ANECDOTAS de INTELIGENCIA EMOCIONAL--Sternberg Cuenta El Aleccionador Caso de Dos Estudiantes

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Sternberg cuenta el aleccionador caso de dos estudiantes, a quienes llamaremos Penn y Matt. Penn era brillante y creativo, un ejemplo de lo mejor que podía ofrecer Yale, pero tenía el problema de saberse excepcional y era, como dijo cierto profesor, «insoportablemente arrogante». Por esto, a pesar de sus muchas habilidades, Penn no solía caer muy simpático, especialmente entre quienes se veían obligados a trabajar con él. Aun así, su historial académico era espectacular y, cuando se graduó, fue requerido por multitud de empresas que querían concertar entrevistas con aquel candidato aparentemente ideal. Pero en las entrevistas su arrogancia no tardaba en salir a relucir y acabó recibiendo una sola oferta en firme realizada por una empresa de segunda fila. Matt era alumno de Yale y había llevado a cabo los mismos estudios que Penn y, aunque no era académicamente tan brillante como él, poseía evidentes aptitudes interpersonales que le hacían agradable a todo el mundo. Fue por esto por lo que, de las ocho entrevistas a las que acudió cuando terminó la carrera, acabó recibiendo siete ofertas de trabajo y acabó alcanzando el éxito en su campo profesional, mientras que Penn, por su parte, fue despedido de su primer empleo a los dos años. Y es que Penn carecía de algo que Matt poseía, es decir, de inteligencia emocional. EL TÚ Y EL ELLO Una mujer cuya hermana acababa de fallecer me contó que había recibido la llamada telefónica de condolencia de un amigo que, pocos años atrás, había perdido también a su propia hermana. Cuando su amigo le dio el pésame, la mujer, visiblemente conmovida, le abrió su corazón y empezó a contarle los pormenores de la larga enfermedad que finalmente acabó arrebatándole a su hermana.

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Sternberg cuenta el aleccionador caso de dos estudiantes, a quienesllamaremos Penn y Matt. Penn era brillante y creativo, un ejemplo de lo mejorque podía ofrecer Yale, pero tenía el problema de saberse excepcional y era,como dijo cierto profesor, «insoportablemente arrogante». Por esto, a pesar desus muchas habilidades, Penn no solía caer muy simpático, especialmenteentre quienes se veían obligados a trabajar con él. Aun así, su historialacadémico era espectacular y, cuando se graduó, fue requerido por multitud deempresas que querían concertar entrevistas con aquel candidatoaparentemente ideal. Pero en las entrevistas su arrogancia no tardaba en salir arelucir y acabó recibiendo una sola oferta en firme realizada por una empresade segunda fila.

Matt era alumno de Yale y había llevado a cabo los mismos estudios quePenn y, aunque no era académicamente tan brillante como él, poseía evidentesaptitudes interpersonales que le hacían agradable a todo el mundo. Fue poresto por lo que, de las ocho entrevistas a las que acudió cuando terminó lacarrera, acabó recibiendo siete ofertas de trabajo y acabó alcanzando el éxitoen su campo profesional, mientras que Penn, por su parte, fue despedido de suprimer empleo a los dos años.Y es que Penn carecía de algo que Matt poseía, es decir, de inteligenciaemocional.

EL TÚ Y EL ELLOUna mujer cuya hermana acababa de fallecer me contó que había recibidola llamada telefónica de condolencia de un amigo que, pocos años atrás, habíaperdido también a su propia hermana. Cuando su amigo le dio el pésame, lamujer, visiblemente conmovida, le abrió su corazón y empezó a contarle lospormenores de la larga enfermedad que finalmente acabó arrebatándole a suhermana.Pero, mientras estaba contándole lo mucho que la añoraba escuchó, alotro lado de la línea telefónica, el sonido de las teclas de un ordenador, como sisu interlocutor estuviera aprovechando la ocasión para poner al día su correoelectrónico. Entonces sus comentarios fueron vaciándose gradualmente decontenido hasta tornarse superficiales y automáticos.Cuando finalmente colgó el teléfono, experimentó la punzada visceralcaracterística del tipo de relación que el filósofo Martin Buber denominó yoelloy se sintió peor que antes de la llamada

CAPÍTULO 8LA TRÍADA OSCURA

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Mi cuñado, Leonard Wolf, es un hombre amable y compasivo, un estudioso de Chaucer y un experto en la literatura y la cinematografía de terror.Esos intereses le llevaron, hace ya unos cuantos años, a escribir un libro sobre un asesino en serie de la vida real que, antes de ser atrapado, había estrangulado a diez personas, incluidos tres miembros de su propia familia.Para ello, Leonard visitó al asesino en prisión en varias ocasiones.Cuando finalmente logró acopiar el coraje necesario, le formuló la pregunta que más le desconcertaba:¿Cómo pudo hacer una cosa tan espantosa? ¿Acaso no sintió compasión por sus víctimas?¡Oh no! replicó entonces el asesino con toda naturalidad. Tuve que desconectar esa parte de mí porque, de haber experimentado su sufrimiento, jamás hubiera podido hacerlo.La empatía es el principal inhibidor de la crueldad, por ello la represión de la tendencia natural a experimentar lo que los demás sienten nos permite tratarlos como si no fueran más que una cosa.La espeluznante respuesta de ese estrangulador Tuve que desconectar esa parte de mí alude a la posibilidad de truncar a propósito la empatía y contemplar fríamente el sufrimiento ajeno. Es precisamente por ello uno de los desencadenantes de la crueldad consiste en la represión de la tendencia natural que nos permite conectar con los demás y sentir lo que sienten.Quienes carecen de la capacidad de establecer contacto con los demás caen típicamente dentro del ámbito del narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía, es decir, lo que los psicólogos han calificado como la tríada oscura . Todas ellas comparten, en distinta medida, rasgos a veces muy ocultos tan poco atractivos como el rencor, la hipocresía, el egocentrismo, la agresividad y la insensibilidad.

1Cierto director general narcisista solicitó, en una ocasión, psicoterapia a Maccoby con la intención de descubrir por qué se enfadaba tan fácilmente con sus subordinados y se tomaba como una afrenta personal hasta las más valiosas

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sugerencias, sin tener en cuenta a las personas que las habían propuesto. Esa psicoterapia le permitió rastrear e identificar el origen de su ira hasta el sentimiento infantil de no haber sido valorado jamás por su distante padre que, hiciera lo que hiciese, nunca parecía satisfecho con sus logros. Entonces fue cuando se dio cuenta de que todos sus esfuerzos estaban dirigidos a compensar con las alabanzas de sus subordinados esa necesidad emocional infantil insatisfecha. Es por ello que, en cada ocasión en que se sentía infravalorado, no tardaba en enfurecerse.Esa comprensión alentó un cambio que le permitió empezar a tomarse en broma su apremiante necesidad de aplauso. En un determinado momento reunió a su equipo directivo y les anunció que había emprendido un psicoanálisis, solicitándoles su opinión al respecto. Tras una larga pausa, un alto ejecutivo acopió finalmente el coraje necesario para decirle que hacía tiempo que no le veía enojarse y que, independientemente de lo que estuviera haciendo, estaba sentándole bien y debía seguir en ello.El lado oscuro de la lealtad

Mis alumnos dice cierto profesor de una escuela empresarial consideran la vida dentro de una organización como una especie de feria de las vanidades en la que quien quiere prosperar no tiene más remedio que adular a sus superiores.Según esos alumnos, la adulación es una de las condiciones imprescindibles del ascenso y poco importa si, a lo largo de este proceso, se ven obligados a ocultar, minimizar o distorsionar información importante, porque con astucia y un poco de suerte, siempre habrá alguien que acabe cargando con los platos rotos.4Ese cinismo pone claramente de relieve el peligro que entraña el narcisismo patológico. Y, cuando esa visión es compartida por una masa crítica de empleados y se convierte en el protocolo estándar, la organización entera acaba asumiendo rasgos manifiestamente narcisistas.

EL MAQUIAVÉLICO: MI FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS

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El gerente de un gran departamento de un gigante industrial europeo poseía una reputación un tanto ambigua ya que, mientras que sus subordinados le temían y odiaban, su jefe le encontraba realmente encantador. Socialmente muy brillante, hacía todo lo que estuviese en su mano para impresionar no sólo a su jefe, sino también a todos los clientes. Pero, en cuanto volvía a recluirse en su despacho, no tardaba en convertirse en el tirano mezquino de siempre, gritando sin empacho a quienes hacían las cosas mal y sin alentar tampoco a los que sobresalían.Un asesor independiente contratado por la empresa para valorar la actuación de sus directivos detectó de inmediato lo desmoralizados que estaban los empleados de ese departamento. No hicieron falta muchas entrevistas para que detectara el egocentrismo de ese directivo, que no mostraba el menor interés por la empresa ni por las personas cuyo esfuerzo le hacían acreedor de las alabanzas de su jefe.El asesor recomendó entonces su sustitución, cosa que el director general acabó admitiendo a regañadientes, pero nuestro hombre no tuvo el menor problema en deslumbrar a su nuevo jefe y encontrar otro trabajo similar.Todos reconocemos de inmediato a este ejecutivo manipulador, porque impregna la cultura popular y lo hemos visto en incontables ocasiones en los ámbitos del cine, el teatro y la televisión. Es el estereotipo del bellaco, el malvado insensible y refinado que no tiene empacho alguno en aprovecharse de los demás.Se trata de un personaje tan viejo que ya vemos en forma del demonioRavana en la epopeya india del Ramayana y tan contemporáneo como el emperador del mal de la saga de La guerra de las galaxias. Aparece en innumerables ocasiones y bajo los ropajes más diversos como el científico loco que aspira a dominar el mundo o el jefe encantador y desalmado de una banda de criminales al que todos odian por su maldad y su falta de escrúpulos.Cuando Nicolás Maquiavelo escribió El príncipe, el manual del siglo

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XVI en el que describe las estrategias necesarias para alcanzar y conservar el poder político sin importar, para ello, los medios utilizados, dio por sentado que el gobernante ambicioso sólo piensa en sus propios intereses, sin mostrar la menor preocupación por sus subordinados ni por las personas que debe aplastar para alcanzar sus objetivos.11 Para el maquiavélico, el fin justifica los medios, independientemente del sufrimiento que ello pueda provocar. Ésta fue la ética que floreció durante los siglos posteriores entre los seguidores de Maquiavelo en los invernaderos de las cortes reales europeas (y que todavía sigue floreciendo en muchos círculos políticos y empresariales del mundo contemporáneos).Maquiavelo no creía en el altruismo y consideraba que el egoísmo es la única fuerza impulsora de la naturaleza humana. En realidad, sin embargo, es muy probable que el político maquiavélico no considere egoístas ni malvados sus fines, porque siempre puede encontrar una justificación racional convincente. No es de extrañar, por tanto, que los gobernantes totalitarios sigan justificando su tiranía en la necesidad de proteger al Estado de algún adversario siniestro, aunque sólo se trate de un enemigo imaginario.

El psicópata: El otro como objetoEl tema de la sesión de terapia de cierto hospital acabó derivando un buendía hacia la comida que servían en la cafetería. Unos alabaron entonces los postres, otros se refirieron a lo mucho que engordaba y uno afirmó su expectativa de que no volvieran a cocinar lo mismo de siempre.Pero la cabeza de Peter iba en una dirección completamente diferente,porque sus pensamientos giraban en torno al dinero que habría en la caja registradora, cuánta gente se interpondría en el camino que separaba la caja de la puerta de salida y cuánto tiempo tardaría en encontrar una chica con la que pasar un buen rato.16

Peter estaba en el hospital a causa de una orden judicial expedida por haber violado la libertad condicional. Desde su adolescencia, Peter había abusado del alcohol y de las drogas

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y se había mostrado agresivo con mucha frecuencia. Actualmente sufría condena por haber realizado llamadas telefónicas amenazadoras y, en ocasiones anteriores, había estado en la cárcel por lesiones y daño a la propiedad. También admitía libremente haber robado a su familia y a sus amigos.El diagnóstico de Peter era el de psicopatía, es decir, trastorno de personalidad antisocial , el nombre con el que el manual de diagnóstico psiquiátrico denomina hoy en día a un desorden que también se conoce como sociopatía . Pero, independientemente del modo en que lo llamemos, el trastorno se asienta en el engaño y la desconsideración, una falta de responsabilidad que no genera el menor remordimiento sino tan sólo indiferencia hacia el sufrimiento emocional que su conducta pueda provocar en los demás.Esta insensibilidad y frialdad suele aparecer a una edad muy temprana, ya que la ternura parece completamente ajena al mundo interno de los psicópatas.Cuando un niño ve a otro enojado, asustado o triste se siente mal, lo que le lleva a tratar de ayudarle para que se sienta mejor. Pero éste es un rasgo completamente ajeno a la infancia del psicópata que, siendo niño, no suele percibir el sufrimiento emocional de los demás y, en consecuencia, no pone freno a la maldad ni a la crueldad. Es por ello que torturar animales constituye un precursor de la psicopatía adulta.

El estímulo moralEn los últimos minutos de un reñido partido que debía decidir el equipoque pasaría a la siguiente fase de la liga universitaria, John Caney, entrenador del equipo de baloncesto de la Temple University, apeló a medidas desesperadas.Chaney sacó entonces a la cancha a un gigante de casi dos metros y ciento trece kilos de peso con la intención de que hiciese todas las faltas necesarias sin importar que, de ese modo, lesionase a los jugadores del equipo contrario. Pero una de esas faltas envió al hospital con un brazo roto a uno de sus

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contrincantes con una lesión que le mantendría en el banquillo durante el resto de la temporada.Entonces fue cuando Chaney se expulsó a sí mismo. Luego llamó por teléfono al jugador lesionado y a sus padres para disculparse y se ofreció a pagar la factura del hospital.27 Como dijo el mismo Chaney a un periodista:«Me siento muy mal. La verdad es que estoy muy arrepentido por lo que he hecho».Este arrepentimiento ilustra claramente la distinción esencial existente entre los integrantes de la tríada oscura y otras personas que incurren en actos censurables. El remordimiento y la vergüenza y sus primos hermanos la vergüenza, la culpabilidad y el orgullo son emociones sociales o morales, algo que los integrantes de la tríada oscura sólo experimentan si es que lo hacen de manera muy amortiguada.