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CAPÍTULO III

LA BATALLA DE GAUGAMELA, O DE ARBELAS,AÑO 331 A. DE J.

El imperialismo era un concepto esencialmente oriental sin pun-tos de contacto con el helenismo. En su idea fundamental era teocrá-tico y no aristocrático ni democrático. Pero no se trataba de unaautocracia absoluta, como en las tiranías griegas, sino que partici-paba de cierto misticismo, porque según el criterio oriental, el reyera algo más que un monarca absoluto; por encima de todo, teníael carácter de vicario o hijo de los dioses, y sus ministros el de sacer-dotes. No gobernaba su Imperio tanto por la espada como por la vo-luntad divina, cosa que resultaba muy conveniente cuando se trata-ba de regir varios países, por existir así el respaldo de un dios queconfería al gobernante poder y autoridad sobre las gentes sin dis-tinción de razas. El derecho a la conquista de tierras vecinas regidaspor otro dios, podía explicarse en función del derecho e incluso deldeber de crear un imperio mundial, dominio de un dios único y legí-timo. Como hemos visto antes, Atón constituyó quizás el primerejemplo de dicha evolución.

Pero dicha idea divina de la conquista era totalmente ajena aFilipo, porque la Liga corintia, creada por él, al igual que otras pre-cedentes, no fue sino una confederación de ciudades-Estados, bajosu jefatura militar. Debemos, pues, concluir que caso de haber vividoFilipo, éste hubiera vengado a Grecia haciendo la guerra a Persia,pero ál no considerarse ni ser tenido como vicario de los dioses, ja-más hubiera utilizado sus conquistas para asumir el papel de gober-nante mundial ni creador de un Imperio que se extendiera por todoel mundo conocido de sus días.

Esta suprema idea de la conquista divina fue dejada a su hijo,

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y aunque el doctor Tarn tiene probablemente razón cuando aseguraque Alejandro jamás imaginó convertirse en monarca universal (1),existe el hecho, que más adelante comentaremos, de que concibió laidea de ser gobernante divino, de la que derivó y tomó forma el con-cepto de un Imperio que abarcara al mundo entero. Fue aquel dis-cernimiento de una nueva relación entre Dios y los hombres, con elpropósito, como veremos, de establecer la armonía entre los sereshumanos — debilitando el principio de enemistad, que separaba alas ciudades y a los pueblos, y exaltando el de la amistad que losunía en una hermandad común —, el que permite a Droysen iniciarla historia de Alejandro con estas palabras: «El nombre de Alejan-dro significa el cese de una época y el principio de otra». Igualmentehace posible que uno de sus últimos biógrafos, Wilcken, manifieste:«El curso de la Historia posterior, la vida política, económica y cul-tural de los tiempos que siguieron, no puede ser comprendido sinconsiderar antes la carrera de Alejandro» (2).

Más que un conquistador mundial fue el preconizador de unaidea que a partir de entonces se ha ido transmitiendo a través de lasépocas haciendo que su fama y su grandeza superen a las de cual-quier otro personaje de la Historia. En Roma fue glorificado por losprimeros Césares; en el folklore judío aparece como el precursordel Mesías, y en el Turquestán y Badakshan, los jefes siguen consi-derándolo como antepasado suyo. El Romance (3) de su vida se di-vulgó desde Islandia al mar Amarillo, y en el mismo aparece comohijo del último Faraón Nectanebo, como vastago de los Aqueméni-das, ferviente musulmán, santo cristiano y poderoso mago. Aunquedicha leyenda pertenezca al mundo de la fábula, cada uno de susepisodios contiene un algo de verdad, ya que Alejandro fue un pro-digio entre los hombres.

Nacido en 356 a. de J., probablemente en el mes de octubre, sevio imbuido por su padre, sucesor del legendario Hércules, de la ideade vengarse de Persia; pero fue de su madre Olimpia de quien here-dó la pasión que fructificó en él. Mujer extraordinaria, apasionada,mística y dominante, era hija de Neoptolemo, rey de Epiro, cuyaascendencia se hacía remontar hasta Aquiles. En Dodona (Dramisos),

(1) Alexander the Great. W.W. Tarn (1948), vol. II, apéndice 24.(2) Alexander the Great, Ulrich Wilcken (1932), pág. 265.(3) El Romance de Alejandro, atribuido a tPseudc-Calístenes» (Esopo), es obra de

muchos. Existen diversas versiones del mismo. La original apareció en Egipto en el siglo nantes de Jesucristo. La versión etiópica ha sido traducida al Inglés por sir Ernest W.Budge, bajo el titulo The Alexander Book in Ethiopia (1933).

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ciudad enclavada en su tierra nativa, había adorado al más antiguooráculo de Zeus (1) y allí también supo que el misterioso oráculo deAmón se hallaba en el oasis de Siwa. Además de Hércules, y de Aqui-les, también Dionisos, hijo de Zeus y de Semele, hija de Cadmos, reyde Tebas, fue uno de los legendarios antepasados de Alejandro, y enMacedonia se señaló un día dedicado a adorarle (2). Tratábase de unhombre-dios que, según la tradición, había viajado por Lidia y Egip-to hasta la India, difundiendo el culto mítico del vino y conquistan-do naciones a su paso. Tales mitos, que eran realidades espiritualesen los tiempos en que vivió Olimpia, ejercieron sobre ella una graninfluencia que luego transmitió a su hijo.

Además del influjo de sus padres, recibió Alejandro el de Aris-tóteles, a quien Filipo nombró tutor del joven cuando éste tenía so-lamente trece años, y con el que permaneció durante tres en el pue-blecillo de Mieza, Sus enseñanzas le inspiraron profundo amor haciala cultura griega y profunda veneración hacia Hornero, una copiade cuyas obras, anotadas por Aristóteles, se dice que llevó siempreen sus campañas. No cabe duda de que durante el tiempo de su tuto-ría, Aristóteles instiló en su pupilo odio profundo hacia los persas,asesinos de Hermeias, tirano de Atarneo y amigo y pariente de Aris-tóteles.

Con semejantes padres y un tutor tan relevante, unidos a sugenio innato y a su inextinguible energía, nada tiene de extraño quetodo cuanto hizo Alejandro adquiriera un carácter superlativo. Eraincreíblemente valeroso y al propio tiempo dotado de una gran pru-dencia. Realista e idealista; planeador y realizador, se situó siemprepor encima de sus contemporáneos en cuanto concerniera al pensa-miento o a la acción. Místico y práctico por igual, ejerció un granpoder magnético sobre cuantos lo rodearon. Aunque dotado de ima-ginación muy viva, raras veces dejó que se sobrepusiera a la razón,y era tan meticuloso en sus detalles, como expansivo en sus ideas. Ensu apología de Alejandro, dice Arriano que, a su modo de ver, unhéroe tan distinto a cualquier otro ser humano, no pudo haber naci-do «sin alguna influencia divina» (3).

Se nos ha contado que Alejandro era de estatura mediana y detez clara; según Plutarco, tenía el hábito de inclinar la cabeza «un

(1) Ejerció su mayor influencia durante la Edad Heroica, siendo suplantado despuéspor el Oráculo de Delfos.

(2) Annabasis Alexandri, de Arriano (trad. E. Iliff Robson, 1929), IV, VIII.(3) Annabasis Alexandri, Arriano, VII, XXX.

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poco sobre el homaro izquierdo». Corredor velocísimo, despreciabaa los atletas profesionales, y en sus campañas, siempre que teníauna jornada libre «la dedicaba a cazar o a administrar justicia oa arreglar sus asuntos militares o a leer... Con frecuencia, y por meradiversión, cazaba zorros o aves...» (1). Plutarco nos dice también que«era, por naturaleza, amante del saber y de la lectura... y cuandono pudo encontrar libros (excepto La Ilíada) en el interior de Asia,ordenó a Harpalo que le mandara más. Lo cual así se hizo, envián-dole Harpalo las obras de Filisto», así como «muchas de las tragediasde Eurípides, Sófocles y Esquilo...» (2).

Pero era su condición moral la que, más que otra cosa, lo dis-tinguía entre sus contemporáneos. En una época en la que la com-pasión no era considerada sentimiento varonil, demostró sentirlahacia los demás y lamentar las desgracias ajenas. En Éfeso impidióque los habitantes de la ciudad dieran muerte a sus propios oligar-cas, porque sabía que de no ponerse coto a los desmanes del pueblo,«morirían, junto con los culpables, muchos inocentes odiados porotros, o poseedores de riquezas codiciadas por algún enemigo» (3).Durante el sitio de Mileto, habiendo alguno de sus moradores busca-do refugio en una isla donde, según pudo observar Alejandro, «com-batirían hasta morir, sintió compasión de aquellos leales y noblessoldados, y llegó a un acuerdo con ellos para que se unieran a susfuerzas» (4). Después de la batalla de Iso demostró piedad hacialos embajadores tebanos, en parte debido a lástima por Tebas (5),ciudad que lamentó haber destruido. Y cuando, a su regreso de laIndia, en su marcha por el desierto de Gedrosia (Makran) algunoscentinelas hambrientos de los que guardaban los depósitos de trigo,robaron una parte del cereal, Alejandro «los perdonó al enterarse desu apremiante necesidad» (6).

Pero fue en su actitud hacia las mujeres — consideradas en casitodas las épocas como legítimo botín del soldado — en la que Alejan-dro demostró una condición moral totalmente distinta a la que im-peraba en el mundo de sus contemporáneos. No sólo trató con el res-peto debido a su realeza a la esposa y a las hijas de Darío, tras ha-ber quedado cautivas en su poder, sino que aborreció siempre los

(1) Vidas, de Plutarco (trad. Bernadotte Perrin), 1919, Alejandro, XXIII.(2) Arriano, VIII.(3) Ibíd., I, XVI.(4) Ibíd., I, XIX(5) Ibíd., I, XIX.(6) Ibíd., VI, XXIII.

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ultrajes y violencias que en aquellos tiempos acompañaban a las gue-rras. En una ocasión, «habiendo sabido que dos macedonios del re-gimiento de Parmenio habían ultrajado a las esposas de algunossoldados mercenarios, escribió a Parmenio, ordenándole que, casode resultar verdaderamente culpables, los condenara a muerte, comosi fueran bestias salvajes perjudiciales para la Humanidad» (1). Enotra ocasión, Atropates, virrey de Media, le hizo un presente de cienmuchachas equipadas y armadas como jinetes varones; pero Alejan-dro «las alejó del ejército a fin de que no sufrieran cualquier violen-cia por parte de los macedonios o de las tropas extranjeras...» (2).Y en el saqueo de Persépolis cursó la asombrosa orden de que no setocara a las mujeres. Sin embargo, a pesar de este extraordinariorespeto hacia el sexo femenino, es en una de las observaciones finalesde Arriano en su Anábasis donde queda de manifiesto su más eleva-da virtud moral. En su apología por los errores de Alejandro escri-be : «Pero sé que de todos los reyes de la antigüedad, sólo Alejandrose arrepintió de sus actos gracias a la nobleza de su condición» (3).

Mucho se ha escrito acerca de sus condiciones como general;pero de todos los compendios, probablemente el más auténtico es elde Árriano, porque la fuente principal de su Anábasis fue la histo-ria perdida que escribió Ptolomeo, general de Alejandro, después dehaber sido proclamado éste rey de Egipto. En ella se dice lo si-guiente :

«Estaba dotado de gran perspicacia y valor; reclamaba siemprelos puestos de honor y de peligro y era sumamente cuidadoso en losasuntos de religión... poseía gran brillantez para proceder de la ma-nera más adecuada- aun cuando la perspectiva se presentara oscura,y acertado luego en sus conjeturas y posibilidades; manejaba dies-tramente a los ejércitos y sabía armarlos y equiparlos, así como ani-mar a los soldados e imbuirles esperanza, alejando la sensación depeligro con sus propias y nobles acciones. Y todo cuanto se presen-taba incierto era realizado por él con el mayor atrevimiento; sabíaadelantarse a los acontecimientos con suma habilidad y dominar alenemigo antes de que nadie pudiera prevenirlo...» (4).

A su subida al poder, Alejandro se vio amenazado por doquier;pero actuó con sorprendente celeridad. Primero avanzó sobre Tesa-

(1) Alejandro, de Plutarco, XXII.(2) Arriano, VII, XIII.(3) Ibíd., VII, XXIX.(4) Ibíd., VII, XXVIII.

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lia, y al rodear el ala/de la guarnición tésala en Tempe, consiguiótan decisiva e incruenta victoria que inmediatamente fue elegido jefede la Liga Tesaliense. Descendió luego hacia las Termopilas y fuereconocido sucesor de Filipo por la Anfictionía. Tan rápido fue suavance hacia el sur, que Atenas, preparada ya para separarse deMacedonia, se le sometió en seguida, y el Congreso de la Confedera-ción Corintia lo eligió capitán general, en sustitución de su padre.A las pocas semanas de la muerte de Filipo, había conseguido esta-blecerse de manera tan firme dentro de Grecia, que pudo dedicarsea la tarea de reforzar las fronteras septentrional y occidental de sureino, imponiendo su voluntad sobre las tribus salvajes que habita-ban en sus límites. En dos asombrosas campañas, una en el Danubioy la otra en Iliria, dejó bien establecida su autoridad e inmediata-mente después dirigióse hacia el sur a la velocidad máxima, porquede nuevo se fraguaban disturbios en Grecia, provocados esta vez porPersia.

En 338 a. de J., Artajerjes III, hijo de Artajerjes II, el vencedorde Cunaxa, fue asesinado, siendo sucedido por Codomano, parientelejano suyo el cual adoptó el nombre de Darío, convirtiéndose enDarío III. Éste temía el desarrollo de Macedonia y cuando Alejandrose hallaba ocupado en el norte, aprovechó la oportunidad para en-viar 300 talentos a Atenas, en calidad de soborno. Aunque los ate-nienses los rechazaron, fueron aceptados por Demóstenes. Precisa-mente por aquel entonces, empezaron a circular rumores de que Ale-jandro y su ejército habían desaparecido en Iliria. Los tebanos noesperaron a comprobar la veracidad de tal noticia, sino que pusieroncerco a la guarnición macedónica de Cadmea, viéndose ayudados porelementos atenienses. De improviso, los tebanos supieron que Ale-jandro, no sólo no había muerto, sino que se encontraba en Onquesto,ciudad situada a unos 23 kilómetros al norte de Tebas. Habíase tras-ladado allí con tal celeridad, que su llegada produjo el efecto de unrayo sobre los tebanos. Al día siguiente se hallaba ante las mura-llas, una de cuyas puertas tomó por sorpresa, pasándose a cuchilloa 6.000 tebanos, tras de lo cual se arrasó completamente la ciudad yrepartiéronse sus terrenos entre los miembros de la Confederación.Aterrorizados por semejante catástrofe, los atenienses se sometieronen seguida, siendo tratados con suma magnanimidad, no sólo porqueAlejandro reconocía a Atenas como centro de la cultura griega, sinoporque no deseaba que la poderosa flota ateniense-se pasara a lospersas. De este modo, en poco más de doce meses, se había asegurado

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una base de operaciones en Europa desde donde poder lanzar despuéssu ataque contra Persia.

Alejandro dejó a Antipater, con unos 9.000 infantes y un pequeñocontingente de caballería, encargado de mantener la ocupación deGrecia y de vigilar a Esparta, y reunió su flota de 160 trirremes enel Lago Cercinitis, es decir, en las aguas bajas del río Estrimón.A finales de 335 a. de J. o principios del año siguiente, partió dePella con su ejército en dirección a Sesto. Mientras las tropas erantransferidas a Abidos navegó por el Helesponto y visitó Troya, conel propósito de colocar una corona en la tumba de Aquiles y atraerseel favor del más humano de sus tradicionales antecesores. En Aris-be, unos kilómetros al este de Abidos, se reunió con su ejército, quesumaba ahora 30.000 soldados de infantería y 5.000 jinetes (1), y conel fin de dejar seguro su flanco izquierdo antes de marchar haciaPersia central, avanzó sobre el río Gránico (Bigha Tschai), dondese encontraba un ejército de 20.000 jinetes asiáticos y 20.000 merce-narios griegos, al mando de Memmon de Rodas (2). En mayo o juniode 334 a. de J. ganó en el Gránico la primera de sus grandes bata-llas, a la que siguió la sumisión de toda la Frigia helespontina. Vol-viendo hacia el sur, marchó sobre Sardes, que capituló; luego haciaÉfeso, que fue sometida, y más tarde sobre Mileto, que fue sitiaday conquistada en el mes de julio. Allí adoptó su más importante de-cisión desde que se iniciara la campaña. Tratábase de arrebatar eldominio del mar a los persas, pero no destruyendo su flota, puestoque carecía de medios para ello, sino ocupando todos sus puertos ybases en las costas del Mediterráneo oriental. Tardó dos años en lle-var a cabo tan formidable tarea.

La primera de estas bases era Halicarnaso (Bodrum). Cuandose dio cuenta de que emplearía un tiempo considerable en conquis-tarla, Alejandro dejó 3.000 infantes y 200 jinetes bajo el mando dePtolomeo para que la sitiara, mientras él presionaba sobre Gordio(Bela-Hissar) con dos columnas, una al mando de Parmenio, queatravesaría Lidia y otra dirigida por él, que seguiría la costa licia.Desde Gordio se dirigió a Tarso, pasando por Ancyra, y desde allíhacia el lugar donde hoy se encuentra Alejandreta, al que llegó enoctubre de 333 a. de J.

Entretanto, Darío había reunido un ejército en Sochoi, al este

(1) Arriano. I, XI.(2) Ibtd., I, XIV. Según Tarn (Alexander the Great, vol. I, pág. 16), la caballería

debió ser considerablemente menor.

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de los montes Amaños, y sabedor de que Alejandro avanzaba haciael sur a lo largo de la costa, abandonó las tierras llanas, cruzó lacadena de los Amaños y bajó hacia Iso, en la extremidad norte delgolfo de Alejandreta, cortando la línea de comunicaciones y de su-ministros macedónica. Apenas lo supo Alejandro, retrocedió librandola segunda de sus grandes batallas: la de Iso, en las orillas del ríoPinaros (Deli Tschai). Los persas fueron derrotados y Darío tuvoque huir.

Alejandro se mantuvo fiel a su objetivo de ocupar las bases na-vales persas y en vez de penetrar en el país, persiguiendo a su ene-migo en fuga, continuó su avance por la costa de Siria. Arados (cer-ca de Trípoli), Biblos (Jebeil) y Sidón le abrieron sus puertas, y Tirohabría hecho lo mismo, de no haber sido porque solicitó el derecho aofrecer sacrificios al dios tirio Melcarte, a quien los griegos llamaban«el Hércules de Tiro». Al ser rehusada la demanda, se puso sitio ala ciudad, que se tomó al asalto en agosto de 332 a. de J. tras uno delos asedios más famosos y extraordinarios de la Historia. Después,no sólo pasaron a su poder todas las bases navales persas, sino tam-bién las flotas de las ciudades fenicias, incluyendo la de Chipre. Ellole confirió el dominio absoluto del Mediterráneo y convirtió a Mace-donia en la potencia naval más importante del mundo.

Se dirigió a lo que hoy es Palestina, conquistando Gaza, tras uncerco de dos meses, quedando aislado Egipto de toda posible ayudapersa. Alejandro mandó su flota a Pelusio, marchó sobre Menfis yentró en la capital de los faraones, donde, según el Romance, fue sen-tado en un trono en el templo de Ptah, e investido rey de Egipto.Desde Menfis navegó por el Nilo hasta Canopo y en las cercanías deRhacotis señaló el emplazamiento de Alejandría, la más famosa delas muchas ciudades que llevaron su nombre.

A principios de 331 a. de J. recorrió 330 kilómetros por el desier-to para visitar el oráculo de Amón en Siwa, oasis conquistado, segúnla leyenda, por sus antecesores Perseo (1) y Hércules. Según Plutarco(aun cuando los eruditos modernos rechazan dicha historia), alaproximarse al templete del oasis, le salió al encuentro un sacerdote,quien, deseoso de darle una correcta bienvenida en lengua griega, ledijo: «¡ Oh, hijo mío!» Pero pronunció mal la palabra entendiéndose«Hijo de Zeus», error que complació mucho a Alejandro, y que aldifundirse hizo afirmar a muchos que el mismo dios se había dirigi-

(1) Perseo era abuelo de Alcmena. madre de Hércules.

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do a él con dicho calificativo (1). Los dos penetraron en el recinto,pero nada se sabe de lo que el oráculo reveló a Alejandro, exceptoque el secreto fue tan grande que ni siquiera lo comunicó a su ma-dre por escrito (2).

De todos modos, parece más que coincidencia el que despuésde haberse dirigido el sacerdote a Alejandro con el nombre de Hijode Zeus, ocurriese este incidente relatado por Plutarco. Hallándoseen Egipto asistió a las lecciones del filósofo Psammon, sintiéndose es-pecialmente complacido éste cuando señaló que Dios es rey de todoslos hombres, puesto que, «en todos los casos, el que obtiene el podery gobierna es divino. Sin embargo, aún más filosófica era su opiniónen el sentido de que siendo Dios padre común de todas las criaturas,consideraba más suyas a las mejores y más nobles» (3).

De ello podemos colegir que cualesquiera que fuesen las palabrasdel sacerdote o del dios, Alejandro salió del templete con la idea deque si el dios-sol Amón-Ra brilla sobre todos los hombres, buenosy malos por igual, el concepto de Homonoia — «unidad en concordia»o «coincidencia de ideas» —, sin el cual no puede existir paz dentrode una ciudad-Estado, debe extenderse hasta incluir a todo el mundocomo Ciudad de Dios, y en consecuencia a todos los seres humanossin distinción de razas. Según el doctor Tarn, tratábase de un avan-ce considerable sobre la idea de Homonoia sustentada por Platón,Aristóteles e Isócrates (4). El profesor Wright es de la misma opi-nión. Según él, Alejandro «debía mucho a Aristóteles, pero sobrepa-só a su maestro cuando, abandonando la distinción entre helenos ybárbaros, proclamó audazmente la hermandad universal del hom-bre» (5). Acerca de lo que tal vez puede considerarse como el acon-tecimiento intelectual más importante de la Historia del Mundo,Tarn escribe:

«Lo relatado por Eratóstenes lleva a esta conclusión: Aristó-

(1) Alejandro, de Plutarco, XXVII. Alejandro jamás se proclamó hijo de Zeus, auncuando le complaciera que lo llamaran así. Pero habiendo sido coronado faraón de Egipto,se convirtió automáticamente en hijo de Amón-Ra, su padre divino, además de hijo deFilipo.

(2) Lo más probable es que Amón declarara a Alejandro su hijo bienamado en elque derramaba «la inmortalidad de Ra y la realeza de Horus, asegurándole la victoriasobre sus enemigos y la dominación del mundo», etc. Lo importante es que tal declaración«era la única fórmula por la que los sacerdotes podían declararlo de jure Rey de Egipto,como ya lo era de jacio. (A History of Egypt under the Ptolemalc Dynasty, J. P. Ma-haffy, 1899, pág. 16.)

(3) Ibíd., XXVII. «...seguramente pensaba en que Ammón lo había adoptado, por-que su vida entera ilustra la convicción de que Ammón lo consideraba cosa propia.»

(3) Alexander the Great and the ünity of Mankind, págs. 4-5.(5) Alexander the Great, F. A. Wright (1934), pág. 2.

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teles enseñó a Alejandro a tratar a los griegos como a amigos y alos bárbaros como animales; pero Alejandro fue más esclarecido yprefirió dividir a los hombres en buenos y malos, sin consideraciónde raza, realizando así la intención real de Aristóteles. Porque Ale-jandro creía haber recibido de la divinidad la misión de armonizara los hombres y de convertirse en reconciliador del mundo, mez-clando las vidas y las costumbres como en una copa y tratando a losbuenos como a sus iguales, y a los malos como a seres extraños; por-que a su juicio, los buenos eran los auténticos griegos y los malos,los bárbaros.»

Y continúa:«Es evidente que cualquiera que sea la procedencia de todo esto,

nos encontramos ante una gran revolución del pensamiento. Segúnla misma, existe una hermandad natural entre los hombres, no com-partida por los malos; la Homonoia no puede limitarse a las rela-ciones entre griegos, sino que debe unir a éstos y a los bárbaros; lameta de Alejandro era, pues, la de sustituir la guerra por la paz yreconciliar las enemistades de los hombres al conseguir que todosellos — es decir, los comprendidos dentro del alcance de su brazo, loshabitantes de su Imperio — pensaran de manera parecida; del mis-mo modo que todos tienen una misma sangre, deberían tener unmismo corazón y un mismo espíritu» (1).

En su Ciropedia, Jenofonte presentó a Alejandro la figura delgobernante ideal, encarnado en Ciro. Platón escribió acerca del fi-lósofo-rey, y tal como señala Henry Berr: «Estando acostumbradoa dejar que el círculo de hechos flotara en la esfera de las ideas, él(Alejandro), llegó a asimilar el principio de que debe existir un sologobernante para todos los hombres, del mismo modo que un sol úni-co calienta la tierra» (2). De este modo, en su mística metamorfosisde Siwa, el rey discípulo de filósofos se convirtió en dios-rey. Ygracias a ello, a través de Alejandro, Occidente recibió de Oriente lasideas del imperio teocrático y de la adoración de los reyes, la prime-ra de las cuales florecería en el Imperio Romano y en su sucesor elImperio del Cristianismo, y la otra se transmutaría en el derecho di-vino de los reyes.

Esta interpretación ampliada de la Homonoia, «una de las su-

(1) Alexander the Great and the Unity of Mankind, págs. 4-5.(2) Prólogo de Macedonian Imperialism and the Heüenization of the East, Pierre

Jouquet (1928), págs. 13-14.

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premas revoluciones en el ámbito mundial» (1), se convirtió despuésen meta de todas sus conquistas, y le condujo desde Siwa hasta loslímites del mundo conocido de su tiempo.

Cuando regresó a Menfis, encontrando los refuerzos de Greciaque le aguardaban allí, Alejandro se apresuró a organizar su domi-nio de Egipto. Nombró a sus comandantes de guarnición y les ordenópermitir a los gobernadores seguir rigiendo sus provincias, segúnla antigua costumbre; pero percibiendo de ellos el tributo que se ledebía (2). Sus métodos en todos los territorios de su reino, eransiempre los mismos: separaba la administración civil de la militar;La primera pasaba a los representantes del país conquistado; la se-gunda era desempeñada por macedonios escogidos.

En la primavera de 331 a. de J. tendió puentes sobre el Niloy regresó a Tiro, donde su flota se encontraba ya concentrada. Man-dó desde allí una numerosa formación al Peloponeso para contra-rrestar las intrigas de los espartanos y atravesando el valle delOrontes, dirigióse a Antioquía. Torciendo hacia el este desembocóen el Eufrates por Tapsaco (el vado de El Hamman), fundando en susalrededores la ciudad de Njceforio (Rakkah), que actuaría como pla-za fuerte y depósito para sus suministros en la línea de comunica-ciones del ejército. Había pensado cruzar el Tigris por las cercaníasde Nínive, donde ahora se encuentra Mosul; pero al saber que Daríose encontraba en la región con un numeroso ejército, decidió cruzaral noroeste de la antigua capital asiría y seguir luego su orilla iz-quierda hacia Arbelas (Erbil).

El ejército destinado a vencer en la que sería la batalla más tras-cendental de todas las libradas en Occidente, era creación de Filipo.La agudeza de éste como organizador militar, estriba en su aprecia-ción de que la movilidad es el elemento táctico predominante en laorganización de un ejército. Hasta aquel entonces, las batallas ha-bían sido consideradas como competiciones de resistencia donde lavictoria se inclinaba del lado de quien se hacía dueño del terreno yerigía un trofeo en el mismo. A causa de su rigidez, la falange no po-día perseguir al enemigo sin deshacer su orden, convirtiéndose asíen presa fácil para tropas ligeramente armadas y jinetes. Filipo lle-gó a la conclusión de que la pelea en el campo de batalla era sólo unmedio encaminado a cierto fin, siendo la meta táctica de todo en-cuentro la aniquilación del enemigo en huida. Organizó a su ejército

(1) Alexander the Great and the Unity of Mankind, pág. 28.(2) Arriano, III, V.

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con tal propósito y combinó a toda clase de combatientes para queformasen un solo instrumento táctico. Mientras la infantería enta-blaba combate y contenía al oponente, la caballería maniobraba paradescargar el golpe decisivo. La primera venía a ser el arco desde elque se disparaba la flecha.

Mucho antes de su époc I, la caballería macedónica estuvo for-mada por nobles llamados hetairoi, o «compañeros del rey». Tratába-se de una denominación muy antigua, ya aparente en La litada,donde los 2.500 mirmidones de Aquiles ostentaban dicho nombre. Entiempos de Filipo, la infantería estaba ya en proceso de transfor-marse de mera concentración de campesinos armados en infanteríaregular, llamada pezhetairoi, o «compañeros a pie». Filipo dividióla caballería en regimientos (ilae) de 1.500 a 1.800 hombres; uno deellos quedó constituido en Agema de los «compañeros» o GuardiaReal montada. Los jinetes pesados iban armados de espada y lleva-ban yelmos y coseletes, pero su arma principal era la lanza. Comolos estribos no fueron adoptados hasta el siglo vi de nuestra Era, lalanza era arma simplemente arrojadiza, no utilizándosela en los cho-ques como en la Edad Media. Los antiguos hopütas fueron sustitui-dos por soldados que participaban de la condición de aquéllos y dela de peltastas o tropas ligeras, armados de largas picas y protegi-dos por un escudo redondo (pelta) introducido en 392 a. de J. por elgeneral ateniense Ifícrates. El nuevo combatiente iba armado conuna lanza de cuatro metros llamada «sarisa» (1) y protegido por unescudo ligero que sostenía en el brazo derecho; llevaba canilleras yun coselete de cuero con refuerzos de metal. Filipo organizó la infan-tería de la falange en regimientos (taxeis), cada uno de los cualescontenía normalmente 1.536 hombres divididos en batallones y com-pañías. La unidad más pequeña era la fila de dieciséis hombres, queAlejandro redujo a ocho.

Además de la falange, Filipo organizó tres batallones de infan-tería ligera, los hipaspistas de 1.000 hombres, que actuaban comoenlace entre la rápida caballería del ala derecha y la lenta falange.Los tres elementos podían ser comparados a un muro movible situa-do a la izquierda, una puerta a la derecha, y una especie de bisagraentre ambos. Dicha bisagra la formaban los hipaspistas y era esencialen todo avance en orden oblicuo, porque sin ella se desharía el con-tacto entre la caballería y la falange, y en las batallas de los tiem-

(1) Véase Tarn, Alexander the Great, vol. II, págs. 170-171.

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pos antiguos se procuraba sobre todo mantener un frente unido.Uno de los batallones de hipaspistas era conocido con el nombre deAgema o Guardia de Infantería real.

Además de los cuerpos mencionados, compuestos todos por ma-cedonios, Filipo creó uno muy considerable de caballería aliada lige-ra, casi toda tesaliense. Y además de la infantería macedónica, Ale-jandro dispuso de una numerosa formación confederada y tambiénde una fuerza de mercenarios.

Hasta los tiempos de Filipo, los sitios tuvieron siempre en Gre-cia el objetivo de rendir por hambre a las guarniciones asediadas.Con el fin de apresurar tan lento proceso, Filipo inició el empleo demáquinas de guerra procedentes de Sicilia, donde desde antiguo ve-nían siendo usadas por los ingenieros griegos y cartagineses.

Casi nada sabemos de la maquinaria de guerra ni de los ingenie-ros de Alejandro (1) ni tampoco de sus trenes de bagajes y sumi-nistros. La «artillería» estaba dotada de catapultas, dos tipos de lascuales lanzaban piedras y otros jabalinas, y los zapadores manejabantoda clase de herramientas y materiales adecuados para la cons-trucción de arietes, torres de sitio, rampas, puentes y campamentos.Estas armas y servicios estaban bajo el mando directo de Alejandro,al que ayudaba un equipo compuesto de Secretariado, conservadoresdel Diario, guardianes de los proyectos reales, vigilantes, historia-dor oficial y muchos especialistas e investigadores científicos. Alcontrario de los ejércitos precedentes, el de Alejandro no era sola-mente en su aspecto general un instrumento de conquista, sinosobre todo, un ejército de ocupación, organizado para la exploracióncientífica tanto como para el combate.

Tras su derrota en Iso, Darío reclutó un nuevo ejército, y comose nos dice que armó a algunas de sus divisiones con espadas y lan-zas, a fin de que pudieran enfrentarse a las «sansas», resulta eviden-te que era hombre que sabía aprovechar las lecciones recibidas. Di-rigióse hacia el norte, partiendo de Babilonia, pasó a la orilla iz-quierda del Tigris y prosiguió hacia Arbelas, la «ciudad de los cua-tro dioses», donde estableció sus almacenes y su harén. Desde allí

(1) En su obra Alexaruler the Great (vol. II, págs. 39-40), Tarn da los nombres de lossiguientes ingenieros del Cuartel General: Diades de Tesalia; Carias y Poseidonio, in-genieros de sitio; Gorgos, ingeniero de aguas y de minas; Deinócrates, experto enplaneamiento de ciudades; Aristóbolo, arquitecto e ingeniero; Betón, Diognetos y Filóni-des, encargados de todo lo concerniente a rutas y campamentos y a la conservación deinformaciones geográficas. Además, estaban Nearco y Onesícrito, expertos navales, yEumenes, Jefe del Secretariado.

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continuó en dirección a Gaugamela (monte de Tel Gomel), en la ribe-ra del Bumodos (Khajir), río tributario del Gran Zab. Dicho lugarse encuentra a unos veintisiete kilómetros al nordeste de Mosul y acincuenta y dos de Arbelas. Eligió esta localidad por consistir en unaamplia llanura, cercana a Keramlais, que favorecía a sus numerosashuestes de jinetes.

Alejandro cruzó el Tigris mientras se realizaban los menciona-dos preparativos y el 20 de septiembre, hallándose su ejército dedescanso en la orilla oriental, ocurrió un eclipse parcial de luna, envista de lo cual ofreció sacrificios a Selene, Helios y Ge (Luna, Soly Tierra) (1).

Unos días más tarde, tras de que sus exploradores le hubieroninformado que los persas se aproximaban, se dispuso a la batalla, yal frente de una fuerza escogida de caballería, se adelantó veloz-mente hacia la posición del enemigo, tras haber ordenado al resto desu ejército que lo siguiera a marcha ordinaria (2). Por unos prisio-neros capturados supo que el rey persa se hallaba en Gaugamela, almando de un ejército de 40.000 jinetes, un millón de infantes (3),200 carros armados con guadañas (4) y unos cuantos elefantes deguerra (5). Entretanto, Darío procedió a nivelar el terreno y a alla-nar obstáculos hasta convertir a Gaugamela en un inmenso terrenode maniobras, en el que colocó a su ejército, con el siguiente ordende batalla:

«El ala izquierda estaba formada por la caballería bactriana, ycon ella los dahans (una tribu escita) y los de Aracosia; a continua-ción seguían los persas, infantería y caballería mezcladas; los susia-nos y los cadusianos. Tal era la disposición del ala izquierda de fue-ra adentro. A la derecha se encontraban las tropas de la Siria baja y

(1) Arriano, III, VII. Si observamoc que fue el propio Alejandro quien seleccionóa dichas deidades, fuerza es reconocer que debía comprender las causas de un eclipse lunar.

(2) Ibíd., III, VIII.(3) Las cifras son de Arriano y no cabe duda de su exageración. Se desconoce la cifra

real de las fuerzas persas. Justino da 400.000 infantes y 100.000 Jinetes; Curcio, 45.000 ca-ballos y 200.000 homBres, y Diodoro y Plutarco, un millón de combatientes en total.

(4) Estos carros podían resultar muy eficaces en ciertas ocasiones. Véase Jenofonteen su Helénica, IV, I, 18. Por sü parte, Lucrecio (Acerca de la naturaleza de las cosas, III,660-662) nos ofrece una dramática descripción de su uso: «...cercenan los miembros demanera tan rápida que se ve estremecerse a éstos en el suelo antes de que el herido sientadolor. Algunos no se dan cuenta de que las ruedas y las devoradoras guadañas se les hanllevado entre los cascos de los caballos el brazo izquierdo con su escudo;' otros, mientrasavanzan no perciben que carecen ya del brazo diestro; otros, en fin, tratan de incorporar-se tras haber perdido una pierna, mientras el pie late aún con los dedos bien afirmadossobre el suelo, a escasa distancia.»

(5) Es la primera mención histórica del empleo de proboscídeos en la batalla, fuerade los confines de la India.

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de Mesopotamia, los medos, partos, sacíanos, tibarienos, hircanios,albanios y sacesinios. En el centro, donde se hallaba el rey Darío, seformaban los persas propiamente dichos, que se distinguían de losdemás por llevar lanzas con manzanas doradas en la empuñadura,los indios, los carios «trasplantados», como eran llamados, y los ar-queros mardios. Los uxianos, babilonios, las tribus del mar Rojo ylos sitacenios se hallaban en formación cerrada tras ellos. En el alaizquierda, que en el avance se enfrentaría a la derecha de Alejandro,figuraba la caballería escita y unos mil jinetes bactrianos y un cen-tenar de carros con guadañas. Los elefantes estaban a la vanguardiadel escuadrón real de Darío, junto con 50 carros. A la vanguardia delala derecha figuraba la caballería de Armenia y Capadocia y cin-cuenta carros con guadañas. Los mercenarios griegos, cerca de Da-río, y las tropas persas a ambos lados, estaban colocadas exactamenteante la falange macedónica, por ser las únicas tropas capaces de en-frentarse a ella (1).

Por la anterior descripción no resulta posible señalar cómo ibanmandados los distintos Cuerpos. Los diagramas que acompañan altexto nos muestran la distribución probable, según el coronel Dod-ge (2). Según Tarn, toda la primera-fila estaba compuesta de caba-llería «con una segunda línea de infantería tras ella» (3). El ala de-recha iba mandada por Maceo y la izquierda por Besso (4).

Tras haberse informado de la posición del enemigo, Alejandro«hizo descansar a su ejército durante cuatro días al tiempo que forti-ficaba su campamento con foso y estacada. A la segunda guardia dela cuarta noche, levantó el campamento y cruzó el Tigris en direccióna su oponente, para poder enfrentarse a él al amanecer» (5). Cuandose hallaba a unos cinco kilómetros de los persas se detuvo y reunióa sus generales. Su segundo, Parmenio, sugirió acampar allí mismo,reconocer el terreno y observar al enemigo. Alejandro accedió ymientras se fortificaba el campamento «tomó a la infantería ligeray a los "compañeros" de caballería y recorrió el paraje, observandoel terreno en el que iba a librarse la batalla» (6).

A su regreso convocó una nueva conferencia, donde se discutió

(1) Arriano, III, XI.(2) Alexander, por Theodore Ayrault Dodge (1880), vol. II, pág. 371.(3) Alexander the Great, vol. II, pág. 183.(4) Quinto Curcio, trad. de John C. Rolfe (1846), IV, XVI, y IV, XV, 2.(5) Arriano, n i , IX.(6) Ibld., III, IX.

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lo que había visto, e insistió ante sus generales acerca de la impor-tancia de una concienzuda ejecución de toda orden.

El 30 de septiembre, la noche antes de la batalla, y cuando Da-río estaba celebrando una especie de fiesta militar, los soldados deAlejandro descansaron. Parmenio acudió entonces a la tienda del reypara sugerirle un ataque nocturno; pero Alejandro rechazó laidea (1). Tenía planeado descargar un golpe decisivo, durante la ba-

Orden de batalla de Darío en Arbelas, 331 a. de J.

talla y comprendía las dificultades inherentes a una operación noc-turna. Alejandro dispuso su ejército del siguiente modo:

El ala derecha estaba formaba por los «compañeros», los hipas-pistas y, probablemente, tres taxeis de la falange. Hacia la derechase encontraba el escuadrón real de Clito; un poco a su izquierda, losescuadrones de Glaucias, Aristón, Sópolis, Heráclides, Demetrios,Meleagro y Hageloco. Ei total de la caballería se hallaba bajo elmando de Filotas, hijo de Parmenio. Venía luego la Agema y, a con-

(1) Arriano, III, X.

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tinuación, los hipaspistas, bajo Nicanor. La falange iba ordenadacomo sigue: la brigada de Coeno a la derecha, luego las de Pérdicas,Meleagro, Polisperchón, Simmias y Crátero. Como de costumbre,Crátero mandaba la infantería del ala izquierda. También en dichaala se encontraba la caballería griega, bajo Eriginio, y la de Tesalia,bajo Filipo. Toda el ala izquierda iba mandada por Parmenio, a cuyoalrededor se alineaban los jinetes de Farsalia (1).

Hasta aquí, nada vemos de extraordinario en semejante ordende batalla. Tratábase de una formación normal y similar a las de lasbatallas del Gránico y de Isso; pero el problema táctico era distintoy en su concepción se asemejaba mucho al que, según describe Jeno-fonte, adoptó Ciro en la batalla de Thymbra (2). Es probable queAlejandro conociera la Ciropedia, de Jenofonte; en todo caso, aplicóla táctica de aquella batalla semimitológica, porque tras de su pri-mera línea colocó «una segunda que duplicara a su falange» (3).Arriano escribe que se habían cursado instrucciones a los comandan-tes de esta reserva, advirtiéndoles que «caso de que las huestes per-sas rodearan a la primera, realizaran un movimiento oblicuo paraenfrentarse al enemigo» (4). Esta segunda línea o de reserva, consis-tía en dos columnas volantes, una tras de cada ala. Estaban coloca-das formando ángulo con el frente, a fin de coger de flanco al ene-migo si éste intentaba rodear las alas. Si no se daba dicho caso, sereplegarían hacia el centro para reforzar el frente.

A la derecha se encontraban las siguientes unidades: la mitadde los de Agria, bajo Átalo; la mitad de los arqueros macedónicos,bajo Brisón y los mercenarios veteranos (infantería), bajo Cleandro.Ante los dos primeros se hallaba la caballería ligera al mando deAretes y los peonios bajo Ariosto, y hacia su frente, la caballeríamercenaria griega dirigida por Menidas. El resto de los de Agria,arqueros y lanzadores de jabalina de Balacro, se situó frente a lacaballería de los «compañeros» para oponerse a la carga de los carrospersas armados de guadaña. Se habían dado instrucciones a Meni-das y a las tropas a su mando para que atacasen al enemigo de flan-co, si aquél rodeaba su ala (5). La columna de la izquierda estabasituada de manera similar, formando ángulo con el frente. Primero,los tracios bajo Sitalces; luego la caballería de los aliados griegos,

(1) Arriano, III, XI.(2) Ciropedia, VII.(3) Arriano, III, XII. Véase Táctica, de Arriano, 29.(4) Jbíd., III, XII.(5) Ibíd., III, XII.

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bajo Cerano; a continuación la caballería de Ordisia, bajo Agatón.Frente a ellos se encontraban los mercenarios griegos, al mando de

Orden de batalla de Alejandro en Arbelas, 331 a. de J.

Andrómaco. La guardia de los bagajes corría a cargo de la infante-ría tracia. En total, el ejército de Alejandro sumaba 7.000 jinetes y40.000 infantes.

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El coronel Dodge escribe lo siguiente, acerca de la formacióntáctica de Alejandro:

«Esta disposición ha sido calificada de "gran cuadrado cónca-vo", pero era algo más que esto. Aseguraba una movilidad mayor dela que puede ofrecer un cuadrado. Téngase en cuenta que las colum-nas volantes estaban organizadas y dispuestas de tal modo que po-dían situarse en cualquier dirección, y contener ataques de frente,de flanco y de retaguardia. En realidad, tuvo lugar uno de dichos ata-ques, siendo rechazado. Según Curcio, Alejandro "había dispuesto suejército de modo que daba frente a todas partes", aunque mejor seríadecir que "podía" dar frente a todas partes. De este modo — conti-núa —, estaba en condiciones de combatir en diversos lugares, si esque se intentaba rodearlo; en dicho sentido, el frente estaba tanguarnecido como los flancos, y éstos como la retaguardia» (1).

Tal era el orden de batalla de Alejandro. Y resulta importantetenerlo presente porque, como se verá, al haber intuido los propósi-tos del adversario y haberse preparado para contrarrestarlos, estabaen condiciones de desarrollar su táctica de acuerdo con sus ideasparticulares. Fue esta perspicacia suya la que le hizo obtener lavictoria.

Conforme los macedonios se aproximaban a los persas, en vezde avanzar directamente sobre ellos, Alejandro se inclinó hacia elala izquierda enemiga, viendo lo cual, Darío marchó paralelo aél (2) con la caballería escita galopando a vanguardia para entablarcombate. Alejandro continuó su aproximación oblicua, con lo quegradualmente se fue colocando más allá del terreno nivelado por lospersas (3). Temiendo que sus carros resultaran inútiles, Darío orde-nó a sus unidades de vanguardia del ala izquierda que rodearan laderecha de Alejandro, obligándole a detenerse. Para enfrentarse adicho ataque, Alejandro hizo avanzar a sus mercenarios griegos,bajo Menidas; pero fueron rechazados en medio de gran confusión.Se ordenó entonces el avance de los peonios, bajo Aristón y de losmercenarios de Oleandro. Por su parte, Besso replicó enviando con-tra ellos a los jinetes bactrianos y escitas, que rompieron las filasde los «compañeros», a los que infligieron graves pérdidas, ya quelos caballos escitas estaban «mejor protegidos por una armadura

(1) Alexander, vol. II, pág. 372.(2) Arrlano, III, XIII.(3) Ibíd., III, XIII.

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Batalla de Arbelas, primera fase.

defensiva» (1). A pesar de ello, la disciplina y el valor macedónicosempezaron a rendir sus efectos, cuando escuadrón tras escuadrónfueron rechazados y el ataque de Besso fracasó. A lo que parece, con

(1) Arriano, III, XIII.

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el fin de aprovechar la confusión reinante entre los «compañeros»,Darío lanzó a sus carros para sembrar el desorden en la falange;pero al aproximarse fueron recibidos con una nube de jabalinas y deflechas de los agrianos y de los de Balacro situados ahora delantede la caballería de los «compañeros». Así terminó la primera fase dela batalla en el ala derecha macedónica.

La segunda se inició con una orden de Aretes para atacar a lasfuerzas que estaban rodeando el ala derecha macedónica. Colocándo-se luego a la cabeza de los «compañeros», Alejandro les hizo dar me-dia vuelta, los formó en cuña y con los cuatro taxeis de la derechade la falange, galopó hacia una brecha formada en el frente persa porel avance de su propia caballería. Más tarde galopó en dirección aDarío, es decir, hacia el punto más importante del frente. La carga,debidamente apoyada a la izquierda por las espesas lanzas de la fa-lange, produjo tal terror en el rey persa que abandonó el campo. En-tretanto la caballería enemiga, inicialmente a la derecha de Alejan-dró, viendo su retaguardia amenazada por Aretes, emprendió lahuida, siendo seguida por los macedonios que le causaron una verda-dera mortandad. La escena debió ser extraordinaria, porque tantoCurcio como Diodoro dicen que «tan espesa era la nube de polvo le-vantada por las ingentes masas de fugitivos, que no podía distinguir-se nada, por lo que los macedonios perdieron la pista de Darío. Elruido, los gritos y el restallar de látigos servían de guía a los per-seguidores» (1).

Mientras se libraba esta batalla en la derecha de Alejandro, te-nía lugar otra en el ala izquierda. A causa de la marcha en sentidooblicuo, aquélla se encontraba retrasada con respecto a la derecha,y, al parecer, el impetuoso avance de Alejandro había creado unabrecha entre ambas. La caballería india y persa irrumpió por la mis-ma, galopando hacia el tren de bagajes macedónico para rescatar ala familia de Darío que había quedado prisionera. Como narra Arria-no, el combate adquirió allí caracteres épicos. «Los comandantes delas tropas que formaban la reserva de la primera falange, al saberlo ocurrido, dieron media vuelta, según órdenes previas, y aparecie-ron en la retaguardia persa, matando a gran número de enemi-gos...» (2). Mientras se libraba esta acción, la caballería persa del aladerecha de Darío rodeó la izquierda de Alejandro y atacó de flancoa Parmenio, el cual quedó rodeado.

(1) Diodoro, XVII, 5, y Cúrelo, IV, XV, 33.(2) Arrlano, II, XIV.

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En tal coyuntura, Parmenio envió un mensaje a Alejandro in-formándole de su crítica situación. Alejandro lo recibió cuando per-seguía a los restos del ala izquierda persa. Inmediatamente dio me-dia vuelta con la caballería de los «compañeros», a la que lanzó con-tra la derecha persa. La caballería de Darío, que se estaba retirando,luchó denodadamente al ver su movimiento amenazado. Se sucedie-ron los ataques sin cuartel por uno y otro bando, y por fin, los persasquedaron derrotados por Alejandro.

Una vez libre Parmenio, se reanudó la persecución prolongándosehasta la noche, cuando se inició una marcha forzada sobre Arbelas.En la misma se cubrieron más de cincuenta kilómetros, pero en vano,porque Darío había conseguido escapar.

Es imposible calcular las bajas de esta batalla. Según Arriano,resultaron muertos 300.000 persas y se hicieron muchísimos prisio-neros (1). Las pérdidas de Alejandro fueron 100 soldados y 1.000 ca-ballos. Curcio dice que murieron 40.000 persas y 300 macedonios, yDiodoro los calcula en 90.000 y 500, respectivamente (2).

En vez de perseguir por más tiempo a Darío, Alejandro dirigiósea Babilonia, ciudad que era imposible defender por haber sido des-truidas sus murallas mucho tiempo atrás. Una vez hubo entrado enella, ordenó la reconstrucción del templo de Marduk (el Baal semíti-co). Luego avanzó sobre Susa, donde se apoderó de 50.000 talentos enlingotes (unos 12 millones de libras esterlinas) pasando luego a Pa-sárgada, donde tomó 120.000 talentos (29 millones de libras) y mástarde a Persépolis, donde en acto de ritual venganza, se quemó elpalacio de Jerjes. Fue en dicha ciudad donde Alejandro supo porAntipater que en una gran batalla librada frente a Megalópolis, aquélhabía derrotado y muerto a Agis, rey de Esparta y que la Liga delPeloponeso quedaba disuelta y Esparta obligada a entrar en la LigaCorintia.

Alejandro partió de Persépolis durante el invierno del año 330antes de Jesucristo dirigiéndose a Ecbatana (Hamadan), donde seapoderó de 180.000 talentos (43.785.000 libras). Pero Darío lo eludióuna vez más. Por fin, recorriendo 585 kilómetros en once días logróalcanzar su comitiva, aunque sólo para enterarse de que el rey habíasido asesinado por Besso. Con la muerte de Darío quedaba conse-guido el objetivo político de Alejandro; la fuerza de su espada lohabía convertido en Rey de Reyes. "Como tal, resultaba imperativo

(1) Arriano, II, XIV.(2) Curcio, IV, XVI, 26, y Diodoro, XVII, 61.

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imponer su voluntad en el Imperio, estableciendo su dominio sobrelas satrapías del este y a ser posible, dotarlas de fronteras sólidas.

Sometió la región del Caspio y marchó hacia el este en direc-ción a Herat donde fundó Alejandría de Aria; luego hacia el sur, al-canzando el río Helmand en la frontera norte de Gedrosia, y de allíal nordeste, fundando Alejandría de Aracosia, junto a Ghazni. Desde

Batalla de Arbelas, segunda fase.

Kabul, donde al empezar la primavera de 329 a. de J. fundó la Ale-jandría del Cáucaso, él y su ejército ascendieron el paso de Khawak yatravesaron el Hindú Kush. Bajó a Bactriana, cruzó el Oxus y penetróen Escitia (Tartaria), estableciendo una cadena de fuertes a lo largode su frontera norte, el más importante de los cuales fue el de Ale-jandría Escate (Khojend) en el Yajartes (Syr Daria).

Formó alianza con los escitas y con el fin de atraerse la Bactria-na, contrajo matrimonio con Roxana, hija de Ojiartes, rey del país.

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A finales de la primavera de 327 a. de J. siguió la línea de avanceque, según la leyenda, ya había sido recorrida por Dionisos y Hércu-les, en dirección a la India, con un ejército de 27.000 a 30.000 hom-bres. En Kabul dividió sus huestes, colocando a una mitad bajo He-festión y Pérdicas, para que atravesaran el paso de Khyber, y con-dujo a la otra a través de Chitral, dominando a diversas tribus delas montañas y descendiendo por Swat hacia Attock, en el Indo,donde se reunió a Hefestión. Atravesó el Indo y marchó sobre el Hi-daspes (Yelam), donde en 326 a. de J. y en la última de sus cuatromás importantes batallas, tácticamente la mejor de todas, derrotóal rey indio Poro. Pero volvió a reinstaurarlo en el trono, admiradopor su valentía, redujo Sangala (cerca de Lahore), cruzó el Acesines(Chenab) y condujo a su ejército hacia el Hidraotis (Ravee) y luegohacia el Hifasis (Sutlej), con intención de alcanzar el Ganges y des-cender luego hacia el mar, suponiendo, no sin razón, que así dispon-dría de una frontera oriental definitiva (1). Pero tras haber recorri-do 25.000 kilómetros y alcanzado los límites orientales del Imperio deDarío, su ejército rehusó continuar avanzando. Alejandro, se detuvo,aunque muy contrariado, y preparó el viaje de regreso. Antes de vol-verse hacia el oeste, erigió doce altares en las orillas del río Hifasis«en acción de gracias a los dioses» y «como monumentos que recor-dasen sus esfuerzos» (2). Mientras se los construía, hallábase en elcampamento un jefe indio exilado, de nombre Sandrocoto (Chandra-gupta), quien años después y emulando a Alejandro, fundó el granImperio mauriano, con capital en Polibotha (Patna), en la ribera delGanges.

(1) Aun cuando, según indica Tarn, resulta posible que el Ganges fuera desconocidopara el mundo griego anterior a Megástenes, es decir, a finales del siglo iv a. de J. (Ale-xander, vol. II, ap. 14.o), se hace increíble que Alejandro ignorase su existencia, porquese encontraba sólo a 255 kilómetros del Sutlej, y tanto entonces como ahora era el riosagrado por excelencia de la India. Es posible que considerase el «Mar Oriental» (Bahíade Bengala) más próximo de lo que lo está en realidad, y también que redujera la dis-tancia a propósito para animar a sus hombres. Tarn demuestra que aunque sus proyectosde futuras conquistas, tal como los relata Arriano (V, XXVI), son interpolaciones poste-riores (Alexander, vol. II, págs. 287-290), su propósito estratégico -—establecer un imperioinatacable— resulta sensato y debió ser considerado por Alejandro, más aún teniendo encuenta que, al parecer, manifestó: «Pero si ahora flaqueáis quedarán muchas razas gue-rreras tras de nosotros, desde el límite más alejado del Hifasis hasta el mar Oriental, ytambién muchas otras entre el mar de Hlrcania hacia el norte, y, no lejos de ellas, lastribus escitas; de modo que existen razones para suponer que si ahora damos la vuelta, elterritorio que dominamos y que aún no está consolidado, será incitado a la revuelta poraquellos a quienes no hemos reducido. Ningún provecho nos reportarán entonces nuestrosarduos esfuerzos y precisaremos una vez más incurrir en mayores peligros y trabajos».(Arriano, V, XXVI.) Teniendo en cuenta las circunstancias, no parece inverosímil queAlejandro pronunciara tales palabras.

(2) Arriano, V, XXIX.

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Al serle imposible dejar trazada su frontera oriental en el Océa-no, Alejandro debió comprender que la mejor línea de defensa des-cansaba ahora en el Indo, y más teniendo en cuenta que era posibleunir la boca de éste con la del Eufrates por vía marítima, ya queentonces se evitaban los desiertos de Persia y las montañas occiden-tales de la India.

Alejandro inició su regreso, y al llegar al Jhelum se detuvo aconstruir una flota. Cuando en noviembre de 326 a. de J. estuvo lista,ofreció libaciones en honor de su antepasado Hércules, de Amón y deotros dioses (1) y reanudó la marcha. En su camino hacia el surguerreó con los malli (mahlavas), estando a punto de perder la vidaen un encuentro; por fin pudo llegar al delta del Indo. Tras haberexplorado la desembocadura hasta el mar, levantó una base navalen Patala (¿Haiderabad?) y, a continuación, decidió que su almiran-te Nearco navegara hacia el oeste con una flota de 100 ó 150 navios,en busca del golfo Pérsico. Partió a su ejército en dos divisiones yordenó a Crátero que, con la más numerosa, regresara por el paso deBolán y Kandahar hacia Persépolis, mientras la más pequeña, con8.000 ó 10.000 hombres seguía la región costera del desierto de Ge-drosia, a fin de establecer depósitos de víveres en la costa del marde Arabia para aprovisionar a la flota de Nearco. Durante la mar-cha perdió gran parte de sus bagajes y a muchos no combatientes,pero consiguió salvar al grueso de las fuerzas sin demasiadas bajas.Las tres expediciones terminaron felizmente, quedando establecidala ruta marítima hacia la India.

En la primavera de 324 a. de J. se hallaba de nuevo en Susa,donde para celebrar sus conquistas se dieron grandes fiestas, en elcurso de las cuales tanto él como muchos de sus oficiales y unos'10.000 de sus hombres se casaron con mujeres persas (2). Poco des-pués de haberse celebrado este histórico acto de fusión entre vence-dores y vencidos, y a fin de eliminar el peligro que desde los tiemposde Jenofonte venía amenazando a Grecia, en forma de una masa dehelenos sin hogar siempre dispuestos a vender sus servicios comomercenarios a cualquiera, ordenó a las ciudades de la Liga de Corin-to que readmitieran a los exilados y a sus familias. Dicha orden so-brepasaba sus atribuciones de capitán general, y según Tarn, es po-sible que corrigiera tal anomalía mandando instrucciones a las ciu-dades de la Liga para que le reconocieran como dios, porque de este

(1) Arriarlo, VI, III.(2) Arriano, VII, IV.

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modo no quedaba ligado a las reglas de aquélla. Así lo hicieron y losexiliados regresaron.

Poco después decidió mandar de nuevo a Grecia a cuantos vete-ranos habían cumplido ya el período de su servicio activo. Adoptótan sensata decisión hallándose en Opis y fue muy criticada por losmacedonios, quienes sospecharon que su propósito no era sino el dedesplazarlos en beneficio de Persia y transferir la sede de su mandode Macedonia a Asia. El descontento condujo pronto a un motín ge-neral del ejército, exceptuando la Agema de los hipaspistas. Los sol-dados solicitaron volver a la patria en bloque y dijeron a Alejandroque prosiguiera la guerra con la ayuda de su padre Amón (1). Ale-jandro arrestó a los cabecillas y aceptó la propuesta de los amotina-dos. Licenció al ejército entero y empezó a formar otro con elemen-tos persas. Tan drástica medida acabó con el motín, que fue seguidopor una asombrosa reconciliación. Celebróse un gran banquete alque concurrieron 9.000 invitados y que simbolizó la paz que pensabaestablecer en su Imperio. Macedonios y persas, los dos grandes anta-gonistas de la guerra, se sentaron a la misma mesa y allí estuvieronrepresentadas todas las razas del Imperio. Arriano nos cuenta que«Alejandro y sus compañeros bebieron en la misma copa y ofrecieronlas mismas libaciones, mientras los videntes griegos y los magos ini-ciaban la ceremonia» (2). Tarn escribe que durante este banquete,Alejandro «rogó por la paz y para que macedonios y persas y todoslos pueblos de su Imperio fueran miembros similares de la Comuni-dad (es decir, no sólo subditos) y para que los pueblos del mundoconocido vivieran en armonía y unidad de espíritu; p.or una Homo-noia que durante siglos el mundo anhelaría sin llegar a conseguirla.Previamente había afirmado que todo los hombres son hijos de unmismo Padre, y sus plegarias expresaron la creencia ya manifestadade ser po'rtador de una misión divina: la de convertirse en Reconci-liador del mundo. Aunque ninguno de los presentes pudiera adivinar-lo, aquella plegaria iba a marcar la culminación de su carrera...» (3).

En la primavera de 323 a. de J. regresó a Babilonia que selec-cionó como capital para su Imperio, y allí recibió «embajadas de loslibios que le felicitaron y le ofrecieron una corona de rey de Asia(el Imperio persa). Procedentes de Italia, llegaron asimismo brutia-

(1) Arriano, VII, VIII.(2) Arriano, VII, XI, y la Morulla, cíe Plutarco, trari. <ie Frank Colé Babbit (1926),

volumen IV, Acerca de la fortuna^/ virtudes de Alejandro, págs. 327-330.(3) Alcvandcr the Creat, vol. I, págs. 116-117.

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nos, lucanianos y tirrenos (etruscos), impulsados por el mismo pro-pósito» (1). Arriano menciona a otros enviados, pero Tarn los dese-cha por considerarlos adiciones ulteriores (2).

En Babilonia se dedicó activamente a planear varias expedicio-nes. Una "de ellas consistía en explorar el mar de Hircania (Caspio)con el fin de averiguar si se trataba de un lago o un golfo del Océano.También se exploraría el golfo Pérsico. Para esta última expediciónconstruyó un gran puerto en Babilonia, desde donde partirían bu-ques encargados de la colonización de la costa oriental del golfo yel establecimiento de una ruta marítima entre Babilonia y Egipto,uniendo así este último a la India por el itinerario descubierto porNearco. También pensaba circunnavegar Arabia, dirigiendo él mismola empresa. Mientras se estaba construyendo la flota, reformó la fa-lange, introduciendo tropas ligeras persas entre las filas de los ho-plitas macedónicos.

Pero ninguno de estos proyectos iba a verse realizado, porquemientras se llevaban a cabo los preparativos, el día 2 de junio, cayóenfermo de malaria. Se agravó rápidamente y fue llevado al antiguopalacio de Nabucodonosor. El día 12 de junio sus veteranos desfila-ron en silencio ante el lecho donde yacía, y aunque imposibilitado depronunciar palabra, «los saludó a todos levantando la cabeza congran esfuerzo y mirándolos expresivamente» (3). Al día siguiente,13 de junio del año 323 a. de J. y hacia el atardecer, falleció a la edadde treinta y tres años, tras un reinado de doce años y ocho meses.Fue enterrado en Alejandría.

Aunque bajo sus sucesores, los Diadocos (4), el Imperio se escin-dió en numerosas fracciones, fundándose cuatro importantes monar-quías : la de Egipto bajo los Ptolomeos; la de Asia, bajo los Seléuci-das; la de Macedonia, bajo los Antígonos; y en la India el Imperiode Chandragupta (5), su idea de unidad mundial como base para lahermandad humana no se extinguió nunca. La fusión de razas, quea su regreso a Susa procedente de la India, había simbolizado en losmatrimonios en masa entre macedonios y persas, convirtióse en cosacomún en las ciudades cosmopolitas creadas por él, donde las razas

(1). Arriano, VII, XV.(2) Alexander the Great, vol. II, apéndice 23.(3) Arriano, VII, XXVI.(4) Especialmente Antígono, Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco.(5) «...después de verle, Chandragupta creyó en la posibilidad de convertir en un

hecho real la teoría —proveniente de los tiempos védicos— de crear una monarquía india.De este modo, Alejandro creó de manera indirecta el Imperio de Asoka e impulsó la difu-sión del budismo.» (.Alexander Ihe Great, W. W. Tarn, vol. I, pág. 143.1

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se mezclaron, surgiendo de dicha mezcla una cultura común: el he-lenismo.

Poco después de la muerte de Alejandro, la ciudad de Alejandría,es decir, la mayor de cuantas fundara con tal nombre, convirtióseen núcleo de esta nueva cultura, y en «centro de reunión del mundoentero». Allí, escribe Reinach, «una inextinguible curiosidad indujoa los hombres a multiplicar sus investigaciones y averiguaciones entodos los campos imaginables. Querían saberlo todo, explicarlo todo.Consultaban viejos textos... Recorrían todos los parajes de la Tierra...Situaron en muy alto nivel el estudio de las ciencias propiamente di-chas, que tendieron a verse definitivamente separadas de la filoso-fía... ¿Cómo podemos calificar a todo ello si no es como principioverdadero del espíritu científico?» (1). Descubrióse allí la fuerza delvapor, se amplió el campo de las matemáticas, se desarrolló la mecá-nica y combinaron nuevas creencias y cultos que se desplazarían ha-cia oriente y occidente.

El proceso de fusión se vio considerablemente acelerado por elsistema financiero introducido por Alejandro. Antes de iniciar sugran aventura, debió comprender claramente que la fuerza de su pa-

. dre derivaba en gran parte de las minas de oro de Tracia. Más ade-lante, hallándose en Egipto, observaría que el oro era consideradosustancia divina, que daba inmortalidad a los reyes al envolverloscon él en sus tumbas. Se apoderó de las riquezas acumuladas en Per-sia y las puso al alcance de todos, convirtiéndolas en moneda. Ateneoescribe que «cuando Alejandro se llevó los tesoros de Asia, el sol dela riqueza —• como la cantó Píndaro — empezó a elevarse en el cie-lo» (2). No sólo acuñó moneda, sino que unificó el sistema financieroal introducir un valor uniforme. Después de su muerte, los Ptolomeosmonopolizaron todos los negocios bancarios de Egipto, y a través de«su banco central en Alejandría... llevaron a cabo transacciones mo-netarias con países extranjeros» (3). Wilcken añade:

«En las guerras de Alejandro, se suprimieron las barreras exis-tentes entre Oriente y Occidente y en la siguiente generación, milla-res de traficantes y de artistas griegos se trasladaron a aquel nuevomundo para hacer fortuna en las ciudades griegas que surgían comohongos por doquier. Gracias a ello los dos círculos, antes separados,

(1) L'Hellénisation du Monde Antique, A. J. Reinach (1914), pág. 270.(2) Athenaeus, trad. Charles Burton Gulick (1929), vol. III. cDeipnosophistae», VI,

231, e.(3) Alexander the Great, Ulrich Wilcken, pág. 292.

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se fueron uniendo hasta formar uno solo de carácter económico.Y cuando el Mediterráneo occidental se sintió atraído a la órbita dela gran revolución ocurrida en Oriente, creóse un tráfico comercialque comprendía a todo el mundo habitado, extendiéndose desde Es-paña a la India y aún más allá, hacia el Asia Central y China. Estaexpansión se completó bajo el imperio romano, pero tuvo como basela conquista de Asia por Alejandro» (1).

En las grandes monarquías fundadas después de su muerte, nosólo surgió una aristocracia del dinero, sino que el derecho divino delos reyes convirtióse en piedra angular del Estado. «Apenas hubodesaparecido Alejandro — escribe el profesor Tarn —, cuando la le-yenda empezó a servirse ampliamente de su nombre... A su alrededortodo ese mundo fantástico de Oriente fue adoptando forma y sustan-cia ; se narraron historias en las que siempre figuraba como divinoconquistador de la Tierra... Desplazó el mundo civilizado de un mar-co a otro; inició una nueva época; a partir de entonces, nada podíavolver a ser como había sido» (2). Como veremos en sucesivos capí-tulos, los efectos de su obra serían amplios y trascendentales. Enmitad del siglo ni a. de J., e inmediatamente después de la primeraGuerra Púnica, la cultura griega empezó a influir en la sociedad ro-mana y durante y después de. la segunda, se expandió rápidamentebajo los Escipiones. Wilcken dice: «Fueron los romanos quienes porvez primera dieron a Alejandro el título de «Grande» (Magnus)».Y añade que «fue tarea de los historiadores griegos el trazar un pa-ralelo entre Alejandro y el gran Escipión el Africano, vencedor deAníbal y fundador, de Júpiter Capitolino y le transfirieron la leyendaconcerniente a Alejandro según la cual éste era vastago de una ser-piente sagrada...» (3).

Más tarde cuando Augusto, ferviente admirador de Alejandro,y bajo cuyo mandato quedó establecida la adoración del emperadorcomo gobernante divino, colocó su efigie en el sello imperial, el sueñode Alejandro se hizo real, al menos en parte, porque bajo la Pax Ro-mana el mundo occidental probó por vez primera las delicias de unaprolongada paz. La idea de Alejandro como dios-rey, unida a laspalabras de Plutarco: «Dios es el padre de todos los nombres; pero

(1) Obrrclt., pág. 284.(2) The Cambridge Ancient History, vol. VI, págs. 435-436, y Alexander the Great,

W. W. Tarn, vol. I, pág. 145.<3) Alexander the Great, Ulrich WHcken, pág. 277.

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considera más suyos a los mejores», constituyeron un paso en direc-ción al establecimiento del Cristianismo y más tarde a la transferen-cia del poder temporal de los emperadores romanos al gobierno es-piritual de los papas medievales. Además, y por extraño que puedaparecer, el Islam, gran oponente del Cristianismo, se hizo posibletan sólo gracias al contacto del arabismo y del helenismo en Egipto,Siria y el Asia Menor.

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