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#3 Series de la Nueva Evangelización Michelle K. Borras Los misterios de la vida de Jesús SERVICIO DE INFORMACIÓN CATÓLICA

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#3 Series de la Nueva Evangelización #3 Series de la Nueva Evangelización

Michelle K. Borras

“La vida de Cristo... refleja aquel Misterio que superatodo conocimiento: el Misterio del Verbo hecho carne,en el cual ‘reside toda la Plenitud de la Divinidadcorporalmente’ ”.

Los misteriosde la vida de Jesús

S ERV I C IO DE INFORMAC IÓN CATÓL I CA S ERV I C IO DE INFORMAC IÓN CATÓL I CA

La vida de Jesucristo contiene profundidades inagotables.Revela al Dios que “amó tanto al mundo” (Juan 3,16) que seuniría a su criatura para siempre. Y porque nos muestranuestro destino y nuestra salvación, la vida del Hijo encarnadode Dios revela toda la verdad acerca del hombre. En el espíritude María, quien ponderó en su corazón los sucesos de la vida desu hijo, este folleto busca ayudar al lector a profundizar aúnmás en el “gran misterio” de la encarnación.

Servicio de Información Católica ®Consejo Supremo de Caballeros de Colón

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New Haven, CT 06521 800 735 4605 (fax)

[email protected] www.kofc.org/cis403-S 6/15

— Papa Juan Pablo II

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Los misterios de la vida de Jesús

Michelle K. Borras

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Contenido

“¡Oh gran misterio!”1 “Yo busco tu rostro, Señor”4 “El misterio que supera todo entendimiento”

Un Misterio Gozoso9 “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”11 “¡Oh maravilloso intercambio!”

Un Misterio Luminoso15 “En las bodas, el que se casa es el esposo”17 “Guardaste el mejor vino para el final”19 “Este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”

Un Misterio Doloroso23 “¡Tengo sed!”25 “Si el grano de trigo...”

Un Misterio Glorioso29 El sello de la alianza32 Ascensión y Pentecostés34 “El Espíritu le dice a la novia, ‘¡Ven!’”

39 Fuentes44 Acerca de

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“Yo busco tu rostro, Señor,

no lo apartes de mí”. (Salmo 27, 8-9)

Cristo flanqueado por María y Juan el Bautista.

Capilla del Centro Aletti, Roma.

Imagen cortesía del Centro Aletti.

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“¡Oh gran misterio!”

Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta. Sólo

poco a poco va construyendo su historia en la gran historia de la

humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser

ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre

en la historia. Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar

a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que

se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de

nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces

de “ver”.

— Papa Benedicto XVI, Jesús de Nazaret1

“Yo busco tu rostro, Señor”

Los seres humanos tienen una increíble capacidad deanhelar algo más grande y más puro que todo lo que hanexperimentado. Esto es particularmente evidente en losjóvenes, pero no se limita a ellos. Tenemos “sed de algogrande, de plenitud”,2 incluso si no sabemos cómo lograrlo,o vivimos de formas que lo contradicen o no podemossobrellevarlo cuando llega. Otto Neubauer, un joven eruditoque enseña en un centro católico para el diálogo en Viena,Austria, habla acerca de un encuentro con un estudiante quesintetiza este anhelo de una belleza y un amor que nossupera:

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Después de un año en un curso de medios de comunicación, una

estudiante preguntó si podía hacer una pregunta “íntima” que

tenía que ver con mi fe. Durante todo ese año había expresado

repetidamente que a pesar de que no era creyente, se sentía

increíblemente a gusto durante el curso, así como en esta casa.

Ahora quería saber si al final había rezado por ella. Al principio

dudé en contestar, porque no buscaba convertirse. Después de

todo, ¿quién desea ser un “objeto de misión”? Cuando respondí

“sí”, preguntó si había orado por ella desde el principio del curso,

es decir, durante el último año. Cuando dije “sí” nuevamente, dijo

emocionada, “para ser honesta, ¡esperaba que lo hiciera!”.3

Todos tenemos una esperanza. Quizás esperamossimplemente que alguien note nuestro anhelo por algo que no comprendemos. Cuánta gente no recibe del mundoel amor que necesita. Incluso nosotros. A veces, “en estetiempo de ausencia de Dios cuando la tierra está árida dealmas”4, nuestra esperanza amenaza con convertirse endesesperación. Quisiéramos olvidar que anhelamos algo, esdecir, hasta que encontramos algo, o a Alguien, que sienteanhelo por nosotros. Puede ser la menor experiencia de ser tomados en serio, o

de ser amados. Puede ser el encuentro más fugaz y efímerocon la belleza en otra persona humana, en el arte o en lamúsica, o en el mundo natural. Tal vez hasta tengamos la inexplicable intuición de que no deberíamos tener sed dealgo que no podemos darnos hasta que Alguien tenga sed de nosotros. Y repentinamente algo emerge en nosotros quees como la antigua plegaria que cita el Papa Benedicto XVI,rogándole a Dios que se muestre a todos los que lo buscan:

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“Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed deti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua...”(Salmos 63,2).5

Alguien primero ha tenido sed de nosotros. De ciertaforma, se trata de todo el Evangelio Cristiano. Dios ya es per-fecto en sí mismo y sin embargo, “su corazón se conmuevepor nosotros, se inclina sobre nosotros”6 a tal punto queeligió convertirse en hombre. En el núcleo de la fe cristianaestá el Dios que no sólo nos creó. Se sintió tan conmovido pornuestro sufrimiento, que “en Cristo, Dios bajó hasta la últimaprofundidad del ser humano, hasta la noche del odio y de laceguera, hasta la oscuridad del alejamiento del hombre deDios, para encender allí la luz de su amor”.7

Al igual que la joven estudiante en Viena, todos esperamossin saber exactamente lo que esperamos. Nuestra alma estácomo la tierra reseca y sin vida. Muchos de nosotros sen-timos la tentación de ocultar nuestro anhelo, de sofocarlo osimplemente de olvidarlo, porque parece que nunca sesaciará. Al igual los paganos que a veces venían a orar al atriodel Templo de Jerusalén– o mucha gente de nuestros días queaún no tienen fe – esperamos, insatisfechos con los “dioses,ritos y mitos” creados por nosotros mismos. Seguimos“anhelando el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para[nosotros] el ‘Dios desconocido’ (cf. Hechos 17, 23).”8

Este “Dios desconocido” se acercó humildemente paramostrarnos su rostro. Inició con nosotros una relación deamor, uniéndose a nosotros para siempre. Cuando esto sucedió, toda la tierra se llenó de “la gran y

completa realidad que todos esperamos”. 9 Se llenó con el

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poder de Dios, que adquirió la forma de la pobreza. Se llenócon la humildad con la que pide nuestro amor.10

Ante esta revelación, repentinamente somos capaces de aceptar nuestra búsqueda de Dios, y “el anhelo queesconde”.11 Entonces descubrimos que nuestro anhelo nodesaparece, sino que se transforma, lleno de admiración antela belleza que ha aparecido entre nosotros. Nuestra tentaciónde desesperarnos en “esta época de ausencia de Dios” seconvierte en una maravillosa mirada al Único que estápresente. Jesús es Dios y hombre juntos en una alianza irrevocable.

En su persona, Él une al cielo y a la tierra. Confrontados consu amor – con el Hijo de Dios que nace, muere y resucita enmedio de nosotros – repentinamente nos comprendemos anosotros mismos. Comprendemos que todo este tiempo, Él, quien es nuestro principio y fin, nuestro origen y nuestrodestino, esperó que nosotros lo esperáramos.

“El Misterio que supera todo entendimiento”

La experiencia de sentir anhelo y esperanza por lo que noentendemos completamente no es nueva. Cuando hace muchos siglos dos jóvenes pescadores judíos

se sentaron a orillas del Mar de Galilea a remendar sus redescon su padre, un hombre con una extraña y convincenteautoridad se acercó a ellos y simplemente les dijo, “síganme”.Su respuesta inmediata revela la sorprendente luz dereconocimiento que deben haber percibido en ese momento:“Y dejando en la barca a su padre Zebedeo con los pescadores,lo siguieron” (Marcos 1,20).

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En ese rabino que los llamaba, Santiago y Juanvislumbraron algo que, junto con los fieles de Israel, habíanesperado toda su vida. Durante tres años, observaron a Jesús mientras oraba,

predicaba, sanaba, expulsaba demonios, alimentabamultitudes y calmaba el viento y las olas. Un día inolvidable,junto con Pedro, lo vieron transfigurado en el Monte Tabor,su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras sevolvieron blancas como la luz. Escucharon la voz de DiosPadre deleitándose en su Hijo y cayeron con el rostro entierra, llenos de temor (cf. Mateo 17,1).Entonces los hermanos supieron que existía algo grandioso

en ese hombre que no comprendían, que era digno de sufidelidad y amor. A medida que lo seguían día tras día,descubrieron que cuando oraban los antiguos salmos deIsrael, las palabras se llenaban con una nueva e indefinibleluz: “Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres; la gracia sederramó sobre tus labios... por eso, los pueblos te alabarán eternamente”(Salmo 45, 3,18). Juan, el más joven de los hermanos, debe haber recordado

a menudo ese primer momento a la orilla del mar, cuandoabandonó sus redes y a su padre para emprender la aventurade seguir a Jesús. Sin embargo, incluso durante sus tres añosal lado de Jesús, Juan no habría podido imaginar que un díaestaría en la colina de la ejecución, observando a su maestromorir una dolorosa muerte en la cruz. No habría podidosaber que, mientras observaba el cuerpo de su amigo en latumba, las palabras que había aprendido de niño de prontovolverían a significar algo infinitamente más grande de lo

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que habían significado antes: “Yo busco tu rostro, Señor, no loapartes de mí” (Salmo 27, 8-9). Toda categoría de pensamiento conocida se abriría de

golpe para Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, mientras sereunían con los otros discípulos confusos y atemorizadosdespués de la muerte de Jesús. Ninguno podía haber tenidola más mínima premonición de que su maestro, quien habíamuerto, estaría de pie en medio de ellos y les desearía Su paz. Después de poco más de una semana, una infructuosa

noche de pesca con otros discípulos concluiría con redesllenas a reventar, cuando un extraño que se encontraba enla orilla les dijo que lanzaran sus redes vacías del otro lado dela barca. Juan, cuya visión y oído se habían armonizado aún más a

la voz y la figura del Amor, exclamó: “¡Es el Señor!” (Juan 21,7). Su maestro, quien se encontraba en la orilla ofreciendo a

los discípulos pescado a las brasas y pan partido con susmanos, era alguien a quien conocían íntimamente y a pesarde todo no lo conocían. Era el amigo que también era un extraño ante quien no se atrevían a hablar. “Ninguno delos discípulos se atrevía a preguntarle, ‘¿quién eres?’” (Juan21,12). Era demasiado obvio, pero también demasiadoincomprensible. Él estaba demasiado lleno del misterio deDios.Durante los 40 días que Jesús pasó con ellos después de la

Pascua, abriéndoles el entendimiento de las Escrituras, losapóstoles comprendieron más profundamente que toda unavida no bastaría para reflexionar sobre lo que habían vistocon sus propios ojos y tocado con sus propias manos (cf. 1Juan 1,1). Porque este hombre que nació como criatura

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indefensa y conquistó la muerte, era el Hijo de Dios hechohombre. Jesús no era simplemente “el más hermoso de loshombres” (Salmo 45,3). Era la belleza misma que habíallegado a morar entre los hombres. Era “el OmnipotenteSeñor del cielo y de la tierra, [quien] deseó encarnarse,esconder su gloria bajo el velo de nuestra carne, pararevelarnos plenamente su bondad (cf. Tito 3,4).”12

Cuando los apóstoles se separaron para proclamar hastalos confines del mundo la Buena Nueva de la vida redentora,la muerte y resurrección de Jesucristo, ellos y todos los quellegaron a creer por medio de ellos supieron que la vida deJesús contiene un misterio. De hecho, su vida es el “granmisterio” que une el cielo y la tierra (cf. Efesios 5,32). Elmisterio no es algo irracional o que no pueda conocerse; másbien, contiene profundidades inagotables. Revela al Dios que“amó tanto al mundo” (Juan 3,16) que se uniría a su creaciónpara siempre. Y porque nos muestra nuestro destino ynuestra salvación, la vida del Hijo encarnado de Dios revelatoda la “verdad sobre el hombre”.13

Desde que el Hijo de Dios “se humilló” (Filipenses 2,8) paranacer como un hombre y morir en la cruz por la humanidad,ha crecido la admiración de la Iglesia hacia el incomprensibleacto de caridad de Dios. Cuanto más permitían los apóstolesque la experiencia de la Pascua iluminara su corazón y sumente, más comprendían que la vida de su maestro lossuperaba infinitamente. Como un amante que no se cansade mirar el rostro de su amada, volvían a todo lo que habíanvisto, escuchado y tocado, contemplándolo con el corazónlleno de admiración.

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Un sucesor moderno de los apóstoles, el Papa Juan PabloII, nos recordó que 20 siglos no han disminuido estaadmiración, ni hecho la contemplación de la vida deJesucristo menos necesaria para los hombres y las mujeresde hoy. Todo lo que la Iglesia es y hace, “se basa en lacapacidad de los cristianos de alcanzar ‘en toda su riqueza laplena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio deDios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduríay de la ciencia’ (Colosenses 2,2-3)”.14

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“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

(Juan 1,14)

Capilla de la Sagrada Familia, Consejo Supremo

de los Caballeros de Colón, New Haven, Connecticut.

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Un Misterio Gozoso

“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Ingresamos al conocimiento del misterio de Cristo junto conMaría, su madre. La joven mujer judía que fue elegida paraser la madre del Verbo encarnado fue la primera enencontrarse con todo el misterio de la infinita humildad deDios: el misterio en el que se revela que Él es amor. En sutransparente fe en la bondad del Padre, en su absolutadocilidad hacia el Espíritu de Dios, escuchó la pregunta queDios le hacía y simplemente dijo: Sí, Sí, ven. Aunque no es posibleque comprenda lo que tus palabras pueden significar para mí, eres bueno.Sí. “que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lucas 1,38). El Papa Benedicto XVI señaló que toda la historia lleva al

“momento decisivo en el que Dios llamó al corazón de Maríay, al recibir su “sí”, comenzó a tomar carne en ella y de ella”.15

La gracia de Dios había preparado y hecho posible surespuesta, pero no existe coacción en el amor. En esemomento, el anhelo de la creación por Dios, expresado enlargos siglos de plegarias del Pueblo de Israel, encontró unDios que esperó el “Sí” de su criatura. Con el “sí, que secumpla en mí lo que has dicho” de María, se abrió el caminoal Dios que es amor. En Jesucristo, el Hijo de Dios hechohombre, Dios podía encomendarse a ella y a nosotros.

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En su vientre, y después de su nacimiento en sus brazos,la Virgen María recibió el Verbo mediante el que todas lascosas fueron hechas (cf. Juan 1,3). El misterio de la vida de suhijo llenaría toda su vida cada vez más a medida que pasabael tiempo. También llenaría la vida de los discípulos de Jesús.Y todos los pueblos, naciones y lenguas un día contemplaríanal Rey resucitado del universo (cf. Daniel 7,14). La contem-plación de Jesucristo por parte de todos los creyentes aúnsigue arraigada a la primera mirada sorprendida de María alVerbo encarnado. La segunda Persona de la Santísima Trinidad descendió

del cielo como lluvia para la tierra árida, pero también era unfruto de la tierra.16 Un niño en los brazos de María, vino comoDios “que nos ha mostrado su rostro y abierto su corazón”,como “el puente que pone realmente en contacto inmediatoa Dios y al hombre”.17 En el tranquilo saludo del ángel y en lapobreza del establo en Belén, la madre de Jesús fue el primertestigo de “la admirable unión de la naturaleza divina y de lanaturaleza humana en la única Persona del Verbo”.18

El suceso casi oculto de la Encarnación contenía lo másgrande y puro de la creación. A medida que María comen-zaba a comprender débilmente desde el momento en que elEspíritu descendió sobre ella (cf. Lucas 1,35), el niño, esehombre que predicó, sufrió, murió y se levantó nuevamente,“no solo se describe como el Hijo de Dios, Él es el Hijo”.19 Consu sola presencia nos comunica el Amor de Dios en Él. Aligual que Jesús dijo a sus discípulos, nos muestra el rostro desu Padre.20

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Contemplando a su hijo recién nacido, María observaba el

misterio que se convertiría en el centro de la fe de la Iglesia.

Como explicó Juan Pablo II, “realmente la Palabra ‘se hizo

carne’ y asumió todas las características del ser humano,

excepto el pecado (cf. Hebreos 4,15). En esta perspectiva, la

Encarnación es verdaderamente una kenosis, un ‘despojarse’,

por parte del Hijo de Dios, de la gloria que tiene desde la

eternidad (Filipenses 2,6-8)”.21 Los Padres de la Iglesia han

insistido en que Dios se hizo pobre para que nosotros

pudiéramos volvernos ricos: “El Hijo de Dios se hizo

verdaderamente hombre, el hombre puede, en Él y por medio

de Él, llegar a ser realmente hijo de Dios”.22

Contemplando a este niño, que por sí solo nos revela

plenamente a Dios, comenzamos a comprender algo acerca

del Dios capaz de entregarse así. Intuimos lo que podría

hacer que Dios venga a nosotros no con fuerza, sino en la

pobreza, con una delicadeza que llevó a reyes a ponerse de

rodillas para adorarlo (cf. Mateo 2,11). Y vislumbramos la vida

interior de amor de Dios que se abrió a nosotros.

Finalmente, el Apóstol Juan encontró las palabras para

expresar este suceso insuperable que, al igual que a María, lo

llenó de admiración. Este admirable suceso aún colma la

contemplación de todos los creyentes: “Y el Verbo se hizo

carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su

gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno

de gracia y de verdad” (Juan 1,14).

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“¡Oh maravilloso intercambio!”

Ante esta gloria oculta, podríamos preguntarnos por quéDios no vino de una forma más obvia. ¿Por qué el amo del universo desea tocar suavemente nuestro corazón oencomendarse a las manos de sus criaturas? Pero entonces,observando con María al niño, comenzamos a comprender. “Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta”,

escribió Benedicto XVI. “Pero, ¿no es éste acaso el estilodivino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad,ofrecer y suscitar amor”.23 ¿No es el hecho de que Dios ‘sedespoja’ de sí mismo precisamente la revelación de su gloria?¿No es amarnos y suscitar nuestra libre respuesta la únicaforma de llevarnos a su vida y amor?A la luz de tanta discreción – a la luz de la humilde caridad

que nos revela el verdadero poder de Dios – tambiéncomenzamos a comprender algo acerca de nosotros mismos. “Yo busco tu rostro, Señor...”. Quizás dentro de nosotros

sentimos un eco de ese antiguo anhelo. Quizás no sabemoslo que buscamos. Pero cuando encontramos el rostro de Diosrevelado en este niño indefenso, comenzamos a comprenderlo que Dios busca. Él busca nuestro amor. Él desea compartirsu vida con nosotros, sacándonos de nuestra propia prisiónen el pecado. En Jesucristo, Dios desea no sólo mostrarnos surostro. Nos revela nuestro origen y nuestro destino. Nosmuestra “el auténtico rostro del hombre”.24

El Papa Benedicto explicó en una homilía de Navidad queen Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, final-mente aprendemos lo que significa ser humano:

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El Ángel había dicho a los pastores: “Esto les servirá de señal:encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales yacostado en un pesebre” (Lucas 2,12; cf. 2,16). La señal de Dios, laseñal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagroclamoroso. La señal de Dios es su humildad... ¡Cuánto desea-ríamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente,irrefutable del poder de Dios y su grandeza! Pero su señal nosinvita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así...Nos invita a ser semejantes a Él... Cuando le vemos a Él, al Diosque se ha hecho niño, se abre el corazón. En la Liturgia de laNoche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para quenosotros nos hagamos verdaderamente humanos.25

Lo que María contempló mientras sostenía al niño en sus brazos, lo que Santiago y Juan intuyeron el día queabandonaron sus redes y a su padre, es el misterio de Diosque se inclina con amor por esta criatura. Es el misterio dela criatura elevada para compartir en la vida de Dios. Yaunque este niño estaba destinado a sufrir y morir pornosotros, el misterio de la Encarnación del Verbo es siempreun misterio gozoso. Este gozo, que llenó a María y a los discípulos de Jesús,

aún resuena en la Liturgia de las Horas, la oración diaria dela Iglesia de Cristo. Llena de una fe que no envejece,pronuncia esta exclamación de maravillada admiración: “¡Oh maravilloso intercambio! El Creador del hombre se hizohombre, nacido de la Virgen. Hemos sido partícipes de ladivinidad de Cristo, quien se humilló para compartir nuestrahumanidad”.26

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“En las bodas, el que se casa es el esposo; pero el amigo del esposo,

que esta allí y lo escucha, se llena de alegría al oír su voz.

Por eso mi gozo es ahora perfecto”. (Juan 3,29)

Detalle del bautismo del Señor,

Pared de la Encarnación del Verbo,

Capilla Redemptoris Mater, Ciudad del Vaticano.

Imagen cortesía del Centro Aletti.

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Un Misterio Luminoso

“En las bodas, el que se casa es el esposo”

Treinta años después, la mirada sorprendida de María se reflejóen la mirada sorprendida de Juan el Bautista cuando vio a Jesúsir hacia él para recibir el “bautismo de conversión para elperdón de los pecados” (Lucas 3,3). En ese momento, Juan pudovislumbrar cuán bajo descendió Dios cuando el Padre envió asu amado Hijo a un mundo desfigurado por el pecado.Juan el Bautista comprendió que el pecado es una prisión

deliberada en la “noche de odio y de ceguera”.27 Es nuestroinsensato rechazo de la comunión con Dios y de unos conotros. Todo el pueblo fiel de Israel sabía que el pecadosignifica la muerte, porque la muerte es lo que llega cuandonos separamos del Dios que nos creó para compartir su vida. Parecía que nosotros, los seres humanos pecadores,

habíamos roto toda comunicación entre Dios y nosotrosmismos. No existía un puente entre el Amor y nuestro rechazoa amar, la santidad indefensa de Dios y nuestra autoprotecciónen el pecado. Entonces Juan vio a un hombre sin pecado quedescendía incluso “hasta la oscuridad del alejamiento delhombre de Dios”.28 Como explicó el Papa Benedicto, al describirel bautismo de Cristo, Juan el Bautista vio que el Mesías tantotiempo esperado por Israel “cargando con la culpa de toda lahumanidad: entró con ella en el Jordán”.29 De este modo, Jesús“inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores. Lainicia con la anticipación de la cruz”.30

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Este momento, en el que el Hijo encarnado descendió enlas aguas que simbolizaban la muerte, fue el momento de laconfirmación de la misión de Jesús. Fue enviado en estaépoca “en la que la tierra está árida de almas”,31 con el fin derevelar ahí el rostro del Dios que es Amor. Juan el Bautista vio al Espíritu descender del cielo y

permanecer sobre el que había sido enviado para regresar elmundo a Dios (cf. Juan 1,32), y por un instante, el último ymás grande de los profetas de la Antigua Alianza escuchó lavoz del Padre (cf. Marcos 1,11). Este hombre que había pasadosu vida preparando el camino del Señor, vislumbró laindescriptible comunión que es el Padre, Hijo y EspírituSanto unidos en el amor. Con sus labios y con su vida, Juan el Bautista había dado

voz a siglos de oraciones de su pueblo: “Escucha Pastor de Israel...¡Restáuranos... que brille tu rostro y seremos salvados!” (Salmo 80,1-4).En el hombre de Nazaret que llegó pidiendo el bautismo, elPastor de Israel mostró ser el Dios que “es por su naturalezaamor” y que se entrega a un mundo que sufre.32

El arte sacro ha capturado este momento en el que con un sobresalto se da cuenta. Durante siglos, pinturas e iconos muestran a Juan el Bautista señalando a Jesús, con sudedo extendido expresando sin palabras su proclamación: “¡Éste es el Cordero de Dios!” (Juan 1,36). ¡Contemplen al que ha venido! ¡Miren al que carga todos los pecados del mundo! Después de escuchar este misterioso grito dereconocimiento, “los dos discípulos, al oírlo hablar así,siguieron a Jesús” (Juan 1,37)Juan el Bautista había enseñado a sus discípulos el anhelo

contenido en los salmos. Habían escuchado de él las palabras de los profetas. Y aunque la promesa parecía estarlejos de cumplirse, sabían lo que Dios había prometido a su

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inconstante pueblo: “Yo estableceré para ellos, en aquel día,una alianza... Yo te desposaré para siempre, te desposaré enla justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; tedesposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Oseas2,20-21).Los discípulos, uno de los cuales la tradición identifica

como Andrés, no pudieron comprender el misterio del nuevomaestro. Aún así, algo en ellos percibió la razón de la plenaalegría de su viejo maestro. “En las bodas, el que se casa es elesposo”, dijo Juan el Bautista, refiriéndose a Jesús con untítulo de Israel reservado para su Pastor y Señor.33 “El amigodel esposo, que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oírsu voz. Por eso mi gozo es ahora perfecto” (Juan 3,29)El tiempo de la ausencia de Dios se convirtió finalmente

en un tiempo de presencia de Dios. La luz del amor divinocomenzó a brillar en la profundidad de la noche.

“Guardaste el mejor vino para el f inal”

La luz del amor de Dios se haría incluso más fuerte.Durante tres años, los dos antiguos discípulos de Juan el

Bautista y sus compañeros – los hombres que se convertiríanen los Doce Apóstoles – vivieron bajo esta luz. Cada vez másel resplandor brilló a través de las grietas de su obstinación ypoca fe. Con mucha dificultad, como ciegos que aprenden a ver,

lograron comprender lo que María supo en silencio en elmomento en que el niño fue concebido en su vientre: “Desdelos pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y elsudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús es signode su misterio”.34

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La percepción de los discípulos requirió mucho tiempopara adaptarse a la radiante luz de este amor. Al comienzode su vida con Jesús, necesitaron la ayuda de María. Después, Juan el Apóstol recordaría que María, Jesús y sus

discípulos asistieron a una boda en Caná, en Galilea (cf. Juan2,1). Al igual que toda boda para el pueblo de Israel, en éstaresonaba la alianza que Dios había establecido con el puebloque amaba. En esta alianza, así como en la alianza de la boda celebrada por sus amigos, María vio lo que faltaba.Personificando la fidelidad de Israel, tenía una visión que elamor ya había hecho muy clara. Le dijo a Jesús: “No tienenvino” (Juan 2,3).No es sólo que esta pareja de recién casados se avergüence

porque ya no tiene nada que ofrecer a sus invitados. Todosestamos avergonzados porque nos falta el vino del amor deDios. Rompimos la alianza que Dios estableció con nosotrosy ya no nos queda nada para ofrecerle. Nos falta lo único quenos da alegría. En nosotros se ha agotado la risa, dejándonosinfructuosos y sin vida. En respuesta a la declaración de María, Jesús parecía

rechazarla, con misteriosas palabras que ya apuntan almomento de su sufrimiento, “¡Mi hora no ha llegadotodavía!” (Juan 2,4). Sin embargo, los discípulos la escuchandar instrucciones a los sirvientes, que representan a todos losfieles de Israel y a nosotros mismos: “Hagan todo lo que Élles diga” (Juan 2,5). Llenaron de agua hasta el borde seistinajas de arcilla. Entregaron al encargado del banquete dela fiesta un cazo. Al probarla, se volvió sorprendido hacia elnovio exclamando, “Siempre se sirve primero el buen vino ycuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad.Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta estemomento” (Juan 2,10).

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Los ojos y el corazón de los discípulos se abrieron del todo.“Éste fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Canáde Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeronen Él” (Juan 2,11). Por supuesto, aún no comprendían todo sumisterio. Pero a medida que sus ojos comenzaban a llenarsede su luz, dieron sus primeros pasos vacilantes hacia elmisterio de nuestra redención.Dios había cambiado el agua de nuestra humanidad en el

vino de su divinidad. En medio del inconstante pueblo deDios y de la inconstante humanidad, Dios mismo habíavenido para ser la fidelidad que sanaría la alianza rota. Él, elverdadero esposo en la boda entre el Creador y su creación,había “guardado el buen vino hasta ahora”. Juan el Bautista declaró, “En las bodas, el que se casa es

el esposo” (Juan 3,29). Incluso hoy, la Iglesia incluye lamanifestación del Señor a las naciones, su bautismo y elmilagro en Caná en su sencilla oración de alabanza: “Hoy laIglesia se une a su Esposo celestial, porque en el Jordán Cristolavó sus pecados... y los convidados se alegran viendo el aguaconvertida en vino, Aleluya”.35

“Este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”

El resplandor de este signo, en el que Jesús “manifestó sugloria” a los discípulos, perduró. En sus milagrosas cura-ciones, las palabras de las parábolas e incluso las discusionescon los maestros de la ley, los discípulos vislumbraron un amor que no comprendían. Los superaba. Su luz erademasiado grande para ellos. A veces, como cuando Jesúscalmó una tormenta en el mar con una simple orden,vislumbraron la majestuosidad de su amor. Sobrecogidos,

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murmuraron, “¿Quién es éste?” (Marcos 4,41). Pero aún así,“No habían comprendido” (Marcos 6,52).Ciertamente, tenían momentos de iluminación. Lleno

de una visión que provenía del Padre, Pedro exclamó ennombre de los Doce, “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”(Mateo 16,16). Durante algunos momentos privilegiados enel Monte Tabor, Pedro, Santiago y Juan pudieron convertirseen una imagen de la futura Iglesia, que “contempla el rostrotransfigurado” de Cristo cuando “su rostro se puso brillantecomo el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.36

Pero incluso entonces, los apóstoles bajaron de la montaña yse absorbieron nuevamente en su falta de entendimiento. La “hora” de Jesús, a la que había aludido en Caná, aún no

había llegado. Los discípulos aún no habían contempladotoda la revelación del Amor. Pero desde que vislumbraron lagloria de Jesús en el milagro en Caná, ese momento eraineludible. Su maestro “decididamente miró hacia Jerusalén”(Lucas 9,51), donde habían muerto los profetas, y losdiscípulos lo siguieron temblando.Reunido con los apóstoles en la Ciudad Santa la noche en

que Judas se fue para traicionarlo, Jesús les permitió sertestigos de su íntima plegaria con su Padre: “Padre, hallegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo teglorifique a ti” (Juan 17,1). Ésta era la hora del amor de Dios,el momento en que el Hijo de Dios sería entregado a lospecadores para redimirnos y revelarnos el rostro de Dios. Esanoche, al transformar el pan que partió para ellos y el vinoque les entregó en su cuerpo y su sangre, Jesús haría de lamuerte que se aproximaba un acto de amor. “Nadie me quitala vida”, dijo (Juan 10,18). La entregó libremente al mundo; ysobre todo, por amor al Padre.

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Cuando Jesús instituyó la Eucaristía la noche antes demorir, sus discípulos comenzaron a percibir todo el alcancey la profundidad del signo del que fueron testigos en Caná.En aquel momento no lo sabían, pero el agua hecha vino parala fiesta de la boda apuntaba a esa noche y a los tres díassiguientes. Porque cuando Jesús repara la alianza rota, lohace con su cuerpo roto. Cuando ofrece el vino de “una nuevaAlianza eterna”37 que une a Dios y al hombre, lo hacederramando su sangre. El Papa Benedicto explicó que en la Eucaristía, Jesús nos

ofrece el alimento que realmente necesitamos: “la comunióncon Dios mismo”.38Nos ofrece realmente el mejor vino, “el cálizlleno del vino del amor... La Eucaristía es más que un banquete,es una fiesta de boda. Y esta boda se funda en la entrega deDios hasta la muerte”.39 En la Eucaristía, vemos “la unión queJesús quería establecer”, mediante su muerte y resurrección,“entre Él y nosotros, entre su persona y la Iglesia”.40

Ante la sorprendida mirada de los 11 apóstoles, el Hijo de Dios dio gracias al Padre. Entonces, al bendecir, partir y ofrecerles el pan, se entregó totalmente por amor a lahumanidad (cf Marcos 14,22). Mientras comían, Jesús tomó elpan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a susdiscípulos, diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega porustedes. Hagan esto en memoria mía... Esta copa es la NuevaAlianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes(Lucas 22,19-20). Estas son las palabras de la Nueva Alianza. Son las

palabras de un amor más fuerte que la muerte. Y aunqueiniciaron la “noche” caótica en la que el odio pareciótriunfar (cf Juan 13,30), estas palabras nos muestranclaramente que el misterio de la Encarnación del Verbo es un misterio de insondable amor. Es un misterio de la luzde Dios.

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“Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere...”

(Juan 12,24)

Detalle del descendimiento, con Jesús muerto

sostenido por María y José de Arimatea. Capilla de las

Hermanas Hospitalarias de la Misericordia, Roma.

Imagen cortesía del Centro Aletti.

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Un Misterio Doloroso

“¡Tengo sed!”

Durante la noche y el día que siguieron a la Última Cena,Jesús fue traicionado por uno de los suyos. Fue entregado alas autoridades con una impotencia tan humillante queincluso aquellos que pensaban que lo amaban huyeron. Él,que vino a revelarnos al Dios que es Amor, cayó en manos delos hombres sin amor. Entonces, ante la mirada de Juan, elúnico apóstol que estuvo presente en la ejecución del Señor,y su madre María, sufrió una muerte espantosa. Aquí, en el centro del misterio de nuestra redención,

empieza a revelarse la plena medida del “maravillosointercambio”. El Hijo de Dios no sólo se convirtió en el Hijodel Hombre, superando las mayores esperanzas quecontienen los salmos y los profetas. Jesús vino a ser la llamapurificadora del Amor en medio de nosotros, perturbando aun mundo que había llegado a sentirse cómodo en sualejamiento de Dios.41 Vino a derramar su espíritu sobrenosotros y a reconciliarnos con el Padre. Cuando San Pablo nos dice que el Hijo de Dios “se anonadó

a sí mismo” (Filipenses 2,7), no sólo menciona el nacimientode Jesús. Cuando el Hijo de Dios adquirió nuestrahumanidad, su “intercambio” con nosotros llega hasta elfinal: “Y presentándose con aspecto humano, se humilló

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hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”(Filipenses 2,8). En algún otro lugar, San Pablo señala elmismo misterio indescifrable de solidaridad con lospecadores que Juan el Bautista había vislumbrado en elJordán: “A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificócon el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamosjustificados por Él” (2 Corintios 5,21).Cuando contemplamos con María y Juan a Cristo, quien

“murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura” (1 Corintios 15,3), nos enfrentamos cara a cara con todas lasconsecuencias de la Encarnación. Uniéndose a su creación, elHijo de Dios asumió todo nuestro destino. Asumió incluso lased de un mundo que padece su autoinflingido alejamiento de Dios. Incluso la muerte.Durante siglos, el fiel pueblo de Israel estuvo sediento de

Dios como la tierra seca (cf. Salmo 62,2). Oró, “mi garganta seha enronquecido; se me ha nublado la vista de tanto esperara mi Dios” (Salmo 69,4). Toda la humanidad estaba sedienta, porque al pecar,

habíamos rechazado la fuente de nuestra vida. Nos habíamosdefendido contra el Dios que es amor. Sin embargo, nuestrosufrimiento en “ese tiempo de ausencia de Dios”42 no era nadaante el terrible grito que María y Juan escucharon al pie de la cruz. “Sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que laEscritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: ¡Tengo sed!”(Juan 19,28). El hombre torturado, agonizante, estaba sediento de agua,

pero también de amor. Estaba sediento de nuestro amor,porque vino a desposar a la humanidad. Y a pesar de que era“verdadero Dios de Dios verdadero... consubstancial con el

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Padre”,43 incluso estaba sediento de Dios. Juan no pudo haberimaginado tal uso – o cumplimiento – de las palabras de lossalmos como cuando el Hijo de Dios gritó su sed a su Padre:“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. (Salmo22,1; Marcos 15,34). Cuando Juan lo escuchó, de algún modo comprendió. Esas

palabras estaban escritas para ese día. Se oraron durantesiglos para que Jesús, en sí mismo, pudiera resumir toda lased de la humanidad por Dios, todo el sufrimiento y todo elabandono. Estas palabras fueron transmitidas de generaciónen generación para que cuando el Hijo las dijera paraexpresar su propia sed, sufrimiento y abandono de su Padre,nuestras palabras se volvieran palabras divinas de amorinquebrantable e insuperable. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, exclamó

Jesús con un grito (Lucas 23,46). Finalmente, “inclinando lacabeza”, entregó el Espíritu que unía a Padre e Hijo (cf. Juan19,30). Incluso de su muerte hizo una revelación de lainquebrantable comunión de Amor que es Dios. Cuando un centurión romano atravesó el costado de Jesús

con una lanza, Juan, María y el centurión mismo vieronsangre y agua – un signo de la divinidad y la humanidad deCristo – fluir sobre la tierra árida. La alianza estabaestablecida. Nunca se rompería. El esposo divino realmentenos amó “hasta el fin” (Juan 13,1).Incluso el centurión, un no creyente que no conocía ni los

salmos ni a los profetas, reconoció esta radiante humildad yvio la gloria de su amor: “Al verlo expirar así, el centurión que

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estaba frente a Él, exclamó: ‘¡Verdaderamente, este hombreera Hijo de Dios!’” (Marcos 15,39).

“Si el grano de trigo...”

Cuando vio la sangre y el agua fluir “del cuerpo atravesadodel Crucificado”,44 la amorosa contemplación de María sellenó de dolor perplejo. Para ella y para aquellos que creíancon ella, la vida de Jesús se había convertido en un misteriode infinito dolor. Sin embargo, este dolor no es como ladesesperación que amenazaba con engullirnos en el tiempode la ausencia de amor. A pesar de que la muerte del Señorcontenía un sufrimiento inimaginable, es un misterio delamor que expulsa nuestra desesperación. “No tienen vino”, había dicho María en Caná. Ante el odio

que en todas las épocas brama en el corazón humano, parecíaque no teníamos nada. No teníamos felicidad, no teníamosvida, no teníamos nada más que la oscuridad y la muerte. Sinembargo, desde la tarde del Viernes Santo, cuando Jesúsmurió, hasta el silencio del Sábado Santo, cuando yacía en latumba, la creación fue llevada a una alianza de matrimonio.María, Juan y algunos otros ya lo habían vislumbrado en elCalvario. Porque la sangre que fluía del costado de Jesús, “essu amor, en el que la vida divina y la humana se han hechouna cosa sola”.45

La madre de Jesús no comprendió todo esto mientrasmiraba “al Sanador... herido” morir,46 pero aceptó el misteriocon la ilimitada fe, la total entrega y el amor con el que alprincipio recibió la palabra del ángel. Permaneció al pie de lacruz y dijo “Sí” una vez más por todos nosotros. La mujer, de

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quien la gentileza de Dios obtuvo un acto de amorcompletamente libre en nombre de todos los seres humanos,accedió con pesar al sacrificio que es la redención del mundo.Estamos invitados a contemplar al Jesús crucificado conMaría, permitiendo que el misterio llene nuestros ojos,nuestro corazón y nuestra mente.En 2007, el Papa Benedicto XVI exhortó a sus compañeros

peregrinos a contemplar el crucifijo en un santuario Marianoen Australia. Explicó que los brazos extendidos de Jesúsrepresentan ante todo “el gesto de la Pasión: se deja clavarpor nosotros, para darnos su vida”. Sin embargo, continuó elPapa, “los brazos extendidos son al mismo tiempo la actituddel orante, una postura que el sacerdote asume cuando, enla oración, extiende los brazos”. Es el gesto de quien ofrecióel mundo al Padre en un perfecto acto de amor. “Por eso”, dijoel Papa Benedicto, “los brazos extendidos de Cristocrucificado son también un gesto de abrazo, con el que nosatrae hacia sí”.47

El mundo efectivamente fue recibido con verdad y ternura.El Hijo de Dios reveló el “verdadero amor”, que da “nada más ni nada menos que a sí mismo”.48 Porque Dios es unacomunión de Amor que “desea darse a sí mismo”,49 El Hijodescendió al sufrimiento, incluso al infierno de nuestrasoledad. La delicadeza de su llegada da lugar a la extremaimpotencia de la cruz y la muerte. Cuando esto sucedió, eldescenso de Dios al árido mundo mostró ser un misterio dela fecundidad del amor.“Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda

solo”, había dicho Jesús a sus discípulos. “Pero si muere, da

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mucho fruto” (Juan 12, 24). Ya vislumbramos el “fruto” de lamuerte de Jesús entre el pueblo que permanecía al pie de la cruz. Con María estaban otros que habían comenzado aparticipar de su fe y su amor: Juan, María Magdalena, María laesposa de Cleofás, Salomé, e incluso el centurión que sintió lagrandeza ante él. Eran testigos del don de la sangre y el aguaque fluyeron sobre la tierra árida y estéril.“Agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de

la eucaristía”, escribió San Juan Crisóstomo en el Siglo IV.“Con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia”.50 Ennuestra era, el Cardenal Ratzinger expresó el mismo misteriode la fecundidad de la muerte de Cristo: “El origen de laIglesia es el costado abierto de Cristo agonizante”.51

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“Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la

oración, en compañía... de María, la madre de Jesús”.

(Hechos 1,14)

El Espíritu Santo descendiendo sobre María

y los apóstoles en Pentecostés.

Pared de la Divinización del Hombre.

Capilla Redemptoris Mater, Ciudad del Vaticano.

Imagen cortesía del Centro Aletti.

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Un Misterio Glorioso

El sello de la alianza

El Hijo de Dios realmente se “anonadó a sí mismo”(Filipenses 2,7). El Verbo cayó en un silencio sin palabras.María Magdalena y otros que lo amaban observaron comoempujaban la piedra sobre la tumba abierta, sellándolo en las sombras de la muerte. Como profesamos en el Credo,Cristo “descendió a los infiernos, “a la profundidad de lamuerte”, 52 el reino de los que estaban privados de la visiónde Dios”.53 La gloria del amor brilló hasta allá en lasprofundidades de nuestra noche.Los primeros cristianos intuyeron que esta extrema

humillación por solidaridad con los pecadores fueprecisamente la causa de la victoria de Cristo. En Jesucristo,verdadero Dios y verdadero hombre, se cumplió “el misterionupcial del amor”.54 Dios nos amó “hasta el fin” (Juan 13,1) –y el “fin” no pudo retenerlo. El Dios trino, que es la Vidamisma, rompió los lazos de la muerte. Cristo, humillándosea sí mismo, llenó toda la creación, del cielo al infierno, con elamor fiel e inquebrantable de Dios. En una antigua homilía para el Sábado Santo, Cristo

ordena al primer hombre, Adán, con estas palabras:“Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía,creado a mi semejanza... porque tú en mí, y yo en ti,formamos una sola e indivisible persona... Levántate,

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salgamos de aquí... Dormí en la cruz y la lanza atravesó micostado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costadodiste origen a Eva... Mi costado ha curado el dolor del tuyo”.55

Se había nublado la vista de los ojos de Adán – los ojos detodos los hombres –esperando la salvación de Dios (cf. Salmo69.4). Pero cuando el Salvador llegó para llevar el alma de losjustos fuera del reino de la muerte, dichos ojos se llenaron deasombro. Precisamente en la cima de la impotencia de Cristoen la muerte, le mostró a Adán el cielo abierto: “El trono delos querubines está a punto, los portadores atentos ypreparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; sehan embellecido los eternos tabernáculos y moradas, hansido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de loscielos está preparado desde toda la eternidad”.56 En su Señorque se convirtió en su descendencia, el padre de la razahumana distinguió la propia vida de Dios abierta a lahumanidad.Nadie – ni nuestros primeros padres, ni María, ni ninguno

de los discípulos – vio el momento en que el Padre resucitó aJesús de la muerte. Nadie lo vio constituido “Hijo de Dios conpoder”, según el Espíritu santificador (cf. Romanos 1,4). Sólola “noche clara como el día, la noche iluminada”,57 fue testigode la consumación de la alianza entre Dios y su criatura. LaIglesia aún alaba “esta noche santa” entre el Sábado Santo yel Domingo de Pascua, “en que se une el cielo con la tierra, lohumano y lo divino”.58 En la resurrección de Jesucristo, elEspíritu de Dios vino al mundo de su – de nuestra – carneresucitada, glorificada. Muchos años después, aún maravillado, Juan escribió: “Al

atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando

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cerradas las puertas del lugar donde se encontraban losdiscípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose enmedio de ellos, les dijo: ‘¡La paz esté con ustedes!’” (Juan20,19). Los discípulos, aterrorizados, no comprendieron, no

podían comprender. Pero ellos, que habían perdido todarazón de gozo, “se llenaron de alegría cuando vieron alSeñor” (Juan 20,20). Entonces, en un don de insuperableintimidad, su Dios, que era también su hermano, les dio el amor que une a Padre e Hijo. “Reciban el Espíritu Santo”,dijo (Juan, 20,22). Soplando sobre ellos con su alientohumano, les entregó el sello de la alianza. Para ellos, ese día estuvo demasiado lleno de asombro para

reflexionar acerca del significado de dicho don. No fue sinohasta unos días después cuando los apóstoles comenzaron acomprender vagamente lo que había ocurrido entre ellos.Comenzaron a tener ojos para el inexpresable amor quecontenía la resurrección de su Señor.La encarnación del Verbo es más que un misterio de la

caridad de Dios. La vida, la muerte y la resurrección del Hijode Dios es un misterio de amor recíproco. Jesús dijo el “Sí”definitivo de Dios a sus criaturas y el “Sí” definitivo de suscriaturas a Dios. Su madre dijo “Sí” al ángel y accedió ensilencio por todos nosotros a la muerte de Cristo en la cruz.

Cuando siete de los discípulos encontraron al Señorresucitado después de aquella noche de pesca fallida (Juan 21,3), la luz del entendimiento comenzó lentamente anacer en ellos. “El hombre no vive solo de pan” o inclusosimplemente de ser amado. “En la esencia de su humanidad,vive de ser amado y de que se le permita amar”.59

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“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Le preguntó Jesústranquilamente a Pedro en la orilla (Juan 21,16). Jesúspreguntó tres veces al hombre que llevaba hundida en sucorazón la inefable vergüenza de haber negado tres veces asu Señor. “Señor, sabes que te quiero”, respondió Pedro. Él, aquien pidió que apacentara a sus ovejas, respondió por élmismo y por los otros. Tres veces dijo “Sí” por su triplenegación: fue el don que le hizo el Señor esa brillantemañana de Pascua. Después de todo, el Hijo de Dios vino paraque seamos libres para amar.En la admiración del líder de los apóstoles, cuyo pecado

había sido perdonado, la Iglesia sabría por siempre que habíasido lavada en la sangre del Cordero.

Ascensión y Pentecostés

Se pidió a los pescadores que estaban sentados con Jesús enla orilla que llevaran el don del perdón de Dios a los confinesde la tierra. Se les encomendó el inagotable don de lossacramentos que fluían del costado atravesado del Señor.“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío austedes”, les dijo la noche de Pascua, conduciéndolos al amorentre el Padre y el Hijo (Juan 20,21). A estos hombresenmudecidos de admiración les asignó la tarea de proclamarla obra de Dios de la redención hasta los confines de la tierra. Durante 40 días miraron y tocaron al maestro resucitado,

quien los amaba y a quien ellos amaban. Prometiéndoles lamayor cercanía al Padre y el don del Espíritu de Dios, no sololes abrió las Escrituras, sino que los abrió al Dios trino. Todos

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sus sentidos se llenaron con su presencia (cf. 1 Juan 1,1).Finalmente, con la misteriosa promesa de que estaría conellos hasta el fin del mundo (cf. Mateo 28,20), Jesús ascendióhacia su Padre en el cielo.El día de la ascensión, los discípulos vieron la indisolubilidad

de la alianza que Dios había establecido con toda lahumanidad. En el Cristo resucitado, un hombre con nuestracarne y rostro ingresó a la vida de la Trinidad. El Hijo de Dios nunca perdería su naturaleza humana que tomó parasí. Dios nunca sería infiel a la respuesta de amor de sucriatura. En esta divina fidelidad que abrió el cielo al mundoy el mundo al cielo, los discípulos vieron más que un misteriogozoso, luminoso y doloroso. Toda la vida de Jesús, desde suconcepción hasta su Ascensión al cielo, es un misterio de lagloria de Dios.Esta gloria era tan poderosa y su amor tan grande que se

abrió paso hasta llenar toda la creación. “Vayan por todo elmundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”, lesdijo Jesús (Marcos 16,15). Los discípulos no podían obedecer por su propio poder.

Durante 10 días después de la ascensión de su maestro alcielo, “se dedicaban a la oración, en compañía de... María, lamadre de Jesús...” (Hechos 1,14). Con la mujer con la que ahoracompartían su fe y amor, oraron, esperaron y escucharon. “Lapromesa del Padre” llegaría (Hechos 1,4). Esta vez desde elcielo, el Señor resucitado les enviaría el Espíritu que une aPadre e Hijo. Cuando finalmente llegó el día de Pentecostés, el Espíritu

bajó sobre ellos como “lenguas de fuego” que penetraronardiendo su miedo (Hechos 2,3). Iluminó su entendimiento,

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mostrándoles las eternas profundidades contenidas en losmisterios de la vida de su Señor. Este “fuego inteligente...fuego que transforma, renueva y crea una novedad en elhombre”60 transformó a estos hombres en los “enviados” o“apóstoles”. Los hizo capaces de comunicar lo que habíanpresenciado en Jesús a todas las culturas y pueblos de latierra. Sobre todo, el don del Espíritu hizo de este pequeño grupo

de discípulos una comunión en la tierra que reflejó lacomunión trinitaria de Dios. Siglo tras siglo, los creyentesvolverían una y otra vez a lo que sucedió en Pentecostés.Contemplarían a los apóstoles reunidos con María enoración, llenos repentinamente del Espíritu de Dios. Porqueen ese momento, el pequeño grupo de creyentes que era elfruto de la muerte de Cristo se convirtió – para el mundo entero– en la Iglesia, el signo visible y efectivo del Dios que es Amor.La unidad en comunión de Dios penetró y transformó a losprimeros cristianos. Con María en el centro como el corazónde la Iglesia en amor y oración, se convirtieron en elsacramento de la salvación del mundo.61

Mucho antes de la llegada de Cristo, Dios prometió a travésdel profeta Joel: “Yo derramaré mi espíritu sobre todos loshombres” (Joel 3,1). En los discípulos y en la Madre que lesenseñó cómo recibir el don de Dios, los salmos y los profetasalcanzaron su realización. Estos primeros creyentes, llenosdel gozo del Espíritu Santo, fueron los primeros frutos de lahumanidad redimida. Fueron el signo de que el Hijo fueentregado y el Espíritu derramado para que todos los pueblosy naciones fueran conducidos a la vida de la Trinidad.

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“El Espíritu le dice a la novia, ¡’Ven’!”

Finalmente, el mundo que sufre puede orar con las palabrasdel salmista, “mi copa rebosa” (Salmo 23,5). La tierra ya noestá árida y estéril; rebosa con el vino del amor de Dios. Aúnesperamos la llegada final del Señor “con gloria a juzgar a losvivos y a los muertos”.62 Entonces, el Hijo encarnado queunió a Dios con el hombre y al cielo con la tierra, presentarásu obra terminada a su Padre (cf. 1 Corintios 15,24). Al igualque su primera llegada, ese día también, será un misterio deamor. Sin embargo, ya sabemos que la transformación delmundo ha comenzado. De manera delicada – y a menudo dramática – el misterio

ya consumado en Cristo se encuentra con la libertad delcorazón humano. Se encuentra con nosotros en todos lados,oculto en el rostro de nuestro prójimo. En los sacramentosde la Iglesia, nos pone en contacto con su inagotable vida.Transfigura incluso los elementos más básicos de nuestraexistencia. En el bautismo, el agua se convierte en un “bañode bodas”.63 En la confirmación, el óleo nos sella con el sellode la Alianza. El pan y el vino se convierten en el Cuerpo y laSangre del Señor, el alimento del “banquete de bodas”.64

Repentinamente, las cosas más simples del mundo tienenun significado infinito que nos lleva a la vida de Dios. Puede haber en el mundo una gran cantidad de

sufrimiento, mientras la redención lo transforma lenta-mente como levadura. Aún puede haber lágrimas, duelo ydolor, porque el Señor resucitado venció al mundo a travésde su muerte. De hecho, la tradición nos dice que todos los

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apóstoles, menos Juan, fueron martirizados. Sin embargo,debajo de su sufrimiento – y del nuestro – se encuentra unaalegría radiante, porque vivimos en la época de la alianza.Al igual que María, que fue asunta al cielo, y los 11

apóstoles65 que murieron antes que él, Juan lo sabía. En todasu vida, no pudo parar de dar testimonio del misterio queencontró en la vida de su Señor. Cuando Juan, ya anciano, fuedesterrado a la isla griega de Patmos por proclamar elEvangelio, los ojos que una vez se maravillaron ante la gloriadel Señor en Caná, lloraron en el Calvario y contemplaroncon sorpresa la tumba vacía, se abrieron una vez más conasombro. El apóstol que fue amado y que amó, vio la fertilidadde la alianza.La visión registrada en el libro del Apocalipsis se otorgó

a Juan para los creyentes de su época, quienes sufrían una terrible persecución, y para todos los futuros creyentes.“Vi a un Cordero como inmolado”, escribió, hermoso yterrible al mismo tiempo. Y ante el Cordero, “vi una enormemuchedumbre, imposible de contar, formada por gente detodas las naciones, familias, pueblos y lenguas” gritando sualabanza y adoración (Apocalipsis 7,9). En una visión del finde los tiempos, Juan vio transfigurada a la humanidadredimida, reunida ante el trono de Dios. Escuchó a una voz angelical gritar: “¡Felices los que han

sido invitados al banquete de bodas del Cordero!” (Apocalipsis19,9). El fruto del don de sí mismo del Señor era la novia:todos aquellos por los que María dijo “Sí” al ángel. QuizásJuan comprendió cuando vio a la Iglesia descender del cielocomo una hermosa ciudad, adornada como “una noviapreparada para recibir a su esposo” (Apocalipsis 21,2). Una vez

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había abandonado sus redes y a su padre para seguir alesposo de Israel. Ahora tenía el privilegio de contemplar laalegría de Dios en la alianza. Juan escuchó una voz familiar gritar llena de felicidad:

“¡Ya está! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”(Apocalipsis 21,6). El Señor del tiempo y de la historia, quienllenó la contemplación de Juan, tenía el rostro de su maestroy amigo. Jesucristo, el único mediador, es la nueva y eternaalianza entre Dios y el hombre.El mundo ha sido amado. Dios ha cumplido todas sus

promesas. Sin embargo, el anhelo de Israel y del mundo nose eliminó con la llegada del Hijo de Dios. Como lo aprendióJuan en su visión, el anhelo se purificó, se transformó, seextendió y profundizó para convertirse en la oraciónamorosa de la Iglesia llena de expectación por su Señor. Alfinal del libro del Apocalipsis escuchamos: “El Espíritu y laEsposa dicen, ‘¡Ven!’” (22,17). En el penúltimo versículo de laBiblia, Juan repite: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22,20).Jesús ha venido, y viene. Esperaba que nosotros viviéramos

con esperanza. De cierta forma, la Iglesia nunca haabandonado la habitación en la que los apóstoles sereunieron con María en Pentecostés. Incluso después deextenderse por todo el mundo para cumplir la orden de suSeñor, la Iglesia espera con amorosa expectación. Hasta eldía de su manifestación final en la gloria, “la Iglesia, unida ala Virgen Madre, se dirige incesantemente como Esposa a sudivino Esposo, ‘¡Ven!’... el Espíritu ha sido dado a la Iglesia paraque, por su poder, toda la comunidad del pueblo de Dios...persevere en la esperanza: aquella esperanza en la que‘hemos sido salvados’”.66

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NOTA PARA EL LECTOR: Al orar el Rosario, los cristianoscontemplan la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios hechohombre, a través de los ojos de María. El ciclo de los misteriosdel rosario — gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos —guía a los fieles con lentitud y devoción por la vida del Señor.Quienes oran el rosario con el corazón abierto, a menudo

viven una experiencia similar a la de los primeros discípulosde Jesús. La madre de Jesús, quien “conservaba” todos estosmisterios y los “meditaba en su corazón” (Lucas 2,19), nosenseña cómo orar. Se nos concede una parte de su amormaravillado. Ella, que una vez dijo “Sí” a Dios por nosotrosnos guía al “gran misterio” de la redención del mundo.

El Servicio de Información Católica publica una guía deCómo rezar el Rosario, # 4772 en las publicaciones impresas o delSIC o para pedir en línea.

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Fuentes

1 Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Parte Dos: De la entrada en Jerusalénhasta la Resurrección, Ediciones Encuentro, Madrid 2011, 231.

2 Id., Palabras al inicio de la Misa celebrada tras el encuentro con el“Ratzinger Schülerkreis,” 28 de agosto de 2011.

3 Otto Neubauer, “Does the World Still Move the Heart of theChurch?” (¿El mundo toca aún el corazón de la Iglesia?)Presentación en la Universidad Católica de Varsovia. Simposiosobre el Concilio Vaticano Segundo, noviembre de 2012.

4 Benedicto XVI, Palabras al inicio de la Misa celebrada tras elencuentro con el “Ratzinger Schülerkreis,” 28 de agosto de 2011.

5 Cf. ibid.6 Id., Homilía del Papa Benedicto XVI, Aeropuerto turístico de

Friburgo de Brisgovia, 25 de septiembre de 2001.7 Id., Discurso del Papa Benedicto XVI a la Curia Romana para el

Intercambio de Felicitaciones con ocasión de la Navidad, 21 dediciembre de 2009.

8 Ibid.9 Id., Palabras al inicio de la Misa celebrada tras el encuentro con el

“Ratzinger Schülerkreis,” 28 de agosto de 201110 Cf. id., Homilía del Papa Benedicto XVI en la Misa de Nochebuena,

24 de diciembre de 2011 En el niño Jesús, Dios se ha hechodependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las queahora puede pedir su amor, nuestro amor.

11 Id., Discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana para elIntercambio de Felicitaciones con ocasión de la Navidad, 21 dediciembre de 2009.

12 Id., Homilía para la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 1de enero de 2012

13 Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (El Rosario dela Virgen María), 25.

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14 Ibid., 24.15 Benedicto XVI, Ángelus, IV Domingo de Adviento, 21 de diciembre

de 200816 Cf. Isaías 45,8, que es la base para la Introducción del IV Domingo

de Adviento: “¡Destilen, cielos, desde lo alto, y que las nubesderramen la justicia! ¡Que se abra la tierra y produzca lasalvación...!”.

17 Benedicto XVI, Homilía durante la Misa con ocasión del 850aniversario de la Fundación del Santuario de Mariazell, Austria, 8de septiembre de 2007.

18 Catecismo de la Iglesia Católica (=CIC), 483.19 Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo.20 Cf. Juan 14,9: “El que me ha visto, ha visto al Padre”.21 Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 22.22 Ibid., 23, citando a San Anastasio.23 Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Parte Dos, 107, Ediciones Encuentro,

Madrid, 2011.24 Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 23.25 Benedicto XVI, Homilía de la Misa de Nochebuena, Solemnidad de

la Natividad del Señor, 24 de diciembre de 2009.26 Liturgia de las Horas, Antífona vespertina, Oración 1 para la

Solemnidad de María, la Madre de Dios. 27 Benedicto XVI, Discurso a los Miembros de la Curia Romana, 21 de

diciembre de 2009.28 Ibid.29 Id., Jesús de Nazaret, Parte Uno, 16. Ediciones Encuentro, Madrid, 2011.30 Ibid.31 Benedicto XVI, Discurso de Introducción de la Santa Misa…28 de

agosto de 2011.

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Fuentes

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32 Cf. id., Discurso en el Encuentro con los católicos comprometidosen la Iglesia y la sociedad, Friburgo de Brisgovia, 25 de septiembrede 2011.

33 Cf. Isaías 54,5: Porque tu esposo es aquel que te hizo: su nombre esSeñor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel: él se llama“Dios de toda la tierra”.

34 CIC, 515. Lo que había de visible en su vida terrena conduce almisterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

35 Antífona para la Oración Matutina I, Fiesta de la Epifanía del Señor36 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Vita Consecrata, 15.37 Canon Romano, Plegaria Eucarística I. Cf. Jeremías 31,31, Ezequiel

16,60, Isaías 55,5.38 Benedicto XVI, Misa “In Cena Domini”, Basílica de San Juan de

Letrán, Jueves Santo, 9 de abril de 2009.39 Ibid.40 Id., Sacramentum Caritatis, 14.41 Cf. id., Discurso en el Encuentro con los católicos comprometidos

en la Iglesia y la sociedad, Friburgo de Brisgovia: “Cristo, el Hijo deDios, ha salido, por decirlo así, de la esfera de su ser Dios, se hahecho carne y se ha hecho hombre; no sólo para ratificar al mundoen su ser terrenal, y ser para él como un mero acompañante quelo deja tal como es, sino para transformarlo”.

42 Id., Palabras al inicio de la Misa celebrada tras el encuentro con el“Ratzinger Schülerkreis”, 28 de agosto de 2011

43 Credo Niceno.44 Joseph Cardinal Ratzinger, “Meditations on Holy Week,” reimpreso

en The Sabbath of History: William Congdon, with Meditations on Holy Weekby Joseph Ratzinger, (New Haven: Knights of Columbus Museum,2012), 146, http://www.kofcmuseum.org/km/es/exhibits/2012/sabbath_history/index.html

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45 Benedicto XVI, Misa “In Cena Domini”, Basílica de San Juan deLetrán, Jueves Santo, 9 de abril de 2009.

46 San Agustín, Sermón 191.1.47 Benedicto XVI, Homilía durante la Misa con ocasión del 850

aniversario de la Fundación del Santuario de Mariazell, Austria, 8de septiembre de 2007.

48 Joseph Cardinal Ratzinger, “Meditations on Holy Week,” reimpresoen The Sabbath of History: William Congdon, with Meditations on Holy Week by Joseph Ratzinger, (New Haven: Knights of Columbus Museum, 2012), 146, http://www.kofcmuseum.org/km/es/exhibits/2012/sabbath_history/index.html

49 Cf, Discurso en el Encuentro con los católicos comprometidos enla Iglesia y la sociedad, Friburgo de Brisgovia, 25 de septiembre de2011.

50 San Juan Crisóstomo, Oración de la Liturgia de las Horas, Tiempode Cuaresma, Viernes Santo. http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/cuaresma/cuaresma_viernes_santo.htm

51 Joseph Cardinal Ratzinger, “Meditations on Holy Week,” reimpresoen The Sabbath of History: William Congdon, with Meditations on Holy Week by Joseph Ratzinger, (New Haven: Knights of Columbus Museum, 2012), 146, http://www.kofcmuseum.org/km/es/exhibits/2012/ sabbath_history/index.html

52 CIC, 635.53 CIC, 633.54 Benedicto XVI, Misa “In Cena Domini”, Basílica de San Juan de

Letrán, Jueves Santo, 9 de abril de 2009.55 Antigua homilía Cristiana a veces atribuida a Epifanio de

Salamina, de la Liturgia de las Horas, Lecturas para el SábadoSanto.

56 Ibid.

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Fuentes

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57 El Exultet, o pregón pascual, cantado en la Misa de Vigilia Pascualdurante la noche entre Sábado Santo y Pascua: ¡Qué noche tandichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó deentre los muertos. Esta es la noche de que estaba escrito: “Será lanoche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo”.

58 Ibid.59 Joseph Cardinal Ratzinger, “Meditations on Holy Week,” reimpreso

en The Sabbath of History: William Congdon, with Meditations on Holy Weekby Joseph Ratzinger, (New Haven: Knights of Columbus Museum,2012), 151, http://www.kofcmuseum.org/km/es/exhibits/2012/sabbath_history/index.html

60 Benedicto XVI, Meditación durante la Primera CongregaciónGeneral de la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 8de octubre de 2012.

61 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la IglesiaLumen Gentium (=LG), 1: “Porque la Iglesia es en Cristo como unsacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima conDios y de la unidad de todo el género humano”. También LG 9:“Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad yde verdad, se sirve también de él como de instrumento de laredención universal”.

62 El Credo Niceno.63 CIC,1617; cf Efesios 5,25-26, 31-32.64 Ibid.; Apocalipsis 19,9.65 Después de la resurrección, los once Apóstoles restantes eligieron

a Matías para reemplazar a Judas, quien se suicidó después detraicionar a Jesús. Así volvieron a ser doce Apóstoles.

66 Juan Pablo II, Carta Encíclica Dominum et Vivificantem [sobre elEspíritu Santo en la Vida de la Iglesia y el mundo], 66; Romanos(8,24).

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Acerca de la autora

La Doctora Michelle K. Borras es Directora del Servicio de Información

Católica. Obtuvo la Licenciatura en Literatura Inglesa de la

Universidad de Harvard, un Doctorado en Teología por el Pontificio

Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia

en Roma y un Doctorado en Teología por la sede del Instituto en

Washington, D.C., con una tesis sobre la Interpretación del origen del

Misterio Pascual. La Dra. Borras fue profesora adjunta en el Instituto

Juan Pablo II en Washington durante el año académico 2010-2011 y

ha dictado seminarios de literatura católica, la interpretación

patrística de las Escrituras y la teología de Hans Urs Von Balthasar en

el internado de las Hermanas Misioneras de St. Charles Borromeo en

Roma. Además de traducir extensamente, la Dra. Borras ha publicado

artículos acerca de literatura y teología católicas.

Acerca del Servicio de Información Católica

Desde su fundación, los Caballeros de Colón han participado en la

evangelización. En 1948, los Caballeros pusieron en marcha el Servicio

de Información Católica (SIC) con el fin de proporcionar publicaciones

católicas de bajo costo para el público en general así como para

parroquias, escuelas, casas de retiro, instalaciones militares, centros

penitenciarios, legislaturas, la comunidad médica y cualquier persona

que las solicite. Durante más de 60 años el SIC ha impreso y

distribuido millones de folletos y miles de personas se han inscrito

en nuestros cursos de catequesis.

El “Servicio de Información Católica” es una marca registrada de Caballeros de Colón.

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