“12 años de esclavitud”, un film-trampa -...

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Esclavitud y engaño“12 años de esclavitud”,un film-trampa

bibliasfera

jonathan GELABERT

¿Quién podría discutirlo? En el film disiente el negrero Edwin Epps, en la única es-cena en la que parece que el tema de fondo va a ponerse encima de la mesa; pero la conversación se dirime en tres líneas de diálogo, sin mayor profundidad que el recurso de los tópicos. No es, pues, una aproximación al tema con el énfasis de Amistad, Raíces o Lincoln, aunque el film se ar-ticule en torno a la privación de la libertad como sendero hacia la degradación humana.

Por otro lado, hay sufi-cientes puntos de contacto con nuestra más incómoda actualidad. La dramática tra-vesía del protagonista podría muy bien ser la misma de mi-les de mujeres que llegan a nuestro país hoy, engañadas por promesas artísticas que

jonathan GELABERTNos encontramos frente a un film desconcertante. Una lectura epidérmica del mismo concluye que se trata de (otro) alegato anti esclavista made in Hollywood, que incorpora sello de autor emergente. Las palabras de un personaje (secundario, pero con un enorme peso dramático) resumen claramente su intencionalidad: “Considero –dice el carpintero Bass– que la esclavitud no es justa ni buena”.

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no son sino infectas estratage-mas que utilizan quienes han convertido el tráfico humano, según fuentes de Esclavitud XXI - Stop the traffik, en el cri-men organizado de más rápi-do crecimiento en el mundo1. Imagino que una organización como ésta podría encontrar en la película un material de primera para concienciar a nuestra sociedad de la necesi-dad de luchar contra el tráfico de personas.

Sin embargo, aun teniendo presente esto (y precisamente por ello) cabe alertar que es-tamos frente a un film-tram-pa, pues no es exactamente aquello que parece ser.

Intentaré exponer los ar-gumentos analizando tres asuntos resbaladizos sobre los que se sustenta la película. A saber: que el protagonista es

un fraude, que el tratamiento de la violencia es manipula-dor y, quizás el peor de todos, que la idea base es perversa.

Pero antes de desarrollar-los debo hacer tres puntuali-zaciones:

La primera es que, por la naturaleza de este ejercicio, el texto no puede estar exento de spoilers, revelaciones so-bre el argumento que podrían perjudicar a quienes no hayan visto la película y quieran ha-cerlo. Alertados quedan.

La segunda es que, por tratarse de un análisis fílmico, que toma como referencia los elementos cinematográficos, el hecho de que esté basado en hechos reales, o que Solo-mon Northup y su relato sean todo lo verídicos que cabe esperar de una autobiografía (cuya veracidad ha sido cues-

tionada, por cierto2), resulta irrelevante al objeto de este estudio. Aquí se analiza una película, no las personas ni los sucesos en los que se inspira.

Por último: que no com-parta la excitación de la ma-yoría de la crítica internacio-nal, que se deshace en elogios utilizando casi unánimente el calificativo “imprescindible”, no significa en absoluto que ponga en duda su excelente diseño de producción, la so-lidez del reparto, la inspirada partitura, la extraordinaria fotografía o cualquier otro ta-lento implicado en este film. No entro a valorar si “12 años de esclavitud” es una buena e incluso una gran película. Lo que intentaré expresar en estos apuntes es que es un film trampa con un discurso perverso.

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Bien. Pues Solomon Nor-thup (el personaje, el pro-tagonista) es la antítesis de esta declaración.

Es un violinista acomo-dado y culto, que vive junto a su familia en Saratoga, al norte de los EE.UU. Un día, dos desalmados que se ha-cen pasar por empresarios circenses, le arrebatan de su apacible y feliz existencia. Es engañado, drogado, secues-trado, apaleado, transportado clandestinamente en barco y vendido como esclavo en Nueva Orleans. Para sus seres queridos, Solomon desapare-ce sin más, como si se lo hu-biese tragado la tierra. Él, en cambio, debe padecer las pe-nurias de un esclavo en el Sur esclavista, privado de su liber-tad, su nombre y su dignidad.

Ahí está el conflicto. ¿Qué hará el protagonista para re-solverlo, para recuperar –si esto es posible– su status ini-cial? De entrada, uno espe-raría que la historia que nos van a contar es la de cómo este hombre consiguió huir y regresar con su familia. Es lo que parece estar prome-tiendo el cartel oficial del film, donde Solomon corre como lo hacía Kunta Kinte escapando de sus bárbaros amos3.

Nada más lejos de la rea-lidad; ya que si algo caracte-riza a Northup en sus años de esclavitud es su inmobilismo. Así que, de alguna manera, el “engaño” en este film asoma por la propia imagen promo-cional.

Ya desde el inicio de su pe-riplo, mientras conversan en-cadenados en la barcaza, otro compañero de tan sórdido viaje (Clemens) le aconseja: “Si quieres sobrevivir haz y di lo menos posible (…) Si quere-mos sobrevivir tenemos que agachar la cabeza”.

En primera instancia, So-lomon replica: “Yo no quiero sobrevivir. Quiero vivir”… Sin embargo, esa misma noche aprende que mantener la boca cerrada y no levantar la cabeza es lo que, a partir de ahora, hará la diferencia entre la muerte y la vida: Un escla-vo que apenas intenta que los marineros no se lleven a una mujer para forzarla, recibe sin más un letal navajazo en el vientre. Este episodio no está en el film para mostrarnos el salvajismo de los esclavistas, sino para que Solomon en-tienda lo que no debe hacer jamás. Esta es la razón por la cual él nunca se atreve a huir

en doce largos años. Bueno, sí… Hay un amago de fuga que dura diez segundos, el tiempo en que tarda en cruzar-se con una comi-

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tiva que está a punto de ahor-car a dos esclavos que han intentado huir. La visión de estos hombres con las sogas al cuello y el cruce de miradas con ellos antes de que los lin-chen es suficiente para apar-car definitivamente la idea de escapar. O al menos la idea de escapar físicamente, pues no hay duda de que el direc-tor se empeña en mostrarnos varias veces cómo Solomon consigue “irse” lejos de su realidad. En virtud de planos mantenidos, Chiwezel Ejiofor consigue expresar a través de sus ojos y sus miradas perdi-das la única evasión de la que es capaz: la de la mente.

La mirada de Solomon es sustancial al personaje. A tra-vés de ella ve el horror; cuan-do es confrontado con éste la dirije al suelo, como intentan-do no seguir viendo para no tener que intervenir; y, final-mente, constituye su escapa-toria momentánea, cuando la deja volar y perderse en su pasado de hombre libre o en sus preguntas mudas al dios que no parece escucharle.

Entonces, si no va a ser un nuevo Papillón, Andy Dufres-ne, Janusz, Frank Morris o los hermanos Michael y Lincoln4, si no va a intentar escapar, ¿en qué radica la esperanza de Solomon Northup de que su pesadilla termine?

La respuesta es tan sen-cilla como argumentalmente sorprendente: En que otros le rescaten, en que sean los de-más los que le saquen de allí. Su única estrategia es conven-cer a alguien para que se jue-gue la vida por él contactando con su gente en el norte del país. Y entonces, que al sa-ber de su condición, aquellos muevan los hilos y vengan a rescatarle.

¿Es esta la acti-tud del héroe de una historia? ¿Que los demás hagan algo por él a riesgo de sus propias vidas?

1. EL PROTAGONISTAES UN FRAUDE

“Por encima de todo, sé la heroína de tu vida, no la vícti-ma.” (Nora Ephron, cineasta)

Steve McQueen y John Ridley, a la sazón director y guionista de 12 años de es-clavitud, deberían haber en-tendido que el consejo de su colega ha de ser escrupulosa-mente aplicado en el cine. De un protagonista se espera que se constituya en el elemen-to dramático sustancial que hace avanzar la acción; aquel sobre el que recae el peso del argumento, ese a quien el es-pectador acompaña en su pe-ripecia, sorteando (o no) los obstáculos y dificultades que le salen al paso en consecuen-ción de un fin. Esto vale igual para una comedia romántica que para un film de acción, una de aventuras o un thriller, un personaje animado o un protagonista colectivo. En una película, las cosas no pasan porque sí: revelan el carácter de los personajes, los ponen a prueba y repercuten en sus conductas. El argumento se extiende como un camino que rara vez es lineal y exento de complicaciones y altibajos. Al contrario, deviene e n proceso que, por serlo, cambia (a ve-ces recupera tras una pérdida) lo que técnicamente se co-noce como la suerte del protagonista y, de alguna manera, lo transforma.

o

izquierda: La fuga inexistente.

derecha: Bass, un carpintero determinante en la liberación de Solomon.

Tras un intento fallido en el que es traicionado y, ex-trañamente (!), no tiene mayores con-secuencias para él, consigue que Bass, un carpintero al

que conoce construyendo un pabellón en la granja del ne-grero Epps, acepte este rol de mensajero. “Lo que me pides me da mucho miedo; por ti y también por mí… –le confie-sa– Pero escribiré esa carta y, si consigues la libertad, será más que un placer; habrá sido mi deber.”

Es interesante como este personaje de apoyo (inter-pretado por Brad Pitt), con apenas un par de secuencias en el film, demuestra mayor valentía, dignidad, empatía, bondad y generosidad que el protagonista en toda la pelí-cula. Y además, arriesgando su propia vida; algo que So-lomon es incapaz de hacer en ningún momento por nadie, ni siquiera por sí mismo.

Bass cumple su palabra y un día el sheriff se presenta en la plantación buscándole. Le acompaña un caballero que ha venido del Norte para corroborar la historia que le han contado. En cuanto le ve, Solomon sale corriendo a abrazarle. Atrás deja doce años de hambre, brutales cas-tigos, explotación, veja-

ciones y humillaciones; doce años de esclavitud, sí; pero ¿también de conformismo?

La escena es terrible, pues pone en evidencia esta caren-cia de empatía del protagonis-ta con los otros esclavos que le ha ido caracterizando todo este tiempo. Así, un momento cumbre (en su vida y en la pe-lícula) no transmite felicidad y liberación, sino amargura y culpabilidad.

Solomon sube de inmedia-to al carro que ha de llevarle lejos de allí sin reparar en lo que deja atrás. Sólo el grito de Patsey, la jovencita a la que hace poco él mismo ha azo-tado cruelmente para evitar que su amo la castigara con mayor crudeza (?)5, le hace salir de su obnubilación por la libertad y, con pesar, regresa a abrazarla.

A abrazarla y nada más.Ni una disculpa, ni una

promesa. Es incapaz. Como lo ha sido a lo largo de doce años, de dar esperanza a quien más la necesita. Solo-mon hace con Patsey lo mis-mo que Clemens, el esclavo que le advirtió que debía ca-llar y bajar la cabeza, hizo con él: corre hacia su libertad sin querer mirar atrás. ¿Por ver-güenza? ¿Por impotencia?

El director (como ha he-cho otras veces) mantiene el plano sobre el rostro del re-cién liberado mientras

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el carro se aleja de la planta-ción. Es la intensa y abstraida mirada del que no sabe qué hacer sino esperar y rogar en silencio por que todo acabe cuanto antes. Esa imagen nos conmueve, porque es la mi-rada de la frustración, pero también nos irrita, porque lo es también de la cobardía.

No. El protagonista no está a la altura. Decepciona. ¿Habrá algo que lo redima?

Puesto que Solomon no ha hecho nada por escapar, ni por evitar o mitigar el do-lor de otros a su alrededor, uno esperaría que, aunque ya está acabando la película, quizá su traumático cambio de suerte le convierta en un luchador, un revolucionario, un líder carismático de la lu-cha anti esclavista.

Nadie pide un happy end, pero sí una respuesta contun-dente por su parte restau-rando su (inmerecido) rol de protagonista.

Cuando Solomon entra en su casa de Saratoga y se re-encuentra con su familia des-pués de su cautiverio, solloza algo con lágrimas en los ojos: “Pido perdón…”.

Es un gran momento para que el protagonista reconozca que ha sido un pusilánime, que se ha negado a sí mismo, que no fue capaz de dar cari-ño a quien más lo necesitaba

(esa descorazonadora pri-mera escena nocturna con una esclava ávida de calor humano), de asistir a otros (Patsie suplicándole que la ayude a “escapar” ahogán-dola en el río), de enfren-

tarse realmente a la injusticia, de luchar por algo más que por “sobrevivir”. Es el momen-to en el que Solomon parece pedir perdón por haber trai-cionado su anhelo de vivir… Pero, para su vergüenza, com-pleta la frase así: “Pido per-dón… por mi aspecto… pero ha sido muy difícil sobrevivir estos años”. Sólo le preocu-pa él mismo, su sufrimiento, su pérdida. Es una confesión amarga y decepcionante que conecta directamente con la idea perversa que subyace en la película y que será aborda-da en el tercer punto.

Otra forma de justificar el protagonismo conferido a Northup sería que su historia hubiera contribuido a ense-ñarnos fielmente algo más que las execrables condicio-nes de vida de los esclavos; más aún: que su experiencia le hubiera transformado en una herramienta para abolir la esclavitud, por ejemplo.

Unos carteles finales nos informan que dio asilo a fugi-tivos, pero ¿le convierte este simple comportamiento hu-manitario en alguien digno de protagonizar un film? También explican que no consiguió lle-var a juicio a los hombres que lo secuestraron y ni siquiera se conocen las circunstancias de su muerte; luego ni fue un mártir del abolicionismo ni una víctima por defender ta-les principios. Eso sí, escribió un libro y estuvo comprometi-do con la causa anti-esclavista “dando conferencias” (!).

Otra frase de Clemens re-sulta, a la postre, condenato-ria para Solomon. Hablando de las opciones para intentar escapar del barco, señala a los otros prisioneros: “Los demás son inútiles. Nacidos y criados como esclavos; ninguno tiene agallas para luchar; ni uno solo de ellos.” Bien, Solomon Northup no había nacido ni sido criado como esclavo y, no obstante, jamás tuvo aga-llas para luchar. Él no tuvo esa excusa; lo que lo convierte en un fraude como protagonista.

2. eL TRATAMIeNTO DE LA VIOLENCIA ES MANIPULADOR

¿Necesitábamos una nue-va película sobre injusticias, abusos y barbaridades come-tidas contra los esclavos en EE.UU.? Como me explicaron en la universidad, la mejor respuesta posible a este tipo de preguntas siempre es la misma: Depende.

Django desencadenado, Lincoln, Criadas y señoras, El mayordomo... son gran-des producciones nacidas al amparo de la administración Obama. La noche en la que retomo la idea de acabar este artículo, programan en televi-sión la excelente producción británica Amazing Grace, que muestra la batalla política de William Wilberforce para abo-lir la esclavitud en Inglaterra. Todas estas películas apor-tan algo de lo que creo que adolece el film de Steve Mc-Queen: una visión particular.

A resultas de lo expuesto en el punto anterior, la histo-ria de Solomon Northup no merecería ser contada... A menos que su intención fuera ubicar, en el contexto de la so-ciedad esclavista norteameri-cana, aquella máxima de San-tiago de “El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado“6; una dura sentencia reformulada siglos más tarde por Martin Luther King: “No me preocupa tanto la gente mala, sino el espantoso silen-cio de la gente buena”7.

En este sentido, duele ver en la película cómo aquellos que se llaman “cristianos” son esclavistas que enarbo-lan la Biblia y la manipulan a su conveniencia, o que, como el primer amo de Solo-mon, Ford (Benedict Cumber-batch), se ven superados por el entorno, refugiándose en una fe ritual, que se autojusti-fica en un permanente quiero y no puedo.

No descarto esta inten-ción en los artífices del film; aunque no les he oído nada al respecto, cabe la posibili-

dad de que, al verse desbordados por el éxito, decidieran ob-viarlo en las entrevis-tas promocionales.

De cualquier for-ma, en la cinemato-grafía contemporá-nea, el tratamiento de la violencia acostum-bra a ser manipula-dor. El exceso vende, lo explícito atrae.

Existe un recurso cinematográfico que sólo los mejores cineastas son capa-ces de usar sin complejos. Se llama elipsis. Permite ahorrar al espectador aquellos mo-mentos más crudos (porque hablamos ahora de violencia) sin por ello perjudicar la com-prensión total del relato. Es tan evidente lo que va a ocu-rrir que la cámara no siente la necesidad de documentarlo.

Tarantino puso de moda lo contrario. Y, como funciona, ahora hay quien lo usa hasta el abuso. 12 años de esclavi-tud contiene algunas escenas fuertes. De violencia explícita. La pregunta es: ¿eran impres-cindibles para construir el relato? Intentemos contestar a esto:

Un dilema similar se plan-teó con La Pasión de Mel Gibson, que fue acusada de recrearse en una violencia gratuita, casi obscena, y con quien algunos han encontra-do algunos paralelismos; so-bre todo en la secuencia de la brutal e inmisericorde flagela-ción a Patsey.

Sin embargo, veo ma-yor conexión con La lista de Schindler de Steven Spiel-berg. La relación del oficial nazi Amon Getz con Helen, su sirvienta judía en el cam-po de concentración, es muy similar a la del negrero Epps con la esclava Patsey. Ambos son racistas torturados por el incontenible deseo carnal hacia aquello que desprecian. Su lucha interna deviene en suma violencia contra las mu-jeres que les despiertan tan abominable (para ellos) como

irresistible pasión, de tal for-ma que su sadismo adquie-re connotaciones lujuriosas. Agrediéndolas salvajemente experimentan una suerte de goce sexual.

En ambos films este esca-broso asunto es argumental, ya que aporta a los persona-jes que encarnan el Mal con-tradicciones que los hacen ve-races; personajes con capas, con dobleces, con subtexto: los poderosos se sienten dé-biles, los carceleros, prisio-neros, los amos, esclavos de estos sentimientos.

Pero mientras Amon es el gran antagonista al que Oskar Schindler tiene que enfren-tarse, Epps no es realmente antagonista de Solomon, por-que –insisto en ello– el prota-gonista no está a su altura; no tiene herramientas (bondad, valentía, fuerza, inteligen-cia...) para luchar contra él, para plantarle cara.

Epps es un amo cruel, despiadado (una excelente recreación de Michael Fass-bender, sin duda), que arre-batado por los celos es capaz de flagelar a su amante negra hasta la extenuación y el or-gasmo; pero que, sin embar-go, se traga sin más la excusa del esclavo Solomon cuando descubre que éste ha intenta-do pedir ayuda por carta para ser rescatado. Una secuen-cia magnífica desde el punto de vista interpretativo, con gran tensión dramática que, por desgracia, se volatiliza en cuanto pone de manifiesto que no hay auténtico conflicto entre ambos por el minúsculo

peso específico del protago-nista.

A estas alturas ya sabemos que Solomon es lo suficiente-mente listo (cobarde) como para sobrevivir doce años ba-jando la cabeza. En cambio, Epps sale mal parado de este indicio de confrontación, por-que decide creerse la excusa (mentira) de su esclavo sin mayores consecuencias. Esto, en un personaje que, unas se-cuencias atrás, no ha creído la excusa (verdad) de Patsey y la ha sometido a un castigo desproporcionado, reduce su credibilidad que, a partir de este momento, va diluyéndo-se como un azucarillo

Cuando el sherrif llega para llevarse a Northup, Epps sólo es capaz de amenazar con que recuperará “a su ne-gro” y salir al galope supues-tamente a reclamar sus dere-chos ante no se sabe quién. Es la última vez que le vemos y es realmente una patética ca-ricatura del villano que el di-rector ha intentado hacernos creer que era.

¿A qué vino entonces otra frase contundente de Bass a Epps en aquel otro amago de profundizar en el tema del es-clavismo?: “Usted y los hom-bres como usted responderán por ello. Lo que hacen está mal. Esta nación se cimenta en un mal horrible, pero el juicio final llegará”.

¿Cuál es el “jui-cio final” para Epps? ¿Que le quiten “a su negro”? Al menos, Spielberg siente ma-

Miradas que describen a los personajes: Epps mira con lascivia a la joven esclava; ella intenta “escapar” de su terrible realidad con la suya; y la más delatora y cobarde: la de Solomon, eludiendo a conciencia ese horror.

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Una magnífica escena a nivel interpretativo que pone de manifiesto

el bluff argumental.

Patsie, una niña sometida a tortura y abuso sexual, que no encuentra en el “protagonista” Solomon al hombre que necesita que la ayude.

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yor respeto hacia el gran antagonista de su film y Amon reci-be el cumplimiento a esta promesa: es burlado por el pro-tagonista (Oskar) y finalmente ahor-cado con la misma

frialdad con la que él ha arre-batado la vida a tantos seres humanos... Epps-Fassbender se merecían algo mejor. Al menos algo.

¿Y Patsie? ¿Dónde quedó olvidada? ¿Por qué esta po-tente subtrama entre ella y su amo no queda resuelta? ¿Hemos de imaginar que las cosas seguirán igual o que Epps acabará asesinándola por no poder soportar sus sentimientos contradictorios hacia ella? ¿La matará final-mente la vengativa esposa o se quitará ella misma la vida para huir?... Tremendo es-fuerzo para los espectadores. McQueen demuestra aquí el poco interés que tiene en los personajes, a los que utiliza, como ha utilizado la violencia, para manipular las emociones y llevarnos al punto dramático que le interesa.

Aunque... cabe la posibili-dad de que aquella violencia explícita concentrada en la flagelación a Patsie, respon-da a una intención argumen-tal. El problema es que esta tesis viene a abonar la teoría

sostenida hasta el momento: que Solomon Northup, por su indolencia, es un fraude como protagonista.

Hay una secuencia apa-rentemente prescindible que vendría a erigirse aquí en determinante. En ella vemos a Patsey sentada en un pra-do construyendo sus propias muñecas con hojas de maíz. El mensaje no puede ser que ésta es la manera en que la esclava desconecta de su te-rrible realidad, sino otro mu-cho más sencillo y a la par demoledor: que es una niña.

Por tanto, lo que Epps ata a un poste con la intención de azotar iracundo hasta la exte-nuación, no es sólo un ser hu-mano, no es sólo una mujer, es también una niña que está siendo torturada y violentada sistemáticamente por un cer-do sin escrúpulos.

Hace dos días me conmo-cionó la noticia de que una niña de 14 años había falleci-do en Bangladesh a causa de un castigo de cien latigazos que le impusieron por haber tenido relaciones sexuales con su primo (supuestamen-te, porque parece tomar fuerza la version de que él la violó)6. En la flagelación pú-blica tomaron parte más de 25 personas varias decenas de ellas no hicieron nada para evitarlo. Solomon Northup es como una de ellas.

3. LA IDEA BASEES PERVERSA

En el punto anterior me preguntaba cuál era la sin-gularidad de 12 años de es-clavitud, aquello que la hace diferente (y por tanto, intere-sante), lo que la distingue de otras aproximaciones al tema de la esclavitud y le confiere un sentido particular.

También apuntaba al ini-cio de este artículo los para-lelismos entre la historia de Solomon Northup y la de mi-les de mujeres de Europa del Este, África y Latinoamérica que son traidas a este país con engaño y violencia, como lo fue él, creyendo haber con-seguido un empleo, y siendo esclavizadas, maltratadas y obligadas a prostituirse; a tra-bajar en condiciones infrahu-manas para satisfacer y enri-quecer a sus amos.

El mecanismo de control de los esclavistas de todas las épocas siempre ha sido el miedo. Un miedo que atena-za, que cierra la boca, que ex-cluye la huida como opción.

En tal sentido, esta pelí-cula podría ser una excelen-te contribución a concienciar sobre la trata y la explotación sexual. Sin embargo, en su propia expresión, traiciona el espíritu antiesclavista.

¿Por qué?Porque el énfasis de

esta película, su valor diferencial respecto a otras propuestas, es profundamente per-verso: Si leemos la si-

nopsis oficial o cualquier otro intento de condesar su argu-mento encontramos algo muy similar a esto:

Cuenta la historia de un negro libre que fue sometido a doce años injustos de escla-vitud.

Este es el resumen, la frase de venta del film: La historia –real, además– de un negro libre. Nos dicen que la historia es especial porque esta vez se trata de un hombre diferente ya que había nacido libre.

Si antes hablábamos del cartel ahora es en la propia web oficial de la película don-de encontramos este inequí-voco mensaje. Sobre el rostro acongojado de Northup y una galería de fotos destaca una frase suya: “I was born a free man” (Nací como hombre li-bre).

El gran shock de Solomon es encontrarse de pronto en-cadenado en un sótano, apa-leado y desnudo frente a un desconocido que le espeta algo que seguramente jamás había oído y que dinamita esa garantía: “No eres un hombre libre”.

A partir de ese momento su vida se convierte en un in-fierno salpicado de flashbacks en los que añora a su familia, el tiempo en que podía pasear junto a los suyos por las calles de Saratoga, o ganarse la vida como violinista tocando para gente feliz en entornos felices. Anhela recuperar esa vida que le han robado; la vida de un negro libre...

¿Un negro libre? ¿Qué cosa es esa?

¿Acaso no eran libres to-dos los demás negros, hom-bres y mujeres, que fueron secuestrados en África, sepa-rados de sus familias y des-provistos de su dignidad hu-mana... como él?

¿Por qué Solomon es dife-rente? ¿Porque tenía el títu-lo de ciudadano americano? ¿Porque nació como hombre libre...?

Makota Valdina, una de las respetadas líderes de las religiones de origen africano

Notas1. Entrevista a Jonatan Serra-no, de Esclavitud XXI - Stop the traffik. Diari de Terrassa, el 12 de diciembre de 2009.

2 Javier Escartín Gómez cons-tata esto en su artículo: His-toriadores ponen en duda el relato de ‘12 years a slave’ y la autoría de Solomon Nor-thup. http://www.premiosos-car.net/2013/09/historiado-res-ponen-en-duda-el-relato.html

3. Kunta Kinte es el nombre del protagonista de la minise-rie Raíces, basada en la nove-la homónima de Álex Haley y que relata la captura de este guerrero mandingo a manos de traficantes de esclavos y la historia de su saga familiar en Norteamerica a lo largo de nueve generaciones.

4 Nombres de los personajes que protagonizaron fugas le-gendarias en los films Papillón, Cadena perpetua, Camino a la libertad, Fuga de Alcatraz y la serie Prison Break.

5 Me recuerda esos gobiernos que aprueban leyes impopula-res con la excusa de que, a la larga, el pueblo “saldrá benefi-ciado”; o esos países que inva-den otros países con la coarta-da de “evitar males mayores”.

6 Carta de Santiago 4:17. Ver-sión DHH (2002) SBU y SBE.

7 También se atribuye esta frase o alguna muy similar a Gandhi y a Nelson Mandela.

8 http://www.elmundo.es/el-mundo/2011/02/04/interna-cional/1296778518.html

en Bahía (Brasil) manifestó hace unos días lo siguiente: “No soy descendiente de es-clavos. Yo desciendo de seres humanos que fueron esclavi-zados”. Esta verdad convierte la singularidad del protago-nista es una falsa premisa, un artificio argumental.

Intentando conseguir el favor del carpintero al que ha visto recriminar a Epps su de-fensa del esclavismo, Solomon le suplica: “Señor Bass: si hu-biese justicia jamás habría lle-gado aquí.”

¿De qué injusticia fue ob-jeto? Obviamente, de haber sido trasladado de un status a otro cuando no le correspon-día. Pero, ¿por qué su caso es más injusto que cualquier otro? ¿Por tener un derecho adquirido?

Aquí subyace un peligroso discurso: si la premisa sobre la que se construye el film es que hay personas que son esclavi-zadas “injustamente”, la con-clusión inmediata es dar por sentado que el resto lo son… ¿”justamente”?

Cuando Solomon suplica a Bass que le ayude usando este argumento, emerge un nuevo conato de profundizar en el tema: “¿De verdad cree que la esclavitud es un mal que nadie debería sufrir?”

Y una vez más ese indicio del protagonista por aprove-char su oportunidad queda anulado al trasladar el senti-do global de la injusticia “que nadie debería sufrir” al decep-cionante ámbito de lo perso-nal:“Pues si es así le pido, le ruego... que escriba a mis ami-gos del norte, que les comuni-que mi situación y les implore que me envíen mis papeles”.

En otras palabras: la escla-vitud es injusta, pero lo que a mí me interesa es salvar mi propio pelllejo. Lo que hay a mi alrededor es terrible, así que sáqueme de aquí...

Además de su incapacidad para asumir un rol compro-metido, este negro libre incor-pora a su argumento un dato relevante. Son “los papeles” los que pueden revertir su si-

tuación. Es gra-cias a ellos y a lo que revelan sobre él que podrá recupe-rar su libertad; de modo que lo que decreta que esa con-dena a esclavi-tud es injusta son unos docu-mentos que garantizan que él es (no quien dice ser, porque lo ha ocultado siempre, sino) un sujeto al que no se puede tratar como se trata a un es-clavo. ¡Y el público ha de em-patizar con él precisamente por esto!

El diálogo final entre Epps y el hombre que se lleva “a su negro” es revelador:

-Pagué mucho por este ne-gro. Tengo los papeles que lo demuestran.

-Y yo los que demuestran que es un hombre libre.

Si ser un hombre libre o un esclavo es una cuestión de papeles, no es extraño, pues, que lo primero que hagan las mafias de la trata sea indocu-mentar a quienes esclavizan.

En nuestro mundo (que es el mismo de Epps, Bass, Pat-sie y Northup) los papeles, y no la propia humanidad, son los que determinan quiénes somos. Así que quien tenga papeles, y más aún quien os-tenta el derecho a otorgarlos o requisarlos, es quien con-trola la libertad. Y mientras unos gestionen la libertad siempre habrá otros que sean esclavos, y lo serán (seremos) injustamente.

Concluyo, por el momen-to, mis reflexiones sobre este film. En ningún caso quisiera que se interpretase este micro análisis repleto de carencias formales como un boicot a la película. Al contrario, creo que es un film no tanto “imperdi-ble” pero sí interesante si nos acercamos a él con voluntad de interpretarlo correctamen-te. Inicialmente pensé que no era una produccion honesta, porque distraía la atención so-bre su eje temático: que hay

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categorías de esclavos, o de libertades o, en última instan-cia, de seres humanos. Pero, a medida que he ido sumergién-dome en ella, he querido auto convencerme de que quizás esta sea sólo su cara más co-mercial, aquella en la que el estudio ha puesto mayor én-fasis; y que, sin embargo, pese a ello, Steve McQueen y John Ridley quisieron contarnos algo más; algo que ha queda-do semioculto por elementos dramáticos más llamativos.

Quiero creer que 12 años de esclavitud es en realidad un film que nos confronta con la esclavitud, que aparente-mente nos muestra lo que es, pero en realidad quiere mostrarnos lo que somos no-sotros o lo que podemos lle-gar a ser (o no ser) en funcion de cuál sea nuestra respuesta personal a ella.

Puede que Solomon Nor-thup sea uno de los peores protagonistas de la historia (aunque gane un Oscar de la Academia), pues de lo único que huyó fue de su responsa-bilidad. Pero, ¿dice eso algo acerca de nosotros?

¿Vamos a luchar por com-batir la esclavitud en las múlti-ples formas en que se presen-ta hoy, o, como él, callaremos y bajaremos la cabeza para no comprometer nuestra propia seguridad?

Si elegimos esto último, si preferimos subirnos al carro que nos aleje de aquello que no queremos ver, la paz nun-ca llegará, porque las voces de los que siguen suplicando ayuda, retumbarán en nuestra mente y corazón hasta el fin. Y seremos esclavos de nuestra propia indolencia.

“Nací como hombre libre” es la (perversa) premisa sobre la que se articula la singularidad

de este esclavo.

Jonathan GelabertBarcelona, 1963

Tras dos décadas de carrera profesional como guionista para el cine y sobre todo la televisión, se involucra en proyectos vinculados a las nuevas tecnologías.

Su bitácora elhombreperplejo.com fue considerada por la revista Cinemanía una de las 100 mejores webs de cine en la Red.

Colabora habitualmente como articulista para diversas publicaciones impresas y digitales. Ha escrito Los Oscars, una historia diferente (RobinBook) y colaborado en la escritura de, entre otros, De la creación al guión (Doc Comparato) y Desde el camerino (Carlos Martínez).

Es fundador de Bibliasfera, Misioneros en el Sexto Continente, que ha impulsado los proyectos Twitteology, Espirituali·tics, Maestros de la Palabra, E-Filex, Follow Jesus, Mekatchis! y Biblia&Cine.

¿Mirar la esclavitud...o combatirla?

Lo que puede enseñarnos el film 12 AÑOS De eSCLAVITUD sobre nosotros mismos, lo pretenda o no. Algunas sugerencias para debatir:

• ¿Qué nos decide a ver un (otro) film sobre la esclavitud? ¿Qué esperamos encontrar en él?

• ¿Somos (o nos creemos) distintos a otros sólo porque “tenemos papeles”?

• Clemens asegura que “Cuando vives en un estado esclavista, sólo hay una salida...”. Él se refiere a no hablar y bajar la cabeza, lo que acaba determinando la (vergonzosa) vida de Solomon Northup. ¿Es éste nuestro caso?

• ¿Podemos seguir bajando la cabeza como él ante la injusticia y el abuso de los poderosos sobre los débiles, desentendiéndonos de todo sólo para sobrevivir?

• ¿Qué otras alternativas tenemos? ¿De qué formas podemos hacer justo lo contrario: hablar y actuar contra los inicuos que esclavizan?

• ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? ¿A nuestra libertad, a la familia, a la salud, incluso a la propia vida? ¿Por qué... o por qué no?

bibliasfera

El Cine nos ofrece una ventana que emociona, divierte, hace

pensar... pero también nos facilita comprender el mundo con lecturas

inéditas de nuestro tiempo. A veces esas lecturas son transversales y

otras se ajustan al marco de una única película.

Por diversas razones, las películas pueden prestarse a malentendidos, o ser interpretadas con sesgos y énfasis que quizá no tengan. No es raro que se les haga decir aquello que no dicen o que se pasen por alto mensajes ocultos o

camuflados que, no por ello, dejan de ser relevantes. Al ser advertidos sobre

ello, no son pocos los espectadores que, como el Rick que llegó al

desierto de Casablanca “por las aguas”, reconocen que...

les informaron mal.

me informaron mal

meinformaronmal.com

Esclavitud y engaño: “12 años de esclavitud”, un film-trampa© Jonathan Gelabert | Bibliasfera, 2014Ilustrado con imágenes promocionales cortesía de Fox Searchlight.