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1 VIVENCIA DE LOS TEXTOS EVANGÉLICOS SOBRE EL MISTERIO DE CRISTO DESDE EL CORAZÓN DE LA MADRE DE JESÚS Juan Esquerda Bifet Profesor eméritoPontificia Universidad Urbaniana Roma Presentación: La moral y la espiritualidad como vivencia del Misterio de Cristo, en paradigma mariano El Evangelio ha tenido eco vivencial en el corazón de la Madre de Jesús y este eco se ha continuado en la Iglesia. Es una realidad que ya se ha convertido en una historia de gracia y que repercute en la actualidad de la Iglesia. María compartió su vivencia con los primeros discípulos y con los primeros creyentes de la Iglesia primitiva. De algunos acontecimiento del Evangelio, sólo ella había sido testigo. Aquel momento del Cenáculo, cuando la primitiva comunidad cristiana “oraba en sintonía con la Madre de Jesús” (Hech 1,14), fue un hecho programático que se encuadra dentro de los planes de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de todos los tiempos. Aquella realidad de gracia continúa en su corazón y en el corazón de la Iglesia, convirtiéndose en nuestra propia biografía bajo la acción del mismo Espíritu Santo que guió a María para meditar en su corazón todos los gestos y palabras del Señor (cfr. Lc 2,19.51). Ella continúa meditando en el corazón el Evangelio que resuena en la historia concreta de cada creyente. Propiamente se trata de vivir en sintonía con los mismos sentimientos de Jesús, que él contagió a su Madre y que ahora nos comunica como parte integrante de nuestra vocación cristiana: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). O como dice S. Pablo: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5). Estas invitaciones están incluidas en el encargo del Calvario: “He aquí a tu madre” (Jn 19,27).

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VIVENCIA DE LOS TEXTOS EVANGÉLICOS SOBRE EL MISTERIO DE CRISTO DESDE EL CORAZÓN DE LA MADRE DE JESÚS

Juan Esquerda BifetProfesor eméritoPontificia Universidad Urbaniana

Roma

Presentación: La moral y la espiritualidad como vivencia del Misterio de Cristo, en paradigma mariano

El Evangelio ha tenido eco vivencial en el corazón de la Madre de Jesús y este eco se ha continuado en la Iglesia. Es una realidad que ya se ha convertido en una historia de gracia y que repercute en la actualidad de la Iglesia.

María compartió su vivencia con los primeros discípulos y con los primeros creyentes de la Iglesia primitiva. De algunos acontecimiento del Evangelio, sólo ella había sido testigo. Aquel momento del Cenáculo, cuando la primitiva comunidad cristiana “oraba en sintonía con la Madre de Jesús” (Hech 1,14), fue un hecho programático que se encuadra dentro de los planes de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de todos los tiempos.

Aquella realidad de gracia continúa en su corazón y en el corazón de la Iglesia, convirtiéndose en nuestra propia biografía bajo la acción del mismo Espíritu Santo que guió a María para meditar en su corazón todos los gestos y palabras del Señor (cfr. Lc 2,19.51). Ella continúa meditando en el corazón el Evangelio que resuena en la historia concreta de cada creyente.

Propiamente se trata de vivir en sintonía con los mismos sentimientos de Jesús, que él contagió a su Madre y que ahora nos comunica como parte integrante de nuestra vocación cristiana: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). O como dice S. Pablo: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5). Estas invitaciones están incluidas en el encargo del Calvario: “He aquí a tu madre” (Jn 19,27).

En el corazón de su Madre se encuentra toda la biografía vivencial del mismo Jesús, en toda su hondura, que se elaboraba continuamente como un bordado maravilloso, y en el que cada ser humano está insertado y llamado para cumplir un proyecto de amor.

Es necesaria esta relectura mariana del Evangelio para entrar en sintonía con los sentimientos o vivencias de Cristo. Todo el evangelio, palabras, gestos y acontecimientos del Señor, se concretan en esta afirmación: “Habiendo amado a los suyos, que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Al Señor no se le puede conocer si no es amándole: “Si alguno me ama […] yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

El Espíritu Santo, por el que María concibió al Verbo (cfr. Lc 1,35), es el mismo que delineó la interioridad y la misión de Cristo: “Le ungió con el Espíritu Santo […] y pasó haciendo el bien” (Hech 10,38). Y ahora es el mismo que nos ayuda a hacer de nuestra vida una página de la biografía de Jesús, a modo de “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo” (2Cor 3,3). Somos Iglesia “complemento” del Señor (Fil, 1,23; Col 1,24), que se va construyendo bajo el “sello” y la “prenda” del Espíritu Santo (Ef 1,13-14).

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Nuestra reflexión se mueve en la armonía de la revelación y de la fe, a partir de los mismos textos evangélicos, releídos en el decurso de la historia de la Iglesia con las nuevas luces del Espíritu Santo que continúan armónicamente hasta el fin de los tiempos.

Cuando los Santos Padres y el magisterio de la Iglesia (o los santos de todas las épocas) comentan estos textos evangélicos (que giran en torno a lo que Cristo hizo y dijo), frecuentemente hacen referencia a los sentimientos y al corazón de su Madre. Es verdad que ella no estuvo siempre presente durante la vida pública del Señor; ni tampoco sabemos el grado de conciencia explícita que ella tenía sobre la acción de Espíritu Santo en cada momento, pero las últimas palabras de Cristo en el Calvario son como un resumen de su predicación y todas ellas resonaron en el corazón de su Madre, la cual nos fue dada como Madre tal como era, con un corazón “contemplativo” y una actitud de donación total, virginal y fecunda, como de una nueva maternidad que se debe prolongar en la Iglesia. A nosotros nos toca tomar conciencia y vivir esta realidad de gracia que continúa. Es el meollo de nuestra vida espiritual y moral.

Deseo dejar constancia de que, aunque hacía años que estaba reflexionando sobre este tema, ha sido para mí un gran aliciente la invitación implícita que hizo Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, cuando describía la alegría de María al oír que Jesús formaba su familia (¿quién es mi Madre?):

“Lo vemos en la humildad con que (María) acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cfr. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14)” (Deus Caritas est, n.41).

Si esta “meditación” de María sobre el evangelio ya tenía lugar durante la vida pública, con la misma lógica podemos vislumbrar su interioridad contemplativa en el Cenáculo de Pentecostés y en la Iglesia primitiva. Así lo afirma la Carta Apostólica Porta Fidei, cuando explica que María comunicó lo que había meditado: “Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14; 2, 1-4)” (Porta Fidei, n.13).

Tanto respecto a la Iglesia primitiva como también respecto a la Iglesia de todas las épocas, la interioridad del corazón de María continúa siendo una realidad de gracia. S. Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, describía los sentimientos que tendría María al oír de boca de los ministros las mismas palabras de Jesús: “¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros (Lc 22, 19)?" (n.56). Esta vivencia mariana fue en ella una realidad y ahora acontece en la Iglesia. Efectivamente, “la relación de María con la Eucaristía se puede delinear a partir de su actitud interior” (n.53); “la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?" (n.55).

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Como decía S. Gregorio Magno, el evangelio “crece” cuando es meditado y vivido, es decir, acontece en la vida de la Iglesia y del mundo. La Iglesia vive esta realidad en estrecha relación con María: “Las palabras divinas crecen con quien las lee”1.

La historia de la Iglesia y de cada fiel en particular, se fragua continuamente dejándose modelar por la lectura contemplativa del Evangelio. La moralidad y la espiritualidad indican la vivencia y puesta en práctica de todo lo que se cree y celebra.

Estas invitaciones son claras y llamativas. Además de provenir del magisterio pontificio, reflejan una mentalidad teológica (como la del Papa Benedicto) y también la vivencia de toda la Iglesia.

Mi reflexión parte de la base de que ha de haber un modo objetivo y teológico de entrar en esta contemplación mariana sobre todos los contenidos evangélicos, sin necesidad de caer en simples elucubraciones o suposiciones. Pero ¿cómo trazar una pauta acertada para encontrar esta relación de todo el Evangelio con la meditación vivencial de María? Intentamos entrar en la pista de la “moral” y “espiritualidad” en su dimensión mariana y, por tanto eclesial. Se trata de una “vida” y de un “camino” según el Espíritu, el mismo Espíritu por el que María concibió al Verbo del Padre2.

La Bula del Papa Francisco sobre el Año Santo de la Misericordia nos indica también esta pista, al relacionar la interioridad de María (su corazón cuando recita el “Magníficat”) con nuestra vivencia de fe en nuestro caminar eclesial histórico:

“Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende «de generación en generación» (Lc 1,50).También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María” (Misericordiae vultus, n.24).

I: LOS MOMENTOS CLAVE DE LA CONTEMPLACIÓN DE MARÍA SOBRE LOS HECHOS Y DICHOS DE JESÚS

Cualquier expresión oral emitida por una persona, así como una descripción que se hace de ella, deja entrever, de algún modo, sus vivencias. En nuestro caso, se trata de las vivencias de María (que podríamos encuadrar en lo que hoy llamamos moral y espiritualidad) acerca del misterio de Cristo.

Tal vez este aspecto “relacional” y “vivencial” no se ha estudiado suficientemente, puesto que durante siglos nos hemos centrado más en los contenidos intelectuales (ideas) y en los acontecimientos (hechos). Pero, sin intento de forzar los textos, estas ideas y estos acontecimientos se desarrollan y realizan por parte de personas concretas, las cuales

1 Homiliae in Ezechielem 1, 7, 8: PL 76, 843 D.

2 Cabe distinguir y armonizar los términos “moral” y “espiritualidad”. Sin necesidad de entrar en opiniones discutibles, ordinariamente se distingue entre moral (campo de virtudes, preceptos) y espiritualidad (líneas o camino de perfección). En el fondo, tanto en la moral como en la espiritualidad, se trata de un “conocimiento de Cristo vivido personalmente” (Veritatis Splendor, n.88).

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dejan entrever sus convicciones, motivaciones y actitudes. El testimonio de estas personas (como en el caso de la Madre de Jesús) no es sólo de ejemplaridad, sino también de vivencias que equivalen a la puesta en práctica de la moralidad y espiritualidad cristiana.

Vamos a hacer primero un recuento a modo de listado sencillo, sin entrar, de momento, en los contenidos de los mismos textos. Son los textos, que, como veremos en los capítulos siguientes, han sido comentados por Padres y escritores.

En la Anunciación:

Admiración y reflexión: “Discurría qué significaría aquel saludo” (Lc 1,29). María pregunta sobre el proyecto y la voluntad de Dios: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34). Su plena disponibilidad: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38),

En la visitación:

Decisión de María sin hacer esperar ni detenerse: “Fue con prontitud” (Lc 1,39). Saluda ella la primera (cfr. Lc 1,40). Todo el himno del Magníficat: “Engrandece mi alma la Señor”, “se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, “ha mirado la humildad de su esclava”, “ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso”, “santo es su nombre”, “su misericordia de generación en generación”, etc. (Lc 1.46ss). Actitud de servicio humilde: “María permaneció con ella tres meses, y se volvió a su casa” Lc 1,56). En el nacimiento:

Sus gestos silenciosos y maternos en Belén: “Dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (Lc 2,7).El “recuerdo” de todas las circunstancias (acontecimientos, gestos y palabras): “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).

En la presentación del niño en el templo:

Fidelidad a la Ley: “Para presentarlo --ofrecerlo-- al Señor” (Lc 2,21-22). La actitud de admiración por parte de María y José: “Estaban admirados de lo que se decía de él” (Lc 2,33).

En el templo a los doce años del niño:

La peregrinación anual durante la Pascua: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua” (Lc 2,41). La búsqueda del niño perdido: “Hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca” (Lc 2,44-45). Al encontrarlo y verlo, sus padres se admiran: “quedaron sorprendidos” (Lc 2,48). María pregunta el por qué: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (Lc 2,48). El eco de todos los detalles (acontecimientos, gestos, palabras) en su corazón: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51).

En las bodas de Caná:

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Sensibilidad ante una dificultad: “No tienen vino” (Jn 2,3). La actitud mariana de la Alianza como constante bíblica: “Haced lo que él os diga” (Jn 2 5; cfr. Ex 24,7). Fe y seguimiento evangélico con María: “Creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos” (Jn 2,11-12).

“La hora” de la que Jesús habla a su Madre en Caná, es la misma hora de su oblación sacrificial (cfr. Jn 2,4; 13,1; 17,1). “La Madre de Jesús”, en el evangelio de Juan, es el punto de referencia para una fe concretada en seguimiento evangélico (cfr. Jn 2,11-12)3.

Al pie de la cruz.

De pie junto a la cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena” (Jn 19,25). Nueva maternidad : “Tu hijo”, “tu madre”, “el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19,26-27). El eco de los acontecimientos y palabras de Jesús en su corazón se puede calificar como la totalidad del Evangelio que queda escrito en su Corazón: perdón (Lc 23,34); esperanza (Lc 23,43); nueva fecundidad materna (Jn 19,25-27); “sed” (Jn 19,28); donación total (Jn 19,30; Mt 25,45; Lc 23,46); "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37; Zac 12,10). Hay que resaltar también el abandono y confianza al recordar el seno materno durante la recitación del salmo 21 (cfr. Mt 27,46): “Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre; a ti fui entregado cuando salí del seno, desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios” (Sal 21,10-11).

En el Cenáculo de Pentecostés:

La comunidad eclesial en sintonía de sentimientos con María: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu… con la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Toda la comunidad eclesial santificada con María: “Todos quedaron llenos del Espiritu Santo” (Hech 2,4).

El conjunto de todos estos textos nos deja entrever a María con su actitud interna de observación, recuerdo, disponibilidad, etc., a modo de fe viva en armonía con la revelación. Son textos que transparentan con toda claridad su actitud interna respecto a la historia salvífica, en la que ella estaba inmersa junto con toda la comunidad creyente.

En realidad, ella es la única que ha vivido con fe explícita todos y cada uno de los momentos fundamentales de la redención, desde la Encarnación hasta la Ascensión y Pentecostés. Y, por tanto, la única que los ha podido comunicar (directa o indirectamente) a la primera comunidad cristiana. La “memoria apostólica”, que se expresa en los textos evangélicos, corresponde a la misma realidad del Cristo histórico, que María meditó en su corazón y, de algún modo, lo transmitió a la comunidad eclesial. La “memoria mariana” se identifica con la “memoria apostólica” y, por tanto, con la “memoria histórica y salvífica”.3 El “seguimiento” evangélico (que en el evangelio de Juan está íntimamente relacionado con “la Madre” de Jesús) tiene sentido de relación personal con Cristo para compartir su misma vida y misión: “llamó a los que quiso […] para estar con él” (Mc 3,13-14); “estuvieron con él” (Jn 1,39); “habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15,27). De la fidelidad a este seguimiento, dependerá la fecundidad materna de la Iglesia (cfr. Jn 16,21-22; 19,25-27).

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Cualquiera de estos textos evangélicos siguen siendo todavía realidad vivencial en María, que ahora vive con nosotros el misterio de Cristo presente en la Iglesia y en el mundo, y que nos acompaña con su presencia y actitud materna. Cuando escuchamos con actitud de fe la Palabra de Dios, ésta sigue teniendo acogida en el Corazón de María, figura de la Iglesia y que incide en la misma Iglesia. Los acontecimientos salvíficos siguen siendo realidad.

María había escuchado frecuentemente (en las lecturas bíblicas) el título mesiánico de “Emmanuel” (Is 7,14, “Dios con nosotros”). Es la realidad de Jesús, tal como se confirma en el contexto del anuncio del ángel a José (cfr. Mt 1,23). La actitud relacional de María con Dios quedaba matizada al convivir largos años con Jesús, al recordar que era el “hijo del Altísimo” (Lc 1,32) y al escuchar sus palabras de fidelidad a su “Padre” (Lc 2,49).

El conjunto de los textos marianos neotestamentarios refleja una actitud de adhesión y fidelidad a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro “Salvador” (Jesús). Por ser María “figura” de la Iglesia, podemos ver en ella el resumen de nuestra fe viva, en armonía con la realidad de Cristo histórico.

Desde antiguo, se ha querido resumir la oración bíblica de María en "siete palabras"4. Ordinariamente se ha centrado la atención en estas “siete palabras”, que son las oraciones de María o palabras en contexto de oración: (1ª) "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34). (2ª) "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). (3ª) "(María) saludó a Isabel" (Lc 1,40). (4ª) "Proclama mi alma la grandeza del Señor" (todo el Magníficat: Lc 1,46-55). (5ª) "Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados" (Lc 2,48). (6) "No tienen vino" (Jn 2,3). (7ª) "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5)5.

A nosotros nos resulta algo difícil relacionar estas palabras entre sí. Pero María estaba habituada a la contemplación de los salmos. El “abandono” de Jesús en la Cruz está relacionado con el seno materno de María (cfr. Sal 21,10-11).

En la Última Cena, las palabras de Jesús están relacionadas con “la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1), es decir, la hora insinuada en las bodas de Caná (cfr. Jn 2,4).

4 Cfr. S. ALBERTO MAGNO, Opera Omnia (Paris, 1984) vol. 22, 88-89; S. BERNARDINO DE SIENA, De Visitatione B.M.V., seu de septem verbis: Opera (Venetiis 1745) vol. 4, sermón 9, 105-112; Bto. ALONSO DE OROZCO, Obras completas (BAC, Madrid 1966) I, 263-275.

5 Ver resumen y comentario en: F.M. LÓPEZ MELÚS, María de Nazareth, la verdadera discípula (PPC, Madrid 1991) 165-201. Distribuye las siete palabras por un proceso de amor: separante (Lc 1,34), transformante (Lc 1,38), comunicante (Lc 1,40), exultante (Lc 1,46-55), saboreante (de gozo y amargura) (Lc 2,48), compasivo (Jn 2,3), consumante (Jn 2,5). Amplío esta síntesis en mis estudios: El corazón materno de María, memoria de la Iglesia misionera (OMPE, México 2004); De corazón a corazón. El discipulado misionero y la Lectio Divina en dimensión mariana (OMPE, México 2008); “La palabra de Dios en el corazón de María y de la Iglesia”: Scripta de Maria 8 (2011) 235-262.

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María era la creyente, “feliz la que ha creído” (Lc 1,45), que forma parte de quienes entran vivencialmente en el misterio de la resurrección del Señor: “bienaventurados lo que sin ver creen” (Jn 20.29). Ella escuchó el día de la Ascensión: “estaré con vosotros” (Mt 28,20). Por esto, la comunidad eclesial en el Cenáculo podía preparar la venida del Espíritu Santo, cuando “todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu… con la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Ella, por su contemplación vivencial y comprometida de la Palabra (de la doctrina y obras del Verbo hecho hombre), era, para la Iglesia, “la gran señal” (Apoc 12,1). Con ella, presente en nuestras comunidades y celebraciones, también hoy podemos vivir en la celebración eucaristía la esperanza escatológica que da sentido a nuestro itinerario histórico: “Ven, Señor Jesús” (Apoc 21,20). Y con ella, nuestra vida , guiada por el Espíritu Santo, se concreta en un “Amén”, resumen y actualización de su mismo “sí” (Apoc 21,21).

II: LA APORTACIÓN DE PADRES Y ESCRITORES SANTOS SOBRE LA INTERIORIDAD DE MARÍA CUANDO COMENTAN TEXTOS EVANGÉLICOS

El comentario de los Santos Padres sobre los textos marianos de los evangelios, ha sido recordado y valorado por el concilio Vaticano II, también cuando se refieren a la actitud vivencial de María: “Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia” (LG 56).

Precisamente este texto conciliar cita una afirmación de Ireneo (s.II), en la que la actitud vivencial positiva de la Santísima Virgen se compara y contrapone a la actitud negativa de Eva. No sólo se afirma la cooperación de María a la salvación, sino que se subraya su actitud personal y vivencial: “Obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano […] lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la Virgen María, mediante su fe”6.

Es interesante notar cómo los comentarios patrísticos y de escritores eclesiásticos (especialmente escritores santos) sobre los textos marianos del Nuevo Testamento, se fijan también en las actitudes internas que la Madre de Jesús deja entrever en sus palabras y actuaciones. A veces, parece como si se sintieran guiados por el mismo Espíritu Santo que inspiró los textos bíblicos y que fecundó el seno de María. Vamos a seguir las distintas etapas de la vida de María, con referencia a algunos Padres y escritores eclesiásticos.

(Anunciación)

El saludo del ángel indica la comunicación del gozo salvífico: “Alégrate María” (Lc 1,28). El contenido corresponde al anuncio profético: “Alégrate, hija de Sión” (Sof 3,14ss). Es el mismo gozo salvífico que corresponde a las promesas mesiánicas desde Abraham, y que María canta en el Magníficat (cfr. Lc 1,55). María “fue colmada de gozo por el honor de la maternidad y concibió lo que correspondía a una madre virgen: tener a Dios como hijo”7 .

6 S. IRENEO, Adv. Haereses, III, 24,44: PG 7, 959; cfr. S. AMBROSIO: Expositio Evangelii secundum Lucam, 2,26: PL 38, 492.

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La “turbación” o “admiración” de María ante el saludo del ángel es la actitud habitual de quienes reciben una nueva gracia de Dios, con un profundo respeto (“temor”) ante el “misterio” de Dios. “El vientre de María tembló, su mente se turbó y toda ella se estremeció, cuando Dios, a quien ninguna criatura puede contener, fue recibido en el seno de la Virgen y se hizo hombre”8.

Orígenes opina que la “turbación” de María era debida al oír la expresión “llena de gracia”, que no se encuentra en el Antiguo Testamento. La explicación de Orígenes describe una profunda interioridad en María: Ella “conocía la Ley y era santa y con la mediación diaria penetraba en los vaticinios de los profetas”9.

El “sí” de María en la anunciación (Lc 1,38) y la invitación a seguir las indicaciones de Jesús en Caná, eran actitudes de quien estaba habituada a escuchar y repetir vivencialmente la respuesta a la Alianza: "Haremos lo que el Señor nos dirá" (Ex 24,7; cfr. Lc 1,38; Jn 2,5). Era la respuesta comprometida (moral y espiritual) al pacto esponsal de Dios con su pueblo: "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lev 26,12)10.

La actitud interna de María al decir que “sí”, equivale a su fidelidad al misterio de Cristo (Hijo del Altísimo, hecho hombre). Su actitud de fe es de "pobreza", es decir, de autenticidad y humildad (cfr. Lc 1,45.48).

La apertura de la Virgen a la palabra de Dios transmitida por el ángel, es su actitud de obediencia, en contraste con la desobediencia de Eva. Es la actitud de acoger “la fe y la alegría”: “María la Virgen acogió la fe y la alegría cuando el ángel Gabriel le comunicó el mensaje que el Espíritu del Señor bajaba sobre ella y la fuerza del Altísimo la cubrió con su sombra, y por esto lo santo engendrado en ella sería llamado Hijo de Dios, y ella respondió: ‘Que se haga en mí según tu palabra’ (Lc 1,38)”11.

En el contexto de la Anunciación, se describe el “sí” de María (Lc 1,38) como una actitud libre y responsable, debido a su trascendencia para el bien de toda la humanidad. Santo Tomás de Aquino resalta esta responsabilidad, en el sentido de pronunciarse “en nombre de toda la humanidad”12.

7 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 1, 3; CCL 123, 16. Algunos textos que citamos sobre S. Beda están tomados de: La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia (Ciudad Nueva, Madrid, 2006) N.T., 3.

8 S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 140, 5, SCL 24B, 848.

9 ORÍGENES, Hom. in Luc., VI, 7; PG 13, 1815-1816; SC 87, 148.

10 Orígenes comenta la respuesta de María (“he aquí la esclava del Señor”): “Como si dijera: Yo soy una pizarra, que el escribano escriba lo que quiera, que el Señor de todas las cosas haga lo que quiera” (Hom. in Lc., citada por otros Padres: SC 87,464-499, fragmento 17, Lc 1,38).

11 S. JUSTINO, Dialogus, 100; PG 6, 712.

12 “Consensus Virginis nomine totius naturae”: III, q.30, a.1 c. El concilio Vaticano II describe con trazos muy expresivos la fisonomía espiritual de la Virgen: “Así María[...]

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Esta colaboración de María a la obra salvífica de Jesús, supone en ella una actitud responsable de obediencia a los planes de Dios: “Así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen, y que la desobediencia de una virgen fuese compensada por la obediencia de otra Virgen”13.

Es ya muy conocida la descripción que hace S. Bernardo sobre la Anunciación a María, acentuando la actitud vivencial de la Virgen por medio de su “sí”. En esta descripción se armoniza la vivencia de María y de la humanidad entera, esperando su aceptación: “Mira que el ángel aguarda tu respuesta […] Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mira que el deseado de todas las naciones está llamando a tu puerta […] Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. Aquí está – dice la Virgen – la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”14.

Las vivencias de una madre gestante son una realidad que hoy se intenta estudiar incluso técnicamente (en el campo de la psicología). El niño en el seno de su madre, vive en dependencia de ella y del ambiente familiar. Las actitudes profundas de Jesús desde el momento de su concepción (cfr. Heb 10,5-7: “Vengo para hacer tu voluntad”), están en relación con las actitudes de su madre, y luego con sus propias actitudes manifestadas especialmente durante la última cena (“me inmolo”), en la institución de la Eucaristía (“mi cuerpo el entregado”) y en la cruz (“Padre, en tus manos”).

(Visitación)

Los santos Padres y autores eclesiásticos han explicado la interioridad de María en el contexto de la revelación. La armonía de la voluntad de la Virgen con la voluntad de Dios se traducía en “diligente” servicio fraterno para “agradecer” los dones recibidos: “Entra en la casa de Zacarías y saluda a Isabel […] no porque dudara del oráculo que había recibido, sino para congratularse por el don […] para que la joven virgen diligente se entregara a cuidar a la mujer entrada en años”15.

La “prisa” de María es descrita por Orígenes como deseo profundo de perfección (hacia la montaña): “Debía no siendo perezosa sino llena de solicitud, apresurarse con celo y llena del Espíritu Santo, a ser conducida a las alturas y a ser protegida por el poder de Dios”16.

aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo” (LG 56).

13 S. IRENEO, Adv. Haereses, V, 19, 1; SC 153, 250.

14 S. BERNARDO, In laudibus Virginis Matris, Homilía IV, 8-9: Opera omnia, Edición Cisterciense, 4, 1966, p. 53-54.

15 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 1, 4; CSEL 57, 100.

16 Hom. in Lc., VII, 1-5.8; PG 13, 1817-1819; SC 87, 154ss.

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La fe viva de María, expresada también en alabanza gozosa, tiene que reflejarse en el alma cristiana para concebir espiritualmente a Cristo, como afirma S. Ambrosio: “Observas que María no dudó, sino que creyó, y por eso ha conseguido el fruto de la fe. Bienaventurada tú, dice, que has creído. ¡Mas también sois bienaventurados vosotros que habéis oído y creído!, pues toda alma que cree, concibe y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor: que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. Si corporalmente no hay más que una Madre de Cristo, por la fe Cristo es fruto de todos: pues toda alma recibe el Verbo de Dios, a condición de que, sin tacha, preservada de vicios, guarde castidad en una pureza sin detrimento”17.

La alegría que María manifiesta en el visita a Santa Isabel (“se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”: Lc 1,47), corresponde al anuncio de ángel (“alégrate María”: Lc 1,28). María estaba acostumbrada a escuchar la profecía de Sofonías que constituye el trasfondo de la anunciación: “Alégrate, hija de Sión” (Sof 3,14ss). Es la “alegría” de la “buena nueva” para todas las gentes según la promesa hecha a Abraham (cfr. Lc 1,55). “Por eso exultando María exclamó, profetizando por la Iglesia: Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”18.

Uno de los momentos más explícitos en que S. Lucas describe la actitud espiritual de María es la escena de la visitación. Precisamente por ser “la sierva del Señor” (Lc 1,38.48), responde al llamado de Dios “con prontitud” (Lc 1,39). Cubierta por la nube del Espíritu, simboliza y lleva a cumplimiento el significado del “arca de la Alianza”, portadora del nuevo maná (cfr. Lc 1,39; 2Sam 6,2).

El cántico de María refleja las actitudes de la Anunciación y del mismo momento de la Visitación: su "sí" a la Palabra (Lc 1,38), como expresión máxima de la fe en Dios (Lc 1,45), que se traduce en un servicio de caridad (Lc 1,39) y que es instrumento de la gracia del Espíritu (Lc 1,41).

Los contenidos del Magníficat expresan las esperanzas mesiánicas vividas por María y que ya se han cumplido en el “Emmanuel”, que es el Salvador (Lc 1,47), santo (Lc 1,49), poderoso (Lc 1,49.51), misericordioso (Lc 1,54), protector de los pobres (Lc 1,52-53), siempre fiel a sus promesas (Lc 1,55). Reflejan también los contenidos de otros himnos del Antiguo Testamento: Hab 3,18-19 (Lc 1,46); Gen 30,13 y Cant 6,9 (Lc 1,48); Deut 26,7; Is 41,8 y Sal 98, 3 (Lc 1,54); Miq 7,20 y Gen 17,7 (Lc 1,55)19.

17 Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 55; S. Ch. 45, 83-84 (citado en Marialis Cultus, n.21).

18 S. IRENEO, Adv. Haereses, III, 10,2; PG 7,783; SC 211, 118. Citamos más abajo (cap.III) la encíclica Spe Salvi (n.50), donde Benedicto XVI describe la visitación de María a Santa Isabel.

19 Resumo contenidos y bibliografía en: “Magníficat y salmos: espiritualidad y psicología mariana y eclesial: Estudios Marianos 38 (1974) 53-71. Actualizo los datos en mi libro: Compendio de Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (EDICEP, Valencia 2009) VII, 3: “Magníficat”, oración de María y de la Iglesia.

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En la visitación a su prima Santa Isabel y en el canto del Magníficat, María anuncia el Reino de Dios: “María reveló a Isabel lo que el ángel le había dicho en secreto […] María comenzó entonces (con las expresiones del Magníficat) a predicar el nuevo reino”20.

La actitud interna de María es de humildad y agradecimiento: “Con las siguientes palabras enseña en qué pequeña consideración se tenía y cómo consideraba que todo mérito bueno que tuvo lo había recibido de la gracia divina. Por eso dijo: Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava […] María demuestra que en su propio juicio se tenía por humilde esclava de Cristo, pero, atendiendo a la gracia celestial, al momento se proclama elevada y glorificada hasta el punto que su singular bienaventuranza sería admirada por la voz de todos los pueblos”21.

Es una enseñanza que había calado hondo durante en la era patrística: “Dios ha puesto ante nuestros ojos la humildad de la bienaventurada María, puesto que ha hecho cosas grades el Todopoderoso, cuyo nombre es santo”22. Orígenes dedica un amplio comentario a los sentimientos de María según se desprenden del Magníficat. Lo resume todo con esta expresión: “María profetiza”. Pero explica esta actitud profética en cada una de las afirmaciones del himno mariano23.

El “Magníficat” resume las actitudes más hondas de María y dejó sus resonancias en el niño Jesús para toda la vida. Estos sentimientos de María están en relación con los salmos, puesto que este himno mariano es un entramado del salterio y de otros himnos. El mismo Jesús, que recita o se refiere a los salmos con frecuencia, había vivido desde niño los himnos aprendidos de sus padres y recitados con ellos24.

(Nacimiento e infancia de Jesús)

Las vivencias de María sobre Cristo Salvador, se matizan con el encuentro de los pastores (los “pobres”) y de los magos de Oriente (los paganos). Ambos encuentran al niño “con María su Madre” (cfr.Mt 2,11; Lc 2,16). María podía meditar en su corazón las profecías sobre los pueblos que peregrinan hacia la nueva Jerusalén llena de luz (cfr. Is 11 y 60)25.

20 S. EFRÉN, Comentario al Diatessaron, 1, 28; CSCO 137, 22. Texto y fuente de S. Efrén, tomados de: La Biblia comentada, o.c., N.T., 3, 68.

21 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 1, 4; CCL 122, 26). “La venerable Madre de Dio enseñó que la misericordia alcanzaría a través del mundo a todos los que temieran a Dios” (ibídem, 27).

22 ORÍGENES, Hom. in Lc., VIII,6; PG 13, 1822; SC 87, 170.

23 Ibídem, VIII, 1-7; PG 13, 1819-1822; SC 87, 164-175.

24 Ver R. ARON, Así rezaba Jesús de Niño (Desclée de Brouwer, Bilbao 1988); F.M. WILLAM, Vida de María la Madre de Jesús (Herder, Barcelona 1956).

25 La redacción del evangelio de la infancia (en Mateo y Lucas) refleja una comunidad eclesial (guiada por los Apóstoles), que tenía muy presente a María y que había

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Es evidente que S. Lucas ha querido dejar constancia de la capacidad contemplativa de María, especialmente en el nacimiento de Jesús (cfr. Lc 2,19) y luego, doce años más tarde, en la pérdida en el templo (cfr. Lc.2.51). Se trata de dejarse sorprender por la “Palabra” de Dios, que es siempre a modo de “espada de dos filos” (Heb 4,12) que entra en el corazón (cfr. Lc 2,35). La “Palabra” es el mismo Jesús, también y especialmente en su condición de ofrecido en oblación. María comparte la vida y pasión de su Hijo:

"¡Oh Madre del Señor, en tu corazón ha penetrado la espada que Simeón te había profetizado. Entonces se clavaron en tu corazón los clavos que perforaron las manos del Señor [...] los innumerables sufrimientos y heridas del Hijo repercutían en tu corazón”26.

La actitud contemplativa de María, atestiguada por S. Lucas, es la pauta que han seguido algunos Santos Padres y escritores eclesiásticos, que puede servir para intuir cómo ella captaba el modo de “obrar y hablar” de Jesús (cfr. Hech 1,1).

S. Ambrosio propone esta vivencia contemplativa de María como modelo para las vírgenes: "Los temas de la fe los meditaba en su corazón [...] y nos da ejemplo"27. "María conservaba toda las cosas del Señor en su corazón, tanto los dichos como las acciones"28. "Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón"29. "Era virgen no sólo en su cuerpo, sino también en su mente, la cual nunca falsificó con doblez la sinceridad de sus afectos: Humilde en su corazón [...], no era locuaz, sino muy amante de la lectura"30.

La pauta que traza S. Jerónimo indica un itinerario de escuchar (por ejemplo las palabras del ángel o de Jesús), recordar (por ejemplo, las profecías mesiánicas), observar y ver los que acontecía: "Meditando en su corazón, se daba cuenta que las cosas leídas se armonizaban con las palabras del ángel[...] Veía al niño recostado [...] aquel que era el Hijo de Dios [...] Lo veía recostado y ella meditaba las cosas que había oído, las que había leído las que veía"31.

reflexionado sobre los datos evangélicos, objetivos e históricos, a la luz de la fe y en armonía con toda la revelación. Los detalles evangélicos de la infancia de Jesús reflejan datos conservados en las vivencias de la Madre de Jesús y en la “memoria apostólica”.

26 S. MÁXIMO CONFESOR, Vida de María, VII, n.78: CSCO 478-479. Parece obra apócrifa. 27 S. AMBROSIO, Hom. in Lc. 2, 54: CCL 14,54. 28 Idem, In Psalmum 118, 12,1: PL 15, 1361A.

29 Ibídem, 13,3: PL 15, 1452.

30 Ídem, De institutione virginis, 2,7: PL 16,209.

31 Homilia de Nativitate Domini:: CCL 78, 527 ("Conferebat quae audierat, quaeque legebat --las profecías-- cum his quae videbat" --el niño recién nacido--). Ver otro comentario parecido de TEODORO DE MOPSUESTIA (+428): “De todas estas cosas,

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Este mismo esquema contemplativo de María, ha sido explicado por S. Beda: “Ponderaba los hechos que veía y que había leído que debían suceder […] Veía que había concebido y había dado a luz un hijo siendo virgen y que le había puesto por nombre Jesús […] Ponderaba, por tanto, María, aquellas cosas que había leído que debían cumplirse junto a estas otras que veía que se estaban cumpliendo, pero lo hacía sin hablar de ellas, guardándolas cerradas en su corazón”32.

Si lo aplicamos, pues, al momento del nacimiento de Jesús en Belén, podríamos decir que María comparaba lo que había dicho el ángel a los pastores (cfr. Lc 2,10-12.17), con lo recordado o leído en la Escritura sobre “el niño” recién nacido” (e.g. Is 9,5) y lo que veía concretamente en su hijo “envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (Lc 2,7). De este modo, la fe contemplativa ayudaba a María a constatar que “se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1,45).

La actitud permanente de “contemplar” (sym-ballousa), por parte de María , era una fuente de “luz” que dejaba entrever el gran misterio de Jesús, acogido en los latidos del corazón y en la vida concreta. De este modo, se adentraba en la armonía de “todo” el acontecimiento y mensaje evangélico de Jesús (pantha ta rhemata, Lc 2,19). Desde niña, María estaba acostumbra a “escuchar” con el “corazón”, es decir, “amando”: “Escucha, Israel, amarás” (Deut 6,4-5). Ella escuchaba amando, dándose del todo33.

Es conocida la explicación de S. Agustín sobre la actitud de fidelidad de María respecto a la Palabra de Dios, recibida antes en su corazón que en su seno. Al comentar la afirmación de Jesús (“dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”: Lc 11,28), dice: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne"34.

(La presentación en el templo)

El contexto de la narración evangélica deja entrever la humildad de Jesús, expresada en la obediencia de María respecto a las disposiciones de la ley antigua:

ella podía haber descubierto la grandeza de su Hijo” (Comentario al evangelio de Juan, CSCO, pp.115-116;comenta el texto joánico de Caná, pero alude al texto de Lucas 2,19). Citado en: C.I. GONZÁLEZ, María en los Padres griegos (CEM, México 1993) p.477.

32 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 1, 7; CCL 122, 49-50.

33 Ver más abajo la “contemplación” de María en la pérdida de Jesús en el templo.

34 De Virginibus, 3: PL 40, 398. Otro comentario suyo: "Primero se realiza la venida por la fe en el corazón de la Virgen, y luego sigue la fecundidad en el seno materno" (Sermón 293,1: PL 39,1327-11328). “María es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo” (Sermón 25, 7 y 19, 26: PL 46, 437). Así lo recuerda también la encíclica Redemptoris Mater: “Y este Hijo -como enseñan los Padres- lo ha concebido en la mente antes que en el seno: precisamente por medio de la fe” (RMa 13).

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“Así como nuestro Señor y Salvador en su condición divina dio la Ley y cuando apareció en forma humana quiso someterse a la Ley para redimir a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción de los hijos, así también su bienaventurada madre que, por un singular privilegio estaba por encima de la Ley, no rehusó someterse a las disposiciones de la Ley, para darnos ejemplo de humildad”35.

El hecho de ofrecer “dos pichones” indica la pobreza de María y José, puesto que habían ofrecido lo que solían hacer los pobres: “Así está escrito que sus padres vinieron a ofrecer por Él un sacrificio […] un par de tórtolas y dos pichones […] Por esta razón eligió pobre a la madre de la que iba a nacer, lo mismo que una patria pobre”36.

La presentación en el templo está relacionada con la pasión, especialmente por la profecía de Simeón sobre la espada: "¡Oh Madre del Señor, en tu corazón ha penetrado la espada que Simeón te había profetizado. Entonces se clavaron en tu corazón los clavos que perforaron las manos del Señor […] los innumerables sufrimientos y heridas del Hijo repercutían en tu corazón”37.

(La búsqueda de Jesús perdido en el templo)

La “búsqueda dolorosa del niño perdido durante la Pascua en Jerusalén (Lc 2,48), es otra muestra de los contenidos vivenciales de María según S. Lucas. S. Efrén amplía el texto lucano de este modo: "Tu padre y yo, afligidos, con el corazón en la boca, íbamos y nos movíamos, buscándote a ti"38.

La contemplación de María era una actitud de armonía con todo el acontecimiento salvífico de Jesús. Como hemos visto más arriba, ya al hablar del nacimiento en Belén, aflora esta actitud de María como algo habitual en ella (un espacio de doce años entre las dos escenas de la infancia): "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres”39.

35 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 1, 18; CCL, 122, 129.

36 ORÍGENES, Hom. in Lev., VIII,4; SC 287,24.

37 S. MÁXIMO CONFESOR, Vida de María, VII, n.78: CSCO 478-479 (parece obra apócrifa). Ver más abajo otras citas sobre la “espada” en relación con la pasión. ORÍGENES recuerda que la “espada” dice relación con la Palabra, que es fuente de dolor: Fragmento 43, aportado por otros Padres, comenta Lc 2,35: SC 87, 464ss; citado en: C.I. GONZÁLEZ, o.c., p.333. 38 S. EFRÉN, Hymni de nativitate,4,130: CSCO 187,33.

39 ORÍGENES, Hom. in Luc., XX,6; PG 13, 1853; SC 87, 286. En un fragmento suyo citado por otros Padres, ofrece esta otra explicación: “¿Cuáles son las palabras que la Virgen conservaba? Las mismas que el ángel le había dirigido, las de los pastores, las de Simeón y Ana, y aquellas que ahora el mismo Cristo le decía. Aunque no comprendiesen completamente las palabras que ahora les dirigía, sin embargo la Madre de Dios las conservaba como palabras divinas y superioras a las humanas… acogió todo y lo guardó

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(Vida pública))

No se puede hablar de una ausencia de María respecto a la vida pública del Señor, puesto que ella estuvo presente en un momento tan significativo como el de las bodas de Caná (ella es la mujer asociada a Cristo) y aparece presente de modo significativo en los primeros momentos del seguimiento evangélico (Jn 2,11-12). La fe de los “discípulos” (Jn 2,11) se relaciona con el seguimiento de “su Madre” (Jn 2,12), quien era modelo, referente y ayuda de la fe de la Iglesia (cfr. Lc 1,45).

La actitud contemplativa de María, que describe S. Lucas dos veces en el espacio de doce años (cfr. Lc 2,19.51), indica una actitud habitual de quien está unida de modo indisoluble a Cristo Salvador, durante toda su vida:

“María aprendió de Él, no como de un niño o un hombre cualquiera, sino como de Dios. Sí, ella medita en sus palabras y acciones. Todo lo que Él dijo o hizo quedó grabado en su mente. Lo mismo que antes, cuando concibió la Palabra misma en su útero, así ahora conserva dentro de ella su forma de ser y sus palabras, las acaricia como cuando estaba en su corazón. Ése que ahora ella mira en el presente, espera sea revelado con mayor claridad en el futuro. Esta práctica es la que siguió como una norma o ley durante toda su vida”40.

Por ser madre del Hijo del Altísimo, madre del Emmanuel (cfr. Is 7,14; Mt 1,23; Lc 1,35), el título de “mujer” que usa Jesús en Caná y en la cruz (cfr. Jn 2,4; 19,26), indica “la mujer” asociada al nuevo Adán (cfr. Gen 3,15; Gal 4,4, Apoc 12,1). Sin que necesariamente llegara ella a la explicitación posterior de los conceptos que nosotros usamos hoy, no obstante sí podía vivir como “virgen”, bajo la acción del Espíritu Santo, la nueva luz de la fe que es ahora explícita para nosotros.

Los textos marianos del Nuevo Testamento presuponen el trasfondo de los textos del Antiguo: Mt 1-2 (cfr. Is 7,14); Lc 1-2 (cfr. Sof 3,14); Jn 2 y 19; Gal 4,4 y Apoc 12,1 (cfr. Gen 3,15). La luz del Espíritu Santo que los inspiró es la misma luz que guia armónicamente la fe de la Madre de Jesús y de la comunidad eclesial de todos los tiempos, dejando para nuestra labor las expresiones culturales o teológicas, más o menos perfectas41.

dentro de sí […] sabía que el tiempo llegaría, en el cual lo que en él estaba oculto se haría manifiesto” (ORÍGENES, Hom. In Lc., SC 87, 464-469, fragmentos 49-50, Lc 2,51). Citado en: C.I. GONZÁLEZ, o.c., p.333. PRUDENCIO (+405) afirmaba: "La virginidad y la fe profunda atrajeron a Cristo hacia lo más íntimo de su corazón; y así la madre lo custodió en lo escondido de sus miembros intactos" (Apoteosis, 581; PL 59,978).

40 S. BEDA, In Lucae Evangelium expositio, 2, 51; CL 120, 137.

41 El concilio Vaticano II hace un resumen de estos textos bíblicos marianos, cuando describe la fe actual de la Iglesia: “Bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cfr. Gen 3,15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (cfr. Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23)” (LG 55).

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Los textos marianos del evangelio de S. Lucas parecen describir una comunidad cristiana primitiva que inspira su fe en la fe de la Madre de Jesús. María es modelo de la fe de la comunidad creyente, a la que personifica como “hija de Sión” (Sof 3,14). Su actitud de fe se concreta en callar, dejándose sorprender por los nuevos planes de Dios, y preguntar por su modo de ponerlos en práctica (cfr. Lc 1,29.34). Es una fe responsable, consciente y generosa que acepta la Alianza (cfr. Lc 1,38; Ex 24,7), que se convierte en alabanza a la misericordia de Dios (el Magníficat como resumen del salterio), que resume toda su interioridad como capacidad contemplativa (cfr. Lc 2,19.51). Es una fe que lleva a compartir la misma vida oculta de Cristo en Nazaret. Es una realidad salvífica a modo de “gran gozo para todo el pueblo” (Lc 2,10). Los detalles de humildad y pobreza reflejan el camino pascual de Cristo Redentor, que quiso a su Madre como “asociada” a su misterio salvífico42.

(Bodas de Caná)

En el evangelio de S. Juan, María manifiesta una vivencia especial siempre en íntima relación con Cristo: “No tienen vino”, dirigiéndose al Señor (Jn 2,4); “haced lo que él os diga”, dirigiéndose a los servidores (Jn 2,5). Se podrán dar muchos interpretaciones al texto, en armonía con la fe y la revelación. Pero siempre queda en pie la actitud vivencial de María, que presenta una necesidad o una realidad (como quien la vive en sintonía) y que invita a los servidores a ponerse en relación de fidelidad respecto a Cristo. En toda esta riqueza de contenidos teológicos y de vivencias, habrá que tener en cuenta el eco y la interpretación de los textos en toda la historia eclesial posterior43. Más que la objetividad de los sentimientos o actitudes de María (si en realidad los expresó como nosotros lo suponemos), lo importante es la constancia con que los escritores eclesiásticos hacen hincapié en esos sentimientos, que están en sintonía con el texto sagrado, en cuanto que María vive la fe relacionando los acontecimientos evangélicos:

“Ante este espectáculo, María, toda pura, enseguida se lo manifestó al Hijo: ‘No tienen vino. Te ruego, hijo mío, que manifiestes lo que puedes, tú, que lo has hecho todo con sabidurí’. Te rogamos Virgen santa, ¿cuáles son los milagros que tú has conocido?[...] Aprendamos las palabras que la Madre del Dios del universo nos dirige. Dice así: ‘Escuchad, amigos, conoced, y aprended los misterios. He visto a mi Hijo realizar milagros, incluso antes que éste’ (alude al milagro de su virginidad, el de Isabel, Simeón, Magos, pastores, y añade:) ‘¿Dónde se podrían ver milagros mayores que esos y creer que mi Hijo lo ha hecho todo con sabiduría?’”44.

42 Ver resumen de los momentos marianos del Nuevo Testamento en textos magisteriales que citamos en el capítulo III, especialmente Sacramemtum Caritatis, n.33. y Evangelii Gaudium, n.286.

43 Ver comentario del concilio (LG 58) a Jn 2,1-11.

44 ROMANO EL CANTOR, Himno breve sobre la boda de Caná, 18, 5-9; SC 110, 306-310. Texto y fuente tomado de: La Biblia comentada, o.c., N.T., 4a, 165.

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(Junto a la Cruz)

Todo el evangelio de Juan es un conjunto de “signos”, desde las bodas de Caná, “el primero” (Jn 2,11), hasta el final (cfr. Jn 20,30). Todos los signos tienden a fomentar la fe en Cristo, el “Verbo hecho carne” (Jn 1,14), el “Hijo de Dios”, para “tener vida en su nombre” (Jn 20,31). María está en esta línea de fe eclesial (cfr. Lc 1,45), como invitando a descifrar en el “vino nuevo” (Jn 2,10), con una actitud de oblación (“de pie junto a la cruz”: Jn 19,25), el significado de “sangre y agua” viva que brota del costado de Cristo muerto en cruz (cfr. Jn 19,34-37)45.

La tradición eclesial ha visto en el título “mujer”, que Cristo da a su Madre (en Caná y en el Calvario), el significado de las “bodas mesiánicas” de la “Nueva Alianza”, sellada con la sangre y oblación de mismo Cristo (cfr. Lc 22,20; Mc 14,24). María se une vivencialmente, como razón de ser de su existencia, a esta misma oblación del Señor46.

Los Santos Padres describen estos sentimientos de María como vivencia de su colaboración con Cristo Salvador y como modelo de nuestra fe vivida: “Ella se mantenía firme delante de la cruz, con ojos llenos de afecto contemplaba las heridas del Hijo, pues buscaba no la muerte del Hijo, sino la salvación del mundo […] Imitemos a esta Madre, madre santa, que en su único Hijo muy amado manifestó ese ejemplo de heroísmo materno”47. A veces, los escritores eclesiásticos elaboran imaginaciones que corresponden al contexto del evangelio y a la armonía de la revelación. Así Romnano el Cantor imagina una conversación entre María y Jesús, camino del Calvario: “¿Dónde vas, hijo? ¿Por qué corres con tanta prisa […] Madre, para que tú puedas cantar, convencida: ‘Con el sufrimiento destruye el sufrimiento, Hijo mío y Dios mío’ […] Corre, pues, Madre, a anunciar a todos: ‘Con su pasión golpea al rencoroso enemigo de Adán y vuelve victorioso, Hijo mío y Dios mío’”48.

El encargo que Jesús comunica a María (“he aquí a tu hijo”: Jn 19,26), está en el contexto del “cumplimiento” de las Escrituras (Jn 19,28). Jesús es el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 9,29). Ella, figura de la Iglesia, va a colaborar en el nuevo nacimiento de Cristo por obra del mismo Espíritu Santo que la fecundó en la Encarnación. Ella es “la

45 Cuando Juan, en el primer epílogo de su evangelio, habla de “muchos otros signos” (Jn 20,30), deja entrever que esta realidad de gracia (“otros” signos y su interpretación) ha quedado en la fe de la comunidad eclesial, incluso con datos que no se han escrito en el evangelio. De hecho Juan convivió con María (cfr. Jn 19,27: “la recibió en su casa”, en “comunión de vida”).

46 Como veremos más abajo, la Lumen Gentium 58 (Vaticano II) describe la actitud oblativa de María junto a la cruz con términos vivenciales.

47 S. AMBROSIO, Epistula, 14, 109; CSEL, 82/3, 293.

48 ROMANO EL CANTOR, Himno breve sobre María junto a la cruz, 35, 1.3.13-14; SC 128, 160-180. Ver arriba, nota 43.

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mujer” en la que se cumplen las Escrituras al llegar la “plenitud de los tiempos” (Gal 4,4)49.

Los Padres y escritores de los primeros tiempos invitan a descubrir la actitud vivencial de María, a la luz del encargo recibido en el Calvario. Así lo indica Orígenes. Ella está invitada a aceptar que los discípulos son partícipes de la misma vida de su hijo. Al mismo tiempo, los creyentes están invitados a vivir el encargo de Cristo (recibir a María como Madre), si quieren comprender al mismo Cristo:

"Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre […] Jesús dice a su Madre: ‘Aquí tienes a tu hijo’, y no le dijo: ‘Aquí tienes, también éste es tu hijo’. Esto es lo mismo que decir: ‘Éste es Jesús al que tú has dado a luz’. Todo hombre que se perfecciona ya no vive por su propia vida, sino que Cristo vive en él. Y puesto que Cristo vive en él, se dijo a María: ‘He aquí a tu hijo» es decir a Cristo’”50.

Loa Santos Padres y escritores eclesiásticos describen el dolor de María en el Calvario, inspirándose en su vivencia contemplativa:

“¿Quién podría contar los innumerables golpes que, en esta circunstancia, atravesaron el corazón de la Madre?[...] Con una inconmovible fuerza interior miraba al Hijo. ¡Se desagarró el corazón de su Madre! [...] Entonces una espada más penetrante se clavó en el corazón de la Virgen[...] Bajo su mirada, los soldados abrieron el purísimo costado del Hijo (cfr. Jn 19,34)[...] La Madre exánime y participando en los sufrimientos del Hijo[...] con el alma hecha pedazos[...] Abriendo el costado de la fuente de la vida de aquel que quiso que de su costado brotara para nosotros una perenne inmortalidad”51.

49 Así lo explica Juan Pablo II: "Esta característica materna de la Iglesia ha sido expresada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). En estas palabras de S. Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29)" (RMa 43; cfr. EN 79).

50 ORÍGENES, Comm. in Jn., Lib. I,IV,23; PG 14,32; SC 120,70-72. La encíclica mariana de Juan Pablo II glosa estos textos (Redemptoris Mater, n.23, nota 47). Relaciona luego la maternidad de María y la de la Iglesia: "Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). Por esto, “la Iglesia aprende también de María la propia maternidad” (RMa 43). Ver cap.III del presente estudio.

51 JORGE DE NICOMEDIA, In SS. Mariam adsistentem cruci, Orat. 8 (María de pie junto a la cruz): PG 100, 1457-1489.

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La “espada” que atraviesa del costa do de Cristo (cfr. Jn 19,34), se relacionado con la espada profetizada por Simeón (cfr. Lc 2,35): "¡Oh Madre del Señor, en tu corazón ha penetrado la espada que Simeón te había profetizado. Entonces se clavaron en tu corazón los clavos que perforaron las manos del Señor[...] los innumerables sufrimientos y heridas del Hijo repercutían en tu corazón”52.

Es una afirmación repetida por otros Padres: “Sufrió el desgarro de las entrañas por la compasión maternal, porque a aquel que ella sabía que era Dios por su nacimiento, lo vio muerto como un malhechor. Su alma se desagarró por estos pensamientos como por una espada. Esto es lo que significa: También a ti una espada te atravesará el alma”53.

También el hecho de la sepultura de Jesús, según los Padres, tiene relación con el seno de María: “Este sepulcro nuevo puede representar también el seno virginal de María”54. Esta vivencia se describe como deseo de volver a recibir al hijo en su seno virginal: "¿Por qué no puedo esculpir para ti un sepulcro más secreto, y poder acogerte de nuevo en mis entrañas y sepultarte en mi corazón?"55.

S. Juan de Ávila resume la vivencia de María desde la Encarnación hasta el sepulcro, afirma dirigiéndose a Jesús: "Tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen, y te tomó en sus brazos, y te reclinó en el pesebre, hasta que las mismas manos y brazos de ella te tomaron, cuando te quitaron muerto de la cruz, y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre"56.

52 S. MÁXIMO CONFESOR (+662), Vida de María, VII, n.78: CSCO 478-479. Otra explicación suya: “Su costado recibió el golpe de la lanza para derramar sobre nosotros la salvación, como verdadera fuente de agua y de sangre, por la que se nos comunica el Espíritu Santo[...] La espada que traspasó el costado de Cristo, hirió también a María en el corazón[...] Recogió con reverencia y firmeza la sangre y el agua que salían del costado del dispensador de la vida” (Ibídem, n.85).

53 S. JUAN DAMASCENO, Exposición de la fe, 4,14; PTS 12, 202 . Nota tomada de La Biblia Comentada, o.c., NT vol 3, p.100.

54 S. JERÓNIMO, Comm. in Evangelium Mat,, 4,27, 59-60: CCL 77, 278.

55 SIMEÓN METAFRASTE - c.1000 - , Vida de María, Homologion: PG 114, 964-965. “¡Mientras tu costado quedaba abierto, al mismo tiempo quedaba traspasado mi corazón![...] He muerto contigo y he sido sepultada contigo” (Idem, El llanto de María: PG 114, 201-217).

56 Audi filia, cap. 69. Y después de describir todos los momentos dolorosa de la Virgen durante la pasión, dice que aunque con su "cuerpo se iba alejando del sepulcro, mas el Corazón se quedaba dentro" (Sermón 67). Amplío este aspecto vivencial contemplativo, en: La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro S. Juan de Avila, en: De cultu mariano saeculo XVI, Acta Congressus Marialogici Mariani Internationalis Caesaraugustae anno 1979 celebrati, vol. IV (Romae, PAMI 1983) 325-381.

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III: DATOS DEL MAGISTERIO ACTUAL SOBRE LA INTERIORIDAD Y VIVENCIA DE MARÍA

Las enseñanzas magisteriales sobre María, especialmente a partir del concilio Vaticano II, sin dejar de ser explicaciones doctrinales, insisten, al mismo tiempo, en el aspecto relacional o vivencial de la Santísima Virgen y de la Iglesia, precisamente con vistas a una implicación espiritual y pastoral que se traduzca en verdadera renovación eclesial. Este tono vivencial o existencial puede calificarse de cierta novedad, al menos en cuanto a su insistencia, tal vez debido también al ambiente teológico actual que alude con frecuencia a los aspectos existenciales.

Entrar en las vivencias de María no es un marianocentrismo, sino un auténtico cristocentrismo: "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65).

Los textos marianos del capítulo octavo de la Lumen Gentium han servido de inspiración a los documentos posteriores del Magisterio. Citaremos algunos en armonía con la escena evangélica comentada, aunque otros ya los hemos citado anteriormente o los aportaremos en el siguiente capítulo como aplicación concreta y guía práctica.

(Anunciación y Encarnación)

Al describir la escena de la Anunciación, se explicita la actitud interna de María , que “recibe” al Verbo en su “corazón” y como Madre “coopera con amor” a la obra salvífica y es modelo de “fe y caridad”:

“En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente […] Es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles […] su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53).

En la referencia al Antiguo Testamento, a María se la presenta como personificando la espera mesiánica de todo el pueblo de Israel:

“Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne” (LG 55).

Como es lógico, la explicación del “sí” de María se desarrolla más ampliamente como actitud contemplativa de la Palabra de Dios y como fidelidad generosa respecto a la voluntad salvífica de Dios. Es, pues, aceptación contemplativa de la Palabra, fidelidad obediente de “corazón generoso”, “consagración”, servicio al misterio redentor:

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“Así María [...] aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).

Por esto, la actitud de María no es pasiva, sino como “cooperadora por la libre fe y obediencia”:

“Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice S. Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero»” (LG 56).

La exhortación apostólica Marialis Cultus, al describir la Anunciación, pone de relieve la actitud de fe y obediencia, indicando que su “fiat generoso” es un “libre consentimiento”:

“María, virgen fiel y obediente, que con su fiat generoso (cfr. Lc. 1, 38) se convirtió, por obra del Espíritu, en Madre de Dios y también en verdadera Madre de los vivientes […] conmemoración del libre consentimiento de la Virgen y de su concurso al plan de la redención” (MC n.6)

Las citas o referencias patrísticas de Marialis Cultus destacan la interioridad de María en la Anunciación, como clave para explicar la prolongación de la vida divina en nosotros. Por ejemplo:

“S. Ildefonso en una oración, sorprendente por su doctrina y por su vigor suplicante: ‘Te pido, te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo’"57.

En la encíclica Redemptoris Mater, la aceptación de María se describe como “consagración”, “guiada por el amor esponsal”. Es el sentido de su virginidad que le ayuda a asumir “la propia maternidad como donación total” a la obra salvífica:

“María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que ‘consagra’ totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo ‘entregada a Dios’, viviendo la virginidad […] desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo” (RMa 39)58.

57 S.ILDEFONSO, De Virginitate perpetua sanctae Mariae, cap. XII: PL 96, 106; citado en MC n.26.

58 Esta respuesta de fe de María al don de Dios, es plena “obediencia”, como “homenaje del entendimiento y de la voluntad” (RMa 12). Es como la entrega de “su yo humano,

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(Magníficat, infancia, contemplación)

Al recordar la escena del nacimiento de Jesús en Belén, se describe a la Virgen “llena de alegría” por mostrar al niño a los pastores y a los Magos: “La Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal” (LG 57).

Eta actitud gozosa de María está relacionada con su fe contemplativa. Por esto la Iglesia queda invitada a entrar en sintonía con el misterio de Cristo imitando “la fe con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc 2,19.51)”59.

En este sentido es la “Virgen oyente, que acoge con fe la palabra de Dios” (MC n.17). Y citando a S. Agustín, Marialis Cultus afirma que “Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno" (ibídem; cita S. Agustín, Sermón 215,5).

Esa contemplación de María se describe como modelo de la contemplación de la Iglesia: “Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2, 19, 51)” (MC 17)60.

Para presentar las actitudes y vivencias de María, los documentos magisteriales aprovechan los contenidos del Magníficat, como manifestación más explícita de la interioridad de la Santísima Virgen en su apertura a la Palabra de Dios. “Se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36).

Así lo explica también la primera encíclica de Benedicto XVI:

“Todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo […] Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cfr. Lc 1, 38. 48) […] Es una mujer de fe: « ¡Dichosa tú, que has creído! », le dice Isabel (Lc 1, 45). El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente

femenino”, expresado en “una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo" (RMa 13).

59 Exhort. Apost. Marialis Cultus, n.17. Así también lo hacía notar el documento de Aparecida (CELAM): “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de ‘hijos en el Hijo’ nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (cfr. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cfr. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cfr. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor” (Aparecida 266).

60 La actitud contemplativa de María se había reflejado ya en el Magníficat, que se convertirá en pauta oracional para la Iglesia. La exhortación Marialis cultus (n.21) cita a S. Ambrosio (como hemos recordado más arriba)

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tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia”61.

(Bodas de Caná)

En las bodas de Caná, cuando María expone la situación de falta de vino, no solamente se alude a su “intercesión”, sino que se la describe como “movida a misericordia”: “Durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cfr. Jn., 2,1-11)” (LG 58).

Juan Pablo II, en Redemptoris Mater, al recordar la “oración” de María (“haced lo que él os diga”), observa “la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades”, y añade:

“La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías. En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a «su hora». En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe los discípulos… se trata de una mediación maternal” (RMa 21).

Benedicto XVI resume también la actitud interior de María en Caná: “Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús” (Deus Caritas est, n. 41)

(Vida pública y Calvario)

También durante la vida pública de Jesús, después de Caná, se describe la actitud interior de María como vivencia de fe y preparación para el momento del Calvario. Toda la vida de María se describe como un camino “en la peregrinación de la fe”, siempre 61 BENEDICTO XVI, encíclica Deus Caritas est, n. 41. Ver otra síntesis parecida en la encíclica Spe Salvi, n.50: “Junto con la alegría que, en tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo”. Benedicto XVI hacía alusión frecuentemente a esta actitud interior de María, especialmente como apertura a la Palabra de Dios, porque Ella es “la Virgen que escucha, que vive de la Palabra de Dios, que guarda en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas (cfr. Lc 2, 19. 51)[...] Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo” (Homilía 8 diciembre 2005, en el 40º de la clausura del Vaticano II, donde resume el cap.VIII de la Lumen Gentium).

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manteniendo “la unión con su Hijo hasta la Cruz”. Y es precisamente en el Calvario donde, sorprendentemente, se la describe con unas líneas de profunda vivencia los sentimientos de su corazón: “se mantuvo de pie”, “se condolió”, “se asoció con corazón maternal a su sacrificio”, “consintiendo con amor en la inmolación de la víctima”:

“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn., 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! (Jn., 19,26-27)” (LG 58).

El Papa Benedicto XVI comenta así el texto conciliar que acabamos de citar:

“Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste quedarte a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que Él había venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cfr, Lc 11,27s). No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de aquella palabra sobre el « signo de contradicción » (cfr. Lc 4,28ss)” (Spe Salvi, n.50)62.

La veneración que la Iglesia siente por Cristo sufriendo en la cruz, se traduce en veneración a María quien “comparte” el dolor de su Hijo. Por esto, la Iglesia quiere “venerar junto con el Hijo exaltado en la Cruz a la Madre que comparte su dolor" (MC n.7).

Por este dolor compartido con Cristo, “María es la Virgen oferente”. Al hacer esta afirmación, Marialis cultus (n.20) se remite al texto conciliar de LG 58 y cita a S. Bernardo: "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios"63.

Se podría decir que la actitud oblativa de María junto a la Cruz, ya comienza en la vida pública del Señor, cuando ella se abre a “la hora” de Jesús con humildad, y encontrará su punto culminante en Pentecostés:

62 El texto conciliar de Lumen Gentium n.58 ha sido citado y glosado por Benedicto XVI repetidamente: “Como ha afirmado el Concilio Vaticano II, ‘la Bienaventurada Virgen […] estuvo de pie (cfr. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima engendrada por Ella misma’ (cfr. LG 58) […] Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos hasta el extremo (Jn 13,1)” (Exhort. Apost. Sacramentum caritatis, n.33).

63 In purificatione B. Mariae, Sermo 3, 2: PL 183, 370.

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“Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cfr. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27)” (Deus Caritas est, n. 41)64.

(Cenáculo de Pentecostés)

En la escena del Cenáculo (cfr. Hech 1,4), María queda descrita también con actitud activa de implorar con sus ruegos la venida del mismo Espíritu Santo que ella ya había recibido en la Anunciación: “María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación” (LG 59; cfr. AG 4).

A los diez años después del concilio, Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975), subrayó la importancia de esta presencia activa de María en Pentecostés y en la historia de la Iglesia, con vistas a una renovación de la Iglesia: “En la mañana de Pentecostés ella presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Sea ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza” (EN 82)65.

(Resumen de la vida de María)

La actitud interior de María, resumida como colaboración por medio de su fe, esperanza y caridad, viene a ser la concretización de toda su vida de humildad, confianza, entrega:

“Fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma

64 “Junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua” (Spe Salvi, n.50)

65 En los documentos de Benedicto XVI es frecuente la referencia a María en el Cenáculo de Pentecostés, siguiendo las pautas conciliares: “En el momento de Pentecostés, serán ellos (los discípulos) los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14)” (Deus Caritas est, n.41). “La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14), que recibieron el día de Pentecostés” (Spe Salvi, n.50). “Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo ” (Porta Fidei, n.13)

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del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61).

La exhortación Marialis Cultus (n.37) ofrece también un resumen de la vida de María, con sus actitudes interiores de “opción valiente”, “consagración”, “función materna”, incluyendo su repercusión “en la fe de la comunidad apostólica”:

“La opción del estado virginal por parte de María, que en el designio de Dios la disponía al misterio de la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios […] como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cfr. Jn. 2, 1-12) y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones universales” (MC 37).

Una síntesis muy amplia de toda la vida de María, siguiendo todos los momentos señalados por el Evangelio, se aporta en la encíclica de Benedicto XVI, Spe Salvi, n.50, cuyas afirmaciones ya hemos citado anteriormente. En esta síntesis son frecuentes los términos vivenciales o relacionales que se refieren a María: “contacto íntimo con las Sagradas Escrituras”, “te has inclinado ante la grandeza de esta misión”, “la imagen que lleva la esperanza”, “la alegría”, “quedarte a un lado”, “experimentaste la verdad de … signo de contradicción”, “recibiste una nueva misión”, “la espada del dolor traspasó tu corazón”, “fe”, “certeza de esperanza”, “conmovido tu corazón”, “te ha unido de modo nuevo a los discípulos”, “estuviste en medio de la comunidad de los creyentes”, etc.66

El Papa Francisco también hace un resumen de los momentos marianos descritos en el Nuevo Testamento, usando los términos vivenciales de “ternura”, “amiga siempre atenta”, “comprende todas las penas”, “su cariño materno”, “camina con nosotros”, etc.:

“María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Evangelii Gaudium, n.286).

(Iglesia primitiva y Asunción)

El misterio de la Asunción de María, como fruto de la redención de Cristo, trasluce una asistencia materna traducida en “maternidad”, “intercesión”, “amor materno”, “cuidado” permanente, “mediación”, como invitando a todos los fieles a corresponder filialmente a esta atención materna para unirse más íntimamente a Cristo:66 Ver otra síntesis parecida en la exhortación apostólica Sacramemtum Caritatis, n.33, que hemos citado más arriba.

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“Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia […] Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz […] Mediadora […] La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador” (LG 62).

Esta realidad mariana de presencia activa y materna, ya inició en la “Iglesia naciente” y ahora continúa desde el cielo, invitando a los fieles a corresponder acudiendo a su intercesión, sabiendo que la actitud materna de María se dirige a “todos los pueblos”:

“Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que asistió con sus oraciones a la naciente Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo […] interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad” (LG 69).

IV: IMPORTANCIA ACTUAL DE LA VIVENCIA DE MARIA REFLEJADA EN LA MORAL Y ESPIRITUALIDAD DE LA IGLESIA

En los capítulos anteriores hemos resumido algunos comentarios patrísticos y de escritores eclesiásticos, además de textos magisteriales sobre contenidos evangélicos que se refieren a María y que enfatizan en ella actitudes vivenciales o relacionales. Este aspecto relacional ha sido poco estudiado en la teología (por ser ésta más intelectual), pero tiene gran importancia para la pastoral, la moral y la espiritualidad cristiana.

A partir de esta base bíblica, patrística y magisterial, intento llegar a la aplicación concreta y actual, dentro de la armonía de la fe y de una historia de gracia.

Precisamente por esta actitud vivencial y de máxima fidelidad, María es “Maestra de vida espiritual” (Marialis Cultus, n.21), “pedagoga del Evangelio” (Puebla, n.290). Ella vivió “en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cfr. Lc 1,55)” (Spe Salvi, n.50). Su presencia activa y materna tiene este objetivo de compartir su misma vivencia comprometida en la historia de salvación. En la visitación “es la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia” (ibídem).

En María encontramos el “corazón bueno” (Lc 8,15) o “tierra buena” (Mt 13,24), que recibe la Palabra como “buena semilla” (Mt 13,37). En el corazón de María, la Iglesia encuentra “el vaso y receptáculo de todos los misterios"67.

67 PS. GREGORIO TAUMATURGO, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C.

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Ella escuchó de Jesús: “¿No sabíais que yo había de estar en la casa de mi Padre?”, “no ha llegado mi hora”, “¿quién es mi madre?”, “he aquí a tu hijo”, etc. En la sinagoga de Nazaret, ella, que era “la pobre” del Señor, escucharía el mensaje mesiánico de Isaías personificado en Jesús: “El Espíritu Santo me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4,18; cfr. Mt 11,5). El “Magníficat” encuentra su plena realización en las “bienaventuranzas”. El “Padre nuestro” como actitud filial, ya fue realidad desde el seno de María (cfr. Heb 105-7; Lc 10,21; Jn 17). Junto a la Cruz, ella escuchó y meditó las últimas palabras de Jesús: “Padre, en tus manos” (Lc 23,46).

Los salmos vividos por Jesús, ya en Nazaret con María y José, fueron pauta de su propia vida y que luego explicaría, una vez resucitado, a los discípulos en el Cenáculo (cfr. Lc 24,43). Jesús hoy sigue orando del mismo modo con nosotros. María meditaba las palabras de Jesús en su Corazón porque “las consideraba con afecto materno”, como parte de sus mismas entrañas68.

El santo obispo de Milán invitaba a cantar los salmos como lo hacía María, desde lo hondo de su corazón: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón"69.

A la luz de las vivencias de María (desde la Anunciación hasta Caná y la Cruz), se armoniza el significado salvífico de sus palabras, “haced lo que él os diga” (Jn 2,5), las cuales son un eco de la respuesta del pueblo (mesiánico) a la Alianza (“haremos lo que diga el Señor”: Ex 19,8; 24,7). Las palabras de María reflejan su actitud constante de “sí” a la Palabra de Dios (cfr. Lc 1,38). Esta actitud vivencial se concreta en sus gestos silencios, especialmente al envolver al niño entre pañales y al reclinarlo en el pesebre (cfr. Lc 2,7) y al perseverar “de pie junto a la cruz” (Jn 19,25). La Iglesia, a través de los tiempos, entra en sintonía con estas vivencias mariana, guiada por el mismo Espíritu Santo que las inspiró70.

Es el mismo S. Lucas quien nos describe brevemente la comunidad cristiana primitiva, en la espera del Espíritu Santo, orando “unánimemente” en sintonía con los sentimientos de María (cfr. Hech 1,14).

La contemplación de la Iglesia respecto a la Palabra revelada es una prolongación en el tiempo de la contemplación de la Madre de Jesús. En realidad, la Iglesia aprende a “contemplar con María el rostro de Jesús” (Rosarium Virginis Mariae, n.3); por esto, siempre buscamos “en su Corazón el fruto de su vientre" (ibídem, n.24).

La actitud vivencial de María está plasmada en la meditación de la Palabra y, por ello mismo, es modelo contemplativo para la Iglesia:

68 S. AMBROSIO, In Psalmum 118, 13,3: PL 15, 1452.

69 Idem, De institutione virginis, 102: PL 16, 345. 70 Todo creyente, como el “discípulo amado”, ayudado de la gracia, puede recibir a María “en su casa” (Jn 19,27), es decir, “en comunión de vida” (RMa 45). Basta con adoptar la actitud de “apoyar la cabeza sobre el pecho de Jesús” (Jn 13,25), es decir, “meditar sus Palabras en el corazón” como hacía ella (Lc 2,19.51).

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“Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cfr. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28) y merece el título de ‘Sede de la Sabiduría’. Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cfr. Heb 10, 5-10)” (Veritatis Splendor, n.120)71.

Como María y con su presencia activa y materna, nuestro itinerario eclesial, contemplativo de la Palabra, se concreta en: dejarse sorprender por las palabras y acontecimientos de Jesús (cfr. Lc 2,19.51); aceptar y adorar los planes salvíficos de Dios (cfr. Lc 1,29; 2,33). Esta aceptación sería imposible si no se adoptar la actitud humilde y confiada de María, “la esclava del Señor” (Lc 1,48), traducida en servicio diligente a los hermanos (cfr. Lc 1,39) y en donación total a Cristo (cfr. Jn 19,25). La Iglesia, como María, se hace portadora del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,41) cuando ora y vive en sintonía de sentimientos y actitudes “con la Madre de Jesús” (Hech 1,14).

El enfoque de S. Juan de la Cruz sobre la contemplación de María es una pauta mariológica y eclesial. El misterio de Jesús se acepta dejándose sorprender, más allá de las reflexiones teológicas: "La gloriosa Virgen Nuestra Señora [...] no tuvo jamás forma de criatura impresa en su alma ni se movió nunca por ella, sino siempre su moción vino del Espíritu Santo" (Subida, Lib.II, cap.3).

Nuestro estudio se ciñe a la actitud vivencial y relacional de María; pero el hecho de recordar esta actitud ayudará a vivir la actitud filial por parte de los creyentes. Los Santos Padres, al comentar la escena del Calvario, describen también la actitud personal de Juan: “El mismo Unigénito Hijo de Dios… viendo a María su madre según la carne, y a Juan, el más amado de los discípulos, le dice a éste: ‘He ahí a tu madre’; y a María: ‘He aquí a tu hijo’, a la cual él debería mostrar afecto”72.

El Evangelio acontece aquí y ahora cuando lo “escuchamos” en el corazón como María. Hacemos realidad cotidiana e histórica, con y como María. El corazón de la Iglesia quiere imitar al "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo"73.

La oración litúrgica es una gran ayuda para entrar en sintonía co las vivencias de María:

“Tú has dado a la Santísima Virgen María un corazón sabio y dócil, dispuesto a seguir cualquier indicación de tu voluntad; un corazón nuevo y manso, en el que has esculpido la ley de la nueva Alianza; un corazón sencillo y puro que ha

71 Esta actitud contemplativa de María tiene derivación misionera: “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (Aparecida 269). He analizado los textos magisteriales postconciliares, en su dimensión vivencial y en relación con la maternidad espiritual de María: “Espiritualidad mariana, percepción, incidencia y perspectivas posconciliares”: Estudios Marianos, 79 (2013)155-178.

72 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis VI (sobre el Padre) 9: PG 33, 615.

73 S. JUAN DAMASCENO, Hom. in dormitionem B.V.M. 1,9: PG 96, 676C.

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merecido acoger a tu Hijo y gozar de la visión de su rostro; un corazón fuerte y vigilante, que ha sostenido con valor la espada del dolor y la esperado con fe el alba de la resurrección"74.

Decía S. Bernardo: “A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura […] de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros”75.

Entre las actitudes relacionales o vivenciales de María, que la Iglesia quiere imitar, podríamos destacar las siguientes, sin pretensión de ser exhaustivos. Delinean el itinerario de las virtudes teologales en su dimensión vivencial.

Fe viva como“peregrinación”, “fatiga” y “penumbra”:

La fe de María es una actitud constante de dejarse sorprender humildemente por el plan de Dios. En este sentido, el hecho de “abandonarse” a la Palabra de Dios, comporta entrar “en la penumbra de la fe” (RMa 14). Ella “avanzó en la peregrinación de la fe” (LG 58).

Esta característica de la fe se traduce en una vida “oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3). Esta afirmación paulina se cita y aplica a María en Redemptoris Mater, cuando se describe su vida oculta en Nazaret (RMa 17). Son siempre “los pequeños” quienes captan mejor el misterio de Cristo (cfr. Mt 11,25)76.

Por ser María “la primera de los creyente […] se ha convertido en Madre del Emmanuel” (RMa 28). Pero su itinerario pasa por el “despojamiento”, hasta el punto de que como “Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora”, según la profecía de Simeón sobre el “signo de contradicción” (RMa 18).

Por esta fe, María sigue incidiendo en la historia de los creyentes de todos los tiempos: “Por la fe […] de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre” (RMa 19)77.

Esperanza (en las promesas):

La vida de esperanza en María se fundamenta en la contemplación y vivencia de las promesas según el Antiguo Testamento: “Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cfr. Lc 1,55)” (Spe Salvi, n.50).

74 Misa del Corazón Inmaculado de la B.V. María: Misal Mariano, n.28, Prefacio.

75 Sermón sobre el acueducto: Opera Omnia, 5 (1968) 283.

76 Este camino de fe es “fatiga del corazón” (RMa 17) y se puede calificar como “noche de la fe”, según la expresión de S. Juan de la Cruz (Subida, lib. II, cap.3).

77 Ver más abajo la maternidad de María como itinerario de fe.

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Pero aquellas esperanzas se hicieron realidad cuando María dijo que “sí” al mensaje del ángel: “Por ti, por tu ‘sí’, la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho ‘sí’: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38)” (Spe Salvi, n.50).

En este itinerario de esperanza precede y acompaña a la Iglesia peregrina. Efectivamente, “ precede constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través de la historia de la humanidad” (RMa 49). Ella “antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (LG 68).

Caridad como consentimiento, obediencia, actitud libre y responsable:

Su caridad hacia Dios se concreta en hacer de la vida un himno de glorificación (el Magníficat), que es obediencia a la voluntad de Dios (el Padre), como “homenaje del entendimiento y de la voluntad” (RMa 13).

Es también amor y consagración total a la obra del Hijo, manteniendo “la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG 58). Su vivencia virginal es signo del misterio de Cristo Esposo, como “amor esponsal” (RMa 39), que se traduce también en adoración: “Lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo” (S. Ildefonso, citado en MC 26). Por el hecho de compartir la misma suerte de la “Palabra”, ella “cooperó […] restauración de la vida sobrenatural […] es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61), puesto que “se condolió […] se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma” (LG 58).

Su amor es fidelidad al Espíritu Santo, apertura a la santidad, “disponibilidad perfecta al Espíritu Santo” (RMa 13).

Su caridad con Dios se concreta en caridad fraterna, como disponibilidad presurosa, diligente, atenta a las necesidades de los demás (como en la visitación y en las bodas de Caná).

La humildad de María traducida en adoración y contemplación del misterio de Dios:

Además de servicio humilde y fraterno (atención a las necesidades de los demás), la humildad de María es principalmente sorpresa y contemplación ante el misterio y los designios de Dios. Es la pobreza evangélica de no anteponer nada (ni sus propias preferencias) a la realidad y voluntad divina.

Esta actitud contemplativa de María (que hemos resumido en este mismo capítulo), es actitud de escucha, admiración, memoria, meditación, apertura a la Palabra, acogida en el corazón, como de primera discípula que está en “contacto íntimo con las Sagradas Escrituras” (Sacramentum Caritatis, n.33).

Se podría concretar esta actitud contemplativa de María en las notas características de la “Lectio Divina” (en clave mariana). Se constata una actitud explícita de “admiración” (con S. José) en el momento de la presentación del niño en el templo (cfr. Lc 2,33) y se puede afirmar que “el Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está

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completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios” (Deus Caritas est, n.41). Por esto, “al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (ibídem).

Ella escucha, contempla, pide, se hace disponible. Por esto, “los fieles encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre” (Sacramentum Caritatis, n.96)78.

Maternidad siempre actual como figura de la maternidad de la Iglesia:

La presencia activa y materna de María se concreta en ser figura de la Iglesia madre. María vive el gozo de la maternidad, en el proceso de concebir la Palabra y comunicarla, como “donación total de sí” (RMa 39).

Siempre “movida a misericordia” (LG 58), su “corazón maternal” (LG 58) la dispone a la misión de comunicar a Cristo a los demás: “todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce” (Porta Fidei, n.13).

La afirmación de Jesús (“dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan": Lc 11,28),“quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios” (RMa 20).

La nueva maternidad de María y de la Iglesia pasa por la cruz. Es el camino doloroso y fecundo de la fe, que constituye la esencia de la maternidad mariana y eclesial:

“Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una « nueva » continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan […] Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace --por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo-- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabras pronunciadas en la Cruz: Mujer, ahí tienes a tu hijo, Ahí tienes a tu madre” (RMa 24).

LÍNEAS CONCLUSIVAS

En el intento de captar las vivencias de María desde los textos evangélico que se refieren a ella, se pueden apreciar tres niveles íntimamente relacionados. En primer lugar, los textos en sí mismos y en su contexto, en cuanto reflejan actitudes marianas de aquel momento respecto al misterio de Cristo (admiración, fidelidad, etc.). En segundo lugar, la comunidad cristiana en la que, desde el inicio, resonó y sigue resonando la lectura y proclamación de estos mismos textos (se puede intuir una especie de “identificación” vivencial entre María y la Iglesia). Y en tercer lugar, la realidad de gracia por la que hoy la Iglesia, unida a María, vive los contenidos de los textos evangélicos guiada por la

78 Resumo contenidos y bibliografía actual en: “La palabra de Dios en el corazón de María y de la Iglesia”: Scripta de Maria (2011) 235-262.

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acción del mismo Espíritu Santo que los inspiró y que sigue explicitándolos armónicamente con nuevas luces.

Es una realidad de gracia el hecho de que María, en el hoy de la Iglesia y del mundo, vive estos contenidos evangélicos en armonía con la Iglesia peregrina y, por tanto, en armonía con la historia de gracia durante siglos. Si María vive hoy con luces nuevas el encargo de Jesús (“he aquí a tu hijo”), también la Iglesia vive hoy con nuevas luces el encargo complementario (“he aquí a tu madre”). Este encargo abarca hoy nuevas luces del Espíritu Santo, que son armónicas con los textos evangélicos.

Es, pues, necesario, el estudio y la contemplación de los textos marianos evangélicos, en su sentido literal y espiritual (con todas sus facetas); mientras, al mismo tiempo, es necesario también ir captando la historia y herencia de gracia que el Espíritu Santo ha comunicado y sigue comunicando a la Iglesia. Si, por ejemplo, Orígenes (en el siglo III) podía disponer de diversas traducciones del texto bíblico (la “héxapla”), la Iglesia del siglo XXI puede disponer de otras tantas traducciones y, simultáneamente, de interpretaciones autorizadas de Santos Padres, Magisterio, santos, etc.

La situación sociológica actual , especialmente en todos los aspectos de una “ecología integral” y “humana”, invitan a la Iglesia a adoptar una mirada responsable como la Madre de Jesús: “María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano” (Laudato si’, n.241).

Las vivencias de la Madre de Jesús continúan en la Iglesia, como vasos comunicantes, de corazón a corazón. Reflejan su actitud relacional que constituye la raíz de la moral y espiritualidad cristiana, puesto que se concreta en relación con Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo), con los demás, consigo mismo (humildad), con la comunidad y la creación entera.

Como hemos ido viendo en el desarrollo de este estudio, las vivencias marianas son punto de referencia para las vivencias de la Iglesia, que es también, con María y como ella, Virgen orante (MC 18), Virgen Madre (MC 19), Virgen oferente (MC 20).

Son las vivencias que se encuadran en las dimensiones básicas de la moral y espiritualidad cristiana: dimensión trinitaria, teológica, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, escatológica, pastoral y antropológica79.

79 Expuse algunos datos en los siguientes estudios: “Madre que acoge y sale al encuentro”, en: A. ARANDA (ed.), María, camino de retorno. Nueva evangelización y piedad mariana (Pamplona, Eunsa, 2012) 237-247; “Maria de Nazaret en la fe i la historia de l’Església”, en: Maria de Nazaret, referent humà i cristià per al nostre temps, Quaderns IREL 29-30, 2013, 7-29. Ver otros estudios marianos de línea vivencial: Aa.Vv., Maria modello di contemplazione del mistero di Cristo (Roma, Ediz. Montfortiane, 2000) (Atti 3º Colloquio Internazionale di Mariologia, Cesena 1999); ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, (Ed. de Espiritualidad, Madrid 1973); L. MATEO-SECO, “La Virgen y la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia”: Estudios Marianos 76 (2010) 33-44; A.SERRA, “Memoria e contemplazione (Lc 2,19.51b)”: Theotokos 8 (2000) 821-859.

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Con estas perspectivas, la comunidad eclesial de todos los tiempos está llamada a “contemplar” en el corazón la Palabra de Dios, guiada por el mismo Espíritu que guió la contemplación de María. Dios sigue dando luces y motivaciones nuevas, en la armonía de la fe y de la revelación. El evangelio sigue “aconteciendo” y se hace biografía personal y comunitaria del caminar eclesial, siguiendo a María que “antecede con su luz […] como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (LG 68).