0.5 mg de alquitrán y 1.5 miligramos de morbo, de Eric Uribares

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Concurso de Cuento de Humor Negro, José Ceballos Maldonado Premios Michoacán de Literatura 2015

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GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Salvador Jara Guerrero

Gobernador de Michoacán

Marco antonio aGuilar cortéS

Secretario de Cultura

BiSMarck izquierdo rodríGuez

Secretario Técnico

irMa daza BanderaS

Secretaria Particular

María catalina Patricia díaz veGa

Delegada Administrativa

raúl olMoS torreS

Director de Promoción y Fomento Cultural

arGelia Martínez Gutiérrez

Directora de Vinculación e Integración Cultural

eréndira HerreJón rentería

Directora de Formación y Educación

JaiMe Bravo déctor

Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural

Héctor García Moreno

Director de Patrimonio, Protección y Conservaciónde Monumentos y Sitios Históricos

MiGuel SalMon del real

Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán

Héctor BorGeS PalacioS

Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

rafael tovar y de tereSa

Presidente

Saúl Juárez veGa

Secretario Cultural y Artístico

franciSco corneJo rodríGuez

Secretario Ejecutivo

ricardo cayuela Gally

Director General de Publicaciones

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0.5 mg de alquitrán y1.5 miligramos

de morbo

Concurso de Cuento de Humor Negro,José Ceballos Maldonado

Eric Uribares

Gobierno del Estado de MichoacánSecretaría de Cultura

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

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Primera edición, 2015

© Eric Uribares

dr © Secretaría de Cultura de Michoacán

Colección:Premios Michoacán de Literatura 2015Categoría Cuento de Humor NegroJosé Ceballos Maldonado

Jurados:Ireri Valeria Lemus, Francisco Valenzuelay Jairo Emmanuel Sánchéz

Coordinación editorial:Héctor Borges Palacios

Diseño de Colección:Jorge Arriola Padilla

Secretaría de Cultura de MichoacánIsidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc,C.P. 58020, Morelia, MichoacánTels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx

ISBN: 978-607-9461-13-3

Impreso y hecho en México

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Presentación

Justificar nuestra existencia con la muerte y hacer de esta la protagonista, es parte del humor negro. Tal vez el más crudo de los géneros, pero también el que nos acerca más con la realidad.

Los Premios Michoacán de Literatura tienen un espa-cio para lo “negro” de la cuentística haciendo un ho-menaje a José Ceballos Maldonado, con lo que la oferta literaria se enriquece con las propuestas que año con año son enviadas para su valoración en este concurso nacional de cuento de humor negro.

En esta ocasión el ganador Eric Uribares, nos propo-ne sentarnos detrás del relatovisor y disfrutar del show de la muerte en el reality de la vida, donde nosotros so-mos parte de los protagonistas.

Somos espectadores de una carrera hacía el olvido, protagonizada por una serie de antihéroes humeantes buscando una salida menos decadente a lo que fue su vida.

0.5 mg de alquitrán y 1.5 miligramos de morbo es una narración escrita de forma ágil y divertida, donde Uriba-res nos muestra su oficio como cuentista.

Jorge Arriola

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Para Alicia

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Después de varios meses de competencia los fi-nalistas eran tres: el joven Marlboro, Camel y la señorita Benson. Para entonces, el rating de la te-levisora alcanzó niveles que le permitían colocar varios ceros al costo por anuncio en las dos horas que trasmitían el programa en cadena nacional. También rompieron marca las suscripciones para ver las veinticuatro horas del espectáculo en tele-visión satelital o internet.

A diferencia de otras mecánicas de reality shows donde el morbo entre los espectadores se despertaba básicamente por una aparente supe-ración personal de los participantes, en Fúmate los pulmones, la victoria se conseguiría hasta la muerte. El ganador sería el primero en fallecer por fumar en exceso. El premio era un amplio reco-nocimiento post mortem que incluía una serie de homenajes, develación de estatua, el rostro del ganador en las cajetillas de una edición especial de sus cigarros favoritos y la extirpación de sus

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pulmones para colocarlos en un museo dedicado a las estrellas de TV.

Al principio, las compañías tabacaleras se opu-sieron férreamente a la aparición del programa, argumentando que haría una mala propaganda. No obstante, tras los resultados de los prime-ros anuncios y encuestas, supieron que existían amplias posibilidades de superar por mucho la audiencia de programas como la entrega de los premios Oscar o el Súper Tazón. Fue entonces que decidieron patrocinar abiertamente y a cambio exigieron que los participantes llevaran el nombre de los cigarrillos que fumarían.

El único prerrequisito para la entrevista de se-lección de los participantes fue que tuviesen algu-na enfermedad que se pudiese acrecentar al fu-mar empedernidamente. Se les dio prioridad a los afectados con enfisema y cáncer pulmonar.

La locación era un departamento sin ventanas aunque con un extractor de humo que permitía que las cámaras no perdieran detalle de los acon-tecimientos. Se estableció en tres el número mí-nimo de cajetillas para fumar diariamente. Había un tanatólogo que procuraba acelerar el proceso mediante la pérdida del miedo hacia la muerte. Si la afección previa del participante le causaba

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mucho dolor, estaba contemplado mantenerlo a base de sedantes y paliativos que le permitieran continuar con las bocanadas.

El concurso inició con diez participantes y los primeros tres fueron eliminados a razón de uno por mes, con voto de la audiencia al considerar que les faltaba espíritu de autodestrucción. La pri-mera en salir fue la señora Lucky Strike.

—Me sentía con fuerza y dispuesta a llegar hasta el final —dijo sollozando mientras la entre-vistaban.

—El público creyó que usted en realidad no quería morir, apenas estaba cumpliendo con la cuota mínima de cigarrillos.

—Soy lenta, me gusta disfrutar la inhalación y la exhalación, el humo en mis pulmones, para mí se trata de una cuestión de placer, y estoy segura que de haberme dejado, habría muerto muy pron-to —exclamó antes de marcharse entre abucheos de miles de personas que la recibieron a la salida de la locación y ante la tristeza evidente de sus familiares.

El señor Pall Mall fue el siguiente expulsado. Salió con una sonrisa bien marcada en el rostro, un gesto que parecía tener tatuado y cuya apa-rente felicidad molestó —según las encuestas y

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declaraciones— a la audiencia, quien era parti-daria de situaciones lastimeras.

—Yo no me creo que el señor Mall se fume más de tres cajetillas sin toser y sin quejarse, ahí seguro hay truco —dijo alguien del público al ser entrevistado.

—No iba a llorar, si he de morir lo iba a hacer con la frente en alto, no comprendo a los que ahí dentro se la viven vomitando flemas, como si fue-ra un certamen para despertar la compasión. No señor, si concursamos fue para morir, y a mí me hubiera gustado morir carcajeándome —senten-ció Pall Mall a su salida.

La tercera en abandonar fue la señorita Salem. Desde un principio causó resquemor entre los es-pectadores por ser la única en fumar mentolados. Aunque dentro del departamento era bien vista por sus compañeros varones debido a su promi-nente trasero. A las otras dos participantes fémi-nas también parecía caerles bien, pues disponía de un cierto don de gentes y una timidez que no se traducía en aburrimiento.

—No me parece que un cuerpo tan lindo deba morir, ella no pertenece al resto —comentó al-guien en redes sociales tras el abandono de la se-ñorita Salem.

Días más tarde, se levantó la polémica, pues el

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cáncer de la chica empeoró tan repentinamente que fue internada en el hospital, donde finalmente murió tras un paro respiratorio. De haberse que-dado en el concurso, se hubiese llevado la victoria.

Los cuestionamientos en la prensa —pagados por la cadena de TV competidora— no tardaron mucho en llegar. Se hablaba de resultados ama-ñados para que el show durara el mayor tiempo que se pudiera.

La producción reaccionó de inmediato. Cambió la dinámica de eliminación y algunas situaciones al interior del departamento. A partir de entonces, los siete competidores restantes se eliminaron de la siguiente forma:

El cuarto en salir fue quien produjo menos ceni-za, pues los espectadores reclamaban algo tangi-ble, un daño medible en gramos. Para ello, la pro-ducción le designó a cada participante un cenicero personalizado en el que habría de tirar el resultado de la combustión de sus cigarros, misma que se iría vaciando en una bolsa que, tras dos semanas, fue pesada en la báscula. El dueño de la bolsa con menos gramaje fue eliminado.

Para elegir al quinto en abandonar el departa-mento se llevó a cabo una tomografía compu-tarizada de los participantes. Los resultados se

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mostraron a la audiencia —para garantizar un proceso transparente—, manteniendo el anoni-mato de los mismos para conservar el suspenso hasta el último momento. Por supuesto, el que mostró menos daño pulmonar fue el perdedor.

El sexto participante se eliminó a través de una simple competencia de velocidad. La producción les dio una cajetilla completamente nueva a cada uno, y a la cuenta de tres, los concursantes encen-dieron el primer cigarrillo —habría que fumarlo hasta el filtro, lo cual era verificado por un jurado especial y sólo se detendrían hasta terminarse el último del paquete—, aquellos que, como la se-ñorita Benson fumaban extra largos, pudieron re-cortar sus pitillos para quedar del mismo tamaño que el resto. El más lento abandonó el certamen.

El último competidor en retirarse del departa-mento para dejar sólo a los tres finalistas fue ele-gido por sus compañeros, ya que la producción decidió que el ganador, es decir, el primero que muriera, tenía el inalienable derecho de fallecer a lado de gente que le pareciese menos detestable que el resto.

Fue bajo estas dinámicas fue que abandonaron el departamento los señores Winston, L&M, Du-cados y Alas.

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Durante esas semanas la venta de televisores aumentó. Se registró un alza de accidentes au-tomovilísticos que muchos atribuyeron al lanza-miento de la aplicación para ver el espectáculo en teléfonos móviles. El Congreso aprobó una iniciativa que bajó la edad mínima para fumar de dieciocho a nueve años. Según académicos, las enfermedades a causa del tabaquismo se convir-tieron en un símbolo de status y comenzaron a ser bien vistas por la sociedad.

En el departamento, los tres finalistas mante-nían una feroz batalla por morir y ganar. No obs-tante, surgió algo que pocos esperaban y algunos telespectadores detectaron primero con sorpresa y asombro y otros con incredulidad. Y como siem-pre en estas cosas, los últimos en darse cuenta fueron los involucrados y la producción misma: la señorita Benson y Camel, mostraban el uno para el otro una actitud displicente, una amabilidad in-usual para quien busca hundir a un rival en la vida.

—Yo creo que están enamorados —dijo alguien de la audiencia y, sólo hasta ese momento, la pro-ducción cayó en la cuenta de que esto podría ser verdad.

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Camel

Su nombre era José Manuel Pinzón Pérez, alias Chema. Chilango y chemo desde chavito. Se afi-cionó al tabaco en un anexo al que lo llevaron sus padres tras encontrarlo trabado de las mandíbu-las tras varias semanas de fumar piedra sin dar tregua.

Ahí, estuvo internado algunas semanas. Duran-te una especie de delirium tremens producido por el síndrome de abstinencia, vio en el logotipo de una cajetilla de Camel las figurillas que acompa-ñan la leyenda urbana —el hombre con la verga enhiesta, un león, una mujer desnuda, una mari-posa monarca, un submarino hundiéndose — en pleno movimiento, un viaje sudoroso y lleno de fiebres espasmódicas.

Siempre tuvo suerte con las mujeres, incluso mientras anduvo en los sótanos de la adicción. Tenía una verga como brazo de albañil: aguerrida y venosa. También era bueno con la puntería: ha-bía matado a un par y había embarazado a unas cuantas en el mismo barrio.

Le detectaron cáncer en el pulmón cuando se hizo exámenes para ingresar al ejército. La noticia no mermó su consumo de cigarrillos diarios ni le

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causó preocupaciones mayores. Desde pequeño tenía una sensación de vivir horas extra, por lo que afrontó el padecimiento con cierta naturali-dad.

Cuando hizo el casting para el programa, la pro-ducción supo de inmediato que se hallaba ante un raro espécimen, a caballo entre la indulgencia y el atrevimiento; un personaje de novela policial y cicatrices queloides en la espalda y en la vida. El tipo de hombre que apretaría las tuercas lo sufi-ciente para mantener el rating arriba pero acos-tumbrado a la derrota, situación que facilitaba las cosas por si era necesario amañar los resultados.

A José Manuel Pinzón Pérez le acomodaba eso de morir para ganar, pues nunca, ni en sus sue-ños más tranquilos, aquellos en los que dormía libre de espasmos y pesadillas, pudo imaginarse vencedor de algo, por lo que obtener una victoria cuyos frutos serían póstumos le pareció algo ne-cesario y hasta alegre.

Cuando la cantidad de flemas y las dificultades respiratorias de Benson aumentaron con notorie-dad, y todos supieron que ella era la más avanza-da en el camino de la muerte-victoria, Camel sintió algo extraño en el pecho que, lo supo de inmedia-to, no era atribuible a su cáncer ni a los cigarrillos

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ni a saberse con amplias posibilidades de ser de-rrotado. Era una especie de arrebato adolescente, por lo que decidió que la mejor forma de demos-trar ese sentimiento, era ayudándola a ganar.

Benson

Su nombre era María y de vez en vez soñaba con padecer una enfermedad terminal sin que esto implicara tener una pesadilla. Lo deseaba tanto como un ludópata ansía secretamente la derrota que, en automático, le otorga un vigor renovado para seguir jugando.

Cuando le diagnosticaron cáncer, esbozó una sonrisa. Un motor interno que le revolucionó el aplanamiento emocional en el que vivía. Nunca encontró satisfacción en algo, el sexo le resultaba prescindible, un acoplamiento de carnes que impli-caba invertir una intensidad de esfuerzo que igua-laba al placer recibido, por lo que resultaba un jue-go de suma cero. No tenía adicciones —ni siquiera al tabaco, el cual comenzó a consumir una vez que le confirmaron el padecimiento, como una forma de hallar una explicación a posteriori—, la búsque-da del bienestar personal era algo que competía de frente con la inmovilidad.

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Por eso encontró en la enfermedad una certeza que la sedujo, un atractivo que le susurró al oído como nunca algo lo hizo. Lo de inscribirse al con-curso fue una consecuencia lógica tras la euforia de saberse en los pulmones de la muerte, el desliz de un ego por toda una vida agazapado.

La producción vio en ella a un contrincante con las mayores posibilidades de éxito. Morir para ga-nar era algo que pocos deseaban. Renunciar a la fama en vida, requería la abdicación de todo pla-cer inmediato, algo que María dejó en claro du-rante las primeras entrevistas y exámenes psico-lógicos para el casting.

En la recta final del concurso, tanto ella como el joven Marlboro aumentaron de manera significati-va la solicitud de comprimidos para evitar el dolor que acompañaba el avance de la enfermedad y que la producción proporcionaba a raudales junto con el agua y la comida.

Fue durante esos días que la esterilidad emotiva en la que se había sumergido casi desde la infan-cia, fue cediendo ante el apoyo que le proporcio-naba Camel, a quien sin duda, ella le despertaba un interés inusual, y él lo correspondía incitándola a fumar lo más que pudiese para que tuviera una muerte pronta que la llevara a la victoria.

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Marlboro

Su nombre era Felipe V y era el hijo de un tatara-nieto de Philip Morris, el hombre-tabaco, el funda-dor de una de las cigarreras más importantes del mundo. Nunca fue reconocido con el apellido pa-terno, pero a cambio recibió desde pequeño una pensión mensual que le permitió vivir con holgura y lujos a lado de su madre y tres medios herma-nos.

En las charlas de sobremesa de su familia ma-terna se decía que Felipe era un bueno para nada y, que de no ser por la abundante asignación del padre —al que sólo había visto en contadas oca-siones—, sería incapaz de sobrevivir por cuenta propia. Era una plática recurrente que Felipe había escuchado en varias ocasiones de manera acci-dental. La familia evidenciaba el sentimiento me-diante un trato distante.

Fumaba ocasionalmente, por lo que nunca ha-bía tenido una complicación de salud a causa de ello. Una noche recibió la llamada de la produc-ción para invitarlo a entrar al concurso. Era un fa-vor que su padre le solicitaba, su objetivo no se-ría buscar la muerte-victoria como el resto, sino llegar hasta el final para posicionar la marca, de

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la que el bisnieto Morris era directamente respon-sable. Sólo tendría que aceptar y meterse en el departamento a fumar, la producción se encarga-ría de facilitarle las cosas: sus cajetillas estarían arregladas para que no contuvieran tanta nicotina ni alquitrán y de esa manera el daño fuese menor, las placas de los pulmones y demás resultados de laboratorio que se necesitaran también serían al-terados.

Felipe V aceptó a regañadientes. No le apetecía dejar la comodidad hogareña para enclaustrarse con un grupo de desconocidos. Era algo parecido a verse obligado a trabajar, lo que sin duda, no estaba en su horizonte mental.

Nunca fue el favorito de la audiencia y si la di-námica del concurso fuese transparente, habría abandonado el departamento a las primeras de cambio. Con el resto de los competidores su rela-ción fue si no de frialdad o indiferencia, sí de una formalidad que lindaba la desconfianza y carecía de guiños amables.

Cuando sólo quedaron Camel, Benson y él en el departamento, las cosas no fueron distintas. Camel apoyaba a Benson abiertamente y con al-tas dosis de cursilería: le ponía los cigarrillos en la boca, la atascaba de comprimidos contra el dolor,

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le decía al oído “vamos, tú puedes morir, es cues-tión de que te decidas”.

Los espectadores sabían que Camel no gana-ría, que la competencia se había cerrado entre Benson y Marlboro. La producción, que conocía la perfecta salud de Felipe, había comenzado a es-culpir la estatua de la chica. El rating estaba en su máximo punto. Había cápsulas informativas que interrumpían hora a hora la programación ordina-ria de la TV.

Pero desde semanas atrás, Marlboro supo que era la oportunidad de su vida. Él no era sólo el ta-taranieto de Philip Morris, Felipe V el inútil, él tenía los huevos bien puestos, por eso había guardado de poco en poco los comprimidos para el dolor que la producción dejaba y, cuando tuvo unas buenas decenas y supo que Benson no tardaría en morir, decidió tragarlos en una toma.

***La producción certificó la muerte de Marlboro. Un desenlace lógico para alguien con los pulmo-nes tan dañados. La audiencia se volcó a los fu-nerales y homenajeó al difunto como el campeón que era. Felipe V el magnífico. La estatua fue de bronce y cuerpo completo. La edición especial

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con su rostro en las cajetillas de cigarrillos se agotó en un santiamén. Sus pulmones se exhibie-ron en un museo de famosos, y, extrañamente, nadie se preguntó por qué parecían tan sanos, tan llenos de vida.

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Se terminó de imprimir en agosto de 2015

en los talleres gráficos de Siete Cyan

ubicados en Oriente 2, No. 70

Cd. Industrial

Morelia, Michoacán, México

La edición consta de 1,000 ejemplares

y estuvo al cuidado del autor,

Viridiana Guzmán y Martha Montaño.

En portada: Ilustraciones vectoriales modificadas digitalmente,

tomadas de retrovectors.com

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