las ideas de laIndia materialista, me había permitido desaprenderla indología estereotípica occidental, imbuida deorientalismo, e imaginar y abordar muchas otras,más allá de su toma de posición marxista a veces pri-maria. Esto último, por otra parte, no me molestaba.Yo había apren dido muy pronto la lectura entre líne-as y sobre todo detrás de ellas. Porque la In dia es plu-ral, como ya en otro tiempo y desde otra aproxima-ción sugería el apelativo co lonial: las Indias. Volvímás tarde a la terraza llena de flores en el corazón deCalcuta de Cha ttopadhyaya, pero él ya no estaba.Volví a ver a su mujer Aloka, antropóloga –tam biénella desaparecida después- y a sus dos hijas adoptivasde origen tibetano. Siempre he sentido una especie dedeuda hacia ellas. Fue el amigo e historiador HarbansMukhya, cuñado de Chattopadhyaya, el que me pusoen contacto con él, y fueron los viejos amigos de pri-mera estancia en la India (1970-1973), JacquelineMouchet y Jean-Charles Blanc, los que me hicieronleerle. Yo me interesaba por la partición de la India yPakistán, gran tema de los sociólogos y politólogos in-dios, sin pensar nunca que algo parecido podría suce-der un día en mi propio país. Saliendo de Ginebra –yvolviendo a ella en escala antes de regresar a Zagreb yBelgrado- me encontraba en los extremos de un mun-do que nadie diría que fuera el mismo: el más rico, elmás pobre. Llevaba conmigo toda la música india quepude y que aún acompaña mi vida. En mi regreso de-finitivo a Belgrado, en la autopista interminable y yacon malos augurios entre Zagreb y Belgrado, en co-che, sobre la tierra rica y llana de una Eslovenia avo-cada a una guerra cercana que aún ignorábamos,Goran y yo escuchábamos repetidamente, con un fer-vor indio, los tonos graves del canto tembloroso exprofundis de Bhimsn Joshi o Bismillah Khan, diver-sos romances dhrupad. La música de Nusrat FatehAli Khan me llegaría algunos años después, al oírlo encasa de unos amigos excompatriotas en Pirrsburgh,donde me invitaron a una conferencia. Estábamos yaglobalizados sin darnos cuenta.

Pero el más pobre no es el que se cree. En Benarés(o Vārānasī) el amanecer en el río es espectacular yradiante, aunque represente el final del camino paralos creyentes que llegan a morir allí; y es un gran pri-vilegio enviar una barca de papel con una lámpara enel crepúsculo, con votos o simplemente con pensa-mientos. Dilip Kumar, mi maravilloso librero sin li-

brería (tendría una y con vitrina –cosa inaudita- al-gunos años después) que me llevaba en su moto losnuevos libros a casa y adivinaba los que me interesa-rían, me envió mis paquetes de libros a Europa. Meayudaba en mi vida sin despacho. Conocí aquel añoamigos –de la India, de Tailandia, de Malasia, de losEstados Unidos- que han seguido siéndolo. Frecuen -taba un curso de sánscrito hablado –y en él me des-cubrí poco hábil para la tarea- del maestro VagishShastri intentando completar lo que sabía de sánscri-to como lengua muerta, “muerta”, como la conside-ramos en Europa; recientemente he sabido que habíadado cursos de sánscrito por teléfono a… Madonna,él que vivía en un barrio salido directamente del sigloXVII. Encontré, entre otros, a Bithika Mukherji, cu-yo libro5 me hizo comprender la razón por la que losfilósofos indios se empeñan en una lectura particularde Kant: una que favorece la renuncia y una vida me-ditativa. Intentaba obtener textos para la revistaFilozofska istraživanja.

De regreso en Yugoslavia hacia el Año nuevo de1988, recibimos la visita del filósofos de la universi-dad de Shantiniketan, Kalyankumar Bagchi, en Bel -grado y en Zagreb. Después retomé mis intercambioscon el arquitecto escritor Bogdan Bogdanovic (nues-tro intercambio epistolar había sido publicado el añoanterior6, al igual que los que mantuve con el Quar -tet antes de ir a la India, un entretenimiento a ochomanos con Ilma Rakusa (Zurich), Maja Milčinski(Lju bljana) y Eva Mayer (Berlín). Releí a la filósofaBlaźenka Despot que entre tanto había publicadootros trabajos. Era una feminista marxista del inte-rior, que trabajaba sobre los conceptos indígenas de

YO

UK

AL

I, 9

gina

86

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

4 Debiprasad Chattopadhyaya, Lokayata. A Study in Ancient Indian Materialism, Calcutta, PPH, 1959.

5 Mukherji, Neo-Vedanta and Modernity, Varanasi 1983.

6 Bogdanović, IvekovićEEJI - Epistolarni eseji (Ensayos epistolares), Belgrade, Prosveta, 1986.

autogestión, trabajo, tiempo. Sigo convencida de laimportancia de la crítica “desde dentro” y ademásveo su utilidad estratégica –para desesperanza de al-gunos amigos republicanos- en el caso de ciertas fe-ministas “islámicas”; parece que es en Malasia dondeeso funciona mejor; es el caso de las “Hermanas en elIslam” que, según Aihwa Ong7, se han convertido encríticas intelectuales públicas.

Durante mi estancia en Benarés –y sin que tuvie-ra noticia alguna- había tenido lugar en Belgrado lafamosa 8ª sesión de la Liga de los comunistas deSerbia, y Slobodan Milošević había tomado la cabezadel partido: en un Estado-partido como Yugoslavia,tomar el partido es tomar el poder; tomarlo en Serbiaes también tomarlo en el centro. Fue entonces cuan-do Bogdan Bogdanović marcó distancias8 con el par-tido y escribió una carta a Milošević. Ya había aban-donado la Academia de las ciencias y las artes. Elgran hundimiento empezó entonces; parece no que-rer terminar nunca: los Balcanes aún no se han sedi-mentado políticamente y hoy es la partición de Ko -sovo la que se dibuja en el horizonte, porque la parti-ción, una vez puesta en marcha, produce siemprenuevos retoños. Este desmoronamiento, a partir deentonces, forma parte de los acontecimientos delmun do; los Estados, los pueblos, aparecen y desapa-recen de la escena histórica, y las tragedias persona-les no atraviesan verdaderamente los siglos.Olvidadas o reprimidas, pueden alimentar la histo-riografía o la literatura, pero la gente que las ha vivi-do desaparece. Cuando tu país se hunde, sobre todocuando de repente se encuentra en guerra, lo vivescomo una desgracia puntual y personal; no puedestomar ni la distancia del tiempo ni la del espacio.Durante estos veinte años, poco a poco, he conquis-tado esa distancia, saludable por muchos motivos.

En diciembre de 1987 fui invitada a un coloquioen Bakou. Después volví a mis estudiantes tras mi se-gundo descentramiento asiático, a mis colegas filóso-fos o sociólogos, a los debates de los grupos feminis-tas, al Club universitario de Zagreb, a la Casa de losestudiantes de Belgrado. El grupo de la revistaPraxis, nuestros mayores, estaba ya dividido entrelos que colaboraban en Praxis international, publi-

cada en el extranjero desde su “prohibición” enYugoslavia en 1975 (una “negativa autogestionaria” aimprimir la revista orquestada por los obreros del li-bro) y los que rechazaban esta exportación. Nuestrageneración había fundado entonces la revistaFilozofska istraživanja (“Investigaciones filosófi-cas”), reclamándose de Wittgenstein para marcar ungiro; eso no contrariaba a los antiguos, algunos de loscuales, en particular el profesor Gajo Petrović, se in-teresaban en Wittgenstein y también en Heidegger,que enseñaban al igual que otras corrientes no mar-xistas sin por ello renegar de su marxismo praxiano.Lo menciono porque en Francia no es raro que lagente se extrañe de que haya podido haber heidegge-rianos entre los filósofos yugoslavos. Nuestra genera-ción era ecléctica y diversificada; no hacía escuela. Elmarxismo podía constituir una orientación de basepara unos y ser completamente ignorado por otros.No había modelo. En Zagreb, mi generación filosófi-ca, sin duda, se ha mostrado menos tolerante que susmaestros, sobre todo en relación con las mujeres.Porque fue la primera generación en la que los hom-bres y (algunas) mujeres se encontraron compitien-do. Entre Belgrado y Zagreb, el grupo informal de in-telectuales de Praxis, y nuestros mayores en parte,por tanto, se interesaban vivamente por las feminis-tas sobre el fin del socialismo. Nos invitaron a deba-tir entre los años 1979 y 1988; se interesaron por no-sotras mientras pudieron creer o hacer creer que re-presentábamos una derivación suya. Se apartarondespués, cuando, curiosamente, la crisis y la guerrabrindaban plataformas filosóficas insospechadas,aunque limitadas, a las feministas. Pero los aconteci-mientos políticos por venir, más allá de las discusio-nes teóricas o de camarillas, iban a dar lugar a divi-siones políticas más profundas, que no eran geográ-ficas. Yo lamentaba ya no tomar notas y no llevar undiario, pero, cada vez que pensaba en ello me parecíaque ya era demasiado tarde, que tendría que haberempezado antes, “al principio”.

¿Cuándo? ¿Hay un momento susceptible de serconsiderado el principio? Cualquier preámbulo meparecía precedido de otro… Una vez hice un texto9sobre la base de la filosofía india. Habría querido so-

YO

UK

AL

I, 9

gina

87

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

7 Ong, Spirits of Resistance and Capitalist Discipline. Factory Women in Malaysia, State University of New York Press 1987;Bewitching Women, Pious Men. Gender and Body Politics in Southeast Asia, dir. par Aihwa Ong & Michael Peletz, Berkeley, LosAngeles, Londres, University of California Press, 1995 (A. Ong «State Versus Islam : Malay Families, Women’s Bodies, and the BodyPolitics in Malaysia», p. 159-194; (Introduccion con Michael G. Peletz); Neoliberalism as exception. Mutations in Citizenship andSovereignty, Durham & Londres, Duke University Press, 2006.

8 Mrtvouzice. Mentalne zamke staljinizma (Palabras abortadas. Trampas mentales del estalinismo), Zagreb, August Cesarec, 1988.

9 «Of First and Last Things», in Adi Sankaracarya (12th Centenary Commemoration Volume), diririgido por Gautam Patel,Gandhinagar (India), Directorate of Information, Government of Gujarat, 1992, p. 94-99.

bre todo retratar personas encontradas, un ramilleteinverosímil a lo largo de toda una vida. Hoy, me digoque en la “jubilación” (añado las comillas simple-mente porque no me la he “ganado”) me gustaría to-mar una cámara y hacer hablar a las personas ex-traordinarias que he conocido, empezando por el es-critor y filósofo Radomir Konstantinović10. Antici -pando en treinta años los acontecimientos, Konstan -tinović había sabido diagnosticar el nacionalismoambiental y el espíritu de pertenencia a un lugardesde los años 1960. Según Bogdan Bogdanović, quepudo salvar a los suyos transportándolos clandesti-namente a Viena, Konstantinović habría quemadosus propios archivos de Belgrado11. Tal era el peligro.Escribí entonces una suerte de pequeña historia inte-lectual de mi generación y, por supuesto, de mis lu-gares. Es otra vida12. La llamada de Michel Surya pa-ra una retrospectiva sobre los veinte años me daría laocasión, si conseguía poner todo ese período en untexto tan corto, de narrar un descentramiento intelec-tual además de un desplazamiento existencial, desdeun medio ambiente yugoslavo pero abierto has ta unentorno internacional situado en Francia (y en eso unpoco atípico). Una convergencia trasnacional.También una terapia. Pero me pregunto sobre todocuál sería el relato de los veinte años de alguien de unpaís del sur del planeta, con migraciones o sin ellas.

Hace veinte años mi vida era como habría sido enotro sitio, por ejemplo en París, para alguien comoyo: en la carrera entre los amigos editores, las revis-tas, la radio (programas de tarde, los de “cultura”, pa-ra las radios de Belgrado, de Sarajevo, de Zagrebprincipalmente), la universidad, las conferencias, lascitas con amigos de paso o las reuniones de trabajo;las sesiones de presentación de libros en librerías uotros lugares públicos; las exposiciones, el teatro, elcine; los paseos por la ciudad vieja con amigos o es-tudiantes; las interminables conversaciones políticas(o de otro tipo) con mi madre o con Goran por telé-fono; los CV por rehacer, los informes por terminar,los proyectos de investigación por presentar, y siem-pre, plazos sobrepasados; la correspondencia todavíaabundante, sobre todo con Ilma Rakusa, escritora

suiza, y con Bogdan Bogdanovic, por separado porsupuesto; las visitas a la universidad de Graz y aElisabeth List, filósofa y amiga; las visitas a Belgrado,a Novi Sad, a Ljubljana o a otro lugar para debatespúblicos; el mecánico; las guardias telefónicas enSOS víctimas de la violencia doméstica; recensionespor hacer para los editores (me pongo con Barthes,L’Empire des signes, el 23 de abril de 1988, y recuer-do que el editor había perdido varias páginas de lascopias de mi original. Ya había aprendido que nuncahay que hacer un informe negativo para un editor,porque nunca te lo pagarían y el libro sería publicadoigualmente); los telefonazos para reservar la sala pa-ra el grupo “Mujer y sociedad”, para la Asociación defilosofía o la Sección orientalista; las colas en el ban-co; los exámenes, que hacía todas las semanas paraaliviar la cantidad de trabajo del fin de año; los pro-fesores invitados; las actividades de los centros cultu-rales extranjeros de la ciudad cuando traían a al-guien; las visitas a la casa de verano en el mar conuna vista prodigiosa; los paseos por la oficina postalpara enviar mi correo - algo que siempre funcionabamuy bien.

Daba todas mis clases los jueves para estar librelos demás días: de titular, un curso magistral de filo-sofía de Asia, un seminario de filosofía india, un se-minario de filosofía francesa contemporánea; de ca-tedrática, una clase magistral y un sólo seminario porsemana. Ese año yo terminaba el manuscrito de Cri -

YO

UK

AL

I, 9

gina

88

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

10 R. Konstantinović, Filozofija palanke, Belgrado, Nolit, 1981 (1969); sacados de esta obra : «Sur le style du bourg», Transeuropéennesn° 21, 2001, p. 129-139, y «Sur le nazisme serbe», Lignes n° 06, 2001, p. 53-75; Biće i jezik, Vol. 1-8,ska, 1983; un extracto del libroBeket prijatelj, (Beckett l’ami), Belgrado: Otkrovenje, 2000, se encuentra en Transeuropéennes n° 22, 2002; sobre el autor, ver R.Iveković, «La mort de Descartes et la désolation du bourg (R. Konstantinović)», Transeuropéennes n° 21, 2001, pp. 174-178.

11 Interview «Il secolo di Bogdanovic» por Nicole Corritore & Andrea Rossini in Osservatorio dei Balcani, http://www.osservatori-obalcani.org/article/articleview/7645/1/44/ (31.05.2007).

12 R. Iveković, Sporost - oporost (Lentitud-amargor), Zagreb: GZH, 1988.

tique sauvage. En historia de la filosofía india, los es-tudiantes tenían una larga lista de libros para leer an-tes de presentarse al examen. Dividía la materia entres períodos: la Antigüedad; los darśana (la “esco-lástica”) hasta el movimiento devocional bhakti mástardío; la modernidad. De cada período debían haberleído al menos uno. El examen era oral y podía durarmedia hora. Sólo más tarde, en Francia, conocí un ti-po de enseñante cuyos alumnos podían no haber leí-do ningún libro -mientras reprodujeran el discursodel profesor. El examen que yo ponía entonces era di-fícil. Tenía una asistencia bastante dotada, elegida -no sin dificultades- mediante un concurso en el quese postulaban otros excelentes candidatos.

En el mes de abril de 1988 fui al Centro universita-rio de Dubrovnik para un coloquio sobre la escriturade las mujeres y allí conocí a las que se convertirían enamigas y me invitarían en 1991 -entre otros colegas deBelgrado y de Zagreb- a enseñar en la universidad deParís-VII. Los nacionalismos yugoslavos habían yamostrado su horrible rostro, y vimos en la magníficaciudad de piedra blanda sobre el fondo azul delAdriático algunas manifestaciones públicas de odio.En la parte de mayoría serbia de Croacia (Krajina), loscontroles de carretera con árboles derribados hacíanya difícil el paso en coche. Empezábamos a preocupar-nos por nuestros estudiantes, reclutados por el ejérci-to, siempre nominalmente “yugoslavo”, es decir, fede-ral. Pero pronto “yugoslavo” significaría simplemente“serbio”. Mi generación había querido ignorar las aspi-raciones de la gran-Serbia de algunos de los que se de-cían yugoslavos, porque, para muchos de nosotros,“yugoslavo” se aplicaba a todos los ciudadanos del pa-ís. Aún no reconocíamos el funcionamiento del “signi-ficante vacío” en nuestro caso. Nos iba a jugar algunasmalas pasadas.

En Belgrado, aquel verano, asistimos a todas lasrepresentaciones de un festival de teatro más o me-

nos off, con algunas piezas inolvidables. El teatro, to-das las repúblicas confundidas, era en efecto extraor-dinario. Después partimos de vacaciones a Turquía.Lo adoramos todo de ese viaje. Atravesamos la bellay muy europea ciudad de Sofía y una Bulgaria en laque sin embargo era difícil comprar una sola fruta,paseando por espléndidos vergeles sin fin que la ca-rretera cruzaba, donde la única bebida no alcohólicaque se podía conseguir en el calor estival era un mi-serable “citronče“ amarillento, plástico y artificial. Labella mezquita de Edirne en la ciudad escarpada an-tigua capital, en el lado europeo de Turquía. Estam -bul la mágica, con sus bazares cubiertos, sus torren-tes, sus puentes y el Bósforo, después los restauran-tes de camioneros al borde de la carretera a Susurluko a Bursa. El 2 de agosto llegamos, en la ciudad bal-neario de Foça (hay una homónima en Bosnia, Foča),al turismo doméstico: el mar azul, las cigalas, las pla-yas vírgenes, el pescado asado, las sandías, el mara-villoso ayran para beber, los paseos por la tarde porla cornisa. Allí encontramos palabras de nuestra len-gua que no sabíamos turcas, descubrimos que laslenguas eslavas de los Balcanes estaban entre lasprincipales lenguas extranjeras, aportadas por las su-cesivas oleadas de inmigración del siglo XX. Per -sonas de la tercera generación cultivaban aún su ha-bla eslava con gusto y placer; “ćejf mi je”, nos dijo undía un comerciante. Habría pronto otra inmigraciónsalida de nuestras regiones, por motivo de guerra,pero no lo imaginábamos. En Estambul, las pastele-rías eran como las nuestras, aunque bastante mejo-res; con dulces que conocíamos muy bien pero másapetitosos, y con algunas pastas desconocidas. En unletrero leímos los nombres de los que conocíamos,baklava, kadaif, urma, luego preguntamos por elque nos resultaba desconocido, como “buzdolabina”.El pastelero pareció estupefacto. Nos llevó a la cocinapara mostrarnos el refrigerador. Seguimos sin com-prender que era el nombre de éste. El cartel, efectiva-mente, decía “los baklava, kadaif, urma... contienenmantequilla y por eso no deben conservarse en el re-frigerador, porque se pondrán duros”.

De vuelta, fui con mi hermano, sus hijos, mi ma-dre, a la “reunión de los Iveković”, convocada en laciudad de origen, Klanjec. Nada a señalar, no sentínada y, por otra parte, constaté que a parte de los queyo conocía, nadie hacía causa de ello. El patriarcadoya no funcionaba desde hace un siglo. ¿Por qué en-tonces esta reunión, y a quién se le había ocurrido?Pero estuve contenta de volver a ver las colinas ver-des. Después partí a Berlín como “promotora cultu-ral” por una beca de un mes que me concedía elCentro cultural alemán. Iba al cine todos los días ypasaba a Berlín-Este a ver a Egmont Hesse, que pe-

YO

UK

AL

I, 9

gina

89

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

nosamente pero con entusiasmo editaba allí la revis-ta escrita a máquina Verwendung. Un año más tardeharía aparecer nuestro quartett literario, una colabo-ración de la filósofa Eva Meyer de Berlín y más tardede Bruselas, la sinóloga-filósofa Maja Milčinski deLjubljana, la autora Ilma Rakusa de Zurich y yo mis-ma, titulada “Übertragen, sagt sie. Ein Littera tur -kvar tett” (“Transferir, dijo ella. Un cuarteto litera-rio”). Retrospectivamente, me parece que no fue unacasualidad que la revista saliera a la caída del muro,en noviembre de 198913.

Explotó el caso Rushdie, signo de los tiemposdonde los haya. Yo hablaba en la televisión de Sa -rajevo explicando que la intolerancia era una posibi-lidad en todas las religiones y no específicamente delIslam. Mis amigos, los teólogos musulmanes de com-portamiento cívico, laicos del Sarajevo de la época,estuvieron contentos. Pero el futuro les dejaría pocaelección.

Empezamos las reuniones de la UJDI -Asociaciónpara una iniciativa yugoslava democrática- con ungran encuentro transyugoslavo en Zagreb y la publica-ción de un boletín, Republika, que más tarde se con-vertiría en una revista de la resistencia en Bel grado -existe siempre. Estaba dirigida por Ne bojša Popov, unantiguo miembro de la revista Praxis14; Koča Popović,muy famoso antiguo comandante de los partisanos,previamente voluntario republicano de las brigadasinternacionales de la guerra de Es paña, internado porello en Francia en Saint Cyprien, antiguo colaboradorde Tito, antiguo ministro de Asuntos exteriores quehabía dimitido en 1972 por el caso de los “liberales” deBelgrado y tomado distancias, antiguo estudiante defilosofía en la Sorbona, escritor surrealista y miembrode los círculos surrealistas de París y Belgrado, amigode Marko Ristić, también gran escritor surrealista;Koča Popović, amigo de mi padre y con el que canté agrito pelado, niña, ritornelos franceses, extraordinariopersonaje, estaba con nosotros y nos enviaba un men-saje de apoyo desde Belgrado. Me envió dos tarjetaspostales que para mí eran preciosas y que yo todavíaconservaba en mi primera estancia en París en 1991.Después ya no las encontré.

Había habido huelgas. El gobierno se negaba a reco-nocerlo y las designaba con el eufemismo de “inte-rrupciones del trabajo”. La idea era que, en socialis-mo autogestionado, los obreros tienen a su disposi-ción todos los medios para expresar su desacuerdo ylograr satisfacción. Las huelgas eran un recurso decapitalismo podrido que, él, apenas dejaba más alter-nativa. Los análisis teóricos y políticos de los intelec-tuales y de numerosos periodistas eran a veces exce-lentes, el debate vivo y, pese a todo, abierto. Era el finde una época y se habían superado todas las inhibi-ciones. Los críticos del régimen se expresaban inclu-so desde dentro de la Liga de los comunistas (ese erael título oficial del Partido comunista, con la idea deque justamente no se trataba de un partido en el sen-tido occidental, y no lo era). En sociología políticahubo algunos muy finos análisis de esas huelgas.

Axel Honneth vino a pronunciar una conferencia alDepartamento. Tras los exámenes de mayo volví aBerlín Oeste con el Quartett, que presentamos en laLitteraturhaus como un pequeño sainete, “Übertra-gen, sagt sie”. Visitamos a nuestros amigos en el Estede la ciudad, a Egmont Hesse en particular. Por miparte se trataba de la introducción a una reflexión so-bre la traducción, en paralelo a las numerosas traduc-ciones que, por lo demás, yo hacía. En Zagreb llevabaa mi madre a hacer sus visitas médicas. Mis clases deinstituto en Belgrado y en Zagreb celebraban los 25años del examen del bac: fui a los dos aunque guardémejores relaciones en Belgrado porque había estadoallí toda mi escolarización y tres años en el instituto,mientras que en Zagreb sólo había estado un año y losconocía menos. Pero fue en Zagreb donde hice mis es-tudios universitarios, y después en Delhi. En casa deuna amiga, en Belgrado, en marzo de 1989, vimos unagrabación de La Indiada de Mnouchkine, sobre eltexto de Hélène Cixous. Yo ya había visto, en elThéâtre des Bouffes du Nord al que expresamente ha-bía ido unos años antes, el Mahabharata de PeterBrook, y conocía un poco a Cixous por haberla leído ya Mnouchkine por su reputación.

Se tensaban las relaciones entre Eslovenia ySerbia, y entre Kosovo y Belgrado. Serbia boicoteaba

YO

UK

AL

I, 9

gina

90

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

13 Un texto de R. Iveković/I. Rakusa, «Nous sommes en traduction», de 1990, fue uno de los jalones de una evolución común con IlmaRakusa que salió del Quartette: se trataba de un intercambio de ensayos epistolares plurilingües a partir de las lenguas que compar-tíamos o que nos compartían. Publiqué más tarde otro texto del mismo título en Transeuropéennes n° 22, 2002, «Traduire, entreles cultures», p. 121-145, et http://translate.eipcp.net/transversal/0606/ivekovic/fr.

14 N. Popov fue uno de los ocho que, en Belgrado, a partir de 1972, perdieron sus empleos en la Universidad y cuyos pasaportes fue-ron confiscados; pasaron el resto de su tiempo aparcados en un Instituto de investigaciones sociales, sin posibilidad de enseñanza;los colaboradores de la revista sólo fueron destituidos en Belgrado y, en Zagreb, siguieron enseñando, con dificultades para publicarlocalmente; sin embargo, en general, cada uno de ellos consiguió publicar en la otra república.

los productos eslovenos. Una larga huelga de mine-ros se había producido en Kosovo, verdadero pulsocon el poder en Serbia. Con uno y otro ojo, en la mis-ma sesión, vimos La Indiada y la retransmisión deuna manifestación de apoyo a los mineros en directodesde Ljubljana desde la sala de fiestas Cankarjevdom. Los eslovenos llevaban estrellas amarillas parasimbolizar a las víctimas con las que identificaban.Los nacionalistas, en Serbia, lo tomaron muy mal.Ante Marković, un ingeniero y economista compe-tente, croata no nacionalista, acababa de ser nombra-do Primer ministro de la federación yugoslava. Seríael último en ocupar ese cargo. La comunidad interna-cional prefirió a los nuevos jefes nacionalistas “de-mocráticamente elegidos” que muy pronto se convir-tieron en jefes de guerra. Pero la “legitimidad demo-crática” debía ser respetada y la amnesia históricadesde hacía un siglo había borrado la memoria deelecciones democráticas introduciendo así mons-truos en la escena política. Algunos días después,Milošević fue oficialmente elegido primer presidentede Serbia; era ya presidente del Comité central de laLiga de los comunistas de Serbia. Ese fue el gran de-tonante. El 28 de junio de 1989 Milošević, para de-fender la causa de los serbios, se lanzó al corazón delKosovo ya aterrorizado. En Gazimestan se conme-moraban los 600 años de la derrota de los serbios deKosovo, entonces en manos de los turcos (en 1398):Milošević dio en esta ocasión el pistoletazo de salidade su programa nacionalista expansionista y pan-ser-bio, ante la cándida presencia del cuerpo diplomáti-co. Pronto, desde todas partes, se proclamó la auto-nomía de regiones, se rehabilitaron los nombres delos antiguos jefes nacionalistas, se volvieron a plantarmonumentos en honor de las glorias nacionales, seamenazó… Fue la carrera por ver quién preparabame jor la guerra. A partir de la sesión del Parlamentoyugoslavo del mes de mayo, la Presidencia colectiva yfederal del país común fue bloqueada.

Yo intentaba llevar una vida normal. Partí hacia Ri je -ka, al mar, como siempre en coche, y me ocupaba demi jardín con un repentino empeño. Ese verano, lascarreteras estaban llenas de coches y de roulottes ve-nidas de Polonia o de Checoslovaquia, que no volví-an a su país hasta bien entrado el otoño. Los polacoshacían puerta a puerta para vender algo. Se tratabade turistas que se habían convertido en emigrados.Dormían a menudo en su coche, en campings ocasio-nales. Esperaban conocer la evolución de la situaciónantes de regresar. Obtenían más fácilmente y más amenudo visados para Yugoslavia que para los paísesde Occidente. Para los yugoslavos era otra cosa: noteníamos ningún impedimento, salvo el pecuniario,

para viajar al extranjero. Bastaba con tener el pasa-porte válido, que todo el mundo podía obtener rápi-damente en ventanilla, y conseguir un visado si el pa-ís de destino lo exigía. En mi juventud viajé sin visa-do a Europa occidental antes de que se introdujeraese requisito. Francia no ha establecido el visado pa-ra los yugoslavos hasta mediados de los años 1980,en la época del terrorismo, aunque para no abolirloya. Hoy se olvida demasiado a menudo que Yugos la -via no formaba parte del Pacto de Varsovia, del blo-que del Este, y no estaba tras el “Telón de acero” (in-cluso si he podido ver a una periodista italiana hacealgunos años filmar un trozo de dique en la ciudadfronteriza de Gorizia para “mostrar” por dónde pasa-ba ese famoso telón: ¡en un lugar en el que la fronte-ra Italia-Yugoslavia estaba abierta hasta tal puntoque la gente trabajaba y hacía sus compras de uno yotro lado!) Al principio de los años 1980 aún, duran-te una cita con una gran intelectual parisina, en París,noté que ella no me reía cuando, ante su pregunta so-bre cómo había podido llegar, respondí que no nece-sitaba visado para Francia. El aplanamiento históri-co posterior no deja de sorprenderme. A ese aplana-miento le debemos el que, ingenuamente, conmemo-rando ritualmente los muertos del Muro de Berlín(ciertamente, nunca los deberemos olvidar ni mini-mizar) se olvida que las víctimas de la Europa For -taleza son de lejos más numerosas sin que nadie seconmueva por ello. Pero no tienen el aura que, paraOccidente, tenían los que eran vistos como resisten-tes anticomunistas.

Sin embargo, la caída del muro que se acercaba notendrá lugar en Yugoslavia. No tendrá efectos direc-tos sobre nosotros y no fue la causa del desmorona-miento del país. Las razones de su desmantelamien-to son mucho más complejas, incluso si se inscribenen el mismo estadio final de la Guerra Fría.

YO

UK

AL

I, 9

gina

91

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

De nuevo en Belgrado, un poco después, me uní a laprimera manifestación pública, seguramente no másde 1500 miserables personas, contra el boicot a losproductos eslovenos en Serbia. Nos conocíamos to-dos. Pero ese verano yo preparaba en el mar, al quehabía vuelto, una presentación para un coloquio enLjubljana. Pasé el verano con mi madre en Rijeka.Ella leía y miraba la amplitud desde la casa. Yo escri-bía y meditaba. Nos ocupábamos un poquito del jar-dín -sólo las ramas y los matorrales que invadían la te-rraza, dejando todo el resto del terreno transformarseen selva virgen. Cuarenta años antes allí no crecía na-da, no había más que piedra karstica. Mi padre lo ha-bía plantado todo, mi madre cuidaba el jardín cuandopodía. Yo empecé a hacerlo mucho más tarde, sólocuando noté que ella ya no podía ocuparse. Final deagosto, principio de septiembre, había en Belgradouna última gran conferencia de los No-alineados.Goran estaba allí, igual que Ivan, mi hermano.

El 3 de septiembre salí de Rijeka con mi madre encoche hacia Zagreb (un trayecto que sólo dura 3 ho-ras). Ella sintió una indisposición en la montaña y lallevé a toda velocidad al hospital de Sušak. Murió esamisma tarde. Tenía 84 años15. Se había convertidoen una madre-tortuga, incorporada a su sillón. Unaimagen que volvería a encontrar en casa de Kons -tantinović, cuya madre había sido igualmente “tortu-ga”, según sus declaraciones16. Mi madre había fu-mado toda su vida. Había trabajado también, y hechola guerra de los partisanos llevando a ella a mi her-mano, nacido en 1938 en el maquis. El maquis eraentonces más seguro que la clandestinidad en la ciu-dad. Pero ello no podía atender allí al niño. Las ofen-sivas eran demasiado violentas. Debió entonces re-solverse a enviarlo, acompañado de un pasador, alotro lado de la línea del frente con unos desconoci-dos. Una buena familia le había recogido en una pe-queña ciudad barroca y le había guardado durantelos años de la guerra, pero mis padres, en el maquis,no lo supieron con seguridad hasta el final de la resis-tencia. Mi madre nunca superó la pena y la mala con-ciencia de haber tenido que “abandonar” así a su hi-jo. Hacia el final de su vida redactó un texto, manus-crito, que volvió a empezar muchas veces, sobre susrecuerdos de ese acontecimiento que traumatizó to-da su existencia. Para ella fue peor que el maquis.Ella había sido una intelectual comprometida, muypolitizada, abierta, curiosa por todo, con una filosofíay una sabiduría personal que yo calificaba de budis-

ta. Era inquebrantable y dulce. No se dejaba hacer ypodía ser terca como una mula. Siempre siempre mehabía ayudado, sin fisuras, y a ella le debo habermehecho como soy. También había sido feminista en sujuventud pero eso tuve yo que descubrirlo con el pa-so del tiempo, porque ella no daba ninguna impor-tancia a su propio recorrido.

Llamé a Goran, que estaba en la gran conferenciade los No-alineados, y a Ivan. Esa noche no dormí.Permanecí en un estado de estupor. No les pude lo-calizar en la noche. Tuve a Goran al teléfono al ama-necer. Estoy contenta de que muriera al borde delmar porque es donde ella había nacido. La incinera-ción en Zagreb se hizo sin Goran, que no pudo libe-rarse antes de acabar la conferencia. Vino una sema-na después y volvimos a Rijeka, yo a la búsqueda delas huellas de una vida en adelante revuelta. Duranteuna semana, que fue también su única semana de va-caciones ese verano. Ya no hemos conocido despuéslas vacaciones largas ni, por lo demás, verdadera-mente, las vacaciones.

La muerte de mi madre y la desaparición del país seinterrelacionan, para mí, en una especie de continui-dad. Nada fue ya como antes y nunca me he repues-to de aquello. Yo seguía como si nada pasara y enadelante veía la vida, el mundo, por duplicado, comoa distancia. El dolor era profundo y sordo. Volvía aencontrar a Manfred Frank, que vino a hacer unaconferencia al Departamento en Zagreb. Fui a confe-renciar a Viena, un coloquio de filósofos en GornjiMilanovaç, en Serbia, hacia el sur, sin duda uno delos últimos en los que se reunieron todos los yugosla-vos antes de la partición. Mi sobrino mayor, Srdja,

YO

UK

AL

I, 9

gina

92

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

15 «La chose maternelle», Migrations littéraires 16, primavera de 1991 (París), p 93-95 ; «Le Texte infini», ibid, p. 95-97.

16 Dekartova smrt (La muerte de Descartes), Novi Sad, Agencija «Mir», 1996.

que vivía conmigo en Zagreb en el apartamento de mimadre, partió al ejército a Mladenova, cerca de Bel -grado. Goran y yo le visitamos después tantas vecescomo fue posible, para hacerle salir. También habíaque volverle a llevar.

Todo se precipitaba. Danilo Kiš murió. La desapa-rición de mi madre, unida a la suya, me hacían decirque no podía soporlarlo más. Yo no había conocido aDanilo Kiš personalmente, pero le había leído y habíaque leerle. Había recortado de algún sitio un magnífi-co retrato fotográfico suyo, representado “con natura-leza muerta”, una máquina de coser antigua en minia-tura que sostenía en la palma de su mano sobre su pe-cho, la expresión seria de un rostro inolvidable, fotogé-nico. Me gustaba todo lo suyo. Mansarda (1960, LaMansarde), Bašta, pepeo (1965, Jardin, cendre) mehabían marcado, Rani jadi (1969), también Chagrinsprécoces. Era una literatura accesible para los jóvenes,incluso cuando hablaba de cosas pesadas o históricasligadas a la Segunda Guerra mundial, como a menudohacía. Había sido un formidable modernizador y “ur-banizador” de la literatura, en el mejor de los sentidos,y un narrador fabuloso y potente, con un muy bello usode la lengua. Peščanik (1972, Sablier), era una novelasublime y profunda, a la vez muy situada en Europacentral y completamente universal. Todavía recuerdomi extrañeza, poco antes de su desaparición, en el aviónque nos llevaba a un coloquio en Dubrovnik, de que uncolega universitario de Zagreb no la conociera. Por nohablar de Grobnica za Borisa Davidoviča (1976, Untombeau pour Boris Davidovitch) y otras, sin orden.Llegada más tarde a París, compré la traducción delSablier para un gran amigo y se lo regalé.

En noviembre cae el muro de Berlín.

Para nosotros era apasionante, aunque accesorio, yno nos tocaba en nuestra experiencia de vida. No fuepara los yugoslavos una liberación, sino un espectá-culo que se desarrolla en otra parte y que veíamos enla televisión mientras otras cosas, más sordas y ame-nazantes, más cerca de nosotros, nos inquietaban.Algún tiempo antes de la gran desbandada enYugoslavia, nuestros partidos hicieron aparición,presentándose primero como foros de debate. Visitévarios. Las ideologías, las orientaciones políticas,eran aún borrosas, y el nacionalismo, creciente, noera todavía una fatalidad. Los periódicos eran intere-santes y ricos en debates; yo compraba pilas de ellosde tanto como de repente tenían para leer. Pero elmiedo poco a poco se iba haciendo hueco. Los políti-cos, los intelectuales y todos los que tenían acceso ala palabra pública, tenían mucho. El pueblo siguió;después se desencadenó todo. Eso no impide que, enlas violencias que iban a seguir en todas las direccio-nes, las víctimas se hayan podido convertir al mismotiempo en verdugos17.

En la primavera de 1990 mi camarada Gvozden Flegoorganizaba con Gajo Petrović en Zagreb un pequeñocoloquio sobre la posmodernidad con filósofos france-ses en el que yo participaba. Conocí allí a los colegasque después me iban a ayudar a instalarme en París ya encontrar allí un empleo en la universidad. Aún esta-ba muy hundida en el duelo, pero me acuerdo de lacordialidad y del buen humor de ese encuentro.

Ese verano pasé mucho tiempo en Rijeka, a vecescon amigos al no poder Goran reunirse conmigo. Yopreparaba una propuesta de seminario, como exter-na, para el Collège international de philosophie delaño siguiente. El seminario se titularía “Ese otro quesoy” y trataría sobre filosofía india y comparada. Tra -bajaba en él sobre el orientalismo en filosofía, princi-palmente contemporánea y francesa. Hice con ello unlibro, aún muy mal escrito en francés18. En octubrepasé unos días en París por el coloquio organizado porHélène Cixous en el Collège international de philoso-phie sobre la diferencia de los sexos. Apro ve chaba pa-ra volver a ver a mis antiguos y nuevos amigos, los dela infancia, los conocidos en la India en los años 1970y los totalmente nuevos encontrados en los coloquios.

YO

UK

AL

I, 9

gina

93

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

17 Mahmood Mamdani, When Victims Become Killers, Colonialism. Nativism and the Genocide in Rwanda, Princeton, PrincetonUniversity Press, 2001.

18 Orients: critique de la raison postmoderne, París, Ed. N. Blandin, 1992.

El 9 de febrero de 1991 llegué a París para animar unseminario19 como profesora invitada para un semes-tre en la universidad de París-VII; trataba sobre ladiáspora literaria india en inglés. Me rogaron no in-cluir a Rushdie en el enunciado por motivos de segu-ridad. Hacía otro seminario en el Collège internatio-nal de philosophie. No había venido para quedarme.Pensando que sólo estaba allí para un semestre,aproveché París más que nunca después. Iba a ver to-das las exposiciones, piezas de teatro, todas las pelí-culas que podía. Iba todo lo posible a los debates yconferencias públicas, encontraba a mucha gente.Casi todos los amigos que aún tengo en París y enotros sitios vienen de encuentros de esa época.Algunos amigos o conocidos muy queridos han des-aparecido después, por no hablar de los muertos enotro lugar. Una vez instalada de forma más o menosdefinitiva en París (incluso si nunca he tenido la cer-teza) ya no fue así. No sólo por la angustia de la gue-rra y los problemas existenciales (empleo, permisode residencia, interludio de una decena de años) sinotambién porque, una vez sedentaria, se actúa menosy se hace una, sin saber cómo, menos permeable. Alfinal de mi estancia de un semestre encontré un pe-queño editor para publicar el libro salido de mi semi-nario en el Collège. Las armas rugían y ya no se veíauna perspectiva clara para Yugoslavia, presa de losdemonios de los nacionalismos recíprocos.

Volví sin embargo a Zagreb, terminado mi semes-tre, el 29 de junio, es decir, cuatro días después delestallido de la guerra, si se puede llamar guerra albreve episodio esloveno de junio de 1991, preámbulode las guerras que vendrían. Una frase célebre de unjoven recluta del ejército federal, oída más tarde en la

televisión, resumía para nosotros esta situación que,a nuestros ojos, era totalmente surrealista: “Hacencomo si quisieran la secesión, mientras que nos-otros, a cambio, hacemos como si no fuéramos apermitirla”. Aún se podía pensar que se trataba dealgo del orden del hacer como si. La madre de uno demis mejores estudiantes recién diplomado me telefo-neó, alarmada, porque el ejército, aún nominalmen-te “yugoslavo”, no liberaba a los soldados que deberí-an haber vuelto ya y, por el contrario, los enviaba aEslavonia, que pronto se convertiría en el frente en-tre Serbia y Croacia. Los medios de comunicación ex-tranjeros confundían continuamente Eslovenia,Eslavonia e incluso Eslovaquia. Hay que decir quegracias a la guerra se aprende particularmente bienla geografía.

Mi hermano había venido ese verano de vacacionesdesde El Cairo, donde vivía. Envié a su hijo mayor,Srdja, al estudio que alquilaba en París para evitarleel reclutamiento. Me despedí de mi hermano y su fa-milia en la estación de Zagreb, de donde partieronhacia Belgrado a visitar amigos y volver a coger elavión para Egipto. En el ambiente de los adioses deestación y algunas lágrimas, yo tenía la impresión deactuar en una película ya vista, la película de otra. Meoí a mi misma pronunciar la frase que habría podidoser de esa película: “No se si volveremos a vernos,cuídate mucho…”. Todo estaba esos días en un dobleregistro, por una parte lo “real” que se deseaba peroque no podía ser y se había así combinado con las co-millas, y lo real efectivo para lo que todavía no tenía-mos ni imágenes ni palabras, como si se tratara de lavida de otro. No creíamos lo que nos estaba suce-diendo.

La guerra se hacía bien tangible, ese verano de 1991,inolvidable después para nosotros. Siendo nuestraprimera guerra, éramos incapaces de “reconocerla”,incluso después de hacerse evidente. Esperábamosque pasara como una gripe para ir al mar, como siem-pre, “la semana siguiente”. Esa semana siguiente nollegó. De semana en semana esperamos todo el vera-no. Sin vacaciones, a causa de la guerra. Pasé el vera-no en Belgrado porque Goran no pudo ausentarse deallí, precisamente, por esa razón. Las televisiones delas diferentes repúblicas estaban ya separadas; no sepodían ver todos los programas en todas partes comoantes. Pero, desplazándome a menudo de Zagreb aBelgrado, pude constatar que las propagandas nacio-

YO

UK

AL

I, 9

gina

94

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

19 Debo esa invitación a N. M.

nalistas iban a buen ritmo y que tenían la misma for-ma de proceder y el mismo tenor: se recitaban, alprin cipio inventándolos y anticipándolos, los degüe-llos que los “otros” habrían practicado sobre “nuestrasmujeres y nuestros niños” (yo pensaba entonces a me-nudo en la Marsellesa). Se justificaban así con pala-bras las represalias reales que inmediatamente seríanperpetradas contra ellos. Una cámara y un carro decombate. A veces se encontraban exactamente lasmis mas imágenes de uno y otro lado, con textos con-tradictorios. Y se lanzaban mutuamente calificativoscomo oustacha o tchetnik, parodiando otra guerra.“Iden tidad”, “nación”, “cultura”, “Comunidad”, “Es -tado”, “soberanía” se convirtieron en consignas utili-zadas por todas las partes, sin duda salvo por los gita-nos, algunos de los cuales, por lo demás, se apresura-ban en hacerse aceptar por la “nación” ambiente.Desgraciadamente para ellos, fueron los únicos en noreclamar territorios y, evidentemente, se quedaronsin parte, por pequeña que fuera.

Ese verano yo iba al Instituto de Filosofía de Bel -grado, y ya no recuerdo si terminé mi trabajo sobreLyotard ese julio o el anterior, ni si lo que terminé fueel trabajo sobre Lyotard o mi monografía sobre LuceIrigaray. El instituto nos encargaba de cuando encuan do trabajos que no llegábamos a comunicar. Eltrabajo sobre Irigaray fue publicado en Belgrado. Ha -biendo estallado la guerra, el de Lyotard, prometido aun editor de Sarajevo, no fue publicado nunca. Algu -nas partes fueron reescritas en francés para mi libroparcial sobre este autor para mí muy importante20.

Tomé el último autobús de Belgrado para Zagreb el14 de agosto, inquieta por mi puesto de trabajo si ibaa surgir una frontera. Eso ya no era algo imposible.

Ya no había ni tren ni avión. El autobús tardó diezhoras en lugar de las cuatro habituales. Fue detenidoe inspeccionado por numerosas milicias indefinibles.No sabíamos quiénes eran: todos se callaban. Dos jó-venes extranjeros, que parecían indios o tamiles deSri Lanka, fueron obligados a bajar en uno de esoscontroles. Desgraciados migrantes que seguramentequerían entrar en Europa por la puerta de atrás parahuir de las violencias de sus países, mal informadosde las guerras ajenas. ¿Sobrevivieron?

Poco después de mi regreso la radio anunció enCroacia que gran cantidad de carros habían salido deBelgrado dirigiéndose hacia el Oeste. Llamé a Goranpara decírselo. “Lo sé, dijo, no he podido dejar de oír-los en toda la noche; salían de los cuarteles de cercade mi casa”.

Me fui a un coloquio en Suiza la tercera semanade agosto, en la región Romanche que, cándidamen-te, recalcaba su identidad cultural, lo que me parecióabsurdo. Entre las sesiones, permanecía pendientede las noticias. Aquella semana caía Gorbachov, de-rribado por el golpe del que Yeltsin le “salvó” paramejor derribarlo en seguida. Aquello parecía extraor-dinario. En el coloquio había un escritor cubano im-probable y megalómano que decía que sería el próxi-mo presidente, después de Fidel Castro, y que pare-cía ser a la vez del régimen y de la oposición (nosotrosconoceríamos en Yugoslavia ese tipo de actitud).“Manteneos informados de la historia y un día lo ve-réis”, decía. Después nunca he visto aparecer su nom -bre en las historias cubanas, pero quizá el folletín aúnno ha terminado… Mi sobrino en París nos causabapreocupación porque, enamorado de una bella pola-ca, había descolgado el teléfono olvidando volverlo acolgar y ya no daba señales de vida. Tuvi mos que en-viarle mediadores ya en plena paranoia.

De vuelta en Zagreb para los exámenes del cursoacadémico que iba a empezar, encontré el teléfonodefinitivamente cortado con Belgrado; a partir de esemomento ya sólo podía telefonear a Goran a travésde amigos o de la familia en Sarajevo. Ya no sabía quéhacer. Me ocupaba de mi visado para Francia, por-que iba a participar en un coloquio en Céret coorga-nizado con amigos del Collège international de philo-sophie y que tendría lugar la tercera semana de sep-tiembre de 1991. Trataba sobre las relaciones filosófi-cas entre la India y Occidente. A él irían, con los fran-ceses y Peter Sloterdijk, numerosos filósofos indios ysinólogos de diferentes partes de la entonces Yugos -

YO

UK

AL

I, 9

gina

95

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

20 Le sexe de la philosophie. Jean-François Lyotard et le féminin, Paris, L’Harmattan, 1997.

lavia (Bosnia-Herzegovina, Serbia, Croacia): fue elúl timo coloquio común, incorporando ya algunos susveleidades nacionalistas. Mientras yo examinabaempezaron a sonar las sirenas de las grandes alertasantiaéreas. Pero no hubo ningún bombardeo (el úni-co llegó bastante después y de un modo imprevisto);las alertas, igual que las arengas en los medios de co-municación nacionalistas, anticipaban con palabrasla violencia de los otros, justificando así de antemanola propia violencia “defensiva”. Obligados a bajar dosveces a los refugios preparados en los sótanos, perso-nas en otras ocasiones lúcidas se convertían fácil-mente en nacionalistas. El mecanismo era muy efi-caz. Quien no aceptaba colaborar al esfuerzo de gue-rra construyendo refugios, muros con sacos de arena,quien no tapaba sus ventanas o rechazaba bajar a losrefugios, en esta atmósfera gregaria, era ya conside-rado un enemigo. Sobre todo si él/ella tenía familia olazos conocidos en Belgrado. Volví a partir haciaParís para el coloquio de Céret y, en esta ocasión, de-cidí que no regresaría si la guerra se instalaba y el pa-ís estallaba. Pero regresé igualmente... tanto habíaque arreglar. Aún encontré tiempo para lanzarme encoche, mi “quatrelle” esloveno, hacia Rijeka, dondedebía ocuparme de la casa y donde mi deseo me lle-vaba siempre, siempre. Todo el trayecto hice el cami-no entre camiones de las nuevas milicias croatas, elejército croata en formación, aún llamado garda, al-gunas de las cuales no se privaban de llevar los signosde la extrema derecha en referencia a la SegundaGuerra mundial, signo “U” en la cabeza, cinta negraen la frente. En apariencia una milicia aún poco dis-ciplinada. En Serbia se llevaban los signos opuestos.Me despedí de la casa de mi infancia. Volvería breve-mente allí sólo trece años después.

Las alertas en Zagreb aullaban entre dos y cincoveces al día. Había entonces que desaparecer del es-pacio público y, en principio, correr a los refugios. Yono lo hacía. Publiqué un texto diciendo que esta ciu-dad, militarizada y recorrida por las milicias naciona-listas, ya no era la mía, y que no quería colaborar enla guerra. Eso sentó muy mal en los medios naciona-listas croatas, y a veces bien en otros ámbitos, des-graciadamente por malas razones. Creía todavía te-ner amigos que pensaban como yo, pero el miedo ha-bía hecho callar a mucha gente. Mientras duró laguerra era imposible tener tales propósitos. La revis-ta que lo publicó desapareció de los quioscos de

Croacia después de ese número y no fue distribuida.Algunos me escribieron o me telefonearon para inju-riarme y amenazarme, otros para felicitarme. Mis ve-cinos vinieron a decirme que era inadmisible que nobajara a los refugios con ellos durante las alertas, ysospechaban que cometía traición.

Instalé a unos amigos en el apartamento, volví acoger el coche el 25 de octubre de 1991 y, después deuna alerta, corrí hacia Graz, en Austria, a algunas ho-ras de allí. Sobre todo no había que esperar a la si-guiente alerta porque no se podía estar en la carrete-ra si había una. Felizmente, sólo una veintena de mi-nutos me separaban de la nueva frontera con Eslo -venia, que pasé rápido. Nerviosa, choqué contra uncoche; la mujer que lo conducía aceptó dinero enefectivo para reparar la pintura sin hacer más pre-guntas. Aún recuerdo su rostro.

La filósofa Elisabeth List me acogió en Graz comotantas veces, antes y después. Intenté telefonear aBelgrado a Goran para decirle que partía, pero Aus -tria, como Alemania, había cortado el teléfono conSerbia: por muchos años. Dejé el coche ante la puer-ta de la casa de mi amiga y cogí el tren a París. Enviéa mi sobrino, que ocupaba mi estudio, a Egipto consu padre, y me reinstalé. No tenía empleo pero nu-merosos amigos se ocuparon de ayudarme procurán-dome encargos temporales en el CNRS21, en el Co -llège de France22 o en la universidad: eso duraría va-rios años. En general se trataba de puestos de 3 a 6me ses, fórmulas provisionales, no titularizadas, ycon interrupciones de varios meses cada vez. Pero laparanoia de los permisos de trabajo todavía no habíaafectado, y conseguí con bastante facilidad prolongar

YO

UK

AL

I, 9

gina

96

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net

21 Debo ese empleo a J. Ch.-G., con la que P. G. me había puesto en contacto.

22 Debo ese empleo a G. F.

el mío una primera vez. Ya no fue lo mismo cuandola guerra se propagó a Bosnia-Herzegovina. Yo bus-caba editores para mis libros y no encontraba ningu-no. Acumulaba manuscritos y publicaba artículos al-gunas veces en revistas de Francia y, la mayor partede las veces, del extranjero. Encontré una Francia in-telectualmente abierta e institucionalmente cerrada;muchos amigos benevolentes.

En Francia tuve que traducirme. No tanto traducirmis textos y libros, cosa que yo consideraba una vanapérdida de tiempo y a lo que renunciaba porque ter-minaba por reescribirlos y redactar otra cosa sin po-der encontrar editor; traducirme a mí misma.Encontraba entonces y encuentro ahora muy difícilpublicar, por las razones que sean. Había que partici-par en las conversaciones, en los intercambios, en eltrabajo intelectual, habías que escribir en francés oen inglés a partir de un fondo de referencias y de unmarco comprensibles para el nuevo entorno. Habíaque modificar todas las coordenadas y referencias.Citar a mis maestros y fuentes, mis lecturas no fran-cesas, no era suficiente, no demostraba nada. Losnom bres extranjeros no siempre valen. Konstanti -nović o Bogdanović no siempre están traducidos alfran cés, por no decir nada de los demás. Francia nosiente atrevimiento, curiosidad intelectual o históricapor esa parte de Europa. Mi vida intelectual anteriory mi vida sin más era intraducibles y raramente ima-ginables para mis interlocutores. Además de esas cir-cunstancias particulares de Francia, toda una expe-riencia de vida desapareció con la desaparición de mipaís de origen, igual que mis referencias, remisiones,canciones de infancia, recuerdos, nombres, coorde-nadas. Normalmente nadie me preguntaba por esavida. Mis nuevos amigos no conocen a los antiguos, ami familia, mis lecturas, no imaginan los lugares enlos que he crecido. El aplanamiento histórico genera-

lizado ha cortado alegremente con un golpe de amne-sia política toda una experiencia de vida y un largoperíodo de tiempo que ya no se puede recordar sinclichés. Sin embargo, era una vida como cualquierotra. El tránsito entre mi vida anterior y aquella lo hi-ce desnuda y sin equipaje, sólo con lo que aquí es re-conocible.

Goran partió a mediados de noviembre, cuando yano tuvo ninguna esperanza en Belgrado, sin seguri-dad de que podría pasar la frontera tranquilamente.Era la única elección posible. Si se quedaba se poníadel lado de Milosević, porque estaba en Serbia y enun ministerio federal que se estaba haciendo total-mente serbio porque los empleados desertaban unotras otro. Era funcionario del ministerio de Asuntosexteriores de Belgrado, director del Departamentopara Europa y casi el único -con su ministro BudimirLonćar, llamado Leko- que todavía defendía una Yu -goslavia no dividida para evitar la guerra. Como losotros funcionarios tenían repúblicas a las que reple-garse y la mayoría ya se había retirado, poco a pocosólo quedaban serbios y montenegrinos y aquellosotros que procedían de otras partes del país pero quehabían hecho su vida en Belgrado y no acababan dedecidirse. Todos los martes Goran y el ministro ibana La Haya para encontrarse, bajo los auspicios de latroïka europea encargada de Yugoslavia controladapor Italia, con los dirigentes de las seis repúblicas yde las dos regiones autónomas que formaban partede Serbia. Yo le decía que viniera a reunirse conmigoen París y le engañaba diciéndole que había encon-trado un empleo. Cada vez me respondía que vendríasin falta el siguiente miércoles si comprobaba que yano había ninguna oportunidad y que las negociacio-nes no llegaban a nada. Eso duró todo el otoño. Fi -nal mente tomó el avión a Viena, luego el tren a Grazy, con mi coche cogido en casa de Elisabeth, llegó aParís el 18 de noviembre, día de la caída de Vukovar.A partir de ahí estaba claro que no volveríamos, aúncuando todavía cultivábamos alguna esperanza. Alno poder encontrar, ni entonces ni después, a pesarde ser francófono, ningún empleo en Francia, Goranse puso pronto a buscar trabajo en otros lugares, pri-mero en misiones de la ONU a título personal, mástarde en un instituto internacional independiente deinvestigación y consultas políticas. A partir del 15 defebrero de 1992 partió a New York; como yo, sóloconsiguió contratos provisionales. Después trabajaráen Haití, en África del Sur, en Guatemala, en Afga nis -tán, sin contar las misiones puntuales más cortas. Enlos intermedios entre esos contratos intentaba reu-nirse conmigo en París sin conseguirlo siempre por-que no teníamos papeles “idóneos”. Decidimos que

YO

UK

AL

I, 9

gina

97

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN:1885-477X www.tierradenadieediciones.com

www.youkali.net

nos instalaríamos allí donde el primero encontraseun empleo más o menos seguro. Pero nunca llega-mos a encontrar trabajo en el mismo lugar y termina-mos por continuar nuestra vida conyugal de idas yvenidas: la que siempre habíamos conocido. Esta vezcon distancias mucho más grandes, de un continen-te al otro. Yo seguía buscando trabajo.

Vivía en un estudio hecho de dos habitaciones deservicio, con ducha, en la calle Claude Bernard. A dospasos de la calle Mouffetard, donde iba a tomar uncafé al mercado, y no lejos de la universidad de París-VII o del Collège international de philosophie, dondedaba cursos. Mi amiga Christiane Gascon, a la queencontré los años 1970 en la India, no vivía lejos, y aveces me iba a instalar a su casa cuando ella salía deviaje. Allí recibí a Goran cuando pudo finalmente ve-nir, en un caluroso tres piezas lleno de trofeos y derecuerdos de viaje de países lejanos, Haití, México, la

India. Fuimos ayudados por amigos indefectibles. Lalucha por los papeles duró varios años más.

YO

UK

AL

I, 9

gina

98

(tes

tim

onio

s)

un

o, d

os, m

il..

. mu

ros

ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comwww.youkali.net