20 Cuentos Jataka

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Transcript of 20 Cuentos Jataka

  • f r a s e u n a vez-.

    B I B L I O T E C A D E C U E N T O S M A R A V I L L O S O S

    J P S E J . Jo OLA N E T A , Ejer- Je C o s t a l

    EJeiiv l iv i taJ Je- 1.000 t je*pi ( " i

    VEINTE CUENTOS JATA&A

  • Erase una vez... B I B L I O T E C A D E CUENTOS MARAVILLOSOS

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    1.a edicin, 1986

    Diseo de Juan de Fdez.-Grande L a portada reproduce una ilustracin para la edicin original de

    este libro de H . Willebeek L e Mair

    ( 1986, George G . Harrap & Co. Ltd. London ( 1986, para la presente edicin:

    Jos J. de Olaeta, Editor Apartado 296 - 07080 Palma de Mallorca

    ISBN: 84-85354-27-8 Depsito Legal: B-7.602-1986

    Impreso en Hurope, S. A. - Barcelona Printed in Spain

    INTRODUCCION

    L a palabra Jtaka (de Jati, nacimiento) designa una coleccin de cuentos tradicionales budistas que narran episodios de vidas ante-r iores del Buda Skya-muni, cuando ste, an como bodhisattva, t o m cuerpo en diversas formas humanas y animales.

    Estos relatos se integran en la ms antigua coleccin sistemtica de textos sagrados budistas de la primera poca, el Tipitaka, v o l u m i -noso corpus redactado en pal i , que sirve de Escrituras cannicas a la rama p r i m i t i v a del b u d i s m o , el Hinayna o Pequeo Vehculo, cir-cunscr i ta bsicamente, en cuanto a su localizacin geogrfica, a Cei-ln, B i r m a n i a e Indochina .

    E l Tipitaka se compone de tres (ti; snscrito tri) Pitaka-s ( l i t . : c e s t o s ) : el Vinaya Pitaka, dedicado a la regla monstica, el Abhi-damma Pitaka, de carcter doctr ina l , y el Sutta Pitaka, consagrado a los discursos (suttanta) de Buda.

    E l Sutta Pitaka se subdivide a su vez en cinco Nikya-s (coleccio-nes), una de las cuales, la Khuddaka Nikya, incluye entre los quince t tulos que la componen l , el Jtaka, compilacin de 547 relatos sobre las vidas anteriores de Buda.

    Estos relatos en prosa se articulan en torno a unos versos que constan de una o varias estrofas gnmicas (los gtha), que constitu-y e n , p o r decir lo as, su quintaesencia. Y slo estos versos, compuestos en u n lenguaje ms arcaico, son reconocidos como cannicos.

    A l g u n o s de ellos tan conoc idos c o m o el Dhummupadu o el Udna.

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  • La ver s in que aqu ofrecemos es traduccin de la que present en ingls N u r Inayat K h a n , quien a su vez se haba basado, segn su p r o p i o t e s t imonio , en las dos obras siguientes: The Gtakamla or Garland of Birth-stories'1, de A y r e Sra , traducida del snscrito por J.S. Speyer ( O x f o r d Univer s i ty Press), y Jtaka, or Stories of Bud-dba's Former Births, traducida del pali (Cambridge Univers i ty Press).

    E n su ver s in , N u r Inayat Khan se l imit a 20 relatos, los cuales f u e r o n igualmente simplificados, para adaptarlos, segn entendemos, a u n p b l i c o i n f a n t i l , habitual destinatario, en Occidente, de las fbulas de animales, por lo cual, en su seleccin, incluy mayormente relatos en los que el f u t u r o Buda aparece revistiendo forma animal.

    E n la e c o n o m a general del budismo, que no se l imita s lo a la esfera del ser humano y sus intereses concretos como tal , esto no es en m o d o alguno contradic tor io . Si bien el animal, como tal , se sita g loba lmente a u n nivel o n t o l g i c o inferior al del ser humano, el ani-ma l noble puede ejemplificar una perfeccin divina particular, mejor, aunque en m o d o pasivo, no ya que un hombre v i l , lo cual est fuera de duda , sino incluso que el hombre corr iente .

    A d e m s , en el caso de estos cuentos, el animal en cuestin apa-rece realzado en su s t a t u s por unas caractersticas no presentes en su c o n d i c i n terrena, que lo trasponen ipso facto a un orden mt ico , y , sobre t o d o , por el especial comportamiento que, como vehculo del bodhisattva que es, exhibe en los mismos.

    Este compar t imiento ilustra la vocacin del bodhisattva, la cual, basada en la c o m p a s i n (karun) universal hacia todos los seres, se i m p o n e el hacer participar a todos stos de la i luminacin bdica .

    A s , la caridad bd ica hacia todos los seres est ordenada a la pro-mocin espiritual de los mismos y no a un transitorio bienestar te-r r e n o . Y las actitudes que la vehiculan no deben confundirse, pues, con aquellos sentimientos h u m a n o s que las reflejan imperfectamente a u n nive l m u c h o m s contingente.

    E l v o t o del bodhisattva de no entrar en el Nirvana antes de lo-grar la l iberac in de todos los seres supone, por una parte, la identi-dad esencial de todos ellos en el Tathat, el Abso luto , y por otra, que los actos que l realice han de servir, bs icamente , de recuerdo plat-

    El Jtakamal de r y a s r a es un texto en s n s c r i t o que se integra en el M a h -yana , o G r a n V e h c u l o , y en l las encarnaciones anteriores del Buda S k y a - m u n i se cifran en 34.

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    n i c o para aquellos, quienes cobrarn conciencia de su unidad intrn-seca en la naturaleza del Buda.

    A h o r a b ien , estos relatos, aunque budistas por su inspiracin e i n t e n c i n , se organizan en base a u n material caractersticamente h i n d , t o m a n d o antiguos temas mito lg icos y refundindolos en f o r m a popular . A s pues, pueden hallarse paralelos de los mismos en textos tan espec f icamente hindes como el Mahdbhratha, el Pacha-tantra o los Purana-s. Por otra parte, ha podido hablarse de prolon-gaciones de los mismos en las fbulas y a p l o g o s que circularon por Occ idente desde la poca clsica, como el famoso Kala y Dimna.

    Los Jtaka han hallado expres in plstica en la arquitectura sa-grada b u d i s t a 3 , pues stpa-s y templos reproducen en piedra algunas de sus escenas m s populares. As , por ejemplo, los stpa-s de Sch y de B h r h u t , o el gran templo de Borobudur de la isla de Java. Ade-m s , su presencia en estos edificios, de ms fcil datacin, permite si-tuar me jor su origen y comprobar c m o ste antecede en mucho a su puesta p o r escrito def init iva , revelndose como narraciones que circu-l a r o n desde los primeros das del budismo.

    15 de Febrero de 1986 Festividad del Mahparinirvana

    del Buda Skya-muni

    Y t a m b i n en la pintura, como lo testimonian los famosos frescos de las cuevas de A janta .

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  • Y mientras el Buda estaba sentado y todos a su alre-dedor escuchaban, stas fueron las historias que cont.

    Hijos mos dijo, no es sta la primera vez que he venido entre vosotros como vuestro Buda. He venido muchas veces antes: algunas, como un nio entre los nios; otras, entre los animales como uno de su especie, amndo-los como os amo a vosotros ahora; y otras, en la Natura-leza, entre las flores, yo trac para vosotros un camino sin que vosotros lo supierais.

    Asi, vuestro Buda vino como un mono entre los mo-nos, como un ciervo entre los ciervos, y fue su jefe y su guia.

  • 1 EL PUENTE DE LOS

    MONOS

  • Con un gran esfuerzo se agarr a la rama.

    Hubo una vez un gigantesco mono que reinaba sobre ochenta mil monos en las montaas del Himalaya 1 . Y por entre las rocas en las que vivan se deslizaba el ro Ganges antes de llegar al valle en el que se levantaban ciudades. Y all donde el agua burbujeante caa de roca en roca, se levantaba un rbol imponente. En primavera sacaba delica-das flores blancas, y luego se cargaba de unos frutos tan maravillosos que no haba otros que pudieran comparrseles, y los fragantes vien-tos de la montaa les daban la dulzura de la miel.

    Qu felices eran los monos! Coman esos frutos y vivan a la sombra de aquel maravilloso rbol. Por uno de los lados de ste, las ramas se extendan sobre el agua. Por tal motivo, cuando aparecan las flores en esas ramas, los monos se las coman o las destruan para que no pudieran dar frutos, y si uno llegaba a formarse, los monos lo arrancaban, aunque no fuera mayor que un corazn de flor, pues su jefe, viendo el peligro, les haba advertido, diciendo: Tened cui-dado!, no dejis que caiga ningn fruto al agua, no fuera que el ro lo arrastrase hasta la ciudad, donde los hombres, viendo el hermoso

    1 El ttulo original de este Jataka es el de Mah-kapi-jdtaka, el jataka del gran m o n o , en razn de la forma que adopta en l el futuro Buda. La palabra mah, emparentada con el griego megas y el latn magnum, puede igualmente ser enten-dida en un sentido espiritual, con lo cual el ttulo de este jtaka podra ser traducido, como se ha hecho en otras versiones, como el mono magnnimo, de gran alma.

    Este rey de los monos nos hace evocar inmediatamente la figura de Hanumat, el gran mono blanco que se constituye en el ms eficaz aliado de Rama en el Ramayana. Aunque los monos, desde una determinada perspectiva espiritual, encarnan, podramos decir, una inversin del estado humano, su caricatura, y se sitan ontolgicamente, por lo tanto, en las antpodas de ste, han podido igualmente, en virtud de otra pers-I " . uva no menos legtima, ser presentados como smbolos de estados anglicos, como es el caso en la tradicin hind.

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  • f ruto , podran darse en-buscar el rbol; siguiendo ro arriba hasta las montaas, y encontrando el rbol, cogeran todos los frutos y noso-tros tendramos que abandonar este lugar.

    Los monos obedecieron y durante mucho tiempo no cay un solo fruto al ro. Pero lleg un da en que un fruto maduro, oculto por un nido de hormigas, y perdido entre las hojas, cay al agua y fue arras-trado por la corriente ro abajo, por las rocosas montaas hasta el valle en el que se levanta la gran ciudad de Benars a orillas del Ganges.

    Y ese da, mientras el fruto atravesaba Benars, arrastrado por las mansas ondas del ro, el rey Brahmadatta se baaba en las aguas de ste entre dos redes que unos pescadores sostenan mientras l se zam-bulla, nadaba y jugaba con los pequeos destellos del sol en el agua. Y el fruto fue a entrar en una de las redes.

    Maravilloso!, exclam el pescador que lo vio primero, en qu lugar de la tierra crece un fruto as? Y, cogindolo, se lo mostr al rey con ojos centelleantes.

    Brahmadatta contempl el fruto y se maravill de su belleza. Dnde podr encontrarse el rbol que da este fruto?, se pregunt. Luego, llamando a unos leadores que estaban cerca de la orilla, les pregunt si conocan el fruto y saban dnde poda encontrarse.

    Seor, dijeron, es un mango, un magnfico mango. Este fruto no se da en nuestro valle, sino en las montaas del Himalaya, donde el aire es puro y los rayos del sol lucen en todo su fulgor. Sin duda el rbol que los da se levanta en la orilla del ro y habiendo cado un fruto en el agua, ste ha sido arrastrado hasta aqu.

    El rey les pidi entonces que lo probaran, y cuando lo hubieron hecho, l tambin lo prob y lo dio a probar a sus ministros y servi-dores. Efectivamente, dijeron todos, este fruto es divino; no hay otro fruto que pueda comparrsele.

    Los das y las noches pasaban lentamente y Brahmadatta se in-quietaba cada vez ms. El deseo de probar de nuevo el fruto se haca ms fuerte con el paso de los das. Por la noche, vea en sus sueos el rbol encantado con cien doradas copas de miel y nctar en cada una de sus ramas.

    H a y que encontrarlo!, dijo un da el rey y dio rdenes para que aparejaran un barco para navegar ro Ganges arriba, hasta las ro-cas del Himalaya en que, quizs, se pudiera encontrar el rbol. Y el propio Brahmadatta fue con la tripulacin.

    Largo fue, verdaderamente, el viaje, atravesando los campos de flores y de arroz, pero por fin el rey y su squito llegaron a las mon-

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    taas del Himalaya una noche, y, contemplando a lo lejos, qu es lo que vieron? All, bajo la luz de la luna, se levantaba el rbol objeto del deseo 2 , con sus frutos dorados centelleando entre las hojas.

    Pero qu se mova en las ramas? Que extraas sombras se desli-zaban entre las hojas?

    Mirad! , dijo uno de los hombres, es un grupo de monos. Monos ! , dijo el rey, y comiendo esos frutos! Rodead el rbol

    para que no escapen. A l amanecer los mataremos y nos comeremos su carne y tambin los mangos.

    Estas palabras llegaron a los odos de los monos, quienes, tem-blando, dijeron a su jefe: Ah!, t nos advertiste, amado jefe, pero algn fruto debi de caer a la corriente, pues han llegado unos hom-bres hasta aqu; rodean nuestro rbol y no podemos escapar, pues la distancia entre este rbol y el prximo es demasiado grande para que la salvemos de un salto. Omos palabras que salan de boca de uno de los hombres que decan: " A l amanecer los mataremos a todos y nos comeremos su carne y tambin los mangos".

    Y o os salvar, pequeos mos, dijo el jefe, no temis y haced como yo os diga. Consolndolos de esta manera, el poderoso jefe trep a la rama ms alta del rbol, y rpido como el viento que pasa por entre las rocas, dio un salto de cien longitudes de arco por el aire y tom pie en un rbol que haba cerca de la ribera opuesta 3 . All, en la orilla del agua, arranc de raz una larga caa y pens: Atar un extremo de la caa a este rbol y el otro, a mi pie. Luego, volver a saltar hasta el mango, y as se crear un puente por el que mis subdi-tos podrn escapar. He dado un salto de cien longitudes de arco; la caa es ms larga que esto, as que puedo atar uno de sus extremos a este rbol. Y con el corazn alborozado, salt de nuevo hacia el mango.

    Pero, ay!, la caa result demasiado corta y slo consigui asirse del extremo de una rama. N o se le haba ocurrido pensar que la caa tenia que ser lo bastante larga como para dar tambin para la pane que se ataba el pie. Con un gran esfuerzo se agarr a la rama y grit a

    Este apelativo nos evoca la d e s i g n a c i n del graal por parte de VC'oltram von I sc l i cnbach como el w u n s c h von P a r d i s : obviamente, en ambos casos se trata de la mi sma realidad, la del Arbo l del P a r a s o , como por lo que se refiere al graal liemos establecido en otro lu^ar.

    l'.ste salto evoca, precisamente, el de Hanum.u en el Ramayanu, por el cual tlcanXB la l i s de l .anka ( C e i l n ) y loj;ra establecer un puente por el que el e jrc i to d-los monos puede penetrar en la isla.

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  • sus ochenta mil subditos: Pasad por mi espalda hasta la caa y seris salvos.

    Uno a uno, los monos pasaron por su espalda hasta la caa. Pero uno de ellos, llamado Devadatta4, salt pesadamente sobre su espalda y, ay! , un dolor penetrante lo atraves: le haba roto la espalda. Y el cruel Devadatta sigui su camino dejando a su jefe sufriendo solo.

    Brahmadatta haba visto todo lo ocurrido y las lgrimas le brota-ban de los ojos mientras contemplaba el jefe de los monos herido. Or-den que fuera bajado del rbol al que todava estaba asido, que fuera baado con los ms fragantes perfumes y vestido con un ropaje de co-lor amarillo, y le dieron a beber agua fresca.

    Cuando el jefe de los monos estuvo baado y vestido, se tendi bajo el rbol y el rey se sent a su lado y le habl. Dijo ste:

    Has hecho de tu cuerpo un puente para que los dems pasaran. Acaso no sabas que tu vida iba a llegar a su trmino al hacerlo? Has dado tu vida por salvar a tus subditos. Quin eres, oh bienaventu-rado, y quines son ellos?

    O h rey respondi el mono, yo soy su jefe y su gua. Ellos vivan conmigo en este rbol y yo era su padre y los amaba. No me pesa abandonar este mundo, pues he obtenido la liberacin de mis subditos. Y si mi muerte puede servirte a t i de leccin, entonces estar ms que contento. N o es tu espada la que hace de ti un rey, sino slo el amor. N o olvides que tu vida es poca cosa que ofrecer si con ello aseguras la felicidad de tu pueblo. No los gobiernes por la fuerza por-que sean tus subditos, sino que gobirnalos con el amor porque son tus hijos. Slo as sers rey. Cuando yo ya no est aqu, no olvides mis palabras, oh Brahmadatta!

    El Bienaventurado cerr entonces sus ojos y muri. Pero el rey y su pueblo lloraron su muerte, y el rey construy para l un templo blanco y puro a fin de que sus palabras nunca fueran olvidadas.

    Y Brahmadatta gobern con amor a su pueblo y todos ellos fue-ron felices por siempre jams.

    ' Este nombre, igual al espaol Deodato, dado por Dios , es el que llevaba en vida del Buda Skya-muni su principal antagonista. Primo suyo, lleg a pretender asesi-narlo, en su atan de eclipsar su irradiacin y suplantarlo con unas vistas exclusivamente materialistas.

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    LOS PERROS CULPABLES

  • Cierto rey se pase un da por toda la ciudad en su magnfico carro arrastrado por seis caballos blancos. Y al anochecer, cuando re-gres, llevaron a los caballos a las cuadras, pero dejaron el carro en el patio con los arreos.

    Y cuando todo el mundo dorma en palacio, se puso a llover. Ahora es nuestra ocasin; vamos a divertirnos un poco, dijeron

    los perros de palacio al ver los arreos de cuero mojados y reblandeci-dos por el aguacero. Bajaron de puntillas al patio, y mordieron y ro-yeron las hermosas correas. Y despus de jugar as toda la noche, se escabulleron antes del alba.

    Las correas del carro real, comidas... destrozadas!, exclamaron horrorizados los mozos de cuadra al entrar en el patio a la maana siguiente. Y con el corazn tembloroso fueron a comunicrselo al rey.

    Benigno soberano, dijeron, los arreos del carro real han sido destrozados durante la noche. A buen seguro que es obra de los pe-rros, que habrn estado royendo las hermosas correas.

    El rey se levant furioso. Matadlos a todos, orden, matad a todos los perros que encontris en la ciudad!.

    La orden del rey fue pronto conocida por los setecientos perros que haba en la ciudad, y todos ellos lloraron amargamente. Pero ha-ba un perro que era su jefe, pues los amaba y los protega. Y en larga comitiva, se pusieron en camino para ir a verlo.

    Por qu os habis congregado, hoy? pregunt el jefe al ver-los l lorar Y qu os pone tan tristes?.

    Corremos peligro respondieron los perros. Los arreos de cuero del carro real, que estuvo toda la noche en el patio del palacio,

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  • han sido destrozados y se nos culpa del dao. El rey est furioso y ha ordenado que nos maten a todos.

    A ningn perro de la ciudad le es posible atravesar las puertas del palacio pens el jefe; as pues, quin podra haber destrozado los arreos sino los propios perros de palacio? As, se perdona a los culpables y se manda acabar con los inocentes. N o puede ser: presen-tar los culpables al rey, y los perros de la ciudad salvarn la vida.

    Estos eran los pensamientos del valiente jefe, y despus de conso-lar a sus setecientos subditos, atraves solo la ciudad. A cada paso en-contraba hombres dispuestos a matarlo, pero sus ojos desbordaban tanto amor, que no se atrevan a tocarlo. Y entr en el palacio, y los guardias reales, hechizados por su porte, le permitieron atravesar las puertas.

    Entr as en el saln del trono, donde se encontraba el rey sen-tado en el trono; sus cortesanos estaban de pie a su alrededor, y a la vista de sus enfurecidos ojos, todos permanecan callados.

    A l cabo de un momento, el jefe habl. Gran rey d i j o , es orden vuestra que maten a todos los pe-

    rros de la ciudad? S respondi el rey, es orden ma. Qu dao han hecho, oh rey? pregunt. Han destrozado los arreos de cuero del carro real respondi

    el rey. Qu perros lo han hecho? pregunt el jefe. N o lo s respondi el rey; por eso he ordenado que los

    maten a todos. Han de matar a todos los perros de vuestra ciudad pregunt

    el jefe o hay algunos a los que se les perdonar la vida? Slo a los perros reales se les perdonar la vida contest el

    rey. O h rey dijo el jefe con voz dulce, es justa vuestra orden?

    Por qu habran de ser inocentes los perros de palacio y culpables los de la ciudad? Aquellos a los que vos favorecis son perdonados y han de matar a aquellos a los que no conocis. Oh rey justo, dnde est vuestra justicia?

    El rey medit unos instantes y luego dijo: Sabio jefe, dime, pues, quines son los culpables. Los perros reales contest el jefe. Demustrame que tus palabras son verdaderas dijo el rey.

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    Os lo demostrar respondi el jefe. Ordenad que traigan aqu a los perros de palacio y les den a comer hierba kusa 1 y suero de mantequilla.

    El rey orden que se hiciera tal como el jefe peda, y los perros reales fueron trados ante l y les dieron a comer hierba kusa y suero de mantequilla.

    A poco que lo hubieron comido, fueron apareciendo en sus bocas tiras de cuero, que cayeron al suelo. As se descubri a los culpables.

    El rey se levant pausadamente de su trono. Tus palabras son verdaderas dijo al sabio jefe, verdaderas y

    puras como las gotas de lluvia que caen del cielo. Nunca te olvidar por aos que viva.

    Orden entonces que dieran comida suculenta y atenciones reales a todos los perros de la ciudad todos los das de sus vidas, y todos ellos vivieron felices por siempre jams.

    1 Esta h ierba (poa cynosuroides), a m e n u d o c o n t u n d i d a con la l lamada darbba, era , c o m o s ta , una h ierba sagrada usada en ciertas ceremonias religiosas (/>i-s).

    Este n o m b r e entra i g u a l m e n t e en la c o m p o s i c i n del del lugar en el que el Buda S k y a - m u n i a b a n d o n la existencia terrena : Kusi -nagara , actualmente Kasia.

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  • BANIANO

  • Vuelve con tu pequeo, dijo Baniano.

    A quin pertenecen esos ojos de rub que refulgen entre las som-bras del bosque, esos cuernos que br i l lan como argnteas medias lunas? Observad , hijos mos, qu rpido pasan entre los arbustos esas nacaradas pezuas! N o habis odo hablar del ciervo dorado? Bania-n o l , el rey de los ciervos, le l laman.

    Pero Baniano no era el nico monarca del bosque de Benars. Reinaba sobre quinientos ciervos, y o t r o rey, Rama 2 , gobernaba a o t r o s q u i n i e n t o s .

    Era costumbre del rey de Benars cazar ciervos cada da. Antes de llegar al bosque, tena que atravesar innumerables campos, y el a r r o z , el t r i g o y las plantas tiernas que cultivaban los campesinos eran pisoteadas p o r los caballos del rey y sus nobles. Piedad, gritaban los campesinos, pero las trompetas sonaban y sus pobres voces se perdan en los campos.

    C m o podemos cambiar esta situacin?, se preguntaban los campesinos. Arrojemos del bosque a todos los ciervos y hagamos que penetren en los propios jardines del rey; as ste no pasar ms p o r nuestros campos para ir a cazar.

    A s , los campesinos, despus de sembrar hierba y de construir es-tanques en los bosques del palacio, l lamaron a los hombres de la c iu-d a d , y con palos y lanzas se fueron todos al bosque para expulsar de l a los ciervos. Los hombres rodearon pr imero el bosque, para que los ciervos no pudiesen escapar por ningn lado, y luego, batiendo

    1 Este es el n o m b r e de u n o de los rboles sagrados del b u d i s m o (Ficus Benga-liensis), l l a m a d o en snscr i to nyagrodha.

    2 N o c o n f u n d i r c o n el n o m b r e del hroe m t i co hind. A q u hemos t r a d u c i d o as el ingls B r a n c h c o n el que la autora de esta versin designa a este personaje.

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  • sus lanzas y sus armas, condujeron a los ciervos hasta los bosques del palacio y cerraron las entradas tras ellos. Entonces, fueron a ver al rey y dijeron:

    Seor, ya no podamos trabajar. Ay!, cuando vos y vuestros nobles ibais de caza, los caballos pisoteaban nuestros campos; por lo tanto, hemos conducido a los ciervos hasta los bosques de palacio y hemos plantado hierba y construido estanques para que puedan comer y beber. As, ya no tendris necesidad de cruzar nuestros campos.

    Desde aquel da, el rey ya no fue ms all de los bosques de pala-cio para cazar. Cada da, observaba la hermosa manada y vea entre ellos a dos ciervos dorados. N o hay que matar a los ciervos dora-d o s , orden a sus hombres. Y as, Baniano y Rama nunca fueron al-canzados por las agudas flechas. Pero, cada da, uno de los dems era muerto para el festn del rey, despus de haber recibido innumerables heridas. Algunos ciervos eran heridos mil veces antes de caer abatidos al fin por las flechas de los cazadores.

    Rama, por esta razn, fue un da a ver a Baniano y le dijo: Amigo de los bosques, escucha con atencin mis palabras.

    Nuestros subditos no slo son muertos, sino heridos intilmente. Ay ! , cada da uno debe ser abatido, porque ste es el deseo del rey, pero por qu tantos han de ser heridos antes de-atrapar a uno solo? N o sera ms razonable que cada da fuera uno de nuestros subditos a palacio para que lo matasen?

    Baniano estuvo de acuerdo y as fue ordenado. Cada da, por turno, un ciervo iba al palacio y pona su frente de blanco inmaculado en la piedra que haba delante de la entrada. U n da, uno de la ma-nada de Baniano, y al da siguiente, uno de la de Rama.

    Pero, un da, una joven cierva de la manada de Rama, madre de un cervatillo, fue informada de que haba llegado su turno. A l or la noticia corri hacia Rama y dijo:

    Seor, hoy me ha llegado el turno de ir al palacio, pero mi pe-queo es dbil y todava necesita los cuidados de una madre. N o po-dra ir ms adelante, cuando l fuera mayor?

    N o ! respondi Rama, ningn otro puede coger tu turno. Ve al palacio tal como se te ha ordenado que hagas.

    Con el corazoncito temblando de pena, la cierva fue corriendo hasta Baniano y dijo:

    O h rey Baniano, ha llegado mi turno de ir al palacio, pero tengo un pequeo que todava me necesita. N o podra ir algo ms adelante, cuando l fuera mayor?

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    Vuelve con tu pequeo dijo Baniano, me preocupar de que otro coja tu turno.

    Y como el relmpago atravesando las nubes, as corri Baniano entre los rboles y los arbustos e inclin su testuz sobre la piedra de delante de la entrada del palacio.

    O h ciervo de oro! Aqu, en esta piedra para ser sacrificado! O h ! , qu significa?, exclam el hombre que cada da mataba un ciervo para el festn del rey. El cuchillo le cay al suelo, y l, hechi-zado, corri a ver al rey para contarle lo que acababa de contemplar.

    Igual como t, hijo mo, correras hacia el hermano que te es querido, as corri el rey hacia Baniano.

    O h bello ciervo! exclam, qu te ha trado a esta piedra de dolor? N o sabas que haba ordenado que nunca te matasen? Ciervo de oro, dime qu te ha trado aqu.

    Seor respondi Baniano, hoy era el turno de una cierva blanca, madre de un cervatillo; vengo en su lugar, pues su hijo es de-masiado pequeo todava para dejarlo solo.

    Las lgrimas resbalaron por las mejillas del rey y cayeron sobre la dorada testuz de Baniano, a la que sostena entre sus manos. E, incli-nndose sobre Baniano, dijo:

    T u vida, oh divino, y la vida de la cierva sern perdonadas. Le-vntate y corre hacia los bosques de nuevo.

    Seor dijo Baniano, nuestras vidas sern perdonadas, pero qu haris con nuestros semejantes que corren por los bosques?

    Tambin sus vidas sern perdonadas contest el rey. As , los ciervos de los bosques de palacio se salvarn aadi

    Baniano, pero qu ser de los dems ciervos de vuestro reino, seor? Tambin todos ellos sern perdonados contest el rey. O h rey! dijo Baniano, perdonaris a los ciervos, pero

    qu haris con las vidas de los dems cuadrpedos? O h misericordioso! dijo el rey, todos ellos sern libres. Seor, todos ellos sern libres; pero qu ser de las aves que

    vuelan por el espacio? pregunt Baniano. Tambin ellas sern perdonadas dijo el rey. Seor dijo Baniano, perdonaris las vidas de los cuadrpe-

    dos y las aves, pero qu ser de los peces que viven en las aguas? Tambin ellos sern perdonados contest el rey. El amor haba penetrado en el corazn del rey. Y ste rein con

    amor sobre su pueblo, y todos los seres vivos de su reino fueron feli-ces por siempre jams.

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  • 4

    LA TORTUGA Y LOS GANSOS

  • Y se fueron volando por encima de las cumbres de las montaas, con el mundo entero extendindose bajo ellos.

    Ven con nosotros, amiga Tortuga dijeron un da dos gansos salvajes 1 a una vieja tortuga que viva en una charca del Himalaya; tenemos una bonita vivienda en una cueva de oro de la montaa C i t t a k u t t a 2 .

    N o tengo alas contest la tortuga, cmo podra llegar a vuestra casa?

    Puedes mantener la boca cerrada? preguntaron los gansos. Desde luego que s contest. Sostn este palo, pues, entre los dientes dijeron los gansos

    y nosotros tomaremos cada uno de los extremos con nuestros picos y te llevaremos por el aire.

    Y se fueron volando por encima de las cumbres de las montaas, con el mundo entero extendindose bajo ellos. Despus de algn tiempo, volaron sobre los tejados de Benars.

    Qu extrao! exclamaron riendo unos nios que los vean pasar: unos gansos llevan por el aire a una tortuga.

    Doa Tortuga, oyendo estas palabras, se puso muy agitada y un pequeito fuego de ira empez a arder en su corazoncito.

    1 La palabra snscrita hansa, emparentada con las que, de raz celta y latina respectivamente, han dado en castellano las palabras ganso y nsar, designa en ge-neral un ave acutica, y en cuanto ave de paso. Pero este nombre aparece ya en el Rig-Veda designando a una ave mtica, vehculo de los Asvins (Asvini-aevata), jinetes divi-nos precursores de la aurora (V. infra cuento 19), y en el hindusmo ha servido para designar el S (Atma), estableciendo una relacin con la expresin ahan sa: yo soy Eso.

    E n el budismo simbolizan la propagacin de la Doctrina a todos los reinos, cos-molgicamente hablando.

    2 E n snscrito Citra-kta, nombre del pico en el que establecieron su morada los exiliados Rama, Lakshmana y Sita, y lugar sagrado por excelencia de los adoradores de Rama.

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  • Qu os importa si me llevan por el aire?, grit. Naturalmente, no pudo hablar sin abrir la boca; sus dientes dejaron de agarrar el palo y la pobre Doa Tortuga cay, yendo a parar al patio del palacio del rey. En un instante, toda la corte se moviliz. Ministros, nobles y guardias reales se asomaron por todas las ventanas, por todas las puer-tas. La nueva fue llevada al rey, quien se levant de su trono y fue hasta el patio con su consejero, un prudente hombre de la Corte.

    Pobre tortuga!, exclam el rey, cul es la causa de que cayera en este patio y se rompiera su bello caparazn verde? Dime dijo a su consejero, de dnde ha cado y por qu?

    Ahora bien, se daba la circunstancia de que el rey tena la cos-tumbre de hablar mucho. Era bondadoso y de buen corazn, pero en su presencia era difcil que alguien consiguiera decir una sola palabra. As, el consejero, que conoca la razn de la cada de la tortuga, pens: Aqu tengo la ocasin de darle una leccin a nuestro hablador rey .

    Seor, dijo, unas aves llevaban a la tortuga por el aire soste-niendo un palo con sus picos, al cual ella se agarraba con sus dientes. La tortuga oy a los nios de la ciudad que se rean de ella. Esto, sin duda, la irrit y no pudo contenerse de replicarles, con lo cual se de-sasi del palo y cay. Esta es la suerte que les est reservada a los que no pueden refrenar su lengua.

    Estas palabras penetraron en el corazn del rey; saba que la lec-cin iba dirigida a l, y desde aquel da, sus palabras fueron pocas y prudentes: hablaba slo cuando era el momento de hablar, y vivi fe-liz por siempre jams.

    EL HADA Y

    LA LIEBRE

  • Llena de contento la liebre salt al vivo juego.

    rase una vez una joven liebre que viva en un pequeo bosque que haba entre una montaa, un pueblo y un ro. Hijos mos, hay muchas liebres que corren por entre el brezo y el musgo, pero nin-guna tan preciosa como ella.

    Tena tres amigos: un chacal, una nutria y un mono. Despus de las fatigas del da, ocupados buscando comida, los

    cuatro se juntaban al anochecer para hablar y pensar. La hermosa lie-bre hablaba a sus tres compaeros y les enseaba muchas cosas. Y ellos la escuchaban y aprendan a amar a todos los animales del bos-que, y eran muy felices.

    Amigos mos, dijo la liebre un da, ayunemos maana, y la co-mida que obtengamos durante el da, la daremos a cualquier pobre animal que encontremos 1 .

    Todos ellos accedieron. Y al da siguiente, como cada da, salie-ron al alba en busca de comida.

    El chacal encontr en una choza de la aldea un pedazo de carne y una jarra de leche cuajada con una cuerda atada a cada una de las asas. Por tres veces pregunt a voces: De quin es esta carne? A quin pertenece esta cuajada? Pero la choza estaba vaca, y , al no recibir respuesta, se puso el pedazo de carne en la boca y la cuerda de la jarra alrededor del cuello, y escap veloz hacia el bosque. Poniendo esas cosas a su lado, se dijo: Qu buen chacal soy! Maana me comer lo que he encontrado si nadie pasa por aqu.

    Y qu encontr la nutria en su recorrido? Un pescador haba co-gido unos cuantos peces de un brillante color dorado, y despus de

    1 Estableciendo as un uposatha (snscrito posadha), da consagrado en el que se ayuna.

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  • ocultarlos bajo la arena, volvi al ro a coger ms. Pero la nutria des-cubri el escondrijo, y despus de sacar los pescados de la arena, grit por tres veces preguntando: De quin son estos pescados dorados? Pero el pescador slo oa el murmullo del ro y nadie respondi a la pregunta de la nutria. As pues, se llev los pescados hasta su pequea casa del bosque y se dijo: Qu buena nutria soy! Hoy no comer este pescado, pero quizs otro da.

    Mientras, el mono haba subido a la montaa, y habiendo encon-trado unos mangos maduros, los baj al bosque y los puso bajo un rbol y se di jo: Qu buen mono soy!.

    Pero la liebre estaba tumbada sobre la hierba, en el bosque, con-los ojos humedecidos por la tristeza. Qu podra ofrecer si algn pobre animal acertara a pasar por aqu? se preguntaba No puedo ofrecer hierba, y no tengo ni arroz ni nueces para ofrecer. Pero, de pronto, salt de contento. Si alguien pasa por aqu, se dijo, me ofre-cer yo misma como comida.

    Ahora bien, en el bosquecillo viva un hada con alas de mariposa y largos cabellos de rayos de luna. Su nombre era Sakka2. Saba todo lo que tena lugar en el bosque. Saba si una hormiguita le haba ro-bado algo a otra.

    Conoca los pensamientos de todos los animales, e incluso de las pobres florecillas, pisoteadas en la hierba. Y, ese da, saba que los cuatro amigos del bosque ayunaban y que toda la comida que pudie-ran encontrar haban de darla a cualquier animal que encontraran.

    As , Sakka se transform en un viejo mendigo, que andaba encor-vado apoyndose en un bastn.

    Se acerc primero al chacal y dijo: He caminado durante das y semanas, y no he comido nada.

    N o tengo fuerzas para buscar comida. Por favor, dame algo, oh chacal.

    Coge este pedazo de carne y esta jarra de leche cuajada dijo el chacal. Lo rob de una choza de la aldea, pero es todo lo que tengo para ofrecer.

    Ya ver ms tarde dijo el mendigo, y sigui su camino por entre los umbrosos rboles.

    Entonces, Sakka fue 3 ver a la nutria y pregunt: Qu puedes ofrecerme, pequea?

    - E n s n s c r i t o S a k r . Es, en real idad, una de los e p t e t o s de I n d r a , u n o de los dioses p r i n c i p a l e s de l p a n t e n v d i c o , m u y i m p o r t a n t e igualmente en la t r ad ic in budista .

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    Coge estos pescados, oh mendigo, y descansa un rato bajo este rbol respondi la nutria.

    En otro momento contest el mendigo, y sigui su camino por el bosque.

    Algo ms adelante, Sakka encontr al mono y dijo: Dame algo de tu fruta, te lo ruego. Soy pobre y estoy fatigado

    y hambriento. Toma todos estos mangos dijo el mono, los cog para t i . En otro momento contest el mendigo y no se detuvo. Sakka fue entonces adonde estaba la liebre y dijo: Hermosa liebre de los musgosos bosques, dime dnde puedo

    conseguir comida? Me he perdido en el bosque y estoy muy lejos de casa.

    Te dar a m misma para que me comas contest la liebre. Recoge un poco de lea y haz un fuego; yo saltar a las llamas y t tendrs la carne de una pequea liebre.

    Sakka hizo que de unos leos se elevaran unas llamas mgicas, y llena de contento la liebre salt al vivo fuego. Pero las llamas eran fras como el agua, y no le quemaron la piel.

    C m o es eso?, pregunt a Sakka, no siento las llamas. Las chispas son tan fras como el roco de la maana.

    Sakka tom entonces de nuevo su figura de hada y le habl a la liebre en una voz ms dulce que ninguna otra que sta hubiera odo jams.

    Querida ma di jo, soy el hada Sakka. Este fuego no es real, slo es una prueba. La bondad de tu corazn, oh bienaventurada, ser conocida por todo el mundo en las edades a por venir.

    Diciendo esto, Sakka golpe la montaa con su varita, y con la esencia que brot dibuj la figura de la liebre en la esfera de la luna. 4 .

    A l da siguiente, la liebre se reuni de nuevo con sus amigos, y todos los animales del bosque se congregaron en torno de ellos. Y la liebre les cont a todos lo que le haba ocurrido, y todos se llenaron de gozo y vivieron felices por siempre jams.

    Esta palabra t raduce kappa, s n s c r i t o kalpa, equivalente a 1000 yugas, o 4.320 m i l l o n e s de a o s .

    4 A q u se alude a la t r a d i c i n p o p u l a r india que ve en las seales de la luna , la semejanza de una l i ebre . Se conoce a la luna con nombres ( c o m o sasa-dhara o sasanka) q u e s o n a t r i b u t i v o s f o r mad os a p a r t i r de la palabra l i e b r e (sasa).

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    LAS PLUMAS DE ORO

  • _

    Erase una vez unos padres con sus tres hijas que vivan en una pequea cabana en el bosque, pues eran muy pobres. Y un da, el pa-dre les dijo a su esposa y sus hijas: Buena esposa, buenas hijas, debo abandonaros por algn tiempo. Pero volver cargado de riquezas y cosas bellas. Mis hijas tendrn muchas alhajas para ponerse en el pelo, y todas vosotras seris felices.

    Dichas estas palabras, el padre emprendi su largo viaje. En su camino, atraves de noche un bosque y se encontr con un

    hada. A dnde vas, viajero, a estas horas de la noche? le pregunt

    sta. V o y a buscar fortuna contest. Sin otra palabra, el hada levant su varita y le golpe en el hom-

    bro con ella, convirtindolo en un ganso con plumas de oro. El pobre padre, transformado ahora en ganso, vol a la rama de

    un rbol y se dijo: Qu puedo hacer por mi familia ahora? No soy ms que un ganso, no puedo ir en busca de riquezas y mi esposa y mis hijas son muy pobres.

    Estos eran sus pensamientos mientras estaba posado sobre la rama del rbol, y estaba terriblemente triste. Pero, de pronto, mir hacia abajo y se vio reflejado en una charca que haba dejado. Mis plumas son de oro ! , exclam, sacudiendo sus alas con jbilo. Y se fue vo-lando hasta la pequea cabana en que su esposa y sus hijas esperaban.

    Madre! , se acerca hacia aqu un ganso de oro, exclamaron las hijas. Posndose frente a la puerta, el ganso les habl as: Buena gente, s que sois pobres, pero, ved, mis plumas son de oro. Y, co-giendo una pluma de su dorso, se la ofreci diciendo: Coged esta pluma, pues, y vendedla. Yo vendr de nuevo ms adelante. Y dicho esto se volvi volando al bosque.

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  • La esposa vendi la pluma y recibi mucho dinero por ella. Y cada vez que ste se terminaba, el ganso volva y les daba otra pluma.

    Pero un da la madre les dijo a las hijas: Hijas mas, puede que este ganso un da se vaya y no vuelva jams. La prxima vez que venga, hemos de arrancarle todas las plumas.

    Las hijas lloraron amargamente al ver esta muestra de ingratitud. Pero, con todo, cuando el ganso volvi, su madre lo agarr y le arranc todas las plumas. Despojado de su plumaje, el ganso no poda volar, y su egosta mujer lo meti en un tonel y apenas le daba que comer.

    Pero las plumas que ella arranc se volvieron blancas como las de cualquier otro ganso, pues el hada las haba hechizado, con un he-chizo que les haca volverse blancas si alguien en alguna ocasin se las quitaba.

    Despus de haber vivido algn tiempo de este triste modo en el tonel, las alas del ganso se volvieron a poblar de blancas plumas. Y entonces se march volando, muy lejos, hasta un bosque en el que todas las aves eran felices, y vivi feliz con ellas por siempre jams.

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    EL JOVEN LORO

  • El joven loro lleva comida a sus padres.

    En lo alto de una montaa, haba un bosque de ceibas, y en este bosque viva una bandada de loros con su rey y su reina.

    Y el rey y la reina tenan un hermoso hijo, ms hermoso que nin-gn otro loro del mundo.

    Pasaron los aos, y el rey y la reina se hicieron viejos, y su hijo creci hasta volverse un magnfico loro, ms grande que ningn otro loro en el mundo.

    Y un da les dijo a sus padres: Queridos padres, ahora que ya soy crecido y fuerte, ir a los campos para traeros comida.

    Y cada da volaba con la bandada hasta los campos de arroz. Y despus de comer con los dems, se llevaba en el pico una buena por-cin para drsela a sus padres.

    Pero un da los loros encontraron un hermoso campo, ms frtil que ningn otro. Y desde entonces fueron siempre all a comer.

    He de decirle a mi amo que los loros se comen su arroz, se dijo el mozo del granjero. Y fue a ver a ste y le dijo: Seor, nuestro campo es frtil y , verdaderamente, el arroz es mejor que en ningn otro campo. Pero cada da viene una bandada de loros para comerse los granos, y uno de ellos, ms bello que los dems, despus de comer una buena racin, se marcha con el pico lleno de arroz para almace-narlo en otra parte.

    A l propietario del campo le entr un gran deseo de ver este p-jaro que se llevaba consigo el arroz.

    Haz una trampa de crines de caballo y atrapa a ese loro, le dijo a su empleado, pero tremelo vivo.

    A l da siguiente, el mozo de labranza levant una trampa, y el joven loro , al ir a posarse, sinti su diminuta pata atrapada. N o grit ni pidi ayuda, pues se dijo: Si mis compaeros se enteran de que

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  • me han atrapado, se sobresaltarn y no comern. Debo esperar hasta que hayan terminado de comer, y luego los llamar.

    Y cuando ellos hubieron terminado de comer, los llam, pero ninguno acudi a ayudarle; todos, atemorizados, se fueron volando.

    Qu he hecho? se preguntaba Por qu me abandonan? Poco tiempo despus llegaba el labriego a la trampa, y , agarrando

    jubiloso al loro, exclam: Vaya!, t eres justamente el que yo quera atrapar. Y lo llev a su amo.

    El propietario del terreno tom delicadamente al loro entre sus manos y di jo : Bello pjaro, tienes una granja en alguna parte? Es all donde almacenas el arroz? Cuando terminas de comer en mi campo, te vas volando con el pico lleno de grano, pjaro malo.

    El loro respondi con una dulce voz humana:

    Cada da con un deber cumplo Y un tesoro voy acumulando.

    D i m e di jo el propietario del campo, cul es ese deber con que cumples, y cul ese tesoro que acumulas?

    M i deber dijo el loro es llevar comida a mis padres, que son viejos y no pueden volar; y mi tesoro es un bosque de amor. En ese bosque, los ms fuertes ayudan a los dbiles, y los que pasan ham-bre reciben comida.

    A l or esto, el hombre sonri: El campo os pertenece a todos vosotros d i j o ; vuelve con tus padres que te estn esperando. Pero ven a mi campo cada da.

    El hermoso pjaro vol raudo al bosque, donde sus padres lo lla-maban. Y todos los dems loros se congregaron en torno y escucha-ron la historia del joven loro. Y todos los loros del bosque permane-cieron unidos y vivieron felices por siempre jams.

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    EL LAGO VACIO

  • Erase una vez, en este lago haba un rey, un gran rey.

    En un hermoso lago, un lago cubierto de nenfares, se haban congregado muchos peces; lo haban hecho para escuchar la historia que contaba uno de ellos.

    Erase una vez -as deca el cuento, en este lago haba un rey, un gran rey. Era un pez como nosotros, con el lomo dorado, pero todava mucho ms dorado. En efecto, los que viven sobre la tierra tienen muchas estrellas en su cielo por la noche, pero l era la estrella de nuestro cielo, y cuando todo estaba oscuro, l alumbraba el camino por las aguas.

    Sucedi entonces que la reina Lluvia olvid mandar aguaceros a la tierra antes de la poca de calor. Da tras da, madre Tierra y los sedientos rayos de sol se bebieron el agua de nuestro lago. Y el rey Viento, lanzando fuego de este a oeste, se llev casi hasta la ltima gota. Ay ! , nuestro lago se convirti en una charca, y cada da venan las cornejas y devoraban a nuestros compaeros.

    Pero nuestro rey, nuestro querido rey, habl con una voz queda y sus palabras llegaron hasta muy por encima de la tierra. La reina Lluvia, oyendo su llamada, baj su mirada desde lo alto; las hadas que conducen a las nubes por el cielo, despertaron de su sueo; y el rey Trueno, escuchando la plegaria, se levant y llam a su ejrcito: " Os ordeno a todos: fuego!".

    Inmediatamente, el mundo entero se estremeci. Las que condu-cen a las nubes avanzaron por el cielo; los caones del Rey Trueno soltaron descargas de este a oeste; el ancho cielo se abri, mostrando su luz interior, y el agua cay a cntaros.

    Las gotas de lluvia caan con fuerza, pero su sonido era dulce para nuestros odos, comunicndonos lo que las hadas decan en el cielo. Y mientras escuchbamos, nuestras cabecitas gachas se alzaron de nuevo.

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  • Pero nuestro rey tema que las nubes fueran retiradas antes de que el lago se llenara, y habl ms fuerte:

    "Rey del Trueno, Reina de la Lluvia Mostrad una vez ms vuestro poder Derramad agua y ms agua Hasta que nuestro lago quede como antes".

    A estas palabras, el agua se precipit de lo alto con la fuerza de un torrente de montaa. Retumb el trueno y el mundo entero se es-tremeci. Los abrasadores rayos del sol se ocultaron por f in, y las cornejas se alejaron.

    Y descendiendo lentamente del cielo, el rey Trueno y la reina Lluvia dejaron su morada y vinieron a la tierra.

    "Tu amor, dijeron a nuestro rey, es el que ha hecho que el mundo temblara y llovieran ros de agua. N o temas, querido; nunca ms se vaciar este lago, pues tu voz no ser nunca olvidada".

    Y el lago se llen, y los nenfares volvieron a cubrir sus aguas, y todos hemos vivido felices desde entonces.

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    EL REINO DE LOS CISNES

  • Muchos lagos existen en el mundo, lagos azules, lagos verdes, con blancos lotos algunos, otros con cisnes blancos nadando en sus aguas, pero ninguno tan bello como el lago Manasa 1 , pues sus aguas brillaban con todos los colores del cielo. Flores milagrosas con gran-des clices encarnados llenos de nctar crecan por sus mrgenes, y cada da soltaban un poco de su belleza en el lago.

    En este reino vivan sesenta mil cisnes, gobernados por el rey Dhritarashtra 2 y por Sumukha, el comandante de su ejrcito.

    Los cisnes eran bellos como sirenas, y el comandante de su ejr-cito, majestuoso y fuerte, pero ninguno de ellos poda compararse con el rey, pues las plumas de ste eran de plata reluciente, y cuando se

    1 Mnasa o Mnasarowar (el lago ms excelente de la Mente) es el nombre de un lago sagrado y lugar de peregrinaje tanto para los hindes como para los budistas, al igual que para los practicantes de la antigua religin Bon del Tbet.

    Est situado en el Himalaya occidental, en la regin del Monte Kailas (de 6.714 m . ) , ste mismo lugar sagrado por excelencia, y ambos hoy en territorio de la Repblica Popular China.

    El lago Mnasa, situado a 4.557 m. de altitud, est considerado como el lago de agua dulce ms alto del mundo, y es el lugar de origen de los gansos salvajes, al que emigran cada ao en la poca de cra.

    Ahora bien, tanto el Monte Kailas como el lago Mnasa cobran su especial signifi-cacin por el hecho de ser considerados el reflejo fsico de una realidad espiritual: el pr imero es la expresin del mtico Monte Meru (en el budismo, Sumeru), centro (om-bligo) del mundo, en cuya cima seorea Siva. Su forma se considera como represen-tando un inga, smbolo del principio masculino de la manifestacin, mientras el lago, por su parte, simboliza el principio femenino.

    Se trata, respectivamente, de la representacin del Espritu Universal y el Alma del M u n d o , que, en el hombre, corresponden al Intelecto y al alma pensante (Mnasa deriva de manas, palabra emparentada con mente).

    - Dhritarashtra (en pali, Dhattarattha) es el nombre de un rey del Mahbha-ratha. En el budismo, designa a un rey de los gandharvas, seres semidivinos que ya aparecen en el Rig-Veda.

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  • deslizaba sobre las aguas por la noche, era como si la luna estuviera en

    e l l a g ' En todos los palacios, los cortesanos hablaban a sus seores del

    reino de los cisnes. Muchos monarcas elogiaban esa maravillosa nacin y se maravillaban de sus gobernantes Dhritarashtra y Sumukha. Pero quien senta mayores anhelos de ver a stos era Brahmadatta, el rey de Benars.

    As pues, un da congreg a sus cortesanos y dijo: Fieles y pru-dentes cortesanos, vuestro rey nunca ser feliz si no realiza determi-nado deseo.

    Podemos saber, seor, de qu deseo se trata? preguntaron. Anhelo conocer al rey y al comandante del lago Manasa; de-

    cidme, pues, cmo puedo ver realizado este deseo contest el rey. O h rey dijo uno de los cortesanos, si quisierais or mi con-

    sejo: slo existe un modo. De orden vuestra, podra construirse cerca de la entrada de Benars un lago ms esplndido an que el lago Ma-nasa. Y cada da deberan vocearse estas palabras: " E l rey de Benars ofrece este lago a todas las aves del mundo, que estarn bajo su proteccin".

    Pronto llegara la noticia a los cisnes del lago Manasa, los cuales, oyendo decir que exista en el mundo un lago ms hermoso que el suyo, se apresuraran a visitarlo.

    Este consejo agrad al rey, quien dio las ordenes para que se ini-ciaran los trabajos. Fueron trados rboles de floracin perpetua desde lejanas tierras. Se llen el lago con agua tan clara que poda verse na-dar a los peces en su interior. Cuando el lago estuvo terminado, era mucho ms grande que el lago Manasa. Y los pjaros, las abejas y las mariposas acudan a millares para cantar y bailar en l.

    Cada da se oa el pregn invitando a las aves de las dems tie-rras. Y stas, llegando de todos los confines del mundo, hicieron del lago un lugar de reunin.

    U n da, dos jvenes cisnes del lago Manasa abandonaron su reino para viajar por todo el mundo. Sobrevolando Benars, vieron el en-cantador lago y, oyendo la invitacin, descendieron y contemplaron a su alrededor. Lo que sus ojos vieron era un espectculo de gran be-lleza: rboles y flores que ni siquiera haban visto en sueos, e incluso guirnaldas de flores mecindose suavemente en el centro del lago.

    Ojal fuera ste nuestro reino!, exclamaron. Se desplazaron de un extremo a otro del lago, y luego alzaron el vuelo y regresaron a su patria.

    Da tras da, hablaban del maravilloso lago de las entradas de Be-nars, y los sesenta mil cisnes se impacientaban.

    Llvanos all, oh rey!, pedan a Dhritarashtra cada da. Este, por f in , se decidi a partir. Pero Sumukha, el reflexivo, no se alegraba.

    Mi seor dijo a Dhritarashtra, estis completamente seguro de que es prudente contentar a vuestros subditos en esta cuestin? Te-ned cuidado con las palabras de los hombres; dulce es ciertamente la invitacin, pero no conocemos lo que se esconde detrs de sta. Pero si, no obstante, habis decidido que vayamos, no estemos ms que un solo da.

    Dhritarashtra accedi a esto, y a la cada de la noche, la bandada de cisnes alz el vuelo y se dirigi a Benars. Llegaron al lago al ama-necer, y en un instante se olvidaron de Manasa y nadaron entre las flores como en un sueo. Se deslizaron majestuosamente por las plci-das aguas, brillando como sesenta mil estrellas del cielo, mientras la noticia de su llegada le era llevada a Brahmadatta, quien exclam albo-rozado: Atrapad a Dhritarashtra y a Sumukha y tradmelos a pala-c io ! .

    Los servidores del rey no fueron tardos en colocar una trampa entre las flores, y pronto la argntea pata de Dhritarashtra qued atra-pada en ella. Muy alarmados, los sesenta mil cisnes levantaron el vuelo frenticamente con agudos gritos de pena y dolor, como si su jefe hubiera sido muerto en combate. Slo Sumukha permaneci junto a su seor.

    Vuelve a Manasa!, dijo Dhritarashtra a Sumukha, mis subditos no pueden ser dichosos solos. Hazlo por ellos, oh Sumukha! Necesi-tan a su jefe para que los proteja en el lago.

    Pero Sumukha no quiso escuchar y permaneci junto a su rey. Cuando el servidor de Brahmadatta vio que un cisne haba quedado atrapado y que otro se quedaba esperando a su lado, los contempl asombrado.

    Tu compaero est atrapado, dijo a Sumukha, pero t, oh her-moso cisne, ests libre. Por qu te quedas ah, pues? No sabes acaso que los guardias pueden cogerte? Tus alas son blancas y perfectas; al-jate volando, pues, valiente cisne, y no te demores aqu.

    Pero Sumukha respondi con voz humana: Esta ave que habis capturado es nuestro rey. Cmo puedo, pues, huir de aqu y vivir feliz lejos de l? Si quisieras complacerme, oh guardia, llvame con-tigo y djalo libre a l.

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  • N o temas, contest el guardia, no se le har ningn dao a tu rey. Es cierto que su pata argntea est atrapada, pero slo porque nuestro rey Brahmadatta desea verlo. Ven, pues, sobre mi hombro, al palacio. Nuestro rey os rendir honores a ambos.

    Fue todo tal como este hombre haba dicho, y cuando hubo lle-vado a los cisnes, desatados, al palacio del rey, y hubo contado a Brahmadatta la historia, el rey permaneci mudo de asombro y temor reverencial. Pero Dhritarashtra le habl con una voz dulce y el cora-zn del rey se inclin hacia l. Conversaron juntos alegremente, y luego que se les hubieron dispensado a los dos cines todos los favores reales, partieron de la Corte y regresaron a Manasa.

    Fue un jubiloso regreso al hogar para los sesenta mil cisnes, y desde entonces todos ellos vivieron felices por siempre jams. 10

    LA PRUEBA DEL MAESTRO

  • No hay lugar alguno en que nadie nos vea.

    Soy pobre y dbil, dijo un da un maestro a sus discpulos, pero vosotros sois jvenes, y yo os enseo: es deber vuestro, por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para vivir.

    Cmo podemos hacer eso? preguntaron los discpulos. Las gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sera intil pedirles ayuda.

    Hijos mos contest el maestro, existe un modo de conse-guir dinero, no pidindolo, sino cogindolo. N o sera pecado para no-sotros robar, pues merecemos ms que otros el dinero. Pero, ay!, yo soy demasiado viejo y dbil para hacerlo.

    Nosotros somos jvenes dijeron los discpulos y podemos hacerlo. N o hay nada que no hiciramos por vos, querido maestro. Decidnos slo cmo hacerlo y nosotros obedeceremos.

    Sois jvenes dijo el maestro y es poca cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algn hombre rico. As es cmo debis ha-cerlo: escoged algn lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego aga-rrad a un transente y coged su dinero, pero no lo lastimis.

    Vamos inmediatamente, dijeron todos los discpulos excepto uno, que haba estado callado, con la mirada baja.

    El maestro mir a ese joven discpulo y dijo: M i s otros discpulos son valientes y estn deseosos de ayu-

    darme, pero a t i poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro. Perdonadme, maestro contest, pero el plan que nos ha-

    bis explicado me parece irrealizable; ste es el motivo de mi silencio. Por qu es irrealizable? pregunt el maestro. Porque no existe lugar alguno en el que no haya nadie que nos

    vea contest el discpulo; incluso cuando estoy solo mi Yo me

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  • observa. Antes cogera una escudilla e ira a mendigar que permitir que mi Yo me viera robar.

    A estas palabras, el rostro del maestro se ilumin de gozo. Estre-ch a su joven discpulo entre sus brazos y le dijo: Me doy por di-choso si uno solo de mis discpulos ha comprendido mis palabras.

    Sus otros discpulos, viendo que su maestro haba querido poner-los a prueba, bajaron la cabeza avergonzados.

    Y desde aquel da, siempre que un pensamiento indigno les vena a la mente, recordaban las palabras de su compaero: Mi Yo me ve.

    As se convirtieron en grandes hombres, y todos ellos vivieron fe-lices por siempre jams.

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    LOS DOS CERDITOS

  • Toc-toc, toc-toc. Quin pasa por el camino?, se preguntaron dos cerditos al borde del camino vecinal. Se trataba de una anciana tan encorvada como el sauce que se dobla hasta tocar las aguas del lago.

    Crack, crack, cruja su bastn mientras caminaba; y cuatro oji-tos asustados atisbaban por entre la hierba.

    Quines sois, pequeos? pregunt la anciana Os ha de-jado solos vuestra madre? Entrad en mi cesto; os llevar a mi casita cerca de la entrada de Benars y ser vuestra madre.

    Y la anciana cogi a los dos cerditos y los puso en su cesto, que estaba lleno de algodn que traa de los algodonales. Luego, sigui andando, toc-toc, toc-toc, hasta que lleg a su casita, donde sac a los cerdos del cesto y se los puso sobre las rodillas, y sonrea y rea y se senta muy feliz. Llam al mayor Mahatundila y al pequeo, Culla-tundila

    Y los das y los aos pasaron y la anciana alimentaba a los cerdos y los amaba como si fueran hijos suyos.

    Pero un da se celebr en el pueblo cercano un gran festn. Y los hombres del pueblo bebieron todo el da hasta emborracharse, y , ha-bindose terminado toda la carne que haba en el pueblo, y an no saciados, apetecieron ms. Fueron a ver, pues, a la anciana y dijeron: Madre , aqu tienes este dinero; danos tus cerdos a cambio.

    D e ningn modo respondi ella; no os los dar. Da al-guien acaso a sus hijos a cambio de dinero?.

    ' Tundila significa v i e n t r e p r o m i n e n t e , y es un ep t e to habitualmente aplicado a los Yaksa-s ( V . infra, n . 14, nota 1).

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  • Esos no son tus hijos, madre, son cerdos dijeron los hom-bres Qu hars con ellos ms adelante? Dnoslos ahora, madre, y todas estas monedas de oro sern tuyas.

    Pero la anciana se limit a sacudir su astuta cabeza. Entonces, los hombres la hicieron beber, y cuando estuvo ebria le volvieron a decir: Madre, coge este dinero y danos los cerdos.

    No os puedo dar a Mahatundila, pero coged a Cullatundila, di jo , y , poniendo arroz en la pequea escudilla, dej sta a la puerta y llam: Cullatundila, Cullatundila!

    Mahatundila, oyendo la llamada, pens: Madre nunca ha lla-mado primero a Cullatundila; siempre me llama a m primero. Qu peligro nos acecha hoy?

    Mientras, Cullatundila se acerc a la casita de la anciana, pero al ver la escudilla a la puerta, y a tantos hombres all con cuerdas en las manos, volvi sobre sus pasos y se fue con Mahatundila, con el cora-zn temblando de miedo.

    Hermano di jo Mahatundila, por qu tiemblas as? Madre ha puesto nuestra escudilla a la puerta y all hay hom-

    bres con cuerdas. Me temo, hermano, que nos acecha algn peligro contest.

    Los bondadosos ojos de Mahatundila se posaron tiernamente so-bre su hermano, y con voz baja y dulce dijo: No te aflijas. Has de saber que hemos sido criados y alimentados para este da, precisa-mente. Ay!, nuestra carne es lo que quieren los hombres. Ve, Culla-tundila; responde a la llamada de Madre. Y a continuacin, conmo-vido por las lgrimas de su hermano, habl as:

    Bate en la charca como en un lucido da de fiesta Y encontrars un perfume que nunca se desvanece.

    Y mientras hablaba as, el mundo entero se transform. Las flore-cillas entre la hierba abrieron sus corazones para escuchar, los rboles se inclinaron, el viento se apacigu y los pjaros se detuvieron en su vuelo. Los hombres y la anciana ya no estaban ebrios y las cuerdas les cayeron de las manos. La dulce voz penetr en la ciudad de Benars y fue escuchada por miles de ciudadanos, ricos y pobres. A todos les saltaron las lgrimas, y unnimemente se fueron corriendo en la direc-cin de donde vena la voz, hasta llegar a la casita, donde, derribando la cerca, se agolparon.

    68

    Pero Cullatundila estaba perplejo: Por qu habla de este modo mi hermano? Nunca nos baamos en una charca, ni encontramos per-fume alguno.

    Dime, hermano d i j o , qu es la charca y cul el perfume que nunca se desvanece?

    Mahatundila contest, y la gran multitud call mientras l ha-blaba: La charca es el amor, y ste es la fragancia que nunca se des-vanece. N o te entristezcas, hermano; no te d pena dejar este mundo. Muchos estn en l y son infelices, muchos parten y alcanzan la dicha.

    La dulce voz se introdujo incluso en la cpula de marmol del pa-lacio del rey de Benars, a quien le movieron al llanto.

    La mult i tud de los miles de ciudadanos, por su parte, agitaron la mano y lanzaron fuertes gritos de jbilo. Luego, llevaron a Mahatun-dila y a Cullatundila al palacio, donde el rey dio rdenes para que los dos hermanos fueran baados en el ms suave perfume y vestidos con galas de seda. Les ofrecieron joyas para colgarse alrededor de sus cue-llos, y en lo sucesivo, mientras el rey vivi, ellos vivieron con l en palacio, y todos los litigios fueron llevados ante Mahatundila, el bie-naventurado, quien los resolva.

    Por f i n , cargado de aos, el rey muri, y Mahatundila y su her-mano abandonaron la ciudad para vivir en el bosque, con gran des-consuelo de la poblacin de Benars, que llor a su partida.

    Pero el reinado de la justicia no termin en esa tierra. La gente continu viviendo junta en concordia, y todos fueron felices por siem-pre jams.

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  • 12

    EL BUFALO PACIENTE

  • El malicioso mono cogi un palo y le golpe al bfalo en las orejas con l.

    U n gigantesco bfalo con poderosos cuernos estaba tumbado durmiendo bajo un rbol.

    Dos maliciosos ojos atisbaron entre las ramas, y un pequeo mono di jo :

    Conozco a un viejo bfalo que est durmiendo bajo el rbol Pero yo no le tengo miedo, ni l me lo tiene a m.

    Y salt desde las ramas sobre el lomo del bfalo. ste abri los ojos y , viendo al mono bailar sobre sus ancas, los volvi a cerrar, como si slo se tratase de una mariposa.

    Entonces, el picaro mono ensay otra jugarreta. Saltando sobre la cabeza del bfalo, entre sus dos enormes cuernos, y cogiendo los ex-tremos de stos, se balance como sobre un rbol. Pero el bfalo ni siquiera pestae.

    Qu puedo hacer para que se enfade mi buen amigo?, se pre-guntaba el mono. Y mientras el bfalo paca en el campo, l iba piso-teando toda la hierba que ste quera comer. Pero el bfalo se limitaba a irse a otro lugar.

    O t r o da, el malicioso mono cogi un palo y le golpe al bfalo en las orejas con l. Luego, mientras el bfalo iba caminando, el mono se sent en su lomo y cabalg a modo de un hroe, sosteniendo el palo en la mano.

    El bfalo no solt ni siquiera una queja por todo esto, an cuando sus cuernos eran fuertes y poderosos.

    Pero un da, mientras el mono cabalgaba sobre su lomo, apareci un hada.

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  • Eres grande, oh bfalo dijo ella, pero conoces poco tu pro-pia fuerza. Tus cuernos pueden abatir rboles y tus patas, triturar pie-dras. Los leones y los tigres temen acercarse a t i . Tu fuerza y tu be-lleza son conocidas por el mundo entero, y aun as te paseas con un estpido mono sobre el lomo. U n solo golpe con tus cuernos lo atra-vesara, y uno solo con tu pie lo aplastara. Por qu no lo arrojas al suelo y terminas con todo este juego?

    Este mono es pequeo contest el bfalo, y la Naturaleza no le ha dado mucho seso. Por qu habra, pues, de castigarlo? Ade-ms, por qu habra de hacerlo sufrir para ser yo feliz?.

    A estas palabras, el hada sonri y con su varita mgica ahuyent al mono. Y puso sobre el gran bfalo un hechizo por el cual nadie pudiera volver a hacerlo sufrir, y l vivi feliz ya por siempre jams.

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    13

    EL SARABHA

    5

  • Escal las abruptas paredes con una fuerza superior a la del ms poderoso elefante.

    Existe un ciervo que vive tan en lo profundo de cierto bosque, que nadie lo ve jams. Los hombres lo llaman el Sarabha. Si prestas odos , pequeo, cuando el mundo se acalla y el sol ya est lejos, po-drs or su voz que llega dbilmente desde el bosque.

    U n da, un rey cazaba en ese bosque y penetr tanto en el mismo, que alcanz a ver a uno de estos sarabhas.

    Quin eres t, hermosa criatura?, exclam. Pero el sarabha se fue corriendo y desapareci por entre los rboles.

    L o atrapar! exclam furioso el rey, no se me escapar! Y precipitndose adelante sobre su caballo, lanz flechas contra el hermoso ciervo. Las flechas volaban en torno a ste, pero l no les tena miedo y corra sobre la hierba como un pjaro vuela por el aire.

    El caballo del rey corri cada vez ms veloz, y el bosque, las montaas y los valles se sucedieron sin que el rey reparase en ellos. Sus monteros, su ejrcito, su escuadrn de elefantes quedaron atrs, en el bosque, buscando en vano a su rey. Todos ellos fueron olvida-dos: para el rey no exista otra cosa en el mundo que el hermoso ciervo al que estaba persiguiendo.

    Corre ms, ms! , gritaba el rey enfurecido. Los cascos de su caballo apenas tocaban el suelo en su galope. Pero, inesperadamente, abocaron a un profundo abismo, que el sarabha haba salvado limpia-mente de un salto.

    El rey no vio el abismo, pues slo tena ojos para la presa que persegua, pero su caballo s lo advirti y , no atrevindose a saltar, se detuvo bruscamente en el borde del mismo, saliendo despedido el rey y cayendo al abismo.

    C m o es que ya no oigo el fragor de los cascos del caballo? se pregunt el sarabha Se ha vuelto el rey, o acaso ha cado en el abismo?

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  • El sarabha mir detrs de l y vio al caballo corriendo de un lado para otro sin jinete, y su corazn se llen de pena.

    El rey ha cado al abismo! Est completamente solo! Su ejr-cito est muy lejos! Sin duda, est sufriendo ms de lo que sufrira otro cualquiera en una situacin as, pues l tiene un ejrcito, deslum-brante de oro, un centenar de elefantes y hombres que lo guardan y estn a su servicio. Pero ahora est solo, pobre rey!. Lo salvar, si todava est vivo.

    Estos eran los pensamientos del sarabha mientras se daba la vuelta y regresaba al abismo. A l llegar al borde, mir abajo y vio a su ene-migo dolindose en el polvo. Inclinndose, le habl con voz suave:

    Rey de hombres d i j o , no tengas miedo de m. N o soy un duende de los que causan dao a los que se extravan lejos de su ho-gar. Yo bebo la misma agua que t bebes y como la hierba que crece en la tierra. Puedo ayudarte, oh rey, y sacarte de este abismo. Confa en m: bajar.

    Es cierto lo que ven mis ojos? se pregunt el rey No es se mi enemigo, que ha venido a auxiliarme? Viendo al sarabha, el corazn del rey se inund de vergenza. Noble animal.dijo-, no estoy muy lastimado, pues la armadura que llevo es muy fuerte. Pero la idea de que he sido tu enemigo me duele mucho ms que mis heri-das. Perdname, bienaventurado.

    A l or estas palabras, el sarabha supo que el rey confiaba en l y senta amor por l. Descendi al fondo del abismo y, poniendo al rey sobre su lomo, escal las abruptas paredes del mismo con una fuerza superior a la del ms poderoso elefante, devolviendo al rey al bosque.

    El rey, entonces, lanz sus brazos en torno del cuello del sarabha. Cmo puedo agradecrtelo? di jo. M i palacio, mi pas son tuyos. Ven, querido, vuelve conmigo a la ciudad. N o puedo permitir que te quedes en este bosque para que te maten los cazadores o las fieras.

    Gran rey dijo el sarabha, no me pidas que vaya a tu pala-cio. Este bosque es mi pas, los rboles son mis palacios. Pero si quie-res hacerme feliz, concdeme este favor, pues, te lo ruego: no caces ms en este bosque, para que los que viven bajo sus rboles puedan ser libres y felices.

    El rey se lo prometi de buen corazn y regres a palacio, con gran regocijo de su pueblo, que lo recibi con vtores. Entonces, sin ms dilacin, public un decreto por el cual desde aquel momento na-die poda volver a cazar en el bosque. Y el rey y su pueblo y los ani-males del bosque vivieron felices por siempre jams.

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    LA CIUDAD DE LOS DUENDES

  • Los dems volvieron a su pas volando a lomos del caballo de plata.

    U n gran barco haba sido arrojado por las embravecidas olas con-tra la rocosa costa de una isla. Afortunadamente, la tripulacin y los viajeros, quinientos hombres en total, no se haban ahogado. Su situa-cin, no obstante, era desventurada. Pero, al mirar en torno suyo, se les alegr el nimo viendo la belleza de los alrededores. Nuestro barco se ha hundido dijeron, pero sin duda esta isla alberga innu-merables tesoros.

    A l cabo de un rato, lleg a sus odos el sonido de unas voces y vieron acercarse a un grupo de mujeres. Pronto llegaron stas al lugar donde estaban los hombres y les hablaron as:

    De dnde vens, viajeros? Se ha estrellado vuestro barco con-tra las rocas? Los hombres de esta isla partieron ha mucho en un barco y no regresaron jams. Venid, pues, a nuestras casas, viajeros! Cuidaremos de vosotros y os haremos felices.

    stas fueron las seductoras palabras de las mujeres, y mientras hablaban as ataban a los hombres con mgicas cadenas, y sin saber stos que eran arrastrados por esas cadenas, siguieron a las mujeres hasta sus casas. Y durante algn tiempo vivieron en la ciudad y co-mieron el arroz que las mujeres preparaban en platos de oro.

    Pero una noche, cuando todos los hombres dorman, uno de los quinientos se despert y oy extraas voces. A quin pertenecen esas voces? se pregunt No son voces de duendes?

    Se levant en silencio de la cama y se escondi detrs de una gran piedra y observ. Pronto obtuvo recompensa su espera, pues vio que las mujeres, transformadas en duendes, andaban por la ciudad.

    Es una ciudad de duendes! 1 exclam el hombre horro-rizado; debo decrselo a mis compaeros. Tenemos que huir de aqu!.

    Tan pronto como se le abrieron de este modo los ojos, vio que estaba atado con cadenas. Cuando lleg la maana, cont a sus com-paeros lo que haba visto. Algunos no le creyeron, pero otros pre-guntaban con voz temblorosa Cmo podemos escapar?

    1 Traducimos as literalmente el ingls goblin. Se trata, en realidad, de Yakkkmi-s (snscrito Yaksini-s, femenino de Yaksa), presentadas aqu como una especie de demo-nios femeninos que buscan, como ciertas hadas de nuestros cuentos occidentales, unirse .1 los hombres.

    Los Yaksa-s fueron originariamente considerados como una especie de genii loa, habitantes de los bosques y las montaas y guardianes de tesoros, y se caracterizaban, entre otras cosas, por sus abultados vientres (tundila-s).

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  • No podemos contest el hombre, estamos atados con cade-nas mgicas.

    Mientras deca estas palabras, hubo un destello de luz y del cielo baj un caballo blanco 1 , que se par en tierra ante ellos. Y oyeron una suave voz que proceda del mar que deca:

    Un caballo alado, con alas de plata, ha respondido a vuestra llamada.

    Montad en su lomo, vuestras cadenas se rompern, y l os salvar.

    Y aquellos que no creyeron la historia de su compaero permane-cerion con las mujeres en la ciudad de duendes, pero los dems vol-vieron a su pas volando a lomos del caballo de plata, y todos vivieron felices por siempre jams.

    1 Se trata del caballo Balaha, encarnacin del bodhisattra Aralokitesvara.

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    EL GRAN ELEFANTE

  • uando los hombres llegaron al lugar, vieron la gigantesca figura un gran temor se apoder de ellos.

    M u y en lo profundo del desierto de arena haba un pequeo oasis tic palmeras y flores. Y en ese oasis viva, como un ermitao solitario, un elefante, un hermoso elefante. Coma los frutos de los rboles y beba en un riachuelo que corra por entre las rocas. Viva feliz, bai-lando entre los pltanos, observando noche y da avanzar al desierto.

    Pero un da, mientras avanzaba bailando, de lo lejos llegaron hasta sus odos unas extraas voces.

    A quin pertenecen estas voces? se pregunt No son acaso voces de hombres, oh infelices hombres? Quines son esos hombres y por qu atraviesan el desierto? Sin duda estn perdidos, o quiz sufren algn terrible dolor.

    Estos eran los pensamientos del hermoso elefante mientras avan-zaba en direccin hacia donde procedan las voces. Anduvo un buen trecho por las candentes arenas, hasta que se encontr con un nume-r o s o grupo de hombres apretados unos contra otros y que se hallaban a las puertas de la muerte. Y a este lastimoso espectculo, sus ojos, por primera vez en su feliz vida, se llenaron de lgrimas.

    Oh viajeros! les dijo con voz compasiva, de dnde vens y .1 dnde vais? Os habis extraviado en el desierto? Decidme, oh hombres, a fin de que yo pueda ayudaros de alguna forma.

    Tan contentos se pusieron los hombres al or estas palabras afec-i uosas , que cayeron de rodillas ante l. Bello animal dijeron, he-m o s sido expulsados de nuestro pas por el rey, y hemos vagado por el desierto durante muchos das. No hemos encontrado ni una gota de agua para beber, ni comida alguna para restablecer nuestras fuerzas. Aydanos, queridosuplicaron, aydanos!.

    Cuntos sois?, pregunt el elefante. Tramos mil contestaron, pero muchos han muerto en el ca-

    m i n o .

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  • El elefante los contempl. Uno imploraba agua, otro peda co-mida. Sois dbiles, oh hombres dijo, y la ciudad ms prxima queda demasiado lejos para que podis llegar a ella sin agua ni co-mida. Por lo tanto, andad hacia la montaa que tenis delante. A sus pies encontraris el cuerpo de un gran elefante, que os proporcionar comida, y cerca corre un ro de agua dulce.

    Cuando hubo pronunciado estas palabras, sali corriendo por las arenas ardientes y desapareci como haba llegado.

    A dnde fue el gran elefante? Y por qu se fue corriendo tan aprisa? se preguntaron.

    El elefante se fue directamente hacia la montaa, la misma que haba sealado a los hombres. Pero fue por otro camino, a fin de que los hombres no lo vieron ir hacia ella. Subi a la cima de la montaa y entonces, desde el punto ms alto, y con un tremendo salto, fue a estrellarse contra el suelo.

    Cuando los hombres llegaron al lugar, vieron la gigantesca figura y un gran temor se apoder de ellos.

    N o es ste nuestro querido elefante?, exclam uno de ellos. L a cara es la misma; los ojos, aunque cerrados, son los mis-

    m o s , dijo otro. Y todos ellos se sentaron en la arena y lloraron amargamente. A l

    cabo de un rato, uno de ellos habl. Compaeros dijo, no podemos comernos este elefante que

    ha dado su vida por nosotros. Al contrario, amigos replic otro, si no nos comemos este

    elefante, su sacrificio habr sido estril y moriremos antes de llegar a otra ciudad. Quedaremos sin ayuda y su deseo tampoco se ver cum-plido.

    N o hubo ms palabras. Los hombres inclinaron sus cabezas sobre la arena ardiente y comieron la carne con lgrimas en los ojos. Y ella los hizo fuertes, muy fuertes, y pudieron cruzar el desierto y llegar a una ciudad donde sus problemas terminaron. Nunca olvidaron al gran elefante y vivieron felices por siempre jams.

    S o -

    l

    LA RIA DE LAS CODORNICES

  • No lloris ms, pequeas mas. Si hacis caso de las palabras de vuestra reina, no os atraparn nunca.

    O d esos gritos lastimeros que atraviesan cada da el silencioso bosque! A h ! , son los gemidos de seis m i l codornices. Pobres aves! Cada da llega u n hombre del pueblo y las cubre con una red cuando se posan en el suelo. Despus de arrojar la red, la recoge, atrapando asi a centenares de codornices, que lleva al pueblo para venderlas.

    A h o r a b ien , u n da la reina C o d o r n i z d i j o : N o lloris ms, pe-queas mas. Si hacis caso de las palabras de vuestra reina, no os atraparn nunca. Cuando arrojen la red sobre vosotras, pasad las ca-bezas p o r los agujeros y levantad el vuelo todas juntas, elevando as la red en el aire. Si entonces os posis sobre una montaa erizada de pas, stas mantendrn la red p o r encima del suelo y vosotras podris escapar p o r debajo antes de que el aldeano llegue a la montaa. H a -cedlo c o m o y o os d i g o , y todas os salvaris. Pero si algn da se le-vanta una ria entre vosotras, y empezis a pelearos, ese da, ay!, os atraparn y nunca ms volveris a ver el bosque.

    Las codornices hic ieron tal como su reina les haba aconsejado, y cada da, el aldeano volva a su casa sin un real, y su mujer se enfa-daba muchs imo.

    N o te preocupes l e di jo una noche a su mujer. Esas per-versas codornices se pelearn un da de stos, y entonces las atrapar tc i lmente .

    Y sucedi que un da una codorniz le pis la cabeza a otra. T e v o y a dar lo que te mereces!, grit enfurecida la codorniz

    last imada, saltando sobre la otra y golpendole en las alas. Fuera de aqu , fuera! , gritaba.

    La reina C o d o r n i z , viendo la pelea, di jo a las dems: N o nos quedemos aqu. Estas dos infelices seguro que acabarn mal. Y se fue v o l a n d o con aquellas que hicieron c'aso de su advertencia.

  • Y mientras las dos codornices seguan pelendose, una extraa nube oscura cay sobre sus cabezas: era la red!

    Muchas ms fueron atrapadas con stas y llevadas al pueblo para ser sacrificadas. Pero la prudente reina Codorniz y aquellas que escu-charon su consejo nunca fueron atrapadas. Y en el pequeo y silen-cioso bosque, vivieron todas felices por siempre jams.

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    FUEGO EN EL BOSQUE

  • La pequea no tena miedo; mir fijamente a las llamas con sus dos ojillos brillantes.

    Portaos bien, pequeas dijo Mam Codorniz a siete pequeas codornices que piaban en el nido: Pap y Mam pronto os traern gusanitos, e insectos y semillas.

    Pero cada vez que Pap y Mam Codorniz volvan al nido, seis pequeas codornices cogan los gusanos y los insectos, pero la sptima slo coma las semillas. Y as, mientras las alas de sus hermanas se hacan firmes y fuertes, las suyas no crean nada.

    Una noche, cuando la pequea familia estaba arrebujada cmoda-mente en el nido, fue despertada por unos tristes gemidos que llega-ban de lo profundo del bosque. Pap y Mam Codorniz y las siete pequeas codornices se asomaron fuera del nido.

    Qu eran esas gneas nubes rojas que se cernan sobre los rboles a lo lejos?

    Las pequeas codornices se pusieron a llorar, y sus padres las apretaban bajo sus alas, mientras las enormes nubes rojas bramaban.

    Mira, pap! exclam la sptima codorniz, hay un fuego en el bosque.

    Las ardientes llamas avanzaron por el bosque a la velocidad del viento, quemndolo todo a su paso.

    El estruendo se acercaba cada vez ms, y pronto el fuego estuvo cerca del nido. N o haba tiempo que perder y, como un rayo, Pap y Mam Codorniz y las seis pequeas codornices se lanzaron a volar. Pero la sptima se qued sola, pues no tena alas para volar.

    Las enormes nubes rojas bramaban mientras danzaban alrededor del nido. Pero la pequea no tena miedo; mir fijamente a las llamas con sus dos ojillos brillantes, y, con su vocecita gorjeante, les habl as:

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  • Soy pequea y no tengo alas. Por qu vens a este nido chi-quito en el que me han dejado sola? Seguid vuestro camino, poderosas llamas, no hay nada aqu para vosotras.

    Mientras hablaba de este modo, el furioso fuego se encogi y de-sapareci entre los rboles. El bosque qued silencioso como despus de una tormenta.

    Luego, empezaron a levantarse vocecillas del cenagal y las ranas dieron la seal de que todo estaba despejado. Una a una, fueron aso-mndose cabecitas desde sus escondrijos. Las nubes de humo se ha-ban disipado y la reina Luna sonri nuevamente por entre los rbo-les. La pequea codorniz tambin sonri en su nido al ver despertar de nuevo al bosque, y vivi all feliz por siempre jams.

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    EL FIN DEL MUNDO

  • hasta una montaa que se levantaba en el camino de los animales.

    U n da, una pequea liebre sentada bajo un rbol frutal pensaba y pensaba. En qu pensaba la pequea liebre bajo el rbol?

    Qu me suceder cuando la tierra llegue a su final?, se pre-guntaba. Y en ese preciso momento, cay un fruto del rbol. La lie-bre sali corriendo tan deprisa como podan llevarla sus patas, con-vencida de que el ruido del fruto cayendo al suelo era el de la tierra hacindose pedazos. Y corri y corri, sin atreverse a volver la vista atrs.

    Hermana, hermana! grit otra pequea liebre que la vio correr, dime por favor qu ha sucedido.

    Pero la liebre sigui corriendo y ni siquiera se volvi para res-ponder. Pero la otra liebre corri tras ella, llamndola cada vez con ms fuerza: Qu ha ocurrido, hermanita, qu ha ocurrido?

    Por f in , la liebre se detuvo un momento y dijo: La tierra se est haciendo pedazos!

    A l or esto, la otra liebre se puso a correr ms rpido todava. Una tercera liebre se uni a estas dos, y luego una cuarta, una quinta, hasta un total de cien mil liebres, que corran a toda velocidad por los campos. Y corrieron por el bosque y las profundas selvas, y los cier-vos, los jabales, los alces, los bfalos, los bueyes, los rinocerontes, los tigres, los leones y los elefantes, oyendo que la tierra tocaba a su l i n , corrieron todos locamente con ellas.

    Pero entre los que vivan en la selva haba un len, un len sabio, que saba todo lo que tena lugar en el mundo. Y cuando supo que tan-tos centenares y millares de animales se iban corriendo porque crean que la tierra se estaba haciendo pedazos, pens: Esta tierra nuestra est muy lejos todava de acercarse a su f in, pero mis pobres animales morirn si no los salvo, pues en su espanto se arrojarn al mar.

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  • Y corri a tal velocidad, que lleg a una montaa que se levan-taba en el camino de los animales antes de que stos llegaran hasta ella. Y cuando pasaban por delante de la montaa, lanz tres rugidos con tanta fuerza, que todos se detuvieron en su loca huida y se queda-ron quietos unos junto a otros, temblando.

    El gran len bajo de la montaa y se acerc a ellos. Por qu corris a esa velocidad?, pregunt.

    La tierra se est rompiendo en pedazos contestaron. Quin ha visto que eso ocurra? pregunt. Los elefantes respondieron. La visteis romperse? pregunt a los elefantes. Nosotros no, pero los leones lo vieron contestaron. Lo visteis vosotros? pregunt a los leones. N o , pero los tigres lo vieron contestaron. Lo visteis vosotros? pregunt a los tigres. Los rinocerontes lo vieron respondieron los tigres. Pero los rinocerontes dijeron: Los bueyes lo vieron. Los bue-

    yes dijeron: Los bfalos lo vieron. Los bfalos dijeron: Los alces lo vieron. Los alces dijeron: Los jabales lo vieron. Los jabales di-jeron: Los ciervos lo vieron. Los ciervos dijeron: Las liebres lo vieron. Y las liebres dijeron: Esa pequea liebre nos dijo que la tie-rra se estaba desintegrando.

    Viste t que se desintegrara? pregunt a la pequea liebre. S, seor respondi la liebre, la vi desintegrarse. Dnde estabas cuando lo viste? pregunt. Con voz temblorosa, la pequea liebre contest: Estaba sentada

    bajo un rbol frutal y pensaba: "Qu me ocurrir cuando la tierra llegue a su fin?" Y en ese momento, o el ruido de la tierra desinte-grndose y me fui corriendo.

    El gran len pens: Ella estaba sentada bajo un rbol frutal; se-guro que el ruido que oy fue el de un fruto al caer. Sbete a mi lomo, pequea! di jo, y mustrame el lugar en el que viste desin-tegrarse a la tierra.

    La pequea liebre se mont sobre el lomo del len y ste vol hacia el lugar, pero cuando se acercaban al rbol frutal, la pequea liebre baj de un salto, por lo asustada que estaba de volver al lugar. Y sealando el rbol al len, dijo: Seor, all est el rbol.

    El len se acerc al rbol y vio el sitio en el que la liebre haba estado sentada, as como el fruto que haba cado del rbol. Acrcate, pequea d i j o ; a ver, dnde viste desintegrarse a la tierra?

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    La pequea liebre, despus de mirar a su alrededor y ver el fruto I el suelo, comprob que no haba habido ningn motivo para su sobresalto. Salt de nuevo sobre el lomo del len y volvi con los centenares y miles de animales que esperaban su regreso.

    El len dijo entonces a la gran multitud que el ruido que la pe-quea liebre haba odo era el de un fruto cayendo al suelo.

    Y todos se volvieron, los elefantes a la selva, los leones a las cue-vas, los ciervos a las riberas de los ros, y la pequea liebre al rbol Irutal, y todos vivieron felices por siempre jams.

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  • EL GANSO DE ORO

  • Por encima de nuestra ciudad cruzan nubes de oro!, grit un da la gente de Benars, pues el cielo de esta ciudad se haba cubierto de oro. N o se trataba ni de una nube ni del oro que pueda dejar una estrella a su paso; el oro se derramaba de las alas de un ganso, un hermoso ganso que volaba lenta y majestuosamente por el aire.

    El rey mir a lo alto desde la torre de su palacio. Gran ave exclam con asombro, sin ninguna duda t eres el rey de los que vuelan por el espacio.

    Y llam a sus cortesanos; son la msica, fueron trados guirnal-das de flores y perfumes, honrando as el rey al bello visitante.

    El ganso mir hacia abajo y, viendo al rey y sus cortesanos y las guirnaldas de flores, y oyendo la suave msica, se volvi hacia la ban-dada de gansos qu lo segua y pregunt: Por qu me honra el rey de este modo?

    Seguramente, seor, desea ser vuestro amigo, respondieron los gansos.

    Oyendo esto, el ganso de oro baj a tierra y salud al rey, y luego volvi con sus compaeros en el cielo.

    A l da siguiente, iba el rey andando por los jardines que haba cerca del lago de Anokkatta, cuando la gran ave se le acerc de nuevo, llevando agua en un ala y polvo de sndalo en la otra. Su visita no dur ms que la anterior, pues despus de asperjar al rey con el agua y de espolvorizarlo con el polvo de sndalo, se reuni inmediatamente con sus compaeros y vol hasta su reino de Cittakutta.

    Con el paso del tiempo, el rey de Benars anhelaba cada vez ms volver a ver al ave de oro. Cada da se paseaba junto al lago Anok-katta, y cada da, contemplando el lejano horizonte, se preguntaba suspirando: volver alguna otra vez mi amigo?

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  • Pero el ganso de oro estaba muy lejos, en las montaas de Citta-kutta, con su bandada de noventa mil gansos. Todos ellos adoraban a su rey, y eran muy felices.

    Pero un da, los dos ms jvenes de la bandada fueron a ver al rey y, despus de una profunda inclinacin, dijeron: Venimos a ob-tener licencia de vos, seor. Vamos a hacer una carrera con el sol.

    Pero, pequeos mos dijo el rey, vuestras pequeas alas son demasiado endebles para competir a volar con el sol; morirais en el empeo: sed, pues, juiciosos, y no vayis.

    Pero los jvenes gansos persistieron en su idea. Se lo pidieron por segunda vez, y por una tercera, y, al recibir siempre de su rey la misma respuesta, decidieron partir sin su permiso.

    As pues, antes de la salida del sol se escaparon al Monte Yu-ghandara y esperaron all a que el astro apareciera.

    Pero el rey supo que los dos pequeos gansos imprudentes se ha-ban ido y que estaban en el Yughandara esperando. Vol raudo a la montaa y, cuando el rojo disco solar apareci en el cielo y los dos pequeos gansos desplegaron sus alas, l los sigui.

    Cuando el ms pequeo hubo volado unas pocas horas, el batir de sus alas se hizo muy dbil y stas ya no podan llevarlo. Pero el rey volaba a su lado, y cuando vio que el pequeo ganso iba a caer a tierra, se acerc a l y lo tranquiliz, llevndolo sobre sus propias alas hasta Cittakutta.

    Entonces, el ganso de oro volvi volando junto al otro ganso pe-queo, y, volando ms rpido que el sol, lo alcanz y vol a su lado.

    Seor grit el joven ganso, no puedo volar ms. Entonces, la gran ave lo coloc delicadamente sobre sus alas y tambin lo llev a Cittakutta.

    Y si rebasara al sol, que est ahora mismo en su cnit?, pens la gran ave. Y, atravesando las nubes y el espacio, rebas al sol mil veces.

    Pero, al cabo de un rato, pens: Qu ms me da a m el sol? Por qu tengo que competir con l? Me est reservada una misin mucho ms importante. Ir a visitar a mi amigo el rey de Benars y le dir palabras de sabidura, y l y su pueblo sern felices.

    Vol entonces por encima del mundo entero, de un confn a otro, hasta que por fin lleg a Benars.

    Una vez ms la ciudad se ilumin con una claridad urea. Y, des-cendiendo lentamente, el ganso de oro se pos ante una ventana del palacio.

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    Ha venido mi amigo!, exclam gozoso el rey. Y los vtores re-sonaron por todo el palacio. El propio rey trajo un trono de oro para el ave, y le rog que entrase y se sentara con l.

    Y despus de ofrecerle perfume para revigorizar sus alas y agua fresca para beber, el rey se sent a su lado para poder conversar luntos.

    De dnde vienes, oh bella ave? Desde que volaste sobre Bena-rs, he anhelado volver a verte dijo el rey.

    Vengo de Cittakutta, de las mont