Analisis el queso y los gusanos
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Menocchio
Su nombre era Domenico Scandella, y era conocido bajo el seudónimo de Menocchio.
Nació en 1532 en Montereale, una localidad al norte de la península itálica, próxima a
los Alpes del Véneto. Siempre vivió en esa localidad, salvo durante dos años que fue
desterrado, entre 1564 y 1565, producto de una riña. Durante ese período residió en un
pueblo cercano –Arba- y en una localidad de la comarca de Carniola en el cuál no se
conoce. Era casado y era padre de siete hijos; otros cuatro murieron. Según su
declaración, se dedicaba a trabajar en los molinos, era carpintero, entre otros oficios,
pero su actividad principal era ser molinero. No era un molinero pobre, tampoco rico.
Hacia 1581 fue alcalde de su municipio y de las “villas” cercanas, así como también
ocupó un cargo administrativo en la parroquia de Montereale. No era cualquier
campesino, sabía leer y escribir y había concurrido a la escuela, donde incluso se cree
que aprendió latín. Fue el 28 de setiembre de 1583 que Menocchio es denunciado al
Santo Oficio, acusado de haber pronunciado palabras heréticas e impías sobre Cristo. No
se trataba de simples blasfemias, lo que Menocchio había intentado expresar sus
opiniones, pero argumentándolas, lo que agravaba la situación.
La Historia desde abajo
Hobsbawm en su obra “Sobre la Historia”, dedica un capítulo a la historia desde bajo, la
historia de las mayorías. Allí, plantea que uno de los primeros precursores a George
Rudé. Ahora bien, ¿Por qué la Historia de los de abajo es una moda tan reciente? Porque
la mayor parte de la Historia que escriben los cronistas contemporáneos y eruditos
posteriores desde el principio de la alfabetización hasta, finales del siglo XIX, nos dice
tan poco sobre la gran mayoría de los habitantes de los países o estados que eran el
tema de dicha historia.
La pregunta típica del siglo XX y que dio impulso a este movimiento era ¿Quién
construyó Tebas, la de las Siete Puertas? (Tebas: capital del Antiguo Egipto durante
miles de años). En tiempos pasados la Historia, como ya sabemos, se escribía para
glorificar a los gobernantes, cosa que incluso se hace hoy. Aunque, lo que plantea
Hobsbawm, es que no está claro quien lee ese tipo de Historia, afirmando que las masas
seguro que no.
La Historia de abajo, solo pasa a estar relacionada o a formar parte del tipo de Historia
tradicional, sólo cuando se convierte en un factor constante en la toma de decisiones y
en tales acontecimientos políticos. Esto comienza a suceder en la era de las grandes
revoluciones de finales del siglo XVIII. Es aquí cuando aparece la historia de la gente
corriente. Con su obra sobre la Revolución francesa, Michelet fue uno de los primeros
historiadores en interesarse en los de abajo. Lo que determinó la mayoría de los temas e
incluso los métodos de la historia desde abajo fue la tradición francesa de historiografía
en conjunto del pueblo francés y no de la clase dirigente. Esto fue en Francia, pero fue
recién después de la II Guerra Mundial que esto se extiende a otros países. El marxismo,
según Hobsbawm tiene una plena aportación del mismo, aunque si hablamos en líneas
generales, el socialismo es quién lo tiene, el interés por la historia de los de abajo
aumentó al crecer el movimiento obrero.
La Historia de los de abajo presenta como contrapartida que no existe ya un conjunto de
material relativo a ella. ¿Por qué el origen en la Revolución francesa? Por tratarse, en
primer lugar, de una gran revolución, donde actuaron muchas personas que antes
destacaban muy poco. En un segundo lugar, porque está documentada por medio de una
vasta y laboriosa burocracia que las clasificó y guardó en archivos nacionales.
El historiador de los de abajo, encuentra sólo lo que busca y no lo que ya le está
esperando. El historiador realiza preguntas a esas fuentes, encuentra sólo lo que busca y
no lo que ya le está esperando. El tratamiento de la historia de los de abajo es largo y
complicado.
Microhistoria
La microhistoria surge entre fines de los setenta y principios de los ochenta, como un
retorno de los individuos a la Historia, tras un cuestionamiento a los grandes modelos
interpretativos. El estructuralismo era criticado por ocultar las historias individuales,
así como la Historia social también lo era por construir una visión única del desarrollo
de la historia mundial en términos de industrialización y urbanización, cayendo en
generalizaciones semejantes e ignorando, en todo caso, las consecuencias sociales de
ambos procesos.
Además, Lorenz plantea que los modelos interpretativos en la Historia que tomaban
como objeto a “los de abajo” perdían de vista el análisis de las articulaciones entre las
estructuras de dominación y los actores, es decir, entre los sujetos y las instituciones, los
grupos o las comunidades. Esto generaba, por ejemplo, una idealización de los sectores
populares, entendidos como un “Estado puro” frente a los restantes actores sociales.
Ante estos problemas, es que aparece la Microhistoria. Según Roger Chartier
“diferenciada radicalmente de la monografía tradicional, la Microhistoria intenta
reconstruir, a partir de una situación particular, normal porque excepcional, la
manera en que los individuos producen el mundo social, por sus alianzas y sus
enfrentamientos, a través de las dependencias que los unen o los conflictos que
los oponen”. (Chartier, 1995; p. 49).
La mirada de la Microhistoria implica, a la vez, la asunción de que existen múltiples
historias y culturas, y por lo tanto, de que no hay un elemento constituyente de la
historia, sino muchos. ¿Cómo se jerarquiza y organiza ahora el análisis histórico? La
posibilidad de plantear esta pregunta revela la fuerte conmoción que significó la
Microhistoria para las distintas formas de entender el hacer de la historia que venimos
analizando. Por otra parte, la multiplicidad de objetos tan distintos abrió la puerta a una
renovación metodológica, puesto que se pensaba que cada una de esas realidades
requería métodos analíticos específicos. Estos métodos, sin embargo, coincidían en
permitir el énfasis en el análisis cualitativo de los procesos históricos.
Un elemento central para esa mirada lo constituye la noción de descripción densa
elaborada por el antropólogo cultural Clifford Geertz. Para Geertz, la cultura y los modos
de vida son visibles en rituales o actos de alto contenido simbólico que, mediante el
análisis adecuado, pueden ser leídos como un texto. Es decir, los fenómenos culturales
son tratados como un hecho semiótico, constituido por un entramado de relaciones de
producción, circulación y recepción.
“El concepto de cultura que propugno (…) es esencialmente un concepto semiótico
(ciencia que se encarga del estudio de signos que permite la comunicación entre los
individuos, sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción). Creyendo con
Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo
ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de
ser, por lo tanto, no una ciencia experimenta en busca de leyes, sino una ciencia
interpretativa en busca de significaciones.”
Uno de los aportes más notables de la escuela microhistórica es realizado por
Guinzburg. Su libro más conocido, El queso y los gusanos, es el estudio de los juicios
inquisitoriales a los que fue sometido el molinero Menocchio, habitante del Friuili. Fue a
partir de las actas de los jueces que Guinzburg pudo reconstruír un diálogo fascinante
entre dos mundos culturales, el de los subalternos y los poderosos, y, a la vez, ensayar
una interpretación de las formas en que los libros eran reinterpretados por el mundo de
una cultura campesina particular.
La Microhistoria ha concentrado su interés en cuestiones como la vida privada (la
infancia, la muerte, los gustos, las prácticas de lectura) y las ha analizado
cualitativamente a partir de casos individuales o muy acotados numérica y
espacialmente. Las investigaciones no permiten pensar en una clase obrera homogénea,
como lo pensaban los marxistas. Junto al abandono de categorías analíticas como las de
Estado y mercado, por ejemplo, y la gran cantidad de matices introducidos en nociones
como la de “experiencia de clase”, la Microhistoria sostiene la idea de que el poder y la
resistencia a éste estructuran las relaciones sociales y, por tanto, de que es posible
rastrearlos aun en casos individuales. El conflicto, como en el caso del molinero
Menocchio, está enraizado incluso dentro de la persona misma. El gran cuestionamiento
a la lectura propuesta por la Microhistoria radica justamente en la pregunta siguiente:
¿es relevante un caso para la explicación histórica?
La Imprenta
Johannes Gutenberg hizo uno de los descubrimientos que tendría un impacto más
profundo en la historia. Gutenberg nació en 1398 en Maguncia. En Europa durante
muchos siglos no se conoció más forma de producción de textos que la copia manuscrita
realizada por escribanos. El trabajo se centró en los escritorios de los monasterios, pero
en el siglo XIII la producción de manuscritos se desplazó a los nuevos centros
universitarios, donde surgieron talleres que llegaron a emplear a medio centenar de
copistas, organizados de forma prácticamente industrial. También se generalizó
entonces el uso del papel, elaborado con lino y cáñamo, mucho más barato y manejable
que el pergamino. Por otra parte, a finales del siglo XIV se difundió en Europa la técnica
del grabado sobre madera, o xilografía, que permitía imprimir gran número de imágenes
sobre tela o papel a partir de una única plancha. Esta primera imprenta se orientó
inicialmente a la producción de imágenes piadosas, individuales o combinadas para
formar libretos. También se podían imprimir opúsculos impresos por una sola cara, que
coexistieron con los libros impresos en tipos metálicos durante la segunda mitad del
siglo XV. Tenía, sin embargo, el inconveniente de que las planchas de madera grabada,
además de requerir mucho tiempo para su talla, se deterioraban rápidamente. Faltaba
idear un sistema que permitiera imprimir mecánicamente textos escritos sin que fuera
necesario grabar cada página. La solución fueron los tipos móviles: letras talladas en
metal que podían combinarse para formar las palabras y líneas de una página de texto.
Las ventajas del procedimiento, que permitía reproducir escritos con una rapidez y a
una escala sin precedentes, le garantizaron un éxito fulgurante que se ha prolongado
hasta la actualidad.
Los primeros ensayos de impresión de Gutenberg habrían sido en Estrasburgo
(Francia), con el apoyo de sus socios en la empresa de fabricación de espejos. Para
seguir produciendo libros, se apoyó en socios capitalistas. La empresa fue un éxito
comercial desde el principio. Maguncia fue invadida hacia 1462, lo que hizo que muchos
artesanos y comerciantes huyeran, entre ellos distintos impresores que habían creado
su negocio en los últimos años. Esta emigración forzosa favoreció la rápida difusión del
arte de la imprenta a lo largo del Rin y luego por toda Europa, primero en Italia (Roma,
1467) y después hacia Francia (París, 1469). España acogió la primera imprenta en
1472, en Segovia, donde se instaló un impresor originiario de Heidelberg.
El impacto de la invención de la imprenta provocó una revolución en la cultura, el saber
escrito dejó de ser patrimonio de una élite y se extendió a amplias capas de la población.
La escritura fue sustituyendo a la tradición oral como forma privilegiada para transmitir
conocimientos.
La Contrarreforma
Con el concepto de contrarreforma se designa al largo período de la historia de la Iglesia
Católica en el que, paralelamente a la reforma protestante y como respuesta a ella, se
puso en práctica el compromiso de combatir doctrinas reformistas y detener su difusión
y, al mismo tiempo, unificar una clarificación teológica y una renovación de las
estructuras de la Iglesia, de su praxis pastoral y de su liturgia. Este movimiento de
restauración iba a tener profundas consecuencias en la vida religiosa y en los procesos
simbólicos colectivos, así como en la presencia social, en los modelos ideológicos y
culturales, y en la autoconciencia histórica de la institución de la Iglesia. Dentro de este
amplio significado, dicho concepto se nos presenta todavía como el más adecuado para
definir los múltiples aspectos de la profunda renovación de la iglesia romana que tuvo
lugar en el período comprendido entre el concilio de Trento (1545 – 1563) y la guerra
de los Treinta Años (1618 – 1648) y que, además, contiene en sí mismo tanto la idea de
restauración católica predominanate en el pasado, que acentuaba sus elementos
escencialmente políticos y conservadores, como la de reforma católica, concepto
acreditado por una historiografía muy desarrollada en los últimos decenios. Este último
concepto, sin embargo, en el esfuerzo por tratar de dar la máxima autonomía a dicha
restauración a partir de a simple contraposición negativa al desafío protestante, y por
enfatizar las fuerzas endógenas de renovación, terminó concentrándose en el primer
período postridentino y, en muchos casos simplificando procesos históricos al
convertirlos en la tranquilizadora imagen de una conquista progresiva de las altas
dignidades de la Iglesia por parte de las demandas reformadoras (que vencieron en la
sede conciliar, y después lograron difundirse por toda la comunidad de los fieles, gracias
al esfuerzo sin fisuras de una jerarquía eclesiástica renovada). Por otra parte, estos
procesos históricos fueron muy complejos y estuvieron llenos de contradicciones
corriendo el riesgo de transformarse algunas veces en una nueva frontera de
presupuestos apologéticos planteados tardíamente.
Orígenes. Prescindiendo de las peticiones de renovación in capite et in membris
anteriores a la secesión protestante, también muy generalizadas y, por otra parte, muy
desatendidas por el concilio Lateranense V (1512 – 1517), convocado en primer lugar
por razones políticas, tuvo que ser la tragedia del saqueo de Roma (1527) la que
provocara una reacción. A partir de ese momento, se impuso la necesidad de enfrentarse
–con un oportunismo interés político y religioso- a la propagación de la herejía (a ambos
lados de los Alpes), dando cauce a las muchas reformas que eran necesarias para
devolver a la Iglesia una credibilidad que se hallaba muy comprometida; también para
consolidar su compactibilidad institucional y teológica a causa de las difíciles
confrontaciones y de los choques que se anunciaban; y para restaurar o crear ex novo
medios operativos que reforzasen su presencia en el cuerpo social. Una vez finalizada la
larga etapa de los Médicis, con la elección de Paulo III (1534) el papado empezó a
considerar dichas cuestiones. En primer lugar, facilitó la renovación del Sacro Colegio
nombrando a figuras de alto nivel cultural y religioso para ocupar los cargos más
importantes de la Iglesia; promovió un debate sobre las reformas necesarias, entre
cuyos frutos merece ser recordado el Consilium de emendanda Ecclesia (1536); y,
finalmente, dirigió una intensa actividad diplomática como preparación a un concilio,
reclamado por muchos sectores como única solución posible a la crisis que se estaba
viviendo.
Concilio de Trento. Convocado por primera vez en Mantua (1537) y después en Trento
(1542), el concilio no logró reunirse hasta diciembre del año 1545. Fue suspendido en
1549 a raíz de la protesta imperial por su traslado a Bolonia (1547), decretado por la
Santa Sede para reforzar su control en los trabajos de la asamblea, protesta que impidió
su continuación. Julio III lo volvió a convocar en Trento (1552), pero los graves sucesos
de la política europea hicieron que se interrumpiera un año después. A causa de la
actitud intransigente de Paulo IV, el concilio no pudo volver a ser convocado hasta un
decenio más tarde, en 1562-1563. Al año siguiente, Pío IV promulgó solemnemente los
decretos del concilio -con una sanción formal que ratificaba la supremacía papa sobre la
asamblea de los obispos-, e instituyó una congregación de acardenales con la misión de
promover sus resoluciones. En el período que Paolo Serpi definiría después como la
“líada de nuestro siglo”, la supremacía del episcopado italiano fue constante (pero, con
frecuencia, subordinado por completo a los legados papales y, por lo tanto, a la Santa
Sede), aunque tuvo que medirse con el español e imperial, fiel a la ortodoxia tradicional,
pero dispuesto a pedir un mayor esfuerzo reformador que pudiese dar alguna respuesta
positiva a los requerimientos del mundo alemán. El episcopado francés solo participo en
la última fase del Tridentino, del que siempre se excluyeron las delegaciones
protestantes. En lo referente a sus discusiones y a los decretos que de ellas se derivaron,
la decisión de equiparar las cuestiones teológicas a las que se basaban en proposiciones
de reforma (temida y combatida por Roma), fue resuelta dando primacía a las primeras,
gracias a una pronta definición de la doctrina católica respecto a las fuentes de la
revelación (reconociendo el mismo valor a la tradición eclesiástica que a las Sagradas
Escrtituras, y optándose por la Vulgata como texto canónico, por encima de las versiones
más actualizadas de la filología humanista, así como al pecado original, a la salvación a
través de la fe y de las obras, a los sacramentos y a su eficacia ex opere operato, al
purgatorio, al culto de los santos y de las reliquias, y a las indulgencias. Esta doctrina,
contenida en el formulario de la Professio fidei tridentinae, impuesta a los eclesiásticos,
finalmente encontrará su definitiva sistematización en el Catechismus instodo durante la
última convocatoria, incluyendo una serie de normas sobre la asignación de beneficios,
elección de los sacerdotes, deber de residencia de los obispos y párrocos, creación de
seminarios, sínodos diocesanos y visitas pastorales, predicación, matrimonio, celibato
sacerdotal y órdenes regulares.
Consecuencias del Concilio tirdentino. La puesta en práctica de estas normas,
eficazmente promovidas desde Roma, marcó la actualización de la Iglesia romana hasta
más allá del final del s. XVI. Esta obra pudo realizarse gracias a las siguientes iniciativas:
a través de un gran esfuerzo organizativo y de un renovado compromiso del clero en su
atención a las salas animarum; de un generoso impulso caritativo y asistencial, así como
de una diversificada disciplina de la práctica devocional y de la moralidad de las
costumbres, dirigida por una jerarquía eclesiástica atenta a su cumplimiento (es la
época de los grandes obispos reformadores, como Gabriele Paleotti, en Bolonia, y sobre
todo, san Carlos Borromeo, en Milán, que muy pronto fue considerado modelo ejemplar
de celo pastoral); de una profunda clericalización de la vida religiosa, basada en un
monopolio paternalista de lo sagrado, y de una renovación litúrgica (el Missale romanum
es de 1570) que en la fastuosa solemnidad de los ritos y en el arte barroco halló
instrumentos eficaces de gran atracción colectiva; de una “razón de iglesia” fundada en
el triunfalismo católico, en la exaltación de la suprema autoridad papal, y en una valiente
defensa de los privilegios jurisdiccionales que no dejó de provocar fuertes choques con
el poder estatal; y, finalmente, un poderoso esfuerzo misionero, no sólo en continentes
lejanos (Congregación de Propaganda Fide, 1622) sino también en zonas rurales todavía
cristianizadas superficialmente (“nuestras Indias”, como escribían los jesuitas), aunque
no sin graves conflictos con la cultura y el mundo mágico-popular, como demuestra la
explosión del fenómeno de la caza de brujas en toda Europa. Las nunciaturas que poco a
poco se iban creando en muchos Estados europeos y, sobre todo, las nuevas órdenes
religiosas fundadas en el s. XVI, fueron instrumentos decisivos a conseguir grandes
éxitos incluso en el frente exterior (en Alemania meridional, Polonia y Francia –la
hugonottorum strages de la noche de San Bartolomé tuvo lugar en 1572-, además del
frente de la lucha contra los turcos, con la gran victoria de Lepanto en 1571, lograda por
la Liga Santa y tenazmente deseada por Pío V). La principal característica de las órdenes
religiosas consistía en captar a clérigos regulares, es decir, a sacerdotes que se
comprometían a vivir en comunidad siguiendo una regla. Las más importantes son las
que siguen: teatinos (1524), capuchinos (1525), congregación de clérigos regulares o
somascos (1528) y escolapios (1597). El compromiso asistencial, la predicación, la
evangelización misionera y, sobre todo, la enseñanza, fueron las responsabilidades
prioritarias de estos nuevos ejércitos católicos, por eficaces estructuras organizativas y
una profunda formación ideológica. Desde Siracusa a Riga, de Lublin a Burdeos, y de
Cádiz a Cluj, se multiplicaron por toda Europa los colegios jesuitas que, muy pronto,
alcanzaron gran renombre –incluso entre los no católicos- por la calidad de su
enseñanza. Todo esto contribuye a explicar los notables resultados conseguidos por la
Iglesia católica en su intento de detener y, en algún caso, de rechazar la marea
protestante. Algunos de estos logros fueron: la sensible elevación del nivel cultural y el
compromiso pastroal del clero, la reorganización de la curia (fue primordial la gran
reforma del Sacro Colegio llevada a cabo por Sixto V en 1586), la normalización de las
formas colectivas de la vida religiosa a través de métodos rigurosamente organizados y
controlados, así como el consenso social generalizado que la institución eclesiástica
supo conquistar en todos los niveles de la sociedad en esta obra de restauración. Sin
embargo, al hacer la valoración de la contrarreforma, no podemos olvidar los inflexibles
instrumentos de represión que la acompañaron, no sólo con el fin de acabar con
cualquier intento de disensión, sino también para prevenir la posibilidad de que ésta
pudiera surgir y manifestarse. Las armas más eficaces de que se valió la autoridad
eclesiástica para imponer el consenso dentro de unos límites precisos e infranqueables,
fueron: el Supremo Tribunal del Santo Oficio Romano, instituido formalmente en 1542
con responsabilidades orientadoras, de coordinación y centralización de las
inquisiciones periféricas, cuyo objetivo era perseguir a los culpables de desviaciones
doctrinales (al principio, sólo a los reformados y anabaptistas, pero, después, también a
los blasfemos, magos y brujos, así como a los literatos y pintores inconformistas, y a los
filósofos y científicos no alineados con la tradición aristotélica); y el severo control
censor de las publicaciones, puesto en práctica con el imprimatur preventivo y, sobre
todo con el índice de libros prohibidos (cuyas primeras condenas aparecieron en Italia a
partir de los años cuarenta del s. XVI, oficialmente confirmadas en el índice tridentino
en 1564, que después fue actualizado periódicamente por una congregación
cardenalicia especial, instituida en 1571). Los modelos apologéticos y controversistas de
la cultura de la contrarreforma, que hallan su perfecta expresión en el campo teológico
con las Disputationes (1586 – 1593) de Roberto Bellarmino, y en el historiográfico con
los Annales ecclesiastici (1588 – 1607) de Cesare Baronio, a pesar de los períodos de
intranquilidad y calma (especialmente con motivo de la controvertida absolución de
Enrique IV, decretada por el papa Clemente VIII, y, después, al comienzo del pontificado
de Urbano VIII) que entre los siglos XVI y XVII pareció que podían resquebrajar su sólida
impermeabilidad, acabarán consolidándose en formas cada vez más cerradas y
autoritarias después del fracaso de las fuerzas augsbúrguicas durante la guerra de los
Treina Años, cuyo final señalará también un acusado agotamiento de las ener´gias más
vivías y vitales de la contrarreforma.
El pensamiento de Menocchio
El 28 de septiembre de 1583 un campesino llamado Domenico Scandela, apodado
“Menocchio” de cincuenta y dos años de edad es denunciado por pronunciar palabras
“heréticas e impías” sobre Cristo. Pero no por simplemente pronunciar sus palabras,
sino que invitaba al debate con incluso sacerdotes, y buscaba el debate en público
también.
Ante esta situación, es que el Santo Oficio realiza una citación a Menocchio, donde es
arrestrado y también se le presta declaración. Es a partir de las declaraciones que allí
presentaría, las cuales quedaron documentadas, que Guinzburg elabora la cosmovisión
que tenía este campesino de la región de Friuli.
Uno de los primeros temas que aparecen en la obra, es la duda de Menocchio respecto a
la virginidad de María, donde allí es interrogado al respecto. El mismo afirma haber
dudado respecto a este tema, pero se excusaba que él a nadie obligaba a creerle.
Respecto al origen del universo, Menocchio declaraba:
“Yo he dicho que por lo que yo pienso y creo, todo era un caos, es
decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y aquel volumen poco a
poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se
forman gusanos, y éstos fueron los ángeles; y la santísima
majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles…”1
1 GUINZBURG, C. El queso y los gusanos. Pág. 94
Menocchio representaba al mundo como un queso, y posteriormente
representaba a los humanos como gusanos que habían nacido de ese queso.
Resulta llamativa la metáfora que el campesino utiliza para representar su
cosmovisión. En este caso podemos ver claramente lo que Guinzburg
planteaba al principio de la obra, la forma en cómo confluye en las clases
populares la visión histórica que ellos tienen con lo que plantean las clases
intelectuales, cómo adaptan la “cultura superior” a su vida cotidiana.
En un principio, respecto a la crucifixión de Jesús, planteaba que se dejó
crucificar y que además era un hombre como todos nosotros salvo que tenía
mayor dignidad y lo comparó con la figura del papa:
“era hombre como nosotros, pero de mayor dignidad, como si
dijeramos hoy día el papa, que es hombre como nosotros, pero con
más dignidad que nosotros porque tiene poder; y el que fue
crucificado nació de San José y la virgen María.”2
Por tanto, ante esta declaración que Menoccquio realizaba, ¿era Jesús un mortal más?, al
afirmar que nació producto de la relación de María y José ¿estaba rechazando la
concepción de que María era virgen al momento de quedar embarazada de Jesús?
Incluso era muy crítico respecto a las misas para los muertos. Creía que éstas no tenían
sentido, porque uno fijaba su destino en el paraíso en base a las obras que hacía
mediante estuviese en “este mundo”, y es en base a eso que se juzga el destino de esa
alma y no en base a las oraciones que se hagan luego del fallecimiento. Bajo esta
concepción que tenía este campesino, podemos ver que rechazaba la visión del
purgatorio.
Además, plantea una fuerte crítica a la opresión que ejercían los ricos sobre los pobres,
especialmente mediante el uso de una lengua incomprensible para ellos como lo era el
latín. Este ejemplo, plantea Guinzburg, es sólo un ejemplo de la opresión general que
había y dónde la Iglesia era cómplice pero también partícipe. El mismo Menoccquio lo
puso en evidencia al momento de plantear que tanto el papa, como los cardenales y los
2 GUINZBURG, El queso y los gusanos. Pág. 97
obispos eran tan grandes y ricos que oprimían a los pobres, los cuales si tenían campos
alquilados eran pertenecientes a la Iglesia. Incluso rechazaba todos los sacramentos,
incluido el bautismo, por ser invenciones de los hombres, “mercancías” los denominaba,
instrumentos de explotación y opresión por parte del clero. Discrepaba incluso con los
evangelios, ya que éstos eran, según Menocchio, parte verdad y parte era escrito por los
evangelistas, ya que respecto a mismos temas había diferencias entre un evangelio y
otro.
Era muy crítico respecto a la pomposidad de la Iglesia, deseaba que hubiese un “mundo
nuevo”. Esta postura resulta interesante producto de que Guinzburg realiza una especial
conexión con la coyuntura política y social de este período en la región de Friuli. La región
hacia el siglo XVI estaba envuelta en una gran crisis económica como también en una gran
crisis política. Partir del relato documentado de un simple campesino y su forma de vivir, de
cómo se quejaba de la opresión por parte de la aristocracia como también de la Iglesia,
evidenciaban una situación de miseria por parte de las clases populares. Situación que
Guinzburg en esta obra marca muy bien, con una nobleza dividida entre pro-Venecia y
hostiles a Venecia; así como también una situación de hostilidad que se vivía por parte de los
campesinos respecto a la nobleza de esa región, que conllevó a revueltas armadas por parte de
ambas partes. Guinzburg además afirma que los informes de los gobernadores venecianos
durante este período insistían sobre la miseria de los campesinos, producto de las malas
cosechas vividas en aquel entonces.
Menocchio era consciente en la situación en la que él se encontraba, entre ricos y pobres, él
se encontraba dentro de los pobres. Criticaba duramente las jerarquías sociales. Otro aspecto
que criticaba también es la corrupción de la cristiandad, criticaba a los cristianos que en vez
de dar el ejemplo obrando bien, yendo a los templos a servir a Dios, pasaban en las tabernas,
jugando, bebiendo y comiendo como animales.
Guinzburg plantea que Menocchio por su visión del mundo se aproxima en muchos puntos a
la posición de los anabaptistas. Básicamente en lo que refiere a la insistencia en la sencillez
de la palabra de Dios, el rechazo a las imágenes sagradas, de las ceremonias y de los
sacramentos, la negación a la divinidad de Cristo, su adhesión a una religión basada en las
obras, su crítica a la pomposidad eclesiástica. Los anabaptistas se extendieron por el norte y
centro de Italia y era muy común que los anabaptistas se reunieran en la casa de algún
curtidor o tejedor de lana a leer las Escrituras y hablar, por lo que plantea Guinzburg que es
muy probable que el campesino protagonista de esta obra haya tenido contacto con este
grupo. Pero vale remarcar, que no necesariamente Menocchio haya sido un anabaptista.
Los inquisidores veían con asombro la opinión de Menocchio respecto a diferentes temas. Él
afirmaba que las mismas las eran independientes, que las había “sacado de su cerebro”.
Si algo es sabido es que Menocchio no creó este pensamiento de forma autónoma, sin ningun
tipo de influencia. Guinzburg en el libro detalla la forma en que Menocchio pudo tener
acceso a determinados libros que lo llevaron a la conformación de su pensamiento. Si bien no
se tiene una lista completa, como es lógico, de libros a los que el campesino pudo acceder, sí
hay una lista de libros que se encontraron en su vivienda cuando el vicario general mandó a
realizar una requisa a su casa. Los libros que allí se encontraron fueron la Biblia en lengua
vulgar, el Florilegio de la Biblia, Il Lucidario della Madonna (que Guinzburg lo identifica
con el Rosario della gloriosa Vergine Maria, de dominico Alberto da Castello, reeditado en el
siglo XVI en varias oportunidades), Il Legendario de Santi, Historia de Giudicio, Il Cavallier
Zuanne de Mandavilla, Zampollo, Il Supllimento delle cronache, Lunario al modo di Italia
calculato composto nella citta di Pesaro dal eccmo. dottore Marino Camilo de Leonardis, el
Decamerón de Boccaccio, y quizás el que más llama la atención: el Corán.
Vale remarcar, que Guinzburg plantea que en la zona en que vivía Menocchio existía una
intensa circulación de libros entre los que se incluían mujeres y curas, lo que llamó la
atención del autor, de cómo en una pequeña aldea perdida en las colinas se leyese tanto. Aquí
podemos ver también cómo a través de la investigación de las ideas de este campesino,
derivó en una conclusión por parte del autor. Algo a destacar que plantea el autor, es el tamiz
que Menocchio interponía inconscientemente entre él y la página impresa: una tamiz que
pone de relieve ciertos pasajes y oculta otro. Plantea, Guinzburg, que en este tamiz nos remite
continuamente a una cultura distinta de la expresada por la página impresa: una cultura oral.
La mezcla de lo escrito en cada página que leía y cultura oral, era lo que formaba en la cabeza
de Menocchio una mezcla explosiva, a entender de Guinzburg.
Respecto a la relación con Dios, planteaba que era más importante la relación con el otro, con
el prójimo. Y el respeto al prójimo, era la esencia propia de la religión.
La capacidad autodidacta de Menocchio lo llevó a conocer el mundo más allá de su entorno,
donde se cree que a través de los libros tuvo contacto incluso con el islam, los turcos, los
hebreros, e incluso de la existencia de un país tan lejano como China. Esto lo hizo elevar su
capacidad de respeto respecto a los otros, y de tener la idea de que Dios no era solo el Dios de
los cristianos, sino que existía la posibilidad de un solo Dios para todas las religiones, el
mismo Dios. Asumía que el era cristiano producto del lugar de dónde había nacido, pero no
por una convicción de que era la mejor religión de todas, ni la verdadera.
Volviendo a la cosmogonía de este campesino denominado Menocchio, en una segunda
interrogación el mismo plantea respecto al origen que:
“Yo he dicho que, por lo que yo pienso y creo, todo era un caos… y aquel
volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche,
y en él se formaron gusanos, y estos fueron los ángeles; y la santísima
majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles; y entre aquel número
de ángeles también estaba Dios creado también él de aquella masa y al
mismo tiempo…”3
Guinzburg clarifica esta nueva cosmovisión que plantea Menocchio, afirmado que ahora la
secuencia se había reducido a la de queso-gusanos-hombres-Dios el más poderoso de los
hombres.
Como podemos ver el relato de Menocchio tiene una fuerte carga metafórica. Respecto a la
imagen de Dios tenia de él una imagen como de padre. Pero con la afirmación, plantea
Guinzburg, de que es menos importante amar a Dios que amar al prójimo, plantea la imagen
de un padre amante pero al margen de la vida de sus hijos. Para Menocchio, Dios
representaba la autoridad.
Tras varios días de interrogatorio y de prisión, Menoccho finalmente fue sentenciado a
prisión, en donde estuvo por casi dos años. Tras una carta por parte de su mujere e hijos a los
miembros del tribunal del Santo Oficio, finamente Menocchio fue liberado. Como condena
sustituya, fue enviado a la villa Montereale donde allí tenía que residir con prohibición de
alejarse. Debía confesarse periódicamente y llevar sobre sus ropas el “hábito” con la cruz,
símbolo de su infamia. Nótese la fuerte carga simbólica de este elemento, que condenaba a
Menocchio al rechazo popular, elemento que él mismo buscará esconder entre sus ropas
permanentemente.
Rápidamente Menocchio se reintegró a la vida en sociedad, donde pasó a ocupar lugares de
relevancia, dentro de la pequeña comunidad.
Sin embargo, pronto el Santo Oficio volvió a ocuparse de él producto de que de nuevo
aparecieron las denuncias en contra de él respecto a que volvió a hablar criticando duramente
la religión católica. Lego de su salida de la cárcel, Menocchio se quedo solo, su mujer fallece
al igual que su hijo más querido, por lo que se encontraba solo. Fue en 1599 que Menocchio
3 GUINZBURG, C. El queso y los gusanos. Pág. 122
es de nuevo arrestado y encarcelado en Aviano, trasladado a Portogruaro. Sus dichos
criticando a los Evangelios, la divinidad de Dios, la imagen de María, entre otras cosas,
habían trascendido el pueblo. Allí es torturado para que confiese quiénes eran sus cómplices
respecto a lo que pensaba, cosa que Menocchio nunca hizo, argumentando que no lo
recordaba.
Menocchio finalmente fue ejecutado en la hoguera en el 1601. Como podemos ver,
Menoccquio junto con miles de hombres que han quedado en el anonimato es víctima de un
sistema de represión por parte de la Iglesia católica, en búsqueda de eliminar a aquellos
infieles. En un período complicado para la misma, donde se produce la reforma y la
contrarreforma. Allí se entremezclan varias concepciones y formas de actuar, particularmente
respecto a los infieles. El pensamiento de Menocchio no deja de ser algo particular, donde
Guinzburg lo plantea como en cierta manera basado en el raciocinio de la época. Aspecto que
merece especial destaque.
Finalmente, es interesante ver cómo a partir de este singular personaje, el autor logra realizar
un análisis de lo que sucedía en aquel período respecto a la forma de vivir tanto del
campesinado, la nobleza, la Iglesia. Cómo a través de sus declaraciones se reconstruye una
imagen de la Iglesia altamente poderosa pero también represiva. Es inimaginable cuantos
“Menocchios” perduran hasta hoy en el anonimato.