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Alibaba y los 40 ladrones. Cuento: Alí Babá y los cuarenta ladrones Hace mucho tiempo, en una ciudad de Persia, vivían dos hermanos: uno se llamaba Kasim y el otro Alí Babá. Ambos eran muy pobres. Kasim, que era el mayor, se casó con una mujer muy rica y se fue a vivir a uno de los palacios de la ciudad. En cambio, Alí Babá se quedó viviendo en una mísera cabaña. Cierto día de primavera caminaba Alí Babá por el campo cuando oyó un ruido de galope de caballos. Se ocultó y vio a cuarenta jinetes armados que se detuvieron frente a una roca. Eran ladrones que iban a esconder lo que habían robado. De pronto uno de ellos, que parecía el jefe, gritó: –¡Ábrete, Sésamo! Y, al momento, la roca se abrió. Todos los jinetes entraron y la roca se cerró. Al cabo de un rato los ladrones salieron de la cueva. Alí Babá esperó un buen rato. Luego caminó hasta la roca y repitió: –¡Ábrete, Sésamo! Y, ante su asombro, la roca se abrió y aparecieron grandes tesoros de oro, plata y joyas. –¡Qué maravilla! –exclamó Alí Babá–. Cogeré unas pocas riquezas, de forma que los ladrones no se den cuenta. Alí Babá no respiró tranquilo hasta que llegó a la ciudad. Pero en lugar de ir a su cabaña se alojó en una posada cómoda y limpia. Allí vivía Zulema, la hija del dueño, de la que estaba enamorado. Pero Kasim no tardó en enterarse y, oliéndose algo raro, fue a visitarle: –¿Cómo es que ahora vives en una posada si eres

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Alibaba y los 40 ladrones.Cuento: Alí Babá y los cuarenta ladrones

Hace mucho tiempo, en una ciudad de Persia, vivían dos hermanos: uno se llamaba Kasim y el otro Alí Babá. Ambos eran muy pobres. Kasim, que era el mayor, se casó con una mujer muy rica y se fue a vivir a uno de los palacios de la ciudad. En cambio, Alí Babá se quedó viviendo en una mísera cabaña. Cierto día de primavera caminaba Alí Babá por el campo cuando oyó un ruido de galope de caballos. Se ocultó y vio a cuarenta jinetes armados que se detuvieron frente a una roca. Eran ladrones que iban a esconder lo que habían robado. De pronto uno de ellos, que parecía el jefe, gritó:

–¡Ábrete, Sésamo!

Y, al momento, la roca se abrió. Todos los jinetes entraron y la roca se cerró. Al cabo de un rato los ladrones salieron de la cueva.

Alí Babá esperó un buen rato. Luego caminó hasta la roca y repitió:

–¡Ábrete, Sésamo!

Y, ante su asombro, la roca se abrió y aparecieron grandes tesoros de oro, plata y joyas.

–¡Qué maravilla! –exclamó Alí Babá–. Cogeré unas pocas riquezas, de forma que los ladrones no se den cuenta.

Alí Babá no respiró tranquilo hasta que llegó a la ciudad. Pero en lugar de ir a su cabaña se alojó en una posada cómoda y limpia. Allí vivía Zulema, la hija del dueño, de la que estaba enamorado.Pero Kasim no tardó en enterarse y, oliéndose algo raro, fue a visitarle: –¿Cómo es que ahora vives en una posada si eres muy pobre? –le preguntó.–Salud, hermano –dijo Alí Babá, que, pese a todo, no le guardaba rencor por no ocuparse de él.–¿Es que no vas a contestar a mi pregunta? –insistió Kasim.–Pues verás, he tenido un golpe de suerte –dijo Alí Babá.Pero su hermano no le creyó y, como Alí Babá no sabía mentir, al final le contó la verdad.Kasim, que era muy avaricioso, se fue a la cueva con todas sus mulas y al llegar allí gritó:–¡Ábrete, Sésamo!La cueva se abrió y, tras pasar Kasim con sus mulas, volvió a cerrarse a sus espaldas.–¡Qué maravillas! –dijo al ver los tesoros–. Llenaré de riquezas los sacos y seré muy rico.

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Una vez que cargó las mulas, los nervios le jugaron una mala pasada.–¿Cuál era la palabra? –se preguntaba, cada vez más angustiado–.

¿Avena, cebada, cuál? Y gritaba:

–¡Avena, ábrete! ¡Arroz, ábrete! ¡Trigo, ábrete! –pero ninguna era la fórmula buena.En ese momento llegaron los ladrones. Al encontrar a Kasim en la cueva, quisieron matarle:–¡Por favor, no me matéis! ¡Os diré quién me contó el secreto de vuestra cueva! Fue mi hermano Alí Babá; él es el verdadero culpable de todo. –¡De modo que hay más gente que lo sabe! Lo mejor será ir a la ciudad y matar a todos sus habitantes por si acaso hay alguien más que conoce el secreto.Los ladrones se ocultaron en unas tinajas y, cargados sobre las mulas de Kasim, entraron sin problemas en la ciudad. El jefe se dirigió a la posada donde vivía Alí Babá y llevó las mulas al establo.–A medianoche –dijo a sus bandidos– vendré y haré una señal para que salgáis y matéis a todos.Mientras, en la posada se quedaron sin aceite. Zulema, que había visto las tinajas, pensó que contenían aceite y que si cogía un poco no iba a pasar nada. Bajó a las cuadras. Uno de los ladrones, creyendo que se trataba del jefe, preguntó:–Jefe, ¿es hora de atacar?Ella se acercó a otras tinajas y escuchó lo mismo.Con mucho cuidado salió del establo y corrió a avisar a Alí Babá. Éste bajó a las cuadras y, fingiendo la voz del jefe de los bandidos, dijo:–Un poco de paciencia, muchachos; hay un pequeño cambio de planes.Alí Babá sacó las mulas del establo y las llevó a los soldados del califa, que apresaron a los ladrones dentro de las tinajas.Entretanto, Zulema había puesto unos polvos en el vino del jefe para que se durmiera y no fue difícil apresarlo.–¡Ven conmigo! –le dijo Alí Babá a Zulema–. Quiero que veas una cosa.Y condujo a Zulema hasta la cueva. Allí estaba Kasim, que, a causa del miedo, había perdido la razón.–¡Esto es precioso! –exclamó Zulema al contemplar el oro y las joyas.Pronto se casaron y, gracias a los tesoros de la cueva, no les faltó de nada, y con gran parte del dinero se dedicaron a atender a los pobres para que pudieran ser felices como ellos lo fueron.

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Aladino y la lámpara maravillosa

Aladino era un joven que vivía en Oriente Medio. Al morir su padre, su madre tuvo que trabajar sin descanso mientras su hijo crecía en las calles sin oficio.

Un día en el mercado, un anciano le preguntó por su padre, y al saber de su muerte lloró y le dijo:- Soy tu tío Salim hermano de tu padre. Llévame ante tu madre. Pero en realidad era un mago africano.

Aladino lo llevo a su humilde casa y su madre no tenía que darles de comer. El mercader les dio unas monedas y les ofreció ayuda porque decía ser muy rico.-¿Que oficio tienes? - le preguntó al muchacho y este no supo que decir; entonces su mamá contestó: - No sabe nada, solo anda por las calles con sus amigos. -¡Pero esto no está bien! Ven con migo a la India y te ayudaré a poner una tienda de ricas telas. Por la mañana, partieron en camellos. Viajaron hasta la noche y el mago pidió a Aladino que recogiera leña para el fuego:-Ve y luego te revelaré un secreto. - dijo el viejo. Al rato frente a una enorme fogata el mago comenzó a pronunciar palabras mágicas y extrañas... ¡De repente del fuego, salió una puerta de loza amarilla! Aladino atemorizado quiso huir pero el mago le ordenó:-¡Abre la losa, no te pasará nada y serás recompensado! Baja y atraviesa un jardín. Al final hallarás una lámpara de aceite colgada. ¡Tráemela! Aladino encontró la lámpara y dentro de ella un anillo que se puso en el dedo. Al regresar se llenó los bolsillos de piedras preciosas que pendían de los arbustos del jardín. Cuando quiso salir del pozo el mago no quiso ayudarle, solo quería que le de la lámpara Aladino le suplicó que lo sacara pero el mago se puso furioso y le dijo que antes de sacarlo prefería perder los poderes de la lámpara y de un golpe serró la pequeña puerta. Entonces todo era oscuridad y frío y el pobre joven comenzó a frotarse las manos para darse calor y como una nube de luz salió del anillo; era un genio que le dijo: - "Amo haré lo que me ordenes" y sin pensarlo mucho Aladino le pidió que lo llevara a la casa de su mamá. En pocos segundos aparecieron allí y le contaron lo sucedido a su madre, esta muy triste dijo:- Hijo no se que hacer, ya no queda dinero ni para la comida... El genio del anillo que estaba oyendo todo se disculpó: - No puedo, solo puedo llevarte de un sitio a otro. La madre entonces decidió vender la lámpara y comenzó a frotarla con un paño para limpiar la suciedad. De repente apareció un horrible genio que con una vos espantosa dijo: -Soy el esclavo de la lámpara .Ordenen y obedeceré. A partir de es día a Aladino y su madre no les faltó nada.

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Aladino comenzó a aprender el oficio de comerciante y un día paseando por el mercado vio pasar a la hermosa hija del sultán quien lo enamoró con solo una mirada. Al llegar a su casa el joven pidió a su madre que llevase las piedras preciosas que había recogido en el jardín y que le pidiese la mano de su hija para poder casarse con ella. La mamá trató de convencer al sultán pero este le propuso: - Si tu hijo construye antes de mañana un espléndido palacio, consentiré esta boda. Aladino ansioso le pidió al genio de la lámpara que levantara un palacio de mármol y piedras preciosas, con el jardín mas bello de todos. Al día siguiente el sultán quedó impresionado al ver tal palacio y concedió la mano de su hija al muchacho. En pocos días se casaron y comenzaron una vida muy feliz.

Pero en África el viejo mago se enteró de que Aladino no había muerto y furioso emprendió su regreso para buscar la lámpara maravillosa. Al llegar compró lámparas nuevas y las llevó al palacio: - ¿Quién cambia lámparas nuevas por viejas? - iba gritando. La princesa que estaba en el balcón ofreció la vieja lámpara de Aladino al anciano. Al anochecer el mago hizo aparecer al genio y le ordenó:- Deseo que me lleves, junto al palacio y la princesa, al África. El genio arrancó el palacio y lo llevó en sus brazos rápidamente.

El sultán al enterarse sospechó de Aladino, entonces este tuvo que contarle a su suegro su desgraciada aventura:- Te perdonaré la vida si antes de cuarenta días y cuarenta noches me traes a mi hija. - le dijo el sultán. El jóven estaba desesperado pero se acordó del genio del anillo y lo hizo aparecer y le ordenó que lo llevara junto a la princesa. Casi sin darse cuenta, aparecieron en África. El joven encontró a su esposa llorando. Llegó hasta ella y le contó lo sucedido. - ¿Dónde está la lámpara ahora?- preguntó a la princesa. - El malvado mago no se separaba ni un segundo de ella.

Entre los dos elaboraron un plan: ella se puso hermosísima e invitó al mago a cenar y cuando este se entretuvo tomando una copa de vino Aladino aprovechó recuperó la lámpara y lanzó al viejo por el balcón. Luego hizo aparecer al genio y le ordenó que los devuelva a Oriente junto al palacio.

El sultán y la mamá de Aladino abrazaron felices a sus hijos al verlos llegar.

Organizaron una semana entera de festejos...Aladino llegó a reinar en Oriente y fue feliz con la princesa por mucho tiempo.

FIN

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El patito feoComo cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos. Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verles por primera vez.Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.Todos concentraron su atención en el huevo que permanecía intacto, incluso los patitos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis...La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feísimo y le apartó con el ala mientras prestaba atención a los otros seis.El patito se quedó tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían...Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe el pobrecito.Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. También se fue de aquí corriendo.Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que pretendían dispararle.Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!A lo que el patito respondió:-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso...- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.

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El soldadito de plomo  Había una vez veinticinco soldados de plomo con un bonito uniforme azul y rojo y un fusil al hombro. Vivían metidos en una caja de madera y se aburrían un poco. Un día oyeron una voz de niño que decía:    - ¡Hala! ¡Soldados de plomo! Era la voz de Carlos, quien había recibido los soldados como regalo de Navidad. Enseguida los sacó de la caja. Todos eran exactamente iguales menos uno, que, aunque sólo tenía una pierna, se mantenía firme como los demás. A su lado también había más regalos, pero muy pronto el soldado de plomo se fijó en una bailarina que levantaba con gracia un pie para dar a entender que estaba bailando. "También le falta una pierna, como a mi. Es la mujer que me conviene - pensó el soldadito de plomo -. La quiero conocer, ¡es tan guapa!" El soldadito estaba detrás de una caja sorpresa desde donde podía contemplar a la bailarina. Al llegar la noche, Carlos guardó todos los soldaditos excepto a él, porque no lo vio. Y, aprovechando que toda la familia dormía, los juguetes empezaron a divertirse.    De la caja sorpresa salió un muñeco verde que, al ver al soldado mirar a la bailarina, le dijo: - Soldadito de plomo, ¿por qué en vez de mirar a la bailarina no miras el tipo que tienes? Pero el soldadito no hizo caso y siguió mirando a la bailarina.- Bueno, bueno, ya verás mañana - dijo el malvado muñeco. Al día siguiente Carlos puso el soldadito en la ventana. No se sabe bien si por el viento o porque el muñeco de la caja- sorpresa cerró la ventana, el soldadito cayó a la calle.    - Mira, un soldado de plomo - dijo un niño que pasaba por la calle.    - Le haremos navegar - dijo su amigo -. Le meteremos en una barca.    Y dicho esto, hicieron un barquito de papel en el que metieron al soldado, luego empujaron el barco y el soldadito se alejó por las aguas de un arroyo que se había formado por la lluvia.    "¡Dios mío! ¿Adónde iré a parar? - pensaba el soldadito -. La culpa de todo la tiene el muñeco verde de la caja sorpresa. Estoy seguro de que si estuviera a mi lado la hermosa bailarina no me importaría estar aquí." El barco cada vez tenía más agua y se hundía más, porque era de papel. Al final le cubrió la cabeza al soldadito. Pensó que sería su final y sólo se acordaba de la bella bailarina que tampoco tiempo pudo ver. Creía haberla perdido para siempre. Poco poco, se fue hundiendo hasta el fondo del arroyo. Allí se lo tragó un gran pez que pasaba en ese momento. Durante un largo tiempo, se quedó a oscuras y en silencio. No sabía dónde estaba, aunque tenía la esperanza de que alguien pescase el pez y lo rescataran. Estaba dormido cuando de pronto oyó una voz que le sonaba familiar:

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- ¡Oh, mirad quién está aquí! ¡Es mi soldadito de plomo!    Era la voz de Carlos. El soldadito no se lo podía creer. ¿Cómo habría llegado hasta allí? La cocinera de Carlos había comprado el pez a un pescador. Enseguida el soldado se dio cuenta de que estaban sus amigos y su querida bailarina. Su fortuna no duró mucho tiempo, ya que una ráfaga de viento hizo caer de nuevo al soldadito, esta vez a la chimenea, mientras se derretía, vio a su lado a su querida bailarina, que debió caer con él.Nada más se supo del soldado y de la bailarina. Al limpiar la chimenea a la mañana siguiente, se encontraron un corazón de plomo y una rosa de lentejuelas. Era la señal de amor que había quedado entre el soldado y la bailarina.

El traje nuevo del EmperadorHace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes. Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

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«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras,

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se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!

-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.

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-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:

-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

FIN

Hansel y GretelHansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga.Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer.-¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los animales del bosque? -gritó enojado.-De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencer al débil hombre de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado.

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Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba.-No llores, querida hermanita -decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino de regreso a casa.A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra les dio a cada uno de los niños un pedazo de pan.-No deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán para el día.El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran luego regresar a casa.Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:-Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso. Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas, observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en aquella espesura.Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas.Los niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo.La casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando éstos se encontraban en su poder, la bruja los mataba y los cocinaba para comérselos.Como Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer.Un día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo.-Primero -dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero, Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.En realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo que la bruja decía.-Yo no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel.-Tonta -dijo la bruja-, mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno.Rápidamente Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta.Gretel puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja.Los niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía imposible de atravesar. Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos y les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la cruel madrastra.

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Dejando caer los tesoros a los pies de su padre, los niños se arrojaron en sus brazos. Así juntos olvidaron todos los malos momentos que habían pasado y supieron que lo más importante en la vida es estar junto a los seres a quienes se ama, y siguieron viviendo felices y ricos para siempre.

Blanca nieves y los siete enanitosEn un lugar muy lejano, muy lejano vivía una hermosa muchacha que se llamaba Blancanieves. Su cara era muy dulce, su mirada angelical y su sonrisa iluminaba la oscuridad.Blancanieves, vivía en un castillo con su madrastra, una mujer muy mala y vanidosa, que lo único que quería era ser la mujer más hermosa del reino. Todos los días preguntaba a su espejo mágico quién era la más bella del reino, y el espejo le contestaba:- Tú eres la más hermosa de todas las mujeres del mundo, reina mía.El tiempo fue pasando hasta que un día el espejo mágico contestó que la más bella del reino era Blancanieves. La reina, llena de furia y de rabia, ordenó a un cazador que llevase a Blancanieves al bosque y que la matara. Y cómo prueba traería su corazón en un cofre de plata.El cazador llevó a Blancanieves al bosque pero cuando allí llegaron, el cazador sintió lástima de la joven y le aconsejó que se marchara muy lejos del castillo, llevando en el cofre el corazón de un jabalí. La muchacha así lo hizó y se adentró en las profundidades del bosque para alejarse.Blancanieves, al verse sola, sintió mucho miedo porque tuvo que pasar la noche andando por la oscuridad del bosque. Al amanecer, descubrió una preciosa casita en medio del bosque. Entró sin pensarlo dos veces. Los muebles y objetos de la casita eran muy pequeños. Había siete platitos en la mesa, siete vasitos, y siete camitas en una habitación, dónde Blancanieves, después de juntarlas, se acostó quedando profundamente dormida durante todo el día.Al atardecer, llegaron los dueños de la casa. Eran siete enanitos que trabajaban en unas minas cercanas. Se quedaron admirados al descubrir a Blancanieves y su radiante belleza. Ella, al despertar, les contó toda su triste historia y los enanitos la abrazaron y suplicaron a la muchacha que se quedase con ellos. Blancanieves aceptó y se quedó a vivir con ellos.Eran felices. Muy felices. Cantaban, reían, bailaban y lo pasaban en grande.Mientras tanto, en el castillo, la reina se puso otra vez muy furiosa al descubrir, a través de su espejo mágico, que Blancanieves todavía vivía y que aún era la más bella del reino. No podía soportar no ser la más bella del mundo, y sufría por ello.Furiosa y vengativa, la cruel madrastra se disfrazó de una inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Allí, cuando Blancanieves estaba sola, la malvada se acercó y haciéndose pasar por buena ofreció a la niña una manzana envenenada. Cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmayada, para felicidad de la reina mala.Por la tarde, cuando los enanitos volvieron del trabajo, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta; creyeron que estaba muerta. Tristes, los enanitos construyeron una preciosa urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudiesen despedirse de Blancanieves.Unos días después, apareció por allí un príncipe a lomos de un caballo. Y nada más contemplar a Blancanieves, quedó prendado de ella y de su belleza. Estuvo un rato admirándole y al despedirse la dió un beso en la mejilla, Blancanieves, como por arte de magia, volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina del palacio, y desde entonces todos pudieron vivir felices y sin temor a las maldades de la vieja mala.

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El pastorcito mentirosoHabía una vez un joven pastor que vivía en una aldea muy tranquila. El joven, que no tenía familia, tenía la fea costumbre de decir mentiras.Una vez el joven pastor, cuando estaba cerca la villa, alarmó a los habitantes tres o cuatro veces gritando.

¡El lobo, el lobo!

Pero cuando los vecinos llegaban a ayudarle, los campesinos encontraron al pastorcito revolcándose en el pasto muerto de la risa.Días después el pastorcito gritó: ¡El lobo, el lobo!.Nuevamente los pastores salieron de sus casas para perseguir al animal pero en vez del animal se encontraron con el pastorcito que otra vez se burlaba de sus buenas intenciones,Sin embargo, semanas después un grande y feo lobo llegó a la villa y comenzó a atacar a las ovejas del pastorcito, quien, lleno de miedo, gritaba:- Por favor, vengan y ayúdenme; el lobo está matando a las ovejas.Pero ya nadie puso atención a sus gritos, y mucho menos pensar en acudir a auxiliarlo. Y el lobo, viendo que no había razón para temer mal alguno, hirió y destrozó a su antojo todo el rebaño.La moraleja es que al mentiroso nunca se le cree, aun cuando diga la verdad

 

    Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

    Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que

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siempre andaba acechando por allí el lobo.

    Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...

   De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.

- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

    Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.

    Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.

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    El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.

    La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.

- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.

    Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos

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llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.

    El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.

    Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.     

    En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

FIN

La bella durmiente

 

Èrase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al

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pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino. El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina. La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento

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todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda. 

Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la

llamaban Cenicienta.

   Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.

- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

    Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.

- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.

- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar

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sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

   La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.

   En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.

   

   Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.

   Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a

quien le fuera bien el zapatito.

   Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.

   Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.

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El Gigante egoista

1. 2. Hace mucho, mucho, mucho tiempo..... En un lugar muy lejano...... Los niños del pueblo,

encontraron un bonito jardín donde poder jugar después de ir a la escuela , allí se divertían junto a los árboles y los pájaros........ Todo era maravilloso!!!! Pero........

3. Un día el gigante volvió.... Si, aquel bonito jardín pertenecía a un gigante egoísta, que al ver a los niños jugar en él ,se enojó muchísimo, diciendo: ¿qué hacéis aquí? ¿quién os ha dado permiso para entrar en mis tierras? Marchaos ahora mismo........

4. 1. Abrir el jardín o 2. Cerrarlo para siempre Ahora tu eres el protagonista. Tu eliges: 5. Bien!!!!: Abriste el jardín 6. Bravo, hiciste una buena elección, los niños podrán seguir jugando y disfrutando del

bonito jardín El gigante dejó de ser un egoísta, y ansiaba la hora de la salida del colegio para poder jugar con los niños. Ahora ellos eran sus mejores amigos!!!!!

7. Y pasó mucho, mucho tiempo!!! Y el gigante aún vive feliz en su precioso jardín junto a las risas de los niños y los cánticos felices de los pájaros......

8. Has elegido cerrar la puerta 9. Dejaste a los niños sin jardín El gigante envuelto en su egoísmo cerró la puerta y dejó a

los niños sin poder entrar más en el jardín, el tiempo pasaba y el frío, la tristeza y la soledad se apoderaron de él y su jardín,

10. Y aún pasó más tiempo Y el gigante ya viejo y encerrado en su fría casa con su triste jardín..... Murió en la soledad, aunque arrepentido, dejó la puerta abierta para que los niños pudieran entrar y disfrutar de lo que el sólo no pudo Ellos, tristes por la muerte del gigante, al que tenían miedo, pero querían, cubrieron su cuerpo con flores y devolvieron la ilusión y la alegría al jardín

11. FIN Eso es todo amigos!!!! 12. El Gigante Egoísta (Basado en el cuento original de O. Wilde ) adaptado por Juan

Camacho Juan Camacho Miñano (koko) Informática Educativa Mª Carmen Aguilar Ramos Málaga, copyright 2002. [email_address]

Erase una vez un hombre ancianito de nombre Geppetto muy bueno y cariñoso, que vivía solo, su arte era trabajarmuy bien la madera, vivía en Italia, mas precisamente enFlorencia, y como se encontraba muy solo un buen día

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decidió hacer un lindo muñeco de madera.

 

 

---Una tarde comenzó a tallar dicho muñeco, y cuando ya estabaterminando los últimos retoques comenzó a pensar con quenombre llamaría a ese muñeco de madera, y pensó.. pensó..y por fin dijo es tan hermoso que lo llamaré Pinocho, peromientras le ponía el nombre soñaba que algún día pudieraser un hijo de verdad, de carne y hueso.

---Aquella noche mientras misma noche y mientras Geppetodormía profundamente entusiasmado con su obra, aparecióun Hada buena a la carpintería del anciano para ver la obraya terminada, quedo muy contenta de ver el trabajo hechopor Geppetto y sabiendo los deseos de este buen hombre diovida a aquel muñeco para hacer un hermoso regalo a la vidadel aquel anciano.

 

 

Como Geppetto quería que Pinocho fuera un niño inteligente,muy pronto lo envió a la escuela para que le enseñen todolo que él no podía dado los años que ya tenia.

---Pinocho como era muy alegre enseguida se hizo amigo deun grillo que se llamaba Pepito.

 

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  El grillo era muy bueno y podía ayudar a

Pinocho a hacerlos deberes y a comportarse bien, pero Pinocho se hizo amigode dos chicos muy malos y en lugar de ir a la escuela y escucharlos buenos consejos de su amigo el grillo, iba con los otros arealizar toda clase de travesuras y así faltaba día tras día a laescuela.

---Pinocho un día de fue de casa en busca de nuevas aventuras, y como no había aprendido nada porque no iba a la escuela lecrecieron unas grandes orejas de burro, y aparte era muy mentiroso  y cada vez que decía una mentira, le iba creciendo la nariz.

----Un día el grillo estaba leyendo un diario y allí se entera que elpobre Geppetto había salido a buscar al que consideraba su hijoen un pequeño bote y como el mar estaba muy agitado no podíadominar el bote hasta que a punto de hundirse apareció una enormeballena que se tragó al bote con Geppeto adentro.

Cuando Pinocho se enteró que por su culpa su papá había sido tragado por una ballena, con el fiel grillo salieron desesperados en busca de Geppeto y así poder rescatarlo.

---Cuando Pinocho vio la ballena y pensando que su papá estabaadentro sintió una grande angustia pero la ballena no lo pensó dosveces y también se tragó a Pinocho y a Pepe el grillo.

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¡Que alegría y pena al mismo tiempo sintieron padre e hijo, ya quepor una parte se habían encontrado y por otra estaban en gravesdificultades dentro del pez!.

El grillo estaba pensando como salir de allí y de repente dijo:

¡Ya sé, tengo una idea!Hagamos una buena fogata....

con el calor y el fuego la ballena estornudó fuertemente y el bote salió fuertemente con los tres tripulantes.

Luego de semejante experiencia y de muchas otras travesuras más de Pinocho que es largo de contar, volvieron a la casa, y fue tal el susto que había tenido Pinocho que prometió desde ese momento comportarse muy bien y concurrir todos los días a la escuela para poder ser un chico bueno e inteligente.

   

Viendo el Hada Madrina que de verdad Pinocho había cambiado y ahora obedecía a su papa y era buen estudiante en recompensa a su cambio tan hermoso lo convirtió en un chico de carne y hueso para la alegría de Pinocho pero en especial para Geppetto, que ahora si tenia al hijo tan amado.

Y Pinocho siguió siendo un chico bueno y amaba mucho a su padre.         

                                                                                        fi

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