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Título:PASIÓN EN PARÍSVIDA ÍNTIMA DE SIMÓN BOLÍVAR Y LA CONDESA DERVIEU DU VILLARS

Autor:Jorge Dávila-Pestana Vergara

E-mail: [email protected]

Diseño Portada:Eduardo TorrecillaCindy Serrano Braum

Corrección de estilo:Mireya Gómez Paz

Agradecimientos:Arturo Matson FigueroaLuis Tarra GallegoMarta Fajardo RuedaPierre TereygeolRodolfo Nieves GómezBiblioteca Bartolome Calvo

ISBN: 978-958-8583-09-9

Diagramación e Impresión: Alpha EditoresCentro, Cl. Estanco del Aguardiente, No. 5-36Tels.: 57-5 664 3352 - 660 9438 E-mail: [email protected] de Indias, Bolívar, Colombia

La obra está amparada por las normas que protegen los derechos de propiedad intelectual.Está prohibida su reproducción parcial o total.

Impreso en Colombia2011

“Si yo no recordara que París existe, y si no tuviera la esperanza de volver algún día,

sería capaz de dejar la vida.”

Simón Bolívar

Simón Bolívar1783-1830

Óleo de A. Garzon, c. 1985. Reproducción del “Bolívar” de Ricardo Acevedo Bernal( Colección privada)

CONTENIDO

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

VIAJE DE BOLÍVAR A EUROPA

CAMINO HACIA PARÍS

LOS SALONES DE PARÍS

BOLÍVAR EN LOS SALONES MÁS CONSPICUOS

EL SALÓN DE MADAME DU VILLARS

LOUISE JEANNE ARNALDE DENIS DE TROBRIAND

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ANECDOTARIO DEL SALÓN DE MADAME DU VILLARS

ALEXANDER HUMBOLDT

EUGENIO DE BEAUHARNAIS

NICOLAS CHARLES OUDINOT

PARENTESCO DE FANNY DU VILLARS CON BOLÍVAR

FIN DEL IDILIO

PERIPLO POR ITALIA Y REGRESO A CARACAS

RECUERDOS DE AQUEL INTENSO AMOR

LA BOLIVARIANA TERESA DE LA PARRA

EL CARTAGENERO PABLO CAVALLEROEL APELES NEOGRANADINO DEL SIGLO XVIII

MIGUEL ÁNGEL BURELLI RIVAS

BIBLIOGRAFÍA

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PRESENTACIÓN

L a celebración del Bicentenario de la Independencia de Colombia, nos conduce irremediablemente, a adentrarnos

entre los vericuetos de nuestra Historia Patria, para trasladarnos de inmediato a ese momento, en el que la obediencia instintiva y el silencio secular de un pueblo, ante el asfixiante yugo colonial, fue tornándose en reflexión, para luego materializarse en un proceso revolucionario, doloroso y sangriento, de efervescencia y calor, que finalizó en la tan anhelada Libertad. Fue la respuesta decisiva y contundente de aquella parte llamada Nuevo Mundo, la España americana, que reaccionaba ante la rutina y la corrupción de la España metropolitana.

Revivir y repasar la vida y obra, de aquellos protagonistas de la aventura insurrecta, que desembocó en nuestra nacionalidad, no es más que la ocasión propicia de rendirles con admiración y devoción el homenaje que se merecen por tan nobles fines.

El académico Jorge Dávila-Pestana Vergara, Presidente de la Sociedad Bolivariana de Cartagena, se une al homenaje que Colombia realiza a sus próceres, al escoger una etapa de la vida de la figura estelar del proceso revolucionario, Simón Bolívar, y relatarnos las peripecias que vivió en París, cuando aun no había llegado a lo que, hasta hace algunos años, se llamó mayoría de edad. Un periodo de expansiones juveniles, historiadas y diseminadas entre numerosos textos, en las que el caraqueño se entregó sin reservas a los placeres de la vida, entre los halagos del amor, la disolución, pero también de los estudios y la lectura.

En Pasión en Paris, como ha titulado Dávila-Pestana su ensayo, registra a un Bolívar desacralizado, que poco conocemos, pero que, sin embargo, no deja también de ser él, tan verdadero y real como el otro, el heroico. Son aspectos personales de su vida juvenil, sobre la que existe la tendencia entre los historiadores, de olvidar que una vez tuvo veinte años y que, en apariencias, fue un joven intrascendente, pero muy humano. Vivencias tratadas por lo general de manera tangencial, tal vez por considerarse anodinas, pero que indiscutiblemente son un punto culminante en su formación.

Es un periodo en el que el Libertador se nutre en la práctica, en vivo y en directo, de todo ese cúmulo de enseñanzas y lecturas que enardecieron su espíritu, fortaleciendo sus ideas. Experiencias vividas dentro de los intestinos de una sociedad que había hervido y llegado a la ebullición total en busca de un mundo diferente y mas justo, avivada por el fuego iluminante de la corriente político-social de la Ilustración, y luego desbordada sobre la Revolución Francesa, defenestradora de la ideología eclesiástica y feudal.

La adolescencia y juventud de Bolívar han sido épocas de mucha pobreza historiográfica, y se justifica, porque nadie podía presagiar lo que mas tarde sería, pero Dávila-Pestana en esta monografía, con verdadero acierto exprime al máximo su estadía en la Ciudad Luz, para finalmente extraer una jugosa visión de su permanencia en ella. Su lectura, como si fuera el guion de una película, nos conduce paso a paso a recorrer todas las vicisitudes ocurridas al jovenzuelo durante mas de dos años, desde su arribo a la urbe cortesana hasta su partida final.

Con la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, se dio la largada de la carrera en la que resurgirán los estudios y publicaciones bolivarianas, y Dávila-Pestana con este ensayo, se une a los escritores que iniciaron la partida contándonos una historia en la que ha desmontado al héroe del bronce ecuestre, para cubrirlo con un manto de humanidad.

Fundación Tecnológica Antonio de Arévalo

DIONISIO VÉLEZ WHITE

Rector

PRÓLOGO

S i debiera resumir en dos palabras mi opinión sobre este libro, yo diría que es a la vez revelador y apasionante. Aunque a primera

vista así lo parezca, no es sólo la crónica del amor que en el ambiente sofisticado de los salones de París surgió entre Bolívar y la condesa Fanny Dervieu du Villars. Pasión en París sitúa este idilio en un entorno muy bien descrito. Nos pinta una brillante época de París y dentro de ella nos muestra a un Bolívar de veinte años de edad, elegante, millonario, disoluto, atraído por el juego y por licenciosas aventuras con bailarinas, coristas o “cocottes”; un Bolívar que aún no sabe cuál será su destino.

¿Cómo explicar tales desenfrenos? Los historiadores, y sin duda entre ellos se cuenta Jorge Dávila-Pestana Vergara, saben que tras ellos se ocultaba el irreparable dolor que poco tiempo antes ha-bía quebrado la vida de Bolívar y el destino que lo esperaba entonces como rico heredero y miembro de una elite social asentada en los valles de Aragua: la inesperada muerte de su esposa, María Teresa

del Toro y Alaiza. Se sabe que ese dolor lo hacía caminar como sonámbulo por las calles de Caracas y que, buscando escapar a la depresión de aquella pérdida, se había embarcado para Europa en octubre de 1.803, para llevarlo finalmente a París.

Fue por cierto su maestro Simón Rodríguez quien le dio la única alternativa para rescatarlo de una vida hasta entonces licen-ciosa y sin norte. Como bien lo recuerda el autor de Pasión en París, el maestro de Bolívar, enterado de la vida que éste llevaba, acudió desde Viena para llamarlo al orden y mostrarle un rumbo capaz de salvarlo, rumbo que más tarde culminaría en su juramento de luchar por la libertad de América.

Por lo pronto, atendiendo las amonestaciones de su maestro, el joven caraqueño deja el juego y las fiestas licenciosas del Palais Royal, ingresa a la Escuela Politécnica y la Normal Superior. Su vida en París alterna entonces horas de estudio y reflexión bajo la influencia de autores como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros cuantos que dominaban el panorama cultural de entonces, con su frecuentación de los grandes salones donde hervían las inquietudes propias de la Ilustración.

Este libro, como ninguno, nos pasea por esos sofisticados re-cintos y nos pinta a las aristocráticas damas que reunían en ellos a toda suerte de célebres personajes del mundo político, social y cultural de entonces. Entramos, pues, con Bolívar al salón de mada-me Amélie Suard, amiga de Voltaire y de Condorcet, al de madame Talleyrand, al de Sophie d´Houdetot y, finalmente, al de la mujer que lo subyugó, madame Fanny du Villars.

Lo que nos hace notar esta obra es que en este ambiente sofis-ticado y mundano el joven caraqueño se hacía notar por su brillo y por una personalidad que combinaba el ingenio con una pìncelada

de exotismo. Fanny nos es descrita como una mujer bella, altiva, refinada y seductora, que no tardaría en convertirse en la amante del joven caraqueño y también en su guía por aquel mundo donde se movía. La suya fue una relación secreta e intensa, que le permitió a Bolívar, según el autor, “profundizar en el estudio y conocimiento de la Europa intelectual, política y aristocrática.”.

Entre las anécdotas que recoge este libro, tal vez la más lla-mativa es la que nos recuerda el encuentro, en el salón de Fanny du Villars, del joven Bolívar con el Barón de Humboldt, quien se encontraba en París luego de su larga expedición de cinco años por América del Sur. Cuando Bolívar lo interroga sobre la posibilidad de que las colonias americanas se emancipen de la Metrópoli, Hum-boldt le da una extraña y escéptica respuesta: “Creo que la fruta está madura, pero no veo al hombre capaz de realizar tamaña empresa”.

Doblada para siempre la página de París, el Bolívar que se despide de su amante parece conocer ya cuál es el rumbo que va a tomar su vida. Nunca volverá a la Ciudad Luz. Dejará de con-testar docenas de cartas que le envía una Fanny du Villars incapaz de olvidarlo. “¿Recuerda usted mis lágrimas vertidas, mis súplicas para impedirle marcharse? – le pregunta en una carta de 1.826 -. Su voluntad resistió a todos mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había apoderado de todo su ser”.

Es el punto final de la pasión que da título a este libro cuyo autor nos recrea con brillo años inolvidables en la vida de Bolívar.

PLINIO APULEYO MENDOZA

INTRODUCCIÓN

G losando a Jean de la Bruyère, llamado el Filósofo de París, quien en 1688 iniciaba su obra Caracteres con la reflexión,

“Ya se ha dicho todo, y se llega demasiado tarde cuando hace más de siete mil años que hay hombres y que estos piensan”, podríamos acotar en relación con lo que se ha escrito sobre el Libertador, que ya se ha dicho todo, y que llegamos tarde, cuando a 180 años de su muerte, numerosos y aquilatados historiadores han biografiado y elogiado su vida y obra. Solamente en el libro Bibliografía Bolivariana, que abarca casi 500 folios, editado hace 27 años por el Banco de la República, a raíz del Bicentenario del nacimiento del Libertador, en el acápite de Libros y Folletos, constante de 67 páginas, encontramos 630 fichas bibliográficas. Lo anterior nos da una idea de lo copiosa que ha sido, hasta ese momento, la investigación bolivariana, sobre la que se han escrito bibliotecas completas.

Al celebrarse este año el Bicentenario de la Independencia

de Al celebrarse este año el Bicentenario de la Independencia de Colombia, el único propósito que nos guía es el de narrar uno de los idilios de la figura principal de la gesta emancipadora, Simón Bolívar, protagonizado con una madura y refinada aristócrata francesa, la Condesa Dervieu du Villars. De esta manera trataremos de indagar por un retrato suyo, de cuerpo entero, perdido entre las brumas del tiempo y el olvido, posiblemente ejecutado por el pincel del mejor pintor colonial de todo el siglo XVIII del Nuevo Reino de Granada, el cartagenero Pablo Cavallero, calificado por el sabio José Celestino Mutis, como el Apeles de América. Reconstruir la historia nos ayudará a crear una inquietud entre los lectores, el medio bolivariano y los bolivarianistas, y de esta manera tratar de averiguar por su destino.

Advertimos, entonces, que aparte de presentar unos retratos desconocidos de la noble francesa, uno de ellos pintado en 1806 en Venecia, por Matteoti, actualmente en la colección Baldou de Italia, nuevos datos biográficos de ella y una foto del castillo donde pasó sus primeros años, creemos que en este ensayo no aportaremos absolutamente nada nuevo, ni nada que se desconozca, ni mucho menos que sorprenda.

Hemos escudriñado entre algunos de sus biógrafos, antiguos y contemporáneos, por lo que esbozaremos planteamientos que permitan, en un efecto retro-alimentador, averiguar sobre la suerte de la pintura del Libertador. Desde luego, hilvanaremos su estancia en París, lugar donde se desarrolla el affaire, rodeada particularmente de significativas vivencias sentimentales, ocurridas entre el criollo caraqueño, de casi 21 años a la sazón, y la dama bretona, circunstancias y razones que dan origen a la referida pintura. Acertadamente, refiriéndose a ella, el escritor Rufino Blanco

Fombona apuntó: “Menos mal que Bolívar encontró esta mujer encantadora y no una aventurera vulgar”.

La anterior afirmación nos conduce a echar mano de la ucronía, recurso literario conocido entre los escritores, que consiste en nutrirse de un hecho histórico determinado, a partir del cual se especula sobre realidades alternativas, desarrolladas de modo diferente a como las conocemos, para así plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué rumbo habría tomado la vida de Bolívar si no hubiera conocido a Fanny du Villars?

Buscamos con este trabajo salirnos de la estereotipia de algunos investigaciones sobre Bolívar y su hazaña libertaria, en las que el pensamiento político y las fulgurantes y sacralizadas campañas, cabalgan impecables sobre la historia perfecta, entre senderos de citas y entrecomillados, pero que poco muestran la parte humana, ese aspecto de carne y hueso, que alimenta errores e incurre en fallas. Intersticio por donde la gente del común se aproxima al héroe. Endiosar a los grandes hombres con la excusa de mostrarlos como arquetipos de todas las virtudes es adulterar su legítima personalidad. Y así falseados, carecen de verdadera atención, por lo que es tarea estéril y vana intentar ponerlos de ejemplo.

Con la conmemoración de los 200 años de la Independencia Nacional, y la coincidencia de cumplirse 180 años del aniversario de su muerte, esta monografía sobre el trasiego de Bolívar por París, es nuestro homenaje al Padre de la Patria, y, por qué no, a Louise Jeanne Nicole Arnalde Denis de Trobriand, Condesa Dervieu du Villars, llamada La amante espiritual del Libertador.

EL AUTOR

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VIAJE DE BOLÍVAR A EUROPA

A l fallecer de fiebre amarilla en Caracas el 22 de enero de 1803, su joven esposa María Teresa Rodríguez del Toro y

Alaiza, Simón Bolívar, a la sazón Teniente de la Sexta compañía del Batallón de Blancos Voluntarios de los Valles de Aragua, quedó inmerso en una gran depresión. El dolor en que se sumió tuvo manifestaciones cuyo dramatismo lindaba en lo anormal. Herido en lo más profundo de sus sentimientos, y con el corazón afligido, se embarca en el puerto de La Guaira, el 23 de octubre de ese mismo año, con destino a la Metrópoli. Antes de partir, el día anterior, como por llenar una formalidad, solicita al Rey Carlos IV, se sirva concederle licencia para viajar

Carlos IV. Óleo de Francisco de Goya, c. 1789,

Museo del Prado

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a España “por el término de dos años para pasar a dicha corte y reinos... ”. Fundamenta la petición en razón de que necesita evacuar algunos asuntos personales de la mayor importancia, como son, un pleito de posesiones ante el Supremo Consejo de Guerra y la liquidación de cuentas con la casa y compañía de Beruete y Mendizábal del comercio de Bilbao.

Dos meses más tarde, tras una larga y borrascosa travesía, plagada de galernas y tempestades, arriba a fines de diciembre al puerto de Cádiz. Desde allí toma camino a Madrid, para reunirse con su suegro Bernardo Rodríguez del Toro. Desolado y transido de dolor, en un encuentro estremecedor, en el que sollozan a lágrima viva, le entrega las pertenencias y alhajas de su única hija.

Muchos años después, al evocar el doloroso y patético momento, cuando las más recónditas fibras de su ser eran invadidas por la felicidad de estar triste, estado de ánimo profundo y sosegado producido por la melancolía, decía el Libertador: “Jamás he olvidado esta escena de delicioso tormento, porque es deliciosa la pena del amor”.

Pero, poco tiempo ha de durar la estadía en la capital del reino, lugar que le trajo tantos recuerdos. Una inesperada noticia el 25 de marzo, lo toma por sorpresa. Sus planes para estar más tiempo en Madrid se trastornan. Debido a la escasez de trigo y víveres, y la posibilidad de que se presentara una hambruna entre la población de la populosa ciudad, de casi 200.000 habitantes, el Rey toma la decisión de promulgar un bando, por el cual ordena abandonar la ciudad, “…a todas las personas forasteras y extranjeras de cualquier estado y condición que fuesen, si no tenían domicilio verdadero de precisa residencia”.

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CAMINO HACIA PARÍS

A nte la orden sin discusión, en la que se determina que a los extranjeros, hijos de las Indias y las Filipinas, no podrá

concedérseles ninguna prórroga de permanencia en la metrópoli sino por motivos poderosos, Bolívar emprende sin dilaciones, viaje hacia París. La desgracia familiar que lo sitúa espiritualmente en una situación de confusión y oscuridad sobre su futuro, lo sacude también, para darle la fortaleza necesaria de mitigar el dolor, y asimilar su desgracia sentimental.

Después de permanecer un corto tiempo en Soreze, sur de Francia, donde deja instalados en la muy prestigiosa Escuela Militar del mismo nombre a sus sobrinos Pablo Secundino y Anacleto Clemente, hijos de su hermana María Antonia, un viudo millonario de veinte años cumplidos, huérfano de padre y madre, con la fogosidad e ímpetu propios de su edad, arriba en plena primavera a un París

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de más de medio millón de habitantes, altanero y revolucionario, teñido de rojo por la guillotina, en tránsito del Consulado al Imperio. Se hospeda por 500 francos mensuales en un apartamento del Hotel de los Extranjeros provistos de caballerizas, situado en la N° 2 de la Rue Vivianne. Una placa en la Ciudad Luz, colocada en 1930 donde estuvo dicho hospedaje, recuerda su paso por el lugar.

La llegada a la capital gala, en la que permanecerá diez meses, han debido traerle a la memoria, el accidentado arribo de dos años atrás, cuando al hacer un tour por la ciudad, y descender del landó que había alquilado para recorrerla, en un descuido deja olvidada la cartera en que portaba sus libranzas, y cartas de crédito. De seguro los recuerdos afloraron en su mente, para evocar en fugaz repaso el momento, cuando muy angustiado acude a la policía, para dar aviso de la pérdida de los documentos. Y luego la alegría y admiración, veinte y cuatro horas después, cuando lo citan para hacerle entrega de ellos, sin que le faltase absolutamente ningún papel. A lo mejor Bolívar, nunca se enteró, que el jefe de la Policía, no era más ni nadie menos, que el creador del espionaje moderno y la censura de prensa, el tenebroso y maquiavélico Joseph Fouche, luego Duque de Otranto.

Edificación que hoy ocupa el lugar donde estuvo el Hotel de los Extranjeros, una placa conmemorativa certifica que allí vivió Bolívar en 1804.

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Se encontraba en la deslumbrante ciudad por segunda vez. El palpitante bullicio de la gran urbe, de inmediato lo seduce, y se entrega a frívolas noches de desenfreno, devaneos y derroche de dinero. Las tabernas y casas de juegos son la cita obligada de sus francachelas. Las galerías de madera de Paláis-Royal, rendez-vous de la diversión por excelencia de la época, zona de tolerancia inmortalizada luego en las obras de los escritores Émile Zola y Honoré de Balzac, se convierten en el lugar favorito. Asiduamente visita el excitante y agitado sector. En los casinos, juega y juega fuerte. Es tanto el despilfarro en los juegos de azar, que en una sola noche alcanza a perder la friolera de cien mil francos. Un mozalbete de temperamento nervioso, que por naturaleza se mantenía en constante excitación, al estar inmerso en ese torbellino de experiencias, aventuras licenciosas y emociones del juego, daba la impresión de que con ellas tratara de olvidar la pena que lo embargaba.

Del vértigo de locuras, barrumbadas y disipaciones, se entera Simón Narciso Rodríguez, su gran maestro y amigo. Alarmado, acude desde Viena a finales de noviembre de 1804. Las recriminaciones y observaciones no faltan por parte de su influyente maestro. Rodríguez era la persona que podía hablarle a su mente tanto como a su corazón. Bolívar escucha los consejos y reflexiona. Recapacita entonces y deja el piso de la calle Vivienne, a sólo dos pasos del Palais-Royal, mudándose a la Rue Lancry, barrio más alejado y sosegado.

Serenado de aquella principesca y estrepitosa vida, se matricula en la Escuela Politécnica, y en la Normal Superior como pasante. Un cambio radical opera en su espíritu. Con las pasiones atemperadas y recuperado de la vorágine de excesos, expresa: “Los placeres me

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han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha sido corta; pues se ha hallado muy cerca del fastidio”. Allí en un ambiente tranquilo se entrega al estudio y a la reflexión. Nuevamente adquiere la disciplina de la lectura, hábito que conservó toda la vida, pasión que estimuló su despertar intelectual, permitiéndole observar y analizar con claridad la situación geopolítica del mundo que tenia ante sus ojos. Bolívar contaba con la virtud de rectificar ante sus errores, con voluntad y entereza, de examinarse y criticarse a sí mismo.

Fue tal el impacto producido por la funesta experiencia del juego, vicio que ha podido llevarlo a la ludopatía, que decidió y juró, no jugar jamás. “El juego –decía- aumenta las necesidades, corrompe al hombre de bien, […] porque el jugador, para tener dinero, para satisfacer su pasión es capaz de todo.” Aunque incumplió la promesa, lo hizo ya de manera social, para departir momentos de solaz, con los amigos más cercanos. Las partidas de tresillo y ropilla, en muchas oportunidades distrajeron las tensiones de álgidas situaciones.

Sus biógrafos lo describen en este período de su vida, como el dandi elegante y calavera, festejado por todos, que citaba los retruécanos de Brunet y cantaba los couplets de boga, tonadillas algo picantes y un tanto groseras. Rodeado de mujeres, de criados de librea, un coche, caballos magníficos y de sus amigos Fernando del Toro, hijo del marqués del Toro, primo de su esposa, y Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva Negra, y luego enconado enemigo, el joven Simón flotaba sobre el éxito mundano en un estado de total embriaguez. Coristas, bailarinas y cocottes, sin reatos ni remordimientos, fueron sostenidas por su bolsillo. Al relatar estas

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circunstancias en la vida del caraqueño, el francés Jules Mancini expresó: “El libertinaje, (y) la pasión del juego le absorbieron”.

Muchos años después, al comentar en la total confianza de sus más íntimos, algunas de sus aventuras, refería el barullo desatado por una damisela en un burdel de Londres, al creer equivocadamente que sus intenciones eran otras. Para calmarla le dio unos billetes de banco, que no sirvieron de nada, pues de inmediato los arrojó a la chimenea de la casa. Pero, no estropeemos la historia, dejemos que sea el mismo Simón Bolívar quien narre la anécdota: “...vean ustedes lo célebre de la escena. Yo no hablaba en ingles, y la p… no sabía una palabra de castellano; se imaginó, o fingió, que yo era algún griego pederasta y por esto empezó el escándalo, que me hizo salir más aprisa de lo que había entrado”.

Pero definitivamente, cuando rememoraba las calaveradas por Paris, el semblante se le iluminaba; de inmediato, un inusitado entusiasmo le invadía, y con verdadero deleite revelaba sus experiencias y peripecias, plenas de gesticulaciones bruscas y lujuriosas. Relata el general francés Inmanuel Roërgais de Serviez, quien lo acompañó en algunas de sus campañas de independencia, que, para él, dar mentalmente un paseo por el Palais-Royal, era lo más parecido a un recreo de colegio.

Fueron errores y desaciertos propios de la condición humana, que Luis López de Mesa muy bien los resumió, estos y otros yerros de su vida, al decir que el criollo fue grande como el mar, profundo como el mar, pero también tuvo como el mar sus atardeceres y borrascas.

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Quien iba a imaginar, que aquel mozuelo disoluto de 1804, alcanzaría más tarde tal

fama por la epopeya en América, al encarnar los nuevos ideales políticos, que por los años 1819 y 1820, se puso en boga entre los caballeros, el famoso y célebre sombrero de fieltro gris y bordes levantados, de alas anchas y alta copa en forma de vaso, llamado chapeau Bolívar, de fulgurante prestigio, pero pasajero uso.

Fue tan popular en Europa, que las personas de ideas progresistas lo lucían, mientras las monárquicas se

distinguían con otro llamado Morillo. El renombre adquirido como signo de la época, y expresión de un sentir político, influyó tanto, que Alexander Pushkin y Víctor Hugo, le encasquetaron sendas chisteras Bolívar en la indumentaria de sus novelescos personajes, Eugenio Onieguin y al padre de Coseta, en Los Miserables. Un soberbio bronce de Francisco de Goya del escultor Mariano Benlluire, que sostiene en su mano izquierda un Bolívar, colocado en una de las entradas del Museo del Prado en Madrid, nos recuerda, cómo era el sombrero, y también, el alineamiento progresista del gran pintor.

Y luego en 1824, estando en la cúspide de la gesta emancipadora, y su heroicidad corría de boca en boca, llegó con furor la moda entre las parisinas elegantes de lucir eventails (abanicos) con el retrato de Bolívar, feliz idea plasmada por Jean Denis Nargeot, un grabador de viñetas e ilustrador de libros, que tiró un crecido número de ellos.

Goya de Mariano Benlluirecon un chapeau Bolívar

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SALONES DE PARÍS

E l acaudalado y joven aristocrático, que contaba entre sus ancestros, por lo menos con catorce conquistadores de

Venezuela, llega a la capital del Imperio en pleno apogeo intelectual de los famosos Salones de París, palacetes y mansiones donde se daban cita lo más granado y selecto de la élite francesa, y en los que cotidianamente concurrían científicos, políticos, cortesanas, poetas, artistas y también agitadores.

El salón era una reunión de personas cultas y refinadas, que empezó a proliferar desde el siglo XVII hasta el XIX, en especial en Francia, y donde asistían personalidades de la aristocracia, la política, las letras y las artes, para debatir los sucesos del país, o charlar temas literarios, morales, filosóficos o mundanos.

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El nacimiento de los salones se inicia cuando, a partir de 1613, la marquesa de Rambouillet se alejó de la corte de Enrique IV por considerarla vulgar, y comenzó a recibir en su casa a las mentes más exquisitas de su tiempo. El salón del Hotel de Rambouillet se convirtió en ágora erudita, atrayendo a gentes tan informadas como la marquesa de Sévigné, madame de La Fayette o Madeleine de Scudéry. Siguiendo su ejemplo, otras damas de mundo, y también algunos caballeros, abrieron sus tertulias.

Una de las características de los salones, era la falta de jerarquía social y la mezcla de diferentes clases sociales y órdenes, aunque fueran en esencia una prolongación de la sociedad cortesana. Eran lo que podíamos llamar una universidad informal para las mujeres, en donde jugaban un papel preponderante y en el que podían expresar sus ideas y críticas, escuchar las obras de sus autores y también las

Lectura de la tragedia “El Huerfano de China” Voltaire, en el salón de Madame Geoffrin.Óleo de Anicet Charles Gabriel Lemonnier, 1812, Castillo de Malmaison.

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suyas propias. Dependiendo de las inclinaciones intelectuales de los contertulios, algunos tenían días específicos para tratar los temas de letras, arte o de cualquier otra índole. No fueron simples círculos para matar el tedio, sino que eran verdaderas instituciones y focos de intriga, en el que se debatían el presente y el porvenir del país. De ellos germinaban, crecían y circulaban nuevas ideas, al igual que se hacían y deshacían reputaciones.

En una Francia en la que el talento superior es tenido como algo al que hay rendirle admiración y respeto, su influencia en la evolución de los usos, modas y gustos literarios del siglo XVII, fue considerable. En ellos se reunieron las llamadas bas-bleus (medias azules), calificativo que definía a la mujer culta. Eran cenáculos de los que brotaban ideas luminosas, como aquella que surgió del salón de Valentín Conrart, que dio paso a la creación de la Academia de las Letras Francesas, inspiración del cardenal Richelieu.

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BOLÍVAR EN LOS SALONES MÁS CONSPICUOS

A vanzado el siglo XVIII, la costumbre de los salones siguió proliferando y algunos viajeros de tránsito por París acudían

a visitarlos, en pos de intercambiar ideas y nutrirse intelectualmente.

Simón Bolívar no fue la excepción. Un hombre ávido de conocimientos, pleno de sueños e ideales, plasmados más tarde a sangre y fuego, que a esa edad ya había leído a Plutarco, Montesquieu, D’ Lambert, Voltaire y Rousseau, y muchos más clásicos, tanto antiguos como modernos, no podía menos que interesarse en concurrir a ellos. Así lo había demostrado en su primera visita a Europa, cuando solía asistir a la calle Bidebarrieta en Bilbao, a la tertulia de un rico y noble caballero de la ciudad, Antonio Adán de Yarza, quien tenía en un pasaje secreto, las obras de muchos pensadores de la Ilustración, nada bien vistos por la Inquisición.

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Franqueó entonces los umbrales de cuatro salones, en los que pudo alternar y llenarse de esa efervescencia que significó para el mundo, la Ilustración. Era la atracción que París ejercía sobre el mundo civilizado, como eje del Siglo de las Luces, y la que sin duda influyó en él, para escoger el rumbo de la política. Francia queda en Bolívar a través de las lecciones de los pensadores de la Enciclopedia. En los textos del Libertador, Rousseau y Montesquieu, siempre se encuentran latentes.

Entre los que visitó, se encontraba el de madame Amelie Suard, gran amiga de

Voltaire y de Nicolás de Condorcet, situado en la Rue Royale, en el que se fraguaron muchas candidaturas a la Academia Francesa, entre ellas, la de su propio marido, el reconocido intelectual Jean Baptiste Antoine

Suard. Fue una mujer muy influyente, y en sus tertulias de los martes y sábados,

tuvo como asiduos visitantes a Talleyrand y al abate Raynal.

El de madame Talleyrand, conocida como Catherine Noele Grand de Talleyrand-Périgord, Princesa de Benevento. Famosa tanto por su impresionante belleza nórdica, como por sus ingeniosos comentarios y la colección de amantes que tuvo. De familia bretona, había nacido en la India, donde se casó con un funcionario ingles de apellido Grand, al que rápidamente engañó. En vísperas de la Revolución, asustada por las matanzas, emigró a Inglaterra lugar en el que ya había vivido, para luego regresar del brazo del diplomático

Princesa de Benevento. Óleo de Elisabeth Vigée, 1783, Museo Metropolitano de Arte

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genovés Cristóbal Espínola. Fue amante y, posteriormente, por presiones del mismo Napoleón, esposa por lo civil y por la iglesia, del diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, la primera persona en ocupar el cargo de Primer Ministro de Francia.

El de Sophie d’Houdetot -situado en Montmorency-, amante del Marqués de Saint Lambert, musa que inspiró a Rosseau a la creación del personaje de Julie, en la famosa novela La Nueva Eloísa, obra, que entre otras cosas, nunca le agradó a Bolívar, por considerarla pesada, aunque advertía que el estilo era admirable.

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EL SALÓN DE MADAME DU VILLARS

P ero el que definitivamente lo subyugó, y en el que vivió inolvidables episodios y vivencias de un romance apasionado y

romántico, fue el salón de Madame Fanny Dervieu du Villars, situado en la Rue Basse de St. Pierre, número 22 Boulevard Menilmontant, calle suprimida en 1865 y actualmente incluida en la calle de la Manutención. De moda a principios del siglo XIX, asiduamente lo frecuentaban distinguidas personalidades. Estaba catalogado como uno de los salones más liberales del momento.

Entre los constantes y destacados contertulios que solían acudir a la mansión de la dama bretona, encontramos a Julie Adelaide Recamier Bernard o Madame Recamier, uno de los personajes más reconocidos del París revolucionario y fundadora del salón de la Rue Moint Blanc, quien cayó en sospecha, y por supuesto en desgracia, al negarse a ser dama de honor de Josefina y tener entre sus asiduos visitantes a exrealistas y a los Generales Jean Victor

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Moreau y Jean Baptiste Bernardotte, desafectos al gobierno napoleónico; François Joseph Talma, el mejor actor trágico del momento, Secretario de la Comedia Francesa, admirado, agasajado y colmado de favores por Napoleón Bonaparte; los hermanos Teodoro y Carlos Lameth, educados por la reina María Antonieta, y cargados de honores por haberse distinguido en los Estados Unidos en

el asalto de Yorktown bajo las órdenes del conde de Rochambeau; Pedro de Lagarde, agente secreto de la policía; Philippe-Paul, Conde de Segur, historiador y militar, autor de varios obras como la Historia de Napoleón y del gran ejército de 1812, e Historia de Rusia y de Pedro el Grande; los sabios naturalistas Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland, y Anne-Louise Germaine Necker, Baronesa de Staël-Holstein, quien también tenía un salón en la Rue du Bac, uno de los principales centros literarios y políticos de París, donde consciente o inconscientemente se ayudó a inflar la bomba de la Revolución Francesa. Fue autora de la obra, entre otras de su pluma, De la influencia de las pasiones sobre la felicidad de los individuos y de las naciones: Reflexiones sobre el suicidio. Su formación cosmopolita la situó en aquel plexo cultural, de manera protagónica, y es con seguridad uno de los máximos intelectos europeos presentes entre el siglo XVIII y XIX.

En el París espléndido de ese entonces, el salón de la Condesa du Villars rivalizaba con el de la Condesa de Segur -hija natural del duque de Orleans-, y con el de madame de Talleyrand, Princesa

Madame Recamier. Óleo de François Pascal Simon Gérard,

1805. Museo Carnavalet

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de Benevento. Durante la época del Consulado y el Imperio, desfiló lo más granado e importante del notablato parisiense. Letrados, políticos, sabios, artistas y todo un numeroso grupo de generales cubiertos de gloria, pasaron por él.

Nadie mejor ha descrito el envolvente encanto de su tertulia, como lo hizo Indalecio Liévano Aguirre en su libro Bolívar:

“En él –decía- […] Fanny recibía la admiración galante de sus amigos, que tanto la halagaba, y en el ingenio, excentricidades y atractivo de los hombres inteligentes y artistas que allí concurrían, con cierta elegancia muy suya, buscaba estímulos para satisfacer su sensibilidad en pasajeras aventuras. Para guardar las apariencias bastaba la presencia de su marido, hombre de cincuenta y seis años y siempre absorto en sus estudios botánicos”.

Baronesa Staël-Holstein.Óleo de François Pascal Simon Gérard,

c. 1810, Museo de Versalles.

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LOUISE JEANNE ARNALDE DENIS DE TROBRIAND

L ouise Jeanne Nicole Arnalde Denis de Trobriand –a quien sus amistades llamaban simplemente Fanny– había nacido

en Bretaña el 29 de junio de 1775. Pasó los primeros años de la Revolución Francesa en el castillo de Penmarc’h en St. Fregant, Lesneven (Finesterre), bajo la protección de su parienta, la marquesa de Penmarc’h. Durante un tiempo vivió con su hermana Hilarie en el convento de las Ursulinas de Lesneven. A los 14 años fue emancipada por su padre el Barón Trobriand de Keredern, para que pudiera casarse con el conde Barthélemy Régis Dervieu du Villars, quien luego contó en su haber castrense con en el grado de coronel. El matrimonio tuvo lugar en la capilla del castillo de Penmarc’h, el 8 de febrero de 1791. De dicha unión nacieron tres hijos legítimos. Augusto, nacido en 1796, capitán de caballería; Eugenio, nacido en Italia en 1806, y Carlos, nacido en 1814, quien hasta 1825, estuvo

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sin bautizar, esperando el consentimiento de Bolívar para nombrarlo padrino. La condesa murió el 21 de diciembre de 1837 en su propiedad rural de Millery, cerca de Lyon.

Un dato interesante para destacar, es el nombre con que fue denominado un archipiélago localizado en el mar de Salomón, Papua Nueva Guinea, bautizado Islas Trobriand en honor al padre de Fanny, primer teniente de la expedición del barco francés L’Esperance, que arribó por primera vez a estas islas, y descubiertas en 1793 por Bruni de Entrecasteaux.

Castillo de Penmarc´h, St. Fregant, Lenesven (Finesterre). lugar donde la condesa de Dervieu du Villars, pasó sus primeros años.

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Madame du Villars, llamada La amante espiritual del Libertador, era de una belleza altiva, atractiva y fina, afable, de mucha elegancia, cutis de porcelana, que indistintamente lucía cabellos negros lisos o ensortijados; de senos turgentes –según la moda de las mujeres del imperio-, garboso cuerpo, bellos y grandes ojos azules poblados de finas cejas, en armonía y equilibrio con el óvalo de la cara, la boca, y la nariz. Era, en definitiva, una atractiva y seductora mujer.

Bolívar debió sentir de nuevo, el encanto de vivir al conocerla. Algunos biógrafos señalan que la conoció en Bilbao, en su primer viaje a Europa; otros, por el contrario, afirman que fue en París su primer encuentro.

Sobre este aspecto, creemos que fue en Paris donde se conocieron, pero, en su primer viaje de 1802, cuando antes de contraer matrimonio, realizó una corta visita de dos meses. Los registros de la Prefectura de la Policía nos animan a pensar así, pues a ciencia cierta se sabe que estuvo para ese año, como lo corrobora la anotación F-7, N° 2331 del año Diez de la era Republicana, que iba desde el 22 de septiembre de 1801 al 21 de septiembre de 1802, donde quedó consignado: “Bolivard, Simon. Né a la Corogne (Espagne) Rue Honoré 1497, 18 ans”, Una nota que sólo tendría un error, quizás debido a una interpretación del funcionario de inmigración, al asentar Corogne (Coruña) por Caracas. Por otro lado, bueno es recordar, que fue la señora du Villars, quien ayudó a Bolívar inmediatamente llegó a París, a conseguir hospedaje en la Rue Vivienne, lo que interpretamos como la existencia anterior de una relación de amistad entre los dos. En todo caso, al contemplarla, en unas de las habituales reuniones que brindaba, tuvo que reflexionar que ante esa fascinante mujer se le había olvidado por primera vez

la pena que lo entristecía. En ese instante, también por la mente, debieron pasarle como un reproche, los recuerdos de su amada y desaparecida esposa, “la amable hechicera de su alma”, cariñoso calificativo con el que solía llamar a María Teresa Rodríguez del Toro.

Desde ese día, y para cortejarla, bajo los impulsos de su nueva libertad, el viudo de Teresa del Toro, mitigando el luto, se convierte en el más asiduo de los concurrentes a la casa de Madame du Villars. Nace así el idilio con la bella mujer. La ve durante el día, en la noche asiste al teatro donde arrienda un palco, y, pareciéndole poco todo aquello, también le escribe románticas cartas. Además, suponemos, que estando tan cerca del sector de Palais Royal y de la Rue Vivianne, el famoso restaurante Le Grand Véfour situado en la Rue Beaujolais, actual joya patrimonial y gastronómica de Paris, y abierto en 1784, finalizadas las veladas, debió invitarla en variadas ocasiones a comer al exquisito lugar, y disfrutar tiernos momentos de enamorados.

A su lado y bailando con ella, acaso un minué o una vals, Fanny, mujer ambiciosa, coquetamente lo rodeada con un magnetismo singular, envolviéndolo con agasajos y besos y la meliflua suavidad del idioma francés. La belleza y espiritualidad de la seductora dama, terminan por sucumbirlo. Cupido con su arco de fresno y ciprés, certeramente había clavado la saeta cubierta de rodomiel.

En aquel medio refinado -asegura Jules Mancini-, Bolívar era una nota de exotismo, exotismo algo brusco, pero cuyo ingenioso atrevimiento a todos interesaba, a todos se imponía. Allí formó parte de la alegre sociedad de jóvenes, a quienes asombraba por su

habilidad en el manejo del florete, y su maestría como jinete, aunados a la reciedumbre de carácter y personalidad que lo distinguían.

Ella se entretenía en oírlo, y cuando decía algún despropósito o cometía alguna falta en francés, lo corregía y reía a más no poder, aunque -valga hacer la aclaración-, Bolívar había aprendido el idioma galo en su natal Caracas, Madrid y Bilbao, donde tuvo una educación con maestros selectos, y prácticamente hablaba y leía perfectamente el francés, “con facilidad, prontitud y elocuencia”, como si fuera el español, además, leía y chapurreaba el inglés, y el italiano lo leía y comprendía.

Cuando se encuentra con el joven Simón Bolívar, Fanny tiene 28 años. Su marido, el Coronel Dervieu du Villars, 26 años mayor que ella, próximo a la senectud, tenía 54 años a la sazón, una edad bastante avanzada para la época. Madame Dervieu du Villars, era uno de esos embelesos parisienses, elegantes y refinados, nacidos para encantar y fascinar. Era sofisticada y coqueta, pero también hermosa y espiritual. Buscaba quizás en la sociedad el complemento de una dicha que tal vez le era esquiva en su matrimonio, por lo que intentaba prodigarse con algo más que las manifestaciones galantes de sus invitados. Diestra en los vericuetos del amor, tenía el convencimiento de que el criollo estaba entonces profundamente enamorado de ella.

Al conde, mundano descendiente de una de las más antiguas familias francesas, poco le inquietaban las actividades sociales de su esposa, al igual que la relación de ella con el primo. Y a fe que también lo demostró, como aquel día en que Bolívar acudió a Bouhinad, donde él habitaba, y en la impaciente espera fue destrozando en el

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jardín cuanto estuvo a su mano. Llegó a la huerta de árboles frutales y mordió todas las peras sin concluir ninguna. Flores, frutas, ramas de la viña y de los árboles, fueron tronchadas. Ante tal disparate, la reacción del esposo de Fanny, fue decir: “Arrancad las flores y las frutas que queráis, pero, por Dios, no arranquéis estas plantas por el sólo placer de destruir”, a lo que el mozalbete respondió:

“¡Oh! ¡Perdón coronel! Creo que la mariposa no es más voluble que yo, pues apenas arrancó una flor, cesa ya de agradarme, y deseo otra”.

Una biografía publicada en 1868, que reposa en la Biblioteca Nacional de Francia cuyo autor se identifica como L. C., editada por Rosa y Bouret de París, describe a Bolívar como “un joven delgado, algo menos de una regular estatura, viste bien y tiene un modo de andar y presentarse franco y militar. Sus maneras son buenas y su aire sin afectación. Ojos negros y penetrantes. Su voz es gruesa y áspera pero habla elocuentemente, en casi todas las materias. Le gusta por instinto y por hábito la sociedad: y en sociedad algunos de sus dotes naturales afloran a plenitud con brillo y éxito”. Toda la vida estuvo siempre seguro de sí mismo, lo que se traducía en una presencia arrolladora. Era, en fin, el hombre cautivador, el hombre imán, todo simpatía y empatía, que también subyugaba por su conversación en el círculo más restricto de los salones, con el plus de ser un excelente bailarín y agradarle el baile, al que calificaba como “la poesía del movimiento”. El caraqueño fue muy aficionado al vals, y a esa edad hizo muchas locuras “bailando de seguido horas enteras, cuando tenía una buena pareja”.

Condesa Dervieu du Villars1775-1837

Óleo de Matteoti, pintado en Venecia en 1806,en la que aparecen la Condesa, con sus hijos Augusto y Eugenio.

(Colección Baldou).

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Prendados de un intenso amor quedaron Bolívar y Madame du Villars. Se inicia una etapa de su existencia en la cual los impulsos naturales del instinto alcanzaron su máximo frenesí. La pasión que enloqueció a Marco Antonio cuando enamoró a Cleopatra, y que Plutarco denominó furor báquico, los arroba. Protagonizan entonces un idilio que alimentó no sólo la materia, sino el espíritu, al permitirle al futuro líder de América profundizar en el estudio y conocimiento de la Europa intelectual, política y aristocrática, en una relación secreta, pero de apariencia ingenua ante la sociedad.

Fanny representó para el mocetón caraqueño tres amores en uno: El de amante, por el amor provocador con que lo sedujo; el de madre, al tratarse de una mujer mayor que lo amó con devoción, sirviéndole de destrón ante la rutilante urbe; y el de esposa, al tratar de construir un mundo para el porvenir lleno de proyectos e ilusiones. Bolívar y Fanny inmortalizaron una pasión en París. Ella exaltó su imaginación, y fortificó sus propósitos. Fue quien pudo arrancarle las ideas y proyectos políticos que le agitaban el cerebro, recónditos y febriles pensamientos de emancipación, que luego en América se convertirían en la única razón de su vigilia.

Fue amorosa y benevolente con él, lo introdujo en el círculo social de sus amistades, e hizo cuanto pudo por hacerle la vida agradable y guiarlo en la deslumbrante ciudad. En más de una ocasión, gracias a sus consejos y suplicas, Fanny lo alejó del vicio del juego. En cierta oportunidad, hasta le ayudó a pagar las deudas de su mala suerte, tal como ocurrió en un momento cuando, en compañía de su gran amigo Fernando del Toro, al perder y no tener el dinero con qué pagar, de inmediato acudió a donde su esposo, quien lo proporcionó.

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En la mansión de los Du Villars luce el mantuano la plenitud de la juventud, mostrándose en constante vitalidad. Educado como un noble, estaba preparado para disfrutar los alamares de la corte y la alta sociedad. Dos años atrás, en Madrid, aficionado al buen vestir y a la vida opulenta, había aumentado su vestuario, al ordenar a un experto sastre de cámara del Rey Carlos IV la confección de un lujoso uniforme de teniente, varias levitas de paño muy fino, un frac de gran corte y una capa riquísima. Sabe que a través de su relación está entrando a lo más granado e ilustre de la alcurnia erudita y social parisina. Pero también sabía –como lo comenta Daniel Florencio O’Leary-, que por su nacimiento, fortuna y relaciones, tenía entrada en la sociedad que frecuentaban los hombres más notables de la época. La seguridad y natural desenvoltura con que se comportaba en estos círculos exclusivos, añadían a su presencia una singular altivez, produciendo la impresión de haber vivido toda la vida en ese medio. Siempre estuvo consiente de la importancia de sus ancestros, quienes se habían constituido a través de más de dos siglos, desde la llegada del primer fundador de la estirpe, Simón Bolívar “el viejo”, a quien se le conocía como “el Vizcaíno” en una de las más sólidas, aristocráticas y poderosas familias de la provincia. Desde allí, atalayado en una Francia que era el centro de Europa, contempla y analiza toda una época de convulsión, como se otea un paisaje, y al horizonte en lontananza, desde las alturas de una colina.

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ANECDOTARIO DEL SALÓN DE MADAME DU VILLARS

ALEXANDER HUMBOLDT

E n las tertulias del salón de Madame Du Villar, tuvieron lugar toda clase de anécdotas, experiencias y rifirrafes protagonizados

por el caraqueño. Una de esas historias fue el encuentro del criollo con la avasallante personalidad del naturalista y explorador alemán, Alejandro Humboldt, quien acababa de arribar del Nuevo Mundo. Radicado en Paris, estaba inmerso en la recopilación, ordenación y publicación del material recogido en la expedición, llevada a cabo durante cinco años en la América del Sur. Napoleón ya le había brindado un banquete, donde el agasajado refirió los relatos y peripecias de su riesgosa expedición.

Conociendo de antemano las atenciones que su familia y amigos, en su paso por Caracas, habían prodigado al sabio, e interesado

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en oír noticias de su lejana patria, Bolívar se une al grupo que rodeaba al barón, en el cual se encontraba un ilustre compañero del mismo, el naturalista Amadeo Bonpland, amigo del Coronel Dervieu, quien también era un apasionado por la botánica. La conversación transcurre en torno a la visita que Humboldt había realizado a la hacienda de los Bolívar, en ausencia de Simón, pero de pronto el coloquio,

cambia en un instante, y gira alrededor de la política. Sobre el tapete viene a colación el triste destino de América, agonizando bajo el dominio colonial. Bolívar, dominado siempre por una intensa verbosidad, le pregunta: “Señor barón, […] usted que acaba de recorrer el continente americano y que ha podido estudiar su espíritu y sus necesidades, ¿no cree que ha llegado el momento de darle una existencia propia, desprendiéndolo de los brazos de la Metrópoli? ¡Radiante destino el del Nuevo Mundo si sus pueblos se vieran libres del yugo, y qué empresa más sublime!”. A lo que respondió desdeñosamente el barón: “Creo que la fruta está madura, pero no veo al hombre capaz de realizar tamaña empresa”. Buscando morigerar la mordaz respuesta, Amadeo Bonpland, que hacía parte del círculo que lo acompañaba, terció diciendo: “Las revoluciones producen sus hombres. La de América no será una excepción”.

La lectura de una carta enviada por Fanny años más tarde, debió traerle a la memoria en alígero repaso, el presentimiento de que el alemán, a pesar de las muestras de amistad manifestadas en París, no tuvo empatía con él. En la misiva le comenta: “Ha estado

Alexander Von Humboldt. detalle del óleo de Joseph Stieler, 1843,

Universidad Libre de Berlín

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aquí el Barón de Humboldt… No sé cómo hará el señor Barón para llamarse vuestro amigo, en aquella época en que el éxito de vuestra empresa era dudosa, él y el señor Delpech eran vuestros detractores más celosos”.

EUGENIO DE BEAUHARNAIS

E ntre el anecdotario que acumula el salón de madame Fanny du Villars, refiere O´Leary, aquel incidente que exaltó el ánimo

de Bolívar, en contra de Eugenio de Beauharnais, hijo de Josefina. Departiendo animadamente en una de las tertulias, el coloquio se planteó alrededor del parecido que tienen algunas personas con los animales. Pícaramente, la anfitriona preguntó entonces al Príncipe, con qué animal comparaba a Bolívar, a lo que el hijastro de Napoleón respondió, que se le parecía a un moineau, palabra que en francés significa gorrión. A pesar de que hablaba fluidamente el francés, Bolívar confundido creyó que le había encontrado parecido con un mono. “Impulsivo, de palabra fácil […] y amigo de discutir”, de inmediato y sin titubeos, agriamente le replicó: “Et vous ressemblez un corbeau” (y usted se parece a un cuervo). La oportuna explicación de Fanny, puso punto final al embrollo antes de que éste se desbordara, evitando graves consecuencias.

Eugenio de Beauharnais. Óleo de Andrea Appiani, 1810,

Castillo de Malmaison.

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Con el mismo Eugenio de Beauharnais, derrochador y licencioso, que a la sazón tenía 23 años, protagonizó otro incidente, que según sus cronistas, se presentó a raíz de los requiebros que le prodigaba a Fanny. El joven Bolívar, no pudiendo contener la ira, al considerar una afrenta el hecho de cortejarla, lo desafía. Aquel estallido tuvo como mediadora a la misma Fanny que, mujer de talento y de gran mundo, supo encontrar con sagacidad el medio de reconciliar a aquellos hombres orgullosos y altivos. Sucedido el incidente, no ha de pasar mucho tiempo cuando Eugenio fue nombrado Virrey de Italia y más tarde Príncipe de Venecia, dejándole de esta manera el camino despejado a Bolívar.

NICOLAS CHARLES OUDINOT

A raíz de su proclamación como emperador, Napoleón encantaba y subyugaba, al igual que también atraía pasiones

y odios, razones por las cuales las opiniones políticas de sus críticos o admiradores, siempre traían debates y confrontaciones. Ya Beethoven, admirador del Corso, ante el hecho de su autocoronación, y considerar que no era más que un hombre como todos los demás, rompe la dedicatoria que le había hecho de su Tercera Sinfonía, y sólo coloca “Sinfonía Heroica, compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre...”. Como muchos de sus contemporáneos, Beethoven valoró a la persona que había sido capaz de recoger las banderas de la Revolución Francesa y fundar una nueva república, dando sentido a los ideales de libertad y hermandad que recorrían a Europa, pero se sintió decepcionado y traicionado con este hecho. Sus enemigos, por su parte lo atacaban sin cuartel, y no dejaban de llamar aquel acto “La entronización del gato con botas”, en alusión

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al famoso cuento de Charles Perrault, que relata la vida del pobre hijo de un molinero que llegó a ser el Marqués de Carabás a través del engaño.

Aunque Bolívar había sido invitado a asistir a la ceremonia en la catedral de Notre Dame, con la comitiva del embajador español, prefirió quedarse en su residencia, ese gélido 2 diciembre de 1804, en simbólica protesta. Y para no escuchar las fanfarrias de la tiranía, representadas en el exabrupto de la autocoronación de Napoleón ante el Papa Pio VII, cerró las ventanas del apartamento.

En fin, Bolívar ante este acontecimiento no fue la excepción. Desde ese momento se convirtió en un violento crítico del emperador, aunque como cónsul y guerrero lo aplaudía. Tenía dos obsesiones: atacar a Napoleón y defender la libertad de América. Un día Fanny brindó una comida suntuosa a la que había convidado a tribunos, senadores, generales y algunas dignidades de la Iglesia. En medio de las degustaciones y libaciones de ricas viandas y exquisitos vinos, Bolívar en el fragor de la conversación, mostró su indignación contra el primer cónsul, desfogando acremente su opinión delante del coronel Nicolás Charles Oudinot, bonapartista, militar enérgico, detallista y resuelto, quien fuera más tarde nombrado Mariscal de Francia y Conde de Reggio por Napoleón. Ante tal despropósito, se produce una acalorada discusión entre los dos, que afortunadamente no pasó de ahí, pero que pudo haber desembocado en un duelo.

Nicolas Charles Audinot. Óleo de Robert Lefèbre, 1811.

Museo de Versalles

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Luego de lo sucedido, el conde Dervieu du Villars, impresionado y alarmado por el incidente, le sugiere abandonar a Paris por temor a alguna represalia, pero Bolívar antes de amedrentarse por lo que pudiere pasar, le da las excusas por escrito, lamentando el escándalo ocasionado por la exaltación fanática de algunos clérigos, a los que, en el constante anticlericalismo que sostuvo, consideraba “ … más intolerantes que sus antepasados, y que hablan con tanta imprudencia como en España, donde el pueblo les dobla la rodilla y les besa la falda de la sotana”, para finalizar su misiva expresándole: “Coronel, perdonad; yo no seguiré esta vez vuestro consejo; no abandonaré a Paris hasta que no haya recibido la orden de ello. Deseo saber por mi propia experiencia si le es permitido a un extranjero, en un país libre, emitir su opinión respecto a los hombres que lo gobiernan y si lo echan de él por haber hablado con franqueza”

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PARENTESCO DE FANNY DU VILLARS CON BOLÍVAR

S obre la relación familiar de Fanny du Villars con Bolívar, se han hecho prolíficos comentarios, y se ha escrito lo decible y lo

indecible para negar o afirmar el parentesco. Trataremos de aportar algunos conceptos sobre el particular, sin querer desde ningún punto de vista, desvirtuar o confirmar los vínculos consanguíneos con el Libertador, ni si Fanny du Villars era o no Teresa Laisney. Esa es otra historia.

Uno de los más ilustres historiadores bolivarianos, Vicente Lecuna, sostuvo que descendía de la familia Aristeguieta de San Sebastián, emparentada con la de Caracas. Otro de sus panegiristas por excelencia, Rufino Blanco Fombona, señala que desciende por línea materna de una Aristeguieta, y seguidamente sostiene que “Por tanto, es parienta de Bolívar, a quien llama primo”. Augusto Mijares, importante historiador venezolano, apunta: “Fanny Dervieu

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du Villars, que por su propia familia lleva el apellido Trobriand, y a éste añadía ella, a veces, el de Aristeguieta, a través del cual se decía prima de Bolívar, aunque nadie ha encontrado rastros de este parentesco.” Armando Rojas, en la obra “Bolívar, Paradigma de la estirpe”, da por descontado el parentesco y dice en su obra “En el salón de su bella prima Fanny de Villars Aristeguieta […] conoció a Simón…”. Por otro lado, Blanca Gaitán de París, escribe “Bolívar frecuentaba la casa de su prima […] hija del Barón de Trobriand y una de las siete musas Aristeguieta, caraqueña como el Libertador”. Cornelio Hispano sostuvo que el apellido de soltera era Fanny Louise Denis de Trobriand de Keredern y Aristeguieta. Y en la obra Bolívar, de Alfonso Rumazo González, afirma que el padre de Fanny, “aristócrata también, es el Barón Dennis Throbrian (sic), viudo de María Anna Massa Leuda y Aristeguieta, (origen del parentesco)”. Sin embargo, existe una obra titulada Bolívar en París, de Carlos Mejía Gutiérrez, que sustenta que no existía absolutamente ningún parentesco.

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FIN DEL IDILIO

E n la vida, aquellas cosas que no enfrentan la muerte inexorable, perecen sin remedio a manos del tiempo, y es precisamente

el tiempo el que va debilitando ese amor abrasador e insaciable, entre Bolívar y Fanny. Mientras Simón iba transformándose en su personalidad, la pasión empezó a decrecer. En su cerebro ya habían germinado las ideas de independencia de América. El amor por su terruño, por su patria, brotaba en su corazón. Las idas a la ópera, las pláticas de enamorados, las invitaciones a comer y los halagos propios del cortejo amoroso que cimentaban la relación, fueron desapareciendo poco a poco. Los sinsabores del desamor, producen el desasosiego de Fanny. La relación va desvaneciéndose, para tornarse en una incertidumbre total.

Ante su manifiesto desafecto, los reproches de la condesa no se hacen esperar. Desoídas sus recriminaciones, arrecia con

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advertencias y amenazas, pero lejos de cambiar, Bolívar continúa en su abandono, cada vez más notorio. Fanny intenta entonces aventuras con sus viejos amigos, para provocarle celos, pero la única respuesta del joven, es no prestarle atención a su actitud.

Un día le informa su resolución de volver a América. Madame du Villars, derrumbaba y sin aliento, sollozando le suplica que recapacite, pero la única respuesta que recibe es que la decisión estaba tomada. Nunca por la mente de la francesa se le pasó lo efímera que sería esta pasión. Le jura amor eterno y le entrega un anillo de oro, grabado con la fecha 6 de abril de 1805.

Es ella misma, y nadie mejor que ella, quien cuatro lustros más tarde reconstruye esa partida que dejó hondas cicatrices en su corazón. De su puño y letra, le escribe a su Bolívar, haciéndole

Retrato desconocido de madame Dervieu du VillarsAutor desconocido

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reminiscencias de aquel periodo romántico, alegre y feliz, que tuvo como telón de fondo a un Paris refinado y excitante, encerrándolos en un torbellino, en el que los impulsos propios e instintivos de la condición humana fueron desfogados. Confiando todavía en la supervivencia de las pasadas sensaciones, desahoga ilusiones que todavía le animan y evoca el día de la partida:

“Paris, abril 6, de 1826Dedico esta esquela para nosotros dos.

Hoy hace 21 años, mi querido primo, que usted dejó a París, y que me dio usted una sortija que lleva esta misma fecha, 6 de abril; pero en vez de 1826, fue en 1805 cuando aquello sucedió.

Este anillo siempre me ha acompañado, trayéndome a la memoria el recuerdo gratísimo de una amistad que usted me aseguró sólo se extinguiría con su postrer suspiro.

¿Recuerda usted mis lágrimas vertidas, mis súplicas para impedirle marcharse? Su voluntad resistió a todos mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había apoderado de todo su ser, y sólo pertenecía usted a sus semejantes por el prestigio que les ocultaba el genio, que las circunstancias han aumentado.

Su resolución de alejarse de mi me hirió profundamente; pero hoy aquel valor tan firme lo eleva a usted en mi pensamiento y lo coloca sobre todos los hombres. He tenido y tengo aun la

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confianza de creer que usted me amó sinceramente, y que en sus triunfos, como en los momentos en que corría usted algún peligro, pensó usted que Fanny le dirigía sus pensamientos.

Consérvese usted para la felicidad y la gloria del Nuevo Mundo; tengo todavía la esperanza de volver a verlo, de estrechar contra mi corazón al ser más digno que ocupa todos mis pensamientos, al objeto de mi profunda admiración.

Dígame, pero escrito de su mano, que me conserva usted una amistad verdadera… No tengo ya el derecho de ser exigente… Si usted se encuentra en el apogeo de la gloria, dígamelo, y me congratularé con usted; si, al contrario, no se siente satisfecho, también es a mí a quien debe decirlo porque lo que concierne a usted será para mi mas que mi propia existencia, más que yo misma.

Adiós, mi caro amigo, yo lo amo a usted y creo que no es porque le he amado que le amo tanto. No sería imposible que fuese este un adiós para siempre. Dios sólo y usted pueden saberlo.

Conserve usted mi retrato; él será más feliz que yo, porque, al enviarle mi imagen, no tengo la facultad de prestar mi alma a mi fisonomía: si la tuviera, tal vez olvidaría usted mis años.

Adiós, mí querido primo. Fanny D. du Villars. Neé de Trobriand et Aristeguieta”.

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PERIPLO POR ITALIA Y REGRESO A CARACAS

D espués de diez meses de juergas y diversiones, estudios y lecturas, Bolívar parte a pie, hacia Italia vía Suiza; asiste a la

coronación de Napoleón en Milán, recorre Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Peruggia, Roma y Nápoles. Asciende al Vesubio con Humboldt y el físico francés Gay-Lussac y en la “Ciudad Eterna”, hace su célebre juramento en el Monte Sacro. La transformación del mantuano va tomando forma.

Regresa a la capital francesa, en la primavera de 1806, alojándose en el Hotel de Malta, ubicado en el número 63 de la Rue de la Loy, calle rebautizada así durante la Revolución Francesa, pero que en ese año, después de más de tres lustros, toma el antiguo y actual nombre, Rue Richelieu. Este hotel que aun mantiene el mismo nombre, al que le han agregado la palabra Ópera, se comunicaba por medio de un pasaje con la desenfadada Rue Vivianne. Fue remodelado

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muchos años después, para construir otro más moderno, pero aun conserva intacta la fachada original, patrimonio histórico, en la que ostenta al lado derecho de la entrada principal, una placa de mármol, colocada en 1983 para el Bicentenario del Nacimiento del Libertador, que reza: “Ici vècut en 1806 Simón Bolívar...” (Aquí vivió en 1806 Simón Bolívar...). En la Prefectura de la Policía de París quedaron sentados, bajo el registro

número F-7 2241 del control de extranjeros, dos menciones de su nombre que a la letra dicen: “Volivar Simon, 13 avril 1806 né a Caracas en Espagne, négociant” y “Bolívar, Simón, 30 de avril 1806; permis de séjour le 28 avril; négociant domicilié en Espagne, 22 ans. Logement, 63, rue de la Loy”.

En esta tercera y última permanencia en la ciudad, es ascendido al 2° grado masónico, de Hermano a Oficial de la Logia de San Alejandro de Escocia, por proposición del Venerable, La Tour D’Auvergne, apellido que representaba uno de los abolengos más rancios y blasonados de Europa. Su promoción, desde que fue iniciado el 11 de noviembre de 1805, significaba que había acumulado satisfactoriamente los requisitos de asistencia y progreso en los conocimientos de la Orden, pues Bolívar era un joven inteligente y estudioso, pero carente de influencia para lograr grados masónicos sin las condiciones exigidas para hacerse acreedor al ascenso respectivo. Transcribimos a continuación el acta de recibo que aparece en un ensayo titulado Seis temas sobre Bolívar en Francia, del historiador venezolano Marcos Falcon Briceño:

Fachada del hotel de Malta, 63 Rue de Richelieu, París

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“El Venerable (de la Logia) propuso elevar al grado al hermano Bolívar recientemente iniciado a causa de un próximo viaje que está en vísperas de realizar. El aviso de los hermanos habiendo sido unánime para su admisión y el escrutinio favorable, el hermano Bolívar ha sido introducido al templo según las formalidades de costumbre. A los pies del trono prestó juramento de rigor, colocado entre los dos vigilantes y ha sido proclamado Caballero-compañero masón de la R. Madre Logia de San Alejandro de Escocia. Este trabajo ha sido coronado por un triple hurrah y el hermano después de dar las gracias tomó su puesto a la cabeza de la Columna del Mediodía”.

Bolívar tal vez buscaba en la masonería, el medio expedito y eficaz para propagar las ideas independistas de América, así como en su momento lo hizo Francisco Miranda, al fundar en 1797, la Gran Logia Americana de Londres. Años más tarde, apartado de la fraternidad universal, le confiesa a uno de sus principales testigos oculares y biógrafos, Luis Perú de Lacroix que “…en las logias había encontrado algunos hombres de mérito, bastantes fanáticos, muchos embusteros y muchos más tontos burlados; que todos los masones se asemejaban a los niños grandes jugando con señas, morisquetas, palabras hebraicas, cintas y cordones; que, sin embargo, la política y los intrigantes pueden sacar partido de aquella sociedad secreta […]”.

El retorno a la urbe del Sena, marca el fin definitivo de los placeres de la anterior estadía. Una página de su vida quedaba doblada. Los acontecimientos de Venezuela y la fallida expedición emancipadora de Francisco de Miranda, por el occidente del país, son su preocupación principal.

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Mientras tanto, Fanny había viajado embarazada hacia Italia, lugar en el que nació Eugenio, el recién nacido que aparece en su regazo en el óleo de Matteoti, pintado en Venecia en 1806. Herida y desilusionada de un amor imposible, buscaba quizás cobijarse en los brazos de Eugenio de Beauharnais, quien ya se encontraba ejerciendo como Virrey de Italia. Se sabe por cartas de los Dervieu du Villars, que se encontraron con Bolívar en Milán, circunstancia que debió ocurrir cuando este último acudió a la coronación de Napoleón como rey de los romanos. Una misiva del Coronel lo corrobora al hacerle reminiscencias de los “paseos por Milán y vuestras observaciones sobre la situación de esta nación que indicaban ya el genio que ha iluminado vuestra vida”. Otra comunicación para la misma época, de Fanny, con menos encomios que la anterior, salvo que quisiera insinuarle algo a Bolívar sobre la paternidad de su hijo Eugenio, reza: “Mi Eugenio del cual estaba embarazada en Italia”. Cuentan las tradiciones de la familia Trobriand que Fanny tuvo dos hijos ilegítimos, de uno de los cuales, Louise Victoria, le atribuyen la paternidad a Eugenio de Beauharnais.

Madame Dervieu du Villars, retratos de autores anónimos.

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En el otoño de 1806, Bolívar abandona definitivamente París, una ciudad y un país que le produjeron fascinación y asombro. La ciudad lo marcaría para siempre. Huellas indelebles en sus recuerdos y nostalgias, quedarán grabadas. A continuación así lo manifiesta a su amigo Alexander Dehollian, tal vez, el amigo más íntimo y sincero que tuvo Bolívar durante sus permanencias de juventud en Europa, y a quien había conocido en Bilbao en 1801, cuando ambos estudiaban idiomas:

“Quiere usted que le diga cómo me fue en París? La cosa es clara pues no hay en toda la tierra, una cosa como París. Seguramente que allí es donde uno se puede divertir infinito, sin fastidiarse jamás. Yo no conocía la tristeza en todo el tiempo que me hallé en esa deliciosa capital... Qué cortesía. Cuánta amabilidad. Que gente tan bien criada es la de toda la Francia y sobre todo la de París... Esté usted seguro, que si vengo a vivir a Europa, será no en otra parte que París.”

Se dirige a Hamburgo, llega a Estados Unidos donde

permanece varios meses y finalmente arriba en junio de 1807, a Caracas, ciudad que rondaba alrededor de las 45.000 almas, y de la que Humboldt comentado de su paso por ella, que tenía, “opulencia y luces”, añadiendo que en ninguna parte de la América Española había “tomado la civilización un aspecto más europeo”. Llega a una ciudad inmersa en un ambiente de gran agitación social y política, gobernada por personajes interinos bajo la supervisión de un Regente visitador. Había estado fuera de Venezuela más de tres años, y estaba por cumplir veinticuatro años.

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RECUERDOS DE AQUEL INTENSO AMOR

D el intenso amor de Bolívar con la Condesa du Villars, quedaron más de doscientas cartas suscritas por ella, y una

sola respuesta por parte de él. El mutismo epistolar que el caraqueño mantuvo a través del tiempo, en una oportunidad motivaron a Fanny a reclamarle: “Cuanto tiempo, querido primo, que no recibo sus cartas siendo la primera y la última la suscrita en Guayaquil el 20 de julio de 1822 que llegó a mis manos el 6 de octubre de 1823.”

A los recuerdos de las misivas se agregaron varios retratos obsequiados por el Libertador, de los cuales dos en especial son el meollo de este ensayo. El uno, una miniatura pintada sobre marfil, y el otro, un óleo de cuerpo entero. El primero, regalo del caraqueño realizado por pintor anónimo, durante su estadía en París. Catalogada con el número 187, se encuentra en la colección Boulton de Venezuela. El segundo, aparece reseñado en una carta enviada por Bolívar al General Leandro Palacios, el 14 de agosto de 1830.

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Hacerse pintar un retrato al miniado, era la costumbre de ese entonces. El marco de los retratos con frecuencia era un medallón ovalado y se realizaban en una variedad de técnicas pictóricas como óleo, cobre, estaño, esmalte, o marfil. Se hacían con el fin de obsequiarlos, como recuerdo, a personas de alta estimación. De la miniatura realizada en París en 1804 a Bolívar, hace referencia Enrique Uribe White en una excelente y bien documentada Iconografía del Libertador. Actualmente pertenece a la colección de Alfredo Boulton, por compra hecha a doña Margarite Denis de Layarde y Montalvo de Post, familiar de Fanny. Las dimensiones de la miniatura son de 5 X 7 cms.

Sobre el lienzo de cuerpo entero, da buena cuenta la misma Fanny en carta al Libertador, de 1825. En dicha misiva le relata que, en la Corte de Francia como en la sociedad parisiense, ya no se le considera un pecado que sea su amante, y a continuación le dice:

“…pero lo que más le sorprenderá a usted, mi querido primo, será saber que el 20 de abril de 1820, quien con el más vivo interés me interrogó acerca del carácter de usted, de su talento y de su nacimiento, fue el Rey Luis XVIII, que concedió una audiencia solicitada por mí. […] El Rey, lleno de bondad y con su genio solícito, [...] me pidió el retrato de usted, que entregué al señor duque de Chartres, su primer gentil-hombre, y lo tuvieron en el palacio de las Tullerías durante ocho días”.

Uribe White opina que posiblemente fue la miniatura la que madame du Villars envió al palacio. Sobre este planteamiento discrepamos, pues en un reino como lo fue Francia, en donde la

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pompa de la corte asombraba a propios y extraños por su magnificencia y suntuosidad, vemos incomprensible que la Condesa Dervieu du Villars, acostumbrada también a ese lujo y boato, le enviara al Rey, una miniatura del Libertador, de escasos e insignificantes 5X7 cms., de un anónimo pintor, para que fuera expuesto en el Palacio Real. Juzgamos, entonces, que el retrato exhibido fue el óleo de cuerpo entero.

Luis XVIII en las Tullerías, detalle del óleo de François Pascal Simon Gerard.

Miniatura de Simón Bolívar a escala natural de 5x7 cm, c. 1804. colección Boulton de Venezuela, obsequio de Bolivar a Fanny.

Autor anónimo

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LA BOLIVARIANA TERESA DE LA PARRA

D el lienzo expuesto en el Palacio de las Tullerías, no se supo más. El 17 de diciembre de 1930, estando en la Ciudad Luz,

en el primer centenario de la muerte del Libertador, la escritora venezolana Teresa de la Parra, famosa por sus obras Ifigenia y Memorias de Mama Blanca, y por su marcado bolivarianismo, asistió a una misa de réquiem que por tal motivo se celebraba en la Iglesia de los Inválidos. Allí le llamó la atención, una señora altiva y con mucho porte, que le solicitaba al gendarme la dejara pasar. Argumentada que tenía derecho a uno de los primeros puestos pues era parienta de Bolívar.

Intrigada por la conducta de la aristócrata, al finalizar el servicio litúrgico, Teresa la esperó, abordándola a la salida. De inmediato le preguntó por la supuesta relación familiar que esgrimía ante el guardia. La anciana de delicados modales y mucha clase le

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respondió con gravedad: “En efecto, soy descendiente de Madame Dervieu de Villars”. Era la Condesa Rodellec de Poryie, y provenía de su castillo de Bretaña.

A raíz de ese encuentro, tuvieron una nutrida relación epistolar. Transcurrió el tiempo y en una oportunidad le escribe angustiada que estaba arruinada. Le comenta que, buscando recursos con que aligerar el infortunio económico, “había decidido vender un retrato del Libertador de cuerpo entero, hecho en Cartagena y enviado por el propio Bolívar a Fanny”.

El historiador Donaldo Bossa Herazo, al reseñar sucintamente la obra pictórica del cartagenero Pablo Cavallero, en la Guía Artística de Cartagena de Indias, y enumerar los posibles retratos ejecutados por su pincel, anota que “Tal vez un retrato de cuerpo entero del Libertador, pintado en esta ciudad y que éste envió a su amiga Fanny du Villars, a Francia, pudo ser obra de Cavallero”, y agrega en su comentario: “Si lo pintó Cavallero, debe ser del año 1812. La escritora Teresa de la Parra vio el retrato en Francia, el (sic) año de 1931, en poder de la familia […] de la Condesa Rodellec de Poryie, descendiente de Fanny, que había decidido ofrecerlo en venta al Gobierno de Venezuela.”

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EL CARTAGENERO PABLO CAVALLERO, EL APELES NEOGRANADINO DEL SIGLO XVIII

P artiendo de este criterio, en el sentido de que el retrato fue realizado en Cartagena de Indias, nos unimos a lo afirmado

por Bossa Herazo, porque definitivamente el único artista que pudo haber pintado al Libertador en esta ciudad y en todo el Nuevo Reino de Granada, era el cartagenero Pablo Cavallero, y nadie más. Bolívar no podía entregarse a que lo retratara un mediocre pintor. Su realización debió producirse cuando él llegó a Cartagena, en octubre de 1812, ciudad en la que permaneció más de dos meses, y desde donde escribió el famoso y conocido “Manifiesto de Cartagena”.

Pero ¿Quién era este pintor? ¿Por qué este artista y nadie más podía pintar el lienzo del Libertador?

De origen humilde, Cavallero había nacido en el año de 1732 y probablemente murió en 1814, a la edad poco común de 82 años.

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Vivió en la Calle de Nuestra Señora de la Victoria, Manzana 10, casa baja N° 11 del Barrio de la Santísima Trinidad de Getsemaní. Fue el mejor pintor de todo el siglo XVIII, y ha sido considerado por los expertos en crítica de arte, el último de los pintores coloniales. Con sus lienzos renació la rica escuela neogranadina de los Acero, Figueroa, y Vásquez, y con Cavallero también finalizó el arte colonial del siglo XVIII, que parecía haber concluido a principios de 1700, cuando Vásquez y Ceballos decidió literalmente tirar los pinceles, a raíz del escándalo que protagonizó al raptar a una monja de un convento de Santafé de Bogotá. Después de él, y tiempo más tarde perdidos entre los escasos y mediocres artistas santafereños de mediados del siglo XVIII, surgen Joaquín Gutiérrez, el Pintor de Virreyes y posteriormente su discípulo Pablo Antonio García del Campo.

Eran tiempos en que pocos pinceles, contados con los dedos de una sola mano, podían realizar un retrato de buena factura, o por lo menos estar al nivel artístico exigido por los retratados, una élite social y económica.

Cavallero, hombre sincero y de carácter, es reputado por crítica especializada como el mejor pintor decimonónico del Virreinato de la Nueva Granada, que comprendía lo que hoy son las repúblicas de Panamá, Venezuela, Ecuador y Colombia. Trabajó en Santafé de Bogotá y en su ciudad natal, Cartagena. Gozó fama de acertado retratista de extremada finura, y bien lo corroboran los retratos que de él se conocen. Fue un excelente dibujante, de indudable capacidad para captar fisonomías.

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El magnífico retrato de Don Luis Eduardo de Azuola -uno de los firmantes del acta de Independencia-, pintado en 1793, obra impar del insigne pintor, considerada la mejor de su género que produjo todo el siglo XVIII neogranadino, constituye un ejemplo del retrato bogotano en ese momento finisecular. El retrato de Don Antonio Paniagua Valenzuela, rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, es también una de las mejores muestras de ese siglo, en la que el cartagenero acusa también su maestría.

El getsemanicense trabajó un corto tiempo en la Expedición Botánica, pero consideró el trabajo de la expedición no acorde con su capacidad y talento por lo que al poco tiempo renunció. El sabio Mutis que lo estimaba como artista, lamentó la partida del maestro, y en comunicación enviada en 1786 al Virrey Caballero y Góngora, experto conocedor de arte, quien había traído la más grande pinacoteca privada al Nuevo Mundo, lo llama el Apeles de América. Lo anterior no era un simple cumplido del sabio, pues en su archivo epistolar podemos observar que, al referirse en algunos apartes sobre el cartagenero, lo pondera de “acreditado maestro” “insigne maestro” y “gran pintor”.

De su pincel salieron las más renombradas pinturas religiosas y retratos de la época. Sobre el lienzo de la Inmaculada Concepción, localizado en la sacristía de la Catedral Primada de Bogotá, el historiador y crítico de arte Gabriel Giraldo Jaramillo anota que “...se trata de la más hermosa pintura religiosa de la época virreinal, inspirada, sabiamente compuesta, de dibujo excelente y delicados matices...”. En Cartagena ha quedado un óleo de buena factura, que representa al obispo José Díaz de la Madrid. Hace muchos años estuvo colgado en la Catedral, luego pasó al Convento de Santo

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Domingo y actualmente se encuentra en el museo religioso del convento de San Pedro Claver.

Bolívar, un hombre viajado, con posición social, dinero, y buen gusto, mantuano de campanillas, como se denominaba a una especie de nobleza venezolana, comúnmente mezclada con sangre europea, acostumbrado como ya hemos visto, a los medios más exquisitos y elitistas, tanto de Europa como de América, que debió escuchar, o a lo mejor, conocer las obras de los pintores mimados de la alta aristocracia de París, de la corte y de Napoleón, Jacques-Louis David, Elisabeth Vigée-Lebrun o François Pascal Simon Gerard, no podía menos que escoger al cartagenero, un pintor pleno de experiencia y fama en el arte de ser un excelente retratista.

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MIGUEL ÁNGEL BURELLI RIVAS

A l instalar en mayo de 1997 la Sociedad Bolivariana de Cartagena, siendo Presidente de la Sociedad Bolivariana de

Colombia el Doctor Virgilio Olano, ante la presencia del entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Miguel Ángel Burelli Rivas, de su embajador en Colombia, Sebastián Alegrett, y el Cónsul General en Cartagena, Armando Rojas Sardi, como también de numerosos académicos e historiadores del vecino país y de Colombia, en nuestra búsqueda por conocer el destino del retrato de Bolívar, supuestamente pintado por Pablo Cavallero, volvimos a indagar con el Canciller, gran bolivariano, por el paradero de la pintura. Conociendo de antemano la historia de la escritora, nos respondió: “lo último que supe fue que una de las casas de remate Christie´s o Sothebys, lo habían puesto al martillo en Nueva York, no sé qué rumbo habrá tomado”. Ante su respuesta y la noticia que leímos en la prensa del 2004, sobre una subasta de Christie´s,

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en la que remataban unas pistolas de duelo fabricadas entre 1804 y 1806 por Nicolás Noël Boutet, uno de los armeros favoritos de Napoleón, ofrecidas en su momento como presente al Libertador por la Condesa, y subastadas por una cuantiosa suma, nos da la impresión de que sus descendientes, estuvieran rematando mucho de los recuerdos de ese gran amor.

Finalmente, concluimos por la respuesta del Canciller, que la sugerencia propuesta en su momento por Teresa de la Parra no cristalizó, por lo que el óleo expuesto en el palacio de las Tullerías, testimonio y recuerdo de un ardiente amor, condenso de la inmortalización de una pasión entre el Libertador y la Condesa Dervieu du Villars, de seguro debe engalanar las paredes de una colección privada.

Pistolas de duelo, fabricadas por Nicolas Noël Boutet, armero de Napoleón, y ofrecidas por la condesa al libertador.

BIBLIOGRAFÍA

NOTA DEL AUTOR: El carácter de ensayo que tiene el presente trabajo, no ha hecho posible la inclusión en él de referencias. A continuación anotamos las principales fuentes que hemos obtenido a la vista para escribirlo.

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Esta obra se terminó de imprimir en Alpha Editores, en el mes de diciembre de 2011.