253.2 Cue - Ramón Cué - El Viacrucis de todos los hombres.pdf

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RAMON CUE, s.} . EL VIA-CRUCIS DE TODOS LOS HOMBRES 4ª Edición UBRERIA RELIGIOSA VU>EOS P. Hispanidad, 6 ' TeL 228404 16004 CUENCA SEVI LLA, 1994

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  • RAMON CUE, s.} .

    EL VIA-CRUCISDE TODOS LOS HOMBRES

    4 Edicin

    UBRERIA RELIGIOSAVU>EOS

    P. Hispanidad, 6 'TeL 228404

    16004 CUENCA

    SEVI LLA, 1994

  • VIA-GRUGIS DE TODOS LOS HOt-IE3RES. R.GUE

    1,' EDICIN: DrcIEHBRE 19782' EDICIN: DICIHIORE 198 13' EDICIN: NmlEt-IBRE 19854' EDICIN: SEPTIE~IElRE 1994

    Ilustraciones de H. LAZERGES:"El Via-Crucis a travs del rostro de Jess"

    Portada: "La Piedad". Detalle Capilla Real de Granada

    (\('.Ios textos: Halll(1l Cll, SJ. de la edicin: EIJITOlt\;\L CASTILLEJO

    13etis. 45, 'I'elr. 42irN8i\. Fax 42821554101 () Sc\,illa

    1.s.B.N.: 84-8058-022-4DEPSITO LEGAL: B. 32.978 - 1994FaroCOMPOSICIN: EDITDRIAL CASTILLEJOIMPRESO EN ESPAA - PRINTED IN SPAIN

  • SE INAUGURA EL MUSEO DE LA INJUSTICIA

    1. EstacinJess es condenado a muerte

  • U N AMIGO arquelogo me haba asegurado bajo palabra y. garanta profesional que se conservaba en Jerusaln el lugar

    exacto que sirvi de escenario histrico para la Primera Estacin delVa-Crucis. Es decir, el sitio autntico en que el GobernadorRomano, Poncio Pilato, mont el aparato externo jurdico paracondenar a muerte a Cristo. Que no se trataba solamente de una meralocalizacin del edificio que albergara el tribunal, sino de la mismasala concreta en la que se sent solemnemente el Gobernador paradictar la sentencia de muerte y lavarse las manos. Ms todava:afirmaba mi amigo arquelogo que se haba descubierto lapavimentacin autntica del Tribunal, las mismsimas losas romanasque sostuvieron la figura hiertica y atropellada de Cristo, cuanto Esteoy decir oficialmente al Gobernador Romano: Reus es mortisQuedas condenado a muerte.

    De ser esto verdad -y la solvencia de mi amigo era ineuestio-nable- la humanidad haba rescatado y estaba en posesin de unode los lugares ms sensacionales de la historia: la sala autntica delTribunal en la que se pronunci la sentencia ms injusta de todos lostiempos.

    N o pude descansar esa noche pensando en la visita que iba arealizar a la maana siguiente. La noche entera transcurri en unaininterrumpida sucesin de sueos y vigilias, en que se mezclaban,sin fronteras claramente delimitadas, las fantasas y los recuerdos, lasvivencias y las pesadillas. Esa noche comprend y poco mejor laalucinante novela El Proceso, escrita -y vivida- por otro judo,Kafka, con retazos mal hilvanados de suelos, duerme-velas y reali-dades.

    Mi amigo y arquelogo no haba querido adelantarme detalles

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  • concre.tos de! ~e~cubr.imien.to sens~cional: Insisti en que deba yosolo, Slll preJUICIOS 111 preVIas ambIentacIOnes, enfrentarme con elhallazgo. Tan slo me dio la localizacin: est en el interior del actualConvento de las Damas de Sin, en el arranque de la Va Dolorosa,cerca de la explanada del Templo, sobre el viejo solar de la TorreAntonia.

    y a.ll me dirig la maana siguiente, liberado ya de mi nocheangustiosa.

    Pero iba disgustado porque llegaba con retraso. Yo hubieraqueri~~ hac~r ese Gll~ino hacia el Pretorio a la misI:na hora en que lorecomo Cnsto: y pIsar las losas romanas del Tnbunal, a la hora-aproximada al menos- en que Cristo las pis; es decir, al alba,segn el dato de San Juan en su Pasin; en nuestro horario, alrededorde las seis de la maana.

    y yo me haba dormido. Despus de una noche alborotada ysudorosa de sueos y pesadillas, ca, ya rendido, de madrugada;cuando haba calculado precisamente salir por el Pretorio.

    Llevaba cuatro horas de retraso.

    . Como siempre. Parece que es mi triste y vergonzoso sino llegarsiempre tarde a las citas de Cristo.

    Mientras yo dorma, destrozaba mi sensibilidad, Cristo haba sidoconducido ya ante el Gobernador Romano. A estas horas, las diez dela maana, en que yo me apresuraba hacia el Pretorio, ya estaba muyadelantado el Proceso de Cristo.

    Por eso apret el paso y trat de encontrar atajos a travs de lascallejuelas del Viejo Jerusaln.

    \ronto la fatiga n:e oblig a detenerme. Entonces com prend quecammaba cuesta arnba. Y record un dato ms de San Juan, que

    est~ba yo .reviviendo en mi acelerada respiracin: el Pretorio en queJesus fue Juzga~o y condenado~ quedaba en uno de los puntos mselevados de la CIudad: y era desIgnado vulgarmente por una palabrahebrea que recoge San Juan: Gabbatha, es decir, cumbre o altura.

    No empezaba ms la verificacin de los datos arqueolgicos.Evidentemente yo estaba subiendo; la cuesta haba frenado mis

    prisas; y en la breve pausa que me impuso, le di mentalmente lasgracias a ~i amigo a.rquelo~o por no habern:e adelantado ningndato. Es mas sabroso ulos venficando y descubnendo personalmente.

    Cuando al fin remont la cuesta eran las diez y cuarto de lamaana.

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    Inmediatamente localic, a mi izquierda, el Convento de lasDamas de Sin, fundadas por dos judos alsacianos convertidos; losPadres Alfonso y T eodoro de Ratisbona en 1842, para dedicarse enapostolado, oracin y sacrificio a la conversin, de los judos. Treceaos ms tarde el Padre Alfonso de Ratisbona empez a comprar enJerusaln unos viejsimos y abandonados solares; hacinamiento in-forme de escombros y basuras, encrespamiento de malezas y aullidosde gatos salvajes, que algunos sospechaban corresponder al posibleemplazamiento de la Torre Antonia, cerca de la explanada delTemplo.

    Terminado el C?n;e.nto y su instalaci~\sobre un solar pr,es.un-tamente sagrado e lustonco, las Damas de SlOn, ayudadas y dIrIgIdaspor la prestigiosa Escuela de Arqueologa de los Padres Dominicanosde Jerusaln, presidida por el histrico y mstico del padre Vincent,comenzaron las excavaciones en el subsuelo del Convento.

    La bsqueda ms intensa y afortunada coincide con la etapa de1927 a 1932.

    Fue entonces cuando

  • -Naturalmente, Padre; con mucho gusto. Sgame, por favor.Disculpe que pase la primera; as le ensefo el camino...

    y la segu. No me preguntis por dnde; ignoro si atravesamossalas, patios o corredores. Yo solamente atenda a seguirla; y ellatambin pareca tener prisa como yo.

    lhsta que abri la puerta y se volvi para advertirme:-Cuidado ahora, Padre; vamos a bajar una escalera.y encendiendo una luz elctrica desapareci por e! hueco. Indu-

    dablemente estbamos bajando al stano de! Convento. la escalera,empinada y estrecha, nqs obligaba a descender con lentitud. Nosacercbamos, evidentemente, al Pretorio, al Tribunal en que Cristo

    fu~ ~ond~nado a muerte. Por eso, c~ando pisamos ya el plano, yoITlII'e a ITlI alrededor, escrutando los nncones y buscndolo con missentidos tensos, mientras oa que la Danta de Sin me reclamabadesde otro hueco que abra en el stano:

    -No, Padre; 110 est aqu; ms abajo, ms abajo...y tuve que dirigirme al segundo hueco de escalera por el que e!la

    haba empezado ya a descender.-Ms abajo? -preguntaba yo COII extraeza.-S; ms abajo, ms abajo -iba repitiendo ella delante de m,

    mientras descendamos, y ahora ms lentamente, por una segundaescalera que perforaba atrevidamente el subsuelo de Jerusaln.

    -Ms abajo, ms abajo, ms abajo...Me lo segua advirtiendo ella o me lo iba repitiendo yo? O era

    un eco en la resonancia misteriosa de la historia...

    No podra asegurarlo; pero s, que aquel inesperado segundo~ram? de escalera subterrnea, me pareca interminable, angustioso,II1fil1lto. No en vano esdbamos bajando dos mil aos de historia.

    Cada escaln equivala a un descenso de medio siglo...Sobre todo, no en vano estbamos bajando hasta la cota mxima

    de la injusticia entre los hombres: condenar a muerte a la mismaInocencia y Justicia de Dios.

    Nosotros bajbamos escaln tras escaln, pausadamente. Pilatolo hizo de un solo golpe y con una sola frase: Eres reo de muerte.

    Me acord de El Dante en su descenso al Infierno. Virgilio era sugua.

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    A m tambin me pareca estar bajando al abismo de otro miste-rioso Infierno: el de la Justicia humana que se atreve a condenar aDios. Mi gua, esta vez, era una mujer, una virgen. Y una Dama. Sellamara Beatriz como la Dama que gui a El Dante en el Paraso?Mi camino conciliaba entonces Infierno y Paraso. Infierno de con-dena para Dios. Paraso de liberacin para los hombres. Se llamarBeatriz?

    No pude preguntrselo.Habamos llegado.La voz de mi gua me situ bruscamente en la realidad:-Padre, ste es e! Pretorio: Aqu el Seor fue condenado a

    muerte...

    Hubo una breve pausa de silencio infinito.-Lo dejo. Padre. Preferir quedarse solo en este sitio.y sin esperar mi respuesta, la Dama de Sin desapareci de mi

    vista y comenz a subir las escaleras. Sus pasos se fueron perdiendoy alejando, perceptibles primero hasta alcanzar el stano; casi perdi-dos despus al irse alejando, por el segundo tramo ascensional haciae! sol y el aire alegre de aquella maana luminosa de Marzo... Hastaque se hizo el silencio absoluto.

    Entonces me sent abandonado y solo en la profundidad abismalde mi descenso.

    * * *

    Todo quera verlo y devorarlo con los ojos al mismo tiempo enun hombre de verificacin histrica.

    Arriba, me cubra y abrumaba una bveda demasiado baja. Nome interesaba. Su misma curvatura, trazada pocos aos haca, parasostener e! stano, me empujaba insistentemente a que mirara abajo,al pavimento que estaba pisando.

    Baj los ojos, los pase lentamente como una asombrosa cariciapor todo el enlosado y me qued mudo de emocin.

    Era una superficie como de unos doscientos cincuenta metroscuadrados, cubierta toda ella por desmesuradas losas romanas. Luegome confirmaron exactamente mis clculos; de metro a metro y mediode largo. El espesor alcanzaba el medio metro. Estaban todas surcadas

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  • por unas estras paralelas, como pequeos canales, para recoger e!agua de la lluvia, ya que estas piedras correspondan al enlosado deun patio abierto a la intem perie. Y tenan grabadas en e! granito unasfiguras misteriosas; signos y seales de un juego en e! que intervenanlos dados y al que se dedicaban los soldados romanos entreteniendosus ocios en los turnos de guardia. El juego consista en un caminozigzagueante en forma de laberinto, por e! que se llegaba a una coronareal, meta de! ganador y grabada con nfasis en el granito. Todas lascurvas del camino estaban sealizadas con una palabra griega, miste-riosamente repetida: I3asileus. Rey. Esta vez e! vencedor iba a serCristo, a quien los soldados romanos ceiran una corona regia deespinas. Y e! mismo gobernador redactara la Upida conmemorativa,rnandndola colocar sobre su cabeza: "Jess Nazareno. Rey de losJudos.

    Tablero de juego, en tamao natural, correspondiente al patioromano de la Torre Antonia y descrito por San Juan en la Pasin conotra palabra griega: "'itstrotos, que quiere decir enlosado.

    All, en Litstrotos, como a las once la maana mand mamarPilato un Tribunal, una tarima o tribuna en semicrculo y sobre ella,entronizada, la silla curul.

    Haca veinte siglos.

    De pronto me pareci que por encima de mi cabeza desaparecala bveda baja que me albergaba, con toda la edificacin superpuestadel Convento, hasta que apareci, altsima, la bveda del cielo. Unacatarata de sol se estrell contra el enlosado del Litstrotos. Levantrns los ojos: arriba en los cuatro ngulos del patio se erguan, en elazul, las cuatro torres romanas que lo flanqueaban, como cuatroaltsimos centuriones romanos...

    Me envolvi Ull gritero invisible en un oleaje creciente y chillnque me desgarraba los odos:

    -Crucifcalo! Crucifcalo!I3aj los ojos. En la silla curul sobre la tarima del Tribunal, estaba

    sentado el Gobernador Poncio Pilato.Se lavaba las manos solemnemente en una jofaina de plata.Sobre el fro enlosado de! pavimento haba unos pies desnudos.

    Los pies de un reo. Fui subiendo los ojos por ellos, lentamente, hastallegar a los de Jess, tristes y serenos, que me asaeteaban reclamandopiedad y formulando reproches al mismo tiempo. Un eco trgicosegua repitiendo, como un trueno lejano y eterno, que nunca muere,

    le;

    la sentencia ms injusta de la historia:-Eres reo de muerte.Ca de rodillas sobre el viejsimo pavimento romano hasta tocar

    con mi frente la superficie pulimentada del granito.-Eres rerlo de muerte -repeta la sentencia revolando a mi

    alrededor con locos aletazos, corno un ciego y repugnante pjaronegro que gira y gira en el Litstrotos desde hace dos mil aos:

    -Eres reo de muerte.No s cunto tiempo estuve as de rodillas.En la eternidad del Litstrotos se pierde toda nocin de tiempo,Cuando al fin levant la cabeza advert unas gotas lquidas y

    transparentes que salpicaban el granito del suelo a rnis pies.S; es verdad; podran ser Lgrimas de mis ojos. Haban llorado.O podran ser salpicaduras del agua con que Pilara se lav

    espectacularmente las manos.Terrible incgnita para el hombre que se interroga sobre la

    autenticidad de su llanto y de su amor a Dios.Lgrimas de verdad o agua mentirosa de autojustificacin?Autntico llanto del corazn?O repeticin del agua cobarde de Pilato?No lo s. Lo sabe Dios.

    * * *

    Me segua impresionando aquel pavimento enlosado depoderosas y robustas piedras romanas.

    Cmo pudieron aguantar, sin pulverizarse, aquella Injusticia? Lacondenacin oficial de la Inocencia Oficial. Si alguna vez existi enIIn hombre la inocencia absoluta fue entonces, en Cristo.

    Aguantaron las losas romanas; no en vano forman una costrai l1J penetrable y acorazada de granito con medio metro de espesor.

    Aguantaron la farsa repugnante de aquel juicio: un reo que llegara prejuzgado y condenado de antemano. Con falsas acusaciones y(on testigos comprados. Un juicio sin abogado defensor. Sin unasola

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  • voz que se alce en su ayuda. Un juicio en el que el fiscal adquierepresencia y voz multitudinaria de turba amotinada y ronca, borrach;o.de odio. Un fiscal que es toda la humanidad entera. Un juicio en queel juez repite en pblico, obsesivameme, hasta el sarcasmo, que el reoes inocente, que no encuentra motivo de condena; y, sin embargo,termina condenndolo. Un juicio en que, al fin, un chantaje polticodecide y arranca la sentencia: Si no lo condenas, no eres amigo delCsar.

    y fue condenado. A muerte.Cmo pudieron estas piedr3s, pO!' duras que parezcan, aguantar

    tamaa Injusticia?Las mir, escrutndolas, una vez ms.

    y me dio la impresin de que ellas, a su vez, me miraban a mi,pidindome comprensin y piedad. En cada uno de los poros de sugranito se abri un ojo minsculo, pero vivsimo, como una pupilade alfiler, y todo el enlosado romano me contemplaba con aquellamirada, desgarradora y muda de infinitas pupilas suplicantes...

    Me dio pena, inmensa pena, de aquellas losas romanas destinadasa aguantar en su piel tan humillante sentencia. Comprend su colormarfileo, de cutis sin sangre, amarillo de vergenza, plido endesmayo de una vida que se va...

    y en ese instante adivin el porqu de su ocultamiento duranteveinte siglos.

    Furon estas mismas losas, avergonzadas por la injusticia de loshambres, las que reclamaron su propia desaparicin.

    Sent el clamor que suba desde el granito humillado hasta lascuatro torres vigas que desde arriba se asomaban al Litstrotos. Laslosas del pavimento suplicaban a las piedras de las torres:

    -Caed sobre nosotras, sepultadnos bajo el peso de vuestrosescombros. Escondednos de la vista de los hombres. LiLradnos delsol y dcla luz que iluminan nuestra estigma. Cmo podis aguantar,torres erguidas, tama ignominia? Qu hacis de pie en la altura, sila misma Justicia ha rodado por los suelos? Desplomaos sobrenosotras; aplastadnos, esconded nos, sepulradnos.

    y cayeron las Torres.

    Los mismos romanos, en la conquista de Jerusaln por laslegiones de Tito, se encargaron de derrumbarlas cuarenta aosdespus de la muerte de Cristo. y no qued piedra sobre piedra.

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    Las guerras y los asedios, que cien veces asolaron a la ciudadsagrada de Jerusaln, fueron amontonando escombros sobre escom-bros. El grosor de las ruinas superpuestas llega a alcanzar los nueve ydiez metros de altura.

    En la profundidad de su desaparici.n, 3plastada~ ~or toneladas ytoneladas de ruinas y escombros, las piedras del Lltostrotos escon-dieron su vergenza durante veinte siglos.

    * * *

    Pero las piedras del Litstrotos se engaaron en sus clculos,Haban imaginado, y con razn, que despus de ,la. s.upr~I~1a

    injusticia que conden a Cristo, ya no v:,lver~aa haber Inas l,nJu:t,IClassobre la tierra; que la condena de Cnsto Iba a traer la jusl!Cla almUlldo; que en ningn lugar de la tierr,a se perpetra!~ ya e,l msmnimo atropello; y, por tanto, ellas solas Iban a ser Jas.ul1lcas plcdr~sinjustas del un!verso, marcadas a fuego, en su carne VIva, con el masvergonzoso estlgma.

    Por eso haban podido desaparecer. Por~lue ba~t~ba !'~ un 50[0condenado inocente, Cristo. Fue tan infinita esa ll1Justtcla que alpagar Dios ese precio, 11a~a comprad? yaJa ju~t.icia para to.dos lo~hombres, Y ya no habra tribunales arbltranos, 111 J~eces vendidos, nItestigos comprados" n,i cha1lta~es, ~li atrop~ll,os, nI conden~s de losinocentes y de los debtles ... Remalla la JuStlCla en todas pal tes,

    As lo pensaron las piedras del Litstro'tos.y as lo haba planeado tambin el Padre al entregar a su Hijo.Pero la maldad de los hombres hizo fracasar los planes de Dios.Dos mil afias aguantaron las piedras avergollzadas del Litstrop~s

    su voluntario escondimiento, aplastadas y borradas de la geografapor ingentes escombros. Dos mil ~os s~n atre.ver~e.a levant.ar sufrente humillada, esperando que se ImpusIera la Justtela en la tierra.

    Hasta que se cansaron de esperar.y reclamaron de nuevo su aparicin para echar ahora en cara a los

    hombres todas sus cotidianas injusticias y enfrentarlos a la condenade Cristo.

    Reclamaron a gritos su aparicin.y vinieron las Oarnas de Sin, los arquelogos y los escriturislas,

    los tcnicos excavadores y los obreros.

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  • 1!n lamento d~ siglos los llamaba y atraa misteriosamente desdelas Ciegas profundIdades en el subsuelo de Jerusaln.

    Picos y palas, excavando amorosamente la tierra, seguan instin-t1varr~ente la. llamada subterrnea tIue los guiaba. La justicia, aplastaday olvIdada, Impona s~ voz inflexible atravesando millones de kilosde escombros y dos mI! aos de olvido.. l-lasta que ap~reci el pavimento entero de Litstrotos, como unIllmenso pergamlllo desenrollado con una viej sima condena eSCl'iraen sus losas.

    Pero. esta vez la sentencia condenatoria se volva contra toda laHumanrda1 ~ ell. t~ombre de Cristo atropellado denunciaba valien-temente l.a ItlJustlCla C~1l que; ~nos a otros -grandes y petIueos,altos y baJOS, pobres y ncos, deblles y poderosos-, nos condenamosmutuamente, todos los das, hermanos coiara hermanos.

    '! ):0 estaba el.llonces c?lltemplndo\o, extendido a mis pies, elLttostltos de CrIsto, acusandome )' acusndonos.

    Volva a ser un .tribunal que nos citaba en sus piedras a todos los~1~1l1b.r~s para pedtrnos cuentas, en nombre de Cristo, de nuestrasIIlJ USrIClas con los dems.

    . Yo lo miraba y lo miraba, subyugado y empavoreciclo al mismotIempo.

    . Porque ya n~ era solamente el ~ribunal concreto que e! sigloptlme.ro condeno a un Hombre DIOS, a Cristo, personaJ'e de blllstona. '

    Era un tribunal et~rno y universal, d~ todas las pocas, para todoslos hombres, en la Illas sangrante actualIdad.

    Ya no er~ una pU,ra y venerable r~liqu ia arqueolgica de un pasadomu~Ito, cotizable solo CO.IIlO una pIeza de museo. Era una pavorosarealIdad de un presente VIVO, en perenne exigencia condenatoria.. Yo vi, con pasmo)' ~on miedo, cmo iban desapareciendo a mi

    alre~ledor las pal.T~es cIrcundan.tes, que encuadraban y cean elp~vllnento del Lltostrotos. Yo VI como, al mismo tiempo, hua la~oveda, y se esfumaba el convellto de las Damas de Sin, mientrassllnultanea~lente las losas romanas iban subiendo y subiendo hastaemergt',r )' situarse en el nllsmo nivel exterior de la aerual ciudad deJerusalen.

    Yo vi, Con ojos desorbitados, cmo creca y creca el ti trstotos amI alrededor, ensanchndose simultneamente por los cuatro puntos

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    cardinales. Como si el Litrstotos fuera un volcn en erupcin y lalava irresistible y viva de sus losas romanas, avanzara y avanz:ara entodos los sentidos, recubriendo roda la superficie de la tierra; curvn-dose ms y ms hasta envolverla y enlosarla totalmente.

    Ya el Litstrotos no era un pavimento de doscientos cincuentametros cuadrados. Haba crecido desmesuradamente: era ahora unpavimento que alcanzaba los quinientos diez millones de kilmetroscuadrados; igualab

  • Aprovechamos todos los medios de comunicaclOn a nuestroalcance para acusarnos, juzgarnos y condenarnos: cartas, telegramasy telfono; consultas y encuestas; prensa, televisin y radio.

    Repetimos, naturalmente, si es necesario -como en el juicio deCristo-, el chantaje poltico: no eres amigo del Csar. O ennombre de la religin nos rasgamos las vestiduras al mismo tiem poque hacemos trizas la honra de nuestro hermano: es un blasfemo,qu mayor testimonio queris?.

    As vea yo la tierra, convertida en un gigantesco Litstrotos, enun vocinglero tribunal hirviente de odios y rencores, rodando pesada,torpe y triste, en los espacios, con su carga de tres mil millones dehombres, de condenados, unos a otros.

    * * *

    Hasta que volv a la realidad y ca en la cuenta de que en esemomento me encontraba yo solo, completamente solo, en LUlO de loslugares ms misteriosos y trgicos del universo.

    Gir la cabeza a mi alrededor: nadie. Vaco absoluto. La bvedame produca ahogo.

    Situado en el substano del convento, me senta como perdidoen el centro de la tierra. Del exterior, lejano y hermtico no me llegabael ms mnimo ruido. Ni un eco siquiera. No perciba ni el plpitode la tierra cuyo seno me rodeaba. Como si se hubiera parado, sinlatidos ya, el corazn del universo.

    Sent la angustia de las crceles. El aislamiento pavoroso de lospresos en celdas de castigo, con paredes de corcho y locura de silencio.Me pareca vivir en una cmara de tortura; un reflector brutal meapual la cara: -,,habla! habla! confiesa de una vez!- me urga,en las tinieblas una voz sin rostro. -Habla, es inttil resistir! Aunquegrites, pidiendo auxilio, nadie va a oirte. Nadie. Habla de una vez.

    * * *

    Cuando volv a abrir los ojos segua arrodillado. En cuclillas. Ysudaba.

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    No haba nadie. Y sin embargo, alguien estaba all conmigo. Losenta. Escrut todos los rincones sin lograr localizarlo. Estaba entodas partes. Lo invada todo. Pero el r.ec~n.to I?erma~eca vaco.Pavorosamente vaco. Y desolado. Como mutll. Sm desttno.

    Por qu no se le habra buscado una finalidad? El local ofrecatentadoras posibilidades y sugerencias. Y empec a redactar unaimaginaria lista de destinos y aplicaciones.

    Aqu, en el Litstrotos, se deba convocar un Congreso Interna-cional de Justicia, para ratificar, una vez ms, los Derechos Humanos.Aqu, precisamente, donde la justicia humana haba atropellado losDerechos Divinos. Pero, es que se pueden respet.ar .de ve.rd~d.losDerechos Humanos si no se respetan, como clave y CllTIlento Jundlco,los Derechos de Dios?

    Qu concentracin, aqu, de todos los jueces de la tierra, con ~ucoleccin completa de sentencias, cada uno, encuadernada, debajOdel brazo.

    Qu asamblea de fiscales, con su habilidad maquiavlica deartimaas y su destreza de artilugios acusatorios.

    Qu reunin de abogados defensores, vendidos de antemano,antes de comenzar el pleito.

    Qu repugnante hormiguero de testigos falsos y comprados, conel hedor de su juramento en su boca podrida.

    Al da siguiente, cuando atn ap'est~ el Litstrotos, .una reuninplenaria de todos los culpables y cnmmales que han Sido absueltossolemnemente por la Justicia humana. Son tantos, que habra queorganizar, das y das, turnos diversos.

    La ltima asamblea, despus de desinfectar la sala del cont~~io yel olor de las anterior muchedumbres, sera para convocar, preSididospor Cristo, a todos los Inocentes condenados jur?ica y sol~n:nemente a lo largo de la historia por todos los tribunales CIviles,militares, polticos, religiosos y eclesisticos.

    Cuntos turnos haran falta?Slo Dios lo sabe. Y, claro que lo sabe!Afortunadamente.

    * * *

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  • Todas estas sucesivas asambleas y concentraciones no obstan parainstalar definitivamente en el Litstrotos el Archivo completo de lasinjusticias humanas. La coleccin lltegra de todos los procesos falsosy mentirosos. Aunque tengamos ms toneladas de papel y de injus-ticia que espacio donde archivarlas, todo cabra en el Litstrotos: latcnica moderna reduce y aprieta todos los voluminosos legajos deun pro~eso ~n una breve cajita de microfilm.es. Inj~sticia c~ncentrada. 1 al' mas que ya todos estos procesos los tlene Cnsto arcluvadosen su cerebro, donde los conoce; yen su corazn, donde le duelen.

    En Cristo est la verdad y la justicia de todas las cosas; por muchoque los hombres las hayamos falsificado.

    El proceso del asesinato de John Kennedy dicen que est ence-rrado en una caja fuerte que slo podr abrirse a los setenta y cincoafias de su muerte; cuando hayan desaparecido todos los posiblescolaboradores de la generacin asesina...

    Todos los procesos injustos de la humanidad, archivados en laCaja Fuerte del Litstrotos, sern mostrados pblicamente a la luzde la verdad, cuando hayan pasado todas las generaciones mentirosasde los hombres; cuando sea congregada la ltima asamblea total dela humanidad, en la que Cristo dir la ltima y definitiva palabra.

    Mientras tanto, el Litstrotos de Jerusaln sigue siendo:la Catedral de la Injusticia,el Archivo de las Falsificaciones,e! Museo de Cera de los jueces vendidos,la Cmara blindada de las Torturas: aqu azotaron a Cristo y lo

    coronaron de espinas,la Celda de [os Castigos,la Cheka subterrnea,la Caja Fuerte de las T ram pas y las Mentiras.El afio 1933, al cumplirse los dos mil aos de la sentencia injusta

    contra Cristo, un grupo de juristas judos revis en Jerusaln e!proceso de Pilato, rectific la sentencia y rehabilit a Cristo.

    Intil, aunque digna, rehabilitacin.Lo que quiere y exige Cristo es que dejemos ya de condenarnos

    los hombres, unos a otros, injustamente.Este es el selltido de la Condena Injusta que Cristo acept;

    reconciliarnos con su Padre para que nos reconciliramos luego unoscon otros.

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    Esta es la Verdad que trae Cristo.Aqu Pilato interrumpi bruscamente e! proceso para hacerle a

    ( :risto la gran pregunta: Y, qu es la Verdad?Pero -tuvo miedo a la respuesta?, miedo a la verdad?- le

    volvi la espalda a Cristo que se qued con la palabra en la boca. Aqu

  • . ~asta que se I,lizo visibl~. Era la. misma Dama de Sin queslrvlendome de gura me habra conduCIdo hasta el Litstrotos.

    -Perdone, Padre, que le interrumpa -me dijo acercndose-,es que no me acord de indicarle antes otro descubrimiento ar-

    q.u~olgico muy im~resante que est aqu mismo y que debe ustedvIsitar. Venga conmIgo.

    y me encamin a otro hueco de escalera que segua ahondando yperforando el subsuelo de Jerusaln.

    A medida que descendamos un ambiente, hmedo y fresco, quesuba a nuestro encuentro, nos iba envolviendo.

    -No le extrae, Padre -comentaba mi gua-, nos acercamosa las dos grandes piscinas subterrneas, situadas debajo del Litstro-tos. Se trata de ~os depsitos de reserva, que abastecan de agua a lafortaleza Antoma en caso de guerra o de asedio. Mrelos.

    Efectivam~m,e, ~stbamo: al borde de dos ciste.rnas rectangularesy paralelas de IdentlCo tamano, [arma y construccIn.

    -Son, como ve, obra romana, anterior a Cristo; dos cisternas conms de ~os mil aos de vida. Las incisiones paralelas, talladas arribaen el pavllnento del Litstrotos, patio abierto al aire libre conducanpor sus min~c.ulos can~les, el agua de la lluvia, que era lu~go recogid~en estos deposItas de piedra, en donde desembocan tambin invisi-bles manantiales subterrneos. Milenarios depsitos; pero, comopuede comprobar, estn an en uso. Un chapuzn en estas cisternas~??ra ser peligr?so para quien no sepa nadar -sonri la Dama deSlOn-, el agua tIene dos metros de profundidad. Yadems est muyfra. Casi helada. '

    . Yo contemplaba en mu~la s~rp.resa ;quellas dos lquid.as superfl-CI.es .. Me ofreClan todo e1mlsteno 1l1movlI de las aguas qUIetas en lasplsc~nas subterr.neas. La quietud esttica y la sombra negra con-vertlan sus pulllnentados planos en dos viejsimos espejos, cuyoazoque, en muchas partes, pareca opaco y roto.

    De pronto contempl mi propia imagen, solitaria, reflejada en elagua. Estaba otra vez solo.

    Volv la cabeza en busca de mi gua. La Dama de Sin haba vueltoa esfumarse, discretamente, sin darme yo cuenta.

    Empec a sentir fro. Una humedad glida me llegaba a los huesos.El hielo de la injusticia hace tiritar al hombre despojado y desnudo~e sus ms elementales derechos, en la ms desolada de las intempe-nes.

    26

    Yen las cisternas no haba agua: estaban llenas de lgrimas. Llanto.i

  • CUATRO MILLONES DE MILIMETROSCUBICOS DE CRUZ

    2. EstacinJess carga con la cruz

  • , rODOS los viernes, a las tres de la tarde, se celebra un Va-Crucis- pblico por las calles de Jerusaln. Es sta una de las vivencias

    111,15 enrraables que puede experimentar un cristiano. Pero nadie seilusione imaginando que van a coincidir sus pies, pisada sobre pisada,('11 las mismsimas piedras que piso Cristo cargado con la Cruz, ya(ue este pavimento histrico y divino queda sepultado a diez o quincelI1etros de profundidad, bajo sucesivos oleajes de escombros. Sinl'lllbargo, el camino del Va-Crucis, arriba, avanza paralelo alil inerario enterrado abajo. Jerusaln se iba reconstruyendo sobre loslIlismos planos, conservando tellaz y fielmente el mismo viejsimo ylIlilenario trazado de sus calles. Es como si el tronco, mil vecesdesmochado y enterrado, retoara, ms arriba, tozudamente, en elmismo sitio;; porque las races -los primeros cimientos- im posibleextirparlas, anudadas all abajo, permanecen vivas e intactas. Tal vezsea Jerusaln el ncleo urbano con races ms profundas, de diez a(luince metros, en sentido vertical.

    El pavimento autntico que pis Csto se conserva actualmenteslo en la primera y en las cinco ltimas estaciones. El Litstrotos yel Calvario. Con slo unir estos dos extremos, siguiendo el laberintotradicional de calles, esquinas, encrucijadas y cuestas, se reconstruyeen el plano de la actual Jerusaln, calcado y superpuesto al antiguo,el camino del Va-Crucis.

    El trozo medio, de la quinta a la sptima estacin, se siguellamando oficialmente Calle de la Amargura. Los otros tramostienen sus nombres peculiares, rabes o judos. Pero, es igual; lo demenos son los nombres de las distintas calles. Todo el itinerario, dela primera a la ltima estacin, de la condena a muerte hasta la cruzy el sepulcro, todo es cal1e de la Amargura, Camino del Calvario oVa Dolorosa.

    31

  • 1 El Va-Crucis no lo hace~110s nombres de las calles, e! Va- Cruciso hace un hombre que c~I~~na por.1a.s calles -las que sean- con la

    cr uz a cuestas. Desde un 1nbunallllJusto que le carga e! madero dela Cruz sobre los hombros, hasta un montculo, e! Calvario, dondele clavan y le ponen a El sobre esa misma Cruz.

    Esquema simple; pero inevitable y eterno.

    ~o es cuestin de le.treros. A pesar de los nombres escritos en susesqumas -bellos, ~Ionosos, anecdticos o pintorescos- todas lascallej' d~ todas las ~Iudades de! muudo tienen un nombre en comnqL~e as Iguala y ulllfica: todas s~ llaman Calle de la Amargura. Lapnmera calle la roturaron los pies de Adn y Eva que abandonabana ,~us espaldas un Para~o Pe:dido. Y a los pocos metros, tras suspnmero: p~sos, en e! pnmer arbol con que se cruzaron ya haba uncartel senallzador,. con una flecha que apuntaba hacia adelante y unletrero que anunciaba: Calle de la Amargura. Calle madre y matriz

    ldle todas. ~odas arrancan y parten de aqulla. Por ese primer hilo se

    ega. al OVillo y a la madep actual de laberinto urbano -callesblellldas, paseo,s, bulev~res, callejas y p~sadizos- de todos los pue~

    os; aldeas,. Villas y CIUdades de! umverso. Cualquier annimocammo que Il~augurey e~tl'ene un hombre en el campo, e! monte, lase!vII o e! deSierto, empieza a llamarse, y a ser, automticamente,Cae de la Amargura. Porque por todas estas rutas e itinerarios,desfilamos l?s hombres, tarde o temprano, al medio, al fin o a lo largode toda la v.lda, con nues~ra cruz a cuestas. En e! trfico de uuestrospueblos ~ .cIudades, hay siempre un porcentaje inevitable, invisible,pere realls,lmo, de hom bres 9ue pas,al~y avanzan camino del Calvario.En d planos!, en las &ulas tUtlstlcas se anuncian con nombrestenta o;es: QUlllta .Avenlda, Campos Elseos, Unter den Linden,Gran ~Ia, Sent Paulr de H~l1lburgo.' e! Ring de Viena... Escenografay decOlado de ,un~ farsa. En la realtdad son y se llaman Calle de laAmargura, Camilla de! Calvario), Va Dolorosa.. Cristo ,en)erusal.l?, con. su Va-

  • Precisamente eso GuscaGa Cristo: solidarizarse con las cruces, yaen uso, de sus hermanos los hombres. Incorporarse a la reata tdgicade los condenados y ser lUlO ms en la fila, para liberarnos a todos.

    N o estren una cruz flamame para El. Un modelo especial.Quera nuestra cruz, ya usada por nosotros, para hacerla suya y asdivinizarla.

    Quera una cruz transida y mojada por el sudor, la sangre y elllamo de otros hombres. Una cruz que se haba estremecido ya en elaire con los estertores de los moribundos ameriores y as derrotardefinitivamente entre sus brazos a la muerte. En su mismo terreno.

    Por eso, obedeciendo al Centurin, los soldados, despus demedir a ojo la altura de Cristo, escogieron una cruz en el almacn. Yacertaron: le iba a Cristo a la medida.

    Se la cargaron sobre la espalda.

    * * *

    Pero en realidad, la cruz que ahora aparece pblica y solemne-meme, slo viene del almacn de la Torre Antonia en apariencia. Lacruz ya estaba desde el principio en la vida de Cristo. Ahora adquierepresencia real, pblica y tangiGle.

    Ya la llevaba a cuestas desde que naci. En Beln.Mejor dicho: ames: en la Encarnacin.Cristo carg con la cruz en el instame mismo en que acept y se

    carg con la naturaleza humana. Esa es la cruz radical; fundamentode todos los dolores de todas las cruces: ser hombre. Una naturalezahumana exquisitamente sensible y dotada para el sufrimiemo; sobrela cual pesaban adems todos los pecados del mundo de los que Cristo

    a~ept responsabilizarse volumariamente con todas sus consecuen-CIas.

    La naturaleza humana de Cristo se convierte as en un autnticoalmacn de cruces, infinitamente ms surtido que el de la TorreAntonia. Todas las J1eva dentro.

    Impresiona pensar que este almacn de cruces se lo da su MadreMara; pues ella, en definitiva, es la que le hace partcipe, con el donde su carne y su sangre, de la naturaleza humana.

    Ames que el Centurin y los soldados fue Mara, la Madre, qu iencarg sobre Dios el peso de la cruz.

    34

    Y al mismo tiempo, Mara, en la Encarnacin, cargaba tambincon la cruz del Hijo. Mara qued embarazada de Dios; pero tambinde la Cruz y la Pasin.

    En sus entraas llevaba un Hijo, que sera su cruz. Y su gloria.En el Calvario brotarn al exterior las lgrimas de sus ojos; pero

    ya las llevaba dentro; en la cruz radical que es ser Madre de Dios.Porque su Maternidad Divina es tambin para ella otro almacn decruces.

    No nos engaemos: nacemos ya con la cruz; la tenemos dentrode nosotros mismos. En el misterio de nuestra pobre naturalezahumana, frgil, mezquina y pecadora. Habr, es cierto, un Pilato quenos condene, un Sanedrn que nos acuse, un Centurin con unpiquete de soldados -cada uno sabemos los nombres- que ejecutenen nosotros la sentencia. Parece que la cruz viene de fuera, delexterior; que irrumpe, ajena y extraa, como un atracador, en nuestrombito propio y personal de felicidad. No nos engaer~lOs: la cruz esalgo entraable que todos llevamos dentro; es parte Ultegrante denuestro ser.

    Pero est solidarizada y redentoramente unida a la de Cristo.Por eso el Redentor no quiso hacer El solo, en solitario, su

    Va-Crucis, cargando con su cruz. Escogi a dos hombres, dosladrones, condenados como El, para que le acompaaran todo elcamino. Porque ni El, ni nosotros, caminamos, en solitario, por laVa Dolorosa.

    Del almacn de la Torre Antonia los soldados trajeron tres cruces,para una simblica trinidad eterna de condenados a m~lerte. Trosimblico en el que se aprieta y condensa toda la humamdad.

    N o fue un azar ni un capricho. Era necesaria la compala de losdos ladrones. l.a Pasin no es un fenmeno exclusivo, hermtico ycentrado en la figura de Cristo. Afortunadamente, todos somosprotagonistas en El y con El, en ese camino hacia el Calvario.

    * * *

    A los tres condenados les echaron su cruz encima.Son un clarinazo spero y enrgico. El Centurin dio la orden

    de avanzar.Cristo, cargado con su cruz, caminaba sobre losas romanas. Y sin

    35

  • salir de ellas, pisando siem pre b calzada, Cristo, primer N azareno dela historia hubiera llegado a Roma y a las Galias; a Tarragona,Zaragoza, Len, Mrida, Sevi:Ia, Cdiz...

    Todas las calzadas romanas retransmitieron el eco, losa a losa, delas pisadas de Cristo. Todas las piedras romanas, al percibirlo -sm-bolo del Derecho- se avergollzaron ante la injusticia. Y todas seestremecieron ante el N uevo Mensaje de Justicia y Libertad que traanpara todo el Universo, aq:.1dlas pisadas, doloridas y vacilantes de aquelcondenado a muerte.

    Aos despus, los Apstoles, pjsando tanlbin calzadas romanas,invadiran el Imperio de los Csares con el Mensaje de Cristo,instalndose en su misma metrpoli y OCl! panda sus provincias. YenRoma morira, en cruz tambin, el primer Papa.

    Ahora, se iniciaba en Jerusaln, sobre piedras de calzada romanaque arrancaba del Litstrotos, la Gran Marcha de Cristo; la ms

    re~olucionaria, tenaz y duradera de toda Id Historia. Desde queCrIsto, con la cruz a cuestas, avanz su pie y marc el primer paso,ya no hay quien la detenga ni la fiene.

    Supera en duracin, eficaci:l y 1:::\ersalidad a todas las grandesmarchas de los hombres.

    Ni Alejandro llegando hasta el Indo; ni Csar atravesando elRubicn, ni Anbal invadiendo a Europa, ni Corts penetrando hastael corazn de Mjico, ni Napolen en su cam pafia de Rusia... Todosson historia pasada. Las huellas de estas marchas se han borrado.

    La Marcha de Cristo sigue siendo realidad presente; est incrus-tad,l en el tiempo; el futuro nace ya con ella en sus entraas.

    Este Hombre-Dios sigue irrefrenable, pisado el tiempo, contem-porneo de todas las generaciones, con su cruz a cuestas.

    Acompaa a todos los pueblos en sus marchas dolorosas.Buscadlo, porque los encontraris, entre las multitudes gregarias,

    conducidas a golpe de ltigo, de los deportados, los desheredados, Josdesarraigados. .

    Camina, codo con codo, entre la tropa humillada y harapienta deJos prisioneros de guerra.

    Lleva esposas en sus manos, uno ms, en la reata, muda yencorvada de los presos y los cautivos.

    Fue esclavo entre Jos esclavos, cuando los cazaban en las selvas deAfrica para venderlos en Amrica.

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    Era negro tanto entre los negros, en sus marchas silenciosas, rosIlondos de negras espumas, pidiendo la igualdad yel amor.

    Lo ban pisado y aplastado, carne de can, en las guerras y batallasde la humanidad, las pezuas de los elefantes, las cuadrigas de loscarros romanos, la caballera al ataque y los tanques de acero...

    Ha desaparecido entre el polvo de los desiertos, la explosin de lametralla, los escombros de los bombardeos; el incendio de bombasde azufre y de naplan; las irradiaciones de los explosivos atmicos...

    Cay y desapareci, para volver a levantarse, redivivo siempre, eincorporarse una vez ms, tenaz y solidariamente, a todas las marcbasdolorosas y trgicas de sus hermanos los hombres...

    y como la tierra nos resulta ya pequea, hemos organizado lasMarchas Espaciales a la Luna, a Venus, a M arte ... Tambin la cruztoma parte de estos vuelos y gira por los espacios. A la vuelta de unviaje a la Luna, un astronauta ruso regres a la tierra muerto en sucpsula. Dentro -invisible- haba una cruz. Imposible eliminarla.y Cristo andaba por all...

    Desde que dio su primer paso sobre piedras romanas en Jerusalncon la cruz a cuestas no ha cesado, ni cesar, de caminar.

    Su marcha Redentora es irreversible. Son suyos -y la esperan-todos los caminos de los hombres.

    *' * *

    Aquel da -no lo olvidar jams- era viernes en Jerusaln y poreso estbamos repitiendo la marcha de Cristo, a las tres de la tarde,en aquel Va-Crucis que recorra el tradicional itinerario de lasCatorce Estaciones.

    Un cuarto de hora antes yo aguantaba ya en ellu gar de la PrimeraEstacin. Pero ya otras muchas personas se me haban adelantado.Por eso me qued un poco rezagado, como al margen, para poderobservar y recoger los ms mnimos detalles. Adivinaba que aquellaconcentracin de fieles me iba a ensear muchas cosas. Seguanllegando, presurosas, ms y ms personas. Cuando dio comienzo laPrimera Estacin yo calculo que seramos alrededor de trescientos.

    Avanzamos unos pasos para detenernos ante la puerta de unapequea Capilla en la que se conmemora la Segunda Estacin.

    Jess carga con la cruz.

    37

  • Yo estudiaba el ~rupo desde mi prximo observatorio.No conoca a nadie. Todos ramos extraos unos para otros.

    Todos habamos llegado de diversos pases por distintos caminos.Haba gente de todos los colores, y de todas las razas. En el levemurmullo de las oraciones se adverta el acento y la pronunciacinde las ms variadas lenguas. Estaban presentes todas las edades: niosy ancianos; jvenes y adultos; vestidos con todos los atuendos;minifaldas, pantalones vaqueros, camisas deportivas, blusas ligeras,trajes completos, camisa y corbata... Collares y amuletos al cuello;bolsas y paquetes en las manos; gafas de sol, sombreros, algunamantilla, mquinas fotogrficas, prismticos, radio-cassettes en ban-dolera ...

    -Jess carga con la Cruz -anunci en voz alta y en latn- unPadre Franciscano que guiaba el Va-Crucis.

    En ese momento, por la puerta abierta de la Capilla sacaron lInacruz de madera de tamao natural.

    Si hay alguna ciudad en la que sea lgica la aparicin y la presenciade la Cruz, es, sin duda, Jerusaln. Su cuna y su patria.

    En otro sitio, yen distintas circunstancias, la aparicin sbita deuna cruz gigante, produce sin querer, instintivamente, un rechazofulminante y automtico.

    La presencia de la cruz: asusta y repele. Provoca la espantada.Si se dibuja o se presiente en el horizonte de nuestra existencia,

    no podemos evitar un primer movimiento de huida. Y haremos loimposible por alejarla y eliminarla.

    Por eso me sorprendi la reaccin instintiva de aquellas trescien taspersonas al aparecer la cruz. Fue un movimiento un,lnime y masivode acercamiento a ella. La multitud bascul, literalmente, en bloque,hacia la cruz.

    Desde la Segunda Estacin los fieles que asisten al Va-Crucispueden ir portando la cruz a lo largo de la Va Dolorosa. Pero no lacarga en hombros una sola persona; se la transporta acostada hori-zontalmente mantenida en el aire por las manos y brazos de todo ungrupo compacto, que apindose bajo ella la lleva en vilo.

    Cuando hay un Obispo presente se le concede el derecho yprerrogativa de acercarse el primero a la cruz. Ser el reconocimientode que un Obispado es la cruz de mayor responsabilidad y la que msnecesita el contacto y la fuerza de la Cruz de Cristo?

    Lo que me sorprendi fue que en aquella multitud, ecunime,

    38

    1.~ (ducada y devota, todos, al mismo tiempo queran apoderarse, los

    primeros, de la cruz.y por tocar y llevar la cruz, la gente, descontrolada y tens~, perda

    h educacin, se empujaban unos a otros, y entre mutuos pIsotones\' codazos, luchaban por abrirse paso y situarse los primeros.

    Todo, por tocar y llevar una cruz, siendo as que en la rea!idad de~llS vidas, toda aquella gente, habra reaccionado al revs, huyendo y('scapando de su propia e individual cru?, personal.

    Porque de pronto, desde mi discreto observatorio, yo pude com-probar cmo a cada una de aquellas trescientas personas le brotaba('n el hombro derecho una cruz propia que a todos obligaba a bajarI:t cabeza y curvar la espalda. Aparecieron trescientas cruces. Y erantrescientos nazarenos que realizaban la Segunda Estacin con supersonal cruz a cuestas.

    -Jess carga con la cruz -repeta el Padre Franciscano.Pero yo vea que todos, los trescientos, cargaban con la suya. La

    chica de la minifalda, el muchacho de la melena y el pantalnvaquero, el caballero de traje y corbata, la selra con mantiHa, elhombre de camisa deportiva, y la jovencita de blusa calada y ligera.... I'odos. Sin excepcin.

    La cruz era compatible con todo; con las gat'1s de sol, los collaresllamativos, los aml/letos de marfil, las mguinas fotogrficas, losprismticos y los radio-cassettes... Nada la eliminaba. Le iba a todo.y con todo se avena.

    No haba nadie, nadie, sin su cruz. Hasta los nios; a su peso ymedida. Trescientas cruces.

    Si cada uno posea ya su propia e inalienable cruz, por qu aquelincontrolado afn de tocar y llevar otra cruz?

    No bastaba con la propia?Que es la misma, exactamente la misma, de Cristo.

    * * *

    Entonces comprend tambin la absurda desproporcin, fuera detoda lgica, con que los cristianos tratamos a las reliquias, quellamamos autnticas, de la cruz histrica de Cristo, y el trato quededicamos a las cruces autnticas -y aqu s que no falla la autenti-C ir1n

  • Si nuestras cruces de cristi;l;;os soa la misma cruz e Cristo quese repite y se dobla en nosotros; si el valor de la muerte de Cristo tieneel poder de transformar nuestrQS cruces individuales en la suya propia,por qu maldecimos las Guestras y Yeneramos la de Cristo? Por qua nuestra cruz la tratamos a patadas, mientras a un trocito minsculode b cruz de Cristo lo colocamos en un relicario de oro o de plata?Por qu odiamos nuestra propia cruz al tiempo que besamos la deCristo?

    Indudablemente porque no acabamos de creer, de verdad, quenuestra cruz personal, es la misma de Cristo, proyectada y repetidaen nosotros.

    El mundo cristiano, como ~Cl:~eHas t,'escie;}tos con} a6eros mosde Va-Crucis en Jerusa!n, se hnz vic:J y devasta(~Qr sobre lamadera de la cruz histrica de Cristo. Cuando fue descubierta ylocalizada en tiempo de Constantino y Santa Elena. Todo el mundopeda y reclamaba un trocito de aquelb r:lacerJ. reI:gisa. Yeran tantasy tan poderosas las demandas, era tanto el amor con se exiga, que nohubo ms remedio que partir, y volver a partir miles de veces enminsculos trocitos la cruz autntica de Cristo, que qued, de estemodo, repartida por toda la geografa del universo.

    Cada trozo se coloc en un relicario, tan bello y suntuoso comolo permitan las posibilidades del afortunado poseedor. Porque elamor, sin medida, se volcaba sobre las reliql:ias en besos yadoracio-nes.

    El tamao del trozo que poa coasegu:rse de la cruz, dependa,es natural, deltar;:Xo y b catego~':a ~ b persona cue lo solicitaba:Reyes, Cardenales, P,:r..ciFes, Ob:spos,Pa!acios, Cate~2.!es,Monas-terios, f.badas, Colegiatas... A unyor ta;:131:0 ea b influencia y lanobleza, mayor pedazo en el trozo de reEe:'..:::1.

    Absurdo reparto de la Cruz de Cristo.

    El mundo Gis~j:~::J, como r,~s:...:~::::ioe eS!:1 arr:orosa depredacinest inundado

  • Los trescientos, cargando nuestra cruz, pasbamos ante ellosrezando cada uno, en su idioma correspondiente: Te adoramos,Seor, y te bendecimos, porque con la santa Cruz redimiste almundo.

    Se mezclaban, al unsono, en la misma oracin, todas las lenr;uas,idiomas y dialectos.. ,

    y pens: cmo se did cruz en chino, en ruso, en japons, enhind, en rabe, en malayo?...

    Igual. Porque la cruz ps igual para todos. No tiene fronteras, norespeta razas, no pertenece a un solo idioma...

    La cruz es una realidad internacional que nos iguala y junta atodos.

    La cruz es el supremo valor humano -y divino- que podra, siquisiramos, unirnos, pacificamos, hermanarnos a todos los hom-bres.

    Dios as lo quiere; y stos son sus planes.Podrn coincidir algn da los planes de los hombres con los

    planes de Dios?

    42

    TODAS LAS PIEDRAS TIENEN UN NOMBRE

    3. EstacinJess cae por primera vez

  • H EMOS avanzado unos metros solamente. No muchos ms desesenta; y ya nos detenemos de nuevo para conmemorar otraEstacin, la Tercera:

    -Jess cae en tierra por primera vez.Hemos descendido desde la altura de la Torre Antonia, cuesta

    abajo, hasta llegar a un tpico cruce de calles. Juego de esquinas. Elsitio tiene de todo: nudo de comunicaciones, reposo de desocupadosy apostadero de curiosos. Se llama, en rabe, Uad, el Valle; y enhebrero Tiropen, calle de 1os Queseros.

    Pero su nombre radical es, anre todo, Va Dolorosa porque aquCristo cay en tierra por primera vez bajo el peso de la cruz.

    * * *

    Qu cosa, Cristo; te pasa exactamellte igual que a nosotros. Elprimer efecto de una cruz, cuando se nos viene encima, es hacernosrodar por el suelo, tumbarnos, aplastarnos.

    Luego, ya nos iremos levantando y entonando poco a poco.Me consuela constatar que a Ti te pasa lo mismo. Te acaban de

    echar la Cruz encima, has comenzado a caminar y a los setenta metrosno puedes ms y la cruz te tira al suelo. Como a nosotros.

    y sin querer, uno pregunta: cmo aguantaste tan poco?El Va-Crucis tiene catorce estaciones; ya la tercera ya ruedas por

    la tierra.

    45

  • Es verdad que ests extenuado. Tu ltima noche ha batido elrcord de toelas las noches en insultos, interrogatorios, bofetadas, idasy venidas, azotes y torturas.... E? verdad que .tt ya tenas sobre tus hombros el peso de toda unal11filllta noche debrame y satnica.

    y encima te han volcado sobre la espalda rajada a latigazos elmadero ele la cruz.

    Es verdad que has tenido que bajarlo por la calle en pendiente. ycue~ta abajo pesa. m~ la carga, se nos viene ms agresivamenteencuna; nos empu)rt, S111 querer, hacia adelante, nos obliga a acelerarla marcha, que, al fin, no podemos frenar, con peligro de perder laestabilidad, dar un traspis y rodar por el suelo.

    y as, justamente caste al terminar la cuesta.En el cruce. Entre estas esquinas.De todos modos, para ser quien eres, qu poco aguantaste.Ni sesenta metros.

    * * *

    En Jerusaln, sin embargo, le dan a uno otra versin diferente deesta primera cada:

    -Es verdad todo eso que usted dice de la debilidad del Se1or, dela mala noche, de la calle cuesta abajo... Es verdad. Pero, mire ustedfalta la razn principal de la cada; y es sta: el Se10r bajaba por l~pen~iente co.n un paso un poco acelerado, per al llegar a este cruce,un pIedra se lflterpuso, trop'ez.a~on en ella l?s pIes del Seor y cay alsuelo. La culpable, en dehllltlva, es la piedra. M rela. Est aqu.Comprubelo. Es sta. Esta.

    y le ensearon a uno en Jerusaln la piedra culpable. Se la sealana uno con el dedo extendido denuncindola y acusndola implaca-blemente:

    -Ah la tiene usted. Piedra de verdad, pura piedra, sin coraznni entraas. No tuvo piedad de Cristo. Mrela.

    Al sealarla con el dedo los hombres transfieren a ella toda suculpabilidacl y se quedan tan tranquilos sintindose inocentes porquela piedra, esa piedra, tuvo toda la culpa.

    * * *

    46

    Efectivamente.all llar un gran ped~usco, beyroqueoyantiptico,que la gente empieza mIrando con OJos agresIvos y 2,cusadores; a laque sigue contemplando desJ?us ms ser('n~mente, par~ .~cabar,;nrodillndose de pronto Junto a la pIedra, acanClandolaamorosamente con la mano y besndola al fin como a una reliquia,porque en ella tropezaron los pies del Seor.

    A m me daba pena de la piedra, perpetuamente acusada ydelatadaante toda la humanidad peregrina en Jerusaln. Plida de vergenza.Impotente, en su ptrea mudez, para protestar y defenderse. Autn-ticamente petrificada en SLl infinita tristeza.

    Porque es mentira. Una grosera calumnia.Esa pobre chica es absolutamente inocente.De haber existido hace veinte siglos, tal piedra despiadada que

    provoc voluntariamente la cada de Cristo, se hallara all abajo, enel subsuelo de Jerusaln, a diez o doce metros de profundidad,enterrada y aplastada por los escombros y las ruinas de una ciudadtantas veces destruida.

    Es mentira. Jams existi la piedra.Pero es igual. Los hombres la necesitamos; y sin ms, la inventa-

    mos, la traemos de donde sea, y la plantamos en el sitio que nosconviene para descargar en ella nuestra culpabilidad. All est: en esecruce de calles.

    La humanidad entera le ha transferido su culpa.y nos lavamos las manos como rilato.-A Cristo nadie le empuj. Ninguno tiene la culpa de nada.

    Nadie en absoluto. Pue esa piedra. Mrela.

    * * *

    Cristo sigue cayendo y cayendo en las calles de nuestra vida. Enlas esq uinas, en las aceras, en los cruces, en las cunetas de nuestraexistencia hay hermanos cados en tierra y aplastados por su cruz.

    AH estn. En el trfico de nuestras ciudades. Aunque pasemos delargo, aunque miremos a otro lado, aunque apretemos el paso,aunque doblemos la esquina y cambiemos de acera para no encon-trarnos con ellos. Ah estn.

    Pero todos nos lavamos las manos. Todos somos inocentes.Naclie, nadie tiene la culpa.

    47

  • Fue una piedra!-Hermano, por qu caste?

    -M.ira: yo tena mi prestigio en la ciudad, en e! crculo de amigosy conocidos en que yo me mova. Era esti mado. Tena un buennombre, litr~pio y honrado. Pero, de prollto, alguien lanz al vielltouna c~lumll1a c?lltra m.L La reco~ierol1, la repitieron, la propalaron.y aqul estoy, caldo en tierra; derrIbado desde el prestigio de mi buennombre hasta el barro de la vergenza y la deshonra...

    -Diga usted que no. No fue as. No. Nadie le ha calumniado,verd~d que no? No. Yo no, ni yo, ni yo... Nadie. Es que tropez enuna pIedra, sabe usted. Nadie lo quiere mal. Fue una piedra. Malasuerte. La piedra!

    -Hermano, por qu caste?

    -;-Y~ viva. ~on cierto desahogo en una buena situacineconoml~a famlll~r. A .fuerza de trabajo; pero vivamos holgada-mente: Sll1 angu~t1as, 111 apuros. De pronto un grupo de amigos yconoCIdos me amlll a tomar parte en un negocio. Invert en l todolo que. t~namos. Al principio todo iba muy bien. Luego, todo secomphco. Yo no lo he acabado de comprender nunca. Me vi envueltoen .UI~ sucio C~lalltaje, nico medio para recuperar lo invertido. Mereslst!. No qUIse mancharme. Y aqu estoy. Cado. Arruinado.

    -No. No. No es eso -protestan los amigos, los conocidos, losbanqueros, los consejeros, los socios capitalistas, los tcnicos-... No.N ada de eso. Aqu nadie, ninguno de nosotros, tenemos la culpa. Fueuna mala suerte que le toc a l. Sin culpa de nadie. Una piedra.Tropez en una piedra. Eso es todo. La piedra!

    -Hermano, por qu caste?-Circunstancias incontrolables de mi vida me forzaron a ir a un

    pleit? Consult antes con un abog~do,amigo de mis amigos... Desdee! pn!ner momento, al conocer mI caso, asegur que mi asunto era

    cl~rsllno: yo llevaba toda la razn; no caba la ms pequea duda. LomIsmo me repetan los ayudantes y pasantes que trabajaban en e!despacho de mi abogado. Todos me animaban a coro: adelante. Lacausa es suya. Evidente. Usted tiene toda la razn. Pero, por lo visto,no basta, tel~er todaJa razn! adems, al menos, en mi caso, hay que

    ten~r mas ~lI1ero e In~luenClas que e! contrario. Y aqu estoy: con e!p~e1to per

  • busca de Mantegna: quera sumergirme una vez ms en ese xtasisque es El trnsito de la Virgen. Pero, no s por qu, pues no suelohacerlo, me detuve un momento en la sala dedicada a Rafael. Sinsaber cmo, me encontr ante su Pasmo de Sicilia, donde Raf:'1elrecoge precisamente el momento de Cristo cado en tierra, caminodel Calvario.

    Fro y un poco escptico, con lgica de raciocinio, ms que convib:acin esttica, contemplaba y repasaba la escena, compuestatambin fra, impecable y racionalmente; cuando, de pronto, en laparte baja delliellzo, en medio de la va Dolorosa, junto a Cristocado en tierra descubro la piedra de Jerusaln que hizo tropezardespiadadamente al Seor.

    De la frialdad pas a la curiosidad, primero; al inters, despus;para terminar en asombro, en pasmo y en emocin. Porque Rafaelme descubra all la clave de la piedra fantasma; tena ya todos losdatos para identificarla. No era ya una piedra annima e impersonalque cargaba con las culpas ajenas. Era la piedra aurntica que hizotropezar y caer a Cristo.

    Pero tena nombre propio.Rafael, con sus pinceles, haba firmado el cuadro, en la misma

    piedra: Rafael de Urbino.La piedra ya tena nombre. Se llamaba Rafael.Mejor dicho: Rafitel confesaba ser la piedra que hizo caer a Cristo.No transfera su culpa a la piedra, como hacemos nosotros, para

    sentirnos inocentes.

    Le transfera su nombre y su persona, aceptando su responsable ypersonal culpabilidad de piedra.

    Yo, Rafael, fui la piedra; por mi culpa cay Cristo.Ya no sal aquella tarde de la Sala de Rafael en el Museo del Prado.

    Me sent ante el cuadro, para meditar y aprender de su valiente ysincera confesin.

    Las piedras en que tropiezan y caen los hombres no son annimas.Todas las piedras de Jerusaln tienen nombre.

    Y todas las piedras de todas las calles, en todas las vas Dolorosasdel universo.

    No vale tirar la piedra y esconder la mano. Es in til.Cuando pongo calculadamente la piedra para que tropiece mi

    hermano, queda en ella escrito mi nombre. Aunque no se vea.

    50

    La piedra queda ya firmada. Perfectamente identificable.La piedra soy yo.Yo: infinitamente ms duro y cruel que la misma piedra.Hay personas-piedras, cuyo trgico destino es obstaculizar .los

    pasos de los dems para que tropiecen y caigan. Y se pasan la vtda1umbando a la gente. Sus caminos estn llenos de hermanos cadosy derrotados en las cunetas...

    * * *

    Tambin yo fui y soy piedra.Por eso quiero hacer constar mi confesin pblica.Lo haba ido madurando en Jerusaln, aquel viemes, a lo largo de

    toda la tarde. Decid realizarlo ya de noche.Me hospedaba en la Casa Nova de los Padres Pranciscanos.En Jerusaln anochece mucho ms pronto. Casi no hay creps-

    culo. Las sombras caen casi repentinamente sobre la ciudad. Todoun smbolo.

    Despus de cenar busqu una oportunidad y sal solo de laHospedera. No buscaba ni la publicidad ni el teatro.

    Siguiendo el laberinto de la ci;t~hd vieja, l~? dirig al Uad-Tiropew) donde se conmemora la J ercera EstaCIon.

    A esas horas, las calles ya solitarias de Jerusaln producan unasensacin de angustia y desolacin. Como si la ciudad, deshabitada,se hubiera quedado trgicamente vaca.

    En el quicio de la puerta dorma un nifio acurrucado. Dormido?Muerto?

    De tUl montn de basura revuelta, salt huyendo un perroasustado que se perdi en las sombras.

    Cuando llegu a la Tercera Estacin me dirig en busca de lapiedra. All estaba.

    Me pareci ms triste, solitaria y culpable en la calle oscura y vaca.Mir a mi alrededor: nadie. Estaba yo solo.Me arrodill junto a la piedra. La acarici suavemente. Y me

    51

  • estremec al comprobar que estaba tibia, con temperatura humana.A travs de su pielllle llegaba a mi mano como un leve y acom pasadolatido...

    Saqu un rotulador que llevaba preparado y lcntamellte escrib minombre sobre la piedra.

    Luego la bes. Y le ped perdn.La piedra cIuedaba ya fl rmada en Jerusaln.Yo era quien haba derriba(!o en tierra hace veinte siglos a Cristo

    camilla del Calvario.

    Yo soy el que sigue siendo piedra dura en los caminos de mishermanos.

    Mir al cielo: no haba salido an ninguna estrella.La oscuriclad era absoluta.

    No se haba asomado an la luna. Era temprano todava. EnJerusaln la luna nace avanzacla ya la noche.

    Saldr dentro de unas horas, a escudriar, celosa y enamorada,como todas las noches, rincn a rincn, todos los escondrijos yrec.ovecos de Jerusaln, sa ciudad predilecta entre todas las delUlllverso.

    Notar algo extrao en esta piedra; y la baar toda en su luz parareconocerla.

    y entonces la luna de Jerusaln deletrear lentamente en la nochedel viernes mi nombre escrito en la piedra.

    La punta altsima de un ciprs se estremecer al filo de la madru-gada fra.

    y un gallo lejano cantar por primera vez...

    52

    LA ESQUINA EN qUE AGUARDAN LAS MADRES

    ./

    4\1 EstacinJess encuentra a su Madre

  • n D fcil es talar un rbol, por alto y robusto que ;e yerga, y'
  • como un hombre, el peso de su cruz. Y ha rodado por el sueloaplastado por ella.

    Hoy pueden nds los dos ladrones. Y son ms fuertes.Jess ya no puede rodar ms bajo.Las turbas que ayer lo vitoreaban, hoy se pasman y se asombrall,

    desconcertadas, ante su inconmensurable e inaudita cada.Es verdad que a su alrededor zumban en rechifla los insultos y los

    silbidos.

    Pero la masa calla aplastada por un mudo pavor.

    * * *

    Qu difcil, verdad hermano cado, tratar de levantarse un hom-bre en esas circunstancias, derribado y hundido en plena calle!

    No se trata del simple esfuerzo fsico para tensar los msculos ybuscando un apoyo, empezar a erguirse poco a poco.

    Se necesita -y esto es lo difcil- otro punto de apoyo en elexterior.

    No fsico. Ni en la tierra. Hace falta un punto de apoyo humano,moral.

    y por eso, hermano, levantas primero lentamente la cabeza y lamueves, causa y precavidamente en derredor y buscar con tus ojosdesconfiados otros ojos amigos y seguros en que apoyarte.

    Unos ojos fieles que aguanten tu mirada y en los que t te apoyesfuerte y seguro.

    Los encontrars?

    Desde el suelo paseas tus ojos tristes de animal apaleado por lagente que te mira y te rodea.

    -Aquel es un conocido.

    S, pero a1lOra ya no te conoce. Ni siquiera te mira. Pasa de largo.-Aquel es un amigo; nos queremos desde nios.Era un amigo. Ya no lo es. Observa cmo vuelve la cabeza para

    despistar ante un escaparate y escabullirse luego, sin mirarte, entre lagente.

    56

    -Aquel es un pariente. Un primo. Un hermano.Lo era. Ahora se detiene al verte en el suelo, se acerca y te grita

    para que todos lo oigan: T ya no eres de los nuestros; no gueremosnada contigo, nas has deshonrado a todos; renegamos de ti.

    -Ese es un rico con quien yo me trataba...S, pero ahora t ests arruinado y no te necesita. Ni te conoce.-Ese es un personaje inlluyeme, puede echarme una mano; me

    debe un favor.S, pero ahora t ya no le sirves a l pa~a nada. ;'\1 cOI~trari?, t~

    cada podra perjudicarle. Observa con que naturaltdad sIgue IndI-ferente su camino con la frente muy alta...

    y cierras, hermano, [os ojos defraudados y heridos. Esos ojos tuyosque rastreaban otros ojos, para aga~Tarse a ellos, bu~cando un puntode apoyo. Esos ojos tuyos que han SIdo rechazados VIOlentamente portodos; obligados a resbalar por las personas abajo, hasta el suelo, paracerrarse desengaados despus en la noche de su soledad y su aban-dono.

    Imposible levantarse, si nos faltan unos ojos, donde se agarren,seguros y firmes, los nuestros.

    * * *

    Afortunadamente T s los tienes, Cristo.Mralos. Enfrente de ti. Cerca. En esa esquina.Ah te esperan, bien abiertos, unos ojos a los que 'puedes asirte

    fuerte y agarrarte firme, para levantarte y ponerte de pIe.Mralos: los ojos de Mara, tu Madre.Ah la tienes, puntual; justo, despus de tu cada. Es una c.ita a la

    que no fallan jams las madres. Ellas se las arreglan para estar SIemprejunto a sus hijos derribados.

    Tal vez no asistieron, porque no se com con ellas para celebrarlos triunfos del hijo.

    N o im porta. Aunque nadie las llame, presienten la cada, adivinanel sitio y llegan a la hora exacta. Jams fallan ni se equivocan.

    Ah tienes a la tuya, Cristo.

    57

  • Ah est Mara: discreta y recatada, sin querer llamar la atencin,amparndose un poco de la multitud en el resguardo de la esquina.Sin querer exhibirse a los dems; pero ofrecindose toda para que tla veas bien.

    Mrala: callada. Muda. Sin ataques histricos, sin gestos teatrales.Ni un alarido, ni un grito, ni un movimiento descontrolado.

    Es la mujer y la madre fuerte.Sabe que T la necesitas serena y tranquila. Ah la tienes.Se ha tragado, enrgica, el llanto y la saliva hasta el fondo de su

    ser. Se ha secado las lgrimas que rodaban caudalosas por sus mejillas.Ha erguido la cabeza. Ha compuesto su manto y su vestido. Hacruzado, una en otra, sus manos firmes sobre su seno. Y ha tratadode abrir, ms y ms grandes para Ti, esos dos ojos enrojecidos ybrillantes que te ofrece sin parpadeos, serenos y seguros.

    Mira, Cristo cado; levanta la cabeza.Qu suerte, la tuya, al contar con tales ojos.

    * * *

    Cristo alz la cabeza y mir a Mara.

    Sus ojos apaleados buscaron los de su madre. Y se clavaron enellos. Mara aguant firme la mirada del Hijo. Los ojos de Cristo seragarraban ms y ms a los de su madre, hasta quedar totalmentesoldados unos con otros.

    Cuando Mara sinti seguros, en los suyos, los ojos del Hijo, fuetirando de El, lenta, suavemente, poco a poco.

    Era un imn irresistible y dulce que lo iba levantando; y el cuerpode Cristo cado, obediente al tirn de los ojos maternos, se ibaalzando, levantndose, hasta quedar, al En, en pie.

    No hubo una sola palabra. Ni un gesto siquiera.

    Todo lo decan y lo realizaban los ojos. Cristo escuchaba, sinpalabras, el mensaje reconfortante de su Madre:

    -Adelante, Hijo, adelante.Aqu me tienes, ms fiel a Ti que nunca.

    Todos te han abandonado, Hijo, pero yo no. Te han traicionado,ve::::J y l:e;do; pe:'o yo te ;:;:":;:::'0 :::::'; (:-..::: nUI::~.58

    Te han condenado pblica y oficialmente; pero y proclamo tu" .IllocenCla.

    Te han insultado, agotado y abofeteado; yo te beso y te beso,infinitamente, con mis ojos.

    Dicen que has fracasado, que te has hundido; y los tuyos, desen-~aados, te han vuelto la espalda, en cobarde desbandada.

    Pero, aqu est tu Madre: yo si!?o creyendo en T~, ms y ms, entu palabra, en tu empresa, en t~~ nlllagros, en tu destino, en tu amor.Creo ms fuerte que nunca, HIJO.

    Cuando yo tena quince aos le dije a tu pa.dre que yo era. suesclava y que se cumpliera en m su palabra. A ti te lo .~le repe,udosiempre, da a da, !~ lo sabes. Y ms en. esta hora, HIJO, aqUl .metienes, fiel e incondICIOnal para cuanto qUI~ras; que se haga en IllI tupalabra, Hijo; aunque sea de dolor, de lgnmas, de sangre...

    Adelante, Hijo, cuenta con tu Madre. Aqu me tienes.

    * * *

    Mientras hablaban los ojos de Mara, Cristo fue alzndose, hastaquedar otra vez erguido sobre la Va Do!orosa. Encaj otra vez la cruzsobre sus hombros, avanz un paso haCia adelante, guard~ndo el~ lossuyos los ojos de su Madre, y continu de nuevo su cammo haCIa elCalvario.

    * * *

    Dichosos los hombres que en las cadas de su vida, por trgicas yaun culpables que sean, sienten a. su lado, muy cerca de ell~s,. lapresencia incondicional de una mUjer -esposa o madre- deCidIdaa levantarlos.

    Desgraciado el hombre que en su ruina, su fracaso,. su derr~mbamiento moral o econmico, comprueba que su mUjer de~vla y levuelve la cabeza, que no quiere mirarlo, q.ue l~ esco,n?e los OJos, paraque no lea en ellos, lo que ella no puede III qUlere.~Jslmulary que al}est escrito: el desencanto, el desamor, la acusaClon y lo que es masdoloroso, el desprecio.

    Desgraciado el hombre que hundido y aplastado por la vida

    59

  • -culpable o inocente-, siente que a su alrededor, dando vueltas yacosndolo como una vbora, su mujer le sil va y escupe todo suveneno:

    -Si esto se vea venir. Esto yaya lo haba profetizado hace muchotiempo. Y te lo haba advertido. Esto lo presentan y adivinabantodos, hasta los tontos. Todos, menos t, que no has querido hacercaso de tu mujer y has preferido seguir el consejo de tus amigos. Pues,anda con ellos, que ellos te echen a1lOra una mano. Porque si creesque a m me vas a arrastrar contigo, te equivocas, hasta all podramosllegar. Conmigo no cuentes. Ya lo sabes. T mismo te lo buscaste.Aguanta ahora las consecuencias.

    Y el hombre cado siente que le acaban de asestar la ltima pasada,la ms dolorosa; el empujn que faltaba, el definitivo, para rodar hastala sima, sin fe ni esperallZa, de trgicas e im previsibles consecuencias.

    Yo le pido a Dios para todos los hombres-amigos o enemigos-que si un da se encuentran como Cristo derribados en la cuneta desu vida, sientan que una mujer se arrodilla amorosa a su lado paratratar de levantarlos, mientras les va diciendo suavemente:

    -Anda, soy yo, tu mujer; anda, aydame un poco con tu esfuerzoy vers como te levantas. Anda. Arriba. Esto le puede pasar acualquiera. Aunque lo hayas perdido todo, aqu me tienes a m. Anda,vamos a empezar otra vez. No te importe lo que digan los dems.Para m eres el mismo. Y sigo creyendo en ti, en tus posibilidades, entu esfuerzo. Y sobre todo, te amo; y ahora ms que nunca. Un da-te acuerdas?- te jur, cuando nos casamos, que estara siemprea tu lado, que podas contar conmigo: en el xito y en el fracaso, enlas penas y en las alegras, en las vida y en la muerte. Pues aqu metienes. Cuenta hora conmigo. Anda. Apyate en m. As. Ves?Vamos otra vez, juntos los dos, a empezar de nuevo. Anda, adelante!

    Dios conceda a todos los hombres una mujer as -madre, esposa,novia, hermana, hija-, en las esquinas dolorosas de su Va-Crucispor la vida.

    Una mujer que se parezca a Mara, la Madre de Jess.

    * * *

    En el Va-Crucis del Viernes Santo no era uno solo el hombrecondenado a muerte, sino tres.

    Y los tres marchaban juntos con su cruz a cuestas.60

    No podemos, ni debemos, separarlos nunca. Mutilaramos fun-damentalmente el esquema del Va-Crucis.

    y si hubo tres hombres, tres pobres desdichados, camino delpatbulo, no habra slo una madre, Mara, en la calle; sino otras dosIns, acompaando a los hijos, entre la gente, y hacindose a ellospresentes y visibles para ayudarlos y confortarlos.

    Aunque probablemente la presencia y compaa de las madres delos dos ladrones no provocara en ellos precisamente la serenidad yd nimo, sino la rebelda y la protesta violenta.

    Estas dos pobres mujeres que iran juntas, puesto que sus hijosc.ran amigos y compinches, con sus gritos histricos y enr~nquecido~,con sus gestos teatrales y desgarrados, con su llanto ~unoso y deli-rante, terminaran por quebrar y hacer estallar los nervios de aquellosinfelices condenados, que contagiados por ellas, comenzaron yaentonces a blasfemar; y blasfemando fueron clavados en la cruz.

    Porque seguramente las dos mujeres encontraron su vctima,vengndose as de su desdicha, en Jess y lo acusaron a gritos de serel culpable, de haber ad~lantado,.con la suya,. la condena?e sus hijos,que de otro modo hubieran podido benefiCiarse en la carcel, dondecstaban seguros, de un posible indulto o amnista.

    Pronto los localiz, desde su opuesta orilla de serenidad y silenciola Madre de Jess.

    Haba un abismo entre ellas.Y aunque aquellos insultos, blasfemias y acusaciones se dirigan a

    su Hijo. Mara empez compadecindolas generosamente; luego,avanzado el camino, lleg a comprenderlas, al saberlas madre comoella, de hijos condenados, y cuando llegaron al Calvario Mara sabatIue las amaba con todo su corazn.

    Arriba estaban los tres hijos juntos, muy cerca, en sus tres cruces,codo con codo; cruz con cruz.

    Abajo haba dos grupos separados y distantes.El de Mara, Madre de Jess, con Juan y las piadosas mujeres de

    Galilea. Y el de las madres de los dos ladrones, con su gente y susamistades.

    Arriba, los dos ladrones, que empezaron blasfemando, pasaron dela blasfemia a la oracin, y quedaron citados con Cristo para reunirselos tres, esa misma tarde, en su Reino. S, los tres.

    Abajo, las dos madres, no iran tambin, poco a poco, al ritlIlode los hijos, transformndose misteriosamente las dos?

    61

  • Miraban arriba los hijos y las cruces.Miraban abajo a Mara y su grupo, sjjencioso y sereno.Todo las obligaba a cambiar. Necesitaban cambiar. Tenan ham-

    bre incansable de consuelo, de cario, de amor.Insensiblemente, sin darse apenas cuenta, en un instinto irresis-

    tible, se fueron acercando, poco a poco, los dos grupos femeninos.Se atraan mutuamente. Ambos se necesitaban para completarse.Se encontraron al fin. Se fundieron en un solo grupo.Las madres de los dos ladrones terminaron en los brazos de Mara,

    la Madre de Jess. Yen ese abrazo encontraron lo (lue necesitaban:la paz, el perdn, el amor.

    Arriba, en las cruces, haba slo tres cuerpos muertos e inmviles.Los tres hijos, vivos, y juntos, entraban puntuales, codo con codo,

    por la puerta del Par~so en el Reino del Padre.y Mara empezaba ya a ejercer como Madre de la Iglesia.

    62

    UN CATEDRATICO EN LA CIENCIA DELLEVAR LA CRUZ

    5 EstacinEl Cireneo carga con la cruz de Jess

  • ADECIR verdad, fueron cuatro los hombres que llevaron la cruz. - a cuesras en el primer Va-Crucis de la hisroria.

    T res cruces; pero cuatro los cargadores.Cada ladrn, la suya. La de Cristo fue compartida por Simn el

    Cireneo.Nada de esto estaba previsto ni calculado. Todo fue surgiendo

    como al azar.Aprovechando la condena de Cristo, Pilato conden tambin a

    dos presos comunes que estaban en capilla, en espera, ms o menoslarga, de cumplirse su castigo.

    As Pilato se lavaba de nuevo las manos ante la forzada y arbi trariaejecucin de Jess, que ya no iba a ser la injusta condena de uninocente, sino la justa y legal de dos vulgares atracadores.

    Es la aplicacin concreta a Dios de esa hipcrita receta de lapoltica humana, con la que tantas veces se trata de equilibrar ydisimular el atropello brutal e injusto de un inocente, con la con-denacin legal de dos culpables; para que aparezcan todos mezcladosy revueltos en un mismo proceso. Con lo que aumenta y crece lainjusticia para todos; una nueva y ms refinada condena para elinocente; y una oportunista decisin que ejecuta a los culpables.

    Perque k~ dos ladrones no tenan nada que ver con el proceso de'ess. Fue una determ inacin de Pilato al hilo de los acontecimientos.Necesitaba un crimen, ya que Jess era inocente, y se acord de losdos ladrones.

    65

  • Por eso iban renegando contra rilato, contra Jess, contra lajusticia, contra la sociedad y contra la CIllZ que llevaban a cuestas.

    * * *

    El cuarto cargador, Simn de Cirene, tampoco tena vinculacinalguna con Cristo.

    Las circunstancias que lo trajeron al Va-Crucis fueron aLI11 mscaprichosas y absurdas que aquellas de los ladrones. Ellos, tarde otemprano, estaban condenados a acabar en la cruz. Simn de Cirene,honrado y trabajador a carta cabal, jams haba imaginado tener quellevar en su vida la cruz de un patbulo a cuestas.

    y sin embargo, all estaba con ella sobre sus hombros.Los caminos de Dios son desconcertantes e impensables para

    nuestras cortas previsiones humanas.

    En la maana de aquel Viernes Santo, yen la misma ciudad deJerusaln, Cristo yel Cireneo, separados por unos dos kilmetros dedistancia, estn ocupados cada uno en lo suyo.

    Cristo, en el Litstrotos, la mayor altura de la ciudad, en suproceso ame Pilato.

    El Cireneo, abajo, en una [mca de las afueras de Jerusaln, en sulabranza.

    Cada uno en sus cosas, como solemos los hombres organizar lavida: Dos, a lo suyo, all arriba. Y yo, a lo mo, aqu abajo. Y que serespeten las distancias en un reparto adecuado de ocupaciones. Sinimerferencias del cielo en la tierra.

    Efectivamente, el Cireneo, nada tena que ver con Jess deNazaret. Tal vez ni le conoca. Aunque supiese, de odas, quin era.El estaba muy ocupado en su finca y en su trabajo. Todo el tiempoera poco. Por eso aquella maana, mientras las turbas y los curiososse movilizaban para asistir al proceso en el Litstrotos, l, como todoslos das, se fue a lo suyo, a su trabajo, a su campo. El no dispona detiempo para tirarlo callejeando y curioseando con los holgazanes ydesocupados.

    y en su finca llevaba ya trabajando varias horas.Simn de Cirene no tena nada que ver con Jess de Nazaret, pero

    Jess s tena mucho que ver con el Cireneo, aunque ste ni losospechara siquiera.

    66

    Como a las diez de la maana, Pilato, sentado ritualmente en susilla curul promulg contra Cristo la sentencia de muerte.

    A esa misma hora, ms o menos, el Cireneo empez a recoger sus:lperos de labranza para guardarlos en la casa de b finca y subirlranquilo y despacio hacia su casa, pues era la \"lJpera solemne de laPascua y tena que dejarlo todo preparado palJ. su celebracin antesde la puesta del sol.

    Poco tiempo despus sala Jess del Litstrotos con la cruz acuestas hacia las afueras de la ciudad, en direccin oeste, para ser'

  • Los soldados romanos impedan e! acceso pues estaba desfilando porella un cortejo oficial.

    y all qued Simn de Cirene, entre las filas de los curiosos,asistiendo al desfile y esperando se desalojara la calle para proseguirsu camino hacia su casa.

    Pronto supo de qu se trataba: Jess de Nazaret era conducidocon b cruz a cuestas para ser ejecutado en el Calvario.

    Ya se le poda distinguir: era aquel de! medio...Cuando estuvo ms cerca, Simn de Cirene lo mir ms despacio:

    era la primera vez que lo vea. No se conocan. Al pasar Jess a laaltura precisamente de! Cireneo, e! cortejo se detuvo.

    Hubo consultas y cambio de impresiones entre e! Centurin, losorganizadores y los f.1.riseos.

    El Cireneo esperaba que el desflle se pusiera de nuevo en marcha.Se estaban retrasando demasiado sus clculos.

    Pero de pronto, sin saber cmo, alguien que lo haba visto ylocalizado, se acerc a Simn, lo cogi de un brazo, lo oblig a salira la calle, lo em puj hacia donde estaban los tres condenados ya pesarde todas sus protestas le echaron encima la cruz de Jess y le forzarona cargar con ella, detrs de El, hasta el Calvario.

    * * *

    Qu es lo que realmente sucedi?N unca lo sabremos a ciencia cierta. Los tres Evangelistas que

    transmiten e! hecho no dan ms explicaciones.Todo queda, como tantas veces, en el Evangelio yen la vida, en

    el enigma de una misteriosa eleccin de Dios al escoger a un hombrepara un bello y doloroso destino.

    Y Dios nos deja abierto todo un margen de conjeturas y posibili-dades para nuestra meditacin y lluestro aprendizaje.

    Evidentemente Jess estaba tan dbil y desfallecido que de seguircon el travesao horizontal de la cruz -cuarenta kilos de peso-sobre sus hombros, se corra e! riesgo de que no llegara vivo alCalvario.

    y esto haba que evitarlo a toda costa.

    68

    La sentencia de muerte tena que cumplirse como lo ordenaba laley romana: clavndolo vivo en la cruz donde debera morir.

    El Centurin estaba preocupado: toda la responsabilidad era suya.Y los jefes del Sanedrn, que vigilaban de cerca el cum plimiento

    exacto de la sentencia arrancada por ello al gobernador romano,avisaron seriamente al Centurin del estado crtico del reo.

    Esto no puede seguir as. Hay que tornar una decisin.Pilato forntul la nica solucin: liberar a Jess de la cruz y que

    otro cargue con ella.Otro? Pero, quin?Ningn judo aceptara espontneamente tal oficio infamante.La cruz era un patbulo; un instrumento pagano de suplicio;

    solamente con tocarlo, un judo quedaba contaminado legalmente;cunto ms si lo cargaba sobre su cuerpo hasta el Calvario. Y conmayor brevedad y consecuencias religiosas y morales en esta vsperasolemne de la Pascua.

    Por eso la decisin del Centurin tuvo que ser impuestaala fuerza.Y, por qu precisamente e! Cireneo que ni haba asistido al

    proceso, ni vena entre los curiosos, sino que, como subraya literal-mente San Marcos, regresaba de! campo y estaba de paso?

    El Centurin no tena autoridad para imponer su decisin a unjudo.

    Quin pudo intervenir entonces con tanta fuerza moral comopara obligar a Simn de Cirene?

    Sera e! Cireneo criado o esclavo de algn personaje influyenteconocido del Centurin; siervo de algn miembro del Sanedrnjudo; o tal vez mejor, esclavo de algn amigo y admirador oculto deCristo que ofreci la colaboracin de su criado para cargar con lacruz?

    Quin era entonces Simn de Cirene?Un siervo gteco-judo, proveniente de la Cirenaica, colonia

    griega en Africa?O tal vez -y esta interpretacin es irresistiblemente seductora-,

    un esclavo negro, importado de Cirene, en el continente africano?U n hombre negro detrs de Cristo cargando con la cruz redentora;

    smbolo y presencia eterna de toda una raza que camina por la historia

    69

  • con la cruz de su color sobre su cuerpo, entre el desprecio y lamarginacin de tantos blancos...

    * * *

    Jess no dijo una sola palabra cuando le liberaron de la cruz.Pero Simn de Cirene, que an se resista y protestaba, vio que

    mientras le echaban violentamente la cruz encima, los ojos de Jessse clavaban insistentes en l. Y ya no pudo olvidar jams aquellamirada infinitamente triste y agradecida.

    Una vez colocado el Cireneo detrs de Jess, e! Centurin dio laorden de marcha y e! cortejo se puso otra vez en movimiento.

    Para Simn de Cirene comenzaba un camino nuevo en su vida;un camino que iba a transformar radicalmente su existencia personaly la de su familia.

    y para todos los hombres surga un smbolo y un prototipo eterno.Simn de Cirene, detrs de Cristo, comenzaba e! aprendizaje dec~rga~' con la cruz, hasta llegar a doctorarse y graduarse en tan difcilCienCia.

    Simn de Cirene quedar para toda la Iglesia, en el primer Va-Crucis de la historia, como Catedrtico y Maestro en e! arte supremode llevar la Cruz.

    * * *

    Empez como todos: oponiendo la mxima resistencia.y cargando con ella porque literalmente se la echaron encima. No

    haba escapatoria posible.La cruz lleg como siempre: fastidindole todos sus planes.Caminaba como un animal rebelde y salvaje, domado y humillado

    por un yugo brutal que no poda sacudirse de encima.Pero haba algo nuevo y definitivo: el sitio que le haban asignado:

    detrs de Cristo.Esta circunstancia iba a ser la clave de una asombrosa transforma-

    cin.

    70

    Ya Cristo haba adelantado la frmula: El que quiera seguirme,que tome su cruz y venga detrs de m.)}

    N i el Centurin que lo situ all, ni Simn de Cirene conocanesta frmula redentora de! Maestro.

    Pero la cum plan sin saberlo.El Cireneo marchaba en el sitio exacto: detrs de Cristo.Que era, por otra parte, el ms privilegiado observatorio para no

    perder detalle de cuanto pudiera acaecer.De lraber podido situar una cmara mvil de televisin para captar

    y retransmitir el Va-Crucis, el sitio con ms recursos y posibilidadesera el del Cireneo.

    Sus ojos eran una autntica cmara mvil, que detrs de Cristono perda ni uno solo de sus movimientos; y que girando a sus ladospoda recoger en ambas orillas las imgenes y reacciones del gentoen la calle, las ventanas y las azoteas.

    El Cireneo, curioso, empez efectivamente observando yrecogiendo todas las reacciones -caras, gestos, gritos- de Ias escenasque se sucedan a sus lados.

    Pero lleg el momento en que ya slo le interes una cosa: ese reomisterioso que marchaba delante de l; aquella figura dbil y vacilanteque de vez en cuando se desplomaba sobre el pavimento de la callepara levantarse de nuevo y seguir adelante; aquel Jess de Nazaret quetrataba de erguir su espalda y caminar derecho, pero que impotentey extenuado acababa por inclinarse y doblarse; aquella siluetadestrozada y consumida, cemro de insultos y de silbidos, que a duraspenas se tena sobre sus pies, y que sin embargo acababa imponin-dose a todos por un irresistible seoro y majestad que emanaba deaquel cuerpo misterioso.

    Los ojos de Simn de Cirene, seducidos y presos, ya no pudierondesentenderse ni despegarse de aquel Jess Nazareno que le preceda.

    Ahora ya slo le interesaba recoger y filmar en sus ojos losprimeros planos, a pocos metros, de Cristo.

    Y la cruz le em pez a pesar al Cireneo de un modo distinto. Comosi la majestad y el seloro del reo se contagiaran tambin a la cruz desu suplicio. Tambin aquel tronco, con sus cuarenta kilos de peso, sefue transformando. El peso era el mismo, no haba disminuido:cuarenta kilos. Pero con ser cuarenta, pesaba distinto; se llevabamejor, sabiendo que eran de ese Jess que marchaba delante ymirando su figura seductora e irresistible.

    71

  • Simn de Cirene tena unas manos expertas en rboles que linjertaba y podaba en la finca. Sas manos saban tocar y acariciar lostroncos. Con sus dedos apretaba b superficie rugosa de la cruz; eraun tronco distinto, un rbol diferente. Y todo, por la vinculacin quetena aquella cruz con Jess, el hombre a quien segua y lo transfor-maba todo y todo lo revOlucionaba.

    Porque tambin Simn de Cirene estaba cambiando sin darsecuenta.

    Haba dejado de rebelarse y protestar. De su interior surga unaaceptacin serena; y -cosa absurda- hasta gustosa, que habaeliminado aquel odio que al principio sin ti contra los que le forzarona cargar con aquel suplicio infame.

    Infame? Por qu? Ya no. Perteneca al hombre que iba delantey por ser suyo participaba de su nobleza.

    Y ya ni le importaba el que hubiera deshecho sus planes; ya no leurga regresar a su casa.

    Que esperara la celebracin de la Pascua.Ahora le interesaba el final de aquella aventura en que se encon-

    traba metido.Le interesaba, sobre todo, aquel Jess de Nazaret.Y avanzaba tras l, con los ojos encarxUados, colgados de su

    persona.Cmo y por qu un condenado a muerte puede seducirle a uno,

    hasta olvidarse de que gravitan sobre b propia espalda los cuarentakilos de su cruz?

    * * *

    Se extra el Cirenco cuando h cor:iva se L:et:.vo definiti-vamente. Haban llegado al Calv~rio.

    Tan pronto?Los que le forzaron a cargar con la cruz se la quitaro:l de encima.Jess de Nazaret se haba vue!to hacia Simn e!e Cirene y lomi~aba. Con sus ojos, sin palabras, le agradeca su aYlIda.

    El Cireneo, inmvil, tambin lo miraba.

    72

    Alguien le dio un empujn dicindole:-Venga, ya puedes largarte, gracias.Pero l, clavado en el suelo, segua mirando a Jess, a quien los

    soldados empezaban a desnudar para crucificarlo.Largarse? A dnde?Ya no haba fuerza humana capaz de arrancar al Cireneo del

    Calvario. Lo que iba a suceder all era tambin cosa suya.Se senta ya atado y vinculado para sicmpre con aquel Jess. Sobre

    todo con su crucifixin y muerte.Aquella cruz que l haba cargado a lo largo del Va-Crucis le daba

    derecho a quedarse all. No como un vulgar curioso, sino como unautntico colaborador. Asista a la tragedia suprema del Calvario nocomo un annimo comparsa, sino con su nombre propio y su papelpersonalsimo.

    En el Calvario todo se iba a centrar en la cruz.-y esa cruz es tambin ma, ma. Nadie de los que estn aqu la

    ha tocado, acariciado y querido como yo. Nadie. Esa cruz es tambinma. Y si Jess va a dejar entre sus brazos su sangre, su agona y suvida; antes he dejado yo en ese mismo tronco mi esfuerzo, mi fatigay mi amor.

    Simn de Cirene presenta y adivinaba, sin poder formularlo, queen la crucifixin misteriosa y en la muerte de ese Jess inocente, lpona tambin algo suyo, que Jess aceptaba e incorporaba a susacrificio.

    Lo ley en los ojos de Cristo por la manera indefinible en que lohaba mirado.

    El sitio del Cireneo estaba en el Calvario.Y ya no se movi de all.Los soldados izaron al fin la cruz que se proyect contra un cielo

    tormentoso y agresivo. Y los ojos de Simn de Cirene se abrieron denuevo frente a la cruz como una cmara filmadora -esta vez fija yesttica- que resisti las tres horas de Cristo clavado en la cruz. Ensu cruz.

    -Porque esa cruz es tambin ma, ma...

    * * *

    73

  • Toda la familia del Cireneo se hizo cristiana.San Marcos, en su Evangelio dirigido a la Iglesia de Roma, nos

    hab!a de s.us dos hijos, Alejand.fO y Rufo, que vivan ya en la capitaldelnnpeno cuando el Evangelista redact su Evangelio.

    San Pablo, en su carta a los Romanos, manda saludos para Rufo,al qU7ll~ma elegi.do del Seor y para la madre de Rufo -esposade Slmon de C11"ene- a la que San Pablo llama tambincariosamente mi madre que era ser tambin Ull poco madre deaque!!a primera ~glesa. Y empieza as a aparecer y a formularse ya esa

    espe~Ial maternidad que puede y debe ejercer la mujer y esposacrIstIana desde su hogar en el de su respectiva comunidad eclesial.

    .

  • LA MUJER QUE LE ROBO LA CARA ADIOS

    6 Estacinla Vernica limpia el rostro de Jess

  • QU inj usta, falsa y aburrida la tesis que trata de igualar al hombreya la mujer. No los iguala: los recorta, los tala, los achata. Aambos. Afortunadamente, desmintiendo las tesis obsesivas y tericasest la realidad palpitante de la mujer y e! hombre en e! espectculovivo y espontneo de sus diferencias.

    Que quin es mejor? Los dos son mejores.Los dos, hombre y mujer, disponen de una escala suprema y

    especfica de valores que los diferencia, los complementa y los enri-quece al mismo tiempo.

    Igualarlos es mutilarlos. A los dos a la vez.Son distintos para Dios. Son su obra maestra: as los hizo, as los

    quiere y as los juzga.y fueron tambin distintos con Cristo, un hombre y una mujer,

    e! Cireneo y la Vernica,