3 Mitos Acerca de La Movilización Social-Aurelio Sainz

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3 Mitos acerca de la movilizacin social De la movilizacin individual (I)

Aurelio Sainz PezonagaCuenca Alternativa

La accin colectiva que lucha por la defensa o la conquista de derechos polticos y sociales est plagada de mitos.

Esto no debe ser motivo de sorpresa. Sabemos que los privilegios de las minoras dominantes se sostienen precisamente en la indiferencia, la resignacin e incluso muchas veces la complicidad de las personas que sufren la injusticia social.Los mitos acerca de la movilizacin social sirven, entonces, para promover la pasividad de los perjudicados, para obstaculizar que nos organicemos con el objetivo de abolir las relaciones de desigualdad.

Hay muchos mitos, pero slo pretendo reflexionar sobre aquellos que considero ms importantes. El primero es el que llamar Mito de la movilizacin individual. El mito de la movilizacin individual considera que la accin colectiva por la justicia social es resultado simplemente de la suma de muchas movilizaciones individuales. Imagina a los individuos aislados en sus casas, haciendo un clculo de los beneficios y perjuicios que conllevar para l o ella participar en las protestas, hasta decantarse por la opcin ms ventajosa.

El mito de la movilizacin individual es un mito porque la realidad nunca es as, pero sobre todo porque si fuera as, no habra movilizacin social de ningn tipo.

La prueba de ello la encontramos en lo que se conoce como el dilema del gorrn (free-rider). Este dilema postula que a un individuo que va a beneficiarse del resultado de una accin colectiva participe o no en ella, siempre le va a ser ms ventajoso no sumarse y aprovecharse de la protesta realizada por los dems. Como todos los individuos llamados a sumarse a dicha accin se encontraran ante la misma tesitura, el resultado es que si la movilizacin social fuera la mera suma de movilizaciones individuales, nadie se movilizara nunca por un bien comn, porque todos buscaran aprovecharse de los dems y ninguno dara nunca el primer paso.

El ejemplo que suele ponerse, no por casualidad, es el de una huelga de trabajadores y trabajadoras. Cada empleado puede calcular que si va a trabajar mientras sus compaeras hacen huelga, no perder su sueldo ni se expondr a represalias por parte de los propietarios de la empresa y, al mismo tiempo, disfrutar de los derechos que se logren con la accin de protesta. El problema es que si todos y todas realizan el mismo clculo, ningn trabajador ir a la huelga y las condiciones laborales de todos se irn deteriorando sin freno.

Ahora bien, el hecho es que s, s ha habido, hay y habr huelgas y otras movilizaciones sociales. Por lo tanto, adems de descubrir el mito de la movilizacin individual, lo que el dilema del gorrn nos ensea es que si el bien buscado es comn los medios para alcanzarlo tienen que ser ya de alguna manera comunes, tienen que ser nociones, valores, medios, contextos o prcticas compartidas; las personas tienen que apoyarse en algo que las vincule entre s; o dicho en forma de sentencia, lo comn slo se construye a partir de lo comn.

Nos ofrece igualmente otra leccin muy importante. Nos ensea que el mito no es una simple mentira, sino que tiene un cierto anclaje en la realidad. Ese anclaje no es que el ser humano sea egosta por naturaleza, ese no es sino otra versin del mismo mito. El anclaje es que la divisin, la separacin, la individualizacin de los que sufren la injusticia es una estrategia puesta en marcha de manera diversa pero continuada por el poder para impedir que se coordinen o al menos para bloquear la lucha cuando la movilizacin ya ha comenzado.

No otro es, por ejemplo, el efecto de las multas administrativas que las subdelegaciones del gobierno de toda Espaa estn poniendo a los activistas contra del expolio social que los poderosos y corruptos estn realizando con excusa de la crisis. Las multas administrativas no frenan slo porque suponen un gasto econmico adicional, sino porque individualizan al multado o multada. Separan su accin de la protesta colectiva, nico contexto donde sta tiene sentido. La aslan como si aquello que hicieron los manifestantes nada tuviera que ver con la poltica de vulneracin de derechos sociales decidida por los mismos que ponen las multas.

En resumen, la lucha social por los derechos supone la lucha entre la divisin y la individualizacin que pretenden imponer los privilegiados y el esfuerzo de los resistentes por hacer efectivo lo comn.

Que la movilizacin individual sea un mito no quiere decir que cada persona no sea responsable de lo que hace o no tenga que decidir en ltimo trmino si participa o no en una movilizacin. Significa que las movilizaciones suceden dentro de un contexto social y en unas circunstancias determinadas en las que nos toca decidir. Entre muchos y con esfuerzo, coraje e inteligencia podemos cambiar esas circunstancias, pero cada uno de nosotros por separado ni las ha diseado ni las puede disear a su gusto.

En su libro El poder en movimiento, un clsico en el estudio general acerca de los movimientos sociales, el socilogo Sidney Tarrow seala al menos cuatro aspectos de lo que l llama accin colectiva contenciosa por la que sta slo puede entenderse como social y nunca como individual.

Segn Tarrow, la movilizacin social es social y no individual porque:

1.Las movilizaciones cobran fuerza y tienen capacidad transformadora en los momentos histricos en los que, por unas circunstancias u otras, se amplan las oportunidades polticas. Generalmente, esto ocurre porque el rgimen poltico o el sistema econmico sufren una crisis de legitimidad. Tarrow seala como importantes los momentos en los que se generan alianzas entre los oprimidos anteriormente bloqueadas o aquellos en que los grupos dominantes se dividen o debilitan. Los cambios, por tanto, en las situaciones socio-polticas promueven las movilizaciones sociales y ellas, a su vez, promueven nuevos cambios.

Por ejemplo, el sometimiento de los partidos polticos mayoritarios a los dictmenes de los mercados financieros supuso la prdida de legitimidad del rgimen democrtico heredero de la transicin espaola, situacin que propici el surgimiento del 15M hace ao y medio y todas las movilizaciones de las diferentes mareas desde entonces.

2. Las movilizaciones utilizan y crean repertorios de confrontacin, tipos de acciones con las que se organizan, hacen pblicas sus exigencias y presionan socialmente para lograr el cambio buscado. Ese repertorio de acciones, asambleas, manifestaciones, encierros, ocupaciones, camisetas, pancartas..., no surge de la nada, tiene un recorrido histrico y son reinventadas y adaptadas a las nuevas circunstancias por los nuevos activistas, buscando la adhesin de la ciudadana. El repertorio no puede ser elegido al azar porque, adems de cumplir su funcin especfica, tiene que poder ser entendido por todo el mundo.

La acampada de la Plaza del Sol en Madrid es un buen ejemplo de repertorio exitoso. Tomado de las acampadas de la Plaza Tahrir de El Cairo, reinventa, al mismo tiempo, las ocupaciones de facultades y fbricas de los aos sesenta y setenta, dndoles una nueva dimensin metropolitana. Las acampadas pronto se extendieron por todo el pas y cruzaron fronteras con una tremenda capacidad de contagio.

3.Las movilizaciones llevan tambin a la creacin de redes sociales y de comunicacin. Lo que actualmente se llama redes sociales son, ms bien, redes de comunicacin, muy importantes en toda movilizacin social, pero no suficientes para constituirla. Las redes sociales son las relaciones de tipo afectivo, vivencial, prctico que establecen los activistas entre s y que pueden plasmar de muy diversas maneras, desde la vida en el barrio a las sociedades, clubes, ateneos, casas del pueblo, centros sociales, okupados o no, o culturales, etc. Incluye, igualmente, la coordinacin entre activistas de diferentes localidades y vinculaciones de ayuda mutua, cooperativa o solidaria. El nfasis que se pone en las luchas actuales sobre las redes de comunicacin no es casual. Al menos por el momento, se ha logrado abrir una brecha en el monopolio comunicacional que detentan los grandes medios propiedad de grandes empresas. Como ha ocurrido en otros momentos histricos, romper el monopolio de la comunicacin es un paso decisivo, pero, como tambin se suele recordar, las redes de comunicacin tienen que apoyarse en redes sociales ms complejas sin las que ser difcil que la brecha avance hasta hacerse camino.

4. Las movilizaciones, por ltimo, suponen la activacin de marcos culturales de explicacin y legitimacin de las acciones de protesta. No hay protesta social si no se parte y se re-elaboran puntos de vista y valoraciones compartidas acerca del problema que se intenta resolver, acerca de la injusticia que se intenta abolir. Nadie inventa desde su aislamiento el modo en que pueden ser entendidas y apreciadas las situaciones de opresin que una movilizacin social de defensa o de conquista de derechos pretende cambiar. Es ms, nadie es capaz de contrarrestar en solitario los discursos de los poderosos y sus lacayos que justifican o excusan las desigualdades sociales. Esa lucha en torno a los discursos y los afectos, sin la que no puede haber transformacin social, es una lucha colectiva en la que estn activamente involucradas innumerables personas, multitud de personas que dan forma y adaptan a los acontecimientos y a las circunstancias el discurso y el afecto insumiso. Y, en efecto, esas personas no pueden permitirse ser tomos aislados.

En fin, la movilizacin es irreductiblemente una realidad social, y no una suma de impulsos individuales, porque genera un efecto social que sobrepasa a todos los participantes, un efecto producido por su actividad conjunta. Esa es la razn, adems, por la que es tan importante que su coordinacin sea de una mxima exigencia democrtica. Es necesario evitar que el efecto social de la movilizacin, ese resultado de la cooperacin de muchos, de incontables, termine separndose de los que lo han generado y, acaparado por unos pocos, se vuelva contra los propios movilizados.

De la conciencia informada (II)

El segundo mito acerca de la movilizacin social sobre el que quisiera reflexionar es el que llamar mito de la conciencia informada. Este mito vendra a decir que basta con estar bien informado para decidirse a participar en una accin colectiva en pos de un bien comn.

El mito de la conciencia informada es, en parte, una variante del mito de la movilizacin individual, ya que como ste presenta al individuo aislado, esta vez encerrado en su conciencia, tomando decisiones fuera del mundo. Pero, aade un tono entre espiritualista y ciberntico al individuo separado que merece ser atendido por s mismo.

Por supuesto, al presentar este mito no pretendo decir que no es necesaria la informacin, y ms todava la buena informacin, para la movilizacin social, sino argumentar que existe una imagen mitificada de la movilizacin social que nos hace pensar que es suficiente con la informacin para que aquella se produzca, se mantenga y se extienda.Nuestra experiencia por s sola ya nos dice que no es as, pero podemos de nuevo mostrar que no es slo que la realidad tenga poco que ver con esa imagen, sino que adems la movilizacin jams podra surgir de la mera informacin.

Esta vez voy a utilizar otro dilema llamado del prisionero para mostrar la imposibilidad del mito de la conciencia informada. Existen mltiples versiones que exponen el dilema. Pero voy a probar a hacerlo con una nueva por razones que se vern ms adelante.

Cuentan que, despus de una semana de haber escatimado el arroz a sus discpulos Me y Ti, el maestro Bao-Pi ech en falta algunos puados de cereal en la despensa y llam a sus dos discpulos por separado para proponer a cada uno de ellos las siguientes opciones.

Si ninguno de los dos confesis haber robado el arroz, les dijo primero a Me y luego a Ti, slo os dar con mi bastn dos golpes en la cabeza a cada uno. Ms que nada para recordaros que soy el maestro y vosotros slo discpulos. Si t (Me o Ti) confiesas, a ti te dar un golpe en la cabeza por robar el arroz, pero a tu compaero le dar ocho golpes por callarse. Y si confesis los dos, os dar seis golpes a cada uno, porque, no me negars que lo tendris bien merecido por ladrones. Y recuerda, termin, no se te ocurra hablar de este asunto con tu compaero porque en ese caso recibirais diez palos en cada cabeza.

Me y Ti tuvieron acceso por tanto a toda la informacin. Cada uno saba cuales eran las posibles consecuencias de sus acciones. Para facilitar la tarea al lector o lectora, las expondr en forma de tabla.

Se ve fcilmente que si Me y Ti no podan ponerla en comn para llegar a un acuerdo, esa informacin resultaba totalmente intil. Si cada uno tena que decidir sin hablar con el otro, entonces ambos estaban abocados a confesar. Confesar les supona moverse entre la posibilidad de recibir 1 o 6 palos. Mientras que no confesar conllevaba o bien 2 o bien 8 golpes. Como era de esperar que los dos hicieran el mismo clculo, al final lo ms probable es que acabaran recibiendo 6 por cabeza. Por el contrario, si hablaban entre s, podan llegar fcilmente a la conclusin de que lo mejor para ambos era no confesar y recibir dos golpes cada uno. Pero el maestro ya haba anticipado esa posibilidad y puesto los medios (10 golpes de castigo) para evitarla.

El dilema del prisionero demuestra que all donde est en juego la posibilidad de alcanzar un beneficio compartido, la informacin es intil si no es recibida en una situacin en la que sea posible la cooperacin. Extrapolando a las movilizaciones sociales, hay que decir que la informacin no sirve para nada si no hay una predisposicin para trabajar en comn y una posibilidad material de hacerlo y de poner esa informacin al servicio de un objetivo compartido.

Cuando se trata de alcanzar un bien comn, como ocurre en los movimientos sociales, primero tienen que darse, o hay que buscar, las condiciones para la colaboracin y, slo despus, podr sernos til la informacin. No debemos extraarnos, en consecuencia, si hay personas que no se inmutan ante una noticia que en nosotros genera una tremenda indignacin; simplemente estn comprometidas con otro proyecto.

Un ejemplo. La reforma exprs de la constitucin, acordada por el PSOE y el PP en agosto-septiembre de 2011, que prioriza el pago de la deuda del estado por delante de cualquier otro gasto, junto al incumplimiento sistemtico de sus respectivos programas electorales por esos mismos partidos, sern considerados como un golpe de estado de los mercados financieros por quien entienda que los representantes polticos se deben a sus votantes y a las promesas electorales por las que estos les han elegido. Pero no pensar lo mismo quien entienda la democracia representativa de otra forma, por ejemplo, quien considere que sta consiste en elegir alternadamente una cuadrilla u otra de jefes cada cuatro aos.

Si he elegido narrar el dilema del prisionero a travs de la imitacin de un cuento zen en lugar de la versin de acusados y fiscales, que suele ser la habitual, es porque pretendo que resuene con la historia siguiente.

"Dijo el maestro Zen a su discpulo:

Si dices que esta vara es real, te golpear con ella. Si dices que esta vara no es real, te golpear con ella. Si no dices nada, te golpear con ella".

En esta historia encontramos otro ejemplo en el que la informacin es completa pero no sirve de nada. Opte por lo que opte, el discpulo recibir un golpe. Pero, como explica Gregory Bateson, de quien la he tomado prestada, el objetivo de la historia es dirigir la atencin hacia la relacin entre el administrador y el receptor de las opciones y de las consecuencias, es decir, sealar la relacin de poder entre el maestro y el discpulo.

En la versin zen del dilema del prisionero, en efecto, hay una opcin que no puede pasar desapercibida despus de leer esta segunda historia. En realidad, si Me y Ti hablaran entre ellos, seguramente no optaran por no confesar y as recibir slo dos golpes cada uno. Ni tampoco esperaran pasivamente los diez golpes con los que el maestro buscaba impedir a toda costa esa opcin. Es muy probable que si hablaran, su cooperacin se dirigiera hacia una accin colectiva mucho ms til: quitarle al maestro el palo y el arroz.

Al hecho de que la informacin sea intil si no se dan las condiciones subjetivas y objetivas para la cooperacin hay que aadir que la cooperacin posible de los receptores abre las puertas a la transformacin completa de la relacin entre los que administran la informacin y los que la reciben. Como sabemos, no hay movimiento social que se precie que no busque dotarse de herramientas de informacin tiles para romper el monopolio del sistema de comunicaciones que difunde la versin oficial sobre el asunto en litigio.

Pero hay ms, porque el problema de fondo no es ni mucho menos la administracin de la informacin, sino la misma relacin de poder. Lo que en estas historias se deja ver es que la cooperacin es por s transformadora de la relacin social, es por s la apertura de un camino de liberacin. Y es por eso que genera tanta preocupacin en los defensores del rgimen. Nada hay que asuste ms al poder que ver a las gentes del comn ponindose a hacer proyectos juntas. De ah que no haya sistema de dominacin que no se sostenga en la creacin de instituciones que impiden la cooperacin de los subalternos.

La cooperacin de los de abajo, sin embargo, no se obstaculiza ms a travs de la canalizacin de las conciencias que por medio de la gestin de los cuerpos. De hecho, la diferenciacin entre conciencia y cuerpo en la que se apoya el mito de la conciencia informada slo puede generar confusin y lo mismo hay que decir de todo mito similar que reduzca la implicacin social a un simple cambio en la forma de pensar.

Lo que somete a los y las trabajadoras no son las ideas de los capitalistas, sino una distribucin tal de los medios de produccin que los condena a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y a competir entre s por venderla.

Los ecologistas saben que lo que destruye el medio ambiente no son las ideas desarrollistas, sino una prctica sistemtica de produccin por la produccin y de consumo por el consumo que pasa por encima de las necesidades de los ecosistemas en una carrera loca por ver quin produce y quin consume ms cosas intiles.

Por s mismas las ideas de orden y mando no oprimen a nadie, el poder consiste en una enmaraada red de dispositivos que produce cuerpos vivos, tiles y dciles: individuos atomizados, disciplinados y controlados.

La dominacin machista no se reduce a un puado de ideas, sino a una manera de ocupar los espacios sociales, de conducirse, de vivir, en definitiva, que empuja hacia afuera del espacio pblico a las mujeres, que las confina en la esfera de lo privado, que las excluye material y simblicamente hasta el asesinato...

Y como la dominacin es de naturaleza fsica y busca por sistema desbaratar la cooperacin de los resistentes, la liberacin no puede contentarse con la conciencia, y menos si sta se entiende como conciencia aislada, y tiene que ponerse como objetivo principal buscar la cooperacin prctica, la puesta en marcha de proyectos comunes.

Para alcanzar sus objetivos, los movimientos sociales crean diferentes formas de cooperacin y nada seran sin ellas. Y el problema en cada momento histrico, y en eso el momento actual no es una excepcin, es cmo conseguir la forma de cooperacin posible ms efectiva (para desafiar la estructura de poder existente) y ms horizontal (para no reproducir sistemas semejantes a los que pretende abolir).

A da de hoy, esa forma de cooperacin es la asamblea abierta.

Del fin del mundo (III)

El mito del fin del mundo, el tercero de esta serie de mitos acerca de la movilizacin social, afirma que la accin poltica colectiva slo est justificada si su propsito es evitar una catstrofe, algo que en nuestra imaginacin se aproxime al fin del mundo.

El mundo que vera amenazada su continuidad puede ser entendido de mltiple maneras (la humanidad, la civilizacin, el planeta...), pero siempre es contemplado como nuestro mundo, como aquellas condiciones de vida que un grupo social considera fundamentales para conservar su identidad.

Para este mito, entonces, el nico motivo vlido para conquistar o defender colectivamente los derechos comunes sera que, de no hacerlo, la existencia del mundo, de nuestro mundo se vera seriamente amenazada.

El mito del fin del mundo posee, adems, otra cara. Supone que no tiene sentido intentar cambiar ninguna situacin de injusticia a no ser que la existencia de nuestro mundo corra peligro. Cuando nuestro mundo no se encuentre al borde de la extincin, la resolucin de los problemas sociales, afirma el mito, se confiar a las formas establecidas de delegacin poltica.

Con el fin de mostrar el carcter mtico de este argumento, voy a recurrir a la paradoja de Jameson. La paradoja que seala Fredric Jameson, investigador de la cultura contempornea, dice que en la actualidad nos es ms fcil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Entre otras cosas, la paradoja hace referencia a la gran cantidad de pelculas que en las ltimas dcadas tienen como tema principal el fin del mundo, desde El planeta de los simios (1968), por ejemplo, hasta Oblivion (2013). Y advierte que es ms fcil contar y atender a historias que narran una catstrofe planetaria o de civilizacin que imaginarse una forma de vida humana sin injusticia econmica. Actualmente es ms fcil imaginar la destruccin del mundo que su transformacin emancipadora.

La paradoja de Jameson se puede interpretar al menos de dos maneras. La primera se limitara a comparar dos imaginaciones: la imaginacin del fin del mundo y la imaginacin de la abolicin del capitalismo. Y se extraara de que lo que parece ms fcil de lograr (que el capitalismo desaparezca) es, de hecho, aquello que nos representamos con mayor dificultad. Esta interpretacin concluira animndonos a esforzarnos por imaginar el fin del capitalismo, inventando una nueva utopa. A ello nos empujara la misma situacin de bloqueo, de dificultad, de urgencia que expresa la paradoja de Jameson. Es decir, precisamente porque lo ms fcil de hacer resulta ser lo ms difcil de imaginar, es necesario intentar visualizarlo.

El segundo modo de entender la paradoja de Jameson considera, sin embargo, que no es posible comparar la imaginacin del fin del mundo con la imaginacin de la muerte del capitalismo (o de cualquier otro sistema de dominacin social). Lo que la paradoja da a ver es, ms bien, el carcter mtico de la imaginacin del fin del mundo con todas sus consecuencia polticas.

No es slo que un fin sea ms fcil de imaginar que otro. La paradoja va ms lejos. Buena parte de las pelculas que retratan el fin del mundo suponen, en una arriesgada pirueta de fantasa, la continuidad del capitalismo, incluso despus de acabado el mundo...

As ocurre de modo ejemplar en Matrix (1999). Matrix, el mundo virtual reconstruido por las mquinas tras una guerra con los humanos que destruy la vida en el planeta, recrea expresamente el mundo capitalista (patriarcal, desarrollista, autoritario...) contemporneo como la realidad virtual ms equilibrada para las pilas-biolgicas a que han quedado reducidas las personas. Es lo que el agente Smith (portavoz de las mquinas) explica a Morfeo (lder de la guerrilla humana que todava se resiste al dominio maqunico).

El agente Smith dice ms. Si el entorno virtual ms apropiado para los humanos es el sistema capitalista, se debe, segn l, a que los humanos llevan en su misma esencia la pulsin capitalista: son como virus que parasitan y destruyen todos los espacios que habitan y tienen que desplazarse continuamente de un medio a otro. Smith repite as, y no por casualidad, la misma descripcin que el Dr. Zaius haba hecho de los humanos en las escenas finales de El planeta de los simios.

Y todava hay ms. El sistema de dominacin de las mquinas de Matrix es una alegora del mismo capitalismo. El mundo del desierto de lo real donde se explota la energa de los humanos se corresponde con el mundo oscuro de la produccin capitalista y sus derivados: la guerra y la pobreza de las periferias, la devastacin del medio ambiente. La vivencia virtual de los guerrilleros que se internan en Matrix equivale al mundo mgico del consumo capitalista.Como realidad virtual, como esencia humana y como sistema post-humano, la verdadera protagonista de Matrix es la supervivencia del capitalismo... despus del fin del mundo. Absurdo, s, pero no por eso menos efectivo.

Algo similar ocurre en otro clsico del gnero como es Independence Day (1996). En este caso, el capitalismo (mediante sus representantes estadounidenses) es el hroe que salva al mundo de una inminente invasin aliengena que amenaza con destruir el planeta. Pero, oh, sorpresa!, el vencedor no es ms que un capitalismo bueno frente a un capitalismo malo. Los aliengenas colonizadores son descritos con las mismas caractersticas que el agente Smith atribua a los humanos, excepto que en lugar de la imagen del virus, los guionistas de Independence Day prefirieron hablar de langostas. Sus extraterrestres viajan de planeta en planeta devorando, como si fueran un enjambre de langostas, los recursos naturales de cada uno de ellos. Ejrcito de los Estados Unidos..., enjambres de langostas... (en Avatar (2009) aparecern despus identificados, aunque no sin ambigedad), el caso es que sobreviva el mundo o se destruya, el capitalismo siempre pervive.

El absurdo del mito del fin del mundo reside, entonces, en que no es ms que una excusa para dar rasgos de inmortalidad, de invulnerabilidad al sistema dominante. De la misma manera que, en el Apocalipsis cristiano, el fin del mundo es para mayor gloria de Dios, en el cine de las ltimas dcadas, las catstrofes planetarias son para mayor gloria del capitalismo (y acompaantes).

Hay una razn ms por la que no es posible comparar la imaginacin del fin del mundo con la imaginacin de la desaparicin del capitalismo. Como muestran la gran mayora de estas pelculas, el asunto principal que est en juego en la imaginacin del fin del mundo no es tanto su destruccin como su salvacin. Lo que est en cuestin en ellas es si el mundo, la humanidad, la civilizacin sern salvados o no y por quin.

En ese nivel de destrucciones y salvaciones fantsticas, la imaginacin del fin del capitalismo reclamara tambin un salvador... O, a lo sumo, la terminacin del capitalismo podra presentarse como una salvacin alternativa de un mundo en peligro. Y el salvador sera aquel que se designara imaginariamente como agente enterrador del capitalismo: las masas, la clase obrera, el partido, el pueblo, la ciudadana consciente...

Nos encontraramos entonces con un nuevo problema. Un nuevo problema que est ligado inseparablemente a la imaginacin del fin del mundo. Y es que la accin salvadora no es una accin real. En su fantasa quisiera ser como las acciones tcnicas y anticipar con mayor o menor precisin el resultado de su puesta en prctica. Pero eso es imposible. La accin salvadora imagina que puede plantearse como objetivo impedir la destruccin del mundo, pero slo quien pudiera abarcar con su mente la totalidad de los hechos del mundo y su encadenamiento podra anticipar su final y, por tanto, poner los medios para evitarlo. La accin salvadora tiene una indudable inclinacin fundamentalista.

Aunque eso en realidad no es lo ms importante. La accin poltica colectiva de los movimientos sociales no slo no es ni necesita imaginarse como accin salvadora, es que adems tiene muy poco que ver con la accin tcnica y similares. La accin poltica de los movimientos no puede anticipar el resultado de su apuesta. Le pasa lo mismo que a la investigacin cientfica. As como sta ignora necesariamente lo que podr llegar a conocer, la poltica de los movimientos no sabe cunto poder social podr ejercer. Nadie sabe lo que puede una multitud.

La accin colectiva de los movimientos se realiza en un medio cambiante, como una fuerza compuesta de fuerzas y entre fuerzas. Y sus propias jugadas modifican el espacio en el que acta. Puede (y necesita) dibujar el mapa de esas relaciones de poder social, pero no hay manera de anticipar el comportamiento de todos los actores involucrados ni el resultado de las respectivas tcticas. Puede (y necesita) entender los objetivos y los patrones de accin que ponen en juego las diferentes fuerzas polticas y sociales, pero no hay manera de saber en qu medida modificarn esos objetivos y patrones a la vista de los desplazamientos realizados por los dems. Puede (y necesita) marcarse unos objetivos propios, claros y ambiciosos, pero es mejor que esos objetivos no consistan en salvar el mundo o la humanidad. Es mejor que no sean dogmas inamovibles ni principios absolutos, sino esfuerzos en un proceso de alianzas y rupturas que slo se cierra cuando agota una senda para abrir otra.

Pidieron propuestas al 15M y algunos se apresuraron a ofrecer una lluvia de ideas. Le pidieron utopas y otros imaginaron una nueva amanecida. Pero, los diferentes acontecimientos han ido mostrando que el 15M, como cualquier otro movimiento social contemporneo, no necesitaba hacer propuestas ni tampoco inventar nuevas utopas. El 15M necesitaba objetivos.

Los objetivos destejen las redes de sentido que naturalizan la injusticia social. Y al tiempo dibujan el espacio de derechos comunes al que aspira el movimiento. Pero, los objetivos son, adems, herramientas de trabajo socio-poltico. Son instrumentos de medicin de los efectos de poder social que producen las acciones de los movimientos. Son herramientas para desbrozar un camino que no est sealizado. Y, sobre todo, son dispositivos que propician nuevas relaciones sociales.

Muchas veces, esas herramientas son prestadas, han sido diseadas para otros usos y el movimiento tiene que desviarlas, dotndolas de una nueva funcin. Y generalmente son provisionales: sern abandonadas en el momento en que ya no sirvan para ir ms lejos. Si queremos un ejemplo del buen uso de los objetivos en este sentido complejo, observemos con atencin la trayectoria de la PAH.

Fuente: http://cuencaalternativaopinion.blogspot.com.es/2013/04/mitos-acerca-de-la-movilizacion-social.html