Historias de Vida, Productores Emprendedores Exitosos de Las Ferias Agropecuarias
7 historias para emprendedores
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Transcript of 7 historias para emprendedores
Un sabio paseaba con su discípulo por un paraje totalmente desértico, donde no había nada, ni casas, ni
tiendas, ni carreteras. Nada. En medio de ese paraje vieron que había una casa muy pobre y decidieron
acercarse. En aquella choza vivía una familia, el padre, la madre y cinco hijos, vestidos pobremente. El sabio le
preguntó al padre de la familia: "En este lugar no hay nada ¿cómo hacen para sobrevivir aquí?"
El padre respondió: “Pues nosotros tenemos una vaca que nos da varios litros de leche todos los días. Una
parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otras cosas y con la otra parte hacemos queso, cuajada,
etc. para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo."
El sabio agradeció la información, se despidió y se fue. Cuando habían recorrido un tramo, el sabio le dijo a su
discípulo: "Vuelve, coge la vaca y empújala por aquel precipicio". El discípulo le contestó espantado: "¿Pero
cómo voy a hacer yo eso? Esa vaca es lo único que tienen para sobrevivir, ¡no puedo matarla!", pero el sabio,
con mucha calma volvió a repetir: "Vuelve, coge la vaca y empújala por aquel precipicio". El discípulo obedeció
muy triste.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante algunos años. Al cabo del tiempo,
todavía con sentimiento de culpa por lo que había hecho, el discípulo decidió volver a aquel paraje a pedirle
perdón a la familia por lo que había hecho.
Sin embargo, cuando llegó a aquel paraje, observó que en el lugar de la choza había una casa muy bonita, con
un jardín precioso, un coche en la puerta, muchos juguetes por todas partes. En un primer momento el
discípulo pensó que aquella familia tan humilde no habría sobrevivido sin la vaca, pero pronto se dio cuenta
que aquellos niños que jugaban en el jardín eran los mismos que él había conocido tiempo atrás. Entró en la
casa y vio que allí estaban el padre y la madre de la familia, muy felices. Les preguntó: "Hace un tiempo vine y
no tenían nada, ¿Cómo han hecho para prosperar de esta manera?"
Y el padre contestó: "Pues muy fácil, antes teníamos una vaca que nos daba leche, la mitad la vendíamos y la
otra mitad la consumíamos", pero un buen día la vaca murió y tuvimos que aprender a hacer otras cosas
diferentes, a desarrollar otras habilidades que ni siquiera sabíamos que teníamos. Nos habíamos conformado
con lo que nos daba esa vaca. Cuando ya no la tuvimos, pudimos crecer
Del libro "La culpa es de la Vaca", citado en http://piensosientosoy.blogspot.com.ar
En la inmensidad de la montaña más fría y nevada, un lobo muy flaco y hambriento caminaba en búsqueda de
techo y alimento.
Casi en la ladera se encontró con un perro gordo, limpio y bien cuidado. El lobo sorprendido le preguntó:
- ¿En qué lugar estás cazando, para estar tan bien comido y tan limpio y bien perfumado?
- Yo cuido la casa de mi patrón y él me da los huesos de su propia mesa y un refugio donde dormir. De modo
que, sin cazar, siempre tengo techo seguro y que comer.
El lobo pensó que cuidar la casa del patrón a cambio de tanta satisfacción era demasiado tentador, y le dijo:
- ¡Qué lindo ser perro y cuanto más fácil sería vivir bajo el techo de tu patrón y saciarme tranquilo con la
comida que le sobra!
Mientras caminaban, el lobo vio el cuello lastimado del perro.
- Dime, amigo -le dijo-: ¿Qué es esa marca en tu cuello?
- No es nada – dijo el perro, con un poco de vergüenza en su intimidad – es apenas la marca de la cadena.
- ¿Cómo? -se asombró el lobo – ¿Tu patrón te tiene atado? – ¿Entonces el precio de la comida es la cadena?
- Lo que pasa es que soy demasiado inquieto -repuso el perro- me atan durante el día para que duerma y vigile
cuando llega la noche.
- Pues entonces -contestó el lobo- disfruta tú de esa comida, porque yo no quisiera ser ni rico, ni poderoso a
condición de no ser libre.-
El lobo volvió feliz corriendo a la montaña, con frío y con hambre, pero con la satisfacción de poder elegir su
propio destino y con la convicción de ser capaz de pasar el invierno y después disfrutar de la primavera y el
caliente verano de la montaña.
Visto en http://remolins.net/
Hace ya muchos años y en un país muy lejano, tras una larga enfermedad un acaudalado cerdito yacía en su
lecho esperando que transcurrieran los últimos días de su vida. Consciente de su estado, convocó a sus cuatro
hijos para expresarles su última voluntad.
- Cerditos míos, está llegando mi última hora y, tras una vida de esfuerzos y trabajo he conseguido reunir una
cierta cantidad de dinero que les quiero transmitir en partes iguales, tan sólo les pido que con ella monten un
negocio de restauración, que como ustedes saben, ha sido la gran pasión de mi vida. Háganlo y, por favor
intenten ser cerditos de provecho.
Tras un emotivo sepelio, los cuatro cerditos se dirigieron a sus respectivas ciudades. Como daba la casualidad
de que los cuatro estaban casados, lo primero que hicieron fue explicarles a sus parejas lo sucedido y cuáles
eran sus planes de inversión con el dinero recibido de la herencia
El cerdito mayor habló de esta forma:
- Mira, cerdita mía, voy a montar un restaurante de bellotas azules, esas que tanto nos gustan a ti y a mí.
A lo que su pareja le contestó
- ¿Estás seguro? Esas bellotas sólo nos gustan a ti y a mí, y cuando vienen invitados nunca las puedo servir…
- Tú tranquila, nosotros somos cerditos de buen gusto y ya verás cómo acabarán triunfando
El segundo cerdito expresó su pensamiento de la siguiente manera:
- Amor mío, vamos a montar una tienda de degustación de embutidos, que he visto que tienen una gran
demanda entre los humanos
- Pero qué dices, ¡eso es un horror! -le contestó su pareja-
- Eso da igual, porque vamos a conseguir mucho dinero y eso lo compensa todo
Por su parte el tercer cerdito, meditó antes de hablar con su cerdita, y finalmente le expuso lo siguiente:
- Cerdita de mis amores, he pensado que de entre todos los manjares que nos gustan a los dos, hagamos una
encuesta entre todos nuestros vecinos y familiares para poder ver cuales tienen mayor aceptación y así
haremos un restaurante que se adapte a ello.
- Fantástico-, respondió entusiasmada la cerdita
Finalmente el cuarto cerdito le contó en medio de una fiesta a su esposa:
- Mira, ¿sabes qué? Da igual el restaurante que pongamos, total esto es muy fácil y cualquier cosa nos va a
funcionar.
- ¿Estás seguro mi amor?, –dijo ella sin prestar mucha atención.
- Claro que sí, ¡no por nada soy el más listo de la granja!
Pasaron los días y los años, y los cuatro cerditos volvieron a reunirse en una celebración familiar. Como no
podía ser de otra forma, acabaron hablando de sus respectivas experiencias en los negocios.
- No me quejo, –comentó el primer cerdito- nunca le ha faltado a mi familia techo ni comida, pero nos cuesta
mucho llegar a final de mes y apenas hemos tenido vacaciones. Esas bellotas azules que tanto nos
entusiasman, no han tenido aceptación y parece que jamás la van a tener.
El segundo cerdito dijo por su parte:
- Que curioso, a mí me ha sucedido más bien lo contrario, nunca nos ha faltado el dinero. Mi tienda de
degustación de embutido ha sido un éxito y he ampliado el negocio varias veces. Lo que pasa que nunca he
disfrutado con mi negocio y he maldecido cada día mi trabajo al levantarme por la mañana.
- Pues parece que yo soy el que ha tenido más suerte –comentó el tercer cerdito-, nuestro restaurante encanta
a nuestra familia y ha tenido una gran aceptación en nuestra ciudad tal como habíamos previsto. Nunca nos ha
faltado el dinero y, lo que es mejor, disfrutamos cada día con nuestro trabajo.
- ¡Que envidia me das! – Exclamó el cuarto cerdito- Yo monté un restaurante que ni yo mismo sabía quÉ
ofrecía. En una semana lo tuvimos listo para abrir, pero lo tuvimos que cerrar al cabo de un año, y provocó
tantas discusiones con mi mujer que acabamos separándonos. Ahora vivo casi en la indigencia y no se cuál va
a ser mi futuro.
De pronto apareció en la escena, la anciana madre de los cerditos:
- Os he estado escuchando tras la cortina, no he podido evitarlo, y ahora me arrepiento de no haber insistido
más a su padre de que se equivocaba y de que no acertó al repartir la herencia en esas condiciones, porque es
muy fácil transmitir el dinero, pero muy difícil transmitir una pasión.
Visto en: http://www.albertmora.com
La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran
acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros
y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias
feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida
era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que
periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.
La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña
pértiga; pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una
pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible y se habían acostumbrado a su difícil y resignada
vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.
Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla,
creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue
enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.
Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo:
pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante
el salto... y dieron tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron así,
pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de
saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había
mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se
quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero abandonadas por todos, pues tomar una
de aquellas pértigas se había convertido, a fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una
traición a los valores de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.
Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida
diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero
todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.
- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? - se preguntaba el joven Naru.
- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de
miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.
- Pero si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.
- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos
saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese
también es un final terrible, aunque parezca que nos aún nos queda lejos.
- Tienes razón, Ariki. Y si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto... Lo
haremos mañana mismo
Al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, el miedo apenas
les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y
les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y
alborotados, pensaron que no había sido para tanto. Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron
escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas:
- Ha sido suerte. - Yo pensaba hacerlo mañana - ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga...
Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla sólo se oían las voces
resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo y desesperanza, que no saltarían nunca...
De Pedro Pablo Sacristán, en www.cuentosparadormir.com/
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del bar nocturno. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel
hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir. Pero un día, se hizo cargo del bar un joven con
inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para
darle nuevas instrucciones.
- A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta va a preparar un diario donde registrará la cantidad de
personas que entran, así como sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.
- Me encantaría satisfacerlo, señor – balbuceó - pero yo no sé leer ni escribir.
-¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Pero, sino puede realizar esta tarea necesitaré contratar a otra persona para el puesto.
-Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida.
-Mire, yo lo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que
encuentre otra cosa. Lo siento, y que tenga mucha suerte.
Sin más, se dio la vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en
el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y
provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo contaba
con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una
caja de herramientas completa.
Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a
realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llamó a su puerta:
– Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme.
– Sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… como me quedé sin empleo…
– Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
– Bueno. Está bien. Puedo prestárselo si es sólo por un día.
A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino llamó a la puerta.
– Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
– No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.
– Hagamos un trato –dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted
está sin trabajar. ¿Qué le parece?
Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días, así que aceptó y volvió a montar su mula. A su regreso, otro
vecino lo esperaba en la puerta de su casa.
– Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a
pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para viajar.
El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un
cincel. Le pagó y se fue.
Recordaba las palabras escuchadas: “No dispongo de cuatro días para compras”. Si esto era cierto, mucha
gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgó un poco más de
dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes.
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora
corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para
almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la
primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los
fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las ciudades cercanas preferían
comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué
no?, las tenazas… y las pinzas… y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos… En diez años, aquel
hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas.
Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de a leer y escribir, se enseñarían las artes y
oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de
la ciudad, lo abrazó y le dijo:
– Sería para nosotros un gran honor poder contar con su firma en la primera hoja del libro de actas de esta
nueva escuela.
– El honor sería para mí –dijo el hombre–. Nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir;
soy analfabeto.
– ¿Usted? –dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo–. ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni
escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?
– Yo se lo puedo contestar –respondió el hombre–. Si yo hubiera sabido leer y escribir ¡sería el portero del bar!
Leído en: http://cuentosparaemprendedores.blogspot.com.ar/
Antes del año 335 A.C., al llegar a las costas de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más
grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad a su gran
ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha; habían
perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado, en apariencia, con aquellos guerreros
invencibles. Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga, dio la
orden de que fueran quemadas todas sus naves.
Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: "Observen
cómo se queman los barcos... Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no
podremos regresar a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente.
Debemos salir victoriosos de esta batalla, ya que sólo hay un camino de vuelta y es por mar... Caballeros,
cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos".
Y vencieron, gracias a ese solemne acto de determinación y de renunciar a las opciones mediocres.
Cuando un ganador comete un error, dice: “Me equivoqué y aprendí la lección”.
Cuando un perdedor comete un error, dice: “No fue mi culpa”, y se la atribuye a otros.
Un ganador sabe que el infortunio es el mejor de los maestros.
Un perdedor se siente víctima de la adversidad.
Un ganador sabe que el resultado de las cosas depende de él.
Un perdedor cree que la mala suerte existe.
Un ganador trabaja muy fuerte y se permite más tiempo para sí mismo.
Un perdedor está siempre muy ocupado, y no tiene tiempo ni para los suyos.
Un ganador enfrenta los retos uno a uno.
Un perdedor les da vueltas y vueltas y no se atreve a intentarlo.
Un ganador se compromete, da su palabra y la cumple.
Un perdedor hace promesas, no asegura nada y, cuando falla, sólo se justifica.
Un ganador dice: “Soy bueno, pero voy a ser mejor”.
Un perdedor dice: “No soy tan malo como mucha otra gente”.
Un ganador escucha, comprende y responde.
Un perdedor sólo espera hasta que le toque su turno para hablar.
Un ganador respeta a los que saben más que él y trata de aprender de ellos.
Un perdedor se resiste ante los que saben más que él y sólo se fija en sus defectos.
Un ganador se siente responsable por algo más que su trabajo.
Un perdedor no se compromete y siempre dice: “Yo sólo hago mi trabajo”.
Un ganador dice: “Debe haber una mejor forma de hacerlo”.
Un perdedor dice: “Esta es la manera en que siempre lo hemos hecho”.
Un ganador es parte de la solución.
Un perdedor es parte del problema.
Un ganador se fija en toda la pared.
Un perdedor se fija en el ladrillo que le corresponde poner.
Un ganador, como usted, comparte este mensaje con sus amigos.
Un perdedor, como los otros, se lo guarda para sí mismo.
Leido en: http://www.laculpaesdelavaca.com/ganadores-y-perdedores/
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