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Trauma y repetición: La quiebra psíquica. Trauma and repetition: The psychic breakdown. M. Carmen Rodríguez-Rendo. Psicoanalista. Vicepresidenta científica de la AMPP. Miembro del comité editorial de Diván El Terrible. Norte de salud mental, 2013, vol. XI, nº 47: 87-106. “¿Cuánta verdad soporta, y de cuánta verdad es capaz un espíritu? Nietzsche (1) Presentación Si entendemos el trauma como una experiencia que toca lo real, como un agujero en el interior del orden simbólico, estamos ante un aconteci- miento de interior y exterior, una figura que dará cuenta de una angustia traumática. Respuesta y llamada en el afecto por excelencia: la angustia, que desbordará los adentros y el afuera en busca de una representación. En el transcurso de la experiencia analítica algu- nos sujetos se quiebran. Y el desamparo retorna en el sujeto que vive, en el que ama a pesar de sí mismo, en el que sueña con cualquiera de los mundos por donde le toca transitar, en el que se rompe, en el que se rein- venta, como en el que desarrolla su propia exis- tencia en una franja a veces demasiado estre- cha, más estrecha de lo que él hubiese deseado para sí mismo. Somos del desamparado amparo del lenguaje que nos hace humanos. Somos del ojo que nos oye y del oído que nos ve hasta que el ojo ensordece y el oído se ciega, y entonces, el sujeto se queda aún más solo. Somos nacidos de la mirada, de la voz, y del de- seo del Otro. Éste ensayo se pregunta por algunos de los nudos que aparecen en la clínica dejando a la intemperie algunas veces, también a los analistas. Aunque parezca reiterado hacer del dolor y de la soledad el eje de este estudio, en tanto son temas inago- tablemente abordados desde los griegos, desde diferentes perspectivas del psicoanálisis, de la sociedad y de la cultura; en el escenario clínico, uno y otros, habitan más en el silencio que en la voz. Bajo el nombre genérico de ‘stress’, ‘angus- tia’, o ‘ansiedad’, se les suministra un partenaire de laboratorio que durante un tiempo les rein- venta un paraíso efímero. La soledad y el dolor al que nos vamos a referir no son soledades alienadas en los bajos fondos de la marginalidad social, ni responde al fracaso del trabajo psicótico por resignificar en la piel de la paranoia un significado inagotable, sino una soledad y un dolor activo, insaciable, resentido e incómodo que desea abandonar el circuito del desgarro. Hablamos de la soledad y el dolor que reactiva la cicatriz del desamparo originario, ci- catriz que se abre en la quiebra psíquica. Procuraremos adentrarnos en la palabra ‘soledad’ continuando con la investigación iniciada en lo que a su singularidad se refiere en el libro “Legado psicótico y soledad”, pero sin limitarlo exclusiva- mente a ese conjunto de pacientes que enhebran su soledad con la psicosis de sus predecesores. Los sujetos de los que vamos a hablar son suje- tos triangulados, con Metáfora paterna y que han inscripto el Nombre-del-Padre. Atravesados por la castración han entrado en la lógica fálica. Perte- necen a esta sociedad que ha hecho de la tristeza

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  • Trauma y repeticin: La quiebra psquica.

    Trauma and repetition: The psychic breakdown.

    M. Carmen Rodrguez-Rendo.Psicoanalista. Vicepresidenta cientfica de la AMPP.Miembro del comit editorial de Divn El Terrible.

    Norte de salud mental, 2013, vol. XI, n 47: 87-106.

    Cunta verdad soporta, y de cunta verdad es capaz un espritu?

    Nietzsche (1)

    Presentacin

    Si entendemos el trauma como una experiencia que toca lo real, como un agujero en el interior del orden simblico, estamos ante un aconteci-miento de interior y exterior, una figura que dar cuenta de una angustia traumtica. Respuesta y llamada en el afecto por excelencia: la angustia, que desbordar los adentros y el afuera en busca de una representacin.

    En el transcurso de la experiencia analtica algu-nos sujetos se quiebran.

    Y el desamparo retorna en el sujeto que vive, en el que ama a pesar de s mismo, en el que suea con cualquiera de los mundos por donde le toca transitar, en el que se rompe, en el que se rein-venta, como en el que desarrolla su propia exis-tencia en una franja a veces demasiado estre-cha, ms estrecha de lo que l hubiese deseado para s mismo. Somos del desamparado amparo del lenguaje que nos hace humanos. Somos del ojo que nos oye y del odo que nos ve hasta que el ojo ensordece y el odo se ciega, y entonces, el sujeto se queda an ms solo.

    Somos nacidos de la mirada, de la voz, y del de-seo del Otro.

    ste ensayo se pregunta por algunos de los nudos que aparecen en la clnica dejando a la intemperie

    algunas veces, tambin a los analistas. Aunque parezca reiterado hacer del dolor y de la soledad el eje de este estudio, en tanto son temas inago-tablemente abordados desde los griegos, desde diferentes perspectivas del psicoanlisis, de la sociedad y de la cultura; en el escenario clnico, uno y otros, habitan ms en el silencio que en la voz. Bajo el nombre genrico de stress, angus-tia, o ansiedad, se les suministra un partenaire de laboratorio que durante un tiempo les rein-venta un paraso efmero.

    La soledad y el dolor al que nos vamos a referir no son soledades alienadas en los bajos fondos de la marginalidad social, ni responde al fracaso del trabajo psictico por resignificar en la piel de la paranoia un significado inagotable, sino una soledad y un dolor activo, insaciable, resentido e incmodo que desea abandonar el circuito del desgarro. Hablamos de la soledad y el dolor que reactiva la cicatriz del desamparo originario, ci-catriz que se abre en la quiebra psquica.

    Procuraremos adentrarnos en la palabra soledad continuando con la investigacin iniciada en lo que a su singularidad se refiere en el libro Legado psictico y soledad, pero sin limitarlo exclusiva-mente a ese conjunto de pacientes que enhebran su soledad con la psicosis de sus predecesores.

    Los sujetos de los que vamos a hablar son suje-tos triangulados, con Metfora paterna y que han inscripto el Nombre-del-Padre. Atravesados por la castracin han entrado en la lgica flica. Perte-necen a esta sociedad que ha hecho de la tristeza

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    una enfermedad y del sufrimiento un mal que hay que erradicar, olvidando que la tragedia, la triste-za y la belleza son los ejes de toda creacin.

    En algunas ocasiones los frmacos taponan el agujero, y en otras la angustia es despachada con una pueril actitud de quien se sacude el pol-vo de la ropa despus de un da de campo. Sin embargo algn fallo en aquello que debi inscri-birse sin conseguirlo, junto con la escasa repu-tacin del miedo, les ha hecho parecer lo que no son. Ni estn locos, ni son raros. Un fallo psqui-co en las generaciones anteriores ha provocado que en la construccin de su subjetividad se ha-yan sentido amenazados en su pertenencia a la fratra. Denunciar sin crdito, ante la negacin o la renegacin familiar, ha puesto de manifiesto el rechazo de un entorno moral que expulsa con su cobarda todo saber sobre el estrago materno, o el compromiso tantico en relacin a la descen-dencia, o sencillamente la enfermedad de la ge-neracin precedente.

    Si como dice el poeta: hablar es un duro ejercicio con las races al aire (2) en el caso de los pacien-tes que nos ocupan, hablar de esa soledad no siempre es fcil. Somos espectadores y persona-jes, contemplamos y somos contemplados, pero sin descanso y a la espera de que nuestras races al aire encuentren otro dispuesto a albergarlas.

    La prctica clnica recorre los mundos infinitos de un decir a medias. Al hablar de la quiebra psquica vamos a situar una experiencia atrave-sada, no slo por el hijo del psictico, sino por todos aquellos que se ven precipitados al vaco por la irrupcin de un rasgo de su transferencia al origen. Intentaremos despejar la modalidad de esta experiencia donde el dolor de la soledad se queda an ms desabrigado que el de la soledad constitutiva, esencial a la construccin subjetiva.

    Aunque nuestra casustica y su estudio se hayan centrado inicialmente en hijos de psicticos, po-demos encontrar esta quiebra y su soledad en otros pacientes como en los estados lmites, en los trastornos narcisistas, en las locuras neurti-cas o en aquellos indefinibles azotados por un de-seo de eficacia que supera hace tiempo la transfe-rencia al saber. Prxima, aunque sin serlo, al vaco melanclico que se aloja en algunas psicosis, este ensayo, con la intencin de ampliar las lindes de nuestra clnica, se interroga sobre una hiptesis:

    la quiebra como el fracaso de una inscripcin, y la quiebra como confrontacin, aventurando al ana-lista al rastreo de la huella de una salida.

    Estos sujetos, son portavoces y portadores de un dolor y de una soledad que atraviesa el horizonte de su mirada. Una soledad para la que an no se ha encontrado el cobijo de la huella en el cuer-po de lo simblico. Este fracaso lo sera de un operador, de una leyenda, de una palabra, que habindose enunciado, dej como resto un fallo.

    Para situar esa soledad vamos a recuperar con-ceptos tales como: repeticin, identificacin, culpa, responsabilidad, y desamparo; la nocin bosquejada por Freud nagtrglichkeit y la reco-gida por Lacan como reorganizacin retroactiva, ya que esta ltima nocin nos permite colegir que la quiebra es un episodio que se resiste a franquear los lmites de su propia naturaleza. L-mite impuesto por la fidelidad a la estirpe y por la culpa consecuente por la traicin, que obstaculi-za el acceso a su propia responsabilidad.

    An as, cuando la ruptura renueva una posibili-dad de salida a travs de la operacin analtica, se conquista un recurso en la quiebra. El sujeto participa de un acontecimiento: es su oportuni-dad para resurgir y posicionarse en otro lugar de su transferencia al origen. Viaje analtico, que como todos, est signado desde el inicio por la impotencia para asistir previo paso por la impo-sibilidad, a que algo de aquello a lo que el sujeto aspira, sea posible.

    Como muestran los textos griegos, el logos vino a desalojar la felicidad instalada en el mundo de las cosas para trasladarla al universo de los senti-mientos. As Edipo, hroe trgico, huye de la vio-lencia y la crueldad a la que se siente determinado para llegar al bienser, ofreciendo en la lucha con la Esfinge, lo que podemos explorar como una metfora que se aproxima a ese sujeto, que al romperse psquicamente testimonia la desnudez de esa soledad de palabras que se escapan a su representabilidad. Si la angustia traumtica es una respuesta que enuncia un agujero en el inte-rior de simblico que no se resigna a la no-repre-sentacin, el trauma es una exclusin, un real in-terior que queda fuera de lo simblico repitiendo un enunciado que busca la representacin. Ahora bien, ese borde real del trauma parece imposible de ser reabsorbido por lo simblico.

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    Cuando el psiquismo ha sido colonizado por la generacin anterior, el pequeo sujeto que nutre la locura del Otro sufre una violenta intrusin en su actividad psquica. Cuando no hay psicosis en la generacin de los padres pero las estructuras psquicas de los progenitores la rozan o padecen locuras no disociadas (3), esas en las que el su-jeto queda a la intemperie, el hijo ser portador de un exceso que irrumpir en la quiebra. Exceso pulsional que sangra imparable sin domearse y que no admite la condena a la sinsalida, ni convivir con los desperdicios de sus fantasmas.

    Es para pensar esa intrusin y su consecuencia donde la maestra de los griegos y el hroe ante la Esfinge se hacen metfora. Para el sujeto, pos-tularse como infiel al legado de su patrimonio psquico, lo lleva a sentirse rehn de una maldi-cin. Si desobedece puede quedar fuera, deste-rrado del amor y de la palabra, y ser portador de una maldicin durante el resto de su existencia. Mientras sabe que su camino pasa por la traicin al legado, el psiquismo ocupado por la culpabili-dad inmoviliza sus recursos.

    Por otra parte han sido algunas nociones de De-leuze y su manera de hacer de la repeticin un concepto de diferencia, las que nos han llevado al espacio y al tiempo en el que est implicado el sujeto. El su-jeto es lo que se encuentra de-bajo. Si no se puede hablar sin metfora porque ella est en el origen del logos y si la metfora es ms que una sub-stitucin, lo que se repite, no es solo metonmico, est anudado a la metfora.

    Al circular por algunos conceptos de la medicina y la filosofa griega nos damos la oportunidad de recuperar de su pensamiento algunas bases para nuestra prctica clnica, herederas del Cor-pus Hipocraticum. La naturaleza y el lenguaje, la tcnica y el arte confluyen en el kairs, hacien-do del tiempo de la intervencin, el soporte de la retrica introducida por Hipcrates. Al igual que para los hipocrticos, este desarrollo va de la praxis al logos.

    El llanto, primera lengua

    Se dice que en el planeta se hablan ms de 7.000 lenguas. Se dice que la lengua nos da identidad y tambin sabemos que hablar al igual que res-pirar, suscitan nuestro aliento. Pero hay una len-

    gua universal para el hijo nacido humano. Una lengua primera que se oye, el llanto: pedido en estado puro.

    Dolor, golpe y sonido, llamada a un Otro materno en demanda de respuesta. La madre que recoge la llamada, descifra paulatinamente el glosario de reclamos que se diferencian en pequeos ma-tices. Matices audibles que se despliegan desde la desesperacin hasta el agotamiento y ser la interpretacin de la madre la que determinar retroactivamente su sentido, mientras l, la cra, podr abrir o cerrar la boca, pero en ningn caso podr taparse los odos.

    Llanto, viene del latn planctus, lamentacin, ac-cin de golpearse, deriva de plangre, golpear, lamentarse, y de aqu viene el antiguo plair. Es interesante que en el origen etimolgico de la palabra llanto, lamentarse y golpearse se atravie-sen, que estn hermanadas en su significacin.

    El eco proyectivo de algo doliente y violento des-plegara desde el origen la complicidad de su juego de veladuras, solapndose mutuamente. Se dice tambin que en la medicina medieval las lgrimas fueron asociadas con los humores del cuerpo, y el llanto era pensado como una purga de humores, como excesos del cerebro.

    El llanto de la cra humana en el nacimiento es una primera llamada, que atraviesa cual flecha audible la indefensin radical de todo humano cuando ingresa en el enigma del deseo del Otro. Talla con su llanto su proyecto ertico-mortal prximo a lo que Lorca llamaba el grito terrible capaz de dividir el paisaje. (4)

    Llanto, grito, llamada ntima que se abre camino de la insuficiencia a la anticipacin. Llamada a un Ideal que lo aparte, de lo que llamaremos, de la disolucin/desilusin y del desfallecimiento.

    Esa soledad esencial que nos habita, puede al-canzar en ciertos adultos el carcter de riesgo cuando se produce una quiebra psquica, sin que debamos aproximarnos a esa quiebra como sinnimo de fragilidad, al menos en principio. Se trata de una desesperacin activa cuyo talento no alberga el silencio sino que ordenar el movi-miento de Eros. Motricidad que desde la necesi-dad/pulsin y la agitacin corporal, a travs de la introyeccin (freudiana) provoca el pensamiento.

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    En la obra de Freud, la introyeccin qued aso-ciada a dos escenarios complejos: por un lado como inscripcin simblica en la construccin de la realidad y por el otro, lo introyectado advena como el elemento fundamental del sujeto psqui-co en la conquista de su identificacin estruc-tural. En el primer escenario las introyecciones inscriben las representaciones de lo social, del mundo circundante en el psiquismo, es decir no todas las introyecciones confluyen en identifica-ciones, enriquecen el mundo representacional y alimentan los procesos de pensamiento (5).

    En el segundo escenario, a partir de la puntuali-zacin de algunos textos metapsicolgicos que se producen entre 1910 y 1925, las introyecciones son las que posibilitan las identificaciones es-tructurantes del sujeto. Por ejemplo, para Freud la identificacin edpica supone la introyeccin como operacin previa. El concepto de intro-yeccin, introducido por Ferenczi, evoluciona y adopta para Freud la propiedad de operador ps-quico, permitiendo el anudamiento de la nocin de identificacin y de pulsin, sin que esto que-dara claramente explicitado.

    En la obra de Lacan la identificacin se desustan-cializa, se separa de la pulsin. Queda ligada al rasgo unario y al significante. Entonces la intro-yeccin cambia de sitio. Ya no se trata de la intro-yeccin del objeto, sino que la introyeccin ser la que inscriba los significantes en la oquedad de la relacin del sujeto con el Otro.

    Mientras para Freud la cra humana aspira el ambiente en su sed identificatoria, para Lacan habra una potencialidad de introyectar, pero el infans ser identificado (pasivamente podramos decir) desde el lugar del Otro. Sin embargo en su teora del estadio del espejo afirma que la identi-ficacin imaginaria es promovida por la incitacin del encuentro con el semejante. Por el momento vamos a prescindir de optar por uno u otro en-foque terico y vamos a destacar la importancia de ambas posiciones para pensar al candidato a sujeto. En cualquier caso al devenir sujeto estar atrapado en un saber que desconoce.

    La cicatriz del desamparo

    En el siglo XIX tanto para Freud como para la psicofisiologa imperante el organismo tena

    tendencia a descargar la cantidad de excitacin sobrante para mantener su equilibrio. En 1915 en Pulsiones y destinos de pulsin sigue adhi-rindose a esta visin fisiolgica con referencia a los estmulos y sigue presente en l, la preocupa-cin por los mecanismos que regulan la descarga de estmulos (Reize).

    En Freud, es antigua la idea de que el exceso de Reize es vivido por el sujeto como algo ava-sallador que lo lleva a un estado de desamparo (Hilflosigkeit). El trmino Hilflosigkeit est car-gado de intensidad, expresa un estado prximo a la desesperacin y al trauma. Ese estado es se-mejante al vivido por el beb, que despus del nacimiento es incapaz por las propias fuerzas, de retirar el exceso de excitacin por va de la satisfaccin, y sucumbe a la Angst (miedo, even-tualmente ansiedad o angustia); aun habiendo en 1926 reformulado su teora sobre la Angst, Freud mantiene la idea de que el sujeto expues-to al exceso de excitacin vive una situacin de desamparo, necesitando lidiar (bewltigen) con el torbellino de estmulos que lo acometen. (6)

    La nocin de desamparo pertenece a su en-tramado conceptual forjado entre 1900 y 1910. Recordemos que la concepcin del aparato ps-quico, la sexualidad infantil y el desamparo arti-culado con el deseo inconsciente, pertenecen a aquellos primeros pasos, en que estas nociones ya fueron enhebradas con la nocin de identifi-cacin. Momento de la teora funcional, previo a la perspectiva estructural de la segunda teora de la identificacin, gestada entre 1910 y 1920. Intervalo, en el que la identificacin abandona el terreno estrictamente psicopatolgico como parte fundamental de la formacin de sntomas y pasa a habitar de forma esencial la concepcin psicoanaltica de la estructuracin del sujeto ps-quico. La categora de la identificacin cambia de status, pasa de ser parte de lo patolgico a ser causa de lo psquico.

    Esta nueva orientacin hace de la identificacin el artfice de la transmisin psquica transgene-racional, ya que sera esta operacin la que pro-duce las inscripciones psquicas como suelo de las estructuras estables del psiquismo. En tanto lo intersubjetivo deviene intrapsquico, todo ob-jeto nuevo que ingrese en el espacio psquico del sujeto, ser para l, objeto de transferencia.

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    Debemos tener en cuenta que la identificacin, como la operacin que habr de contener la his-toria de la psiquizacin del sujeto, y la angustia, son una pareja conceptual, deducible de la teo-ra freudiana de las identificaciones, y esta unin participara de la quiebra psquica. La operacin identificante, segn Freud, desexualizara la pul-sin y la misma defusin pulsional de Eros/Tna-tos incrementara el sadismo del Super Yo.

    Freudianamente hablando la identificacin secun-daria y edpica soporta y resigna. En primer lugar soporta la desexualizacin y en segundo, resigna la fusin, en consecuencia, la defusin pulsional que se produce libera pulsin de muerte. Estas car-gas tanticas desligadas, como la energa libre del proceso primario, seran entonces motores produc-tores de angustia, que participaran sin descanso en la obtencin del sntoma. Imprescindible para neutralizar el exceso. As mientras el Yo se aboca a la sublimacin, se fragiliza al mismo tiempo por el incremento de la exigencia superyoica. (7)

    Se nos puede decir que los psicoanalistas nos re-petimos buscando en el desamparo originario la fuente inagotable que da cuenta del sufrimiento. Lo que ocurre es que el exceso de estmulo sigue produciendo sufrimiento a lo largo del devenir de un sujeto. No se trata de la potencia del eter-no retorno de un concepto que engulle cualquier instancia que pretenda establecer una diferencia, sino de no obviar la marca de este acontecimien-to. Elijo esta palabra porque el desamparo funda e inaugura nuestra llegada a la vida, nos hace humanos y hablantes, nos obliga a depender y a llamar, independientemente de que seamos o no acogidos e independientemente de que se nos oiga. Va a ser a partir del acceso al lenguaje, abra-zado a ese acontecimiento que es el desamparo, desde donde el sujeto se inscribir en la estirpe.

    La historia subjetiva ser la matriz de su lugar en la cadena transgeneracional. Utilizamos la pa-labra transgeneracional y no intergeneracional porque suscribimos la idea de lo inconsciente como transindividual (8), la identificacin al ras-go como causa de lo psquico y como nocin de borde, lindante, entre lo psquico y lo social.

    Es decir la identificacin simblica vehiculiza la transmisin transgeneracional, desliza la seme-janza y la diferencia de aquello que el sujeto le coloc al objeto, para recapturarlo luego.

    La incapacidad para autoabastecerse del recin nacido junto con la primera experiencia de satis-faccin, generadora de la huella mnmica desi-derativa, inauguran la realizacin alucinatoria del deseo. La bsqueda de aquella huella va a permanecer como rasgo del sujeto, que al ins-cribir sus huellas deseantes va separando su ser del cuerpo biolgico y construyendo su cuerpo ertico hasta conseguir subjetivarlo. Al mismo tiempo los adultos que le atienden, inyectan su sexualidad mientras satisfacen las necesidades del lactante. La potencialidad patologizante y en ocasiones psicotizante del ambiente, reafirma este enlace psquico y social de la identificacin.

    Ese trayecto que va desde el llanto a la identifi-cacin, es la prematuridad insoslayable genera-dora de dependencia y es la que sella de huma-nidad a la cra. Dependencia que se firma con el llanto que por un lado intenta desprenderse del exceso de estmulo, y que por el otro busca ser escuchado.

    Si bien reconocemos la adherencia freudiana al modelo biolgico, recordamos que se trata slo de un referente a partir del cual dar el salto des-de la primera experiencia de satisfaccin, es de-cir desde la funcin nutricia a la funcin ergena, puerta de entrada en la dimensin fantasmtica.

    Volver al desamparo originario supondra, volver para no repetir el concepto sino para contraerlo, ya que todo concepto es portador de su propia in-suficiencia. Diramos desde la prctica clnica que hay una insuficiencia radical en todo concepto as como una zona de penumbra. Insuficiencia pro-ductora de una frustracin que activa el campo del saber y tambin impone al analista una renuncia: colocar al concepto en el lugar de un Ideal.

    A su vez si entendemos la repeticin con elemen-tos distintos en lo Real, entonces de la repeticin emerge la diferencia. De igual manera que esa insuficiencia esencial del concepto es el campo en el que germina su riqueza, la zona de penum-bra nos permite comprobar que el concepto no tiene sitio para la corpulencia del absoluto.

    Por su parte el grito terrible del desamparo vigila lorquianamente en el museo de la escar-cha (9) porque an hoy nos seguimos pregunta-do hasta dnde es soportable para el sujeto esa verdad que se rompe en el grito. La verdad no se

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    resigna a ser capturada y lo reprimido retorna. O bien, somos retornados en tanto no haya opera-do el repudio. En el trayecto de la vida la diacro-na acumula huellas y la sincrona quebranta una cicatriz con memoria.

    Cicatriz que sangra e irrumpe su violencia en la quiebra psquica, no slo ante cualquier situa-cin de separacin vivida como abandono, sino ante la prdida del objeto que reenva al sujeto a la relacin con la nada.

    Por eso el grito del desamparo rechaza en el momento de su irrupcin, todo intento de anli-sis, slo pide ser contenido y que se le devuelva un objeto imposible. Rechaza con violencia la apertura de cualquier campo de exploracin que conduzca a la infancia para que le sea devuelto lo que jams ha existido, esa presencia maternal omnipotente y que ignoraba el desfallecimiento. Presencia fsica que buscar desesperadamente, apresado en una angustia que le amenaza con su disolucin. Desalojar la intrusin del Otro para no quedarse sin aliento, ese Otro, que cuando lo es de la certeza, infiltrado en la identificacin produce con dimensin de acontecimiento, la quiebra.

    Desgarro del fantasma y artera narcisista que antes de caer, porque la identidad cuelga de un gancho, rehace un vnculo forzado y absoluto con el objeto.

    La tragedia edpica es como un arquitecto de la historia que se dibuja en la geometra de las sub-jetividades. Un organizador de la cultura como actividad sublimada ya que la prohibicin est incrustada en el lenguaje.

    Llanto y grito, si ambos son modos de llamada, el llanto disimula la energa violenta de la no re-signacin. Tragedia y empuje, podero amargo de quien no dimite ante su propia existencia. Sonido robusto de la indefensin que repite y persigue el hallazgo de la diferencia, dirigido a desentraar un enigma mortal, en tanto al igual que para los griegos, de la resolucin de su enig-ma depender los senderos de su vida.

    Lorca profundiza en el grito, en los sonidos ne-gros que evocan el abismo. Desde el psicoanli-sis podramos decir, que se trata de una llamada a la huella que funda lo inconsciente.

    Repeticin

    A partir de Ms all del principio del placer se produce una rotacin en la teora freudiana. Has-ta ese momento en su obra, se repite porque hay represin. La entrada conceptual de la pulsin de muerte no solo queda abrochada con la destruc-cin y las tendencias agresivas sino tambin con los fenmenos de la repeticin.

    Desde entonces la pulsin de muerte adquiere paradjicamente, un signo positivo dominando a la repeticin y a su sentido. La muerte afirma la repeticin. Ahora bien bajo qu forma? Para Deleuze, se trata de la repeticin y sus disfraces. Para Freud, de la insistencia de la pulsin de muerte en volver a un estado inanimado conser-vando un modelo material y fisiolgico. Pero De-leuze rompe con un modelo evolutivo y material de la repeticin, para llegar a afirmar que la re-peticin es esencialmente simblica. Dilucida que en el fondo se trata de la repeticin y sus disfra-ces; ya que es al constituirse como tal que la repe-ticin se disfraza. No se trata de que est debajo de una mscara, sino como hito entre una y otra. Las mscaras recubren a otras mscaras. No hay un primer trmino que se repita; y hasta nuestro amor de nios hacia nuestras madres repite los amores de los adultos hacia otras mujeres. (10)

    No se repite lo que ocurri sino que en cada inter-valo, entre una y otra repeticin, habra un punto de inflexin que difiere de la repeticin anterior, siendo la diferencia lo que permite incidir desde el psicoanlisis. Es esa diferencia la herramienta de la praxis psicoanaltica: el pasado es el tiem-po infinito del inconsciente, el pasado trabaja en el presente, y es el intervalo de la diferencia, de la hiancia abierta hacia el pasado.

    Decamos al principio que haba sido Gilles De-leuze y su manera de hacer de la repeticin un concepto de diferencia, quien nos incitaba a re-visitar a los griegos. Subrayando al espacio y al tiempo como medios repetitivos Deleuze se pre-gunta por qu la Naturaleza repite y por eso dice que la Naturaleza es un concepto alienado, por-que la comprensin no est en ella, sino que la comprensin est en el espritu que la contempla o que la observa, y que se la representa.

    De ah que nos podamos atrever a pensar al mito en el orden de la necesidad del nacido humano.

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    Necesidad de conferir a algn escenario el carc-ter de intocable, como si respondiramos a una orden del imaginario individual y social segn el cual: algo debe permanecer como otrora, apar-tado fuera de cuestin, intocado por la confron-tacin. De igual manera en el mito familiar se forjar el pivote en torno al que han de bailar los fantasmas de una y otra generacin.

    Hacia los griegos: la senda del logos

    As como podemos leer en Freud metforas ar-queolgicas para especificar estratos psquicos con resto traumtico, o utilizando la geometra del mito para hacer de Edipo la encrucijada del padre; otro contorno surcado en este trabajo ha sido, volver a la estela de algunos griegos para recrear de su pensamiento, donde la palabra trauma evocaba herida, y donde trauma tambin lleg a ser, hablando de guerras, una forma de llamar a la derrota.

    En el centro de la palabra griega felicidad, eu-daimona, est anidando el damon, que bajo la caprichosa forma de un duende otorgaba sus dones a los hombres, pero sin embargo reserva-ba a los dioses el reparto gratuito de los bene-ficios. En El porvenir de una ilusin de 1927, Freud adverta que los bienes obtenidos por el hombre, su manera de conseguirlos y de distri-buirlos no poda transformarse en lo esencial o lo nico de la cultura; sino que el hombre deba consumar un cambio que lo hiciera portador de la cultura. E. Lled por su parte nos recordaba que el bientener era lo que les garantizaba a los griegos el bienestar, hasta que la intimi-dad del lenguaje transform el bienestar en el bienser.

    En el dominio de lo imaginario, del puro espejis-mo, la verdad se asoma con voz tmida. Los mi-tos, tambin los endopsquicos, muestran que su poytica construye una armona cautivante para todo sujeto, ya que lo que cautiva tambin sostiene; el problema anida en el lado quebradi-zo del cautivador y del cautivado.

    Tal vez por esa armona cautivante las referencias mitolgicas han sido tan frecuentes en Freud. La riqueza argumental de la construccin mtica del mismo Freud nos ha facilitado la visualizacin de algunas de sus nociones.

    El hroe no poda dejarle indiferente porque re-suma dos elementos importantes: naturaleza e ilusin. La ilusin surge de la mirada del hombre que construye para nominarla, su nombre. Po-dramos concebirla como un acto poytico. La naturaleza, como afirma Freud en El porvenir de una ilusin: nos mata; la ilusin, nos advierte que los sentidos pueden engaar (11). Dice Fe-rrater Mora que los filsofos griegos hacan ya la distincin entre realidad y apariencia apo-yndose en la desconfianza de la percepcin sensible, sin que en ningn caso el mundo de la ilusin haya sido declarado inexistente.

    El hombre tena que construir sistemas de creen-cias que lo protegieran de la barbarie. La iden-tificacin de los sujetos con sus sistemas de creencias ha producido el agrupamiento y ha trasmitido sus leyes e ideales. Es posible que se escrutara en la sombra del mito, una seal que funcionara como instancia tercera entre lo que mata y lo que engaa, pues aunque la accin de comprender se sirve de la ilusin, toda compren-sin se inserta en lo simblico.

    Siguiendo la senda del logos y la poytica y an-tes de retornar a los griegos vamos a mencionar a un filsofo judo-alemn, pero nacido en Poznan, actual ciudad de Polonia, (1874/1945). Su nom-bre es Ernst Cassirer, y es quien plantea la posi-bilidad de repensar a la filosofa no slo como crtica del conocimiento, sino como crtica de la cultura humana en tanto actividad simblica que se aleja de la inmediatez del dato y es objeto de la creacin del hombre. Ya haba sido dicho por Aristteles que el hombre era un animal poltico, y era la ciudad, la plis, la que ofreca una forma de convivencia; mientras la poltica, se ocupara de la organizacin de la plis para compensar al hombre de su soledad originaria.

    En su libro Filosofa de las formas simblicas Cassirer analiza la nocin de smbolo, para llegar a afirmar que el hombre es un animal simblico: el hombre es el nico, de todos los animales, que tiene logos. El tener de esta fra-se despeja la expresin dar logos. Se tiene el logos: en tanto instrumento fundamental para la estructuracin de la ciudad atravesada por la poltica, para darlo. La palabra, como tesoro de intimidad que cada uno se da a travs de la do-nacin del Otro, crea y recrea lo que somos.

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    Para Cassirer la consciencia humana por obra de la identificacin, se nutre y aprende de la len-gua materna, como una forma de entrenar a su propio destino. Para l la voz que emitimos en el inicio de la vida no es slo un grito de dolor, un aliento de placer, es un soplo semntico que saliendo de nuestra boca ha de llevar al hombre hacia el universo de lo simblico.

    Volviendo a nuestra senda podramos decir que para los griegos en el siglo VI a.C. la figura del hroe metaforizaba una lucha contra un destino mortal mientras la mitologa y la filosofa dirigan su mirada hacia el ncleo de la physis, es decir hacia el origen primario de lo que existe en el mundo, la naturaleza.

    Physis es una palabra griega que se traduce como naturaleza, se deriva de un verbo que sig-nifica brotar, nacer, crecer, aparecer, desarrollar-se; lo opuesto a terminar, perecer. Para los grie-gos tena un sentido dinmico y estaba referida a la fuente, a la fuerza de donde nacen las cosas. Esta fuerza creadora que alimentaba el desplie-gue del universo, transportaba tambin sus limi-taciones, a las que solo eran ajenos los inmorta-les, los dichosos habitantes del Olimpo.

    Si una criatura estaba vinculada en el orden de la necesidad a los frutos de la tierra, era mortal, y por tanto era imperfecta. Ser un hombre impli-caba estar atado a los lmites del tiempo. Este carcter menesteroso del hombre le empujaba como deca Platn a volcarse en diversas formas de unin con la naturaleza que le rodeaba y a unirse con los otros hombres, deviniendo en el decir de Aristteles un animal que habla, es de-cir un animal poltico.

    Asistimos as al nacimiento de una cultura en principio pica, de un lgos en el que el pasado de las hazaas de los hroes, el relato de las gue-rras se alzaba sobre la inmediata temporalidad que consuma al hombre y le permita transmitir la historia, hilar en la lengua los acontecimien-tos, lo que concierne a interpretarlos. Sin las palabras el hombre se quedaba privado de su singularidad.

    En el siglo IV a.C. para Hipcrates haba que ha-cer de la naturaleza, el mdico de la enfermedad. El mdico secundaba a la naturaleza como pro-

    ducto de su arte. El arte era tratar de hacer lo que la naturaleza consenta que se hiciera; acto tico de profundo respeto al otro.

    Porqu no preguntarnos si en la mueca del len-guaje que alcanza al sujeto en la quiebra psqui-ca, portadora del trauma; en ese exceso fuera del sentido que lo parasita, no se podra esconder una mueca simblica permutable para su reco-nocimiento donde la poytica del anlisis encar-nara el resquicio de una salida?

    Hipcrates incorporaba la retrica a la medicina y la palabra pasaba a formar parte de la cura. El logos, el lenguaje sobre la physis, mientras la naturaleza del cuerpo se organizaba en torno a los humores. De tal forma la palabra habitaba lo Real del cuerpo. La palabra psiquisizaba al cuerpo.

    El sofista Gorgias de Leontini en Sicilia fue el in-ventor de la retrica. Diriga a los pacientes de su hermano Herdico un discurso persuasivo, como se puede leer en el Dilogo platnico que lleva su nombre (Gorgias). l relata cmo consegua convencer a los enfermos que ponan resisten-cia a las indicaciones mdicas con el arte de la retrica.

    As como la armona constitua la salud, al igual que en el aparato psquico freudiano, el exceso de un elemento constitua lo patolgico. La en-fermedad fue dejando de ser exterior para ser internalizada. La naturaleza humana era ya la suma de soma y logos. Se insinuaba la psique.

    Para los hipocrticos, la prctica teraputica dejaba de ser magia y se converta en techn, el arte de curar. La techn reunira nuestros tr-minos conocidos como: ciencia, arte y tcnica. Tena lmites y un fin concreto; se opona a la casualidad.

    La techn inclua una transferencia al saber ya que consista en un saber-hacer por haberlo aprendido para un fin determinado. En oposi-cin a la poysis, la techn era lo enseable y lo transmitible. Por consiguiente de la poysis se podra hablar pero no se podra transmitir. Me desvo aqu para apuntar que si consideramos al acto analtico como acto poytico ser siem-pre forzado todo intento de comunicarlo en una enseanza.

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    Este arte de la techn estaba unido al tiempo. Se trataba de un arte de lo adecuado, un arte de tra-bajar con el tiempo. Lo adecuado era el momento ptimo, a lo que llamaban el kairs. Se trataba de decir lo que haba que decir y cuando correspon-da. La bsqueda del kairs, del instante propicio para intervenir, es una nocin que aparece repe-tidamente en los textos hipocrticos, ya que de esa intervencin en el instante indicado dependa muchas veces la vida del enfermo. Para los hipo-crticos saber hacer era: saber qu se hace y por-qu se hace. El arte de la medicina era poysis y la poysis se caracterizaba por ser una produccin propia. Si se creara lo que se supone saber, se bo-rrara lo que supuestamente se ha creado.

    Debemos resaltar que esa poysis no era trans-misible puesto que era nica. Se trataba de algo nuevo que surga en ese acto. Para el psicoan-lisis un acto de creacin no significa necesaria-mente sublimacin, en tanto el acto de creacin es un momento de apertura del inconsciente, donde algo se pone en marcha y trabaja en noso-tros sin participacin de un yo. (11) De aqu que podamos pensar lo teraputico como creacin, ya que la potencialidad psquica se activa bus-cando los restos de su historia para re-crear otra cosa y renovar hasta sus sntomas.

    La empireia, no era solo la experiencia sino la for-ma de trato con las cosas de la enfermedad. Aun-que estaba en estricta relacin con la techn, a la empireia no se la consideraba del todo segura.

    Garca Gual en su introduccin a las Tratados Hi-pocrticos dice que en el 500 a.C. fue Alcmen de Crotona quien despus de afirmar que el pa-pel medular del cerebro era ser el centro del pen-samiento y del sistema nervioso, defini la salud como un equilibrio de fuerzas y la enfermedad como un excesivo predominio de una de ellas. Es interesante el nombre elegido para la salud, isonoma y para la enfermedad, monarchia, uti-lizando una metfora poltica que parece haber abierto un camino muy transitado por los hipo-crticos. Como se puede observar la preocupa-cin freudiana por la imprescindible descarga del exceso que garantice el equilibrio psquico, no se aleja de esta idea capital en los griegos.

    La monarqua de la enfermedad, por su parte no ha perdido actualidad y sigue sometiendo al su-jeto al padecimiento del exceso.

    Platn en el Fedro escrito algunos aos despus de la muerte de Hipcrates, elogia el mtodo de ste al sealar al mtodo mdico como el que debe servir para una verdadera retrica cientfica.

    El arte y la techn para tratar las almas por el discurso mdico persuasivo, es una afirmacin que Platn pone en boca de Scrates en el Fe-dro. Viene a legitimar as a Hipcrates como el creador de una dialctica de la tcnica y el arte del pensar. El mtodo del maestro de Cos del que habla Platn, consagra a Hipcrates como primer dialctico de la ciencia de la historia. Mtodo dialctico concebido para alcanzar la pistm en el estudio de las enfermedades, nacido de la praxis, de la experiencia clnica. Luego Platn lo sistematizara para aplicarlo a la retrica, como ciencia y arte de la conduccin de las almas: psi-cagogia, explicada y definida por primera vez en el dilogo de Fedro con el tema de la psiquiatra y la clasificacin de la locura.

    La palabra psych aparece raramente en los Tratados del Corpus, por ejemplo en Sobre la dieta. El hombre era un cuerpo sano o enfermo, cuyos trastornos psquicos tenan tambin un origen corporal, idea que muchos en el siglo XXI an conservan. Se consideraba que el mdico hipocrtico era un profesional que aplicaba una techn que estaba vertebrada en una therapeia al servicio del cuidado del cuerpo del enfermo. Este era su objetivo.

    El mdico mediante su cuidado pretende recu-perar la salud natural, el buen orden del cuerpo, en la lnea de Alcmen, el equilibrio interno que habra sido perturbado por algn agente daino, ya que todo deba funcionar en armona con la naturaleza.

    Vencer a la enfermedad significaba reconquistar la propia physis, expulsando los factores dai-nos que la descompensaban. La enfermedad, nsos era un concepto esencial en la perspectiva hipocrtica, en tanto el hombre era un ser sujeto a la enfermedad y a la muerte. Los mdicos de la segunda generacin hipocrtica son los que em-piezan a utilizar el trmino humores. El trmino psych poseer un valor psicolgico/antropol-gico en Sobre los aires, aguas y lugares. Va a adquirir valor de carcter de un individuo o de un pueblo.

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    A pesar de los conocidos enfrentamientos habi-dos entre medicina y filosofa, pareciera que al hipocrtico no le interesaba demasiado saber sobre el ser del hombre, sino la observacin del cmo y cundo enfermaba; cmo poda ser de-vuelto a su salud y a su equilibrada naturaleza, y para ello el mdico pona en juego toda su capa-cidad de observacin, sus sentidos y su prctica clnica:a partir de lo que se muestra debe ver lo oculto. A partir de los sntomas debera deducir los padecimientos internos y pronosticar el pro-ceso morboso.

    El hipocrtico deba interpretar, leer, en el rostro, en la postura del enfermo su dolencia. El prons-tico importaba ms que el diagnstico y era lo primordial de ese saber mdico, que vea al en-fermo como paciente de un proceso.

    El mdico hipocrtico no dispona de un cuadro de muchas enfermedades con nombres espe-cficos a los que referirse y su farmacopea era muy pobre. Su techn trasladaba a los elemen-tos benficos de la propia naturaleza su carc-ter sanador.

    El mdico era un tercero que asista como un re-finado y atento testigo al combate que libraba el enfermo con su malestar. La atencin centra-da en la observacin clnica del mdico antiguo abarcaba no solo a los factores de su naturaleza que alteraban su equilibrio, sino al ambiente en el que el enfermo viva y actuaba. La diettica llegaba a ampliarse en su estudio hasta las con-diciones circundantes al paciente. Se comenzaba a pensar que el hombre estaba condicionado por su entorno fsico y climtico. (La atencin dedi-cada a estos factores es evidente en textos como Sobre aires, aguas y lugares pero tambin en muchas historias clnicas de las Epidemias).

    Ya nos hemos referido a las complejas relaciones entre la medicina y la filosofa en la antigua Gre-cia a pesar de, o gracias a lo cual, se influyeron recprocamente, aunque la medicina haya sido una de las primeras ciencias en conquistar su au-tonoma metodolgica. La unin entre filosofa y medicina no se iniciar de manera acabada hasta los pitagricos. Sin embargo filosofa y medicina se han enriquecido mutuamente, manteniendo un dilogo inagotable aunque no siempre mani-fiesto pero fecundo y fecundante, desde su naci-

    miento hasta el paso del mito al logos, haciendo del tiempo el eje de la historia como lo bauti-zara en su da Karl Jaspers, mdico psiquitra y filsofo.

    Si se considera a la filosofa previa y determinan-te de la medicina, la primera, la filosofa ira de la idea al hecho, de la teora a la praxis. Mientras que el pensamiento autnticamente hipocrtico va de la observacin de los hechos a la reflexin terica, de la praxis al logos. Para algunos filso-fos la medicina le debe a la filosofa el haberse convertido en una ciencia ya que fueron los fil-sofos jnicos de la naturaleza los que buscaban la explicacin natural de todos los fenmenos. Este aspecto lo aprovecha Hipcrates y lo hace brillar en el texto considerado fundacional de la neuropsiquiatra, la Enfermedad Sagrada. Para otros la medicina griega merece ser reconocida como la que antecede a la filosofa socrtica, pla-tnica y aristotlica.

    Resumiendo sera la filosofa presocrtica de la naturaleza la que habra fecundado a la reflexin terica de la medicina, y esta a su vez desde la praxis y el logos habra fecundado a la filosofa a partir de Scrates en adelante. Por su parte el mtodo dialctico del maestro de Cos habra sido el que anticipara la dialctica de Platn y tambin la de Hegel.

    Hay un momento muy destacado de la cultura griega y es el del apogeo de la ilustracin y del racionalismo, momento al que pertenecen los escritos de los ltimos decenios del siglo IV a.C. en su mayora son obra de Hipcrates y de otros mdicos de su generacin. Son profesionales comprometidos en demostrar que la medicina, es un saber operativo acerca del hombre y del entorno en el que vive y perece. Hipcrates era unos 10 aos ms joven que Scrates, naci en el 460 a.C. Scrates era descendiente de Asclepio, considerado el hroe fundador de la medicina.

    La concepcin filosfica de la enfermedad y la salud en la que el hombre era pensado como un organismo complejo sometido a la labor ori-ginada por factores naturales es anterior a Hi-pcrates. Alcmen de Crotona, Empdocles de Agrigento, y Digenes de Apolonia inician esta tradicin como pensadores de particular influen-cia presocrtica.

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    La concepcin de la salud como equilibrio inter-no, de la enfermedad como el excesivo predo-minio de un elemento sobre otros, y la teora de que el cerebro era el origen de la actividad men-tal ya haba sido expuesta por Alcmen y reco-gida por los mdicos hipocrticos. No es en s misma la aceptacin de estos principios lo que define a la medicina hipocrtica, sino la instru-mentacin y el aprovechamiento que hacen de ellos, al hacer de la reconquista de la salud, la restitucin del equilibrio somtico. No solo se le exiga al mdico estar atento sino tambin el apro-vechamiento del kairs, ya que el tiempo, como ocurre en la prctica analtica, eran factores de incuestionable valor en todo proceso teraputico.

    En lo que se refiere a las enfermedades se las reco-noce en una larga lista que va desde la naturaleza universal a la singular, pasando por los hbitos, las palabras, los gestos, los silencios, los pensamien-tos, los sueos, los insomnios, las pesadillas, cu-les y cuantas, los tics espasmdicos y sus llantos.

    La visin del hipocrtico es integral, se centra ms en el conjunto orgnico que en el rgano especfico daado. Se le reclama atencin por-que adems de ver y tocar, debe escuchar. Los diagnsticos locales se dejan de lado para estu-diar el cuadro sintomtico general. Por la misma regla de tres al hipocrtico le interesa ms seguir el curso de la enfermedad que atender al estado momentneo del paciente. La protagonista de la historia no es la enfermedad sino el paciente con su naturaleza particular y su organismo humano.

    Lo cual nos hace pensar que el mdico griego in-cluso mientras crea atenerse a su estricta obser-vacin, no poda escapar a un a priori inconscien-te, a una interpretacin de los hechos que poda enmascararlos. Toda hermenutica respecto de un saber se inscribe en un sistema de creencias precedentes, que as como engendra nuevos sa-beres los restringe. As las generalizaciones he-redadas de la fisiologa presocrtica condiciona-ron inevitablemente, aunque sirvieran de base, a la medicina hipocrtica.

    La tragedia

    Evocar ahora el ncleo de la tragedia es tambin exhumar que lo que Freud defini como un axio-ma en el mito, en el Complejo de Edipo de cada

    sujeto, para Lacan es una estructura, un nudo freudiano.

    Ni en la tragedia ni en el complejo de Edipo se so-luciona nada, pero s se anuda algo, en los casos afortunados, la posicin que va a tener un suje-to. Ese anudamiento, tampoco es una solucin, pero s una propuesta de articulacin del lengua-je a su malestar. Esta articulacin claramente se tambalea cuando el trauma se rinde a la pasin imaginaria y hunde al sujeto en las grietas del phatos, en el sentido del sufrimiento.

    Se considera tragedia, a un gnero teatral pro-cedente de la Antigua Grecia, inspirada en los ritos y representaciones sagradas que se hacan en Grecia y Asia Menor, aunque su origen sea un problema no resuelto. La etimologa de la pala-bra nos lleva a un ritual de sacrificio, en el que se ofrecan animales a los dioses.

    La tragedia devino una obra literaria y dramtica de la Antigua Grecia como manifestacin teatral, de estilo elevado, capaz de infundir lstima y te-rror. El destino funesto del hroe acababa habi-tualmente en un desenlace desgraciado. Seala Aristteles que nace como una improvisacin (antes de asumir una forma escrita y preestable-cida) del coro que entonaba el ditirambo, que consista en un himno, un canto coral en honor de Dioniso en el que se exaltaba el vino, la msi-ca y la sensualidad. Se cuenta que al inicio eran breves manifestaciones con acento burlesco y elementos satricos.

    La caracterstica del ditirambo era el elogio exa-gerado y un enaltecimiento excesivo. Dioniso era la divinidad protectora de la vida y smbolo del placer, del dolor y de la resurreccin. Los ditiram-bos eran justamente los himnos que se cantaban en su honor en la poca de la vendimia. El canto pico-lrico que se recrea en el ditirambo acaba transformndose en teatro.

    Etimolgicamente se distingue tambin en la pa-labra tragedia la raz de (trgos) macho cabro y (da) cantar. Sera como el canto del macho cabro en referencia a algn certamen trgico o al sacrificio de este animal sagrado y consagra-do por el pblico como ofrenda a Dioniso. Otros anudan trage-dia con oda. De oda se dice que es una obra potica de tono elevado que ms all

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    del tema que recrea, recoge en el canto una re-flexin del poeta.

    La soledad del hroe se fue transformando en uno de los temas de la tragedia. Estaba estruc-turada en tres partes: el prlogo, que segn Aris-tteles es lo que anteceda la entrada del coro, daba una ubicacin temporal uniendo el pasado del hroe con el presente. Tambin en el prlogo se informaba al espectador del castigo que iba a recibir el hroe. Luego proseguan los cantos a cargo del coro y la orquesta.

    Posteriormente seguan los episodios, es la par-te esencialmente dramtica, donde se producen los dilogos entre el coro y los personajes y en-tre los personajes entre s. Por ltimo el xodo era la parte final de la tragedia donde el hroe reconoca su error, reciba el castigo divino y all residira la supuesta enseanza moral para el es-pectador, que alejndose de sus pasiones alcan-zara un nivel de sabidura.

    Despus de haberse inventado el gnero de la tragedia con argumento histrico (La Toma de Mileto, por ejemplo) desarrolla significados nue-vos y su estilo trgico se fue transformando en sinnimo de poesa o estilo ilustre. As como en un principio se le haba conferido un profundo sentido religioso en tanto la obra trgica haba nacido como representacin del sacrificio de Dio-niso (Baco) y formaba parte del culto pblico, fue evolucionando hacia el drama trgico.

    Entre el genio primitivo de Esquilo y el espritu razonador de Eurpides aparece Sfocles, uno de los poetas trgicos ms conocidos por nosotros. No slo por ser uno los grandes maestros de la tragedia griega, sino por ser Edipo la obra trgica sobre la que Freud desarrolla una de las arqui-tecturas mticas ms significativas de la cons-truccin psicoanaltica.

    Esquilo es con quien la tragedia empieza a ser una triloga y por su rigor extremo, es a quien se considera responsable de establecer reglas fun-damentales en el drama trgico. Al introducir a un segundo actor hace posible la dramatizacin de un conflicto. Sus personajes son hroes con caractersticas superiores a las humanas.

    Con Esquilo la representacin de la tragedia asu-me una duracin definida desde el amanecer has-

    ta la puesta de sol, tanto en la realidad como en la ficcin, y en el mismo da se representaba la tri-loga: tres partes narradas con un hilo conductor que al aunarse construan una misma historia.

    La cotidianeidad llegara con Eurpides as como una mayor atencin sobre las emociones de sus personajes. El realismo con el que traza la narra-cin de la dinmica psicolgica de los personajes se considera una de sus mayores creaciones, de tal forma que pueden aparecer seres problem-ticos e inseguros que se alejan de la figura del modelo del hroe clsico. Aunque continan pro-cediendo del mundo del mito pueden aparecer asediados por la locura, la perversidad o la sed de venganza.

    Gracias a estas producciones artsticas hemos podido comprobar la atencin dirigida por el hombre hacia su mundo interno. La tragedia es tambin una exploracin del autor por los abis-mos del alma. Lo trgico tiene un eje comn que ser la lucha contra un destino inexorable, deter-minante de la vida de los hombres, de los morta-les, una bsqueda acuciante y sin tregua.

    El eje central de la tragedia al igual que cuando el psiquismo se quiebra, es la restitucin dolorosa del orden y la memoria del trauma derramndose entre el Unheimlich y la angustia, o entre la sole-dad y el silencio de su destierro.

    Sfocles, surge como el joven rival de Esquilo. Entre sus innovaciones debemos destacar: la introduccin del monlogo (por ejemplo Edipo), la introduccin de un tercer actor lo que permi-ta multiplicar el nmero de personajes, y en consecuencia la humanizacin de la escena, ya que el tercero siempre humaniza y permite a los personajes ahondar en su verdad, facilitndole al pblico la catarsis por identificacin. Las di-ficultades y los conflictos de sus hroes no son consecuencia de la culpa sino que desarrolla en el drama una reflexin sobre el sufrimiento como condicin central de la condicin humana.

    Para l la soledad del hroe es una idea primor-dial. Cabe destacar en su teatro su fidelidad a una concepcin del mundo, segn la cual el mun-do se hallaba regido por las leyes eternas. Estas leyes estaban encarnadas por los dioses y los hombres se hallaban sujetos a ellas. El hombre deba asumir su destino y llevar una vida sujeta a

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    sus principios ticos. Por todo esto varios pensa-dores han considerado que en la tragedia griega, la tragedia es la soledad. Este hroe de carne y hueso no luchaba contra un enemigo exterior sino contra sus propias miserias.

    Respecto de lo trgico Deleuze destaca que tie-ne que ver con la naturaleza del saber reprimido, saber del que se est separado por lo que ignora que sabe. Esta es solo una cara de la repeticin. Vamos a recordar su cita:

    Hay una tragedia y una comicidad en la re-peticin. La repeticin aparece siempre dos veces, una como destino trgico, otra con carcter cmico. En el teatro, el hroe ensaya su representacin precisamente porque est separado de un saber esencialmente infinito. Dicho saber est en l, se sume en l, pero acta como una cosa escondida, como una representacin encofradalo trgico tiene que ver con la naturaleza del saber reprimido como si se trata de un terrible saber esotrico; de ah la manera como el personaje queda ex-cluido de l, la manera como ignora que sabe. El problema prctico en general consiste en lo siguiente: dicho saber no sabido debe repre-sentarse como impregnando toda la escena comprendiendo en s todas las potencias de la naturaleza y del espritu; pero, al mismo tiem-po, el hroe no puede representrselo, debe por el contrario ponerlo en escena, represen-tarlo, repetirlo, ensayarlo. (13)

    Saber representado pero ignorado que impregna la escena de la quiebra psquica. Imposibilidad de representarse un intrusismo que ms que de-nunciar la fragilidad de una identidad, revela la potencia de una identificacin al vaco del Otro. La quiebra es una escena de exclusin donde el sujeto recrea un saber ignorado que clama y grita detrs de una significacin. Debe repetirlo para llegar a representrselo, para traicionar el texto de la generacin anterior, para reinventar a otro que est de su lado y reaprender a vivir con un Otro perdido. Tal vez sta sea una posibilidad de que aunque el trauma siga parasitndole, no le fagocite y que alguna verdad no-toda le autori-ce a vivir alojando a su enigma.

    En nuestra lengua enigma es sinnimo de mis-terio. Pero para varios autores el enigma en la tragedia se caracteriza por tener una formulacin

    contradictoria. A travs de la Esfinge se hace pre-sente una imposicin divina, pero el enigma es siempre un enigma mortal y el hombre que se enfrenta a la Esfinge deber resolverlo o de lo contrario perder su vida. Es al orculo a quien el dios inspira una respuesta y es el profeta, el intrprete de la palabra divina. Para Aristteles el enigma es la formulacin de una imposibilidad racional pero que an as expresa un objeto real. Por eso se supone que es el sabio el que debera desatar ese nudo contradictorio.

    Edipo Rey

    El conjunto de lo expuesto hasta aqu me ha llevado a escoger de la obra de Sfocles, Edipo Rey, para reflexionar sobre la soledad del hroe trgico.

    Sfocles nacido en Colono muri en Atenas ha-cia el 406 a.C y fue Aristteles el que hizo de su obra el modelo de la tragedia clsica como el ma-yor de los dramaturgos griegos. A diferencia de otros trgicos escribe una triloga secuencial en la que cada una de las obras empieza y termina. Se considera que es el que mejor supo reflejar los dilemas espirituales del siglo V a. C, cuando Atenas se hallaba en su mximo esplendor polti-co, econmico y cultural. Sfocles hace de Edipo un hroe que se convierte en instrumento de su propia fatalidad. Cuando el asesino sea descu-bierto se le prohibir rendir culto a los dioses, y nadie del pueblo le hablar; ser prisionero del silencio, adems de ser desterrado. Hay un di-logo entre Edipo y Tiresias que degenera en un enfrentamiento. Edipo se siente sealado por el adivino que denuncia su implicacin en el asesi-nato. Edipo interpreta que se trata de una cons-piracin del anciano y de Creonte.

    Su idea persecutoria muestra a un Edipo habita-do por un saber ignorado.

    Tiresias al verse insultado por Edipo como trai-dor decide hablar. Lo acusa de ser la causa de tantas desgracias y advierte que sobre l pesa una maldicin. Acerca del asesino de Layo dice que ste se encuentra cerca, que se cree que es extranjero pero se demostrar que es tebano, que ser privado de la vista y exiliado; que ser a la vez hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de su madre y asesino de su padre.

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    Entre los ancianos tebanos cunde la duda por las confusas palabras de Tiresias. Creonte se in-digna al ser acusado de conspirar para usurpar el trono por Edipo y replica que l ya tiene sufi-ciente poder en Tebas y que no deseara las pre-ocupaciones y los problemas que debe afrontar un rey. Adems seala a Edipo que no se debe acusar sin pruebas y que si no cree que lo que ha dicho el orculo de Delfos sea cierto, puede ir l mismo a comprobarlo. Tambin le dice a Edipo que si tiene pruebas de que l se ha confabulado con el adivino Tiresias, l mismo se condenar a muerte.

    Yocasta, esposa de Edipo, ejerce de mediadora en la disputa y tranquilizando a Edipo le explica que no se haba cumplido el orculo.

    Tras conocer los motivos, dice a Edipo que no debe dar crdito a las adivinaciones profticas ya que un orculo predijo a Layo que morira ase-sinado por uno de sus hijos y sin embargo, Layo fue asesinado por unos bandidos en un cruce de tres caminos.

    El hijo de Layo haba sido entregado a un campe-sino para que lo matara, pero la conmiseracin del campesino hizo que solo le atara de los tobi-llos abandonndolo en el bosque, esperando su muerte. Cuando Edipo conoce las circunstancias de la muerte de Layo y repara en sus caractersti-cas fsicas se alarma y pide la presencia del nico testigo del asesinato. Hay un gran suspenso por-que Yocasta no conoce los motivos de ese miedo de Edipo.

    Edipo le cuenta a Yocasta que sus padres fueron Plibo y Mrope, reyes de Corinto. En un mo-mento dado le llegaron rumores de que no era hijo natural de ellos y, al consultar el orculo de Delfos, Apolo no respondi a sus dudas y por el contrario le dijo que se casara con su madre y matara a su padre. Por ello se haba marchado de Corinto, para tratar de evitar el cumplimien-to de esa profeca. Ms tarde, en sus andanzas, haba tenido un incidente en un cruce de cami-nos, haba matado varias personas y sus carac-tersticas eran las mismas que las conocidas en el asesinato de Layo. La esperanza que tiene Edi-po de no ser el asesino de Layo es que el nico testigo haba afirmado que haban sido varios los asesinos.

    Yocasta manda llamar al testigo y tambin se presenta como suplicante ante el templo de Apo-lo para que resuelva sus males.

    Mientras, llega un mensajero inesperado que trae nuevas noticias sobre los supuestos padres de Edipo en el reino de Corinto. Plibo haba muerto a causa de su vejez y quieren proclamar a Edipo como rey de Corinto. Yocasta, tras or las noticias, trata de hacer ver a Edipo que tampoco el orculo segn el cual iba a matar a su padre se haba cum-plido y por tanto ya no debera de temer el otro orculo que deca que se casara con su madre.

    El mensajero es conocedor del hecho de que en realidad Plibo y Mrope son los padres adopti-vos de Edipo, ya que l mismo lo haba recogido cuando era un beb abandonado por un pastor con las puntas de los pies atravesadas.

    Al conocer los temores de Edipo, el mensajero le explica estos hechos pasados con la inten-cin de que Edipo se tranquilice. Pero l quera desentraar su origen y descubre que el mismo pastor que fue testigo del crimen de Layo haba entregado a Edipo, cuando ste era un beb, al mensajero.

    La reina Yocasta, tras or el relato completo del mensajero, ya ha comprendido todo el profundo misterio y sale huyendo despus de intentar en vano que Edipo se detenga en su investigacin.

    Llega el testigo del crimen y es interrogado por Edipo y por el mensajero y en principio se resis-te a dar respuestas. Ante las amenazas de Edipo revela cmo el nio que le haba sido entregado para que lo abandonara en el monte Citern era hijo del rey Layo y la reina Yocasta y haba sido entregado a l para matarlo e impedir que se cumpliera un orculo funesto y l lo haba entre-gado al mensajero por piedad.

    Edipo comprende que Yocasta y Layo eran sus verdaderos padres y que todos los orculos se han cumplido.

    A partir de esta revelacin un mensajero de la casa cuenta todos los detalles del suicidio de la reina Yo-casta y la posterior ceguera de Edipo.

    Edipo aparece con los ojos ensangrentados y pide ser desterrado. Dice que ha preferido cegar-

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    se porque no puede permitirse ver, despus de sus crmenes, a sus padres en el infierno, a los hijos que ha engendrado, ni al pueblo de Tebas.

    Luego en la obra de Sfocles hay tres lneas:

    1. un destino determinado por el orculo: el nio nacido de Yocasta matara a su padre,

    2. la pulsin de saber en la insistencia de Edi-po por desentraar su origen

    3. el crimen y el castigo. Culpa irreparable que-dando excluida la posibilidad de la palabra.

    Es decir su tragedia reside en lo irreparable, y lo irreparable queda atado a los tobillos de Edipo, a la culpa y a la ausencia de palabra proveniente del Otro. El hroe se quedar sin aliento y sin rozar si-quiera un hombro donde solloza la muerte (14).

    Segn Pierre Grimal, Edipo es el protagonis-ta ms clebre de las leyendas de la literatura griega. Todos los antepasados de Edipo habran reinado en Tebas y existen diversas tradiciones en lo que concierne al nombre de su madre, por ejemplo en la Odisea se llama Epicaste y en los trgicos Yocasta. Pero su papel es muy im-portante en la leyenda y tambin en la obra de Sfocles. En cambio, segn Esquilo y Eurpides, el orculo habra sido anterior a la concepcin, advirtiendo a Layo y prohibindole que engen-drase un hijo. Prohibicin que Layo desatiende. En estas versiones se abre una consecuencia de desmentida:sera la renegacin del padre la que sentencia al hijo?

    Edipo significa pie hinchado ya que su padre, para impedir que se cumpliese el orculo le ha-bra perforado los tobillos para atarlos con una correa y la hinchazn producida por esta herida, sera la que da su nombre al hroe. Luego en el nombre estara ya la marca de una herida/trau-ma solidaria de la renegacin?

    Respecto de la causa por la que Edipo abandona a sus padres adoptivos tambin hay diferentes versiones, pero varias estn ligadas al inters del hroe por desentraar su origen. En cual-quier caso, en el curso de su viaje llega a una encrucijada, a un cruce de caminos donde el te-rror se ofrece como sendero en su resolucin de desterrarse para huir del vaticinio de Delfos y no matar a su padre Plibo.

    En la bsqueda de su origen mata a su padre biolgico sin saberlo. sta escena lleva a Freud a importar del mito la escena parricida para con-ceptualizar lo que sera una de las nociones cen-trales del psicoanlisis, situando en el Complejo de Edipo la encrucijada que permitir a Lacan in-troducir al padre como operador en la estructura del sujeto.

    La tragedia de Edipo es la del saber que se igno-ra, la del trozo de historia que le fue sustrada por la generacin anterior y de la que fue exclui-do; la tragedia del secreto que se sienta en la silla vaca a la que todos ven pero todos sortean.

    Alejndose de Delfos, Edipo llega a Tebas y se encuentra con la Esfinge que plantea enigmas y devora, al igual que lo hace la culpa, al que no sea capaz de resolverlos. Huyendo de una ame-naza se encuentra con otra. Al resolver Edipo los enigmas o bien el monstruo despechado se arroj al abismo o fue el mismo Edipo quien lo hiciera. Para expresar su agradecimiento los ha-bitantes de Tebas le dan en matrimonio a la viuda de Layo y le ofrecen el trono de Tebas; trono que Creonte, hermano de Yocasta, ocupaba como re-gente y que cede gustosamente por haber sido vengada la muerte de su hijo Hemn que haba sido devorado por la Esfinge. No podemos dejar de subrayar como tanto en algunos relatos de los mitgrafos, como en la versin de Sfocles de Edipo Rey, se enlazan los siguientes itinerarios:

    1 El hroe se autodestierra para salvar al pa-dre (Plibo) y por matar al padre (Layo) es desterrado.

    2 El hroe encarna la maldicin de la culpa como destino y hace de la soledad la conse-cuencia de la culpa y su tragedia.

    3 El pasaje de la voz activa a la voz pasiva metaforiza otro pasaje, el del ser al estar en manos de la desventura de la que no hay salida.

    4 El hroe se identifica con el padre que mata para salvarse firmando su infortunio. El ase-sinato como evitacin precipita al sujeto en el abismo.

    Podemos concluir que el personaje de Edipo en-carna tanto la dependencia infantil respecto de los objetos primarios que la identificacin del

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    Super-Yo perpetuara, como el concepto freu-diano de 1929/30 de El malestar en la cultura, donde el horror al castigo por las trasgresiones reales o fantasmticas, permite la articulacin entre el sentimiento de culpa y el imperativo del Super-Yo. La enseanza de Lacan nos lleva a in-ferir de esa bsqueda y evitacin del padre, que para Sfocles, Padre, tampoco era un significan-te cualquiera sino privilegiado, ya que lo sita en el centro de la estructura trgica. Padre, es el sig-nificante que pone en funcionamiento la trama. Padre es el operador.

    La soledad como tragedia

    Exceso, tragedia y exclusin del saber son tres elementos que atraviesan la experiencia de la so-ledad en la quiebra psquica y la soledad del h-roe trgico. Sabemos que la exclusin del saber, este l no saba de Edipo es para Lacan la funcin propia del sujeto. Pero el color de la exclusin a la que hacemos referencia queda aislado del saber como consecuencia del accidente del Nombre-del-Padre, en ste caso, solidario del fallo en la generacin anterior. La salida de la quiebra reivin-dica una traicin al texto establecido, al guin de la generacin de los padres.

    Esa dimensin trgica de la soledad es la que podemos situar como caracterstica de la que se experimenta en la quiebra psquica. Este as-pecto nos permite acceder a una experiencia de la soledad que evoca la angustia de frag-mentacin, de desaparicin y de separacin, sin consistir exactamente en ninguna de ellas, pero diferenciada de la soledad constitutiva del sujeto por la creencia/conviccin de no te-ner salida.

    Una mujer de mediana edad, viene a pedirme anlisis. Su viaje analtico se haba iniciado en la adolescencia con un primer anlisis al que le sigue un segundo y luego ste, su tercer inten-to como ella lo llamaba. Haban pasado muchos aos y haba adquirido un buen curriculum como paciente en anlisis, podramos decir que se haba transformado en una iluminada apren-diz de bruja. Informada y culta dispona de un discurso rebelde que se resista a la resignacin. En esta vieta se ofrecen algunos momentos de su discurso que ilustran ese goce atado a los to-billos de su soledad:

    Le tena mucho miedo a mi madre y se lo sigo teniendo. Cuando me pegaba pensaba que me poda matar, que se le poda ir la mano. Me ha-ca dao, me dola. Mi madre o me mira con odio o no me ve.

    Ella est siempre ah, hasta cuando estoy en la cama con mi pareja. Anoche tuve un sueo cor-to, los dientes los tena para adentro, como en un crculo, superpuestos. Mi cara estaba defor-mada, pareca hinchada, no me reconoca. Ya s que los dientes representan mi agresividad. En el sueo mi agresividad se iba para adentro pero lo que tengo que hacer es sacarla. Si pu-diera decirle a mi madre que me deje en paz! Yo tengo un intruso adentro de la cabeza.

    Otro sueo que tuve era que una amiga ma iba a desenterrar a su padre, y yo le deca no lo hagas! Le deca que deba enterrarlo defini-tivamente. Si pudiera hacer lo mismo con mi madre. No hablar con ella y explicarle, no, eso no, en el momento ponerle un lmite. Pero no me atrevo, la siento tan poderosa. He habla-do tantas veces de esto. Tal vez si se muriera tan poco me dejara tranquila porque yo tengo que obedecerla, una hija est para eso, si hay desavenencias entre una madre y su hija, la culpable es la hija, nunca la madre. Si le pego un corte, me dir que nunca ms volver a ha-blarme ni a verme. Me dejara afuera y yo sera condenada para el resto de mi vida. Una mal-dicin de cuya culpa no podra escapar recae-ra sobre m. La culpa sera infinita porque eso sera peor que asesinar.

    Jurdicamente, la caracterstica de la quiebra es una bancarrota por la insolvencia generalizada o permanente en el tiempo de una persona, ins-titucin o empresa para hacer frente a los pagos que debe realizar y de tal magnitud que se torna insalvable para el sujeto. Por eso importamos para el psiquismo la palabra quiebra ya que se trata de un dolor que se experimenta como im-posible de solventar. Ruptura que deja al sujeto perdido en un vaco de silencio. En el caso de los hijos de psicticos con una potencialidad psictica, el momento de la quiebra est com-prometido con ese goce, en tanto como deca el poeta: Nuestra identidad cuelga apenas de un gancho y nos roza la sospecha de la ventaja de ser nada.(15)

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    En las psicosis encontramos el desasimiento libi-dinal del mundo externo y la retraccin libidinal hacia el yo como una forma del narcisismo se-cundario considerado por Freud. Segn Lacan, sern las consecuencias de la forclusin del significante del Nombre-del-Padre en un Otro no marcado por la castracin. Al quedar fuera de la Ley queda fuera de la lgica. Ese Otro caprichoso e impredecible, puede hacer del hijo su presa o su prtesis. Su angustia responde a la certeza, no hay enigma, ni pregunta, solo certeza.

    El psictico quiere imponer su ley porque para l, el desorden no est en l sino en el mundo. Si es condicin del inconsciente resistirse a la comprensin, mientras el sujeto forma parte de la incomprensin, el psictico se solidifica al en-carnar la incomprensin para el resto del mundo, mientras el mundo se alivia especulando que el psictico es un destinatario que no ha sabido re-coger el mensaje de la especie.

    Desde la certeza del padre/madre forcludos hasta la creencia/conviccin del hijo elegido discurre un puente que une y fideliza el vncu-lo transgeneracional. Desde la certeza hasta la creencia, bajo el puente se abre la grieta que as-pira la pulsin de vida.

    Tal vez a da de hoy, podamos decir ms de lo que la quiebra psquica no es, que de su pantanoso tejido. No podemos afirmar que es un brote ni un desencadenamiento, pero hay ruptura. No se tra-ta de la forclusin del Nombre-del-Padre, porque no hay psicosis, sino de un fallo en la inscripcin de ste operador.

    Hay ruptura en la conviccin que funcionaba como tejido de sostn de la fidelidad a la heren-cia fantasmtica. Hay desgarro, repeticin y di-ferencia provocando que irrumpa la soledad-sin-salida haciendo trizas los espejos. Al igual que para el hroe griego, no hay salida. Slo errar en los desiertos de las palabras, sin poder dar cuen-ta del trayecto, sin que las arenas del sentido aporten el limo de alguna ilusin.

    Sabemos desde Freud que la inscripcin de la metfora en la madre permite la ecuacin pene-nio. Cuando no hay fallo simblico en sta ins-cripcin el hijo no solo se pone a salvo de quedar adherido a la madre, de transformarse en una prolongacin de ella, sino que podr inscribir el

    significante de la falta en la madre, falta que l no podr colmar accediendo a la lgica flica y a su deseo. La castracin abre la posibilidad del tener para no ser el falo de la madre. La funcin del padre har el resto, ser el paso lgico que posibilite su convivencia con el agujero. Ser el visado necesario para su exilio sometindose a la ley de la prohibicin del incesto.

    La quiebra es tambin un impulso de salida de un sujeto triangulado, no de un psictico. Trian-gulado implica: que el espacio psquico tiene tres vrtices y por lo tanto habr eleccin de objeto e identificacin que se dirigirn hacia cada uno de los otros vrtices por separado; predominio flico; activacin del deseo en la lgica edpica; entrada de la ley a travs del Super-Yo; y resigni-ficacin por retroaccin de lo vivido. Este ltimo aspecto sera el ms importante para el trabajo que nos ocupa.

    La conquista del espacio edpico asegura el sur-gimiento de las identificaciones secundarias (conviene recordar aqu que son secundarias a la prdida o resignacin de un objeto y necesitan de un tiempo habitualmente largo para cimentarse; a diferencia de las primarias que se consideran como momentos fundantes) y tambin por ello edpicas, siempre parciales, identificaciones con un rasgo (eiziger-Zum) del objeto, que autorizarn a la historizacin subjetivante de la infancia. Sello de trasmisin e injerto de los ideales de la otra ge-neracin en el pequeo y prematuro sujeto.

    Su prematuridad, su antes de tiempo, se pone de manifiesto cuando irrumpe el desamparo; as como un nuevo intento de la reorganizacin retroactiva (nagtrglichkeit) para resignificar la cada en un intervalo fatuo. Cada del sujeto en el intervalo entre un significante y otro.

    En la quiebra irrumpe el grito de un afn de rup-tura con la fidelidad a la generacin anterior. No debemos dejar de apuntar que sta manera de pensarla no se afilia a ningn modelo ni evolu-tivo ni del desarrollo libidinal. Sin embargo, se inscribe en la presencia del concepto de retroac-cin (nagtrglich) de la teora freudiana que sin duda en el pensamiento de Lacan (aprs-coup) adquiere fuerza y vigencia.

    A diferencia de la angustia, la aparente actualiza-cin del desamparo deviene irrupcin, irrupcin

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    de hundimiento, de ruina, de tajo, y por ello re-chaza la posibilidad de dejarse analizar. Conmina a ser reconocido en su actualidad y por ello, a diferencia de la angustia que busca calmarse en el hallazgo del sentido, el desamparo se exhibe intolerante ante la referencia al pasado, y lejos de abrirse a la interpretacin bascula hacia la respuesta violenta, procurando en una maniobra tantica intimidar al analista y persuadirlo de su impotencia. Ya para los filsofos y los mdicos hipocrticos era evidente que a la naturaleza le gustaba ocultarse y que todo develamiento re-quera de un arduo trabajo.

    Dicho en otros trminos la quiebra psquica gra-vita entre la insuficiencia ante el exceso y la pe-numbra de su anterioridad generacional. Tal vez, al igual que el sntoma, metfora bloqueada que necesita una interpretacin, de un sujeto cap-turado en las redes del deseo, pero que en este caso, deambula en su identificacin sin norte por un vaco que ni siquiera le pertenece.

    Ardid de un narcisismo daado y riesgo del atrac-tivo mismo de las identificaciones con la locura del progenitor, que como todo loco que se precie, compromete en su delirio o en su alucinacin tan-to a su verdad como a su ser. El loco no es solo frgil, tampoco irresponsable; mayor fragilidad reside en el Yo del analista sujeto a sus pasiones imaginarias, a su obstinacin por entender inclu-so cuando sabe que la comprensin puede extra-viarle por el sendero de lo imaginario. Si el loco fuese nada ms que frgil no habra tales riesgos en la generacin de los hijos. Es la creencia del hijo elegido y seducido por esa voz que predica: que su locura impone un lmite a su libertad, la que fragiliza al hijo.

    As como el sujeto se identifica con la imagen del otro en el espejo y queda cautivado por ella por efecto de alienacin, as como la palabra es un nudo de significaciones, el hombre va a cons-tituirse por ese nudo imaginario donde yace la relacin de la imagen con la tendencia suicida advertida por el mito de Narciso.

    Esta vehemencia hacia la muerte con la que ini-ciamos la vida, que podra representar la pulsin de muerte o el masoquismo primordial en el de-cir de Freud, forma parte de la experiencia indi-gente de nuestro nacimiento.

    A su eco se lo oye asomarse en la ruptura del sujeto, que mientras ensaya una salida, tantea con pasos narcisistas su propio final intentando la resolucin ilusoria de una nueva discordancia con su linaje. El miedo del sujeto que se quiebra no es a la muerte, muy al contrario la pulsin de muerte lo impulsa. Su terror es vivir con un dolor sin fronteras, sin significacin que le impide mo-rir, porque an no ha podido separarse del amo intrusivo al que permanece ligado y que le some-te a vivir sin proyecto y sin futuro.

    El coste de la infidelidad que el sujeto augura en la ruptura, deja or en el mismo ncleo de la vida la inevitable presencia de la muerte. Afortunadamente entre las mscaras que cons-tituyen la repeticin y el orden simblico est implicada la diferencia. Ya que si lo repetido, es tal, lo es porque no puede ser representado, buscar un nuevo sentido que lo enmascare, pero aunque lo enmascare ser diferente del anterior, no puede no ser diferente porque no lo enmascarara.

    Cuando el trabajo del anlisis desva la repeti-cin, no la disuelve, la desva.

    El aprendizaje mismo, hasta el ms primario, se hace gracias a la repeticin, transcurre de la repeticin a la poysis, ya que no hay creacin fuera de la repeticin.

    Mientras el sentido es un disfraz del que depen-demos, el hroe del anlisis no es ni el analista, ni el analizante, sino la transferencia, puesta en escena teatral y que justamente por ello pue-de operar el desvo. Su potencia testimonia un xodo a las profundidades de la repeticin. La repeticin nos enferma y nos cura, sin ella no se podran transitar los escondrijos de la creacin. Por esto afirmo que la quiebra psquica se pro-duce para ofrecer una salida dese-hable, con h muda, letra muda que no se olvida de la voz de su soledad. Como manuscritos con tachaduras, deshechos del lenguaje que no se han podido nombrar, como escrituras en los mrgenes que crean en acto la estrategia de la separacin, de la despalabra, para que hable el corte del sujeto honradamente infiel a la identificacin con la ge-neracin anterior, y salga del secuestro en el que fue colonizado.

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    Notas al texto

    (1) Nietzsche, citado por Stefan Zweig en: Sig-mund Freud (La curacin por el espritu). Edi-torial Apolo. Barcelona, 1953.

    (2) R. Juarroz: Casi Ficcin poema 53, p. 493. Poe-sa Vertical II. Buenos Aires. Emec Ed. 2005.

    (3) Comparto con J. C. Maleval la dificultad, pero tambin la necesidad de aclarar que muchos sndromes psiquitricos y locuras disociadas pueden aparecer en una estructura histrica y que la temtica edpica es fcilmente desci-frable en los delirios histricos, as como que falta la falta que se anuda con la castracin.

    (4) F. Garca Lorca: Obras Completas. Prosa. Granada.

    (5) V. Korman: La identificacin en las teoras psi-coanalticas. Tomo I (Indito).

    (6) Hanns: Diccionario de trminos alemanes de Freud. Lumen, Bs. As. 2001.

    (7) V. Korman: Ibid. Captulo 2.

    (8) J. Lacan:El inconsciente es la parte del discur-so concreto, como transindividual, que falta a la disposicin del sujeto para restablecer la continuidad del discurso inconsciente. Fun-cin y campo de la palabra y del lenguaje. Es-critos I, Mxico, Siglo XXI editores, 1971, p. 79.

    (9) F. Garca Lorca: Pequeo vals viens en Hui-da de Nueva York, de Poeta en Nueva York. Obras Completas I, p. 568. Galaxia Gutenberg - Crculo de Lectores. Barcelona 1996.

    (10) G. Deleuze: Diferencia y Repeticin. Editorial Los disfraces y las variantes, las mscaras o los travestimientos, no ocurren como por

    encima, sino que constituyen por el contrario elementos genticos internos de la repeticin misma, sus partes integrantes y constituyen-tes Freud no puede evitar mantener el mo-delo de una repeticin bruta, al menos como tendencia (p. 60). En una palabra, la repe-ticin es simblica por esencia, el smbolo, el simulacro es la letra de la repeticin misma. Mediante el disfraz y el orden simblico, la diferencia queda comprendida en la repeti-cin. (p. 61) Barcelona. Ediciones Jcar, 1988.

    (11) En El porvenir de una ilusin, Freud afirma que la cultura y las prohibiciones habran originando un desasimiento del estado ani-mal; la sublimacin y la interiorizacin de la prohibicin habran hecho del Super Yo el patrimonio psquico de la cultura para solventar la hostilidad pulsional: el incesto, el canibalismo y el gusto de matar. Ante la imposibilidad de cancelar la cultura, frente al encuentro con la Naturaleza la sociedad humana habr de aliarse para su proteccin. De sta alianza forma parte fundamental, el concepto de sublimacin.

    (12) A. Berenstein: Seminario sobre la melanco-la. www.associaciocfronts.com

    (13) G. Deluze: Ibid, p. 58.

    (14) F. Garca Lorca. Obras completas.

    (15) R. Juarroz: Ibid, poema 73, p. 498.

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