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ALFONSO LOBO AMAYA Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil

LA MONTAÑA DE LOS CRISTALES

OCAÑA--2010

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RESEÑAS

*“LA MONTAÑA DE LOS CRISTALES” presentada al VII Concurso ENKA de

Literatura Infantil y Juvenil, fue calificada por el jurado, como una obra muy meritoria

para la recomendación editorial por su buen contenido y forma literaria”

JAIME CADAVID A. Secretario de la Dirección Concurso ENKA de Literatura Infantil y Juvenil

*“LA MONTAÑA DE LOS CRISTALES es una de las obras maestras de la Literatura

Infantil Colombiana. Un relato que llena en gran medida el vacío que hay en este género

literario tan difícil de cultivar como es la escritura dirigida específicamente a los niños. Es

una novela corta, la primera en Colombia, para el público netamente infantil, ya que está

escrita en un lenguaje tan sencillo y poético que hasta los niños desde primero primaria la

pueden leer y entender.

La obra del escritor ocañero, Alfonso Lobo Amaya, recrea un ambiente regional –Ocaña,

Norte de Santander, y a través de hermosas metáforas transmite los valores humanos y

espirituales universales que todo ser humano necesita para vivir de manera más honrada,

más justa, más amigable y más digna”

CARLOS HERNÁN ALZATE LÓPEZ

Jefe Dpto de Español y Literatura Gimnasio del Norte Profesor de lenguas Modernas U. Libre Bogotá

*“LA MONTAÑA DE LOS CRISTALES es, sencillamente, una obra magistral en la

Literatura colombiana. Alfonso es un escritor que hace patria con las letras junto a la

ternura de sus cuentos para niños. Esta bellísima novela, ambientada en escenarios

ocañeros, instruye a los niños (y a lo grandes por igual) con mensajes repletos de valores

para un vivir en rectitud. Los educadores deberían hacer de este bello cuento una lectura

reflexiva en todos los colegios del país”.

CIRO ALFONSO LOBO-SERNA

Miembro de la Academia de la Lengua Colombiana Profesor de Humanidades U. Sergio Arboleda.

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Dedicatoria

*A mis hijos: Devi, Isis, Stellamaris, Urania y Osiris. Pedacitos de mi vida,

arpegios de alegría.

*A mis hermanos todos: Mario, Álvaro, Fernando, Eduardo Luis, Lubín,

Gustavo, Martha, Victoria y Rosalba.

*A los mosquitos de la vejez, mis nietos: Lakshmi e Ishwara

*A mis amigos del barrio y del colegio Caro con quienes compartí estas

aventuras ecológicas que se cuentan en esta relato: Hugo Helí Quintero,

“Huicho” Quintero, Alfredo Ojeda Awad (“Bolihoyo”), Eduardo Gentil

(“Palaustre”), Jorge Serna, Jesús Navarro, Alonso Álvarez, Álvaro y Mario

Lobo y mi tío “Francho” Amaya.

TESTIMONIO

Las experiencias con los genios de la naturaleza aquí relatadas fueron reales;

me sucedieron cuando niño y pescaba lampreas y corronchos con sacos de

fique en el río “Algodonal “, por el lado donde ahora está el batallón militar;

igual, los elementales de la naturaleza abundan en el cerro de la Torcoroma,

en la Cerro de los Cristales, en La Pradera, en las Cuevas de Mesa Rica, en

La Tupia, en el Pozo de la Culeca y demás lugares que hacen de la provincia

de Ocaña un refugio ecológico en medio de tanta naturaleza virtual.

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Índice de capítulos

Capítulo I. —El Muchacho de los Conejos

Capítulo II. —La Serpiente de Metal

Capítulo III. —Las Kalas

Capítulo IV. —Togos, Aritas, Yaris, Gunas, Netis

Capítulo V. —La Protectora de la Vida

Capítulo VI. —Roco y los Micos

Capítulo VII. —Yamurí

Capítulo VIII. —Las Cavernas

Capítulo IX. —La Estrella de la Amistad

Capítulo X. —El Hallazgo

Capítulo XI. —Mohamed y Kazán

Capítulo XII. —La Recompensa

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1.-- El Muchacho de los Conejos

"...El miedo me había paralizado. De pronto escuché el grito de mi compadre Pedro Julio

advirtiéndome que no me moviera. El animal siguió avanzando por la mitad del puente.

Tomé aire y aguanté la respiración. Una serpiente de dos cabezas llegó hasta donde yo

estaba parado y se detuvo a mis pies; pensé que se iba a trepar por mi pierna izquierda, pero

siguió derecho; pasó por sobre mis zapatos y continuó arrastrándose en dirección adonde

aguardaba Pedro Julio. Enseguida el disparo certero le voló las dos cabezas; el cuerpo

quedó retorciéndose en forma repulsiva. Pedro Julio sacó la navaja para despellejar el

animal, pero éste, en nuestros propios ojos, se convirtió en un pez con patas que se fue

corriendo y se sumergió en el río. Desconcertados por lo que nos acababa de pasar,

regresamos a casa".

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De todos los relatos que el abuelo había contado a Cabeto, el que más le había

impresionado era el que hablaba de La Montaña de Los Cristales. El abuelo aseguraba que

en esa montaña existían las esmeraldas más grandes del mundo y con una sola de esas

piedras cualquier persona podría enriquecerse. El problema para llegar hasta allá radicaba

en atravesar El Valle de los Hacaritamas, habitado por los belicosos indios Motilones;

además, se decía que estaba embrujado. Estas misteriosas leyendas sobre el valle y la

montaña se habían fortalecido con la desaparición de dos antropólogos que, habiéndose

internado en ese lugar, se habían perdido.

Acosado por la necesidad de conseguir dinero para su familia, ya que su padre

estaba enfermo hacía mucho tiempo y no podía trabajar, Cabeto decidió ir a buscar las

valiosas piedras. Esa misma noche alistó el morral y lo ocultó en el patio de la casa. Se

acostó temprano, pero no pudo dormir pensando en el viaje. A las cuatro de la mañana se

levantó y salió por la puerta trasera, acompañado de Roco, un perro negro que lo seguía por

doquier. Se dirigieron a la plaza de mercado y se subieron a una volqueta que iba para el río

Algodonal a traer arena. Después de dos horas de viaje se bajaron y emprendieron a pie el

camino que conduce a la montaña.

La primera noche durmieron al abrigo de un árbol de Tamarindo. Al día siguiente,

cuando se levantaron, vieron lejos de allí una columna de humo blanco que jugaba con el

viento y se encaminaron a ella.

Al llegar encontraron un muchacho campesino: tenía tal vez unos diez años de edad;

la misma de Cabeto. Estaba ocupado en una palizada donde había numerosos conejos de

todos los tamaños y colores.

--¡Hola! --saludó Cabeto.

--¡Buenas! --respondió el muchacho de los conejos.

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--¿Por qué tienes tantos conejos?

--porque nacen muchos: doce o catorce en cada camada.

--¿y qué haces con tantos?

--Bueno, pues vendo unos y cambio otros.

--¿Los cambias, dices?

--Sí, por loros, ardillas o gallinas.

--¿Cuántos conejos tienes allí?

--No sé. No se dejan contar, no se están quietos; parecen hormigas.

Roco se acercó a la palizada y se puso a observarlos. Estaba excitado por la

cantidad que tenía a la vista.

--¿De qué raza es el perro? --preguntó el muchacho campesino al reparar en el

tamaño de Roco y su descomunal cabeza.

--No sé, pero nació de un cruce que hizo mi primo Manuelito entre un cócker y un

bóxer --explicó Cabeto acariciando a Roco--. Mi perro es loco y feo, pero yo lo quiero

mucho. Tanto que duermo abrazado a él.

El perro tenía la mirada amistosa en sus ojos grises; con su boca podía agarrar sin

dificultad una pelota de fútbol. La piel lisa y suave, combinada con el negro azabache de

su pelo, le daba más apariencia de ternero que de perro.

--¿Será cazador? --inquirió de nuevo con cierta curiosidad, y hasta se atrevió a

cogerle la cabeza. Roco no se inmutó.

--Yo creo que sí --afirmó Cabeto--. en mi casa acabó con cinco gallinas y un gato.

Ahora la tiene cogida con una tortuga que trajo mi abuelo: Está empecinado en morderle la

cabeza.

Roco ladraba a los conejos.

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--¡Quieto! --le ordenó Cabeto; pero el perro no obedeció. Un conejo de ojos

rojos, blanco como un copo de nieve, pasó por su lado. De inmediato se inició la

persecución.

--Déjelo. No lo alcanzará. "Orejas" es el conejo más veloz que hay por aquí.

--¿Queda muy lejos La Montaña de los Cristales? --preguntó Cabeto, olvidándose

del perro.

--Es aquella que se ve allá --contestó el muchacho, señalando el lugar con el

sombrero.

--¿Has subido hasta la montaña?

--No; nunca. Mi taita no me deja.

--¿Por qué no?

--Porque dice que esa montaña es peligrosa, que está embrujada.

--¿Tú crees eso?

-- Sí --contestó.

Roco interrumpió el diálogo. No había podido alcanzar el conejo de los ojos rojos.

En ese momento la noche se asomó tímida detrás de la montaña. Hugo Helí, el muchacho

de los conejos, invitó a Cabeto a pernoctar en su casa. Éste aceptó con agrado.

Esa noche, después de la comida, los dos chicos se sentaron a charlar.

Durante más de dos horas estuvieron relatando cuentos: Cabeto refirió las historias

que le había escuchado a su abuelo y Hugo Helí habló de espantos y aparecidos. Cuando la

luna llegó al cenit, se acostaron atemorizados.

******************

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2.--La Serpiente de Metal

A la mañana siguiente, Cabeto se levantó temprano. Hugo Helí ya le había preparado el

desayuno: plátano asado, leche de cabra y queso campesino.

Después de roer huesos, Roco salió a perseguir conejos. Cabeto tomó el morral y se

lo echó a la espalda. Luego llamó al perro. Acto seguido se metió la mano al bolsillo del

pantalón y sacó un objeto.

--Toma, Hugo Helí, es para ti.

--¿Qué es esto? --preguntó el muchacho campesino sin dejar de mirar el regalo.

--Es una brújula --le aclaró Cabeto.

--¿Brújula?... ¿Acaso sirve para cazar brujas?

Cabeto sonrió al escuchar la apreciación de su amigo.

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--No, Hugo Helí, no es para cazar brujas; ese aparato sirve para saber dónde quedan

el norte y el sur.

--¡Ah! --exclamó el muchacho campesino-- Yo eso lo sé al mirar el sol.

--Pero cuando no haya sol, la puedes usar --le replicó Cabeto.

Hugo Helí guardó la brújula en el bolsillo de su pantalón y extendió la mano para

dar las gracias a Cabeto.

--Vamos, negrito --dijo Cabeto al perro, y le acarició la cabeza. Se despidió de

Hugo Helí, prometiéndole que al regreso de la montaña se estaría con él otra noche.

El muchacho y el perro se fueron por el camino que les había señalado Hugo Helí.

Habían avanzado un largo trecho cuando tropezaron con una serpiente que permanecía

inmóvil atravesada en el camino. Cabeto se asustó y Roco se puso a ladrar como si hubiera

visto un fantasma.

--¡Cuidado! ¡No te acerques demasiado! --le advirtió Cabeto a todo pulmón--. El

perro continuó ladrando y mostrando sus poderosos colmillos. Cabeto sujetó al perro por la

cola, pero Roco se resistía a retroceder.

--¡Mira que te puede picar!

Roco se soltó y se abalanzó sobre el ofidio atacándolo a la altura de la cabeza. Ella

se defendió con una rapidez sorprendente, propinándole un coletazo. El perro se desplomó

sin sentido. Cabeto, al ver abatido a su inseparable amigo, creyó que lo habían matado, se

llenó de furia y atacó al reptil. Primero le arrojó la navaja de cacha de nácar, pero el arma

se partió en dos al dar contra el cuerpo del animal. Luego le lanzó una piedra, pero esta

rebotó como una pelota de goma. Admirado, le tiró con la cantimplora llena de agua y la

vasija al contacto con el cuerpo del animal se partió en varios pedazos. Entonces sucedió

algo inesperado: La serpiente comenzó a oxidarse. Parte de su cuerpo había adquirido el

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color rojo carmesí del óxido de hierro. Fue cuando Cabeto se dio cuenta que el reptil era de

metal.

Se acercó a su perro y le propinó unas cariñosas palmaditas en la cabeza. El noble

animal volvió en sí, aún aturdido por el golpe. Iban a huir del lugar cuando una voz de

timbre metálico los detuvo.

--¡Ayúdame, por favor!

Parecía que la voz saliera de todo el cuerpo longitudinal.

--¡Por favor! ¡No te vayas! ¡Ayúdame! --pidió de nuevo.

Roco y Cabeto miraban perplejos.

--¡No puedo ver! ¡Me estoy oxidando! --gemía el crótalo.

El agua había empañado sus ojos de cristal.

--¿No muerdes? --preguntó Cabeto con desconfianza caminando hacia ella.

--No tengas miedo; no te haré daño. No puedo morder. No tengo dientes --Ella

abrió la boca para demostrar que decía la verdad.

Cabeto cedió a las súplicas de la serpiente. Sacó la toalla del morral y comenzó a

secarla.

Resentido por el fuerte golpe que había recibido, Roco se retiró al pie de un árbol y

desde allí observaba lo que su amo hacía.

El ofidio medía, por lo menos, unos diez metros de longitud. Entre más se

lamentaba el animal, más se apresuraba Cabeto en secarla. Para terminar le secó la cabeza y

los ojos.

La serpiente quedó como una porcelana lustrada y comenzó a volverse amarilla. Sus

anillos se tornaron verdes y sus ojos adquirieron el brillo del diamante.

Sorprendido por la metamorfosis del animal, le preguntó:

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--¿Y por qué te has vuelto así, toda amarilla?

--Eso me sucede cuando me mojan y luego me secan.

--¿Ya no eres de hierro?

--No, ahora soy de oro. Acércate... ¿ves?

Ella hizo varias poses, y Cabeto se quedó maravillado pensando en lo que podía

valer una serpiente de oro de ese tamaño.

--¿Te puedo llevar conmigo?

-- Si tú quieres, por supuesto --le contestó, y se estiró para que la tomara.

Él trató de levantarla. Primero la agarró por la mitad, pero no pudo moverla; luego

lo intentó por la cola y, al final, por la cabeza. No consiguió correrla un centímetro.

--¿Por qué pesas tanto?

--Porque la riqueza es pesada: --aclaró ella con su voz metálica-- Todo el que anda

con mucho oro lleva una carga muy pesada y limita los movimientos. Además, hay que ser

muy vigilante para no perderlo. En consecuencia, esto es agotador, esclavizante y no deja

tiempo para vivir.

La serpiente se calló. Un silencio denso como neblina se extendió por todo el lugar.

De nuevo el misterioso reptil comenzó a transformarse. Se puso a brillar con intensidad y el

sitio se iluminó con un resplandor de varios soles. Cabeto se sintió extraño. En su interior

experimentó una placidez inusual. Era una especie de paz espiritual.

--¡Espera! ¡Espera! ¡Espera! ¡No te vayas! --suplicó el muchacho al ver que la

serpiente se desvanecía ante sus ojos.

No hubo respuesta. La serpiente aumentó el brillo y se transformó en un pedazo de

día: un hermoso rayo de sol. Roco corrió y ladró, pero esta vez el ladrido llevaba el tono

particular de la despedida.

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3.-- Las Kalas

El chico y el perro reanudaron la marcha. Atravesaron una pradera y llegaron a las orillas

del río “Algodonal”, donde diminutos peces de blancas escamas y ojillos negros subían y

bajaban.

Roco se puso a ladrar a su propia imagen, reflejada en la superficie del agua. Cabeto

se reía de la inocencia del animal.

De pronto algo se movió en la maleza. El niño se acercó con sigilo al lugar y no

halló nada. "A lo mejor era una iguana" --pensó-- "Mi abuelo dice que por estos lugares

abundan las iguanas y los perezosos".

Estaba en estos pensamientos cuando escuchó una vocecilla; se volvió y quedó

estupefacto: una graciosa niña, del tamaño de una muñeca de treinta centímetros, le sonreía.

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--¡Hola! --saludó sin dejar de sonreír--, y al momento se trepó a un arbusto y quedó

frente al chico.

--¡Hola! --respondió Cabeto sin salir de su asombro--.¿Quién eres tú? ¿Qué haces

aquí?

--Soy una kala --aclaró--. Una kala.

--¿Kala? ¿Te llamas así? ¡Qué nombre tan raro tienes!

--Mi nombre es Devi, pero soy una Kala. ¿Nunca habías oído hablar de las Kalas?

--No; nunca. No sabía que existían. Sólo he visto iguanas y perezosos. ¿Tú dónde

vives?

-- Yo vivo acá en el bosque. El árbol es mi hogar.

--¿Qué haces aquí, en el bosque?

-- Cuido los árboles.

--¿Los cuidas para que no los tumben?

-- No; no quise decir eso. Yo desenredo las raíces de los árboles para que se puedan

extender por debajo de la tierra, distribuyo las ramas y pinto las hojas de verde. Mezclo los

colores para las flores y estoy atenta de que las semillas se caigan a tiempo. También doy

forma a los frutos y a los pétalos. Finalmente preparo los diferentes aromas.

-- ¿Tú haces todo eso?

--Sí, y en primavera preparo las fragancias y desenrollo los capullos. ¡Ah! también

curo sus heridas.

-- ¿Cuáles heridas? --preguntó Cabeto, extrañado.

-- Las que hacen los hombres con sus hachas, machetes y con las sierras con dientes

de tiburón.

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Cabeto se incomodó con la respuesta de la Kala, pues se acordó de los árboles que

tumbaba su abuelo. Trató de cambiar la conversación.

-- Y tú.... ¿qué haces en Navidad?

--Tengo que estar muy atenta porque en diciembre vienen los hombres de la ciudad

a cortar árboles. Los talan sin ninguna consideración.

La charla se interrumpió. Un ruido quebradizo, parecido al crujir de ramas secas, se

escuchó cerca.

--¡Escóndete! ¡Vamos, rápido, escóndete! .-- gritó la Kala, asustada.

Cabeto corrió y se ocultó en la maleza. Enseguida aparecieron tres corpulentos

leñadores. Colocaron sus herramientas en el suelo y comenzaron a medir el árbol que iban a

derribar.

Era el árbol donde vivía Devi.

Cabeto adivinó las intenciones de los hombres; salió del escondite y los increpó para

que no cortaran el árbol.

-- ¡Fuera de aquí, mocoso ! --amenazaron los leñadores.

Cabeto, de pie no contestaba. Apretaba sus dientes para aguantar la ira.

--¡Largo!.. ¿No escuchaste? ¿Quieres que te amarremos a uno de estos cedros hasta

que te pudras?

El golpe del hacha sobre el árbol, como un eco lastimoso, se escuchó por gran parte

de la cuenca del río Catatumbo.

Cabeto sintió que el golpe le partía el alma. Como cuando a uno le dicen que un

familiar ha sufrido un accidente. Sus ojos se humedecieron.

Roco apareció y entró en acción; pero con tan mala suerte que le asestaron dos

fuertes planazos. Tuvo que retirarse aullando de dolor.

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--¡Bueno, muchachos, a trabajar duro! --ordenó el más fornido de los leñadores, que

parecía ser el jefe--. Hoy tenemos que tumbar, por lo menos, cuatro docenas de árboles para

venderlos en Ocaña. Esta vez si vamos a tener una Navidad bien jugosa.

Cabeto se acordó del panal de avispas negras que había visto en un arbusto cerca del

río. Fue al lugar, se quitó la camisa y, con sumo cuidado, lo atrapó.

Los leñadores, absortos en su trabajo, no se dieron cuenta de la presencia del

muchacho con la explosiva carga en las manos.

Con todas sus fuerzas, Cabeto estrelló el panal contra la cabeza del jefe de los

leñadores. Centenares de avispas atacaron a los hombres, quienes, hinchados por las

picaduras huyeron despavoridos monte abajo.

Cabeto alzó las hachas y los machetes, fue hasta el río y los tiró en la parte más

profunda. Cuando volvió, todas las Kalas del bosque lo estaban esperando.

Un sonoro aplauso, acompañado de vivas y hurras, se escuchó durante largo rato.

Cabeto no se pudo contener y lloró de emoción.

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4.-Togos, Aritas, Yaris, Gunas, Netis

Las Kalas llevaron a Cabeto a un lugar secreto del bosque y le mostraron lo que ocultaban.

Tendidos sobre un lecho de hojas y musgo tosían y se quejaban los Genios del Aire. Ellos

mantenían el aire limpio, pero de tanto respirar gases tóxicos, las Yaris y las Aritas habían

enfermado. Se encontraban allí los Yaris del norte, los Yaris del sur, los del oriente y los

del occidente.

Las más enfermas eran las Aritas, las bellas protectoras del aire.

El rosado de sus mejillas lo habían cambiado por el verde pálido de los moribundos.

Las Kalas de los árboles y los Togos de la tierra, afanados, corrían de aquí para allá y de

allá para acá, llevando esencias de eucalipto y paños calientes elaborados con pétalos de

rosas. Los enfermos inhalaban los vapores de las esencias, mientras que los Togos

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abrigaban sus pechos con los paños; pero a pesar de todos los cuidados, la tos persistía en

los Yaris y en las Aritas.

Todos estos personajes parecían conocidos para Cabeto, pues el abuelo se los había

descrito con tanta precisión que cuando los vio por primera vez tuvo la sensación de

haberlos visto antes.

--¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¿Por qué los hombres nos hacen esto? --gemían y se lamentaban

los enfermos al tiempo. Todos tiritaban de escalofrío y sudaban gotas de rocío.

Un Togo, con una peineta tallada en cristales de zafiro, hacía incesantes esfuerzos

por quitar el hollín de los cabellos de las Aritas. Esos relucientes cabellos de sol se habían

convertido en feas cabelleras de medusa.

El humo negro de las chimeneas de todas las fábricas del mundo estaba intoxicando

y acabando con las protectoras de los aires.

Un Togo se acercó hasta donde estaba Cabeto.

--¡Hola! --dijo el pequeñín, quitándose de la cabeza una especie de gorro frigio.

--¡Hola! --respondió Cabeto.

--¿Tú cómo te llamas ? --preguntó el pequeño duendecillo de la tierra.

--Carlos Alberto, pero mis amigos me dicen “Cabeto”.

-- Yo me llamo Topacio, pero todos me dicen Topi.

-- ¿Cómo estás, Topi?

--El Togo sonrió. Al instante llegaron más Togos e hicieron una larga fila, torcida

como un gusano, y se fueron presentando. Sólo decían el nombre porque no tenían

apellidos.

-- ¡Yo soy Ópalo, y él es mi hermano Crisolito!

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Éste hizo un ademán, como hace el acróbata en un circo cuando termina un acto y la

gente le aplaude.

-- ¡Hola! --respondió Cabeto, inclinándose también para saludarlo.

--¡Ónix! ¡Ónix! --exclamó otro que traía dos Toguitas tomadas de las manos--

Estas son Alejandra y Amatista, mis hermanas.

Alejandra y Amatista sonrieron al mismo tiempo. Cabeto creyó que era una sola

sonrisa.

--¡Somos Zafiro y Berilio! --afirmaron otros dos en dúo.

--¡Yo soy Jaspe!

--¡Yo Granate!

--¡Y yo Diamante!

Así se presentaron y se alejaron muertos de la risa.

...Y siguieron llegando más Togos y Toguitas.

Cuando terminaron las presentaciones, volvieron a sus actividades. Unos cuidaban

enfermos, y otros pulían piedras preciosas.

Las Kalas llevaron a Cabeto a otro lugar del bosque donde los eucaliptos crecían

derechos y llenaban el aire con su penetrante fragancia.

En medio de los aromáticos árboles, en pequeños pozos que habían construido los

Togos, descansaban las protectoras de las aguas. Eran las Netis y las Gunas, encargadas de

limpiar las aguas de cuanta suciedad encontraban. Ellas no tosían como las Yaris y las

Aritas, pero lloraban en silencio. Las lágrimas rodaban por sus mejillas hasta el río donde

se convertían en pececillos.

Las Netis y las Gunas estaban cubiertas de una pasta negra y viscosa. Adherida a

esa masa de petróleo se veía toda clase de basura: Latas vacías, neumáticos, hierro

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retorcido, placas de automóviles, vidrios, zapatos viejos, tapas y plásticos. Las basuras les

habían causado graves heridas.

--¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!.. ¿Por qué los hombres nos hacen esto? --clamaban al unísono

las Netis y las Gunas.

Cabeto se sintió triste. Su tristeza era honda y sincera. Se sentía impotente ante el

lastimoso cuadro de sufrimiento y dolor.

--¿Por qué están enfermas? --preguntó afligido.

--Porque el hombre está acabando con la naturaleza: El mar se está llenando de

basura y del petróleo derramado por los barcos transportadores; los ríos, igualmente, están

contaminados también con todo tipo de detritus y de residuos químicos producidos por las

grandes industrias; talan los árboles de los bosques y queman los cerros para adecuar los

terrenos para las siembras y el aire casi no se puede respirar por la saturación de la gran

cantidad de gases tóxicos y clorofluorcarbonos que dañan la capa de ozono.

--Y ustedes ¿Por qué no se defienden? --insinuó Cabeto, invadido por un confuso

sentimiento de rabia e impotencia.

--No podemos. No usamos armas y no sabemos pelear. Lo único que hacemos es

mantener limpias las aguas de los mares, ríos, lagos océanos y demás fuentes hídricas que

abundan en este hermoso planeta --explicó una Guna, doblando su cuerpo de pez sobre una

roca y extendiendo su frágil mano para saludar al muchacho.

--¿Y porqué se vinieron para este lugar?

--Porque este río y este bosque son de los pocos lugares en el mundo que el hombre

todavía no ha dañado ni contaminado con sus grasas, sus aceites, sus basuras y su codicia.

--Mi abuelo Euquerio me contó que muchas de ustedes habían muerto envenenadas

por las sustancias químicas y el detritus. ¿Es cierto eso?

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--Sí, es cierto. Se murieron nuestras hermanas que vivían en el aire y en las aguas de

las grandes ciudades.

Hizo una pausa para inhalar aire y enseguida agregó:

--Gracias a que somos unidas y nos ayudamos, todavía no hemos muerto todas.

De nuevo se silenció. Parecía que el hablar demasiado la fatigaba.

--Y tú ¿qué haces aquí? ¿Vives en este lugar? --le preguntó ella.

--No. Yo no vivo aquí. Sólo vine a buscar esmeraldas. Mi abuelo me contó que en

La Montaña de los Cristales hay esmeraldas tan grandes como huevos de pato.

--¿Y para que quieres las esmeraldas?

-- Para venderlas y conseguir mucho dinero.

--¿Dinero? ¿Qué es dinero? --preguntó la Guna con gran curiosidad.

El Togo que estaba peinando a la ninfa de los mares intervino:

--El dinero es para el hombre su más importante riqueza. La fuente de toda felicidad

y placer. El sentido de sus vidas.

--¿Consideran el dinero como su riqueza más importante? --interrogó extrañada la

Guna.

--Con seguridad que sí --respondió el Togo sin dejar hablar a Cabeto--. Por ese tal

dinero, el hombre está destruyendo este bello planeta, y de paso, está acabando con

nosotros.

--Pero con dinero uno puede adquirir y comprar todo lo que quiera --intervino

Cabeto tratando de justificar.

--Estás equivocado, muchacho. El dinero no sirve para comprar todo --afirmó el

Togo.

--¿Y por qué no?

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--Con dinero podrías comprar compañía pero no un amigo; mucho menos un sueño

hermoso. Podrías comprar una bella casa pero no un hogar armonioso. Comprarías, tal vez,

comida exquisita pero no salud. Comprarías, igualmente, una gran empresa, pero no la paz

interior. El ser humano está equivocado, pues el dinero sólo puede dar comodidad al cuerpo

pero no felicidad --sentenció la Guna desde su lecho de enferma

-- Entonces... ¿qué es la felicidad?

--La felicidad es un estado de ser y no de poseer. El hombre cree que la felicidad

está en el poseer y por ello se ha vuelto posesivo. Un niño pequeño es feliz porque no es

dueño de nada. La felicidad no es otro cosa que estar contento con uno mismo y con los

demás. Y quien está contento con lo que tiene ya es feliz.

Cabeto quedó callado por la repuesta de la Guna.

En la distancia, Cabeto oyó la algazara de los Togos y de las Kalas que corrían hacía

el río. Pensó con temor en los leñadores. Se imaginó que habían regresado.

--¿Qué sucede? --preguntó a Topi, que en ese momento pasaba con un cubo lleno

de fragancias de eucalipto.

--¡Mira! --le contestó el pequeño guardián de los tesoros ocultos, señalándole la

parte superior del río.

Sobre la superficie de las aguas se deslizaba un barco transparente que parecía de

vidrio.

Los Togos y las Kalas tomaron a los enfermos y los llevaron hasta la orilla.

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5.--La Protectora de la Vida

En un barco de hielo, procedente del Polo Norte llegó la Protectora de la Vida: un hada de

indescriptible belleza.

Era el 21 de Marzo, día de equinoccio, es decir, cuando el sol está sobre la línea

ecuatorial y los días se hacen iguales a las noches.

La Protectora de la Vida, acostumbraba, en ese día, dar la vuelta al mundo

recogiendo enfermos que habían sido víctimas de la contaminación del aire y de las aguas.

Los enfermos eran llevados al Polo Norte para ser curados.

Alta y esbelta, el Hada de la Vida venía cubierta con un vestido de oro y plata con

botones de aguamarina. Los Togos le habían tallado un deslumbrante collar de piedras

preciosas hecho de esmeraldas, diamantes y rubíes. Su cabellera trenzada formaba un arco

iris; sus ojos verde-mar brillaban de alegría y su intensa sonrisa era un espejo recién pulido.

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A pesar del fantástico diseño del barco de hielo, Cabeto había quedado deslumbrado

por la belleza de la Protectora de la Vida.

La tarea de subir los enfermos al barco fue una operación rápida. Una vez cargado,

el misterioso velero partió a su destino.

Cabeto, en total silencio, vislumbrado, observaba desde la orilla cómo el navío se

convertía, en la distancia, en un punto de cristal.

Los ladridos del perro lo sacaron del éxtasis. Cabeto buscó a su fiel amigo con la

mirada, y vio que, persiguiendo a una iguana, se había metido al río.

--¡Roco, sal de ahí, que te puedes ahogar!

El perro salió, no tanto por acatar la orden del amo sino porque un cangrejo negro lo

amenazó.

Cabeto buscó las Kalas y los Togos, pero todos habían desaparecido. Sólo vio unas

iguanas tomando agua y un perezoso o perico ligero trepándose a un árbol con la lentitud de

un anciano centenario cuando camina.

El muchacho reanudó la marcha en dirección a La Montaña de los Cristales.

Después de mucho caminar llegaron al pie de la montaña, donde decidieron quedarse.

Cabeto hizo una fogata con leños y hojas secas. Recordó que su abuelo siempre le

había dicho que el fuego ahuyentaba las alimañas del monte. Esa noche durmieron

abrigados por el calor de las llamas.

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6.--Roco y los Micos

Subieron por un sendero intransitado desde hacía mucho tiempo. El camino era apenas una

tenue insinuación, ya que la vegetación lo había borrado.

Roco iba adelante, avanzaba oliendo todo, moviendo la cola. De vez en cuando se

detenía y miraba para atrás verificando si su amo lo seguía.

Luego de un arduo ascenso, Cabeto se detuvo a descansar. Se sentó sobre un tronco

caído y cogió varios de los cristales blancos que tapizaban el suelo; los pulió contra el

bluyín y los guardó en el morral.

De pronto escuchó unos agudos chillidos. Alarmando, decidió investigar.

Cuando llegó, encontró una manada de micos de afiladas garras que habían

acorralado al perro contra los árboles y le arrojaban palos y frutos. Roco se defendía

mostrando sus colmillos.

Los pequeños micos saltaban de rama en rama y descendían por las lianas hasta

llegar adonde el perro. La chillería de todos esos animales era ensordecedora.

Armado de valor y un leño, Cabeto se lanzó en ayuda de su fiel amigo.

Entró en batalla propinándoles palos a los feroces animales, pero ellos no

retrocedían; por el contrario, cada vez llegaban más micos.

De un momento a otro, y sin ninguna razón, se dieron a la huida.

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7.--Yamurí

Traía Yamurí la cara pintada con cuatro franjas blancas a cada lado de la nariz y dos

círculos rojos al pie de las orejas. En su frente se apreciaban diferentes tatuajes de animales

y signos indígenas. Estos dibujos también se veían, pero más grandes, en su pecho. El torso

desnudo era cruzado por un potente arco de flechas. Sus ojos brillaban como carbones

encendidos.

--¡Soy Yamurí, el Espíritu de la Montaña! --aseguró con una voz de trueno, tan

fuerte que las ramas de los árboles se arquearon y centenares de hojas cayeron. Poco faltó

para que se formara un huracán. Las flores cerraron sus pétalos y se abrazaron, como para

no dejarse arrastrar por el ciclón.

Cabeto soltó el leño. Atemorizado, corrió buscando a Roco.

El gigante se acercó unos pasos. Cabeto imaginó que el espíritu había crecido más.

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-- ¡No acepto intrusos en mis dominios! --amenazó, y alargó el brazo para agarrar a

Cabeto.

Roco salió en defensa de su amo y mordió a Yamurí en el antebrazo.

El indio clamó de dolor y, de un manotazo, envió a Roco por los aires. El perro cayó

sobre unos arbustos.

El indígena descolgó el arco del pecho y alistó una flecha para acabar con la vida

del animal, pero Cabeto reaccionó: Tomó un leño y se lo partió en una pierna. Yamurí soltó

una estruendosa carcajada.

--¿De modo que quieres pelear? --dijo en un tono burlón, olvidándose del perro.

El muchacho no contestó. Había tomado otro leño y se aferró a él como si fuera un

bate de béisbol.

Con una habilidad de felino esquivó, de Yamurí, el primer golpe que se estrelló

contra un árbol y lo descuajó.

El gigante se disponía a atacar de nuevo, cuando una voz descendió de las alturas y

los detuvo.

--¡Detente! ¡No le hagas daño!

Al momento apareció un rayo de sol. Cabeto lo reconoció:

--¡Hadit! ¡Serpiente de luz! --exclamó el indio, arrodillándose, poniendo el rostro

contra el suelo y extendiendo los brazos por encima de su cabeza.

--¡No le hagas daño! ¡Es mi amigo! ¡Ayúdalo! --repitió Hadit y desapareció

diluyéndose en la claridad de la mañana.

Yamurí se puso de pie y, completamente amistoso, enseñó a Cabeto el camino hacia

las cavernas.

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El indio, majestuoso como un león africano, iba adelante abriendo trocha por entre

la maleza.

Unas flores grandotas parecidas a las campanas de las iglesias se veían por todos los

lugares. Roco metió la nariz en una de esas campanas hechas de pétalos, y una avispa

negra, del tamaño de un cucarrón, le picó.

El perro llegó quejándose adonde su amo. Éste le examinó la nariz y le echó un

poco de saliva. Roco sacudió la cabeza, tal vez porque la nariz empezaba a pesarle. A lo

largo del trayecto no volvió a oler ninguna planta.

Próximos a la cima, Cabeto vio unas piedras grandes cubiertas de musgo y

vegetación. Al pie de una de ellas, Yamurí hacía señas indicando que era la entrada a las

cavernas.

El Espíritu de la Montaña se convirtió en una brillante nube gris que se posó sobre

la cima, y desde allí empezó a vigilar sus dominios.

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8.--Las Cavernas

La entrada de las cavernas estaba iluminada por la claridad del mediodía, que alcanzaba a

filtrarse por la vegetación. Algunas estalactitas habían crecido al tiempo con las

estalagmitas que brotaban del suelo y se juntaban formando columnas torneadas.

Roco empezó de nuevo a olfatear todo lo que iba encontrando. Introdujo la cabeza

en una cavidad y se puso a gruñir.

--¡Roco, ten cuidado! --le advirtió su amo.

¡Roco ten cuidado!.. ¡Ten cuidado!.. ¡Cuidado!.. --repitió el eco.

Extraños sonidos, como de granizos que caen sobre tejados de zinc, comenzaron a

salir del fondo de la caverna. Cabeto vio que una nube negra se acercaba a él. Era una

bandada de murciélagos que se habían asustado con los ladridos del perro.

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Impresionados por la cantidad de bichos, Cabeto buscó a Roco y los dos se

resguardaron en la cavidad, pero la tierra cedió y se hundieron en una masa gelatinosa. En

medio de la más completa oscuridad, descendieron por una especie de tobogán. El túnel

estaba resbaloso por la acción del barro sobre las paredes. Bajaron como dos jabones por

entre un tubo.

¡Plas!, se escuchó cuando llegaron al final del recorrido. Cabeto no podía ver nada

debido a la oscuridad del lugar.

--¡Roco!.. ¡Roco!.. ¿Me oyes? ¿Dónde estás?

Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.... --se escuchó en el silencio de las cavernas.

--¿Dónde estás? --preguntaba Cabeto palpando la oscuridad con ambas manos. En

ese momento se acordó de Canana (el cieguito del pueblo que pedía limosna en la puerta de

la iglesia) y sintió miedo de quedar ciego.

De pronto, una chispita emergió de la gran oscuridad de la caverna; se agrandó poco

a poco y tomó la forma de una estrella. El lugar se iluminó.

El niño sintió que la misteriosa luz se anidaba en su pecho y lo abrigaba. Por un

momento experimentó una deliciosa sensación de paz interior. Su mente quedó en blanco y

desaparecieron los deseos, por medio de los cuales la mente atormenta al hombre. Todo

miedo, todo temor también se esfumaron de su conciencia. Era como estar en un sueño

profundo, sin imágenes, pero al mismo tiempo despierto. Anheló, por un instante, quedarse

para siempre en ese estado de tranquilidad interior, pero este deseo lo hizo volver en sí.

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9.-- La Estrella de la Amistad

-- ¡Hola! --dijo una voz, con un tono tan suave que parecía la caricia de un pétalo.

Cabeto se volvió y dio media vuelta.

--¡Shissss!.. ¡Aquí!. ¡En lo alto!.. ¡Mira hacia arriba! --repitió la melodiosa voz.

El chico alzó la vista y quedó maravillado. Quien le hablaba era una estrellita blanca

que no dejaba de titilar.

--¡Quién eres tú ? --le preguntó sorprendido.

-- Soy la Estrella de la Amistad --contestó ella, y aumentó su brillo.

-- ¿La estrella de la Amistad ?..¿Y qué haces en este lugar?

-- Estoy descansando.

Cabeto miró alrededor y no vio a nadie más.

-- ¿Estás sola?

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-- No, estoy con El Lucero del Amor.

Cabeto examinó el lugar con la vista buscando al nuevo personaje.

--Él no se ve --le advirtió ella--, porque está convertido en la luz que nos ilumina.

Acto seguido señaló con sus puntas en todas las direcciones.

¿Y qué hacen en esta caverna? ¿Se esconden de alguien?

--No; no nos escondemos de nadie. Ya te dije que estamos descansando.

-- ¿Están viajando? --quiso averiguar.

--No, no es eso. Sólo descansamos del hombre –aclaró La Estrella de la Amistad.

--No te entiendo --expresó con sinceridad el muchacho.

--Lo que pasa, querido amiguito, es que nosotros vivíamos en el corazón del hombre

y éramos muy felices; pero el hombre nos echó de allí.

--¡No puedo ser! ¡Eso es absurdo! ¿Y por qué hizo eso el hombre?

--Sencillo: Para ceder el lugar a otros. A veces pienso que el hombre estaba

cansado de nosotros.

--¿Y quién vive en ese lugar ahora?

--En el ventrículo izquierdo, que era donde yo habitaba, ahora vive el egoísmo; y en

el ventrículo derecho, donde se alojaba El Lucero del Amor, vive el odio.

--Yo no sabía que el hombre había hecho eso. ¿Y qué piensan hacer? ¿Se van a

quedar aquí para siempre?

--¡No! ¡Claro que no! --exclamó La Estrella de la Amistad--. Sólo estamos

rememorando el último viaje que hicimos por todo el mundo buscando corazones para

vivir.

--¿Y pudieron encontrar alguno?

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Bueno, la verdad es que hasta el momento no hemos encontrado a nadie. Parece

que el hombre en todas partes es el mismo: egoísta y codicioso, sólo piensa en estar bien él

y los suyos, sin que le importen los demás.

--¿Y hasta dónde fueron? ¿Qué lugares visitaron?

Cabeto estaba ansioso por saberlo todo. No quería perderse un solo detalle.

Estuvimos en Europa, en Asia y en Oceanía; viajamos por toda América hasta llegar

acá, pero en ninguno de esos sitios encontramos nada. Pronto iremos a los polos.

--Y si no consiguen corazones para vivir ¿Qué van hacer?--preguntó Cabeto,

preocupado.

-- Sólo esperar --contestó la estrellita.

--Esperar ¿qué? --insistió el muchacho intrigado.

--Esperar el más grande de los milagros: ¡que el hombre cambie!

--Mientras tanto, ¿por qué no se van a vivir a la mente del hombre? --insinuó

Cabeto queriendo ayudar.

--¡No! ¡Allí no! --respondió alarmada La Estrella de la Amistad.

Cabeto se sorprendió de la reacción de la estrellita, que de inmediato se puso a titilar

con mayor rapidez.

--Y ¿Por qué no pueden vivir en la mente del hombre?

--Porque es muy estrecha y calculadora. Además es un lugar repleto de ideas falsas,

creencias de todo tipo y de conceptos erróneos. Deseos insatisfechos, apegos enfermizos,

temores incomprendidos, recuerdos desagradables, resentimientos no perdonados,

carencias, frustraciones y, en general, condicionamientos que revoletean como murciélagos

en la oscuridad de las cavernas. Todo eso a nosotras nos destruye.

--Entonces... ¿se van a quedar aquí para siempre?

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--¡Claro que no! Sólo es cuestión de tener paciencia y esperar. La paciencia es toda

la fuerza que necesita para alcanzar lo que uno se propone.

La Estrella de la Amistad se desplazó y se paró sobre un cristal; éste se iluminó

como si fuera una bombilla.

-- Y tú ¿qué haces en este lugar?

--Vine a buscar esmeraldas --respondió él.

--¿Y para qué quieres esmeraldas?

-- Para venderlas en la ciudad y darle el dinero a mi papá. Él está enfermo y no

puede trabajar.

La estrella de la Amistad se maravilló de los sentimientos del muchacho. Decidió

ayudarlo.

--Lo que tú buscas es posible que se encuentre al otro lado de esta caverna, pues por

aquí yo no he visto esas piedras verdes --le dijo ella haciendo una señal con unas de sus

puntas.

--¿Cómo hago para llegar hasta el otro lado?

--Tienes que pasar por debajo de ese pozo que está al pie del muro de piedras.

--Eso parece difícil. ¿Tú me ayudas?

--¡Claro! --exclamó la Amistad con tono eufórico--. Se sentía feliz de tener la

oportunidad de hacer lo que más le gustaba: Ayudar a los demás, y de encontrar un amigo.

La Estrella de la Amistad descendió sobre la superficie del agua y comenzó a crecer

y a transformarse en una enorme burbuja de cristal. Parecía un globo de vidrio.

Por una pequeña puerta entraron los dos pasajeros. La burbuja comenzó a

sumergirse.

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Cabeto, en silencio, observaba el lecho arenoso cubierto de brillo vítreo. Roco

ladraba cada vez que, frente a sus ojos, pasaban manadas de peces.

Al pasar por debajo del muro que separaba las cavernas, todo se oscureció, pero un

rato después la burbuja de cristal se detuvo y ellos descendieron.

Cabeto caminaba despacio en medio de la oscuridad para no caer. Roco avanzaba

pegado a las piernas de su amo. De pronto, éste tropezó con un objeto, se inclinó y lo tomó.

Sus dedos se hundieron en pequeños orificios. Cabeto tuvo la sensación de haber agarrado

una bola de boliche.

Durante un tiempo estuvo tratando de descifrar lo que tenía en sus manos. Se acordó

de la linterna que traía en el morral.

--¡Ay! --gritó asustado cuando comprobó que tenía en la mano una calavera.

Alumbró el lugar con la linterna y se dio cuenta que estaba repleto de esqueletos y

huesos de toda clase: Humanos, animales y aves.

Aterrado, observaba el macabro hallazgo cuando sintió que lo agarraron por el

hombro derecho.

Fue tan grande el susto que quedó como petrificado y no pudo reaccionar.

Un par de indios Motilones, armados con arcos, flechas y lanzas lo miraban en

silencio. Los aborígenes traían sendas antorchas en la mano izquierda y lanzas en la

derecha.

Roco se movió rápido y se cuadró delante de su amo listo a defenderlo. Gruñía y

mostraba sus colmillos puntiagudos.

--¿Qué haces en este lugar? --preguntó a Cabeto uno de los indígenas.

Cabeto, antes de contestar, le hizo señas al perro para que se calmara.

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--Estaba allá arriba --esto lo dijo señalando con su dedo índice de la mano derecha--

y me caí por un hoyo --contestó él con no poco miedo.

Los indígenas se miraron y se dijeron algo en su idioma nativo. Cabeto no entendió

nada. Luego se dirigieron al niño, y por medio de señas le dieron a entender que los

siguiera.

El lugar en donde estaban los esqueletos era el cementerio de los indios motilones.

Era considerado, por ellos, como el lugar más sagrado de la región que habitaban. Pensaban

que allí vivían los espíritus de los muertos. Los indígenas habían interpretado el hecho de

haber encontrado al muchacho y al perro en ese sitio, como una señal de agrado por parte

de los espíritus de los difuntos, ya que a ese lugar sólo se podía llegar con la guía de Hadit,

la serpiente de luz, o con la ayuda de Yamurí, el Espíritu de la Montaña. Por ello habían

resuelto ayudar al chico y a su perro.

Los indios condujeron a Cabeto y a Roco por un túnel oscuro y silencioso. Después

de caminar por un largo trayecto lleno de huecos y recovecos salieron de las cavernas,

bordearon la montaña y llegaron a una hermosa planicie. Allí encontraron una hoya tapada

con varas, hojas y arbustos, Los aborígenes le indicaron a Cabeto para que examinara el

lugar. El chico quitó los arbustos y se paró al borde del misterioso hueco.

--¡Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa...! --gritó Cabeto en la boca de la hoya.

--¡Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa...! --contestó el eco.

Cabeto quiso hablar con los indios, pero éstos habían desaparecido como por arte de

magia. Caminó y los buscó por los alrededores, pero no los halló por ninguna parte.

Mientras tanto, al pie del hueco, Roco olfateaba el aire que salía de él.

--Ahí no hay nada, Roco. Sólo un hoyo sin fondo. Cálmate.

Sin embargo, el perro persistía en examinar el hueco.

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Cabeto se paró de nuevo al pie de la hoya junto a Roco, tomó una piedra y la lanzó

al vacío. Esperó el ruido que produciría el guijarro al estrellarse contra el suelo. Pero

pasaron los segundos y no se escuchó nada. Se inclinó un poco y sintió que se iba a caer y

se apoyó en su perro. Roco resbaló y cayó al abismo.

--¡Roco! ¡Roco! ¿Roco!...

Sin perder tiempo, Cabeto sacó el lazo que traía en el morral y lo desenrolló

rápidamente. Amarró un extremo a un árbol y pasó el otro por su cintura. Se colgó la

linterna al cuello y comenzó a bajar. Parecía un alpinista deslizándose por el cráter de un

volcán.

--¡Roco! ¡Roco! ¡Roco! ¿Me oyes? --repetía, a medida que descendía.

Llegó hasta donde le alcanzó el lazo.

Las manos le ardían como si se hubiera quemado; pero eso no le importaba ante la

idea de salvar a su perro. Con una mano se sostenía y con la otra examinaba el fondo de la

hoya con la luz de la linterna.

--¡Los científicos!.. ¡Los científicos! --exclamó cuando vio los dos cuerpos inertes

sobre el suelo-- ¡Son ellos, los científicos! ¡Roco! ¿Dónde estás?

El perro ladró, pero Cabeto no supo de donde provenía el sonido porque el eco lo

multiplicaba. Resolvió subir a la superficie.

Dejó el morral y el lazo al pie del hueco y salió corriendo por el sendero que le

habían enseñado los dos indios motilones.

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10.--El Hallazgo

Cabeto comenzó a bajar por la montaña como una gacela. Apenas sí se detenía para tomar

un poco de aire. Pasadas las dos de la tarde, llegó exhausto a la casa de Hugo Helí, el

muchacho de los conejos. El chico campesino, tan pronto vio a su amigo acercarse en

semejante carrerón, pensó que los indios lo venían persiguiendo.

--¡Están vivos! ¡Están vivos! ¡Los encontré! --llegó gritando Cabeto.

Hugo Helí trajo agua en una totuma. Cabeto tomó el líquido hasta saciarse; luego

refirió a su amigo lo que había sucedido. El muchacho de los conejos corrió a informar a su

papá de lo acontecido. Lo encontró en el establo ordeñando las cabras.

A los pocos minutos de haberse conocido la noticia, cuatro campesinos cargados

con picas, azadones, lazos, machetes y canastos salieron al rescate de los científicos y de

Roco, el buen perro.

Subieron la montaña a marcha forzada. Ya en la cima, Cabeto condujo a los

labriegos hasta el sitio en que había dejado el lazo y el morral.

Los campesinos amarraron gruesos lazos a un canasto de mimbre, metieron a

Cabeto adentro y comenzaron a bajarlo con sumo cuidado.

El muchacho llevaba una lámpara de queroseno. Cuando terminó el descenso, se

sorprendió al encontrar a uno de los antropólogos, que esperaba con una linterna en las

manos.

El científico saludó emocionado a Cabeto. Roco no cesaba de lamer la mano de su

amo. El otro hombre de ciencia estaba acostado sobre un colchón de hojas y musgo que le

había construido su compañero.

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Cerca de dos horas duró el rescate. Una vez en la superficie, los campesinos

trasladaron, en improvisadas camillas, a los dos hombres hasta la casa de Hugo Helí. Allí

descansaron por la noche y el día siguiente. El antropólogo enfermo empezó a recuperarse

con las plantas medicinales que le dieron los campesinos.

Mohamed y Kazán, los dos antropólogos, relataron lo que les había sucedido.

Tres meses atrás habían llegado a La Montaña de los Cristales con la esperanza de

encontrar un cementerio indígena de la tribu de los Hacaritamas, que según datos de

archivo del siglo dieciséis, allí debería de quedar.

Al día siguiente de la llegada a la cima caía una tormenta tan fuerte que los dos

hombres apenas si se podían tener de pie. El ventarrón era tan violento que, de no abrazarse

a los árboles, se los habría llevado por los aires como cometas de papel. En medio de

semejante tempestad se oían aullidos y toda clase de ruidos fantasmales. Hasta llegaron a

escuchar carcajadas. por un momento creyeron que la montaña estaba embrujada.

Granizos, tan grandes como pedruscos, los obligaron a refugiarse en las cuevas, que

en ese momento estaban en la más completa oscuridad. Por eso resbalaron y cayeron al

vacío. Mohamed resbaló primero, pero antes de caer agarró por un brazo a Kazán y lo

arrastró con él. Se salvaron porque al final del foso había agua. Kazán se había fracturado

un omoplato.

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11.-- Mohamed y Kazán

"Los primeros días nos alimentamos con la comida enlatada que habíamos traído--comenzó

a relatar Mohamed-- Teníamos alimento y vitaminas para dos o tres semanas de expedición.

Cuando se nos acabaron los alimentos, procedimos a comer cuanto animal iba cayendo al

foso: culebras, cangrejos, armadillos, conejos y hasta un venado, ¿Cierto Kazán?! --dijo,

dirigiéndose a su compañero.

--Cierto --confirmó Kazán-- pero lo que más comimos fueron murciélagos.

Los dos niños y los campesinos, sentados en bancos de madera de cedro,

escuchaban en silencio el relato del antropólogo.

"Calculo que nos comimos más de quinientos murciélagos. Al principio, casi

vomitamos los hígados; pero uno se acostumbra a todo. Al fin y al cabo el hombre es un

animal de costumbres. Kazán siempre me decía que usara la psicología y que me imaginara

un pedazo de carne de camello cuando me estuviera comiendo un murciélago. Cuando la

mente está distraída en otras cosas uno no se da cuenta de lo que pasa. Esto sucede cuando

se está hablando con alguien y este de pronto se queda mirando un punto en el vacío y no

escucha lo que se le está diciendo. A todos nos sucede. Bueno, sólo encendíamos la

linterna para cazar murciélagos, cuando oíamos ruidos y cada vez que un animal caía al

pozo. Era fácil atrapar los murciélagos porque quedaban encandelillados con la luz de la

linterna. Gasté todas las pilas que habíamos traído, pero yo tenía práctica y los cazaba en la

oscuridad"...

Mohamed interrumpió el relato para pedir otra taza de café negro.

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"Las primeras noches oíamos ruidos y voces; quejidos y hasta sollozos, pero con el

tiempo se nos hicieron familiares. Esto mismo pasa con los que cuidan los cementerios. Se

familiarizan tanto con el lugar que ya no escuchan ni ven nada.”

--Nosotros no tenemos miedo a los muertos; al fin y al cabo, no hacen nada, son

inofensivos; tememos más a los vivos --dijo Kazán, recostado en un taburete y

dirigiéndose a Cabeto le preguntó:-- Y tú ¿qué hacías en esa montaña?

-- Fui a buscar esmeraldas.

-- Habrías perdido el tiempo buscándolas, porque en esa montaña no hay

esmeraldas. Allí sólo hay baritina.

-- ¿Baritina?... ¿Qué es baritina? --preguntó Cabeto.

--Es un mineral, un sulfato de bario natural, que sirve para dar el color blanco a las

telas, al papel y a las pinturas, etc.

Cabeto dejó de preguntar. Tomó el morral y sacó varios piedras y cristales que había

recogido en la montaña. El científico, que lo estaba observando, señalando alguno de ellos

le dijo:

-- Esos son cristales de baritina.

-- ¿Los puedo vender? ¿Valen mucho dinero?

-- No valen mayor cosa, muchacho --contestó el antropólogo, dando unas

palmaditas en el hombro de Cabeto.

El chico no contestó. Se había quedado pensando en su padre. Todos sus planes se

vinieron al piso. Ahora tendría que regresar con las manos vacías. A lo mejor su padre lo

castigaría por haberse venido a aventurar sin su permiso. Metió los cristales en el morral,

se paró del banco y salió de la habitación.

"Ahora no podré ayudar a mi padre" --pensó antes de abandonar el lugar.

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12.--La recompensa

La noticia del rescate de los científicos se regó como pólvora. Al día siguiente la gente de

Ocaña estaba enterada. Cabeto, Roco y los dos antropólogos fueron trasladados a la ciudad.

Cuando llegaron a la urbe, la población salió a las calles a darles la bienvenida como si se

tratara de la llegada de los ciclistas del Tour de Francia.

Los vecinos del barrio El Carretero, donde vivía Cabeto, esperaban apretujados

frente a su casa. Habían periodistas, políticos, locutores, el alcalde y los compañeros del

colegio Caro, donde Cabeto cursaba el sexto grado, todos querían hablar con él.

Lubín, el padre de Cabeto, quien había prometido darle una paliza por haberse ido

de la casa sin permiso, se olvidó del juramento y convirtió el regreso de su hijo en una

alegre e improvisada fiesta. Se sentía orgulloso de su hazaña.

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Roco se volvió famoso: El grupo de los Scouts de esa región lo condecoró con la

medalla al valor y fue declarado mascota de la ciudad. Los ocañeros llegaron a saber su

nombre y en cualquier casa de la región donde entraba era atendido a cuerpo de rey. En la

calle, los estudiantes de los colegios lo acariciaban, jugaban con él y lo atiborraban de

dulces y emparedados.

Una semana después, el padre de Cabeto recibió de manos de Mohamed y Kazán la

cuantiosa recompensa que la Sociedad Internacional de Antropología había ofrecido por el

rescate de los dos eminentes científicos. Parte de ese dinero fue distribuido entre el padre de

Hugo Helí y los demás campesinos que habían ayudado al salvamento de los dos hombres

de ciencia.

Cuando Cabeto quedó a solas con su padre, le preguntó:

--Papá, ¿te puedo pedir algo?

--¡Claro, hijo! ¿Qué deseas?

--Un caballo. Quiero que me compres un caballo.

--¿Un caballo? ¿No será mejor una bicicleta? ¿Para qué quieres un caballo?

--Para regalárselo a mi amigo Hugo Helí. Él me prometió que cuando consiguiera

un caballo vendría a mi casa a visitarme.

El viejo se quedó mirando al muchacho en silencio. Estaba feliz al comprobar que

en el corazón de su pequeño hijo se ocultaba un sentimiento tan maravilloso.

Al domingo siguiente, Cabeto y su padre fueron a visitar a Hugo Helí. Le llevaron

un hermoso caballo blanco que tenía una mancha negra en la frente.

-- Toma, Hugo Helí; es para ti.

El niño campesino se quedó sin respiración. No podía creer que alguien le hiciera un

regalo tan costoso. En su cara había una alegría indescriptible. Sus pequeños ojos negros

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brillaban radiantes y su sonrisa infantil aumentaba su felicidad. Volviéndose hacia Cabeto

le dijo:

-- ¿Es mío? ¿Me lo regalas? --preguntaba con incredulidad.

-- ¡Claro, Hugo! ¡Lo traje para ti! --confirmó Cabeto lleno de satisfacción.

Los dos chicos se abrazaron durante un largo rato, luego montaron ambos en el

caballo y cabalgaron cerca de una hora.

Hugo Helí fue a la palizada y trajo a "Orejas", el conejo blanco de los grandes ojos

rojos.

--Mira, Roco, ahora tenemos que cuidarlo --le explicó a su perro mientras le

enseñaba el conejo.

Roco pareció entender lo que su amo le decía: olfateó al animal, pero no le ladró.

Cabeto permaneció en silencio un buen rato con el conejo en las manos, observando la

ternura con que Hugo Helí acariciaba al caballo.

¡Al fin, la Amistad y el Amor habían encontrado un corazón donde vivir!.. ¡ El

corazón del pequeño Cabeto !

Desde ese momento Cabeto, Roco y Hugo Helí han ido a La Montaña de los

Cristales todas las Navidades. Allí juegan con las Kalas, corretean a los Togos y nadan con

las Gunas y las Netis.

Las Yaris y las Aritas les enseñan el idioma del viento. Cabeto y Hugo Helí

disfrutan intensamente la música que los Genios del Aire producen cuando acarician los

árboles que crecen alegres en el silencio del Valle de los Hacaritamas.

FIN

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ALFONSO LOBO AMAYA. Por: Gabriel Ángel Páez Téllez

Segundo hijo, de diez hermanos, del hogar de Margarita Amaya (hija del poeta Adolfo Milanés) y Lubín Lobo Quintero. Matemático, escritor y cuentista. Nació en Ocaña (N de S), el 15 de mayo de 1946. En la literatura infantil: es uno de los escritores más representativos de Colombia.

Obtuvo el título de bachiller en el Colegio Nacional José Eusebio Caro, en el año 1965. Desde esa época comienza a destacarse y poner en alto el nombre de Ocaña, pues fue distinguido como uno de los mejores bachilleres del país, en el concurso que, por esa época, organizaba la empresa Coltejer (Actualmente este certamen lo realiza el ICFES) En 1966 viaja a Bogotá en donde cursa estudios de Matemáticas en la U. Libre y de Ingeniería Electrónica en la Universidad Francisco José de Caldas. Sus palabras me sirven de marco para iniciar esta sucinta biografía:

“Cuando era niño trepaba a un árbol que había en la casa de mis abuelos y, por horas, miraba el cielo estrellado: Soñaba con ser científico, mago y astronauta. Sólo cuando me convertí en escritor conseguí las tres cosas” En casa de sus abuelos debió encontrar de niño algo más que un sitio solariego que invitara a soñar; también la voz, en la viveza de la brasa; aquella energía siempre despierta como el fuego, en la persona de Euquerio Amaya, su abuelo: ese inmenso poeta, incorporado a la inmortalidad, con el nombre de ADOLFO MILANÉS. En Alfonso, se observa la formación intelectual; y, especialmente: la actitud y la estrategia del intelectual docente, que enseña y cautiva en la exposición razonada, con fundamento científico. En varios de sus cuentos publicados: La Tortuga Desdentada; La Montaña de los cristales; Pulpín, La Protectora de la vida, Cantarín el Arroyo Feliz, Camaleón manchas, La Cometa Gigante, etc., y en múltiples artículos publicados en diferentes medios impresos; entre otros: el periódico GOLPE DE OPINIÓN de la ciudad de Bogotá, explica cómo aprender a vivir de forma sencilla e inteligente

En una entrevista para LIBROS & LETRAS, edición 60, agosto de 2006, página 8. Exaltando la importancia del cálculo evoca la matemática en la seguridad del astronauta que desde niño vive en él: ?Yo le digo a los estudiantes que las ecuaciones diferenciales

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son las que llevan el cohete a la luna y no el combustible. Si los cálculos matemáticos son errados, el cohete terminaría perdido en el espacio?

Si analizamos en Alfonso Lobo Amaya, al mago; tendremos que concluir que lo es, en el amplio sentido del vocablo: No es fácil escribir para los niños. Se necesita ser: mago de magos, para escribir con el éxito de Alfonso, llamado cariñosamente “LOBITO”, que desde 1987 viene cautivando con sus escritos a los niños: ¡Los pequeños magos del mundo! Para los que deseen escribir Literatura infantil, la expresión de Ernest Hemingway, les define esta literatura en su justo contexto: “Es un arte difícil escribir sencillo”

Del meritorio trabajo literario de Alfonso se han editado miles de libros en diferentes países hispanoamericanos, especialmente en Argentina; en donde la editorial ERREPAR S.A., ha publicado algunas de sus obras. De su libro GOPI, EL NIÑO ÁNGEL; que consulto en este momento por un buscador de Internet, los editores informan: Primera edición de 5000 ejemplares, mes de julio de 1987. La misma editorial publicó ECOCUENTOS, primera edición 5000 ejemplares en el año 2000, de Alfonso, ilustrado por Ernesto Spezzafune. Este texto contiene once cuentos en donde se contemplan prodigios de la naturaleza y fenómenos naturales. Animalitos muy inteligentes entran en diálogos para aclarar dudas en temas de actualidad: la capa de ozono, la lluvia ácida, importancia de los bosques, entre otros temas de interés ecológico a favor del Medio Ambiente.

Aparte de científico, astronauta y mago; este hacedor de cultura, también es poeta de gran sensibilidad. Su cuento LA TORTUGA DESDENTADA, fue el ganador del Primer Concurso Internacional del Grupo Andino de Literatura Infantil Raimundo Susaeta en la ciudad de Medellín.

En esta obra el escritor Lobo Amaya, retoma de sus raíces más hondas y profundas, como en los versos de Jorge Pacheco Quintero, el sentir poético de la herencia familiar. En el cuento de la tortuga, utiliza el código ineludible de los recursos propios de la estructura del lenguaje poético más antiguo del mundo: y, con dominio por lo que escribe mezcla armoniosamente; composición, ritmo, discurso, dominio del espacio, especialmente el trabajo de la palabra en el tema de imaginación e invención; técnica utilizada por nuestro gran poeta nacional: RAFAEL POMBO.

En ardua, meritoria y callada labor, nuestro paisano se ha hecho acreedor a múltiples premios que enaltecen a la ocañeridad. 1984. Primer puesto: Concurso Nacional de Cuento Academia Paciolo 50 años, Bogotá. Cuento: Una Hormiga Menos

1984. Primer puesto. Concurso Departamental de Cuento Caja Nacional De Previsión Cúcuta-Ocaña. Cuento: Fragancia de Melancolía

1984. Segundo puesto. Concurso Departamental de Cuento: 174 Aniversario Grito de Independencia de Pamplona .Pamplona (N.de S) Cuento: El Díptero

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1985. Segundo puesto. Concurso Nacional de Cuento Nueva Acrópolis. Bogotá, D. C. Cuento: Relatos de Camaleón Manchas

1985. Segundo puesto. Concurso Internacional de Cuento: III Concurso Laboral Iberoamericano Caja de compensación ?Javier Carrera. Valparaíso, Chile. Cuento. Ojos de Silencio.

1986. Segundo puesto. Primer Concurso Nacional de Cuentos de Navidad. Finsocial. Medellín. Cuento: Sueño de Navidad.

1986. Finalista. IV Concurso Nacional de Cuento: Alcaldía de Barrancabermeja Barrancabermeja Santander. Cuento: Pueblo Seco

1987. Primer puesto. Primer Concurso Nacional de Literatura Infantil. Cámara del Libro de Bogotá y Editorial Susaeta de Medellín. Medellín. Cuento. La Tortuga Desdentada.

1989. VII Concurso Enka de Literatura Infantil. Medellín. Cuento. La montaña de los Cristales?.

1997. Finalista. XII Concurso Nacional de Cuentos Ciudad de Barrancabermeja. Barrancabermeja. Cuento: Reminiscencia

OBRAS EDITADAS

1.--La Tortuga desdentada Cuento Literatura Infantil 1987 Edit. Edissa.

1.--La tortuga desdentada Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

2.--Pulpín, el pulpo travieso Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

3.--La cometa gigante Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

4.--Camaleón Manchas Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

5.--Pato Feo y Timoteo Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

6.--Sueño de Navidad Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

7.--Estrellita Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

8.--Cabezón y Juguetón Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. ECOE

9.--Caballito de Ensueño Poemario para niños 1991 Edit. ECOE

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10.--Rimas y Figuras Geometría rimada. Edit. Fuentepluma 1990

11.--Rimas y Figuras Geometría Rimada 1991 Edit. ECOE

12.--La Fuente mágica Cuento Literatura Infantil 1999. Unicef

13.--Amamantar Cuento Literatura Infantil 1999 Unicef

14.--Zip Cuento Literatura Infantil 1991 Edit. Alymar

15.--La protectora de la vida Cuento. Ediciones de DNPAD 1997 Bogotá.

16.--Cantarín el arroyo feliz Cuento. Ediciones de DNPAD 1997 Bogotá.

17.--La Montaña Encantada Cuento. Ediciones de DNPAD 1997 Bogotá.

18.--Omaira, pedacito de C. Cuento. Ediciones de DNPAD 1997 Bogotá.

19.--Tifoneto Cuento. Ediciones de DNPAD 2002 Bogotá.

20.--El Bosque de las L. Cuento. Ediciones de DNPAD 2002 Bogotá.

21.-La Montaña de Cristales Novela. Literatura Infantil 1995 Edit. ECOE

22.-Tarrián el gordo Novela. Literatura Infantil 1995 Edit. ECOE

23-Gopi, el niño ángel Novela. Literatura Infantil 1995 Fuentepluma

23-Gopi, el niño ángel Novela. 1997 Edit. ERREPAR. Argentina

24--Ecocuentos Cuentos. 2000 Edit. ERREPAR Argentina

25.--Trece experiencias M. Novela sobre Sai Baba. 2003 Edit. Júpiter. Venezuela

26.--Valores Humanos Curso de Valores Humanos. 2007. Edit. ECCI

27.--La vida como es Textos filosóficos de Advaita. 2009. Edit.ECCI