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N G N Ó R I S I S EN L S N O V E L S DE C E R V N T E S
(D Q
I, 42 )
STEVEN HUTCHINSON
Universidad de Wisconsin
Pocas técnicas literarias pueden involucrar tanta participación emotiva de los lectores como
una anagnórisis bien conseguida. Aunque la anagnórisis se distribuye de modo desigual en los
distintos géneros literarios, países y épocas, en tiempos modernos parece que alcanza su apogeo
en España, Francia e Inglaterra a finales del XVI y comienzos del XVII,
1
es decir, en plena época
de Cervantes y Shakespeare. En el caso de Cervantes se encuentran espléndidas anagnórisis en
las novelas largas y en buen número de las
Novelas ejemplares.
2
Todo estud io sobre anagnórisis
arranca necesariamente de la Poética de Aristóteles, donde el filósofo caracteriza ciertos momentos
clave de la tragedia y la épica como actos de reconocimiento, como «un cambio de la ignorancia
al conocimiento, que lleva consigo un cambio a amistad o a odio, entre las personas destinadas a
la felicidad o a la desdicha» (sección II).
3
Junto con la peripecia y el pathos, la anagnórisis figura
como una de tres «partes» constitutivas de una trama compleja, a diferencia de una trama sencilla
que se distingue precisamente por su falta de peripecia y anagnórisis. También indica Aristóteles
que la tragedia debe su impacto sobre todo a la peripecia y a la anagnórisis (sección 6), y que
la anagnórisis más eficaz es la que coincide con la peripecia, como en el caso de Edipo, cuyo
reconocimiento de quién es él mismo -parricida e incestuoso- en efecto precipita un repentino
cambio de fortuna.
Si anagnórisis es reconocimiento, Aristóteles no deja demasiado claro qué es lo que se reconoce.
Como observa Terence Cave, máximo estudioso moderno de la anagnórisis, el verbo anagnórizein,
reconocer, carece de objeto directo en la Poética excepto en un pasaje en el que Edipo reconoce
sus verdaderas relaciones familiares.
4
Edipo y Odiseo son, en efecto, los ejemplos paradigmáticos que
utiliza Aristóteles para ilustrar la anagnórisis en la tragedia y la epopeya, respectivamente, y de estos
J
Terence Cave, Recognitions:
A Study in Poetics,
Oxford, Oxford University P ress, 1988, pág . 83.
2
Son relativamente escasos los estudios moderno s sobre la anagnórisis. Entre ellos, es fundamental el ya citado
libro de Terence Cave, Recognitions (1988). Con resp ecto a la anagnórisis en la literatura del XVI y XVII, me han
resultado útiles las obras siguientes: Barry Adams, Coming-to-Know:
Recognition and the Com plex Plot in Shakespeare,
New York, Peter Lang, 2000; Patricia Garrido Camacho, El tema del reco nocimiento en el teatro español del siglo XVI,
Madrid, Támesis, 1999; R- M. Price, «Cervantes and the Topic of the "Lost Child Found" in the
Novelas ejemplares',
Anales Cervantinos
27 (1989), págs. 203-14; y Eric Mayer, •Self-Consuming Narrative: The Problem of R eader Perspective
in "La fuerza de la sangre"», Mester (en prensa). A Eric Mayer, qu e ha escrito su tesis doctoral sob re la anagnórisis en
Cervantes, le quiero agradecer el haberme enviado su brillante ensayo.
3
Aristóteles,
Poética,
trad. y ed. Aníbal G onzález Pérez,
Poéticas
(Aristóteles, H oracio, Boileau), Madrid, Editora
Nacional, 1984, págs. 57-120.
Cave (1988), pág. 34; Adams (2000), pág. 47.
Actas del VII Congreso de la ABO, 2006, 345-350
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34 6 STEVEN HUTCHINSON
casos tan distintos se desprende que cada género tendrá sus propias modalidades de anagnórisis.
Podríamos lamentar una vez más la pérdida del tratado aristotélico sobre la comedia, pero algunos
comentaristas renacentistas parecen haber suplido esta falta, entre ellos Lodovico Castelvetro, para
quien -por ejemplo- el descubrimiento de un adulterio en el Decamerón cuenta como anagnórisis.
5
¿Qué tienen en común estos casos tan diversos? Todos los comentaristas de la
Poética
coinciden
en que el reconocimiento de personas puede constituir anagnórisis: Edipo se reconoce a sí mismo,
el disfrazado Odiseo es reconocido en distintos momentos por otros personajes, y por supuesto
dos personas pueden reconocerse mutuamente, como señala el propio Aristóteles. Donde no hay
consenso ya desde el Renacimiento es si la noción de anagnórisis puede ampliarse más allá de la
categoría de personas para incluir cosas, actos, hechos, intenciones, etcétera.
En cualquier caso, la anagnórisis de personas suele suponer un inesperado descubrimiento
o reencuentro entre personajes estrechamente relacionados por parentesco, amistad o amor, y
este re-conocimiento a su vez altera las relaciones entre ellos. Podríamos decir que la anagnórisis
como fenómeno literario conlleva no un reconocimiento cualquiera sino uno vitalmente importante
que de modo repentino transforme las relaciones más significativas que hay entre los personajes.
Redefinida así la anagnórisis, se ve que no conviene generalizar desde un género literario como
la tragedia ni desde un ejemplo tan atípico como el de Edipo, ya que cada género produce sus
propios tipos de «reconocimiento». Tampoco sirve para mucho, creo, profundizar en la etimología
del término o en la de sus equivalencias en lenguas modernas, ya que sabido es que Aristóteles,
con su gusto por relacionar las cosas al saber, adapta una palabra con tales connotaciones a un
conjunto de fenómenos que no le cuadran del todo: la anagnórisis literaria supone algo bastante
más específico que el reconocimiento y a la vez algo que no se limite al acto de reconocer. Es
un término de carácter provisional que no obstante ha permanecido, legándonos su inexactitud,
parcialidad e insuficiencia.
En efecto, anagnórisis no es un término más dentro de la
Poética,
Para Cave, puede ser «la figura
de la
Poética
en su totalidad», o 4a marca o firma de una ficción», e incluso en un caso verídico
como el de Martin Guerre el relato llega a asumir las características de la ficción precisamente por
lo que tiene de anagnórisis.
6
Entre lo más literario de la literatura se encuentra seguramente la
anagnórisis con todo lo que tiene de inverosimilitud, casualidad, admiración, sentido, emoción y
felices o infelices consecu encias. A veces hasta los personajes que viven o atestiguan u na ana gnó -
risis apenas pueden creérselo y la comparan a las leyendas, como en el conocido caso de un
caballero que relata una anagnórisis en
Un cuento de invierno
de Shakespeare:
Se ha cumplido el oráculo; se ha encontrado a la hija del rey; es tanta la admiración de este momento
que los compositores de baladas no podrán expresarla [...]; esta noticia que llaman verdadera se parece
tanto a una vieja fábula que está en duda su veracidad. (V, ii; traducción mía)
Efectivamente, la anagnórisis cuenta como uno de los gestos más característicos de la ficción literaria
y puede figurar como una sinécdoque de ella.
Varios críticos, entre ellos el propio Cave, se han interesado poco en los aspectos emotivos
de la anagnórisis. Para ellos el reconocimiento parece ser casi exclusivamente un acto intelectivo
enfocado en descubrir mediante pistas la identidad de una persona. Desde luego, semejante
acercamiento puede producir resultados fascinantes, pero creo que cae en la trampa de situar la
anagnórisis únicamente en el campo del conocimiento sin tener en cuenta sus efectos en la vida
de los personajes y su función para los espectadores o lectores. Otros críticos, sin embargo, se
han mostrado más atentos al poder emocional de la anagnórisis. Gerald Else en sus comentarios
sobre la Poética escribe: «Por expresarlo de alguna forma, el reconocimiento permite que el po-
tencial emocional inherente a ciertas situaciones humanas pueda llegar a su voltaje más alto en
el momento de descarga [...]; su razón de ser es su capacidad de concentrar una intensa carga
Garrido Camacho (1999), pág. 23.
Cave (1988), págs. 46 y 4.
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Anagnórisis en las novelas de Cervantes (DQ /, 42 ) 347
emocional en un solo acontecimiento, en un cambio de conciencia».
7
Esta afirmación concuerda
con la teoría aristotélica del arte y de las emociones. Los comentaristas italianos del XVI, por su
parte, solían relacionar la anagnórisis sobre todo con la admiración y la maravilla, pero también
eran conscientes de otros efectos suyos como en esta afirmación de Baccio Neroni que hace eco
de la
Poética:
«La peripe cia y la anagnórisis so n po dero sas p or encim a de to das las otras parte s [...]
ya que son las que más mueven las pasiones y se apoderan de las almas de las personas, delei-
tándolas o moviéndolas al desdén o a la compasión».
8
Si la literatura de ficción insiste tanto en crear escenas de anagnórisis, por algo será. Para los
personajes que experimentan una anagnórisis de cierta intensidad, hay un antes, un durante y
un después muy marcados donde el después refleja un cambio radical con respecto al antes. De
repente queda alterada la configuración de relaciones entre personajes, y esto afectará también a
los lectores o espectadores de la escena. Para que una anagnórisis literaria sea eficaz nos tiene que
involucrar emocionalmente, lo que supone -entre otras cosas- que tengamos la sensación de ser
«testigos» de lo que pasa, que seamos capaces de imaginar cómo se sienten los personajes, y que
seamos capaces de sentir cierto grado de simpatía y hasta empatia con los personajes. Aristóteles
nos da muy pocos indicios sobre cómo los sentimientos de los personajes pueden transmitirse a
los espectadores, pero no hay duda de que esto es lo que tiene que ocurrir para que una obra
realice su propósito.
Pese a que la definición aristotélica de la anagnórisis se refiere a un «cambio desde la ignorancia
hasta el conocimiento», resulta imprescindible
desvincular la anagnórisis de la verdad
ya que lo
que se «reconoce» puede ser fruto del engaño o del autoengaño, y no por eso tiene menos im-
portancia. La anagnórisis supone más bien la sensación de un cambio desde la ignorancia hasta el
conocimiento, porque en realidad el cambio puede ir en sentido inverso, o desde la ignorancia al
error. Don Quijote acaba reconociendo como Dulcinea a una tosca aldeana señalada por Sancho, y
esto tendrá consecuencias enormes en toda la segunda parte de la novela. Se podría decir que en
muchos momentos del
Quijote
se «reconoce» a otros personajes por quienes no son o por quienes
parecen o fingen ser, y por lo tanto éstas también podrían considerarse situaciones de anagnórisis.
También convendría distinguir entre distintos grados de anagnórisis porque algunas sin duda son
más inesperadas, significativas o impactantes que otras.
9
Como nunca he visto ninguna lista de escenas de anagnórisis en el Quijote y sé que semejante
lista, si existiera, variaría según los criterios que se em plearan, voy a señalar algunas situaciones qu e
yo considero anagnórisis. Me apresuro a añadir que no se trata de una cuestión ociosa porque el
sentido de un pasaje puede depender de si se le caracteriza como anagnórisis o no. En Mimesis,
Erich Auerbach utiliza el ejemplo de la cicatriz de Odiseo como muestra de la representación de la
realidad en la literatura griega sin señalar que se trata de una escena caracterizada en primer lugar
7
Gerald F. Else, Aristotle's Poetics: The Argument, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1957,
pág. 353 (traducción mía).
8
Citado en Adams (2000), pág. 42 (traducción m ía desde el inglés). Ver también Cave (1988), págs.
55-83;
y
Garrido Camacho (1999), págs. 14-27, 107.
9
Así, con todo respeto hacia Aristóteles, me parece necesario flexibilizar el concepto de a nagnórisis. También
creo que se ha exagerado la relación entre el (neo)aristotelismo y la creación literaria. Cave (1988, págs. 273-74) ad-
mite que la obra d e Shakespeare ilustra la anagnórisis en toda su amplitud, y no obstan te m arginaliza al bardo : «No
hay motivos para creer que conociera los loci sobre anagnórisis y qu e intentara po nerlos en práctica o transformarlos
de alguna manera. Sus escenas de reconocimiento se derivan demostrablemente del arsenal de la Nueva Comedia,
del romance tardío y de tradiciones narrativas relacionadas, v.g., el Decamerón [...] Su lugar en este estudio -como
el de Martin Guerre, y por motivos parecidos- sólo puede justificarse en un prólogo o en una alusión marginal ya
que los términos de referencia adoptados aquí exigen que haya por lo m enos una conexión entre textos literarios y los
argumentos de la poética» (traducción y énfasis son míos).
Aristóteles tuvo el gran mérito de identificar y teorizar la anagnórisis, pero por supuesto no la inventó (¡como
demuestran sus ejemplos ), y la literatura posterior no dependería de su Poética para seguir produciendo escenas de
anagnórisis. A diferencia de Shakespeare, Cervantes sí demuestra un conocimiento de la Poética, pero no por eso hace
falta suponer que el tratado aristotélico influya en la realización de las anagnórisis cervantinas.
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3 4 8 STEVEN HUTCHINSON
como anagnórisis.
10
Para mí las anagnórisis de la primera parte del Quijote incluirían: la conciencia
por parte de don Quijote de que él mismo se ha convertido en otra persona, y de que Aldonza
ya es Dulcinea (I, 1); la conversación en la que Sancho se entera de quién es Dulcinea (I, 25);
varios momentos de la historia de Cardenio, Luscinda, Dorotea y don Fernando, culminando en
el dramático encuentro que tiene lugar en la venta (I, 36); también varios momentos del Curioso
impertinente, entre ellos el desolado final (I, 33-35); el reconocimiento por parte de Agi Morato de
que su hija Zoraida es cristiana y traidora (I, 41); el reencuentro del ex-cautivo con su hermano el
oidor (I, 42); y el reconocimiento del disfrazado don Luis (I, 43 y 44). En la segunda parte cada
vez que los lectores del primer Quijote se encuentran con don Quijote, desde Sansón Carrasco
hasta Antonio Moreno, se produce una especie de anagnórisis asimétrica donde don Quijote no
puede reconocer a sus ex-lectores pero sí es reconocido por ellos. A estos momentos habría que
añadir los encuentros con Dulcinea, con el Caballero de los Espejos y de la Luna, con Maese
Pedro, con Ricote y Ana Félix, con Roque Guinart, además del reencuentro de don Quijote con
un Sancho vivo en la sima, el trágico final de la historia de Claudia Jerónima, y la conciencia por
parte de Alonso Quijano de que ya no es don Quijote (y quizás nunca lo fue). Semejante lista
tendría algo de arbitrario, pero también habría en ella anagnórisis indiscutibles. El hecho es que los
caminos narrativos del Quijote van de anagnórisis en anagnórisis, siendo éstas de variable carácter
e intensidad, pero imprescindibles en el itinerario textual. Algunas evocan gran risa, otras lágrimas
de felicidad o tristeza, otras extrañamiento o admiración, algunas son más ligeras o profundas que
otras, etc. En su conjunto figuran entre los momentos más climácticos de la novela.
Voy a comentar brevemente una de estas anagnórisis, la que ocurre en el capítulo 42 de la
primera parte cuando Ruy Pérez de Viedma se reencuentra con su hermano después de veinte
años de ausencia sin que el cautivo haya dado señales de vida. El capítulo comienza con unos
comentarios en los que don Fernando elogia efusivamente el modo, en que el ex-cautivo ha con-
tado su historia. Este relato ya ha asumido las características de la ficción literaria: todo en él es
«peregrino y raro y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye».
11
Pero la
historia del ex-cautivo no ha acabado, sino que está todavía in medias res. Lo que falta es la rein-
tegración en la vida por parte del capitán, algo que muchos ex-cautivos en efecto no consiguieron
resolver satisfactoriamente en tiempos de Cervantes. Este ex-cautivo, además, se encuentra pobre,
desarraigado, algo envejecido y acompañado de una mujer inmigrante, incapaz de hablar español,
que al desembarcar en España se ha convertido
ipso facto
en morisca en un momento en el que
se debate intensamente la cuestión de la expulsión de los moriscos. Ruy Pérez ha pasado la mitad
de su vida en guerra y cautiverio, y poco se parece a ese folclórico joven de antaño que salió
de las montañas de León. No sabe nada de esa familia suya que podría abrazar o rechazar a la
recién llegada pareja. Los sinceros ofrecimientos de amistad y ayuda por parte de don Femando,
Cardenio y otros auguran bien, pero lo que más importa es la aceptación de la familia.
La llegada del hermano Juan con su bella hija contribuye aun más a convertir la venta en un
espacio u-tópico
12
donde se resuelven las historias más enmarañadas, donde reina la belleza y están
ya ampliamente representadas las armas y las letras. El que le da la bienvenida es el propio don
Quijote, figura que extraña con su aspecto y su breve discurso que transforma la venta no sólo en
castillo sino en paraíso con estrellas y soles. Esta venta tan sucia donde mantearon a Sancho ya
se ha convertido en un espacio donde la literatura con todas sus caprichosas necesidades puede
realizarse libremente y las anagnórisis pueden multiplicarse sin impedimentos.
A lo largo del capítulo la narración se em peña en registrar los movim ientos anímicos de dos
personajes: Ruy Pérez y Juan Pérez. Tal vez no haya otro capítulo del
Quijote
tan poblado de los
10
Ver Cave (1988), pág. 22.
11
Cito el
Quijote
por la edición de F rancisco Rico, Madrid, Real Academia Españo la, 2004. Este pasaje se en cuen tra
en I, 42; 439.
12
Con el guión quiero evocar el conocido juego conceptual por parte de Tomás Moro:
ou-topos,
ninguna parte.
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nagnórisis
en las
novelas
de
Cervantes
13Q /, 42 349
verbos oír, ver, escuchar y mirar. Todo lo que se ve y se oye causa multitud de reacciones, tales
como
la
admiración,
la
confusión,
la
esperanza,
la
melancolía,
y un
regocijo
sin
límite,
v.g.: «El
cautivo,
que
desde
el
punto
que vio al
oidor,
le dio
saltos
el
corazón
y
barruntos
de que
aquél
era
su
hermano
[...]» I, 42; 441). Y
desde
su
escondite mira
y
escucha:
Todo lo que el cura decía estaba escuchando algo de allí desviado el capitán, y notaba todos los movi-
mientos que su hermano hacía; el cual, viendo que ya el cura había llegado al fin de su cuento, dando
un grande suspiro y llenándosele los ojos de agua, dijo:
—¡Oh, señor, si supiésedes las nuevas que me habéis contado y cómo me tocan tan en parte que rae
es forzoso dar muestras dello con estas lágrimas que contra toda mi discreción y recato me salen por
los ojos I, 42; 443)
No interesan
los
sentimientos
de los
personajes marginales
a
este tenso encuentro excepto
en la
medida
en que
captan
y
retransmiten
las
emociones
de los dos
hermanos.
Al
canalizar nuestra
atención
a
través
de los
sentimientos
de
estos
dos
personajes
se
intensifica nuestra conciencia
de
la encrucijada vital en que se encuentran los hermanos.
Esta anagnórisis pertenece
a una
importante subcategoría,
la de las
reuniones
de
familiares,
esposos
o
amantes después
de
mucha separación
e
incertidumbre.
13
Aquí
no hay
engaños
ni
disfra-
ces
ni
nada oculto.
Más
bien
se
trata
de una
ruptura
en la
familia ocasionada
por
causas externas;
han pasado muchísimos años,
y de
repente
se
produce
una
reunión. También cabe notar
que
este
reconocimiento
del
hermano
por
parte
del
ex-cautivo nada tiene
de
problemático
ni
misterioso
ni dudoso: Ruy Pérez ve a su hermano y, mediante un intermediario, confirma que es él por su
nombre, procedencia y oficio. Claro, en estas circunstancias un autor podría hacer que se realizara
la reunión cuanto antes,
y en
efecto, como indica
el
cura,
no hace falta
poner
a
prueba
al
oidor
porque
ya ha
demostrado
ser un
hombre
de
buena disposición.
Los
tratadistas italianos
del XVI
arguyen,
en
cambio,
que las
anagnórisis prolongadas,
tal
como
le
ocurre
a
Odiseo
en los
últimos
libros
de la
Odisea, suelen
ser más
eficaces
que las
aceleradas.
A
través
de su
personaje
el
capitán
que «querría
no de
improviso, sino
por
rodeos, dármele
a
conocer»
I, 42; 442), y a
través
de la
habilidad del cura, Cervantes en efecto dilata magistralmente la segunda parte de este reconocimiento
mutuo, revelando
los más
profundos sentimientos
del
oidor
y
haciendo
que
todos
los
demás
per-
sonajes -¡sabedores
del
caso -
le
acompañen primero
en sus
lágrimas
de
tristeza antes
de que se
le presente
a su
hermano
y
futura cuñada.
Es en
este intercambio
tan innecesario
entre
el
cura
y
el oidor donde,
a mi
juicio,
se
produce
uno de los
momentos
más
emotivamente sublimes
de
todo
el Quijote.
El
breve discurso
del
oidor acaba
en una
anagnórisis simulada mediante
un
apostrofe
dirigido primero al hermano y luego a Zoraida, y enseguida se produce la anagnórisis real.
Fijémonos
en la
actuación
del
cura
en
todo esto:
es él
quien prolonga
el
proceso
de la
anag-
nórisis hasta
tal
punto
que
tiene
al
oidor «lleno
de
tanta compasión»
por la
historia
del
cautivo
y
Zoraida, y a los demás personajes llorando por simpatía. Y dice el texto: «Viendo, pues, el cura que
tan bien había salido
con su
intención
y con lo que
deseaba
el
capitán,
no
quiso tenerlos
a
todos
más tiempo tristes
y, así, se
levantó
de la
mesa
[...]».
Como sabemos, vuelve tomando
de la
mano
a Zoraida
y al
capitán
y
dice: «Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas,
y
cólmese vuestro deseo
de
todo
el
bien
que
acertare
a
desearse
[...]». Así,
como bue n director musical
el
cura manipula
los
sentimientos
en
esta anagnórisis: dirige
lo que
sienten
los
otros,
y con qué
intensidad
y
duración,
y luego, manteniendo la tensión, modula repentinamente desde la tristeza hasta la felicidad.
Para
el
capitán,
lo que se ha
revelado obviamente
no ha
sido quién
es el
oidor sino cuáles
son
los verdaderos afectos
y la
predisposición
de
éste hacia
él y
también hacia Zoraida, porque
eso
es
lo que
promete determinar
si la
nueva pareja
va a ser
plenamente aceptada
y
apoyada desde
13
Adams (2000) observa
con
respecto
a las
reuniones: «Con
un
poco
de
reflexión
se
aclara
la
existencia
de una
diferencia fundamental entre el reconocimiento y la reunión, porque aunque es imposible pensar en una reunión que
no sea también un reconocimiento, es sin duda posible pensar en un reconocimiento que no sea una reunión, como
en
el
caso
del
Edipo
de
Sófocles»
pág. 38;
traducción
y
énfasis
son
míos).
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35 0
STEVEN HUTCHINSON
el núcleo de la familia. El oidor representa y coordina a su dispersa familia, y ahora se llevará al
capitán y a Zoraida a Sevilla para celebrar el bautismo y la boda.
En esta escena de anagnórisis las emociones tienen su propio lenguaje y sentido dentro de las
palabras y al margen de ellas. Dice el narrador:
Las
palabras que
entrambos hermanos
se
dijeron,
los sentimientos que
m ostraron,
apenas creo que pueden
pensarse, cuanto
más escribirse. Allí
en
breves razones
se
dieron cuenta
de sus
sucesos, allí mostraron
puesta
en su
punto
la
buena amistad
de dos
hermanos, allí abrazó
el
oidor
a
Zoraida, allí
la
ofreció
su
hacienda, allí hizo
que la
abrazase
su
hija, allí
la
cristiana hermosa
y la
mora hermosísima renovaron
las lágrimas
de
todos.
I, 42; 445)
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