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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE Historia de la Paleopatología en el Perú: yugo, fractura y deslinde Alfredo J. Altamirano Enciso 1 Resumen El autor de este artículo, uno de los altos exponentes de la paleopatología y la zooarqueología andina, realiza una breve reseña de los diferentes investigadores peruanistas de la historia de la medicina que han tratado con el material óseo humano y estudio de momias en el Perú arqueológico. Divide el proceso andino en tres grandes fases, relacionados con el período de Yugo, al lapso cronológico del dominio de los médicos en el campo de la paleopatología en todo el siglo XX, sigue el período de Fractura, cuando se introduce los enfoques de la Nueva Arqueología en la década de los 70s y el período de Deslinde, a partir del año 2000, cuando se inicia la arqueología de contrato y la formación de nuevos especialistas con base arqueológica. Palabras claves: historia de la arqueología, paleopatología, Perú, osteología humana y modelación cefálica. History of paleopathology in Peru: yoque, fracture and demarcation. Abstract The author of this article, one of the most studious of Andean paleopathology and zooarchaeology, realizes a short history of the several Peruvian researchers of the study of human material bone and mummies in ancient Peru. Divide the Andean process in three periods: the phase yugo, a chronological time when clear dominion of medicine in the field of paleopathology in all XX century, follow the period of Fracture, when arrived the New Archaeology focus in seventh years, and period of deslinde, begin of 2000, when the deal archaeology begin and the formation of new specialists with archaeological base. Key words: history of archaeology, paleopathology, Peru, human osteology and cephalic modelation. 1 Universidad Nacional Federico Villarreal/Universidad Nacional Mayor de San Marcos Laboratorio de Antropología Física y Forense, [email protected];

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

Historia de la Paleopatología en el Perú: yugo, fractura y deslinde

Alfredo J. Altamirano Enciso1

Resumen

El autor de este artículo, uno de los altos exponentes de la paleopatología y la

zooarqueología andina, realiza una breve reseña de los diferentes investigadores peruanistas

de la historia de la medicina que han tratado con el material óseo humano y estudio de

momias en el Perú arqueológico. Divide el proceso andino en tres grandes fases,

relacionados con el período de Yugo, al lapso cronológico del dominio de los médicos en el

campo de la paleopatología en todo el siglo XX, sigue el período de Fractura, cuando se

introduce los enfoques de la Nueva Arqueología en la década de los 70s y el período de

Deslinde, a partir del año 2000, cuando se inicia la arqueología de contrato y la formación

de nuevos especialistas con base arqueológica.

Palabras claves: historia de la arqueología, paleopatología, Perú, osteología humana y

modelación cefálica.

History of paleopathology in Peru: yoque, fracture and demarcation.

Abstract

The author of this article, one of the most studious of Andean paleopathology and

zooarchaeology, realizes a short history of the several Peruvian researchers of the study of

human material bone and mummies in ancient Peru. Divide the Andean process in three

periods: the phase yugo, a chronological time when clear dominion of medicine in the field

of paleopathology in all XX century, follow the period of Fracture, when arrived the New

Archaeology focus in seventh years, and period of deslinde, begin of 2000, when the deal

archaeology begin and the formation of new specialists with archaeological base.

Key words: history of archaeology, paleopathology, Peru, human osteology and cephalic

modelation.

1 Universidad Nacional Federico Villarreal/Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Laboratorio de Antropología Física y Forense, [email protected];

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Introducción

En los últimos tiempos la bioarqueología se ha transformado en una disciplina

integradora entre las ciencias sociales y las biológicas que había sido descuidada por los

viejos arqueólogos “andino-culturalistas”. Ellos buscaron en los tiestos y cacharros, por

más de un siglo, clasificar y ordenar a las sociedades humanas dentro de fríos casilleros por

orden cronológico, observando la difusión de las técnicas y fases estilísticas, sin importarles

los problemas bioculturales del hombre andino. A través del estudio de sus huesos y

momias, hoy sabemos que ellos se divertían en sus fiestas, se dinamizaban a gran distancia,

cargaban peso, competían, luchaban, sufrían de estrés, padecieron de diversas

enfermedades propias del Ande, ejecutando esfuerzos repetitivos lo que les generaba

entesopatías, practicaban a sus bebés las modelaciones cefálicas y a los adultos con tatuajes

y tembetás, entre otros. Estos temas de investigación están ganando paulatinamente el

interés de los jóvenes arqueólogos y la profesionalización del campo de la bioarqueología

(Altamirano et al. 2010; Andrushko 2008; Buikstra & Beck 2006; Chan 2011; Murphy et

al. 2010; Pechenkina 2010).

La paleopatología es una ciencia relativamente joven en nuestro medio, que estudia

las enfermedades y traumas en el pasado a través del análisis de lesiones y fracturas dejados

en los esqueletos y momias, así como evidencias de parásitos, bacterias y hongos en los

coprolitos (heces), pelos y uñas. Esta disciplina tiene una larga trascendencia en el Perú

desde fines del siglo XIX. En aquella época, muchos huesos que mostraban huellas de

enfermedades, traumas o de prácticas culturales, habían sido focos de interés de diversos

museos extranjeros y colecciones del mundo sin preocuparse por el contexto arqueológico.

Los cuales fueron descritos y analizados por destacados especialistas como Rudolph

Virchow, el padre de la teoría de la infección celular y de la paleopatología, Paul Broca,

Ales Hrdlicka, Julio C. Tello, Roy Lee Moodie y Aidan Cockburn, entre otros.

Las civilizaciones andinas han tenido una magnífica organización socio-política en

diferentes períodos culturales, fundando diversos centros urbanos complejos como La

Galgada, Caral, Cº Sechín, Chavín, Cahuachi, Wari, Cajamarquilla, Pachacamac,

Pacatnamú, Pikillacta y Cusco, entre otros, y habiendo alcanzado un elevado conocimiento

tecnológico basado en la experiencia agrícola, ganadera y pesquera lo que condujo a la

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sedentarización, al incremento demográfico y la construcción de ciudades, caminos,

puentes, templos, canales, terrazas de cultivo, cerámica y tejidos decorados. Gracias a la

investigación interdisciplinaria, hoy tenemos abundante información sobre la vida cotidiana

andina, tanto la organización social y económica como la ideología religiosa y política. Sin

embargo, sobre sus enfermedades y estreses recién estamos empezando a rescatar su

complejidad.

El territorio andino constituye un vasto conjunto ecosistémico de ríos, quebradas,

desiertos, lomas, montañas, mesetas y floresta amazónica, siendo bañado sus costas por el

océano Pacifico. Comprende 7 países de la América del Sur: Venezuela, Colombia,

Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Noroeste Argentino. El área de los Andes centrales, que

circunscribe al Perú, ha sido profusamente investigada arqueológicamente desde inicios del

siglo XX. Comprende el extenso territorio dominado por el imperio del Tawantinsuyu, cuya

capital fue El Cusco, y las llactas o pueblos estaban articulados por una inmensa red de

caminos capac ñan donde se dinamizaban guerreros, viajeros, campesinos, comerciantes,

pastores con recuas de camélidos, chasquis y músicos entre otros (Fig. 1).

Esta diversidad engloba el problema de la violencia, las enfermedades infecciosas,

congénitas, crónicas, degenerativas, neoplásicas, artropatías, enfermedades de los maxilares

y dientes, deformaciones de la columna, trastornos endocrinos, efectos de la dieta en el

tejido óseo, trastornos hemáticos, osteoporosis, sinostosis de origen incierto, las

trepanaciones, las modelaciones cefálicas, etc. (Brothwell 1980; Allison 1984; Weiss 1984;

Aufderheide et al. 1998). Asimismo, las enfermedades infecciosas han sido consideradas

como la mayor amenaza de la humanidad. Sabemos que estos males han causado una

elevada morbimortalidad estimada en más de la mitad de la población humana de la

antigüedad y afectando principalmente a los neonatos, infantes y ancianos (Ortner &

Putschar 1985; Merbs 1992).

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Fig. 1.- Mapa del Tawantinsuyu en el siglo XVI.

En Sudamérica andina, estas plagas o "pestes", según Cohen & Armelagos (1984), se

inician desde los orígenes de la agricultura en el período Arcaico o neolítico, hace 3,000

años a.C. aproximadamente. Asimismo, la interfase entre la arqueología, historia y

paleopatología demuestra que tanto la salud como la tecnología han evolucionado

divergentemente hasta fines del siglo XIX. Tal es así que los datos paleopatológicos

contribuyen significativamente a señalar dos controversias en la antropología de la salud.

La primera, relativa al proceso salud/enfermedad entre los cazadores-recolectores y los

agricultores. Y la segunda, concierne al rol de este proceso durante el período Formativo

cuando ocurrió el crecimiento poblacional y económico de las grandes civilizaciones del

orbe (Cohen 1989).

A partir de la década de los 80s comenzó el trabajo interdisciplinario entre la Nueva

Arqueología y la Paleopatología Moderna, permitiendo resolver cuestiones sobre la historia

de la salud colectiva asociado al desarrollo de las grandes civilizaciones del mundo y de los

pueblos periféricos. A pesar de este notable avance todavía existen problemas en la

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metodología y en la teoría paleopatológica. Asimismo, en el orbe, hemos observado que

esta disciplina ha atravesado por cuatro grandes etapas desde sus orígenes en el siglo

XVIII, su lento desarrollo en los siglos XIX y mediados del XX, hasta su acelerado estudio

y variabilidad en el siglo XXI (Ubelaker 1982; Aufderheide et al. 1998; Campillo 2003;

PAMINSA IV 2011). Por otro lado, las pocas revisiones preliminares de la historia de la

paleopatología han sido escritas por Jarcho (1966) en los EE.UU., Brothwell & Sandison

(1967) en Inglaterra, Stroppiana (1973) en Italia y Jaén (1977) en México siendo usadas en

un formato similar.

FASES o

PERÍODOS

NORTEAMERICA2 EUROPA

3 PERÚ

4

Período IV

Nueva Paleopatología

(NP)

(1946- 1998)

Actual o

Reciente (1971-

2003)

Deslinde: 2001-2013

NP Interdisciplinaria

___________________

Fractura: (1971-2000):

Nueva Paleopatología

Período III Consolidación

intermedia (1913-

1945)

Consolidación

(principios del s.

XX-1970)

Yugo: Dominios de la

medicina (1911-1970)

Período II Génesis (Mediados

del siglo XIX-1ª

Guerra Mundial)

Génesis

(Mediados siglo

XIX-principios

del XX)

Descriptiva

(1850-1910)

Período I Antecedentes

(Renacimiento hasta

mediados del siglo

XIX)

Formación (siglo

XVII-mediados

del XIX)

Albores - Colonial

(1551-1850)

Fig. 2.- Evolución de la paleopatología en el mundo y correlacionado con el caso peruano, según

Altamirano (2013).

Existen varios motivos para entender este limitado desarrollo de la paleopatología en el

Perú. Uno plantea que los arqueólogos peruanos (incluye a los antropólogos e

2 Aufderheide et al. (1998), Ubelaker (1982) y Jarcho (1966).

3 Campillo (2003) y Stroppiana (1973).

4 Altamirano (2013), Chan (2011), Guillén (2010) y Verano & Lombardi (1999).

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historiadores) habían sido entrenados con mayor énfasis en las ciencias sociales que en las

biológicas. Dos, el dominio del culturalismo norteamericano en la arqueología y

antropología ha sido fuerte en todo el siglo XX, y tres, no había interés en las universidades

por fomentar la antropología biológica, paleopatología ni la zooarqueología. Así, sin un

entrenamiento amplio ni detallado no estábamos preparados para estudiar restos humanos.

Queremos dejar claro que este espacio académico estuvo ocupado por médicos y biólogos

interesados, así como científicos extranjeros, por este motivo el desarrollo de la

paleopatología andina ha atravesado por cuatro grandes etapas: la Descriptiva (1850-1910),

el Dominio de la Medicina y yugo extranjero (1911-1970), La Nueva Arqueología y la

Paleopatología Moderna o fractura (1971-2000) y la Paleopatología interdisciplinaria o

deslinde (2001-2013) (Fig. 2).

Cabe recalcar que el proceso dinámico de las investigaciones paleopatológicas en el

Perú ha sido desigual y habiéndose concentrado básicamente en la capital, por un lado, y en

el extranjero, salieron estudios sobre las antiguas enfermedades en los huacos y algunas

momias halladas en las provincias norteñas sin importarles el desarrollo regional. Para

entender el esquema del desarrollo de la paleopatología en el Perú se ha procedido seguir

con la dicotomía de la introducción, ya mencionado arriba, o sea el de la derecha son los

peruanistas extranjeros y la izquierda los nacionales. Asimismo las flechas indican la época

de sus contribuciones y su tendencia en la avance de este campo. En la columna izquierda

se colocan las etapas de este proceso en orden cronológico hasta el presente. Los diversos

investigadores tienen por lo menos tres trabajos paleopatológicos para ser inseridos en el

esquema (Fig. 3).

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Fig. 3.- Etapas del desarrollo de la paleopatología en el Perú.

Albores de la Paleopatología (Colonia e inicios de la República)

Desde la Colonia hasta 1850, una etapa anterior al Período Descriptivo, no había

interés por la paleopatología andina, sino salían a luz diversas publicaciones sobre las

infecciones, endemias geográficas, alteraciones mentales y congénitas en la revista El

Mercurio Peruano y La Gaceta Médica de Lima, discutiéndose constantemente las

enfermedades dentro de los esquemas de la teoría miasmática y el contagionismo. La

Facultad de Medicina de San Fernando de la UNMSM, entre 1551 y 1850, estudiaba las

epidemias que azotaban a las reducciones y haciendas campesinas como el cólera,

disentería, lepra, sarna, sífilis, tuberculosis, tifus exantemático, uta y paludismo o malaria,

destacando el Doctor Cosme Bueno, Hipólito Unanue y Archibaldo Smith en el campo de

la epidemiología y enfermedades geográficas5 (Lastres 1551; Murillo 2009; Warren 2009;

Cueto et al. 2009).

5 La preocupación de los europeos se dirigía a las investigaciones sobre parásitos y bacterias desconocidos o

poco conocidos en el cuadro epidemiológico del Viejo Mundo. Mientras tanto, en gran parte la etiología y La

trasmisión de nuevas enfermedades permanecían desconocidas, más luego fueron elucidadas por los

cazadores de microbios en ese período, que las denominaron genéricamente de enfermedades exóticas,

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Por otro lado, los cementerios y templos prehispánicos eran intensamente profanados

por los huaqueros y no había interés en estudiar ni colectar los millares de huesos humanos

abandonados en la superficie. El huaqueo era un hobbie de la elite en busca de las bellas

piezas de cerámica y tejidos decorados de las culturas autóctonas andinas. Por otro lado,

Lima colonial estaba tugurizada por las acequias de Huatca, Surco y La Legua que

atravesaban e irrigaban los campos de cultivo, ahora convertidos en haciendas, donde

criaban fauna foránea: caballos, burros, chivos, ovinos, vacas, chanchos y aves de corral.

Los perros deambulaban alrededor de las urbes, los excrementos humanos eran arrojados en

estas acequias, las ropas eran lavadas por los esclavos y se bebía el agua de los canales,

surgiendo alta incidencia de enfermedades diarreicas (Fig. 4). Asimismo, habían casas de

prostitución donde proliferaba la sífilis con el chancro y gonorrea. Por otro lado, las iglesias

y conventos estaban repletos de entierros humanos produciendo olores nauseabundos y

malestares; en los hospitales no cabían más pacientes como en el José Toribio de

Mogrovejo y el Dos de Mayo (Bueno 1764; Unanue 1793, 1803; Smith 1840, 1856; Lastres

1951).

Fig. 4.- Lima colonial con su canal de Huatica y los gallinazos (Fuente: Bromley J. & Barbagelata J.

(1945) Evolución urbana de Lima 1ª ed. Lima Perú. Editorial Lumen S.A.

tropicales o molestias de los países cálidos. Así, entre los grandes descubrimientos surgieron, por ejemplo, el

de la etiología de la hanseníasis, en 1873, del carbunco o ántrax, en 1876, de la tuberculosis, en 1882, de la

esporotricosis, en 1898, de la leishmaniasis, en 1903, de la sífilis, en 1905, del mal de Chagas, en 1908, y de

muchas otras.

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En el Viejo Mundo, durante este extenso período la mayoría de los trabajos se

orientaban al estudio de fósiles de animales prehistóricos por los paleontólogos como

George Cuvier y Charles Linneo. En Europa, la primera referencia a las antiguas patologías

fue escrita por el suizo anatomista Felix Platter (1536-1614) quien en su trabajo De

Corporis humanus structura et Usa incorrectamente atribuyó varios huesos fósiles de

elefantes que creía tratarse del gigantismo humano. También el naturalista Scheuchzer

(1726) confundió huesos fosilizados de salamandras gigantes como restos humanos de una

“inundación universal”. El naturalista alemán Johann Friedrich Esper (1774) correctamente

diagnosticó un osteosarcoma de fémur de oso hallado en una cueva del paleolítico teutón.

Por este motivo, Ubelaker (1982) y Aufderheide et al. (1998) consideraron esa fecha como

el surgimiento de la paleopatología (Fig. 5).

Fig. 5.- Johann Friedrich Esper (1774), Padre de la paleopatología mundial (Aufderheide et al.

1998).

En el Perú, los restos de los cementerios antiguos y especialmente los individuos

momificados recibieron escueta atención desde los cronistas coloniales como Garcilaso de

La Vega (1987)(1609), Cieza de León (1959)(1553), Cobo (1964)(1653), Polo de

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Ondegardo (1916)(1554). Hay una buena descripción de este período realizado por

Vreeland & Cockburn (1980) y Kaulicke (1998). Por otro lado, Jarcho (1966) atribuyó el

primer informe paleopatológico en Boston por John Collins Warren, quien también realizó

la primera operación en un paciente anestesiado, describiendo los primeros aborígenes con

cráneos deformados en su libro A Comparative View of the sensorial and nervous system in

man and animals (Warren 1822). También en aquella época, las fracturas severas y

deformaciones antropogénicas fueron estudiadas por Samuel George Morton en Crania

Americana en 1839 (Fig. 6).6

Fig. 6.- Deformación craneana en nativo prehistórico del sitio de Arica, norte de Chile (Morton

1839). Cortesía del Wangensteen Historical Library of Biology and Medicine, University of

Minnesota, Minneapolis, MN.

En el antiguo Perú, la expansión del control político y religioso de las sociedades

precolombinas estaba acompañada de la guerra y como consecuencia de los

enfrentamientos existen innumerables casos de traumatismos cefálicos. Usaban diversas

armas, unas de piedra y otras de metal, habiendo también los tejidos como las boleadoras o

liwis, hondas y huaracas. Por este motivo nuestro país, en el siglo XIX, era el centro del

estudio de los cráneos trepanados, incentivando al nacimiento de la antropología en

Francia, Alemania e Inglaterra que dominaban las teorías eurocentrista y etnocentrista. Esto

6 Morton (1839) publicó un atlas donde presenta la fotografía de un cráneo encontrado en las inmediaciones

del templo del Sol en Pachacamac y ofrecido en donativo por el Dr. Ruschenberger. Morton sospechaba que

las lesiones que presentaba el cráneo en el parietal izquierdo y en el occipital, eran debido a traumatismos.

Pero, 60 años más tarde, Lehman-Nistche (1904) lo identifica como una trepanación quirúrgica. Es interesante

mencionar que este mismo cráneo se encuentra también representado en una publicación de Aitken Meiggs en

1857 (Lastres & Cabieses 1959).

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transcurría en la época de la instalación del Nuevo Orden del orbe, la caída del

imperialismo de España y Portugal, frente a la independencia de los países americanos.

Etapa Descriptiva (1850-1909)

Entre los viajeros y estudiosos tempranos interesados en enfermedades andinas destacan

Rivero y Tschudi (1854), Squier (1877), Dorsey (1898), Bandelier (1904), Baessler (1906)

y Mead (1907), entre otros extranjeros. Mientras que en la Facultad de Medicina de San

Fernando destacaban Samanez, Avendaño, Gastañeta, Lavoreria y Ugaz, entre otros,

discutiendo sobre el problema de la uta, lepra, tifus, sífilis y tuberculosis. En aquella época

se continuaba con el escaso interés por los restos óseos humanos prehispánicos que devenía

de la tradición colonial. Pues había un desprecio por estudiar a los indios y menos todavía,

sus huesos.

Hill (1860) hace mención en el libro titulado “Travels in Peru and Mexico” de una

colección de antigüedades peruanas recogidas en el Cuzco, muchas de las cuales eran armas

de guerra metálicas. Algunos cráneos, relata, muestran huellas de lesiones traumáticas “que

estaban realmente reparadas como calabaza”. Bandelier (1882) que reproduce la anterior

cita, señala: “si la afirmación es fidedigna, recuerda el hecho de cerrar el orificio de

trepanación con pedazo de calabaza o mate”.

El famoso hallazgo de Squier (1865), quien recibiera de manos de la Sra. Ana María

Centeno de Romainville, en 1865, un cráneo que despertó vivo interés en los grandes

centros científicos. Esta pieza anatómica, que había sido originalmente hallada en una

tumba inca de Yucay. Según Rowe (1965), Yucay pertenece cronológicamente a las

primeras etapas de la era Incaica, provincia de Urubamba, región arqueológica del Cusco.

Gardner (1866) presenta a la Academia de Medicina de Nueva York un cráneo trepanado.

El cual Lehman-Nitsche (1903) considera que puede tratarse del mismo cráneo que Squier

acababa de descubrir en 1865 (Fig. 7).7

7 Este cráneo fue llevada por Squier a los Estados Unidos, donde Wyman y Nott (1872) lo examinaron.

Posteriormente, en Francia, el cráneo fue visto por Paul Broca y Nelaton. El primero de los mencionados,

miembro de la Sociedad Antropológica de París, célebre por sus investigaciones sobre el centro cerebral del

lenguaje (centro de Broca) y ya famoso antropólogo, fue quien más se interesó por el espécimen y emitió

juicios acerca de la operación y sus posibles indicaciones. Describió, en el lado izquierdo del hueso frontal,

una extensa mancha blanquecina, de forma redondeada o mejor elíptica, de contornos sinuosos, de superficie

lisa, que tenía la apariencia de hueso normal. Por fuera de esa mancha, la superficie craneal era más obscura y

perforada por pequeños agujeros formados por la dilatación de los canalículos óseos. Sostuvo por esto, que el

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Broca no encuentra fractura ni fisura alguna en las tablas del hueso craneano, menos

evidencia de traumatismo, concluyendo que “No ha habido pues trastornos funcionales en

el diagnóstico de lesión intracraneal”. Avanza inclusive hasta sospechar que la operación se

llevó a cabo “para evacuar un hematoma supradural”. Como es de suponer, tanto en la

época del hallazgo como en períodos posteriores, muchos autores han vuelto a escribir

sobre el mismo cráneo, aprobando o discutiendo el diagnóstico e interpretación de Broca.

Por ejemplo, Nott (1888) persevera en la idea de una lesión traumática mínima producida

por instrumento punzante, donde el cirujano se vio precisado a extirpar la porción de hueso

lesionado. Incluso, Matto (1889) admite la posibilidad de una pequeña herida producida por

la maccana o porra. Más de uno ha criticado el planteamiento de Broca, unos con

exagerado entusiasmo y otros deformando su criterio científico.

Fig. 7.- El famoso cráneo de Squier-Broca (1876), procedente del valle Yucay, Cuzco.

periostio había sido separado del hueso “muchos días antes de la muerte”. En los puntos denudados, decía en

su informe, la capa superficial privada de vasos no ha sufrido cambio alguno “conservando su estructura

normal, mientras que las partes que le rodean, habiendo sufrido los efectos de la inflamación traumática, han

sido el sitio de la osteitis”. Por todos estos datos, cree que el paciente sobrevivió siete a ocho días, aunque

Nelaton piensa que fueron 15. La trepanación de forma cuadrilátera, había sido hecha en el centro de la parte

denudada. Cuatro incisiones lineares: dos horizontales y dos perpendiculares en ángulo recto, “incluyen una

porción rectangular de 50 mm. De largo y 70 de ancho”, y el resultado es una pérdida de hueso, cuya

extensión absoluta corresponde muy aproximadamente a la que es “producida por nuestros trépanos circulares

de tamaño ordinario”. Las incisiones ocupan todo el espesor del hueso que en este punto es de 6mm. El ancho

de las incisiones es de 2mm. (Lastres & Cabieses 1959).

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El mismo Squier (1865) sugiere, por la descripción de otros cráneos, que podría

tratarse de un traumatismo y describe uno “con una punta de flecha todavía adherida al

cráneo”. Quevedo (1887) estudia recientemente el problema, y menciona las

investigaciones de Rowe (1962) quien realizó exploraciones arqueológicas en Yucay y

encontró algunos cráneos trepanados con orificio circular o redondeado, pero nunca en la

forma cuadrilátera. Partiendo de esta idea piensa que el paciente fue quizás un mitimae que

hubo de ser trasladado a Yucay, antes o después de muerto; tal vez se trataba de una

innovación en la técnica quirúrgica. Lorena (Op. Cit.), por su parte, sostiene que la zona de

donde extrajo este cráneo (Yucay), así como las vecinas de Calca, Pomacanchis y otras,

eran eminentemente guerreras y susceptibles al traumatismo; pero termina sin precisar su

opinión sobre la indicación operatoria.

La mayor parte de los que mencionan el famoso cráneo, que ahora se encuentra en el

Museo Nacional de Washington, pasan un poco por alto la interesante personalidad de su

descubridor. Efraín George Squier, llegó al Perú por el año 1863 con el cargo de

Comisionado Diplomático de los Estados Unidos de América y durante dos años recorrió el

territorio de nuestra Patria observando sus ruinas, levantando planos arqueológicos,

haciendo excavaciones y describiendo las costumbres de los pueblos indígenas. Fruto de

esta provechosa labor etnológica fue su obra “Perú: Incidents of travel in the Land of the

Incas” (1865). No fue pues el azar lo que lo hizo apreciar y obtener la interesante pieza

paleopatológica. Por tal motivo, Porras (1963) considera a Squier como el precursor de la

arqueología peruana científica: “corresponde en el tiempo y en la trascendencia cultural con

la obra contemporánea de Raimondi sobre la Geografía”.

Veamos lo que dice Squier sobre su propio descubrimiento (1865): “En algunos

aspectos, la reliquia más importante en la colección de la Sra. Zenteno es el hueso frontal

de un cráneo del cementerio Inca en el valle de Yucay que muestra un caso claro de

trepanación premortem. La Señora me lo obsequió bondadosamente para investigarlo, y ha

sido sometido a la crítica de los mejores cirujanos de Estados Unidos y Europa quienes lo

consideran como la prueba más notable del conocimiento de la cirugía entre los aborígenes,

descubierta en este continente; porque la trepanación es uno de los procedimientos

quirúrgicos más difíciles”.

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En la misma época en que Squier informó al mundo de su sensacional hallazgo, se

encuentran en Europa nuevos cráneos correspondientes al período neolítico que fueron

estudiados por diversos autores ya mencionados. Parece que, en este sentido, el mundo

científico maduró simultáneamente y se encendió en todas partes el interés por este tema.

El mismo Broca (1878) refiere sobre otro cráneo procedente del Perú, recogido por el

explorador Wiener, y concluye que el cirujano indio procedió por el método de “reclage”,

obteniendo una abertura ovalada cuyos bordes cicatrizaron.

Senéze (1877) estudió algunos cráneos paleo-peruanos, y en su trabajo que tituló

“Perforations cranniens sur anciens cranes du haut Pérou”, llegando a la conclusión de que

la operación tenía un carácter racional.

Paolo Mantegazza (1880), destacado patólogo italiano, se refiere al examen de tres

cráneos procedentes del Perú. Uno era originario del Cuzco, de la gruta de Sanjahuara, y

presentaba cuatro orificios, dos de los cuales mostraban bordes cicatrizados; otro

procedente de la región de Ollantaytambo, presentaba dos trepanaciones cicatrizadas en la

región parietal izquierda, una en forma oval y otra con la configuración de un ocho. El otro

cráneo pertenecía a Huarocondo, provincia de Anta, y era deformado y trepanado dos veces

sobre el hueso frontal. Las trepanaciones habían cicatrizado y probablemente habían sido

hechas por el método del raspado.

Antonio Lorena (1890), eminente antropólogo cuzqueño, se interesa por el problema y

publica su trabajo intitulado “La medicina y trepanación incásicas”. Para este investigador,

la medicina incaica fue esencialmente teúrgica;8 y el que la practicaba, conocido por el

nombre de laicca (brujo), tenía conocimientos empíricos de ciertas yerbas; una especie de

“juglar que la fantasía popular presentaba como personaje tenebroso”. Describe algunos de

los conocimientos de Clínica y Patología, recalcando que a menudo un solo síntoma

constituía toda la enfermedad. Así dice, Huma nani o Huma-nanan era el dolor de cabeza,

que combatían con la sangría local; la huarascca (atacado por el viento) era la enagenación

mental o locura, y la tiuscca era la congestión cerebral alcohólica. Encuentra cráneos

trepanados en el área cuzqueña, en las localidades de Calca, Pomacanchi, Silque, Pisac y

las pampas de Anta, discutiendo el tema de las trepanaciones. Se interesa por el número de

8 Teúrgica está relacionado con lo religioso o teológico. Era una medicina integral y completa, abarcado el

estado psíquico, social, individual y nutricional. Se curaba a base de plantas, brebajes y caldos. Y bajo el

sistema frio-calórico.

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perforaciones, el procedimiento operatorio, el tipo de corte, ángulo, etc., llamándole la

atención las características de la pérdida de substancia ósea. Cree que algunos casos hayan

sido lesiones sifilíticas u osteítis tuberculosas, y sospecha que muchos casos son de origen

traumático por el uso de la maccana con puntas aguzadas, el liluc, la honda y la flecha.

Lorena sostiene que los cirujanos incaicos se prodigaron en el empleo de la trepanación, la

que “estuvo a punto de convertirse en vulgar y sencilla como el golpe de la lanceta”, y

sostiene que la mayoría de los cirujanos se limitaban a regularizar los bordes dentellados de

las horadaciones traumáticas.

Posteriormente, en 1937, escribe un ensayo que salió publicado en la Revista del Museo

Nacional de Lima, bajo el rubro de “Notas Antropológicas”. En aquella ocasión, examina

50 cráneos trepanados, encontrando signos de indicación terapéutica solamente en dos o

tres. Esto le lleva a suponer que los antiguos cirujanos peruanos actuaron bajo el impulso de

la febris operationis, atreviéndose a abrir la caja craneana “para combatir hasta simples

dolores de cabeza”. Recalca que los quechuas y yungas designaban a la masa encefálica

con el término de Ñosccon, la lengua de qello y el corazón como sonqo, pero no existía

vocablo para distinguir las meninges. Pasa después a describir las diversas técnicas para

realizar la diéresis ósea, indicando el método de las incisiones rectas entrecruzadas y la

denominada por el mismo Lorena de “corona de barreno de los ebanistas”, que da una línea

de contorno festoneado capaz de convertirse en línea curva al suprimir por raspado los

dientes y los festones. Por último, sugiere que empleaban el poro, o corteza de la Lagenaria

vulgaris, como prótesis para obturar la abertura dejada por la trepanación.

Manuel Antonio Muñiz y Mac Gee (1897) publican en Washington DC la obra

intitulada “Primitive trephining in Perú”, constituyendo un pilar sobre el problema de la

trepanación desde un punto de vista etnológico, aunque apuntan apreciaciones un tanto

arbitrarias en lo relativo a la indicación operatoria. Los cráneos estudiados por estos autores

procedían del Cuzco, Huarochirí, Cañete, Pachacamac y Tarma. Describen diversas formas

del orificio de trepanación; cuadrado, oval, circular, poligonal y recalcan que la mayoría

estaban localizados en las zonas anteriores de la calota, aunque, encuentran dos en la región

occipital. Deducen que en trece de sus casos, la muerte se produjo a consecuencia de la

intervención quirúrgica. En doce cráneos encontraron signos de fractura, en uno, evidencias

de periostitis y en once no había lesión apreciable que indicase el motivo de la operación.

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Por diversas razones, no cree en la posibilidad de trepanaciones póstumas; recalcan por otro

lado, que muchas veces (50%) la intervención no tenía un fin terapéutico, sino constituía un

“acto vicarioso o taumatúrgico”. Establecen además que no existe un estricto paralelismo

etnológico entre trepanación y adelanto cultural de un pueblo, ya que esta operación se

practicó desde la época neolítica.

Para estos autores, los cirujanos nativos nunca emplearon instrumentos de metal, sino

simplemente de sílex y obsidiana. No les concede mayores conocimientos anatomo-

fisiológicos, ya que “fueron inexpertos en la manualidad, torpes en el diagnóstico y

tratamiento, e inconscientes de la gravedad de la operación que practicaban”. En lo tocante

a la patología del cráneo trepanado, escriben: “cuando faltan las influencias de la reparación

fisiológica, se ven invariablemente grandes arañazos o surcos terminales que acreditan

torpeza del operador; las aberturas suelen tener tal irregularidad de forma, que atestiguan

ausencia de conocimiento de las proporciones geométricas; muchas operaciones debieron

ser practicadas al acaso, sin plan definido, con la guía del pulgar o sin guía ni orientación

alguna, determinándose el perímetro operatorio por la posición del sujeto. Incisiones

extravagantes y violenta elevación de la parte resecada dieron por resultado de estas

operaciones determinar daños más extensos y peligrosos de lo indispensable, lo cual, unido

a la frecuencia con que arrostraban innecesarios peligros, significa que los operadores

carecían de nociones del proceso fisiológico a que están subordinadas las resistencias al

traumatismo, la reparación de las heridas y su curación. Las incisiones solían profundizarse

en las láminas óseas con tanto descuido que alcanzaban brutalmente el cerebro,

determinando muerte inmediata; otras veces se nota falta de relación entre las lesiones que

motivaron la intervención y su asiento; casos hay donde la incisión compromete las suturas

o el asiento de los gruesos senos venosos. La trepanación peruana puede mirarse como

incipiente en planes y burda en procedimientos. Estudiando éstos causa sorpresa que los

resultados no fueran peores despertando admiración la poderosa vitalidad orgánica que

permitió a tan amplia proporción de víctimas sobrevivir”.

El interés por el estudio osteológico antiguo comienza a partir de fines del siglo XIX

(Virchow 1887; McGee 1894, 1897; Muñiz & McGee 1897). Al igual que en otras partes

del mundo, los estudios tempranos en huesos tuvieron un énfasis en craneología. En esta

época no interesaba el contexto arqueológico sino solamente saber si procedía de sitio

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precolombino. En el siglo XIX mucho se comentaba en el Viejo Mundo sobre las

enfermedades “exóticas” procedente del Nuevo Mundo, en especial la uta, verruga, lepra y

malaria (Altamirano et al. 2003). Las colonias americanas, asiáticas y africanas, dominadas

por los europeos, necesitaban el estudio de estas nuevas patologías, asimilando en las

campañas militares a médicos. Paralelamente se gestaba la construcción de grandes museos

naturales y culturales. Los esqueletos humanos, al igual que las plantas y animales, aliados

de tejidos, objetos de oro, máscaras de madera, cerámica con patología y muchos de estos

bellamente decorados fueron enajenados sistemáticamente tanto a Europa cuanto a los

EE.UU. Era una época en que se comenzaba a sacudir del dominio de la religión católica

por la ciencia evolucionista de Darwin. En aquella época se empezaba a entender que todas

las sociedades del orbe han tenido un origen, surgiendo la antropología y arqueología,

robusteciendo a otras ciencias como el naturalismo y dando nacimiento a la ciencia

biológica y, sobretodo, entender el problema del origen del hombre.

En aquella época, el médico y político alemán Dr. Rudolph Virchow propuso la teoría

de la infección celular causada por diminutos microorganismos en 1870 y considerado

como el padre de la paleopatología europea (Virchow 1873), publicando el primer caso de

raquitismo en cráneo de Neanderthal. El uso del microscopio propició el surgimiento de los

cazadores de microbios, descubriéndose diversos agentes etiológicos que azotaban a la

humanidad. Asimismo, Virchow (1895a, 1895b) se interesó por el estudio de la historia

precolombina de la leishmaniasis en el Perú, tomando como base principalmente a la

cerámica Moche o Mochica con representaciones antropomorfas que exhiben mutilaciones

naso-labiales e interpretándose generalmente como leishmaniasis andina o uta. Estas piezas

ya habían sido transportadas al Museo Etnográfico de Berlin por el antropólogo Bastien.

Incluso, también han sido observados en las cerámicas ecuatoriana por Ala-Vedra (1952) y

colombiana por Werner & Barreto (1981) (Fig. 8).

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Fig. 8.- Rudolph Virchow (1833-1898). Padre de la teoría de la infección celular.

En aquella época se buscaba un marcador biológico para inferir y justificar el

difusionismo heliocéntrico. Así, Mathews (1889) propone que el hueso epactal o hueso

Inca – es una anomalía de osificación supernumeraria entre el occipital y parietales – de

forma triangular y limitado entre la sutura Mendoza y Lambdática. El cual fue usado

erradamente para caracterizar a las poblaciones amerindias y buscar los contactos

biológicos entre las poblaciones antiguas de Arizona y El Perú, incluyendo con momias de

Egipto, México y diversos países americanos. Sin embargo, en la actualidad hay un

consenso de que este hueso wormiano no es un indicador de grupo étnico ni patológico sino

un carácter epigénetico.

En la India, los médicos militares británicos: William Leishman y Charles Donovan

estudiaban a los soldados ingleses que habían sido infectados por la picada del flebótomo,

produciéndoles el crecimiento del bazo e hígado (esplenomegalia y hepatomegalia,

respectivamente) y alta mortalidad de militares entre 1880 y 1900. Este mal era conocido

como Hapoplinakon, “Herida de Delhi”, “Panza de agua” o “Mal negro”. Es así como

Leishman, en 1903, descubre el parasito de forma redondeada y semejante al Tripanosoma

en el bazo de un soldado inglés muerto por la “fiebre de Dum-Dum”, kalazar o

leishmaniasis visceral (Fig. 9). 9

9 El médico que dio su nombre fue William Leishman, Médico militar británico (Glasgow, Escocia, 6 de

Noviembre de 1865 - Millbank, 2 de Junio de 1926), considerado el padre de la leishmaniasis que trabajó en

Barrakpore y Calcutá, India, a fines del siglo XIX (Altamirano 2000).

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Fig. 9.- William Boog Leishman (1865-1926).

Una figura poco conocida en el país es el Dr. Albert S. Ashmead, destacado

antropólogo norteamericano que vivía en Nueva York, quien había reunido una amplia

información sobre la paleopatología andina, principalmente de la costa norte. Apoyó a Julio

C. Tello en la elaboración de su tesis sobre la antigüedad de la sífilis, por lo que este último

le dedicó su trabajo. Los cráneos arqueológicos con patología o modelación tenían fuerte

interés por los huaqueros para comercializarlos a los museos del orbe. El mismo Tello

recolectó cerca de 15,000 cráneos de 30 sitios de Huarochiri, sierra de Lima, abandonando

en las chukllas y chaukallas millares de restos óseos de los esqueletos postcraneales. En

aquella época se comparaba el cráneo patológico con el ceramio arqueológico, reforzado

con datos etnohistóricos y médicos, sin importar el contexto arqueológico. En suma, la

señera figura de Tello (1909) marca el fin del desarrollo de la paleopatología descriptiva e

inicia la formación de colecciones de momias de Hauyuri, Waricakayán y Paracas

Necrópolis para el futuro de esta disciplina en el país.

La sífilis fue el tema de la tesis de Tello (1909) para su grado de bachiller en medicina.

Recopiló información lingüística, etnográfica, así como las huellas de la enfermedad

representadas en la cerámica y en los huesos. Concluyó que la palabra Huanthi, en quechua

y en aymará, describe una enfermedad corrosiva y contagiosa por vía venérea. La revisión

etnohistórica y bibliográfica le permitió argumentar que la muerte del Inka Huayna Capac

podría ser atribuida a una epidemia de sífilis (Tello Op. Cit.: 57-91). Los rostros y genitales

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mutilados que se representan en la cerámica antigua son considerados como una

consecuencia de la enfermedad, aunque indica que el diagnóstico diferencial debería incluir

la leishmaniasis o uta. Su trabajo incluye la discusión de casos clínicos a partir de los cuales

analiza las representaciones en la cerámica antigua (Fig. 10).

Fig. 10.- Julio César Tello (1880-1947).

Tello (Op. Cit.) analizó casi un millar de cráneos patológicos recuperados en las cuevas

y tumbas de Yauyos en la sierra central de Lima. Refiere Tello que encontró nueve cráneos

que mostraban lesiones que se podían relacionar con la sífilis y concluye que esta

enfermedad venérea ya se encontraba presente en los Andes en los tiempos prehispánicos.

A la fecha los estudios proponen que un antecesor de la bacteria (Treponema pallidum) que

transmite la sífilis ya existía en la región andina precolombina, luego del contacto europeo

el treponema mutó y se globalizó, produciéndose las epidemias que se conocen

históricamente en todas partes del mundo, incluyendo Europa y América.

Simultáneamente en 1908, Ricardo de Palma, hijo del famoso escritor de las

"Tradiciones Peruanas", defendía su tesis doctoral sobre la "Uta en el Perú" en la Facultad

de Medicina Humana de la UNMSM, Lima. Sus estudios efectuados conjuntamente con

J.C. Tello en las provincias de Huarochiri y Yauyos, sierra de Lima, revela la alta

prevalencia de esta enfermedad entre los campesinos y ataca principalmente a niños. Sin

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embargo, este investigador no encontró ningún caso paleopatológico de leishmaniasis en

cráneos antiguos.

Con la llegada de Max Uhle al país, en 1898, la importancia de los huesos y las

momias humanas del siglo XIX decae, adquiriendo mayor importancia la arquitectura, la

metalurgia, los textiles y, sobretodo, la cerámica precolombina. Este bies se debió al fuerte

dominio de la escuela culturalista extranjera (EE.UU. y Europea) que ha ejercido en las

universidades nacionales en todo el siglo XX. Así, consideramos que el desarrollo de la

bioantropología peruana no ha tenido el mismo impacto, fuerza y efecto que en Argentina,

Brasil y EE.UU. Sin embargo, esto no ha sido por falta de atención a los materiales

osteológicos sino por la pugna de dos teorías culturalistas antagónicas entre la Nueva

Arqueología de Binford y Flannery y el Materialismo Histórico de Gandara y Lumbreras.

Por este motivo, la historia de la paleopatología en el Perú del siglo XIX hasta 1970

adquiere un giro dominado por el culturalismo.

Al igual que otros materiales arqueológicos, los restos humanos del Perú están

dispersos en diversos museos del mundo, ya sean momias, cráneos modelados o

trepanados, huesos trabajados o con evidencias de enfermedades, traumas y quirúrgicas

debido a la falta de cuidado y políticas de control de parte del Ministerio de Cultura

(antiguo Instituto Nacional de Cultura). Estos materiales eran curiosidades que llamaban la

atención de coleccionistas, estudiosos y museos. Desafortunadamente muchas de las

colecciones tempranas no daban mayor consideración al contexto arqueológico. Los huesos

usualmente sólo eran marcados con la denominación general de Perú como proveniencia

geográfica, o con el nombre del valle como Chicama en el norte del Perú, Ancón o

Huarochiri. O con el nombre de un sitio con ocupación continua como Pachacamac. Este es

el caso, por ejemplo, de la gran colección de especímenes peruanos en el Museo de Historia

Natural del Instituto Smithsoniano en Washington DC enajenado por Hrdlicka en 1913.

Esta colección con más de 6,000 cráneos y otros huesos es la serie más grande de restos

peruanos fuera del país. Muchos de estos restos eran el subproducto del huaqueo o en

algunos casos del desarrollo urbano o industrial.

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Etapa del Yugo y Dominio de la Medicina (1910-1970)

Después de la publicación de las tesis de Tello (1909) y Palma (1909), el campo de la

paleopatología andina ingresa a una fase de fuerte dominio de los médicos en el terreno

arqueológico que comienza a consolidarse a partir de 1910. En este período los temas

tocados son principalmente la osteoporosis, hiperostosis porótica, criba orbitaría, problemas

dentarios, fracturas, deformaciones de la columna, TBC, endoparásitos, líneas de Harris,

hipoplasia del esmalte dentario, sífilis, anquilosis, labio leporino, trepanaciones y

modelaciones cefálicas, sin embargo, existe poca información sobre Leishmaniasis, Mal de

Chagas y cáncer. Veamos algunos trabajos:

En 1910 llega a Lima el famoso antropólogo polaco Ales Hrdlicka (1911, 1914, 1935,

1943) que trabajando para la Smithsonian Institution de Washington D.C. recorre la costa

norte, central y Huarochiri. Colecta amplio material óseo humano, principalmente cráneos

de los cementerios precolombinos que eran intensamente huaqueados, dejando a la

intemperie millares de esqueletos postcraneales. Hrdlicka enajenó centenas de cráneos

andinos para la formación del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano. Su

trabajo de recolección también incluyó la preparación de una selección de huesos que

mostraban lesiones patológicas para la exposición Panamá-California que se realizó en la

Universidad de San Diego, California (Hrdlicka 1914) (Fig. 11).

Fig. 11.- Ales Hrdlicka (1869-1943).

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Cuando Hrdlicka realizó su recolección de restos humanos es obvio que no había interés

por la procedencia exacta de los materiales, menos todavía por el contexto arqueológico.

Así, el criterio principal era que el material sea de proveniencia prehispánica. La mayor

parte del material reunido procedía de Huarochiri y de deshechos de huaqueros. La

complicación deriva de que la mayoría de los sitios en donde trabajó tuvieron una

ocupación continua en el tiempo y además fueron el escenario de una intensa interacción

cultural y movimiento poblacional. La carencia de datos específicos de asociación temporal

y geográfica limitan las posibilidades de uso de esta colección para comparaciones

cronológicas o biológicas. Los resultados estadísticos pueden ser interesantes pero las

inferencias arqueológicas carecerán de sustento. A pesar de la interesante diversidad de

sitios y zonas representadas, el apropiado número de casos para el análisis estadístico, y la

excelente conservación y manejo de esta colección, termina siendo inadecuada para la

mayoría de los temas bioarqueológicos.10

Paralelamente a los trabajos de Hrdlicka en el Perú, en Egipto el paleoparasitólogo

inglés Sir Armand Ruffer (1910, 1921) estaba descubriendo momias con patologías de

infecciones sanguíneas del parasito Bilharzia haematobia, agente etiológico de la

esquistosomiasis. Mal que infestaba a los esclavos cuando trabajaban en los limos del Nilo

para la agricultura del trigo. También descubrió anemias, parasitos intestinales y

aneurismas en diversas momias (Fig. 12).

10 Entre los años de 1910-20, aproximadamente, Hrdlicka realizó un amplio estudio sobre la paleopatología

andina, recolectando cráneos y esqueletos post-craneanos de cementerios huaqueados de Ancón y Cinco

Cerros en Huarochirí que presentaban patologías, caries dentarias, deformaciones y trepanaciones. Todo ese

material biológico humano ha sido transportado al extranjero, específicamente al Museo de Historia Natural

de la Smithsonian Institution de Washington DC y al Museo del Hombre en San Diego, California. Sin

embargo, en aquella época no había una rigurosidad en la procedencia contextual de estos huesos diagnósticos

y sólo interesaba su proveniencia de sitio arqueológico (Verano & Lombardi 1999; Guillén 2010). Esperemos

que se den leyes para que esos materiales retornen a nuestra tierra.

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Fig. 12.- Sir Armand Ruffer (1859-1917).

Los informes de Hrdlicka (1911, 1914) sobre sus viajes al Perú han tenido un impacto

significativo en la prehistoria andina. A partir de sus observaciones visuales sobre la

tipología craneana, concluyó que la población costeña compartía el tipo braquicefálico y

eran de estatura moderada, mientras que los grupos serranos incluían principalmente

cráneos dolicocefálicos. En aquella época la presencia de diferentes tipos en una región era

interpretada como la existencia de tipos intrusivos. Sin embargo, hoy podemos afirmar que

en el pasado ya existía una amplia gama de grupos étnicos e intenso movimiento de la

dinámica poblacional.

El primer viaje de Hrdlicka a Sudamérica (1911) tenía entre otros propósitos el de

cuestionar los hallazgos de Florentino Ameghino que había reportado el hallazgo del fémur

de un Toxodon (de la época cuaternaria), que supuestamente tenía una punta de flecha

incrustada en el hueso. El asunto fue resuelto a partir de la introducción de criterios

geológicos que demostraban la imposibilidad de la propuesta del investigador argentino.

Fue su suerte que en el largo viaje por mar de Nueva York a Buenos Aires, conoció a don

Víctor Larco Herrera, quien ya había iniciado la recolección de los materiales culturales

que abundaban en sus haciendas azucareras en el norte del Perú. Al enterarse del interés de

Hrdlicka por restos humanos antiguos, Larco Herrera le invita a Chiclín. A su llegada es

sorprendido con una calle atiborrada de huesos. El trabajo fue entonces el de seleccionar

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que llevar, en este caso principalmente cráneos y especialmente aquellos con lesiones

patológicas (Guillén 2010: 116-117).

En otros lugares de Perú, como en Pachacamac, Hrdlicka tuvo una suerte similar. Sólo

tenía que recolectar lo que estaba disperso en la superficie de los sitios arqueológicos

huaqueados. En sus memorias describe la apariencia de estos lugares como el Gólgota. Ya

que la consideración temporal no era una preocupación, pocos otros lugares en el mundo le

ofrecieron tal cantidad de huesos. En la parte positiva hay que tomar en cuenta que en sus

contactos con el gobierno peruano también se encargó de promover la definición de un

reglamento que controlara el trabajo arqueológico y la exportación de muestras.

Específicamente, tal como lo indica en su autobiografía, quería impedir que Hiram

Bingham lograra un contrato de exclusividad con el gobierno para supervisar el quehacer

arqueológico en Perú. Para su ventaja estaba el hecho que había poco interés en los restos

humanos.

En su segundo viaje de Hrdlicka al Perú, en 1913, se reencuentra con el joven Julio C.

Tello, el médico “sharuco” que ya se habían conocido en la maestría en antropología

realizado en la Universidad de Harvard. Su nombramiento como asistente de Hrdlicka se

debía a dos factores: uno, a la amistad formada en Harvard y dos, por la habilidad de Tello

en coordinar y liberar los proyectos arqueológicos con el Ministerio de Educación. En sus

relatos autobiográficos, Hrdlicka (Ms.), escrito probablemente en 1938, describe con cierto

humor como ambos investigadores -al iniciar sus colectas- se colocaban en extremos

opuestos de los cementerios huaqueados, tanto en la costa norte como en la costa central,

buscando y compitiendo quien recogía los mejores huesos patológicos para sus respectivos

museos.11

11 Por este motivo, las grandes colecciones de restos humanos en los Estados Unidos y en el Perú son hasta

ahora las contribuciones de Hrdlicka y de Tello. La mayor parte del material recolectado por Tello fue

depositado en Museo Nacional de Antropología y Arqueología en Lima (MNAAH) y en la Universidad de

Harvard. Gran parte de este material todavía no ha sido analizado. Las notas de campo de sus trabajos se

conservan en el Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos. Gran parte del Archivo Tello,

incluyendo fotos y gráficos están siendo publicados sistemáticamente por el Museo de Arqueología y

Antropología de la UNMSM a partir del siglo XXI. Hrdlicka (1914), observando los entierros de Ancón,

anotó la abundancia de "osteoporosis simétrica" que hoy conocemos como hiperostosis porótica en las

antiguas poblaciones pesqueras de la costa central. Empero, tampoco encontró casos de LTA sino una alta

frecuencia de periostitis en los huesos largos, sin identificar sus etiologías (Guillén Op. Cit.: 117).

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En esta fase médica, también el Dr. Edmundo Escomel (1911), escribe un artículo

acerca de la espundia, denominación dada al comportamiento destructivo de las mucosas

naso-orales, que dominaba ampliamente la Amazonía peruana y los parásitos eran idénticos

a los que Gaspar Vianna había observado en el Brasil, caracterizándolo como Leishmania

braziliensis tanto para la uta como la espundia. Simultáneamente en el Perú, Lizardo Vélez

López (1913), distinguió al parásito de la L. peruviana de la L. tropica y la ubicó dentro de

la categoría de L. braziliensis. Sin embargo, los parasitólogos de aquella época eran reacios

al avance de las investigaciones y mantenían al agente genérico y tradicional de la L.

tropica del Viejo Mundo. Esta concepción escolástica perduró hasta la década de los 50s.

George Eaton (1916) estudia la colección McCurdy de Macchu Pichu, descubierto por

Hiram Bingham en 1910, identificando diversos esqueletos femeninos jóvenes y adultos-

jovenes que le permitió plantear que eran las famosas “vírgenes del Sol” que atendían a los

militares incas heridos o héroes de guerras. Se ha considerado que Machu Picchu era la

casa y templo de Pachacutec, elaborada con fina técnica lítica, abundante agua con casas,

kallankas, sukankas, colcas, muchos andenes, plazas y escalinatas de piedra. Sus

inferencias antropológicas fueron cuestionadas por John Verano en 2008.

El médico Earnest Albert Hooton (1930) excava y analiza dos sitios arqueológicos al sur

de Ohio, EE.UU. Uno es Madisonville y el otro el Grupo Turner. Estudia, desde el punto de

vista epidemiológico, tanto a la evidencia directa a través de la paleopatología analítica y

paleoparasitología, como la evidencia indirecta a través de pinturas, cerámica y documentos

históricos. Sin embargo, Hooton concluye con el pesimismo de la contribución de la

paleopatología es poca y se plasma así:

“En el momento los paleopatólogos no pueden distinguir en los huesos secos las lesiones

dejadas por las enfermedades, los cuales pueden ser fácil y correctamente identificadas en

vida. Las pocas excepciones a esa generalización incluyen solamente a la artritis,

osteomielitis, mal de Pott, osteomalacia y pocas otras afecciones.”

Herbert U. Williams (1930, 1932), amigo de Tello, publica un notable artículo sobre

paleopatología, apuntando que hubieron destacados investigadores como Hrdlicka, Moodie,

Williams y Hooton. Agrega que nosotros debemos considerar que en los últimos 20 años

(entre 1910-1930) se ha logrado producir amplios estudios a la par de las de Roy Moodie.

La paleopatología destaca porque comienza a proporcionar abundante información certera

sobre la vida cotidiana de los hombres andinos.

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Roy Moodie (1932) se concentra en la zona de Ica y describe numerosas piezas

óseas para su famoso libro de aquel año. Su contribución a la paleopatología andina es

encomiable, rescatando restos óseos humanos con severas patologías de cáncer y

leishmaniasis que poca atención se les habían dado.

Hacia inicios de la década de los 30, Tello conoce a Pedro Weiss, joven patólogo y

dermatólogo de la Facultad de Medicina de la UNMSM, el cual paulatinamente se va

interesando en los esqueletos humanos. El doctor Weiss, como director del Museo de la

Facultad de Medicina, participó en la expedición que descubrió el templo de Chavín de

Huantar, dedicándose parte de su tiempo al estudio de restos humanos antiguos,

principalmente las series recuperadas por los trabajos de Tello.12

Realiza estudios de

especialización en Alemania y Francia. Fue profesor de las facultades de medicina y de

ciencias en la Universidad de San Marcos, encargándose del curso de Antropología Física.

Tuvo a su cargo la división de esta especialidad en el Museo Nacional y en el Museo de

Arqueología de San Marcos y publica diversos estudios sobre la osteología cultural (Weiss

1932, 1961, 1962a, 1962b, 1972)(Fig. 13).

Weiss (1943, 1970, 1984), constituye el verdadero fundador de la paleopatología

peruana y fue director del Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM entre

1957-70, publicó diversos artículos sobre paleopatología americana, siguiendo el modelo de

investigación: hueso-cerámica-crónicas. Observó el contraste de las dos fuentes de la

paleopatología de LTA, sosteniendo que mientras la cerámica antropomorfa con

representaciones de mutilaciones faciales es producto incuestionable de la uta, en cambio,

no existen estudios paleopatológicos en cráneos arqueológicos.

12

Julio C. Tello al establecerse como director del Museo de Arqueología en la Universidad de San Marcos, en

1919, y luego en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología, en 1945. definió la existencia de

depósitos para restos humanos. Sin embargo, esta tarea la encomendó a Pedro Weiss en 1918. Tello como

médico jamás curó a un paciente, sino se dedicó intensamente a las exploraciones arqueológicas y fundación

de museos. Es decir, trató de curar el dolor de la cultura andina construyendo museos y múltiples

exploraciones arqueológicas.

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Fig. 13.- Pedro Weiss Harvey (1893-1985).

Los principales temas de interés de Weiss fueron la deformación craneana, la

trepanación y la paleopatología. Acuñó el término de “osteología cultural” que engloba uno

de los ejemplos más claros y tempranos de la investigación interdisciplinaria (Weiss 1958).

Los datos culturales, históricos y biológicos eran complementados con la información

arqueológica para discutir rutas de migración poblacional, organización social e interacción

cultural. Además que Weiss desarrolló una intensa vida académica, su trabajo está más

circunscrito a temas médicos, y es reconocido como el “Padre de la Patología en el Perú”.

Su producción en antropología física no es tan extensa pero su perspectiva de análisis

constituye un importante punto de referencia así como son las conclusiones de sus estudios.

Su dedicado trabajo en museos y sus publicaciones inspiraron a muchos médicos y

antropólogos.

Juan B. Lastres (1951), otro destacado médico peruano y famoso neurosiquiatra,

recopilando amplia información etnohistórica y un análisis extensivo de la cerámica

prehispánica con patologías las utilizó para discutir la historia de la medicina en el país.

Luego en conjunto con Fernando Cabieses (Lastres & Cabieses 1959) prepararon una

extensa revisión sobre los casos de trepanación craneana.

Hugo Pesce (1951), médico sanmarquino especialista en medicina tropical, al tratar de

resolver el problema de la existencia de lepra en el Perú precolombino, recopiló fuentes

arqueológicas, relatos de cronistas, estudios filológicos y etnomedicina regional,

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conduciendo simultáneamente a la confirmación de 3 entidades morbosas en tiempos

incaicos y pre-incaicos: uta, bartonelosis y sífilis, concluyendo la ausencia de hanseníasis.

Este investigador, además, llamó la atención que el diagnóstico diferencial de lepra, sífilis y

leishmaniasis, debe ser a través de la morfología de las lesiones, su asiento anatómico y su

localización topográfica.

Theodore Dale Stewart (1943, 1950), otro antropólogo físico representante de la

Smithsonian Institution que asume el papel de Hrdlicka y llega al país a inicios de la década

del 50, logra impulsar trabajos y artículos en la antropología física y forense,

principalmente de la costa norte. Este investigador jamás creó un laboratorio en nuestro

país sino colectó amplio material óseo humano y los transportó a su institución de origen

(Fig. 14).

Fig. 14.- Theodore Dale Stewart (1901-1997).

Newman (1943), Stewart (1943a), Stewart y Newman (1950) trabajan intensivamente

en recopilar restos óseos humanos de cementerios clandestinos precolombinos y

relacionados con la antropología física en el Perú. Sin embargo, los trabajos de Stewart

(1966) y Larry Angel (1971) han mantenido viva la tradición de Virchow, Hrdlicka y

Hooton en la investigación paleopatológica y paleodemográfica. Según Buikstra y Beck

(2006: 76-77) estos investigadores siempre han estado al servicio de la Smithsonian

Institituion.

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En el Perú, entre los años de 1920 y 1950, los trabajos de los médicos Batistini,

Burstein, Escomel, Monge, Palma, Rebagliatti, Weiss y otros, siguieron la línea de la

distribución geográfica y demográfica de la leishmaniasis, mal de Chagas, verruga,

tuberculosis, cáncer, tifus, malaria, etc., construyendo sus bases epidemiológicas en nuestro

país. Luego esta contribución sería asimilada por Arístides Herrer y Hugo Pesce entre las

décadas 60-80.

E.O. Callen y T.W.M. Cameron (1960) comenzaron con el trabajo de la

paleoparasitología en el sitio de Huaca Prieta, valle de Chicama, aplicando el método de la

rehidratación de los coprolitos con fosfato trisódico y descubriendo Ascaris, Trichuris y

Dhiphyllobothrium. Estos parásitos intestinales han sido epidemias que han causado

diversos trastornos, anemias y muerte en las antiguas poblaciones humanas andinas tanto

costeñas cuanto serranas. Este investigador murió en Ayacucho y pocos se acuerdan de su

gran contribución en el avance de la paleopatología.13

Por otro lado, los estudios de la deformación cefálica y las trepanaciones habían ganado

fuerte interés en la ciencia biomédica desde las contribuciones de Dembo e Imbelloni en la

década de los 30 (Weiss 1962a, 1972; Lastres y Cabieses 1959). En todo este período de

Yugo, la escuela norteamericana culturalista hacia gala de su metodología difusionista y

funcionalista, así como la técnica de excavación en área del método Wheeler y la tipología

del material lítico y ceramográfico. Sin embargo, se continuaba enajenando la cultura

material andina.

Fernando Cabieses (1920-2009) constituye el último representante de la escuela médica

interesado en esta área, fue docente de la Facultad de Medicina de la UNMSM y

considerado un pionero de la neurocirugía. Se graduó como médico en la UNMSM en

1956. Fue un brillante profesional que se distinguió en todas las esferas de su vida

profesional y creativa. Participó en la creación de la Universidad Científica del Sur, quien

fue su primer rector de 1998 a 2007. Fue un científico, humanista y profesor. Promovió y

participó en campañas para incentivar respeto y consideración a la práctica tradicional del

uso de la hoja de coca, enfatizando la importancia cultural, fisiológica y médica de esta

planta en el pasado y presente de las culturas andinas (Fig. 15).

13

CALLEN, E.O. & CAMERON, T.W.M. (1960). A prehistoric diet as revealed by coprolites. The New

Scientist 8: 35-40.

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Fig. 15.- Fernando Cabieses (1920-2009).

Se especializó en neurocirugía en la Universidad de Pennsylvania, como científico y

humanista su trabajo abarcó temas en medicina tradicional, botánica, historia, farmacología,

arqueología y etnografía. Escribió reportes científicos, ensayos, novelas y poesía. Su

compromiso social y político le llevó a aceptar el rol de presidente de una Comisión de Paz

que se estableció en 1986 para atender la emergencia de una revuelta de presos acusados de

terrorismo. Este grupo no alcanzó a lograr sus objetivos pero refleja su compromiso social

y el reconocimiento a sus múltiples intereses profesionales.

Gran parte del trabajo profesional de Cabieses estaba concentrado en su práctica

médico-quirúrgica, laborando paralelamente en museos. Fue director del Museo Peruano de

Ciencias de la Salud desde 1976 a 1990, cuando la Sociedad de Beneficencia Pública de

Lima decidió cerrarlo por causas políticas. En un principio el local estuvo localizado en el

Hospital Dos de Mayo de la Avenida Grau y luego pasó al Jirón Huallaga a una cuadra del

Palacio de Gobierno hasta su cierre por el presidente Alberto Fujimori. Era médico de

cabeza de Víctor Raúl Haya de La Torre, subiéndose a la bancada aprista, logró dirigir al

grupo que se encargó de generar el Museo de la Nación que se fundó en 1990, participando

en el diseño y los detalles de la implementación de este ambicioso proyecto cultural. Fue

director del Instituto Nacional de Cultura, y también tuvo este cargo en el Programa

Contisuyo, un programa de investigaciones arqueológicas en Moquegua, auspiciado por la

Empresa minera Southern Peru.

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En el área de paleopatología trató superficialmente el tema de la leishmaniasis,

treponematosis, la trepanación craneana y en general la evidencia y la historia de las

enfermedades en antigüedad (Cabieses 1974, 1993a, 1993b, 2007). Aunque no se concentró

en el tema de la antropología física ni la paleopatología, su trabajo promovió el interés y

debate en ambas disciplinas. Además, incentivó y participó sus esfuerzos para proteger y

conservar colecciones arqueológicas. Sonia Guillén, que trabajó en un inicio al lado de este

investigador, es testigo de las facilidades que ofreció a profesionales jóvenes, su apertura

para discutir temas diversos, su entusiasmo y compromiso para promover el desarrollo de la

paleopatología en el país.

Así, en 1962, el español Juan Comas fue profesor visitante en San Marcos, luego en los

70 lo hizo el belga Jean Dricot, quien también trabajó en el Museo Nacional de

Antropología y Arqueología de Lima, iniciando la reorganización de las colecciones del

departamento de antropología física en coordinación de la Dra. Hilda Vidal Vidal. Esta

investigadora peruana luchó prácticamente sóla entre las décadas del 70 y 90, con material

de Chavín, Pasamayo, el “soldado chileno”, diversos entierros de la costa central, etc.

Además, trabajó con el japonés Ogata realizando la antropología física de 3 entierros de

Lauricocha (Vidal y Ogata 1973). Otro médico destacado, ya finado, es Arturo Jimenez

Borja que tenía fuerte interés en la arqueología andina. Alcanzó altos cargos políticos en el

Patronato Nacional de Cultura al lado de José María Arguedas, preocupándose en la

restauración de los monumentos de Pachacamac, Huallamarca, Juliana y Puruchuco, entre

otros, con fines turísticos y de identidad cultural.

El Período de Fractura: La Nueva Arqueología y La Paleopatología Moderna (1971-

2000)

Con el desarrollo de la Nueva Arqueología, Arqueología Procesual o procesualismo,

impulsado en Inglaterra por Graham Clark y en los EE.UU. por Louis Binford y Kent

Flannery, está disciplina se hace más rigurosa, introduciendo la hipótesis, el detalle del

contexto arqueológico, la correcta identificación de los materiales orgánicos (etnobotánica

y zooarqueología) en los laboratorios y el método comparativo. La arqueología empieza a

ganar fuerza, identificando acuciosamente las plantas y animales para entender el proceso

de la civilización andina, la domesticación de plantas y animales, la teoría del estado y el

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surgimiento de las clases sociales, concentrándose principalmente en los sitios del Período

Lítico, Arcaico y Formativo. Asimismo, con la introducción el enfoque ecosistémico, el

medio ambiente y la bioarqueología comienzan a tomar consistencia para entender el

proceso y la teoría del cambio sociocultural.

También se introduce la elaboración de leyes, hipótesis y los modelos en los proyectos

de investigación. La lógica y razón de los datos empíricos debidamente expuestos tenían

que prevalecer sobre la teoría hecha en gabinete que dominaba a la arqueología andina,

entrando en pugna el Funcionalismo de Willey, el Materialismo Histórico de Lumbreras y

el Procesualismo de Binford. Con esta última corriente se introduce en nuestro medio la

paleoepidemiología que es una ciencia biomédica que se inserta entre los campos de la

arqueología, paleopatología y paleodemografía. La cual se sustenta en el estudio

descriptivo de la paleopatología ósea y/o dentaria, y la paleoparasitología (a través del

análisis microscópico de coprolitos, sedimentos intestinales de momias y áreas de descartes

higiénicos), impulsando conocimientos capaces de explicar la historia y la evolución de

enfermedades dentro de un contexto social (Cohen 1975a, 1975b; Buikstra & Cook 1980;

Cockburn 1988). Esto permite relacionar estrés, morbilidad y mortalidad a los estilos de

vida, comprendiendo la enfermedad no como un ente biológico aislado sino de sistemas

patocenóticos e indisoluble de los procesos socio-culturales, de las influencias del medio

ambiente y del proceso histórico de cada grupo humano del pasado (Mendonça de Souza

1997).14

Con esta nueva visión llegan al país destacados antropólogos físicos. La abundancia de

cementerios y momias de la costa sur como en Nasca, Paracas y Cahuachi, así como el

museo arqueológico de Ica, dirigido por Alejandro Pezzia Aseretto, permitió realizar el

trabajo osteológico y en momias por profesionales médicos o antropólogos físicos

extranjeros (Allison 1979, 1983, 1984; Allison et al. 1973, 1976a, 1976b, 1977, 1981,

1982a, 1982b, 1982c; Allison y Gerszten 1982; Benfer 1977, 1981, 1982, 1984, 1986,

1990; Chauchat y Dricot 1979; Dricot 1974, 1976, 1977; Hartweg 1958, 1961; Malina

1988; Verano 1987, 1992).

14

A partir de la década de los 80s surge la Nueva Paleoepidemiología que se sustenta de 3 pilares: el contexto

arqueológico o biocultural, la incorporación de técnicas biomédicas modernas y el contraste analítico del

diagnóstico diferencial (Buikstra & Cook 1980, 1992; Zimmerman & Kelley 1982; Weiss 1984; Jarcho 1990;

Ortner 1992; Mendonça de Souza 1995; y otros).

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Marvin Allison se concentró en la costa centro-sur peruana durante las décadas de 1970 y

80. Así, Allison y Gerszten, fundadores del Club de Paleopatología en 1978, fueron los

pioneros de la integración de los fondos biomédicos, bioantropológicos y arqueológicos

para realizar trabajos en disecciones de poblaciones de momias peruanas y chilenas.

Colaboraron con los trabajos de Robert Benfer en Paloma y Chilca, Lima, en asociación

entre las Universidades de Columbia y la Agraria, analizando centenas de momias humanas

del período arcaico y formativo para entender la adaptación del hombre en el área de las

lomas y el litoral (Fig. 16). 15

Fig. 16.- Marvin Allison y Enrique Gerszten (Aufderheide et al. 1998).

La Dra. Jane Buikstra, University of Michigan, una de las figuras más importantes de la

bioarqueología americana, se concentra en la costa sur del Perú, valles de Moquegua y

Tacna, trabajando principalmente con el problema de la antigüedad de la tuberculosis en el

país. Propone que la investigación arqueológica debe orientarse hacia la bioarqueología

debido a la comprobación de los datos paleopatológicos, forenses y la aplicación del

diagnóstico diferencial (Buikstra & Cook 1980, 1992; Buikstra & Beck 2006). Su

15

El trabajo de Allison y equipo tuvo una postura cotroversial. Ya que la información biológica recuperada

era importante, pero las afiliaciones culturales eran consideradas demasiado amplias y sin contexto

arqueológico. Las momias y los restos estudiados provenían de cementerios huaqueados abandonados en

superficie y seleccionados a partir de sus características intrisecas. En otros casos, y todavía más penosos,

eran parte del abandono en museos (Guillén 2010: 124).

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investigación en el Perú se concentra en la década de los 90, trabajando en el valle de

Osmore, Moquegua (Buikstra 1995). Continua con el señorío de Chiribaya en el vasto

cementerio de Estuquiña, Moquegua (Buikstra & Lozada 2002), intercalando sus viajes con

Mesoamérica y Norteamérica (Buikstra 1997; Buikstra et al. 1998), colaborando con las

investigaciones de Della Cook de la Universidad de Indiana en el valle del Mississipi donde

vivían los Hopewell (Fig. 17).

Fig. 17.- Jane Ellen Buikstra (1945- vive).

Esta investigadora posee una amplia producción académica y ha estado presente en

grandes congresos internaciones de paleopatología.16

Sin embargo, en el articulo de Guillen

16

BUIKSTRA, Jane & Douglas K. CHARLES (1999). Centering the Ancestors: Cemeteries, Mounds and

Sacred Landscapes of the North American Midcontinent. In: Archaeologies of Landscape: Contemporary

Perspectives, W. Ashmore and B. Knapp, eds. Blackwells pp. 201–228.

_________ (2000). Editor and author of five substantive chapters. Never Anything So Solemn: An

Archaeological, Biological and Historical Investigation of the 19th Century Grafton Cemetery. Author of four

chapters:1. Introduction, 2. Historic Bioarcheology and the Beautification of Death, 3. A Matter of Life and

Death I: Disease, Medical Practice, and Funerals, 9. Summary and Conclusions, and coauthor of one chapter

(Houdek, Buikstra, Stojanowski) 7. Skeletal Biology. Center for American Archeology, Kampsville Studies in

Archeology and History, No. 3.

_________ & Maria Cecilia LOZADA (2002). El Señorío de Chiribaya en la Costa Sur del Perú. Instituto de

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_________ & Charlotte A. ROBERTS (2003). The Bioarchaeology of Tuberculosis: A Global View on a

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__________ & Kenneth C. NYSTROM (2003). Embodied Traditions: The Chachapoya and Inka Ancestors.

In: Theory, Method, and Practice in Modern Archaeology. R. J. Jeske and D. K. Charles, eds. Praeger

Publishers: Westport.

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(2010) no la cita en su debido contexto histórico a pesar de haber sido su asesora de tesis,

tampoco está en su bibliografía y otorgándole mayor peso académico a John Verano. Esta

nueva corriente de la bioarqueología busca la información certera de campo, el contexto

arqueológico, su asociación con la estructura funeraria, matriz y ajuar. Luego en el

laboratorio, usando técnicas modernas, se analizan e identifican las patologías, entesopatías

y posibles causas de muerte.

A pesar de esta fuerte tendencia de la Nueva Arqueología, en ninguna de las escuelas de

arqueología o antropología en el Perú se había creado la especialidad de antropología física

y menos de paleopatología. En la UNMSM la tendencia dominante culturalista del yugo

norteamericano no permitió la creación de esta disciplina en la escuela de antropología. Por

lo visto son los mismos docentes que no han tenido el interés de crearla debido a tendencias

académicas diferentes. Por otro lado, tampoco se habían creado laboratorios para el

_________, TD PRICE, JH BURTON, and LE WRIGHT (2004). Tombs from Copan’s Acropolis: A Life

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revisited. In: Janaab' Pakal of Palenque. In: Reconstructing the Life and Death of a Maya Ruler. V. Tiesler

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Senior editor and author of Chapter 1: An Historical Introduction; Chapter 15: Repatriation: Challenges and

Opportunities; co-author of O. M. Pearson and Jane E. Buikstra, Chapter 8: Behavior and the Bones Mary

Lucas Powell, Della Collins Cook, Georgieann Bogdan, Jane E. Buikstra, Mario M. Castro, Patrick D. Horne,

David R. Hunt, Richard T. Koritzer, Sheila Ferraz Mendonça de Souza, Mary Kay Sandford, Laurie Saunders,

Glaucia Aparecida Malerba Sene, Lynne Sullivan, and John J. Swetnam Chapter 7 Invisible Hands: Women

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___________ (2007). The Bioarchaeology of Maya Sacrifice. In: New Perspectives on Maya Sacrifice, V.

Tiesler and A. Cucina, eds, Chapter 13, pp. 293–307. Springer-Verlag.

BUIKSTRA, Jane E. & Lane A. BECK, eds. (2006). Bioarchaeology: The Contextual Study of Human

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entrenamiento de estudiantes. Las universidades de San Marcos y La Católica en Lima han

tratado de involucrar a especialistas como profesores visitantes.

Entre las décadas de los 80 y 90, el biólogo Nicolás Arzola Guerrero dictaba esta

cátedra en San Marcos, teniendo como Jefe de Prácticas al autor de este artículo, hasta su

viaje al Brasil en 1995 para realizar el doctorado en paleopatología en la Fiocruz, Rio de

Janeiro (1996-2000). En la UNMSM se formaron en este campo: Pablo Baraybar, Luis

Rueda Curimanya y Flavio Estrada entre 1990 y 2000. Sin embargo, la tendencia

culturalista todavía domina los claustros sanmarquinos y católicos. Desafortunadamente,

ninguna de estas universidades pudo atender las necesidades de laboratorios y cambios

curriculares para crear la formación de antropólogos físicos, hoy denominados

bioarqueólogos.

En 1986, John Verano de la Universidad de Tulane defiende su tesis de doctorado

sobre un estudio comparativo entre las poblaciones Mochica y Chimú en Pacatnamú, valle

de Jequetepeque, concluyendo que la alimentación en el período Moche era mejor que

durante el período Intermedio Tardío de los chimú debido a la menor tasa de anemias e

hiperostosis porótica vistos en los cementerios muchos de estos huaqueados. Verano se

concentra en la costa norte del Perú, lejos de la lucha armada que arrazaba en el triangulo

rojo (Apurimac, Ayacucho y Huancavelica). Trabaja con Donnan y Cock en Pacatnamú,

valle del Jequetepeque (1983-1985), con Walter Alva en Sipán, Lambayeque (1986-1988),

con Santiago Uceda en la Pirámide de La Luna, valle de Moche; con la dama de Cao en el

valle de Chicama con Régulo Franco y con Steven Bourgest con los individuos jóvenes y

adultos/jóvenes sacrificados de Cerro Blanco, valle de Moche (Verano et al. 2008; Verano

1991, 1995, 2001a, 2001b, 2001c, 2005, 2007; Fig. 18).17

17

En los 80 John Verano de la Universidad de Tulane fue profesor visitante en La Pontificia U. Católica.

Elaboró su tesis de doctorado sobre los cementerios tardíos en Pacatnamú, valle de Jequetepeque en 1986.

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Fig. 18.- John Verano (1956-vive).

Según Guillén (2010: 126) menciona que a partir de 1980 el trabajo de Verano en el

Perú ha sido crucial para el desarrollo de la bioantropología y la paleopatología. También

se ha preocupado con el estudio de la relación entre las cabezas trofeo y los traumatismos,

siguiendo los planteamientos de Tello y Weiss (Verano 1997, 2003, 2008; Verano &

Williams 1992; Verano & Andrushko 2008; Andrushko y Verano 2008). Admite que la

trepanación ha sido practicada en los Andes a partir del Formativo Medio, hace 500 a.C. y

en muchos casos están asociados a fracturas relacionadas con violencia de prácticas

guerreras. De otro lado, las cabezas trofeo apuntan a una práctica ritual para honrar a

guerreros o para advertir al enemigo (Verano 1995b). Este autor también revisó la

colección de McCurdy sobre Machu Picchu existente en el Museo de la Universidad de

Yale y estudiados por George Eaton (1916). Hace una crítica a este último autor, indicando

que los casos propuestos como sifílis para las “vírgenes del Sol” pueden ser mejor

identificados como tuberculosis y osteomileitis. La contribución académica de Verano en el

Perú es amplia y permanente, habiendo formado en el campo de la paleopatología a Guido

Lombardi (Verano & Lombardi 1999), Marla Toyne, Melissa Lund, Catherine Gaither,

Pechenkina y Valerie A. Andrushko. Ha enseñado en la Universidad Nacional de Trujillo y

en la Pontificia Universidad Católica de Lima, en 2008.

Después de veinte años de violencia interna a partir de las actividades de grupos

terroristas como Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, entre

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1980 y 2000, el Perú tiene la necesidad de identificar los restos de más de 30,000 personas

desaparecidas. Una vez que el problema del terrorismo en el Perú fue controlado

(Kimmerle & Baraybar 2008), la presencia de investigadores extranjeros se reactivó y

también las oportunidades de investigación, entrenamiento y colaboración académica y

científica.

El doctor Luis Valdivia Vera (1988) que realizó y publicó estudios dentales, luchó

aisladamente y no tuvo seguidores que se concentraran en el estudio de restos humanos.

Nuevamente, la falta de recursos para la investigación y de puestos de trabajo confabularon

para que los restos humanos mantengan un rol secundario en la reconstrucción de la historia

biocultural andina.

Etapa del Deslinde: La Paleopatología Interdisciplinaria (2000-2013)

El año 2000, durante el gobierno de Fujimori, marca la caída de los grupos

terroristas en el país (SL y MRTA). A partir de esa fecha, se crearon masivamente diversas

universidades pero sin cursos de antropología física ni forense. Paralelamente, el biólogo

Nicolás Arzola Guerrero de la UNMSM, con sus jefes de prácticas Flavio Estrada y Luis

Rueda, luchaban denodadamente por la supervivencia de la antropología física. En el país

crece la arqueología de contrato, los CIRAS y PEAS, sin interés por el material óseo

humano ni animal. Simultáneamente, hubo un incremento de tesis en bioarqueología andina

en universidades norteamericanas (Vradenburg 2001; Pechenkina 2004; Andrushko 2006;

Chan 2011).

En Rio de Janeiro, el autor de este artículo defiende su tesis de doctorado en

paleopatología de la leishmaniasis en la Fiocruz (Altamirano 2000, colgado en Internet),

siendo profesor visitante de esa institución hasta 2005 y docente de la Universidad UNIRIO

entre 2007 y 2009. En el Perú, faltaba la creación de laboratorios de bioarqueología que

utilice los métodos de la tomografía computadorizada, densitometría ósea, resonancia

magnética, el avance de la traumatología, la reconstrucción de restos y la paleoparasitología

molecular. Estas técnicas comienzan a ganar terreno en la investigación interdisciplinaria

de la Nueva Paleopatología en la América del Sur. Así, necesitabamos avanzar

incorporando estos métodos ya utilizados por los médicos y la corriente norteamericana.

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Vradenburg (1992, 2001) defiende su tesis de doctorado en la Universidad de

Missouri, Columbia, estudiando el material óseo humano del sitio formativo de Cardal,

excavado por la pareja Burger-Salazar. Concluye que hacia el período Inicial y el período

formativo no habían existido clases sociales, sino grupos humanos con diversas formas de

trabajos especializados. Afirma que la treponematosis, una forma diferente de sífilis, tal vez

yaws o buba, se había alastrado por la costa central proveniente de la Amazonía central,

generalizándose en el período Formativo Tardío, entre los sitios de Tablada de Lurín,

Cardal, Mina Perdida, Huallamarca, Huaca Pucllana y Villa El Salvador.

En el año 2002, la UNFV funda su laboratorio de Antropología Física y Forense en el

campus de La Colmena, recuperando casi un centenar de entierros humanos, y algunos

asociados con animales, del Cerro Trinidad, valle de Chancay, excavado por Odón Rosales,

Carlos Farfán, Victoria Aranguren y Aurora García Fuyikawa. A pesar del interés de los

estudiantes y el trabajo aislado en la especialidad en diferentes partes del Perú, este campo

no promovió ni incentivó avances significativos como si sucedió en otras partes de la

América del Sur como en el Brasil, Argentina y Colombia, donde inclusive hay maestrías y

doctorados en antropología biológica. Pues hasta hoy no se ha concluido con el análisis de

dicho material y ningún alumno de antropología ni arqueología no ha podido especializarse

en esta área del saber científico sino en la vieja arqueología culturalista, dando énfasis a la

arquitectura y la cerámica.18

Definitivamente otro problema ha sido la falta de perspectivas laborales en una

economía deprimida como la peruana. Dentro de estas condiciones, la investigación y

protección al patrimonio cultural han recibido una escasa atención tanto a nivel del

gobierno como del sector privado. Paralelamente los laboratorios comienzan a vegetar.

Como consecuencia de esto ha sido necesario entrenar y certificar antropólogos forenses

por docentes foráneos. Así, con el auspicio del gobierno de Finlandia se ofreció una

Maestría en Antropología Forense y Bioarqueología en la Pontificia Universidad Católica

del Perú entre el 2007 y el 2008. Este ha sido el primer programa de posgrado en la

18

Sin embargo, se ha dado la oportunidad de la llegada de Ortner (2003), Ortner y Aufderheide (1991), Ortner

y Putschar (1985), Tyson y Dyer (1980) para la investigación de las diversas series de cráneos del Perú

recuperadas en el siglo XIX, existentes en el país (MNAAH o MNAA) o en el extranjero, así como del

estudio de paleopatología básicamente y la elaboración de sus tesis de doctorado en variación macro-regiona1

(Howells 1973; Soto et al. 1975). Los proyectos de investigación bioarqueológica, en especial los extranjeros,

cuentan con diferentes especialistas en áreas como la paleoparasitología, biología molecular, exámenes

bioquímicos, con equipos avanzados en alta computadores uso de satélites.

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especialidad en la región latinoamericana. Aparte de formar a profesionales que verán casos

relacionados a la violación de derechos humanos, crímenes comunes y desastres masivos;

la compatibilidad en métodos y técnicas de estudio ha permitido un enfoque a los temas de

bioarqueología y bioantropología. Varias de las tesis de este programa han tratado temas de

paleopatología, enfocando temas relacionados a dientes, trauma y enfermedades

infecciosas.

Otro aspecto positivo en el Perú es que existe una mayor conciencia sobre la

importancia de los restos humanos para el estudio de la bioarqueología. Las colecciones en

los museos están recibiendo atención, el almacenaje y el manejo de colecciones se hace con

mejores estándares. A pesar del escaso apoyo gubernamental, existen esfuerzos académicos

y privados con la participación de especialistas que están trabajando para que las

colecciones mantengan su potencial científico. A partir de este esfuerzo se verán más y

mejores trabajos en los que los huesos den luces para temas sobre desarrollo cultural,

paleopatología, adaptación, migraciones y otros temas en los que la perspectiva biológica

poblacional sea un punto crítico.

En el MNAAH las grandes colecciones de restos humanos que incluyen los

impresionantes fardos de Paracas, las colecciones óseas de Ancón, Makat-tampu, de sitios

de Ayacucho y Cajamarca, entre otros, son producto del trabajo que realizó o promovió

Tello. Desenfardeló algunos de los fardos Paracas aunque no se involucró en el análisis de

los restos humanos encontrados. Tenía una vida académica y política muy activa, y

desarrolló importantes trabajos arqueológicos en el campo. Promovió y desarrolló la

investigación pero también tuvo que confrontar la falta de recursos y puestos de trabajo, y

también con la persistente indiferencia hacia las necesidades de conservación y atención de

los restos arqueológicos. No es extraño ver la falta de continuidad y atención a las

colecciones de restos humanos.

Sonia Guillén, formada en la UNMSM, constituye otra figura de la bioarqueología

andina. Guillén (1992) escribe un artículo sobre la sinostosis craneana precoz en momias

Chinchorro de Morro 1-5, Chile. Posteriormente, en 1994, defiende su tesis de doctorado

sobre las momias Chinchorro bajo la asesoría de Jane Buikstra en la Universidad de

Michigan. Esta investigadora, además de haber sido profesora de inglés en el ICPNA,

trabajó con el Dr. Fernando Cabieses en el Museo de Ciencias de la Salud y Paleopatología

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

del Hospital 2 de Mayo, así como analizó diversos contextos funerarios arqueológicos de la

costa sur, central, sierra norte y nororiente peruano. En 1993, Guillén y su socia Roxie

Walker fundan el Centro Mallqui localizado en Moquegua, Ilo, distrito El Algarrobal,

auspiciado por el Institute for Bioarcheaology y conformado de los materiales

bioarqueológicos recuperados por Buikstra y su equipo del cementerio Estuquiña del

período Intermedio Tardío, ocupación Chiribaya. Este centro se constituye en un organismo

no gubernamental con el fin de captar fondos para la investigación bioarqueológica. La

lucha para su instalación ha sido tediosa, desde la parte metodológica y exposición hasta la

humanística de los restos orgánicos (Fig. 19).

Fig. 19.- Sonia Guillén Oneeglio (1954-vive).

En 1997, se descubren centenas de momias en la Laguna de los Condores,

Amazonas, instalándose un museo comunitario en la localidad de Leymebamba en

Amazonas. El centro Mallqui se muda de Ilo a Leymebamba, para hacerse cargo de la

custodia de este material, que también había interés de custodiarlos por el Dr. Federico

Kauffman Doig. Actualmente la sede principal del Centro Mallqui está en San Isidro, Lima,

en la casa de la madre de Guillén. Entre los años 2006 y 2007, con fondos de Finlandia, se

crea la maestría en Antropología Forense y Bioarqueología de la PUCP, habiéndose

formado alumnos como Patricia Maita, Melissa Lund, Maricarmen Vega (2009), Elsa

Tomasto, María Godoy, Marcela Urizar, Flavio Estrada Vega, Martha Palma y Roberto

Parra Chinchilla, entre otros, siendo los docentes John Verano y Pablo Baraybar. El curso

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

se cerró a los dos años debido al alto costo y, al parecer, solamente se quería formar un

número reducido de especialistas en la bioarqueología. Porsteriormente Guillén (2010,

2011) fue la organizadora principal del PAMINSA IV. Habiéndose llevado a cabo

exitosamente en Lima.

En 1993, el médico-cirujano Guido Lombardi presenta una tesis sobre la

tuberculosis en una momia Nasca, del cementerio Las Trancas, recibiendo premio nacional

en medicina, bajo la asesoría del Dr. Uriel García (Lombardi 1994). También ha trabajado

con la momia de Caral o Chupacigarro, valle de Supe, excavada por la Dra. Ruth Shady

Solís, hallando lesiones craneales perimortem, luego con el arqueólogo Cucho Hudwalker

de la PUCP con los entierros humanos tardíos de la isla San Lorenzo, Lima. Este

investigador de la Universidad Cayetano Heredia ha participado en diversos congresos

internacionales de paleopatología de momias en Egipto, Rio de Janeiro y San Diego, entre

otros (Fig. 20).

Fig. 20.- Guido Lombardi Almonacín (1961-vive).

Entre los años 2003 al 2007, Tiffiny A. Tung se concentró en la región de Ayacucho

para estudiar el problema de la violencia en el Horizonte Medio de Conchopata y Wari. Ha

descubierto numerosos cráneos con traumas y evidencias de degollamiento como resultado

de enfrentamientos cuerpo a cuerpo (Tung 2003, 2007a, 2007b; Tung & Cook 2006; Tung

et al. 2007).

Entre 2008-2009, Melissa Murphy y otros estudian un amplio material óseo humano

recuperado por el historiador de la PUCP Guillermo Cock del sitio de Huaquerones y una

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

invasión reciente en el asientamiento humano Tupac Amaru, en Ate, concluyendo que la

mayoría de los entierros fueron victimas de enfrentamientos entre poblaciones yungas con

los españoles (Murphy et al. 2010). El hecho confirma que cada vez que ocurre un cambio

cultural suceden diversos casos de los traumatismos encéfalo-craneanos como los hallados

en Puruchuco-Huaquerones (Fig. 21).

Fig. 21.- Un caso de violencia en Puruchuco-Huaquerones del valle del Rímac E-121

(Murphy et al. 2010: Fig. 8) (evaluable en www.interscience.wiley.com).

Entre los días 2 al 5 de noviembre de 2011 se realizó la Cuarta Reunión de la

Asociación de Paleopatología en Sudamérica (PAMINSA IV que significa Paleopathology

Meeting in South America), ocurrido en el Centro de Convenciones del Colegio Médico del

Perú, en el distrito de Miraflores, Lima. En el evento participaron más de 150

investigadores entre ponencias, mesas redondas, exposición de paneles y tres talleres. El

congreso internacional fue un éxito rotundo con la certera dirección de Sonia Guillén

Oneeglio (presidenta del evento) y equipo compuesto por Elsa Tomasto-Cagigao, Patricia

Maita Agurto, Evelyn Guevara, Mellisa Lund, Guido Lombardi, Martha Palma Málaga,

Katya Valladares Domínguez, Inés Gárate, Alfredo J. Altamirano y Marcela Urizar.

Desde los enfoques teóricos de la arqueología procesual de Louis Binford y Kent

Flannery, en las décadas de los 60 y 70, se ha dado gran énfasis al estudio de los materiales

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orgánicos como las plantas, huesos animales y, sobretodo, al de los humanos, buscando por

un lado las alteraciones culturales como deformaciones cefálicas, cabezas trofeo y

trepanaciones craneanas, y por otro, todavía con cierto temor, en aquella época, tanto las

enfermedades infecciosas cuanto los traumatismos. El surgimiento de la paleopatología en

América del Sur comenzó lentamente y avanzó gracias al establecimiento de una mayor

rigurosidad tanto en la metodología y el diagnóstico diferencial, como en el contexto

arqueológico y su procedencia. Los paleopatólogos tenían que acercarse y aplicar las

técnicas modernas biomédicas a las momias y esqueletos humanos arqueológicos. En el

Laboratorio de Antropología Física del MNAAH existen cerca de mil momias “desnudas”,

sin envoltorio textil, procedente de la costa sur, los cuales sirven para nuevas

investigaciones paleopatológicas (Fig. 22).

Fig. 21.- Momia Paracas sin envoltorio textil del Museo Nacional de Antropología,

Arqueología e Historia, Lima. Colectado por Tello en 1923.

Así, entre los años de 1966 y 1967, se publicaron dos libros sobre el estudio de las

enfermedades en el pasado. Uno de ellos, el de Saul Jarcho (1966), se basó en el primer

simposio de paleopatología, ocurrido en Washington en 1965, patrocinado por la National

Academy of Sciences-National Research Council. A pesar de haber sido limitado a

investigadores norte-americanos, se privilegió el enfoque regional y se discutió aspectos

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generales de la metodología y teoría paleopatológica. En la introducción, Jarcho describe la

historia de la paleopatología en los Estados Unidos, con los trabajos pioneros de Jones,

Virchow, Whitney, Warren, Putnam y Morton, enfatizando, también, los autores que

participaron en ese simposio. En su discusión sobre el período de 1936 á 1965 menciona la

carencia o ausencia de trabajos en relación al estado de arte, ya que en ese período la

paleopatología era un simple apéndice o relación de huesos humanos de libros de

arqueología.

Hoy han transcurrido más de 45 años del encuentro de Washington DC. y la América

del Sur se vio obligado a la aplicación de la metodología paleopatológica debido al fuerte

avance de las investigaciones arqueológicas en los once países, siendo los más entusiastas:

Brasil, Perú, Argentina y Chile. Por ese motivo, el primer evento del PAMINSA I fue

realizado en la bella ciudad de Rio de Janeiro, Brasil, dirigido brillantemente por la Dra.

Sheila Mendonça de Souza, Luiz Fernando Ferreira y Adauto Araújo con el apoyo de la

Fiocruz y el CNPq, en 2005, siendo publicadas sus actas por la Paleopathology Newsletter,

fundada por Aidan Cockburn, que engloba a todos los investigadores de la paleopatología

del orbe.

En 2007, ocurrió el PAMINSA II en la ciudad de Santiago, Chile, dirigido y

coordinado por Mario Castro en la Universidad Nacional de Santiago. En 2009, el

PAMINSA III se trasladó a Neuquén, Argentina, coordinado por Ricardo Guichón y Jorge

Suby con la asistencia de gran número de investigadores locales, brasileños y

norteamericanos.

En el PAMINSA IV se presentaron especialistas de los cinco continentes y hubo once

simposios. Uno sobre la interpretación de los traumatismos óseos coordinado por Melisa

Lund y John Verano; otro sobre radiografía y endoscopía en paleopatología a cargo de Joe

Salazar; sigue el de los Aportes del ADN en paleopatología y estudios genéticos

poblacionales dirigido por Evelyn Guevara y Raúl Tito; las enfermedades infecciosas y su

impacto epidemiológico coordinado por Guillén; estudios en coprolitos y

paleoparasitología en Sudamérica a cargo de Gárate; paleopatología en momias

sudamericanas dirigido por Lombardi; paleopatología colonial y republicana coordinado

por Elsa Tomasto; bioarqueología de los sambaquis a cargo de Sheila F. Mendonça de

Souza; paleopatología dental entre pescadores y agricultores dirigido por Elsa Tomasto;

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

paleopatología zooarqueológica en Sudamérica a cargo de Patricia Maita (como una

novedad del evento) y el simposio de Biología, cultura y medio ambiente coordinado por

Martha Palma.

Paralelamente a los simposios se expusieron 42 paneles. Presentándose excelentes

trabajos como el de John Verano sobre trepanaciones y cabezas trofeos de Marca-Jirca en el

Callejón de Huaylas, estudios de piojos y liendres en momias chinchorro, norte de Chile de

Bernardo Arriaza y Vivien Standen, el primer caso andino de un bebé con ciclopía

(Holoprosencefalia) del período Nasca Inicial hallado en contexto ritual (Tomasto 2011),

las diversas marcas de corte y muerte de Francisco Pizarro, la expansión de la tuberculosis

en los siglos XVIII-XIX en Rio de Janeiro y las momias de Leymebamba, entre otros.

Asimismo, Mancuso (2011) trató sobre el análisis del sitio de La Ciénaga,

Departamento de Belén, Catamarca del noroeste argentino, del período desarrollo regional

(1100-1450 d.C.). Excavó dos tumbas que contuvieron tres niños, uno de 2 años de edad y

otro con 2 bebés de 6 á 18 meses de edad. Uno de estos últimos tenía fuerte estrés

metabólico por hiperostosis porótica, periostitis en el húmero proximal y diferencias

morfológicas de ambos fémures, concluyendo que este bebé habría muerto por la infección

de la osteomielitis.

El panel de Altamirano & Jave (2011) trata sobre la paleopatología de camélidos

como un tema inédito en los Andes Centrales. El Proyecto Rescate Arqueológico de Punta

Blanca, desde 2006, en el valle medio de Lurín, a unos 550 msnm en área de lomas, fue

ocupado durante fines del Formativo, entre 300 y 100 antes de Cristo. El sitio, según la

hipótesis central del proyecto, propone que habría sido un centro de explotación de cal lo

que permitiría la interacción económica con diversos pueblos de la costa y sierra central

andina. Desde el pesimismo de Hooton y Stewart en los años 1930 y 60, hoy la

paleopatología ha ganado muchos adeptos y seguidores en las universidades peruanas con

una corriente teórico-metodológica de la arqueología post-procesual, afianzándose cada vez

más el método comparativo. En el Perú arqueológico autóctono hay mucho por ser

estudiado sobre la violencia, traumatismos, deformaciones, cabezas-trofeo, momias,

trepanaciones, enfermedades infecciosas y congénitas, trastornos mentales, que nos legaron

Tello, Weiss, Lastres, Cabieses, Uriel García y muchos otros paleopatólogos.

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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE

En el aspecto optimista, los bioantropólogos han tenido un papel más activo en los

proyectos de investigación, introduciendo mayor orientación y rigor, ausente en muchos de

los trabajos anteriores. La paleopatología en Sudamérica está en franca expansión y los

trabajos de T.D. Stewart y Larry Angel han mantenido viva la tradición de Virchow,

Hrdlicka y Hooton (Buikstra & Cook 1992; Buikstra & Beck 2006). En un segundo

momento, los estudios de Cockburn, L.F. Ferreira, Cook, Buikstra, Allison, Gerzsten,

Araújo y Mendonça de Souza por el lado de los extranjeros, y los de Tello, Weiss,

Cabieses, Uriel Garcia, Guillén y Lombardi, entre los peruanos, se mantienen vivo. Se ha

visto que existe gran interés de jóvenes, como en el caso de los 3 talleres que fueron bien

concurridos por muchos estudiantes de arqueología, biología y medicina; otros no pudieron

inscribirse por falta de cupo. También he percibido que eventos como este, el alto precio

para alumnos peruanos debería ser barato o gratis. Por este motivo muchos de ellos también

se quedaron fuera del magno evento.

En mi calidad de coordinador de paneles del PAMINSA IV, conjuntamente con la

historiadora chilena Marcela Urizar, he percibido y confirmado una sincera reflexión que

jamás debemos ser dominados por el yugo extranjero, ni académico ni económico. Sin

embargo, muchos colegas peruanos ofrecen sus materiales a paleopatólogos foráneos, quizá

pensando en la reciprocidad andina, más esta jamás llega y todavía ni los mencionan en sus

publicaciones. Consideramos que el PAMINSA IV causó repercusión y sirva a futuros

eventos nacionales relacionados con las dinámicas de las dolencias del hombre andino y

amazónico, autóctono, colonial y moderno, asimismo el desarrollo de la paleopatología de

animales es otro potencial que ofrecerá nuevos desafíos.

Desde el punto de vista paleopatológico, el Perú ha sido dividido entre los

especialistas norteamericanos así: Verano en la costa norte, Pechenkina y Vradenburg en la

costa central, Benfer en Paloma y Chilca, Dietz en Chongos, Toyne y Gaither en

Chachapoyas, Allison en la costa sur, Buikstra en la costa extremo sur, Tung en Ayacucho,

Andrushko en el Cusco y Chan en el valle del Rimac, entre otros. La visión general de la

paleopatología actual parece más optimista que de la crítica de Jarcho. Nuevas

metodologías, desarrolladas en las ciencias biomédicas, físicas y moleculares, han

avanzado significativamente el estudio de los restos arqueológicos de los tejidos duros y

suaves. Técnicas como la histomorfología de huesos han permitido distinguir animales

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domésticos versus silvestres. La paleoepidemiología también ha avanzado en este congreso

sobre las cabezas trofeos, las modelaciones cefálicas, enfermedades específicas como el

cáncer, la treponematosis y la tuberculosis que ya existían en el mundo andino desde

tiempos remotos, que tanta discusión habían causado en anteriores simposios.19

En suma, es necesario conocer nuestro pasado glorioso fundamentalmente los males,

sus remedios, la violencia y los modos de combatirla como lo hicieron los incas con el fin

de poder enfrentarnos a un mundo capitalista que se vislumbra cada vez más agresivo y

donde las enfermedades como el cáncer, la obesidad, la hipertensión y diabetes se han

enseñoreado en los países del primer mundo y también entre nosotros. Sin embargo,

tenemos un rico pasado que hemos heredado de esta alta civilización andina del Perú

autóctono, donde ya se practicaban delicadas operaciones quirúrgicas del cráneo con

herramientas sencillas de obsidiana y cobre, habiendo alcanzado éxitos. Por lo que de este

capítulo rescatamos, el fuerte interés de diversas instituciones nacionales y foráneas y un

promisorio futuro de la paleopatología en auscultar con detalles sobre las diversas

enfermedades que tanto han aquejado a nuestros antepasados y reflexionar sobre las

políticas futuras a tomarse para el beneficio del pueblo andino.

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19

En síntesis, el Perú se constituye como uno de los diez centros de domesticación de plantas y animales, así

como foco de la civilización andina que ha permitido el desarrollo de alta tecnología en la arquitectura,

cerámica, tejidos y metales. Esta fuerte tendencia del culturalismo de Alfred Kroeber, Gordon Willey y John

Rowe había mermado el desarrollo de la antropología física y la paleopatología, hoy llamado bioarqueología.

El estudio de las momias ha ido ganando terreno paulatinamente debido a la aplicación de los métodos de las

ciencias biomédicas como la tomografía, el ADN, el análisis de contenido estomacal, la histología de los

órganos y los coprolitos.

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