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Agosto 2010 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 18 AGOSTO 2010 PORTADA DE LA OBRA DE CARLOS EDMUNDO DE ORY (CÁDIZ, 1923), PUBLICADA POR GALAXIA GUTENBERG CON POEMAS MUSICADOS POR LUIS EDUARDO AUTE Y FERNANDO POLAVIEJA EN HOMENAJE A UNO DE LOS GRANDES MAESTROS DEL POSTISMO El desenterrador de vivos Este verano ha tenido una música de fondo. En medio de los viajes, cuando recalábamos en Motril, entre escapada y escapada, han sido Luis Eduardo Aute y Fernando Polavieja los que con sus voces me han traído los versos musicados de Carlos Edmundo de Ory y me han acompañado con sus melodías fantásticas, llenas de matices, de nostalgia, de locura, de humor y de poesía. No siempre es fácil poner música a los versos de un poeta y más en el caso de este maestro mágico y provocador que es Carlos Edmundo de Ory, mi paisano universal e iconoclasta. Pero tanto Aute como Polavieja lo consiguen de un modo brillante y embaucador. De ahí que el disco con sus canciones de estilos tan distintos, pero tan convincentes, no haya parado de sonar y de enseñorearse en mi estudio, con sorpresa para mis vecinos que lo habrán oído una y otra vez de forma constante y machacona. No me cansa, al contrario, me incita cuando termina a ponerlo de nuevo. El caso es que llegó a mis manos, con algo de retraso, el libro plural del escritor gaditano y mentor del Postismo El desenterrador de vivos, publicado por Galaxia Gutenberg en el 2006 y ha sido toda una fascinación. Porque se trata de un libro plural nacido de la amistad y la admiración, en homenaje al genio escurridizo e inclasificable; de una suerte de collage, en el que coincide el trabajo de muchos artistas y los contenidos van más allá de los previsibles en un libro de poemas. Para hacerse una idea de cuanto digo hay que empezar enumerando los elementos que lo componen. En primer lugar un texto soberbio de Francisco Nieva, titulado «La empresa invisible de Carlos Edmundo de Ory», porque Nieva trató al poeta en su juventud y de ese recuerdo surge la emoción de su palabra hiperbólica, afectiva y lujosa. Afirma el dramaturgo en el arranque del mismo y en referencia a ese conocimiento: «Fue mi relación juvenil más prestigiosa, como si me hubiera hecho amigo de Cesar Borgia, aunque permitiéndome toda clase de familiaridades que —aun por eso mismo— me colmaban de honor». Y acierta al presentarnos con desenfado y perspicacia su singularidad, su diferencia, su marcado desafío en el ser y en la obra del poeta con respecto al resto, a los demás, a la mayoría de sus conocidos de entonces. Hasta el punto de considerarlo un «enviado alienígena». En cierto modo ha pagado esa manera de ser atípica con lo que Nieva llama un «maltrato metafísico, dificilísimo de concretar, aunque bien duro», como les pasa a los grandes que huyen de los cánones impuestos y previsibles, del buen tono y de los compromisos políticamente correctos. El libro viene ilustrado con dibujos del propio Carlos Edmundo, tan amigo de ese arte entre naïf y visionario, amante de recortar, de juntar, de superponer y de crear, en sus collages y composiciones, atmósferas oníricas, irreverentes o disparatadas, siempre sustanciosas y coloristas. A ellos se les suman fotografías y retratos del poeta, realizados en distintas etapas de su vida por su hija o su mujer y por diferentes artistas y amigos. Como por ejemplo los del propio Aute, Paco Nieva, Benjamín Palencia, José Hierro, etc. Luego está el cuerpo del mismo, es decir, los textos, dieciséis poemas escogidos de entre su fecunda producción, uno de ellos inédito, Orinoco . Excepto este último los demás constituyen las letras de las canciones de Aute y Polavieja incluidas en el CD, que no ha cesado de sonar en estos días tórridos o ventosos de julio y agosto en mi casa, poniéndole música al verano. Esa música, en concreto, esos temas eternizados por estos dos juglares inspirados e inspiradores, que no hay que perderse. Además se incluye una muestra de 33 Aerolitos inéditos, es decir, frases, citas, sentencias, juegos de palabras, fragmentos, variantes de literatura gnómica, en definitiva, a la que es especialmente proclive Carlos Edmundo de Ory, algunas de ellas verdaderamente eficaces por su fuerza plástica, por su halo misterioso y por su ingenio rebelde y alborotador. Nos llegan a la conciencia como piedras lanzadas del otro lado y nos despiertan del sopor, de la rutina urbana con sus verdades perniciosas y hondas: «El bien y el mar», o «Georges Darien escribe al editor Stock quien rehúsa publicar su libro L’epaulette : Recibí su carta. He aquí mi respuesta. Si usted no publica mi novela en octubre próximo, le mataré», o «Todos los niños sueñan con subirse a un caballo», o «Verte que te quiero verte» en homenaje a Federico, por citar unas cuantas muestras. La última maravilla de este regalo complejo, es un DVD con el documental de Álvaro Forqué, titulado Apuntes de un encuentro con Carlos Edmundo de Ory en donde el lector puede hacerse una idea de los preparativos del libro en cuestión, a raíz de la visita de Aute, Polavieja y el productor Luis Pérez, a la casa del poeta andaluz y de su compañera Laure Lachéroy, en la localidad francesa de Thézy- Glimont, durante el frío diciembre de 2005. Un documento impagable en el que vemos al creador en su atmósfera habitual, en esa intimidad que nos permite intuir cómo oficia y construye sus mundos en el apartado laboratorio que alimenta su imaginación desbordante y vivificadora. Y es que Ory siempre deslumbra y nunca nos deja indiferentes: porque «El poeta mete la pata/ pero nos quita la venda». No es un libro más, es mucho más que un libro, en serio. Es una puerta privilegiada para ingresar con buen pie en su paraíso multicolor, desconcertante y paradójico. JOSÉ LUPIÁÑEZ

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Agosto 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 18 AGOSTO 2010

PORTADA DELA OBRA DECARLOSEDMUNDODE ORY(CÁDIZ, 1923),PUBLICADAPOR GALAXIAGUTENBERGCON POEMASMUSICADOSPOR LUISEDUARDO AUTEY FERNANDOPOLAVIEJAEN HOMENAJEA UNO DE LOSGRANDESMAESTROSDEL POSTISMO

El desenterrador de vivosEste verano ha tenido una música de fondo.

En medio de los viajes, cuando recalábamosen Motril, entre escapada y escapada, han sidoLuis Eduardo Aute y Fernando Polavieja losque con sus voces me han traído los versosmusicados de Carlos Edmundo de Ory y mehan acompañado con sus melodías fantásticas,llenas de matices, de nostalgia, de locura, dehumor y de poesía. No siempre es fácil ponermúsica a los versos de un poeta y más en elcaso de este maestro mágico y provocadorque es Carlos Edmundo de Ory, mi paisanouniversal e iconoclasta. Pero tanto Aute comoPolavieja lo consiguen de un modo brillantey embaucador. De ahí que el disco con suscanciones de estilos tan distintos, pero tanconvincentes, no haya parado de sonar y deenseñorearse en mi estudio, con sorpresa paramis vecinos que lo habrán oído una y otravez de forma constante y machacona. No mecansa, al contrario, me incita cuando terminaa ponerlo de nuevo. El caso es que llegó amis manos, con algo de retraso, el libro pluraldel escritor gaditano y mentor del PostismoEl desenterrador de vivos, publicado por GalaxiaGutenberg en el 2006 y ha sido toda unafascinación. Porque se trata de un libro pluralnacido de la amistad y la admiración, enhomenaje al genio escurridizo e inclasificable;de una suerte de collage, en el que coincide eltrabajo de muchos artistas y los contenidosvan más allá de los previsibles en un libro depoemas.

Para hacerse una idea de cuanto digo hayque empezar enumerando los elementos quelo componen. En primer lugar un textosoberbio de Francisco Nieva, titulado «Laempresa invisible de Carlos Edmundo deOry», porque Nieva trató al poeta en sujuventud y de ese recuerdo surge la emociónde su palabra hiperbólica, afectiva y lujosa.Afirma el dramaturgo en el arranque delmismo y en referencia a ese conocimiento:«Fue mi relación juvenil más prestigiosa,como si me hubiera hecho amigo de CesarBorgia, aunque permitiéndome toda clase defamiliaridades que —aun por eso mismo—me colmaban de honor». Y acierta alpresentarnos con desenfado y perspicacia susingularidad, su diferencia, su marcadodesafío en el ser y en la obra del poeta conrespecto al resto, a los demás, a la mayoría desus conocidos de entonces. Hasta el puntode considerarlo un «enviado alienígena». Encierto modo ha pagado esa manera de seratípica con lo que Nieva llama un «maltrato

metafísico, dificilísimo de concretar, aunquebien duro», como les pasa a los grandes quehuyen de los cánones impuestos y previsibles,del buen tono y de los compromisospolíticamente correctos.

El libro viene ilustrado con dibujos delpropio Carlos Edmundo, tan amigo de esearte entre naïf y visionario, amante de recortar,de juntar, de superponer y de crear, en suscollages y composiciones, atmósferas oníricas,ir reverentes o disparatadas, siempresustanciosas y coloristas. A ellos se les sumanfotografías y retratos del poeta, realizados endistintas etapas de su vida por su hija o sumujer y por diferentes artistas y amigos. Comopor ejemplo los del propio Aute, Paco Nieva,Benjamín Palencia, José Hierro, etc. Luegoestá el cuerpo del mismo, es decir, los textos,dieciséis poemas escogidos de entre sufecunda producción, uno de ellos inédito,Orinoco. Excepto este último los demásconstituyen las letras de las canciones de Autey Polavieja incluidas en el CD, que no hacesado de sonar en estos días tórridos oventosos de julio y agosto en mi casa,poniéndole música al verano. Esa música, enconcreto, esos temas eternizados por estosdos juglares inspirados e inspiradores, que nohay que perderse. Además se incluye unamuestra de 33 Aerolitos inéditos, es decir, frases,citas, sentencias, juegos de palabras,fragmentos, variantes de literatura gnómica,en definitiva, a la que es especialmenteproclive Carlos Edmundo de Ory, algunas deellas verdaderamente eficaces por su fuerzaplástica, por su halo misterioso y por suingenio rebelde y alborotador. Nos llegan a laconciencia como piedras lanzadas del otro

lado y nos despiertan del sopor, de la rutinaurbana con sus verdades perniciosas y hondas:«El bien y el mar», o «Georges Darien escribeal editor Stock quien rehúsa publicar su libroL’epaulette: Recibí su carta. He aquí mirespuesta. Si usted no publica mi novela enoctubre próximo, le mataré», o «Todos losniños sueñan con subirse a un caballo», o«Verte que te quiero verte» en homenaje aFederico, por citar unas cuantas muestras.

La última maravilla de este regalo complejo,es un DVD con el documental de ÁlvaroForqué, titulado Apuntes de un encuentro con

Carlos Edmundo de Ory en donde el lectorpuede hacerse una idea de los preparativosdel libro en cuestión, a raíz de la visita de Aute,Polavieja y el productor Luis Pérez, a la casadel poeta andaluz y de su compañera LaureLachéroy, en la localidad francesa de Thézy-Glimont, durante el frío diciembre de 2005.Un documento impagable en el que vemos alcreador en su atmósfera habitual, en esaintimidad que nos permite intuir cómo oficiay construye sus mundos en el apartadolaboratorio que alimenta su imaginacióndesbordante y vivificadora. Y es que Orysiempre deslumbra y nunca nos dejaindiferentes: porque «El poeta mete la pata/pero nos quita la venda». No es un libro más,es mucho más que un libro, en serio. Es unapuerta privilegiada para ingresar con buen pieen su paraíso multicolor, desconcertante yparadójico.

JOSÉLUPIÁÑEZ

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2 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura / Firmas

Al recordar a Miguel Hernández en su cen-tenario es muy justo rendir homenaje al quefue un extraordinario poeta que sorprendió asus contemporáneos y renovó la poesía delos años treinta en varios de sus géneros: la ele-gía, el auto sacramental, el soneto amoroso, elverso comprometido y revolucionario, etc.

Podemos decir que el amor y la guerra sonlos dos acontecimientos que Miguel vivió conmás pasión y a los que se entregó de un modototal y absoluto. Por eso revelan de forma muyeficaz su auténtica alma de hombre y de poe-ta. Miguel escribió también numerosas prosasdesde el comienzo de la contienda civil. Sonartículos periodísticos que presentan una granvariedad de temas y de enfoques, de tonos,de estados de ánimo y de actitudes ante larealidad política que se estaba viviendo en elmomento. Escribe como periodista que quiereinformar de lo que está pasando en el frente,escribe como narrador que quiere contar loque ocurrió en tal o cual escenario bélico,pero, sobre todo, escribe con ánimo aleccio-nador deseoso de contribuir a la victoria fi-nal. Todas estas prosas tienen un objetivoúnico a lo largo de los tres años de contien-da: levantar los ánimos y empujar a la lucha de-cidida por la democracia y por la República.

Estas prosas y estos poemas tienden tam-bién a informar sobre experiencias recogidasen sus frecuentes viajes y correrías por toda

El nombre de María Antonia Fernández La

Caramba ha llegado hasta nuestros días en-vuelto en la leyenda. Una leyenda, con fre-cuencia explotada desde un prisma de frivo-lidad: escándalos, desplantes, burlas, y modosde vida y modas suntuarias, impuestas por laexuberante presencia y la imaginación deMaría Antonia. Moda asimilada de inmedia-to por su fervoroso público de la cazuela (lo-calidad femenina separada de los hombres,en los Corrales, los teatros de la época) y, loque era más chocante, por la aristocracia. Elpropio Goya, el más rotundo cronista plásti-co de la época, no dudó en pintar el tocadode la tonadillera en la cabeza de sus majas.

María Antonia poseyó el don de la fascina-ción y lo ejerció desde los escenarios de laCruz y del Príncipe, y también en el escena-rio más dilatado del Paseo del Prado, escapa-rate social del Madrid de Carlos III. Pero másallá de modas y excentricidades, existía otradimensión: la de la mujer toda instinto, com-prometida con su arte de gran tonadillera, enun tiempo ajeno a las reivindicaciones femi-nistas. Este talante se ha escamoteado, enocasiones, en las obras inspiradas en su vida,tanto en el teatro como en el cine. MaríaAntonia, con sus recursos interpretativos hizode la tonadilla un arma arrojadiza contra lascorrientes y modas foráneas, a pesar de la

Miguel Hernández,poeta y periodista por tierras andaluzas

JUAN CANOBALLESTA

la geografía de la península, sobre todo porlos campos manchegos y andaluces, que tan-tas veces recorrió en la primavera de 1937 yque le enseñaron realidades tremendas, esce-nas capaces de inspirarle prosas y poemasconmovedores como «El niño yuntero» o«Aceituneros». El poeta se deja impresionary herir por el doloroso espectáculo de un niñoa quien ha visto hundirse literalmente en elsurco mientras guiaba el arado en los camposmanchegos o por los cosecheros de aceitunaa los que quiere convencer de que deben de-cidirse a luchar contra la injusticia y la opre-sión que sufren desde siglos y que quierenimponer los rebeldes.

Miguel Hernández, en verso y prosa, pintacuadros conmovedores que salen de sus másprofundas y entrañables experiencias, que ara-ñan en sus sentimientos más íntimos por re-cordarle situaciones y hechos que han mar-cado su propia vida. Así en «El niño yunte-ro» el periodista revela su desgarro interior alhacer suyo el dolor de esa tragedia que de-nuncia y que le hace exclamar: Me duele este

niño hambriento / como una grandiosa espina. Elcronista de guerra se ha convertido, sin que-rer y por pura sinceridad, en autobiógrafo.También él se ha visto forzado a dejar losestudios para ir detrás de las cabras por losmontes de Orihuela. Miguel se ve retratadoen ese niño de triste mirada. El periodista y el

poeta funden su voz en el ser humano que esMiguel Hernández, acostumbrado a desnu-dar su alma cuando escribe, al igual que solíahacer en su poesía. Así lo afirmaba en aquelconocido verso: porque yo empuño el alma cuan-

do canto. De ahí la fuerza, la intensidad, el po-der de convicción de sus escritos.

EL POETA ORIOLANO MIGUEL HERNÁNDEZ

ANTONINARODRIGO

Maria Antonia, La Caramba«La Caramba», fue el nombre artístico que

le dieron los espectadores, a María Antonia,en su debut en Madrid. En el escenario, Ma-ría Antonia, representaba a una maja que re-cibía receptiva el insinuante cortejo de un se-ñorito. Divertida y pasional le respondía: ¡Qué

chusco es usted, señorito!/ Usted quiere… ¡Caram-

ba! ¡Caramba!. Su entonación atrevida y el gestoexpresivo de la tonadillera eran tan descripti-vos, que el público, cómplice, estalló deliran-te: ¡Caramba! ¡Caramba!, el estribillo le dio car-ta de naturaleza a semejantes proposicionesy, la popularidad de la tonadillera creció ver-tiginosamente.

Ahora, desde EL FARO literario de Mo-tril, la ciudad en donde nació María Antonia,el 9 de marzo de 1750, recordamos su luchade mujer, en aquellos escenarios de su apo-teosis, y el final estremecido, de un ser aco-rralado, asaltado su espíritu por temoresancestrales, tan fuertes que, de la noche a lamañana, anulan su excitante personalidad yabandona displicente su efímero trono detonadillera y, se «convierte al Señor».

Conchita Piquer, otra tonadillera de gran-des registros interpretativos, le daba aliento asu recuerdo: «La Caramba» era una rosa/ cuan-

do vino de Motril/ a sentar plaza de maja/ a la

Villa de Madrid…

MARÍA ANTONIA FDEZ. LA CARAMBA,GRABADO DE JOSÉ HERNÁNDEZ QUERO

persecución de los censores. Su protesta, ensingular expresión lírica, calaba en el públicode los corrales que veía reflejados pública-mente sus más acuciantes problemas. Esta fuela razón para que la memoria popular no re-legase al olvido a la genial tonadillera.

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 3

Cultura/Narrativa

El escritor Gómez Arcos (Enix, Almería,1933-París, Francia, 1998) nos ha dejado a sumuerte una obra no demasiado extensa, pero síextraordinariamente interesante y denunciadora.La componen varias piezas de teatro —dos deellas galardonadas con el premio Lope de Vega,aunque después la censura franquista se los arre-batara— y otras varias novelas, todas escritasen lengua francesa. Destaca entre ellas la titula-da L´enfant miraculée, que ha sido traducida alespañol con el neologismo «La enmilagrada».El neologismo, aún no aceptado por la RAE,me parece acertado, ya que entra dentro del es-píritu de la lengua española y define muy bienal personaje principal de la obra, la niña Juliana.

En el prólogo que precede a la novela (edito-rial Cabaret Voltaire), José Jesús Bustos se pre-gunta si tal obra podemos considerarla una no-vela francesa o española. Sabia pregunta que lomismo acepta una respuesta como la otra. Esindudable que, si consideramos el vehículo enel que ha sido vertida —la lengua francesa—,se trata de una obra francesa y como tal debevenir en los libros de literatura del país vecino;pero, si entramos en los intríngulis de la obra,en la formación del autor y en su deseo de de-nuncia de la beatería de este país, La Enmilagrada

es decididamente española, tan española comopueda ser La Colmena de Camilo José Cela o La

Lluvia amarilla de Julio Llamazares, por ponerdos ejemplos de novelas publicadas en el mis-mo siglo que La Enmilagrada, el siglo XX.

No es la particularidad de ser una novelamarcadamente denunciadora lo que la vincula alas letras españolas –novelas denunciadoras tam-bién abundan en las letras francesas, pensemos,por ejemplo, en Emile Zola, Octave Mirbeau oAnatole France–, sino la perfección y realismocon que el autor nos recrea la vida y el ambien-te de un pueblo español en la década de media-dos del siglo XX. Lo hace tan bien que inme-diatamente nos viene a la mente el nombre delos grandes maestros del género: Baroja, ValleInclán, Ramón Sender… A esto hay que añadiruna penetración psicológica fuera de lo comúnque se hace evidente desde el comienzo al final.Es en los cuatro personajes principales de la obraen los que de una manera más acusada se perci-be esta penetración psicológica: la niña Juliana–la protagonista–, la abuela –matriarca indiscu-tible que gobierna a la familia a su antojo e inte-rés–, la criada – pariente literaria de las criadasde Lorca– y la tita Dolores, resumen y síntesisde cualquier beata española de la época. No dejade ser significativo el hecho de que estos cuatropersonajes principales sean mujeres. Esta cir-cunstancia, que tanto aproxima a nuestro autoral teatro de Lorca, se complementa con otra:todos los hombres que desfilan por la novelasiempre son personajes secundarios, de interésmuy relativo.

La novela se compone de tres enormes capí-tulos –cada uno de unas cien páginas–, que encierta manera corresponden a los tres actos deuna obra teatral que sobre el mismo tema leprecedió. En el primer capítulo asistimos al cum-pleaños de la protagonista –doce años– y lo queantes se decía «puesta de largo». La fiesta ter-mina en un intento de violación, cuyas conse-

Agustín Gómez ArcosLa enmilagrada

FCO. GILCRAVIOTTO

cuencias llenarán todo el resto de la novela. Elsegundo capítulo nos pone al corriente de lasproezas religiosas de la enmilagrada y de la vidacotidiana en el microcosmos de la casona. Ter-mina con la muerte de la abuela-matrona. Eltercer capítulo, el más dramático de todos, ponefin a la novela de una manera inesperada y trá-gica. A mí me ha recordado el final de Yerma.Ambas obras responden al mismo silogismo:como eres incapaz de darme el hijo que ansío,te asesino (Yerma); como tu «cosa» es incapazde darme placer que deseo, te la corto (La

Enmilagrada). El personaje más importante y conseguido

de la obra indudablemente es la protagonista,niña–mujer traspasada por dos problemascruciales –religión y sexo– que, desde el iniciode la novela hasta su fatal desenlace, la cercan ydestruyen, llegando incluso a hacerle perder larazón. A estos dos problemas habría que añadirun tercero, la libertad –es decir, la falta de liber-tad– que también afecta a los demás miembrosy criados de la casona, incluida el ama y señorade la mansión, que también es esclava de lascostumbres, honor, qué dirán, etc., y más de unavez tiene que ceder a este lastre de tradiciones.

Gómez Arcos no nos dice en ningún mo-mento la época en que suceden los aconteci-mientos que nos narra, pero hay un detalle quenos permite acercarnos a ese tiempo narrativosilenciado por el autor: la radio. La radio que seha comprado a plazos Casimira, la criada de lacasa, para oír en la cocina los novelones que díatras día va trasmitiendo el cacharrito. Una sutilmanera que, junto con el fútbol, los toros y lasfolclóricas, utiliza la dictadura para idiotizar alpueblo –ahora cumple ese mismo papel la tele–que al autor le sirve para ironizar sobre el len-guaje de las radio-novelas y al lector actual paracolocar la acción entre los años cincuenta y se-senta, cuando aún no había irrumpido la tele enla vida rural española. Es decir, la época másfeliz del nacional-catolicismo. Han terminadolos sobresaltos de la Guerra Mundial y la dicta-dura, gracias a la enemistad entre gringos y so-viéticos, no tiene quien le tosa. Curas, falangistas

y notables de pueblos y ciudades pueden vege-tar tranquilos sin que nadie les moleste. Comi-lonas y fiestas –edificantes y santas fiestas, sesobreentiende–, se suceden mientras el Caudi-llo de las manos rojas inaugura pantanos y fir-ma sentencias de muerte. Precisamente uno delos personajes de la novela va a morir víctimade un hartazgo en una de estas santas comilo-nas: el cura del pueblo. No es grave: tiene elparaíso asegurado. El lavado de su cuerpo nosva a revelar uno de los secretos mejor guarda-dos por la protagonista, pero que ya se veía tras-lucir: su obsesión por el sexo. El sexo masculi-no, naturalmente. Al lavar el cuerpo del muer-to, a la beata se le presenta una magnífica oca-sión de tocar y palpar el pene del cura. Trabajoen balde: por más esfuerzos que hace, aquellono aumenta su tamaño.

Antes de entrar en otros pormenores con-vendría señalar ciertos detalles de la trama. Paramí lo más importante no son los sucesos que eldevenir del tiempo nos va ofreciendo, sino elproceso psicológico de la protagonista, muyestudiado y trabajado por el autor. Se ha dichoque La enmilagrada es la historia de una niña-mujer que busca su verdadera personalidad, quesu entorno y circunstancias le han arrebatado.Me parece que tal análisis necesita una impor-tante matización: es indudable que al comienzode su «enmilagramiento» esta beatífica niña nopiensa ni siente por sí misma: la tita Dolores, labeata más insigne del pueblo, lo hace por ella.Después, cuando la protagonista va creciendoen edad y sabiduría, es ella quien toma sus deci-siones. Ella es la que decide ir a casa de enfer-mos y moribundos, ella la que va pidiendo di-nero para el nuevo manto de la Patrona, ella laque lo borda y se lo coloca a la Virgen y la quedespués se lo arrebata. Culpar de todo su fraca-so al entorno, me parece excesivo. La protago-nista es, en gran medida y a la vez, víctima yverdugo de sí misma.

Un estilo claro y sencillo, limpio debarroquismos y de vez en cuando salpicado deunas gotitas de ironía, ayuda eficazmente a queel lector se beba la novela desde el comienzo al

EL NOVELISTA ALMERIENSE AGUSTÍN GÓMEZ ARCOS,

EXILIADO DURANTE MUCHOS AÑOS EN FRANCIA, Y LA

PORTADA DE SU OBRA, LA ENMILAGRADA

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Cultura /Narrativa / Teatro

final. Sólo un ejemplo de esta ironía, que, a ve-ces, a mí me ha recordado a Voltaire: Entró a

trabajar a medio tiempo: es decir, de sol a sol. Hay ciertas anomalías en esta novela que

desde el inicio llaman la atención del lector. Esevidente que me refiero al lector crítico. Voy aseñalar las más significativas:

a) La alcaldesa. En los comienzos de la novelasabemos que el pueblo tiene alcaldesa, en lugarde alcalde. Esta particularidad ahora no tendríala menor importancia, pero en aquella época,cuando en la Facultad de Derecho se nos ense-ñaba a los alumnos que la mujer en España nopodía ni siquiera abrir una tienda o viajar al ex-tranjero sin el permiso del padre o el marido,no deja de ser incongruente. ¿Cómo puede serque una mujer, que no puede ni siquiera abriruna humilde tienda de verduras sin el permisodel varón, pueda regir los destinos de un pue-blo por humilde que sea? ¿Se debe tal desacatoal machismo local, a un despiste del goberna-dor, –entonces nombraba a los alcaldes a dedo–o a un olvido del autor?

b) Los niños del hospicio. También al comienzode la novela sabemos que en la casa viven dosniños sacados por la abuela del hospicio. Unode ellos, páginas adelante, se casará con la her-

mana mayor de la protagonista y el otro, el in-fortunado amor-desamor de la Enmilagrada, ter-minará en un reformatorio de menores. El au-tor tenía necesidad de estos dos jóvenes parallevar a cabo su obra literaria, pero podía haber-les buscado otros orígenes. Por ej. hubieranpodido ser los hijos de algún lejano pariente fa-llecido. El hecho de que ambos procedan delhospicio casi roza lo inverosímil. ¿Cómo pudoser que una señora, tan segura de su superiori-dad de clase, no buscara para sus hijas el clásicoriquillo de alguno de los pueblos del alrededor?

c) La enfermedad de la madre. Sería interesanteoír la opinión de los médicos sobre el particu-lar. Para los profanos en medicina resulta untanto sospechoso que una mujer, a consecuen-cia de un parto mal llevado, quede para siemprepostrada en una cama, pierda el habla (hay unmomento que la recupera para contarnos la his-toria de santa Juliana) y permanezca sangrandomás de 18 años, la edad que tiene la protagonis-ta cuando termina la novela.

d)La falta de vocaciones. A la muerte del párro-co el pueblo se queda sin cura. El autor necesi-ta que sea así para la escena siguiente, pero laexplicación que nos da es poco convincente: diceque faltan vocaciones. No, eso ocurrió algo des-

pués. En los años cincuenta estaban los semi-narios a rebosar. Por un lado, el régimen hacíatodo lo posible para que los hijos de los fusila-dos fueran a parar a los seminarios –así intenta-ban curarlos de la rojería paterna–; por otro,para los hijos de las familias pobres, era la solu-ción ideal para tener mesa y mantel todos losdías sin necesidad de matarse trabajando. Fue araíz del despliegue económico de España cuan-do los seminarios empezaron a quedarse vacíos,pero en esas fechas la reina del hogar ya no erala radio, sino la tele.

Pero estas anomalías, acaso torpezas de lectormás que defectos de la obra, no impiden que cali-fique La enmilagrada como una de las mejores no-velas –acaso la mejor– que ha producido la litera-tura española de la diáspora. Esa literatura que seextendió por medio planeta Tierra, porque el lu-gar en donde tenía que haber florecido, España,unos usurpadores, de mirada aviesa y manos ro-jas, se lo tenían vedado. En este sentido, no dejade ser significativo que los dos únicos premiosNobel de aquellos años, Juan Ramón Jiménez ySevero Ochoa, pertenecieran a la España del exi-lio. Para esta enmilagrada de Gómez Arcos hu-mildemente pido el mejor homenaje que se le pue-de hacer a toda obra literaria: leerla

El poder, el renombre, la posición, el respetosocial… ¿para qué? Enrique Martín Pardo noslo responde en su comedia Archivo de Indias

(Dauro, Granada, 2010). Y lo que nos respon-de es esto: para nada. Pues el sacrificio que sehace por una parte para lograr lo mundano, hayque cobrárselo por otra. He aquí la gran des-gracia de la sociedad moderna, su hipostasía: elrigor en las apariencias produce pendularmenteuna perentoria necesidad de disipación.

Así que nos dejamos el pellejo luchando porel poder, el renombre, la posición, el respetosocial… para después usarlos en la consecuciónde lo que ya tendríamos de todas formas. Estosignifica viajar para llegar al mismo sitio. Enri-que Martín Pardo pone ante nuestros ojos elcomportamiento de un provinciano grupo deintelectuales y profesionales, constreñidos porel sistema en el que desean ser sancionados, yconducidos por su estrecho moralismo a unasoterrada revancha.

No es sino la tragedia de Occidente, la trage-dia de nuestros días, que cada vez se cierne mássobre nosotros. Martín Pardo ha elegido la reli-gión y el beaterío como muestra de la purgasocial, tal vez porque es lo más gráfico, lo quemás se entiende; pero podía haber elegido igualla capacidad aniquiladora de lo políticamentecorrecto, plaga de España. O podía haber elegi-do la presión de un gobierno totalitario, comolos ha tenido Europa a lo largo de su historia.Siempre hay algo que pide la negación de loque somos, el sacrificio de nuestra identidad,de nuestra plenitud, como les ocurre a los per-sonajes de Archivo de Indias. El resultado es lahipocresía, como muestra magníficamente elautor.

La obra nos prende desde el primer momen-to por la veracidad de sus diálogos y la malignaingenuidad de sus protagonistas, magistralmenteplasmada. Cuando cae el telón, no podemosevitar una larga reflexión: la única forma de vi-vir es no plegarse al sistema, ser nosotros mis-

¡Abran los archivos!

GREGORIOMORALES

mos, poner nuestra integridad por encima deexigencias sociales. Justo lo que no hacen lospersonajes de la obra. O los del mundo que nosrodea.

Más que una época concreta, Martín Pardoretrata una inveterada forma de ser. El tiempose concentra en su obra, como si el autor hu-biera deseado aunar diversas épocas de la Espa-ña contemporánea. Un país no cambia de lanoche a la mañana porque cambie su sistemapolítico, por lo que el autor, no sé si intenciona-damente o no, neutraliza todos los tiempos enuno que huele secretamente a franquismo, peroque sucede en nuestros días, ya que hay refe-rencias a los programas de famoseo y al euro.En un punto, se han concentrado muchos otrospuntos; en un tiempo, muchos otros tiempos.Este tiempo ubicuo, donde todo cabe, es unade las características más señaladas de la obra yel símbolo perfecto de que, cualesquiera quesean las apariencias, la sociedad siempre nosexigirá inmolarnos en aras de su estulticia.

Martín Pardo hace gala de un ácido, implaca-ble, corrosivo humor. Conoce bien el mundoen que vive. Sabe que, tras las etiquetas y lasinquebrantables adhesiones de fe, todos acabanen el Archivo de Indias, o lo que es lo mismo,buscando secretamente el placer en el único si-tio donde les dejan encontrarlo: en un prostí-bulo.

Por una parte, señores dignos, formales yadustos, y mujeres rijosas, insensibles, egoístas,que odian a sus maridos. Por otra parte, esosmismos señores despojados de las pétreas ar-maduras, buscando el placer mercenario, y mu-jeres que, aunque venales, son más tiernas y ca-riñosas que las propias consortes. Una inver-sión en toda regla. Nuestra época, ni más nimenos.

El tema central de la obra, por consiguiente,no es tanto la hipocresía en sí, la doble moral,como la esquizofrenia del mundo de nuestrosdías, que nos exige una probidad castradora.Este mundo que nos lleva a negarnos a noso-tros mismos para buscar cuanto anhelamos deforma intestina.

Martín Pardo pinta el oprobio en el que vi-ven el hombre y la mujer del siglo XXI. Huboun intento de liberación en los años 60 del pa-sado siglo, pero ésta fue tragada, deglutida porel sistema, y estamos volviendo, por los cami-nos de lo políticamente correcto, a la mojigate-ría y pudibundez de los tiempos más oscuros.

Tiempos oscuros son los que nos muestraesta excelente comedia. Y, como fondo, la luz,la esperanza de las bellas mujeres del Archivo de

Indias. Terrible que lo que es hermoso y es na-tural tenga que encerrarse en un prostíbulo, enun «archivo», cegando así cualquier atisbo deuna vida sin ambages, con sus contradicciones,sin vergüenza ni palinodias. El archivo deberíaabrirse para que inundara con sus documentosel mundo en que vivimos. Pero todos sabemosque los archivos son celosamente custodiados.La verdad tiene que ser encerrada y manipuladapara que seamos obedientes corderos.

Martín Pardo, con su obra, nos abre el archi-vo de Indias. ¡Qué bocanada de oxígeno! Espe-ro que no pague cara su osadía.

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Agosto 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 5

Cultura/Entrevista

El escritor granadino Antonio Enrique, afincado en

Guadix desde hace un cuarto de siglo, acaba de publicar

su novela El hombre de tierra y al presente escribe

otra sobre los días finales de Felipe II. Hace poco, acudí

a visitarlo a ese auténtico santuario de las letras espa-

ñolas que es su caserón en la accitana calle Gallo de

Viento, un lugar soleado y alegre donde, no sólo pue-

blan los estantes más de doce mil libros, muchos de ellos

con la firma de sus autores, sino que también podemos

hallar una excelente colección de pintura con obras de

Jesús Conde, Iván Piñerúa, Socrán o Jesús Rodríguez

de la Torre. Allí, en uno de los barrios más misteriosos

de la histórica ciudad, frente a un paisaje de casas bla-

sonadas muy venidas a menos, de iglesias mudéjares con

ricos artesonados y de ubérrimos huertos que se escapan

de sus tapias e invaden las callejuelas, nos recibió el

gran poeta y narrador y comenzamos por preguntarle

cómo se ve la vida desde este horaciano rincón.

— Sin contaminación de opiniones ajenas,pensando por libre.

— La lectura de El hombre de tierra me ha lle-

vado a considerar que la literatura de Antonio Enri-

que se ha hecho progresivamente más viril y más ascéti-

ca desde que vive en Guadix. ¿Estoy en lo cierto?

— Este paisaje te monda el alma. Esta luz tehace pensar en lo ultraterreno. Y estos cambiosde temperatura, de la noche al día, del inviernoal verano, que te dejan en el puro espasmo. Aquíun día no es un día más, sino un espacio paramorir y renacer. Buena para lobos y camellosesta tierra deslomada. El camello no se cansa.El lobo merodea, hasta decidirse. Un escritores quien no se cansa, y merodea la presa de suescritura, hasta matar.

— En la figura del obispo accitano que aparece en

la novela creo que existe un homenaje al gran escritor

Gabriel Miró. Desde muy joven fue uno de sus escrito-

res de cabecera ¿Continúa viva en Antonio Enrique

esa devoción por el autor alicantino?

– La única vez que fui internado en un hos-pital, la ambulancia llegó de improviso, de ma-nera que tuve el tiempo justo de coger un libro,un único libro. ¿Cuál, de tantos? Podía ser elúltimo, y me imaginaba con él, el que fuera, entrelas manos, muriéndome. Escogí un volumen conEl obispo leproso y Nuestro Padre San Daniel. Nome he arrepentido, y más que nada, por los ojosde este hombre, por su mirada luminosa y llenade comprensión. No le leo a menudo, en oca-siones tan sólo. Porque satura, es cierto. En El

hombre de tierra, ese obispo que se cae a pedazosno es más que la prolongación en el siglo XXdel propio Discípulo amado, eso quise simboli-zar, al tiempo de homenajear a Miró. El discí-pulo amado murió de casi cien años. Estragadode amor, pero también de sufrimiento.

— Considero que El hombre de tierra rompe el

límite entre novela y ensayo e incluso me atrevería a

comparar la obra con esos sabrosos coloquios que se

escribían en la Europa del Renacimiento, género que en

España cultivaron sobre todo los erasmistas. ¿Está de

acuerdo nuestro autor con estas apreciaciones? ¿Se acer-

ca su visión de Cristo a la de aquellos heterodoxos como

los hermanos Valdés?

— Sí, y cómo agradezco que lo digas. El ca-tolicismo es una religión fea, aunque su liturgiasea la más bella y majestuosa del mundo; el ca-tolicismo a partir de Trento. Es que, en reali-dad, dejó de ser una religión, porque una reli-gión no puede basarse en dogmas por una par-te y condenas por otra. Se convirtió en Milicia.Pero el cristianismo es otra cosa. Es la aporta-

Antonio Enrique en su retiro

ción más genial al concepto humano de la His-toria. Mi «hombre de tierra», que es el auténticoprotagonista de la novela, es el obispo que yohubiese querido encontrar en la vida. No heencontrado más que funcionarios, no hombresde fe, en esta iglesia. ¿Y el amor? Qué chifladu-ra es ésa, para estos hombres hirsutos. Ya mehubiese gustado abrazarme a él. Hablar con él,con el mismo esparcimiento que se hace en lanovela.

— El año pasado Antonio Enrique leyó una po-

nencia en los cursos de verano de El Escorial. Fue una

experiencia inolvidable para él y de allí regresó con la

idea de la nueva novela en la que ahora trabaja. Nos

gustaría que nos hablase de ese proyecto.

— Tras una primera parte que desarrolla elviaje en silla de manos de seis días a El Escorialdesde el Alcázar, y una segunda que narra suagonía de 53 días, está el rey Tiniebla en el In-fierno, a donde se accede por un agujero deltríptico de las Delicias, el que queda a los pies deAdán y Eva en el panel del Paraíso, tríptico queestuvo colgado frente a la cama donde expiróaquel monarca dueño del mundo. Habla sumozo de retrete, encargado de recoger sus he-ces fecales debajo de esa misma cama, a travésdel orificio que hubo de practicar en el colchón,ya que no había manera de mover al agonizantesin causarle grandes quebrantos. Y habla mu-chos años después, ya instalado en un puebleci-to del Nuevo Mundo, ejerciendo su oficio de

barbero. Su interlocutor es un «teniente de di-funtos», soldado encargado de llevar la cuentade caídos en batalla, el cual, al relato del barbe-ro, va transformándose, de escéptico, en crédu-lo entusiasta, al contrario del narrador, con unsorprendente desenlace. Pero no es una novelahistórica, género que ha decaído hasta extremosalarmantes; más bien habría que hablar de his-toria novelada en lo que se está haciendo, con laconsiguiente postergación de la literatura. Éstaen la que estoy es una novela histórico-visiona-ria. Pretendo poner la literatura en su sitio.

— Han pasado los años desde que la Poesía de laDiferencia alzó sus banderas contra la literatura ofi-

cial. ¿Qué ha quedado de aquella aventura aparte de

un reguero de deserciones y del silenciamiento para quie-

nes perseveraron en ella?

— La singularidad es la más alta excelencialiteraria. Sin estilo, no hay arte. Es, precisamen-te, el estilo lo que define al arte. Y la literaturaeun arte, o bien otra cosa. Lo nuestro fue esto,y lo sigue siendo. Pero nos tocó vivir una épocaen donde el escritor había de ser mero símbolode la multitud, y para ello «ser como todo elmundo», lo cual equivale a escribir lo que quie-ren leer. La literatura se convirtió así en «otracosa». Claro está que el destino de la multitudes sublevarse siempre, sublevarse incluso con-tra aquellos a los que erigió en ídolos. Y esto eslo que estamos viendo: la caída de los ídolos, enliteratura como en lo demás. Nosotros nunca

FERNANDODE VILLENA

EL ESCRITORANTONIO ENRIQUEFOTOGRAFIADOEN MOTRILPOR SILVIA ABARCAY LAS PORTADASDE ALGUNASDE SUSÚLTIMAS OBRAS,EN ESPECIAL SUÚLTIMA NOVELAEL HOMBRE DE

TIERRA YSU ENSAYO CANON

HETERODOXO

CITADAS EN LAPRESENTEENTREVISTA

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6 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Entrevista

lo fuimos, por eso permanecemos. Nos leerán,cuando quieran disfrutar del placer del arte, quees individual y solitario. Si no fuera así, noso-tros hemos gozado, hemos conocido la felici-dad y el vértigo de crear, lo que está en la natu-raleza de todo ser humano.

— Nos gustaría que el autor de una obra tan polé-

mica como el Canon heterodoxo de la LiteraturaEspañola nos comentara qué nombres y qué caracte-

rísticas pueden destacarse en el confuso panorama de la

poesía y la narrativa españolas actuales.

— El canon oficial de la literatura españolaactual ha sido, y está siendo, obra de laborato-rio; es decir, unos cuantos especialistas, prefe-rentemente universitarios, que cuentan con lasbendiciones de los suplementos literarios na-cionales (para el caso son los mismos) y laaquiescencia del Poder, naturalmente progre,que es quien fija y da esplendor. Ellos estable-cen las etiquetas, ellos las clasificaciones, elloslos nombres. Así hemos de tragarnos, por ejem-plo, que la novela fundacional de los nuevostiempos sea La verdad sobre el caso Savolta, de unescritor perfectamente plano. O que los añosSesenta, que lo fueron brillantes en poesía ynovela, no existan prácticamente. La operación,así, y en poesía, era ligar a los contestatarios del50 con los posmodernos de los 80 y 90. LosCincuenta, porque, según ellos, lo importantefue la «Escuela de Barcelona», y arrabal lo de-más. Son ejemplos. Un lector, como yo mismosoy, y que ha consagrado toda su vida a la lectu-ra, no desea desdeñar a nadie, pero no puedeadmitir por coherencia tanto olvido, este nuevodespotismo ilustrado. No, quien manda en laliteratura no son los popes, son los lectores; losde veras, los de siempre, no son manipulables,pero terminan influyéndose por la presión delos medios de prensa y el aparato oficial quedistribuye subvenciones y demás canonjías. Esun canon oficial artificial, que habrá de enfren-tarse a una auténtica sublevación, como ya estásucediendo. El verdadero lo irá haciendo el tiem-po, como siempre ha sido, y los lectores, no porsu cantidad, sino por su calidad. Lo siento, peroen cuestión de arte y cultura, la esencia es aris-tocrática. Bien entendido que el término tieneque ver sólo con la superación individual, almargen de cuestiones sociales. Como lector soyincorruptible, no permito injerencias, y menosde quienes han leído menos que yo. Argumen-tos no me han dado ni uno solo. Así que, alreeditarlo, habré de añadir un último capítulo,por ahora.

— ¿Qué se mantiene en pie de aquella Academiade Oriente y de aquel grupo Ánade del que nos dan

testimonio tantas fotografías de los años 80 y 90 del

pasado siglo?

— Seguimos siendo los que fuimos y lo quefuimos. Como tú mismo, y como José Lupiáñez,pero también Rodríguez Pacheco, y algunos más,yo soy escritor porque no concibo mi propiavida sin la escritura y la lectura; luego formaparte de mí, y de mi destino. Como el amor y lamuerte, la literatura es cosa del destino, en tan-to que inevitable. Y queda el descanso de en-tender que estamos haciendo y escribiendo loque nos propusimos siendo bien jóvenes. Yqueda el estímulo de no sabernos solos cadauno de nosotros. Pero, sobre todo, el placer dela conciencia bien tranquila. No necesitamosmás. Paz para escribir y libertad absoluta parahacerlo. El tiempo da virajes, el tiempo gastabromas muy pesadas. Los últimos serán los pri-meros. Algunos ya se están dando cuenta.

— Desde hace ya casi dos décadas, Antonio Enri-

que mantiene y dirige en Guadix el aula de poesía y

pensamiento Abentofail, en la que han participado de-

cenas y decenas de escritores desde Arturo Pérez Reverte

hasta Juan Eslava Galán. Yo entiendo el privilegio que

una iniciativa como esta supone para una ciudad, pero

me agradaría que tú mismo nos hicieses un sucinto ba-

lance o una valoración de la misma.

— A mí me gusta así. Es decir, iniciativasculturales desde lo municipal. Si muchos pue-blos de Andalucía copiaran esta iniciativa, elCortijo Andaluz del Libro se iría a hacer gárga-ras. La cultura como servicio público entre ve-cinos, sin interferencias de organismos oficia-les de uno u otro signo político, con elclientelismo inevitable al parecer. Si hubieseaulas de poesía y pensamiento independientes,se dinamizaría la clase intelectual, y al mismotiempo se conseguiría la participación socialauténtica. Pero claro, el intelectual habría de tra-bajar de firme, a cambio de estipendios modes-tos. Si a esto sumamos que habrían de vérselascon el pueblo, el pueblo de verdad, el soberano,la cosa cambia, tanto más que los políticos nipinchan ni cortan. Cosa que no conviene.

— Antonio Enrique ejerce la docencia en el institu-

to Padre Poveda de Guadix y, habida cuenta de que en

las constantes reformas de las leyes educativas apenas se

tiene en cuenta la voz del profesorado, hemos querido

aprovechar la ocasión para pedirle que nos haga un diag-

nóstico del estado de la educación en España y nos aporte

algunas sugerencias para su posible mejora.

— Norma primera: no se puede enseñar aquien no quiere aprender. Norma segunda: nopuede enseñar quien no sabe, ni sabe enseñar.Esto es algo así como el Teorema deArquímedes de la enseñanza. Por la primera, yuna vez cumplida la obligatoriedad de la Prima-ria, ya en los dos cursos superiores de la ESO, yno digamos el Bachillerato, si en un curso haydos o tres que están empeñados en que no sedé clase, no puede darse clase. Y los perjudica-dos son la mayoría, inmolados precisamente porel prejuicio democrático de que la enseñanza hade ser forzosamente para todos. Y un derechono puede nunca ser un deber. Hay recursos dedisciplina, sí, ¿pero funcionan en la práctica?Todos vemos la «gira turística» de muchachoscada mañana rumbo al despacho del jefe de es-tudios; los despiden a sus casas, al cabo, y se lotoman como vacaciones, los más. Si, como enotros países, se los pusiera a trabajar en servi-cios sociales a la comunidad, a lo mejor volve-

rían suaves como guantes. Los enseñantes nosomos responsables de si un niño quiere estu-diar o no; de esto lo son las familias, de maneraque a cada cual a lo suyo. Por último, así avuelapluma, es un disparate mantenerlos seishoras y media diarias: es una majadería más deestos psicopedagogos que no han dado claseen su vida y que parece además que nunca fue-ron niños. Y la norma segunda: yo observo, almenos en el distrito universitario de Granada, ypor lo que respecta a Letras, que vienen cadavez peor preparados, con menos lecturas. Y lode enseñar con agrado, con amenidad. Esto esun arte. Y se tiene o no. ¡Venga ya con tantatecnología! Para Letras no procede. Un buenlibro de texto, que los que hay son espantosos.

— Y no queremos terminar esta entrevista sin pre-

guntar al escritor cuál es su visión de este momento de

crisis que atraviesa el mundo y más en concreto nuestro

país.

— Deben convocarse elecciones porque lagente no quiere sufrir los agobios y penalidadesque nos aguardan, con este gobierno. Es decir,con Pedro o con Juan, estos quebrantos no noslos quita nadie. Pero con éstos, que calificaronde antipatriotas a quienes avisaron con tiempo,que descalifican a quienes les critican argumen-tando que sólo les inspira el hacer méritos elec-torales, éstos que han entrado a degüello enpensionistas y funcionarios, que mantienen susprebendas oficiales, y buscan problemas dondeno los hay, éstos que se meten hasta en la sopacon sus ordenanzas como antiguamente la igle-sia en las camas de cada cual, con éstos, no.Suárez, cuando percibió que la sociedad no es-taba ya con él ni su partido, tuvo la hombría debien de marchar a la Zarzuela y presentar sudimisión al rey, sin ruidos, sin alharacas. Era unhombre recto. Pero el empecinamiento del quetenemos raya en patología. Dios no son las ur-nas, porque Dios cambia con frecuencia de opi-nión. Las urnas, al parecer, no. Tiene voto estehombre de permanencia en la Moncloa, comosi fuera el de castidad. Si fuese un demócrata deveras, pasaría la palabra al pueblo.

Hemos llegado al final. Salimos del caserón de esta

calle Gallo de viento a la que bautizó el propio escritor

no sé si por nostalgias de su Granada natal, y nos enca-

minamos hacia la plaza de las Palomas donde nos espe-

ran unos bollos de leche y un café en la castiza pastele-

ría La Oriental.

LA CASA DE ANTONIO ENRIQUE EN LA CALLE DEL GALLO DE VIENTO DE GUADIX

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 7

Cultura/Narrativa

Ustedes creerán que están aquí para la pre-sentación de una novela de cierto sir HenryWillowy, seudónimo, evidentemente, de quientengo a mi derecha y que por su estatura, por-te e, incluso, por su apariencia rubicunda po-dría ser un noble inglés, pero se equivocan, yno respecto al nombre del autor, sino a la ca-tegoría de novela de este libro. Es un libro enprosa, aunque algunos versos se hayan infil-trado sibilinamente en el texto, y en la traseradel libro puede leerse la palabra novela, perose equivocan, porque este no es un libro enprosa, sino un libro de poesía, un libro poéti-co.

Sir Henry ha hecho dos viajes espirituales:el primero, de iniciación, afecta a una mucha-cha llamada Hadriana, así, con hache, en tantoel segundo es un viaje de introspección y portanto también indirectamente de iniciación, delque es protagonista un joven llamado Eduar-do. Y digo que Sir Henry ha hecho dos viajesporque de veras, de veras, el protagonista deeste libro es el viaje, el viaje interno, el viajeespiritual aunque coincida a su vez con viajes,digamos, geográficos. No es por tanto unanovela al uso, aunque sus personajes humanostengan dramas con los que deben batallar, yno es una novela al uso porque esos dramasles suceden, sobre todo, en el plano interno,en el deseo y la necesidad de mejorar espiri-tualmente, de saber en el sentido más profun-do, en el sentido esotérico. Un saber ansiadoque abarca desde la simbología hasta la histo-ria antigua y los conocimientos curativos,adivinatorios de los viejos sacerdotes paganos,pasando por la metempsicosis, es decir, no sólopor el convencimiento de que somos produc-to de diferentes reencarnaciones, sino por al-canzar el discernimiento de quiénes o qué fui-mos, qué mal hicimos a quienes nos rodearony cómo compensar ese mal, cómo pagar elkarma negativo de forma que nuestra próximareencarnación, e incluso nosotros mismos enesta, seamos más, más en todos los sentidosinternos.

Ya digo que hay dos viajes porque hay dospartes cuyos protagonistas humanos sonHadriana y Eduardo, la primera una jovensegoviana que aprende a vivir sola, a defen-derse y, como dice el cantautor y poeta argen-tino José Larralde, trata siempre de crecer pordentro. El segundo, profesor de italiano enRumanía, lleno de dudas y con una percepciónde la belleza tan absoluta, tan inmensa como,imagino, debe ser la del mismo sir Henry.

Hay una constante queja en el libro respec-to a la pérdida, no sólo de valores, sino tam-bién de las sabidurías que acompañaban a lasviejas costumbres y creencias, remontándose,en la primera parte, a la influencia de nereidas,silfos, gnomos, sílfides, así como del diosNeptuno y de la diosa Diana, en tanto en lasegunda parte, se lamenta la disolución —enlos tiempos y en las actuales tendencias exce-sivamente científicas y técnicas— de la sapien-cia práctica y tribal de los sacerdotes dacos,habitantes prerromanos de la actual Rumanía.En abundamiento de este lamento hay una es-cena que me gustaría remarcar aquí como una

Las aguas del imperiode Sir Henry Willowy

de las más emocionantes y deprimentes en unlibro que, si peca de algo, es de cierto optimis-mo soterrado, de una disimulada confianzateñida de desencanto en que a la postre los dio-ses y potencias divinas nos harán comprenderque nuestra actitud no hace sino poner en en-tredicho y peligro nuestra propia permanen-cia en el planeta. Esta escena es la de Eduardo—el hilo conductor de la segunda parte— queasiste a un recital de arpa, instrumento delica-do donde los haya. Mientras en el recinto, quese imagina pequeño e íntimo, donde se desa-rrolla el concierto reina la atención y la con-centración, el goce estético, abajo se preparauna fiesta de estas actuales, con música demoda, donde lo importante no es la música niel goce, sino los decibelios, y éstos son tantosy tan desagradables, que hacen al personajeabandonar deprimido el concierto tras la ter-cera pieza por su incapacidad, simplemente,de escucharlo.

Si hemos de hablar del viaje geográfico, y loharemos por lo que a continuación especifica-ré, esa primera parte que encabeza Hadrianada comienzo en su natal Segovia, pasa a Ma-drid, y acaba en Italia, mientras la segunda parteempieza en Venecia y pasa de inmediato aRumanía, a la ciudad de Brasov (donde, porcierto, el real sir Henry aventuró su vida du-rante un tiempo) y emprende un vagabundeo,que no es tal porque lo compagina con su tra-bajo de profesor de italiano allí, un vagabun-deo por multitud de ciudades y enclaves delpaís. En esta segunda parte, Eduardo se em-plea en conocer la ciudad de Brasov, pasandomás tarde a la de Constanza, a la vera del marNegro, donde también ejerce como profesor,y visitando otras muchas, sobre todo de laTransilvania rumana. Traba relación con mul-titud de personas y queda enamorado del país,de sus gentes y de su forma de vida aún noexcesivamente contaminada por eloccidentalismo de nuevos ricos, nuevos euro-

peos y nuevos civilizados como somos los es-pañoles y que denunciaba Juan Goytisolo.

He dicho que explicaría el porqué de estedetalle digamos «turístico» del protagonista yque no es tan turístico porque todo forma partede su viaje interior, de su afán de saber delesótero, de conocerse por dentro. En este va-gar y callejear por los enclaves monumentales,religiosos y de arte de esas ciudades, por suscalles, estatuas y plazas, quiere este comenta-rista ver una especie de laberinto jeroglíficocon un significado oculto, un deambular porel mapa de las ciudades y lugares dignos devisita que conforma una serie de signos, de le-tras o de figuras que pergeñan un mensaje ci-frado, un secreto dicho al oído que podría con-cretarse en esa Logia de la Corona a la que élacude y de la que consigue conocimientos eso-téricos muy considerables, de esos poemas es-critos por él donde se mezcla el amor por lasmujeres que le rodean con ese misticismo pa-gano que, creo, es idéntico al de sir Henry, deesa insistencia en las aguas, aguas de fuentes,de ríos, de arroyos o del mar, cuyas reinas, si-renas, ondinas y nereidas, como espíritus deesas aguas, dan nombre al libro.

Ese es otro enigma por descifrar: el títulode este libro. Al leerlo uno puede pensar, porejemplo, en imperios como el romano, el es-pañol, el inglés, el soviético o el norteamerica-no hoy, a uno se le puede venir a la cabeza eluso de las aguas por el gobierno israelí paradomeñar a sus vecinos palestinos, enemigosancestrales más antiguos que la misma histo-ria. Pues no. El imperio sería ese mundo «otro»que revolotea sobre el nuestro, el que los sen-tidos nos permiten ver. El imperio sería el mun-do espiritual y el de los designios divinos, en-tendido esto último no sólo desde un puntode vista cristiano, sino como un mundo divinodonde el Dios cristiano, con todos sus santosy vírgenes, no es sino un dios más. No debe-mos espantarnos: los antiguos judíos anterio-res a Abraham interpretaban así a Jehová, nocomo un Dios único, sino como el más pode-roso entre los otros dioses, Si no, ¿a qué vienela pelea, por ejemplo, de Moisés por demos-trar con las plagas la superioridad de Jehovásobre los dioses egipcios, o de Sansón por lomismo respecto de Baal, dios de los filisteos?Y la obsesión de las aguas quizá tenga que vercon la fecha de nacimiento de sir HenryWillowy, el día de san Silvestre, último día delaño 1995, quince añitos como puede verse, loque pasa es que está muy crecido. El signozodiacal es Capricornio, signo de tierra, perocon esto del zodiaco y otras artes, si uno tienepocos escrúpulos, y yo tengo los justos e im-prescindibles, puede encontrarle justificacióna todo. Por ejemplo, si es signo de tierra, paraconstruir algo se necesita el agua, de ahí suobsesión por ella. O tal vez tenga que ver consu ascendente que ignoro cuál es, pero sea cualsea siempre se puede decir: ¡claro, por eso era!

Retornando a lo serio, es un libro digno deser leído y de sonsacarle enseñanzas y reflexio-nes. Consíganlo, y concéntrese para indagarlo,interrogarle, chupar rueda de su profundo co-nocimiento. Merece la pena.

SEREPRODUCE

EN EL PRESENTE

ARTÍCULO ELTEXTO DE LA

PRESENTACIÓNDE LA OBRA

EN EL CENTRODE ESTUDIOS

PERIODÍSTICOSDE LA

ASOCIACIÓNDE LA PRENSADE GRANADA,QUE CORRIÓ

A CARGODEL NOVELISTAMIGUEL ARNAS

CORONADO

PORTADA DE LA OBRA (PORT ROYAL, 2010)

MIGUEL ARNASCORONADO

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8 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/El Canto del Urogallo

«Como decíamos ayer», en el País de fábula,sucede que el Faraón, al no atender las predic-ciones de José el Hebreo (las vacas gordas, lasvacas flacas que saliendo del Nilo devoran a lasprimeras), hemos venido a parar a los años denecesidad extrema y, como aquellos legendariospobres vergonzantes o hidalgos famélicos quedescribía Lázaro de Tormes, recurrimos a lasmigas de pan sobre las barbas como indicio depitanza insomne. Hemos hecho de la aparien-cia un modo exterior de comportamiento que,finalmente, del tan reiterado uso, los ajados ves-tidos se han deshilachado y, por costuras malhilvanadas y zurcidos imposibles, se muestranlos macilentos cueros, la efímera realidad delestado del bienestar, ahora transformado enestado de máxima indigencia.

Acusado de catastrofista, se fue José y el Fa-raón abrió las arcas del erario público y empezóa prodigarlo entre los cortesanos que aplaudíantodas las decisiones que tomaba porque en laprolija prodigalidad se sustentaba el tinglado dela farsa, el parecer, pero no ser; el volumen, perono la densidad; la paja, pero no el grano y así,como laboriosas hilanderas sobre los sobrantesde lienzos moreno y tarlatanas de Hytasa eInterloce, se han hecho fáciles festones -puntadita va y nudito viene- o bien los puntosde cruz, sencillitos, auténticas manualidades encolegios de monja, olvidándose el arte de la seda(granadina, sevillana, levantina)… Hoy los an-drajos y ayes plañideros acompañan a la ruina:las vacas flacas se han comido a las lustrosasdel artificioso Estado del bienestar.

Y helos ahí, desamparados y con lasvergüenzas al aire y, para seguir pareciendo,como el hidalgo de Lázaro de Tormes, echán-dose encima migas de pan para aparentar, y detan descarada manera, que un conocido librerode viejos sevillano, editor subvencionado conlargueza por los pródigos dispendios del Faraón,ahora tiene el descaro de afirmar, en entrevistaa ABC de Sevilla, que «él… era militante inde-pendiente del PSOE. Y digo independienteporque yo era de los que pagaban, no de losque cobraban, y lo que quita independencia esel cobrar, no el pagar»… Pero sin esos cobrosque niega al Faraón, se le ha desvanecido la re-vista Renacimiento y, sin ayudas a la edición,flaquean sus colecciones ya que a la preguntadel periodista «¿Ha llegado a presumir de ven-der pocos de los libros que edita?» contesta que:«Contarlo lo he contado. Pero no lo decía porpresumir». Es decir, que, encima, se ufana derecibir unas ayudas que, como la leche en polvode la ayuda americana en los años cincuenta ytantos de mi adolescencia, los vecinos de mipueblo recogían, no como sustento sino paraañadirla al afrecho de los cerdos que por corra-les y cercados cebaban y engordaban para eltiempo de matanza.

De zurcidos,festones

y punto de cruz

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

LA MODISTA, DE D.F. MASRIERA

Pero a todo cerdo le llega su San Martín, ydel abundante panículo adiposo de antaño sóloqueda la casquería y la cascarria de los llantosdesalentados de quienes se han quedado a laintemperie con su menesterosidad como soloexponente de la vaciedad que ocultaban. Todosujeto por un hilván, todo bordado sobretarlatana, todo festoneado, pero sin pensar enel recorte, los recortes que dejan el burdo bor-dado en el remedo del pretendido, pero impo-sible, arte de la seda, delicadeza del terciopelo,la fastuosa ostentación del brocado.

La creatividad, en arte, no es más que la su-peración de los hitos del pasado, sin que dichasuperación implique menosprecio alguno sobreesos hitos, porque ellos significaron la debidaexigencia, lo arduo que le está encomendado alhombre, al decir de Rilke. Y la experiencia, encreatividad, no es más que el conocimiento jus-to de lo alcanzado, pero para futuros logros,nunca normativa, canon, norma ni fórmula ri-tual, porque sobre tales líneas paradigmáticas ycondicionantes, nunca se creará nada, se reite-rará lo mismo sobre lo mismo, ya digo, hilva-nes, festones, punto de cruz que, por mucho

que se quieran celebrar, por sus comunes y ex-plícitas sencilleces, es arte menor, útil para lostiempos de miseria, escasez y carencia.

Llegados a este punto, a cielo abierto, las ra-tas, la peste, los paniaguados del manirroto Fa-raón, se acusan, mutuamente, de que éste lesdio a los fulanitos más que a los menganitos ylos menganitos claman porque si les hubierannegado a los fulanitos las migas, hoy tendríanpara echarse a las barbas esas migajas y aparen-tar hacienda y pitanza y con eso y sólo eso aesperar la resurrección de los muertos…

En el siglo XVII, en peores circunstancias eco-nómicas que las que hoy nos afligen, denegadostodos sus memoriales, Góngora pudo levantar aexpensas de su genialidad, el más fastuoso palacioy el más enervante fulgor, creando un espacio úni-co de invención, subversión y abrasión sin prece-dentes; don Luis de Góngora, una vez más, el gi-gante que acomplejó a los enanos, que sigue des-enmascarando a los eunucos y que creó la luz con-tra el imperio de las sombras, contra aquella: «In-fame turba de nocturnas aves / gimiendo tristes yvolando graves»… En definitiva, la Fábula de

Polifemo y Galatea frente a El burro flautista.