66209423 La Mano Izquierda de Dios Paul Hoffman
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PPaauull HHooffffmmaann LLaa mmaannoo iizzqquuiieerrddaa ddee DDiiooss
~~11~~
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PPaauull HHooffffmmaann LLaa mmaannoo iizzqquuiieerrddaa ddee DDiiooss
~~22~~
PPAAUULL HHOOFFFFMMAANN
LLAA MMAANNOO
IIZZQQUUIIEERRDDAA
DDEE DDIIOOSS
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PPaauull HHooffffmmaann LLaa mmaannoo iizzqquuiieerrddaa ddee DDiiooss
~~33~~
NNDDIICCEE
RREESSUUMMEENN ................................................................................... 5
PPrrllooggoo .................................. Error! Marcador no definido.
CCaappttuulloo 11 .................................................................................. 6
CCaappttuulloo 22 ................................................................................ 18
CCaappttuulloo 33 ................................................................................ 25
CCaappttuulloo 44 ................................................................................ 32
CCaappttuulloo 55 ................................................................................ 50
CCaappttuulloo 66 ................................................................................ 53
CCaappttuulloo 77 ................................................................................ 58
CCaappttuulloo 88 ................................................................................ 61
CCaappttuulloo 99 ................................................................................ 64
CCaappttuulloo 1100 .............................................................................. 95
CCaappttuulloo 1111 ............................................................................ 101
CCaappttuulloo 1122 ............................................................................ 113
CCaappttuulloo 1133 ............................................................................ 116
CCaappttuulloo 1144 ............................................................................ 122
CCaappttuulloo 1155 ............................................................................ 140
CCaappttuulloo 1166 ............................................................................ 147
CCaappttuulloo 1177 ............................................................................ 152
CCaappttuulloo 1188 ............................................................................ 160
CCaappttuulloo 1199 ............................................................................ 164
CCaappttuulloo 2200 ............................................................................ 170
CCaappttuulloo 2211 ............................................................................ 180
CCaappttuulloo 2222 ............................................................................ 195
CCaappttuulloo 2233 ............................................................................ 198
CCaappttuulloo 2244 ............................................................................ 206
CCaappttuulloo 2255 ............................................................................ 210
CCaappttuulloo 2266 ............................................................................ 219
CCaappttuulloo 2277 ............................................................................ 223
CCaappttuulloo 2288 ............................................................................ 245
CCaappttuulloo 2299 ............................................................................ 249
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~~44~~
CCaappttuulloo 3300 ............................................................................ 251
CCaappttuulloo 3311 ............................................................................ 253
CCaappttuulloo 3322 ............................................................................ 266
CCaappttuulloo 3333 ............................................................................ 281
CCaappttuulloo 3344 ............................................................................ 283
CCaappttuulloo 3355 ............................................................................ 324
CCaappttuulloo 3366 ............................................................................ 335
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RREESSUUMMEENN
El Santuario de los Redentores es un lugar enorme y
desolado, un lugar sin alegra ni esperanza. La mayora de los
muchachos que lo habitan entraron en l siendo slo unos nios
y han crecido sometidos al rgimen brutal de los redentores que
utilizan su violencia y su crueldad para obligarles a servir a la
nica fe verdadera.
En uno de los pasillos que se abren en medio de los
desolados vericuetos del santuario, hay un nio. Debe tener
unos catorce o quince aos. Hace mucho tiempo que olvid
cul era su verdadero nombre. Ahora todo el mundo le llama
Thomas Cale. Est tan acostumbrado a la crueldad que parece
inmune a ella. Sin embargo,muy pronto abrir la puerta
equivocada en el momento equivocado y ser testigo de un acto
tremendo que le obligar a abandonar el santuario o morir.
Cale descubrir que los redentores desean capturarle a
cualquier precio no por el secreto que ha descubierto sino por
uno mucho ms aterrador que posee sin saberlo.
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CCaappttuulloo 11
Escuchad: el Santuario de los Redentores en Pea Shotover se llama as por una
cochina mentira, pues por all redencin hay poca, y santuario an menos. El campo
que lo rodea est lleno de maleza y hierbajos, y apenas hay diferencia entre el verano
y el invierno, lo que equivale a decir que hace siempre un fro del demonio, no
importa la poca que sea del ao. El Santuario resulta visible a kilmetros de
distancia cuando no lo oculta, como suele ocurrir, una niebla sucia y espesa. Est
construido con pedernal, hormign y harina de arroz: la harina vuelve el hormign
ms duro que la roca, y ese es uno de los motivos de que la prisin (pues de eso se
trata en realidad), haya resistido tantos intentos de asedio, intentos hoy da
considerados tan intiles que nadie ha tratado de tomar el Santuario de Shotover en
cientos de aos.
Es un lugar nauseabundo al que solo los Padres Redentores van por propia
voluntad. Quines son sus presos, pues? En realidad, esta es una palabra poco
acertada para aquellos que llevan a Shotover, pues la palabra preso sugiere un delito,
y ninguno de ellos ha conculcado ley alguna impuesta por el hombre ni por Dios. Ni
tampoco se parecen a ningn preso que se pueda ver en ningn otro lugar, porque
todos los que llevan all son nios de menos de diez aos. Dependiendo de la edad
que tengan al ingresar, pueden tener ms de quince cuando salgan, aunque solo la
mitad llegan a hacerlo. A la otra mitad los envuelven en un sudario de arpillera azul
y los entierran en el campo de Ginky, un cementerio que comienza al otro lado de la
muralla. Este cementerio es tan grande que se extiende hasta donde alcanza la vista,
as que ya os podis hacer una idea del tamao de Shotover y de lo duro que resulta
en l simplemente conservar la vida. Nadie conoce todos los entresijos del Santuario,
y es muy fcil perderse por sus interminables pasillos, que giran a derecha e
izquierda y doblan hacia arriba y hacia abajo como en un laberinto. Y an ms
porque todos los rincones del Santuario parecen idnticos entre s: todos son de color
marrn; todos son oscuros, lgubres; todos huelen a viejo y a rancio.
En uno de esos pasillos se encuentra un muchacho que mira por la ventana y
sujeta un saco azul oscuro. Puede que tenga catorce o quince aos, aunque l mismo
no est seguro de su edad, como no lo est ningn otro. Ha olvidado su nombre
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original, pues a todo el que llega aqu se lo cambian para ponerle el de uno de los
mrtires redentores. Y mrtires redentores hay muchsimos, debido a que, desde
tiempo inmemorial, a los redentores los odia a muerte todo aquel al que no han
logrado convertir. Al muchacho que mira por la ventana lo llaman Thomas Cale,
pero nadie emplea nunca el nombre, solo el apellido, y al hacerlo l comete un
pecado muy grave.
Lo que le atraa a la ventana era el sonido de la Cancela del Noroeste, que
chirriaba como un gigante aquejado de dolor de rodillas, tal como haca siempre en
las raras ocasiones en que se abra. Vio cmo dos redentores, vestidos con su hbito
negro, se acercaban a la cancela y hacan pasar a un nio de unos ocho aos, seguido
de otro ligeramente menor y de otro ms. Cale cont veinte en total antes de que
apareciera al final, cerrando el grupo, otro par de redentores. Con lentitud de
artrtica, la cancela empez entonces a cerrarse.
Cale cambi de expresin al inclinarse hacia delante para atisbar, tras la cancela
que se cerraba, el Malpas que se extenda al otro lado. Solo haba salido de la
muralla en seis ocasiones desde que llegara all haca ms de diez aos: segn decan,
era el nio ms pequeo que hubiera entrado nunca en el Santuario. En esas seis
ocasiones lo haban vigilado como si la vida de sus guardianes dependiera de ello (y
en efecto as era). Si l hubiera fallado en cualquiera de esas seis pruebas, que es lo
que eran, lo habran matado en el acto. En cuanto a su vida anterior, no poda
recordar nada.
Cuando la cancela se cerr del todo, Cale volvi a fijarse en los nios. Ninguno
estaba gordo, aunque tenan esa carita redonda propia de los nios. Todos
observaban con ojos como platos el inmenso tamao del castillo con sus enormes
muros, pero aunque se quedaran anonadados ante lo extrao del lugar en que
acababan de penetrar, no parecan tener miedo. Cale sinti en su interior una serie de
emociones profundas y extraas a las que no hubiera podido dar nombre. Pero, si
bien se dej atrapar por ellas, le salv, como haba ocurrido ya muchas veces, su
costumbre de mantener un odo atento a lo que suceda a su alrededor.
Se apart de la ventana y empez a caminar por el pasillo.
T, espera!
Cale se par y se dio la vuelta. En el umbral de una de las puertas que daban al
pasillo se encontraba uno de los redentores. Estaba tan gordo que le colgaban trozos
de carne por los bordes del cuello. De la estancia que se encontraba a su espalda
salan vapores y ruidos extraos. Cale lo mir sin mover un msculo de la cara.
Ven aqu y djame que te vea.
El muchacho camin hacia l.
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Ah, eres t! dijo el gordo redentor. Qu ests haciendo por aqu?
El Padre Disciplinario me ha mandado llevar esto al torno. Le mostr el saco
azul que llevaba.
Qu has dicho? Habla ms alto!
Desde luego, Cale saba que el redentor estaba sordo de un odo, y lo de hablar en
voz baja lo haba hecho a propsito. Repiti lo dicho, pero esta vez gritando a pleno
pulmn.
Te ests haciendo el gracioso, muchacho?
No, Padre.
Qu hacas en la ventana?
En la ventana?
No me tomes por tonto. Qu hacas all?
O abrirse la Cancela del Noroeste.
Seguro...? Se qued como distrado. Parece que llegan pronto gru,
molesto, y despus se volvi y mir hacia atrs, pues aquel gordo era el Padre
Vituallero, supervisor de aquella cocina que alimentaba tan bien a los redentores y
apenas daba de comer a los nios. Veinte ms para la cena! Al gritar esto, su
aliento penetr en la nube maloliente de la estancia. Se volvi de nuevo hacia Cale.
Estabas pensando en algo cuando estabas en la ventana?
No, Padre.
Tenas imaginaciones?
No, Padre.
Si te vuelvo a pillar merodeando por aqu, te arranco la piel, me has odo ?
S, Padre.
El Padre Vituallero regres a su estancia y empez a cerrar la puerta. Mientras lo
haca, Cale dijo en voz baja, pero lo bastante claro como para que pudiera orle
cualquiera que estuviera menos sordo que el Padre Vituallero:
Ojal te ahogues ah dentro, bola de sebo!
La puerta se cerr de golpe y Cale sigui por el pasillo, arrastrando el gran saco
tras l. A pesar de que hizo el recorrido prcticamente a la carrera, le cost casi
quince minutos alcanzar el torno, que se hallaba al final de un breve pasillo. Lo
llamaban el tambor porque eso era lo que pareca, si uno olvidaba el hecho de que
meda un metro ochenta de alto y estaba empotrado en un muro de ladrillo. Al otro
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lado del tambor, o torno, haba una parte completamente cerrada y apartada del
resto del Santuario, donde, segn se rumoreaba, vivan doce monjas que cocinaban
para los redentores y les lavaban la ropa. Cale no saba lo que era una monja, ni haba
visto nunca ninguna pese a que de vez en cuando hablaba con ellas a travs del
torno. No saba en qu se diferenciaban las monjas de las otras mujeres, de las que en
el Santuario se hablaba raramente y siempre con aversin. Aunque haba dos
excepciones: la Santa Hermana del Ahorcado Redentor y la Bendita Imelda
Lambertini, que haba muerto a los once aos en un xtasis acaecido mientras tomaba
la primera comunin. Los redentores no explicaban qu era un xtasis, y no haba
nadie lo bastante tonto como para preguntarlo. Cale empuj el torno y este gir sobre
su eje, revelando una gran abertura. Meti dentro el saco azul y volvi a empujar.
Despus golpe en un lado, haciendo mucho ruido. Esper treinta segundos hasta or
una voz apagada procedente del otro lado del muro.
Qu sucede?
Cale acerc la cabeza al torno para poder ser odo. Sus labios casi tocaban la
superficie.
El redentor Bosco quiere esto para maana por la maana grit.
Por qu no lo trajeron con los otros?
Cmo demonios voy a saberlo?
Desde el otro lado del muro se oy un grito de ira, agudo y amortiguado.
Cmo te llamas, impo ?
Dominic Savio minti Cale.
Pues bien, Dominic Savio. Informar al Padre Disciplinario y te arrancar la piel
a latigazos.
Mirad cmo tiemblo.
Veinte minutos despus, Cale regresaba a la oficina de estrategia del Padre
Militante. No haba en ella nadie salvo el propio redentor, que no levant la mirada
ni dio muestra alguna de haber visto a Cale. Durante otros cinco minutos, sigui
escribiendo en su libro de cuentas sin levantar la vista, antes de decir:
Por qu has tardado tanto ?
El Padre Vituallero me par en el pasillo exterior.
Por qu?
Creo que haba odo un ruido fuera.
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Qu ruido? Por fin, el Padre Militante mir a Cale. Sus ojos eran de un color
azul claro casi descolorido, pero muy vivos. No se les escapaba prcticamente nada.
O nada en absoluto.
Estaban abriendo la Cancela del Noroeste para dejar entrar a los nuevos. El
Padre Vituallero no esperaba que llegaran hoy. Me parece que estaba molesto.
Cuidado con lo que dices advirti el Padre Militante, pero en un tono ms
suave del habitual. Cale saba que despreciaba al Padre Vituallero, y por eso no le
pareca tan peligroso hablar de ese modo de un redentor.
Le pregunt a tu amigo por el rumor de que haban llegado coment el
redentor.
Yo no tengo amigos, Padre repuso Cale: estn prohibidos.
El Padre Militante se rio levemente. Su risa no era agradable.
No me preocupa eso precisamente de ti, Cale. Pero si quieres que lo diga as, el
delgaducho del pelo rubio. Cmo lo llamas t?
Henri.
Ya s su nombre de pila. Pero tienes un apodo para l.
Lo llamamos Henri el Impreciso.
El Padre Militante volvi a rerse, pero esta vez su risa son a buen humor normal
y corriente.
Muy bien dijo, apreciando lo certero del apodo. Le pregunt a qu hora
haban llegado los nuevos y me dijo que no estaba seguro, pero que haba sido en
algn momento entre las ocho campanadas y las nueve. Entonces le pregunt que
cuntos eran y me dijo que tal vez quince, o tal vez ms. Mir a Cale fijamente a los
ojos. Le di unos azotes para ensearle a ser ms exacto en lo sucesivo. Qu te
parece?
A m me da igual, Padre respondi Cale con rotundidad. Mereca el castigo
que vos quisierais infligirle.
Desde luego. Me alegra mucho que pienses as. A qu hora llegaron?
Justo antes de las cinco.
Cuntos eran?
Veinte.
De qu edad?
Ninguno tena menos de siete aos ni ms de nueve.
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De qu tipo?
Cuatro mezos, cuatro uitlanders, tres folders, cinco mestizos, tres miamis y uno
que no s.
El Padre Militante lanz un gruido, como si no acabara de satisfacerle que todas
sus preguntas fueran respondidas con tanta precisin.
Ve al tablero. Te he puesto un problema. Tienes diez minutos para resolverlo.
Cale se dirigi a una mesa grande y cuadrada de unos seis metros de lado, sobre la
cual el Padre Militante haba desplegado un mapa que la desbordaba ligeramente.
Era sencillo reconocer algunas de las cosas que haba all dibujadas: colinas, ros,
bosques... Pero sobre l haba unos tacos de madera, pequeos y numerosos, que
tenan nmeros y smbolos. Algunos de esos tacos estaban colocados de manera
ordenada, otros de forma aparentemente azarosa. Cale observ el mapa durante todo
el tiempo que se le haba concedido, al cabo del cual alz la mirada.
Y bien? pregunt el Padre Militante.
Cale empez a exponer su solucin.
Termin de hacerlo veinte minutos despus, y dej las manos quietas ante l.
Muy ingenioso. Impresionante, dira yo dijo el Padre Militante. Algo se
transform en la mirada de Cale. Entonces, con extraordinaria velocidad, el Padre
Militante azot la mano izquierda del muchacho con un cinturn de cuero lleno de
tachuelas pequeas y redondeadas.
Cale hizo una mueca. El dolor le forz a apretar los dientes. Pero enseguida su
rostro volvi a adoptar aquella atenta frialdad que era todo cuanto el redentor sola
ver en l. El Padre Militante se sent y observ al muchacho como si fuera un objeto
interesante y sin embargo insatisfactorio.
Cundo vas a aprender que cuando haces algo brillante, algo original, es tan
solo porque el orgullo te domina? Esa solucin que propones podra funcionar, pero
es innecesariamente arriesgada. Sabes muy bien cul es la solucin cannica para
este problema. En la guerra un xito gris es siempre mejor que un xito brillante, y
sera mejor que aprendieras por qu. Golpe en la mesa con furia. Es que has
olvidado que un redentor tiene derecho a matar al instante a cualquier chico que
haga algo inesperado?
Volvi a golpear en la mesa, se levant y mir a Cale. Aunque en pequea
cantidad, la sangre manaba por toda la palma de la mano izquierda de Cale, que
segua abierta.
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Nadie te tratara con la indulgencia con que lo hago yo. El Padre Disciplinario te
ha echado el ojo. Ya sabes que le gusta dar un ejemplo cada pocos aos. Quieres
terminar en un Acto de Fe?
Cale mir al frente y no dijo nada.
Responde!
No, Padre.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandsima culpa dijo el Padre Militante,
golpendose tres veces el pecho con la mano. Tienes veinticuatro horas para
meditar en tus pecados antes de arrepentirte de ellos ante el Padre Disciplinario.
S, Padre.
Ahora vete.
Dejando caer las manos, Cale se volvi y se dirigi a la puerta.
No manches de sangre la alfombra advirti el Padre Militante.
Cale abri la puerta con la mano buena y sali.
Solo en su oficina, el Padre Militante vio cerrarse la puerta. En cuanto oy el
chasquido de la cerradura, su expresin cambi de la ira apenas reprimida a una
reflexiva curiosidad.
Fuera, en el pasillo, Cale se qued un momento en pie, inmvil bajo aquella
horrible luz marrn que tea todo el Santuario. Observ su mano izquierda: las
heridas no eran profundas, porque las tachuelas del cinto estaban pensadas para
causar intenso dolor sin provocar heridas difciles de curar. Apret el puo todo lo
posible, agitando la cabeza como si un leve temblor le atravesara el crneo. La sangre
gote en el suelo abundantemente. A continuacin relaj la mano, y bajo la luz
marrn apareci en su rostro la huella de una horrible desesperacin. Esa huella
desapareci al cabo de un momento, y Cale empez a recorrer el pasillo hasta
perderse de vista.
Ninguno de los muchachos del Santuario saba cuntos eran en total. Algunos
aseguraban que haba nada menos que diez mil y que aumentaban cada mes. Sobre
ese incremento versaba la mayor parte de las conversaciones. Aquellos que se
encontraban ya cerca de la veintena coincidan en decir que hasta los ltimos cinco
aos, el nmero de chicos, fuera el que fuera, haba permanecido estable; pero que a
partir de entonces haba ido en aumento. Los redentores estaban haciendo las cosas
de modo diferente, y eso en s mismo era algo extrao y de mal agero, pues la
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costumbre y la conformidad con el pasado significaban para ellos lo mismo que
significa el aire para quien respira. Para ellos cada da deba ser igual al da anterior,
cada mes como el mes anterior, y ningn ao deba diferir de ningn otro. Y, sin
embargo, ahora el gran incremento del nmero de aclitos obligaba a introducir
cambios: en los dormitorios se haban introducido literas de dos y de tres pisos para
acomodar a los recin llegados; el servicio divino se daba de manera alternativa para
que todos pudieran rezar y recibir cada da los dones contra la condenacin; y ahora
haba turnos para las comidas. Pero sobre las razones de estos cambios, los
muchachos no saban nada.
Con la mano izquierda envuelta en un sucio trozo de tela que haban desechado
las siervas lavanderas, Cale atraves el enorme refectorio durante el segundo turno,
llevando una bandeja de madera. Haba llegado tarde, aunque no demasiado tarde
(si hubiera sido as, le habran pegado y excluido de la cena). Fue caminando hacia la
gran mesa que haba al final de la estancia, donde coma siempre. Se detuvo tras otro
chico de la misma edad y altura que l, que estaba tan concentrado en su cena que no
not que tena a Cale detrs. Pero lo alert la cabeza levantada de sus compaeros de
mesa. Entonces levant la mirada.
Lo siento, Cale dijo metindose en la boca los restos de comida al mismo
tiempo que se sala del banco y se llevaba la bandeja apresuradamente.
Cale se sent y observ su cena: haba algo que pareca una salchicha pero no lo
era, y estaba cubierta de una salsa aguada, con un tubrculo indeterminado al que
una coccin interminable haba convertido en una papilla de plido color
amarillento. Al lado, en un cuenco, haba unas gachas fras, grises y gelatinosas,
como nieve pisada durante das. Por un momento, y pese a lo hambriento que estaba,
no fue capaz de decidirse a empezar. Entonces alguien se sent a su lado en el banco.
Cale no lo mir, pero se puso a comer, y solo un levsimo temblor en la comisura de
los labios revelaba el asco que senta.
El muchacho que se haba sentado a su lado empez a hablar, pero en voz tan baja
que solo Cale poda orle. No era prudente que lo pillaran a uno hablando durante la
cena con el de al lado.
He encontrado algo dijo el muchacho claramente emocionado, pese a que
apenas se le poda or.
Me alegro por ti respondi Cale sin entusiasmo.
Algo maravilloso.
Esta vez Cale no reaccion en absoluto, sino que concentr su mente en ingerir las
gachas sin tener arcadas. El otro muchacho hizo una pausa.
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Hay comida: comida que se puede comer. Cale apenas levant la cabeza, pero
su compaero de asiento supo que lo haba logrado.
Por qu tendra que creerte?
Conmigo estaba Henri el Impreciso. Nos vemos a las siete detrs del Ahorcado
Redentor.
Diciendo esto, el muchacho se levant y se fue. Cale alz la cabeza, y apareci en
su rostro una extraa expresin de anhelo, tan diferente de la fra mscara que
habitualmente mostraba al mundo que el muchacho que tena delante se le qued
mirando.
No quieres eso? le pregunt con ojos llenos de esperanza, como si la
salchicha rancia y las gachas de color gris amarillento le proporcionaran una
satisfaccin inmensa.
Cale ni le respondi ni le mir. Continu comiendo, esforzndose por tragar sin
hacer arcadas.
En cuanto termin, Cale llev la bandeja de madera al lavatorio, la freg en la pila
con arena y la volvi a poner en su estante. Al dirigirse hacia la salida, observado
como estaba por un redentor que vigilaba el refectorio desde un enorme sitial, Cale
se arrodill ante la estatua del Ahorcado Redentor y se golpe tres veces el pecho,
murmurando: Soy pecado, soy pecado, soy pecado sin prestar ninguna atencin al
significado de las palabras.
Fuera estaba oscuro, y haba descendido la niebla nocturna. Eso era buena cosa: le
resultara ms fcil deslizarse sin ser visto desde el deambulatorio hasta los arbustos
que crecan tras la gran estatua.
Para cuando lleg, Cale era incapaz de ver a ms de tres metros de distancia.
Descendi desde el deambulatorio a la grava que haba delante de la estatua.
Aquella estatua era la ms grande de todas representaciones del Ahorcado
Redentor que haba en el Santuario, y deba de haber cientos de ellas, algunas de las
cuales no medan ms que unos centmetros y estaban clavadas a las paredes,
puestas en hornacinas o decorando las pilas de cenizas sagradas que haba al final de
cada pasillo y por encima de las puertas. Eran tan comunes, se las mencionaba con
tanta frecuencia, que la imagen misma haba perdido todo significado. Nadie, salvo
los nuevos, era capaz de ver en ellas lo que eran: la imagen de un hombre colgado en
una horca, con una soga alrededor del cuello y el cuerpo sombreado de cicatrices
producidas por las torturas que le haban infligido antes de la ejecucin, y cuyas
piernas rotas colgaban extraamente torcidas. Las sagradas horcas del Ahorcado
Redentor hechas durante la fundacin del Santuario, mil aos antes, eran crudas y
tendan a un realismo directo: un terror en los ojos y en la cara que supla la falta de
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habilidad en la talla, el cuerpo contorsionado, la lengua saliendo de la boca...
Aquella, venan a decir los escultores, era una manera horrible de morir. A lo largo
de los aos las estatuas se haban ido volviendo ms perfectas pero tambin ms
blandas. La gran estatua, con su enorme horca, su gruesa soga y su Redentor de seis
metros de altura colgando de ella, no tena ms que treinta aos de antigedad, y los
verdugones que luca a la espalda eran prominentes, pero limpios y sin sangre; y las
piernas, ms que quebradas por los golpes, parecan sufrir de calambres. Pero lo ms
raro de todo era la expresin de la cara, pues en lugar del horrible sufrimiento de la
estrangulacin, pareca mostrar una expresin de molestia, algo as como si se le
hubiera atravesado una espina en la garganta y tratara de quitrsela tosiendo
discretamente.
Sin embargo, aquella noche de niebla y oscuridad, lo nico que Cale poda
distinguir del Redentor eran sus enormes pies surgiendo de la niebla. Resultaba tan
extrao, que produca incomodidad. Con cuidado de no hacer ruido, Cale se
introdujo en los arbustos, que lo protegeran de la vista de cualquiera que pasara.
Cale?
S.
Kleist, el muchacho con el que haba hablado en el refectorio, y Henri el Impreciso
salieron de los arbustos y aparecieron ante l.
Espero que merezca la pena el riesgo que corremos, Henri susurr Cale.
La merece, Cale. Te lo aseguro.
Kleist le hizo a Cale un gesto para que lo siguiera tras los arbustos, pegado al
muro. All todo estaba an ms oscuro, y Cale tuvo que esperar un poco a que sus
ojos se adaptaran. Los otros dos esperaban. Haba una puerta.
No es fcil imaginarse lo emocionante que resultaba ver all una puerta, pues en el
Santuario, pese a que haba muchas entradas, puertas haba pocas. Durante la Gran
Reforma, acaecida doscientos aos antes, ms de la mitad de los redentores haban
sido quemados en la pira por herejes. Temiendo que aquellos apstatas pudieran
haber contaminado a los muchachos, la secta victoriosa de los redentores les haba
cortado el cuello, solo por si acaso. Tras volver a aprovisionarse de chicos, los
redentores haban realizado muchos cambios en el Santuario, uno de los cuales
consista en suprimir todas las puertas all donde haba muchachos.
Pues, a fin de cuentas, de qu serva una puerta donde haba pecadores? Las
puertas ocultan cosas, las puertas amparan actos malvados, haban decidido,
amparan el secreto, ya sea en soledad o en compaa, y amparan la confabulacin. La
idea misma de puerta, en cuanto les dio por meditar en ella, les provoc a los
redentores rabia y temor. El mismsimo demonio ya no era plasmado solo como una
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bestia con cuernos sino, al menos con la misma frecuencia, como un rectngulo
dotado de cerradura.
Claro est que ese anatema contra las puertas no se aplicaba a los propios
redentores, y de hecho el smbolo de su redencin era la posesin de una puerta en
su lugar de trabajo y en las celdas en que dorman. Para los redentores, la santidad se
meda por el nmero de llaves que les permitan colgar de la cadena con que
rodeaban la cintura. El tintineo que haca uno al caminar mostraba que ya haba sido
aceptado en el cielo.
El descubrimiento de una puerta desconocida, por tanto, era algo sorprendente y
emocionante.
En cuanto sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad, Cale distingui
junto a la puerta un montn de escayola rota y ladrillos desmoronados.
Me estaba escondiendo de Chetnick explic Henri el Impreciso. As es como
encontr este lugar. El yeso de la esquina se estaba cayendo, as que mientras
esperaba que Chetnik se fuera empec a arrancarlo. Le haba entrado agua y se
desmoronaba solo. En un minuto lo desprend todo.
Cale alarg la mano hacia el borde de la puerta y empuj con cuidado. Volvi a
empujar. Y otra vez ms.
Est atrancada.
Kleist y Henri el Impreciso sonrieron. Kleist se meti la mano en el bolsillo y cogi
algo que Cale no haba visto jams en posesin de ningn muchacho: una llave. Era
gruesa y larga, y estaba picada de herrumbre. Los ojos les brillaron de emocin.
Kleist meti la llave en la cerradura y la gir, gruendo al hacer el esfuerzo.
Entonces, haciendo clank!, la llave dio vuelta.
Hemos estado tres das echndole grasa y tal para que abra dijo Henri el
Impreciso con voz impregnada de orgullo.
Dnde encontrasteis la llave? pregunt Cale. Kleist y Henri el Impreciso se
sentan encantados de que Cale se dirigiera a ellos como si hubieran resucitado un
muerto o caminado sobre las aguas.
Te lo diremos cuando estemos dentro. Adelante. Kleist arrim el hombro a la
puerta, y los otros hicieron lo mismo. No empujis demasiado fuerte, porque
puede que no estn muy bien las bisagras. No hay que hacer ruido. Contar hasta
tres. Se detuvo. Listos? A la una, a las dos y a las... tres. Empujaron. Nada. No
se movi ni un centmetro. Se pararon para coger aire. A la una, a las dos y a las...
tres.
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Empujaron de nuevo, y entonces la puerta chirri. Se echaron atrs alarmados. Si
los oan, los atraparan; y si los atrapaban, los someteran a Dios saba qu.
Nos podran colgar por esto elijo Cale. Los otros lo miraron.
No haran eso... La horca no.
Bosco me ha dicho que el Padre Disciplinario anda buscando una excusa para
dar un ejemplo. Hace ya cinco aos desde que ahorcaron al ltimo.
No seran capaces repiti Henri el Impreciso, horrorizado.
S que seran. Esto es una puerta, por Dios! Y t tienes una llave. Cale se
volvi hacia Kleist. Y, por cierto, me mentiste: no tienes ni idea de lo que hay ah
dentro. Seguramente no va a ningn lado, y no encontraremos nada que merezca la
pena robar ni que merezca la pena ver. Volvi a mirar al otro. No merece la pena
correr el riesgo, Henri, pero se trata de vuestro cuello. Conmigo no contis.
Cuando ya se iba, una voz grit desde el deambulatorio con rabia e impaciencia.
Quin anda ah? Qu ha sido ese ruido?
Entonces oyeron las pisadas de un hombre que caminaba sobre la grava, por
delante de la estatua del Ahorcado Redentor.
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CCaappttuulloo 22
Tal vez hayis experimentado alguna vez lo que es helarse de horror, notar que se
os han quedado los ojos como platos, la lengua pegada a la boca y las tripas
deshechas. Pues todo eso no es nada comparado con lo que sentan en aquel
momento Kleist y Henri al pensar las crueldades que les aguardaban por su
estupidez. Se imaginaron a la enorme y muda multitud que aguardaba en la
penumbra, los gritos que daran al ser arrastrados hacia la horca, la terrible hora de
espera mientras cantaban la misa y, despus, la soga, de la que tiraban hacia arriba
en tanto ellos pataleaban al quedarse sin aire.
Pero Cale ya se haba vuelto hacia la puerta y, en silencio, haba empujado hacia
arriba (la puerta se caa porque las bisagras estaban casi sueltas) y despus hacia
dentro. Se abri sin hacer casi nada de ruido. Les toc en el hombro a sus dos
compaeros, que se haban quedado petrificados, y les hizo pasar por el hueco. En
cuanto pasaron, l tambin entr, apretndose. Haciendo otro gran esfuerzo cerr la
puerta tras l, igual de silenciosamente.
Salid! Ahora mismo! La voz del hombre llegaba apagada, pero an se oa
con claridad.
Dame la llave dijo Cale en voz muy baja. Kleist se la entreg. Cale se volvi
hacia la puerta y busc a tientas la cerradura. A continuacin se detuvo: en realidad,
no saba cmo se usaba una llave. Kleist, t! susurr. Kleist busc tambin a
tientas la cerradura y, entonces, meti dentro la pesada llave.
Con mucho cuidado, sin hacer ruido dijo Cale.
Kleist gir la llave con mano temblorosa, consciente de que su vida dependa del
cuidado que pusiera en aquel movimiento.
La llave dio vuelta, haciendo un ruido que a ellos les pareci que era como el
golpe de una maza contra una olla de hierro.
Venid aqu ahora mismo! exigi aquella voz amortiguada. Pero Cale se dio
cuenta de que haba dudas en aquella voz. Quienquiera que fuera el que se
encontraba all, no estaba realmente seguro de haber odo algo.
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Aguardaron. En el silencio solo se oa la spera respiracin provocada por el
terror. Entonces pudieron distinguir, a duras penas, el amortiguado crujido de la
grava. El hombre se volva, y el ruido de sus pasos fue desvanecindose.
Se habr ido a buscar a los gubios.
Tal vez no dijo Cale. Me parece que era el Padre Vituallero. Es un cerdo
vago y gordo, y no estaba nada seguro de lo que haba odo. Podra haber mirado
entre los arbustos, pero no ha querido hacer el esfuerzo. Si no ha sido capaz ni de
mirar entre los arbustos por no doblar ese espinazo recubierto de manteca, se cuidar
mucho de sacar los gubios con los perros.
Si vuelve maana, cuando haya luz, encontrar la puerta coment Henri el
Impreciso. Aunque ahora nos escapemos, vendrn por nosotros.
Irn detrs de quien sea y se asegurarn de encontrarlo, sea culpable o no. No
hay nada que nos relacione con este sitio. Alguien pagar las consecuencias, pero no
tenemos por qu ser nosotros.
Y si ha ido a buscar ayuda? pregunt Kleist.
Abre la puerta y vmonos.
Kleist busc a tientas la puerta y despus la llave que sobresala de la cerradura.
Intent girarla, pero no se movi. Entonces volvi a intentarlo. Nada. A continuacin
intent girarla con todas sus fuerzas. Se oy un fuerte chasquido.
Qu ha sido eso? pregunt Henri el Impreciso.
La llave! explic Kleist. Se ha roto y se ha quedado dentro de la cerradura!
Qu...? pregunt Cale.
Que se ha roto. No podremos salir! No por aqu.
Dios! exclam Cale. Sers imbcil! Te estrujara el cuello si pudiera ver
dnde ests.
Tiene que haber otra salida.
Y cmo vamos a encontrarla en esta oscuridad? pregunt Cale con
amargura.
Yo he trado una luz dijo Kleist. Pens que igual la necesitbamos.
Se hizo un silencio, solo interrumpido por el ruido que haca Kleist al rebuscar en
el hbito. Algo se le cay, lo volvi a encontrar, y volvi a orse el crujido de la tela
del hbito. Entonces saltaron chispas, mientras l golpeaba un trozo de pedernal
sobre algo de musgo seco. Rpidamente empez a arder, y a la luz de aquella llamita
pudieron ver que Kleist acercaba la mecha de una vela que estaba guardada en un
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~~2200~~
candelero con tapa de cristal. Tard un instante en colocarle la tapa y entonces, por
primera vez, pudieron contemplar lo que tenan a su alrededor.
Y no es que hubiera mucho que ver a la luz de la vela, que no pasaba de dar una
pobre llama alimentada con amarillenta grasa animal, pero fue evidente para los
muchachos que no se encontraban en una estancia, sino en un pasillo bloqueado.
Cale le cogi la vela a Kleist para examinar la puerta.
Este yeso no es tan viejo: como mucho tendr unos aos.
Algo se escondi en un rincn, y los tres pensaron lo mismo: ratas.
La ingesta de ratas estaba prohibida a los muchachos por motivos religiosos, pero
aquel era un tab que al menos tena un buen fundamento: las ratas eran un foco de
enfermedades con patas. Sin embargo, los muchachos consideraban la rata como algo
delicioso. Por supuesto, no todo el mundo era un buen cazador de ratas. Esa
habilidad era muy apreciada y transmitida de maestro a aprendiz solo a cambio de
importantes pagos o favores. Los cazadores de ratas constituan un grupo hermtico
y cobraban media rata por sus servicios, un precio tan alto que de vez en cuando
algunos decidan prescindir de ellos e intentar cazarlas por s mismos, obteniendo
generalmente resultados que animaban a los dems a pagar, y dando gracias. Kleist
era uno de esos cazadores.
No tenemos tiempo dijo Cale, comprendiendo qu era lo que estaba
pensando, Y la luz no sera suficiente como para prepararla.
Puedo pelar una rata completamente a oscuras repuso Kleist. Quin sabe
cunto tiempo pasaremos aqu encerrados. Se subi el hbito y sac una piedra
que llevaba escondida en el dobladillo. Apunt con cuidado y a continuacin la lanz
en la penumbra. Se oy un chillido y se percibi un movimiento desesperado. Kleist
le cogi a Cale el candelero y se dirigi hacia el rincn del que haba salido el
chillido. Se meti la mano en el bolsillo y, con mucho cuidado, despleg un trozo de
tela que utiliz para coger al animal. Con un movimiento de la mueca, le parti el
cuello y se la meti en el mismo bolsillo.
Ya seguir despus.
Creo que estamos en una galera. Habr puertas a los lados coment Cale.
Supongo que llevara a algn sitio, y tal vez siga hacindolo.
Como era el que llevaba el candelero, Kleist se puso delante.
Haba transcurrido menos de un minuto cuando Cale empez a dudar de su
anterior dictamen. La galera se estrechaba tanto que tenan que agacharse para
seguir. En contra de lo que esperaba Cale, no haba puertas, ni tabicadas ni en ningn
otro estado.
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Pues no hay puertas dijo Cale al fin sin levantar la voz. Ms bien parece que
estamos en un tnel.
Durante ms de media hora y pese a la oscuridad, caminaron rpidamente,
porque el suelo era liso y no haba nada con lo que pudieran tropezar.
Al final, fue Cale el que habl.
Por qu dijisteis que haba comida cuando no habais entrado aqu?
Elemental contest Henri el Impreciso: Si no te lo hubiramos dicho, no
habras venido.
Y hubiera hecho muy bien. Me prometiste comida, Kleist, y fui lo bastante idiota
para confiar en ti.
Cre que tenas fama, ya sabes, de no confiar en nadie coment Kleist.
Adems, tenemos una rata. As que no te ment. Y hay ms comida.
Cmo lo sabes? pregunt Henri, cuya voz traicionaba su apetito.
Hay muchas ms ratas. Y las ratas tienen que comer. De algn lado tienen que
sacar el alimento.
Se detuvo de repente.
Qu ocurre? pregunt Henri.
Kleist levant la vela. Delante de ellos tenan un muro. No haba puerta.
Tal vez est detrs del yeso coment Kleist.
Cale palp el muro con la palma de la mano y despus dio golpecitos con los
nudillos.
No es yeso: es hormign con harina de arroz. Igual que los dems muros. No
habr manera de atravesarla.
Tendremos que volver. Tal vez hayamos pasado por alto alguna puerta en los
laterales del tnel. No hemos estado atentos.
No estoy de acuerdo repuso Cale. Y adems... cunto durar la luz de la
vela?
Kleist mir el sebo que quedaba.
Veinte minutos.
Qu vamos a hacer? pregunt Henri el Impreciso.
Apaga la llama y vamos a pensar propuso Cale.
Buena idea acept Kleist.
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Me alegro de que opines eso dijo Cale sentndose en el suelo.
Tras sentarse l tambin, Kleist abri el cristal y apag la llama con el ndice y el
pulgar.
Se quedaron sentados, a oscuras, distrados por el olor animal del sebo de la vela.
Pues el olor de aquel sebo rancio solo poda recordarles una cosa: la comida.
Al cabo de cinco minutos habl Henri el Impreciso.
Yo estaba pensando... empez a decir, pero no termin la frase. Los otros dos
aguardaron. Este es un extremo del tnel. Volvi a quedarse en silencio. Pero
todo tnel tiene que tener ms de una entrada... Volvi a callarse. Era solo una
idea.
Una idea? brome Kleist. No seas credo!
Henri no respondi, pero Cale se puso en pie.
Enciende la vela.
A Kleist le cost todo un minuto hacerlo, empleando el musgo y el pedernal, pero
pronto pudieron volver a ver. Cale se puso en cuclillas.
Psale la vela a Henri y sbete a mis hombros.
Kleist le entreg el candelero y se subi sobre los hombros de Cale, pasndole las
piernas por el cuello. Lanzando un gruido, Cale se incorpor.
Coge el candelero.
Kleist hizo lo que le deca.
Ahora mira por el techo.
Kleist levant el candelero y busc algo, sin saber qu.
S! grit.
En voz baja, maldita sea!
Hay una trampilla susurr, muy emocionado.
Llegas?
S, no me tengo que estirar mucho.
Ten cuidado: empuja con suavidad. Podra haber alguien al otro lado.
Kleist coloc la palma de la mano en el extremo ms prximo de la trampilla, y
presion hacia arriba.
Cede.
Sbela un poco. Intenta ver que hay al otro lado.
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Son un chirrido.
Nada. Est oscuro. Voy a subir el candelero. Hubo una pausa. Sigo sin ver
gran cosa.
Puedes ponerte en pie?
S si me empujas de los pies. Cuando agarre la trampilla. Ya!
Cale le agarr los pies y lo empuj hacia arriba. Kleist ascendi lentamente y
despus se solt, con gran estruendo de la trampilla.
No hagas ruido! dijo Cale entre dientes.
Entonces desapareci.
Cale y Henri esperaron en la oscuridad, iluminados tan solo por el leve destello
que llegaba a travs de la trampilla. Pero mientras Kleist investigaba el entorno
incluso ese destell desapareci. De pronto se hizo la oscuridad total.
Crees que podemos confiar en que no se largar?
Bueno dijo Henri el Impreciso. Espero que s. Se qued callado un
momento. Seguramente.
Pero no termin, pues la luz volvi a asomar por la trampilla, y a continuacin lo
hizo la cabeza de Kleist.
Es una especie de habitacin susurr. Pero puedo ver luz a travs de otra
trampilla.
Sbete a mis hombros le dijo Cale a Henri el Impreciso. Y t?
Ahora no te preocupes. Pero no os vayis antes de ayudarme a subir.
Henri el Impreciso pesaba mucho menos que Kleist, y fue bastante fcil auparlo
hasta la trampilla, donde Kleist tir de l.
Baja la vela todo lo que puedas.
Kleist lo hizo, mientras Henri el Impreciso se pona en pie.
Cale se acerc a la pared del tnel, y se agarr a una grieta para subir. Despus,
utiliz otra, y otra ms, hasta que pudo alcanzar la mano de Kleist.
Se agarraron por las muecas.
Ests preparado?
Siento dejarte a oscuras, Cale, pero tengo que pasarle la vela a Henri.
Eso hizo. Mientras la mitad de su cuerpo colgaba por la trampilla, la luz
desapareca en la oscuridad.
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Cuando cuente tres. Hizo una pausa. Una, dos y... tres.
Cale se solt y se qued balancendose en el aire. Kleist lanz un gruido al cargar
con todo su peso. Permaneci as un momento, esperando a que Cale dejara de
balancearse. Despus este alarg el brazo libre y se aferr con l al hombro de Kleist,
a quien Henri sujetaba de las piernas.
Lo auparon solo quince centmetros, pero fue suficiente para que Cale pudiera
agarrarse al borde de la trampilla y aliviar el esfuerzo de Kleist y Henri. Se qued all
un momento, hasta que lo levantaron y lo posaron sobre el suelo de madera.
Se quedaron all los tres tendidos, jadeando por el esfuerzo. Entonces se levant
Cale.
Ensame la otra trampilla.
Kleist se puso en pie, cogi el candelero con la vela ya mortecina, y se acerc al
otro extremo de una estancia que, segn le pareci a Cale, tendra unos seis metros
de largo por cuatro o cinco de ancho.
Seguido por los otros dos, Kleist se inclin ante una trampilla. Tal como haba
dicho, en uno de sus lados haba una rendija. Cale acerc un ojo todo lo que pudo,
pero aparte de ver que haba luz, no pudo distinguir nada ms. A continuacin
arrim el odo a la rendija.
Qu...?
Silencio! reclam Cale entre dientes.
Dej la oreja pegada al suelo durante dos minutos largos. A continuacin se sent
y se acerc a la trampilla. A primera vista no pareca que hubiera modo de
levantarla, as que palp por los bordes hasta que encontr espacio suficiente para
tirar de la trampilla hacia el borde sobre el que pivotaba. Chirri ligeramente. Cale se
estremeci. Ni siquiera haba espacio suficiente para meter un dedo, as que tuvo que
hincar las uas en la madera para poder agarrar. Los dedos le dolan al tirar, pero
enseguida pudo levantarla lo suficiente para meter la mano por debajo. Alz la
trampilla de su marco, y entonces los tres miraron hacia abajo.
Cuatro o cinco metros ms abajo, se abra ante ellos una visin que jams haban
experimentado. De hecho, superaba incluso cualquier cosa con la que hubieran
podido soar.
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CCaappttuulloo 33
En absoluta inmovilidad, en absoluto silencio, los tres muchachos siguieron
contemplando la cocina, pues de eso se trataba. Hasta el ltimo rincn de la
superficie estaba cubierto de platos de comida: haba pollo asado con su crujiente piel
impregnada de sal y pimienta molida, buey cortado en gruesas rodajas, cerdo con la
piel tan crujiente y tostada que morderla hara el mismo sonido que los palos al
romperse... Haba pan cortado en gruesas rebanadas, con la corteza tan oscura que en
algunas zonas pareca casi negra, platos llenos hasta arriba de moradas escalonias, y
arroz con frutas, manzanas y gruesas uvas pasas. Y haba postres: montaas de
merengue, natillas de intenso color amarillo y cuencos llenos de nata montada.
Los muchachos no saban cmo se llamaba la mayor parte de lo que vean: cmo
tener una palabra para las natillas cuando uno ni siquiera ha imaginado nunca la
existencia de semejante manjar? O cmo pensar que aquellas rodajas de buey y de
pechuga de pollo pudieran tener alguna remota relacin con las sobras, menudillos,
pies y sesos, hervidos todos juntos y picados para formar aquella especie de
embutidos de despojos que era lo ms parecido a la carne que conocan? Imaginaos
lo extraos que resultaran los colores y las cosas que pueden verse en el mundo para
un ciego que de repente pudiera ver, o para un sordo de nacimiento la msica
producida por un centenar de flautas.
Pero, anonadados como estaban, el hambre los hizo descender de la trampilla
como monos, balancendose para no caer sobre la mesa, en el medio de la cocina.
Estaban pasmados ante la abundancia que los rodeaba, y Cale casi se olvida de que
haba que cerrar la trampilla. Aturdido por los aromas y suaves colores que tena
ante l, quit varios platos de la mesa para subirse encima. Alargando las manos
cuanto poda, logr empujar la trampilla para que cayera en su lugar.
Para cuando volvi al suelo, los otros dos estaban ya saqueando la comida con la
habilidad de aves carroeras. Tomaban tan solo una cosa de cada plato y despus lo
recolocaban para que no se notara el hueco. No pudieron evitar dar unos bocados al
pollo o al pan, pero la mayor parte de lo que cogan lo guardaban en los numerosos y
prohibidos bolsillos que llevaban cosidos en el hbito, destinados a pasar oculta
cualquier cosa que pudieran encontrarse o hurtar.
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Cale se mareaba con aquellos aromas y vahos extraos que parecan crecer en el
interior de su cabeza hasta hacerle casi perder el conocimiento.
No comis. Coged solo lo que podis esconder les dijo a los otros, pero
tambin a s mismo. El tomo su parte y la escondi, aunque no tena mucho sitio
donde hacerlo. Normalmente no necesitaban muchos bolsillos secretos, pues lo que
solan encontrar por ah era muy poca cosa.
Tenemos que salir. Ya. Cale se dirigi hacia la puerta. Como si acabaran de
despertar de un profundo sueo, Kleist y Henri el Impreciso empezaron a
comprender la peligrosa situacin en la que se encontraban. Cale arrim el odo a la
puerta un momento, y despus la abri: era un pasillo con puertas a los lados.
Sabe Dios dnde estamos dijo. Pero tenemos que ponernos a cubierto.
Diciendo esto, abri del todo la puerta y sali, seguido con cautela por los otros.
Se movieron con rapidez, arrimados al muro. Al cabo de unos pocos metros se
encontraron una escalera que suba. Cale neg con la cabeza, al tiempo que Henri el
Impreciso llegaba a su pie.
Tenemos que encontrar una ventana para asomarnos y ver si podemos
averiguar dnde estamos. Tenemos que estar de vuelta en el dormitorio antes de que
apaguen las luces, o se darn cuenta de nuestra ausencia.
Siguieron movindose, pero al acercarse a una puerta a la izquierda, esta empez
a abrirse.
En un instante se volvieron, echaron a correr hacia la escalera, y subieron por ella.
Se tumbaron en el rellano, cuerpo a tierra. Oan voces en el pasillo debajo de ellos.
Oyeron el sonido de otra puerta que se abra, y Cale levant la cabeza solo para
ver una sombra que se diriga hacia la cocina de la que acababan de salir. Henri el
Impreciso se acerc a su lado. Pareca confuso y aterrorizado.
Esas voces... susurr. qu les ocurra?
Cale neg con la cabeza, pero tambin l haba notado que eran extraas, y haba
sentido en el estmago una inusitada sensacin. Se levant, observando el lugar en
que se encontraban. La nica salida era una puerta que tenan a su espalda.
Rpidamente, accion la manilla y entr en el cuarto al que conduca. Pero en
realidad no se trataba de ningn cuarto. Era una especie de galera o terraza, con un
muro bajo a unos tres metros de la puerta. Cale gate hacia all, seguido por los otros,
y los tres se reunieron, agachados, tras el muro.
Desde el espacio que la terraza dominaba, lleg un estallido de risas y aplausos.
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No eran solo las risas en s lo que asustaba a los tres muchachos (pues la risa era
algo muy raro en aquel lugar, y jams se oa a tal volumen ni con semejante y
despreocupada alegra), sino sobre todo el timbre y tono de esas risas. Al igual que
las voces que haban odo en el corredor, un poco antes, haba en ellas un temblor
profundo y extrao.
Echa un vistazo susurr Henri el Impreciso.
No respondi Cale sin pronunciar la palabra, tan solo moviendo los labios.
O lo haces t, o lo hago yo.
Cale lo agarr por la mueca, y apret.
Si nos pillan, nos matarn.
A regaadientes, Henri el Impreciso se volvi a apoyar contra el muro. Se oy otro
estallido de carcajadas, pero esta vez Cale no perdi de vista a Henri el Impreciso.
Entonces vio que Kleist se haba puesto de rodillas y miraba hacia abajo, hacia el
lugar del que provenan las risas. Intent tirar de l, pero Kleist era mucho ms fuerte
que Henri el Impreciso y resultaba imposible moverlo sin usar tal fuerza que les
habra delatado al instante.
Poco a poco, Cale levant la cabeza por encima del muro de la terraza y vio algo
mucho ms impresionante y turbador an que la comida que haban contemplado en
la cocina. Aquello impactaba tanto como ser apaleado al mismo tiempo con un
centenar de varas claveteadas de las que tenan los redentores.
All abajo, en un enorme saln, haba una docena de mesas, todas cubiertas con
comida del mismo tipo de la que haban visto en la cocina. Las mesas estaban
dispuestas en crculo, de manera que los comensales podan verse entre s, y era
evidente que la razn de la celebracin eran dos chicas que haba vestidas de blanco
inmaculado. Una de ellas, en especial, resultaba llamativa, con su largo cabello negro
y sus ojos verdes. Era hermosa, pero tambin muy rellenita. En el medio del crculo
de mesas haba una gran pila de agua caliente, de cuya superficie salan nubes de
vapor y dentro haba media docena aproximada de chicas, visin que dej a Cale y a
Kleist con los ojos como platos y con tal cara de pasmarotes como si hubieran tenido
una visin del mismsimo cielo.
Las chicas de la piscina estaban desnudas. Su piel era de color sonrosado o
amarronado, dependiendo de su origen, pero incluso la ms joven de todas, que
tendra unos doce aos, tena voluptuosas curvas. Y lo que sorprenda a los
muchachos no era tanto su desnudez como el hecho de que fueran mujeres. Nunca
haban visto ninguna.
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Quin podra explicar lo que sentan? No existe el poeta que pueda poner en
palabras su sorpresa, su sobrecogimiento, su aterrorizada alegra.
Esta vez fue Henri el Impreciso el que ahog un grito, tras colocarse al lado de los
otros dos. El sonido que hizo arranc a Cale de su obnubilacin. Al cabo de unos
segundos, los otros dos, plidos y consternados, hicieron lo mismo.
Maravilloso susurr para s Henri el Impreciso. Maravilloso, maravilloso,
maravilloso...
Tenemos que irnos o nos matarn.
Cale se puso a gatas y de esa manera avanz hacia la puerta, seguido por los otros
dos. Salieron por ella con sigilo, siguieron hasta el borde del rellano, y escucharon.
No se oa nada. Bajaron por la escalera y empezaron a recorrer el pasillo. Debi de
cuidar de ellos su ngel de la guarda, porque en contraste con el sigilo con que
haban llegado hasta all, los muchachos que salieron de la terraza lo hicieron en un
estado de total aturdimiento provocado por la escena que acababan de presenciar.
Sumidos en aquella embelesada conmocin, llegaron hasta un arco que daba a otro
corredor. Giraron a la izquierda simplemente porque no tenan ningn motivo para
hacerlo a la derecha.
Entonces los tres, a los que solo les quedaba media hora para llegar al dormitorio,
echaron a correr, pero en menos de un minuto se encontraron ante un recodo. El
nuevo pasillo tena seis metros de largo, y al final haba una recia puerta. La
desesperacin se reflej en el rostro de los tres.
Dios mo! susurr Henri el Impreciso.
Dentro de cuarenta minutos sacarn a los gubios para buscarnos.
Bueno, no les costar mucho encontrarnos aqu, verdad?
Y despus, qu? No dejarn que contemos lo que hemos visto dijo Kleist.
Tenemos que escaparnos concluy Cale.
Escaparnos?
S: escaparnos y no volver nunca.
Ni siquiera podemos salir de aqu! dijo Kleist. Y hablas de escapar del
Santuario?
Y qu remedio nos queda...? Pero la respuesta de Cale fue interrumpida por
el sonido de una llave que giraba en la cerradura de la puerta que tenan delante. Era
una puerta enorme, que tena al menos quince centmetros de grosor. Solo disponan
de unos segundos para encontrar un escondite, pero el problema era que no haba
ningn sitio donde esconderse.
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Cale les indic a los otros dos que se pegaran contra la pared, donde la puerta, al
abrirse, los ocultara, aunque solo fuera hasta que volviera a cerrarse. Pero no tenan
otra eleccin, pues echar a correr por donde haban ido equivala a quedarse
encerrados hasta que descubrieran su ausencia, lo cual tendra dos consecuencias:
una captura rpida y una muerte lenta.
La puerta se abri como resultado de cierto esfuerzo, a juzgar por los juramentos y
gemidos de irritacin del que la abra. Acompaada de protestas malhumoradas, la
puerta gir hacia ellos y despus se detuvo. Entonces alguien introdujo por debajo de
la puerta una cua de madera para que se quedara abierta. Siguieron nuevas
maldiciones y gemidos, y a continuacin se oy el sonido de un pequeo carro que
trasportaban por el corredor. Cale, que estaba en el borde de la puerta, mir y vio
una sombra de aspecto familiar, vestida con hbito negro, que se alejaba cojeando al
empujar un carro. Desapareci al doblar la esquina. Les hizo una sea a los dems
para que salieran y atravesaran la puerta rpidamente.
Estaban fuera, en la fra niebla. All haba otro carro lleno de carbn, que esperaba
para ser introducido en el Santuario. Por eso el subredentor Smith, tan perezoso
como siempre, haba decidido dejar la puerta abierta en vez de cerrarla como le
habran mandado.
En condiciones normales, habran cogido todo el carbn que pudieran, pero tenan
sus numerosos bolsillos llenos de comida, y adems tenan demasiado miedo.
Dnde vamos? pregunt Henri el Impreciso.
Ni idea respondi Cale. Se acerc al deambulatorio, intentando habituarse a la
niebla y a la oscuridad para encontrar algo que le indicara dnde se hallaban. Pero la
alegra de haber salido dur poco. Haban caminado mucho por el tnel. Podan
encontrarse en cualquier lugar del Santuario, en medio de su laberinto de edificios,
pasillos y deambulatorios.
Entonces asom en la niebla un enorme par de pies: era la gran estatua del
Ahorcado Redentor, que haban dejado atrs ms de una hora antes.
En menos de cinco minutos llegaron por separado a la cola del dormitorio, ms
formalmente conocido como el Dormitorio de la Seora del Perpetuo Socorro. Lo que
eso pudiera significar, ni lo saba nadie ni tampoco le importaba a nadie. Empezaron
a salmodiar con los dems: Y si muero esta noche? Y si muero esta noche? Y si
muero esta noche? Los redentores se encargaban de dejar a sus aclitos, durante
toda su vida, muy clara la respuesta a aquella sombra pregunta: la mayora de ellos
iran al infierno, a causa del negro y vergonzoso estado en que se hallaba su alma, y
all arderan por toda la eternidad. Durante aos, cada vez que sala a relucir el
asunto de una posible muerte en medio de la noche, que era muy a menudo,
resultaba muy frecuente que a Cale le hicieran ponerse delante de los dems, y el
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redentor que estuviera al cargo le levantaba el hbito para mostrar a todos su espalda
desnuda y llena de moratones, desde la nuca al sacroiliaco. Los moratones eran de
muy distinto tamao, y como mostraban todas las fases por las que pasaba un
moratn, con tanta variedad de azules, grises y verdes, rojos bermellones y amarillos
amoratados, casi dorados, su espalda resultaba a veces agradable de contemplar.
Mirad qu colores! deca el redentor. Vuestras almas, que deberan ser
blancas como el ala de una paloma, se encuentran peor que los negros y morados de
la espalda de este muchacho. As es como aparecis todos vosotros ante los ojos de
Dios: negros y morados. Y si alguno de vosotros muere esta noche, no necesitis que
os diga en qu fila tendr que ponerse a hacer cola. Y en cuanto a lo que le espera al
final de esa fila, son bestias que os devorarn y despus os defecarn para volveros a
devorar. Y tambin os aguardan los hornos de metal, todos al rojo vivo, y os asarn
en ellos durante una hora hasta que os carbonicis, y despus vuestra grasa se
derretir, y os amasarn los demonios, juntando la ceniza con la grasa para formar
una masa asquerosa de la que volveris a nacer para volver a arder y a nacer, y as
una y otra vez por toda la eternidad.
En cierta ocasin, durante la visita de un dignatario, un tal redentor Compton, que
estaba enfrentado a Bosco, haba presenciado el resultado, as como el castigo que
haba provocado los moratones.
Estos muchachos haba dicho el redentor Compton, estn siendo formados
para luchar contra la blasfemia de los antagonistas. Una violencia tan extrema contra
un nio, no importa hasta qu punto se haya podido convertir en un juguete del
demonio, destruir su espritu mucho antes de que pueda fortalecerlo para que nos
ayude a barrer el sacrilegio de la vista de Dios.
Este nio no es rebelde, y est muy lejos de haberse convertido en un juguete
del demonio. Bosco, que tan cauteloso era siempre a la hora de discutir de Cale, se
enfureci al instante consigo mismo por ser provocado a dar incluso una explicacin
tan enigmtica como aquella.
Entonces, por qu permits esto?
No preguntis el motivo. Alegraos de que sea as.
Decidme, Padre...
No lo har.
Y, ante esto, el redentor Compton, ms prudente por una vez que Bosco, se
mordi la lengua, pero despus instruy a dos de los confidentes pagados que tena
en el Santuario para que recogieran toda la informacin posible sobre el muchacho
de la espalda amoratada.
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Y si muero esta noche? Y si muero esta noche? Y si muero esta noche?
Mientras Cale y los dems se dirigan a la cama, canturreando aquellas palabras a las
que aos de repeticin haban terminado por despojar de todo significado, l
rememor el horrible poder que haban ejercido sobre ellos en otro tiempo, cuando
siendo nios, se quedaban despiertos toda la noche, convencidos de que en cuanto
cerraran los ojos sentiran la clida boca de la bestia, u oiran el ruido metlico, pero
amortiguado por el holln, de las puertas de los hornos.
En cosa de diez minutos el dormitorio estaba abarrotado, y se cerraron las puertas
detrs de quinientos nios que, en absoluto silencio, se preparaban para dormir en
aquella especie de cobertizo enorme, glido y apenas iluminado. A continuacin se
apagaban las velas, y los nios se preparaban para un sueo que no tardaba en
llegar, pues llevaban despiertos desde las cinco de la maana.
El dormitorio quedaba inmerso en una ruidosa mezcla de ronquidos, llantos,
gritos y gruidos, mientras los muchachos se introducan en el consuelo o en el
horror que pudieran depararles sus sueos.
Por supuesto, haba tres chicos que no solo no se durmieron tan rpido como los
otros, sino que tardaran todava varias horas en hacerlo.
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CCaappttuulloo 44
Cale se despert tambin pronto. Era una costumbre suya que haba mantenido
desde siempre, por lo que poda recordar. Eso le permita permanecer durante una
hora en soledad, en la medida en que puede encontrarse solo alguien rodeado de
quinientos durmientes. Pero en la oscuridad que precede al alba no hay nadie que
hable con uno, ni lo vigile, ni le diga lo que tiene que hacer, ni que lo amenace ni que
busque una excusa para pegarle o para matarlo. Y aunque estuviera hambriento, al
menos estaba caliente.
Entonces, claro est, se acord de la comida. Tena los bolsillos llenos de ella.
Coger algo del hbito que colgaba junto a su cama era correr un riesgo insensato,
pero se vea impelido por un impulso irresistible, un impulso que no era solo
causado por el hambre (algo con lo que viva constantemente), sino por el placer: el
irresistible deseo de comer algo que tuviera un sabor maravilloso. Tomndose su
tiempo, meti la mano en el bolsillo y cogi lo primero que encontr: una especie de
galleta plana con una capa de crema pastelera. Y se la meti en la boca.
Al principio pens que se iba a volver loco de placer con aquellos sabores de
azcar y mantequilla que le estallaban no solo en la boca, sino tambin en el cerebro,
en la propia alma. Sigui masticando y trag, sintiendo un placer indescriptible.
Y entonces se mare. No estaba ms acostumbrado a comida como aquella de lo
que estaba un elefante a volar. Como un hombre que se muere de sed o de hambre,
tena que recibir lquido o alimento en dosis muy pequeas, o de lo contrario su
cuerpo se rebelara y l morira de lo mismo que tan desesperadamente necesitaba.
Cale permaneci all media hora, tratando por todos los medios de no vomitar.
Comenzaba a recobrarse cuando oy a uno de los redentores, que haca su ronda
antes de la hora de despertarse. Las duras suelas de los zapatos resonaban en el suelo
de piedra al caminar alrededor de los durmientes. Eso dur diez minutos. Entonces,
de pronto, aquel paso se aceler y se oyeron fuertes palmadas:
ARRIBA! ARRIBA!
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Lentamente, Cale, que segua mareado, se levant y se puso el hbito, teniendo
mucho cuidado de que no se le cayera nada de los rebosantes bolsillos, al tiempo que
otros quinientos muchachos geman y se ponan en pie tambalendose.
Unos minutos despus, marchaban bajo la lluvia hacia la misa en la Baslica de la
Eterna Misericordia, un imponente edificio de piedra en el que pasaron las siguientes
dos horas murmurando oraciones en respuesta a los diez redentores que oficiaban,
usando palabras que haca mucho tiempo se haban vaciado de todo significado a
base de repetirlas. A Cale eso no le importaba, porque siendo nio haba aprendido a
dormir con los ojos abiertos sin dejar de murmurar con los dems, en tanto que una
pequea parte de su mente segua alerta ante la presencia de redentores que
buscaban asistentes poco participativos.
Entonces lleg el desayuno, consistente en ms gachas de color gris y en pies de
muertos, una especie de pastel hecho con muchos tipos de grasa animal y vegetal,
normalmente rancia, y con numerosas variedades de semillas. Era asqueroso pero
muy nutritivo. Solo gracias a aquella desagradable mezcolanza conseguan
sobrevivir los muchachos. Los redentores deseaban que tuvieran en la vida el menor
placer posible, pero sus planes para el futuro, dada la gran guerra contra los
antagonistas, requeran que los muchachos fueran fuertes. Los que sobrevivan, claro
est.
No pudieron volver a hablar los tres hasta las ocho en punto, cuando estaban
haciendo cola para entrenar en el Campo del Absoluto Perdn de Nuestros
Redentores.
Me encuentro mal dijo Kleist.
Yo tambin susurr Henri el Impreciso.
Yo casi vomito admiti Cale.
Vamos a tener que esconderlo.
O tirarlo.
Ya os acostumbraris dijo Cale. Pero si no lo queris, yo me como vuestra
parte.
Yo tengo que ir a guardar las vestiduras despus de los ejercicios coment
Henri el Impreciso, as que podis darme la comida y la esconder all.
Hablando! Vosotros, estis hablando! A su manera habitual, que pareca casi
milagrosa, el redentor Malik haba aparecido tras ellos. Debido a su extraa
habilidad para acercarse a la gente de modo completamente sigiloso, resultaba muy
poco prudente hacer cualquier cosa que no estuviera permitida cuando Malik se
encontraba cerca. Haba sido muy mala suerte que sustituyera en las sesiones de
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entrenamiento, sin previo aviso, al redentor Fitzimmons, conocido por todo el
mundo como Fitz el Cacas a causa de la disentera que le haba afectado desde su
poca en las campaas de los pantanos. Vais a hacer doscientas dijo Malik
propinndole a Kleist un buen sopapo en la parte de atrs de la cabeza.
Mand que la fila entera, y no solo ellos tres, se colocaran sobre los nudillos y
empezaran a hacer las flexiones que les acababa de mandar.
T no, Cale dijo Malik. T haz el pino. Sin dificultad, Cale hizo el pino y
empez en aquella postura a doblar los brazos, arriba abajo, arriba abajo. Salvo la de
Kleist, el resto de las caras de la fila estaban ya tensas del esfuerzo, pero Cale segua
subiendo y bajando como si no pudiera parar, con los ojos en blanco, como perdido a
miles de kilmetros de distancia. Kleist simplemente pareca aburrido, pero nada
incmodo, mientras haca flexiones el doble de rpido que los dems. Cuando,
exhausto y dolorido, termin el ltimo de los aclitos, Malik le mand a Cale hacer
otras doscientas flexiones, por pavonearse. Te dije que hicieras el pino, no que
adems hicieras flexiones. El orgullo de un muchacho es un sabroso refrigerio para
el demonio! Aquella era una leccin moral que no apreciaron sus aclitos, que lo
miraron sin comprender, pues la experiencia de un refrigerio entre comidas, fuera
sabroso o no, era algo que nunca haban imaginado, no digamos ya experimentado.
Cuando son la campana para indicar el final de los ejercicios, los quinientos
muchachos se pusieron en camino, lo ms lentamente que osaban hacerlo, hacia la
Baslica, para las oraciones de la maana. Al pasar por el callejn que llevaba a la
parte trasera del enorme edificio, los tres se escondieron. Le dieron a Henri el
Impreciso toda la comida que llevaban en los bolsillos, y entonces Kleist y Cale
volvieron a ponerse en la larga cola que iba entrando en la plaza que daba a la
Baslica.
Mientras tanto, Henri el Impreciso empujaba con los hombros el pestillo de la
puerta de la sacrista, con las manos repletas de pan, carne y pastel. Abri la puerta y
aguz el odo por si haba redentores. Penetr en la oscuridad amarronada del
vestidor, preparado para volver a salir en cuanto viera el menor asomo de alguien.
Pareca que estaba vaca. Entonces se dirigi apresuradamente hacia uno de los
armarios, pero antes de abrirlo tuvo que dejar en el suelo parte de la comida. Un
poco de suciedad del suelo, pens, no les hara ningn dao. Con la puerta abierta,
meti la mano en el interior del armario y levant la tabla de madera que haba en la
parte inferior. Debajo de esa tabla haba un hueco en el que Henri el Impreciso sola
ocultar sus pertenencias, todas ellas prohibidas. Los aclitos, tal como se los llamaba
formalmente, no podan poseer nada, pues las cosas materiales de este mundo los
habran corrompido, tal como deca el Padre Puerco. Aunque Puerco, como
supondris, no era su verdadero nombre, pues en realidad se llamaba Padre Glebe.
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Y fue la voz de Glebe la que son a su espalda.
Quin anda ah?
Casi oculto por la puerta del armario, Henri el Impreciso arroj al interior del
armario la comida que llevaba en los brazos, as como los muslos de pollo y el pastel
que haba en el suelo, y tras ponerse en pie, cerr la puerta.
Perdonad, Padre?
Ah, eres t! dijo Glebe. Qu ests haciendo?
Que qu estoy haciendo, Padre?
S dijo Glebe, algo irritado.
Eh... bueno Henri el Impreciso mir a su alrededor en busca de inspiracin.
Pareci encontrarla en algn punto del techo.
Estaba... estaba guardando la casulla que se ha dejado olvidada el redentor Bent.
El redentor Bent estaba ciertamente loco; pero su reputacin de olvidadizo se deba
en gran medida al hecho de que, siempre que era posible, los aclitos le culpaban de
todo aquello que no se encontraba en su lugar, o de todas las cosas cuestionables que
hacan. Si alguna vez los pillaban haciendo algo incorrecto, o encontrndose en algn
sitio en el que no deban estar, lo primero que se les ocurra decir para defenderse era
que les haba mandado el redentor Bent, cuya memoria de cortsimo plazo se poda
confiar que no los contradira.
Acrcame la ma. Henri el Impreciso mir a Glebe como si no supiera de qu
le hablaba, Y bien...? pregunt Glebe al cabo de un rato.
Vuestra casulla? pregunt Henri el Impreciso. Y como vio que Glebe estaba a
punto de ir hacia l para darle un tortazo, aadi con entusiasmo: Por supuesto,
Padre! Se volvi y se dirigi hacia otro de los armarios. Abri la puerta con alegra
fingida.
Blanca o negra, Padre?
Qu es lo que te pasa?
Lo que me pasa, Padre?
S, imbcil. Por qu iba a llevar casulla negra entre semana durante el mes de
los muertos?
Entre semana? pregunt Henri el Impreciso, desconcertado por aquella
idea. Por supuesto que no, Padre. Sin embargo, necesitar un tranoclo.
De qu me ests hablando? pregunt Glebe, pero su tono de queja albergaba
dudas. Existan cientos de prendas y ornamentos ceremoniales, muchos de los cuales
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haban cado en desuso a lo largo de los mil aos que haban pasado desde la
fundacin del Santuario. Estaba convencido de que nunca haba odo hablar del
tranoclo, pero eso no quera decir que no existiera.
Bajo la atenta mirada del redentor Glebe, Henri el Impreciso se dirigi hacia un
cajn y lo abri. Rebusc por un instante, y sac un collar formado por cuentas
diminutas al final de las cuales colgaba un pequeo cuadrado de arpillera.
Hay que llevarlo el da del mrtir San Fulton.
Jams me he puesto una cosa como esa coment Glebe, pero no del todo
seguro. Se acerc al Calendario Eclesistico y lo abri por la fecha de aquel da. Se
conmemoraba, efectivamente, el martirio de San Fulton, pero haba muchos mrtires,
y no suficientes das, y el resultado era que algunos de los menos importantes se
celebraban solo una vez cada veinte aos o cosa as. Con irritacin, Glebe aspir aire.
Date prisa, se hace tarde.
Con la debida solemnidad, Henri el Impreciso le coloc a Glebe el tranoclo
alrededor del cuello, y le ayud con la larga y primorosamente elaborada casulla.
Hecho esto, sigui a Glebe al interior de la Baslica, como deba hacerse en las
oraciones matutinas, donde se pas la siguiente media hora reviviendo con placer el
episodio del tranoclo, que era algo que no exista realmente, como tal vez hayis
adivinado. No tena ni idea de qu era aquel cuadrado de arpillera al final del collar
de cuentas, pero haba montones de chismes desconocidos en la sacrista cuyo
significado haba cado haca mucho tiempo en el olvido. Sin embargo, haba corrido,
y no por primera vez, un riesgo enorme, tan solo por el placer de tomarle el pelo a un
redentor. Si lo descubrieran, lo despellejaran. Y no se trata de ninguna metfora.
Su apodo, que le haba puesto Cale, haba triunfado, pero solo ellos dos
comprendan su autntico significado. Solo Cale saba que el modo escurridizo en
que Henri sola responder, o repetir cualquier pregunta que le hacan, no se deba a
su incapacidad para entender la pregunta, ni para encontrar una clara respuesta, sino
que era un modo de desafo a los redentores, alargando la respuesta hasta el lmite
mismo de su no muy grande paciencia. Era precisamente por haber descubierto la
estrategia de Henri, y por la admiracin que le mereca su espectacular temeridad,
por lo que haba quebrado una de sus normas ms importantes: la de no hacer
amigos, la de no permitir que nadie se hiciera amigo suyo.
Cale se abri camino hasta un banco libre de la Baslica nmero cuatro, con la
intencin de recuperar el sueo atrasado durante las Plegarias de la Humillacin.
Haba perfeccionado el arte de dormirse al mismo tiempo que se acusaba de sus
pecados: pecados de depravacin, de delectatio morosa, pecados de gaudium, de
desiderium, pecados de deseo efectivo e inefectivo. Todos al unsono, los quinientos
nios de la Baslica Cuatro juraban no cometer nunca transgresiones que les habran
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resultado imposibles, aun cuando hubieran sabido de qu se trataba: nios de cinco
aos que juraban solemnemente no codiciar jams la mujer del prjimo, otros de
nueve que juraban no tallar bajo ninguna circunstancia imgenes de deslealtad y
cobarda, y otros de catorce que prometan no venerar jams esas imgenes aunque
las hubieran esculpido. Todo eso bajo pena de un castigo divino que alcanzara
incluso a sus descendientes en la tercera o cuarta generacin. Al cabo de unos
cuarenta y cinco satisfactorios minutos de siesta, la misa concluy y Cale guard fila
en silencio, con los dems, y regres con ellos hasta la otra punta de los campos de
entrenamiento.
El campo ya no volva a estar libre durante el da. El enorme incremento durante
los ltimos cinco aos en el nmero de aclitos que reciban instruccin implicaba
que ahora se haca casi todo por turnos: el entrenamiento, la comida, el aseo, el
culto... El entrenamiento tena lugar incluso de noche para los retrasados, y eso
resultaba algo especialmente temido a causa del terrible fro, pues el viento soplaba
desde el Malpas incluso en verano. No era ningn secreto que aquel incremento se
deba a la necesidad de aumentar las tropas contra los antagonistas. Cale saba que
muchos de los que salan del Santuario no iban de manera permanente al frente
oriental ni al occidental, sino que los dejaban la mayor parte del tiempo lejos de la
guerra, rotando seis meses en cada frente para despus pasarse un ao o incluso ms
en la reserva. Lo saba porque se lo haba dicho Bosco:
Puedes hacer dos preguntas le haba dicho Bosco tras informarle sobre aquel
extrao despliegue. Cale haba meditado durante un rato.
El tiempo que pasan en la reserva, Padre, tienen la intencin de aumentarlo y
seguir aumentndolo?
S respondi Bosco. Segunda pregunta.
No necesito una segunda pregunta repuso Cale.
De verdad? Ms vale que hayas dado con la respuesta correcta.
O que el redentor Compton os deca que los frentes estaban en punto muerto.
S, ya te vi que no perdas comba.
Pese a lo cual, hablabais como si eso no fuese ningn problema.
Sigue.
Hemos estado entrenando un gran nmero de caballeros sacerdotes en los
ltimos aos: demasiados. Queremos darles un lugar en la lucha, pero no queremos
que los antagonistas sepan que han incrementado sus fuerzas. Por eso ha aumentado
tanto el tiempo que pasan en la reserva. Siempre se nos dice que los frentes estn
repletos de antagonistas traidores. Es cierto?
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Ah! Bosco sonri, aunque no era una sonrisa agradable. He aqu una
segunda pregunta, cuando te has jactado de que solo necesitabas una. La vanidad es
tu punto dbil, muchacho, y no estoy pensando ahora en la salvacin del alma.
Tengo... Se detuvo, y daba la impresin de que no saba qu decir, algo que Cale
no haba visto nunca. Resultaba perturbador. Tengo expectativas contigo. Pero
tambin exigencias. Y ms te valdra que te echaran al otro lado de los muros de este
lugar con una muela de molino al cuello, antes que decepcionarme en mis exigencias
y expectativas. Es tu orgullo lo que ms me preocupa. Cualquier redentor que
encuentres de aqu a la eternidad te puede decir que el orgullo es la causa de los
otros veintiocho pecados mortales, pero pienso en cosas ms importantes que tu
alma: el orgullo te distorsiona el juicio y te hace ponerte en situaciones que deberas
evitar. Te conced dos preguntas y, sin otro motivo que la vana soberbia, quisiste
anonadarme y te arriesgaste a un castigo por fracasar en algo en lo que no
necesitabas correr riesgos. Eso te debilita hasta tal punto que me pregunto si eres
merecedor de la proteccin que te he estado otorgando durante todos estos aos.
Mir a Cale, y Cale mir al suelo, odiando y despreciando a partes iguales la idea
de que Bosco lo protegiera. Mientras aguardaba, pasaban por su mente ideas
extraas y peligrosas.
La respuesta a tu segunda pregunta es que en los frentes tenemos espas e
informadores antagonistas, pero solo unos pocos. Sin embargo, son suficientes.
Cale no apart los ojos del suelo. Tena que fingir que no haba oposicin por su
parte. Tena que minimizar las posibilidades de castigo. Sin embargo, tena todo el
tiempo la rabiosa sensacin de que Bosco tena razn y que podra haber evitado lo
que le esperaba.
Estamos preparando reservas para un gran ataque en ambos frentes, y sin
embargo debemos mantener el nmero de efectivos en el mismo nivel, o de lo
contrario ellos se daran cuenta de lo que les espera. Queremos que los reservistas
adquieran experiencia, pero ya hay demasiados, as que los reservistas tienen que
pasar cada vez ms tiempo lejos del frente. Se necesitan ms soldados para terminar
con los antagonistas, pero esos soldados tienen que endurecerse en la batalla, pese a
que no hay batallas suficientes para eso. Estamos en un aprieto, Padre.
Y qu propones?
Necesito tiempo para pensarlo, Padre. No hay ninguna solucin que no
constituya a su vez otro problema.
Bosco se rio.
Djame decirte, muchacho, que la solucin a todo problema es siempre otro
problema.
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Entonces, sin previo aviso, Bosco arremeti contra Cale. Cale intercept el golpe
con tanta facilidad como si lo hubiera lanzado un anciano. Se miraron el uno al otro.
Baja la mano.
Cale hizo lo que le mandaba.
Dentro de un momento te volver a pegar dijo Bosco con suavidad. Y
cuando lo haga, no movers ni las manos ni la cabeza. Aceptars el golpe. Me dejars
que te pegue. Consentirs.
Cale aguard. Esta vez Bosco hizo grandes preparativos para asestar el golpe.
Lanz la mano contra l. Cale experiment un estremecimiento, pero el golpe no
lleg. La mano de Bosco se haba detenido junto a su cara.
No te inmutes, muchacho.
Bosco retir la mano y volvi a arremeter contra l. De nuevo, Cale se estremeci.
NO TE INMUTES! grit Bosco con el rostro rojo de la rabia, salvo por dos
puntitos blancos en el centro de las mejillas, que se volvan an ms blancos
conforme se oscureca la piel. Entonces lanz otro golpe, pero esta vez s le peg a
Cale, que se haba quedado quieto como una piedra. Y despus le peg otra vez, y
otra. Y de repente lanz un nuevo golpe, pero este fue tan fuerte que Cale cay al
suelo aturdido.
Levnta