San Rafael Arnáiz

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San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938) es tenido como uno de los más notables místicos del siglo XX.

La vida del Hermano Rafael fue de una intensa búsqueda de Dios y a medida que iba experimentando en si mismo la presencia del Señor, lo instaba a una entrega cada vez mayor, llegando al anhelo más profundo del alma, que lo condujo a una renuncia total, dando a luz lo que podríamos llamar su sello y firma: Solo Dios…Solo Dios…Solo Dios.

Decía: “¡Sólo Dios llena el alma..., y la llena toda!”

Fascinado por Dios, descubrió que la vida monástica era “su” camino, porque sintió que Dios le llamaba a vivir sólo para buscarle a Él en una vida oculta, la del no ser, a fin de ser únicamente para Dios.

Su gran atracción hacia Cristo Crucificado, fue una fuente de amor y de fuerza para llevar los sufrimientos y las humillaciones de su frágil salud.

Ésa fue su locura, como él la llama: la locura por Cristo y por su Cruz, que le hace partícipe también de su gloria. : «En el mundo se sufre mucho, pero se sufre poco por Dios. El cristiano no ama la debilidad y el sufrimiento tal como éste es en sí, sino tal como es Cristo, y el que ama a Cristo, ama su Cruz».

San Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos. Fue el primer hijo de los cuatro que tuvieron Rafael Arnáiz, ingeniero de Montes, y Mercedes Barón, cronista de sociedad y crítica musical en algunos periódicos y revistas.

Fue bautizado en la iglesia de Santa Águeda (Burgos) a los doce días de nacer, el 21 de Abril.

Su niñez fue feliz en una familia profundamente religiosa.

Recibió por primera vez la Eucaristía el 25 de Octubre de 1919 en el

monasterio de las Salesas.

Rafael era el mayor de los cuatro hermanos.

El 2º, Luis Fernando, fue también trapense en san Isidro de Dueñas. – La 4ª, Mercedes, fue religiosa ursulina. – El 3º, Leopoldo, que fue el único que se casó, tuvo 12 hijos.

Inició los estudios en el colegio de los Padres Jesuitas, en el colegio de la Merced. En el colegio ingresa en la congregación de María Inmaculada.

Con sus 3 hermanos menores

Dotado de una precoz inteligencia, ya desde su primera infancia daba señales claras de su inclinación a las cosas de Dios.

Llega su primera gran enfermedad: el 1 de Diciembre de 1920. Tuvo que suspender los estudios. El P. Rector le llevaba la comunión todos los domingos.

En Abril de 1921 le llevan a Madrid para procurar el mejoramiento de su salud.

El 4 de Mayo vuelve a Burgos; pero se le declara la pleuresía y su estado es grave.

Recuperado de ella, su padre, en agradecimiento a lo que consideró una intervención especial de la Santísima Virgen, a finales de verano lo llevó a Zaragoza,

donde le consagró a la Virgen del Pilar, hecho que no dejó de marcar el ánimo de Rafael.

Allí continuó sus estudios medios en un colegio de los jesuitas.

Por traslado laboral del padre, la familia se instaló en Oviedo el año 1923.

En el colegio de Oviedo fomenta su espíritu participando en la congregación mariana.

En 1926 solicita recibir clases de dibujo y pintura, impartidas por el pintor Eugenio Tamayo, y con los cuadros creados colabora en las obras de caridad de su madre.

En Oviedo se inscribe como adorador nocturno para estar más cerca de Jesús Sacramentado. Participó luego en Madrid en la adoración nocturna.

Terminado el Bachillerato, en 1929 decidió iniciar estudios de Arquitectura en Madrid.

En los momentos libres empezó a visitar a su tío materno Leopoldo, duque de Maqueda, y su esposa, en la finca de Pedrosillo, propiedad de éstos y situada muy cerca de Ávila.

Su tío Leopoldo acababa de traducir un libro del francés, “Del Campo de batalla a la Trapa”, donde trata de un capitán francés condecorado por su bravura que renunció a sus condecoraciones para ingresar como hermano lego en la Trapa de Chambarand.

Rafael y su tío Leopoldo estrecharon su relación y charlaron mucho sobre la vida cristiana.

El 23 de Septiembre de 1930 hace su primera visita al monasterio cisterciense de san Isidro de Dueñas (Palencia).

La lectura le causó a Rafael tal impacto, que le entraron deseos de visitar la Trapa de San Isidro de Dueñas, de la que le hablaba su tío.

«Lo que vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos yo no sé explicarlas, y solamente Dios lo sabe…”

Esa visita fue de un gran impacto para Rafael. Así comienza a contarle a su tío en una carta:

En el mes de Julio de 1932 hace los ejercicios espirituales en el monasterio de Dueñas. Dijo sí a la propuesta de seguir a Jesús, de manera inmediata y decidida, sin límites ni condiciones.

En su corazón bien dispuesto, Dios quiso suscitar la invitación a una consagración especial en la vida monástica.

Entre los años 32 y 33 cumplió el servicio militar, sirviendo en Ingenieros, en el batallón de Zapadores Minadores, haciendo las prácticas en la Sierra de Guadarrama, alternando sus deberes militares con los estudios.

Me cansan los hombres, aun los buenos. Nada me dicen. Suspiro todo el día por Cristo (...). El monasterio va a ser para mí dos cosas. Primero: un rincón del mundo donde sin trabas pueda alabar a Dios noche y día; y, segundo, un purgatorio en la tierra donde pueda purificarme, perfeccionarme y llegar a ser santo. Yo le entrego mi voluntad y mis buenos deseos. Que Él haga lo demás.

Rafael por entonces va expresando estos pensamientos:

Rafael no avisó a sus padres lo que le pasaba interiormente hasta el 7 de Enero de 1934. Esto es lo que le costó más: enfrentarse con el sufrimiento que iba a causar en ellos. Gracias a Dios, sus Padres eran personas de fe, y aceptaban la llamada del Señor según esta fe.

Rafael ingresó en la trapa de san Isidro de Dueñas (Palencia) el 15 de enero de 1934.

Dios quiso probarle misteriosamente con una penosa enfermedad –la diabetes sacarina– que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, adonde otras tantas volvió, dando una respuesta generosa y fiel a lo que sentía ser la llamada de Dios.

La enfermedad fue el crisol en que Dios quiso moldearlo.

Así pues, después de los primeros meses de noviciado y la primera Cuaresma vividos con entusiasmo en medio de las austeridades de la trapa, la enfermedad lo obligó a abandonar apresuradamente el monasterio y a regresar a casa de sus padres para ser cuidado adecuadamente.

Todo el mundo pensaba que era el fin de su vocación monástica.

Más de uno se hubiera hundido. Rafael se aplica a la oración, escucha los consejos de personas de su confianza y, por fin, después de año y medio de maduración, decide volver a pedir el

ingreso en el monasterio como oblato.

Era renunciar a su ilusión de ser monje y al sacerdocio monástico. Pero era la ocasión para dar un salto de gigante en el amor que movía ya su vida.

Cuando vuelve al monasterio el 11 de Enero de 1936, se le admite como “oblato”. Se consagra a Dios, pero no podrá estar en el noviciado ni emitir los votos por causa de su enfermedad.

Se santificó en la gozosa y heroica fidelidad a su vocación, en la aceptación amorosa de los planes de Dios y del misterio de la cruz, en la búsqueda apasionada del rostro de Dios;

Decía: “¡Qué bien se vive junto a la cruz de Cristo!”

Y oraba: “Enséñame a padecer con esa alegría humilde y sin gritos de los santos.”

A través de la enfermedad, Rafael descubrió el camino de

la cruz que Dios le ofrecía como única alternativa. En la Cruz descubrió su

tesoro, su descanso. En ella descubrió que estaba Dios, y

no la cambiaría por nada ni por nadie, como él decía.

La amó hasta la paradoja de sentirse absolutamente feliz

porque se sentía absolutamente desgraciado.

Esta era su imagen predilecta

A principios de 1937 debe salir de nuevo por la enfermedad y por las malas condiciones del monasterio por causa de la guerra.

El 15 de Diciembre de ese año, 1937, vuelve definitivamente al monasterio, despreciando las comodidades que pudiera tener en su casa.

Decía: “Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas es seguro que no hubiera podido venir a la enfermería de la Trapa, a pasar penalidades, hambre en el cuerpo, debido a mi enfermedad y soledad en el corazón, pues encuentro a los hombres muy lejos.

Sólo Dios…, sólo Dios…, sólo Dios. Ése es mi tema…, ése es mi único pensamiento.”

Y el domingo de Resurrección, 17 de abril de 1938, Félix Alonso, el abad, le impuso simbólicamente el escapulario negro y la cogulla trapense, cumpliendo su deseo de poder morir con ella.

En su cuarto y último regreso atisbaba ya el final de su vida.

Santificado en la gozosa fidelidad a la vida monástica y en la aceptación amorosa de los planes de Dios, consumó su vida en la madrugada del 26 de abril de 1938, recién estrenados los 27 años.

En esta cama murió.

Fue sepultado inicialmente en el cementerio del monasterio; pero el 13 de noviembre de 1972 sus restos

fueron trasladados a la iglesia abacial del mismo.

Pronto voló imparable su fama de santidad allende los muros del monasterio. Con la fragancia de su vida, sus numerosos escritos continúan difundiéndose con gran aceptación y bien para muchos.

El 20 de agosto de 1989, Juan Pablo II, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, le

propuso como modelo para los jóvenes en Santiago de Compostela.

El 11 de octubre de 2009, el Papa Benedicto XVI le declaró santo junto a otros cuatro santos. Su fiesta se celebra el 26 de abril.

Juan Pablo II lo declaró beato el 27 de septiembre de 1992.

«...El Hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios.”

Decía ese día el papa Benedicto XVI:

El santo lo expresa en una frase muy propia en la que parece decirlo todo: “¡Sólo Dios!”. Dios lo llena todo en su vida. Fuera de él, nada tiene sentido.

Su espiritualidad, tan rica en matices, está polarizada en la búsqueda de Dios, que cada vez se hace más dominante en su vida.

Y porque no quería que su vida fuera otra cosa más que un acto de amor, y quería amar a Jesús con frenesí, en expresión suya, quisiera dejar de vivir, si vivir pudiera sin amarle.

Sediento de Dios, su única aspiración era la de vivir para amar, porque era un hombre hecho para amar y porque Dios no quería más que su amor desprendido de todo.

Otro aspecto muy característico de la espiritualidad del Hermano Rafael, es su sentido del humor, vivido incluso en momentos trágicos de su vida, como expresión de una admirable confianza y abandono en las manos del “sólo Dios”. La experiencia de Rafael nos enseña que cuando nos empapamos del amor infinito de Dios, entonces somos capaces de reírnos de nuestros agobios, de nuestras preocupaciones y, en definitiva, de nuestro propio “yo”, que tanto nos ocupa y nos preocupa.

Otra nota muy significativa de su espiritualidad es su amor entrañable a María, que ocupa un lugar central en su camino hacia Dios.

De ella recibe ayuda, luz, consuelo, y con ella mantiene unas relaciones llenas de confianza, sencillez y ternura.

En verdad tuvo una relación muy especial con la Madre de Dios. Y ella con él.

“No le bastó a Dios entregarnos a su Hijo en una Cruz, sino además nos dejó a Maria.”

“Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina.”

“No me olvides Madre mía..., y perdona las chifladuras de este pobre oblato trapense, que quisiera volverse chiflado de veras, de tanto amarte a ti, Virgen Madre, y de tanto amar su obsesión..., que es la Cruz de Jesús su divino modelo.”

Terminaba un gran escrito invocando a María:

“Jesús necesita corazones que olvidándose de sí mismos y lejos del mundo. adoren y amen con frenesí y con locura su Corazón dolorido y desgarrado por tanto olvido. Jesús mío, dulce dueño de mis amores, toma el mío.”

Terminamos con su espiritualidad de Oblación o abandono en las manos de Dios.

“Hasta que no tengamos un perfecto abandono en manos de Dios, no habremos hecho nada.”

“Es mejor no buscar nada,

pues el Señor nos va dando a medida de

nuestra necesidad los

manjares que Él ve convenientes.”

“Ya sé que aunque diera mil vidas que tuviera, no sería digno de recibir ni siquiera un pensamiento bueno de Dios, pero es mi modo de hablar... Ya sé que lo he dado todo y... es nada.”

“La santidad no consiste tanto en la perfección material, cuanto en la aceptación y en el ofrecimiento, por amor de Dios, de nuestros esfuerzos y de nuestros pequeños “logros”, así como de nuestras limitaciones y errores.”

"Tómame a mí y date Tú al mundo”.

Una de sus últimas oraciones:

Que su ejemplo nos ayude a abandonarnos en el Señor para poder ser “una nueva creatura”.

Automático

Señor, yo quiero

Yo quiero ser

Toma mi vida,

y hazla de

nuevo.

Yo quiero ser

un vaso

nuevo.

Que María nos acoja, como acogió el amor de san Rafael Arnáiz.

AMÉN